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En el Evangelio leemos que el Señor sintió una gran compasión. Jesús no hace como hacemos nosotros cuando vamos por la calle y vemos algo triste. Y pensamos qué penay seguimos nuestro caminar. Jesús no pasa de largo, se deja llevar por la compasión. Se acerca a la mujer, la encuentra de verdad y luego hace el milagro. Vemos no sólo la ternura de Jesús, sino también la fecundidad de un encuentro, todo encuentro es fecundo. Estamos acostumbrados a una cultura de la indiferencia y tenemos que trabajar y pedir la gracia de realizar una cultura del encuentro . De este encuentro fecundo, este encuentro que restituya a cada persona su propia dignidad de hijo de Dios, la dignidad del viviente. Estamos acostumbrados a esta indiferencia, cuando vemos las calamida- des de este mundo o las cosas pequeñas: qué pena, pobre gente, cuánto sufre’… y seguimos de largo. El encuentro. Si no miro – no basta ver, no, hay que mirar – si no me detengo, si no miro, si no toco, si no hablo, no puedo hacer un encuentro y no puedo ayudar a hacer una cultura del encuentro. También en fami- lia vivamos el verdadero encuentro, escuchémonos los unos a los otros. En la mesa, en familia, cuántas veces se come y se mira la televisión o se escriben mensajes con el teléfono. Cada uno es indiferente a ese encuentro. Tampoco en el núcleo de la sociedad, como es la familia, hay encuentro. Que esto nos ayude a trabajar por esta cultura del encuentro, como hizo simplemente Jesús. No sólo ver: mirar. No sólo oír: escuchar. No sólo cruzarse: detenerse. No sólo decir qué pena, pobre gente’, sino dejarse llevar por la compasión. Y acercarse, tocar y decir en la lengua en que cada uno sienta en ese momento - la lengua del corazón - no lloresy dar al menos una gota de vida. (Papa Francisco) ENCUENTRO, VIDA, AMOR, ... DISCÍPULOS Y MISIONEROS HACIA LA CULTURA DEL ENCUENTRO R. U. Madre Riquelme - Granada 3 Ó La misión es una Juan Pablo II en la Encíclica Redemptoris Missio indica con claridad que la misión de la Iglesia es siempre la misma, pero su realización puede ser diferente según las situaciones. REDEMPTORIS MISSIO CAPÍTULO V: LOS CAMINOS DE LA MISIÓN La primera forma de evangelización es el testimonio 42. El hombre contemporáneo cree más a los testigos que a los maestros; cree más en la experiencia que en la doctrina, en la vida y los hechos que en las teorías. El testimonio de vida cristiana es la primera e insustituible forma de la misión: Cristo, de cuya misión somos continuadores, es el « Testigo » por excelencia (Ap 1, 5; 3, 14) y el modelo del testimonio cristiano. El Espíritu Santo acompaña el camino de la Iglesia y la asocia al testimonio que él da de Cristo (cf. Jn 15, 26-27). La primera forma de testimonio es la vida misma del misionero, la de la familia cristiana y de la comunidad eclesial, que hace visible un nuevo modo de comportarse. El misionero que, aun con todos los límites y defectos humanos, vive con sencillez según el modelo de Cristo, es un signo de Dios y de las realidades trascendentales. Pero todos en la Iglesia, esforzándose por imitar al divino Maestro, pueden y deben dar este testimonio, que en muchos casos es el único modo posible de ser misioneros. El testimonio evangélico, al que el mundo es más sensible, es el de la atención a las personas y el de la caridad para con los pobres y los peque- ños, con los que sufren. La gratuidad de esta actitud y de estas acciones, que contrastan profundamente con el egoísmo presente en el hombre, hace surgir unas preguntas precisas que orientan hacia Dios y el Evangelio. Incluso el trabajar por la paz, la justicia, los derechos del hombre, la promoción humana, es un testimonio del Evangelio, si es un signo de atención a las personas y está ordenado al desarrollo integral del hombre.

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En el Evangelio leemos que el Señor sintió una gran compasión. Jesús no hace como hacemos nosotros cuando vamos por la calle y vemos algo triste. Y pensamos ‘qué pena’ y seguimos nuestro caminar.

Jesús no pasa de largo, se deja llevar por la compasión. Se acerca a la mujer, la encuentra de verdad y luego hace el milagro. Vemos no sólo la ternura de Jesús, sino también la fecundidad de un encuentro, todo encuentro es fecundo.

Estamos acostumbrados a una cultura de la indiferencia y tenemos que trabajar y pedir la gracia de realizar una cultura del encuentro.

De este encuentro fecundo, este encuentro que restituya a cada persona su propia dignidad de hijo de Dios, la dignidad del viviente.

Estamos acostumbrados a esta indiferencia, cuando vemos las calamida-des de este mundo o las cosas pequeñas: ‘qué pena, pobre gente, cuánto sufre’… y seguimos de largo.

El encuentro. Si no miro – no basta ver, no, hay que mirar – si no me detengo, si no miro, si no toco, si no hablo, no puedo hacer un encuentro y no puedo ayudar a hacer una cultura del encuentro. También en fami-lia vivamos el verdadero encuentro, escuchémonos los unos a los otros.

En la mesa, en familia, cuántas veces se come y se mira la televisión o se escriben mensajes con el teléfono. Cada uno es indiferente a ese encuentro. Tampoco en el núcleo de la sociedad, como es la familia, hay encuentro.

Que esto nos ayude a trabajar por esta cultura del encuentro, como hizo simplemente Jesús. No sólo ver: mirar. No sólo oír: escuchar. No sólo cruzarse: detenerse. No sólo decir ‘qué pena, pobre gente’, sino dejarse llevar por la compasión. Y acercarse, tocar y decir en la lengua en que cada uno sienta en ese momento - la lengua del corazón - ‘no llores’ y dar al menos una gota de vida. (Papa Francisco)

ENCUENTRO, VIDA, AMOR, ...

DISCÍPULOS Y MISIONEROS

HACIA LA CULTURA DEL ENCUENTRO

R. U. Madre Riquelme - Granada

3 Ó

La misión es una

Juan Pablo II en la Encíclica Redemptoris Missio indica con claridad que la misión de la Iglesia es siempre la misma, pero su realización puede ser diferente según las situaciones.

REDEMPTORIS MISSIO

CAPÍTULO V: LOS CAMINOS DE LA MISIÓN

La primera forma de evangelización es el testimonio

42. El hombre contemporáneo cree más a los testigos que a los maestros; cree más en la experiencia que en la doctrina, en la vida y los hechos que en las teorías. El testimonio de vida cristiana es la primera e insustituible forma de la misión: Cristo, de cuya misión somos continuadores, es el « Testigo » por excelencia (Ap 1, 5; 3, 14) y el modelo del testimonio cristiano. El Espíritu Santo acompaña el camino de la Iglesia y la asocia al testimonio que él da de Cristo (cf. Jn 15, 26-27).

La primera forma de testimonio es la vida misma del misionero, la de la familia cristiana y de la comunidad eclesial, que hace visible un nuevo modo de comportarse. El misionero que, aun con todos los límites y defectos humanos, vive con sencillez según el modelo de Cristo, es un signo de Dios y de las realidades trascendentales. Pero todos en la Iglesia, esforzándose por imitar al divino Maestro, pueden y deben dar este testimonio, que en muchos casos es el único modo posible de ser misioneros.

El testimonio evangélico, al que el mundo es más sensible, es el de la atención a las personas y el de la caridad para con los pobres y los peque-ños, con los que sufren. La gratuidad de esta actitud y de estas acciones, que contrastan profundamente con el egoísmo presente en el hombre, hace surgir unas preguntas precisas que orientan hacia Dios y el Evangelio. Incluso el trabajar por la paz, la justicia, los derechos del hombre, la promoción humana, es un testimonio del Evangelio, si es un signo de atención a las personas y está ordenado al desarrollo integral del hombre.

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43. EL cristiano y las comunidades cristianas viven profundamente insertados en la vida de sus pueblos respectivos y son signo del Evange-lio incluso por la fidelidad a su patria, a su pueblo, a la cultura nacional, pero siempre con la libertad que Cristo ha traído. El cristianismo está abierto a la fraternidad universal, porque todos los hombres son hijos del mismo Padre y hermanos en Cristo.

La Iglesia está llamada a dar su testimonio de Cristo, asumiendo posiciones valientes y proféticas ante la corrupción del poder político o económico; no buscando la gloria o bienes materiales; usando sus bienes para el servicio de los más pobres e imitando la sencillez de vida de Cristo. La Iglesia y los misioneros deben dar también testimonio de humildad, ante todo en sí mismos, lo cual se traduce en la capacidad de un examen de conciencia, a nivel personal y comunitario, para corregir en los propios comportamientos lo que es antievangélico y desfigura el rostro de Cristo.

INTERIORIZAMOS

1. Leemos personalmente los números 42 y 43 y subrayamos lo que

más nos llame la atención.

2. Compartimos con el grupo esas frases que más nos han gustado

y por qué.

3. La Encíclica fue escrita en 1990 por Juan Pablo II, de acuerdo a

cómo presenta al “hombre contemporáneo” ¿crees que es un texto

actual? ¿corresponde esa realidad al momento de ahora? ¿por qué?

4. Dice que el “testimonio de vida cristiana es la primera e insusti-

tuible forma de la misión”, ¿estás de acuerdo? Pon algún ejemplo.

5. El testimonio personal es importante, pero también lo es el de la

comunidad. ¿Crees que podemos ser testimonio yendo solos y por

libre? ¿Crees que somos creíbles cuando alguien de la comunidad

falla?

6. La atención a los más necesitados es un ejemplo que conmueve.

¿Por qué es importante vivir esta realidad de servicio y amor para

un cristiano? ¿Es sólo bueno para que los demás “crean y ser con-

viertan” o por uno mismo o por qué crees?

Y sucedió que a continuación se fue a una ciudad llamada

Naím, e iban con él sus discípulos y una gran muchedumbre.

Cuando se acercaba a la puerta de la ciudad, sacaban a enterrar

a un muerto, hijo único de su madre, que era viuda, a la que

acompañaba mucha gente de la ciudad. Al verla el Señor, tuvo

compasión de ella, y le dijo: «No llores.» Y, acercándose, tocó el

féretro. Los que lo llevaban se pararon, y él dijo: «Joven, a ti te

digo: Levántate.» El muerto se incorporó y se puso a hablar, y él se

lo dio a su madre. El temor se apoderó de todos, y glorificaban a

Dios, diciendo: «Un gran profeta se ha levantado entre nosotros», y

«Dios ha visitado a su pueblo». Y lo que se decía de él, se propagó

por toda Judea y por toda la región circunvecina.

Lucas 7,11-17

El encuentro es otra cosa. Es lo que el Evangelio nos anuncia hoy: un encuentro. Un encuentro entre un hombre y una mujer, entre un hijo único vivo y un hijo único muerto. Entre una multitud feliz, porque había encontrado a Jesús y lo seguía, y un grupo de gente llorando, que acompañaba a aquella mujer, que salía por un puerta de la ciudad. Encuentro entre aquella puerta de salida y la puerta de entrada. El redil. Un encuentro que nos hace reflexionar sobre cómo encontrarnos entre nosotros».