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Llamados a ser discípulos y misioneros de Cristo

"La mayor alegría que podemos brindar a los hombres de hoy, es darles a conocer la Buena Noticia de Cristo".

San Arnoldo Janssen

ORACIÓN INICIAL

María, Tu estás presente dondequiera que la Iglesia

lleva a cabo la actividad misionera:

Tu estás presente como Madre,

cooperando a la formación de los fieles

y presente como “estrella de la evangelización,”

para guiar y consolar a los heraldos del Evangelio

y sostener en la fe a las nuevas comunidades cristianas

que surgen del anuncio misionero.

Condúcenos hacia tu Hijo para vivir en la luz de la Gracia.

Ayúdanos a seguir tu ejemplo de total adhesión al Señor.

Permanece con nosotros, ya que cada encuentro contigo,

es un encuentro con el Evangelio.

Amén.

Oraciones espontáneas…..

Padre Nuestro…….

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I. Revisión de Compromiso anterior: comentar

II. Lectura Bíblica: Mt. 28,19s

"Id, pues, enseñad a todas las gentes, bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo: enseñándoles a observar todo cuanto yo os he mandado.”

Palabra de Dios.

III. Desarrollo del tema.

Todos tenemos la responsabilidad de anunciar el evangelio tal como se ha hecho hace dos mil años. Anunciar a Jesús en momentos de angustia es imperioso, y se debe hacer con celo y alegremente.

La misión surge de Cristo mismo, quien cumpliendo las profecías de Isaías ha venido a evangelizar a los pobres: "El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ungió para evangelizar a los pobres" (Is. 61, 1). Jesús tiene conciencia plena de que ha venido al mundo a anunciar el Reino de Dios a todos los pueblos. Se ha de proclamar en todo lugar, especialmente a los más pobres, quienes la mayoría de las veces están más dispuestos a escuchar, que nuestro Señor murió y resucitó por nosotros. Cristo, se encarnó, hizo milagros, enseñó, convocó, envió, murió y resucitó para dar testimonio de su misión: “…la misma Encarnación, los milagros, las enseñanzas, la convocación de sus discípulos, el envío de los Doce, la cruz y la resurrección, la continuidad de su presencia en medio de los suyos— forman parte de su actividad evangelizadora”(Evangelio nuntiandi N°6).

Jesús es el primero en evangelizar, lo hizo de manera perfecta, dando la vida en la tarea salvadora, muere para salvarnos de la muerte definitiva, Él vence la muerte. Cuando Jesús evangeliza, anuncia el Reino de Dios, lo absoluto, al cual se debe pertenecer.

El anuncio del Reino supone conciencia de sacrificios, sin embargo, a pesar de que la pertenencia implica renuncias, en este reino se encontrará la dicha: “Cristo, en cuanto evangelizador, anuncia ante todo un reino, el reino de Dios, tan importante que, en relación a él, todo se convierte en "lo demás", que es dado por añadidura (16). Solamente el reino es pues absoluto y todo el resto es relativo” (ibid n°8).

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El centro del anuncio de Jesús es la buena noticia de la salvación, los hombres somos salvados del pecado y de las influencias del demonio, pero también lo somos de todo aquello que nos hace esclavos.

Misionar es entregar alegría, pues pese al mal de este mundo, Dios se nos da a conocer: “Todo esto tiene su arranque durante la vida de Cristo, y se logra de manea definitiva por su muerte y resurrección; pero debe ser continuado pacientemente a través de la historia hasta ser plenamente realizado el día de la venida final del mismo Cristo, cosa que nadie sabe cuándo tendrá lugar, a excepción del Padre” (ibid n°9).

Misionar es anunciar también que la salvación y el reino dados por Dios gratuitamente, se alcanzan no sin sacrificios, hay que fatigarse y vivir renunciando, acompañando a Cristo en la cruz. Lo esencial es convertirse mental y afectivamente para abandonarse en las manos del Dios de la vida.

Ser misionero, significa proclamar el reino de manera infatigable; la palabra juega un rol vital. El Hijo de Dios anuncia a todos la Buena Noticia: "Todos le aprobaron, maravillados de las palabras llenas de gracia, que salían de su boca” (Lc. 4, 22); “Jamás hombre alguno habló como éste” (Jn. 7, 46). Sus palabras desvelan el secreto de Dios, su designio y su promesa, y por eso cambian el corazón del hombre y su destino (ibid n°12).

Misionar es construir comunidad, acogiendo la Buena Nueva, viviendo la fe, los cristianos buscan el reino y lo viven. Cada comunidad que se constituye debe ser evangelizadora: “Por lo demás, la Buena Nueva del reino que llega y que ya ha comenzado, es para todos los hombres de todos los tiempos. Aquellos que ya la han recibido y que están reunidos en la comunidad de salvación, pueden y deben comunicarla y difundirla.”(ibid n°13).

Cada cristiano en la Iglesia, tiene la obligación de anunciar la Palabra, ello es motivo de gran dicha, especialmente en estos tiempos difíciles. La misión es la vocación de la Iglesia, su gran identidad, por eso es que se debe responder al llamado de Dios, predicar y enseñar, ser un medio para que la gracia se transmita y convierta a los pecadores: “La Iglesia nace de la acción evangelizadora de Jesús y de los Doce. Es un fruto normal, deseado, el más inmediato y el más visible. ‘Id pues, enseñad a todas las gentes’. Ellos recibieron la gracia y se bautizaron, siendo incorporadas a la Iglesia aquel día unas tres mil personas... Cada día el Señor iba incorporando a los que habían de ser salvos"(ibid n°15).

Cuando se misiona, se responde al llamado de Jesús que envió a su Iglesia; cada convertido debe tener conciencia de que pertenece a una comunidad que es signo de la nueva presencia de Cristo; la comunidad cristiana nunca está cerrada en sí misma. En la vida de la Iglesia hay intimidad, oración, escucha de la Palabra y de lo que los apóstoles

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enseñan, amor a los más pobres y Eucaristía. Misionar es dar testimonio para provocar la admiración y convertir a los pecadores.

Aunque la iglesia sea misionera por excelencia, saliendo más allá de sus fronteras, ella también debe evangelizarse a sí misma: “Comunidad de creyentes, comunidad de esperanza vivida y comunicada, comunidad de amor fraterno, tiene necesidad de escuchar sin cesar lo que debe creer, las razones para esperar, el mandamiento nuevo del amor.”(ibid).

La misión de la iglesia se vuelve sobre sí misma para superar las constantes tentaciones del mundo; siempre necesitada de evangelización, la iglesia se mantendrá fuerte en el anuncio del Evangelio.

La misión se hace humildemente, la Iglesia se presenta ante el mundo en constante conversión y renovación, esa es la única manera en que es creíble.

Misionar es tener conciencia de que la Iglesia es depositaria de la Buena Nueva de Jesucristo. La Iglesia cuida la Nueva Alianza en Cristo, sus enseñanzas y las enseñanzas de los apóstoles, la Palabra de Dios, los sacramentos, en definitiva el Evangelio: “Enviada y evangelizada, la Iglesia misma envía a los evangelizadores. Ella pone en su boca la Palabra que salva, les explica el mensaje del que ella misma es depositaria, les da el mandato que ella misma ha recibido y les envía a predicar. A predicar no a sí mismos o sus ideas personales, sino un Evangelio del que ni ellos ni ella son dueños y propietarios absolutos para disponer de él a su gusto, sino ministros para transmitirlo con suma fidelidad” (ibid n° 15).

No se puede separar a Cristo de la Iglesia y de la misión. En este mundo y hasta el fin de los tiempos ella ha de evangelizar. Así, no es posible ser misionero sin estar unido a la Iglesia, si se anuncia el evangelio se hace en nombre de toda la Iglesia: "el que a vosotros desecha, a mí me desecha" (Lc. 10, 16).

Características de la evangelización.

La pregunta fundamental de todos los hombres es: ¿cómo se realiza este - llegar a ser hombre? ¿Cómo se aprende el arte de vivir? ¿Cuál es el camino de la felicidad?

Evangelizar quiere decir: mostrar este camino - enseñar el arte de vivir. Jesús dice al comenzar su vida pública: “Él me ha ungido para llevar las buenas nuevas a los pobres” (Lc

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4, 18); y esto quiere decir: Yo tengo la respuesta a esta pregunta fundamental; les enseño el camino de la vida, el camino de la felicidad, mejor dicho: Yo soy ese camino. Si el arte de vivir permanece desconocido, todo el resto no puede funcionar. Sin embargo, este arte no es objeto de la ciencia - este arte puede ser comunicado sólo por quien tiene la vida - aquél que es el Evangelio en persona.

Evangelizar significa llegar a todos los ambientes del mundo e influir transformando internamente a la humanidad. Se requiere para tal efecto la conversión a partir de la aceptación de Cristo.

Evangelizar es llegar y transformar con el ímpetu del Evangelio el pensamiento, los valores y modelos que estén en contra de la Palabra salvadora de Dios.

Misionar es evangelizar, no de manera superficial, sino hasta las raíces mismas de la cultura, respetando a las personas, sus relaciones y el vínculo que ellos tienen con Dios.

Por supuesto, anunciar el Evangelio significa ser independiente de todas las culturas, pero el evangelio cuando anuncia un reino es en referencia a las personas insertas profundamente a una cultura: “Independientes con respecto a las culturas, Evangelio y evangelización no son necesariamente incompatibles con ellas, sino capaces de impregnarlas a todas sin someterse a ninguna” (ibid n°20).

Anunciar la Buena Nueva significa proclamarla en primer lugar mediante el testimonio. Los cristianos comprensivos, tolerantes, con un mismo sentido de vida, solidarios y promotores de nobleza y bondad remecerán la pregunta por Dios a quienes los miren: “A través de este testimonio sin palabras, estos cristianos hacen plantearse, a quienes contemplan su vida, interrogantes irresistibles: ¿Por qué son así? ¿Por qué viven de esa manera? ¿Qué es o quién es el que los inspira? ¿Por qué están con nosotros?”(ibid n° 21).

El anuncio del Evangelio, además del testimonio, requiere sin embargo, de una justificación, de una razón de la esperanza (1 Pe. 3, 15). Hay que explicitar el anuncio de Jesús, la doctrina y toda su vida señalada en la escritura; en la Palabra.

Misionar es hacer que el otro escuche el Evangelio, lo acepte, asimile y adhiera a él. Los misioneros tienen como objetivo que las personas acepten el programa de vida que Jesús ofrece, persiguiendo un mundo nuevo e incorporándose a una comunidad que es la Iglesia: “En el dinamismo de la evangelización, aquel que acoge el Evangelio como Palabra que salva, lo traduce normalmente en estos gestos sacramentales: adhesión a la Iglesia, acogida de los sacramentos que manifiestan y sostienen esta adhesión, por la gracia que

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confieren” (ibid n°23). El que misiona lo hace porque ha sido evangelizado, es imposible permanecer indiferente a la voz de Jesús.

Misión y libertad humana.

La misión es una urgencia y tiene su raíz en la novedad de Jesús y de sus discípulos que la vivieron radicalmente. El que acoge este don de Dios y lo desarrolla se realizará integralmente conformándose a Cristo, pues a eso ha sido llamado por el Creador: “El Nuevo Testamento es un himno a la vida nueva para quien cree en Cristo y vive en su Iglesia” (Juan Pablo II, Redemptoris missio n°7).

Misionar es proponer el Evangelio, respetando las conciencias, sin violar la libertad humana. Esto se hace porque buscar a tientas a Dios concede el derecho de conocer a Jesús y por ende encontrar la plenitud.

La misión de la Iglesia y los no cristianos.

La transmisión de la salvación es universal, no llega solamente a los que explícitamente creen en Jesús y están dentro de la Iglesia, sino que debe estar a disposición de todos, especialmente de aquellos que no pueden acceder a la revelación del Evangelio por vivir en condiciones socioculturales difíciles o porque pertenecen a otras religiones: “Para ellos, la salvación de Cristo es accesible en virtud de la gracia que, aun teniendo una misteriosa relación con la Iglesia, no les introduce formalmente en ella, sino que los ilumina de manera adecuada en su situación interior y ambiental. Esta gracia proviene de Cristo; es fruto de su sacrificio y es comunicada por el Espíritu Santo: ella permite a cada uno llegar a la salvación mediante su libre colaboración”(ibid n°10).

Este concepto de misión es determinante a la hora de anunciar la Buena Nueva, porque permite llegar incluso a quienes no creyendo en Jesús, pero siendo hombres íntegros, sin saberlo obra en ellos la gracia de manera misteriosa e invisible. Se supera el equivocado camino de incluir a la Iglesia visible inmediatamente, no pocas veces, obligando, bautizando sin que el “nuevo miembro” conozca el significado del sacramento.

La Iglesia busca en el diálogo interreligioso sentar las bases de la unidad y el amor entre los hombres considerando todo aquello que hay de común en ellos. El contacto de la Iglesia con los no cristianos se hace porque todos forman una comunidad al ser hijos de Dios habitando sobre la única tierra que existe, además, hay un fin último, Dios mismo.

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La Iglesia cuando misiona busca y promueve el diálogo, sin rechazar lo que hay de bueno y verdadero en las religiones no cristianas. La Iglesia respeta las obras, testimonio, preceptos y doctrinas de otras confesiones porque reflejan en no pocas ocasiones a Dios: “(La Iglesia)… Anuncia y tiene la obligación de anunciar constantemente a Cristo, que es "el Camino, la Verdad y la Vida" (Jn., 14,6), en quien los hombres encuentran la plenitud de la vida religiosa y en quien Dios reconcilió consigo todas las cosas” (Concilio Vaticano II, Declaración Nostra Aetate, n°1).

Los católicos debemos adherir a la fraternidad, excluyendo toda discriminación, pues el Padre lo es de todos y todos debemos amarnos como Dios nos ama. La Iglesia reprobará cualquier discriminación por ser ajena al espíritu de Jesús que nos amó hasta el extremo: “Por esto, el sagrado Concilio, siguiendo las huellas de los santos Apóstoles Pedro y Pablo, ruega ardientemente a los fieles que, ‘observando en medio de las naciones una conducta ejemplar’, si es posible, en cuanto de ellos depende, tengan paz con todos los hombres, para que sean verdaderamente hijos del Padre que está en los cielos”(ibid n°5).

La misión hoy.

Somos discípulos misioneros, empapados de Cristo, la fuente de toda acción misionera. Debemos hablar con Dios para poder hablar de Dios. Hablar de Dios y hablar con Dios siempre deben ir unidos. Por esto, la oración y los sacramentos no son un tema junto a la predicación del Dios viviente, sino la puesta en práctica de nuestra relación con Dios. Un óptimo sacerdote de nuestro siglo, el Padre Didimo, párroco de Bassano del Grappa (Veneto), decía: "Jesús predicaba durante el día y de noche rezaba". Con esta breve reflexión quería decir: Jesús debía adquirir de Dios a los discípulos. Esto mismo es siempre válido. No podemos ganar nosotros los hombres. Debemos obtenerlos de Dios para Dios. Todos los métodos están vacíos si no tienen en su base la oración. La palabra del anuncio siempre debe recubrir una vida de oración.

Debemos agregar todavía otro paso. Jesús predicaba durante el día y de noche rezaba - pero esto no es todo. Su vida entera fue - como lo muestra con gran belleza el Evangelio de San Lucas - un camino hacia la cruz, una ascensión hacia Jerusalén. Jesús no ha redimido el mundo con bellas palabras, sino con su sufrimiento y con su muerte. Es ésta, su pasión, la fuente inagotable de vida por el mundo; la pasión da fuerza a su palabra.

Una madre no puede dar vida a un niño sin sufrimiento. Todo parto exige sufrimiento, es sufrimiento, y el devenir cristiano es un parto. Digámoslo todavía una vez con las palabras del Señor: El reino de Dios exige violencia (Mt 11, 12; Lc 16, 16), pero la violencia de Dios es el sufrimiento, es la cruz. No podemos dar vida a otros, sin dar nuestra vida. Recordemos las palabras del Salvador: "... el que sacrifique su vida por mí y por el Evangelio, la salvará" (Mc 8, 35).

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Nadie puede ser misionero si no está lleno de alegría por la tarea de anunciar el Evangelio. Un misionero debe ser Buena Noticia para los hombres y la sociedad, tiene que dejarse santificar por Jesús para ser un buen instrumento.

El misionero ha de estar en comunión con todo el pueblo de Dios apreciando a cada uno de los cristianos en sus diferentes carismas y expresiones. La clave del concepto misionero está en la relación del misionero que anuncia pero que nunca deja de ser discípulo.

El misionero que anuncia a Jesús promueve al hombre, siendo los brazos de Cristo que desea liberar del sufrimiento: “Iluminados por Cristo, el sufrimiento, la injusticia y la cruz nos interpelan a vivir como iglesia samaritana, recordando que la evangelización ha ido unida siempre a la promoción humana y a la auténtica liberación cristiana”(documento de Aparecida, n°27).

Dentro de los contenidos esenciales de la Evangelización, podemos mencionar:

1. La Conversión:

La palabra griega usada para "convertirse" significa: volver a pensar - poner en discusión el propio y el común modo de vivir; dejar entrar a Dios en los criterios de la propia vida; no juzgar más simplemente según las opiniones corrientes. Convertirse significa, por lo tanto, no vivir como viven todos, no hacer como hacen todos, no sentirse justificados en acciones dudosas, ambiguas, malvadas por el hecho que otros hacen lo mismo; comenzar a ver la propia vida con los ojos de Dios; buscar, por lo tanto, el bien, aún cuando es incómodo; no hacerlo pensando en el juicio de la mayoría, de los hombres, sino en el juicio de Dios - con otras palabras: buscar un nuevo estilo de vida, una vida nueva. Todo esto no implica un moralismo, la reducción del cristianismo a la moralidad pierde de vista la esencia del mensaje de Cristo: el don de una nueva amistad, el don de la comunión con Jesús y, por lo tanto, con Dios. Quien se convierte a Cristo no entiende crearse una autarquía moral suya, no pretende reconstruir con sus propias fuerzas su propia bondad.

"Conversión" (Metanoia) significa justamente lo contrario: salir de la propia suficiencia, descubrir y aceptar la propia indigencia - indigencia de los otros y del Otro, de su perdón, de su amistad. La vida no convertida es autojustificación (yo no soy peor de los demás); la conversión es la humildad de confiarse al amor del Otro, amor que se vuelve medida y criterio de mi propia vida.

Anunciando la conversión también debemos ofrecer una comunidad de vida, un espacio común del nuevo estilo de vida. No se puede evangelizar sólo con las palabras; el

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Evangelio crea vida, crea comunidad de camino; una conversión puramente individual no tiene consistencia.

2. El Reino de Dios:

La palabra clave del anuncio de Jesús es: Reino de Dios. Sin embargo, Reino de Dios no es una cosa, una estructura social o política, una utopía. El Reino de Dios es Dios. Reino de Dios quiere decir: Dios existe. Dios vive. Dios está presente y actúa en el mundo, en nuestra vida - en mi vida. Dios no es una lejana "causa última", Dios no es el "gran arquitecto" del deísmo que ha construido la máquina del mundo y ahora estaría fuera - por el contrario Dios es la realidad más presente y decisiva en cada acto de mi vida, en cada momento de la historia. La evangelización, antes que nada, tiene que hablar de Dios, anunciar el único Dios verdadero: el Creador - el Santificador - el Juez (cf. El Catequismo de la Iglesia Católica).

Debemos anunciar a un Dios que nunca nos abandona, un Dios amor que acompaña compasivamente la historia del hombre, los destinatarios de este mensaje son preferencialmente los pobres y los pecadores, ellos necesitan de una Buena Noticia, Cristo mismo: “Anunciamos a nuestros pueblos que Dios nos ama, que su existencia no es una amenaza para el hombre, que está cerca con el poder salvador y liberador de su Reino, que nos acompaña en la tribulación, que alienta incesantemente nuestra esperanza en medio de todas las pruebas. Los cristianos somos portadores de buenas noticias para la humanidad y no profetas de desventuras” (documento de Aparecida, n°30).

Pero, Dios no puede hacerse conocido sólo con las palabras. No se conoce una persona si se sabe de esta persona sólo a través de otra. Anunciar a Dios es introducir en la relación con Dios: enseñar a rezar. La oración es fe en acto. Y sólo en la experiencia de la vida con Dios aparece también la evidencia de su existencia.

3. Jesucristo

Sólo en Cristo y a través de Cristo el tema de Dios se vuelve realmente concreto: Cristo es el Emmanuel, el Dios-con-nosotros.

Los contenidos del anuncio del Salvador son muchos, pero podemos brevemente destacar aquí dos aspectos importantes. El primero es el seguimiento de Cristo; Cristo se ofrece como camino de mi vida. Este camino es la comunión con Cristo, realizable en la vida sacramental.

El segundo aspecto es el misterio pascual - la cruz y la resurrección. La cruz pertenece al misterio divino - es expresión de su amor hasta el fin (Jn 13, 1). El seguimiento de Cristo es participación en su cruz, unirse a su amor, a la transformación de nuestra vida,

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que se vuelve el nacimiento del hombre nuevo, creado según Dios (cf. Ef 4, 24). Quien omite la cruz, omite la esencia del cristianismo (cf. 1 Cor 2, 2).

Los cristianos somos misioneros, debemos por tanto serlo, siguiendo de cerca a Jesús, incluso imitando sus actitudes de servicio y obediencia al Padre. El misionero ha de tener un espíritu de pobreza, como Jesús lo fue, generosamente hasta el extremo. Seguir a Jesús pobre, es la mejor de las lecciones, este testimonio tiene un poder ilimitado, tal y como dieron testimonio los apóstoles cuando anunciaron el Evangelio de paz y humildad.

El misionero está al servicio de todos los seres humanos de este mundo, especialmente como hemos señalado, de los que sufren humillaciones y atropellos en su dignidad. Hay que ser constantes en el anuncio de Jesús vencedor de la muerte y del pecado, especialmente en este mundo marcado por la violencia y el odio, muchos son los hombres que piden pan y compasión: “La alegría del discípulo no es un sentimiento de bienestar egoísta sino una certeza que brota de la fe, que serena el corazón y capacita para anunciar la buena noticia del amor de Dios. Conocer a Jesús es el mejor regalo que puede recibir cualquier persona; haberlo encontrado nosotros es lo mejor que nos ha ocurrido en la vida, y darlo a conocer con nuestra palabra y obras es nuestro gozo” (documento de Aparecida n°29).

Un misionero está atento a la realidad, porque ella es la vida misma de cada uno de los hombres, especialmente de aquellos que sufren. La Iglesia sabe de los cambios en la sociedad, un discípulo de Jesús está sensible a los signos de los tiempos y ayudado por el Espíritu Santo sirve al Reino de Dios, un Reino que entrega vida en plenitud.

La realidad hoy presenta una crisis de sentido religioso, las personas buscan una experiencia de sentido que llene las exigencias de su vocación, allí donde nunca podrán encontrarla. En consecuencia, el misionero debe esforzarse por mostrar a través de él, a Cristo, Él entrega y llena la vida: “Por ello, los cristianos necesitamos recomenzar desde Cristo, desde la contemplación de quien nos ha revelado en su misterio la plenitud del cumplimiento de la vocación humana y de su sentido. Necesitamos hacernos discípulos dóciles, para aprender de Él, en su seguimiento, la dignidad y plenitud de la vida. Y necesitamos, al mismo tiempo, que nos consuma el celo misionero para llevar al corazón de la cultura de nuestro tiempo, aquel sentido unitario y completo de la vida humana que ni la ciencia, ni la política, ni la economía ni los medios de comunicación podrán proporcionarle”(ibid n°41).

Ante las adversidades y los múltiples desafíos el misionero recuerda que Cristo es el sentido. “En este momento, con incertidumbres en el corazón, nos preguntamos con Tomás: “¿Cómo vamos a saber el camino?” Jesús nos responde con una propuesta provocadora: “Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida” ( Jn 14, 6).

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4. La vida eterna

Un último elemento central de toda evangelización verdadera es la vida eterna. El anuncio del Reino de Dios es anuncio del Dios presente, del Dios que nos conoce y nos escucha; del Dios que entra en la historia para hacer justicia. Esta predicación es, por lo tanto, anuncio del juicio, anuncio de nuestra responsabilidad. El hombre no puede hacer o no hacer lo que quiere. Él será juzgado. Él debe dar cuentan de sus actos. De esta manera, el artículo de fe del juicio, su fuerza de formación de las conciencias, es un contenido central del Evangelio y es verdaderamente una buena nueva.

Lo es para todos aquellos que sufren por la injusticia del mundo y buscan la justicia. De este modo se comprende también la conexión entre el "Reino de Dios" y los "pobres", los que sufren y todos aquellos de los cuales hablan las bienaventuranzas del discurso de la montaña. Estos están protegidos por la certeza del juicio, por la certeza de que hay justicia. Este es el verdadero contenido del artículo sobre el juicio, sobre Dios Juez: hay justicia. Las injusticias del mundo no son la última palabra de la historia.

Si tomamos en serio el juicio y la seriedad de la responsabilidad que nos implica, comprenderemos bien el otro aspecto de este anuncio, es decir, la redención, el hecho que Jesús en la cruz asume nuestros pecados; que Dios mismo en la pasión del Hijo se hace abogado de nosotros, pecadores, haciendo así posible la penitencia, dando esperanza al pecador arrepentido, esperanza expresada de manera maravillosa en las palabras de San Juan: “delante de Dios, tranquilizaremos nuestro corazón, cualquier cosa éste nos reproche”.

Para comentar:

1. Al escuchar la frase del Señor: “Id también vosotros….” ¿Te sientes llamado personalmente por el Señor para darlo a conocer, o piensas que la misión es solo para los sacerdotes?

2. Recordando la frase que ya mencionamos: “Hablar con Dios para hablar de Dios”, ¿crees que actualmente tu relación personal con Dios es lo suficientemente rica y profunda (oración constante, participación en los sacramentos, profundización permanente de tu fe, etc), de tal forma que esta vivencia te ayuda a darlo a conocer a los demás?

3. Recordando que “el hombre contemporáneo escucha más a gusto a los que dan testimonio que a los que enseñan, o si escuchan a los que enseñan, es porque dan testimonio”, ¿Consideras que con tus obras estás dando a conocer al Señor?

4. ¿Qué “buenas noticias” crees que puedes entregar hoy como cristiano?

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IV. COMPROMISO

Preocuparnos de dar testimonio de Cristo, de palabra y con nuestras obras en cada lugar y situación en que nos toca vivir, pidiendo constantemente la compañía y guía de la Virgen María, estrella de la Evangelización.

ORACIÓN VERBITA

Dios Padre de amor, Tú has llamado a Arnoldo y José

al seguimiento de tu Hijo, el Verbo Divino,

en la misión de proclamar el Evangelio

a todos los pueblos.

Tu Espíritu los ha llenado de amor

por la difusión de tu reino de amor y de paz.

Que su ejemplo siga inspirándonos hoy a nosotros

de la misma manera que ha motivado

a muchas generaciones de la familia verbita

en todos los rincones de la tierra.

Enciende en nuestros corazones el amor ardiente

por Cristo y su misión.

Ayúdanos a ser modelo de comunidad cristiana,

aceptando a cada persona tal como es.

Transforma a nuestro mundo en un solo corazón,

vivificado por el Espíritu de Cristo.

Amén.