Rafael argullol.1ªsesión

ESTÉTICA Y TEORÍA DEL ARTE EN RAFAEL ARGULLOL(Presentación realizada por: MANUEL PÉREZ CORNEJO, Doctor en Filosofía y Licenciado en Historia del Arte)

1ª Sesión:

ESTÉTICA DEL NÓMADA

ESTÉTICA Y TEORÍA DEL ARTE EN R. ARGULLOL1ª Sesión - ESTÉTICA DEL NÓMADA

Argullol considera que el ser humano es, ante todo, un “animal nostálgico”: un ser que se siente exiliado respecto de su verdadera “patria”, antaño poblada por los dioses.


Cuando los dioses tradicionales son expulsados, el hombre se siente desamparado, y se ve obligado a afrontar solo el peregrinaje por la vida…

…Se convierte entonces en un “nómada”, a la búsqueda de algo perdido, que sitúa en un hipotético horizonte de plenitud.


Ese algo que buscamos, y que está perdido en un horizonte desconocido, le lleva al hombre a desarrollar, por un lado nostalgia, y por otro un sentido de plenitud u “hospitalidad”.

Añoramos recalar en una patria que está delante de nosotros, y el sabernos huéspedes de esa patria es lo que nos permite verbalizar y expresar la armonía y la belleza.

Lo que llamamos “belleza” no sería, por tanto, el producto de unas leyes, de unos cánones, sino “la forma de habitar esa patria, de sentirse huésped.” (Del Ganges al Mediterráneo, p. 102)


Los momentos en los que el sujeto llega a sentirse instalado en esa patria, disfruta de un sentimiento de unidad y plenitud, que Argullol denomina “hospitalidad esencial”…

… La condición para disfrutar de dicha “hospitalidad” es acceder a un tipo especial de conocimiento: el “conocimiento fulgurante”, un “conocimiento de fuego, que se produce muchas veces, sin que sepamos cómo, aunque siempre como llamarada”. (Del Ganges…, p. 103)


El mencionado conocimiento está unido a los “ritos estéticos, eróticos y místicos”, en los que el sujeto entra en contacto con el “enigma”, y tiene la experiencia de la unidad con lo sagrado (unidad que no tiene por qué ser en absoluto religiosa, sino que puede –y suele ser- de naturaleza laica).

Tales momentos estéticos, eróticos y místicos conducen a la cúspide de la nostalgia, y al mismo tiempo a su superación, aunque sea transitoria, provisional, efímera.


El “conocimiento fulgurante”, aunque se da de forma súbita, también exige cierta predisposición, y aceptar “la dialéctica entre logos y enigma”, pues, “quien se aferre exclusivamente a la razón jamás tendrá este tipo de experiencia”; ni “tampoco los seudoespiritualismos que caen en una especie de culto irracional al enigma.” (Del Ganges…, p. 104)


El “conocimiento fulgurante” está esencialmente vinculado al arte, en cuyas obras se recrea esa “unidad del mundo”, que se busca con nostalgia.

Argullol distingue tres tipos de conocimiento: el conocimiento científico, el conocimiento artístico y, para los creyentes, el conocimiento religioso.


El conocimiento científico trata de dominar objetivamente la realidad exterior, y está ligado a una concepción lineal del tiempo…

En cambio, el conocimiento artístico “nos introduce a un tipo de conocimiento circular, en el que no es aplicable una visión lineal del tiempo.” (Del Ganges…, p. 99)


En esto coincide el conocimiento poético-artístico con el conocimiento filosófico:

“Las obras de arte que hoy pueden gustarnos no invalidan las obras de arte de hace dos o tres mil años. Las obras filosóficas que hoy nos resultan apreciables no invalidan las obras filosóficas de Platón o Aristóteles. Este conocimiento circular tendría relación con los escenarios que implican direcamente a la condición humana, donde la vida, la muerte, las pasiones, las emociones humanas adquieren un carácer prioritario. Nos permiten una aproximación mayor a las luces y sombras de nuestra existencia.” (Del Ganges…, p. 99)


Esos temas filosófico-artísticos, por ser circulares, no se orientan hacia el dominio colonizador:

“La poesía, el arte, la filosofía no nos permiten controlar, colonizar, dominar. Confirman un conocimiento inacabado, que revierte hacia nosotros y al que es imposible ponerle fin.” (Del Ganges…, p. 101)

Se trata de un conocimiento simbólico-estético, que acepta un equilibrio entre el conocimiento y el enigma, y que permite diferenciar la “sabiduría” de la ciencia.


La experiencia de exilio y desarraigo que acompaña al ser humano –ejemplificada en la tragedia griega y en la lejana relación que mantiene el cristiano con un Dios trascendente-, le hace consciente del tiempo y, por consiguiente, de la muerte, contra los que, llevado de un sentimiento de inconformismo, trata de luchar denodadamente.

En Occidente esta “carrera contra la muerte” se da a través de una “filosofía de la acción”, que se orienta a construir en el espacio un “espacio utópico”, es decir, una barrera que supere y detenga el tiempo: la “civilización” (Del Ganges…, p. 129)

Dentro de la civilización, el arte y la literatura constituyen, quizás la pieza fundamental.


Las primeras manifestaciones artísticas (arte rupestre, arte simbólico…) atienden a la necesidad de crear ese no-lugar, capaz de levantar murallas de “memoria” contra el paso del tiempo y la muerte: por eso, en el origen del arte siempre aparecen los monumentos funerarios como memoria contra la muerte. (Del Ganges…, p. 89)

Octavio Paz ha afirmado que el objetivo del arte es lograr “la consagración del instante”, es decir, conseguir que ciertos instantes nos rescaten, aunque sea de manera provisional, de nuestra condición de caídos en el tiempo; de que ciertos instantes “creen una ilusión de superación del tiempo, de atemporalidad.” (ibid., p. 89)


El héroe del arte moderno está consagrado al momento: su apuesta es sustituir lo religioso y lo místico a favor de una consagración del instante que acabe siendo, ella misma, mítica y sagrada, y le redima del tiempo.(ibid., p. 51)

Esto hace que el artista y el arte contemporáneos adquieran un sesgo trágico, que Argullol analiza en El héroe y el único.


La concepción trágica de la vida tiene sus antecedentes, según Argullol, primero en Dante, que atraviesa los infiernos, aunque finalmente encuentra

su redención en la contemplación de la Divinidad.


Más tarde, en el Renacimiento, con Nicolás de Cusa y Giordano Bruno, se toma conciencia de la infinitud del mundo, ante la que se agita el individuo “terribile” (representado por Miguel Ángel), o “melancólico” (grabado por Durero), pero siempre insignificante…

…Paralelamente, Shakespeare presenta a sus personajes enfrentados al horror que supone comprender la verdad sobre la vida.


Pero el Renacimiento palió esta concepción trágica del ser humano elaborando una concepción unitaria del saber y del mundo.

La concepción mágica de la ciencia, y la noción del “alma del mundo” establecían una totalidad de la que forma parte integrante el hombre.


El gran logro del Quattrocento italiano estribó en “concebir la belleza, en su unidad material e ideal, como una conjugación de las fuerzas de la sensualidad y de la abstracción, sobre todo a través del ideal del cuerpo humano, símbolo central del Renacimiento…


… Su tragedia es haber comprendido que tanto la unidad de ciencia, arte y magia, como la belleza (entendida como síntesis de sensibilidad e idea) son tan fugaces y transitorias como la propia existencia del hombre. (El Quattrocento, pp. 31, 116-122)


Sólo con el Sturm und Drang –anticipado por la reflexión de Rousseau- se cobra verdaderamente conciencia de la limitada condición humana y el imposible titanismo hacia lo infinito: en este sentido, constituye “la auténtica raíz de todo el pensamiento trágico moderno” y anticipa “la irresoluble condición trágica” del hombre contemporáneo. (El héroe y el único, pp. 42-44)

En el Romanticismo esta conciencia trágica se pondrá de manifiesto a través de tres poetas, fundamentalmente: Hölderlin, Keats y Leopardi.


A) HÖLDERLIN, en su novela Hyperión, plantea la necesidad de “alcanzar algo grande y verdadero”, un anhelo de “unión con el Infinito (o el Único), a través de la experiencia de la belleza, alcanzada por el “Yo absoluto”, es decir, por el “hombre estético”, en comunión con el “espíritu de la naturaleza”.

Para Hölderlin, esa unión se dio una vez en la Edad de Oro de la antigua Grecia…

…y ha de proyectarse hacia el futuro, oponiéndolo al miserable y tedioso orden burgués y a la barbarie de la especialización...


… que deben ser sustituidos por una nueva “mitología de la razón”, capaz de reconciliar la idea infinita y lo sensible, lo abstracto y lo concreto.

Pero el Yo absoluto quedará desgarrado en un “Yo trágico”, cuando compruebe la finitud e ignorancia del ser humano: la escisión se ha consumado, la belleza es inalcanzable y el hombre vive una “muerte viviente” (Ibid. p 99)


En la tragedia Empédocles, Hölderlin se hace consciente de que “frente a la tragedia de la vida”, hay que “aceptar una concepción trágica de la vida”. (pág. 79)

Sólo en la creación poética, en la auto-aniquilación (muerte) y la locura, puede lograr el individuo fundirse con el Único, superando las contradicciones y las limitaciones de su existencia.


La clave de la concepción trágica de la vida es la pasión y el amor, gracias a los cuales el hombre “vive un instante como un dios”. (ibid., p. 96)

En ese instante, “parece destruirse la frontera entre el Yo y el infinito, entre sueño y realidad, entre conciencia limitada y naturaleza ilimitada, entre vida y muerte, un instante en el que el Único parece enseñorearse del hombre para dar a su dimensión mortal la plenitud de una vida inmortal.” (Ibid., p. 96)

“¿Qué vale todo lo que los hombres hacen y piensan durante milenios frente a un solo momento de amor.” (Hölderlin, Sämtliche Werke, III, 83)


La pasión supone “un momento de cristalización del ser frente al no ser”, de “penetración en la esencia del Único”…

… pero la tragicidad del hombre le lleva a sentir “la insatisfacción en el seno mismo de la belleza” (ibid., p.100), de manera que el héroe romántico, para sustraerse a la insatisfacción que le provoca la realidad, opta por soltar el lastre que ésta supone (locura, muerte…).


B) Para J. KEATS, por su parte, “la belleza es la verdad” (Beauty is truth), y el poeta la alcanza mediante la imaginación, como fuerza creadora de imágenes, que le permite comulgar con la Belleza del “alma del mundo”, con el Único, aunque sólo sea por un instante.

La posesión del goce coincide, pues, con su desposesión, y la conciencia de su fugacidad suscita dolor y melancolía.


La posesión del Único es, para Keats, un espejismo doloroso: por ello, sólo el individuo heroico puede enfrentarse al dolor extremo, y autoinmolar su alma en busca de la verdad y la belleza, en medio de una época mediocre, dominada por las muchedumbres, y alejada de la armonía que simbolizaba Grecia.


C) Leopardi, en fin, medita sobre el “pesimismo radical” de los antiguos, considerando que en la época grecorromana el hombre hacía frente a la desesperación, no mediante un espíritu de renuncia, sino con su voluntad de acción, titánica, heroica…

…Por ello, en la época clásica, las ilusiones (simbolizadas por las deidades paganas) potenciaban el deseo de vivir, y el hombre se creía feliz.


La grandeza de los antiguos estribaba en su capacidad para superar la desesperación y el dolor a través de “ilusiones, de errores poderosos que mantienen en jaque el sentimiento universal de la nada”, y que contribuyen a “reafirmar la vida”, superando el tedio. (Sabiduría de la ilusión, p. 68)

Por eso, la poesía y el arte eran centrales en el mundo antiguo: eran el “principal espacio de creación de ilusiones”, el´”último refugio ante la abrumadora revelación del nihilismo.” (ibid., p. 77)

La superioridad de los antiguos sobre los modernos estriba en su “valentía ante el sinsentido del mundo” y en su “conciencia titánica de saberse solos y atreverse a decirlo”. (Enciclopedia del crepúsculo, pp. 751-752)


…Pero en la época contemporánea esas ilusiones se han desvanecido, y han dejado paso al desengaño y a un intenso y amargo pesimismo: ninguna utopía es posible, y los dioses (especialmente el Dios del catolicismo) no existen.

Nuestra época es, para Leopardi, una época bárbara, cobarde, racionalista y mediocre, y, por eso mismo, trágica e infeliz para todo aquel que posee un gran espíritu y se da cuenta de sus limitaciones.


El poeta se enfrenta en solitario a esa época y se rebela titánicamente contra el Destino, planteándose un “sentido titánico y homérico de la vida”. (El héroe y el único, p. 174)

Leopardi critica el racionalismo contemporáneo, que destruye la vinculación del hombre antiguo con la naturaleza, así como las ilusiones que fomentan la vida y la hacen feliz.

La razón moderna ha vuelto la espalda a la naturaleza: la “Edad de la Razón” ha sustituido a la “Edad de la Imaginación”, en la que dominaban las ilusiones del arte y la poesía.


El viejo mundo se ha hundido, y es imposible uno nuevo: el poeta está radicalmente solo en un universo puramente materialista e infinito.

El materialismo de Leopardi es un “materialismo, trágico, desesperado”, propio de un nuevo Lucrecio, que descarta toda opción espiritualista, y en el que el yo del hombre, “finito y efímero”, se enfrenta a una naturaleza infinita, inaprehensible y hostil”, ante la que, al morir, naufraga.

Anticipando a Nietzsche, Leopardi asume la “escuela del dolor” de la vida como el camino trágico que conduce a una poética de la energía y la vitalidad. (El héroe y el único, pp. 226-227)


Enfrentado al horror desnudo de lo real, el hombre contemporáneo debe aprender a afirmarse orgullosamente:

“Leopardi reconoce la grandeza del nómada y del aventurero: del viajero romántico”, quien se sitúa “entre el Infinito y el Desierto: a un lado, la voluntad férrea de un proyecto heroico; al otro, la viril asunción de su dolorosa imposibilidad. Sólo en la aceptación de la íntima unidad de Desierto e Infinito se templa el corazón del hombre para el reto supremo frente a la Nada.” (El héroe y el único, pp. 232-233)

Sin ceder a ninguna resignación, y renunciando a cualquier esperanza futura, el filósofo-artista nómada, se enfrenta al destino con coraje y grandeza de espíritu: creadoramente. (ibid., p. 236)


El hombre deberá asumir una renovada “voluntad de ilusión”, y no de “verdad”…

…en un mundo como el moderno, atrapado por la “razón” y la “árida verdad” (claves de una auténtica sabiduría de la muerte), hay que reivindicar una sabiduría poética, una sabiduría de la ilusión, capaz de crear “errores fuertes” e “ilusiones” que exciten la vida. (Sabiduría de la ilusión, p. 66)


Esa “sabiduría de la ilusión” es patrimonio del arte, “única fuerza capaz de hacer soportable la existencia” (Nietzsche).

“Únicamente el arte es capaz de retorcer esos pensamentos de náusea sobre lo espantoso o absurdo de la existencia, convirtiéndolos en representaciones con las que se puede vivir.” (Sabiduría de la ilusión, p. 110)


Hölderlin, Keats y Leopardi dan testimonio de la escisión que afecta al hombre moderno: es un hombre escindido de la naturaleza y del resto de los hombres, de la sociedad, expulsado para siempre del cielo de la plenitud, del Único, a causa del despotismo que ejercen el Estado y la Razón científico-industrial.

Esta enajenación respecto de la naturaleza se pone de manifiesto, sobre todo, en el paisajismo romántico:

“En sus grandiosas representaciones de la naturaleza se manifiesta en toda su elocuencia la angustia del hombre, que ha sido desposeído de la centralidad del Universo y yace con el vértigo de su consciente minimización.” (El héroe y el Único, p. 314)


En las obras de C. D. Friedrich o de William Turner, aparece el hombre-viajero, “nómada”, enfrentado a la silenciosa inmensidad de la naturaleza (montaña, mar), cuya enigmática belleza se le hurta para siempre, con la cual sólo se reconcilia tras la muerte (cruz en las montañas).


Se trata de un “paisaje trágico”,hecho para ser contemplado(se trata de cuadros que muestran una“contemplación de la contemplación”),y que produce, a la vez, temor yatracción. (La atracción del abismo,p. 16)


…Y, si el paisajismo romántico pone de manifiesto la escisión exterior del hombre actual, las Carceri d’invenzione de G. B. Piranesi se hacen eco del universo carcelario y hostil que oprime al hombre contemporáneo:

Representan el “paisaje interior” de un sujeto que se sabe mentalmente escindido, perdido en el inextricable laberinto en el que se ha convertido un mundo devenido, a la vez, mazmorra y tumba.


En este sentido, las Carceri de Piranesi simbolizan para Argullol la miseria de nuestra época, caracterizada por:

La abundancia inusitada de necios y canallas.

La reducción del lenguaje. Omnipresencia de la publicidad

(que domestica la mirada), y señorío del “comunicador”.

Idolatría del deportista, verdadero “hombre de nuestro tiempo”.

Inanidad de la vida pública, ajena a cualquier discusión de ideas.

Adoración del dinero. Desprecio y ocultación de la

muerte.

Política como puro pragmatismo.

Industria del ocio, que aniquila la experiencia estética o la aventura.

“Cultura popular” (verdadera enciclopedia de la idiotez).

Pérdida de la diversidad cultural.

Los libros “sobran”. Anulación de las grandes

cuestiones del ser humano. Totalitarismo de la

actualidad… …Se trata, en suma, de un

mundo infernal, porque en él impera la circulación del capital (y según R. Lull, el infierno es “circular”).


Pero lo que caracteriza muy especialmente a la época contemporánea es que en ella asistimos al fin del mundo como obra de arte: el propio arte ha entrado en crisis, disolviéndose en la nada, hasta el punto de que “la conciencia de la propia mentira es la que otorga verdad a la obra moderna.” (Sabiduría de la ilusión, p. 25)


Nuestra cultura racionalista ha postergado la centralidad del arte y, en consecuencia, del mito, en beneficio del “logos”: así, el arte ha quedado desposeído de su fundamento ontológico y de su poder metafísico…

…de manera que el creador genial ha desaparecido bajo la presión asfixiante de la razón ilustrada y su “encarnación” cultural: el público. (Sabiduría de la ilusión, p. 107)


El arte ha perdido su conciencia interna, que ha devenido extrínseca, primando en él, ante todo, la teoría. (Sab. De la ilusión, p. 159)

Hegel pronosticó la muerte del arte, y su diagnóstico se ha cumplido; pero no porque el arte haya adquirido una conciencia superior, sino porque se ha convertido en simple espectáculo, representación y simulacro: “el arte ha venido a ser el teatro del arte.” (Sab. De la ilusión, p. 201)


Además, se trata de un arte que ha dejado de ser intempestivo, ya que “ha quedado atrapado por las redes conformadoras de la actualidad, es decir, los medios de comunicación”: no responde a las demandas esenciales del ser humano, sino a las presiones de la opinión pública; “así, el arte pierde su alma y agoniza, porque pierde su gravedad esencial y se refugia en el mimetismo y la trivialidad”. (Sab. De la ilusión, p. 160)

Para Argullol, la pintura de Francis Bacon ejemplifica esta pérdida del alma y la reducción del arte a pura corporalidad.


Este no puede ser el destino del arte: el arte “debe revolverse contra sus propios síntomas agónicos que, para decirlo abiertamente, no son otros que los síntomas agónicos que se manifiestan en la cultura occidental”.

El arte debe luchar por no “perder el alma”, y ser de nuevo un arte intempestivo. (Sabiduría de la ilusión, p. 160)

Para ello, debe practicar una estrategia del “acecho”, que “reescriba el mito como razón y testimonio del hombre, mediante la captación de los signos grabados en el tiempo.” (ibid., p. 207)

ESTÉTICA Y TEORÍA DEL ARTE EN R. ARGULLOL1ª Sesión - ESTÉTICA

Pero la recuperación del papel intempestivo del arte requiere reivindicar un nuevo modelo de filosofía: lo que Argullol llama una “filosofía nómada”, única adecuada a la naturaleza errática y nostálgica del ser humano, a la búsqueda de la unidad perdida. (Aventura…, pp. 38-39)

Una filosofía nómada, es una filosofía centrada en la aventura, un pensar “a la ventura” (Brev. de la aurora, p. 16), que “apuesta por el sentido en la ruleta de la nada”. (Brev. de la aurora, p. 26)


El verdadero nómada es un “viajero”, homo viator, que busca el conocimiento fulgurante, entendiéndolo como “proceso o viaje”, al azar (Aventura…, p. 20), y “no halla satisfacción en el permanecer, sino en el llegar y partir, actos supremos de la fugacidad y, por tanto, los únicos capaces de combatir la fugacidad de la existencia.” (Lampedusa, p. 8)

Ese conocimiento “fugaz” –típico del arte, que a la vez revela y oculta la verdad de las cosas (Enc. Del crepusc., p. 241)- nunca es absoluto, sino que es, todo lo más, “la penúltima etapa del conocimiento”, pues sitúa al sujeto en el umbral del “enigma”, haciéndole al mismo tiempo consciente y respetuoso con él. (Aventura…, p. 34)


El aventurero es un “cazador de instantes”, esas “grietas” (Aventura…, p. 12) en las que lo enigmático “interrumpe el curso de las cosas demasiado conocidas” (Brev. De la aurora, p. 65), y se alcanza la inmortalidad, “rastro que flota tras cada naufragio”. (ibid., p. 64)

El conocimiento aventurero es buscado por una filosofía apasionada, que implica “caída y resurrección” (ibid., p. 91) y que, frente al conocimiento abstracto, reivindica la “capacidad de sentir el mundo.” (Aventura…, p. 34)


La filosofía nómada cultiva el verdadero saber, que es “saber vivir”; y es una filosofía valiente, porque ama la vida, “aun sabiendo que el error es inevitable.” (Brev. De la aurora, p. 127)

El filósofo-artista aventurero no es y es, a la vez, un hombre religioso:

… No lo es porque ha renunciado a la existencia de un mundo ideal superior existente por sí mismo, o a un Dios abstracto, alejado del mundo sensible; también rechaza que el mundo y la vida tengan una finalidad predeterminada providencialmente…


…Pero sí es un hombre religioso, porque no ha renunciado a lo sagrado, ni a los “momentos áureos” en los que, tras superar la prueba del “descenso a los infiernos”, se nos revela el “dios desconocido”, ese “dios al que más debemos ofrendar y apelar”, porque trasciende la idea misma de Dios (como supo Meister Eckhart). (Aventura…, p. 103)


Esos momentos son “puntos de fuga hacia el enigma” que nos permiten “recordar”, no como creía Platón lo que éramos en el mundo de las ideas antes de nacer, sino aquello que debemos llegar a ser, y de lo que no podemos escapar (Goethe).

La intensidad de esos momentos es lo único que importa, porque ellos son “las iluminaciones que dan claridad a nuestro destino”. (El cazador de instantes, pp. 23 y 19)


En esos momentos áureos (eróticos, místicos, estéticos…), en que nos sentimos en contacto con el enigma, percibimos una “fuerza” que “nos atrae hacia una región distinta”, y que provoca en nosotros “un desdoblamiento entre aquello que permanece anclado en la cotidianeidad y aquello que nos arrastra hacia el fondo de nosotros mismos.” (El cazador…, pp. 20-21)

Normalmente, esos momentos suelen estar vinculados a la “experiencia simbólica”, y a cierto “estado de gracia” (ibid., p. 54), que suscita en nosotros “la ilusión de que hemos superado momentáneamente las escisiones de la existencia”, de que, tras atravesar la línea de fuego, “hemos penetrado en corazón del enigma” (ibid., p. 21), y hemos reencontrando la unidad perdida. (Aventura…, p. 39)


Ahora bien, Argullol tiene muy claro que tales experiencias no son sólo espirituales, sino que están conectadas con el ámbito de la sensualidad y el cuerpo: ambos son canales necesarios para catapultarnos a lo sagrado…

…El camino del conocimiento aventurero es siempre, pues, un camino erótico, pues “todos los caminos de eros conducen, en última instancia, al camino del amor sensual.” (El cazador…, p. 22)

“La espiritualidad es el estadio al que accedemos cuando el arco de la sensualidad ha sido puesto en su máxima tensión.” (ibid., p. 122)


Por eso una educación sensorial, basada en el arte, es imprescindible para aquel que quiera alcanzar de verdad el conocimiento.


Se trata de una educación que (como supo entenderlo el filósofo holandés del s. XVIII F. Hemsterhuis) eleva y perfecciona nuestra sensibilidad, haciéndola capaz de penetrar más hondamente en la realidad.


No se puede separar, como ha tendido a hacer la cultura occidental (salvo en momentos muy concretos, como el Renacimiento italiano), el mundo de las ideas del mundo de las sensaciones; el mundo de la palabra del mundo de las imágenes:

Es necesario construir una cultura capaz de sintetizar “idea” (palabra) e “imagen”, es decir, una cultura realmente profunda.


“Yo estoy en contra de una de las tendencias del pensamiento de Occiente, que separa el mundo de las ideas y el mundo de las sensaciones, y me gusta mucho la reflexión que trata de superponer imágenes y conceptos. En este sentido, lo estético representa para mí la posiblidad de reunificar el mundo de las ideas y el mundo de las sensaciones.” (Del Ganges…, p. 127)


Así entendido el conocimiento, el auténtico filósofo no es aquel que se dedica a “disecar ideas”, sino más bien el individuo, que, tras haber sufrido la iniciación que supone enfrentarse al abismo del sinsentido de la existencia, ha alcanzado la sabiduría mediante el dolor (El fin del mundo como obra de arte, p. 34), y se ha convertido en un “catador del mundo” (El cazador…, p. 35)…

…Es un “cazador de instantes”, que, emprendiendo la “travesía del deseo”, trata de “conciliar lo sensual y lo espiritual”… “…es –en definitiva- un aprendiz de la imaginación que aspira a convertirse en maestro de la memoria” (ibid., p. 25)


El prototipo de ese conocimiento sensorial, que equilibra “saber” y “sentir” es, para Argullol, Orfeo, el Dios de los misterios, vinculado al conocimiento superior que proporcionan la música y la danza: son los ritos órficos, los que nos permiten afrontar el viaje iniciático de descenso a los infiernos, facilitando el retorno de los mismos. (Aventura…, pp. 46-56)


El Eros –matriz del arte- es el instrumento del que se sirve el cazador de instantes para transfigurar el tiempo: ése es el daimon que nos permite dar el salto desde la “edad de bronce” del tiempo cotidiano, vulgar, a la “edad de oro” de la memoria, que da veracidad y autenticidad a la vida. (El cazador de instantes, p. 25)

Eros y el arte nos introducen en un tiempo circular, laberíntico, semejante al tiempo del sueño (Aventura…, p. 76), en el que se nos presentan los “arquetipos de la realidad” (El juicio del cuerpo, p. 224), es decir, formas elevadas de la vida y de su disfrute.


El daimon Eros nos revela lo nuevo y abre nuestra existencia a lo inédito: re-descubre, en fin, la misteriosa riqueza del mundo, el “áura” de las cosas; porque el plano erótico tiene una “capacidad cognitiva, una capacidad de saber” tan potente como otros planos de la razón…

…Cabe hablar, incluso de un “logos erótico” que nos introduce en la “sabiduría del placer”. (Aventura…, p. 71)


Esos “momentos áureos” son los que dan sentido a la vida, y por eso deseamos recordarlos, frente a aquellos otros que tendemos a olvidar…

…Es ese criterio: lo digno de recordarse, frente a aquello que conviene olvidar, el que ejerce de verdadero Juicio Final de nuestras vidas…, un “juicio” que tiene lugar cada día. (El cazador de instantes, p. 125-126)


El prototipo (o anticipación) de ese filósofo-artista aventurero del futuro es, para Argullol, Baudelaire: es él quien en El pintor de la vida moderna, sin apoyos metafísicos o consuelos religiosos (ya inútiles), atraviesa el desierto de nuestra época, a la “caza de instantes” que le muestren fragmentos, fulguraciones de esa belleza, que en su totalidad ya resulta irrecuperable: en este sentido, Baudelaire es “nuestro contemporáneo”. (Sabiduría de la ilusión, pp. 118-119)

El poeta es un cazador de instantes,alguien, por tanto, que debe estarpermanentemente al acecho.”(ibid., p. 136)


Baudelaire establece la poética del instante, en la que “las visitas esporádicas de la gracia son (…) los “momentos que se abren”, los intervalos de tiempo extático que hieren el curso irreversible del tiempo…

…y la misión del poeta, del artista, es utilizar sabiamente las formas” (Aventura…, p. 92), para “prolongar los efectos producidos por los instantes privilegiados”, algo que depende del “esfuerzo y de la voluntad, como únicos medios a nuestro alcance.” (Sabiduría de la ilusión, p. 136)


Fruto del esfuerzo del filósofo-artista son las obras maestras del arte y la literatura: resistentes –por su afinidad al tiempo circular- a cualquier interpretación definitiva, “la aventura que nos proponen es ilimitada”…

…Pero requieren “viajeros” que las recorran y las saboreen como merecen, si no, permanecen secretas, o tan desoladamente planas y vulgares –dice Argullol- “como la mirada adocenada de quienes las contemplan o el oído de quienes las escuchan”. (Enc. Del crepúsculo, p. 468)


En cambio, el verdadero “cazador de instantes artísticos” sabe que cualquier poema, cualquier concierto, cualquier cuadro, puede atravesarse inopinadamente en su camino, de una forma del todo distinta a como con anterioridad lo leyó, escuchó o contempló…

…Pues la obra de arte, el poema, la música, están siempre “al acecho”, en cualquier recodo de nuestro camino, “dispuestos a manifestarse si nuestra existencia lo requiere” (Enc. Del crep. pp. 153-154): lo que importa es no permanecer ciegos o sordos ante su reclamo, y ser receptivos a su llamada.

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