Rafael argullol.2ª sesión

ESTÉTICA Y TEORÍA DEL ARTE EN RAFAEL ARGULLOL(Presentación realizada por MANUEL PÉREZ CORNEJO, Doctor en Filosofía y Licenciado en Historia del Arte)

2ª Sesión El Debate Argullol-Trías / Argullol-Nivas

Mishra

ESTÉTICA Y TEORÍA DEL ARTE EN R. ARGULLOL(2ª Sesión: EL DEBATE ARGULLOL-TRÍAS / ARGULLOL-MISHRA

A) DEBATE ARGULLOL-TRÍAS: EL CANSANCIO DE OCCIDENTE

Partiendo de los presupuestos disímiles, pero a la vez afines, de sus respectivas filosofías, Trías y Argullol debaten en El cansancio de Occidente (1992) sobre el estado actual de nuestra civilización –una civilización radicalmente anti-estética-, y su posible evolución futura.


Ambos diagnostican que Occidente se encuentra “cansado”: existe un profundo sentimiento de malestar, hastío y vergüenza propia, debido a que Occidente es consciente de que, moralmente, deja mucho que desear.

Occidente está encastillado en su mundo de privilegios: carece de “grandeza de ánimo”, y no es capaz de percibir los problemas que él mismo ha generado.


Sus privilegios (técnicos, económicos y sociales) le han hecho a Occidente caer en la hybris: un exceso de jactancia…

… y la tragedia griega enseña que toda hybris implica necesariamente un correctivo, un castigo, que amenaza a Occidente desde todos los frentes, y que puede aniquilarlo.


Tras la caída del Muro de Berlín, Europa es un escenario caracterizado por la fragmentación, amenazado por fuerzas centrífugas: no hay una sola Europa: hay pueblos eslavos, germánicos, latinos; credos religiosos diferentes: católicos, protestantes, ortodoxos, musulmanes; y tampoco hay un liderazgo unívoco…

Trías y Argullol piensan que, en un Occidente “acorralado”, España está en posición privilegiada para ejercer un papel intermediario con los países árabes y Latinoamérica.


El dominio exclusivo de criterios tecno-económicos, y el despotismo de los medios de comunicación, han tenido efectos arrasadores y ha uniformizado aparentemente el mundo; pero no tanto como para provocar una uniformidad absoluta. (Argullol, El cansancio…, p. 64)

Es un mundo marcado por la complejidad, policromo y dispar; un paisaje múltiple, en el que varían las perspectivas del poder, cobrando importancia poderes religiosos y culturales (nuevas mentalidades), así como el poder demográfico.


Además, Oriente aparece ahora claramente como la “sombra” de Occidente. La dicotomía Oriente-Accidente carece de sentido, pues hay elementos orientales en Occidente y elementos Occidentales en Oriente.

Occidente ha vencido, y ha impuesto su modelo de vida; pero se trata de una victoria pírrica: el modelo pone de manifiesto sus tremendas carencias.


El fracaso de este modelo ha dado lugar al surgimiento espontáneo de “tendencias premodernas, poco compatibles con la promesa de modernidad alimentada desde Occidente”, renovándose “el fuego de los particularismos, que parecían olvidados”. (Argullol, El cansancio…, p. 31)


El “mundo feliz” occidental es indigente: enfatiza el pacto y el consenso; pero bajo esas palabras se camuflan grandes tensiones y conflictos…

…Además, el pretendido sistema democrático no representa a un sector importante de la población (especialmente en países “democráticos” del Tercer Mundo, que son, simplemente, democracias censitarias de facto).


La democracia y sus instituciones políticas están desprestigiadas: muchos ciudadanos no se identifican con ellas: hay “apatía democrática” y se actúa por inercia; las leyes e instituciones parecen momificadas.

La libertad ha quedado reducida a “libertad de mercado”.


“Los políticos se han convertido en administradores, más o menos eficaces, de maquinarias obsoletas, y los ciudadanos-votantes en individuos que se acercan a las urnas sin ninguna ilusión con respecto al significado de su voto.

“Naturalmente, el deterioro de las instituciones y la imposibilidad de alternativas, lleva consigo el empobrecimiento de la vida pública, empezando por los políticos que ocupan las esferas de poder. En cualquier caso, la crisis principal va más allá de los individuos para arrastrar fundamentalmente a las ideas.” (Argullol, El cansancio…, p. 35)


“Una democracia sin ilusiones puede abrir la puerta de cualquier fenómeno totalitario, incluso a través de los caminos aparentemente más democráticos.” (Argullol, ibid., p. 36)

Existe, pues, un peligro de totalitarismo que amenaza a Occidente; pues “democracia” y “libertad” no son términos que necesariamente se identifiquen:


“Deberíamos combatir la autosatisfacción: ni la constante apología de la democracia garantiza la libertad humana, ni la exaltación meramente formal de la libertad significa la real existencia de hombres libres.” (Argullol, ibid., pp. 27-38)

La libertad política actual, además, es compatible con un grave empobrecimiento espiritual: Según Trías, la nuestra no es una de las formas sociales más libres de la historia; porque “libertad implica responsabilidad, sin la cual es una palabra vacía” (Trías, ibid., p. 39)…


…Pero en nuestra sociedad, la maquinaria administrativa, los agentes sociales abstractos, los medios de comunicación tienden a producir y reproducir agentes sociales poco responsables, o directamente irresponsables; o bien a generar una sensación general de impotencia, hastío, desánimo y frustración en quienes deberían responder (de un modo libre, “responsable”)” (Trías, ibid., p. 39)

Nuestras sociedades “democráticas” son, a juicio de Trías, “tecnocracias con fachada democrática” (ibid., p. 40)


Según Argullol, también se ha derrumbado el mito del progreso y las utopías ilustradas, especialmente la utopía científica.

La tecnología ha uniformizado el mundo y al hombre contemporáneo: los ha trivializado, provocando su “adelgazamiento espiritual”.

El mundo ha perdido espesor moral y la propia idea de libertad se ha empobrecido.


La técnica se ha convertido en un agente de barbarización: los hombres “acumulan muchas vivencias”, y muy rápidamente, pero carecen de “experiencia”. (Trías)

El nuevo bárbaro –cree Argullol- es alguien que “tiene la sensibilidad embotada” (en correspondencia con un arte que se ha vuelto el también trivial, fútil, como ha sucedido con el cine a lo largo del siglo XX. (Argullol, ibid., p. 50)


El protagonista de nuestra época es el individuo-masa, cuyas conductas parecen libres, pero los mecanismos que facilitan esa libertad están constantemente manipulados: ésa es la trampa que convierte al hombre moderno en un “hombre sin atributos”, simple “espectador”, una “máquina humana, incorporada a una gigantesca cadena que está lejos de controlar.” (Argullol, ibid., p. 52)


Es un hombre pasivo que, sin embargo, está constantemente activo: su actividad “refuerza el predominio de lo pasivo, un constante movimiento que acaba desembocando en la inmovilidad.” (ibid., p. 52)

…No se trata de una sociedad de “personas”, sino de “individuos encapsulados”, que constituyen las “unidades mínimas” de nuestra sociedad tecnológicamente orientada y construida a escala masiva. (Trías, ibid., p. 54)


Es una cultura unidimensional, contrapuesta –a juicio de Argullol- a la cultura del Renacimiento, “extremadamente abierta”, con imágenes del hombre de enorme riqueza.”

La cultura del Renacimiento es comparable a una ciudad abierta a constantes convergencias y a tradiciones distintas; la nuestra es una cultura que “ha ido cerrando sus puertas”…

…Ha llegado, pues, el momento de “reivindicar de nuevo una ciudad abierta, con nuevas ósmosis y nuevos mestizajes.” (ibid., p. 70-71)


Nuestra cultura, surgida en el siglo XVII, con la revolución científica moderna, el racionalismo y el empirismo, el desarrollo capitalista y el despliegue científico-técnico, ha dado, además, pie a la consideración de la naturaleza como una entidad inanimada.

La razón ha extendido su imperio mundial, haciendo de la cultura actual una máquina de generar desarraigo.


El criterio técnico de eficacia se extiende a todos los terrenos, y engendra una forma de vivir y pensar que culmina en el absoluto vacío de sentido, en el que todos los mecanismos tradicionales de sentido retroceden, o quedan anulados.

El problema es que, en ese proceso desarraigador, la propia cultura occidental se ha deteriorado, y ha quedado reducida a ser un instrumento de dominación planetaria.


Los “policías de la inteligencia”, los intelectuales orgánicos del sistema, estigmatizan cualquier voz discrepante, o cualquier opinión ajena a las “convenciones consagradas sobre las cuales este mundo se entiende a sí mismo.” (Trías, ibid., p. 87)


A los que discrepan se les llama “nihilistas” o “apocalípticos”; pero el nihilismo es el gran reto de nuestra época, y reflexionar sobre él resulta imprescindible (Jünger), si se quiere “encontrar puntos de energía nuevos”, “puntos de fuga creativa, capaces de superar la aniquilación espiritual.” (Argullol, ibid., p. 91)


Trías cree que el nihilismo “genera una especie de demolición sistemática de toda pauta cultural”, una “desertización”, en la que todas las “ideas-enigma” (Kant) quedan bajo sospecha: el nihilismo supone que todo lo que verdaderamente importa parece no tener importancia.

Argullol sostiene, por su parte, que el nihilismo resume una concepción a la vez vacía y uniforme del mundo: se elimina todo elemento “sagrado”, y termina por negarse la simple posibilidad del enigma: la gente se encuentra, así, atrapada en un paisaje inconmovible. (ibid., p. 95)


Frente al nihilismo, hay que reivindicar el Eros platónico, la fuerza del deseo: “las ideas, como instancias del deseo, deberían ser asumidas como voluntad de perfección.” (Argullol, ibid., p. 100)

Hay que reafirmar, también, la vieja superioridad de la “sabiduría” (entendida como unidad de acción y pensamiento, o “sabiduría de la existencia”), frente a conocimientos entendidos como simples poderes instrumentales. (Argullol, ibid., pp. 100-101)


Hay que reivindicar la filosofía como forma de vida que aúna teoría y acción: es una “experiencia”, y no sólo estéril pensamiento. (ibid., p. 102)

La crítica de los saberes instrumentales ha de ir acompañada de una revisión del culto a ciertos avances técnicos, que no significan avance alguno, y que acentúan la escisión entre ciudad y naturaleza.

Hay que “dinamitar la metrópolis” y “deshacerse de la creencia de que todo lo que hemos acumulado técnicamente es inevitable” (ibid., p. 108)


Argullol piensa que la Revolución científica ha sido un factor de liberación respecto de la falsedad precedente, pero ahora “pesa como una gran losa sobre la conciencia del hombre moderno”: a estas alturas “podríamos preguntarnos si, a pesar de todo, no habrían posibles otros trayectos para Occidente que el meramente tecno-científico. (ibid., pp. 113-114)


Trías, por su parte, sostiene la necesidad de recuperar o recrear la idea renacentista del hombre como microcosmos, en busca de “sintonía musical” con el macrocosmos…

…Mientras que Argullol cree necesario volver al ideal de la Gran Cadena del Ser, vinculándolo a las experiencias estéticas.


“Éstas nos empujan a percepciones que van más allá del horizonte mecánico-empírico en el que habitualmente encerramos a la realidad. En tales experiencias reconstruimos, aunque sea fugazmente, el fluido unitario de la existencia. Son, naturalmente, experiencias fragmentarias, subterráneas, incomunicables en términos de “civilización”, pero cuyo poder puede ser mayor en ciertos momentos que cualquier otro emanado de la razón instrumental.” (Argullol, ibid., p. 118)


B) DEBATE ARGULLOL-MISHRA: ¿ES POSIBLE EL DIÁLOGO ENTRE CULTURAS?

Argullol se muestra un tanto escéptico acerca de la posibilidad de establecer un diálogo real entre las culturas, pero no duda de que pueda existir un intercambio fecundo entre interlocutores particulares pertenecientes a distintas tradiciones culturales. (Del Ganges…, pp. 30-31)


La condición de posibilidad imprescindible para que se dé este diálogo es que se produzca una complicidad intelectual entre los interlocutores, consecuencia de una amistad no sólo intelectual, sino también sensible

Dicha complicidad exige, asimismo, que ambos interlocutores decidan desarmarse intelectualmente, abrirse sin complejos, dejando de lado las posturas dogmáticas acríticamente aceptadas. (ibid., p. 110)

“El desarme sería la aceptación, en cierto modo, de la relatividad, de la flexibilidad y el carácter irregular, inacabado y plural de la verdad.” (ibid., p. 22)


El diálogo requiere también procurar evitar el peso del colonialismo, el exotismo, así como la endogamia cultural…

El mejor remedio para ello es la autocrítica, virtud característica de la cultura occidental (aunque se trata de un valor a la baja en la sociedad actual, condicionada por un hiperconsumno tecnocráticamente dirigido)…

…Se trata de una sociedad globalizada, donde la libertad es “formal”, pues se reduce a votar y elegir gobernantes, mientras que Argullol piensa que la verdadera libertad consiste en “la capacidad de vivir en la complejidad,… en distintas profundidades y estratos”. (ibid., p. 145)


Por otra parte, la globalización promueve la “miseria espiritual”, pues provoca amnesia y tiende a la uniformización de las culturas, propiciando en el culto idolátrico a la actualidad: es una invitación a la trivialización, a la banalización, a la no-complejidad, en el marco de un mestizaje “políticamente correcto”, que se mueve en la plana superficie de las cosas…

…La globalización impide el verdadero diálogo, aunque es verdad que abre vías de comunicación y de intercambio en muchos terrenos, sobre todo en el ámbito de las artes y la música. (ibid., pp. 29-30)


Argullol considera que el medio más idóneo para lograr el diálogo intercultural no es la política, ni la religión, sino el ámbito de lo estético, pues “en el arte el aspecto informativo, limitado a una época y a un lugar, es secundario, y queda trascendido por la capacidad de captar contenidos universales, relacionados con el hombre y la vida”

El terreno estético supone “la posibilidad de un intercambio mítico-simbólico”, e implica el grado más alto de complicidad y de “hospitalidad esencial”.


“En todas las culturas, lo estético ha tendido a captar lo universal del hombre y de la vida, quedando en un papel secundario lo que es informativo de una época y de un lugar.

“Por eso tiendo a defender que un buen territorio de encuentro es el territorio de lo estético, entendido no sólo como una cuestión de arte, sino como una cuestión de verdad, de belleza, de profundidad. El ámbito de lo estético siempre es lo suficientemente flexible para posibilitar el contacto entre perspectivas intelectuales distintas.” (ibid., p. 31)


Puede facilitar, asimismo, el diálogo entre culturas asumir un concepto diferente de “modernidad”.

En el Renacimiento se abrían dos grandes posibilidades ante la cultura occidental: Una era el humanismo renacentista italiano, que buscaba un

equilibrio entre macrocosmos y microcosmos, en marco de la concepción de la realidad caracterizada por la complejidad…

…La otra corriente, fáustico-reductora (que es la que finalmente ha triunfado), suponía una concepcion pragmático-racional de la inteligencia, y veía al hombre como el dueño de la naturaleza, como colonizador y conquistador.


La modernidad fracasada fue la que mantuvo la supremacía de la verdad científica, la noción de progreso, el determinismo de la historia, la primacía de la razón ilustrada, el industrialismo, el desprecio por el medio ambiente, el colonialismo explícito, el orgullo racial, el militarismo, la razón monolítica, etc.

Es una modernidad que sustenta un “infierno circular”, un “paraíso ajetreado, que se autoconsume permanentemente”, mediante el “aumento infinito de los bienes de consumo y de la capacidad para disfrutarlos.” (ibid., p. 35)

Aquí, el presente continuo del consumo aparece como la parodia del instante consagrado que nos ofrece la creatividad artística. (ibid., p. 52)


Frente a ella hay que proponer una “antigua modernidad renovada”, alternativa, más “ecológica” (propia del ecologismo lúcido mantenido por los artistas y poetas de Occidente), que vuelva a incidir en la idea de complejidad.

“La complejidad no es dificultad. La complejidad es la posibilidad de ver en mundo desde varios miradores, de ver que entre el hombre y lo que llamamos mundo hay muchos caminos. La complejidad es comprender a veces que el mundo es lo estático y a veces lo que se mueve.” (ibid., p. 182)


La visión integradora del macrocosmos y el microcosmos -propia del mejor Renacimiento y reivindicada p. ej., por Giordano Bruno-, se basaba en dos conceptos, que para Argullol vuelven a cobrar hoy en día plena actualidad:


El concepto del “alma del mundo”, que, al mediar entre el individuo y el universo, permite superar la barrera del dualismo, y…

…la idea de la Gran Cadena del Ser, base de “un universo vivo, interconectado, en el que todo encaja y todo es importante desde el punto de vista de la relación entre lo uno y lo múltiple.” (ibid., p. 40)


Este modelo nuevo de modernidad supone dejar de lado la unidimensionalidad y unilateralidad de la colonización humana y dejar paso a un planteamiento más sabio, “polifónico” del hombre y la realidad:

“La polifonía se relaciona con la sabiduría, teniendo en cuenta que ese saber debería superar la separación entre la ética y el intelectualismo, la razón práctica y el conocimiento. La polifonía es el medio para alcanzar ese saber vivir que sea también un saber sentir.” (ibid., pp. 112-113)


Se trata de un universo regido por la categoría de la “metamorfosis”, reivindicada por Goethe, que supone una relación de interdependencia entre el sujeto y el objeto, entre fuerzas inmanentes y trascendentes”. (ibid. p. 170)


A través de la categoría de metamorfosis, “el mundo nos parece múltiple, a veces pleno, a veces vacío”, llegándonos de él “una luz oblicua de matices entre el ser y el vacío, a la que llamamos vida.” (ibid., p. 66)

Esta visión de la realidad es, a juicio de Argullol, propia de la tradición profunda de todas los pueblos, y por eso sería una buena base para establecer el diálogo entre las culturas.


Para que esta visión adquiera sentido, el hombre occidental debe dejar de sentirse el centro del universo, y superar la hybris del antropocentrismo; lo que requiere:

1º) Autocontención: el hombre debe entenderse como un mediador, cuya tarea es crear una interrelación armónica, estética, universal entre cultura y naturaleza…

2º) Compartir el “conocimiento fulgurante”, ligado, como vimos, a instantes privilegiados (sobre todo a la experiencia estética).


“El conocimiento fulgurante se da en experiencias dialógicas, nunca monológicas. Quien piense que va a llegar a este tipo de conocimiento a través del monólogo cae en una suerte de solipsismo,…o de ilusión fantasmagórica. El conocimiento del enigma se produce siempre por vía dialógica, y asi sucede en los ritos eróticos, místicos y estéticos, que implican siempre un diálogo con lo otro… Sin este diálogo, no es posible superar nuestra condición de extranjeros. De ahí que en el terreno cultural sea tan importante abrirse a lo otro y que en el terreno personal sea tan importante llegar a uno mismo siempre a través de lo otro.” (ibid., p. 104)


El conocimiento fulgurante –normalmente vinculado a la experiencia de la belleza, que trasciende con mucho el concepto habitual de arte- permite restaurar la armonía entre el sujeto y el objeto; por eso está directamente vinculado al sentimiento de lo sagrado.

El sentimiento de lo sagrado es esencial para el diálogo entre culturas, bien entendido que “este sentimiento de lo sagrado no ha de tener necesariamente un sentido cósmico y universal, sino que puede referirse a lo que de sagrado haya en las pequeñas cosas cotidianas, en nuestros amores y amistades, y en nuestra preferencia por una determinada conducta.” (ibid., p. 167)

Así entendido, lo sagrado es “probablemente un dios personal, pero no un dios que excluya necesariamente a otros dioses”, sino que tiende puentes hacia el otro. (ibid. p. 168)


Partiendo de esta base, Argullol reivindica el papel de la tradición como acicate del diálogo cultural:

Necesitamos una visión de la tradición que no la identifique con lo reaccionario, como se ha hecho tantas veces en Occidente…

Las tradiciones han de ser consideradas como fuerzas renovadoras, que pueden llegar a rescatar al hombre del paisaje plano actual, equilibrando el conocimiento simbólico-artístico y el conocimiento científico…


El diálogo cultural ha de ir más allá de lo políticamente correcto; y para ello “el diálogo entre culturas no ha de ser un diálogo entre políticos, sino entre la gente, entre artistas, escritores y pensadores, presentando, por tanto, de nuevo el mito, la tradición y de arte de los pueblos como fuerzas de futuro.” (ibid., 142)


El diálogo entre culturas exige enfocar las cosas de un modo plural, que deje de lado una concepción reduccionista de la secularización, supere dualismos como la confrontación mito-razón, y entienda el arte, ante todo, como camino hacia la experiencia de lo sagrado…

… concebida, no desde el punto de vista de las confesiones religiosas dogmáticas, sino como aquella experiencia en la que “se rompen las dualidad y es el punto de convergencia entre conocimiento y sensibilidad, entre contemplación y acción.” (ibid., p. 184)


La civilización –entiende Argullol- no es el paso del mito al lógos, como se ha venido enseñando en Occidente, sino que “la razón es múltiple”, de manera que ha de incorporar “perspectivas míticas que antes habían sido despreciadas por un pensamiento demasiado dogmático y rígido: la razón, el lógos, no tiene por qué excluir el mito.(ibid., pp. 170-174)


Y lo mismo sucede, en fin, con la experiencia artística:

“Cuando veo una obra de arte…, aquella me informa de un determinado momento. Pero si la experimento como arte y no como periodismo o arqueología, lo realmente importante es que me proporciona una experiencia de lo universal… Y en este sentido podríamos decir que la historia del arte nunca puede ser particular de un país o de una tradición, sino que es una especie de fondo común de los universales. Eso está vinculado a una visión que para algunos será religiosa, para otros una experiencia simbólica sagrada, quizás no religiosa, pero con la misma fuerza de trascendencia. Esto es lo universal.” (ibid., p. 147-148)


Esta concepción mediadora de la razón, capaz de superar la escisión que existe actualmente entre el hombre y el cosmos, también permitirá, según Argullol, regenerar nuestras caóticas metrópolis y nuestras decadentes democracias:

“Hay algunas palabras en la historia de la cultura que tienen un poder mágico. Creo que cosmos es una de ellas. Cuando los griegos empezaron a emplear la palabra cosmos no era únicamente para describir lo que ahora nosotros llamamos universo, sino para referirse a algo que en su multiplicidad tenía un orden. Por ejemplo, la ciudad, la polis, era un cosmos. Por ejemplo, el cuerpo era un cosmos, y el cuerpo incorporaba la psyché, incorporaba también el alma. Y naturalmente lo que nosotros llamamos ahora universo era el cosmos en un sentido plural: una pluralidad ordenada…”


“La palabra opuesta a cosmos era caos, pero cosmos era un orden que integraba el caos. No lo anulaba, lo integraba…Cuando se empezó a hablar de democracia, no se hizo en el sentido formalista de ahora. Para mí, el fundador intelectual de la democracia fue el poeta trágico Esquilo, que aplicó simultáneamente los conceptos de cosmos y de democracia. Es decir, que la democracia debía integrar en un orden la multiplicidad con lo cual lo más importante no era poner unos votos en una urna, sino la posibilidad de mediación…”


“…Mediación, decía Esquilo, entre lo uno y lo múltiple, entre los hombres y los dioses, entre la riqueza y la pobreza, entre la salud y la enfermedad, entre la vejez y la juventud. La democracia no anulaba la riqueza, ni la pobreza, ni la salud, ni la enfermedad, ni vejez, pero mediaba entre ellas, las ordenaba. Para Esquilo no podía existir la democracia si lo que prevalecía era el caos, y en una sociedad en la que no hay mediación, lo que prevalecía era el caos. Lo mismo sucede con nuestra idea de cuerpo y con nuestra relación entre lo humano y lo divino. Podríamos concluir diciendo que la idea de democracia que olvide esto es un mero formalismo que se aleja de la idea original: cosmos y democracia van muy juntos.” (ibid., pp. 189-190)

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