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REVISTA EUROPEA. NÚM. 233 11 DE AGOSTO BE 1 8 7 8 . AÑO v. LEÓN XIII Y LA ITALIA CAPITULO PRIMERO LOS PREDECESORES DEL MISMO NOMBRE. I. La elección de nombre.—II. León el Grande. —III. León il.—IV, León m y Cario Magno.— V. León iv.—VI. León v, León vi y León vu.—VII León VIII.—VIII. Leen ix, Papa alemán.—IX León x; las ventas de laa Indulgencias; 1» reforma protestan- te, -r X. Leoo xi.—XI. El papado en 1814.—XII. León XII; el poder temporal; el reino de Italia. 1. No han sido los Leones Papas vulgares. No es el nombre que más abunda en la historia de loa Pontífices, pero tampoco hay muchos que le superen: únicamente, creo, que los Clementes que son catorce, los Benedictos, catorce tam- bién, los Gregorios, diez y seis, y los Juanes, veintitrés, le aventajan en número: los Inocencio s son tantos como los Leones. Los Esteban son diez, los Píos son monos aún y todos lo recorda- mos, sólo nueve; los Bonifacio nueve; los Urba- no ocho; los Alejandro, ocho, los Adrianos seis; los Pablo, cinco, los Sixto cinco; los Nicolás cin- co; los Martin cinco; los Celestino cinco, los Eu- genio, Honorio, Sergio y Anastasio; cuatro, los Victor tres; los Julio tres, los Lucio tres; los Calixto tres; los Félix tres; los Marino, Teo- doro , Silvestre, Agapito, Pascual, Gelasio, Camasio, Dámaso y Pelagio dos: los demás nombres todos aparecen una sola vez (1). Que ciertos nombres hayan desaparecido se comprende, así como que ninguno haya queri- do llamarse Juan después del xxill de tan mala reputación, que fue depuesto en el Concilio de Costanza el 29 de Mayo de 1485; pero de otros muchos no se explica por qué sus nombres hayan caido en el olvido. Hay nombres'de Papas (1) V. la, Tabla cronológica de U>s Papas, en Pió JX y su sucesor, por el mismo aufc'jr, trad. p. H, Giner, Madrid, 1878. TOMC XII notables como Nicolás, por ejemplo, y que sin embargo ninguno de sus sucesores lo ha adop- tado: el último, el v, fue uno de los mejores Pon- tífices que han ceñido tiara hace cuatro siglos (1447-1455). A veces reaparecen ciertos nom- bres á grandes intervalos: los primeros nuevo Leones reinaron del siglo quince al undécimo (440-1049); el décimo no viene hasta cinco si- glos después (1513); el undécimo, que no hizo si no aparecer, después de un siglo más (1605); el duodécimo pasados otros dos (1823); el décimo tercio cerca de medio siglo más tarde (1878). Se ha dicho que el Pontífice actual ha adop tado el nombre del santo del dia en el cual ocurrió su elección; puede ser, es creíble. La adhesión hacia la persona de un predecesor, su memoria, el afecto, ha sido con frecuencia la razón para escojer nombre, y mirada la cosa en abstracto, pareceria natural que hubiese debido influir más aún esta razón, tratándose de prin- cipado electivo de duración tan larga, en el cual el Príncipe electo acostumbra á adoptar un nuevo nombre. Con efecto, es verosímil que cada cardenal, meditando sobre la historia de una institución de la cual forma parte tan in- tegrante, y que puede esperar ser llamado un dia á regirla como jefe, adquiera el hábito de preferár la imagen de alguno de los que la go- bernaron, disponiendo su ánimo á adoptar aquel nombre, caso de presentarse la ocasión. El tipo del Pontífice, entre los del mismo nombre quo han regido la Iglesia, nos parece quo debe estar presente á la inteligencia y al corazón do quienes pueden ser designados para gobernarla, y estos sentirse inclinados á llamarse tal ó cual determinado nombre. Esco- jer nombre, por tanto, podría casi significar el manifiesto del Pontificado; puesto que estos nombres indican, en medio de una constante uniformidad y dirección generales, tanta varie- dad de ingenio, de índole, de conducta, que ca- da cardenal puedo encontrar entre ellos el matiz que más se conforme con su ideal ó con su es- píritu. Y sin embargo, esta razón histórica, esta afinidad electiva ha entrado por muy poco 11

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REVISTA EUROPEA.NÚM. 233 11 DE AGOSTO BE 1878. AÑO v.

LEÓN XIII Y LA ITALIA

CAPITULO PRIMERO

LOS PREDECESORES DEL MISMO NOMBRE.

I. La elección de nombre.—II. León el Grande.—III. León il.—IV, León m y Cario Magno.—V. León iv.—VI. León v, León vi y León vu.—VIILeón VIII.—VIII. Leen ix, Papa alemán.—IX León x;las ventas de laa Indulgencias; 1» reforma protestan-te, - r X. Leoo xi.—XI. El papado en 1814.—XII.León XII; el poder temporal; el reino de Italia.

1.

No han sido los Leones Papas vulgares. Noes el nombre que más abunda en la historia deloa Pontífices, pero tampoco hay muchos que lesuperen: únicamente, creo, que los Clementesque son catorce, los Benedictos, catorce tam-bién, los Gregorios, diez y seis, y los Juanes,veintitrés, le aventajan en número: los Inocencios

son tantos como los Leones. Los Esteban sondiez, los Píos son monos aún y todos lo recorda-mos, sólo nueve; los Bonifacio nueve; los Urba-no ocho; los Alejandro, ocho, los Adrianos seis;los Pablo, cinco, los Sixto cinco; los Nicolás cin-co; los Martin cinco; los Celestino cinco, los Eu-genio, Honorio, Sergio y Anastasio; cuatro, losVictor tres; los Julio tres, los Lucio tres; losCalixto tres; los Félix tres; los Marino, Teo-doro , Silvestre, Agapito, Pascual, Gelasio,Camasio, Dámaso y Pelagio dos: los demásnombres todos aparecen una sola vez (1).Que ciertos nombres hayan desaparecido secomprende, así como que ninguno haya queri-do llamarse Juan después del xxill de tan malareputación, que fue depuesto en el Concilio deCostanza el 29 de Mayo de 1485; pero de otrosmuchos no se explica por qué sus nombreshayan caido en el olvido. Hay nombres'de Papas

(1) V. la, Tabla cronológica de U>s Papas, en Pió JXy su sucesor, por el mismo aufc'jr, trad. p. H, Giner,Madrid, 1878.

TOMC XII

notables como Nicolás, por ejemplo, y que sinembargo ninguno de sus sucesores lo ha adop-tado: el último, el v, fue uno de los mejores Pon-tífices que han ceñido tiara hace cuatro siglos(1447-1455). A veces reaparecen ciertos nom-bres á grandes intervalos: los primeros nuevoLeones reinaron del siglo quince al undécimo(440-1049); el décimo no viene hasta cinco si-glos después (1513); el undécimo, que no hizosi no aparecer, después de un siglo más (1605);el duodécimo pasados otros dos (1823); el décimotercio cerca de medio siglo más tarde (1878).

Se ha dicho que el Pontífice actual ha adoptado el nombre del santo del dia en el cualocurrió su elección; puede ser, es creíble. Laadhesión hacia la persona de un predecesor, sumemoria, el afecto, ha sido con frecuencia larazón para escojer nombre, y mirada la cosa enabstracto, pareceria natural que hubiese debidoinfluir más aún esta razón, tratándose de prin-cipado electivo de duración tan larga, en elcual el Príncipe electo acostumbra á adoptarun nuevo nombre. Con efecto, es verosímil quecada cardenal, meditando sobre la historia deuna institución de la cual forma parte tan in-tegrante, y que puede esperar ser llamado undia á regirla como jefe, adquiera el hábito depreferár la imagen de alguno de los que la go-bernaron, disponiendo su ánimo á adoptaraquel nombre, caso de presentarse la ocasión.El tipo del Pontífice, entre los del mismonombre quo han regido la Iglesia, nos parecequo debe estar presente á la inteligencia yal corazón do quienes pueden ser designadospara gobernarla, y estos sentirse inclinados államarse tal ó cual determinado nombre. Esco-jer nombre, por tanto, podría casi significar elmanifiesto del Pontificado; puesto que estosnombres indican, en medio de una constanteuniformidad y dirección generales, tanta varie-dad de ingenio, de índole, de conducta, que ca-da cardenal puedo encontrar entre ellos el matizque más se conforme con su ideal ó con su es-píritu. Y sin embargo, esta razón histórica,esta afinidad electiva ha entrado por muy poco

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ó quizá por nada en la escogitacion de nom-bre.

Aun hoy, los periódicos mejor enterados, noshan dicho que el cardenal Pecci había decididollamarse León, parte en memoria de León XII,del que recibió algunos beneficios, parte poradmiración hacia León el Grande: no se sabe,por consiguiente, si el motivo fue un afecto pri-vado ó una predilección histórica. Cierto que L'Ohtiervatore Romano ha escrito, que al ser inter-rogado por el cardenal decano el cardenal Pec-ci, Quornodo vis vocarit el electo respondió:León XIII, en memoria del duodécimo, por el cualhabüt siempre tenido suma veneración. Si así fue,e] motivo es claro, pero no muy laudable, pues •to que de los Leones, el duodécimo parece ser elqao menos vale; y el Papa representante de lafacción de los celosos que venció á la de los mo-derados, no debia, ciertamente, sor el tipo quela gente espera encontrar en León XIII, respon-diendo á las esperanzas que ha lincho concebirentre los que han acogido su exaltación con granjúbilo.

II

León XIII, que es un hombre docto, recorda-rá, sin duda, toda la historia do los Papas quehan llevado su mismo nombre. Donde quieraque la registre, ó más bien donde quiera que laregistremos con él, nos formaremos un concep-to muy semejante y templado de la situaciónrespectiva de la Iglesia, y de cómo un Pontíficepuede haberla dirigido, con qué fruto y conqué fin.

Estos Leones, que empiezan en el 440 des-pués de Cristo, y continúan aún, se distribuyenla historia de la Iglesia de tal manera que sepueden notar por ellos mismos las principalesépocas de fortuna ó de desgracia.

El primero, verdaderamente grande, tienepocos rivales en el Papado, á no ser, quizá,Inocencio I, Nicolás I, Gregorio el Grande,Gregorio VII, ó Alejandro III: pero en realidad,ninguno le supera. La grandeza de la Iglesiada Roma, preparada en aquel entonces más bienpor la fuerza de las circunstancias que por lospropósitos de sus obispos, fue imaginada conckra conciencia por él y con el presentimientode más amplio porvenir. "Roma,—son sus pa-lnbras,—gente santa, pueblo elegido, ciudad

sacerdotal y regia, por haberla hecho el beatoPedro su sede para cabeza del mundo, habríaconseguido mayor imperio por efecto de la reli-gión divina que por la dominacionterrena.nComo era romano de sentimiento, lo era de co-razón. "Todo cuanto sobrevivía de Roma,—escribe Milman,—de su ambición desordenada,de su perseverancia inflexible, de su dignidaden la desgracia, de la altivez en su lenguaje, dela creencia en su propia eternidad y en sus in-negables títulos al dominio universal, de surespeto á la ley tradicional y escrita, y á la cos-umbre inmutable, todo podía creerse que se

habia concentrado en él solo.nTenia templada la mente para el Gobierno:

veia ante sí una meta clara y distinta, hacia lacual no cesaba de avanzar, pero manteniendoincólume la antigua base, sobre cuyo espíritu ycon la necesidad de los tiempos, erigía él inter-pretando aquella y estas, un edificio ni viejo deltodo, ni del todo nuevo. La perpetuidad do ladoctrina y disciplina de la Iglesia tuvieron enél un defensor invicto: "Conceder ó mudar algocontra los estatutos de los Padre:;, ni aun la au-toridad de esta misma Sede puede consentirlo.»Si un sentimiento, aun cristiano, subvertía lasrelaciones jurídicas de entonces, debia ser re-frenado y comprimido: nEl ordenar sacerdotes álos esclavos era, en su opinión, un doble delito;porque el Sagrado Ministerio se mancha con laabyección de tal consorcio, y porque se anillanlos derechos de los dueños.11 Su principalfuerza consistía en la eficacia de su palabra so-bre el pueblo y en su íntima familiaridad conél. Sea cierto ó no que en la Iglesia de Roma nofuese costumbre que predicasen en el temploni el obispo ni nadie, él predicaba sin reposo.El pulpito era á él lo que la elocuencia á losantiguos. uSus sermones,—escribe el autor ci-tado,—contrastan singularmente con los á ve-ces floridos, y siempre apasionadosyfantásticos,propios del estilo de los predicadores griegos.Son breves, sencillos, severos por lo general; sinfantasía, sin sutileza metafísica, sin pasión; esel romano censor que castiga con rígida mages-tad los vicios del pueblo; el romano pretor que

| dicta la ley y enseña con autoridad la doctrinaI de la fe. Son singularmente [cristianos, porquese refieren casi exclusivamente á Cristo, á sunacimiento, á su resurrección; y no se inclinaná la polémica sino dónde y cuándo ocurre afir-

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mar resueltamente la divinidad perfecta ó laperfecta humanidad de Cristo." Su religión erasimple y viril, sin sutilezas, sin nimiedades, sinadornoa sin superficialidades: dedicándose todoprincipalmente al objeto esencial de la fe. Cla-ra, candida, digna, práctica, su palabra está na-turalmente Tena de autoridad, como nota Au-disio, y gobierna por sí sola.

Seguramente que por insignificante que fuesesu mérito, "le habría dado virtud quien le hu-biese conferido la dignidad," puesto que te-nia el ánimo preparado para ello viviendo Pe-dro en él: aquel Pedro por cuya mediación to-dos los demás apóstoles habian derivado supoder.

Esta alta figura de Pontífice, era subdito. Elimperio occidental, moribundo entonces, le so-brevivió algunos años. Su pontificado fue del440 al 461, época en que fueron sus emperado-res Valentiniano III, Petronio Máximo, A vitoy Maioriano, todos ellos débiles. León I nodesdeñó, sino por el contrario, provocó la inge-rencia de la autoridad laica en el Gobierno de laIglesia, cuando le pareció que podria servir ásus fines. La batalla más ruda que debió libraren Occidente, fue con Hilario, obispo de Arles,Santo también; pero obstinado on BU propósitode exagerar los derechos de su sede, oponiéndoseá las preeminencias y pretensiones de Roma:León acudió á Valentiniano III para que inter-viniera, y éste escribió á Aecio, general del ejér-cito romano en las dalias, en los términos si-guientes: "Ordenamos que no sea lícito á losobispos, ni de las Gralias ni de cualquier otraprovincia, intentar cosa alguna contra las anti-guas costumbres y sin la autorización del Pa-pa; sea ley para todos, cualquiera disposiciónya fijada, ó que so determine por la autoridad dela Sede apostólica; y si algún obispo, llamadoante el juicio del Romano Pontífice, se niega ácomparecer, que se le obligue á ello por el modera-dor de la respectiva provincia. \t

Pero si el poder laico le obedeeia en Occi-dente y cooperaba á extender y vigorizar elprimado Pontificio, no ocurría lo propio enOriente; donde aún muerto Teodosio II, libertode los eunucos, que favorecía á Eutiques, arras-trado por ignorancia á la cruenta guerra decla-rada á Neatorio en contra de una heregía. no pu-do León I obtener de Marciano, elevado al im-perio por su matrimonio con Pulcheria, mujer de

ánimo varonil, que no convocase en Oriente unnuevo Concilio, como no habia podido persua-dir á Valentiniano III á que convocase uno enOccidente ni aún arrojándose á sus plantas.

El Concilio de Calcedonia glorificó cierta-mente á León I, y á la Iglesia de Roma; porquehabia expuesto la verdad de la fe en la cuestiónde la doble naturaleza de Cristo (negada porEutiques), con tan clara doctrina y tan perfectaconciencia de la tradición cristiana, que diolugar inmediatamente en aquellos vagos tiem-pos de lo milagroso, á la leyenda de que la cartade aquel á Flaviano, en la cual se consignabaesta exposición, habia sido corregida por SanPedro mismo, sobre cuya tumba la depositó elPontífice toda una noche antes de expedirla.

Pero al mismo tiempo dio el referido Conci-lio un golpe á la autoridad de la Iglesia romana,que se agravó posteriormente, con la decla-ración de que la Sede de Constantinopla erasegunda, sólo con respecto á la de Roma; fun-dando el primado de dignidad todavía entrega-do á esta, no en la elección quo Pedro hizo desu Sede (como León I y sus predecesores soste-nían), sino en haber sido por largos siglos ca-beza del imperio. Un criterio político acciden-tal y humano, venia á suplir por consiguiente áuno eclesiástico esencial y divino; con lo cualá la vez que con Roma y más que ésta, decaíande grado en grado las Sedes Apostólicas de Ale-jandría, Antioqxria y Jerusalen, encontrándosepospuestas do una vez á Constantinopla, delantede la cual habian estado hasta entonces. Lasprotestite ardientes de León 1 no sirvieron paranada; y pudo verso entonces en la historia delPapado lo que se ha visto en varias ocasiones:quebrantarse la fábrica por un lado, mientrasque por el otro se levanta y reconstituyo. ElPapa mismo, quo ensancha más su poder en Oc-cidente, vé nacer en Oriente los gérmenes delcisma.

León subdito, que reclama al poder laico lasanción y el nervio de su autoridad eclesiástica,no pvidiendo obtener do un emperador queconvoque un Concilio ni de otro que no loconvoque, es el solo baluarte de Italia contralas hordas bárbaras que sofocan al Imperio. Éldetiene con la autoridad y dignidad de su cargo,á Atila en los confines de Italia; el bárbaro pa-gano se amedrenta de este nuovo Dios desco-nocido que tiene su asiento en Roma, y en nom~

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bre del cual le habla León; dice haber visto élcon sus propios ojos á los lados del Pontífice ve-nerándolo, dos imágenes terribles de los apósto-les Pedro y Pablo que le amenazaban con flamí-jeras espadas. Estas eran entonces las armas deRoma; pero si asustaron al idólatra se despun-taron ante el herege. Genserico, vándalo y ar-riano, llamado por Eudoxia para vengarse dePetronio Máximo que la habia desposado porfuerza después de haber matado á su maridoValentiniano, no se arredra en Roma anteLeon;prometiendo sólo al Pontífice que le sale al en-cuentro, inerme y seguido del clero, que única-mente dejará de matar en la ciudad puesta á sa-co, á los que no resistan, sin quemar los edifi-cios ni torturar áJos prisioneros. De todos mo-rios aquí aparece el verdadero poder del sacer-dote que procura evitar ó templar los males, ycuya fuer-za dimana no de las armas ni del prin-cipado, #ino de la virtud, de la excelencia delánimo, de la alteza de miras, que influye aun•iobre quienes niegan la fe que profesa el sacer-dote.

TI i:

Cuando León I fue proclamado Pontífice porel clero, el Senado y el pueblo, estaba ausentede Roma; habia sido enviado á las G-alias paraintentar modo de componer las disensiones en-tre Aecio y Albino, generales romanos en aque-lla provincia que, como es frecuente, agregabanla discordia civil á las mil causas que arrastra-ban el Imperio á su ruina. Se esperó cuarentadías á que volviese, y no se sabe que intervinie-ra ni antes de su elección ni de su ordenación,la confirmación imperial.

No ocurre lo propio, cuando doscientos vein-tiún años después otro León, (682), subió altrono pontificio. En aquel intervalo de tiempohabia cesado, hasta de nombro, el imperio Oc-cidental; y los hérulos primero, los ostrogodos'.nás tarde, habían dejado de reinar en Italia.El imperio Oriental consiguió ciertamente ase-gurar, desde el principio, el derecho romano enla Península; pero permaneció dueño exclusivode él muy poco tiempo. Desde el 567, los lon-gobardos, arrianos, habían entrado en Italia, yésta se encontró dividida y dilacerada entre dosimpotencias: las de los longobardos que aspira-ban á conquistarla por completo, y la de los

griegos, que intentaban arrojarlos. El papadovio introducirse y preponderar en torno al cen-tro mismo de su dominio todavía espiritual, unagente enemiga y rebelde, principio de futurosmales. Roma permaneció griega; pero los empe-radores de Bizanzio, grandes teólogos y prínci-pes quisquillosos, no dejaron libre la eleccióndel Pontífice, queriendo someterla á su confir-mación. León II, sin embargo, ftté el últimoque necesitó la confirmación del emperador.Constantino Pogonato renunció, según parece,á semejante pretensión ó derecho en la elecciónde Benedicto II, sucesor de aquel.

León II fue subdito también como el primero,y su elección no se vio enteramente libre de todaingerencia del poder laico, como habia aconte-cido, al parecer, en la del primero. Sicilianode nacimiento, hijo de Pablo, es llamado elocuentisitno, suficientemente docto en la divina Escri-tura, en la lengua griega y en la latina, excelenteen la música, amante de la pobreza, y misericordio-sísimo.

La sutil mente de los griegos, intrigada en eldogma cristiano, habia descubierto otra duda éinventado otra heregía; á saber, que á pesar dela doble naturaleza de Cristo, fuese una sola co-sa su voluntad y su acto. ¿El Papa Honorio aehabia deslizado en esta heregía? El Sacro Concilio ecuménico, ¿la condenó, en nombre hasta áél mismol Y León II, que en semejante conde-nación vio el triunfo de una doctrina, la cual,exceptuado Honorio, se habia perpetuado en laIglesia de Roma al anunciar á la Iglesia de Oc-cidente las resoluciones del Concilio, jnumeróentre los anatematizados el nombre de su prede-cesor]

Estas tres preguntas han excitado entre es-critores católicos y protestantes, y aún entrecatólicos de diversas escuelas, mayor guerra queel cuerpo de Patroclo entre griegos y troyanos.Sin embargo, una critica sensata parece quedebo responder afirmativamente á las tres, con-viniendo en que León II ha censurado á Honorio"por habsr consentido que la regla inmaculadade la tradiciou apostólica, trasmitida pura á élpor sus predecesores, hubiese sido manchada.v

IV.

León II no llegó á reinar un año entero; ypasa después todo un siglo antes que un tercer

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León, romano, suba á la silla do San Pedro.En 795, los longobardos (decadentes desde 752)contra los cuales los francos llamados por Es-teban II, vencieron on varias ocasiones, tu-vieron que ceder ante la fortuna da Cario Mag-no, y perder toda esperanza de recuperar el rei-no. Los Pontífices, á contar desde Esteban II,eran ya soberanos desde que Pipino dio á SanPedro, á la Iglesia y á la República romana, elExarcado y la Pentápolis arrebatada á los lon-gobardos. Cario Magno habia confirmado áAdriano I, y acrecentado después las donacionesdel padre. Pero esta soberanía estaba mal defi-nida de derecho y poco firme de hecho. Los royesfrancos, de los cuales procedía, recibieron encambio el cargo do patricios en Roma, ó sea deprotectores de la Iglesia de la ciudad. Si dejabaná los Papas libre entrada en las tierras cedidas,mantenian, sin embargo, sus derechos do pree-minencia y de gobierno; y el pueblo romano lesprestaba juramento de fidelidad y obediencia.Y por otra parte, una sombra de preeminenciaimperial de Oriente se conservaba todavía: losemperadores iconoclastas, en discordancia conlos Papas, se habían enemistado con ellos, aun-que no roto por completo toda relación.

El dia de la Natividad del año 799, arrojóLeón III un rayo momentáneo de luz en tanconfuso caos. Cario Magno, venido á Romapara juzgar acerca de las acusaciones lanzadascontra el Pontífice por sus enemigos, habia yaoido del Sínodo mismo, convocado por él, queno era juez del Papa, recogiendo de sus propioslabios la protesta de que toda acusación que sehubiese hecho contra el Pontífice, era falsa yengañosa. León III estaba lleno de gratitud yreconocimiento, por distintas causas, hacia lapersona del gran rey Franco. Cuando en aqueldia solemne concluyó de cantar la misa, se leacercó, ciñéndole una corona de oro, y procla-mándole César Augusto ante los nobles, el pue-blo y el clero romano que inundaba la iglesia:"Dios conceda vida y victoria al grande y pací-fico emperador, ii exclamó, contestando la multi-tud con igual frase. ¡Ignoraba Cario Magno estaproclamación? Así se ha asegurado; pero no pa-rece probable, y menos probable aún, que el Pon-tífice supiese el significado que tenia la restau-ración del imperio. Debia ser un imperio, no yapagano, sino cristiano, cuya autoridad se habríade extender hasia donde alcanzaba la del Pon-

tificado romano. Este imperio admitía que ensu seno coexistiesen principados y reinos; peroque también reconociesen en él la fuente de laautoridad y la suprema judicatura.

Reconocido el imperio de Occidente se apaga-ba dentro de los confinos del mismo, teda clasede primado con respecto al de Oriente; pero elprincipado del Pontífice que se libraba de todasujeción del segundo, caia bajo la alta sujecióndel primero. El Pontífice, que en materias espi-rituales dirigía al emperador, rey y pueblo, erasubdito de aquél en los asuntos temporales, yhasta sucleccion no quedaba completamente exen-ta do la ingerencia laica del mismo. Este con-cepto de organización universal que surgía de larestauración del imperio, ora confuso ó intrínse-camente contradictorio. De cuantas organiza-ciones semejantes han aparecido en la historia, esquizá la más vana y cuya necesidad ó utilidadse explica más difícilmente. Las discordias y lascontiendas á que dio origen, son más evidentesqne los acuerdos y las armonías que de dicha or-ganización so derivaron; la Iglesia y el Estadopenaron por largos siglos de protestas obstinadasj de sangrientas luchas, el pecado que este viejofantasma de un imperio resucitado, tejió á su al-redodor.

León III fue un buon ejemplo de lo que pu-diera valer el principado ó los Pontífices. Ningu-no fuó mayor víctima de las facciones del cleroque él mismo; las facciones de los nobles sobre-vinieron después, viéndose precisado en más deuna ocasión á salir de Roma ó invocar una ma-,no poderosa que lo recondujpse. Extraña figura¡cuántas oscuridades y fantasmas hay á su alre-dedor!

No se conocen con toda exactitud las acusa-ciones que sus enemigos le promovieron. La le-yenda las envuelve. Apenas elegido Pontífice,una mujer que vino á besarle la mano lo indujoá tentación: y ól se la corta prescribiendo queen adelante no se bese á los Papa3 la mano sinoel pié. Sus enemigos son los sobrinos de Adria-no, su predecesor, y por más que se diga quosu elección fue unánime por parte del clero, delos nobksy del pueblo, se nota, sin embargo,en la primera "de estas clases por lo menos,la existencia do una parte que lo hostilizaba.

El dia de San Jorge debia ir á caballo congran pompa á la iglesia de San Lorenzo en Lu-cina. Aquellos mismos eclesiásticos que le odia-

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ban tenían la obligación de seguirlo: y lié aquíque al excusarse uno de ellos por haber venidosin casulla, salen de pronto IUÍ grupo de hom-bres armados que se arrojan sobre e1 Pontífice,lo tiran del caballo abajo, le sacan los ojos, learrancan la lengua sin que ninguno se apresureá defenderlo. Un siervo fiel lo recoje de la igle-sia, en la cual lo habían lanzado dejándolo pormuerto, y lo lleva á San Pedro. Aquí un mila-gro le restituyó los ojos y la lengua! Entre con-tiendas de todas clases, expulsiones de la ciudady entradas triunfales, reinó hasta el año 816,es decir, más de veinte años.

V.

Dos años hacia que Cario Magno habíamuerto, y nunca estirpe humana degeneró máspronto que ]a suya,ni imperio histórico se disol-vió con mayor rapidez. "Duró este apenas seten-ta y dos años, y antes qne hubiesen trascurridocuarenta era ya impotente para defender susconfines. Dos nuevos enemigos le habían nacido:los sarracenos en el Mediodía y los normandosen el Norte.

En el año 569 había nacido aquel Mahomet,cuya palabra y cuya fe debían imprimir tangran impulso á la conquista y á la civilización•le Io3 árabes, hasta lanzarlos á inundar y sumer-gir como onda impetuosa el Asia, anterior, elÁfrica Septentrional y la España. El año 827ya habian bajado estos árabes á Sicilia, y quin-ce años les bastaron para conquistarla toda, es-eepto Siracusa, en poder de los griegos. Infesta-ban las costas de Italia, llamados algunas vecespor los italianos mismos, guerreando con ellos,y ocupando á Barí, forzando á Ostia, amenazan-do á Roma, poniendo á saco la iglesia de SanPedro y de San Pablo suburbanas, deavastandola playa del Lacio.

Como en otro tiempo un León contra loshunnos, otro León proveyó á la defensa de Bomay del Estado contra esta nueva amenaza. León IV,romano, fuó elegido apresurada y violentamenteen Enero de 847, y consagrado sin esperar el be-neplácito del emperador, aunque protestando deque se hacia sin ofensa de sus derechos, sino porimperiosa necesidad. Inmediatamente despuésuna tempestad dispersó la flota de los sarracenosante Gaeta, creyéndolo milagro y venganza delos Apóstoles insultados. León, en tanto, res-

tauró los muros y las torreB del recinto Aure-liano y añadió un nuevo barrio extramuros consu nueva muralla, más allá del Tíber, que fuellamada Leonina, Así la Iglesia del Apóstol Pe-dro fue librada—constante deseo de los Papas—de nuevos asaltos y tuvieron más fuerte refu-gio aquellos á quienes las discordias civilesó las incursiones enemigas, arrojaban de la ciu-dad, lío so contentó con esto: fortificó las ori-llas del Mediterráneo, restauró Porto, aseguróCentocelle, desierta por huida de sus habitantesy llamada desde entonces Civita-Vecchia;y paraevitar la vuelta do los sarracenos d'fe adió áOstia. Su fama fuó grande en toda la cristian-dad, y Etalulfo, rey de los sajones orientales, lellevó á su hijo Alfredo para que lo consagraserey. Gobernó la Iglesia con autoridad y rectitud,durando su pontificado ocho años y muriendoen Julio del 855. Fue Papa á quien las faccio-nes internas, asustadas por el paligro y pr>r ladisolución del imperio, permitieron gobernarcomo príncipe, pero sólo dentro de las murallasdo Roma ó en pequeña parte fuera de ellas.

VI.

Estos cuatro Leones son adorados como san-tos por la Iglesia, y Pascual II reunió sus ceni-zas . Los otros, desde el quinto al octavo, pasancomo sombras de las más tenebrosas en un si-glo tenebrosísimo en sesenta años, desde el 903al 963. Todos chocaban entre sí: príncipes ita-lianos y extranjeros se destrozaban con variasy confusas luchas, dilacerándola Italia entera;sarracenos, eslavos, húngaros, entraban á san-gre y fuego por las costas. Esos últimos, losmás salvajes entre los bárbaros, diversos en cos-tumbres y en lengua, idólatras, principian áatravesar los Alpea el año 898 como torrentedevastador que todo lo rompe á su paso; volvien-do do cuando en cuando á sus excursiones, hastaque Enrique el Cazador los destroza ¿n Merse-burgo, y hasta que encontrando un asiento esta-ble se convirtieron al cristianismo. Entre tanto,en medio de tan gran desconcierto, las ciudades,los monasterios, los campos, vista la impotenciade los príncipes, empezaron á proveer por símismos á la defensa propia, apareciendo en estenuevo desarrollo los gérmenes históricoa de unanueva época.

Eoma no es menos turbada que las demá*

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ciudades: se enseñorean tiranuelos de las regio-nes vecinas; contienden más tarde entre sí fac-ciones de nobles; hasta la vieja memoria do larepública se despierta, y esterilizada por atrevi-dos cabecillas, conmueve al pueblo. La elecciónpontificia es efecto de la violencia ó do los am-biciosos que la quieren para sí, ó de quienes máspueden en la ciudad, hombres ó mujeres. La su-cesión misma de los Pontífices, se turba en va-rios casos y queda dudosa.

En medio de tan tristes luchas los Leones V,VI y VII , que subieron al Pontificado, los dosprimeros por pocos meses—el uno en 903, elotro en 928 y el último por tres años desde el936 al 939—se cuentan entre los menos malos.El quinto, Ardeatino, fue lanzado del soliopontificio trascurrido dos meses por un Cristó-bal, y dejado quizá morir do hambre on unacárcel. El sexto reinó siete meses, y es tenidopor buen hombre, diciéndose de él que atendióá devolver la concordia entre los ciudadanos,á pacificar Italia y arrancar la nación del yugode los bárbaros; tres intentos ciertamente san-tísimos, los cuales sin embargo no consiguió.El sétimo reinó mientras Álberico, hijo de Ma-rozia, sé habia hecho dueño do liorna, quienconsintió se le eligiese, tolerándolo después, por-que su índole anunciaba que se ceñiría humildey exclusivamente al gobierno de la Iglesia, comolo hizo. Frodoardo lo describe: nec curans ápicesmundi neccelsa requirens;sola Dei (juap.%int, ala-ai sub pectore volvens: dos alabanzas que basta-rían y aún sobrarían para dar fama á un Pontí-fice, hasta en nuestros tiempos.

RUGSERO BüNGHI. .

(Traducción de H. Giaer.)(Continuará.)

FILOSOFÍA GRIEGA.

ESCUELA ELEÁTICA.

Xenófanes de Colophon.—Crítica del Antropomorfismo.—Doctrinas metafísicas y físicas.—Paiménides deEiea.—La verdad y la opinión.—La razón y los sen-tidos.—Doctrina y concepto del Ser.—Doctrinas físi-cas.— Zenon de Elea.—Controversia con los partida-rios de la variedad.—Los cuatro argumentos.— Meli-so de Sanios.—Decadencia de la Escuela.—Juicios.

Las doctrinas de Heráclito, aquella especie devida perpetua, aquel eterno mudar y pasar queconstituyen el fondo de su enseñanza, llamaron

la atención de la Crítica moderna y despertarongran entusiasmo por las razones que en. su lugarindicamos. Lo propio sucede con la EscuelaEloática, porque las especulaciones de fines delsiglo XVIII y primeros años del XIX parecen tam-bién presentidas por los filósofos de Elea. ParaHegel, la Escuela Eleática abre la historia dela filosofía racionalista; para otros críticos valenicas aun, pues representa el momento do pleni-tud de la razón griega, y no es Sócrates, sinoParméiiides quien dá carácter y significaciónespecial á la filosofía de este gran pueblo. Cier-to que la Escuela Eleática influye poderosamen-te en el movimiento Socrático, en Platón, enAristóteles, y hasta en los Alejandrinos: ciertoque la dialéctica Eleática es la base de la dia-léctica do Platón y del órganon de Aristóteles:pero de esto á sostener que dicha Escuela se-ñala el punto más alto de la especulacióngriega, hay una distancia inmensa. La Escuelade Parménides no representa el pensamientogriego en posesión de la verdad final; no es másque la continuación de unS tendencia parce-laria iniciada en el orden Pitagórico, la abs-tracción y el idealismo, que-ha de ser corregi-da, depurada ó combatida por pensadores demás talla en la historia de la filosofía griega.

Sin embargo, desconocer que en ella se seña-la un visible progreso, serla negar las leyesdel pensar humano. Su gran mérito consistióon evitar que el sensualismo jónico y el atomismo de Leucippo y Demócriio se llevarantras sí el espíritu antropomórfico de los Hele-nos* L03 filósofos de Mileto y de Efeso habíanexclamado: nada es, nada subsiste; todo cam-bia, y muda, y pasa; sólo hay una marea cre-ciente y decreciente, un flujo y un reflujo, pro-duciendo sérea que apenas se incendian, hu-mean y quedan reducidos á cenizas; afirmacióndel movimiento, negación del Ser. La Escuelade Elea nos dirá todo lo contrario; negará elmovimiento y afirmará que nada es más que elSer. Los cambios y mutaciones son engaño delos sentidos. El Ser no cambia, ni muda, nipasa, es inalterable, es eterno. Llega á seme-jantes conclusiones partiendo de los datos idea-les desenvueltos por el Pitagorismo, anteceden-tes de gran monta para la Escuela Socrática.

Los principales filósofos Eleáticos, son: Xe-nófanes de Colophon, Parménides de Elea, Ze-non de Elea y Meliso de Samos. Xenófanes fon-

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da la Escuela, Parménides la constituye y des-envuelve con admirable encadenamiento lógico,y Zenon la propaga como polemista y sostene-do infatigable de sus principios. En Meliso,transaciones con las diversas Escuelas tan fogo-samente combatidas por Zenon, indican ya ladecadencia.

Xenófanes nació en Colophon—617 a. de J. C.• — Era un rapsoda, uno de aquellos poetas querecitaban composiciones de carácter épico, re-ligioso y filosófico. Como rapsoda filosófico, sedirigia preferentemente á lo más culto de la so-ciedad, viajaba por las principales ciudades re-cibiendo grandes honores, y según tradicioneslegendarias, abandonó la Jonia, pasó á Siciliay después á Lucania, estableciéndose en la ciu-dad de Elea, Colonia fócense. Tenia ya enton-ces 84 años de edad, pero su inteligencia aunconservaba el vigor de la juventud, tanto que8 años después compuso varias poesías.

Entre sus poemas, el que más interesa á lafilosofía es el deno"minado vípi njs cfúa-nm, títulomuy común entre los griegos en este género depoesía didáctica. Según parece, fue Xenófanesel primero en adoptarlo. "No se escribió, porqueel rapsoda se limitaba á recitar sua composicio-nes; mas la tradición ha conservado algunosfragmentos que se hallan en la colección de Mu-llach, Fragmenta philosojihorum gracorum, á loscuales cabe agregar cierto número de versos depoesías épicas y elegiacas, y como testimoniosindirectos, citas y referencias de algunos auto-res. Es, pues, Xenófanes un filósofo poeta, por-que en aquellos tiempos aún dominaba la fanta-sía, y es la forma poética la que responde siem-pre á tal estado.

En las doctrinas de Xenófanes podemos dis-tinguir tres partes: primera, parte crítica, di-rigida contra el antropomorfismo pagano; se-gunda, parte metafísica, referente á la naturale-za de Dios; tercera, parte física ú opiniones queadquirimos por medio de los sentidos, repre-sentando apariencias, mas nunca la realidad delaa cosas. Fragmentos y pasajes citados por SanClemente de Alejandría y por Aristóteles ensU3 libros de Rhetorica y de Xenophane, Zenone elQorgia, contienen preciosas indicaciones sobrelas enseñanzas de Xenófanes, especialmente enlo relativo á la primera parte ó crítica de lareligión positiva de los griegos.

Distingüese el fundador de la Escuela eleáticapor su violenta oposición al antropomorfismo.Para él, la poética religión de Grecia es absur-da é inmoral, y truena contra Heaiodo y Ho-rnero, que han envilecido la magostad divinacon el detestable antropomorfismo. Los diosesHoméricos y He3Íódicos son contrarios á la ra-zón. Si los bueyes quisieran crearse un Dios, loconcebirían bajo la forma de buey, ¡os leonescon figura de león; las divinidades de los etiopesson negras, los dioses de los tracios tienen suruda y salvaje fisonomía, y entonces, ¿cuál es,ó cuáles son los verdaderos dioses? Todas lascreaciones míticas no son más que degradantesanalogías y falsas invenciones.

Si Dios es, ha de ser tal que no tenga nadade común con las existencias concretas que haybajo Kl. Superior á los diosea y á los hombres, ydistinto de ellos por el cuerpo y por la inteligen-cia; pero siendo todo á la vez. Este Dios es paraXenófanes, según exámetros conservados porSan Clemente de Alejandría, uno, espiritual óinmaterial y eterno. No cabe confundirlo ni aúncon el substralum de la materia. Es superior á lomás superior que los sentidos nos digan.

Dios es uno. porque lo superior y primero 3ano es primero ni superior si deja de ser uno,porque si hubiera pluralidad de dioses, la fuerzay la unidad en sí no podrían ser atributo deninguno de ellos, y si lo fueran de alguno, yasería ésTb el único Dios. Dios es eterno; no hanacido ni es posible que perezca, porque El soloexiste, y lo que existe debiera originarse de loque existia ó de lo que no existia, hipótesisambas inadmisibles. Y como Dios es eterno, estambién inmutable, y por ser inmutable es in-material, pues solo la materia cambia y muda.

Xenófanes buscaba, ante todo, la unidad, y aldirigir su mirada sobre el conjunto del Cielo,como dice Aristóteles, afirmó que la unidad eraDios, y además el Mundo, porque en el Mundoó Cielo la vio, de suerte que si no hay dos dio-ses, tampoco hay otro ser que Dios. El es latotal existencia.

Pero esto, propiamente hablando, no es Diosni la unidad de Dios; es la unidad, y solo launidad, porque Dios, en el pensamiento de Xe-nófanes, es una palabra sin más significado queel de la palabra Ser. Afirma la unidad de Ser,no de Dios; que no hallamos en los escasos frag-mentos que de éste filósofo se conservan, el fun-

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damento racional en que algunos críticos seapoyan al sostener que su Dios ea un Dios acti-vo y distinto del mundo, nada semejante al dosu'discípulo Parménides.

Ya no se parte, pues, del dato sensible parallegar alo trascendental, sino que directamentey como de un salto viene Xenófanes á caer en elmundo de lo supra-sensible, enalteciendo launidad constante del Ser como base de la Filoso-fía. Si la ciencia ha de mostrarse como tal, espreciso ante todo conocer el Ser, conocimientoque es cuestión de ser ó no ser para la Ciencia.En tanto es el pensamiento, en cuanto conoceal Ser.

Aristóteles atribuye á Xenófanes ciertas opi-niones físicas de poca importancia, pues para losfilósofos eleáticos la física era producto de lossentidos, y aquí no cabe conocimiento, porquees el campo donde precisamente se ejercita conentera libertad la fantasía humana. Ningúnhombre ha sabido, sabe ni sabrá nada de cierto.La opinión reina en todas las cosas. Así en estaescuela se afirma que la Tierra os ó una esfera óun cono truncado cuya cima ocupamos nosotrosy cuya base se pierde en el infinito; quo el marea fnente de toda humedad: que el sol y las es-trellas no son mas que nubes ó vapores despren-didos de la tierra que se inflaman y se apagancuando decimos que se levantan y se ponen, yen suma, todo conocimiento físico y astronó-mico descansa en 1? pura ilusión, en la apa-riencia .

El filósofo de Elea, por excelencia, el pensa-dor verdaderamente científico de esta Escuelaes Parménides, el respetable y profundo Parmé-nides, como dice Platón. PLié discípulo de Xenó-fanes y recibió de él aquella apasionada tenden-cia hacia lo ideal y lo absoluto, aquel menos-precio de los estudios físicos, aquella descon-fianza hacia los sentidos; en suma, todas lascualidadea que caracterizaban al íundador de laEscuela Eleática.

Según nos refiere el maestro de la Academiaen su diálogo vParménideR,u éste, acompañadodo Zenon, recorrió la Grecia y hacia el año 454llegaron ambos á Atenas, con el propósito dodar á conocer sus doctrinas. Elogia Platón laprodigiosa elocuencia de Parménides; y sobretodo su habilidad para la argumentación. Com-probando fechas, notaremos la posibilidad de

que Sócrates escuchara á Parménides y nos seráfácil comprender cómo la filosofía Eleática in-fluyó directamente en el tono y pensamiento dela Escuela de Sócrates. Y así ea, en efecto; elgermen, la raíz de las Escuelas Socráticas estácomo dada, envuelta en la de Elea, sólo que deaquel germen lo mismo podia brotar el idealis-mo Platónico que elescepticismo idealista.

Parménides consigna también sus doctrinasen un poema, -*íf¡ qvtnaf, donde representa alalma conducida sobre un carro triunfal por fo-gosos corceles y guiada por jóvenes y purasvírgenes; salva las barreras que detienen alvulgo de los hombres, y después de atravesarescabrosas rutas, penetra en el Templo de 1AJusticia, la cual le revela la esencial diferenciaentre la Verdad y la Opinión. Se conserva partedel poema, exposición metódica del pensamientoEleático, y cuya belleza contribuyó no poco ádifundir sus enseñanzas. Divídese en dos partes:la primera trata del Sor en sí y de la verdadabsoluta, resultado de la razón pura; la segundade las cosas sensibles y variables, de los princi-pios naturales, de aquello que los sentidos nosdicen, ó sea la opinión. Hay, pues, dos tes-timonios, el de los sentidos y el de la razón.Aquél es falaz, las cosas que el sentido muestraquizá no son; sólo el vulgo vil y esclavo, elque para nada nace y para nadasirve, es el quepresta asenso á los sentidos. Existe, sin em-bargo, un testimonio que jamás engaña, que esvoz de verdad, la razón; donde no cabe error,porque el objeto de la razón es la ciencia, por-que el objeto de la ciencia es el Ser, porque elpensamiento y el Ser son una misma cosa, demodo que esta inaudita afirmación que tantoha conmovido las esferas de la Lógica, estaidentidad entre el pensar y el ser, surge en laFilosofía griega, apadrinada por la EscuelaEleática. Al pensar el Ser no existe nada inter-medio; espontáneamente se muestra el Ser en eJPensar.

El único camino de la Ciencia es, pues, larazón, en toda su independencia y en el con-junto de todos sus medios. Sólo mediante ellase alcanza verdad y certidumbre, que es tanabsurdo apelar á datos y conocimientos sensi-bles para constituir el edificio de la ciencia,como buscar un punto de apoyo en el vacío,Mas cuando la razón por sí entra en el mundode lo inteligible, se presentan dos vías, la afir-

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mativa y la negativa, ambas relativamente alser. O se le afirma ó se le niega. Loa filósofos se jdividen por ambos caminos; pero el segundoconduce á las tinieblas. El que dá luz es el ca-mino de la afirmación; el Ser es. El Ser en sí,el Ser necesario y absoluto, es lo único que larazón concibe como verdad; la verdad es el Ser,y fuera del Sor nada hay. Por esto la ciencia nose ocupa más que del Ser absoluto, con exclu-sión de toda otra idea relativa.

El Ser es, jy cómo es? Es uno, todo, idéntico.Sólo el Ser existe, porque si hubiera otro algo ydiverso, este algo sería el no-sér, y el no-sór,dice Parménides, ni lo concibe la inteligenciani lo expresa la palabra. No cabe imaginar otracosa más que el Ser. Y por ser uno es continuo,pues si tuviera partes ya no serla uno, sino múl-tiple. Es infinito, no cabe nada que lo limite ómodifique, pues entonces esto que lo modificaraó limitase, seria otro Ser, y el Ser no sería unoni universal. Es eterno, no puede dejar de ser,pues si llega á ser nada habría que afirmar laexistencia del no ser. Es absoluto, no dependo denadie, pues si dependiera de otro, este otro seriael Ser, ó seria la Nad», y la Nada no puede sercausa, porque entonces ya no sería la Nada. Esinmóvil, pues de lo contrario aquello en que semoviera sería el Ser, y entonces se movería en símismo, ó la causa que lo impulsara sería otra,luego habría otro Ser, y el Ser no sería uno,universal é infinito.

Y como no hay más que la unidad del Ser yde la existencia, y todo está lleno, y lo que es, elSer, no ha nacido, ni cambia, ni ha sido ni serájamás, porque lo es ya todo, y es por sí inmu-table, y no hay, por consiguiente, sucesión nivariedad de fenómenos en el espacio, aparecen elmovimiento, el cambio, las modificaciones comopura ilusión.

El Sor, en consecuencia, no es Dios, ni laNaturaleza, ni el Espíritu; no es nada determi-nado, calificativo, sino que es en el conceptode la idea generalísima y abstracta de Ser, antesque ninguna limitación lo altere, tal como laidea pura de Ser es concebida por el pensamien-to. Espíritu, Naturaleza, Dios son Ser, porqueson, pero no son el Ser. El Ser es la concepciónpura de razón de lo que es antes de que sea algo,el Ser sin calificación, no siendo nada determi-nado, ni Dios, ni naturaleza, ni espíritu, nimodo, ni accidente, sino que en aquello en que

convienen por el hecho de ser todos ellos, estála idea capitalísima de Sor. Y siendo esto el Ser,claro y evidentemente ae demuestra que por elmundo del sentido no podemos llegar á él, sinopor la razón pura.

Es, pues, la doctrina de Parménides un idea-lismo panteista, audaz y esclusivo. No determi-na todas sus consecuencias ni anuncia siquieralos sucesivos desenvolvimientos que ha de reci-bir en épocas posteriores* pero recoge y apurael dato principal, la idea de la unidad del Ser.

La segunda parte del poema contenia la Opi-nión. Parménides se representa, al Mundo comouna mezcla de fuego y tierra, de luz y tinieblas,de calor y frió, agitada pSr el Amor, el más an-tiguo de todos los dioses, y el Odio, bajo el im-perio irresistible de la fatalidad. Aquí no haymateria de ciencia , sino de opinión, meras hi-pótesis, porque en lo sensible son más las apa-riencias que la realidad. El Ser es la realidad,y lo que los sentidos nos digan de móvil y varia-ble será una negación del principio establecido.

Con tendencia semejante compréndese la es-casa importancia que podían tener en la EscuelaEleática los estudios físicos, y si bien en estasegunda parte del. poema habla Parménides depluralidad de causas, de procesos naturales, delSer el y No-ór como principios atribuidos á localiente y á lo frió, al fuego y á la tierra, repiteconstantemente que es nuda exposición de opi -nionos extracientíficas. Así, no es cierto, comose ha dicho, que Parménides se contradiga; todose reduce á citar opiniones de personas que vi-ven fuera de la ciencia, sin que haj a nada quenos muestre el conjunto de una doctrina físicaprofesada por el discípulo de Xenófanes.

Zenon de Elea, amigo y compañero de Par-ménides, nacido hacia el año 490 a. de J. C , dehermosa figura ó ilustre prosapia, entendió queno debia menospreciarse tanto la parte física yque era preciso destruir las enseñanzas de losJónicos, si había de alcanzar importancia y po-pularidad su Escuela. A este fin consagró todosu talento y actividad, hasta el punto de aban-donar la poesía, medio de que se valieron Xe-nófanes y Parménides para expresar sus doctri-nas, y acudir á la prosa, hecho de alguna tras-cendencia, porqae nos indica que la razón hacrecido y puede romper los lazos que la habían

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sujetado al mundo de la fantasía. Era necesariodibujar el pensamiento en forma más adecuadaá sus fines dialécticos, para los que no servia yala forma épica, de modo que aparece la prosapor la lucha del pensamiento con el pensamien-to, lucha que engendra inevitablemente la re-flexión .

Diógenes de Laercio habla de sus escritos,muy llenos de sabiduría; pero no nos dice cuá-les fueron. Suidas cita tres: Las disputas, La ex-plicación de Empedoeles y Contra los filósofos na-turalistas. Nada do ellas se conserva; no obstan-te, cabe formar juicio de su método y especialcarácter por el análisis que Platón en el diálogoParmenides hace de uno de sus libros. Re divi-día en varios capítulos, y éstos en proposicionesde los contrarios con quienes disputaba, acep-tándolas hipotéticamente para buscar sus consecuencias y hacerles caer en el absurdo.

Hemos citado ya el viaje que hicieron á Ate-nas Parmenides y Zenon, viaje importantísimopor la inmensa influencia que ejerció en las es-cuelas del Ática. Leyendo el diálogo Parmeni-des, se observa la alta estima que el gran filosofo tributaba á la escuela de Elea. Aquel viajesirvió para enlazar la especulación Eleática conla que iba á ser Socrática, y mediante él se de-mostra.ron las especiales aptitudes del filósofoque nos ocupa, delineadas cxacHsimamente porAristóteles al asentar que Zenon es el fundadorde la dialéctica, de la discusión para el hallazgode la verdad: cosa semejante á lo que fue el sis-tema Nyaya entro los indios, donde la argu-mentación se consideraba como parte integran-te de la filosofía. Sin embargo, Zenon es dogmá-tico en tanto que afirma, y sólo emplea los re-cursos dialécticos cuando niega y combateprincipios contrarios, usando con preferencia lareducción ad absurdum. No se vé aún el proce-dimiento lógico mas que en la parte negativa.

Para que se comprenda el valor y represen-tación de este filósofo en su Escuela, convie-ne indicar, siquier no sea más que en sus rasgosgenerales, el estado de la opinión en Atenas res-pecto á lo físico, en los tiempos mismos en queZenon comienza su cruzada contra los Jónicos.

Predicábase que todo es átomo, y que por launión y combinación de los átomos se produciafortuita ó mecánicamente el cuerpo, la exten-sión, la continuidad. El Ser, pues, es divisi-ble. Pero, si e\ Ser es divisible, decían los de

Elea, debe serlo hasta el infinito, porqae laapartes tienen las mismas propiedades esencia-les que el todo. Luego hay número infinitode átomos infinitos. Siendo así, la continui-dad es imposible. So peaa de admitir continui-dad de infinitos, era preciso negar la sucedoa,pues la continuidad está toda en cada uno de lospuntos que han de formarla. Esto3 puntos sonlos átomos, los átomos son infinitos, y si haycontinuidad deberán limitarse, y como en el in-*finito no hay límite, la sucesión, la continuidad,es un absurdo. Con estos antecedentes podremosya exponer ios famosos argumentos de Zenoncontra el movimiento.

Puesto que la doctrina de los átomos infini-tos se opone á la enseñanza del Ser eleático, esindispensable probar cómo todas las afirmacio-nes atomísticas conducen al absurdo, y de aquílos cuatro argumentos que siguen:

I. Elmovimiento es imposible, porque lo que estrí-en movimiento debe atravesar el medio para llegaral fin. El movimiento es la traslación de algode un punto á otro, de modo que lo que se mue-ve ha de atravesar un medio; mas para que asísea, es preciso que en este medio ae dé continui-dad, y esta no es posible allí donde todo se di-vido hasta el infinito. Media siempre un espacioentre ambos puntos, y este espacio, por pequeñoque sea, será infinito; luego el objeto que semueve jamás llegará al fin. Lo que decimos quese mueve queda siempre en un punto, en elátomo; luego no se mueve.

II. El movimiento no existe: Áquiles no podríaalcanzar á la perezosa tortuga. Pues por mínimaque sea la distancia entre Aquilea y la tortuga,siempre mediará entre ambos un infinitamentepequeño.

III. El movimiento es idéntico al reposo. Elreposo es el estar; lo que se mueve empieza ámoverse estando en un punto, en un espacio de-terminado; luego, dada la divisibilidad infinitay la negación de la continuidad, la flecha, porejemplo, que nos parece moverse, está siempre.

IV y como conclusión: El movimiento conduceal absurdo. Supongamos dos cuerpos iguales queso mueven en un espacio dado, en direcciónopuesta y con la misma velocidad; uno parte deun extremo, otro del centro, y como el uno sólohabrá recorrido la mitad del espacio cuando elotro le haya recorrido totalmente, resultará qwsuna mitad del tiempo parecerá igual al doble,

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Tal es el razonamiento que nos ha conservado IAristóteles. Si efectivamente era así, pudieracreerse que el filósofo de Elea, confiado en laincapacidad de sus adversarios, se permitia devez en cuando argumentos de esta índole, ámanera de distracción ó pasatiempo.

Además dé los cuatro argumentos que prece-den, hay otros no menos importantes, porquetienden, como todos ellos, á enaltecerla doctri-na del Ser eleático, á demostrar, por la imposi-bilidad y absurdo de las afirmaciones contra-rias, que el Ser es uno, que no tiene partes,que no hay espacio, que no hay movimiento, et-cétera. Se dirigian contra un sistema que, ne-gando toda unidad, no reconocia mas que cosasmúltiples y divisibles y, por consiguiente, Ze-non se esforzaba en probar todo lo contrario.Citaremos tan sólo estos dos argumentos:

Todo movimiento es cambio; cambiar unacosa es no ser lo que era ni lo que será, luegolo que cambia no es, y el cambio, y, por consi-guiente, el movimiento en nada existe.

El espacio es el lugar que ocupan los cuerpos;todo lo que es, está en el espacio, luego si elespacio es, ¿qué espacio ocupa el espacio? Solocabe responder, sino que debe hallarse en otroespacio, y este en otro, y así hasta el infinito.Pero como esto es imposible, resulta que el es-pacio no se halla en otro espacio, luego no es.

La física de Zenon descansa en las mismas in-seguras bases que la de Parménides; en la apa-riencia sensible, en la opinión, mostrando tam-bién al Mundo como resultado de la oposiciónde los contrarios, lo caliente y lo frió, lo seco ylo húmedo, el fuego y la tierra, etc.

Casi todos I03 historiadores de la filosofía acu-san á Zenon de sutil, y creen que para refutar susargumentos ni aun necesidad había de que Dió-genes el Cínico se hubiera movido. Antes de ad-mitir sin examen esta opinión por general con-sentimiento recibida, conviene no olvidar cuálora la índole de las doctrinas que combatíaZenon; contra ellas, contra jónicos y atomistasiban dirigidos sus argumentos, y si hoy que elespacio y el tiempo se explican de otro modo,no cabe ni aun considerar seriamente los razo-namientos de Zenon, en aquellos tiempos cau-saron tal embaiazo que el famoso Diógenes noencontró razón que oponer á la razón y tuvo queapelar á un hecbo.

Quiere Zenon rebatir Ia« afirmaciones contra-

rias á la fundamental de su Escuela y, tomandoen ellas base para la polémica, expone sus argu-mentos fundados en la divisibilidad infinita delespacio y en la dificultad de concebir la conti-nuidad del movimiento: siendo este su objeto,es indudable que le cumple en la mayor partede los argumentos, reduciendo al absurdo la pro-posición contraria. Es cierto que hay alguno quootro muy difícil de comprender, y cuya lecturahace dudar si Zenon se hallaba en el pleno gocede sus facultades intelectuales ó pretendía mo-farse de los atomistas, cuando echaba mano desemejantes argumentos; pero ni tenemos noticiade argumentación en contra que los rebatieravictoriosamente, ni está probado que el textohoy conocido sea tal como lo formuló el filósofode Elea. Aristóteles, como ya lo hace notar M.Barthelemy Saint-Hilaire, se expresa de unamanera menos que concisa, insuficiente, y losdemás argumentos, relativamente lógicos, noautorizan para considerar á Zenon como uno detantos sofistas, como un disputador pretenciosoque solía caer en el absurdo lo mismo que susadversarios. Por otra parte, la influencia de Ze-non como dialéctico, fue decisiva en Grecia;arraigó su enseñanza refutativa entre los sofistas,es verdad, pero también en los maestros de lasEscuelas Socráticas, que no se desdeñan en re-conocerlo así, sirviendo esta misma influenciano á sólo la dialéctica, sino también al fondo ycapital idea de la Escuela Eleática, que se per-petúa y progresa completándose ó depurándoseen aquellas, mediante la popularidad que Zenonlogró dar á sus doctrinas. Algo hay de semejan-te entre la forma dialogada de Zenon y la sofís-tica; nótase también en sus argumentos ciertatendencia á lo sutil, pero jamás llega á desfigu-rar la dialéctica, á exagerar la enseñanza refuta-tiva tan lastimosamente como los sofistas, con-virtiéndola en aquel especial modo de argumen-tación que vence al contrincante por el momen-to, pero no le persuade, que le paraliza y atur-de más que le convence, y le desarma sin obte-ner una victoria definitiva.

Tal es Zenon como filósofo y como dialéctico.Hijo adoptivo, fiel discípulo de Parménides,nada nuevo aporta al sistema del maestro; selimita á defender su doctrina contra los Jóni-cos y á continuar la obra por aquél iniciada;propagar y difundir, mediante la discusión, lasenseñanzas de la Escuela.

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Célebre también como político, combatió latiranía, y au genio altivo y esforzado jamás pu-do tolerar que imperara en su patria. SegúnDiógenes de Liercio y Plutarco, murió víctimade su patriotismo. Quiso libertar á Elea, tira-nizada por Nearco, le fue adversa la fortuna, ycayó en poder de su mortal enemigo, que le in-famó denunciara á sus cómplices. Zenon, paraque el tirano comprendiese que no había fuerzahumana capaz de obligarle a hacer traición álos suyos, se cortó la lengua con los dientes yla arrojó al rostro de Nearco. Dcspu.es de estosólo cabía la venganza y el suplicio, y Zenonmurió apedreado, según unos, machacado en unmortero, según otros.

El último representante de esta Escuela es Me-liso de Sanios.—444 antes de J. C.—que ocupóaltos puestos en la ciudad, venció á los Atonien~ses en combate naval y escribió un libro en pro-sa titulado Del Ser y de la Naturaleza

Es el filósofo que señala la decadencia del Elea-tismo. Creyó que el fondo de su doctrina era de-masiado subjetivo, y para evitar las dificulta-des que tal sentido pudiera crearle en sus con-troversias con los Jónicos y Atomistas, puso alSer infinito, inmutable, indivisible, en el espa-cio y en el tiempo, confundiendo involuntaria-mente la idea del Ser con la idea de la materia,y desnaturalizando así la base y peculiar carác-ter de su Escuela, que ya no refleja aquel pan-teísmo idealista lógico de Parménides, sino queacusa más bien tendencias al panteísmo mate-rialista.

No afirma nunca, sin embargo, expresamenteque el Ser y la materia sean una misma cosa;antes al contrario, en algunos pasages pareceque niega la realidad de la materia, conside-rándola como una simple apariencia. Perodesde el instante en que las nociónos do tiempoy espacio se aplican al S^r, desda el momento enque el Ser es extenso y se identifica con el espa -cío infinito y ni aun el vacío existe, se hace ma-terial y las condiciones fundamentales del Ser,uno, todo, idíntico, eterno, inmóvil, infinito,pasan á ser condiciones de la materia. El Sor,pues, viene á sar la materia, aunque con carac-teres muy distintos á los que la asignaban losatomistas. Y como todo lo que hay es Ser, y elSer todo es materia, resulta que seria perder eltiempo hablar de Dios. Dados estos anteceden-

tes, no es de extrañar que la Escuela Eleáticadecaiga y descienda hasta confundirse con algu-nas escuelas excépticas.

Meliso continúa la polémica de Zenon contralos Jónicos y principalmente contra los Ato-mistas, y combate las doctrinas de variedad ypluralidad sostenidas por Leucipo, pretendiendoprobar que no eí posible movimiento ni cambioen las cosas, porque una sola existe, sin haberninguna-otra, ni vacío. El movimiento y elcambio requieren que una cosa suceda á otra,que haya otra cosa ó espacio vacío donde el Serse mueva. Pero sólo existe el Ser, sin que hayanada más, ni vacío ni lleno.

Este Ser, que es la Unidad material—segúnya hemos indicado y afirma Aristóteles en ellibro I de su Metafísica, completando en otrosde la Física el concepto que de él formaba Me-liso—es infinito, no tiene principio ni fin, y dela infinitud dol Ser en el tiempo deducía la delSer en general. Nada puede ser eterno sin 3erinfinito en magnitud y sin ser todo, y de estabase incierta derivaba la Unidad, la inmutabi-lidad y la indivisibilidad del Ser.

Mas concebida esta Unidad como material,se abre ya camino para negarla, y el EJeatismoaparece amenazado de muerte por el Atomismo.Y en «ato se fundan principalmente las razonesdel poco ap'auso que alcanzaron las obras vconceptos de Meliso.

Sobre el valor, e importancia de la Escuelaeleática en la Historia de la filosofía, ha for-mulado la Crítica juicios muy diversos.

Para los antiguos, esta Escuela no fue másque una exajeracion idealista; el idealismo ensu forma más absoluta y exclusiva. Negó la rea-lidad de lo sensible; confundió las generaliza •ciones abstractas que hace la razón sobre datosdi la experiencia, con las ideas necesarias; for-mó su .concepto del Sír, abstrayendo de todoslos seros sus cualidades y atributos, de tal suer-te, que la abstracción y el idealismo de Pilá-goras tocan ya en sus últimos límites con Xenó-fanes y Parménides. Los sentidos nada son ynada valen, porque sólo vale la razón comomedio de conocimiento del Ser; Sor que no esnada de lo que es en la realidad.

Llegan los tiempos modernos, S3 estudia laantigüedad directamente, y afirma Hegel quela Eicusla Eleática señala el período en que la

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Filosofía entra en el campo de la razón; el pensa-miento se aparta de la tendencia hacia lo sensi-ble, pasa á lo racional j Parménides es, antes de•Sócrates, el filósofo más ilustre entre todos losíilóaofoü griegos. Zellor todavía concedo másimportancia á esta Escuela y la coloca por enci-ma de la Socrática; Sócrates y sus discípulos nohacon más que deducir consecuencias de las doc-trinas de Parménides, pues en los conceptos ge-nerales del E]eatismo está preludiada la teoríade las ideas de Platón. Ritter no se entusiasmade este modo; se limita acertadamente á reco-nocer la superioridad de la Escuela Eleáticasobre las dos anteriores, mediante su exclusivatendencia hacia lo suprasensible, que hace queel elemento especulativo se distinga en el pen-«ar del elemento empírico, preparando así á laconciencia para el cultivo de la verdadera filo-Hofía. Y afirmando, además, que sólo el serexiste, es preciso, si se lleva la indagación á laesfera religiosa, afirma que sólo hay un Dios,con los atributos del Ser, es decir, inmu-table, eterno, inmaterial, absolutamente todoy perfecto. En cambio, el vicio capital de laEscuela Eleática es no haber concillado laidea de la Naturaleza con los resultados de sudoctrina racionalista. Finalmente, aceptadas lasconclusiones de Ritter, indicaremos que todoel merecimiento de esta Escuela es haber puestodo relieve la espontaneidad de la razón humanaen su tendencia hacia lo ideal.

RICARDO BELTRAH V RÓZPIDE.

np IVPII v ni?

Las doctrinas que sobre la creación espusoOuvier, imperaron en absoluto durante los trein-ta años que precedieron á la aparición de la obrade Darwin, ó sea desde 1830 hasta 1859; admi-tiéndose, por lo tanto, sin vacilar, la hipótesisanti-científica según la cual, en el curso délahistoria geológica, ocurrieron una sórie de inex-plicables revoluciones, que periódicamente des-truían todo el mundo animal y vegetal, apare-ciendo al fin de cada revolución, ó al principiode cada período geológico, una nueva edicióncorregida y aumentada, de la población orgánicadel globo. Por mas que el número de aquellas

ediciones fueae muy incierto y muy difícil doprecisar, y aunque los innumerables progresosrealizador en todas las ramas de la zoología ybotánica demostrasen, más y más, la falta abso-luta de fundamento que la hipóteses de Cuviertenia, y la verdad de la teoría de la evoluciónnatural formulada por Lamarck, continuó , sinembargo la primera, encontrando acogida encasi todos los biólogos. Aquel estado de cosasdependía, ante todo, de la gran autoridad deCuvier; y esto demuestra de un modo evidentecuánto perjudica al desarrollo intelectual de lahumanidad, la creencia en una autoridad cual-quiera. Goethe ha dicho, y con sobrada razón,que la autoridad eterniza siempre lo que debedesaparecer, y abandona y deja morir lo queconviene apoyar; debiendo, únicamente, atri-buirse á su influencia el estado estacionario delhombre.

Si la teoría de la descendencia de Lamarcksólo empszó á ser aceptada después que Dar-win le dio, en 1859, una nueva base, consistióesto, no sólo en la gran autoridad de Cu-vier, sino en la influencia que la inercia ejercesobre el hombre. No se abandona con facilidadla trillada sonda de las ideas vulgares para in-ternarse on un nuevo camino considerado comodifícilmente practicable. Y, sin embargo, el ter-reno accesible á la nueva idea, estaba preparadodesde muy atrás, merced al naturalista inglésCharles Lyell, que ha prestado tales servicios ála "historia de la creación natural,u que mecreo en el deber de ocuparme aquí dn sus tra-bajos.

Lyell publicó, en 1830, con el título de Princi-pios de geología, una obra que por completo tras-tornaba la geología, es decir, la historia de laevolución de la tierra, reformándola en el mis-mo sentido en que, treinta afiosdespues, reformóDarwin la biología. El libro de Lyell, que hizoépoca y destruyó radicalmente la hipótesis de lacreación de Cuvier, apareció el mismo año enque Cuvier obtenía su gran triunfo sobre el na-turalismo filosófico ó inauguraba, en el terrenomorfológico, una dominación que duró treintaaños. Mientras que Cuvier, por medio de su in-fundada hipótesis de las creaciones sucesivas,y la teoría de las catástrofes á ella unida, cer-raba el paso á la teoría evolutiva, haciendo im-posible toda explicación natural, abria Lyeil unnuevo Camino á la verdad, demostrando, de un

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modo evidento por la geología, que laa dualistasideas de Cüvier estaban nial fundadas y eran,par lo tanto, inútiles; y demostrando también,que la» modificaciones de la superficie terrestre,que á nuestra vista todavía actualmente se pro-ducen, bastan para explicamos, perfectamente,todos los fenómenos conocidos referentes á lacorteza del globo, siendo, por lo tanto, comple-tamente inútil y superfino recurrir, para expli-Carlos, á causas ininteligibles ni á misteriosas re-voluciones. Probó también Lyell que, para ex-plicar el origen y estructura de la corteza terres-tre del modo más natural y sencillo é invocandotan sólo las causas actuales, basta suponer laexistencia de períodos cronológicos de muy lar-ga duración.

Creian muchos geólogos que el origen de lasmás elevadas cadenas de montañas estaba rela-cionado con las inmensas revolucione?, que ha-bian trasíbrmado gran parte de la superficie delglobo, en particular con las grandes erupcionesvolcánicas; y que, por ejemplo, la cadena do losAlpes habiasalido, súbitamente, poruña enormehendidura de la corteza terrestre que daba pasoá un torrente de materias ígneas que se desbor-daban hasta muy larga distancia. Pero Lyelldemostró que podemos explicarnos de un modonatural la formación de aquellas grandes cade-nas de montañas, por medio de lentos é imper-ceptibles movimivientos de elevación y depre-sión de la corteza terrestre, movimientos que enel dia se ejecutan á nuestra v'sta, y cuyas cau-sas de ningún modo son sobrenaturales. Aunquetengan estas elevaciones y depresiones dos pul-gadas, ó todo lo más un pié encada siglo, basta-rán, si se verifican durante algunos millones deaños, para formar las más altas montañas, sinque para ello haya necesidad de que intervenganmisteriosas é incomprensibles revoluciones. Laactividad meteorológica de la atmósfera, laacción de la lluvia y de la niove, la resaca de lamar á lo largo de las costas, fenómenos todosen la apariencia, insignificantes, bastan paraproducir las más considerables modificaciones,con tal que ejerzan su acción en un espacio detiempo conveniente. La reunión de pequeñascausas produce los grandes efectos : la gota deagua destruye la dura piedra.

Me es forzoso insistir en la incomensurableduración de los períodos geológicos,porque, como acabáis de ver, esta hipótesis es tan absolu-

tamente necesaria para la teoría de Darwin,como para la de Lyell. Si en realidad la tierray los organismos que contiene se han desarro-llado naturalmente, esta evolución lenta y gra-dual debe haber exigido una duración, cuyamedida excede por completo á todo cuanto pue-de alcanzar nuestra inteligencia. Esto consti-tuye, ¿juicio de muchos, una de las dificultadespara admitir las teorías evolutivas; pero de an-temano os hago observar que no hay razón mo-tivada para, que pretendamos fijar límites á laduración del tiempo. Y que, no sólo muchosprofanos á la ciencia, sino hombres eminentes,crean presentar una objeción á la teoría evolu-tiva echándole en cara el exigir muy largos pe-ríodos de tiempo, es lo que cuesta mucho tra-bajo comprender, porque [á título de qué sequiere limitar la duración de los períodos geo-lógicos] En lo referente á la composición yorigen de las capas terrestres, sabemos que eldepósito de las rocas neptunianas en el seno delas aguas, debe haber necesitado muchos mi-llones do años; poro que á aquella formación leasignemos diez mil millones ó diez mil billoneses exactamente lo mismo bajo el puntov^ta la filosofía natural, puesto que, de-trás y dolante de nosotros, no hay más que laeternidad. Si la hipótesis de aquellos enormesperíodos despierta en muchas personas una re-pugnancia instintiva, es consecuencia de lasfalsas ideas que nos han inculcado, desde nues-tra infancia, con motivo de la pretendida,brevedad de la historia de la tierra, que no con-taría, en este caso, sino algunos miles de años.Albert Lange ha demostrado, también, en suHistoria del Materialismo, que una crítica ex-trictamente filosófica, debe suponer, en historianatural, períodos más bien muy largos que muycortos; y se comprende tanto mejor, en efectojuna evolución progresiva, cuanto más tiempoha empleado en realizarse, porque para la exis-tencia de tales fenómenos, lo que hay de más;inverosímil es un período corto y limitado.

Me falta tiempo para hacer un resumen másdetallado de la excelente obra de Lyell, así queme limitaré á indicaros el más importante resul-tado, cual es el de haber aniquilado las revolu-ciones mitológicas de Cuvier, así como su teoríade las creaciones sucesivas, habiéndolas reem-plazado por una lenta é incesante traaformacioiade la corte ia terrestre, debida á la persistente

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actividad de fuerzas que todavía están ejercien-do su influencia en la superficie del globo, comoson la acción de las aguas y de las materias vol-cánicas encerradas on el seno déla tierra. Lyelldemostró también el encadenamiento continuoe ininterrumpido de toda la historia geológicadel globo, y lo demostró de un modo tan irre-futable, estableciendo con tal claridad el predo-minio de las causas existentes fexisting causesj,de causas todavía actualmente activas, y quetrabajan sin cesar en la trasformacion de la cor-teza de nuestro planeta que, muy poco tiempodespués, abandonaron completamente los geólo-gos la hipótesis de Curier.

Es muy extraño, sin embargo, que la paleon-tología, al menos la que estudian los zoólogos ybotánicos, no se haya asociado al gran progresoefectuado por la geología, y que continúe, porlo tanto, admitiendo aquellas creaciones sucesi-vas que renovaban toda la población animal yvegetal al principio de cada período geológico,por más que esta hipótesis de creaciones parcia-les intercaladas en el mundo no sea considerada,después de haber desechado la teoría de las re-voluciones, sino como un insostenible despro-pósito; porque es evidentemente un absurdo elsuponer, en épocas determinadas, nuevas y es-peciales creaciones de todo el mundo animal yvegetal, si la corteza terrestre no ha sufrido, ála. vez, un considerable trastorno Y sin embar-co, por más que tal idea está íntimamente uni-da á la teoría de las catástrofes de Cuvier, con-tinuó imperando, á pesar de haberse abando-nado la otra.

Reservado estaba al gran naturalista inglésCharles Darvvin hacer que cesase aquel des-acuerdo, demostrando que el mundo orgánico,lo mismo que la corteza terrestre, tienen unahistoria nunca interrumpida; y probando quelos animales y plantas se han diferenciado losunos de los otros por medio de una gradual tras •formación, del mismo modo que las variablesformas de las capas terrestres, los continentes ylos mares que los bañan y separan entre sí, hantenido una anterior configuración muy dife-rente de la que actualmente presentan. Tene-mos, pues, el perfecto derecho de asegurar queDarwin ha dado á la zoología y botánica unimpulso progresivo equivalente al que su emi-nente compatriota Leyell ha dado á la geología;y que., merced á los trabajos de estos dos hom-

bres, se ha demostrado la continuidad de laevolución histórica en la historia natural, y lasucesión de los diversos órdenes de cosas, qneprovienen unos de otros por una lenta modifi-cación.

Repetiré, ahora, lo que ya he dicho en laslecciones precedentes, á saber: que tiene Dar-win el doble mérito do haber discutido, en pri-mer lugar, la teoría de la descencia fundada porLamarck y Goethe con más amplitud y genera-lidad que aquellos; y de haberle dado, después,con la teoría de la selección que exclusivamentele pertenece, una base más sólida, poniendo enevidencia sus principales causas; esto es, de-mostrando las causas eficientes de las modifica-ciones, hasta entonces invocadas nada más queá título de simples hechos. La teoría de la des-cendencia, introducida en la biología por La-marck en 1809, afirmaba que las diferentes espe-cies animales y vegetales descienden de una ó deun pequeño número de formas primitivas muysencillas, nacidas por generación espontánea.La teoría de la selección, fundada por Darwinen 1859, nos dá la razón, el por qué de esta evo-lución, rasgando el velo que ocultaba las causaseficientes, y realizando así el voto do Kant. Enel dominio de la historia natural orgánica, es,pues, Darwin, el Newtou cuya futura apariciónproféticamente aseguraba Kant que nunca po-dríamos saludar.

Antes de exponer la teoría de Darwin voy ádeciros algunas palabras, que seguramente ten-drán para vosotros algún interés, sobre la perso-nalidad de aquel gran naturalista, íjobre su viday sobre el camino que ha tenido que recorrerpara llegar á formular las bases de su doctrina.

Nació Charles-Robert Darwin el 12 de Fe-brero de 1809 en Shrewsbury, sobre ol rio Se-vern, contando, por lo tanto, en la actualidad,sesenta y ocho años. En 1825 entró en la Uni-versidad de Edimburgo, y dos años después, enel colegio del Cristo, en Cambridge. Tenia ape-nas veinte y dos años cuando, en 1831, fue de-signado para formar parte de una expedicióncientífica que el gobierno inglés enviaba á recohocer detenidamente la parte meridional delcontinente americano y á explorar, á la vez, va-rios puntos del mar del Sur. Aquella expedi-ción, á ejemplo de otras no menos célebres queInglaterra ha organizado, tenia por principalobjeto resolver problemas científicos y cuestio-

N.° 233 É. HAECKEL.—TEOKÍAS EVOLUTIVAS. ÍTI

nes prácticas relativas al arte de la navegación.El buque, mandado por el capitán Fitzroy,

tenia un nombre extraordinariamente simbó-lico: se llamaba el Beagle, es decir el Sabueso.El viaje del Beagle, que duró cinco años, ejercióla mayor influencia en el desarrollo intelectualde Darwin; así es que, desde que pisó por la pri-mera vez el suelo de la América del Sur, nacióen su mente la idea de la doctrina genealógica,que más tarde consiguió desarrollar por comple-to. De la relación de aquel viaje,escrita, conmuy interesante forma, por el mismo Darwin,os recomiendo la lectura, muy diferente de lamayor parte de las obras de esta clase; poiqueno sólo conoceréis, de ese modo, la amable per-sonalidad de Darwin, sino que encontrareis allímultitud de curiosos datos referentes al caminoque lia tenido que recorrer para llegar á fijar susideas. El más inmediato resultado de aquél viajefue una extensa relación científica, en cuyaparte zoológica y geológica colaboró Darwin,publicando después un trabajo sobre la forma-ción de los arrecifes de coral, tan notable, que,él solo bastaría para rodear su nombre de unagloria imperecedera. Todos vosotros sabéis quela mayor parte de las islas del mar del Sur es-tán constituidas, ó cuando menos rodeadas, porbancos de coral. Nadie, hasta entonces, habiapodido explicar de una manera satisfactorialas^singulares formas de aquellos arrecifes, nimonos su situación con respecto á las islas noformadas por ellos; difícil problema cuya solu-ción estaba reservada á Darwin, y á la cualllegó, apoyándose en el dato de la actividad delos animales que elaboran el coral, y en la ele-vaíion y depresión del fondo de los mares, locual explica también el origen de las diferentesformas de arrecifes. La teoría de Darwin delorigen de los bancos de coral, como su doctrinaulterior del origen de las especies, es lina teoríaque explica perfectamente los fenómenos porla sola influencia de las más sencillas causasnaturales, y sin necesidad de recurrir hipotéti-camente á otros agentes desconocidos. Entrelos diversos trabajos de Darwin, debo tambiéncitar su bella Monografía de los Gir ripeaos, no -table clase de animales marinos, tan parecido»á los moluscos en ciertos caracteres exteriores,que Cuvier los habia colocado entre los molus-cos bibalvos, cuando en realidad pertenecen álos crustáceos.

TOMO XII

Las grandes molestias que sufrió Darwin enaquel viaje de cinco años, habían alterado susalud de un modo tal, que á su regreso se vi<4forzado á abandonar el bullicio de la pópalos»Londres, para habitar, desde aquella época, en untranquilo retiro situado en sus dominios deDown, cerca de Bromley, en el condado dj©Kont, á una hora do Londres por el ferro-car-;ril. Aquel alejamiento de la incesante agitaciónde la gran capital, fue en extremo beneficiosopara Darwin, y á él sin disputa se debe la -teon,ría do la descendencia; porque, desembarazadodel cúmulo de negocios que en Londres le hu->bieran hecho malgastar el tiempo y sus fueras,pudo concentrar toda su actividad en el estudiodel vasto problema en presencia del cual su lar-go viaje le habia colocado. Para daros una ideade la clase de observaciones que, durante sunavegación, habian dado origen en la mentede Darwin al pensamiento fundamental de lateoría de la selección, y de qué modo las com-pletó más tarde, permitidme que os lea un pár-rafo de una carta qua me escribió el 8 de Oc-tubre de 1864:

"Tres clases de fenómenos me causaron unaviva impresión, en la América del Sur: la pri-mera fuó el modo con que las especies muypróximas se suceden y se reemplazan á medidaque se camina de Norte á Sur; la segunda, elcercano parentesco de las especies que habitanlas islas del litoral de la América del Sur, eonlas que pertenecen á aquel continente, lo cualme admiró tan extraordinariamente como lavariedad de las especies que habitan el archi-piélago de la tierra de los Galápagos, próxima ála Tierra Firme; y faó la tercera las estrechasrelaciones que unen á los mamíferos desdenta-dos con los roedores contemporáneos de las ex-tinguidas especies de las mismas familias; no ol-vidando jamás la sorpresa que tuve al desenter-rar un resto del Armadillo gigante, análogo aldel Armadillo actual.

uMeditando en estos hecho», y comparándo-los con otros del mismo orden, me pareció ve-rosímil que las especies afines podían ser la pos-teridad de una anterior forma común; pero, enmuchos años, no me fue posible comprendercómo aquella forma habia podido adaptarse átan diversa» condiciones de la vida. Coa este"objeta me puse á estudiar sistemáticamente losanimales y las plantas domésticas, habiendo vis-

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to, al cabo de algún tiempo, que la más impor-tante influencia modificadora reside en la libreelección del hombre y en el modo do escoger losindividuos destinados á propagar la especie.Como habia estudiado muchas veces el génerode vida y las costumbres de los animales, estabapreparado para formarme una idea exacta de lalucha por la existencia, y mis trabajos geológi-cos, por otra parte, me habían hecho conocer lainmensa duración de los espacios de tiempo queenlahistoria de la tierra habían trascurrido. Ha-biendo leido entonces, por efecto de una felizcasualidad, el libro de Malthus sobre el Prin-cipio de la población, naco en seguida en mi es-píritu la idea de la selección natural; y entre losprincipios de orden secundario, el último, cuyovalor he aprendido á apreciar, fue el significadoy las causas del principio de divergencia, n

Como acabáis de ver, Darwin so dedicó desde«u regreso á estudiar, en la soledad y el si-lencio de su retiro, los organismos domésticos,animales y vegetales; medio indudablemente elmás natural y seguro de llegar a la teoría de laselección.

En este, como en todos sus trabajos, procedióDarwin coa un cuidado y una atención esmera-dos; y, dando prueba de una circunspección yuna abnegación admirables, no publicó en el es-pacio de veintiún años, es decir, desde 1835 á1857, ni aun la exposición preliminar de suteoría, que, sin embargo, habia formuladopor escrito desde 1844, sino que se limitó entodo aquel tiempo, á acumular hechos positi-vos, á fin de no darla á luz sin haberla fundadode antemano en una amplia base experimental.Por fortuna, en medio de tan pacíficas investi-ciones que tenían la mayor perfección posible,y que acaso hubieran acabado por impedirle pu-blicar ninguno de sus trabajos, vino á turbarsu quietud uno de sus compatriotas, que, sin co-nocer á Darwin, habia encontrado y formulado,en 1858, la teoría de la selección, de la cual leenvió un extracto, rogándole que lo mandase áLyell para que lo publicase en un periódico in-glés. Aquel compatriota de Darwin era Alfred-iiussel Wallace, uno de los más intrépidos y be-neméritos viajeros-naturalistas contemporáneos.Wallace habia andado errante muchos años porlas islas del archipiélago de la Sonda y por lossombríos bosques vírgenes del archipiélago in-dio, y al estudiar profundamente, sobre el ter-

reno, aquella legión tan rica é interesante por lagran variedad de su población animal y vegetal,habia obtenido precisamente las mismas conclu-siones generales que Darwin, sobre el origen delas especies orgánicas. Lyell y Hooker, quedesde muy atrás conocían las ideas de Darwin,le decidieron á que publicase, al mismo tiempoque el extracto de Wallace, un pequeño resumende sus trabajos; lo cual efectuó en Agostode 1858, en el periódico de la Linnean Sociely,de Londres.

La obra capital de Darwin sobre el Origen delas especies, en la cual se desarrolla esplícita-mente ia tooría de la selección, se publicó enNoviembre de 1859; y aquel libro, cuya quintaedición vio la luz en 1869 y del cual se han pu-blicado traducciones á varios idiomas, fue anun-ciado por Darwin como un simple pródromo deuna obra más extensa, en la cual se daria unadetallada demostración experimental, basada enmultitud de hechos favorables á su teoría. Laprimera parte de aquella gran obra, anunciadapor Darwin, vio la luz pública en 1868 con eltítulo de: Variaciones de los animales y plantasdomésticos. Contiene aquella obra un rico caudalde hechos, desde luego decisivos, que pruebancuantas modificaciones extraordinarias en lasformas orgánicas puede obtener el hombre pormedio de la cria y la selección artificial. A pe-sar de aquella superabundancia da hechos de-mostrativos, de ningún modo participo yo de laopinión de aquellos naturalistas que opinan quela teoría de la selección ha sido fundada sólo porestos desarrollos complementarios, sino que,para mí, en el primer trabajo que Darwin pu-blicó en 1859, estableció ya su teoría en basessuficientes. La poderosa fuerza de aquella doc-trina no consiste en el inmenso número de he -chos particulares, que pueden presentarse comopruebas, sino en la armoniosa concordancia delos hechos capitales, concordancia que atesti-gua la verdad de la teoría de la selección.

La más importante consecuencia de la teoríade la descendencia, ó sea el parentesco genea-lógico que la especie humana tiene con otroamamíferos, fue el punto que intenciónalmentese reservó Darwin, esperando á que otros natu-ralistas la hubieran deducido como resultadonecesario de la teoría de la descendencia, paradeclarar expresamente que tal deducción estabalegítimamente obtenida, llegando así nal coro-

233 E. HAECKEL.—TEOEÍAS EVOLUTIVAS.

i) a miento de su edificio." Pero esto solo pue-do á hacerlo en 1871, al publicar una obra degran interés que be titula: El Origen del hombrey la selección sexual i

El minucioso estudio que Darwin hizo de losanimales domésticos y de las plantas cultivadas,es de gran utilidad para la teoría de la selección;porque, para comprender con exactitud las for-mas animales y vegetales, es muy importanteconocer las modificaciones, infinitamente varia-das, que de los organismos domésticos obtieneel hombre por medio de la selección artificial; ysin embargo, hasta estos últimos tiompos, loszoólogos y botánicos habian abandonado com-pletamente este estudio. Nó abultados volúme-nes, sino bibliotecas enteras se han llenado condescripciones de especies consideradas aislada-mente, y con los pueriles debates entabladospara saber si aquellas especies eran buenas, me-dianas ó malas, sin haber conseguido, á posarde esto, determinar la idea do especie. Sien vez de perder el tiempo en tan inútiles ba-gatelas, hubiesen estudiado convenientementelos naturalistas los organismos cultivados, y sehubiesen ocupado, nó solo de las formas muer-tas, sino de las vivas ó existentes, así como delas metamorfosis de las mismas, menos tiempohubiera sido la ciencia esclava de los erróneosdogmas de Cuvier; pero como de los organismoscultivados surgen hechos precisamente opuestosá la idea dogmática de la inmutabilidad de laespecie, de intento han dejado los naturalistasde ocuparse de ellos; habiendo asegurado algu-nos biólogos eminentes que los animales domés-ticos y las plantas de los jardines son productosartificiales del hombre, no significando su for-mación y metamorfosis absolutamente nada parael carácter de la especie, ni para el origen delas formas de los tipos salvajes, ó que viven enel estado natural.

Tan lejos se llevó esta absurda apreciaciónde los hechos, que un zoólogo de Munich, An-dreas Wagner, emitió, en serio, el ridículo si-guiente aserto: "Los animales y plantas salva-jes han sido creados por Dios en estado deespecies claramente distintas é inmutables; perono necesitó hacer lo mismo con los animalesdomésticos y las plantas cultivadas, puesto quede antemano estaban destinadas para uso delhombre. H Habiendo modelado al hombre en unpedazo de barro, lo animó el Creador con el

soplo de la vida, creando después para él losdiferentes animales domésticos y plantas déjardin, cuyas especies podia evitarse el tra-bajo de diferenciar. Pero el árbol de la cien-cia del Paraíso terrenal, jera una buena espe-cie salvaje, ó bien, en BU calidad de plantacultivada, era una especie espontánea? Hé aquíun punto que, desgraciadamente, deja AndreasWagner sin aclarar. Puesto que el árbol de laciencia había sido colocado por el Creador en elmedio del jardin, me inclino desde luego ácreer que era una planta cultivada, escogidacon sumo cuidado, y por lo tanto que no erauna especio, pero como, por otra parte, estabaprohibido al hombre comer de su fruto, y comohay multitud de hombres, según claramentenos enseña el ejemplo de Vagnerj que jamás lohan probado, es evidente que aquél árbol nohabia sido creado para uso del hombre, y por lotanto, debia ser unabuena especie salvaje. ¡Lás-tima es que Vagner no nos haya dado más acla-raciones sobre punto tan delicado!

Por ridicula que nos parezca esta opinión, noes más que la exageración natural de una ideafalsa, pero muy estendida, sobre la naturalezaespecial de los seres orgánicos domésticos; asíque mil veces oiréis objecciones análogas á muydistinguidos naturalistas. Por mi parte, creoque estoy en el deber de combatir una idea tanerrónea; que es tanabsurda como la opinión de al-gunos médicos que afirman que las enfermedadesson productos artificiales, y de ningún modofenómenos naturales. Sólo después de muchosy mtay continuados esfuerzos se ha logrado des-terrar aquella preocupación; y sólo en nuestrosdias se han llegado á considerar las enfermedadescomo modificaciones naturales del organismo, ófenómenos vitales puramente naturales, produ-cidos por variaciones, por hechos anormalesrealizados en las condiciones de la existen-cia.

Lo mismo sucede con los productos de la criay del cultivo, que no son creaciones artificíale»del hombre, sino productos naturales resultadode condiciones particulares. Nunca ha tenido elhombre el poder de crear nuevas formas orgáni-cas, limitándose solo, su poder ávariar, los orga-nismos por medio de nuevas condiciones quesobre ellos ejerzan una acción modificadora. Losanimales domésticos, como las plantas cultiva-das, descienden originariamente de especies sal-

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vajes que sólo han sido modificadas por las .con-diciones especiales de la domeatioidad.

Es muy importante para la teoría de la selec-ción el detenido estudio comparativo de las for-mas orgánicas domésticas (razas ó variedades)y de los organismos salvajes (espacies ó varieda-des) que no han sido modificadas por el cultivo.Lo que d»sde luego sorprende en esta compara-ción es la extraordinaria brevedad del tiempoque se emplea en obtener una forma nueva, y lagrande y extraordinaria desviación que existeentre aquella forma, por el hombre producida,y el tipo de donde procede. Mientras que algu-nos animales y plantas salvajes parecen, á loszoólogos y botánicos que las coleccionan, ofre-cer formas siempi'e aproximadamente iguales, ápesar de los años que trascurren,—lo cual hasido causa del dogma erróneo de la fijeza de lasespecies — -'los animales domésticos y las plantascultivadas, sufren, por el contrario, los más va-riados cambios en un corto número de años. Asíes que los progrosos realizados por los jardinerosy agricultores en el arte de las crias artificiales,son de tal naturaleza, que en el dia se puede, enmuy corto espacio de tiempo, en muy pocosaños, obtener á voluntad una forma animal yvegetal enteramente nueva.

Basta para esto someter el organismoá la in-fluencia de condiciones especiales, y hacerlo re-producirse bajo esta influencia capaz de produciruna nueva organización; y después de haber pa-sado algunas generaciones, se llega de este modoá obtener nuevas especies que difieren do la for-ma primitiva más que difieren entre sí las espe-cies salvajes llamadas i'buenasespeciesn. Se hapretendido, sin razón, que las formas cultivadasque descienden de una sola y única forma, difie-ren menos entre sí que las especies salvajes; pe-ro si se las compara con toda imparcialidad, severá fácilmente que muchas razas y varieda-

. de», obtenidas en pocos años de una sola formacultivada, difieren más entre sí que las que sollaman buenas especies, y hasta que ciertos gé-neros de una familia en estado salvaje.

Para dar á estos en extremo importantes he-chos, una base empírica lo más sólida posible,se dedicó Darwin á estudiar, en sus múltiplesvariedades, un grupo especial de animales do-mésticos, habiendo elegido las palomas domésti-cas que son, por más de un concepto, muy á pro-pósito para tal estudio. Conservó, pues, por mu-

cho tiempo, todas las razas y variedades que le

fuá posible procurarse, habiendo sido auxiliado,en su empresa, por multitud de remesas de aque-llas aves que le enviaron da todas las regionesdel mundo. Ademas se afilió á dos clubs de pa-loma1? que había en Londres cuyos individuos seocupaban de su cria con un talento realmenteartístico, y con una pasión incansable, ponién-dose, á la vez, en relación con los más célebresaficionados; con cuyos medios pudo reunir y te-ner á su disposición los más abundantes mate-riales, así como los más raros ejemplares. Elarte de criar palomas, y la afición á poseerlas,vienen do muy antiguo. Los egipcios ya las cria-ban, más de tres mil años antes de Jesucristo.Los romanos del imperio dedicaban sumas enor-mes á tal objeto, y llevaban un registro exactode la descendencia de las palomas, del mismomodo que los árabes y los nobles Mecklembur-gueses conservan con gran cuidado el registrogenealógico de sus caballos los unos, y de susantepasados los otros. También la cria de laspalomas era en el Asia un capricho y una mo-da á las cuales venian, de muy atrás, rindiendoculto los más opulentos príncipes, así que en lacorte de Akber-Khan, hacia el año 1600, habiamás de 20.000 palomas. De aquí que, despuésde haber trascurrido algunos miles de años, ybajo la influencia de los variados métodos decria puestos en práctica en diferentes regiones,se ha visto proceder, de un tipo original y úni-co, que habia sido domesticado en el principio,una gran cantidad de razas y variedades diver-sas, cuyos tipos extramos difieren extraordina-riamente entre sí,teniendo, con frecuencia, muyespeciales caracteres.

Una de las más notables razas de palomases la que todos conocemos con el nombre depaloma-pavo-real (colipava); llamada así, por-que su cola tiene una forma parecida á la delave, cuyo nombre ha tomado su cola. Consta detreinta á cuarenta plumas dispuestas en ruedaó abanico, mientras que las demás palomas tie-nen un número mucho menos de plumas cauda-les, que son casi siempre doce. Es convenienteadvertir, con este motivo, que el número deplumas caudales en las aves constituye, paralos naturalistas, un carácter tan seguro, qiu»se ha empleado hasta para distinguir órdenesenteros; así, por ejemplo, las aves canoras tie-nen, casi sin excepción, doce plumas caudales.

N.°233 B. HA.ECKEL. TKOBÍA.S EVOLUTIVAS. 181

las aves que chillan ó gritan (slrisores),diez, etc.Muchas razas do palomas están caracterizadaspor tener un mechón de plumas cervicales,forreando una especie de penacho; otras, poruna extraña trasformacion del pico y de lospié3j por adornos especiales con frecuencia muysorprendentes, como, por ejemplo, replieguescutáneos que se desarrollan ¡sobre la cabeza;otras, por un gran buche, que forma un abulta-miento sobre el exófago, en la región del cuello,otcótera. Son también muy notables las costum-bres do muchas palomas, entre las cuales pue-den citarse los ejercicioa musicales de las palo-mas-trOmpeteras , y de las palomas-tórtolas;el instinto topográfico de las palomas mensajeras; el de las palomas-volteadoras, que tienenla original costumbre de dar vueltas en ol aire,dojándose caer cabeza abajo como muertas, des-puea de haberse elevado reunidas en gran nú-mero.

Los hábitos y costumbres, infinitamente va-riados, de estas razas de palomas, su forma, sutamaño, el color de las distintas partes de suplumaje, sus proporciones relativas, difieren deun modo admirable; mucho más que las espe-cies llamadas nbuenas," y á veces, más que losdistintos géneros, ó sean las palomas salvages.Poro—y esto es lo más interesante—no se limi-tan aquellas diferencias á la conformación exte-rior, sino que existen en los órganos internosmás importantes; observándose, por ejemplo,notables modificaciones en el esquoleto y en elsistema muscular; así como gran diversidad enel número de vértebras y costillas, on el tamañoy forma del esternón, de la horquilla, del maxi-lar inferior, de los huesos de la cara, etc. En re-sumen, el esqueleto Ó3eo, quo los morfólogosconsideran como una de las partes más fijas delcuerpo, y que, según ellos, no varía en el mis-mo grado que las otras, está de tal modo modi-ficado en las palomas, que se pueden considerarmuchsas razas de aquellas, como géneros distin-tos, lo que se haría sin duda alguna, si en talescondiciones se las encontrase en estado salvaje.

Hay una circunstancia que prueba perfecta-mente hasta dónde llega la diversidad de lasrazas de palomas, y es que los criadores opi-nan unánimemente quo cada raza particularde palomas que tiene caracteres propios y ex-clusivos, procede de una especie salvaje especial;por lo cual cada uno admite un número distinto

de especies-madres. Sin embargo, Darvvin hademostrado claramente,—lo cual era muy difí-cil,—que todas a juellas razas descienden, sinexcepción, de una sola especie salvaje, que ea lapaloma blanca ^(Columba liria); y de igual modo se puede demostrar que las diferentes razasde la mayor parte de los animales domésticos yplantas cultivadas, son la posteridad de unaespecie salvaje única, domesticada por el hom-bre.

En los mamíferos, nos ofrece el conejo do-méstico, un ejemplo análogo al de las palomas.Todos los zoólogos, sin excepción, consideran,des.de mucho tiempo demostrado, que todas lasrazas y variedades de conejos proceden del co-nejo salvaje, y por consiguiente, de una especieúnica; y, sin embargo, de tal modo difieren en-tre sí los tipos extremos de estas razas, quecualquier zoólogo que los encontrase en estadosalvaje, de claridad sin vacilar, que no soloeran "buenas especies, M sino especies quepertenecían á géneros muy distintos de los lepó-ridos. No solo varían extraordinariamente y endirecciones muy opuestas el color, longitud yotras particularidades del pelo de las diversasrazas de conejos domésticos, sino—lo que toda-vía es más notable—la forma típica del esquele-to y de sus distintas partes, en especial la delcráneo y la do I03 dientes, tan importantes parala clasificación; y del mismo modo la longitudrelativa de las orejas, etc. Bajo todos esto»aspectos difieren entre sí mucho más las ra-zas de los conejos domésticos, que todas lasdiversas formas de conejos salvajes y de lie-bres, reconocidas como buenas especies, queexisten en toda la superficie terrestre. Pues i.pesar de estos hechos tan notorios, pretendentodavía los adversario* de la teoría evolutiva quelos últimos tipos, ó sean las especies salvajes, nodescienden de un solo tronco salvaje común,mientras que sin dificultad conceden la desciea-dencia común á los primeros tipos, ó sean la» ra-zas domésticas. Cuando los adversarios se obsti-nan en cerrar de este modo los ojos á la luz dela evidencia, que como el sol brilla en todas par-tes, inútil es, en verdad, luchar por más tiempopara convencerlos.

Si es cierto que las palomas, los conejos do-mésticos "los caballos, etc., á pesar de su notabledivergencia, descienden de una sola especiensalvaje, todavía es más verosímil que las razas

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múltiples de algunos animales domésticos, porejemplo, el perro, el cerdo, el buey, proceden demuchas especies salvajes, que se han mezclado,después, en el estado de domesticidad. Sin em-bargo, el número de aquellos tipos salvajes pri-mitivos es siempre muy inferior al de las formasdomésticas derivadas que proceden de su cruza-miento y de su domesticación, y naturalmen-te estos mismos tipos primitivos descienden ori-ginariamente de una forma anterior común á to-do el género. Jamás una raza doméstica descien-de de una especie correspondiente salvaje yúnica.

Pero, por el contrario, casi todos los agri-cultores y jardineros afirman, sin vacilar, quecada una de las razas domésticas que cultivan,desciende de una especie salvaje especial. Estoconsiste en que, conociendo perfectamente lasdiferencias que existen entre las razas, y apre-ciando en mucho el carácter hereditario de lasmismas, no pueden imaginarse que aquellasparticularidades sean simplemente el resultadode una lenta acumulación de variaciones casiimperceptibles. Hé aquí por qué, bajo estepunto de vista, la comparación de las razasdomésticas con las especies salvajes es en ex-tremo instructiva.

Muchas personas, y en especial los adversa-rios de la teoría evolutiva, han hecho los ma-yores esfuerzos para descubrir algún criteriomorfológico ó fisiológico, alguna propiedad ca-racterística que pueda diferenciar de una ma-nera clara y distinta las razas cultivadas, crea-das artificialmente, de las especies salvajes quese han constituido naturalmente. Pero todasBU» tentativas han fracasado por completo, nohabiendo dado por consecuencia sino una cer-teza mayor para el resultado opuesto; ó lo quees lo mismo , vinieron á demostrar que tal dis-tinción es imposible. En mi crítica de la ideade la especie, he discutido detalladamente estepunto, aclarándolo con ejemplos. (Morfologíageneral, II, 323-364).

Aquí sólo puedo examinar de paso una de lasfases de esta cuestión: la que se refiere al hi-bridismo, que ha sido considerada no sólo porlos adversarios del darwinismo sino por algu-nos de sus más decididos partidarios, como unode los puntos más vulnerables de su doctrina.Se diferenciaban las razas domésticas de las es-pecies salvajes, diciendo que las primeras po-

dian dar productos bastardos fértiles, y las otrasnó. Dos razas cultivadas distintas, ó dos varie-dades salvajes de una misma especie, debían po-seer, en todos los casos, la facultad de producirbastardos capaces de reproducirse al cruzarse,ya entre sí, ya con los tipos paternos; y, por elcontrario, dos especies realmente distintas, dosespecies domésticas ó salvajes, pertenecientes áun mismo género, no debian poseer esta fa-cultad.

El primer aserto está lisa y llanamente des-mentido por los hechos; porque hay organismosque, ni pueden cruzarse con sus incontestablesantepasados, ni con una posteridad fecunda;como sucede con el conejo de Indias domésticoque nunca se apareja con su antepasado del Bra-sil, mientras que el gato doméstico del Paraguay,que desciende del gato doméstico europeo, no seapareja con este último. Ciertas razas do perrosdomésticos, como el perro de Terranova y el per-rillo de Malta, es mecánicamente imposible quopuedan aparejarse. Un interesante ejemplo deesta clase de hechos nos ofrece el conejo de laisla de Porto-Santo. (Lepus HuxleyiJ. Algunosconejos que habian nacido á bordo de un navio,fueron depositados, el año de 1419, en la isla dePorto-Santo, cerca de Madera; aquellos conejoseran hijos de un conejo español doméstico.Como en la isla no habia animales de presa, semultiplicaron de una manera tan extraordi-naria, y en tan poco tiempo, que se con-virtieron en una verdadera calamidad, hastael punto de ocasionar la supresión de una colo-nia establecida en aquella localidad. En el diah&y muchos en la isla; pero, en el espacio de 450años, han formado una variedad especial, ó, si sequiere, una "buena especie, n caracterizada porun color particular, una forma pai'ecida á la delratón, costumbres noctámbulas, y un extraordi-nario salvajismo. Pero lo más importante esque aquella nueva especie, llamada por mí LepusIíuxleyi, no se cruza con el conejo europeo, delcual desciende, ni produce con él ningún bas-tardo, mestizo ó híbrido.

Tenemos, por otra parte, en la actualidad,numerosos ejemplos de verdaderos híbridos fe-cundos, esto es, de individuos que proceden delcruzamiento de dos especies enteramente distin-tas, y que, sin embargo, se reproducen si secruzan entre sí, ó con sus descendientes. Hacemucho tiempo también que los botánicos cono-

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cen algunas de estas especies bastardas (specieshybridce), como son las que han producido cier-tos géneros de cardos (Girsium), de codesos ócítisos fCytisusJ, de escaramujos fllubusj, etc.No sólo no se puede decir que estos hechos seanraros en los animales, sino que se puede asegu-rar que son frecuentes. Así, por ejemplo, cono-cemos híbridos fecundos que provienen del cru-zamiento de dos especies distintas del mismogenero, los híbridos de muchos géneros de ma-riposas fZigaena, Saturniaj; híbridos de génerosde la familia de carpas; híbridos de pinzones,de gallináceas, de perros, etc. Uno de los hí-bridos más interesantes es la licbre-cou/jo ó le-pórido ('LepusDarwinUJ, producto bastardo donuestra liebre y nuestro conejo indígenas, que,se venia obteniendo en Francia, dosde 1850, conun fin puramente gastronómico.

Merced á la galantería del profesor Conradque en sus posesiones ha multiplicado los ensa-yos de esta clase, poseo ejemplares do aquelloshíbridos, obtenidos aparejando híbridos nacidosde una liebre macho y de una coneja, que, aun-que se parecen más en general á su madre, lle-van, sin embargo, en la forma de las orejas yen la de lo¿ miembros posteriores, ciertos rasgosó caracteres de su padre. Su carne tiene un gus-to excelente, pareciéndose mucho á la de la lie-bre, aunque el co'.or de la misma se aproximamás á la del conejo. El sor híbrido así obtenido,y al que, en obsequio á Danvin, he llamadoLepus Darminii, parece que, por efecto de unapersistente selección, se va aproximando á una"verdadera especie, M Pero la liebre (Lepustimidus) y el conejos (Lepus cuniculus) son dosespecies distintas del género Lepus, y ningúnclasificador veria en ellas solamente variedades.Tienen además aquellas dos especies, un génerode vida tan diferente, y experimentan tantaaversión la una hacia la otra en el estado salva-je, que nunca se las ve cruzarse; pero si se crianjuntos dos hijos de ambas especies, desapareceaquella antipatía y se cruzan produciendo elLepus Darvinii.

Otro notable ejemplo de cruzamiento entreespecies distintas,—y aquí las especies hastapertenecen á diferentes géneros,—nos ofrecenlos híbridos fecundos de carnero y cabra, que,con un fin puramente industrial, hace muchotiempo que se crian en Chile. En el cruzamien-to ¡sexual, la fecundidad depende de circunstan-

cias poco importante» lo cual se deduce delsiguiente hecho: el macho cabrío y la.oveja en-:gendran híbridos fecundos, mientras que el car-nero y la cabra rara vez se aparejan, y cuandolo hacen es siempre sin resultado. So vé, pues,que los hechos de hibridismo, á los cuales sa haquerido dar una importancia excesiva, no tie^nen absolutamente ninguna en lo concernienteá la idea de espocio. El hibridismo no tiene másvalor que otro fenómeno cualquiera para hacer-nos distinguir claramente las razas domésticasde las especies salvajes; resultado en extremofavorable á la teoría de la selección, de la queempezaré á ocuparme en las lecciones sucesiva».

ERNESTO HAECKEL.

(Traducción de Claudio Cuveiro.)

ESTUDIO CRÍTICOD I LAS OBRAS DE

PUBLIO VIRGILIO MARÓN.

(Continuación.) *

LA ENEIDA.

Dos grandes epopeyas nos ha trasmitido laGrecia, que, aunque compuestas por el mismoautor, representan dos épocas distintas, dos pe-ríodos diferentes de la vida de un pueblo. Launa canta guerras y combates: la otra viajes y.naufragios. Nada puso el autor de la materiaque contienen tan celebradas producciones. Latradición poética pasando de boca en boca; lo»rapsodas cantando por todas partes los asuntosque más tarde habian de formar los poemas in-mortales de Hornero; La lliada y La Odisea, dán-doles unidad para servir de norma á los que ha-bian de seguir sus divinas huellas; la guerra doTroya y los viajes de Ulises son los primero»partos del genio en el tiempo y en el mérito dela literatura clásica-griñga. Se ha dudado de laexistencia de Hornero por creer sus obras pro-ducciones de todo un pueblo; pero, no obstan-te, nos justifica su existencia la unidad de suspoemas, por más que no podamos asegurar ellugar de su nacimiento, más disputado cuantomayor ha sido su gloria.

* Véase el aiiwero anterior, página 188.

184 REVISTA EUROPEA.:—\\ DE AGOSTO DE 4878. N.° 233

Aquel pueblo griego tan culto, tan instruido,que forma á la cabeza de la civilización, y quehace centro del saber á su primera ciudad Ate-nas, que irradia la luz por todas partes, comoel claro sol de la mañana, será reducido mástarde á ser esclavo de otro pueblo vecino, gra-ve, serio, conquistador y guerrero, que estiendesu cetro por todas partes, dá su ley é impone sulengua al pueblo conquistado; pero esta vez nopodía ser el triunfo completo, porque la inteli-gencia domina siempre á. la fuerza; y nada iniporta que el ambicioso Calícrates, con sus acu-saciones, sea la causa de que los jefes de la LigaAquea tengan que ir á liorna á defenderse, ysean relegados; á varias ciudades de Italia y maLtratados sin oírles el Senado; y nada que lospocos que habian salido de manos del verdugoencontrasen á su patria en un lamentable esta-do de abyección, porque aquel pueblo vencido,sujeto á la esclavitud, iba á ser el maestro delvencedor enseñándole su lengua, su literatura,su filosofía y todo lo que por entonces formabasu ciencia. Orates Malotes, con sus explicacio-nes, despierta en los romanos la afición á lagramática, y los embajadores Carneádes, el aca-démico, el estoico Diógenes y el AristotélicoOritolao, introducen sus sistemas filosóficos. EnRoma influía poderosamente la educación grie-ga; los jóvenes más distinguidos, para comple-tarla, acudían á Rodas ó Atenas, y los que nopodían, sin salir de Roma, recibían las leccio-nes de maestros griegos; era griega la moda, yi. la moda se vestía.

Virgilio, como todos los escritores del siglode oro, estudió las obras de Grecia y las conocíaperfectamente, y así como en las Églogas siguióá Theócrito y en la Geórgicas á Hesiodo, pudoseguir, como lo hizo, á Hornero al elevarse alpoema épico, imitándole con orgullo y marcan-do, sin embargo, á pesar de la imitación el sellode su genio, pues, como dice muy bien M. SainteBeave en su estudio sobre Virgilio: "C'est lesang qui parle; ce ne soni pas des auleurs qui se co-pient, ce sont des parents qui se reconnaissent et seretrouvent.w

En los seis primeros libros de la Eneida refie-re los desgraciados viajes de Eneas; multum Uleet ierris iactahis et alto, como Hornero los de Uli-969, y en los otros seis las guerras del Lacio:multa quoque et bello passus, como aquel las deTroya, de manera que comprende la Eneida,

puede decirse, el asunto de la Iliada y laOdisea.

Expondré con la brevedad que me sea posibleel argumento de este poema.

Asolada Troya por los griegos, estando Eneassiete años después para arribar á Italia, es ar-rojado por una tempestad á las costas de África.Júpiter, á ruego de Venus, madre de Eneas, lepermite entrar en Cartago: aquella se le apare-ce en trage de cazadora, y le conduce al templo,donde es reconocida por los suyos.

Los cuatro primeros versos en que se alude ásus obras anteriores, se |dice no son de Virgilio;así es que en la mayor parte de las ediciones losponen separados y hasta con diferentes tipos, nofaltando autores que los suprimen, entre ellosMagnier en su Analyse critique et literaire de I'Eneide.

Dá á conocer el rencor de Juno y eleva ellinaje latino hasta hacerle descender de Eneas,uniendo aquí las dos partes del poema.

Invoca á la Musa inquiriendo la causa de laira de la diosa, y califica al héroe insigne pieta-tem virus... exclamando: ¡Tantance animis cceles-tibus ira! En lo que podemos observar que losdioses de Virgilio tienen las mismas pasionesque los hombros.

Al momento indica la lucha de Koma y Gar-tago, que son los dos pueblos rivales, cuyas guer-ras con los latinos y troyanos son asuntos delpoema, eligiendo este asunto por su grandeinterés nacional, del mismo modo que en laIliada se canta la lucha entre griegos y troya-nos. Cuando describo la tempestad suscitadapor Eolo, á ruego de Juno, elige tale3 términosonomatopeyíeos que parece que se está oyendobramar los rientos.

Qua data porta ruunt, et térras turbine perflant.Y después Neptuno, elevando majestuosa-

mente la cabeza sobre sus manos, exclama;

Tantane vos generis tenuit fiducia vestriíYam ccelum terramque.. ¡ etc.

Pasaje que no puedo menos de calificar desublime, al ver á un Dios levantar la cabeza so-bre los mares, reprender á los vientos y calmarla tempestad, obedeciéndole todos los elementos.

Es sumamente bella la aparición de Venus, áquien Eneas tiene, sin embargo de no conocer-la, por una diosa.

Libro 2.° Refiere Eneas á Dido el incendio

233 L. PARRAL. ESTUDIO CRÍTICO DÉLAS OBRAS DE VIRGILIO. 185

de Troya, la perfidia de Sinon por su falsa reía •cion de la huida de loa griegos y el engaño delfamoso caballo de madera. Eneas 90 resiste,muere Priamo, aquél saca á su padre Anquisosen hombros, y á su hijo Ascanio al puerto. Suesposa Creusa, ya muerta, se le aparece y ledice que se embarque con los troyanos; obedecey dispone el viaje.

Es muy interesante la narración de la des-trucción de Troya, llena de episodios tristes yatroces. Oigamos la traducción de los bellos pa-sajes en que resalta la piedad de Eneas al que-rer salvar á su padre, y la desesperada resolu-ción de éste de no querer sobrevivir á la des-trucción de su ciudad, cediendo, no obstante,convencido por un prodigio, rogando á los dio-ses conserven á su linage para regenerar supatria.

Dice Eneas: nEntonces vi á Troya hundirse enmedio de las llamas, y revolverse hasta los cimien-tos de la ciudad deNeptnno...

Bajo y guiado por un Dios (numen) paso porentre la llama y los enemigos; los dardos me abrenpaso, y las llamas retroceden...

Cuando llegué á los umbrales de la casa paterna,moradas antiguas (de mis mayores) mi padre, queera el primero A quien yo deseaba llevar d los al-ffls montes, y el primero d guien buscaba, destruidaTroya, se niega á prolongar su vida y d sufrir eldestierro. Vosotros, dice, en quienes la sangre purade la edad (juventud) y las fuerzas robustas estánen todo su vigor, emprended la fuga...

En cuanto á mi, si los dioses hubiesen queridoprolongarme la vida, me hubieran conservado estasmoradas. Basta haber visto las ruinas y que haya-mos sobrevivido d la toma de la ciudad. Así, pues,dejadme morir aquí, decidme el último adiós. Yomismo me daré la muerte con mi mano...

Después que hace esta resistencia, en quetambién se manifiesta el acerbo dolor de An-quises, lanzándose Eneas, segunda vez, á la pe-lea, desesperado exclama:

¡Oh padre! i Acaso esperaste que yo pudierahuir dejándole] ¿Tanta maldad salió de la boca deun padret...

Luego que el anciano ve la maravillosa llamaque aparece sobre la cabellera de su nieto Yulo,invoca á los dioses y lleno do júbilo dice:

\<No haya ninguna detención; sigo y voy d dondenle tttveis. ¡Oh dioses patrios, guardad mi familia,

guardad ámi nieto! Vuestro es este agü$ro;p Tro-ya está en vuestro numen...

\.Ya oíamos claro el dúrrido del fuegopor las murallas, y el calor del incendio á» senüamás cerca.

uEa,pues, querido padre, ponte sobre mi cuello,yo te llevaré en los hombros, y esta carga no me pe-sará; cualquier cosa que suceda, común será ti pe-ligro, común la salvación para ambos. Mi pequeñoYulo me acompañará, y mi esposa seguirá de lejosnuestros pasos.»

El acalorado sacerdote Laoconte grita i, losciudadano» advirtiónd ules el engaño que pudie-ra haber y el pejigo, desconfiando de la perfidiagriega representada en Ullses. iSic notus Uli-xest... equo ne credite 1 eucri. Sinon, como todo elque tiene gran interés en hacer creer una men-tira, hace mil juramentos para que lo crean, po-niendo por testigos á, los dioses de que dice laverdad.

Aunque no es gran recurso para el poeta neícaballo de madera" al decir de algunos críticos,por no ser verosímil que los troyanos no se en-terasen de si los griegos habian ó no abandona-do el campamento, hay que observar que yaprovee todas esas dificultades en la narración deSinon diciendo: que los griegos se ocultan en ladesierta playa de la isla de Ténodos.

No pasaremos en silencio el horroroso episo-dio (horresco referens) de la muerte dada porlas serpientes á Laoconte y á sus dos hijoscuando estaba sacrificando un toro á Neptuno.

También ea digna de mención la perífrasisqueiemplea en el verso doscientos sesenta yocho.

uTempus erat, quo prima quies mortalibus cegrúnincipit

con que empieza el sueño en que Eneas ve &Héctor.

Así como también la antítesis del verso 354.Una salus victis, nullam sperare salutem,Por último, Priamo echa en cara á Pirro su

crueldad, por haber muerto á su hijo y le con-testa con un sarcasmo, wlrás y referirás á mi pa-dre (Aquites) esto. Cuéntale mis tristes hechos, yque Neptolemo ha degenerado. Ahora muere."

Termina este libro con los ttiás vivos colbíes>la destrucción de Troya.

Tercer libro. Eneas se hace á la vela, conveinte naves, arriba á Tracia y de allí á Délo»para consultar al oráculo de Apolo. Este le

186 REVISTA EUROPEA.—11 DE AGOSTO DE 1 8 7 8 . N." 233

manda-volver á su antigua patria; pero Anqui-ses lo entiende nial y marcha á Creta. Sale paraItalia, y es arrojado á las islas Strófades, dondeles molestan las Harpías. Celebra en Aetio unafiesta á Júpiter, llega á Butroto y se detienepor hallar allí á lleno hijo de Priamo y áAndróinaca mujer de Héctor. Eleno adivino,da prudentes consejos á Eneas para su navega-ción, y éste se despide llorando. Después entraen Drépano y muere su padre Anquises.

Este libro ofrece muy escaso interés, pues asícomo el anterior con todos los sucesos formauna sola acción, éste forma varias sueltas quepodrían suprimirse. Virgilio no puede rodear demaravillas sus episodios como Hornero, porqueescribe en época muy distinta, y por eso estossucesos solamente tienen interés histórico.

Lui3 P A R R A L .Catedrático del Instituto de Teruel.

{Concluirá.)

BIBLIOGRAFÍA.

Disertaciones y juicios literarios, por D. JuanValera; Madrid, 1378, 379 páginas.

Tango grande afición á las colecciones de escritoscortos. Una obra extensa, de longue haleine, es siem-pre más una, pero menos igual, menos acabada, ytía de adolecer, por fuerza, de monotonías y des-igualdades.

Dica Leopardi en su Filippo Ottonieri, que "loslibros son necesariamente como aquellas personasque hablan siempre y no escuchan: por tanto, espreciso que el libro diga muy buenas y bellas co-sas, y las diga muy bien, para que los lectores leperdonen aquel hablar continuo. De otra manera,el libro se hará odioso como todo hablador insa-ciable." Es evidente que á caer en el defecto ad-vertido por Leopardi, están más espuestos los es-eritos largos que los breves, y quizá por ¡eso dijoCalimaco aquello de libro pequeño, pequeño mal,Lo cual no obsta para que haya libros abultados,excelentes y de muy agradable lectura, y otroscortos que ningún cristiano lee. Pero aún en éstosse cumple la sentencia de Calimaco, porque si fue-ran más largos, aún serian peores. La brevedad es•iempre una ventaja.

Todo lo que antecede es una perogrullada, peroquizá no lo parezca el advertir que algunos de losmás acabados modelos de perfección y aticismoion escritos cortos; y. gr., los diálogos platónico»

y los del satírico Luciano. Ni son indignos decitarse, después de ellos, los Ensayos de Montaig-ne y los diálogos y demás prosas de Giacomo Leo-pardi, sobre todo, su incomparable y tristísimotratado de la gloria. Y e9 da notar el acierto quatuvo Laopardi en exponer su9 doloridas filosofíasen cortísimos d iálogos y opúsculos, porque si asiy todo se repite y torna siempre á las mismasideas, ¿cómo hubiera evitado la monotonía en unaobra larga?

La verdad es, que en nuestro siglo, ya por lomucho y rápidamente que se lee (lo cual no dejade ser un mal) ya por el absoluto dominio que lacritica alcanza sobre los demás género3 literarios,ya por el cansancio de las amplificaoiones y des-arrollos inútiles, ha crecido, como nunca, la plan-ta de los artículos, obras sueltas y disertaciones.Los ingleses llevan, quizá, la palma en este géne-ro, y desde el siglo pasado son famosos sus ensa-yistas, que entonces solian ejercitarse en lugarescomunes de moral, y en el presente se han dedica-do, con más tino, á la crítica literaria, histórica yfilosófica, de lo cual ya habia dado ejemplo DavidHume. ¿En qué estriba la reputación del escocésGuillermo Hamilton sino en sus Ensayos de crí-tica filosófica, hoy tan malamente olvidados?

Pero el rey de los ensayistas es Macaulay. Qui-zá, y sin quizá, no ha aido tan leida su Historia co-mo sus bellísimos estudios insertos en Revistascomo la de Edimburgo, y coleccionados después.

Los que en Francia han hecho colecciones deartículos y opúsculos distan mucho (con raras ex-cepciones) de la formalidad y aplomo de los ingle-ses, pero suelen tañer un ingenio y una graciaque "enamoran. El famoso critico Sainte Beuveapena9 tuvo otra cosa que artículos, y hasta ensus Iibro3 |largos (exceptuando quizá Port-Royalcada capítulo parece un estudio aparte. No ha denegarse que tiene esto sus inconvenientes, y queoculta muchas faltas en el plan y muchas indeci-siones y contrariedades en el pensamiento.

Pero todo esto irá contra los escritores, no con-tra el género, en el cual se puede ser sabio y pro-fundo. Artículos hay en la Dramaturgia de Les •sing, pongo por caso el comentario de la purifica-ción ó catharsis de Aristóteles, ó el juicio de laMérope, que tienen tanta trascendencia y valorestético como su Laoconle.

En España, desde el siglo xvi, se viene aplican-do esta forma breve á asuntos morales, satíricos yliterarios. Los escritores del Renacimiento usabande preferencia el diálogo, en lo cual es maestro Juande Valdés, y le imitaron D. Diego de Mendoza, elignorado autor del Crotalon, Hernán Pérez deOliva y muchos más. En la centuria xvn florecie-ron las ficciones satírico-alegóricas y algo lucia-

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neac,i9, v. g. los Sueños de D. Francisco de Mué-vedo, la República Literaria da Saavedra y variasotras de Graeián. En el xviu sa escribieron quizámuchos más ensayos críticos qua libros. Escritosbreves son los de Feijóo, Jovelianos, Forner, Vie-gas, D. Tomás A. Sánchez y muchos más. Era si •glo aquel de transición y de controversia. Faltaba(aunqua no tanto como en nuestros dias) el reposoy quietud de ánimo necesarios para empeñarse confé profunda y serena en grandes empresas de cual-quier orden.

En este siglo, y limitándonos á los más célebresentre los muertos, tenemos coleccionados los En-<sayos literarios de Lista, los Escritos políticos yI03 postumos de Balines, los artículos críticos deLarra, los de Piferrer, y las obras de Donoso, que(dejado aparte su famoso Ensayó) son casi todasbreve3. Y ciertamente que no son muchas lasobras contamporáneas do alguna extensión quehayan influido más ó hayan sido tan leidas comolas de los autores citados.

A ninguno de ellos es inferior el Sr. Valera, yquizá como literato aupara á todos los de nuestrotiempo. Sobre todo, en este género de los ensayosy artículos críticos no tiens vencedor ni rival. Yaen 1384 publicó coleccionados gran número deellos en dos volúmenes de rica enseñanza y apaci-ble lectura. Hoy reúne, con el título de Disertacio-nes y juicios, lo más notable y selecto de cuantodespués ha producido.

Tiene el Sr. Valera cualidades de escritor y decrítico que le apartan mucho de casi todo lo quepor España vemos. Sin dejar de ser inclinado (coninclinación de literato, y frecuentes infidelidades)á las espeoulacioue3 filosóficas, y muy leído enlibros de Estética y teoría del arta, ni hace pe-dantesca gala de la doctrina abstrusa que en ellos98 aprende, ni es infiel nunca á su buen gustoinstintivo, acrisolado después por el continuo es -tudio de los modelos clásicos y de las literaturasextranjeras. El Sr. Valera es literato verdadero,no pertenece á la categoría de los críticos que ha-blan del arta desde fuera del arte, como quien vela función desde barreras. Tiene, sin duda, prin-eipios generales y seguros da crítica y de estética,y alguna vaz I03 ha manifestado, poro posea sobretodo un gusto infalible y un tino práctico mara-villoso. En cuestiones da crítica no se equivocanunca, y (dada la falibilidad de los juicios hu-manos) cn,si puadan tañerse por infalibles sus de-cisio.ies. Podrá el Sr. Valera diferir de las ideasdel autor del libro que juzga, podrá juzgarlas maly equivocarse en cuanto á la materia, pero encuastion de forma, es decir, de arte, se le puedecreer á ciegas. Es uno de I03 raros mortales áquienes comunica directamente sus inspiraciones

la Vénu3 Urania. Creo que aunque no hubieraclasicismo en el mundo, el Sr. Valera seria clá-sico. Nadie tan enamorado como él de la natura-lidad, de la tessura, de la sobriedad y elegancia-nadie más -enemigo del estilo falso, de la afecta-ción y bambolla.

El Sr. Valera es notable helenista y latinista, ymuy aficionado á los italianos, adoradores y diseípulos de la antigüedad en tantas cosas. Sin alar-dear de erudito, conoce y domina las restantes li-teraturas da Europa, sobre todo la inglesa y laalemana. Con todo este arsenal y apparatut criti •cus, y su natural ingenio, agudo, penetrante ychistoso, no e3*extraño que el Sr. Valera haya he-cho y haga delicados estudios críticos, salpimen-tados á la continua con todos los gracejos y donai-res de su lozana fantasía meridional.

El tomo que tenemos á la vista puede considararse dividido en dos partes: una áa discurtosacadémicos, y otra de juicios. Diré algo de unos yotros con la brevedad propia de esta no articulo,sino anuncio bibliográfico.

Juzga el Sr. Valera que el primero y más exca-lente de sus discursos 03 el que versa sobre el Qui-jote y sobre las diferentes maneras de comentarle yjuzgarle. No serán pocos los lectores que asientaná eate juicio. El discurso es, á no dudarlo, deprimer orden. Y en verdad que no parecia cosafácil dar interés á una materia tan traqueada, yhasta profanada por doctos ó indoctos. El señorValera e3cogitó el medio más oportuno para vencersemejante dificultad: censura los extravíos de loscomentadores, y pone en su punto la significaciónartística del Quijote, tan olvidada por los que hanbuscado en él sentidos recónditos y esotéricos, óaltas y bajas enseñanzas de Medicina, GeografíaMetafísica, Jurisprudencia, Teología, Arte mili-tar, Náutica y Arte de cocina. El Quijote no es nimás ni monos que una novela inmortal, la prime-ra, con inmensa, superioridad, entre todas las no-velas. Todo lo que sea juzgarla con otro criterio,revela, ó falta de sentido estático, ó incurableestravagancia. No son menos inútiles los comen-tos en que se pretande averiguar quiénes fueron,ó pudieron ser, estos ó aquellos personajes delQuijote, en qué iglesia fue bautizado el hidalgomanchego, etc., etc., exornándolo todo con el plancronológico de k fábula y el mapa de las regionesque fueron teatro de las portentosas caballerías delhéroe. Parece increible que hombres de verdaderoingenio y erudición, hayan malgastado largas v i -gilias en tales disquisiciones.

Todo lo que el Sr. Valera dice del Quijote esatinadísimo; nunca ha sido mejor apreciada aque-lla chanza inmortal. Es evidente que Cervantesno mató ni hizo guerra al espíritu caballeresco de

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su patria, del cual él mismo en grado superior apar- Iticipába; lo úúiéó que combatía era un género li-terarioj anti-español en sus orígenes, introducidomuy tarde en nuestro suelo, contrario al genuinoespíritu de la caballería hisbórica nacional (exentasiempre de lo maravilloso y de la galantería), li-teratura además que alentaba á empresas locas,absurdos heroísmos y liviandades censurables ycansuradas por muchos moralistas.

También pone de manifiesto nuestro crítico elescaso fundamento de la vulgarísima aserción deque Sancho representa lo real y Don Quijote loideal, cuando uno y otro personaje, como creadospor una fantasía portentosa, no son abstraccionesni ideas puraa, sino realidad idealizada y trasfigu-rada por los esplendores del géaio. Con igual tinocontesta el Sr. Valera á los que se obstinan en veren Cervantes ¡í un revolucionario, un racionalistay mil otras cosas, de que él se haria eruces si vi-viera.

Los otros tres discursos del Sr. Valera son con-testaciones á académicos entrantes. El mejor, ánuestro juicio, es la respuesta, ó más bien réplica,al Sr. Nuñez de Arca, quien tuvo el mal gusto dehacinar en su discurso las invectivas tantas vecesrefutadas y ya fuera de moda, sobra el influjo de-sastroso de la Inquisición en la decadencia denuestras letras. El Sr. Valera, que aunque correli-gionario político del Sr. Nuñez de Arce, ama,más que todo, la verdad, y tiene el valor suficientepara decirla, desbarató una por una las vagas afir-maciones de su compañero, y estuvo verdadera-mente inspirado, aunque algo tímido al hablar denuestra filosofía del siglo xvi, que con Vives pro-dujo la verdadera y magna restauración de lasdisciplinas; con Gómez Pereira fundó la psicologíaexperimental; con Foxo Morcillo adivinó la fór-mula hegeliana; con Pedro Dolase y FranciscoValles restauró el atomismo; con Huarte abrió elcamino al empirismo y puso las bases de la freno-logia; y dio en Sánchez un escéptico de los másnotables, antes de Montaigne.

Todo esto, sin hacer mérito de los escolásticos,entre quienes brillan como astros de primera mag-nitud Domingo de Soto, Francisco de Toledo, Mel-chor Cano, Vázquez, Suarez, Pedro de Fonseca yBenito Pererio, ni de los místicos, cuyo valer en-comia, como es debido, el Sr. Valera.

Encuentro muy acertadas sus observaciones. contra Rousselot, quien niega toda influencia de

los místicos alemanes en los nuestros. Tan lejosestá de ser verdad esto, que en 1585 corrían tra-ducidos en lengua castellana Dionisio Cortajano,Henrique Harph, Tauler y algún otro, y la In-quisición los prohibió, como es de ver en el índicedel cardenal Quiroga. En místicos heterodoxos

nuestros, v. gr., ea las Consideraciones Divinas,de Juan de Valdés, hay evidentes huellas del es-tudio de Suso y de Tauler, como ya notaron Usózy Eduardo Bohemer. Quizá la lectura de esos li-bros contribuyó á dar calor á la secta da losalumbrados.

En el discurso sobre la ciencia del lenguaje másbien contradice que aplaude nuestro crítico lasaudacias del Sr. Canalejas en su discurso de re-cepción. Los extravíos de la ciencia filológica, ómás bien de sus aficionados y dilettaiitis, pónensede manifiesto con mucho ingenio y gracia, y rec-tifícase, aunque quizá no eon bastante resolución,lo que Renán dijo y repitió el Sr. Canalejas so-bre la inferioridad intelectual da los judíos. ¡To-do por aborrecimiento al pueblo de Israel! ¡Mássevera y acre reprensión merecian aún esas afir-maciones basadas en la teoría fatalista de las ra-zas. Confieso que los recuerdos griegos y latinosme entusiasman, pero es porque forman parte denuestro propio ser, y son la base de nuestra civi-lización. Pero ni por la India, ni por la Persia, nipor la Germánia siento la menor inclinación, yaunque seamos todos arios, nada me induce á te-ner por hermanos ni por glorias de raza á Buda,Zoroastroó el zapatero Jacobo Boehm, ni muchomenos á declararlos superiores á David ni á losProfetas, aun mirada la cuestión con ojos huma-nos. Esepan-aryanismo es un fantasma que nopuede inspirar entusiasmo ni simpatía á nadia.

Otro de los errores del Sr. Canalejas y de todoslos partidarios ineondieionados de eso que llamanley del progreso, es el creer y afirmar en serio quelas lenguas modernas son superiores en algo á laslenguas clásicas. Casi de blasfemia estética puedecalificarse e3to. Si los antiguos pudieran oir nues-tras pobres lenguas, escasísimas y torpes en lasflexiones, atadas en la construcción, analíticasporque no pueden abrazar lo sintético y tienenque descomponer el pensamiento; sin ninguna ómuy vaga cantidad prosódica, lo cual equivale ácarecer de armonía interna, y tener que produ-cirla por medios externos, mecánicos y hasta pue-riles, j,no se reirian de nosotros y nos llamaríanbárbarosi La lengua, como el arte, son cosas enque apenas cabe progreso, digan lo que quieranlos admiradores de la fórmula de Condorcet.

Todo esto, ó cosas muy semejantes, afirma ydemuestra el Sr. Valeia. En el discurso sobre lalibertad del arte (con cuyas ideas estéticas, casi deltodo, estamos conformes), reconoce que no se dáprogreso, sino antes manifiesta decadencia en laescultura (que nunca ha traspasado el tipo helé-nico), en la pintura, en la arquitectura, y en mu-chos géneros literarios, aunque exceptúa la poesíalírica, "en la cual (dice) caben progreso y mejora,

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conforma nuestras almas se vayan levantando ásuperiores esferas, y descubriendo más vastos ho-rizontes.» No sé qué esferas ni horizontes serán.estos, ni creo que nadie descubra tales cosas, fuerade los místicos en sus éxtasis y revelaciones. Y loque 63 por ahora, no pareas que el círculo se en-sancha mucho. Todas aquellas teosofías y fantas-magorías hegslianas, que dominaban hace algunosaños, se han ido disipando, y sólo queda un posi-tivismo harto grosero, que no favorece mucho,que digamos, al desarrollo de la] poesía lírica.Además, en los mejores poetas de este siglo, enByron, Shelley, Leopardi, Alfredo de Musset,Heine... hay algo de enfermizo, errabundo y"es-eéptico que se aparta de la serenidad helénica, yque, lejos de descubrir más vastos harizontes, pa-rece como que los rebaja y angustia el alma. Loque tiena mejor Leopardi no es su filosofía deses-perada (hija del siglo y del carácter del poeta),sino la forma purísima, de la cual es deudor á losgriegos. Todavía el poeta lírico, por su subjetivis-mo y alejamiento de la muchedumbre, puede sertanto ó más grande que los que le precedieron,gracias á su propia é individual inspiración, sinque esto implique progreso ni decadencia en elarta. No así en otros géneros: la muerta de todaepopaya, no ya de las primitivas, sino hasta delos remedo literarios (que á veces contienen ele-mentos épicos legítimos), el desarrollo del génerohourgeois y realista ó falsamente idealista de lanovela, el predominio de la literatura, negativa, esdecir, de la crítica y de la estética, son indiciosfatalé3 de que el arte agoniza.

Los artículos del Sr. Valera son tan preciososcomo sus discursos académicos. Entre todog ellosdistingue, á nuestro entender, el que versa sobrelos Estudios acerca de la Edad Media, del Sr. Pí yMargall. El ingenio, la agudeza, los donaires, elbuen sentido, la sana y solidísima doctrina de esteartículo, exceden á toda pouderacion. Solo entono jocoserio podia ser analizada aquella pre-tensa critica del cristianismo, ¿n que el'autorexclama de cuando en cuando con aire de compa-sión y superioridad: "¡Jesús s¿ equivocó; perono culpemos á Jesús: sentia, no raciocinaba!" yatribuye todas as calamidades de la humanidadá lo que él llama dualismo, e-i decir, á la creenciaen la inmortalidad del alma. La lectura del librejodel Sr. Pí (en el cual todo lo quo se aprende sobrela Edad Media es que fue esencialmente entonómica, como si da toda edud no pudiera decirse lomismo) hace ya sonreir de lástima, poro el comen-tario que el Sr. Valera le pone es tal, qua ni elmismo Luciano que volviera al mundo para fus-tigar á los sofistas le hada más ameno y regocija-do. En el artículo sobre las obras de Aparisi y Gui-

jarro no se puede aegar qu3 algo ciegan alValera sus inclinaciones políticas, haei&qulola jetcontradicciones donde quizá no las haya. Conven-go con él en que Apariai era muy poco filósofo,, yno solia raciocinar bien, como acontece á la mayorparte de los oradores, apóstoles y propagandistas.Pero todavía no he podido alcanzar en qué eatá lacontradicción de estos dos pasajes:

Los reyes no reciben su autoridad inmediata d*Dios, sino mediatamente, por medio de la soeiedaitcivil.

La soberanía del pueblo, (al como la entiendensus modernos regeneradores, es la sustitución de ¿afuerza, al derecho, de la nada á Dios.

La primera proposición no tiene dificultad al-guna, es la teoría católica del origen del poder queel Sr. Valera admite y "defiende: Non esl enimpo-testas nisi á Deo, y añaden los teólogos: Non quoirespwblica non creaverit principes, ied quod id fe-cerit divinüus erudita.

La segunda proposición, lejos de ser contradictoria de ésta, va contra la doctrina que no pon*en Dios la fuente del poder, ni supone á la repú*blica divinilíts erudita, sino qua la apoya en 1»fuerza, en la utilidad ó en otros motivos mund»7nos. La soberanía atea del Estado es el blanoo delas iras de Aparisi. Bien claro lo dice la limita-ción tal como la entienden.

En el artículo de la Filosofía española (materiaque nos ocuparía mucho si no fuera alargándosemás de lo que quisiéramos el presente), ha juzga-do el Sr. Valera, sin acritud, el tomo de Obras ts-cogidas de filósofos que coleceioaó el muy eruditogaditano D. Adolfo de Castro para la Biblioteca itautores españoles.

Mala mano tuvo el colector en aquella ocasión.MuctEos de I03 tratados que incluye no son de filósofos, sino de moralistas y hasta de escritores satí-ricos, y pobre idea se formaría el que por aquelvolumen juzgase de nuestro t8aoro filosófico, taninmenso como inexplorado. Por el contrario,¡cuánta gloria derian á nuestra ciencia cinco oseis volúmenes del tamaño de los de los de Riva-deneyra, en que por orden sa coleccionasen 1»Fuente de la vida, de Avicebron; el Autodidacto, deTofáil; el Cuzary, de Yehudá-Leví; algunos trata-dos cortos de Averroes, como el de unitate intellec-tus y la Destrucción de la destrucción, toda la par-te filosófica del Guía de los perplejos, de Maimóni-des, el inédito y desconocido tratado panteisla Depro-essione mundi, del arcediano Gundisalvo, lomejor de Raimundo Lulio (sin olvidar el de arii-culisfld'.i ni la de Lamentatio contra Averroistas),la Teología Natural, de Raimundo Sabunde; el deomni scibili. de Fernando de Córdoba, asombrode su siglo; los Diálogos de amor, de León Hebreo;

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las lecciones de ánima, de Montes de Oca, compa-ñero de Pómponazzi; todos los tratados filosóficosy metodológicos de Vives, la controversia de Gonvea con Pedro Eamus, el defatJ et libeo arbitrio,de Sepulveda: la Apología de Aristóteles, de GasparCardillo, el tratado sobre las cansas déla oscuridad,de Aristóteles, de Pedro Juan Nuñez; las obraaselectas de Fox Morcillo; un extracto de la partefilosófica del Christianismi Restitutio, de Servst;la Antoniana Margarita, con sus impugnadores;varios capítulos de la PhilosopMa Sacra, de Vallesy de la PMlosophia Libera, de Isaac Oardoso; elQtcod nihil scitur. da Francisco Sánchez; la Aca-démica, de Pedro de Valencia; el de natura natu -ranle, de David Nieto, etc. Loa escolásticos ocu-parían otros dos tomos, en que se insertaran loscomentarios de Toledo de anima, las Disputationesmethaphysicm, de Vazqusz; varios trabados de laMetafísica, de Suarez; el de principiis, de BenitoPererio, y extractos de Rodrigo de Arriaga, yfiaalmente, debia hacerse una colección de místi-cos de segundo orden, en que no quedaran olvida-dos ni Fray Juan de los Angeles, ni Cristóbal deFonseca, ni Miguel de la Fuente, ni el P. Nierem-barg, ete. Esto sin contar con los filósofos del si-glo pasado, que no dejaron de producir obras esti-mables y dignas de coleccionarse.

¡Pensar que con poco esfuerzo podía hacerse todo«sto, y que no hay quien lo haga!

DÍCÍ el Sr. Valera en esta artículo mil cosas eru-ditas y discretas, aparte de otras controvertibles,Niégala exisbaneia del vioismo, y paréceme queen 63to yerra. El vivismo es una dirección críticacomo la filosofía de Baeon, no un sistema onto-lógieo.

Es la condensación brillante del Eenaeimiento.No hay vivismo, como no hay Kantismo ni baco-nismo en sentido eatricto, paro hubo en el sigloxvi y en el siguiente, en España y ffuera de ella,una manera de filosofar libre y amplia, poco ami-ga de la autoridad y del espíritu sistemático, ayu-dada por el desarrollo de las letras humanas, ycuyos principa1 es resultados fueron: l.°la difo-rion del experimentalismo, cuyos cánones formulóVives antes que Bacon; 2." el abandono de la cos-mología peripatética ó de las formas sustanciales,sustituidas generalmente por el atomismo, á locual no se aventuró Vives, pero si su paisano yquizá amigo Pedro Dolése; 3.° la observación pri-cológica, preconizada por Vives y Gómez Pereira;4.° la simplificación de la lógica aristotélica, en locual siguieron á Vives, Pedro Ramos, Nuñez Ve-la, el Brócense y muchos otros; 5.° cierta ten-dencia al armonismo entre Platón y Aristóteles,de la cual se hicieron intérpretes Fox, Morcilloy Benito Perer'o en sus últimas obras; 6." la crí-

tica aplicada primero á los textos y luego á lasideas de los antiguos filósofos. Por eso brota enItalia y en España una serie de peripatéticos helenistas.

Toda esta filosofía que indudablemente precedey anuncia á Bacon y á Descartes es común á España y á Italia (teniendo además algunos secua-ces franceses y alemanes) paro ninguno presentóde ella un conjunto tan armónico, ni procedió conmiras tan generales en la reforma de la cienciay de los métodos como Vives. Y por eso apelli-dan algunos vivismo á la filosofía del Renaci-miento, sin que esto implique que haya una doc-trina metafísica propia y exclusiva de Vives. Loque hay es una instauratio scientiarwn semejantey aún superior á la del Lord Canciller.

xVl ver el justísimo entusiasmo con que el señorValera habla de Avicebron y de Jehudá-Ha-Le-vi, no podemos máno3 de estimularle á que pon-ga en verso castellano como él saba hacerlo , loscantos de aquellos dos egregios poetas, honra nosólo de su raza sino de España entera.

No tengo tiempo para seguir comentando unopor uno los restantes artículos del Sr. Valera. Ennada desmerecen de los citados. El relativo á lasCantigas es, A pesar de su brevedad, lo mejor quehasta ahora se ha escrito sobre ellas. Los dos ar-tículos acerca del Amadís de Gatila restimen enbreve espacio las conclusiones del reciente y muyestimable libro en que el doctor Braunfels ha pro-vado el origen castellano de aquella célebre novela. La humorística y saladísima disertación sobrela perversión moral en la España de nuestros dias,más que al género de artículos críticos perteneceá otro en que el Sr. Valara, también es maestro,y en el cual nos ha dado modelos como Un poco decrematística Entre estas /acedas ó burlas-verasquizá no haya otra tan amena como esta de la per-versión.

Finalmente, mencionaré el juicio de la vida deLord Byron, por lo bien que en él se combate elvulgar error de qua para ser genio hay que ser in-feliz, desesperado y algo loco, ó cuando menos ex-travagante: y el de las poesías de la Avellaneda,por el paralelo discretísimo entre est i señora yVittoria Colonna, y no por las frases poso ortodo-xas con que el artículo termina.

Fuera de este y de algún otro resabio, el librodel Sr. Valera, es no sólo erudito, ingenioso,agradable y rico en todo linaje de perfecciones li-terarias, sino bastante sano en sus doctrinas yopiniones, tenga el autor las que quiera. Por locual juzgo que sin inconveniente puede recomen-darse. Bajo el aspecto literario, ya he dicho quasólo encuentro en él motivos de alabanza.

X

N.' 233 R. GUIJARRO. ¡¿¡LA. MAR!!!

¡¡¡LA MARI»

A X...

De la mar te voy a hablar,y pues la mar es hermosa,hoy te quiero demostrarque sois una misma cosala mar y tú, tú y la mar.

Y no lo dudes, mirandoque la mar se vá alterandoy oscureciendo su brillo,pues saca su genieeillocomo tú, de vez en cuando.

Y al decir que sois igualesmi labio no se equivoca,pues si el mar en sus raudalestiene perlas y corales,también los tiene tu boca,

En mil razones abundo,y la razón principalen que mi dictamen fundo,es que si el mar tiene sal,tienes tú la sal del mundo.

Guando en celajes de brumase aduerma el mar blandamentefingiendo lechos de pluma,podrás ver cómo es tu frentetan blanca como su espuma.

Y como tu rostro bellotrag la mantilla no escondas,y preste al mar su destello,notarás que tu cabellocomo el mar se riza en ondas.

Y no debes extrañar,pues con lógica te arguyo,que, sin poderlo evitar,al pasar al lado tuyodigamos todos ¡¡¡la mar!!'

RICA.RDO GUIJARRO.

MISCELÁNEA

UN CRUSTÁCEO ANTIGUO.

El teniente coronel Grant, de Hamilton, pro-vincia de Ontario, en el Canadá, ha descubiertorecientemente un fósil que no podrá menos de serde vivo interés para los paleontólogos. Es uncrustáceo gigante del género Pterygotüs, un ma-xilípedo de unas 32 pulgadas de largo, con docedentídedos. En tamaño es comparable con el granPterygotüs anglicus de las rocas Devonianas deEscocia; pero la nueva especie, para la cual sepropone el nombre de P. canadenst, perfcaneee áun período geológico mucho más remoto, habién-dose encontrado en la piedra calcárea de Niágara.El profesor Hall ha hallado una especie pequeñade Pterygotüs en la formicion de agua caliza daeste Estado de íf. York y fragmentos de una es-pecie desconocida en las rocas de Clinton. La pre-sente muestra, sin embargo, ea la primera do laespecie mayor que procede de una época de tangrande antigüedad.

PARTICULARIDADES DE LAS MADERAS MAS USUALES.

Hé aqui algunos particulares interesantes r«s-pecto al valor comercial y propiedades de la? ma-deras más conocidas. Son notables por su elasti-cidad, el fresno, el hickory (madera americana delgénero car ya), el avellano, el lancewood (guatteríavirg§ta, árbol de las Indias occidentales), el cas-taño pequeño, el tejo y el snaketvood (maderamedicinal de las Indias orientales).

Por su elasticidad y dureza: el roble, el haya, elolmo, el ligntim vite ó guayaw, el nogal y elcarpe.

Por su grano parejo (para esculpir y grabar): elperal, el pino, el boj y el tilo.

Por su durabilidad (en obras no sometidas á laacción de la humedad): el cedro, el roble, el pinoamarillo y el castaño.

Para construcción de buques; el cedro, el pino(la tabla), el abeto, el alercs, el olmo y el roble.

Para trabajos sometidos á la acción de la hume-dad (como pilas, cimientos, canales, etc.): el olmo,el aliso, la haya, el roble, el esparto, el castaño,el fresno, el pruche y el sicómoro.

Para máquinas y molinos (fábricas): la haya, elabedul, el pino, el roble (rodillos etc.), el boj, elguayaw y la caoba (dientes de ruedas), el manza-

192 KEVISTA EUROPEA.^—11 DE AQOSTO DE 1 8 7 8 . N.»233

no silvestre, el carpe y el algarrobo (modelos defundición), el aliso, el pino y la caoba,

Para muebles (comunes): la hoja, el abedul, elcedro, el cerezo, el pino y el esparto (finos), el am-boyná, (madera con hermosas manchas que varíandesde el color anaranjado hasta el castaño oscuroy que se obtiene del pterospermun indieum), elébano negrp, la caoba, el cerezo, el arce, el nogal,el tulipán, la zebra (madera de la América del Surcon listas oscuras y negras sobre un fondo blanco),el ébano, el roble, el palo de rosa, el satinwoop(madera dtrqso), llamada así por el lustre quetoma después de trabajada, tiene color de limóny un olor agradable, el sándalo, el castaño y elcedro.

•**

COSECHA ARQUEOLÓGICA EN GRECIA.

Según el ultimo informe presentado al Consejofederal alemán, aparece que las excavaciones prac-ticadas en el territorio de Olimpia, reino deGrecia, durante loa pasados anos, han producido687 objetos en mármol, 1.928 en bronce, 420 enplata, 383 medallas y 200 inscripciones.

TEATROS,

Según se asegura, el Teatro Español abrirá suspuertas en la próxima temporada con un conside-rable abono, iniciado ya por las principales fami-lias de la aristocracia, l?r que se propone hacer sucentro de reunión el antiguo corral de la Pacheca.

La. nueva empresa que ha tomado á su cargo parala temporada de otoño el Teatro y Circo del Prín-cipe Alfonso, ha escriturado ya para los grandesbailes fantásticos que han de constituir la baseprincipal de sus espectáculos, artistas de los másnotables de Europa.

También ha contratado un cuadro cómico-lí-rico, á cuyo frente figura uno de los más distin-guidos y populares actores del género.

En el teatro de la Alhambra continúa funcio-nando la compañía italiana de María Frigerio,que á la prensa debe, á no dudar, el haber obteni-do en esta ocasión tan favorable acogida del pú-blico madrileño, como marcada fue la indiferen-cia que inspiró al presentarse por primera vezen el teatro de Jovellanos, y que no ha encontra-do, por lo visto, mejor manera de expresar suagradecimiento que la de suspender, respecto á

algunos periódicos, las (atenciones que por todaslas empresas teatrales se les dispensan, retirán-doles las localidades señaladas á los mismos,únicamente por contar con algunas más que ponerá la venta. Lo sensible en este caso, para la ex-tranjera empresa que así comprende la gratitud,es que en vano habrá pospuesto su galantería aldeseo de aumentar en unos cuantos reales las utilidades diarias, habiendo coincidido su interesadopropósito con la circunstancia de sentirse más elcalor, y ser, por lo tanto, menos agradable laestancia en dicho teatro que en el ameno jardindel Buen Retiro y los espaciosos Circos del Prín-cipe Alfonso y de Price.

Por lo demás, las simpatías que han sabidocaptarse la Sra. Frigerio y algunos otros artistasapreciables de la citada compañía, nos mueven ádesear que terminen sus funciones con el mismoéxito que á su mérito artístico y á los elogios dela prensa deben haber alcanzado hasta ahora.

El de las dos obras que últimamente se hanrepresentado, Baicanay El prado de San Gervasio,no ha sido más que regular.

**•En el teatro de la Comedia funcionará la tem-

porada próxima la misma compañía que en laanterior, excepto el estimable artista D. JuliánRomea, que ha contraido compromisos con laempresa de otro coliseo.

• \La concurrencia que asiste al Circo de Price es

cada noche más numerosa. Los innovadores Leon-ce y Lafoulen en sus difíciles ejercicios, Mr. Ed-monds con sus elefantes, la familia Chiessi consus inimitables saltos, las payasadas de Tony Gri-ce, y, finalmente, los trabajos ecuestres hacen pa-sar noches deliciosas, y Mr. Parish ve premiadossus afane3 por la buena sociedad madrileña,

A principios de lá próxima semana debutaránen este favorecido Circo algunas de las notabili-lidades contratadas últimamente.

•**Los Jardines del Buen Retiro eatán muy con-

curridos y animados, especialmente los dias d«concierto, en los cuales el público hace repetirvarias piezas.

* *En el Teatro del Príncipe Alfonso continua

ofreciéndose al público por la compañía del señorArderíus, las aplaudidas zarzuelas El diablo cojue-lo y tos sobrino» del capitán Qrant, viéndose elteatro muy concurrido; sobre todo en las funciones que da á beneficio del público, con gran reba-ja en los precios de las localidades.