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REVISTA EUROPEA. NDM. 6 : 5 DE ABRIL DE 1 8 7 4 . AÑO I. CARTAS INÉDITAS DON JULIÁN SANZ DEL RIO. CARTA II. (Conclusión.) * Desde luego aparece que todo cuanto cabe le- gítimamente como del primer capítulo, se en- cierra lo primero en los tres términos siguientes: «¿Cuál estado es cuanto á saber ó conocer de las cosas el en que el hombre se presenta á Edu- cación en este mismo conocer?» En caso que tal estado sea, no de ignorar, sino de conocer «¿cómo es este conocer en cuanto ha de ser discernible de aquello propio para que la educación (entendida sin limitación de sentido) es de toda verdad un condicional indispensable?» «¿Bajo cuáles con- diciones fundamentales debe eflcacitarse toda Educación para que el respecto y seguida corres- pondencia de ella á su objeto (el Hombre precisa- mente como en estado de Educación) guarde acuerdo y plenitud de vitalidad?» Acerca del primer término, el supuesto hoy universalmente subentendido es: El Hombre se presenta áser educado en el conocer de las cosas (por modo y bajo Ley de ciencia) como en estado general de ignorar, de hallarse ajeno á todo co- nocimiento definido de ellas; y precisamente por esto, se añade, ha menester una Educación. De aquí, se concluye ulteriormente, la esencia de la Educación está en iniciarlo bajo la forma más determinada (definida) posible y en toda afirma- ción acerca de las nociones fundamentales de las cosas.—Todo el sistema de Educación científica parte de este presupuesto y de este principio por todas sus aplicaciones, desde el Catecismo des- tinado á iniciar al Hombre en la noción (valga ahora esta palabra) de Dios hasta los tratados que versan sobre las nociones fundamentales de grande ó pequeño (cuantidad: matemática), de bueno ó malo (moral), de justo ó injusto, de bello ó no bello, y así en adelante.—Mas hoy co- mienza á reconocerse que en el presupuesto donde tácitamente se ha autorizado esta manera de ser y de obrar hay error; es decir, que el Hom- bre entra en comunicación con los seres, en vida * Véase el número anterior. TOMO I. así natural como espiritual, como humana; en estado, ya de positivo conocer, como cognoscen- te, ya de anterioridad á cada nuevo caso (mera circunstancialidad ó concurrencia de cosas) que en la incesante é incesantemente renovada feno- meneidad de la vida común exterior se deja constar ante él en la Identidad de ser que él mismo es y que guarda por toda la dirección de su vida. Ateniéndonos sólo á una consideración plena- mente concluyente, todo Hombre, como proce- diendo de sí propio, se inquiere en cada caso y de cada cosa, cualquiera que sea, por toda su vida (y aun presiente que la capacidad general de ello se continúa anterior y posterior á lo transitorio déla vida natural): Dónde es, Cuándo es, Cómo es, en conexión con qué es, y supremamente á todo y como en omnímoda ulterioridad de ser, Causa de qué es, en Causación de qué viene y se origina. Donde se deja mostrar que todo Hombre subordina ya siempre de autenticidad, y en forma de posición genérica, todo lo circunstancial que concurra en presencia con él propio, á conceptos de sucesión, de extensión, de modo, de condiciona- lidad, de causa, los cuales le son sabidos por una manera más íntima, más de intuición y universa- lidad de valor que todo lo que en posterioridad á ellos acaece y se ocasiona reconocer con toda In- dividttflfeion en el comercio de la vida.—Aún, su- biendo un término más, encontramos todos los conocimientos generales dichos, como asimismo los conceptos en ellos preentendidos, bajo un tér- mino y forma común, la cual es signo inmediato de estado de saber, estado de ciencia: la forma de preguntar, de inquirir, cuya esencia consiste en «Intermediación (transición) cuanto al cono- cer de las cosas en que se repone el Espíritu, en presencia de cada nuevo término, entre algo siempre de prioridad sabido como de su Ley y esencia, Idéntico, comprensivo; y de otro lado lo meramente singular (tal, circunstancial) y por tanto de necesidad en estado de continua reno- vación y diversidad que viene como á su en- cientro.»—El contenido propio de esta transí* cion pertenece asimismo á estado y esfera de co- nocer, no de ignorar; ¿cómo se conexiona en Ar- monía bajo Identidad esto tal que de presente me aparece como en opuesto y diferencialidád con cualquiera cosa que sea, y ahora asimismo conmigo propio? Presumo, pues, en este caso, de 11

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REVISTA EUROPEA.NDM. 6 :

5 DE ABRIL DE 1 8 7 4 . AÑO I.

CARTAS INÉDITAS

DON JULIÁN SANZ DEL RIO.

CARTA II.(Conclusión.) *

Desde luego aparece que todo cuanto cabe le-gítimamente como del primer capítulo, se en-cierra lo primero en los tres términos siguientes:«¿Cuál estado es cuanto á saber ó conocer de lascosas el en que el hombre se presenta á Edu-cación en este mismo conocer?» En caso que talestado sea, no de ignorar, sino de conocer «¿cómoes este conocer en cuanto ha de ser discernible deaquello propio para que la educación (entendidasin limitación de sentido) es de toda verdad uncondicional indispensable?» «¿Bajo cuáles con-diciones fundamentales debe eflcacitarse todaEducación para que el respecto y seguida corres-pondencia de ella á su objeto (el Hombre precisa-mente como en estado de Educación) guardeacuerdo y plenitud de vitalidad?»

Acerca del primer término, el supuesto hoyuniversalmente subentendido es: El Hombre sepresenta áser educado en el conocer de las cosas(por modo y bajo Ley de ciencia) como en estadogeneral de ignorar, de hallarse ajeno á todo co-nocimiento definido de ellas; y precisamente poresto, se añade, ha menester una Educación. Deaquí, se concluye ulteriormente, la esencia dela Educación está en iniciarlo bajo la forma másdeterminada (definida) posible y en toda afirma-ción acerca de las nociones fundamentales de lascosas.—Todo el sistema de Educación científicaparte de este presupuesto y de este principio portodas sus aplicaciones, desde el Catecismo des-tinado á iniciar al Hombre en la noción (valgaahora esta palabra) de Dios hasta los tratadosque versan sobre las nociones fundamentales degrande ó pequeño (cuantidad: matemática), debueno ó malo (moral), de justo ó injusto, debello ó no bello, y así en adelante.—Mas hoy co-mienza á reconocerse que en el presupuestodonde tácitamente se ha autorizado esta manerade ser y de obrar hay error; es decir, que el Hom-bre entra en comunicación con los seres, en vida

* Véase el número anterior.

TOMO I.

así natural como espiritual, como humana; enestado, ya de positivo conocer, como cognoscen-te, ya de anterioridad á cada nuevo caso (meracircunstancialidad ó concurrencia de cosas) queen la incesante é incesantemente renovada feno-meneidad de la vida común exterior se dejaconstar ante él en la Identidad de ser que él mismoes y que guarda por toda la dirección de su vida.

Ateniéndonos sólo á una consideración plena-mente concluyente, todo Hombre, como proce-diendo de sí propio, se inquiere en cada caso y decada cosa, cualquiera que sea, por toda su vida(y aun presiente que la capacidad general de ellose continúa anterior y posterior á lo transitoriodéla vida natural): Dónde es, Cuándo es, Cómoes, en conexión con qué es, y supremamente átodo y como en omnímoda ulterioridad de ser,Causa de qué es, en Causación de qué viene y seorigina. Donde se deja mostrar que todo Hombresubordina ya siempre de autenticidad, y en formade posición genérica, todo lo circunstancial queconcurra en presencia con él propio, á conceptosde sucesión, de extensión, de modo, de condiciona-lidad, de causa, los cuales le son sabidos por unamanera más íntima, más de intuición y universa-lidad de valor que todo lo que en posterioridad áellos acaece y se ocasiona reconocer con toda In-dividttflfeion en el comercio de la vida.—Aún, su-biendo un término más, encontramos todos losconocimientos generales dichos, como asimismolos conceptos en ellos preentendidos, bajo un tér-mino y forma común, la cual es signo inmediatode estado de saber, estado de ciencia: la formade preguntar, de inquirir, cuya esencia consisteen «Intermediación (transición) cuanto al cono-cer de las cosas en que se repone el Espíritu, enpresencia de cada nuevo término, entre algosiempre de prioridad sabido como de su Ley yesencia, Idéntico, comprensivo; y de otro lado lomeramente singular (tal, circunstancial) y portanto de necesidad en estado de continua reno-vación y diversidad que viene como á su en-cientro.»—El contenido propio de esta transí*cion pertenece asimismo á estado y esfera de co-nocer, no de ignorar; ¿cómo se conexiona en Ar-monía bajo Identidad esto tal que de presenteme aparece como en opuesto y diferencialidádcon cualquiera cosa que sea, y ahora asimismoconmigo propio? Presumo, pues, en este caso, de

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REVISTA EUROPEA.—5 DE ABRIL DE 1 8 7 4 . N.°6toda autoridad y/e cognoscitiva, como hice paratodos los precedentes y haré para todos los veni-deros, la realización en general de la Ley y co-nexión dicha; y á esto en pequeño término re-duzco yo todo lo que en el caso mismo es de sa-berse.

¿Cómo, pues, en estado de conocer? ¿Y tal, sinembargo, que respecto á esta misma virtualidadque posee ha menester una Educación? ¿Qué co-noce y posee, pues? ¿Qué no conoce todavía y lefalta?—Conoce lo Real que las cosas son de sí,como y en cuanto son de unidad, Identidad, In-tegridad; por consiguiente en sí, de propia inte-rioridad, como en comprensión y toda conexión detérminos. Conoce asimismo la invariable auto-ridad (infalible verdad) y valor que esta íntimarealidad (esencia) tiene y, digamos, vindica desí por todo lo que es, y por todo lo que puedaaparecer de presencia con él en la vida.—Conoce,por último, y se significa de ello en la igualdadque se restablece en su espíritu, una vez recono-cida la relación como se determinan en todonuevo caso los términos de inquisición explica-dos, que nada más allá ni ulterior á ellos restaque saber cuanto á lo circunstancial ocurrente.—Términos todos que en el conocer humano versanprecisamente sobre la originacion, la Ley, y laúltima definición ó conclusión del conocer mismo,y que son á cada caso de este género como eltodo á cada parte, como la esfera al punto.

Mas el Hombre que de toda prioridad vieneíntimo de esto Uno y comprensivo, como seconsta él de las cosas en conocerlas, queda portoda la transición y respectividad de su vida, yaen los períodos más comprensivos, y aun encada momento, siempre de nuevo en término yconclusión de cosa, de obra, en la plenitud y todadefinición de circunstancia por donde va comotraduciendo (transcendiendo) su original inextra-ñable Evidencia (fe cognoscitiva) sobre el todo ylo genérico: siempre puesto en novedad de casopara con lo accidental donde en el porvenir ha dehacer reflejar esta Evidencia (para obrar en elloasimismo como virtud consciente y espontánea).—Ateniéndonos á este punto de mira, la Educa-ción tiene un valor y objeto enteramente práctico,á saber, bajo la forma siguiente; «Prestar con-curso á cada nuevo Individuo humano en el es-tado de siempre naciente novedad y extrañezaen que cae, viviendo en la accidentalidad de lascosas humanas.» «Hacer que en este respectomismo adquiera un grado de previsión (Prudencia,sea conociendo, sea obrando) que cabe para dis-poner cada nuevo caso más accesible á su cri-terio y á su virtud (Potestad, capacidad deobrar).J—Al punto se advierte que bajo este res-

pecto la Educación no presupone ignorancia, sinosaber; asimismo que carece de carácter dogmá-tico, preceptivo, puesto que tácitamente reconocela imposibilidad de plena conclusión—afirmación—de toda -previsión en su objeto mismo; sino quesu naturaleza es «Concurso, dirección.»

Esto sea dicho del lado de lo que ha de venirsiempre de toda posterioridad para con el Hombremismo, actualizándose en vida y plena comunica-ción con los demás seres. Mas ¿fáltale al Hombre(en Individuo) algo aun en aquello genérico que detoda intimidad le es propio y siempre queda ante-rior en la actualidad misma (intermediaria) de co-nocer? Sin duda, como cada ser individual humanoes y vive meramente como parte en el todo deSer kumano, ha de ser y realizarse asimismocomo parcial en su propiedad de Perceptividad(como en su virtud ó Eficacia sobre las cosas)aparte ahora que verse esta sobre Género ó sobreDiferencia cuanto al objeto. De aquí, vive subor-dinado en ella á grados de nacimiento, de pro-greso, de plenitud, de ulterior desenvolvimiento,de retroceso (reintimacion en sí propia) que es loque significa «.Parcial en tiempo.»—En expe-riencia hallamos que el estado de conocer anteriorarriba explicado, se anuncia en el Hombre jovenen modo de presentimiento, no todavía en modo deíntegra, segura constacion (consciacion).—Falta,pues, al Hombre en cada estado y período de sucognoscibilidad, aun sólo como siendo un cons-titutivo entre los demás en que el todo de su serse integra y se perfecciona, precisamente el es-tado y período superior siguiente á que él aspiraen verdad de propia eficacia, pero siempre en ca-lidad y virtud como parte. Ahora ¿quién dudaque en este intermedio de transición es posible ylegítima, aun es de plena condicionalidad: «re-lación del todo á cada parte, concurso de estasentre sí (Educación libre social) y con cada una:Educación?» Fuera menester, de lo contrario,negar la plenitud de vida y de virtud interior,(amor) en que se realiza en Dios ]a Humanidadcomo Integridad de Ser por todos sus Individuos.

Fúndase, pues, también una Educación parael Hombre cuanto á todo aquello en que él vieneya íntimo, de toda anterioridad á la comunica-ción exterior de la vida.—Esta dirección de laEducación guarda respecto sólo al primer tér-mino de la incesante intermediación y transiciónen que se actualiza el Hombre conociendo (pre-guntando, concluyendo); así como la direccióneducadora antes mencionada guarda respectosólo al segundo término del mismo acto, á saber:«Aquí, ahora, en toda presencia, no antes nidespués, no más acá ó más allá, no en otra cir-cunstancia... ¿Qué es, (de Ser), Cómo es, Dónde

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N.'6 SANZ DEL RIO.—CARTAS INÉDITAS. 163es, Cuándo es... Por qué es?»—La forma y Leyde esta dirección es: «Prestar concurso al Hom-bre en la obra (enteramente extraña á circuns-tancialidad y condición exterior) de inconsciarseél á sí propio por toda la generalidad y compre-sión que en sí caben los términos ó conceptos su-premos: Ser, modo, conexión, tiempo, lugar, causa,que son como los signos comunes por los que élmismo se inquiere por toda concurrencia y defi-nición de casos sucesivos en la vida.»

En el presupuesto que la Educación, hoy in-tencionalmente regularizada, pretende un fin aná-logo á este explicado, de ella entiendo hablar con-siderando más determinadamente: «¿Bajo cuálescondiciones esta Educación guardará acuerdo consu objeto, se mantendrá genuina en el procedi-miento y eficaz en la consecución de su propó-sito?—Poniéndonos de una vez en los términosmás simples y de toda trascendencia que cabenen la cuestión: La suprema delinieioa bajo queparece quedar comprendido el sistema actual deEducación científica-humana en conjunto y portodos sus pormenores, es: «Procedimiento enplenitud de definición y afirmación incondicio-nada; bajo el supuesto de estado anterior de ne-gación ó mejor nulidad en conocer (ignorancia);y bajo la ley asimismo de contraposición á dichoestado de parte del Educando (oposición á él paraextinguirlo).» A este procedimiento es adecuadoel nombre de Dogmatismo (Absolutismo) científi-co.—Mas en el sentido á que yo me atengo, la su-prema definición de la educación científica-hu-mana sería: «Procedimiento en manera de pen-dencia y condicionalidad, de mera respuesta (res-ponsion) de parte del Hombre como Educante;bajo el supuesto de un estado espontáneo, siem-pre en vida y en renacimiento, de indagación di-recta (pregunta) de parte del Hombre como Edu-cando; y bajo la ley asimismo de adecuación engeneral y en particular por todos los términos yperíodos en el libre desenvolvimiento de aquelmencionado estado.» A este modo de procedercorresponde el nombre: Armonismo (condiciona-lismo) científico.

Sobre esto, por más enojoso que me sea, nodebo entrar aquí en examen y de terminación di-recta; cumplo con lo que ahora pertenece fijandoeste primer término en toda distinción, y mos-trándome dispuesto á explicarme con V. ó conquien se interese en el objeto, ya sea para ampliary fundar esta definición misma, ya sea para pre-cisar en conexión con ella toda consecuencia queentiendan hallarse legítimamente contenida endicha primera posición.—Mas, sólo para mi pro-pósito actual de fundar el segundo método deprocedimiento arriba descrito, debo definir algu-

nas de las Leyes de acción que el Educante ha-bria de guardar en consecuencia de la definicióny concepto explicados.

Primera Ley.—Pues la obra de Educación en elconocer de las cosas, cuanto á su ser y realidadgenérica-anterior, no comienza activa en el Edu-cante, sino ya en prioridad de término y de todaespontaneidad en el Educando (inquiriéndose entodo en razón de los conceptos definidos), el Edu-cante comenzará la parte de obra que en el con-junto le corresponde: «Poniéndose en toda verdady de plena intención en estado de conexión gené-rica con los estados y períodos por donde el Edu-cando, de sí propio y ordenadamente, comienza,amplía, se esfuerza por integrar su Indagación.»

Segunda Ley.—Pues el respecto como se hande uno para con otro el Educante 7 el Educandoen la parte de obra que cada uno pone en el todo,es: respecto de adecuación; «El educante debeguardar tal medida respondiendo, que en ello nopresuponga, ni implique, ni pretenda más ni ulte-riormente que lo que el Educando deja indicarpreguntando.» Para explanar esto por algunostérminos, diré : tan adecuada al caso diferencial(Individual) que la ocasión ha de ser la respuestacomo aparece intencionalmente serlo la pregunta.Ha de ser asimismo tan determinada (condicional)que queden evidentemente para el Educando fue-ra de respuesta los demás casos diferenciales degénero análogo y de grado en grado más cone-xionados con el supuesto; los cuales no dejaránde ofrecerse al punto (como en contraste con elresultado), en la inagotable plenitud y Armonía(diversidad bajo Unidad) de la vida. Nunca larespj^psta habrá de darse como de propia afirma-ción: nunca como en ampliación y generaliza-ción sobre todo diferencial ocurrente; esto fueravolver más ó menos al Dogmatismo científico;sino que habrá de medirse cuidadosamente á lacondicionalidad en que se puso la pregunta. Esta,lejos de extinguirse y cesar de plano, renace porsí misma siempre de nuevo y siempre en gradode mayor comprensión; lo cual viene precisa-mente en toda correspondencia con la dirección ytérmino á que se aspira en este respecto de laEducación por parte del Educante.

Tercera Ley.—Pues el fin propio de esta direc-ción en la Educación queda cumplido cuando elEducando reconoce en plena consciencia la uni-versalidad con que valen y se realizan por todala circunstancialidad concebible en las cosas, yen respecto, digamos, de supremidad, los con-ceptos bajo que él, desde luego y por toda.suvida, se entiende de ellas; el Educante, en cuantodespués de guardadas las Leyes precedentes leresta aún de libre concurso y dirección (eficacia):

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«Debe ordenar constantemente su intento (bienque sea cuestión del conocer de las cosas simpley genéricamente en cuanto son; ó ulterior y defl-nidamente en cuanto son de Cuantidad , de Ver-dad, de Bondad...) á que lo diferencial y contras-tante, como que entrando en uso de la vida cog-noscitiva se muestra de primero todo caso ocur-reate al Hombre (íntimo todavía sólo de la unidadinejercitada, inexperimentada, de sus conceptosanteriores), venga de grado en grado á ser reco-nocido en su interior conexión bajo Ley de comúnomnímoda subordinación al concepto genérico áque la indagación misma se referia en su primergrado (correspondiente al conocimiento sensibleexterior, en cuya esfera se dejan aparecer ya entodo Hombre en presentimiento los conceptos su-premos en que se consta la Realidad).—Es de Leyinvariable: En la misma proporción en que, su-puesto un ejercicio gradual siempre conscientepara el educando de Indagación inductiva-cien-tíflca, se entera éste de: cómo se realiza del con-cepto en cuestión por todos los diferenciales áque la Indagación alcanza; la analogía sustituyeá la contraposición y el concepto anterior se exen-ta, digamos, y se superioriza en el espíritu delEducando como oomprendente, uno sobre toda di-versidad y parcialidad en su género.—En estepunto termina el procedimiento llamado induc-tivo-científlco (análisis): asimismo la Educaciónpropiamente entendida bajo este respecto.

Esto baste, y acaso me he excedido, para ex-plicar mi manera de ver acerca de: cómo en lacondicionalidad particular bajo que el conoci-miento científico se muestra hoy entre nosotros,una eficaz restitución en este género de vidasólo cabe en general bajo la forma y la Ley de unprocedimiento elemental, donde la indagación in-ductiva proceda siempre de nuevo desde su prin-cipio espontáneo en el Hombre, por grados inter-medios, hasta su término supremo, en concur-rencia de las demás condiciones arriba descritas.—Cuanto á mí ahora, en el propósito que me ani-ma de consagrarme según mi capacidad y lascircunstancias do este género de trabajo, sea re-sidiendo en el extranjero, sea después en nuestropaís, ya primero por tratados escritos, ya des-pués, si fuere dable, oralmente, entiendo en todocaso atenerme á las condiciones y á las Leyesprincipales que acabo de exponer (salvo siempreque en el conocimiento de diversos modos de veró en consideración ulterior venga á modificarsemi convicción).

De los dos capítulos siguientes, al principio ar-ticulados, habré de explicarme en aquello sóloque más directamente pertenece para fundar miintención general. — Respecto del sistema de

K. Chr. F. Krause no nos interesa aquí en lo queél es y contiene de doctrina, sino en cómo es yprocede en desenvolverla.

Krause comienza su procedimiento ya en el po-ner mismo de la cuestión, así general de cienciacomo principal de ciencia racional ó filosófica (ádiferencia de experimental-empírica) diversa-mente que los sistemas, por ejemplo, de la EdadMedia, que se ponen, de tácito supuesto, comocontinuativos de sistemas precedentes: diversa-mente asimismo que los sistemas pertenecientesá la época inmediata posterior, los cuales, sin ex-cepción, se ponen de todo principio en contrapo-sición con aquellos sus anteriores (parcialmentenegativos : exclusivos). Krause comienza porquedar indiferente á todo sistema filosófico ante-rior ó contemporáneo: por haberlos como no veni-dos. Esto previo, y en directa intención á la cosa,pónese la cuestión de la Cognoscibilidad comopropiedad de ser del Hombre, y luego como en suactualidad misma de conocer, como si de primercaso ocurriera al Hombre impresenciarse de sí eneste su propio respecto: por consiguiente, en po-sición enteramente primitiva, original, accesibleá todo Hombre de sana y regularmente cultivadarazón.—Por simple que esto parezca, ha sido des-atendido en los más de los sistemas filosóficos;pero bien mirado, la primera verdad para todofilósofo es la verdad en poner la cuestión misma deello. Que nada de cuanto él entienda que perte-nece á lo comprensivo de su objeto lo deje comode lado; antes ha de comenzar por asegurarse deverdad que nada queda extraño á la indagación,presupuesto, ó prejuzgado; de no, ya el principioes parcial, exclusivo, y por tanto parcialmentefalso: el procedimiento se incapacita de todo orí-gen para la prosecución y logro del fin.

Ahora, cuando se trata de cooperaren la Edu-cación humana en la Ciencia, ocurre la conside-ración que una doctrina de tal calidad se adecúamejor que otra alguna á aquella época de la vidaen que la cuestión se pone ella de sí propia, comoK. Chr. F. Krause la establece. En esta época,asimismo, el Hombre indaga más bien que afirma;por esto entra más fácilmente en el procedi-miento inductivo, del cual la afirmación, propia-mente dicha, queda excluida en todos sus gradosintermedios. El sistema á que me refiero no sóloes adecuado al método de procedimiento á queyo me atengo, sino que no concibo otro me-dio de hacerlo conocido fuera del país mismodonde se concibió y fue desenvuelto.—Un hechocomprobante de lo que en general llevo dicho, yvalga de paso, es que entre todos los Filósofosmodernos alemanes (excepto Fichte en un brevetratado) sólo Krause ha escrito diversos tratados

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N.° 6 SANZ DEL RIO.—'CARTAS INÉDITAS. 165expresamente para los no versados en una culturarigorosamente científica.

En presencia, por último, del tercero de los ca-pítulos arriba articulados, á saber: «Cómo en elestado actual nuestro cuanto á los medios de ex-presión hablada en general, y en particular deexpresión científica, tomo yo fundamento paraadoptar el segundo modo de proceder en todonuevo desenvolvimiento de Ciencia y de Filosofíaentre nosotros;» he de advertir lo primero que nome entiendo yo aquí del Habla en el pleno de sudefinición (concepto de ser) propia, sino sólo ensu respeto de « Condición intermedial, bajo la cualel concepto todo interno de razón se asimila, ycomo se funde en modo de corporeidad y vida ex-terior,—tomando en ello nuevo género de virtud yeficacia con que se corresponde para con los de-mas á lo interior, asimismo, de su perceptividadpor una asimilación análoga, pero en inversiónde procedimiento.»

¿Bajo cuáles condiciones, pues, esto interme-dial, que es para el mero concepto la expresiónhablada, corresponderá á dicha su relación y finpropio? Sólo dos, las más genéricas, cabe deter-minar ahora. Primera: «Que los términos extre-mos (conceptos racionales) se intimen y recipro-quen por y en el intermedio, sin mengua ni de-crecimiento (corrupción, falsificación) de aquelloque de parte de cada uno entra en corresponden-cia (inmiscuacion).»—Segunda: «Además y ulte-rior sobre la primera condición; que precisamenteen y por la virtualidad propia del intermedio, re-ciban los extremos que se comunican la capaci-dad (eficacia), de que sin él carecen, para inti-marse el uno con el otro en toda reciprocidad deefecto.»

Ahora, sin pasar adelante en más definidostérminos de estas condiciones primeras, halla-mos ya fundamento bastante para juzgar de nues-tros medios de expresión hablada, cuanto con-cierne al propósito presente.—Consideremos unmomento la primera condición.-—Todo conceptointerno de nuestra perceptividad, en el estado in-mediato precede ¡te á ser como invertido de ex-presión, es y se pone de sí, no sólo ya enteramentedefinido en pleno discernimiento de cualquierotro concepto (porque esta es su naturaleza), sinoademás fantaseado en Interior mismo del Espíritu(asimilado á modo corpóreo).—Exige, por consi-guiente, de legítima correspondencia, que lo in-termedial exterior, en que es recibido, sea ya desí propio tan definido, tan discernible entre todosjos análogos de su género, y asimismo tan sim-ple en su forma externa (sustantivo) como vienesiéndolo el concepto con que pretende correspon-derse.—Ahora, considerado esto, cualquiera re-

conocerá al punto cuánto dista hoy nuestra Ha-bla de ser verdadera expresión intermedial deconceptos científicos: basta que repare un tantoen la indefinición de sus términos, en la asom-brosa arbitrariedad de sentido á que se dejan aco-modar; y en el carácter de adjetiva que en totali-dad trae consigo por la manera con que se ha for-mado y que muestra á cada paso, entre otras seña-les, en la preponderancia exagerada que en cadaforma particular se han arrogado las sílabas de-sinenciales (adjetivas) sobre las radicales (sustan-tivas).

Ampliemos algo asimismo en la segunda con-dición. Lo primero que se advierte es que faltan-do en el medio que hoy poseemos de expresióncientífica la primera condición, queda por ellomismo esta segunda imposibilitada de cumplir-se. Si el intermedio de expresión carece de lapropiedad fundamental: Ser ejusdem. generis conel concepto racional, mal podrá éste en aquel ad-quirir renovación de virtud y eficacia á lo exte-rior.—El Habla humana, por todo'su género ysobre todas sus diferencias, sólo entonces se poneen lo supremo de su carácter y dignidad cuandoes de toda verdad Palabra, voz ó corporismo dela Razón en el Hombre; y á esta suprema calidad,no llega sino cuando es sinceramente lógica, esdecir, cuando así en el organismo del todo, comoen la conexión interior de sus términos, guardaprecisamente aquella Ley que la Razón en su in-terioridad guarda en formar, definir y relacionarsus creaciones (conceptos): sólo entonces hayviva Armonía, y por lo mismo comunicación, devirtud entre ambos términos: la expresión corpo-riza ej^pensamiento y el pensamiento espiritua-liza la palabra.—Si traemos á esta explicación loque, de histórico, es carácter predominante denuestra expresión hablada, resaltan luego loscaracteres generales siguientes: En general, enninguna de sus épocas ha reconocido nuestra Ha-bla la Ley lógica como la suprema, según quedebia definirse por todas sus construcciones.—En sus mejores épocas se rigió bajo la norma deun criterio genérico no bien definido, al que se dapor nombre buen, sentido, buen gusto, el cual semantuvo sano y en justa medida mientras vivióen activa comparación y correspondencia con lasLiteraturas Griega y Latina ya formadas; perocesó de plano al punto que cejó la altura de és-tas, porque él solo carecía de originalidad (defini-ción consciente ó lógica), y por lo mismo de pro-pia, viva Autoridad en la regulación del Hablapor todo tiempo y novedad de caso.—Después, yaun de presente (aunque este estado anuncia ce-sar, según se infiere de algunos ensayos), apenasse advierte otra norma de hecho umversalmente

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166 REVISTA EUROPEA. 5 DE ABRIL DE 1 8 7 4 . N.°6reguladora, así en el todo como en las partes, queel llamado uso, ó mejor tradición recibida; sobre elcual baste decir que en él mismo viene envuelta lanegación de norma ó regla de sí sustantiva y siem-pre anterior á todo caso; pues que él se resuelve,de confesión propia, en una indefinida posteriori-dad y dependencia de lo anterior establecido.

No está, pienso yo, en la Genialidad de Espi-rita que ha cabido en parte á nuestra nacionali-dad el origen del desconocimiento y retraso decultura científica en que hoy nos vemos con pe-sar, al lado ya de casi todos los otros pueblos,nuestros hermanos en la comunión europea, cadadia menos diferente y más en interior unidad entodas las cosas humanas. Yo guardo, al contra-rio, fe viva en la originalidad de nuestro Geniopara la Ciencia y para todos los modos y gradosdel conocimiento Científico, sin limitación: perohemos contraído de muy antiguo una pereza fu-nesta para definirnos; y cuando por acaso nos es-forzamos á ello en ensayos parciales, encontra-mos ya en el continuo y á veces desesperante des-acuerdo entre la forma de definición externa(expresión) y la original interna definición delconcepto en la razón, obstáculos que cada diaacrecientan y hoy no parecen superables sin ungénero de violencia (oposición). Nunca, por todoesto ha de faltar la esperanza de que reciba la ex-presión científica entre nosotros Verdad, Simpli-cidad , Sustantividad.—Pero sólo es asequible ellogro de ello trabajando en la Ciencia por trata-dos breves, elementales, donde la Indagación ydefinición del concepto procedan siempre de con-suno con la definición (fundada) de la forma pro-pia en que ha de significarse á lo exterior. Bajocualquiera otra forma de tratar la Ciencia y la Fi-losofía, la consecución de este fin es imposible; elcaos y la indefinición, si cesan un momento, rena-cerán siempre de nuevo.—(Digo á V. de verdad,amigo mió, que si yo inconsideradamente hubie-ra puesto mane á mi trabajo, cuando fui nom-brado Catedrático, en la forma en que debía ha-cerlo, presiento que, sin lograr el objeto en gene-ral, hubiera al cabo de poco cansado mis esfuerzosy la atención de mis oyentes.)

Con todo,, lo dicho me he explicado, pues, tanamplia y caramente como la ocasión requiereacerea del sentido y de la manera en general, se-gún que me propongo cumplir lo que me perte-nece de deber en el objeto común á que todosconcurrimos.—Durante mi residencia en Alema-nia, habré de sujetarme á seguir por todos susgrados la educación allá nombrada Liceal (cor-responde exactamente á un intermedio entr8 elInstituto y la universidad, según la organizaciónnuestra); porque esta es la que guarda analogía

con el grado que en el estado presente del conoci-miento científico aparece como el Inmediato, sise ha de comenzar de todo origen y regularidadsu mejora interior para en adelante. Asimismoesta educación corresponde y coadyuva de todo entodo á la realización de mi trabajo, en particularcomo lo llevo explicado. Por motivos que no cabedesenvolver aquí, nosotros en nuestro estado pre-sente, y aun acaso en general, debemos quedarextraños á la manera peculiar con. que en supre-mo término se ha desarrollado hoy la Ciencia y laFilosofía en Alemania; pero el punto común departida y el procedimiento intermedio podemosy debemos apropiárnoslo.—Yo trabajaré allá du-rante este período (cuya extensión es imposibleprefijar) en el objeto principal que he explicado,según mi posibilidad y las circunstancias, perosin predeterminación formulada de propósito an-terior y como ad hoc; me basta por hoy la con-fianza que no deben ser enteramente frustradosmis esfuerzos. Además, si logro en estos ensayosparciales adelantar en el uso de la expresióncientífica, y hacerla conocida de los que entrenosotros se interesan sinceramente por el objeto,me valdrá esto de preparación (indispensable y laúnica directa) para, llegado el caso de volver ánuestro país, comenzar también una explicaciónoral.—Así me sea dado mantener en todo seguraconfianza é igualdad de ánimo.

Nada más me resta que hacer presente á V. enlo principal del asunto á que se refiere esta carta.Pudiera haberme explicado sumariamente, por lomenos cuanto á los puntos más importantes; perome ha movido á proceder con toda ampliación:primero, la dignidad de la cosa misma; después,1Ü de la representación á quien por medio de V.me dirijo; por último, el estado en que este asuntose encuentra de presente respecto á mí.—Tambiénse deja pensar que hubiera yo adoptado otra for-ma y dirección que la de una carta de amistad;pero obrando como lo hago, se me logra no dis-traerme mucho de otras ocupaciones; aprovecharaquel desahogo y libertad de explicación que elasunto requiere de sí; y aun, lo que no estimo yoen menos, guardar cierta consecuencia de amis-tad, de que V. es bien sabedor desde nuestras pri-meras comunicaciones por escrito, concernientestodas al mismo objeto en general.—Por lo demás,yo no rehuso que haga V. de ésta el uso que es-time prudente, si contribuye esto al mejor logrodel fin común, y en particular del que yo ahorame propongo; en todo lo principal de ella he pro-curado atenerme fielmente, libre de consideracio-nes accesorias, aun las personales, á conviccionesdesde antes de ahora formadas.

Previo consejo de V. me dirigiré al señor Mi-

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N.°6 JONH STUART M1LL.—SUS MEMORIAS. 167nlstro antes de emprender mi viaje (si me es dableen todo el siguiente mes) exponiendo brevementeel objeto y qué protección y auxilio habré menes-ter para el mejor logro de ello.

De V. afmo. Q. L. B. L. M.

JULIÁN SAHZ DEL RIO.

JOHN STUART MILL.

(Continuación.) *

Pero antes de llegar á este punto crítico de su viday su destino, es menester fijarnos en el adelanto queJohn Stuart Mili había hecho en el mundo, y en laposición que había adquirido. Estos, para un hombrede sus gustos, entregado como lo estaba al examen es-peculativo, eran cuantopodia desear. En 1823,cuandosólo tenia diez y siete años, obtuvo un empleo subal-terno en las oficinas de la Compañía de la India, á lasórdenes de su mismo padre, en la inteligencia de queseria empleado en preparar apuntes para despachos.Más adelante llegó á ser oficial primero encargado dela correspondencia de la sección de los Estados indí-genas, y por fin, jefe de la misma. Mayor suerte no lepudo caber á un filósofo político como él que el delograr destino semejante. Le ofrecía una subsistenciahonrosa sin el tragin de la vida oficial, y le dejaba encompleta libertad para dedicar gran parte de su tiem-po y talento á trabajos científicos y literarios. No noscabe la menor duda de que John Stuart Mili desem-peñó su destino en las oficinas de la Compañía de laIndia con habilidad y conciencia. Pero poco ó nada seha traslucido de ello. Sus escritos publica-Jos no con-tienen apenas nada que revele conocimiento íntimo dolos asuntos de la India. Cuando estuvo en el Parla-mento, no habló nunca sobre cuestiones indias, si bienes muy probable que no habría otro diputado en laCámara que hubiese pasado treinta y cinco años de suvida ocupado en ellas. Y cualesquiera que hayan po-dido ser sus opiniones y las de su padre relativas á laregeneración de los gobiernos de Europa, lo cierto esque ambos fueron durante la mayor parte de su vidainstrumentos y consejeros de uno de los gobiernosmás absolutos que jamás existió; un gobierno ademásque estaba en contradicción constante coa los princi-pios fundamentales de política de Mili el mayor. Estehabía sentado como axiotna fundamental, que el go-bierno de los menos siempre tiene que estar basadoen la injusticia hacia los más, puesto que por las leyesde la naturaleza humana, todo poder tiende invaria-blemente á extender sus fuerzas hasta donde le seaposible, y á emplearlas en su provecho exclusivo.

Vóa3e el número anterior.

Por esta razón condenaba la monarquía, la aristocra-cia y las clases. Al gobierno de la India alcanzabantodas sus censuras: tenia la autoridad de un soberanoabsoluto, el exclusivismo de una corporación secreta,y las distinciones de clases más marcadas, las de reli-gión y color. Sin embargo, Mr. Mili sostenía (y no sinrazón) que habían existido pocos gobiernos que máshubiesen mirado por el bienestar de sus gobernados.Era él mismo uno de sus ministros. Por lo tanto, enla vida real, su conducta era ana refutación directade su doctrina, según la cual, por causa de las leyes,de la naturaleza humana, todos los gobiernos tiendená hacer lo que pueden en su exclusivo provecho. ¿Conqué fundamento, pues, podia Mili negar, como deabsoluta necesidad, á otros gobiernos de forma mo-nárquica ó aristocrática las ventajas que él reclamabaen favor del gobierno de la India? El hecho es, queninguno de los dos Mills, ni el padre ni el hijo, fueron,en lo que se refiere al gobierno de la India, innovado-res temerarios. Pertenecían á la antigua escuela de laadministración india, que era en extremo conservado-ra, por no decir embarazosa; y una de las frases másacerbas contenidas en el tomo que tenemos delante, esla en que John Stuart Mili manifiesta el sentimientoque le causó la transferencia del gobierno de la India,de la Compañía á la Corona. El mismo reclama parasu padre, como mérito muy secundario, «el do habersido el promovedor de todas las medidas políticas quefueron de alguna utilidad para la India;» pretensiónpor cierto algo exagerada en favor de un dependientecontemporáneo y subalterno de una numerosa huestede grandes legisladores de aquella colonia. Pero élmismo fue el principal director de la resistencia quehizo la Compañía de la India á su propia supresión, yninguna consideración pudo ser parte á hacerle mu-dar de tíflmion «respecto de lo disparatado y perjudi-cial de aquel mal aconsejado cambio.» Tal y tanextraño es el influjo que ejercen en los juicios aun delos filósofos utilitarios las costumbres y los sentimien-tos. Si Mili no hubiese sido empleado de la Compañíadéla India, es imposible dudar que la hubiera denun-ciado como uno de los monopolios y una de las corpo-raciones secretas más odiosas, que mantenía eu suje-ción y esclavitud á diez millones de seres humanos.

En el mismo año, 1823, Mr. Bentham resolvió fun-dar una revista trimestral, la cual ha subsistido ya porespacio de cincuenta años con el título muy conocidode Revista de Westminster, como órgano de lasopiniones más avanzadas de la escuela utilitaria. Nosconsta, y lo sentimos, que sólo pudo prolongarse laexistencia de nuestro colega, aun en su época másfloreciente, merced á grandes sacrificios por parte desus fundadores. Mr. Benlham, Sir William Moles-worth, Sir John Bowring, y otros, contribuyeron á susostenimiento con cuantiosas sumas; y muchos de losprincipales escritores que tomaban parte en la redac-

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168 REVISTA EUROPEA .—5 DE ABRIL DE 1874. N.°6cion de esta revista ambiciosa, se contentaban contrabajar en clase de voluntarios por la gloria de suspropias opiniones. Es indudable que uno de los finesprincipales de esta empresa literaria consistía en «de-dicar cierta parte de la obra á pasar revista á las demásrevistas periódicas:»—la frase es del mismo Mr. Mili, deotra suerte pediríamos perdón por usar de tan torpeexpresión; y por lo mismo, lo natural era que inau-gurase el ataque el padre de Mili con una tremendaacometida contra nosotros. Con este fin se valió delingenioso recurso de obligar á su hijo á leerle todoslos números que iban ya publicados de la Revista deEdimburgo, que por aquella época ascendían ya áunos cuarenta tomos. El resultado de esta lecturafue un artículo que tiene fama de ser uno de los es-critos más notables de Mr. Mili.

«Empezaba por hacer un análisis de las tendenciasde la literatura periódica en general, indicando queésta no puede tener la esperanza, como los libros, dealcanzar un éxito ulterior, sino que debe lograrlo in-mediatamente, ó no lo logra nunca, y que por lo tantoes casi seguro que ha de profesar ó inculcar las opi-niones ya arraigadas en el público á quien se dirige»en lugar de aspirar á corregir y mejorar estas opinio-nes. 1 ,uego, para caracterizar la situación de la Re-vista de Edimburgo como órgano político, haciaun análisis completo de la Constitución británica, mi-rada desde el punto de vista radical. Ponía de mani-fiesto su carácter completamente aristocrático: el nom-bramiento de una mayoría de la Cámara de los Comunespor unos cuantos centenares de familias; la completaidentificación de la parte más independiente, losmiembros de los condados, con los grandes hacenda-dos; las diferentes clases á las cuales esta pequeñaoligarquía estaba precisada á dar una participación enel poder; y finalmente, lo que él llamaba sus dos ar-rimos, la iglesia y la curia. Indicaba la tendencia na-tural que tiene todo cuerpo aristocrático, compuestode tal manera á dividirse en dos agrupaciones ó par-tidos, uno de ellos en posesión del poder ejecutivo, elotro luchando por suplantar á aquel y llegar á ser pre-dominante con el auxilio de la opinión pública, perosin hacer sacrificio alguno de la preeminencia aristo-crática. Describía el giro que probablemente tomaría,y el terreno político que ocuparía un partido aristocrá-tico en la oposición, coqueteando con los principiospopulares por lograr el apoyo popular. Demostrabacómo se habia realizado esta idea en la conducta delpartido whig, y en la de la Revista de Edimburgo,que era su órgano principal en la prensa. Nunca ha-bíase dirigido tan formidable ataque contra el partidoy la política whig, ni habíase dado jamás en estepais tan atrevido golpe en favor del radicalismo, nihabia, á mi entender, otra persona alguna capaz deescribir aquel artículo más que mi padre.»

Como ha trascurrido medio siglo desde que sufri-mos aquel ataque, se nos podrá dispensar el haberloolvidado. Aunque en lo que toca á Mili padre, nocroemos deberle nada en forma de castigo. Es proba-ble que aceptase el artículo de Macaulay sobre su «En-sayo sobre el gobierno» como descargo suficiente decualquiera reclamación de esa especie. Pero ya que elasunto ha sido resuscitado por el socio menor de laempresa, quien parece haber ensangrentado su espadavirgen en un ataque contra nosotros publicado en laRevista de Westminster, núm. 2.°, nos es forzo-so dedicarle una advertencia pasajera. Lo cierto esque nada puede ser más halagüeño para nosotros queel examen que nuestros contrincantes hicieron denuestros principios. Afirmaban que la Revista deEdimburgo es el órgano más autorizado en la prensadel partido whig, y que el partido whig realizabacompletamente la idea de la Constitución británica,que es el gobierno por medio de instituciones en sumayor parte aristocráticas. Si esto es así, mantén-ganse firmes ó caigan juntos la Revista de Edim-burgo, el partido whig y la Constitución británica.Si hemos de entender por la palabra «aristocrática»lo que realmente significa, á saber: el gobierno de losmejores, admitimos el cargo. Sí; nuestro deseo es verel gobierno de la nación ejercido por aquellos que re-presentan más fielmente la inteligencia, la riqueza, lagloria y la cultura más alta de la nación: nuestro de-seo es verlo ejercido por hombres que miren por losintereses de. la comunidad entera y no por los do unaclase especial: creemos que la verdadera libertad yprogreso del pueblo son debidos, más que á los locosproyectos y á la agitación de la democracia pura, aladelanto gradual y mesurado de los jefes (leaders)del partido whig; y si se quiere apreciar el progresode los pueblos en los cuales ha sido eliminado y des-truido el elemento aristocrático, basta comparar el es-tado actual de Francia y España con el de Inglaterra.La teoría whig de la aristocracia no es la de una no-bleza exclusivista, ó de una clase que se apoya única-mente en el privilegio del nacimiento, sino de unaaristocracia al alcance de todas las inteligencias de lanación por los cuatro grandes senderos del serviciocivil, del servicio militar, de la Iglesia y ('el foro, loscuales, por cierto, se extienden en sus ramificacionesmenores por todas las clases educadas de la nación.La verdadera base de la aristocracia inglesa es el mé-rito; pues la inmensa mayoría de los títulos de no-bleza ha sido otorgada á hombres ile capacidad; peroel mérito que confiere distinciones ó influencias here-ditarias. Estamos de acuerdo con Mr. Mili, en que laConstitución británica se ha apoyado durante los últi-mos dos siglos principalmente en instituciones de estanaturaleza; y el procedimiento de evolución gradual,mediante el cual nuestro sistema de gobierno se haido adaptando á las necesidades crecientes de la so-

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N.°6 JOHN STÜART M1LL. SUS MEMORIAS. 4 6 9

ciedad, es precisamente lo contrario del procedimientode la revolución, que trastorna la estructura de la so-ciedad. El autor de este libro confiesa que el artículode Macaulay le dio mucho en qué pensar, y no quedóen manera alguna satisfecho del modo en que su pa-dre contestó á aquella crítica. Empezaba á creer quedebia haber algo esencialmente erróneo en el conceptoque tenia su padre del método filosófico aplicado á lapolítica: bien que por un sistema muy extraño de ra-zonamiento se convenció de que tanto Macaulay comosu padre estaban equivocados, y que, á pesar de todo,la política era una ciencia de deducción (p. 159-60).De deducción ó no, ¿ea dónde pudiera encontrar entoda la historia un ejemplo más glorioso de libertad yprogresoque el que ofrece el estado de estas islas du-rante un período de cerca de dos siglos de orden no in-terrumpido? ¿Qué otra nación del mundo ha tenido lasuerte de verse durante doscientos años libre del azotede la revolución y la guerra civil, progresando ai mis-rao tiempo constante y resueltamente por la senda delmejoramiento moral y material? Tales son los resulta-dos que le convino denunciar á Mr. Mili, porque estánbasados en principios de gobierno de los que él seburlaba, negando su eficacia. Por nuestra parte, nonos avergüenza el- decir que nos adherimos á elloscada vez con más firmeza.

Fue considerable la parte que tomó el joven Mili enla redacción de la Revista de Westminster por es-pacio de cinco años; aunque vemos ahora con sor-presa que el órgano periódico del benthamismo, des-de su creación, no satisfizo en modo alguno las aspi-raciones de aquellos cuyas opiniones estaban destina-da á representar. Ya que Mr. Mili le atribuye unaparte distinguida en la resistencia ofrecida á la reac-ción que siguió á la guerra, y se manifestó en la SantaAlianza y los Six Acts, y en abogar en favor de la re-ducción de los gastos públicos, de la emancipación delos católicos, la libertad de comercio y la reforma delcódigo, nos tomaremos la libertad de manifestar queen la defensa de todas estas cuestiones el órganoodioso del gobierno aristocrático se había anticipado álos filósofos benthamistas en algunos años. El bos-quejo que hace de sus colaboradores John y CharlesAustin, Roebuck, Bingham, y otros, es á la vez quejusto, gráfico. D3 sí mismo dice modestamente lo quesigue:

«Comprendo que la descripción aplicada tan á me-nudo á los benthamistas, la de ser máquinas de racio-cinar, aunque en pocos casos con exactitud á los quehan sido designados con esto titulo, no deja de indi-car con bastante exactitud el estado de mi mente du-rante dos ó tres años de mi vida. Acaso era tan apli-cable á mí como á cualquiera que acaba de entrar enla vida, para el cual los objetos comunes del deseopor fuerza han de tener en general la atracción de la

novedad. Esta circunstancia no ofrece nada de ex-traño: á ningún joven, en la edad que yo tenia enton-ces, se le puede exigir que sea más que una cosa, yesa cosa lo era yo precisamente. Ambición y el deseode distinguirme eran dos cualidades que poseía engran abundancia; y celo por lo que yo considerabael bien del género humano era el sentimiento quemás ardientemente me auimaba. Pero mi celo, enaquel período de mi vida, apenas era otra cosa quecelo por opiniones especulativas. No traia su origende la verdadera benevolencia, ó de la simpatía hacia elgenero humano; si bien estas cualidades ocupaban ellugar debido en mi norma moral. Tampoco tenia co-nexión alguna con ningún gran entusiasmo por la no-bleza ideal. Sin embargo, mi imaginación era muysusceptible de este sentimiento; pero en aquella sazónle faltaba el sustento natural, la cultura poética, mien-tras por otra parte luchaba con un exceso de discipli-na contraria á su índole, la de la lógica pura y el aná-lisis.»

Al cabo de algún tiempo la dirección del Dr. Bo-wring llegó á hacerse inaguantable á los primitivosfundadores y redactores de la Revista de Westmins-ter, pues miraban á Bowring como un benthamistaespúreo. Los fondos quedaron exhaustos, hasta que elcoronel Perronet Thompson contribuyó con una sumaá su rehabilitación, y en 1828 John Mili dejó de escri-bir en la revista. El último trabajo que publicó en ellafue un artículo sobre la «Introducción á la vida deNapoleón, por Sir Walter Scott»,enque atacó congran dureza las preocupaciones y errores en que habíaincurrido el autor al tratar de la revolución francesa.Excusado ea decir que el articulo de Mili era una vin -dicacion inhábil de los revolucionarios franceses; perorevelaba un estudio y una perspicacia verdaderamenteasombrosos en un joven de veintidós años. Es el casoque Mili mandó un ejemplar á nuestra dirección paraque se remitiese á uno de los pocos testigos de aque-llas memorables escenas que aún vivían, el venerableDumont, que á la sazón residía en Ginebra. Se cum-plió el encargo, y Dumont leyó el artículo de Mili. Es-cuchamos con interés el juicio que de él hizo el tra-ductor de Bentham y el amigo de Mirabeau. «Es deuna potencio prodigiosa, dijo, para ser de un hombretan joven; no obstante, hubiera deseado alguna másmodestia y templanza.»

Fue por entonces cuando hizo Dumont el epigramasobre la historia de Scott, citado por la princesa deLichtenstein en su interesante obra acerca de HollandHouso, en donde á principios del siglo solían reunirsecon frecuencia los hombres más notables en cienciasy letras bajo los auspicios del noble dueño de aquellahistórica mansión:

«Mauvais romancier quand il ócrit l'histoire,

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170 REVISTA EUROPEA.—5 DE ABRIL DE 1 8 7 4 . N.° 6

Habile historien quand il fail des romans,S'il invente, il faut le croire,S'il raeonte, méfiez-vousen.»

Vemos, pues, que John Mili, antes de ser mayor deedad, habia conseguido una posición oficial que le ase-guraba una subsistencia honrosa para toda la vida, yuna posición literaria que le permitía el libre ejerciciode la pluma para inculcar sus opiniones en el mundo.Con semejante posición y tal porvenir bien pudieradarse por satisfecho cualquier hombre á quien no de-vorara la vanidad y la ambición. Pero precisamentepor esta época la fábrica que por medio de sus estu-dios habia logrado levantar con tanto trabajo y ahincose derrumbó bajo él, y descubrió que los fines á loscuales le habían enseñado á aspirar, no eran los ver-daderos fines de la vida. La página en que describeesta condición de su mente parece haber brotado delcerebro morboso de Rousseau.

«Era el otoño de 1826. Languidecía en un estadode nervioso abatimiento, cosa que de vez en cuandosuele suceder á todos; insensible á todo goce ó dis-tracción amena, me hallaba en una de aquellas dispo-siciones de ánimo en que lo que en otras ocasionesme proporcionaba gusto se convertía en insípido ó in-sustancial, en el estado, se me figura, en que debenhallarse los que se convierten al metodismo cuando sesienten acometidos de la primera «convicción del pe-cado.» En esta disposición de ánimo se me ocurrió di-rigirme á mí mismo la siguiente pregunta: «Figúrateque hubieses realizado todos los objetos de tu vida;que fuera posible plantear en este mismo instante to-dos los cambios que en instituciones y pareceres de-seas ver realizados. ¿Seria esto para tí un motivo degran dicha y placer?» Y una voz indomable que bro-taba de lo más íntimo de mi conciencia contestó cía"ramento: «¡No!» Sentí un vacío en el corazón: la basesobre la cual descansaba la fábrica de mi vida se hun-dió por completo. Toda mi felicidad debia consistir enel esfuerzo de conseguir este fin. Pero habiendo per-dido este fin todo encanto para mí ¿cómo era posibleque me inspiraran interés los medios de conseguirlo?Me parecía que la vida habia perdido todo objetopara mí.»

«Durante algunos meses parecía que la nube se ibacargando más y más. Los versos aquellos de la Melan-colía (1) de Coleridge (no los conocía entonces) ex-presan perfectamente lo que sentia:

«Un pesar sin tormento, vacío, oscuro y tétrico; unpesar soñoliento, ahogado, sin pasión, que no hallanatural salida, ni consuelo, ni en palabras, ni en sus-piros, ni en lágrimas.»

En vano buscaba alivio en mis libros favoritos;aquellos códices de pasada nobleza y grandeza, de los

(1) «Dcjeclion.»

cuales habia sacado siempre fuerzas y ánimo, los leoahora sin que me causen impresión, ó sólo la impre-sión acostumbrada, menos el encanto; y llegué á con-vencerme de que mi amor hacia el hombre y hacia losublime, únicamente por lo que en sí vale, se habiaconsumido.»

Sin duda una escrupulosa investigación de las cau-sas de esta especie de crisis, bastante común en losjóvenes de ambos sexos, hubiera podido dar lugar áurte explicación, más bien en el estilo de las Confe-siones de Rousseau, que en el de la Autobiografíade Mili. Pero no es monos indudable que la segundacrisis hizo ver claramente á Mili lo incompleta quehabia sido su educación, pues siendo la felicidad suúnico objeto, no le habia dado siquiera la condiciónnecesaria para sentirla. La lima y el ácido del métodoanalítico se habian vuelto, en su mente, contra lamisma análisis; y llegó trabajosamente á la convicciónde que aquella disolución y aquel desmembramientouniversal le dejarían, no sólo sin tener nada en quecreer, sino también sin nada por qué vivir. «Con fre-cuencia me preguntaba si estaba obliga&o á seguirviviendo, cuando era tal el triste estado de mi vida.Por lo general me contestaba diciendo que no creíaposible que lo aguantase por espacio de un año.»

La de Mili no era alma para estarse sumida enaquella ineertidumbre. Como arriba hemos indicado,yacían aletargadas en él facultades y simpatías quenunca pudo soñar su padre, y que, á haberlas soñado,hubiera destruido. Habia llegado al punto en que úni-camente algún rayo de una filosofía más generosa ymás ideal podia penetrar la tiniebla que le rodeaba ysalvarle de la desesperación, tal vez de la muerte.Hay realmente algo de belleza poética en la maneraen que se verificó esta trasformacion, y dio por re-sultado el convertirse John Stuart Mili en un hombrede carácter mucho más noble y de simpatías muchomás vivas de lo que en un principio se hubiera podidoesperar. Su primer paso fue aspirar á algún fin queno fuera la felicidad misma. El hombre que continua-mente se hace la pregunta: «¿estoy sano?» decae enhipocondriaco. El hombre que se pregunta todas lasmañanas si es feliz, acaba por morirse de tristeza.

«El único recurso es considerar como objeto de lavida, no la felicidad, sino algún fin extraño á ella.Apurad en eso vuestra reflexión interna, vuestro es-crutinio, vuestro examen moral; y si en lo demás osfavorece la fortuna, inhalareis felicidad con el aire querespiráis, sin fijaros ni pensar en ella, sin siquieraprevenir vuestra imaginación hacia ella, ó espantarlacon fatales preguntas. Esta teoría vino ahora á ser labase de mi filosofía de la vida.»

En efecto, era una teoría, y permaneció siendo teo-

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N.°6 JOHN STUART MILL. SUS MEMORIAS.

ría, pues Mili no supo nunca por experiencia que unasola acción tierna ó generosa (el dar una copa deagua á un niño enfermo por espíritu de caridad) equi-valía á cuanto han dicho y escrito acerca de la felici-dad todos los filósofos del mundo. En efecto, no tuvoexperiencia alguna del goce que nace de la benevo-lencia práctica.

«Dejé de dar una importancia casi exclusiva á la com-binación de circunstancias externas y á la educacióndel ser humano para el trabajo especulativo y activo.La experiencia me había enseñado que las susceptibili-dades pasivas necesitan ser cullivadas lo mismo quelas capacidades activas, y no sólo es menester diri-girlas, sino también fomentarlas y enriquecerlas... Elcultivo de los sentimientos llegó á ser uno de lospuntos cardinales de mi credo moral y filosófico. Ymis pensamientos ó inclinaciones se dirigían cada vezcon más intensidad hacia todo aquello que parecíatener condiciones para favorecer la realización de esteobjeto. Empecé entonces á hallar sentido en lo quehabía leído acerca de la importancia de la poesía y lasartes, consideradas como instrumentos de cultura hu-mana. Pero no lo llegué á conocer por experienciapersonal hasta algún tiempo después.»

La menor cosa basta para disipar un hechizo comoel que pesaba sobre Mili. Leía cierta vez un pasaje delas Mémoires de MarmoRtel, que le afectó mucho: unaviva concepción de la escena hirió su fantasía, y lehizo verter una lágrima. Desde aquel momento, aña-de, había desaparecido la opresión que le causaba ¡aidea de que habia muerto en él la facultad de sentir.Ya no estaba desesperanzado. Ya no era un tronco óuna piedra. El único arte que le era familiar era lamúsica, en la cual tenia cierta destreza mecánica.Desde aquella época en adelante las deliciosas melo-días del Oberon de Weber le hablaban en un lenguajenuevo, y poco tiempo después buscó alivio, y lo hallóen las poesías de Wordsworth y Scott.

«Lo que hacia de las poesías de Wordsworth unamedicina para la disposición de ánimo en que yo mehallaba, era la cualidad que tienen de expresar, nosólo la belleza exterior, sino afectos íntimos y pensa-mientos engalanados con el sentimiento y animadospor la belleza. Parecían como el verdadero cultivodel sentimiento, que era lo que yo iba buscando. Alleerlas parecía que estaba bebiendo de una fuente dedeleite interior, de simpatía y placer fantástico, (ie lacual podian disfrutar juntamente conmigo todos losseres humanos; que no tenia conexión alguna con lalucha y la imperfección, sino que aumentará en ri-queza con cada nueva mejora que se verificase en lacondición física ó social del género humano. Parecíaque en ellas aprendía á distinguir cuáles serán las

fuentes perpetuas de la felicidad, cuando hayan aca-bado todos los males más enojosos que amargan lavida. Y me sentia mejor y más feliz á medida que ibaadquiriendo más influencia sobre mi. Sin duda ha ha-bido, aun en nuestro siglo, poetas más grandes queWordsworth; pero una poesía de una inspiración másprofunda ó más elevada no hubiera podido ser tanprovechosa para mí en aquella época como la suya.Necesitaba algo que me hiciese comprender y sentirque se puede hallar felicidad real y duradera en lacontemplación tranquila. Wordsworth fue quien meenseñó esto sin apartarme del destino y de los senti-mientos comunes del género humano, sino acrecen-tando en gran manera mi interés hacia ellos. Y el de-leite que me proporcionaron estas poesías, me demos-traron que, con una cultura de esta especie, no habianada que temer del hábito más arraigado de la aná-lisis.»

La poesía de Wordsworth es la poesía de la humil-dad, de la belleza sencilla y natural; la poesía delamor sin su arrebato ni su aguijón, del amor, madretierna del universo. No es pequeño el triunfo que lecabe al poeta por haber conmovido el corazón do Mili.Ni hace poco honor á Mili el haber sido capaz deresponder con el alma al canto órtico del poeta.

«A vista del grandioso espectáculo que os ofrece lanaturaleza, lleno de veneración, adoráis, sin daroscuenta de ello; sois más piadosos que la intención devuestro pensamiento, más devotos que la sugestión devuestra voluntad.»

Pero, en verdad, no conocemos nada en la literatu-tura ingftsa que hable más á una alma afligida por«undesden voluntarioso de la vida,-> ni que combatamejor las conclusiones falsas déla facultad razonadora,las cuales ciegan los ojos y cierran el conducto por elcual habla el oido con el corazón, que el libro tercerode La Excursión. Parece haber anticipado con podersobrenatural la verdadera disposición del ánimo enque habia caido Mili, aplicándole un remedio trascen-dental :

«No faltándoles la luz del amor, no apartándose laperseverancia de sus pasos, en ellos se confirmará elhábito glorioso, mediante el cual el sentido se convier-te en instrumento para el logro de un fin moral y enauxiliar de fines divinos. Este cambio revestirá al es-píritu desnudo, el cual cesará de lamentarse bajo Jagrave carga de la existencia... Constituyase de esasuerte el sor que llamamos hombre.»

Pero aquella luz del amor de que habla Words-worth , y que es la luz de la vida y del mundo, es elverdadero genio de la religión y del cristianismo, La

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poesía de Wordsworth fue para Mili, no la luz direc-ta, sino un reflejo de ella. Se presentó á ól bajo unaforma simpática á sus gustos y apropiada á sus nece-sidades; pero no por eso era menos divino su origen.Desde entonces el mundo natural, que siempre habiaamado, adquirió una significación más completa y más¡profunda; y tal vez pudo sentir por algún tiempo queel espíritu que todo lo anima, y sobre el cual descan-san los cimientos de todo lo que hay de misterioso ennosotros, es en efecto la fuente y objeto de la cienciay el deber. En aquel momento se halló Mili más cercaque nunca de una filosofía espiritual. Wordsworth lehabia abierto un nuevo mundo con su poesía; Cole-ridge despertó su curiosidad por la exposición quehace de una filosofía diametralmente opuesta á lasuya, pero que ejercerá siempre gran influjo sobre elhombre, hasta la última generación. Y estas simpa-tías recien engendradas abrieron paso á nuevas amis-tades y afectos. En una sociedad que frecuentabanestos jóvenes, se trabó una discusión acerca del mé-rito respectivo de Byron y Wordsworth. Roebuck ha-bló en favor de Byron, Mili defendió á Wordsworth.De suerte que en esta discusión, y en los sentimien-tos que ella le obligó á manifestar, se halló en des-acuerdo con su antiguo colega benthamista, y al ladode John Sterling y Frederic Maurice, con gran sor-presa de estos últimos, pero no sin que esto tuvieseconsecuencias duraderas.

«No tardó en hacerme íntimo amigo de Sterling,que es el hombre que más cariño me ha inspirado. Enefecto, era uno de los hombres más amables delmundo. Su carácter franco, cordial, cariñoso y es-pansivo; su amor á la verdad, que se dejaba ver entodos sus actos, en los más importantes como en losmás triviales de la vida; su índole generosa y ardiente,que sostenía con arrojo las opiniones que adoptaba;pero tan ansiosa de tratar con justicia las doctrinascontrarias y á los hombres que las sostenían, como decombatir lo que consideraba erróneo en ellas, y sudevoción constante á los dos puntos cardinales, liber-tad y deber, formaban un conjunto de cualidades tanatractivo para mí, como para todos los que le cono-cían tan íntimamente como yo. De mente y corazón tanfrancos, que no vaciló un punto en tenderme la manoá pesar del abismo que aún separaba nuestras opinio-nes. Me contó cómo él y otros muchos me considera-ban (de oídas nada más) como un hombre «hecho», ósea manufacturado, habiendo recibido como estam-pada la impresión de cierta doctrina que sólo sabiareproducir; y qué cambio se verificó en su modo dejuzgar cuando descubrió, en la discusión relativa áByron y Wordsworth, que Wordsworth, y todo loque implica este nombre me «pertenecía» tanto comoá él y á sus amigos... Arrancamos él y yo de puntosintelectuales casi tan apartados como los polos; pero

la distancia que nos separaba iba en constante dismi -nucion: si yo daba pasos hacia sus opiniones, él encambio se iba aproximando constantemente más ymás á algunas de las mias: y si hubiese vivido, y hu-biese disfrutado de salud y fuerzas para proseguir conla acostumbrada asiduidad la cultura de su mente,nadie sabe hasta dónde hubiera continuado esta es-pontánea asimilación de sentimientos.»

Edinbwrgh Reviera, núm. 283.

(La conclusión en el próximo número.)

EL NIÁGARA.

La lectura de obras relativas á las grandes escenasde la naturaleza tiene numerosos inconvenientes,porque llena la imaginación con descripciones falsas,incoloras y muchas veces exageradas, y, aun cuandosean exactas, quitan la ilusión de las primeras impre-siones. Esto sucede á casi todos los que van á visitarla catarata del Niágara. Las relaciones de los prime-ros que la observaron están llenas de inexactitudes.Admirados ante un espectáculo tan grande y tannuevo, la emoción tuvo más fuerza que el juicio, ysus descripciones han sido causa de numerosos des-engaños.

Dícese que la primera alusión al Niágara se encuen-tra en la relación de un viíije que en 153S hizo unmarino francés llamado Santiago Cartier. En 1603dibujó el primer mapa de aquella región otro francés,Chaplain. En 1648, el jesuíta Rageneau escribió á susuperior de Paris quo el Niágara era una catarata deuna altura espantosa. Durante el invierno de 1678 á1679, el padre Hennepin visitó la catarata y la descri-bió en una obra destinada al rey de la Gran Bretaña,uniendo á ella un dibujo, que demuestra que el as-pecto de la catarata ha cambiade mucho desde enton-ces El padre Hennepiu dice que e3 una grande yprodigiosa caida de agua, sin igual en el universo, ycuya altura pasa de 600 pies. Las aguas, dice, que seprecipitan en este inmenso abismo, hierven y espu-man de un modo admirable, produciendo ruido másterrible que el del trueno. Cuando sopla viento Sur elterrible mugiiio de las aguas se oye á más de quinceleguas de distancia. El barón La Hontan, que visitó elNiágara en 1687, aprecia la altura de la catarata en800 pies. Charlevois escribía en 1821 una carta á nía-dama de Maintenon, en la cual, después de aludir álas exageraciones de sus predecesores, consigna asísus propias observaciones: «Por mi parte, y despuésde haberla examinado por todos lados, creo que la ca-tarata tendrá á lo menos de 140 á 180 pies de altura»;estimación notablemente justa. En esta época, es de-cir, hace ciento cincuenta años, la catarata tenia for-

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N.°6 JOHN TYNDALL. EL NIÁGARA. 173

ma de herradura; más adelante expondremos las ra-zones para justificar nuestra opinión de que siemprela ha tenido.

Respecto al ruido producido por la catarata, Char-levois declara que los relatos de sus predecesores sonextravagantes, y tiene razón. Los mugidos de lasaguas son sin duda formidables para aquellos que vaná oírlos al pié de la herradura; pero en las márgenesdel rio, y particularmente en lo alto de la cascada, loque más impresiona al espectador es el silencio, queprocede en parte de la falta de planos resonantes,porque el terreno inmediato es llano y no hay ecosque reproduzcan el ruido del choque do las aguas. Laresonancia de las roca3 que rodean el Reuss en elPuente del Diablo, en Suiza, hace que este rio, cuandoarrastra muchas aguas, produzca mayor estrépitoque el Niágara.

El viernes 1." de Noviembre de 1872 vi desde elcoche del ferro-carril, en el momento de llegar á laaldea de chozas del Niágara, el humo de la catarata.Inmediatamente después de mi llegada fui con unamigo á la extremidad septentrional de las cascadasanglo-americanas. Puede ser que la disposición demi ánimo contribuyera á disminuir la impresión queme causó la vista de estas inmensas cascadas; pero nolo sentí, porque sabia por experiencia que el tiempo,el conocimiento más profundo, una especie de fusióngradual del espíritu con la naturaleza, modificaríanconsiderablemente la impresión definitiva que me de-jara esta escena. Después de comer fuimos á Goat-island, y, volviendo ala derecha, llegamos pronto á laextremidad meridional de las cascadas anglo-ameri-canas. El rio está por aquella parte lleno de islotes:atravesé un puente de madera, llegué á la isla deLuna, y apoyándome en un árbol que crece á orillasdel precipicio, contempló largo tiempo la catarata,que, en aquel sitio, se hunde en el abismo como unalud espumoso. Este espectáculo aumenta en majes-tad y en belleza. El rio es muy profundo en el sitiodonde le atraviesa el puente de madera, y las aguasadelantan sin quebrarse por encima del borde delprecipicio, pareciendo un inmenso músculo que sedilata. Como la cortadura del terreno es allí vertical,el agua cae á gran distancia de su base, quedando asíun espacio entre la muralla de rocas y la cascada; es-pacio que se llama Caverna de los Vientos.

Goat-island termina por una cortadura á pico quesepara las cascadas anglo-americaaas de la cascada deherradura. A mitad del camino, entre dos chozas, hayuna casilla de madera, residencia del guia que condu-ce á la Caverna de los Vientos; al pió de la casillaempieza una escalera de caracol, llamada escalera deBiddle, que llega hasta la base del precipicio. El mis-mo dia de mi llegada bajé esta escalera para exami-nar la parte inferior de la cortadura, y observé enseguida un factor muy conocido en la formación y

marcha en retroceso de la catarata. Una gruesa capacaliza forma la parte superior de la cortadura ydescansa sobre esta otra capa floja de arcilla pizarrosaque se extiende hosta la base de la catarata. Chocandoviolentamente el agua contra aquella sustancia ladisgrega y arrastra, produciendo excavaciones en lacapa superior, que, no teniendo base firme, se rompede vez en cuando, ocasionando el retroceso obser-vado.

En la extremidad meridional de la herradura hayun promontorio formado por el retroceso de la gar-ganta que han excavado las aguas al precipitarse. Eneste promontorio han edificado una casa de piedrallamada Torre de Terrapin, cuya puerta ha sido con-denada, por encontrarse en mal estado la escalerainterior. El gobernador de Goat-island, Mr. Towsend,tuvo la bondad de mandar abrir para mí dicha puerta.Colocado en aquel observatorio, examinaré y escuchóla catarata á lodas horas del dia y de la noche. El PÍOes allí evidentemente más profundo que en el ramalamericano, y en vez de romperse formando espumaal pasar por el borde superior de la catarata, el aguase encurva en una sola masa continua de color verdemuy vivo. Esta tinta no es uniformo, sino que varia decontinuo, alternando anchas franjas más oscuras conotras de color claro. Inmediatamente después delborde por donde se despeñan las aguas se eleva laespuma; la luz, al atravesar esta espuma, reverbera yse tamiza, y de blanca que es al entrar, sale verde-esmeralda. También se forman copos de espuma su-perficial por intervalos á lo largo del borde, y des-cienden casi inmediatamente en anchas capas blancas.Más abajo, la superficie, agitada por la reacción quese opera en el fondo, es absolutamente blanca. Lacaida es, pqr decirlo así, rítmica, porque el agua llegaal fondo en inmensos borbotones periódicos. La espu-ma no se esparce por igual en la atmósfera, sino quese eleva en velos sucesivos que tienen la consistenciade la gasa. Resulta de todo ello, que si á la cascadade la herradura no le falta belleza, su principal mé-rito es la majestad, porque no es agitada, sino gran-de, regular, fascinadora. Desde lo alto de la Torre deTerrapin se vé el agua del brazo adyacente de laherradura precipitarse contra el agua del brazoopuesto á mitad de la profundidad, y sólo la imagina-ción puede comprender el abismo donde van á pararlas aguas.

Es difícil explicar el encanto que las escenas de lanaturaleza causan en algunos ánimos; y los que nuncahan experimentado este placer, no deben criticar laconducta que provoca en los que lo sienten. Creo queel célebre Tomás Young.por ser incapaz de admirar lasbellezas de la naturaleza, no era hombre perfecto.«No tenia, dice el decano Peacock, afición alguna ála vida del campo; siendo para él incomprensible quequien pudiera vivir en Londres, fuera á residir en otro

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punto.» El doctor Young, como el doctor Johustn,tenían derecho á escoger sus placeres; pero por com-pletos que éstos pudieran ser, no me atrevo á llamar-los así, excluyendo las infinitas delicias que la natu-raleza procura á sus verdaderos amantes. Los quesean de mi opinión comprenderán fácilmente mivivo deseo de ver y estudiar, en cuanto posible fuera,la catarata del Niágara.

En la noche del dia de mi llegada encontré en loalto de la escalera de Biddle al guia que conduce losviajeros á la Caverna de los Vientos. Era un jovenalto, fuerte, de buenas facciones y de mirada viva yserena. El interés que me inspiraba aquel espectáculoexcitó su entusiasmo y le hizo comunicativo. Teniaen la mano una fotografía de la catarata, y me dioalgunas explicaciones, refiriéndome que tiempo atráshizo una expedición peligrosa, llegando casi debajodel agua verde de la cascada de la herradura.

—¿Podréis guiarme allí mañana?—le pregunté in-mediatamente.

Miróme despacio de alto á bajo, calculando sin dudalas probabilidades que tendría para escapar del peli-gro un hombre delgado como yo, con algunos pelosblancos en el bigote.

—Deseo,—añadí,—vercuanto sea posible, y procu-raré seguiros por donde me llevéis.

Su examen terminó con una sonrisa, diciéndome:—Está bien; os llevaré mañana por la mañana.Exacto a la cita fui á buscarle al dia siguiente. Me

desnudé por completo en la casilla del guia y volví ávestirme conforme á sus instrucciones, poniéndomedos pantalones de lana, tres chaquetas de la mismatela, dos pares de medias y un par de zapatos defieltro. Mi guia aseguraba que, aun cuando me mojarahasta los huesos, este vestido me garantizaba del frió,y tenia razón. Además, me puse un impermeable concapuchón que me cubría todo el cuerpo. El criado delguia tomó las precauciones más laudables para atarlode manera que no pudiese entrar el agua; precaucio-nes inútiles desde el momento que sufriera cualquierchoque un poco violento.

Tomé un palo largo en la mano y bajamos la esca-lera. Al llegar al fin preguntóme el guia si queria irprimero á la Caverna de los Vientos ó á la cascada dela herradura; añadiendo que esta última era la expe-dición más fatigosa. Decidí hacer primero la expedi-ción de más peligro, y se dirigió á la izquierda porentre piedras agudas y resbaladizas. Inmensos pe-ñascos, que eran evidentemente ruinas del bordecalizo superior, cubrían la base de la primera partede la catarata. El agua no se distribuía con regulari-dad por en medio de estos peñascos, sino que buscabacanales, por los cuales pasaba en forma de torrentes.Después de haber atravesado muchos de estos mo-jándonos los pies, pero sin ninguna otra dificultad,llegamos á la orilla de uno más caudaloso. El guia

buscó el punto donde el agua estaba menos agitada, yse detuvo:

—Este es el gran obstáculo,—dijo;—si logramosatravesar el torrente, podremos internarnos mucho enla herradura.

Entró en la corriente, y vi que necesitaba de todasu fuerza para sostenerse. El agua le cubría másarriba de la cintura y formaba espuma á su alrededor.Necesitaba apoyar los pies en rocas invisibles contralas cuales la corriente se quebraba con violencia.Luchó, se encorvó al esfuerzo del agua, pero triunfódel obstáculo, y llegó por fin á la orilla opuesta. En-tonces extendió los brazos hacia mí.

—Ahora vos,—me dijo:Observé con atención el torrente que se precipitaba

hacia el rio agitado por el tumulto de la catarata.Recomienda Saussurse, que antes de exponerse

á los peligros en los Alpes se examinen con cuidadolos sitios peligrosos, á fin de acostumbrar la vista. Enel momento en que se va á pasar por un lugar difícil,conviene pensar formalmente en la posibilidad de unaccidente, y decidir lo que ha de hacerse si sobreviene.

Así preparado en el caso actual, entré en el agua.Cuando no me llegaba más que hasta la rodilla,sentía muy bien la violencia de la corriente, queprocuraba cortar á medida que se elevaba, pre-sentándole el flanco; pero la dificultad de fijar lospies me obligó á volverme, y el torrente me cogiópor la espalda ó imposibilito la lucha. Conociendoque no podía sostenerme, hice un violento esfuerzo,me volví y me arrojé hacia la orilla que acababa deabandonar, llegando á un sitio donde habia pocaagua.

El vestido impermeable me incomodaba mucho;hecho para un hombre más grueso que yo, mispiernas ocupaban el centro de dos verdaderos sa-cos de agua. El guia me animó á intentar un nuevoesfuerzo; la prudencia me aconsejaba lo contrario;pero, bien considerado todo,creí que era más inmoralretroceder que avanzar. Aprovechando la experienciadel primer accidente entró de nuevo en el agua.Si el palo hubiese tenido contera ó pincho do hierrome hubiera sido útil; pero dada su tendencia á es-caparse de las manos, era un estorbo; á pesar deello, me apoyó en él por costumbre. El agua empezóde nuevo á subir á mi alrededor, y de nuevo tambiénvacilé; pero luchando con energía procuré que nome cogiera por la espalda, y cogí por fin la mano queel guia me alargaba. Este se echó á reir, alegrándolenuestra primera victoria.

—Ningún viajero,—me dijo,—ha puesto el pié don-de vos estáis.

Casi al mismo tiempo pisaba un trozo de maderaque creí sólidamente fijado al suelo, y me arrastró denuevo la corriente; pero pude apoyarme en una sa-liente de la roca.

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•N .°6 JOHN TYNDALL. EL NIÁGARA. 475Trepamos por las rocas y nos dirigimos hacia el

sitio donde el rocío brumoso era más fuerte; perollegó á ser tan violento, que no podíamos resistir elchoque. La mayor parte del tiempo nada podíamosver, encontrándonos en medio de un caos indescripti-ble, horriblemente azotados por el agua, la cual pro-ducía á veces el ruido de innumerables latigazos queestallaban, al parecer, entre el profundo y continuomugir de la catarata. Intenté mirar al aire protegien-do cotí las manos los ojos, pero no era posible. Elguia avanzaba, y al llegar á cierto sitio me hizo señaspara que me abrigara junto á él y observase la cata-rata. La bruma no la producía allí tanto la caida delagua por el borde superior, como el rebote des-pués de llegar al fondo del abismo; por ello, aun-que era difícil proteger los ojos contra el choque delagua, la vista podia extenderse bastante hacia la partesuperior de la catarata. Mirando por encima del hom-bro del guia vi cómo se despeñaba el agua por elborde de la herradura, apareciendo de vez en cuandola Torre de Terrapin. Estábamos inmediatamente de-bajo de ella. Poco más lejos, el agua, después de suprimera caida, chocaba contra una roca saliente, tras-formándose en un inmenso volumen de espuma.

Atravesamos este sitio con mucha dificultad, ydespués de doblar el promontorio sobre el cual seencuentra la Torre de Terrapin, avanzamos en mediode un caos indescriptible, hasta que nos faltó terrenoá orillas del abismo donde se precipita el Niágara.

Llegados á aquel punto, el guia hizo que de nuevomirase el aire, y vi, como antes, la inmensa curva ver-de lanzarse desde el borde superior, y la caida capri-chosa del agua, á medida que la espuma entre nosotrosy el abismo se formaba y desaparecía.

Un amigo mío, persona eminente, me habla confrecuencia del error en que incurren algunos médicosatribuyendo todas las enfermedades á causas quími-cas, y buscando en remedios químicos su curación.Sostiene que en el mayor número de casos convieneemplear un tratamiento psicológico. Las emocionesagradables, dice, engendran corrientes nerviosas queestimulan la sangre, el cerebro y las visceras. Ladulce influencia de la mirada de una mujer permite ámi amigo comer ciertas cosas que le matarían si lascomiese en la soledad. Entre la espuma y el estrépitodel Niágara experimenté un sentimiento análogo. Es-timulado por las emociones que por todas partes measaltaban, mi sangre corria mejor por las arterias ysentía mi corazón libre de toda amargura, creyéndo-me capaz de tratar con tolerancia, y hasta con amor,al más perverso é intratable de mis enemigos. Pres-cindiendo del valor científico, y considerándola tansólo como agente moral, sostengo que esta excursiónvale el trabajo de hacerla. Mi guia no me conocía,viendo tan sólo que estaba conmovido ante aquel es-pectáculo sublime, y, sin embargo, en el momento que

me incliné para buscar abrigo junto á su pecho, medijo:

—Quisiera que intentaseis describir todo esto.Y tenia razón al decir intentaseis, comprendiendo

que aquella escena era indescriptible. Este hombreexcelente se llama Tomás Conroy.

Volvimos atrás, trepando por diferente rocas paracontemplar la catarata bajo distintos puntos de vista,pasando sobre inmensos planos calizos, ó al través-de curiosos dédalos de rocas destrozadas, y llegandopor fin á orillas del torrente, nuestro enemigo de lamañana. El guia se detuvo algunos instantes y le ob-servó cuidadosamente. Le dije que en su calidad deguia debió haber puesto una cuerda en aquel sitio;pero me contestó que á ningún viajero le habia ocur-rido la idea de hacer aquella excursión, y que, portanto, nohabia necesidad de cuerda. Entró en el agua,y vi cuánto luchaba para tenerse en pió, vacilandomuchas veces, pero logrando mantenerse en equilibrio.Por fin se deslizó, arrojándose violentamente hacia laorilla, como yo lo habia hecho, siendo arrastrado haciaun sitio donde habia poca profundidad, y pudo agarrar-se. De pié, á orillas del torrente, extendió los brazoshacia mí. Habia yo conservado el palo, que me era muyútil para trepar por las rocas. Entrando un poco en elagua, el palo era bastante largo para que el guia lo co-giera por el otro extremo: propuse que lo hiciera así.

—Bueno,—me contestó,—lo tendré con fuerza siestáis seguro de no soltarle en el caso de que perdáispié.

Entré en el agua y alargué el palo á mi compañe-ro, que lo agarró vigorosamente. Con esta ayuda, y ádespecho de la violencia del torrente, llegué sano ysalvo á la orilla opuesta. Desde allí ya no habia peligroalguno, y^recorrimos tranquilamente los torrentes ypeñascos que se hallan por debajo de la Caverna delos Vientos. Las rocas estaban cubiertas de tanto limoorgánico, que hubiera sido imposible andar por ellascon los pies desnudos; pero nuestros zapatos de fieltronos impedían resbalar. Entramos en la Caverna porun puente de madera colocado encima de los peñas-cos, y siguiendo una saliente de las rocas que conduceá lo más profundo de ella. Me dijeron que, cuando so-plaba viento Sur, podia verse tranquilamente desdeaquel punto la caida de las aguas; pero el dia de mivisita habia una verdadera tempestad de espuma.Aquella misma tarde fui detrás de la cascada por ellado canadiense de la catarata; pero después de lo quehabia visto por la mañana, aquel espectáculo me pa-reció una impostura.

Esta última caida produce, sin embargo, en algunaspersonas una impresión tan fuerte, que no pueden so-portarla. Mr. Bakewell describe este efecto en lossiguientes términos:

«Al volver un ángulo de roca nos encontramos ex-puestos de pronto á una violenta corriente de aire quo

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176 REVISTA EUROPEA .—5 DE ARRIL DE 1874. N.° 6procedía de la caverna situada entre la cascada y lasrocas. Esta corriente de aire nos arrojaba la espumaal rostro con tanta videncia, que instantáneamentequedamos mojados. En medio de aquel baño de lluviaperdí la respiración, me volví y trepé sobre algunaspiedras, huyendo del viento. El guia rae dijo que ha-bíamos pasado ya lo más difícil. Intenté seguirle porsegunda vez, pero el desorden de mi imaginación eratal, que á mitad del camino no pude avanzar más.»

Para acabar de conocer las caídas tenia que verlasdesde el rio; pero necesité largas negociaciones paraprocurarme los medios necesarios. El único barcoá propósito estaba contratado durante el invierno;pero, graciasá la benévola intervención de Mr. Town-send, pronto vencimos esta dificultud. El principalobstáculo para mi proyecto consistía en encontrar re-cursos bastante fuertes para que me condujeran don-de quería ir. El hijo del propietario del barco, hermosomuchacho de veinte años, consentía en acompañarme;pero carecía de experiencia. Supe, por fin, que algomás lejos, á orillas del rio, vivia un hombre capaz dehacer con el buque cuanto la fuerza y la habilidadpueden ejecutar. Le llamé, y, en efecto, su rostro de-notaba vigor y energía. Nos embarcamos los tres el8 de Noviembre, no sin vestirnos antes por completode tela impermeable. El viejo remero tomó el mandoy lanzó en seguida el barco en medio de las rompientesque hay a) pié de la cascada americana. En vez deentrar donde el agua estaba tranquila, buscaba las in-mediaciones de las corrientes: le preguntó la razón yme dijo que aquellas corrientes no descendían por elcentro del rio, sino que se dirigían hacia las orillas; ápesar de ello había que luchar penosamente para queno arrastrasen el barco.

Casi de continuo nos cegaba la espuma y la bruma;pero, cuando había algún claro, el espectáculo era ad-mirable. El borde superior de la catarata está inter-rumpido por obstáculos, que aumentan su belleza.En distintos puntos, debajo del borde, la roca formasalientes donde el agua choca y salta, produciendournas colosales de espuma. Después de costear Goat-island, llegamos á la herradura, y seguimos largotiempo por su base. Los peñascos por donde habíapasado algunos dias antes con Conroy, estaban entrenosotros y al pió mismo de la catarata. Delante denosotros habia una roca que la ola del agua cubría ydescubría alternativamente. El patrón intentó doblarla roca primero por fuera, pero el agua estaba muyagitada en aquel punto. Los remeros luchaban convigor, animándose mutuamente con sus gritos; pero,en el momento en que íbamos á doblar la roca, lacorriente cogió el buque y nos hizo descender el riocon vertiginosa rapidez. Los hombres volvieron á lacarga, intentando esta vez pasar por entre la roca ylas piedras situadas á nuestra izquierda, pero la cor-riente era tan violenta en aquel canal, que lo único

que podíamos hacer era no retroceder. Por fin, co-giendo una cuerda, el marino viejo se arrojó á laspiedras con ánimo de remolcar el barco, pero éstechocó contra la roca con tanta fuerza, que tuvo quereembarcarse inmediatamente y renunciar á la em-presa.

Volvimos á la base de la cascada americana, circulan-do por medio de las corrientes que bajan por el río.Vista desde abajo la cascada americana es admirable;pero sólo puede considerarse como ligero ornamentocomparada COB la grandiosidad de su vecina la cascadade la herradura. Desde la mitad del rio el conjuntode la catarata es bellísimo; una nube que habia carcadel Monte Blanco le hacia aparecer doble de alta, yla cima verde de la catarata, brillando sobre la es-puma le daba una altura inmensa. Si Hennepin y LaHontan observaron la catarata desde aquel punto, seexplica perfectamente la altura extraordinaria que leatribuyeron.

Durante el verano hay una barca para pasar desdela orilla anglo-americana á la canadense. La barcaparte de un sitio inmediato á la cascada americana.Más abajo del punto por donde atraviesa el rio está elpuente colgante para los peatones y los carruajes, yuna milla ó dos después el puente colgante para elferro-carril. Entre la barca y este puente, el Niágaracorre tranquilo; pero desde el puente en adelante, ellecho del rio es más profundo y la corriente más rá-pida. Más abajo aún la garganta por donde corre elNiágara se estrecha y la impetuosidad de la corrienteaumenta. En un punto que llaman los Rápidos y losTorbellinos, creo que el rio tendrá de ancho unostrescientos pies; así me lo han asegurado los habi-tantes de la localidad. Puede imaginarse la fuerza dela corriente en esta angostura, sabiendo que el siste-ma hidrográfico de casi la mitad de un continente estácomprimido en aquel estrecho espacio. Sin el consejoque me dio Mr. Bierstadt, el eminente fotógrafo delNiágara, y que le agradezco mucho, hubiera abando-nado el país sin visitar aquel sitio. Completó ademásel consejo acompañándome en aquella visita. Es pre-ciso colocarse al nivel del agua para juzgar el efectodel rio en dicho punto, y bajamos la escarpada laderaen una especie de banasta atada, que me parece indig-na para quien está acostumbrado á trepar por lasmontañas.

Se verifican allí evidentemente dos movimientos enel agua, uno de traslación y otro de ondulación; elprimero es la corriente natural por la angostura ó des-filadero; el segundo las gruesas oleadas que produce elchoque y retroceso de la corriente cuando tropiezacon los obstáculos que se oponen á su paso. En mediodel rio es donde la agitación de las aguas es más vio-lenta, y donde se producen también los mayores efec-tos de la impetuosa fuerza de cada ola. El agua brotaincesantemente sobre la superficie del rio en masas

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N/6 JOHN TYNDALL.—EL NIÁGARA. 477piramidales, y á veces con bastante violencia parapro-

yeclar en el aire la cima de estas masas, quedando un> momento suspendida en él en forma de aglomeración

de esférulas líquidas. Brilla el sol, el viento barre elrio arrastrando la espuma y las gotas más ligeras,y cuando va en buena dirección la espuma formavarios arco-iris, que á cada momento aparecen y des-aparecen. En otras direcciones, los rayos solares caensobre las olas y sus rotas crestas, produciendo los másbellos cambiantes de luz. La múltiple acción de lascorrientes ocasiona además el efecto de que multitudde gotas de agua, arrojadas al parecer por una fuerzaexplosiva, salten irradiando de un centro común yformando una inmensa corona alrededor de dichocentro.

La primera impresión que produce la vista de estascorrientes y la explicación común que se da á susefectos, consiste en que el lecho del rio está lleno deenormes rocas, produciendo el choque violento delagua contra ellas la agitación y los torbellinos. No meparece esta explicación verdadera; pero, en todo caso,hay además otra razón para explicar estos fenómenos,que merece tomarse en cuenta. Los peñascos despren-didos de los terrenos inmediatos se acumulan en loscostados del lecho y el agua los bate con violencia,elavándose y bajándose sucesivamente, lo cual ocasio-na las grandes olas. Formada una de éstas, su movi-miento se combina con el movimiento general del rio.Las crestas que en un agua tranquila formarían unaserie de círculos alrededor del centro de agitación,atraviesan oblicuamente el rio, lo cual hace que lasolas, formadas realmente en las orillas, se reúnan enmedio de la corriente. Tenemos, pues, una combinacióndel movimiento de la ola con el de la corriente, y enmedio de ésta la reunión de muchas olas; cuandoéstas y la corriente se cruzan, el movimiento seanula; cuando se reúnen dos corrientes, las aguasbajan á su mayor profundidad; pero cuando se juntandos olas, se produce el salto admirable del aguaque rompe la coesion de las crestas de las olasy las hace estallar en el aire. Colocado al nivel delagua se advierte difícilmente esta causa de acción;pero desde las alturas de la orilla, la formación late-ral de las olas y su propagación hacia el centro sonevidentes. Si esta explicación es cierta, los fenómenosobservados en los rápidos del Niágara forman uno delos ejemplos más bellos que pueden imaginarse delprincipio de la interferencia. Las cataratas del Nilo,según me dice Mr. Huxley, presentan ejemplos delmismo fenómeno.

Alguna distancia más abajo de los Rápidos se en-cuentra el célebre remanso. En aquel punto el rioforma bruscamente un recodo al noroeste, haciendocasi ángulo recto con su dirección anterior. El aguabatecon fuerza la parte cóncava de la orilla y la socabaincesantemente. Fórmase de este modo un dilatado

TOMO I.

estanque donde la corriente del rio se Irasforma en unmovimiento giratorio. Dícese que los cadáveres y lostroncos de árboles que arrastran las aguas dan allívueltas muchos dias sin encontrar salida. Lo curioso esque desde muchos puntos de la orilla no se ve estasalida, y sólo se la encuentra siguiendo el borde delprecipicio en la dirección noroeste.

Habia ya pasado la estación en que se visita el Niá-gara, y cesado, por tanto, el ruido de los viajeros, pre-sentándose á mi vista aquella escena con una bellezay una soledad sublimes. Bajó hasta la orilla del rio,donde crecía el encanto del silencio. El inmenso es-tanque estaba casi rodeado por empinadas orillas cu-biertas de árboles, que en aquella época del añotenían un tinte rojizo oscuro. Animada el agua pormovimiento giratorio, tiene un aspecto misterioso, queacaso proviene de no ser bien conocida la direcciónde su fuerza. Dícese que el remanso arranca en al-gunos puntos árboles enteros para arrojarlos en otros.El agua en aquel estanque tiene un color verde-esme-ralda muy intenso. La garganta por donde se escapaes estrecha y la comente rápida, pero silenciosa: lasuperficie forma una pendiente sensible, pero perfec-tamente tranquila. No hay olas laterales, ni siquierala más pequeña arruga, y el rio es demasiado profun-do para que las desigualdades del lecho afecten la su-perficie. Nada hay comparable á la belleza de aquelespejo líquido inclinado que forma el Niágara al salirdel remanso.

En mi obra Horas de ejercicio en medio de losAlpes he explicado el color verde del agua; y al atra-vesar el Atlántico he tenido frecuentes ocasiones decomprobar la exactitud do aquella explicación. Colo-cado convenientemente para mirar el Océano, hay enél partes donde no se advierte ningún rastro azulado,y llega cuaiftdo más hasta la vista una ligera tinta deañil. El agua en suma es, prácticamente, negra, yaquella tinta indica su profundidad y que no contieneninguna sustancia en suspensión. El agua cuando estáen capas delgadas es sensiblemente trasparente á todaclase de luz; pero, á medida que el grueso de la capaaumenta, los rayos poco refrangibles comienzan á serabsorbidos, y después los demás rayos; de modo quedonde el agua es muy profunda y muy pura, todos loscolores son absorbidos, y entonces debe parecer ne-gra, puesto que ninguna luz parte del interior parallegar á la vista. El agua del Atlántico se aproxima áesta condición, lo que indica su extremada pureza.Si arrojamos un guijarro blanco en esta agua, irá to-mando un color verde más intenso á medida que sehunda; y en el momento de desaparecer tendrá unatinta brillante azul verdosa. Si hacemos el guijarropedazos, cada uno de éstos presentará el mismo fenó-meno que el guijarro entero; si lo reducimos á polvo,cada partícula de este polvo emitirá una cantidad de-terminada de color verde; y si las partículas son bas-

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178 REVISTA EUROPEA. 5 DE ABRIL HE 1 8 7 4 . N.°6tante pequeñas para permanecer en suspensión en elagua, la luz difusa tendrá una tinta verde uniforme.De aquí el color verde del agua poco profunda. Si,cuando vais á América, al bajar á dormir al cama-rote, el Atlántico que os rodea es de color negro,y al despertar por la mañana está admirablementeverde, podéis deducir con razón que atravesáis elbanco de Terranova. Examinando esta agua, se ad-vierte que está recargada de materias extraordinaria-mente finas en estado de suspensión mecánica. Al-gunas veces contribuye á ello la luz del fondo, perono es necesario. Puede enturbiar el agua una tempes-tad, porque entonces estas materias en suspensiónaumentan en cantidad y en volumen.

Antes de abandonar el Niágara observó un caso deesta índole. A causa de una tempestad en la regiónsuperior de los lagos, la cantidad de materias que ar-rastraba el rio era bastante considerable para apagarla admirable tinta verde de la cascada de la herra-dura.

Nada hay tan admirable como el color verde de lasolas del Atlántico cuando las circunstancias son favora-bles á su producción. Mientras la ola no se rompe, ca-rece de este color; pero cuando la espuma se despar-rama desde la cresta, aparece ese color verde admi-rable, casi metálico por su brillo. La espuma es nece-saria á su producción, porque iluminándose esparcela luz en todas direcciones: y esta luz, pasando al tra-vés de la parte superior de la ola, llega hasta la vista,dando á dicha parte su inimitable color. El rompi-miento de la ola produce una serie de corrientes y deprotuberancias, que, haciendo el papel de cristalescilindricos, producen cambiantes en la intensidad dela luz y aumentan su belleza.

Examinemos ahora el génesis y la suerte futura dela catarata del Niágara; pero antes, y para que mejorse comprenda lo que vamos á decir, es indispensablehacer algunas indicaciones sóbrela corrosión.

El tiempo y la intensidad son los agentes principa-les de los cambios geológicos, y hasta cierto puntopueden convertirse. Una fuerza débil que obra duran-te largo periodo, y una fuerza intensa operando enpoco tiempo, pueden, producir aproximadamente losmismos resultados. El doctor Hooker ha tenido la bon-dad de darme algunos ejemplares de piedras encon-tradas por Mr, Hackworth en las costas de la bahía deLyel!, cerca de Wellington, en Nueva Zelanda. Nosabiendo su origen se creería que estaban trabajadaspor la mano del hombre. Figuran cuchillos y puntasde lanzas de sílice; y sus facetas son tan puras y si-métricas, que parecen talladas con instrumento guia-do por la inteligencia humana. No ha sido así; las are-nas de la bahía de Lyell, movidas por el viento, sonlas que les han dado su forma actual. Dos vientos do-minan en aquella bahía, y alternativamente arrojanla arena sobre los opuestos lados pedregosos; cada

granito quita un pedazo infinitamente pequeño alapiedra, y ha concluido por darle la forma singular quehemos indicado.

La esfinge de Egigto está medio cubierta por laarena del desierto, y su cuello casi completamentecortado, no por el desgaste ordinario del tiempo, sino,como asegura Mr. Huxley, por la acción corrosiva dela arena fina que contra ella arroja el viento. La na-turaleza nos da en estos casos consejos que la indus-tria puede utilizar. Recientemente se ha aprovechadola acción de la arena de un modo bastante original enlos Estados-Unidos. Estando yo en Boston, Mr. JosiahQuincey me hizo ver la acción de su fuelle de arena.Consiste en una especie de tolva, Heno de arena silí-cea, muy lina, en comunicación con un depósito deaire comprimido, cuya presión puede variarse á vo-luntad. La tolva termina con una ancha abertura pordonde sale la arena. Pasando lentamente un trozo decristal por delante de la abertura, resulta perfecta-mente esmerilado, y con una bella tinta de ópalo, queno podría conseguirse con el mejor frotamiento. Cadagranito de arena proyectado contra el cristal concen-tra toda su energía en el punto de contacto, y formaun agujerito; y la superficie esmerilada consiste enuna serie innumerable de estos agujeritos. Además, sise proteje algunas partes del plano del cristal contrael contacto de la arena, y se dejan otras expuestas áél, puede grabarse por este procedimiento todas lasfiguras ó dibujos que se quieran; si se coloca una telametálica entre el fuelle y el cristal, queda reproducidaen éste; y ni aun es necesaria una sustancia tan fuertecomo el metal, porque se pueden reproducir de la mis-ma suarte los dibujos del más delicado encaje, bas-tando sus ligeros filamentos para impedir el contactode la arena con el cristal.

Todos estos resultados los he obtenido por medio deun fuelle de arena sencillísimo, que ideó mi prepara-dor, bastando una fracción de minuto para grabar enel cristal el modelo de encaje más rico y complicado.Puede emplearse por consiguiente para proteger elcristal cualquier sustancia de poca resistencia, porque,impidiendo el choque inmediato de la arena, destruyeprácticamente su poder local corrosivo. La mano pue-de sufrir sin dolor un chorro de arena que bastaría ápulverizar el cristal. Es fácil grabar muy bien en éste,protegiéndolo con algunas especies convenientes detinta. En una palabra, puede asegurarse que, hastacierto punto, cuanto más dura es la superficie, la con-centración delchoquees más grande, y más«fícazlacorrosión. No es necesario que la arena sea la sustan-cia más dura; el corindón, por ejemplo, es mucho másduro que el cuarzo; y sin embargo, la arena cuarzosaesmerila una placa de corindón, y aun puede hacer enella un agujero; también puede esmerilarse el cristalproyectando contra él granos de plomo extraordina-riamente finos; los granos en este caso raspan antes

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N . ° 6 JOHN TYNDALL. EL NIAGAKA. 4 79

de aplastarse y antes de que su energía se trasformeea calor.

Podemos mencionar de paso otros hechos que noparecen relacionados entre sí. Supongamos que seabre un grifo en el piso bajo de una casa, estando enla altura de la misma el depósito del agua. La colum-na de agua se pone en movimiento desde el depósitohasta el grifo. Dicho movimiento se detiene al cerrarel grifo; pero, si se le cierra de pronto, el choque inte-rior del agua puede romper el tubo por donde baja, sino es bastante fuerte. Se evita el choque y el peligrode ruptura, haciendo durar el cerramiento del grifo aun-que no sea más que medio segundo. Este es el ejem-plo de la concentración de la energía en el tiempo. Elfuelle de arena nos presenta un ejemplo de la concen-tración de la energía en el espacio.

La acción de la sílice y de un pedazo de acero esOtro ejemplo del mismo principio. Se necesita un ca-lor intenso para engendrar una chispa de fuego. Ahorabien, cuando la acción mecánica que se emplea es muymoderada, se necesita, para producir el fuego, que estéabsolutamente concentrado. El choque de sustanciasduras efectúa esta concentración. No pueden reem-plazar á la sílice y el acero para producir el fuego poreolision sustancias más blandas; pues si con ellas lasuma total de calor producido puede ser más conside-rable que con las sustancias duras para engendrar lachispa de fuego, es indispensable que el calor esté ab-solutamente localizado.

Con el fuelle de arena puede obtenerse resultadosmás considerables que el del grabado sobre el cristal.He dicho antes, que con la arena cuarzosa se hace unagujereen una placa de corindón, y debo á la benevo-lencia del general Tilghman, inventor del fuelle, al-gunas magníficas muestras de su procedimiento. Meha dado un grueso plano de cristal donde hay grabadauoaflgura á la profundidad de tres octavas partes depulgadp; otro cristal de siete octavas partes de pul-gada está completamente perforado. Con este proce-dimiento se ha calado un dibujo complicadísimo enuna losa circular de mármol, de media pulgada deespesor, y este trabajo que, hecho por los mediosordinarios, exigiría algunos dias de ocupación, con elfuelle de arena se ejecuta en una hora.

El poder corrosivo de la arena cuando es impulsadapor el viento nos permite comprender su accióncuando le arrastra el agua. La potencia corrosiva deun rio aumenta considerablemente cuando trasportamaterias sólidas. La arena y los guijarros, arrastradospor un turbión, pueden corroer la roca más dura, yforman en este caso pozos cilindricos. En el valle deTournanche, por encima déla aldea así llamada, seve un ejemplo extraordinario de esta especie de cor-rosión; así también se ha formado la garganta deJíandeck. Cerca de Pontresina, en Gadina, hay otroejemplo de esta clase. La roca primitiva ha sido hora-

dada, formando una garganta por donde corre el rioque sale del glaciar de Norteratsch. Lo mismo sucedeen la barrera de Kirchet por encima de Meyringen:detrás de ella habia un lago producido por el glaciarinferior de Aar; el lago arrojaba sus aguas sobran-tes por encima de esta barrera, pero la roca, for-mada de sustancias calizas, se disolvió en granparte, y además de esta fuerza disolvente, el aguatrasportaba partículas sólidas, que, chocando contra laroca, le arrancaban pedacitos, como sucede con losgranos del fuelle de arena. Así se ha formado por ladisolución y por la corrosión mecánica el inmensoabismo de Fensteraaschlucht, y podría probarse queel agua que corre por sus profundas grietas caíaantes formando cataratas por los lados de la barrera.Casi todos los valles de Suiza presentan ejemplos deesta clase, y nadie se cuida ya de la hipótesis insos-tenible de los terremotos, con la cual se quería de-mostrar antes la formación de aquellas gargantas. Deeste modo se explican también, por la acumulación deefectos que son infinitamente pequeños, la formaciónde las gargantas en la América Occidental.

Volvamos al Niágara.Poco tiempo después de haber tomado posesión de

aquel territorio, los europeos creyeron que el profun-do canal por donde corre el Niágara lo habia abierto lacatarata. En su introducción á la Geología, aludeMr. Bakewell á esta creencia. El profesor José Henryse expresa en estos términos: «Considerando la posi-ción de las cascadas y cataratas en los territorios in-mediatos, se concibe la idea de que el gran paso na-tural ha sido formado por la acción continua ó irresis-tible del Niágara, y que las cascadas que empezaron enLewistown, han horadado duranteel curso de los sigloslas capas Dcdregosas para retroceder hasta el sitiodonde hoy se encuentran Sir Carlos Lyell, Mr. Hall,el profesor Agassiz, Mr. Ramsay, y casi todos losque han estudiado las cataratas son de esta mismaopinión.» Fácilmente puede imaginarse el origen y losprogresos sucesivos de la catarata. Si partiendo de laaldea de las cascadas del Niágara nos dirigimos haciael Norte, costeando el rio, tenemos á la izquierda laprofunda y comparativamente estrecha garganta porcuyo fondo corren las aguas. Los rivazos que cierranel lecho tienen de 300 á 380 pies de altura. Llegandoal remanso se dirige el rio hacia el Noroeste, peropoco después vuelve de nuevo al Norte. A unas sietemillas de la actual catarata se llega á la orilla de undeclive, indicando que hasta allí se ha caminado poruna elevada planicie. Un centenar de pasos más abajocomienza una llanura comparativamente baja que seextiende hasta el lago Ontario. El declive indica eltérmino de la garganta del Niágara, el rio sale de ella,ensancha su lecho y continúa el curso hasta vertersus aguas en el referido lago.

El hecho de haber retrocedido sensiblemente la

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180 REVISTA EUROPEA. 5 DE ABRIL DE 1 8 7 4 . N . ° 6

catarata en los tiempos históricos y en lo que alcanzala memoria de los hombres, origina la cuestión de sa-ber el progreso que ha hecho este movimiento deretroceso y dónde empezó. La contestación que danlos hombres habituados á esta clase de trabajos, es yserá que el retroceso empezó en el declive casi per-pendicular que detiene el Niágara desde Lewistownen la margen americana hasta Queestown en la cana-diense. En los pasados tiempos, las aguas unidas delos afluentes de todos los lagos superiores corrían porencima de esta barrera trasversal, y en ella empezóel trabajo de corrosión; puede también demostrarseque este dique tenia altura bastante para que lasaguas por él detenidas sumergiesen á Goat-island, loque explica perfectamente que Mr. Hall, CarlosLyell, y otros, hayan encontrado entre la arena ygrava de la isla las mismas conchas de agua dulce quese hallan en el curso superior del Niágara. Esto ex-plica también los depósitos de dichas conchas en lasorillas del rio que han permitido á Lyell, Hall y Ramsaydemostrar cuan cierta es la popular creencia de que elNiágara corría anteriormente por un valle poco pro-fundo.

Observando con atención la cascada de la herra-dura, se advierten las causas físicas del poema de laexcavación; causas que conocí perfectamente antes deabandonar la catarata. Evidentemente la masa másconsiderable de agua se precipita desde lo alto do laherradura. En un párrafo de su excelente capítulo so-bre !a catarata del Niágara alude Mr. Hall á este he-cho. Allí es donde el agua, al romperse, choca y serevuelve con mayor violencia, y por tanto donde sedestruye con más fuerza la arcilla pizarrosa. En aquelpunto de la cascada la espuma se eleva algunas veceshasta las mismas nubes sin solución de continuidad,atenuándose poco á poco, y llegando al estado deverdadera niebla de un vapor invisible, que vuelve ácaer en forma de lluvia en el curso superior del rio.

Todos los fenómenos indican claramente que elcentro del rio es el sitio donde se produce la mayorenergía mecánica, y que á partir de este centro lacantidad de agua va disminuyendo gradualmente porlos lados; la parte cóncava de la herradura, vuelta haciael curso inferior del rio, es una consecuencia necesa-ria de esta acción. El centro de la curva retrocede in-cesantemente hacia el centro del rio, abriendo unagarganta profunda y comparativamente estrecha, queatrae el agua de los costados á proporción que recula.De aqui proviene la notable diferencia de anchura delNiágara por encima y por debajo de la cascada de laherradura. En todo lo largo del curso, desde las altu-ras de Lewistown hasta el punto donde hoy se en-cuentra la catarata, la cascada ha tenido probable-mente forma de herradura, siendo esta forma resul-tado de la mayor profundidad, y por tanto de la ma-yor potencia de excavación en el centro del rio.

Se comprende mejor el inmenso poder erosivodéla cascada de herradura, comparándola con la cas-cada anglo-americana. El brazo americano del cursosuperior del rio está cortado perpendicularmente porel cauce del mismo en el fondo de la catarata; de modoque la cascada de herradura es exclusivamente la queha abierto el abismo donde se precipitan las aguas dela cascada anglo-americana. La acción corrosiva deesta cascada ha sido casi nula, mientras que la de her-radura ha retrocedido 800 metros, cortando la extre-midad de Goat-island, y trabaja hoy para abrirse uncanal paralelo á la longitud de dicha isla. El profesorRamsay ha observado también este hecho. El rio for-ma un codo; y la herradura, siguiendo la direccióndel agua más profunda en el cauce superior, se inclinaen la dirección del codo. La flexibilidad de la gar-ganta, si se me permite este calificativo, está en ra-zón directa de la del lecho del rio. Cuando éste hasido sinuoso, también lo habrá sido la angostura queforma la catarata. Los geógrafos podrán sin duda al-guna presentar muchos ejemplos de esta acción. Di-cese que el Zambesi presenta grandes dificultades á lateoría de la corrosión, á causa do la-sinuosidad de sucurso por debajo de la catarata Victoria; pero, admi-tiendo que el basalto sea de una textura casi uniforme,estoy seguro que, examinado el rio, se hubiera po-dido predecir la formación de este cauce sinuoso dela misma suerte que, sondando el cauce superior á lacatarata, puede también anunciarse cuál será la di-rección futura del retroceso de ésta.

El Niágara no se contenta con abrir su camino, sinoque además arrastra los despojos de su propia obra;el agua conduce fácilmente la arcilla pizarrosa redu-cida á fragmentos; pero en la base de la cascada en-contramos grandes peñascos, y otros muchos handesaparecido en el curso inferior del rio. Créese quela nieve helada que llana las laderas del rio en el in-vierno, y oprime los peñascos, se encarga de traspor-tarlos al fondo, y e3ta fuerza puede contribuir al re-sultado; pero la corrosión del agua opera incesantesobre la materia que sirve de base á estas moles,y, destruyéndola, los precipita en el cauce. La dife-rencia de profundidad, de 72 á 20 pies, que existe en-tre el Niágara y el lago Ontario por la parte donde elrio desemboca, prueba que éste trasporta materias só-lidas, depositándolas en el fondo del cauce á medidaque decrece la rapidez de la corriente.

Antes de terminar diré cuatro palabras acerca delporvenir del Niágara. Admitiendo que la velocidad delretroceso de la catarata sea de un pió por año, comosupone Sir Carlos Lyell, la cascada de la herradura seencontrará dentro de cinco mil años mucho más arribade Goat-island. Al retroceder la catarata socavará lasorillas, como ya lo ha hecho, dejando una terraza en-tre Goat-island y el borde de la catarata. Cuando re-troceda'más, socavará la cascada de herradura el ter-

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J . D OMALIUS D HALLO Y. EL TRASFORMJSMO. 481reno que la separa del brazo norte-americano del rio,cuyo lecho se convertirá en tierra cultivable, trasfor-mándose en un precipicio, continuación da las escar-padas orillas del rio. En el sitio donde hoy se encuen-tra la cascada de herradura, el cauce formará unángulo recto, y, por tanto, habrá un gran remanso deagua. Los que visiten el Niágara dentro de algunosmiles de años, podrán comprobar esta predicción. Pue-do añadir, que si las causas que hoy operan continúanobrando como hasta aquí, esta predicción quedaráconfirmada de un modo absoluto.

JOHN TYNDAI,L.

De la Sociedad real de Londres.

EL TRASFORMISMO.

Ya he tenido ocasión de decir que las hipótesisdebían ser relegadas á la categoría de novelas;pero no he dicho que deben ser excluidas porcompleto de la ciencia. Creo, por el contrario,que cuando sólo se recurre á ellas para explicarlos hechos, tienen la ventaja de coordinarlos, ypor lo tanto de facilitar el estudio. No se puedenegar que la hipótesis de la atracción ha con-tribuido poderosamente á los inmensos progresosde la astronomía en los tiempos modernos.

Entre los descubrimientos con que las cienciasse han enriquecido durante el presente siglo, unode los más notables nos ha demostrado quenuestro globo terrestre ha estado habitado porgrupos sucesivos de seres vivos que, aunque es-tablecidos sobre las mismas leyes generales, pre-sentaban una serie de diferencias que tendían su-cesivamente hacia las formas que caracterizanla naturaleza actual.

Estos hechos, tan diferentes de las opinionesgeneralmente admitidas, han dado origen á unamultitud de hipótesis que se pueden dividir entres categorías, á saber: las creaciones sucesivas,la trasformacion por generación de las formasresultantes de una primera creación, y la evolu-ción de la materia.

Cuando publiqué en 1831 los Elementos deGeología, me creí obligado á emitir opinión eneste punto, y di la preferencia al trasformismo.Ya he indicado en otros escritos los motivosque habían determinado esta manera de ver; perocreo que no es inútil volver sobre este asunto,porque la hipótesis del trasformismo ha recibidoen estos últimos tiempos un desarrollo tal, que,en mi concepto, justifica una parte de los ataquesque le dirigen sus adversarios.

Las hipótesis que admiten que la evolución de

la materia puede dar nacimiento á cuerpos or-ganizados, no se fundan en ningún fenómeno bienobservado de la naturaleza actual, y en el estadopresente de nuestros conocimientos esas hipó-tesis no son necesarias para explicar la seriepaleontológica. Vemos, en efecto, que todos losgrandes tipos orgánicos existían durante el pe-ríodo silúrico, y si no se ha encontrado aún eltipo vertebrado entre los cuerpos organizadosanteriores á ese período, debe atribuirse á que,hasta el presente, se ha recogido corto númerode esos cuerpos, y sólo en los depósitos máscercanos al terreno silúrico; por mi parte par-ticipo de la opinión de las personas que con-sideran como una concreción ó condensación mi-neral lo que se ha llamado Eozoon. Creo, por lotanto, que nadie puede apoyarse en estas cir-cunstancias negativas para rechazar la opiniónde que todos los grandes tipos orgánicos hanaparecido desde que la vida se ha manifestadosobre la tierra. Por otra parte, la organizaciónde los seres vivos es tan admirable, que no puedoadmitir que sea producto de la casualidad; antesal contrario, estoy convencido de que debe ser elresultado de la voluntad de un ser omnipotente.

Es digno de notarse igualmente que las hipó-tesis sobre la evolución espontánea de la materiano dan ninguna luz acerca del origen de las cosas;porque, aunque fuera posible que la materia seorganizara espontáneamente, todavía se podríapreguntar cuál es el origen de la materia. Así, elmundo inorgánico presenta, lo mismo que elmundo orgánico, un orden admirable que nopuede proceder de la casualidad, sino que deberesultar de la voluntad de un ser Todopoderoso.

Las hipótesis que admiten creaciones sucesi-vas, no se han apoyado nunca en hechos ocur-ridos durante el período geológico actual. Porotra parte no puedo creer que el sor á quienconsidero supremo autor de la naturaleza, hayahecho perecer, en diversas épocas, todos los seresvivos sólo por el placer de crear otros nuevosque, sobre las mismas leyes generales, presen-ten diferencias sucesivas con tendencias á lasformas actuales, y reproducido algunas veceslos rudimientos de órganos que servían á losseres anteriores, pero que no son de ningún uso ásus sucesores.

Estas hipótesis han tenido su origen en lo quese habia observado en comarcas donde faltantérminos en la serie de los terrenos, y las diver-sas faunas se distinguen por diferencias comple-tas; de donde se deduce que habían ocurrido des-trucciones generales y creaciones de nuevos orga-nismos; pero me parecen muy quebrantadas desdeel momento en que ha reconocido que hay mez-

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182 REVISTA EUROPEA. 5 DE ABRIL DE 1 8 7 4 . N.° 6cías entre las faunas próximas, y que ha habidoformas que se han propagado en faunas diferentes.

Creo más probable admitir, y más conforme ála sabiduría eminente del Creador, que lo mismoque ha dado á los seres vivos la facultad de re-producirse, los ha dotado también de la propiedadde modificarse según las circunstancias; fenó-meno de que existen todavía ejemplos en la natu-raleza actual.. Las causas que producen estas modificacionesson los cambios de medios, los cruzamientos, lasanomalías y la selección.

Entiendo por medio, no solamente el clima yla alimentación, sino también todas las circuns-tancias que determinan cambios en las costum-bres de los animales. Se conocen las modifica-ciones que el cultivo ha producido en los vege-tales que sirven para nuestra alimentación yadorno de nuestras propiedades. Se sabe igual-mente que los vegetales y los animales traspor-tados á un clima ó á un suelo diferente del enque nacieron, se modifican, y sobre todo tras-miten á sus descendientes cualidades muy dis-tintas de las de sus antepasados.

Los partidarios de la inmutabilidad de las es-pecies hacen observar que esta acción actual delos medios sólo produce débiles modificaciones,que constituyen las que se llaman diferencias derazas. Yo contesto, q»e cualquiera que sean lasopiniones que se tengan sobre los fenómenos quehan determinado la formación del globo terrestre,no se puede negar que cuando llegaban á su su-perficie grandes moles de rocas en estado defluidez ígnea, y cuando las aguas tenían en diso-lución materias que constituyen una parte denuestras rocas estratificadas, las condiciones detemperatura y de alimentación debian producirmodificaciones mucho más enérgicas que las quese operan actualmente y que las que podemosproducir por nuestros medios artificiales.

La tendencia de los seres á modificarse podríaestar mucho más desarrollada en los primerostiempos que lo está actualmente; de la mismamanera que las nuevas razas que obtenemos ennuestros animales domésticos y en nuestrasplantas cultivadas, no se hacen persistenteshasta después de una serie de generaciones más ómenos larga.

Contra la opinión que atribuye al trasformismolas diferencias observadas en la serie paleonto-lógica, se objeta que no existen intermediariosentre las especies diferentes; pero esta objeciónestá eficazmente atenuada por la circunstancia deque se consideran como especies particulares losgrupos de seres cuyos caracteres distintivos seseparan tan poco, que existen variedades clasifi-

cadas en especies distintas, según los autores quelas describen. Los partidarios de la importanciay de la fijeza de la especie dicen que en este casohay autores queno conocen bien los caracteres dela especie, mientras que yo aseguro que hay in-termediario ó lazo de unión de una especie á otra.

Una objeción más seria es sin duda alguna lade que vemos aparecer en la serie paleontológicaformas que no se asimilan á ninguna de las an-teriores; pero esta circunstancia se puede expli-car perfectamente sin recurrir á nuevas creacio-nes. Se sabe que las faunas y las floras actualesvarían según las regiones en que se encuentran.La ciencia no tieñé medios para resolver si esteestado de cosas resulta de lo que se han llamadocentros diversos de creación, ó de la acción suce-siva de los medios; pero no se puede negar queestas diferencias han sido más notables cuandono existían esos medios de comunicación creadospor la civilización moderna.

Además, el estudio de la geología nos ha hechoconocer que partes de nuestros continentes hansido alternativamente emergidas y sumergidas, yque los movimientos del suelo han elevado á másde 4.000 metros de altura los depósitos formadosen el fondo del mar. Si se atiende á que las investi-gaciones paleontológicas sólo se han verificado enpequeñas porciones de la corteza del globo ter-restre, se comprende que los seres que parecenpresentar formas nuevas, pueden haber tenidoantepasados que habitaran comarcas á las que lapaleontología no ha extendido sus investigacio-nes, ú otras en que las circunstancias geológi-cas no hayan favorecido la conservación de losrestos de esos seres; porque sabido es que la des-trucción completa de los restos de seres vivos esmás general que su conservación fosilizados.

Contra la opinión de que la acción de los me-dios haya podido perfeccionar algunas series deseres vivos, se alega la circunstancia de que lasdemás series presentan todavía organizacionesmás inferiores, y que hasta hay familias de seresvivos que han sufrido deterioros. A esta objeciónse puede contestar, que la diversidad de seresvivos es una de las condiciones esenciales del or-den admirable que reina en la naturaleza; desuerte, que las causas de trasformacion deben es-tar combinadas de manera que mantengan lavariedad necesaria. Pues qué, ¿no vemos causasque nos parecen análogas producir efectos dife-rentes? Los horticultores y los criadores intentanmejorar sus vejetales y sus animales domésticos,pero no siempre ni todos lo consiguen. ¿No vemoscon frecuencia que las aguas medicinales agravanalgunas veces la situación de los enfermos en vezde curarlos! ¿No vemos también que las epide-

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N.°6 J. D OMAUDS D HALLO Y. EL TRASFOHMISMO. 183

mías más terribles respetan poblaciones que pa-recen estar en las mismas condiciones de las quesucumben?

Es sabido que los cruzamientos de razas, cuandoson fecundos, dan por resultado el nacimiento deseres híbridos, que, presentando la mezcla de loscaracteres de sus padres inmediatos, difieren sinembargo de sus antepasados. Contra las conse-cuencias que pueden sacarse de este fenómeno enfavor del trasformismo, se dice que ahora loscruzamientos se hacen, por regla general, por loscuidados del hombre, y que los híbridos obtenidosde esta manera son ordinariamente estérilescuando provienen de seres pertenecientes á lasque los zoólogos llaman especies diferentes, yque en el caso contrario sus descendientes vuel-ven á las especies originarias. Contestando á es-tas objeciones debo decir que este retroceso á lasespecies originarias no está probado todavía porexperiencias bastante continuadas, para que nose pueda atribuirlo á fenómenos de atavismo y ála circunstancia de que los híbridos, que nacenen estado salvaje, estando rodeados de seres per-tenecientes á las llamadas especies puras, cuyasfacultades reproductoras son evidentemente másenérgicas que las de los híbridos, se reproducenpor cruzamientos en sentido contrario y se vanacercando de este modo á las especies ó varieda-des puras. Como causa general en favor del tras-formismo, añadiré que no es imposible que losseres de los primeros tiempos se hayan encon-trado en medios que les dieran tendencias á lapromiscuidad, ó hicieran por lo tanto á los híbri-dos más aptos á la reproducción. Ya he tenidoocasión de exponer los motivos que me obligan áparticipar de la opinión de los autores que consi-deran á algunos de nuestros animales domésti-cos, especialmente los perros, como el resultadode cruzamientos de especies diferentes.

Sabido es que, por razones cuya explicacióndejoá los fisiólogos, la generación produce seresanormales. Por lo general dichos seres no son su-ceptibles de reproducirse, ni aun de vivir; peroá veces tienen condiciones para ello, y aplicandoá algunos de ellos el sistema de la selección, seconsigue obtener razas de animales domésticosmás favorables que sus antepasados al objeto áque se los destina.

Los efectos de esta selección artificial son in-contestables; pero debo hacer observar que en miconcepto se hu dado en estos últimos tiemposdemasiada importancia á la selección naturalaplicándola al origen de las especies. Concibo quela soleccion natural pueda mejorar los animalesque viven en rebaños ó manadas, porque los ma-chos más débiles son expulsados por los más fuer-

tes; concibo también que los machos y las hem-bras puedan respectivamente buscar los animalesmás-bellos; concibo igualmente que si los anima-les débiles toman un color aproximado al delmedio en que viven, escaparán más fácilmente ála rapacidad de sus enemigos que los que tenganun color diferente; pero no creo que estas cir-cunstancias puedan producir modificaciones su-ficientes para explicar los cambios que revela iaserie paleontológica.

La naturaleza actual presenta todavía otra se-rie de fenómenos, de los cuales se puede deducirque el trasformismo no es una hipótesis contra-ria á las reglas ordinarias, como proclaman susadversarios; me refiero á los cambios que expe-rimentan los seres vivos en su desarrollo embrio-nario, cambios que algunas veces son tan pro-nunciados, que, cuando suceden fuera del cuerpode los padres, y no se había tenido ocasión de re-»conocer todas sus fases, los zoólogos se han vistoprecisados á clasificar los mismos seres en gru-pos de animales muy lejanos los unos de losotros, según las fases de la evolución en que lashabían observado. También se observa que laevolución experimenta algunas veces detenciones,y el animal que se halla en este caso puede repro-ducirse sin llegar á la última fase, la única enque, según la regla normal, goza de esta facultad.

Entre los adversarios del trasformismo los hayque le rechazan bajo el pretexto de que conduceforzosamente á admitir la opinión que consideraal hombre como descendiente del mono; pero estadeducción es infundada. En efecto, aunque estu-viera probado que el hombre ha sufrido en laserie de su^ generaciones cambios análogos á losque el trasformismo atribuye á la mayor partede los seres vivos, no resultaría que descendieranecesariamente de un animal, porque las obser-vaciones paleontológicas revelan que existia ungran número de seres vivos desde los primerostiempos de la aparición de la vida sobre la tierra,sin que por esto debamos suponer que descendie-ron unos de otros, cosa harto difícil, siendo detipos tan diversos y sincrónicos. Todo lo que sepuede decir, hablando del estado actual de lasobservaciones, es que si el hombre ha existido du-rante los períodos que los geólogos llaman pri-mario y secundario, tenia una organización queno le permitía ejecutar los trabajos industrialesque desde el período cuaternario, y quizá desdelos últimos términos del período terciario, handistinguido al hombre de los demás mamíferos.

Voy á terminar repitiendo de nuevo que la hi-pótesis del trasformismo, se aplique ó no al hom-bre, no contradice las palabras de la Biblia.

En este último caso se puede decir que la crea-

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484 REVISTA EUROPEA.—5 DE ABRIL DE 1 8 7 4 . N.°6cion especial del hombre posterior á la de losdemás seres vivos no se ha contrariado por elestado actual de las observaciones paleontoló-gicas, las cuales no han encontrado todavía prue-bas incontestables de la existencia del hombreantes del período cuaternario; época en que lamayor parte de los seres vivos tenian ya las for-mas que los caracterizan actualmente.

En el otro caso, la suposición de que los pri-meros hombres no tenian las formas de los ac-tuales , no envuelve nada contrario á la Biblia,porque este libro no describe las formas del pri-mer hombre; dice únicamente que Dios le formóá su imagen, lo cual no puede aplicarse á sus for-mas materiales, sino más bien á la fuerza que leanimaba, y que por ser imagen de Dios debe serinmortal. Así como existen hoy hombres que ácausa de los defectos de su organización no puedenejercer las funciones que caracteriza especial-mente á la humanidad, se concibe que los prime-ros hombres podían tener una organización queno les permitiera ejecutar trabajos manuales,pero que no les impidiera conocer sus deberes ha-cia el Creador, organización que después puedehaberse mejorado por la evolución trasformista.

Es digno de notarse que el Génesis, escritomucho tiempo después de la creación, y cuyoobjeto era hacer conocer á los hombres poco ins-truidos de aquella época sus deberes hacia elCreador, debia expresarse de una roSMera que es-tuviese á su alcance, lo mismo qué4foe astróno-mos se sirven de las palabras vulgares de salir yponerse el sol, en vez de emplear expresiones másen relación con la naturaleza del fenómeno quehace aparecer y desaparecer ese astro de nuestrohorizonte.

J. J. D'OMALIUS D'HALLOY.

(Bulletin de l'Academie des Sciences de Brweelles.)

NATACHA.

i.El conde Luis de S... al teniente de navio R...

en Nangasaki.Lucerna, Agosto de 1866.

Mi querido amigo: Vuelvo á escribirte despuésde dos años de silencio; y si he cometido una faltano haciéndolo en tanto tiempo, ésta no es motivobastante para tu suposición de que maltrato nues-tra íntima amistad. ¡Qué diablo! Precisamenteporque conozco su temple y solidez, juzgo queno necesita para existir, y aun para crecer, los

insignificantes testimonios que son cuotidia-no pasto de afectos vulgares. Si te considerarapara mí indiferente, aguzaría el ingenio al escri-birte; si fueras linda muchacha, te requeriría deamores; pero ¿qué nuevo puedo decir á un amigotan viejo? El trabajo de probarte epistolarmentemi cariño lo rechazan, por inútil, mi corazón ymi entendimiento. Bien sabes que mi carácter esde lo peor que imaginarse puede, y que mi malhumor tiene rarezas de mujer caprichosa. Lavista de un plieguecillo de papel blanco puestosobre mi mesa me causa un horror absurdo, peroinvencible, producido, en mi concepto, porque, decada cien veces, noventa y nueve me siento com-pletamente incapaz del esfuerzo necesario paracubrirlo de letras. Dispuesto me hallo entonces ámaldecir la invención de la escritura y á sus in-ventores, y si este descubrimiento estuviera porhacer, no seria yo ciertamente su autor. Si mepreguntas por qué, pareciéndome ayer decisi-vas estas razones, las considero hoy impropiasdel sentido común, te contestaré que el hombrees un ser variable, y que adora al dia siguientelo que la víspera odiaba. No sé qué charlatándiablejo se ha apoderado de mi espíritu infun-diéndole inusitada afición á escribir, poniendo lapluma entre mis dedos, y delante de ella el papelpor resmillas. Las ideas bullen en mi cerebroqueriendo salir á luz; y, sin embargo, mi reper-torio de noticias es tan pobre hoy como ayer ylos dias precedentes. No habiéndome casado, niarruinado, ni enamorado, ni teniendo ningún es-pecial motivo de dicha ó desgracia, nada puedodecirte de nuevo; pero ha cambiado el viento, yaprovecho el cambio para escribirte.

Tengo cuanto puede hacer agradable la vida, yla vida me aburre porque me falta el deseo degozar, esa energía viva que convierte las cosas enbellas y apetecibles. Observo que mi existenciase descolora progresivamente y me falta fuerzapara sacudir la apatía, necesitando una emociónmuy poderosa que me saque de ella. Momentoshay en que, mirándome cara á cara, me juzgoimperdonable. Confieso entonces que he perdidomiserablemente mi juventud. ¡Qué aspiracionestan vertiginosas cuando empezaba! ¡Qué pobresresultados al llegar su término! A los diez y ochoaños, cuando me despedí del preceptor, parecía álos caballeros que, á la mañana siguiente de velarsus armas, las ceñían una por una: en mi pecholatia un corazón generoso, mis ojos mirabanlejos, mis pensamientos volaban altos. A losveinte años no me quedaba ni una ilusión enpié, ni una creencia intacta, ni un deseo vivo. Lamoral fácil que corre en el mercado del mundo,la duda mordaz y elegante que reemplaza á las

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N.°6 *** -NATACHA. 485convicciones, la tolerancia de buen gusto, más-Cara de la impotencia de los principios, el con-tacto de todas estas cosas sin vida y sin aliento,había ahogado la llama en mi corazón, y acasoextinguido el calor que le animaba.

Las frivolidades que llenan el cerebro dejandespués una apatia invencible. Si quedan algunasaspiraciones nobles batiendo sus alas en el fondodel alma, se siente uno desanimado é incapaz delesfuerzo necesario para convertirlas en actos,confesándose vencido antes de intentar la lucha.Medio bostezando y medio suspirando dice parasí: «Ya es tarde;» y se pone una cruz sobre lo quedesde aquel momento se califica de quimera.

Esta capitulación de la inteligencia ante lainercia de la voluntad es el mayor disolventeque conozco; todo lo consume.

El dia en que por primera vez vi claro todoesto, aún quedaba en mi horizonte un rincón decielo azul; creia, ó al menos imaginaba que creia,en el amor.

Habia empezado por abajo. La costurera, sercandido y sencillo, me engañó abominablemente.Busqué algo más próximo á mi condición, yquizá una marquesita me hubiera detenido largotiempo en esta carrera, de no llegar desde el in-terior de Bretaña una tia mia con una hija casa-dera. Esta niña era encantadora, pero yo notenia afición al matrimonio, y las discretas in-sinuaciones de mi tia me atacaban horriblementelos nervios. Una noche al salir de un baile, en elque la digna condesa habia hecho verdaderos mi-lagros de política casamentera, y su hija, olfa-teando una rival, manejado el abanico con unaperfección casi sublime, tomé la única resoluciónsabia de mi vida. Volví á casa, me mudé de traje,y en vez de saludar, al amanecer, las torres deNuestra Señora, saludaba los campos y jardinesque huian á ambos lados del tren. Me fui áSuiza.

Empezaba la primavera, y habia muchas floresen los árboles, y poca gente en las carreteras; doscircunstancias providenciales. Seguí durante seissemanas el itinerario más fantástico, caminandoal azar como artista y como explorador, saludandode paso los sitios célebres y celebrados, y reser-vando mis éxtasis más puros para las cimasvírgenes, donde á ningún fondista habia ocurridoponer una hospedería. Atravesaba desiertos denieve, subia por las peladas rocas hasta las cús-pides solitarias, donde anidan los buitres de pe-lado cuello. Los veia suspendidos en el aire sobremi cabeza, describiendo en el espacio círculosconcéntricos con el lento batir de sus alas, y tur-bando por intervalos con su ronco graznido elsilencio profundo, como sorprendidos al ver á un

temerario llegar á, aquella» soberbias y desoladasalturas, Pasaron algunas semanas. Me aburrí, yfui á descansar á Lucerna, sitio de una aventuraque prolongó mi permanencia en él algo más delo que me habia propuesto.

Recuerdo que, de vuelta de una excursión alTitlis, y en una tarde tempestuosa del mes deJunio, llegaba á las clásicas orillas del lago delos cuatro cantones.

En las alturas se apiñaban las nieblas oscurascomo la noche, filtrándose por ellas una luz deduelo. La superficie del lago estaba de color deplomo con algunas manchas de espuma, produ-cida por el batir de las aguas en los huecos de lasrocas. Las olas en miniatura chapoteaban en laorilla con ruido maligno, como el ladrido de losfalderos que enloquecían á nuestras abuslas. Con-dujéronme á la fonda situada más alta en lacolina, y, después de comer con los viajeros retra-sados como yo, subí á mi habitación.

Titubeaba entre permanecer allí algunos días ópartir inmediatamente. Un cuarto de hora decontemplación del paisaje desde mi ventana y lacircunstancia de descubrir la más bella extensiónde nieblas que imaginarse puede, decidieron lacuestión en el sentido de irme en seguida.

Iba á llamar para rehacer la maleta cuando oícerca de mí los acordes de un piano. Me detuve,escuchó, y no volví á pensar en la maleta. Tocabanuno de esos caprichosos y fantásticos nocturnos deChopin, en quelasnotas pasan sin transición desdeel allegro brillante al melancólico andante en tonomenor. La ejecución mecánica no era perfecta,pero el sentimiento y la expresión conmovían elalma. Lqj% pasos difíciles salían algo embrollados,pero la melodía resaltaba verdadera y suave bajodedos que parecían acariciar las teclas y dete-nerse con frecuencia en las notas melancólicas.Las frases musicales llegaban al alma como lasestrofas de una elegía; y aquel nocturno,brillante-mente ejecutado, jamás hubiera dicho tantascosas, jamás hubiese tenido la poesía íntima yconmovedora que hacia latir el corazón. La per-sona que tocaba podria no ser un músico consu-mado, pero de seguro tenia alma de artista.

Habia cerrado la noche; salí al balcón, apoyán-dome en el ángulo más oscuro, y seguí escuchan-do. De pronto, y á mitad de una escala ascen-dente, el artista hizo una nota tenida, y dejó detocar. Pasados algunos segundos oí que abríanlas maderas del balcón paralelo al mió, y aparecióuna mujer; dio algunos pasos y se apoyó en labalaustrada con el rostro en la sombra y la líneadel cuerpo vivamente iluminada por la luz del in-terior de la habitación. Llevaba vestido blanco, yal cuello una cinta de terciopelo cuyas puntas.

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caian sobre la falda; esta linea negra cortaba lacurva de sus hombros haciendo resaltar la finuradel cuello que dejaba al descubierto el alto peinadode sus cabellos negros. Tenia en la mano un aba-nico, cuyas varillas se abrian y cerraban lenta-mente entre sus dedos, y miraba huir las nubesque impulsadas por el viento se desgarraban enlos picos de las montañas. Su actitud no expre-saba meditación ni melancolía, notándose enella el aspecto tranquilo de una persona que ob-serva el tiempo que hace, sin pensar en lo pa-sado ni en lo porvenir. Sin embargo, en aquellahora, en medio del profundo silencio que sólo in-terrumpía la tempestad, en un balcón que seadelantaba sobre el abismo, la blanca ñgura deaquella mujer producia el efecto de una apariciónque, inmóvil ó inconsciente, estaba ante mis ojoscerno bella estatua de mármol.

La veia solamente de perfil; pero, según la formageneral déla cabeza, su rostro debía ser encanta-dor. Los contornos de su busto se destacabanen el fondo oscuro de la noche. Los brazos sa-lían, desnudos hasta el codo, de las flotantes man-gas de su vestido, luciendo esa fina y firme mor-videz característica de la juventud madura. In-clinada sobre la barandilla, la posición de sucuerpo era airosa y elegante. La brisa que rozabasus cabellos movía ligeramente algunos rizos.Cuando volvía la cabeza dejaba ver una orejasonrosada como el interior de las conchas, con undiamante parecido a una gota de agua. Pasadosalgunos instantes en la contemplación del lúgu-bre paisaje, volvió lentamenteá su habitación. Oíentonces los primeros acordes pianíssimo de la se-renata de Schubert; después algunos compasesde un vals, y últimamente el ligero ruido de cer-rar el piano. Recordé entonces mi deseo de par-tir; entré en la estancia; el reloj señalaba lasdoce, y hacia una hora que había salido el trendonde debía irme. Encendí un cigarrillo de papel,salí de nuevo al balcón y pude meditar á migusto, en medio de la más completa soledad, por-que no volví á ver ni á oír nada.

El día siguiente amaneció espléndido; la tem-pestad había pasado. La luz del sol hacia brillarel cielo, el agua, los ventisqueros, las peladasrocas, las verdes praderas, que, lavadas por lalluvia, habían recobrado su aterciopelado colorverde-esmeralda. El mágico aspecto de formas ycolores que presentaban las cumbres sobrepues-tas, arrancando de la tersa superficie del lago,que cruzaban silenciosamente algunas barcas devela latina, era indescriptible. Me vestí y bajé áalmorzar. Al bajar me detuve delante de la pi-zarra donde estaban los nombres de los hués-pedes de la fonda. En la primera línea vi el del ge-

neral de V... de San Petersburgo. Recordé haberconocido alguien que se llamaba así, pero noquién era.

La primera persona que hallé al entrar en elsalón fue Mr. de V... sentado junto á una mesa yen compañía de una taza de té, un cigarro, y unnúmero de Le Nord. Inmediatamente le recono-cí... Era un ruso—general y creo que tambiénbarón;—le había tratado algunos años antes enParis, donde malgastaba un resto de juventud yalgo más de un resto de oro, que sembraba á pu-ñados en las ventas de Tattersall y en los demássitios donde el oro de los extranjeros es bien reci-bido. De unos cincuenta años de edad, grueso yrehecho, meneaba casi de continuo sus sólidoshombros, como para mover invisibles charrete-ras. En día de revista ó de batalla, al frente de sudivisión, podia ser apuesto general, pero en el sa-lón perdía mucho, porque ni sus modales erandistinguidos, ni su entendimiento claro.

Su ancho rostro de erizados bigotes y enmara-ñadas cejas, su expresión notablemente bonda-dosa, le hacia parecerse á un enorme perro deaguas durmiendo al sol. Su fisonomía carecía decarácter, pero tenia esa importancia de que serevisten los hombres sin grande inteligencia cuan-do en el mundo ocupan una posición algo ele-vada.

Como todas las personas de constitución ro-busta distinguíase el general por su sencillez. Alverme se acercó á mí, cogiéndome ambas manos,y apretándolas como si hubiera querido desha-cerlas. Mostrábase contentísimo de encontrarme,y, después de los primeros saludos, me sentó á sulado. Díjom» entonces que se había casado, queMme. de jlpw* tenia delicada salud, y que la traíaá Suiza poljlBcomendacion de los médicos; des-pués me recordó algunos alegres episodios de suestancia en Paris.

Abrióse de pronto una puerta que daba al par-terre, y acompañado de una nurse inglesa entróen el salón un niño de dos á tres años.

—Hola, caballero Jorge. ¿Ya estáis aquí?—dijoel general.—Llegáis á tiempo.

Y me presentó á su hijo.Jorge era un niño precioso; no sonrosado y

mofletudo como los querubines del Albano, sinorubio y delicado, con extremada dulzura en lafisonomía y un vislumbre de ideas en la mirada.Por fortuna suya no habia heredado ninguna delas facciones del rostro paterno. Su semblantepálido era de un diseño ovalado y puro, y le ani-maban dulcemente sus azules 0J03. El bordadovestido dejaba al descubierto las piernas, y sobresus hombrps flotaban largos y sedosos cabellos.Este traje femenino y su delicado aspecto, le ase-

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N.°6 -NATACHA.

mejaba más que á un niño á una preciosa niña.—Se parece á su madre—me dijo Mr. de V...

adivinando en mis ojos el cumplimiento que ibaá dirigirle.

Al hablarme el general de su mujer no me lahabia imaginado muy seductora; era natural quela juzgara por el marido. Al ver al niño pensé quepodia haberme equivocado El general habia sen-tado á éste sobre la mesa, y le contemplaba conel aspecto radiante de padre.

—Da los buenos dias á este caballero— le dijo.Jorge me alargó, á la inglesa, una manecita,

fina como el terciopelo. Comprendiendo miserrores respecto á Mme. de V... y no pudiendohacer cosa mejor por lo pronto, besé la mano desu hijo en señal de arrepentimiento, cosa que, sinadmirar á Jorge, descargó mi conciencia.

Terminado el té, propuso el general á su hijoun paseo á caballo. El niño, al oir la invitación,saltó sobre un hombro del padre, y agarrándosecon una mano á los cabellos, blandió con la otraun latiguillo imaginario. Mr. de V... se levantó, ysosteniendo á su heredero en aquella posición peli-grosa, recorrió la sala, imitando los movimientosconocidos de la raza caballar. Algunas personasque estaban almorzando le miraron con sorpresa,pero la curiosidad del público no le desconcertó enmanera alguna; caballero y cabalgadura termina-ron el ejercicio con tanto desenfado como si sehubieran encontrado en medio de un desierto. Unsalto de carnero artísticamente ejecutado terminóla representación, desmontando á Jorge, y po-niéndole sano y salvo en los brazos de su aya,que, entre confusa y aterrorizada, contemplabaaquel ruidoso ejercicio de equitación. El generalse limpiaba el sudor que corría por su frente.

—Vate, tunante, vete—dijo al niño, como bus-cando para sí una excusa.—¿Qué dirá tu mamá?

De aquí deduje yo que á la mamá no le entu-siasmaban mucho las escenas de familia en lossalones de la fonda.

El general me llevó aquel mismo dia á pescar,porque, á sus demás cualidades, unia la de serpescador empedernido;y ala vuelta tuvo habilidadbastante para arrancarme la promesa de perma-necer algunos dias en Lucerna, porque deseaba,según me dijo, presentarme á su mujer, pero enrealidad, porque así se proporcionaba un compa-ñero que le parecía de buen carácter.

Tardamos algo en bajar á comer. El general fueá su habitación para arreglar algo su traje; yohice lo mismo, y nos volvimos á encontrar en lamesa redonda. Acababa de sentarme cuando en-tró con Mme. de V... Apenas pude contener unaexclamación de sorpresa. La mujer del general erami desconocida del balcón.

Sentóse al lado de su esposo, casi enfrente demí y en plena luz. Su gracioso rostro era dignodel cuerpo elegante, aire distinguido y fino con-torno de sus hombros que tan concienzudamentehabia estudiado la noche anterior. No se la podiallamar bella en el sentido estricto de la palabra,pero era encantadora. En el conjunto de su figura,resplandecía la juventud, la frescura, la armoníamoral de las facciones, muy superior siempre ála corrección de las líneas. Cuando sonreía, surostro parecía iluminarse. La parte superior de lacabeza recordaba la Virgen de San Sixto, y su an-cha frente se modelaba hacia las sienes con lamisma línea ideal de la obra maestra de Rafael.La boca y las mejillas tenían contornos de infi-nita delicadeza. Los ojos, de color azul violeta conlargas pestañas negras, eran magníficos. Aque-llos ojos no eran nuevos para mí; los habia vistoen Jorge; pero los de la madre eran más grandes,más graves, más brillantes. En el húmedo res-plandor de aquella mirada tenia más parte lavida del alma que el ingenio ó la alegría. Estosson los ojos que yo amo. Lo más distinguido desu fisonomía era la expresión admirable de pu-reza. Las sienes, ligeramente venosas, conserva-ban virginal blancura; la mirada era candorosa,y hasta los labios se entreabrían algo ingenua-mente.

La imaginación, al ver aquella mujer al ladode su marido, deseaba conocer las fatales circuns-tancias que habian puesto la blanca mano definísimos dedos, con hoyuelos en todas las falan-ges, en la mano ruda y tosca del soldado. Y sinembargo, debia ser feliz, porque su franca son-risa y la juventud casi intacta de sus faccioneseran irreconciliables con cualquier experienciade los sinsabores de la vida. Únicamente al en-contrar de pronto su mirada, veíase en el fondode ella, muy lejos, algo inconsciente que atraíael alma y que no era la ingenua tranquilidad delresto de su fisonomía. Hay en las obras de Goe-rthe algunas composiciones poéticas cuyo últimoverso, medio irónico, medio sentimental, obliga ámeditar largo tiempo cuando se ha cerrado el li-bro. Quisiera uno comprender la idea del poeta,pero es tan sutil que se escapa, y esto es lo queprecisamente forma el encanto. La belleza deMme. de V... era una poesía alemana. Todas lasestrofas extraordinariamente sencillas; sólo elúltimo verso impulsaba el ánimo á lo desco-nocido.

Sus cabellos de color castaño claro, casi rubio,formaban moaré de tintas aleonadas al deslizarsela luz del sol por las flojas ondulaciones. Llevá-balos cogidos sencillamente alrededor de la ca-beza, con la sabia naturalidad que convierte á la

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Venus de Canova en la mejor peinada de todaslas diosas. Ni la cinta más pequeña los sujetaba,Su vestido de muselina color de malva parecíapor el corte, á los trajes que llevan las pastorasdeWatteau. Como aquel dia era muy caluroso,casi todas las señoras habían bajado al comedorcon batas abiertas. Mme. de V... llevaba el cuerpodel vestido abotonado hasta arriba, y un estrechoencaje rodeaba su cuello fresco y delicado como elde una doncella. Este collarín me martirizaba,porque cuando Mme. de V... volvía la cabeza seformaba en su nuca un pliegue admirablementecorrecto del que apenas dejaba ver el naci-miento.

Terminada la comida, los huéspedes se disper-saron por la terraza y el salón de fumar. Mada-medeV... entró en una habitación inmediata.El general vino por mí y me condujo ante ella.Debo hacerle justicia; el general hizo cuanto pudoy me atribuyó las mejores cualidades, tanto queno consiguió su objeto por exceso de elogios.Notó en la actitud de su mujer una sombra decontrariedad, un vislumbre de altivez y una es-pecie de benévola indiferencia. Contestó á mi sa-ludo con grave sonrisa, me honró con una mi-rada de sus bellos ojos y no pronunció más quelas dos ó tres palabras precisas para autorizar-me á permanecer en su presencia. Al parecer sereservaba cual si quisiera juzgar por sí mismaal improvisado amigo de su marido, antes depermitirle acercarse á ella por segunda vez. Sutranquila mirada parecía decirme: «Hablad, ca-ballero, y sepamos quién sois.» Yo hablé hastaque Jorge entró en la habitación y se arrojóen los brazos de su madre. Esta se levantó en-tonces , sonrió, dirigióme una ligera inclina-ción de cabeza para terminar la entrevista y des-apareció con él. Así empezó nuestro conocimientohace seis semanas.

Aquella misma tarde encontré otra personaque también conocía. En el momento de salirMme. de V..., y cuando con mirada medio dis-traída seguía sus ligeros pasos, vi al otro ex-tremo del salón una mujer que me saludaba conel abanico, lo que en lengua vulgar significa:«Venid aquí.» Obedecí á la invitación, sentán-dome en el lugar que, arrugando un poco lafalda de su vestido, hizo junto á sí Mme. Di-loir. Pertenecía esta señora á ese género de mu-jeres que no se sabe á punto fijo en qué gerarquiasocial y moral deben ser clasificadas. Tenia en-trada en todos los círculos, aunque no pertene-ciera á los de buen tono. Era casada, y de las máscasadas, con un hombre que gastaba en lujo yvanidad una fortuna acumulada en los negocios.Había encontrado una ó dos veces á Mme. Diloir

en puntos de baños, y chocándome la manera des-envuelta con que llevaba un traje fantástico,hice que me presentaran á ella. Pocos dias des-pués partí y la olvidé por completo. Físicamenteconsiderada Mme. Di] oír era una rubia admirable,luciendo cuanto podia bajo la trasparente mu-selina, y hasta sin muselina, sus brazos y sushombros, que nada podian envidiar á los másbellos modelos. Sus cabellos, de tinte cobrizo, serizaban sobre la frente, empinándose en lo alto dela cabeza y formando al caer dos cascadas invero-símiles. Los ojos eran bastante bellos y parecíanexpresivos, aun sin la atrevida línea negra quepintaba en los párpados; la barba abultada, laboca pequeña y los labios rojos y levantados porlos extremos. Con tal figura es evidente que nopasaría el tiempo meditando en las obras de lospadres de la Iglesia.

Mme. Diloir bailaba, cazaba, montaba á caballoy viajaba todo el año en compañía de su esposo.Los dioses me guarden de pensar mal de su vir-tud, que nunca tuve el más ligero capricho deponer á prueba; pero lo cierto es que las apa-riencias de esta mariposa con faldas no brillabanpor su austeridad. De aquí que las señoras debuen tono, con quienes la ponían en contacto losaccidentes de viaje, fundándose en algunas atre-vidas innovaciones de traje, se creían autorizadaspara declinar las amistosas insinuaciones de estabelleza demasiado triunfante. A decir verdad,Mme. Diloir podia vengarse de la altivez de lasdamas poniendo á sus pies á los maridos, peroprecisamente me hacia formar buena opinión desu moral, ó á lo monos de su política, la cir-cunstancia de ser los maridos quienes hablabanpeor de ella.

El feliz esposo de tan bella persona era un ca-tálogo completo de todas las ridiculeces y vani-dades propias de los enriquecidos. Había en-contrado al matrimonio en Badén el año an-terior.

Al joven rubio que entonces suspiraba por losbellos ojos de Mme. Diloir, reemplazaba ahora unespañol sombrío, marqués de Santa... no sé qué, ycon todo el aspecto de un Ótelo. Su ardiente mira-da 8,1 fijarse en Mme. Diloir parecía decir que que-ria llevársela al torreón de algún castillo; perocomo ella nunca habia aspirado más que á los pla-ceres de la vida, hacia el menor caso posible de lassusceptibilidades de su infortunado adorador. Erauna de esas mujeres que guardan invariablementesus sonrisas para el último que llega y dicen álos anteriores: «¿Qué os importa?» Ignoro porqué causa cuantas veces la casualidad me poniadelante 4e Mine. Diloir era yo para ella el últi-mo feliz mortal que llegaba.

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N.°6 ***_ -NATACHA. 189

Aquella tarde, en particular, tuvo amabilidades& que me mostraba poco sensible, pero que debie-ron excitar horriblemente los nervios del marqués.Detúvome algunas horas á su lado hablando de milcosas, y hablaba muy bien, porque, á falta de cul-tura intelectual,poseia al dedillo la ciencia infusadel bien y del mal, que. sabe toda mujer cuandoquiere agradar. Para ello Mme. Diloir no perdona-ba esfuerzo, obligándome á demostrarle interés, almenos en la apariencia, porque mis opiniones eneste punto son anticuadas. Creo ilícito negarse áesa especie de fascinación á que aspira toda mu-jer coqueta y que es un triunfo á que tiene dere-cho. No es preciso para ello darle el corazón, nila exclusiva en nuestro pensamiento, pero con-viene poner á su disposición todos los atractivosdel ingenio. Esto es equitativo, y, á lo menos,galante. Además, no se pierde el trabajo, porquesiempre se experimenta en el estudio de esasalmas frivolas el mismo placer que en hojear unacolección de estampas.

Hace seis semanas que estoy en Lucerna yserá este el período de tiempo más pobre de su-cesos que apunte en mis memorias. Pasan losdias llenos de sol y tranquilidad sin que nadaabsolutamente interrumpa su agradable monoto-nía. Desde hace seis semanas vivo, amigo mió,como la ostra pegada á la roca y como el castañoque extiende sus perfumadas ramas por delantede mi balcón. Acaso porque no aspiro á nada,gozo algunas impresiones agradables, por su-puesto de naturaleza negativa, que parecen venirá mí. Cuando se deja uno mecer por las olas, nose va á ninguna parte, pero se forma la ilusióndel viaje.

He aquí un episodio que recuerdo:Encontrábame un dia en un pabellón tapizado

de verdura que habia en el fondo del jardin, ydonde algunas veces acostumbro á pasar lashoras de mayor calor. Habia llevado un libro y lotenia abierto delante de mis ojos, leyendo lo me-nos posible, porque al mismo tiempo contemplabaen el extremo opuesto de la alameda un objetomucho más interesante, Mme. de V... que paseabacon su hijo, la cabeza algo inclinada y adelan-tando á menudos pasos dos piececitos de mujerárabe. El niño saltaba á su lado, levantandoamorosamente la vista hacia el rostro de su ma-dre, y refiriéndole una larga historia en ese len-guaje de la primera edad que parece arrullo detórtolas. A la simple vista se adivinaba el in-menso amor de aquellos dos seres. Pasaron juntoá mí sin verme, y se detuvieron á corta distancia.Los grandes ramos de lflas se mecían sobre los ta-llos, come bellos juguetes colocados allí por Diospara seducir los ojos y la imaginación de Jorge.

Las miradas que les echaba eran capaces de ha-cerlos bajar por sí solos para llegar á sus mane^citas. Su madre, que comprendía el deseo, tomóal niño en brazos, é inclinándose un poco atrás,le empinó hasta llegar á las flores. EntoncesJorge, que podaba entre las ramas como pu-diera hacerlo en una jardinera, tuvo una inspira-ción de artista y de niño mimado; empezó á colo-car las flores en los cabellos de su madre. Éstareia, defendiéndose y abrazándole, pero en el mejormomento ocurrió inesperada catástrofe. Tantocelo empleaba el terrible niño en su tarea, que depronto las cintas se desataron, desprendiéronselas agujas y el ligero edificio del peinado desapa-reció, cayendo á lo largo del cuerpo una sedosacabellera, cuya verdadera extensión jamás hu-biera adivinado, y que un oblicuo rayo del solque se ocultaba la hizo centellear con millaresde puntos luminosos. Las cabezas sonrientesde la madre y del niño aparecieron rodeadas deuna aureola como las de esas Vírgenes bizanti-nas cuya imagen se destaca en fondo de oro bri-llante.

El espectáculo duró un segundo. Mme. de V...ruborizada puso al niño en el suelo, incorporósecon movimiento de asustada gacela, y, mirando ásu alrededor para asegurarse de que estaba sola,empezó á componer el desorden de su cabello;pero sus pequeñas manos, enredadas en lo alto dela cabeza, cometían las torpezas hijas de la igno-rancia. Las trenzas demasiado gruesas se esca-paban de entre sus dedos, cayendo á cada mo-mento por su propio peso y desordenando los ca-bellos que en largos bucles se desparramaban ca-prichosamente sobre los hombros y el pecho.Afortunadamente para ella y desgraciadamentepara mí, que tenia los ojos embebidos en aquellapoesía palpitante, apareció la prosa en formade una doncella que arregló lo que la casualidadhabia desarreglado tan bien. Mme. V... volvió ála fonda, sin sospechar que su contratiempo habiatenido un testigo.

Si llegas á figurarte que mi imaginación haquedado irrevocablemente prendada de aquelladesnuda cabellera, te advierto, amigo mío, que,incurrirás en grande error. Mi vecina es una jovenextraordinariamente encantadora, pero extraor-dinariamente poco romántica. Persona seria, muyreservada, hasta algo salvaje, tan salvaje que,para congraciarme con ella, he tenido que apelará ser cortesano del señorito Jorge. Su corazón demadre no ha podido reistir, y, no sin titubearalgo, nuestras relaciones han llegado á fijarse sa-bré la base de buena y tranquila amistad. Ordi-nariamente veo á mi nueva amiga una vez aldia, cuando, por la tarde, baja á pasear una ó dos

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horas por la alameda de acacias que rodea ellago. Va del brazo del general, yo á su la-do; conversamos tranquilamente sobre distintosasuntos, y á veces sobre las cosas más indiferen-tes del mundo.

* • *

Revue de? Deum Mondes.

(La continuación en el próximo número.)

BOLETÍN DE LAS ASOCIACIONES CIENTÍFICAS.

Academia Española.Esta Academia resolvió por unanimidad en su

junta de anoche hacer público el acuerdo que deigual modo habia tomado en la del 12 de estemes, y según el cual debe considerarse incluido ensu Catalogo de los escritores que pueden servir deautoridad en el uso de los vocablos y de las frasesde la lengua castellana, el nombre insigne del cas-tizo escritor y gran poeta cómico don ManuelBretón de los Herreros, cuya muerte, acaecidaen 8 de Noviembre del año pasado, llora todavíala patria, y á quien esta corporación, que logróla dicha de tenerle por secretario, rinde tributo,no sólo de fervorosa admiración como España en-tera, sino también de íntima gratitud y acen-drado cariño.—Madrid 31 de Marzo de 1874.—El secretario interino, Manuel Tamayo y Baus.

Sociedad de biología de Paris.14 ¥ 21 MARZO.

M. Grehaut presenta una laringe artificial muysencilla, con la cual se obtiene un sonido de granintensidad parecido al grito de ciertos pájaros.Es un tubo de cristal superpuesto de un globode cautchuc bastante corto. Apretando este glo-bo en los dos puntos opuestos de su diámetro, suabertura redonda se trasforma en una especie delabios que vibran soplando por el tubo de cristal.

—M. Picard refiere los importantes resultadosque ha obtenido á consecuencia de sus numero-sos análisis de los gases de la sangre. Ha descu-bierto que hay una relación constante entre lacantidad máxima de oxígeno que puede absorberla sangre y la proporción del hierro contenido enla misma sangre. Se puede, pues, calcular fácil-mente la capacidad respiratoria de un individuo,conociendo la proporción de hierro que contienensus glóbulos sanguíneos. Este importante descu-brimiento da muchísima luz á la fisiología ge-neral, puesto que une más y más los fenómenosdel organismo á las acciones físico-químicas or-dinarias.

Academia de Medicina de Madrid.12 MARZO.

El doctor Casas de Batista toma parte en ladiscusión sobre el uso de los anestésicos en elparto, y dice que un ayudante químico del mé-dico inglés Pearson fue el primero que tuvo laidea del empleo de los anestésicos al observar quese le aliviaban los dolores neurálgicos que tenia,con la aplicación de los gases del ázoe que estabapreparando. Declárase partidario del cloroformopara producir la anestesia, con preferencia al

éter, y dice que con éste hay más convulsionesque con el cloroformo, lo cual tiene muy obser-vado como ayudante del doctor Sánchez Toca.

—Para los concursos de 1875 se han designadolos temas siguientes:

I. Determinar qué medidas de precaución con-vendrá que los gobiernos adopten contra la tu-berculosis, las que corresponda dictar á los mu-nicipios, y aquellas que deberán guardar las fa-milias y los individuos.

II. Gangrena nosocomial.III. Cómo debe entenderse la fuerza medica-

triz y qué importancia tiene este conocimientoen la terapéutica (premio del Sr. Asuero).

IV. Memoria biográfica, bibliográfica y crí-tica acerca de don Antonio Gimbernat (premiode don Andrés del Busto).

Para cada uno de estos temas habrá un premioy un accésit. Las Memorias serán remitidas á laSecretaría de la Academia antes del 1.' de Se-tiembre de 1875.

Academia de Ciencias de Paris.16 Y 23 MARZO.

MM. Troost y Hautefeuille presentan un intere-sante trabajo sobre las diferentes especies de fós-foro, del cual resulta que el fósforo mojado pasapor una serie de estados muy curiosos y dignosde estudiarse, y llega á cristalizarse y quedartrasparente.

—M. Stainslas Meunier determina la naturale-za química del hierro sulfurado encontrado en lasmasas meteóricas; y demuestra por medio de lareacción del sulfato de potasa, que ese compuestosulforoso no es un proto-sulfuro de hierro, sinoque corresponde á la pirita magnética.

—La Comisión encargada de estudiar los me-dios para extinguir el Phylloxem, ó sea enferme-dad de las viñas , da cuenta de que la compañíadel ferro-carril del Mediodía le habia abierto uncrédito por la cantidad que fuese necesaria paracontinuar sus estudios; y además el Ministro deAgricultura habia distraido del presupuesto20.000 francos con el mismo objeto.

—Procédese á la elección de un miembro de laSociedad para reemplazar al célebre doctor Nela-ton, y después de dos votaciones, porque en laprimera no hubo mayoría absoluta, resultó elegi-do M. Gosselin.

—El P. Secchi da cuenta de sus experienciaspara determinar la relación que existe entre laradiación solar y la luz eléctrica, y deduce que latemperatura potencial del sol es de unos 150.000grados.

—M.Haeckel indica algunos nuevos hechos queconfirman la división de los movimientos de lasplantas en movimientos obligados y movimien-tos espontáneos.

—M. Ragethacela descripción de un cuadrantesolar cónico que ha encontrado en Heraclea, y quesegún todos los indicios es de la época de Pto-lomeo.

—M. Chancourtois presenta el programa de unsistema de geografía basado sobre el uso de lasmedidas decimales de un meridiano cerógrado in-ternacional y proyecciones stereográflcas y gno-mónicas.

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N.°6 BOLETÍN DE CIENCIAS Y ARTES. 4 94

BOLETÍN DE CIENCIAS Y ARTES.

Nuestro compatriota el Sr. D. José Galofre, quehace tiempo viene dedicado por medio de la pren-sa al estudio y propagación de las sanas ideasagrícolas, ha sido nombrado por la ciudad deFlorencia individuo del jurado internacional parala gran exposición de horticultura que se ha decelebrar del 11 al 23 de Mayo próximo en la anti-gua capital de Italia.

Los premios son 100 medallas de oro, 221 deplata y 131 de bronce, además de una gran me-dalla de oro ofrecida por el rey de Italia, otra porel Ministro de Agricultura, otra por las damasprotectoras, otra por la provincia florentina y otrapor la sociedad de Florencia.

** *

Unos campesinos han descubierto en las inme-diaciones de Alora, provincia de Málaga, el filónde un tesoro arqueológico: trabajando en el cam-po pusieron sus azadas á la vista restos de co-lumnas y arcos del más puro gusto arquitectó-nico, habiéndose después obtenido, merced á su-cesivas excavaciones, gran cantidad de monedas,ladrillos y otros objetos, entre los que merecenespecial mención algunos restos humanos pe-trificados.

** *

La biblioteca de la Escuela nacional de Músicase ha enriquecido con una colección de 486 tona-dillas nacionales del siglo pasado sumamentecuriosas, y 65 tomos de obras escogidas del si-glo XVI, compuestas por Morales, Orlando deLasus, Adriano Wiüaest, Ferdinandi de las In-fantas, Criquillon, Stephani, Clemente (non Pa-pa), Lupus, Curtois, y otros.

* *Una carta de París da cuenta de haberse cer-

rado el plazo de admisión de cuadros para laExposición artística, que todos los años se celebraen el Palacio de la Industria. Este año, á conse-cuencia de haberse suprimido el salón de copias,se dispone de mayor espacio, y por este motivoel marqués de Chenne, director de bellas artes,ha autorizado á los artistas para enviar trescuadros en vez de dos. Se han reunido más desiete mil cuadros, y de ellos gran número depaisajes.

Mientras se abre esta Exposición, los aficiona-dos visitan la del Círculo de la unión artística ylas galerías de M. Chaptal. La primera, aunqueno tan notable en su conjunto como otras veces,tiene, sin embargo, cuadros de mérito.

En las galerías de Goupil, llaman especial-mente la atención algunos cuadros de Juiio Bre-tón, una esclava de M. Gerome, cuadro de grandesdimensiones, y una Virgen de M. Hebert. Este úl-timo cuadro está destinado á la iglesia de un pue-blo inmediato á Grenoble, y se conoce que su au-tor ha puesto en él todo su entusiasmo y todasu inspiración. La Virgen, que se destaca sobreun fondo de oro con follajes oscuros, se distin-gue por la palidez de su rostro y por una aureolade oro, como una Virgen bizantina. Tiene en susrodillas al Niño, y fija en él#sus rasgados ojosazules. No es una Virgen italiana ni una Virgende Murilio; ea una Virgen siria, tipo judío, coa

grandes ojos entristecidos y sus negras cejas quese juntan en su frente pura. En su rostro estáesparcida una palidez mate, esa palidez propia delas hijas de Israel.

** *

Para la inauguración del nuevo gran teatro dela Opera de Paris se está escribiendo una ópera-bailable, cuyas protagonistas serán Euterpe yTerpsícore, y en la cual aparecerán personificadoslos grandes compositores y sus obras maestras.La música será escrita por Ambrosio Thomas.

-X-* *

En el condado de Hampshire, Inglaterra, sehan encontrado, á conscuencia de excavacionespracticadas, 86 urnas conteniendo restos huma-nos. Según la opinión de M. Cox, célebre histo-riador y arqueólogo, dichas urnas son romanasy construidas en una edad muy remota. Delas 86 solamente una podrá conservarse intacta.

#* *

El doctor Antelo, de Sevilla, ha publicado latraducción del Tratado de laringoscopia y de ri-noscopia, del doctor Moura Bourouillon, en cuyolibro se considera como el inventor de la auto-laringoscopia al célebre tenor español ManuelGarcía, hermano de las dos famosas tiples cono-cidas en el mundo filarmónico con los nombresde la Malibran y la Viardot.

#* *

Se ha fundado en Madrid una sociedad gimne-cológica española por iniciativa de los doctoresVelasco, Castillo de Piñeiro, Rubí, Pulido, yotros; los cuales, reunidos hace pocos dias, con-vinieron en la necesidad de una sociedad que seocupe exclusivamente de las afecciones de la mu-jer y de todo lo relativo á sus diferentes estadosfisiológicos y patológicos. Se están haciendo lostrabajos preliminares para la instalación de lasociedad, y desde luego han sido nombrados pre-sidente D. José Maenza, y secretario el Sr. Pulido,con el carácter de provisionales.#* *

Acaban de establecerse las tarjetas postales enRusia y en Australia. Estos países y España hansido los últimos en establecerlas, pero ya no hayun sólo territorio postal en que no haya pene-trado esta mejora tan útil.

#* *

El director de) Observatorio del Vesubio haconstruido, por encargo de la emperatriz de Ru-sia, un termómetro metálico que hace sonar va-rías campanillas cuando se verifican cambios enla temperatura. El aparato acaba de concluirse yestá expuesto al público en la Academia deCiencias en Ñapóles.

* *El Moniteur belge ha recogido los siguientes

datos estadísticos sobre la fabricación del papel:Los Estados-Unidos poseen 800 fábricas de pa-

pel con 3.000 máquinas, las cuales producenanualmente 200.000 toneladas de-papel.

Inglaterra tiene 850 fábricas y 1.500 máquinas,que producen 175 millones de kilogramos de pa-pel de mano, cuyo valor total asciende á 200 mi-llones de francos. i

Francia tiene 250 á 280 fabricas Con 350 má-

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quinas, que dan un producto de 75.000 toneladasde papel, de las cuales 11 millones de kilogramosson para la exportación.

Según una estadística publicada por M. Ru-dal, existen en el mundo 3.660 manufacturas depapel, en las cuales hay empleados 90.000 hom-bres y 180.000 mujeres, sin contar las 100.000 per-sonas que se ocupan en la compra de trapo y pri-meras materias.

La producción total de papel al año se calculaen 1.800 millones de libras, de las cuales 900 mi-llones de libras se gastan en las imprentas, 100millones en las correspondencias particulares,•240 en el comercio, 200 en la instrucción públi-ca, etc., etc.

* *Una carta de Yiena habla de la posibilidad de

que se establezca en aquella ciudad y en Gratz elsistema de incineración de los cadáveres, si selogra vencer la resistencia del clero, que natural-mente se opone á esta destrucción, y desea quese respete en lo posible la integridad de los restoshumanos.

BOLETÍN BIBLIOGRÁFICO.

ELEMENTOS DE LÓGICA, por U. González Serrano,catedrático del Instituto de San Isidro. Un tomoen 8.° de 381 páginas. Librería de Murillo. Ma-drid, 1874.

Uno de los discípulos más notables del emi-nente filósofo Sr. Salmerón y Alonso, el señorGonzález Serrano, no podia menos de pretenderreivindicar el valor, importancia y dignidad déla Lógica, tan desdeñada hoy hasta por algunosde los que cultivan los estudios filosóficos. Laciencia de la idea, que es la Lógica, no puede serconfundida, como han hecho algunos filósofos,con la ciencia del ser, que es la Metafísica; y ádemostrar esto, y á dar valor al estudio de laLógica, se dirige el libro del Sr. González Ser-rano, que aspira resueltamente con su trabajo áque se constituya esta ciencia, libre de todo ex-clusivismo, comprendiendo toda la esencia delconocer y todos los procedimientos del espírituen esta esfera. El sistema escolástico que llegóhasta considerar á la Lógica como el mero arscogitandi qu? enseña las formas subjetivas delpensamiento humano, envuelve un error graví-simo, que el joven profesor del Instituto de SanIsidro no podia dejar pasar sin correctivo. Pro-curando, puss, evitar las imperfecciones de lalógica tradicional y los errores de los empíricos,el autor establece, como plan para formar laciencia lógica, el estudio de todo el contenido delconocer y pensar, examinando su naturaleza yley, y exponiendo sus múltiples relaciones, á finde que el pensamiento vaya recto á la indaga-ción de la verdad y al progreso de la inteligencia.

Pero antes de entrar en el fondo de la obra,que se divide en tres partes y un apéndice, cor-respondientes á la Lógica crítica, á la Lógica or-gánica, á la Lógica constructiva y á los límites dela ciencia finita, el Sr. González Serrano hapuesto dos capítulos de introducción, en loscuales forma el concepto y expone el plan y rela-ciones déla Lógica, y estableced fuente de cono-

cimiento y el método de formación y exposición;todo como elementos de orden y método, conve-nientes siempre y especialmente necesarios enlas obras filosóficas.

*Ei. MATRIMONIO; SU ley natural, su historia, su im-

portancia social, por D. Joaquín Sánchez de Toca.Un tomo en 4.° mayor, de lujo, de más de 500 pá-ginas. Librería de Mwrillo. Madrid, 1874.

«Los pueblos no pueden ser felices, si noexiste la familia; y la familia no puede existir, sino se respeta y venera á la mujer; y la mujer niserá respetada ni venerada nunca, si no se cum-plen las sacrosantas leyes del matrimonio verda-dero.»

Esta es la tesis que desenvuelve este libro, ypor cierto que lo hace de mano maestra. La pri-mera parte de la obra pertenece al jurisconsulto,puesto que está destinada á describir y esclarecerla ley del matrimonio, y desarrolla cada uno delos principios de la ley natural que sirven de baseá esta institución, resolviendo al mismo tiempolos problemas sociales del matrimonio religioso,del civil, de los impedimentos, de la patria-potes-tad, de la autoridad marital, de la indisolubilidaddel vínculo, del divorcio y de la monogamia. Enla segunda parte, que pertenece al historiador, elSr. Sánchez Toca, para confirmar los principiosde la ley natural examinados antes, recorre lavida de todos los pueblos en todas las épocas, re-tratando en cada región y tiempo la condiciónsocial de la mujer, y presentando de este modo lahistoria de la institución del matrimonio al ladode la historia de la humanidad.

La consecuencia final que saca el Sr. SánchezToca, después de consultar la historia, el derechoy la filosofía, es la siguiente: «El acto religioso,y no el acto civil, es el que da al matrimonio sucarácter de perpetuidad. El matrimonio no puedeser perpetuo, eterno é indisoluble, si no es divino;y no puede ser divino si no es religioso.»

A la aparición del libro del Sr. Sánchez Tocaha seguido la de un artículo crítico del mismo,escrito por el académico Sr. Fernandez Guerra,cuya lectura nos ha servido de guia para apreciarla obra, que es bastante voluminosa, en la rápidaojeada que hasta ahora hemos podido dedicarle.

** *DON FERNANDO EL EMPLAZADO; drama lírico en tres

actos; letra italiana de los señores Castelvecchioy Palermi; letra española de M. C, y música deValentín ZuUaurre. Medina y Navarro, edito-res. Madrid, 1874.

En la próxima semana se pondrá en escenaen el teatro de la ópera la de nuestro compa-triota el Sr. Zubiaurre á que se refieren estosapuntes; y por cierto que ya era tiempo que elteatro de la nación española se abriese á los com-positores españoles. Naturalmente el autor hadebido pensar en hacer una edición detallada dellibreto; y en efecto, comprende el drama en versoitaliano, el drama en verso español, y un análisismusical, que dando á conocer la estructura artís-tica, facilita grandemente el juicio de las bellezasy situaciones dei drama.

Imprenta de la Biblioteca de Instrucción y Recreo, Rubio, 25.