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REVISTA EUROPEA. NÚM. 238 1 5 DE SETIEMBRE DE 1 8 7 8 . AÑO v. LA HISTORIA DE LA CIVILIZACIÓN Y LA CIENCIA DE LA NATURALEZA. * III LA EDAD ESPECULATIVA ESTÉTICA. Buckle atribuye al carácter del paisaje grie- go el conocimiento de la medida que distingue el genio de los griegos: entre ellos, dice, no rei- naba la imaginación sin contrapeso y sin freno; estaba, por el contrario, dominaday regida por el espíritu de investigación y examen. Sean cualesquiera las nociones que hayan podido ad- quirir de los sacerdotes egipcios, se vé en ellos desde su principio, como ólaramente nos lo en- seña la historia, una concepción de la naturale- za muy aproximada al punto de vista científico en oposición con las ideas antropomórficas. Esta concepción, mezclada aun con el antropomor- fismo, principia con los sistemas de los físicos jónicos, y se eleva en dos siglos y medio á tal altura, que en la doctrina de Epícuro serecono- ce ya el germen de la ley de la conservación de la fuerza en que se funda el atrevido edificio de la física moderna. Si Epicuro no pudo formular claramente aquella ley, ni aplicarla á ejemplos, dá, no obstante., una demostración de ella casi idéntica á un razonamiento de Leibnitz, poste- rior á él en dos mil años. De modo que, respecto 'á las cuestiones fun- damentales, aquellos antiguos pensadores esta- ban en el fondo tan adelantados, ó más bien, tan poco adelantados como nosotros; este es un hecho de considerable importancia para la teoría del entendimiento humano. Si se considera las nociones que Thales y Pi- tagoras poseian, ya en matemáticas, en astrono- mía, en acústica, parece que, en la cuenca del Mediterráneo, llegó desde luego la humanidad á la idea de causalidad, y que un progreso, en mal hora interrumpido, debiera haberla llevado (*) Véase el número 236, pág. 257. á los últimos grados de la ciencia, á ua punto que no se ha alcanzado aun en nuestros dias, asegurándole, por consiguiente, el dominio de la naturaleza. Todo el mundo sabe que no ha suce- dido así. Entendemos aquí por ciencia de la naturale- za, no sólo el conjunto de las nociones sobre la naturaleza animada ó inanimada, sobre sus pro- ductos, sus efectos y sus leyes, sino también la posesión consciente del único método que puede servir para aumentar este conjunto de nociones, y la aplicación igualmente consciente de nues- tros conocimientos á fines prácticos, á la nave- gación, á la medicina, etc., es decir, el dominio metódico de la naturaleza y su utilización en pro del incremento del poder, del bienestar, y de los placeres del hombre. Puede decirse que la ciencia de la naturaleza, tal como más arriba se define, no existia entre los griegos y los romanos. Los principios esta- ban llenos de gratas esperanzas, pero faltaba k fuerza creadora. Es cierto que durante el tras- curso de los diez! siglos que separan á Thales y Pitágoras de la caida del imperio de Occidente se elevaron algunos ingenios á una altura ex- traordinaria. Aristóteles y Arquímedes merecen, sin duda alguna, figurar en el número de los grande» maestros de la humanidad. Durante cierto tiempo pareció también que la escuela de Alejandría había asegurado la marcha del pro- greso. Pero nada da mejor idea de la marcha vacilante de la ciencia de los antiguos que Pli- nio, un compilador desnudo de sentido crítico, que vivió cuatrocientos años después de Aris- tóteles, intervalo de tiempo igual al que separa á Newton de Koger Bacon. Como si Herodoto hubiese cambiado de época con Tácito. La historia del entendimiento humano pre- senta pocos fenómenos más notables. Aquellos pueblo» cuyas creaciones poéticas y artísticas forman aún nuestras delicias, que nos han deja- do modelos clásicos en metafísica, en historia y en derecho, que son aún nuestros maestros en la elocuencia, en el arte de la guerra, en la admi- nistración y en la organización de la justicia, 21

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REVISTA EUROPEA.NÚM. 238 15 DE SETIEMBRE DE 1878. AÑO v.

LA HISTORIA DE LA CIVILIZACIÓNY LA CIENCIA DE LA NATURALEZA. *

III

LA EDAD ESPECULATIVA ESTÉTICA.

Buckle atribuye al carácter del paisaje grie-go el conocimiento de la medida que distingueel genio de los griegos: entre ellos, dice, no rei-naba la imaginación sin contrapeso y sin freno;estaba, por el contrario, dominaday regida porel espíritu de investigación y examen. Seancualesquiera las nociones que hayan podido ad-quirir de los sacerdotes egipcios, se vé en ellosdesde su principio, como ólaramente nos lo en-seña la historia, una concepción de la naturale-za muy aproximada al punto de vista científicoen oposición con las ideas antropomórficas. Estaconcepción, mezclada aun con el antropomor-fismo, principia con los sistemas de los físicosjónicos, y se eleva en dos siglos y medio á talaltura, que en la doctrina de Epícuro serecono-ce ya el germen de la ley de la conservación dela fuerza en que se funda el atrevido edificio dela física moderna. Si Epicuro no pudo formularclaramente aquella ley, ni aplicarla á ejemplos,dá, no obstante., una demostración de ella casiidéntica á un razonamiento de Leibnitz, poste-rior á él en dos mil años.

De modo que, respecto 'á las cuestiones fun-damentales, aquellos antiguos pensadores esta-ban en el fondo tan adelantados, ó más bien,tan poco adelantados como nosotros; este es unhecho de considerable importancia para la teoríadel entendimiento humano.

Si se considera las nociones que Thales y Pi-tagoras poseian, ya en matemáticas, en astrono-mía, en acústica, parece que, en la cuenca delMediterráneo, llegó desde luego la humanidadá la idea de causalidad, y que un progreso, enmal hora interrumpido, debiera haberla llevado

(*) Véase el número 236, pág. 257.

á los últimos grados de la ciencia, á ua puntoque no se ha alcanzado aun en nuestros dias,asegurándole, por consiguiente, el dominio de lanaturaleza. Todo el mundo sabe que no ha suce-dido así.

Entendemos aquí por ciencia de la naturale-za, no sólo el conjunto de las nociones sobre lanaturaleza animada ó inanimada, sobre sus pro-ductos, sus efectos y sus leyes, sino también laposesión consciente del único método que puedeservir para aumentar este conjunto de nociones,y la aplicación igualmente consciente de nues-tros conocimientos á fines prácticos, á la nave-gación, á la medicina, etc., es decir, el dominiometódico de la naturaleza y su utilización enpro del incremento del poder, del bienestar, y delos placeres del hombre.

Puede decirse que la ciencia de la naturaleza,tal como más arriba se define, no existia entrelos griegos y los romanos. Los principios esta-ban llenos de gratas esperanzas, pero faltaba kfuerza creadora. Es cierto que durante el tras-curso de los diez! siglos que separan á Thales yPitágoras de la caida del imperio de Occidentese elevaron algunos ingenios á una altura ex-traordinaria. Aristóteles y Arquímedes merecen,sin duda alguna, figurar en el número de losgrande» maestros de la humanidad. Durantecierto tiempo pareció también que la escuela deAlejandría había asegurado la marcha del pro-greso. Pero nada da mejor idea de la marchavacilante de la ciencia de los antiguos que Pli-nio, un compilador desnudo de sentido crítico,que vivió cuatrocientos años después de Aris-tóteles, intervalo de tiempo igual al que separaá Newton de Koger Bacon. Como si Herodotohubiese cambiado de época con Tácito.

La historia del entendimiento humano pre-senta pocos fenómenos más notables. Aquellospueblo» cuyas creaciones poéticas y artísticasforman aún nuestras delicias, que nos han deja-do modelos clásicos en metafísica, en historia yen derecho, que son aún nuestros maestros enla elocuencia, en el arte de la guerra, en la admi-nistración y en la organización de la justicia,

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REVISTA EUROPEA.—15 DE SETIEMBRE DE 1878. N.° 23

aquellos mismos pueblos cuando penetran en elcampo de la ciencia de la naturaleza no se ele-van nunca más allá del punto de vista infantilde una credulidad sencilla ó de una hipótesiscaprichosa. Su ingenio se lanzaba de buen gra-do con las alas de ícaro á la región de las espe-culaciones transcendentes; pero se hallaba des^provisto de aquella paciencia reflexiva necesariapara trepar por el caminode la inducción,cami-no arduo, pero el solo seguro que, de hechosparticulares cuidadosamente observados, con-duce á las verdades generales; era incapaz deelevarse metódicamente y paso á paso del acci-dente ala ley.

Es cierto que se encuentra en Sócrates y Aris-tóles el germen del procedimiento inductivo;pero nadie sabia aplicar á un caso particularaquel método reconocido general y teóricamen-te como exacto, por lo que no pasó en la anti-güedad de algunos tímidos ensayos. Aun cuandolos antiguos habían observado bien sus tentati-vas de explicación, se perdían en sueños tan in-sensatos y tan insípidos, que es mucho más pre-ferible el gran Pau reinando en los bosques y enlas praderas con su cortejo de ninfas de cabellosde oro, á Poseidon (ó Neptuno), con su triden-te que conmueve y apacigua lan olas, y á Zeuslanzando sus rayos. La narración que hace Pro-meteo de los beneficios que lía hecho á los hom-bres, es una imagen fiel de la ciencia antigua:al lado del conocimiento de los astros, de lanumeración, del arte de la escritura, de la criade ganados, de la navegación, de la explotaciónde las minas, de la medicina; enumera comodones de igual valor, la explicación de los sue-ños, la interpretación del vuelo de las aves y elconocimiento de los signos que presentan lasentrañas de las víctimas.

M. de Litrow, en su instructivo discursoEstado atrasado de las ciencias entre los antiguos,saca del diálogo de Plutarco, El hombre en laluna, una prueba palpable de la poca aptitudque tenían los antiguos para razonar científica-mente en esa materia. Hubiera podido citar, conel mismo fin, las increíbles vaciedades del Timeode Platón y toda la obra Sobre las opiniones de losfilósofos, que nos ha llegado bajo el nombre dePlutarco. Biot juzga esta última obra diciendoque podrá encontrarse en ella el germen de todoslos descubrimientos científicos modernos y aunestos mismos descubrimientos. "Pero aquellas

opiniones, añade, ó diría mejor aquellas fantás-ticas concepciones filosóficas, no conducen áningún descubrimiento. Lo cierto, cuando algose encuentra en ello, se presenta tan incierto yproblemático como lo falso. Son billetes de lote-ría cuyo valor sólo es conocido después delsorteo.

Pero Littrow demuestra también lo que nose habia notado hasta ahora, que los antiguosni aun siquiera han sabido observar de un modocientífico. La fisiología nos enseña que es preci-so aprender á ver. La inmensa mayoría de loshombres ni aun sospecha que veamos continua-mente imágenes dobles de los objetos, y que nonos damos cuenta de ello. Pocas personas per-ciben las imágenes llamadas accidentales, lafalta de trasparencia que aun en estado de saludexisten en los medios ópticos del ojo, las aluci-naciones que preceden al sueño. Hará tan BÓIO

doscientos años que descubrió Mariotte que te-nemos en cada uno de los ojos un punto ciego,al cual revestimos con el color del fondo; demanera que se dá la interpretación más verosí-mil á la laguna que de este modo se produce enel campo visual. Desde que Malus en 1809 des-cubrió, respecto á la polarización de la luz laley que lleva su nombre, varios observadorescomo Arago, Biot, Fresnel, Brewster, se hanesforzado en distinguir á la simple vista la luzpolarizada de la luz ordinaria. Dosde quo Hai-dinger logró distinguirla on 1844, los hacecillosamarillos que llevan su nombre pertenecen paratodo ojo experto al aspecto normal del azul delcielo.

Sábese también, respecto al sonido, quo sóloen virtud de la educación del oido llegan á per-cibirse las notas armónicas, aun cuando el tim-bre quecomunican al sonido sea inmediatamen-te percibido por todos, escepto por los indivi-duos de las ramas do la raza alemana, que pro-nuncian mal los diptongos.

Pero no se trata aquí de percepciones tan sup-inamente delicadas; se trata de cosas tan fácilesde ver como las estrellas. Los antiguos, bajo suhermoso cielo, estaban en mejores condicionesque nosotros para observarlas; y tenían paraellos esos luminares nocturnos mayor impor-tancia práctica que para nosotros, puesto queantes de la invención de la brújula por ellas sedirigían, tanto en la tierra como en el mar. Sinembargo. Plinio el antiguo eleva sólo á 1.600

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N. 238 M. DU BOIS REYMOND.—LA HISTORIA DE XA CIVILIZACIÓN.

elnúmero de las estrellas observadas, ea decir,de las que, según él, se veian á la simple vista,mientras que Argelander cuenta 3.256, y Heis,que veia las estrellas como puntos sin rayos,cuenta cerca de 2.000 más. Es preciso tener encuenta que los antiguos, á consecuencia de lalatitud menos elevada en que vivian, alcanza-ban á descubrir mayor parte de la esfera celes-te. El número de las estrellas catalogadas quetenian es cada vez menor á medida que va cre-ciendo el orden de la magnitud, y sin embargo,realmente cada orden de magnitud contienemás estrellas que todos los que le preceden.Ptolomeo conocia cinco nebulosas ó conjuntosde estrellas, Argenlander vio diez y nueve conla simple vista; liiparco y Ptolomeo omiten lanebulosa de Orion y la de Andromeda. Lo másraro es que los antiguos contaban mal el núme-ro de las pléyades, puesto que su número fuedisputado y por consiguiente debió observarsemás atentamente, y á pesar de que esta conste-lación fné de alguna importancia para la deter-minación de las estaciones. Según Arato, quevivia en tiempo de los sucesores de Alejandroel Grande, debian ser siete tal vez, por ser esteel número sagrado. Ovidio cantaba trescientasaños después:

Quce septem dici, sex tamen esse solent (1)y con. este motivo los poetas han hablado deuna pléyade perdida. En la actualidad las per-sonas extrañas á la Astronomia que gozan debuena vista, distinguen de catorce á diez y seisen el grupo que forma esta constelación.

Según Litrow , los antiguos describieronmuy incompletamente el firmamento, como sihubiesen sido algo miopes, ó como si hubiesealcanzado mayor precisión la facultad visual dela retina humana, lo que se halla en contradic-ción con otros hechos: no puede, por el contra-rio, dejar de admirarse la seguridad de su golpede vista artístico en las imágenes que nos handejado del cuerpo humano. Si los antiguos con-taron mal las pléyades, sólo ellos han reprodu-cido tan perfectamente las líneas ondulosas dela beldad femenina, y el gladiador combatiendoes nn irreprochable testimonio de una observa-ción tan minuciosa y exacta en cada uno de susmúsculos, que ha hecho suponer misterios ana-

(1) Que so dice son siete, y sin embargo no suelenyene siso seis.

tómicos en. las antiguas escuelas de escultura.Hay la costumbre de explicar la superioridad d«los escultores antiguos en la reproducción delcuerpo del hombre, por la ventaja que toman so-bre nuestros artistas, por el frecuente espectácu-lo del desnudo y de los movimientos libres enlos gimnasios y en los juegos públicos, cuandoestos últimos se ven obligados á recurrir á mo-delos vulgares. Pero respecto al cuerpo femeni-no, no se encontraban los antiguos en situaciónmucho más favorable que nuestros contemporá-neos, y sin embargo, también en esto alcanza-ron la perfección. Nuestros artistas tienen bue-nas ocasiones de estudiar caballos vivos en BUdesnudez, como los antiguos de observar los at-letas, y sin embargo, se asegura que en tiempode Franz Krüger, era él el único que sabia pin-tar los pechos de un caballo. Los antiguos te-nian realmente el secreto de este género de ob-servación, mientras que estaba completamentefuera de los hábitos de su ingenio el evaluarexactamente en un fenómeno la extensión, la.duración y el peso. En lo queconciemeá las for-mas artístiscas, su ojo habia alcanzado la mayorperfección; pero le faltaba la educación precisapara la apreciación científica de los hechos.Quedaron completamente extraños al arte de laesperimentacion, en el que la observación me-tódica, bajo condiciones arbitrariamente modi-ficadas, se une á una crítica razonada y á unaimaginación inventiva é ingeniosa para consti-tuir una actividad intelectual esencialmentemoderna, y que no solo puede dar la certidum-bre envite, ciencia esperimental, sino que muchasveces lleva también á producir nuevos fenóme-nos.

Thales conocia ya "el alma del ámbar;» lavirtud de la piedra de Heraclea, piedra imán,era familiar á los'antiguos como recreo, pero noadelantaron más en el conocimiento más rudi-mentario de aquellos fenómenos de que ha he-cho surgir el genio de los pueblos moderno?todo un mundo de hechos y de ideas.

Y, sin embargo, en tiempo de Alejandro elGrande estaba ya bastante desarrollado el inte-rés por los objetos notables de la naturaleza,tanto que aquel héroe envió á su país á su pre-ceptor Aristóteles objetos de esta clase desde elteatro de sus conquistas. ¡ Pero qué poco aprove-charon los romanos las incomparables facilida-de s que tenian para enriquecer las ciencias nst

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túfales! Hacian venir de todas las regiones de jsu inmenso imperio animales para adornar susmesas ó para figurar en los juegos del circo. Sehablado sus depósitos de aves, pero en ningu-na parte se lee que hubiese en Roma un sitiopara exponer las plantas ó los animales, un ga-binete zoológico ó un jardín botánico como loliabia ya entre los Aztecas.

Sin observaciones científicas, sin esperien-cias, sin teorías, no puede haber progreso sóli-do en las artes industriales. Este progreso su-pone una utilización razonada de las fuerzas na-turales estudiadas en sus efectos regulares. Deesto nada habia entre los antiguos. Es verdadque algunos ramos de la industria estaban muyadelantados. Habían llegado á ser maestros enarquitectura, en el trazado y construcción delo» caminos, en el levantamiento de los puen-tes, en el trabajo de los metales y en la talla delas piedras finas. El arte de la fortificación y elde loa sitios llegaron en los últimos tiempos deRoma á una altura que excita la admiración.

Pero para juzgar del desarrollo de la indus-tria entre los antiguos, preciso es compararloscon otros pueblos. Las industrias en que sobre-salieron pertenecen á un grado de civilizaciónrelativamente inferior. El arte de construir, porejemplo, alcanzó gran perfección entre los egip-cios, los asirios, los indios y aún entre los pe-ruanos del tiempo de los incas. Los tres descu-brimientos de la brújula, de la pólvora y de laimprenta, caracterizan en el progreso indus-trial un grado incomparablemente más elevado.Viene enseguida el uso de las máquinas movi-das por el calor; es un tercer grado que sólo haalcanzado la Europa moderna.

Los antigaos no habían llegado siquiera alsegundo grado. Los adelantaron los pueblos ci-vilizados de?. Asia oriental, que al compararloscon los griegos y los romanos nos parecen pue-blos bárbarofs: es verdad que estos pueblos usaban la brújula sólo en la tierra; la pólvora notenia más uso que en los fuegos artificiales, y suincómoda escritura no les permitia imprimircon caracteres movibles. Pero los indios, loschillos y los japoneses han aventajado á las na-cioaes clásicas en la cerámica y en las indus-trias textiles. Para formarse una idea exactade la lentitud de los progresos industriales, espreciso comparar la diferencia entre la civiliza-ción material del tiempo de Pericias y la del

tiempo de Constantino, con la diferencia entrenuestra civilización y la de la época de Barba-roja. N

Los antiguos dejaban la mayor parte de lostrabajos industriales a los esclavos/ en lo cualse ha querido hallar la explicación de su infe-rioridad industrial; ¿pero no podría verse en eldesden de los ciudadanos libres por estas ocu-paciones una prueba de que estaban dotados demuy poca aptitud para la industria? Sea comofuere, la civilización material de los antiguosera incompleta, y tenia lagunas correspondien-»tes á las que hemos hecho notar en su civiliza-ción intelectual.

De ahí también el contraste que se ha obser-vado frecuentemente en las obras antiguas en-tre el mérito estético y la imperfección práctica.I Quién no se ha recreado viendo en nuestrosMuseos esos lampadarios hallados en las ele-gantes villas romanas enterradas por el Vesubio?En un conjunto dedelgadas ramas, cuyas hojasagita el viento, se mecen, suspendidas por ca-denas, varias lámparas primorosamente traba-jadas. Al resplandor de estas lámparas contóCésar sus campañas, limó Cicerón sus: períodosy cinceló Horacio sus odas. Cada una de ellases sólo un depósito de aceite en el que está su-mergida una mecha, uno de esos pequeños can-diles humosos que no admitiría ya en la cocinauna de nuestras domésticas. Estudiar la causade la luz de la lámpara, encontrarla en la com-bustión de una combinación rica en materiascarbonadas (combustión nó perfecta, pero lie -vada á un punto tal que en la llama ardiente,pero no luminosa, producida por una combus-tión completa, quedan moléculas incandescen-tes de carbono sólido) obtener este grado decombustión regulando la llegada del aire- y delaceite; proteger la llama contra el viento, losobjetos inmediatos contra el humo y el olfatocontra las emanaciones nauseabundas, nada deesto se ha ocurrido durante el trascurso de al-gunos siglos á los artistas de la grande Greciaque fabrica" an aquellas lámparas. Para ellos lalámpara más hermosa era la más perfecta; siera preciso más luz suspendían algunas lámpa-ras más de un árbol de bronce un poco ma-yor.

La civilización antigua se asemeja, pues, áuna de esas medallas griegas en las que el artis-ta habia grabado admirablemente la figura di

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un dios, pero que no había sabido redondearla.Por consiguiente tenemos el derecho de consi-derar aquella civilización como esencialmenteestética, y definir la situación de los antiguoscon respecto á la naturaleza, como eapeculativo-estétiea.

La inferioridad de los antiguos en la ciencia

de la naturaleza, ha sido fatal á la humanidad.Esa fue una de las causas del derrumbamientode la civilización antigua. La mayor de las dos-gracias que ha experimentado el género huma-no; la invasión de los bárbaros en la cuenca delMediterráneo, hubiera podido evitarse, si losantiguos hubiesen poseído la ciencia do la natu-raleza en el sentido en que se toma en el dia.

Quizá hasta ahora no se ha meditado sufi-cientemente este punto. Cuando Montesquieuy Gibbon explicaron la caída del imperio ro-mano, aún no tenia la ciencia de la naturalezala importancia que tiene en el dia, y aun ennuestro tiempo la mayor parte de los historia-dores no tienen plena conciencia de ello. Lasnumerosas causas que han hecho derrumbarseal imperio romano y lo han entregado á los bár-baros, han sido repetidas veces objeto de pro-fundas é ingeniosas investigaciones. Indudable-mente, el mundo antiguo estaba lacerado porgravísimas enfermedades interiores. La esclavi-tud, el pretorianismo, la corrupción de las cos-tumbres, la aversión al matrimonio, el decai-miento del espíritu cívico y del espíritu militar,la frivolidad de una civilización afeminada quehabia agotado todos los placeres, profanado todoideal, y no podia hallar en sí con que elevarsesobre sí misma: estas son las causas internasbien conocidas, á que se atribuye la ruina irre-mediable del pueblo romano.

Y, sin embargo, el éxito que se obtenía cadavez que ocupaba un hombre enérgico el tronode los Césares, demuestra que la cuestión no eratan desesperada. Hasta en los últimos tiemposse lograba introducir de nuevo en el imperioalgo do orden y de regularidad, y las legionesdemostraban ante el enemigo que no habían ol-vidado enteramente su tradicional bravura ysu disciplina. Aun en la época del mayor ex-plendor de Roma, no siempre habían sido vic-toriosas. La introducción del cristianismo nodesorganizó el mundo antiguo. Si fue "arranca-da como una mala venan una parte de la civi-lización antigua, permanecieron intactos sus

elementos principales. Los templos, loa teatros,los baños, los tribunales quedaron como esta-ban, y á veces, bajo la protección de la cruzvictoriosa; la enorme cantidad de obras de artedesafía la ira de los devastadores, y los rollos depapirus de las bibliotecas continuaron conser-vando los tesoros acumulados durante diezsiglos.

Bastaba con oponer un dique á las masasbárbaras que se precipitaban del Nordeste, sóloel tiempo necesario para que la ola se detuvie-se y para que aquellas masas se viesen obliga-das á entrar en el círculo de acción de la civili-zación, y ésta se hubiera salvado.

Es verdad que, según Liebig, que estudiótambién la caida de la civilización antigua bajoel punto de vista de las ciencias naturales> esta-ba ésta irrevocablemente condenada. Los estu-dios de Liebig sobre los abonos minerales le hanllevado á deducir que el imperio romano sucum-bió (como habia sucumbido antes que él la so-ciedad griega y como concluyó más tarde ladominación española), porque en las regiones dedondo sacaban los romanos los cereales, habíandesaparecido del suelo las sustancias mineralesindispensables para la producción del trigo, es-pecialmente los fosfatos y la potasa. Courad hacombatido esta opinión y demostrado que elaniquilamiento del terreno no estaba comple-tamente comprobado. Do quiera que Liebigsupone á la tierra empobrecida por un cultivoesquilmado, pueden asignarse otras causas á laevident^ disminución de fertilidad, t&les comola sequía producida por la destrucción de lostrabajos de riego, ó por una tala imprevisora delos montes, la formación de pantanos á causa dehundimientos volcánicos, ó por negligencia en.normalizar el curso de los rios.

Muchas regiones de la Italia, en otro tiempomuy populares, producirían aun en el dia ricascosechas si el dragón de la mala certa no vigila-sebre el vellocino de oro de las mieses. La Espa-ña meridional no perdió su fecundidad hastaque la intolerancia expulsó á los industriososmoros y la indolencia gótica dejó obstruirse suscanales de riego. Donde quiera que no ha obede-cido á causas naturales irresistibles, la esterili-dad de la tierra ha sido, no la causa, sino laconsecuencia de la decadencia política. Mejora-das las condiciones sociales, sobrevendría nue*vamente la antigua fertilidad; la tala de los

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montes es lo único casi imposible de remediar,como lo demuestra el ejemplo de la Provenza.

No ha sucumbido la civilización antigua por-que el suelo de los países del Mediterráneo sehaya empobrecido en fosfato ó en potasa, sinoporque estaba fundada en la estética y en laespeculación, es decir, sobre arena movedizaque ha dispersado fácilmente la ola de la irrup-ción bárbara. Representémonos á los legionariosarmados con fusiles de chispa en lugar delpilum y con artillería en vez de balistas y cata-pultas, aun cuando esa artillería fuese semejanteá la del siglo XVI, j,no se hubieran visto obliga-do los pueblos invasores, desde los cimbrias ylos deutones hasta los vándalos á volverse á susantiguas moradas completamente derrotado?

Verdad es que el pilum bastó á los romanospara rechazar á los teutones; porque á igualdadde armamento, la superioridad en el arte de laguerra y un mayor grado de desarrollo físico éintelectual en el soldado aseguran la victoriasobre bandas indisciplinadas; pero con armas defuego en lugar del pilum, los romanos hubierantriunfado de los bárbaros, aun sin el brío y sinloa prodigiosos esfuerzos que tuvo que hacer enAsia. Es inútil tratar de conjeturar lo que hu-biera podido acontecer si hubiesen sido otraslas circunstancias; pero al menos, parece que-dar claramente sentado que si los antiguos nohubiesen descuidado él asegurársela superiori-dad absoluta sobre la fuerza material que se al-canza por medio del dominio de la naturaleza ypor una industria perfeccionada, los dos ele-mentos éthnicos del poema de los Nibelungen,los gigantes del Norte y los caballeros de lasestepas asiáticas hubieran sido impotentes con-tra el imperio romano, á pesar de aquella cor-rupción »cuyo hedor llegaba hasta el cielo.n Ysi los antiguos hubiesen tenido suficientementedesarrollada la facultad de la invención parallegar al descubrimiento de la imprenta, á pesarde la invasión de los bárbaros, no tendríamosque deplorar eternamente la pérdida de tantasobras maestras de los poetas, de los oradores yde los historiadores.

M. Dtr BOIS-RKYMOND.

(Continuará.)

EL DERECHO X U MOR U M D .CAPITULO SEGUNDO.

DETERMINACIÓN DEL CONCEPTO DEL DERECHO.

Llegamos al análisis* del objeto propuestopara la reflexión en las condiciones racionalesque pide la investigación, si ha de ser prove-chosa.

No es demostrable, porque es de vista directa,la realidad de nuestro ser como sabida, no enpensamiento, por pura idealidad, sino por seren ella juntamente pensándola y siéndola; cier-to es que también al pensamiento, por mediodel discurso puede traérsele á la necesidad ló-gica de reconocer que el pensar antes que otracosa es ser, y que la oposición de ser á pensares interior en el ser mismo; mas esta necesidadlógica, como tal, se funda en principios quequedarian como supuestos é indemostrables se-gun pretendió Kant, si á su vez no se apoyarancomo punto de partida en la experiencia directainmediata del testimonio de nuestraconcieneia.que no sabe de la unidad de ser y pensar enabsoluto, con convicción invencible, por deduc-ciones lógicas) de un principio, sino por vistainmediata, en sí propia.

Para llegar á la conciencia de algo determi-nado en el ser que inmediatamente se nos pre-senta como sabido, por ser nosotros mismos,interiormente en el ser opuestos á él desde estepunto en que aparecemos como sujetos, no espreciso que temporalmente preceda la concien-cia del ser antes de toda determinación, puesesta conciencia del ser se dá necesariamente to-tal en cada determinación de la conciencia; co-mo que es en todo caso el último fondo y loque dá su esencia á la determinación misma;que nada real es que no sea, ante todo, del ser;el ser concebido de otro modo nos llevaría alsubstractum que llega á confundirse con la naday en Hegel se formula afirmando la identidadde ambos.

Fundado en esto, que es evidente por ser deinmediata conciencia en la realidad propia,desde el derecho podemos afirmar su realidadesencial, sin necesidad de recurrir á otra deter-

(*) Véanse los números 236 y 237, pig*. 260 y 29S

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N.° 238 LEOPOLDO ALAS.—EL DERECHO Y LA MORALIDAD.

minacion, que no tendría superior ni más inme-diata realidad, ni menos á lo indeterminado que,como tal, es abstracto, y significando el ser porcompleto y sin que reste nada de <íl, se presentaen la conciencia del. derecho como algo deter-minado del ser mismo (1)—Así, pues, cada cualpuede, sin temor de tener que darun paso atrás,decir "yo me sé como sor de derecho, y no porpensarlo, sino por serlo (2).

Pero el derecho en mí, ¿es algo de lo que yosoy en mi unidad, esencia sin la cual nada de loque es en mí sería? ó jes más bien propiedad queen lo esencial se funda suponiéndolo para serpredicado suyo? En este punto cada cual hallaque es ser de derecho, pero no que su ser es elderecho; de otro modo, el derecho es en mí unapropiedad. Pero aquí se advierte (no á la con-ciencia, que harto lo sabe, sino á la preocupa-ción subjetiva) que propiedad no significa algopostizo y que de fuera se exige para aplicarlo ála esencia. De ser así, despojada la esencia detodas sus propiedades, mediante la supuestaabstracción, j,qué le quedaría? Nada, pues loque le pudiera quedar seria también una pro-piedad. Pero si la esencia sin propiedades noexiste es una abstracción; será por eso un meroagregado de propiedades? Nótese que esto es loprimero que acabamos de ver como imposible;no es posible esencia sin propiedades; de dondesacamos para nuestro objeto que el derecho, sinser la esencia, es de la esencia, y como tal lo ha-llamos en nosotros mismos: debiendo notar quedirectamente, y no por estos rodeos á que noslleva el discurso, el que se afirma en su con-ciencia como ser de derecho, sabe, sin más, queéste es esencial, aunque ignore el cómo.

Pero, íqué propiedad es la del derecho? Noes propiedad particular de tal ó cual esfera demi ser, ó facultad, que dico la psicología vul-gar; yo no digo que soy ser do derecho porquepienso, y en la esfera de la inteligencia exclusi-vamente., ni hallo que mi derecho se concrete ámi voluntad, ni á nada particular en mí, sino

(1) La Lógica, de Tiberghien, ha sido, en Eueatraopinión, i edificada sobreesté asunta portel Sr. Salme-rón en su Curso de Lógica, profesado en la UniversidadCentral.

(2) Ah'reus, con haber trabajado tanto por la aná-lisis del concepto del derecho, no sale de la idealidad.Véanse notas de Giner á la Enciclopedia Jurídica del¡lustre autor.

que en todo lo que soy afirmo que soy de dere-cho; no hallo el derecho sólo por su idea, ni porsentirlo, ni por quererlo, sino que por todo miser y en todas sus determinaciones encuentro elderecho como algo de la realidad que soy.

Pero, si de todo lo que soy puedo decir quelo soy de derecho, en nada de mi ser hallo queel derecho en ello se agoté, sino que necesito,para ser, ser al par en algo otro; es decir, quehallo el derecho siempre como propiedad de re-lación; la cual no consiste en un como puenteque vá de un término al otro para que se comu-niquen; la relación entre dos términos jamássupone una tercera esencia que para comuni-carse con las puestas á la relación, necesitaría ásu vez otro puente, otra esencia, y esta otra, yasí hasta lo infinito; la relación si es algo, esde la esencia común de los términos; sólo entretérminos que en algo son comunes puede haberrelación. Así, al decir que el derecho es pro-piedad de relación, no negamos lo ya visto, ásaber: su esencialidad en la propia conciencia,sino que determinando más su naturaleza vemosque consiste en algo coman á términos distin-tos, esencial en uno y en otro (1).

Mas la conciencia que no vá por estos pasoscontados, ni procede por abstracciones comohasta cierto límite es necesario, sirviéndose dellenguaje para la comunicación con otras inteli-gencias; la conciencia no se para un punto áconsiderar como propiedad de relación el dere-cho, sino que necesita determinar qué relaciónes esta, es decir, en qué consiste la comunidadde escocia de los términos y cómo afecta á cadauno, y se *Vé que la relación jurídica es de con •dicionalidad.

Hallamos en nuestra conciencia que todo loque en ella determinadamente nos es presente,y su propia unidad (el yo que se ha dicho) no esaisladamente, ni halla en sí su propio funda-mento, ni agota la realidad; de otro modo,juntamente con la conciencia de nuestro ser tene-mos la del límite, y tan esencial en la cencren—

(1) Al afirmar el dereoho ea la conciencia comopropiedad de relación, ya rectificamos el principio es-colástico, hecho vulgar por la influencia de las escue-las, de que el derecho es del ser que tiene la exigencia,el Ululo, como se dice; de cuyo concepto se originangraves y numerosos errores que trascienden al derechopositivo; y que, sobre todo, vician desde el punto departida todo el desarrollo filosófico de la idea del de-recho.

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cia misma como cualquiera otra de sus determi-naciones.

No se confunda esto, como el sujeto preocu-pado hace con frecuencia, con la consideraciónabstracta del yo finito y como finito anterior enla conciencia á toda otra determinación, y enconsecuencia punto de partida para la ciencia. (1)A primera vista podrá parecer que el consi-derar la conciencia del límite como directa,visto en la realidad misma de nuestro ser, im-plica el concepto abstracto del yo finito comoprimer acto de ]a conciencia: este es el escolloen que temen estrellarse muchos pensadoresque, de traspasar ese concepto de finitud yacreen que v a n a caer en el panteísmo. Y, sinembargo, basta con prestar atención á la propiaconciencia para distinguir aquí lo que en sí esdistinto y se ofrece en la esencia sin esa dificul-tad creada como su sombra, por el sujeto, peroque de la realidad no es, ni podría ser. El quepiensa hallar la finitud del yo como primer actodo la conciencia, no la consulta rectamente, sinoque trae á ella desde la inteligencia discursiva,un concepto que aquí todavía no es abstracto.La finitud es algo negativa, y la conciencia dela realidad en nosotros mismos no puede comen-zar por la negación. ¿Negación de qué? será dealgo de realidad, luego la realidad se supone, yla conciencia de la realidad implícitamente seafirma al afirmar el yo finito. Lo primero queafirma el yo en su conciencia es su realidad: pa-ra afirmarse como yo finito necesita afirmarsecomo yo, reconocerse como tal en la realidad enque es, y para decir yo este necesita trazar un l í-mite en la realidad en que se reconoce; es más,el sujeto no hablaría de yo finito, si no fuera enreferencia á algo que conoce como fuera de sí;si no lo reconociera (el modo no importa ahora)no hablaría de un yo finito, como supuesto deun mas allá, su yo sería toda la realidad pensa-ble (2) y toda la realidad para él, por donde sevé qtie esa conciencia negativa del yo (en cuan-to se queda en lo finito) sólo es posible despuésde la conciencia directa de la realidad.

(1) Así lo ha considerado la filosofía escocesa propa-lada ea Francia por Maine de Birau; y asi lo considera1» psicología inglesa en Stuart Mell, Speneer, Baúl,Lewes, etc.

(2) Usamos muchas veces en este discurso las voceaconocer y pensar impropiamente; en rigor, en toda eata indagación se trata de conciencia tctal, en la realidadmisma de] ser de que somos.

Mas, por todo lo dicho, la conciencia de lapropia finitud del límite, jes pura abstrac-ción? No; es abstracción el darle un valor queno tiene, el considerarla como lo primero y ne-.cesario para toda otra conciencia; pero en snpropio lugar sin darle sobrestema, la concienciadel límite es directa, real, se halla en nuestraesencia y prueba de ello seria, (si la conciencianecesitase de otro testimonio que el propio) elerror mismo que acabamos de combatir, la con-sideración del yo finito como punto de partid».

Veamos ahora qué es lo que del límite nosdice la conciencia, porque es término integranteen la condicionalidad á cuya determinación lle-gábamos.

Aunque el yo como finito no es lo primero enla conciencia, ni en cuanto fundamento ni comopunto de partida, sin embargo, sin tal preten-sión, sino sólo como realidad vista en la con-ciencia es tan inmediato en ella como todo lodemás el verse en el límite; claro es que la con-ciencia nada puede ver fuera de sí; y si hablade lo otro es en cuanto al fundamento solo ensupuesto, pero en cuanto opuesto á la propiaconciencia, que es en ella el límite sabiéndolocon carácter de realidad. Ahora bien, yo soycondicionado y á la vez condicionante, pueshallo la realidad en mi conciencia, no comoempezando ni concluyendo en ella, sino funda-da en lo otro que yo, como este que me sé limi-tado. Al no hallar en mí la realidad, al no tenerla conciencia de mi ser como el absoluto, reco-nozco en mí la condicionalidad. Sea lo quequiera la realidad fuera de mí, yo me hallo conconciencia de realidad, no por pensarlo, condi-cionado en mi ser como limitado, y en mi acti-vidad como limitada también, pendiente de lootro que yo de lo cual yo me sé, en lo que esposible en mí mismo, en cuanto me afecta po-niéndome la condición. Mas yo hallo tambiénmi actividad como condicionante, esto es, obran-do con atención á algo que excede de mí, y delo cual yo también tengo conciencia en el lími-te, esto es, en lo que e3 posible, en 1» relaciónde lo otro á mí, que por mi parte, como untérmino se determina en la condición que pres-to, ó son pi ra algo que de mí excede¿

Ma3 esta dependencia y esta condicionalidadque, tratándose de lo otro que yo, solo parcial-mente, en un término de los puestos en relaciónconozco (por trascender el otro de mi propia

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LEOPOLDO ALAS.— EL DERECHO Y LA MORALIDAD. 329

conciencia, como tal término contrario, aunque !

de él sé por la relación) dentro de mi mismaconciencia, atendiendo á mi propia esencia ysus distinciones, en lo que unís de otras depen-den, la hallo can verdad absoluta en los térmi-nos y en la relación (1). De todo lo que yo hallocomo variedad de mi propia unidad, inmediata-mente sabido en Conciencia, como la unidadmisma, digo que lo soy de derecho, según hemosvisto, y esta variedad que hallo en relación decondicionalidad con lo que de mí trasciende,también lo está respecto de mi propia unidad altodo que yo soy y aun de parte á parte. De estacondicionalidad interna se origina la esfera totaldel derecho inmanente, hoy casi desconocida, ycuya consideración arroja tanta luz sobre la<! re-laciones de la moral y el derecho, según se tra-tará en lugar oportuno.

Siguiendo nuestra análisis de la condiciona-lidad inmanente, la vemos bien clara ante todoen una relación que participa de lo trascendentey lo inmanente, en la relación de lo que llama-mos espíritu, en nosotros mismos, á lo que lla-mamos cuerpo. El espíritu, la conciencia íntimainmediata, sabe del cuerpo que es con él uno, yaunque no íntimo de la totalidad de su esencianatural, lo es de su ser, por ser uno con él, yhallarlo en la propia conciencia como lo no vistoíntimamente; el cuerpo se vé en la conciencia,pero en ella no es el que ve. Pues el espíritu sabeque condiciona en parte al cuerpo,, y que en par-te el propio PS condicionado por el cuerpo. Amás de esto, dentro de la íntima conciencia, defacultad á facultad halla el espíritu que las unascondicionan á las otras, que cada una condicio-na al todo y que éste las condiciona á ellasJá to-das y ácada una.

Inmediatamente so nota que de toda condi-cionalidad no decimos que sea derecho, sinoque se refiere este á la condicionalidad de acti-vidad. Mientras se hable sólo de ser condiciona-do, como es todo ser, sin referir esta condicio-nalidad á la actividad, nadie piensa que puedatratarse de derecho. Si yo, para ser, necesitoser dentro de algo otro que es absoluto y en

(1) Aquf se muestra la conciencia del derecho inma-nente, con verdad inmediata, y la primera sabida eneste examen analítico. Compárese nuestro resultado con•I da la mayor parte de las escuelas que niegan toda ea-f«i»del derecho.

cuyo ser y sólo por él, el ser que yo soy se man-tiene, no hablaré de derecho, mientras sólo enesto me detenga, pues que nada digo de la ac-tividad del ser que me condiciona y nadie puedepensar, aunque haga esfuerzos para conseguirlo,una relación jurídica en que no exista actividadpor parte del ser que condiciona respecto al findel ser condicionado. Todo ser no desenvuelveen serie sucesiva de momento» que, sin negarsu eternidad, antes haciéndola posible, son laforma en que se realiza la esencia del ser mismo;esta es su existencia, y á la determinación conrcreta de la esencia en la existencia, al modopropio de su naturaleza, de cada ser puesto enel ultimo límite, se la denomina actividad* estopensamos necesariamente no por imposición,siendo aquí precisas estas aclaraciones, no paratraer á la conciencia al conocimiento de todo k)dicho, sino para ajuatar las palabras que usa-mos á su propio significado.

Nadie pensará de otro modo la actividad nipodrá figurarse la determinación de la existen^-cia de otro modo que en serie de estados que nopueden coexistir, por estar puesta toda la esen-cia en cada uno de ellos, según su propio tiem-po. De esto, que es la actividad, predicamos elderecho, no sin ella, y no es preciso insistir,pues no es esta categoría de la actividad de lasque niegan el derecho algunas escuelas.

Y el derecho, j,se dice de toda clase de activi-dad? Aquí sí que encontraremos á las escuelasen controversia inacabable; pero á su tiempoveremos lo que dicen: por ahora, nuestro plannosíimita al horizonte en este sentido, hacién-donos volver los ojos á la propia conciencia, li-bre de preocupación, escolástica- La actividad esel desarrollo de las propias fuerzas de la esenciaen serie de estados, dijimos; pero este desenvol-vimiento puede ser conforme á la ley misma d§ldesarrollo ó contrario á la ley; no será nuno»en absoluto la actividad contraria á la esenciade los seres, pues contra la naturaleza propia,claro es que ningún ser puede desenvolverse,fuera de las cualidades inherentes á esa natura-leza; pero eso que pensamos (y sólo esto quera^mos decir en toda la presente investigación)como ley de la actividad tiene por fundamentoel ser el desenvolvimiento de la actividad paraun fin, que no está puesto á lo último, como 1»meta de una carrera, aunque así lo piensen al-gunos, influidos por el significado vulgar de la

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REVISTA EUROPEA.—45 DE SETIEMBRE DE 1878 .

palabra fin, sino que es, en suma, lo mejor ymás oportuno de lo que puede ser en cada mo-mento el objeto de cuya actividad se trata. La.potencialidad de cada objeto al hacerse efectivaen cada punto, conforme á lo exigido para aquelcaso, como lo mas adecuado y pertinente, de-cimos que se realiza, y siendo en tales condicio-nes, que es su bien lo que realiza. ¿Diremos quees de derecho toda actividad? De ningún modo,y sólo pensamos como tal la adecuada á esteconcepto del bien; es decir, á la realización délavirtualidad natural del objeto, según racional-mente es exigida en cada caso (1).

No es de este lugar estudiar cuál es el biende los seres, y qué elementos es necesario considerar para determinar su naturaleza; pero síconviene notar que el bien de cada objeto no esun bien abstracto, como el egoísmo en los seresracionales, y en los otroa como un reflejo de eseegoismo, sino que se considera antes el sercomo uno, y luego en la variedad armóni-camente relacionados, con relaciones omni-laterales, todos los seres finitos; es necesariopensar el bien de cada sor en sus relaciones conlos otros, y será el bien en cada punto para cadaobjeto la realización de su esencia de modo quese manifieste siendo todo lo que debe ser paralos fines de todos los seres como para el suyopropio.

En la condicionalidad de que antes tratába-mos se halla esta ley del bien, exigida y com-prendida en parte. En cuanto se acierta á mirarel bien como realización de la propia naturaleza,no con preocupación egoista, se vé que ha deconsistir en realizar todo el contenido de laesencia exigido en el caso, tanto para cumplircon el propio destino del objeto en sí, cuantopara poner en la relación con los demás serestodo lo que de él ae espera como condicionantedélos otros. Todo esto lo pensamos; y de nos-otros mismos, en todo lo que somos en la con-ciencia, lo afirmamos como cierto por ser inme-diatamente sabido; que dicho está el valor y elalcance que se dá á la investigación presente,con la diferencia de pensar así todos necesaria-mente respecto de lo que trasciende de cada

íl) En este punto ei ya posible reflexionar cuál es elverdadero carácter del derecho positivo, A diferenciadel que se le atribuye haciendo de él una abstracción,pintándole como defectuoso, manchado de realidadageca al derecho, y en parte justo y en parte no.

cual, y saberlo con íntima certeza en lo que esde la propia conciencia.

Tenemos hasta aquí averiguado qué es el de-recho en nosotros, y con necesidad pensado asípara todo, una relación de condicionalidad quemira á la actividad y á la actividad para elbien(l).

El dia en que la esfera del derecho inmanentesea por todos reconocida, será, aun en las con-tiendas de escue a, imposible negar la cualidaddel bien al derecho. Mas, de todos modos, parala conciencia e»ta nota es indispensable; y ya elsentido común nos dice lo mismo, en sentimien-to y en pensamiento; quedol mal nadie puedehacer título de justicia, porque, ante todo, elmal es para daño de alguno, es mal para el quelo hace, y la noción de armonía, de condiciona-lidad, y todas, en fin, las que implica el dere-,cho desaparecen en arrancándole la nota delbien, que es indispensable.

Otra idea que necesitamos tener en caentapara la determinación del concepto del derecho,y que ocurre considerar aquí en la relación debien, finalidad y condicionalidad, es la de uti-lidad.

LEOPOLDO ALAS.

(Continuará.)

LEÓN XIII Y LA. ITALIA.

(Continuación.) *

Una verdadera y profunda renovación en losestudios del clero seria la más gran concesiónque Ja, Curia romana podría otorgar á los Esta-dos cristianos, y casi estamos por asegurar quebastaría. Pero debemos dudar que León XIIIesté en condiciones de promoverla. Culto comolo es, y deseoso de cuitara á su alrededor, noparece sin embargo, que en Perusa, su acciónsobre el clero haya respondido á deseo seme-jante. Es cierto que ha procurado educar la in-teligencia y el corazón allí, como el CardenalRiario Sforza en Ñapóles; pero, si no me enga-

(1) Asi lo dice la conciencia; otra cosa es que en laprecipitación de las polémicus escolásticas se haya lle-gado á la paradoja del "derecho al ínal.n donde en reali-dad se trata de un juego de palabras.

• Véanse los números 233, 234, 236 y 236, páginas161, 205, 228 y 274, ~

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N.B 238 R. BONOHI.—LEÓN XIII Y LA ITALIA..

ño, en el clero napolitano hay un espíritu, másvivo que en el pemsino. El periódico que sepublica en nombre de éste, no difiere en nadade los clericales que se esparcen por el resto dela Península; y si no estoy mal informado, elclero que lo lee diariamente, se inclina másbien á petrificarse en las viejas doctrinas ca-tólicas , que no á intentar renovarlas en todoaquello en que nada le obligarla á no alte-rarlas, y que no se consideran inmóviles sino porla falta de un pensamiento activo en el ánimode quienes se han arraigado desde jóvenes.Los estudios del clero no se vigorizarán sinoel dia en que se hagan, al menos hasta un cier-to punto, en común con los laicos; y hasta quelas cátedras de dogma, de moral, de exégesisbíblica no tengan oyentes, que ora se dediquenal sacerdocio, ora á las profesiones civiles, si-guiendo sm inclinaciones respectivas. Y estainclinación se mostraría, si en las restauradasfacultades teológicas, no sólo se expusieran lasdoctrinas católicas por profesores autorizadospor la Iglesia, sino que al lado ele las mismas sedejase á otros la libertad de exponer, según supropio criterio, la sublime significación y la his-toria maravillosa del cristianismo.

VI.

A la verdad, no tenemos ninguna esperanzade ser creidos ni oídos; pero séanos lícito unaobservación que nos parece evidente. La Igle-sia romana se queja—y León XIII tambiénen sus Pastorales—que el Estado haya pues-to la mano violentamente sobre sus institu-ciones, desconcertándolas sin entenderlas, has-ta donde le ha sido posible. En Italia, por víade ejemplo, ha disuelto las corporaciones reli-giosas, ha suprimido canongías y beneficios, haprohibido obras piadosas que no le parecíanbien. Es cierto; y es fácil prever que á la largase atreverá hasta á disminuir el número de lasrentas eclesiásticas episcopales y de los semina-rios como se ha hecho ya en otras partes de tiem-po atrás. Y bien, concedamos que el Estado seha mezclado en lo que no le correspondía; perosepamos por qué lo ha hecho.

Al lado de un Estado que se movia demasia-do, existia una Iglesia que no se movia nada.Obsérvese cómo el movimiento de reforma haaido escaso, casi nulo dentro de la Iglesia misma

á partir del siglo décimo cuarto. El Concilio deTrento, que corrigió su vida, ha modificadotambién su espíritu. Mientras los tiempos reno-vaban en torno á la Iglesia todo, ésta no halla-ba nada que alterar en instituciones que eran,sin embargo, fruto de los tiempos. El dia queel contraste ha parecido escesivo saltando 4 lavista de todos, el Estado lo ha eludido con su»manos como mejor ha sabido. La opinión másgeneral ha apoyado al Estado en su acción.

Las protestas y el clamor de la Iglesia hansido impoteutes, puesto que en el corazón de lamayor parte de los miamos católicos no ha en-contrado verdaderamente eco, desde el momentoen que ha parecido que la razón sustancial noestaba de su parte. León XIII nos dá algunaesperanza de que ha de comprender esto, y endonde quiera que el Estado no haya influido, po-demos esperar que León XIII mostrará, aunqueen pequeña medida, que la Iglesia puede obrarpor sí misma.

VII.

La corte pontificia de Roma es la sola bizan-tina que todavía existe, Los oficios son tan. in-numerables como extraños sus nombres. Sus ce-remoniales y sus ruedas son infinitos y compli-cados. Mientras todas las cortes civiles se hansimplificado, la pontificia ha quedado llena deespinas y de malezas. Cada dignidad tiene sugrado, y su puntillo por sostenerlo. Está prescri-to el modo de arrodillarse, de levantarse, deponerse y quitarse el sombrero. Está fijado cómose debe vestir y desnudar cada cual en cadahora del dia. En suma, no hay ninguna corteen la cual la etiqueta ordene más y con más auto-ridad.

Ahora bien; bueno sería que la curia advir-tiese una gran innovación que, sin embargo,ocurre en el sentimiento religioso. Este no se haapagado, sino convertido en más íntimo y pro-fundo en todos los que lo conservan connatuta-lizándose nuevamente con el sentimiento moral.El sacerdote cortejado y el corteoanQ, ofendenmás aquel sentimiento que el rey cortejado y ellego cortesano, ofendiéndolo ahora como no loofendian antes. El concepto de un Primadorector universal de la Iglesia, no es Tepudiado

' por sí mismo; pero un primer sacerdote qué- seencierre en las pompas y ceremonias, que afóftn-

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da en cada uno de sus actos más á manteneralto su grado, antes que á cumplir su oficio contoda la eficacia espiritual y moral de que es ca-paz, mientras más cerca se le vé, más créditopierde. Yo dudo que los peregrinos vuelvan ásu casa con tanta devoción hacia el Santo Padrecomo la que'trajeron, á Roma. Puede ser que elespectáculo de la corte del Cabeza de su reli-gión, no responda por completo" al concepto queen sus sencillas almas sé hubieran formado delPríncipe de los sacerdotes. ¿Quién puede creer,ó imaginar, que los Pontífices santos y gloriososde los seis primeros siglos hubieron jamás pen-sado en que sus sucesores llegarían a asemejarsetanto á los señores del mundo, que se confundie-ran con ellos, separándose de la plebo bastantemás que aquellos 3

O yo tengo un espíritu constituido de unamanera muy singular, ó en los demás debe pro-ducir el mismo efecto que en mí la lectura delas recepciones concedidas por el Pontífice. Ladelicia con que los periódicos clericales anun-cian que príncipes coronados todavía, ó privadosde corona hace poco, ó príncipes sin corona an-tes ni ahora, y duques, y marqueses, y condes,y barones, vienen humildemente á besar el piédel humilde Bacerdote, llegado, sin embargo, alm&» sublime trono de la tierra, para usar las pala-bras del mismo León XIII, esta delicia, repito,causa náuseas.

Se quiere ante todo que el nombre brille yluzca. El Jefe do una religión que ha sido pre-dicada por pobres y á las clases pobres, está se-parada de ellas. No hay desventura ni miseriaque de él sea vista. Aun antes de la ficticia pri-sión del Vaticano, el Pontífice se hallaba mo-ralmente tan recluso como en la actualidad: yahora claro es que más. No consigue audienciasdel Pontífice quien las desea, sino quien es talque por sus circunstancias sociales no despiertala más mínima sospecha en el ánimo de quienesla otorgan,-de que con ra nombre ó con su pa-labra pueda turbar la serena ignorancia en quevive el Pontífice acerca de todo lo que se agitaen los ánimos fuera del pequeño círculo que lorodea. Un senador ó un diputado italiano, porcatólico que fuese, no podria ser admitido á es-tas audiencias, qué digo, no puede ser admiti-da su mujer, su hijo-, su hija» ningún parientehasta la milésima generación.

¡Dios mió! Supongamos que fuesen pecado-

res y de un pecado original que descienda en lafamilia por herencia, ¿no van ante quien puedeperdonar siete vece3 al dia] Y no han sido pe-cadores muchos de ellos, puesto que entre loshombres políticos italianos y extranjeros que sehan visto precisados en su conducta á separar-se de los deseos de la Iglesia y combatir suspresunciones, los hay más profundamente cató-licos que muchos que los han secundado, li-sonjeándola y adulándola, y jdeben, por el solohecho de haber mantenido la dignidad de suconciencia, sor excluidos aquellos de todo con-tacto con el Jefe de los católicos, con el direc-tor primero de su fé? Este no recibirá por ellomenor daño que el que los mismos reciban. ElVicario de Cristo se despoja con la reclusión enque se encierra de toda semejanza con Cristo.Las turbas que á Cristo seguian no seguirán ásu Vicario. Que León XIII pienso en ello, yquizá tenga ánimos y modo para proveer acer-tadamente sobre el particular.

VIII..

No se hable de concesiones que la corte ro-mana pueda hacer á los Estados, ó de concilia-ciones que pueda intentar con los mismos. Lasconcesiones que hiciera jamás parecerían su-ficientes; las conciliaciones no serian sino muypasajeras, puesto que la conducta de los Estadosestá sujeta al presente casi en todas partes álas vicisitudes de los partidos políticos, y exis-ten muchos con los cuales toda conciliación esenteramente imposible para la Iglesia católica.Respecto á los gobiernos, esta ha llegado nece-sariamente á ser un partido; y en el movimientode los partidos representa naturalmente el con-junto de las doctrinas propias según las ha he-redado del pasado, y las irá modificando el por-venir. La gran concesión que el papado debehacer, más bien en interés suyo que en el age-no, es enlazarse de nuevo con el mundo quequiere dirigir; su gran conciliación debe ser conla sociedad misma en lo que tien'e de grande yde bueno, y es mucho.

El catolicismo debe esforzarse por compren-der que mucho de lo que le repugna es cristiano,fruto de la idea cristiana que continúa convir-tiéndose en sangre y jugo de loa pueblos; y noes culpa de nadie sino suya si le ha pareeidQ,pagano y como tal lo ha rechazado y los rechaza

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N.* 238 E. BONGHl.—LEÜN XIII Y LA. 1TALU.

de ai. Escuche el corazón de las naciones másde lo que lo ha hecho Hasta aquí, que conesta condición está fijada su salvación en elporvenir.' 'No sé si León XIII está persuadidode esto: algunas de sus palabras dejarían creerque sí. Sea como qriera, el primer paso paraque esta persuacion penetre en su ánimo ó en elde sus sucesores convirtiéndose on eficaz, es queel Pontífice sea libreen la apreciación y juiciode los hechos; lo cual no sucederá si no se des-vían y desconciertan laa corrientes que duranteel papado de Pió IX se han formado en tornoal trono pontificio, y no se rompen los círculosde hierro que lo cierran.

Que se persuada León XII de que necesitaaire.

IX.

En cuanto á la Italia, se limita mi deseo, paradecir verdad, á uno solo.

Elreino de Italiano tiene ninguna necesidad,para vivir, del reconocimiento del Pontífice.Pretender que él lo haga renunciando al propiotiempo al antiguo derecho de su soberanía conexplícita declaración, seria vano ahora y siem-pre. Es un derecho, del cual el tiempo borrará lamemoria, como el tiempo lo habia formado.Basta que en el ánimo del Pontífice entre unaconvicción muy sencilla y racional; que el reinode Italia es una forma de Estado consentida porla generalidad del pueblo italiano, y que contie-ne todos los elementos, si no para durar eterna-mente, al menos para durar cuanto duran lascosas humanas más estables. Si esta persuasióntan natural se abre camino, la consecuencia seráuna sola, á saber: que los católicos que hastaaquí han permanecido fuera de la vida políticaitaliana por mandato del Pontífice y el clero,tomarán parte en ella.

Las disensiones persistirán, pero serán discor-dias entre ciudadanos persuadidos de deber yquerer vivir en un Estado; pero no disidenciasentre ciudadanos de los cuales unos quieren elEstado existente y otros ae creen dispuestos ysiempre prontos á dilacerarlo ó destruirlo; se-rán excisiones entre adversarios dentro del cam-po ideal de las direcciones sociales, no entreenemigos que quieren cada uno una patria dis-tinta. A los católicos no les faltaría un piogra-

ma, cierto, ni á su programa faltarían ecos enalgunas de las escuelas liberales. León < XIII,tanto en alguna de sus Pastorales, como en sudiscurso á las Universidades libres da Francia,ha consignado algunos rasgos de este progra-ma. El Dios Estado seria el enemigo contraqaien lanzaría este partido todos sus dardos.Toda la iniciativa privada apta para. fundarinstituciones de interés social, que contraponerá las del Estado, tendrían su patrocinio. Nos-otros no perteneceríamos á esta Escuela, perola concebimos, y comprendemos el gran bene-ficio que redundaría en pro del Parlamento ita-liano por el ingreso de una con rasgos determi-nados ó ideas precisas. Seria el único modo deque se formasen otras dentro del mismo; lo cualsi no puede importar al Pontificado, le debeinteresar que la sola dirección de ideas cuyainfluencia aprovecharía el catolicismo, no per-manezca sin valor eficaz en la vida pública delpaís en donde el catolicismo tiene su principalasiento.

Por lo demás, León XIII no nos deja sin es-peranza acerca de un punto de mayor alcanceque todos los indicados,y es, que se acuerda vivay útilmente de que el catolicismo es ante todouna fe religiosa, dedicada á ejercer en los ánimos una influencia moral y espirítual,y á apagary templar las pasiones y las iras, mejor que á ex-citarlas é inflamarlas.

La Iglesia romana vivirá, si el catolicismosabo asumir de nuevo la divina misión que lftfue encomendada por Cristo; perecerá, si conti-nuaren la mísera tarea de combatir la vida mo-derna, que ahora parece sofocarle.

Si en el ánimo de León XIII queda algún des-tello de la mente y del corazón de León I y deLeón IX; si sabe dirigir su actividad hacia cadauno de los fines de la Iglesia, otorgando á cadauno de los intentos de la misma el puesto quenaturalmente le corresponde, no dejándose ar-rastrar por el deseo de recuperar un'poder per-dido, comprometiendo el mucho más elevadoque le queda; si recuerda, sobre todo, que eá sa-cerdote, y que una misión principalmente reli-giosa es la suya; si todo esto ocurre, se podráaugurar que se colocará en condiciones de dará su pontificado un sello propio y característico,sin aparecer discorde de la realidad en el mo-vimiento que se le atribuye por la imaginariaprofecía de Malachia: Lumen splendens in coelo.

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334 REVISTA EUROPEA..—15 DE SETIEMBRE DE 4878.

Si me engaño, no será n i mal ni culpa el ha-ber esperado.

RUGSERO BONGHI.(Traducción de H. Giner.)

LA SELECCIÓN NATURALVERIFICADA POR LA LUCHA POR LA EXISTENCIA.

LA DIVISIÓN DEL TRABAJO, Y EL PROGRESO.

Para tener una idea exacta del Darwinismoes preciso, anto todo, comprender perfectamen-te las dos funciones orgánicas, herencia y adap-tación, que en las precedentes lecciones he exa-minado. Si no nos penetramos por completo de3 a naturaleza puramente mecánica de estas dosactividades fisiológicas, y de la acción multi-forme de su« diversas leyes, y si no nos damoscuenta detallada de lo necesaria que es la com-plexidad de acción de dichas leyes, apenas po-dremos comprender cómo han podido producir,por sí solas, todas las numerosas y variadas for-mas de los reinos animal y vegetal; lo cual, sinembargo, es evidente. Estas son las dos causasformadoras que hasta el dia hemos podido des-cubrir: si, por lo tanto, sabemos apreciar, comose debe, la acción combinada, necesaria é infi-nitamente compleja de la herencia y de la adap-tación) es inútil que busquemos otras causasdesconocidas de la metamorfosis de las formasorgánicas, puesto que las que actualmente co-nocemos nos parecen completamente suficientespata explicar aquellas transformaciones.

Mucho tiempo antes de que Darwin hubieseformulado su teoría de la selección, algunos na-turalistas, y especialmente Gkethe, ya explica-ban la multiplicidad de las formas orgánicaspor la apcion combinada de dos fuerzas forma-doras, conservadora la una y progresiva ó mo-dificadora la otra, llamadas por Goethe fuerzacentrípeta ó de especificación, á la primera, yfuerza centrífuga ó de metamorfosis, á la segun-da. Estas dos fuerzas corresponden perfecta-mente á las dos funciones herencia y adapta-ción. La herencia es, pues, la fuerza formadoracentrípeta ó interna que trabaja para conservarlas formas orgánicas dentro del límite de lasespecies á que aquéllas pertenecen, haciendoque la descendencia se parezca á los antepasa-

dos, ^ produciendo generaciones siempre seme-jantes al mismo modelo, La adaptación, por elcontrario, es el contrapeso de la herencia, ósea la fuerza centrífuga ó externa, que perpetua-mente tiende átransformarlas formas orgánicasbajo la presión de las influencias exteriores, áobtener nuevas formas de las preexistentes, y ádebilitar, en absoluto, la constancia y la in-mutabilidad de la especie. Según que en estalucha preponderan la herencia ó la adaptación,así la forma específica persiste ó se trasformaen una especie nueva. El grado de fijeza ó devariabilidad de las especies animales y vegeta-les, es, por lo tanto, el resultado de la prepon-derancia momentánea que sobre su antagonistaejerce una de estas dos fuerzas formadoras ó unade estas dos funciones fisiológicas.

Si volvemos á fijarnos en los procedimiento»de la selección, cuyos datos principales he ex-puesto en la lección VII, conoceremos con másclaridad, que la selección artificial y la naturaltienen por base la acción combinada de estasdos funciones ó fuerzas formadoras, puesto que,una exacta apreciación de los procedimientos deselección artificial empleados por el criador ypor el cultivador, forzosamente ha de demos-trar que, para obtener nuevas fuerzas, solamen-te se utilizan aquellas dos fuerzas, y que, todoel arto de la selección artificial está simplementefundado en una aplicación razonada é inteligen-te de las leyes de la herencia y de la adapta-ción en su reglamentación, y en su utilizaciónartificial y voluntaria. El agente de la selecciónes, en estos casos, la voluntad humana razo-nada.

Lo mismo se verifica en la selección natural,la cual utiliza también aquellas dos fuerzas for-madoras orgánicas, en la producción de las dis-tintas especies; pero la fuerza que escoge en laselección artificial, ó sea la voluntad humanarazonada y consciente, está representada, en laselección natural, por la lucha por la existen-cia. En la lección VII he indicado lo que se en-tiende por »la lucha por la existencia, i! y hehecho notar que, el mérito mayor de Darwin,consiste precisamente en haber sabido descu-brir este hecho tan importante; pero como setrata de un agente con frecuencia desconocidoy mal comprendido, es preciso que me detengaaquí unmomento para demostrar, con ejemplos,la realidad de la lucha por la existencia, y ha-

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N.p 238 E. HAECKBIi.—Ll SELECCIÓN NATURAL. 335

cer ver cómo este agente es el verdadero instru-mento de la selección natural. fMorf. gen. II,231.)

En nuestro modo de considerar la lucha porla existencia, partimos siempre del hecho de ladesproporción que existe entre el número de losgérmenes producidos por la totalidad de los ani-males y plantas, y el número de individuos querealmente viven por más ó menos tiempo, quees infinitamente menor que él de los gérmenesprimitivos. La mayor parte de los organismosengendran, en efecto, durante su vida, millaresy millones de gérmenes, de los cuales cada unopodria, en circunstancias favorables, producirun nuevo individuo. Estos gérmenes, en la ma-yoría de los animales y plantas, son huevos, e»decir, células que, para llegar á un desarrolloexterior, necesitan ser fecundados, mientrasque en los más inferiores organismos, por ejem-plo, en los prolitsías, que no son ni animales nivegetales, y que se reproducen asexualmente,las células germinales ó esporos no tienen nece-sidad de la fecundación; pero lo mismo en el unoque en el otro caso, el número de aquellos gér-menes sexuales ó asexuales, está en una grandesproporción con él de los individuos de lamisma especie que realmente existen.

Se puede decir, en general, que el número deanimales y vegetales que viven en la superficiede nuestro planeta es siempre, por término me-dio, el mismo. En la economía de la naturalezael número de los puestos es limitado, y casisiempre sucede que estos puestos están todosocupados. Es indudable que, en cada año, ha-brá oscilaciones en el número absoluto y relati-vo de los individuos de todas las especies, perosi se consideran estas oscilaciones de una mane-ra general, se vé la poca importancia que tienenante la aproximada persistencia de la cifra me-dia de la totalidad de los individuos. El únicocambio que se produce, consiste en que cadaaño obtiene la preeminencia tal ó cual orden deanimales y plantas, y en que, la guerra por laexistencia, produce algún cambio en la situaciónrespectiva de aquellos órdenes.

No conozco especie animal ni vegetal queno fuese capaz de llegar, en muy corto espaciode tiempo, á ocupar toda la superficie de latierra con una numerosa población, si no tuvieraque luchar con multitud de enemigos y de in-fluencias perjudiciales. Lineo habia calculado

que, si una planta anual no produgese más quedos semillas de las cuales saliesen dos nuevasplantas, engendraría un millón de individuos,nada más que en veinte años; pero como en lanaturaleza no hay planta que produzca tan pe-'queño número de semillas, calculad hasta don-de llegaría el número de individuos procedentesde una sola planta, si consiguiesen nacer y re-producirse todos ellos. Darwin supone, á pro-rpósito de los elefantes, que son los animales quecon más lentitud se reproducen, que, al cabodo quinientos años, la descendencia de unasola pareja se elevaria al número de quince mi-llones de individuo), suponiendo que cada .ele-fante produzca, en todo el período de fecundi-dad de su vida (de treinta á noventa años) nadamás que tres pares de hijos. Admitiendo queno haya ninguna circunstancia que interrumpael crecimiento normal de la población, laestadística nos enseña que un grupo huma-no se dobla, por término medio, en veinteaños; en un siglo, la población humana a©haria, por lo tanto, diez y seis veces mayor.Sabemos, sin embargo, que en realidad, la ci-fra total de la población moderna crece conmucha lentitud, y que el aumento de esta porblacion varía en las diferentes regiones de latierra; así que, mientras las razas europea»; s«propagan por todo el globo, otras razas y hastaotras espacies humanas, están tocando á sucompleta extinción, lo cual se observa, de unamanera evidente, en los Pieles-rojas de América-y en lo» negros aborígenes de la Australia. Aúncuando aquellos pueblos se reprodujesen tantocomo los de la raza blanca europea, tarde ótemprano sucumbirían ante esta última, en lalucha por la existencia que entre ambas estáentablada. ISin embargo, en la raza humana,como en todas, el máximun de la poblacióndesaparece en los primeros tiempos de la exis-tencia, por lo cual se verifica que, de la enormecantidad de gérmenes que cada especie pro-duce, sólo muy pocos consiguen desarrollarse,y ai\n, entre estos últimos, aólo hay una pe-queñísima parte que llega á la edad de la rer-produccion.

De la desproporción que existe entre el enor-me escedente de los gérmenes orgánicos y elpequeñísimo número de los individuos privile-giados que existen al mismo tiempo, resultanecesariamente aquella lucha, aquella guerra,

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336 REVISTA EUROPEA.—15 DE SETIEMBRE DE 1 8 7 8 . N.*338aquel incesante y encarnizado combate por laexistencia, cuyo cuadro he bosquejado en lalección sétima. La lucha por la existencia efectúa la selección natural, utiliza él resultadocombinado de la adaptación y de la herencia,y trabaja de este modo .en la continua trans-formación de todas las formas orgánicas. Eltriunfo en la lucha para obtener las condicionesnecesarias á la existencia es el • resultado obte-nido por los individuos dotados de alguna ven-taja particular, de alguna propiedad útil, deque están privados sus competidores. Es indu-dable que sólo en un corto número de casos,presentados en los animales y vegetales quemejor conocemos, podemos formarnos una ideaaproximada de la combinación infinitamentecompleja de los numerosos fenómenos que en-tran en juego en la lucha por la existencia.Esto se comprende perfectamente con solo pen-sar en las relaciones infinitamente variadas ycomplicadas que existen entre cada hombre ylos demás individuos de la especie, ó entre elhombre y el mundo exterior. Pues análogas re-laciones existen, entre los animales y vegetalesque viven en un mismo lugar, los cuales ejercenuna acción mutua, activa ó pasiva, los unossobre los otros.

Todo animal, como toda planta, lucha direc-tamente con un número mayor ó menor de ene-migos, con los animales de presa, con los pará-sitos, etc.; las plantasque vivenjuntas, se dispu-tan el espacio necesario, á sus raíces, la cantidadde aire, de luz, de humedad; y los animales deuna misma localidad entablan una lucha por losalimentos, el lugar de habitación, etc. Cualquierventaja personal ó cualquier superioridad indi-vidual pueden, por pequeñas que sean, inclinarla balanza en esta guerra tan encarnizada ycompleja en íavor del que las posea, cuyo pri-vilegiado individuo triunfa y se reproduce,mientras que su contrario sucumbe antes de ha-ber logrado hacerlo. La ventaja personal queha dado la victoria es legada á la descendenciadel vencedor, y, por virtud de un perfecciona-miento ulterior, puede aquella ventaja darnacimiento á una nueva especie. Las variadasrelaciones que existen entre los organismos deuna misma localidad, y que debemos conside-rar como las condiciones de la lucha por la exis-tencia, nos son, en eumayor parte, desconoci-das, y con frecuencia sucede que hay gran difi-

cultad en descubrirla»; así que solo laa podemosestudiar en cierta medida y en un número decasoa muy reducido, como en él que cita Dar-win, de la relación que existe entre loa gatos yel trébol rojo en Inglaterra. El trébol rojo {tri-foliwm pratense) que es el forraje más buscado enInglaterra para el ganado, necesita, para fruc-tificar, ser atacado por los abejones, cuyosinsectos, al libar el néctar en el fondo de lascorolas de las flores del trébol, ponen el polvopolénico en contacto con el estigmata, y deter-minan así la fructificación de la flor, que sinesta circunstancia no llegaría á verificarse. Puesbien, Darwin ha demostrado experimentalmen-te que si el trébol rojo se preserva de los abe-jones, no produce semillas. Pero el número deabejones depende del do sus enemigos, de loscuales es el más destructor el campañol, tantoque, cuanto más aumenta el número de aquellosratones de campo, menos trébol fecundado hay.Ahora bien, el número de ratones depende á suvez del de sus enemigos, entreloscualeseselpri-mero el gato, por cuya razón los abej ones abundanen los al rede lores de las ciudades en las cuales haymuchos gatos: de donde se dedu ce que el aumen-to del número de gatos favorécela fructificacióndel trébol. Todavía se puede ir más lejos, en-estejemplo, haciendo notar con KarlVogt, que el ga-nado que se alimenta con el trébol rojo, es unode los principales elementos de la prosperidadde Inglaterra, porque los Ingleses es indudableque conservan su vigor corporal é intelectualpor efecto de su alimentación, que, como es sa-bido, consiste en una excelente carne, enbeefsteacks y en roastbeefs de muy buena calidad:debiendo, en gran parte, á una alimenta-ción exclusivamente animal, la preeminenciacerebral é intelectual que tienen sobre las demásnaciones. Pero es evidente que aquella preemi-nencia depende indirectamente de los gatosque persiguen á los ratones de campo. Se po-dria también, como lo ha hecho Huxley, remontarse, de conseeuenciaen consecuencia, parallegar hasta las solteronas que cuidan, con soli-citud yesmero.delos gatos, y desempeñan, porlotanto, un papel muy importante en la fecunda-ción del trébol y en la prosperidad de Inglater-ra. Este ejemplo demuestra que, cuanto másnos elevamos en la serie de los efectos y de suscausas, más aumenta en la naturaleza el campode las influencias y de las mutuas relaciones. Se

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N,'238 E. HAECKÉL.--LA SELECCIÓN NATURAL. fflipuede, pues, afirmar que todos loa aeres orgáni-cos poseen un gran número de relaciones de estaclase, pero que muy pocas veces podemos aper-cibirlas ni abrazarlas en su conjunto, como lohemos hecho en el caso particular que de citaracabo. (1)

Darwin cita otro ejemplo de Correlaciónmuy interesante, á saber; no se encuentran enel Paraguay ni bueyes ni carneros, por más quelos hay en los países limítrofes, al Norte y alSur del Paraguay. Este hecho singular se expli-ca por lo frecuente que es, en aquel país, la pre-sencia de una pequeña mosca que tiene la cos-tumbre de depositar sus huevos en el ombligode los terneros y de los potros, con lo cual oca-siona la muerte de unos y otros. Aquella pe-queña mosca es, pues, la causa de que no hayabueyes ni caballos salvajes en aquella región.Supongamos que la mosca sea destruida por unave insectívora cualquiera, y entonces aquellosmamíferos podrán vivir en grandes rebaños sal-vajes, lo mismo en el Paraguay que en las re-giones vecinas, pero como aquellos animalesconsumirían ciertas plantas en gran cantidad,la flora, y por consiguiente la fauna do aquelpaís, forzosamente serian modificadas; de dondese deduce que toda la economía de la poblaciónhumana, lo mismo que su carácter especial,cambiarían también al mismo tiempo.

Vemos, pues, que la prosperidad y hasta laexistencia detoda unapoblacion, pueden depen-der de una sola y pequeña especie animal ó ve-getal, en la apariencia insignificante. Hay islasen el Océano Pacífico cuyos habitantes deben labaae esencial de su alimentación á una sola es-pecie de palmeras, las cuales tienen por princi-pales agentes de su fecundación á unos insectosque llevan á las palmeras hembras el polen deJas palmeras machos. La existencia de tan úti-les insectos está constantemente amenazada por

(1) Este ejemplo parecerá exajerado; pero convieneteñir en cuenta que, así como de las más pequeñascausas surgen los más grandes efectos, asi, en la mutuadependencia en que viven todos los seres,, hay hechosinsignificantes Que, aisladamente, ningún resultadoproducen, pero que, relacionados conlosdemasfenóme«nos déla Naturaleza, desemp'fian un importantísimopapel en las funciones de los organismos, en los cualesproducen profundas modificaciones. El exacto conoci-miento de aquellas (elaciones será, sin duda alguna,un» de las más grandes é importantes conquistas de lainteligencia humana.—(Nota del traductor.)

TOMO XII

una» aves insectívoras, que á su "vez «on perse-guidas por otras aves de rapiña, las cuales estáflespuestas á los frecuentes ataques de unos peque1

ños aradores parásitos que por millares se alber-gan en su plumaje, y que son deatraidoa por unhongo, también parásito. En este caso, pues, loshongos, las aves de rapiña y los insectos, favo-recen la fructificación de las palmeras, y, porconsiguiente, el aumento de la población; mien-tras que los aradores y las aves insectívoras sonperjudiciales á aquel aumento.

Ejemplos muy interesantes, que sirven par»demostrar los cambios de las relaciones en la la-cha por la existencia, nos presentan aquellaslejanas y desiertas islas oceánicas, en las cua-les los navegantes han dejado, en distintas oca-siones, cabras y cerdos. Hácense salvajes aque-llos animales, y como no encuentran allí ene-migos, se multiplican de tal modo, que la res-tante población animal y vegetal llega á resen-tirse, hasta el punto de quedar la isla casi des-poblada, porque aquellos grandes mamíferos,por efecto de su excesivo número, llegan á en~contrarse sin alimento. Algunas veces suelendejar también los marinos, en aquellas islas ha-bitadas por una población exuberante de ca-bras y de cerdos, una pareja de perros, la cualse encuentra perfectamente con la superabun-dante alimentación que allí tiene, por cuya ra-zón se multiplica rápidamente, causando tangrandes bajas en los rebaños de cabras y cerdos,que al cabo de cierto número de años, acabanpor carecer de alimento los mismos perros, ypor desaparecer de la isla. Así, pues, en la eco-nomía de la naturaleza, el equilibrio de las es-pecies varía sin cesar, según que tal ó cual es-pecie se multiplique á espensas de la otra. Loque sin duda sucede con más frecuencia, es quelas mutuas relaciones de las distintas especie*orgánicas son mucho más complejas de lo quenos parecen;así pues dejo á vuestra imaginaciónel trabajo de figurarse cuáles serán los rodajesinfinitamente complicados que debe poner erijuego la lucha por la existencia, en la superfi-cie de la tierra. El móvil que. en definitiva)hace necesaria esta lucha, y que en todas partesla modifica y le da su especial fisonomía, es elmóvil de la conservación de H mismo, ya se refie-ra á la conservación del individuo (móvil de lanutricios), ya al de la conservad >n de la espe-

i cíe (móvil de la reproducción).

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338 REVISTA EUROPEA.—15 DE SETIEMBRE DE 18T8. N;°"238

De estos dos resortes de la conservación orgá-nica, Schiller, el idealista (observad que no ci-to al realista Goethe) ha dicho lo siguiente:

"Mientras la filosofía no sepa regir el siste-ma del mundo, el mecanismo del Universo somantendrá por el hambre, y por el amorn.

La desigual energía de tan poderosos móviles,hace variar hasta el infinito, en las diversas es-pecies, la lucha por la existencia; y en ella es-triban, á la vez, los fenómenos de herencia ydeadaptación, porque sabido es que podemos rela-cionar con la generación todos lo» hechos de laherencia, y con la nutrición todos los do la adap-tación, y considerar la nutrición y generacióncomo la base material de la adaptación y la he-rencia.

En la selección natural, la lucha por la exis-tencia hace su elección, lo mismo que en la se-lección artificial la hace la voluntad del hom-bre; pero mientras que la última obra con con-ciencia y con arreglo á un plan de antemanotrazado, la primera, por el contrario, obra sinplan preconcebido y sin conciencia de lo que hace.Esta importante diferencia merece ser tenida muyen cuenta, porque nos hace ver cómo los orga-nismos que responden á un fin determinado, lomismo pueden ser producidos por causas mecá-nicas obrando inconscientemente, que por cau-sas finales realizando un plan de antemano pro-puesto. Los productos de la selección naturalestán tanto, ó á veces mejor, adaptados á un ob-jeto dado, como los de la industria humana, ápe-sar de no deber su origen á una fuerza creadoraque se propone realizar su plan, sino á fenóme-nos mecánicos, inconscientes, y de ningún mo-do combinados. El que no haya meditado condetención en la acción combinada de la heren-cia y adaptación bajo la influencia de la luchapor la existencia,» difícilmente podrá atribuir áesta forma de la selección natural los efectosque realmente produce; no será, pues, inútil,presentaros rao ó dos ejemplos muy notables dela eficacia de la sección natural.

Para esto, me comparé, en primer lugar, dela selección de los colores análogos, ó de la selecciónde los colores simpáticos, en los animales.

Hace mucho tiempo que ha llamado la aten-ción de los naturalistas el hecho de que muchosanimales toman habitualmente el color del lu-gar en qué habitan. Así sucede que los pulgonesy otros insectos que viven sobre hojas, tienen

generalmente un color verde; los animales delos desiertos, como loa gerbos, el zorro del de-sierto, la gacela, toman frecuentemente el co-lor amarillo, ó amarillo-oscuro, de la arena deldesierto; los animales polares, que viven entreel hielo y la nieve, son blancos ó grises, co-mo la nieve y el hielo, y muchos cambian decolor con las estaciones, tomando, en el verano,cuando la nieve ha desaparecido, el gris-more-no que tiene el suelo sin nieve, para volver á re-cobrar el color blanco en el invierno; y, porúlti-mo, las mariposas y los colibrís, que revoloteanen derredor de las flores matizadas de vistososcolores, también se parecen á ellas en su colo-ración. Darwin explica estos singulares hechosde la manera más sencilla, con sólo fijarse enlo útil que es á un aniniinal tener el mismocolor que el lugar de su habitación; porque, sies animal de presa, puedo aproximarse á la cazay sorprenderla con más seguridad y menos pro-babilidades de ser descubierto por sus víctimas,las cuales, á su vez, pueden ocultarse tanto mejorcuanto más se parezca su color al del medio enque viven. Si una especie animal cualquiera tienemuchos colores, los individuos pertenecientes ála misma cuyo color difiera menos del de su ha-bitación, serán los más favorecidos en la luchapor la existencia, puesto que pueden pasar des-apercibidos, conservarse y reproducirse, lo cualno sucede á las Variedades ó individuos delmismo color, que acaban necesariamente porperecer.

He hablado de esta selección de los coloresanálogos, con objeto de explicar la singularsemejanza que con el agua tienen los animalespelágicos translúcidos, que viven en la superfi-cie del mar, los cuales son azulados, ó completa-mente incoloros y trasparentes como el cristal.Estos animales incoloros pertenecen á las másdiferentes especies. Así, en los peces, se puedenci t ar, entre los que poseen aquella parti cularidad,á los helmintidos, cuyo cuerpo es tan trasparen-te, que se pueden leer á su través los caracteresde un libro; en los moluscos, los pteropodos ylos carinarlos; en los gusanos, los Salpas, Alcio-pe y Sagitta, y además un gran número de crus-táceos marinos, y la mayor parte de las medu-sas y de los Beroós. Todos aquellos animalespelágicos, que nadan en la superficie del mar,son vitreos, trasparentes, incoloros como, el .agua;pero las especies más parecidas á ellos, que vi

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N.' 238 £. HAECKEL.—LA SELECCIÓN NATURAL. 339ven en el fondo del mar, aon coloradas y opacascomo los animales terrestres. Todos estos hechostan notables se explican tan perfectamente porla selección natural, como la coloración simpá-tica de los animales terrestres. Los antepasadosde los animales marinos, que eran más incolorosy más trasparentes, eran los más favorecidos enlajucha por la existencia que también se entablaen la superficie del mar; podian, pues, aproxi-marse á su presa todo lo posible sin ser aperci-bidos, y apenas eran vistos por sus enemigos, porcaya razón podian conservarse y reproducirsecon más facilidad que sus semejantes más colo-reados ó más opacos; y, por último, en virtudde la adaptación y de la herencia acumuladasdurante una larsja serie de generaciones, llegósu euerpo á ser tan trasparente é incoloro,*comoen la actualidad lo es en estas clases de anima-lea marinos tan notables (Morf. gen., ¡I, 2-42).

Otra selección no -menos interesante que lade los colores análogos es aquella especia] selec-ción natural, llamada por Darwin selección se-xual, y que explica el origen des lo que se llama^caracteres sexuales secundarios, M Recordareisque ya me he ocupado de estos caracteres se-xuales de segundo orden, tan instructivos porJantos conceptos, habiendo dado esta denomi-nación á las particularidades de los animales yplantas heredadas solamente por uno de los se-xos, y que no tienen una estrecha relación con lafunción generadora en sí misma.

Los caracteres sexuales secundarios son muyfrecuentes en los animales. Todos conocéis lanotable diferencia que existe en muchas avesy mariposas de uno y otro sexo. Lo más fre-cuente es que el macho sea de mayor tamaño ytenga un aspecto más hermoso, y suele tambiéntener armas ó adornos particulares, como el es-polón y la cresta del gallo, las astas de los ma-chos del ciervo y corzo, etc. Ninguna de estasdiferencias sexuales tiene relación inmediatacon la generación, ni con los caracteres sexualesprimarios, ó sean los órganos sexuales propia-mente dichos, que son la verdadera condiciónde. Ja generación.

; Oftrwih explica la existencia de estos earac •léiéb 'sexuales secundarios, invocando simple-memfceila (selección que se verifica en la mismageneración. El número de individuos de ambosseíiés;esj'.«n la mayor parte de los animales, más6 mdnm desigual, aaí que, ó bien hay un exceso.

de machos, ó lo hay de hembras; y, en la épocadel celo, siempre hay una lacha entre los riva-les de un sexo para poseer á los del otro. Todoel mundo sabe con qué ardor y con qué encarni-zamiento so entabla la lucha, especialmente enlos animales superiores, como son los mamíferosy las aves. En las gallináceas, en que un gallotiene muchas gallinas, se vé á los rivales hacer-se una guerra encarnizada para aumentar en loposible su harem, y lo mismo se observa en mu-chos rumiantes, como los ciervos y los corzos,cuyos machos, en la época del celo, libran terri-bles combates para disputarse la posesión de lashembras. Según Darwin, el carácter sexual se-cundario que distingue al macho de la hembra,es el resultado de aquellas luchas; y en este ca-so, el motivo determinante de la guerra, no es,como en la lucha por la existencia individual,la conservación de sí mismo, sino la conserva-ción de la especie.

De este modo han sido adquiridas por losanimales muchas armas ofensivas y defensivas,entre las cuales se puede con toda seguridadcitar, la melena del león, que no tiene la leona,y que es un eneas medio de protección contralas mordeduras que los leones tratan de inferir-se en la región del cuello cuando se baten porlas hembras, por lo cual, los machos que tienenla melena más fuerte, son los que con más fre-cuencia llevan la ventaja en esta rivalidad se-xual. La papada del toro y el collar de plumasdel gallo son armas defensivas, análogas á lasanteares. Las astas del ciervo, las defensas deljabalí, el espolón del gallo y el desarrollo de lamandíbula superior del escarabajo macho, son,por el contrario, armas ofensivas; y unos y otrosaparatos sirven para alejar á los contrincantes,en los casos de rivalidad y lucha entre los ma-chos, por ias hembras.

En los casos que acabo de citar, la guerra deexterminio entre los rivales, da nacimiento in-mediatamente á los caracteres sexuales secun-darios; pero además de aquella lucha directa,existe también en la selección sexual, una lu-cha indirecta de gran importancia, que provocaen los rivales modificaciones no menos interesantes, la cual consiste, principalmente, en que elsexo que solicita los favores del otro, trata deagradarle, ya por la riqueza de sus adornos, yapor su belleza, ya por los melodiosos acordes desu voz. Darwin opina que los agradables trinos de

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las avescanorasno tienen otro orígenque aque-lla rivalidad: En muchas avos canoras celebranlos macho» un verdadero torneo musical cuandoluchan,onla época del coló, por la posesión délashembras, en presencia de las cuales entonan, reu-nidos en gran número, sus mejores cantos, hastaq ue la hembra elige por esposo al que más leagrada. Otros se alejan solitarios al interior delos bosques, y allí modulan sus variados trinospara atraerá las hembras, las cuales acaban porir en busca del cantor que de aquel modo hasabido seducirlas. Un torneo musical análogo,aunque menos melódico, se entabla entre lascigarras y los saltamontes. Sabido es que losmachos de las cigarras llevan en el abdomendos especies de tambores que producen los estridulantes sonidos que los griegos apreciabanen tanto grado; y que los machos de los salta-montes frotan sus élitros con las patas posterio-res, como se hiere un violin con el arco, ó ha-cen que un élitro rasque al otro, produciendo,en ambos casos, est adulaciones poco melódicaspara nosotros, pero que agradan tanto á lashembras, que. buscan con afán á los mejoresviolinistas machos.-

Hay otros insectos y otras aves, en que no esel canto, ni un ruido musical cualquiera lo queagrada á uno de los sexos, sino la belleza y lagallarda presencia. Así vemos que, en la mayorparte do las gallináceas, el macho se distinguepor su cresta, ó por una magnífica cola que seextiende en forma de abanico como la del pavoy la del pavo real. La preciosa cola del ave delparaíso es también un adorno exclusivo del sexomasculino. En otros insectos, como sucede á lasmariposas, los machos se distinguen de las hem-bras por caracteres especiales. Todos aquellosadornos son evidentemente productos de la se-lección natural; y como las hembras carecen deaquellos medios de seducción, debemos deducirque los machos los han ido adquiriendo lenta-mente por el hecho de la rivalidad, y para agrádar á las hembras, en los lugares en donle estaspodiansescoger á su antojo entre ellos.

Fácil es hacer extensiva la aplicación de taninteresante dato á la especie humana, en la cuallas mismas causas han contribuido, sin dudaalguna, á crear los caracteres sexuales secunda-rios. Los rasgos característicos del hombre y dela mujer deben, ciertamente, su origen, en granparte, a la selección sexual del sexo contrario.

En la antigüedad, en la Edad Media, y sobretodo en la romántica edad de la caballería, solíahacerse la elección de esposa por medio de laíivalidad inmediata, por los duelos y los tor-neos, apoderándose el más fuerte de la doncellaobjeto de la contienda. En nuestra época, por elcontrario, los rivales prefieren la competenciaindirecta; así so ve, que, ennuestras tan civiliza-da» sociedades, se combate á los competidorescon la música vocal é instrumental, ó con ven-tajas naturales como la belleza, ó con atractivosartificiales. Pero de todas estasdi versas formas deselección sexual es la más noble la selección psí-quica, en la cual las ventajas intelectuales de unode los sexos, son motivos que determinan la elec-ción en el otro. Cuando el hombre, que ha re-cibido*el más alto grado posible de cultura in-telectual, se determina, en una serie de genera-ciones, á elegir ala compañera de su vida porel atractivo de las cualidades morales, que hade heredar su descendencia, contribuye con estemedio, más poderosamente que con cualquier •otro, á profundizar el abismo que en el dia nossepara de los pueblos no civilizados, y de nues-tros antepasados animales. Lo que sobre todotiene gran importancia, es el papel que desem-peña la selección sexual, así ennoblecida, y ladivisión progresiva del trabajó entre los dos se-xos, en las cuales, en mi concepto, no hay másremedio que ver una de las causas primeras ymás poderosas del origen filático y del desarrollohistórico del género humano. (Morf. gen. II ,247). Habiendo tratado Darwin este asunto dela manera más ingeniosa, y habiéndolo ilustradocon los más notables ejemplos, en la interesan-te obra que ha publicado en 1871, "sobro la des-cendencia del hombre y la selección sexualn osrecomiendo la lectura de aquel libro, si queréisconocer más detalladamente este importantepunto.

Permitidme ahora que dirija una mirada á lasdos leyes fundamentales orgánicas, tan impor-tantes, demostradas por la teoría de la selección,y que son las necesarias consecuencias de laelección natural en la lucha por la existencia,cuyas leyes son: la ley de la división del trabajoó de la diferenciación, y la, ley del progreso ó delperfeccionamiento. Hace mucho tiempo que seha comprobado experimentalmonte la acciónque estas dos leyes ejercen en la evolución tós-ióriea, en la anatomía comparada de los anima

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N.° 21 E. HAECKEL.—LA SELECCIÓN NATURAL.

les y plantas, y en el desarrollo individual, pero

los naturalistas se inclinaban entonces á hacer-las depender de una fuerza creadora directa,afirmando que, en el plan del creador, estabaprevisto que, en el trascurso délos siglos, debianlas formas multiplicarse) y perfeccionarse más ymás. Es evidente que habremos dado un granpaso en el conocimiento de la naturaleza, si, des-entendiéndonos de aquella teleológica y antro-pomórfica opinión, llegamos á demostrar quelas des leyes de división del trabajo y de perfec-cionamiento, son los necesarios resultados délaselección natural en la lucha por la existencia.

La primera gran ley que inmediatamente sederiva de la selección natural, es la ley de diferenciacion, comunmente designada con la denominacion de ley de división del trabajo ó polimor-fismo, (Morf. gen., II, 249), con cuya frase que-remos indicar la tendencia general do todos loaseres orgánicos á desarrollarse gradualmente,aunque de un mode desigual, separándose sincesar de su primitivo y común tipo. La causade esta tendencia general á la variación, y porconsiguiente á la producción de formas deseme-jantes que proceden de elementos semejantes, sodebo.simplemente, en el concepto de Darwin, ála circunstancia de que, la lucha por la existen-cia entablada entre dos organismos, es tantomás encarnizada, cuanto más análogos son eluno y el otro. Este os un hecho muy sencillo ymuy importante, pero casi desconocido de lageneralidad.

Cualquiera comprendo que, en un campo deuna extensión determinada, pueden existir, allado de los cereales de antemano sembrados, ungran número de malas yerbas, las cuales na des-arrollarán en el mismo lugar en que los cerealesno pueden prosperar. Los espacios áridos y es-tériles de aquel campo, en los cuales no puedevivir ni un solo pié de los cereales, bast?n, sinembargo, para alimentar las malas yerbas dodiferentes especies; y cuanto más difieran estasentre sí, cuanto menos semejantes sean los in-dividuos que viven en aquella comunidad, enmejor estado de adaptarse á las diversas modifi-caciones del suelo, se han de encontrar las ma-las yerbas. Otro tanto sucedo con los animales,los cuales es evidente que pueden coexistir me-jor en un distrito en que sean de diferente na-turaleza, que en otro en él que todos sean se-mejantes. Hay árboles, como las encinas, en

las cuales pueden, vivir reunidas doHCÍent:«sespecies diferentes de insectos, porque losunos se alimentan de los frutos del árbol,los otros de las hojai, éstos de la corteza,aquéllos de las raíces, y así sucesivamente. Perosi todos aquellos individuos fuesen, déla mismaespecio, seria de todo punto imposible que vi-viesen sobre el mismo árbol, porque teniendotodos ellos una misma alimentación, la corteza,por ejemplo, claro es que no bastaría toda ladel árbol para satisfacer las necesidades de unnúmero tan grande de individuos. Pues lo mis-mo se verifica en la sociedad humana. Para queviva un número dado de obreros en una peque-ña ciudad, es preciso que cada uno ejerza dis-tinta profesión. La división del trabajo, quetan útilísima es á la comunidad y á cada indi-viduo en particular, es una consecuencia inme-diata de la lucha por la existencia, y de la se-lección natural; y así se observa que los anima-les se entregan tanto menos á esta lucha, cuantomayor es la diferencia que existe en la activi-dad, y por consiguiente en la forma de los indi-viduos, porque es natural que la diversidad delas funciones reaccione sobre la forma, modifi-cándola; y la división fisiológica del trabajo,envuelve necesariamente la diferenciación mor-fológica, ó "la divergencia de los caracteres.»

Os ruego que tengáis en cuenta que todas laaespecies orgánicas son modificables, y tienen lafacultad de adaptarse á las condiciones locales;por lo cual las variedades, las razas de cada-especie, en virtud de las leyes de la adaptación,se separarán tanto más de la forma primitivaoriginal, cuanto más diferentes sean las nuevascondiciones á que deben adaptarse. Represen-temos, pues, las variedades] que han servido detipo fundamental común, por un haz ramifica-do: es indudable que cuanto más distantes estéiiunas de otras las variedades, cuanto más seacerquen á los extremos de la serie ó á los ladosopuestos del haz, tanto mejor podrán vivir jan-tas y con mas facilidad lograrán reproducirse;ocupando, por el contrario, las formas medias;

la más desventajosa situación en la lucha porla existencia.

Las condiciones necesarias de la vida son lomás desemejantes en las variedades extremasque están más separadas entre si, por consi-guiente, aquellas variedades están menos ex-puestas á tener serios conflictos en la guerra pox

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la existencia; pero las formas intermedias, lasque menos difieren del origen común, participanmás ó menos de las mismas necesidades queaquel tiene, y están por lo tanto reducidas áluchar con más desventaja, en la competenciaentablada con motivo de aquellas necesidades.Si, pues, viven juntas en un lugar de la tierra,las numerosas variedades de una especie, lasformas extremas ó más divergentes son* las quepodrán coexistir con más facilidad que las for-mas intermedias, que están obligadas á lucharcon cada una de las extremas; y el resultadofinal de esta lucha será que laa primeras acaba-rán por sucumbir á los golpes de estas influen-ias enemigas, da los cuale3 las segundas habrán

triunfado. Estas últimas serán, pues, las que per-sistirán, se reproducirán y acabarán por no estarunidas al tipo original por ninguna forma in-termedia . De este modo proceden, de las varie-dades, Ia3 "buenas especies». La lucha para vi-vir favorece necesariamente la general diver-.gencia, la mutua separación de las formas orgá-nicas, y la tendencia perpetua á la formaciónde nuevas especies. Este resultado no es debidoá una propiedad mítica, ni á una misteriosafuerza del organismo, sino á la acción combina-da de la herencia y la adaptación en la luchapara vivir. Por efecto de la extinción de lasformas intermediarias, ó medias, de cada especie,y de la desaparición de los seres de transición,la desviación se acentúa cada vez más, y engen-dra formas extremas, que desde luego declara •mos que constituyen especies nuevas.

Por más que todos los naturalistas debieranadmitir la variación ó mutabilidad de las espe-cie» animales y vegetales, la mayor parte deella, sin embargo, han negado que la variacióny la t.rasformacion de las formas orgánicas pue-dan ir mas allá de los límites de los caracteresespecíficos. Nuestros adversarios se encierransiempre en la siguiente proposición "Sean cua-les fueren las diferencias que separen á las va-riedades de una misma especie, nunca lleganéataa á diferir entre sí tanto como difieren do9

verdaderas "buenas especies." Esta afirmaciónque ordinariamente ponen los adversarios deDarwin al frente de sus demostraciones, es detodo punto insostenible porque carece de fun-damento. Esto os parecerá evidente en el mo-mento en que hagáis una pequeña crítica com-parativa de laa diversas definiciones que se han

tratado de dar de la idea de especie. ¿Qué puedeser una "verdadera y buena especie" fbona spe •ciesj] Hé aquí una cuestión, á la cual ningúnnaturalista sabrá responder, por más que todosloa clasificadores emplean continuamente aque -Ha expresión, hasta el punto de poder llenaruna biblioteca entera, nada más que con los li-bros que se han escrito para determinar si tal ócuál forma observada es una especie ó una va-riedad, ó si es una buena ó una mala especie.La respuesta más en uso es la siguiente:, "To-dos los individuos que se parecen en todos loscaracteres esenciales, son de la misma especie.Los caracteres esenciales son aquellos que sonfijos, constantes y que no cambian ni varíanjamás, ti Pero sucede que uno de aquellos carac-teres, hasta entonces considerador como esen-ciales, llega á variar, y en el acto se declaraque el carácter no era esencial á la especie, por-que los caracteres esenciales no pueden variarnunca. Ya veis, pues, que obrar de este modo,es encerrarse en un círculo vicioso; y en verdadque es pasmoso ver como aquella definición, se-mejante á un movimionto en sentido circular,se dá y repite sin cesar en millares de libroscomo una verdad incontestable!

Todos cuantos ensayos se han intentado paraestablecer sólida y lógicamente la idea de espe-cie, han sido completamente infructuosos y taninútiles como el que acabo de citar, lo cual de-pende del fondo mismo de la cuestión, que nopuede dar otro resultado. La idea de especie estan poco absoluta como las ideas de variedad,familia, orden, clase, etc. Este punto lo he de-mostrado esplícitamente al hacer la crítica dela especie en mi Morfología general fMorf. ge-neral, II, 323-364); no he de perder, por lotanto, el tiempo en repetir tan enfadosa demos-tración; pero tampoco dejaré de ocuparme deeste asunto sin haber dicho algunas palabrasacerca de la relación que existe entre la especiey los híbridos. Se ha admitido como un dogmala proposición que establece que dos buenas es-pecies nunca pueden, al cruzarse, engendrar unproducto fecundo; y se han citado siempre, comoejemplos que apoyan esta opinión, los híbridosde caballo y asno—las muías y los mulos—que,efectivamente, muy rara vez se reproducen; peroestá demostrado que aquellos híbridos estérilesson raras excepciones, y que en la mayor partede los casos, los híbridos son fecundos y pueden

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reproducirse y cruzarse casi siempre con éxito,ya con una de las dos especies madres, ya sim-plemente entre ellos. Este cruzamiento puede,sin embargo, en virtud de las leyes de la "he-rencia mixta,ii dar origen á formas enteramen-te nuevas.

El hibridismo puede, efectivamente, dar naci-miento á nuevas especies; y es este un nuevo ma-nantial de especies completamente distinto dela selección natural que hasta ahora hemos exa-minado. He citado, de paso, algunas de estasespecies hibridas, y en especial los lepóridos,(Lepus Darwinii) procedentes del cruzamientode la liebre macho con una coneja; la cabra-oveja füapra ovinaj resultado de la unión delmacho (cabrío y de la oveja; y además variasespecies *lo cardos (cirsicum) de escaramujos(BubusJ, etc. Posible es, como ya lo admitíaLineo, que muchas especies salvajes hayan sidoproducidas de esta manera; pero sea de esto loque fuere, aquellos híbridos que se conservan yreproducen como si fueran verdaderas especies,demuestran que el hibridismo de ninguna ma-nera puede servir para, caracterizar la idea dela especie.

Las tentativas, tan numerosas como inútilea,hechas para determinar teóricamente la idea deespecie, no ejercen ninguna influencia sobre ladiferenciación práctica de las mismas. La diver-sidad que existe en la apreciación práctica de ladea de especie, tal y como aparece en la zoologíay botánica taxonómicas, es muy apropósito parademostrar hasta qué grado llega la humanalocura. La mayor parte de los zoólogos y botá-nicos han tratado hasta aquí, en la determina-ción y descripción de las diversas formas ani-males y vegetales, de distinguir claramente lasformas próximas, habiéndolas llamado "buenasespecies; ii pero casi nunca se comprueba queaquellas "buenas y verdaderas especksn esténclara y lógicamente distinguidas; y muy raravez se vé á dos naturalistas estar de acuerdo aldecir, cuáles son y cuáles no son, las formasparecidas de un mismo género que constituyenlas buenas especies.

Todos los autores aprecian, de distinto modoesta cuestión. En el género Hieracium, que esuno de loa géneros vegetales más comunes deEuropa, se han señalado solamente en Alema-nia más de trescientas especies; sin embargo, elbotánico Fríes no admite más que ciento seis;

Loch sólo enumera cincuenta y dq» "buenasspeciean, y hay algunos que no admiten más

que veinte. Las mismas divergencias existen enlos escaramujos (Bubus), do cuyo género haybotánicos que señalan más de cien especies,otros que solo admiten la mitad, y otros queno distinguen más que la quinta ó la sextaparte. Hace mucho tiempo que son conocidascon gran exactitud las aves de Alemania; pues,:á pesar de esto, Bechstein, en su meditada orni-tología de Alemania; señala 367 especies; L.Reichenbach ha contado 379; Meyer y Wolff406, y otro ornitologista, el pastor Brehm, admite más de 900.

Ya veis, pues, que en estos grupos, comomlos restantes de la taxonomía zoológica y botanica, reina la más lamentable confusión, lo eualconsiste en la misma naturaleza del asunto, por-que es completamente imposible distinguir lasvariedades y las razas de las llamadas "buenasespecies". Las variedades son especies que princi-pian. De la variabilidad ó facultad de adapta-ción de las especies, resultan necesariamente,bajo la influencia de la lucha por la existencia,la diferenciación, siempre creciente, de las va-riedades, y la perpetua divergencia de formasnuevas; y cuando, merced á la herencia, «e hanconservado aquellas formas durante cierto nii-mero de generaciones, cuando se han extingui-do las formas medias, entonces es cuando s*eforman "nuevas especiesn independientes. Elorigen de estas nuevas especies por la divisióndel trabajo, y la divergencia ó diferenciación dfe-IÍIB variedades, resulta necesariamente de la se-lección natural.

Otro tanto se puede decir de la segunda de lasgrandes leyes que directamente deducimos de laselección natural, la cual está muy próxima í laley de divergencia, por más que no sea idénticaá ella, y que he llamado Ley de progreso ó de. per-feccionamiento (teleosis) (Morf. gen. II¿ 257).Esta grande é importante ley, lo mismo qu* lade diferenciación, hace mucho tiempo que sehabia establecido empíricamente por la paleon-tología, y antes de que la selección natural, des-cubierta por Darwin, nos hubiera permitido ex-plicar sus causas. Casi todos los más distingui1-dos paleontólogos han formulado la ley detfnrorgreso como el resultado más general de sus in-vestigaciones sobre los fósiles y su sucesión his-tórica . Esto lo ha hecho, entre otros, el sabio

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Bronn, cuyos trabajos aobre laa leyes de forma-ción y desarrollo de los organismos, son, aunquepoco apreciados, excelentes y dignos de la mayorconsideración. Loa resultados generales relativosá las leyes de diferenciación y progreso á queBroom ha llegado, nada más que por la vía delempirismo, después de muchas y muy asiduas,tenaces y concienzudas investigaciones, vienen áser la evidente confirmación de las dos grandesleyes que he formulado como las necesarias con-secuencias de la selección natural.

Apoyada en la observación paleontológica, laley de progreso y de perfeccionamiento com-prueba el hecho capital de que, en todas las épo-cas de la vida orgánica de la tierra, lia habidouna progresión creciente en el grado de perfec-ción de los sores orgánicos. Desdo la época,perdida en la noche de los tiempos, en que lavida se inició en nuestro planeta con la pro-ducción ospontánea de las maneras, todas lasclases de organismos se han perfeccionado ensu conjunto y en sus detalles; habiendo alcan-zado un grado mayor de desarrollo en cada eta-pa, á la vez que se asociaron siempre de un pro-greso en la organización y en la multiplicación,cada vez en aumento. Cuando más se profun-diza en las capas geológicas, en que están su-mergidos los restos de los animales y plantasextinguidos, más antiguos son estos, y más sen-cillez, uniformidad é imperfección hay en laconformación de los mismos; lo cual es tan evi-dente en los organismos en general, como entodoa los grupos, grandes ó pequeños, de seres,escopcion hecha de aquellas formas retrógradas,aisladas, de las cuales más adelante he de ocu-parme.

En confirmación de esta ley, me limitaré ácitaros el más importante de todos los gruposanimales, él de los vertebrados. Los más anti-guos restos de vertebrados fósiles conocidos,pertenecen á los más inferiores grupos de lospeces, después de los cuales vinieron los anfi-bios, tipos ya más perfeccionados, los reptiles, yen una época más reciente, las clases de verte-brados de una organización superior, como sonlas aves y los mamíferos. Los primeros mamí-feros que han aparecido pertenecen al tipo másimperfecto é. inferior, al de los mamíferos sinplacenta ó marsupiales; má9 tarde vinieron lasmamíferos completos, ó con placenta; últimamente aparecieron, entre estos últimos, en pri-

mer lugar, los tipos más imperfectos, á los cua-les siguieron los tipos superiores, hasta que, alfin de la época terciaria, evolucionó el tipo ma-mífero, llegando poco á poco hasta el hombre.

Si se estudia el reino vegetal en su evoluciónhistórica, se comprobará también esta loy, y severá que las clases más inferiores ó imperfectasson las que primero han aparecido, presentán-dose el tipo de las algas ó fucus; vino después eltipo da los heléchos (heléchos, cola de caballo,licópodo, etc.) en una época en que aún no exis-tia ninguna planta con flores ó fanerógama, laacuales empezaron á salir más tarde, anuncián-dose con las gymnospermas (coniferas y cicá-deas) que, por toda su conformación, son muyinferiores á las fanerógamas angiospermas, yforman una transición entre los heléchos y lasangiospermas. Estas últimas se desarrollarondespués, y en su principio, no eran más que plan-tas sin corola (monocotileas y monoclamídeas),apareciendo en seguida las plantas corolíferas(diclamídeas). En este último grupo, en fin, lasflores polipétalas preceden á las gamopétalas,cuya organización parec.e más perfecta. Estasucesión no es más que una irrefutable demos-tración de la gran ley de la evolución progre-siva.

Si buscamos ahora la razón de esta evolución,llegaremos exactamente, lo mismo que por loshechos de diferenciación, á la selección naturalen la lucha por la existencia. Representaos,una vez más, el conjunto de los procedimientosde la selección natural, obrando bajo la in-fluencia combinada de las diversas leyes de laherencia y adaptación, seguramente habréisde convenir en que las consecuencias forzosasó inevitables de esta selección son, no sólo laadivergencias de los caracteres, sino su gradualperfeccionamiento. Esto mismo se ve en la his-toria del género humano. Es natural y necesarioque la humanidad avance cada vez más en lavía de la división progresiva del trabajo, y que,en cada rama de su actividad, aspire siempre ánuevos descubrimientos y á nuevas mejoras. Elprogreso tiene por base, en general, la diferen-ciación; por lo tanto, és á su vez, un resultadoinmediato de la selección natural verificada pornía lucha por la existencia u

ERNESTO HAECKEL.(Traducción de Claudio Cuííir»)

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N.* 238 D. BOÍST Y O.VRaERA.3.—TaiNSFORMACIOSSS CÓSMICAS 345

Y NUEVA TEORÍA. DE LA FORMACIÓN DS LA. TIERRA .

II

Poniendo, pues, I09 hechos estudiados en rela-ción con los puntos capitales de la taoria de Laplace, y añadiendo aún que las capacidades parael calórico son directamente proporcionales á lacohesión de I03 cuerpos (1), estoes: que cuantomás coherentes mayor cantidad de calórico gastanen el aumento de cada grado de su temperatura, ósea que mayor esfuerzo es necesario para apartarsus moléculas y hacsr que aumenten sus vibracio-nes, y tendremos que en la gran nebulosa, los pri-meros cuerpos que se habrán eondensado, habránsido I03 que, supuestos en estado liquido ó sóli-do, exigen mayor cantidad de calor para dilatarsey I03 compuestos capaces de resistir mayor tem-peratura: de modo, que en el centro del sol pri-mero, en el de los planetas después, y, por últi-mo, en el de los satélites que se han ido formandocon las peiueñas nebulosas abandonadas por lagran nebulosa primitiva de nuestro sistema, handebido colocarse los cuerpos simples ó compues-tos de mayor resistencia para el calor, y al mismotiempo más coherentes. Y como frecuentementeala mayor cohesión acompaña la mayor densidad,tenemos qus los cuerpos más densos y coherentes,permítaseme decir los más sólidos, ocupan el cen-tro de cada astro.

Ya se comprende la larga lucha que se entabla-ría entre las fuerzas atractiva por un lado y derepulsión por otro, teniendo en cuenta el númerode elementos que entraban en juego, la inmensamagnitud de las acciones por la enorme cantidadde cada uno, y lo dicho al suponer lo que pasabaen el receptáculo en esfera tan reducida. Asimi-lando á las demás las acciones químicas, podría-mos decir que en la luaha, entablada, cuando laatracción vencía, chocaban unos átomos con otros,y el choque engendraba calor que hacia cederparte del terreno conquistado, que así se iba ga-nando y perdiendo, con sólo ser cada yez menorla pérdida, á medida qua la tampsratura délamasa total iba bajando.

Pero aquí donde hemos dicho que había mayorlibertad en los elementos y .una masa inmensa-mente más considerable, las primeras y numero -slsimas partículas condensadas debían servir como

(1) Víase P. Secohi» L'uniti des /orces phyíiques,«egunda edición francesa, píg. 81.

otro3 tantos puntos ó centros de atracción, por sumayor masa, agregando á su alrededor ¡i los nuavos cuerpos que sucesivamente se iban conden-sando; con lo que debia llegar un momento enque además de chocar nueva eantidad de átomoscomo antes, cayesen unos sobre oíros, atrayéndoselos peiazos de astros formados, y como etos pod»-rosi;s choques engendran una cantidad de calorexcesiva, y que basta á veces, no solamante parafundirlos de nuevo, sino aun para volatilizarlos,resulta que á la larga lucha á que hemos asistido,hay que agregar esté nuevo elemento que la eomplica y que da al resultado final una duración taninmensa, que llega á ser verdaderamente incalcu-lable.

Pero en vez de observar las acciones qtie vanpasando en toda la masa, fijémonos en lo que ten-drá lugar eu tre los núcl eos que se hayan formadoen el interior de uñó de los anillos, de e3aa gran-des masas de materia cásmica desprendidas de latotal por el predominio de la fuerza centrífuga.Ya hemos visto que en I03 puntos en que se hanido reuniendo las materias más condensadas, sehan establecido muchos centros de atracción, ycomo á mayor masa mayor fuerza atractiva, esosnúcleo-» deben haber crecido atrayendo hacia sílos nuevos cuerpos que á su alrededor se han idoformando ó contrayendo. Iia3 varias acciones áque hemos visto que estaban sometidos, debenhaber influido notablemente en su velocidad detraslación, y por lo tanto, siendo desigual entreellos, se establecerían una porción de choques que,auxiliando á la fuerza atractiva., reuniesen á lasmaterias de que se trata cada vez en menos nú-cleos aunque de mayor tamaño.' Ya hemos dichoque esos choques, sagun la masa de cada cuerpo ysu veljSeidad, producirían gran desarrollo de calory podrían además acelerar el movimiento de ro-tación del nuevo c lerpo planetario que formaronal juntarse.

Poro como ol calor que el choque engendrase in-fluiría en el cambio da estado de los cuerpos delasteroide de mayor tamaño ó le conmovería, tantomenos, cuanto más considerable fuese la diferen-cia entre el de ambos, y como los productos delcambio sufrido por el menor, desde aquel momen -to formarían parte del otro como atmósfera, comomar ó p3;-factamsnt3 adheridos á su sustancia, contales uniones llegaría un momento en que predo-minase alguno de dichos núcleos, y por su mayorvelocidad y fuerza atractiva llamase á sí á todoslos demás, quedando convertido en uno de losplanetas sin ningún satélite que actualmente co-nocemos.

Antes de llegar este caso, esto es, en el períodoen que varios núcleos van recogiendo la materia

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346 REVISTA EUROPEA.—45 DE SJETIEMBRE DE 1 8 7 8 . N.' 238propia de cada uno de los inmensos anillos, pode-mos considerar á los pequeños planetas que semueven entre Marte y Júpiter. Pasarán probable^mente siglos y siglos antes que estos asteroidespuedan reunirse para formar un solo y grandeeuerpo planetario, que girará aproximadamenteen la misma órbita que hoy ocupan los elementosque se van disponiendo para formarlo.<

Pero en medio de aquella lucha incesante, jcómohabrán nacido y crecido los satélites?

A mi juicio, la hipótesis de Laplace daría exacrta cuenta de su nacimiento, si pudiésemos admi-tir con él que toda la materia del anillo se con-densaba á la vez, formando una nueva nebulosaque snf ria iguales trasformaciones que laprimiti •va; pero ya hemos visto que esto no es posible, yademás tampoco pueden ser los satélites algunosde los núcleos que hayan ido creciendo con inde-pendencia del que ha predominado por su mayordesarrollo, porque entonces no darian vueltas al-rededor de éste, sino que su movimiento seria elde un pequeño planeta.

Pero aun asi es luminosísima la idea de Lapla-ce y muy fundada, pudiéndonos dar cuenta exaeta de la formación de los satélites, con algunasmodificaciones.

Para ello, basta suponer que al irse reuniendolos varios cuerpos planetarios que recoman casiiguales órbitas por proceder de un mismo anillo,podian hacerlo en masas de gran tamaño y veloci-dad enorme, que al chocar un dia, debieron des-envolver una cantidad de calor capaz de volatizargran parte de su mole, si no toda, y como ya he-mos visto que debía acelerarse considerablementeel movimiento de rotación, al mismo tiempo quela resultante de las fuerzas atractiva y centrífugaimpelía hacia el ecuador á una considerable masade materiales; el límite en que se equilibrabanaquellas fuerzas se aproximaba al centro del conjunto, que debía abandonar en forma de anillo ála materia gaseosa que se hallaba más allá de di-eho limite.

Entonces era cuando este anillo, que giraba al-rededor del planeta que le abandonara, se encon-traba en las mismas condiciones en que antes habíaestado el que dio nacimiento á dicho astro. Debian,por lo tanto, condensarse en él las materias y es-tablecerse así varios centros de atracción, quecomo antes eran pequeños planetas, ahora son pe-queños satélites, los cuales, por igual procedimien-to que aquellos, se reunieron para dar al planetafinal que hoy se nos presenta con toda su mágicagrandeza, se irian juntando para formar los saté-lites tal como hoy los conocemos.

Inútil es deeir que así como el primer anilloque abandonó la nebulosa primitiva, sirvió para

formar el planeta que está más distante del centro ó sea Neptuno ú otro más apartado que aúnno conocemos; el primero que sef ormaria alrededorde cada planeta fue también el que produjo el sa-télite que vemos hoy á mayor distancia de cadalino de dichos astros, así ea muy natural que elanillo que vemos hoj en uno de ellos, esté máípróximo á este planeta que ninguno de sus satéli •tes, y tal vez ya haya empezado en él la formaciónde pequeños núcleos que con su lenta condensa-ción y reunión producirán el futuro noveno saté-lite del hermoso Saturno.

Podrá objetarse que siendo esto asi, debieranexistir dos, tres ó muchos satélites, recorriendoaproximadamente las mismas órbitas, y ademássatélites de satélites.

No hay inconveniente en admitir esto, y sihasta ahora no se conocen tales cuerpos, podemossuponer que han pasado desapercibidos para nos-otros por la insuficiencia de nuestros instrumen-tos y el pequeño tamaño que pueden tener dichosastros.

Así como durante mucho tiempo se ignoró queexistían entre Marte y Júpiter una porción de pe-queños planetas, puede ignorarse hoy la existenciade pequeños satélites ó de astros aun más insignificantes que giren alrededor de los satélites cono-cidos.

Ni aun necesidad de admitir su existencia actual, p :es puede haber existido y en los tiemposalcanzados por nosotros hnber pasado ya el período de su reunión, dando el̂ conjunto de nuestrosistema tal como hoy lo conocemos.

Sin embargo, estamos autorizados para suponerque lo que pasa con la Tierra sucederá con los demás elementos de nuestro sistema, y, lo que ahoradigamos con respecto al nuestro, suponemos queocurre también en los demás planetas.

Cualquiera que se entretenga en observar el cie-lo en una noche despejada, notará que general-mente ca la veinte minutos puede ver una ó másestrellas fugaces. Y ¿qué son estas estrellas? Los hechos establecidos nos hicieron suponer que en cadaanillo se formarían una infinidad de pequeñoscuerpos planetarios durante el período de su condensacion, los que girando en órbitas poco distantes del central ó predominante, é influidos susmovimientos por la atracción de éste, poco á pocoirán cayendo como lenta, pero interminable granizada, hasta que todo el primitivo anillo se hu-biese convertido en un solo astro.

La teoría que he desarrollado, no solamente explica, pues, la granizada constante de meteoritos,sino que de ella misma se deduce la existencia detales cuerpos. Sabido es que por su pequeño ta-maño y la velocidad con que chocan, nos libramos

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N." 238 D. BOTET Y CARRERAS.—TRANSFORMACIONES CÓSMICAS 3*1

da tan terrible bombardeo, y en vez de asistir áun espectáculo que inspire terror y nos ponga enpeligro, cuando caen en gran núm3ro, las líneasluminosas que se cruzan en el cielo, constituyenuna distracción curiosa y agradable. Eito dependede que por su gran velocidad, al experimentar laresistencia de los gases atmosféricos, dichos as-teroides se inflaman produciendo tal cantidad decalórico, que se ha calculado es más que suficientepara reducirlos á vapor, de modo que la atmósferaconstituye una magnífica coraza que nos salvacasi siempre de tan gran peligro y sólo deja quecaiga la materia cósmica cuando vuelve á conden-sarse en forma de finísimo polvo que á medidaque vá descendiendo et arrastrado al suelo porlas lluvias y nieves.

He dicho que nos salva casi siempre, porquesabido es que cuando tales meteoritos son de ta-maño muy considerable ó la velocidad con que

, chocan no es muy grande, el calor que desarrollancon su paso por la atmósfera "no es suficiente paraconvertirlos por completo en vapor, y entonces hayuna eaida de bólidos ó aerolitos, que son más fre-cuentes de lo que generalmente se cree, pues noconocemos más que una pequeñísima parte de lasque ocurren, puesto que los mares cubren las trescuartas partes de la Tierra y la pirte sólida ni noseí completamente conocida, ni pueden tenersedatos exactos de todos los puntos conocidos de susuperficie.

En prueba de ello, áuncuandodela teoriase des-prende que cada dia irán siendo más raras laslluvias de dichos cuerpos ó lo que es lo mismo,que antiguamente debían ser más frecuentes yellos sin duda de mayor tamaño, como se conser-van pocos datos de los tiempos antiguos, dejandoá un lado la notable que ocurrió en Sodoma y Go -morra, que fueron destruidas por ella, citaré va-rias lluvias recientes: en 1860 hubo una en elOhío recogiéndose pedazos de 22 '/, kilogramos;en Diciembre de 1866 otra en Cangas de Ónís(Asturias) recogiéndose algunos que llegaban ápesar 11 kilogramos y que fueron analizados porel sabio químico D. José E. deLuanco, catedráti-co de la Universidad de Barcelona; en 1872 lashubo en algunos puntos de Francia en Julio ycerca de Eoma en Agosto, y en otros puntos, ca-yendo alguno de »/3 de tonelada; en Febrero de1875 cayeron mucho3 en Towa (Estados Unidos),recogiéndose más de 100 kilogramos de frag-mentos, que era una pequeñísima parte de loscaídos, por fin, en las costas de Groenlandia seha descubierto hace poco uno que pesa 25 tone-ladas.

La caida de tales meteoritos no indica sino quesigue el proceso de la formación de la Tierra, por

adición de nuevos restos dal anillo de mataríanebulosa que le ha dado orígan, y las estrellas fu-gaces demuestran que algunos da esoi mjoaoriÉOj»on muy pequeños ó casn con velocidad sufioientapara engendrar calor en tal grado, que logra disi-parlos en forma gaseosa.

Sin embargo, si podemos suponer que to¡loa ó,la mayor parte de los bólidos llegan al suelo sondebidos á esta causa, no podemos decir lo mismocou respecto á las estrellas fugaces. Las que engran numeróse han visto en algunos años en losmeses de Agosto y da Noviembre, son producidaspor el paso de dos cometas-periódicos cuyas órbi-tas elípticas cortan á la de la Tierra, y como loscometas son grandes agragados de meteoritos, al:atravesar la Tierra por uno de ellos, sufre las des-cargas ó choques de los que encuentra á su pasó ,según dice un autor, lo mismo que una bala rasaque atravesase por un emjambre de mosquitos.

Ahora bien, las observaciones recientes parecenprobar aue no hay comunidad de origen entre loscometas y la materia que forma nuestro sistemaplanetario (l), y como por otra parte Keplero de-claró que en el espacio hay tantos como peces enlos mares, y Arago apreció en más de 17 millonesel número de cometas que atraviesan el sistamasolar, resulta que aquella materia procedaute dala nebulosa primitiva, va juntándose po«io 4 posócon materia cósmica que se cruza contínuamantaen las profundidades del espacio.

III

Para comprender lo dicho, es preciso que nosocupemos un momento de los cometas.

La súbita aparición de tales fenómenos inspirótanto terror en los pasados tiempos, que á ella seatribuyeron los males que afligían á la humani -dad coincidiendo con aquellas apariciones ó semiraban como anuncios de grandes catástrofes.

A causa de un trabajo que sobre ellos escribióLagrange, Francia entera se alarmó creyendo queel célebre matemático anunciaba el choque de laTierra con uno de aque'los temidos cuerpos ce-lestes, y desde entonces se estudió lo que pagaríacuando chocasen.

Para desvanecer el terror primitivo, se exagerótanto en sentido contrario, que á pesar de que elmismo Arago tuvo que confesar que reflejaban 1»luz del Sol, se llegó á decir que eran mino* quenada, como se deducía de los cálculos presenta-dos á la Academia de Ciencias da París por Ba-binet, y se suponía que pesaban tan solo una»cuantos onzas, sustancias que abarcaban en él

(1) Seoohi, obra citad», página 583.

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348 REVISTA ..EUROPEA.—15 DE SETIEMBRE DE '1878. N.° 238

espacio la-enorme extensión de, millones de le-guas.

Aún recientemente se ha querido dar á tal h i -pótesis un valor positivo por uno de los físicosde más fama de nuestros tiempos, por el popularTyndall, apasionado de sus estudios sobre las nu-bes ó precipitados actínicos.

La cola y aún el núcleo de un cometa permitenyer estrellas de pequeña magnitud, luego, se dijo,deben estar constituidos por una sustancia ga-seosa tennísima, única que puede permitir el pasoá través de ella de los débiles rayos luminosos detales estrellas.

Esta base ge aceptó como definitiva con bastan-te ligereza, sin pensar que los cometas dañan pasoá la tenue luz de tale9 estrellas, aún cuando estu-viesen constituidos por materia completamenteopaca, con tal que ésta no fuese continua y tuviesea como tienen sus partes constituyentes, unavelocidad enorme.

Conocida es de todos los que se han ocupado delos efectos de la luz, la persistencia en la retinade las impresiones luminosas por cierto tiempo;pues bien, esa persistencia hace que puedan pasarcoa gran velocidad por delante de un foco de luzmuchas materias opacaa no eontlnuas, sin que seexperimenten, como podría suponerse, intermi-tencias en la visión del foco.

Cualquiera puede tener una seguridad completade estos hechos, verificando un sencillo experi-mento que yo he querido repetir por centésimavez en el momento en que escribo estas líneas.Para ello basta tomar un disco de cartón comple-tamente opaco, pintado de negro, y hacerle variascortaduras, dejándolo convertido en una estrellade muchos radios, con un agujero en el centropara introducirle un cilindro de madera que sirvade eje. Haciéndolo girar rápidamente delante deun foco luminoso, la imagen de éste se vé de unmodo continúo desde el instante en que la velo-cidad del movimiento es algo considerable, sinque el foco de luz haya de ser muy intenso, puespasa lo mismo aunque sea débil y se ven á travésdel disco, que puede tener la forma de una ruedade carro, aún k>3 objetos que vemos por la luzdifusa.

Esto nos demuestra que sólo por considerar con-tinua la sustancia de los cometas, se pudo asegu-rar que estaba en tan notable grado de enrareci-miento, aun cuando el que nos mandase la luzdel Sol reflejada, debia hacernos suponer que te -nia materias en estado sólido. Por ésto, á pesarde tales afirmaciones, se ha visto que los cometaspueden considerarse como enjambres de meteo-ritos, y si no habia bastante seguridad, se ha po-dido tener completa después que el choque del

cometa de Biela con la Tierra en 27 de Noviembrede 1872, se vio convertido en una bellísima lluviade estrellas fugaces.

Algunos autores han afirmado solaments quelos meteoritos recorrían iguales órbitas que loscometas ó que formaban parte de ellos, pero otrosmás decididos, aseguran que éstos son agregadosde aquéllos.

Así Glaisher leyó en el congreso de Beltast unaMemoria, en nombre del comité para el estudio delos meteoros luminosos, en que hace constar que loserrantes parecen recorrer los mismos camin©3 ce-lestes que los cometas.

Secchi dice que aquellos siguen el curso de uncometa periódico que forma parte de su sistema.Sehiaparelli y Le Vefrier casi han demostradoque los enjambres de meteoritos forman parte dela materia cósmica de los cometas.

"Suponen varios astrónomos, dice Huelin, (1)que por distintas órbitas alrededor del Sol giranmasag ó nubes da polvo cósmico, y que cuando laTierra atraviesa alguna de dichas nubes, los cor-púsculos de éstas, al entrar en la.atmósfera terrestre se encienden en virtud del frotamiento quese verifica, produciendo la manifestación de lasestrellas fugaces..!

nEl diluvio de estrellas fugaces ds 27 de No-viembre de 1872, dice en otra parte (2), fue obser-vado en casi toda Europa, formando época me-morable en la historia de este linaje de investi-gaciones. Varios astrónomos calcularon que laTierra tardó el 27 de Noviembre diez horas enatravesar la corriente meteórica ó de polvo cós-mico que produjo la aludida lluvia de estrellas,caminando dentro de dicha comente unas 600mil millas. Empero como la Tierra atravesó talpolvo muy oblicuamente, se deduce que el gruesode dicha nube cósmica, medido según la vertical,tenia 300 mil millas en aquel momento, sin quenada indique que el sitio por donde pasó nuestroglobo fuese el de mayor grueso de la referidacorriente meteórica."

Weiss ha establecido antes que nadie que estascorrientes surgen por disgregarse ó disiparse loscometas, de modo que, según él, éstos engendranlas estrellas fugaces, resultando inexacta la teoríade Sehiaparelli del año 1866 sobre ser dichas es-trellas corpúsculos que corrían asociados á- loscometas.

Más conforme estoy, sin embargo, con Tait, quedice, no que las engendran, sino que ellos mismos,los cometas, son agregados de partículas meteóri-

(1) Véase el "Croniconn Bienio 2.°—tomo 1." pági-na 440.

(2) Por error de imprenta, dice 1873.

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N.* 238 F. MOJA Y BOLÍVAR.—NOTAS DE VIAJE. 349

cas que, al chocar con la Tierra producen tan solouna de esas sublimes lluvias de estrellas frecuen-temente vistas.

Esta opinión ae compagina bien con la teoríaque he establecido, y que hace ver que muchas es-trellas fugaces y aerolitos no forman parte de loscometas, sino que deben recorrer casi la misma ór-bita de nuestro planeta.

Fijémonos, además de tales antecedentes, en loque dice el P. Sscohi en su célebre obra citada. (1)"El cometa de Winneeke, en 1368, presentaba elespectro del Carbono en el carburo CH, (2) ha-biendo sido hallado después el Carbono en muchosaerolitos; estos descubrimientos demuestran quela materia que existe en los confines del espacio,no difiere en su naturaleza de la que manejamostodos los dia3.it

Y luego, en la página 533: "Las observacionesrecientes hechas sobre las estrellas fugaces y suconexión con los cometas, han probado que no haycomunidad de origen entre estos astros y la mate-ria que forma nuestro sistema planetario. Nos-otros hemos probado también que los cometas enparte sou gaseosos y dan un espectro simple analogo á los de las nebulosas y de las sustanciasquímicas puras en vapor, n (3)

Todo esto nos hace suponer que nuestras adi-ciones á la hipótesis de Laplace están perfecta-mente justificadas, puesto que aun hoy se van su-mando á las materias de la primitiva nebulosa,materias que vienen de las profundidades del es-pacio, complicando el problema, y no tan levemen-te como pudiera suponerse, pues si desde que lasobservaciones se llevan con alguna regularidad,muya menudo pueden comprobarse tales hechos yel número total de meteoros que brillan en un añose eleva tal vaz á centenares ó aun millares de mi-llones (4), y no hay motivo para suponer que nohaya sido siempre lo mismo, considerando los milas y miles de años que han debido emplearse enel trabajo de condensación de" aquella, hasta el

(1). L'untté des forces physlques. —París.—1874.—páff, 203.

(2) Fórmula moderna CH2 ( dos volúmenes) yfórmula española CD2 (al.. (3) Este espectro en un agregado de meteoritos seexplica bien, & mi ver, pues además do cada uno, quees un pequeño maudo, tsadrÁ su atmósfera especial,oon la velooidad que llevan, su roce con el éter que lie*na los espacios siderales, ha preduoir calor bastantepara gasificar una parte de su materia.

(4) Tyndall, La Ohaleur, segunda edición francesa,pagina 473.

(a) Véase "Nomenclatura química española» en "LaGaceta de Sanidad Militarn—tomó 2." año 1816—núme-ro«43, 44JÍ45.

punto en que hoy la conocemos, juzgúese si puedeser grandísima la parte que corresponda á esosdesconocidos mensajeros de otros mundos.

Pero se me dirá: ¿qué pasa luego con la materiaque al encenderse y vaporizarse produce el bellofenómeno de las estrellas fugaces1!

DOMINGO BOTET Y CARRERAS.

(Concluirá.)

NOTAS DE VIAJE.

ÑAPÓLES.VISTA DE ÑAPÓLES.

Si en alas de algún poder extranatural se vieratrasladado el lector á uno de los balcones voladosde la Cartuja de San Martin, situada en lo altode la colina de San Telmo, que domina la ciudad,y arrancada la legendaria venda, pudieran suaojos ofuscarse con el panorama de indegcriptiblshermosura que desde aquella elevación se oí reospara sorpresa del sentido y alegría del espíritu; sifuera pos:ble que súbitamente gozara de tan ad-mirable cuadro, recibirla la impresión más com-pleta de Ñapóles en el menor lapso de tiempo.

Girando la vista de derecha á izquierda, y par-tiendo del cabo de Posílipo que separa el golfo dePossuoli del de Ñapóles, para ir contemplando lalínea de riberas que desde tal extremo llegan almuelle, veríase reducido á detenerla en la com-pacta masa de edificios que ge agrupan casi al pióde la colina, dilatándose luego en vasta extensiónhasta terminar en la playa de la Marínela, cuyaprolongada y suave curva se pierde ya en otrotérmino embellecido por los pueblos de Pórtici,Resina, Torro del Greco, Torre de la Anunziata,enclavados en la falda del Vesubio. Casi en fren-te, admirarla la serena magestad con que el colosoempenachado preside el concierto de la naturalezaque le rodea; percibiría más allá del monte á Caá-tellamare, y en confuso horizonte las cortadas ro-cas, apenas visibles, sobre que se asienta Sorren-to, en el promontorio de Massa que, á su vez,separa los golfos de Ñapóles y Salerno.

La gr.indoza del conjunto es tranquila, apaciblela claridad, variados los tonos del mar y de lasmontañas, en que el negro, el pardo, el añil, elazul claro, el violeta y otros colores combinados,se suceden hasta llegar al refjpjo de la plata bri-llante. El arte de la pintura, al copiar las tinta»en que se bañan estos lugares resulta falso, com-parado con las impresiones que el pincel recog» en

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380 REVISTA KtTROPEA.-—15 DE SETIEMBRE DE 1878. N". 238

otras comarcas-; y, sin embargó, nada más verda-dero que sus estudios. ¡Tanta es la fuerza de laluz, tan vivoslos matices, tan superior, al par, laarmonía dominante!

Detallemos, aunque á la ligera, la perspectiva,tan rápidamente abarcada. Siguiendo el litoral endirección del Sur, tiene la preferencia la playa deChiaja. Divídese ésta en dos ramas; la más cortaconduce al pintoresco barrio de pescadores, llama-do Mergelina, que se extiende desde Chiaja hastaLannazaro, lugar habitado por el poeta del mismonombre, y celebrado en sus cantos; la más largava hasta el promontorio de Pizzofalcone, hermo-seada por la Quinta Real, que es el paseo favoritof!e los napolitanos, terminando en los muelles de1 a Victoria y Chiatamone. Al pié del promonto"rio se eleva, sobre pequeña Península, el castillodel Huevo, constituyendo uno de los rasgos carac-terísticos de la costa.

Desde este paraje, hasta las construcciones queforman el puerto principal, se extiende una seriede mueUes en accidentada línea, interrumpidapor el clásico de Santa Lueía, que sirve de merca-do de mariscos y frutos de mar; por el arsenal, porla dársena, por el puerto militar y el CastilloNuevo. El detalle más importante del puerto prin-cipal, es el faro elevado sobre esbelta torre. Ad-junto al grande ae halla el puerto pequeño, dondacomienza la encantadora playa de la Marinela.

Abandonada la costa para que la atención acudaá objetos distintos, son de admirar las risueñasquintas de las colinas de Ñapóles, fabricadas so-bre restos de cráteres; quintas de caprichosa ar-quitectura, que se escalonan con gracia, atrevi-miento y naturalidad, como si después de endure-cida la materia hirviente que ha venido á servir-les de base, hubieran brotado de entre la destruc-tora lava para representar la vida que surge delexterminio en los originales colores de sus pabe-llones, en los sabrosos frutos de sus huertos, y enla fragancia de sua alegres jardines.

El caserío sólo presenta á la curiosidad del es-pectador, colocado en San Telmo, una gran super-ficie de tejados á diversas alturas, sobre los que sealzan pomposas las cúpulas de las iglesias; vién-dose en algunas direcciones cortado el m"icleo decasas por los profundos, estrechos y largos surcososcuros que forman las calles. Desde la Cartujaapenas se nota el movimiento de los transeúntes,los cuales parecen pequeños bultos negros disemi-nados por las vías públicas; pero llegan, ademásdel zumbador murmullo en que se condensan todoslos ruidos de la ciudad, algunos estrépitos de po-tentes vibraciones que se destacan pw» subir ais-lados -á respetable elev&cion.

El radiante golfo hace Ostentación de su bellezapara seducir á sus admiradores, ya agotando enlos reflejos de las aguas las esplendentes magnifi-cencias de la luz, ya cautivando el sentimientocon las artísticas ondulaciones de una costa degraciosos contornos, ya obligando á reposar la vis-ta en las islas de Lsehia, Prócida y Capri, que setifíen de varios cambiantes.

Inmenso cráter de un apagado volcan, encierrainfinitas especies, desde el cetáceo hasta el infu-sorio, pululando en sus ámbitos numerosos ele-mentos de exuberante vida.

Portici, con sus magníficas casas de campo; Re-sina, antiguo puerto de Hereulano, que f ué comoPompeya y SUbia, sepultada bajo las lluvias vol-cánicas de la erupción en que pereció Plinio elnaturalista; Torre del Greco y Torre de la Anun-ziata, víctimas de parecidas catástrofes, renaciendo siempre, como el fabuloso fénix, desús cenizas,al influjo de un suelo poderoso y un cielo riente,nos llevan al pié del Vesubio, asunto de tantasdescripciones, cuya imagen ha reproducido el artemillones de veces. Nos egcusaríamos, por ende, dehablar de él, si no pugnara por salir á plaza unacomparación que no carece de exactitud. El mon-te Vesubio se asemeja á un chambergo de amplí-simas alas, estendido en manso declive, cuya copahendida tiene un penacho en su prominencia. Lalava de diferentes erupciones, después de haberinvadido grandes trozos de la montaña, ha toma-do al enfriarse un color, negruzco que la manchaen varias partes. El penacho es blanco ó cenicien-to; sube derecho ó se abate, según el espesor delhumo que arroja el cráter, ó según la fuerza délosvientos. En ocasiones se traslucen, principalmentede noche, y á través de la humareda, ciertos resplandores rojizos que sirven de aventurado presa-gio á los que anhelan ver una erupción con el for-midable aparato propio de las más espantosas.Iutitil es advertir que los extranjeros son acaso losúnicos que desean gozar del trágico espectáculode una naturaleza que se destruye al siniestro ful-gor de sus ruinas abrasadas.

Bajo diferente aspecto aparece Ñapóles citandoel viajero penetra en ella sin concurso de fatidicaahadas, yendo desde la estación al muelle y delmuelle á la plaza del Castillo nuevo, para inter-narse en el centro de la población. Así como Romaes la Ciudad Santa de los católicos, según la Mecalo es para los musulmanes; así como París es laciudad de la industria, Londres la del trabajo yGinebra la de la libertad, Ñapóles representacomo la ciudad de la plebe, cual si hubiera sidoinvadida por tropeles de desarrapados individuos

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N.° 238 MISCELÁNEA.—TEATROS.

que establecieran sus reales en un pueblo de rico3sibaritas, no de otro modo con que las escorias delvolcan vecino se apoderan violentas de los alegrespuablecillos qua en la falda del monte descansan.

Antes de vislumbrar la plaza da Palacio, en laque ya cambia favorablemente el aspecto de lasgantes, hay que atravesar por calles sucias, ates-tadas de puestos de vendedores; pasar por entregrupos de sórdido3 marineros que se extasían antelocuaces saltimbanquis; costear un sin fin de bar-rasones construidos para espectáculos de fária; es-quivar el encuentro de innumerabl93 cochas de al-quiler, carros y carrebas, conducidos por aurigas,que parecan mendigos, é ir partiendo la ilusiónde que el paisanaje corresponda al paisaje.

Pero no se crea que esta miseria impresio -na tristemente, pues que lo pintoresco brotade ella como algunas flores en incultos montonesde tierra y ripio.'Los puestos desaparecen bajouna balumba de farolitos, ramos y adornos decolores chillonas; los coches brillan por efecto delexagerado pulimento da las muchas piezas debronca que entran en su construcción; los carros áveces tirados por una muía, un asno y un buey, seengalanan con una torre de metal relueienta, altade medio matro, ó con una proa de antigua galeraó con una sierra, según el capricho del carretero,enclavada en el arzón de la bá3tia delantera, yexornada con golpes de colgajos. Los payasos ges-ticulan más, los espectadores se rien más, los co-cheros chascan más el látigo que en el resto delmundo; la animación, la bulla se multiplican porcontagio; viéndose en aquel delirio del harapo, delgesto y del ruido la directa influencia del climanapolitano.

En la plaza de Palacio, calles adyacentes, y enla larguísima de Toledo, lo mismo que en otroscentros en que desembocan las vías principales, seobservan conatos de pulcritud, hay otro gentíomás culto, si bien notándose la levadura de losinvasores. Solamente en los paseos vespertinos y

. veladas de la Quinta Keal, pueden los desconten-tndizos ver reunida la flor de lo que hemos dadoen llamar buena sociedad ó sociedad escogida.

Ñapóles desciende de las colinas al mar, cons-truida sobre un suelo volcánico, sin que cuenteinmensas bellezas arquitectónicas cual corresponde á su extensión, á su historia, á su opulenciaExceptuados los castillos del Huevo, el Nuevo encasi total demolición, y el de San Telmo, reduci-dos á la categoría de nuevas curiosidades arqueo-lógicas; prescindiendo de la catedral y de alguna

ue otra iglesia entre las trescientas que existes;aciendo caso omiso del Palacio Real, del Museo,

del Hospital Casa de Dios, no quedan para atesti-guar la importancia de la capital de un reino ex-tinguido más que los palacios y quintas de 1»gente aristocrática, enclavados aquellos en elcasco de la población, más espaciosos que artísti-cos, y distribuidas éstos por los barrios extremos,afueras y alturas para delicia de sns .afortunadosmoradores-

Aparte de' las céntricas, las calles de Ñapólesson estrechas; sus casas, á diferencia de las otrasciudades italianas, tienen balcones, cuya circuns-

midai á los vestigios de nuestra domina-, patentes en 63cudos de palacios, en nombres

de plazas, en monumentos, le dan un earácter es-pañol que el tiempo y las costumbres no han sa-bido borrar. Fundió en una dos ciudades de Es-paña, abundando la primera en construccionesmodernas, y la segunda en anticuados edificios;colocadla en rápida pendiente, recostada á orillasde un golfo encantado; cubrid sus ealles princi-pales con una multitud que transita llena de ani-mación; sus calles secundarias, callejones y soto,pórticos con una pobretería abigarrada que albo-rota; sus muelles con una plebe harapienta yalegre que gesticula con exceso para dar fuerzaála palabra, expresiva de suyo; llenad de clamoreosu espacio, dadle una perspectiva de maravillosagracia; estend-sd sobre ella el manto radioso de uncielo incomparable, y así podréis formaros UJIAidea de la bulliciosa y bella Ñapóles

F. MOJA V BOIIVAR.

(Continuará.)

"* M I S G E L A N E A -

TEATROS.La empresa del teatro Español ha publicado y»

la lista de la compañía que ha de funcionar en* &durante la próxima temporada. Los artistas principales que forman parte de ella son las señoritasMendoza Tanorio y González Calderón, y los señores Calvo, Fernandez (D. Mariano) y Jiménez.

La obra con que darán principio las funcionesserá, como todos los años, una comedia del teatroantiguo, probablemente la de Alarcon, El seme-jante á sí mismo.

El teatro de Apolo no tardará en abrir sus puer-tas al público con la compañía que, según hemosdicho anterioriuents, ha formado para dicho fif>-liseo el inteligente primer actor D. R'cardo Mo-rales.

La empresa cuenta ya con muchas obras nue-vas, y numerosas familias se disponen á hacer pe-didos de localidades en cuanto se abra el abono

Page 32: REVISTA EUROPEA. · 2007-04-25 · REVISTA EUROPEA. NÚM. 238 15 DE SETIEMBRE DE 1878. AÑO v. LA HISTORIA DE LA CIVILIZACIÓN Y LA CIENCIA DE LA NATURALEZA. * III LA EDAD ESPECULATIVA

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Es de espdrar, y lo celebraremos, qiie este aiío a. a«no de los teatros más favorecidos.

Uno de estos diaa se abrirá el abono en el teatroReal, cuya temporada se inaugurará, como ya saben. nuestros lectores, en la primera semana delpróximo mes de Octubre.

De un momento á otro empezarán á llegar á Ma-drid los artistas contratados por la Empresa, de losque oportunamente dimos á conocer sua nombres.

El debut de los célebres montañeses de los Ape-ninos, que tuvo lugar hace pocas noches en el po-pular Circo de Price. proporcionó á la Empresatui lleno completo. Desde el momento en que sepresentaron fueron objeto de entusiastas y mere-cidos aplausos, que no dejaron de oirse durante lasdiferentes piezas musicales que ejecutaron. Ea lasnoches siguientes han obtenido la misma brillanteacogida, y es de suponer que por algún tiempocontinúen atrayendo numerosa concurrencia á tanafortunado Circo.

Otro tanto puede decirse, con relación al delPríncipe Alfonso, de la .zarzuela fantástica degran espectáculo, titulada £1 hijo dt la bruja, quese ha estrenado recientemente por la compañíaArderius, y cuyo éxito es cada dia mayor. Presen-tada con magnificencia y propiedad, justifica cum-plidamente el afán con que el público se apresuraá verla repetidas veces, y proporcionará, de segu-ro, grandes entradas á la Empresa en lo que restade temporada.

El sábado de la última semana inauguró sutemporada el Teatro de Eslava, con la comediaEl Pilluelo de París, en que tanto se distinguenla Sra. Vedia y su esposo el Sr. Mariscal; un ju-guete nuevo titulado A w» valiente otro mayor, yla pieza Cuatro maravedises.

El público, bastante numeroso, llamó repetidasveces á la escena á los citados actores, dispensan-do igual honor á los Sres. Bornea y Mesejo, y alautor de la pieza nueva, Sr. Zapata, que no sehallaba en el teatro.

La reputación de que gozan todos los artistasque componen la compañía, hace concebir gran-des esperanzas de que el Teatro de Eslava sea esteaño uno de los más favorecidos y animados. Y bienlo merece su empresa por el constante deseo querevela de complacer al ptiblico, ofreciéndole á cos-ta de no pequeños sacrificios, tan excelente cuadrode actores como el que ha llegado á reunir.

BIBLIOGRAFÍA.

Apuntes para las biografías de algunos burgale-ses célebres, por Nicolás Goyri. Un elegante tomoen 8.° mayor, de 268 páginas, edición de lujo.—Burgos, 1878.—Imprenta de D. Timoteo Arnaiz.—Precio, 10 reales.

Vibraciones del sentimiento. Poesías de D. Eze-quiel Lloraeh, notables por su originalidad y lagalanura de su lenguaje. Forman un tomo en 8."holandés, de 360 páginas, que se halla de venta,en las principales librerías de Españn y América,al precio de 20 y 32 reales, respectivamente.

El libro de la montería y el tratado de venaciónde Don Alfonso el Sabio, por D. Felipe BeaicioNavarro.—Un folleto en 4." de40 páginas.—Ma-drid, 1878.—Imprenta de Aribau y C.a

Orlando furioso, por Luis Ariosto, traduci-do por D. Vicente de Medina y Hernández—Cuaderno 6.°—Un cuaderno en 4." mayor, de 80páginas.—Barcelona, 1878. — Salvador Mañero,editor.—Precio de cada cuaderno, dos pesetas.

Almanaque hispano americano para 1879, redac-tado por Pedro María Barrera, con la colabo-ración de los literatos más distinguidos.—Untomo en 8.° de 193 páginas, y multitud de graba-dos y caricaturas.—Madrid, 1878.

Este almanaque es uno de los mejores que sepublican en Madrid, y se halla de venta al preciode una peseta en la librería de Victoriano Suarez,Jacometrezo, 72, Madrid. .

Almanaque del Huracán para 1879, por donA. Sánchez Ramón, con la colaboración de 1OÍ<Sres. Acosta, Alas, Ardilla, Ascandoni, Barco,Blanco, Asenjo, Cambronero, Chacel, Chaves,González Pitt, Guillen, Huelves, Lustonó, Ma-drazo, Martin y Santiago, Mestre, Moreno de laTejera, Moya, Nakens, P. Pete, Porset, Quilez,Eamon de la Cruz, Sánchez Pérez, Sañudo Au-tran, Segovia Rocaberti, Sepúlveda, Sierra, Ta-boada, Vital Ara y Zapata; é ilustrado con nu-merosos grabados y caricaturas por D. J. M. Al-day, Graner y Luque.—Un tomo en 8.° menor de208 páginas. — Madrid, 1878. — L. de Diego,editor.

Precio una peseta, y se halla de venta en la Ad-ministración de la casa editorial de Medina, Am-nistía, 12, Madrid.