Larrea Legado

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  • Anales del Museo de Amrica, 3 995): 7-20

    EL LEGADO DE JUAN LARREA

    Jorge Gutirrez Bolivar*

    INTRODUCCION1

    Si durante todo el ao 1995 se ha celebrado el centenario del nacimiento de Juan Larrea(1895-1980), en abril de 1997 se cumplirn 60 aos de un hecho clave para los estudios espa-oles en arqueologa americana: la donacin al pueblo espaol de la cofeccin Juan Larrea. Enun par de meses, y en uno de los actos ms sorprendentes del coleccionismo de este siglo, un afi-cionado logr reunir la coleccin de objetos incaicos ms completa e interesante, tanto delde elpunto de vista antropolgico como artstico, que existe hasta la actualidad fuera de Amrica Hoyda, tras la donacin por la que Larrea ceda su coleccin a los espaoles republicanos durante laGuerra Civil, sus objetos son parte fundamental de uno de los museos espaoles ms modernos,el Museo de Amrica de Madrid. Cercanos a cumplirse estos sesenta aos de la donacin del lega-do, es de justicia repasar la historia nica de la formacin de esta coleccin, as como su azaro-so traslado a Europa, las negociaciones de su cesin, las piezas que la forman, su inters y susactuales condiciones de exposicin en el Museo de Amrica de Madrid.

    UN ESPAOL VIAJA AL CUZCOEn febrero de 1930 un espaol desembarcaba en el puerto de El Callao, cercano a Lima,

    sin ms pretensin que buscar la aventura. Una reciente herencia, de gran cuanta, le haba per-mitido el sueo de su vida: viajar por el continente suramericano, seguido de su fascinancin porla literatura latinoamericana, en especial por la figura de Csar Vallejo. Este hombre se IlamabaJuan Larrea, y se defina a s mismo un viajero del espritu. Larrea haba nacido en un familiaculta y de buena posicin econmica, y haba recibido una educacin humanista. Su principaldedicacin hasta el da en que Ileg a Per era la poesa: amigo durante aos de Gerardo Diegoy del propio Vallejo, admiraba a los poetas surrealistas, y l mismo se inscriba dentro de la corrien-te creacionista, aunque hoy da su obra potica est prcticamente olvidada. Pero lo que s le que-dara toda su vida era una visin pico-Irica de la realidad, un idealismo casi primario sobre elhombre y el destino humano y una fuerte adoracin por las culturas anteriores a la nuestra.

    Con esta personalidad, no es de extraar el impacto que las culturas andinas causaronen el impresionable poeta espaol. El objetivo primero de Larrea era Ilegar a Juli, a orillas del lagoTiticaca, donde esperaba vivir sensaciones de comunin con la naturaleza. Pero tras pasar unosmeses en la altiplanicie, en la ciudad de Arequipa, Larrea decidi hacer una visita a Cuzco, la

    Universidad de Sevilla.

    1. El presente artculo naci como consecuencia de un trabajo de investigacin sugerido por el doctor Femando Martn, profesor deMuseologa de la Universidad de Sevilla.

    2. El nico grupo de piezas arqueolgicas americanas que puede competir en riqueza con el legado larrea en Europa es tal vez lacoleccin Barber, pero sta se compone de obras incas, aztecas y mayas. El legado Larrea supone una mayor especializacin enla cultura incaica.

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    capital histrica de los incas. En los aos 30, Cuzco se debata entre la decadencia tras un pasa-do glorioso y la miseria de una situacin econrnica y social penosa. Para el viajero espaol, estaciudad supuso una impresin insuperable. El propio Larrea lo relata de la siguiente forma, hablan-do de s mismo en tercera persona:

    No supo resistir en Cuzco a la tenacidad de su atmsfera enajenatoria. Se sinti subyu-gado, como hipnotizado por una ausencia discernible entre el ensimismamiento de sus piedrasduras. Los restos arqueolgicos complementarios, las cermicas, los metales, las maderas de ori-gen precolombino, del todo ignorados por l hasta entonces, ejercan sobre su personalidad ungnero de seduccin difcilmente explicable (Larrea, 1960: 30- 31).

    Fascinado por un ambiente que crea haber reconocido en sus sueos, espoleada su fan-tasa por la ya de por s turbadora realidad cuzquea, Larrea hizo algo de lo que, tal vez sor-prendentemente, nunca se arrepinti: en dos meses se gast todo el dinero de su herencia en pie-zas arqueolgicas incaicas. El peculiar espaol se convirti en un personaje habitual de las tien-das de antigedades de Cuzco y sus alrededores, cuyos propietarios le vendan piezas escogidasy conservadas durante decenios por su calidad, debido a la largueza de Larrea al pactar el pre-cio. Era conocido tambin por los chamarileros y expoliadores, que le ofrecan sus mejores piezassabiendo de la febril actividad compradora y de la generosidad monetaria del recin Ilegado. Elpropio gobierno peruano Ileg a competir con Larrea por la compra de algunas piezas determi-nadas y el espaol sali ganador y se qued con los objetos.

    Adems de su determinacin de comprar antig edades incaicas y de la disponibilidad dedinero en un lugar tan deprimido como Per , dos elementos ms jugaron a favor del espaol a lahora de formar en el tiempo rcord de dos meses: el estallido de una guerra civil en Per , con laconsiguiente penuria econnnica Ilegaron a quebrar algunos bancos, y la existencia de nume-rosas piezas arqueolgicas no catalogadas cuya ubicacin era conocida por los lugareos. As,el ansia de Larrea se saci tambin gracias a colecciones privadas existentes en Per y al puro ysimple expolio arqueolgico.

    El estado de nimo que Ilev a un rico heredero a gastarse toda su recin recibida fortu-na en antig edades incaicas de las que nunca haba odo hablar es descrito en su habitual tonotrascendente por el mismo Larrea. Quien esto escribe dice sentase deslumbrado en parte y enparte perplejo, partido en dos, pensando obsesivamente a la vez que no sabiendo qu pensar, enmanos de lo desconocido pues que ignoraba la existencia de todo trmino de analoga que pudie-ra proporcionar a su exhorbitante aventura un principio de entenclmiento (Larrea, 1960: 32).

    Dada esta explicacin, sorprende uno de los hechos ms significativos de la coleccinLarrea: su extraordinaria heterogeneidad, que consigue representar de forma muy equilibradatoda la produccin artstica inca en una proporcin ms que adecuada. Todos los productos incasestn representados: textiles, cermicas, estatuaria, metalurgia, pintura... Si consideramos otracaracterstica de la coleccin Larrea, la gran calidad de todas sus piezas y la excepcionalidad dealgunas de ellas, parece casi un milagro que fuera formada por un nefito en la materia y enslo dos meses; ms bien, la primera reaccin al ver los fondos del legado es que se trata de unacoleccin formada por un grupo de expertos a lo largo de los aos. Ya hablaremos ms adelan-te de la composicin del legado de Larrea y podremos ver lo inslito de su proceso de formacindada su alto nivel de calidad.

    En octubre de 1930, con uno de los ms importantes tesoros arqueolgicos americanos ensus manos, Juan Larrea decide abandonar Per . Se abre aqu uno de los captulos ms oscuros dela coleccin que tratamos, la historia de su salida del pas de los incas. Larrea confes en diver-sas ocasiones (Larrea, 1960: 33, 48, 51) un cierto sentimiento de culpabilidad por haber expo-liado al pueblo peruano de una parte importante de su patrimonio arqueolgico. Por ello, su

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    narracin de los hechos es confusa y la falta de otras fuentes nos hace imposible saber con certe-za qu sucedi. Seg n Larrea, su intencin poco creble, dados los acontecimientos posteriores yla Fortuna que haba gastado era delar la coleccin en Cuzco y desentenderse de ella, pero sedijera que la coleccin, o la voluntad orgnica que tras ella lata, haba dispuesto su salida dePer (Larrea, 1960: 33). Voluntad orgnica o voluntad del coleccionista, lo cierto es que antesde la Navidad de 1 930 encontramos al peculiar espaol en Lima, con la intencin de regresar aEuropa, mientras permanece en Cuzco la mayor parte de su coleccin incaica. Antes de empren-der su viaje, Larrea empeora de una lcera que padeca y decide operarse. Es entonces cuandotraslada toda su coleccin a Lima y toma la determinacin de Ilevrsela a Pars.

    La salida de las piezas de Per por barco con destino a Francia tiene trazos de novela de

    aventuras. Al parecer, y segn testimonio oral rendido por unos descendientes de larrea a FlixJimnez Villalba actual subdirector del Museo de Amrica de Madrid, el espaol era vigiladopor miembros de la polica peruana, con la intencin de impedir el embarque de la coleccin: yaentonces era evidente para el gobierno de Per la importancia de lo recogido. Larrea, casado conuna francesa, burl la vigilancia facturando los discretos paquetes que contenan las piezas arque-olgicas a nombre de su mujer. La coincidencia del apeflido francs con el destino de la carga aun puerto igualmente francs despist a los aduaneros peruanos. Poco despus de efectuarse elembarque, Larrea abandon Per hacia Pars, donde recibira sin contratiempos la preciosa cargaa principios de 1932.

    DEL TROCADERO AL ARQUEOLOGICO NACIONALLas primeras noticias de que se encontraba en Pars una coleccin de arqueologa inca sin

    precedentes en Europa Ilegaron a odos nada menos que de Paul Rivet, uno de los ms eminentesantroplogos de la poca y director entonces del Museo de Etnologa de Pars, hoy Museo delHombre. Rivet deseaba una exposicin impactante para inaugurar la gran rotonda del Palacio delTrocadero, recin acondicionada para el museo, y no dud al conocer la coleccin trada porLarrea. Encarg un exahustivo catlogo de los fondos (Art des Incas: Catalogue de l'expositionde la collection Juan Larrea au Palais du Trocadero, 1933) y diseO personalmente el programaexpositivo. La muestra Art des Incas se abri en junio de 1993 y se mantuvo, con gran xito depblico, hasta el mes de octubre del mismo ao.

    El gran n mero de especialistas que visitaron la exposicin hizo de caja de resonanciapara la coleccin de larrea, cuya importancia se difundi rpidamente por los crculos arqueol-gicos de Europa. No era para menos: mientras las antigijedades norte y mesoamericanas eranampliamente conocidas, el mundo incaico apenas si estaba representado en los museos del ViejoContinente. El gobierno republicano espaol aprovech la nacionalidad del propietario de las pie-zas e invit6 formalmente a Larrea a exponer su coleccin en Espaa. El poeta metido a antrop-logo conservaba un gran apego por su pas de hecho, lo conservara incluso en su largo exiliotras la Guerra Civil y hasta su muerte y acept6 de inmediato la invitacin.

    El 15 de mayo de 1 935 se inauguraba en la Biblioteca Nacional de Madrid, con el patro-cinio de la Academia de Historia, la exposicin Arte Inca. El acto cont con una gran difusiny la apertura corri a cargo del entonces presidente de la Rep blica Espaola, Niceto AlcalZamora. Asistieron tambin todos los embajadores latinoamericanos en Madrid, incluido el perua-no. La muestra se vea completada con la publicacin de un nuevo catlogo (Arte Inca), obrade Trimborn y Vega y ms detallado que el Francs. Al hilo de la exposicin, el mismo ao tam-bin se celebr en Sevilla el XXVI Congreso Internacional de Americanistas, que edit su propiolibro de la coleccin Larrea bajo el ttulo Arte peruano (Cabello, 1989: 45) destacando suimportancia cientfica. En definitiva, las piezas tradas desde Cuzco por el poeta espaol triunfa-ban plenamente en Europa y en especial en Espaa.

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    Tal vez por sentirse superado por el xito o tal vez convencido por el excelente trato reci-bido en Espaa, Larrea decidi el mismo ao de 1935 dejar toda su coleccin en depsito alMuseo Arqueolgico Nacional de Madrid. Las negociaciones para este depsito, comenzadas ainiciativa de la Academia de Historia, fueron cordiales y sencillas: Larrea conservaba la propie-dad de las piezas, pero ceda al museo su gestin y exhibicin a fin de que los alumnos de lareciente ctedra de Arqueologia Americana en la Universidad Central centraran sobre ella la aten-cin de su prximo curso (Larrea, 1960: 35).

    El estallido de la guerra civil conmueve la extrema sensibilidad de Larrea, fiel defensor dela causa republicana. La insurreccin del general Franco provoca una ola de adhesin a laRepblica, a la que Larrea contribuye con lo mejor que cree tener, sus piezas incaicas. El 14 deabril de 1937, Larrea decide donar su coleccin de antigedades incaicas al pueblo republica-no espaol para marcar la relacin existente entre el destino del Nuevo Mundo del porvenir yel de la Repblica nacida en Espaa (Larrea, 1960: 38, 40). Al final de la Guerra Civil, con laderrota republicana, Juan Larrea se convierte en uno de los muchos espaoles en el exilio, vivien-do primero en Francia y despus en Mxico, Estados Unidos y Argentina.

    La distancia no impidi6 a Larrea luchar por que se reconociera que su legado no era pro-piedad del estado franquista, sino del pueblo espaol en tanto viviera bajo un rgimen democr-tico, a fin de que, cuando ste vuelva a sentirse libre de ejercer su voluntad democrtica, dis-ponga de ese bien del Nuevo Mundo que le corresponde (Larrea, 1960: 50). En tanto siguieseconstituido el estado franquista, Larrea se segua considerando propietario legal y administra-dor de su legado. Es obvio decir que ni Larrea inici ning n pleito contra el estado espaol ni elestado espaol se di por enterado de las protestas. La coleccin Larrea permaneci en el alaizquierda de la planta principal del Museo ArqueolOgico Nacional hasta 1965, fecha de su tras-lado al actual Museo de Amrica. En diciembre de 1977, Larrea regres6 a Expaa despus de 40aos de autoexilio, y visit nuestro (su) pas cuatro veces en los tres aos que le quedaban de vida.Pudo as ver Larrea cOrno un nuevo estado democrtico espaol cumpla otra vez las condicionespara sentirse no sOlo legal, sino tambin ticamente, propietario de su legado.

    UN MUSE0 GRACIAS A UNA COLECCINAl margen de su importancia cientfica, una de las ms destacadas consecuencias de la

    donacin de Juan Larrea fue la materializacin de un proyecto de siglos que nunca Ilegaba a con-cretarse. Me refiero a la creacin en Espaa de una institucin dedicada especficamente a con-servar ejemplos del arte y la cultura americana. Ya desde los primeros Austrias se haba contem-plado tal posibilidad, pero nunca se dispuso su ejecucin. Los gabinetes de curiosidades de losAustrias desde Carlos I se vean cada vez ms provistos de piezas antropolgicas o arqueolgi-cas procedentes del Nuevo Mundo. En fecha tan temprana como 1573 el Virrey del Per DonFrancisco de Toledo pide por carta a Felipe II la creacin de un Museo Indiano, que no aprob6 elmonarca. El espritu ilustrado de los Borbones promovi6 la creacin de los Reales Gabinetes deHistoria Natural, que aadieron a los fondos de los Austrias nuevas aportaciones procedentes dediversas expediciones cientficas, como la de Alejandro Malaspina. En el siglo XVIII se realizan lasprimeras excavaciones arqueolgicas por parte del obispo Baltasar Martnez Comparin enTrujillo (Per) y del capitn Antonio del Ro en Palenque (Mxico). Fruto de estas operaciones fueel traslado a Espaa de piezas de gran valor, sobre todo de las culturas azteca y maya, lo queprovoca que Lorenzo Boturini, ministro de Carlos III, plantee, de nuevo sin apoyo real, la creacinde un Museo Americano.

    El siglo XIX vio Ilegar a Espaa una autntica cascada de objetos arqueolgicos preco-lombinos procedentes de Amrica, tanto por actividades cientficas espaolas como por donacio-nes de pases latinoamericanos (Jimnez, 1995: 50). Dada la abundancia del material y lo dis-

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    perso del mismo Ios Reales Gabinetes haban quedado inoperantes y obsoletos, y las piezas esta-ban distribuidas por numerosos edificios en diferentes ciudades espaolas, aunque lo principal seencontraba en los incipientes y mal acondicionados Museo Arqueolgico Nacional, Museo deUltramar, Museo Etnogrfico Nacional y Museo de Ciencias (Cabello, 1989: 44) en la ltimadcada del siglo XIX se plante de forma imperiosa la necesidad de crear un museo para alber-gar los objetos americanos. La penuria econmica que sigui a la Guerra de Cuba y la prdidade todas las posesiones espaolas en Amrica provocaron que el proyecto se pospusiera y final-mente se olvidara.

    Ya hemos citado que en 1935 se reuni un congreso de americanistas en Sevilla. Una delas conclusiones de dicho congreso fue elevar una mocin al gobierno republicano espaol solici-tando la creacin de un Museo de Indias, ya que todos los americanistas lamentaban que parala ms ligera investigacin bibliogrfica o arqueolgica tuvieran que hacerse m ltiples y repetidosviajes a varias ciudades poseedoras de colecciones ms o menos importantes (Rodrguez, cit. porCabello, 1989: 47). El gobierno de la Rep blica fingi hacer caso de la propuestas y encarginmediatamente al arqueitecto Luis lacasa la confeccin de los planos de un edificio que ira situa-do en la futura Ciudad Universitaria de Madrid, pero no public ning n decreto de creacin delmuseo, por lo que el proyecto careca de autntica resolucin.

    Pero la importancia del legado de Juan Larrea y la presin cientfica internacional sobrela calidad de las piezas hizo que el gobierno republicano reaccionara y se decidiese dos aosms tarde a publicar un decreto, por el se creaba el Museo-Biblioteca de Indias. Corra el 23 deseptiembre cfe 1937, es decir, slo unos meses despus de la donacin definitiva de Larrea. Esindudable la influencia que el legado tuvo en esta decisin; lo que nos es desconocido es si Larreavincul su donacin a la creacin de un museo especfico. Esta tesis parece apoyada por dos rea-lidades: el inters de algunos pases por mostrar la coleccin incaica, que permiti a Larrea adop-tar una postura de exigencia ante la demanda de depositar sus piezas en Espaa, y la gran valo-racin que de las mismas hacan los americanistas de la poca, que pudo influir en el convenci-miento gubernamental de la importancia de la coleccin. Al mismo tiempo, Larrea haba fundadoen 1935 una Asociacin de Amigos de la Arqueologa Americana que reuna a influyentes miem- bros de la cultura espaola y que pudo ejercer una labor de presin conjunta para lograr la luzverde para el Museo.

    Sea como fuese, lo cierto es que la Rep blica aprueba, en plena guerra civil y tan slocinco meses despus de la donacin de larrea, la creacin del Museo-Biblioteca de Indias, lo quehoy es el Museo de Amrica. El texto del decreto, redactado por Toms Navarro Toms, estable-ca un paralelismo con el Archivo de Indias sevillano y expona la necesidad de centrar en Sevillay Madrid todos los objetos que pudiesen necesitar los investigadores. (Estos museos)... han de ser-,a no dudarlo, los laboratorios en donde se han de forjar en adelante los ms valiosos trabajos deinvestigacin del pasado americano, el estudio de las civilizaciones casi perdidas, que a la Ilega-da delos conquistadores esparioles sufrieron el rudo golpe que lleva aparejada la guerra y la con-quista de unos pueblos por otros tan diferentes en lengua, cultura, costumbres y religin (Navarro,1937: 1).

    La evolucin de la guerra civil hizo imposible que este decreto se Ilevara a la prctica. Lacada de la Rep blica, sin embargo, no hizo olvidar el proyecto. El rgimen franquista rescat laidea en 1941, usndola en funcin de sus intereses ideolgicos. El 1 de mayo del ao indicado,el Boletin Oficial del Estado contena un decreto por el que se creaba el Museo de Amrica, undecreto envuelto en un retrico lenguaje que hablaba de la gesta heroica del Descubrimiento,de difundir nuestra obra misionat nica en el mundo y de contemplar el esplndido arte colo-nial, suma amorosa de lo indigena y lo hispnico (Cabello, 1989: 49). No se haca ninguna refe-rencia al decreto republicano, pese a que los fondos que se destinaban al Museo y el propio pro-yecto musestico eran los mismos que se decidieron en 1937.

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    El decreto de 1 941 prevea la construccin de un edificio para albergar el Museo deAmrica, y provisionalmente se le instalaba en el Museo Arqueolgico Nacional. Conservando laidea republicana de situar la sede en la Ciudad Universitaria de Madrid, el edificio se comenzen 1943 y se finaliz en 1954. En 1965 se trasladaron las colecciones desde diferentes puntos, lamayora, entre ellas el legado Larrea, del Museo Arqueolgico Nacional. Desde 1 981 el edificiodel Museo de Amrica ha estado en obras y cerrado al pblico. Por fin, el 12 de octubre de 1994,el Museo, remodelado y convertido en uno de los ms modernos de Espaa, ha abierto sus puer-tas de nuevo, con las piezas del legado Juan Larrea entre sus obras maestras.

    VUELTA AL TAWANT1NSUYU EN 562 OBJETOS

    El legado Juan Larrea tiene una doble importancia: cuantitativa y cualitativa. Es decir, porun lado, es la coleccin de objetos incaicos ms numerosa de Europa; por otro, la calidad de laspiezas es siempre notable y en algunos casos que trataremos especficamente excepcional. Unamuestra de todo ello es que, mientras el Museo de Amrica expone en la actualidad slo un 15por ciento de sus fondos, el legado Larrea est expuesto en su totalidad, pese a que no se sit a deforma unificada, sino en distintas salas del museo y relacionado con los distintos conceptos del pro-grama museogrfico del centro. En Espaa no exista prcticamente ning n ejemplo de la culturainca, y el legado vino a cubrir esta laguna de forma muy equilibrada.

    La donacin de Larrea est compuesta por 562 piezas que engloban nnuestras de toda laproduccin artesanal del tawantinsuyu, el centro del mundo inca. En concreto, hay objetos decermica, madera, piedra, paja, metal, conchas marinas, hueso y tejido. Ms adelante se desa-rrolla cada uno de fos apartados, pero es preciso sealar ya que esta diversidad otorga al lega-do Larrea la condicin de precioso documento para conocer el mundo incaico. Como ya dijimos,ms parece obra de un grupo de estudiosos que de un aficionado, y ms de aos que de dosmeses. Tal vez haya que agradecer a los anticuarios y chamarileros peruanos el buen conoci-miento de su oficio, ya que sin su concurso no se explica la gran calidad del material reunido porLarrea. Y, desde luego, no hay que olvidar el excelente estado de conservacin que presentan laprctica totalidad de los objetos de la coleccin.

    El cuadro n mero 1 refleja el tipo de cada objeto y el n mero de los mismos. Clasificn-dolos por el material en que estn realizados, destaca en prinner lugar las piezas de cermica.Junto a las ollas de uso cotidiano, destacan los 23 arthalos (foto 1), vasijas decoradas de cuelloalto y base puntiaguda, as como los 21 p'ucu (foto 2) o platos en forma de ave. Dentro tambinde la cermica hay que citar las 10 vasijas antropomorfas y las cuatro mak'as o vasijas de cuelloalto y ancho con asas verticales. Por ltimo, es de destacar tambin la existencia en la coleccinde varios ejemplos de cermicas procedentes de Tiahuanaco.

    Los objetos de madera del legado Larrea son impresionantes. Destacan los tpicos kerosincas (foto 3), vasos ceremoniales de madera para beber chibcha pintados con escenas de muydiverso tipo, de los que la coleccin que estudiamos dispone de 57 de gran calidad. En uno deellos se representa incluso a un grupo de espaoles a caballo en lucha con guerreros incas. Las trespajchas (foto 4) o recipientes ceremoniales en forma de pipa son otro de los tesoros del legado.

    La piedra es el material por excelencia de la cultura inca, que, seg n los cnones de laprehistoria occidental, no Ileg a superar claramente el neoltico. Por ello, los objetos ptreos, yasean de piedras semipreciosas o vulgares, abundan en el legado Larrea. Adems de los numero-sos objetos de tocador y de adorno personal, el grupo ms numeroso son los morteros o mutkia(foto 5), de los que se catalogan 43, acompaados por cinco kallota o manos de mortero. Tambinresaltan las 22 ulti y enkia (foto 6), pequeas representaciones estilizadas de animales con unacavidad lumbar realizadas en su mayor parte en una piedra negra Ilamada jiuraya. Al margen

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    CUADRO I

    LA COMPOSICION DEL LEGADO LARREA

    MATERIAL PIEZAS CANTIDAD

    Cermica arbalos (vasijas de cuello alto) 23 recipientes varios 69 mak'a (vasijas de cuello alto) 4 vasijas antropomorfas 10 sau kero (vasos campaniformes) 9 p'ucu (platos en forma de ave) 21 estatuillas humanas y animales 7 huari (dado ceremonal) 1

    Total cermica 144

    Piedra mutk'a (morteros) 43 kallota (manos de mortero) 5 panawa (grupo de 39 figuras Huari) 1 estatuillas humanas o animales 18 estatua de feto (horizonte tardo) 1 cabeza de Viracocha 1 amuletos y talismanes 17 ulti y enkia (figuras esquemticas) 22 champi (mazas rompecabezas) 7 cuncauchuna (hachas) 7 huarak'a (piedras arrojadizas) 4 halka (collares) 3

    Total piedra 129

    Madera kero (vasos ceremoniales) 57 pajcha (vasos ceremoniales) 3 vasos colgantes 6 instrumentos musicales 12 estuche para agujas de tejer 1 piezas de bastn 4

    Total madera 83

    Metal estatuillas 29 tumi (cuchillos semiesfricos) 15 champi (mazas rompecabezas) 4 luhui (boladeras) 29 agujas para tejer 3 halka (collares) 3 ch'ipana (brazaletes) 3 sihui (anillos) 8 tupu (prendedores de ropa) 31 guarda-puntas de tupu 2 otros adornos varios 8 pura-pura (pectoral metlico) 3 tirana (depiladores) 3 mascarilla funeraria (cultura Nazca) 1

    Total metal 142

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  • 1. 4

    -

    40:no^..)arAWIrnaZah'.11

    Jorge Gutirrez Bolivar

    MATERIAL PIEZAS CANTIDAD

    Hueso instrumentos musicales 2 agujas de coser 1 ruk'i (piezas para tensar tejidos) 11 halka (collares) 2 limpiadores de dientes 3 Fiajah'a (peine) 1 punzones 9

    Total hueso

    29

    Varios:Paja recipientes diversos

    4Conchas marinas pututu (instrumentos musicales) 5

    halka (collares) 3Tejido uncu (camisa de dignatario) 1

    retales 13 telas completas 9

    Total varios 35

    TOTAL DE PIEZAS DE LA COLECCION LARREA 562

    de la cantidad, y hablando de la calidad de piezas individuales, destacan tres conjuntos: el pana-wa o grupo de pequeas figuras de turquesa, la escultura de un feto dentro del tero y la famosacabeza del inca Viracocha, la nica representacin escultrica humana de gran tamao que seconserva de los incas. A estas tres obras nos vamos a referir a continuacin.

    Foto 1

    Foto 2

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  • EL LEGADO DE JUAN LARREA

    Foto 3 Foto 4

    Foto 5

    Foto 6

    El panawa (foto 7) es un grupo de 40 figuritas humanas, de entre 52 y 20 milmetros dealtura, realizadas en turquesa. Aparecieron entre las ruinas de la ciudad de Piquillajta, situada a20 kilmetros al suroeste de Cuzco. El hallazgo fue accidental, y all estaba Juan Larrea paraobservar la aparicin de las piezas y para quedarse con ellas. los 40 hombrecillos entre los quese encuentra un prisionero parecen representar cada uno a una tribu de la cultura huari, extin-guida hacia el ao 1.000 de nuestra era y a la que se le ha atribuido la paternidad de las figu-

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    ras. La disposicin en que aparecieron parece indicar un propsito ritual: estaban tumbadas, dis-puestas en crculo alrededor de un clavo de gran tamao. Aunque una de las figuras se ha per-dido, el legado Larrea conserva incluso ese clavo, y en el Museo de Amrica se puede ver el grupoen la posicin en que apareci originariamente. Meses despus, a pocos pasos de donde seencontr el conjunto, apareci otro panawa prcticamente igual que conserva el MuseoArqueolgico de Cuzco como uno de sus grandes tesoros.

    Mucho ms antigua, del ao 400 de nuestra era, es la escultura en piedra gris verdosa deun feto dentro de su tero. La excepcional pieza, de la que no se conserva ning n ejemplar pare-cido, sirvi incluso para confirmar los conocimientos anatmicos de culturas anteriores a la incay la realizacin por sus mdicos de prcticas quir rgicas. La figura, muy esquemtica, es inde-pendiente del tero y est en la tpica posicin fetal. Tiene 26 centmetros de alto y 11 de ancho.Larrea se hizo con ella al poco tiempo de su descubrimiento en un departamento de Cuzco.

    Foto 7

    Foto 8

    Con todo, tal vez la pieza ms valiosa de todo el legado Larrea sea la cabeza del incaViracocha (foto 8), que torn su nombre de la deidad creadora de los Andes. Es excepcional porser el nico ejemplar de la escultura exenta inca de gran tamao, y ello pese a que al parecersufri algunos toscos retoques en poca colonial. Desde el primer momento, Juan Larrea tuvonocin de la enorme innportancia de la pieza, que apareci en 1930, mientras el espaol estabaen Cuzco, durante las obras de remodelacin de la iglesia de los jesuitas. Estaba enterrada a ochometros de profundidad, y el propio Larrea presenci su extraccin entre un verdadero frenes ner-vioso por apoderarse de la pieza. De entre los subcimientos de la iglesia de la Compaia escri-be surgi al poco, por circunstancias slo una vez posibles y mientras se esperaba un giro demo-rado, una cabeza de piedra, singular en extremo. Con ella recalca adquiriO la coleccin el vr-tice de su figura excepcional (Larrea, 1960: 32). Posteriormente apareci en la misma zona uncuerpo descabezado, conservado hoy en la Casa de Garcilaso en Cuzco, del que se ha pensadoque corresponde a la cabeza del legado Larrea (Alcina, 1991: 86).

    Por su valor simblico y su excepcionalidad artstica, Larrea sinti, dentro de sus remordi-mientos de haber privado a Per

    de parte de su patrimonio, un especial desasosiego ante esta

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    EL LEGADO DE JUAN LARREA

    cabeza. Tanto es as, que en 1 960 solicit al rgimen de Franco la devolucin de esta pieza algobierno peruano. Dicha cabeza de Viracocha dej escrito debe reintegrarse a su tierraperuana lo antes posible, sustituyndose por una copia en la coleccin J. L. Lo mismo podra decir-se quiz de algunos otros objetos. El autor cle este libro se compromete, si la gente del Per esti-mase oportuno reclamar oficialmente la propiedad y devolucin de esa joya inalienable de supatrimonio arqueolgico mucho ms significativa para el Per que la Dama de Elche, por ejem-plo, lo es para Espaa, a ayudarles a lograr su propsito por cuantos medios dsponga (Larrea,1960: 50). Treinta y cinco aos despus, no se ha iniciado ning n proceso legal por parte de Per para su devolucin y la cabeza se exhibe, en un lugar destacado, en el Museo de Amrica deMadrid.

    Foto 9

    Pasando al apartado de los objetos de metal, destacan dos grupos: las 29 estatuillashumanas de oro, plata, bronce o plomo (foto 9) y los 15 tumi o cuchillos ceremoniales de brOnceo plata, de forma semiesfrica y dotados de mango en su parte plana. Tanto las estatuillas comolos tumis son de gran valor no slo antropolgico, sino artstico, ya que en ellos se combina elnaturalismo inca con un exquisito gusto por la decoracin geomtrica. Por ltimo, es igualmenteinteresante resaltar, por su originalidad, los 29 ejemplares conservados en el legado Larrea de unacuriosa arma Ilamada champi, una pesada estrella de metal (en ocasiones de piedra) usada paragolpear al enemigo en la cabeza como si fuera una maza (foto 10).

    Para acabar con este suscinto repaso a lo ms importante del contenido del legado Larrea,y dejando de lado objetos esplndidos como instrumentos musicales realizados en hueso o con-chas marinas, es preciso citar los tejidos, de los que la coleccin que tratamos posee 23 ejempla-res. De ellos, 13 son retales o fragmentos y nueve son esplndidas telas con urdimbre de algodny trama de lana. La decoracin de estas ltimas es tanto geomtrica como naturalista, aparecien-do en un variado colorido figuras de humanas, animales y vegetales. La restante pieza es otro delos tesoros del legado, el uncu o camisa de un alto dignatario inca (foto 11), que apareci en mag-nfico estado de conservacin en un yacimiento de Pachamanac.

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    Jorge Gutirrez Bolivor

    Exponer de forma coherente todo este nnaterial, tanto por su calidad como por su canti-dad, supuso un reto no cumplido plenamente hasta el ao pasado. Tanto durante el periodo enque el legado Larrea estuvo en el Museo Arqueolgico Nacional (1935-1965) como cuando pasen pobres condiciones al Museo de Amrica (1965-1994), la esplndida coleccin no se ofrecaal pblico dentro de un programa museogrfico elaborado. Por suerte, la reapertura del Museode Amrica el 12 de octubre de 1994, tras una completa remodelacin de sus medios tcnicos ysus exposiciones, ha venido a dar a las piezas del legado Larrea el trato que se merecen.

    UN TUMI JUNTO AL NIO JES S

    Tras su reforma, el Museo de Amrica de Madrid puede ser considerado como un mode-lo de su gnero. Es un museo de programa tpicamente antropolgico, donde las piezas de unamisma cultura estn distribuidas por distintas salas en funcin de los apartados que cada unatrata. As, la coleccin Larrea aparece dispersa a lo largo del edificio, pero cumple la funcin pre-tendida: mostrar los diferentes aspectos de los pueblos y culturas incluida la espaola colonial-que han dibujado el actual rostro del Nuevo Continente.

    El museo cuenta con unas instalaciones avanzadas, donde los objetos expuestos en lasvitrinas tradicionales se combinan con pinturas referentes a la poca, reconstrucciones de territo-rios y viviendas entre ellas una esplndida reconstruccin de un gabinete de historia natural delsiglo XVIII, numerosos grficos e incluso varios audiovisuales que hacen que la visita sea amenay, sobre todo, tremendamente didctica. Tanto los itinerarios como la informacin previa a cadasala son correctos. La iluminacin de las salas y las obras, y el resalte de algunas piezas signifi-cativas, ayudan a que el visitante pueda pasar entre dos y cuatro horas visitando sin cansancio elcentro (foto 12).

    El programa del Museo de Amrica es, ante todo, antropolgico. Como explica JimnezVillalba, su su6director, en lugar de mostrar la enorme diversidad cultural del continente ate-nindose a planteamientos expositivos tradicionales -cronolgicamente y por reas culturales-, el

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  • EL LEGADO DE JUAN LARREA

    visitante se encuentra con un cliscurso temtico. No se trata de mostrar cules fueron las distintasrealizaciones de los pueblos americanos, sino cmo estas realizaciones han contribuido a unmejor conocimiento de su pasado y su presente (Jimnez, 1995: 53). En atencin a ello, el Museode Amrica divide su programa en cinco reas: El Conocimiento de Amrica, El ContinenteAmericano, La Sociedad, la Religin y La Comunicacin. En cada uno de estos apartados seencuentra una amplia introduccin escrita en paneles que sit a al visitante en el rea, una seriede objetos de las diferentes culturas relacionados entre s y uno o varios audiovisuales como com-plemento. Debido a este diseo, las piezas del legado Larrea aparecen distribuidas entre todas lassalas del museo, sin que el visitante tenga conciencia de que dichas piezas diseminadas formanparte de una misma coleccin. De hecho, en ning n lugar del museo ni de su folleto figura nisiquiera una mencin a la donancin de Juan Larrea.

    Pero lo que pierde la memoria de Larrea lo gana la claridad expositiva, el rigor cientficoy la amenidad del Museo de Amrica. As, podennos encontrar piezas del legado Larrea en todoslos apartados, compartiendo siempre sala con objetos de culturas muy diversas. Por ejemplo, enel rea dedicada a la religin pueden verse diversos keros alusivos a las ceremonias o tumis paralos sacrificios junto a una imagen colonial del Nio Jes s y una representacin del dios aztecaQuezaltcoalt. Y en el rea de sociedad puede verse el uncu del dirigente inca junto a los atributosde un jefe maya, o las piezas de orfebreria inca al lado de la reconstruccin de una tienda apa-che al hablar de la vida cotidiana.

    Evidentemente, los responsables del museo han preferido perder la visin unitaria de cadacultura que, dicho sea de paso, respetara la integridad de la coleccin Larrea al ser casi exclu-sivamente inca y el desarrollo cronolgico de los acontecimientos en Amrica en pro de un acer-camiento ms didctico y complejo y a mi juicio tambin ms rico y participativo al pasado yel presente americano. No obstante, en favor del trato dado a la coleccin Larrea hay dos puntos:por un lado, est expuesta en su totalidad, frente al 15 por ciento de objetos expuestos del restode los fondos, y por otro todas sus piezas importantes est convenientemente destacadas y expli-cadas.

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  • Jorge Gutirrez Bolivar

    Slo se puede echar de menos alguna mencin a la figura de Juan Larrea, por quien, enbuena parte, el Museo de Amrica tiene hoy su prestigio. Pero es poltica del centro, seg n expli-ca Jimnez Villalba, su subdirector, no mencionar p blicamente a ninguna de las diversas perso-nas que con sus donaciones han Favorecido al museo a lo largo de los aos.

    En 1978, Juan Larrea visit Espaa de nuevo, tras su regreso de 1977, para presentar enBilbao una edicin de su libro Pablo Picasso: Guernica, en el que analizaba la obra ms conoci-da del pintor malagueo. En esta presentacin, Larrea habl del desplazamiento que el mundo delarte estaba viviendo en los ltimos decenios, a favor de Amrica y en detrimento de la iniciativaeuropea, y destacaba el papel que la vanguardia espaola poda desempear en volver a recu-perar esa iniciativa. Se refiri entonces a su legado como una va de comunicacin entre el ayery el hoy del Nuevo Mundo y de ste con el Viejo Continente. Y record unas palabras suyas escri-tas poco antes, en el prlogo a una antologa de la obra del que fue uno de sus grandes amigos,Gerardo Diego: Qu otra cosa puede ser una obra artstica cit que un artefacto animado,una mquina de Fabricar emocin, que introducda en un complejo humano desencadene la mul-tiforme vibracin de lo encendido? Sirvan estas palabras para estimular el estudio profundo dellegado Larrea, un verdadero puente entre el ms verdadero mundo americano de ayer y la Espaade hoy, una coleccin que an conserva las voces y las emociones de los hombres que crearoncada una de sus piezas.

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