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La masacre de la Escuela Santa María de Iquique El espectro que pena la conciencia de Chile José Antonio Gutiérrez 2007

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La masacre de la EscuelaSanta María de Iquique

El espectro que pena la conciencia de Chile

José Antonio Gutiérrez

2007

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Índice general

Los Antecedentes de la Huelga y la LargaMarcha . . . . . . . . . . . . . . . . . . 5

La convergencia obrera en Iquique . . . . . . 10El pliego obrero . . . . . . . . . . . . . . . . 15La Represión como única respuesta de la

burguesía . . . . . . . . . . . . . . . . . 22La ilusión de la autoridad benefactora . . . . 34El día de la tragedia . . . . . . . . . . . . . . 38La masacre en perspectiva histórica . . . . . 49Lecciones desde el movimiento libertario . . 58Para terminar . . . . . . . . . . . . . . . . . . 68

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“Varias matáncicas tiene la históricaEn sus pagínicas bien imprentádicas”(Violeta Parra, Mazúrquika Modérnica)

Este año, el 21 de diciembre, se cumple el centenariode la masacre de la Escuela de Santa María de Iquique,uno de los capítulos más horrendos de nuestra vida re-publicana, una de las peores, sino la peor, “matáncica”de nuestra “histórica” “chilénica”. Y no son pocas: sola-mente en el siglo XX contamos más de medio centenarde masacres.

Mirando desde abajo a la historia de las repúblicasamericanas, y no desde los formulismos leguleyos nidesde la retórica de los gobernantes de turno, encon-tramos que masacres como la de Iquique no son unaparticularidad de Chile, sino que aparecen en toda La-tinoamérica como auténticos puntos de inflexión enlos cuales la verdadera naturaleza de la dominación declase ha aparecido al desnudo, sin máscaras de ningúntipo. Muchas de estas matanzas han cumplido el roldel doloroso parto que ha terminado con cualquier ilu-sión que el movimiento popular aún pudiera albergarrespecto a la burguesía. En Argentina, hubo una Se-mana Trágica y la gran matanza en la Patagonia, en

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Colombia fue la masacre de las bananeras, en México,la masacre de Cananea, en fin, podríamos seguir y se-guir en una lista interminable que plaga todo el siglopasado de sangre.

Franz Fanon dijo, en un incisivo comentario respec-to del colonialismo, que éste no puede comprender-se sin la posibilidad de torturar, de violar y de ma-tar; de igual manera, no puede entenderse el republi-canismo democrático latinoamericano sin la posibili-dad, por parte de las elites, de masacrar al bajo pue-blo, de disciplinarlo manu militari y sin la posibilidadde, eventualmente, recurrir al recurso autoritario, a ladictadura, cuando las dos opciones anteriores no sonsuficientes. Esta naturaleza de nuestras repúblicas, denuestras democracias sui generis1, es el telón de fon-do en el que transcurren los sucesos de aquel (no tan)distante 21 de diciembre de 1907.

Debo confesar, de partida, que se me hace difícil es-cribir un artículo sobre la matanza de Iquique con lamente fría, tal es la indignación que se siente ante unhecho tan vil y cobarde como el ocurrido en el árido

1 Puede llamárseles “vigiladas”, “tuteladas”, oligárquicas”, de“seguridad nacional”, de “seguridad democrática”, o como se pre-fiera.

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norte. Debo aclarar de partida, además, que no nos in-teresa la historia de esta masacre desde el punto devista de la mera anécdota histórica. Lo que queremoses arrebatar esta historia del marco de la academia yde las conmemoraciones oficialistas. Esta historia de-be ser aprendida y asimilada en la calle, por el movi-miento revolucionario. Sus lecciones deben ser hechascarne, pues lamentablemente la historia del proletaria-do está escrita con sangre preciosa que no debe, jamás,olvidarse. Es este, y no otro, el ánimo que nos muevea realizar este artículo.

Los Antecedentes de la Huelga y laLarga Marcha

Corría el año 1907, y la industria salitrera rugía consuperlativo vigor en el rincón más árido del mundo, laprovincia de Tarapacá, en el norte chileno, territorioarrebatado recientemente al Perú y a Bolivia durantela llamada Guerra del Pacífico (1879-1883). Esta indus-tria se encontraba en manos, principalmente, de capi-talistas ingleses y pese a producir enormes riquezas,poco de ésta iba a dar a las manos de los obreros que

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la producían con su sudor bajo un ardiente sol en este“infierno blanco”.

Bastante se ha escrito y dicho sobre las desgarrado-res contradicciones de clases de la república oligárqui-ca de comienzos del siglo XX. Por tanto, no nos deten-dremos mayormente en las penurias de la vida obrerade esos años en las oficinas salitreras o las faenas mi-neras. Si bien puede decirse que la condición de losobreros pampinos era ligeramente mejor en compara-ción a la del resto de la clase obrera chilena, debidoen gran parte al dinamismo de este sector dentro de laeconomía nacional, esto dice más de lo espantoso delas condiciones de vida de las clases laboriosas en elresto del país que otra cosa. Y esta condición, de suyoprecaria, empeoraba a diario con la carestía de vida; elpeso se devaluaba constantemente, lo cual sumado aun espiral inflacionario y a que los salarios permane-cían estáticos y sin reajustarse, hacía el costo de la vidaimposible para los obreros.2 Esto, sumado a condicio-nes de trabajo extremadamente rudas, fue poco a poco

2 Deves reproduce una editorial del periódico obrero iqui-queño “El Trabajo”, fechado el 9 de Noviembre de 1907, el cual dacuenta de los problemas de la carestía de la vida y de la devalua-ción de lamoneda. Este artículo entrega la visión de los obreros, ar-ticulada y clara, sobre los problemas que les afectaban (pp.52-53).

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generando un hondo malestar entre los trabajadorespampinos.

Ciertamente que el descontento no era una cues-tión solamente de los obreros pampinos. Los principa-les centros urbanos chilenos también venían sufrien-do de fuertes convulsiones sociales y de una potenteoleada huelguística, apenas despuntado el siglo XX.3Pero cualquier movimiento huelguístico en Tarapacáque afectara los intereses salitreros tendría repercusio-nes mucho mas graves para la clase dominante, en lamedida en que había importantes capitales británicoscomprometidos, los cuales estaban íntimamente liga-dos a lo más rancio de la oligarquía criolla y teníangran influencia sobre las esferas del poder, y en la me-dida que el salitre constituía el pilar que sustentaba alfisco, siendo el sector más dinámico de la economía.

Diversos movimientos obreros y huelguísticos, es-pontáneos y sin mayor coordinación, se produjerondesde comienzos de diciembre de 1907 en la ciudadde Iquique, principalmente, por reivindicaciones sala-

3 Un excelente estudio sobre las huelgas y movimientos pro-letarios a comienzos del siglo XX y la formación del movimientoobrero moderno puede encontrarse en Grez, Sergio “Transición enlas formas de lucha: motines peonales y huelgas obreras en Chile(1891-1907)” en Historia, vol.33, 2000, pp.141-225.

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riales. Estos movimientos fueron desgastándose sin lo-grar mayor avance, salvo para panaderos y trabajado-res del ferrocarril del salitre que lograron aumentos.Luego, el 10 de diciembre se decreta la huelga en laoficina de San Lorenzo, con lo cual los obreros pam-pinos entraban en escena. Al plantear sus demandas,los administradores de la oficina no los escuchaban oinvariablemente respondían que ellos no podían darrespuesta a los obreros, que eran impotentes, que ladecisión final estaba en manos de los patrones, que és-tos se encontraban en Iquique o en Londres, etc. Estoera así en todas las oficinas de la región. Con lo cuallos obreros se decidieron a bajar en masa a la ciudadpuerto —en masa, pues según ellos mismos decían, ca-da vez que se enviaban comisiones, éstas no eran toma-das seriamente por la parte patronal y nunca se llegabaa nada. En Iquique, los obreros estarían frente a frentetanto a los representantes de la clase burguesa así co-mo a las autoridades para plantear sus demandas. Estadecisión haría confluir los intereses de los trabajadoresdel puerto, que ya se habían movilizado desde algunassemanas antes, con los pampinos, que representabanuna fuerza formidable y poseían un poder de presiónenorme por la importancia que poseía la explotaciónsalitrera.

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Grupos de obreros pampinos comienzan, entonces,una larga caminata, iniciada por 30 obreros de San Lo-renzo, de oficina en oficina, sumando compañeros ala causa, engrosándose así las filas de este movimien-to reivindicativo; para el 13 de diciembre, unos 5.000obreros pasaban la noche en San Antonio. Paralela-mente, el 15 de diciembre en Zapiga se llamaba a unmitin para hacer llegar un pliego petitorio al presiden-te con las demandas obreras. Ese mismo día, hordas de

4 Una reseña del anarquismo en Tarapacá puede encontrar-se en Pinto Vallejos, Julio “El anarquismo tarapaqueño y la huel-ga de 1907: ¿apóstoles o líderes?” (en “A 90 años de los Sucesos dela Escuela Santa María de Iquique” varios autores, Ed. LOM, 1998)y en Grez, Sergio “Los Anarquistas y el Movimiento Obrero”, Ed.LOM, 2007. El anarquismo era una corriente bastante débil en elnorte chileno comparada con demócratas ymancomunales —estosúltimos incorporaban elementos de reivindicación obrera con mu-tualismo, pero pese a que tenían una cierta orientación política, se-ría un error entenderlos como una ideología en el mismo sentidoque los demócratas o los anarquistas lo eran. Eran organizacionesobreras y como tales estaban abiertas a la afiliación de obreros dedistintas persuasiones (la presencia de anarquistas en la direcciónde alguna de ellas lo demuestra), lo que, insisto, no significa quehayan carecido de una orientación general, la cual era, muchas ve-ces, moderada y conciliatoria; al igual que las sociedades en resis-tencia, que si bien no fueron estrictamente anarquistas, tambiéntuvieron una clara orientación más combativa y permeable al dis-curso ácrata.

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obreros pampinos comenzaban a llegar a Iquique, algu-nos por tren, otros a pie, caminando largos kilómetrosbajo el quemante sol nortino. Mientras, la huelga se-guía extendiéndose por la pampa, hasta abarcar a todala región, con importantes mítines obreros en Huara yNegreiros el 18 de Diciembre.

La convergencia obrera en Iquique

En la huelga, en medio de la enorme marea huma-na constituida por los huelguistas, confluyeron obre-ros de distinta tendencia, demócratas, mancomunalesy anarquistas4, así como obreros de distintas naciona-lidades —unos cuantos argentinos, y bastantes bolivia-nos, peruanos y chilenos, que casi tres décadas anteshabían sido enfrentados por sus respectivas burgue-

Hubo algunos núcleos efímeros de anarquistas que surgieron enPozo Almonte/Estación Dolores, en Negreiros, en Chañaral y enAntofagasta —en estas últimas localidades llegaron a ocupar car-gos directivos en las mancomunales locales. En Iquique, expresio-nes orgánicas del anarquismo comenzaron a aparecer recién a co-mienzos de 1907, lo que demuestra lo incipiente de la penetracióndel anarquismo en la región. Esto no significa que los militantesanarquistas no hayan estado bien posicionados como para asumirtareas directivas del movimiento huelguístico a fines de ese año.

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sías unos contra otros en una guerra fratricida. Éstoseran, ahora, hermanados por la lucha de clases en con-tra de la misma burguesía que había lucrado con lasangre derramada en la Guerra del Pacífico, la única yverdadera enemiga de los obreros en estos tres países.Se calcula que más del tercio de los obreros huelguis-tas eran extranjeros. Y pese a las diferencias políticasy nacionales de los trabajadores, lo que primó fue launidad y un espíritu fraterno que dieron a este movi-miento dimensiones verdaderamente titánicas.

Los trabajadores pampinos bajaron y unieron susdemandas con los trabajadores del puerto, producien-do de esta manera una convergencia natural de las lu-chas que hasta ese entonces venían dándose demaneradescoordinada y sin un norte común, insuflando nue-vas energías en sus compañeros iquiqueños. Casi to-dos los trabajadores iquiqueños pararon, a excepciónde los obreros que consideraron prestaban serviciosabsolutamente indispensables para la población, comofogoneros, ciertos servicios de transporte como los ca-

5 Deves, op.cit., pp.90-91. Ver también Grez,Sergio: “La Guerra Preventiva: Escuela San-ta María de Iquique. Las Razones del Poder”.http://www.memoriando.com/pdf/escuelagrez.pdf

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rretoneros del mercado, los aguateros y los empleadosde la luz eléctrica.5

Aestemovimiento se suman también los comercian-tes, pues un aumento de la magra capacidad adquisiti-va de los trabajadores hubiera redundado en beneficiosdirectos para ellos. La presencia destacada de comer-ciantes como José Santos Morales, quien ocupó posi-ciones directivas durante la huelga, así como el apoyorecibido por los huelguistas por parte del comercio lo-cal, son testimonios de este hecho.6 Como se ve, todos,menos los amos salitreros, tenían algo que ganar coneste movimiento.

La expresión máxima de esta convergencia obrerafue el Comité de huelga, formado el 16 de diciembre,el cual incluía un secretariado, diferentes comisiones yun sistema de delegados de las distintas oficinas y gre-mios en conflicto, lo que lo hacía efectivamente parti-cipativo, democrático7 y representativo de las ampliasbases movilizadas. Este comité estuvo integrado pordestacados militantes anarquistas, como José Briggs,

6 Deves, ibid. Pp.125-127.7 Democrático en el sentido “directo” del término. Esta voca-

ción de democracia directa del movimiento y de su dirigencia sehabía ya expresado el día 15 en el Hipódromo, cuando los dirigen-tes no aceptan la negociación a espaldas de los trabajadores.

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mecánico de origen norteamericano, quien fuera pre-sidente del comité8; Luis Olea, uno de los dos vice-presidentes del Comité, destacado militante de la pri-mera camada de anarquistas de fines del siglo XIX, convasta trayectoria en organizaciones obreras y publica-ciones ácratas, que emigró en 1904 a la oficina de AguaSanta con fines proselitistas9; Ricardo Benavides, diri-gente de los panaderos; Manuel Esteban Aguirre, ex-dirigente de la mancomunal de Antofagasta y CarlosSegundo Ríos Gálvez, profesor primario, eran los re-presentantes del Centro de Estudios Sociales Redención,de abierta inspiración anarquista; y por último, Ladis-lao Córdova10, obrero de la oficina San Pablo, quienera prosecretario del comité.

Esta presencia nos habla de un cierto posiciona-miento de algunos militantes anarquistas en el movi-miento obrero tarapaqueño y da cuenta que los esfuer-

8 Se discute si el anarquismo de Briggs sería anterior a lahuelga o su “conversión” política se hubiera dado durante estahuelga. Pinto, op.cit. p.287. Según Elías Lafferte, en su libro Vidade un Comunista, Briggs trabajaba en la oficina de Santa Ana, don-de ya era un anarquista antes del inicio de la huelga. Lo cierto, esque después de la represión, estando refugiado en el Perú, trabajócon los círculos anarquistas de ese país.

9 Grez “Los Anarquistas y el Movimiento Obrero”, pp.96-97.10 Pedro Bravo-Elizondo, comunicación personal. Este inves-

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zos por expandir el movimiento hacia el norte del país,que comprendió la emigración de connotados militan-tes desde la zona central a Tarapacá, no habrían sidodel todo vanos y aunque lentamente, habrían estadocomenzando a rendir frutos. Pero a la vez, esta presen-cia no puede ser sobredimensionada: junto a los anar-quistas había otras tendencias, másmoderada, alejadasde la “acción directa” y no opuestas a la exhortacióna las autoridades. Además, el anarquismo, de recientepenetración en tierras del salitre, había calado en lasmasas mucho menos que la prédica demócrata, másinfluyente y arraigada en esta región —y ciertamen-te, cualquier influencia que hubiera llegado a tener enel movimiento popular tarapaqueño no era compara-ble al que había logrado alcanzar en la zona central deChile. Esto independientemente del prestigio que ha-yan podido tener ciertos militantes individuales o delauditorio que podría recién haber comenzado a aglu-tinarse alrededor de sus ideas fuerzas. Esto explica engran medida la paradoja de dirigentes anarquistas lide-rando un movimiento que exhortaba y confiaba en las

tigador habría comprobado su filiación política entrevistando a fa-miliares de este luchador.

11 Grez “Los anarquistas y el Movimiento Obrero”, p.110 serefiere a este punto en particular.

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autoridades. Pues, si bien el anarquismo criollo habíademostrado una notable flexibilidad táctica11, es muyprobable que un mayor arraigo ácrata hubiera predis-puesto a la masa obrera a una actitud más combativa ymenos confiada en la autoridad. Otra explicación máspara esta paradoja podemos encontrarla en la condi-ción de voceros en vez de “caudillos”12 de esta dirigen-cia, que se reafirmaría en la asamblea permanente quesesionaba en la Escuela.

El pliego obrero

Los primeros grupos de pampinos comenzaron a lle-gar al puerto el domingo 15, y desde el primer momen-to fueron custodiados por el ejército. Esemismo día, tu-vieron su primera reunión con el intendente interinoJulio Guzmán García y con un grupo de “vecinos no-tables” (oligarcas) a quienes plantearon sus demandas:aumentos salariales, control sobre pesos y medidas enlas pulperías, abolición del sistema de fichas y pago en

12 Lo cual es, en estricto rigor, perfectamente consecuentecon la visión anarquista de conducción que privilegia la politiza-ción desde la base y respeta las decisiones mayoritarias de la asam-blea.

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dinero, sin descuento, etc. El intendente interino reco-mendó a un comité representativo de los obreros dejaruna comisión encargada de negociar con las autorida-des y los patrones, dar tregua de 8 días hasta recibirrespuesta de Londres y Alemania, y volver a las faenasel mismo día. Esta propuesta fue leída por un represen-tante del comité a los obreros. A continuación ocurrióun hecho notable: la propuesta fue unánimemente re-chazada por los obreros.

Saltó a la palestra, entonces, uno de los represen-tantes de la burguesía para defender la propuesta dela autoridad, agregando: “vosotros que habéis delegadoen vuestro comité directivo todas vuestras atribuciones,tenéis el deber de acatar esa resolución, pues dicho comi-té ya la aprobó y a vosotros os toca obedecer y callar”.13¡No se puede ser más claro en definir el concepto de de-mocracia burguesa! Lamentablemente, el pensamien-to de muchos “dirigentes” de izquierda aún hoy en díano dista mucho de estas concepciones arcaicas y abur-guesadas. Pero estamos ante una masa clara y conven-cida, disciplinada pero nomanipulable. Y estamos anteun estilo de dirección del movimiento que, aunque ensus políticas no haya sido estrictamente libertario, si

13 Deves, op.cit. p.74

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lo era en sus métodos. Por ello, el representante de laburguesía fue interrumpido en ese mismo punto porel delegado obrero que había leído la propuesta a suscompañeros, diciendo: “El señor Viera Gallo está equi-vocado. El comité no ha aceptado tales bases. Lo que hahecho es recibirlas y presentarlas a vosotros para queacordéis su aceptación o rechazo”.14 Acto seguido, lamasa, unánimemente procedió a su rechazo. Este cons-tituye un hecho notable, que nos permite asomarnosal espíritu lúcido que animaba a los trabajadores y elcual, ciertamente, tiene que haber asombrado a la bur-guesía, demasiado acostumbrada a pensar a los obre-ros como una masa ignorante, no pensante, que puedeser acarreada y ordenada como un rebaño.15 Además,nos permite ver que la dirigencia, como hemos dichoantes, jugó un rol más de vocería que de negociadoresa puertas cerradas o caudillos.

14 Ibid.15 Muchos relatos sobre la huelga, posteriormente, mostrarán

a la “masa” como ingenua y mal aconsejada, casi diríamos lava decabeza, por sus dirigentes (ver por ejemplo, los sucesos como sonrelatados en El Tarapacá del 24 de diciembre, 1907). Tal visión co-rresponde a la visión típica de la burguesía de que el obrero nopuede gobernarse autónomamente, sino que siempre responde aórdenes externas. Un relato notable en este sentido, apareció enun folleto de 1908, el cual es citado por Grez en “Los Anarquis-

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La autoridad propuso, en la misma ocasión, al presi-dente de lamancomunal del puerto, AbdónDíaz, comomediador entre las partes en conflicto, lo cual fue re-chazado de plano por los obreros, quizás, por estar éstebastante alineado con las autoridades y con la AlianzaLiberal que había llevado al poder a Pedro Montt. Undía más tarde los obreros elegían al Comité de Huelgaya mencionado para que les representara. Este Comi-té de Huelga fue el encargado de presentar ante lasautoridades y los representantes de la parte patronal,el mismo día de su conformación, el pliego petitoriode los trabajadores:

«Reunidos en Comité los representantes delas Oficinas participantes, plantean el si-guiente acuerdo:

1. Aceptar que, mientras se supriman las fichas y seemita dinero sencillo, cada oficina, representada ysuscrita por su gerente respectivo, reciba las fichas

ta y el Movimiento Obrero” (p.107) “¡Los cabecillas, los agitadores!¡Cuánto no se ha vociferado en contra de esos culpables, esos gran-des culpables, los únicos culpables de la muerte de tantos infelices(!)(…) Ese pueblo-oveja que se dejó matar ha sido insultado despuésde muerto” Huelga aclarar que, como hemos visto en ese inciden-

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de otra oficina y de ella misma a la par, pagandouna multa de cinco mil pesos, siempre que se nie-gue a recibir las fichas a la par.

2. Pago de los jornales a razón de un cambio fijo dedieciocho peniques (18 d).

3. Libertad de comercio en las Oficinas en forma am-plia y absoluta.

4. Cerramiento general con reja de hierro de todoslos cachuchos y achulladores de las Oficinas Sa-litreras, so pena de cinco a diez mil pesos de in-demnización a cada obrero que se malogre a con-secuencia de no haberse cumplido esta obligación.

5. En cada Oficina habrá una balanza y una vara allado afuera de la pulpería y tienda para confron-tar pesos y medidas.

6. Conceder local gratuito para fundar escuelas noc-turnas para obreros, siempre que algunos de elloslo pidan para tal objeto.

te, la realidad era muy otra.

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7. Que el administrador no pueda arrojar a la ram-pla el caliche decomisado y aprovecharlo despuésen los cachuchos.

8. Que el administrador ni ningún empleado de laOficina pueden despedir a los obreros que han to-mado parte en el presente movimiento, ni a los je-fes sin un desahucio de dos o tres meses, o unaindemnización en cambio de trescientos o quinien-tos pesos.

9. Que en el futuro sea obligatorio para obreros y pa-trones un desahucio de quince días cuando se pon-ga término al trabajo.

10. Este acuerdo, una vez aceptado, se reducirá a es-critura pública y será firmado por los patrones ypor los representantes que designen los obreros.

Iquique, 16 de diciembre de 1907.Briggs y demás, delegados de las Oficinas».16

16 Este documento se encuentra en Jobet, Julio César, “Lasprimeras luchas obreras en Chile y la Comuna de Iquique”. Lasdemandas del pliego, en lo fundamental, ya habían sido planteadaspor los obreros en la reunión del 15 en el Hipódromo.

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Como vemos, ninguna de los puntos pedidos podríasiquiera ser considerado radical, ni mucho menos, re-volucionario: aumentos salariales, supresión del siste-ma de fichas, medidas para frenar la rapacidad patro-nal en las pulperías mediante el establecimiento de li-bre comercio en las oficinas así como control de medi-das y pesos, medidas de seguridad laboral (cubrimien-to de bateas), instrucción para los obreros y medidasde protección laboral para los obreros huelguistas.

Pero la radicalidad de un movimiento, las más de lasveces, no está determinada por las condiciones intrín-secas de éste, sino que por el escenario en que le tocadesenvolverse.Quiero decir que, si bien el movimientopuede ser catalogado como “moderado”, era ciertamen-te un paso más allá de lo que las burguesías nacional yextranjera estaban dispuestas a aceptar, rebasando losestrechos límites de su tolerancia. Solo a una burgue-sía tan arrogante e intransigente podía aparecérsele elmovimiento obrero de Iquique como una “amenaza”.

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La Represión como única respuesta dela burguesía

El movimiento, pese a lo que puedan afirmar loscables histéricos de las autoridades y los relatos pos-teriores que intentaron justificar la masacre, mantu-vo en todo momento una actitud disciplinada y enfa-tizó cuanto pudo su carácter estrictamente pacífico yaún respetuoso de las autoridades. Se encargaron, me-diante las comisiones, que se mantuviera el orden enla ciudad y que los obreros no dieran pie a actitudesque las fuerzas represivas pudieran interpretar comoprovocaciones. De hecho, el movimiento, quizás conla memoria fresca de las varias experiencias represi-vas del movimiento obrero de esa época, al mantenerun comportamiento “ejemplar” pensaba que estaba ensu propia compostura el evitar un desenlace de sangre.Contaban con que la burguesía y sus perros guardia-nes (ejército y policía) “jugaran limpio”.

Pero la decisión de reprimir ya estaba tomada, co-mo se puede comprobar en los cables telegráficos delministro Rafael Sotomayor al intendente interino JulioGuzmánGarcía “Santiago 14 de diciembre. Si huelga ori-ginase desórdenes, proceda sin pérdida de tiempo contra

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los promotores o instigadores de la huelga; en todo casodebe prestar amparo, personas y propiedades deben pri-mar sobre toda consideración; la experiencia manifiestaque conviene reprimir con firmeza al principio, no espe-rar que desórdenes tomen cuerpo. La fuerza pública de-be hacerse respetar cualquiera que sea el sacrificio queimponga. Recomiéndole pues prudencia y energía pararealizar las medidas que se acuerden. Sotomayor”17

Podemos suponer con fundamentos que, cuando sehabla de que “personas y propiedades debe primar so-bre toda consideración”, obviamente la referencia essolamente a las personas con propiedades —únicaspersonas en el sentido estrictamente capitalista deltérmino— y a las propiedades de esas personas. Puesa la hora de masacrar, a las “personas” que venían dela pampa, en realidad, no se les tuvo la más remota yleve consideración.

Un cable emitido por el ministro Sotomayor el mis-mo día en que se formaba el Comité de Huelga y se re-dactaba el pliego obrero, nos señala igualmente mayo-res antecedentes de que la salida represiva había sidocontemplada desde el primer momento:

17 Deves, op.cit. p.63

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“16, diciembre, 1907, Intendente Iquique.Para tomar medidas preventivas procedacomo Estado de Sitio. Avise inmediatamen-te oficinas prohibición gente bajar a Iqui-que. Despache fuerza indispensable paraimpedir que lleguen usando todos los me-dios para conseguirlo. Fuerza pública debehacer respetar orden cueste lo que cueste. Es-meralda va camino y se alistan más tropas.Sotomayor”.18

Posteriormente a la masacre, el mismo Sotomayorentregamás elementos para dejar en claro que estama-sacre fue una respuesta calculada fríamente por las au-toridades. Respondió de la siguiente manera a algunoscuestionamientos en el parlamento:

“ (los sucesos de Iquique) no fueron debidosa un acto de impremeditación, de culpablee inhumana ligereza. Cada una de las auto-ridades (…) pesó muy bien sus resoluciones,con la conciencia de los deberes de los altospuestos de confianza que desempeñaban; y

18 Ibid, p.92

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hubo de apelar a recursos extremos y dolo-rosos, pero que las difíciles circunstanciashacían, por desgracia, inevitables”19

Dejando de lado las frases rimbombantes y las lágri-mas de cocodrilo, aparece, en todas estas declaracio-nes, el asesinato a sangre fría como política del Estadopara mantener a la chusma a raya y conservar los pri-vilegios de unos pocos. El más miserable desprecio a lavida de los sectores populares aparece diáfano en estasdeclaraciones.

¿Cuáles fueron las fuerzas que alimentaron esta res-puesta represiva y que dieron los fundamentos racio-nales a un acto a todas luces irracional?

Por una parte, los salitreros se negaban rotundamen-te a negociar con los trabajadores. Durante toda la se-mana del 15 al 21 mantuvieron una posición intransi-gente e inflexible: no negociarían con la masa en huel-ga o agrupada en el puerto. Exigían que se volvierana las faenas y que dejaran una comisión. En su con-cepción, los obreros eran poco más que esclavos, eransiervos a los cuales cabía solamente callar, trabajar yaceptar la magra recompensa del patrón por su traba-jo como quien recibe una limosna. Es bastante decidor

19 Grez, “La Guerra Preventiva”, cita 22.

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que en todo momento los patrones apelaran a su su-puesto prestigio moral por sobre los obreros. Negabanla capacidad de dialogar con la masa movilizada pues:

— “resolver bajo la presión de la masa, por-que esto significaría una imposición mani-fiesta de los huelguistas y les anularía porcompleto el prestigio moral que siempre de-be tener el patrón sobre el trabajador parael mantenimiento del orden y la correcciónque en las faenas delicadas de las oficinassalitreras”.20

— “si en esas condiciones accedieran al to-do o parte de lo pedido por los trabajadoresperderían el prestigio moral, el sentimientode respeto que es la única fuerza del patrónrespecto del obrero”21

Como Grez lo resume de manera brillante, los traba-jadores eran negados en tanto sujetos políticos.22 Lo

20 Deves, p.157. Grez “La Guerra Preventiva”.21 Grez, “La Guerra Preventiva”. Vale aclarar que el “respeto”

(léase miedo) no era la única “fuerza” disponible para los patrones:las fuerzas armadas de la república claramente estaban a su dispo-sición cuando lo demandaran.

22 Ibid.

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único que cabía a los obreros, eran dos opciones: o re-gresar a trabajar y dejar una comisión para ser embau-cada, o ser reprimidos violentamente y aleccionadospara que no se volvieran a meter en huelgas. Negociarno era una posibilidad. Tal cosa hubiera sido reconocersu humanidad, y por consiguiente, su derecho a orga-nizarse, a reclamar, a exigir, a pensar. No es casual quese evite en la prensa reaccionaria de la época o en loscomunicados un lenguaje que pudiera dar cuenta deque lo que se había masacrado eran seres humanos:amotinados, turba, exaltados, extranjeros, agitadores,bandidos, etc. son los velos predilectos con los cualesla burguesía de la época ocultó la humanidad de susvíctimas.23

Por otra parte, al gobierno también veía la necesi-dad de obrar enérgicamente para que el ejemplo deIquique no se extendiera por el territorio nacional. Yase agitaban las aguas en Antofagasta y el movimientopodía rápidamente prender un reguero de pólvora denorte a sur, hasta convertirse en una huelga generalen contra de una situación social que era francamen-

23 De manera no muy diferente, la dictadura de Pinochet ma-taba marxistas (“como ratas” según los titulares de La Segunda),mataba humanoides, mayonesos, subversivos, etc. Jamás perso-nas.

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te calamitosa para los de abajo. Además, no solamenteimportaba sofocar un eventual movimiento huelguís-tico y de lucha que pudiera haberse originado desdeIquique en ese momento puntual. Era importante ade-más dar una lección a la clase obrera y disciplinarla.Amedrentar, infundir el terror para que los trabajado-res no siguieran el ejemplo de los obreros en huelga.Esta práctica puede llamarse con plena propiedad “te-rrorismo de Estado” y ha sido una línea de conductabastante menos excepcional de lo que se nos quierehacer creer en nuestra república.

Así lo resume Grez24: “la huelga de Iquique era me-nos una amenaza en sí misma que un peligro latentepor el mal ejemplo que podía proyectar una actitud dedebilidad del Estado y los patrones”.

No es casual que la argumentación del general SilvaRenard para justificar la masacre tenga el tufo a las de-claraciones de los patrones. Abrió fuego pues “no eraposible esperar más sin comprometer el prestigio de lasautoridades y fuerza pública”.25 El “prestigio” aparecetanto para el gobierno como para los patrones como lajustificación última para el baño de sangre. El discur-

24 Grez, “La Guerra Preventiva”25 Deves, op.cit., p.176

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so pretende mostrar que la masa obrera es una masade chiquillos crecidos, inmaduros, irresponsables, in-concientes, que deben ser castigados por sus “mayo-res” (Estado y Capital) los cuales en ningún momentopueden ser desautorizados.

El castigo, el disciplinamiento, la tortura, si bienpuede decirse que son formas inhumanas de trato, pa-radójicamente, son necesarias, precisamente, porquese admite en el fondo la humanidad y la equivalenciadel otro; es en este sentido en que cumplen un rol polí-tico bien preciso. Hablando del rol de la tortura entrelos esclavos del Haití colonial nos dice Jean Casimirque:

“Después de comprar a estos ‘negros’, elplantador los pone a trabajar a su antojo.Como no se someten, se atribuye el derechode torturarlos hasta que obedecen a las órde-nes que reciben (…) Para obtener lo mismode los animales de su finca, dicho plantadorse cuida de torturarlos: sabe que no tienenla inteligencia necesaria para comprender-lo. Por esta razón, cuando tortura a las per-sonas cautivas, admite implícitamente queson sus semejantes y que es imperativo hu-

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millarlos, animalizarlos y destruirlos comoseres humanos para obtener el resultado es-perado”26

Los términos en que Casimir describe el rol de latortura en la sociedad esclavista del Haití colonial sonextremadamente pertinentes para entender el rol alec-cionador de la violencia de Estado. Y sigue en térmi-nos aún más sorprendentes, que si bien no pueden tra-ducirse mecánicamente a la situación de Tarapacá en1907, nos ayudan bastante a comprender la lógica deesta forma particular de terrorismo patronal en un sis-tema en donde las relaciones de trabajo capitalistas es-tán impregnadas de resabios de servidumbre27:

“La noción de los amos de que los cauti-vos están siempre desafiándolos traicionaun reconocimiento de su inteligencia y desu fuerza moral; irrita a la sociedad colo-nial y explica sus excesos. La impresión de

26 Casimir, Jean. “Haití, Acuérdate de 1804”, Ed. Siglo XXI,2007, p.24.

27 Si bien las relaciones de producción y propiedad son per-fectamente capitalistas, la cultura del trabajo está aún llena de ras-gos serviles.

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una superioridad impertinente e insubordi-nadamantiene la necesidad cotidiana de ul-trajar, mortificar y envilecer a los cautivospara convertirlos en esclavos”28

En el caso de Iquique, tenemos a una burguesía que,tal cual al amo de las plantaciones, es celosa de su su-puesta superioridad en una sociedad extremadamen-te jerarquizada, siendo intolerante de cualquier gestoque pueda revelar la menor noción de desafío a esasupuesta superioridad —celo el cual explica sus “exce-sos”. Pues sabe que su “prestigio moral” no es tal, quea lo sumo puede ser temor —temor al desempleo, alhambre, al castigo— y que solamente puede mantener-se por la coerción y la fuerza bruta, en última instancia.Al burro desobediente, un par de huascazos bastan ¿pa-ra qué más? Al obrero iquiqueño se reserva el plomoen caso de fallar otros métodos para doblegarlo.

Hay otro elemento que permite entender por quéla represión se convirtió en la respuesta última (y úni-ca) de la burguesía a las demandas obreras: es su te-mor al poder popular. La masa obrera concentrada enIquique demostró en los hechos su poder, el cual se

28 Casimir, op. cit., pp.60-61

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debe haber manifestado de manera amenazante parauna burguesía celosa y paranoica. Su poder de pararla producción, de parar la vida en la ciudad y organi-zarla según su conveniencia. Es el mismo intendentetitular Carlos Eastman quien menciona que los servi-cios que continúan funcionando son aquellos que losobreros lo permiten, obreros que incluso llegaron a lainsolencia de emitir autorizaciones de circulación paracarruajes —suplantando de esta manera las atribucio-nes tradicionales del Estado.29

Ciertamente, no hubo una situación de poder dualcomo la describe Eastman en Iquique30: tal cosa no fuemás que parte de las alucinaciones de una burguesíaaterrada ante la perspectiva del poder de los obreros.Pero eso no significa que no haya existido la posibi-lidad de que la situación hubiera podido evolucionarhacia un poder dual: pero como casi siempre ocurre,la burguesía veía más claramente el poder de la claseobrera que los mismos trabajadores, quienes en todomomento se mantuvieron respetuosos de las autorida-des. Mas eso no quiere decir que una masa obrera po-derosa y bien organizada no haya significado razón de

29 Deves, op. cit., p.90.30 Grez aborda este asunto, “La Guerra Preventiva”.

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sobra para que las clases pudientes se inquietaran: co-mo Grez lo resume “se trataba del miedo atávico de laelite a la sociedad popular”.31 Ese miedo atávico re apa-rece una y otra vez en la historia cuando el poder de laclase trabajadora se expresa desafiante al dominio delos de arriba.32

Tenemos, entonces, que la negativa a negociar conlos obreros antes que los pampinos volvieran a las ofi-cinas salitreras, y tan sólo con una comisión represen-tativa, no era cuestión de carácter economicista sinouna cuestión de poder.33 Los burgueses entendían quepara mantener intacto su edificio de jerarquías y pri-

31 Ibid.32 Carlos Altamirano en su libro “Dialéctica de una Derrota”

(Ed. Siglo XXI, 1977) nos dice de la época de la Unidad Popular“ (el poder popular) Como fenómeno social, lo hemos dicho, atemo-riza profundamente a la clase dominante. Por pirmera vez ésta per-cibe al proletariado no como una masa primaria, ignara, difusa, in-coherente y fragmentada, sino como un todo compacto, sólido, conplena conciencia de su identidad y con la firme voluntad de despla-zarla del poder. Y no se trata sólo de un temor abstracto. Cuando elproletariado desfila, cuando realiza sus actos y grita sus consignas,cuando ve sus puños levantados al cielo, la burguesía siente pavor fí-sico y se repliega en sus mansiones” (p.115)

33 Los mismos salitreros decían que negativa a negociar conla masa obrera no era una cuestión de dinero sino que de princi-pios. Deves, op.cit., p.157.

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vilegios debían oponerse frontalmente al más mínimocuestionamiento a su propio poder, a su propio domi-nio. El cuestionamiento se vuelve insolencia, y la inso-lencia se castiga. “Aunque pacífico, el desafío al podercivil y militar era intolerable”.34 Volvemos a lo mismo:era la burguesía reafirmando su poder ante el poder,en gran medida inconciente, de los trabajadores.

La ilusión de la autoridad benefactora

Transcurrieron los días desde la presentación delpliego obrero sin que la burguesía cediera y mientrasel intendente interino Guzmán García estiraba la situa-ción esperando la llegada del intendente titular CarlosEastman y del general Roberto Silva Renard, quienesvendrían a resolver de una buena vez en términos fa-vorables a los empresarios, el conflicto. Estos llegaronel día jueves 19, en medio de una multitud obrera que,ilusionada en la mediación de las autoridades para fa-vorecerles, los ovacionó a viva voz.35 Las primeras pa-

34 Grez, “La Guerra Preventiva”35 Los obreros lo aplaudieron entusiastamente, con la misma

ingenua confianza con que los obreros patagónicos aplaudieron alteniente coronel Varela antes que éste los masacrara en los sucesosconocidos como la “Patagonia Trágica” o “Rebelde” en 1922.

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labras que Eastman dirigió a los huelguistas les llena-ron de optimismo: decía venir a solucionar humana-mente el conflicto, con equidad y justicia, a conciliarlos intereses, a buscar salidas amistosas, etc.36

Después de la masacre, el diputado demócrata Mala-quías Concha hizo el mordaz comentario siguiente res-pecto a la ovación obrera a Eastman: ”no hacían sinoimitar a los esclavos romanos condenados a la muertedel circo que, cuando pasaban delante del emperador encamino del sacrificio exclamaban: Ave César, imperator,morituri te salutan. ¡Salve César, emperador: los que vana morir te saludan!”.37

No imaginaban que su árbitro terminaría siendo tansaquero y que, de hecho, sería uno de los que firmaronel acta de ejecución de los obreros. El tono amable delprincipio se fue endureciendo hacia los obreros, mien-tras los salitreros mantenían su enconada oposición ala negociación con los obreros en huelga. Las conver-saciones del día siguiente a su llegada, fueron las quedesnudaron ante los obreros, aún ante los más inocen-tes, su carácter de estricto defensor de los intereses sa-litreros: en las conversaciones con los delegados obre-

36 Deves, op.cit., pp.130-131.37 Ibid, p.133

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ros, tanto Eastman como Silva Renard, se ofuscaroncon la negativa de los obreros a volver a la pampa, pe-ro fueron condescendientes con la negativa burguesaa negociar. Incluso Silva Renard llegó a decir que lossalitreros eran víctimas de su propia bondad hacia sustrabajadores.38

El viernes 20, se producen varios hechos, aparte delas conversaciones, que demuestran que cualquier ilu-sión que hubieran tenido en una autoridad benigna,que se inclinara del lado de los obreros (por estar dellado de éstos la “razón” y la “justicia”), era completa-mente espuria. La huelga se seguía extendiendo en lazona norte de la pampa, reuniéndose en Pisagua hasta2.000 pampinos que exigían trenes para desplazarse aIquique; pero ya las tropas estaban advertidas de impe-dir por la fuerza la llegada de más trabajadores al puer-to, donde ya se habían reunido unos 12.000 obreros. Esen este contexto en que se produce el primer hecho desangre, cuando en Buenaventura obreros que intentanllegar a Iquique son enfrentados por tropas del regi-miento Carampangue, al mando del teniente RamiroValenzuela. Las tropas abren fuego sobre los trabajado-

38 Ibid, p.148

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res, matando una decena.39 Pese al fuego de las tropas,algunos de los huelguistas lograron llegar a Iquiquetrayendo consigo los cadáveres de algunos de los infor-tunados trabajadores, que como un macabro símbolodel odio de clase, representaron un duro golpe al op-timismo de los obreros en una solución amistosa a suconflicto, así como a su confianza en las autoridades.

Ese mismo día se supo del encarcelamiento de Pe-dro Regalado Núñez, acusado por el salitrero inglésSyers Jones de haber instigado la huelga en la ofici-na de Agua Santa. Aparecieron también agentes de lapolicía secreta actuando de provocadores, incitando alos obreros a cometer desmanes, intentando así dar piea acciones que pudieran excusar la intervención de lafuerza pública. Y, finalmente, el golpe mortal contra labuena fe de las autoridades fue la declaración de Esta-do de Sitio a las 10 de la noche del mismo día. Todoindicaba el endurecimiento en el trato a los obreros yla definición de la salida represiva al conflicto.

Al día siguiente, a las ocho de la mañana, se que-maba la última carta de solución pacífica al conflicto:Eastman reitera a los salitreros la posibilidad de dar

39 Ibid, pp.143-145. No hay consenso en torno a las cifras exac-tas de bajas obreras, pero todas rondan alrededor de esa cifra.

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un mes de tregua con aumento salarial del 60%, comohabían propuesto los obreros, y les propone que el go-bierno correría con lamitad de los gastos. Los patronesse negaron rotundamente, siempre citando su tan bu-llado “prestigio moral”40, a lo cual Eastman no insistió.En ese momento comenzaba la cuenta regresiva paralos obreros en Iquique.

El Estado, una vez más apareció, desnudo, como loque es: el sirviente de los intereses de la burguesía, elbrazo armado de los capitalistas ingleses y criollos.41En todo momento, éste estuvo al servicio de los sali-treros, ora poniendo a disposición de la burguesía supoderío militar, ora financiando un eventual aumentode sueldo.

El día de la tragedia

Luego de la negativa de los ingleses y los salitrerosa negociar, Eastman llama al comité de huelga a la in-tendencia para conversar con ellos. Debido al Estado

40 Ibid, pp.156-15841 De manera no muy diferente a cómo es hoy el brazo repre-

sivo de las trasnacionales y del puñado de capitalistas locales quemanejan este país a su antojo, como lo ha demostrado tristementeel conflicto mapuche y la huelga de los forestales en Arauco.

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de Sitio y a los sucesos de Buenaventura, ellos se ne-garon a ir aludiendo a que las garantías de los obrerosno estaban resguardadas.42 Lo que en realidad temían,era una encerrona en el camino a la negociación, su-friendo la misma suerte de Regalado Núñez.43

Desde la noche anterior, circulaba el rumor de quelas tropas harían uso de la fuerza bruta y que se busca-ría apresar a los dirigentes44, por lo cual una asambleadel comité el sábado decidió buscar asilo con el cón-sul de los EEUU —país de creciente “prestigio” en laregión, pero sin intereses sustantivos en la industriasalitrera. Además, el hecho de que Briggs, el presiden-te de la huelga fuese de origen norteamericano, tieneque haber pesado a la hora de decidir el asilo en esteconsulado.45

Luis Olea y José Santos Morales fueron comisiona-dos por el comité para entrevistarse con el cónsul nor-

42 Deves, op.cit, pp.158-15943 Bravo-Elizondo “Santa María de Iqui-

que: El Último Recurso de los Dirigentes”http://www.anarkismo.net/newswire.php?story_id=6931

44 Un cable de Sotomayor a Eastman decía claramente “Se-ría muy conveniente aprehender cabecillas, trasladándolos buquesde guerra” Bravo-Elizondo, Pedro “Santa María”

45 Ibid

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teamericano, pidiendo asilo para no ser “matados comoperros”. El cónsul negó la protección a los huelguistasaduciendo que él no era más que un representante co-mercial de su gobierno.46 Al serles rechazada la soli-citud de asilo por el cónsul norteamericano, enviaroncartas de protesta por los abusos de la autoridad a otrosconsulados.47

Es extremadamente importante insistir en este últi-mo punto: los obreros buscaron por todos los medios

46 Ibid. Vale la pena llamar la atención que, en el caso de serun “obrero revoltoso”, como ciertamente Briggs lo era a los ojosde las autoridades, el consulado norteamericano no mostró nin-gún interés por uno de sus ciudadanos. Actitud que contrasta no-tablemente con el “interés” políticamente motivado que los EEUUhan demostrado por sus ciudadanos en el extranjero para justifi-car innumerables intervenciones militares imperialistas, incluidala ignominiosa invasión a Granada en 1983.

47 Mención aparte merecen las opiniones vertidas por el “his-toriador” amarillista y sensacionalista Víctor Farías, ya famoso porsus calumnias disfrazadas de investigación objetiva. En La Terce-ra (04-03-07) dice: “Los dirigentes del movimiento salitrero pidieronasilo en el consulado norteamericano antes de ser perseguidos y que-daron todos vivos, igual que los dirigentes de la Unidad Popular, quedejaron a la gente frente al ejército más poderoso de Sudamérica sinconducción. Después de Santa María los mineros quedaron tan bota-dos como quedó la gente de los cordones industriales”. Esta calumniaes de lo más vil y cobarde, y no es más que una mentira calculadapara desviar las responsabilidades desde el opresor hacia el mismo

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una solución al conflicto y maniobraron como pudie-ron para evitar el hecho de sangre: desde mantener lacalma aún pese a las provocaciones, negociar un au-mento temporal en vez del petitorio completo y, porúltimo, buscar el asilo como manera de “disolver” elconflicto sin que éste fuera derrotado. Esta actitud con-trasta notablemente con lo que ciertos historiadores,de manera bastante injusta, han asumido como la su-puesta incapacidad de los obreros de “tomar iniciativaante el devenir de los acontecimientos” o con su supues-to “orgullo empecinado”.48

movimiento de los oprimidos. Farías ha de saber, muy bien, quetodos los dirigentes estaban presentes en la escuela al momentode la masacre corriendo la misma suerte que el resto de sus com-pañeros y que si ninguno fue muerto fue por buena fortuna, puesla primera descarga apuntó hacia la azotea de la Escuela donde seencontraba el Comité de Huelga. Es más, José Briggs fue herido debala en su pierna. Él lo sabe, pero prefiere ocultar ese hecho, min-tiendo deliberadamente, para hacer aparecer a los formidables di-rigentes de este movimiento como irresponsables. Por último, ladecisión de ir al consulado fue una decisión colectiva tendiente abuscar protección colectiva y disolver el conflicto sin ser derrota-dos, y no el recurso desesperado de dirigentes individuales. No ledaremosmás vuelta a este asunto, ya que no nos interesa la polémi-ca con pseudo-historiadores mediocres y pusilánimes como él, nimucho menos, las tarugadas sin fundamentos que pueda cacarear.

48 Deves, op. cit., p.83 y p.181.

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Lo único que los obreros no podían, bajo ningúnprisma, aceptar, era la derrota política, pues el volvera la pampa sin nada ganado hubiera sido intolerablepara una masa obrera que ya dijo basta. Como lo dijoJosé Santos Morales en 1908 “Para el caso de salir frus-trados en nuestras peticiones, habíamos acordado pedirpasajes para otras partes, para nuestra tierra natal a laautoridad administrativa, antes que someternos a tornara las salitreras, donde sabíamos positivamente que de-bíamos someternos de nuevo, con mayores gabelas, porconsiderársenos vencidos.”49

Al no asistir el comité a la Intendencia, Abdón Díazfue encomendado por Eastman para llevar un ultimá-tum a los obreros. Tenían que aceptar la propuesta delos salitreros, si o si. Luego de deliberar, el comité res-pondió que no podían volver a la pampa con las manosvacías, que no podían asistir a dialogar a la Intendenciapor cuestiones de seguridad y reafirmaban el carácterpacífico y respetuoso de las autoridades del movimien-to. Reafirmación que de nada serviría para cambiar elcurso de los acontecimientos. Una vez recibida esta res-puesta, Eastman ordenó al general Silva Renard y al

49 Bravo-Elizondo, “Santa María”.

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coronel Sinforoso Ledesma desalojar por la fuerza laescuela.

A las 1,30 de la tarde se alistaban las tropas pa-ra el ataque: las tropas de los regimientos O’Higgins,Carampangue (las mismas que ya habían derramadola sangre en Buenaventura), Rancagua, más artilleros,marinos, granaderos y lanceros. Una horamás tarde al-gunas comisiones militares dieron la orden a los obre-ros de abandonar la escuela y dirigirse al Club Hípico.Los obreros rechazaron esa orden. Solamente 200 obre-ros, de unamasa calculada de unos 7.000, abandonaronla escuela entre los abucheos de sus compañeros. Losobreros no se moverían de la escuela.

Es en esos momentos que los cónsules de Perú y Bo-livia aparecen en la escuela a suplicar a los obrerosde esos respectivos países que abandonaran el recin-to.50 Estos obreros dieron, en estos momentos, ante lacerteza de la represión, la más hermosa lección de so-lidaridad que se haya registrado en suelos americanos:diciendo haber venido a la escuela pacíficamente y enunidad con los chilenos, dijeron que no les abandona-

50 Respondiendo a la carta de protesta enviada por los huel-guistas previamente.

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rían en la hora del “sacrificio”.51 Es de destacar que elcónsul argentino, el inglés Syers Jones, al ser él mismoun salitrero, no mostró ningún interés por la suerte delos trabajadores trasandinos.52

Pasadas las 3,30 de la tarde, luego del ultimátum y larespuesta negativa de los obreros, Silva Renard da or-den de fuego al regimiento O’Higgins, tras lo cual sedesata una brutal orgía de muerte, una salvaje matan-za perpetrada por bestias sobre excitadas con el hedora sangre obrera, que solamente se detiene cuando unsacerdote, con un bebé acribillado por los perros uni-formados en sus brazos, ofrece su pecho al general.53

El mismo general, resume su cobarde acción de lasiguiente manera: “Había que derramar la sangre de al-gunos amotinados o dejar la ciudad entregada a la mag-nanimidad de los facciosos que colocan sus intereses, susjornales, sobre los grandes intereses de la patria. Anteel dilema el dilema, las fuerzas de la Nación no vacila-ron”.54

51 Ibid, pp.168-177. En esas páginas se describen pormenori-zadamente los momentos previos a la masacre.

52 Bravo-Elizondo “Santa María”53 Deves op. cit., p.183.54 Bravo-Elizondo, Pedro: “Santa María de Iquique 1907: do-

cumentos para su Historia” Ed. Cuarto Propio, 1993, p.205.

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Obreros desarmados, con sus manos vacías, algunosde los cuales agitaban banderas blancas, fueron masa-crados con siniestro sadismo por “nuestro” “glorioso”ejército.55 ¿Cuantos obreros murieron? Es difícil deprecisar. Silva Renard en su testimonio habla de 140muertos. Pero esta cifra es, a todas luces, imposible decreer. Se dice que 3.600. Pero es imposible de saber aciencia cierta cuantos cayeron entre los obreros, sus fa-milias y las señoras que vendían comida y empanadasfuera de la escuela, quienes también sufrieron de la re-presión.56 Después de todo, a los que se mató fue a los“nadie”, esos que nos dice Galeano que valen menos

55 Silva Renard en su parte informa de un par de bajas entrelos uniformados, los que explica como producto de disparos des-de la Escuela. En verdad, tales bajas habrían sido causadas por dis-paros de los mismos uniformados, pero Silva Renard alteraría loshechos para dar mayor solidez a su acción (Deves, op.cit. p.182).Queda por saber si tales bajas se produjeron por torpeza o por jus-ticia sumaria contra insubordinados que se puedan haber negadoa disparar, como se ha dicho en una versión de los hechos.

56 Víctor Mamani Condori discute las diversas cifras de muer-tos en su artículo “A la búsqueda de los masacrados de Iquique”http://www.clarinet.cl/index2.php?option=content&do_pdf=1&id=4039citando que la cifra de 2.000 es corroborada por un subofi-cial del regimiento Carampangue. En una fosa común late-ral al Servicio Médico Legal de Iquique se retiraron, en ex-humaciones realizadas en agosto de este mismo año, 2.332

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que las balas que los matan. Pero, ciertamente, fueronalrededor de 2.000. No menos de esta cifra. Asesina-dos vilmente por un ejército criminal y cobarde. Enpalabras del obrero anarquista Luis Heredia “cayeronasesinados por la metralla alrededor de 2.000 personas,entre obreros, sus mujeres y sus niños; y cayeron sin lu-cha, masacrados cobarde y alevosamente por un ejércitoque las propias víctimas alimentaban y vestían con sufatigante y diario trabajo”57

Esa masa permanecerá anónima, con su número demuertos que jamás podremos conocer con exactitud.Esa masa humana que se transformó en un océano desangre, donde la sangre derramada de cada obrero sejuntó y se hizo indistinguible la una de la otra, la delobrero chileno de la del boliviano, la del obrero pe-ruano de la del argentino, donde el drama humano demiles de personas se convirtió en un único drama co-lectivo que enlutó a la pampa y al país todo. Siempre

cadáveres. Ver también Bravo-Elizondo, Pedro “Recuentode los Masacrados en la Escuela Santa María. Las Versio-nes” sobre las distintas cifras entregadas por diversas fuenteshttp://www.anarkismo.net/newswire.php?story_id=7037

57 Heredia, Luis “El Anarquismo en Chile (1897-1931)”, Ed.Antorcha, 1981, p.25. Originalmente, este folleto publicado en 1936se tituló “Cómo se construirá el socialismo”

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me llamó poderosamente la atención que en las imá-genes de los huelguistas marchando o concentradosen la Plaza Montt o la Escuela es imposible distinguirrostros, lo que da un aspecto espectral a esa multitud.Multitud compuesta por nuestros hermanos, sin ros-tros, sin números, sin nombres, sin propiedades, sinnada, ya sin vida siquiera.

De los que si sabemos el nombre y conocemos susodiados rostros, es de aquellos que ordenaron disparar,de aquellos que se mancharon sus manos con sangre:general Roberto Silva Renard, coronel Sinforoso Le-desma, intendente titular Carlos Eastman, intenden-te transitorio Julio Guzmán García, presidente PedroMontt, ministro Rafael Segundo Sotomayor, abogadode los salitrerosMatías Granja y toda la pandilla de ca-pitalistas ingleses como David Richardson, Syers Jo-nes, John Lockett, los Hardie, los Jeffrey, los Brow-ne, los Plummer, los Steele, entre tantos otros infames.Nombres que por siempre el movimiento popular de-be recordar como la personificación de todo lo que hahabido de infame en nuestra historia (y que no ha sidopoco)

De la Escuela, los sobrevivientes fueron arrastradosen masa, como animales, al Club Hípico, desde don-de fueron despachados en número de siete mil a la

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mañana siguiente a la pampa, escoltados por el regi-miento O’Higgins. Unos 200, lograron irse a Valparaí-so.58 Otros, entre los que se encontraba un herido JoséBriggs, huyeron al Callao. Mientras tanto, las oficinassalitreras se militarizaban, y los mismos patrones queno aumentaban los sueldos encontraron los fondos pa-ra mantener tropas de Carabineros apostadas en lasoficinas; a comienzos de enero de 1908, para tranquili-dad de la colonia británica en Iquique, arribaba a puer-to un buque inglés.59

Los muertos y heridos graves, en cambio, que ya-cían en grandes números alrededor de la escuela erancargados en carretas puestas al servicio de la policía,desde donde eran llevados a una fosa común. Muertos,heridos graves y moribundos, eran arrojados en ella.60

58 Relato de José Santos Morales, en Bravo-Elizondo, “SantaMaría de Iquique 1907” pp.179-180. Este relato describe minuciosa-mente los últimos días de la huelga, así como los hechos represivosrelatados, aparte de los días posteriores a la masacre. Ver sobre lascifras citadas Grez “La Guerra Preventiva”. Hay una versión quedice que los obreros fueron “quinteados” en el Club Hípico (verLjubetic Vargas, Iván “Masacre que no se Olvida”, en Punto Fina,no.629, 1º de diciembre 2006), pero José Santos Morales, dirigentede la huelga que estuvo ahí, no relata en su testimonio tal episodio.

59 Zolezzi,Mario, http://www.geocities.com/Athens/Acropolis/1004/escuela1.html60 Deves, op.cit., p.186

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Así se sellaba este capítulo que marcó toda una épo-ca del movimiento obrero chileno; el movimiento obre-ro entraría en un reflujo de aproximadamente un lus-tro. Pero, al contrario de lo que los represores preten-dían, no se pudo detener eternamente la marea obreraque lucha por el cambio ayer como hoy. No pudieronentonces, no pudieron en 1927, no pudieron en 1973,no podrán ahora. Como decía el obrero Sixto Rojas,“la sangre vertida es semilla que germina haciendo nacernuevos luchadores (…) en todas las edades, donde hubotiranos, hubo rebeldes”.61

La masacre en perspectiva histórica

Eduardo Devés, en su exhaustivo estudio sobre lamasacre que hemos citado, concluye una de las seccio-nes de su libro con un juicio lapidario hacia los huel-guistas:

“los trabajadores cayeron en el círculo vicio-so de sus juicios equivocados, de sus falsasconcepciones, de sus confusiones entre de-

61 Discurso de Sixto Rojas el 21 de diciembre de 1908. EnBravo-Elizondo “Santa María de Iquique 1907”, p.189.

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seos y realidades, de su orgullo empecinado,de su megalomanía colectiva, de su mesia-nismo político (…) Se empecinaron en obte-ner todo lo solicitado yendo más allá de loque sus propias fuerzas podían permitirlesy garantizarles (…) El orgullo, el empe-cinamiento y el mesianismo los ente-rró. Fueron presa de sus propias acciones.Cayeron por aspirar a lo máximo sin deci-dirse a construirlo ni ser capaces de hacerlo.¿Cómo pretendían obtenerlo todo, triunfar,si cabalmente eran los enemigos los que te-nían las leyes y la fuerza? Ellos tenían con-vicción pero les faltaba claridad”.62

Y remata sus conclusiones diciendo:

“Por otra parte, el sacrificio, el machismo(entendido éste más como bravuconería quecomo opuesto a feminismo), el complejo deinferioridad impedían llevar a cabo unapráctica de corte más elástico, más de iguala igual. Fatalismo, bravuconería, intransi-gencia ante el rico, temor ante el caballero,

62 Deves, op.cit., p.181. Subrayado nuestro.

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conformaban un modo de ser y actuar inca-paz de buscar soluciones viables”63

Tales afirmaciones son extremadamente injustas,son innobles, son hasta diríamos inmorales y represen-tan un escupitajo a la memoria de nuestros compañe-ros.64 Deves se hace eco, desde la izquierda, de quienesresponsabilizan de la tragedia a los obreros, justificán-dola así indirectamente. Llega él, como historiador deizquierda, con la fuente de agua para que los Pilatos deesa época (los Montt, los Sotomayor, los Silva Renard)se laven las manos.

Sus afirmaciones son injustas porque es incorrectohablar de mesianismo político.65 Estamos ante un mo-

63 Ibid, p.19264 Dicho sea de paso, no creemos que sus conclusiones o que

esta desafortunada lectura política que hace de los acontecimien-tos, desmerezcan al libro en cuestión como una fuente importantede documentación de los hechos.

65 Nos parecen igualmente sorprendentes las aseveracionesde Sergio Grez en su libro ya citado sobre la historia del movi-miento anarquista, cuando se detiene en la influencia anarquistasobre la huelga (p.111). Haciéndose eco de la conclusión de Deves,Grez dice de ésta que “De ser justa —y el autor acumula muchasevidencias en su apoyo— la influencia de los anarquistas quedaría atrasluz. ¿Quiénes podían apostar en 1907 de manera mesiánica a larevolución social? ¿Quiénes sino ellos eran refractarios absolutos al

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vimiento obrero que recién comienza a dar sus prime-ros pasos, que recién despierta al llamado para conver-tirse en protagonista conciente de la transformaciónsocial. Es un movimiento popular que aún tiene unfuerte componente iluminista que cruza transversal-

diálogo y negociaciones con los representantes del Estado? Es ciertoque Olea, Brigg y sus camaradas habían demostrado gran flexibili-dad táctica dialogando —como miembros del comité directivo de lahuelga— con las autoridades y habían mantenido un tono y un dis-curso moderado, casi impropio de su condición anarquista. Pero talvez para ellos la cuota de concesiones ya se había completado y sumesianismo y principismo afloró impetuoso en vísperas de la masa-cre, logrando contagiar a la masa aglutinada en la Escuela SantaMaría. De ser así, la conducción ácrata habria sido efectiva, pero enel peor sentido, ya que la negativa a negociar y a abandonar el lugarse convirtió en la gota que rebalsó el vaso, desatando la tragedia”.

A crédito del autor —y para hacerle justicia— él mismo se apre-sura a señalar que esto es solamente especulación —especulaciónbasada en las conclusiones dadas por Deves más que en su propiainvestigación. Creemos que tal visión del rol de los anarquistas esextremadamente erróneo, primero, por representar al anarquismocomo un fenómeno más psicológico que nada, vaciado de conteni-do político —algo insostenible desde la evidencia que el mismo au-tor entrega en su libro. Como si el anarquismo se definiera por laincapacidad de negociar y por el mesianismo político (¿⁈). Y máserrónea aún, cuando es uno de los mismos huelguistas —Briggs—quien según el propio Deves intenta persuadir a las bases obrerasde abandonar la escuela momentos antes de la masacre, recibien-do una negativa de sus propias bases.

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mente a todo el espectro de izquierda (demócratas oanárquicos por igual) que supone que la justicia de sucausa es arma y escudo suficiente para la regeneraciónsocial y para conquistar el corazón, aún el de los opre-sores. El movimiento huelguístico mostraba toda esaconfianza en la racionalidad y justicia de su demanda,y aún habían evitado cualquier clase de provocación,evitando cualquier situación que pudiera haber servi-do de excusa a la masacre. Si los obreros pecaron dealgo, fue de ingenuidad e inocencia, pero no de mesia-nismo. La clase obrera criolla tuvo que sufrir embatescomo el de Iquique para aprender que la justicia de unacausa no es razón suficiente de su triunfo.

Lo mismo puede afirmarse de la acusación de “me-galomanía colectiva”: estaban ante un formidable mo-vimiento de unidad obrera, y pensaron, de nuevo in-genuamente, que esa unidad bastaría para motivar alas autoridades a buscar soluciones amistosas. Nueva-mente, tuvo que ocurrir esta masacre para demostrarque la unidad, por sí sola, tampoco es suficiente.

Son injustas porque “todo lo solicitado” no era másque lo más básico que cualquier ser humano requierepara llevar una vida digna. No se pedía nada del otromundo, no se exigía una transformación revoluciona-ria de la sociedad. Se pedía lo que el mismo Deves ha

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de considerar ahora como algunos de sus propios de-rechos inalienables: pero para los rotos, para los cho-los, para los obreros, era mucho pedir algunos de losprivilegios que él mismo hoy disfruta.

Son injustas, porque afirmar que no fueron “capacesde construir ni hacer” aquello que anhelaban es igno-rar los enormes esfuerzos organizativos, la madurez yla disciplina demostrada por los obreros, es negar supliego donde sus demandas fueron claramente formu-ladas, es negar la realidad de que buscaron por todoslos medios posibles solucionar su penosa situación.

Son injustas, porque decir que era imposible triun-far cuando la fuerza y la ley están de manos del ad-versario, es hacerse eco de lo peor de una izquierdaderrotada, desmoralizada y pusilánime. Precisamentepor que la ley y la fuerza están del lado del opresores que la lucha tiene sentido. El problema no fue, enningún caso, el haber pretendido triunfar, sino que laingenuidad de pensar que esa fuerza y esa ley no seusarían con toda prepotencia contra los obreros. Aun-que la fuerza y la ley estén, hoy como ayer, de manosdel adversario político o de clase, es la lucha la cual per-mitirá transformar esta correlación de fuerzas; sin ella,podemos mejor resignarnos a aceptar las cosas comoson, agachar cabeza y callar. Siempre callar.

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Según el mismo Deves, este libro fue escrito en 1987“con el fin de evitar masacres” —objetivo bien loable,pero que en sí mismo no significa mucho. Pueden “evi-tarse” masacres predicando la resignación ante el abu-so y la explotación, predicando el “realismo” políticode aceptar las migajas del poder o esperar su caridad,asumiendo la clásica actitud de agachar el moño y cha-quetear al de al lado, aceptando los consejos de la vie-ja del barrio “pa’ que se mete en leseras mijito”… todasestas son maneras de “evitar” masacres, por cierto. Lamisma “renovación” socialista es una buenamanera de“evitar” masacres —lo que no impide que se siga repri-miendo y matando, pero al menos no se masacra. Losesclavos haitianos en 1791 podrían haberse resignadoa las cadenas y haber evitado varias masacres. A losmártires de Chicago no les hubieran puesto la soga enel cuello si hubieran aceptado las jornadas de 14 horasy no hubieran alzado la voz de manera tan impertinen-te pidiendo ocho horas; Martin Luther King, MalcolmX y Fred Hampton quizás hubieran muerto de viejossi hubieran aceptado la inferioridad legal del negro enlos EEUU. En fin, puede argumentarse que la resigna-ción es la maneramás fácil de evitar masacres, pero sinlugar a dudas que, sin todas aquellas acciones que conenormes sacrificios han logrado humanizar la vida de

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los oprimidos, el mundo hoy sería un lugar bastantediferente —para peor.

Sus conclusiones son injustas, pues no hay bravuco-nería en la actitud de los obreros. De hecho, solamentese niegan a irse de la Escuela, en parte, porque no ha-bía razón lógica para que la abandonaran y en parte,porque tenían razones suficientes para pensar que elsacarlos del centro de la ciudad facilitaría la eventualrepresión.

Son injustas porque no hay falta de elasticidad, nifalta de voluntad para buscar soluciones viables, ni in-transigencia. Hemos visto como los obreros intentaronpor todos los medios buscar soluciones viables. Hastaintentaron la vía diplomática. Cuando se les dijo queno se podía dar respuesta al pliego, inmediatamentesupieron ofrecer una alternativa. Es solamente una so-lución la que no pueden aceptar, que es la devolver conlas manos vacías. Los salitreros, en cambio, no busca-ron ninguna solución salvo una: retorno a las faenas.¿Quiénes son, entonces, aquellos que no tuvieron elas-ticidad ni falta de voluntad para buscar soluciones? Lasconclusiones de Deves ocultan el hecho indesmentiblede que los únicos intransigentes fueron los patrones yel gobierno.

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Por último, Deves entrega la guinda de la torta cuan-do, en un absoluto acto de travestismo histórico, nosdice que “el orgullo, el empecinamiento y el mesianis-mo los enterró”. No señor Deves: quienes asesinaron aesos obreros fueron un ejército cobarde, un gobiernodéspota y una burguesía criminal. Lo que menos nece-sita la memoria de nuestros hermanos y hermanas, aun centenario de su martirologio, es semejante acto derevisionismo histórico.

Incluso Gonzalo Vial —a quien, ciertamente, nadiepodría catalogar de izquierdista— ha sido más justocon los huelguistas que Deves, al afirmar que ”los he-chos de Iquique no tuvieron justificación. Los huelguistasno cometieron ningún desorden importante, ni amenaza-ron a la población, los patrones o la autoridad; ni preten-dieron sustituir a ésta. Se hallaban además, desarmados.En fin lo pedido por los huelguistas no era irrazonable,ni se mostraron inflexibles discutiéndolo”.66

Nos quedamos, de las impresiones entregadas porlos estudiosos del tema, con las opiniones mesuradasy justas entregadas por Pedro Bravo-Elizondo:

“Quizás en memoria de los caídos en San-ta María debiéramos pensar que lo que se

66 Vial, Gonzalo “Historia de Chile”

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obtiene en una huelga no se mide por lo ga-nado, pues incluso las derrotas no son prue-ba de que los líderes estaban equivocados.Si no, ¿cómo explicarse en la historia delmovimiento obrero en Chile los logros ob-tenidos largos años después, desde las ochohoras de trabajo, derecho a sindicalización,garantías y beneficios sociales? No se tra-ta de ser triunfalista con la magnitud de lamasacre de la Escuela Santa María sino dereconocer la hidalguía de sus dirigentes yseguidores ante una situación que no admi-tía ser superada dadas las condiciones enque se desarrollaron los hechos”.67

Lecciones desde el movimientolibertario

El sacrificio hecho por nuestros compañeros valdríade bien poco o de nada si nosotros hoy no fuéramoscapaces de extraer lecciones de este movimiento. Lahistoria existe para que nosotros podamos aprender

67 Bravo-Elizondo “Santa María”

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de ella, para no repetir los mismos pasos y tratar deacumular experiencia que nos sirva para transformarnuestras derrotas relativas en victorias. La burguesíasacó bastantes lecciones de este movimiento, tanto entérminos represivos como disuasivos (legislación labo-ral, etc.). Entonces, ¿qué es lo que podemos sacar comolecciones los libertarios? Ciertamente que cada lectoro cada persona que se dedique a estudiar esta trage-dia podrá sacar sus propias conclusiones y ver las co-sas desde su perspectiva particular. Creo, sin embargo,que al menos desde mi punto de vista, hay un par delecciones importantes que extraer de este movimiento.

En primer lugar, que jamás se puede depositar laconfianza en la autoridad o en los explotadores. Si enalgo se puede decir que los trabajadores pecaron, fueen su ingenuidad. Creyeron que las autoridades me-diarían a su favor y que la justicia de su reclamo seríasuficiente para garantizar la victoria.

Esta confianza en los de arriba puede apreciarse ní-tidamente en las frases que un obrero dirige al cónsuldel Perú cuando éste se dirigió a la escuela momen-tos antes de la llegada de las tropas “Confiamos en quese nos atenderá debidamente y no podemos imaginarnosque en centro de una población como Iquique, pueda abu-sarse con nosotros cuando secundamos a las autoridades

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en el sostenimiento del orden público”.68 Después de es-ta alocución, el propio cónsul manifestó su confianzaen que el problema se solucionaría sin derramamientode sangre y que él mismo ofrecía sus “buenos oficios”para tal solución.

En realidad, como acertadamente dice Deves, “creye-ron en que la autoridad les iba a resolver favorablementesus peticiones; no creyeron que los iba a masacrar. No sa-bían que a la autoridad, al poder, hay que creerle máslas amenazas que las promesas”.69 Y después de con-fiar en la autoridad como mediadora, creyeron que, encaso de reprimir, no tendrían estómago de hacerlo enel centro de Iquique. La justicia de su causa era, paraellos, garantía de su victoria.

Pero la realidad es muy otra: jamás la burguesía seha interesado en las causas justas; su único interés eshacer el máximo de dinero que puedan. Y el oro, cier-tamente, pesa más que la sangre. Todas las garantíasconstitucionales del mundo, todas las leyes, no valende nada cuando el cálculo económico se entromete.

De esto se deduce que si las leyes no ofrecen garan-tías al trabajador, éste no tiene más defensa que aque-

68 Bravo Elizondo “Santa María de Iquique 1907”, p.184.69 Deves, op.cit., p.179.

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lla que le proporciona su propia capacidad ofensivaen la lucha y la solidaridad de sus hermanos de clase.Esto no significa que no se pueda, cuando sea nece-sario, recurrir al argumento legal —lo que si creemos,es que este argumento no puede ser ni fetichizado nicreerse que es una panacea, que en sí mismo solucio-nará cualquier problema. No se trata de ser más papis-tas que el papa; las leyes las ha hecho la burguesía asu antojo, y como demuestra la tragedia de Iquique (ymil otras tragedias en nuestra historia) ellos mismosrápidamente son capaces de ignorarlas cuando no lessirven o cuando sus privilegios son amenazados.70 Lostrabajadores confiaron en sus garantías constituciona-les; el ilegítimo Estado de Sitio, primero, y la fuerza delas ametralladoras Maxim, después, se encargaron deponerlas en entredicho.

La ley cabe usarla cuando sirva, entendiendo en to-do momento que es una creación de los de arriba paradominar a los de abajo, y cuando no sirva, no aferrarse

70 El golpe de Estado de Pinochet nos entrega otro ejem-plo trágico del doble estándar de la burguesía: desde 1970 hasta1973 cacareaban, falsamente, que Allende incurría en actos anti-constitucionales. Pero con el Golpe, ellos no tuvieron ningún pro-blema en ponerse por fuera de su propia legalidad para luego rehacerla a su antojo en 1980.

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a ella dogmáticamente. Pero ante todo, entender quela ley, en última instancia se salda siempre por unacuestión de fuerza: pueden existir las mejores leyes delmundo en un país, pero una clase obrera desorganiza-da, sin conciencia y sin disposición de luchar no serácapaz de imponer términos favorables. La ley jamásha sido ni será un escudo ni la palabra última; la co-rrelación de fuerzas entre las clases es quien siempreconserva la ultima palabra.

Por eso los trabajadores deben perder la vergüen-za a plantear la lucha más allá del marco legalistay deben sostener sin sonrojarse su derecho a defen-derse físicamente de la represión. Si en el curso de lalucha de clases se generan actos de violencia, los quemenos culpan tienen de esto son los obreros. Los tra-bajadores en Iquique intentaron, en vano, evitar cual-quier provocación, evitar cualquier acto que pudierajustificar la represión. Pero si la burguesía no tiene ra-zones para reprimir, las inventa. Basta ver cómo SilvaRenard y Sotomayor justificaron la represión aludien-do a “potenciales” peligros que los obreros representa-ban.71

71 Ver Grez “La Guerra Preventiva”

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No somos violentistas; pero tampoco somos pacifis-tas. No creemos que deba buscarse la violencia a todacosta, o que deba defenderse la violencia injustificada.Pero tampoco creemos que pueda aceptarse como op-ción cruzarse de brazos ante la violencia del Estado yde los poderosos.72 La matanza de Iquique demostrólos límites de la protesta pacífica en Chile. Esta con-clusión la extraían los mismos anarquistas, que comohemos dicho, al igual que el resto del movimiento po-pular de la época estaban imbuidos de un espíritu ilu-minista e ilustrado, confiando en que la racionalidadprimaría aún en el campo de batalla de las clases so-ciales. Hoy, las barbaries de los capitalistas durante elsiglo XX nos han hecho perder cualquier ilusión res-pecto a su racionalidad. Pero a fines de 1907, grandessegmentos del movimiento obrero despertaron brutal-mente a esta realidad con los sucesos de Iquique. DiceSixto Rojas en su discurso del primer aniversario de lamasacre:

72 En un artículo anterior critico lo que llamó el dogma-tismo táctico —que es el pensar que una táctica es la mejoren cualquier lugar y en cualquier momento. “Notas sobre elartículo ‘Anarquismo, insurrecciones e insurreccionalismo’”.http://www.anarkismo.net/newswire.php?story_id=4456

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“Y también los que estaban a la cabeza deeste movimiento tienen una culpa grande,muy grande… No haberse dispuesto parael momento de defenderse como debía. Perotambién confiaban en la hidalguía de suscontrarios, renunciando de esta manera alderecho de defensa que todo ser tiene”73

En realidad, la culpa no era solamente de los dirigen-tes. Era un movimiento que se había forjado en unatradición demócrata, liberal, que confiaba en las auto-ridades, que las exhortaba frecuentemente y que tenía,como se ha dicho, un fuerte peso iluminista. Las ideasrevolucionarias como el anarquismo, que podrían ha-ber previsto la necesidad de la defensa, apenas estabanechando raíces en Tarapacá. Esta visión que ponía laexhortación pasiva al orden burgués comomecanismoprioritario de acción de la clase trabajadora se expre-sa claramente en un discurso de Luis Emilio Recaba-rren de 1908, es decir, aún después de la masacre: “Laviolencia empleada como respuesta a los ataques de latropa no ha señalado jamás una victoria obrera. Ni una

73 Bravo-Elizondo, “Santa María de Iquique 1907”, p.189.

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sola conquista, en las luchas económicas ha seguido alas irrupciones populares”.74

Hoy sabemos que aún con un comportamientoejemplar por parte de los obreros, la burguesía recu-rrirá a la agresión si siente sus intereses afectados. Laspropuestas de los obreros eran perfectamente razona-bles si viviéramos en una sociedad civilizada y sin laimpronta autoritaria, salvaje y militarista de Chile. Pe-ro entonces, en 1907, en los albores del movimientoobrero, no podía sospecharse un desenlace tan trágico,ni de tan vasta magnitud. Si bien es cierto que exis-tían las experiencias de la huelga general de 1890, dela huelga de Valparaíso en 1903, de la Semana Rojade 1905 y de la huelga de Antofagasta de 1906, todasahogadas en sangre, también es cierto que los obrerospensaban que eran los desbordes los que habían ga-tillado la represión. Que manteniendo el orden y uncomportamiento a todas luces pacífico podría evitarseel desenlace violento. ¿No fue esta huelga un ejemplode comportamiento pacífico? ¿No fue un ejemplo demoderación en todo el sentido de la palabra? Los obre-ros no sospecharon la cobardía del ejército ni la bru-

74 Grez, “Transición en las formas de lucha”.

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talidad de los ricos. Hoy, cien años más tarde, no noscabe duda ni de lo uno ni de lo otro.Los límites de esta protesta pacífica son aún más

estrechos cuando se trata del proletariado de los sec-tores estratégicos de la economía como entonces loera el salitre, o como ahora lo son el cobre y las fores-tales. A este proletariado le toca enfrentarse a los sec-tores más poderosos de la burguesía criolla y extranje-ra, ya que en estos sectores se presenta por lo generalgran penetración de capital imperialista. Si bien estossectores pueden ser la catapulta que hace saltar el tin-glado sobre el que se sustenta el sistema, es tambiéncierto que estos sectores deben prever una mayor re-presión, pues no solamente afectan a los intereses dela escuálida burguesía criolla, sino que, de manera másimportante afectan a los intereses de sus propios amos,los imperialistas enclavados en un par de áreas estra-tégicas de la economía. Esto explica la virulencia de larepresión en contra de los obreros forestales de Arau-co en mayo de este año. Por lo cual es importantísimoque estos sectores se conviertan en convocantes de unespectro más amplio de la clase que pueda generalizarla lucha más allá del enclave económico estratégico.

Otra importante lección que nos legó la huelga gran-de de 1907, es la unidad de los trabajadores indepen-

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diente de su nacionalidad. Es muy decidor que la So-ciedad de Veteranos del ’79 haya dado su local a dis-posición de los huelguistas. Hoy los trabajadores tie-nen tanto que aprender de el internacionalismo puroy combativo que hermanó a obreros chilenos, perua-nos y bolivianos, todos juntos, todos hermanados en lalucha contra los capitalistas. A la hora de la masacre,banderas de Chile, Perú y Bolivia flameaban sin mu-tua hostilidad en la escuela y en la plaza. Ese debieraser un mensaje vivo y actual para la clase obrera crio-lla: con una población inmigrante considerable, y enconstante crecimiento, es hora de comenzar a tenderpuentes más sólidos entre las comunidades que herma-nen las reivindicaciones, las necesidades, para así per-filar las grandes luchas que hoy la clase trabajadoraen Chile debe librar contra las profundas iniquidadesexistentes. Pero es también unmensaje lanzado a nivelcontinental, que nos habla de la unidad de los pueblos,desde abajo, una unidad con sentido clasista, en con-tra de los enemigos comunes, que son el imperialismoy el capitalismo. En lugar de la hermosa solidaridad declase que nos enseñaron los obreros peruanos y boli-vianos que se negaron a dejar a los chilenos solos enel momento decisivo, vemos actitudes chovinistas quevan derechamente en detrimento de nuestros pueblos,

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de los inmigrantes y de los propios trabajadores nacio-nales. Nuestra desunión es la fuerza de los ricos. Asíes hoy, así fue ayer, y siempre lo será así.

Ese chovinismo, es del mismo cuño que el discur-so patriotero de los represores que, a lo largo de to-do el conflicto, identificaron a los trabajadores con la“amenaza” extranjera75 e identificaron a la sacrosanta“patria” con la clase capitalista, en su mayoría abruma-dora, de origen inglés o con los intereses de un fiscoen manos de la ranciedad más rancia de la oligarquíacriolla, leal vasalla de los intereses británicos y quemanejaban a ese fisco como su latifundio particular.Lo último, demuestra lo espurio y artificial de su dis-curso patriotero, que no era otra cosa que la defensade los estrechos intereses de un grupo de capitalistasgringos.

Para terminar

La gesta obrera de 1907 desnudó al Estado, al capi-talismo, a la burguesía. Demostró los límites de nues-tras democracias sui generis las cuales requieren de

75 Antes de dar la orden de fuego, Silva Renard dice al regi-miento O’Higgins que esos exaltados eran todos extranjeros; Soto-

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la posibilidad del recurso autoritario, ora por momen-tos breves y excepcionales (Estado de Sitio), ora porperíodos prolongados (dictaduras). Nos demostró queel último recurso para evitar el desborde y manteneruna sociedad opresiva que, pese a todo, es de un equi-librio sumamente frágil, es siempre la violencia de losde arriba. Todo amparo que los obreros pensaron quepodría obtener con las garantías constitucionales, conlos formulismos legales, etc. Se desvanecieron comopolvo ante la cruda realidad de la lucha de clases en elChile del salitre.

mayor plantea que la huelga fue urdida en Argentina, en BuenosAires; las banderas de los tres países de la Guerra del Pacífico her-manadas por la solidaridad obrera han de haber sido otro factorimportante de irritamiento del general asesino.

76 Obrero de la Forestal Arauco asesinado por la policía du-rante la represión de mayo a la huelga que sostenían estos traba-jadores.

77 Obrero de la construcción consumido por asbestosis queen noviembre del 2001 se quemó a lo bonzo como una forma deprotestar ante el abandono que miles de trabajadores enfermos deasbestosis sufren por parte del Estado y la patronal. Esta enferme-dad es causada únicamente por negligencia patronal y de las auto-ridades.

78 Estudiante y trabajador asesinado en Arica por la policíaen mayo de 1999 por protestar por el derecho a la educación.

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Hoy, un Estado sorprendentemente parecido al Es-tado oligárquico de aquel entonces, un Estado que aúnsigue siendo el family Business de unos pocos, preten-de poner coronas hipócritamente en la tumba de losmártires obreros. El mismo Estado que, junto a los ca-pitalistas, asesina hoy en día a los trabajadores en nues-tro suelo: que asesina a los Rodrigo Cisternas76, a losEduardo Miño77, a los Daniel Menco78 a los Luis La-gos.79 Entonces, en 1907, el sólo gesto de rebelión de-bía ser sofocado. Hoy no es muy diferente, cuando ve-mos que la se mantiene de la mano de fuerzas especia-les, siempre prestas a aplicar una violencia excesiva yterrorista a la más pacífica de las manifestaciones. Elsimple cuestionamiento, hoy como ayer, es intolera-ble.

La escuela de Santa María pretendió ser una lecciónde la clase dominante para la clase obrera. Es la Escuelade Santa María una verdadera y dolorosa escuela parala clase obrera, donde se aprendió a un altísimo costouna de las primeras y más brutales lecciones en la lu-cha de clases.Que se sepa, un siglo después, que es una

79 Luis Lagos fue un obrero que murió arrollado por un buscon carneros durante una huelga de FABISA, en Santiago, enmayodel 2001.

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lección aprendida. Que se sepa que nuestro interés noes sencillamente leer la historia o escribirla, sino quehacerla. Que se sepa que con el tiempo hemos apren-dido a golpear también y ya no nos contentamos consólo recibir golpes.

De los asesinos, de los responsables de la masacre,todos han recibido homenajes y tienen alguna calleque lleve su infame nombre. Es que así es Chile: la co-bardía se premia. De los dirigentes de la huelga, de losobreros ninguno ha recibido tales honores. Como yase ha hecho costumbre en nuestro país, los asesinosmueren en la impunidad. O casi. Un estival día de di-ciembre de 1914, el hermano de uno de los caídos en laEscuela, el anarquista Antonio Ramón Ramón, dio depuñaladas al carnicero Silva Renard. No lo mató inme-diatamente, pero una infección renal derivada de lasheridas, se lo llevaría a la tumba cinco años más tardeen medio de una locura en la cual en afiebradas alu-cinaciones veía manos ensangrentadas que salían deldesierto para jalarlo.80 Los espectros de los miles deacribillados, que aún hoy penan la conciencia de Chi-

80 Ortiz, Oscar “El Vengador de Iquique”, Hombre y Sociedad,No.3, Diciembre ’97-Enero ’98. Ver también el artículo de PedroBravo-Elizondo “Santa María de Iquique, ¿Crimen sin Castigo?”http://www.anarkismo.net/newswire.php?story_id=7003

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le, volvían a pasarle la cuenta al general agonizantey, al fin, vencido. Con proféticas palabras ya lo habíaanunciado Sixto Rojas “Junto a Umberto 1º se levantóun Bresci; junto a un Cánovas, un Anguiolillo y así juntoa todos los tiranos se han levantado hombres de corazón,defensores de los ultrajes hechos a la libertad y a la jus-ticia. He dicho.”81

81 Bravo-Elizondo, “Santa María de Iquique 1907”, p.189.Bravo-Elizondo, “Santa María de Iquique 1907”, p.189.

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José Antonio GutiérrezLa masacre de la Escuela Santa María de Iquique

El espectro que pena la conciencia de Chile2007

Recuperado el 19 de agosto de 2013 desdeanarkismo.net

Publicado originalmente en revista Hombre ySociedad, número 22, Chile el 5 de diciembre de 2007.

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