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ALMA MATER 47 Nº 20:47-55 (Lima, UNMSM, 2001) Demencia y racionalidad en Juan Pablo Castel Víctor Samuel Rivera ENTRADA El túnel, primera novela publicada por Ernesto Sábato, salió de la imprenta en 1948. Pasados 50 años de su primera edición redacto este texto. Castel, el insano autor de la crónica policial que leemos como novela, eleva su denuncia contra la modernidad. La modernidad es denunciada como la increíble pero obvia prisión que un loco no puede reconocer como su manicomio a causa de su propia locura. Y esa prisión, un túnel oscuro y solitario, es metáfora de una dimensión de la racionalidad cuya realización implica la demencia y, así, la justifica como única cordura. En El túnel se da por hecho consumado, por incurable condición criminal algo que ahora no podemos sino reconocer como un infeliz episodio dentro de un relato posmoderno. La metáfora del túnel no representa ahora las consecuencias infaustas de la racionalidad, sino el escándalo demencial de una de sus versiones: su versión más enloquecedora, la modernidad. Una versión que, 50 años después de El túnel, es el túnel del que hemos salido. Había una vez un mundo en el que sus habitan- tes, los hombres modernos, consideraban la demen- cia como parte de su propia identidad hermenéuti- ca. Los enloquecidos habitantes de ese mundo se autodescribían en narraciones donde los crímenes parecían ser lógicas consecuencias de llevar una vida racional. Ese mundo era un manicomio y desde él y dentro de él Juan Pablo Castel, uno de sus habitantes, escribió la crónica del asesinato de su amante, María Iribarne Hunter. Él creía que se trataba de una instancia inútil en un juicio donde alegar siempre es demencia, donde no habría una sola persona que lo oyera. Era una instancia frente a la modernidad, esa ilustrada moribunda que ahora pugna con rivales, pero entonces se creía la señora de la cordura y no estaba para oír a nadie. Pero cincuenta años después resulta que para nosotros esa instancia de Castel ya no es más la cosa inútil que solía. Vemos en la crónica de 1948 un episodio para justificarse en un juicio vigente respecto de la racionalidad. En este juicio el alegato es oído y la modernidad es declarada culpable. Esto ocurre en el posmoderno mundo en que habitamos nosotros. Es así que no celebro el

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ALMA MATER 47Nº 20:47-55 (Lima, UNMSM, 2001)

Demencia y racionalidad enJuan Pablo Castel

Víctor Samuel Rivera

ENTRADA

El túnel, primera novela publicada por ErnestoSábato, salió de la imprenta en 1948. Pasados 50 añosde su primera edición redacto este texto. Castel, elinsano autor de la crónica policial que leemos comonovela, eleva su denuncia contra la modernidad. Lamodernidad es denunciada como la increíble peroobvia prisión que un loco no puede reconocer comosu manicomio a causa de su propia locura. Y esaprisión, un túnel oscuro y solitario, es metáfora deuna dimensión de la racionalidad cuya realizaciónimplica la demencia y, así, la justifica como únicacordura. En El túnel se da por hecho consumado,por incurable condición criminal algo que ahora nopodemos sino reconocer como un infeliz episodiodentro de un relato posmoderno. La metáfora deltúnel no representa ahora las consecuenciasinfaustas de la racionalidad, sino el escándalodemencial de una de sus versiones: su versión másenloquecedora, la modernidad. Una versión que, 50años después de El túnel, es el túnel del que hemossalido.

Había una vez un mundo en el que sus habitan-tes, los hombres modernos, consideraban la demen-cia como parte de su propia identidad hermenéuti-ca. Los enloquecidos habitantes de ese mundo seautodescribían en narraciones donde los crímenesparecían ser lógicas consecuencias de llevar una vidaracional. Ese mundo era un manicomio y desde él ydentro de él Juan Pablo Castel, uno de sus habitantes,escribió la crónica del asesinato de su amante, MaríaIribarne Hunter. Él creía que se trataba de unainstancia inútil en un juicio donde alegar siempre esdemencia, donde no habría una sola persona que looyera. Era una instancia frente a la modernidad, esailustrada moribunda que ahora pugna con rivales, peroentonces se creía la señora de la cordura y no estabapara oír a nadie. Pero cincuenta años después resultaque para nosotros esa instancia de Castel ya no esmás la cosa inútil que solía. Vemos en la crónica de1948 un episodio para justificarse en un juiciovigente respecto de la racionalidad. En este juicio elalegato es oído y la modernidad es declaradaculpable. Esto ocurre en el posmoderno mundo enque habitamos nosotros. Es así que no celebro el

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cincuentenario de El túnel sino, conmemoro el ani-versario de la posmodernidad.

I

Quiero reconocer en El túnel un estado de cuentadel mundo moderno. Una prueba escrita de que lamodernidad también paga facturas. Insisto en que lacrónica es un alegato contramoderno, sólo quecorresponde a un juicio en el que Castel hubiera sidotestigo sólo involuntariamente. El mundoposmoderno, nuestro mundo, es el resultado deltriunfo de una metáfora filosófica cuya gestaciónSábato desconocía y que ahora sabemos estaba enciernes en su propia novela. Y es gracias a unametáfora nuestra, de felices habitantes de fines desiglo, que comprendemos El túnel como un hito denuestra propia condición.

La filosofía interpreta el tiempo en conceptos quese difunden en metáforas, muchas veces inventadaspor los mismos filósofos. El asunto es que estasmetáforas se desbocan y, autónomas, definen laracionalidad de una época. Establecen un horizontede autocomprensión para la propia racionalidad. Enla posmodernidad tenemos por metáfora al relato: laracionalidad es algo que se cuenta, es la realizaciónde una narrativa cuyo sentido está en ser relatada.La racionalidad es algo que se articula como el tipode relatos que se llevan a cabo en los juicios parasustentar o de-sestimar el reclamo de un derecho.Buena parte de lo que un filósofo contemporáneoreconoce como una argumentación establece su le-gitimidad como consecuencia de un alegato. Se tratadel mismo tipo de discurso persuasivo sobre cuyabase se toman decisiones en los juicios. Rendidosante una verdad que en el juzgado nunca esinconcusa, ante una episteme siempre provisional,los relatos judiciales aspiran a merecer nuestra cre-dulidad, a algo que A. Mac Inteyre llama nuestra leal-tad racional. La racionalidad se constituye en relatosde los que esperamos, no que sean verdaderos sinoque sean persuasivos. La retórica y la racionalidad,tan enemigos como la verosimilitud y la verdad, hoy,

por medio de la noción de relato, se rebelan como lomismo. La racionalidad se constituye en la retóricade un relato. La verdad es el éxito de un discursorealizativo.

Pues bien, esto último Sábato y Castel lo ignora-ban. 1948 era un mundo en el cual la racionalidadtenía otras metáforas, las del mundo moderno. Castel,en particular, daba por hecho que las metáforasfilosóficas con que contaba constituían unadescripción del quehacer racional de la humanidad;en ellas hay un sentido fuerte de verdad en que éstaes objeto de descubrimiento, del descubrimiento dealgo que siempre estuvo allí esperando a que alguienlo descubra. Curiosamente Castel pretende con ellasarticular un relato. Y es que la función de su crónicaes la que ahora adjudicamos a un relato filosófico:justificar una posición para lograr nuestra lealtad conella. Lo que pretende Castel es lograr nuestra lealtada través del curso retórico de una historia conargumentos que la hacen verosímil. Y se trata deobtener una lealtad racional. Pretende que su crimenes algo que puede ser suscrito racionalmente. Pero,lo curioso de esto es que no lo hace con laspretensiones de verosimilitud de una narración queha capturado nuestra credulidad, sino con lametáfora de la verdad allí, esperando ser descubiertadesde siempre. La crónica es un relato de la verdad,la verdad racional tal y como la modernidad lareconoce. El alegato que con tanto entusiasmo sepresenta allí para captar nuestra lealtad es el de unenfermo mental en un manicomio, quiero decir, elde un demente, cuyo propósito es justificar uncrimen.

En muchas ocasiones he discutido algunos deta-lles del relato de Castel con alumnos y no pocoscolegas. No deja de sorprenderme que muchos deellos duden seriamente de que Juan Pablo Castelestuviera chiflado. Siempre hay quienes piensan queMaría Iribarne lo engañaba con mil amantes y quefue descubierta casi con los dedos en la masa el díaen que fue merecidamente muerta a puñaladas. Nojuzguemos ahora la penetración de mis interlocutores,

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sino más bien la verosimilitud del alegato de lacrónica. ¡Todo parece tan lógico! Son muchas lasocasiones en que el personaje alude expresamente ala lógica, al rigor y al razonamiento. De hecho, supresentación narrativa le concede largos capítulos dedisputas sobre posibilidades lógicas. En algún lugar,llega incluso a afirmar que procede con método enalusión cultural directa al problema epistemológicoque dio lugar al giro epistémico, ese pasaporte narra-tivo del mundo moderno. Lo capital es esto: La na-rrativa de Castel pretende justificar un crimen quees a todas luces irracional. Y lo hace por recurso ametáforas que en la modernidad significan la raciona-lidad. Creo que es claro que podemos ver en su crónicaque algo anda mal en estas metáforas propias del s.XVIII, algo que hacía criminal seguirlas usando en1948 desde el s. XVII. Esto es lo que yo llamo unajuste de cuentas.

II

Luego de reiterados ensayos sobre la naturalezahumana, la crisis mundial de los sistemas, el senti-do del arte, la tarea de la prosa contemporánea(contemporánea en 1948) y reflexiones deposguerra, Sábato se lanzó a formar parte, en cali-dad de artista, de una fantasmagoría cultural cuyoeje era el trauma colectivo que había significado laSegunda Guerra Mundial. Antes de la publicaciónde El túnel y desde su retorno a la Argentina, Sábatohabía defendido insistentemente el papel redentordel arte y la novela. Y digo “redentor” porque laexperiencia de la guerra parecía haber demostradoque algo terrible estaba ocurriendo con el hombre,y que esta cosa terrible era de la magnitud de unacaída. El hombre había caído en una situación talque la carnicería más grande de la historia había

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sido llevada a cabo por el pueblo más culto de laTierra. Ésta es, en pocas palabras, la tesis de lostextos anteriores a El túnel, tanto Uno y el universo(1945) como los artículos de la revista Sur de esaépoca y los ensayos que le siguieron inmediatamen-te: Hombres y engranajes (1951) y Heterodoxia (1953).El carácer redentor del que venimos hablando le fueasignado en las ideas de Sábato a la novela, a la queconcebía como una forma de autoexploración yautorreconoci-miento. La novela era un otro en quienredimirse, en quien autorredimirse estéticamente. Yesto quiere decir en el contexto de la época: fuera dela racionalidad.

¿Por qué fuera? Una forma de contestarse es di-ciendo que, a los ojos de Sábato, el trauma colectivoque había que curar era una consecuencia de laracionalidad moderna como tal. La modernidad,periodo ineludible e inexcusable, era algo más queun episodio de la historia humana: era su condiciónfundamental. La racionalidad moderna era paraSábato “la racionalidad”. Y como ser racionales pareceser inevitable, entonces también el ser modernosresultaba serlo. La novela cumpliría una funciónexpiatoria, aunque inútil.Sigamos con lo de la “fantasmagoría”. Con estetérmino me refiero al conjunto de discursos sobrecuya base el hombre culto medio de 1948 podíainterpretar los, entonces recientes, desastres de unaconflagración universal. El psicoanálisis, la psicologíaprofunda, el surrealismo, el marxismo, lafenomenología y el existencialismo eran los mássignificativos de esos discursos. Y los designo conun término aparentemente peyorativo porqueninguno de ellos era, a ojos de Sábato, un programaal cual acogerse. Para Sábato, todos ellos expresabande una u otra manera un estado de conciencia de lahumanidad, un fundamento de comprensión de lasraíces históricas de la tragedia que la Segunda GuerraMundial había puesto sobre el tapete. Pero, ningunode ellos constituía, por sí solo, una interpretación ymenos una solución acabada, porque él creía que elproblema de fondo estaba ligado con las turbi-deces,reales o ficticias, que suponía empañaban la mente

humana. Creía en una profundidad para la cual esosdiscursos eran sólo tenues luminarias en un cielo desoles nocturnos, para usar la fraseología del propioSábato. Descubrir, explorar y conocer las turbideces,los abismos, era la sugerencia aparente de las ideasclaras de su época. Es obvio que en esto se encierrauna gran paradoja. Como sea: se trataba de una invi-tación, polifónica, multifacética, encontrada, de ir alfundamento de la desgracia desde el horizonte delabsurdo. La novela aceptaría la invitación. Pero ésaera la misma que Castel había recibido en una orgíade puñaladas.

La solución de Castel nos es conocida. Quiso sercomprendido aunque fuera por una sola persona. Ycuando tuvo la sospecha de haberlo logrado, la mató.¿Lo haría porque no había redimido sus turbidecesleyendo una novela de Sábato? Porque, en realidad,no podía estar seguro ni de la traición ni de la fidelidadde su amante. Y estar seguro es el resumen de unaconcepción largamente moderna, basada en la nociónde “episteme” (conocimiento). Ser es estar segurode que sé. Y esta concepción epistémica, que algode relevancia tiene en las ciencias naturales, generauna metáfora según la cual recoge hermenéu-ticamente nuestra condición humana. Una metáforacruel: que nos obliga a estar seguros, que compactala felicidad a la episteme. La única forma de estarloen el caso Castel era guillotinando, apuñalando elobjeto de la incertidumbre. La muerte es segura. Esla solución final a la que también llegó la Alemaniade Hitler.

III

Volvamos al asunto de la lógica y el rigor. Si he-mos de leer El túnel asociado a los ensayos de Sábatoque le son contemporáneos, encontraremos que enéste la racionalidad, sinónimo de la lógica, seidentifica con la modernidad. Aun cuando Sábatono usa el término, en Hombres y engranajes (1951) usaun equivalente, “tiempos modernos”. En una largadescripción en sus páginas iniciales, describe al“hombre” de los “tiempos modernos” a través de algo

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que podríamos ahora llamar un relato. Un relato de lamodernidad. En este relato, el hombre moderno, queno es otro que el de 1948, hace una genealogía quese remonta hasta el Renacimiento, término generosoque tiene que ver con la revolución científica y muchomás aún con Descartes, el conocido fundador de lamodernidad. Pues bien: los rasgos conceptuales quedefinen la modernidad en Hombres y engranajesconstituyen también el modelo de argumentación quelleva a cabo Castel en su crónica criminal. Debemosentenderlo así: Castel pretende conquistar nuestralealtad racional no porque sea un demente y busquelo inviable, sino porque es el tipo de hombre de “lostiempos modernos”, el tipo de ser humano que sesupone su destinatario también es. Un razonamientoen el que lógica y modernidad se identifican exigejustificar y aprobar su crimen. Un hombre moderno,cualquier otro de 1948, debía también asesinar aMaría Iribarne Hunter.

Para comenzar, Castel mismo, como todo hom-bre moderno, desestima la historia. Hay un pasajecélebre al comienzo de su crónica en que mencionalo “horrible” que es el mundo y, en conexión conesto, simplemente la condición humana. En una glosaque le sigue a la atingencia menciona un campo deconcentración, pero lejos de remitirnos esto a unadimensión histórico hermenéutica, se diluye en laobvia intención de describir con esto la condiciónde la naturaleza humana en general. En el mismosentido comenta la frase “todo tiempo pasado fuemejor”. Una condición intemporal, del tipo de verdadque hay que descubrir fuera de la historia y, así, fuerade todo relato. Mi opinión es que Sábato, mentor deCastel, comparte su opinión. Sabe que hay unagénesis de la modernidad, que esa génesis es la deuna tragedia, pero que esa tragedia equivale a laidentidad racional de la humanidad. La tragedia, así,es insoluble. Hitler es sólo un humano consecuentey radical.

Bueno. ¿Y en qué radica el rigor y la lógica deCastel? En dar por hecho que lo que en la crónica sellama “lógica” coincide con el relato de un proyectomoderno en el cual la humanidad se ha“deshumanizado”. Curiosamente, eso es lo mismoque su realización como humanidad racional. Estees el relato de Hombres y engranajes1 .

“Deshumanizado” es una expresión con la queSábato pensaba resumir la condición del hombre delos tiempos modernos. Y la deshumanización era unfenómeno paralelo y correlativo con la modernidad,cuya fuente está en lo que hoy llamamos el giroepistémico y cuyos exponentes explícitos en el relatoque Sábato hace de la modernidad son RenatoDescartes, Galileo y, muy en particular, el obispoprotestante Georges Berkeley. La deshumanizacióndepende de asumir la versión de la racionalidad encuyo relato esos autores hacen de héroes, mártires ysantos, una versión que hace de la episteme lo mismoque la racionalidad, extrañando de ella al hombre con-creto, esto es, poniéndolo del otro lado de la ciencia.

El giro epistémico identifica episteme y raciona-lidad. Por definición, sustrae de ella todo cuanto noes episteme. Ésta, por su parte, se reconoce en elquehacer matemático, que Descartes y Galileoconvierten en el paradigma de la racionalidad engeneral. Este punto es tratado por Sábato en fun-ción de un costo conceptual: la escisión del universohermenéutico en dos ámbitos incompatibles ymutuamente excluyentes. Por un lado aparece loobjetivo, lo que es accesible al conocimientocientífico a través de un lenguaje matemático; porotro se halla el ámbito de lo subjetivo, lo que esaccesible al conocimiento científico a través de unlenguaje matemático; por otro se halla el ámbito delo subjetivo, o sea, de todo lo que no es conocimientoni es científico por la sencilla razón de que esintraducible en ese lenguaje. El presupuesto

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sabatiana como el inicio del desencanto del mundo,circunstancia que los modernos celebran como unaemancipación de la racionalidad (moderna) de lososcuros lazos sustanciales del oscurantismo medieval.El mundo de la tradición y las formas de vida en lasque, por ejemplo, interpretamos nuestra vidaemocional, se convierte en algo meramente“subjetivo”, “subjetivo” con ese triste significado de“puramente mental”, en la cabeza de uno. Ya vimosque toda dimensión hermenéutica se duplica en unser “objetivo” (lo “real”) y otro “subjetivo”. Loobjetivo es el quehacer de la episteme, del estar seguro.Lo subjetivo, ya que no lo es, asume todo lo que esininterpretable en términos de episteme y lo reducea la psicología. Kant en sus escritos populares tratade este asunto como de la necesaria liberación denuestra madre, condición para una racionalidadadulta e ilustrada. Esta metáfora está bellamente ex-presada en la ópera masónica de Mozart, La flautamágica. Curiosamente, es en esta emancipación en loque ve Sábato el origen de la tragedia que Hitler habríallevado al paroxismo.

El hombre del mundo moderno se comprende así mismo según un lenguaje para el cual lo humano

fundamental aquí expuesto es que lo que se puedeconocer y el ejercicio de la racionalidad se identifican,de tal modo que el quehacer de la ciencia es laactividad propia, la realización de la racionalidad.Ésta es la génesis del “estar seguros” del que anteshicimos mención, pues involucra el modelofundacional de la modernidad, aquél según el cual elquehacer racional debe ser garantizado por laseguridad inconcusa de un sujeto autoevidente.

Todo lo anterior no parece tener nada temiblepero implica, como bien parece haber observadoSábato, el extrañamiento y aun la pérdida de todo loque el hombre cotidiano considera relevante en suestimación del mundo como dimensión hermenéuticade autorreconocimiento y sentido. El hombre, quedebe elegir entre lo objetivo y lo subjetivo, se extrañade la racionalidad y es excluido a las honduras de laincertidumbre, allí donde el túnel irracional hará paraél morada. Se trata de un extrañamiento que implicauna alienación, un autodesconocimiento. Y es eseautodesconocimiento en el que se supone se realizala humanidad en su condición racional.

La tradición filosófica interpreta la genealogía

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(¡lo suyo!) le es ajeno. Un hombre “moderno” sereconoce en las matemáticas y se desconoce en lavida cotidiana y sus formas de vida. El hombremoderno, en este sentido, se concibe a sí mismo almodo de las matemáticas, como una “entelequia”,al decir de Abadón, el exterminador. Es un ser abstractoen oposición al hombre pre y contramoderno, que esconcreto. Y este ser abstracto es el que realiza su ra-cionalidad en la epis-teme y ésta en el “estar seguro”de la objetividad de la ciencia. Es por esto mismoque su autose-guridad abstracta se objetiva ella mismaen la certeza de la ciencia, para lo cual él mismodeviene una cosa, como declara Sábato en El escritory sus fantasmas. Y en todo esto hay un responsabledirecto: Renato Descartes. El rigor y la lógica no sereducen a escindir el mundo sustancial humano dela racionalidad. Además, escinden al hombre en unacuriosa sumatoria inviable de dos partes que inventóel mismo Descartes.

Renato Descartes es famoso por muchas razo-nes, sólo una de las cuales es el haber configuradola teoría que identifica la racionalidad con elquehacer de la ciencia físico-matemática. Tal vezno sería el mismo si lo despojáramos de la respon-sabilidad de haber dividido al hombre –enconsonancia con lo anterior– en un alma y un cuerpo,una parte subjetiva y otra objetiva. La consecuenciade esto es el exilio del cuerpo de la vida humana ysu incorporación a las matemáticas. Y este exiliode la corporalidad concreta del hombre es tambiénun exilio del alma, que hace de su cuerpo lo ajeno yde lo ajeno su identidad moral comunitaria. Y esque los demás, los otros, ya no son para el sujetomoderno sino sus cuerpos, esto es, otras cosas quehacer para la episteme, no más seres humanos enuna dimensión hermenéutica en la cual reconocer-se a sí mismo como parte. Curiosamente, el credoen la objetividad de la ciencia le impuso al hombremoderno la radical subjetividad como su mayorhumanidad. El ser objetivo redujo al ser humano ala mínima expresión de su ser abstracto, a laextrañeza subjetiva en un universo objetivo del cual

hace un quiste. El rigor y la lógica no sólo reducenel mundo a las matemáticas: encierran al hombreen un cuerpo que le es extraño y hacen de su psico-logía toda su riqueza, como dice Hombres y engranajes,encerrándolo en “una campanilla”.

El asunto es que la génesis de la modernidad estambién el inicio hermenéutico del relato en el quetiene sentido pensar en la demencia de Castel comouna exigencia de la racionalidad. Hay que agregar:como una demanda de la modernidad. Con el giroepistémico en el cual Sábato ubica ladeshumanización del hombre, encuentra tambiénSábato el sentido de la tragedia de su tiempo, que es,además, la tragedia de Castel. El deshu-manizadohombre de los tiempos modernos, carente dedimensión hermenéutica, no es ya más una persona.Debe reconocerse y autoafirmarse como un almaenloquecida en una celda desde la cual el mundoobjetivo de la modernidad es la representación deun cuadro. Como recordará mi lector, una con unaventanita que no da a ninguna parte y que se llama“maternidad”. Es un alma sin mundo, sin comunidad,sin formas de vida. Es un hombre sin madre. Y nopor eso un adulto ilustrado, o tal vez sí un adultoilustrado que, justamente por ello, es también uncriminal y un demente.

Como colofón, he aquí una cita de Hombres yengranajes en que Sábato condensa su relato de lamodernidad:

Desde el Renacimiento, la ciencia y la filosofía se ha-bían lanzado a la conquista del mundo objetivo. […].Pero para ello había que prescindir del yo, había queinvestigar el orden universal tal como es, […].El resultado ya lo conocemos: fue la conquista deluniverso objetivo, pero al precio de un total sacrificiodel yo, de la humillación de los valores verdadera-mente humanos (p. 60).

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Ella KrebsDesnudo.

1951. Óleo sobre tela.105x68 cm.

Colección Privada

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FINAL

En El túnel, un ciudadano de la modernidad es-cribió, desde una prisión que él asumía su naturale-za, una crónica en la que se alegaba haber encontra-do la única solución disponible para resolver de modoracional la incertidumbre respecto de su amante. Elquería estar seguro de ella –argumenta su crónica– yla solución final no podía consistir en algo diferenteque su conversión en cosa, como es el caso en uncadáver. Después de todo, el pueblo más culto de latierra había resuelto entonces un problema semejantede la misma manera. Nada podía ser más natural. Yque el mundo fuera horrible por eso no parecía nadafuera de lo previsto por lo que entonces se llamabala razón. Ésta era la solución que la lógica, el rigor yel método habían sugerido a Hitler y al más humildepero no por eso menos cuerdo, Juan Pablo Castel.De hecho, ambos eran meros sus-criptores de laversión moderna de cómo encarar y resolver unproblema, entonces la única vigente. Castel escribiósu crónica como fiel seguidor de la modernidad, enla cual su locura halló su sustancia. Su propósito eraque alguien suscribiera su relato, aunque fuera unasola persona. Pero, suscribirlo era aceptar que lademencia era una opción razonable a la que uno podíaser leal. Y esto, justamente, es lo que no parece ha-ber sugerido Sábato. Más bien, parece sugerir lo con-trario.

En 1948 la reflexión anterior parecía invitar aadmitir lo irremediable: una modernidad que noscondena a prisión y nos enloquece en la objetividadde un mundo humanamente ininterpretable. Por ello,era también una invitación a renunciar a laracionalidad en los relatos y a hacer de la irracionali-dad de los mismos una búsqueda herme-néutica paraun sentido ausente. Un pasaporte a los abismos de lairracionalidad interior de la que el propio Castel seexcusaba en calidad de insano mental. Hoy, cincuen

ta años después, comprendemos que Castel alegabacon la metáfora de la verdad, intentando ganar nuestralealtad a una verdad que coincidía con su demencia.La verdad era un túnel por donde inexorablementese llegaba a ninguna parte del absurdo y el vacío quepintaba la fantasmagoría de la posguerra. Parecía quehabía que recurrir al arte para redimirse fuera de laracionalidad. Pero hoy eso ya no es necesario. Hoynuestras metáforas han cambiado y la verdad es algode lo que podemos declinar sin huir de laracionalidad. Podemos excusarnos de la verdad. Dehecho, hay junto a su narración relatos alternativosque compiten con ella también por nuestra lealtadracional, relatos que también pueden persuadirnos.Y esos relatos sólo son posibles desde que, porprimera vez, resolvimos que la verdad no erairremediable, que la locura y la tragedia eransinónimos de algo que podíamos rechazar, algo quese hizo posible la primera vez que un lector de Eltúnel vio en la lógica el rigor y el método de Castel,ese Hitler narrativo, los síntomas de un patología dela que había que curarse. Cuando eso ocurrió laposmodernidad tuvo lugar. Y de eso, hace más decincuenta años.

NOTA

1 “Lo que se quiere destacar aquí es cómo llegó a dominar lamentalidad de la ciencia y cómo cayó en los extremos másgrotescos […]”. SÁBATO, Ernesto; Hombres y engranajes. BuenosAires: Emecé, 1951, p. 42. En general, he omitido deliberada-mente las citas al pie porque he preferido la fórmula del ensayoa la de la monografía. Este tema está desarrollado en un artículocon 76 citas que está en prensa y que pretende “demostrar”cosas. No estoy particularmente interesado en demostrar nadaaquí y esto debe leerse más bien como un relato contra lamodernidad que como uno sobre Sábato. Sin embargo, las alu-siones a la obra de Sábato son incesantes y cualquiera que la hayaleído –espero– reconocerá su fuente. Considero que, como sea,eso no es relevante para lo que quiero expresar aquí. Desestimoa propósito todo lo que afirma sobre la fenomenología, enparticular en textos posteriores a Sobre héroes y tumbas. La únicacita adicional de Hombres y engranajes indica la página según lamisma edición.

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Ella KrebsMutaciones

1993. Óleo. 65 x 70 cm.Colección Jorge Basadre y Ana María de Basadre.