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    Louis Bouyer

    LA DESCOMPOSICINDEL CATOLICISMO

    Semblanza de Louis Bouyer

    Rubn Peret Rivas

    BUENOS AIRES | 2015

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    BIBLIOTECA | DIGITAL | VRTICE

    1. George MacDonald, Phantastes2. Albert Frank-Duquesne,Lo que te espera despus de tu muerte3. Jorge N. Ferro,Leyendo a Tolkien

    4. Gilbert K. Chesterton, Chaucer5. C. S. Lewis,La abolicin del hombre6. Giacomo Biffi, El quinto evangelio7. Martn Heidegger,Desde la experiencia del pensar8. Sebastin Randle, Castellani 1899-19499. Gilbert K. Chesterton,Alarmas y digresiones / El Acusado

    [email protected]

    Ilustracin de tapaGUSTAVE DOR

    para Garganta y Pantagruel, de F. Rabelaiscap 1, XXVII

    VERSIN CASTELLANA DEALEJANDRO ESTEBAN LATOS ROS (adaptado)de la obra de Louis Bouyer,La dcomposition du catholicismeEdiciones Aubier-Montaigne, Pars 1968Imprimatur: Jos Capmany, obispo auxiliar y vicario general(las notas del texto de Bouyer corresponden a la edicin original).Para ed. Herder, Barcelona (Espaa) 1970

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    Semblanza biogrfica de Louis Bouyer

    Louis Bouyer (1913-2003) es uno de los telogos ms importantesdel siglo XX; quizs el ms importante de todos ellos. Sin embargo, es

    tambin casi un desconocido, an en los ambientes acadmicos catli-cos. Los motivos son varios pero el ms importante de todos es queBouyer jams estuvo adscripto a ningn grupo de pertenencia que lo

    protegiera o promoviera. No fue parte de la as llamadaNouvelle tholo-gie, pues era ms joven que sus representantes ms insignes, como YvesCongar, Henri De Lubac o Jean Danilou, y no era parte tampoco delsector de telogos ms tradicionales y ultramontanos. l mismo hace

    referencia a esta circunstancia de soledad, y libertad, que lo acompaardurante toda su vida como catlico: Corro el riesgo escribe en 1951cuando comienza su crtica a la orientacin que est tomando el Movi-miento Litrgico de pasar por un integrista y un integrante de la AccinFrancesa, luego de haber sido considerado un protestante apenas maqui-llado 1.

    Pero ser justamente esa no-pertenencia de Bouyer a grupo alguno,

    y de no adscripcin incondicional a ninguna corriente teolgica o sectorde poder, la que le otorgar la independencia necesaria para escribir contotal franqueza y libertad lo que considera correcto, ms all de las sim-

    patas o antipatas que pudieran provocar sus palabras, siempre agudas eirnicas. Y, por cierto, despert muchas, y rara vez tuvo algn amigoque saliera en su defensa. Pero hacia el final de su vida afirmar estarcontento con esa vida que eligi: Afortunadamente, evit los cargos; un

    gnero de vida para el que no estaba hecho, y es esto lo que me ha dadola libertad de producir la obra, buena o mediocre, de la que he sido ca-paz 2.

    Etapa protestante

    Bouyer naci en Pars el 17 de febrero de 1913 en una familia per-

    teneciente a la pequea burguesa ilustrada: su padre era un lector voraz1 L. Bouyer, Rflexions sur le Mouvement Liturgique, enDieu vivant19 (1951), p.98.2 L. Bouyer,Mmoires, Cerf, Paris, 2014, p.207.

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    y amante de las bellas artes, y su madre, institutriz en familias de la altasociedad, era una apasionada de la msica y profunda conocedora delingls, lengua que ense a su hijo desde la infancia.

    Particular impronta ejerci en su niez la figura de su abuelo ma-terno, de origen cataln, de quien heredar una slida independencia de

    juicio y un gusto definitivo por el hablar directo y gallardo, simpata porlos personajes originales y por las figuras que escapan a lo comn 3.Los padres de Luis eran protestantes miembros de la Iglesia Re-

    formada de Francia, de tradicin luterana, y el nio fue educado en esafe, con una piedad discreta y sobria. El pensamiento de Dios recuerdaBouyer estaba presente detrs de cada cosa, inseparablea la vez de unaexigencia y como de una promesa de verdad y bondad 4. De modo par-

    ticular, lo impactaba la actitud de su madre, que dedicaba momentos delda a una oracin silenciosa y a la lectura de la Biblia.Cuando Louis tiene once aos recibe un fuerte golpe: su madre

    muere luego de una corta enfermedad y queda solo con su padre. La in-fancia se ha marchado con su madre y se refugia entonces en el estudio yen la literatura. Sin embargo, la tristeza ha invadido su corazn. Las dis-tracciones o su empeo en el colegio no son suficientes para alejar el

    profundo dolor de la prdida sufrida que invade su alma. Su padre, preo-cupado, lo enva a pasar una temporada a casa de unos amigos en Sance-rre, una pequea poblacin rural del centro de Francia, que posean unacasa de campo ubicada en la cima de una colina desde la que se domina-

    ba el Valle del Loira. El viaje se revel benfico y positivo para el nio.Descubrir, adems de la armona y belleza del paisaje que le ayudan a

    pacificar su alma, un protestantismo simple que lo atrae y reconforta.Ya repuesto, Louis regresa a Pars donde culmina rpidamente sus

    estudios secundarios. Paralelamente, comienza a adquirir un inters cre-ciente por las cuestiones de la filosofa y la religin, a partir de sus ml-tiples lecturas, principalmente las obras de John Henry Newman. Y as,decide dedicarse a la teologa y al servicio pastoral como ministro lute-rano, para lo cual se inscribe en la Facultad de Teologa Protestante delBoulevard Arago, de Pars. All encontrar algunos profesores liberalesy otros clsicos, muy buenos unos y otros no tanto. La mayor influencia

    3 Idem, pp.13-14.4 Idem, p.25.

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    la recibe de Auguste Lecerf, un neo-calvinista que lo inicia en un protes-tantismo reformado sobrio, clsico y poseedor de un sentido agudo de lamajestad divina.

    Pero Bouyer tiene inquietudes intelectuales que sobrepasan lo quele ofrece su casa de estudios orientada ms bien, como los seminarios

    catlicos, a la formacin pastoral. Es por este motivo que comienza afrecuentar otros mbitos de mayor vuelo intelectual, como los cursos defilosofa medieval que imparta tienne Gilson en la prestigiosa colePratique des Hautes tudes o las conferencias del P. Yves Congar, o.p.

    Es tambin en esta poca de estudiante que comienza a interesarse,y a gustar, de la liturgia. Reza diariamente las horas en el breviario ro-mano e incursiona con frecuencia en las ceremonias litrgicas de los

    monjes benedictinos de la abada de Sainte-Marie, en Auteuil, y en lasiglesias anglicanas parisinas 5. Es durante estas recorridas cuando cono-ce a Lev Gillet, un ex-benedictino pasado a la ortodoxia que era prrocode la iglesia ortodoxa de Sainte-Genevive y que ms tarde se har fa-moso por sus escritos sobre la espiritualidad oriental. Esta amistad serde mucha importancia para la vida de Bouyer, pues Gillet lo iniciar enla teologa litrgica de Dom Odo Casel y de los monjes de Mara Laach,

    y en la obra de los telogos rusos Vladimir Soloviev, Sergej Bulgakov yPavel Florensky.Es en la iglesia de Sainte-Genevive donde conoce y traba amistad

    con Vladimir Lossky, y es el mismo Gillet quien le aconseja, en vista desu inters y gusto por la liturgia, que visite la abada normanda de Sain-te-Wandrille. La primera visita de Bouyer a este monasterio es decisiva.All descubre la rica vida litrgica benedictina y la simplicidad y hospi-talidad fraterna, adems de las obras de Dom Marmion y de DomVonier. Todo esto produce en el nimo del joven una fuerte impresin a

    pesar de los bocaditos de tomismo de manual que Dom Thibout, el edi-tor de Marmion, se crea obligado a intercalar entre rebanadas de SanPablo [...], a fin de no presentara los buenos catlicos una imagen delapstol demasiado protestante 6.

    5 Si bien no he encontrado ningn dato concreto al respecto, es probable que Bouyer, en susvisitas a la abada de Saint-Marie o de la Sources, haya asistido tambin a los oficios litrgicosde la iglesia catlica bizantina rusa de Pars ubicada en la cercansima rue Franois Grard.

    6 L. Bouyer,Mmoires, ob. cit., p.73.

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    Terminada su primera etapa de estudios en Pars, Louis se trasladaa Estrasburgo en cuya universidad obtiene el bachillerato en teologaconuna tesis sobre Newman y el platonismo de la religiosidad inglesa 7. Eneste mbito universitario sigue tambin los cursos de Oscar Cullman,que le abren una nueva comprensin del Nuevo Testamento, ledo en

    continuidad con la tradicin litrgica y patrstica.A los veintids aos se convierte en pastor de la Iglesia luteranafrancesa y comienza a ejercer su ministerio en la misma ciudad de Es-trasburgo, mientras completa su licenciatura en teologa con una tesissobre San Atanasio. Estos estudios le permiten descubrir definitivamenteel riqusimo mundo de los Padres de la Iglesia y, de modo particular, suteologa mstica. Es de este periodo su primer libro, El cuarto evangelio,

    en el que combina exgesis y teologa bblica sobre el texto del evange-lio de Juan.En 1936 regresa a Pars para ejercer como vicario de la iglesia de

    la Trinidad y dedicarse a las actividades propias de su ministerio: cele-braciones litrgicas, visita a los enfermos, enseanza del catecismo, etc.,y para completar su formacin intelectual, finaliza una licenciatura enestudios clsicos en la Sorbonne.

    Aprovecha tambin, luego de su larga ausencia, para reencontrarsecon sus viejos amigos, especialmente con Bulgakov, que es junto aNewman al decir de Zordan, quien tendr ms influencia en su vida,guindolo hacia el descubrimiento del rol central de la Sabidura en larelacin de Dios con el hombre 8.

    En este periodo parisino conoce tambin al benedictino belga DomLambert Beauduin que lo impacta por su espiritualidad litrgica y susentido ecumnico. Ms tarde conoce tambin a Arthur Ramsey, futuroarzobispo de Canterbury y primado de la Iglesia de Inglaterra, con quiencompartir la pasin comn por un ecumenismo radicado en la Biblia yen la liturgia.

    Pareca que Bouyer poda dedicarse de lleno a labrar su futuro den-tro de la iglesia protestante e, incluso, a formar una familia. Sin embar-go, es en estos aos parisinos cuando se asienta en su corazn de un mo-

    7 Un captulo de este trabajo fue publicado como artculo: Newman et le platonisme delme anglaise, enRevue de Philosophie45 (1936), pp.19-305.

    8 Cfr. Davide Zordan,Louis Bouyer, Morcelliana, Brescia, 2009, p.13.

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    do muy intenso un profundo malestar hacia la Iglesia Reformada. Talcomo es caracterstico ya de su personalidad, sus crticas y objeciones no

    permanecen en el silencio interior sino que las formula abiertamente.Con este objetivo funda, junto con otros miembros de su congregacin,un semanario titulado Le tmoignage, que posee una clara orientacin

    filo-catlica y se orienta a la bsqueda de un cristianismo ms autnticoy tradicional, sobre todo a travs de la prctica de la liturgia, a la vez quese hace crtico de un luteranismo cada vez ms liberal y laicista. Comoera de esperar, los artculos de Bouyer en la revista despiertan fuertesreacciones contrarias entre los miembros de la iglesia protestante.

    En 1939 toma la decisin de abandonar la confesin luterana, locual implica una decisin de gran valenta, por un lado, y un salto en el

    vaco por otro: perda a sus amigos y a su grupo de pertenencia, y conellos su pasado y su futuro, su modo y medios de vida. Pero no se arre-dra ante las dificultades que prev. Se refugia durante algunos meses enla abada de Sainte-Wandrille y all mismo, en diciembre, es recibido enla iglesia catlica. Tena veintisis aos.

    Etapa catlica

    Haca apenas unos meses que haba comenzado la Segunda GuerraMundial, y aunque Bouyer no puede alistarse en el ejrcito por su frgilsalud, sirve como voluntario reemplazando a los profesores del liceo deJuilly, que estaba en el frente. Juilly era un importante colegio ubicado atreinta kilmetros de Pars y regenteado por los sacerdotes del Oratoriofrancs. Bouyer pasa all dos aos enseando diversas disciplinas a losadolescentes alumnos de ese colegio y, a la vez, tiene oportunidad deconocer de cerca la vida sacerdotal catlica a travs de los miembros delinstituto del Oratorio, inspirados en la espiritualidad y estilo de vida deSan Felipe Neri. A pesar de sus simpatas por la orden benedictina,Louis pide en 1942 ser admitido en el Oratorio de Francia y comienza sunoviciado.

    Su formacin en la teologa catlica tiene lugar en el InstitutCatholique de Pars, en momentos en que su Facultad de Teologa analbergaba a grandes profesores. Entre ellos se destaca Guy de Broglie,que le ensea a apreciar el pensamiento de Santo Toms y le muestra su

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    continuidad con la tradicin bblica y patrstica, aristas stas del pensa-miento tomasiano que no es comn que aparezca entre los autores clsi-cos. Con este mismo profesor se convence del carcter inseparable que

    poseen la inteligencia teolgica y la espiritualidad. Este principio per-manecer siempre presente y como punto de referencia permanente en

    toda su obra posterior.Estos aos de formacin en la vida propia de los oratorianos y enla teologa son propicios para que Bouyer redacte uno de sus libros msconocidos y justamente apreciados. Mystre pascal es una meditacinntima y personal del triduo pascual y marca ya sus ideas fundamentalesacerca del puesto que ocupan y deben ocupar la liturgia y sus textos den-tro de la vida de la Iglesia y la espiritualidad de cada cristiano. Es curio-

    so que la expresinMisterio pascual, tan abundantemente utilizada pos-teriormente en los documentos del Concilio Vaticano II, se atribuya a lainfluencia de Bouyer y, por ese mismo motivo, muchos tradicionalistaslo consideran el responsable de la debacle litrgica posconciliar. Sinembargo, el ttulo del libro no fue puesto por Bouyer sino por el p. Ai-mon-Marie Roguet, uno de los lderes del Centro de Pastoral Litrgicaencargado de la edicin, a pesar de las protestas del autor, que insista en

    que esa expresin es inexistente en la patrstica y en la Edad Media y notiene equivalente en griego. En todo caso, es posible hablar de Paschalesacramentum, pero no de misterio pascual. Sin embargo, el libro apare-ci con el ttulo impuesto por el editor y Bouyer debi cargar con unaresponsabilidad que no era suya.

    La preocupacin de Bouyer por el tema litrgico no dejaba de lla-mar la atencin entre sus nuevos amigos catlicos. l mismo relata queun sacerdote anciano le dijo, a poco de haber sido ordenado: Usted seinteresa demasiado en la liturgia, y en eso se nota que no ha sido siemprecatlico. Los verdaderos catlicos no le dan tanta importancia a esascosas 9. Bouyer, en cambio, considera que la participacin en la litur-gia es donde se opera, en el Hijo, el misterio de nuestra propia transfor-macin. Y cuando esto se olvida se llega a una pseudo-liturgia que no esms que una simple consagracin de la humanidad tal como es, sin nin-guna crtica y, sobre todo, sin ninguna intencin de transformacin. Es

    una especie de culto del hombre que sustituye inconscientemente el culto

    9 L. Bouyer, Rflexions sur, cit., p.97.

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    a Dios. Incluso cuando emplea trminos tomados de la Palabra de Dios,los usa en un sentido adulterado a fin de que le sirvan para expresar idea-les totalmente humanos en los que no aparece la intervencin sobrenatu-ral de Dios. [...] En suma, se trata de la prdida del sentido del pecadooriginal y de la necesidad de la redencin y de la gracia de Dios. Ya no

    es Dios que se hace hombre para transformar al hombre, sino que pareceque Dios se hace hombre para ser verdaderamente Dios 10.El 25 de marzo de 1944 Louis Bouyer es ordenado sacerdote en

    Juilly, zona an ocupada por los alemanes. Transcurre los aos siguien-tes all mismo, continuando su enseanza en el colegio, escribiendo sutesis doctoral y viajando con cierta frecuencia a Inglaterra, donde tomacontacto directo y estrecho con el mbito religioso britnico, tanto cat-

    lico como anglicano.Es tambin entonces cuando, a travs del dominico p. Pie Duploy,comienza a formar parte del Centro de Pastoral Litrgica (CPL), quetendr tanta importancia para la reforma litrgica en Francia y, tambin,en toda la Iglesia. Una carta que Bouyer le escribe a Duploy va ser con-siderada por ste como el acta fundacional del CPL. El texto parecieraser todo un programa de reforma litrgica que, en primera instancia, es

    el que tom para s el Concilio Vaticano II. Sin embargo, entre lo queBouyer preconizaba y lo que efectivamente se hizo, se abre una distanciaabismal. Es justamente la distancia que bien marca el oratoriano en Ladescomposicin del catolicismo, cuando dice: La liturgia catlica no erams que un cadver embalsamado. Pero lo que llaman ahora liturgiano es ms que ese mismo cadver en estado de descomposicin.

    En 1946 defiende sus tesis doctoral sobre la Vita Antonii de SanAtanasio, estudio que da lugar a otro de los libros ms conocidos deBouyer,Le sens de la vie monastique, donde expone su visin del mona-cato cristiano entendido como un humanismo escatolgico y retoma,

    ponindolas nuevamente en vigencia, algunas ideas de la demonologade los Padres y de los monjes del desierto egipcio. Para el autor, la vidamonstica no es solamente para los monjes, sino que todo cristiano debeser, en alguna medida, monje. Toda la economa de nuestra reden-cin, es decir, de nuestro retorno al Padre, se contiene en la dualidad

    10 L. Bouyer, Le mtier de thologien. Entretiens avec George Daix, Ad Solem, Genve,2005, p.72.

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    paradojal de este misterio: que el Dios que habita en la luz inaccesiblenos ofrece, en el claroscuro de la fe, su presencia velada para conducir-nos a su presencia luminosa 11. Y resulta imposible acercarse a ese ros-tro luminoso sin desprenderse del amor y de la afeccin a las cosas delmundo.

    Comienza tambin en estos aos su asidua colaboracin con la re-vistaDieu vivant, una publicacin que sali a la luz apenas terminada laSegunda Guerra Mundial, dirigida por M. Mor y cuya intencin erahacer sobre el plano filosfico y teolgico lo que Emmanuel Mounierhaba hecho en el plano temporal, social y poltico con la revista Esprit,es decir, reunir a personalidades provenientes de diversos horizontes

    para expresar un pensamiento cristiano. En ella escribieron telogos ta-

    les como Jean Danilou, Gabriel Marcel, Louis Massignon y Hans Ursvon Balthasar. Es en los artculos publicados en esta revista donde apa-rece ya definido el estilo irnico de Bouyer y las crticas dursimas hacialas posiciones que considera equivocadas, aun cuando las mismas fueransostenidas por sus amigos o por personajes de gran prestigio. Por ejem-

    plo, entabla una polmica con el dominico Antonin Sertillanges, uno delos tomistas ms notables de la primera mitad del siglo XX, acerca de la

    naturaleza del mal, acusndolo de presentar una nocin abstracta de mal,prisionera de conceptos puramente filosficos que son incapaces de ex-plicar la profundidad de este misterio y su realidad. Lo que aparece enSertillanges, a juicio de Bouyer, aparece tambin en toda la iglesia fran-cesa: un empeo excesivo por congraciarse con el mundo olvidando latrascendencia divina. Es un hecho que los cristianos de hoy no puedensoportar la idea de tener enemigos. Quisieran estar contra todo lo queest en contra y a favor de todo lo que est a favor. No hay modo, en laactualidad, de ser no creyente. Hoy es posible encontrar a algn eclesis-tico iluminado capaz de escribir un libro sobre Nietzsche, Proudhom oincluso sobre el marqus de Sade, entretenido en amable dilogo conellos, interpretndolos generosamente y asimilndolos estrechamente12.

    Obtenido su doctorado en teologa, comienza a ensear en el Insti-tut Catholique, ocupando sucesivamente las ctedras de Teologa Dog-

    11 L. Bouyer,Le sens de la vie monastique, Brepols, Paris, 1950, p.33.12 L. Bouyer, Christianisme et eschatologie, enLa vie intellectuelle16 (1948), p.18.

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    mtica, como asistente de de Broglie, y luego como titular de Historia dela Espiritualidad e Historia de la Iglesia Moderna. No dejar, sin embar-go, de frecuentar Inglaterra, con el fin principal de profundizar en la fi-gura del cardenal Newman. Se establece por largas temporadas en elOratorio de Birmingham, donde tiene acceso a documentos inditos y

    privados del cardenal, a partir de los cuales escribe su biografa,Newman. Sa vie, sa spiritualit (1952), un obra que va ms all de unmero relato biogrfico para convertirse en una verdadera historia de lavida espiritual de Newman.

    Los viajes a Inglaterra le permiten tambin renovar el contacto conT. S. Elliot y estrechar amistad con J. R. R. Tolkien, profesor de literatu-ra medieval en el Merton College de Oxford. La lectura de la obra ms

    conocida de este escritor, The Lord of the Ring, afirmar en Bouyer laconviccin del rol fundamental que juega el mito en toda cultura, que enmodo alguno puede ser ignorado por quien se dedica al estudio de losagrado y de la liturgia.

    En 1952 viaja por primera vez a ensear liturgia a la Universidadde Notre Dame, de Indiana (Estados Unidos), lugar con el que manten-dr una fuerte relacin a lo largo de su vida, viajando all todos los vera-

    nos a impartir cursos sobe temas litrgicos y teolgicos en general.La dcada de los 50 ver tambin la aparicin de varias obras teo-lgicas de Bouyer, escritas siempre con su caracterstico tono vigoroso,recorriendo razonamientos clarsimos e irrefutables y citando numerosasfuentes bblicas y patrsticas.

    El Concilio Vaticano II

    Bouyer es invitado a participar de la comisin preparatoria al Con-cilio sobre los estudios y seminarios entre 1960 y 1962. Toda esa expe-riencia previa, al igual que la que obtuvo durante el desarrollo del Conci-lio, no fue positiva. El presidente de la comisin era el cardenal Pizzar-do, un incapaz absoluto para el cargo que se le haba encomendado, a

    punto tal que, segn comenta Bouyer, si la KGB hubiese querido minar ala Iglesia desde dentro, difcilmente hubiese encontrado modo mejor quenombrar a Pizzardo como prefecto de la Congregacin de Seminarios. Si

    bien integraban tambin ese grupo de trabajo personalidades eminentes,

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    en su mayora eran nulidades que gastaban el tiempo en interminablesdiscusiones sobre temas absurdos. Y aade Bouyer: Entre otros descu-

    brimientos muy particulares que hice, debo mencionar la crasa ignoran-cia y la falta del juicio ms elemental de un obispo francs, destinado aconvertirse despus del Concilio, no solamente en arzobispo de Pars y

    cardenal, sino tambin en primer presidente de la Conferencia EpiscopalFrancesa 13.Bouyer fue el nico profesor del Institut Catholique invitado a par-

    ticipar en la etapa preparatoria al Concilio Vaticano II y, como no podaser de otro modo, la situacin despierta entre sus colegas an ms anti-

    patas hacia l que las que ya haban ocasionado la agudeza y el estilo desus escritos. La aparicin de su libro Introduction la vie spirituelle

    desata una spera discusin con Jean Danilou, prominente figura de esauniversidad parisina, quien declara que el libro es inaceptable ya quepretende imponer la espiritualidad de la escuela francesa. Se trata deuna crtica totalmente injusta, ya que en esta obra Bouyer se esfuerza poralentar el retorno a la Escritura, a los Padres, a la liturgia y, en general, alas fuentes ms tradicionales, mencionando apenas algunas veces a losrepresentantes de la espiritualidad oratoriana. Es por este motivo que no

    tiene reparos en responderle a Danielou con su tpico tono irnico y de-cide renunciar a las ctedras que posee. Por votacin de todos los profe-sores de la casa de estudios, se le pide que contine con la enseanza, yas lo hace. Sin embargo, unos meses ms tarde, con motivo de la apari-cin del primer tomo de suHistoria de la Espiritualidad, recibe un nue-vo ataque, esta vez ms furibundo que el anterior, por parte de los jesui-tas de Toulouse a travs de un artculo en la revista Revue de asctiqueet mystique, que se encargan de distribuir gratuitamente en todas las ca-sas religiosas de Francia. Las crticas eran no solamente injustas sino quefaltaban a la verdad. Estaba claro que la relacin de Bouyer, ya no slocon el Institut Catholique sino con gran parte del episcopado y del clerofrancs, estaba rota. Deja por eso definitivamente su puesto en Pars en1962 y, poco despus, tambin la titularidad de un seminario de teologaque posea en la universidad de Estrasburgo debido, igualmente, a susdiferencias con el clero.

    13 Se refiere al cardenal Franois Marty. L. Bouyer,Mmoires, ob. cit., p.190.

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    Cerradas las puertas de Francia, su actividad docente se concentra-r fundamentalmente en Estados Unidos: Notre Dame (Indiana), Wa-shington, San Francisco y Providence, pero tambin en otras importantesuniversidades del mundo como Bristol, Oxford, Mainz, Salamanca, Ro-ma e, incluso, Kinshasa.

    Iniciado el Concilio Vaticano II, Bouyer tendr tambin participa-cin en algunas de sus comisiones de trabajo pero, invariablemente, re-nunciar a ellas decepcionado por el modo de trabajo o por los resulta-dos que se obtena. Gustaba recordar la opinin de Newman que sostenala incapacidad de todas las comisiones para producir algo mnimamentevalioso. En sus Memorias insiste en repetidas ocasiones en la simpataque le producan los comentarios escritos por San Gregorio Nacianceno

    sobre el Concilio de Constantinopla que presidi, y sufri, en sus prime-ras sesiones: en ambos concilios Constantinopla y Vaticano II, lo quehaba primado eran la incompetencia de los participantes, la intriga y laarena que se arrojaban unos a otros a los ojos a fin de enceguecerse mu-tuamente. Es por eso que Bouyer desconfiaba de los resultados que se

    podran obtener de la convocatoria. Afirma: En el mejor de los casos, ysolamente para los concilios verdaderamente ecumnicos en el sentido

    tradicional de la expresin, es decir, con representatividad efectiva deuna cristiandad indivisa, toda la asistencia divina que se puede asegurara los sucesores de los apstoles, es la ausencia de error posible en lasdefiniciones doctrinales que tales asambleas se arriesgan a redactar. Pe-ro, ms ac de ese extremo, son de esperar todas las dosis de insuficien-cia o de simple superficialidad, incluso tratndose de una tan sacrosantaasamblea.

    En primer lugar, es invitado a integrarse a la Comisin de Ecume-nismo. A su entender, quienes la integraban pretendan un ecumenismode Alicia en el Pas de las Maravillas, en el cual todos ganaran y nin-guno consiguiera un premio. Su opinin era que resulta imposible abor-dar el dilogo ecumnico obstinndose en que nada cambie ni de una

    parte ni de la otra y considerando que cada cual puede seguir creyendoen lo que se le ocurra. Esto lleva al convencimiento de que, en definitiva,lo que se cree o deje de creer son cosas sin importancia. Su pasado pro-

    testante y sus trabajos escritos sobre el tema ecumnico lo hacan parti-cularmente adecuado para llevar adelante las tareas en la comisin. Sin

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    embargo, pronto la abandonar en desacuerdo con la metodologa detrabajo que se segua y del destrato del que era objeto, principalmente

    por parte del padre Yves Congar, o.p.En 1966 es invitado a integrarse como consultor al Consilium, es

    decir, la comisin vaticana creada a fin de ejecutar la reforma litrgica

    pedida por el Vaticano II. All encuentra, junto a personajes menores, aalgunos autnticos conocedores del tema litrgico, pero considera quefue un error fatal poner a la Comisin bajo la direccin del cardenal Ler-caro, una persona generosa y valiente pero poco instruida, lo cual pro-voc que fuera completamente incapaz de resistir las maniobras del laza-rista napolitano Annibale Bugnini. Bouyer estaba convencido, al iniciomismo de sus trabajos en el Consilium, de que no haba esperanza algu-

    na de que se obtuviera una reforma valiosa toda vez que se pretendarehacer de principio a fin, y en pocos meses, una liturgia que haba lle-vado siglos elaborar.

    Confiesa Bouyer que qued petrificado cuando, al incorporarse ala sub-comisin encargada de la reforma del misal, se encontr que enella estaban trabajando dom Cipriano Vagaggini y otros personajes, yseguan en sus tareas las modas que venan de Holanda en cuanto a las

    eucaristas improvisadas y en un total desconocimiento de la tradicinlitrgica que se remonta a los orgenes del cristianismo. Le resulta in-comprensible que personas que posean un incuestionable conocimientode la disciplina pretendieran transformar el Canon Romano en un colla-gede textos con una pretendida inspiracin en Hiplito de Roma. Anteesta situacin decide renunciar, pero otro de los integrantes de la Comi-sin, dom Bernard Botte, lo convence de permanecer en ella a fin deevitar que se cometan males mayores.

    Poco podr hacer, y los recuerdos que guarda de ese tiempo sonmuy amargos. Se lamenta, por ejemplo, de la reforma del ofertorio, queconsidera la peor de todas, hecho en un estilo de Accin Catlica sen-timental y obrerista. El autor de tamao desatino fue el p. Jacques Ce-llier, manipulado por mons. Bugnini. Otros de los cambios que juzgaincomprensibles son la eliminacin de la Septuagsima y de la Octavade Pentecosts y el cambio del santoral, realizado sin ningn sentido y

    siguiendo simplemente los caprichos infundados de algunos clrigos.

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    A Bouyer le causaba particular impresin la lectura de la PlegariaEucarstica II, ya que no poda dejar de recordar que l mismo la habaredactado en una tratttoria del Trastvere, luego de un almuerzo, junto aDom Botte. Relata que, como tenan que llevar un esbozo de algunanueva anfora a la reunin del Consilium, escribieron a las apuradas un

    texto que no era ms que un primer borrador y se lo entregaron a mons.Bugnini. Bouyer qued sorprendido cuando, tiempo despus, vio apare-cer ese mismo texto, sin revisin alguna, como una de las nuevas plega-rias eucarsticas que se utilizaran para la celebracin de la Santa Misa.

    Cualquier lector sensato se preguntar cmo es que se pudieroncometer tantos desatinos en la reforma litrgica y, sobre todo, que losmismos hayan sido aprobados no solamente por el Consiliumsino tam-

    bin por el mismo papa Pablo VI. El mximo responsable de esta cats-trofe, como se sabe, fue mons. Annibale Bugnini, que se vala inescrupu-losamente de cualquier medio, incluso de la mentira, para conseguir sus

    propsitos. Bouyer relata uno de sus estrategias:

    En diferentes temas, como por ejemplo taladrar la liturgia de difuntos ola increble empresa de expurgar a los salmos de pasajes polticamente incorrec-tos para ser incorporados en el nuevo Oficio, Bugnini tropezaba con una oposi-

    cin no slo masiva sino tambin unnime. En ese caso, siempre nos deca: Pe-ro el Papa lo quiere..., visto lo cual nadie en la Comisin segua discutiendo.

    Sin embargo, un da que haba usado estos argumentos, yo deba almor-zar con mi amigo mons. del Gallo el que, como primer camarero participante,tena sus habitaciones justo debajo de los apartamentos pontificios. Cuando yobaj luego de la siesta, por cierto, y abr la puerta del ascensor que da al Cor-tile de San Dmaso, Bugnini justo sala de la escalera, viniendo de las Puertasde Bronce. Cuando me vio, no solamente palideci, sino que se mostr aterrado.Me di cuenta enseguida que, sabiendo que yo era notus pontifici(conocido delpontfice), supuso que vena de ver al Papa. Pero, en mi inocencia, no ca en queel motivo por el cual se haba aterrorizado de ese modo era porque supuso queyo haba hablado con Pablo VI de los temas del Consilium.

    Algunas semanas ms tarde, hablando con el Papa sobre los trabajos queestbamos haciendo y sobre los que l se mostraba tan desconforme como yo,me dijo: Pero por qu se ha metido usted en esta reforma.... [...] Naturalmente,le respond: Simplemente porque Bugnini nos juraba que era usted quien laquiera absolutamente. Su reaccin fue inmediata: Cmo es posible? l

    siempre me dice que ustedes estn unnimemente de acuerdo!14

    .

    14 L. Bouyer,Mmoires, p.201.

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    Su ltima actividad en el Concilio fue su participacin en la Comi-

    sin Internacional de Telogos. Compartir all muchos das con el en-tonces Mons. Joseph Ratzinger, de quien admiraba no solamente su va-lenta y agudeza intelectual sino tambin su humor lleno de gentileza

    pero difcil de superar. Ser la amistad del futuro papa Benedicto XVI yde Hans Urs von Balthasar la que lo ayudar a soportar los insoportablesdiscursos de sus colegas telogos. Relata que, en una de las sesiones ydespus de haber escuchado durante ms de tres cuartos de hora a KarlRanher, se acerc Ratzinger y le dijo en voz baja: Otra vez un monlo-go sobre el dilogo. A pesar de la insistencia del papa Pablo VI paraque permaneciera, Bouyer pronto renuncia tambin a esta Comisin.

    Reflexionando sobre su participacin en el Concilio, Bouyer con-cluye: Luego de estas variadas experiencias, se comprender que no heconservado gran cosa de mis entusiasmos juveniles por la conciliari-dad en general, y mucho menos todava sobre esta conciliaridad de bol-sillo que hoy se llama abusivamente colegialidad, en la que algunosmalvados, utilizando triquiuelas, hacen creer a los grandes persona-

    jes que integran esos rganos colegiados, que han tomado decisiones

    que, en realidad, otros han tomado en lugar suyo

    15

    .ltimos aos

    Durante este tiempo redacta otro de sus libros ms conocidos: Eu-caristie. Thologie et spiritualit de la prire eucaristique, que pronto seconvierte en un punto de referencia en materia de teologa eucarstica.Sin embargo, Bouyer se encuentra cada vez ms aislado e, incluso, re-chazado en los ambientes eclesiales. Suceda que, a diferencia de otrosque aunque sufran el mismo desencanto frente a los resultados de lasreformas conciliares elegan el silencio, Bouyer prefiere decir todo loque piensa, y decirlo con su modo directo e irnico. Sus dursimas crti-cas con respecto a la traduccin de las plegarias eucarsticas, en las quese perda todo el carcter sacrificial de la Misa, le valieron, por ejemplo,su alejamiento del Centro de Pastoral Litrgica. Y es justamente en este

    15 Idem, p.204.

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    ambiente de frustracin e indignacin que escribe La dcomposition ducatholicisme, en 1968, libro que presentamos en esta ocasin.

    Este tipo de conductas basadas en la sinceridad extrema fue lo queimpidi que Bouyer fuera creado cardenal, tal como era intencin del

    papa Pablo VI, quien le confes que contaba con la oposicin cerrada de

    todo el episcopado francs.Estas circunstancias se convierten en la ocasin de su alejamientode la actividad pblica. Solamente se reservar algunos meses del ao

    para ensear en Estados Unidos; el resto del tiempo lo pasar en un pe-queo sector habitable de la que haba sido la abada premostratense deLucerna, en la baja Normanda, propiedad de un ex-alumno suyo, y enLandvnc, en Bretaa, lugar donde compra una modesta casa. Ambas

    zonas rurales son un lugar de retiro que le permiten alejarse de una Igle-sia convulsionada por el post-concilio y entregarse a la oracin y al estu-dio.

    La dcada larga que va desde 1970 a 1982 la dedica al estudio y ala redaccin de sus obras ms importantes. Se trata de una doble triloga,en las que expone su visin completa de la teologa. La primera, integra-da por Le Pre invisible. Approches du mystre de la divinit; Le Fils

    ternel. Thologie de la Parole de Dieu et christologie y Le Consola-teur. Esprit Saint et vie de grce ; y la segunda por: Le trne de la Sa-gesse. Essai sur la signification du culte marial;Lglise de Dieu, Corpsdu Christ et Temple de lEsprity Cosmos. Le monde y la gloire de Dieu.

    Un tiempo despus escribe una nueva triloga en la que examinalos temas bblicos del conocimiento de Dios, del misterio y de la Sabidu-ra: Mysterion. Du mystre la mystique ; Gnosis. La connaissance deDieu dans lEcriturey Sophia ou le Monde en Dieu.

    Hacia el final de su vida se establece en su amada abada de Sain-te-Wandrille, donde encuentra la caridad fraterna de los monjes junto ala belleza de los oficios litrgicos y de la arquitectura gtica. Escribe, entanto, sus Mmoires, que han sido recientemente publicadas en Cerf, yen las que, fiel a su estilo, relata con humor y fina irona los aconteci-mientos ms importantes de su vida.

    Sus ltimos aos sern muy difciles. Adems de haber perdido la

    vista, comienza a perder tambin la lucidez durante tiempos ms o me-nos prolongados. En 1999 lo trasladan a la casa de las Pequeas Herma-

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    nas de los Pobres de la Avenue de Breteuil, en Pars, donde las buenasreligiosas extreman sus cuidados para con l.

    Louis Bouyer muere el 23 de octubre de 2003. Sus funerales fue-ron celebrados por el cardenal Lustiger, su antiguo alumno en el InstitutCatholique, en la iglesia de Saint-Eustache de Pars.

    RUBN PERET RIVAS

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    LA DESCOMPOSICIN DEL CATOLICISMO

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    El pontificado de Juan XXIII y luego el Concilio haban parecidoinaugurar un renuevo inesperado, por no decir inesperable, de la Iglesiacatlica. En efecto, pareca que el redescubrimiento de la Biblia y de los

    padres de la Iglesia, el movimiento litrgico, el ecumenismo y mediante el retorno a las fuentes de la teologa y de la catequesis un re-descubrimiento de la Iglesia en su tradicin ms autntica, conjugadocon una franca apertura a los problemas del mundo contemporneo: pro-

    blemas cientficos, culturales, sociales, pareca, decimos, que todasestas cosas que hasta entonces haban sido privativas de una pequeaseleccin minoritaria mirada fcilmente con recelo desde arriba y toda-va poco influyente en la masa, iban, si no de repente, por lo menos rpi-damente, a ganar al cuerpo entero despus de haberse impuesto a suscabezas.

    Slo unos pocos aos han pasado desde entonces. Sin embargo, nopodemos menos de reconocer que hasta ahora el curso de los aconteci-

    mientos no parece haber respondido notablemente a estas expectativas.A menos que nos tapemos los ojos hay incluso que decir francamenteque lo que estamos viendo se parece mucho menos a la regeneracin conque se haba contado que a una descomposicin acelerada del catolicis-mo.

    Un poltico francs de primera fila, que no pertenece a la Iglesiacatlica, aunque es cristiano, hablando a algunos de sus correligionarios

    sobre las consecuencias del Concilio, les deca si he de creer lo que meha referido uno de ellos que ahora haba que prever la desaparicin delcatolicismo de aqu a una generacin. Esta opinin de un observador,desde luego poco simpatizante con su objeto, pero sin duda alguna bieninformado, desapasionado y clarividente, no se puede descartar sin ms.

    Es verdad que una larga experiencia ha mostrado que tal clase deprofecas, renovadas con frecuencia en el pasado, son bastante temera-

    rias. El historiador Macaulay observaba el siglo pasado que el catolicis-mo haba sobrevivido a tantas y tan graves crisis, que ya no se podaimaginar qu es lo que podra acarrear su ruina definitiva. Con todo,

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    sera demasiado cmodo para los catlicos tranquilizarse con tales pala-bras para volver a sumergirse en el torpor onrico a que, desgraciada-mente, son tan propensos. Sin la menor intencin de dramatizar, hay quereconocer que una vez ms (y quiz hoy ms que nunca) hemos llegadoa una de esas revueltas de la historia en la que, si la Providencia quiere

    ayudarnos una vez ms, no lo har sino suscitando entre nosotros hom-bres cuya lucidez est a la altura de las circunstancias y cuyos nimos nosean inferiores a su penetracin.

    Ante todo, tenemos verdadera necesidad de ver claro en nosotrosmismos. A este respecto parece ser que en estos ltimos tiempos noshemos contentado con cambiar una forma paralizante de autosatisfaccin

    por una euforia todava ms perniciosa. El triunfalismo de no hace mu-

    cho, justamente denunciado, nos mova a saludar como una sucesin devictorias los fracasos que no se tardaba en olvidar si es que no se camu-flaban. Podemos rernos de ese estilo bruscamente pasado de moda, denuestras Semanas religiosas, pero la nueva prensa catlica no ha tar-dado en segregar un neotriunfalismo, por cierto nada mejor, y que hasta

    puede ser peor. Un semanario francs, que se dice catlico, quera in-formarnos recientemente de que la renovacin posconciliar no haba

    penetrado todava realmente la Iglesia de Espaa, para lo cual recurra aeste criterio curioso: all no ha disminuido gran cosa el nmero de voca-ciones sacerdotales y religiosas (!). Cuando se ha llegado a este punto devista de Knock 1, segn el cual los indicios persistentes de salud se in-terpretan como sntomas de especial gravedad, es preciso que el mal estmuy avanzado... pero en este caso el espritu del mdico es el que esttodava ms enfermo...

    Este pequeo rasgo, que podra parecer sencillamente chusco, esrevelador de uno de los aspectos ms significativos de la crisis que esta-mos atravesando. Yo no s si como se dice el Concilio nos ha liberadode la tirana de la Curia romana, pero lo cierto es que, volens nolens, nosha entregado, despus de haberse entregado l mismo, a la dictadura delos periodistas, y sobre todo, de los ms incompetentes y de los msirresponsables.

    1 Alusin al protagonista de la comedia satrica de J. Romains, Knock ou le triomphe de lamdecine(1923).

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    Seguramente es muy difcil, en una asamblea tan numerosa, guar-dar el secreto de las deliberaciones. Por otra parte, una cierta informa-cin poda tambin ofrecer ventajas, y ello no slo porque la opinin

    pblica, como lo reconoca ya el mismo Po XII, ha venido a ser un fac-tor de la sociedad moderna que nadie puede ignorar o despreciar. Un

    concilio, y especialmente en las circunstancias en que se celebraba ste,concierne a toda la Iglesia. Y sera una idea muy pobre del papel de laautoridad pensar que el Concilio slo concierne a la Iglesia entera enrazn de sus decisiones. Todava volveremos sobre este punto. La auto-ridad en la Iglesia no puede ejercerse fructuosamente como en el vaco.Si renuncia a su papel registrando slo pasivamente las diversas opinio-nes que flotan en la masa de los fieles, tampoco lograr desempearlo

    ignorando a stos. Pero el sentimiento de los fieles es algo muy distin-to de una opinin pblica manipulada, y hasta prefabricada, por unaprensa que, aun cuando no est desviada por una bsqueda de lo sensa-cional, es muy poco o nada capaz de captar el verdadero alcance de los

    problemas en cuestin, y quizs a veces ni siquiera sencillamente su au-tntico sentido.

    Con todo el respeto que tenemos a nuestros obispos y de la con-

    ciencia con que quisieron desempear su quehacer conciliar, hay quedecir que muchos de ellos no estaban preparados para ejercitarlo bajo lasrfagas de una publicidad tan ruidosa, orientada por preocupaciones quetienen muy poco que ver con las que deban ser las suyas. En estas con-diciones no debe sorprendernos sobremanera el que muchas intervencio-nes y reacciones de los Padres, sobre todo en las ltimas sesiones delConcilio, se vieran condicionadas seguramente mucho ms de lo queellos mismos crean, por la preocupacin de agradar a estos nuevosamos. Hace ya tiempo que los parlamentarios saben que no est lejos lamuerte del sistema parlamentario cuando acaban por hablar, como lohacen, no tanto para esclarecer los debates mismas, como para obtenerun placetde la masa de sus electores halagando una opinin teleguiada

    por una prensa sensacionalista. Algunos de los obispos, novicios en lamateria, que se dejaron manejar ms o menos por estos viejos hilos, eran

    por ello ciertamente excusables. Con todo, debemos darnos perfectamen-

    te cuenta de que si en este Concilio, como en todos los que lo precedie-ron, las intrigas y las facciones interiores a la asamblea no fueron el ras-

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    go ms edificante, este nuevo gnero de presiones, seguramente por sernuevo, se revel no menos pernicioso de lo que haban podido serlo en el

    pasado las intervenciones embrollonas de los emperadores y dems po-deres polticos.

    Aadamos sin tardar que los aos que han seguido al Concilio han

    mostrado hasta la saciedad que los obispos no eran los nicos en la Igle-sia que podian perder pie, y a veces hasta la cabeza, bajo las solicitacio-nes vertiginosas de un cierto periodismo. Desde entonces se ha visto atelogos, entre los que parecan los ms slidos, ceder a las tentacionesde entrevista con una ingenuidad de nios vanidosos, dispuestos a hacercualquier cosa para que los sofistas de nuestro tiempo los consagrarancerca de las masas supuestas pasivas. Cuando un pensador de los ms

    ponderados y de los mejor informados actualmente sobre la tradicincatlica, despus de haberse puesto en ridculo en un pas en el que nohaba estado nunca, condenando sin apelacin al episcopado local, delque no saba ms que lo que haban querido decirle los que lo habanacaparado desde su llegada, cuando tal pensador, decimos, se lanza a unaapologa delirante de la homosexualidad, podemos calibrar la debilidadde los mismos grandes telogos cuando abandonan su celda para ex-

    ponerse a los focos de la televisin, quiz ms peligrosos para ellos queel fuego de la concupiscencia.Si la prensa, y la prensa catlica en particular, se hubiese limitado

    a dar una informacin exacta sobre el Concilio, habra hecho lo msfundamental que se le poda pedir para contribuir al xito del mismo.Habra podido jugar un papel ms elevado contribuyendo a ilustrar a losPadres conciliares mismos sobre las aspiraciones profundas, o todavams sencillamente sobre las necesidades, los problemas de los fieles ydel mundo moderno en general. Ms delicado, aunque no imposible,habra sido su quehacer de expresar las reacciones reflejadas, las crticas,an las ms aceradas si estaban bien fundadas, aunque slo fuera par-cialmente no slo de los expertos (que no todos estaban en el Conci-lio), sino tambin de los hombres de buena voluntad, ms o menos aptos

    para entender algo de las cuestiones tratadas.No cabe duda de que algo de esto se produjo, aun cuando hay que

    hacer constar que la prensa especficamente catlica, o los informadorescatlicos de la prensa en general, no fueron siempre de aquellos a quie-

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    nes hay que otorgar la palma. Sin embargo, en estas circunstancias, sos,entre los supuestos expertos, que de mejor gana se prestaron a jugar a

    periodistas, mostraron una enojosa propensin a adoptar los peores vi-cios de su nuevo oficio, es decir, a buscar lo sensacional, y hasta el es-cndalo, cuando no trataban de imponer sus puntos de vista discutibles,

    recurriendo a todos los medios, sin arredrarse ante difamaciones y chan-tajes. Despus de esto no hay que lamentarse demasiado de que no pro-cedieran mucho mejor los periodistas profesionales.

    Desde entonces, este fenmeno ha ido creciendo y cobrando pu-janza. La mayora de los telogos que han pretendido la consagracin dela gran prensa han contrado, con un extremismo a veces caricaturesco,esos vicios flagrantes, con un desenfado que da que pensar acerca de las

    races de su adhesin a la verdad. Cuando se los ve hoy, en batallonescompactos, enviar a la prensa condenas tajantes de encclicas pontificias,a las que han tenido escasamente el tiempo de leer, con el fin de no que-dar atrs, y hasta, si es posible, de superar la audacia de los mismos co-mentaristas laicos o acatlicos, comenzamos a darnos cuenta de la gra-vedad del mal.

    Para valorarlo como conviene es preciso hacerse cargo de la credu-

    lidad casi increble con que estos mismos guas presuntos de la opininpblica pueden aceptar, por su parte, y avalar luego cerca del pblicosencillo, las ms insulsas patraas. En efecto, aqu no se trata ya de in-terpretaciones, siempre discutibles, sino de hechos, y en no pocos casos,de esos hechos que se pueden alcanzar con un poco de honradez y de

    perspicacia. Un test revelador ha sido proporcionado por una obra acercade la personalidad de Pablo VI publicada bajo un seudnimo amenizado.Una publicidad oficiosa ha puesto empeo en hacerlo pasar por obra deun diplomtico familiarizado con los crculos romanos. El fraude era tan

    burdo (conversaciones evidentemente ficticias, que aunque en realidadhubiesen tenido lugar, no habran podido ser conocidas por los que no sehallaban presentes; desconocimiento total de los caracteres y de las rela-ciones autnticas de los principales personajes en cuestin, etc.), tan

    burdo, decimos, que un periodista americano pudo denunciarlo tan luegoapareci el volumen. No hubo la menor dificultad en establecer que el

    diplomtico en cuestin era en realidad un joven ex jesuita irlandsque no haba pasado en Roma ms que el tiempo necesario para colec-

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    cionar los chismes ms estpidos. No obstante, el libro fue traducidoealn francs aun despus de este descubrimiento y recomendado caluro-samente por una de las revistas catlicas que se tenan por serias. Losredactores, avisados de su error, eludieron toda rectificacin. Aqu toca-mos con la mano la deslealtad, consciente o inconsciente, de un sector de

    intelectuales catlicos contemporneos: en nombre de las exigenciasmodernas de la libre informacin se est dispuesto a tragar, sin el menorasomo de espritu crtico, leyendas que habran hecho palidecer a Grego-rio de Tours, y una vez que se ha contribuido a darles curso, se rechaza,

    por falso pudor, el deber de restablecer una verdad que, por inepcia, sehaba ayudado a disfrazar, cooperando con verdaderos malhechores.

    El papel desempeado por la prensa, y sobre todo por laprensa ca-

    tlica, es considerable en el desconcierto actual, desde sus primeros or-genes en la poca del Concilio y todava ms a partir de entonces. Poresto convena partir de ella para analizar la situacin. Sin embargo, lo

    poco que hemos dicho sobre este particular basta para mostrar que lafuente del mal no est precisamente en los defectos tan comunes a lainformacin contempornea. Parece que aqu nos hallamos sencillamen-te ante un caso ms de lo que se puede observar tambin en otros fuera

    del de la prensa. En otras pocas los cristianos catlicos, aun sin lograrcristianizar de arriba abajo las instituciones sencillamente humanas enque se encuadraban, conseguan en conjunto introducir en ellas una cier-ta purificacin, y hasta una elevacin incontrovertible. Sea lo que fuerelo que se piense del imperio de Constantino y de sus sucesores, era cier-tamente mejor, por no decir ms, que el de Nern o de Cmodo. El caba-llero medieval, sin ser un modelo acabado, manifestaba virtudes queciertamente no posean los reitres brbaros que le haban precedido. Y elhumanista cristiano del renacimiento, pese a sus propias limitaciones,haca enorme ventaja a sus colegas no cristianos.

    Es pura casualidad que, en nuestros das, el hecho de entrar loscristianos, especialmente los catlicos, en los marcos del mundo con-temporneo, parezcan hacer ms llamativos los defectos que se observa-

    ban anteriormente, si no es que todava aaden ellos algo por su cuenta?Lo que se dice de la prensa o de la informacin en general no es senci-

    llamente el equivalente de lo que se puede observar en los partidos pol-ticos o en los sindicatos cuando entran en ellos los catlicos? Ya se trate

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    de los ultras en el PSU, de la Action Franaise y el MRP, por no ha-blar de otros pases, del Zentrum germnico, de la democracia cristianaitaliana o del revolucionarismo catlico de Amrica del Sur, es difcillibrarse de la impresin de que los partidos de signo clerical, inscrbansea la derecha, a la izquierda o en el centro, se sumergen muy pronto en el

    irrealismo, el espritu maniobrero de camarilla, el verbalismo huero o laviolencia brutal, que son defectos comunes a los partidos modernos, yque tales partidos, a menudo, alcanzan los limites de lo grotesco y de loodioso. Lo mismo se diga de los sindicatos: colonizados por los catli-cos, parecen no tener ya otra alternativa que la de elegir entre el servi-lismo de los amarillos o la demagogia de los rojos particularmentefrenticos.

    Sern los catlicos modernos de esos individuos a los que una ca-rencia congnita predispone no slo a coger todas las enfermedades quepuedan presentarse, sino a acusar en ellas una forma especialmente viru-lenta? La gracia parece haber cesado en ellos de ser no slo elevans, sinohasta sencillamente sanans.

    Los dos virus, que no son precisamente nuevos ni exclusivamentecatlicos, es cierto, pero que se han excitado bruscamente en el catoli-

    cismo contemporneo, y que en su empleo de la prensa han hallado uncaldo de cultivo ideal, son la mitologa que sustituye al anlisis de loreal, y los slogans que hacen las veces de pensamiento doctrinal.

    Es bastante chusco ver el entusiasmo de nuestros catlicos al dapor Bultmann y su desmitizacin, cuando se observa el puesto que ocupaen ellos la funcin fabuladora, por la que se sustituye la atencin a loreal.

    Esto se manifest desde las primeras sesiones del Concilio y losreportajes que fueron inmediatamente vulgarizados. Su maniquesmoingenuo no conoca otros colores que el blanco y el negro. Por un ladolos malos, todos italianos, excepto algunos espaoles o irlandeses. Porel otro, los buenos, todos ellos no italianos, con una o dos excepcio-nes. Por un lado los Ottaviani, los Ruffini, los Brown, los Heenan; porotro los Frings, los Lger, los Suenens, los Alfrink, para citar slo a por-porati. Los unos, de manera uniforme fulleros, estpidos, mezquinos; los

    otros, indistintamente puros, inteligentes, generosos.

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    La mitologa as creada iba a ofrecer un apoyo cmodo a los slo-gans. Por una parte la tradicin, identificada con el oscurantismo msdesaforado. Por otra, toda novedad, en una luz sin sombras. La autoridadcontra la libertad (y recprocamente). La doctrina, opuesta a la pastoral.El ecumenismo, contrapuesto (y esto es lo ms curioso) a la preocupa-

    cin por la unidad, y con ms razn por la unicidad de la Iglesia. Elghetto o bien la apertura al mundo que degenera en desbandada, etc.Evidentemente, entre los cardenales mismos, como entre los otros obis-

    pos, habra que reconocer, de buena o mala gana, que los haba, y ms deuno, y de los ms notables, que parecan no ser de ninguna clase. Sinembargo, si llegaban a demostrarse demasiado influyentes, se los mete-ra, a la buena de Dios, en una u otra de las categoras, sin perjuicio de

    sacarlos de ella precipitadamente para encasillarlos en la otra. Juan Bau-tista Montini, gran esperanza de los blancos cuando slo era cardenal,luego, una vez convertido en Pablo VI, despus de haber disfrutado al-gn tiempo del privilegio de la duda, vendra a ser incluido entre losnegros. A decir verdad, habra otros muchos pasos de contradanzaque, vistos con mayor detenimiento en dos de cada tres casos, concier-nen curiosamente a personas conocidas por su fidelidad a posiciones

    equilibradas y por tanto constantes. Y, a la inversa, ya en el Concilio, ytodava ms en el Snodo que lo sigui, un anlisis de los votos muestrams de una vez que los blancos supuestos ms blancos propenden aformar bloque con los negros ms negros. La cosa es todava ms lla-mativa si se observa lo que sucede en las comisiones episcopales esta-

    blecidas en Roma para la aplicacin del Concilio. El hecho es significa-tivo y habremos de explicarlo a su debido tiempo.

    Esta reduccin del Concilio, y ms an de sus consecuencias, a unconflicto entre ovejas roosas y corderos sin mancilla, ha hecho perderde vista el papel esencial de la mayora de los verdaderos artfices de laobra conciliar, aunque dando una publicidad efmera a algunos zascandi-les. Y lo que es ms grave: ha desorientado a los espritus, les ha hecho

    perder de vista los verdaderos problemas, divirtindolos con oposicionesque, aunque eran reales, no pasaban con frecuencia de ser superficiales,y cuyo sentido exacto casi nunca se desentraaba. Sin embargo, las per-

    sonas pasan, pero los problemas permanecen. Por esto, la mitologa con-

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    ciliar y posconciliar es de lo ms nociva cuando los involucra en aque-llas oposiciones.

    A este propsito habra, ante todo, que desmitificar los mitos quese han constituido acerca del servicio, de la pobreza (La Iglesia servido-ra y pobre), de la colegialidad, del ecumenismo, de la apertura al mun-

    do y del aggiornamento. Entindaseme bien: todos estos temas son va-liossimas adquisiciones o redescubrimientos del Concilio. Pero a partirdel Concilio se los ha visto hincharse y luego formarse bajo las circuns-tancias que acabo de evocar. Y luego no han cesado de abotagarse cadavez ms y ms hasta estar hoy casi a punto de estallar. Bastara, por de-cirlo as, con pinchar con una aguja para que no quedara ms que una

    piltrafa arrugada toda hmeda de saliva. Quin no vacilara en hacerlo,

    por temor a dar la sensacin de atacar a las realidades mismas, que nohemos hecho ms que hinchar en lugar de desarrollar?Hay que hacerlo, sin embargo, si queremos que sobrevivan a este

    edema, cuya prolongacin sera su muerte.Primero, el servicio. No cabe duda de que habamos heredado de la

    poca barroca no slo una concepcin de la Iglesia y de su jerarqua do-minada por la nocin medieval tarda de poder, sino tambin un espritu

    de ostentacin, a decir verdad, ms propio de advenedizos que de regio yseorial talante. No todos pueden jugar impunemente al rey-sol. Perotodos los prncipes de la Iglesia haban adoptado como el estilo que seles impona aunque personalmente fueran personas muy sencillas unaespecie de realeza de derecho divino, y parecan incapaces de evitaraquella atmsfera de corte. La hinchazn progresiva de los tratamientosera por s sola reveladora: reverendos hasta el siglo XVII, haban ve-nido a ser reverendsimos. Pero no haba bastado esto, y una vez quelos cardenales remplazaron por el eminentsino, el ilustrsimo, conel que hasta entonces se haban contentado, los obispos echaron mano del sin tardar. No osando todava aspirar a la alteza, se haban provistode la grandeza. La restauracin les haba permitido elevarse a monse-or, que el antiguo rgimen slo haba otorgado a los seis obispos paresde Francia.

    Otro tanto se diga de la indumentaria. En la misma poca haban

    comenzado a adornarse con el violeta prelaticio romano, a falta de laprpura, ignorando que aqulla era sencillamente la librea pontificia,

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    heredera a su vez de los distintivos de servidumbre llevados bajo el im-perio por los esclavos pblicos (en Roma, todava hoy los guardias, losenterradores y los barrenderos tienen derecho a este ttulo)... Deteng-monos aqu, pues habra demasiado que decir. Ms vale destacar sloalgunos puntos ridculos y pasar por alto lo siniestro, que ciertamente no

    faltaba...Haba, pues, llegado, y de sobras, la hora de recordar, primeramen-te, que la jerarqua es un ministerio, es decir, un servicio, puesto querepresenta entre nosotros a aquel que, siendo el Seor y el Maestro, alencarnarse no quiso adoptar sino el puesto y la funcin de servidor. Co-mo lo ha mostrado muy bien el padre Congar, no hastaba siquiera condecir que las funciones sagradas deban ejercerse con espritu de servicio

    (esto se haba dicho siempre, por lo menos con la lengua), sino que habaque volver a descubrir que son realmente un servicio. Si no era suficien-te para ello la lectura del Evangelio, de las cartas de san Pablo y de sanPedro, no haba ms que leer la carta de san Gregorio Magno al patriarcade Constantinopla.

    Y as como en la Iglesia sus mismas cabezas, comenzando por lasms elevadas, no podran apuntar ms alto que a ser servidores de los

    servidores de Dios, importaba reconocer que la Iglesia entera en elmundo est llamada a servir a la humanidad y no a dominarla (aunquefuera para su bien supuesto).

    Todo esto estaba muy bien. Pero, desgraciadamente, aqu es dondecaemos del Evangelio a la mitologa; parece que los catlicos modernos,cuando dicen servidor, son incapaces de pensar en otra cosa que encriado. Hay que preguntarse si su mismo triunfalismo de ayer era algoms que una mentalidad propia del lacayo, que se pavonea envuelto ensus galoneados harapos, tratando as de olvidar que viste precisamente elhbito suntuoso de su alienacin. La mentalidad no parece haber cam-

    biado, slo que sus formas exteriores se han adaptado a la moda.Decir, pues, que los ministros de la Iglesia, comenzando por sus

    cabezas, son servidores, ha venido a significar que no tenan que asumirsus responsabilidades de guas y de doctores, sino seguir al rebao enlugar de precederle. Al coronel de la guardia nacional, que asista a la

    desbandada de sus tropas a la sazn de la revolucin de 1848, se le atri-buye este dicho lleno de sabor: Puesto que soy su jefe, tengo que se-

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    guirlos. No tenemos a veces (quiz fuera mejor decir: a menudo) lasensacin de que los obispos de hoy, y tras ellos todos nuestros doctoresde la ley, podran tomar este dicho por su divisa? Los sacerdotes y losfieles pueden decir lo que quieran, hacer lo que quieran, pedir lo quequieran: Vox populi, vox Dei!Se bendice todo con perfecta indiferencia,

    pero preferentemente todo lo que antes del Concilio se habra estigmati-zado. Qu es la verdad?, preguntaba Pilato. Los responsables parecenno tener otro reflejo de respuesta que ste: Todo lo que queris, amigosmos. El reino de Dios pertenece a los violentos que lo arrebatan: sedira que esta palabra se entiende hoy en el sentido demasiado fcil deque el reino de Dios es sencillamente una merienda de negros. A

    Newman se le dej en la sombra durante veinte aos porque haba tenido

    la desgracia de recordar esta verdad histrica: al concilio de Nicea habaseguido una especie de suspensin de la autoridad durante toda una ge-neracin. Al Vaticano II le habr seguido una dimisin casi general de laIglesia docente. Por cunto tiempo? Quin podra decirlo?

    El difunto padre Laberthonnire observaba con aquella capacidadde simplificacin que era a la vez el fuerte y el flaco de su pensamiento:Constantino hizo de la Iglesia un imperio, santo Toms hizo de ella un

    sistema y san Ignacio una polica. En alguna manera se le podra excu-sar si hoy dijera que el Concilio ha hecho de ella una abada de Thlme2.

    Pero esto no es todava lo peor. Lo peor es la versacin de la ideade la Iglesia como entidad al servicio del mundo. Hoy se traducir as: laIglesia no tiene ya que convertir al mundo, sino antes convertirse a l.

    No tiene ya nada que ensearle, sino ponerse a su escucha. Pero y elEvangelio de la salvacin?, se dir. No es la Iglesia entera responsablede l para el mundo? No es lo esencial de su misin presentar esteEvangelio al mundo? Quin piensa en eso! Todo lo hemos cambiadonosotros! Como dice un volumen tpicamente posconciliar: la salvacinsin el Evangelio ha venido a ser nuestro evangelio. Aunque, puesto quenos hallamos aqui como en una partida de poker,en la que el bluff de losunos no hace sino excitar el de los otros, la frmula est ya superada.Como me deca en estos das uno de nuestros nuevos telogos, la idea

    2 Hecha construir por Garganta, en ella cada cual viva a su capricho (serie Garganta yPantagruel, de F. Rabelais, libro I, Pantagruel, cap. 52).

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    misma de salvacin es un insulto al mundo en tanto que creacin deDios: el hombre de hoy no puede aceptarla. No se hable ms de ello.Pero podr esto bastar? El hombre de hoy no considerar como uninsulto todava ms intolerable la suposicin o la insinuacin de que escriatura de Dios? Dios ha muerto, no lo sabis?, no leis acaso las pu-

    blicaciones catlicas que estn al da? Si Dios ha muerto, con mayorrazn no se le podr calificar de creador...Con otras palabras: servir al mundo no significa ya ms que hala-

    garlo, adularlo, como se adulaba ayer al cura en su parroquia, como seadulaba al obispo en su dicesis, como se hiperduliaba al papa en lactedra de san Pedro. No es esto natural si servir a a la Iglesia misma yano consiste ante todo en servirle la verdad evanglica, si nuestros sumos

    sacerdotes, y nuestros sacerdotes de segundo o de vigsimo quinto ran-go, se avergenzan tanto de su paternalismo inveterado, que ya no quie-ren, a decir verdad, ser padres sino abuelitos, que han renunciado a edu-car, y no pueden ya sino mimar?

    La pobreza va de la mano con el servicio. Hay por tanto que preverque la una est a la altura del otro.

    Quiz no sea exagerado decir que la evolucin con que el Antiguo

    Testamento prepar el Nuevo no llama en ninguna parte tanto la aten-cin como en la emergencia creciente de este tema de la pobreza. En loscomienzos, las riquezas de la tierra parecen ser puras bendiciones divi-nas, como se puede ver en las bendiciones de los patriarcas al final deGnesis. Isaas, que personalmente era un gran seor, da, sin embargo,una primera nota estridente en este sentido: Ay de los ricos!. ConJeremas y los ltimos salmos es el pobre, cuya nica riqueza es la fe,quien viene a ser el bendito de Dios. Jess abrir la boca para proclamardesde las primeras palabras del sermn de la montaa: Bienaventuradoslos pobres.... ste ser el tema latente en todo el Evangelio de san Lu-cas. Y san Pablo nos resumir toda la obra de Cristo diciendo que de ricoque era se hizo pobre por nosotros. Tambin en este punto dejaba muchoque desear la santa Iglesia al cabo de veinte siglos... Si los judos tienenreputacin de gente de dinero, con razn o sin ella, la de los eclesisticosno est menos establecida. Yo mismo o a Cocteau citar una palabra su-

    blime que haba recogido de Lehmann, director de la pera: Decir que

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    tas obras (de caridad, etc.) fomentadas para solicitar a los fieles y delas que todos sabemos que aprovechan ms a sus organizadores que al

    bien de las almas, por no hablar de la gloria de Dios? Qu decir sobretodo del despilfarro de las sumas percibidas, cuya masa debera destinar-se al mantenimiento del clero apostlico, mientras que todo el mundo

    sabe, en particular en Francia, cul es la porcin que dicho clero recibepara vivir, si se exceptan algunos grandes prrocos, a los que losobispados tratan como si fueranfermiers gnraux? 3

    Esto, y otras muchas cosas que se podran decir sobre este particu-lar, sgnifica que sobre todo aqu se impona un retorno al Evangelio. Yhay que aadir que se impona tanto ms cuanto que nos hallamos enuna poca en la que el desarrollo de la civilizacin material ha llevado al

    extremo la diferencia de vida entre los pueblos ricos y los pobres, demodo que el espectculo, por ejemplo, de misioneros que viven con todoel confort americano (sin excluir el aire acondicionado) en medio de lamiseria de las poblaciones asiticas o africanas a las que se supona quequeran evangelizar, se converta en una contra- evangelizacin muchoms elocuente que todos los sermones. No olvidemos, en Occidentemismo, y especialmente en esas regiones ms desfavorecidas, como la

    Amrica latina, la colusin chocante del clero, comenzando por la jerar-qua, con los explotadores de un sistema social a la vez inicuo e inadap-tado.

    En el Concilio se oyeron bellsimas disertaciones a este propsito.Sin embargo, nos est permitido lamentar que algunas de las ms elo-cuentes fueran pronunciadas por eclesisticos hombres de negocios

    bien conocidos que no consta que posteriormente hayan modificado sucomportamiento: as un cierto obispo de lengua, no de nacionalidad,hispnica, que dirige bajo mano una editorial que slo publica traduc-ciones... porque, dado que el pas en que vive no ha ratificado los conve-nios internacionales, est dispensado de pagar todo derecho de autor yhasta los de los editores que poseen los copyrights. Yo no s cmo sellaman en la Iglesia tales procedinlientos (ya se habr visto que no soymoralista de profesin), pero s que en el mundo se los califica de estafa.

    3 Recaudadores provinciales de contribuciones antes de la revolucin francesa, cuya fabulo-sa riqueza era proverbial.

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    De todos modos, como dice san Pablo, aun cuando el Evangelio no sepredica con puras intenciones, hay que regocijarse de que se predique.

    Lo que se puede pedir legtimamente, sin embargo, es que unaaplicacin realista siga a la doctrina. Ahora bien, aqu hay que reconoceruna vez ms que la prctica deja mucho que desear. Hay que confesar

    que hasta predicadores ms honrados que el que acabo de mencionar, yaen el Concilio mismo no parecieron ver muy claro en un punto esencial:era preciso que la Iglesia se volviera pobre o que lo pareciera?

    Tan luego este tema hizo entrada en el aula conciliar, la prensa nosadvirti que un grupo de obispos haba resuelto dedicarse especialmentea su triunfo o a su explotacin (debo excusarme de no hallar palabrasmejores). Ellos mismos se llamaban, o se dejaban llamar, la Iglesia de

    las catacumbas, porque se reunan discretamente, despus de haberconvocado a los reporteros, en aquellos lugares subterrneos y fnebresdonde hace tiempo se sabe ya que no se reuna nunca efectivamente laIglesia perseguida, pese a lo que pensaran de ello los romnticos. Seaguardaban con una cierta conmocin las decisiones heroicas a que secomprometeran para arrastrar a una masa de prelados de ascetismo me-nos vistoso. Ahora bien, se supo con admiracin que haban decidido

    guiar ellos mismos su coche (lo cual suprimira el salario, pero tambinquitara el pan de la boca a sus choferes), no tener ya cuenta corriente asu nombre en el banco, sino en nombre de sus obras (aunque reser-vndose probablemente la firma), y sobre todo no usar ya sino bculos ycruces de madera (basta con dar una ojeada a los catlogos para conven-cerse de que hoy da estos objetos, a igual calidad de trabajo, cuestanms caros en madera que en metal). Con otras palabras: la preocupacinde parecer, en aquellos mismos pioneros, se haba impuesto a la de ser.Sin embargo, ah precisamente y no en otra parte es donde est el pro-

    blema. Como me deca uno de aquellos religiosos, los hay con todo queson pobres no slo jurdicamente, sino realmente: Por qu tanto empe-o en parecer pobres! Si uno lo es de veras, no dejarn de notarlo lasgentes. S, pero precisamente podemos preguntarnos en qu medida sequiere realmente ser pobre y en qu medida se busca una ltima escapa-toria para parecerlo y as esquivar la necesidad de serlo.

    sta es, en efecto, ]a primera dificultad: en el momento en que ha-ba tanta preocupacin por abrirse al mundo, por aceptar el mundo, por

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    consagrarlo tal como es siendo as que de hecho hoy da es y slo quie-re ser una sociedad de produccin y de consumo, cmo se poda pen-sar realmente en vender uno todos sus bienes, en darlos a los pobres y enseguir luego a Cristo? Todo no se puede hacer a la vez, aun querindolo.

    As hasta ahora, que yo sepa, esta gran cruzada por la Iglesia pobre

    slo ha conducido prcticamente al empobrecimiento del culto. Un obis-po, cuya catedral posee un tesoro de maravillosos ornamentos antiguos,desde su regreso del Concilio no oficia ya en medio de su cabildo reves-tido de brocado, sino ataviado con una arpillera... Claro que luego vuel-ve al palacio episcopal en un Citron DS, mientras que el ms acomoda-do de sus cannigos no tiene quiz ni siquiera un 2 CV...

    Confieso que a m me parecen, y no slo a m, particularmente de-

    gradantes esasformas de economizar cabos de velas. Eso es la pobrezade Judas, no la de Cristo. El culto es a la vez asunto de Dios y de todo elpueblo de Dios. Es una fiesta en la que todos, los ms pobres como losms ricos, estn en su casa en la casa del Padre y estn llamados a rego-cijarse en su presencia. El lujo y un fasto de mal gusto no estn aquciertamente en su sitio, pero la verdadera belleza, incluso costosa, no

    podra en este mundo estar mejor empleada que aqu. Se nos dice que ya

    no se construirn grandes Iglesias que sean a la vez obras de arte, porqueesto es una ofensa hecha a los indigentes. Lo es en realidad? Los angli-canos del siglo pasado, que mucho antes que nosotros hicieron los mayo-res esfuerzos por restablecer el contacto con el proletariado urbano msdesamparado, pensaban muy al contrario que honrar a los pobres eraacudir a ellos no slo con bonos de pan o de sopa, o incluso con obrassociales ms eficaces, sino tambin dndoles iglesias no menos bellas yuna liturgia no menos esplndida que la de los bellos barrios residencia-les. Y para hacerlo no vacilaban en pedir su contribucin a los parro-quianos de estos barrios. El resultado fueron iglesias como St. Peters,London Dock, que inmediatamente se llenaron de un pueblo de Dios no

    precisamente aristocrtico. stas influyeron a la vez en los orgenes deuna extensin del anglicanismo a ambientes que no haba alcanzadonunca, y de un movimiento litrgico popular, al lado del cual el nuestrohace una bien triste figura.

    Por lo dems, la idea de que un culto chapucero resultar menoscaro que un culto esplndido, es una puerilidad. Y aunque el arte litrgi-

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    co de calidad sea relativamente ms costoso (no ms, y con frecuenciamucho menos que el arte ms infame), en qu medida podra aprove-char a los pobres el hecho de cesar de construir iglesias o altares dignosde este nombre, de fabricar ornamentos sacerdotales que no sean mez-quinos o grimosos? Enriquecera inmediatamente a todos esos mercachi-

    fles que sacan ya bastante dinero del clero solicitando que acepte su pa-cotilla en serie y aparentemente barata, mientras que dejara sin trabajo acantidad de artesanos y de obreros que son de los que merecen ms inte-rs. Y no tiene la Iglesia tanta necesidad de los artistas como de losdoctos para anunciar el Evangelio a travs de la cultura de cada poca?,aunque hoy da sus clrigos desprecian tanto a los unos como a los otros,siendo incapaces de distinguirlos de los aprendices de peluquero o de los

    autores de crucigramas...Bajo estos clculos mezquinos subsiste la vieja confusin entre lacaridad y la beneficencia, la cual no ha sido nunca ms engaosa que ennuestra poca. Para socorrer a los pobres, hoy menos que nunca hacefalta que uno funda sus alhajas de oro, supuesto que las posea, para dar-les pan. Pero una organizacin de la mendicidad a escala mundial estodava, lo mismo despus que antes del Concilio, lo mejor que los cat-

    licos parecen concebir para satisfacer el hambre del mundo. La horribletragedia de Biafra, donde se han visto pudrirse toneladas de vveres y demedicamentos recogidos en todas las partes del mundo, por falta de bue-na voluntad local, deberian abrirles ya los ojos. Sin embargo, ste no esms que un caso particularmente destacado de una situacin casi univer-sal. De qu sirve enviar, con gran derroche de dlares, barcos llenos detrigo a la India a fin de paliar all un hambre endmica? O bien los mo-zos sern demasiado desidiosos para descargarlo antes de que se hayaechado a perder; o bien el grano, depositado en hangares miserables,ser devorado por los monos o por las ratas; o bien ser reexpedido in-mediatamente a precio de oro a pases ms ricos por funcionarios co-rrompidos. De todos modos, qu hacer? Desde la retirada de los ingle-ses no hay ya en la India ni ferrocarriles ni carreteras que permitan dis-tribuir este trigo... y, sobre todo, los hindes no comen pan sino arroz...La nica ayuda eficaz a los pases subdesarrollados consistira en ayu-

    darles a desarrollarse. Pero para ello hara falta un poco ms de imagina-cin: no basta con organizar algn socorro catlico internacional, insti-

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    tucin, por lo dems, perfectamente honorable, como lo prueba el hechode que su presupuesto dedica apenas la mitad de sus recursos para pagara estos colaboradores, cosa que no se puede decir de las organizacionescaritativas de la ONU, ni de la seguridad social...

    No es la imaginacin cualidad que caracterice a los catlicos pos-

    conciliares, y precisamente cuando stos quieren lucirla en el terreno dela ayuda a los pases subdesarrollados, slo tienen una palabra en la bo-ca, que no es sino un nuevo mito, aceptado ahora que todos los dems loconsideran gastado. Este mito es, por supuesto, la revolucin... Qurevolucin? La de Mosc? El nuevo golpe de Praga es todava dema-siado reciente como para que nos hagamos ilusiones... Adems, harfalta poco tiempo para olvidarlo (recordemos Budapest). Ser, pues,

    entonces Mao, que con su revolucin cultural desva contra los intelec-tuales tradicionales el furor de su pueblo, despus del denumbamiento delas comunas populares y la caresta consiguiente? Fidel Castro, que noha logrado quiz hacer aorar al siniestro Trujillo (las capacidades hu-manas tienen sus lmites), pero que ha agravado ciertamente todava msel deplorable sistema econmico que haba heredado, hasta el punto deque si los rusos cesaran ocho das de alimentar a Cuba, no slo se de-

    rrumbara el rgimen, sino que todos moriran de hambre? EntoncesChe Guevara, con su revolucin de western, en la que los guerrillerossubstraen a los campesinos lo que no les ha arrebatado ya la United FruitCompany, para jugar a la guerra con las cabezas de los soldados o de los

    policas, sin ms proyecto concreto, en el caso improbable de un triunfofinal, que una carnicera generalizada? Nuestros catlicos amigos de los

    pobres tienen buen corazn y estn dispuestos a sostener indiferente-mente a todos estos ltimos explotadores de la miseria humana, pero

    prefieren evidentemente el PSU, en el que se prodigan con tanta mayorgenerosidad las palabras, aparte de algunas bendiciones de barricadas ode ccteles Molotof fabricados por estudiantes, generalmente de la cir-cunscripcin XVI (de Pars), cuanto ms alejadas se encuentran las pro-

    babilidades de pasar a la accin...Pero todava tendr ocasin de volver a hablar de la poltica de los

    catlicos y, por cierto para que nadie se asuste, de losde la derecha,

    de los de la izquierda y hasta de los del centro, de modo que todos estn

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    contentos o, por lo menos, para que a cada cual le toque lo suyo. Demomento, prosigamos nuestro pequeo estudio mitolgico.

    Cuando Juan XXIII, que acababa de ser elegido, sali de la CapillaSixtina, dijo a los que le rodeaban: Querra que mi pontificado restaura-ra la colegialidad en la Iglesia. Y de hecho la realizacin ms conside-

    rable del Concilio podra ser la de haber canonizado este principio. Je-ss, desde el comienzo mismo de su ministerio en la tierra, y no slopara que le sucedieran, se rode de doce discpulos, a los que asoci atodas sus preocupaciones. Despus de la pasin, de la resurreccin y dela ascensin aparece Pedro a ojos vistas como el portavoz de esta comu-nidad y, lo que es ms, como su jefe responsable. Sin embargo, actasiempre en unin con sus colegas y cuando se presenta un grave proble-

    ma, aunque l lo haya zanjado ya por su parte, como se ve en la historiadel centurin Cornelio y de la primera evangelizacin de los paganos, lopone o deja que se ponga a discusin entre los Doce: ser lo que se suelellamar con trminos un tanto pomposos, aunque muy exactamente si seva al fondo de las cosas, el concilio de Jerusaln, descrito en los He-chos de los apstoles. Pero no es todo. Los apstoles mismos, como lovemos ya en el Nuevo Testamento, no se preocuparon tampoco de pro-

    curarse simples sucesores, sino primero colaboradores, que asocian loms estrechamente posible a sus quehaceres y a sus decisiones. Y ni si-quiera esto es todo. Si nunca se consider verdaderamente fundada a laIglesia sino a partir de Pentecosts, fue seguramente porque el EsprituSanto descendi sobre ella en aquel momento, pero tambin fue enton-ces cuando la predicacin apostlica agrup a los primeros creyentes entorno a los testigos de la resurreccin. Y es de notar que el Espritu San-to no descendi solamente sobre los predicadores, sino conjuntamentesobre los creyentes.

    Los seglares?, qu es esto?, mascull un obispo delante deNewman. ste se limit a contestarle: Well!, without them the Churchwould look rather foolish!, lo que, traducido algo libremente, equival-dra poco ms o menos a esto: Sin ellos, bonita estara la Iglesia!.

    En pocas palabras, la Iglesia es un pueblo, el pueblo de Dios, en elque hay cabezas, responsables, pero en el que a todos los niveles, entre

    los cabezas y los otros miembros, hay una comunidad de vida, de preo-cupaciones, porque hay una comunidad de fe y, por encima de todo esto

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    y animndolo, una comunin en un solo Espritu, que dispensa sus donesa todos, y a cada uno su don particular, pero de tal forma que todos losdones, los ms elevados como los ms humildes, son para todos, para el

    bien de todos, necesarios a todos. Y el don ms grande, a cuyo servicioestn todos los otros, es la caridad. Repitmoslo: esto no significa abdi-

    cacin por parte de las cabezas responsables. San Pablo, muy al contra-rio, despus de haber dicho a los corintios la sustancia de esto que pre-cede, no tena reparo no slo en cantarles las verdades, sino en inculcar-les lo que deban creer y hacer, les agradase o no, porque tal era su fun-cin y porque la haba recibido de Cristo. Ahora bien, esto significa cier-tamente que la Iglesia no puede dividirse en dos: una Iglesia docentesimplemente superpuesta a una Iglesia enseada, sin el menor intercam-

    bio entre las dos, y menos todava una Iglesia activa, nica capaz y nicojuez para lanzar o no la corriente en una Iglesia simplemente pasiva.Una vez ms: no cabe la menor duda de que en vsperas del Conci-

    lio estbamos lejos de un reconocimiento franco de esta doctrina. Y sibien como sucede siempre que las gentes no se resignan a perecer sofo-cadas dentro de un cors de fmmlas muertas, la vida de la Iglesiacompensaba en cierta manera las estrecheces de la teologa corriente y

    ms an de las rutinas cannicas, no por ello dejaba de verse bastanteentorpecida. Habamos llegado, poco ms o menos, a una concepcin deIa Iglesia no ya meramente monrquica, sino piramidal, y lo peor era quela pirmide supona reposar sobre su vrtice. En el plano del episcopado,quien leyera los manuales y observara la prctica de la Curia, poda f-cilmente convencerse de que el papa era todo y los obispos no eran nada.En el plano de la dicesis, el obispo era a su vez todo y los sacerdotes noeran nada. En el plano de la parroquia, el seor prroco era todo y losfeligreses no eran nada. En una palabra, en todos los planos, cada unoera un Jano que llevaba un cero en una cara, y en la otra el infinito. Sloel papa tena derecho nicamente al infinito, y el vulgum pecus al cero...De hecho, repitmoslo, la realidad distaba mucho de ser tal excepto enlos manuales.

    A Po XII se lo puede describir como el ltimo (hasta ahora) de lospapas autcratas. Pero si releemos sus ms clebres encclicas: Mystici

    corporis, sobre la Iglesia, Mediator Dei, sobre la liturgia, o Divino af-flante Spiritu, sobre la Escritura Sagrada, habremos de reconocer que se

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    limitan a canonizar, y consiguientemente a tratar de organizar tres mo-vimientos de pensamiento y de vida, de los que difcilmente se podrdecir que tuviera origen en Roma o que se propagaran a partir de Roma.

    Asimismo, a los tres meses de Concilio y de ausencia forzada delos obispos, un vicario general no especialmente cnico me deca: Hace

    tres meses que no tenemos prcticamente arzobispo: nadie se ha dadocuenta todava, y, sin embargo, el arzobispo en cuestin no era un cual-quiera. Y sean cuales fueren los mritos indiscutibles, y adems gene-ralmente indiscutidos, de la accin catlica moderna, hay que reconocerque los seglares no haban aguardado para tomar iniciativas, no sempredel gusto de sus pastores inmediatos. Y stos, as como otros muchosms importantes, acababan resignndose por lo comn con una bendi-

    cin pstuma desde que la experiencia les haba hecho perder la espe-ranza de destruirlas.Pero sabido es que lo que se sobreentiende, se entiende mejor an

    si se dice. Hubiera bastado con que el Concilio se limitara a esto. Perohizo ms, y de mejor manera.

    El Concilio se aplic a definir a nivel del episcopado la relacinentre la colegialidad y el ejercicio de la autoridad propia del Sumo Pont-

    fice con una minuciosidad que a veces se ha juzgado fatigosa, pero queno era menos necesaria para establecer que la colegialidad episcopal nose opone ni se puede oponer en modo alguno a la infalibilidad pontificiadefinida en el concilio Vaticano I, y que esta infalibilidad, lejos de eva-cuar la realidad de dicha colegialidad, es inseparable de ella. En cuantoal papel de los seglares, proclam la anloga correlacin que se debereconocer entre el sacerdocio de los fieles y el sacerdocio ministerial. Encambio, todava no se ha llegado a precisar tan concretamente su coordi-nacin mutua. Pero esto no debe sorprendernos, quiz porque la teologadel Iaicado, incluso en sus grandes especialistas, como el padre Congar,sufre de una dualidad de puntos de vista que todava no ha hallado susntesis. Decir por un lado que los seglares poseen una participacin au-tntica en el sacerdocio, una consagracin inherente y una capacidadefectiva de consagrar el mundo a Dios por su actividad, y mantener porotro lado que su vocacin particular est en una consagracin de las

    realidades profanas incluso en cuanto profanas, slo satisface medio-cremente. Estas frmulas encierran una ambigedad persistente que

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    permite sospechar que sobreviven una al lado de otra dos concepcionesheterogneas del laicado, entre las que tarde o temprano habr que esco-ger.

    Pero hay que reconocer que uno de los puntos ms dbiles de lasdeclaraciones conciliares es lo poco que contienen sobre los sacerdotes

    de segundo rango, precisamente cuando sobre ellos reposa, a fin decuentas, toda la pastoral concreta de la Iglesia contempornea. El epis-copado, transformado en otro tiempo en una especie de casta seorial,desde la Iglesia napolenica acab por concentrarse en quehaceres casi

    puramente administrativos, que en la Iglesia antigua parecan ser msbien propios de los diconos. Se ha querido tambin restaurar el diaco-nado, pero no se ve exactamente, segn parece, qu se querra hacer de

    l. Dejando de lado estas lagunas, en lostextos conciliares haba porlo menos el principio, y, repitmoslo, ms que el principio de una restau-racin de la vida normal de la Iglesia, como de un cuerpo con miembrosdotados de funciones diversas pero coordinadas. Desgraciadamente, qui-zs en ninguna parte aparece tan grande la distancia entre estos redescu-

    brimientos y el miserable residuo a que los vemos reducidos prctica-

    mente en tan poco tiempo. El descubrimiento de la colegialidad implica-ba dos cosas ntimamente ligadas entre s. Primero, un equivalente de loque la teologa ortodoxa rusa moderna ha desarrollado tan bien, siguien-do a Khomiakov, bajo el concepto de sobornost, definido como unani-midad en el amor. Y tambin lo que Mhler (al que Khomiakov mismollamaba el gran Mhler) haba por su parte expresado tan felizmente:que el servicio de los ministros, a todos losniveles, papa, obispo o sa-cerdote, es fundamentalmente el servicio de esta unidad en el amor queforma una misma cosa con la unidad en la verdad, puesto que la verdadcristiana es la verdad del amor sobrena