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Modulo 1 Teoría Psicoanalítica Sigmund Freud Comienzo del Psicoanálisis – Metapsicología – Aspectos tópico, dinámico y económico. Aparato Psíquico y evolución a través de su obra. Pulsión. Clasificación de las pulsiones. Representantes de la pulsión. Destinos de pulsión. Lo inconsciente. Formaciones del Inconsciente. Trastorno y Síntoma. Etiología de neurosis y psicosis. Conflicto psíquico – Elaboración – Repetición – Series complementarias - Complejo de castración – Complejo de Edipo - Mecanismos de defensas. MODULO 1 – Psicoanálisis Freudiano Obligatoria Assoun, Paul- Laurent (2002) “La Metapsicología” – Buenos Aires – Siglo XXI editores Freud, S. “Obras Completas- Tomo I - Buenos Aires - Amorrortu Editores Nasio J D (1996) “Enseñanza de 7 conceptos cruciales del Psicoanálisis” – Barcelona – Gedisa Pla, C. (2007) “Leer a Freud” Buenos Aires – Editorial Lazos Valls, J L (2004) “Metapsicología y modernidad” Buenos Aires Complementaria Laplanche J.- Pontalis J B (1995) “Diccionario de PsicoanálisisBuenos Aires – Lugar Laplanche J (2001) “Vida y muerte en psicoanálisis” Buenos aires – Amorrortu Rotemberg H. (2007) “Estructuración de la subjetividad” – Buenos Aires – Ediciones del signo

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Modulo 1Teoría Psicoanalítica

Sigmund FreudComienzo del Psicoanálisis – Metapsicología – Aspectos tópico, dinámico y económico. Aparato Psíquico y evolución a través de su obra. Pulsión. Clasificación de las pulsiones. Representantes de la pulsión. Destinos de pulsión. Lo inconsciente. Formaciones del Inconsciente. Trastorno y Síntoma. Etiología de neurosis y psicosis. Conflicto psíquico – Elaboración – Repetición – Series complementarias - Complejo de castración – Complejo de Edipo - Mecanismos de defensas.

MODULO 1 – Psicoanálisis Freudiano

Obligatoria

Assoun, Paul- Laurent (2002) “La Metapsicología” – Buenos Aires – Siglo XXI editoresFreud, S. “Obras Completas” - Tomo I - Buenos Aires - Amorrortu Editores Nasio J D (1996) “Enseñanza de 7 conceptos cruciales del Psicoanálisis” – Barcelona – GedisaPla, C. (2007) “Leer a Freud” Buenos Aires – Editorial LazosValls, J L (2004) “Metapsicología y modernidad” Buenos Aires

Complementaria

Laplanche J.- Pontalis J B (1995) “Diccionario de Psicoanálisis” Buenos Aires – Lugar Laplanche J (2001) “Vida y muerte en psicoanálisis” Buenos aires – Amorrortu Rotemberg H. (2007) “Estructuración de la subjetividad” – Buenos Aires – Ediciones del signo

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Leer A FreudCecilia PlaEd. Lazos 2007

Capítulo I - Los comienzos

Según sus historiadores, Sigmund Freud recibió de parte de Josef Breuer, su amigo y protector, la llave de entrada al mundo de la histeria. Breuer, catorce años mayor que Freud, era en esa época un médico experimentado y acreedor de un sólido prestigio en la comunidad científica de Viena. Había conducido el tratamiento de una joven hasta que, azorado, sin entender qué había pasado y qué responsabilidad le cabía, se vio compelido a interrumpirlo. Tiempo después relataría al joven Freud las vicisitudes de esa experiencia.

Berta Pappenheim, conocida en la literatura psicoanalítica con el nombre de Anna O., presentaba numerosos y variados síntomas histéricos. En 1880 consulta a Breuer y en junio de 1882 éste da por finalizado el tratamiento luego de que en uno de sus trances, y en medio de los dolores de parto con que culminaba su embarazo histérico, la paciente dijera: "Ahora llega el hijo de Breuer". De este modo, Anna daba expresión al desbordante amor que su médico había despertado en ella y al que él respondió con una rápida y, supongo, angustiosa huida.

Recién trece años más tarde esta historia dará sus frutos en la mesa de trabajo. En el transcurso de este tiempo, Freud conocerá a dos eminentes médicos de la época dedicados a la investigación yal tratamiento de la histeria: Charcot, quien trabajaba en el hospital de La Salpêtrière de París, y Bernheim, discípulo de Liebault, médico en Nancy.

La personalidad del primero impresionó fuertemente a Freud, también sus conocimientos y su trabajo sobre la histeria, así como las presentaciones de pacientes en donde desplegaba sus dotes de hipnotizador. Gozaba del hallazgo de lo nuevo, se complacía con sus prolijas descripciones en las que procuraba un nombre a cada manifestación patológica y se consideraba un ser visual pues basándose en la observación rigurosa de los fenómenos mórbidos aparentemente caóticos construyó una novedosa nosografía. (1) Freud reconoció a Charcot el haber otorgado a los fenómenos histéricos una realidad en el seno de las preocupaciones de la neuropatología y el haber devuelto a dichos fenómenos su dignidad al atribuirles una autenticidad opuesta al antiguo criterio que consideraba a la histeria como mera simulación.

Más allá de concebir a la herencia mórbida como causa única de la histeria, y del resto de las neurosis, Charcot produjo un gran avance al arrancar la raíz del fenómeno sintomático de lo oscuro, teatral o, incluso, demoníaco e insertarlo en el terreno de las neurosis. Llevado por el estudio de ciertas afecciones, particularmente las parálisis histéricas consecutivas a un trauma, concluye que la reproducción de las mismas en pacientes sometidos al estado hipnótico prueba que en la producción de todo síntoma histérico tiene participación cierto mecanismo psíquico. (2)

Además de sus estudios en La Salpêtrière, Freud tuvo la posibilidad, gracias a la obtención de una beca, de viajar a Nancy y ver a Bernheim aplicar la sugestión bajo hipnosis con el propósito de utilizar ese poder provocador, la sugestión, no sólo a los fines de la investigación sino también como método curativo.

Así es como, gracias a las distintas fuentes, la teoría de Freud comienza por abrevar en estos tres enriquecedores aportes: el relato de la experiencia de una cura llevada adelante por Breuer que concluyó abruptamente, la trasmisión de una teoría sobre la histeria elaborada por Charcot y, por último, el empleo de una herramienta útil para el tratamiento de los síntomas neuróticos.

Hasta ese momento la histeria había sido considerada en los límites del poder médico, incluso existía la creencia que ella era el resultado de una posesión demoníaca. ¡Cuántas y cuántas hogueras de la Inquisición encendió esa creencia!

Pareciera como si la histeria misma hubiese interrogado a Freud, hubiese ido gestando sus preguntas: ¿qué la motiva?, ¿qué mecanismo interviene en la producción de síntomas?

En 1893, año de la muerte de Charcot, Freud escribe junto a Breuer la Comunicación preliminar, (3)

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trabajo de gran valor por presentamos el despunte de la concepción freudiana sobre el fenómeno histérico a contracorriente de las ideas de su mentor bien ajustadas al espíritu científico de esa época.

En aquel texto encontramos, junto a las histerias hipnoide y de retención, una nueva hipótesis sobre lo que denomina "histeria de defensa" y será en el seno de un conflicto psíquico a descifrar donde Freud investigará el mecanismo a expensas del cual se produce el síntoma histérico.

La importancia de este planteo consiste en la atribución de una causalidad psíquica a la afección histérica; esto quiere decir que cualquier eco de una discusión, de esas que aún hoy escuchamos, sobre la determinación orgánica de las afecciones psíquicas sencillamente es dejada de lado, no porque la desestime -Freud le adjudica un lugar en las series causales complementarias- sino porque la influencia del componente orgánico ni determina ni es causa de la enfermedad psíquica.Freud es contundente al decir que el síntoma histérico es producido por la acción de un mecanismo de defensa. Dicho de otra manera: es por la actuación de la defensa que el conflicto psíquico se dirime con la producción del síntoma.

Si el síntoma es el producto que resulta como solución a un conflicto de naturaleza psíquica, si el síntoma es la memoria del hecho traumático olvidado, entonces, se puede lograr su desaparición con la aplicación del método catártico que Breuer empleó, o quizá inventó, con Anna O. El procedimiento hallado con Anna -ella lo llamaba talking cure (4)- consistía en despertar el recuerdo del proceso provocador del conflicto con la ayuda de la hipnosis, herramienta capaz de allanar el camino obstruido de la memoria despierta, y junto al recuerdo recuperado lograr la expresión verbal del afecto que le correspondiese. La terapia consistía en esa derivación del afecto por reacción y permitía, al mismo tiempo, la investigación del fenómeno.

Muchos años después, en 1910, Freud propone la siguiente definición del psicoanálisis: "Psicoanálisis es el nombre:

1 ° De un método para la investigación de procesos anímicos incapaces de ser accesibles de otro modo; 2° De un método terapéutico de perturbaciones neuróticas basado en tal investigación; y3° De una serie de conocimientos psicológicos así adquiridos, que van constituyendo paulatinamente una nueva disciplina científica". (5)

Así concebido, el psicoanálisis implica una articulación por la cual el método con que se investiga es el mismo que el utilizado para curar; podría pensarse como una inflexión en la actividad que cura mientras investiga e investiga curando. Dicho de otro modo, no es posible pensar una actividad sin la otra y ambas decantan en la construcción de la teoría que, si bien requiere otro nivel de abstracción, sólo surge del paso dado por el terreno de la investigación y el de la práctica clínica. Su figura topológica corresponde a la banda de Moebius que permite pasar del interior al exterior, y viceversa, sin atravesar borde alguno.

Ya en la Comunicación preliminar Freud sitúa dos problemas: en primer lugar, no todas las personas son hipnotizables; además, queda planteada la pregunta acerca de la especificidad de la histeria: ¿qué es lo que la caracteriza?, ¿qué la diferencia de otras neurosis?

Avanzando sobre estas dificultades y a causa de ellas mismas podrá revisar y modificar el método catártico inicial al mismo tiempo que irá construyendo las hipótesis sobre el conflicto psíquico.

En el transcurso de sus investigaciones, Freud se encuentra con un cuadro patológico monótono sin intervención de un mecanismo psíquico, la neurastenia, del que recorta otro, la neurosis de angustia. El procedimiento curativo no tiene efecto en ninguno de los dos casos pues en ambos la acumulaciónde la tensión sexual se manifiesta como angustia por no encontrar una adecuada descarga. Si bien ningún mecanismo psíquico causa estos cuadros, lo cual impide el acceso terapéutico, la excitación sexual mal empleada actúa sobre la vida psíquica creando fobias, hiperestesias, dolor, abulia. (6)

A diferencia de la neurosis de angustia y la neurastenia, la histeria y la neurosis obsesiva se originan en el seno de un conflicto psíquico. El factor sexual motiva la adquisición de la neurosis y el síntoma aparece por la acción de un mecanismo psíquico.

El complicado engranaje que se revela en la neurosis obsesiva se mantiene enteramente en el nivel psíquico al igual que el síntoma, mientras que en la histeria el síntoma conversivoevidencia un salto de lo psíquico a lo somático que se sostiene gracias a una conexión simbólica. La histérica "dice" en el cuerpo lo que a nivel de la palabra quedó amordazado por la defensa (las náuseas, por ejemplo, expresan una

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repugnancia moral). El esquema del conflicto psíquico se plantea en los siguientes términos: un trauma psíquico, de

carácter sexual, ocurre en la vida de un sujeto. Su recuerdo, al producir un efecto displaciente para el yo, es rechazado por la defensa y en su lugar aparece el síntoma como prueba de la acción eficaz del agente motivador (el recuerdo inaccesible).

Trauma psíquico → Recuerdo Acción → eficaz presente

Es importante destacar que, desde el comienzo, Freud distingue el hecho traumático de su recuerdo y aduce que es a nivel psíquico donde se inscribe una marca que posibilita posteriormente la emergencia del recuerdo sobre el cual actuará la defensa.

Con respecto a la histeria dice: "[...] el histérico padecería principalmente de reminiscencias (7). Dichas reminiscencias nos hablan de un recuerdo al cual el sujeto no tiene acceso y que sinembargo ha conservado, aún después de largo tiempo, su nitidez y acentuación afectiva de manera asombrosamente intacta y precisa.

El método catártico se muestra eficaz en la histeria, puede aplicarse a la neurosis obsesiva y también permite operar sobre las consecuencias psíquicas de la neurosis de angustia. Su eficacia no se sitúa a nivel de las condiciones causal es sino exclusivamente a nivel sintomático.

A partir de estas investigaciones Freud se propone avanzar sobre el problema de la determinación del síntoma y sostiene la existencia de una sobredeterminación de la neurosis.

La sobredeterminación de la neurosis se debe a que al trauma psíquico se suman otros factores predisponentes (8) y es por la puesta en juego y combinación de estos elementos, factores predisponentes + trauma psíquico, que el recuerdo inaccesible llega a formar un grupo psíquico separado, es decir, privado de asociación con otros grupos psíquicos y por eso cristalizado.El esquema sería, entonces, el siguiente:

Representación intolerableRepresentación patógena

Diversos factores → Recuerdo inaccesible → Síntoma

+ Trauma psíquico (Acción eficaz presente)

|Grupo psíquico separadoNúcleo de cristalización

Con anterioridad hemos dicho que uno de los problemas con que Freud se encuentra en el curso de sus investigaciones es que no todos los sujetos son capaces de entrar en estado hipnótico. Al aplicar el método de Breuer advierte que, más allá de la disposición sincera a curarse por parte de los pacientes, aparece siempre una voluntad contraria a la hipnosis. No es sólo la habilidad o no de Freud para hipnotizar lo que provoca tropiezos en la búsqueda del nódulo patógeno sino una oposición que mantiene al paciente despierto.Para superar el problema retoma las enseñanzas de Bernheim, modifica en algunos casos el método y prescinde de la hipnosis. Ahora apoya su mano sobre la frente del paciente y le ordena recordar acontecimientos ligados a lo buscado. Este apremio sorprende al yo que, momentáneamente, reduce su oposición a la percatación consciente de las representaciones patógenas.

Si la defensa es para Freud el medio por el cual se procura evitar el dolor moral que causaría al yo la representación ligada a lo traumático, o sea, la forma de eludir y olvidar lo displaciente y lo vergonzoso, el síntoma sería lo que aparece como resultado de esa acción, suerte de monumento conmemorativo en la histeria pero ilegible, incomprensible para el sujeto. Lo que llega a descubrir, entonces, es que la fuerza que en el tratamiento se opone al trabajo asociativo que conduce a lo reprimido sería la misma que en su momento ha creado el síntoma.

Esa fuerza parte del yo, allí la ubicamos, en tanto el yo es la sede del obstáculo para la prosecución de la cura.

Poco a poco Freud irá dilucidando la complejidad y función del yo." En principio, el juego de estas

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fuerzas, la de defensa y la de resistencia, provocan un alejamiento del yo de la cualidad de conciencia, que es su principal atributo. Si bien al comienzo Freud parece endilgar a la voluntad consciente el ejercicio de la defensa, muy pronto va dejando de lado esta idea pues la resistencia, lejos de manifestar una mala voluntad del sujeto es ejercida a pesar de su voluntad.

Si la resistencia se alza para impedir la labor que permita alcanzar el núcleo patógeno es porque ella encierra, resguarda, la representación insoportable que la cura intentará liberar para llegar al corazón de la verdad oprimida en el sujeto; pero para llegar hasta allí deberá, inexorablemente, atravesar la barrera de la resistencia.

En el camino hacia el vencimiento de la resistencia Freud encuentra representaciones intermedias que conducen a la proximidad del nódulo patógeno. La idea podría esquematizarsede la siguiente manera:

Las representaciones intermedias se hallan constituidas por series de pensamientos y recuerdos que son asequibles al yo con el influjo terapéutico, a pesar de la resistencia del yo, o sea, el trabajo de asociación transcurre a pesar de la resistencia y la censura (que se encuentra al servicio de la resistencia) y revela, por eso, un carácter que excede al yo. Este carácter está dado por la forma de ordenamiento del material: "[...] no hallándose a disposición del yo ni desempeñando papel alguno en la memoria ni en la asociación, se encuentra, sin embargo, dispuesto y en perfecto orden [ ... ]. El material psíquico patógeno parece pertenecer a una inteligencia equivalente a la del yo normal"."

Es justamente en el campo de las representaciones intermedias que transcurre el análisis, allí se desenvuelve la complejidad de los fenómenos que a partir de Lacan llamamos fenómenos del significante.

El hallazgo de los caminos indirectos por la vía de las asociaciones intermedias conduce a Freud a una modificación de la concepción inicial que podemos encontrar en la Comunicación preliminar y que dice que el nódulo patógeno tiene sobre el síntoma una influencia directa. En Psicoterapia de la histeria despunta el pensamiento freudiano con toda su originalidad y comienza a esbozarse su descubrimiento. Según esta nueva versión, el nódulo patógeno carece de acceso directo. Su cristalización no implica que funcione como un cuerpo extraño, absolutamente separado, sino que se comporta a la manera del "infiltrado", (11) o sea, parece estar constituido por capas que se infiltran en el yo conformando partes de este último' tanto como la organización patógena misma. Todo el mapa de la infiltración que recorre desde el yo normal hasta el recóndito nódulo es lo que Freud describe como archivo, conjunto de legajos ordenados según tres formas:

1) formación de un tema, inventarios de recuerdos; 2) estratificación concéntrica de los diferentes recuerdos en torno al nódulo formando capas de igual

resistencia;

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3) enlace por hilos lógicos conforme al contenido ideológico, de carácter dinámico a diferencia de las dos anteriores. En la medida en que las representaciones intermedias pasan ahora al centro de la escena, la tercera

de estas formas será la que Freud destaque porque corresponde a la línea en zigzag que une distintos puntos, sin importar su cercanía, de acuerdo con conexiones lógicas. Además confluyen distintas líneas en focos de entrecruzamiento, motivo por el cual sostiene la múltiple determinación del síntoma. Las figuras elegidas por Freud para establecer una comparación con este ordenamiento son las del salto del caballo en el ajedrez y la del rompecabezas. (12)

Freud pone un énfasis especial en un hecho que comprueba en su clínica: el acceso directo al material patógeno no es posible. Aun si fuera posible no serviría de nada, porque el paciente recibiría ese saber cómo extraño. Se requiere todo el trayecto asociativo pues en él se constituye el campo de las representaciones intermedias sobre las que Freud trabaja. La interpretación realiza esas acrobacias por las cuales se establecen enlaces reveladores. ¿No es una forma de enlace entre representaciones el desplazamiento? ¿No son los desplazamientos y las condensaciones los que procuran el disfraz a la representación para que pase la censura del yo? (13) “Las manifestaciones más importantes -dice Freud- aparecen a veces -como princesas disfrazadas de mendigos- acompañadas de la siguiente superflua observación: «Ahora se me ha ocurrido algo, pero no tiene nada que ver con lo que tratamos. [ ... ]»”. (14) Alrededor del problema del disfraz Freud despliega una hipótesis sobre la transposición que no es ajena a su teoría de las formas de producción del sentido a espaldas de la conciencia bajo el régimen del proceso primario ya que los enlaces diferentes producen diversos efectos de sentido. (15)

La dilucidación del enlace falso le proporciona a Freud un elemento de gran importancia para el esclarecimiento del padecer de la neurosis y lo conduce a otro terreno donde la resistencia juega su papel.

En el penúltimo apartado del capítulo III de Psicoterapia de la histeria también reconoce la existencia de un fenómeno que perturba la relación del paciente con el médico. Se trata de la presencia indeseada, por el obstáculo que genera para la consecución del tratamiento, de la transferencia por falsa conexión sobre la persona del médico de representaciones que provocan displacer.

Esta resistencia cuyo origen se encuentra en la transferencia suma sus fuerzas a la resistencia que proviene de la defensa para seguir manteniendo la distancia con lo reprimido.

Se trata de lograr, por el camino de la asociación, la expresión verbal de lo silenciado. El análisis es un trabajo en contra del yo, concebido como una masa de ideas, un conjunto de creencias y prejuicios, una organización de representaciones que imponen, de acuerdo a su peculiar orientación, la posibilidad de conciencia. Lo silenciado, lo reprimido, lo que ha visto denegado su acceso a la conciencia será conducido por el camino de la asociación libre -que constituye el trabajo del análisis- a la posibilidad de obtener su expresión verbal. Lo que asombra a Freud es la permanencia e inmutabilidad de lo que ha sido objeto de la defensa y en 1915 (16) repensará esta idea hasta llegar a afirmar que el hecho de ser reprimida garantiza a la representación su inmortalidad.

El primer recurso que Freud encuentra para vencer las resistencias es tomado del ámbito común de las relaciones personales. Se trata de imponer respeto y autoridad pues sólo sobre la base del respeto a la autoridad fundada en un saber sobre las neurosis podrá el médico ejercer su influencia en el paciente. Nos encontramos frente a la misma táctica que aplica el hipnotizador, el maestro, el padre, todas figuras a las que se les supone poseer un saber: sobre la enfermedad, sobre la ciencia, sobre la vida. Pero cabe pensar, además, que esta regla abre las puertas a un problema ético: ¿implica esa influencia un sometimiento del paciente por el ejercicio de un poder dominante?

A mi juicio, esta pregunta va encontrando la vía de su respuesta al postular Freud la teoría de la pulsión y la del objeto porque gracias a su formulación se separan definitivamente las concepciones ideológicas, morales, religiosas, de lo que en psicoanálisis se constituye como motivo, elemento causal del padecimiento psíquico. Si la cura pretende conducir a una adaptación, a un encuentro feliz con un objeto adecuado, entonces no se está trabajando en el marco del psicoanálisis porque para ejercer una influencia avasallante hay que saber lo que le conviene al sujeto en cuestión. Y esto es, precisamente, lo que el analista no sabe.

Volviendo a Freud, en el capítulo III de Psicoterapia de la histeria se enriquece el esquema que corresponde al fenómeno histérico de acuerdo al enunciado de las siguientes hipótesis:

La histeria surge por la represión de una representación intolerable.

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La representación perdura como huella mnémica poco intensa y el afecto que se le ha arrebatado por la acción de la defensa es utilizado para transponerse en una inervación somática.

La representación afectada por la defensa (la huella mnémica poco intensa) adquiere carácter patógeno y queda situada en el exterior del yo (desde el comienzo, muchas veces) convirtiéndose de este modo en causa de síntomas.

El síntoma es la prueba de la insistencia de lo reprimido a la vez que da cuenta de un triunfo parcial sobre la defensa. (17)

La histérica padece de reminiscencias.

Al acceder a las representaciones intermedias, éstas se presentan como cualquier complejo de representación donde ciertos enlaces han podido ser conservados y otros, o bien han desaparecido o bien han sido sustituidos por falsas conexiones. Todo el complejo representacional constituye una memoria inaccesible al yo y el nódulo patógeno que se busca, a través del vencimiento de las resistencias, no admite más que una cercanía ya que ese extenso material de varias dimensiones y triple estratificación se encuentra cercando al nódulo que Freud imagina como un recuerdo inaccesible del suceso o del proceso mental traumático, En las Nuevas observaciones sobre las neuropsicosis de defensa, (18) en el capítulo dedicado a "La etiología «específica» de la histeria", el trauma sexual infantil es situado en el lugar del agente provocador de la histeria, antes ocupado por el grupo psíquico separado o nódulo patógeno. Un hecho traumático padecido en la infancia, de carácter sexual y violento, era relatado por los pacientes y adjudicado a un adulto seductor. El mismo se tornaba traumático por tratarse de la imposición de la sexualidad adulta sobre un inocente. El trauma es, entonces, concebido por Freud como un suceso realmente ocurrido y constituido en dos tiempos. En el momento de acontecido el hecho, la inocencia del sujeto impedía su comprensión pero una vez atravesada la pubertad, en el momento del florecimiento de la sexualidad, la aparición de otro acontecimiento nimio puesto en relación con el primero a través de algún lazo asociativo despierta el hecho traumático hasta entonces dormido e indiferente. Es por la asociación de ambas escenas que la primera adquiere el carácter de traumática y es confinada a lo reprimido mientras que la segunda aparece regularmente en la conciencia cualificada como displaciente, incomprensible, generando angustia y síntomas. No es el suceso en sí -graves ataques sexuales cometidos por allegados adultos contra el niño que producen una irritación real de los genitales en procesos análogos al coito- sino su recuerdo en una época posterior lo que constituye el trauma. El lugar otorgado a la disposición -factor predisponen te- es ocupado ahora por la escena de seducción sufrida en la infancia que, como huella indiferente, queda a la espera de su significación en el momento de la madurez sexual.En

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base a esta observación Freud formuló la teoría traumática de la histeria, observación que también extendió hacia la neurosis obsesiva y le permitió llegar a la conclusión que la diferencia entre ambas se sitúa en el papel que cumple el sujeto en la escena: en la histeria, pasivo, de carácter displaciente; en la neurosis obsesiva, activo, con obtención de placer. A su vez, este hallazgo le permite acercar la histeria traumática - resultado de un trauma ocurrido en la edad adulta- a la histeria adquirida. ←

Resulta sumamente llamativo que más allá de las diferencias en cada caso -diferentes escenarios personajes, contexto en que acontecía el suceso- todos los pacientes relatasen una escena con la misma estructura, por ende cabe hacer la siguiente pregunta: ¿siempre, en todos los casos, un adulto cercano al niño comete un ataque sexual? La existencia real de un acontecimiento traumático en la infancia se torna algo muy difícil de aceptar y Freud entiende, finalmente, que aquello que sus pacientes relataban era una construcción psíquica sin existencia real.En la Carta 69, dirigida a Fliess el 21 de septiembre de 1897, (19) Freud advierte el fenómeno de la mentira en la histeria con una lucidez asombrosa." Ahora bien, cuando dice: "[...] ya no creo en mis neuróticos", él está refiriendo a diferentes cuestiones. En primer lugar, al fracaso en el tratamiento de muchos pacientes debido a la acción insuperable de resistencias que entorpecían el curso de la asociación. En segundo lugar, a que el hecho de seducción relatado es imposible de creer en su existencia real. ¡No puede ser que todos los padres o adultos cercanos a los niños sean perversos! Además, lo inconciente –el recuerdo inaccesible del suceso traumático- nunca puede superar la resistencia de la conciencia y a esta irreductibilidad de lo inconciente se agrega el hecho que en él no existe un signo de realidad.

Estas deducciones terminan por cuestionar los cimientos de su propia teoría sobre la histeria según la cual un trauma sexual acontecido en la infancia habría actuado como agente motivador de la enfermedad. Sin embargo, el atolladero en el que Freud se encuentra es, en un sentido, aparente ya que en otro, lejos de considerar vencidos sus esfuerzos, el reconocimiento de sus objeciones lo lleva a realizar, sobre la base de fundamentos más sólidos, un viraje que dará nuevo curso a su pensamiento.

A partir de este momento Freud pasa a considerar que es imposible saber si una vivencia infantil relatada corresponde a un hecho real, es decir, no es posible distinguir la verdad tiente a una ficción afectivamente cargada ya que en el inconciente no se dispone del signo de realidad. A la vez, la constitución de esa vivencia como traumática, reprimida, hace a su imposibilidad para acceder a la conciencia ya que el nudo traumático no puede superar la resistencia. Por lo tanto, -"en realidad tengo más bien la sensación de un triunfo que de una derrota", escribe Freud a su amigo en la carta antes mencionada- este punto de inflexión lo lleva a distinguir la fantasía del hecho real y a darle a la primera (a la fantasía) el lugar que le corresponde. El recuerdo real, del suceso real, cede su lugar a la fantasía, con lo cual será la fantasía de seducción, capaz de producir una excitación sexual real en el cuerpo, la que domine la escena traumática en la histeria."

El acontecimiento en sí, real o no, queda por siempre perdido para lo psíquico, por lo cual en nada incumbe al psicoanálisis. Lo que se constituye como esencialmente traumático -la escena sexual e infantil queda irremediablemente perdida para la conciencia y ello indica la existencia de un núcleo imposible de hacerse conciente, es decir, una resistencia radicalmente diferente a la resistencia inherente a la asociación de representaciones. De este modo se esboza la capacidad de lo primariamente reprimido para atraer hacia sí otras representaciones.

En síntesis, el tratamiento que Freud propone consiste en aplicar un método que permita fundir la resistencia y abrir las vías asociativas en el conjunto de los complejos de representaciones. Esta labor es larga, complicada y es inútil pretender llegar directamente a lo buscado pues como ha podido leerse hasta aquí, es imposible que lo inconciente reprimido aparezca tal cual en la conciencia. Se trata, en cambio, de trabajar en la periferia del núcleo patógeno que está constituida por las representaciones intermedias e ir realizando ese movimiento en zigzag que nos permita reconstruir los hilos lógicos que se delatan en las lagunas del pensamiento atendiendo a los defectos de un relato que disimula esas conexiones lógicas por medio de los falsos enlaces.

Todo transcurre por la palabra, hablar constituye una acción psíquica de pleno derecho, sin embargo la asociación tiene su límite. Lo inconciente constitutivo del núcleo reprimido no puede vencer la resistencia, no accede a la palabra, pero sí puede vencer parcialmente a la defensa penetrando de manera disfrazada, irreconocible.

A su vez, el tratamiento se encuentra perturbado por la acción de una resistencia que proviene de

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los fenómenos de transferencia con el médico que responden al falso enlace entre la figura del médico con representaciones que provocan displacer y asientan en una engañosa imaginación. La imaginación engañosa es el carácter principal del yo que se ofrece a la cura como su aliado y se descubre como su obstáculo, salvable, a diferencia de otros obstáculos resistenciales de más oscura procedencia.

NOTAS

(1) Sigmund Freud: "Charcot'', en Obras Completas, Ed. Biblioteca Nueva, Madrid, 1968, tomo 1, pág. 17. (2) Dice Freud que Charcot logró demostrar que las parálisis histéricas "(...) eran consecuencia de representaciones dominantes en el cerebro del enfermo, en momentos de especial disposición, quedando así explicado por vez primera el mecanismo de un fenómeno histérico" (ibíd., págs. 22-23). (3) Sigmund Freud: "La histeria", en Obras Completas, Ed. Biblioteca Nueva, Madrid, 1968, tomo 1 (4) Talking cure: cura hablada. (5) Sigmund Freud: "Esquema del psicoanálisis", en Obras Completas, Ed. Biblioteca Nueva, Madrid, 1968, tomo II, pág. 111. (6) El tratamiento puede aplicarse sobre estos síntomas secundarios. (7) Sigmund Freud: "La histeria", en Obras Completas, Ed. Biblioteca Nueva, Madrid, 1968, tomo 1, pág. 27. (8) La discusión sobre la predisposición incluye las nociones aportadas por Breuer, fundamentalmente el llamado estado hipnoide. Este autor intenta dar cuenta de la existencia de un estado psíquico particular que impide la descarga de lo traumático por medio de una acción adecuada.Considera tres circunstancias que corresponden, las dos primeras al hecho traumático y la última a una intención subjetiva: 1) la naturaleza misma del trauma impide una reacción (un duelo, una catástrofe);2) las circunstancias sociales lo impiden (ofensa, humillación por parte de un superior); 3) el sujeto las quiere olvidar y las rechaza, las expulsa de la conciencia. Pero es el estado psíquico en que se encuentra en el momento del suceso lo que aporta un factor predisponen te del lado del sujeto. Estado de sobresalto (interesante para leer a la luz de los desarrollos de 1920), estados psíquicos anormales, estado semihipnótico. En este momento el estado hipnótico de la conciencia explica la asociación psíquica restringida. (9) Es importante observar que Freud, desde el comienzo de su clínica, atribuye al yo el ejercicio de una oposición o resistencia que no sabe que está ejerciendo. El yo, representante oficial del sujeto, no lo sabe todo acerca de sí mismo. La noción freudiana del yo se irá trabajando en los siguientes capítulos. (10) Sigmund Freud: "La histeria", en Obras Completas, Ed. Biblioteca Nueva, Madrid, 1968, tomo 1, pág. 120. En págs. 113 y 115 se encuentran referencias a esta ingeniosa inteligencia superior. (11) ibíd., pág. 122. (12) En estas figuras se advierte que las relaciones entre los elementos no se establecen en forma lineal y no forman vías directas de acceso a lo que se busca; por el contrario entrañan una estrategia que requiere de desvíos, saltos y enlaces por atención a detalles como es el caso del rompecabezas. (13) La condensación y el desplazamiento serían los dos mecanismos del proceso primario. Se trabajarán en el capítulo sobre lo inconciente. (14) Sigmund Freud: "La histeria", en Obras Completas, Ed. Biblioteca Nueva, Madrid, 1968, tomo r. pág. 116. (15) Condensación y desplazamiento (que dependen del régimen del proceso primario y permiten la transposición) constituyen las formas de producción del sentido de modo similar a las figuras retóricas de la metáfora y la metonimia en el lenguaje, tal como enseña Lacan cuando trabaja el aforismo: "El inconciente está estructurado como un lenguaje". (16) Sigmund Freud: "Metapsicología", en Obras Completas, Ed. Biblioteca Nueva, Madrid, 1968, tomo I. (17) Parcial, pues accede a expensas de la desfiguración. (18) Sigmund Freud: "Nuevas observaciones sobre las neuropsicosis de defensa", en Obras Completas, Ed. Biblioteca Nueva, Madrid, 1968, tomo 1. (19) Sigmund Freud: "Los orígenes del psicoanálisis", en Obras Completas, Ed. Biblioteca Nueva, Madrid, 1968, tomo III, pág. 777. (20) En la Carta 59 Freud dice haber encontrado una nueva pieza que le faltaba para resolver el rompecabezas de la histeria: la fantasía histérica. Las fantasías (...) arrancan invariablemente de cosas que los niños oyeron en la primerísima infancia y que sólo más tarde llegaron comprender" (ibíd., pág. 757). (21) La teoría sobre la fantasía en el lugar de la causa sella el fin de la teoría de la histeria basada en un hecho traumático efectivamente ocurrido.

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Capítulo I I- La búsqueda causal

En 1895 y 1896 Freud intenta formalizar lo que ha trabajado hasta el momento sobre el aparato psíquico. Dos escritos cortos, el Manuscrito K (1) y la Carta 52 (2), y otro más extenso, al que no se decide ponerle nombre, son el resultado de ese esfuerzo. Este último trabajo aparece publicado recién en 1950 con el título Proyecto de una psicología para neurólogos (3), pero algunos conceptos allí vertidos, articulados a su vez con lo elaborado en Nuevas observaciones sobre las neuropsicosis de defensa (4), pueden leerse en el Manuscrito K. Por su parte, en la Carta 52 trabaja el tema de los signos psíquicos y su transcripción.

Correlativamente al planteo sobre la naturaleza del conflicto psíquico nos encontramos con el que corresponde a los efectos resultantes de dicho conflicto. De estos efectos podemos decir que exceden al yo pues aparecen merced a la defensa y a las resistencias levantadas en el trabajo asociativo y que ellos mismos son articulaciones, es decir, formas de relación de los elementos psíquicos entre sí. A estos elementos Freud los llama representaciones y las distingue del signo, o impresión perceptual, y de la huella mnésica. (5)

Un enlace particular entre representaciones surge por efecto de la defensa, o sea que en el campo de las asociaciones intermedias, aquellas que conducen al límite infranqueable del nódulo traumático, llegan a advertirse conexiones de tipo lógicas. La tarea del analista, la interpretación, debe apuntar a develar dichos nexos lógicos pues Freud nos enseñó que una representación, en relación con otras, muestra la presencia del creador de esos nexos -al que en sus comienzos calificó como "ingeniosa inteligencia superior", claro anticipo de lo inconciente, capaz de establecer conexiones entre representaciones.

La defensa es clave para producir el efecto, por ejemplo, el síntoma en la histeria. Venciendo la resistencia de asociación es posible investigar la determinación del efecto producido, pero la búsqueda causal deberá avanzar para responder qué motiva la defensa.

En el Proyecto de una psicología para neurólogos, Freud presenta el caso Emma (6) y su análisis nos permite esclarecer los siguientes puntos:

Situar los nexos lógicos entre representaciones. Advertir la constitución de lo traumático en dos tiempos. Justificar que sólo aquello de carácter sexual puede advenir traumático.

Emma no puede entrar sola a una tienda y relaciona su dificultad actual -compulsiva, dice Freud, pues no puede sustraerse a ella- con un suceso ocurrido a los doce años. El hecho desencadenante de su fobia se centra en la risa cómplice de los dos dependientes de una tienda. Presa de una especie de susto, Emma echó a correr. Tiene dos ocurrencias con respecto al suceso: la primera, que se habían reído de sus vestidos; la segunda, que uno de los vendedores le había resultado atractivo. En el trabajo asociativo surge un segundo recuerdo que había permanecido olvidado hasta el análisis. A los ocho años, un pastelero alcanzó a tocarle los genitales a través de su vestido mientras ella compraba confites. Pese a lo sucedido, Emma volvió por segunda vez a la pastelería, reprochándose luego a sí misma el haber retornado, como si al hacerla hubiese querido provocar la agresión. Recuerda también que el pastelero acompañó el manoseo con una mueca sardónica.Tenemos así un primer suceso, en sí mismo incomprensible, que toma del segundo su significación.

El esquema con que Freud nos presenta la conexión entre las representaciones sería el siguiente:

Dependientes / Pastelero Risa / Mueca sardónica Vestidos / Vestidos

Estas equivalencias se logran por el siguiente camino: las risas de los dependientes que aparecen en

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la primera escena despiertan la mueca sardónica con que el pastelero acompañó el atentado sexual, el manoseo de los genitales de la niña a través del vestido. En ocasión de la escena más cercana en el tiempo, las risas de los dependientes despiertan la mueca sardónica del pastelero y al establecerse la conexión entre las representaciones de una y otra, la escena más antigua adquiere el carácter de traumática por la significación sexual que la segunda le aporta. Esto significa que el trauma, una experiencia sexual infantil, se constituye en dos tiempos pues al momento de ocurrir dicha experiencia sólo deja una marca, es indiferente para el niño "inocente", quedando así a la espera de su significación.

Luego del despertar sexual de la pubertad, otra escena que presenta elementos cercanos por asociación con la primera será la que aporta el significado sexual.

Es debido a la conexión establecida a partir del segundo acontecimiento que la antigua escena se entroniza, a posteriori, como traumática, razón por la cual la defensa es convocada a operar reprimiendo el suceso traumático correspondiente a la escena del pastelero y creando el símbolo "vestidos".

Esta representación, la más inocente, asume la significación del conjunto y el afecto que acompaña a la representación "vestidos", el susto experimentado frente a los dependientes, puede ser calificado de original pues antes no había sido sentido, es decir que sólo puede explicarse por la asociación con la escena de la pastelería.

Es importante destacar que la escena antigua, la del pastelero, deviene traumática por el enlace que se establece con la escena más cercana en el tiempo, la de los dependientes.

La evocación del símbolo "vestidos' que hace de nexo entre ambas escenas despierta en Emma un afecto tan intenso que le impide en forma compulsiva ingresar a una tienda. El símbolo se produce por acción de la defensa, pero una vez producido escapa a la comprensión del yo.

Utilizando este caso como ejemplo, Freud nos enseña que la emergencia del recuerdo relativo a los sucesos sexuales infantiles es significada por un acontecimiento posterior al desencadenamiento sexual de la pubertad provocando un afecto muy intenso no vivido en el momento de producirse el hecho. Dado que la vida sexual se halla sujeta a un desarrollo en dos tiempos, el despertar sexual de la pubertad aporta una comprensión nueva a las representaciones sexuales, a consecuencia de lo cual el recuerdo del suceso infantil se convierte en trauma. El significado traumático adviene en la conexión.

Vemos entonces, retornando la parte izquierda del esquema propuesto en el capítulo I, que podemos reformular los términos del conflicto psíquico. Las huellas mnémicas, marcas del suceso infantil, han quedado poco catectizadas, a la espera de un suceso posterior que por asociación provoque la significación, o sea, su carga con un monto de afecto. Pero, al arribar a su significado traumático, displacentero, llaman a la represión.

A continuación de lo dicho puede leerse en Freud la siguiente pregunta: ¿cuál es el origen del displacer que actúa para convocar a la represión? En otras palabras: ¿qué motivo provoca a la defensa?

La represión actúa contra representaciones capaces de provocar displacer en el momento actual. Un recuerdo -sería mejor decir una huella poco intensa- provoca un afecto diferente, de mayor intensidad, una reacción poderosa no producida en el momento original.

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Los únicos recuerdos capaces de un efecto de tal naturaleza son los que corresponden a la vida sexual, la cual, como hemos dicho, se desenvuelve en dos tiempos. El desencadenamiento sexual de la pubertad aporta a las experiencias anteriores una comprensión de la que, hasta ese momento, carecían

Pero, en el Manuscrito K se interroga sobre los motivos por los que la sexualidad provoca displacer al yo. Sus primeras respuestas atribuyen al pudor, la moralidad y la repugnancia el rol de aportar el displacer que pone en marcha la fuerza represora. Sin embargo, inmediatamente desestima esos argumentos porque el pudor es insignificante en los sujetos masculinos, la moral varía en las distintas clases sociales y la repugnancia (7) puede quedar embotada bajo condiciones de vida particulares, por ejemplo, la vida campesina. De esto Freud deduce que no se puede concebir que exista represión en estos casos. Además, si la libido es intensa no se experimenta repugnancia alguna, la moral es fácilmente superada y en cuanto al origen del pudor, éste "[...] guarda con la vivencia sexual una relación más profunda" (8)

Freud concluye que "[...] debe existir en la vida sexual una fuente independiente para la provocación de displacer; una fuente que, una vez establecida, es susceptible de activar las percepciones repugnantes, de prestar fuerza a la moral, y así sucesivamente. (9)

La sexualidad humana se presenta complicada pues, por un lado, es una fuente de placer privilegiada pero, por otro, aparece rodeada de obstáculos como el pudor, la moralidad, la repugnancia, ninguno de los cuales llega a dar cuenta de los motivos que ocasionan la defensa. Más bien parecería que el displacer que activa la defensa emana de una fuente independiente (¿de esos motivos ocasionales?), propia de lo sexual como tal.

Dado que esa "fuente independiente" es capaz de provocar un exceso de excitación que emana de lo sexual más allá de las contingencias de la vida habrá que dilucidar por qué lo sexual, por sus características propias, es la causa del llamado a la represión. Mi lectura se centrará ahora, salto conceptual mediante, en la teoría de las pulsiones presentada por Freud en 1915 y reformulada en 1920 en Más allá del principio del placer.

En el curso del tratamiento, a la resistencia proveniente de la defensa suma sus fuerzas la resistencia de transferencia y juntas se oponen al trabajo asociativo. Ambas están situadas del lado de yo y su función es mantener la distancia con lo reprimido. A esta dupla se agrega otra resistencia, de procedencia más oscura. Su origen sería la mencionada fuente independiente de displacer que enquista lo reprimido en el origen, haciéndolo impenetrable e inaccesible por asociación, y suma su potencia al llamado de actuación de la defensa.

En Construcciones en psicoanálisis (1937) Freud prefiere pensar que la tarea del psicoanalista es la construcción pues la interpretación se aplica a los elementos sencillos del material (asociación, parapraxia). (10) La construcción, en cambio, permite "[...] hacer surgir lo que ha sido olvidado a partir de las huellas que ha dejado tras sí [...]”. (11) En efecto, el objeto que el psicoanalista intenta traer a la luz es, por un lado, inaccesible al paciente pero, por el otro, deja sus rastros en las repeticiones de reacciones infantiles que se producen y, fundamentalmente, con todo lo que de esas repeticiones se actualiza en la transferencia. La construcción opera como llave a lo inaccesible gracias a la vía transferencial.

Eso impenetrable al análisis, lo que no accede al recuerdo, es descripto en Análisis terminable e interminable (1937) con una sugestiva metáfora: la roca viva, (12) es decir, aquello que de la sexualidad no retorna sino como repetición.

En aquel texto Freud sostiene que la dificultad para llevar a término un análisis radica principalmente en dos cuestiones: la intensidad pulsional-factor cuantitativo- y las particularidades del yo -sus alteraciones, entre las que tendrían un lugar prevalente los rasgos de carácter (13)-, a la vez que menciona la intensidad del influjo traumático.

La causa de la neurosis es solidaria con la causa por la cual el tratamiento no arriba a buen término, a su final, a cegar completamente las lagunas mnémicas del recuerdo. (14) Sin embargo, cegar las lagunas mnémicas, ¿implicaría resolver en forma permanente la demanda pulsional? Freud afirma que silenciar la demanda para nunca más escuchar de ella no sólo es indeseable sino también imposible. (15)

Es en el terreno del síntoma donde se torna factible cegar esas lagunas, el trabajo del análisis hace posible la rememoración y el desvanecimiento del síntoma en cuestión, pero en tanto lo inconciente

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muestra su pertinencia más allá de los límites de la patología, Freud se ve llevado en su investigación a atravesar la frontera de los fenómenos patológicos. De este modo, la acción de la represión se descubre también en productos normales tales como el sueño, los actos fallidos, el chiste.

Si concebimos el terreno de lo psíquico como un espacio limitado, la laguna se dibuja como escotoma, como agujero.

Esto quiere decir que la línea discursiva evidencia, en el trabajo de rememoración, una fractura, un corte, momento en que la laguna mnésica se hace presente.

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Corte en la línea discursiva

"Laguna" sería la forma imaginaria' de nombrar un corte, una interrupción en el discurso, una fractura que puede aparecer de múltiples maneras: "no recuerdo", "no sé", "¿qué dije?", "¿qué es esto?", "¿por qué me pasa esto?". Lo común a todas esas formas es que poseen la capacidad de provocar sorpresa y desequilibrio al yo que habla pues lo lacunar coincide con lo ajeno, con lo distante al yo, como aquella caracterización tan particular que Freud nos da del síntoma: ese "[...] dominio extranjero; un dominio extranjero interior", (16) es decir, la extraña irrupción de algo que desconcierta y sorprende al sujeto sin que éste pueda reconocerse allí. Las equivocaciones orales constituyen un lugar privilegiado para advertir esa suerte de atropello al recinto yoico y es en el olvido donde Freud advierte la impronta de esa presencia ajena al yo pues el olvido es la marca por excelencia de la laguna en el discurso. (17)En el quiebre, la fisura, el tropiezo del decir irrumpe otra cosa, algo distinto de lo que se quería decir, y lo inconciente no es otra cosa que la causa de esa irrupción, de lo que tropieza en el discurso.

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Lo inconsciente

La escena sexual infantil reprimida insiste pues lo inconciente reprimido no ceja en su marcha hacia adelante. (18) La eficacia de la defensa reside en el disfraz del producto que hará irrupción desde lo inconciente, lo cual lo torna ajeno e incomprensible para el yo.

El motivo que impulsa la defensa ha de buscarse en el displacer causado por lo sexual, que se revela así como problemático, complejo, paradojal, Esa fuente independiente capaz de provocar un exceso de excitación proveniente de lo sexual y que va más allá de las contingencias de la vida podría anticipar un

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concepto central de la teoría: el concepto de pulsión. Hemos dicho ya en qué se basa la eficacia de la defensa pero también debemos agregar que,

paradójicamente, ella logra parcialmente su cometido pues su accionar lo inferimos a través de aquello que retorna de lo reprimido, es decir, porque se produce un retorno de lo reprimido suponemos la acción de la defensa. En la medida en que esos retornos no son privativos de la enfermedad sino que lo inconciente forma síntomas, sueños, actos fallidos, queda allanado el camino para establecer lo inconciente como propio de lo psíquico humano. En otras palabras, la escisión psíquica no depende de factores patógenos.

Desde los primeros trabajos de Freud puede advertirse el comienzo de una conceptualización que radicalizará su alejamiento de aquellas otras teorías que adscriben la división o escisión del psiquismo a una razón de orden mórbido, quedando también planteada la inaccesibilidad de lo reprimido en su corazón, su núcleo, claro antecedente de la noción de represión primaria u originaria. Será la represión primaria la que, como ya sabemos, carga a su cuenta la escisión constitutiva del psiquismo.

La determinación de las formaciones del inconciente es investigada en el seno de las representaciones, las cuales se presentan siempre en conexión con otras. El develamiento de las conexiones pone de manifiesto un hilo lógico, entramado organizado no por azar sino bajo el régimen de una ley que Freud llamará proceso primario.

La causa, lo que empuja para producir esas formaciones extrañas al yo, no es ninguna voluntad oculta, ningún oscuro designio sino lo sexual infantil no realizado exigiendo su satisfacción. Pero en tanto esa realización exigida nunca es alcanzada, lo sexual se escabulle y reaparece cada vez a espaldas del yo, en marcando en la fisura de su conocimiento (el del yo) una falta central que atañe a lo que Freud nombrará- cuando avance en el estudio de las fantasías y descubra el Edipo- complejo de castración. (19)

Lo insoportable de lo sexual va a ser estudiado desde dos perspectivas articuladas pero distintas: el complejo de Edipo y la noción de pulsión.

Esa falta, situada en primer término como laguna, es evocada por la hiancia donde lo inconciente se produce pues en el tropiezo del proceder conciente es donde se delata su irrupción, es decir, lo inconciente causa -lo inconciente forma síntomas, fallidos, sueños- en el lecho de una falta, falta de la cual brotará también el deseo inconciente. ¿Trabajos germinales? No creo que la investigación freudiana pueda leerse en términos de avances con respecto a un desarrollo gradual. Creo, más bien, que cuando se produce el encuentro entre Freud y la histeria se abre una enigmática caja de Pandora, difícil de cernir, pero frente a la cual el maestro vienés no cede, no renuncia, a pesar de la férrea resistencia que el universo científico de su época le opone y del cual aún hoy escuchamos sus ecos.

El epígrafe que piensa Freud primero para el síntoma, luego para la represión y termina por utilizar en La interpretación de los sueños bien puede signar el ámbito de su descubrimiento: "Flectere si nequeo superos Acheronta movebo" (20)

Leer a Freud es una experiencia valiosa por lo que él transmite: una intuición genial sometida luego a un riguroso trabajo. Leer al Freud de los comienzos es encontrar esa intuición destellante, fresca, tan indomable como el deseo que él descubre y reconoce indestructible.

NOTAS

(1) Sigmund Freud: "Los orígenes del psicoanálisis", en Obras Completas, Ed. Biblioteca Nueva, Madrid, 1968, tomo III, pág. 716. (2) ibíd. , pág. 740. (3) Sigmund Freud: "Proyecto de una psicología para neurólogos", en Obras Completas, Ed. Biblioteca Nueva, Madrid, 1968, tomo III, pág. 883. (4) Sigmund Freud: "Nuevas observaciones sobre las neuropsicosis de defensa", en Obras Completas, Ed., Biblioteca Nueva, Madrid, 1968, tomo 1, pág. 219. (5) La denominación Wahrnehemungzeichen (signo perceptivo) es utilizada en la Carta 52. En el capítulo 9 de La interpretación de los sueños, en el apartado “La regresión", desarrolla el esquema del aparato psíquico y considera las transcripciones de la Carta 52 como sistemas o instancias. El primero, sistema P, contiene elementos P; los signos perceptuales. La representación propiamente dicha, por su parte, sobre la que actúa la defensa, es la huella mnésica investida, siendo ésta inscripción, marca, memoria del aparato. No siempre Freud sostiene esta diferencia entre huella

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y representación. Así, es frecuente el uso de la locución "representación inconciente" para aquella representación que ha sido desprovista del afecto por acción de la represión, es decir que ha quedado en calidad de "huella poco intensa". Posteriormente. en Lo inconciente vuelve sobre la diferencia entre representaciones según sean inconcientes o preconscientes e intenta superar las teorías de la doble inscripción de las representaciones y del cambio de estado propuestas en La interpretación de los sueños sosteniendo una diferencia intrínseca a la representación (objetiva o verbal o bien cosa o palabra). (6) Sigmund Freud: "Proyecto de una psicología para neurólogos". en Obras Completas, Ed. Biblioteca Nueva. Madrid. 1968, tomo III, pág. 937. (7) La repugnancia se asocia a lo sexual por proximidad tal como se revela en la famosa frase de San Agustín: lnter faeces et urinam nascimur ("Entre heces y orina nacemos"). (8) Sigmund Freud: "Manuscrito K", en Obras Completas, Ed. Biblioteca Nueva, Madrid, 1968, tomo III, pág. 718. (9) ibíd. (10) Sigmund Freud: "Construcciones en psicoanálisis", en Obras Completas, Ed. Biblioteca Nueva, Madrid, 1968, Tomo III, pág. 573. (11) ibid., pág. 574. (12) Sigmund Freud: "Análisis terminable e interminable", en Obras Completas, Ed. Biblioteca Nueva, Madrid, 1968, tomo III, pág. 572. (13) En el capítulo 9 de La interpretación de Los sueños, por ejemplo, defendiendo su tesis de que los recuerdos son inconcientes en sí, Freud dice: "Aquello que denominamos nuestro carácter reposa sobre las huellas mnémicas de nuestras impresiones, y precisamente aquellas impresiones que han actuado más intensamente sobre nosotros, o sea las de nuestra primera juventud, son las que no se hacen concientes casi nunca". Ofrecen, por lo tanto, la más férrea resistencia (Sigmund Freud: "La interpretación de los sueños", en Obras Completas, Ed. Biblioteca Nueva, Madrid, 1968, tomo 1, pág. 546). (14) Las proposiciones sobre un final de análisis llegarán cuando Jacques Lacan, retomando un antiguo problema freudiano, introduzca el objeto a, reconocido por aquél como su único invento en el psicoanálisis. (15) Sigmund Freud: "Análisis terminable e interminable", en Obras Completas, Ed. Biblioteca Nueva, Madrid, 1968, tomo III pág. 548. Freud no considera posible alcanzar ese dominio. Habla, en cambio, de la "domesticación" de la pulsión, que a su vez queda sujeta a la magnitud de la excitación pulsional. La domesticación alude a una capacidad (idealizada) de integrar la demanda pulsional a la armonía del yo. (16) Sigmund Freud: "Nuevas aportaciones al psicoanálisis", en Obras Completas, Ed. Biblioteca Nueva, Madrid, 1968, tomo II, pág. 905. (17) Dice Freud- "El estudio, durante el análisis, de un grado preliminar del olvido nos proporciona una prueba convincente de la naturaleza tendenciosa del olvido del sueño puesto al servicio de la resistencia". Y luego: "Este fragmento onírico arrancado del olvido, resulta ser siempre el más importante y más próximo a la solución del sueño, razón por la cual se hallaba más expuesto que ningún otro a la resistencia" (Sigmund Freud: "La interpretación de los sueños", en Obras Completas, Ed. Biblioteca Nueva, Madrid, 1968, tomo 1, págs. 535-536). (18) La marcha progresiva, hacia adelante, se trabajará en el capítulo sobre el aparato psíquico. (19) Octave Mannoni: Freud, el descubrimiento del inconciente, Ed. Nueva Visión, Buenos Aires, 1977, pág. 49. Dice Mannoni: "Cuatro meses antes del abandono del trauma, la percepción del drama edípico se anunció en un sueño", se refiere al sueño comentado en la carta del 31 de mayo de 1897. Freud se encuentra en los umbrales del descubrimiento del complejo de Edipo, cuyas primeras comunicaciones corresponden a la Carta 71 del 15 de octubre de 1897. Mannoni y otros autores relacionan este momento del trabajo de Freud con la muerte de Jacob, su padre, ocurrida el 23 de octubre de 1896. (20) Sigmund Freud: "Los orígenes del psicoanálisis", en Obras Completas, Ed. Biblioteca Nueva, Madrid, 1968, tomo III, págs. 739 y 836. El verso corresponde a la Eneida.

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Capítulo III - El aparato psíquico

Tal como se ha dicho en el capítulo anterior, a poco de comenzar sus investigaciones Freud advierte que el retorno de lo reprimido no se limita al campo de los fenómenos patológicos. El sueño opera así como bisagra fundamental para sumar al terreno de aquellos fenómenos el de las manifestaciones de la vida normal.

La interpretación de los sueños, obra clave que sienta las bases generales de la nueva concepción freudiana, es concluida en 1898, pero el capítulo teórico por excelencia, "Psicología de los procesos oníricos", (1) data de 1900, año con que el editor fecha toda la publicación. Al momento de su aparición, el libro no despierta demasiado interés para el público en general ni genera una encarnizada oposición (ésta surgirá recién a partir de 1905).

Dado que no se trata de un manual de procedimientos para la interpretación de los sueños, en su lectura asistimos no sólo al descubrimiento de un método eficaz para operar sobre los síntomas neuróticos sino al nacimiento del psicoanálisis mismo, pues en la obra mencionada se desarrollan las hipótesis de base, la explicación de las leyes que rigen el funcionamiento psíquico, en suma, se construye la teoría.En el capítulo "Psicología de los procesos oníricos", Freud se propone "[...] no aplazar por más tiempo la iniciación de nuestras investigaciones psicológicas, para las que ya nos hallamos preparados". (2) Los resultados obtenidos hasta el momento permiten afirmar:

Que el sueño es un acto psíquico importante y completo que se integra, de pleno derecho, a la vida anímica.

Su fuerza impulsora es el deseo. Su apariencia (contenido manifiesto) es irreconocible por la acción de la censura que impone una

deformación a las ideas latentes del sueño. (3) La acción deformadora se ejerce por obra de la condensación y el desplazamiento con el fin de

lograr la transposición de las ideas en imágenes sensoriales. Algunas veces el sueño evidencia un particular cuidado por presentar un aspecto racional e

inteligible (4) (necesidad que se impone al durmiente al pensar en su sueño, una vez despierto, o al contado).

Dos elementos concurren para hacer posible que en el sueño una idea, la que entraña el deseo, quede objetivada y representada como si se tratara de una escena vivida:

1) el tiempo utilizado por el sueño es el presente;2) se produce una transformación de las ideas en imágenes y en palabras.

La utilización del presente, la puesta en escena en el tiempo actual, posibilita modificar el optativo ("desearía que", "me gustaría que", "ojalá", etc.) convirtiendo lo deseado en un hecho consumado (“es así”).

En el sueño de la inyección de Irma, (5) ejemplifica Freud, la expresión "Otro es el culpable" aparece en lugar del desiderativo "¡Ojalá fuese Otto el culpable!". Lo mismo ocurre con los ensueños diurnos pues las fantasías concientes terminan por transformar la realidad en versiones modificadas a gusto de la fantasía, así, el humillado se sueña héroe o el amante rechazado transforma a su amada en complaciente. (6)

La transformación en imágenes, en cambio, es un fenómeno que sólo ocurre en el sueño. (7) Los pensamientos se transforman en imágenes a las que damos crédito y, además, creemos estar en la escena alucinada.

Los sueños pueden, en ocasiones, no cumplir con esta última condición pues la deformación puede llevarse a cabo en el nivel de las representaciones exclusivamente sin que se produzca su transposición en imagen visual. (8) A pesar de esta excepción, el fenómeno que despierta la atención de Freud, por ser el que más asombro provoca en los sueños, es la formación de esa escena alucinada.

La hipótesis con la que trabaja el maestro vienés propone situar una escena, la del sueño, diferente

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a otra donde se desarrolla la vida despierta. (9)Esta diferenciación de escenas lo conduce a imaginar la existencia de localidades psíquicas distintas que no se corresponden con la anatomía ni son una esquematización del proceso del sueño. Se trata de lo que obra como soporte, terreno de todas las funciones psíquicas.

Basándose en sus investigaciones en el campo de las neurosis y del sueño, Freud se ve autorizado a postular una construcción teórica a la que llama aparato psíquico, la cual, a su vez, se apoya en hipótesis auxiliares sobre los principios que rigen su funcionamiento.

En sus inicios, el aparato psíquico teorizado por Freud aspira, de acuerdo al principio de constancia (10) principio rector en este momento-, a la descarga de la cantidad proveniente de los estímulos, es decir que trata, en lo posible, de mantenerse libre de estímulos (que son los que aportan la cantidad). (11) Lo primario de dicha acción consistiría en la derivación hacia la motilidad de la carga de excitación, pero pronto las exigencias de la vida obligan a una complejización de su funcionamiento.

En este modelo, la experiencia de satisfacción es propuesta como aquello que abre el camino para la realización de deseos; no olvidemos que la aspiración del aparato consiste en liberarse de una cantidad, de modo que los deseos no lo son de nada nombrable sino que son los que posibilitan la descarga de excitación. La cantidad equivale a la cualidad de displacer y lo que se procura justamente es evitar el displacer,

La criatura humana está sometida a las exigencias de la vida que involucran las grandes necesidades físicas. El surgimiento de la necesidad impacta al aparato psíquico, aporta una cantidad de excitación y provoca un intento de derivación hacia el plano motor que no puede ir más allá de una expresión del displacer: gritos, llanto, pataleo. Esto significa que el infante se encuentra en una situación de desamparo inicial pues no puede satisfacer por sí mismo sus urgencias corporales, requiere la asistencia del auxilio ajeno para que la experiencia de satisfacción sea alcanzada. La marca inicial de desvalimiento acarreará importantes consecuencias a nivel de lo psíquico. (12)

Para que la experiencia de satisfacción sea posible se requiere la acción de un otro que aporte el objeto capaz de calmar la necesidad. Lo que de esta experiencia se inscribe en el aparato psíquico son dos marcas, dos huellas, una junto a la otra, la del objeto que llevó a la descarga por la vía de la satisfacción y la que corresponde a la emergencia de la necesidad. Estas conexiones serán privilegiadas, quedando facilitado así su tránsito posterior pues cada vez que la primera huella sea reactivada también lo será la segunda, de modo que el aparato ahora está capacitado para obtener placer a través de la reanimación de las huellas del circuito, es decir, de manera alucinada.

Según Freud, el deseo sería el impulso que reaviva las huellas y la reaparición alucinada de la percepción, la realización del deseo. Esta primera actividad psíquica se corresponde, entonces, con el logro de una identidad de percepción.

La experiencia de satisfacción en tanto suceso, hecho ocurrido, se pierde en el inicio, es por ello que adquiere carácter mítico, ingresando al psiquismo sólo el signo perceptual que ha de ser conserva-do como huella, nunca aislada sino siempre en relación con otras.

Muy pronto, otra complicación exigirá una mayor complejidad al funcionamiento del aparato psíquico pues no resulta acorde a la continuación de la vida que la satisfacción se logre sin el aporte real de lo que la provoca. Entonces, la satisfacción alucinada facilita transitoriamente, a través de la conexión entre huellas, la descarga de excitación pero falla en el punto donde lo real del cuerpo no verifica la satisfacción.

Así, se requiere una nueva operación, un nuevo sistema capaz de realizar un examen de realidad que desvíe el proceso, una vez despertada la huella ligada a la necesidad, del camino más corto que conduce a la alucinación. Este segundo sistema se sustenta en el logro de la identidad de pensamiento que permite establecer una distinción entre la representación del objeto aportado en la realidad con la del conservado por la facilitación. El pensamiento es el sustituto de la alucinación y el objeto hallado es siempre un sustituto del originario. (13)

El sueño conserva esa forma primitiva de alcanzar la satisfacción por el camino más corto y es la actividad privilegiada para advertir un funcionamiento que será paradigmático con relación al cumplimiento del deseo. El sueño es una función que cumple, entre otras, el aparato psíquico.

El aparato psíquico es representado como un instrumento complejo, al estilo del microscopio compuesto o del aparato fotográfico, (14) y su esquema es desarrollado por Freud en tres pasos:

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El aparato está compuesto por elementos que Freud denomina instancias o, preferentemente, sistemas ψ, a cada uno de los cuales adscribe una función particular. Las características del modelo del aparato psíquico postulado son las siguientes:

Existe un orden de ubicación fijo de los sistemas ψ, encontrándose uno a continuación del otro. La excitación recorre los sistemas ψ conforme a una sucesión temporal determinada. La actividad psíquica comienza con el impacto de un estímulo (interno o externo) y termina en

inervaciones que posibilitan la motilidad. El proceso psíquico recorre los sistemas desde el extremo sensorial (P) hasta el opuesto, de la

motilidad (M). Por ejemplo, el impacto de una luz que hiere el ojo (extremo perceptual) provoca el parpadeo (extremo motor).

Si bien el orden espacial es fijo para los sistemas, no lo es la dirección en que la excitación realiza el recorrido, ésta puede variar. Tal es el caso de los fenómenos regresivos, por ejemplo el de la satisfacción alucinada, donde la excitación en lugar de avanzar hacia la motilidad se dirige hacia el polo de la percepción.

La figura 1 indica el derrotero de los procesos psíquicos de P a M y la dirección está señalada por las Hechas. Si bien se incluyen sistemas ψ, éstos no se encuentran diferenciados, no se adjudica lugar a la conciencia, y en cuanto al estímulo, éste tampoco figura ya que de su presencia sólo importa la captación sensible. (15)

En la figura 2, en cambio, se especifican los sistemas y las funciones a ellos asignadas. El sistema P es el encargado de recibir los estímulos y mantener una capacidad constante para la captación de nuevas estimulaciones. Ninguno de sus elementos debe modificarse en forma permanente pues la modificación de alguno podría llegar a impedir nuevas percepciones.

Este sistema, ubicado en la parte anterior del aparato, recibe el impacto de roda la información procedente del interior y del exterior y no conserva nada de ella. Las impresiones que llegan al aparato impactan en P y pasan a los otros sistemas Hm donde dejan su huella, su rastro, su impresión, por lo tanto P permanece inalterado. En cambio, la huella (Erinnerungsspur) involucra una modificación permanente en otro sistema (Hm ', por ejemplo) cuya función es la memoria. De lo dicho puede deducirse que percepción y memoria constituyen sistemas excluyentes.

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Los sistemas Hm sufren constantes modificaciones en sus elementos y su estratificación obedece a diferentes criterios. El primero fijará asociaciones por simultaneidad y en los sucesivos las asociaciones se fijarán según otros órdenes de coincidencia.Estos sistemas mnémicos constituyen la base de la asociación que se produce siguiendo la menor resistencia, de modo que una vez establecida una asociación, la misma tiende a mantenerse. A este camino abierto Freud lo llamó facilitación.

Sin duda dicho problema fue tomado por Freud con un interés muy particular ya que poder precisar la función de la memoria es esencial para un estudio de los procesos anímicos. (16)Dada la estrechez y evanescencia de la conciencia, la memoria se convierte en el fundamento mismo del psiquismo. Este tema aparece desarrollado en distintos lugares de la obra freudiana, entre otros en el Proyecto y en cartas a Fliess, en especial la Carta 52 (17) y en El block maravilloso. (18)

En El block maravilloso, Freud sitúa al lector ante el problema, tan frecuente en los neuróticos, de querer preservar los recuerdos cuando al mismo tiempo se siente una gran desconfianza por la capacidad de la memoria. Cualquier método que suponga dejar escrito en forma imborrable el suceso (con tinta en un papel, con tiza en un pizarrón) tiene el inconveniente de agotar, en algún momento, el material dispuesto para la notación (el papel, el pizarrón). (19)

Freud sostiene que la capacidad de memoria excluye la capacidad de recepción. Por eso adjudicad cada una de estas funciones a un sistema distinto. El llamado "block maravilloso", artículo que se vende en los comercios y que ha sido conocido con el nombre de pizarra mágica, presenta para Freud una similitud muy llamativa con el modelo de aparato psíquico propuesto en La interpretación de los sueños.

El block está compuesto por dos capas, de las cuales, la capa superficial consta de dos hojas: la externa es de celuloide y cubre un papel encerado, traslúcido. Debajo de ésta encontramos la segunda capa que está compuesta de resina o cera de color oscuro. Un punzón es el elemento empleado para escribir, pero en lugar de grabar directamente la hoja de celuloide marca, por mediación del papel encerado, la capa de cera oscura. Una vez marcados los rasgos, el color oscuro de la cera hace que éstos aparezcan en la hoja de celuloide. Si se desea borrar la anotación basta con separar las capas, pues lo que mantiene la inscripción es la presión del punzón que las ha juntado, pero al despegar sólo la hoja de celuloide del papel encerado y traslúcido puede observase que el celuloide vuelve a estar limpio mientras que la inscripción permanece intacta sobre la capa de cera.

¿Qué función cumple la hoja de celuloide? Proteger la delgada capa de cera que de estar directamente expuesta al punzón se rasgaría. Este block es, en efecto, maravilloso para Freud.

Cuando en 1920 retorne el problema del aparato psíquico incluirá algunos elementos ya contemplados en el Proyecto ... , por ejemplo, el extremo sensible del aparato, el sistema P, compuesto por dos capas: una exterior, destinada a disminuir la magnitud de los estímulos ejerciendo así la función de protección, y otra encargada de la recepción de los estímulos ya aligerados.

La primera prueba con el block le permitió a Freud asemejar la capa exterior con el polo perceptual del aparato psíquico a la vez que encontrar otras similitudes pues, por ejemplo, de levantarse toda la capa superficial (celuloide y capa delgada de cera), lo escrito desaparece, no deja tras de sí huella alguna, con lo cual la capa superficial queda limpia y apta para recibir nuevas inscripciones. Pero, y aquí viene lo más interesante, lo escrito persiste en la segunda capa (de cera o resina), la cual según Freud cumple con la función de conservación propia de la memoria. (20)

La similitud asombra dado que dos sistemas distintos pero perfectamente enlazados entre sí se ocupan de dos funciones excluyentes como son la recepción de nuevas impresiones en una superficie limpia, sin alteraciones, y su conservación en el sistema posterior. De todas maneras la conservación no implicaque las impresiones se mantengan inmodificadas.

Pero la similitud acá concluye pues el aparato demuestra mayor complejidad que el ofrecido por el block.

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En síntesis:

El aparato psíquico se compone de una serie de sistemas que mantienen un orden de sucesión establecido.

La excitación recorre los sistemas conforme a una sucesión temporal determinada (puede alterarse en determinados procesos).

Posee una dirección: la excitación ingresa por P, extremo sensible del aparato, y se descarga por M, extremo motor, capaz de abrir las puertas de la motilidad.

Freud incorpora los datos obtenidos en el estudio sobre los sueños y propone adjudicar un lugar a las dos instancias allí localizadas: la inconciente (Inc) y la preconsciente (Prec). Esta última, más próxima a la conciencia (Cc.), obra de pantalla entre ésta y la instancia de lo inconciente. (21)

El inconciente es objeto de la crítica por parte del preconsciente, que esgrime argumentos compatibles con los de la vida despierta. Lo inconciente, en cambio, es a descifrar pues no accede a la conciencia sin las deformaciones impuestas por la censura a manera de peaje, es decir, no hay paso directo de lo inconciente a la conciencia.

El extremo sensible, a su vez, presenta una diferenciación: P recibe las impresiones sensoriales y no conserva nada de ellas, es el encargado de aportar

las cualidades sensibles. Los sistemas de Hm transforman la momentánea excitación de P en modificaciones

permanentes y duraderas que constituyen la base de la asociación y la memoria. Los recuerdos no poseen cualidad sensorial, en comparación con la percepción, por lo tanto memoria y cualidad se excluyen mutuamente.

←← Las cualidades no sólo aluden a la diversidad de sensaciones y a la serie placer-displacer sino que los diferentes elementos pueden o no tener, además, la cualidad de conciencia.

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← En la figura 3, el extremo sensible podría abarcar los sistemas de huellas dado que el inconciente se delimita a continuación. Es importante tener presente las diferentes funciones que operan en este extremo. El signo, impresión perceptual, deja su marca en los sistemas de huellas. Éstas, si bien pueden permanecer inconcientes, pueden adquirir la cualidad de conciencia. ← Las marcas que permanecen inconcientes son las que producen los mayores efectos, corresponden a las primerísimas impresiones, las más intensas, (22) y no presentan cualidad sensorial alguna. Una huella es perdurable en tanto que inconciente. Al trabajar el problema de la represión en 1915, Freud retornará esta idea y afirmará que una representación por el hecho de ser reprimida tiene asegurada una vida eterna.← Si bien la conciencia no aparece entre las figuras, sí es mencionada como muy cercana al extremo motor. La derivación de la cantidad requiere la apertura de las esclusas de la motilidad, por lo tanto necesita de la conciencia. No se consideran, por supuesto, los actos reflejos e involuntarios y asoma el sonambulismo como excepción. ← La toma de conciencia se incluye como un tema a explicar pues toda la operatoria podría producirse sin su intervención. Según Freud el paso a la conciencia requiere de una intensidad determinada, de una huella con carga suficiente y de su captación por la atención, función esta última que corresponde al sistema preconsciente, (23) que además juega otro papel, imponer la deformación necesaria para atravesar la censura de la resistencia.

En La interpretación de los sueños Freud advierte que la idea inconciente aspira a su traducción a lo preconsciente, pero este último sistema se conduce como una instancia crítica. Dicha traducción no consiste en la formación de la idea en otra localidad psíquica, o sea, una doble inscripción -en un sistema y en el otro-, tampoco quiere decir que ante un cambio -de inconciente a preconsciente o a la inversa, por acción de la represión- la idea sea disuelta en un lugar para aparecer en otro a expensas de un cambio funcional.

La hipótesis que propone Freud considera que la movilidad de la carga con la que esta investida una representación será lo que determine su ubicación en una u otra instancia y que tenga o no posibilidad de acceso al sistema preconsciente y de allí a la conciencia. La represión impide el paso a la conciencia porque actúa sobre el producto psíquico a reprimir separando el afecto -la carga- y transfiriéndolo a otra representación, entonces, lo que aparece dotado de movimiento es el afecto, no la representación.

La teoría del paso a la conciencia no es ajena a la teoría de la representación propuesta por Freud, En la aplicación de estos conceptos surgen no pocas dificultades e impasses.

La noción de representación (Vorstellung) tal como ha sido utilizada en filosofía y en psicología implica la toma de conciencia pues se trata de re-presentar-se algo a un sujeto. Freud concibe a la representación en tanto contenido ideacional que se acompaña de una cantidad de afecto. Ambos, representación y afecto, constituyen de pleno derecho la Vorstellung freudiana.Cuando por acción de la represión es separada la carga de afecto, la representación pasa a convertirse en una huella poco intensa. A la vez son huellas las que forman la memoria inaccesible del sujeto, que, en determinadas condiciones, pueden ser reactivadas.

La conciencia parece corresponder más a un órgano sensorial que a un sistema. (24) Sería lo que puede o no captar, iluminar un contenido psíquico "en su lugar". Así, en 1920 Freud dice que hay conciencia de lo percibido cuando la conciencia toma el lugar de la huella mnémica (¡alumbra ahí!). (25)

En 1925, pensando el proceso al revés, dirá que la conciencia se apaga cuando al sistema perceptor se le retira la carga. (26) Estas investiduras llegan al sistema P desde el interior y desde allí son retiradas. La insensibilidad periódica del sistema P se debe a la discontinuidad en el envío de las cargas desde el interior, desde lo inconciente.

Lo inconciente revela una discontinuidad ya intuida por Freud cuando, desde otra perspectiva, advierte lo lacunar del recuerdo inaccesible que se vehiculiza en el tropiezo. La discontinuidad lo lleva a pensar el problema del tiempo propio de lo inconciente.

En las figuras propuestas para esquematizar el aparato psíquico, la conciencia aparece cercana a lo preconsciente, al paso a la motilidad y la descarga, pero, a la vez, próxima a la percepción. (27) Las flechas que marcan el sentido de la circulación de la excitación no tienen cómo indicar que al llegar al Prec abren su paso a P.

Entre percepción y conciencia, tan cercanos, sin embargo se juega... lo inconciente. En 1964, al comentar el modelo freudiano, Lacan dirá: "Este modelo representa cierto número de capas,

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permeables a algo análogo a la luz y cuya refracción se supone que cambia de capa en capa. Ése es el lugar donde se pone en juego el asunto del sujeto del inconciente. Y no es, dice Freud, un lugar espacial, anatómico, pues, ¿cómo, si no, concebirlo tal como nos lo presentan? -inmenso despliegue, espectro especial, situado entre percepción y conciencia, como se dice entre carne y pellejo. Ya saben que estos dos elementos formarán m.is tarde, cuando haya que establecer la segunda tópica, el sistema percepción conciencia, Wahrnehmung-Bewusstsein pero será preciso no olvidar, entonces, el intervalo que los separa, en el que está el lugar del Otro, donde se constituye el sujeto”. (28)

El aparato psíquico propuesto por Freud sirve, entonces, no sólo para explicar la formación de los sueños. La escena del sueño despliega su enigma y abre las puertas para que Freud construya con lo descubierto sobre él y arras fenómenos -el síntoma, los actos fallidos, el chiste- las bases de su teoría aunque, nos dice Freud que "[...] La interpretación onírica es la vía regia para el conocimiento de lo inconciente en la vida anímica". (29)

NOTAS

(1) Sigmund Freud: "La interpretación de los sueños", en Obras Completas, Ed. Biblioteca Nueva, Madrid, 1968, tomo 1, capítulo VII en el original; IX en la obra traducida por Luis López-Ballesteros. (2) Ibid., págs. 546-547. (3) El contenido manifiesto refiere al sueño tal como es relatado mientras que las ideas latentes son aquellas que aluden al deseo y deben ser deformadas para vencer la censura. (4) Lo racional e inteligible del sueño sólo puede presentarse gracias a la operación de elaboración secundaria del sueño la que, a diferencia de la elaboración primaria interviniente en su formación, implica el problema de cómo decir una imagen sensorial, cómo articular elementos que aparecen sin conexión, etc.

(5) El sueño de la inyección de Irma será trabajado más exhaustivamente en el capítulo V. (6) Freud recurre a un ejemplo tomado de Daudet: "Cuando Mt. Joyeuse, el célebre personaje de Daudet, vaga sin ocupación alguna a través de las calles de París para hacer creer a sus hijas que tiene un destino y se halla desempeñándolo, sueña con los acontecimientos que podrían proporcionarle un protector y una colocación y se los imagina en presente" (Sigmund Freud: "La interpretación de los sueños", en Obras Completas, Ed. Biblioteca Nueva, Madrid, 1968, tomo 1, pág. 544). (7) Obviamente, también en fenómenos patológicos alucinatorios. (8) Sigmund Freud: "La interpretación de los sueños", en Obras Completas, Ed. Biblioteca Nueva, Madrid, 1968, tomo 1, pág. 405. El sueño que denomina Autodidasker no revela una transformación de las palabras en imágenes. Se asemeja a un sueño diurno pues se trata de pensamientos que se oponen a temores en donde no juegan un papel destacado las imágenes. (9) Ibid., pág. 544. Freud cita a Fechner quien plantea en la Psicofísica la existencia de escenas diferentes en el sueño y la vida despierta. (10) Dado que la aspiración de mantenerse el aparato libre de cantidad no es compatible con la vida, pues se requiere cierto nivel de energía para hacer frente a sus exigencias, el principio de constancia procurara que dicha cantidad sea la mínima posible manteniendo su nivel constante. Un aumento de energía quiebra la constancia y genera displacer, Este es pues el motor de la actividad y el deseo lo que impulsa a la descarga. (11) Sigmund Freud: Op cit., pág. 558. Dice Freud: "Es indudable que para llegar a su perfección actual ha tenido que pasar éste aparato por una larga evolución. Podemos, pues, representárnoslo en un estado anterior de su capacidad funcional". (12) Sigmund Freud: "Proyecto de una psicología para neurólogos", en Obras Completas, Ed. Biblioteca Nueva, Madrid, 1968, tomo III, pág. 909. (13) El examen de realidad permite que la coincidencia se produzca entre huellas, la del objeto de la experiencia de satisfacción con la de otro que aporte la realidad, siempre sustituto del primero, por tanto, nunca enteramente coincidente. (14) "Este esquema no es más que la realización de la hipótesis de que el aparato psíquico tiene que hallarse construido como un aparato reflector. El proceso de reflexión es también el modelo de todas las funciones psíquicas" (Sigmund Freud: "La interpretación de los sueños", en Obras Completas, Ed. Biblioteca

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Nueva, Madrid, 1968, tomo I, pág. 545). (15) El impacto sensorial no es el hecho, dista mucho de serio, por ende tampoco forma parte del problema aquí planteado que esa captación -la imagen- se corresponda o no con un estímulo determinado. (16) Dice Freud: "Toda teoría psicológica digna de alguna consideración habrá de ofrecer una explicación de la «memoria-" (Sigmund Freud: "Proyecto de una psicología para neurólogos", en Obras Completas, Ed. Biblioteca Nueva, Madrid, 1968. Tomo III, pág. 890). (17) Sigmund Freud: "Los orígenes del psicoanálisis", en Obras Completas, Ed. Biblioteca Nueva, Madrid, 1968, tomo III, pág. 740. (18) Sigmund Freud: "El block maravilloso", en Obras Completas, Ed. Biblioteca Nueva, Madrid, 1968, tomo II, pág. 506. (19) Es evidente que cualquier superficie destinada a la escritura (papel, pizarrón) en algún momento agota su superficie limpia. (20) ¿La vida copia al psicoanálisis? (21) Se trata del segundo sistema mencionado mis arriba cuando se evita la satisfacción alucinatoria (paso de la identidad de percepción a la identidad de pensamiento). (22) Constituyen el fundamento de los rasgos de carácter, como también de las creencias más férreas, ligadas a los prejuicios y cercanas al fanatismo. (23) La función de la atención, adscripta al yo, es responsable de la búsqueda activa de las huellas catectizadas. (24) Sigmund Freud: "Proyecto de una psicología para neurólogos", en Obras Completas, EJ. Biblioteca Nueva, Madrid, 1968, tomo III, pág. 901. (25) Sigmund Freud: "Mas allá del principio del placer", en Obras Completas, Ed. Biblioteca Nueva, Madrid, 1968, tomo l, pág. 1106. Dice Freud: "En este sentido se halla inspirado el esquema incluido por mí en la parte especulativa de mi interpretación de los sueños. Si se piensa cuan poco hemos logrado averiguar, por otros caminos, sobre la génesis de la conciencia, tendremos que atribuir al principio de que la conciencia se forma en lugar de la huella mnémica, por lo menos, la significación de una afirmación determinada de un modo cualquiera". (26) Sigmund Freud: "El block maravilloso", en Obras Completas, Ed. Biblioteca Nueva, Madrid, 1968, tomo I, pág. 508. Freud concluye sus observaciones estableciendo una comparación entre la aparición y desaparición de lo escrito con la actividad de la conciencia. (27) Sigmund Freud: "La interpretación de los sueños", en Obras Completas, Ed. Biblioteca Nueva, Madrid, 1968, tomo I, pág. 547. Dice Freud en nota al pie: "[...] hemos de suponer que el sistema siguiente al Prec es aquél al que tenemos que adscribir la conciencia y que, por tanto, P=C". (28) Jacques Lacan: El Seminario, Libro XI: Los cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis, Ed. Paidós, Buenos Aires, 1987, pág. 53. (29) Sigmund Freud: "La interpretación de los sueños", en Obras Completas, Ed. Biblioteca Nueva, Madrid, 1968, tomo I, pág. 578.

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SIGMUND FREUD - O. Completas -VOLUMEN I

Carta 52 (1)

[ ... ] Tú sabes que trabajo con el supuesto de que nuestro mecanismo psíquico se ha generado por estratificación sucesiva, pues de tiempo en tiempo el material preexistente de huellas mnémicas experimenta un reordenamiento según nuevos nexos, una retrascripción Umschrift. Lo esencialmente nuevo en mi teoría es, entonces, la tesis de que la memoria no preexiste de manera simple, sino múltiple, está registrada en diversas variedades de signos. En su momento (afasia) he afirmado un reordenamiento semejante para las vías que llegan desde la periferia [del cuerpo a la corteza cerebral] (2) yo no sé cuántas de estas trascripciones existen. Por lo menos tres, probablemente más.

He ilustrado todo esto con el esquema siguiente, en el que se supone que las diversas trascripciones están separadas también según sus portadores neuronales (de una manera no necesariamente tópica). Este supuesto quizá no sea indispensable, pero es el más simple y puede admitírselo provisionalmente. [Figura 7.] (3)

I II III

P Ps Ic Pre Coc

XX ---- XX ---- XX ---- XX ---- XX

X XX X X X

X

P son neuronas donde se generan las percepciones a que se anuda conciencia, pero que en sí no conservan huella alguna de lo acontecido. Es que conciencia y memoria se excluyen entre Sí. (4)

Ps [signos de percepción] es la primera trascripción (5) de las percepciones, por completo insusceptible de conciencia y articulada según una asociación por simultaneidad.

Ic (inconciencia) es la segunda trascripción, ordenada según otros nexos, tal vez causales. Las huellas Ic quizá correspondan a recuerdos de conceptos, de igual modo inasequibles a la conciencia.

Prc (preconciencia) (6) es la tercera retrascripción, ligada a representaciones-palabra, correspondiente a nuestro yo oficial. Desde esta Prc, las investiduras devienen concientes de acuerdo con ciertas reglas, y por cierto que esta conciencia-pensar secundaria es de efecto posterior Nachträglitch en el orden del tiempo, probablemente anudada a la reanimación alucinatoria de representaciones-palabra, de suerte que las neuronas-conciencia serían también neuronas-percepción y en sí carecerían de memoria.

Si yo pudiera indicar acabadamente los caracteres psicológicos de la percepción y de las tres transcripciones, con ello habría descrito una psicología nueva. Existe algún material para ello, pero no es mi propósito hacerlo ahora.

Quiero destacar que las trascripciones que se siguen unas a otras constituyen la operación psíquica de épocas sucesivas de la vida. En la frontera entre dos de estas épocas tiene que producirse la traducción del material psíquico. Y me explico las peculiaridades de las psiconeurosis por el hecho de no producirse la traducción para ciertos materiales, lo cual tiene algunas consecuencias. Establecemos como base firme la tendencia hacia la nivelación cuantitativa. (7) Cada reescritura posterior inhibe a la anterior y desvía de ella el proceso excita torio. Toda vez que la reescritura posterior falta, la excitación es tramitada según las leyes psicológicas que valían para el período psíquico anterior, y por los caminos de que entonces se disponía. Subsistirá así un anacronismo, en cierta provincia regirán todavía unos «fueros» *; aparecen «relictos».

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La denegación Versagung de la traducción es aquello que clínicamente se llama «represión». (8) Motivo de ella es siempre el desprendimiento de displacer que se generaría por una traducción, como si este displacer convocara una perturbación de pensar que no consintiera e! trabajo de traducción.

Dentro de la misma fase psíquica, y entre trascripciones de la misma variedad, se pone en vigencia una defensa normal a causa de un desarrollo de displacer; una defensa patológica, en cambio, sólo existe contra una huella mnémica todavía no traducida de una fase anterior. Que la defensa termine en una represión no puede depender de la magnitud del desprendimiento de displacer. En efecto, a menudo nos empeñamos en vano contra unos recuerdos de máximo displacer. Entonces se nos ofrece la siguiente figuración. Si un suceso A despertó cierto displacer cuando era actual, la trascripción-recuerdo AI o A II contiene un medio para inhibir el desprendimiento de displacer en caso de re-despertar. Cuanto más a menudo se lo recuerde, tanto más inhibido terminará por quedar ese desprendimiento. (9) Ahora bien, hay un caso para el cual la inhibición no basta: Si A, cuando era actual, desprendió cierto displacer, y al despertar desprende un displacer nuevo, entonces no es inhibible. El recuerdo se comporta en tal caso como algo actual. Y ello sólo es posible en sucesos sexuales, porque las magnitudes de excitación que ellos desprenden crecen por sí solas con el tiempo (con el desarrollo sexual).

El suceso sexual en una fase produce entonces efectos como si fuera actual y es, por tanto, no inhibible en una fase siguiente. La condición de la defensa patológica (represión) es, entonces, la naturaleza sexual del suceso y su ocurrencia dentro de una fase anterior.

No todas las vivencias sexuales desprenden displacer; en su mayoría desprenden placer. La reproducción de las más de ellas irá entonces conectada con un placer no inhibible. Un placer así, no inhibible, constituye una compulsión. De este modo se llega a las siguientes tesis. Cuando una vivencia sexual es recordada con diferencia de fase, a raíz de un desprendimiento de placer se genera compulsión, a raíz de un desprendimiento de displacer, represión. En ambos caso, la traducción a los signos de la nueva fase parece estar inhibida. (? ) (10)

Ahora bien, la clínica nos anoticia sobre tres grupos de psiconeurosis sexuales: histeria, neurosis obsesiva y paranoia, y enseña que los recuerdos reprimidos fueron actuales, en la histeria, a la edad de un año y medio a cuatro, en la neurosis obsesiva, a la edad de cuatro a ocho años, y en la paranoia, a la edad de ocho a catorce años. Ahora bien, hasta los cuatro años no hay todavía represión alguna; por tanto, los períodos del desarrollo psíquico y las fases sexuales no coinciden [figura 8 ].

11⁄2 4 8 14-15 Psiq. Ia Ib II IIISex. I II III

[Figura 8.]

Aquí corresponde el siguiente pequeño diagrama [figura 9].Y en efecto, otra consecuencia de las vivencias sexuales prematuras es la perversión, cuya condición parece ser que la defensa no sobrevenga antes que el aparato psíquico se haya completado, o que no se produzca defensa alguna. Hasta aquí la superestructura. Ahora el intento de situarla sobre bases orgánicas. Hay que explicar por qué unas vivencias sexuales que, como actuales, produjeron placer, recordadas con diferencia de fase producen displacer en algunas personas y en otras subsisten como compulsión. En el primer caso, es evidente que tienen que desprender después un displacer que al principio no produjeron.

[Figura 9.]

Ps Ps +Ic Ps + Ic + Prc Ídem Hasta los 4 Hasta los 8 Hasta los 14 - 15

Histeria Actual Compulsión Reprimido en Ps

N. Obsesiva Actual Reprimido en signos Ic

Paranoia Actual Reprimido en signos Prc

Perversión Actual Actual Compulsión (actual) Represión Imposible o no intentada

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Corresponde derivar también las diversas épocas, las psicológicas y las sexuales. A las segundas me las has dado a conocer roí como múltiplos destacados de los períodos femeninos de veintiocho días. [ ... ](11)[ . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .. . . . . . . . . . . . ]

Para elucidar la decisión entre perversión o neurosis, me valgo de la bisexualidad de todos los seres humanos. En un ser puramente masculino, habría sin duda un excedente de desprendimiento masculino por las dos barreras sexuales (12) y por tanto se generaría placer, y en consecuencia perversión; en un ser puramente femenino, un excedente de sustancia de displacer por esas épocas. En las primeras fases ambos desprendimientos serían paralelos, es decir, darían por resultado un excedente normal de placer. A ello se reconduciría la predilección de las mujeres genuinas por las neurosis de defensa.

La naturaleza intelectual de los varones quedaría así atestiguada sobre la base de tu teoría. Por último, no puedo sofocar la conjetura de que la separación entre neurastenia y neurosis de angustia, olfateada por mí en la clínica, se entrama con la existencia de las dos sustancias de 23 y de 28 días. Además de las dos aquí conjeturadas, podrían existir varias de cada clase. (13)La histeria se me insinúa cada vez más como consecuencia de una perversión del seductor; y la herencia, cada vez más, como seducción por el padre. Así se dilucida una alternancia de generaciones:

1) generación: perversión. 2) generación: histeria, que luego se vuelve esterilidad.

A veces, en la misma persona, una metamorfosis: perversa a la edad en que tiene la plenitud de sus fuerzas, y luego histérica, a partir de un período de angustia; entonces la histeria no es en verdad una sexualidad desautorizada ablehnen, sino, mejor, una perversión desautorizada Por detrás de esto, la idea de zonas erógenas (14) resignadas. Es decir: en la infancia, el desprendimiento sexual se recibiría de muy numerosos lugares del cuerpo, que luego sólo son capaces de desprender la sustancia de angustia de 28 [días], y no ya las otras. En esta diferenciación y limitación [residiría] el progreso de la cultura, el desarrollo de la moral y del individuo.

El ataque histérico no es un aligeramiento sino una acción, y conserva el carácter originario de toda acción: ser un medio para la reproducción de placer. Esto es al menos el ataque en su raíz; por lo demás, se motiva ante lo preconciente con toda clase de otras (15) razones. Así, tienen ataques de sueño aquellos enfermos a quienes se les aportó algo sexual estando ellos dormidos; se vuelven a dormir para vivenciar lo mismo, y a menudo provocan con ello el desmayo histérico.

El ataque de vértigo, el espasmo de llanto, todo ello cuenta con el otro, pero las más de las veces con aquel otro prehistórico inolvidable a quien ninguno posterior iguala ya. También el síntoma crónico de la manía de permanecer en cama. Uno de mis pacientes todavía hoy lloriquea mientras duerme, como entonces lo hacía (para que lo tomara consigo la mamá, que murió cuando él tenía 22 meses). No parece haber ataques como «expresión acrecentada de las emociones». (16) [. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . ]

NOTAS

(1) [Fechada en Viena el 6 de diciembre de 1896.](2) [Alude a un pasaje de La concepción de las afasias (1891b), pág. 55.](3) [Esta figura anticipa los diagramas del aparato psíquico incluidos en el capítulo VII (B) de IS, 5, págs. 531-4. Las abreviaturas no coinciden con las allí empleadas, y que aparecen por primera vez, seis meses más tarde que la presente carta, en la Carta 64 y el Manuscrito N (infra, págs. 295 y 297).] (4) [Esto ya había sido señalado por Breuer en Estudios sobre la histeria (1895d), AE, 2, págs. 200·1, y elaborado por Freud en el "Proyecto» y otros lugares. (Cf. infra, pág. 343.) - Al final de la oración anterior, se lee en el original "des Geschehenen»; en AdA, pág 186, reza «des Geschehens» «del acontecer».] (5) [«Niederschrift»; en la correspondiente descripción contenida en IS, 5, pág. 532, se utiliza «Fixierung» «fijación». Cf. «Un caso de curación por hipnosis ... » (1892-93), supra, pág. 159n.] (6) [Por lo que se sabe, es esta la primera oportunidad en que aparece el término, publicado bajo la forma «Vorbewusst» «preconciente» en IS, 4, pág. 372, y 5, pág. 495.] (7) [«Quantitativen» en el original; en AdA, pág. 187, «qualilativem ».]En castellano en el original.(8) [Cf. pág. 313, n. 213.](9) [Véase el examen del «domeñamiento» de los recuerdos en el «Provecto». págs. 428 y sigs.] (10) El signo de interrogación está en el original] (11) [Sigue aquí un largo párrafo (dos páginas en el original), sólo inteligible a la luz de la teoría de la periodicidad de Fliess; hemos resuelto omitirlo, como lo hacen también los editores de AdA.] (12) [Véanse las dobles barras verticales en la figura 8.](13) [Cf. pág. 366, n. 69.](14) [Aparentemente, la primera vez que aparece la expresión, dada a publicidad en Tres ensayos de teoría sexual (1905d), AB, 7, págs. 152 y sigs.](15) [«.Anderen» en el original; omitido en AdA, pág. 192.](16) [En su primer trabajo sobre las neuropsicosis de defensa (1894a), AB, 3, pág. 52 y n. 15, Freud se había mostrado inclinado a aceptar esta definición de la histeria propuesta por Oppenheim

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(1890).]

ALGUNAS PUNTUALIZACIONES SOBRE LOS MOMENTOS INICIALESEN LA CONSTITUCIÓN DEL APARATO PSÍQUICO

Lic. Juan José Calzetta

En las páginas que siguen se procura aislar algunas de las numerosas variables que constituyen el edificio conceptual del psicoanálisis. Se las examina a lo largo de un breve pero fundamental período de la vida: los dos o tres primeros años. Como resulta inevitable se dejan fuera muchas cuestiones básicas, pero su tratamiento excedería el propósito de este trabajo.

Desde el punto de vista psicoanalítico puede afirmarse que el hombre no renuncia jamás totalmente a nada. Cada uno de los momentos constitutivos del aparato psíquico, cada una de las configuraciones desiderativo–defensivas permanece y hasta puede resurgir en circunstancias particulares. Freud apela en “El malestar en la cultura" a una metáfora que ilustra esta afirmación. Ocurre, explica, como si en una ciudad de larga historia –Roma, por ejemplo- pudiera observarse simultáneamente cada una de las sucesivas configuraciones urbanas. Según como el observador dirigiera su mirada o modificara su punto de observación, haría surgir las imágenes correspondientes a los edificios que ocupaban cada lugar en los distintos momentos históricos y que fueron siendo reemplazados unos por otros.

Junto con el concepto de resignificación (reinscripción o reorganización del material mnémico, al que se le asigna nuevo sentido en función de experiencias ulteriores), el concepto de la conservación del material psíquico como regla -a menos, claro está, que medie lesión de la sustancia nerviosa- es indispensable para entender la cuestión de la evolución del aparato psíquico. Es necesario articular ambos conceptos para evitar una idea errónea que reduzca el proceso de constitución del aparato a una mera progresión lineal.

Tomando estos recaudos, es posible internarse en la reconstrucción de esa historia, tarea que implica ordenar según una secuencia cronológica los estados del aparato psíquico que se han ido develando a partir, en primer lugar, del análisis de las neurosis. Cuanto más cercanos al comienzo, tanto mas especulativos serán los momentos de esta construcción.

Puede entonces concebirse un punto de partida inicial indiscriminado, en los primeros momentos de la vida, cuando el Yo (en el sentido de sentimiento de sí, lo que el sujeto considera como su mismidad) no ha reconocido aún a un otro, un mundo, un “no–Yo”. Freud establece una primera localización, a la que apenas correspondería denominar psíquica, que se funda sobre la comprobación de que ciertos estímulos son discontinuos (el niño asocia su desaparición con los movimientos que realiza con su cuerpo), mientras que otros mantienen constante su presión, por más que se realicen movimientos; es decir, no resulta posible apartarse de ellos.

Para comprender esta cuestión es necesario recordar que el psicoanálisis parte de conceptualizar a la sustancia nerviosa, y en principio al aparato psíquico por ella soportado, como un dispositivo destinado al apartamiento de estímulos, de acuerdo con el Principio de Constancia que tiende a mantener en todo momento la excitación en el nivel más bajo posible. Por esa razón adquiere particular importancia la posibilidad de suprimir estímulos mediante la fuga, la que comienza siendo un reflejo. El Yo Real primitivo, que se funda en la discriminación arriba señalada, comienza por circunscribir un lugar (antecedente de lo interior) como sede de lo inevitable. Por fuera queda un incipiente exterior, que en principio será aquello que puede ser suprimido, de lo que es posible fugarse, es decir, lo indiferente.

Las exigencias provenientes del soma rompen una y otra vez la tendencia original al apartamiento total de estímulos. La madre (en tanto función) cumple para el pequeño el papel de asegurar la satisfacción de las necesidades que él, en la más total inermidad, es aún incapaz de reconocer más que como urgencias sin nombre. Estas primeras experiencias de satisfacción dejan sus huellas, primeras marcas mnémicas (o sea, de memoria), sobre las que irá a fundarse, con toda

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su complejidad, la delicada armazón del aparato psíquico. Estas primeras huellas inauguran el polo del placer de lo que será después la serie placer-

displacer. Son estas primeras investiduras, estas primeras transformaciones de cantidad en cualidad, los basamentos del narcisismo primitivo; el punto de partida de la representación del Yo, así como, al mismo tiempo, de la del objeto deseado.

Se va constituyendo así un incipiente aparato capaz de procesar la cantidad de excitación que llega desde las fuentes somáticas. Este rudimentario proceso psíquico consiste en la reactivación de las huellas mnémicas por vía de la alucinación. Esta es un intento de repetir la experiencia que había sido anteriormente ocasión del descenso de la cantidad de excitación, dado que proveyó la satisfacción adecuada. Ese movimiento psíquico prefigura las posteriores identificaciones; pero por el momento, en tanto el Yo no se diferencia de su objeto, la identificación es indistinguible de la investidura de objeto, o aún del deseo. No existe todavía un otro, un no–Yo definido. Se origina en estos momentos iniciales la polaridad afectiva amor–indiferencia. A partir de lo señalado, se concluye que operan simultáneamente dos tendencias distintas:

a) una orientación realista inicial cuyo fundamento es biológico, reflejo; y b) una tendencia a la repetición imaginaria de la experiencia de satisfacción.

De la interacción de estos principios organizativos surge un nuevo nivel: el Yo-placer purificado, lo que incrementa la estabilidad de la estructura yoica. En esta nueva forma del Yo, éste queda identificado con el polo de lo placiente, mientras que lo displaciente es proyectado al exterior. El borde yoico prefigurado en el Yo Real Primitivo (es decir, el borde que separa lo evitable mediante la fuga de lo no evitable) es ahora utilizado con un nuevo sentido. Comienza a surgir un No-Yo, un exterior ahora no indiferente en torno al Yo, constituido por lo odiado, lo relacionado con el dolor y el displacer, aquello de lo cual procura fugarse el Yo una vez descubierta la posibilidad de la fuga. La polaridad afectiva no es más “amor–indiferencia”, sino, a partir de este momento, amor–odio. El primer sentimiento destinado a un objeto reconocido como exterior es, entonces, el odio; y, en una aparente paradoja, ese objeto exterior es primordialmente el interior del propio cuerpo, en tanto que es asiento de las sensaciones displacientes. Queda ahora completada la serie placer–displacer que se superpone con “Yo-no Yo”. Las representaciones–cosa que constituyen el núcleo del Yo son también las del objeto amado; o mejor las del objeto fusionado con las partes del cuerpo propio con las que entra en contacto (como, por ejemplo, boca y pezón, que forman un continuo). Obsérvese que no hay aún posibilidad alguna para el niño de establecer una distinción entre Yo y objeto amado. En este sentido el Yo es, ante todo un Yo corporal, en la medida en que partes de la superficie del cuerpo han sido significadas libidinalmente (investidas) por la madre, en el curso de la alimentación y el cuidado del bebé.

Este Yo ahora configurado, omnipotente en su capacidad de reproducir al objeto satisfaciente mediante el recurso alucinatorio apenas se establece la tensión de necesidad, es el lugar de lo “bueno absoluto”. Se constituye así un Yo Ideal cuyo rastro se hallará más tarde en la construcción del Ideal del Yo.

A lo largo de todos estos momentos constitutivos, los procesos de carga de las representaciones–cosa van excediendo la mera alucinación y dan lugar a formas primitivas de pensamiento como transferencia de carga entre dichas representaciones. Tal pensamiento es aún inconsciente ya que las huellas mnémicas son en sí inconscientes y carecen de signos de cualidad perceptibles por la conciencia, salvo en el caso que se reactualice su percepción, o sea alucinatoriamente. Este primer pensamiento inconsciente se ejemplifica con el “ pensamiento reproductor “ que Freud describe en el Proyecto de una psicología para neurólogos. Paulatinamente, las primitivas representaciones aisladas en un principio e independientes de sus relaciones mutuas, comienzan a vincularse entre sí, constituyendo una trama representacional cada vez más compleja. Este camino conduce a la inhibición de los procesos primarios y la

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instalación del Juicio de Realidad. Un nuevo nivel de complejidad se produce con el acceso a la palabra, que surge

apoyándose sobre el llanto que invocaba a la madre: el pensamiento, hasta entonces inconsciente, adquiere la posibilidad de consciencia dado el enlace de las huellas mnémicas de cosa con las de palabra. Se constituye así el proceso preconsciente y se enriquece extraordinariamente la capacidad de procesamiento de cantidades de excitación. Este nuevo nivel de funcionamiento mental conduce a la implementación de la acción específica por parte del Yo, lo que permite obtener satisfacciones de manera más autónoma.

La instalación del Juicio de Realidad, que marca el final del Yo de Placer Purificado, se establece por imperio de la necesidad. Hasta ese momento –es decir, durante el predominio del Yo Placer Purificado-, la demora que el sistema interponía en el camino de la descarga vía acción inespecífica (llanto, movimientos espontáneos, alteraciones internas, etc.), era aún muy pequeña. El Yo, en tanto sede omnipotente del bien, que fabricaba alucinatoriamente su objeto cada vez que la tensión aumentaba, podía mantenerse escaso tiempo. La urgencia corporal insistía exigiendo la reducción de tensión y terminaba por desarticular esa ilusión. La realización alucinatoria estallaba en una explosión de displacer, la angustia automática o cuantitativa, que sigue el modelo de la reacción ante el nacimiento y desarticula al incipiente aparato psíquico.

Tal angustia solo cesaba cuando el auxiliar externo -la madre– acudía a proporcionar una nueva experiencia de satisfacción. La reiteración de estas frustraciones obliga al Yo a desarrollar un dispositivo que inhiba las grandes transferencias de cantidad de excitación que constituyen el proceso primario. Para que esa inhibición del proceso primario sea posible –o sea, para que se instale el proceso secundario- es necesario que se produzca la complejización de la trama representacional, lo que permite atenuar la cantidad de carga que inviste a la huella mnémica de la cosa. En otros términos: el Yo logra reprimir la reproducción alucinatoria del objeto deseado, ya que ese camino (la Identidad de Percepción) demostró terminar ocasionando displacer. Comienza a actuar el Principio de Realidad, el que en última instancia está al Servicio del Principio del Placer y lo perfecciona, ya que su finalidad es, precisamente, evitar el displacer.

Este procedimiento por el cual el Yo logra evitar la repercepción alucinatoria de la satisfacción es llamado por Freud, en el Proyecto de una psicología para neurólogos , “Defensa Primaria”. Permite el pasaje de la Identidad de Percepción (alucinación primitiva) a la búsqueda de Identidad de Pensamiento (rodeos mentales necesarios para alcanzar efectivamente la satisfacción) o, en otras palabras, discrimina la percepción del recuerdo.

El Yo se defiende así de la sensación de displacer que sobreviene a la frustración y se asegura algunas formas de actuar en el mundo exterior para lograr la satisfacción real. Por esta razón es que, si bien el Principio de Realidad parece contrariar al de Placer, oponiéndose a la realización alucinatoria que es el intento de obtener placer sin demora, en realidad lo perfecciona, poniéndose a su servicio. El Yo que logra esta doma no es más en principio que un sistema de representaciones investidas libidinalmente, que retiene en esa trama representacional una cantidad de energía suficiente como para asegurar su eficacia. Las ideas que lo forman se estructuran alrededor de la representación de objeto. Como se dijo más arriba, esa representación primitiva de objeto es, a la vez, representación del Yo mismo. El núcleo del Yo es esa identificación primaria.

De su objeto –al principio no reconocido como tal- aprende el Yo su capacidad discriminadora, habilidad que le resultará imprescindible en el progresivo dominio de la realidad. Este aprendizaje se produce, precisamente, como consecuencia de la identificación. El otro y su perspectiva están incluidos en el Yo desde el comienzo de la constitución psíquica.

Este proceso lleva a que el Yo logre al fin diferenciarse de manera estable de su objeto. Antes, la inmediata producción alucinatoria con que se intentaba cancelar todo aumento de tensión impedía esta discriminación. Si el Yo reproducía el objeto a voluntad, éste era entonces

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parte de aquél: precisamente su parte más valiosa. Pero desde el momento en que el objeto se reconoce como externo, el Yo debe tolerar el doloroso aprendizaje de que esas partes valiosas de sí mismo se encuentran, en realidad, fuera de él. En otras palabras: el Yo debe comenzar a aprender a esperar. Es decir, deberá aplazar los movimientos de descarga (acciones específicas) hasta que haya comprobado los signos de realidad que aseguran que se ha reencontrado afuera el objeto deseado.

De modo que lo “bueno” absoluto se fractura;; el amor al Yo y el odio al objeto son ya insostenibles. Si parte de lo bueno está afuera, en el No-Yo, y parte de lo malo es propio del Yo, la ambivalencia afectiva se torna inevitable. Los sentimientos hacia el objeto -y también hacia el Yo- consistirán en una mezcla de amor y odio.

Así como en la etapa anterior la principal exigencia planteada al incipiente aparato psíquico había sido la cualificación de las cantidades de excitación, ahora se hace imperativo el dominio del objeto. Por imposición de la realidad el Yo se vio obligado a separarse de él, pero al hacerlo, el objeto arrastró consigo algunas de las pertenencias más valiosas del Yo. Este último queda entonces marcado, para el resto de su historia, por la tendencia perpetuamente insatisfecha a recuperar lo perdido, reincorporando el objeto. Es cierto que la anterior forma de buscar el placer, vía realización alucinatoria, terminaba siendo frustrante; pero es particularmente difícil renunciar a las ilusiones. El Yo deberá soportar en adelante la nostalgia de un objeto perdido que en realidad nunca poseyó. El mantenimiento de la defensa primaria, que permite el ejercicio del juicio de realidad, representa un tensionamiento constante que el Yo debe esforzarse por sostener; sólo prescinde de él en esa profunda transformación que experimenta cada noche, cuando se entrega al reposo, y las alucinaciones oníricas reinstalan un primitivo modo de procesar los deseos.

Desde el punto de vista económico ese esfuerzo se explica como el mantenimiento, dentro de la trama representacional yoica, de una cantidad de energía psíquica que se sustraerá a la descarga, oponiéndose a la tendencia más elemental del sistema, que era, como se recordará, a la descarga sin demora y lo más completa posible.

Es claro, entonces, que si no puede reincorporar el objeto perdido deberá procurar dominarlo por cuanto medio disponga. Esta es, precisamente, la edad del dominio muscular y también de los caprichos. En tanto manifestación de la pulsión de dominio, éstos tienen por finalidad imponer el objeto que se aleja una conducta determinada por los propios deseos. Es también la edad del sadismo, porque en el sufrimiento del otro, ocasionado por el Yo, se manifiestan la voluntad del dominio y la ambivalencia afectiva. Por ese camino se llega a un desenlace paradójico: el mayor dominio posible consiste en la destrucción del objeto y, por lo tanto, su pérdida definitiva.

De esta dramática comprobación parte también la primera gran renuncia por amor: el control de esfínteres. Para retener el amor, inseparable aún de la presencia corporal del objeto, el Yo renuncia a su placer y a su producto.

La angustia experimenta en esta etapa una gran transformación. Si antes puede considerarse que era producto de una invasión de cantidad de excitación, que excedía las posibilidades metabolizadoras de la estructura yoica (y por lo tanto, destruía momentáneamente al Yo) ahora será en cambio, anticipación. El Yo, advertido de la posibilidad de perder a su objeto, anticipará las condiciones de su pérdida: separado de su objeto, quedaría nuevamente expuesto a las invasiones de cantidad. Es que el tipo de vínculo que puede establecer con un objeto conserva aun mucho del modo de enlace identificatorio narcisista. El Yo construye su objeto a su semejanza y mantiene con él una relación de prolongación y apoyo. Se dice que se trata de una elección objetal–narcisista. La pérdida del objeto implica, necesariamente, un desgarro vivido como irreparable en el Yo.

A través de los avatares de esta creación del mundo, el Yo encuentra en la realidad obstáculos para el desarrollo de su sadismo (la educación por parte de los padres, el control de

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esfínteres) que determinan la actuación de su forma reflexiva: el masoquismo; retorno autoerótico de la pulsión que implica la recuperación de un modo narcisista de satisfacción. El Yo se identifica con el objeto de la pulsión sádica produciendo un pasaje de la actividad a la pasividad, polaridad que impregna todos los vínculos que se establecen en esta etapa.

El antecedente de la pulsión de dominio es el esfuerzo del Yo por dominar las cantidades de excitación que afluyen del cuerpo, asignándoles cualidad; esto es, enlazándolas a la representación de objeto y elaborando la serie placer–displacer, según la cual se establece un adentro y un afuera en el sentido de lo propio–amado, y lo ajeno–odiado, respectivamente. Después se tratará de dominar el objeto mismo, dominio que se apoya en el anhelo subyacente de desobjetalizarlo; es decir, reincorporarlo al Yo. Lo que en el momento de la constitución yoica denominando Yo-placer Purificado se plantea en términos de oposición adentro–afuera se reeditará luego como activo–pasivo, dominador–dominado, sádico–masoquista. De esta polaridad tomará sus materiales la posterior diferencia fálico-castrado, sobre la que se apoya masculino–femenino.

Pero el Yo de la etapa sádica no reconoce aún tales diferencias o, por lo menos, no les asigna mayor significación; el objeto es, ante todo, igual al Yo. Más tarde, cuando la comprobación de las diferencias sexuales se haga inevitable, comenzará a ponerse en escena el drama edípico.

Si se articulan los conceptos antes desarrollados con las etapas de evolución de la libido, puede diseñarse el siguiente cuadro sinóptico, en el que la defensa primaria ocupa una zona de transición. Debe hacerse la salvedad de que constituye una esquematización de procesos que no reconocen límites rígidos, y que, necesariamente, omite una gran cantidad de variables; su interés es apenas ilustrativo.

FASE ORAL FASE SÁDICO-ANAL

Identidad de percepción Búsqueda de identidad de pensamiento

Ser = tener Ser =/= tener

DEFENSA PRIMARIAEnlace identificatorio Elección de objeto narcisista

Cualificación de las cantidades Dominio del objetoAngustia automática Angustia de pérdida de objeto

Indiferencia yo-objeto Diferencia yo-objetoAcción inespecífica Acción específica frente a los signos de realidad

BIBLIOGRAFÍA

Avenburg, Ricardo “El aparato psíquico y la realidad”. Ed. Nueva Visión, Bs. As., 1975 Freud, Sigmund Ed. Biblioteca Nueva, Madrid, 1968

“Proyecto de una psicología para neurólogos”. “La interpretación de los sueños”“Los dos principios del suceder psíquico” “Los instintos y sus destinos” “Duelo y melancolía””El Yo y el Ello”“Inhibición, síntoma y angustia” “El malestar en la cultura” “Esquema del Psicoanálisis”

Lucioni, Isabel “Observaciones sobre la constitución del sado-masoquismo”. Imago No 11, Ed. Letra Viva, Bs. As., 1984

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PRODUCCIÓN DE SUBJETIVIDAD Y CONSTITUCIÓN PSÍQUICA:LO QUE PERMANECE Y LO QUE CAMBIA A TRAVÉS DE LA HISTORIA

Juan José Calzetta 2011 Publicado en: Revista Universitaria de Psicoanálisis, Año 2011, Vol. 11, pág. 43 a 55, Buenos Aires, Facultad de Psicología, UBA, ISSN 1515-3894

Resumen: El presente trabajo cuestiona la posibilidad de establecer un límite preciso entre las nociones de subjetividad y aparato psíquico, y concluye que la frontera entre ambas debe considerarse más bien como una amplia zona de transformación, en la que no pueden concebirse oposiciones simples. Explora con ese fin la idea de subjetividad presente en la producción de algunos autores psicoanalíticos, retoma la referencia a lo social implícita en tal formulación y la pone en relación con el proceso de constitución del aparato psíquico, tal como se propone fundamentalmente en la obra freudiana. El concepto de identificación aparece como un articulador clave entre ambas dimensiones. Se plantea que la organización psíquica de los inicios del aparato incluye ya tanto aspectos universales (permanentes en la constitución psíquica) como otros que dependen de las particularidades históricas.

Palabras clave: Subjetividad, aparato psíquico, identificación, procesos.

La propuesta resumida en el título encierra alguna ambigüedad. En efecto: podría referirse a reseñar permanencias y cambios a lo largo de la historia del individuo, es decir, a la forma en que el sujeto transforma sucesión de acontecimientos en historia propia. O, tal vez, a lo que permanece y lo que cambia en cuanto a la producción de sujetos en distintos momentos de la historia. Por último, a lo que fue variando y lo que permaneció estable en la historia del concepto de subjetividad. Estas perspectivas no son, por cierto, excluyentes.

En una primera aproximación pueden distinguirse tres problemas –o conjuntos problemáticos- diferentes:

1. En primer lugar, está el tema de la “producción de subjetividad”. La cuestión no es menor: la idea de “subjetividad” es utilizada por diferentes disciplinas y con sentidos distintos. Filosofía, pero también antropología, sociología, comunicación, economía, además de psicología, emplean hasta el cansancio el término. Bastan los catálogos de las editoriales para encontrar una sorprendente multiplicidad de sentidos. Más fácil aún: quien ingresa “subjetividad” en el buscador Google, se encuentra en un instante nada menos que con varios millones de referencias. Si en cambio, más prudentemente, anota “producción de subjetividad”, aparecen cientos de miles de citas. Con sólo mirar algunas de ellas se cae en cuenta de que, si bien todas tienen algo en común –la referencia a algo de un sujeto- las diferencias de sentido entre unas y otras son importantes. Debe limitarse más el objeto de la indagación para llegar a algún lado.

2. En segundo lugar debe precisarse la cuestión de la “constitución psíquica”. El tema remite, en la teoría psicoanalítica, a lo que Freud bautizó como metapsicología, es decir, al intento de ceñir los problemas psicológicos desde la triple perspectiva económica, tópica y dinámica. Dentro de ella se refiere, en particular, al punto de vista tópico, es decir, al modelo teórico denominado “aparato psíquico”.

3. En cuanto a la cuestión de lo que permanece y lo que cambia, se trata de un problema clásico del pensamiento de Occidente, que se expresó con claridad ya en los filósofos presocráticos. Según reflexiona Popper, en su recorrido por la antigua filosofía griega, el asunto es en sí mismo extraño y sorprendente: “El problema se puede enunciar como sigue. Todo cambio es cambio de algo. Tiene que haber una cosa que cambia, y dicha cosa debe permanecer idéntica a sí misma mientras cambia. Pero, podemos preguntar, si permanece idéntica a sí misma, ¿cómo es que puede cambiar?” (Popper, 1999, 207). La solución propuesta por Heráclito, que postula que todo fluye y nada permanece, conduce –señala Popper- a cuestionar la entidad de las cosas que cambian: “No hay cosas, sino sólo cambios,

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procesos... Todas las cosas son llamas, como el fuego” (op. cit.). La respuesta de Parménides, por su parte, establece el marco metafísico en la ciencia y en la filosofía occidental: el cambio es paradójico y, por lo tanto, una imposibilidad lógica. Para él “lo que existe está inmóvil: autoidéntico y descansando en sí mismo, permanece firmemente donde está” (Op. cit., 209). Todo cambio es, entonces, ilusorio; la única realidad, el “Ser verdadero”, es inmutable, inengendrado e inmóvil. Veinticinco siglos después, los ecos de la vieja polémica parecen cruzarse aún, como los cuchillos de un mítico duelo borgeano, en el enfrentamiento renovado entre algunas posiciones dogmáticas. Por otra parte, la discusión sobre un término como “identidad” –de uso frecuente, por cierto, en psicología- remite al centro del problema.

La cuestión de la subjetividad. Obviamente se trata del sujeto. Pero, ¿de qué sujeto se trata? Según el diccionario de la Real Academia, “Subjetividad” es la cualidad de subjetivo. Esto último (del lat. subiectivus) posee dos acepciones: 1, perteneciente o relativo al sujeto, considerado en oposición al mundo externo; y 2, perteneciente o relativo a nuestro modo de pensar o de sentir, y no al objeto en sí mismo. Por su parte, sujeto, (del lat. subiectus, part. pas. de subiicere, poner debajo, someter) ostenta ocho acepciones. Interesan aquí sobre todo dos de ellas: 1, Expuesto o propenso a algo, y 4, Espíritu humano, considerado en oposición al mundo externo, en cualquiera de las relaciones de sensibilidad o de conocimiento, y también en oposición a sí mismo como término de conciencia.

En Freud no hay referencias a la cuestión del sujeto, salvo una muy general, en “Pulsiones y destinos del pulsión”, en oposición a “objeto” de la pulsión. En el resto de la literatura psicoanalítica el tema del sujeto aparece con relativa frecuencia; tomaré sólo unas pocas referencias. Nora Fornari (1999) propone pensar al sujeto como lo emergente en cada acto de apropiación, apoyándose en la importancia que la pulsión de dominio o apoderamiento adquiere en la conceptualización freudiana. Sujeto sería, así, el que se apropia, el que es activo en la relación con su circunstancia.

André Green, por su parte, propone una definición en la que explícitamente rechaza la idea de restringir el concepto de sujeto a la instancia yoica: “La concepción del sujeto que sostenemos es en cierta medida sinónima del aparato psíquico, porque es la suma de los efectos mutuos de las distintas instancias que lo componen. El aparato psíquico sería su expresión objetivante, mientras que el sujeto quedaría asignado a la experiencia de la subjetividad” (Green, 1996, 27).

La cuestión de la subjetividad reconduce entonces, por esas dos vías, a la de aparato psíquico, porque el dominio constituye la función o propósito primordial del aparato. Su primera forma de manifestación sería el dominio de las cantidades de excitación, el cual comienza a partir de la cualificación de esas magnitudes mediante el sistema representacional. El matiz diferencial que se perfila queda definido por esa referencia a la “experiencia” de la subjetividad a la que se refiere Green.

Silvia Bleichmar (1999), en tanto, propone una diferencia más precisa entre constitución psíquica y producción de subjetividad. La primera se referiría a “variables cuya permanencia trasciende ciertos modelos sociales e históricos” y que pueden ser cercadas en el campo específico del psicoanálisis. La segunda, en cambio, abarcaría aquellos aspectos que hacen a la construcción social del sujeto, en relación con lo ideológico e inscripta en un espacio y un tiempo determinados desde el punto de vista de la historia política. La diferencia parece instrumentalmente útil, pero lleva a la autora citada a una cierta relativización de algunos conceptos fundamentales de la constitución del psiquismo 1, tema que merece aún más elaboración.

La idea de “constitución psíquica” pertenece al universo conceptual del Psicoanálisis;; “construcción de subjetividad”, en cambio, fue acuñada en otras disciplinas e importada, luego, al uso psicoanalítico, en el que prolonga, como marca de origen, la referencia a lo social. Se trata de nociones heterogéneas, entre las que no es sencillo plantear una comparación. Intentaré mostrar, sin embargo, que la pretensión de establecer una diferenciación más o menos precisa entre ambas no resulta sostenible. El límite entre una y otra no es en absoluto nítido; debe considerarse más bien como una amplia zona de transformación, en la que no pueden concebirse oposiciones simples. Para lograr tal objetivo se hace necesario en primer lugar dirigir la mirada a las relaciones entre el espacio psíquico y el social.

1 Como, por ejemplo, cuando cuestiona la vigencia del concepto “complejo de Edipo” como articulador teórico fundamental, dados los cambios sobrevenidos desde mediados del siglo XX en las formas de procreación y crianza. La misma duda recaería sobre otras construcciones teóricas, como la escena primaria, la teoría cloacal o la castración.

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Para Cornelius Castoriadis (1998, 41), la relación entre la psique y lo histórico-social es compleja. En principio, afirma, son irreductibles uno al otro: “El inconsciente produce fantasmas, no instituciones. Tampoco se puede producir la psique a partir de lo social, ni reabsorber totalmente lo psíquico en lo social”. La psique está, por cierto, socializada, pero nunca del todo. Para la psique original, lo social es pura ananké, necesidad, o sea limitación. Pero, al mismo tiempo, lo histórico social es la condición esencial e intrínseca del pensamiento y la reflexión. Para el autor citado la clave está en el desarrollo hipertrófico, “casi canceroso” dice (op. cit., 44), de la imaginación en nuestra especie. Elabora el concepto del “imaginario social instituyente”, y plantea que sociedad y psique son a la vez irreductibles entre sí e inseparables. “La socialización no es una simple suma de elementos externos a un núcleo psíquico que permanecería inalterado, sus efectos están inextricablemente tejidos a la psique tal como ella existe en la realidad efectiva”. La sociedad es siempre autoinstitución, creación de sí misma. La institución imaginaria de la sociedad, a la vez que constituye a ésta, provee de sentido a la psique, de sentido para su vida y para su muerte. La psique de los individuos estaría entonces formada también por el conjunto de significaciones imaginarias sociales, las que no constituyen una mera construcción intelectual, pues integran un aspecto pulsional y uno afectivo. Estas significaciones llegan a intervenir en la determinación de cuestiones tan básicas como, por ejemplo, el juicio de existencia, condición de funcionamiento de una instancia del aparato psíquico: el Yo realista consciente-preconsciente. En la antigua Grecia, ejemplifica el autor citado, los estanques estaban efectivamente poblados de ninfas, ya que éstas tenían realidad para un griego de esos tiempos. Probablemente, tanta realidad como podría tenerla, para un habitante de nuestros días, algunas de las cosas en las que se cree simplemente porque son publicadas en la TV o en los diarios.

Constitución psíquica. Como se sabe, en la misma obra freudiana el modelo del aparato psíquico –es decir, el punto de vista tópico- conoció varias versiones. La estructura del aparato se refiere a los lugares psíquicos, especialización virtual de los distintos tipos o niveles de procesamiento mental, que se manifiestan, en realidad, en secuencias temporales. Los fenómenos se definen, describen o explican en función de los lugares psíquicos implicados, los que se representan en las llamadas primera y segunda tópicas.

La primera descripción que hace Freud acerca de tales localidades psíquicas figura en el conocido capítulo VII de “La interpretación de los sueños” y divide el aparato en tres sistemas: Consciente, Preconsciente e Inconsciente. Se trata de subestructuras estables que guardan entre sí una orientación determinada, un orden en la secuencia de los procesos psíquicos. En principio, este esquema considera una dirección progrediente de la actividad psíquica según el clásico modelo neurológico del arco reflejo. La dirección “Estímulo Respuesta” da origen, en el diseño freudiano, al vector “Polo perceptual Polo motor”. En el espacio del recorrido que media entre ambos polos se figura la inscripción de las huellas mnémicas (HM), inconscientes en sí mismas, cuya reactivación produce actividad psíquica propiamente dicha. A partir de esas HM se constituye el conjunto de las Representaciones-cosa, es decir, el sistema Inconsciente. Esas representaciones establecen un primer nivel de atribución de sentido, todavía inconsciente, necesario para el ascenso de los procesos excitatorios somáticos al nivel psíquico; o, en otros términos, para la transformación de exigencias de trabajo de origen somático en pulsiones. La percepción, unida a la consciencia, puede ser activada no sólo por estímulos – provenientes del medio o del interior del organismo- sino también por una reversión de la corriente psíquica, que, de no encontrar habilitada la motilidad voluntaria, logra volver sobre sus pasos y reactiva el polo perceptual. Se constituye así una regresión tópica, idea que apunta a la explicación tanto de la primitiva alucinación del lactante como del mecanismo de formación de sueños. La posibilidad de consciencia de los procesos psíquicos que se habilita con posterioridad deriva de la instalación de las Representaciones de palabra, las que permiten el funcionamiento del pensamiento reflexivo, a modo de lenguaje interior. Esta adquisición señala el funcionamiento del sistema Preconsciente, constituido primordialmente por tal forma de representación.

La segunda tópica, integrada también por tres instancias: Yo, Ello y Superyó, es consecuencia de la introducción del concepto de narcisismo y de las investigaciones sobre el Yo y se expone claramente, entre otros textos, en El Yo y el Ello (1923). Estos dos modelos teóricos –es decir, Consciente- Preconsciente-Inconsciente y Yo-Ello-Superyó- no se superponen, ni resultan antagónicos entre sí; su relación es más bien de complementariedad. Por tanto, toda explicación teórica debería ser posicionada respecto de tales instancias psíquicas; la consideración simultánea de ambas tópicas supone una ampliación del alcance original de la perspectiva metapsicológica.

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El modelo complejo del funcionamiento anímico que Freud definió de tal manera propone, como se dijo, una construcción integrada por múltiples lugares psíquicos o instancias entre los que se establecen relaciones comprensibles desde los puntos de vista económico y dinámico, señalados más arriba. Este constructo teórico procura permitir la intelección de cierto rango de las condiciones de producción de los procesos anímicos, tanto consciente-preconscientes –o sea, accesibles en forma más o menos inmediata a la percepción introspectiva del sujeto— como inconscientes, es decir, inaccesibles en forma directa y sólo discernibles a partir de su reconstrucción. Se formula así un modelo de la estructura básica del funcionamiento psíquico, tanto normal como patológico.

Además, la invención freudiana no se limita a describir el funcionamiento de ese modelo para un sujeto adulto, idealmente acabado, sino que se propone dar cuenta de su surgimiento y desarrollo. Para abordar esta última perspectiva se hace necesario partir de la pregunta acerca de los aspectos basales de esa organización; es decir, lo que se supone más universal y menos variable a través de las épocas. En primer lugar deberá considerarse el sustrato neurológico que preexiste y soporta al psiquismo, lo que determina un conjunto de disposiciones comunes a la especie. Luego, unos principios fundamentales: según lo pensó Freud, el principio de inercia neuronal y su consecuencia a nivel del organismo, el principio de constancia. De éste provendrá luego el principio de placer-displacer. Además, la experiencia del propio cuerpo, la prematuración y la consiguiente dependencia del auxiliar, de donde procede lo universal del apoyo en experiencias vinculares estructurantes básicas: la nutrición y el auxilio o sostén, que remiten a la realización de acciones específicas productoras de satisfacción por parte del auxiliar, entre otras. En un momento posterior, tendrá lugar la comparación del cuerpo propio con otros cuerpos, y las consecuencias psíquicas que provengan de esa actividad. En estos puntos de partida puede fundar la teoría su pretensión de generalidad, más allá de la singularidad propia de cada sujeto. Singularidad y generalidad son, una y otra, los polos entre los que se despliega la posibilidad explicativa y la eficacia del Psicoanálisis en tanto cuerpo teórico-práctico de vasto alcance En otras palabras: hay aspectos determinantes, señalados más arriba, que son comunes, dentro de ciertos límites, a todos los miembros de la especie humana, en cualquier época histórica que se tome en consideración. Esos “universales”, por así llamarlos, son sólo los puntos de partida en la organización del aparato psíquico.

Está claro que, para Freud, ese aparato no viene dado de entrada, como un programa instalado “de fábrica”, sino que debe construirse en el tiempo. Esto implica la necesidad de considerar las condiciones que regulan ese proceso de autopoiesis psíquica. Puede partirse de la idea de que el origen de este aparato es traumático. Ello significa que, a partir de la organización propia del sistema nervioso, operante ya incluso como una dotación de respuestas disponibles de manera innata, las exigencias de trabajo hacen surgir una nueva organización, con otras propiedades, cuya finalidad es perfeccionar lo que puede ser definido, en cuanto a su propósito inicial, como el apartamiento de los excesos en las cantidades de excitación . En ese sentido es válida la inclusión de la idea de lo traumático: si bien se trata de un concepto que experimentó en la teoría mutaciones y usos diversos –lo que le confiere aún hoy cierta inevitable oscuridad- no caben dudas de que la idea de trauma está siempre asociada a la de excesos cuantitativos.

Para la constitución de ese nuevo espacio que es la psique se requiere, entonces, del encuentro oportuno de dos agentes fundamentales. Por un lado la actividad del otro en tanto auxiliar. Por otro, la que proviene de lo que constituirá el ámbito del sujeto, determinada en los primeros momentos por las formas adaptativas innatas, un terreno en cuyo estudio se han hecho notables aportes en las últimas décadas (v. infra).

Pero es necesario considerar, a la vez, la intensidad de las exigencias de trabajo originadas en el soma que tensionan hacia el hallazgo de una forma que les otorgue entidad. En este sentido, el ser de la pulsión surge del encuentro entre la cantidad de excitación que reclama descarga y la representación capaz de guiarla por el camino de la complejización desiderativa. La forma representacional primordial, representante de la pulsión o pictograma, como lo llamó Piera Aulagnier (1977), es el residuo de la acción intrusiva del auxiliar –ella habla allí de “violencia primaria”- y lo que determina el pasaje del Principio de Constancia al Principio del Placer-displacer.

Como puede observarse, se considera aquí un sistema de tres componentes en interacción necesaria para la producción de sujeto: a) las formas adaptativas innatas, b) la cantidad de excitación somática y c) la actividad del otro auxiliar , a partir de la cual se generará el nivel representacional. Se materializa así el efecto inicial de la Pulsión de Vida, que da sentido –y por lo tanto posibilita- a la organización psíquica. Consiste en placer corporal que define zonas del cuerpo, sexualidad en estado

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naciente, cuya energía –la libido- impulsa el proceso de construcción y complejización psíquica. La insuficiencia adaptativa de nuestra especie se transforma entonces en motor de la creación de cultura. Todo lo humano quedará marcado por la representación como actividad fundamental, lo que hará decir a Castoriadis que en nuestra especie el placer de la representación se impone al placer de órgano.

El requisito, la precondición para que el encuentro entre cuerpo y objeto prospere y culmine en la creación de un nuevo espacio subjetivo es, precisamente, esa capacidad de representación que permite construir la compleja estructura de la mente, en el pasaje de la forma elemental a la escena y de ésta al sentido, de acuerdo a la enumeración de Piera Aulagnier (op. cit.), que expresa así la transición de procesos originario, primario y secundario. Por supuesto, no debe pensarse al sistema representacional como un álbum de fotos, un archivo del que se extrae una imagen según la necesidad del momento. Habrá que concebirlo, más bien, como un proceso permanente, un esfuerzo siempre vigente por el cual las exigencias de trabajo –pura cantidad- devienen magnitudes ya cualificadas, libidinizadas, con las que puede operar el psiquismo.

Como se señala más arriba, la organización del sistema nervioso propia del ser humano provee, de manera innata, un repertorio de respuestas notablemente amplio, según lo demuestran las investigaciones llevadas a cabo en las últimas décadas (Cf. Schejtman, 2007). Con esos recursos comienza, inmediatamente luego del nacimiento, la acción equilibradora a que se alude más arriba. Pero esas mismas acciones biológicamente determinadas se integran dentro de un complejo sistema de intercambios con el medio, que involucran de modo especialísimo al auxiliar, y que generan una nueva forma organizativa que desplaza a la anterior, biológica, hereditaria, y se impone sobre ella2Lo que se origina a partir de entonces es lo que recibe el nombre de “aparato psíquico”. Se trata de una neoformación, una nueva organización del funcionamiento que excede el nivel biológico y genera un espacio hasta entonces inexistente, que se rige por sus propias leyes. En este espacio de lo psíquico, la causalidad se complejiza al incluir como su componente rector la cuestión del sentido.

Puede comprenderse a partir de aquí cómo la dimensión de lo relativamente permanente se flexiona en el sentido de lo sujeto a las contingencias históricas. El concepto articulador entre ambas dimensiones es el de “identificación”, una idea clave del psicoanálisis, y sin la cual no puede concebirse ninguna forma de constitución psíquica. Es el camino por el cual es posible dar cuenta, en un terreno estrictamente psicológico, de la forma en que lo social, ideológico y político se encarna en cada uno de los sujetos particulares de una época histórica. El de la construcción social de la subjetividad no es, por cierto, un tema reciente: ya en 1859, Marx escribía en sus “Elementos fundamentales para la crítica de la Economía Política” (Grundrisse) que “la producción produce, por lo tanto, no sólo un objeto para el sujeto, sino también un sujeto para el objeto”

La identificación es, en general, la forma en que cada sujeto organiza su psiquismo sobre la imagen de otro que funciona de modelo. Como señala Avenburg (1971), la perspectiva del otro está incluida en el aparato psíquico desde el comienzo; es decir que, desde los inicios mismos del vínculo, antes de que éste sea efectivamente reconocido por el niño como una relación de dos, la forma en que el auxiliar mira al sujeto, la manera en que experimenta y concibe al placer y al dolor, el modo en que se ve a sí mismo ejerciendo su función, pasan a formar parte de la concepción que el sujeto en formación produce de sí. Winnicott (1972) plantea esta cuestión brillantemente en su aporte sobre el papel de espejo del rostro de la madre y la familia. Ya desde este nivel correspondiente a la identificación primaria (en palabras de Freud (1921, 101), “la forma más originaria de ligazón afectiva con un objeto”) ese mecanismo es un transmisor de formas ideológicas, derivadas de circunstancias históricas.

Es decir, la organización psíquica de los inicios del aparato incluye ya tanto aspectos universales (permanentes en la constitución psíquica) como otros que dependen de las particularidades históricas. Desde el comienzo de la vida psíquica operan simultáneamente dos tendencias distintas: a) una orientación realista inicial cuyo fundamento es biológico (el denominado por Freud “Yo-Real primitivo”) que comprende –a la luz de lo aportado por investigaciones recientes- los recursos adaptativos innatos señalados más arriba, y b) una tendencia a la repetición imaginaria de la experiencia de satisfacción. Esta última da forma al llamado Yo-placer a partir de un cierto grupo de las huellas mnémicas inscriptas. Ese conjunto particular de HM corresponde a las experiencias iniciales de satisfacción e involucra, por lo tanto, 2 Este movimiento cuya definición coincide con la de la represión, plantea la cuestión de la represión de la disposición biológica. El aparato psíquico sería así en sí mismo una gran contrainvestidura.

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desde el comienzo, al resto identificatorio del encuentro con el objeto; es decir, el producto de la “violencia primaria” según fue considerado más arriba. Si bien toda experiencia es capaz de dejar una “huella” –es decir, una alteración estable en el sustrato material-, a modo de residuo de la percepción que permitiría eventualmente la evocación, no es a partir de cualquiera de estas marcas de donde podría originarse el aparato psíquico. Si se considera que esta nueva organización surgirá a partir de la posibilidad de revivenciar – por medio de la alucinación primitiva- las experiencias satisfactorias pasadas, como un intento ilusorio de procurar el cese de la excitación, entonces se comprende que comiencen por ser reactivadas sólo aquellas huellas mnémicas que derivan de las experiencias satisfactorias; no así las que se inscribieron como consecuencia de experiencias de dolor. De tal modo puede suponerse la construcción de esa forma primitiva de organización psíquica que Freud (1915) llamó Yo-placer. Sobre la satisfacción de las necesidades, sobre ese descenso de la cantidad de excitación que implica la cancelación momentánea de una exigencia de trabajo se instala algo más, un excedente de la saciedad del cuerpo que es el placer. Como señala Green (op. cit), el descubrimiento del fenómeno del apuntalamiento, o surgimiento anaclítico de la sexualidad sobre la satisfacción de la necesidad, es uno de los aportes originales del Psicoanálisis. Lo verdaderamente nuevo, desde el punto de vista del funcionamiento psíquico, es que a partir de este registro siempre se tenderá a la satisfacción por repetición de la vivencia placentera. Lo buscado por el procesamiento psíquico no será la satisfacción sin más de la necesidad biológica sino la obtención de placer. En otras palabras: se excede a partir de entonces el terreno de lo meramente necesario para dar lugar a una nueva forma de procesamiento; sobre la base de los anteriores comienza a organizarse un nuevo principio, que toma el mando y guía el funcionamiento psíquico. Ya no se trata de Principio de Constancia (puramente cuantitativo), sino de Principio del Placer, cualitativo, que busca el reencuentro con los signos perceptuales que acompañaron la satisfacción, como forma de encuentro con la satisfacción misma. Lo anhelado pasa a ser no la sola disminución de la cantidad de excitación, sino la recuperación de esa vivencia subjetiva específica que corresponde al placer, lo que va a conducir a la búsqueda de nuevas combinatorias perceptuales que puedan repetir o aún incrementar el placer. De aquí parten cuestiones extremadamente importantes en relación al papel de la imaginación en la actividad psíquica.

Puede concebirse como un nuevo nivel de organización al “Yo-placer purificado”, en tanto consecuencia de la interacción de los principios organizativos encarnados en el Yo-placer, por un lado, y en el Yo-real primitivo –éste último, como se señaló más arriba, se apoya básicamente en la posibilidad de huida del estímulo y en los mecanismos adaptativos innatos en general- por otro; tal Yo-placer purificado logra un incremento de la estabilidad de la estructura yoica3. En esta nueva forma del Yo, éste queda identificado con el polo de lo placiente, mientras que lo displaciente es proyectado al exterior. El psiquismo se organiza así tomando como uno de sus modelos el funcionamiento corporal, ya que los movimientos de tragar y escupir son dos de los primeros logros motrices del niño, fundamentales para su supervivencia. En este momento de la organización psíquica, correspondiente al narcisismo primitivo –concepto que debe entenderse en relación con el yo-placer, ya que el yo de realidad inicial resulta, en principio, regido por otra lógica-, las categorías de “ser” y de “tener” aún no se han diferenciado, o, lo que es lo mismo (como recuerda Avenburg, 1998) fuente y objeto coinciden. En esto se apoya el proceso de identificación primaria que, como se planteó más arriba, modela ya al Yo de los comienzos sobre la imagen del objeto. Como se ve, ya en las estructuras más originarias del psiquismo operan formas que derivan de la circunstancia (lo cual incluye lo sociohistórico mediado por la persona del auxiliar) a la vez que de condiciones universales representadas por la organización somática y por el estado de desvalimiento infantil. A partir de allí, el Yo crecerá como un “precipitado de vínculos de objetos resignados”, según formula Freud (1933, 84), ya que cada investidura dejará una huella perdurable que, junto con las formaciones reactivas determinadas por la represión de la sexualidad infantil, construirá el carácter del sujeto. Con más razón, la presencia rotunda de lo social-cultural se hará sentir en el mismo proceso de constitución, mediante identificaciones secundarias, de la última de las subestructuras del aparato, el Súper

3 Esta formulación, que difiere de la propuesta por Freud en Pulsiones y destinos..., procura resolver el problema de la consideración de una polaridad afectiva (amor-indiferencia) en el contexto del llamado Yo-real primitivo, cuyo fundamento en la huida, aún como mecanismo reflejo, dificulta la concepción del polo del amor; en particular si se considera además la existencia de dispositivos adaptativos innatos, cuya inclusión en el ámbito del Yo-real primitivo resulta necesaria. El alivio no es placer; hace falta algo más para que éste se constituya.

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Yo, que conecta “lo más alto”, de las aspiraciones ideales, con “lo más bajo”, de las investiduras incestuosas condenadas. A partir de la función del Ideal se premiarán ciertos destinos de la libido, sublimatorios, que pueden ser excelsos para una cultura y aborrecibles para otra. ¿Se está en el terreno de la constitución del psiquismo o en el de la producción de subjetividad? No podría responderse: ambos campos se han superpuesto ahora hasta formar uno solo, en el que apenas caben distinguir matices.

En el terreno del cambio en las ideas sobre la subjetividad, puede señalarse, permaneciendo dentro del ámbito del Psicoanálisis, que, desde Freud a nuestros días, algunas cosas han variado. Tal vez sea sólo una cuestión de énfasis; pero, por ejemplo, el papel del otro, del auxiliar, en la constitución subjetiva ha adquirido un protagonismo del que antes carecía. La definición llega a invocar la violencia: la violencia primaria del discurso del otro, en Piera Aulagnier y la violencia de la seducción originaria y los significantes enigmáticos en Laplanche (1989). Winnicott (1972), por su parte, ha insistido suficientemente en la acción de la madre real, “suficientemente buena”, y sus funciones: el holding, el handling, la mostración de objetos, la función de espejo. No es que la idea faltara en la descripción freudiana, pero ahora queda especialmente subrayado el efecto concreto de la acción del otro real. Además ha encontrado un lugar en la construcción de subjetividad el tema de la creatividad, en Winnicott, por ejemplo, a partir del estudio de los fenómenos transicionales, y en Castoriadis bajo la forma de la imaginación radical, capaz de crear “ex nihilo” nuevas realidades.

Con respecto a lo que permanece y lo que cambia en la constitución subjetiva en el ámbito más reducido de la historia de cada sujeto, se puede concluir que habrá sujeto en la medida en que exista la posibilidad de transformar acontecimiento en historia, es decir, de apropiarse, de ser activo y evitar así sucumbir al trauma. Lo cambiante será el conjunto de los recursos que el psiquismo empleará para lograr ese apoderamiento; lo permanente estará dado por el fundamento somático –que cambiará también, pero en el marco de su propia lógica-, por la unidad y la continuidad de la memoria, por la persistencia de los deseos y las defensas y, sobre todo, por la atemporalidad del inconsciente –ese “tiempo que no pasa”, como propone Pontalis (2005)-, todo lo cual nos sostiene la ilusión de ser siempre los mismos, sumergidos en el río que, diría tal vez Heráclito, jamás se detiene.

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