Zayas y Sotomayor, Maria de - Novelas Amorosas y Ejemplares
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MARA DE
ZAYAS Y SOTOMAYOR
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El juez de su causa ............................................................................................................ 3
Aventurarse perdiendo .................................................................................................... 14
El castigo de la miseria ................................................................................................... 37
La esclava de su amante ................................................................................................. 59
La inocencia castigada .................................................................................................... 90
El jardn engaoso ........................................................................................................ 107
Estragos que causa el vicio ........................................................................................... 117
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El juez de su causa
Tuvo entre sus grandezas la nobilsima ciudad de Valencia, por nueva y milagrosa
maravilla de tan celebrado asiento, la sin par belleza de Estela, dama ilustre, rica y de
tantas prendas, gracias y virtudes, que cuando no tuviera otra cosa de qu preciarse sino
de tenerla por hija, pudiera alabarse entre todas las ciudades del mundo de su dichosa
suerte. Era Estela nica en casa de sus padres, y heredera de mucha riqueza, que para
sola ella les dio el cielo, a quien agradecidos alababan por haberles dado tal prenda.
Entre los muchos caballeros que deseaban honrar con la hermosura de Estela su nobleza
fue don Carlos, mozo noble, rico y de las prendas que pudiera Estela elegir un noble
marido, si bien Estela, atada su voluntad a la de sus padres, como de quien saba que
procuraban su acrecentamiento, aunque entre todos se agradaban ms de las virtudes y
gentileza de don Carlos, era con tanta cordura y recato, que ni ellos ni l conocan en
ella ese deseo, pues ni despreciaba cruel sus pretensiones, ni admita liviana sus deseos,
favorecindole con un mirar honesto y un agrado cuerdo, de lo cual el galn, satisfecho
y contento, segua sus pasos, adoraba sus ojos y estimaba su hermosura, procurando con
su presencia y continuos paseos dar a entender a la dama lo mucho que la estimaba.
Haba en Valencia una dama de ms libres costumbres que a mujer noble y
medianamente rica convena, la cual viendo a don Carlos pasar a menudo por su calle,
por ser camino para ir a la de Estela, se aficion de suerte, que sin mirar en ms
inconvenientes que a su gusto, se determin a drselo a entender del modo que pudiese.
Ponasele delante en todas ocasiones, procurando despertar con su hermosura su
cuidado; mas como los de don Carlos estuviesen ocupados y cautivos de la belleza de
Estela,- jams reparaba en la solicitud con que Claudia, que ste era el nombre de la
dama, viva; pues como se aconsejase con su amor y el descuido de su amante, y viese
que naca de alguna voluntad, procur saberlo de cierto, y a pocos lances descubri lo
mismo que quisiera encubrir a su misma alma, por no atormentarla con el rabioso mal
de los celos. Y conociendo el poco remedio que su amor tena, viendo al galn don
Carlos tan bien empleado, procur por la va que pudiese estorbarlo, o ya que no
pudiese ms, vivir con quien adoraba, para que su vista aumentase su amor, o su
descuido apresurase su muerte. Para lo cual, sabiendo que a don Carlos se le haba
muerto un paje, que de ordinario le iba acompaando, y le serva de fiel consejero de su
honesta aficin, aconsejndose con un antiguo criado que tena, ms codicioso de su
hacienda que de su hermosura y quietud, le pidi que diese traza cmo ella ocupase la
plaza del muerto siervo, dndole a entender que lo haca por procurar apartarle de la
voluntad de Estela, y traerle a la suya, ofrecindole, si lo consegua, gran parte de su
hacienda. El codicioso viejo, que vi por este camino gozara de la hacienda de Claudia,
se dio tal maa en negociarlo, que el tiempo que pudiera gastar en aconsejarla lo
contrario, ocup en negociar lo de su traje en el de varn y en servicio de don Carlos y
su criado con la gobernacin de su hacienda y comisin de hacer y deshacer en ella;
venci la industria los imposibles, y en pocos das se hall Claudia paje de su amante,
granjeando su voluntad de suerte que ya era archivo de los ms encendidos
pensamientos de don Carlos y tan valido suyo, que slo a l encomendaba la solicitud
de sus deseos. Ya en este tiempo se daba don Carlos por tan favorecido de Estela,
habiendo vencido su amor los imposibles del recato de la dama, que a pesar de los ojos
de Claudia, que con lgrimas solemnizaba esta dicha de los dos amantes, le hablaba
algunas noches por un balcn, recibiendo con agrado sus papeles, y oyendo con gusto
algunas msicas que le daba su amante algunas veces. Pues una noche que entre otras
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muchas quiso don Carlos dar una msica a su querida Estela, y Claudia con su
instrumento haba de ser el tono de ella, en lugar de cantar el amor de su dueo, quiso
con este soneto desahogar el suyo, que con el lazo al cuello estaba para precipitarse.
Goce su libertad el que ha tenido
Voluntad y sentidos en cadena;
Y el condenado en amorosa pena,
El dudoso favor que ha prevenido.
En dulces lazos, pues leal ha sido,
De mil gustos de amor el alma llena,
El que tuvo su bien en tierra ajena
Triunfe de ausencia, sin temor de olvido.
Viva el amado sin favor celoso;
Y venza su desdn el despreciado,
Logre sus esperanzas el que espera.
Con su dicha alegre el venturoso,
Y con su prenda el victorioso amado,
Y el que amare imposibles cual yo, muera.
En este estado estaban estos amantes, aguardando don Carlos licencia de Estela para
pedirla a sus padres por esposa, cuando vino a Valencia un conde italiano, mozo y
galn, pues como su posada estaba cerca de la de Estela, y su hermosura tuviese
jurisdiccin sobre todos cuantos la llegasen a ver, cautiv de suerte la voluntad del
conde, que le vino a poner en puntos de procurar remedios, y el ms conveniente que
hall, fiado en ser quien era, dems de sus muchas prendas y gentileza, fue pedirla a sus
padres, juntndose este mismo da con la suya la misma peticin por parte de don
Carlos, que acosado de los amorosos deseos de su dama, y quiz de los celos que le
daba el conde vindole pasear la calle, quiso darles alegre fin. Oyeron sus padres los
unos y los otros terceros; y viendo que aunque don Carlos era digno de ser dueo de
Estela, codiciosos de verla condesa, despreciando la pretensin de don Carlos, se la
prometieron al conde; y qued asentado que de all a un mes fuesen las bodas. Sintise
la dama, como era razn, esta desdicha, y procur desbaratar estas bodas; mas todo fue
cansarse en vano, y ms cuando ella supo por un papel de don Carlos cmo haba sido
despedido de ser suya. Mas como amor, cuando no hace imposibles, le parece que no
cumple con su poder, dispuso de suerte los nimos de estos dos amantes, que vindose
aquella noche por la parte que solan, concertaron que de all a ocho das previniese don
Carlos lo necesario, la sacase y llevase a Barcelona, donde se casaran, de suerte que
cuando sus padres la hallasen, fuese con su marido, tan noble y rico como pudieran
desear, a no haberse puesto de por medio tan fuerte competidor como el conde y su
codicia. Todo esto oy Claudia, y como le llegasen tan al alma estas nuevas, recogise
en su aposento, y pensando estar sola soltando las corrientes a sus ojos, empez a decir:
Ya, desdichada Claudia, qu tienes que esperar? Carlos y Estela se casan, amor est de su parte, y tiene pronunciada contra m cruel sentencia de perderle. Podrn mis
ojos ver a mi ingrato en brazos de su esposa? No por cierto, pues lo mejor ser decirle
quin soy, y luego quitarme la vida.
Estas y otras muchas razones deca Claudia quejndose de su desdicha, cuando
sinti llamar a la puerta de su estancia, y levantndose a ver quin era, vi que el que
llamaba a la puerta era un gentil y gallardo moro, que haba sido del padre de don
Carlos, y habindose rescatado, no aguardaba sino pasaje para ir a Fez, de donde era
natural, que como le vi, le dijo:
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Para qu, Hamete, vienes a inquietar ni estorbar mis quejas si las has odo, y por ellas conoces mi grande desdicha y afliccin? Djamelas padecer, que ni t eres capaz
de consolarme, ni ellas admiten ningn consuelo.
Era el moro discreto y en su tierra, noble, que su padre era un baj muy rico, y
como hubiese odo quejar a Claudia y conocido quin era, le dijo:
Odo he, Claudia, cuanto has dicho, y como aunque moro soy en algn modo cuerdo, quiz el consuelo que te dar ser mejor que el que t tomas, porque en quitarte
la vida, qu agravio haces a tus enemigos, sino darles lugar a que gocen sin estorbo?
Mejor sera quitar a Carlos a Estela, y esto ser fcil si t quieres. Para animarte a ello te
quiero decir un secreto que hasta ahora no me ha salido del pecho. yeme, y si lo que
quiero decirte no te pareciera a propsito, no lo admitas. Mujer eres, y dispuesta a
cualquier accin, como lo juzgo en haber dejado tu traje y opinin por seguir tu gusto.
Algunas veces vi a Estela y su hermosura cautiv mi voluntad; mira qu de cosas te he
dicho en estas dos palabras. Quejaste que por Carlos habas dejado tu reposo; dasle
nombre de ingrato, y no andas acertada, porque s t le hubieras dicho tu amor, quiz
Estela no triunfara del suyo, ni yo estuviera muriendo. Dices que no hay remedio,
porque tienen concertado robarla y llevarla a Barcelona, y te engaas, porque en eso
mismo, si t quieres, est tu ventura y la ma. Mi rescate ya est dado, maana he de
partir de Valencia, porque para ello tengo prevenida una galeota que anoche dio fondo
en un escollo cerca del Grao, de quien yo slo tengo noticia. Si t quieres quitarle a don
Carlos su dama y hacerme a m dichoso, pues ella te da crdito a cuanto dices, fiada en
que eres la privanza de su amante, ve a ella, y dile que tu seor tiene prevenida una nave
en que pasar a Barcelona como tiene concertado, y que, por ser segura, no quiere
aguardar el plazo que entre los dos se puso, que para maana en la noche se prevenga;
seala la hora misma, y dndola a entender que don Carlos la aguardar en la marina, la
traers donde yo te sealare, y llevndomela yo a Fez, t quedars sin embarazo, donde
podrs persuadir y obligarle a amarte, y yo ir rico de tanta hermosura.
Atnita oy Claudia el discurso del moro, y como no mirase ms que en verse sin
Estela y con don Carlos, acept luego el partido, dando al moro las gracias, quedando
de concierto en efectuar otro da esta traicin, que no fue difcil; porque Estela dando
crdito, pensando que se pona en poder del que haba de ser su esposo cargada de joyas
y dineros, antes de las doce de la siguiente noche ya estaba embarcada en la galeota, y
con ella Claudia, que Hamete la pag de esta suerte la traicin.
Tanto sinti Estela su desdicha, que as como se vio rodeada de moros, y entre ellos
el esclavo de don Carlos, y que l no pareca, vio que a toda priesa se hacan a la vela, y
considerando su desdicha, aunque ignoraba la causa, se dej vencer de un mortal
desmayo, que le dur hasta otro da; tal fue la pasin de ver esto, y ms cuando
volviendo en s, oy lo que entre Claudia y Hamete pasaba; porque creyendo el moro
ser muerta Estela, tenindola Claudia en sus brazos, le deca al alevoso moro:
Para qu, Hamete, me aconsejaste que pusiese esta pobre dama en el estado en que est, si no me habis de conceder la amada compaa de don Carlos, cuyo amor me
oblig a hacer tal traicin como hice en ponerla en tu poder? Cmo te precias de noble
si has usado conmigo este rigor?
Al traidor, Claudia respondi Hamete, pagarle en lo mismo que ofende, es el mejor acuerdo del mundo, dems que no es razn que ninguno se fe del que no es leal a
su misma nacin y patria. T quieres a don Carlos, y l a Estela; por conseguir tu amor
quitas a tu amante la vida, quitndole la presencia de su dama; pues a quien tal traicin
hace, como drmela a m por un vano antojo, cmo quieres que yo me asegure de que
luego no avisars a la ciudad, y saldrn tras m, y me darn la muerte? Pues con quitar
este inconveniente, llevndote conmigo, aseguro mi vida y la de Estela, a quien adoro.
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Estas y otras razones como stas pasaban entre los dos, cuando Estela, vuelta en s,
habiendo odo estas razones o las ms, pidi a Claudia que le dijese qu enigmas eran
aquellos que pasaban por ella; la cual se lo cont todo como pasaba, dando larga cuenta
de quin era y por la ocasin que se vean cautivas. Solemnizaba Estela su desdicha,
vertiendo de sus ojos dos mil mares de hermosas lgrimas, y Hamete su ventura,
consolando a la dama en cuanto poda, y dndola a entender que iba a ser seora de
cuanto l posea, y ms en propiedad si quisiese dejar su ley; consuelos que la dama
tena por tormentos, y no por remedio, a los cuales respondi con las corrientes de sus
hermosos ojos. Dio orden Hamete a Claudia para que mudase traje, sirviese y regalase a
Estela, y con esto hacindose a lo largo se engolfaron en alta mar la vuelta de Fez.
Dejmoslos ahora hasta su tiempo, y volvamos a Valencia, donde siendo echada de
menos Estela de sus padres, locos de pena, procuraron saber qu se haba hecho,
buscando los ms secretos rincones de su casa con un llanto sordo y semblante muy
triste. Hallaron una carta dentro de un escritorio suyo, cuya llave estaba sobre un bufete,
que abierta, deca as:
Mal se compadece amor e inters, por ser muy contrario el
uno del otro, y por esta causa, amados padres mos, al paso que
me alejo del uno, me entrego al otro; la poca estimacin que
hago de las riquezas del conde me lleva a poder de don Carlos, a
quien slo reconozco por legtimo esposo: su nobleza es tan
conocida, que a no haberse puesto de por medio tan fuerte
competidor, no se pudiera para darme estado pedir ms ni ms
desear. Si el yerro de haberlo hecho de este modo mereciese
perdn, juntos volveremos a pedirle, y en tanto pedir al cielo
las vidas de todos.
Estela.
El susto y pesar que caus esta carta podr sentir quien considerarse la prenda que
era Estela y cunto la estimaban sus padres, los cuales dando orden a su gente para que
no hiciesen alboroto alguno, creyendo an que no habran salido de Valencia, porque la
mayor seguridad era estarse quedos, y que haciendo algunas diligencias secretas sabran
de ellos, dando aviso al virrey del caso, la primera que se hizo fue visitar la casa de don
Carlos, quo descuidado del suceso, le trasladaron a un castillo, a ttulo de robador de la
hermosa Estela y escalador de la nobleza de su! padres, siendo el consuelo de ellos y su
esposo, que as se intitulaba el conde Estaba don Carlos inocente de la causa de su
prisin y haca mil instancias para saberla; y como le dijeren que Estela faltaba, y que
conforme a una carta que se haba hallado de la dama, l era el autor de este robo y el
Jpiter de esta bella Europa, y que l haba de dar cuenta de ella, viva o muerta, pens
acabar la vida a manos de su pesar; y cuando se vio puesto en el aprieto que el caso
requera, porque ya le amenazaba la garganta el cuchillo, y a su inocente vida la muerte,
si bien su padre, como tan rico y noble, defenda, como era razn, la inocencia de su
hijo.
Qudese as hasta su tiempo, que la historia dir el suceso; y vamos a Estela y
Claudia, que en compaa del cruel Hamete navegaban con prspero viento la vuelta de
Fez, que como llegasen a ella, fueron llevadas las damas en casa del padre del moro,
donde la hermosa Estela empez de nuevo a llorar su cautiverio y la ausencia de don
Carlos; porque como Hamete viese que ni con ruegos ni caricias poda vencerla, empez
a usar de la fuerza, procurando con malos tratamientos obligarla a consentir con sus
deseos por no padecer, tratndola como a una miserable esclava, mal comida y peor
vestida, y sirviendo en la casa de criada, en la cual tena el padre de Hamete cuatro
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mujeres, con quien estaba casado, y otros dos hijos menores. De estos dos el mayor se
aficion con grandes veras de Claudia, la cual segura de que si como Estela no le
admitiese la trataran como a ella, y vindose tambin excluida de tener libertad ni de
volver a ver a Carlos, cerrando los ojos a Dios, reneg de su santsima fe, y se cas con
Zaide, que ste era el nombre de su hermano; con lo cual, la pobre dama pasaba triste y
desesperada vida, y as pas un ao, y en l mil desventuras, si bien lo que ms le
atormentaba eran las persecuciones de Hamete, quien continuamente la molestaba con
sus importunaciones.
Desesperado, pues, de remedio, pidi a Claudia con muchas lstimas diese orden de
que por lo menos, usando de la fuerza pudiese gozarla; prometiselo Claudia, y as un
da que estaban solas, porque las dems eran idas al bao, le dijo la traidora Claudia
estas razones:
No s, hermosa Estela, cmo te diga la tristeza y congoja que padece mi corazn en verme en esta tierra y en tan mala vida como estoy; yo, amiga Estela, estoy
determinada a huirme, que no soy tan mora que no me tire ms el ser cristiana, pues el
haberme sujetado a esto fue ms de temor que de voluntad; cincuenta cristianos tienen
prevenido un bajel, en que hemos de partir esta noche a Valencia; si t quieres, pues
vinimos juntas, que nos volvamos con Dios, que yo espero en l que nos llevara en
salvamento, y si no, mira qu quieres que le diga a Carlos, que de hoy en un mes pienso
verle; y en lo que mejor puedes conocer la voluntad que te tengo es en que, estando sin
ti, puede ser ocasin de que Carlos me quiera; y para lo contrario me ha de ser estorbo
tu presencia; mas con todo eso me obliga ms tu miseria que mi gusto.
Arrojse Estela a los pies de Claudia, y la suplic que pues era esta su
determinacin, que no la dejase, y vera con las veras que la serva; finalmente quedaron
en salir juntas esta noche, despus de todos recogidos, para lo cual juntaron sus cosas,
por no ir desapercibidas. Las doce seran de la noche cuando Estela y Claudia, cargadas
de dos pequeos los en que llevaban sus vestidos y camisas y otras cosas necesarias a
su viaje, se salieron de casa y caminaron hacia la marina, donde deca Claudia que
estaba el bergantn o bajel en que haba de escapar, y en su seguimiento Hamete, que
desde que salieron de casa las segua, y como llegasen hacia unas peas, en donde deca
que haba de aguardar a los dems, tomando un lugar el ms acomodado y seguro que a
la cautelosa Claudia le pareci ms a propsito para el caso, se sent, animando a la
temerosa dama, que cada pequeo rumor le parecera que era Hamete. De esta suerte
estuvieron ms de una hora, pues Hamete aunque estaba cerca de ellas, no se haba
querido dejar ver porque estuviese ms segura. Al cabo de esto lleg, y como las viese,
fingiendo una furia infernal, les dijo:
Ah, perras malnacidas, qu fuga es sta! Ya no os escaparis con las traiciones que tenis concertadas.
No es traicin, Hamete dijo Estela, procurar cada uno su libertad, que lo mismo hicieras t si te vieras de la suerte que yo, maltratada y abatida de ti y de todos
los de tu casa; dems que si Claudia no me animara, no hubiera en m atrevimiento para
emprender esto, sino que ya mi suerte tiene puesta mi perdicin en sus manos y as me
ha de suceder siempre que mi fiare de ella.
No lo digas burlando, perra dijo a esta ocasin la renegada Claudia, porque quiero que sepas que el traerte esta noche no fue con nimo de salvarte, sino con deseo
de ponerte en poder del gallardo Hamete, para que por fuerza o por grado te goce,
advirtiendo que le has de dar gusto, y con l posesin de tu persona, o has de quedar
aqu hecha pedazos.
Dicho esto, se apart algn tanto, dndole lugar al moro, que tomando el ltimo
acento de sus palabras, prosigui con ellas, pensando persuadirla, ya con ternezas, ya
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con amenazas, ya con regalos, ya con rigores. A todo lo cual, Estela, baada en
lgrimas, no responda ms sino que se cansaba en vano, porque pensaba dejar la vida
antes que perder la honra. Acabse de enojar Hamete y, trocando la terneza en saa,
empez a maltratarla, dndola muchos golpes en su hermoso rostro, amenazndola con
muchos gneros de muerte si no se renda a su gusto. Y viendo que nada bastaba, quiso
usar de la fuerza, batallando con ella hasta rendirla. El nimo de Estela en esta ocasin
era mayor que de una flaca doncella se poda pensar; mas como a brazo partido
anduviese luchando con ella, rendidas ya las dbiles fuerzas de Estela, se dej caer en el
suelo, y no teniendo facultad para defenderse, acudi al ltimo remedio y al ms
ordinario y comn de las mujeres, que fue dar gritos, a los cuales Jacimn, hijo del rey
de Fez, que vena de caza, movido de ellos, acudi a la parte donde le pareci que los
oa, dejando atrs muchos criados que traa, y como llegase a la parte donde las voces se
daban, vio patente la fuerza que a la hermosa dama haca el fiero moro. Era el prncipe
de hasta veinte aos y, dems de ser muy galn, tan noble de condicin y tan agradable
en las palabras, que por esto y por ser muy valiente y dadivoso era muy amado de todos
sus vasallos, siendo asimismo tan aficionado a favorecer a los cristianos, que si saba
que alguno los maltrataba, los castigaba severamente.
Pues como viese lo que pasaba entre el cruel moro y aquella hermosa esclava, que
ya a este tiempo se poda ver, a causa de que empezaba a romper el alba, y la mirase
tendida en tierra y con una liga atadas las manos, y con un lienzo la quera tapar la boca
el traidor Hamete, con airada voz le dijo:
Qu haces, perro? En la corte del rey de Fez se ha de atrever ninguno a forzar a las mujeres? Djala al punto, si no, por vida del rey que te mato.
Decir esto y sacar la espada todo fue uno. A estas palabras se levant Hamete y
meti mano a la suya, y cerrando con el, le diera la muerte si el prncipe, dando un salto,
no le hurtara el golpe y reparara con la espada; mas no fue con tanta presteza que no
quedara herido en la cabeza. Conociendo, pues, el valiente Jacimn que aquel moro no
le quera guardar el respeto que justamente deba a su prncipe, se retir un poco, y
tocando una cornetilla que traa al cuello, todos sus caballeros se juntaron con l al
mismo tiempo que llamete, con otro golpe, quera dar fin a su vida. Mas siendo como
digo socorrido de los suyos, fue preso el traidor Hamete, dando lugar la alevosa y
renegada Claudia a que se echase a los pies del prncipe Jacimn, a quien como el
gallardo moro viese ms de espacio, no agradado de su hermosura, sino compasivo de
sus trabajos, la pregunt quin era y la causa de estar en tal lugar. A lo cual Estela,
despus de haberle dicho que era cristiana, con las ms breves razones que pudo cont
su historia y la causa de estar donde la vea; de lo cual el piadoso Jacimn, enojado,
mand que a todos tres los trajesen a su palacio, donde antes de curarse dio cuenta al rey
su padre del suceso, pidindole venganza del atrevimiento de Hamete, quien,
juntamente con Claudia, fue condenado a muerte, y este mismo da fueron los dos
empalados. Hecha esta justicia, mand el prncipe traer a su presencia a Estela, y
despus de haberla acariciado y consolado, la pregunt qu quera hacer de s. A lo cual
la dama, arrodillada ante l, le suplic que la enviase entre cristianos, para que pudiese
volver a su patria. Concedile el Prncipe esta peticin y habindola dado dineros y
joyas y un esclavo cristiano que la acompaase, mand a dos criados suyos la pusiesen
donde ella gustase. Sucedi el caso referido en Fez, a tiempo que el csar Carlos V,
emperador y rey de Espaa, estaba sobre Tnez contra Barbarroja.
Sabiendo, pues, Estela esto, mudando su traje mujeril en el de varn, cortndose los
cabellos, acompaada slo de su cautivo espaol, que el prncipe de Fez le mand dar,
juramentndole que no haba de decir quin era, y habindose despedido de los dos
caballeros moros que la acompaaban, se fue a Tnez, hallndose en servicio del
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Emperador y siempre a su lado en todas ocasiones, granjeando no slo la fama de
valiente soldado, sino la gracia del Emperador, y con ello el honroso cargo de capitn de
caballos. Hallse, como digo, no slo en esta ocasin, sino en otras muchas! que el
Emperador tuvo en Italia y Francia, quien, hallndose en una refriega a pie, por haberle
muerto el caballo, nuestra valiente dama, que con el nombre de don Fernando era tenida
en diferente opinin, le dio el suyo y le acompa y defendi hasta ponerle en salvo.
Qued el Emperador tan obligado, que empez con muchas mercedes a honrar y
favorecer a don Fernando, y fue la una un hbito de Santiago y la segunda una gran
renta y ttulo. No haba sabido Estela en todo este i tiempo nuevas ninguna de su patria
y padres, hasta que un da vio entre los sol- dados del ejrcito a su querido don Carlos,
que como le conoci, todas las llagas amorosas se la renovaron, si acaso estaban
adormecidas, y empezaron de nuevo a verter sangre; mandle llamar y, disimulando la
turbacin que le caus su vista, le pregunt de dnde era y cmo se llamaba. Satisfizo
don Carlos a Estela con i mucho gusto, obligado de las caricias que le haca, o por mejor
decir, al rostro, que con ser tan parecido a Estela, traa carta de favor, y as, le dijo su
nombre y patria y la causa por qu estaba en la guerra, sin encubrirla sus amores y la
prisin que haba tenido, dicindola cmo cuando pens sacarla de casa de sus padres y
casarse con ella, se haba desaparecido de los ojos de todos ella y un paje, de quien fiaba
muchos sus secretos, poniendo en opinin su crdito, porque tena para s que, por
querer ms que a l al paje, haba hecho aquella vil accin, dndole a l motivo a no
quererla tanto y desestimarla; si bien en una carta que se haba hallado escrita de la
misma dama para su padre deca que se iba con don Carlos, que era su legtimo esposo,
cosa que le tena ms espantado que lo dems; porque irse con Claudio y decir que se
iba con l, le daba qu sospechar, y en lo que paraban sus sospechas era en creer que
Estela no le trataba verdad con su amor, pues le haba dejado expuesto a perder la vida
por justicia, porque despus de haber estado por estos indicios preso dos aos,
pidironle no slo el robo y escalamiento de una casa tan noble como la de sus padres,
viendo que muerta ni viva no pareca, le achacaban que despus de haberla gozado la
haba muerto, con lo cual le pusieron en grande aprieto, tanto, que muriera por ello si no
se hubiera valido de la industria, la cual le ense lo que haba de hacer, que fue romper
las prisiones y quebrantar la crcel, findose ms de la fuga que de la justicia que tena
de su parte, que el otro ao haba gastado en buscarla por muchas partes, mas que haba
sido en vano, porque no pareca sino que la haba tragado la tierra.
Con grande admiracin escuchaba Estela a don Carlos, como si no supiera mejor
que nadie la historia, y a la que respondi ms apresuradamente fue a la sospecha que
tena de ella y del paje, dicindole:
No creas, Carlos, que Estela sera tan liviana que se fuese con Claudio por tenerle amor ni engaarte a ti, que en las mujeres nobles no hay esos tratos; lo ms cierto sera
que ella fue engaada y despus quiz la habrn sucedido ocasiones en que no haya
podido volver por s, y algn da querr Dios volver por su inocencia, y t quedars
desengaado. Lo que yo te pido es que, mientras estuvieres en la guerra, acudas a mi
casa, que si bien quiero que seas en ella mi secretario, de m sers tratado como amigo,
y por tal te recibo desde hoy, que yo s que con mi amparo, pues todos saben la merced
que me hace el Csar, tus contrarios no te perseguirn, y acabada esta ocasin, daremos
orden para que quedes libre de sus persecuciones, y no quiero que me agradezcas esto
con otra cosa sino con que tengas a Estela en mejor opinin que hasta aqu, siquiera por
haber sido t la causa de su perdicin, y no me mueve a esto ms de que soy muy amigo
de que los caballeros estimen y hablen bien de las damas.
Atento oy Carlos a don Fernando, que por tal tena a Estela, parecindole no haber
visto en su vida cosa ms parecida a su dama; mas no lleg su imaginacin a pensar que
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fuese ella, y viendo que haba dado fin a sus razones, se le humill, pidindole las
manos y ofrecindose por su esclavo. Alzle Estela con sus brazos, quedando desde este
da en su servicio, y tan privado con ella, que ya los dems criados estaban envidiosos.
De esta suerte pasaron algunos meses, acudiendo Carlos a servir a su dama, no slo en
el oficio de secretario, sino en la cmara y mesa, donde en todas ocasiones reciba de
ella muchas y muy grandes mercedes, tratando siempre a Estela, tanto, que algunas
veces lleg a pensar que el duque la amaba, porque siempre le preguntaba si la quera
como antes, y si viera a Estela, si se holgara con su vista, y otras cosas que ms
aumentaban la sospecha de don Carlos, satisfaciendo a ellas unas veces a gusto de
Estela y otras veces a su descontento.
En este tiempo vinieron al Emperador nuevas cmo el virrey de Valencia era
muerto repentinamente, y habiendo de enviar quien le sucediese en aquel cargo, por no
ser bien que aquel reino estuviese sin quien lo gobernase, puso los ojos en don
Fernando, de quien se hallaba tan bien servido. Supo Estela la muerte del virrey y, no
queriendo perder de las manos esta ocasin, se fue al Emperador, y puesta de rodillas, le
suplic le honrase con este cargo. No le pes al Emperador que don Fernando le pidiese
esta merced, si bien senta apartarle de s, pues por esto no se haba determinado; pero
viendo que con aquello le premiaba, se lo otorg, y le mand que partiese luego,
dndole la patente y los despachos. Ve aqu a nuestra Estela virrey de Valencia y a don
Carlos su secretario y el ms contento del mundo, parecindole que con el padre alcalde
no tena que temer a su enemigo, y as se lo dio a entender su seor. Satisfecho iba don
Carlos de que el virrey lo estaba de su inocencia en la causa de Estela, con lo cual ya se
tena por libre y muy seguro de sus promesas. Partieron, en fin, con mucho gusto, y
llegaron a Valencia, donde fue recibido el virrey con muestras de grande alegra. Tom
su posesin y el primer negocio que le pusieron para hacer justicia fue el suyo mismo,
dando querella contra su secretario. Prometi el virrey de hacerla. Para esto mand se
hiciese informacin de nuevo, examinando por segunda vez los testigos. Bien quisieran
las partes que don Carlos estuviera ms seguro y que el virrey le mandara poner en
prisin. Mas a esto les satisfizo con decir que l le fiaba, porque para l no haba ms
prisin que su gusto. Tom, como digo, este caso tan a pecho, que en breves das estaba
de suerte que no faltaba sino sentenciarle. En fin, qued para verse otro da. La noche
antes entr don Carlos a la misma cmara donde el virrey estaba en la cama y,
arrodillado ante l, le dijo:
Para maana tiene vuestra excelencia determinado ver mi pleito y declarar mi inocencia dems de los testigos que he dado en mi descargo y han jurado en mi abono,
sea el mejor y ms verdadero juramento que en sus manos hago, pena de ser tenido por
perjuro, de que no slo no llev a Estela, mas que desde el da antes no la vi ni s qu se
hizo ni dnde est; porque si bien yo haba de ser su robador, no tuve lugar de serlo con
la grande priesa con que mi desdicha me la quit, o para mi perdicin o la suya.
Basta, Carlos dijo Estela, vete a tu casa y duerme seguro; soy tu dueo, causa para que no temas; ms seguridad tengo de ti de lo que piensas, y cuando no la
tuviera, el haberte trado conmigo y estar en mi casa fuera razn que te valiera. Tu causa
est en mis manos, tu inocencia ya la s, mi amigo eres, no tienes que encargarme ms
esto, que estoy bien encargado de ello.
Besle las manos don Carlos y as se fue dejando al virrey y pensando en lo que
haba de hacer. Quin duda que deseara don Carlos el da que haba de ser el de su
libertad? Por lo cual se puede creer que apenas el Padre universal de cuanto vive
descubra la encrespada madeja por los balcones del alba, cuando se levant y adorn de
las ms ricas galas que tena, y fue a dar de vestir al virrey para tomarle a asegurar su
inocencia.
-
A poco rato sali el virrey de su cmara a medio vestir; mas cubierto el rostro con
un gracioso ceo, con el cual y con una risa a lo falso dijo mirando a su secretario:
Madrugado has, amigo Carlos; algo hace sospechosa tu inocencia y tu cuidado, porque el libre duerme seguro de cualquiera pena, y no hay ms cruel acusador que la
culpa.
Turbse don Carlos con estas razones, mas disimulando cuanto pudo, le respondi:
Es tan amada la libertad, seor excelentsimo, que cuando no tuviera tan fuertes enemigos como tengo, el alborozo de que me he de ver con ella por mano de vuestra
excelencia era bastante a quitarme el sueo; porque de la misma manera que mata un
gran pesar, lo suele hacer un contento; de suerte que el temor del mal y la esperanza del
bien hace un mismo efecto.
Galn vienes replic el virrey, pues el da en que has de ver representada tu tragedia en la boca de tantos testigos como tienes contra ti, te adornas de las ms
lucidas galas que tienes? Parece que no van fuera de camino los padres y esposo de
Estela en decir que debiste de gozarla y matarla, fiados en los pocos o ninguno que te lo
vieron hacer; a fe que si pareciera Claudio, vil tercero de tus travesuras, que no s si
probaras tu inocencia; y si va a decir verdad, todas las veces que tratamos de Estela
muestras tan poco sentimiento y tanta vileza, que siento que me debe ms a m tu dama
que no a ti, pues su prdida me cuesta cuidado y a ti no.
Oh, qu pesados golpes eran stos para el corazn de Carlos! Ya desmayado y
desesperado de ningn buen suceso, le iba a dar por disculpa el tiempo, pues con l se
olvida cualquier pasin amorosa, cuando el virrey, con un severo semblante y airado
rostro le dijo:
Calla, Carlos, no respondas. Carlos, yo he mirado bien estas cosas y hallo por cuenta que no ests muy libre en ellas, y el mayor indicio de todos es las veras con que
deseas tu libertad.
Diciendo esto, hizo seas a un paje, el cual, saliendo fuera, volvi con una escuadra
de soldados, los cuales quitaron don Carlos las armas, ponindose como e custodia de
su persona. Quien viera e: esta ocasin a don Carlos no pudiera deja de tenerle lstima;
tena mudada la color, los ojos bajos, el semblante triste y tan arrepentido de haberse
fiado de la varia condicin de los seores, que slo a s s daba culpa de todo. Acabse
de vestir e virrey y sabiendo que ya los jueces y las partes estaban aguardando, sali a la
sal: en que se haba de juzgar este negocio trayendo consigo a Carlos cercado de
soldados. Sentse en su asiento y los dems jueces en los suyos: luego el relator empez
a decir el pleito, declarando las causas e indicios que haba de que don Carlos era el
robador de Estela, confirmndolo lo: papeles que en los escritorios del uno y del otro se
haban hallado, las criadas que saban su amor, los vecinos que los vean hablarse por
las rejas y quien ms le condenaba era la carta de Estela, en que rematadamente deca
que se iba con l. A todo esto, los ms eficaces testigos en favor de don Carlos eran los
criados de su casa, que decan haberle visto acostar la noche en que falt Estela, an
ms temprano que otras veces, y su confesin, que declaraba debajo de juramento que
no la haban visto; mas nada de esto aligeraba el descargo, porque a eso alegaba la parte
que pudo acostarse a vista de sus criados y despus volver a vestirse y sacarla, y que los
haba muerto aseguraba el no parecer ella ni el paje, secretario de todo, y que sera
cierto que por lo mismo le haban tambin muerto, y que en lo tocante al juramento,
claro es que no se haba de condenar a s mismo.
Viendo el virrey que hasta aqu estaba condenado Carlos en el robo de Estela, en el
quebrantamiento de su casa, en su muerte y la de Claudio y que slo l poda sacarle de
tal aprieto, determinado, pues, a hacerlo, quiso ver primero a Carlos ms apretado, para
-
que la pasin le hiciese confesar su amor y para que despus estimase en ms el bien, y
as, Estela le llam, y como llegase en presencia de todos le dijo:
Amigo Carlos, si supiera la poca justicia que tenas de tu parte en este caso, doite mi palabra, y te juro por vida del Csar, que no te hubiera trado conmigo, porque no
puedo negar que me pesa, y pues lo solemnizo con estas lgrimas, bien puedes creerme,
siento en el alma ver tu vida en el peligro en que est, pues si por los presentes cargos
he de juzgar esta causa, fuerza es que por mi ocasin la pierdas, sin que yo halle
remedio para ello; porque siendo tus partes tan calificadas, tratarles le concierto en tan
gran prdida como la de Estela es cosa terrible y no acertada y muy sin fruto; el remedio
que aqu hay es que parezca Estela y con esto ellos quedarn satisfechos y yo podr
ayudarte; mas de otra manera, ni a m est bien, ni puedo dejar de condenarte a muerte.
Pasmse con esto el afligido don Carlos, mas como ya desesperado, arrodillado
como estaba, le dijo:
Bien sabe vuestra excelencia que desde que en Italia me conoci, siempre que trataba de esto lo he contado y dicho de una misma suerte, y que si aqu como a juez se
lo pudiera negar, all como a seor y amigo le dije la verdad y de la misma manera lo
digo y confieso ahora. Digo que ador a Estela.
Di que la adoro replic el virrey algo bajo que te haces sospechoso en hablar de pretrito y no sentir de presente.
Digo que la adoro respondi don Carlos admirado de lo que en el virrey vea y que la escriba, que la hablaba, que la prometa ser su esposo, que concert sacarla y llevarla a la ciudad de Barcelona, mas ni la saqu ni la vi, y si as no es, aqu donde
estoy me parta un rayo del cielo. Bien puedo morir, mas morir sin culpa alguna, si no
es que acaso lo sea haber querido una mudable, inconstante y falsa mujer, sirena
engaosa, que en la mitad del canto dulce me ha trado a esta amarga y afrentosa
muerte. Por amarla muero, no por saber de ella.
Pues qu se pudieron hacer esta mujer y este paje? dijo el virrey. Subieron al cielo? Bajronse al abismo?
Qu s yo? replic el afligido don Carlos. El paje era galn y Estela hermosa; ella mujer y l hombre, quiz...
Ah traidor! respondi el virrey. Y cmo en ese quiz traes encubiertas tus traidoras y falsas sospechas! Maldita sea la mujer que con tanta facilidad da motivo para
ser tenida en menos; porque pensis que lo que hacen obligadas de vuestra asistencia y
perseguidas de vuestra falsa perseverancia, hacen con otro cualquiera que pasa por la
calle; ni Estela era mujer, ni Claudio hombre, porque Estela es noble y virtuosa y
Claudio un hombre vil, criado tuyo y heredero de tus falsedades. Estela te amaba y
respetaba como a esposo y Claudio la aborreca, porque te amaba a ti, y digo segunda
vez que Estela no era mujer, porque la que es honesta, recatada y virtuosa, no es mujer,
sino ngel; ni Claudio hombre, sino mujer, que enamorada de ti, quiso privarte de ella,
quitndola delante de tus ojos. Yo soy la misma Estela, que se ha visto en un milln de
trabajos por tu causa y t me lo gratificas en tener de m la falsa sospecha que tienes.
Entonces cont cuanto le haba sucedido desde el da que falt de su casa, dejando a
todos admirados del suceso, y ms a don Carlos, que corrido de no haberla conocido y
haber puesto dolo en su honor, como estaba arrodillado, asido de sus hermosas manos,
se las besaba, bandoselas con sus lgrimas, pidindola perdn de sus desaciertos; lo
mismo haca su padre y el de Carlos, y unos con otros se embarazaban por llegar a darla
abrazos, dicindola amorosas ternezas. Lleg el conde a darle la enhorabuena y pedirla
se sirviese cumplir la palabra que su padre le haba dado de que sera su esposa; de cuya
respuesta colgado el nimo y corazn de don Carlos, puso la mano en la daga que le
haba quedado en la cinta, para que si no saliese en su favor, matar al conde y a cuantos
-
se lo defendiesen o matarse a s antes que verla en poder ajeno. Mas la dama, que amaba
y estimaba a don Carlos ms que a su misma vida, con muy corteses razones suplic al
conde la perdonase, porque ella era mujer de Carlos, por quien y para quien quera
cuanto posea, y que le pesaba no ser seora del mundo para entregrselo todo, pues sus
valerosos hechos hacan todos del valor que el ser suya le daba, suplicando tras esto a su
padre lo tuviese por bien. Y bajndose del asiento, despus de abrazarlos a todos, se fue
a Carlos y, enlazndole al cuello los valientes y hermosos brazos, le dio en ellos la
posesin de su persona. Y de esta suerte se entraron juntos en una carroza y fueron a la
casa de su madre, que ya tena nuevas del suceso y estaba ayudando al regocijo con
piadoso llanto. Sali la fama publicando aquesta maravilla por toda la ciudad, causando
a todos notable novedad, por or decir que el virrey era mujer y Estela. Todos acudan,
unos al palacio y otros a su casa. Despachse luego un correo al Emperador, que estaba
ya en Valladolid, dndole cuenta del caso, el cual, ms admirado que todos los dems,
como quien la haba visto hacer valerosas hazaas, no acababa de creer que fuese as, y
respondi a las cartas con la enhorabuena y muchas joyas. Confirm a Estela el estado
que la dio, aadindole el de princesa de Buol, y a don Carlos el hbito y renta de
Estela y el cargo de virrey de Valencia. Con que los nuevos amantes, ricos y honrados,
hechas todas las ceremonias y cosas acostumbradas de la Iglesia, celebraron sus bodas,
dando a la ciudad nuevo contento, a su estado hermosos herederos y a los historiadores
motivo para escribir esta maravilla, con nuevas alabanzas al valor de la hermosa Estela,
cuya prudencia y disimulacin la hizo severo juez, sindolo de su misma causa; que no
es menos maravilla que las dems que haya quien sepa juzgarse a s mismo en mal ni
bien; porque todos juzgamos faltas ajenas y no las nuestras propias.
-
Aventurarse perdiendo
El nombre, hermossimas damas y nobles caballeros, de mi maravilla es
Aventurarse perdiendo, porque en el discurso della veris cmo para ser una mujer
desdichada, cuando su estrella la inclina a serlo, no bastan exemplos ni escarmientos; si
bien servira el orla de aviso para que no se arrojen al mar de sus desenfrenados deseos,
fiadas en la barquilla de su flaqueza, temiendo que en l se aneguen, no slo las flacas
fuerzas de las mujeres, sino los claros y heroicos entendimientos de los hombres, cuyos
engaos es razn que se teman, como se ver en mi maravilla, cuyo principio es ste:
Por entre las speras peas de Monserrat, suma y grandeza del poder de Dios y
milagrosa admiracin de las excelencias de su divina Madre, donde se ven en divinos
misterios, efectos de sus misericordias, pues sustenta en el aire la punta de un empinado
monte, a quien han desamparado los dems, sin ms ayuda que la que le da el cielo, que
no es la de menos consideracin el milagroso ysagrado templo, tan adornado de
riquezas como de maravillas; tanto, son los milagros que hay en l, y el mayor de todos
aquel verdadero retrato de la Serensima Reina de los ngeles y Seora nuestra despus
de haberla adorado, ofrecindola el alma llena de devotos afectos, y mirado con
atencin aquellas grandiosas paredes, cubiertas de mortaja y muletas con otras infinitas
insinias de su poder, suba Fabio, ilustre hijo de la noble villa de Madrid, lustre y adorno
de su grandeza; pues con su excelente entendimiento y conocida nobleza, amable
condicion y gallarda presencia, la adorna y enriquece tanto como cualquiera de sus
valerosos fundadores, y de quien ella, corno madre, se precia mucho.
Llevaban a este virtuoso mancebo por tan speras malezas, deseos piadosos de ver
en ellas las devotas celdas y penitentes monjes, que se han muerto al Mundo por vivir
para el cielo. Despus de haber visitado algunas y recebido sustento para el alma y
cuerpo, y considerado la santidad de sus moradores, pues obligan con ella a los
fugitivos paxarillos a venir a sus manos a comer las migajas que les ofrece, caminando a
lo ms remoto del monte, por ver la nombrada cueva, que llaman de San Antn, as por
ser la ms spera como prodigiosa, respecto de las cosas que all se ven; tanto de las
penitencias de los que las habitan, como de los asombros que les hacen los demonios;
que se puede decir que salen dellas con tanta calificacin de espritu que cada uno por s
es un San Antn, cansado de subir por una estrecha senda, respeto de no dar lugar su
aspereza a ir de otro modo que a pie, y haber dexado en el convento la mula y un criado
que le acompaaba, se sent a la margen de un cristalino y pequeo arroyuelo, que
derramando sus perlas entre menudas hierbecillas, descolgndose con sosegado rumor
de una hermosa fuente, que en lo alto del monte goza regalado asiento; pareciendo all
fabricada ms por manos de ngeles que de hombres, para recreo de los santos
ermitaos, que en l habitan, cuya sonorosa msica y cristalina risa, ya que no la van
los ojos no dexaba de agradar a los odos. Y como el caminar a pie, el calor del Sol y la
aspereza del camino le quitasen parte del animoso bro, quiso recobrar all el perdido
aliento.
Apenas dio vida a su cansada respiracin, cuando lleg a sus odos una voz suave y
delicada, que en baxos acentos mostraba no estar muy lexos el dueo. La cual, tan baxa
como triste, por servirle de instrumento la humilde corriente, pensando que nadie la
escuchaba, cant as:
Quin pensara que mi amor
escarmentado en mis males,
cansado de mis desdichas,
-
tan descubiertas verdades,
y mal haya quien llam
a las mujeres mudables!
Cuando de tus sinrazones
pudiera, Celio, quexarme,
y mal haya quien llam
a las mujeres mudables!
Cuando de tus sinrazones
pudiera, Celio, quexarme,
y mal haya quien llam
a las mujeres mudables!
Cuando de tus sinrazones
pudiera, Celio, quexarme,
quiere amor que no te olvide,
quiere amor que ms te ame.
Desde que sale la Aurora,
hasta que el Sol va a baarse
al mar de las playas Indias,
lloro firme y siento amante.
Vuelve a salir y me halla
repasando mis pesares,
sintiendo tus sin razones,
llorando tus libertades.
Bien conozco que me canso,
sufriendo penas en balde,
que lgrimas en ausencia
cuestan mucho y poco valen.
Vine a estos montes huyendo
de que ingrato me-maltrates,
pero ms firme te adoro,
que en m es sustento el amarte.
De tu vista me libr,
pero no pude librarme
de un pensamiento enemigo,
de una voluntad constante.
Quien vio cercado castillo,
quien vio combatida nave,
quien vio cautivo en Argel,
tal estoy, y sin mudarme.
Mas pues te eleg por dueo
matadme, penas, matadme,
pues por lo menos dirn:
muri, pero sin mudarse.
Ay bien sentidos males,
poderosos seris para matarme,
mas no podris hacer que amor se acabe.
Con tanto gusto escuchaba Fabio la lastimosa voz y bien sentidas quexas, que
aunque el dueo dellas no era el ms diestro que hubiese odo, casi le pes de que
acabase tan presto. El gusto, el tiempo, el lugar y la montaa, le daban deseo de que
pasara adelante; y si algo le consol el no hacerlo, fue el pensar que estaba en parte que
-
podra presto con la vista dar gusto al alma, como con la voz haba dado aliento a los
odos; pues cuando la causa fuera ms humilde, or cantar en un monte le era de no
pequeo alivio, para quien no esperaba sino el aullido de alguna bestia fiera. En fin,
Fabio, alentado ms que antes, prosigui su camino en descubrimiento del dueo de la
voz que haba odo, parecindole no estar en tal parte sin causa, llevndole enternecido
y lastimado or quexas en tan spera parte. Noble piedad y generosa accin,
enternecerse de la pasin ajena.
Iba Fabio tan deseoso de hablar al lastimado msico, que no hay quien sepa
encarecerlo; y porque no se escondiese iba con todo el silencio posible. Siguiendo, en
fin, por la margen de la cima de cristal buscando su hermoso nacimiento, parecindole
que sera el lugar que atesoraba la joya, que a su parecer buscaba con alguna sospecha
de lo mismo que era.
Y no se enga, porque acabando de subir a un pradillo que en lo alto del monte
estaba, morada sola por la casta Diana o para alguna desesperada criatura; la cual haca
por una parte espaldas una blanca pea, de donde sala un grueso pedazo de cristal,
sabroso sustento de las olorosas flores, verdes romeros y graciosos tomillos. Vio
recostado en ellos un mozo, que al parecer su edad estaba en la primavera de sus aos,
vestido sobre un calzn pardo, una blanca y erizada piel de algn cordero, su zurrn y
cayado junto a s, y l con sus abarcas y montera. Apenas le vio cuando conoci ser el
dueo de los cantados versos, porque le pareci estar suspenso y triste, llorando las
pasiones que haba cantado. Y si no le desengaara a Fabio la voz que haba odo,
creyera ser figura desconocida, hecha para adorno de la fuente, tan inmvil le tenan sus
cuidados. Tena un nudo hecho de sus blancas manos, tales que pudieran dar envidia a
la nieve, si ella de corrida no tuviera desamparada la montaa. Si su rostro se la daba al
Sol, dgalo la poca ofensa que le hacan sus rayos, pues no les haba concedido tomar
posesin de su belleza, ni exercer la comisin que tienen contra la hermosura. Tena
esparcidas por entre las olorosas hierbas una manada de blancas ovejas, ms por dar
motivo a su traje, que por el cuidado que mostraba tener con ellas, porque ms eran
terceras de traerle perdido.
Era la suspensin del hermoso mozo tal, que dio lugar a Fabio de llegarse tan cerca
que pudo notar que las doradas flores del rostro desdecan del traje, porque a ser hombre
ya haba de dorar la boca el tierno vello, y para ser mujer era el lugar tan peligroso, que
casi dud lo mismo que va. Mas dicindose en parte que casi el mismo engao le
culpaba de poco atrevido, se lleg ms cerca, y le salud con mucha cortesa. A la cual
el embelesado zagal volvi en s, con un ay! tan lastimoso, que pareca ser el ltimo de
su vida. Y como en l an no haba la montaa quitado la cortesa, viendo a Fabio se
levant, hacindosela con discretas caricias preguntndole de su venida por tal parte. A
lo cual Fabio, despus de agradecer sus corteses razones, satisfizo de esta suerte:
-Yo soy un caballero natural de Madrid; vine a negocios importantes a Barcelona; y
como les di fin y era fuerza volver a mi patria, no quise ponerlo en execucin hasta ver
el milagroso templo de Monserrate. Visitle devoto, y quise piadoso ver las ermitas que
hay en esta montaa. Y estando descansando entre esos olorosos tomillos, o tu
lastimosa voz, que me suspendi el gusto y anim el deseo por ver el dueo de tan bien
sentidas quexas, conociendo en ellas que padeces firme y lloras mal pagado; y viendo
en tu rostro y en tu presencia que tu ser no es lo que muestra tu traje, porque ni viene el
rostro con el vestido, ni las palabras con lo que procuras dar a entender, te he buscado, y
hallo que tu rostro desmiente a todo, pues en la edad pasas de muchacho, y en las pocas
seales de tu barba no muestras ser hombre; por lo cual te quiero pedir en cortesa me
saques desta duda, asegurndote primero que si soy parte para tu remedio, no lo dexes
por imposibles que lo estorben, ni me enves desconsolado, que sentir mucho hallar
-
una mujer en tal parte y con ese traje y no saber la causa de su destierro, y ans mismo
no procurarle remedio.
Atento escuchaba el mozo al discreto Fabio, dexando de cuando en cuando caer
unas cansadas perlas, que con lento paso buscaban por centro el suelo. Y como le vio
callar, y que aguardaba respuesta, le dixo:
-No debe querer el cielo, seor caballero, que mis pasiones estn ocultas, o porque
haya quien me las ayude a padecer, o porque se debe acercar el fin de mi cansada vida;
y pretende que queden por exemplo y escarmiento a las gentes pues cuando cre que
slo Dios y estas peas me escuchaban, te gui a ti, llevado de tu devocin, a esta parte,
para que oyeses mis lstimas y pasiones, que son tantas y venidas por tan varios
caminos, que tengo por cierto que te har ms favor en callarlas que en decirlas, por no
darte que sentir; de ms de que es tan larga mi historia, que perders tiempo, si te
quedas a escucharla.
-Antes -replic Fabio- me has puesto en tanto cuidado y deseo de saberla, que si me
pensase quedar hecho salvaje a morar entre estas peas, mientras estuvieres en ellas, no
he de dexarte hasta que me la digas, y te saque, si puedo, de esta vida, que s podr, a lo
que en ti miro, pues a quien tiene tanta discrecin, no ser dificultoso persuadirle que
escoxa ms descansada y menos peligrosa vida, pues no la tienes segura, respecto de las
fieras que por aqu se cran, y de los bandoleros que en esta montaa hay; que si acaso
tienen de tu hermosura el conocimiento que yo, de creer es que no estimarn tu persona
con el respeto que yo la estimo. No me dilates este bien, que yo aguardar los aos de
Ulises para gozarle.
Pues si as es -dixo el mozo-, sintate, seor, y oye lo que hasta ahora no ha sabido
nadie de m, y estima el fiar de tu discrecin y entendimiento, cosas tan prodigiosas y
no sucedidas sino a quien naci para extremo de desventuras, que no hago poco sin
conocerte, supuesto que de saber quin soy, corre peligro la opinin de muchos deudos
nobles que tengo, y mi vida con ellos, pues es fuerza que por vengarse, me la quiten.
Agradeci Fabio lo mejor que supo, y supo bien, el quererle hacer archivo de sus
secretos; y asegurndole, despus de haberle dicho su nombre, de su peligro, y
sentndose juntos cerca de la fuente, empez el hermoso zagal su historia desta suerte:
-Mi nombre, discreto Fabio, es Jacinta, que no se engaaron tus ojos en mi
conocimiento; mi patria Baeza, noble ciudad de la Andaluca, mis padres nobles, y mi
hacienda bastante a sustentar la opinin de su nobleza. Nacimos en casa de mi padre un
hermano y yo, l para eterna tristeza suya, y yo para su deshonra, tal es la flaqueza en
que las mujeres somos criadas, pues no se puede fiar de nuestro valor nada, porque
tenemos ojos, que, a nacer ciegas, menos sucesos hubiera visto el mundo, que al fin
viviramos seguras de engaos. Falt mi madre al mejor tiempo, que no fue pequea
falta, pues su compaa, gobierno y vigilancia fuera ms importante a mi honestidad,
que los descuidos de mi padre, que le tuvo en mirar por m y darme estado (yerro
notable de los que aguardan a que sus hijas le tomen sin su gusto). Quera el mo a mi
hermano tiernsimamente, y esto era slo su desvelo sin que le diese yo en cosa
ninguna, no s qu era su pensamiento, pues haba hacienda bastante para todo lo que
deseara y quisiera emprender.
Diez y seis aos tena yo cuando una noche estando durmiendo, soaba que iba por
un bosque amensimo, en cuya espesura hall un hombre tan galn, que me pareci (ay
de m, y cmo hice despierta esperiencia dello!) no haberle visto en mi vida tal. Traa
cubierto el rostro con el cabo de un ferreruelo leonado, con pasamanos y alamares de
plata. Parme a mirarle, agradada del talle y deseosa de ver si el rostro confirmaba con
l; con un atrevimiento airoso, llegu a quitarle el rebozo, y apenas lo hice, cuando
sacando una daga, me dio un golpe tan cruel por el corazn que me oblig el dolor a dar
-
voces, a las cuales acudieron mis criadas, y despertndome del pesado sueo, me hall
sin la vista del que me hizo tal agravio, la ms apasionada que puedas pensar, porque su
retrato se qued estampado en mi memoria, de suerte que en largos tiempos no se apart
ni se borr della. Deseaba yo, noble Fabio, hallar para dueo un hombre de su talle y
gallarda, y traame tan fuera de m esta imaginacin, que le pintaba en ella, y despus
razonaba con l, de suerte que a pocos lances me hall enamorada sin saber de qu,
porque me puedes creer que si fue Narciso moreno, Narciso era el que vi.
Perd con estos pensamientos el sueo y la comida y tras esto el color de mi rostro,
dando lugar a la mayor tristeza que en mi vida tuve, tanto que casi todos reparaban en
mi mudanza. Quin vio, Fabio, amar una sombra, pues, aunque se cuenta de muchos
que han amado cosas increbles y monstruosas, por lo menos tenan forma a quien
querer. Disculpa tiene conmigo Pigmalen que ador la imagen que despus Jpiter le
anim; y el mancebo de Atenas, y los que amaron el rbol y el delfn; mas yo que no
amaba sino una sombra y fantasa qu sentir de m el mundo?, quin duda que no
creer lo que digo, y si lo cree me llamar loca? Pues doyte mi palabra, a ley de noble,
que ni en esto ni en los dems que te dixere, adelanto nada ms de la verdad. Las
consideraciones que haca, las reprensiones que me daba creme que eran muchas, y as
mismo que miraba con atencin los ms galanes mozos de mi patria, con deseo de
aficionarme de alguno que me librase de mi cuidado; mas todo paraba en volverme a
querer a mi amante soado, no hallando en ninguno la gallarda que en aqul. Lleg a
tanto mi amor, que me acuerdo que hice a mi adorada sombra unos versos, que si no te
cansases de oirlos te los dir, que aunque son de mujer, tanto que ms grandeza, porque
a los hombres no es justo perdonarles los yerros que hicieren en ellos, pues los estn
adornando y purificando con arte y estudios; mas una mujer, que slo se vale de su
natural, quin duda que merece disculpa en lo malo y alabanza en lo bueno?
-Di, hermosa Jacinta, tus versos, dixo Fabio, que sern para m de mucho gusto,
porque aunque los s hacer con algn acierto, prciome tan poco dellos, que te juro que
siempre me parecen mejor los ajenos que los mos.
-Pues si as es -replic Jacinta- mientras durare mi historia no he menester pedirte
licencia para decir los que hicieren a propsito; y as digo que los que hice son stos:
Yo adoro lo que no veo,
y no veo lo que adoro,
de mi amor la causa ignoro
y hallar la causa deseo.
Mi confuso devaneo
quin le acertar a entender?,
pues sin ver, vengo a querer
por sola imaginacin,
inclinando mi aficin
a un ser que no tiene ser.
Que enamore una pintura
no ser milagro nuevo,
que aunque tal amor no apruebo,
ya en efecto es hermosura,
mas amar a una figura,
que acaso el alma fingi,
nadie tal locura vio:
porque pensar que he de hallar
causa que est por criar,
quin tal milagro pidi?
-
La herida del corazn
vierte sangre, mas no muero,
la muerte con gusto espero
por acabar mi pasin.
De estado fuera razn
cuando no muero, dormir,
mas cmo puedo pedir
vida ni muerte a un sujeto,
que no tuvo de perfecto,
ms ser que saber herir?
Dame, cielo, si has criado
aqueste ser que deseo,
de mi voluntad empleo,
y antes que nacido, amado;
mas qu pide un desdichado,
cuando sin suerte naci?,
porque, a quin le sucedi
de amor milagro tan nuevo,
que le ocupase el deseo
amante que en sueos vio?
Quin pensara, Fabio, que haba de ser el cielo tan liberal en darme an lo que no
le ped? Porque como deseaba imposibles no se atreva mi libertad a tanto, sino fue en
estos versos, que fue ms gala que peticin. Mas cuando uno ha de ser desdichado,
tambin el cielo permite su desdicha.
Viva en mi mismo lugar un caballero natural de Sevilla, del nobilsimo linaje de los
Ponce de Len, apellido tan conocido como calificado, que habiendo hecho en su tierra
algunas travesuras de mozo, se desnaturaliz della, y cas en Baeza con una seora su
igual, en quien tuvo tres hijos, la mayor y menor hembras, y el de en medio varn. La
mayor cas en Granada, y con la ms pequea entretena la soledad y ausencia de don
Flix, que ste era el nombre del gallardo hijo, que deseando que luciese en el valor y
valenta de sus ilustres antecesores, segua la guerra, dando ocasin con sus valerosos
hechos a que sus deudos, que eran muchos y nobles, como lo publican a voces las
excelentes casas de los Duques de Arcos y Condes de Bailn, le conociesen por rama de
su descendencia. Lleg este noble caballero a la florida edad de veinticuatro aos, y
habiendo alcanzado por sus manos una bandera, y despus de haberla servido tres aos
en Flandes, dio la vuelta a Espaa para pretender sus acrecentamientos. Y mientras en la
Corte se disponan por mano de sus deudos, se fue a ver a sus padres, que haba da que
no los haba visto, y que vivan con este deseo.
Llego don Flix a Baeza al tiempo que yo, sobre tarde ocupaba un balcn,
entretenida en mis pensamientos, y siendo forzoso haber de pasar por delante de mi
casa, por ser la suya en la misma calle, pude, dexando mis imaginaciones (que con ellas
fuera imposible), poner los ojos en las galas, criados y gentil presencia, y detenindome
en ella ms de lo justo, vi tal gallarda en l, que querrtela significar fuera alargar esta
historia y mi tormento. Vi en efecto el mismo dueo de mi sueo, y aun de mi alma,
porque si no era l, no soy yo la misma Jacinta que le vio y le am ms que a la misma
vida que poseo. No conoca yo a don Flix ni l a m, respecto de que cuando fue a la
guerra, qued tan nia que era imposible acordarme aunque su hermana doa Isabel y
yo ramos muy amigas. Mir don Flix al balcn, viendo que slo mis ojos hacan fiesta
a su venida. Y hallando amor ocasin y tiempo, execut en l el golpe de su dorada
saeta, que en m ya era excusado su trabajo por tenerle hecho. Y as de paso me dixo:
-
Tal joya ser ma, o yo perder la vida. Quiso el alma decir: Ya lo soy, mas la
vergenza fue tan grande como el amor, a quien ped con hartas sumisiones y
humildades que diesen ocasin y ventura, pues me haba dado causa.
No dex don Flix perder ninguna de las que la Fortuna le dio a las manos. Y fue la
primera, que habiendo doa Isabel avisdome de la venida de su hermano, fue fuerza el
visitarle y darle el parabin, en cuya visita me dio don Flix en los ojos y en las palabras
a conocer su amor, tan a las claras, que pudiera yo darle albricias de mi suerte, y como
yo le amaba no pude negarle en tal ocasin justas correspondencias. Y con esto le di
ocasin para pasear mi calle de da y de noche al son de una guitarra, con la dulce voz y
algunos versos, en que era diestro, darme mejor a conocer su voluntad. Acurdome,
Fabio, que la primera vez que le habl a solas por una rexa baxa, me dio causa este
soneto:
Amar el da, aborrecer el da,
llamar la noche y despreciarla luego,
temer el fuego y acercarse al fuego,
tener a un tiempo pena y alegra.
Estar juntos valor y cobarda,
el desprecio cruel y el blando ruego,
tener valiente entendimiento ciego,
atada la razn, libre osada.
Buscar lugar en que aliviar los males
y no querer del mal hacer mudanza,
desear sin saber que se desea.
Tener el gusto y el disgusto iguales,
y todo el bien librado en la esperanza,
si aquesto no es amor, no se que sea.
Dispuesta tena amor mi perdicin, y as me iba poniendo los lazos en que me
enredase, y los hoyos donde cayese, porque hallando la ocasin que yo misma buscaba
desde que o la msica, me bax a un aposento baxo de un criado de mi padre llamado
Sarabia, ms codicioso que leal, donde me era fcil hablar por tener una rexa baxa, tanto
que no era difcil tomar las manos. Y viendo a don Flix cerca le dixe:
-Si tan acertadamente amis como lo decs, dichosa ser la dama que mereciere
vuestra voluntad.
-Bien sabis vos, seora ma -respondi don Flix-, de mis ojos, de mis deseos y de
mis cuidados, que siempre manifiestan mi dulce perdicin; que s mejor querer que
decirlo. Que vos sepis que habis de ser mi dueo mientras tuviere vida, es lo que
procuro, y no acreditarme ni por buen poeta ni mejor msico.
-Y parceos -repliqu yo- que me estar bien creer eso que vos decs?
-S -respondi mi amante-, porque hasta dexar quererse y querer al que ha de ser su
marido tiene licencia una dama.
-Pues quin me asegura a m que vos lo habis de ser? -le torn a decir.
-Mi amor -dixo don Flix- y esta mano, que si la queris en prendas de mi palabra,
no ser cobarde, aunque le cueste a su dueo la vida.
Quin se viera rogado con lo mismo que desea, amigo Fabio, o qu mujer
despreci jams la ocasin de casarse, y ms del mismo que ama, que no acete luego
cualquier partido? Pues no hay tal cebo para en que pique la perdicin de una mujer que
ste, y as no quise poner en condicin mi dicha, que por tal la tuve, y tendr siempre
que traiga a la memoria este da. Y sacando la mano por la rexa, tom la que me ofreca
mi dueo, diciendo:
-
-Ya no es tiempo, seor don Flix, de buscar desdenes a fuerza de engaos, ni
encubrir voluntades a costa de resistencias, disgustos, suspiros y lgrimas. Yo os quiero,
no tan slo desde el da que os vi, sino antes. Y para que no os tengan confuso mis
palabras, os dir cosas que espanten-. Y luego le cont todo lo que te he dicho de mi
sueo.
No haca don Flix, mientras yo le deca estas novedades para l y para quienes lo
oyen, sino besarme la mano, que tena entre las suyas como en agradecimiento de mis
penas; en cuya gloria nos cogiera el da, y aun el de hoy, si no hubiera llegado nuestro
amor a ms atrevimiento. Despedmonos con mil ternezas, quedando muy asentada
nuestra voluntad, y con propsito de vernos todas las noches en la misma parte,
venciendo con oro el imposible del criado, y con mi atrevimiento el poder llegar all,
respeto de haber de pasar por delante de la cama de mi padre y hermano, para salir de
mi aposento.
Visitbame muy a menudo doa Isabel, obligndola a esto, despus de su amistad,
el dar gusto a su hermano, y servirle de fiel tercera de su amor.
En este sabroso estado estaba el nuestro, sin tratar don Flix de volver por entonces
a Italia, cuando entre las damas a quien rindi su gallarda presencia, que eran casi todas
las de la ciudad, fue una prima suya llamada doa Adriana, la ms hermosa que en toda
aquella tierra se hallaba. Era esta seora hija de una hermana de su padre de don Flix,
que como he dicho era de Sevilla, y tena cuatro hermanas, las cuales por muerte de su
padre haba trado a Baeza, poniendo las dos menores en Religin. En la misma tierra
cas la que segua tras ellas, quedando la mayor sin querer tomar estado, con esta
hermana, ya viuda, a quien le haba quedado para heredera de ms de cincuenta mil
ducados esta sola hija, a la cual amaba como puedes pensar, siendo sola y tan hermosa
como te he dicho. Pues como doa Adriana gozase muy a menudo de la conversacin de
mi don Flix, respeto del parentesco, le empez a querer tan loca y desenfrenadamente,
que no pudo ser ms, como vers en lo que sucedi.
Conoca don Flix el amor de su prima, y como tena tan llena el alma del mo,
disimulaba cuanto poda, excusando el darle ocasin a perderse ms de lo que estaba, y
as cuantas muestras doa Adriana le daba de su voluntad, con un descuido desdeoso
se haca desentendido. Tuvieron, pues, tanta fuerza con ella estos desdenes, que vencida
de su amor, y combatida dellos dio consigo en la cama, dando a los mdicos muy poca
seguridad de su vida, porque dems de no comer ni dormir, no quera que se le hiciese
ningn remedio. Con que tena puesta a su madre en la mayor tristeza del mundo, que
como discreta dio en pensar si sera alguna aficin el mal de su hija, y con este
pensamiento, obligando con ruegos una criada de quien doa Adriana se fiaba, supo
todo el caso, y quiso como cuerda poner remedio.
Llam a su sobrino, y despus de darle a entender, con lgrimas la pena que tena
del mal de su querida hija, y la causa que la tena en tal estado, le pidi encarecidamente
que fuese su marido, pues en toda Baeza no poda hallar casamiento ms rico; que ella
alcanzara de su hermano, que lo tuviese por bien.
No quiso don Flix ser causa de la muerte de su prima ni dar con una desabrida
respuesta pena a su ta. Y en esta conformidad, le dixo, fiado en el tiempo que haba de
pasar en tratarse y venir la dispensacin, que lo tratase con su padre, que como l
quisiese, lo tendra por bien. Y entrando a ver a su prima, le llen el alma de esperanzas,
mostrando su contento en su mejora, acudiendo a todas horas a su casa, que as se lo
peda su ta, con que doa Adriana cobr entera salud.
Faltaba don Flix a mis visitas, por acudir a las de su prima, y yo desesperada
maltrataba mis ojos, y culpaba su lealtad. Y una noche, que quiso enteramente satisfacer
mis celos, y que, por excusar murmuraciones de los vecinos, haba facilitado con
-
Sarabia el entrar dentro, viendo mis lgrimas, mis quexas y lastimosos sentimientos,
como amante firme, inculpable en mis sospechas, me dio cuenta de todo lo que con su
prima pasaba, enamorado, mas no cuerdo, porque si hasta all eran slo temores los
mos, desde aquel punto fueron celos declarados. Y con una clera de mujer celosa, que
no lo pondero poco, le dixe que no me hablase ni viese en su vida, si no le deca a su
prima que era mi esposo, y que no lo haba de ser suyo. Quise con este enojo irme a mi
aposento, y no lo consinti mi amante, mas amoroso y humilde, me prometio que no
pasara el da que aguardaba sin obedecerme, que ya lo hubiera hecho, si no fuera por
guardarme el justo decoro. Y habindome dado nuevamente palabra delante del
secretario de mis libertades, le di la posesin de mi alma y cuerpo, parecindome que
as le tendra ms seguro.
Pas la noche ms apriesa que nunca, porque haba de seguirla el da de mis
desdichas, para cuya maana haba determinado el mdico, que doa Adriana, tomando
un acerado xarabe, saliese a hacer exercicio por el campo, porque como no poda verse
el mal del alma, juzgaba por la perdida color que eran opilaciones. Y para este tiempo
llevaba tambin mi esposo, librado el desengao de su amor y la satisfacin de mis
celos, porque como un hombre no tiene ms de un cuerpo y un alma, aunque tenga
muchos deseos, no puede acudir a lo uno sin hacer falta a lo otro, y la pasada noche mi
don Flix por haberlo tenido conmigo, haba faltado a su prima; y lo ms cierto es que
la fortuna que guiaba las cosas ms a su gusto que a mi provecho, orden que doa
Adriana madrugase a tomar su acerada bebida, y saliendo en compaa de su ta y
criadas, la primera estacin que hizo fue a casa de su primo, y entrando en ella con
alegra de todos, que le daban como a un sol el parabin de su venida y salud, se fue con
doa Isabel al cuarto de su hermano, que estaba reposando lo que haba perdido de
sueo en sus amorosos empleos, y le empez delante de su hermana, muy a lo de propia
mujer, a pedirle cuenta de haber faltado la noche pasada, a quien don Flix no satisfizo;
mas desenga de suerte que en pocas palabras le dio a entender, que se cansaba en
vano, porque dems de tener puesta su voluntad en m, estaba ya desposado conmigo, y
prendas de por medio, que si no era faltndole la vida era imposible que faltasen.
Cubri a estas razones un desmayo los ojos de doa Adriana, que fue fuerza sacarla
de all y llevarla a la cama de su prima, la cual vuelta en s, disimulando cuanto pudo las
lgrimas, se despidi della, respondiendo a los consuelos que doa Isabel le daba con
grandsima sequedad y despego.
Lleg a su casa, donde en venganza de su desprecio, hizo la mayor crueldad que se
ha visto consigo misma, con su primo, y conmigo. Oh celos, qu no haris y ms si os
apoderis de pecho de mujer! En lo que dio principio a su furiosa rabia fue en escribir a
mi padre un papel, en que le daba cuenta de lo que pasaba, dicindole que velase y
tuviese cuenta con su casa, que haba quien le quitaba el honor. Y con ello aguard la
maana, que tomando su prima, y dando el papel a un criado que se le llevase a mi
padre dndole a entender que era una carta de Madrid, ya con el manto puesto para salir
a hacer exercicio, se lleg a su madre algo ms enternecida que su cruel corazn le daba
lugar, y le dixo:
-Madre ma, al campo voy, si volver Dios lo sabe; por su vida, seora, que me
abrace por si no la volviere a ver.
-Calla, Adriana -dixo algo alterada su madre-, no digas tales disparates, si no es que
tienes gusto de acabarme la vida; por qu no me has de volver a ver, si ya ests tan
buena que ha muchos das que no te he visto mejor? Vete, hija ma, con Dios y no
aguardes a que entre el sol y te haga dao. -Pues qu, vuestra merced no me quiere
abrazar? -replic doa Adriana.
-
Y volviendo, preados de lgrimas los ojos, las espaldas, lleg a la puerta de la
calle, y apenas sali por ella y dio dos pasos, cuando arrojando un lastimoso ay! se
dex caer en el suelo.
Acudi su ta y sus criadas y su madre, que vena tras ella, y pensando que era un
desmayo, la llevaron a su cama, llamando al mdico para que hiciese las diligencias
posibles, mas no tuvo ninguna bastante, por ser su desmayo eterno; y declarando que
era muerta, la desnudaron para amortajarla, hundindose la casa a gritos; y apenas la
desabotonaron un jubn de tab de oro azul, que llevaba puesto, cuando entre sus
hermosos pechos la hallaron un papel, que ella misma escriba a su madre, en que le
deca que ella propia se haba quitado la vida con solimn que haba echado en el
xarabe, porque ms quera morir que ver a su primo en brazos de otra.
Quien a este punto viera a la triste de su madre, de creer es que se le partiera el
corazn por medio de dolor, porque ya de traspasada no poda llorar, y ms cuando
vieron que despus de fro el cuerpo, se puso muy hinchada, y negra, porque no slo
consideraba el ver muerta a su hija, sino haber sido desesperadamente. Y as, puedes
considerar, Fabio, cul estara su casa, y la ciudad y yo que en compaa de doa Isabel
fui a ver este espectculo, inocente y descuidada de lo que estaba ordenado contra m,
aunque confusa de ser yo la causa de tal suceso, porque ya saba por un papel de mi
esposo, lo que haba pasado con ella.
No se hall al entierro don Flix por no irritar al cielo en venganza de su crueldad,
aunque yo lo ech a sentimiento, y lo uno y lo otro deba ser y era razn.
Enterraron la desgraciada y malograda dama, facilitando su riqueza y calidad los
imposibles que pudiera haber, habindose ella muerto por sus manos. Y con esto yo me
torn a mi casa, deseando la noche para ver a don Flix, que apenas eran las nueve
cuando Sarabia me avis cmo ya estaba en su aposento (pluguiera a Dios le durara su
pesar y no viniera), aunque a mi parecer se dispona mejor el verle que otras noches,
porque mi cauteloso padre, que ya estaba avisado por el papel de doa Adriana, se
acost ms temprano que otras veces, haciendo recoger a mi hermano y a la dems
gente, y yo hice lo mismo para ms disimulacin, dando lugar a mi padre, que ayudado
de sus desvelos y melancola, a pesar de su cuidado, se durmi tan pesadamente, que le
dur el sueo hasta las cuatro de la maana.
Yo como le vi dormido me levant, y descalza, con slo un faldelln, me fui a los
brazos de mi esposo, y en ellos procur quitarle, con caricias y ruegos el pesar que tena,
tratando con admiraciones el suceso de doa Adriana.
Estaba Sarabia asentado en la escalera, siendo vigilante espa de mis travesuras, a
tiempo que mi padre despavorido despert, y levantndose, fue a mi cama y como no
me hallase en ella, tom un pistolete y su espada, y llamando a mi hermano, le dio
cuenta del caso, breve y sucintamente-, mas no pudieron hacerlo con tanto silencio ni
tan paso que una perrilla que haba en casa, no avisase con sus voces a mi criado, el cual
escuchando atento, como oy pasos, lleg a nosotros, y nos dixo que si queramos vivir
le siguisemos, porque ramos sentidos.
Hicmoslo as, aunque muy turbados, y antes que mi padre tuviese lugar de baxar la
escalera, ya los tres estbamos en la calle, y la puerta cerrada por defuera, que esta
astucia me ense mi necesidad.
Considrame, Fabio, con slo el faldelln de damasco verde, con pasamanos de
plata, y descalza, porque as haba baxado la escalera a verme con mi deseado dueo. El
cual con la mayor priesa que pudo me llev al convento donde estaban sus tas, siendo
ya de da. Llam a la portera, y entrando dentro al torno, y en dndoles cuenta del
suceso, en menos de una hora me hall detrs de una red, llena de lgrimas y cercada de
confusin, aunque don Flix me alentaba cuanto poda, y sus tas me consolaban
-
asegurndome todas el buen suceso, pues pasada la clera, tendra mi padre por bien el
casamiento. Y por si le quisiese pedir a don Flix el escalamiento de la casa, se qued
retrado l y Sarabia en el mismo monasterio, en una sala, que para su estancia
mandaron aderezar sus tas, desde donde avis a su padre y hermana el suceso de sus
amores.
Su padre, que ya por las seales se imaginaba que me quera, y no le pesaba dello,
por conocer que en Baeza no podra su hijo hallar ms principal ni rico casamiento,
parecindole que todo vendra a parar en ser mi marido, fue luego a verme en compaa
de doa Isabel, que proveda de vestidos y joyas, que supliesen la falta de las mas,
mientras se hacan otras, lleg donde yo estaba, dndome mil consuelos y esperanzas.
Esto pasaba por m, mientras mi padre, ofendido de accin tan escandalosa como
haberme salido de su casa, si bien lo fuera ms si yo aguardara su furia, pues por lo
menos me costara la vida, remiti su venganza a sus manos, accin noble, sin querer por
la justicia hacer ninguna diligencia, ni ms alboroto ni ms sentimiento, que si no le
hubiera faltado la mejor joya de su casa y la mejor prenda de su honra. Y con este
propsito honrado, puso espas a don Flix, de suerte que hasta sus intentos no se
encubran. Y antes de muchos das hall la ocasin que buscaba, aunque con tan poca
suerte como las dems, por estar hasta entonces la fortuna de parte de don Flix. El cual
una noche cansado ya de su reclusin, y estando cierto que yo estaba recogida en mi
celda con sus tas, que me queran como hija, venciendo con dinero la facilidad de un
mozo, que tena las llaves de la puerta de la casa, le pidi que le dexase salir, que quera
llegar hasta la de su padre, que no estaba lexos, que luego dara la vuelta. Hzolo el poco
fiel guardador, previnindole su peligro, y l facilitndolo todo lleno de armas y galas
sali, y apenas puso los pies en la calle cuando dieron con l mi padre y hermano, las
espadas desnudas, que hechos vigilantes espas de su opinin, no dorman sino a las
puertas del convento. Era mi hermano atrevido cuanto don Flix prudente, causa para
que a la primera ida y venida de las espadas, le atraves don Flix la suya por el pecho,
y sin tener lugar ni aun de llamar a Dios, cay en el suelo de todo punto muerto.
El mozo que tena las llaves, como an no haba cerrado la puerta, por ser todo en
un instante, recogi a don Flix, antes que mi padre ni la justicia pudiesen hacer las
diligencias, que les tocaban.
Vino el da, spose el caso, dise sepultura al malogrado y lugar a las
murmuraciones. Y yo ignorante del caso, sal a un locutorio a ver a doa Isabel, que me
estaba aguardando llena de lgrimas y sentimientos, porque pensaba ella, siendo yo
mujer de su hermano, serlo del mo, a quien am tiernamente. Prevnome del suceso y
de la ausencia que don Flix quera hacer de Baeza y de toda Espaa, porque se deca
que el Corregidor trataba de sacarle de la Iglesia, mientras vena un Alcalde de Corte,
por quien se haba enviado a toda priesa.
Considera, Fabio, mis lgrimas y mis extremos con tan tristes nuevas, que fue
mucho no costarme la vida, y ms viendo que aquella misma noche haba de ser la
partida de mi querido dueo a Flandes, refugio de delincuentes y seguro de desdichados,
como lo hizo, dexando orden en mi regalo, y cuidado a su padre de amansar las partes y
negociar su vuelta.
Con esto, por una puerta falsa, que se mandaba por la estancia de las monjas, y no
se abra sino con grande ocasin, con licencia del Vicario y Abadesa, sali, dexndome
en los brazos de su ta casi muerta, donde me traslad de los suyos, por no aguardar a
ms ternezas, tomando el camino derecho de Barcelona, donde estaban las galeras que
haban trado las compaas, que para la expulsin de los moriscos haba mandado venir
la Majestad de Felipe III, y aguardaban al Excelentsimo don Pedro Fernndez de
Castro, Conde de Lemos, que iba a ser Virrey y Capitn General del Reino de Npoles.
-
Supo mi padre la ausencia de don Flix, y como discreto, traz, ya que no se poda
vengar dl hacerlo, de m. Y la primera traza que para esto dio fue tomar los caminos,
para que ni a su padre ni a m viniesen cartas, tomndolas todas, que el dinero lo puede
todo, y no fue mal acuerdo, pues as saba el camino que llevaba, que los caballeros de
la calidad de mi padre, en todas partes tienen amigos, a quien cometer su venganza.
Pasaron quince o veinte das de ausencia, parecindome a m veinte mil aos, sin
haber tenido nuevas de mi ausente. Y un da, que estaban mi suegro y cuado, que me
visitaban por momentos, entr un cartero y dio a mi suegro una carta, diciendo ser de
Barcelona, que a lo despus supe, haba sido echada en el correo. Deca as:
Mucho siento haber de ser el primero que d a V. m. tan malas nuevas, mas
aunque quisiera excusarme no es justo dexar de acudir a mi amistad y obligacin.
Anoche, saliendo el alfrez don Flix Ponce de Len, su hijo de V. m. de una casa de
juego, sin saber quin ni cmo, le dieron dos pualadas, sin darle lugar ni aun de
imaginar quin sea el agresor. Esta maana le enterramos, y luego despacho sta, para
que V. m. lo sepa, a quien consuele Nuestro Seor, y d la vida que sus servidores
deseamos. A Sarabia pasar conmigo a Npoles, si V. m. no manda otra cosa. Barcelona
20 de junio. El Capitn Diego de Mesa.
Ay, Fabio, y qu nuevas! No quiero traer a la memoria mis extremos, bastar
decirte que las cre, por ser este capitn un muy particular amigo de don Flix, con
quien l tena correspondencia, y a quien pensaba seguir en este viaje. Y pues las cre,
por esto podrs conjeturar mi sentimiento, y lgrimas. No quieras saber mas, sino que
sin hacer ms informacin, otro da tom el hbito de religiosa, y conmigo para
consolarme y acompaarme doa Isabel, que me quera tiernamente.
Ve prevenido, discreto Fabio, de que mi padre fue el que hizo este engao, y
escribi esta carta, y cmo coga todas las que venan. Porque don Flix como lleg a
Barcelona, hall embarcado al Virrey, y sin tener lugar de escribir mas que cuatro
renglones, avisando de cmo ese da partan las galeras se embarc y con l Sarabia,
que no le haba querido dexar, temeroso de su peligro. Peda que le escribisemos a
Npoles, donde pensaba llegar, y desde all dar la vuelta a Flandes.
Pues como su padre y yo no recebimos esta carta, pues en su lugar vino la de su
muerte, y la tuvisemos por tan cierta, no escribimos ms, ni hicimos ms diligencias,
que, cumplido el ao, hacer doa Isabel y yo nuestra profesin con mucho gusto,
particularmente en mi parecindome que faltando don Flix no quedaba en el mundo
quien me mereciese.
A un mes de mi profesin muri mi padre, dexndome heredera de cuatro mil
ducados de renta, los cuales no me pudo quitar, por no tener hijos, y ser cristiano, que,
aunque tena enojo, en aquel punto acudi a su obligacin. Estos gastaba yo largamente
en cosas del convento, y as era seora dl, sin que se hiciese en todo ms que mi gusto.
Don Flix lleg a Npoles, y no hallando cartas all, como pens, enojado de mi
descuido y desamor, sin querer escribir, viendo que se partan cinco compaas a
Flandes, y que en una dellas le haban vuelto a dar la bandera, se parti; y en Bruselas,
para desapasionarse de mis cuidados, dio los suyos a damas y juegos, en que se divirti
de manera, que en seis aos no se acord de Espaa ni de la triste Jacinta, que haba
dexado en ella; pluguiera a Dios que estuviera hasta hoy, y me hubiera dexado en mi
quietud, sin haberme sujetado a tantas desdichas! Pues para traerme a ellas, al cabo
deste tiempo, trayendo a la memoria sus obligaciones, dio la vuelta a Espaa y a su
tierra, donde entrando al anochecer, sin ir a la casa de sus padres, se fue