Zayas y Sotomayor, Maria de - Novelas Amorosas y Ejemplares

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MARÍA DE ZAYAS Y SOTOMAYOR N N o o v v e e l l a a s s a a m m o o r r o o s s a a s s y y e e j j e e m m p p l l a a r r e e s s

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Transcript of Zayas y Sotomayor, Maria de - Novelas Amorosas y Ejemplares

  • MARA DE

    ZAYAS Y SOTOMAYOR

    NNoovveellaass aammoorroossaass yy eejjeemmppllaarreess

  • El juez de su causa ............................................................................................................ 3

    Aventurarse perdiendo .................................................................................................... 14

    El castigo de la miseria ................................................................................................... 37

    La esclava de su amante ................................................................................................. 59

    La inocencia castigada .................................................................................................... 90

    El jardn engaoso ........................................................................................................ 107

    Estragos que causa el vicio ........................................................................................... 117

  • El juez de su causa

    Tuvo entre sus grandezas la nobilsima ciudad de Valencia, por nueva y milagrosa

    maravilla de tan celebrado asiento, la sin par belleza de Estela, dama ilustre, rica y de

    tantas prendas, gracias y virtudes, que cuando no tuviera otra cosa de qu preciarse sino

    de tenerla por hija, pudiera alabarse entre todas las ciudades del mundo de su dichosa

    suerte. Era Estela nica en casa de sus padres, y heredera de mucha riqueza, que para

    sola ella les dio el cielo, a quien agradecidos alababan por haberles dado tal prenda.

    Entre los muchos caballeros que deseaban honrar con la hermosura de Estela su nobleza

    fue don Carlos, mozo noble, rico y de las prendas que pudiera Estela elegir un noble

    marido, si bien Estela, atada su voluntad a la de sus padres, como de quien saba que

    procuraban su acrecentamiento, aunque entre todos se agradaban ms de las virtudes y

    gentileza de don Carlos, era con tanta cordura y recato, que ni ellos ni l conocan en

    ella ese deseo, pues ni despreciaba cruel sus pretensiones, ni admita liviana sus deseos,

    favorecindole con un mirar honesto y un agrado cuerdo, de lo cual el galn, satisfecho

    y contento, segua sus pasos, adoraba sus ojos y estimaba su hermosura, procurando con

    su presencia y continuos paseos dar a entender a la dama lo mucho que la estimaba.

    Haba en Valencia una dama de ms libres costumbres que a mujer noble y

    medianamente rica convena, la cual viendo a don Carlos pasar a menudo por su calle,

    por ser camino para ir a la de Estela, se aficion de suerte, que sin mirar en ms

    inconvenientes que a su gusto, se determin a drselo a entender del modo que pudiese.

    Ponasele delante en todas ocasiones, procurando despertar con su hermosura su

    cuidado; mas como los de don Carlos estuviesen ocupados y cautivos de la belleza de

    Estela,- jams reparaba en la solicitud con que Claudia, que ste era el nombre de la

    dama, viva; pues como se aconsejase con su amor y el descuido de su amante, y viese

    que naca de alguna voluntad, procur saberlo de cierto, y a pocos lances descubri lo

    mismo que quisiera encubrir a su misma alma, por no atormentarla con el rabioso mal

    de los celos. Y conociendo el poco remedio que su amor tena, viendo al galn don

    Carlos tan bien empleado, procur por la va que pudiese estorbarlo, o ya que no

    pudiese ms, vivir con quien adoraba, para que su vista aumentase su amor, o su

    descuido apresurase su muerte. Para lo cual, sabiendo que a don Carlos se le haba

    muerto un paje, que de ordinario le iba acompaando, y le serva de fiel consejero de su

    honesta aficin, aconsejndose con un antiguo criado que tena, ms codicioso de su

    hacienda que de su hermosura y quietud, le pidi que diese traza cmo ella ocupase la

    plaza del muerto siervo, dndole a entender que lo haca por procurar apartarle de la

    voluntad de Estela, y traerle a la suya, ofrecindole, si lo consegua, gran parte de su

    hacienda. El codicioso viejo, que vi por este camino gozara de la hacienda de Claudia,

    se dio tal maa en negociarlo, que el tiempo que pudiera gastar en aconsejarla lo

    contrario, ocup en negociar lo de su traje en el de varn y en servicio de don Carlos y

    su criado con la gobernacin de su hacienda y comisin de hacer y deshacer en ella;

    venci la industria los imposibles, y en pocos das se hall Claudia paje de su amante,

    granjeando su voluntad de suerte que ya era archivo de los ms encendidos

    pensamientos de don Carlos y tan valido suyo, que slo a l encomendaba la solicitud

    de sus deseos. Ya en este tiempo se daba don Carlos por tan favorecido de Estela,

    habiendo vencido su amor los imposibles del recato de la dama, que a pesar de los ojos

    de Claudia, que con lgrimas solemnizaba esta dicha de los dos amantes, le hablaba

    algunas noches por un balcn, recibiendo con agrado sus papeles, y oyendo con gusto

    algunas msicas que le daba su amante algunas veces. Pues una noche que entre otras

  • muchas quiso don Carlos dar una msica a su querida Estela, y Claudia con su

    instrumento haba de ser el tono de ella, en lugar de cantar el amor de su dueo, quiso

    con este soneto desahogar el suyo, que con el lazo al cuello estaba para precipitarse.

    Goce su libertad el que ha tenido

    Voluntad y sentidos en cadena;

    Y el condenado en amorosa pena,

    El dudoso favor que ha prevenido.

    En dulces lazos, pues leal ha sido,

    De mil gustos de amor el alma llena,

    El que tuvo su bien en tierra ajena

    Triunfe de ausencia, sin temor de olvido.

    Viva el amado sin favor celoso;

    Y venza su desdn el despreciado,

    Logre sus esperanzas el que espera.

    Con su dicha alegre el venturoso,

    Y con su prenda el victorioso amado,

    Y el que amare imposibles cual yo, muera.

    En este estado estaban estos amantes, aguardando don Carlos licencia de Estela para

    pedirla a sus padres por esposa, cuando vino a Valencia un conde italiano, mozo y

    galn, pues como su posada estaba cerca de la de Estela, y su hermosura tuviese

    jurisdiccin sobre todos cuantos la llegasen a ver, cautiv de suerte la voluntad del

    conde, que le vino a poner en puntos de procurar remedios, y el ms conveniente que

    hall, fiado en ser quien era, dems de sus muchas prendas y gentileza, fue pedirla a sus

    padres, juntndose este mismo da con la suya la misma peticin por parte de don

    Carlos, que acosado de los amorosos deseos de su dama, y quiz de los celos que le

    daba el conde vindole pasear la calle, quiso darles alegre fin. Oyeron sus padres los

    unos y los otros terceros; y viendo que aunque don Carlos era digno de ser dueo de

    Estela, codiciosos de verla condesa, despreciando la pretensin de don Carlos, se la

    prometieron al conde; y qued asentado que de all a un mes fuesen las bodas. Sintise

    la dama, como era razn, esta desdicha, y procur desbaratar estas bodas; mas todo fue

    cansarse en vano, y ms cuando ella supo por un papel de don Carlos cmo haba sido

    despedido de ser suya. Mas como amor, cuando no hace imposibles, le parece que no

    cumple con su poder, dispuso de suerte los nimos de estos dos amantes, que vindose

    aquella noche por la parte que solan, concertaron que de all a ocho das previniese don

    Carlos lo necesario, la sacase y llevase a Barcelona, donde se casaran, de suerte que

    cuando sus padres la hallasen, fuese con su marido, tan noble y rico como pudieran

    desear, a no haberse puesto de por medio tan fuerte competidor como el conde y su

    codicia. Todo esto oy Claudia, y como le llegasen tan al alma estas nuevas, recogise

    en su aposento, y pensando estar sola soltando las corrientes a sus ojos, empez a decir:

    Ya, desdichada Claudia, qu tienes que esperar? Carlos y Estela se casan, amor est de su parte, y tiene pronunciada contra m cruel sentencia de perderle. Podrn mis

    ojos ver a mi ingrato en brazos de su esposa? No por cierto, pues lo mejor ser decirle

    quin soy, y luego quitarme la vida.

    Estas y otras muchas razones deca Claudia quejndose de su desdicha, cuando

    sinti llamar a la puerta de su estancia, y levantndose a ver quin era, vi que el que

    llamaba a la puerta era un gentil y gallardo moro, que haba sido del padre de don

    Carlos, y habindose rescatado, no aguardaba sino pasaje para ir a Fez, de donde era

    natural, que como le vi, le dijo:

  • Para qu, Hamete, vienes a inquietar ni estorbar mis quejas si las has odo, y por ellas conoces mi grande desdicha y afliccin? Djamelas padecer, que ni t eres capaz

    de consolarme, ni ellas admiten ningn consuelo.

    Era el moro discreto y en su tierra, noble, que su padre era un baj muy rico, y

    como hubiese odo quejar a Claudia y conocido quin era, le dijo:

    Odo he, Claudia, cuanto has dicho, y como aunque moro soy en algn modo cuerdo, quiz el consuelo que te dar ser mejor que el que t tomas, porque en quitarte

    la vida, qu agravio haces a tus enemigos, sino darles lugar a que gocen sin estorbo?

    Mejor sera quitar a Carlos a Estela, y esto ser fcil si t quieres. Para animarte a ello te

    quiero decir un secreto que hasta ahora no me ha salido del pecho. yeme, y si lo que

    quiero decirte no te pareciera a propsito, no lo admitas. Mujer eres, y dispuesta a

    cualquier accin, como lo juzgo en haber dejado tu traje y opinin por seguir tu gusto.

    Algunas veces vi a Estela y su hermosura cautiv mi voluntad; mira qu de cosas te he

    dicho en estas dos palabras. Quejaste que por Carlos habas dejado tu reposo; dasle

    nombre de ingrato, y no andas acertada, porque s t le hubieras dicho tu amor, quiz

    Estela no triunfara del suyo, ni yo estuviera muriendo. Dices que no hay remedio,

    porque tienen concertado robarla y llevarla a Barcelona, y te engaas, porque en eso

    mismo, si t quieres, est tu ventura y la ma. Mi rescate ya est dado, maana he de

    partir de Valencia, porque para ello tengo prevenida una galeota que anoche dio fondo

    en un escollo cerca del Grao, de quien yo slo tengo noticia. Si t quieres quitarle a don

    Carlos su dama y hacerme a m dichoso, pues ella te da crdito a cuanto dices, fiada en

    que eres la privanza de su amante, ve a ella, y dile que tu seor tiene prevenida una nave

    en que pasar a Barcelona como tiene concertado, y que, por ser segura, no quiere

    aguardar el plazo que entre los dos se puso, que para maana en la noche se prevenga;

    seala la hora misma, y dndola a entender que don Carlos la aguardar en la marina, la

    traers donde yo te sealare, y llevndomela yo a Fez, t quedars sin embarazo, donde

    podrs persuadir y obligarle a amarte, y yo ir rico de tanta hermosura.

    Atnita oy Claudia el discurso del moro, y como no mirase ms que en verse sin

    Estela y con don Carlos, acept luego el partido, dando al moro las gracias, quedando

    de concierto en efectuar otro da esta traicin, que no fue difcil; porque Estela dando

    crdito, pensando que se pona en poder del que haba de ser su esposo cargada de joyas

    y dineros, antes de las doce de la siguiente noche ya estaba embarcada en la galeota, y

    con ella Claudia, que Hamete la pag de esta suerte la traicin.

    Tanto sinti Estela su desdicha, que as como se vio rodeada de moros, y entre ellos

    el esclavo de don Carlos, y que l no pareca, vio que a toda priesa se hacan a la vela, y

    considerando su desdicha, aunque ignoraba la causa, se dej vencer de un mortal

    desmayo, que le dur hasta otro da; tal fue la pasin de ver esto, y ms cuando

    volviendo en s, oy lo que entre Claudia y Hamete pasaba; porque creyendo el moro

    ser muerta Estela, tenindola Claudia en sus brazos, le deca al alevoso moro:

    Para qu, Hamete, me aconsejaste que pusiese esta pobre dama en el estado en que est, si no me habis de conceder la amada compaa de don Carlos, cuyo amor me

    oblig a hacer tal traicin como hice en ponerla en tu poder? Cmo te precias de noble

    si has usado conmigo este rigor?

    Al traidor, Claudia respondi Hamete, pagarle en lo mismo que ofende, es el mejor acuerdo del mundo, dems que no es razn que ninguno se fe del que no es leal a

    su misma nacin y patria. T quieres a don Carlos, y l a Estela; por conseguir tu amor

    quitas a tu amante la vida, quitndole la presencia de su dama; pues a quien tal traicin

    hace, como drmela a m por un vano antojo, cmo quieres que yo me asegure de que

    luego no avisars a la ciudad, y saldrn tras m, y me darn la muerte? Pues con quitar

    este inconveniente, llevndote conmigo, aseguro mi vida y la de Estela, a quien adoro.

  • Estas y otras razones como stas pasaban entre los dos, cuando Estela, vuelta en s,

    habiendo odo estas razones o las ms, pidi a Claudia que le dijese qu enigmas eran

    aquellos que pasaban por ella; la cual se lo cont todo como pasaba, dando larga cuenta

    de quin era y por la ocasin que se vean cautivas. Solemnizaba Estela su desdicha,

    vertiendo de sus ojos dos mil mares de hermosas lgrimas, y Hamete su ventura,

    consolando a la dama en cuanto poda, y dndola a entender que iba a ser seora de

    cuanto l posea, y ms en propiedad si quisiese dejar su ley; consuelos que la dama

    tena por tormentos, y no por remedio, a los cuales respondi con las corrientes de sus

    hermosos ojos. Dio orden Hamete a Claudia para que mudase traje, sirviese y regalase a

    Estela, y con esto hacindose a lo largo se engolfaron en alta mar la vuelta de Fez.

    Dejmoslos ahora hasta su tiempo, y volvamos a Valencia, donde siendo echada de

    menos Estela de sus padres, locos de pena, procuraron saber qu se haba hecho,

    buscando los ms secretos rincones de su casa con un llanto sordo y semblante muy

    triste. Hallaron una carta dentro de un escritorio suyo, cuya llave estaba sobre un bufete,

    que abierta, deca as:

    Mal se compadece amor e inters, por ser muy contrario el

    uno del otro, y por esta causa, amados padres mos, al paso que

    me alejo del uno, me entrego al otro; la poca estimacin que

    hago de las riquezas del conde me lleva a poder de don Carlos, a

    quien slo reconozco por legtimo esposo: su nobleza es tan

    conocida, que a no haberse puesto de por medio tan fuerte

    competidor, no se pudiera para darme estado pedir ms ni ms

    desear. Si el yerro de haberlo hecho de este modo mereciese

    perdn, juntos volveremos a pedirle, y en tanto pedir al cielo

    las vidas de todos.

    Estela.

    El susto y pesar que caus esta carta podr sentir quien considerarse la prenda que

    era Estela y cunto la estimaban sus padres, los cuales dando orden a su gente para que

    no hiciesen alboroto alguno, creyendo an que no habran salido de Valencia, porque la

    mayor seguridad era estarse quedos, y que haciendo algunas diligencias secretas sabran

    de ellos, dando aviso al virrey del caso, la primera que se hizo fue visitar la casa de don

    Carlos, quo descuidado del suceso, le trasladaron a un castillo, a ttulo de robador de la

    hermosa Estela y escalador de la nobleza de su! padres, siendo el consuelo de ellos y su

    esposo, que as se intitulaba el conde Estaba don Carlos inocente de la causa de su

    prisin y haca mil instancias para saberla; y como le dijeren que Estela faltaba, y que

    conforme a una carta que se haba hallado de la dama, l era el autor de este robo y el

    Jpiter de esta bella Europa, y que l haba de dar cuenta de ella, viva o muerta, pens

    acabar la vida a manos de su pesar; y cuando se vio puesto en el aprieto que el caso

    requera, porque ya le amenazaba la garganta el cuchillo, y a su inocente vida la muerte,

    si bien su padre, como tan rico y noble, defenda, como era razn, la inocencia de su

    hijo.

    Qudese as hasta su tiempo, que la historia dir el suceso; y vamos a Estela y

    Claudia, que en compaa del cruel Hamete navegaban con prspero viento la vuelta de

    Fez, que como llegasen a ella, fueron llevadas las damas en casa del padre del moro,

    donde la hermosa Estela empez de nuevo a llorar su cautiverio y la ausencia de don

    Carlos; porque como Hamete viese que ni con ruegos ni caricias poda vencerla, empez

    a usar de la fuerza, procurando con malos tratamientos obligarla a consentir con sus

    deseos por no padecer, tratndola como a una miserable esclava, mal comida y peor

    vestida, y sirviendo en la casa de criada, en la cual tena el padre de Hamete cuatro

  • mujeres, con quien estaba casado, y otros dos hijos menores. De estos dos el mayor se

    aficion con grandes veras de Claudia, la cual segura de que si como Estela no le

    admitiese la trataran como a ella, y vindose tambin excluida de tener libertad ni de

    volver a ver a Carlos, cerrando los ojos a Dios, reneg de su santsima fe, y se cas con

    Zaide, que ste era el nombre de su hermano; con lo cual, la pobre dama pasaba triste y

    desesperada vida, y as pas un ao, y en l mil desventuras, si bien lo que ms le

    atormentaba eran las persecuciones de Hamete, quien continuamente la molestaba con

    sus importunaciones.

    Desesperado, pues, de remedio, pidi a Claudia con muchas lstimas diese orden de

    que por lo menos, usando de la fuerza pudiese gozarla; prometiselo Claudia, y as un

    da que estaban solas, porque las dems eran idas al bao, le dijo la traidora Claudia

    estas razones:

    No s, hermosa Estela, cmo te diga la tristeza y congoja que padece mi corazn en verme en esta tierra y en tan mala vida como estoy; yo, amiga Estela, estoy

    determinada a huirme, que no soy tan mora que no me tire ms el ser cristiana, pues el

    haberme sujetado a esto fue ms de temor que de voluntad; cincuenta cristianos tienen

    prevenido un bajel, en que hemos de partir esta noche a Valencia; si t quieres, pues

    vinimos juntas, que nos volvamos con Dios, que yo espero en l que nos llevara en

    salvamento, y si no, mira qu quieres que le diga a Carlos, que de hoy en un mes pienso

    verle; y en lo que mejor puedes conocer la voluntad que te tengo es en que, estando sin

    ti, puede ser ocasin de que Carlos me quiera; y para lo contrario me ha de ser estorbo

    tu presencia; mas con todo eso me obliga ms tu miseria que mi gusto.

    Arrojse Estela a los pies de Claudia, y la suplic que pues era esta su

    determinacin, que no la dejase, y vera con las veras que la serva; finalmente quedaron

    en salir juntas esta noche, despus de todos recogidos, para lo cual juntaron sus cosas,

    por no ir desapercibidas. Las doce seran de la noche cuando Estela y Claudia, cargadas

    de dos pequeos los en que llevaban sus vestidos y camisas y otras cosas necesarias a

    su viaje, se salieron de casa y caminaron hacia la marina, donde deca Claudia que

    estaba el bergantn o bajel en que haba de escapar, y en su seguimiento Hamete, que

    desde que salieron de casa las segua, y como llegasen hacia unas peas, en donde deca

    que haba de aguardar a los dems, tomando un lugar el ms acomodado y seguro que a

    la cautelosa Claudia le pareci ms a propsito para el caso, se sent, animando a la

    temerosa dama, que cada pequeo rumor le parecera que era Hamete. De esta suerte

    estuvieron ms de una hora, pues Hamete aunque estaba cerca de ellas, no se haba

    querido dejar ver porque estuviese ms segura. Al cabo de esto lleg, y como las viese,

    fingiendo una furia infernal, les dijo:

    Ah, perras malnacidas, qu fuga es sta! Ya no os escaparis con las traiciones que tenis concertadas.

    No es traicin, Hamete dijo Estela, procurar cada uno su libertad, que lo mismo hicieras t si te vieras de la suerte que yo, maltratada y abatida de ti y de todos

    los de tu casa; dems que si Claudia no me animara, no hubiera en m atrevimiento para

    emprender esto, sino que ya mi suerte tiene puesta mi perdicin en sus manos y as me

    ha de suceder siempre que mi fiare de ella.

    No lo digas burlando, perra dijo a esta ocasin la renegada Claudia, porque quiero que sepas que el traerte esta noche no fue con nimo de salvarte, sino con deseo

    de ponerte en poder del gallardo Hamete, para que por fuerza o por grado te goce,

    advirtiendo que le has de dar gusto, y con l posesin de tu persona, o has de quedar

    aqu hecha pedazos.

    Dicho esto, se apart algn tanto, dndole lugar al moro, que tomando el ltimo

    acento de sus palabras, prosigui con ellas, pensando persuadirla, ya con ternezas, ya

  • con amenazas, ya con regalos, ya con rigores. A todo lo cual, Estela, baada en

    lgrimas, no responda ms sino que se cansaba en vano, porque pensaba dejar la vida

    antes que perder la honra. Acabse de enojar Hamete y, trocando la terneza en saa,

    empez a maltratarla, dndola muchos golpes en su hermoso rostro, amenazndola con

    muchos gneros de muerte si no se renda a su gusto. Y viendo que nada bastaba, quiso

    usar de la fuerza, batallando con ella hasta rendirla. El nimo de Estela en esta ocasin

    era mayor que de una flaca doncella se poda pensar; mas como a brazo partido

    anduviese luchando con ella, rendidas ya las dbiles fuerzas de Estela, se dej caer en el

    suelo, y no teniendo facultad para defenderse, acudi al ltimo remedio y al ms

    ordinario y comn de las mujeres, que fue dar gritos, a los cuales Jacimn, hijo del rey

    de Fez, que vena de caza, movido de ellos, acudi a la parte donde le pareci que los

    oa, dejando atrs muchos criados que traa, y como llegase a la parte donde las voces se

    daban, vio patente la fuerza que a la hermosa dama haca el fiero moro. Era el prncipe

    de hasta veinte aos y, dems de ser muy galn, tan noble de condicin y tan agradable

    en las palabras, que por esto y por ser muy valiente y dadivoso era muy amado de todos

    sus vasallos, siendo asimismo tan aficionado a favorecer a los cristianos, que si saba

    que alguno los maltrataba, los castigaba severamente.

    Pues como viese lo que pasaba entre el cruel moro y aquella hermosa esclava, que

    ya a este tiempo se poda ver, a causa de que empezaba a romper el alba, y la mirase

    tendida en tierra y con una liga atadas las manos, y con un lienzo la quera tapar la boca

    el traidor Hamete, con airada voz le dijo:

    Qu haces, perro? En la corte del rey de Fez se ha de atrever ninguno a forzar a las mujeres? Djala al punto, si no, por vida del rey que te mato.

    Decir esto y sacar la espada todo fue uno. A estas palabras se levant Hamete y

    meti mano a la suya, y cerrando con el, le diera la muerte si el prncipe, dando un salto,

    no le hurtara el golpe y reparara con la espada; mas no fue con tanta presteza que no

    quedara herido en la cabeza. Conociendo, pues, el valiente Jacimn que aquel moro no

    le quera guardar el respeto que justamente deba a su prncipe, se retir un poco, y

    tocando una cornetilla que traa al cuello, todos sus caballeros se juntaron con l al

    mismo tiempo que llamete, con otro golpe, quera dar fin a su vida. Mas siendo como

    digo socorrido de los suyos, fue preso el traidor Hamete, dando lugar la alevosa y

    renegada Claudia a que se echase a los pies del prncipe Jacimn, a quien como el

    gallardo moro viese ms de espacio, no agradado de su hermosura, sino compasivo de

    sus trabajos, la pregunt quin era y la causa de estar en tal lugar. A lo cual Estela,

    despus de haberle dicho que era cristiana, con las ms breves razones que pudo cont

    su historia y la causa de estar donde la vea; de lo cual el piadoso Jacimn, enojado,

    mand que a todos tres los trajesen a su palacio, donde antes de curarse dio cuenta al rey

    su padre del suceso, pidindole venganza del atrevimiento de Hamete, quien,

    juntamente con Claudia, fue condenado a muerte, y este mismo da fueron los dos

    empalados. Hecha esta justicia, mand el prncipe traer a su presencia a Estela, y

    despus de haberla acariciado y consolado, la pregunt qu quera hacer de s. A lo cual

    la dama, arrodillada ante l, le suplic que la enviase entre cristianos, para que pudiese

    volver a su patria. Concedile el Prncipe esta peticin y habindola dado dineros y

    joyas y un esclavo cristiano que la acompaase, mand a dos criados suyos la pusiesen

    donde ella gustase. Sucedi el caso referido en Fez, a tiempo que el csar Carlos V,

    emperador y rey de Espaa, estaba sobre Tnez contra Barbarroja.

    Sabiendo, pues, Estela esto, mudando su traje mujeril en el de varn, cortndose los

    cabellos, acompaada slo de su cautivo espaol, que el prncipe de Fez le mand dar,

    juramentndole que no haba de decir quin era, y habindose despedido de los dos

    caballeros moros que la acompaaban, se fue a Tnez, hallndose en servicio del

  • Emperador y siempre a su lado en todas ocasiones, granjeando no slo la fama de

    valiente soldado, sino la gracia del Emperador, y con ello el honroso cargo de capitn de

    caballos. Hallse, como digo, no slo en esta ocasin, sino en otras muchas! que el

    Emperador tuvo en Italia y Francia, quien, hallndose en una refriega a pie, por haberle

    muerto el caballo, nuestra valiente dama, que con el nombre de don Fernando era tenida

    en diferente opinin, le dio el suyo y le acompa y defendi hasta ponerle en salvo.

    Qued el Emperador tan obligado, que empez con muchas mercedes a honrar y

    favorecer a don Fernando, y fue la una un hbito de Santiago y la segunda una gran

    renta y ttulo. No haba sabido Estela en todo este i tiempo nuevas ninguna de su patria

    y padres, hasta que un da vio entre los sol- dados del ejrcito a su querido don Carlos,

    que como le conoci, todas las llagas amorosas se la renovaron, si acaso estaban

    adormecidas, y empezaron de nuevo a verter sangre; mandle llamar y, disimulando la

    turbacin que le caus su vista, le pregunt de dnde era y cmo se llamaba. Satisfizo

    don Carlos a Estela con i mucho gusto, obligado de las caricias que le haca, o por mejor

    decir, al rostro, que con ser tan parecido a Estela, traa carta de favor, y as, le dijo su

    nombre y patria y la causa por qu estaba en la guerra, sin encubrirla sus amores y la

    prisin que haba tenido, dicindola cmo cuando pens sacarla de casa de sus padres y

    casarse con ella, se haba desaparecido de los ojos de todos ella y un paje, de quien fiaba

    muchos sus secretos, poniendo en opinin su crdito, porque tena para s que, por

    querer ms que a l al paje, haba hecho aquella vil accin, dndole a l motivo a no

    quererla tanto y desestimarla; si bien en una carta que se haba hallado escrita de la

    misma dama para su padre deca que se iba con don Carlos, que era su legtimo esposo,

    cosa que le tena ms espantado que lo dems; porque irse con Claudio y decir que se

    iba con l, le daba qu sospechar, y en lo que paraban sus sospechas era en creer que

    Estela no le trataba verdad con su amor, pues le haba dejado expuesto a perder la vida

    por justicia, porque despus de haber estado por estos indicios preso dos aos,

    pidironle no slo el robo y escalamiento de una casa tan noble como la de sus padres,

    viendo que muerta ni viva no pareca, le achacaban que despus de haberla gozado la

    haba muerto, con lo cual le pusieron en grande aprieto, tanto, que muriera por ello si no

    se hubiera valido de la industria, la cual le ense lo que haba de hacer, que fue romper

    las prisiones y quebrantar la crcel, findose ms de la fuga que de la justicia que tena

    de su parte, que el otro ao haba gastado en buscarla por muchas partes, mas que haba

    sido en vano, porque no pareca sino que la haba tragado la tierra.

    Con grande admiracin escuchaba Estela a don Carlos, como si no supiera mejor

    que nadie la historia, y a la que respondi ms apresuradamente fue a la sospecha que

    tena de ella y del paje, dicindole:

    No creas, Carlos, que Estela sera tan liviana que se fuese con Claudio por tenerle amor ni engaarte a ti, que en las mujeres nobles no hay esos tratos; lo ms cierto sera

    que ella fue engaada y despus quiz la habrn sucedido ocasiones en que no haya

    podido volver por s, y algn da querr Dios volver por su inocencia, y t quedars

    desengaado. Lo que yo te pido es que, mientras estuvieres en la guerra, acudas a mi

    casa, que si bien quiero que seas en ella mi secretario, de m sers tratado como amigo,

    y por tal te recibo desde hoy, que yo s que con mi amparo, pues todos saben la merced

    que me hace el Csar, tus contrarios no te perseguirn, y acabada esta ocasin, daremos

    orden para que quedes libre de sus persecuciones, y no quiero que me agradezcas esto

    con otra cosa sino con que tengas a Estela en mejor opinin que hasta aqu, siquiera por

    haber sido t la causa de su perdicin, y no me mueve a esto ms de que soy muy amigo

    de que los caballeros estimen y hablen bien de las damas.

    Atento oy Carlos a don Fernando, que por tal tena a Estela, parecindole no haber

    visto en su vida cosa ms parecida a su dama; mas no lleg su imaginacin a pensar que

  • fuese ella, y viendo que haba dado fin a sus razones, se le humill, pidindole las

    manos y ofrecindose por su esclavo. Alzle Estela con sus brazos, quedando desde este

    da en su servicio, y tan privado con ella, que ya los dems criados estaban envidiosos.

    De esta suerte pasaron algunos meses, acudiendo Carlos a servir a su dama, no slo en

    el oficio de secretario, sino en la cmara y mesa, donde en todas ocasiones reciba de

    ella muchas y muy grandes mercedes, tratando siempre a Estela, tanto, que algunas

    veces lleg a pensar que el duque la amaba, porque siempre le preguntaba si la quera

    como antes, y si viera a Estela, si se holgara con su vista, y otras cosas que ms

    aumentaban la sospecha de don Carlos, satisfaciendo a ellas unas veces a gusto de

    Estela y otras veces a su descontento.

    En este tiempo vinieron al Emperador nuevas cmo el virrey de Valencia era

    muerto repentinamente, y habiendo de enviar quien le sucediese en aquel cargo, por no

    ser bien que aquel reino estuviese sin quien lo gobernase, puso los ojos en don

    Fernando, de quien se hallaba tan bien servido. Supo Estela la muerte del virrey y, no

    queriendo perder de las manos esta ocasin, se fue al Emperador, y puesta de rodillas, le

    suplic le honrase con este cargo. No le pes al Emperador que don Fernando le pidiese

    esta merced, si bien senta apartarle de s, pues por esto no se haba determinado; pero

    viendo que con aquello le premiaba, se lo otorg, y le mand que partiese luego,

    dndole la patente y los despachos. Ve aqu a nuestra Estela virrey de Valencia y a don

    Carlos su secretario y el ms contento del mundo, parecindole que con el padre alcalde

    no tena que temer a su enemigo, y as se lo dio a entender su seor. Satisfecho iba don

    Carlos de que el virrey lo estaba de su inocencia en la causa de Estela, con lo cual ya se

    tena por libre y muy seguro de sus promesas. Partieron, en fin, con mucho gusto, y

    llegaron a Valencia, donde fue recibido el virrey con muestras de grande alegra. Tom

    su posesin y el primer negocio que le pusieron para hacer justicia fue el suyo mismo,

    dando querella contra su secretario. Prometi el virrey de hacerla. Para esto mand se

    hiciese informacin de nuevo, examinando por segunda vez los testigos. Bien quisieran

    las partes que don Carlos estuviera ms seguro y que el virrey le mandara poner en

    prisin. Mas a esto les satisfizo con decir que l le fiaba, porque para l no haba ms

    prisin que su gusto. Tom, como digo, este caso tan a pecho, que en breves das estaba

    de suerte que no faltaba sino sentenciarle. En fin, qued para verse otro da. La noche

    antes entr don Carlos a la misma cmara donde el virrey estaba en la cama y,

    arrodillado ante l, le dijo:

    Para maana tiene vuestra excelencia determinado ver mi pleito y declarar mi inocencia dems de los testigos que he dado en mi descargo y han jurado en mi abono,

    sea el mejor y ms verdadero juramento que en sus manos hago, pena de ser tenido por

    perjuro, de que no slo no llev a Estela, mas que desde el da antes no la vi ni s qu se

    hizo ni dnde est; porque si bien yo haba de ser su robador, no tuve lugar de serlo con

    la grande priesa con que mi desdicha me la quit, o para mi perdicin o la suya.

    Basta, Carlos dijo Estela, vete a tu casa y duerme seguro; soy tu dueo, causa para que no temas; ms seguridad tengo de ti de lo que piensas, y cuando no la

    tuviera, el haberte trado conmigo y estar en mi casa fuera razn que te valiera. Tu causa

    est en mis manos, tu inocencia ya la s, mi amigo eres, no tienes que encargarme ms

    esto, que estoy bien encargado de ello.

    Besle las manos don Carlos y as se fue dejando al virrey y pensando en lo que

    haba de hacer. Quin duda que deseara don Carlos el da que haba de ser el de su

    libertad? Por lo cual se puede creer que apenas el Padre universal de cuanto vive

    descubra la encrespada madeja por los balcones del alba, cuando se levant y adorn de

    las ms ricas galas que tena, y fue a dar de vestir al virrey para tomarle a asegurar su

    inocencia.

  • A poco rato sali el virrey de su cmara a medio vestir; mas cubierto el rostro con

    un gracioso ceo, con el cual y con una risa a lo falso dijo mirando a su secretario:

    Madrugado has, amigo Carlos; algo hace sospechosa tu inocencia y tu cuidado, porque el libre duerme seguro de cualquiera pena, y no hay ms cruel acusador que la

    culpa.

    Turbse don Carlos con estas razones, mas disimulando cuanto pudo, le respondi:

    Es tan amada la libertad, seor excelentsimo, que cuando no tuviera tan fuertes enemigos como tengo, el alborozo de que me he de ver con ella por mano de vuestra

    excelencia era bastante a quitarme el sueo; porque de la misma manera que mata un

    gran pesar, lo suele hacer un contento; de suerte que el temor del mal y la esperanza del

    bien hace un mismo efecto.

    Galn vienes replic el virrey, pues el da en que has de ver representada tu tragedia en la boca de tantos testigos como tienes contra ti, te adornas de las ms

    lucidas galas que tienes? Parece que no van fuera de camino los padres y esposo de

    Estela en decir que debiste de gozarla y matarla, fiados en los pocos o ninguno que te lo

    vieron hacer; a fe que si pareciera Claudio, vil tercero de tus travesuras, que no s si

    probaras tu inocencia; y si va a decir verdad, todas las veces que tratamos de Estela

    muestras tan poco sentimiento y tanta vileza, que siento que me debe ms a m tu dama

    que no a ti, pues su prdida me cuesta cuidado y a ti no.

    Oh, qu pesados golpes eran stos para el corazn de Carlos! Ya desmayado y

    desesperado de ningn buen suceso, le iba a dar por disculpa el tiempo, pues con l se

    olvida cualquier pasin amorosa, cuando el virrey, con un severo semblante y airado

    rostro le dijo:

    Calla, Carlos, no respondas. Carlos, yo he mirado bien estas cosas y hallo por cuenta que no ests muy libre en ellas, y el mayor indicio de todos es las veras con que

    deseas tu libertad.

    Diciendo esto, hizo seas a un paje, el cual, saliendo fuera, volvi con una escuadra

    de soldados, los cuales quitaron don Carlos las armas, ponindose como e custodia de

    su persona. Quien viera e: esta ocasin a don Carlos no pudiera deja de tenerle lstima;

    tena mudada la color, los ojos bajos, el semblante triste y tan arrepentido de haberse

    fiado de la varia condicin de los seores, que slo a s s daba culpa de todo. Acabse

    de vestir e virrey y sabiendo que ya los jueces y las partes estaban aguardando, sali a la

    sal: en que se haba de juzgar este negocio trayendo consigo a Carlos cercado de

    soldados. Sentse en su asiento y los dems jueces en los suyos: luego el relator empez

    a decir el pleito, declarando las causas e indicios que haba de que don Carlos era el

    robador de Estela, confirmndolo lo: papeles que en los escritorios del uno y del otro se

    haban hallado, las criadas que saban su amor, los vecinos que los vean hablarse por

    las rejas y quien ms le condenaba era la carta de Estela, en que rematadamente deca

    que se iba con l. A todo esto, los ms eficaces testigos en favor de don Carlos eran los

    criados de su casa, que decan haberle visto acostar la noche en que falt Estela, an

    ms temprano que otras veces, y su confesin, que declaraba debajo de juramento que

    no la haban visto; mas nada de esto aligeraba el descargo, porque a eso alegaba la parte

    que pudo acostarse a vista de sus criados y despus volver a vestirse y sacarla, y que los

    haba muerto aseguraba el no parecer ella ni el paje, secretario de todo, y que sera

    cierto que por lo mismo le haban tambin muerto, y que en lo tocante al juramento,

    claro es que no se haba de condenar a s mismo.

    Viendo el virrey que hasta aqu estaba condenado Carlos en el robo de Estela, en el

    quebrantamiento de su casa, en su muerte y la de Claudio y que slo l poda sacarle de

    tal aprieto, determinado, pues, a hacerlo, quiso ver primero a Carlos ms apretado, para

  • que la pasin le hiciese confesar su amor y para que despus estimase en ms el bien, y

    as, Estela le llam, y como llegase en presencia de todos le dijo:

    Amigo Carlos, si supiera la poca justicia que tenas de tu parte en este caso, doite mi palabra, y te juro por vida del Csar, que no te hubiera trado conmigo, porque no

    puedo negar que me pesa, y pues lo solemnizo con estas lgrimas, bien puedes creerme,

    siento en el alma ver tu vida en el peligro en que est, pues si por los presentes cargos

    he de juzgar esta causa, fuerza es que por mi ocasin la pierdas, sin que yo halle

    remedio para ello; porque siendo tus partes tan calificadas, tratarles le concierto en tan

    gran prdida como la de Estela es cosa terrible y no acertada y muy sin fruto; el remedio

    que aqu hay es que parezca Estela y con esto ellos quedarn satisfechos y yo podr

    ayudarte; mas de otra manera, ni a m est bien, ni puedo dejar de condenarte a muerte.

    Pasmse con esto el afligido don Carlos, mas como ya desesperado, arrodillado

    como estaba, le dijo:

    Bien sabe vuestra excelencia que desde que en Italia me conoci, siempre que trataba de esto lo he contado y dicho de una misma suerte, y que si aqu como a juez se

    lo pudiera negar, all como a seor y amigo le dije la verdad y de la misma manera lo

    digo y confieso ahora. Digo que ador a Estela.

    Di que la adoro replic el virrey algo bajo que te haces sospechoso en hablar de pretrito y no sentir de presente.

    Digo que la adoro respondi don Carlos admirado de lo que en el virrey vea y que la escriba, que la hablaba, que la prometa ser su esposo, que concert sacarla y llevarla a la ciudad de Barcelona, mas ni la saqu ni la vi, y si as no es, aqu donde

    estoy me parta un rayo del cielo. Bien puedo morir, mas morir sin culpa alguna, si no

    es que acaso lo sea haber querido una mudable, inconstante y falsa mujer, sirena

    engaosa, que en la mitad del canto dulce me ha trado a esta amarga y afrentosa

    muerte. Por amarla muero, no por saber de ella.

    Pues qu se pudieron hacer esta mujer y este paje? dijo el virrey. Subieron al cielo? Bajronse al abismo?

    Qu s yo? replic el afligido don Carlos. El paje era galn y Estela hermosa; ella mujer y l hombre, quiz...

    Ah traidor! respondi el virrey. Y cmo en ese quiz traes encubiertas tus traidoras y falsas sospechas! Maldita sea la mujer que con tanta facilidad da motivo para

    ser tenida en menos; porque pensis que lo que hacen obligadas de vuestra asistencia y

    perseguidas de vuestra falsa perseverancia, hacen con otro cualquiera que pasa por la

    calle; ni Estela era mujer, ni Claudio hombre, porque Estela es noble y virtuosa y

    Claudio un hombre vil, criado tuyo y heredero de tus falsedades. Estela te amaba y

    respetaba como a esposo y Claudio la aborreca, porque te amaba a ti, y digo segunda

    vez que Estela no era mujer, porque la que es honesta, recatada y virtuosa, no es mujer,

    sino ngel; ni Claudio hombre, sino mujer, que enamorada de ti, quiso privarte de ella,

    quitndola delante de tus ojos. Yo soy la misma Estela, que se ha visto en un milln de

    trabajos por tu causa y t me lo gratificas en tener de m la falsa sospecha que tienes.

    Entonces cont cuanto le haba sucedido desde el da que falt de su casa, dejando a

    todos admirados del suceso, y ms a don Carlos, que corrido de no haberla conocido y

    haber puesto dolo en su honor, como estaba arrodillado, asido de sus hermosas manos,

    se las besaba, bandoselas con sus lgrimas, pidindola perdn de sus desaciertos; lo

    mismo haca su padre y el de Carlos, y unos con otros se embarazaban por llegar a darla

    abrazos, dicindola amorosas ternezas. Lleg el conde a darle la enhorabuena y pedirla

    se sirviese cumplir la palabra que su padre le haba dado de que sera su esposa; de cuya

    respuesta colgado el nimo y corazn de don Carlos, puso la mano en la daga que le

    haba quedado en la cinta, para que si no saliese en su favor, matar al conde y a cuantos

  • se lo defendiesen o matarse a s antes que verla en poder ajeno. Mas la dama, que amaba

    y estimaba a don Carlos ms que a su misma vida, con muy corteses razones suplic al

    conde la perdonase, porque ella era mujer de Carlos, por quien y para quien quera

    cuanto posea, y que le pesaba no ser seora del mundo para entregrselo todo, pues sus

    valerosos hechos hacan todos del valor que el ser suya le daba, suplicando tras esto a su

    padre lo tuviese por bien. Y bajndose del asiento, despus de abrazarlos a todos, se fue

    a Carlos y, enlazndole al cuello los valientes y hermosos brazos, le dio en ellos la

    posesin de su persona. Y de esta suerte se entraron juntos en una carroza y fueron a la

    casa de su madre, que ya tena nuevas del suceso y estaba ayudando al regocijo con

    piadoso llanto. Sali la fama publicando aquesta maravilla por toda la ciudad, causando

    a todos notable novedad, por or decir que el virrey era mujer y Estela. Todos acudan,

    unos al palacio y otros a su casa. Despachse luego un correo al Emperador, que estaba

    ya en Valladolid, dndole cuenta del caso, el cual, ms admirado que todos los dems,

    como quien la haba visto hacer valerosas hazaas, no acababa de creer que fuese as, y

    respondi a las cartas con la enhorabuena y muchas joyas. Confirm a Estela el estado

    que la dio, aadindole el de princesa de Buol, y a don Carlos el hbito y renta de

    Estela y el cargo de virrey de Valencia. Con que los nuevos amantes, ricos y honrados,

    hechas todas las ceremonias y cosas acostumbradas de la Iglesia, celebraron sus bodas,

    dando a la ciudad nuevo contento, a su estado hermosos herederos y a los historiadores

    motivo para escribir esta maravilla, con nuevas alabanzas al valor de la hermosa Estela,

    cuya prudencia y disimulacin la hizo severo juez, sindolo de su misma causa; que no

    es menos maravilla que las dems que haya quien sepa juzgarse a s mismo en mal ni

    bien; porque todos juzgamos faltas ajenas y no las nuestras propias.

  • Aventurarse perdiendo

    El nombre, hermossimas damas y nobles caballeros, de mi maravilla es

    Aventurarse perdiendo, porque en el discurso della veris cmo para ser una mujer

    desdichada, cuando su estrella la inclina a serlo, no bastan exemplos ni escarmientos; si

    bien servira el orla de aviso para que no se arrojen al mar de sus desenfrenados deseos,

    fiadas en la barquilla de su flaqueza, temiendo que en l se aneguen, no slo las flacas

    fuerzas de las mujeres, sino los claros y heroicos entendimientos de los hombres, cuyos

    engaos es razn que se teman, como se ver en mi maravilla, cuyo principio es ste:

    Por entre las speras peas de Monserrat, suma y grandeza del poder de Dios y

    milagrosa admiracin de las excelencias de su divina Madre, donde se ven en divinos

    misterios, efectos de sus misericordias, pues sustenta en el aire la punta de un empinado

    monte, a quien han desamparado los dems, sin ms ayuda que la que le da el cielo, que

    no es la de menos consideracin el milagroso ysagrado templo, tan adornado de

    riquezas como de maravillas; tanto, son los milagros que hay en l, y el mayor de todos

    aquel verdadero retrato de la Serensima Reina de los ngeles y Seora nuestra despus

    de haberla adorado, ofrecindola el alma llena de devotos afectos, y mirado con

    atencin aquellas grandiosas paredes, cubiertas de mortaja y muletas con otras infinitas

    insinias de su poder, suba Fabio, ilustre hijo de la noble villa de Madrid, lustre y adorno

    de su grandeza; pues con su excelente entendimiento y conocida nobleza, amable

    condicion y gallarda presencia, la adorna y enriquece tanto como cualquiera de sus

    valerosos fundadores, y de quien ella, corno madre, se precia mucho.

    Llevaban a este virtuoso mancebo por tan speras malezas, deseos piadosos de ver

    en ellas las devotas celdas y penitentes monjes, que se han muerto al Mundo por vivir

    para el cielo. Despus de haber visitado algunas y recebido sustento para el alma y

    cuerpo, y considerado la santidad de sus moradores, pues obligan con ella a los

    fugitivos paxarillos a venir a sus manos a comer las migajas que les ofrece, caminando a

    lo ms remoto del monte, por ver la nombrada cueva, que llaman de San Antn, as por

    ser la ms spera como prodigiosa, respecto de las cosas que all se ven; tanto de las

    penitencias de los que las habitan, como de los asombros que les hacen los demonios;

    que se puede decir que salen dellas con tanta calificacin de espritu que cada uno por s

    es un San Antn, cansado de subir por una estrecha senda, respeto de no dar lugar su

    aspereza a ir de otro modo que a pie, y haber dexado en el convento la mula y un criado

    que le acompaaba, se sent a la margen de un cristalino y pequeo arroyuelo, que

    derramando sus perlas entre menudas hierbecillas, descolgndose con sosegado rumor

    de una hermosa fuente, que en lo alto del monte goza regalado asiento; pareciendo all

    fabricada ms por manos de ngeles que de hombres, para recreo de los santos

    ermitaos, que en l habitan, cuya sonorosa msica y cristalina risa, ya que no la van

    los ojos no dexaba de agradar a los odos. Y como el caminar a pie, el calor del Sol y la

    aspereza del camino le quitasen parte del animoso bro, quiso recobrar all el perdido

    aliento.

    Apenas dio vida a su cansada respiracin, cuando lleg a sus odos una voz suave y

    delicada, que en baxos acentos mostraba no estar muy lexos el dueo. La cual, tan baxa

    como triste, por servirle de instrumento la humilde corriente, pensando que nadie la

    escuchaba, cant as:

    Quin pensara que mi amor

    escarmentado en mis males,

    cansado de mis desdichas,

  • tan descubiertas verdades,

    y mal haya quien llam

    a las mujeres mudables!

    Cuando de tus sinrazones

    pudiera, Celio, quexarme,

    y mal haya quien llam

    a las mujeres mudables!

    Cuando de tus sinrazones

    pudiera, Celio, quexarme,

    y mal haya quien llam

    a las mujeres mudables!

    Cuando de tus sinrazones

    pudiera, Celio, quexarme,

    quiere amor que no te olvide,

    quiere amor que ms te ame.

    Desde que sale la Aurora,

    hasta que el Sol va a baarse

    al mar de las playas Indias,

    lloro firme y siento amante.

    Vuelve a salir y me halla

    repasando mis pesares,

    sintiendo tus sin razones,

    llorando tus libertades.

    Bien conozco que me canso,

    sufriendo penas en balde,

    que lgrimas en ausencia

    cuestan mucho y poco valen.

    Vine a estos montes huyendo

    de que ingrato me-maltrates,

    pero ms firme te adoro,

    que en m es sustento el amarte.

    De tu vista me libr,

    pero no pude librarme

    de un pensamiento enemigo,

    de una voluntad constante.

    Quien vio cercado castillo,

    quien vio combatida nave,

    quien vio cautivo en Argel,

    tal estoy, y sin mudarme.

    Mas pues te eleg por dueo

    matadme, penas, matadme,

    pues por lo menos dirn:

    muri, pero sin mudarse.

    Ay bien sentidos males,

    poderosos seris para matarme,

    mas no podris hacer que amor se acabe.

    Con tanto gusto escuchaba Fabio la lastimosa voz y bien sentidas quexas, que

    aunque el dueo dellas no era el ms diestro que hubiese odo, casi le pes de que

    acabase tan presto. El gusto, el tiempo, el lugar y la montaa, le daban deseo de que

    pasara adelante; y si algo le consol el no hacerlo, fue el pensar que estaba en parte que

  • podra presto con la vista dar gusto al alma, como con la voz haba dado aliento a los

    odos; pues cuando la causa fuera ms humilde, or cantar en un monte le era de no

    pequeo alivio, para quien no esperaba sino el aullido de alguna bestia fiera. En fin,

    Fabio, alentado ms que antes, prosigui su camino en descubrimiento del dueo de la

    voz que haba odo, parecindole no estar en tal parte sin causa, llevndole enternecido

    y lastimado or quexas en tan spera parte. Noble piedad y generosa accin,

    enternecerse de la pasin ajena.

    Iba Fabio tan deseoso de hablar al lastimado msico, que no hay quien sepa

    encarecerlo; y porque no se escondiese iba con todo el silencio posible. Siguiendo, en

    fin, por la margen de la cima de cristal buscando su hermoso nacimiento, parecindole

    que sera el lugar que atesoraba la joya, que a su parecer buscaba con alguna sospecha

    de lo mismo que era.

    Y no se enga, porque acabando de subir a un pradillo que en lo alto del monte

    estaba, morada sola por la casta Diana o para alguna desesperada criatura; la cual haca

    por una parte espaldas una blanca pea, de donde sala un grueso pedazo de cristal,

    sabroso sustento de las olorosas flores, verdes romeros y graciosos tomillos. Vio

    recostado en ellos un mozo, que al parecer su edad estaba en la primavera de sus aos,

    vestido sobre un calzn pardo, una blanca y erizada piel de algn cordero, su zurrn y

    cayado junto a s, y l con sus abarcas y montera. Apenas le vio cuando conoci ser el

    dueo de los cantados versos, porque le pareci estar suspenso y triste, llorando las

    pasiones que haba cantado. Y si no le desengaara a Fabio la voz que haba odo,

    creyera ser figura desconocida, hecha para adorno de la fuente, tan inmvil le tenan sus

    cuidados. Tena un nudo hecho de sus blancas manos, tales que pudieran dar envidia a

    la nieve, si ella de corrida no tuviera desamparada la montaa. Si su rostro se la daba al

    Sol, dgalo la poca ofensa que le hacan sus rayos, pues no les haba concedido tomar

    posesin de su belleza, ni exercer la comisin que tienen contra la hermosura. Tena

    esparcidas por entre las olorosas hierbas una manada de blancas ovejas, ms por dar

    motivo a su traje, que por el cuidado que mostraba tener con ellas, porque ms eran

    terceras de traerle perdido.

    Era la suspensin del hermoso mozo tal, que dio lugar a Fabio de llegarse tan cerca

    que pudo notar que las doradas flores del rostro desdecan del traje, porque a ser hombre

    ya haba de dorar la boca el tierno vello, y para ser mujer era el lugar tan peligroso, que

    casi dud lo mismo que va. Mas dicindose en parte que casi el mismo engao le

    culpaba de poco atrevido, se lleg ms cerca, y le salud con mucha cortesa. A la cual

    el embelesado zagal volvi en s, con un ay! tan lastimoso, que pareca ser el ltimo de

    su vida. Y como en l an no haba la montaa quitado la cortesa, viendo a Fabio se

    levant, hacindosela con discretas caricias preguntndole de su venida por tal parte. A

    lo cual Fabio, despus de agradecer sus corteses razones, satisfizo de esta suerte:

    -Yo soy un caballero natural de Madrid; vine a negocios importantes a Barcelona; y

    como les di fin y era fuerza volver a mi patria, no quise ponerlo en execucin hasta ver

    el milagroso templo de Monserrate. Visitle devoto, y quise piadoso ver las ermitas que

    hay en esta montaa. Y estando descansando entre esos olorosos tomillos, o tu

    lastimosa voz, que me suspendi el gusto y anim el deseo por ver el dueo de tan bien

    sentidas quexas, conociendo en ellas que padeces firme y lloras mal pagado; y viendo

    en tu rostro y en tu presencia que tu ser no es lo que muestra tu traje, porque ni viene el

    rostro con el vestido, ni las palabras con lo que procuras dar a entender, te he buscado, y

    hallo que tu rostro desmiente a todo, pues en la edad pasas de muchacho, y en las pocas

    seales de tu barba no muestras ser hombre; por lo cual te quiero pedir en cortesa me

    saques desta duda, asegurndote primero que si soy parte para tu remedio, no lo dexes

    por imposibles que lo estorben, ni me enves desconsolado, que sentir mucho hallar

  • una mujer en tal parte y con ese traje y no saber la causa de su destierro, y ans mismo

    no procurarle remedio.

    Atento escuchaba el mozo al discreto Fabio, dexando de cuando en cuando caer

    unas cansadas perlas, que con lento paso buscaban por centro el suelo. Y como le vio

    callar, y que aguardaba respuesta, le dixo:

    -No debe querer el cielo, seor caballero, que mis pasiones estn ocultas, o porque

    haya quien me las ayude a padecer, o porque se debe acercar el fin de mi cansada vida;

    y pretende que queden por exemplo y escarmiento a las gentes pues cuando cre que

    slo Dios y estas peas me escuchaban, te gui a ti, llevado de tu devocin, a esta parte,

    para que oyeses mis lstimas y pasiones, que son tantas y venidas por tan varios

    caminos, que tengo por cierto que te har ms favor en callarlas que en decirlas, por no

    darte que sentir; de ms de que es tan larga mi historia, que perders tiempo, si te

    quedas a escucharla.

    -Antes -replic Fabio- me has puesto en tanto cuidado y deseo de saberla, que si me

    pensase quedar hecho salvaje a morar entre estas peas, mientras estuvieres en ellas, no

    he de dexarte hasta que me la digas, y te saque, si puedo, de esta vida, que s podr, a lo

    que en ti miro, pues a quien tiene tanta discrecin, no ser dificultoso persuadirle que

    escoxa ms descansada y menos peligrosa vida, pues no la tienes segura, respecto de las

    fieras que por aqu se cran, y de los bandoleros que en esta montaa hay; que si acaso

    tienen de tu hermosura el conocimiento que yo, de creer es que no estimarn tu persona

    con el respeto que yo la estimo. No me dilates este bien, que yo aguardar los aos de

    Ulises para gozarle.

    Pues si as es -dixo el mozo-, sintate, seor, y oye lo que hasta ahora no ha sabido

    nadie de m, y estima el fiar de tu discrecin y entendimiento, cosas tan prodigiosas y

    no sucedidas sino a quien naci para extremo de desventuras, que no hago poco sin

    conocerte, supuesto que de saber quin soy, corre peligro la opinin de muchos deudos

    nobles que tengo, y mi vida con ellos, pues es fuerza que por vengarse, me la quiten.

    Agradeci Fabio lo mejor que supo, y supo bien, el quererle hacer archivo de sus

    secretos; y asegurndole, despus de haberle dicho su nombre, de su peligro, y

    sentndose juntos cerca de la fuente, empez el hermoso zagal su historia desta suerte:

    -Mi nombre, discreto Fabio, es Jacinta, que no se engaaron tus ojos en mi

    conocimiento; mi patria Baeza, noble ciudad de la Andaluca, mis padres nobles, y mi

    hacienda bastante a sustentar la opinin de su nobleza. Nacimos en casa de mi padre un

    hermano y yo, l para eterna tristeza suya, y yo para su deshonra, tal es la flaqueza en

    que las mujeres somos criadas, pues no se puede fiar de nuestro valor nada, porque

    tenemos ojos, que, a nacer ciegas, menos sucesos hubiera visto el mundo, que al fin

    viviramos seguras de engaos. Falt mi madre al mejor tiempo, que no fue pequea

    falta, pues su compaa, gobierno y vigilancia fuera ms importante a mi honestidad,

    que los descuidos de mi padre, que le tuvo en mirar por m y darme estado (yerro

    notable de los que aguardan a que sus hijas le tomen sin su gusto). Quera el mo a mi

    hermano tiernsimamente, y esto era slo su desvelo sin que le diese yo en cosa

    ninguna, no s qu era su pensamiento, pues haba hacienda bastante para todo lo que

    deseara y quisiera emprender.

    Diez y seis aos tena yo cuando una noche estando durmiendo, soaba que iba por

    un bosque amensimo, en cuya espesura hall un hombre tan galn, que me pareci (ay

    de m, y cmo hice despierta esperiencia dello!) no haberle visto en mi vida tal. Traa

    cubierto el rostro con el cabo de un ferreruelo leonado, con pasamanos y alamares de

    plata. Parme a mirarle, agradada del talle y deseosa de ver si el rostro confirmaba con

    l; con un atrevimiento airoso, llegu a quitarle el rebozo, y apenas lo hice, cuando

    sacando una daga, me dio un golpe tan cruel por el corazn que me oblig el dolor a dar

  • voces, a las cuales acudieron mis criadas, y despertndome del pesado sueo, me hall

    sin la vista del que me hizo tal agravio, la ms apasionada que puedas pensar, porque su

    retrato se qued estampado en mi memoria, de suerte que en largos tiempos no se apart

    ni se borr della. Deseaba yo, noble Fabio, hallar para dueo un hombre de su talle y

    gallarda, y traame tan fuera de m esta imaginacin, que le pintaba en ella, y despus

    razonaba con l, de suerte que a pocos lances me hall enamorada sin saber de qu,

    porque me puedes creer que si fue Narciso moreno, Narciso era el que vi.

    Perd con estos pensamientos el sueo y la comida y tras esto el color de mi rostro,

    dando lugar a la mayor tristeza que en mi vida tuve, tanto que casi todos reparaban en

    mi mudanza. Quin vio, Fabio, amar una sombra, pues, aunque se cuenta de muchos

    que han amado cosas increbles y monstruosas, por lo menos tenan forma a quien

    querer. Disculpa tiene conmigo Pigmalen que ador la imagen que despus Jpiter le

    anim; y el mancebo de Atenas, y los que amaron el rbol y el delfn; mas yo que no

    amaba sino una sombra y fantasa qu sentir de m el mundo?, quin duda que no

    creer lo que digo, y si lo cree me llamar loca? Pues doyte mi palabra, a ley de noble,

    que ni en esto ni en los dems que te dixere, adelanto nada ms de la verdad. Las

    consideraciones que haca, las reprensiones que me daba creme que eran muchas, y as

    mismo que miraba con atencin los ms galanes mozos de mi patria, con deseo de

    aficionarme de alguno que me librase de mi cuidado; mas todo paraba en volverme a

    querer a mi amante soado, no hallando en ninguno la gallarda que en aqul. Lleg a

    tanto mi amor, que me acuerdo que hice a mi adorada sombra unos versos, que si no te

    cansases de oirlos te los dir, que aunque son de mujer, tanto que ms grandeza, porque

    a los hombres no es justo perdonarles los yerros que hicieren en ellos, pues los estn

    adornando y purificando con arte y estudios; mas una mujer, que slo se vale de su

    natural, quin duda que merece disculpa en lo malo y alabanza en lo bueno?

    -Di, hermosa Jacinta, tus versos, dixo Fabio, que sern para m de mucho gusto,

    porque aunque los s hacer con algn acierto, prciome tan poco dellos, que te juro que

    siempre me parecen mejor los ajenos que los mos.

    -Pues si as es -replic Jacinta- mientras durare mi historia no he menester pedirte

    licencia para decir los que hicieren a propsito; y as digo que los que hice son stos:

    Yo adoro lo que no veo,

    y no veo lo que adoro,

    de mi amor la causa ignoro

    y hallar la causa deseo.

    Mi confuso devaneo

    quin le acertar a entender?,

    pues sin ver, vengo a querer

    por sola imaginacin,

    inclinando mi aficin

    a un ser que no tiene ser.

    Que enamore una pintura

    no ser milagro nuevo,

    que aunque tal amor no apruebo,

    ya en efecto es hermosura,

    mas amar a una figura,

    que acaso el alma fingi,

    nadie tal locura vio:

    porque pensar que he de hallar

    causa que est por criar,

    quin tal milagro pidi?

  • La herida del corazn

    vierte sangre, mas no muero,

    la muerte con gusto espero

    por acabar mi pasin.

    De estado fuera razn

    cuando no muero, dormir,

    mas cmo puedo pedir

    vida ni muerte a un sujeto,

    que no tuvo de perfecto,

    ms ser que saber herir?

    Dame, cielo, si has criado

    aqueste ser que deseo,

    de mi voluntad empleo,

    y antes que nacido, amado;

    mas qu pide un desdichado,

    cuando sin suerte naci?,

    porque, a quin le sucedi

    de amor milagro tan nuevo,

    que le ocupase el deseo

    amante que en sueos vio?

    Quin pensara, Fabio, que haba de ser el cielo tan liberal en darme an lo que no

    le ped? Porque como deseaba imposibles no se atreva mi libertad a tanto, sino fue en

    estos versos, que fue ms gala que peticin. Mas cuando uno ha de ser desdichado,

    tambin el cielo permite su desdicha.

    Viva en mi mismo lugar un caballero natural de Sevilla, del nobilsimo linaje de los

    Ponce de Len, apellido tan conocido como calificado, que habiendo hecho en su tierra

    algunas travesuras de mozo, se desnaturaliz della, y cas en Baeza con una seora su

    igual, en quien tuvo tres hijos, la mayor y menor hembras, y el de en medio varn. La

    mayor cas en Granada, y con la ms pequea entretena la soledad y ausencia de don

    Flix, que ste era el nombre del gallardo hijo, que deseando que luciese en el valor y

    valenta de sus ilustres antecesores, segua la guerra, dando ocasin con sus valerosos

    hechos a que sus deudos, que eran muchos y nobles, como lo publican a voces las

    excelentes casas de los Duques de Arcos y Condes de Bailn, le conociesen por rama de

    su descendencia. Lleg este noble caballero a la florida edad de veinticuatro aos, y

    habiendo alcanzado por sus manos una bandera, y despus de haberla servido tres aos

    en Flandes, dio la vuelta a Espaa para pretender sus acrecentamientos. Y mientras en la

    Corte se disponan por mano de sus deudos, se fue a ver a sus padres, que haba da que

    no los haba visto, y que vivan con este deseo.

    Llego don Flix a Baeza al tiempo que yo, sobre tarde ocupaba un balcn,

    entretenida en mis pensamientos, y siendo forzoso haber de pasar por delante de mi

    casa, por ser la suya en la misma calle, pude, dexando mis imaginaciones (que con ellas

    fuera imposible), poner los ojos en las galas, criados y gentil presencia, y detenindome

    en ella ms de lo justo, vi tal gallarda en l, que querrtela significar fuera alargar esta

    historia y mi tormento. Vi en efecto el mismo dueo de mi sueo, y aun de mi alma,

    porque si no era l, no soy yo la misma Jacinta que le vio y le am ms que a la misma

    vida que poseo. No conoca yo a don Flix ni l a m, respecto de que cuando fue a la

    guerra, qued tan nia que era imposible acordarme aunque su hermana doa Isabel y

    yo ramos muy amigas. Mir don Flix al balcn, viendo que slo mis ojos hacan fiesta

    a su venida. Y hallando amor ocasin y tiempo, execut en l el golpe de su dorada

    saeta, que en m ya era excusado su trabajo por tenerle hecho. Y as de paso me dixo:

  • Tal joya ser ma, o yo perder la vida. Quiso el alma decir: Ya lo soy, mas la

    vergenza fue tan grande como el amor, a quien ped con hartas sumisiones y

    humildades que diesen ocasin y ventura, pues me haba dado causa.

    No dex don Flix perder ninguna de las que la Fortuna le dio a las manos. Y fue la

    primera, que habiendo doa Isabel avisdome de la venida de su hermano, fue fuerza el

    visitarle y darle el parabin, en cuya visita me dio don Flix en los ojos y en las palabras

    a conocer su amor, tan a las claras, que pudiera yo darle albricias de mi suerte, y como

    yo le amaba no pude negarle en tal ocasin justas correspondencias. Y con esto le di

    ocasin para pasear mi calle de da y de noche al son de una guitarra, con la dulce voz y

    algunos versos, en que era diestro, darme mejor a conocer su voluntad. Acurdome,

    Fabio, que la primera vez que le habl a solas por una rexa baxa, me dio causa este

    soneto:

    Amar el da, aborrecer el da,

    llamar la noche y despreciarla luego,

    temer el fuego y acercarse al fuego,

    tener a un tiempo pena y alegra.

    Estar juntos valor y cobarda,

    el desprecio cruel y el blando ruego,

    tener valiente entendimiento ciego,

    atada la razn, libre osada.

    Buscar lugar en que aliviar los males

    y no querer del mal hacer mudanza,

    desear sin saber que se desea.

    Tener el gusto y el disgusto iguales,

    y todo el bien librado en la esperanza,

    si aquesto no es amor, no se que sea.

    Dispuesta tena amor mi perdicin, y as me iba poniendo los lazos en que me

    enredase, y los hoyos donde cayese, porque hallando la ocasin que yo misma buscaba

    desde que o la msica, me bax a un aposento baxo de un criado de mi padre llamado

    Sarabia, ms codicioso que leal, donde me era fcil hablar por tener una rexa baxa, tanto

    que no era difcil tomar las manos. Y viendo a don Flix cerca le dixe:

    -Si tan acertadamente amis como lo decs, dichosa ser la dama que mereciere

    vuestra voluntad.

    -Bien sabis vos, seora ma -respondi don Flix-, de mis ojos, de mis deseos y de

    mis cuidados, que siempre manifiestan mi dulce perdicin; que s mejor querer que

    decirlo. Que vos sepis que habis de ser mi dueo mientras tuviere vida, es lo que

    procuro, y no acreditarme ni por buen poeta ni mejor msico.

    -Y parceos -repliqu yo- que me estar bien creer eso que vos decs?

    -S -respondi mi amante-, porque hasta dexar quererse y querer al que ha de ser su

    marido tiene licencia una dama.

    -Pues quin me asegura a m que vos lo habis de ser? -le torn a decir.

    -Mi amor -dixo don Flix- y esta mano, que si la queris en prendas de mi palabra,

    no ser cobarde, aunque le cueste a su dueo la vida.

    Quin se viera rogado con lo mismo que desea, amigo Fabio, o qu mujer

    despreci jams la ocasin de casarse, y ms del mismo que ama, que no acete luego

    cualquier partido? Pues no hay tal cebo para en que pique la perdicin de una mujer que

    ste, y as no quise poner en condicin mi dicha, que por tal la tuve, y tendr siempre

    que traiga a la memoria este da. Y sacando la mano por la rexa, tom la que me ofreca

    mi dueo, diciendo:

  • -Ya no es tiempo, seor don Flix, de buscar desdenes a fuerza de engaos, ni

    encubrir voluntades a costa de resistencias, disgustos, suspiros y lgrimas. Yo os quiero,

    no tan slo desde el da que os vi, sino antes. Y para que no os tengan confuso mis

    palabras, os dir cosas que espanten-. Y luego le cont todo lo que te he dicho de mi

    sueo.

    No haca don Flix, mientras yo le deca estas novedades para l y para quienes lo

    oyen, sino besarme la mano, que tena entre las suyas como en agradecimiento de mis

    penas; en cuya gloria nos cogiera el da, y aun el de hoy, si no hubiera llegado nuestro

    amor a ms atrevimiento. Despedmonos con mil ternezas, quedando muy asentada

    nuestra voluntad, y con propsito de vernos todas las noches en la misma parte,

    venciendo con oro el imposible del criado, y con mi atrevimiento el poder llegar all,

    respeto de haber de pasar por delante de la cama de mi padre y hermano, para salir de

    mi aposento.

    Visitbame muy a menudo doa Isabel, obligndola a esto, despus de su amistad,

    el dar gusto a su hermano, y servirle de fiel tercera de su amor.

    En este sabroso estado estaba el nuestro, sin tratar don Flix de volver por entonces

    a Italia, cuando entre las damas a quien rindi su gallarda presencia, que eran casi todas

    las de la ciudad, fue una prima suya llamada doa Adriana, la ms hermosa que en toda

    aquella tierra se hallaba. Era esta seora hija de una hermana de su padre de don Flix,

    que como he dicho era de Sevilla, y tena cuatro hermanas, las cuales por muerte de su

    padre haba trado a Baeza, poniendo las dos menores en Religin. En la misma tierra

    cas la que segua tras ellas, quedando la mayor sin querer tomar estado, con esta

    hermana, ya viuda, a quien le haba quedado para heredera de ms de cincuenta mil

    ducados esta sola hija, a la cual amaba como puedes pensar, siendo sola y tan hermosa

    como te he dicho. Pues como doa Adriana gozase muy a menudo de la conversacin de

    mi don Flix, respeto del parentesco, le empez a querer tan loca y desenfrenadamente,

    que no pudo ser ms, como vers en lo que sucedi.

    Conoca don Flix el amor de su prima, y como tena tan llena el alma del mo,

    disimulaba cuanto poda, excusando el darle ocasin a perderse ms de lo que estaba, y

    as cuantas muestras doa Adriana le daba de su voluntad, con un descuido desdeoso

    se haca desentendido. Tuvieron, pues, tanta fuerza con ella estos desdenes, que vencida

    de su amor, y combatida dellos dio consigo en la cama, dando a los mdicos muy poca

    seguridad de su vida, porque dems de no comer ni dormir, no quera que se le hiciese

    ningn remedio. Con que tena puesta a su madre en la mayor tristeza del mundo, que

    como discreta dio en pensar si sera alguna aficin el mal de su hija, y con este

    pensamiento, obligando con ruegos una criada de quien doa Adriana se fiaba, supo

    todo el caso, y quiso como cuerda poner remedio.

    Llam a su sobrino, y despus de darle a entender, con lgrimas la pena que tena

    del mal de su querida hija, y la causa que la tena en tal estado, le pidi encarecidamente

    que fuese su marido, pues en toda Baeza no poda hallar casamiento ms rico; que ella

    alcanzara de su hermano, que lo tuviese por bien.

    No quiso don Flix ser causa de la muerte de su prima ni dar con una desabrida

    respuesta pena a su ta. Y en esta conformidad, le dixo, fiado en el tiempo que haba de

    pasar en tratarse y venir la dispensacin, que lo tratase con su padre, que como l

    quisiese, lo tendra por bien. Y entrando a ver a su prima, le llen el alma de esperanzas,

    mostrando su contento en su mejora, acudiendo a todas horas a su casa, que as se lo

    peda su ta, con que doa Adriana cobr entera salud.

    Faltaba don Flix a mis visitas, por acudir a las de su prima, y yo desesperada

    maltrataba mis ojos, y culpaba su lealtad. Y una noche, que quiso enteramente satisfacer

    mis celos, y que, por excusar murmuraciones de los vecinos, haba facilitado con

  • Sarabia el entrar dentro, viendo mis lgrimas, mis quexas y lastimosos sentimientos,

    como amante firme, inculpable en mis sospechas, me dio cuenta de todo lo que con su

    prima pasaba, enamorado, mas no cuerdo, porque si hasta all eran slo temores los

    mos, desde aquel punto fueron celos declarados. Y con una clera de mujer celosa, que

    no lo pondero poco, le dixe que no me hablase ni viese en su vida, si no le deca a su

    prima que era mi esposo, y que no lo haba de ser suyo. Quise con este enojo irme a mi

    aposento, y no lo consinti mi amante, mas amoroso y humilde, me prometio que no

    pasara el da que aguardaba sin obedecerme, que ya lo hubiera hecho, si no fuera por

    guardarme el justo decoro. Y habindome dado nuevamente palabra delante del

    secretario de mis libertades, le di la posesin de mi alma y cuerpo, parecindome que

    as le tendra ms seguro.

    Pas la noche ms apriesa que nunca, porque haba de seguirla el da de mis

    desdichas, para cuya maana haba determinado el mdico, que doa Adriana, tomando

    un acerado xarabe, saliese a hacer exercicio por el campo, porque como no poda verse

    el mal del alma, juzgaba por la perdida color que eran opilaciones. Y para este tiempo

    llevaba tambin mi esposo, librado el desengao de su amor y la satisfacin de mis

    celos, porque como un hombre no tiene ms de un cuerpo y un alma, aunque tenga

    muchos deseos, no puede acudir a lo uno sin hacer falta a lo otro, y la pasada noche mi

    don Flix por haberlo tenido conmigo, haba faltado a su prima; y lo ms cierto es que

    la fortuna que guiaba las cosas ms a su gusto que a mi provecho, orden que doa

    Adriana madrugase a tomar su acerada bebida, y saliendo en compaa de su ta y

    criadas, la primera estacin que hizo fue a casa de su primo, y entrando en ella con

    alegra de todos, que le daban como a un sol el parabin de su venida y salud, se fue con

    doa Isabel al cuarto de su hermano, que estaba reposando lo que haba perdido de

    sueo en sus amorosos empleos, y le empez delante de su hermana, muy a lo de propia

    mujer, a pedirle cuenta de haber faltado la noche pasada, a quien don Flix no satisfizo;

    mas desenga de suerte que en pocas palabras le dio a entender, que se cansaba en

    vano, porque dems de tener puesta su voluntad en m, estaba ya desposado conmigo, y

    prendas de por medio, que si no era faltndole la vida era imposible que faltasen.

    Cubri a estas razones un desmayo los ojos de doa Adriana, que fue fuerza sacarla

    de all y llevarla a la cama de su prima, la cual vuelta en s, disimulando cuanto pudo las

    lgrimas, se despidi della, respondiendo a los consuelos que doa Isabel le daba con

    grandsima sequedad y despego.

    Lleg a su casa, donde en venganza de su desprecio, hizo la mayor crueldad que se

    ha visto consigo misma, con su primo, y conmigo. Oh celos, qu no haris y ms si os

    apoderis de pecho de mujer! En lo que dio principio a su furiosa rabia fue en escribir a

    mi padre un papel, en que le daba cuenta de lo que pasaba, dicindole que velase y

    tuviese cuenta con su casa, que haba quien le quitaba el honor. Y con ello aguard la

    maana, que tomando su prima, y dando el papel a un criado que se le llevase a mi

    padre dndole a entender que era una carta de Madrid, ya con el manto puesto para salir

    a hacer exercicio, se lleg a su madre algo ms enternecida que su cruel corazn le daba

    lugar, y le dixo:

    -Madre ma, al campo voy, si volver Dios lo sabe; por su vida, seora, que me

    abrace por si no la volviere a ver.

    -Calla, Adriana -dixo algo alterada su madre-, no digas tales disparates, si no es que

    tienes gusto de acabarme la vida; por qu no me has de volver a ver, si ya ests tan

    buena que ha muchos das que no te he visto mejor? Vete, hija ma, con Dios y no

    aguardes a que entre el sol y te haga dao. -Pues qu, vuestra merced no me quiere

    abrazar? -replic doa Adriana.

  • Y volviendo, preados de lgrimas los ojos, las espaldas, lleg a la puerta de la

    calle, y apenas sali por ella y dio dos pasos, cuando arrojando un lastimoso ay! se

    dex caer en el suelo.

    Acudi su ta y sus criadas y su madre, que vena tras ella, y pensando que era un

    desmayo, la llevaron a su cama, llamando al mdico para que hiciese las diligencias

    posibles, mas no tuvo ninguna bastante, por ser su desmayo eterno; y declarando que

    era muerta, la desnudaron para amortajarla, hundindose la casa a gritos; y apenas la

    desabotonaron un jubn de tab de oro azul, que llevaba puesto, cuando entre sus

    hermosos pechos la hallaron un papel, que ella misma escriba a su madre, en que le

    deca que ella propia se haba quitado la vida con solimn que haba echado en el

    xarabe, porque ms quera morir que ver a su primo en brazos de otra.

    Quien a este punto viera a la triste de su madre, de creer es que se le partiera el

    corazn por medio de dolor, porque ya de traspasada no poda llorar, y ms cuando

    vieron que despus de fro el cuerpo, se puso muy hinchada, y negra, porque no slo

    consideraba el ver muerta a su hija, sino haber sido desesperadamente. Y as, puedes

    considerar, Fabio, cul estara su casa, y la ciudad y yo que en compaa de doa Isabel

    fui a ver este espectculo, inocente y descuidada de lo que estaba ordenado contra m,

    aunque confusa de ser yo la causa de tal suceso, porque ya saba por un papel de mi

    esposo, lo que haba pasado con ella.

    No se hall al entierro don Flix por no irritar al cielo en venganza de su crueldad,

    aunque yo lo ech a sentimiento, y lo uno y lo otro deba ser y era razn.

    Enterraron la desgraciada y malograda dama, facilitando su riqueza y calidad los

    imposibles que pudiera haber, habindose ella muerto por sus manos. Y con esto yo me

    torn a mi casa, deseando la noche para ver a don Flix, que apenas eran las nueve

    cuando Sarabia me avis cmo ya estaba en su aposento (pluguiera a Dios le durara su

    pesar y no viniera), aunque a mi parecer se dispona mejor el verle que otras noches,

    porque mi cauteloso padre, que ya estaba avisado por el papel de doa Adriana, se

    acost ms temprano que otras veces, haciendo recoger a mi hermano y a la dems

    gente, y yo hice lo mismo para ms disimulacin, dando lugar a mi padre, que ayudado

    de sus desvelos y melancola, a pesar de su cuidado, se durmi tan pesadamente, que le

    dur el sueo hasta las cuatro de la maana.

    Yo como le vi dormido me levant, y descalza, con slo un faldelln, me fui a los

    brazos de mi esposo, y en ellos procur quitarle, con caricias y ruegos el pesar que tena,

    tratando con admiraciones el suceso de doa Adriana.

    Estaba Sarabia asentado en la escalera, siendo vigilante espa de mis travesuras, a

    tiempo que mi padre despavorido despert, y levantndose, fue a mi cama y como no

    me hallase en ella, tom un pistolete y su espada, y llamando a mi hermano, le dio

    cuenta del caso, breve y sucintamente-, mas no pudieron hacerlo con tanto silencio ni

    tan paso que una perrilla que haba en casa, no avisase con sus voces a mi criado, el cual

    escuchando atento, como oy pasos, lleg a nosotros, y nos dixo que si queramos vivir

    le siguisemos, porque ramos sentidos.

    Hicmoslo as, aunque muy turbados, y antes que mi padre tuviese lugar de baxar la

    escalera, ya los tres estbamos en la calle, y la puerta cerrada por defuera, que esta

    astucia me ense mi necesidad.

    Considrame, Fabio, con slo el faldelln de damasco verde, con pasamanos de

    plata, y descalza, porque as haba baxado la escalera a verme con mi deseado dueo. El

    cual con la mayor priesa que pudo me llev al convento donde estaban sus tas, siendo

    ya de da. Llam a la portera, y entrando dentro al torno, y en dndoles cuenta del

    suceso, en menos de una hora me hall detrs de una red, llena de lgrimas y cercada de

    confusin, aunque don Flix me alentaba cuanto poda, y sus tas me consolaban

  • asegurndome todas el buen suceso, pues pasada la clera, tendra mi padre por bien el

    casamiento. Y por si le quisiese pedir a don Flix el escalamiento de la casa, se qued

    retrado l y Sarabia en el mismo monasterio, en una sala, que para su estancia

    mandaron aderezar sus tas, desde donde avis a su padre y hermana el suceso de sus

    amores.

    Su padre, que ya por las seales se imaginaba que me quera, y no le pesaba dello,

    por conocer que en Baeza no podra su hijo hallar ms principal ni rico casamiento,

    parecindole que todo vendra a parar en ser mi marido, fue luego a verme en compaa

    de doa Isabel, que proveda de vestidos y joyas, que supliesen la falta de las mas,

    mientras se hacan otras, lleg donde yo estaba, dndome mil consuelos y esperanzas.

    Esto pasaba por m, mientras mi padre, ofendido de accin tan escandalosa como

    haberme salido de su casa, si bien lo fuera ms si yo aguardara su furia, pues por lo

    menos me costara la vida, remiti su venganza a sus manos, accin noble, sin querer por

    la justicia hacer ninguna diligencia, ni ms alboroto ni ms sentimiento, que si no le

    hubiera faltado la mejor joya de su casa y la mejor prenda de su honra. Y con este

    propsito honrado, puso espas a don Flix, de suerte que hasta sus intentos no se

    encubran. Y antes de muchos das hall la ocasin que buscaba, aunque con tan poca

    suerte como las dems, por estar hasta entonces la fortuna de parte de don Flix. El cual

    una noche cansado ya de su reclusin, y estando cierto que yo estaba recogida en mi

    celda con sus tas, que me queran como hija, venciendo con dinero la facilidad de un

    mozo, que tena las llaves de la puerta de la casa, le pidi que le dexase salir, que quera

    llegar hasta la de su padre, que no estaba lexos, que luego dara la vuelta. Hzolo el poco

    fiel guardador, previnindole su peligro, y l facilitndolo todo lleno de armas y galas

    sali, y apenas puso los pies en la calle cuando dieron con l mi padre y hermano, las

    espadas desnudas, que hechos vigilantes espas de su opinin, no dorman sino a las

    puertas del convento. Era mi hermano atrevido cuanto don Flix prudente, causa para

    que a la primera ida y venida de las espadas, le atraves don Flix la suya por el pecho,

    y sin tener lugar ni aun de llamar a Dios, cay en el suelo de todo punto muerto.

    El mozo que tena las llaves, como an no haba cerrado la puerta, por ser todo en

    un instante, recogi a don Flix, antes que mi padre ni la justicia pudiesen hacer las

    diligencias, que les tocaban.

    Vino el da, spose el caso, dise sepultura al malogrado y lugar a las

    murmuraciones. Y yo ignorante del caso, sal a un locutorio a ver a doa Isabel, que me

    estaba aguardando llena de lgrimas y sentimientos, porque pensaba ella, siendo yo

    mujer de su hermano, serlo del mo, a quien am tiernamente. Prevnome del suceso y

    de la ausencia que don Flix quera hacer de Baeza y de toda Espaa, porque se deca

    que el Corregidor trataba de sacarle de la Iglesia, mientras vena un Alcalde de Corte,

    por quien se haba enviado a toda priesa.

    Considera, Fabio, mis lgrimas y mis extremos con tan tristes nuevas, que fue

    mucho no costarme la vida, y ms viendo que aquella misma noche haba de ser la

    partida de mi querido dueo a Flandes, refugio de delincuentes y seguro de desdichados,

    como lo hizo, dexando orden en mi regalo, y cuidado a su padre de amansar las partes y

    negociar su vuelta.

    Con esto, por una puerta falsa, que se mandaba por la estancia de las monjas, y no

    se abra sino con grande ocasin, con licencia del Vicario y Abadesa, sali, dexndome

    en los brazos de su ta casi muerta, donde me traslad de los suyos, por no aguardar a

    ms ternezas, tomando el camino derecho de Barcelona, donde estaban las galeras que

    haban trado las compaas, que para la expulsin de los moriscos haba mandado venir

    la Majestad de Felipe III, y aguardaban al Excelentsimo don Pedro Fernndez de

    Castro, Conde de Lemos, que iba a ser Virrey y Capitn General del Reino de Npoles.

  • Supo mi padre la ausencia de don Flix, y como discreto, traz, ya que no se poda

    vengar dl hacerlo, de m. Y la primera traza que para esto dio fue tomar los caminos,

    para que ni a su padre ni a m viniesen cartas, tomndolas todas, que el dinero lo puede

    todo, y no fue mal acuerdo, pues as saba el camino que llevaba, que los caballeros de

    la calidad de mi padre, en todas partes tienen amigos, a quien cometer su venganza.

    Pasaron quince o veinte das de ausencia, parecindome a m veinte mil aos, sin

    haber tenido nuevas de mi ausente. Y un da, que estaban mi suegro y cuado, que me

    visitaban por momentos, entr un cartero y dio a mi suegro una carta, diciendo ser de

    Barcelona, que a lo despus supe, haba sido echada en el correo. Deca as:

    Mucho siento haber de ser el primero que d a V. m. tan malas nuevas, mas

    aunque quisiera excusarme no es justo dexar de acudir a mi amistad y obligacin.

    Anoche, saliendo el alfrez don Flix Ponce de Len, su hijo de V. m. de una casa de

    juego, sin saber quin ni cmo, le dieron dos pualadas, sin darle lugar ni aun de

    imaginar quin sea el agresor. Esta maana le enterramos, y luego despacho sta, para

    que V. m. lo sepa, a quien consuele Nuestro Seor, y d la vida que sus servidores

    deseamos. A Sarabia pasar conmigo a Npoles, si V. m. no manda otra cosa. Barcelona

    20 de junio. El Capitn Diego de Mesa.

    Ay, Fabio, y qu nuevas! No quiero traer a la memoria mis extremos, bastar

    decirte que las cre, por ser este capitn un muy particular amigo de don Flix, con

    quien l tena correspondencia, y a quien pensaba seguir en este viaje. Y pues las cre,

    por esto podrs conjeturar mi sentimiento, y lgrimas. No quieras saber mas, sino que

    sin hacer ms informacin, otro da tom el hbito de religiosa, y conmigo para

    consolarme y acompaarme doa Isabel, que me quera tiernamente.

    Ve prevenido, discreto Fabio, de que mi padre fue el que hizo este engao, y

    escribi esta carta, y cmo coga todas las que venan. Porque don Flix como lleg a

    Barcelona, hall embarcado al Virrey, y sin tener lugar de escribir mas que cuatro

    renglones, avisando de cmo ese da partan las galeras se embarc y con l Sarabia,

    que no le haba querido dexar, temeroso de su peligro. Peda que le escribisemos a

    Npoles, donde pensaba llegar, y desde all dar la vuelta a Flandes.

    Pues como su padre y yo no recebimos esta carta, pues en su lugar vino la de su

    muerte, y la tuvisemos por tan cierta, no escribimos ms, ni hicimos ms diligencias,

    que, cumplido el ao, hacer doa Isabel y yo nuestra profesin con mucho gusto,

    particularmente en mi parecindome que faltando don Flix no quedaba en el mundo

    quien me mereciese.

    A un mes de mi profesin muri mi padre, dexndome heredera de cuatro mil

    ducados de renta, los cuales no me pudo quitar, por no tener hijos, y ser cristiano, que,

    aunque tena enojo, en aquel punto acudi a su obligacin. Estos gastaba yo largamente

    en cosas del convento, y as era seora dl, sin que se hiciese en todo ms que mi gusto.

    Don Flix lleg a Npoles, y no hallando cartas all, como pens, enojado de mi

    descuido y desamor, sin querer escribir, viendo que se partan cinco compaas a

    Flandes, y que en una dellas le haban vuelto a dar la bandera, se parti; y en Bruselas,

    para desapasionarse de mis cuidados, dio los suyos a damas y juegos, en que se divirti

    de manera, que en seis aos no se acord de Espaa ni de la triste Jacinta, que haba

    dexado en ella; pluguiera a Dios que estuviera hasta hoy, y me hubiera dexado en mi

    quietud, sin haberme sujetado a tantas desdichas! Pues para traerme a ellas, al cabo

    deste tiempo, trayendo a la memoria sus obligaciones, dio la vuelta a Espaa y a su

    tierra, donde entrando al anochecer, sin ir a la casa de sus padres, se fue