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CUADERNOS DE HISTORIA LATINOAMERICANA Encomiendas, indios y españoles 1995

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CUADERNOS DE HISTORIA LATINOAMERICANA

Encomiendas, indios y españoles

1995

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PRESENTACIÓN

Julián B. Ruiz Rivera

El presente volumen de los Cuadernos de Historia Latinoamericana, que

hace ya el tercero de la serie, se planteó para abordar genéricamente el tema de la encomienda y sus variadas ramificaciones, especialmente en el terreno de la tributación tanto en especie como en servicios laborales. Aunque el resultado final diste del planteamiento inicial, nos ofrece unos estudios sobre distintas áreas geográficas y sobre varios aspectos metodológicos y temáticos de la historia colonial americana.

Por muy antiguo que pueda parecer el estudio de la encomienda, en realidad no tiene más de seis décadas. La colaboración de Luis Navarro García en este volumen muestra de manera exhaustiva la trayectoria que han seguido las investigaciones sobre este tema desde el estudio pionero del maestro Silvio Zavala. La encomienda más que una institución fue un modo de vida impuesto y regulado por leyes y, en realidad, regido por usos y costumbres tanto más al margen de la ley cuanto más alejados de los núcleos del imperio. Analizar la encomienda en su desarrollo concreto y real en cada circunscripción es ni más ni menos que diseccionar la sociedad hispanoindígena, porque del desarrollo concreto de la encomienda se derivaron las relaciones entre las dos razas y las dos comunidades en teoría organizadas en dos repúblicas distintas, pero que tuvieron no pocas zonas de encuentro.

Si no se tuviera en cuenta más que el plano legal, la encomienda tendría que haber sido idéntica en todos los territorios, sierras o trópicos, valles o punas, regiones pobladas o casi desérticas. Tampoco se distinguirían épocas, salvo la excepcional etapa fundacional del Caribe que exigió la improvisación al carecer de cualquier experiencia anterior. Esteban Mira Caballos nos presenta en estos Cuadernos una muestra de este período inicial. En el continente y a lo largo de más de dos siglos las relaciones interraciales evolucionaron de forma distinta según los territorios, de modo que en algunos desaparecieron las formas originales de interrelación más tempranamente que en otros. Y en aquellos donde sobrevivió el modo de relación bajo el sistema de encomienda—una mayoría de los mismos especialmente en el virreinato del Perú—tuvo una existencia diferente dependiendo de variados factores.

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Tampoco hay que pasar por alto, porque sería un grave error, que las relaciones hispanoindígenas conformaron lo esencial de la sociedad del Nuevo Mundo, sobre todo durante un largo período inicial, mientras la presencia de negros y mezclas todavía no fue relevante. Pero, aun después de surgir nuevos grupos raciales y proliferar las ciudades, que atraían pobladores del campo, todavía la América mayoritaria seguía dependiendo del sistema de relaciones establecido por la encomienda. La modernidad traída por el siglo XVIII, uno de cuyos rasgos más tempranos fue la prohibición de la encomienda en 1720, ni siquiera fue capaz de acabar completamente con su existencia, porque sobrevivió lánguidamente en los territorios más distantes de los centros virreinales, como Yucatán, Paraguay, Tucumán, Chile, etc.

Porque, en definitiva, la encomienda estableció la forma en que los españoles consolidaron su dominio sobre el nuevo continente, o el sistema imperial en el nivel básico de la población sin rango. Efectivamente, tanto por razones de seguridad, cuando en un principio muy pocos españoles tenían que dominar a miles de indios, como por motivos económicos de satisfacer el ansia de beneficios, la población aborigen americana fue asignada a los conquistadores y primeros pobladores, es decir, fue puesta a su servicio, primero sin apenas límites y más tarde con controles legales que muy difícil-mente pudieron llevarse a la práctica. La encomienda evolucionó y en terri-torios como México desapareció tempranamente, mientras en otros mantuvo los rasgos de la primera etapa en que el conquistador había visto satisfechos muchos de sus deseos y aspiraciones. Deshacer las amplias concesiones de un principio, como el derecho de sucesión, el servicio personal o la tributación colectiva, costó mucho esfuerzo legislativo y administrativo, que no logró un éxito claro, dado que aquellos a quienes se pretendía controlar eran los apoyos más consistentes de la acción de gobierno en los territorios indianos.

Tendremos que convenir, por tanto, en que la encomienda lejos de ser un código de normas, o una mera descripción de beneficiarios de rentas y de pueblos con sus pobladores y cargas tributarias, fue un sistema de relaciones que permeaba toda la vida vecinal. Pues, efectivamente, afectaba a las realidades básicas de la ocupación y el trabajo directo de varones jóvenes y adultos e indirecto de mujeres, niños y ancianos, al nivel económico de la mayoría de los pobladores y a las vinculaciones sociopolíticas que en su raíz establecían los nexos de dependencia. Creo que esto queda meridianamente claro en los ejemplos que aporta este volumen para la provincia de Cartagena de Indias y para la región de Chinchaycocha en Perú.

La dependencia de las capas inferiores de la sociedad ni fue exclusiva de América durante los siglos de dominación española ni tampoco la habían introducido los españoles como novedad en el continente. Con todo, algo muy esencial cambió a partir de la conquista con los nuevos dueños por el hecho de que ellos eran extranjeros e imponían un dominio político, económico, legal, institucional, militar, cultural, ideológico y religioso que no se contentaba con la coexistencia sino que imponía sus valores y criterios. En esta pugna por prevalecer o sobrevivir, según los casos, se registraron episodios de confrontación sangrienta e incruenta. En esta última línea se encuadran los

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problemas de enlaces interraciales planteados en Perú y Quito, que aquí analiza con sumo detalle Javier Ortiz de la Tabla.

La encomienda, pues, fue el gran marco en el que con raras excepciones se desarrolló la actividad y la vida americana. Aunque se han realizado investigaciones sobre el tema, es infinitamente más lo que queda por descubrir. No es despreciable en absoluto lo estudiado sobre el marco jurídico de la encomienda ni sobre el conocimiento exacto y preciso de las poblaciones de indios o de los dueños de las mismas. Sin embargo, como ya han hecho muchos investigadores, a dicho conocimiento hay que añadir las relaciones económicas de todo tipo y el ejercicio del poder a nivel individual y comunitario por parte de quienes disfrutaban del dominio sobre las personas, que no llegó a una esclavitud legal en la mayoría de los casos, aunque sí lo fue en el plano real. Dependencia, explotación, esclavitud no fueron por desgracia exclusivos de la América indiana, pero como en tantas otras experiencias humanas de convivencia estuvieron muy presentes en su devenir histórico.

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EL SISTEMA LABORAL INDIGENA EN LAS ANTILLAS (1492-1542)

Esteban Mira Caballos

El presente estudio intentará clarificar definitivamente el marco teórico y conceptual del sistema laboral indígena en las Antillas, tema de indudable interés ya que la evolución del mismo en las islas condicionó el desarrollo de instituciones como la encomienda y la esclavitud indígena en el Nuevo Mundo a lo largo de más de tres siglos de colonización. No debemos olvidar que fue precisamente en este marco geográfico donde aparecieron por primera vez los repartimientos, las encomiendas, el tributo indígena y las demás instituciones que tanta importancia adquirieron posteriormente en todo el continente americano.

Por otro lado, debemos advertir que, pese a la notable bibliografía existente relativa a esta temática,1 hasta la fecha han existido grandes contradicciones a la hora de valorar aspectos tan importantes como la aparición de los repartimientos y las encomiendas, la figura del naboría y la duración de la demora. Tras más de cinco años de dedicación al estudio del indio antillano es hora de abordar algunas de las respuestas a estos interrogantes.2

Repartimientos y encomiendas

Poco tiempo tardaron los españoles, tras su llegada al Nuevo Mundo, en percatarse de la importancia vital que tenía la mano de obra indígena. Evidentemente, y como muy bien escribió Américo Castro

“el español no fue a las Indias para cumplir mandatos regios, sino para satisfacer sus propios afanes”.3

Estaba claro que las minas de metal precioso y aquellas enormes extensiones de tierra sólo tenían valor con la utilización de los indígenas. Fue en medio de estas circunstancias como se fraguó la compulsión del indio al trabajo, pues, no en vano la aparición de la esclavitud y de otras formas más o menos encubiertas de servidumbre se produjo siempre

Universidad de Sevilla 1 Estas son las obras más importantes. Silvio ZAVALA, La encomienda indiana, México, 1973 y “Los

trabajadores antillanos en el siglo XVI”, Revista de Historia de América, III (México, sept. 1938).- Frank MOYA PONS, La Española en el siglo XVI, 1493-1520, Santo Domingo, 1971 y Después de Colón. Trabajo, sociedad y política en la economía del oro, Madrid, 1987.- Luis ARRANZ MARQUEZ, Repartimientos y encomiendas en la isla Española (El repartimiento de Alburquerque de 1514). Madrid, 1991. Roberto CASSA, Los taínos de La Española, Santo Domingo, 1990 y Los indios de las Antillas. Madrid, 1992.

2 Para un tratamiento mucho más amplio se puede consultar nuestra Tesis Doctoral inédita, que tiene por título El indio antillano: repartimiento, encomienda y esclavitud (1492-1542), leída en Sevilla el 1 de junio de 1995.

3 Citado en José DURAND, La transformación social del conquistador, México, 1953, vol. I, p. 45.

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“donde la tierra es barata y abundante y existe un mercado asegurado para las cosechas que pueden ser cultivadas por procedimientos muy rutinarios que requieren poca habilidad, pero exigen una aplicación intensiva de la mano de obra".4

En América se daban todas estos elementos pues existían tierras a muy bajo precio, minas que requerían un trabajo poco cualificado, abundancia de mano de obra barata y un mercado asegurado tanto para el metal precioso—en la Península—, como para los productos agropecuarios—en las propias colonias—.

Así pues, como es bien sabido, en un primer momento se impuso a los indios un tributo en especie—oro y algodón—que no fue eficaz ya que los indios entregaron el oro que tenían de reserva pero desde luego no se pusieron a trabajar para satisfacer un gravamen que jamás les habían sido exigido y que no atinaban a comprender ni por supuesto a justificar.

Por lo demás, aunque sabemos que Cristóbal Colón repartió indios tanto en 1496 como en 1499 lo cierto es que no fueron en ningún caso repartimientos generales sino simples repartos puntuales, sin que por ningún motivo la palabra conlleve el contenido legal que adquirió años después.

Realmente la legalización de los repartimientos y su aparición como institución no ocurrió hasta la llegada de frey Nicolás de Ovando a la gobernación de la isla Española. En un principio Ovando aplicó las instrucciones que llevaba, ordenando que ningún español se sirviese de los naturales sin pagarles el salario que les correspondiese. Sin embargo, no tardó en darse cuenta de que los indios antillanos, acostumbrados a vivir a nivel de tribus y sin las presiones tributarias de una civilización más avanzada, jamás servirían de su propia voluntad. Por ello fue el propio Comendador Mayor quien escribió a la reina Isabel, diciéndole

“que por ninguna manera estos indios podían ser cristianos ni venir al conocimiento de nuestra Santa Fe Católica, si no venían a poder de los cristianos y así conver-sando con ellos verían las cosas de nuestra Fe...".5

Este memorial resulta muy interesante ya que señala a Nicolás de Ovando como al mismísimo padre de los repartimientos y las encomiendas indianas al insinuar la necesidad de una institución que controlase la sujeción de los indígenas a los cristianos, situación que efectivamente llegó a darse con la implantación de la encomienda en los reinos indianos.

Evidentemente los Reyes Católicos aceptaron el consejo del gobernador aprobando los repartimientos de indios a través de una real provisión expedida, como es bien sabido, el 20 de diciembre de 1503.6 A través de este documento

4 James LITTLEJOHN, La estratificación social, Madrid, 1983, p. 83. 5 AGI, Patronato 174, R. 12. Carta de los religiosos dominicos al Sr. Chiévres, Santo Domingo 4 de junio

de 1519. 6 CODOIN, Serie 1ª, T. XXXI, pp. 209-212.- José María CHACON Y CALVO, Cedulario Cubano, T. I,

Madrid, S/F, pp. 85-87. ZAVALA, Encomienda, p. 4.

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se autorizó la compulsión de los aborígenes al trabajo, pagándoles el salario conveniente por el mismo.

No obstante, en este primer instrumento legal del repartimiento apenas si se especificó cómo debía llevarse a cabo, es decir, el número de indios que a cada uno le correspondería, la duración, y el salario que se les daría por su trabajo. Efectivamente, como afirmó Charles Verlinden, los primeros repartimientos se hicieron sin ningún control por parte del Estado,7 recayendo su regulación sobre el propio Ovando quien dio y quitó indios a su voluntad.8

Por otro lado, existe una gran controversia en cuanto a la aparición de la palabra encomienda y al significado exacto de los términos repartimiento y encomienda en las Antillas. Por su parte Giménez Fernández afirmó erróneamente que fue entre 1513 y 1514 cuando se produjo “la generalización y legalización de la institución del repartimiento y la sustitución de este nombre por el de encomienda consagrando su uso la cédula de concesión”,9 lo cual no es del todo cierto, como explicaremos a continuación. En primer lugar, no hubo una sustitución del primer término por el segundo, sino que más bien se produjo la aparición de un término nuevo, que en adelante conviviría con el anterior para designar matices diferentes de una misma realidad. Y en segundo lugar, no fue en el repartimiento de Alburquerque donde se utilizó por primera vez la palabra encomienda, pues ya en 1510 en las cédulas de concesión que expidió Diego Colón figuraba este concepto.10

Para nosotros la palabra repartimiento alude a un concepto general que no supone más, como la propia palabra indica, que un reparto, en este caso concreto, de indios. No se refiere, pues, al régimen de relaciones entre el poseedor del repartimiento y los indios incluidos en él, dado que las características de estas relaciones a nivel personal debían ser legisladas paralelamente. En cambio, la expresión encomienda hacía referencia al régimen personal entre el español y sus indios. Con la aparición de este vocablo en los documentos indianos no se hizo otra cosa que reutilizar una palabra bajomedieval castellana para designar una relación concreta entre indios de repartimiento y españoles. Desde entonces ambos términos coexistieron unas veces para designar genéricamente a los repartimientos y otras para establecer a nivel personal la relación concreta de cada español hacia sus indios. De ahí que en la documentación se hable frecuentemente de ‘repartimiento de indios de encomienda’ o de su equivalente ‘repartimiento de indios en régimen de encomiendas’.

Fue la misma Corona la que impulsó la utilización del término encomienda a nivel particular porque sólo de esta manera se garantizaba que los poseedores de indios asumieran, al menos teóricamente, una serie de obligaciones tanto con los indios como con la Corona. Además, la encomienda podía ser mucho más controlada por la Corona, pues sólo a ella correspondía 7 VERLINDEN, Charles: “L`Etat et l`administratión des communautes indigènes dans l’empire espagnol

d`Amérique. Quelques réflexions”. Anuario de Estudios Hispanoamericanos, T. XXXIV, Sevilla, 1977, (pp. 695-705).

8 Ursula LAMB, Frey Nicolás de Ovando gobernador de las Indias. Santo Domingo, 1977, p. 115. 9 Manuel GIMENEZ FERNÁNDEZ, Bartolomé de las Casas, Madrid, 1984, vol. II, p. 517. 10 AGI, Justicia 6, N. 4, f. 91v. Real Cédula de encomienda otorgada por Diego Colón, en nombre de Su

Majestad a Diego Méndez, Santo Domingo, 22 de mayo de 1510.

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otorgarla y por tanto podía determinar su tiempo de duración. De forma que en las Instrucciones dadas al Teniente de Gobernador de la isla de Cuba, Diego Velázquez, para hacer el repartimiento general de 1522 en la isla, se le recomendó que en las correspondientes cédulas a cada vecino utilizase la palabra encomienda y no repartimiento “porque los tengan mientras fuere la voluntad nuestra”.11

Así, pues, con la aparición en el Nuevo Mundo del término encomienda no se hizo otra cosa que aplicar a la realidad indiana un viejo término castellano. Es evidente el origen bajomedieval de la encomienda, independientemente de las características propias que adquirió en primera instancia en las Antillas y posteriormente en el continente americano,12 pues no debemos olvidar que en la Edad Media existían personas que se ‘encomendaban’ a un señor, entregando sus tierras a cambio de protección.13 Igualmente existieron encomiendas en la península a través de las cuales la Corona entregaba a una orden militar o a un señor unas tierras concretas—nor-malmente ubicadas en zonas fronterizas o especialmente conflictivas—con todas sus regalías a cambio de que las protegiesen.14

Realmente las encomiendas indianas, otorgadas por la Corona a diversos súbditos españoles, poseían ciertos puntos en común a las entregadas en la Baja Edad Media a diversos señores para la repoblación de los extensos territorios al sur del río Tajo. Efectivamente, cuando la Corona decidió entregar encomiendas de indios a los españoles no hizo otra cosa que conceder una regalía a un español, que afectaba en este caso no a una jurisdicción, sino a un grupo de vasallos indios, para que a cambio de proporcionarles supuestamente protección y enseñanza se aprovechase de su trabajo. Es decir, la Corona entregaba en régimen de encomienda no ya unos territorios, como ocurrió frecuentemente en la Edad Media, sino unos vasallos suyos, por lo que Fernando el Católico, como veremos a continuación, se negó en todo momento a conceder las encomiendas a perpetuidad.

Entrando brevemente en la cuestión de la duración de las encomiendas debemos advertir la enorme controversia y lucha que hubo desde las primeras décadas de la colonización por parte de los conquistadores que reivindicaron la sucesión a perpetuidad, hecho al que se negó la Corona desde un principio. En cualquier caso conviene señalar que la reivindicación de la perpetuidad es un fenómeno que apareció en las Antillas y que posteriormente se trasladó con mucha mayor intensidad al continente.15

11 AGI, Justicia 11. Traslado de las Instrucciones dadas a Diego Velázquez para el repartimiento general

de 1522, hecho en Santo Domingo el 15 de enero de 1526. 12 Zavala afirma que la encomienda ‘nació en las Antillas’, sin ignorar su origen medieval. ZAVALA, La

encomienda, p. 13. 13 Véase Luis GARCIA DE VALDEAVELLANO, Curso de historia de las instituciones españolas. Madrid,

1986, p. 332. 14 Es el caso, por ejemplo, de la encomienda de Segura de la Sierra que al ser una zona fronteriza con el

reino Nazarí y de escasa población fue cedida en régimen de encomienda a la Orden de Santiago. Aunque existe mucha bibliografía puede verse un trabajo reciente de José Vicente MATELLANES

MERCHAN, “La encomienda santiaguista de Segura de la Sierra (1235-1335)”, Actas del II Congreso de Historia de Andalucía, Historia Medieval, Córdoba, 1994, tomo II, pp. 63-80.

15 Véase a este respecto ZAVALA, La encomienda, pp. 141-167. Este asunto de la perpetuidad quedó regulado en la Recopilación de Leyes de Indias en el vol. II, Lib. VI, Tit. XI. Por real provisión

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En las Antillas, desde el primer momento, no se otorgaron encomiendas ni siquiera por una vida “sino por naborías o tapias, que era servicio de uno o dos años, y después por otros dos, y así temporalmente”. Las dos vidas, es decir, la encomienda por vida del encomendero y de un heredero no se concedió en La Española hasta fines de 1513, cuando por primera vez se ordenó a los repartidores Alburquerque e Ibarra que así lo hicieran.16 En otras islas, como Cuba, esta concesión por dos vidas no se otorgó legalmente hasta bastante avanzada la década de los veinte.

Los pareceres pidiendo la perpetuidad se repitieron prácticamente desde 1515. Entre sus argumentos estaban que los españoles trataban peor a los indios, si sabían que los perderían, que si tenían conciencia de que los tendrían

“de por vida porque los unos, que entran hambrientos, chupan el zumo que hallan y salidos aquellos entran otros hambrientos de nuevo”.17

De la misma forma, en el juicio de residencia tomado en 1516 a los jueces de apelación por Alonso de Zuazo éstos fueron acusados de explotar sobremanera a los indios, porque “sabían que se los cambiaban cada vez que éstos morían”.18 Pese a todo, jamás en estas primeras décadas en las Antillas se consintió más allá que la sucesión por la vida de un heredero.

Resumiendo lo dicho hasta ahora, podemos afirmar que la encomienda en las Antillas no consistió más que en la entrega de cierto número de aborígenes “a la tutela de un español” el cual se podía beneficiar de sus servicios a cambio de proporcionarles supuestamente una instrucción religiosa.19 No cabe duda que en teoría esta institución intentó aunar diversos intereses de la Corona, como cumplir con su compromiso de evangelización de los indígenas, saldar su deuda con los conquistadores, entregándoles indios en remuneración por sus esfuerzos y, finalmente, satisfacer sus propios intereses económicos.

Indios de encomiendas y Naborías

Como es bien sabido, en los repartimientos generales que se hicieron en las Antillas se entregaron en ‘encomienda’ dos tipos de indios los llamados ‘de repartimiento’ propiamente dichos y los ‘naborías’.

expedida en Valladolid, el 8 de septiembre de 1534, se accedió por primera vez a la no perpetuidad, aunque sí a la sucesión por dos vidas. Igualmente, este problema ha sido tratado para el Continente por otros autores, entre los que podemos citar a Manuela Cristina GARCIA BERNAL, Yucatán. Población y encomienda bajo los Austrias, Sevilla, 1978, pp. 211-231; Adolfo Luis GONZALEZ RODRIGUEZ, La encomienda en Tucumán. Sevilla, 1984, pp. 140-142; y Javier ORTIZ DE LA TABLA DUCASSE, Los encomenderos de Quito, 1534-1660. Origen y evolución de una élite colonial, Sevilla, 1993, pp. 77-81.

16 ARRANZ, Repartimientos y encomiendas, pp. 263-274. 17 AHN, Diversos, doc. de Indias 22/47. Parecer de fray Domingo de Betanzos sobre la perpetuidad de los

indios, 1543? 18 AGI, Justicia 42, pieza 1ª. Juicio de Residencia a los Jueces de Apelación, Lucas Vázquez de Ayllón,

Marcelo de Villalobos y Matienzo, 1516. Respuesta de Francisco de Monrroy a la octava pregunta del interrogatorio.

19 En general coincidimos con la definición dada por José María OTS CAPDEQUI, Instituciones sociales de la América Española en el período colonial. La Plata (República Argentina), 1934, pp. 18-19.

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En cuanto al indio de repartimiento no se trataba más que de indios libres que se entregaban en encomienda a algún español para que le sirviesen a cambio de un salario durante un período de tiempo que se denominaba la demora. El punto más polémico ha sido la duración de la demora, pues Roberto Cassá afirmó que era de seis meses20 y Luis Arranz que eran períodos de cinco meses seguidos de cuarenta días de descanso,21 afirmaciones ambas con las que no estamos nosotros totalmente de acuerdo.

Según las referencias documentales que hemos conseguido obtener la demora duraba oficialmente ocho meses al año tras lo cual los indios de encomienda volvían durante el tercio del año restante a sus pueblos. Así, por ejemplo, sabemos que los indios de repartimiento de un encomendero de la época de Ovando, llamado Francisco de Solís, trabajaban durante los ocho meses que duraba la demora con los indios naborías en las minas, yéndose los cuatro meses restantes, los primeros, a sus pueblos de origen, y, los segundos, a las haciendas del encomendero.22 En otro pleito llevado a cabo en la isla Española en 1510 también se hace referencia a que la demora de los indios de repartimiento duraba ocho meses "y de allí se iban a holgar a sus caciques cuatro meses del año.”23

Pese a todo, esta demora de ocho meses fue violada frecuentemente por los encomenderos quienes bajo coacciones conseguían retener a sus indios más meses en sus minas. Así, por ejemplo, en el juicio de residencia tomado a los jueces de apelación de la isla Española en 1516 un testigo llamado Pedro Romero respondió a la pregunta 65 de la pesquisa secreta que

“dichos indios eran sacados de sus tierras para las minas sin dejarles descansar el tiempo que debían; que habién-dolos maltratado cuando debían ir a sus tierras a descansar los detenían en las minas todo el tiempo que querían sin que los dichos licenciados proveyesen en cosa alguna”.24

El salario que se les pagaba era prácticamente simbólico pues legalmente pasó de medio peso a un peso y medio, cantidades que apenas si les daban para cubrir sus necesidades más primarias. Pero incluso sabemos que los encomenderos en muchas ocasiones se limitaban a dar los alimentos y la ‘cacona’25 a los indios durante la demora sin pagarles su salario correspondiente. Así, por ejemplo, en 1516 los dominicos de la isla Española denunciaron que pese al duro trabajo que desempeñaban los indios en las minas tan sólo les pagaban “tres blancas diarias y aún menos”.26 Además, el cabildo de Santo Domingo a través de su procurador, el regidor Cristóbal de Tapia, 20 CASSÁ, Los indios de las Antillas, p. 204. 21 ARRANZ, Repartimientos y encomiendas, p. 242. 22 Esteban MIRA CABALLOS, “El pleito Francisco Diego Colón-Francisco de Solís: el primer proceso por

malos tratos a los indios en La Española (1509)”, Anuario de Estudios Americanos, L, 2 (Sevilla, 1993), p. 319.

23 AGI, Justicia 6, N. 4. Pleito por la encomienda de Diego Méndez, Santo Domingo 22 de mayo de 1510. 24 AGI, Justicia 42, pieza 1ª. Juicio de residencia tomado a los jueces de apelación de la isla Española,

Santo Domingo, 1516. 25 La cacona o caçona es una palabra indígena, utilizada por los españoles, que viene a significar ropa. 26 Carta de los dominicos al señor de Chièvres, Santo Domingo, 4 junio 1516. Roberto MARTE, Santo

Domingo en los manuscritos de Juan Bautista Muñoz. Santo Domingo, 1981, pp. 160-180.

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suplicó al Rey que derogase la ordenanza que obligaba a los encomenderos a pagar peso y medio de oro a los indios y que se quedase tan solo en un peso.27

El control de toda esta numerosa mano de obra indígena se hizo a través del cacique ya que la Corona tardó poco tiempo en darse cuenta de que los indios obedecían ciegamente a sus señores.28 Todavía en 1533 el Consejo de Indias recomendó en un parecer sobre la situación del Nuevo Mundo que no se le quitase superioridad al cacique sobre sus indios porque sería en gran perjuicio de la colonización, pues se alzarían los indios a los montes.29 No en vano a estos caciques se les dieron algunos privilegios y prebendas, que estaban prohibidos terminantemente para el resto de los individuos de su comunidad, como el tratamiento de nobleza (Enriquillo lo alcanzó), la posesión de armas y caballo, etc.

En lo que respecta al indio naboría debemos decir que se ha prestado a múltiples confusiones por parte de la historiografía contemporánea, debido a dos causas fundamentalmente: primera, que su significado varió con respecto a otras zonas del continente americano,30 y segunda, que los documentos de las décadas de 1530 y 1540, que son los más abundantes, se muestran muy ambiguos.31 Así, en un recuento de la mano de obra existente en San Juan en 1530 tan sólo aparecían 1.998 negros, 751 indios esclavos y 333 naborías.32 Evidentemente, el hecho de que no aparezcan indios libres ‘de repartimiento’ se debe a que se denominaba naborías a todos los indios de servicio que no eran esclavos, es decir, a los naborías propiamente dichos y a los de repartimiento. Nosotros creemos que la legislación protectora de los indios y el hecho de que cada vez mayor número trabajasen como asalariados junto a los españoles hizo que en las Antillas se confundiesen prácticamente todos los indios no esclavos, denominándoseles indistintamente indios libres, indios de repartimiento o indios naborías.

El vocablo naboría de origen indígena designa, pues, a aquellos indígenas que estaban en una situación legal muy parecida al esclavo, no constituyendo más que una variante jurídica de la esclavitud. La única gran diferencia existente entre un término y otro es que los naborías no se podían vender legalmente. No en vano, en esta situación cercana a la esclavitud lo sitúan la totalidad de los cronistas que hicieron alusión a dicha figura del

27 Archivo Ducal de Alba, Carpeta 246, leg. 8. Carta de Cristóbal de Tapia a Su Majestad, Santo Domingo,

s/f. 28 “Y para servirse de los indios prendían los caciques porque ha sido gente que tenían mucho amor a sus

señores y éranles muy leales de tal manera que por tenerlos seguros, que no se fuesen, bastaba tenerles preso a su señor y servíanse de ellos sin les mantener...”. Carta de los dominicos al señor de Chièvres, Santo Domingo, 4 de junio de 1516. MARTE, Santo Domingo, pp. 160-180.

29 AGI, Patronato 170, R. 41. Parecer del Consejo de Indias, Madrid 8 noviembre 1533. 30 En Nueva España constituían una mano de obra voluntaria que servía exclusivamente en el medio

urbano. 31 A partir de la década de los veinte se usó incluso como sinónimo de indio de repartimiento. Véase

ZAVALA, “Los trabajadores antillanos”, p. 61-62. 32 AGI, Santo Domingo 155, R. 1, N. 1. Información que hizo Manuel de Lando, teniente de gobernador

de la isla de Puerto Rico, San Juan, 9 noviembre 1530 a 11 marzo 1531.

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naboría.33 Igualmente, en un documento fechado en 1543 se definían los naborías como aquellos indios

“que servían contra su voluntad, casi como esclavos, aunque no se vendían y de esta manera es que los tenían deposi-tados para servirse de ellos en las minas y en sus haciendas y si se querían ir a un cabo no podían porque se llaman naborías...”.34

En definitiva el naboría lo podemos definir como un indio desarraigado de su comunidad de origen, que servía constantemente al español a quien estuviese asignado.

Dentro de los naborías hemos de establecer una doble división. En relación al tipo de servicio que prestaban existían dos tipos: los naborías ‘de granjerías y minas’, y los ‘de casa’.35 Estos últimos servían en las viviendas de los españoles, desarrollando fundamentalmente tareas domésticas. Era más frecuente que fuesen mujeres, haciendo éstas las veces de ‘mayordomas’, curanderas y concubinas. Estos indios ‘de casa’ vivían todo el año en casa del español por lo que estaban desarraigados de sus lugares y de su cultura, por lo que se hallaban sumamente ladinizados.36

Estos naborías ‘de casa’ eran mejor tratados que el resto de los indios ya que después de unos años de convivencia con los españoles terminaban congraciándose con ellos. En este sentido, cuando el licenciado Villalobos fue acusado de no haber dejado los indios que se le mandaron quitar alegó que sólo le quedaban cinco o seis, que las mujeres las había casado y que “los varones no quisieron salir de la casa del dicho licenciado porque nacieron y se criaron en ella”.37 Por esas mismas fechas Francisco Tostado, escribano público de la Audiencia, declaró que había casado a muchas criadas tanto de Castilla como de la tierra y que tenía la intención de hacer lo mismo con otras indias naborías

33 Emiliano Tejera ofrece en su diccionario de términos indígenas un resumen de las versiones de

Fernández de Oviedo, del padre Las Casas y de Remesal. Emiliano TEJERA, Palabras indígenas de la isla de Santo Domingo. Ciudad Trujillo, 1951, p. 385.

34 AGI, Patronato 231, N. 1, R. 4. Información sobre la libertad de los indios hecha a petición de Gregorio López del Consejo de Indias, Sevilla 23 junio 1543.

35 Se trata de una clasificación apuntada brevemente por nosotros en un artículo reciente y que vino a clarificar bastante la figura del naboría. MIRA CABALLOS, ‘El pleito Diego Colón’, p. 319. Hasta entonces la historiografía más reciente se había mostrado muy confusa pues Luis Arranz tan sólo reconocía la existencia de los naborías ‘de Casa’, lo cual se debe a que a veces en la documentación se les denomina genéricamente a todos como ‘de casa’. Roberto Cassá en cambio ya distinguió someramente la existencia de los naborías ‘de casa’ y de otros que él denominó ‘de repartimiento’. La utilización de este término es inapropiado ya que aparte de no ser la palabra que aparece en la documentación se presta a confusión ya que también los ‘de casa’ eran indios de repartimiento. ARRANZ

MARQUEZ, Repartimientos y encomiendas, pp. 246ss. CASSÁ, Los indios de las Antillas, p. 213. 36 AGI, Justicia 6, N. 4. En una probanza hecha en La Española por Diego Méndez se decía lo siguiente:

“Item, si saben que los naborías de casa suelen servir todo el año a los que los tienen encomendados sin huelga ni intermisión de ninguna parte del dicho año y así es público y notorio...”. Pleito entre Diego Méndez y Juan Roldán, Santo Domingo, 1529.

37 AGI, Justicia 50, Pieza 1ª. Juicio de Residencia tomado a los oidores y al fiscal de la Audiencia de Santo Domingo por el licenciado Gaspar de Espinosa, 1527; AGI, Indiferente General 421, L. 13, ff. 315v-316v. Al año siguiente, el Rey ordenó a los oidores que viesen si era cierto lo que la mujer de Villalobos afirmaba acerca de que los indios no se querían ir de su casa, hecho que parece ser se confirmó. Real Cédula a los oidores de Santo Domingo, Madrid 21 de agosto de 1528.

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que poseía.38 Incluso, en el momento de dictar los castellanos su última voluntad solían acordarse de los indios naborías a los que se les solía conceder la libertad, o bien, dejarles ciertas sumas de dinero para su sustento. Así, Diego Velázquez ordenó a los albaceas en su testamento que entregasen de sus bienes a los indios naborías suyos, zaragüelles, camisas y zapatos, y a las indias camisas, naguas, servillas y paños.39

En una posición de menor privilegio estaban los naborías de ‘granjerías y minas’ cuya suerte era bien distinta a la de los naborías ‘de casa’, pues solían trabajar en las minas, mientras durase la demora de los indios de repartimiento, y el resto lo hacían en la hacienda de su señor, mientras los indios de repartimiento iban a descansar a sus ‘conucos’. La media de días de trabajo al año oscilaba entre 300 y 320, es decir, todo el año, excluyendo los domingos y los días de fiesta. Su situación era de total servidumbre, trabajando sin descanso para los castellanos y viviendo en la misma estancia de los españoles en unos bohíos habilitados para tal efecto en el entorno de la vivienda de sus señores. En el interior de estos bohíos, y pese a la cercanía permanente a los españoles, siguieron practicando sus ancestrales ritos y sus tradicionales métodos curativos.40

Con respecto al tiempo que debían servir a los españoles, existían dos tipos de naborías los ‘de repartimiento’ y los ‘perpetuos’. Los primeros servían todos los días del año a un español, hasta que se hiciese un nuevo repartimiento o hasta que el repartidor se los encomendase a otra persona. En su mayor parte eran indios naturales de las propias Antillas Mayores y que en muchos casos ya poseían ese status social desde la época prehispánica. Al mismo tiempo, los concedidos a perpetuidad estaban adscritos a una persona por toda su vida, heredándose a veces por los sucesores como si de un esclavo se tratase, aunque con la única condición, como ya hemos mencionado, de que no se podía legalmente vender.

En cuanto a la rentabilidad que proporcionaban los indios a sus dueños, podemos decir que era baja en relación a su número, pero alta por la explotación sistemática y sin contrapartida. Así lo prueba la sentencia que se dictó en 1514, en la que se decía que 37 indios podrían proporcionar en dos años y medio 450 pesos de oro,41 es decir, se obtenían aproximadamente cinco pesos por cada indio de encomienda al año.

Igualmente, se calculaba que en 1529 los 50 indios de servicio del tesorero de la isla de Cuba, Lope Hurtado, rentaban la cantidad de 300 pesos de oro al año, es decir, seis pesos cada uno por anualidad.42

No obstante, la rentabilidad real debemos situarla en cotas mucho más elevadas, primero, porque a los españoles les convenía declarar cantidades bajas

38 AGI, Santo Domingo 9, R. 1, N. 15. Información hecha por Francisco Tostado, escribano público. Santo

Domingo 28 junio 1527. 39 AGI, Justicia 975, N. 1, R. 5. Pleito entre los herederos de Diego Velázquez en el que se inserta el

testamento fechado en Santiago, 11 junio 1524. Transcrito con algunos errores en CODOIN Serie 1ª, T. XXXV, pp. 500-547.

40 MIRA CABALLOS, “El pleito Diego Colón”, p. 326. 41 AGI, Justicia 1, R. 1. Pleito de Alonso de Nicuesa y Diego Colón (En el decenio de 1530). 42 AGI, Santo Domingo 118, R. 1, N. 4. Carta del tesorero de la isla de Cuba Lope Hurtado a Carlos V,

Santiago 10 noviembre 1530.

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con el fin de tributar menos, y segundo, porque la rentabilidad dependería de la existencia de mayor o menor cantidad de oro en el entorno donde se tuviesen los indios de encomienda. Desde luego los indios de minas producían individualmente una rentabilidad mucho mayor a los cinco o seis pesos anuales mencionados anteriormente, tal vez el doble. Precisamente, en 1518, se llegó a la conclusión de que los 200 indios de Alonso de Zuazo, que eran de los mejores de la isla, proporcionaban una rentabilidad anual de 2.200 pesos de oro, equivalentes a 11 pesos por indio y año.43 La elevada rentabilidad se debía a estos tres factores: primero, a que los indios del jurista Zuazo eran los mejores de la isla, como se ha dicho; segundo, a que éstos solían desempeñar sus tareas en las minas; y tercero, a que hubo una voluntad real de acusar al Juez de Residencia, por lo que es muy probable que por primera vez no se menguasen las cifras de productividad.

Los naborías de servicio, que trabajaban aproximadamente 25 días al mes y 300 días al año, rentaban unos 20 pesos de oro al año, cantidad considerablemente mayor a la que podían rentar los de encomienda.44

Los indios esclavos en las Antillas

Además de los indios de encomienda y los naborías hubo en las Antillas un número de indios esclavos que fue aumentando paulatinamente hasta el punto que, desde la década de los veinte, fueron ya mayoría en todas las Antillas Mayores.

Por desgracia desconocemos cuántos de estos indios esclavos eran originarios de las Antillas Mayores y cuántos habían sido traídos por las armadas de rescate de las islas Lucayas y de Tierra Firme. En cualquier caso lo que sí sabemos es que los primeros fueron insignificantes en relación a los segundos, pues no debemos olvidar que las huídas de los indígenas se castigaban con azotes como escarmiento y no con la esclavitud, como se había pensado.45

En cambio los cerca de 5.000 indios esclavos que había en la isla Española en torno a 1542 habían sido traídos en su mayor parte del exterior, en una armadas que estuvieron controladas desde un primer momento por la vieja élite encomendera de la isla. Efectivamente, desde 1512 destacaron como armadores los jueces de apelación, pues, habida cuenta de que eran éstos los que debían autorizar y expedir las licencias, se sirvieron de esta prerrogativa para monopolizar las armadas en su propio beneficio y en el de sus amigos y parientes. Junto a ellos, estaban los oficiales reales, como Miguel de Pasamonte, y otras personas como Juan Fernández de las Varas y Rodrigo de Alburquerque, quienes controlaron y dirigieron estas expediciones de saqueo. Expediciones que tuvieron su punto culminante entre 1512 y 1519 a juzgar por el número de expediciones que se organizaron. Desde el resto de las islas antillanas y especialmente desde Puerto Rico se organizaron también un buen

43 AGI, Patronato 172, R. 12. Relación de los Oficiales de la Isla Española a Su Majestad, Santo Domingo

15 febrero 1518. 44 AGI, Justicia 6, N. 4. Pleito entre Diego Morales y Juan Roldán, 1532. 45 Véase MIRA CABALLOS, “El pleito Diego Colón”, p. 320-321.

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número de las armadas de rescate pero siempre bajo la dependencia y supervisión de las autoridades de la isla Española. En cualquier caso debemos destacar el carácter exclusivista y elitista de las armadas de rescate, ya que sólo estaban dirigidas por el grupo de poder y en su propio beneficio, excluyendo al resto de la población.

Estas armadas hicieron mucho daño en las islas Lucayas y Tierra Firme hasta el punto de que una franja importante de este territorio quedó totalmente despoblado en unas pocas décadas, no sólo por los indios capturados sino por los que huyeron al interior.

El índice de mortalidad fue muy elevado no sólo durante la captura sino en la travesía, pues, según dice fray Bartolomé de las Casas,

“ninguna vez traían un navío trescientas o cuatro— cientas personas que no echasen en la mar, los ciento o los ciento y cincuenta muertos, por no darles de comer y beber.”46

Esta afirmación del dominico sevillano, que podría parecer exagerada, coincide no obstante con otros documentos de la época como la carta que el franciscano fray Tomás Infante envió a Su Majestad en 1518 y en la que explicaba que había oído decir a un piloto viejo que se le murieron en su nao 140 indios de sed, cuando venían en una expedición de rescate.47

Esta elevada mortalidad en la captura y en el traslado se debía a que los empresarios actuaron, como ha afirmado Genaro Rodríguez, con un claro criterio de irracionalidad económica48 al pensar que el número de indios a esclavizar era prácticamente inagotable. Por ello, preferían que de los 300 indios que podían capturar llegasen la mitad con vida a bordo de un hacinado navío antes que hacer una inversión más importante en víveres, navíos, etc.

En cambio, la situación de aquellos que lograban sobrevivir y eran vendidos a los españoles no fue tan dura como pudiera parecer en principio, ya que había una gran carestía de mano de obra y su compra constituía una inversión de los colonos españoles y la única salida a los excesivos precios de los esclavos africanos. No en vano la carestía de mano de obra era tal que estos aborígenes se solían alquilar nada menos que a un ducado de oro al mes los hombres y a medio ducado las mujeres ‘y a otros precios’, obteniendo con ello sus compradores un gran beneficio.49

Según la documentación consultada, podemos afirmar que hubo en las Antillas varios miles de indios esclavos antes de mediados de siglo. Sin embargo, la investigación se encuentra con un problema de difícil solución, ya que es imposible saber cuántos indios esclavos eran originarios de las propias islas, sobre todo los que se herraron en las primeras décadas de la colonización, y, cuáles procedían realmente de las armadas.

Así, el padre Las Casas cifraba los lucayos deportados a las Antillas en unos 40.000, mientras que los dominicos de La Española hablaban de 20.000 y,

46 Fr. Bartolomé de LAS CASAS, Obra indigenista, Madrid, 1985, p. 288. 47 GIMENEZ, Bartolomé de las Casas, T. II, p. 1.238. 48 Genaro RODRIGUEZ MOREL, “Poder y luchas políticas en La Española (1510-1520)”. (Trabajo sin

publicar). 49 Ibidem, “Declaración del testigo Alonso de Madrid”.

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finalmente, Alonso de Zuazo los cifraba en tan sólo 15.000.50 Nosotros nos inclinamos más por las cantidades de Zuazo que a la sazón fue uno de los principales armadores de las Antillas y conoció el negocio en profundidad. Sin embargo, con certeza es imposible saber la cantidad exacta ya que las fuentes en muy pocas ocasiones diferencian a los lucayos ni de los indios naturales ni del resto de los esclavos, e igualmente porque pasadas unas décadas hasta los mismos españoles dudaban a la hora de establecer cuántos indios esclavos eran originarios de las propias islas, y cuáles procedían realmente de las armadas de rescate.

En el caso de la Española, sabemos que hubo varios miles de indígenas esclavos que, procedentes de las armadas de rescate, consiguieron sobrevivir y adaptarse plenamente a la nueva vida y al nuevo medio geográfico, trabajando muchos de ellos en régimen de naborías. De hecho, cuando se le ordenó a Rodrigo de Figueroa poner a los indios de La Española en pueblos, preguntó a Su Majestad si convendría poner a los lucayos “como los otros de la tierra que ya son casi unos”.51

En la década de los cuarenta, en la misma isla era ya, para los propios españoles, muy difícil distinguir entre los naturales de la isla y los procedentes de las Antillas Menores. Sin embargo, cuando en 1542 se decretó que no se herrasen más esclavos y que se devolviesen a sus lugares de origen los existentes, el licenciado Cerrato informó "que dolió mucho” a los vecinos, ya que había en la isla más de cinco mil indios esclavos,52 lo que nos confirma con evidente claridad la existencia de una amplia esclavitud indígena, aunque nos deje sin resolver cuál era su procedencia.

En cuanto a Cuba y Puerto Rico, aunque tampoco podemos averiguar cuál fue el origen de estos indios esclavos, sí podemos al menos establecer la diferencia entre los encomendados y los esclavos. Así, respecto a la isla de Cuba sabemos que en Santi Spíritus y Trinidad había en 1534 unos 269 indios de encomienda frente a 180 indios esclavos, lo que nos indica que un 40% de los indios utilizados en ambas villas eran esclavos.53 Igualmente, conocemos las cifras de indios que trabajaban en las estancias de la villa de Santiago en 1537, figurando 92 indios de encomienda frente a 56 indios esclavos,54 resultando un 37`8% de indios esclavos frente a un 62`2% de indios de encomiendas. Es decir, mientras en La Española predominaban los indios esclavos en la cuarta década del siglo XVI, en Cuba seguían siendo más numerosos los naturales encomendados.

Por otra parte, estos indios esclavos desarrollaron las mismas actividades que los indios de encomienda, trabajando en las minas, en los hatos de ganados y en los ingenios, junto con los indios de encomienda. La única diferencia destacable consistió en el hecho de que mientras los esclavos servían todo el año,

50 Fr. Bartolomé de LAS CASAS, Historia de las Indias, México, 1951, T. II, Lib. II, Cap. XLIV, p. 351;

AGI, Patronato 174, R. 12. Carta de los dominicos al señor de Chièvres, Santo Domingo, 4 junio 1519; Carta de Alonso de Zuazo al Señor de Chièvres, Santo Domingo, 22 enero 1518. RODRIGUEZ DEMORIZI, Los dominicos y las encomiendas de indios en la isla Española, Santo Domingo, 1971, pp. 249-269.

51 AGI, Patronato 174, R. 19. Carta de Rodrigo de Figueroa a Su Majestad, Santo Domingo 14 noviembre 1520.

52 AGI, Santo Domingo 49, R. 16, N. 101. Carta del licenciado Cerrato a Su Majestad, Santo Domingo, 23 mayo 1545.

53 AGI, Patronato 177, N. 1, R. 18. Censo de las villas de Trinidad Y Santi Spíritus, 1534. 54 AGI, Santo Domingo 77, R. 4, N. 98. Relación de las estancias de Santiago, 22 marzo 1537.

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los encomendados tan sólo lo hacían durante el tiempo que durase la demora, es decir, unos 8 meses al año.

En la isla de San Juan, en cambio, las cantidades difieren bastante de las de Cuba, aproximándose más a la situación de La Española, dado que la mayoría de indios esclavos era manifiesta en torno a 1530. Así pues, en Puerto Rico los indios esclavos sumaban 977, mientras que los naborías—entendidos, como ya hemos afirmado, como indios de encomienda—tan sólo eran 498, es decir, casi doblaban los indios esclavos a los naborías. Ello se debió, tanto a la enorme disminución que sufrió el indio de Boriquén, como a la importancia que adquirieron las armadas de rescate en esta isla antillana, según hemos visto anteriormente. En torno a 1540, la mayoría de los indios que quedaban en la isla debían ser esclavos, ya que el cabildo de Puerto Rico informó a Su Majestad que apenas si existían 50 indios libres.55

Por último, de Jamaica no contamos con datos al respecto aunque pensamos que no debieron llegar tantos indios esclavos como al resto de las Grandes Antillas, al estar al margen del circuito comercial de las armadas de rescate.

55 AGI, Santo Domingo 164, N. 20. Carta del cabildo de Puerto Rico a Su Majestad, Puerto Rico, 5 junio

1540.

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LA ENCOMIENDA, PRIMERA CLAVE DE LA SOCIEDAD INDIANA

Veinticinco años de investigación

Luis NAVARRO GARCÍA

La encomienda fue, en los tiempos iniciales de la colonización española, la institución axial de ese proceso. En muchos territorios americanos seguiría siendo, en un largo período posterior, una institución altamente significativa, alternativamente impugnada, defendida o tutelada, de suerte que su presencia o ausencia es uno de los más claros indicadores del nivel de éxito alcanzado por la misma colonización y del perfil que ésta adquiría en cada caso.

Dado que la encomienda revistió diversas formas y caracteres peculiares en distintas provincias y épocas, el análisis de su naturaleza y evolución ha ido casi invariablemente mezclado con el de la esclavitud y las modalidades del trabajo indígena, de la tributación, de la propiedad territorial, etc. Pretendemos tratar aquí, sin embargo, el curso de las investigaciones que en tiempos recientes han tomado como tema central, si no exclusivo, la misma encomienda, es decir, la relación legal establecida entre distintos grupos de indios y sus encomenderos españoles para alcanzar los fines que la misma Corona establecía o reconocía.

Durante más de tres décadas, desde su publicación en 1935, la gran monografía de Silvio Zavala fue prácticamente la primera y la última palabra acerca de las encomiendas. Se trataba, claro está, de un estudio eminentemente institucional, como cabía esperar de la formación jurídica de su autor y de las fuentes utilizadas, entre las que predominaban los textos legales de todo tipo.

En cierto modo, Zavala cerraba con ese estudio una serie de trabajos semejantes, aunque de menor envergadura, desarrollados por diversos autores hispanoamericanos y españoles, cuyas aportaciones recoge. Dentro de ese planteamiento, cuestiones tales como el origen de la encomienda y la dura polémica acerca de la naturaleza de esta institución, de sus efectos benéficos o perversos, a lo largo del siglo XVI, ocupan la mayor parte de la obra. Inevitablemente, todo esto relaciona esta investigación con las que por entonces y en años posteriores se dedicaron a la figura del P. Las Casas y a la defensa o impugnación de la llamada “leyenda negra”.

Universidad de Sevilla

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Sin embargo, Zavala no se limitó a explorar los tiempos “heroicos” de la encomienda, sino que amplió su análisis a los siglos posteriores. Por otra parte, el ilustre profesor mexicano puso empeño en recoger una considerable cantidad de datos cuantitativos, relativos sobre todo al número de encomiendas que había en cada provincia o región, en distintas épocas.

En todo caso, se puede afirmar que, con ligeros matices, la encomienda

como institución quedó perfectamente dibujada a partir de la monografía de Zavala. Algunos estudios posteriores ampliaron el conocimiento de la encomienda en regiones concretas, tales como Nueva España (Simpson, 1950) o Venezuela (1957), pero siempre con predominio de criterios y métodos propios de la historia institucional.

Probablemente, la primera investigación que en este campo se apartó de ese enfoque fue la del Prof. Charles Gibson, que en 1964 daba a la luz su celebrado estudio sobre los aztecas bajo el dominio español. En realidad, Gibson hizo historia de las encomiendas sin pretenderlo. Su punto de partida era claramente etnohistórico: se trataba de averiguar cómo habían afectado la conquista y la colonización a la sociedad mexica, y fue así como, entre otros aspectos, se vio metido de lleno en la historia de las encomiendas del Valle de México. Sus preguntas ya no se referían al origen y naturaleza de la institución, sino al efecto demostrable producido sobre la población y la cultura de los aztecas. Sus fuentes hubieron de ser también forzosamente distintas. No ya reales cédulas, ni leyes de la Recopilación, sino mandamientos de virreyes, expedientes sobre encomiendas, o tasaciones de tributos.

Otra obra que marcaba, algo después, un avance en el conocimiento de la encomienda fue la del profesor chileno Mario Góngora (1970) sobre encomenderos y estancieros, mientras que Elman R. Service (1954) había estudiado las relaciones hispano-indígenas en Paraguay en los tiempos inmediatamente posteriores a la Conquista.

En España, y concretamente en Sevilla, el proyecto de investigación de las encomiendas surgió hacia 1970 con el deseo de hacer una historia de orientación “social”, que penetrase en el mundo indiano hasta entonces casi indiferenciado, para distinguir grupos y niveles jerárquicos, más allá de simples razas y colores. Se trataría de indagar, no ya el diseño institucional de la encomienda, sino su existencia real. Se procuraría averiguar el funcionamiento de la encomienda en cada país americano, las variantes de la institución, el número de encomiendas concedidas, con sus posibles variaciones en el tiempo; el número y obligaciones de los encomendados, y la identidad de los beneficiarios.

El Archivo General de Indias, que sería la base de partida de la investigación, proporcionaba un estimable fondo documental. La obligación en que, desde comienzos del siglo XVII, se hallaron los encomenderos de solicitar la confirmación de sus encomiendas por el rey, había dado lugar a la formación de diversas series de expedientes en los que sistemáticamente aparecen registrados la genealogía y méritos del solicitante—sea por sucesión en la encomienda, o por nueva concesión de la misma—, así como el cómputo de los indios afectados por esta merced y el valor y naturaleza de sus tributos. Se

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disponía así, de inmediato, de dos ventanas sobre dos estratos distintos de la sociedad colonial, precisamente el del sector más distinguido—al menos en teoría—de la población blanca, y el de la base indígena de aquella sociedad. En fin de cuentas, la encomienda había sido, desde el principio, la principal articulación entre esos dos mundos por otra parte tan alejados entre sí. Por eso, también, el estudio de la encomienda arrojaría abundante luz sobre la naturaleza de las relaciones interétnicas y sobre el verdadero carácter de la colonización española.

Ni que decir tiene que, además de los fondos básicos sobre concesiones o confirmaciones de encomiendas, el AGI ofrecía otras posibilidades para este estudio, bien en las series de Justicia—pleitos sobre encomiendas, por ejemplo—, como en las de Hacienda o Gobierno—matrículas de tributarios, visitas de encomiendas, etc. Por último, los archivos locales americanos, en la medida en que fueran accesibles, suministrarían documentación análoga y no menos valiosa para el objeto pretendido.

El primer ensayo de esta línea de investigación lo constituyó en 1970 la tesis de licenciatura de la profesora Manuela Cristina García Bernal, que versó sobre la sociedad de Yucatán en la primera mitad del siglo XVIII. Estudio concebido como “ejercicio de experimentación de un método”, para lo que la singularidad del caso yucateco ofrecía las mejores condiciones. Publicada esta obra en 1972, y acogida favorablemente por la crítica (vid. Handbook of Latin American Studies, 1974), su sencilla estructura tripartita expresó claramente las cuestiones esenciales que siempre habrían de plantearse al tratar en términos generales de las encomiendas: el volumen de población, especialmente el de la encomendada; el núcleo de las familias encomenderas, y el monto y naturaleza de las aportaciones realizadas por los indios. La lista de encomiendas presentada como apéndice, con la relación de sus titulares a lo largo del siglo, equivale a un retrato de las élites de Mérida, Campeche y Valladolid de Yucatán.

A partir de aquí, la investigación de la historia de las encomiendas se convertía en una excelente vía para entrar al conocimiento de las sociedades indianas. Además de abordar el estudio de Yucatán bajo los Austrias, comenzaba el de las distintas regiones y épocas de Nueva Granada: la región central, Cartagena, Santa Marta, Popayán. Panamá, Tucumán y, en menor medida, Paraguay también fueron objeto de examen. Realizar la historia completa de las encomiendas del Perú fue un logro importante.

Desde Yucatán al Río de la Plata, veinticinco años de esfuerzos han permitido revelar, con una metodología bastante homogénea, muchos aspectos del pasado colonial de provincias en buena medida periféricas, abarcando desde los días de la Conquista hasta los de la Independencia. Dar nuevos pasos en este sentido, extendiendo la atención a otros territorios—por ejemplo, Chile—sigue siendo un propósito válido.

No cabe olvidar, sin embargo, otros esfuerzos hechos de manera paralela por otros investigadores. Por ejemplo, los estudios, a veces amplios, otras muy concretos, sobre el Perú o el Río de la Plata, sobre Guatemala, Filipinas, La Española, Costa Rica y, más recientemente, Nuevo León y Quito. Estudios inspirados de ordinario por una orientación de carácter antropológico,

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o bien por el deseo de esclarecer el comportamiento de las oligarquías coloniales, de modo que no es la encomienda su objetivo capital, pero arrojan sobre ella nueva e importante luz.

Algunos aspectos generales de la encomienda como institución han sido

objeto de revisión en este tiempo, y por eso deben ser recordados aquí. Tal vez la investigación de más calado sea la llevada a cabo por Magnus Mörner,56 sobre la política de segregación residencial de indios y españoles. Manuela Cristina García ha replanteado la distancia entre propósitos y resultados en la historia de la encomienda,57 mientras que Robert Keith ha explorado las relaciones entre la encomienda y otras instituciones conexas.58 Luciano Pereña volvió sobre la polémica de la perpetuidad,59 y Luis Navarro revisaba la polémica sobre las encomiendas en el primer reformismo borbónico,60 punto también tratado, desde una perspectiva más local, por Adolfo González.61

Comenzando por las Antillas, primer campo de experimentación de la colonización en América, la más importante aportación reciente la constituye el estudio de Luis Arranz sobre La Española,62 cuya primera parte traza la breve historia de la institución en la isla, mientras que la segunda es un estudio detallado y amplio del repartimiento de Alburquerque. Esta obra se apoya en la de Emilio Rodríguez Demorizi,63 que hizo la primera transcripción fiable del célebre “repartimiento”. El amplio estudio reciente de Esteban Mira Caballos, que abarca las cuatro grandes Antillas, permanece inédito.64

El ámbito mexicano, con su gran extensión territorial y su considerable población, fue además el verdadero crisol de la institución, origen de la encomienda mexicana, o continental, forjada realmente por Hernán Cortés y perfilada luego por el esfuerzo de clérigos, gobernantes y juristas. Una gran masa de información sobre esta encomienda, nada menos que 450 páginas, aunque escasamente elaborada, proporciona Silvio Zavala en las “Adiciones” a la tercera edición de su vieja monografía.65

56 MÖRNER, MAGNUS: La Corona española y los foráneos en los pueblos de indios de América.

Estocolmo, Instituto de Estudios Ibero-Americanos, 1970. 57 GARCÍA BERNAL, MANUELA CRISTINA: “Indios y españoles en Yucatán: utopía y realidad del proyecto

colonizador”. Congreso de Historia del Descubrimiento. Madrid, Real Academia de la Historia, 1992; II, pp. 387-427; también, “La encomienda: voluntad legal y realidad yucateca”. Temas Americanistas, n° 7, Sevilla, 1990, pp. 27-32.

58 KEITH, Robert G.: “Encomienda, Hacienda and Corregimiento in Spanish America: A Structural Analysis”. The Hispanic American Historical Review, LI, nº 3, Durham, 1971, pp. 431-446.

59 PEREÑA VICENTE, Luciano: “La pretensión a la perpetuidad de las encomiendas del Perú”. Estudios sobre política indigenista española en América. Valladolid, Universidad, 1976, II, pp. 427-469.

60 NAVARRO GARCÍA, Luis: “Felipe V y el Consejo de Indias: el debate de las encomiendas”. Temas Americanistas, nº 3, Sevilla, 1983, 5-11.

61 GONZÁLEZ RODRÍGUEZ, Adolfo: “Informe del gobernador Urízar sobre la supresión de las encomiendas”. Temas Americanistas, nº 2, Sevilla, 1983, 18-20.

62 ARRANZ MÁRQUEZ, Luis: Repartimientos y Encomiendas en la Isla Española (El Repartimiento de Alburquerque de 1514). Madrid, Fundación García Arévalo, 1991.

63 RODRÍGUEZ DEMORIZI, Emilio: Los dominicos y las encomiendas de indios de la isla Española. Santo Domingo, 1971.

64 MIRA CABALLOS, Esteban, “El indio antillano: del repartimiento a la esclavitud (1492-1542)”. Tesis doctoral inédita. Universidad de Sevilla, 1995.

65 ZAVALA, Silvio: La encomienda indiana, 3ª ed., México, Porrúa, 1992, pp. 320-770.

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Los estudios sistemáticos sobre la encomienda mexicana comienzan con Simpson,66 y siguen con el magnífico estudio de Gibson67 que muestra por primera vez el proceso de incorporación de encomiendas a la Corona, sistemáticamente seguido en el Valle de México. La otra importante zona encomendera, la de los mayas, fue objeto de dos importantes monografías de M. Cristina García Bernal, una sobre la época de los Austrias,68 y la otra sobre la de los Borbones.69 Se pueden añadir el largo capítulo dedicado a los encomenderos por Marta Hunt,70 y las abundantes alusiones a encomenderos y encomiendas contenidas en la obra de Robert Patch, que tiene sin embargo una orientación distinta.71 Por último, el mismo profesor Zavala estudió el caso de Nuevo León,72 sistematizando la abundante documentación dada a luz en dos volúmenes por Eugenio del Hoyo.73

Se debe a Himmerich un detenido análisis de los primeros encomenderos en esta zona y su comportamiento como grupo,74 y pueden encontrarse estudios de encomiendas concretas como el que Mario Humberto Ruz hizo de la de Copanaguastla, en Chiapas,75 o el de Barrett sobre encomiendas y haciendas en la “tierra caliente” de Michoacán.76

Para el conjunto del antiguo virreinato, incluyendo las regiones más remotas, la información detallada más accesible es la que en tres meritorios estudios de geografía histórica proporciona Peter Gerhard.77

Dos importantes obras generales han arrojado considerable luz sobre determinados aspectos de la encomienda en el antiguo reino de Guatemala. Murdo MacLeod78 y, para un período más reducido y con un enfoque más restringido, William Sherman79 tratan de esta institución en el contexto de la historia económica y social de la región, aunque el segundo ofrece además en apéndice una interesante serie de datos sobre vecinos y encomenderos.

66 SIMPSON, Lesley Bird: The Encomienda in New Spain. The Beginning of Spanish Mexico. Berkeley y Los

Angeles, 1950. Hay traducción española. 67 GIBSON, Charles: The Aztecs under Spanish Rule. Stanford, Ca., 1964. Hay traducción española. 68 GARCÍA BERNAL, Manuela Cristina: Población y encomienda en Yucatán bajo los Austrias. Sevilla, Escuela

de Estudios Hispanoamericanos, 1978. 69 GARCÍA BERNAL, Manuela Cristina: La sociedad de Yucatán, 1700-1750. Sevilla, EEHA, 1972. 70 HUNT, Marta Espejo-Ponce: Colonial Yucatán: Town and Region in the Seventeenth Century. Ann Arbor,

Michigan, University Microfilms International, 1974. 71 PATCH, Robert W.: Maya and Spaniard in Yucatan, 1648-1812. Stanford, Cal., University Press, 1993. 72 ZAVALA, Silvio: Entradas, congregas y encomiendas de indios en el Nuevo Reino de León. Sevilla,

Universidad, 1992. 73 HOYO, Eugenio del: Esclavitud y encomiendas de indios en el Nuevo Reino de León. Siglos XVI y XVII, e

Indios, frailes y encomenderos en el Nuevo Reino de León. Siglos XVII y XVIII. Monterrey, Nuevo León, Archivo General del Estado, 1985.

74 HIMMERICH Y VALENCIA, Robert: The Encomenderos of New Spain, 1521-1555. Austin, University of Texas, 1991.

75 RUZ, Mario Humberto: Copanaguastla en un espejo. Un pueblo tzeltal en el virreinato. San Cristóbal de las Casas, Universidad Autónoma de Chiapas, 1985.

76 BARRETT, Elinore M.: “Encomiendas, Mercedes and Haciendas in the Tierra Caliente of Michoacán”. Jahrbuch für Geschichte, Wirtschaft und Gesellschaft Lateinamerikas, nº 10, 1973, pp. 71-112.

77 GERHARD, Peter: A guide to the historical geography of New Spain. Cambridge (England), 1972; The southeast frontier of New Spain. Princeton, 1979; y The north frontier of New Spain. Princeton, 1982.

78 MACLEOD, Murdo: Spanish Central America. A socioeconomic history, 1520-1720. Berkeley, Univ. of California, 1973.

79 SHERMAN, William L.: Forced Native Labor in Sixteenth Century Central America. Lincoln, Univ. of Nebraska, 1979. (Hay traducción española, Guatemala, 1987).

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Por las mismas fechas, dos autores sevillanos estudiaron aspectos concretos de la encomienda centroamericana, en el distrito de Santiago de los Caballeros, en el siglo XVI. Pilar Sanchiz80 examinó la mentalidad y conducta del conquistador, en tanto que Salvador Rodríguez Becerra81 analizó el papel de la encomienda en la economía de la provincia. Francisco Solano y Elías Zamora también dedicaron algunas páginas a la encomienda guatemalteca, proporcio-nando algunas cifras y ejemplos concretos.82 Estudios más recientes, pero muy concretos sobre repartos y tasaciones en los momentos iniciales son los de Kramer83 y Feldman.84 Por su parte, Claudia Quirós ha hecho en solitario un primer avance sobre la encomienda costarricense.85

El extremo oriental del istmo, fue investigado por Mª del Carmen Mena,86 que dedicó abundantes páginas a los encomenderos y los sucesivos repartimientos habidos en Panamá, tema sobre el que hizo nuevas aportaciones en estudios posteriores.87 El profesor Alfredo Castillero ha proporcionado interesantes informaciones sobre encomiendas en sus estudios sobre Veragua.88

Las encomiendas del antiguo Nuevo Reino de Granada han sido objeto de especial atención, por la variedad que en él presenta la institución y su larga pervivencia. El caso de la meseta central, a lo largo de las tres centurias coloniales, fue estudiado por Mª Angeles Eugenio,89 que se ocupó del siglo XVI; por Julián Ruiz,90 que tras abordar el XVII se interesó por el caso concreto de la encomienda del conquistador Jiménez de Quesada,91 y por Mª Teresa Molino,92 que examinó la etapa final de la encomienda en el actual territorio colombiano. Con un enfoque distinto, eminentemente antropológico, y

80 SANCHIZ OCHOA, Pilar: Los hidalgos de Guatemala: realidad y apariencia en un sistema de valores. Sevilla,

Universidad, 1976. 81 RODRÍGUEZ BECERRA, Salvador: Encomienda y conquista: los inicios de la colonización en Guatemala.

Sevilla, Universidad, 1977. 82 SOLANO Y PÉREZ-LILA, Francisco de P.: Los mayas del siglo XVIII. Madrid, Cultura Hispánica, 1974; pp. 31-

36. ZAMORA ACOSTA, Elías: Los mayas de las tierras altas en el siglo XVI.Tradición y cambio en Guatemala. Sevilla, Exma. Diputación Provincial, 1985; pp. 246-262.

83 KRAMER, Wendy: Encomienda Politics in Early Colonial Guatemala, 1524-1544. Dividing the Spoils. Boulder, Colo., Westview Press, 1994.

84 FELDMAN, Lawrence H.: Indian Payment in Kind: The Sixteenth-Century Encomiendas of Guatemala. Culver City, Labyrinthos, 1992.

85 QUIRÓS, Claudia: La era de la encomienda. Historia de Costa Rica. San José, Universidad de Costa Rica, 1990.

86 MENA GARCÍA, Mª del Carmen: La sociedad de Panamá en el siglo XVI. Sevilla, Exma. Diputación Provincial, 1984.

87 MENA GARCÍA, Mª del Carmen: “Una fuente para la historia de la encomienda en Panamá: ‘La copia e relación del repartimiento viejo’ ”. Historiografía y bibliografía americanistas, XXVII, Sevilla, 1983, pp. 3-16; “La autonomía legislativa en Indias: las Leyes de Burgos y su aplicación en Castilla del Oro por Pedrarias Dávila”. Revista de Indias, nº 186, Madrid, 1989, pp. 283-353; “La reforma de la encomienda panameña por Pedrarias Dávila: fuente para su estudio”. Temas Americanistas, nº 3, Sevilla, 1990, pp. 1-8; y Pedrarias Dávila o “la ira de Dios": una historia olvidada. Sevilla, Universidad, 1992.

88 CASTILLERO CALVO, Alfredo: Estructuras sociales y económicas de Veragua desde sus orígenes históricos. Siglos XVI y XVII. Panamá, Editora Panamá, 1967; Políticas de poblamiento en Castilla del Oro y Veragua en los orígenes de la colonización. Panamá, Editorial Universitaria, 1972.

89 EUGENIO MARTÍNEZ, Mª Angeles: Tributo y trabajo del indio en Nueva Granada. Sevilla, EEHA, 1977. 90 RUIZ RIVERA, Julián B.: Encomienda y mita en Nueva Granada. Sevilla, EEHA, 1975. 91 RUIZ RIVERA, Julián B.: “De conquistador a colonizador: perfil antiheroico de Jiménez de Quesada”.

Congreso de Historia del Descubrimiento. Madrid, Real Academia de la Historia, 1992; II, pp. 579-605. 92 MOLINO GARCÍA, Mª Teresa: La encomienda en el Nuevo Reino de Granada durante el siglo XVIII. Sevilla,

EEHA, 1976.

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con fuentes de otro tipo (sobre todo, protocolos del Archivo General de la Nación de Colombia) hizo una importante aportación el profesor Juan A. Villamarín.93

La provincia de Cartagena de Indias fue objeto de investigación por parte de Mª del Carmen Borrego,94 mientras que la gobernación de Popayán recibió la atención de tres investigadores: Silvia Padilla, Mª Luisa López Arellano y Adolfo Luis González Rodríguez.95

Lentamente han proliferado las investigaciones sobre la encomienda en Venezuela. Una discípula del profesor Arcila Farías, la profesora Ermila Troconis, ha dedicado a El Tocuyo dos obras en las que con distinta extensión ofrece datos sobre la encomienda en esta provincia.96 En cambio, el estudio más reciente de Reinaldo Rojas sobre Barquisimeto, de prometedor título, pone todo el énfasis en la economía, considerando la encomienda como unidad de produc-ción.97 Por su parte, la investigadora Antoinette da Prato-Perelli ha editado el voluminoso expediente de la visita del oidor Riva Agüero a las encomiendas de Nueva Andalucía en 1688.98

Sobre los encomenderos quiteños elaboró una monografía el Dr. Ortiz de la Tabla,99 que además estudió un interesante caso particular.100

Por lo que se refiere al virreinato limeño, aparte de la también copiosa adición insertada por Silvio Zavala en la tercera edición de su clásica obra,101 se debe al joven historiador peruano José de la Puente Brunke la más reciente e importante monografía sobre las encomiendas del Perú.102 Junto a este estudio, que cubre los tres siglos, pueden citarse otros más concretos del mismo autor,103

93 Encomenderos and Indians in the formation of Colonial Society in the Sabana de Bogota, Colombia, 1537 to

1740., Brandeis University, Ph. D., 1972. University Microfilms, Ann Arbor, Michigan; 2 vols. 94 BORREGO PLÁ, Mª del Carmen: Cartagena de Indias en el siglo XVI. Sevilla, EEHA, 1983. 95 PADILLA ALTAMIRANO, Silvia, Mª Luisa LÓPEZ ARELLANO y Adolfo L. GONZÁLEZ RODRÍGUEZ: La

encomienda en Popayán. Tres estudios. Sevilla, EEHA, 1977. La distribución temática es como sigue: PADILLA ALTAMIRANO, Silvia: “Tasaciones de encomiendas en Popayán en el siglo XVI”, pp. 3-112; LÓPEZ

ARELLANO, Mª Luisa: “Las encomiendas de Popayán en los siglos XVII y XVIII”, pp. 113-252; GONZÁLEZ

RODRÍGUEZ, Adolfo Luis: “La sociedad encomendera en la gobernación de Popayán durante el siglo XVII”, pp. 253-368.

96 TROCONIS DE VERACOECHEA, Ermila: Historia de El Tocuyo colonial. (Período histórico 1545-1810). Caracas, Universidad Central de Venezuela, 1977; 2ª ed. 1984; La tenencia de la tierra en el Litoral Central de Venezuela (Departamento Vargas). Caracas, Universidad Simón Bolívar, 1979.

97 ROJAS, Reinaldo: El régimen de la encomienda en Barquisimeto colonial, 1530-1810. Caracas, Fuentes para la Historia Colonial de Venezuela, 1992.

98 DA PRATO-PERELLI, Antoinette: Las encomiendas de Nueva Andalucía en el siglo XVII. Visita hecha por don Fernando de la Riva Agüero, oidor de la Audiencia de Santo Domingo, 1688. Caracas, Fuentes para la Historia Colonial de Venezuela, 1990; 4 vols.

99 ORTIZ DE LA TABLA Y DUCASSE, Javier: Los encomenderos de Quito, 1534-1660. Origen y evolución de una élite colonial. Sevilla, EEHA, 1993.

100 ORTIZ DE LA TABLA Y DUCASSE, Javier: “De hidalgo castellano a empresario colonial. Rodrigo de Salazar, encomendero y obrajero de Quito, 1510-1584”. Anuario de Estudios Americanos, XLII, Sevilla, 1985, pp. 43-126; del mismo, “Modelos peninsulares en la estratificación social del Ecuador”. Europa e Iberoamérica: cinco siglos de intercambios. IX Congreso Internacional de Historia de América, AHILA. Sevilla, Consejería de Cultura, 1992; I, pp. 99-105.

101 ZAVALA: La encomienda indiana, 3ª ed., pp. 847-968. 102 PUENTE BRUNKE, José de la: Encomienda y encomenderos en el Perú. Estudio social y político de una

institución colonial. Sevilla, Exma. Diputación Provincial, 1992. 103 PUENTE BRUNKE, José de la: “Notas sobre la perpetuidad de las encomiendas en el Perú”. Homenaje a

Aurelio Miró Quesada Sosa. Lima, 1987, vol. I, pp. 353-360; “Política de la Corona en torno a las encomiendas peruanas (1670-1750)”. Histórica, XI, nº 2, Lima, 1987, pp. 181-206; “Las 'tercias de

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así como los de Bronner,104 y Burga,105 los de Teodoro Hampe106 y el muy estimable de Trelles Arestegui,107 más los de Varón Gabai108 y Zevallos Quiñones.109

Es sabido que la encomienda tuvo muy corta vida en Charcas. Su estudio ha corrido a cargo principalmente de Barnadas,110 Cook111 y Bakewell.112

Por lo que se refiere a Chile, en 1941 se había publicado en Buenos Aires un amplio trabajo de Feliú Cruz y Monge Alfaro en el que, sin hacer referencia alguna a la obra de Zavala, se trazan la líneas maestras de la encomienda como institución y se sigue el desarrollo histórico de ésta en el territorio chileno, hasta su extinción en 1790 por el gobernador O'Higgins.113 La encomienda chilena contó luego con otro importante estudio desde que en 1970 publicó Mario Góngora sus Encomenderos y estancieros,114 obra que fue precedida a corta distancia por el análisis general institucional de Mª Isabel González Pomes, centrado en el siglo XVIII.115 Es interesante el estudio parcial dedicado por el profesor Villalobos a las encomiendas de Tarapacá.116 Julián Barroso ha expuesto el caso de un pleito sobre encomiendas en San Luis,

encomiendas' en el virreinato del Perú: en torno a la política fiscal de la Corona en el siglo XVII”. Revista de Indias, XLVIII, nº 182-183, Madrid, 1988, pp. 187-205.

104 BRONNER, Fred: “Peruvian Encomenderos in 1630. Elite Circulation and Consolidation”. The Hispanic American Historical Review, LVII, nº4, Durham, 1977, pp. 633-659.

105 BURGA, Manuel de: De la encomienda a la hacienda capitalista. El valle de Jequetepeque del siglo XVI al XX. Lima, Instituto de Estudios Peruanos, 1976.

106 HAMPE MARTÍNEZ, Teodoro: Don Pedro de la Gasca (1493-1567). Su obra política en España y América. Palencia, Diputación Provincial, 1990; “Relación de los encomenderos y repartimientos del Perú en 1561”. Historia y Cultura, 12, Lima, 1979, pp. 75-117; “Sobre encomenderos y repartimientos en la diócesis de Lima a principios del siglo XVII”. Revista Andina, 7, Cuzco, 1986, pp. 65-81; del mismo y José de la PUENTE BRUNKE: “Mercedes de la Corona sobre encomiendas del Perú. Un aspecto de la política indiana en el siglo XVII”. Quinto Centenario, 10, Madrid, 1986, pp. 85-108.

107 TRELLES ARESTEGUI, Efraín: Lucas Martínez Vegazo: funcionamiento de una encomienda peruana inicial. Lima, Pontificia Universidad Católica del Perú, 1982; del mismo, “Cambios en la tributación de una encomienda del sur peruano: comparación de las tasas de La Gasca y Toledo”. Etnohistoria y Antropología Andina.(Primera Jornada del Museo Nacional de Historia). Lima, 1978.

108 VARÓN GABAI, Rafael: Curacas y encomenderos. Acomodamiento nativo en Huaraz. Siglos XVI y XVII. Lima, P. L. Villanueva, 1980.

109 ZEVALLOS QUIÑONES, Jorge: “La ropa de tributo de las encomiendas trujillanas en el siglo XVI”. Historia y Cultura, 7, Lima, 1973, pp. 107-127.

110 BARNADAS, Josep M.: Charcas: Orígenes históricos de una sociedad colonial (1535-1565). La Paz, 1973. 111 COOK, Noble David: “La visita de los conchucos por Cristóbal Ponce de León, 1543”. Historia y Cultura,

nº 10, Lima, 1978, pp. 23-45. 112 Bakewell, Peter: Miners of the Red Mountain. Indian Labor in Potosí, 1545-1650. Albuquerque, Univesity

of New Mexico Press, 1984. (Existe versión española, Madrid, Alianza Editorial, 1989). 113 FELIÚ CRUZ, Guillermo, y Carlos Monge Alfaro: Las encomiendas según tasas y ordenanzas. Buenos Aires,

1941. 114 GÓNGORA, Mario: Encomenderos y estancieros. Estudios acerca de la constitución social aristocrática de

Chile después de la conquista, 1580-1640. Santiago de Chile, Universidad de Chile, 1970. Anteriormente había publicado este autor “Documentos inéditos sobre la encomienda”, Revista Chilena de Historia y Geografía, 123, 1954-1955, pp. 201-224, y sobre todo “Notas sobre la encomienda chilena tardía”, Boletín de la Academia Chilena de la Historia, XXVI-61, 1959, pp. 27-51.

115 GONZÁLEZ POMES, María Isabel: La encomienda indígena en Chile durante el siglo XVIII. Santiago de Chile, Universidad Católica de Chile, 1966.

116 VILLALOBOS R., Sergio: La economía de un desierto. Tarapacá durante la colonia. Santiago, Ediciones Nueva Universidad, 1979.

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entonces dependiente de Chile.117 En fin, Manuel Salvat se ha interesado por el “deterioro institucional” de la encomienda chilena en el siglo XVII.118 Una contribución importante hizo Rodolfo Urbina al dedicar un capítulo de su tesis a la encomienda de Chiloé en el siglo XVIII, poniendo de relieve sus peculiaridades.119 En la actualidad, el profesor Hernán Cortés Olivares prepara un más amplio examen del recorrido trisecular de la institución en Chile.

El único análisis de la encomienda paraguaya realizado con posterioridad al conocido estudio de Service es el de Mora Mérida, referido a la primera mitad del siglo XVII.120 La longevidad de la institución, sin embargo, fue puesta de manifiesto por Saeger, que mostró que todavía en 1811 se pedía la sucesión de una encomienda.121 Rivarola, que se ocupó de la economía colonial paraguaya, dedicó por su parte más de 60 páginas a la encomienda, suministrando un centón de noticias valiosas.122

En el Río de la Plata, la gran región encomendera fue la gobernación de Tucumán, que ha sido objeto de un amplio estudio por Adolfo González,123 a quien se deben algunos otros trabajos complementarios.124 El profesor argentino Gastón Doucet ha hecho también varias interesantes contribuciones.125

Mención especial merecen, para concluir, los estudios realizados sobre la encomienda en Filipinas por Patricio Hidalgo, cuya tesis aún se halla en prensa pero de la que tenemos algunos anticipos.126

117 BARROSO RODRÍGUEZ, Julián: La encomienda de indios en San Luis. Un litigio sobre encomienda. San Luis,

Junta de Historia de San Luis, 1983. 118 SALVAT MONGUILLOT, Manuel: “Deterioro institucional de la encomienda en el siglo XVII”. Revista

Chilena de Historia del Derecho, nº 13, Santiago, 1978, pp. 331-338. 119 URBINA BURGOS, Rodolfo: La periferia meridional indiana. Chiloé en el siglo XVIII. Universidad Católica

de Valparaíso, 1983. Del mismo, “Apuntes sobre encomiendas y encomenderos de Chiloé”. Estudios en honor de Alamiro Ávila Martel. Santiago, Universidad de Chile, 1989; pp. 595-620, con aportación de nuevos datos.

120 MORA MÉRIDA, José Luis: Historia social del Paraguay, 1600-1650. Sevilla, EEHA., 1973. 121 SAEGER, James Schofield: “Survival and Abolition: The Eighteenth Century Paraguayan Encomienda”. The

Americas, XXXVIII-1, Washington, 1981, pp. 59-85. 122 RIVAROLA PAOLI, Juan Bautista: La economía colonial. Asunción, 1986. Vol. I. 123 GONZÁLEZ RODRÍGUEZ, Adolfo: La encomienda en Tucumán. Sevilla, Exma. Diputación Provincial, 1984;

“El Cabildo de Córdoba durante el siglo XVI: encomenderos, propietarios de tierras, tratantes de negros y comerciantes. Análisis de un grupo de poder”. Estudios de Historia Social y Económica de América, nª 3-4, Alcalá de Henares, 1987-1988, pp. 29-45.

124 GONZÁLEZ RODRÍGUEZ, Adolfo: “La legislación indiana y su aplicación práctica: el caso de las encomiendas en la gobernación de Tucumán”. Temas Americanistas, nº 7, Sevilla, 1990, pp. 18-23; del mismo, “Encomienda y propiedad de la tierra en Córdoba durante los siglos XVI y XVII”. Revista Complutense de Historia de América, nº 18, Madrid, 1992, pp. 143-157.

125 DOUCET, Gastón: “Los títulos de encomiendas en la gobernación de Tucumán”. Documentación y Archivos de la Colonización Española. La Rábida, Ministerio de Cultura, 1980; I, pp. 91-180; “Introducción al estudio de la visita del oidor D. Antonio Martínez Luján de Vargas a las encomiendas de indios de Tucumán”. Boletín del Instituto de Historia Argentina y Americana Dr. Emilio Ravignani, nº 26, Buenos Aires, 1980, pp. 205-246; “Los autos del visitador Don Antonio Martínez Luján de Vargas”. Revista de Historia del Derecho, nº 8, Buenos Aires, 1980, pp. 123-154; “Los réditos de Quilpo: funcionamiento de una encomienda cordobesa a fines del siglo XVI (1595-1598). Jahrbuch für Geschichte von Staat, Wirtschaft und Gesellschaft Lateinamerikas, nº 23, 1986); y “La encomienda de servicio personal en el Tucumán bajo régimen legal: Comentarios a las Ordenanzas de Gonzalo de Abreu”. En LEVAGGI, Abelardo (coord.): El aborigen y el derecho en el pasado y el presente. Buenos Aires, Universidad del Museo Social Argentino, 1990; pp. 141-244.

126 HIDALGO NUCHERA, Patricio: Las polémicas Iglesia-Estado en las Filipinas. La posición de la Iglesia ante la cobranza de los tributos en las encomiendas sin doctrina y las restituciones a fines del siglo XVI.

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Al término de la redacción de estas páginas, nos llega la más reciente

publicación del infatigable maestro Silvio Zavala. Se trata precisamente del Suplemento documental y bibliográfico a La Encomienda Indiana.127 Con sus 469 páginas y sus copiosos índices, constituye este volumen una magnífica puesta al día de los estudios sobre encomiendas, de los que en la mayoría de los casos se proporcionan además útiles resúmenes, completados con comentarios y remisiones a otros trabajos conxos. El propósito de exhaustividad que inspira esta obra lleva al Prof. Zavala, como en otras ocasiones, a incorporar en ella abundantes estudios referidos a la esclavitud y el trabajo indígena, y a glosar ordenanzas o detallar el contenido de algunas colecciones documentales, todo lo cual será de gran utilidad a los estudiosos.

Cabe decir que nada como este Suplemento para testimoniar el importante desarrollo que han experimentado los estudios de historia social hispanoamericana, y en particular los relativos a la encomienda, cuyo florecimiento quisimos exponer aquí.

Córdoba, Universidad de Córdoba, 1993; “Orígenes del tributo indígena en Filipinas. La polémica de la tasación”. Revista Complutense de Historia de América, nº 18, Madrid, 1992, pp. 133-142; “Una solución al problema de la cobranza de tributos en las encomiendas filipinas sin doctrina: la Caja de Cuartas”. Ibid., nº 19, Madrid, 1993, pp. 299-303; “Las bases de la encomienda filipina: los Despachos Reales”. Revista de Indias, nº 199, Madrid, 1993, pp. 785-797.

127 ZAVALA, Silvio: Suplemento documental y bibliográfico a La Encomienda Indiana. México, UNAM, 1994.

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ENCOMIENDA Y RIQUEZA EN UNA ZONA MARGINAL DEL PERÚ

El caso de Chinchaycocha (Siglos XVI-XVII)

José DE LA PUENTE BRUNKE Fernando JANSSEN FRASSON

*

La jurisdicción de Huánuco en el Perú colonial

Un espacio marginal

Situada en el centro del territorio comprendido por la Audiencia de Lima, la jurisdicción de Huánuco ocupó en el Perú colonial una gran extensión, abarcando desde tierras muy altas hasta las zonas bajas de clima cálido de la denominada ceja de selva.

Puede hablarse de la jurisdicción de Huánuco como de un espacio marginal en el marco del virreinato peruano, ya que no fue un conjunto de territorios que en principio mostrara grandes riquezas a los españoles, ni que tuviera una importante densidad de población indígena. Incluso la primera fundación española de la ciudad de Huánuco, el 15 de agosto de 1539, no se manifestó ligada a un especial afán de los conquistadores en cuanto a poblar una zona que presentara determinados atractivos, sino que estuvo más bien unida al interés del gobernador Francisco Pizarro por restañar las heridas abiertas tras su enfrentamiento con Diego de Almagro y sus partidarios, en el marco de las guerras civiles entre los conquistadores. Así, tras la derrota de los almagristas, dispuso Pizarro que muchos de ellos se encaminaran hacia la zona de Huánuco, con la idea de fundar una población de españoles, bajo el mando de Gómez de Alvarado. El propósito de Pizarro era el de satisfacerlos convirtiéndolos en “vecinos feudatarios”—es decir, encomenderos—y así neutralizarlos políticamente.128

La zona de Chinchaycocha y sus características fundamentales

Pontificia Universidad Católica del Perú.

128 José Antonio DEL BUSTO DUTHURBURU, Historia General del Perú, Tomo IV: La Conquista, Lima, 1994, pp. 202-203. José VARALLANOS, Historia de Huánuco. Introducción para el estudio de la vida social de una región del Perú. Desde la era prehistórica a nuestros días, Buenos Aires, 1959, pp. 125-30.

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La zona en la que se desenvolvieron los indios del repartimiento de Chinchaycocha era bastante fría e inhóspita. En efecto, se trataba de la puna, que constituye una de las más altas regiones naturales del Perú, comprendiendo territorios entre los 4.000 y los 4.800 metros sobre el nivel del mar.129 La ecología de la puna presenta características especiales como, por ejemplo, la ausencia de una serie de cultivos, entre los cuales se cuentan algunos de los más importantes para los pobladores andinos, como es el caso de la coca o del maíz, que eran especies que no podían crecer en climas tan fríos. Sin embargo, los indios de Chinchaycocha sí podían disponer—mediante el dominio de “archipiélagos verticales”—de coca y de maíz, y ambos fueron productos exigidos por las diversas tasas que se establecieron.130

Entre los productos que se cultivaban en la zona tiene especial interés una planta perteneciente a la ecología de puna, la maca, que representaba una proporción importante del total del tributo pagado por los indios de Chinchaycocha. Y esto es digno de tenerse en cuenta, ya que en la tasa de 1549 fue ese repartimiento el único que tributaba esa planta, por ser característica de la región. Se le atribuían virtudes fecundantes, y es posible que ello fuera creído no sólo por los indígenas, quienes eran sus principales consumidores, sino también por los propios españoles. Al menos eso puede pensarse al ver esta planta entre los productos que formaban parte del tributo que recibía el encomendero. Quizá la utilizaron para aumentar la fertilidad de los animales traídos de Europa, o incluso podría haber sido usada por los propios españoles, debido a la creencia, por entonces vigente, en torno a las dificultades que las tierras de gran altura encerraban para la procreación.131

Un hecho importante en la historia de la zona estuvo constituido por el descubrimiento efectuado en 1630 de las minas de Yauricocha, acontecimiento que supuso el inicio de un auge en la producción minera en la región de Huánuco. Con la explotación de esos yacimientos de plata, más tarde conocidos como minas de Cerro de Pasco, dicha región generó ingresos notables—en comparación con los tiempos anteriores—para las arcas de la Real Hacienda. Y esos yacimientos estuvieron situados justamente en la zona de Chinchaycocha: su explotación motivó la aparición de acaudalados mineros, que introdujeron transformaciones en la economía regional, con evidente repercusión en la vida de los naturales.

La encomienda

129 Javier PULGAR VIDAL, Geografía del Perú, Lima, 1987, p. 92. La existencia de la entonces denominada

laguna de Chinchaycocha hizo que el ambiente en su entorno fuera algo menos frío. 130 Esto es claramente explicado por María Rostworowski, refiriéndose específicamente a la tasa de

Chinchaycocha elaborada en 1549: “Los sesenta cestos de coca provenían de tierras cálidas de la selva y ello indica que poseían ‘archipiélagos verticales’ en otros lugares; lo mismo podemos decir del maíz que crece en las quebradas templadas. Esto indica que los enclaves o núcleos del sistema serrano, estudiado por Murra, funcionaban en la zona como en otras regiones de altura”. María ROSTWOROWSKI, “La tasa de Chinchaycocha de 1549”, Ensayos de Historia Andina, Lima, 1993, p. 351.

131 María Rostworowski destaca el hecho de que los indígenas apreciaban la maca no sólo como alimento, sino también como ofrenda a las divinidades, afirmando que para mediados del siglo XVI existían en la zona de Chinchaycocha plantaciones muy extensas de ese producto. ROSTWOROWSKI, “La tasa”, p. 353.

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Consideraciones sobre las encomiendas en Huánuco

Estudiar las características de las encomiendas en una determinada región del Perú—o de cualquier otro lugar de América—implica contar con un elenco de fuentes que permitan tener un conocimiento que sea al menos medianamente preciso en cuanto a los factores económicos o demográficos, propios de un área determinada. En el caso peruano, puede decirse que tan sólo con la llegada del Pacificador Pedro de la Gasca, en los años finales de la década de 1540, empezaron los propios conquistadores a tener una idea clara en cuanto a dichos factores. Obviamente, la encomienda, al haber constituido el instrumento vertebrador de la colonización, existió en el Perú desde los momentos iniciales de la conquista. Sin embargo, las concesiones otorgadas en esos primeros años no estuvieron necesariamente fundamentadas en el correcto conocimiento del territorio ni de sus habitantes, con lo cual muchos de los otorgamientos de encomiendas fueron bastante imprecisos. Igualmente, fue con la llegada de Gasca cuando se empezó a desarrollar un esfuerzo global dirigido a poner orden en todo lo relativo al tributo, a través de la confección de tasas, en las que se precisaba la medida de los beneficios que cada encomendero podía recibir de sus indígenas. Este significó el primer intento de carácter general por regular el funcionamiento de las encomiendas y corregir los abusos de los encomenderos en perjuicio de los naturales.132 Hasta entonces, tanto en la jurisdicción de Huánuco como en el resto del Perú, se dio en el ámbito de las encomiendas el absoluto predominio de la voluntad de cada encomendero en cuanto a la cobranza del tributo y a los beneficios derivados del trabajo de los indígenas.

La gestión gubernativa del virrey Toledo a lo largo de la década de 1570 supuso también otra etapa en la que se persiguió una mayor eficacia en cuanto al ordenamiento del pago de los tributos, y en la que se notó una tendencia a aumentar la proporción de los pagos en metálico. Se ha señalado que para esos años la mayor parte de las encomiendas de Huánuco generaban un tributo anual, descontadas las costas, que era menor a los 1.000 pesos, y constaban de un número de indios tributarios inferior a 500.133

Los indios tributarios de Chinchaycocha

A pesar de que los indígenas de Chinchaycocha vivieron en una zona muy fría e inhóspita para los españoles, dicha encomienda fue durante muchas décadas la más rica de Huánuco, la que mayor tributación generó y la que constó del número más alto de indios tributarios. Los primeros indígenas pertenecientes a esa encomienda fueron quienes dependían del curaca Runato o Lunato.134 El primer dato que conocemos en cuanto al número de tributarios

132 Con anterioridad se habían ya dado intentos de efectuar tal ordenamiento como, por ejemplo, tras la

fundación de la Real Audiencia de Lima, en la primera mitad de esa misma década. Sin embargo, el turbulento panorama de esos años entre los propios conquistadores impidió que esos intentos pudiesen llegar a buen fin.

133 José DE LA PUENTE BRUNKE, Encomienda y encomenderos en el Perú. Estudio social y político de una institución colonial, Sevilla, 1992, pp. 153 y 162.

134 María Rostworowski aclara que presumiblemente el cambio de “r” a “l” se deba a una pronunciación costeña o serrana de la misma palabra. ROSTWOROWSKI, “La tasa”, p. 351.

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corresponde a una relación de 1548, en la que se señalan las encomiendas huanuqueñas en los años iniciales de esa década: aparece Chinchaycocha constando de 2.000 tributarios.135 Pero al final de esa misma década se había producido un descenso en su número, porque en 1549 sabemos de la existencia de 1.750 tributarios en esa encomienda, cifra que se incrementó algo en la época del gobierno del virrey Toledo, y que siguió creciendo, ya que para los años finales del siglo XVI el número de indios tributarios superó los 2.000.136 Estamos, ciertamente, ante un caso atípico, que podría atribuirse—suponemos—a una eventual incorporación de otros “pueblos de indios” a la mencionada encomienda. De acuerdo con documentación de fines de la década de 1570, sabemos que los indios de Chinchaycocha vivieron fundamentalmente en cinco pueblos, tras la implantación de las reducciones por el virrey Francisco de Toledo: Los Reyes, San Julio de los Ondores (o Sondores), Carhuamayo, Ninacaca y San Miguel.137

Igualmente, en cuanto al mencionado aumento del número de los tributarios, debe tenerse en cuenta que los indios de Chinchaycocha vivían, como ya se ha señalado, en una zona de notable altitud, lo cual implicó que estuvieran resguardados de ciertas enfermedades, y con mayores defensas frente a las epidemias que los indios de zonas más bajas.138

135 VARALLANOS, Historia de Huánuco, p. 216. 136 DE LA PUENTE Encomienda y encomenderos, p. 397. Además, José VARALLANOS señala, basándose en

una relación remitida a la metrópoli en 1583 por el virrey Martín Enríquez, la existencia por entonces de 3.912 indios tributarios en Chinchaycocha. VARALLANOS, Historia de Huánuco, p. 230.

137 Juicio de Límites entre el Perú y Bolivia—Prueba Peruana, Barcelona, 1906, vol. I, p. 249. 138 Noble David Cook desarrolla diversas reflexiones en torno a la mayor defensa que habrían tenido los

indios de las zonas altas frente a los estragos de las epidemias. Noble David COOK, Demographic Collapse. Indian Peru, 1520-1620, Cambridge, 1981, pp. 245-55.

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Mapa de repartimiento Chinchaycocha

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Magnitud económica de la encomienda. Las tasaciones

La primera tasa detallada que se hizo del repartimiento de Chinchaycocha fue la de 1549,139 por disposición del Pacificador Pedro de la Gasca. En ella, además de establecerse la entrega de tributo en metálico al encomendero,140 se señalaba la entrega de productos de la tierra y de objetos manufacturados, y también se disponía del servicio de los indígenas en diversas faenas: trabajando en las tierras del encomendero, sirviendo en su casa de Huánuco, guardando su ganado, cuidando sus huertas o transportando cargas. Entre las especies de la tasa destacaba la ya mencionada planta de la maca, y se disponía también la entrega al encomendero, entre otras cosas, de coca, maíz, piezas de ropa, cojines, alfombras, reposteros y lana para colchones. Los animales incluidos en el tributo fueron las llamas, denominadas “ovejas de la tierra”, y también las gallinas.141

A lo largo de la segunda mitad del siglo XVI, y tal como lo hemos señalado en relación al número de indios tributarios, el rendimiento económico de la encomienda fue en aumento: en la década de 1560 rendía en torno a 3.000 pesos anuales;142 la tasa toledana, en el siguiente decenio, registró más de 3.400 pesos como tributo anual libre de costas; y en los años finales del siglo el monto del tributo libre de costas generado por la encomienda de Chinchaycocha superó los 4.200 pesos.143 La zona en la que se desenvolvían los indios de Chinchaycocha era eminentemente ganadera, y esto debe resaltarse, ya que pueden apreciarse otros casos de zonas ganaderas que se mantuvieron estables a

139 Sin embargo, disponemos de información anterior con respecto al rendimiento económico de los indios

de Chinchaycocha a través del otorgamiento que de ellos hizo Francisco Pizarro en Jauja en 1534, en favor de Alonso Riquelme. En efecto, se señaló en el documento de concesión que los indios proporcionarían al encomendero productos por valor de unos 5.000 pesos anuales. Sin embargo, al parecer, la encomienda otorgada por Pizarro a Riquelme incluía a indios de otros pueblos, además de los de Chinchaycocha. Teodoro HAMPE MARTINEZ, “El Tesorero Alonso Riquelme y la administración financiera en la conquista del Perú (1531-1548)”, Histórica, X, Nº 1 Lima, julio de 1986, p. 49.

140 A propósito de la tasa de Chinchaycocha, María Rostworowski considera las especiales dificultades que para la población indígena supuso el cumplir con el tributo en dinero: “Era frecuente en los primeros tiempos que las exigencias en metálico fuesen cubiertas por los naturales a base de los objetos de oro y plata que poseían así como de su uso personal. Debió ser una perpetua angustia cubrir la cantidad ordenada; sobre todo cuando no tenían minas y no estaban acostumbrados a un tributo semejante. Para conseguir dinero tuvieron los indígenas que alquilarse en diversos trabajos; vender lo poco que les producían sus reducidas chacras, y en algunos casos no vacilaban los curacas en saquear las tumbas de sus antepasados.” ROSTWOROWSKI, “La tasa”, p. 351.

141 ROSTWOROWSKI, “La tasa”, pp. 353-354. 142 Teodoro HAMPE MARTINEZ, “Relación de los encomenderos y repartimientos del Perú en 1561”,

Historia y Cultura, 12, Lima, 1979, pp. 99-100. 143 Por documentación de inicios del siglo XVII sabemos que la encomienda de Chinchaycocha ocupaba,

en cuanto a rendimiento tributario, el cuarto lugar entre todos los repartimientos de la diócesis de Lima. Y ocupaba el quinto lugar en cuanto a número de indios tributarios. Teodoro HAMPE MARTINEZ, “Sobre encomenderos y repartimientos en la diócesis de Lima a principios del siglo XVII”, Revista Andina, año 4, nº 1 Cusco, julio de 1986, pp. 178-183. Sin embargo, debe tenerse en cuenta que ya en los años finales del siglo XVI el rendimiento económico de la encomienda de Chinchaycocha se vio gravado por el establecimiento, por parte de las autoridades, de numerosas pensiones a favor de diversos particulares, las cuales mermaron de modo muy fuerte el monto efectivamente recibido por el encomendero, ya que dichas pensiones llegaron a sumar más de 2.000 pesos. DE LA PUENTE, Encomienda y encomenderos, p. 501.

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lo largo del siglo XVI y durante buena parte de la centuria siguiente, en cuanto al volumen de la población tributaria y del rendimiento económico generado por ésta.144 Tan sólo hacia mediados del siglo XVII se empezó a notar ya un claro descenso en cuanto al rendimiento económico de esa encomienda.

Los Tello: una familia encomendera y sus estrategias

Su procedencia y su importancia social en el Perú

La familia Tello podía mostrar diversos servicios prestados en Castilla a la Corona. Así, un Gutierre Tello, nacido en Arévalo (Avila), combatió, junto con su hermano Gómez, contra los moros, y fueron ambos enviados por los Reyes Católicos a Sevilla con el fin de establecer allí el Tribunal del Santo Oficio, desempeñando Gutierre el cargo de alcaide del castillo de Triana, y su hermano el de alguacil mayor de la Inquisición. Por sus notables servicios, Gutierre se hizo acreedor en 1492 a fincas y heredades en Salteras, que habían sido confiscadas a los judíos. De ese hecho se deriva el que posteriormente fueran conocidos como los Tellos de Salteras. Gutierre fue padre de un homónimo, nacido ya en Sevilla, quien desempeñó también importantes funciones: en 1510 fue nombrado Jurado y Fiel Ejecutor de su ciudad natal, y al año siguiente fue Procurador en las Cortes de Burgos, cuando se juró a Carlos de Gante como príncipe heredero de Castilla. Contrajo nupcias con Isabel de Cortázar y Marmolejo, quien aportó considerable dote. Tuvieron seis hijos, el mayor de los cuales, Juan Tello de Sotomayor—nacido en Sevilla hacia 1519—pasó al Perú.145

Gutierre traspasó a Juan Tello de Sotomayor, su hijo primogénito, el cargo de Fiel Ejecutor de Sevilla, y éste, al partir hacia las Indias, lo cedió—“en confianza y con condición de restituírselo a él o a quien tuviese a bien designar”—al célebre cronista de la conquista del Perú, Francisco López de Jerez, quien ya se encontraba de vuelta en la Península Ibérica. Juan Tello de Sotomayor casó dos veces, la primera, aún en España, con Catalina Riquelme, hija del famoso Tesorero Alonso Riquelme, quien renunció ese empleo en favor de su hijo político. No hubo descendencia de ese matrimonio, falleciendo Catalina en Sevilla varios años después de la partida de su esposo a las Indias. Hacia 1557 Juan contrajo segundas nupcias, con la segoviana Constanza de Contreras y Bobadilla, hija de Rodrigo de Contreras, quien había sido el segundo gobernador de Nicaragua, y posteriormente, ya en el Perú, había participado en las acciones contra las rebeliones de Sebastián de Castilla y de Francisco Hernández Girón.146

144 Por ejemplo, un caso similar fue el de los repartimientos de Andajes y Atavillos, cuyos encomenderos

tuvieron estancias y obrajes en la zona de Cajatambo, zona de puna de la serranía de Lima. Documento de fundación del mayorazgo del marqués de Casa Boza. Archivo General de la Nación de Lima (en adelante A.G.N.), Marcos de Uceda, 1747.

145 Guillermo LOHMANN VILLENA, Amarilis Indiana. Identificación y Semblanza, Lima, 1993, pp. 312-3. En esta obra el autor hace una completa indagación relativa a la genealogía de los Tello que se asentaron en Huánuco, con el fin de intentar dilucidar la identidad de la célebre autora de la Epístola de Amarilis a Belardo.

146 LOHMANN VILLENA, Amarilis Indiana, pp. 313-314 y 317.

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Juan Tello de Sotomayor llegó al Perú en torno a 1546, y apoyó abiertamente la rebelión encabezada por Gonzalo Pizarro. Como ocurrió con otros muchos, rápidamente dejó las filas rebeldes al conocerse la llegada del Pacificador Gasca, y pasó a apoyar a este último, combatiendo así en la definitiva batalla de Jaquijahuana. Premiando sus servicios, Gasca le otorgó en 1549 una pensión de 800 pesos,147 y además los repartimientos de Bombón y Chinchaycocha,148 que por entonces estaban vacos, pero que anteriormente habían sido de su suegro, Alonso Riquelme.149 Tenían un rendimiento tributario de unos 3.000 pesos, a pesar de que las expectativas del beneficiario habían apuntado a una merced equivalente a 5,000. Sin duda se trataba de un hombre ambicioso, y que además prontamente había manifestado poseer un cierto espíritu empresarial, ya que un año antes, en 1548, había celebrado compañía por diez años con Damián Alvarez, aportando cada socio una mina de plata, localizadas ambas precisamente en la ruta que conducía de Lima a Huánuco. Esto debe ser relacionado con el hecho de que quien por entonces era su suegro, Alonso Riquelme, había otorgado poder en 1547 a Juan Tello de Sotomayor para administrar sus encomiendas, entre las cuales estaba, como sabemos, precisamente la huanuqueña Chinchaycocha.150

En la década siguiente participó, al igual que el padre de quien sería su segunda mujer, en la campaña contra Hernández Girón,151 y en Lima siguió figurando entre los más distinguidos vecinos. Más adelante, ya establecido en Huánuco, fue allí alcalde ordinario en dos oportunidades: en 1571 y 1577.152 Por esos años, además, el virrey Francisco de Toledo, al decir de Guillermo Lohmann, “le hizo merced, con el cargo de gobernador, de una entrada hacia el interior de Huánuco”. En los últimos años de su vida solicitó diversas mercedes de la Corona, como el hábito de la Orden de Santiago para su primogénito, al igual que incrementos en las rentas que disfrutaba. En 1585 el virrey conde del

147 Esta merced apàrece también referida en VARALLANOS, Historia de Huánuco, p. 220. 148 Estos repartimientos constituyeron la encomienda que luego se denominó simplemente Chinchaycocha. 149 En el documento en el que el Pacificador Gasca concedió la encomienda de Chinchaycocha, se hace

expresa referencia al hecho de ser Juan Tello de Sotomayor yerno del Tesorero Riquelme, quien por entonces ya había fallecido. Así, en atención a sus servicios, y al mencionado parentesco, se otorgaron a Tello los indios de la encomienda de Chinchaycocha “según y de la manera que el dicho tesorero Alonso Riquelme los tuvo y poseyó al tiempo de su fin”. ROSTWOROWSKI, “La tasa”, pp. 355-356. José VARALLANOS recoge también los datos de la encomienda gozada por Riquelme. VARALLANOS, Historia de Huánuco, p. 216.

150 LOHMANN VILLENA, Amarilis Indiana, pp. 314-315. 151 Los propios oidores de la Audiencia limeña se dirigieron expresamente a Juan Tello de Sotomayor para

solicitarle su concurso en la lucha contra Hernández Girón. ROSTWOROWSKI, “La tasa”, pp. 356-357. 152 No debemos confundir a Juan Tello de Sotomayor con un homónimo suyo, que también estuvo en

Huánuco, Juan Tello, quien llegó al Perú mucho antes que nuestro personaje, fue partidario de Diego de Almagro durante las guerras civiles, y combatió en la batalla de Salinas. Sirvió igualmente a Diego de Almagro el Mozo, y estuvo con él en el encuentro de Chupas. Con la victoria de Francisco Pizarro se enroló en la expedición comandada por Gómez de Alvarado que, a instancias del gobernador, se dirigió a la zona de Huánuco y realizó en 1539 la primera fundación española de esa ciudad. Más de un autor ha creído ver en este primer Juan Tello a nuestro Juan Tello de Sotomayor, encomendero de Chinchaycocha. En esa confusión incurre Rubén Vargas Ugarte. Carlos MILLA BATRES (ed.), Diccionario Histórico y Biográfico del Perú. Siglos XV-XX, Lima, 1986, vol. IX. El propio José VARALLANOS cae en la misma confusión en su citada Historia de Huánuco, p. 129.

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Villardompardo le otorgó una pensión de 1.500 pesos. Murió en Huánuco en 1587.153

De su referido enlace con Constanza de Contreras y Bobadilla, Juan Tello de Sotomayor había tenido nueve hijos, de los cuales nos interesan el primero y el quinto, porque luego fueron encomenderos de Chinchaycocha: Rodrigo Tello de Contreras y Fernando Tello de Sotomayor y Contreras. Ambos nacieron en Huánuco: Rodrigo a fines de la década de 1550, y Fernando a mediados del siguiente decenio. Rodrigo fue alguacil mayor y alcalde ordinario en su ciudad natal, y Fernando fue allí teniente de corregidor en 1603, al igual que capitán de caballería de la frontera de Huánuco.154

En 1590 Fernando contrajo nupcias con Eufrasia de Lara y Castellón, nacida también en Huánuco, e hija del ya por entonces difunto gobernador Gómez Arias Dávila, y de María Castellón y de Lara. Hijo único de esa unión fue el capitán Juan Tomás Tello de Lara y Sotomayor, quien fue el siguiente encomendero de Chinchaycocha. Se identificó él como “capitán de infantería de los escribanos y demás gente de pluma”. Ocupó el puesto de alguacil mayor del Tribunal del Santo Oficio de Lima, y fue elogiado por los inquisidores como “caballero de muchas partes, modesto, secreto, quieto y pacífico”. Casó en 1628 con la limeña Ana María de Espinosa y Montenegro, y murió en 1656.155

Así, pues, los descendientes del primer Gutierre Tello tuvieron una notable importancia en la sociedad hispanoperuana: desempeñaron altas funciones, fueron encomenderos y supieron permanecer hasta mucho tiempo después de los años en los que llegaron al Perú. Si bien no descendieron de un primer conquistador, se ha afirmado que Juan Tello de Sotomayor fue “uno de los tres nobles de alcurnia que llegaron al Perú”, y que su familia otorgó prestancia a la sociedad huanuqueña, aunque posteriormente abandonarían esa ciudad para establecerse en Lima, en el curso del primer tercio del siglo XVII, con el fin de “arraigar su alcurnia y perennizar su estirpe con títulos nobiliarios”. Así, los descendientes del capitán Juan Tello de Sotomayor fueron los Condes de las Lagunas”.156

La encomienda como base de la construcción de un patrimonio

Entre los conquistadores y primeros pobladores del Perú, no fueron pocos quienes mostraron una inclinación mayor hacia lo empresarial que hacia la propia vida soldadesca. No nos referimos al simple afán de riqueza, que fue común a los conquistadores en su conjunto, sino a un espíritu dirigido a

153 Los datos hasta aquí mencionados proceden del estudio ya mencionado de LOHMANN VILLENA,

Amarilis Indiana, pp. 313-317. Muchas de esas referencias, además, están recogidas en el ya citado trabajo de María ROSTWOROWSKI, “La tasa”, pp. 351 y 355-357.

154 LOHMANN VILLENA, Amarilis Indiana, pp. 320-322. 155 LOHMANN VILLENA, Amarilis Indiana, pp. 322-324. Manuel de MENDIBURU, Diccionario histórico

biográfico del Perú (2ª edic. con adiciones y notas bibliográficas, publicada por Evaristo San Cristóbal), Lima, 1931-34, vol. X, p. 287.

156 VARALLANOS, Historia de Huánuco, p. 311. Fred BRONNER, “Peruvian Encomenderos in 1630: Elite Circulation and Consolidation”, The Hispanic American Historical Review, LVII, nº 4 Durham, 1977, p. 650.

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organizar de modo hábil y ordenado el manejo de intereses económicos en diversas áreas.157

Si bien, como ya hemos señalado, Juan Tello de Sotomayor había creado una compañía con otro español antes de recibir del Pacificador Gasca la encomienda de Chinchaycocha, por la información que a continuación ofrecemos podremos apreciar cómo el goce de esa encomienda se convirtió precisamente en la base que permitió a él y a sus descendientes desarrollar con éxito actividades económicas diversas.

Así, los Tello poseyeron un importante obraje, el de Paucartambo, en la zona donde vivían los indígenas de su encomienda, y en ellos tuvieron justamente la mano de obra que necesitaban para la manufactura textil. Las telas que allí se tejían eran muy solicitadas. Por ejemplo, Guillermo Lohmann ofrece datos precisos sobre cómo llegaban al Cuzco los “paños de colores de guanuco” confeccionados precisamente en el obraje de los Tello.158 En realidad, en toda la región de Huánuco la actividad textil estuvo muy difundida durante los siglos virreinales, al punto de que se llegó a decir que “no existía pueblo que no tuviese sus telares para esta labranza”. El carmelita Vázquez de Espinosa consigna, refiriéndose a la segunda década del siglo XVII, la presencia de importantes obrajes en tierras huanuqueñas—dedicados a la confección de “paños, frazadas, bayetas y cordellates”—,entre los que menciona el de Paucartambo.159 Sin embargo, en el siglo XVIII dicha actividad sufrió en la región cierta decadencia. Pero aún así siguió existiendo una importante pro-ducción de “tocuyos, telas gruesas y bayetas”, que siguieron teniendo una importante presencia en el comercio de la época.160

No hemos podido conocer la fecha en la que el obraje se instaló, pero ya en 1576 el virrey Toledo dictó una provisión otorgando a Juan Tello de Sotomayor, para el trabajo en su obraje de “La Pura y Limpia Concepción” de Paucartambo, 30 indios tributarios, al igual que 30 muchachos de 18 años de edad. Asimismo, dispuso el virrey que podría trabajar en ese obraje cualquier otro indígena que perteneciera al repartimiento de Chinchaycocha y que quisiera hacerlo voluntariamente. Esa merced fue confirmada, diez años después, por el virrey conde del Villardompardo.161

Tras la muerte de Juan Tello de Sotomayor, el obraje fue sucesivamente poseído por sus hijos Rodrigo y Fernando, junto con el goce de la propia encomienda de Chinchaycocha. Fernando fue favorecido por el virrey Luis de Velasco en 1601, por una provisión mediante la cual asignó 130 muchachos

157 Efraín TRELLES ARESTEGUI, Lucas Martínez Vegazo. Funcionamiento de una encomienda peruana inicial,

Lima, 1983, p. 263. En este trabajo se analiza el espíritu empresarial del encomendero Lucas Martínez Vegazo, que tuvo muchos puntos en común con los afanes mostrados por Juan Tello de Sotomayor y sus descendientes.

158 LOHMANN VILLENA, Amarilis Indiana, p. 316. 159 Antonio VAZQUEZ DE ESPINOSA, Compendio y descripción de las Indias Occidentales, Washington, 1948,

pp. 489-493. 160 Esas afirmaciones figuran en una “Descripción de la Intendencia de Tarma” publicada a fines del siglo

XVIII en el Mercurio Peruano por Mariano Millán de Aguirre, y son recogidas en VARALLANOS, Historia de Huánuco, p. 269.

161 Dichos datos figuran en el documento notarial de fundación de mayorazgo de Ana Tello de la Cueva en favor de su hijo, José Ventura de Velasco y Tello, y otros. A.G.N., Pedro Espino Alvarado, 1725 (269), f. 349v.

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más para el trabajo en el obraje de Paucartambo. Igualmente, otra provisión aprobó el concierto que habían celebrado los “caciques indios” de la encomienda de Chinchaycocha con dicho Fernando Tello, por el cual se le otorgaban 120 muchachos más para la labor del obraje. Dichas mercedes fueron ratificadas en 1622 mediante una provisión expedida por el virrey príncipe de Esquilache. De este modo, y añadiendo a todo ello el número de personas que el virrey Toledo había destinado para tales faenas, concluimos que para inicios del siglo XVII el obraje contaba con un mínimo de 310 personas trabajando en él, ya que además se había autorizado que cualquier persona que voluntariamente lo decidiese podría laborar allí.

Sin embargo, a lo largo del tiempo de funcionamiento del obraje se presentaron también problemas, como las quejas de los que allí trabajaban. Así, los indígenas de Chinchaycocha siguieron un litigio contra Juan Tomás Tello de Lara y Sotomayor, que fue el cuarto dueño del obraje, ya en pleno siglo XVII. Ellos argumentaban que en realidad no tenían obligación de mitar en el obraje de Paucartambo, ya que éste estaba emplazado a una distancia de más de dos leguas de los lugares donde ellos residían.162 Pero el litigio fue ganado por los Tello, ya que se dispuso que

“el dicho obraje se mantuviese en el sitio donde estaba por ser tan cómodo y del alivio de los indios para sembrar en las tierras de él y poder pagar sus tributos, como los mismos indios lo calificaron y pidieron en la segunda instancia de la Real Audiencia”.163

Como vemos, la labor en el obraje formaba parte de los trabajos que los indígenas de Chinchaycocha tenían que desempeñar con el fin de cumplir con el pago del tributo a favor del encomendero. Así, pues, los Tello habían logrado que el funcionamiento del obraje formara parte de todo el esquema económico y social basado en su encomienda. Y esto ocurría a pesar de que las autoridades virreinales habían prohibido a los encomenderos tener obrajes dentro de sus en-comiendas.164 El obraje de Paucartambo no estaba localizado exactamente en los lugares donde vivían los indios de la encomienda de Chinchaycocha, pero tampoco estaba muy alejado de ellos, con lo cual fueron ellos mismos quienes trabajaron en ese obraje: era precisamente la situación que las disposiciones gubernativas querían impedir. En otras palabras, no se deseaba que hubiera mayor contacto entre el encomendero y sus indígenas, salvo el de la mera cobranza del tributo. Por el contrario, con su obraje los Tello tuvieron acceso directo a los indígenas que tenían encomendados.

162 En efecto, los virreyes Francisco de Toledo y Luis de Velasco habían dictado disposiciones en cuanto a la

reglamentación de la mita de obrajes, y ambos vicesoberanos ordenaron que los indios que se repartiesen para el trabajo en esos centros manufactureros fuesen residentes del lugar donde cada obraje estuviese instalado, o viviesen a una distancia que no fuera mayor de dos leguas. VARALLANOS, Historia de Huánuco, p. 245.

163 Sin embargo, las quejas de los indígenas no cesaron, y se dispuso que el cupo de mitayos para el obraje fuese reducido a la séptima. Esta información está consignada en el expediente de fundación de mayorazgo antes citado. A.G.N., Pedro Espino Alvarado, 1725 (269), f. 439v.

164 José VARALLANOS resume las diversas normas dadas por las autoridades para proteger a los indígenas de las penalidades que sufrían en los obrajes. VARALLANOS, Historia de Huánuco, p. 245.

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Junto con el obraje, otra gran actividad económica desarrollada por los encomenderos de Chinchaycocha fue la derivada de la posesión de una importante estancia: la de Llacsaguanca. En efecto, precisamente la mayoría de los obrajes eran construidos en las zonas en las que, en razón de su ecología, sólo era rentable la producción ganadera. La posesión de ganado constituyó una actividad desarrollada ya por los españoles desde los primeros tiempos de la colonización del Perú. Dicha actividad se vio reforzada tras la promulgación de la Real Cédula de 28 de octubre de 1541, mediante la cual Carlos V dispuso que “en estas Provincias fuesen comunes los pastos, montes y aguas”, con lo cual los españoles se dedicaron “con libertad y sin embarazo alguno a aprovecharse de esta gracia poniendo a pacer sus ganados en aquellos lugares inmediatos a su residencia”.165

En cuanto al origen de la estancia de Llacsaguanca, sabemos que con ocasión de la llegada del visitador Juan Fuentes en 1573, se procedió a la reducción de los indios de la zona. Al producirse dicha reducción, hubo tierras y pastos que quedaron, libres, y que se los apropió Juan Tello de Sotomayor, encomendero de la zona, con lo cual pudo consolidar sus actividades ganaderas, y formar la referida estancia.166

Ese mismo hecho contravenía el ya referido espíritu de muchas disposiciones que buscaron que no hubiese contacto entre los encomenderos y los indios de sus repartimientos, sino sólo para lo relacionado con la cobranza del tributo. La presencia de obrajes en los ámbitos de las encomiendas o—en este caso—la posesión de estancias por parte de los encomenderos, constituían factores que podían estimular el abuso en perjuicio de los naturales. Y todo indica que en las actividades ganaderas de los Tello se produjeron dichos abusos. Así lo manifiesta, por ejemplo, el hecho de que el 18 de julio de 1570 el virrey Toledo librara una provisión ordenando que Alonso García, mayordomo de Juan Tello, se abstuviese de introducirse con el ganado de éste en los pueblos y sembríos de los indios de Vico. La provisión fue consecuencia de una queja en ese sentido del cacique y los indígenas de ese lugar, situado en una zona aledaña a la de Chinchaycocha. Pero Juan Tello se defendió de esas acusaciones, señalando ante el corregidor de Huánuco que esas tierras eran en realidad comunes, y que ya eran 14 los años transcurridos desde que él las poseía de hecho, disfrutando por su parte aquellos indígenas de más de tres leguas alrededor de sus pueblos para sembrar. A pesar de ese alegato, la Real Audiencia ordenó en 1576 a Juan Tello que trasladase su ganado de los llanos de Bombón—que era precisamente la zona de Chinchaycocha—a un lugar más distante.167

Los encomenderos de Chinchaycocha aprovecharon la mano de obra de sus indios para las actividades ganaderas. Así, en 1586 el virrey conde del Villardompardo dispuso que se aumentara de 26 a 76 el número de indígenas de la zona de los que Juan Tello de Sotomayor podía disponer “de mita para el ganado”, ya que los 26 eran insuficientes para guardar las 35.000 cabezas de 165 Testimonio recogido en un expediente referido precisamente a la estancia de Llacsaguanca. A.G.N., Real

Audiencia, Causas Civiles, leg. 179, f. 62. 166 Ibidem. 167 Ibidem, fs. 22v-23. A.G.N., Pedro Espino Alvarado, 1725 (269), f. 441v.

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ganado que el encomendero poseía.168 Podría pensarse, quizá, que Juan Tello de Sotomayor afirmó poseer un mayor número de cabezas de ganado que las que realmente tenía, con el fin de conseguir que el virrey le hiciera merced del mayor número posible de indios de mita para laborar en sus estancias. Lo decimos porque hay un testimonio que señala que para 1587—año de su muerte—Juan Tello de Sotomayor poseía 29.101 “cabezas de ganado ovejuno” en sus estancias de la zona de Chinchaycocha.169

Tras el fallecimiento de Juan Tello de Sotomayor, su hijo Rodrigo lo sucedió en la posesión de la encomienda, al igual que en el manejo de sus otras actividades económicas. Así, por ejemplo, y con referencia a sus intereses ganaderos, sabemos que Rodrigo Tello tuvo, además de la estancia de Llacsaguanca, ganado ovejuno en otras zonas. Esto nos es revelado por el testamento de Pedro Muñoz, quien tuvo a su cargo el “ganado ovejuno de Castilla” de los herederos de Juan Tello de Sotomayor. Señaló dicho personaje que

“Don Rodrigo Tello tiene una manada de ovejas de Castilla en que habrá mil y cien cabezas hembras, y más el multiplico que de ella ha habido, la cual es distinta y apartada de la hacienda de los ganados ovejunos que quedaron del Capitán Juan Tello de Sotomayor, su padre”.170

Rodrigo Tello tuvo además otras propiedades, tales como el predio rústico “Cayhuana”, que anteriormente había sido de su padre. Además, el heredero de Juan Tello de Sotomayor siguió dedicándose activamente al negocio ganadero. Así, por ejemplo, en 1589 autorizó que se vendieran en Lima 3.000 carneros de su propiedad. Además, tampoco perdió ocasión de solicitar beneficios de la propia Corona, como cuando en 1590 otorgó poder a su hermano Pedro, residente en España, para que le gestionara mercedes. Rodrigo Tello falleció ese mismo año.171

A fines del siglo XVI la estancia de Llacsaguanca fue adquirida en remate público por Cristóbal del Villar, mercader morador de la ciudad de Huánuco, quien la compuso—con el visitador Juan de Cadalso Salazar, el 10 de julio de 1595—con las demás haciendas que poseía, mediante un pago a plazos de 600 pesos de a 9 reales. Sin embargo, poco tiempo después la familia Tello recuperó en buena medida esa estancia, ya que en 1597 el mencionado Cristóbal del Villar vendió en más de 16.000 pesos a Fernando Tello—sucesor de su hermano Rodrigo en la posesión de la encomienda de Chinchaycocha—28.887 cabezas de ganado ovejuno que tenía en Llacsaguanca, con todo lo que ello suponía en cuanto a la posesión de los correspondientes “corrales, términos y abrevaderos”. Se sabe incluso que el propio corregidor amparó luego a Fernando Tello en la posesión de la referida estancia, y así éste pudo declarar

168 Ibidem. 169 Testamento de Pedro Muñoz, morador en la ciudad de Huánuco, y encargado de las estancias de ganado

de Juan Tello de Sotomayor. Fechado en Huánuco el 22 de noviembre de 1589. Archivo Departamental de Huánuco (en adelante A.D.H.), Fernando de Cazalla, 1589 (3), f. 681.

170 Ibidem. 171 LOHMANN VILLENA, Amarilis Indiana, pp. 320-321.

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que “de este modo volvió la estancia a mi casa y en ella se ha mantenido hasta el presente”,172 aunque hay otros testimonios que refieren que Fernando Tello fue tan sólo propietario de la mitad de la estancia de Llacsaguanca.173

En definitiva, la posesión—además de otras propiedades—de un obraje y de una estancia, trabajados ambos con la mano de obra de los indígenas que integraban la encomienda de la familia, permitió a los Tello construir un nada despreciable patrimonio,174 que les sería además de gran utilidad tras la pérdida de la encomienda. Debe también advertirse que fueron cuatro los miembros de la familia Tello que poseyeron la encomienda de Chinchaycocha: Juan Tello de Sotomayor, sus hijos Rodrigo y Fernando, y el hijo de este último, Juan Tello de Lara. Se trata de un hecho digno de nota, que revela la eficacia que estos personajes tuvieron en cuanto a obtener concesiones de las autoridades en cuanto al goce de repartimientos de indios, ya que cuando Fernando Tello accedió a la posesión de la encomienda—se trataba del tercer Tello encomendero de Chinchaycocha—en la década de 1590, aún no se había expedido la norma que permitiría, tan sólo a partir de 1629, la posibilidad del disfrute de una encomienda en “tercera vida”. E incluso posteriormente, con Juan Tello de Lara, un miembro de la misma familia representaba ya la cuarta vida en el goce de la misma encomienda.175

El patrimonio familiar tras la pérdida de la encomienda

En el desarrollo de las actividades económicas que hemos estudiado, fue fundamental para la familia Tello el empleo de la mano de obra de los indígenas encomendados. Pero ya a lo largo de las décadas de 1630 y de 1640 se pudo advertir, de modo cada vez más notorio, la disminución de la tributación generada por la encomienda de Chinchaycocha, lo cual era directa consecuencia de la progresiva disminución del número de los indios tributarios. Esto último debió afectar los intereses económicos de la familia, que tenían en la mano de obra de dichos indígenas un importante fundamento. Además, a mediados de ese siglo la encomienda dejó de estar en manos de la familia.

Sin embargo, es de presumir que los descendientes de Juan Tello de Sotomayor, al igual que habían manejado hábilmente hasta ese entonces sus intereses económicos, se habrían preparado de modo adecuado para el tiempo en el que ya no dispondrían de la encomienda. En efecto, llegado el momento

172 A.G.N., Pedro Espino Alvarado, 1725 (269), f. 441v. 173 LOHMANN VILLENA, Amarilis Indiana, p. 322. 174 Una de las hijas menores de Juan Tello de Sotomayor, Constanza Tello de Sotomayor, que casó con

Gómez de Chaves, fue dotada con 20.000 pesos, lo cual indica la prosperidad económica de la familia, sobre todo si tenemos en cuenta que Juan Tello de Sotomayor tuvo nueve hijos. Además, envió a dos de ellos a estudiar en la Universidad de Salamanca. LOHMANN VILLENA, Amarilis Indiana, pp. 321 y 326.

175 La posibilidad de obtener el disfrute de una encomienda en tercera vida se dio a partir del 8 de abril de 1629, fecha en la que se expidió una real cédula autorizando dicha prórroga, mediante el pago a la Real Hacienda del valor de dos años de renta del repartimiento cuyo disfrute se quisiera prolongar. En realidad, fue bastante frecuente en el Perú el disfrute de encomiendas—como en el caso que estamos analizando—incluso por más de tres vidas, número que constituyó el máximo permitido por la legislación. PUENTE

BRUNKE, Encomienda y encomenderos, pp. 39-40. Un caso muy ilustrativo, relatado con detalle por James Lockhart, fue el del grupo familiar vasco de los Vergaras, el cual, valiéndose de diversos recursos, logró transmitir la posesión de una encomienda a través de varios de sus miembros. James LOCKHART, El mundo hispanoperuano, 1532-1560, México, 1982, p. 28.

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derivaron hacia el desarrollo de actividades agrícolas, muy en consonancia con los tiempos que corrían, ya que el siglo XVII fue testigo de la expansión y consolidación de las haciendas. Incluso hay testimonios diversos de los Tello que nos indican que precisamente a partir de la segunda mitad del siglo XVII, es decir, cuando ellos acababan de perder su encomienda, muchos de los capitales que anteriormente habían sido utilizados en la adquisición de tierras—en zonas cercanas al obraje, para desarrollar actividades ganaderas—fueron destinados a la consolidación y engrandecimiento de la propiedad terrateniente.176

Hasta mediados del siglo XVII se habían generado diversos circuitos comerciales en torno a obrajes y estancias como los poseídos por los Tello. Es más, muchas unidades productivas de ese tipo, en la jurisdicción de Huánuco, articularon relaciones económicas con zonas distantes, como fue el caso de la franja costera situada al norte de Lima. En efecto, hubo relaciones de intercambio comercial entre ambas regiones: productos agrícolas costeños eran consumidos en la sierra, y piezas de ropa o productos textiles diversos desde Huánuco iban a la costa, donde eran adquiridos. Dicho circuito comercial funcionó durante varias décadas. Sin embargo, a mediados del siglo XVII, coincidiendo con la pérdida de la encomienda por los Tello, y por causas diversas, entre las que debió contarse la disminución poblacional aludida, dichas relaciones económicas entre ambas regiones perdieron fuerza, produciéndose la creación de dos núcleos productivos bastante independientes.

La familia Tello, conocedora con anterioridad—por el circuito económico aludido—de las características de la producción agrícola costeña, no vaciló tras la pérdida de su encomienda en dirigir sus ojos a la mencionada zona situada al norte de Lima. En efecto, el 30 de julio de 1669 Agustín Tello de Espinosa, hijo de Juan Tello de Lara, quien fue el último miembro de la familia que gozó de la encomienda de Chinchaycocha, y de Ana María de Arévalo Espinosa y Montenegro, accedió a la propiedad de tierras en el valle de Chancay, mediante la compra de la hacienda “Las Salinas de Pasamayo”, que hasta entonces había sido propiedad del capitán Luis Martínez Muñiz. Dicha propiedad, de 54 fanegadas de tierra bruta, fue adquirida en 5.000 pesos de a 8 reales, pagándose 3.000 al contado, y quedando el resto para ser abonado antes de que terminara el referido año, ya que se encontraba libre de censos, obligaciones o hipotecas.177

Esa propiedad había tenido su origen en las mercedes de tierras que fueron repartidas cuando se fundó la vecina villa de Arnedo, hoy llamada Chancay, y estuvo dedicada principalmente al cultivo de trigo y maíz, aunque tuvo además árboles frutales, alfalfares, olivos, un platanar y una viña. Cuando fue adquirida por Agustín Tello de Espinosa, la mayor parte de las tierras seguían dedicadas a cultivos de pansembrar. Sin embargo, tuvo él que gastar 5.000 pesos adicionales tras la compra de la hacienda, para poder solucionar

176 A.G.N., Pedro Espino Alvarado, 1725 (269), f. 440. 177 A.G.N., Títulos de Propiedad, leg. 44, fs. 34-38v; Guillermo LOHMANN VILLENA, Los americanos en las

órdenes nobiliarias (1529-1900), Madrid, 1947, vol. I, p. 63.

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serias dificultades presentadas en cuanto al riego, que habían impedido la siembra en esas tierras desde cinco años antes.178

Todo indica que Agustín Tello de Espinosa se dedicó al negocio agrícola con la misma habilidad con la que sus antepasados abordaron las actividades ganaderas y obrajeras. En efecto, al momento de testar el 9 de junio de 1684 reconoció entre sus bienes la hacienda “Nuestra Señora del Milagro” en las Salinas de Chancay, es decir, la ya mencionada hacienda de Las Salinas. Según su propia manifestación, la había dedicado al cultivo de maíz, el cual había sido vendido antes de ser cosechado al capitán Pedro de los Santos. Igual-mente, Agustín Tello de Espinosa declaró poseer una chacra de 5 fanegadas de extensión en el valle de Ate, próximo a la capital virreinal, la cual estaba arrendada a Gaspar de Córdova en 250 pesos.179

En la hacienda de Las Salinas debió realizar Agustín Tello considerables mejoras. Deducimos esto del hecho de que hacia 1689 estaba valorada en 28.000 pesos. En ese mismo año, Ana María Tello de la Cueva—la única hija de Agustín Tello y de María de la Cueva y Toledo, quien tras quedar huérfana vivía como doncella seglar en el Monasterio de Santa Clara de Lima—ofreció esa hacienda en parte de los 100.000 pesos que iba a donar en favor de la fundación del Monasterio de Religiosas Recoletas de la Tercera Orden de San Francisco, bajo la advocación de Santa Rosa de Viterbo. Esta descendiente de Juan Tello de Sotomayor reconocía un caudal de casi 200.000 pesos. Dicha fundación no se concretó, con lo cual ella mantuvo la propiedad de dicha hacienda. Por esas mismas fechas, la chacra que poseía en Ate estaba tasada en 6.640 pesos.180

Ana María Tello de la Cueva contrajo posteriormente nupcias con el limeño Pablo Vázquez de Velasco y Salazar, hijo del magistrado peninsular Pedro Vázquez de Velasco y Esparza—había sido oidor en las Audiencias de Guatemala y de Lima, y había presidido las de Quito y Charcas—y de la también española Angela de Salazar. El propio cónyuge de Ana María Tello había sido fiscal y oidor en la Audiencia de Chile, y posteriormente llegó a ostentar similar condición en el tribunal limeño. El enlace se celebró en 1696, y las dos haciendas referidas fueron incluidas dentro de la dote de aproxima-damente 100.000 pesos que ella otorgó.181

Hacia el año en que se celebró la referida boda, la hacienda de Las Salinas estaba valorada en 24.888 pesos, y se encontraba arrendada a Francisco Tejedor en 850 pesos anuales.182 Por otro lado, la propiedad de Ate estaba tasada en 3.300 pesos, y arrendada en 250 a Manuel de Acevedo.183 Ambas 178 A.G.N., Títulos de Propiedad, leg. 44, cuad. 778, fs. 34-55v y 58-79. 179 Testamento de Agustín Tello de Espinosa. A.G.N., Pedro Pérez Landero, 1684 A (1480), fs. 620-622. 180 Obligación de Anta María Tello de la Cueva en favor de la fundación del Monasterio de Recoletas de la

Orden de San Francisco. A.G.N., Pedro Pérez Landero, 1689 B (1492), fs. 688-689. 181 A.G.N., Pedro Pérez Landero 1696 B (1511), fs. 64-6. LOHMANN VILLENA, Los americanos, vol. I, pp.

437-40. LOHMANN VILLENA, Los ministros de la Audiencia de Lima en el reinado de los Borbones (1700-1821). Esquema de un estudio sobre un núcleo dirigente, Sevilla, 1974, p. 140. Ferdinand de TRAZEGNIES, “Los Vásquez de Velasco”, Revista Histórica, XVI, Lima, 1943, pp. 7-9.

182 Sin embargo, el haber fallecido uno de sus tres esclavos, dicho alquiler se redujo a 750 pesos. A.G.N., Pedro Pérez Landero, 1696 B (1511), f. 64v.

183 El arriendo había sido traspasado a Manuel de Acevedo por José Flores en 1694. A.G.N., Pedro Pérez Landero, 1696 B (1511), f. 65.

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propiedades habían sufrido por entonces una notoria desvalorización, que se produjo justamente durante la época en la que Ana María Tello residió en el ya mencionado convento, no demostrando, por ende, mayor interés en el ren-dimiento económico de sus propiedades. Sin embargo, esa aparente falta de atención con respecto a sus propiedades agrícolas no fue heredada por sus descendientes. Al contrario, los Tello Vázquez de Velasco, en el transcurso de las primeras décadas del siglo XVIII, abandonaron el sistema de arrendamientos y volvieron al de administración directa de las haciendas, a cargo de un miembro de la familia o—en otros momentos—de una persona de confianza. Se prefirió, por tanto, renunciar a la mera percepción de una segura renta anual, para aprovechar los beneficios que se podrían obtener directamente en el mercado. No se equivocaron, ya que sus propiedades crecieron, tanto en extensión como en lo relativo al número de esclavos que laboraban en ellas. Así, por ejemplo, en 1711 la hacienda de Las Salinas era administrada por el presbítero Francisco Tello. En el curso de ese año se hizo una composición de tierras en el valle de Chancay, constatándose que dicha propiedad tenía las 54 fanegadas que constaban en los títulos de propiedad expedidos durante la composición de tierras efectuada en el mismo valle más de cien años antes, en 1593.184

De este modo, hemos presentado algunas importantes características del desarrollo de un patrimonio familiar que tuvo su origen en la posesión de una encomienda. Bien es cierto que el goce de un repartimiento de indios no implicaba, de acuerdo con la legislación, ni propiedad de tierras ni el desarrollo de actividades económicas paralelas. Sin embargo, aquellas familias de encomenderos que tuvieron la posibilidad y la habilidad de efectuar dichas actividades fueron las que salieron mejor libradas en el momento en el que les tocó perder sus repartimientos de indios. El caso de los Tello es muy ilustrativo, porque además de desarrollar con éxito actividades económicas a partir de las posibilidades de mano de obra que les brindaba su encomienda, fueron preparando el camino para el tiempo en el que ya no la tuvieran. Los sucesores de Juan Tello de Sotomayor—tanto los que gozaron de la encomienda, como los posteriores—demostraron por lo general que estuvieron dotados del mencionado “espíritu empresarial” del que habían hecho ya gala, en el propio siglo XVI, no pocos conquistadores.

184 Testimonios y otros instrumentos que conforman la titulación de la hacienda denominada Las Salinas.

A.G.N., Títulos de Propiedad, leg. 44, cuad. 778, fs. 34-38v.

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ENCOMIENDAS Y TRIBUTOS EN CARTAGENA DE INDIAS ENTRE LOS ASALTOS DE DRAKE Y DE POINTIS

Julián B. RUIZ RIVERA

La población indígena de Cartagena no ha atraído la atención de los investigadores salvo de modo marginal, a pesar de que constituye un caso especial, quizá único, de la periferia del Nuevo Reino de Granada. Por tratarse de tierra caliente su población experimentó un fuerte descenso a consecuencia de factores epidemiológicos y climáticos, atenuado por la inexistencia de trabajo en explotaciones mineras. El desarrollo de la ciudad de Cartagena de Indias sí le exigió su contribución al convertirse en feria del Nuevo Reino de Granada, gran mercado esclavista, y albergue de los galeones, para lo que se desarrolló atrayendo no sólo elementos europeos, sino también mano de obra esclava africana, que en alguna proporción relevó a la población indígena, aunque al mismo tiempo introdujo un elemento de inseguridad, porque los esclavos se rebelaban contra la autoridad constituyendo palenques, y daban apoyo a los enemigos exteriores, como en el caso de Drake.185

En ese contexto la encomienda no sólo desempeñó un papel premial para los beneficiarios de las concesiones, sino también defensivo mediante la ocupación del terreno, para no dejárselo libre a los negros o a aventureros de fuera. La vertiginosa desaparición de la población indígena durante el siglo XVI hizo temer por la seguridad, caso de quedar el territorio habitado sólo por negros esclavos o cimarrones. Esta situación no llegó, sin embargo, a producirse pues para 1687 el padrón de negros esclavos arrojó la cifra de 5.716,186 que un siglo más tarde tampoco había variado radicalmente, anotando 9.626 esclavos el censo de 1779.187 Los indios a finales del siglo XVII debían superar los 7.000,188 pero un siglo después doblaban ampliamente a los negros esclavos.189

Universidad de Sevilla.

185 Mª del Carmen BORREGO PLA, Palenques de negros en Cartagena de Indias a fines del siglo XVII, Sevilla, 1973, p. 25.

186 Ibidem, p. 22. Jorge PALACIOS PRECIADO, La trata de negros por Cartagena de Indias, Tunja, 1973, p. 13.

187 Anthony MCFARLANE, Colombia before Independence: economy, society and politics under Bourbon rule, Cambridge, 1993, p. 353.

188 Ya para 1675, y con tendencia al alza, la población india de la provincia se situó en 6.668 habitantes. AGI, Escribanía de Cámara, 644C.

189 MCFARLANE, Colombia, p. 353.

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La sensación de inseguridad existía y se manifestó en alguna ocasión expresamente no sólo con motivo de la sublevación de los palenques, sino a propósito de amenazas de ataques exteriores. La desastrosa actuación de autoridades y vecinos durante el asalto de Pointis en 1697 no fue aliviada en modo alguno por algunas partidas de negros esclavos que actuaron en la defensa tan cobardemente como el resto.190

Tres aspectos son obligados en este estudio: los indios encomendados, los blancos encomenderos y las relaciones laborales y tributarias. La provincia de Cartagena en este siglo comprendía tres partidos: Cartagena o Tierradentro, Tolú y Mompox. Su límite oriental se situaba a lo largo del río Magdalena y el noroccidental lo marcaba la costa atlántica en dirección al golfo de Urabá, mientras que por el sur los pueblos llegaban hasta los ríos Sinú y San Jorge, quedando grandes espacios deshabitados entre ellos y las poblaciones de la gobernación de Antioquía.

190 Enrique de la MATTA RODRÍGUEZ, El asalto de Pointis a Cartagena de Indias, Sevilla, 1979, pp. 467.

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Mapa Provincia de Cartagena

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Los indios encomendados

Los habitantes originarios de Cartagena pertenecían a la denominada raza caribe, con variedad de familias entre las que destacaban los mocanaes, los cenúes y los malibúes,191 que vivían en los tres distritos subsistiendo de la agricultura, caza y pesca, aunque también se combatían con constantes guerras, y por supuesto, opusieron resistencia a los invasores.192 Imposible entrar aquí a describir su condición y modo de vida.193

Las pérdidas de población se habían iniciado antes de la conquista por la presencia de asaltantes esclavistas y factores epidémicos.194 El obispo Benavides estimó en 40.000 la población indígena hacia 1544.195 En 1561 Melchor Pérez de Arteaga encontró en la visita a Cartagena y Tolú 18.433 indios, de los que 5.818 eran útiles.196 Hasta mediados de la década de 1560 no existe una relación pueblo por pueblo de los repartimientos que, despreciando una pequeña cantidad que se pierde por ilegible, da 5.345 indios útiles para Cartagena y Tolú.197 En 1575 el obispo Fr. Dionisio de Sanctis, O.P. afirmó que "cuando esta tierra se entró había sobre 25.000 indios y apenas se hallan ahora 2.500",198 lo que se ajustaba a su línea de denuncia, pero probablemente no a la realidad. López de Velasco rompe la coherencia de las cifras al atribuir a la provincia de 7.000 a 8.000 indios tributarios,199 sin duda datos anteriores a 1570. Los estudiosos de la población tampoco ayudan mucho, sin duda por la escasez de datos. Así Rosenblat no aventura una cifra salvo para las gobernaciones del valle del Cauca, como tampoco lo hacen Sánchez Albornoz,

191 Gregorio HERNÁNDEZ DE ALBA, "Tribes of the North Colombia Lowlands", Handbook of South

American Indians, Vol. IV: The circumcaribbean tribes, Washington, 1948, pp. 329-330. Eduardo LEMAITRE, Historia General de Cartagena, 4 vols., Bogotá, 1983, p. 3. No existe unanimidad en cuanto a las denominaciones de las familias de indios ni total seguridad sobre dónde se ubicaban con exactitud. Nicolás del CASTILLO MATHIEU, "Población aborigen y conquista, 1498-1540", Historia económica y social del Caribe colombiano, ed. Adolfo Meisel Roca, Santafé de Bogotá, 1994, pp. 412.

192 Gonzalo FERNÁNDEZ DE OVIEDO, Historia General y Natural de las Indias, 5 vols. Madrid, 1959, vol. III, p. 66. Fr. Pedro SIMÓN, Noticias historiales de las conquistas de Tierra Firme en las Indias Occidentales, 9 vols. Bogotá, 1953, vol. IV, p. 69.

193 Una buena síntesis se encuentra en Mª del Carmen GÓMEZ PÉREZ, Pedro de Heredia y Cartagena de Indias, Sevilla, 1984, pp. 213-222.

194 Mario GÓNGORA, Los grupos de conquistadores en Tierra Firme (1509-1530). Fisonomía históricosocial de un tipo de conquista, Santiago de Chile, 1962, pp. 59-63.

195 AGI, Santa Fe, 228. Obispo Fr. Francisco de Benavides a S.M. Cartagena, 28 mar. 1544. 196 Mª del Carmen BORREGO PLA, Cartagena de Indias en el siglo XVI, Sevilla, 1983, p. 51. Para el distrito

de Mompox agrega 1.860 tributarios a partir de la noticia de que había 186 canoas, cada una de las cuales llevaba 10 indios remeros, que no tenían que actuar necesariamente al mismo tiempo. Ibidem, p. 52. En el supuesto de tener Mompox esa población, toda la gobernación tendría 7.678. BORREGO PLA, "La conformación de una sociedad mestiza en la época de los Austrias, 1540-1700", en Adolfo Meisel Roca, ed., Historia económica y social del Caribe colombiano, Bogotá, 1994, p. 65.

197 AGI, Santa Fe, 164, 51. Los pueblos de indios y repartimientos. s.l./s.f. 198 AGI, Santa Fe, 187, fol. 39. Obispo Fr. Dionisio de Sanctis, O.P. a S.M. Cartagena, 25 mayo 1575. 199 Juan LÓPEZ DE VELASCO, Geografía y Descripción Universal de las Indias, Madrid, 1971, p. 195.

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o Borah,200 y Jaramillo adelanta a partir de Vázquez de Espinosa unas deducciones desviadas.201

Para el siglo XVII las numeraciones de indios, aparte de más precisas, fueron más abundantes, contándose las realizadas por el oidor de Santa Fe Juan de Villabona en 1610, las ordenadas por el gobernador de Cartagena Francisco de Murga en 1633 y por Diego de Portugal en 1663, y las llevadas a cabo por el teniente de gobernador Fernando de Prado y Plaza en 1667 y por el oidor de la Audiencia Jacinto de Vargas Campuzano en 1675.202

200 Angel ROSENBLAT, La población indígena de América, Buenos Aires, 1945, p. 91. Nicolás SÁNCHEZ

ALBORNOZ, La población de América Latina desde los tiempos precolombinos hasta el año 2000, Madrid, 1977. Sherburne F. Cook and Woodrow Borah, Essays in Population History. Mexico and the Caribbean, Vol. I Berkeley, Ca., 1971. Sólo habla de Tunja y Pamplona.

201 Jaime Jaramillo URIBE, "La población indígena de Colombia en el momento de la conquista y sus transformaciones posteriores", Anuario Colombiano de Historia Social y de la Cultura, (Bogotá, 1964), vol. I, nº 2, p. 261. De los 6.000 pesos de tributos que atribuye Vázquez de Espinosa al pueblo de Tubará, calculando 6 pesos de tributo, obtiene 1.000 tributarios, lo que es a todas luces exagerado.

202 AGI, Santa Fe, 166, 1. Descripción de los indios de Cartagena, 13 en. 1611; Santa Fe, 56 A, 57. Reducción de los naturales de Tolú, 24 mayo 1611. Santa Fe, 39, 5, 77 y 40, 1, 10. Relación de los indios de Cartagena y Tolú hecha por el protector Pedro de Retes, 12 dic. 1633 y 22 ag. 1635. Contaduría, 1.432. Relaciones de encomiendas, 18 feb. 1663 y 11 jul. 1667. Escribanía, 644C. Memorial de la visita de Jacinto de Vargas Campuzano, 5 oct. 1675.

Cuadro I

Resumen de la población tributaria de Cartagena por partidos

Partido 1610 1633 1663 1667 1675 % 1610-75

Cartagena

793 577 418 468 366 46

Tolú 551 483 508 426 631 114 Mompox 225 254 233 334 148 Totales 1.56

9 1.06

0 1.18

0 1.12

7 1.33

1

Población tributaria de Cartagena

0

200

400

600

800

1.000

1.200

1.400

1.600

1610 1633 1663 1667 1675

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La desaparición de pueblos fue un hecho en los siglos XVI y XVII como consecuencia del descenso demográfico y de la política española de “agregaciones” (concentración de pueblos) con el fin de mantener una mejor atención fiscal, religiosa, laboral y política. Sin embargo, las pérdidas de pobladores estuvieron por debajo de lo que cabía esperar de las denuncias de autoridades religiosas y civiles, que hacían temer la desaparición total de los indígenas.

Hubo un descenso general entre las fechas extremas de 1610 y 1675 del 15% y más acenturado en la primera mitad de ese período. La disminución correspondió al partido de Cartagena (54%), y el aumento a Tolú y Mompox (14 y 48% respectivamente). Los trabajos directos y contribuciones alimenticias para la ciudad de Cartagena debieron pesar sobre los tributarios, porque hasta 1633 el partido de Tolú descendió el 13% mientras el de Cartagena el 28%, más del doble. Cartagena siguió descendiendo otro 37%, del que un porcentaje sin duda debió corresponder a mestizos que ya no eran computados como indios de tributo.

Los partidos de Tolú y Mompox aumentaron su población tributaria y total entre las fechas extremas después de haber conocido una fase intermedia de descenso. Por desgracia los datos de 1663 y 1667 resultan poco fiables, pues el recuento de 1663 no quedó completo y el de 1667 adolece de fallos, como que Tolú tenga 205 tributarios menos (32.5%) que ocho años más tarde, y 82 menos (16%) que cuatro años antes, lo cual corrobora la imperfección de la visita de Prado y Plaza. Si en conjunto el crecimiento de Tolú y Mompox no logró compensar las pérdidas de Cartagena, el descenso de tributarios en la provincia quedó en 15%, extremadamente moderado en comparación al experimentado en otros territorios.203

Habría que contar con otras razones para justificar tales cambios, como movimientos forzados de población. En algunos de los testimonios aportados a este estudio se han insinuado las fugas por no poder sustentar a las familias, aunque no es opinión general. Fr. Agustín de Pedraza, Prior del convento de Santo Domingo y Vicario Provincial, hombre de gran experiencia porque había vivido doce años de doctrinero, afirmaba en 1634 sin ninguna duda:

“y estos naturales vasallos de S.M. no gozan la libertad que según cristianos deben gozar y tener, por lo cual como vejados y oprimidos desamparan sus tierras y se van a vivir a las extrañas, dejando sus mujeres e hijos y huyendo de una dura servidumbre, que es más que esclavitud”204

Algunos pueblos, como Tubará o Cipacua, quedaron escandalosamente mermados a 35% y 23% respectivamente. Uziacurí se mantuvo contando con la agregación de pueblos desaparecidos, y Malambo duplicó sus tributarios, ya que era un puerto fluvial activo de aprovisionamiento cerca de la

203 En los territorios del altiplano, provincias de Santa Fe y Tunja, el descenso en un siglo llegó al 62%. Julián

B. RUIZ RIVERA, Encomienda y mita en Nueva Granada en el siglo XVII, Sevilla, 1975, p. 96. 204 AGI, Santa Fe, 39, 5, 77, fol. 16. Parecer de Fr. Agustín de Pedraza. Cartagena, 12 dic. 1634.

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desembocadura del Magdalena.205 Sincé se halló en esa misma línea, pero Sanpués registró el caso extremo de crecimiento por concentración, al multiplicarse por 2.25 y pasar de 56 a 126. Tolú Viejo terminó con los mismos indios útiles tras haber experimentado sensibles pérdidas.

En cuanto a la población total sólo se conoce para las fechas extremas, según se expresa en el siguiente cuadro, en el que se añade una columna para hacer constar el porcentaje de tributarios sobre el total de habitantes.

En 1610 el 22,8% de la población estaba sujeta a tributo, por hallarse en la edad laboral de 16 a 54 años—uno por cada cuatro y medio—mientras que en 1675 era 16,6%, uno de cada seis. La población en edad laboral había disminuido y las personas a su cargo habían pasado de poco más de dos a cuatro. Esto se aprecia con claridad en el partido de Cartagena, donde los tributarios pasaron de un tercio a un quinto, bajando al 46%, mientras la población de niños, mujeres y ancianos se mantuvo en el 79%. Los otros dos partidos, que se hallaban en peor situación a comienzos de siglo, se equipararon a Cartagena, aunque ambos experimentaron incrementos netos de tributarios y más fuertes de no tributarios. Tolú registró un 49% de incremento de no tributarios y Mompox 97%. En conjunto la población tributaria y no tributaria creció un 16% atribuible en la mayor parte al tercer cuarto del siglo.

Esta recuperación se volvió espectacular en el siglo XVIII, ya que en el censo de 1779 figuran 19.416 indios, más el porcentaje indígena correspondiente a los 75.490 clasificados como castas. Los 9.626 esclavos no llegaban ni a la mitad de los indios, si bien es posible que entre las castas el

205 Para ponderar el beneficio de la encomienda de Malambo dice que "ha aviado de canoas, mulas y ganado

de cerda en que consiste su aprovisionamiento; según el número de indios que tiene puede rentar y tener de aprovechamiento cada año hasta 800 ducados." AGI, Santa Fe, 170, 8, imag. 22. Prórroga de la encomienda de Malambo. Madrid, 14 sept. 1610.

Cuadro II

Población tributaria y total de la provincia de Cartagena

1610 1675 Distritos

Útiles

Familia

Total

% U/F

Útiles

Familia

Total

% U/F

Cartagena

793 2.398

3.191

24.8 366 1.892

2.258

16.2

Tolú 551 1.974

2.525

21.8 631 2.953

3.584

17.6

Mompox

225 925 1.150

19.5 334 1.823

2.157

15.4

1.56

9 5.29

7 6.866

22.8 1331

6.668

7.999

16.6

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componente negro superara al indígena.206 Lejos, pues, de extinguirse los indios se recuperaron con fuerza.

Sobre la naturaleza de los indios las opiniones fueron en general negativas. Un hombre indudablemente justo, pero con muy poco tiempo de residencia en América como Villabona, opinaba que no había en aquellos reinos “gente más bruta, ni de menos gobierno y más desapegada del trato y comercio, pues para que hagan las rozas de su comunidad y particulares aun es necesaria violencia”,207 pues les faltaba totalmente el sentido de la previsión. Ni siquiera los frailes que los defendían podían ocultar “que no previenen cosa ni para sustento humano y, si cogen algún maíz, antes que el tiempo dé lugar a que se seque, se lo tienen ya bebido en chicha”.208

Ociosos, pusilánimes, tristes, flojos y poco amantes de sus mujeres e hijos son las notas que con frecuencia se les atribuyen, y sobre todas ellas su afición a la bebida, con la que celebraban cualquier suceso, lo mismo bodas o bautizos que entierros, emborrachándose hasta perder el sentido y cometer abusos incluso con sus propias hijas. De ahí que el mayordomo tenía que sacarlos de sus bohíos por la fuerza para trabajar en los campos. En contraste con los del Nuevo Reino, estos carecían de inclinación a aprender ningún oficio ni a hacer otra cosa que las rozas de maíz con los métodos primitivos de quema y roza con el palo cavador. Aunque se les ofrecía dinero a cambio de bálsamos, aceites, pájaros y animales extraños, no se molestaban en buscarlos, prefiriendo andar desnudos.209 Y, sin embargo, resultaban imprescindibles para conservar el territorio a juicio del gobernador Murga.210

Contrastaba con esta visión tan pesimista la del obispo Ladrada, quien escribía en 1607 que “hay muy pocos indios y todos saben muy bien la lengua española”211 o la del obispo Córdoba: “por ser todos los indios de la provincia ladinos en la lengua española”.212 Ya en el siglo XVII se oponían los encomenderos a que se enseñara a leer a los indios, “como si el hacerlos ladinos y cristianos fuese malo”, aunque carecían de valor para oponerse a sus amos y testificaban lo que estos les decían.213 Eran tan flojos que ni siquiera se huían a los montes, a pesar de estar todo el año trabajados.

Los encomenderos

El cambio de los encomenderos del XVI al XVII se notó sobre todo en la pérdida del monopolio. A mediados del siglo XVI los seguidores de Pedro de Heredia y de las otras huestes constituían toda la sociedad blanca y se ocuparon del saqueo de los tesoros funerarios del Cenú y de controlar la tierra mediante la mano de obra. Para fines del mismo siglo ese monopolio se había roto del todo en la ciudad de Cartagena, y en menor medida en las villas de Tolú y

206 MCFARLANE, Colombia, pp. 353 y 357-358. 207 AGI, Santa Fe, 166, 1 (15). Villabona a S.M. Cartagena, 16 feb. 1611. 208 AGI, Santa Fe, 39, 5, 77, imag. 67. Parecer de Fr. Jacinto Herrera. Cartagena, 13 mayo 1634. 209 Ibidem, imag. 63. Parecer de Fr. Bartolomé de Toro. Cartagena, 10 mayo 1634. 210 AGI, Santa Fe, 39, 5, 68. Fco. de Murga a S.M. Cartagena, 13 mar. 1633. 211 AGI, Santa Fe, 228, 41. Fr. Juan de Ladrada a S.M. Cartagena, 24, jun. 1607. 212 AGI, Santa Fe, 228, 98. Fr. Luis de Córdoba a S.M. Cartagena, 10 ag. 1634. 213 AGI, Santa Fe, 59, 6. Fr. Juan de Palacios al Mtro. José Ortiz de Novoa. Jegua, 23 ag. 1675.

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Mompox. Los encomenderos en puestos de regidores del cabildo de Cartagena se habían reducido a un número testimonial. Juan de Busto escribía en 1564 sobre el dominio municipal de los encomenderos:

“Aquí en esta ciudad hay trece vecinos encomenderos de indios y los ocho ha proveído V.M. por regidores perpetuos y estos y yo elegimos cada año dos alcaldes, y siempre salen también encomenderos de indios”214

En 1568 de trece personas que firmaban una carta del cabildo de Cartagena nueve eran encomenderos: Alvaro de Mendoza, Jorge de Quintanilla, Juan de Villoria, Pedro de Barros, Francisco de Carvajal, Francisco de Marmolejo, Pedro de Coronado y Alonso de Padilla.2153 Treinta años más tarde, de ocho firmantes, únicamente Alonso de Mendoza y Juan de Villoria eran encomenderos,216 y lo mismo se repetiría en tiempos de la visita de Villabona, cuando sólo aparecía Diego Fernández Calvo.217

La sociedad cartagenera se había diversificado por obra y gracia del comercio y de la navegación, con el aumento de oficiales reales, así como con la presencia de propietarios de hatos y estancias en toda la provincia. Estos nuevos elementos compartieron con los encomenderos incluso la defensa, hasta el punto de confesar el gobernador García Girón en 1625:

“En los pueblos de indios, hatos y estancias, que hay en la Tierra Adentro, término y jurisdicción de esta ciudad y distantes de ella hasta veinte leguas por la costa, asisten de ordinario en sus labranzas de 80 a 100 personas españoles, mulatos y mestizos, que toda es gente baquiana, muy a propósito para acudir a lo que se ofrece en ocasión de rebatos y nuevas de enemigos.”218

Los encomenderos, a juicio de Villabona, habían perdido las cualidades de sus antecesores

“pues algunos no hacen vecindad ni tienen escudero que la haga, y muy pocas personas se hallarán en esta ciudad y en Tolú que sustenten más de una lanza y una adarga vieja por ceremonia pero sin caballo, y si algunos lo tienen, es en sus estancias y partes tan remotas que no serán de fruto para una repentina ocasión de enemigos, como lo he experimentado en dos que ha llegado la Armada de los Galeones”219

Otro de los cambios del siglo XVII fue la desaparición total de los indios encomendados en la Corona. En la última década del XVI apenas quedaban Choa, Guanantá y Turbaco, cuando dos décadas antes habían sido diecisiete pueblos. Paradójico resultaba que, mientras el Consejo se deshacía de las 214 AGI, Santa Fe, 187, 1, 121122. Juan de Busto a S.M. Cartagena, 22 mayo 1564. 215 Ibidem, 275. Cabildo de Cartagena a S.M., 18 feb. 1568. 216 AGI, 239. Cabildo de Cartagena a S.M., 3 jul. 1596. 217 AGI, Santa Fe, 63, 2. Cabildo de Cartagena a S.M., 22 mar. 1610. 218 AGI, Santa Fe, 39, 1, 6. García Girón a S.M. Cartagena, 20 ab. 1625. 219 AGI, Santa Fe, 166, 1, (37), fol. 6. Villabona a S.M. Cartagena, 5 jul. 1611.

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últimas encomiendas del rey en Cartagena, su gobierno en Santa Fe propusiera la incorporación de todas las encomiendas a la Corona.

La encomienda de Cartagena no daba para vivir al encomendero y su familia, si únicamente vivía de la tasa legal del tributo. La media de tributarios, como puede apreciarse en el cuadro III, era muy baja y mucho más lo era la moda, hasta el punto que calculando el beneficio de la roza de maíz por tributario en 10 pesos—se operaba generalmente con 9,3 pesos—la media hubiera producido entre 300 y 400 pesos, salvo en Mompox, donde era inferior. No sólo impedía enriquecerse, pero aun subsistir, por lo que se explica el recurso a los abusos. El juez Villabona lo exponía con claridad:

“si han de sustentar todas las cargas y obligaciones de feudatarios exactamente, y tras eso mantener sus casas y familias con lo que rinden sus demoras y con la ostentación que suelen y desean, que no tienen en ellas arrimo suficiente”220

Este cuadro produce desconcierto por las diferencias que establece entre los tres partidos. En Cartagena no descendió más la media de encomiendas porque se redujo el número de estas. Tolú experimentó más fluctuaciones, habiendo quedado las encomiendas en la mitad. Mompox conoció la recuperación consiguiente al fin de la boga del Magdalena. No acertó el obispo Altamirano en su opinión de que los distritos más alejados de la ciudad de Cartagena iban peor por estar alejados del gobernador.221

Con toda seguridad Cartagena y su entorno sufrían una mayor presión con el fin de abastecer a la ciudad y a las flotas. ¿No había estancias y hatos de negros para proveer a la urbe? Evidentemente sí, pero también habían experimentado descensos. Por encima de todo existía la explotación inveterada

220 AGI, Santa Fe, 166, 1 (37), fol. 8. Villabona a S.M. Cartagena, 5 jul. 1611. 221 AGI, Santa Fe, 228, 78. Fr. Dionisio Altamirano a S.M. Cartagena, 24 jul. 1620.

Cuadro III

Medias de tributarios por encomienda en el siglo XVII

Cartagena Tolú Mompox

Trib

Enc

Media

Trib

Enc

Media

Trib

Enc

Media161

0 793 19 41,7 551 20 27,5 225 13 17,3

1633

577 14 41,2 483 12 40,2 – – –

1663

– – 508 14 36,2 254 11 23

1667

468 12 39 426 14 30,4 233 12 19,4

1675

366 11 33,2 631 10 63,1 334 12 27,8

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del indio tributario, si bien al gobernador Zapata le servían de argumento sobre todo la epidemia de 1651, la falta de comercio y

“la disminución a que han venido los negros que tenía esta provincia, con haber cesado, por el alzamiento de Portugal, el comercio de esclavos, porque como estos son los que hacen las labranzas, cesan en muchas partes faltando ellos”222

Puede que exagerara con objeto de conseguir el restablecimiento del comercio negrero, pero las innumerables quejas de personas responsables apuntan a que a los indios les agotaba el exceso de trabajo.

Como puede observarse en el apéndice de encomiendas, fueron raras y poco importantes las que permanecieron dentro de la misma familia por más de dos generaciones, que era lo dispuesto por la Ley de Malinas. Galapa es uno de esos casos. Le fue encomendada en un principio junto con Zaco a Pedro de Barros—a mediados de los 1560 ambas tenían 83 tributarios—que había integrado la primera hueste de Pedro de Heredia.223 En 1579 figuraba como titular José de Barros, que lo seguía siendo durante la visita del Dr. González con 38 tributarios, de los 73 de Galapa, que había tenido su padre.224 Durante la visita de Villabona ya era encomendero Nicolás de Barros con 37 tributarios, que aún lo era en 1644 al pedir prórroga de vida, que le fue denegada. Entonces ya sólo contaba con 18 indios útiles.225 Sin embargo, con fecha 10 abril 1645 le fue concedida la prórroga tras abonar 1.062 pesos. Muerto en 1658 le sucedió su hijo Pedro de Barros en lo que era ya la cuarta vida dentro de la familia.226 Todavía disfrutó la familia de una quinta vida en José de Barros y de la Guerra, que le fue concedida el 29 de agosto de 1705, cuando sólo contaba con 11 tributarios.227

Con mayor frecuencia permanecían por tres generaciones mediante la compra de una prórroga de vida. En 1579 figuraba Alonso de Padilla como encomendero de Sanpués en el partido de Tolú. Había sido poblador de Cartagena. Sucedió en la encomienda su hijo Fernando en 1588, quien por 600 ducados logró componerla por una vida más. La heredó el capitán Alonso de Padilla. El Consejo se negó a conceder una nueva prórroga en 1622.228 Tras los Padillas disfrutaron de esta encomienda, a la que iban anejas Sincelejo y Ceiba, dos hermanos que llevaron el título de Condes de Salvatierra, Diego y José Salvador Sarmiento, en 1632 y 1675 respectivamente, y el hijo del segundo, José Francisco Sarmiento e Isasi, que también heredó el título.229 Sanpués

222 AGI, Santa Fe, 42, 5, 82. Pedro Zapata a S.M. Cartagena, 20 mar. 1654. 223 GÓMEZ, Pedro de Heredia, pp. 135-136. BORREGO, Cartagena en el XVI, p. 172. 224 Ibidem, p. 370. Lola G. LUNA, Resguardos coloniales de Santa Marta y Cartagena y resistencia

indígena. 225 AGI, Santa Fe, 171, 33. Título de encomienda de Nicolás de Barros. Cartagena, 6 oct. 1644. 226 AGI, Escribanía, 574A. Título de encomienda de Pedro de Barros. Cartagena, 5 ag. 1658. 227 AGI, Santa Fe, 348. Confirmación de la encomienda de Galapa a José de Barros. Cartagena, 29 ag.

1705. 228 AGI, Santa Fe, 2, 306. Consulta del Consejo de 30 jul. 1622. BORREGO, Cartagena en el XVI, pp. 371 y

478. 229 AGI, Santa Fe, 769. Confirmación de la encomienda de Sanpués. Cartagena, 16 nov. 1682. El título fue

concedido el 20 de febrero de 1613 a Don Diego Sarmiento de Sotomayor y de Salvatierra. Julio de ATIENZA, Nobiliario Español, Madrid, 1954, p. 950.

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aumentó de 101 a 126 tributarios, por agregación en la primera mitad del siglo y puede que por crecimiento natural en la segunda.

La familia Vanquesel, de origen flamenco, tuvo también intereses encomenderos, si bien no muy importantes, a través de varios miembros de la familia. En los repartos de tierras realizados en Cartagena en 1595 aparece como receptor de dos caballerías Andrés Vanquesel, padre de los que serían encomenderos.230 Era hijo de Enrique Vanquesel, natural de Amberes, que pasó a Canarias y de allí a la conquista de Cumaná. Andrés Vanquesel, padre, alegaba haber servido durante 60 años al rey como soldado, alférez, capitán y regidor con muchos gastos. Casó con Ana de Porras Loaysa, hija del capitán Gregorio de Porras Loaysa, conquistador de la Nueva Andalucía y teniente general y yerno del adelantado Diego Fernández de Serpa.231 El capitán Juan Vanquesel recibió la encomienda, que sólo disfrutó por diez meses, y no tuvo sucesor. La heredó en 1649 su hermano, el capitán Andrés Vanquesel, regidor perpetuo de Cartagena, caballero de Santiago y figura bastante polémica. Su hija Ana Vanquesel recibió también Paspón, contabilizando 39 tributarios.232

La encomienda real de Turbaco sirvió para premiar los impagados servicios del adelantado Fernández de Serpa, conquistador de la Nueva Andalucía, aunque fuera en su hijo García, al que sucedió su esposa, María Carrillo, que renunció a ella.233 Con dicha encomienda se recompensaron los servicios de Jerónimo de Portugal y Córdoba, general de la Armada, para quien se buscaron diversas mercedes, hasta proponerle para gobernador de Nueva España y virrey del Perú.234 El consejo le autorizó a poner escudero en su repar-timiento de indios de Cartagena, puesto que no residía en la provincia.235 Tras el intermedio de Jerónimo de Portugal hasta 1619 la encomienda estuvo muy disputada por Andrés de Vanquesel, descendiente por casamiento de los Fernández de Serpa—Ana de Porras era hija de Leonor Fernández de Serpa y nieta del adelantado Diego—y por Alonso Duque de Estrada, marido de una sobrina biznieta del adelantado Pedro de Heredia.236 Pero no fue para ninguno de ellos, sino para Francisco de Villagómez Vivanco, por obra del favoritismo de la época, claramente confesado en la resolución del Consejo.237

¿Qué aportaba la encomienda a la sociedad cartagenera como para mantenerla en el siglo XVII? La necesidad de premiar a descendientes de conquistadores cada vez quedaba más alejada. En ese siglo servía para premiar 230 BORREGO, Cartagena en el XVI, p. 315. 231 AGI, Santa Fe, 171, 58. Confirmación de la encomienda de Andrés Vanquesel. Madrid, 7 jun. 1649.

Jesús Mª LÓPEZ RUIZ, Hernández de Serpa y su "hueste" de 1569 con destino a la Nueva Andalucía, Caracas, 1974, pp. 1267.

232 AGI, Contaduría, 1.432. Relación de encomiendas de 1663, cit. 233 Como la familia del adelantado había quedado muy pobre, se dio al hijo esta encomienda, que llevaba

aneja una pensión. Al renunciar María Carrillo la familia quedó sin pensión. AGI, Santa Fe, 98. Leonor Fernández de Serpa a S.M. Cartagena, 15 jul. 1608.

234 Antonia HEREDIA HERRERA, Catálogo de Consultas del Consejo de Indias (1610-1616), Sevilla, 1984, p. 116. Ernesto SCHÄFER, El Consejo Real y Supremo de las Indias, 2 vols. Sevilla, 1947, vol. II, p. 29, nota 82.

235 HEREDIA, Consultas (1610-1616), p. 209. 236 AGI, Santa Fe, 38, 6, 155. García Girón a S.M. Cartagena, 23 jul. 1620. 237 Antonia HEREDIA, Catálogo de Consultas del Consejo de Indias (1617-1625), Sevilla, 1985, p. 290.

Entre catorce competidores el Consejo se la dio a quien ni siquiera la había pedido por estas expresas razones.

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a cortesanos o servidores de la Corona, dado el estado catatónico de la real hacienda, desvirtuando eso sí la primitiva idea premial. Tampoco eran imprescindibles los encomenderos en la defensa, aunque contribuyeran en el desempeño de cargos militares: alcaides de fuertes y sargento mayor interino en Cartagena.238

La población indígena encomendada era una reserva de seguridad frente a los indios rebeldes de Santa Marta y, sobre todo, frente a los negros cimarrones o esclavos de estancias, que más fácilmente estaban dispuestos a venderse a cualquier enemigo de fuera, puesto que los indios poblaban los campos por donde se internaban los enemigos para atacar la ciudad. Así lo entendió el gobernador Murga al decir que “esta provincia, si bien se atiende, en faltando los naturales no se ha de poder conservar”.239 Algunos encomenderos de Tolú manifestaron al solicitar encomiendas que habían acudido en primera instancia a detener a los intrusos en las costas y a ayudar a la ciudad. Un suceso acaecido en una fecha tardía, 1670, ilustra la función que los indios desempeñaban y el contrapeso que representaban a la población negra, cimarrona y apalencada. Resultó que un indio de la encomienda de Jegua ayudó a unos corsarios a introducirse por el río y llegar hasta Mompox. Las poblaciones se hallaban desprotegidas de manera que mientras se podía hacer llegar ayuda de Cartagena se reunió a 100 indios flecheros, que fueran al encuentro de los intrusos. Afortunadamente, no dieron con ellos porque debían haber huido, pero fueron los únicos capaces de proporcionar una respuesta instantánea.240 También en 1675 se hicieron preparativos para impedir un ataque francés con la colaboración de un centenar de indios flecheros de Tierradentro.241 El riesgo mayor provenía de los negros esclavos, que se escapaban y hacían cimarrones y que se constituían en palenques. El riesgo de traición y colaboración con el enemigo no era una invención.

La tributación

Cuando en la mayoría de los sitios el tributo estaba tasado en dinero o en especies, en Cartagena seguía cobrándose en servicio personal, que a pesar de la legislación general, estaba reconocido por ordenanzas para Cartagena. Los indios debían poner su trabajo según las tasas establecidas sin recibir remuneración. Una vez puesto el trabajo se desentendían del rendimiento de la cosecha, si los factores climáticos eran adversos—especialmente las sequías—o si invadía los campos alguna plaga. Cuando se pagaba en especie el propio tributario regulaba su trabajo según su conveniencia, al menos en teoría, y debía entregar los productos independientemente de la bondad de la cosecha.

Pagar los tributos en especies, bien metales, manufacturas o animales, tenía sus complicaciones en ese territorio, porque carecían de minas o de ovejas para la confección de mantas. No las consumían por disfrutar de un clima tropical y los de las poblaciones de la costa producían textiles de algodón para

238 AGI, Santa Fe, 38, 5, 129. Gobernador Diego de Acuña a S.M. Cartagena, 20 jul. 1614. 239 AGI, Santa Fe, 39, 5, 68. Fco. de Murga a S.M. Cartagena, 13 mar. 1633. 240 AGI, Santa Fe, 43, 7, 37. Gobernador Pedro de Ulloa a S.M. Cartagena, 21 jul. 1670. 241 AGI, Santa Fe, 44, 3, 25. Gobernador Antonio Vergara y Azcárate a S.M. Cartagena, 5 ag. 1675.

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intercambiar con los de Cenú y otras tribus del interior.242 Sólo les quedaban productos corrientes, como maíz, yuca o aves, por lo que, o pagaban con ellos o pagaban en trabajo, que era la riqueza que poseían más abundante. Pagar en trabajo tenía la ventaja de despreocuparse de que la cosecha fuera buena o mala. Pero tenía la contrapartida de quedar a merced del encomendero o de su mayordomo para fijarles la tasa de trabajo, pues en la práctica se los utilizaba para todos los trabajos.

Había habido tantas denuncias en el siglo XVI y se había visto la Audiencia de Santa Fe tan presionada por tales hechos que envió al oidor Villabona a visitar la provincia y erradicar el servicio personal que, sin embargo, mantuvo porque el trabajo era lo único que podía sobrar a los indios. ¿Había alternativa al tributo en servicio personal?, se debió preguntar Villabona. Su respuesta fue negativa.

El tributo del indio individual había aparecido por primera vez en la tasa del oidor Diego de Narváez de 1574, pero regulado específica y uniformemente en las ordenanzas de Antonio González en la tasa de 1589 de una fanega de sembradura dos veces al año, más la siembra de yuca entre el maíz por cada 16 indios, y una gallina y dos perdices cada tributario por Navidad.243 Pero la tasa no cortó los abusos ya envejecidos de exigir todo tipo de servicios. Villabona sí puso todo el empeño en acabar con los abusos a que daba lugar el servicio personal, prohibiendo todo lo que no fuese el trabajo de la roza—tributo en especie como aves de corral o de caza, monterías, pesquerías, cultivo de yuca—y subiendo la fanega de roza para 12 tributarios en Cartagena (20% más de trabajo) y 10 en Tolú (25% más).244

Un abuso, que podríamos denominar técnico, de los encomenderos se amparaba en la asignación de la superficie de cultivo, al que Villabona dio también una solución técnica con tablas numéricas de equivalencias de tierras tanto en círculo como en cuadrado. Eran las propias tierras de resguardo de los indios las que servían para la realización de las rozas del tributo, que si se asignaban por medida lineal y no por superficie cuadrada, multiplicaba de forma geométrica la exigencia laboral:

“hallé que si un indio ha de labrar cien varas de medir para cumplir su tasa, doscientas varas será roza para cuatro indios, y cuatrocientas varas, que se daban antes a cuatro indios, es sementera de dieciséis, y a este respecto iban más engañados cuanto más se multiplicaba el número de indios”.245

Para prevenir este abuso Villabona ordenó en cada repartimiento guardar una cuerda de 1.384 varas, para que no pudiera haber error o engaño, pues era la medida del lado del cuadrado de la fanega de sembradura para 12 tributarios, equivalente a 1.157 mts. Como la fanega de sembradura se subdividía en 12 almudes, a cada tributario le correspondía el área de un almud de sembradura,

242 HERNÁNDEZ DE ALBA, "Tribes of the North Colombia Lowlands", p. 334. 243 Julián B. RUIZ RIVERA, "La política indígena a fines del siglo XVI en Cartagena: las Ordenanzas del

Dr. Antonio González", Temas Americanistas, 11, Sevilla, 1994, p. 9. 244 AGI, Santa Fe, 166, 1 (37), fol. 4. 245 Ibidem, fol. 4v.

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que en Tolú subía a un almud y una quinta parte. En medidas actuales un almud era un área de 289 x 385,5 metros, según las medidas de Villabona, que podía contener unas 100.000 plantas de maíz, calculando la separación de 0,75 mts. entre los surcos y 1,5 mts. entre las plantas. Según expertos agrícolas, esta tarea no debía resultar extenuante, pero sí daba para estar ocupado a lo largo del año, máxime cuando había que hacerla dos veces al año.

También ordenó hacer una roza de comunidad, no para el encomendero, sino para los miembros desprotegidos de la comunidad: viejos, viudas y huérfanos. El visitador incrementó la tasa del tributo para mediante ese aumento intentar suprimir los excesos de los encomenderos. Puso igualmente un énfasis especial en que la producción de la roza incluía todas las operaciones menos el transporte del maíz cosechado hasta las barbacoas, donde lo guardaba el encomendero.246

¿Qué servicios personales eran esos que exigían a los indios además de la tasa de sembradura de maíz? Prácticamente todos los trabajos posibles. Nadie mejor que el obispo Sáenz Lozano detalló en 1669 el calendario de servicios personales a lo largo del año:

“desde el mes de enero, en que da principio el año, comienzan los indios a picar el monte para la roza de la demora y luego le derriban y le repican; y por mediado abril poco más o menos le queman y con tanto rigor, que la Semana Santa están en estos ejercicios, y en este tiempo los encomenderos sacan algunos indios y los envían a montear hicoteas, miel de abejas, pita y otros frutos, diciendo que son días de demora, en tanto grado que sólo el sábado dicen que es del indio para que con él solo busque el sustento para sí, su mujer e hijos; y después, al principio del invierno, que en España es el verano, siembran la dicha roza y todo el decurso de él consumen en limpiarla, pajarearla y otras diligencias, y todo el otoño en cogerla, y en ella misma siembran otra roza, que llaman la segunda; y en el entretiempo, si queda alguno, hacen bohíos y pañoles, para que guarden los frutos fuera de los pueblos y ordinariamente en las mismas rozas, y les obligan a que los guarden y vigíen, y a los indios en este ministerio ocupados los hacen que traigan ganado de cerda a esta ciudad y otros los ocupan en que traigan cargas de gallinas y otros abastos, hechos arrieros, en que se consume todo el año sin que los indios miserables tengan tiempo cierto y conocido en que poder valerse de su trabajo; y la paga del que ejercen es el motivo de esta carta, porque sobre ella se han movido y mueven los pleitos, controversias y disensiones, que propuse en el principio a V.A., y llega a tanto el rigor que, cuando no hay mulas o caballos, sirven del ministerio en tanto grado que son caballos de los negros, de los mercachifles, de los

246 AGI, Santa Fe, 166, 1 (20), fols. 2930. Tasa del tributo de Cartagena hecha por el Dr. Villabona.

Cartagena, 7 mayo 1611.

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españoles buenos y malos, y esto lo aseguro con la evidencia de haberlo yo visto.”247

El dilema era grave aunque quizá superfluo, puesto que posiblemente los indios no producían excedentes como para pagar tributo y tenían que hacerlo en trabajo. Una vez que el trabajo personal de la roza estuvo legalizado, se tomaron los encomenderos todos los demás como legales, sin poder evitarlo en poblaciones interiores que raras veces se visitaban. Incluso en territorios donde no se cobraba el tributo en servicio personal existían pagos en trabajo. Si la encomienda no podía subsistir en Cartagena sin servicios personales y estos resultaban tan perjudiciales a los indios, ¿por qué en esas fechas seguía subsistiendo la encomienda o, al menos, la encomienda de particulares? Porque se podía sospechar que el dominio de unos pocos sobre la mayoría daría lugar a tales consecuencias.

La regulación de la encomienda introducía sin querer desviaciones muy negativas. Concretamente, al tener que cobrarse la tasa en servicios personales la encomienda tenía que mantener mayordomos, que obligaran a trabajar a los indios, porque los encomenderos no podían residir en sus pueblos. De esta manera, el mayordomo que convivía a diario con la población se convirtió en un segundo encomendero, y a veces no ya sólo en cómplice, sino incluso en amo del encomendero. Tan grave debía ser esta situación en la última década del siglo XVI que las ordenanzas del presidente González se encaminaron a controlar a los mayordomos.248

Cuando el juez Villabona reorganizó las doctrinas mediante la concentración de pueblos no pudo imaginar las consecuencias que tales medidas iban a tener no sólo en muertes de indios, sino en el poder que otorgó a los doctrineros. Lo cierto es que las denuncias contra los doctrineros, que al igual que los mayordomos convivían permanentemente con los indios, los equiparaban a auténticos encomenderos. Encomendero, mayordomo y doctrinero, he ahí el triunvirato que vivía del indio.

Para la década de 1630 los doctrineros no habían sustituido a encomenderos y mayordomos en exigir servicios personales a los indios, sino que se les habían agregado. El gobernador Murga los tildaba de “Nerones para con los indios” y añadía que

“inventaron las granjerías diabólicas que hoy usan, como es hacer rozas de maíz, criar y fundar hatos de vacas y de ganado de cerda, ocupar los indios en hacer canoas, en sacar, hilar y beneficiar pita y algodón... hacer monterías, sacar miel, en pesquerías, demás de los rescates que con ellos hacen de gallinas, pollos, huevos, puercos y animales de monte...”249

247 AGI, Santa Fe, 59, 6 (14a). Traslado del informe de Don Antonio Sáenz Lozano, que acompaña a carta

de la Audiencia de Santa Fe, 11 sep. 1669. 248 RUIZ RIVERA, "La política indígena", pp. 45 y 78. 249 AGI, Santa Fe, 39, 5, 52, imag. 180. Francisco de Murga a S.M. Cartagena, 20 nov. 1631.

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Cuando el gobierno de Madrid por cédula de 14 de abril de 1633 pidió la sustitución del servicio personal por un tributo tasado, el gobernador mantuvo su postura contraria por las mismas razones que el juez Villabona:

“de suerte que lo que V.M. dispone en la dicha Real Cédula no se puede practicar ni ejecutar en los de esta gobernación por la incapacidad de las encomiendas, y me han asegurado que este mismo inconveniente halló el doctor Villabona, y tratando de facilitarlo reduciéndolas a una, se experimentó que luego que los mudaron de terreno y temple murió la mayor parte”250

Un lustro más tarde el siguiente gobernador corroboraba con escándalo las informaciones de Murga, sobre encomenderos y doctrineros:

“Lo que más me ha trabajado y menos he podido remediar son los desórdenes de los doctrineros y especialmente de los clérigos, pues en cuanto a servicios personales no son inferiores a los encomenderos”251

La situación se mantuvo igual según el obispo Sáenz Lozano, quien reclamó tasar los tributos en plata,252 petición que ya se había formulado anteriormente sin ser atendida por las razones ya expuestas. El tributo en metálico, a juicio de MacLeod, no alivió a los indios ni en los lugares donde circulaba como moneda.253 El visitador Vargas Campuzano apreció durante la visita un cambio importante en la sustitución de mayordomos por administradores. Por lo que respecta a los doctrineros la situación mejoró entre los pertenecientes a órdenes religiosas, aunque todavía se produjeron algunas graves denuncias contra doctrineros diocesanos.

Finalmente la boga, que se había utilizado como servicio personal para pago del tributo en el siglo XVI, había sido moderada para los indios de Mompox, bien porque había indios de otras regiones, bien porque se utilizaban negros y lanchones o fragatas, aunque todavía en 1602 seguían denunciándose abusos.254

Como conclusión queda la duda sobre la efectividad de las visitas y de la acción de los gobernantes que actuaron para defender el buen trato al indio. No terminaron las denuncias tras los reiterados esfuerzos de visitadores y gobernadores, pero produjeron su efecto en defender a la población indígena y

250 AGI, Santa Fe, 39, 5, 77. Fco. de Murga a S.M. Cartagena, 24 ag. 1634. 251 AGI, Santa Fe, 40, 3, 48. Melchor de Aguilera a S.M. Cartagena, 24 ag. 1639. 252 AGI, Santa Fe, 59, 6 (6). Don Antonio Sáenz Lozano a S.M. Cartagena, 25 mayo 1674. 253 “Exactions in cash forced the Indians to flee from their oppressive villages and to turn to vagabondage

or to the paternalistic protection of the haciendas, where, in at least a few cases, the owner would pay the tribute for them. Cash payments led to an ever steeper decline in agricultural production in the villages, with a resulting increase in price inflation in the cities. In Mexico the cash tribute, where it was imposed, was soon corrected to a mixture of agricultural goods, usually maize, and cash.” Murdo J. MACLEOD, “Aspects of the internal economy of colonial Spanish America: labour, taxation; distribution and exchange”, The Cambridge History of Latin America, Vol. II: Colonial Latin America, Cambridge, 1984, p. 238.

254 AGI, Santa Fe, 96. Mateo de Ayssa a S.M. s.l./s.f. En el Consejo se anotó en la parte superior el año de 1602.

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detener su deterioro, aunque hubiera un componente egoísta como el de necesitarlos para la defensa. En más de una ocasión y en más de un territorio se esgrimió el argumento de que si desaparecía la población indígena habría que despoblar la tierra.

El tributo de servicio personal impedía el desarrollo de la hacienda de mano de obra indígena, puesto que la mano de obra existente se empleaba exhaustivamente sin necesidad de recurrir a los resortes habituales del peonaje por deudas, que no siempre fue tal.255 Al amparo de la encomienda y como consecuencia de la inamovilidad del servicio personal el sistema de relación hispanoindígena se convirtió en el proceso contrario al del peonaje por deudas, es decir, los encomenderos lograron mejorar algo su suerte a través de las deudas que mantenían con los indios por los excesos de trabajo que les exigían. Si no se exigía su cobranza, mejor, pero aun en caso de hacerlo el cobro ocurría años después de haber disfrutado de los capitales que hubieran tenido que desembolsar. Periódicamente gobernadores y visitadores calcularon los excesos producidos y, por tanto, las devoluciones que debían dar a los indios en pura justicia. El gobernador Zuazo, que se preocupó mucho por estos aspectos de su gobierno, dejó escrito en 1605:

“para acertar mejor y tener más claridad, he comenzado un tanteo del dinero que se les debe de las demasías de los trabajos que les han dado y con no le tener cabalmente ajustado, me parece montará una muy grande suma y caídos más de 12.000 pesos de plata corriente”256

La rigurosa inspección de Villabona logró cobrar de los encomenderos 1.800 pesos de deudas muy antiguas,257 19.299 ps. de deudas atrasadas y 16.787 ps. de deudas recientes258 que sumaron en total 37.853 ps. Los encomenderos protestaron amargamente pero tuvieron que pagar aunque fuera con préstamos. En 1633 sólo en el partido de Tolú ya se habían acumulado 4.225 ps. de deudas con los indios, que le tocó cobrar al gobernador Murga.259 En 1661 el visitador Lope de Cevallos encontró a los encomenderos, mayordomos y administradores reos de excesos con los indios por la cantidad de 6.875 ps. en los tres partidos.260 Finalmente, Vargas Campuzano hizo todos los cargos individualizados siempre por pequeñas cantidades, de las que se libraron muy pocos.

Las cifras revelan con claridad que bien por motivos de seguridad, bien por las reiteradas denuncias y la preocupación por defender la justicia la provincia de Cartagena consiguió frenar el descenso de población tributaria y 255 Enrique FLORESCANO, "The formation and economic structure of the hacienda in New Spain" y

Magnus MÖRNER, "The rural economy and society of colonial Spanish South America", The Cambridge History of Latin America, Vol. II: Colonial Latin America, Cambridge, 1984, pp. 169 y 195.

256 AGI, Santa Fe, 38, r. 2, n. 73. Jerónimo de Zuazo a S.M. Cartagena de Indias, 1 nov. 1605. 257 AGI, Santa Fe, 166, n. 1 (37). Villabona a S.M. Cartagena de Indias, 5 jul. 1611. 258 AGI, Santa Fe, 19, r. 1, n. 6. Traslado del escribano Rodrigo Zapata de la visita del Dr. Villabona, que

acompaña a carta de la Audiencia a S.M. Santa Fe, 23 jun. 1612. 259 AGI, Santa Fe, 40, r. 1, n. 10. Traslado del escribano Alonso de la Guerra de la visita al partido de

Tolú. Cartagena de Indias, 2 mayo 1635. 260 AGI, Escribanía, 644 A. Certificación del escribano Francisco Jiménez. Cartagena de Indias, 10 mayo

1661.

Page 63: Varios - Encomiendas, indios y españoles

activar la recuperación de la población en general, prueba inequívoca de que los servicios personales fueron reducidos a límites menos abusivos, cuando al menos en la primera mitad del siglo habían servido para incrementar las rentas de unos privilegiados, aunque de pequeño rango. No se modificó, sin embargo, la estructura social y económica amparada por la encomienda, que supuso no superar siquiera en Cartagena la etapa del servicio personal.

APÉNDICE

Relación de encomiendas y encomenderos de Cartagena durante el siglo XVII

Encomienda Encomendero Útiles Tribut

o (Pesos)

Fuente 261

Bahaire, Carex Real Corona 52 SF. 164, 51 ver Turbaco Serpa, García de 28 G. Luna, 185 Carrillo, María, esposa 27 SF. 98,

G. Luna, 185 Baranoa (TA) Muñoz, Diego y esposa 72 SF. 164, 51 Alas, Hernando de las (Prog.

10.01.90) 60 SF. 102

[Cap. Antonio Moreno, padrastro de José, menor]

SF. 97

Alas, José de las (41 indios en 1590)

35 SF.166, 1

Muñoz de Padilla, Diego (01.02.1648)

19 SF.171, 62

Muñoz de Padilla, Andrés (20.07.1656)

21 225 Cont. 1.432

Arbizu, José de, Cab. Alcántara (19.01.1668)

17 425 SF.175, 4

Arbizu, Andrés de (renunció) 12 SF. 180, 6 Olivares, Cap. Diego de

(28.03.1676) 12 SF. 180, 6

Borrachera (Agreg. Cispatá)

González Romero, Manuel 4 SF. 166, 1

Cacaramoa ver Piojón

Yuste Guerra 105 SF. 164, 51

Villoria, Juan de 48 G. Luna, 174

261 Las fuentes están tomadas del Archivo de Indias en las Secciones de Contaduría (Cont.), de Escribanía

de Cámara (EC.) y en la Subsección de Audiencia de Santa Fe (SF.). La referencia a JARAMILLO responde a una fuente documental del Archivo General de la Nación de Bogotá, editada bajo su dirección: "Encomiendas, encomenderos e indígenas tributarios del Nuevo Reino de Granada en la primera mitad del siglo XVII", Anuario Colombiano de Historia Social y de la Cultura, 2 (Bogotá, 1964), pp. 412-530.

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Encomienda Encomendero Útiles Tributo

(Pesos)

Fuente 261

Carex ver Bahaire

Caribona-Mojabarba (M)

Gómez Cerezo, Marcos 6 Jaramillo, 26

Gómez Cerezo, Juan SF. 170, 19 Rada Monterroso, Juan de la

(19.02.1633) 7 SF. 170, 19

Narváez, Diego de Vega, Sancho de 4 Cont. 1.432 Carnapacua ver Malambo

Chalanchetun (T)

Castillo, Antonio del 21 SF. 56A, 57

Hita y Ledesma, Juan, yerno (07.10.1619)

SF. 168, 7

idem 9 (1663

)

Cont. 1.432

Chiliguas Esquiné (Agreg.)

Arnalte, Damián de 3 SF. 166, 1

Arnalte, Damián de (conf. 06.01.1625)

7+5 Cont. 1.432

Chilloa (M) Fernández Calvo, Diego (08.09.1613)(+1660)

Cont. 1.432

Fernández Calvo, Francisco (+1670)

6 Cont. 1.432

Vallés Parra, Blas (16.03.1675) 4 EC. 644C Chinú, Escalé (T)

Marmolejo,Pedro (11.01.1617)

19+8 SF.166, 1

Cuadrado, Alf. Gregorio 27+4 SF. 40, 1, 10 Marmolejo, Leonarda 8+5 Cont. 1.432 Llanes Chicharo, Lorenzo

(13.04.1685) 21 SF. 183, 5

Herrera, Cap. Diego de (01.07.1701)

12 SF. 348

Chirao (María) + Locoy

Piña, Alférez Pedro de 10 SF. 166, 1

Viloria y Piña, Feliciana (renunció) SF. 178, 8 Vega, Capitán Marcos de

(18.12.1670) 3+4 SF. 178, 8

Choa Real Corona 27 SF. 164, 51 Real Corona (1590) 15 G. Luna, 179 Chocho, El Pineda, Miguel de 9+17 SF. 166, 1

Page 65: Varios - Encomiendas, indios y españoles

Encomienda Encomendero Útiles Tributo

(Pesos)

Fuente 261

Palmar (T) Pineda, Juan de 7+12 SF. 40,1,10 Pineda, Capitán Diego de

(24.12.1657) (Denegada y a devolver lo cobrado, 1672)

6+8 Cont. 1.432

Cipacoa ver Mahates

Díaz, Pedro 37 SF. 164, 51

Barros, Antonio de 12 G. Luna, 180 Cipacua Real Corona 194 SF. 164, 51 Carrillo, María 184 G. Luna, 172 Cispatá (T) + Borrachera

Pérez de Benavides, Alonso 13 SF. 166, 1

Benavides, Juan de SF. 171, 63 López Nieto, Francisco, escribano

(10.02.1643) 8 SF. 171, 63

Echarri y Daoiz, Fausto SF. 59, 6 Cozpique Bernal, Gaspar 56 SF. 164, 51 Bernal, Gaspar (1590) 5 G. Luna, 184 Escalé ver Chinú

Esquiné (Agreg. Chiliguas)

Voto, Juan 6 SF. 166, 1

Galapa (TA) Barros, Pedro de 73 SF. 164, 51 Barros, José de 38 G. Luna, 175 Barros, Nicolás de (prórroga

10.04.1645) 37 SF. 166, 1

Barros, Pedro de (30.07.1658) 30 562.5 Cont. 1.432 Barros y de la Guerra, José

(10.11.1709) SF. 769

Granada Timir[ig]uaco

Padilla, Fco. y A. López Montalbán 187 S.F. 164, 51

(TA) Coronado, Pedro y A. López Montalbán

140 G. Luna, 178

Coronado Maldonado, Capitán Pedro

SF. 2, 137

Coronado, Francisca de 47 SF. 2, 137 López de Cañizares, Juan, marido 41 775 Cont. 1.432 Heras Pantoja, Nicolás (1643,

renunció) EC. 644C,

117 Jiménez de Enciso, Francisco 42 EC. 644C Rada, Juan de (23.09.1683) SF. 769 Rada, Juan José de (11.09.1729) SF. 769 Guanantá Real Corona 37 SF. 164, 51 Guazo, Alfaro, Fernando de 10 Jaramillo,

Page 66: Varios - Encomiendas, indios y españoles

Encomienda Encomendero Útiles Tributo

(Pesos)

Fuente 261

Minsalvo (M) 526 Alfaro Carvajal, Alonso de

(09.07.1653) 9 84,5 Cont. 1.432

Jagua (M) Pérez de Cogollos, Cap. Diego SF. 176, 48 Cogollos, Luisa de, esposa SF. 176, 48 Palomino de Escavias, Gonzalo

(28.01.1620) 13 SF. 176, 48

Palomino Escavias, Nicolás (17.01.1646)

28 262,5 Cont. 1.432

Palomino, Gonzalo (16.07.1685) SF. 769 Salcedo, José de (Confirm.

11.12.1686) SF. 769

Jegua (M) Zabaleta, Martín de 32 Jaramillo, 527

Zabaleta y Heredia, Cap. Felipe (01.07.1646)

52 Cont. 1.432

Zabaleta y Heredia, Cap. Juan (prórroga)

63 487,5 Cont. 1.432

Berrío y Guzmán, Francisco (04.05.1700)

SF. 769

Loba (M) Munguía, Alonso de (20.01.1606) 10 Jaramillo, 526

Munguía y Atela, Jacinta de (05.05.1634)

14 131,5 Cont. 1.432

Alfaro y Carvajal, Alonso de, hijo SF. 769 Ballesteros, Cap. Juan Rafael

(17.07.1669) 25 EC. 644C

Luengas Palacios, Mónica, esposa SF. 769 Torre Caso, Toribio de la

(03.01.1694) 12 SF. 769

Locoy ver Chirao

Mahates (TA) Polo, Diego 156 SF, 164, 51 Polo, Martín (1ªvida, 1589) 37 G.Luna, 169 + Cipacoa Polo del Aguila, Cap. Luis 14 SF. 170, 28 Polo del Aguila, Luis (16.04.1628) 19 SF. 166, 1 Rexe Gorbarán, Francisco

(26.03.1658) 6 112 Cont. 1.432

Escobar Ibañez, Martín, escribano SF. 179, 1 Eraso, Juan Antonio de SF. 769 Berrío y Guzmán, Juan Domingo

de (22.03.1688) 9 SF. 184, 9

Malambo (TA) Carnapacua)

López de Ayala, Alonso 148 SF. 164, 51

Page 67: Varios - Encomiendas, indios y españoles

Encomienda Encomendero Útiles Tributo

(Pesos)

Fuente 261

Rojas, Luisa de, esposa SF. 170, 8 Matuna Ludeña, Juan de (2º marido)

(06.06.1582) 60 SF. 170, 8

Ludeña, Francisco de 51 SF. 166, 1 (Pórroga en 08.04.1629) En 1663

tenía 58 1.406 Cont. 1.432

En 1675 tenía 85 EC. 644C Mazaguao (M) Bernal, Gaspar 12 SF, 164, 51 idem (1589) 6 G.Luna, 171 Morales, Melchor de SF. 168, 17 Morales, Diego de (1 indio y 1

india) SF. 168, 17

Menchiquejo (M)

Villafañe, Miguel de 18 Jaramillo, 526

Villafañe, Juan de (18.11.1645) 18 169 Cont. 1.432 Mexion, One Marmolejo, Pedro (11.01.1617) 10 125 Cont. 1.432 Marmolejo, Leonarda (25.08.1653) Cont. 1.432 Momil (T) Espinosa, Juan de 46 SF. 164, 51 Periná, En cabeza de Su Majestad 76 SF. 164,51 Tominá, Ceballos, Fco. de (28.05.1608) 14+2

3 SF. 166, 1

Montur (Agreg. R.C. 22.10.1622) SF. 38, 6, 187

Ortiz de la Maza, María 10 100 Cont. 1.432 Echarri, Fausto Fco. y Josefa Ortiz 14 EC. 644C Montur, Palmar Paternina, Diego 4 Cont. 1.432 Esquinecho, Chochiragua

Rico, Pedro (18.03.1675) SF. 769

Morroa Salcedo, Jerónimo de (15.03.1617) 23 Cont. 1.432 Narváez, Bartolomé de

(15.10.1690) 22 EC. 644C y

SF.769 Oneyamez Salcedo, Jerónimo de (15.03.1617) Cont. 1.432 idem (1634) 29 SF. 40, 1, 10 Salcedo, Cap. José de (08.03.1652) 19 Cont. 1.432 Oneyuman Martínez, Martín 161 SF. 164, 51 Santamaría, Miguel de 3 SF. 56A, 57 Claramonte, Sabina, esposa

(Renunció la oferta de Paspón) SF. 171, 25

Paluato ver Turbaco

Quintanilla, Jorge 28 SF. 164, 51

Carrillo, María 45 G. Luna, 175 Pancegua (M) Jaramillo, Juan 8 Jaramillo,

526 Cogollos, Beatriz de, esposa (1623) EC. 644C

Page 68: Varios - Encomiendas, indios y españoles

Encomienda Encomendero Útiles Tributo

(Pesos)

Fuente 261

Ortiz Nieto, Diego (06.12.1638) Cont. 1.432 Ortiz Nieto, Francisco (11.09.1648) 19 178 Cont. 1.432 Paricuica ver Uziacuri

Paspón (T) Moreno, Juan SF. 171, 25 Venegas, Hernando (14.04.1550) SF. 171, 25 + Oneyuman Venegas, Hernando, hijo

(28.10.1572) 31 SF. 171, 25

idem (1609) 6 SF. 56A, 57 Reales, Juan Martín de, yerno

(22.05.38) 4 SF. 171, 25

Reales, Fernando de (30.06.1644) 3 Cont. 1.432 Incorporada a la Real Corona 2 SF. 186, 3 Piojón, Tameme Villoria, Juan de 165 SF. 164, 51 Zapana idem (1589) 110 G. Luna, 171 Cacaramoa Maldonado, Juana 29 SF. 166, 1 Cortés de Mesa, Luis 49 SF. 39, 5, 77 Heras Pantoja, Micaela (1663) 42 Cont. 1.432 Ramírez de Arellano, Diego (1667) 40 Cont. 1.432 idem (1675) 34 EC. 644C Ramírez de Arellano, Salvador (+

1685) SF. 182, 11

Angulo Melgarejo, Gregorio de (23.08.1685)

17 SF. 182, 11

Poltoca (M) López de León, Alonso 4 Jaramillo, 526

Fernández Calvo, Diego (08.09.1613)

Cont. 1.432

Fernández Calvo, Francisco(15.07.1660; + 1670)

7 65 Cont. 1.432

Pueblo Nuevo Orden de Santo Domingo SF. 172, 18 Alzamora Ursino, José de

(denegada) SF. 172, 18

Cabrera, Francisco de (denegada) (Indios recogidos de otras poblaciones)

19 348 Cont. 1.432

Sanpués, Padilla, Alonso de (poblador de Cartagena)

SF. 2, 306

Sincelejo, Ceiba (T)

Padilla, Fernando de (capitán y alcalde ord.)

SF. 2. 306

(T) Padilla, Cap. Alonso de (1612) 56 SF. 56A, 57 Condesa de Salvatierra 72 SF. 40, 1, 10 Sarmiento, Diego (24.09.1632) 101

(1663 Cont. 1.432

Page 69: Varios - Encomiendas, indios y españoles

Encomienda Encomendero Útiles Tributo

(Pesos)

Fuente 261

) idem 95 1550 Cont. 1.432 Sarmiento, José Salvador, conde de

Salvatierra SF. 769

Sarmiento e Isasi, José Fco., conde Salvatierra (06.06.1681)

SF. 769

S. Andrés, Méndez, Cap. Rodrigo (29.09.1589)

150 SF. 165, 40

Chenú, Fuentes, Ana de, esposa (renunció) SF. 165, 40 Pinchorroy, Méndez de Montalvo, Cap. Andrés

(01.12.1600) 141 SF. 56A, 57

Estanzuela (T) Fuentes, Ana Vitalina de (09.01.1649)

207 Cont. 1.432

idem (1675) 311 EC 644C Herrera, Gonzalo de (compró

sucesión, 1655) EC. 574A

Marqués de Villalta (1679) SF. 248, 22 Santero Guerra, Francisco de la 6 SF. 56A, 57 idem 7 SF. 40, 1, 10 Simití (M) Durán de Cogollos, Pablo Jaramillo,

527 Durán de Cogollos, Francisco

(11.10.1627) 22 SF. 170, 2

Vanquesel, Cap. Gregorio (conf.22.06.1636)

20 Cont. 1.432

Sincé, Meza, Diego de 29 SF. 56A, 57 Onecoloso, idem (1634) 31 SF. 40, 1, 10 Paspón Vanquesel, Cap. Juan SF. 171, 58 Vanquesel, Andrés, hermano

(07.06.1649) 31

(1663)

Cont. 1.432

Vanquesel, Ana, hija (1675) 39 EC. 644C Tablada (M) Vanquesel de Loaysa, Cap.

Gregorio(22.06.36) 25 Cont. 1.432

idem 39 EC. 644C Tacaloa Leiva, Alvaro de Jaramillo,

527 + Magangué Urbina, Nicolás de (26.09.1648) Cont. 1.432 Urbina, José Nicolás de

(24.12.1660) 29 150 Cont. 1.432

Talahigua (M) González de Vargas, Luis 14 Jaramillo, 526

Mejía, Ana de EC. 644C

Page 70: Varios - Encomiendas, indios y españoles

Encomienda Encomendero Útiles Tributo

(Pesos)

Fuente 261

Durán de Cogollos, Francisco (01.09.1646)

13 121 Cont. 1.432

idem 18 EC. 644C Padilla y Maldonado, Leonor de Gutiérrez de la Rozuela, Cap. Pedro

(24.04.1687) SF. 769

Timir[ig]uaco ver Granada

Tofeme, Onecoloso

Pérez de Cogollos, Cap. Diego (09.07.1593)

54 SF. 56A, 57

idem (1634) 48 SF. 40, 1, 10 Gómez de Montalvo, Cap. Fernán

30.01.1644) 24 218 Cont. 1.432

Pérez de Cogollos, José (08.10.1668) Renucnió

EC. 644C

Castellar y Guzmán, Fernando (04.01.1675)

SF. 769

Tolú Viejo Rivera Marmolejo, Perafán de 46 SF. 56A, 57 Hornachos Villarreal, Pedro de 29 SF. 40, 1, 10 Carbonero Meneses, María de 43 Cont. 1.432 Cotoca Rebolledo, Andrés de (14.08.1647) EC. 644C Meneses, María de, hija Cont. 1.432 Campo, Tomasa del (05.10.1667) 33 EC. 644C Tubará Real Corona 365 SF. 164, 51 Mendoza, Alonso de (1590) 203 G. Luna, 173 Mendoza Carvajal, Alonso de 131 SF. 166, 1 Villoria, María de, esposa SF. 769 Ledesma, Francisco de 59 Cont. 1.432 Ledesma, Pedro de (18.09.1664) 55 1031 EC. 664C Turbaco, Real Corona 122 SF. 164, 51 Cipacua, Serpa, García de SF. 98 Paluato, Carrillo, María (1589) 152 G. Luna, 187 Bahaire, Carrillo, María (renuncia) SF. 98 Carex Portugal y Córdoba, Jerónimo de 211 SF. 166, 1 Vivanco y Villagómez, Fco. de

(24.03.1621) SF. 181, 1

Yoco y Silva, Francisca Nicol, Vizcondesa de Alli, esposa (+ 1680)

112 2050 Cont. 1.432

Ruiz de Contreras, Mariana, sobrina, Condesa de Alba de Yeltes (11.11.1680)

SF. 181, 1

Ferrer Cañarte, Vicente, menor (1688) (Denegada; a devolver

SF. 348

Page 71: Varios - Encomiendas, indios y españoles

Encomienda Encomendero Útiles Tributo

(Pesos)

Fuente 261

tributos de 1688-1707)

Turbana León del Castillo, Diego 64 SF. 164, 51 Rodas, Juan de (39 en 1590) 10 SF. 166, 1 León del Castillo, Juan SF. 171, 65 Landaverde, Juan Antonio de

(19.12.1651) 11 100 SF. 171, 65

Landaverde, Ana María de (conf. 14.02.87)

12 SF. 769

Uziacuri López de Montalbán, Alonso de 64 SF. 164, 51 Paricuica idem (30 en 1589) 67 SF. 166, 1 Alipaya Polo del Aguila, Francisca

(pror.10.04.1645) SF. 43,3,12

Granada (p) Polo del Aguila, Juan, primo 48 Cont. 1.432 Polo del Aguila, Luis (22.08.1665) 37 Cont. 1.432 Yaguaro ver Zamba

Yati, Ayllón, Pedro de 13 Jaramillo, 526

Tacamocho (M)

Pereyra de Castro, Cap. Fernando (31.01.1619)

SF. 167, 36

Castillo, Nicolás del Cont. 1.432 Dávila, Melchor (09.03.1659) 33 309 EC. 644C Zamba, Fernández, Gonzalo 74 SF. 164, 51 Yaguaro Fernández Calvo, Diego 31 SF. 166, 1 Locoy Fernández Calvo, Francisca 25 Cont. 1.432 Alexandro, Vicente Cont. 1.432 Pareja y Miranda, Luis Fco.

(07.03.1664) 20 EC. 644C

Zapana ver Piojón

Page 72: Varios - Encomiendas, indios y españoles

TOCPOS—HISTORIA COLONIAL DE UN GRUPO DIAGUITA EN EL SIGLO XVII262

Margarita E. GENTILE L.*

Resumen

Los tocpos formaron parte de un grupo diaguita originario de la serranía del Famatina. Encomendado a partir de 1591, vemos sus sucesivos traslados, a Londres (valle de Quinmivil) primero, y al pie de Aconquija después de la guerra de Calchaquí. Los refugiados en el valle Calchaquí a fines del siglo XVI son desnaturalizados en 1665. Sus encomenderos no desdeñaron ninguna de la maniobras conocidas para tener, mantener e incrementar la cantidad de indios adjudicados. Los tocpos conservaron, por lo menos hasta el siglo XVII, su lengua y costumbres merced a parentescos y alianzas con otras parcialidades diaguitas.

Introducción

La Real Audiencia del Puerto de Buenos Aires fue fundada por primera vez en 1661. Una de sus primeras medidas de gobierno, y en parte razón de su creación, fue tratar de acotar los desórdenes y excesos en el manejo de las encomiendas que caían en su jurisdicción, abriendo un registro de los títulos de las mismas con el padrón de los indígenas encomendados. De esta manera se esperaba evitar que, en adelante, una misma persona acumulara este tipo de mercedes.

En el Archivo Nacional de Bolivia se conserva un expediente formado a consecuencia de una provisión de la Audiencia de Buenos Aires dada en 1666, para que todos los encomenderos de indios desnaturalizados263 de su jurisdicción presentaran los títulos de sus encomiendas, a fin de registrarlos.

262 En recuerdo de R.L.J. Nardi. * Universidad de La Plata. 263 Se llamaban indios desnaturalizados aquellos que habían sido conquistados por guerra y sacados de su

natural, en este caso de los valles donde vivían, y habían sido trasladados a las tierras de los encomenderos. Luego de la guerra de Calchaquí, para la confirmación de las encomiendas, la Audiencia de Buenos Aires exige a los encomenderos enviar los títulos con un padrón.

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Pero en 1671 una real cédula comunicaba a la Audiencia de Buenos Aires su disolución y ordenaba a su presidente y oidores que remitieran tanto su archivo como los pleitos pendientes, a la de Charcas.264

El expediente sobre el que trataremos aquí corresponde al cumplimiento

de la provisión de 1666, por el capitán Agustín de Ribera y Tobar, encomendero del pueblo de Tocpogol, en la jurisdicción de San Miguel de Tucumán.

El legajo está deteriorado por la humedad en el tercio superior de los folios, pero aún así es posible leer gran parte de ellos. Se trata de un original, con los traslados sacados en San Miguel y los sellos y firmas correspondientes a la Audiencia.

Contiene datos sobre los encomenderos y los indios de Tocpogol, más algunas justificaciones, al final, sobre las posesiones de más de una encomienda por una sola persona.

Esta información, combinada con la de otras fuentes, nos permitió delinear la historia colonial de los tocpos durante el siglo XVII, de quienes sólo conocíamos el nombre a través de citas esporádicas.265 Hay también algunos datos que nos permiten suponer que los tocpos fueron, en el siglo XVI, una entidad social con vida propia dentro del conglomerado diaguita, pero falta información bien articulada, de manera que ese tramo cronológica será considerado, por ahora, superficialmente.

Parte interesante del expediente que tratamos es el padrón de los hombres del pueblo de Tocpogol, levantado en 1665, porque allí figuran sólo sus nombres indígenas. De los cincuenta y uno que forman la lista hemos podido rescatar completos treinta y nueve de ellos; nueve se perdieron parcialmente entre los folios deteriorados y de tres sólo se recuperó la edad.

Estos nombres parecen corresponder a la lengua calchaquina, diaguita, cacán o cacana, salvo tres de ellos que son españoles.

Al publicarlos aquí no tenemos la intención de agregar sólo nombres a las listas de nombres ya conocidas266 sino más bien darles entidad al referirnos a ellos como personas pertenecientes a un grupo indígena que existe en un 264 LIBROS REGISTROS—CEDULARIOS DEL RÍO DE LA PLATA (1534-1717). 3 tomos, Instituto de

Investigaciones de Historia del Derecho, Buenos Aires, 1984-1991, II, p. 114. 265 Antonio LARROUY, “Los indios del valle de Catamarca—Estudio histórico” en Revista de la

Universidad de Buenos Aires XXVII, 1914, pp. 155-213. Ana María LORANDI y Roxana BOIXADOS, “Ethnohistoria de los valles calchaquíes en los siglos XVI y XVII”. Runa, 17-18, Buenos Aires, 1987-1988, pp. 263-419. Ana María LORANDI y Juan Pablo FERREIRO, “De la crisis a la estabilidad. La sociedad nativa en Tucumán a fines del siglo XVII y comienzos de siglo XVIII”. Memoria Americana, 1, Buenos Aires, pp. 57-101.

266 Samuel LAFONE QUEVEDO, Tesoro de catamarqueñismos-Nombres de lugar y apellidos indios con etimologías.... Editorial Coni, Buenos Aires, 1898. Eric BOMAN, Estudios arqueológicos riojanos. Publicaciones del Museo Nacional de Historia Natural “Bernardino Rivadavia”, XXXV, Buenos Aires, 1927-1932. Guillermina SORS, Quilmes colonia, Publicaciones del Archivo Histórico de la Provincia de Buenos Aires, Tomo X, La Plata, 1937. Aníbal MONTES, “El gran alzamiento diaguita [1630-1643]”, Revista del Instituto de Antropología I. Universidad Nacional del Litoral. Rosario, 1959,. pp. 81-159; “Encomiendas de diaguitas..”, Revista del Instituto de Antropología II-III, Universidad Nacional de Córdoba, 1965, pp. 7-29. Eusebia MARTIN, Apellidos indígenas documentados en los archivos provinciales del Noroeste argentino. Universidad de Buenos Aires, Facultad de Filosofía y Letras, Departamento de Lingüística y Literatura Clásicas, Buenos Aires, 1963. Ricardo L.J. NARDI, “El Kakan, lengua de los Diaguitas.” Sapiens 3, Chivilcoy, Provincia de Buenos Aires, 1979, pp. 1-33.

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contexto sociopolítico y económico determinado. De esta manera, esperamos que los lingüistas interesados en el estudio del cacán apreciarán mejor estos nuevos materiales.

En el texto que sigue usaremos la voz diaguita para referirnos a los grupos indígenas que habitaron el valle que arranca del nevado del Acay, al Norte, y continúa al Sur casi en una línea hasta la punta de Balasto. Quedan aquí incluidos los llamados, en distintos momentos, valle de los Pulares, valle Calchaquí, valle de Yocavil. También el valle del Cajón, hacia el Oeste de la Sierra de los Quilmes. Y por fin, los valles y serranías intermedios en las actuales provincias argentinas de Catamarca y La Rioja.

Como rasgo común a todos los habitantes de esta región tenemos la lengua, llamada de diversas maneras, como se sabe, según el cronista se refiera al cacique más conocido en ese momento, al conjunto de grupos indígenas, etc.,267 en sus diferentes dialectos.268

Calchaquí, si bien fue el nombre del cacique que lideró una importante rebelión contra los españoles en el territorio delimitado más arriba, entendemos que también es una voz que refleja algo más que el nombre de dicho cacique. Su significado en quechua es interesante: zegador callchac dice Guamán Poma;269 segador de mayz. Callchak en Gonçález Holguín;270 Nardi da el topónimo calchaquí como cacán.271

Si los calchaquíes fueron diaguitas dedicados al cultivo del maíz, cabe preguntarse cuánto tuvieron que ver los incas con esta especialización. Tampoco podemos descartar la posibilidad de que hubieran sido mitmacuna cuyo origen habría que tratar de establecer.272

Encomiendas y Encomenderos

267 Diego PACHECO, [c. 1570], Relación... en donde describe las provincias del Tucumán, Juríes y

Diaguitas...TORRE REVELLO, Documentos históricos y geográficos relativos a la conquista y colonización rioplatense, Tomo I, Jacobo Peuser Ltda., Buenos Aires, 1941, pp. 61-63. Pedro SOTELO

NARBAEZ, [1582]. Relación de ... TORRE REVELLO, 1941, I, pp. 79-85. Alonso de BARZANA, [1594], Carta del padre... al padre Juan Sebastian.... 1970. EGAÑA, documento 152. Antonio de EGAÑA y Enrique FERNANDEZ, (eds), Monumenta Peruna. 1565-1602. 7 Volúmenes. Institutum Historicum Societatis Iesu, Roma, 1954-1982. BIBLIOTECA NACIONAL—BRASIL (en adelante BN-B 1696)—Sección Manuscritos, Relación histórica de los sucesos que tuvieron lugar en la Misión, y Valle de Calchaquí, en el año de 1656 en tiempo de la rebelión de los Indios, promovida por Don Pedro Bohórquez con el título de Inga, escrita por el padre Hernando de Torreblanca de la Compañía de Jesús, y remitida al padre Rector Lauro Núñez, en 1696.

268 BN-B 1696, f. 64 v. Eusebia MARTIN, Notas sobre el cacán y la toponimia del NOA, Universidad de Buenos Aires, Facultad de Filosofía y Letras. Departamento e Lingüística y Literatura Clásica, Buenos Aires, 1964.

269 Felipe GUAMAN POMA DE AYALA, “Nueva Coronica...” Edición crítica de J.V. Murra y R. Adorno. 3 volúmenes. Siglo XXI, 1980, México, p. 1040.

270 Diego GONÇALEZ HOLGUÍN, Vocabulario de la lengua general de todo el Perú....[1606]. Universidad Nacional Mayor de San Marcos, Lima, 1952.

271 Ricardo L.J. NARDI, Observaciones sobre nombres indígenas en el Noroeste. 1986. GENTILE, El control vertical en el Noroeste argentino-Notas sobre los atacamas en el valle calchaquí, Casimir Quirós (editor),Buenos Aires 1986, p. 172.

272 Margarita E. GENTILE, “Correspondencias etnohistóricas de dos estilos alfareros prehispánicos puneños-Evidencias, hipótesis y perspectivas.” En: El imperio Inka-Actualización y perspectivas por registros arqueológicos y etnohistóricos. II, 1991, pp. 217-252. Comechingonia, año 9, Número especial, Córdoba, pp. 226 y stes.

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Los documentos, éditos e inéditos, que usamos en este trabajo fueron producidos por y para españoles, de manera que ofrecen más noticias sobre ellos que sobre sus encomendados. Por esta razón, nos pareció exponer primero las alternativas de la historia colonial española que involucra a los tocpos, antes que entresacar lo relativo a ellos y otros indígenas de la región con los que los tocpos estuvieron relacionados.

La encomienda del pueblo de Tocpo existía como tal desde, por lo menos, principios del siglo XVII. La tuvo Francisco Núñez Roldán y luego su hijo, Marcos Núñez Roldán.273 (cuadro 1)

Los tocpos procedían del valle de Anguinahao incluso en el de Calchaquí.274 La familia Núñez Roldán poseía desde 1589 la merced de tierras de Yalapa, en el pueblo de Chilquiligasta, sobre el río Gastona, al Este del nevado del Anconquija. Pedro Núñez Roldán la tenía por su mujer, Juana Dávila,275 es decir, era una merced anterior a 1589.

Como tierra e indios se transmitían, en el Tucumán, por vías diferentes, no sabemos aún qué fue lo primero que obtuvieron los Núñez Roldán, pero de todos modos es muy probable que en los terrenos que Pedro Núñez Roldán (padre e hijo),276 tenían al Sur de San Miguel, Francisco Núñez Roldán hiciera trabajar a sus indios de la encomienda de Tocpo.277 A pesar de que el testigo Antonio Albarez dice en 1668 que Marcos Núñez Roldán tuvo también la encomienda de Tocpo, aún no hallamos más evidencia sobre este punto. Cabe la posibilidad de que Albarez confundiera el parentesco, hijo con sobrino, a más de treinta años de los sucesos que dieron lugar a su declaración, o que la encomienda continuara en un nieto de Francisco llamado igual que su abuelo.

En 1630 el ambiente social en la provincia de Tucumán era muy tenso.

Los encomenderos ya sabían que no podían pretender de sus encomendados el mismo rendimiento que sus pares peruanos y altoperuanos habían logrado de los suyos.278

No sólo porque eran muchos menos indígenas en cantidad, sino porque la posibilidad de convertir los valles de Pulares, Yocavil y Famatina en nuevo

273 ARCHIVO NACIONAL DE BOLIVIA. EC 1671 N°14 Sobre la encomienda de los indios del pueblo de

Tocpogol, serranos que fueron de guerra. La otorgó el Gobernador Alonso de Mercado y Villacorte al capitán Agustín de Herrera (sic por Ribera) Tovar. Testigo Antonio Albarez; en lo que sigue citaremos este expediente: 1671/14, y, de ser posible, indicaremos el folio.

274 1671/14 f.16. 275 Manuel LIZONDO BORDA, (Comp.) Documentos coloniales relativos a San Miguel de Tucumán y a la

gobernación de Tucumán. 6 volúmenes, Publicaciones de la Junta Conservadora del Archivo Histórico de Tucumán. Tucumán 1937-1949, I, p. 84.

276 San Miguel de Tucumán fue fundado por primera vez a orillas del río del Pueblo Viejo, en el actual departamento de Monteros, en 1565. En 1685 fue trasladada donde se encuentra hoy día. Teresa PIOSSEK PREBISCH, La ciudad en Ibatin. Edición Fundación J. Ordenaña. Tucumán, 1985, p. 88.

277 En 1692 el cura Garnica dice que vio a los tocpos viviendo en el Sur de la actual provincia de Tucumán en las mismas tierras que fueron de Roldán, o por lo menos muy cerca de ellas. Eugenio Verdugo GARNICA, 1685-1692. Descripción de 18 curatos del Tucumán. Testimonio de los curatos de indios del Tucumán. Antonio LARROUY (comp.), Documentos del Archivo de Indias para la historia del Tucumán. Tomo Primero 1591-1700, Buenos Aires, 1923, pp. 258 y 354-368.

278 Sobre el yanaconazgo en Tucumán, ver Gastón G. DOUCET, “Notas sobre el yanaconazgo en el Tucumán” Anuario Jurídico Ecuatoriano VI, Quito, 1980. pp. 459-494.

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Potosí o un nuevo Lípez, alentaba una tenaz resistencia indígena a los asentamientos españoles.279

Por otra parte, los encomenderos del Tucumán no estaban dispuestos a repartir entre los caciques ningún privilegio, menos aún escudos nobiliarios, cosa que sí hicieron sus pares del Perú minando de esa forma muchas resistencias.280

Además, al sur de Charcas, el alance de ruego de un cacique parecía ser mucho menor que hacia el Norte, en razón de que la organización sociopolítica era diversa.281 Según el momento, el rechazo indígena tomó distintas formas; pero una de las preferidas era la fuga, sostenida por la posibilidad de conseguir trabajo y vivienda junto a algún español que no tenía indios encomendados.

Para intentar contrarrestarlas, se agregaba entre las cláusulas de los poderes dados por las más diversas razones comerciales, una que autorizaba al apoderado para atrapar a los indios del mandante si los cruzaba en el camino.282 Los españoles de Tucumán, en general, encomenderos o no, tenían hacia los indígenas exigencias que ignoraban cualquier lejana cédula, ordenanza o provisión, provocando la consiguiente resistencia. Este forcejeo fue a duras penas arbitrado, en distintos momentos, por el gobernador Ramírez de Velasco, el visitador Alfaro y los jesuitas.283 A éstos últimos los indígenas los consideraron a veces como interlocutores válidos, en tanto que la mayoría de los vecinos del Tucumán sólo deseaban verlos desaparecer tras el horizonte.

Francisco Núñez Roldán y un sobrino suyo (¿o su hijo Marcos?),

mueren a manos de los diaguitas en 1631, mientras estaban en la labor de una acequia.284

Entonces la encomienda de Tocpo quedó vacante. O por lo menos así lo entendió el gobernador del Tucumán, Felipe de Albornoz, al momento de premiar a los españoles que habían defendido la provincia durante el levantamiento indígena iniciado en 1630.

En este punto es conveniente regresar un poco en el tiempo para explicar mejor el ajuste de algunos datos. En 1606 llegó a Santiago del Estero el

279 LARROUY 1923, p. 62. 280 Waldemar ESPINOSA SORIANO, El memorial de Charcas-Crónica inédita de 1582, Cantuta, 1969, pp.

117-152. Universidad Nacional de Educación. Chosica. Perú, entre muchos otros; Silvia ARZE, y Ximena MEDINACELI, Imágenes y presagios. El escudo de los Ayaviri, Mallkus de Charcas, Hisbol, La Paz, 1991.

281 Margarita E. GENTILE L, 1986; “Evidencias e hipótesis sobre los atacamos en la punta de Jujuy y quebrada de Humhuaca.” En: Journal de la Société des Américanistes, Tome LXXIV, 1988, pp. 87-103; Análisis de la presencia incaica en la puna de Jujuy, Paris, 1991; Ponencia presentada al XII Congreso Nacional de Arqueología Chilena Temuco, 1992; La conquista incaica de la puna de Jujuy-Notas a la crónica de Juan de Betanzos, En prensa en Xama 4, CRICYT, Mendoza.

282 ARCHIVO HISTORICO DE TUCUMÁN, siglo XVII, varios protocolos. 283 Francisco de ALFARO, [1612]. Carta del Licenciado... Roberto LEVILLIER (Comp.), Correspondencia de

la ciudad de Buenos Aires con los Reyes de España... 3 volúmenes. Buenos Aires y Madrid, 1915-1918. Roberto LEVILLIER, (Comp.), Gobernación del Tucumán-Papeles de Gobernadores en el siglo XVI-Documentos del Archivo de Indias, 2 volúmenes, Biblioteca del Congreso Argentino, Madrid, 1920. LEVILLIER, 1915-1918, II, pp. 287-338. Juan RAMIREZ DE VELASCO, [1588] Carta del Gobernador de Tucumán... LEVILLIER, 1920, pp. 240-246.

284 LARROUY, 1923, p. 83.

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capitán Alonso de Ribera para hacerse cargo de la gobernación del Tucumán. Antes, había sido gobernador, capitán general y justicia mayor en Chile.285

Durante su gestión en Chile, el ejército español asentado allí fue reorganizado, se fundaron obrajes para abastecerlo, se fortificó la frontera del Sur y se impuso un impuesto sobre los indios capturados en la guerra, a quienes los españoles tenían como esclavos y ante la imposibilidad de impedir que eso sucediera. De todos modos, en 1608 la Corona reconoció la legalidad de la esclavitud de los indios capturados en la guerra.286

Con el gobernador Ribera llegaron también al Tucumán su cuñado, Pedro de Olmos y Aguilera, y un medio hermano del gobernador287 o primo,288 llamado también Alonso de Ribera. (cuadro 2)

Este último había sido capitán de caballos en el reino de Chile289 y, ya como sargento mayor en el Tucumán, compró tierras en Choromoros en 1615, las mismas que habían sido de María de Gamboa.290 Estos terrenos estaban ubicados en los alrededores del actual pueblo de Choromoros, hacia las vertientes orientales de las hoy llamadas Cumbres Calchaquíes.

El gobernador Ribera regresó a Chile en 1612 con el cargo de gobernador y presidente de la Audiencia, y falleció allí en 1619.291 Su pariente homónimo se quedó en San Miguel del Tucumán; para ese entonces ya estaba casado con Ursula de Tovar. Alrededor de 1619 nació su hijo Agustín. De otra hija, Agueda, no tenemos fecha de nacimiento, pero en 1694 ya era difunta.292 (cuadro 3)

En 1630 se inició otro levantamiento de los indígenas del valle de Calchaquí, quienes mataron a Juan Ortiz de Urbina y su familia en Acsibi,293 por haber descubierto minas de oro en el valle.294

Para defender la entrada a las ciudades españolas ubicadas al Este del valle Calchaquí, el entonces gobernador Felipe de Albornoz reedificó en 1631 uno de los tres fuertes levantados en el siglo XVI por Gonzalo de Abreu; éste estaba en la boca de la quebrada de Escoipe, y Albornoz lo llamó Nuestra Señora de Guadalupe de Calchaquí.295

Ante la gravedad de los hechos que se iban produciendo, la Audiencia de la Plata envió al licenciado Antonio de Ulloa y Chávez, fiscal en ella, para hacerse cargo de la guerra en Calchaquí.

285 LIZONDO BORDA, II, p. 190; José TORRE REVELLO, p. 170. 286 Alvaro JARA, Guerra y sociedad en Chile, y otros temas afines, 5a Edición, Editorial Universitaria,

Santiago, (1957) 1990. 287 Según Alejandro MOYANA ALIAGA, Notas genealógicas sobre gobernadores del Tucumán. 1600-1650,

Genealogía 17, Buenos Aires, 1977, pp 161-174. 288 1671/14. 289 LARROUY, 1923, pp. 66, 72; 82. 290 LIZONDO BORDA, 1937, II, p. 63; Carlos. REYES GAJARDO, Estudio sobre Choromoros. Revista del

Instituto de Antropología. Universidad Nacional de Tucumán, 1957, Volumen II, entrega 2, p. 24. 291 Ricardo JAIME FEYRE, El Tucumán colonial (documentos y mapas del Archivo de Indias). Universidad

de Tucumán, 1915, pp. 131-132. 292 LIZONDO BORDA, 1945, V, p. 194. 293 Ascibi parece que era un sitio cerca de la punta de Balasto o Hualasto. 294 LARROUY, 1923, p. 62. 295 LARROUY, 1923, pp. 66, 72, 82. Gonzalo de ABREU, 1577. Carta de ...al Virrey del Perú ...LEVILLIER,

1920, I, pp. 52-61.

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Ulloa llegó a Jujuy en 1632 y entró al valle Calchaquí al año siguiente; allí hizo un fuerte de madera, y regresó a Salta.296 Antes de volver a La Plata, Ulloa dejó organizada la defensa de la provincia dividiéndola en tres sectores, cada uno de ellos al mando de un oficial. Pero por la muerte de Juan de Abrego (o Abreu) a manos de los diaguitas en Zampacha,297 las ciudades de Salta, Jujuy y Esteco quedaron a cargo del sargento mayor Alonso de Ribera, en tanto que Santiago del Estero, Tucumán, Córdoba y La Rioja le tocaron a Gerónimo Luis de Cabrera, nieto del fundador de Córdoba.298

Las quejas del gobernador Albornoz al rey sobre la incompetencia de Ulloa para llevar adelante la guerra eran reiteradas.299

Pero volviendo al tema particular que nos interesa aquí tenemos que, a pesar de esa enemistad, el gobernador Albornoz le dio al sargento mayor Alonso de Ribera la encomienda de Tocpo en 1636 como premio a su participación en la guerra, no obstante que su nombramiento para la defensa lo había hecho el fiscal Ulloa.

Alonso de Ribera no había ido sólo a la guerra, sino que los largos quince meses que duró la campaña lo acompañó su hijo Agustín, quien tenía en ese momento unos diez y siete años.300

Ribera disfrutó esta encomienda en la paz relativa de la época. Los tocpos bajaban a servirle de mita a San Miguel, y no pagaban tributo. Continuaron así hasta agosto de 1658, en que se alzó Pedro de Bohórquez con el título de nieto del Inca.301 Para esa fecha, Agustín de Ribera y Tobar estaba a cargo de la caja real de San Miguel del Tucumán, puesto que conservó hasta más o menos 1670.302

En esta oportunidad, Agustín envía a un hijo suyo, legítimo (¿Bernabé?). con un escudero al valle Calchaquí,303 lo que indica que ya era vecino encomendero de Tucumán.

Luego de la última campaña le tocaron a Agustín los pueblos de Camsuchango (¿Caspinchango?), Tucumangastas y Amchacpas.304

Como dijimos al principio, una real provisión de la Audiencia de Buenos Aires, fechada en 1666 y reiterada en 1668, ordenaba a los encomenderos de su jurisdicción la presentación de sus títulos a fin de asentarlos allá.

En enero de 1668, Agustín de Ribera y Tobar, hijo del sargento mayor Alonso de Ribera, y justicia mayor de San Miguel del Tucumán, envió a su apoderado Pedro de Bera y Aragón un testimonio del título de encomienda de los indios de Tocpogol, los cuales, dice, habían sido sacados del valle

296 Aníbal MONTES, “El gran alzamiento diaguita (1630-1643)”,. Revista del Instituto de Antropología I,

Universidad Nacional del Litoral. Rosario, 135, 1959, pp. 81-159. 297 MONTES, 1959, p. 114; Roberto LEVILLIER, Nueva Crónica de la conquista del Tucumán, 3 tomos,

1928-1930, Lima y Varsovia, II, p. 166. 298 MONTES, 1959, p. 114; LEVILLIER, 1930, II, p. 166. 299 LARROUY, 1923, p.113. 300 1671/14, varios testigos. 301 LARROUY, 1923, p. 204; BN-B 1676 f. 3 v. y f. 24 v. 302 LIZONDO BORDA, 1938, II; 1671/14. 303 1671/14, varios testigos. 304 BN-B 1696 f.77 r.

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Calchaquí por el gobernador Alonso de Mercado y Villacorta por conclusión de la guerra.305

Como vimos antes, esta encomienda de Tocpo ya le había sido dada a su padre por el gobernador Albornoz, pero sólo por una vida. Luego Agustín la ganó al quedar vaca, por oposición de méritos a varios vecinos y haciendo valer su participación en la guerra de Calchaquí junto a su padre, y los servicios de éste en Chile.306 Es decir, esta encomienda quedó vaca antes de 1658 en que Agustín cumple con su obligación de vecino mandando a su hijo con un escudero a la campaña contra Bohórquez.

Para presentar sus papeles ante la Audiencia de Buenos Aires, Agustín pide a las autoridades de San Miguel que se saque una copia del padrón de sus indios, levantado en 1665 en el valle de Calian.

En los primeros días de febrero de 1668 declaran en San Miguel del Tucumán, cinco testigos sobre la posesión de la encomienda de Tocpogol. El interrogatorio no figura en este legajo y probablemente formaba parte del trámite requerido por la Audiencia. Estos testigos fueron: Pedro Núñez Valdez, Antonio Albarez, Bartolomé Santos de Escobar, Juan Rodriguez Moreno y Francisco de la Rocha el viejo.

Los datos complementarios que hallamos sobre cuatro de ellos señalan a Antonio Albarez como uno de los más explícitos en otra información pedida por el capitán Alonso de Urueña en 1653 sobre los indios tafíes, anfamas y amaichas.307 En 1668 Albarez tiene unos setenta y cinco años y sigue siendo morador en San Miguel del Tucumán. En este caso, su declaración también es la más completa y detallada, y por él sabemos quiénes fueron los encomenderos de los tocpos, entre otras casos. En 1669, según otra documentación, era mayordomo de los tocpos, en tanto que Bernabé Cruz de Ribera era su administrador.308

El expediente fue a Buenos Aires con el pedido expreso de Agustín de

que se le dé por cumplido el trámite. Pero el fiscal opina que, por tener otra encomienda en el paraje de Choromoros, debe elegir entre quedarse con esa o con la de Tocpo.

Esta encomienda de Choromoros, cuya noticia recién aparece a esta altura del expediente, seguramente ya estaba asentada en Buenos Aires en otro legajo.

Agustín contesta al fiscal alegando, y mintiendo, que esta encomienda es de corto número de indios, que, además, está en segunda y última vida y que él tiene, en 1668, más de setenta años.309

La encomienda de Choromoros la venía a Agustín de Ribera por su padre, el sargento mayor Alonso de Ribera. El gobernador Alonso de Ribera había dado en 1607 unos indios a Juan Romano, vecino de Tucumán. Esta encomienda la heredó su esposa, Catalina Ortiz Cabeza de Vaca.

305 1671/14. 306 1671/14. 307 LIZONDO BORDA, 1941, IV, p. 53. 308 ABN EC 1678/9. 309 Esto último, imposible de ser si tomamos en cuenta que entre 1630 y 1636 Agustín tenía unos 17 años.

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En la misma zona, había otros indios encomendados, alrededor de aquella fecha, en Lorenzo Pérez de Bermeo, que también continuaron en su esposa, María de Gamboa. La escritura parece que se hizo en Santiago del Estero ante el escribano Rodrigo Pereira.

Otros indios eran del general Antonio de Barraza y Cárdenas, más otros que eran de su mujer, Isabel de Córdoba, también sitiados en Choromoros.

De todos ellos, en una fecha aún sin precisar pero que debe ser anterior a 1611, parece que se hizo dejación durante la segunda vida de cada encomienda ante el escribano Francisco Romano, de San Miguel de Tucumán.

Por el deterioro del legajo no podemos decir más. Pero sí está claro que el gobernador Alonso de Ribera le otorga a su primo (o medio hermano, según), el sargento mayor Alonso de Ribera, esta encomienda de Choromoros por dos vidas. Los indios que la formaban habían pertenecido anteriormente a Juan Romano, Lorenzo Pérez de Bermeo, Antonio de Barraza y Cárdenas e Isabel de Córdoba.

Como dato complementario tenemos el testamento de María de Gamboa, cuyo último codicilo data de noviembre de 1606.310 Tanto en el testamento como en el codicilo no se hace mención a ninguna encomienda de indios, sino tan sólo de estancias y ganados, que no eran pocos. Seguramente accedía a la mano de obra indígena para atender sus posesiones de otra forma que no fueran indios encomendados (¿alquilados a otros encomenderos? ¿esclavos? ¿yanaconas?).

También es interesante notar comó se hace dejación de todos estos indios de Choromoros en la segunda vida de la encomienda. Es posible que las autoridades del Tucumán hayan presionado a estas mujeres cuyos hijos eran menores de edad, para obtener más indios que repartir entre los hombres que querían afincarse en la región, o premiar servicios (de hecho, algunos encomenderos hacen dejación de indios cuando la fundación de Nuestra Señora de Guadalupe).311

El gobernador Ribera había sido, también según este legajo, el primer encomendero de Escaba y Choromoros (o Escaba y Lules, como se dice en otro lugar del mismo), y se alega que estas encomiendas habían sido hechas antes de las ordenanzas del Tucumán, las cuales, por la fecha, serían las del oidor Alfaro.312

Por su parte, el sargento mayor Alonso de Ribera, compró en 1615, tierras en Choromoros a Bartolomé de Ortega.313 Esas mismas tierras las poseía en 1670 su hijo Agustín de Ribera.

Regresando al trámite pendiente, la escueta respuesta del fiscal de la Audiencia de Buenos Aires es la misma: que Agustín de Ribera elija una de las dos encomiendas que tiene.

310 LIZONDO BORDA , 1937, II: p. 63. 311 Entre 1630 y 1631, varios encomenderos de Tucumán hacen dejación de parte de sus indios para que el

gobernador Felipe de Albornoz los encomiende en quien crea necesario o funde una población en el valle Calchaquí (ARCHIVO HISTÓRICO DE TUCUMÁN, varios protocolos y LIZONDO BORDA ,1936 I, p. 243 ss.).

312 LEVILLIER, 1915-1918, II, pp. 291-332. 313 REYES GAJARDO, 1957, p. 24.

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Agustín argumenta ahora que los indios serranos (tocpos), quienes hasta hacía poco eran tercos e infieles, ahora estaban domésticos, y que eran nueva conquista. Es decir, ya no hace valer la encomienda que el gobernador Albornoz diera a su padre en 1636, ni el haberla ganado él mismo antes de 1658 por oposición de méritos a otros vecinos del Tucumán, sino que los presenta como si la campaña del gobernador Mercado hubiera sido la que los sacó del valle y fueran a ser encomendados en primera vida y por primera vez.

Todavía protesta Agustín de que hay vecinos que tienen tres y cuatro encomiendas. Y remata diciendo que ha recibido la confirmación real en tercera vida de la encomienda de Escaba, Lules y Choromoros, la cual tenía en segunda.

La respuesta del fiscal casi podría adivinarse: dice que por tener una encomienda en tercera vida no debe permitírsele tener la otra, la de Tocpo. En el plazo de dos meses debe elegir una de ellas, o ambas quedarán vacas.

El 24 diciembre de 1670 aún no se había definido el asunto y el legajo está trunco (?) en este lugar. Como señalamos al comienzo, en los años siguientes se disuelve la primera Audiencia de Buenos Aires.

Entre 1685 y 1692, el maestre de campo Bernabé Cruz de Ribera ya es fallecido y la encomienda de Tocpo la tiene el sargento mayor Antonio de Chave (o Echave), marido de Agustina Ribera Tobar,314 es decir que aquella orden del fiscal de la Audiencia de Buenos Aires no tuvo ningún efecto.

Los Tocpos: origen y sucesivos traslados

En un tramo del expediente iniciado por Agustín de Ribera, éste transcribe algunos documentos para probar su derecho a la encomienda de Tocpo. En uno de ellos, su padre dice que él es encomendero de los indios del pueblo de Tocpogol “... de nasión diaguita del valle de Anguinagau yncluso en el de Calchaquí términos de este ciudad [de San Miguel de Tucumán] ...”.315

Es de suponer que los indios de nasión diaguita habitaran la provincia homónima, de la cual, en 1567, Matienzo decía que

“...caminando al poniente [de Santiago del Estero] está la provincia de los diaguitas, que por otro nombre llaman Londres. Allí se puede poblar otra ciudad, que se entiende será muy rica, porque hay en ella muchos naturales indios diaguitas. No andan bien vestidos, y están mal poblados, por guerras que tienen entre ellos. No es tierra muy viciosa, antes algo falta de aguas y pastos. Entiéndese que será uno de los ricos pueblos que hay en las Indias, porque en ella hay gran cantidad de metales de plata que se sacan en cuatro partes bien lexos la una de la otra; según dicen los indios, están en la sierra cerca de la cordillera grande de Chile hacia la banda de do sale el sol. Tiénese buena noticia de minas de oro, y se han visto unas minas que están en la provincia de Calchaquí y ésa de Londres,

314 LARROUY, 1923, p. 340; p. 358. LIZONDO BORDA, 1945, V, p. 110. 315 1671/14 f.16 r.

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que se llaman las de Pasinas, donde los incas sacaban oro y los españoles lo an sacada algunas veces.”316

En el texto resaltan algunos puntos; la presencia de muchos naturales indios diaguitas, es decir, locales. Entre ellos tienen guerras y están mal poblados, lo que seguramente se debe tanto a la guerra como a la falta de agua y pastos, resultando así un patrón de poblamiento disperso. En cuanto a los minerales de plata y oro, fuera de la conocida veta de Farallón Negro, o de La Mejicana, no parece haber la cantidad que sugiere Matienzo como para que la ciudad a fundar fuera uno de los más ricos pueblos que hay en las Indias. Más bien su riqueza estaba en los muchos naturales disponibles, cuyo trabajo haría rentable hasta la veta más tenue.

Matienzo diferencia la provincia de los diaguitas de la de Calchaquí. Datos posteriores confirmarán esta división en, por lo menos, dos parcialidades que hablan cacán en sendos dialectos.317 En 1577 Abreu tiene también oportunidad de confirmar primero esta separación y luego una posterior y rápida alianza de los del Sur (los de la provincia de los diaguitas según Matienzo) con los del Norte (los de la provincia de Calchaquí, ibid.), liderados todos por el cacique de los calchaquíes, don Juan.

Algo similar sucedió a Ramírez de Velasco, a quien se presentó Silpitorle, sucesor en el mando de Juan Calchaquí, diciéndole que estaba de paz, no así otros venedizos que están poblados en este valle que an venido de Londres.318

En 1563, un poco antes del Gobierno del Perú ..., la Corona crea la gobernación del Tucumán, separándola de la de Chile.319 En los años ’60 y ’70 del siglo XVI, los indios del Tucumán aún no están de paz; a esa situación contribuyó mucho el mal trato por parte de los españoles, a quienes el gobernador Ramírez de Velasco trató de acotar en sus pretensiones, fueran o no encomenderos.

Luego de su recorrido por la provincia, este gobernador se adjudicó a sí mismo una encomienda en la que, junto a otros, se encontraba el pueblo de Aguinahoa, en el valle de Famatinaguayo.320 Se sabía ya que la cadena

316 Juan de MATIENZO, [1567], Gobierno del Perú ... Travaux de l’Institut Français d’Etudes Andines,

Tome XI, Paris-Lima, 1967 p.289. También Torreblanca insiste en la riqueza minera regional haciendo hincapié en que los indígenas tienen nombres para los metales en su lengua y saben usarlos. BN-B 1696 f. 16. v.

317 BN-B 1696 f. 64 v; MARTIN, 1964. 318 Luis de HOYOS, [1591], Testimonio dado por ..., escribano público de la Provincia de Tucumán de la

fundación ... En: LEVILLIER, 1918, pp. 481-483. En 1586, Cabello definía así a los mitmacuna: “Topa Ynga Yupangui ordenó que de unas Provincias fuesse trasplantados a otras ... a estos tales introducidos llamauan Mitimaes (que quiere decir advenedizos) ...” Miguel CABELLO VALBOA, [1586], Miscelánea Antáartica-Una historia del Perú Antigu, Instituto de Etnología, Universidad Nacional Mayor de San Marcos, Lima, 1951, 340. Más tarde, Garcilaso decía también que “... A todos estos indios, trocados de esta manera, llamaban mitmac, asi a los que llevaban como a los que traían: quiere decir: trasplantados o advenedizos, que todo es uno.” Inca GARCILASO DE LA VEGA, [1609], Comentarios Reales de los Incas, II, 1985, p. 87, Caracas. Margarita E. GENTILE, Dinámica de la conquista incaica al Sur de Charcas (estudio de dos casos). Ponencia presentada al 3er. Congreso Internacional de Etnohistoria, Santiago de Chile, 1993.

319 LEVILLIER, 1920, I, VII. 320 Pedro LOZANO, [1745], Historia de la Conquista del Paraguay, Río de la Plata y Tucumán ... Imprenta

popular, Buenos Aires, 1874-1875, IV, p. 396.

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montañosa del Famatina encerraba una gran riqueza minera, por lo que el gobernador abarcó si no todos, por lo menos gran parte, de los pueblos de la región.

Volviendo al dicho del sargento mayor Alonso de Ribera, sus indios de

Tocpo serían, entonces, originarios de un pueblo en los alrededores de la sierra de Famatina, vecinos del valle de Famatinaguayo.321 A fines del siglo XVI, esta zona estaba aún en jurisdicción de San Miguel del Tucumán. Sesenta años después, cuando la rebelión indígena por Bohórquez estaba desatada, tanto Londres como el fuerte de Andalgalá eran llamados el mayor riñón de la guerra.322

Considerando la lengua hablada por los indígenas, el cacán, Londres quedaba yncluso en el [valle] de Calchaquí. Y si nos basamos en las alianzas, también se pude decir lo mismo, de manera que la afirmación de Ribera es correcta en un sentido bastante ajustado.

Aún podríamos avanzar un poco más, si, tomando en cuenta la costumbre que tenían los españoles de sacar indios de su natural para mejor servirse de ellos, algunos tocpos fueron a dar a Londres. Y desde allí irían donde Núñez Roldán por sus mitas en las tierras al Este del Aconquija. Otros podrían haber ido a refugiarse en el valle Calchaquí, y a ellos se referiría Silpitorle.

La muerte de Núñez Roldán y su sobrino en 1631 (¿a manos de los indios?) dejó libre la encomienda de Tocpo para ser nuevamente adjudicada. El gobernador Albornoz la da al sargento mayor Alonso de Ribera en 1636-1639 “... sin que ayáis de pretender más acsión y derecho que sólo a esta merced y encomienda, en indios de estos valles de Calchaquí y Anguinahao ...”.323 Para ese momento, Ribera ya era encomendero de los indios asentados en Choromoros, que le fueron otorgados por su pariente homónimo antes de 1611. Esto significa que ya no podía pretender otra encomienda de indios de Calchaquí, en tanto que fuera de ese valle tenía una encomienda otorgada anteriormente.

Regresando a los tocpos, tenemos que este grupo parece ser originario de un valle vecino de la serranía de Famatina. Todos o parte de ellos pueden haber sido trasladados a Londres (Belén, en el valle de Quinmivil), desde donde servían a sus sucesivos encomenderos en tierras al pie del Aconquija. Pero todos ellos tomaron partido por Juan Calchaquí primero y Pedro Bohórquez después, siendo finalmente desnaturalizados al Este del Aconquija y avecindados a otros grupos indígenas: anchagpas y nacches. 321 El valle de Famatinaguayo figura como valle de Antinaco en mapas actuales. Es de notar que, sobre la

ruta nacional número 40, que corre al pie y al Este de la sierra de Famatina, al SE del nevado está el pueblo de Anguinan (¿anchi ñan = mucho camino?).

Boman cita varios padrones de indios entre 1767 y 1808, donde Anguinán o Famatina es uno de los cinco curatos en que se dividía la provincia de La Rioja (1927-1932, p. 226, nota 1). Según Martín de Moussy, a mediados del siglo XIX el valle de Famatina se llamaba así por el pueblo del mismo nombre. MARTIN DE MOUSSY, V.1873. Description géographique et statistique de la Confédération Argentine. 2a edición. París, p. 290. INSTITUTO NACIONAL DE GEOLOGIA Y MINERIA, Famatina-Provincia de La Rioja-Carta Geológico-Económica, Buenos Aires, 1965.

322 1671/14, testigo Bartolomé Santos de Esobar. 323 1671/14.

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El padrón de 1665, apenas terminada la guerra, se levanta en el fuerte de San Simón y Judas, en el valle de Calian. En la redacción participa el alcalde español de Londres, es decir que esos son los tocpos que no alcanzaron (o no quisieron) refugiarse en el valle Calchaquí, y estaban en ese momento aún asentados fuera de dicho valle.

Para cumplir seguramente con una orden de Agustín de Ribera, a la sazón Justicia Mayor en Tucumán, en el padrón figuran los nombres indígenas y se dice que son infieles, aunque algunos de ellos juntamente [con sus nombres en su lengua] desian nombres de cristianos. Esto significa que habían sido bautizados antes de la guerra de Calchaquí, por un lado. Y, por otro, muestra claramente el mecanismo por el cual el encomendero pretende hacerlos pasar no solo por desnaturalizados, sino también por infieles, justificando así la encomienda a través de la evangelización, y aquella en primera vida por ser considerados nueva conquista. El traslado al Sur de la actual provincia de Tucumán parece haber sido definitivo para ellos.

Alianzas, parentescos y evolución demográfica

Los tocpos surgen con ese nombre (en las fuentes que conocemos hasta ahora) recién cuando el gobernador Albornoz los adjudica en encomienda al sargento mayor Alonso de Ribera, en 1636.

Pero por las declaraciones de uno de los testigos presentados en 1668 por Agustín de Ribera, bien puede decirse que Francisco Núñez Roldán los tenía con ese mismo nombre. En este caso, los tocpos como entidad dentro del grupo diaguita del Sur, si así se los puede llamar, existían por lo menos cuando Ramírez de Velasco se adjudicó para sí en encomienda el pueblo de Anguinahao, en 1591.

Su ubicación en Londres (¿colonia? ¿traslado compulsivo?), y luego al pie del Aconquija los puso en contacto con nuevos vecinos, también indígenas. Sobre estas relaciones, tenemos algunos datos interesantes pero posteriores a 1665.

La región donde fueron asentados los tocpos era, según la descripción del cura Garnica en 1682, casi lo contrario de su lugar de origen: al pie del Aconquija el agua de los ríos y arroyos sobraba, y hasta formaba ciénagas. Allí trabajaban torpemente como carpinteros, continuaban hablando cacán y realizando sus ritos.

En los informes de los finales de la guerra de Calchaquí, el gobernador Lucas de Figueroa nombra por separado a los tocpos y a los anguinahaos,324 lo que nos lleva a suponer que en el pueblo cerca del Famatina quedó parte de grupo. En todo caso, unos y otros luchan en el bando indígena hasta el final.

En cuanto a las alianzas, si tomamos en cuenta esa misma carta de Figueroa, en otro tramo de la misma los tocpos aparecen numerados con los upingaschas, casminchangos, anchapas y tucumangastas, sumando entre todos 200 indios de guerra, lo que da una pauta de la poca población que conformaba el grupo. También se reúne en el mismo escrito, a los amaychas, anguinahaos y calianes en seis sitios con 170 familias. 324 LARROUY, 1923, p. 259.

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Demás está decir cuán relativas consideramos estas agrupaciones, pero no tanto como para obviarlas, en razón de lo que sigue.

Cuando el gobernador Joseph de Garro emprendió la visita general de la provincia de Tucumán, en 1676, se encontraron algunos indios de ciertos pueblos viviendo en otros, en razón de parentescos establecidos en los últimos años. Tal es el caso de los tocpos, famaillaos y anchagpas, documentados en otro extenso expediente. El último grupo figura también como originario del valle de Anguinahao pero en 1676 son un ramo del pueblo de Yocavil, frase que nos regresa a lo dicho por el cacique Silpitorle al gobernador Ramírez de Velasco.

Respeto de la antigüedad de aquellos parentescos, bien podría tratarse de una adaptación a nuevas circunstancias, buscando mantener la coherencia de un modo de vida considerado tradicional.325 La comparación que hicimos de los padrones, contribuye a esto que decimos. En el árbol genealógico de Chiquilpa (o Chisilpa) resumimos los datos que hacen a este tema, al mismo tiempo que adelantamos algunas observaciones: que la residencia del grupo familiar la marca la mujer, igual que entre los grupos indígenas de las tierras bajas. (Cuadro 4) Sin embargo ya no hay, que sepamos, autoridades femeninas en el siglo XVII, como parece que las hubo en el siglo anterior. Y en cuanto a la monogamia, veremos que tal vez se deba sólo a la escasez de mujeres.

Es posible decir con los datos que tenemos, que el grupo diaguita del Sur estaría compuesto por los tocpos, anguinahaos y anchagpas, por lo menos.

En la carta de 1662 del gobernador Lucas de Figueroa, citada antes, los tocpos son una parte entre varios grupos indígenas que totalizan, entre todos, doscientos indios de guerra.326 Qué proporción representan los tocpos de este total, no podemos afirmarlo sin referirnos al padrón de 1665, el cual, por su fecha cercana a esta carta, lo estimamos válido.

El punto de referencia constante, proporcionado por toda la documentación que tratamos, son los tributarios. Los otros componentes del grupo social (mujeres, muchachos, etc.), a veces no se tomaron en cuenta.

En el cuadro 5, de evolución demográfica estimada, se nota que, a una gran proporción de gente joven, con el pasar de tiempo sigue, no sólo una alta proporción de reservados sino también una diminución de tributarios.

Entre 1673 y 1685 la disminución de indios taseros puede haberse debido al hecho de que hombres de Tocpo contrajeron matrimonio con mujeres anchagpas o famaillaos, y, acabamos de ver, era la mujer quien marcaba la residencia. Garnica observa durante su visita al curato que los hombres de Tocpo tienen una sola mujer, y los destaca por eso sin tomar en cuenta que, tal vez, la baja demográfica no permitía conseguir más de una que compartiera el modo de vida tradicional, comenzando por la lengua.

325 De ser así, esto llevaría a lo que Guadalupe Barúa denomina “parentezco coralino” porque los árboles

genealógicos toman la forma intrincada de las colonias de corales marinos. La referencia concreta es a los grupos indígenas actuales que habitan las tierras bajas del Chaco argentino. Guadalupe BARUA, Parentescos de coral: adopción y alianza entre los Mataco-Wichí. Ponencia presentada al Ier. Congreso Argentino de Americanistas, 1992, Buenos Aires.

326 LARROUY, 1923, p. 259.

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Si bien no se los nombra como tocpos, parte de los indios del pueblo de Anguinan están, en 1694, en la estancia de Pichanan, jurisdicción de Córdoba. Su encomendero es Juan Gregorio Bazán de Pedraza, y el visitador Luján de Vargas los enumera por separado.327

Entre 1688 y 1711, la fuerte disminución de tributarios puede deberse a que se sacaran hombres para la guerra contra los indígenas del Chaco.

Organización sociopolítica y economía

Tanto Abreu como Ramírez de Velasco tienen oportunidad de comprobar la enemistad entre los grupos diaguitas que habitan dentro del valle de Calchaquí y los del valle de Famatina. También constatan cómo se alían rápidamente para formar un frente común contra el invasor español. En ambos casos, las razones que mueven estas decisiones no aparecen claras para los españoles.

Sin embargo, observamos que en ambas áreas hay edificios incaicos y que la red vial imperial es continua, lo que lleva a pensar que esa rivalidad podría basarse en alguna cuestión pendiente entre ellos respecto de la colaboración con los cusqueños. Recordamos el significado de callchac: segador de mayz, en la lengua del Cusco. También lo dicho sobre la definición de advenedizos.

En la documentación que disponemos no se registran contactos con los llamados diaguitas ubicados allende la cordillera de los Andes.328 Esto estaría indicando que hay que tratar el tema de la territorialidad indígena prehispánica tomando en cuenta los intereses de los encomenderos, quienes no dudan en separar los grupos indígenas de acuerdo a sus necesidades de repartir mano de obra, quedando en el camino las denominaciones originales y considerándolos cada vez nueva conquista para ganar una vida más de encomienda, como vimos que sucede en el caso de los tocpos.

Los padrones españoles muestran un grupo indígena con su cacique o curaca, indiferentemente, sin más matices en el mando.

Entre los tocpos, el pertinaz uso de su propia lengua, aún en vecindad con los escaba quechuahablantes, debe de haber contribuído a mantener la impermeabilidad de su propia organización social, traspasada sólo por indios e indias tocpo casados con anchagpas. Estos últimos también hablan quechua y Garnica los señala como viajantes. Si ambos, tocpos y achagpas, tienen su origen en el valle de Anguinahao, entonces se trataría de dos parcialidades del mismo grupo.

Si tomamos como base la geografía del valle Calchaquí y la del valle de Famatina, bien podemos decir que al interior del primero los cusqueños implantaron una especialización que giraba en torno a la agricultura del maíz, en tanto que Famatina se especializó en la minería, cuyos trabajadores (posiblemente mitmacuna, si seguimos a Cabello y Garcilaso para definir lo dicho por Silpitorle) se alimentaban de la más corta producción de papas y maíz

327 DOUCET 1980, p. 229. 328 Sergio R. VILLALOBOS , “Ocupación de tierras marginales en el norte chico: un proceso temprano”.

Cuadernos de Historia 3, Universidad de Chile. Santiago, 1983, pp. 63-78.

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de esa zona, en tanto que el maíz de Calchaquí se incorporaba al circuito de la redistribución estatal. Por último, señalamos que el pastoreo de auquénidos es posible, con las limitaciones propias de cada sector. Los estudios de arqueología regional y del Noroeste argentino en general, son bastante explícitos en cuanto a todos estos puntos.329 Pero las investigaciones que se están llevando a cabo sobre el Período Temprano y Medio, siguiendo la cronología amplia de González, podrían desembocar en conclusiones similares, respecto de que la expansión Tiwanaku hizo un uso del espacio productivo similar al que hicieron los cusqueños.

329 Salvador DEBENEDETTI, Los yacimientos arqueológicos occidentales del valle de Famatina, Provincia

de La Rioja, Physis III, Buenos Aires, 1917, pp. 386-404. Chris FIELD, A reconnaissance of South Andean agriculture terracing. Tesis. 2 volúmenes. Universidad de California, 1966. Nicolás R. DE LA

FUENTE, “Asentamientos de la cultura de La Aguada en La Rioja”, Diario La Prensa, 27-5-73. Buenos Aires. 1973; “Informe arqueológico sobre e valle de Vinchina, Provincia de La Rioja”, Revista del Instituto de Antropología IV, Córdoba, 1973, pp. 95-127. “El yacimiento arqueológico de Guandacol, Provincia de La Rioja”, Revista del Instituto de Antropología IV, Córdoba, 1974, pp. 151-167; “Arqueología de la Provincia de La Rioja (Síntesis general)”, Revista del Instituto de Antropología V, Córdoba, pp. 25-33. Alberto Rex GONZALEZ, “Dinámica cultural del Noroeste Argentino-Evolución e historia en las culturas del NOA”,. En: Antiquitas XXVIII-XXIX, (1970) 1979, Universidad de Salvador, Buenos Aires, pp. 1-15. Arte precolombino de la Argentina—Introducción a su historia cultural. Filmediciones Valero, Buenos Aires, 1977. Rodolfo A RAFFINO, “Potencial ecológico y modelos económicos en el Noroeste argentino”, Relaciones 9, Buenos Aires, 1975. pp. 21-45; Poblaciones indígenas en Argentina-Urbanismo y proceso social precolombino, Tipográfica Editora Argentina, Buenos Aires, 1988. RAFFINO y otros. Los inkas del Kollasuya... Ramos Americana Editora, La Plata, 1981.

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Mapa de la región de los diaguitas,

publicado por Boman 1908Cuadro 1

Familia de Pedro Núñez Roldán

Pedro Núñez Roldán = Juana Dávila

Pedro Núñez Roldán = ?

Francisco Núñez Roldán = ?

Fallecido en 1631

Marcos Núñez Roldán = ?

Fallecido en 1631

Francisco Núñez Roldán?

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Cuadro 2

Familia del capitán Alonso de Ribera, Gobernador en Chile y Tucumán

Juan de Ribera = Isabel Gonzalez de Molina

El Bueno

Cap.Alonso de Ribera = Juana Davalos Zambrana Luis Gomez Montesinos = Isabel de Pareja

Cap.Jorge de Ribera = Ana Gomez de Pareja ?

Juan de Ribera Jorge de Ribera

Pedro Fernández de Córdoba = Inéz de Aguilera

Villavicencio

Pedro de Olmos y Aguilera

1586-1665

Cap.Alonso de Ribera = Inés Fernandez de Córdoba

?-1661

Gob. en Chile 1601-1605

Gob. en Tucumán 1606 1612

Gob. en Chile 1612-1617

Caballero de Santiago en 1615

Fallece en Chile en 1617

Gral.Jorge de Ribera

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Cuadro 3

Familia del capitán Agustín de Ribera y Tovar

Cap.Jorge de Ribera = Lucía de los Rios

Cap.Francisco de = Juliana Mejia

Villagra

de Salazar

Alonso de Ribera = Ursula de Tovar

Nacido en España

Agueda de Ribera = Cap.Juan de VillagraCap.Agustín de Ribera = Catalina García de Valdez

?

Agustina Ribera Tovar = Antonio de Chave o Echave

Bernabé Cruz de Ribera = ?

?

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Cuadro 4

Ejemplo de una familia conformada pos indios tocpos, anchagpas y famaillaos, después de la guerra de Calchaquí (siglo XVII)

? = ?

Chaudna = India de

Famaillao

Nacido en Anchagpa

Chiquilpa o Chisilpa = India de Famaillao

Nacido en Anchagpa

Alcalde de Famaillao

Reside en Famaiilao

Quilipay = India de Anchagpa

Nacido en Anchagpa c.1616;

hermano mayor de Chisilpa

Chupitil = India de Tocpo

Reside de Tocpo

Hija = Indio de Malle

Hijo de 3 años

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Cuadro 5

Evolución demografica estimada de los

Año Indios

tasas

Encomendero Otros

1631 400 ? ? Cacique: Utímpa, valle de Anguiahao

1662 unos 50

1665 51 Agustín de Ribera y Tovar

1673 unos 46

Agustín de Ribera y Tovar

Padrón de Carlos; Pereira de Espino

1685-1692

27 Antonio de Chave o Echave

Padre Garnica

1688 27 Antonio de Chave

1692-1694

22 Antonio de Chave

1711 12 Padrón de Jacinto Andrade, Mayordomo Diego Estevez

1726 Bartolomé de Araoz Fuentes: 1. ARCHIVO NACIONAL DE BOLIVIA. EC 1671 Nº 14. Sobre la encomienda de

los indios del pueblo de Tocpogol, serranos que fueron de guerra. La otorgó el Gobernador Alonso de Mercado y Villacorta al capitán Agustín de Herrera (sic por Ribera) Tovar.

2. ARCHIVO NACIONAL DE BOLIVIA EC 1694 Nº 26. Visita de Tucumán asi de pueblos como de familias encomendados a diferentes personas por el Oidor Dr. Antonio Martínez Luxán de Vargas. Julio 10 de 1694.

3. DOUCET, Gaston G., “Introducción al estudio de la visita del Oidor Don Martinez Luján de Vargas a las encomiendas de indios del Tucumán” en Boletín del Instituto de Historia Argentina y Americana ‘Dr. E. Ravignani’ 26 , Buenos Aires, 1980, pp. 205-246.

4. LARROUY, Antonio (compilador), Documentos del Archivo de Indias para la historia del Tucumán. Tomo Primero 1591-1700, Buenos Aires, 1923.

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indios tocpos entre 1631 y 1736

Composición de la población

Bibliografía

?

Montes 1959:153

Larrouy 1923:259 ANB-EC 167/14 113 indios serranos=42 mayores+39 muchachos y huérfanos+25 muchachas y huérfanos+3 viudas

Ravignani 1932:305

1 cacique+2 reservados+1 ausente+27 tasas

Larrouy 1923:357

1 cacique+1 alcalde+27 tasas (2 enfermos)- 1 ausente+1 reservado+8 viudas+5 huérfanos

Lizondo Borda (V):87

ANB-EC 1694/26 y Doucet 1980:234

1 curaca+12 tasas-2 ausentes+6 reservados+ 3 viudas+1 huérfano

Lizondo Borda (VI):141

Lizondo Borda (VI):203

5. LIZONDO BORDA, Manuel (comp), Documentos coloniales relativos a San

Miguel de Tucumán y a la gobernación de Tucumán. 6 volúmenes, Publicaciones de la Junta Conservadora del Archivo Histórico de Tucumán,Tucumán, 1937-1949.

6. MONTES, Aníbal, “El gran alzamiento diaguita (1630-1643)” Revista del Instituto de Antropología, I, Universidad Nacional del Litoral, Rosario, 1959, pp. 81-159.

7. RAVIGNANI, Emilio, “La población indígena de las regiones del Rio de la Plata y Tucumán en la segunda mitad del siglo XVII” Actas del XXV Congreso Internacional de Americanistas, II, La Plata, Buenos Aires, 1932, pp. 295-305, esp. p. 305.

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Apéndice documental

Archivo Nacional de Bolivia Expediente Colonial 1671 nº 14 Sobre la encomienda de los indios del pueblo de Tocpogol, serranos que fueron de guerra. La otorgó el gobernador Alonso de Mercado y Villacorte al capitán Agustín de Herrera [sic por Ribera] Tovar. [f.14 r] “Padrón de los yndios rebeldes del pueblo de Tocpogol que se an sujetado a las armas del rey nuestro señor gobernándoles, como y gobernador y capitan general el señor Don Alonso de Mercado y Villacorta, caballero del orden de Santiago, fecho en virtud de su orden, que está por cabeza por el maestre de campo Don Pedro Bazán Ramírez de Belasco con asistencia del alférez Sebastián de Nieba y Castilla como alcalde ordinario de la ciudad de San Juan Bautista de la Ribera de Londres y por ante mi el presente escribano y es como sigue [al margen: Relasión] y luego consecutivamente parese estar enpadronados los dichos [f.14 v] Primeramente, el casi[que] ... elpitocla por edad reservado; Chapuma...nta y ocho años; Llusiñ... por edad de 17 años; ... por edad de 26 años ; Gualcumay por edad ...; ...xcayo por edad de 21 años; ... de 40 años; Challapa por edad de ...; ... ulsimay por edad de 30 años; Guascay... 40 años; Al...bí por edad de 26 años; Aballay por edad de 24 años; Juancho por edad de 49 años; Piquala por edad de 30 años; Amayo por edad de 23 años; Aymana por edad de 24 años; Pilbuas por edad de 42 años; Chañanpa por edad de 24 años; Chasambi por edad de 25 años; Quian por edad de 30 años; Socuua por edad de 36 años; Ancaba por edad de 44 años; Mateo por edad de 45 años; Catalí por edad de 28 años; Capimay por edad de 26 años; Biesaya por edad de 48 años; Bypchal por edad de 20 años; Llamil por edad de 19 años; Maquita por edad de 24 años; Quisibil por edad de 26 años; Alocay por edad de 40 años; Guayanca por edad de 20 años; Sinchuca por edad de 22 años; Millicay por edad de 24 años; Quilintay por edad de 30 años; Chillca por edad de 30 años; Chumay por edad de 40 años; Mollanqui reservado por edad; Colomin por edad de 46 años; Lorenzo por edad de 18 años; [f.15 r] Quillo por edad de 16 años; ...ay por edad de 22 años; ... por de edad reservado; Yxmi por de edad ...nta años; Supca por edad de 30 años; Ay... 30 años; Ascap... ; Socayan por edad de 19 años; ... por edad de 37 años; Quilpo ...; Asiao por edad de 19 años; Gua... por edad de 20 años.

Los quales dichos yndios... parese por el dicho padrón hecho de ellos por los dichos nombres de su natural ysiera que aunque algunos de ellos juntamente parese que desian nombres de cristianos, por no serlo sino infieles ba sacado sus nombres con que son conosidos que comun y generalmente se llaman y nombran que son 51 yndios y no consta aber otros mas por el dicho padrón sino sus mujeres hijos e hijas, sus familias y el dicho su casique demas de su nombre que va escrito parese se nombra juntamente Don Juan aunque es infiel, que no está aberiguado hasta agora otra cosa en contrario de que sean bautisados y por que lo puedan ser estando capaces están en enseñanza por

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orden y mandato del gobierno de nuestra santa fe católica y su fecha del dicho padrón consta aber sido en el fuerte de San Simón y Judas valle de Calian en 7 de nouienbre de 1665 en testimonio...”

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SI QUIERES CASAR TOMA TU PAR

Matrimonio y legitimidad en los grupos encomenderos de Quito y Lima

Javier Ortiz DE LA TABLA Y DUCASSE

Diferente hubiera sido el mestizaje y la sociedad hispanoamericana si el proceso colonizador no hubiera estado revestido del fanatismo religioso impulsado por la Iglesia Católica de Roma y amparado por la Corona de España. Los católicos monarcas españoles apoyados por los Justos Títulos papales, con la colaboración del clero secular y regular trasladaron al Nuevo Mundo el credo cristiano-apostólico-romano con todo el rigor que permitía una conquista y dominación absoluta sobre las poblaciones recién descubiertas y con el resabio de cruzada y conquista espiritual, prolongación de la reconquista peninsular.

Una de las instituciones claves en el proceso colonizador implantada con éxito en América, dentro de este contexto, fue el matrimonio: más como vía de asegurar y perpetuar las fundaciones realizadas que como forma de alianza con los pueblos conquistados.

La conquista de los grandes imperios y principales núcleos de población había sido rápida y contundente, sin resistencia importante posterior. Las alianzas con señoríos y pueblos indígenas se efectuó en los mismos avances bélicos y con el único fin común de destrozar al contrario. No había necesidad de sellar o reforzar dichas alianzas una vez conseguida esta finalidad. Además siempre se partía de situaciones de total desigualdad de fuerzas y poder, por lo que los indígenas aparecen como meros colaboradores a los que después se premia con exenciones o reconocimientos varios.

Hubo alianzas personales de caudillos, jefes de tropas y expedicionarios con principales y señores indígenas que frecuentemente se materializaron, junto al intercambio de regalos, en la toma como compañera de una nativa. Para los aborígenes, como práctica general en diversas sociedades y épocas, este hecho consagraba la alianza sin alcanzar a comprender que para el hispano, que traía la cruz junto a la espada y al fraile junto al arcabucero, era necesario un segundo ritual que consagrara dicha unión ante la Iglesia, ya que ante los demás el enlace estaba consumado. Por eso parece que en muchos poblados afectados

Escuela de Estudios Hispano-Americanos. CSIC. Sevilla.

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por el paso de tropas españolas de conquista se eliminaron los mestizos nacidos de estas frustradas alianzas.

Si la Corona hubiera fomentado el matrimonio de los principales jefes y primeros expedicionarios con mujeres indígenas se habría generalizado y dignificado el mestizaje. Todo lo contrario ocurrió con la implantación del matrimonio católico dentro de las más estrictas pautas y resabios sociales de la España peninsular.

“Si quieres casar, toma tu par” escribía un tratadista acerca de la precaución que debía tener el que quisiera hacer un matrimonio “conveniente” sin menoscabo de honra ni de nobleza.330 Y una estricta política matrimonial había permitido tanto a la alta nobleza peninsular como a la baja nobleza local consolidar sus patrimonios y sus privilegios. La España de las exclusiones se repetiría en el Nuevo Mundo, tal vez también por el deseo expresado por los descubridores, conquistadores y primeros pobladores al bautizar las tierras americanas que iban dominando: Nueva España, Nueva Castilla, Nueva Extremadura, Nuevo Reino de Granada... Y si en la península una doncella “cuerda” debía rehuir casar con un plebeyo o pechero, falto de nobleza y obligado a tributo y a contribuciones, y menos aún enlazar con morisco, judío o converso, o dudoso de cristiano nuevo, por las "lacras" de sangre que aportaban, en América un mozo “cuerdo” “comme il faut” debía ajustar bien el punto de mira a la hora de elegir pareja.

El equivalente del “si quieres casar toma tu par” de Mexía de Ovando es el “cada oveja con su pareja” que quedó consagrado en el refranero español. En este breve artículo se analiza la aplicación de esta práctica social en los primeros grupos hispanos en el Nuevo Mundo y su perpetuación y variantes en los grupos de encomenderos del virreinato del Perú.

Amor se escribe con llanto

Casi todos los conquistadores y primeros pobladores,331 siendo solteros o ya casados, tuvieron hijos mestizos, práctica que continuó durante toda la época colonial como fenómeno social, tal vez con mayor virulencia que en la sociedad peninsular del Antiguo Régimen, sin duda por la peculiaridad de la prepotencia de los grupos hispanos sobre el resto de grupos indígenas, negros, mestizos, mulatos y de castas.

Es significativo, en tiempo y protagonistas, el encuentro de Cortés y su ejército con los tlatoanis de Tlaxcala para sellar su alianza. Los tlaxcaltecas llevaban 300 mujeres como regalo para la tropa y cinco doncellas hijas de caciques como alianza especial, pues también ellos sabían de distingos y calidades sociales.332

Xicotencatl personalmente, tomando a una de estas cinco doncellas de la mano y presentándola como hija suya la ofreció a Cortés quien agradeció el

330 Javier ORTIZ DE LA TABLA DUCASSE, Los encomenderos de Quito, 1534-1660. Origen y evolución de

una élite colonial, Sevilla, 1993, pp. 69-89. 331 Juan MARCHENA FERNANDEZ, "Los hijos de la guerra: modelo para armar", en Congreso de Historia del

Descubrimiento, Madrid 1992, Tomo III, pp.311-420 (Deben comprobarse algunos datos de matrimonios o de legitimidad aportados por el autor).

332 Mario HERNANDEZ SANCHEZ-BARBA, Hernán Cortés, Madrid, 1987, pp. 65-70.

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regalo pero advirtió que era preciso bautizarlas ¡antes de hacerlas concubinas de sus capitanes! Bautizadas por el padre Olmedo fueron entregadas, una vez hispanizadas de nombre: doña Luisa, la hija de Xicontecatl, a Alvarado; doña Elvira, sobrina de Maxixcatzin, a Juan Velázquez de León; otra, a Alonso de Avila; otra, para Cristóbal de Olid y la quinta para Gonzalo de Sandoval.333

Doña Luisa Xicontencatl acompañó a Alvarado durante toda su estancia en México, le siguió en la conquista de Guatemala y en la expedición a Perú. Con ella tuvo dos hijos, mestizos, Pedro, nacido en México y Leonor, nacida en Guatemala y que, por avatares del destino, fue la encargada de perpetuar la descendencia del conquistador. Pero Alvarado, pese a la constancia de doña Luisa y la afición que demostró tenerla al hacerse acompañar por ella en sus dilatadas aventuras, optó por casar con una señora española, por efectuar un enlace conveniente. Ni tan siquiera respetó la palabra dada a su jefe y amigo, Cortés, de contraer nupcias con una prima suya.334

Las dificultades que estaba atravesando Alvarado sin duda influyeron a la hora de concertar su matrimonio. La elegida fue doña Francisca de la Cueva, hija de don Luís de la Cueva y de doña María Manrique. Con este enlace conseguía reforzar su influencia y prestigio en la Corte, pues doña Francisca estaba emparentada, por una parte, con el poderoso duque de Alburquerque y por otra con el influyente y en pleno apogeo de poder, don Francisco de los Cobos, comendador mayor de León y secretario personal de Carlos I.

Coincidiendo con este enlace se olvidaron en la Corte las acusaciones sobre sus abusos con los nativos, se le restituyó el oro incautado, recibió el hábito de la orden de Santiago en grado de comendador, se le confirmaron los repartimientos de indios realizados y, casi en las mismas fechas de su boda, a la par que recibía una joya valiosísima y una dote económica para la novia, regalo del mismo Emperador, obtenía el título de Gobernador y Capitán General de Guatemala y el de Adelantado. Doña Francisca murió recién llegada al Nuevo Mundo y diez años más tarde, en similar coyuntura desfavorable que en su primer enlace, contraerá nupcias con su cuñada doña Beatriz de la Cueva, también con el beneplácito y regalo del Emperador y la intervención del pariente de doña Beatriz, el todopoderoso Cobos.335 Sin duda la estrategia del primer matrimonio surtió efecto y la afianzó con el segundo.

El propio Cortés, que tan generosamente cedió las princesas tlaxcaltecas, ya bautizadas por supuesto, a sus principales capitanes, es un claro ejemplo de esta estrategia y alianzas que se impondrán en el sector hispano más relevante e influyente. Pese a los decisivos servicios y la devoción que le profesó durante la conquista de México doña Marina, madre de su hijo Martín, con la que invariablemente se le relaciona en la memoria histórica, no pasó de la consideración de concubina. A su regreso a España, lleno de gloria y con inmensas riquezas, optó por desposarse con doña Juana de Zúñiga, hija del conde de Aguilar y sobrina de otro poderoso cortesano, el duque de Béjar.

333 Ibid. 334 Antonio GUTIERREZ ESCUDERO, Pedro de Alvarado, el conquistador del país de los quetzales, Madrid,

1988, pp. 28, 85, 86 y 106. 335 Ibid. Ver también Hayward KENISTON, Francisco de los Cobos, secretario de Carlos V, Madrid, 1980,

especialmente pp. 105-118.

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Como Alvarado, volvió al Nuevo Mundo convertido en Capitán General de la Nueva España y con el codiciado hábito de la orden de Santiago, además del Marquesado del Valle de Oaxaca.336 Con esta boda Martín, el hijo de la Malinche, a su condición de mestizo unía la de bastardo, con lo que todo derecho recayó en el otro don Martín, el legítimo.

En Tierra Firme Núñez de Balboa decidió su matrimonio como señal de alianza y paz con su oponente Pedrarias Dávila, con cuya hija, doña María de Peñalosa, se desposó.337

Estas alianzas serían también decisivas en la Corte del Emperador para otro ilustre descubridor y conquistador, Hernando de Soto. Su compañera en los avatares de la conquista del Incario fue Tocto Chimbo Curicuillor, precisamente de la familia de Huayna Capac, bautizada como doña Leonor. Pero las desventuras y sinsabores del hidalgo extremeño no se compondrían con el amor de la princesa india sino en su enlace con otra poderosa familia de Castilla. Rico y glorioso, ya en la Corte buscó su propia gobernación o adelantamiento para lo que sin duda fue decisivo su matrimonio con doña Isabel, hija también de Pedrarias Dávila (ya difunto) y de la linajuda y bien relacionada doña Isabel de Bobadilla. Las gestiones del tío de su mujer, el conde de Puñonrostro, parecen haber sido decisivas en los proyectos de Soto.338

Aunque Diego de Almagro no casó con noble o influyente señora, tampoco lo hizo con Ana Martínez, madre soltera de su hijo mestizo de igual nombre, ni con Mencía, india, con la que tuvo otro vástago.339 Mientras Alvarado, Cortés, Soto y el propio Balboa no tuvieron impedimentos como hidalgos para, una vez ricos y famosos, enlazar con nobles casas castellanas, los bastardos como Almagro y Francisco Pizarro no encontraron, o no buscaron, esta alianza, aunque tampoco llevaron al sacramento del matrimonio a sus compañeras indias. Los prejuicios hispanos iban implantándose rápidamente en la sociedad hispanoamericana naciente y tal vez sin duda se iba perfilando la figura de “la santa” y de “la otra”, de la “casa grande” y de la “casa chica”.

Los desvelos de Almagro giraron en ver legitimados a sus hijos y obtener para él mismo la hidalguía, dos “faltas” excluyentes en la sociedad que se iba configurando.

Atahualpa también pensó en las alianzas con los españoles a través de la entrega de nobles indígenas. A Francisco Pizarro le dió a Quispe Sisa, hija de Huayna Capac y de una concubina llamada Conta Huacha de la provincia de Huayllas, bautizada como doña Inés Huayllas Yupanqui. En ella tuvo a doña Francisca y a don Gonzalo Pizarro, muerto éste en la niñez. Años después Pizarro se unió a la Ñusta Cusirimay Ocllo, bautizada como doña Angelina (hija de Yanque Yupanqui y de Tocto Ocllo, tía de Atahualpa). Doña Inés Huayllas fue dada por Pizarro a su paje Francisco de Ampuero quien sí realizó el matrimonio.340 Los hijos mestizos de Pizarro fueron legitimados como los de

336 HERNANDEZ SANCHEZ-BARBA, Cortés, pp. 121 y 134. 337 J.R. MARTINEZ RIVAS, Vasco Núñez de Balboa, Madrid, 1987, p. 140. 338 Concepción BRAVO GUERREIRA, Hernando de Soto, Madrid, 1987, pp. 6, 73 y 95. 339 Manuel BALLESTEROS GAIBROIS, Diego de Almagro, Madrid, 1987, pp. 35, 41, 42, 147 y 150. 340 Natalia HALLO, "Breve historia de las familias nobles incas", en Buenavista de Indias, 5, Madrid, 1992,

pp. 7-23.

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otros muchos conquistadores y primeros pobladores en atención a que sus padres eran solteros cuando fueron concebidos y sabedores estos de la marginación que les reportaría en un futuro su condición de ilegítimos.

Se debe piedad

“Se debe piedad (decía el virrey, marqués de Montesclaros) al que sin culpa propia experimenta el daño de una mala fortuna y así pues, los que se allan con este embarazo, si bien quedan por testigos, no fueron causa del pecado de sus padres, heredar por ellos tan grave castigo parece rigor que solo se ajusta a delito cometido en descrédito de Dios y de su ley evangélica...”341

Con este y otros alegatos defendía a los descendientes de beneméritos legitimados por matrimonio, cobrando de nuevo vigor esta institución para el disfrute de beneficios y para la clasificación social.

Estaba demostrada la perfecta adaptación sexual y como compañera de la indígena al hispano y viceversa, pero a la hora de establecer un vínculo sacramental como el matrimonio que iba parejo a unas capitulaciones, a una aportación económica y a una determinada relación social se apartó a ésta en beneficio del sector blanco, europeo o criollo. Se la apartó legalmente del matrimonio pues, como queda expuesto y resultó en la evidencia, continuaron de concubinas y próximas a los hogares legítimos. Conforme se implantaban estas pautas se iba marginando a los ilegítimos y mestizos.

La primera generación de mestizos fue más afortunada que las siguientes ya que en la primera etapa de conquista y colonización los prejuicios sociales hispanos no se manifestaron con toda su crudeza y el amparo de los gloriosos padres fue decisivo para ellos. Los que heredaron a sus progenitores o consiguieron encomiendas lograron integrarse en el sector blanco y fueron “blanqueando la descendencia”

Doña Francisca Pizarro como encomendera y heredera de los méritos y fortuna de su padre, como descendiente de la nobleza indígena y como II Marquesa de los Atavillos fue esposa apetecible para su tío Hernando Pizarro, acostumbrado además a la endogamia familiar y de linajes de la nobleza extremeña de su tiempo. Su hijo Francisco continuó el linaje en su matrimonio con doña Francisca Sarmiento, hija del conde de Puñonrostro. La propia doña Francisca, viuda de su tío y marido, casó con otro miembro de esta casa condal, Pedro Arias Portocarrero cuñado de su hijo.342 Como en otros casos estos mestizos imperiales terminaron en la península, algunos como doña Francisca en Extremadura, tal vez por el deseo de la Corona de apartarlos de sus orígenes indígenas o de posibles reivindicaciones americanas o tal vez sabedores ellos mismos de la estricta legitimidad y blancura que se iba exigiendo en Indias para poseer encomiendas y preeminencias.

341 ORTIZ DE LA TABLA, Los encomenderos de Quito, p. 80. 342 HALLO, Breve historia, pp. 19 y 20.

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Incluso a doña Francisca, hallándose en la cúspide de los privilegios, en el litigio con el corregidor de Trujillo, capitán Diego de Mora, sobre una encomienda de indios en el valle de Chimo en 1552, se le dice “hija natural del Marqués Francisco Pizarro ‘se argumentó contra ella’ que ésta no era capaz de poseerlos por ser mestiza y además no legítima”.343 Curiosamente sus orígenes eran más excluyentes en Indias que en la propia Extremadura y en Castilla donde figuró entre la nobleza local.

Otro caso de “regeneración” social y de “blanqueamiento” racial se produce con doña Beatriz Clara Coya Inca, nieta de Manco II e hija del Inca bautizado como Don Diego Sayre Tupac. Educada en el convento de Santa Clara del Cuzco era la máxima representante de la nobleza indígena y, sobre todo, una rica heredera y encomendera, novia apetecible para cualquier avispado pretendiente. Este fue el capitán Martín García de Loyola, que había destacado no solo en la prisión del Inca Tupac Amaru sino además como hombre ambicioso y deseoso de adquirir rápidamente fortuna.

Aunque don Martín pertenecía a una noble familia vasca, la de Ignacio de Loyola, el fundador de la Compañía de Jesús, y había acumulado méritos personales en el Perú, su matrimonio con esta india imperial era la forma más contundente y rápida de obtener riqueza y encomiendas, más cuando en ella estaba empeñado el mismo Virrey Toledo, se vería con magníficos ojos por el Consejo y por el propio Monarca, y contaría con la bendición de los influyentes jesuitas. Sin duda como recompensa más tarde obtuvo la Gobernación y Capitanía General de Chile donde nacerá su hija y heredera, doña Ana María Coya Inca de Loyola, marquesa de Santiago de Oropesa, riquísima heredera y mestiza que casará en la metrópoli con don Juan Enríquez de Borja, hijo de una poderosa familia cortesana, los marqueses de Alcañices. Regresó a América junto a su marido y con su primo don Francisco de Borja de Aragón, príncipe de Esquilache, recién nombrado Virrey del Perú.344

Doña Francisca Pizarro como mestiza y doña Beatriz Clara Coya Inca como india fueron de las pocas afortunadas de su condición que gozaron encomiendas y las pudieron trasmitir a su descendencia, ya que definitiva y drásticamente fueron vetadas para indios, mestizos e ilegítimos. Sus casos, como otros similares, demostraron que el matrimonio con otros beneméritos blancos redimía su condición y salvaba su descendencia dentro del grupo de privilegiados. Obsérvese que, como en otros casos, se trata de dos mujeres pues paralelamente la descendencia mestiza masculina, aunque sea también de origen noble, salvo excepciones, generalmente va perdiendo status. Por otra parte quedaba marcado el matrimonio, aún con mestizas, como vía más directa de acceso a la encomienda.

Una de estas excepciones en la descendencia de mestizos varones, redimida por el matrimonio, es la de Hernando de Montenegro “el Mozo” cuyo caso fue motivo de escándalo en su época y hoy sirve para ilustrar la importancia que la legitimidad y el matrimonio adquirió en la sociedad americana. Hernando de Montenegro “el Viejo”, conquistador de Perú y 343 José de la PUENTE BRUNKE, Encomienda y encomenderos en el Perú. Estudio social y político de una

institución colonial, Sevilla, 1992, p. 34, nota 64. 344 Ibid. HALLO, Breve historia, pp. 15-19.

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encomendero de Andajes y Atavillos amasó una importante fortuna como encomendero y ganadero, obteniendo indebidamente de sus indígenas muchos servicios y bienes. Condenado por ello, al final de su vida se vió obligado a compensar a sus tributarios económicamente. Con Elena, nativa de Tumbes, tuvo a su hijo Hernando, mestizo que no podía alegar la nobleza de los casos anteriores.345 No obstante el matrimonio, “conveniente”, permitiría perpetuar la encomienda en el linaje fundado por el conquistador hasta fines del siglo XVII.

El virrey Toledo denunció el caso de esta familia por las artimañas usadas para suceder en la encomienda. Hernando de Montenegro “el Mozo” iba a casar con doña Ana Bravo de Paredes, señora de familia hidalga de Brozas (Cáceres), llegada al virreinato acompañando a su tío el oidor Pedro Sánchez de Paredes, sin duda con la esperanza de realizar una mejor boda que en su terruño natal. Ambos eran parientes también del famoso fray Nicolás de Ovando,346 así como de otras familias extremeñas con proyección en Indias. Pese a ello ni doña Ana ni su tío ni el protector de éste, el mismo gobernador García de Castro, rechazaban al mestizo ilegítimo que a sus presuntas dotes naturales añadía un cuantioso patrimonio, una buena encomienda y una magnífica relación de méritos y servicios por su padre.

El problema surgió a la hora de plantear la sucesión de la encomienda de padre a hijo, ya que éste era mestizo e ilegítimo. Por otra parte no se quería hacer casar al viejo conquistador con su concubina india (sería “lástima”) para hacer desaparecer la ilegitimidad del mestizo. La trama se hizo así de complicada. El padre renunció a las encomiendas para que el gobernador, al estar ya vacantes, las proveyese en el hijo, como así se hizo. Pero sin duda los escrúpulos del gobernador, unidos a la asesoría jurídica del oidor, tío de la futura novia, hicieron cambiar estos planteamientos y reforzar los argumentos.

García de Castro y el oidor Paredes consideraron que el “negocio” de la sobrina del magistrado no era muy seguro, según el virrey Toledo:

“lo uno por no estar permitido por V.M. que se diesen las encomiendas de indios a mestizos, y lo otro por estar prohibidas las renunciaciones de los indios. Y así acordaron que el dicho mestizo tornase a renunciar los indios en el dicho licenciado Castro, y que él los tornase a proveer en Montenegro su padre, como se hizo; y entonces hicieron que el Viejo se casase con la india en quien había habido el hijo mestizo, y después se casase la sobrina del licenciado Paredes con su hijo, como se hizo”.347

Los cautos y asesorados extremeños no dieron el paso definitivo del matrimonio hasta que no comprobaron que se cumplían todos los requisitos para la sucesión en la encomienda, borrando las huellas de la ilegitimidad, que no las del mestizaje.

345 PUENTE BRUNKE, Encomienda y encomenderos, pp. 33, 216, 265, 272, 430; especialmente p. 429, nota

2. 346 Manuel FLORES DE LIZAUR Y ORTIZ, Los Flores de Lizaur y sus enlaces. Linajes de Brozas y Alcántara,

Madrid, 1962. 347 PUENTE BRUNKE, Encomienda y encomenderos, p. 429, nota 2.

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Pese a tanto cuidado sucesorio Hernando de Montenegro “el Mozo” murió antes que su padre, por lo que sucedió en la encomienda en segunda vida su única hija doña Lucía de Montenegro (o Bravo de Montenegro). Pese a ser rica heredera y encomendera doña Lucía debía conocer el deterioro que la pérdida de las encomiendas producía en el lustre, consideración y economía de las familias limeñas y peruanas de su época, así como lo contundente de un matrimonio “conveniente” para conservar nobleza y encomiendas. Encomendera en segunda vida y con recientes orígenes “excluyentes” como los de su padre y abuela paterna fue una de las “avispadas y cuerdas” doncellas que concertó un magnífico matrimonio.

Doña Lucía de Montenegro eligió para casar a un pariente y paisano de su madre, don Juan Gutiérrez Flores, quien había pasado al virreinato al amparo de su hermano D. Pedro Ordóñez, confesor y ayudante del virrey Toledo. En Lima, gracias a su hermano, fue alguacil mayor del Santo Oficio y consiguió una cuantiosa fortuna cuyas rentas se cifraban en unos 30.000 pesos, producidos por las haciendas y el obraje de Quipico y otras heredades en los contornos de Lima. Don Juan, que consiguió el hábito de caballero de la orden de Alcántara, contaba con influyente e ilustre parentela. Su padre era primo de fray Nicolás de Ovando por lo que además resultaba pariente de don Juan de Ovando, Presidente del Consejo de Indias; su hermano mayor Francisco Gutiérrez Flores era caballero de la orden de Montesa; otro hermano, don Pedro Gutiérrez Flores, caballero de la orden de Alcántara, era del Consejo de S.M., Presidente de la Casa de la Contratación y había sido Inquisidor de Valencia; su otro hermano, don Alonso Flores era prior de Magacela; y don Pedro Ordóñez Flores, con el que pasó al Perú, fraile de la Orden de Alcántara, fue Inquisidor de Lima y Arzobispo de Nueva Granada.348

Con esta estrategia de matrimonios el hijo de doña Lucía, don Pedro Alfonso Flores y Montenegro, tuvo en tercera vida la encomienda de Andajes y Atavillos y pudo trasladarse a la metrópoli donde disfrutó de una inmejorable posición económica gracias a sus haciendas y mayorazgos extremeños (cuyas rentas se cifraban en 20.000 ducados al año) y las que le proporcionaban sus encomiendas y tres mayorazgos en Lima (el de su bisabuelo, el conquistador Hernando de Montenegro, el de sus padres y el del Almirante don Juan de Ribero Sánchez). Fue creado I Vizconde de Peñaparda de Flores y su descendencia se integró en la nobleza titulada de Extremadura. La encomienda pasaría a una nueva generación en la persona de don Rodrigo de Ovando y Flores.349 Una estricta política de matrimonios permitió a esta familia durante casi dos siglos conservar su encomienda y su ingente patrimonio, gran parte de él de origen indiano.

Doña Lucía de Montenegro casó en segundo matrimonio con otro caballero de la orden de Alcántara que, como su primer marido, fue también 348 Flores de LIZAUR, Los Flores de Lizaur, pp. 64-76. Ver también Guillermo LOHMANN VILLENA, Los

americanos en las órdenes nobiliarias (1529-1900), Madrid, 1947, 2 vols. (Hay reedición, en Madrid, 1993), Tomo I, pp.161 ,162 y 148; PUENTE BRUNKE, Encomienda y encomenderos, pp. 216 y 423. Noble David COOK, (Introd. y versión paleográfica), Tasa de la Visita general de Francisco de Toledo, Lima 1975, p. 295.

349 PUENTE BRUNKE Encomienda y encomenderos, pp. 429 y 430. José Miguel MAYORALGO DE LODO, La Casa de Ovando. Estudio histórico-genealógico, Cáceres, 1991, pp. 98, 322, 323, 328, 429, 430 y 603.

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alguacil mayor del Santo Oficio de Lima y miembro de otra influyente familia: don Juan Arévalo de Espinosa.350 Hermano de Pedro Espinosa Arévalo, que ejerció dicho cargo antes que don Juan, hijo de Diego de Espinosa, aposentador mayor de S.M., comendador de la orden de Santiago, y nieto de don Pedro de Espinosa, hermano del famoso cardenal e Inquisidor General de este apellido. También fueron parientes de Esteban Arévalo de Moscoso y de Francisco Arévalo Briceño, que con antelación habían sido igualmente alguaciles mayores de la Inquisición limeña.351 Hija de este matrimonio fue doña Ana María Espinosa Montenegro, hermana uterina del Vizconde de Peñaparda, que casó con otro destacado heredero del grupo encomendero de Huánuco don Juan Tello de Lara Sotomayor. De ellos descienden, entre otros, los Tello de Espinosa, Tello de la Cueva, Vázquez de Velasco, Zavala Esquivel, Bravo de Ribero, Bravo y Aliaga y González Zavala.352

En Quito los miembros de la familia de Atahualpa que no se integraron por matrimonio al sector blanco fueron perdiendo los privilegios de los que gozaron, encomiendas o rentas, a lo largo del siglo XVII. Incluso la descendencia mestiza hispanizada siguió el mismo proceso de deterioro económico y social.

Una hija de Atahualpa, doña Isabel, casó con el conquistador y encomendero Esteban Pretel. Su hijo mestizo y heredero, Diego Petrel, logró disfrutar la encomienda de su padre, pero al morir fue declarada vacante y se le asignaron a su madre 200 pesos de oro anuales. Pese a que ésta casó con Diego Gutiérrez de Medina, hijo mestizo del conquistador y encomendero Juan Gutiérrez de Medina, no lograron ni la encomienda de los Petrel ni la de Medina.353

De la familia del Inca era doña Ana Palla, concubina, y parece que favorita, del capitán Rodrigo de Salazar, influyente y rico encomendero de Otavalo. Viudo de su pariente doña Catalina de Salazar, que siempre le esperó en Vallecas, prefirió casar con una rica heredera, perteneciente a un importante clan de encomenderos, hacendados y cabildantes de Lima: doña Leonor de Valenzuela, hija de Nicolás de Rivera, el Viejo. Nunca consumó el matrimonio, según declaró el capitán, y doña Leonor, mucho más joven que él sí parece haber tenido relaciones extramatrimoniales con fray Francisco de la Cruz Garcia Chiquero. Salazar alegó sus “enfermedades públicas y privadas” para no ir a Lima a por su esposa, de la que siempre vivió separado. Prefirió vivir con sus concubinas indias, negras y mestizas en Quito y Otavalo, con las que tuvo amplia descendencia.354

El ejemplo del matrimonio de Salazar con una hija de Nicolás de Rivera demuestra claramente la práctica endogámica del grupo encomendero y, a la

350 LOHMANN VILLENA, Los americanos, Tomo I, p. 64, Tomo II p. 148. 351 Paulino CASTAÑEDA DELGADO y Pilar HERNANDEZ APARICIO, La Inquisición de Lima, Tomo I (1570-

1635), Madrid 1989, pp. 29-32. 352 LOHMANN VILLENA, Los americanos, Tomo I p. 64, Tomo II p. 148. 353 ORTIZ DE LA TABLA, Los encomenderos de Quito, pp. 100 y 101. 354 Javier ORTIZ DE LA TABLA DUCASSE, “De hidalgo castellano a empresario colonial. Rodrigo de Salazar,

encomendero y obrajero de Quito, 1510-1584”, en Anuario de Estudios Americanos, XLII, Sevilla, 1985, pp. 43-84.

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vez, la instrumentalización del matrimonio como vía de perpetuar privilegios y establecer relaciones de conveniencia.

Conocedor Salazar de las dificultades futuras que tendrían en la sociedad colonial sus hijos mestizos ilegítimos, silenció en su testamento el nombre y condición de la madre o las madres de sus hijos naturales Juan y Rodrigo de Salazar, a los que puso los nombres tradicionales de su linaje y a los que hizo universales herederos así como beneficiarios de dos vínculos en Castilla. Educados sin duda en casa de su padre y a la española, llegaron a la península “como hijos suyos con criados y hacienda”, acompañados de un viejo servidor de Salazar. En 1601 estaban instalados en Madrid y en este año moría Rodrigo, que optó por el ilustre apellido del linaje: Niño de Salazar. Su hermano Juan de Salazar, casado con doña Beatriz Manrique, pasó así a ser único heredero y beneficiario de los dos vínculos fundados por su padre, circunstancia ésta que repetiría su única hija y heredera, doña Ana de Salazar (o Acuña y Salazar). Esta nieta de Salazar, totalmente hispanizada y “blanqueada”, casó con don Juan de Acevedo Salamanca y Fonseca, y ambos aún recibían parte de la herencia de su abuelo en 1628.355 Los ilustres apellidos de su madre y marido parecen indicar que el rico hijo de Salazar no encontró dificultades por causa de su mestizaje e ilegitimidad para integrarse en la nobleza castellana. Algo muy distinto de lo que ocurrirá con sus hermanos, declarados mestizos en Indias.

La hija de la Palla y Salazar, doña María de Salazar, seguramente legitimada, fue también una joven mestiza afortunada en el Quito del XVI. Tal vez su padre, experto en bodas, trató su matrimonio con Antón Díaz, un veterano conquistador y encomendero, cuyas encomiendas lindaban con las de Salazar—y sin duda sus estancias y tierras también fueron limítrofes. Al morir éste, doña María pasó a ser propietaria de la encomienda, que le era negada al hijo mestizo de su marido, Hernando Díaz, quien de esta forma pasaría a engrosar la nómina de “montañeses” (como en Quito se denominaba a los mestizos), cuyo número crecía en la capital a la par que decrecía su estima y calidad social.356 Mientras que la mestiza/noble/legitimada/viuda, tras legítimo matrimonio, heredaba la encomienda del marido, el mestizo/plebeyo/hijo natural, era apartado de la encomienda del padre e incluso de pensiones o rentas sobre ella.

Joven viuda y encomendera, doña María de Salazar se convirtió en señuelo ideal para un pretendiente a encomendero: el presunto benemérito Alonso de Aguilar. Por el matrimonio Aguilar pudo disfrutar de la encomienda de su mujer pero no del favor del suegro. Sin duda el orgulloso hidalgo Salazar, rico y poderoso encomendero, obrajero y estanciero, bien relacionado en la Corte, en Lima y en Quito, miembro de la ilustre familia de los Niño de Salazar y Carrillo, originarios de Toledo, no podía ver con buenos ojos la boda de su hija, aunque fuera mestiza, con un pretendiente a benemérito y a encomendero, que parece haber ejercido de albañil en Quito y que como única referencia de parentesco citaba a su hermano Diego González Rengel, un oscuro benemérito

355 Ibid.27. 356 ORTIZ DE LA TABLA, Los encomenderos de Quito, pp. 72, 87, 104, 105, 165.

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del Oriente amazónico. Muerta doña María, su encomienda fue declarada vacante y de los hijos habidos con Aguilar sólo el mayor logró una corta renta tras numerosas gestiones y dilaciones.357 La calidad social del pretendiente, sus alianzas y relaciones eran fundamentales—como en el caso de doña Francisca Pizarro o doña Beatriz Clara Coya, y en los que se expone a continuación—para preservar privilegios y linajes.

Calidad de personas

"No es preciso (decía el mismo virrey marqués de Montesclaros) que siempre concurran calidad de personas y antigüedad de servicios",

y aunque estimaba a los descendientes de los primeros conquistadores y pobladores para las recompensas, como buen aristócrata se decantaba por preferir a los de mayor calidad.358 Y si este criterio lo expone en 1612, la práctica se había establecido en décadas anteriores.

Indudablemente la calidad de las personas y su condición y aportación en la tropa conquistadora habían sido también decisivas en el reparto de botín, premios y recompensas. No obstante, en las primeras décadas los hechos de armas y el valor personal fueron factores que permitieron rápidos ascensos sociales y una “recalificación” personal y familiar.

Una real provisión de 1536 establecía la sucesión en las encomiendas por vía de hijo legítimo, nacido de legítimo matrimonio y, en su falta, permitía que heredara la viuda del encomendero. El matrimonio fue así la vía y el marco exclusivo en la transmisión de la encomienda. De ahí los abusos a que dio pie esta práctica casando mozos jóvenes y ambiciosos con viejas viudas ricas y encomenderas o doncellas avispadas con achacosos y viejos encomenderos “con la sola mira de heredar”.359

Para el grupo de primeros agraciados era fundamental conservar sus privilegios para perpetuar sus encomiendas, pretensión aún no desechada en 1611 y plasmada por el procurador general del Perú don Jusepe de Rivera Dávalos. Por otra parte la condición de encomendero era fundamental en la estratificación social de los núcleos urbanos en las primeras décadas de la colonización a efectos económicos, a efectos de política interior y de distribución de cargos y como plasmación de la “nobleza indiana”, surgida de los beneméritos de la conquista. Por otra parte, el sector de privilegiados era relativamente corto en comparación con la población total hispana, la que además no contaba generalmente con nada que ofrecer al grupo de privilegiados, ni riqueza ni nobleza, para su ascenso e integración en él.

Estos factores explican la estrecha endogamia del grupo encomendero de Lima y de Quito en su primera y segunda generación. Además esta endogamia fue una estrategia contundente en la consolidación de la baja nobleza extremeña, castellana y andaluza que bien conocía, por procedencia

357 Ibid. 358 Ibid., p. 92. 359 Ibid., pp. 85 y 86.

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regional, los primeros colonos americanos, muchos de ellos miembros, parientes, deudos, allegados, escuderos o criados de dicha nobleza.

Si en las primeras décadas de la sociedad colonial de Lima y Quito la endogamia del grupo encomendero fue tolerante en cuanto a matrimonios con mestizos o con sujetos de dudosa calidad social, para 1580 era bien claro que perduraban como “principales” e incluso como encomenderos aquellas familias que habían implantado una férrea disciplina matrimonial.

Tal es el caso de los Solier-Dávalos-Valenzuela en Lima, que por vía femenina formaron una auténtica red de parentescos e influencias en el Perú del XVI. Como queda de manifiesto en el Apéndice, por la vía de matrimonios endogámicos se consolidaron y perpetuaron las principales familias encomenderas del virreinato y de la Audiencia de Quito. Por las cuatro hijas de don García de Solier y doña Leonor de Valenzuela y los seis matrimonios de ellas (dos de ellas casaron doble) dentro del grupo encomendero virreinal, emparentaron en primera y segunda generación, entre otras, las siguientes familias:

Robles Pacheco-Peralta-Zurbano/Cáceres-Ulloa-Esquivel-Zúñiga-Cazalla-Soto-Castro-Barrasa-Vázquez de Vargas-Costilla/-Palomino-Tordoya-Salas-Cárdenas-Díez de San Miguel/Martínez de Castañeda-Valenzuela/Rivera Dávalos-Figueroa Santillán-Vargas Carvajal-Estupiñán de la Cueva-Ortiz de Zárate-Zárate-Dávalos Zúñiga-Cabrera Dávalos/Valenzuela-Salazar.360

Si se tiene en cuenta que de estas familias descienden, entre otros, los Esquivel Jaraba-Villela-Zavala-Bravo de Lagunas-Bravo de Rivero-Carrillo de Albornoz/Vázquez de Velasco-Ponce de León/Larrea Zurbano-Montúfar/-Peralta/Dávalos-Vargas Carvajal-Cueva Villavicencio-De la Presa-Bustamante-Cabrera Dávalos,361 se puede comprobar la continuidad familiar a lo largo de toda la época colonial, así como la incorporación de elementos masculinos que renovaron linajes, apellidos y prestigio.

Mayor endogamia se observa en los grupos encomenderos locales o provinciales, fuera de la capital virreinal. A lo largo del XVI en Trujillo emparentaron los Zamudio-Reguera-Pérez de Lazcano-García de Chaves-Roldán Dávila; en La Paz, los Contreras Peñalosa enlazaron en primera generación con otros encomenderos: Polo de Ondegardo, Ulloa Mendoza, Tello de Sotomayor y Añasco, y además con los Córdoba Messía, Ribera, Zúñiga, Alarcón, Guzmán, Sotomayor, Valverde Maldonado, Valverde Mercado, Lara, Mendoza, Barrios y Arias Maldonado.362

Igual fenómeno se observa entre las principales familias encomenderas de Quito. A lo largo del XVI emparentaron los Carrera-Londoño-Paz Maldonado/Carrera-Vargas Carvajal-Arellano/Londoño-Calderón-Sandoval-López de Galarza-Castro Guzmán/Núñez de Bonilla-Bastidas-Fonte-Guerrero-Vera Mendoza/Fonte-Pérez de Zúñiga-Esquivel/Bastidas-López de Galarza-Bonilla-López de Gamboa. Si, como en el caso señalado para Lima, se observa que ya en los siglos XVIII y XIX de estas familias descienden los Pérez 360 LOHMANN VILLENA, Los americanos, Tomo I pp. 48, 65, 136, 149 y 262; Tomo II pp. 13, 14, 29-31,

104, 159 y 229. 361 Ibid. 362 Ibid., Ver Apéndices.

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Guerrero, Donoso, Ceballos, Barnuevo, Lasso de la Vega, Villacís, Maldonado, Borja, Solano, Checa, Tinajero, de la Peña, Larrea, Marqueses de Maensa, de Solanda, de Lises, de San José y de Selvalegre, los Condes de Selvaflorida, del Real Agrado y de Casa Gijón, (la élite aristocrática de la naciente República), se comprueba una vez más la continuidad social del grupo de encomenderos metamorfoseados en obrajeros, hacendados, altos burócratas y magistrados, caballeros de órdenes nobiliarias y títulos del Reino.363

Según se diversifica la sociedad colonial, antes en Lima, con la aparición de nuevos grupos de poder, fundamentalmente vinculados a la alta burocracia virreinal, se produce un doble movimiento entre grupos. Por una parte las antiguas familias encomenderas consolidan su poder y prestigio por matrimonio y enlaces con nuevas familias surgidas de la administración virreinal que comienza a consolidarse con todo su rigor y esplendor en las últimas décadas del XVI. Por otra parte estas nuevas familias consagran su ascenso social con un enlace conveniente con prestigiosas y ricas familias que forman las élites locales, que son consideradas como la nobleza indiana y que, a través de parentescos intrincados, (producto de su primera endogamia y por la abundancia de componentes) están representadas en cabildos, iglesias, milicias y en diferentes sectores de la sociedad, de la política y de la economía virreinal.

Dicho fenómeno se aprecia antes en Lima por la mayor complejidad de la sociedad capitalina donde la corte del virrey, el palacio arzobispal, los tribunales de la Audiencia, del Santo Oficio y del Consulado son otros tantos núcleos de influencia y poder de donde surgirán nuevos elementos que se entrelazan con los viejos linajes criollos de conquistadores y encomenderos.

Un caso destacado es el del famoso, por otros temas, licenciado Hernando de Santillán oidor de Lima y presidente de la Audiencia de Quito. Su numerosa prole y familia enlazará con la élite encomendera peruana y quiteña. Su hija Leonor contrajo matrimonio con Juan Dávalos de Rivera, hijo de Nicolás de Rivera, el Viejo, encomendero de Ica;364 otra hija casó con un encomendero de la misma jurisdicción, Juan de Barrios “el Mozo” y la tercera, con Juan Antonio Navarro, hijo y sucesor de la encomienda del conquistador Pedro Navarro. Precisamente el nieto de éste, Antonio de Uroz Manrique, no pudo disfrutar en tercera vida la encomienda familiar y tuvo que recurrir al matrimonio para que el virrey marqués de Montesclaros le concediera en 1615 el repartimiento cuzqueño de Saman, iniciando un largo y ruidoso proceso por el proceder de su fallida esposa.365

Su sobrina Beatriz de Santillán había casado también con encomendero. Joven viuda y sin hijos, con un repartimiento que le rentaba 7.000 pesos y "más de 25.000 en esclavos y otras haciendas" fue el señuelo de boda puesto al capitán Diego López de Zúñiga por el virrey marqués de Cañete para calmar los ánimos de los revueltos beneméritos y pretendientes a encomiendas, por ser Zúñiga “uno de los capitanes más válidos y de más amigos porque era de mejor casta que los otros”. Este rechazó en principio la oferta del virrey alegando “que no era su honra que por su mujer pareciese que se le daba de comer sino por sus 363 ORTIZ DE LA TABLA, Los encomenderos de Quito, Arboles genealógicos. Ver Apéndices. 364 LOHMANN VILLENA, Los americanos, Tomo I pp. 133, 194 y 267; Tomo II pp. 29, 6), 182 y 183. 365 PUENTE BRUNKE, Encomienda y encomenderos, pp. 238, 249,295, 296, 371, 497.

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servicios”.366 La actitud del virrey en este y en otros casos similares, como la de otros sucesores en el cargo, muestra una vez más la utilización del matrimonio como mejor forma de acceder a la encomienda y a diferentes recompensas y establecer alianzas y relaciones de conveniencia.

Otro pariente del oidor, Pedro de Santillán, había casado con Mencía Cepeda Villarroel, una de las seis hijas del conquistador, encomendero y regidor de Lima, Hernán González de la Torre, familiar del Santo Oficio y de doña Juana Cepeda Villarroel, sobrina del Comisario de los franciscanos, fray Francisco Victoria.367

Por estos matrimonios la familia del magistrado enlazaba con viejas familias de conquistadores, encomenderos y hacendados que formaban las élites locales, restaurando y reforzando su influencia, su poder y en algunos casos, su nobleza. Por línea femenina los Santillán formaron una extensa red de parentescos en Lima. En Quito, ya como Presidente, también enlazó con familias criollas al casar a su hija doña Agustina de Santillán con Lorenzo de Vargas, encomendero de Chimbo, hijo de Francisco de Vargas y nieto de Hernando de Gamarra.368

Doña Leonor de Figueroa Santillán, hija del oidor, por su matrimonio con don Juan Dávalos de Rivera se convertía en cuñada del encomendero José de Rivera Dávalos; de la también encomendera María Dávalos de Rivera, como viuda de su primer marido, el acaudalado Lucas Martínez Vegaso y mujer del noble trujillano Alonso de Vargas Carvajal; de Ana de Rivera Dávalos, casada con el encomendero Lorenzo Estupiñán, de Isabel Dávalos Solier, mujer del encomendero Pedro de Zárate y de Leonor de Valenzuela, casada con el encomendero quiteño Rodrigo de Salazar, antes mencionado. Además contaba con la extensa parentela de su marido por Solier y Valenzuela. Su hija Micaela Dávalos casará con el general y encomendero Sancho Díaz Zurbano y su hijo Nicolás Dávalos gozará la encomienda de su abuelo, el conquistador Nicolás de Rivera por cuarta vida.369

Don Pedro Santillán, alguacil mayor de la Audiencia, iba a ser tronco, también por línea femenina, de importantes familias limeñas. Su cuñado Francisco González Cepeda disfrutó la encomienda paterna; su cuñada María de Cepeda casó con el factor de Real Hacienda, don Francisco Manrique de Lara, nieto del Conde de Paredes, de los que descienden los de este apellido; su hijo Jorge obtendría en 1617 el hábito de la orden de Santiago.370

Una hija de don Pedro, doña Mencía de Santillán, casó con don Bartolomé de Larrinaga Salazar, corregidor de Huánuco y de Tarma y Chinchaycocha, miembro de una importante familia del virreinato, hijo del rector de la Universidad de San Marcos, regidor de Lima y asesor de varios virreyes, don Leandro de Larrinaga, y nieto del conquistador de los

366 Ibid. 367 LOHMANN VILLENA, Los americanos, Tomo I, pp. 194, 247, 267; Tomo II pp. 60 y 183. 368 ORTIZ DE LA TABLA, Los encomenderos de Quito, Apéndice: Arbol genealógico de los Gamarra-

Vargas. 369 PUENTE BRUNKE, Encomienda y encomenderos, pp. 415 y 424; LOHMANN VILLENA, Los americanos,

Tomo I pp. 65, 133, 262 y 432; Tomo II pp. 29 y 229. 370 Ibid., Tomo I, 194, 247 y 267; Tomo II, 60 y 183.

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Chiriguanas. Su hijo Leandro obtendría el hábito de la orden de Calatrava en 1629.

Otra hija, doña Juana de Santillán casó en primeras nupcias con el general Damián de la Bandera, corregidor de Chumbivilcas, y en segundas, con don García de Híjar Mendoza, alcalde de Lima, hijo de don Alvaro de Híjar, quien viudo volvió a casar con doña Leonor Santillán, convirtiéndose en concuñado de su hijo. De ellos descienden los Híjar Mendoza, los De la Fuente Híjar, los Híjar Roldán, los marqueses del Dragón de San Miguel de Híjar y los condes de Villanueva de Soto.

Una cuarta hija, doña María de Santillán, iba a emparentar con una influyente, amplia y noble familia al casar con don Francisco Fernández de Córdoba, comisario general de la caballería del Perú, de la orden de Santiago y tío del virrey marqués de Guadalcázar. Su madre, doña Mencía de Cepeda, tras enviudar volvió a casar con un señor de este mismo linaje, D. Luis Fernández de Córdoba Angulo.371

Precisamente don Francisco Fernández de Córdoba familiarmente representa un caso también típico, como los Santillán, de los nuevos grupos emergentes en la sociedad colonial que fueron incorporándose por matrimonio a la élite encomendera criolla. Era hijo de don Luis Fernández de Córdoba, gobernador y capitán general de Veragua, alguacil mayor de la Audiencia de Lima y corregidor de Huamanga y de Huánuco, que logró gozar de una encomienda, y de doña Catalina Marroquí de Montehermoso. Sus abuelos paternos fueron don Francisco Fernández de Córdoba, VII señor de Guadalcázar, caballero de Santiago (que estuvo nombrado para integrar la comisión encargada de estudiar la perpetuidad de las encomiendas) y doña Isabel de Carvajal y Dávila, hermana del santiaguista don Diego de Vargas Carvajal, señor de la casa de Vargas y uno de los comisarios de la perpetuidad, con quien pasó al Perú. Ambos eran hijos de don Lorenzo Galíndez de Carvajal, caballero de Calatrava, consejero de los Reyes Católicos y de Carlos I, primer correo mayor de las Indias, y de doña Beatriz Dávila, de la Casa de los marqueses de las Navas. Por parte materna era nieto de don Sancho Ortiz Marroquí, señor de Briviesca, y de doña María de Céspedes, prima del licenciado Briviesca de Muñatones, otro de los comisarios, con el que, ya viuda, pasó a Indias. Hija también de estos señores fue doña Beatriz Marroquí quien en el virreinato casó con el encomendero don Diego de Carvajal y Vargas (hijo del comisario Vargas Carvajal antes mencionado) de los que descienden entre otros, los condes del Castillejo. Los Fernández de Córdoba y los Vargas Carvajal y Carvajal de Vargas formaron una extensa red familiar enlazada con los grupos más poderosos y destacados de la sociedad virreinal.372

En Quito ya he analizado en un trabajo anterior la integración de los grupos emergentes (procedentes fundamentalmente también de la burocracia colonial) en la élite encomendera local. El proceso parece más tardío que en el caso de Lima y sobre todo a partir de la década de 1570 tras la instalación del tribunal de Audiencia que recortaba el poder omnímodo de los encomenderos y 371 Ibid.; Guillermo LOHMANN VILLENA, "Los Fernández de Córdoba: un linaje preponderante en el Perú

en los siglos XVI y XVII", en Anuario de Estudios Americanos, XLV, Sevilla, 1988, pp. 167-240. 372 Ibid., Vid. Apéndice.

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del cabildo. Personajes relacionados con las altas magistraturas de la Audiencia, titulares de corregimientos en el distrito u oficiales de Real Hacienda fueron captados por la primitiva élite encomendera. Tal es el caso de los Carvajal/-Villacís, Ponce de Castillejo/Zúñiga-Arellano, Proaño/Suárez de Figueroa, Cáceres/Zuazo-Galarza, Vera/Arellano-Zúñiga, Sáenz de Gauna/Rivadeneira, Hinojosa/Nava-Cepeda-Ruiz Centeno, Zorrilla/Loma Portocarrero-Orozco, Moreno de Mera/Arellano-Zúñiga, Prada/Ortega o los Borja/Larraspuru-Vera-Núñez de Bonilla.373

Epílogo. Lo que pudo haber sido y no fue

El Nuevo Mundo utópico y soñado por muchos terminó reproduciendo los viejos esquemas sociales y morales del Viejo Continente, a veces con mayor énfasis y virulencia. A imitación del modelo peninsular y reforzado por la legislación metropolitana—para consolidar la colonización y establecer los cauces de perpetuación de privilegios y encomiendas—el matrimonio “conve-niente” se impuso rápidamente en Indias. Cerraba el grupo de encomenderos excluyendo los sectores desfavorecidos y relegados en el goce de privilegios, exenciones y encomiendas: indios, mestizos, negros y castas.

Rápida y paralelamente también se fue acuñando el concepto de matrimonio/blancura/legitimidad versus concubinato/mestizaje/ilegitimidad. Generalmente en los estratos sociales más altos, que servían de modelos en usos y costumbres, iba emparejado el mestizaje con la ilegitimidad, degradando este proceso que se produce desde los inicios del descubrimiento y conquista de América.

Mientras que los mestizos (o incluso indios), nobles y ricos, apartados de su tierra de origen, por diversos motivos, son aceptados socialmente en la metrópoli y se integran en la nobleza peninsular, sus parientes o similares, nobles o no, en Indias van perdiendo posición y estima social.

Por el contrario una hábil política matrimonial permitirá a las primitivas élites encomenderas perpetuarse en la cúspide de la pirámide social, metamorfoseadas en distintos grupos económicos.

Esta política matrimonial será esencialmente endogámica en las primeras generaciones e irá incorporando a los elementos más destacados de los nuevos sectores emergentes de poder económico y político, que terminaron adaptándose a los primeros en formas y representaciones, lo que motiva el carácter tradicional y conservador de dichas élites y oligarquías.

373 ORTIZ DE LA TABLA, Los encomenderos de Quito, pp. 139-151.

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Apéndice

Arboles Genealogicos

Encomenderos de la Audiencia de Lima: Arboles I al VIII Signos utilizados: • Titular de encomienda o de renta † Caballero de orden nobiliaria Encomenderos de la Audiencia de Quito: Arboles IX al XII Signos utilizados: • Titular de encomienda o de renta

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PRODUCCIÓN, TECNOLOGÍA Y TRABAJO EN LA RIVERA DE POTOSÍ DURANTE LA REPUBLICA TEMPRANA

Tristan PLATT

Introducción

La minería boliviana de la plata durante la República temprana (1825–1850) suele considerarse como inmersa en un estado de estancamiento, cuando los altos precios del azogue, la falta de créditos y el monopolio estatal del rescate de la plata mantenían casi paralizada la industria potosina. Según esta perspectiva, existía un “impuesto indirecto” sobre la minería en cuanto los marcos se cancelaban por el Banco de Rescates con pesos febles, cuyo valor intrínseco fue menor que él de los pesos fuertes. Se supone, además, que en esta época las leyes de los minerales beneficiados eran muy bajas por proceder en su mayor parte de los rodados y desmontes, y que la sobreexplotación de la mano de obra estuvo en la base de las empresas. Al mismo tiempo, la llamada estacionalidad de la mano de obra, interpretada por los contemporáneos como fruto de una “escasez de brazos”, se reinterpreta como la consecuencia de las irregularidades en la demanda minera, debido a la falta coyuntural de azogues o de agua en las lagunas.374

La emergencia de nuevas fuentes ha venido modificando esta periodización en varios puntos importantes. En primer lugar, aunque no se ha publicado ningun estudio detallado sobre los precios del azogue puesto en Potosí, una primera revisión de la documentación inédita recogida por el autor en 1980–83 sugiere que la relación entre éstos y los del mercado internacional no fue directa, y que los precios del azogue a principios de la administración de Santa Cruz (1830–35) y durante el régimen de Belzú (1850s tempranos) pueden haber sido inferiores a lo que serían a principios de la década de los 1860s y durante los ‘70s.375

En segundo lugar, en la medida que los mineros podían pagar los jornales y el costo de los insumos (incluso, a veces, el azogue) con pesos febles, y al mismo tiempo vender sus pesos fuertes con un premio sobre su valor nominal al comercio ultramarino, el pago de sus marcos mitad en febles y mitad en fuertes les ofrecía más bien una “subvención estatal” indirecta para el sector Universidad de Salamanca.

374 Antonio MITRE, Los Patriarcas de la Plata, Instituto de Estudios PeRúanos, Lima, 1981. 375 Tristan PLATT, en preparación; contrastar Mitre, 1981: Cuadros 21 y 22; Apéndices 9 y 10.

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minero. La existencia de lo que he llamado el “sistema monetario paralelo” significaba grandes ventajas para la minería potosina entre 1830 y 1850.376

Nuevamente, datos a presentarse en este trabajo indican la importancia del laboreo profundo en ciertas empresas entre 1830 y los 1850s, y también sugieren que las leyes de los minerales extraidos eran en muchos casos más altas en 1837 que lo que serían en 1851 (cf. Cuadros 12, 13 y 16).

En cuanto a la mano de obra, Gustavo Rodriguez,377 partiendo del estudio de Enrique Tándeter sobre los llamados “ladrones de minas”,378 ha mostrado que la mano de obra a principios de la República no era escasa, sino más bien “indisciplinada” (vista desde la perspectiva del empresario minero). De hecho, los trabajadores regularmente lograban imponer su propio “entable invertido” sobre los empleadores. Algunos recibirían adelantos (alanocas) de varios empleadores para el trabajo de una semana, y después se presentarían a trabajar en las labores de sólo uno—o ninguno. Al mismo tiempo, como cacchas se integraban a las actividades dispersas de la pequeña producción indígena, trabajando como medieros con los dueños de las minas en trabajo, por su cuenta en las minas abandonadas, o aprovechando su conocimiento de los frontones en trabajo para explotarles a espaldas del dueño legal (cf. Cuadros 2 y 4). De allí que el trabajador indígena no aceptaba simplemente ser “sobreexplotado” por los empresarios mineros, sino que proponía sus propias soluciones al problema de la rentabilidad vista desde la perspectiva laboral (ver Conclusión y Apéndice Documental).

En este trabajo, quisiera presentar nueva información documental que nos permitirá matizar el análisis de Mitre en otro aspecto importante. Pues, las empresas en este período no se quedaban en el desagüe de las minas o el trabajo de los desmontes. La simple observación de la curva del rescate de plata refinada, desglosada por Ciudad y provincias,379 nos lleva a plantear la existencia de un pequeño “ciclo minero” durante los primeros treinta años de la República con un auge en c.1838–42. Este primer ciclo republicano ha quedado casi desapercibido por los estudiosos hasta la fecha.

Para analizar la dinámica del sector minero en este período será necesario un trabajo minucioso sobre cada empresa y asiento minero, que permita comparar las relaciones que se dieron en cada lugar entre la demanda externa e interna de plata y moneda, los diferentes tipos de organización productiva, los distintos saberes, prácticas e inovaciones técno-científicos, y la estructura geológica de los yacimientos. Aquí, ofrezco simplemente los inicios de un estudio de caso sobre la empresa más importante de la misma Rivera de Potosí entre 1830 y 1857, que pertenecía a dos hermanos de Salta, Francisco de Paula y Serapio Ortiz. Aunque no disponemos de los Libros de Cuentas de los Ortices—única vía para resolver varios problemas fundamentales—la información existente sugiere la inaplicabilidad a esta empresa de un

376 Tristan PLATT, Estado tributario y librecambio en Potosí (siglo XIX,), HISBOL, La Paz, 1986. 377 Gustavo RODRIGUEZ, El Socavón y el Sindicato. Ensayos históricos sobre los trabajadores mineros,

siglos XIX–XX, ILDIS, La Paz, 1991. 378 Republicado con modificaciones en Enrique TÁNDETER, Coacción y Mercado. La minería de la plata

en el Potosí colonial, 1692–1826, Editorial Sudamericana, Buenos Aires, 1992. 379 PLATT, 1986: Cuadro IV.

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estereotipo corriente de los azogueros de la Rivera, a menudo considerados como demasiado protegidos por sus privilegios y los entables abusivos con sus trabajadores como para buscar la modernización de su comportamiento tradicional. En el caso a presentarse, se nota más bien una dinámica empresarial pujante, basada en la especialización productiva, el laboreo profundo, una política constante de reinversión, una conciencia de los problemas de la seguridad laboral, e incluso innovación tecnológica. El caso nos puede servir como un punto de comparación con otras empresas, sean éstas de la Rivera o de los “Minerales de Afuera”.

El caso de los Ortices también nos obliga a matizar el argumento de Enrique Tándeter, según el cual el fracaso de los capitales ingleses en Potosí a principios de la República se debe sobre todo a la falta de indios mitayos—elemento esencial en la rentabilidad de los ingenios coloniales—a pesar de una reducción significativa en los niveles de los arrendamientos de los ingenios.380 Veremos que la falta de indios mitayos no obstaculizaba el éxito de la empresa estudiada, aunque sí les obligaba a buscar nuevos procedimientos técnicos para reducir los costos laborales involucrados en la amalgamación de la plata con azogue. El hecho de que esta empresa—vera dirigada—por “hombres nuevos” de Salta también nos recuerda la importancia del capital mercantil procedente del comercio salteño a principios de la República,381 a la vez que nos obliga a extender la búsqueda de fuentes hacia la región surandina en su conjunto.

A manera de conclusión, plantearemos—en forma de hipótesis—una interpretación del desarrollo de la minería potosina en el siglo XIX, que busca integrar las perspectivas políticas y étnicas con los datos puramente económicos.

1. Un primer ciclo de la plata (1830–1850)

Veamos primero a grandes rasgos la curva del rescate en la primera mitad del siglo. En el Cuadro 1 se ve el descenso de la producción minera potosina desde 1801, cuando estalló una crisis minera aguda por falta de azogues en combinación con una crisis agrícola.382 La recuperación parcial hasta 1812, cuando finalmente se abolió la mita indígena, se debe a los auxilios dispuestos por la Corona. Después, se experimenta un descenso que debe atribuirse tanto al contrabando descontrolado como a los efectos devastadores de las Guerras de la Independencia, pues el saqueo de los fondos del Banco Minero de San Carlos en 1816, durante la ocupación sucesiva de Potosí por patriotas y realistas, les quitó a los azogueros el acceso a créditos estatales. La producción declarada empieza a recuperarse parcialmente con la Independencia (1825), y la curva de la producción argentífera de Potosí en los ‘30s muestra un

380 TÁNDETER, 1992, pp. 282-290. 381 Cf. el caso analizado en William Lofstrom, Dámaso de Uriburu, un empresario minero, La Paz 1982

[1973]. Pero los Ortices no seguían el ejemplo de Uriburu, quien pronto abandonó la minería para trasladarse a Valparaiso como Consul de Bolivia encargado por el gobierno de Santa Cruz a comprar azogues. Ver ANB MH t.33 no 20 (Prefectura Potosí recibidas), Prefecto al Ministro de Hacienda, Potosí, 5.ix.1832.

382 Enrique TÁNDETER & Nathan WACHTEL, “Conjonctures inverses: le mouvement des prix à Potosí pendant le XVIII siècle”, Annales ESC, 38 (3), 1983; TÁNDETER, 1992.

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nuevo auge pasajero, reducido por cierto en comparación con los niveles alcanzados durante los 1790s.

Proponemos que este mini-auge representa la parte más visible de lo que era efectivamente un primer ciclo de la plata, que encontró su tope alrededor de 1840, y cuyo análisis es impresindible para comprender el punto de partida del segundo ciclo, analizado por Mitre, donde convergían la internacionalización del capital minero y la legalización de la extracción de la plata no-amonedada al exterior (1872).

Cuadro 1

Rescate de plata en Potosi: 1755–1850 (en marcos)

0

50000

100000

150000

200000

250000

300000

350000

400000

450000

1755

1760

1765

1770

1775

1780

1785

1790

1795

1800

1805

1810

1815

1820

1825

1830

1835

1840

1845

1850

Primer ciclo republicano

Crisis del azogue

Abolición de la Mita

Ocupación de Potosí

Rescate Total

RescateAzogueros

Rebelión de Tomás Kat

Rescate Azogueros

Fuentes: Eugenio de Hochköfer, Administrador del Banco Nacional de Rescates, Potosí, 20.ii.1869

El Cuadro 2 muestra en más detalle la producción declarada de los años 1830–1850, según las cifras del Banco Nacional de Rescates. Se nota que, como a fines del siglo XVIII, el auge se debe particularmente a la producción de los azogueros de las Provincias (donde jamás había habido mita), aunque también se evidencia una alza breve en la producción de la Rivera en 1837–38, dentro de un contexto de disminución global. Veremos las causas subyacentes en esta inflexión pequeña pero significativa. Por debajo de ambos grupos se percibe un colchón más o menos estable de producción procedente de los cacchas (donde se junta la producción “menor”, o artesanal, de los trapicheros tanto de la Ciudad como de las Provincias).

El Cuadro 3 desglosa la producción de los azogueros de las tres Provincias activas (Chichas, Porco y Chayanta383) y de la Ciudad.

383 La cuarta Provincia, Lipez, apenas tuvo algunas ventas menores al Banco Nacional de Rescates durante

el período bajo consideración.

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1. Los datos de Chichas, una región colindante con la Argentina donde se situaba la mina importante de Portugalete (Guadalupe), son particularmente distorsionados por el impacto del contrabando. Este factor disminuye aparentemente durante las guerras de la Confederación Perú–Boliviana contra Argentina y Chile (1836–39), para volver a crecer durante los 1840s. Por eso, es particularmente dificil estimar la producción siquiera aproximada de esta Provincia en el período bajo consideración.

2. Las cifras correspondientes a las otras dos Provincias son menos distorsionadas. Chayanta experimenta una subida vertiginosa en su producción entre 1830 y 1840, que se debe no tanto a modificaciones en la cantidad de plata registrada en el Banco, sino al éxito de la Sociedad de la Gallofa, que trabajaba depósitos muy ricos de plata rosicler en las antiguas minas de Aullagas. Al agotarse estos depósitos se acaba la bonanza y vuelve a caer la producción.384

3. Finalmente, Porco—donde las cifras tampoco se afectan por el contrabando en la misma medida como en Chichas—muestra niveles de producción mas o menos estables, basados sobre todo en los trabajos de Siporo (Machacamarca). En 1848–50 se notan los inicios de aquel ascenso dramático en la producción de Porco que empezaría con el éxito inicial de Carguaicollo y Machacamarca, y encontraría su culminación en el triunfo de la Compañía Huanchaca (Pulacayo) sobre todo durante el último cuarto del siglo.

El Cuadro 4 ofrece un “corte” temporal de la producción declarada correspondiente al mes de junio de 1856. Allá se ven reflejadas las tendencias ya descritas para las Provincias y la Ciudad. El productor mayor de la Ciudad, Francisco de Paula Ortiz, representa un caso peculiar que es el tema principal de esta comunicación.

Cuadro 2

384 En 1844 se comenta un déficit en la amonedación que solo en parte puede atribuirse a la decadencia de

la mina de la Gallofa en Aullagas: más importante es el contrabando de Chichas al Argentina, de donde “la mayor parte [de las pastas] ... vuelven luego a importarse al territorio boliviano y extraerse por Cobija al extranjero, suponiendo ser producción de los minerales de aquel pais, lo que es una superchería; pues que en todo él no se explotan sino las minas de Famatina que ahora deben estar en una completa decadencia, y aun sus escasas producciones se dirijen a Chile por mui distintas vías que la de Cobija”. El Restaurador VI.73, 24.ii.1844.

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Rescate primer ciclo Republicano: 1831–1850 (en marcos)

0

50000

100000

150000

200000

250000

TOTAL

Provincias

Azogueros

Cacchas

Fuente: Platt 1986: Cuadro IV

Page 119: Varios - Encomiendas, indios y españoles

Cuadro 3

Rescate 1831–1850: la ciudad y las provincias (en marcos)

0

10000

20000

30000

40000

50000

60000

70000

80000

90000

10000018

31

1832

1833

1834

1835

1836

1837

1838

1839

1840

1841

1842

1843

1844

1845

1846

1847

1848

1849

1850

Ciudad

Porco

Chichas

Chayanta

Fuente: Platt 1986: Cuadro IV

Page 120: Varios - Encomiendas, indios y españoles

Cuadro 4

Rescate de plata, segun productor, Junio 1856 (en marcos)

CHICHAS, Portugale

CHICHAS, Portugale

PORCO, Pulacayo

PORCO, Machacamarc

PORCO, Machacamarc

PORCO, Carguaicollo

PORCO, Carguaicollo

0 500 1000 1500 2000 2500 3000 3500 4000 4500 5000

Francisco Paula Ortiz

Quesada y Hermano

Sociedad Guariguari

Romualdo de la Riva

Narciso Telles

Bernardo Larraidi

Manuel de la Lastra

Manuel Aguilar

Felix Revilla

Sociedad Ancona

José Quesada

Sociedad Siporo

Nazario de Uzín

Sociedad Guanchaca

José S Resa

María Manuela Villa

CAPCHAS Y TRAPICHEROS

POTOSI, Azogueros de la Rivera

Fuente: El Minero no 22, 16 vii.1856 (BNB PB Potosí 8a)

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Cuadro 5

Produccion de plata en la Rivera: los hermanos Ortiz, Quesada y

hermanos, y total: 1830–1856 (en marcos por semana)

0

200

400

600

800

1000

1200

1400

1830 1833 1837 1840 1851 1856

Francisco Paula y Serapio Ortiz

Pedro Laureano Quesada

TOTAL RIVERA

Fuentes: Cuadros 4, 6, 8, 12, 15 y 32

2. Entran en la Rivera los hermanos Ortiz

Entre 1833 y 1856 tres hermanos de Salta—Manuel, Francisco de Paula y Serapio Ortiz—fueron consistentemente los principales productores de la Rivera de Potosí. Es curioso, entonces, que tan poca atención se ha prestado a sus actividades. Antonio Mitre menciona dos veces a Francisco de Paula, señalando su preeminencia en 1851 (aunque en realidad estaba entonces en su descenso final, ver Cuadro 5), y su venta en 1854 de las propiedades que iban a formar la base de la Compañía del Real Socavón.385 Sin embargo, un examen de su trayectoria confirma la presencia de un pequeño ciclo minero que no se limita simplemente a re-editar los métodos tradicionales de la Colonia para encontrarse asfixiado por la falta de trabajadores y el costo de los azogues. Más bien, los Ortices mostraban una actitud dinámica, inovadora y eficaz hacia los problemas de la azoguería del Cerro Rico, que merece un capítulo aparte en una historia de la minería republicana temprana.

Por lo menos Serapio parece haber llegado a Potosí desde Salta alrededor de 1816,386 y siempre mantuvo contactos—comerciales, y de vez en cuando residenciales—con su ciudad de origen. Estos contactos probablemente les proporcionaron a los tres hermanos un capital comercial de arranque; pero aún no tenemos información sobre sus actividades previas en Salta ni sobre sus primeros años en Potosí.

385 Ver MITRE, 1981, pp. 85, 91. 386 En 1837, al protestar contra el decreto de destierro dictado en plena guerra contra Argentina por el

general Braun, Serapio Ortiz declara haber residido en Potosí “mas que 20 años”. AHP EN no 276, Año 1837: f.237, 13.xi.1837.

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La primera mención de los Ortices que hemos encontrado aparece en 1830, cuando Francisco de Paula aparece como el conductor del ingenio de Jesús María, propiedad del Conde de Carma. Lleva solamente una cabeza y Ortiz logra beneficiar apenas 8 cajones semanales de mineral (Cuadro 6), aunque no sabemos cuáles habrán sido las minas trabajadas.

Page 123: Varios - Encomiendas, indios y españoles

Cuadro 6

Cabezas de ingenio en giro, con producción semanal (en cajones): Potosí 1830

Ingenio Dueño Número

Cabezas

Conductor Cajones semanal

es

Agua de Castilla

Marqués de Otavi

1 Diego Barrenechea

6

Jesús María

Conde de Carma

1 Francisco de Paula Ortiz

8

Quintanilla

2 Francisco Xavier Menéndez

10

Concepción

Barragán 2 Juan José Rúa y MM Garrón

15

Concepción

La Condesa y compartes

2 Pedro José Bravo

12

Guayllaguasi

El Estado 2 Diego Barrenechea

12

Ramírez Pedro L Quesada

2 Pedro L Quesada

5

San Marcos

La Condesa

2 Manuel Lizarazu

10

Dolores Los Fariñas 2 Herederos de Joaquín Aguilar

10

Laguacayo Los Quintanas

2 José Estebes 14

Velarde Los Monteros

2 José María Velásquez

12

Trinidad José Andrés Sanz

2 Andrés Argüelles

6

Turu Nicolás Corominola

2 Nicolás Corominola

9

Chaca La Agorreta

2 José Eustaquio Gareca

10

Máquina El finado Orueta

2 Felipe Salas 10

Cantumarca

1 La Sociedad Potosina

6

Calicanto Los Prudencios de Córdoba

2 José María Velásquez

12

TOTAL 31 167

Fuente: ANB MH t.18, no 7 (Tribunal General de Minería recibidas) 1830.

Page 124: Varios - Encomiendas, indios y españoles

Pero muy pronto intenta aumentar su capacidad de beneficio. El 16 de marzo de 1831 busca arrendar el ingenio de Cantumarca, pero su propietario, la Sociedad Potosina, prefiere arrendarlo en 20 pesos semanales a José María Velásquez, un socio de la Sociedad.387 Sin embargo, el 12 de abril de 1831 logra arrendar el ingenio Agua de Castilla, perteneciente a la Marquésa de Otavi, en el precio irrisorio de 12 pesos semanales con 2 cabezas (“8 pesos si solo corre una cabeza”).388

El mismo año se lanza a la compra de varias minas: la del Rosario, la labor de Asunta y los rodados de Lipez Urco y la Eslabonera, todos del desafortunado azoguero José Eustaquio Gareca, en 1.350 pesos; y las minas de San Antonio y San Fermín “en estado ruinoso” de Melchor Prudencio Pérez, en 120 pesos al contado.389 Además, él y su hermano Serapio empiezan a comprar minas e ingenios en el asiento mineral de Salinas de Garci Mendoza (Dept de Oruro, Prov Paria) que corresponde al Directorio de Minas de Potosí. En 1833 Francisco de Paula compra en 3.000 pesos de José María Prieto las minas nombradas Copacabana y San Ramón en Salinas de Garci Mendoza.390 El papel de las minas de Salinas de Garci Mendoza en el desarrollo de las empresas de los Ortices merece una investigación más detallada en el futuro.

En 1832 Francisco de Paula ya emplea a más trabajadores que cualquier otro azoguero en el Cerro de Potosí (Cuadro 7). En este Cuadro es notable, además, el bajo porcentaje de absentismo que experimenta en un momento en que todos los demás azogueros denuncian la “inmoralidad” de los trabajadores; posiblemente esto se debe a la mayor escrupulosidad con que Ortiz vela por la seguridad en el interior de la mina (ver abajo). En 1833 sus ventas semanales al Banco Nacional de Rescates llegan a 500 marcos (= c. 26.000 marcos anuales), muy por encima de la producción de su rival más cercano, el propio José María Velásquez, cuya producción llega a solamente 160 marcos semanales (Cuadro 10). Las pertenencias mineras declaradas por Francisco de Paula en 1833 se ven en el Cuadro 9.391

Para avanzar con sus proyectos, los Ortices tenían que asegurarse nuevas fuentes de crédito, aunque obviamente contaban con recursos previos, probablemente procedentes (como ya hemos sugerido) del comercio argentino. Es quizás significativo que ningún Ortiz se encuentre entre los azogueros que otorgan fianzas para los azogues distribuidos por el Banco Nacional de Rescates—heredero del antiguo Banco colonial de San Carlos392—en 1830.393

387 AHP EN no 357, Año 1831: f.44, 16.iii.1831. 388 AHP EN no 357, Año 1831: f.65, 12.iv.1831. En 1836 8 pesos fue el precio pagado por el Banco

Nacional de Rescates por un marco de plata. 389 AHP EN no 357, Año 1831: f.1, 5.i.1831; f.50, 21.iii.1831. 390 AHP EN 270, 1830. f.44v. 11.ii.1833. 391 No hemos podido trazar todas las transacciones que daban lugar a esta lista: San Bartolomé es la mina

que en 1837 le proporcionó a Serapio Ortiz la bonanza de chagua (60–80 marcos/cajón) que aparece en el Cuadro 12. Probablemente, esta mina le habrá llegado junto con el ingenio de Guaillaguasi, adquerido en 1835. Todavía no aparece la mina de la Moladera, que pertenece a Serapio Ortiz en 1841, cuando será declarada “la mejor mina del Cerro” durante la Visita a las Minas del Cerro realizada en aquél año (ver Cuadro 13).

392 Para los origenes, la evolución y las operaciones del Banco San Carlos, ver Guillermo Mira, El Real Banco de San Carlos y la Minería AltopeRúana Colonial, 1779–1825, Universidad de Salamanca: MS inédito, 1990.

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Sin embargo, en 1832 Francisco de Paula aparece como el principal deudor al Banco por auxilios de un valor de 6.000 pesos,394 aunque para principios de 1833 ha logrado devolver 84% de la deuda (Cuadro 8).En 1835 compra Guaillaguasi, propiedad del Estado,395 que habilitapara el trabajo y después hipoteca en 1836 para completar las fianzas necesarias para asegurar un nuevo crédito para si mismo y para su hermano de 20.000 pesos, levantado en el comercio de Chuquisaca.396

Cuadro 7

Trabajadores mineros de Potosí, 1832

GENTE TRABAJANDO GENTE AUSENTE Azogueros Minas

en trabaj

o

Pongos

Barreteros

Brociris

Apiris

Palliris de

Minas y

Rodados

TOT

AL Pong

os Barrete

ros Broci

ris Apir

is Pallir

is TOT

AL

Diego Barrenechea

– – – – – 65 65 – – – – 10 10

Manuel Lizarazu

4 2 22 6 30 6 66 – 3 – 4 – 7

Juan Mata Aguilar

7 3 28 7 32 14 84 2 15 6 14 2 39

Manuel María Garrón

3 1 11 8 15 13 121 – 6 1 9 9 25

José María Velásquez

9 4 35 7 58 17 48 1 25 4 22 3 55

Nicolás Corominola

2 – 12 – 13 15 40 – 5 – 3 6 14

Felipe Salas 3 1 18 3 19 11 52 2 2 1 8 7 20 Juan José de la Rúa

1 – 6 – 5 34 45 1 – – – – 1

Sra Viuda Uzin

3 – 17 2 14 8 41 1 4 2 3 – 10

José 2 3 11 4 10 44 72 1 6 3 16 10 36 393 AHP EN no 356, Año 1829–31: f. 179, 17.viii.1830. Caución de 10.000 pesos que otorgan los señores

Azogueros con las fincas que se espresan. 394 Estos 6.000 pesos son probablemente los mismos a que se refiere en 1841 el abogado de los Ortices,

Facundo Zuviria, quien dice que esta suma fue invertida en la limpia de una comunicación minera (ver referencia en la nota 28).

395 El Estado es su propietario en 1830 (Cuadro 6); probablemente fue del ramo de Beneficencia, porque en 1835 es vendido a los Ortiz por el Administrador de Beneficencia, José Villegas. Ver AHP EN No 276, Años 1835, 1837: fs. 44, 14.i.1835.

396 Mediante su apoderado Facundo Zuviria. Además, los Ortices hipotecan “la hacienda de Salinas de Garci Mendoza en el que tienen dos Ingenios, sin perjuicio de la hipoteca general de sus bienes e intereses mineralógicos”. Ver AHP EN no 207, Año 1836: f.247v, 9.v.1836.

Page 126: Varios - Encomiendas, indios y españoles

Eustaquio Gareca Francisco de Paula Ortiz

8 5 50 9 80 25 160 – 4 – 6 – 10

Carlos O. Zárate

3 2 14 7 20 15 58 – – – – – –

Pedro Laureano Quesada

s.d. s.d. s.d. s.d. s.d. s.d. s.d. s.d. s.d. s.d. s.d. s.d. s.d.

TOTALES 45 21 224 53 296 267 861 8 70 17 85 47 227 Fuente: ANB MH t.29 no9 (Tribunal General de Minería) 182.

Cuadro 8

Auxilios recibidos por los azogueros de la Rivera: Potosi 1832

Azogueros Deuda

total Pagos hechos

hasta fin de 1832

Pagos verificados en enero de

1833

Resto liquido

que reconocen

Manuel Amado Tardío

1.560 – – 1.560

José Eustaquio Gareca

780 462 126 192

Manuel Ortiz

1.560 767 236 557

Francisco de Paula Ortiz

6.240 3.555 1.685 1.000

Manuel María Garrón

1.170 588 168 414

Juan Aguilar

1.248 871 335 42

Manuel Lizarazu

2.174 5r 1.008 336 830 5r

José María Velásquez

3.276 1.879 708 689

Nicolás Corominola

624 336 170 118

Juan José Rúa

624 508 116 0

Carlos 780 294 42 44

Page 127: Varios - Encomiendas, indios y españoles

Ortiz Zárate Pablo Rosas

312 173 68 71

Manuela Orueta de Salas

780 428 210 142

Francisca Uzin de Esteves

780 378 252 150

Diego Barrenechea

624 170 170 284

TOTAL 22.532 5r

11.417 4.622 6.493 5r

Fuente: ANB MH t.39 no 19. Banco de Rescates de Potosí, 14.ii.1833

Page 128: Varios - Encomiendas, indios y españoles

Cuadro 9

Posesiones mineras de los azogueros de Potosí (1833)

Azogueros Minas en actual trabajo

Minas sin trabajo

Pallacos y rodados en trabajo

Nicolás Corominola

Candelaria por San José

Carmen San Antonio

Betillas Lipez Orco

Santo Tomás

Sucre Pampa

Carmen Chilimpica Socavon Juan José Rúa

Rosario Hundimiento Guacacchi

Chullunquia

Misericordia Abronzados

Abronzados

Cieneguillas

Puca Orco Miguel Bustillos por Carlos Ortiz de Zárate

Mercedes Gualparayana

Santa Bárbara Rosario San José San Felipe San Antonio Muñosa Relaves San Dimas San Pablo – calla San Miguel Dolores – cata

sin trabajo: Flamenco Chullunquia Serro Chico San Rafael

Diego Barrenechea

ninguna San Diego Santo Domingo Copacabana Santa Getrudis [sic] Chocaya

Candelaria Dolores Pailavire Canchones Puca Orco

Pedro Laureano Quesada

Mercedes Animas Esperanza

ninguna Santa Rosa Cieneguillas Guacacchi

Page 129: Varios - Encomiendas, indios y españoles

Carmen San Francisco de Padua

José María Velásquez

Mercedes Santa Rosa Belencita San Juan de Dios Carmen Guebara Calba

ninguna ninguna

Juana Y Menéndez

Mercedes Carmen Calla Guebara

(cuadro 9 cont.) Azogueros Minas en

actual trabajo

Minas sin trabajo

Pallacos y rodados en trabajo

Manuel Lizarazu

Antona Mercedes Santa Rufina Remedios Oñate Purísima

Loreta Todos Santos San José de Ancona Purísima Rosario Pimentel Dimas Sacramento San Vicente

Torre Chico Lipes sin trabajo: San Rafael Espíritu Santo

Manuel Ortiz San Antonio – barreno Encarnación Cocharcas Sinba Concepción Ynojosa Cocharcas – socavón

Trinidad – socavón Candelaria Concepción

Manuel María Garron

Rosario Grande San José Corazón de Jesús

ninguna Animas Cristales Ornopampa

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Copacaba [sic]

Juana Mercado

Guadalupe Trinidad Concepción Jesús

Sacramento Trinidad Calla de Puituoasi

Guacacchi

Francisca Uzin

Rojo Rosario Santo Domingo San Ramón Barreno

San Cayetano San José Quellu Rosario

José Eustaquio Gareca

Flamenco Guaillaguasi Santa Teresa Candelaria Dolores Sacramento Candelarita San Manuel Mercedes Loma Medusa callas: San Francisco Pirula San Vicente Mercedes Sacramento San Ramón

Guacacchi Lipez Orco Asunta Eslabonera sin trabajo: Muchani

(cuadro 9 cont.) Azogueros Minas en

actual trabajo

Minas sin trabajo

Pallacos y rodados en trabajo

Manuel Antonio Tardío

San Nicolás San Pedro Nolasco Animas Tajo Polo Santa

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Fortunata Laca Challachiri

Francisco de Paula Ortiz

Rojo Rosario Santo Domingo Macho Lobato Dolores San Antonio Rosario San Bartolomé Chicha Pampa Barreno San Pablo San Augustín Providencia Barrenito San Simón

Bernardo Quinea

10

Manuel Vargas

3

José Felipe Salas

San Luis La Purísima San Felipe El Carmen Calla de Trinidad

San Pablo Arangusi

Bernabé Madero

23

RESUMEN

Azogueros Minas en actual trabajo

Minas sin trabajo

Pallacos y rodados en trabajo

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19 70 98 28

Fuente: ANB MH t.35 no 8 (1833). Mariano Zamudio, “Demostración de las minas que se hallan en trabajo y sin él con arreglo a ordenanza en esta rivera ... conforme a las razones presentadas por los interesados”. Potosí, 9.vii.1833

Page 133: Varios - Encomiendas, indios y españoles

Cuadro 10

Producción de plata y consumo de mercurio por semana: Potosí y provincias 1833

Azoguero Ventas de plata

(en marcos)

Consumo de mercurio (en libras)

POTOSI Manuel Ortiz 66 41 Manuela Orueta 66 41 Manuel Antonio Tardío

56 35

José Cabezas 48 30 Nicolás Corominola 56 35 José Eustaquio Gareca

30 19

Testamentaria de Barrenechea

72 45

Juana Mercado Aguilar

56 35

José María Velásquez

160 100

Manuel Lizarazu 96 60 Pedro Laureano Quesada

134 84

Francisco de Paula Ortiz

500 312

Manuel María Garrón

90 56

Juan José de la Rúa 36 23 Pablo Rozas 50 31 CHICHAS Diego Ovando 130 81 Manuel Gregorio Mendivil

100 62

José Sanchez de la Reza

130 81

Testamentaria de J·ureguí

130 81

PORCO Pedro Malpartida 280 175 Testamentaria de Uzín

280 175

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Andrés Argüelles 40 25 José Figueroa 70 44 CHAYANTA Agustín Careaga 48 30 TOTAL 2724 1701

Fuente: ANB MH t.35 no 8 (Tribunal General de Minería recibidas). Banco Nacional de Rescates, 3.vii.1833.

Cuadro 11

La mineria potosina en 1835

Ciudad Provincia Chayanta

Provincia Porco

Provincia Chichas

Asientos minerales

Potosí con La Lava y

Guariguari

Chaya

nta

Ocurí

Piquiz

a

Tomav

e

Chichas

Total

Azogueros 16 6 46 8 23 9 108 Minas de Plata en trabajo

96 6 35 15 21 25 198

Rodados en trabajo

26 – – – – – 26

Socavones en trabajo

3 2 6 3 – 1 15

Ingenios corrientes

19 – 1 5 1 12 38

Rastras en trabajo

2 – 14 4 2 4 26

Quimbaletes corrientes

174 2 1 12 21 2 212

Hornos de fundición

– 7 5 – 20 – 32

Hornos de quema 10 – – – – – 10 Minas de oro en trabajo

– 9 – – – – 9

Veneros de oro en trabajo

– – 5 – – – 5

Minas de cobre en trabajo

– – – – – – –

Ingenios arruinados

18 1 3 – 10 – 32

Rastras arruinadas

– – – 1 – – 1

Quimbaletes 225 34 – – – – 259

Page 135: Varios - Encomiendas, indios y españoles

arruinadas Minas de plata abandonadas

5017 487 – 21 196 10 5731

Minas de oro abandonadas

– 163 – – – 2 165

Veneros de oro abandonadas

– – – – – 1 1

Minas de cobre abandonadas

– 4 – – – – 4

Socavones abandonados

3 202 – 3 9 – 217

Operarios y jornaleros

2754 200 660 300 550 744 5208

(Cuadro 11 cont.)

Ciudad Provincia

Chayanta Provincia Porco Provincia

Chichas Total

Producto anual (marcos de plata)

87,953 marcos 1 1/2 onzas

26,501 marcos 3 3/4 onzas

30,411 marcos 5 onzas

30,790 marcos 4 3/4 onzas

175,657 marcos 3 onzas

Importe de ellos (pesos)

696,347 pesos

1/2 real

207,401 pesos 1 1/2 reales

238,085 pesos 7 1/2 reales

240,718 pesos 6 1/2 reales

1,382,553 pesos

7 reales

“Notas. ... La casilla que señala las minas de cobre resulta en blanco, por no tenerse datos de las que se trabajan en el punto de Corocoro Departamento de La Paz, y las que se hallan en el Govierno Litoral, no obstante de que en el dia se abastece al Banco Refaccionario por contratas que tiene celebradas con los empresarios de Corocoro.

“Que en los puntos de Salinas de Yocalla y Urmiri estraen los Yndijenas mucha sal, con la que proven esta Rivera, y los acientos inmediatos para el beneficio de metales; pues se sabe que para ello tienen varias Minas, y no constando el número de estas, ni su entidad en el Archivo, se ha omitido formar casilla de esta especie.

“Que en los lugares de Guanuni Departamento de Oruro y en el de Ocurí Provincia de Chayanta, se sabe que ecsisten minas de estaño de las que se abastece esta Rivera, y no habiendo en el Archivo razon de ellos se ha omitido igualmente su numeración y entidad.

“Que en el Canton de San Lucas Provincia de Cinti, Departamento de Chuquisaca, se sabe que los Yndijenas estraen de varias vetas cantidad de Plomo con que proven a esta Rivera, e ignorandose el número de sus empresarios no puede darse razon de la materia ...

Page 136: Varios - Encomiendas, indios y españoles

José María Velásquez, Manuel María Garrón, Francisco Lemos”

Fuente: ANB MH t.52 no 10 (Tribunal General de Minería) 1836. Sala del Directorio, Potosí, Marzo 24 de 1836

3. Inovación tecnológica y la contrata de Santa Cruz

Este crédito de 20.000 pesos es muy grande para la época, y (como veremos) tiene un destino sorprendente. Pues, es en 1836 cuando los dos hermanos declaran haber inventado una máquina nueva para el beneficio del mineral en los buitrones de los ingenios, que permitiría ahorrar costos de trabajo reemplazando enteramente a los indios repasiris (cuyos pies removían el mineral con el azogue hasta que la plata se había absorbido para formar la pella), y al mismo tiempo reducir el tiempo gastado en el proceso. El fracaso de la “Nueva Mita Voluntaria” en 1830–31, dispuesta por Santa Cruz en 1829, quizás haya impulsado la invención de los Ortiz, ansiosos de ahorrarse la pérdida de por lo menos una parte de la “renta mitaya”.397

Aunque esta máquina será denominada inmediatamente un sistema de repaso por medio de patios circulares, es obvio que no se trata de los patios conocidos en México, donde los pies de los indios simplementese reemplazaban por los de varios caballos o mulas, con los costos consiguientes en forraje. Según el Directorio de Minas en marzo 1836, se trata de

“... una máquina dirijida a evitar mayores brazos, y tiempo en el repazo de las masas minerales en los buitrones, formando en ellos un circulo y cimentado en su centro con un eje que abraze todo su espacio, adornado de paletas de madera, para que rodando al circulo por una Bestia dicho eje, rebuelba con insesancia la maza mineral para la amalgamación de las partículas de plata con el azogue ... Obserbado esto por una operación de dos cajones, se espera iguales efectos del esperimento que por mayor hasta el numero de seis u ocho cajones se ba a ejecutar” [énfasis mía].398

Tan convencidos están los Ortices de la utilidad de su invento, que el 4 de julio 1836 los tres hermanos se ponen de acuerdo para que Manuel se marche precisamente a México, para solicitar un derecho exclusivo o una indemnización por el establecimiento de su sistema en el Norte. Durante su viaje dejará a PÌo Gorostiaga (yerno del azoguero colonial Juan José de la Rúa, quien sigue activo en la Rivera) como Administrador de su ingenio en Guariguari, y

397 Ver Enrique TÁNDETER, 1992, Cap. 2 y Epílogo. 398 ANB MH t.52 no 10 (Tribunal General de Minería recibidas) 1836. Los firmantes son José María

Velásquez, Manuel María Garrón y Francisco Lemos.(Cuadro 11).

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“si a Manuel Ortiz le conviniese y pidiese establecer dicha máquina en cualquiera de las Repúblicas Sur y Norte ... podrá hacerlo y cualquier ventaja y compensación que por ella obtenga será esclusivamente suya ...”.399

Los Ortices no son los únicos que en ese tiempo pensaban haber encontrado alguna innovación tecnológica que iba a hacer más rentable el proceso de producción de plata. Su amigo Mariano Zilveti dijo haber inventado también una máquina de moler metales que podía colocarse en la misma bocamina y operar cinco almadanetas con la fuerza motriz de una sola mula, liberando así a la azoguería de su dependencia azarosa del agua de la Rivera. Esta invención también hubiera permitido que los cumuris bajasen la harina mineral ya lista a ser volcada directamente a los buitrones. Solo un día después del acuerdo entre los hermanos Ortiz sobre el viaje de Manuel a México, Zilveti también da su poder a Manuel para ofrecer en venta la máquina de moler en México.400

Otra mejora que se anuncia al mismo tiempo, según el Directorio de Minas, es

“un Sedazo de sernir los metales en los morterados, en la que según se adbierte solo se abrebia el tiempo en su jiro de sernir precabiendo en su método el polvo; esperando que en lo sucesivo con el curso de ella, tome mejores progresos de utilidad ...”

Este invento buscaba reducir el desperdicio que en el sistema antiguo se producía al agitar el cedazo los indios cedasiris. Aunque no tenemos más referencias del resultado de ésta o de la máquina de Zilveti, es obvio que se trata del resultado de un trabajo colectivo dirigido a agilizar todo el proceso de beneficio entre la bocamina y la fundición.

La máquina de repaso, sin embargo, tendrá un destino importante. Despierta inmediatamente los comentarios y los celos entre los otros azogueros, quienes piden que se haga disponible para que todos puedan sacar ventajas. Por lo tanto, los Ortices entran en negociaciones con el gobierno de Andrés Santa Cruz para renunciar a su derecho exclusivo como inventores

“a cambio de una indemnización, ... que para que no sea gravosa al estado, ni a los azogueros, la pidieron sobre las mismas pastas que ellos elaborasen; solicitando, ‘o su libre estracción al esterior, o el abono de ellas al precio de 9 pesos marco’.”401

399 AHP EN no 207, Año 1836: f.301, 4.vii.1836; f.303v, 3.vii.1836. No sabemos si se realizó este viaje de

Manuel a Mexico, pero pronto lo encontramos nuevamente en Potosí. 400 AHP EN no 207, Año 1836: f.305, 5.vii.1836. 401 BNB M.810.II. Esposición legal que hace el Dr Dn Facundo Zuviria, abogado de Dn Serapio Ortiz y

Hermanos azogueros en la rivera de Potosí ... (1841). No hemos localizado el expediente donde se ventilaba el pleito entre los hermanos Ortiz y el Estado boliviano. Por ahora, debemos inferir los sucesos en base a la defensa publicada en 1841 por Facundo Zuviria, abogado de los Ortiz, después de la caida de Santa Cruz.

Page 138: Varios - Encomiendas, indios y españoles

El precio de 9 pesos por marco hubiera significado un premio de un peso por encima del precio de 8 pesos, que en ese momento se pagaba a los demás productores de la Rivera.

1836 fue un momento crítico para el gobierno de Santa Cruz: con las guerras de la Confederación Perú-Boliviana contra Chile y Argentina, habían crecido las necesidades financieras del Estado para poder pagar al Ejército, y desde 1835 la acuñación de plata sencilla se había duplicado.402 Es obvio que cualquier posibilidad de aumentar la producción minera, y con ella la cantidad de plata disponible para la acuñación, iba a llamar la atención del gobierno. 1836 fue también el año en que se suspendieron las operaciones del Tribunal General de Minería, disuelto por el gobierno cuando los azogueros se mostraban reacios a aceptar el Código Minero de Santa Cruz, que hubiera mejorado sensiblemente la suerte de los trabajadores con medidas protectoras que la mayoría de los azogueros no estaban dispuestos a aceptar.

Al cabo de 5 meses de experimentos y ensayos—durante los cuales todos los gastos, incluso los salarios de la policía celadora de los patios de beneficio, eran pagados por los Ortices—se llegó al acuerdo del 10 de octubre de 1836, que comprometió al gobierno por cinco años a pagar a los Ortices, al final de cada año, a 8 1/2 y 9 pesos por marco internado en el Banco de Rescates. Ellos, por su parte, debían permitir que todos los azogueros usaran la máquina libremente. Pero además, el gobierno insistió que su internación al Banco no debía bajar de 30.000 marcos al año, producidos exclusivamente en sus labores propias, y beneficiados con las nuevas máquinas. Más aún, debían suspender o destruir todos los trabajos que tuviesen con el antiguo método, para que el Gobierno quedara convencido de que solo estaban usando el nuevo. Por el Decreto de 11 de febrero [1837] se agregó

“que para acreditar la calidad que se ecsije de ser las pastas elaboradas por ellos y en sus Máquinas, el Presidente del Directorio de Minería y el Administrador del Banco en Potosí; y el Gobernador y Juez de 1

a Instancia, y Cura del Canton en

otras partes, visitarán las máquinas los viernes o sábados, y darán un certificado firmado, que esprese las piñas que hubiesen elaborados por ellos y en dichas Máquinas.“

¿Porqué el gobierno llegaba a hacer semejante propuesta? Sin entrar aquí en los detalles del sistema contable del Banco Nacional de Rescates y de la Casa de la Moneda,403 el abogado de los Ortices observaría, correctamente, que ya había una diferencia entre el precio de 8 pesos por marco pagado por el Banco a los azogueros productores, y el precio pagado a éste por la Casa Nacional de Moneda de 10 1/2 u 11 pesos fuertes, y 13 ó 14 pesos en la nueva plata sencilla, o feble, que se acuñaba para las necesidades del comercio interior y para pagar al ejército.404 Por lo tanto, incluso si compraba los 30.000 marcos a 8 1/2 ó 9 pesos por marco, estaría asegurada una ganancia. Mas aún, con cada incremento 402 PLATT, 1986, p.20. 403 Ver el Método que se sigue en el Banco Nacional de Rescates en la compra de pastas, su pago,

empaquetamiento, fundición y venta a la Casa Nacional de Moneda ... (BUMSA. Colección JR Gutierrez 2339), y la Explicación de las operaciones a que está sujeta la plata desde que se recibe en barras del Banco Nacional de Rescates hasta que salen en monedas acuñadas ... (BNB Colección Rück no 522).

404 PLATT, 1986, p. 22.

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en la producción el Gobierno estaría en condiciones de pagar más por marco, porque compensaba la pérdida por marco con el mayor número de marcos exigido a los Ortices. O sea, que la insistencia sobre los 30.000 marcos que debían internar los Ortices respondía a una esperanza de que se iba a lograr economías de escala, que irían en beneficio tanto del gobierno como de los productores.

Pues bien, los Ortices—quienes en 1833 ya se habían convertido en los principales azogueros de la Rivera con una producción de unos 26.000 marcos anuales—procedían a destruir de un golpe todas sus máquinas antiguas de beneficio, tanto en Potosí como en Salinas de Garci Mendoza, y buscar los auxilios necesarios para poder producir los 30.000 marcos al año. Según narra su abogado (confundiendo un poco las fechas), compraron minas, limpiaron otras, renovaron las comunicaciones, y habilitaron cinco nuevos ingenios en Potosí y Salinas. Y con un crédito de 20.000 pesos—obviamente la ya mencionada, que se afianzaba con la hipoteca del ingenio de Guaillaguasi—procedían a construir más de 50 máquinas. Un hermano se fue a Salta para comprar “200 y tantas mulas mansas” (4 mulas aproximadamente para cada máquina); y aumentaron el número de trabajadores “hasta el número de mil y tantos diarios”. Finalmente, empezaron a beneficiar metales de solo 3 marcos, e incluso 14 onzas por cajón, calculando por su parte que el alto precio ofrecido por el gobierno les compensaría la pérdida que sufrían en el beneficio. De este modo pudieron llenar su compromiso, y el gobierno ordenó por nota de 27 de agosto de 1837 que “no se respete fondo alguno para cumplir por su parte con el tenor de la contrata”. Así se verificó el primer pago.

Es como parte de este esfuerzo para aumentar su producción que podemos comprender el arriendo, en 1837 o poco antes, del ingenio de Zavaleta,405 que aparece en la Visita de los Ingenios de esta Rivera practicada el 16 de noviembre de aquel año. Esta Visita también muestra la situación precisa en esa fecha de los ingenios de los Ortices frente al desafío planteado por Santa Cruz:

• en los ingenios de Zavaleta y Guaillaguasi había “seis lavas incorporadas

de la corriente, beneficiándose en Patios circulares”. Además, había una lava de chaguas de alta ley (60–80 marcos por cajón) y otra de negrillos. 4.100 libras de azogue estaban ya mezcladas con la harina mineral en los buitrones, pero 34 ayllos406 [850 quintales] de mineral, más 15 cajones [750 quintales] de chaguas y 64 cajones [3.200 quintales] ya molidos de mineral corriente de 10–11 marcos por cajón, estaban en los galpones “sin beneficiarse por falta de azogues”;

• en el ingenio de Quintanilla, también arrendado por los Ortices, se encontraban 2 1/2 lavas beneficiándose en los Patios circulares con 480

405 AHP PDE 1066, Visita de los Ingenios de esta Rivera (1837). 406 2 ayllos = 1 cajón = 50 quintales. El cajón, originalmente una división física de un buitrón, en esta

época funcionaba generalmente como una simple unidad de peso. El ayllo fue aproximadamente la cantidad que podía llevar una tropa de 20 llamas o burros a cargo de un cumuri (= bajador de minerales); ver Frédérique LANGUE y Carmen SALAZAR–SOLER, Diccionario de términos mineros para la América española (siglos XVI–XIX), Paris: Editions Récherche sur les Civilisations, 1993, p. 45.

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libras de azogue, pero habían 500 ayllos [12.500 quintales] de metal engalponado procedente de los rodados y callas (quizás de Lipez Urco). Aquí, la ley era de 4 1/2 a 5 marcos por cajón;

• en el ingenio de Agua de Castilla, había tres lavas de a 14 cajones [700 quintales] incorporados con 500 libras de azogue; pero también había 900 ayllos [22.500 quintales] de repallas407 engalponados. Aquí, la cantidad refleja la ley más baja, que era sólo de 3 a 3 1/2 marcos por cajón;

• finalmente, el ingenio con que habían empezado sus operaciones en 1830, Jesús María, estaba “parado por falta de azogue”.

En este momento, pues, los Ortices están trabajando con cuatro ingenios: Agua de Castilla, Quintanilla, Zavaleta y Guaillaguasi. Pero esta capacidad de beneficio, aumentada por el éxito del nuevo sistema de repaso en al menos tres de los ingenios,408 se encuentra bloqueada por un cuello de botella: la dificultad de aumentar proporcionalmente el suministro de azogues. Esta dificultad no se encuentra en el momento de la Visita entre los demás azogueros (ver Cuadro 12), y quizás puede atribuirse a la preferencia dada a los ciudadanos bolivianos en la distribución de un insumo que se había vuelto escaso y caro en condiciones de guerra.409

Pues, pocos meses antes de la Visita a sus ingenios, le había sucedido a Serapio Ortiz un contratiempo paradójico: el general Braun, encargado por Santa Cruz de las operaciones militares de la Confederación contra Argentina, impuso el destierro de los Ortices como ciudadanos argentinos.410 La noticia corrió por Potosí, y en la noche del 24 de julio de 1837 se produjo un tumulto cuando más de 100 trabajadores de la empresa se reunían cerca del Cuartel de Gendarmes para defender a su Patrón.411 Los Ortices, sin embargo, nombraban a su Administrador, Miguel Gantier, como su agente, y seguían cumpliendo con la contrata hasta pedir nuevamente el pago. Santa Cruz llegó a Potosí y pidió informes de Braun y del Prefecto Nicolás Dorado, acérrimo enemigo de los Ortices. Dorado emitió nuevos Informes que debilitaban la fuerza de los anteriores, y Santa Cruz rescindió la contrata. Los Ortices mandaron su poder a Potosí desde Salta, y Santa Cruz aceptó dictar un decreto de reconsideración, pero sin cancelar los efectos del decreto anterior de nulidad. Después se marchó al Perú, y los Ortices se encontraron obligados a seguir llenando la contrata sin la seguridad de recibir el pago.

407 Repallar, “volver a buscar”; Ortiz está complementando la producción del laboreo profundo con

minerales de pésima ley recogidos, quizás, en los rodados de Lipez Urco comprados en 1831. 408 La Visita no especifica que los circos están en operación en Agua de Castilla, pero es muy probable

dados los términos de la contrata Santa Cruz. 409 Estamos preparando un análisis del movimiento de los precios del azogue puesto en Potosí entre 1825

y 1877, sobre lo que no se ha publicado hasta la fecha ninguna información precisa. 410 AHP EN 277, Años 1836–37: f.237, 13.xi.1837. La escritura se firma varios meses después del decreto

de destierro, y deja constancia de la fianza de 50.000 pesos a favor de Serapio ofrecida por María del Carmen Fulla, esposa de Manuel, y los otros azogueros del ingenio de Guariguari.

411 AHP PDE 1135 (1837). Sumario sobre la reunión de la gente trabajadora de la Hacienda del Azoguero d. Serapio Ortiz en la Puerta del Cuartel de Policía...

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¿Por qué Santa Cruz decidió anular una contrata cuyo objetivo aparente era que las nuevas máquinas pudiesen difundirse en la Rivera para el beneficio de todos y del Estado? El abogado de los Ortices no nos da la solución, y una respuesta adecuada dependerá del descubrimiento del expediente ventilado en la Corte Suprema en 1841 (cf n.13). Pero ya podemos reconstruir la situación a grandes rasgos. El éxito técnico de los Ortices, y el precio más alto que les pagaba el gobierno, había despertado envidias y redamaciones entre los otros azogueros; y se hizo patente un error elemental en la propuesta de Santa Cruz. Pues, en ningún momento se había previsto que los otros azogueros que utilizaran la máquina pudiesen recibir un alza en el precio de sus marcos como la que se había ofrecido a los Ortices. Y aun si se hubiesen generalizado los términos, ningún otro azoguero de la Rivera estaría en condiciones de acercarse a los 30.000 marcos anuales que era la condición impuesta a los Ortices. Todos deben haber reclamado que las ventajas de la nueva máquina solo serían evidentes en condiciones de una alza general del precio de los marcos de plata, y una producción de envergadura: y ¿cómo iban ellos a lograr eso cuando no había las condiciones que siempre habían reclamado—azogues baratos, trabajadores disciplinados, créditos fáciles (entre otras cosas, para comprar e instalar las máquinas), etc. etc.? La paciencia de Santa Cruz se agotó.

Podemos suponer, entonces, que Santa Cruz había sido motivado en gran parte por las urgencias presupuestarias de la guerra; pero al mismo tiempo había lanzado un guante a los azogueros, representados por los Ortices, que sólo ellos estaban en condiciones de recoger, debido al desarrollo de su empresa antes de 1836. El resultado fue que el predominio de los salteños en la Rivera se consolidaba definitivamente.

Cuadro 12

Producción y ley del mineral de los ingenios de Potosí, por propietario (1837)

AZOGUERO INGENIO PRODUCCIÓN

SEMANAL (en ayllus)

MARCOS POR

CAJON Produccion total (en marcos)

Francisco de Paula y Serapio Ortiz

Agua de Castilla parado 3 – 3 1/2 falta azogue

Quintanilla parado 4 1/2 – 5 falta azogue Zavaleta parado 10 – 11 falta azogue Guaillaguasi parado 60 – 80 falta azogue Jesús María en refacción y

parado – falta azogue

Manuel María Garrón

Concepción (1a cabeza)

6 – 6 1/2 60 – 65

Juan José de la Rúa Concepción (2a cabeza)

16 – 18 4 – 4 1/2 32 – 40

Manuel Lizarazu San Marcos 20 8 1/2 – 9 85 – 90

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Juana Subieta Laguacayo 18– 20 7 – 71/2 63 – 75 Felipe Salas Máquina 25 – 30 10 120 – 150 Avelino de la Torre Turu 18 – 20 6 1/2 60 – 65 José María Velásquez

Calicanto 26 8 104

Velarde en refacción – – Pablo Rosas Chectacala 15 – 20 4 – 4 1/2 30 – 45

Fuente: AHP PDE 1066 Visita de los Yngenios de esta Rivera (1837). Nota: 2 ayllus = 1 cajon de 50 quintales.

En febrero de 1839 cayó el gobierno de Santa Cruz con el llamado “golpe de Restauración” encabezado por el General Velasco. El abogado de los Ortices, Facundo Zuviria, se presentó inmediatamente a reclamar por el cumplimiento de la contrata ante el nuevo gobierno, que el 13 de noviembre de ese año decretó que el caso debía remitirse a la Corte Suprema, como el único juez competente para juzgar los contratos entre el gobierno y los particulares. De esta manera, el gobierno se liberó de la obligación de mantener la contrata en los términos acordados con Santa Cruz.412

Pero es claro por la secuela que los Ortices estaban lejos de haberse arruinado, incluso en el caso de que tuvieran que contentarse con el precio corriente de 8 pesos por marco desde 1837.413 De hecho, como ya hemos señalado, el impacto de su crecida producción puede observarse para los años 1837–40 en el Cuadro 5. En 1841, los argumentos de Facundo Zuviria no dejan lugar a dudas:

“... en fuerza de su vasto trabajo y a pesar del ahorro de brazos que les da su invento, los Ortices alimentan mas de mil familias, en igual número de trabajadores que sostienen. También es notorio que fuera de Potosí han enriquecido el pueblo de Salinas en un semi–desierto de la Republica ... A no ser los ahorros que les proporciona su invento, ya estarían reducidos a completa ruina ... Ni un solo día antes ni despues de interrumpido el contrato, han dejado los Ortices de trabajar en sus máquinas, ni usan hasta hoy de otro método que el de ellas, lo mismo que también consta a todo el pueblo de Potosí”.

La cifra de 1.000 trabajadores empleados por los Ortices en 1840 iba casi pareja a la fuerza de trabajo de la Sociedad de la Gallofa en 1840–42,414 aunque la producción fue menor debido a la inferioridad de las leyes de los minerales de Potosí. Pero los Ortices seguían a la cabeza de los azogueros de Potosí hasta los

412 Así encontramos que en 1846 los hermanos Francisco de Paula y Serapio convienen en compartir los

beneficios y los costos de un pleito con Andrés de Santa Cruz. 413 De hecho, el cambio de los pesos fuertes por pesos febles en el comercio les proporcionaba a todos los

mineros un precio efectivo de 8 1/2 pesos durante el gobierno de Ballivián; ver PLATT, 1986, pp. 24-30. Según Zuviria (op.cit.), los Ortices producían más que 36,000 marcos en 1840.

414 PLATT, 1986.

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1850s, aunque con una fuerza de trabajo más reducida, y seguían utilizando sus patios circulares en todo ese tiempo. Las estadísticas demográficas mensuales levantadas por la Policía de Potosí entre abril de 1843 y diciembre de 1847415 muestran que en esos años los Ortices se mantienen a la cabeza de los empleadores del Cerro (sus trabajadores oscilan por lo general entre 450 y 800), y que en ningún año empleaban a repasiris (Cuadro 14). Si proyectamos la proporción media entre el número de los repasiris y el número total de los trabajadores de los Ortices, resulta un ahorro para éstos de jornales correspondientes a 57.9 repasiris.

¿Qué, entonces, los demás azogueros no adoptaban el sistema? En parte, sin duda, porque los Ortices mantenían la exclusiva, dado que el gobierno había cancelado la contrata; y hemos sugerido que los otros azogueros pueden haber carecido del capital necesario para construir las máquinas. Además, desde 1842 o antes las máquinas de los Ortices pueden haber parecido antecuadas.416 Pero la razón más importante fue probablemente que sus empresas se estructuraban de una manera muy diferente. Esto se nota con mayor claridad en el caso del rival más cercano a los Ortices, Pedro Laureano Quesada, para quien la minería fue simplemente una extensión de sus otras actividades de prestamista, diezmero, comerciante, y hacendado; su hijo José Gabino fue también rematador del ramo de harinas en Potosí, además de prestamista como el otro hijo de Pedro Laureano, José Gabriel. Ambos combinaban con sus actividades rentistas y usurarias el avío a los recolectores en los desmontes, a quienes compraban su producción sin invertir capitales en el laboreo profundo. Con este tipo de negocio, tampoco tendría la inclinación de invertir ingentes recursos en la construcción de máquinas que solo ofrecían ventajas dudosas. Incluso otros azogueros—tales como Manuel Lizarazu o José Velásquez, quienes sí realizaban un laboreo profundo en sus minas—también combinaban sus actividades mineras con muchas otras fuentes de ingreso, que les quitaba el motivo para un programa concentrado de reinversiones en el ámbito minero.

4. Reinversión, empleo y seguridad laboral

Mientras tanto, los Ortices seguían con sus especulaciones en la propiedad de minas. En febrero 1840 la labor de Guaillaguasi, situada en la parte sombría del Cerro, es comprada por Serapio de Francisco Lemus a José Eustaquio Gareca en 1835.417 El mismo mes, vende la mina de la Asunta, en la parte del Sol del Cerro, a Mariano Linares, en 250 pesos.418 En agosto de 1841

415 Esta fuente excepcionalmente detallada, parte del importante esfuerzo estadístico del gobierno de

Ballivián, incluye un censo de la población por ocupaciones. Ver ANB MI (Prefectura Potosí recibidas) t. 102 no 29 (1844); t.110 no 39 (1845); t. 116 no 43 (1846); t. 122 no 39 (1847).

416 El Restaurador (Sucre), 9.8.1842, publicó los detalles de otro nuevo sistema de amalgamación inventado por un Juan Stevenson, que había sido privilegiado por Decreto Supremo del Gobierno de Chile el 12 de enero de 1835. El sistema consistía en el uso de tinas, donde el mineral triturado se colocaba junto con agua, azogue y cal, y se mezclaba por la revolución de una cruz que presionaba la mezcla contra el fondo de hierro de la tina.

417 AHP EN 625, Año 1840: f.32, 18.ii.1840. Aunque la mina fue comprada en nombre de Serapio, los hermanos compartían sus adquisiciones en sociedad, y en la Visita de Minas de 1841 Guaillaguasi aparece como propiedad de Francisco de Paula.

418 AHP EN 626, Año 1840: f.35v, 18.ii.1840.

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Francisco de Paula compra la mina de San Miguel en Salinas de Garci Mendoza, Cerro la Peregrina, a Jacinto Orozco en 300 pesos.419

La Visita general de Minas de 1841420 nos ofrece un perfil de las actividades mineras del Cerro Rico en ese año. Fue realizada de acuerdo con un Decreto de la Prefectura recomendado por el Alcalde de Minas, Eduardo Subieta, quien citaba las ordenanzas 8, 9 y 10 del Título 9 de las Ordenanzas de México, y el derrumbe que recientemente se había producido en la mina de San Luis, propiedad de Manuela Orueta de Salas. Los mineros atrapados habían tenido que despejar una comunicación a la mina Pampa Barreno de los Ortices para poder salir. La Visita se dirigía, entonces, a velar sobre todo por la seguridad de los trabajadores.

Subieta empieza comunicando a todos los Azogueros la noticia de la Visita, fijada para el viernes 14 de mayo de 1841, para la cual todos los Administradores y Mineros deberán comparecer en las canchaminas para guiar e informar al perito nombrado, Pedro Antonio Quijarro, durante su trabajo subterráneo. Quijarro, a su vez, dirije la convocatorian a once azogueros: Manuel Arismendi, Andrés Avelino de la Torre, Simón de Ayala, Manuel Gaspar Céspedes, Manuel Lizarazu, Serapio Ortiz, María Manuela Orueta, Gregoria Quesada de Linares, José Benito Revilla, José María Subieta, José María Velásquez. Se especifica que Pedro Laureano Quesada ha quedado al margen de la Visita precisamente por “no tener minas y sí únicamente rodados”.

Un resumen general de la Visita se encuentra en el Cuadro 13. Aquí acompañaremos al perito Quijarro solamente en su inspección de las cuatro minas en trabajo de los Ortices.

La primera de éstas fue Pampa Barreno. El día 14 Quijarro subió al Cerro y, en compañía del Administrador, Manuel Arismendi, los Mineros y los Canchamineros, entró y revisó “todos los potos y pinchas del camino asta los frontones donde se alla cituada la primera saca nombrada Concepción”. La única falla fue reparada inmediatamente por un Pongo. La próxima saca revisada fue la misma Pampa Barreno, “cuyos frontones se allan en peña y sin riesgo alguno”—o sea, que la veta se persiguió dentro de una roca dura que no amenazaba con caer. Notando un poco de caja caída, el perito

“[f.4r] ... llamó a los mineros y les hizo entender el tenor de uno de los artículos de la Ordenanza del Perú que impone nada menos que pena capital que por descuido omición o malicia esponga a la jente trabajadora a un riesgo conosido, advirtiéndoles que incursionan en tamaña responsabilidad siempre que no tengan corrientes y aseguradas las minas. En el mismo momento llamó a la jente trabajadora y les hizo entender que por ningun interés ni por ningun respeto humano debían esponerse a ningun riesgo y que si algun dependiente los obligaba a entrar en algunos parajes que amenazan ruina diesen parte en el acto [f.4v] a la Alcaldía”.

419 AHP EN 689, Años 1841–2: f 173v, 17.viii.1841. 420 AHP PDE 1675, Visita de Minas en este Cerro (1841).

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Pasado el fin de semana, Quijarro vuelve a subir al Cerro para llegar primero a la segunda mina de los Ortices, la Moladera. Aquí las tres sacas aparecían todas sin

“[f.4r] ... defecto alguno ..., pues ésta es la mina que con muy fundada razón debe llamarse la mejor mina del dicho Cerro, por su brillante laboreo, por la comodidad de sus cami-nos y por la seguridad de ella, debido todo a los gastos y sacrif-icios del propietario de ella, cuyo nombre será inmortal con semejante obra como a la humanidad y progreso del estado ...”

Obviamente, con estos elogios Quijarro está señalando que los días del destierro de los salteños habían pasado, junto con la Confederación Perú–Boliviana de Santa Cruz.

De aquí Quijarro pasó directamente a la tercera mina, Guaillaguasi, que también se encontró sin defecto aparte de algunas paredes (pircas) y pinchas “que amenazan ruina”. La mayor parte de éstas se arreglaron en el momento por un Pongo, y otros defectos quedaron por arreglarse dentro de 15 días.

La última mina de los Ortices examinada por el perito fue la de Flamenco, donde solo quedaban por arreglar tres o cuatro trechos del camino, porque en lo demás “se adbirtió un buen laboreo, mejor orden de trabajo, seguridad y ningún riesgo en los caminos ni en las cuatro sacas” [f.6r].

La amenaza de pena capital y la escrupulosidad casi embarazosa con la que Quijarro realizó su misión, además de los sucesos políticos del año 1841, fue probablemente la causa por la cual la Visita se interrumpió después de revisar 14 minas. En particular, la mina de La Recoba, perteneciente a uno de los azogueros más antiguos de la Rivera, José María Vel·squez, se había encontrado en una situación lamentable con el techo “solo sostenido por la congelación”. Poco después, Eduardo Subieta se quejaba de que los azogueros no querían pagarle sus derechos a Quijarro. Aunque se logró seguir con la Visita en diciembre de 1841, las últimas inspecciones parecen ser más superficiales que las primeras y no se llega a visitar todas las minas pendientes.

Cuadro 13

Propietarios de minas y sacas de Potosí (1841)

Propietario Mina Administrador

Sacas Estado

Manuela Orueta de Salas

San Luis Juan Urigan nd Aisa en esta mina precipita la Visita según Ordenanzas de Méjico. La gente sale por comunicación despejada con Pampa Barreno, mina de Serapio Ortiz. En la Visita se encuentra 50 varas del camino obstruidas con caja, y otro trecho sin potos y solo sostenido por la congelación. Se prohibe más trabajo sin reconocimiento previo del Alcalde

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Veedor. Purísima Purísima Expedito. Santo

Domingo Expedito.

San José Juan Urigan Mercedes Ningún defecto. San José N.d.. Trinidad N.d.. Candelaria N.d.. Serapio Ortiz

Pampa Barreno

Mariano Arismendi

Concepcion Unico defecto una pequeña pincha falseada.

Pampa Barreno

Frontones en peña y sin riesgo.

Moladera Mariano Arismendi

Candelaria Brillante laboreo en las tres sacas.

San Pablo Moladera Guaillaguasi Jacinto

Zeballos Rosario Solo falta una pirca.

Guaillaguasi

Sin defecto, salvo pircas falseadas en el camino.

San Francisco

N.d..

Flamenca Jacinto Zeballos

San Serapio Buen laboreo. Se recomponen trechos del camino.

Todos Santos

N.d..

Sacramento N.d.. Flamenco N.d.. (cuadro 13 cont.)

José María Vel·squez

Laca 5 (sin nombres)

La Recoba Candelaria Una ratonera, se entra como culebra: 20 trechos sin potos solo sostenidos por la congelación. Frontones sin defecto.

Santa Rosa Lo mismo, pero con tres trechos descubiertos. Se manda “suspender la barreta”.

Manuel Lizarazu

La Loma (o Rosario)

Juan MartÌnez

Una cata con una saca, sin defecto.

San Pedro Nolasco

Juan MartÌnez

Santo ? Aisa pequeña ocurrió durante la visita, los trabajadores encerrados unas horas, pero salieron sin desgracia. Faltan potos donde ocurrió la aisa.

San Pedro Lo mismo

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Nolasco Animas Lo mis mo San Antonio nd Sin defecto. Antona nd Antona Excelente trabajo. San José Mercedes Juan

MartÌnez Mercedes Buen laboreo.

Socavón de Berrios

Mayordomo Bruno Alvarez

Todo corriente.

Socavón de Forzados

Sociedad Dir. Antonio Rojas

Se manda proporcionar más ventilación y que se siguiese el laboreo hacia el Norte.

Manuel Arismendi

Rosario grande

Mulatos Sin poteo. No es claro si Arismendi es propietario o Administrador.

Fuente: AHP PDE 1675 Visita de Minas en este Cerro (1841).

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Cuadro 14

Distribución de los Trabajadores en Potosí y Guariguari (junio de 1843)

AZOGUEROS A B C D E F G H I J K L M N O P TOTAL

ES Manuela Orueta 1 2 6 3 - 50 6 50 10 - 1 1 1 15 12 3 161 Manuel G de Céspedes

1 3 9 4 - 62 8 60 11 - 2 2 2 24 24 4 216

Testamentaria Barrenechea

1 - - - 1 - - - - 80 1 1 1 14 12 2 113

José María Velásques

- 1 8 3 - 40 7 35 7 6 1 1 1 14 12 2 138

José Domingo Esteves

1 - - - 1 - - - - 60 2 2 2 22 18 4 112

José Maria Zubieta

- 1 4 1 - 20 4 24 5 6 - 1 1 12 12 1 92

Manuel Arismendi

1 1 6 2 - 36 4 33 4 - 1 1 1 14 12 2 118

Manuel Lizarazu 1 2 7 3 - 48 - 48 10 - 1 1 1 16 12 2 152 Pedro L. Quesada 1 - - - 1 - - - - 10

5 1 1 1 14 12 2 138

Francisco y Serapio Ortiz

2 6 20 8 - 180

- 175

15 - 4 4 4 - 48 6 472

Avelino La Torre - - - - 1 - - - - 15 - 1 1 6 6 1 31 Tomás Garnica - 1 2 1 - 16 2 18 3 6 1 1 1 8 6 1 67 Pablo Rosas - - - - 1 - - - - 16 1 1 1 14 6 2 42 Juan Tudó 1 - - - - 8 - 6 1 - 1 - - - 2 1 20 Mateo Parra - - - - - - - - - 8 - 1 - 6 1 1 19 Sociedad Bolívar - 1 1 1 - 7 - 12 - - - - - - - - 22 Sociedad Potosina 1 1 - - - 6 - 4 - - - - - - - - 12 M. Aguilar (relavero)

- - - - - - - - - - 1 - - 12 - - 13

Manuel Ortiz en Guariguari

1 2 4 - - 30 - 28 - - 1 1 1 - 12 - 80

TOTALES 12 21 67 26 5 503

31 493

66 302

19 20 19 191

207

34 2016

Fuente: ANB MH PPR, t. 94 no. 35 (1843). Estado que manifesta los ingresos y egresos de los fondos de Policía a 3 de junio de 1843.

Leyenda: A. Administradores E. Mayordomos I. Palliris de Labor M. Serviris B. Canchamineros F. Barreteros J. Palliris de Rodados N. Repasiris C. Mineros G. Brociris K. Mayordomos/Ingenio O. Mortiris D. Arreadores H. Apiris L. Carpinteros P. Cumuris

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Cuadro 15

La Minería de Potosí in 1851

AZOGUERO Ingenios Rastras Cajones semanales

Ley de cada cajón

Minas y

Labores

Socavones

MARCOS

SENANALES

Agua de Castilla

14 4 - - 56

Francisco de Paula

Quintanilla 14 8 1/2 4 - 119

Ortiz Concepción 14 4 - - 56 Guaillaguasi 14 9 4 - 126 Canderalaria 10 9 - - 90 Quezada y Hermano

Dolores 10 4 - - 40

Laguacayo 10 7 1 - 70 Revilla y Compañía

Zabaleta 14 5 2 - 70

Lizarazu y Velarde

San Marcos 14 4 1/2 5 - 63

Bernardo Larrady

Calicanto 10 5 1/2 - - 55

Máquina 5 4 - - 20 Riva y Hermano

Velarde 14 10 1/2 4 - 147

Testamentaria de Barremechea

Trinidad 10 5 - - 50

Narciso Tellez Turo y San Miguel

14 8 2 - 112

José María Ortiz

Chaca y Quintomayo

- - 1 - -

José Ignacio Cortés

San Diego

3 4 1/2 - - 13 1/2

Mariano Toro Pampa 3 4 - - 12 Sociedad Bolívar

- - - 2 -

Sociedad de La Unión

- - - 1 -

- 173 [6] 23 3 1.099 1/2 Fuente: El Celaje, no 77, 14.iv.1851 (Potosí).Nota:por los capchas se trabajan más de 20 minas. El trabajo del señor José María Ortiz recién se ha establecido; por esta razón no se expresa la corriente y ley de sus metales.

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En todo caso, la calidad del trabajo de los Ortices, y su responsabilidad con respecto a la seguridad de sus trabajadores, fueron reconocidas en cada momento por el perito Quijarro, quien, por otra parte, no vaciló en denunciar la inseguridad de algunas minas pertenecientes a otros azogueros. Notemos, sin embargo, que aquí no hay mención de la mina de San Bartolomé, fuente de las chaguas mencionadas en 1837. Debemos suponer que la bonanza en esta mina había terminado, y que los Ortices la habían o abandonado o vendido, para reorientar sus esfuerzos hacia las cuatro minas mencionadas en la Visita de 1841.

Mientras tanto, los Ortices también se interesaban en adquerir nuevos intereses en los “Minerales de Afuera”. En 1842 Manuel Ortiz se reúne con el conductor del ingenio de Siporo (Machacamarca), Pedro Malpartida, con el agente de Serapio Ortiz, Miguel Gantier, y con el General de Brigada Gregorio Fernández, para formar la “Compañía de Siporo”.421 El ingenio de Siporo lo vuelve a arrendar su dueño, el ex–Marqués de Cáceres Manuel José de Peralta, en 4.700 pesos anuales.422

El 16 de marzo de 1846 se establece la Sociedad “Los Amigos” de Guariguari por su dueño Manuel Ortiz, junto con otros tres accionistas, para trabajar el socavón de “Trinidad” en el cerro Espíritu Santo “para desaguar las minas de Rosario y Sacramento y trabajar éstas, y la de Danzantes y Rosas, en el mismo cerro”. A Francisco de Paula Ortiz es asignada una acción por ser Director del trabajo de la Sociedad.423 Y el 16 de octubre del mismo año los dos hermanos Francisco de Paula y Serapio suscriben un convenio424 que establece que las acciones que ha adquirido Francisco de Paula en Siporo (no mencionada en la escritura de fundación de la Compañía) y en la Sociedad “Los Amigos” de Guariguari quedarán pertenecientes a ambos.

El mismo convenio también asigna todas las propiedades en Salinas de Garci Mendoza a Serapio y todas las del Cerro de Potosí a Francisco de Paula. Se propone hacer un avalúo de las propiedades en los dos asientos mineros, y el que resulte tener un valor mayor pagará la diferencia al otro. Francisco de Paula se compromete a seguir ofreciendo “servicios de comisión” a las internaciones de Salinas, “como hasta aquí”. También ambos asumen el pleito aún pendiente con el ex-presidente Andrés de Santa Cruz. La estrecha colaboración entre estos dos hermanos es notable, y probablemente constituía otra razón para su éxito.

Al mismo tiempo, los Ortices seguían reinvirtiendo sus ganancias en planta de refino. El ingenio de Quintanilla, arrendado desde 1837, es comprado en 1846; y en 1849 Francisco de Paula arrienda una cabeza del ingenio de Concepción a los albaceas de Juan José de la Rúa en 14 pesos semanales. En 1850, sin embargo, la cabeza de ingenio de Concepción se ha vuelto a arrendar a Francisco de Paula “con sus patios circulares” por 8 pesos semanales, junto con los rodados de Puca Orco en 6 pesos semanales. Podemos suponer, entonces, que los patios han sido construidos entre 1849 y 1850, demostrando que la máquina de repaso inventada en 1836 seguía proporcionando utilidades 421 AHP EN 373, Año 1843: f.253v, 4.viii.1843. 422 AHP EN 373, Año 1843: f.257v, 5.viii.1843. 423 AHP EN 373, Año 1846: f.69, 16.iii.1846. 424 AHP EN 938, Año 1846: f.156v, 16.x.1846. Este convenio fue cancelado en 10.ix.1853.

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suficientes a Francisco de Paula como para construir otra en el último ingenio que arrienda, ya hacia el final de su carrera de azoguero.

5. Descenso y fin de un ciclo minero

Pero se estaba acabando el primer ciclo republicano de la plata. En 1851 Francisco de Paula Ortiz trabaja con cuatro ingenios, Agua de Castilla, Quintanilla, Concepción, Guaillaguasi, los tres últimos colindantes entre sí en la parte superior de la Rivera (en 1851 Zavaleta ya había sido vendido a Revilla y Compañía). Sigue a la cabeza de los azogueros de la Rivera, pero con una producción semanal de solo 357 marcos—inferior incluso a los 500 marcos semanales que había producido en 1833. En segundo lugar está Quesada y Hermanos, basada en la empresa del ya mencionado Pedro Laureano Quesada, con una producción semanal de 200 marcos. No se sabe la producción de la Sociedad Guariguari en esta fecha. El tercer empresario es un minero nuevo en Potosí, el joven Romualdo de la Riva, con una producción de 147 marcos semanales en el ingenio Velarde, que había arrendado desde 1849, junto con la mina de Laca, en 16 pesos semanales a José María Velásques y sus herederos.425 (Cuadro 15).

Poco después hay señales de que Manuel Ortiz está fuertemente endeudado. En marzo de 1851 hipoteca su casa a Manuela Trujillo de Astiqueta en 1.160 pesos.426 En febrero de 1852, empieza la reorganización de la “Sociedad de los Amigos” en Guariguari. Se crea una nueva “Sociedad Mineralójica” con nombre de “Ortiz y Dermit”, basandose en el ingenio de Guariguari y las minas y Socavones de Cocharcas y San José. Pero el nuevo socio, Pedro Dermit, tendrá ahora 3 acciones, dirigirá los trabajos y adelantará los fondos necesarios. El valor de las existencias de cobre, azogue, sal, taquia y herramientas o pagará Dermit a Ortiz. En abril del mismo año, Dermit cede las dos mitades de una de sus acciones a Valentín Ramallo y Beltrán Beheran: el primero administrará el ingenio bajo la dirección de Dermit, y el segundo se hará cargo de las compras en Potosí.427

Pero Manuel Ortiz sigue endeudándose: en agosto de 1852 saca un préstamo de 7.000 pesos de José Gabriel Quesada hipotecando su hacienda de Mojotorillo (Cantón Bartolo, Prov. de Porco), y en junio de 1853 saca otro préstamo de 15.000 pesos del mismo Quesada volviendo a hipotecar la misma hacienda.428 Esta vez Ortiz termina perdiendo su hacienda, que en 1861 arrienda José Gabriel Quesada a Felix Zamora en 1.000 pesos anuales.429 De este modo, el representante del sector rescatador de minerales había terminado “devorando” al exponente de la inovación tecnológica y del laboreo profundo.

En 1856 Francisco de Paula Ortiz se mantiene todavía a la cabeza de los azogueros de Potosí, pero con una producción aún más reducida de solo 1.110 marcos de plata para el mes de junio (unos 277 semanales). Su rival más próximo sigue siendo la compañía Quesada y Hermanos, que se acerca a la 425 AHP EN 223, Año 1849: f.30v, 27.xii.1849. Cf. AHP EN 226, Año 1855: f.47, 5.vii.1855. 426 AHP EN 380, Año 1851: f.55, 24.iii.1851. 427 AHP EN 380, Año 1852: f.14.2.1852; f.106, 21.v.1852. 428 AHP EN 381, Años 1852–3: f.20, 17.v.1852; f.232, 2.vi.1853. 429 AHP EN 387, Año 1861: f.9, 23.i.1861.

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producción de Ortiz con 990.3 marcos mensuales (alrededor de 248 marcos semanales). El tercer productor es la nueva Sociedad Guariguari, con una producción mensual de 770.5 marcos mensuales (alrededor de 193 marcos semanales). Y en cuarto lugar se encuentra Romualdo de la Riva, con 494 marcos mensuales (unos 123 marcos semanales) (Cuadro 17).

La declinación de la empresa de los Ortices responde a varios factores, que aún no conocemos con precisión. Su análisis requiere una comparación con otras empresas que no sufrían el mismo deterioro. En todo caso, desde 1857, Francisco de Paula empieza a desligarse de la producción de plata. En ese año, el ingenio de Quintanilla es vendido. El mismo año, Agua de Castillo también se vende a Romualdo de la Riva (aunque sigue reatado por 3000 pesos al Monasterio); en 1871 lo encontramos todavía en manos de la Riva y de Compañía. Francisco de Paula también debe haber abandonado el arriendo de la cabeza de Concepción antes de 1862, año en que es vendido en estado ruinoso por sus dueños a Eugenio Acevedo.Se trata, aparentemente, de una liquidación general de sus propiedades, antes que sus acreedores lleguen a acorralarle.

Por contraste, la liquidación de las propiedades de Manuel y de la viuda de Serapio, Candelaria Viola, en Guariguari y Salinas de Garci Mendoza se termina durante los 1860s, pero mediante adjudicación de sus intereses a sus acreedores. En 1867 los acreedores por avíos prestados a las minas de Serapio Ortiz en Salinas de Garci Mendoza empiezan a acorralar a sus hijos y viuda, pidiendo la devolución de 13.786 pesos, aunque se llega a una transacción que reduce la deuda a 7.226 pesos pagables sobre la producción de los mismos intereses en Salinas.430 El hijo de Manuel, José Melitón, es obligado a reconocer otra deuda de 2.400 pesos a Simón Aramayo.431 Finalmente, en 1872 la hacienda de Guariguari es adjudicada a otro acreedor, Salvador Gutieérrez.432

Nuestro recuento adolece de muchas lagunas. Primero, no sabemos nada de los origenes comerciales de los Ortices en Salta, ni del contenido económico de sus contactos persistentes. No hemos podido especificar la importancia de los trabajos de Serapio en Salinas de Garci Mendoza; ni tampoco hemos seguido a detalle las fortunas de Manuel en Guariguari. Además, para comprender la historia de cualquier empresa minera, es necesario conocer la geología cambiante de las vetas en explotación. Para estos temas, como también para poder precisar la importancia de los intereses de los Ortices en Siporo y Guariguari, será necesario encontrar los libros de cuentas correspondientes.

Sin embargo, ya podemos afirmar que la trayectoria de los Ortices modifica, en ciertos aspectos claves, el cuadro tradicional de la azoguería potosina en los primeros años de la República. Dos comerciantes salteños invierten sus capitales comerciales en la adquisición de minas e ingenios en el antiguo asiento mineral. Sacan créditos públicos y privados que son cuidadosamente invertidos en mejoras capitales. Aunque los arrendamientos de los ingenios son casi simbólicos en comparación con los niveles de los 1790s, logran adquirir la propiedad de la mayoría de sus ingenios, ahorrándose uno de los gastos que Tándeter ha identificado como una de la mayores 430 AHP EN 289, Año 1867. Notario de la Corte Superior, José Manuel Sanchez. F.7v, 28.i.1867. 431 AHP EN 289, Año 1867: f.18v, 1.ii.1867. 432 AHP EN 293, Año 1872: f.442v, 22.xi.1872.

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desincentivaciones a la reinversión en el laboreo profundo a fines del siglo XVIII. Logran despejar por lo menos una veta de chaguas en la mina de San Bartolomé en 1837 y probablemente otra en la Moladera en 1840–41. Reinvierten sus ganancias en nuevas minas y nueva planta productiva. Para enfrentarse con la pérdida de la “renta mitaya“ inventan una nueva solución tecnológica al problema de la amalgamación, reduciendo sus costos laborales. Aún así, emplean entre 500 y 1.000 trabajadores sólo en Potosí, y desde 1832 parecen incluso gozar de una cierta popularidad entre ellos, que hemos vinculado tentativamente con su afán de mantener condiciones de seguridad laboral en el interior de sus minas. Así, y a pesar de la contrata azarosa con el gobierno de Santa Cruz, logran sacar su empresa a flote para contribuir a llevar la producción total del Departamento hasta los 250.000 marcos entre 1838 y 1842.

Hemos dicho que la investigación del primer ciclo minero de la República requiere un examen pormenorizado de las condiciones productivas, tanto entre las otras empresas de la Ciudad como en los asientos mineros provinciales. El caso de los Ortices es solo un ejemplo de un modo propiamente industrial de pensar y actuar, que no ha sido reconocido en los estereotipos corrientes sobre este período. Es verdad que todavía quedaban incompletos los grandes socavones que—se esperaba—iban a liberar el acceso a los planes de los cerros argentíferos del sur. Pero no por eso fue necesario limitarse simplemente al papel de rescatador de metales recolectados en los desmontes (como hacía tan exitosamente Pedro Laureano Quesada). También era posible despejar los frentes de las labores antiguas, limpiar los caminos y seguir trabajando las vetas conocidas por las bocaminas ya existentes, como lo hacía también, por ejemplo, la Sociedad de la Gallofa en Aullagas (Provincia Chayanta). Es notable que las leyes promedio de los minerales extraídos del Cerro Rico en 1837 eran dos veces lo que serían en 1851 (Cuadro 16). Por lo menos en el caso de los Ortices, esta estrategia pudo combinarse con métodos e iniciativas empresariales, técnicas y laborales. Lejos de asfixiarse, pues, por la falta de una “renta mitaya”, se lanzaron creativamente a resolver los problemas de su giro sin recurso al mercado noratlántico de capitales. De esta manera, se aseguraron durante 25 años una posición dominante en la Rivera de Potosí.

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Cuadro 16

Producción de los ingenios de Potosí (en cajones) con ley de minerales (en marcos por cajón)

Ingenio 1830 1837 1851 Cajone

s semanales

Cajones

semanales

Marcos por

cajón

Cajones

semanales

Marcos por

cajón

Agua de Castilla

6 parado 3–3 1/2 14 4

Quintanilla 10 parado 4 1/2–5 14 8 1/2 Zavaleta nd parado 10–11 14 5 Guaillaguasi 12 parado 60–80 14 9 Jesús María 8 parado nd nd nd San Marcos 10 10 8 1/2–9 14 4 1/2 Concepción [7 1/2] 10 6–6 1/2 7 4 Concepción [7 1/2] 8–9 4–4 1/2 7 4 Máquina 10 12 1/2–

15 10 5 4

Calicanto 12 13 8 10 5 1/2 Ramírez 5 nd nd nd nd Dolores 10 nd nd 10 4 Turu 9 9–10 6 1/2 14

(con San

Miguel)

8 (con San

Miguel)

Chaca 10 nd nd nd nd Velarde 12 parado nd 14 10 1/2 Trinidad 6 9–10 71/2 10 5 Cantumarca 6 nd nd nd nd Laguacayo 14 9–10 7–7 1/2 10 7 PROMEDIOS (unidades en

9.7 10.5 12.25 10.5 6

Fuentes: ANB MH t.18, no 7 (Tribunal General de Minería recibidas) 1830; AHP PDE 1066 Visita de los Yngenios de esta Rivera (1837); El Celaje no 77, 14.iv.1851 (BNB PB Potosí 6).

Cuadro 17

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Movimiento del Banco de Rescates durante junio de 1856

INTRODUCTORES Procedencia Marcos y Onzas

Precios en Pesos

TOTALES en Pesos

Francisco de Paula Ortiz

Potosí 1.110,5 9 9.999,5

Quesada y Hermano

Potosí 990,3 9 8.913,3

Sociedad Guariguari

Potosí 770,5 9 6.935,5

Romualdo de la Riva

Potosí 494 9 4446

Narciso Telles Potosí 326,4 9 2.938,4 Bernardo Larraida

Potosí 287,1 9 2.584,1

Manuel de la Lastra

Potosí 217,5 9 1.958,5

Manuel Aguilar Potosí 202,1 9 1.819,1 Felix Revilla Potosí 182,3 9 1.641,3 Capchas y Trapicheras

Potosí y Provincias 4.911,7 1/4 Vario 47.366,4

Sociedad Ancona Porco (Carguaicollo) 2.881,1 9 25,930,1 José Quesada Porco (Carguaicollo) 295,3 9 2.658,3 Sociedad Siporo Porco (Machacamarca) 1.228 9 11.052 Nazario de Uzín Porco (Machacamarca) 238,6 9 2.148,6 Sociedad Guanchaca

Porco (Pulacayo) 1.901,4 9 17.113,4

Tomás Marrupe Salinas de Garci Mendoza (Oruro)

499,4 9 4.495,4

José S Resa Chichas (Portugalete) 344,7 9 3.103,7 María Manuela Villa

Chichas (Portugalete) 631,3 9 5.682,3

María Manuela Villa

Chichas (Portugalete) 203,1 8,5 1/2 1. 764.4 1/2

TOTAL 17.724,7 1/4 158.547,7

1/2 Fuente: El Minero, No 22, 16.vii.1856 (Potosí)

Conclusión: una hipótesis para el siglo XIX

Terminemos este an·lisis con una hipótesis de interpretación del siglo XIX minero en Bolivia. Es ya reconocido que, en términos generales, en cada momento cuando decae la rentabilidad del capital minero, la forma de producción dominante en la minería vuelve a ser el caccheo. Efectivamente, en los primeros años de independencia, el Cerro fue tomado por los trabajadores, quienes llegaron incluso a imponer su propio “entable invertido” sobre los

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azogueros (éstos preferían llamarlo “inmoralidad”). Se mantuvo el “colchón” del caccheo a lo largo del primer ciclo republicano de la plata; y en 1854 los capchas llegaron a producir casi 30% de toda la plata rescatada por el Banco Nacional de Rescates.

La ambivalencia de los empresarios frente al caccheo es conocido.433 El 8.xii.1845, por ejemplo, Domingo Zambrana, director de los nuevos trabajos mineros en Carguaicollo, escribió a su compadre Pedro Nolasco Costas en Potosí que el caccheo era la llave del futuro, un mecanismo de acumulación primitiva que hacía innecesario el recurso a los capitales extranjeros.434 Y los cacchas de Potosí eran conscientes de su propia importancia para los azogueros. Por eso, en 1837 llegaron a presentar una propuesta al Gremio de los Azogueros (ver Apéndice documental) que buscaba soslayar la vieja acusación de los azogueros de que era el trabajo irregular de los cacchas la causa de todo el deterioro de las minas del Cerro. Se ofrece, entonces, una relación de trabajo basado en la “reciprocidad” y la “equidad”, donde los cacchas trabajarían entre sábado y lunes en las minas de los azogueros, con sus propias herramientas pero bajo la dirección de un técnico puesto por el azoguero, para evitar así la destrucción de cada labor. Así se esperaba responder a las protestas tradicionales de los azogueros, mediante la entrega del caccheo a su supervisión y control. El documento propone un “capcheo regularizado” que dejaría la mitad de la producción al dueño de la mina, y la opción de rescatar la otra mitad correspondiente a los mismos cacchas al precio corriente, después de un ensaye por peritos sobre la calidad del mineral.

Sería importante examinar en más detalle las circunstancias precisas que en 1837 llevaron a los cacchas a hacer este planteamiento. Por una parte, sabemos que los sucesos políticos habían dejado temporalmente vulnerables los intereses de los Ortices en la mina de San Bartolomé: los cacchas habían entrado a “golpear” las chaguas recién descubiertas allí,435 y es posible que pensaran que era el momento de formalizar un arreglo que les daría acceso legal a las mejores minas del Cerro. Por otra parte, podemos intuir la resistencia, no solamente de los demás azogueros, sino incluso de algunos de los trabajadores de los mismos Ortices. El primer ciclo minero estaba en auge. El rechazo de los planteamientos de los cacchas por los azogueros señaló, en parte, la desconfianza tradicional de los azogueros frente a los “ladrones de minas”; pero, en el caso de los Ortices, quienes figuran entre los azogueros firmantes, la oposición se debe también a que ellos ya se habían lanzado a un modelo capitalista que incluso gozaba de cierta legitimidad entre sus trabajadores (fortalecida sin duda por la bonanza de San Bartolomé).

Al lado del análisis de las relaciones entre los diferentes tipos de organizacion minera, se impone el análisis de los discursos político–económicos. Incluso un discurso técnico–científico es siempre susceptible de 433 TÁNDETER, 1992; RODRIGUEZ, 1991. 434 ANB Rück, pieza s/n. MSS Minas, Cia. Bolivar, Potosí, Años 1820–1850. “Si vienen algunos socios de

ustedes y estranjeros, no se cuente para nada conmigo. Parece que U no conociera mi jenio! Convinando el sistema de caccheo con el de hacienda o de jornaleros, todo está conseguido: y únicamente son necesarios mil pesos impendibles en el nuevo proyecto”.

435 Cf. AHP PDE 1150 (1837) Sobre robo de metal de la mina de San Bartolomé propia de d. Serapio Ortiz ...

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una lectura en términos de poder. Al terminar el primer ciclo de la plata, este tipo de análisis es también fundamental para comprender cómo, en los 1850s y 1860s, una nueva ola de comerciantes, ansiosos de invertir en la minería con capitales chilenos y noratlánticos, pudieron lograr la victoria parlamentaria de las políticas liberales en 1872. Como hemos argumentado en otro lugar, un argumento reduccionista en base a costos y beneficios no es suficiente para resolver un problema eminentemente político.436 Es claro, además, que había también un núcleo de azogueros que favorecían el modelo de la acumulación interna (para no hablar de los otros sectores dependientes del antiguo mercado interno). Preveían, correctamente, los efectos desastrosos de la apertura liberal sobre gran parte de la población del país.

El proceso de marginación progresivo de los indios potosinos del mercado, resultado de la violencia simbólica y real de los liberales de la segunda mitad del siglo, ha sido descrito en otro trabajo.437 La polarización entre ricos y marginados que resulta de las políticas del neo–liberalismo moderno no es nada nuevo en los Andes. Los cacchas mineros, por otra parte, junto con los emigrantes rurales que llegaban crecientemente desde Cochabamba, tenían a fines del siglo XIX la posibilidad de entrar a formar parte de la fuerza laboral de las nuevas empresas internacionalizadas, crecientemente volcadas a la minería del estaño. Además, en los momentos de expansión del capitalismo minero, el caccheo tiende a llevarse a cabo desde dentro de las mismas empresas más que en sus márgenes. Por eso, tanto en Colquechaca como en la empresa “La Salvadora” de Patiño en Uncía, encontramos nuevamente las denuncias hechas por los empresarios de la inmoralidad de “sus“ trabajadores, que se dedicabancon miles de subterfugios a apropiarse de “su” parte de la producción minera. El modelo del “capcheo regularizado” llegaría incluso a representar un ideal popular de la organización y la remuneración justa del trabajo, que subyace en el desarrollo del sindicalismo minero durante el siglo XX.438

Pensamos que, en algunos aspectos, el desenlace liberal del siglo XIX puede compararse útilmente con la transformación político–económica que se produjo con la introducción de la amalgamación con mercurio por el virrey Toledo en los 1570s. Antes, la producción de la plata estaba predominantemente en manos de los indígenas, quienes la beneficiaban en pequeña escala con fundiciones portatiles de viento (wayra). Carlos Sempat Assadourian ha enfatizado las consecuencias de las reformas toledanas, que representaban una manera por la que los peninsulares podían intentar arrebatar de los indios el control de la producción argentífera.439 Por otra parte, los indios rápidamente asimilaron las técnicas de la amalgamación necesarias para mantener su acceso al sector de beneficio artesanal, y en los siglos XVIII y XIX 436 Tristan PLATT, “Protección divina y perdición liberal: poéticas del intercambio en el Potosí del siglo

XIX”, Revista Andina Año 11 no 2, 1993. 437 Tristan PLATT, “Calendarios tributarios e intervención mercantil: racionalidades estacionales entre los

indios de Lipez (Bolivia) en el siglo XIX”, Chungará 19, 1987. 438 Ver Tristan PLATT & Ramiro MOLINA, Quya Runa: El Minero de Siglo XX, Cap.1 (MS inédito). 439

ASSADOURIAN, Carlos Sempat, “Acerca del cambio en la naturaleza del dominio sobre las Indias: la mitá minera del virrey Toledo, documentos de 1568–1571”, Anuario de Estudios Americanos XLVI, Sevilla 1989.

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eran capaces de articular un proyecto alternativo que, a pesar de su utilidad conyuntural, fue percibido por los azogueros como una amenaza a sus intereses.

Ahora bien, a fines del siglo XIX la transformación y globalización del sistema financiero y tecnológico significaba una revancha del débil capital criollo, aliado ahora de los recursos del sistema financiero internacional, contra las actividades subversivas del caccheo indígena. Se puede percibir un paralelismo con el impacto de las reformas toledanas sobre la pequeña producción andina a fines del siglo XVI. Pero, como en los siglos XVI–XVII, su éxito en el siglo XIX no fue ni completo ni definitivo. Queda por realizarse una comparación entre el colapso minero de fines del siglo XVII y la situación actual de las cooperativas mineras a fines del siglo XX; pero ya sabemos que el nombre de “Los Cacchas Libres”, asumido por una de las cooperativas de Potosí en la actualidad, es sintomático de una situación recurrente en la minería potosina.

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Apéndice Documental440

Expediente de los capchas de esta ciudad solicitando se les deje trabajar en los lavores de los Azogueros desde la noche de cada sabado hasta el lunes por la mañana. Pide que se reunan en junta los señores azogueros ante la Diputación Territorial y ecsaminada la presente propuesta con su resultado se de cuenta para que VSY determine lo que sea combeniente. Fernando Medina, Fermín Saabedra, Manuel Siñani y demas Capchas en este Cerro, ante los respetos de VSY nos protestamos y decimos: Que el capcheo se ha visto hasta el presente con abercion y repugnancia por los males que ha originado a los SS Azogueros, por que ciertamente los hombres destinados a esta industria solo han tratado de enrriquecerse, sacando los mejores metales sin mecanismo en la esplotación, y sin conciderar los perjuicios que son consiguientes al propietario, mucho mas si se tiene a la vista las seguridades que las Ordenanzas prestan a este. Pero Ylustre Señor, sesando la causa [se]sera el efecto, y nosotros en esto recurso no nos proponemos otro objeto que fijar bases de reciproca combeniencia entre nosotros y los SS Azogueros, para que ecsaminadas en junta, se nos admita un capcheo regularizado. Desde que sesa la esplotación el Sabado y baja la jente jornalera, hay un espacio de tiempo que con bentaja del azoguero, y nuestra, podría aprovecharse ¿Y con que resultado? Que el propietario no tenia que hacer gastos anticipados, ahorraba el costo de la herramienta, [f.1v] y reportaba el valor del metal, partible entre nosotros. El unico incombeniente que se nos presentaria, es de los abusos que la esperiencia ha manifestado; pero nosotros queremos condiciones soportables, y de reciproca equidad. Proponemos a los SS Azogueros que nos permitan entrar a sus labores de Sabado al Lunes por la noche, que se nos entreguen estas por los repectivos Guardas, con presiso examen de su estado, concistencia de los Potos, Guaricuncas y demas, bajo responsabilidad que las garantisamos del modo que se quiera, para debolberlas a los mismos Guardas, sin riesgo ni perjuicio alguno. En este espacio, y con las formalidades de Ordenanza esplotaremos el metal con nuestras herramientas, contando los utiles que sean precisos. El metal esplotado será partible entre nosotros, y el dueño de cada mina, y aun podrá comprar el que nos corresponde a justa tasacion de peritos, siempre que concintamos en ello.

440 AHP PDE 1094 (1837).

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Ecsaminese pues si aqui no sé presentan utilidades conocidas para ambas partes: al azoguero ahorro de tiempo, capital, y ganancia del metal: a nosotros tambien el mismo valor del metal; pero con la incertidumbre de que acaso no recompensará ni nuestras fatigas, ni los gastos que hemos impendido. Esta es una marcha circumscrita al solo orden natural de las cosas, sin ecsaminar circunstancias que ofresen peligros a los Señores Azogueros: la falta de azogues hase preveer la procsima parada de la Ribera, hay nececidad de que se continue la esplotacion para conserbar la jente trabajadora y acopiar metales, y por consiguiente hay que haser continuados gastos sin la esperanza procsima de reembolso y reproduccion. Con nuestra propuesta les proporcionamos metal, ebitando consecuencia de tanta importancia. Ademas no puede ser bituperable el fin racional que nos propone- [f.2r] mos: meditese sobre él, con boto imparcial, y se verá que nada tiene de injusto y antilegal, y antes ofrese un basto campo de combenciones y estipulaciones. Por lo mismo suplicamos a la rectitud de VSY se sirba mandar se pase al Diputado Territorial para que combocando junta de los SS Azogueros emitan estos su libre y espontanea voluntad, y con su resultado dé cuenta para que VSY

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determine lo que sea de justicia, o provea en su merito el acuerdo que sirba de regla jeneral a este respecto...

A ruego de los presentantes

José Santos Higuera

Sala de Directorio Potosi Noviembre 11 de 1837. Pase esta representación al Diputado Territorial para que reuniendo en Junta a los Azogueros de esta rivera, la consideren y espresen su parecer en orden a las propuestas que ella contiene y con su resultado dé cuenta para tomar las providencias conducentes.

Velásquez Garron

Lizarazu Dr Francisco de Vargas (Secretario)

Señores Concurrentes: CC. Pablo Roxas, Serapio Ortiz, José Ygnacio del Rio, Manuel Gaspar Céspedes, Juan José de la Rúa, Andres Avelino de la Torre, Manuel Subieta. En la ciudad de Potosi a dies y seis de Noviembre de mil ochocientos treinta y siete años. En cumplimiento del Decreto de once del que rije proveido por el Muy Ylustre Diretorio de Mineria a consecuencia del Escrito de Fernando Medina Fermin Savedra Manuel Siñani y demas capchas de este Cerro, se reunieron en Casa del Señor Diputado Territorial, los Señores Azogueros anotados al margen a quienes se les leyo el Escrito referido en el que proponen los Capchas que se les permita entrar a sus lavores de Savado a Lunes por la noche, que se les entreguen estas por los respectivos Guardas con previo ecsamen de su Estado, consistencia de sus potos, bajo de responsavilidad que la garantisarian del modo que se quiera para debolberles a los mismos Guardas, sin riesgo ni perjuicio alguno: que en este espacio y con las formalidades de Ordenanza esplotarían el Metal con sus herramientas costeando los Utiles que sean precisos: que el metal esplotado seria partible entre los capchas y el dueño de cada Mina y aun podran comprarles a justa tasacion lo que les corresponda– Enterados los Señores de esta junta de todo lo referido contestaron por unanimidad que no admitan las indicadas propuestas por que la esperiencia ha acreditado lo perjudiciales que son los Capchas cuando los havian y que los ocurrentes no eran tales como el mismo Ylustre Directorio no lo ignora sin esplayarse sobre todos los perjuicios que resultavan a la azogueria: que por otra parte los combenios voluntarios no estavan prohividos por la Ley: asi es que los travajadores solicitantes pueden combenir con el azoguero que quiere llamarlos a sus lavores–

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Con lo cual se concluyó esta Junta con la calidad de darse cuenta con ella a Su Señoría Muy Ylustre por el Señor Diputado Territorial y la firmaron de que doy fé–

Pablo Rosas = Serapio Ortiz =

José Ygnacio del Rio = Manuel Gaspar de Céspedes =

Juan José de la Rúa = Andres Avelino de La Torre =

Manuel Subieta = José de Molina Escrivano Publico y de minas.

Lista de siglas

ANB= Archivo Nacional de Bolivia AHP = Archivo Historico de Potosí BNB = Biblioteca Nacional de Bolivia EN = Escritura Notariales M = Moreno MH = Ministerio de Hacienda MI = Ministerio del Interior PDE = Prefectura Departamental Expedientes

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EPÍLOGO

Horst PIETSCHMANN

Desde que en los años 1950/60 de discutió de forma general sobre el régimen colonial de España en Indias había sido predominantemente de carácter ‘feudal’ o ‘capitalista’, la historiografía correspondiente ha logrado avances, considerables ya sea a raíz de los esfuerzos por esempolvar fuentes poco o nada conocidas, ya sea a raíz de introducir temas, planteamientos y métodos nuevos o, en la mayoría de los casos, combinando ambas aproximaciones. La historia del derecho y de las instituciones, la de la economía y de la sociedad, la historia eclesiástica y de la de la cultura y de las mentalidades han acumulado tal cantidad de bibliografía que para un historiador individual resulta imposible enfocar la totalidad de los campos y áreas geográficas estudiados, como aún lo podía pretender con cierto éxito la generación que precedió a la que está aún activa actualmente.

A nivel metodológico, sin embargo, se pueden detectar dos tipos principales de aproximación. Por un lado, los historiadores que por las líneas directrices coloniales de producir y canalizar documentación a través de instituciones determinadas desde niveles locales hasta los organismos centrales metropolitanas prefirieron seguir el lineamiento institucional en sus investigaciones por motivos prácticos y por el otro lado los historiadores que se centraban en determinadas regiones o localidades al perseguir determinados fenómenos económicos, sociales, políticos, culturales etc. Mientras los primeros acentuaban por principio más bien aspectos institucionales en los distintos campos de investigación, manteniendo hasta cierto punto siempre de forma explícita o implícita una perspectiva ‘imperial’, lo cual implicaba casi siempre juicios de valor más cautelosos, los otros con frecuencia tendían a mirar y valorar el sistema colonial desde su perspectiva geográfica regional o local, aduciendo con frecuencia conclusiones en términos ‘desarrollistas’ o de ‘dependencia’. En esta última vertiente se dió además bien pronto una división entre una historiografía ‘integral’, que pretendía englobar todos los grupos sociales, étnicos etc. de la región, y la nueva etnohistoria que, adoptando a su vez una aproximación institucional, se dedicaron a investigar a los grupos étnicos, bien centrándose directamente en ellos, o bien fijándose en las comunidades o repúblicas de indios. Estos desarrollos se produjeron más o

Universidad de Hamburgo.

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menos, durante los años 1970 y fueron acompañados de debates a menudo muy ideologizados, Paralelamente, sin embargo, empezaron ambs corrientes a aproximarse, penetrando los primeros cada vez más a niveles regionales y locales, y enfocando al mismo tiempo cada vez más una amplia gama de campos históricos, que superaban la esfera institucional. Las dos otras dos aproximaciones, en cambio, se abrieron frente a los resultados muy variados y a veces sorprendentes obtenidos al integrar sus regiones o localidades en parámetros más amplios. De manera que la historia vista ‘desde arriba’ y ‘desde abajo’ se compenetraron y el enfrentamiento inicial se convirtió en debates fructíferos y en el planteamiento de problemas nuevos, como por ejemplo el de las redes familiares, de los mecanismos del ejercicio del poder y de la relación entre los distintos niveles del ejercicio del poder y sus interacciones.

Pocos campos de investigación dejan entrever estos desarrollos de forma tan clara como los estudios sobre la encomienda que empezaron más bien en la línea institucional, se abrieron temáticamente y descendieron a los niveles regionales y locales, en donde se encontraron con estudios etnohistóricos y locales o regionales que, aun sin enfocar directamente la encomienda, presentaban muchas evidencias sobre su impacto, su realidad en determinadas épocas y su importancia en las sociedades locales, como p.e. la tributación, el reclutamiento de mano de obra, las injerencias en la sociedad local, la posición social y económica de los encomenderos, su importancia política, etc. Desde esta perspectiva amplia la encomienda, los encomenderos, su impacto y sus vestigios están presentes en casi todos los campos de la historia colonial, incluso en épocas en que la institución como tal languidece o deja de existir debido a su capacidad de estructurar realidades sociales, económicas, de poder y hasta de estilo de vida. Los aportes en las páginas precedentes muestran con bastante claridad este carácter multifacético, como también demuestran que su impacto llega a las regiones más distantes del imperio, donde tanto las fuentes como el estado de la investigación no son comparables las de regiones más centrales y de temprano dominio español, aunque las limitaciones del espacio hayan impuesto la necesidad de no poder presentar más que una parte de esta realidad compleja, ya que de otra forma hubiera sido necesario penetrar más a fondo en la amplísima bibliografía acumulada sólo por la historiografía socioeconómica sobre la época colonial.

¿Qué se puede concluir sobre la historia del impacto de una institución tan multifacética en el desarrollo de Hispanoamérica colonial? En primer lugar, sin lugar a dudas, hay que concluir que es necesario emprender un esfuerzo de síntesis y de generalización antes de proseguir con investigaciones empíricas individuales. La cantidad de facetas individuales y variedades regionales amenaza con reducir la encomienda a un simple mecanismo de dominación y/o de someter a una población autóctona a la voluntad a un sistema colonial para garantizar su estabilidad mediante el aprovechamiento de los recursos autóctonos. Ya existen bastantes estudios de filiación sociológica que reducen la institución a este significado básico, destacando aparte de ésto como mucho la enorme cantidad de pérdidas humanas que este sistema causó. No se trata de entrar, por cierto, nuevamente en el viejo debate sobre si era ‘bueno’ o ‘malo’ el dominio español para los indígenas, pero sí en el análisis más sistemático de las

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transformaciones que la encomienda originó en ambas partes, o sea, en las sociedades indígenas y entre los inmigrantes peninsulares. Conocemos a grandes rasgos los costos demográficos del sistema, pero sólo muy poco hasta donde fue un instrumento de transculturación en la sociedad indígena, a pesar de muchos indicios más bien indirectos en muchos de los estudios pertinentes. ¿Hasta donde, más allá de su función de integración económica forzada directa o indirectamente de una población indígena, el sistema ha contribuido eventualmente a propagar conocimientos y habilidades mentales, intelectuales, económicas etc. entre la población indígena que la capacitaron a sobrevivir y adaptarse? ¿Hasta donde el sistema transformó al encomendero? ¿Fomentó el proceso de criollización? Cualquier sistema de dependencia personal sólo funciona sobre interacciones y reciprocidades, como demuestra la historia social europea. Entonces cabe preguntar cuáles fueron estas interacciones e influencias mutuas en el caso hispanoamericano. También sobre esta problemática hay ya muchos conocimientos esparcidos a lo largo de la bibliografía especializada que conviene sistematizar y traducir en nuevos planteamientos para que este ‘esqueleto’ mecánico al que muchos sociólogos reducen la ‘esencia’ de la encomienda, recobre ‘carne en los huesos’, su indivi-dualidad histórica a través de los tiempos y la geografía hispanoamericana al lograrse la reconstrucción de determinados tipos de funcionamiento y de impacto predominantes. Este esfuerzo de sistematización debe forzosamente integrar los aspectos culturales y religiosos y hasta los del pensamiento político, puesto que sería raro que una institución de tanta envergadura no hubieron contribuido a modelar mentalidades, formas de religiosidad y conceptos de cómo debe organizarse la sociedad en las distintas regiones hispanoamericanas sea de forma indirecta o directa. Un análisis sectorial del papel de la encomienda a nivel político económico, social, militar, cultural etc. a través de las regiones y las distintas épocas con perspectiva comparada podría contribuir a inventeriar y sistematizar los logros y las carencias de la investigación de los últimos decenios y aclarar las líneas más prometedoras para la investigación futura. Aunque tal procedimiento podría aparecer a primera vista como un regreso a la historiografía institucional del pasado no sería así si se conservan los enfoques amplios ya alcanzados y se integran de forma expresa los resultados dispersos de la investigación local y regional, como también los de la etnohistoria. De esta manera, por el contrario, esa institución tan multifcética ganaría un perfil histórico así más claro. De esta manera saldría con más claridad lo particular de las variantes indianas de una institución que tuvo mucha importancia también no sólo en la península ibérica sino también en zonas de colonización dentro de Europa, como por ejemplo en el Báltico, donde la orden militar de los caballeros teutones la empleó igualmente con gran eficacia. Integrada la encomienda indiana así en un marco histórico más amplio, quizás se lograría responder a la pregunta de hasta donde esta institución era particular de un tipo determinado de colonización, pregunta ya ocasionalmente suscitada por algún cultivador de la historia comparada. En fin, los editores esperan que un volumen modesto dedicado a un gran tema de historia colonial hispanoamericana sirva no sólo como muestra de logros y carencias en las investigaciones sobre un tema clave de la historia colonial hispanoamericana

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sino también una invitación a continuar el debate, sea en una de las líneas sugeridas, sea con enfoques nuevos que no trascienden a lo largo de este volumen.

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