Platón, la mÃúsica, la filosofía y los primero principios

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E ugenio T rías canto de las sirenas Argumentos musicales j Galaxia Gutenberg I Círculo de Lectores

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Eugenio Trías El canto de las Sirenas

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  • E u g e n i o T r a s

    canto de las sirenasArgumentos musicales

    j Galaxia G u te n b e rg

    I Crculo de Lectores

  • Prem io N acional a la M e jo r Labor Editorial Cultural 200 6 concedido a G alaxia G utenberg por el M in isterio de C ultura

    Diseo: W infried Bahrle

    Crcu lo de Lectores, S. A. Sociedad Unipersonal)/ G a lax ia Gutenberg

    Travessera de G racia , 47-49, 38 0 2 1 Barcelona w w w .circulo.es

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    Eugenio Tras Sagr.ier, 2007 C rculo de Lectores, S. A . (Sociedad Unipersonal), 2007

    Depsito legal: B. 38 9 9 1-20 0 7 Fotocom posicin: V c:or Igual, S .L ., Barcelona

    Impresin y encuadernacin: Primer industria grfica N . n , Cuatro caminos s/n, 0 8 6 2c Sant Vicen83-6 ISBN G alaxia Gutenberg: 978-84-81:09-^01-6

    N. 45658

  • Msica y filosofa

    Hay que encontrarse con Platn para hallar una completa y convincente caracterizacin de la filosofa, o de la determinacin de su naturaleza y esencia. En qu consiste, cul es su finalidad, donde tiene su arranque, su punto de partida? ;Qu itinerario es indispensable seguir si se quiere llegar a poseer una vida filosfica? Qu debe hacerse para que la filosofa, como sugiere al joven Scrates el viejo Parmnides en el dilogo platnico que lleva su nombre, tome posesin de uno mismo, de manera que impregne y se esparza por todos los entresijos del alma de quien aspira, anhela, quiere alcanzar la ms deseable de todas las formas de vida?

    La filosofa posee carcter medianero y daimnico> a mitad de trayecto entre la ignorancia y la sabidura, aunque siempre imantada por sta. Se revela capaz de redefinicin de rodos los asuntos que nos ataen, de manera que nuestra relacin con nosotros mismos, con nuestros conciudadanos, con el cosmos, con los dioses, todo queda -en virtud de esa mstauratio magna que es la filosofa- radicalmente modificado, transmutado.

    Y en esa redefinicin dispone la filosofa de una ayuda extraordinaria, una suerte de hilo de Ariadna: la msica como ciencia de la armona, en ensamblaje intrnseco con las matemticas y la astronoma, ciencias que investigan la concordancia entre las armonas del cielo y las que son propias del alma, segn la correlacin -alma y mundo, alma y ciudad- que Platn sancion de forma genial en La Repblica.

    Scrates, en el Fedn, lamentaba que los cosmlogos que le precedieron se hubiesen dedicado a contemplar los cielos en detrimento de ese cuidado -tico- de la propia alma. Pero Platn logr la armona de ambas tendencias: en virtud de la

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  • 8o8 El canto de las sirenas

    enseanza socrtica y de su reencuentro con la tradicin pitagrica concibi el cuidado del alma (epimlesthai ts psy- chs) como cuidado del propio mundo: epimlesthai ts ks- mou. La msica -junto con las matemticas y la astronoma- le facilit esa armonizacin de alma y cosmos, o de alma y ciudad. Por eso la filosofa se pudo concebir como forma musical (o como la mejor msica)*.

    La filosofa tiene el carcter de una actividad siempre en movimiento. Se halla en concordancia con la esencia y naturaleza del alma, segn se la define en Fedro y en Leyes X. Y es congenial, por lo mismo, con las ciencias del movimiento, la astronoma y la msica. La astronoma deriva ste de la percepcin visual de las revoluciones de los cuerpos celestes. La msica lo hace a partir del registro auditivo de esos nmeros semovientes que son las almas de las estrellas fijas y los planetas.

    La filosofa es un arte amatoria, gobernada por ros y por phila. Su movimiento inextinguible se halla siempre imanta

    * En Piaron conviven diversas, y acaso contradictorias, concepciones de la msica: una, procedente de su maestro Damn, que vincula los modos musicales con determinados afectos. Es la que aparece en los captulos iniciales de La Repblica. relativos a la educacin de los guardianes de la ciudad (a travs de la msica y de la gimnasia). Tambin en los primeros libros de las Le\;es. Aqu, ms bien, ser la segunda concepcin, relativa a la interpretacin de la msica en trminos piragorizan- tes, la que ms se atender. Es la que aparece en la progresin pitagrica de las ciencias de educacin superior (del filsofo-rev), una vez traspasada la descripcin de la ciudad carente de educacin en la ' alegora de la caverna, en el libro VII de La Reptblica. En tercer lugar est la implcita reflexin sobre la msica que acompaa la danza a travs de la posesin y del divino furor (relativa a la mana telstica, o locura ritual, de que se habla en el Fedro). Sobre todo ello, vase Gilbert Rouget, La musique et la transe, Pars, Gallimard, 1990, que consagra un amplio apartado a la msica en Grecia, y en particular a as doctrinas (segn l contradictorias) de Platn. En este ensayo se insistir, por el contrario, en la posible armona latente de estas dos ltimas concepciones. Vase un estudio bastante ambicioso en intencin, pero poco lcido en la interpretacin, de Evanghlos Moutsopoulos, La m usique dans l oeuvre de Platn , Pars, PUF, 1959.

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  • Platn: la nmsica, la filosofa y los primeros principios 809

    do por un objeto que no logra nunca alcanzar; que la rebasa y trasciende de manera intrnseca y estructural. La posesin de la sabidura se le sustrae al filsofo, pero no en cambio la puja y la porfa. Slo lo divino podra creerse que adquiere a perpetuidad lo que toda naturaleza daimnica delata tan slo como disposicin siempre precaria. Y lo divino es algo en torno a lo cual giran y dan vueltas todas las almas, en autntica ronda dialctica: desde las almas de los dioses astrales, verdaderos principios de automocin que gobiernan los cuerpos del cielo, hasta las de los hombres individuales, segn se notifica en la clebre procesin del cortejo divino -y de sus epgonos humanos- en el segundo discurso de Scrates en el Fedro.

    Platn dot a la filosofa de un concepto y de un contenido que ha posedo la virtud de mantener su vigencia hasta hoy mismo. Todo el que se ocupa de la filosofa sabe que en el corpus platnico puede encontrar la primera reflexin (en cierto modo definitiva) sobre lo que la filosofa significa. Platn no invent el trmino filosofa, que se puede atribuir a Pitgoras, y en referencia a una de las tres actitudes -la contemplativa- que pueden mantenerse en un estadio olmpico. Fue tambin la tradicin pitagrica la que entroniz la expresin vida filosfica. Esta haca posible alcanzar lo ms deseable: el reconocimiento del rango divino, inmortal, de la propia alma, y la emancipacin del recorrido del alma por los diferentes cuerpos merced al cultivo del conocimiento por la va de la especulacin matemtico-musical.

    La iniciacin musical corra pareja con la orientacin - f ilosfica- hacia la sabidura. La msica permita evocar las existencias anteriores (segn la creencia en las reencarnaciones del alma en diferentes cuerpos). Pitgoras, al parecer, guardaba recuerdo de sus anteriores avatares. Era, por lo dems, de estirpe apolnea, quiz procedente de la tierra de los hiperbreos, patria electiva de Apolo. Segn ciertas leyendas era hijo del propio Apolo. Y como ste, era un virtuoso en el taido de la lira y en el cntico.

    La msica, ya en Pitgoras, y sobre todo en Platn, se vincula con la reminiscencia: facilita el ejercicio de esa memoria de todo cuanto existe que el recin nacido pierde al abrevar

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    SandaraHighlightImportancia de la msica

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  • O 1U t i canto de las sirenas

    se en el ro del Olvido (del que se habla en el mito de Er del Libro X de La Repblica de Platn).

    La msica no es comprendida en el sentido moderno de un fenmeno esttico. En su teora y en su prctica constituye la mejor ayuda que la filosofa posee, junto con el cultivo de las matemticas, para llevar a cabo el imperativo so- crtico-platnico del cuidado de la propia alma.

    Ese cuidado consiste, segn la versin especficamente platnica, en la orientacin hacia la mimesis de las armonas del cosmos. Estas son las mismas que el alma puede encontrar en si misma, en virtud de la reminiscencia o de la ertica, o en el ejercicio dialctico del dilogo. Como se explica en el Timeo, toda alma, alma csmica o alma individual, est construida segn nmero y proporcin, atendiendo a las principales consonancias musicales -la octava, la quinta, la cuarta- y a la progresin matemtica -aritmtica y geomtrica- de los nmeros, en la que esas relaciones musicales se descubren.

    Al unirse a un cuerpo nuestra alma pierde la memoria de esas armonas internas e inmanentes. El reencuentro con stas es la tarea de la filosofa, acompaada de la msica y de las matemticas. El objetivo que se persigue, a travs de msica y filosofa, es siempre el mismo: la salud del alma que ese cuidado proporciona. Y esa salud permite alcanzar la eudaimona, el mejor de los destinos. La msica propicia esa forma de sintona entre alma y cosmos que el cuidado socrtico facilita. Es msica que orienta el thos. Y que por tanto debe ser objeto preferente de consideracin en toda reflexin cvica y poltica.

    La msica ser en Aristteles, en la lnea de su reflexin sobre la tragedia, una forma de purificacin, de catarsis. Platn reserva esa modalidad liberadora de los malos afectos y pasiones a una suerte de locura divina, que en el Fedro se denomina mana telstica.

    Esta explica los fenmenos de posesin y entusiasmo: el dios se apodera del coro de bacantes, liberando de este modo, como se dice en ese dilogo platnico, de viejas, ancestrales culpas: descuidos en el culto de aquel mismo dios que toma posesin de la vctima de manera incontrolada, y que en

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    SandaraHighlightCuidado del alma. A este contribuye la msica.

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    SandaraHighlightSegn Aristteles

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  • Platn: la msica, la filosofa y los primeros principios 8 l i

    virtud de la danza puede ser apaciguado. Los posedos muestran primero su infirmitas en la modalidad de descontrol y desencaje -feroz y salvaje- que les es propio. Pero el rito ceremonial permite dar pauta a travs del auls -flauta de pico, oboe- a esa forma de catarsis liberadora.

    Es posible que esa locura divina asociada al menadismo, familiar por tanto con el contexto originario -de ditirambo dionisaco- de la tragedia griega, fuese la que inspirara a Aristteles su concepcin del efecto de la tragedia sobre el espectador como liberacin catrtica; la que se produce tras inocularse en el alma esas mismas pasiones tristes (temor, compasin) que se pretenden purificar, o liberar.

    Aristteles, hijo de mdico, promueve una suerte de ilustracin racionalista, de naturaleza psicolgica, de lo que Platn presenta, en el Fedro, bajo forma de ceremonia religiosa. Aristteles entiende tambin la msica en esos trminos catrticos (en su Pohteia). Platn reserva cierta consideracin, no exenta de irona, a esta forma de msica liberadora de las enfermedades anmicas: la que la mana telstica proporciona. Irona ilustrada y religiosidad neopitagrica conviven genialmente en la consideracin platnica de la msica. As mismo la ambigua aceptacin de la necesidad de enajenacin y posesin, o de entusiasmo, sin la cual no se obtienen los mejores bienes (como sucede en la posesin amorosa, en la inspiracin potica, o en la aptitud visionaria y proftica de la Sibila de Deltas). Considera necesaria la locura divina para promoverse la posesin y el entusiasmo ertico. Sin esa tbea mana la filosofa no alcanza su objetivo.

    Los nmeros matemtico-musicales con que fue creada toda alma en el Timeo, y que pueden descubrirse por la va de la reminiscencia, permiten la sintona de alma y cosmos. Deben, pues, ser descubiertas esas armonas; como deben tambin ser cultivadas a travs del ejercicio prctico de la msica, o de la inventiva matemtica. Pero esa cura que la mimesis del ordenamiento csmico proporciona, en sintona con las ocultas armonas que se pueden encontrar en la propia alma, necesita tambin el concurso de esa excitacin y descontrol que la locura divina provoca. Sin posesin ertica, sin entusiasmo amoroso, la filosofa y la msica no consiguen su finalidad.

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    La salud mental, la felicidad, la eudaimona, exigen el concurso de ambas orientaciones, mimtica y catrtica, apolnea y dionisaca, armoniosa y orgistica, dirigidas hacia el cntico, a travs de la lira, o inductoras de la danza -con su frenes especfico mediante la flauta. La irona socrtica respecto a la locura divina y a los fenmenos de posesin convive con una autntica exigencia de esos estados, sin los cuales no puede realizarse plenamente el objetivo que a travs de msica y filosofa se persigue.

    El damn: filosofa y religin

    Platn no fue solamente un fundador filosfico. Fue tambin un gran reformador religioso. Su pulso con la tradicin potica, de Homero a los trgicos, reside en este sensible punto. La aversin que muchas de sus concepciones despertaron en Aristteles -como el carcter separado de las Ideas y de los Nmeros Ideales- se debe quizs a que el discpulo era un temperamento ajeno y distante respecto a toda religiosidad. Deba de sentir rechazo por la forma religiosa que transpira la obra platnica, donde toda alma, incluida la nuestra, constitua una sustancia propia y separable de naturaleza inmortal, y por consiguiente divina.

    Aristteles deba de sentirse mucho ms prximo a sus convicciones en el viejo status homrico del alma de los mortales; el que sanciona la infinita distancia entre stos y los inmortales. Los humanos no tienen razn en aspirar a la inmortalidad, que es algo imposible al mortal, como se dice en la Etica a Nicm aco , por mucho que sea objeto de nuestro deseo. Dios se halla ensimismado en su propia inteleccin, es nsis nseos y motor inmvil, que slo posee conocimiento de lo perfecto, o de s mismo, y que por tanto no se preocupa de las cosas imperfectas de este mundo, ni tiene curiosidad alguna por conocerlas.

    La reforma platnica prosigue, en el terreno religioso, la revuelta contra esa distancia infinita entre mortales e inmortales. Platn se inscribe en el marco de aquellas tradiciones -rficas y pitagricas- que procuran hallar mediacin entre

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  • Platn: la msica, la filosofa y los primeros principios 813

    el mortal y el inmortal al descubrir en el hombre una chispa de divinidad, segn lo testimonia el mito del nacimiento de los humanos en el orfismo.

    Platn busca esa mediacin religiosa en libre prosecucin del proyecto pitagrico antiguo orientado a la emancipacin de la ronda maldita de las reencarnaciones a partir del alzado a una vida filosfica. En este punto la msica desempea un papel fundamental: propicia la reminiscencia, despierta la ertica y facilita la propia dialctica.

    La filosofa, el anhelo de saber, constituye la brjula que orienta hacia aquellas entidades que posibilitan la liberacin: nmeros, armonas musicales, figuras geomtricas, contemplacin de cuerpos celestes en movimiento. Platn prosigue este camino, pero introduciendo originales desplazamientos.Y sobre todo a partir de la gua que le pudo proporcionar el magisterio socrtico.

    Platn lleva a cabo sus innovaciones filosficas y religiosas mediante una magnificacin sublimada, genialmente hi- postasiada, de lo que en Scrates eran componentes de la praxis y del ejercicio de su vocacin y misin"'. Esta se hallaba guiada por una voz que, en forma de seal daimnica (dai- mnion semion), fiscalizaba, segn la versin platnica, la orientacin de su conducta; de su thos. Esa seal le obligaba a retirarse de todo escenario de comunicacin. Cuando perciba esa seal se retraa de la conversacin y se suma en un soliloquio entre l mismo y su damn. As en la escena que antecede a su aparicin, ya en los postres, en El Banquete.

    Platn convierte a esa personificada voz de la conciencia tica de Scrates en el principal personaje de una nueva orien-

    :i- En tres casos realiza la misma operacin: con el damn socrtico, con el edos que Scrates indaga, y con la propia alma a la que cuida.

    La voz interpelante de Scrates se convierte, en Platn, en un semidis, objeto de una original religin de ros, a la par que instancia mediadora entre lo sensible y lo inteligible.

    El edos que Scrates busca y trata de definir se constituye en Idea o Forma de naturaleza ontolgica.

    El alma a la que orienta Scrates sus cuidados, ya en la Apologa de Scrates, se trueca en un principio sustancial, slo instrumentalmente unido al cuerpo, de raigambre inmortal y divina; tambin nuestra propia alma.

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    SandaraHighlightFILOSOFA

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  • 8 1 4 El canto de las sirenas

    tacin de lo religioso, distante y crtica respecto a la tradicin homrica. A los dioses csmicos, segn los llama Ger- hard Krger en su excelente libro Einsicht und Leidenschaft [Inteligencia y pasin]1, distantes de los mortales, sustituye un semidis cercano a nosotros, acompaante del alma, y como ella siempre en movimiento, guindola en perpetua zaga tras la Belleza. Del mundo csmico del mito, o de la especulacin cosmolgica de la filosofa presocrtica, se transita a un mundo socrtico e ilustrado centrado en las cosas humanas.

    Pero lejos de inferir de ello, como los sofistas, una consecuencia agnstica (de los dioses no me ocupar, dada la magnitud de la empresa y la brevedad de la vida: Protgoras), Platn inventa, en un discurso impregnado de irona veneradora, una nueva fundacin religiosa. Esta tiene por objeto de culto a ese cercano semidis, inspirado en la voz daimnica de Scrates, que es el damn. Y en particular ros: un hbrido mortal/inmortal que co-nace con Afrodita, y que se desvive por ir siempre tras ella, sin llegar nunca a poseerla a perpetuidad. Se caracteriza por ser filsofo, hermeneuta, dispensador de intercambios entre mortales e inmortales; tambin gran sofista. Eros es elevado a la categora de conductor del alma hasta la iniciacin excelsa en los misterios amorosos.

    Las Formas constituyen, por su parte, el efecto de una radical transmutacin de aquellas eida, o unidades de significacin y sentido, susceptibles de definicin, que Scrates indagaba en compaa de sus interlocutores. Platn infunde a esos ncleos de estabilidad y orden, que posibilitan el habla, el pensamiento y el conocimiento, a la prueba ontolgica de Parmnides: los convierte en sustancias, esencias, slo que a diferencia del filsofo de Elea los concibe plurales, en la lnea de la rectificacin pluralista de los cosmlogos (Empdocles, Anaxgoras), pero traspasando del cosmos al mundo de los hombres, y a sus valores o principios ideales (justicia, bien, belleza, devocin, valor, prudencia), con el aadido original de las entidades pitagricas, de raz matemtico-musical (como igualdad y desigualdad, semejanza y desemejanza, par e impar, etctera), slo que convertidas en figuras ideales (que Aristteles llamar separadas, christs).

    Salvada esa prueba de la multiplicidad, esos seres poseen

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  • Platn: la msica, la filosofa y los primeros principios 815

    las mismas caractersticas que el ente de Parmnides: son inen- gendrados, incorruptibles, siempre idnticos a s mismos; son lo mismo que ellos mismos; poseen siempre el mismo aspecto; se hallan en y por s sustentes y subsistentes: aut katbaut methauto monoeids ae n.

    Como los dioses olmpicos, esas entidades son plurales; dejan su ingenua prestancia antropomrfca, o su naturaleza de potencias csmicas, y asumen carcter impersonal. En ellas se radicaliza la concepcin pitagrica de los nmeros concebidos como primeros principios. En cierto modo son congeniales con stos. Los Nmeros Ideales y Separados, cercanos a las Formas, actan igual que stas como paradigmas. Son, como se ver, instancias meta-ideales, derivadas, lo mismo que las propias Formas, de los primeros principios que la doctrina esotrica de Platn entroniza como fundamentos de todas las cosas.

    Alma y damn forman una unidad conjuntiva. El alma es inmortal y divina porque siempre se mueve, y porque se da a s misma el movimiento. Y el damn dota de orientacin al thos anmico al imantar el alma hacia la Forma suprema, la ms brillante: la Idea de la Belleza.

    Eros, el damn por excelencia, acompaa al alma y le esclarece su peculiaridad: participa de lo divino por esa porfa en pos de la Forma, o Idea, que Afrodita alegoriza; pero es tambin de condicin mortal, al hallarse siempre en pura prdida de sus hallazgos. Est siempre en persecucin del objeto de su anhelo, malviviendo y penando a la intemperie, sin cobijo donde reposar, desafiando tribulaciones sin tregua.

    La seal daimnica, o proteica voz de la conciencia, se ha convertido en el semidis que sirve de gua al alma. Las unidades de sentido que Scrates quera definir se han trocado en entidades que siempre son, de raigambre ontolgica, de naturaleza plural, que penden todas ellas de la suprema y ms brillante: Bien o Belleza.

    Se define lo que es -sustancia, esencia- en contraposicin a lo que simplemente parece ser, o que aparece de modo errtico. Y ese universo de lo verdaderamente real, o real de

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  • 8 i 6 El canto de las sirenas

    modo reduplicado (nts n) da la rplica ontolgica a la naturaleza tambin entitativa, y de ser verdadero, del alma misma, autntica sustancia entera, completa, inmortal, slo que distinta que las Ideas. E inferior a stas por hallarse en perpetuo movimiento, un movimiento que ella misma se concede. Las entidades inmviles que son las Formas dan orientacin a ese movimiento. El alma inteligente va recorriendo la compleja textura de stas. Compone y criba ese tejido de Formas, tramando complejos dialcticos: tal es la tarea propia del alma que filosofa, y que se ejercita en esa msica superior a travs del dilogo.

    Tambin el alma experimenta en Platn esa infusin de vigor ontolgico que la hace congnere con las Formas, y que posee como gua ese semidis ertico que conduce al alma hacia stas.

    La tradicin pitagrica facilita esa mutacin. Su sntesis matemtica, astronmica y musical es la que permite a Platn trascender la restringida tica de la enseanza socrtica. La msica hallada en las esferas celestes puede reencontrarse en el alma que las gobierna. Nuestra alma puede reconocerse a s misma en las armonas matemtico-musicales de esa alma del mundo. El carcter daimnico de nuestra existencia ertica y reminiscente descubre, entonces, en el cultivo de la msica y de las matemticas, la iniciacin que se culmina a travs de la filosofa.

    El damn se muta entonces en una entidad intermedia que entrega las plegarias de los mortales a los dioses, y trae dones e inspiraciones de parte de stos. Ejerce el papel de Hermes, y como ste es intrprete y escudriador de misterios. El mismo es filsofo en su calidad de ros atrado por la ms excelsa de las Formas: la Belleza.

    ros, anamnesis, lgos: el triple camino filosfico

    La locura ertica, divinizada, convertida en objeto de culto, toma posesin del alma, en una de las varias formas de divina locura que se destacan en el Fedro . Participa de la locura de posesin, con toda su salvaje fuerza irracional, en un modo

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  • Platn: la msica, la filosofa y los primeros principios 81 7

    semejante al inquietante menadismo, o al coribantismo, o a la mana telstica.

    La msica adquiere, de este modo, una presencia vital en el proyecto platnico. No se prescribe en l nicamente la msica ascensional que imita las armonas celestes, o que permite la sintona entre la msica del alma individual y la msica csmica, astral. No es tan slo la msica que rubrica la educacin cvica, primero en compaa de la gimnasia, luego en la coronacin de las principales ciencias relativas a las progresiones pitagricas (aritmtica, geometra, estereometra, astronoma).

    En el contexto dei Fedro, la msica que se asume como forma de locura divina es la msica dionisaca que desencadena la danza de las mnades: la que facilita formas de posesin divina, de entusiasmo, de rapto y trance. Es una msica teraputica que propicia la catarsis de faltas ancestrales, registradas bajo formas de enfermedad. La que da lugar a la danza incontrolada de las mnades.

    La asuncin de esta forma de locura divina en el Fedro es ambigua. Est marcada por la irona. Pero no puede sostenerse que sea sencillamente orillada, o condenada. En realidad las mejores cosas se obtienen en la locura, como sentencia Scrates, siempre que esa locura provenga de los dioses: el rapto de posesin del poeta o del rapsoda inspirado, as como el furor amatorio, ertico, o la aptitud visionaria y proftica de la sibila, consultada en los orculos, y tambin la que sabe descifrar los signos del vuelo de las aves. Y por supuesto esa inquietante thea mana con la que se intenta sufragar una culpa ancestral a travs de la posesin del dios, facilitada por el aulSy o el instrumento de la familia del oboe, o de la flauta de pico, que proporciona acompasada meloda a la danza bquica".

    * En su obra La musique et la transe, Gilbert Rouget insiste con razn en esa peculiaridad griega de la danza de posesin, que es suscitada por la meloda de la flauta, o por un instrumento especialmente meldico como sta. En otros mundos culturales suelen ser instrumentos de percusin, tambores especialmente, los que propician, con el frenes rtmico de la danza, los estados de posesin.

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    SandaraHighlightNueva idea de la msica

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  • 818 El canto de las sirenas

    Todas esas formas de locura divina son incorporadas como formas en las que la naturaleza siempre en movimiento del alma enamorada, en rapto, en posesin, o en divino furor, o poseda por el entusiasmo- se pone de manifiesto. La definicin del alma como aeiknesis, como lo que siempre se mueve, sigue a este pasaje sobre las distintas formas de locura divina. La conexin entre ambos episodios, en el Fedro, es evidente: uno sigue al otro como la consecuencia de la premisa.

    La msica en Platn posee, sobre todo, una doble funcin"': suscita la emulacin y mimesis de las entidades inmortales, las Formas, a travs de ros, y mediante la reminiscencia. Se halla, como el damn que ros encarna, siempre en direccin hacia la Forma misma de la Belleza. Pero as mismo desempea, a travs de la msica dionisaca, con su ritual de rapto, posesin divina y danza, acompaada de la flauta, una forma de catarsis. Esa msica permite la purificacin de la infmmtas del colectivo de mnades posedas. El dios que las visita hace posible saldar antiguas, ancestrales faltas, o viejos agravios o descuidos en el culto del propio dios, que toma posesin de las danzarinas, o que las enajena hasta el descontrol salvaje, o hasta las formas ms terribles y crueles de transgresin delictiva, como se describe en la muerte de Penteo a manos de las enfurecidas mnades en Las Bacantes de Eurpides.

    La posesin ertica deriva tambin de una locura divina. Une a su disposicin mimtica, de concordancia con las Formas con las que pretende hallar la ms ajustada armona, y con los dioses celestes que gravitan de forma acompasada con ellas, tambin una disposicin catrtica: la que mediante la divinidad le infunde, por posesin y entusiasmo, a modo de gracia o don.

    * Dejo de lado la correlacin de modos musicales y afectos, segn se traza en los primeros libros de Repblica o en Leyes. El tema es extraordinariamente importante, ya que rubrica el carcter siempre emotivo, afectivo, que la msica posee, a despecho de los que quieran afirmar las tradiciones formalistas u objetivistas de la modernidad musical. Esa emocin que la msica suscita es lo que permite hablar, como Boecio, de una nnsica humana que se distingue y diferencia de la divina, celeste o csmica (la estrictamente pitagrica). Pero no ser ste el tema tratado y considerado en el presente texto.

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    SandaraHighlightLas dos funciones de la msica en Platn

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  • Platn: la msica, la filosofa y los primeros principios 819

    La religin del damn -y de su encarnacin en ros- es religin filosfica {por ertica). Participa de la razn, del lgos, en virtud de esa prestancia filosofante, pero as mismo mediatiza sta con la locura, thea mana, fundiendo en origina- lsima sntesis -a la vez filosfica y religiosa- lo racional, lo irracional y lo suprarracional: la mana posesiva que la emparienta con las religiones dionisacas, y la racionalidad pita- gorizante que postula la liberacin de las transmigraciones a travs de una vida filosfica guiada por las matemticas y por la ciencia de la armona.

    Esa religin filosfica, o esa filosofa religiosa, conduce a la suprema unin con la Forma excelsa, que es el Bien o la Belleza. A travs del ejercicio dialctico se prepara el coito mstico con esa elevada instancia. Sobrevienen as las bodas del alma con esa Forma suprema. De esa unin puede derivar la concepcin, el embarazo, la gestacin y ia produccin (posis) de bellas virtudes, bellas ciencias, hermosas instituciones, discretos discursos, colmadas enseanzas.

    El fin de esa ascensin, o iniciacin a los misterios ms esotricos de ros en su persecucin de la Belleza, no es slo la unin contemplativa del alma y la Forma de lo Bello. Es ms bien ese ayuntamiento, embarazo y parto que prolonga a ros con la posis, de lo que surge un rendimiento productivo de naturaleza educativa, en ininterrumpida travesa, o viaje de ida, en direccin hacia la ms rutilante de las Formas, o hacia la parte ms brillante del ser y de la esencia: el Bien, lo Bello, como se testimonia en La Repblica y en E l Banquete.

    Un doble recurso daimnico renueva en el alma esa orientacin que es, a la vez, religiosa y filosfica. En primer lugar, la va ertica, de carcter progresivo, que se conduce hacia el futuro; y lo hace, segn la iniciacin prescrita por Diotima, sacerdotisa del amor, de grada en grada: desde los bellos cuerpos hasta un solo cuerpo bello, de ste a las bellas almas, y de una nica bella alma hacia las bellas enseanzas, bellos escenarios cvicos, instituciones, ciencias, Bellas Formas, y finalmente la suprema Forma de la Belleza.

    Y en segundo lugar, unida a este mtodo que avanza hacia la finalidad, y en trminos temporales hacia el asegura

  • 820 El canto de las sirenas

    miento de la posesin del bien en el porvenir, debe aadirse un camino simultneo, pero de naturaleza regresiva, o de retroceso a un pasado ancestral, a partir de la agitacin de la memoria por la va de la reminiscencia.

    Se remonta, a contracorriente, en esa orientacin hacia el pasado inmemorial, en direccin al mbito liminar-limtrofe en el que el ser mismo en su totalidad se nos descubre, en toda su complejidad de formas trabadas y conjugadas. All tuvo lugar un saber de todas las cosas que se perdi al traspasar la llanura y el ro del Olvido, segn se dice en el mito de Er del final de La Repblica.

    Ese saber total, al que se hace referencia en el Menn, debido a la indefinida prosecucin -en sube y baja- del alma a travs de su ascensin hacia el cielo y de recada en los cuerpos, puede ser remontado a travs de la anamnesis, que es complementaria de ros, y del lgos dialctico: la filosofa, acompaada de la msica, procede a travs de ese triple camino entrelazado que conduce al ser de las Formas a travs de la locura amorosa, del mtodo de la reminiscencia, y de la gran travesa filosfica dialctica. Los tres recursos son tres aspectos de la misma forma de aventurarse y viajar; son los tres momentos intrnsecos del viaje filosfico.

    En los tres el papel de la msica es decisivo: suscita el recuerdo, orienta la ertica y prepara la

  • Platn: la msica, la filosofa y los primeros principios 821

    modo anticipa su propio destino cumplido, o imprime ste en las races del thos, o del carcter, del neonato. Como ya saba Herclito, thos ntrpos damn: el carcter es, para el hombre, su destino.

    Ese espacio limtrofe de eleccin, en el que el origen y el fin parecen darse cita, constituye algo radicalmente distinto del Hades homrico. Resulta ser un mbito en el cual el alma se re-crea en perpetua variacin; reitera su eterna movilidad, eligiendo el damn que puede guiarla y conducirla. En virtud de esa eleccin de compaa, o de voz interpelante, adquiere tambin el instrumento apropiado: el cuerpo que mejor, o peor, puede corresponder, segn las luces o sombras que conducen su eleccin.

    De este modo, en sucesin de sucesiones, la misma alma va sufriendo los avatares de sus variaciones vitales, cumpliendo as el principio de variacin que la aproxima, o puede aproximarla, a una perpetua estancia cabe los dioses, figuras alegricas de las formas inmortales. Se realiza as una catarsis como la que anticipa Empdocles en su libro Las purificaciones: Yo he vivido muchas vidas, he sido todas las almas, he encarnado en todos los cuerpos vivos.... Pitgoras poda recordar varias vidas anteriores; su estancia en el escenario de la batalla troyana, por ejemplo.

    Hasta que acaso sea posible que ese perpetuo movimiento deje de ser un peregrinaje errtico y sea, en virtud de la orientacin filosfica, un recorrido viajero guiado y conducido por un buen damn hacia la eudaimona, o hacia un buen destino cumplido: el alma se apresta enionces a seguir el squito al que su thos, o carcter, iluminado (filosficamente) por el damn, le dispone: el que le sita a la zaga de Crono, de Zeus, de Ares, de Afrodita, de Hermes, de Helio o de Selene, segn se indica en el Fedro.

    Y en la suscitacin de esa reminiscencia del pasado inmemorial, o en el avance ertico hacia un futuro escatolgico, siempre es la filosofa, acompaada de la msica, la que recaba la iniciacin. Pues la msica goza de ese poder evocador que facilita la reminiscencia, a la vez que se vincula con una ertica capaz de asumir formas diferenciadas: de naturaleza orgistica, a travs del ejercicio de la flauta o de la siringa,

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    SandaraHighlightMsica y filosofa

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  • 822 El canto de las sirenas

    como en el final dionisaco del Banquete, tras la aparicin de Alcibades, o mediante los nmoi (o principios meldicos) ms ajustados para una educacin basada en principios de buen gobierno, como se sealan en los primeros libros de La Repblica, en los que nicamente se aceptan, por su valor educativo, algunos de los modos musicales.

    El ascenso hasta el ser

    La primera etapa del viaje filosfico tiene como previsible puerto el mundus intelligibilis, que posee el estatuto de lo verdaderamente real (nts n), y que se debe considerar esencia, sustancia, ousa. Es el mundo de las Formas al que ascienden las almas de los dioses en sus revoluciones circulares, segn se relata en el Fedro, en el segundo discurso de Scrates. Traspasan el lmite de la ltima esfera celeste, y se empinan hacia lo que existe ms all del ltimo cielo, en el hyperournios.

    El alma inmortal de esos dioses astrales, en su parte ms sobresaliente, descrita como el auriga que la gobierna, constituye la inteligencia, el nos. Se le llama piloto del alma. Tiene la capacidad de elevarse hasta esa suprema contemplacin de las Formas. Estas constituyen verdaderos paradigmas ideales que las almas tratan de imitar a partir de los crculos astrales en que habitan: la rbita superior, limtrofe con las ideas, que alberga las estrellas fijas con sus signos zodiacales, y la rbita inferior, encerrada en el interior de la primera, y que es la que corresponde a las rbitas errantes o vagabundas de ios planetas. En alegora de esos trazados circulares, y a modo de figuras responsables de influencia sobre el thos y los temperamentos humanos, los astros se reconocen en su adscripcin a los dioses inmortales: Crono, Zeus, Ares, Afrodita, Hermes, Helio, Selene.

    Nuestras almas proceden de ese squito, pero experimentaron el trastorno de una sucesin ininterrumpida de cadas y de recadas en el mbito sublunar, all donde se halla lo que siempre deviene y nunca es. Esa condena a peregrinar por los cuerpos ofusca su inteligencia mientras circulan por

  • Platn: la msica, la filosofa y los primeros principios 82.3

    este mundo sujeto a generacin y corrupcin. Pero su ascendiente divino puede despertarse en ocasin de un incentivo que permita provocar la reminiscencia; y eso se produce por asociacin de semejanza con figuras desparramadas por el mundo sensible, y sobre todo por la ayuda mayutica y catrtica de un magisterio como el socrtico, con su sistema de interrogaciones encadenadas. El alma, acicateada por el anhelo, ros, ayudada por la dialctica socrtica, con su sistema de preguntas y respuestas, puede suscitar la anamnesis que evoca el universo de las Formas. Tambin la msica, junto a las matemticas, interviene como comadrona que facilita ese ejercicio dialctico.

    El alma puede atrapar as el hilo de la verdad: el que le permite salir de su ir y venir por el laberinto de ese mundo en perpetuo devenir. Vislumbra vestigios de los paradigmas ideales que haba podido conocer y reconocer antes de abrevarse en el ro del Olvido. Esos paradigmas constituyen lo nico real, esencial. Forman el complejo total de las Formas en que se compone el objeto del conocimiento. En esta vida slo puede producirse una aproximacin a esas entidades por la va de la filosofa.

    Se dispone de tres mtodos entrelazados para aproximarse al mundus intelligibilis: ros, anmnsis, lgos; o lo que es lo mismo: locura divina de naturaleza ertica, reminiscencia -que implica la creencia en las transmigraciones a travs de diferentes cuerpos-, y como ayuda necesaria la filosofa dialctica, que conduce la va ertica y del recuerdo por cauces ajustados a las Formas.

    La msica, del mismo modo que las ciencias auxiliares de la filosofa (matemticas, astronoma), facilita ese triple mtodo: ayuda a la reminiscencia y a la ertica; siendo ambas las que posibilitan el ejercicio de la filosofa dialctica.

    La reminiscencia nos retrotrae al inmemorial pasado en el cual, antes de traspasarse el ro del Olvido, se tuvo posesin del conocimiento cabal de toda la trama de Formas; que sin embargo se perdi al encarnarse de nuevo el alma a un cuerpo corruptible.

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  • 82.4 El canto de las sirenas

    El movimiento escalonado y progresivo del alma se dirige en direccin a un futuro que interviene como tlos: finalidad del propio deseo, ros, motor anmico siempre anhelante, en puja y porfa tras la Belleza. Esa finalidad no es la fusin con la Belleza; menos an su disolucin en ella. Tampoco es su simple goce contemplativo. Es la posis: la produccin -tras ayuntamiento, concepcin y embarazo- de bellos discursos, bellas formas educativas del alma, o bellos encuentros avalados por esa unin suprema con la Forma de lo Bello.

    El filsofo, para consumar su destino, o realizar el contenido implicado en el propio damn, tiene que morir (como se dice en el Fedn). Slo as puede retroceder al origen. Y nicamente mediante ese retorno al pasado inmemorial puede, de nuevo, aprestarse a la eleccin de un damn quiz mejorado. El carcter, derivado del damn elegido antes de nacer, puede abocar, si la vida se ha conducido de manera cercana a la filosofa, a la libre eleccin de un damn perfeccionado que augura una vida mejor en la siguiente reencarnacin.

    La reminiscencia y ros slo poseen rendimiento si se acompaan de una vida orientada hacia la filosofa, guiada por la dialctica que acierta a recorrer de forma analtica y sinttica el complejo de formas que compone el verdadero mundo real; el que acta sobre el mbito de todo lo existente a modo de paradigma ideal.

    La msica es, en toda esa iniciacin, la aliada natural de la filosofa en razn de su poder para evocar recuerdos, o para excitar la ertica. Una msica capaz de conferir orientacin, en forma acorde a la filosofa, a esas formas de amor y reminiscencia en direccin hacia la Itaca de toda esta aventura.

    Slo si el alma se ha elevado hasta una vida filosfica podr ejercer una eleccin justa respecto al damn futuro que puede acompaarle. De lo contrario se arriesga a aceptar el primer modelo daimnico que se le ofrece, generalmente un mal damn: la vida de un tirano, por ejemplo (como se indica al final de La Repblica).

    El mundus sensibillis no es slo un plido y espectral trnsito de vida idlica y fantasmal como el de los habitantes de la

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  • Platn: la msica, la filosofa y los primeros principios 825

    nkya homrica; o el de sus similares, los pertenecientes a la caverna platnica, que viven tambin siempre en sueos, slo que sin revolotear cual murcilagos: se hallan paralizados en sus puestos, atentos a la escucha de ecos y a la visin de siluetas de sombras. Tal es la vida que transcurre en una ciudad carente de educacin, cuyos pobladores no han sido emancipados por la paidea que slo la filosofa puede proporcionar.

    Pero ese mundo de los edlon en el que las sombras aparecen y se desvanecen de forma errtica, inmerso en ese universal devenir que provoca asombro y vrtigo, permite sin embargo algn vislumbre del que se busca irradiacin. Pues un cuerpo hermoso puede suscitar reminiscencia por va ertica. En ese corruptible cuerpo puede, sin embargo, reflejarse la belleza, eterna duermevela de ros. Y es posible que se provoque, de este modo, una ocasional asociacin de imgenes y formas que facilitan el re-conocimiento. Para que ste se produzca de forma arraigada se requiere el concurso de la filosofa dialctica. Sin ella ni ros ni anmnsis poseen eficacia alguna.

    Y esa filosofa dialctica slo consigue su objetivo si se concreta en formas de saber, en epistm, en mathmata; como en las ciencias que hacen acto de presencia en el Libro VII de La Repblica: aritmtica, geometra plana, estereometra, astronoma y msica. Estas constituyen, junto con ros y la reminiscencia, una tercera mediacin que facilita, con la ayuda del razonamiento discursivo (dinoia), el pasaje metdico ascensional desde el mundus sensibillis al tnundus intelligi- bilis, o de la vida en la caverna al escenario solar, all donde brillan las Formas, y sobre todo la ms luminosa de todas, comparable al sol en el mundo de la sensibilidad: la Forma del Bien, capaz de fundar en La Repblica la Forma de la Justicia; y de constituir en E l Banquete el tlos de la ascensin escalonada de ros.

    El mtodo ascendente circula del cuerpo al alma, y de sta hasta los paradigmas que constituyen lo verdaderamente real (nts n). Conduce del mundo sensible al mundo de las For

  • El canto de las sirenas

    mas, siempre a travs de la mediacin de ros y de la reminiscencia. Y esa ascensin culmina en el encuentro con la parte ms brillante del ser, de la ousa, que es el Bien, Forma paradigmtica suprema.

    ;Cubren esos hitos escalonados que traza el camino ascendente de ros -el regresivo de la reminiscencia, y el dialctico de la filosofa- la totalidad de lo que puede ser descubierto?

    El lmite final de la pesquisa lo constituye, al parecer, la vinculacin con el ser, o el desvelamiento de la verdad onto- lgica. As al menos parece documentarlo la mayora de los dilogos platnicos.

    Y sin embargo es legtimo apurar la pregunta: cabe prolongar la aventura filosfica ms all de ese lmite ontolgico que comparece al traspasarse el cielo, en el hy^perournios, a modo de pradera de la verdad (as en el Fedro), o que se describe en La Repblica como la parte ms brillante y excelsa del ser (cuya verdad descubre la inteligencia anmica)?

    Qu sentido tiene, entonces, la explcita e inconfundible expresin de que una instancia suprema, el Bien, se halla ep- keina ts onsas, ms all de la esencia?

    Concluye en esa ousa, que en Platn tiene siempre el carcter del paradigma ideal incondicionado, la aventura filosfica ascensional? Acaba en ese aparente lmite final -el Bien como principio an-bipottico, concebido como el ser mismo, o como la forma suprema de todas las que cubren el mbito de la entidad verdadera- la travesa, la aventura filosfica?

    ; 0 es posible iniciar, de pronto, una inslita nueva etapa; una etapa que constituye de hecho un giro, un viraje; el que propiciar, ms adelante, un viaje de vuelta (por seguir la metfora marina)?

    Se trata de la segunda etapa del mtodo; la que rebasa el lmite ontolgico y se interna hacia una segunda y difcil travesa. La ontologa, como se ver, queda relevada por la pro- tologa. Los primeros principios (que son dos) presiden y gobiernan sobre el ser y la esencia, y sobre la verdad de ser y esencia. El supremo principio, el Bien, se halla ms all del ser, ms all de la esencia. El segundo principio constitu-

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  • Platn: la msica, la filosofa y los primeros principios 827

    ye la necesaria contrafigura del primero. Confiere albergue y cobijo al primero. Las Ideas, las Formas, son trascendidas; incluso la primera y principal de todas las Formas, la propia Forma del Bien.

    El Bien se desdobla en dos dimensiones diferenciadas de su misma quididad: en su naturaleza ontolgica, que constituye una derivacin, y en ese carcter protolgico que se halla encima del ltimo lmite del ser (y de la verdad del ser). Y por tanto por encima, tambin, de la misma Forma (ontolgica) del propio Bien. La Forma del Bien deriva del Principio que el propio Bien encarna (idntico -como se ver a continuacin- a la Mnada, al Uno, al propio Lmite, Pras, tomado en su ms depurada comprensin).

    Lo que comparece como tal primer principio es sorprendente: el Lmite en y por s, el Lmite mismo en su mxima radicalidad, sinnimo del Bien, del Uno, de la Mnada originaria; pero siempre en cotejo y contrapunto con un segundo principio sin el cual no puede determinarse: la Diada indefinida de lo grande y de lo pequeo, segn se le llama en las referencias esotricas alusivas a la filosofa acadmica platnica.

    Y con esa Diada tambin se descubre el lugar que en ella se constituye, y que es albergue y matriz del Lmite: all donde ste se determina.

    El segundo principio no es simplemente peiron; es algo ms; es peiron referido a los opuestos: lo grande y lo pequeo, lo excesivo y lo defectivo; en msica esa dualidad comparece como duplicidad contrapuesta de lo agudo y lo grave (as en el Filebo). Se trata de un segundo principio que presenta dos direcciones diferentes, en las que pueden determinarse excesos y defectos, o inversin en el avance y retroceso de la magnitud, la extensin y la intensidad; y sobre todo en la medida justa, no tan slo matemtica; tambin referida a la conducta, al thos y a la posis, como se dice en el Poltico.

    El Platn invisible

    Hay un Platn invisible del que pueden espigarse huellas, indicios y frases reveladoras desde sus primeros dilogos socr-

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  • 8z 8 El canto de las sirenas

    ticos. Se le suele llamar tambin el Platn esotrico, o el de sus enseanzas no escritas; las que probablemente se impartieron en la Academia platnica desde su fundacin". Existe legado de escritura de ese Platn inslito, cuya presencia en los dilogos es escasa, o slo parece emerger en los ms tardos (el Ftlebo, el Timeo). Ese corpus de escritura, sin embargo, pertenece a la historia de la recepcin del platonismo. Se halla mediado por la transmisin de discpulos ms o menos heterodoxos, o por tradiciones de escuela que llegan hasta el siglo v il d.C., quizs hasta el cierre definitivo de la Academia platnica por el emperador bizantino Justiniano.

    Aristteles es, sin duda, la ms destacada fuente de ese Platn invisible. Siempre sorprendi el abismal dcalage entre las doctrinas platnicas bien legibles en sus dilogos (que por lo que se sabe nos han llegado en su integridad), y lo que Aristteles define como filosofa de Platn: una doctrina de los primeros principios, de carcter dualista, en la que la totalidad de lo que hay (concebido en trminos ontolgicos y/o cosmolgicos; incluso axiolgicos) parece derivarse de ese doble prtarcb, internamente vinculado de forma intrnseca dentro de una ordenacin jerrquica.

    El primero suele llamarse la Mnada, idntico al Bien del que se habla en La Repblica, as como a lo que en el File- bo se denomina Pras, Lm ite; y el segundo es nombrado Diada, pero la Diada en un sentido muy particular: la que se esparce de forma inversa hacia magnitudes contrapuestas, o hacia medidas excesivas o defectivas. O que media en un peiron que avanza indefinidamente en doble direccin, en alejamiento infinito de los opuestos que en ella -la Diada- se descubren.

    A travs de las meta-ideas de lo Impar y de lo Par esos primeros principios adquiriran concrecin proyectndose, respectivamente, sobre lo uno y lo mltiple, o lo indivisible y lo divisible. Se gestan as los Nmeros Ideales y sus correspondientes figuras, que componen la primera dcada, concrecin fecunda de la unin de la Mnada y la Diada indefinida (de lo grande-y-pequeo).

    Esos nmeros, diez en total, componen el tetraktys pitagrico, raz y fuente de la naturaleza inagotable, slo que

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  • Platn: la msica, la filosofa y los primeros principios 829

    idealizada y convertida en entidad separada en la rectificacin platnica (segn testimonio aristotlico, y de quienes, de Espeusipo y Xencrates hasta las tradiciones posthelens- ticas, o las Academias Media y Tarda, recogen estas tradiciones de las doctrinas platnicas no escritas).

    De este modo se compone el conjunto estructurado de races y de fuentes de la inagotable naturaleza, esos fysei nta que desde Parmnides pueden concebirse como el todo unitario formado por el ente en su totalidad, y que eran para Platn el entramado de paradigmas ideales (formas, ideas, figuras} que permite la constitucin del cosmos, tanto fsico, o cvico, como anmico.

    Esos primeros principios, y las instancias meta-ideales en que se concretan (lo Impar, lo Par), se hallan, pues, por encima de las Ideas (o Formas). Y por la misma razn trascienden y rebasan el marco ontolgico, relativo a la verdad del ser, en que esas Formas afincan segn Platn. Todo ese dominio prorolgico y meta-ideal se halla, pues, como el Bien de la Repblica, epkeina ts ousas. ms all del ser y de la esencia; allende la verdad relativa a ser y esencia.

    Esos primeros principios estn situados en un registro o escala de radicalidad mayor que las Formas, o que el orden ontolgico en el que tiene sentido hablar de ser, realidad o esencia, en justa integracin y rectificacin, por la va del pluralismo, de la concepcin parmendica relativa al ser y a la nada. Todos los dilogos atestiguan ese carcter ontolgico de las Formas, mediado a travs de las unidades de sentido desbrozadas por Scrates a travs de sus procedimientos de interrogacin.

    Ya vimos cmo la anbasis, o el camino ascendente de la filosofa, auxiliada por ros y la reminiscencia, culminaba con el advenimiento de la Itaca de las Formas, donde el alma hallaba -al parecer- el fin de sus aspiraciones. Ahora se descubre que esa patria trascendental alcanzada de las Ideas, que acoga la determinacin de stas como el ser mismo, o el ser en su forma verdadera, es rebasada y trascendida en unos protai areba situados en un mbito prioritario respecto al ser mismo.

    Enigmticamente se expresaba esa superioridad daim- nica (daimnia byperbol) en un clebre pasaje de La Rep

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  • 830 Ei canto de las sirenas

    blica, en el que se deca, como ya se ha recordado, que el Bien (otro nombre que el Uno, o que la Mnada, o que el Lmite) se hallaba epkeina ts ansias, ms all de la esencia. Raras veces una frase, como en este caso, ha desencadenado tal conflagracin general de interpretaciones, o de formas de comprensin.

    Lo ms sorprendente de ese remonte a un viaje o travesa ms radical consiste en lo siguiente: no se trata de proseguir el viaje ascensional hacia una singladura nueva, o hacia una nueva escalada que implique superioridad en el sentido del rango ontolgico; entre otras razones por la peculiaridad del viaje que ahora parece emprenderse. Hace referencia a un primer principio que admitira quizs ese carcter (ontolgica y axio- lgicamente comprendido como primero y principal). Y sin embargo ese principio no est solo; no puede subsistir en soledad.

    Del mismo modo como en su condicin de Uno es impensable e inexpresable, y se halla en contradiccin consigo, siempre que se lo piense como nico, segn se expresa en la primera y decisiva hiptesis del dilogo Parmnides de Platn, tampoco ese Bien que puede ser llamado con diversos nombres (Uno, Lmite, etctera) subsiste aislado, solemne, monachs, en esa soledad especfica de lo que llegar a ser la versin mstica (por la va de la onto-teo-loga apoftica) del Uno plotiniano.

    Ese Bien (Uno o Lmite) nada es ni tiene estatuto alguno si no se le concibe internamente vinculado, de modo intrnseco, con un segundo principio, subordinado al primero en rango, pero que ste jams puede eliminar y prescindir sin que inmediatamente se destruya a s mismo.

    Eso que traspasa el ser mismo, o el entretejido de Ideas o de Formas (concebidas como paradigmas) no es, nicamente, ese Bien ms all de la esencia. Lo que allende o aquende el ser se dibuja es una dualidad: dos principios que requieren ser concebidos en un mbito ntidamente diferenciado respecto al cerco ontolgico. Exigen una topologa diferenciada de aquella en la que se aloja el ser, el lgos, y la cuestin re

  • Platn: la msica, la filosofa y los primeros principios 831

    lativa a la verdad del ser, que en Platn se encauza por la va de los paradigmas formales. Se trata de una segunda etapa del mtodo, esta vez conducida hacia orillas diferentes de las que se abren en la explanada ontolgica de los paradigmas ideales.

    Es como si de pronto las Formas mismas debieran ser vistas por detrs, o por el forro. Como si tras ellas y su proyeccin brillante ante los ojos dei alma se aderezase un dispositivo ms originario, compuesto por dos principios en su desnivel de rango y en intrnseca vinculacin, y que confieren causa y razn a la propia constitucin de paradigmas que componen el mbito de lo verdaderamente real (nts n).

    Como si el ser mismo, y las Formas que lo encarnan, fuesen efecto, resultado y producto de la mutua conjuncin entre esos dos principios de naturaleza diferente y disimtrica. Como si el ser fuese resultado de la mezcla (meiktn) de esos dos principios meta-ontolgicos. Y que por razones que se irn dando a medida que se avance en la reflexin, podemos llamar topolgicos. Son la Mnada y la Diada (sta de doble direccin). Admiten una modulacin axiolgica de la que se da testimonio en un importante pasaje del Poltico (en el sentido -disimtrico- del exceso y del defecto).

    En toda la tradicin de recepcin de esos grafa dgmata de la doctrina oral y acadmica de Platn se usa constantemente esa asimetra estructural del peiron (siempre avanzando, o retrocediendo, hacia lo excesivo o lo excedido).

    En cierto modo se trata de un cambio radical de registro; ni ser ni nada son trminos que se ajustan a ese doble prtarch. Estamos ante un orden de cuestiones, razones y asuntos filosficos que traspasan el descomunal hallazgo parmendico del ser y de la verdad del ser. Nos encontramos de pronto en un universo ms arcaico y auroral, ms liminar respecto al inicio mismo de la filosofa. Evoca y rememora el origen de la filosofa en el peiron de Anaximandro. Y permite repensar la clebre tabla de oposiciones que Aristteles presenta como sntesis de la tradicin pitagrica tarda; toda la cual se halla prendida de dos principios supremos, Pras y Apeiron.

    El comienzo histrico y el doble principio general parecen reforzarse y solaparse. Se trata de la apertura de un marco

  • El canto de las sirenas

    topolgico en el que el lgos es capaz de argumentar, y el nos de inteligir de forma intuitiva, lo que se halla aquende y allende el ser, y que es responsable de su gestacin. Siendo el ser, y su sombra, la nada, los efectos tramados desde esos primeros principios.

    El topos en que se sitan esos primeros principios ya no es aquel en el que aloj Parmnides su reflexin. Lmite y Apeiron} en la peculiar manera de interpretar Platn esos principios, abren cuestiones como la relacin de lo uno y lo mltiple, de la determinacin de lo indeterminado, o de la fundacin del lugar en el que el Lmite se alberga (y que en el Timeo se dar el nombre de chora). Y esas cuestiones se conciben como ms fundamentales y abismales que la propia cuestin ontolgica.

    Por encima (o por debajo), ms all, siempre epkeina, subsiste un doble principio: un prt arch con poder de determinacin, que eso es el Lmite, tambin llamado Uno o Bien. Y un prt arch unido a l, de infinita capacidad de recepcin y acogida, que puede ser determinado por el Lmite, segn su naturaleza de peiron estructuralmente asimtrico, siempre indeterminado en sus avances o retrocesos (hacia lo gra nde-y-pequeo).

    Quiz la filosofa es, desde su comienzo, filosofa del lmite. Quiz decir filosofa del lmite es, en referencia a la aurora griega de la filosofa, una redundancia. Esta se inaugura en Joma con el importante debate en torno a lo que, ms adelante, ser llamado primer principio. Fue mrito de Ana- ximandro haberlo concebido en depurada forma conceptual, sin especificacin material (en sentido aristotlico): el peiron en su indeterminacin indistinta, pura con/fusin de todos los stoichea, o de lo que las posteriores filosofas pluralistas entenderan por tales.

    Y a esa vastedad sin lmites, que Anaxmenes concibi de forma dinmica, hallando punto de apoyo en el ms sutil de todos los elementos, aire o pnuma, pudo contraponerse el trmino opuesto a travs de la tradicin antagnica a los jonios, aunque surgida del mismo seno nutricio: la filosofa

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  • Platn: la msica, la filosofa y los primeros principios 833

    itlica, pitagrica, que descubri en los nmeros los principios primeros de todas las cosas, o la verdadera identidad de stas.

    En su doble carcter divisible e indivisible, o en su doble aspecto Par o Impar, requeran un principio que hiciese contrapeso a ese peiron. Deba ste ser determinado por un principio de limitacin llamado Pras, de naturaleza gnea, responsable de la circunscripcin del cosmos; tambin de las armonas musicales, y de las medidas que podan guiar la conducta del alma por la ruta de la vida filosfica. Y ante todo causantes de la gestacin de las progresiones aritmticas y geomtricas: del punto a la recta, de sta a la superficie, luego al cubo, o a su registro visual (en los movimientos celestes) o auditivo (en la armona de las esferas).

    Tambin el cosmos posea en su seno un fuego brillante, acaso en el centro mismo de la tierra; quizs un fuego invisible llamado Hestia, como la diosa del hogar, sobre el que poda suponerse que giraba la tierra y su planeta antpoda, llamado Anti-Tierra. Un crculo de luz cercaba y circundaba el cosmos esfrico, a modo de principio viviente e inteligente.

    En vez del Ocano homrico, que haca las veces del Lmite, o de las cadenas de necesidad y destino que circundan de modo ceido, estricto, al ente de Parmnides, a las que se llama perata, sin que nada trascienda o desborde ese confn, los pitagricos conceban un fuego brillante cercando el cosmos, haciendo de ste un animal viviente e inteligente, que necesitaba respirar en el aire exterior, llamado peiron: materialidad sutil, etrea, casi vaca, que permita al cosmos inspirarse.

    De la fecundidad de esa unin entre Pras y Apeiron , concebidos como principio fecundador y principio receptor, varn y hembra, luz y oscuridad, principio activo y pasivo, de ello deriv la tradicin pitagrica su composicin matemtico-musical del cosmos. Era ese cosmos que el alma errante, en la serie de sus reencarnaciones, deba porfiar por acoger en su seno, en concierto y sintona con el macrocosmos celeste.

    Y era la inteligencia matemtico-musical la que orientaba hacia esa armona de alma y cosmos que la filosofa porfiaba por encontrar. Esa filosofa del lmite era, tambin, una filo

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  • 834 Ei canto de las sirenas

    sofa en la que la msica se hallaba en la raz de su proyecto de iniciacin hacia la sabidura, o hacia una eudam ona, o felicidad, asegurada por la adquisicin de esa consonancia y acuerdo entre el alma y el cosmos.

    sa es la tradicin originaria anterior al Poema de Parmnides: la que Platn intenta recrear a travs de sus grafa dgmdta, slo que sometiendo esas nociones a importantes rectificaciones. El peiron ya no ser pura indiferencia amorfa y catica; no ser el trasunto filosfico del huevo rfico primero, o del magma confuso anterior a la apertura (caos, bostezo originario) de la distincin entre cielo y tierra en He- sodo.

    Platn introduce su peculiar correctivo en relacin, sobre todo, con la tradicin que ms influjo tiene sobre su filosofa esotrica: el pitagorismo. Quiz debido al ascendiente for- mativo que tuvo de la filosofa de Herclito, en la enseanza de Cratilo, Platn piensa el peiron fecundado por la doctrina de los opuestos. Y stos los concibe en plena discordia: avanzando y/o retrocediendo hacia lo infinitamente grande o hacia lo infinitamente pequeo; o en direccin contrapuesta hacia lo excesivo y a lo defectivo.

    Es, segn el ejemplo que da en el Filebo, ese doble opuesto de lo excesivo y de lo defectivo que permite determinar, a travs de lmites, las armonas entre lo Agudo y lo Grave: las que componen el sys-temata de tonos musicales, o la conjuncin de los intervalos (dia-stmata).

    Ese peiron slo posee verdad protolgica si es determinado por el Lmite, Peras, tambin llamado Uno o Bien. Slo el Lmite introduce igualdad en lo asimtricamente desigual; o armona en la discordia de opuestos de doble direccin; o bien medida justa, exactsima, en la proporcin que acredita la buena labor demirgica del hacedor del cosmos o de la ciudad: las artes mtricas que evitan lo contrario a armona en trminos axiolgicos (virtudes, partes del alma, sectores de la ciudad). Esas artes prescriben ese justo medio (mstes) que todava sabr recrear Aristteles en una de sus ms felices y atinadas ideas: una de las que ms y mejor acusan el ascendiente de su maestro Platn, que tan severamente critic.

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  • Platn: la msica, la filosofa y los primeros principios 835

    Platn rescata esa tradicin preparmendica previa a la ontologa. Pero Platn haba conseguido tambin rectificar esa misma ontologa de forma sustancial, sobre todo en el Sofista, introduciendo en el inventario de Gneros Supremos el ente y el no ente (concebido de forma relativa). De forma que esa dualidad del ser y del no ser se plantease de manera original, a partir de la concepcin de las Formas como Paradigmas: en la distancia que media entre el nts , las Ideas, y el nts pos , o ser en su mnima expresin (ser secundum quid): los etdlon, dolos o simulacros.

    Ms ac o ms all de esa trama se hace necesaria una segunda navegacin, o segunda etapa del gran viaje filosfico, en donde se cambia de rumbo y de registro. De la ontologa se traspasa a una protologa de doble sujeto, relativa a las causas ms universales y a los principios ms elementales.

    Esos prtai arcba son responsables de la constitucin diferenciada de las Formas y de los edlon, o del ser mximamente real (ntos n)y y del ser bajo mnimos (nts pos). Hay sobre todo que acudir al dilogo Parmnides de Platn para descubrir esas pistas que permiten inferir de la protologa los conceptos ontolgicos, de forma que sea posible pensar stos fecundados por aqullos.

    Surge de esos primeros principios toda la trama ontolgica, desde el ser ms rutilante hasta el ms escaso de esencia y verdad. Toda esa trama que bascula entre el ser y el no ser (ste como refugio de sofistas, de retricos o de artistas mi- mticos) procede, a modo de mezcla, de esa proteica productividad de los principios.

    En su dualidad dialctica son responsables de la formacin del ser mismo y de su modo paradigmtico de presentarse bajo Formas Ideales, por ejemplo en la compleja Idea del Viviente inteligible, patrn de la mimesis demirgica en el Timeo, espejo de los automovimientos del alma.

    Lo ms sorprendente de esta segunda etapa del mtodo platnico es su carcter invisible. Se halla situada entre el ascenso y el descenso, o entre el viaje de ida y el de retorno. Pero posee la clamorosa verdad de una ausencia que, de todos mo

  • 836 El canto de las sirenas

    dos, va dejando huellas e indicios de su existencia en numerosos pasajes textuales platnicos.

    Unicamente en un dilogo tardo, el Filebo, y a travs de una hermenutica generosa, en el Timeo, o acaso en partes del Parmnides puede hablarse de que emerge, cual punta de iceberg, ese continente sumergido.

    Sobre todo tiene lugar en el Ftlebo. Y sucede en ese modo solemne que Platn siempre tiene de anunciar una gran verdad en la que profundamente cree. Al igual que en el Menn, o en el Sofista, o en el Teeteto, se apela a una gran autoridad cuasi-divina. En este caso, a un nuevo Prometeo portador de la buena nueva de los dos principios, Pras y Apeiron. Scrates est pensando en Pitgoras.

    Don de los dioses, que una generacin ms antigua, ms sabia que la nuestra, trajo a travs de un nuevo Prometeo, junto a un fuego muy brillante. Ese fuego puede ser la ya citada Hestia, fuego central de la casa, o de la tierra; o el fuego invisible en torno al que giran Tierra y Anti-Tierra; o el fuego limtrofe pitagrico que circunda el cosmos, dejando ms all de ese Lmite el peiron a modo de aire o pnuma, o de cuasi-vaco que permite al animal-viviente-inteligente, el cosmos, respirar.

    Ese fuego brillante puede ser metfora del Bien, como en La Repblica. Pras implica siempre, en Platn, lo Uno, la Mnada, y el Bien. Precisamente la restriccin neoplatnica, desde Plotino a Proclo, y de ellos a la tradicin medieval, consisti en sustraer, en esa trinidad equiparable y sinttica (Pras, Agthon, H n), el lmite. Por esa misma razn ya no fue posible, como en los pitagricos y en Platn, concebir la afinidad y semejanza entre el Uno y la inteligencia, el nos. Slo el Lmite haca posible esa conjuncin, de forma que el Uno, o el Bien, fueran captables por el nos.

    Pero el neoplatonismo concibi ese Uno-Bien, primera hi- pstasis, como trascendencia mstica, de naturaleza apofti- ca: pura evidencia inefable e incomprensible del carcter subordinado de la inteligencia y del lgos (y del mismo ser, en su trama de arquetipos ideales). Pens, en efecto, el Uno-Bien en trminos exclusivamente onto-teolgicos. Slo que al no poderlo pensar como ser, en su forma plenamente actual

  • Platn: la msica, la filosofa y los primeros principios 837

    de determinarse, al modo de nsis nseos aristotlico, lo concibi en forma apoftica, o de onto-teologa negativa: como nada; nada supraesencial que la tradicin medieval subray (desde Dionisio Areopagita hasta el Maestro Eckhart, o desde Avicena hasta las distintas tradiciones orientales de raigambre neoplatnica).

    Entre el enclave de la inteligencia en el ser, al modo aristotlico, y el modo de rebasarse esa hipstasis en el Uno-Bien inefable plotiniano, a costa del Lmite, Platn logr una extraordinaria proeza: concebir la unin de Bien, Uno y Lmite por encima del ser y de la esencia, a diferencia de la onto- teologa aristotlica, sin que por ello quedase sacrificada la inteligencia (y en ello difiri radicalmente de la interpretacin neoplatnica).

    A partir del Filebo podra pensarse el ser con la categora de mezcla (meiktn)y en donde se combinan el Lmite, el Apeiron y la inteligencia (nos); sta permite concebir lo Uno en el seno de lo mltiple, o el Bien en relacin con la asimtrica indeterminacin de los excesos y defectos de la dialctica placer/dolor.

    Ese nuevo Prometeo (Pitgoras) trajo consigo un verdadero don de los dioses: un Don, como el Bien (que siempre hace donacin de s). Un Don que es el Bien, y el Lmite, y su asimtrica sombra, sin la cual no hay unidad ni bondad, ni determinacin posible.

    El segundo principio, o peiron, en el contexto de los ejemplos (gramaticales, musicales) siempre lo es de lo grande y de lo pequeo, o de lo grave y agudo, o en su modulacin axiolgica lo es como posible mediacin y vida mixta en relacin con el doble indefinido de avance hacia el dolor y su mengua; o hacia el placer restaurado y su dolorosa prdida.

    El dilogo Filebo arranca de la protologa, avanza hacia una posible ontologa (cifrada en la categora de mezcla), que sin embargo queda implcita, y termina gestando una forma demirgica que se materializa en el terreno de una tica dialctica, o de una vida buena capaz de ordenarse y fundarse en los primeros principios.

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  • 838 E! canto de las sirenas

    Ese dilogo constituye quizs un caso nico en el que emergen, en Platn, con solemnidad y bajo camuflaje religioso, los primeros principios, claramente enunciados como Uno o Lmite, por un lado, y Multiplicidad y Apeiron por el otro, susceptibles de promover, en virtud de un tercer trmino, la causa, una mezcla -cuarto trmino en juego- de carcter implcitamente ontolgico (y explcitamente axiologico). Ser y Bien hallaran as su justa medida en virtud de la recproca mediacin del Lmite y del peiron. Y los ejemplos relativos a esas medidas justas -gramaticales, musicales, ticas- revelan el carcter a la vez ontolgico y axiologico que resulta de esa mutua mediacin.

    En otro dilogo, el Poltico, se asume una metfora textil como trama ontolgica y axiolgica desde la que puede determinarse la tchn propia del poltico. En l se introduce una importante distincin a la que ya se ha aludido en vanas ocasiones. Afecta sobre todo al segundo principio. Distingue all el Extranjero entre una oposicin de natural matemtico que reproduce la simetra inversa de los aumentos y disminuciones, y una contraposicin que no atae a la matbesis un- versahs, sino a las artes productivas, poiticas. en donde est en juego no tanto la contemplacin de lo que siempre es, cuanto la generacin de la medida justa, o de la exacta justicia y bondad de lo que se pretende lograr: all donde importa el kairs, la ocasin; o en donde se ha de considerar lo que debe hacerse.

    Tal es el caso del arte del entretejido dialctico de la ciencia poltica. Es el arte de la medida en referencia a su doble y asimtrico contrario: el exceso y el defecto en referencia a valores, bienes. All -en esa medida justa- halla su confluencia el Bien, lo Uno y el Lmite, mediando y fecundando la Diada indeterminada (de lo grande-v-pequeo). Se trata de las artes mtricas (o metrticas) en que la ciencia del lmite halla su concrecin, o la tchn que le es idnea. De este modo el Lmite, en su determinacin de la indefinida Diada, constituye un criterio de verdad, capaz de modularse de su concrecin matemtica a su registro axiologico, o de concebirse como verdad y como bien.

    El lmite es, adems de criterio veritativo, tambin criterio axiologico. Rige en la razn epistmica, y en la versin pot-

  • Platn: la msica, la filosofa y los primeros principios 839

    tica y productiva de ese mismo lgos que de este modo se argumenta en su justa proporcin, segn la medida justa de la accin o la produccin, o en relacin con lo que debe ser, o con la ocasin en que esa medida puede cumplirse.

    La medida justa da el carcter a las formas de la virtud personal o cvica; y con ellas a las ideas paradigmticas, de naturaleza ontolgica, de la justicia y la bondad. Y es que el Bien, primer principio, instancia protolgica por encima del ser y de la esencia, es tambin Idea o Forma, Forma del Bien, y por ello esencia, ousa, el lado ms brillante y divino de toda la trama ontolgica. La Repblica da de ello testimonio.

    El Bien es prt arch; y en fecundo consorcio con la D iada, que Aristteles llamaba materia inteligible, permite la sntesis de s mismo (lo Uno) y el ser. En donde est implicada la dialctica de lo Uno y de lo Mltiple, como en el dilogo Parmnides se documenta. En su segunda hiptesis se contempla la necesaria unin del Uno y del Ser, sin la cual no hay inteligencia ni comprensin, ni tan siquiera realidad alguna.

    El Parmnides de Platn nos muestra, por reduccin al absurdo, la necesidad de que el Uno se determine por mediacin del lmite. Las primeras hiptesis revelan las contradicciones que derivan de una Unidad que no es capaz de determinar los muchos unos, con el riesgo de alojarse en la unicidad excluyente del Uno negador de todo, o que traba consorcio vergonzante con el Ser. Y en las cinco ltimas se describen las contradicciones derivadas de una multiplicidad informe y a-(h)orista que ni acoge ni admite la Unidad que puede fecundarla. As mismo se concibe cmo el Uno, en su determinacin de la indefinida multiplicidad, hace posible la sntesis de Uno y Ser3.

    Puede afirmarse, por tanto, que el Bien, situado epkeina ts ousas, desde su pureza diamantina, fecundada por la Diada indeterminada, constituye el fundamento del propio Bien como sustancia, o como ser, o como la parte ms divina de ste, o la ms brillante (segn se afirma en La Repblica).

    En ocasiones se constata la posible contradiccin e incoherencia entre la afirmacin de que el Bien est ms all de la

  • 840 El canto de las sirenas

    esencia, y que por tanto sobrevuela su propia condicin de Forma del Bien, y el carcter estrictamente ideal, y esencial (u ontolgico) de ste, cuando se le llama la parte ms divina del ser o su parte ms brillante.

    Lo nico que aqu constituye una peculiar cesura en el texto es esa suerte de lapsus Itnguae de Scrates, que le lleva a revelar lo que se halla camuflado y protegido: el carcter proto- lgico del Bien, y su desbordamiento respecto a ser, esencia. Idea. Esa afirmacin constituye un sorprendente y extrao lapsus, en efecto; tambin una advertencia respecto a una argumentacin que en el dilogo no puede recorrerse. De hecho se aparca la cuestin: se advierte que se tratar en otro momento; y se ofrece como sustituto explicativo un hijo o inters de ese capital que constituye el Bien en sentido protol- gico. En vez del Bien se entrega su icono sensible: el sol.

    Como ste, el Bien es causa de iluminacin, principio de ser y de vida. Pero en su condicin de primer principio queda dejado aparte para tratarlo en mejor ocasin. Slo se aade a este icono solar una interesante jerarqua de fuentes de conocimiento: los segmentos geomtricos proporcionales, que culminan en el anhyptheton, o la condicin incondicio- nada que el nos puede llegar a aprehender, as como todas aquellas hiptesis condicionales que el razonamiento (di- noia) puede establecer, y que slo la ltima o primera -anby- pothetik- hace posible.

    Pero en los ejemplos que comparecen no se rebasa el registro ontolgico, y por eso se nombra como la parte ms divina y ms brillante (del ser). El Bien sera, pues, en esta versin, ser, esencia, ousa en su mxima expresin axiolgica y en su suma perfeccin onto-teolgica: la forma paradigmtica a la que toda alma, mediante ros, aspira llegar a asemejarse, a travs de una mimesis poitica y productiva que apunta a la buena copia, en una triple demiurgia csmica, anmica y ciudadana.

    El pasaje del epkeina ts ousas queda, pues, como un interesante punto de fuga que nos descubre la forma escondida de la labor textual platnica, que a la vez enmascara y protege ese difcil desarrollo, que se echa en falta en La R epblica.

  • Platn: la msica, la filosofa y los primeros principios 841

    Pues esa doble funcin posee la escritura, la literatura escrita, en Platn: esconde la doctrina esotrica, al tiempo que disemina pistas, metonimias, insinuaciones, elipsis, alusiones relativas a esas concepciones fundamentales. Pero parece como si fuese en la inscripcin en el alma, por va oral, donde esas doctrinas ms complejas requieren arraigo e irrigacin.

    Eso es lo que una nueva generacin de estudiosos de Platn ha llamado el nuevo paradigma hermenutico: el que asume los grafa dgmata como el ncleo protolgico de la filosofa platnica, y que se propone reinterpretar, desde esa doctrina oral -de la que sobre todo da testimonio Aristteles, y tras l una larga historia de primera recepcin-, el propio corpus platnico de los dilogos, pero quebrando el paradigma romntico, entronizado por Schleiermacher, que hasta el presente ha sido el dominante en la hermenutica platnica.

    Como seala Hans Krmer, el Platn escritor y artista nada pierde a travs de esta corriente hermenutica. Pero el filsofo gana muchsimo. Desde la protologa comparece un Platn sistemtico muy diferente del que responda al gran squito de seguidores del paradigma Schleiermacher. Este telogo y esteta, que tradujo la obra entera de Platn, sustent el dogma luterano, acorde con sus convicciones religiosas, teolgicas y filosficas, de que el nico Platn existente era el de su corpus de dilogos. Y que, por tanto, los grafa dgmata, o el Platn aristotlico, constituan fuentes secundarias, demasiado marcadas por las conocidas crticas de Aristteles al carcter separado de las Formas, o ya lejanas del contexto de vida y escritura de Platn.

    Cuando no hubo ms remedio que considerar esas fuentes, sobre todo desde principios del siglo pasado, prevaleci la teora de que ese Platn aristotlico slo corresponda a la ltima etapa de sus dilogos, como el Filebo y el Timeo, en los que la impronta neopitagrica es muy grande. Pero la actual hermenutica desecha este confinamiento, aduciendo pruebas muy convincentes en relacin con la concepcin platnica de la escritura (siempre subordinada a la enseanza oral, as en el Fedro).

  • 842. El canto de las sirenas

    Se compara en este dilogo a la escritura con los jardines de Adonis: un rito campesino en el que se plantaban las primeras semillas en un cuenco, a modo de primicias desecha- bles. Fructifican all ocho das como presagio de los ocho meses que necesitan las semillas para fructificar en el campo. Plantar semillas en el alma por va oral es comparable a ese cultivo campestre, mientras que los jardines de Adonis son semejantes, por la efmera brevedad de su efecto, a la escritura.

    El contexto histrico de Platn en relacin con la escritura y el lenguaje oral condiciona esa concepcin. Constituye una labor de primicia, en la onda de los historiadores, de cultivo de la escritura en prosa; slo que en el dilogo platnico la ambicin literaria es evidente. Adquiere as su sentido ese gnero mimtico del dilogo filosfico, que no escatima en usar todo el poder del lgos, y sus recursos retricos capaces de suscitar las ms variadas emociones, segn el programa de Gorgias. Pero esa produccin de edla, o de efectos retricos, queda compensada con el carcter de buena copia, o de buena mimesis de la propia actividad oral, dialgica, de la filosofa, que esas piezas tan originales llevan a cabo.

    Desde la gran clave de la doctrina esotrica de ese Platn invisible la filosofa de Platn aparece transfigurada en su carcter sistemtico. De manera que la segunda etapa metdica -un recorrido de naturaleza subterrnea, si se atiende a la pura textualidad del corpus, o al imperativo schleiermachia- no de sola scriptura- se erige en aquella piedra desechada que debe ser convertida en piedra angular.

    Las romnticas apelaciones a un Platn fomentador de un dilogo infinito, creador de una sucesin de piezas maestras en las que arte, religin y filosofa celebraban las primicias del idealismo trascendental de Scheliing, o de su filosofa de la identidad, ambas de gran ascendiente sobre Schleier- macher, fueron configurando la idea de una work in progress en la que cada pieza era un fragmento. Pero toda esta ideologa hermenutica se revela de pronto inadecuada para afrontar el verdadero Platn, visible e invisible, esotrico y exotrico, fundador de la Academia y creador de una sucesin de dilogos esplndidos de gnero protrptico, que servan de reclamo para actividades filosficas ms serias y radicales:

  • Platn: la msica, la filosofa y los primeros principios

    las que se desplegaban en la enseanza oral de las discusiones de la Academia.

    Pero lo ms interesante es que ese cambio innovador propone una nueva forma de lectura de los propios dilogos, que a la luz de esas doctrinas no escritas aparecen transfigurados por una luz nueva y ms intensa. Dilogos como el Parmnides, el Filebo o el Timeo adquieren de pronto un nivel de comprensibilidad que no posean si el nico referente resultaba ser la ontologa de las Formas, concebidas como paradigmas, segn la doctrina ms abrumadoramente sostenida a lo largo y ancho de los textos.

    La virtud de esa segunda etapa del mtodo platnico, correspondiente a las doctrinas no escritas, consiste en desplazar la teora de las Formas del centro mismo del escenario. No para suprimirlas o aboliras, como en ocasiones se ha pretendido, sino para derivarlas de principios ms originarios.

    Piaron consigue as algo inslito y revolucionario: descentrar la ontologa erigida como mbito privilegiado de discusin filosfica, segn qued establecido en el Poema de Parmnides, y en los debates que origin (de Meliso a Empdocles, de ste a los atomistas). Y ello a favor de una recreacin innovadora de la aurora filosfica misma, desde Anaximandro a los pitagricos.

    Consigue Platn desligar su protologa de las formas paradigmticas y del registro ontolgico, u onto-teolgico. Y alza un plan nuevo de reflexin que toda la filosofa posterior, de Aristteles a Plotino, se encargar de dejar en los mrgenes de la historia del pensamiento, o de reducir de nuevo al hege- mnico rgimen de la onto-teologa, bien que rectificando la fijacin platnica en las Formas separadas, as Aristteles; o trascendiendo todo lmite en un Uno inefable y mstico, en sorprendente exgesis de la primera hiptesis del Parmnides de Platn; as Plotino.

    Y a partir de esos principios primeros puede, entonces, iniciarse una tercera etapa del mtodo platnico, que es descendente, o que invierte la aventura descubridora de la primera etapa en una posible inferencia de lo que inicialmente fue hallado a partir de esa protologa enunciada.

  • 844 El canto de las sirenas

    Lo irracional

    La construccin del cosmos del Timeo es, junto con el File- bo , el texto platnico en el que mejor puede perseguirse la huella de los primeros principios, Quiz, si aventursemos una lectura audaz, tambin seria posible descubrirlos en La Repblica. sta y el Timeo se emparentan, entre otras cosas, por poseer en un lugar estratgico una cesura que promueve un estado general de crisis en el texto.

    Todos los dilogos platnicos poseen un lugar en el que comparece la aporta. En los primeros sta se halla atravesando el dilogo de parte a parte, sin que el final signifique su resolucin. Pero a travs de ese elencbus socrtico de naturaleza catrtica algo positivo acontece: la atencin se fija en un edos, susceptible de definicin, que subsiste como tarea pendiente: qu es la devocin, la belleza, la inspiracin divina, la amistad, el valor, la justicia?

    En La Repblica la crisis se produce al abordarse los m- gista matbmata al finalizar el Libro VI. Parecer remontarse en el Libro VII, a travs de la progresin pitagrica de las distintas ciencias entrelazadas (matemticas, astronoma, msica), sobre las cuales se podr levantar la filosofa dialctica, nico saber capaz de echar abajo todas las hiptesis (condicionales), por asentarse firmemente en lo incondicio- nado (anbyptheton), mediante el recorrido de las Formas.

    De este modo parece realizarse el programa anunciado en el Libro VI relativo a las ciencias mximas que deban conducir al conocimiento de la Forma ms brillante y divina del ser, semejante al sol en el mbito visible. Pero en La Repblica no se rebasa ese extremo del nts n, como ya hemos tenido ocasin de sealar: el que corresponde a la Forma de Bien (no al Bien en sentido protolgico).

    No era se el contexto idneo para tratarlo. Pero en ningn momento dice Scrates que tal asunto no pueda ser abordado. O que era una cuestin que lindase con lo inefable, lo incognoscible e incomprensible, como si en lo ms alto de la ascensin filosfica y dialctica reapareciese la docta ignoran- tia socrtica. Nada de eso. Esa es justamente la interpretacin que debe ser rotundamente rechazada; la que sin embargo se

  • Platn: la msica, la filosofa y los primeros principios

    instalar regiamente en las onto-teologas apoticas a partir del neoplatonismo.

    En vano puede inferirse de La Repblica una instancia mstica, o una apelacin al carcter in-decible radical de ese Bien ms all de toda esencia que Plotino concibi superior al noas. Por el contrario, los grafa dgmata atestiguan que en la doctrina oral platnica ese primer principio, el Bien, se conceba, en forma prxima al pitagorismo, congnere con el nolis. ste era capaz de captar ese primer principio. Y , como veremos, tambin -aunque con mayores dificultades- el segundo de los dos principios.

    Ese pr otear che, aqu llamado Bien, haba sido objeto de una conferencia clebre en la que Platn conjug el Bien, lo Uno y seguramente el Lmite, con el fin de inferir de ello, en conjuncin con el segundo principio, la Diada indefinida (de lo gran- de-v-pequeo), los Nmeros Ideales y sus figuras geomtricas, para desesperacin indignada de un pblico que esperaba e abordaje de cuestiones ticas relativas a la felicidad y al placer. Pero en La Repblica no se trataba esta cuestin. Se afirmaba que se dejaba la cita con el Bien para otra ocasin. Jams se dice que ese examen no pueda tener lugar, o que conduzca a un anonadamiento (apoftico) del lgos, o de la filosofa a favor de un principio meta-filosfico, o mstico (como en Plotino).

    'Hay algn indicio en La Repblica de ese segundo principio que debiera acompaar el examen temtico del Bien, o del Uno, segn testimonio de las fuentes indirectas? Quiz s, siempre que entendamos el efecto devastador que la crisis, al final del Libro VI, llega a producir. sta es desencadenada por el abandono socrtico del asunto para mejor ocasin, quiz con mejores compaeros, o con acadmicos ya iniciados en el arte de la dialctica referida a la protologa. Habr que encontrar el kairs. Lo que le falta a Scrates, en este contexto, es ese doble gemelo inferior, umbro, sin el cual el Bien o el Uno no puede ser acometido.

    En realidad esta totalmente ausente del dialogo ese secundo principio que confiere a la protologa platnica un marcado y necesario carcter dualista?

    Al concluir esa ascensin hacia el Bien, o hacia la condicin ncondicionada, tiene lugar el ms irredento desplome

  • 8 4 6 El canto de las sirenas

    en el orden ms precario de todas las realidades. Se produce el ms completo hundimiento en el ser en su mnima expresin, en su modalidad de nts pos, o edla. Ese escenario es lo contrario al ser en su mxima expresin (nts n). Una especie de Hades homrico, ms prximo a la pesadilla que al sueo, semejante al que visita Ulises en la nkya de la Odisea. Almas sin educacin viven all en la oscuridad, creyendo percibir en las sombras y en los ecos la nica realidad verdadera. Tal es el clebre escenario de la alegora de la caverna.

    Aqu se describe la vida en ese hbitat de pesadilla. En registro de ciudad se detecta lo que en el Timeo constituye la descripcin del caos. Ese caos anmico y ciudadano exige, para ser pensado, el trmino ontolgico que lo describe (onts pos, edla)y y la instancia protolgica que lo sustenta. Y sin embargo en La Repiblica no se vislumbra en ningn momento, como sucedi con el Bien, ningn punto de fuga en direccin al segundo principio, responsable de toda existencia errabunda, o de un pnta re sin razn, sin ley, sin nomos.

    Hay que acudir al Timeo para que ese segundo principio comparezca. Y eso sucede en virtud, tambin, de una crisis y de una cesura textual que tienen la particularidad -seguramente intencionada- de ser simtricamente inversas a lo que acontece en La Repblica.

    Se enuncia de pronto en el Timeo el segundo principio como necesidad (anncb) sin la cual el primero es inoperante4. El Divino Hacedor no puede consumar su demiurgia sin recurrir a la causa errante y a la necesidad. N o le basta con referirse al arquetipo ideal en que se concreta la Forma de Bien que le gua, y que es el viviente inteligible.

    Toda la primera parte del Timeo circula por