La araña (de Hanns Heinz Ewers)

26
LA ARAÑA Y OTROS CUENTOS MACABROS Y SINIESTROS

description

Relato del escritor alemán Hanns Heinz Ewers, publicado en 1908. En el se toca el tema del vampirismo.

Transcript of La araña (de Hanns Heinz Ewers)

  • LA ARAA

    Y OTROS CUENTOS MACABROS Y SINIESTROS

  • LA ARAA

    And a will therein lieth, which dieth not. Who

    knoweth the mysteries of a will with his vigour?1

    GLANVILLE

    Cuando el estudiante de medicina Richard Bracquemont decidiocupar la habitacin nmero 7 del pequeo Hotel Stevens, RueAlfred Stevens, 6, en esa estancia se haban colgado tres personas delcrucero de la ventana en tres viernes consecutivos.

    La primera fue un viajante de comercio suizo. Se encontr sucadver el sbado por la noche; el mdico constat que la muertetuvo que haberse producido entre las cinco y las seis de la tarde delviernes. El cuerpo colgaba de un fuerte gancho clavado en el crucerode la ventana, que serva para colgar ropa. La ventana estaba cerrada,el muerto haba empleado como soga el cordn de la cortina. Comola ventana estaba muy baja, las rodillas casi rozaban el suelo; el suici-da, por lo tanto, tuvo que emplear una gran energa para lograr susintenciones. Adems, se averigu que estaba casado y era padre decuatro nios, que se encontraba en una posicin desahogada y quecasi siempre tena un nimo alegre. No se encontr ningn escrito

    31

    (1) Y all hay una voluntad que no muere. Quin conoce los misterios de la voluntad

    con todo su poder? (N. del T.)

  • que se refiriera al suicidio y an menos un testamento; tampocohaba comunicado nada a ningn amigo o conocido que hiciese sos-pechar ese desenlace.

    El segundo caso no fue muy diferente. El artista Karl Krause,transformista contratado en el circo Mdrano, ocup la habitacinnmero 7 dos das despus. Cuando al viernes siguiente no aparecien la representacin, el director envi a un asistente al hotel; dichoasistente encontr al artista en la habitacin, que no estaba cerrada,colgado del crucero de la ventana, y adems en las mismas circuns-tancias. Este suicidio no pareci menos enigmtico; el apreciadoartista ganaba un salario elevado y, a sus veinticinco aos de edad,gozaba plenamente de la vida. Aqu tampoco se encontr ningndocumento escrito, ni ninguna alusin al hecho. La nica familiadel finado era una madre anciana a la que su hijo enviaba puntual-mente, el primero de cada mes, trescientos marcos para su sustento.

    Para la seora Dubonnet, la propietaria de ese pequeo y econ-mico hotel, cuya clientela sola constar casi exclusivamente de perso-nas empleadas en los teatros de variedades de Montmartre, esasegunda muerte tan extraa, en la misma habitacin, tuvo conse-cuencias desagradables. Algunos de sus huspedes se haban muda-do ya, otros clientes regulares dejaron de ir. As que se dirigi alcomisario del distrito IX, al que conoca personalmente, y que leprometi hacer todo lo posible por ella. Por lo tanto, el comisario noslo impuls con especial vigor la investigacin de los motivos de lossuicidios de los dos huspedes, sino que adems puso a su disposi-cin a un agente que ocup la enigmtica habitacin.

    Era el agente de polica Charles-Maria Chaumi, que se habapresentado voluntario. Este sargento, un veterano Marsouin oinfante de marina, con once aos de servicio, haba pasado ms deuna noche solitaria en Tonkn y en Annam, haba recibido ms deuna visita inesperada de piratas fluviales a los que haba saludadocon un disparo de su fusil, de modo que pareca indicado paraenfrentarse a los fantasmas de los que se hablaba en la Rue AlfredStevens. Ocup la habitacin ese mismo domingo por la noche y se

    32

    Hanns Heinz Ewers

  • acost satisfecho, despus de haber saboreado la generosa ofertaculinaria de la digna seora Dubonnet.

    Chaumi se presentaba brevemente, por la maana y por latarde, en la comisara de polica para dar su informe. En los prime-ros das ese informe se limit a declarar que no haba advertido loms mnimo. Pero el mircoles por la tarde pareci haber encontra-do una pista. Instigado a que dijera ms, pidi poder callrselo pro-visionalmente; no tena ni idea de si lo que crea haber descubiertorealmente estaba en relacin con la muerte de las otras dos personas.Y tema mucho equivocarse y que despus se rieran de l. El juevesmostr un aspecto algo ms inseguro y tambin ms serio; perotampoco tena nada que decir. El viernes por la maana estaba con-siderablemente agitado; dijo, medio en broma medio en serio, queesa ventana ejerca, en cualquier caso, una extraa fuerza de atrac-cin. No obstante, insisti en que eso no tena relacin alguna conlos suicidios y que se reiran de l si deca ms. La tarde de ese da yano apareci en la comisara; lo encontraron colgado del gancho delcrucero de la ventana.

    Aqu los indicios tambin coincidan hasta el ms pequeo deta-lle con los dos casos anteriores; las rodillas casi rozaban el suelo;como soga haba servido el cordn de la cortina. La ventana estabacerrada; la puerta, abierta. La muerte se haba producido a las seis dela tarde; la boca del muerto estaba completamente abierta y la len-gua colgaba de ella.

    Esta tercera muerte en la habitacin nmero 7 tuvo como conse-cuencia que en ese mismo da todos los huspedes abandonaran elHotel Stevens, con excepcin de un profesor de instituto alemnque ocupaba la habitacin nmero 16, pero que aprovech la opor-tunidad para rebajar un tercio el precio de alquiler de su habitacin.Fue un pobre consuelo para la seora Dubonnet cuando unos dasdespus se present la famosa cantante de pera bufa Mary Gardeny le compr el cordn rojo de la cortina por unos doscientos fran-cos. Por una parte, porque traa suerte; por otra, porque haba salidoen los peridicos.

    33

    La araa

  • Si estos acontecimientos se hubiesen producido en verano, enjulio o en agosto, la seora Dubonnet habra logrado el triple por elcordn; no cabe duda de que los peridicos habran llenado sema-nalmente sus columnas con ese caso. Pero as, en la estacin ms aje-treada, con elecciones, caos en los Balcanes, el crac de la Bolsa neo-yorquina, la visita de la pareja real inglesa, realmente no se saba dednde sacar espacio para informar sobre ello. La consecuencia fueque del caso de la Rue Alfred Stevens se habl menos de lo quemereca y, adems, que los informes publicados fueron breves,reproduciendo casi exactamente el informe policial, y sin caer en lashabituales exageraciones.

    Estos informes eran lo nico que conoca del asunto el estudiantede medicina Richard Bracquemont. Haba otro dato insignificanteque tampoco conoca; pareca tan pequeo que ni el comisario niningn otro de los testigos oculares se lo haban mencionado a losperiodistas. Slo despus, tras la aventura del estudiante, lo volvie-ron a recordar. Cuando descolgaron del crucero de la ventana elcadver del sargento Charles-Maria Chaumi, de la boca abierta delmuerto sali una gran araa negra. El criado la retir con un dedo almismo tiempo que exclam: Demonios, otra vez el mismo bicho!En el transcurso de la investigacin, la que se refera a Bracquemont,el mismo criado declar que cuando se descolg al viajante decomercio suizo, haba visto correr por su hombro a una araa muysimilar. Pero Richard de Bracquemont no saba nada de esto.

    Ocup la habitacin dos semanas despus del ltimo suicidio, enun domingo. Sus experiencias all las dej consignadas en un diario.

    34

    Hanns Heinz Ewers

  • EL DIARIO DE RICHARD BRACQUEMONT

    ESTUDIANTE DE MEDICINA

    Lunes, 28 de febrero.Ayer por la noche entr en mi nuevo alojamiento. Deshice mis

    dos maletas y me acomod, a continuacin me met en la cama.Dorm muy bien; daban las nueve cuando me despert una llamadaen la puerta. Era la duea que me traa ella misma el desayuno. Sepreocupa mucho por m, se nota por los huevos, el jamn y el exce-lente caf que me trajo. Me lav y me vest, luego contempl cmoel criado haca la habitacin. Mientras, me dediqu a fumar mi pipa.

    As que ya estoy aqu. S muy bien que es un asunto peligroso,pero tambin s que si logro llegar al fondo de lo acontecido har mifortuna. Y si una vez, Pars bien vali una misa por tan poco no segana hoy puedo arriesgar algo mi vida. Tengo una gran oportuni-dad que quiero aprovechar.

    Por lo dems, tambin hay otros que se creen tan listos comopara llegar al fondo del asunto. Al menos veintisiete personas se hanesforzado, en parte con la polica, en parte con la duea del hotel,por obtener la habitacin, e incluso entre ellas haba varias damas.As que he tenido muchos competidores; es probable que tambinfueran pobres diablos como yo.

    Pero he sido yo quien ha conseguido el puesto. Por qu? Ah,es probable que sea el nico que pueda ayudar con una idea a laastuta polica! Una buena idea. Naturalmente, era un truco.

    Estos informes tambin tienen como destinataria a la polica. Yme divierte decir a esos seores, nada ms comenzar, que les hementido. Si el comisario es una persona razonable, dir: Hum,precisamente por eso parece adecuado el Bracquemont! Por lodems, me resultaba indiferente lo que dijera luego; ahora estoy sen-tado aqu. Y me parece un buen signo haber comenzado mi activi-dad enjabonando a conciencia a esos seores.

    35

    La araa

  • Primero visit a la seora Dubonnet, quien me envi a la comisa-ra de polica. Durante toda una semana pas all mi tiempo, siem-pre me decan que estaban tomando en consideracin mi solicitud yque volviera al da siguiente. La mayora de mis competidores yahaca tiempo que haban perdido sus esperanzas, y adems tenanalgo mejor que hacer que esperar durante horas en el malolientepuesto de guardia; al comisario ya se le notaba fastidiado por mitenacidad. Por fin me dijo sin rodeos que no tena sentido que vol-viera. Me estaba agradecido a m y a los dems por la buena volun-tad, pero que no tena ningn empleo para aficionados chapuce-ros. A no ser que hubiera elaborado algn plan

    Le dije entonces que tena un plan. Por supuesto que no tenanada y no podra haberle revelado ni una sola idea. Pero le dije queslo poda transmitirle mi plan, que era bueno, pero muy peligroso,y que poda acabar como le ocurri al agente de polica, si estaba dis-puesto, por su palabra de honor, a ejecutarlo l mismo. Me dio lasgracias y dijo que no tena tiempo para esas cosas. Pero percib quemis velas se henchan de viento cuando me pregunt si al menos lepoda dar alguna indicacin.

    Y se la di. Le cont un tremendo disparate, del cual yo mismo unsegundo antes no tena la ms mnima idea; no s cmo se me ocu-rri de repente ese extrao pensamiento. Le dije que entre todas lashoras de la semana hay una que ejerca una influencia enigmtica.Esa era la hora en que Cristo haba desaparecido de su sepulturapara descender a los infiernos; la sexta hora vespertina del ltimoda de la semana juda. Y le record que esa haba sido la hora, elviernes entre las cinco y las seis, en que se haban producido los tressuicidios. En ese momento no poda decirle ms, pero le remit alApocalipsis de San Juan.

    El comisario puso una cara como si entendiera algo del asunto,me lo agradeci y me dio una cita para esa misma noche. Entr pun-tualmente en su despacho; ante l, en la mesa, estaba el Nuevo Tes-tamento. En las horas que haban transcurrido me haba dedicado alos mismos estudios que l; haba ledo el Apocalipsis y no haba

    36

    Hanns Heinz Ewers

  • entendido ni una sola palabra. Tal vez el comisario fuera ms inteli-gente que yo, en cualquier caso me dijo con gran cortesa que, pese amis vagas indicaciones, crea entender mi argumentacin. Y que esta-ba dispuesto a cumplir mis deseos y a apoyarlos en todo lo posible.

    He de reconocer que realmente me ha sido de mucha ayuda. Con-venci a la duea del hotel de que mi estancia en la habitacin fueragratuita. Me dio un revlver excelente y un silbato de polica; lapatrulla de agentes tiene la orden de pasar con frecuencia por la RueAlfred Stevens y de subir a la menor seal que les haga. Pero lo princi-pal es que ha mandado instalar un telfono en la habitacin con elque estoy en directa comunicacin con la comisara. Y como esta seencuentra apenas a cuatro minutos, puedo recibir ayuda rpida encualquier momento. Con todo esto no s de qu debera tener miedo.

    Martes, 1 de marzo.No ha ocurrido nada ni ayer ni hoy. La seora Dubonnet ha trado

    un cordn de cortina nuevo de otra habitacin, ya que tiene habita-ciones vacas de sobra. Aprovecha cualquier oportunidad para venir averme; cada vez trae algo consigo. Le he pedido que me cuente unavez ms todos los detalles de los sucesos, pero no he averiguado nadanuevo. Ahora bien, en lo referente a los motivos de las muertes, tienesu propia teora. En lo que concierne al artista, cree que se trat de unamor desgraciado; el ltimo ao haba venido a visitarle con frecuen-cia una joven dama pero que esta vez no se haba dejado ver. Desco-noca qu pudo ocasionar la muerte del viajante de comercio suizo,pero tampoco se puede saber todo; en cuanto al sargento, pues bien,el sargento se haba suicidado slo por ganas de fastidiarla.

    He de decir que estas explicaciones de la seora Dubonnet sonalgo insuficientes. Pero la he dejado que parlotee con toda tranquili-dad, al menos as me saca de mi aburrimiento.

    Jueves, 5 de marzo.An nada. El comisario llama un par de veces al da y yo le digo

    que me va muy bien; pero al parecer mi respuesta no le satisface del

    37

    La araa

  • todo. He sacado mis libros de medicina y estudio; as mi prisinvoluntaria tiene una finalidad.

    Viernes, 4 de marzo, a las dos de la tarde.He comido de manera excelente al medioda; la duea me ha

    tra do incluso media botella de champn; pareca la ltima comidade un reo condenado a muerte. Ya me considera como dos terciosmuerto. Antes de irse me ha rogado llorando que me fuera con ella;tema que tambin iba a ahorcarme por ganas de fastidiarla.

    He observado minuciosamente el nuevo cordn de cortina. Coneso iba a colgarme en breve? Hum, la verdad es que siento pocasganas de hacerlo. Por lo dems, el cordn es duro y spero y correcon dificultad, se tiene que tener una voluntad de acero para seguirel ejemplo de los dems. Ahora estoy sentado a mi mesa, a la izquier-da est el auricular, a la derecha el revlver. No tengo miedo, perosoy curioso por naturaleza.

    6 de la tarde.Casi he llegado a escribir que no ha ocurrido nada, por desgra-

    cia! La hora siniestra lleg y se fue, y fue como todas las dems. Perono puedo negar que alguna vez sent cierto impulso de acercarme ala ventana, aunque por otros motivos! El comisario llam al menosdiez veces entre las 5 y las 6, estaba tan impaciente como yo. Laseora Dubonnet, en cambio, est satisfecha: alguien ha vivido unasemana entera en la habitacin nmero siete y ha sobrevivido, fabu-loso!

    Lunes, 7 de marzo.Ahora estoy convencido de que no descubrir nada y me inclino

    a pensar que los suicidios de mis predecesores se debieron a una raracasualidad. Le he pedido al comisario que ordene nuevas pesquisasen los tres casos, estoy persuadido de que al final se encontrarn losmotivos. En lo que a m concierne, permanecer en esta habitacintodo el tiempo que pueda. Difcilmente conquistar Pars desde

    38

    Hanns Heinz Ewers

  • aqu, pero vivo gratis y me dejo cebar. Adems, trabajo con ahnco yme siento animado. Y, por ltimo, he encontrado otro motivo queme retiene.

    Mircoles, 9 de marzo.As que he avanzado un paso ms. Clarimonde, ah!, an no he

    contado nada de Clarimonde. Pues bien, es mi tercer motivo paraquedarme, y tambin el motivo por el cual, en aquella funestahora, me habra encantado acercarme a la ventana, pero desde luegono para colgarme de ella. Clarimonde por qu la llamo as? Notengo ni idea de cmo se llama, pero es como si sintiera la necesidadde llamarla Clarimonde. Y apostara a que realmente se llama as, sialguna vez le pregunto su nombre.

    Vi a Clarimonde el primer da. Vive al otro lado de esta calleestrecha, y su ventana est situada justo enfrente de la ma. All sesienta detrs de las cortinas. Por lo dems, he de hacer constar queella me observ antes que yo a ella, y que mostr visible compasinpor m, no en vano toda la calle sabe que vivo aqu y por qu, de elloya se ha ocupado la seora Dubonnet.

    No soy nada enamoradizo, y mis relaciones con las mujeres siem-pre han sido exiguas. Cuando se va de Verdun a Pars para estudiarmedicina, y apenas se dispone de dinero para comer bien un da decada tres, entonces se tiene otras cosas en qu pensar antes que en elamor. As pues, no tengo muchas experiencias, y es posible que hayacomenzado este asunto de manera algo tonta. En cualquier caso, megusta tal y como es.

    Al principio ni siquiera pens establecer una relacin con miextraa vecina. Slo pens que, ya que estaba all para observar, ycon mi mejor voluntad no poda averiguar nada, poda dedicarme aobservar a mi vecina. A fin de cuentas, uno no puede estar sentadotodo el da delante de los libros. As que he constatado que Clari-monde, al parecer, vive sola en ese pequeo piso. Tiene tres venta-nas, pero slo se sienta ante la ventana que est situada frente a lama; se sienta all e hila en una rueca antigua. Una vez vi una rueca

    39

    La araa

  • como esa en casa de mi abuela, pero ella nunca la haba utilizado,slo la haba heredado de alguna ta; no saba que an haba genteque la empleara. Por lo dems, la rueca de Clarimonde es muypequea y delicada, blanca y aparentemente de marfil; tienen queser hilos harto delgados y frgiles los que hila. Se sienta durante todoel da detrs de la cortina y trabaja sin parar, slo lo deja cuandooscurece. Cierto es que oscurece muy pronto en estos das nebulososy en una calle tan estrecha, a las cinco de la tarde ya estamos enplena penumbra, pero nunca he visto que encendiera una luz en lahabitacin.

    Me es difcil percibir su aspecto. Lleva el pelo negro ondulado yes muy plida. La nariz es delgada y pequea. Sus labios tambinson plidos y tengo la sensacin de que sus dientes estn afiladoscomo los de un depredador. Sus prpados proyectan una profundasombra, pero cuando los abre, sus ojos, grandes y oscuros, refulgen.

    Pero en realidad todo esto lo intuyo y no lo s. Es difcil recono-cer algo detrs de la cortina.

    An una cosa ms: lleva siempre un vestido negro cerrado conunos toques lila en la parte superior. Y siempre lleva puestos unosguantes negros, es posible que para no estropearse las manos con eltrabajo. Da una sensacin muy extraa ver cmo los dedos delgadosy negros tiran y sacan los hilos de una manera aparentemente cati-ca, casi como el pataleo de un insecto.

    Y qu se puede decir de nuestra relacin? En realidad, es muysuperficial y, no obstante, me parece como si fuera ms ntima.Comenz con ella mirando hacia mi ventana y yo a la suya. Ellame observaba y yo a ella. Y he debido de gustarle puesto que unda, cuando la volva a contemplar, ella sonri, y yo, naturalmente,tambin. As trascurrieron un par de das y cada vez nos sonreamoscon ms frecuencia. Despus, me propona, casi cada hora, saludar-la, pero no s qu me lo impeda.

    Por fin la he saludado, hoy por la tarde. Y Clarimonde me hadevuelto el saludo. Muy en voz baja, ciertamente, pero he vistocmo inclinaba la cabeza.

    40

    Hanns Heinz Ewers

  • Jueves, 10 de marzo.Ayer estuve bastante tiempo sentado frente a los libros. Sin

    embargo, no puedo decir que haya estudiado mucho; he construidocastillos en el aire y soado con Clarimonde. Mi sueo fue inquietoy me he despertado tarde.

    Cuando me acerqu a la ventana, Clarimonde ya estaba sentadaen su sitio. La salud y ella volvi a inclinar la cabeza. Me sonri yme contempl un largo rato.

    Quera trabajar, pero no encontraba la tranquilidad necesaria.Me sent ante la ventana y la mir fijamente. Vi entonces cmopona las manos en su regazo. Tir del cordn de la blanca cortina yella hizo lo mismo casi al mismo tiempo. Los dos sonremos y nosmiramos.

    Creo que permanecimos as una hora. A continuacin, siguihilando.

    Sbado, 12 de marzo.Estos das han pasado inadvertidos. Como y bebo, me siento a la

    mesa. Enciendo entonces mi pipa y me inclino sobre un libro. Perono leo ni una slaba. Lo intento una y otra vez aunque s de antema-no que no lo lograr. Me acerco a la ventana. Saludo, Clarimondeme lo agradece. Sonremos y nos miramos fijamente durante horas.

    Ayer por la tarde, a eso de las seis, estuve algo intranquilo. Oscu-reci muy pronto y sent cierta angustia. Me sent a mi escritorio yesper. Sent un impulso casi invencible de acercarme a la ventana,no para colgarme, sino para ver a Clarimonde. Me levant y mesitu detrs de la cortina. Me pareci que nunca la haba visto contanta claridad, aunque ya haba oscurecido considerablemente. Ellahilaba pero sus ojos miraban hacia m. Sent un extrao bienestar yuna leve angustia.

    Son el telfono. Me enoj con el necio del comisario por inte-rrumpir mis ensoaciones con sus preguntas estpidas.

    Esta maana me ha visitado, junto con la seora Dubonnet. Ella

    41

    La araa

  • est satisfecha con mi actividad, le basta con saber que vivo desdehace dos semanas en la habitacin nmero 7. Pero el comisarioquiere, adems, algn xito. Le he manifestado insinuaciones miste-riosas de que estoy tras la pista de un asunto sumamente extrao; elmuy burro se lo ha credo todo. En cualquier caso, puedo seguiraqu semanas, y ese es mi nico deseo. No precisamente a causa de lacocina de la seora Dubonnet y de su bodega, Seor, qu pronto sevuelve uno indiferente hacia esas cosas cuando est con el estmagolleno!, sino slo por su ventana, que ella odia y teme y que yo tantoamo, esta ventana que me muestra a Clarimonde.

    Cuando enciendo la lmpara, dejo de ver a Clarimonde. Hemirado ansiosamente para comprobar si sale, pero no ha puestonunca un pie en la calle. Tengo un silln grande y cmodo y unapantalla verde sobre la lmpara, cuyo resplandor me envuelve concalidez. El comisario me ha trado un paquete de tabaco grande,nunca he fumado uno tan bueno y pese a todo no puedo trabajar.Leo dos, tres pginas y, cuando he terminado, s que no he com-prendido ni una sola palabra. Slo el ojo capta las letras, mi cerebro,en cambio, rechaza todo concepto. Qu extrao! Como si de l col-gara un letrero: prohibida la entrada. Como si no permitiera laentrada de ningn otro pensamiento que el de Clarimonde.

    Termino por apartar los libros, me reclino en mi silln y sueo.

    Domingo, 13 de marzo.Esta maana he presenciado un pequeo espectculo. Iba de un

    lado a otro en el pasillo, mientras el criado haca mi habitacin.Ante la ventana del patio cuelga una tela de araa, en cuyo centro seencuentra una gorda araa crucera. La seora Dubonnet no quiereque la quiten: las araas traen suerte y ya tena suficiente mala suerteen su casa. Vi entonces cmo otra araa, mucho ms pequea,corra con precaucin alrededor de la tela, una araa macho. Seaproxim, precavida, al frgil hilo del centro, pero en cuanto lahembra se mova, se retiraba rpidamente, corra hacia el otro extre-mo e intentaba aproximarse de nuevo. Por fin la fuerte hembra en el

    42

    Hanns Heinz Ewers

  • centro pareci atender a sus requerimientos y ya no se movi. Elmacho tir primero sutilmente, luego con ms fuerza, de un hilo, demodo que tembl la tela entera; pero su adorada permaneci tran-quila. Se aproxim entonces con rapidez pero con una infinita pre-caucin. La hembra lo recibi inmvil, con abnegacin, y consintisu abrazo; inmviles pendieron las dos araas, durante minutos, enel centro de la tela.

    Vi, a continuacin, cmo el macho se desprenda lentamente,una pata tras otra; era como si quisiera retirarse silenciosamente ydejar sola a su compaera en el sueo de amor. De repente, se des-prendi del todo y corri, tan rpido como pudo, para salirse de latela. Pero en ese mismo instante, de la hembra se apoder una vitali-dad salvaje y lo persigui rauda. El dbil macho se descolgaba porun hilo y la amante imitaba su truco. Las dos araas cayeron en elalfizar de la ventana; el macho intent escapar con todas sus fuer-zas. Demasiado tarde, la hembra ya lo haba atrapado con presinfrrea y se lo llev de nuevo a la tela, al centro, donde haban estadoanteriormente. Y ese mismo sitio, que haba servido de lecho nup-cial, fue testigo de una imagen muy distinta. En vano se agitaba elamante, estirando una y otra vez sus dbiles patitas, e intentaba libe-rarse de ese brutal abrazo: la amante ya no volvi a dejarle en liber-tad. En pocos minutos lo haba sujetado de tal modo que no podamover ni una sola de sus extremidades. A continuacin, clav susafiladas tenazas en su cuerpo y succion a grandes tragos la jovensangre de su amante. An vi cmo ella se desprenda por fin del irre-conocible y miserable colgajo, compuesto de patas, piel e hilos, y loarrojaba con desprecio de la tela.

    As es, pues, el amor, entre estos animalillos. Bueno, me alegro deno ser una araa macho.

    Lunes, 14 de marzo.Ya no echo ni un solo vistazo a mis libros. Slo paso el tiempo en

    la ventana. Y cuando oscurece, tambin sigo sentado. Ella ya no estpero yo cierro los ojos y sigo vindola.

    43

    La araa

  • Hum, este diario ha resultado algo diferente a lo que haba pen-sado. Habla de la seora Dubonnet y del comisario, de araas y deClarimonde. Pero ni una sola slaba de los descubrimientos que que-ra hacer. Es culpa ma?

    Martes, 15 de marzo.Hemos encontrado un extrao juego, Clarimonde y yo; lo juga-

    mos durante todo el da. La saludo y ella me devuelve al instante elsaludo. Tamborileo yo entonces con los dedos en el cristal, ella ape-nas lo ve y ya comienza a imitarme. Le hago una sea, ella me ladevuelve; muevo los labios, como si le hablara, y ella hace lo mismo.Acto seguido, me acaricio el pelo hacia atrs desde las sienes y ya estsu mano en la frente. Un juego verdaderamente infantil, y los dosnos remos con l. Es decir, ella no re, es una sonrisa silenciosa,devota, as creo que es tambin mi sonrisa.

    Por lo dems, no es tan tonto como parece. No es una pura imi-tacin, pienso que en ese caso nos aburriramos pronto; en ese juegotiene que desempear algn papel la transmisin de pensamientos,pues Clarimonde sigue mis movimientos en una fraccin de segun-do, apenas tiene tiempo de verlos y ya los est ejecutando; a vecesme parece como si ocurriera simultneamente. Esto es lo que meatrae, hacer siempre algo nuevo, impredecible: es asombroso cmohace lo mismo al mismo tiempo. A veces intento engaarla. Hagorpidamente una gran cantidad de movimientos diferentes, luegolos mismos una y otra vez. Al final repito por cuarta vez la mismasecuencia, pero cambio el orden de los movimientos, o hago otro uomito uno. Como nios que juegan al Vuela, vuela. Es muy extra-o que Clarimonde no haga, ni siquiera una vez, un falso movi-miento, por ms que yo los cambie con tanta rapidez como para nodarle tiempo a reconocer cada uno de ellos.

    As paso el da. Pero en ningn instante tengo la sensacin deestar perdiendo el tiempo; al revs, es como si no hubiese hechonunca nada ms importante.

    44

    Hanns Heinz Ewers

  • Mircoles, 16 de marzo.No es extrao que nunca haya pensado seriamente en establecer

    mis relaciones con Clarimonde sobre un fundamento ms racionalque el de estos jueguecitos que duran horas? Ayer por la noche refle-xion sobre el asunto. Puedo simplemente tomar el sombrero y elabrigo, bajar las escaleras, dar cinco pasos en la calle, subir otra esca-lera. En la puerta hay un pequeo letrero donde se lee Clarimonde.Clarimonde?, qu? No lo s; pero Clarimonde est ah. Llamo yentonces

    Hasta aqu puedo imaginrmelo con gran precisin; cada movi-miento que hago, por pequeo que sea, lo veo ante m. Pero de loque pueda seguir, no consigo imaginarme nada. La puerta se abre,eso an lo veo. Permanezco en el umbral y miro en la oscuridaddonde no puedo reconocer nada, absolutamente nada. Ella noviene, no viene nada; no hay nada de nada, slo esa oscuridadnegra e impenetrable.

    A veces siento como si no hubiera otra Clarimonde que la queveo all en la ventana y que juega conmigo. No puedo imaginarmequ aspecto tendra esa mujer con sombrero o con otro vestido dis-tinto al negro con los adornos lila; ni siquiera me la puedo imaginarsin sus guantes. Si la viera en la calle o en un restaurante, comiendo,bebiendo, charlando, no podra sino rerme, tan inconcebible meparece esa imagen.

    De vez en cuando me pregunto si la amo. Y no puedo hallar res-puesta a esta pregunta, porque no he amado nunca. Pero si el senti-miento que tengo hacia Clarimonde es realmente amor, es comple-tamente diferente a lo que he visto en mis camaradas o a lo que heconocido en novelas.

    Me resulta muy difcil analizar mis sentimientos. Sobre todo meresulta difcil pensar en algo que no se refiera a Clarimonde, o msbien a nuestro juego. Pues es innegable que es realmente este juegolo que me ocupa continuamente, y no otra cosa. Y esto es lo que meparece ms incomprensible.

    45

    La araa

  • Clarimonde! S, me siento atrado por ella. Pero aqu se mezclaotro sentimiento, como si tambin tuviera miedo. Miedo? No,tampoco es eso, es ms bien un desasosiego, un ligero temor antealgo que no conozco. Y es precisamente este miedo el que tienealgo de extraamente compulsivo o voluptuoso, que es lo que memantiene apartado de ella y, no obstante, me atrae con tanta msfuerza. Me da la sensacin como si corriera a su alrededor en ungran crculo, me aproximara un poco y volviera a retirarme, siguie-ra corriendo, avanzara en otro lugar para retroceder de nuevo rpi-damente. Hasta que al final y eso lo s con toda certeza tengaque ir a ella.

    Clarimonde se sienta en la ventana e hila. Hilos, largos, delgados,infinitamente sutiles. De ellos forma un tejido, y no s qu resultar.No puedo comprender cmo puede hacer esa tela sin romper y con-fundir una y otra vez esos hilos tan finos. En su primorosa labor haymodelos peregrinos, animales fabulosos y mscaras extravagantes.

    Por lo dems, qu estoy escribiendo aqu? Lo cierto es que nopuedo ver nada de lo que hila, los hilos son demasiado finos. Y, noobstante, siento que su trabajo es precisamente como lo veo cuan-do cierro los ojos. Igual. Una gran tela y muchas criaturas en ella,animales fabulosos y mscaras extravagantes.

    Jueves, 17 de marzo.Me siento extraamente excitado. Ya no hablo con ningn ser

    humano; ni siquiera les deseo buenos das a la seora Dubonnet y alcriado. Apenas dedico tiempo a la comida; tan slo quiero sentarmeen la ventana para jugar con ella. Es un juego emocionante, real-mente lo es.

    Y tengo la sensacin de que maana tiene que ocurrir algo.

    Viernes, 18 de marzo.S, hoy tiene que ocurrir algo. Me digo y me hablo en voz alta

    para poder or mi voz que por esa razn estoy aqu. Pero lo malo esque tengo miedo. Y este miedo, de que pueda ocurrirme algo similar

    46

    Hanns Heinz Ewers

  • a lo que les ocurri a mis predecesores en esta habitacin, se mezclaextraamente con el otro miedo: el que tengo a Clarimonde. Ape-nas los puedo distinguir.

    Siento pavor, quisiera gritar.

    6 de la tarde.Deprisa un par de palabras, con el abrigo puesto y el sombrero en

    la mano.A las cinco haba llegado al final de mis fuerzas. Oh, ya s ahora

    que hay algo extrao en esa sexta hora del penltimo da de la sema-na, ya no me ro del bulo que le cont al comisario! Estaba sentadoen mi silln, me aferraba a l con violencia. Pero me atrajo, mearrastr hasta la ventana. Tuve que jugar con Clarimonde, y luego,de nuevo, ese miedo espantoso ante la ventana. Los vea colgar all,al viajante de comercio suizo, alto, con un cuello grueso y su barbagris de dos das. Y al artista delgado, y al sargento bajo y corpulento.Vea a los tres, a uno tras otro y luego a los tres juntos, colgados delmismo gancho, con las bocas abiertas y las lenguas colgando. Y des-pus me vi a m, entre ellos.

    Oh, este miedo! Senta que lo tena tanto del crucero de la venta-na y del espantoso gancho, como de Clarimonde. Que me perdone,pero es as; en mi ignominioso temor ella se mezclaba en la imagende los tres que all colgaban, con las piernas rozando el suelo.

    Es cierto que en ningn momento sent en m el deseo, el anhelode ahorcarme; tampoco tema que pudiera hacerlo. No, slo tenamiedo de la misma ventana, y de Clarimonde, de algo espantoso,incierto, que ahora podra producirse. Tena el deseo apasionado,indomable de levantarme e ir a la ventana. Y tena que hacerlo.

    En ese momento son el telfono. Tom el auricular y antes deque pudiera or una sola palabra, yo mismo grit en l: Vengan,vengan enseguida!

    Fue como si el grito de mi voz estridente ahuyentara de inmedia-to a todas las sombras, que desaparecieron por los ltimos resquiciosdel suelo. Me tranquilic al instante. Me limpi el sudor de la frente

    47

    La araa

  • y beb un vaso de agua, despus reflexion lo que iba a decirle alcomisario cuando viniera. Por ltimo, me acerqu a la ventana, salu-d y sonre.

    Y Clarimonde salud y sonri.Cinco minutos ms tarde, el comisario estaba en la habitacin.

    Le cont que por fin llegaba al fondo del asunto; que por hoy no mehiciera preguntas, pero que en breve le dara informacin sobre misextraos descubrimientos. Lo ms raro de ello era que, cuando lement, estaba plenamente convencido de que deca la verdad. Yahora casi lo siento as, lo siento aun en contra de mi mejor sabery entender.

    l advirti mi estado de nimo un tanto peculiar, en especialcuando me disculp por mi grito angustioso en el auricular y se lointent explicar de la manera ms natural, pero sin encontrar unmotivo para ello. Me dijo con gran amabilidad que no parara enmientes con l, que siempre estaba a mi disposicin, que ese era sudeber. Prefera venir una docena de veces en vano que tardar dema-siado cuando fuese urgente. A continuacin, me invit a salir con lesa noche, eso me distraera; no era bueno que estuviera siempresolo. He aceptado su invitacin, aunque me cost un gran esfuerzo;no me gusta abandonar esta habitacin.

    Sbado, 19 de marzo.Estuvimos en la Gaiet Rochechouart, en Cigale y en Lune

    Rousse. El comisario tena razn; me ha sentado bien salir de aqu,respirar otros aires. Al principio tena una sensacin de lo ms desa-gradable, como si estuviera cometiendo una injusticia, como si fueraun desertor que le da la espalda a su bandera. Pero al poco tiempoesa sensacin se desvaneci; bebimos mucho, remos y charlamos.

    Cuando hoy por la maana me acerqu a la ventana, cre advertirun reproche en la mirada de Clarimonde. Pero tal vez slo sean ima-ginaciones mas. De dnde va a saber que sal ayer por la noche?Por lo dems, slo dur un instante, luego volvi a sonrer.

    Hemos jugado durante todo el da.

    48

    Hanns Heinz Ewers

  • Domingo, 20 de marzo.Hoy puedo volver a escribir, hemos estado jugando durante todo

    el da.

    Lunes, 21 de marzo.Hemos jugado todo el da.

    Martes, 22 de marzo.S, y hoy tambin lo hemos hecho. Nada, nada ms. A veces me

    pregunto para qu en realidad, por qu. O qu quiero en realidad,adnde va a llevar todo esto. Pero nunca me doy una respuesta. Pueses seguro que no deseo otra cosa que precisamente eso. Y lo quepueda venir, sea lo que sea, es lo que anhelo.

    En estos das hemos hablado, aunque sin decir ni una sola pala-bra en voz alta. A veces hemos movido los labios, con ms frecuenciaslo nos hemos mirado. Pero nos hemos entendido muy bien.

    Haba tenido razn. Clarimonde me reproch la salida del lti-mo viernes. Despus le ped perdn y le dije que comprenda quehaba sido un gesto tonto y feo de mi parte. Me ha perdonado, y yole he prometido que no me apartar ms de esta ventana. Y noshemos besado, hemos presionado los labios largo tiempo contra elcristal.

    Mircoles, 23 de marzo.Ahora s que la amo. Tiene que ser as, estoy penetrado por ella

    hasta la ltima fibra de mi ser. Puede ser que el amor de otras perso-nas sea diferente. Pero hay una cabeza, una oreja, una mano que seaigual entre miles de millones? Todas son diferentes, as que no hayun amor que sea igual a otro. Mi amor es peculiar, eso lo s muybien. Pero es por eso menos bello? Casi soy feliz con este amor.

    Si no estuviera tambin el miedo! A veces ese miedo se duerme ylo olvido, pero slo por unos minutos, despus vuelve a crecer y nome deja un instante. Me parece un ratoncillo miserable que lucha

    49

    La araa

  • contra una serpiente larga y bella y que quiere escapar de sus frreosabrazos. Espera t, estpido miedecillo, pronto te devorar esteamor enorme.

    Jueves, 24 de marzo.He hecho un descubrimiento, no soy yo el que juega con Clari-

    monde, es ella la que juega conmigo.Ayer por la noche pens, como siempre, en nuestro juego. Anot

    cinco secuencias nuevas complicadas con las que quera sorprender-la por la maana. Cada movimiento llevaba un nmero. Me ejercitpara poder realizar cada secuencia lo ms deprisa posible, haciadelante y hacia atrs. Luego las cifras pares y luego slo las impares,a continuacin todos los primeros y ltimos movimientos de lascinco secuencias. Fue muy trabajoso, pero me entretuvo mucho, yme aproxim ms a Clarimonde, aun cuando no la viera. Me ejerci-t durante horas y al final lo domin por completo.

    As pues, esta maana me present ante la ventana. Nos saluda-mos; a continuacin, comenz el juego. A un lado y a otro, eraincreble la rapidez con que me entenda, cmo casi en el mismoinstante haca lo que yo le propona.

    En ese momento llamaron a la puerta; era el criado, que me traalas botas. Me las dio, y cuando regresaba a la ventana, mi miradarecay en el papel en el que haba anotado las secuencias. Y vi que nohaba realizado ni uno solo de todos esos movimientos.

    Me tambale, me agarr al brazo del silln y me dej caer. Nopoda creerlo, le la hoja una y otra vez. Pero era as, acababa de eje-cutar varias secuencias de movimientos y ninguna de ellas era ma.

    Y volv a tener la sensacin: una puerta se abre de par en par, supuerta. Y yo estoy ante ella y miro fijamente hacia el interior: nada,absolutamente nada, slo esa vaca oscuridad. Entonces lo supe: sisalgo ahora, estoy salvado; y sent que poda irme ahora. Pero no mefui. Se debi a que tena la confusa sensacin de que yo tena elsecreto, bien aferrado entre mis manos. Pars, vas a conquistarPars!

    50

    Hanns Heinz Ewers

  • Por un instante Pars fue ms importante que Clarimonde.Ay, ahora apenas pienso en ello! Ahora slo siento mi amor, y en

    l ese miedo callado y voluptuoso.Pero en ese instante me dio fuerzas. Le una vez ms mi primera

    secuencia de movimientos y memoric cada uno de ellos. Regresentonces a la ventana. Prest atencin exacta a lo que haca: nohaba ningn movimiento entre ellos de los que yo quera ejecutar.

    Acto seguido, me propuse llevar el dedo ndice a la nariz, perobes el cristal; quera tamborilear con los dedos en la ventana, y aca-rici mi pelo con la mano. As que tuve la certeza: no era Clarimon-de la que me imitaba, sino que era yo el que repeta lo que ella mepropona. Y lo haca con tal rapidez, de manera tan fulminante, alsegundo, que, an hoy, a veces me imagino que esa manifestacinvolitiva haba partido de m.

    As pues, yo, que tan orgulloso estaba de influir en sus pensa-mientos, yo soy el que se ve influido del todo. Slo que esa influen-cia es tan sutil, tan leve que no hay nada que sea ms agradable.

    He realizado otros intentos. Me guardo las dos manos en los bol-sillos, me propongo no moverlas y la miro fijamente. Vi cmolevantaba su mano, cmo sonrea y me amenazaba ligeramente conel dedo ndice. No me mov. Not cmo mi mano derecha querasalirse del bolsillo, pero agarr el fondo con fuerza. Luego, lenta-mente, tras unos minutos los dedos se relajaron y la mano sali delbolsillo y el brazo se elev. Y yo la amenac con el dedo y sonre. Eracomo si no fuera yo mismo el que lo hiciera, sino una persona extra-a a la que yo estaba observando. No, no fue as: Fui yo el que lohizo y una persona extraa me observaba. Precisamente la perso-na extraa que era tan fuerte y que quera hacer el gran, gran descu-brimiento. Pero ese no era yo, a m qu me importa este descu-brimiento? Estoy aqu para hacer lo que ella quiere, Clarimonde, ala que amo con deliciosa angustia.

    Viernes, 25 de marzo.He cortado el cable del telfono. No tengo ganas de que el est-

    51

    La araa

  • pido comisario me est molestando continuamente, sobre todocuando llega la hora misteriosa.

    Seor!, por qu escribo esto? No hay una sola palabra de verdaden todo ello. Es como si alguien guiara mi pluma.

    Pero yo quiero quiero escribir lo que est sucediendo. Mecuesta un gran esfuerzo, pero lo quiero hacer. Slo lo que quiero.

    He cortado el cable del telfono, eh porque me vi obligado.Por fin, aqu lo tenemos, porque me vi obligado!

    Esta maana estbamos en la ventana y jugbamos. Desde ayernuestro juego es diferente. Ella hace un movimiento y yo me resistotodo lo que puedo, hasta que por fin he de ceder y hago lo que ellaquiere, privado de toda voluntad. No puedo describir el placer quesupone ese ser vencido, ese abandono a su voluntad.

    Jugamos, y despus, de repente, ella se levant y se retir. Estabatan oscuro que ya no poda verla; pareca invisible en la oscuridad.Pero regres pronto llevando con las dos manos un telfono, igualque el mo. Lo dej sonriendo en el alfizar de la ventana y con uncuchillo cort el hilo y lo volvi a dejar en la mesa.

    As ocurri.Estoy sentado a la mesa; he bebido t, el criado acaba de llevarse

    el servicio. Le he preguntado la hora, mi reloj no va bien. Son lascinco y cuarto, las cinco y cuarto

    S que si ahora levanto la mirada, Clarimonde har algo que yotambin tendr que hacer.

    Pero levanto la mirada. All est y sonre. Si tan slo pudieraapartar la mirada! Ahora se va a la cortina, toma en sus manos el cor-dn un cordn rojo, igual que el de mi ventana. Hace un lazo,cuelga el cordn del gancho del crucero de la ventana.

    Se sienta y sonre.No, a lo que siento ya no se le puede llamar miedo. Es un horror

    espantoso y opresivo que, sin embargo, no quisiera cambiar pornada del mundo. Es una coaccin de ndole inaudita y, no obstante,de una voluptuosidad extrasima en su ineluctable crueldad.

    Podra ir a la ventana y hacer lo que ella quiere. Pero espero,

    52

    Hanns Heinz Ewers

  • lucho, me defiendo. Siento cmo la atraccin se intensifica a cadaminuto que pasa.

    Vuelvo a estar sentado aqu. He ido rpidamente y he hecho loque ella quera: tom el cordn, hice el lazo y lo colgu del gancho.

    Y ahora no quiero levantar la mirada, slo quiero mantener misojos fijos en el papel. S lo que ella har si la vuelvo a mirar ahoraen la hora sexta del penltimo da de la semana. Si la miro tendrque hacer lo que ella quiere y entonces

    No quiero mirarla.Ahora me ro, en voz alta. No, no ro, algo re en m. S por qu:

    por este no quieroNo quiero y, sin embargo, s con total certeza que tengo que

    hacerlo. Tengo que mirarla, tengo que hacerlo y luego el resto.Espero slo para alargar an ms este tormento, s, eso es: este

    sufrimiento sofocante, esta suma voluptuosidad. Escribo lo msdeprisa que puedo para poder permanecer aqu sentado ms tiempo,para alargar estos segundos de dolor que incrementan el placer demi amor hasta el infinito.

    Ms, ms tiempo.De nuevo el miedo, otra vez! S que la voy a mirar, me levantar

    y me ahorcar; pero no es eso lo que temo, oh, no!, lo que temo es quees una sensacin deliciosa y bella.

    Pero hay algo diferente aqu, que viene despus. No s qu ser,pero viene, estoy seguro de que viene. Pues la dicha de mi tormentoes tan grande que siento, siento que algo espantoso ha de seguirla.

    Tan slo no pensarEscribir algo, lo que sea. No reflexionar, escribir con rapidez.Mi nombre, Richard Bracquemont, Richard Bracquemont. Oh,

    no puedo seguir! Richard Bracquemont, Richard Bracquemont,ahora, ahora, tengo que mirarla, tengo que no, tengo que aguan-tar ms Richard Bracquemont

    * * * * *

    53

    La araa

  • El comisario del distrito IX, al no recibir respuesta a sus insisten-tes llamadas telefnicas, entr a las seis y cinco minutos en el HotelStevens. En la habitacin nmero 7 encontr el cadver del estu-diante Richard Bracquemont colgado del gancho del crucero de laventana, en la misma posicin que sus tres predecesores.

    Slo el rostro tena una expresin diferente; estaba desfiguradopor un miedo espantoso; los ojos, muy abiertos, se salan de sus rbi-tas. Los labios estaban estirados, los dientes apretados con fuerza.

    Y entre ellos colgaban los restos de una araa negra enormeaplastada, con extraos tonos violeta.

    En la mesa estaba el diario del estudiante. El comisario lo ley yse dirigi rpidamente a la casa de enfrente. All constat que elsegundo piso estaba vaco desde haca meses, sin nadie que lo habi-tara.

    Pars, agosto de 1908

    54

    Hanns Heinz Ewers