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1 Exhortación Apostólica Evangelii Gaudium. Extracto <www.catalunyareligio.cat> EXHORTACIÓN APOSTÓLICA EVANGELII GAUDIUM SOBRE EL ANUNCIO DEL EVANGELIO EN EL MUNDO ACTUAL (Extracto elaborado por www.catalunyareligio.cat) 1. La alegría del Evangelio llena el corazón y la vida entera de los que se encuentran con Jesús. (...) Quiero dirigirme a los fieles cristianos para invitarlos a una nueva etapa evangelizadora marcada por esa alegría, e indicar caminos para la marcha de la Iglesia en los próximos años. I. Alegría que se renueva y se comunica 2. Cuando la vida interior se clausura en los propios intereses, ya no hay espacio para los demás, ya no entran los pobres, ya no se escucha la voz de Dios, ya no se goza la dulce alegría de su amor, ya no palpita el entusiasmo por hacer el bien. Los creyentes también corren ese riesgo, cierto y permanente. Muchos caen en él y se convierten en seres resentidos, quejosos, sin vida. Ésa no es la opción de una vida digna y plena, ése no es el deseo de Dios para nosotros, ésa no es la vida en el Espíritu que brota del corazón de Cristo resucitado. 3. Invito a cada cristiano, en cualquier lugar y situación en que se encuentre, a renovar ahora mismo su encuentro personal con Jesucristo o, al menos, a tomar la decisión de dejarse encontrar por Él, de intentarlo cada día sin descanso. No hay razón para que alguien piense que esta invitación no es para él. (…) Dios perdona setenta veces siete. Nos vuelve a cargar sobre sus hombros una y otra vez. Nadie podrá quitarnos la dignidad que nos otorga este amor infinito e inquebrantable. Él nos permite levantar la cabeza y volver a empezar, con una ternura que nunca nos desilusiona y que siempre puede devolvernos la alegría. No huyamos de la resurrección de Jesús, nunca nos declaremos muertos, pase lo que pase. ¡Que nada pueda más que su vida que nos lanza hacia adelante! 5. El Evangelio, donde deslumbra gloriosa la Cruz de Cristo, invita insistentemente a la alegría. 6. Hay cristianos cuya opción parece ser la de una Cuaresma sin Pascua. 7. Puedo decir que los gozos más bellos y espontáneos que he visto en mis años de vida son los de personas muy pobres que tienen poco a qué aferrarse. (…) No me cansaré de repetir aquellas palabras de Benedicto XVI que nos llevan al centro del Evangelio: «No se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva». 8. Sólo gracias a ese encuentro o reencuentrocon el amor de Dios, que se convierte en feliz amistad, somos rescatados de nuestra conciencia aislada y de la autorreferencialidad. Llegamos a ser plenamente humanos cuando somos más que humanos, cuando le permitimos a Dios que nos lleve más allá de nosotros mismos para alcanzar nuestro ser más verdadero. Allí está el manantial de la acción evangelizadora. II. Dulce y confortadora alegría de evangelizar 10. Un evangelizador no debería tener permanentemente cara de funeral.

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1 Exhortación Apostólica Evangelii Gaudium. Extracto <www.catalunyareligio.cat>

EXHORTACIÓN APOSTÓLICA

EVANGELII GAUDIUM

SOBRE EL ANUNCIO DEL EVANGELIO EN EL MUNDO ACTUAL

(Extracto elaborado por www.catalunyareligio.cat)

1. La alegría del Evangelio llena el corazón y la vida entera de los que se encuentran con

Jesús. (...) Quiero dirigirme a los fieles cristianos para invitarlos a una nueva etapa

evangelizadora marcada por esa alegría, e indicar caminos para la marcha de la Iglesia en los

próximos años.

I. Alegría que se renueva y se comunica

2. Cuando la vida interior se clausura en los propios intereses, ya no hay espacio para los

demás, ya no entran los pobres, ya no se escucha la voz de Dios, ya no se goza la dulce

alegría de su amor, ya no palpita el entusiasmo por hacer el bien. Los creyentes también

corren ese riesgo, cierto y permanente. Muchos caen en él y se convierten en seres

resentidos, quejosos, sin vida. Ésa no es la opción de una vida digna y plena, ése no es el

deseo de Dios para nosotros, ésa no es la vida en el Espíritu que brota del corazón de Cristo

resucitado.

3. Invito a cada cristiano, en cualquier lugar y situación en que se encuentre, a renovar ahora

mismo su encuentro personal con Jesucristo o, al menos, a tomar la decisión de dejarse

encontrar por Él, de intentarlo cada día sin descanso. No hay razón para que alguien piense

que esta invitación no es para él. (…) Dios perdona setenta veces siete. Nos vuelve a cargar

sobre sus hombros una y otra vez. Nadie podrá quitarnos la dignidad que nos otorga este

amor infinito e inquebrantable. Él nos permite levantar la cabeza y volver a empezar, con una

ternura que nunca nos desilusiona y que siempre puede devolvernos la alegría. No huyamos

de la resurrección de Jesús, nunca nos declaremos muertos, pase lo que pase. ¡Que nada

pueda más que su vida que nos lanza hacia adelante!

5. El Evangelio, donde deslumbra gloriosa la Cruz de Cristo, invita insistentemente a la alegría.

6. Hay cristianos cuya opción parece ser la de una Cuaresma sin Pascua.

7. Puedo decir que los gozos más bellos y espontáneos que he visto en mis años de vida son

los de personas muy pobres que tienen poco a qué aferrarse. (…) No me cansaré de repetir

aquellas palabras de Benedicto XVI que nos llevan al centro del Evangelio: «No se comienza a

ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un

acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una

orientación decisiva».

8. Sólo gracias a ese encuentro —o reencuentro— con el amor de Dios, que se convierte en

feliz amistad, somos rescatados de nuestra conciencia aislada y de la autorreferencialidad.

Llegamos a ser plenamente humanos cuando somos más que humanos, cuando le permitimos

a Dios que nos lleve más allá de nosotros mismos para alcanzar nuestro ser más verdadero.

Allí está el manantial de la acción evangelizadora.

II. Dulce y confortadora alegría de evangelizar

10. Un evangelizador no debería tener permanentemente cara de funeral.

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Una eterna novedad

11. [Cristo] siempre puede, con su novedad, renovar nuestra vida y nuestra comunidad y,

aunque atraviese épocas oscuras y debilidades eclesiales, la propuesta cristiana nunca

envejece. Jesucristo también puede romper los esquemas aburridos en los cuales

pretendemos encerrarlo y nos sorprende con su constante creatividad divina. Cada vez que

intentamos volver a la fuente y recuperar la frescura original del Evangelio, brotan nuevos

caminos, métodos creativos, otras formas de expresión, signos más elocuentes, palabras

cargadas de renovado significado para el mundo actual. En realidad, toda auténtica acción

evangelizadora es siempre «nueva».

III. La nueva evangelización para la trasmisión de la fe

14. Remarquemos que la evangelización está esencialmente conectada con la proclamación

del Evangelio a quienes no conocen a Jesucristo o siempre lo han rechazado. Muchos de ellos

buscan a Dios secretamente, movidos por la nostalgia de su rostro, aun en países de antigua

tradición cristiana. Todos tienen el derecho de recibir el Evangelio. Los cristianos tienen el

deber de anunciarlo sin excluir a nadie, no como quien impone una nueva obligación, sino

como quien comparte una alegría, señala un horizonte bello, ofrece un banquete deseable. La

Iglesia no crece por proselitismo sino «por atracción» (Benedicto XVI, 2012)

15. Los Obispos latinoamericanos afirmaron que ya (Aparecida, 2007) «no podemos

quedarnos tranquilos en espera pasiva en nuestros templos» y que hace falta pasar «de una

pastoral de mera conservación a una pastoral decididamente misionera ». Esta tarea sigue

siendo la fuente de las mayores alegrías para la Iglesia: « Habrá más gozo en el cielo por un

solo pecador que se convierta, que por noventa y nueve justos que no necesitan convertirse»

(Lc 15,7).

Propuesta y límites de esta Exhortación

16. Acepté con gusto el pedido de los Padres sinodales de redactar esta Exhortación. (…)

Tampoco creo que deba esperarse del magisterio papal una palabra definitiva o completa

sobre todas las cuestiones que afectan a la Iglesia y al mundo. No es conveniente que el Papa

reemplace a los episcopados locales en el discernimiento de todas las problemáticas que se

plantean en sus territorios. En este sentido, percibo la necesidad de avanzar en una saludable

«descentralización».

CAPÍTULO PRIMERO

LA TRANSFORMACIÓN MISIONERA DE LA IGLESIA

I. Una Iglesia en salida

22. La Palabra [de Dios] tiene en sí una potencialidad que no podemos predecir. El Evangelio

habla de una semilla que, una vez sembrada, crece por sí sola también cuando el agricultor

duerme (cf. Mc 4,26-29). La Iglesia debe aceptar esa libertad inaferrable de la Palabra, que es

eficaz a su manera, y de formas muy diversas que suelen superar nuestras previsiones y

romper nuestros esquemas.

Primerear, involucrarse, acompañar, fructificar y festejar

24. La Iglesia en salida es la comunidad de discípulos misioneros que primerean, que se

involucran, que acompañan, que fructifican y festejan. (…) La comunidad evangelizadora se

mete con obras y gestos en la vida cotidiana de los demás, achica distancias, se abaja hasta la

humillación si es necesario, y asume la vida humana, tocando la carne sufriente de Cristo en el

pueblo. Los evangelizadores tienen así «olor a oveja» y éstas escuchan su voz. Luego, la

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comunidad evangelizadora se dispone a «acompañar». Acompaña a la humanidad en todos

sus procesos, por más duros y prolongados que sean. Sabe de esperas largas y de aguante

apostólico. La evangelización tiene mucho de paciencia, y evita maltratar límites. (…) El

sembrador, cuando ve despuntar la cizaña en medio del trigo, no tiene reacciones quejosas ni

alarmistas. Encuentra la manera de que la Palabra se encarne en una situación concreta y dé

frutos de vida nueva, aunque en apariencia sean imperfectos o inacabados. El discípulo sabe

dar la vida entera y jugarla hasta el martirio como testimonio de Jesucristo, pero su sueño no

es llenarse de enemigos, sino que la Palabra sea acogida y manifieste su potencia liberadora y

renovadora.

II. Pastoral de conversión

25. No ignoro que hoy los documentos no despiertan el mismo interés que en otras épocas, y

son rápidamente olvidados. No obstante, destaco que lo que trataré de expresar aquí tiene un

sentido programático y consecuencias importantes. Espero que todas las comunidades

procuren poner los medios necesarios para avanzar en el camino de una conversión pastoral y

misionera, que no puede dejar las cosas como están. Ya no nos sirve una «simple

administración» (Aparecida, 2007)

26. El Concilio Vaticano II presentó la conversión eclesial como la apertura a una permanente

reforma de sí por fidelidad a Jesucristo. (…) Hay estructuras eclesiales que pueden llegar a

condicionar un dinamismo evangelizador; igualmente las buenas estructuras sirven cuando

hay una vida que las anima, las sostiene y las juzga. Sin vida nueva y auténtico espíritu

evangélico, sin «fidelidad de la Iglesia a la propia vocación» (UR, 6), cualquier estructura

nueva se corrompe en poco tiempo.

Una impostergable renovación eclesial

27. Sueño con una opción misionera capaz de transformarlo todo, para que las costumbres,

los estilos, los horarios, el lenguaje y toda estructura eclesial se convierta en un cauce

adecuado para la evangelización del mundo actual más que para la autopreservación. La

reforma de estructuras que exige la conversión pastoral sólo puede entenderse en este

sentido: procurar que todas ellas se vuelvan más misioneras, que la pastoral ordinaria en

todas sus instancias sea más expansiva y abierta, que coloque a los agentes pastorales en

constante actitud de salida y favorezca así la respuesta positiva de todos aquellos a quienes

Jesús convoca a su amistad.

28. La parroquia no es una estructura caduca; precisamente porque tiene una gran

plasticidad, puede tomar formas muy diversas que requieren la docilidad y la creatividad

misionera del Pastor y de la comunidad. (…) Esto supone que realmente esté en contacto con

los hogares y con la vida del pueblo, y no se convierta en una prolija estructura separada de la

gente o en un grupo de selectos que se miran a sí mismos. (…) Es comunidad de

comunidades, santuario donde los sedientos van a beber para seguir caminando, y centro de

constante envío misionero. Pero tenemos que reconocer que el llamado a la revisión y

renovación de las parroquias todavía no ha dado suficientes frutos en orden a que estén

todavía más cerca de la gente, que sean ámbitos de viva comunión y participación, y se

orienten completamente a la misión.

29. Las demás instituciones eclesiales, comunidades de base y pequeñas comunidades,

movimientos y otras formas de asociación (…) es muy sano que no pierdan el contacto con esa

realidad tan rica de la parroquia del lugar, y que se integren gustosamente en la pastoral

orgánica de la Iglesia particular. Esta integración evitará que se queden sólo con una parte del

Evangelio y de la Iglesia, o que se conviertan en nómadas sin raíces.

31. El obispo (…) a veces estará delante para indicar el camino y cuidar la esperanza del

pueblo, otras veces estará simplemente en medio de todos con su cercanía sencilla y

misericordiosa, y en ocasiones deberá caminar detrás del pueblo para ayudar a los rezagados

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y, sobre todo, porque el rebaño mismo tiene su olfato para encontrar nuevos caminos. En su

misión de fomentar una comunión dinámica, abierta y misionera, tendrá que alentar y

procurar la maduración de los mecanismos de participación que propone el Código de Derecho

Canónico y otras formas de diálogo pastoral, con el deseo de escuchar a todos y no sólo a

algunos que le acaricien los oídos. Pero el objetivo de estos procesos participativos no será

principalmente la organización eclesial, sino el sueño misionero de llegar a todos.

32. Dado que estoy llamado a vivir lo que pido a los demás, también debo pensar en una

conversión del papado. Me corresponde, como Obispo de Roma, estar abierto a las

sugerencias que se orienten a un ejercicio de mi ministerio que lo vuelva más fiel al sentido

que Jesucristo quiso darle y a las necesidades actuales de la evangelización. El Papa Juan

Pablo II pidió que se le ayudara a encontrar «una forma del ejercicio del primado que, sin

renunciar de ningún modo a lo esencial de su misión, se abra a una situación nueva». Hemos

avanzado poco en ese sentido. También el papado y las estructuras centrales de la Iglesia

universal necesitan escuchar el llamado a una conversión pastoral. El Concilio Vaticano II

expresó que, de modo análogo a las antiguas Iglesias patriarcales, las Conferencias

episcopales pueden «desarrollar una obra múltiple y fecunda, a fin de que el afecto colegial

tenga una aplicación concreta». Pero este deseo no se realizó plenamente, por cuanto todavía

no se ha explicitado suficientemente un estatuto de las Conferencias episcopales que las

conciba como sujetos de atribuciones concretas, incluyendo también alguna auténtica

autoridad doctrinal. Una excesiva centralización, más que ayudar, complica la vida de la

Iglesia y su dinámica misionera.

33. La pastoral en clave de misión pretende abandonar el cómodo criterio pastoral del

«siempre se ha hecho así». Invito a todos a ser audaces y creativos en esta tarea de repensar

los objetivos, las estructuras, el estilo y los métodos evangelizadores de las propias

comunidades.

III. Desde el corazón del Evangelio

34. En el mundo de hoy, con la velocidad de las comunicaciones y la selección interesada de

contenidos que realizan los medios, el mensaje que anunciamos corre más que nunca el riesgo

de aparecer mutilado y reducido a algunos de sus aspectos secundarios. De ahí que algunas

cuestiones que forman parte de la enseñanza moral de la Iglesia queden fuera del contexto

que les da sentido. El problema mayor se produce cuando el mensaje que anunciamos aparece

entonces identificado con esos aspectos secundarios que, sin dejar de ser importantes, por sí

solos no manifiestan el corazón del mensaje de Jesucristo. Entonces conviene ser realistas y

no dar por supuesto que nuestros interlocutores conocen el trasfondo completo de lo que

decimos o que pueden conectar nuestro discurso con el núcleo esencial del Evangelio que le

otorga sentido, hermosura y atractivo.

35. Una pastoral en clave misionera no se obsesiona por la transmisión desarticulada de una

multitud de doctrinas que se intenta imponer a fuerza de insistencia.

36. El Concilio Vaticano II explicó que «hay un orden o “jerarquía” en las verdades en la

doctrina católica, por ser diversa su conexión con el fundamento de la fe cristiana». Esto vale

tanto para los dogmas de fe como para el conjunto de las enseñanzas de la Iglesia, e incluso

para la enseñanza moral.

37. Santo Tomás de Aquino enseñaba que en el mensaje moral de la Iglesia también hay una

jerarquía, en las virtudes y en los actos que de ellas proceden. Allí lo que cuenta es ante todo

«la fe que se hace activa por la caridad» (Ga 5,6).

38. En el anuncio del Evangelio es necesario que haya una adecuada proporción. Ésta se

advierte en la frecuencia con la cual se mencionan algunos temas y en los acentos que se

ponen en la predicación. Por ejemplo, si un párroco a lo largo de un año litúrgico habla diez

veces sobre la templanza y sólo dos o tres veces sobre la caridad o la justicia, se produce una

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desproporción donde las que se ensombrecen son precisamente aquellas virtudes que

deberían estar más presentes en la predicación y en la catequesis. Lo mismo sucede cuando

se habla más de la ley que de la gracia, más de la Iglesia que de Jesucristo, más del Papa que

de la Palabra de Dios.

39. Cuando la predicación es fiel al Evangelio, se manifiesta con claridad la centralidad de

algunas verdades y queda claro que la predicación moral cristiana no es una ética estoica, es

más que una ascesis, no es una mera filosofía práctica ni un catálogo de pecados y errores. El

Evangelio invita ante todo a responder al Dios amante que nos salva, reconociéndolo en los

demás y saliendo de nosotros mismos para buscar el bien de todos. ¡Esa invitación en ninguna

circunstancia se debe ensombrecer! Todas las virtudes están al servicio de esta respuesta de

amor. Si esa invitación no brilla con fuerza y atractivo, el edificio moral de la Iglesia corre el

riesgo de convertirse en un castillo de naipes, y allí está nuestro peor peligro. Porque no será

propiamente el Evangelio lo que se anuncie, sino algunos acentos doctrinales o morales que

proceden de determinadas opciones ideológicas. El mensaje correrá el riesgo de perder su

frescura y dejará de tener «olor a Evangelio».

IV. La misión que se encarna en los límites humanos

40. La tarea de los exégetas y de los teólogos ayuda a «madurar el juicio de la Iglesia»

(DV,12) De otro modo también lo hacen las demás ciencias. (…) A quienes sueñan con una

doctrina monolítica defendida por todos sin matices, esto puede parecerles una imperfecta

dispersión. Pero la realidad es que esa variedad ayuda a que se manifiesten y desarrollen

mejor los diversos aspectos de la inagotable riqueza del Evangelio.

41. Al mismo tiempo, los enormes y veloces cambios culturales requieren que prestemos una

constante atención para intentar expresar las verdades de siempre en un lenguaje que

permita advertir su permanente novedad. Pues en el depósito de la doctrina cristiana «una

cosa es la substancia […] y otra la manera de formular su expresión». (Juan XXIII, 1962). A

veces, escuchando un lenguaje completamente ortodoxo, lo que los fieles reciben, debido al

lenguaje que ellos utilizan y comprenden, es algo que no responde al verdadero Evangelio de

Jesucristo. Con la santa intención de comunicarles la verdad sobre Dios y sobre el ser

humano, en algunas ocasiones les damos un falso dios o un ideal humano que no es

verdaderamente cristiano. De ese modo, somos fieles a una formulación, pero no entregamos

la substancia. Ése es el riesgo más grave. Recordemos que «la expresión de la verdad puede

ser multiforme, y la renovación de las formas de expresión se hace necesaria para transmitir

al hombre de hoy el mensaje evangélico en su inmutable significado» (Juan Pablo II, 1995).

43. En su constante discernimiento, la Iglesia también puede llegar a reconocer costumbres

propias no directamente ligadas al núcleo del Evangelio, algunas muy arraigadas a lo largo de

la historia, que hoy ya no son interpretadas de la misma manera y cuyo mensaje no suele ser

percibido adecuadamente. Pueden ser bellas, pero ahora no prestan el mismo servicio en

orden a la transmisión del Evangelio. No tengamos miedo de revisarlas. Del mismo modo, hay

normas o preceptos eclesiales que pueden haber sido muy eficaces en otras épocas pero que

ya no tienen la misma fuerza educativa como cauces de vida. Santo Tomás de Aquino

destacaba que los preceptos dados por Cristo y los Apóstoles al Pueblo de Dios «son

poquísimos». Citando a San Agustín, advertía que los preceptos añadidos por la Iglesia

posteriormente deben exigirse con moderación «para no hacer pesada la vida a los fieles» y

convertir nuestra religión en una esclavitud, cuando «la misericordia de Dios quiso que fuera

libre». Esta advertencia, hecha varios siglos atrás, tiene una tremenda actualidad. Debería ser

uno de los criterios a considerar a la hora de pensar una reforma de la Iglesia y de su

predicación que permita realmente llegar a todos.

44. A los sacerdotes les recuerdo que el confesionario no debe ser una sala de torturas sino el

lugar de la misericordia del Señor que nos estimula a hacer el bien posible.

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V. Una madre de corazón abierto

46. La Iglesia «en salida» es una Iglesia con las puertas abiertas. Salir hacia los demás para

llegar a las periferias humanas no implica correr hacia el mundo sin rumbo y sin sentido.

Muchas veces es más bien detener el paso, dejar de lado la ansiedad para mirar a los ojos y

escuchar, o renunciar a las urgencias para acompañar al que se quedó al costado del camino.

47. Todos pueden participar de alguna manera en la vida eclesial, todos pueden integrar la

comunidad, y tampoco las puertas de los sacramentos deberían cerrarse por una razón

cualquiera. Esto vale sobre todo cuando se trata de ese sacramento que es «la puerta», el

Bautismo. La Eucaristía, si bien constituye la plenitud de la vida sacramental, no es un premio

para los perfectos sino un generoso remedio y un alimento para los débiles. Estas convicciones

también tienen consecuencias pastorales que estamos llamados a considerar con prudencia y

audacia. A menudo nos comportamos como controladores de la gracia y no como facilitadores.

Pero la Iglesia no es una aduana, es la casa paterna donde hay lugar para cada uno con su

vida a cuestas.

48. Hoy y siempre, «los pobres son los destinatarios privilegiados del Evangelio» (Benedicto

XVI, 2007), y la evangelización dirigida gratuitamente a ellos es signo del Reino que Jesús

vino a traer. Hay que decir sin vueltas que existe un vínculo inseparable entre nuestra fe y los

pobres. Nunca los dejemos solos.

49. Repito aquí para toda la Iglesia lo que muchas veces he dicho a los sacerdotes y laicos de

Buenos Aires: prefiero una Iglesia accidentada, herida y manchada por salir a la calle, antes

que una Iglesia enferma por el encierro y la comodidad de aferrarse a las propias seguridades.

No quiero una Iglesia preocupada por ser el centro y que termine clausurada en una maraña

de obsesiones y procedimientos. (…) Más que el temor a equivocarnos, espero que nos mueva

el temor a encerrarnos en las estructuras que nos dan una falsa contención, en las normas

que nos vuelven jueces implacables, en las costumbres donde nos sentimos tranquilos,

mientras afuera hay una multitud hambrienta y Jesús nos repite sin cansarse: «¡Dadles

vosotros de comer!» (Mc 6,37).

CAPÍTULO SEGUNDO

EN LA CRISIS DEL COMPROMISO COMUNITARIO

51. No es función del Papa ofrecer un análisis detallado y completo sobre la realidad

contemporánea, pero aliento a todas las comunidades a una «siempre vigilante capacidad de

estudiar los signos de los tiempos» (Pablo VI, 1964) (…) Es preciso esclarecer aquello que

pueda ser un fruto del Reino y también aquello que atenta contra el proyecto de Dios.

I. Algunos desafíos del mundo actual

52. No podemos olvidar que la mayoría de los hombres y mujeres de nuestro tiempo vive

precariamente el día a día, con consecuencias funestas. Algunas patologías van en aumento.

El miedo y la desesperación se apoderan del corazón de numerosas personas, incluso en los

llamados países ricos.

No a una economía de la exclusión

53. Así como el mandamiento de «no matar» pone un límite claro para asegurar el valor de la

vida humana, hoy tenemos que decir «no a una economía de la exclusión y la inequidad». Esa

economía mata. No puede ser que no sea noticia que muere de frío un anciano en situación de

calle y que sí lo sea una caída de dos puntos en la bolsa. Eso es exclusión. No se puede tolerar

más que se tire comida cuando hay gente que pasa hambre. Eso es inequidad. Hoy todo entra

dentro del juego de la competitividad y de la ley del más fuerte, donde el poderoso se come al

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más débil. Como consecuencia de esta situación, grandes masas de la población se ven

excluidas y marginadas: sin trabajo, sin horizontes, sin salida. Se considera al ser humano en

sí mismo como un bien de consumo, que se puede usar y luego tirar. Hemos dado inicio a la

cultura del « descarte » que, además, se promueve. (…) Los excluidos no son « explotados »

sino desechos, «sobrantes».

54. En este contexto, algunos todavía defienden las teorías del «derrame», que suponen que

todo crecimiento económico, favorecido por la libertad de mercado, logra provocar por sí

mismo mayor equidad e inclusión social en el mundo. Esta opinión, que jamás ha sido

confirmada por los hechos, expresa una confianza burda e ingenua en la bondad de quienes

detentan el poder económico y en los mecanismos sacralizados del sistema económico

imperante. Mientras tanto, los excluidos siguen esperando. Para poder sostener un estilo de

vida que excluye a otros, o para poder entusiasmarse con ese ideal egoísta, se ha desarrollado

una globalización de la indiferencia. Casi sin advertirlo, nos volvemos incapaces de

compadecernos ante los clamores de los otros, ya no lloramos ante el drama de los demás ni

nos interesa cuidarlos, como si todo fuera una responsabilidad ajena que no nos incumbe. La

cultura del bienestar nos anestesia y perdemos la calma si el mercado ofrece algo que todavía

no hemos comprado, mientras todas esas vidas truncadas por falta de posibilidades nos

parecen un mero espectáculo que de ninguna manera nos altera.

No a la nueva idolatría del dinero

55. La crisis financiera que atravesamos nos hace olvidar que en su origen hay una profunda

crisis antropológica: ¡la negación de la primacía del ser humano! Hemos creado nuevos ídolos.

La adoración del antiguo becerro de oro (cf. Ex 32,1-35) ha encontrado una versión nueva y

despiadada en el fetichismo del dinero y en la dictadura de la economía sin un rostro y sin un

objetivo verdaderamente humano. La crisis mundial, que afecta a las finanzas y a la

economía, pone de manifiesto sus desequilibrios y, sobre todo, la grave carencia de su

orientación antropológica que reduce al ser humano a una sola de sus necesidades: el

consumo.

56. Mientras las ganancias de unos pocos crecen exponencialmente, las de la mayoría se

quedan cada vez más lejos del bienestar de esa minoría feliz. Este desequilibrio proviene de

ideologías que defienden la autonomía absoluta de los mercados y la especulación financiera.

De ahí que nieguen el derecho de control de los Estados, encargados de velar por el bien

común. Se instaura una nueva tiranía invisible, a veces virtual, que impone, de forma

unilateral e implacable, sus leyes y sus reglas. Además, la deuda y sus intereses alejan a los

países de las posibilidades viables de su economía y a los ciudadanos de su poder adquisitivo

real. A todo ello se añade una corrupción ramificada y una evasión fiscal egoísta, que han

asumido dimensiones mundiales. El afán de poder y de tener no conoce límites. En este

sistema, que tiende a fagocitarlo todo en orden a acrecentar beneficios, cualquier cosa que

sea frágil, como el medio ambiente, queda indefensa ante los intereses del mercado

divinizado, convertidos en regla absoluta.

No a un dinero que gobierna en lugar de servir

57. Tras esta actitud se esconde el rechazo de la ética y el rechazo de Dios. La ética suele ser

mirada con cierto desprecio burlón. Se considera contraproducente, demasiado humana,

porque relativiza el dinero y el poder. Se la siente como una amenaza, pues condena la

manipulación y la degradación de la persona. En definitiva, la ética lleva a un Dios que espera

una respuesta comprometida que está fuera de las categorías del mercado. Para éstas, si son

absolutizadas, Dios es incontrolable, inmanejable, incluso peligroso, por llamar al ser humano

a su plena realización y a la independencia de cualquier tipo de esclavitud. La ética —una ética

no ideologizada— permite crear un equilibrio y un orden social más humano. En este sentido,

animo a los expertos financieros y a los gobernantes de los países a considerar las palabras de

un sabio de la antigüedad: «No compartir con los pobres los propios bienes es robarles y

quitarles la vida. No son nuestros los bienes que tenemos, sino suyos» (San Juan Crisóstomo).

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58. Una reforma financiera que no ignore la ética requeriría un cambio de actitud enérgico por

parte de los dirigentes políticos, a quienes exhorto a afrontar este reto con determinación y

visión de futuro, sin ignorar, por supuesto, la especificidad de cada contexto. ¡El dinero debe

servir y no gobernar! El Papa ama a todos, ricos y pobres, pero tiene la obligación, en nombre

de Cristo, de recordar que los ricos deben ayudar a los pobres, respetarlos, promocionarlos.

Os exhorto a la solidaridad desinteresada y a una vuelta de la economía y las finanzas a una

ética en favor del ser humano.

No a la inequidad que genera violencia

59. Cuando la sociedad —local, nacional o mundial— abandona en la periferia una parte de sí

misma, no habrá programas políticos ni recursos policiales o de inteligencia que puedan

asegurar indefinidamente la tranquilidad.

60. Las carreras armamentistas (…) sólo sirven para pretender engañar a los que reclaman

mayor seguridad, como si hoy no supiéramos que las armas y la represión violenta, más que

aportar soluciones, crean nuevos y peores conflictos.

Algunos desafíos culturales

61. A veces éstos se manifiestan en verdaderos ataques a la libertad religiosa o en nuevas

situaciones de persecución a los cristianos, las cuales en algunos países han alcanzado niveles

alarmantes de odio y violencia. En muchos lugares se trata más bien de una difusa

indiferencia relativista, relacionada con el desencanto y la crisis de las ideologías que se

provocó como reacción contra todo lo que parezca totalitario. Esto no perjudica sólo a la

Iglesia, sino a la vida social en general.

63. La fe católica de muchos pueblos se enfrenta hoy con el desafío de la proliferación de

nuevos movimientos religiosos, algunos tendientes al fundamentalismo y otros que parecen

proponer una espiritualidad sin Dios. Esto es, por una parte, el resultado de una reacción

humana frente a la sociedad materialista (…) Además, es necesario que reconozcamos que, si

parte de nuestro pueblo bautizado no experimenta su pertenencia a la Iglesia, se debe

también a la existencia de unas estructuras y a un clima poco acogedores en algunas de

nuestras parroquias y comunidades, o a una actitud burocrática para dar respuesta a los

problemas, simples o complejos, de la vida de nuestros pueblos. En muchas partes hay un

predominio de lo administrativo sobre lo pastoral, así como una sacramentalización sin otras

formas de evangelización.

64. El proceso de secularización tiende a reducir la fe y la Iglesia al ámbito de lo privado y de

lo íntimo. Además, al negar toda trascendencia, ha producido una creciente deformación ética,

un debilitamiento del sentido del pecado personal y social y un progresivo aumento del

relativismo, que ocasionan una desorientación generalizada, especialmente en la etapa de la

adolescencia y la juventud, tan vulnerable a los cambios. (…) Vivimos en una sociedad de la

información que nos satura indiscriminadamente de datos, todos en el mismo nivel, y termina

llevándonos a una tremenda superficialidad a la hora de plantear las cuestiones morales. Por

consiguiente, se vuelve necesaria una educación que enseñe a pensar críticamente y que

ofrezca un camino de maduración en valores.

65. A pesar de toda la corriente secularista que invade las sociedades, en muchos países —

aun donde el cristianismo es minoría— la Iglesia católica es una institución creíble ante la

opinión pública, confiable en lo que respecta al ámbito de la solidaridad y de la preocupación

por los más carenciados. (…) Pero nos cuesta mostrar que, cuando planteamos otras

cuestiones que despiertan menor aceptación pública, lo hacemos por fidelidad a las mismas

convicciones sobre la dignidad humana y el bien común.

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9 Exhortación Apostólica Evangelii Gaudium. Extracto <www.catalunyareligio.cat>

66. El matrimonio tiende a ser visto como una mera forma de gratificación afectiva que puede

constituirse de cualquier manera y modificarse de acuerdo con la sensibilidad de cada uno.

Pero el aporte indispensable del matrimonio a la sociedad supera el nivel de la emotividad y el

de las necesidades circunstanciales de la pareja.

Desafíos de la inculturación de la fe

68. Una cultura popular evangelizada contiene valores de fe y de solidaridad que pueden

provocar el desarrollo de una sociedad más justa y creyente, y posee una sabiduría peculiar

que hay que saber reconocer con una mirada agradecida.

69. Es imperiosa la necesidad de evangelizar las culturas para inculturar el Evangelio. (…)

Toda cultura y todo grupo social necesitan purificación y maduración. En el caso de las

culturas populares de pueblos católicos, podemos reconocer algunas debilidades que todavía

deben ser sanadas por el Evangelio: el machismo, el alcoholismo, la violencia doméstica, una

escasa participación en la Eucaristía, creencias fatalistas o supersticiosas que hacen recurrir a

la brujería, etc. Pero es precisamente la piedad popular el mejor punto de partida para

sanarlas y liberarlas.

Desafíos de las culturas urbanas

73. Una cultura inédita late y se elabora en la ciudad. El Sínodo ha constatado que hoy las

transformaciones de esas grandes áreas y la cultura que expresan son un lugar privilegiado de

la nueva evangelización. Esto requiere imaginar espacios de oración y de comunión con

características novedosas, más atractivas y significativas para los habitantes urbanos.

75. No podemos ignorar que en las ciudades fácilmente se desarrollan el tráfico de drogas y

de personas, el abuso y la explotación de menores, el abandono de ancianos y enfermos,

varias formas de corrupción y de crimen. Al mismo tiempo, lo que podría ser un precioso

espacio de encuentro y solidaridad, frecuentemente se convierte en el lugar de la huida y de la

desconfianza mutua. Las casas y los barrios se construyen más para aislar y proteger que para

conectar e integrar. La proclamación del Evangelio será una base para restaurar la dignidad de

la vida humana en esos contextos, porque Jesús quiere derramar en las ciudades vida en

abundancia (cf. Jn 10,10). El sentido unitario y completo de la vida humana que propone el

Evangelio es el mejor remedio para los males urbanos, aunque debamos advertir que un

programa y un estilo uniforme e inflexible de evangelización no son aptos para esta realidad.

II. Tentaciones de los agentes pastorales

76. Nuestro dolor y nuestra vergüenza por los pecados de algunos miembros de la Iglesia, y

por los propios, no deben hacer olvidar cuántos cristianos dan la vida por amor: ayudan a

tanta gente a curarse o a morir en paz en precarios hospitales, o acompañan personas

esclavizadas por diversas adicciones en los lugares más pobres de la tierra, o se desgastan en

la educación de niños y jóvenes, o cuidan ancianos abandonados por todos, o tratan de

comunicar valores en ambientes hostiles, o se entregan de muchas otras maneras que

muestran ese inmenso amor a la humanidad que nos ha inspirado el Dios hecho hombre.

Sí al desafío de una espiritualidad misionera

78. Hoy se puede advertir en muchos agentes pastorales, incluso en personas consagradas,

una preocupación exacerbada por los espacios personales de autonomía y de distensión, que

lleva a vivir las tareas como un mero apéndice de la vida, como si no fueran parte de la propia

identidad. Al mismo tiempo, la vida espiritual se confunde con algunos momentos religiosos

que brindan cierto alivio pero que no alimentan el encuentro con los demás, el compromiso en

el mundo, la pasión evangelizadora.

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10 Exhortación Apostólica Evangelii Gaudium. Extracto <www.catalunyareligio.cat>

79. La cultura mediática y algunos ambientes intelectuales a veces transmiten una marcada

desconfianza hacia el mensaje de la Iglesia y un cierto desencanto. Como consecuencia,

aunque recen, muchos agentes pastorales desarrollan una especie de complejo de inferioridad

que les lleva a relativizar u ocultar su identidad cristiana y sus convicciones. Se produce

entonces un círculo vicioso, porque así no son felices con lo que son y con lo que hacen, no se

sienten identificados con su misión evangelizadora, y esto debilita la entrega. Terminan

ahogando su alegría misionera en una especie de obsesión por ser como todos y por tener lo

que poseen los demás.

80. Llama la atención que aun quienes aparentemente poseen sólidas convicciones doctrinales

y espirituales suelen caer en un estilo de vida que los lleva a aferrarse a seguridades

económicas, o a espacios de poder y de gloria humana que se procuran por cualquier medio,

en lugar de dar la vida por los demás en la misión. ¡No nos dejemos robar el entusiasmo

misionero!

No a la acedia egoísta

82. El problema no es siempre el exceso de actividades, sino sobre todo las actividades mal

vividas, sin las motivaciones adecuadas, sin una espiritualidad que impregne la acción y la

haga deseable.

83. Así se gesta la mayor amenaza, que «es el gris pragmatismo de la vida cotidiana de la

Iglesia en el cual aparentemente todo procede con normalidad, pero en realidad la fe se va

desgastando y degenerando en mezquindad» (Ratzinger, 1996). Se desarrolla la psicología de

la tumba, que poco a poco convierte a los cristianos en momias de museo.

No al pesimismo estéril

84. La alegría del Evangelio es esa que nada ni nadie nos podrá quitar (cf. Jn 16,22). (…)

Nuestra fe es desafiada a vislumbrar el vino en que puede convertirse el agua y a descubrir el

trigo que crece en medio de la cizaña. A cincuenta años del Concilio Vaticano II, que nos

duelan las miserias de nuestra época y estemos lejos de optimismos ingenuos, el mayor

realismo no debe significar menor confianza en el Espíritu ni menor generosidad. En ese

sentido, podemos volver a escuchar las palabras del beato Juan XXIII en aquella admirable

jornada del 11 de octubre de 1962: «Llegan, a veces, a nuestros oídos, hiriéndolos, ciertas

insinuaciones de algunas personas que, aun en su celo ardiente, carecen del sentido de la

discreción y de la medida. Ellas no ven en los tiempos modernos sino prevaricación y ruina […]

Nos parece justo disentir de tales profetas de calamidades».

86. Es cierto que en algunos lugares se produjo una «desertificación» espiritual (…) Pero

precisamente a partir de la experiencia de este desierto, de este vacío, es como podemos

descubrir nuevamente la alegría de creer, su importancia vital para nosotros, hombres y

mujeres. En el desierto se vuelve a descubrir el valor de lo que es esencial para vivir (…) En

todo caso, allí estamos llamados a ser personas-cántaros para dar de beber a los demás. A

veces el cántaro se convierte en una pesada cruz, pero fue precisamente en la cruz donde,

traspasado, el Señor se nos entregó como fuente de agua viva. ¡No nos dejemos robar la

esperanza!

Sí a las relaciones nuevas que genera Jesucristo

88. Así como algunos quisieran un Cristo puramente espiritual, sin carne y sin cruz, también

se pretenden relaciones interpersonales sólo mediadas por aparatos sofisticados, por pantallas

y sistemas que se puedan encender y apagar a voluntad. Mientras tanto, el Evangelio nos

invita siempre a correr el riesgo del encuentro con el rostro del otro, con su presencia física

que interpela, con su dolor y sus reclamos, con su alegría que contagia en un constante

cuerpo a cuerpo. La verdadera fe en el Hijo de Dios hecho carne es inseparable del don de sí,

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de la pertenencia a la comunidad, del servicio, de la reconciliación con la carne de los otros. El

Hijo de Dios, en su encarnación, nos invitó a la revolución de la ternura.

No a la mundanidad espiritual

93. La mundanidad espiritual, que se esconde detrás de apariencias de religiosidad e incluso

de amor a la Iglesia, es buscar, en lugar de la gloria del Señor, la gloria humana y el bienestar

personal. Es lo que el Señor reprochaba a los fariseos.

95. Esta oscura mundanidad se manifiesta en muchas actitudes aparentemente opuestas pero

con la misma pretensión de «dominar el espacio de la Iglesia». En algunos hay un cuidado

ostentoso de la liturgia, de la doctrina y del prestigio de la Iglesia, pero sin preocuparles que

el Evangelio tenga una real inserción en el Pueblo fiel de Dios y en las necesidades concretas

de la historia. Así, la vida de la Iglesia se convierte en una pieza de museo o en una posesión

de pocos. En otros, la misma mundanidad espiritual se esconde detrás de una fascinación por

mostrar conquistas sociales y políticas, o en una vanagloria ligada a la gestión de asuntos

prácticos, o en un embeleso por las dinámicas de autoayuda y de realización autorreferencial.

También puede traducirse en diversas formas de mostrarse a sí mismo en una densa vida

social llena de salidas, reuniones, cenas, recepciones. O bien se despliega en un funcionalismo

empresarial, cargado de estadísticas, planificaciones y evaluaciones, donde el principal

beneficiario no es el Pueblo de Dios sino la Iglesia como organización. En todos los casos, no

lleva el sello de Cristo encarnado, crucificado y resucitado, se encierra en grupos elitistas, no

sale realmente a buscar a los perdidos ni a las inmensas multitudes sedientas de Cristo. Ya no

hay fervor evangélico, sino el disfrute espurio de una autocomplacencia egocéntrica.

96. Nos entretenemos vanidosos hablando sobre «lo que habría que hacer» —el pecado del

«habriaqueísmo»— como maestros espirituales y sabios pastorales que señalan desde afuera.

Cultivamos nuestra imaginación sin límites y perdemos contacto con la realidad sufrida de

nuestro pueblo fiel.

97. Quien ha caído en esta mundanidad mira de arriba y de lejos, rechaza la profecía de los

hermanos, descalifica a quien lo cuestione, destaca constantemente los errores ajenos y se

obsesiona por la apariencia. Ha replegado la referencia del corazón al horizonte cerrado de su

inmanencia y sus intereses y, como consecuencia de esto, no aprende de sus pecados ni está

auténticamente abierto al perdón. Es una tremenda corrupción con apariencia de bien. Hay

que evitarla poniendo a la Iglesia en movimiento de salida de sí, de misión centrada en

Jesucristo, de entrega a los pobres. ¡Dios nos libre de una Iglesia mundana bajo ropajes

espirituales o pastorales! Esta mundanidad asfixiante se sana tomándole el gusto al aire puro

del Espíritu Santo, que nos libera de estar centrados en nosotros mismos, escondidos en una

apariencia religiosa vacía de Dios. ¡No nos dejemos robar el Evangelio!

No a la guerra entre nosotros

98. La mundanidad espiritual lleva a algunos cristianos a estar en guerra con otros cristianos

que se interponen en su búsqueda de poder, prestigio, placer o seguridad económica. Además,

algunos dejan de vivir una pertenencia cordial a la Iglesia por alimentar un espíritu de

«internas». Más que pertenecer a la Iglesia toda, con su rica diversidad, pertenecen a tal o

cual grupo que se siente diferente o especial.

99. El mundo está lacerado por las guerras y la violencia, o herido por un difuso individualismo

que divide a los seres humanos y los enfrenta unos contra otros en pos del propio bienestar.

En diversos países resurgen enfrentamientos y viejas divisiones que se creían en parte

superadas. A los cristianos de todas las comunidades del mundo, quiero pediros

especialmente un testimonio de comunión fraterna que se vuelva atractivo y resplandeciente.

(…). ¡Atención a la tentación de la envidia! ¡Estamos en la misma barca y vamos hacia el

mismo puerto! Pidamos la gracia de alegrarnos con los frutos ajenos, que son de todos.

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100. Si ven el testimonio de comunidades auténticamente fraternas y reconciliadas, eso es

siempre una luz que atrae. Por ello me duele tanto comprobar cómo en algunas comunidades

cristianas, y aun entre personas consagradas, consentimos diversas formas de odio,

divisiones, calumnias, difamaciones, venganzas, celos, deseos de imponer las propias ideas a

costa de cualquier cosa, y hasta persecuciones que parecen una implacable caza de brujas. ¿A

quién vamos a evangelizar con esos comportamientos?

101. Rezar por aquel con el que estamos irritados es un hermoso paso en el amor, y es un

acto evangelizador. ¡Hagámoslo hoy! ¡No nos dejemos robar el ideal del amor fraterno!

Otros desafíos eclesiales

102. Los laicos son simplemente la inmensa mayoría del Pueblo de Dios. A su servicio está la

minoría de los ministros ordenados. Ha crecido la conciencia de la identidad y la misión del

laico en la Iglesia. (…) Si bien se percibe una mayor participación de muchos en los ministerios

laicales, este compromiso no se refleja en la penetración de los valores cristianos en el mundo

social, político y económico. Se limita muchas veces a las tareas intraeclesiales sin un

compromiso real por la aplicación del Evangelio a la transformación de la sociedad. La

formación de laicos y la evangelización de los grupos profesionales e intelectuales constituyen

un desafío pastoral importante.

103. La Iglesia reconoce el indispensable aporte de la mujer en la sociedad, con una

sensibilidad, una intuición y unas capacidades peculiares que suelen ser más propias de las

mujeres que de los varones. Pero todavía es necesario ampliar los espacios para una presencia

femenina más incisiva en la Iglesia. Porque «el genio femenino es necesario en todas las

expresiones de la vida social; por ello, se ha de garantizar la presencia de las mujeres también

en el ámbito laboral» (CDSI, 295) y en los diversos lugares donde se toman las decisiones

importantes, tanto en la Iglesia como en las estructuras sociales.

104. Las reivindicaciones de los legítimos derechos de las mujeres, a partir de la firme

convicción de que varón y mujer tienen la misma dignidad, plantean a la Iglesia profundas

preguntas que la desafían y que no se pueden eludir superficialmente. El sacerdocio reservado

a los varones, como signo de Cristo Esposo que se entrega en la Eucaristía, es una cuestión

que no se pone en discusión, pero puede volverse particularmente conflictiva si se identifica

demasiado la potestad sacramental con el poder. No hay que olvidar que cuando hablamos de

la potestad sacerdotal « nos encontramos en el ámbito de la función, no de la dignidad ni de la

santidad». (Juan Pablo II, 1988) (…) De hecho, una mujer, María, es más importante que los

obispos. (…) Aquí hay un gran desafío para los pastores y para los teólogos, que podrían

ayudar a reconocer mejor lo que esto implica con respecto al posible lugar de la mujer allí

donde se toman decisiones importantes, en los diversos ámbitos de la Iglesia.

105. Los jóvenes, en las estructuras habituales, no suelen encontrar respuestas a sus

inquietudes, necesidades, problemáticas y heridas. (…) Se hace necesario ahondar en la

participación de éstos en la pastoral de conjunto de la Iglesia.

107. Donde hay vida, fervor, ganas de llevar a Cristo a los demás, surgen vocaciones

genuinas. Aun en parroquias donde los sacerdotes son poco entregados y alegres, es la vida

fraterna y fervorosa de la comunidad la que despierta el deseo de consagrarse enteramente a

Dios y a la evangelización, sobre todo si esa comunidad viva ora insistentemente por las

vocaciones y se atreve a proponer a sus jóvenes un camino de especial consagración. Por otra

parte, a pesar de la escasez vocacional, hoy se tiene más clara conciencia de la necesidad de

una mejor selección de los candidatos al sacerdocio. No se pueden llenar los seminarios con

cualquier tipo de motivaciones, y menos si éstas se relacionan con inseguridades afectivas,

búsquedas de formas de poder, glorias humanas o bienestar económico.

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CAPÍTULO TERCERO

EL ANUNCIO DEL EVANGELIO

Un pueblo para todos

112. Bien lo expresaba Benedicto XVI al abrir las reflexiones del Sínodo: «Es importante saber

que la primera palabra, la iniciativa verdadera, la actividad verdadera viene de Dios y sólo si

entramos en esta iniciativa divina, sólo si imploramos esta iniciativa divina, podremos también

ser —con Él y en Él— evangelizadores».81 El principio de la primacía de la gracia debe ser un

faro que alumbre permanentemente nuestras reflexiones sobre la evangelización.

113. Este pueblo que Dios se ha elegido y convocado es la Iglesia. Jesús no dice a los

Apóstoles que formen un grupo exclusivo, un grupo de élite. Jesús dice: «Id y haced que todos

los pueblos sean mis discípulos» (Mt 28,19).

114. Ser Iglesia (…) quiere decir anunciar y llevar la salvación de Dios en este mundo nuestro,

que a menudo se pierde, necesitado de tener respuestas que alienten, que den esperanza, que

den nuevo vigor en el camino. La Iglesia tiene que ser el lugar de la misericordia gratuita,

donde todo el mundo pueda sentirse acogido, amado, perdonado y alentado a vivir según la

vida buena del Evangelio.

Un pueblo con muchos rostros

116. Como podemos ver en la historia de la Iglesia, el cristianismo no tiene un único modo

cultural, sino que, «permaneciendo plenamente uno mismo, en total fidelidad al anuncio

evangélico y a la tradición eclesial, llevará consigo también el rostro de tantas culturas y de

tantos pueblos en que ha sido acogido y arraigado » (Juan Pablo II, 2001) En los distintos

pueblos, que experimentan el don de Dios según su propia cultura, la Iglesia expresa su

genuina catolicidad y muestra «la belleza de este rostro pluriforme».

117. Bien entendida, la diversidad cultural no amenaza la unidad de la Iglesia. Es el Espíritu

Santo, enviado por el Padre y el Hijo, quien transforma nuestros corazones y nos hace capaces

de entrar en la comunión perfecta de la Santísima Trinidad, donde todo encuentra su unidad.

(…). No haría justicia a la lógica de la encarnación pensar en un cristianismo monocultural y

monocorde. Si bien es verdad que algunas culturas han estado estrechamente ligadas a la

predicación del Evangelio y al desarrollo de un pensamiento cristiano, el mensaje revelado no

se identifica con ninguna de ellas y tiene un contenido transcultural. (…) El mensaje que

anunciamos siempre tiene algún ropaje cultural, pero a veces en la Iglesia caemos en la

vanidosa sacralización de la propia cultura, con lo cual podemos mostrar más fanatismo que

auténtico fervor evangelizador.

Todos somos discípulos misioneros

120. Cada uno de los bautizados, cualquiera que sea su función en la Iglesia y el grado de

ilustración de su fe, es un agente evangelizador, y sería inadecuado pensar en un esquema de

evangelización llevado adelante por actores calificados donde el resto del pueblo fiel sea sólo

receptivo de sus acciones. La nueva evangelización debe implicar un nuevo protagonismo de

cada uno de los bautizados. Esta convicción se convierte en un llamado dirigido a cada

cristiano, para que nadie postergue su compromiso con la evangelización, pues si uno de

verdad ha hecho una experiencia del amor de Dios que lo salva, no necesita mucho tiempo de

preparación para salir a anunciarlo, no puede esperar que le den muchos cursos o largas

instrucciones. Todo cristiano es misionero (…) ¿A qué esperamos nosotros?

121. Nuestra imperfección no debe ser una excusa; al contrario, la misión es un estímulo

constante para no quedarse en la mediocridad y para seguir creciendo.

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La fuerza evangelizadora de la piedad popular

123. En la piedad popular puede percibirse el modo en que la fe recibida se encarnó en una

cultura y se sigue transmitiendo. En algún tiempo mirada con desconfianza, ha sido objeto de

revalorización en las décadas posteriores al Concilio.

124. Se trata de una verdadera «espiritualidad encarnada en la cultura de los sencillos»

(Aparecida, 2007) No está vacía de contenidos, sino que los descubre y expresa más por la

vía simbólica que por el uso de la razón instrumental. (…) ¡No coartemos ni pretendamos

controlar esa fuerza misionera!

126. En la piedad popular, por ser fruto del Evangelio inculturado, subyace una fuerza

activamente evangelizadora que no podemos menospreciar: sería desconocer la obra del

Espíritu Santo. Más bien estamos llamados a alentarla y fortalecerla para profundizar el

proceso de inculturación que es una realidad nunca acabada. Las expresiones de la piedad

popular tienen mucho que enseñarnos y, para quien sabe leerlas, son un lugar teológico al que

debemos prestar atención, particularmente a la hora de pensar la nueva evangelización.

Persona a persona

127. Hoy que la Iglesia quiere vivir una profunda renovación misionera, hay una forma de

predicación que nos compete a todos como tarea cotidiana. Se trata de llevar el Evangelio a

las personas que cada uno trata, tanto a los más cercanos como a los desconocidos. Es la

predicación informal que se puede realizar en medio de una conversación y también es la que

realiza un misionero cuando visita un hogar. Ser discípulo es tener la disposición permanente

de llevar a otros el amor de Jesús y eso se produce espontáneamente en cualquier lugar: en la

calle, en la plaza, en el trabajo, en un camino.

129. No hay que pensar que el anuncio evangélico deba transmitirse siempre con

determinadas fórmulas aprendidas, o con palabras precisas que expresen un contenido

absolutamente invariable. (…) Lo que debe procurarse, en definitiva, es que la predicación del

Evangelio, expresada con categorías propias de la cultura donde es anunciado, provoque una

nueva síntesis con esa cultura. Aunque estos procesos son siempre lentos, a veces el miedo

nos paraliza demasiado. Si dejamos que las dudas y temores sofoquen toda audacia, es

posible que, en lugar de ser creativos, simplemente nos quedemos cómodos y no

provoquemos avance alguno y, en ese caso, no seremos partícipes de procesos históricos con

nuestra cooperación, sino simplemente espectadores de un estancamiento infecundo de la

Iglesia.

Cultura, pensamiento y educación

133. La teología —no sólo la teología pastoral— en diálogo con otras ciencias y experiencias

humanas, tiene gran importancia para pensar cómo hacer llegar la propuesta del Evangelio a

la diversidad de contextos culturales y de destinatarios. La Iglesia, empeñada en la

evangelización, aprecia y alienta el carisma de los teólogos y su esfuerzo por la investigación

teológica, que promueve el diálogo con el mundo de las culturas y de las ciencias. Convoco a

los teólogos a cumplir este servicio como parte de la misión salvífica de la Iglesia. Pero es

necesario que, para tal propósito, lleven en el corazón la finalidad evangelizadora de la Iglesia

y también de la teología, y no se contenten con una teología de escritorio.

II. La homilía

135. Me detendré particularmente, y hasta con cierta meticulosidad, en la homilía y su

preparación, porque son muchos los reclamos que se dirigen en relación con este gran

ministerio y no podemos hacer oídos sordos. La homilía es la piedra de toque para evaluar la

cercanía y la capacidad de encuentro de un Pastor con su pueblo. De hecho, sabemos que los

fieles le dan mucha importancia; y ellos, como los mismos ministros ordenados, muchas veces

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15 Exhortación Apostólica Evangelii Gaudium. Extracto <www.catalunyareligio.cat>

sufren, unos al escuchar y otros al predicar. Es triste que así sea. La homilía puede ser

realmente una intensa y feliz experiencia del Espíritu, un reconfortante encuentro con la

Palabra, una fuente constante de renovación y de crecimiento.

El contexto litúrgico

138. La homilía no puede ser un espectáculo entretenido, no responde a la lógica de los

recursos mediáticos, pero debe darle el fervor y el sentido a la celebración. Es un género

peculiar, ya que se trata de una predicación dentro del marco de una celebración litúrgica; por

consiguiente, debe ser breve y evitar parecerse a una charla o una clase. El predicador puede

ser capaz de mantener el interés de la gente durante una hora, pero así su palabra se vuelve

más importante que la celebración de la fe. (…) Que la palabra del predicador no ocupe un

lugar excesivo, de manera que el Señor brille más que el ministro.

La conversación de la madre

139. Así como a todos nos gusta que se nos hable en nuestra lengua materna, así también en

la fe nos gusta que se nos hable en clave de «cultura materna», en clave de dialecto materno

(cf. 2 M 7,21.27), y el corazón se dispone a escuchar mejor. Esta lengua es un tono que

transmite ánimo, aliento, fuerza, impulso.

140. Este ámbito materno-eclesial en el que se desarrolla el diálogo del Señor con su pueblo

debe favorecerse y cultivarse mediante la cercanía cordial del predicador, la calidez de su tono

de voz, la mansedumbre del estilo de sus frases, la alegría de sus gestos. Aun las veces que la

homilía resulte algo aburrida, si está presente este espíritu materno-eclesial, siempre será

fecunda, así como los aburridos consejos de una madre dan fruto con el tiempo en el corazón

de los hijos.

Palabras que hacen arder los corazones

142. Un diálogo es mucho más que la comunicación de una verdad. Se realiza por el gusto de

hablar y por el bien concreto que se comunica entre los que se aman por medio de las

palabras. (…) La predicación puramente moralista o adoctrinadora, y también la que se

convierte en una clase de exégesis, reducen esta comunicación entre corazones que se da en

la homilía y que tiene que tener un carácter cuasi sacramental.

143. El desafío de una prédica inculturada está en evangelizar la síntesis, no ideas o valores

sueltos. Donde está tu síntesis, allí está tu corazón. La diferencia entre iluminar el lugar de

síntesis e iluminar ideas sueltas es la misma que hay entre el aburrimiento y el ardor del

corazón.

III. La preparación de la predicación

145. La preparación de la predicación es una tarea tan importante que conviene dedicarle un

tiempo prolongado de estudio, oración, reflexión y creatividad pastoral. (…) Un predicador que

no se prepara no es « espiritual »; es deshonesto e irresponsable con los dones que ha

recibido.

El culto a la verdad

146. Para poder interpretar un texto bíblico hace falta paciencia, abandonar toda ansiedad y

darle tiempo, interés y dedicación gratuita. Hay que dejar de lado cualquier preocupación que

nos domine para entrar en otro ámbito de serena atención. No vale la pena dedicarse a leer un

texto bíblico si uno quiere obtener resultados rápidos, fáciles o inmediatos. Por eso, la

preparación de la predicación requiere amor. Uno sólo le dedica un tiempo gratuito y sin prisa

a las cosas o a las personas que ama; y aquí se trata de amar a Dios que ha querido hablar.

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147. Si un texto fue escrito para consolar, no debería ser utilizado para corregir errores; si fue

escrito para exhortar, no debería ser utilizado para adoctrinar; si fue escrito para enseñar algo

sobre Dios, no debería ser utilizado para explicar diversas opiniones teológicas; si fue escrito

para motivar la alabanza o la tarea misionera, no lo utilicemos para informar acerca de las

últimas noticias.

La personalización de la Palabra

150. Jesús se irritaba frente a esos pretendidos maestros, muy exigentes con los demás, que

enseñaban la Palabra de Dios, pero no se dejaban iluminar por ella. (…) También en esta

época la gente prefiere escuchar a los testigos: «tiene sed de autenticidad […] Exige a los

evangelizadores que le hablen de un Dios a quien ellos conocen y tratan familiarmente como si

lo estuvieran viendo». (Pau VI, 1975)

151. Si no se detiene a escuchar esa Palabra con apertura sincera, si no deja que toque su

propia vida, que le reclame, que lo exhorte, que lo movilice, si no dedica un tiempo para orar

con esa Palabra, entonces sí será un falso profeta, un estafador o un charlatán vacío. En todo

caso, desde el reconocimiento de su pobreza y con el deseo de comprometerse más, siempre

podrá entregar a Jesucristo, diciendo como Pedro: «No tengo plata ni oro, pero lo que tengo te

lo doy» (Hch 3,6).

La lectura espiritual

152. Hay una forma concreta de escuchar lo que el Señor nos quiere decir en su Palabra y de

dejarnos transformar por el Espíritu, (…) la «lectio divina». Consiste en la lectura de la Palabra

de Dios en un momento de oración para permitirle que nos ilumine y nos renueve.

Un oído en el pueblo

154. El predicador necesita también poner un oído en el pueblo, para descubrir lo que los

fieles necesitan escuchar. Un predicador es un contemplativo de la Palabra y también un

contemplativo del pueblo.

Recursos pedagógicos

157. Una buena homilía, como me decía un viejo maestro, debe contener «una idea, un

sentimiento, una imagen».

159. Otra característica es el lenguaje positivo. No dice tanto lo que no hay que hacer sino que

propone lo que podemos hacer mejor. En todo caso, si indica algo negativo, siempre intenta

mostrar también un valor positivo que atraiga, para no quedarse en la queja, el lamento, la

crítica o el remordimiento. Además, una predicación positiva siempre da esperanza, orienta

hacia el futuro, no nos deja encerrados en la negatividad. ¡Qué bueno que sacerdotes,

diáconos y laicos se reúnan periódicamente para encontrar juntos los recursos que hacen más

atractiva la predicación!

IV. Una evangelización para la profundización del kerygma

Una catequesis kerygmática y mistagógica

164. Hemos redescubierto que también en la catequesis tiene un rol fundamental el primer

anuncio o «kerygma», que debe ocupar el centro de la actividad evangelizadora y de todo

intento de renovación eclesial. (…) En la boca del catequista vuelve a resonar siempre el

primer anuncio: «Jesucristo te ama, dio su vida para salvarte, y ahora está vivo a tu lado cada

día, para iluminarte, para fortalecerte, para liberarte». Cuando a este primer anuncio se le

llama «primero», eso no significa que está al comienzo y después se olvida o se reemplaza por

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otros contenidos que lo superan. Es el primero en un sentido cualitativo, porque es el anuncio

principal, ese que siempre hay que volver a escuchar de diversas maneras.

167. Es bueno que toda catequesis preste una especial atención al «camino de la belleza» (via

pulchritudinis). (…) Hay que atreverse a encontrar los nuevos signos, los nuevos símbolos, una

nueva carne para la transmisión de la Palabra, las formas diversas de belleza que se valoran

en diferentes ámbitos culturales, e incluso aquellos modos no convencionales de belleza, que

pueden ser poco significativos para los evangelizadores, pero que se han vuelto

particularmente atractivos para otros.

El acompañamiento personal de los procesos de crecimiento

171. Más que nunca necesitamos de hombres y mujeres que, desde su experiencia de

acompañamiento, conozcan los procesos donde campea la prudencia, la capacidad de

comprensión, el arte de esperar, la docilidad al Espíritu, para cuidar entre todos a las ovejas

que se nos confían de los lobos que intentan disgregar el rebaño. Necesitamos ejercitarnos en

el arte de escuchar, que es más que oír.

En torno a la Palabra de Dios

175. La evangelización requiere la familiaridad con la Palabra de Dios y esto exige a las

diócesis, parroquias y a todas las agrupaciones católicas, proponer un estudio serio y

perseverante de la Biblia, así como promover su lectura orante personal y comunitaria.

CAPÍTULO CUARTO

LA DIMENSIÓN SOCIAL DE LA EVANGELIZACIÓN

176. Quisiera compartir mis inquietudes acerca de la dimensión social de la evangelización

precisamente porque, si esta dimensión no está debidamente explicitada, siempre se corre el

riesgo de desfigurar el sentido auténtico e integral que tiene la misión evangelizadora.

I. Las repercusiones comunitarias y sociales del kerygma

177. El kerygma tiene un contenido ineludiblemente social: en el corazón mismo del Evangelio

está la vida comunitaria y el compromiso con los otros. El contenido del primer anuncio tiene

una inmediata repercusión moral cuyo centro es la caridad.

Confesión de la fe y compromiso social

178. Desde el corazón del Evangelio reconocemos la íntima conexión que existe entre

evangelización y promoción humana, que necesariamente debe expresarse y desarrollarse en

toda acción evangelizadora. La aceptación del primer anuncio, que invita a dejarse amar por

Dios y a amarlo con el amor que Él mismo nos comunica, provoca en la vida de la persona y

en sus acciones una primera y fundamental reacción: desear, buscar y cuidar el bien de los

demás.

El Reino que nos reclama

180. Leyendo las Escrituras queda por demás claro que la propuesta del Evangelio no es sólo

la de una relación personal con Dios. (…) La propuesta es el Reino de Dios (cf. Lc 4,43); se

trata de amar a Dios que reina en el mundo. En la medida en que Él logre reinar entre

nosotros, la vida social será ámbito de fraternidad, de justicia, de paz, de dignidad para todos.

Entonces, tanto el anuncio como la experiencia cristiana tienden a provocar consecuencias

sociales.

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La enseñanza de la Iglesia sobre cuestiones sociales

183. Nadie puede exigirnos que releguemos la religión a la intimidad secreta de las personas,

sin influencia alguna en la vida social y nacional, sin preocuparnos por la salud de las

instituciones de la sociedad civil, sin opinar sobre los acontecimientos que afectan a los

ciudadanos. (…) Una auténtica fe —que nunca es cómoda e individualista— siempre implica un

profundo deseo de cambiar el mundo, de transmitir valores, de dejar algo mejor detrás de

nuestro paso por la tierra.

II. La inclusión social de los pobres

186. De nuestra fe en Cristo hecho pobre, y siempre cercano a los pobres y excluidos, brota la

preocupación por el desarrollo integral de los más abandonados de la sociedad.

Unidos a Dios escuchamos un clamor

187. Cada cristiano y cada comunidad están llamados a ser instrumentos de Dios para la

liberación y promoción de los pobres, de manera que puedan integrarse plenamente en la

sociedad; esto supone que seamos dóciles y atentos para escuchar el clamor del pobre y

socorrerlo. Basta recorrer las Escrituras para descubrir cómo el Padre bueno quiere escuchar el

clamor del pobre i socorrrerlo.

189. La posesión privada de los bienes se justifica para cuidarlos y acrecentarlos de manera

que sirvan mejor al bien común, por lo cual la solidaridad debe vivirse como la decisión de

devolverle al pobre lo que le corresponde.

190. A veces se trata de escuchar el clamor de pueblos enteros (…) Respetando la

independencia y la cultura de cada nación, hay que recordar siempre que el planeta es de toda

la humanidad y para toda la humanidad, y que el solo hecho de haber nacido en un lugar con

menores recursos o menor desarrollo no justifica que algunas personas vivan con menor

dignidad. Hay que repetir que «los más favorecidos deben renunciar a algunos de sus

derechos para poner con mayor liberalidad sus bienes al servicio de los demás» (Pablo VI,

1971)

Fidelidad al Evangelio para no correr en vano

193. Releamos algunas enseñanzas de la Palabra de Dios sobre la misericordia, para que

resuenen con fuerza en la vida de la Iglesia. El Evangelio proclama: «Felices los

misericordiosos, porque obtendrán misericordia» (Mt 5,7).

194. Es un mensaje tan claro, tan directo, tan simple y elocuente, que ninguna hermenéutica

eclesial tiene derecho a relativizarlo. La reflexión de la Iglesia sobre estos textos no debería

oscurecer o debilitar su sentido exhortativo, sino más bien ayudar a asumirlos con valentía y

fervor. ¿Para qué complicar lo que es tan simple? Los aparatos conceptuales están para

favorecer el contacto con la realidad que pretenden explicar, y no para alejarnos de ella. Esto

vale sobre todo para las exhortaciones bíblicas que invitan con tanta contundencia al amor

fraterno, al servicio humilde y generoso, a la justicia, a la misericordia con el pobre. Jesús nos

enseñó este camino de reconocimiento del otro con sus palabras y con sus gestos. ¿Para qué

oscurecer lo que es tan claro? No nos preocupemos sólo por no caer en errores doctrinales,

sino también por ser fieles a este camino luminoso de vida y de sabiduría. Porque «a los

defensores de “la ortodoxia” se dirige a veces el reproche de pasividad, de indulgencia o de

complicidad culpables respecto a situaciones de injusticia intolerables y a los regímenes

políticos que las mantienen» (Doctrina de la Fe, 1984).

El lugar privilegiado de los pobres en el Pueblo de Dios

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198. Para la Iglesia la opción por los pobres es una categoría teológica antes que cultural,

sociológica, política o filosófica. Dios les otorga «su primera misericordia». (Juan Pablo II,

1984) Esta preferencia divina tiene consecuencias en la vida de fe de todos los cristianos,

llamados a tener «los mismos sentimientos de Jesucristo» (Flp 2,5). (…) Esta opción —

enseñaba Benedicto XVI— «está implícita en la fe cristológica en aquel Dios que se ha hecho

pobre por nosotros, para enriquecernos con su pobreza ». Por eso quiero una Iglesia pobre

para los pobres. Ellos tienen mucho que enseñarnos. Además de participar del sensus fidei, en

sus propios dolores conocen al Cristo sufriente. Es necesario que todos nos dejemos

evangelizar por ellos. La nueva evangelización es una invitación a reconocer la fuerza salvífica

de sus vidas y a ponerlos en el centro del camino de la Iglesia. Estamos llamados a descubrir

a Cristo en ellos, a prestarles nuestra voz en sus causas, pero también a ser sus amigos, a

escucharlos, a interpretarlos y a recoger la misteriosa sabiduría que Dios quiere comunicarnos

a través de ellos.

199. Nuestro compromiso no consiste exclusivamente en acciones o en programas de

promoción y asistencia; lo que el Espíritu moviliza no es un desborde activista, sino ante todo

una atención puesta en el otro «considerándolo como uno consigo» (Sant Tomás de Aquino).

201. Nadie debería decir que se mantiene lejos de los pobres porque sus opciones de vida

implican prestar más atención a otros asuntos. Ésta es una excusa frecuente en ambientes

académicos, empresariales o profesionales, e incluso eclesiales. (…) Nadie puede sentirse

exceptuado de la preocupación por los pobres y por la justicia social. (…) Temo que también

estas palabras sólo sean objeto de algunos comentarios sin una verdadera incidencia práctica.

No obstante, confío en la apertura y las buenas disposiciones de los cristianos, y os pido que

busquéis comunitariamente nuevos caminos para acoger esta renovada propuesta.

Economía y distribución del ingreso

203. La dignidad de cada persona humana y el bien común son cuestiones que deberían

estructurar toda política económica, pero a veces parecen sólo apéndices agregados desde

fuera para completar un discurso político sin perspectivas ni programas de verdadero

desarrollo integral. ¡Cuántas palabras se han vuelto molestas para este sistema! Molesta que

se hable de ética, molesta que se hable de solidaridad mundial, molesta que se hable de

distribución de los bienes, molesta que se hable de preservar las fuentes de trabajo, molesta

que se hable de la dignidad de los débiles, molesta que se hable de un Dios que exige un

compromiso por la justicia. Otras veces sucede que estas palabras se vuelven objeto de un

manoseo oportunista que las deshonra. La cómoda indiferencia ante estas cuestiones vacía

nuestra vida y nuestras palabras de todo significado.

204. Ya no podemos confiar en las fuerzas ciegas y en la mano invisible del mercado. El

crecimiento en equidad exige algo más que el crecimiento económico, aunque lo supone,

requiere decisiones, programas, mecanismos y procesos específicamente orientados a una

mejor distribución del ingreso, a una creación de fuentes de trabajo, a una promoción integral

de los pobres que supere el mero asistencialismo. Estoy lejos de proponer un populismo

irresponsable, pero la economía ya no puede recurrir a remedios que son un nuevo veneno,

como cuando se pretende aumentar la rentabilidad reduciendo el mercado laboral y creando

así nuevos excluidos.

205. ¡Pido a Dios que crezca el número de políticos capaces de entrar en un auténtico diálogo

que se oriente eficazmente a sanar las raíces profundas y no la apariencia de los males de

nuestro mundo! (…) ¡Ruego al Señor que nos regale más políticos a quienes les duela de

verdad la sociedad, el pueblo, la vida de los pobres! Es imperioso que los gobernantes y los

poderes financieros levanten la mirada y amplíen sus perspectivas, que procuren que haya

trabajo digno, educación y cuidado de la salud para todos los ciudadanos. ¿Y por qué no acudir

a Dios para que inspire sus planes? Estoy convencido de que a partir de una apertura a la

trascendencia podría formarse una nueva mentalidad política y económica que ayudaría a

superar la dicotomía absoluta entre la economía y el bien común social.

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207. Cualquier comunidad de la Iglesia, en la medida en que pretenda subsistir tranquila sin

ocuparse creativamente y cooperar con eficiencia para que los pobres vivan con dignidad y

para incluir a todos, también correrá el riesgo de la disolución, aunque hable de temas sociales

o critique a los gobiernos. Fácilmente terminará sumida en la mundanidad espiritual,

disimulada con prácticas religiosas, con reuniones infecundas o con discursos vacíos.

208. Si alguien se siente ofendido por mis palabras, le digo que las expreso con afecto y con la

mejor de las intenciones, lejos de cualquier interés personal o ideología política. Mi palabra no

es la de un enemigo ni la de un opositor. Sólo me interesa procurar que aquellos que están

esclavizados por una mentalidad individualista, indiferente y egoísta, puedan liberarse de esas

cadenas indignas y alcancen un estilo de vida y de pensamiento más humano, más noble, más

fecundo, que dignifique su paso por esta tierra.

Cuidar la fragilidad

210. Es indispensable prestar atención para estar cerca de nuevas formas de pobreza y

fragilidad donde estamos llamados a reconocer a Cristo sufriente, aunque eso aparentemente

no nos aporte beneficios tangibles e inmediatos: los sin techo, los toxicodependientes, los

refugiados, los pueblos indígenas, los ancianos cada vez más solos y abandonados, etc. Los

migrantes me plantean un desafío particular por ser Pastor de una Iglesia sin fronteras que se

siente madre de todos. Por ello, exhorto a los países a una generosa apertura, que en lugar de

temer la destrucción de la identidad local sea capaz de crear nuevas síntesis culturales. ¡Qué

hermosas son las ciudades que superan la desconfianza enfermiza e integran a los diferentes,

y que hacen de esa integración un nuevo factor de desarrollo!

212. Doblemente pobres son las mujeres que sufren situaciones de exclusión, maltrato y

violencia, porque frecuentemente se encuentran con menores posibilidades de defender sus

derechos.

213. Entre esos débiles, que la Iglesia quiere cuidar con predilección, están también los niños

por nacer, que son los más indefensos e inocentes de todos (…) Frecuentemente, para

ridiculizar alegremente la defensa que la Iglesia hace de sus vidas, se procura presentar su

postura como algo ideológico, oscurantista y conservador. Sin embargo, esta defensa de la

vida por nacer está íntimamente ligada a la defensa de cualquier derecho humano. Supone la

convicción de que un ser humano es siempre sagrado e inviolable, en cualquier situación y en

cada etapa de su desarrollo. Es un fin en sí mismo y nunca un medio para resolver otras

dificultades. Si esta convicción cae, no quedan fundamentos sólidos y permanentes para

defender los derechos humanos, que siempre estarían sometidos a conveniencias

circunstanciales de los poderosos de turno.

214. Precisamente porque es una cuestión que hace a la coherencia interna de nuestro

mensaje sobre el valor de la persona humana, no debe esperarse que la Iglesia cambie su

postura sobre esta cuestión. Quiero ser completamente honesto al respecto. Éste no es un

asunto sujeto a supuestas reformas o «modernizaciones». No es progresista pretender

resolver los problemas eliminando una vida humana. Pero también es verdad que hemos

hecho poco para acompañar adecuadamente a las mujeres que se encuentran en situaciones

muy duras, donde el aborto se les presenta como una rápida solución a sus profundas

angustias, particularmente cuando la vida que crece en ellas ha surgido como producto de una

violación o en un contexto de extrema pobreza. ¿Quién puede dejar de comprender esas

situaciones de tanto dolor?

III. El bien común y la paz social

218. La paz social no puede entenderse como un irenismo o como una mera ausencia de

violencia lograda por la imposición de un sector sobre los otros. (…) Las reivindicaciones

sociales, que tienen que ver con la distribución del ingreso, la inclusión social de los pobres y

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los derechos humanos, no pueden ser sofocadas con el pretexto de construir un consenso de

escritorio o una efímera paz para una minoría feliz. La dignidad de la persona humana y el

bien común están por encima de la tranquilidad de algunos que no quieren renunciar a sus

privilegios. Cuando estos valores se ven afectados, es necesaria una voz profética.

El tiempo es superior al espacio

222. Uno de los pecados que a veces se advierten en la actividad sociopolítica consiste en

privilegiar los espacios de poder en lugar de los tiempos de los procesos. Darle prioridad al

espacio lleva a enloquecerse para tener todo resuelto en el presente, para intentar tomar

posesión de todos los espacios de poder y autoafirmación.

224. A veces me pregunto quiénes son los que en el mundo actual se preocupan realmente

por generar procesos que construyan pueblo, más que por obtener resultados inmediatos que

producen un rédito político fácil, rápido y efímero, pero que no construyen la plenitud humana.

La unidad prevalece sobre el conflicto

227. Ante el conflicto, algunos simplemente lo miran y siguen adelante como si nada pasara,

se lavan las manos para poder continuar con su vida. Otros entran de tal manera en el

conflicto que quedan prisioneros, pierden horizontes, proyectan en las instituciones las propias

confusiones e insatisfacciones y así la unidad se vuelve imposible. Pero hay una tercera

manera, la más adecuada, de situarse ante el conflicto. Es aceptar sufrir el conflicto, resolverlo

y transformarlo en el eslabón de un nuevo proceso. «¡Felices los que trabajan por la paz!» (Mt

5,9).

230. El anuncio de paz no es el de una paz negociada, sino la convicción de que la unidad del

Espíritu armoniza todas las diversidades. Supera cualquier conflicto en una nueva y

prometedora síntesis. La diversidad es bella cuando acepta entrar constantemente en un

proceso de reconciliación, hasta sellar una especie de pacto cultural que haga emerger una

«diversidad reconciliada»,

La realidad es más importante que la idea

232. Lo que convoca es la realidad iluminada por el razonamiento. Hay que pasar del

nominalismo formal a la objetividad armoniosa. De otro modo, se manipula la verdad, así

como se suplanta la gimnasia por la cosmética. Hay políticos —e incluso dirigentes religiosos—

que se preguntan por qué el pueblo no los comprende y no los sigue, si sus propuestas son

tan lógicas y claras. Posiblemente sea porque se instalaron en el reino de la pura idea y

redujeron la política o la fe a la retórica. Otros olvidaron la sencillez e importaron desde fuera

una racionalidad ajena a la gente.

El todo es superior a la parte

234. Entre la globalización y la localización también se produce una tensión. Hace falta prestar

atención a lo global para no caer en una mezquindad cotidiana. Al mismo tiempo, no conviene

perder de vista lo local, que nos hace caminar con los pies sobre la tierra. Las dos cosas

unidas impiden caer en alguno de estos dos extremos: uno, que los ciudadanos vivan en un

universalismo abstracto y globalizante, miméticos pasajeros del furgón de cola, admirando los

fuegos artificiales del mundo, que es de otros, con la boca abierta y aplausos programados;

otro, que se conviertan en un museo folklórico de ermitaños localistas, condenados a repetir

siempre lo mismo, incapaces de dejarse interpelar por el diferente y de valorar la belleza que

Dios derrama fuera de sus límites.

235. El todo es más que la parte, y también es más que la mera suma de ellas. Entonces, no

hay que obsesionarse demasiado por cuestiones limitadas y particulares. Siempre hay que

ampliar la mirada para reconocer un bien mayor que nos beneficiará a todos. Pero hay que

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hacerlo sin evadirse, sin desarraigos. Es necesario hundir las raíces en la tierra fértil y en la

historia del propio lugar, que es un don de Dios.

IV. El diálogo social como contribución a la paz

238. La evangelización también implica un camino de diálogo. Para la Iglesia, en este tiempo

hay particularmente tres campos de diálogo en los cuales debe estar presente, para cumplir

un servicio a favor del pleno desarrollo del ser humano y procurar el bien común: el diálogo

con los Estados, con la sociedad —que incluye el diálogo con las culturas y con las ciencias— y

con otros creyentes que no forman parte de la Iglesia católica. En todos los casos «la Iglesia

habla desde la luz que le ofrece la fe» (Benedicto XVI, 2012), aporta su experiencia de dos mil

años y conserva siempre en la memoria las vidas y sufrimientos de los seres humanos. Esto

va más allá de la razón humana, pero también tiene un significado que puede enriquecer a los

que no creen e invita a la razón a ampliar sus perspectivas.

239. La Iglesia proclama «el evangelio de la paz» (Ef 6,15) y está abierta a la colaboración

con todas las autoridades nacionales e internacionales para cuidar este bien universal tan

grande. Al anunciar a Jesucristo, que es la paz en persona (cf. Ef 2,14), la nueva

evangelización anima a todo bautizado a ser instrumento de pacificación y testimonio creíble

de una vida reconciliada.

El diálogo entre la fe, la razón y las ciencias

242. La fe no le tiene miedo a la razón; al contrario, la busca y confía en ella, porque « la luz

de la razón y la de la fe provienen ambas de Dios» (San Tomás de Aquino), y no pueden

contradecirse entre sí. La evangelización está atenta a los avances científicos para iluminarlos

con la luz de la fe y de la ley natural, en orden a procurar que respeten siempre la centralidad

y el valor supremo de la persona humana en todas las fases de su existencia.

243. La Iglesia no pretende detener el admirable progreso de las ciencias. Al contrario, se

alegra e incluso disfruta reconociendo el enorme potencial que Dios ha dado a la mente

humana. (…) Pero, en ocasiones, algunos científicos van más allá del objeto formal de su

disciplina y se extralimitan con afirmaciones o conclusiones que exceden el campo de la propia

ciencia. En ese caso, no es la razón lo que se propone, sino una determinada ideología que

cierra el camino a un diálogo auténtico, pacífico y fructífero.

El diálogo ecuménico

244. La credibilidad del anuncio cristiano sería mucho mayor si los cristianos superaran sus

divisiones y la Iglesia realizara «la plenitud de catolicidad que le es propia, en aquellos hijos

que, incorporados a ella ciertamente por el Bautismo, están, sin embargo, separados de su

plena comunión» (UR, 4).

246. Si nos concentramos en las convicciones que nos unen y recordamos el principio de la

jerarquía de verdades, podremos caminar decididamente hacia expresiones comunes de

anuncio, de servicio y de testimonio. (…) ¡Son tantas y tan valiosas las cosas que nos unen! Y

si realmente creemos en la libre y generosa acción del Espíritu, ¡cuántas cosas podemos

aprender unos de otros! No se trata sólo de recibir información sobre los demás para

conocerlos mejor, sino de recoger lo que el Espíritu ha sembrado en ellos como un don

también para nosotros. Sólo para dar un ejemplo, en el diálogo con los hermanos ortodoxos,

los católicos tenemos la posibilidad de aprender algo más sobre el sentido de la colegialidad

episcopal y sobre su experiencia de la sinodalidad.

Las relaciones con el Judaísmo

247. Los cristianos no podemos considerar al Judaísmo como una religión ajena, ni incluimos a

los judíos entre aquellos llamados a dejar los ídolos para convertirse al verdadero Dios (cf. 1

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Ts 1,9). Creemos junto con ellos en el único Dios que actúa en la historia, y acogemos con

ellos la común Palabra revelada.

El diálogo interreligioso

250. El diálogo interreligioso es una condición necesaria para la paz en el mundo, y por lo

tanto es un deber para los cristianos, así como para otras comunidades religiosas. (…) Un

diálogo en el que se busquen la paz social y la justicia es en sí mismo, más allá de lo

meramente pragmático, un compromiso ético que crea nuevas condiciones sociales.

252. En esta época adquiere gran importancia la relación con los creyentes del Islam, hoy

particularmente presentes en muchos países de tradición cristiana donde pueden celebrar

libremente su culto y vivir integrados en la sociedad. (…) Los escritos sagrados del Islam

conservan parte de las enseñanzas cristianas; Jesucristo y María son objeto de profunda

veneración, y es admirable ver cómo jóvenes y ancianos, mujeres y varones del Islam son

capaces de dedicar tiempo diariamente a la oración y de participar fielmente de sus ritos

religiosos. Al mismo tiempo, muchos de ellos tienen una profunda convicción de que la propia

vida, en su totalidad, es de Dios y para Él. También reconocen la necesidad de responderle

con un compromiso ético y con la misericordia hacia los más pobres.

253. Los cristianos deberíamos acoger con afecto y respeto a los inmigrantes del Islam que

llegan a nuestros países, del mismo modo que esperamos y rogamos ser acogidos y

respetados en los países de tradición islámica. ¡Ruego, imploro humildemente a esos países

que den libertad a los cristianos para poder celebrar su culto y vivir su fe, teniendo en cuenta

la libertad que los creyentes del Islam gozan en los países occidentales! Frente a episodios de

fundamentalismo violento que nos inquietan, el afecto hacia los verdaderos creyentes del

Islam debe llevarnos a evitar odiosas generalizaciones, porque el verdadero Islam y una

adecuada interpretación del Corán se oponen a toda violencia.

El diálogo social en un contexto de libertad religiosa

255. Un sano pluralismo, que de verdad respete a los diferentes y los valore como tales, no

implica una privatización de las religiones, con la pretensión de reducirlas al silencio y la

oscuridad de la conciencia de cada uno, o a la marginalidad del recinto cerrado de los templos,

sinagogas o mezquitas. Se trataría, en definitiva, de una nueva forma de discriminación y de

autoritarismo. El debido respeto a las minorías de agnósticos o no creyentes no debe

imponerse de un modo arbitrario que silencie las convicciones de mayorías creyentes o ignore

la riqueza de las tradiciones religiosas. Eso a la larga fomentaría más el resentimiento que la

tolerancia y la paz.

256. Tanto los intelectuales como las notas periodísticas frecuentemente caen en groseras y

poco académicas generalizaciones cuando hablan de los defectos de las religiones y muchas

veces no son capaces de distinguir que no todos los creyentes —ni todas las autoridades

religiosas— son iguales. Algunos políticos aprovechan esta confusión para justificar acciones

discriminatorias. Otras veces se desprecian los escritos que han surgido en el ámbito de una

convicción creyente, olvidando que los textos religiosos clásicos pueden ofrecer un significado

para todas las épocas, tienen una fuerza motivadora que abre siempre nuevos horizontes,

estimula el pensamiento, amplía la mente y la sensibilidad. Son despreciados por la cortedad

de vista de los racionalismos.

257. Los creyentes nos sentimos cerca también de quienes, no reconociéndose parte de

alguna tradición religiosa, buscan sinceramente la verdad, la bondad y la belleza, que para

nosotros tienen su máxima expresión y su fuente en Dios.

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CAPÍTULO QUINTO

EVANGELIZADORES CON ESPÍRITU

I. Motivaciones para un renovado impulso misionero

262. Evangelizadores con Espíritu quiere decir evangelizadores que oran y trabajan. (…) Sin

momentos detenidos de adoración, de encuentro orante con la Palabra, de diálogo sincero con

el Señor, las tareas fácilmente se vacían de sentido, nos debilitamos por el cansancio y las

dificultades, y el fervor se apaga. La Iglesia necesita imperiosamente el pulmón de la oración

(…) Al mismo tiempo (…) existe el riesgo de que algunos momentos de oración se conviertan

en excusa para no entregar la vida en la misión, porque la privatización del estilo de vida

puede llevar a los cristianos a refugiarse en alguna falsa espiritualidad.

El encuentro personal con el amor de Jesús que nos salva

265. Toda la vida de Jesús, su forma de tratar a los pobres, sus gestos, su coherencia, su

generosidad cotidiana y sencilla, y finalmente su entrega total, todo es precioso y le habla a la

propia vida. Cada vez que uno vuelve a descubrirlo, se convence de que eso mismo es lo que

los demás necesitan, aunque no lo reconozcan. (…) El entusiasmo evangelizador se

fundamenta en esta convicción. Tenemos un tesoro de vida y de amor que es lo que no puede

engañar, el mensaje que no puede manipular ni desilusionar. Es una respuesta que cae en lo

más hondo del ser humano y que puede sostenerlo y elevarlo. Es la verdad que no pasa de

moda porque es capaz de penetrar allí donde nada más puede llegar. Nuestra tristeza infinita

sólo se cura con un infinito amor.

El gusto espiritual de ser pueblo

269. Jesús mismo es el modelo de esta opción evangelizadora que nos introduce en el corazón

del pueblo. (…). La entrega de Jesús en la cruz no es más que la culminación de ese estilo que

marcó toda su existencia. Cautivados por ese modelo, deseamos integrarnos a fondo en la

sociedad, compartimos la vida con todos, escuchamos sus inquietudes, colaboramos material

y espiritualmente con ellos en sus necesidades, nos alegramos con los que están alegres,

lloramos con los que lloran y nos comprometemos en la construcción de un mundo nuevo,

codo a codo con los demás. Pero no por obligación, no como un peso que nos desgasta, sino

como una opción personal que nos llena de alegría y nos otorga identidad.

270. Jesucristo no nos quiere príncipes que miran despectivamente, sino hombres y mujeres

de pueblo. Ésta no es la opinión de un Papa ni una opción pastoral entre otras posibles; son

indicaciones de la Palabra de Dios tan claras, directas y contundentes que no necesitan

interpretaciones que les quiten fuerza interpelante. Vivámoslas «sine glossa», sin comentarios.

De ese modo, experimentaremos el gozo misionero de compartir la vida con el pueblo fiel a

Dios tratando de encender el fuego en el corazón del mundo.

La acción misteriosa del Resucitado y de su Espíritu

279. A veces nos parece que nuestra tarea no ha logrado ningún resultado, pero la misión no

es un negocio ni un proyecto empresarial, no es tampoco una organización humanitaria, no es

un espectáculo para contar cuánta gente asistió gracias a nuestra propaganda; es algo mucho

más profundo, que escapa a toda medida. Quizás el Señor toma nuestra entrega para

derramar bendiciones en otro lugar del mundo donde nosotros nunca iremos. El Espíritu Santo

obra como quiere, cuando quiere y donde quiere; nosotros nos entregamos pero sin pretender

ver resultados llamativos. Sólo sabemos que nuestra entrega es necesaria.

280. Para mantener vivo el ardor misionero hace falta una decidida confianza en el Espíritu

Santo (...) Es verdad que esta confianza en lo invisible puede producirnos cierto vértigo: es

como sumergirse en un mar donde no sabemos qué vamos a encontrar. Yo mismo lo

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25 Exhortación Apostólica Evangelii Gaudium. Extracto <www.catalunyareligio.cat>

experimenté tantas veces. Pero no hay mayor libertad que la de dejarse llevar por el Espíritu,

renunciar a calcularlo y controlarlo todo, y permitir que Él nos ilumine, nos guíe, nos oriente,

nos impulse hacia donde Él quiera. Él sabe bien lo que hace falta en cada época y en cada

momento. ¡Esto se llama ser misteriosamente fecundos!

La fuerza misionera de la intercesión

281. Hay una forma de oración que nos estimula particularmente a la entrega evangelizadora

y nos motiva a buscar el bien de los demás: es la intercesión. (…) Interceder no nos aparta de

la verdadera contemplación, porque la contemplación que deja fuera a los demás es un

engaño.

III. María, la madre de la Evangelización

El regalo de Jesús a su pueblo

286. María es la que sabe transformar una cueva de animales en la casa de Jesús, con unos

pobres pañales y una montaña de ternura. Ella es la esclavita del Padre que se estremece en

la alabanza. Ella es la amiga siempre atenta para que no falte el vino en nuestras vidas. Ella

es la del corazón abierto por la espada, que comprende todas las penas. Como madre de

todos, es signo de esperanza para los pueblos que sufren dolores de parto hasta que brote la

justicia. Ella es la misionera que se acerca a nosotros para acompañarnos por la vida, abriendo

los corazones a la fe con su cariño materno. Como una verdadera madre, ella camina con

nosotros, lucha con nosotros, y derrama incesantemente la cercanía del amor de Dios. A

través de las distintas advocaciones marianas, ligadas generalmente a los santuarios,

comparte las historias de cada pueblo que ha recibido el Evangelio, y entra a formar parte de

su identidad histórica.

La Estrella de la nueva evangelización

288. Hay un estilo mariano en la actividad evangelizadora de la Iglesia. Porque cada vez que

miramos a María volvemos a creer en lo revolucionario de la ternura y del cariño. En ella

vemos que la humildad y la ternura no son virtudes de los débiles sino de los fuertes, que no

necesitan maltratar a otros para sentirse importantes. Mirándola descubrimos que la misma

que alababa a Dios porque «derribó de su trono a los poderosos» y «despidió vacíos a los

ricos» (Lc 1,52.53) es la que pone calidez de hogar en nuestra búsqueda de justicia.

Roma, junto a San Pedro, en la clausura del Año de la fe, el 24 de noviembre, Solemnidad de

Jesucristo, Rey del Universo, del año 2013, primero de mi Pontificado.

Francisco