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F R A N C I S C O S O L A N O L O P E Z

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PARTE PRIMERA

RAZÓN DE ESTA OBRA

" L a tiranía desapareció liace más d& trein­ta años; pero en la conciencia paraguaya flotan todavía ideas y sentimientos de su­misión, como hay en nuestro temperamento la indolencia o la inercia".

De un tiempo a esta parte lia recrudecido otra vez la campaña glorificadora del mariscal Francisco Solano López que se viene haciendo so capa de "nacionalismo" por los que tratan de endiosarlo, presentándolo como una figura extraordinaria, culminante y única de nuestra historia, como un superhombre genial y providencial, como un dios, cuya veneración hay que imponer al cul­to del pueblo paraguayo, por él vejado y sacrificado.

Si es verdad que ciertas divinidades antiguas, al igual de algunos guerreros que han elevado su pedestal sobre cráneos humanos, exigían cruentos sacrificios a sus in­felices admiradores, el mariscal López puede figurar a justo título entre estos genios del mal; pero en modo alguno entre los grandes constructores de patrias, entre los grandes benefactores de la humanidad ni entre los genios tutelares dignos del respeto y el amor de los pueblos.

En este sentido, si el mariscal de los "tribunales de sangre" y verdugo de sus propios hermanos y aún de su propia madre, como lo fuera también de todos sus conciudadanos y de la madre patria, puede figurar dig­namente al lado de Gengis-Kan o Tamerlán, de Tiberio y de Nerón, de Atila o de Moloeh, en modo alguno puede ponerse al lado de los grandes proceres antiguos y mo­dernos, ya se llamen Deucalión o Eneas, Washington o Sarmiento (*).

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— tí — El persistente empeño de transfigurar a un tirano som­

brío con el intento de depurarlo y absolverlo de sus vicios y crueldades, de su vanidad y de sus ambiciones, de sus instintos sanguinarios y de su obtusa mentalidad para re­vestirlo con glorias y heroísmos usurpados a su pueblo, es en realidad un delito histórico tan grave y revela una perturbación tan funesta como pueden serlo la usurpar ción y el despojo convertidos en norma de la vida social.

Por eso ante una aberración semejante que es una des­naturalización de los principios morales, es menester levantar una vez más la voz de protesta de las almas incontaminadas y no deslumbradas por el oropel de sus falsos laureles.

El elogio consagratorio e incondicional tiene aún otro reparo. A la usurpación de las ajenas glorias, méritos y sufrimientos, en los que no tuvo la menor participa­ción él mariscal sibarita, único que no pasó hambre, ni sed, ni fatigas, ni sintió las de su pueblo en la larga y terrible via-erucis porque lo condujera, se agregan los arrestos de quienes por sí y ante sí se erigen audazmen­te en jueces y se creen con derecho a pronunciar senten­cias inapelables, con manifiesta invasión de atribucio­nes y fueros que corresponden exclusivamente a la pos­teridad .

Esta generación en cuyo seno aún alientan sobrevi­vientes y actores de la tragedia, por un elemental prin­cipio y buen sentido histórico no puede ser la llamada a pronunciar el fallo definitivo, ni tan siquiera están terminados los debates sobre los que incumbe a los pós­teros decir la última palabra.

Todavía hay que escuchar muchas pruebas de cargo y no es exaltando los espíritus, fulminando recriminaciones y decretando excomuniones para los que no opinen del mismo modo, que se acreditará la justicia de la causa que se invoca.

La época de los procedimientos inquisitoriales, de las torturas y del terror ha pasado felizmente y queda sólo

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como triste recuerdo de una historia lúgubre que no es posible rehabilitar ni revivir.

Lejos de probar nada en favor, esta impaciencia re­vela por sí sola bastante dosis de interés y aún de pa­sión, nada recomendables por cierto, y acusan sólo el afán desasosegado de arranear a la posteridad prejnz-gamientos, que son siempre inadmisibles, lo mismo en la historia que en el fuero común.

Es menester estudiar todos los elementos de juicio y pesarlos muy detenidamente antes de suscribir como juez lo que sólo ha podido argüirse como parte interesada.

Habiéndose persistido durante un largo período de tiempo en la jactanciosa tarea de enzalzar la memoria de aquel trágico gobernante, es justo que también se conozca una parte, cuando menos, de los muchos cargos que pesan en el opuesto platillo de la balanza. A fin de ponerlos al alcance de las nuevas generaciones, faci­litando su examen, la "Junta Patriótica" los reúne en esta obra.

En ellos queda de manifiesto, entre otros hechos,— que es menester levantar primero, antes de poder levan­tar un monumento que enaltezca la memoria del maris­cal López — los siguientes puntos:

l 9 Que la defensa del territorio nacional no tuvo pa­ra aquél otro valor ni otro alcance que el de incorporarlo definitivamente a su patrimonio.

2 ' Que igual destino tuvieron la fortuna pública' y privada, mobiliaria e inmobiliaria de los habitantes to­dos del país.

3' Que la continuación de la guerra no fué para él otro problema que la continuación del mando y su ejer­cicio en la forma más brutal y tiránica de que haya me­moria. '•

4' Que para acallar para siempre a sus desgraciadas víctimas y justificar el despojo de sus bienes, transferi­dos a su peculio, las envolvió en un proceso infamante y las sometió a toda clase de torturas como medio de arrancarles falsas confesiones y acusaciones que pasarían

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luego escritas a la posteridad como presuntas pruebas vindicatorias para el déspota codicioso e irascible, infli­giéndoles, además, toda clase de penurias para terminar con todos ellos y hasta con sus familias, a fin de que no quedaran acusadores ni memoria de sus nefandos crímenes.

5' Que en esta fiebre de destnicción y de demencia-, llevada a sus más inicuos extremos, sacrificó sin piedad y con frío y siniestro cálculo a lo más granado de la sociedad paraguaya, incluso a espectables y distinguidos extranjeros, verdaderos colaboradores del engrandeci­miento y de la defensa nacional, que prestaban muy va­liosos servicios al gobierno y al país en aquellas críti­cas horas, tal como inmoló injustamente a meritorios jefes, oficiales y funcionarios privando a la nación de su concurso.

6' Que su torpeza primero y luego su tiranía y su crueldad sin límites causaron más víctimas que el ene­migo y fué el más eficaz aliado de éste en la obra del completo aniquilamiento del país.

7 ? Que en consecuencia, antes que defensor de la patria, debe ser considerado y juzgado como el más gran­de traidor a la causa de su pueblo. " 8' Que en todo momento, hasta sus últimos instantes,

antepuso sus intereses y su egoísmo a la suerte y al ser­vicio de la nación.

9' Que, finalmente, llevó su cobardía, bien compro­bada, a huir siempre de los campos de acción, no obstan­te sus reiteradas promesas de morir en la lucha. Pronto para ordenar masacres y resistencias sin objetivo mili­tar alguno, fué siempre el primero y el único en correr, y así ocurrió todavía en Cerro Cora cuando vislumbró de cerca el peligro de verse cortado en su retirada, y no obstante sns bravatas tuvo "valor" para darse a la fuga en busca de la selva impenetrable y salvadora, ol­vidando que en pos de sí dejaba un montón informe de camaradas sacrificados por su culpa y, sobre todo, su flamante promesa de morir peleando al lado de ellos

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por la patria, pues sólo murió cuando fué alcanzado en su ignominiosa carrera, a unas quince cuadras del cam­po de la acción.

He aquí a lo que" queda reducida la leyenda del de­cantado heroísmo del Mariscal y la sonada defensa del territorio patrio, que tuvo el buen cuidado de escriturar a sus herederos, entregándolo junto con la fortuna de todos sus habitantes, a una advenediza, impuesta a la forzada adoración de la culta sociedad paraguaya y a su propia familia, que jamás le perdonaron tal de­pravación .

Piénsese en todos estos hechos y después dígase en conciencia si deben elevarse estatuas y atronarse los aires con himnos y loas al "gran teratólogo" que dijera-de él don Juan Silvano Godoi.

Y piénsese, en conclusión, en esta paradoja: o López fué un santo como pretenden sus apologistas, y enton­ces son culpables los millares de héroes y de mártires inmolados por aquél, incluso sus más fieles servidores y hasta los extranjeros que sacrificó despiadadamente, lo que en el mejor de los casos, significaría que estaba en contra suya toda la nación en lo que ésta tenía de más significado y calificado, o, a contrario sensu, tan horrendas y frías masacres fueron sólo la obra de una tiranía execrable y sin justificación posible, ante Dios ni los hombres.

(*) La mitología griega en una hermosa y profunda alego­ría, simbolizó en Deucalión el prototipo del héroe constructivo que repobló su patria después de un cataclismo. Eneas, fugitivo de Troya, durante siete años de peregrinación, cargó a cuestas con su anciano padre. Hay alguna diferencia con la conducta observada por el Mariscal López, destructor de su pueblo, que precipitó y amargó con su intemperancia el fin de su padre, lle­gando hasta imponerle un testamento sucesorio en su lecho do enfermo para sucederle en el poder y condenó al suplicio y a la muerto a su propia madre, hermanos y hermanas.

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U N L I B R O D E L SR. G O D O !

(Prólogo a la obra "El asalta a los acorazados.—El Comandante José Dolores Molas")

I

Comienza el libro con una descripción insupera­ble de aquella mitológica aventura de los acoraza­dos, que es para mí la proeza máxima de nuestra guerra.

' ' Expedición sin precedentes en la historia — es­cribe el autor, refiriéndose a este hecho de armas — y más imponente y misteriosa que la de los "Argo ­nautas"; empresa digna de cíclopes — pudiera agregarse — y que estaba ab init'io condenada al fracaso, porque los dioses no consienten que los hom­bres se les igualen.

La poderosa fantasía del señor Godoi reproduce el drama con toda su hórrida belleza, Al eficaz conjuro de su pluma, los héroes nuestros reviven y, a nuestra vista asombrada, emprenden de nuevo su feroz contienda. Y a medio siglo de distancia, con los nervios crispados de pavor, presenciamos el homérico choque. Y se nos representa el capitán Genes, impávido, segando vidas con la fulmínea es­pada, bello y siniestro a la par, como el Ángel de

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la Muerte; el gallardo Molas, sonriendo al peligro que le cerca, cubierto de heridas y atento sólo a derribar contrarios; todos aquellos héroes, en fin, que sobre la estrecha cubierta de un buque, se ha­llan entregados a la furia de matar, frenéticos, te­rribles, implacables.

La lobreguez de la noche; el pavoroso silencio que precedió al estruendo del combate; el atentado avan­zar de los nuestros; su cauteloso llegar al pie del acorazado; el rápido abordaje, el estupor de los descuidados marinos, los gritos ahogados, de pavor de los unos, de coraje, de los otros; el chocar de los aceros; el tronar de los cañones; el rodar de las cabezas; el correr de la sangre; todo esto reco­bra en la mente del lector su prístina realidad por efecto de la mágica evocación.

i Bien haya la pluma que acierta a obrar estos mi lagros, y tiene la virtud de infundirnos, por un instante siquiera, el -titánico aliento de nuestros padres!

¡ Qué soberbio heroísmo éste que de tan magistral manera nos describe el señor Godoi, y qué magní­fico desprecio de la vida el de aquellos hombres de hierro, que no contaban el número de sus enemigos; que en frágiles canoas embestían buques encoraza­dos; que, diezmados por propios y extraños, y hambrientos y desnudos, al cabo de cinco años de rudo y continuo combatir, seguían luchando con la misma intrepidez y pujanza que primero!

Ningún pueblo ha mostrado jamás tanto denue­do, tan compacto sentimiento nacional, tan estricta

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disciplina, abnegación tan grande, como el nuestro en su guerra de cinco años.

Ninguno tampoco más infortunado. Pugnando siempre en la proporción de uno contra diez, infe­rior en armamento, mal nutrido y desnudo, con un enemigo abundante de cuanto a él le faltaba, su heroísmo sin par hubo de estrellarse siempre en estos factores de la superioridad contraria. Y para que nada faltase a su desventura, este pueblo le­gendario y único por su lealtad y disciplina, y su fervoroso patriotismo, fué cien veces sospechado de traición a la patria, y torturado y diezmado por esta causa!

Y he aquí que, sin querer me he metido en el corazón de la vexaía qucestio: ¿Fué el Mariscal Ló­pez un gran patriota o un tirano abominable?

Contestando, cálamo cúrrente, a una carta po­lémica que me dirigió días pasados un aprovecha­do estudiante de jurisprudencia, hube de esbozar mi pensamiento sobre esta cuestión en la siguiente carta, que a título de,opinión mía sobre el punto, reproduzco en este lugar.

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Asunción, 25 de Mayo de 1919.

Señor don Justo Pastor Benítez •

Muy señor mío:

He leído con el interés que el asunto merece, la carta que usted me escribió a propósito de una fra­se mía contenida en mi artículo sobre Zubizarreta, el viejo. Es el objeto de su carta, según parece, hacerme absolver posiciones, como decimos en nues­tra jerga tribunalicia, sobre una serie de puntos relacionados, según usted, con la susodicha frase mía. Digo "según usted" porque, por más vueltas que doy a la cosa, no acierto a descubrir el más remoto parentezco espiritual entre algunos de di­chos puntos y la expresión aludida.

¿Hablé yo, por ventura, de "miedo al tirano", ni da a entender lo que dije que yo crea en él? Yo creo, sí, que hubo en el Paraguay, en los días de la guerra, un gran miedo a López, un terror pá­nico sólo comparable con el que hubo de reinar en Roma en los tiempos de las grandes tiranías de Ti­berio y de Nerón; y aún creo que, con tener este miedo, la gente no hacía nada de más. Pero, claro está, que este miedo no tiene nada que ver con el otro miedo (el del cuento de usted), o sea, el que, según algunos, fué causa del heroísmo paraguayo en la guerra.

Es indudable que, al formular sus cargos con­tra López se le fué la mano al doctor Báez mucho más dé lo que pudiera excusarse; y a mi interés

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cumple declarar que no estoy con él en, muchísi­mos puntos, aunque sí en el muy esencial de abo­minar de la tiranía y del tirano, llámese éste Ló­pez, Francia q Nerón.

No está, sin embargo, solo el que dijo, ni es tan disparatada la tesis, que el temor del tirano pudo engendrar las acciones heroicas de nuestros padres. Usted que, no obstante sus pocos años, ha leído tan­to ya, recordará que en su Vida de Marco Bruto escribe Quevedo: " y no son pocas victorias las que ha alcanzado el temor por desesperado, no por va­liente". Mas, no hablemos ya de esto, que es ex­cusado, puesto que ni usted ni yo creemos que "nuestros padres fueron valientes por .miedo".

Una pregunta, desarrollada luego en otras cua­tro, me hace usted "con un adarme de intención", que pudiera resultar buenos quintales, sobre una "afirmación" mía, que en rigor no es tal. Lo que yo expresé en aquel escrito, como estado psicológico de los sobrevivientes a la guerra, es meramente conjetural, dubitativo, como lo da bien claro a en­tender el "acaso" que, no a humo de pajas, está puesto ahí.

Pero si usted me apura, aún podré, en obsequio suyo, suprimir el referido acaso, y dejar, entonces sí, como una afirmación lisa y llana, la frase alu­dida por usted. Y en ese caso la apoyaría en el testimonio de más de un veterano de alguna con­ciencia (da la casualidad, por cierto muy signi­ficativa, que todos los paraguayos de alguna ilus­tración, del tiempo de la guerra, hayan sido anti-lopiztas, el P. Maíz inclusive) ; a los cuales vetera-

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nos he escuchado algo igual o muy parecido a lo que yo todavía quise velar con la piadosa dubita­ción que su excesivo fervor nacionalista le ha im­pedido a usted ver en mi expresión.

"Guando en el hospital de sangre instalado en San José supimos la muerte de López — me decía uno de ellos — sentimos como un alivio; nos pare­ció que salíamos de una atroz pesadilla, y era que ya le teníamos más miedo a él que al enemigo".

Usted ve, pues, que, al apuntar como simple y hasta tímida conjetura lo que algún fundamento te­nía yo para afirmar, iba ya demasiado lejos en mi prevención, que usted conoce, contra lo afir­mativo .

Por lo que hace a las demás preguntas de us­ted, estoy completamente de acuerdo con lo que de ellas se colige que es su opinión. Creo en to­das las excelencias que usted supone en nuestro pueblo de 1864, y precisamente porque creo en todas esas virtudes de nuestro pueblo es por lo que no quiero reconciliarme con los que lo trata­ron tan mal. Porque una de dos, mi estimado amigo: o somos un pueblo en que los traidores se dan por millares (suposición que no nos favorece mu­cho), y en ese caso López hizo perfectamente bien en habernos fusilado también por millares; o fui­mos el pueblo valiente, leal, patriota, abnegado, místico, que usted y yo suponemos, y en ese caso . . . dejo a usted sacar la consecuencia y calificar la con­ducta de López.

Mas, para que usted vea lo de buen componer que soy en esto, como en todo lo demás, estoy dis-

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puesto a convenir con usted (tal, al menos, creo que es su opinión) en que el Mariscal López fué un héroe máximo y " u n gran patriota genial", como le llama el señor Stefanich, con tal que us­ted me pruebe lo siguiente:

1?—Que el Mariscal López no mandó matar, torturar ni arruinar a la mayor parte de la gente más distinguida de nuestro país, en lo intelectual y en lo social;

2?—Que, fuera de Lomas Valentinas y Cerro Cora, se le vio en algún campo de batalla;

3"—Que participó, en alguna medida, de las pe­nurias que en tan alto grado sufrió su ejército;

4?—Que tuvo probabilidades de ganar la guerra después de Lomas Valentinas, en el cual caso le reconoceré de buen grado el derecho de haber lle­vado a su pueblo hasta Cerro Cora;

5?—Que no envió fondos del Estado al exterior, consignados a'su querida;

6?—Que no regaló a ésta 3105 leguas de tierras públicas, de ese mismo territorio que él decía de­fender; y

7°—Que no huyó, sano aún, del campo de bata­lla de Cerro Cora.

Estas son las condiciones sine qwibus non de mi conversión al credo de usted; aunque, bien mira­das las cosas, tal vez, fuera mejor que ni usted ni yo nos convenciésemos. ¡Figúrese usted el escán­dalo que con ello daríamos en este país donde son tan fuertes las convicciones!

Por lo que a mí respecta, bien sabe usted que no me anima el espíritu de proselitismo, ni me entur-

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bia el pecho el que la gente piense o no como yo. No soy idólatra de mi opinión, la cual sé que no. tiene otro mérito que el de ser sincera; y todas las que tengo, además, son provisionales, hasta mejor ver.

En lo demás de su carta (1) estoy asimismo de acuerdo con usted. Yo también creo todo eso que usted cree; sólo que el ser las cosas como usted y yo las creemos, no mejora ni en un ápice la causa del lopizmo. Para mí éste no tiene significación sino al modo cómo López hizo la guerra, trató a su pueblo y manejó las riquezas del Estado.

El que la guerra haya tenido las causas econó­micas, históricas, geográficas y demás que usted enumera y yo no discuto, ¿exculpa, por ventura, al Mariscal López de las matanzas de San Feí1-nando, del exterminio de su pueblo en una guerra sin pie ni cabeza, ni del vergonzoso peculado de las 3.000 leguas? Y, ¿recuerda usted quiénes fueron los sacrificados en aquellas hecatombes 1 Pues nada menos que el ínclito Berges, varón clarísimo de in­maculada historia, el cultísimo don Benigno López, hermano del Mariscal, el angélico Obispo Palacios, de infortunada y santa memoria, el general Barrios, cuñado del propio Dietadoi', y personaje de gran viso en aquella sociedad; el general Bruguez, mili­tar de escuela y hombre de gran distinción social; el coronel Alem, uno de los militares más instruidos de nuestro antiguo ejército; Gumersindo Benítez, intelectual de la época, redactor del "Semanario";

(1) Se refiere a las causas de la guerra.

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Saturnino Bedoya, otro cuñado del Mariscal; Julia­na Insfran, esposa del infortunado cuanto heroico defensor de Humaitá, y cerca de mil personajes más, que, aunque de menos significación de los an­teriores, eran lo más distinguido de nuestro país.

Pero, forzando un poco las cosas, pudieran expli­carse estas matanzas por aquello de las conspiracio­nes, bien que esto mismo sea ya un fuerte argumento contra López; lo que no tiene atadero, lo que yo no sé cómo hayan de compaginar los lopiztas con el patriotismo de su ídolo, es el negocio aquel de las 3.000 leguas de tierras públicas que Solano López regaló a su querida. La muerte de aquellos ciuda­danos pudo ser útil a la defensa nacional sí, por hipótesis, siendo ellos malos patriotas, hubiesen es­tado conspirando contra el gobierno que encarnara esa defensa; pero, ¿cómo, por dónde podía haber aprovechado a la causa nacional, a la defensa de la patria, la escrituración de esas tierras a favor de una mujer que no tenía dinero con qué pagarlas? Y, aún suponiendo que lo hubiese tenido, ¿qué po­día haber hecho López con ese dinero, aislado como se hallaba totalmente del resto del mundo?

He dicho que la misma hipótesis (que ni rechazo ni admito) de la conspiración para justificar las matanzas de San Fernando es un argumento contra López, porque, en efecto, si fué verdad, mire usted que haber tenido que conspirar contra él un hom­bre tan ecuánime y de tan acendrado patriotismo como Berges; un prelado tan santo como el Obispo Palacios, amigo suyo además; soldados tan dignos

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y valerosos corno el general Bruguez y el coronel Alem; sus hermanos y, después, hasta la propia madre! ¡ Tal habría sido el hombre y tales las cosas!

Y note usted que aquellos tiempos no eran como los nuestros, en que el conspirar es cosa fácil, nada peligrosa y, para algunos, hasta lucrativa, según dicen.

No desciendo de legionarios, a Dios gracias, ni lloro la caída de ninguno de los míos en las heca­tombes con que el Magno Artista amenizaba de cuando en cuando su tragedia; tampoco tengo, en­tre mis ascendientes, ningún tirano de mayor ni de menor cuantía; así que puedo creerme libre de preocupaciones hereditarias sobre este particular. He leído un poco, y he llegado a familiarizarme con la verdadera grandeza de los hombres que la han tenido realmente; pues bien: he de confesar a usted que, a despecho de mi buena voluntad de paraguayo, nunca he podido hallar nada grande en Solano López, como no sea su egoísmo, ya que, su crueldad, que fué asimismo tan grande, no es más que la ferocidad de ese egoísmo.

¿Qué virtudes tuvo? ¿Abnegación? Dios la die­ra; ¿valor? puso el mayor empeño en no mostrár­noslo; ¿desinterés, probidad?, las 3.000 leguas es­tán gritando en contra; ¿austeridad?, la señora Lynch salta a desmentirla; ¿patriotismo?, el ex­terminio de su pueblo en una guerra sin esperanza de victoria proclama lo contrario; ¿caridad?, som­bras de las víctimas de San Fernando, ¡hablad!

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¿ Qué resta, pues, en López, de lo que puede cons­tituir la grandeza moral de un hombre?

No seré yo quien desconozca la enorme magnitud de la figura histórica del Mariscal López; bien sé yo que sus hechos habrán de llenar muchas páginas de la historia de Sud América. Pero veamos qué clase de grandeza es la suya.

Dos son, a mi ver, los principales géneros de la grandeza histórica: la que se funda en la virtud o el genio, y la que se cimenta en el crimen perpe­trado en grande escala. Pertenece al primer gé­nero la grandeza histórica de Washington, por ejemplo, y de Napoleón; al segundo, la de Tiberio Nerón, Atila y demás azotes de la humanidad. Pues bien: a este último género, que pudiéramos llamar erostrático, pertenece la grandeza histórica del Ma­riscal López.

Pero observo que, sin querer, me he subido a la cátedra, y, contra mi costumbre, estoy pontifican­do desde ella. La culpa la tiene este maldito Ma­riscal, que a todos ha de sacarnos de quicio. Disi­mule usted la pequeña pedantería, y adelante.

¿Tuvo López talento militar, o político? De ge­nio no hablemos, que fuera mucho pedir. Las de^ sastrosas expediciones a Matto-Grosso, Corrientes y TJruguayana, y el ningún éxito de sus campañas y batallas (verdad es que éstas no las libraba él) no parecen indicar un talento militar muy distin­guido. ¿Y su talento político? O mucho me equi­voco, o es el mismo que, con igual éxito, ha mos­trado el gobierno alemán en la guerra que. se está terminando.

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Cuentan sus coetáneos que era el Mariscal hom­bre inteligentísimo, posesor de tres o cuatro idio­mas, que hablaba a la perfección, y de un notable don de gentes; empero, usted habrá de convenir conmigo en que el mundo está lleno de esta clase de hombres, que viven y mueren como simples mor­tales, sin que nadie se acuerde de erigirles estatuas.

¿Qué más quisiera yo sino que un individuo de mi raza, conductor de su pueblo en una gran gue­rra, hubiese sido tal, que mereciera ser puesto al lado de un Bonaparte, por el genio, o de un "Wa­shington, por la virtud? Pero si el hombre no da de sí, ¿qué le hemos de hacer? La gloria no se fa­brica après coup.

Bien sé yo que la divergencia de nuestras opi­niones sobre López no proviene sino de la diferen­te manera cómo, los de uno y otro bando, entende­mos que debe escribirse la historia. Ustedes quie­ren escribirla a lo Treitsehke: dando siempre toda la razón a lo propio y la sinrazón a lo ajeno. Quieren hacer historia nacional, como conviene a la Nación: ad majorem república utilitatem.

Nosotros, por el contrario, pensamos que la ver­dad histórica debe escribirse, caiga el que cayere, satisfaga o no a nuestro amor propio colectivo, con­venga o no a la Nación. Primum ventas, deinde patria pudiera ser nuestra divisa.

Advierta usted que la escuela de Treitsehke lle­va derecho al maquiavelismo, como lo prueba la nefanda frase de su discípulo Delbrük: "Bendita sea la mano que falsificó el telegrama de Ems" .

Es muy loable, sin duda, este férvido patriotis-

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mo de ustedes, que los lleva hasta la justificación de lo injustificable, sólo porque con ello anduvo mezclada la patria; mas no hay que olvidar que, por encima de nuestras efímeras patrias territoriales y sus deleznables intereses, está el imperio ideal de la verdad, a cuya soberanía debemos pleito homenaje todos los hombres, y cuyos intereses son trascen­dentales y eternos.

Pero ¿a qué cansarnos en estas inútiles porfías, cuando ni usted, ni yo, ni ninguno de los paragua­yos, que hoy alientan bajo el sol, hemos de estable­cer la verdad definitiva sobre López y la guerra? Nos lo veda nuestra misma condición de casi con­temporáneos del Dictador y de los hechos con él relacionados.

Podemos, si, tener opiniones, y éstas podrán ser más o menos acertadas; pero es casi seguro que la definitiva de la posteridad no habrá de ser exac­tamente igual a ninguna de ellas. Ya ve usted que no me creo posesor exclusivo de la verdad, creen­cia que por otra parte no se hubiera avenido bien con mis cuarenta y cinco años, ya que a esta edad, •salvo que se trate de un mentecato, fuerza es que uno haya perdido algo de esa adorable confianza en el saber propio, y de esa deliciosa propensión a afirmar categóricamente las cosas, que suelen carac­terizar a la juventud.

No estaré, como digo, en posesión de toda la ver­dad, y mi opinión tendrá su lote, más o menos grande, de error; santo y bueno. Pero ¿está usted seguro de que la suya no padezca el mismo acha­que? Pues, error por error, me quedo con el mío.

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Más quiero errar condenando a un tirano que glori­ficándole. Me parece más racional, humano y sa­ludable aborrecer al tirano que adorarle. Ello va de gustos, sin embargo, y usted prefiere lo segundo. Con su pan se lo coma; no reñiremos por eso.

Creo, por otra parte, haberle dicho en conversa­ción alguna vez, que reputaba yo una fatalidad histórica para nosotros tener que cimentar nuestro futuro nacionalismo (pues hay que confesar que no le tenemos hecho) en el bloque de nuestra gue­rra, del cual, desgraciadamente, no se puede des­prender la figura del Mariscal López, monstruosa y todo como es.

Mas no se tome esto a cuenta de que yo piense, como otros, que esa figura debe convertirse en un noli me tangere para el historiador futuro. Nada menos que eso. Sería establecer un absurdo y mons­truoso privilegio en favor de los grandes malva­dos de la historia el haber de siistraerlos al fuero de ella.

Por lo que hace a la zarandeada cuestión de si ha de aceptarse o no el pasado íntegro de la pa­tria, que tanta polvareda ha levantado entre nos­otros en estos últimos días, no me parece, dicho sea con perdón de sus promotores, más que un inocente juego de palabras. ¿Cómo fraccionar el pasado? Tal es, en la realidad histórica, la trabazón de los hechos y las personas que los obraron, y tan irre­vocable es cualquier pasado, que, cuando nos pre­sentan un período histórico, no podemos tomar de él ciertas cosas y desechar otras, diciendo, como a un vendedor turco: esto quiero, y esto no. Forzoso

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es tomar todo el bloque histórico, a reserva, claro está, de examinar sus partes, aquilatarlas y adju­dicar las responsabilidades correspondientes.

Esto en la suposición ele que se trate de un pe­ríodo plenamente histórico, o sea, un pasado res­pecto del cual podamos ser ya entera y serena­mente imparciales; que, si no, nuestros juicios no habrán de ser otra cosa que panegíricos o líbelos.

Y, pues debemos convencernos de que es para nosotros una pequeña fatalidad no poder ser en este pleito más que defensores o fiscales, sería con­veniente, a mi ver, y a ello le invito, que depusié­ramos de una vez, no diré las armas, pero sí ese olímpico aire de jueces que solemos darnos al ha­blar de estas cosas, con grande risa, probablemen­te, de los que desde planos superiores nos contem­plen.

Concluyo esta desaliñada carta, que ha resultado más larga de lo que al principio'me propuse, dán­dole las gracias por haberme proporcionado la ocasión de desentumecer un poco mi espíritu, y dar tal o cual limpión a la perezosa péñola, que, de puro holgar, andaba hecha una lástima y poco menos que perdida entre los trastos viejos de un camarachón de casa.

De usted afectísimo y S. S.

Adolfo APONTE.

# # í*

En 1814 otro gran déspota iba llegando al fin de su carrera de dominador de pueblos. Diferen-

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ciábase éste de López en que no era tirano y en que poseía inmenso genio.

Acababa de infligir, en menos de veinte días, cinco grandes derrotas a los ejércitos coaligados de Rusia, Austria y Prusia, que habían invadido su imperio; disponía aún de un ejército de setenta mil hombres, y no se exagera nada con decir que tenía a su servicio el genio guerrero más grande que han visto los siglos. Pues bien: en tales cir­cunstancias, aquel titán invencible hubo de abdi­car su imperio, y retirarse a una isla. Entonces fué, como se sabe, cuando dirigió a su Guardia Vieja aquella histórica alocución de despedida: " . . . Con hombres como vosotros nuestra causa no estaba perdida; pero la guerra se hacía intermina­ble, hubiera venido, tal vez, la guerra civil y la Francia no se hubiera vuelto con ello sino más desgraciada. B E SACRIFICADO 1, PUES, MIS INTERESES A LOS DE LA P A T R I A . . . " (1 ) . Palabras sublimes, que no tuvieron la virtud de inspirar al Mariscal López análoga decisión, a él, que, según el señor Godoi, estaba tan al cabo de las cosas napoleónicas, y gustaba tanto de imitar al grande hombre.

Otro autócrata acaba de dar, en nuestros días, parecido ejemplo de abnegación patriótica, abdi­cando el trono de sus mayores en medio de cuatro millones de soldados que lo idolatraban.

(1) El subrayamiento, como se comprende, es de mi cuenta.

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Sólo el nuestro, que no tenía ni el genio del uno, ni las férreas muchedumbres del otro (1) , hubo de llevar tan lejos su egoísmo, que, anteponiendo los mezquinos intereses de su orgullo personal a los vitales de su patria, llegó en la guerra hasta el total exterminio del pueblo con que la hacía.

Este es el crimen que, probablemente, la historia no habrá de perdonar al Mariscal López: haber aniquilado a su pueblo en una guerra sin esperan­zas de victoria. Ningún gobernante tiene el dere­cho de hacerlo, y es deber elemental de humanidad pedir o aceptar la paz tan pronto como se haya perdido la última probabilidad de vencer.

•fc 'fó

El señor Godoi, cuyo espíritu de artista no podía menos de haber sido fuertemente impresionado por la figura del Dictador, se ha apoderado de ella, y, fundiéndola en su ardiente fantasía, nos la ha de­vuelto vaciada en plutarquinos moldes.

Ya es el héroe gigantesco, pero^sombrío y fatal, de las "Monografías Históricas"; ya el titán he­rido por injusto.destino, de la "Muerte del Maris­cal López" ; ja el guerrero genial, pero infortu­nado, del presente libro y de las "Ultimas opera-

(1) A partir de Lomas Valentinas, López no tuvo ya ejército, propiamente hablando, pues no merecían este nombre las pocas tropas, mal armadas, que logró reunir de nuevo después de la desastrosa retirada de Villeta.

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ciones de guerra del General Díaz" . Todas estas creaciones llevan un fuerte baño de clasicismo his­tórico y mitológico, en que el autor es muy versado, y producen la ilusión, al contemplarlas, de que efectivamente nos hallamos en presencia de algu­no de los varones de Plutarco.

¿Qué decir de estas magníficas metamorfosis del tirano ?

Obra ele un exaltado patriotismo servido por artística fantasía, recomiendan al patriota y asegu­ran el triunfo del literato; pero fuerza es recono­cer que deslustran un poco la gloria del historia­dor.

I I

El Mariscal López ha muerto, la guerra ha ter­minado y la autocracia ya no existe. Al poder dictatorial ha sucedido el poder democrático; a la guerra, las revoluciones. Los héroes han sido brus­camente transportados del ambiente épico de las batallas al monótono prosaísmo de la vida jurídi­ca ordinaria.

Y ocurrió lo que no podía menos de ocurrir. Aquellos héroes tan grandes se empequeñecen; los que tan gallardamente condujeran sus tropas, si no a la victoria, al sacrificio heroico siempre, des­barran de modo lamentable al tener que ejercer una función para la que no estaban preparados: el gobierno civil. Y es que, como se sabe y se ha di­cho tantas veces, la autocracia, entre sus males infinitos, acarrea el de incapacitar a los pueblos

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para la vida política, reduciéndolos a la condición de personas que han llegado a la edad adulta sin haber aprendido a andar. Ello acaba por apren­derse, es cierto; pero cuesta muchas caídas.

El ideal ha sido sustituido por el interés, al co­razón y la cabeza ha sucedido el vientre en la im­pulsión y gobierno de los hombres. De aquí las claudicaciones tristísimas, las veleidades increíbles, las infidencias deshonrosas que nos revela el libro del señor Godoi.

Las revoluciones se suceden sin interrupción. Los amigos de ayer son los enemigos de hoy, y, de nue­vo, los aliados de mañana. La inverecundia polí­tica llega a sus últimos límites. El . gobierno del Estado es una cinta de cinematógrafo, no siempre manejada por paraguaya mano, pues todo decoro, todo sentimiento nacional se ha perdido.

Algún que otro campeón osa levantar la bandera del honor ciudadano; pero ese no tarda en desapa­recer del escenario, suprimido por puñal aleve o cobarde bala.

Uno de éstos es Molas, que reaparece en la es­cena como caudillo de vanguardia de la revolución llamada de Caballero.

# * *

En medio de tantas traiciones y vilezas como lle­nan la historia de esta época, Molas se destaca con cierta dignidad, no exenta de arrogancia y conser­va sin mancha su aureola de héroe.

Cuando, victoriosa aquella revolución, los diree-

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tores de ella hubieron de vender por un plato de lentejas su triunfo, Molas, que se había mantenido incorruptible, alzando el pendón de la disidencia, resuelve continuar el movimiento revolucionario hasta la total derrota del enemigo.

Sus compañeros de la víspera se aprestan a com­batirle, va el general Serrano a su encuentro, y sufre el tragi-cómico percance de Trinidad. Fué entonces cuando se produjo aquel hecho inaudito, por lo vergonzoso, de solicitarse el apoyo de las fuerzas brasileñas de ocupación, para batir al re­volucionario triunfante y conservar así " e l no du­rable mando".

¡ Cómo lastima ver el envilecimiento de aquéllos hombres, hasta entonces tan prestigiosos, los cuales, al pasar del medio heroico de los combates a las ba­jas realidades de la política, pierden todo decoro, y arrastran por los suelos la dignidad nacional, esa misma por la que acababan de luchar con tanto de­nuedo ! ¡ Curiosa contradicción!

La revolución había triunfado, pero la intriga política triunfó más, pues venció al fin. Los victo­riosos de Trinidad hubieron de retirarse despe­chados y mohínos ante el despliegue del ejército imperial, que salió a arrebatarles el fruto de la victoria.

Tal es la triste y eterna verdad de las revolucio­nes: "Los necios las inician, los incautos se adhie­ren a ellas, los aventureros las hacen triunfar y los intrigantes se apoderan de ellas para explo­tarlas".

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¡Y pensar que aún haya quienes crean en su eficacia!

* * «

En esta parte del libro el autor narra más que describe, y como tan bien hace lo uno como lo otro, y, por otra parte, cuenta cosas por él vistas, cuando no hechas, contra la opinión cervantina de que "nunca segundas partes fueron buenas", los epi­sodios revolucionarios resultan aún más interesan­tes que el trozo épico que sirve como de primera parte a la obra.

¡ Con qué naturalidad y desembarazo corre su pluma por entre la maraña de sucesos que se entre­cruzan y enredan en aquel turbulento período de nuestra democracia!

Ya bosqueja, con una pincelada feliz, la curiosa psicología de un personaje; ya narra con picante vivacidad mi episodio risible de aquellas famosas revoluciones, que más se distinguieron por lo có­micas que por lo trágicas; ya nos lleva de la mano a las interioridades tenebrosas de la sacrosanta Política, sus intrigas y sus crímenes.

El extraño duelo entre Aquiho y Molas, en Carapeguá, aquellos dos centauros de legendario arrojo; la tragi-cómica aventura de Serrano y Ca-briza, en Trinidad; la salida de las fuerzas impe­riales para debelar a Molas, y otros pasajes como estos, son páginas que han de afianzar la fama del escritor.

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III

El creciente, desasosegado afán de acumular bie­nes materiales que domina al mundo moderno, al sustraer del dinamismo humano aquellas fuerzas que, en otros tiempos, acaso más felices, empleaba el hombre en el cultivo desinteresado de las cosas del espíritu, hace que, de día en día, vayan siendo más raros los que, como don Juansilvano Godoi, viven callada, religiosamente, consagrados al culto de las artes, sin otra recompensa que la propia, íntima satisfacción de contemplarse Don Quijote en medio de tanto Sancho como llena el mundo.

Es, en efecto, el señor Godoi uno de los pocos, si no es el único, que entre nosotros no tienen puestas las fuerzas de su espíritu al servicio de la Utilidad, y cultivan las letras por el solo placer que su cultivo produce. Es, pues, un ejemplar ver­dadero de lo que ha dado en llamarse un intelec­tual. ;

No sé si estaré cegado por el amor propio na­cional, pero tengo para mí que, en punto a com­prensión, nuestra raza no es inferior a ninguna otra. Entendemos' fácilmente las cosas, aún las más abstractas, las discernimos con bastante cía-

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ridad y juzgamos con acierto no recusable ( 1 ) . De lo que hasta hoy no hemos dado prueba es de poseer aquellas facultades que, según la ortodoxia estética, son las potencias productoras del artista, a saber: la imaginación y el sentimiento. Esta fal­ta, unida a la deplorable deficiencia técnica con que aquí desempeñamos nuestros oficios intelec­tuales, da la clave del hecho de que hasta ahora no hayamos tenido un gran artista literario (2) .

¿Es ésta una falta étnica nuestra o se trata de un defecto puramente accidental?

Por superior a mis fuerzas, dejo la tarea de dilucidar este punto a los sociólogos que tanto abundan entre nosotros, los cuales a buen seguro que no dejarán de hallar explicación al fenómeno si ya no es que lo nieguen, que todo puede su­ceder.

"No tenemos genios porque somos pobres" es la tesis corriente en la materia.

¿Es la prosperidad económica condición sine qua non de la producción del talento? O, en otros términos: el talento ¿nace y prospera solo en el

(1) Muestra de esta potencia intelectual de nues­tra raza son: el Sr. Gondra, crítico sagaz, que, a un delicado gusto nativo, une vastísima y sólida cultura; el Dr. Domínguez, sutil analista y hábil dialéctico; el Dr. Báez, gran comprensor de ideas y excelente ex­positor de ellas.

(2) Fariña Núñez es una excepción. En él hay de todo: sentimiento delicado e intenso, buena fantasía y plena posesión de la técnica literaria.

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estado de saturación económica? Por de pronto, en lo que se refiere al individuo, parece que no; y, por el contrario, está averiguado que la mayor parte de las obras maestras del genio del nombre, han sido hijas de la miseria y del dolor. De Ho­mero se cuenta que era poco menos que un mendi­go, ciego por añadidura; Cervantes concibió su obra inmortal, la creación más portentosa del in­genio humano, en la inhospitalidad de una cárcel; el Dante fué " u n mártir de las injusticias socia­les de la Edad Media" ; Milton vio su Paraíso al través de sus amarguras de ciego; Poe concibió sus creaciones más geniales en la degradación del vi­cio y entre las sordideces de la miseria... En ge­neral, la carrera de las letras ha tenido siempre estrecha hermandad con las incomodidades de la pobreza.

Nada más estéril que el placer; sólo el dolor, el infortunio, es fecundo. La hartura producirá una buena siesta, pero nunca un Quijote o una Divi­na Comedia.

¿Se referirá, tal vez, a lo colectivo la prosperi­dad consabida?

Es lo cierto que Homero precedió en más de quinientos años a la prosperidad de Grecia; Sha­kespeare, en trescientos, pltis minusve, a la de In­glaterra, que, por otra parte, no produce ya Sha-kespeares en el día; Goethe, Sehiller, Heine vivie­ron casi un siglo antes de la grandeza alemana, que tampoco produce ya artículos de esta calidad; nunca estuvo peor Italia, ni en lo político ni en lo económico, que cuando se dieron en ella el Dan-

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te y el Petrarca; Edgard Poe no coincidió, ni mu­cho menos, con la gran prosperidad norteamerica­na. . .

Líbreme Dios de poner en duda verdades tan au­torizadas como esa de que es preciso ser rico para tener talento; lo que hago es llamar la atención de los estudiosos sobre estas pequeñas excepciones de la sacra regla.

4fc 4fc

El señor Godoi posee en alto grado la imagina­ción reconstructiva, y es así como tenemos en él a uno de los pocos literatos que entre nosotros me­recen este nombre verdaderamente.

Y de tal manera es la fantasía la facultad do­minante en el autor, y tan activa es en él esta fa­cultad, que siempre está haciendo arte cuando es­cribe, así no se haya propuesto hacer más que historia.

Capítulos enteros hay en las "Monografías His­tóricas" de un primor literario tan exquisito, de una factura artística tan perfecta, que nos hacen olvidar por completo de la historia que contienen para no pensar sino en la belleza que realizan. "Alberdi" contiene páginas que ya quisieran pa­ra sí escritores que gozan de celebridad en el mun­do. La misma "Muerte del Mariscal López" y " E l Barón de Río Braneo", que son para mí las obras más endebles del autor, tienen pasajes que descu­bren las garras del león, como suele decirse.

Su musa es el heroísmo. El señor Godoi profesa el culto de los héroes, por virtud de una afinidad psicológica. De temple heroico él también, mira a

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los héroes corno hermanos suyos, los ama y se con­sagra gustoso a su servicio.

Otros hay, por el contrario, que profesan este culto por efecto de una desemejanza espiritual. Estos no ven en los héroes sino sus señores natu­rales, y, a tal título, les reverencian y les sirven.

# # <#

De todos nuestros escritores, es el que más libros ha publicado, la .mayor parte referentes al Maris­cal López y a la guerra. En ellos el historiador no siempre está a la altura del literato, pero todos in­teresan y deleitan por igual.

Con el que hoy da a luz, inicia don Juansilvano Godoi una nueva serie, que tendrá por objeto la historia de los sucesos públicos de nuestra primera década constitucional.

A juzgar por la muestra que nos da de ella ef autor, esta nueva serie tendrá tantos quilates de bondad como la ya conocida. Narra el señor Godoi con naturalidad amenísima, y, como en esos volú­menes, al prestigio de su estilo habrá de unir el in­terés resultante de haber sido él testigo, si no au­tor, de aquellos sucesos, todavía se puede augurar mejor éxito a los libros por venir, con haber sido tan bueno el logrado por los anteriores. Súmese a ello la circunstancia de ser tan mal conocida la época en cuyos misterios se nos empieza a iniciar, y lo interesante que es de suyo esta dolorosa ges­tación de nuestra democracia, y se verá si es legí­tima la esperanza que abrigamos sobre el buen éxi­to de su historia.

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Hagamos votos porque los dioses tutelares del talento deparen al señor Godoi la vida y salud ne­cesarias para que siga dándonos los sazonados fru­tos que del suyo nos quedamos prometiendo.

Adolfo APONTE.

Asunción, 2 de julio de 1919.

El doctor Adolfo Aponte, autor de este trabajo,. perio­dista., actual Ministro de Justicia, Culto e Instrucción Pú­blica, es uno de los más atildados cultores del idioma, es-critov de vasta ilustración en las literaturas española y clásica (latina y francesa) así como de gran versación cu historia y letras.

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GUERRA DEL PARAGUAY

SüMAJiio: Preparativos del General Francisco Solano López para iniciar la guerra del Paraguay. — Datos numéricos de Thompson y del general Besquin, Jefe del Estado Mayor del Ejército Paraguayo. — Poder militar del Brasil, de la Argentina y del Uruguay. — La captura del vapor mercante brasileño "Marqués de Olinda". — Invasión de Matto Grosso. — Crítica del general Eesquin. — Invasión de Corrientes. — Descripción del soldado paraguayo don Manuel Tru-jillo. — Desembarco del general Robles con sus tro­pas en el puerto de Corrientes. — Constitución de un gobierno provisorio en la ciudad. — Lopes se instala en Humaitá desde el 9 de Junio de 1865. — El com­bate dsl Riachuelo. — Descripción de Trujillo. — Conducta de López en esta emergencia. — Disposicio­nes adoptadas por el Congreso extraordinario reunido el 5 de Marzo de 1865 en Asunción. — Invasión de Río Grande do Sul por las fuerzas del coronel Anto­nio de la Cruz Estigarribia. — Su rendición en Uru-guayana a las fuerzas enemigas. — El ejército de Robles evacúa la provincia de Corrientes y repasa el Paraná. — Inacción de la escuadra brasileña. — Pér­didas paraguayas en el primer año de la ofensiva de López: 64.000 hombres. — El Mariscal se instala con madama Linch, su favorita, en Paso de la Patria. — Aprovechándose de su descuido, el general brasileño Osorio, penetra libremente, con 20.000 hombres, en territorio paraguayo por las Tres Bocas en Abril de 1866. — Huida de López a los Esteros. — Combates varios. — López organiza un nuevo ejército, compues-

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to de 30.000 hombres, y lo lanza contra el reducto for­tificado de Tuyutí, (24 de Mayo de 1866). — Su frar caso pone término al poder militar de López. — La entrevista de Yataiti-Corá, según don Gregorio Bení-tez; López confiesa su culpabilidad; Mitre le pide que salga del país. — El mariscal se niega a abandonar el poder. — Plan de destrucción de la na­ción paraguaya. — Batalla de Curupaití. —• Caida de Humaitá. — López huye al Chaco. — Beapa/rece en San Fernando; ordena matanzas increíbles. — Itá-Ibaté. — Continúan las matanzas desde las cordille­ras hasta Cerro-Corá. —• Aquí el mariscal fué alcan­zado y muerto por los brasileños el 1* de Marzo del año 1870.

Como los antiguos romanos, los paraguayos, des­de la época colonial, eran agricultores y soldados a un tiempo, porque tenían necesidad de defender-R e contra las incursiones de los indios salvajes de la orilla derecha del río Paraguay.

El primer dictador, doctor José Gaspar de Fran­cia, los disciplinó y los armó para defender el país contra las invasiones de los argentinos y los bra­sileños, absteniéndose de intervenir en sus contien­das anárquicas.

El segundo dictador, don Carlos Antonio Ló­pez, preparó a la nación para la ofensiva y come­tió la imprudencia de provocar al tirano Rozas, de Buenos Aires. Entregó el pueblo paraguayo, ata­do de pies y manos a. su hijo mayor general Fran­cisco Solano López y este insensato dispuso lo ne­cesario para lanzarse a una guerra que no recla­maba ni el honor, ni el interés ele la nación.

Desde epie usurpó el poder por muerte de su pa-

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dre, ocurrida en septiembre de 1862, comenzó a intervenir en los conflictos del Río de la Plata como desfacedor de entuertos. Además, organizó ejércitos en Cerro León, en Encarnación y en Hu-maitá. Su primer gran ejército se componía de hombres de 16 a 50 años de edad. En el primer punto había 30.000, en el segundo 17.000, en el ter­cero 10.000. en Concepción 3.000, y en la capital 4.000. Total: 64.000 soldados, en agosto de 1864, arrancados a un país de medio millón de habitan­tes (Thompson-Resqum).

Poseía, además, López una escuadrilla de once vapores, algunos lanchones y unos 300 ó 400 caño­nes de todo calibre.

En la misma fecha, el Imperio del Brasil, país de unos 10 millones de habitantes, no contaba sino con un ejército de 25.000 hombres, que operaban en el Uruguay, y con una flota de buenos barcos de guerra.

El Uruguay estaba convulsionado por sus parti­dos políticos; la Argentina carecía de tropas regu­lares; el general Mitre pasó el año de 1865 en Con­cordia disciplinando reclutas y esperando en vano el contingente de Urquiza. Las demás provincias se hallaban también convulsionadas.

De manera que si López se hubiese lanzado con todas sus fuerzas, en el primer momento, hacia los países del Río de la Plata, probablemente hubie­ra obligado a Pedro II y a Mitre a darse a par­tido acerca del conflicto brasileño-uruguayo.

Pero López no era un hombre capaz de una ha­zaña semejante. Se quedó en la Asunción, reteni-

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do por temores desconocidos o por los ruegos de su favorita la inglesa Elisa Alicia Linch.

La catástrofe comenzó en la forma en que voy a relatarla brevemente.

El presidente López inició la llamada guerra del Paraguay capturando, en aguas paraguayas, al vapor mercante brasileño "Marqués de Olinda" en noviembre de 1864. En el primer momento no tuvo el impulso de cometer esta agresión; pero le indujo a ello el ministro uruguayo José Vázquez Sagastume, en vista de que fuerzas brasileñas ha­bían invadido el territorio orientili, con el fin de proteger al caudillo revolucionario don Venancio Plores.

¡ El general Francisco Solano López, Presidente de la República del Paraguay, se ponía al servicio del gobierno de Montevideo, en perjuicio de su pa­tria ! !

Pero él ocultaba su pensamiento diciendo que tenía que contener la ambición del Brasil y man­tener el equilibrio político en el Río de la Plata. Parecía, pues, natural que él, lanza en ristre, co­mo el caballero de la triste figura, marchase inme­diatamente para Buenos Aires y Montevideo ; pe­ro no sucedió así. Se afirma que su hermosa Dul­cinea no le permitió que saliera del país.

Entonces tuvo esta ocurrencia singular: en lu­gar de partir él para el sud en demanda de sus enemigos, ordenó a los coroneles Barrios y Res quin fueran a buscarlos en el norte, en Matto G-rosso. Y saliei-on estos jefes para su destino en diciembre de 1864.

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Las fuerzas paraguayas saquearon las fortale­zas y establecimientos rurales de aquella lejana e indefensa provincia. Dijo, después, el general Res-quin que esa expedición, del punto de vista mili­tar, no tenía objeto; sólo sirvió para sacar de ella una gran cantidad de ganado vacuno y materiales de guerra.

Inmediatamente después de esta agresión al Bra­sil, acometió también a la Argentina.

Como López, hasta ese momento, no estaba en guerra con el general Mitre, Presidente de dicha República, le pidió permiso para hacer pasar por el territorio de Corrientes las tropas que él envia­ba contra el Brasil. Mitre negó el permiso, alegan­do que él estaba decidido a observar la más estric­ta neutralidad en presencia del conflicto surgido entre los dos países vecinos. Y, como López no res­petaba el derecho internacional, ordenó a sus fuer­zas armadas cruzaran el Paraná y se encaminaran a sus destinos a través del territorio argentino. De consiguiente, López declaraba de hecho la guerra a la Argentina, dando un. auxiliar al Brasil.

En consecuencia de esta resolución insensata, propia de un hombre sin juicio, el 13 de abril de 1865 cinco vapores paraguayos asaltaron, en .el puerto de Corrientes, a dos vaporcitos argentinos, el "25 de Mayo" y el "Gualeguay", los ametra­llaron y mataron casi a todos sus tripulantes; fi­nalmente, regresaron trayendo a remolque sus pre­sas.

El compatriota don Manuel Trujillo, veterano de la guerra del Paraguay, ha publicado última-

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mente un opúsculo intitulado Gestas Guerreras, en donde narra esa acometida con la sinceridad de un soldado pundonoroso. Dice así:

" E l primer combate, en que fui actor, ha sido el abordaje en el puerto de Corrientes, tomando por asalto y por sorpresa los vapores argentinos "25 de Mayo" y "Gualeguay". Era un jueves santo a las 7.45 a. m. del 13 de abril de 1865.

"Al l í hubo una masacre; saltamos sobre la cu­bierta, y empezó la lucha pecho a pecho y mano a mano, al arma blanca.. . La victoria fué com­pleta para nosotros...

" E l vapor nacional " I p o r a " permaneció en el puerto durante treinta días para favorecer el des­embarque de nuestras tropas en Corrales y en Co­rrientes . . . "

Según Thompson, al siguiente día del combate, o sea el 14 de abril, el general Robles desembarcó en dicha ciudad 3.000 soldados; entraron después 800 hombres de caballería y, sucesivamente, otros regimientos y batallones. Mientras se ejecutaban esas operaciones, Robles se dirigió al sud, a lo lar­go de la costa del río Paraná, dejando en Corrien­tes un gobierno-pantalla protegido por 1.500 hom­bres; era un triunvirato formado de los correnti-nos Gauna, Silvero y Cáceres, manejado por otra trinca compuesta de José Berges, Miguel Haedo y el deán Eugenio Bogado, Berges era el director principal y recibía órdenes del Mariscal.

Como el general Robles entrase en la ciudad de Goya con el grueso de su ejército (20.000 hom­bres), en los primeros días de junio, dejando tras-

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(¡enejados a los cuerpos francos correntinos de La-graña y Cáceres, el general Paunero pudo desem­barcar tropas para recuperar la capital de la pro­vincia. En consecuencia hubo un combate el 25 de mayo entre esas fuerzas enemigas y la guarnición paraguaya de 1.500 hombres que comandaba el ma­yor Martínez.

López se despidió de la Asunción el 8 de junio y se presentó en Humaitá el día siguiente. El día 10—escribe el veterano don Manuel Trujillo—or­denó a los comandantes del "Tacuar í " y ocho bar­cos más de su flotilla para que marcharan esa mis­ma noche a Corrientes, a abordar y capturar por sorpresa a nueve vapores brasileños anclados en dicho puerto y cuya numerosa tripulación pasaba la noche en tierra, Pero hubo contratiempos im­previstos y falsas maniobras mandadas ejecutar por el almirante Meza; los brasileños tuvieron tiempo de ganar sus barcos y destruyeron a la es­cuadrilla paraguaya. Aquello fué un desastre, di­ce Trujillo; hubo un entrevero de diecisiete vapo­res y cuatro lanchones que se atacaban, corrían, avanzaban, retrocedían, en tanto que otros iban a pique; se peleó así durante todo el día 11 hasta la caída de la noche, hora en que los asaltantes volvieron con cuatro barcos solamente, habiéndo­se rendido los demás. En esa acción, el almirante Meza fué herido e hizo sus veces el capitán Cabral. Aquella catástrofe descorazonó a López.

Los vapores brasileños siguieron aguas abajo, siendo cañoneados por la artillería de la costa que comandaba Bruguéz. López condecoró a estos arti-

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lleros para humillar a los jefes y oficiales de la es­cuadrilla destruida por el enemigo en la batalla del Riachuelo, frente a la ciudad de Corrientes.

Antes de acometer a la Argentina, en la forma referida, el presidente López, en febrero, convocó un Congreso extraordinario, el cual inauguró sus sesiones el 5 de marzo y votó el siguiente decreto:

Artículo l 9 — Apruébase la conducta del Poder Ejecutivo de la Nación para con el Imperio del Brasil, en la emergencia traída por su política ame­nazadora del equilibrio de los Estados del Plata, y por la ofensa directa inferida al honor y la dig­nidad de la Nación, y usando de las atribuciones del art. 39, tít. 3 9 de la ley de .13 de marzo de 1844, autorízasele para oantimiar en la guerra.

Art. 2 9 — Declárase la guerra al actual gobier­no argentino hasta que dé las seguridades y satis­facciones debidas a los derechos, a la honra y dig­nidad de la Nación Paraguaya y su gobierno.

Por otros decretos, el Congreso acordó al presi­dente López el grado de Mariscal de Campo y un sueldo de 60.000 pesos anuales, si bien que, a la manera de los Césares romanos, él era dueño de vi­das y haciendas; y se le autorizó por forma a le­vantar un empréstito de 5.000.000 de libras ester­linas.

En junio de 1865, el Mariscal López estableció su cuartel general en Humaitá; desde aquí dirigió las operaciones realizadas en Corrientes y el com­bate naval del Riachuelo. Y, al mismo tiempo que había ordenado la invasión de Corrientes, enviaba hacia Río Grande del Sud al teniente coronel An-

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tonio de la Cruz Estigarribia con 12.000 hombres y seis piezas de artillería, con el objeto de ocupar dicha provincia. Parecía este jefe improvisado Na­poleón americano que se internaba en el país de los ¡arrapos imperiales. Encontró en la frontera 30.000 brasileños armados, en tanto que los gene­rales Mitre y Plores concentraban sus fuerzas en Concordia (junio de 1865).

¿Qué le pasó a Estigarribia en Uruguayanaf Que, aislado e incomunicado del Paraguay, tuvo que rendirse de una manera vergonzosa (18 de septiembre).

La noticia de la rendición de Estigarribia des­calabró moralmente a López; reunió a todos los je­fes y oficiales que se hallaban en Humaitá y co­metió la villanía de decirles que Estigarribia se había vendido a los enemigos. Era falso que se hu­biese vendido. Se rindió porque era demasiado ig­norante para adoptar resoluciones por sí mismo.

Ello no obstante, el "Semanario" de Asunción ponderaba las grandes cualidades de López, pa­rangonándole con Cincinato. La comparación era desgraciada, porque Cincinato venció a los enemi­gos de Roma, entró en ella como libertador y al ca­bo de dieciseis días se despojó de las insignias de la dictadura de que había sido investido para vol­ver a su casa de campo y empuñar de nuevo la re­ja del arado, que trocara por breve tiempo por la espada del guerrero.

El desastre de Uruguayana fué precedido de la supuesta traición de Robles, quien fué reemplaza­do en julio por el general Resquin. Malograda la

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expedición al Uruguay, López ordenó la evacua­ción de Corrientes. Resquin tuvo la gran habili­dad de salvar todo su ejército y la artillería de Bruguéz, que estaba en Cuevas, frente a Goya y a la vista de la escuadra brasileña.

Los barcos enemigos, cual si quisieran ser sim­ples testigos presenciales del pasaje por el Paraná, se situaron en Corrientes y en las inmediaciones de Itapirú.

Del 31 de octubre al 3 de noviembre se efectuó el traslado de las fuerzas paraguayas de la izquier­da del Paraná a la orilla derecha, más o menos frente al Paso de la Patria. Afirma el coronel Thompson que Resquin, gracias a la inacción de la escuadra brasileña, hizo pasar libremente sus tropas con 100.000 cabezas de ganado vacuno, arre­bañadas de Corrientes; pero que muchos millares de estos animales perecieron de cansancio y por causa de haber comido yerbas venenosas.

Añade el coronel Thompson, que el ejército que volvía de Corrientes estaba excesivamente exte­nuado.

Estas reliquias del ejército de operaciones en el sud se componían de 14.000 hombres sanos y 5.000 enfermos.

En Uruguayana se perdieron como 10.000 hom­bres.

Y en los hospitales de Humaitá, Cerro León y Paso Pacú murieron como 40.000 hombres, de di­senteria y otras enfermedades.

De suerte que en el primer añ-o de la> guerra, 1865, liabía perdido su primer gran ejército de

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64.000 hombres, antes de que los enemigos ataca­sen al Paraguay.

Los aliados contaban con el triunfo de sus ar­mas viendo al mariscal López destruir sus propias fuerzas terrestres y fluviales.

Esta circunstancia explica el hecho de que los brasileños y argentinos, conducidos por el general Osorio, entrasen en el Paraguay, el 16 de abril de 1866, en número de 20.000 hombres de una vez, sin ser molestados por López, el cual se hallaba en Pa­so de la Patria, a la orilla derecha del Alto Pa­raná, donde hacía matar a sus soldados en asal­tos inútiles a la costa correntina de Corrales. El veterano paraguayo señor Trujillo hace mención de estas acometidas sin objeto.

López esperaba a los aliados en Itapirú; pero és­tos penetraron en el Paraguay por la confluencia de los ríos denominada Tres Bocas.

López huyó de Paso de la Patria hacia los pan­tanos de Ñeembueú, que llaman Esteros, donde, pa­ra proteger a Humaitá, mandó construir una ex­tensa línea de fortificaciones en forma de cuadri­látero. Allí se libraron las batallas del Sauce, Ya-taity Cora, Estero Bellaco, Tuyucué, Curupayty, etcétera.

El debió comprender que, destruido su gran ejército de 64.000 hombres, no le quedaba otra sa­lida que capitular o arruinar totalmente a la na­ción, cuyos destinos dirigía despóticamente.

El Mariscal, sin embargo, antes de decidirse a tomar este último partido, planeó otro golpe insen­sato. Formó un nuevo ejército de 30.000 hombres,

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compuesto por jóvenes y viejos y lo lanzó al asal­to de las posiciones enemigas de Estero Bellaco. Aquí estaba el general Mitre dentro de un campo atrincherado, protegido por los pantanos y defen­dido por 40.000 soldados y un número considera­ble de bocas de fuego. Los paraguayos, en colum­nas cerradas, embistieron el formidable reducto; ametrallados a mansalva, perecieron casi todos. Es la batalla del 24 de mayo de 1866, que llaman de Tuyutí.

Este gran desastre puso término al poder mili­tar de López.

El Mariscal ee sintió enteramente descalabrado, porque debió comprender que no le quedaba ya ninguna esperanza, y que Humaitá dejaba de ser el Sebastopol paraguayo. En efecto, las escuadras brasileñas lo burlaron dos años después de Tuyutí.

López invitó a Mitre a una conferencia particu­lar, la cual tuvo lugar en un sitio llamado Yataití-Corá el 12 de septiembre de 1866. En esa ocasión el mandatario paraguayo habló a su rival de esta manera:

"General Mitre: mi presencia aquí está explica­da por los aoonteciniientos y los deberes que mi po­sición impone a los hombres qtúe dirijen los destinos de los pueblos y que son responsables de sus des­venturas. "Yo he hecho la guerra al Imperio del Brasil", porque he creído que aquella nación no se detendría en el dominio del Estado Oriental y que nos amenazaba a todos. Yo tenía y tengo la má# al­ta estima por el pueblo argentino; acaso si se hu­biera tenido mayor contacto con la persona que es-

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tó al frente de su gobierno, muchas dificultades y muchas desgracias se hubieran evitado; pero no ha sido asi, "y yo lie hecho la guerra al gobierno ar­gentino", porque lo consideraba ligado al brasile­ro en la cuestión Oriental. Hoy creo que la sangre derramada es ya bastante para lavar las ofensas con que cada uno de los beligerantes se creyese agraviado, y considero que puede Imcerse que esta terrible guerra tenga un fin, estipulando las con­diciones de tina paz sólida, duradera y honrosa pa­ra todos. (Gregorio Benítez, "Las primeras bata­llas contra la Triple Alianza", Asunción, 1919, pág. 229 ) " .

López se conceptuaba, pues, culpable y vencido. Mitre le contestó que él nada podía hacer por sí solo; que por el tratado de la Triple Alianza, es­taba prohibido a los aliados tratar con López; que para celebrar la paz con el gobierno del Paraguay, era condición sine qua non que López saliese del país.

Como se ve, la conferencia de Yataití-Corá no dio ningún resultado, pues López no se decidió a retirarse del país. En su consecuencia, los enemi­gos iniciaron la ofensiva contra las debilitadas fuerzas del presidente paraguayo. Este, a su tur­no, comenzó a huir por etapas: desde Paso de la Patria a los Esteros, desde los Esteros a Humaitá, de Humaitá al Chaco, del Chaco a San Fernando, de aquí a Villeta, donde hubo de ser cogido pri­sionero, de Villeta a las Cordilleras, y de éstas a Cerro Cora, donde fué alcanzado y muerto, des­pués de haber ordenado una serie de matanzas de

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hombres, mujeres y niños, ya como supuestos cons­piradores, ya por espíritu de venganza, ya con el intento de exterminar a la nación paraguaya, de manera que los enemigos no encontrasen sino rui­nas en el país.

Resumen: en el primer año de la guerra, del gran ejército de 64.000 hombres, murieron más de 30.000 en los hospitales de Cerro León, Paso Pu-cú y Humaitá, y la otra mitad en las desgraciadas expediciones a Corrientes y Uruguayana.

El segundo ejército quedó destruido en la gran contienda del 24 de mayo. Este desastre, del punto de vista militar, fué el final de la ofensiva de Ló­pez; y el triunfo obtenido en Curupayty no com­pensó de ninguna manera las grandes derrotas y pérdidas de la nación.

En cuanto a la defensiva de López durante los tres últimos años (1866-1869), fué la vía cnocis del pueblo paraguayo. Comienza la hecatombe or­denada por López en San Fernando, continúa en Villeta, prosigue por las Cordilleras y los yerba­les del norte y concluye en Cerro Cora el l 9 de marzo de 1870.

Por causa de aquellas matanzas mandadas eje­cutar por el Mariscal en sus furores o en su de­mencia, fueron exterminadas millares de familias inocentes, y, aproximadamente, la mitad de la po­blación total.

Por tales hechos, el Mariscal Francisco Solano López figura en la historia como un gobernante insensato, como un general inepto y como un ti­rano monstruoso.' Sus crímenes han sido descrip-

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tos por nacionales y extranjeros, que los presen­ciaron y los vieron, y varios de los cuales viven to­davía,

Cecilio BÁEZ.

El doctor Cecilio Báez, periodista, catedrático, ex Pre­sidente de la República^ ex ministro del Paraguay en Es­tados Unidos y Europa, ex canciller, ex delegado a los con­gresos americanos de Montevideo y Méjico, últimamente rec­tor de la Universidad Nacional y autor de gran número de obras, publicaciones y artículos de sociología, de derecho y de historia, no necesita presentación, pues su vasta labor intelectual es harto conocida.

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UN JUICIO LAPIDARIO

SOBBE EL SISTEMA EDUCATIVO DE LOS LOPEZ

Tal es el famoso Catecismo de San Alberto, di­fundido en las escuelas primarias con el fin de preparai', como ingenuamente dijo Calvo, el trán­sito gradual del despotismo a la democracia extre­ma! i

Ese ignominioso opúsculo demuestra el carácter de la educación común en tiempo de los López, y hace ver cuan exageradas son las laudatorias que se les dirigen, sin considerar que los signos del pensamiento, ya sean hablados o escritos, son sig­nos de muerte cuando solo transmiten ideas de opresión y servidumbre.

¡El Paraguay poco debe en este sentido a la ti­ranía !

Recuérdese que es gloria altísima la suya ser el primer pueblo americano que haya defendido la soberanía popular, cuando por boca de los comu­neros proclamaba, aún no demediado el siglo XVIII, que la autoridad del pueblo es superior a la del mismo rey, y piénsese luego en lo que sen­taba el vitando manual: que el soberano no está

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sujeto ni su autoridad depende del pueblo mismo sobre quien manda, y que no es menester la acep­tación de éste para que rijan sus decretos; recuér­dense las ideas vertidas en 1812 por Yegros y Ca­ballero en un documento digno de las loas del his­toriador, en el que encarecían la necesidad de edu­car en las escuelas ciudadanos útiles a su patria, y considérese, después, que todos los conatos de los déspotas fueron sólo encaminados a formar en los colegios vasallos fieles a su soberano, y dígase si debe aplaudirse sin reservas una educación que trataba de perpetuar a la república bajo el yugo del despotismo.

Cuando se leen esas páginas en que se habla de las penas que el gobernante puede imponer a los subditos, y en que se establece la delación como un deber de fidelidad de los mismos, acuden involun­tariamente a las memorias tantos trágicos episo­dios durante la guerra. Sí;•en aquellos capítulos malditos bebieron sus inspiraciones esos acusado­res y jueces inquisitoriales de San Fernando e Itá-Ibaté; en ellos formaron su espíritu todos los de­latores que, con sus infames denuncias, llevaron al cadalso tantas víctimas inocentes, substrayendo muchas veces con ellos a la patria paraguaya he­roicos defensores, que al llegar al patíbulo llora­ban, como el bravo Mongelós, no la pérdida de una vida acostumbrada a jugarla en las batallas, sino que el tirano lee hubiese negado trocar una ejecu­ción estéril por el suicidio sublime de un forzoso sacrificio en los combates librados por la causa na­cional; en ellos también encontraron alientos esos

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sacerdotes, apóstatas del Cristo, que infamaron el confesionario, llevando los secretos recogidos de la­bios de los penitentes a los oídos del tirano, con­virtiéndose de este modo en las aves del cielo que decía el catecismo, cuando conminaba a los que sin­tiesen bajamente del gobierno, aún allá en la clau­sura de los hogares y en las inescrutables recondi­teces del corazón!

¡ Cuánto daña a la memoria de don Carlos Ló­pez su régimen educativo, ya que no se puede ne­gar, ni seré yo quien lo niegue, que en otros res­pectos de su gobierno es digno de alabanza!

El lo presenta cargando, acaso, mayor responsa­bilidad ante la historia que el dictador Francia. Alberdi hizo ya notar que el despotismo del último, que fué sólo un accidente y pudo desaparecer con el hombre que lo ejerció, lo elevó don Carlos a sis­tema en la carta constitucional del 44, en que no se menciona siquiera una vez la palabra libertad.

Y si de esta consideración se pasa a las que su­giere el Catecismo de San Alberto, no se está lejos de pensar que, en efecto, si la tiranía de aquél fué solo, acaso, resultado de invencibles impulsos de un temperamento morboso, no así la del segundo, que, con todo cálculo, quería imbuir al pueblo en las doctrinas de la obediencia pasiva, enseñándole la filosofía del despotismo, santificada con los pres­tigios de la religión, por la pluma, o envilecida o fanática, de un obispo absolutista!

(Alude el autor al antecesor del obispo Pala­cios).

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En la capital y en algunos puntos, los más im­portantes de la campaña, existían colegios parti­culares, pero, más que en ellos, el espíritu de la mujer paraguaya se formó en los hogares, donde, aparte de las nociones de la enseñanza elemental recibida de sus padres, cultivaban esas raras vir­tudes sublimadas más tarde en la hora de la prue­ba, cuando Pancha Garmedia, el ángel del pudor, la mártir de su honra, caía lanceada en remotas soledades, y tantas madres y hermanas preferían la muerte y soportaban los más bárbaros tormen­tos, antes que manchar sus labios con la delación o la denuncia falsa que se les exigía contra el her­mano, el esposo o el hijo, demostrando así que no es necesario buscar en la historia griega las pági­nas de Harmodio y Aristogitón para saber a qué sacrificios puede llegar la mujer en aras de la lealtad!

Y, si se piensa que la que no sucumbía víctima de los tormentos, expiraba después en las penurias de ese éxodo doloroso a través de la selva o el de­sierto, y huyendo ante el invasor que hollaba con su planta la tumba de los muertos queridos, en­tonces se comprende que la historia futura tendrá que esculpir en sus hojas la imagen de esa noble mujer con el relieve épico que le dan sus inmen­sos dolores!

Manuel GONDRA.

Asunción, mayo 15 de 1897,

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Con motivo de los elogios que el malogrado Blas Garay dedicara a la obra educacional del gobier­no de don Carlos Antonio López en su "Compen­dio de la Historia del Paraguay" (pág. 269), don Manuel Gondra publicó en " L a Democracia" (1897), una serie de artículos ocupándose del "Ca­tecismo de San Alberto", adoptado entonces como texto de instrucción cívica en las escuelas de la república y que es como reza su portada una "ins­trucción donde por lecciones, preguntas y respues­tas, se enseña a los niños y niñas las obligaciones más principales que un vasallo debe a su Rey y Señor" como "emanación de la autoridad divina."

Juicio del Doctor Domínguez "E l gobernante se identificó con la patria y si­

guió llamando traidor al que decía mal del gobier­no; en los colegios se hizo aprender el Catecismo de San Alberto, es decir, el código del despotismo.

El señor Manuel Gondra fué quien en unos ar­tículos bien pensados se ocupó del Catecismo de San Alberto, pero exagerando tal vez sus resul­tados, pues nosotros entendemos que, con o sin San Alberto, las horribles escenas de la guerra, la cruel­dad, la bajeza y la delación, hubieran sido mone­da corriente.

Manuel DOMÍNGUEZ. (Conferencia sobre la enseñanza nacional—1897).

Tanto don Manuel Gondra como el doctor Manuel Do­mínguez, descollantes figuras de las letras paraguayas, son suficientemente conocidos, aparte de sus estudios y actua­ción de primera fila en la vida nacional, para que sea menester extenderse en otros datos a su respecto,

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OTROS COMENTARIOS

(Del Doctor Cecilio Báez)

Cuenta Mr. Washburn que luego que el gene­ral López se apoderó de la presidencia, hizo reim­primir el catecismo de San Alberto, obispo de Tu-cumán, quien lo publicó en 1784, después y como consecuencia de la insurrección encabezada por el desgraciado Tupae-Amarú, que fué ahogada en sangre. El catecismo de San Alberto es el Código del despotismo, y estaba destinado—dice José M. Estrada—a corromper a la juventud, infiltrándole desde temprano la idolatría del poder y la abyec­ción del esclavo.

El pueblo vivió, pues, en la ignorancia más pro­funda, tanto en los dramáticos tiempos del colo­niaje, como en los muy trágicos de los dictadores nacionales. Segregado del mundo civilizado por la triple barrera de los grandes desiertos territoria­les, de la ignorancia de la lengua castellana y del sistema teocrático-político, implantado por las mi­siones católicas y por los gobiernos dictatoriales, el pueblo paraguayo ha llegado a ser el más pobre, el más ignorante y el más incapaz para la vida democrática.

Recién después de 1870 piiede decirse que el Pa-

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raguay lia llegado a incorporarse al movimiento de los pueblos civilizados, y tiene escuelas de ver­dad, donde el individuo ilustra su espíritu y ad­quiere conciencia de su personalidad, que antes no la tenía,

Mas es necesario hacer constar que no solamente son escasas todavía las escuelas en los pueblos de la campaña, sino también asaz insuficiente la en­señanza para elevar la condición moral del pueblo.

Es necesario multiplicar las escuelas para edu­car al pueblo. La escuela es el fundamento de to­do progreso y la base del gobierno libre.

Por falta de instrucción, el pueblo paraguayo no tiene todavía costumbres democráticas: el pue­blo campesino es muy ignorante. En el Parlamen­to no hay ideas, y la prensa nacional no cuenta ni con un solo órgano de principios.. . por falta de un público leído que le dé vida. Esta es la verdad.

La verdad, como ciertos remedios, tiene sus amarguras; pero hay que devorarlas con resigna­ción, si queremos suprimir los males.

Eduquemos al pueblo por la instrucción y por los actos de buen gobierno; porque un pueblo se desmoraliza por los atentados gubernativos, se co­rrompe por el despotismo, y se cretiniza por la fal­ta de instrucción.

{La tiranía en el Paraguay.—Sus causas, ca­racteres y resultados).

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CINCUENTENARIO DE CERRO CORA

MUERTE DEL TIRANO

Muchas veces estuvo (Napoleón) a una pulgada de la muerte. Una vez cayó en el puente de Areola. Otra vez en un encuentro se vio en medio de los aus­tríacos y fué librado a duras penas. En Lonato y en otras partes estuvo a pun­to de ser prisionero. Peleó en sesenta batallas y todavía no estaba contento. — E m e r s o n .

¡Cuánto contraste entre el guerrero genial y su imitador (el Mariscal Ló­pez) que resultó ser el Capitán Araña de la guerra del Paraguay!

Hoy se cumplen cincuenta años que se libró el postrer combate entre un puñado de espectros, más que soldados, y el numeroso y bien mantenido ejér­cito brasilero, en Cerro Cora, suceso acaecido el l 9

de Marzo de 1870. Este luctuoso acontecimiento, último episodio de

la gran tragedia, que ha puesto fin a la contienda, en la que sucumbió nuestro pueblo, marca, al mis­mo tiempo, la era inicial do la implantación del ré

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gimen de la democracia en este suelo siempre holla­do por la planta del tirano o del déspota, desde su emancipación política.

Este aniversario encierra el más doloroso recuer­do por cuanto es la consagración de nuestra derrota sellada con la muerte de ese monstruo de perversidad y de cobardía, que fué el Mariscal Francisco Sola­no López. Este hombre, más que tal, una fiera abra­sada de ambiciones desatadas, de instintos carnice­ros, sensual, codicioso y pusilánime, arrastró tras de sí, hasta el exterminio, a su pueblo, noble, su­frido, valeroso, legando a la historia pruebas de su ineptitud militar y de excesiva crueldad, pues se complacía en someter a las más exquisitas tortu­ras, como diría el padre Maíz, a los más leales ser­vidores de la patria, con olvido de sus méritos y sacrificios en penosas campañas.

Es verdad que hay compatriotas que se propo­nen glorificar a ese protervo, presentándolo como modelo de gobernante y conductor de pueblos, como la encarnación misma del heroísmo de la ra­za ; pero esta pretensión absurda sólo se cifra y fun­damenta en la necesidad, ineludible a su juicio, de forjar un ser superior, legendario, epónimo, para inculcar a nuestros conciudadanos el sentimiento del nacionalismo de cuño tiranófilo, y cultivarlo artificialmente como en un invernáculo.

Uno de los hijos del tirano López, de cortos al­cances, pero tenaz en su empeño, deseoso de ate­nuar los crímenes y errores que pesaban sobre el autor de sus días, más o menos auténtico, con ahinco y constancia había logrado embaucar a unos

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cuantos jóvenes ingenuos para que asumieran la defensa vindicatoria del verdugo de su generación, al exterminador de un pueblo valiente y abnegado, que luchó hasta el martirio, haciendo renuncia de cuanto más amable posee el hombre, con un estoi­cismo sin paralelo. Entre tanto, López, en compa­ñía de una adúltera cortesana, la Lynch, llevaba, durante toda la campaña, una vida regalada, si­barítica, lejos del fragor de los combates.

Así coíno estamos en el deber de rendir home­naje al soldado paraguayo, que nos ha dejado ejemplos imperecederos de valor y abnegación, ra­yanos en lo prodiogioso, arrancando la admiración del mundo entero, también habremos de examinar, el reverso de la medalla, simbolizado en el Maris­cal-presidente, que se mostró indigno del pavoroso y tremendo drama.

Alrededor de la personalidad, de López, que tiene relieves bien pronunciados a causa de sus defor­midades morales, se ha tejido una leyenda de ex­celsas virtudes; mas, con el correr del (tiempo, agente depurador de las cosas, aquélla se irá desva­neciendo para que la historia surja esplendente con su contenido de verdades inmutables. Las menti­ras desaparecerán como las brumas ante los rayos del sol. Es tarea vana pretender velar al Quasi-modo de la guerra del Paraguay.

Hay una faz del tirano, que sus panegiristas se guardan de.-dar a luz, callándola, cuidadosamente, con evidente mala fe : la desenfrenada codicia que roía las entrañas de su "Héroe " , pues mientras el pueblo peleaba bravamente en defensa de la pa-

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tria invadida por el extranjero enemigo, López, en estrecho maridaje con una impúdica cortesana, inmigrada de Europa para instrumento de placer, se preocupaba más en transferir, por medio de es­crituras de venta simuladas, extensas zonas de tie­rras a su querida, esas mismas tierras por cuya conservación en el patrimonio nacional rendían la vida millares y millares de los hijos infortunados de este suelo. No sólo se mostró indigno el Maris­cal como soldado, como capitán de sus legiones de bravos, sino que tuvo el cinismo y la desvergüenza de ir despojando a este pueblo sufrido, denodado, de unos seis millones de hectáreas, que servirían para asegurar el porvenir de la aventurera, que no le dejaba ni a sol ni á sombra, de sus hijos, y de sí mismo, si lograba escaparse, como lo ha in­tentado en Cerro Cora, bien que le fuese contra­ria la suerte, alcanzado en su fuga por balas ene­migas, hasta que se le ultimó cobardemente. No sólo el tirano sombrío e implacable, verdugo desalmado de sus subditos sumisos y obedientes, escrituraba más de tres mil leguas de tierras fiscales a nombre de la mujer adúltera, la Proserpina de la guerra del Paraguay; sino que, además, sendos cajones de oro, plata y joyas arrebatadas a las madres, herma­nas y esposas de los heroicos defensores de la pa­tria, eran, sigilosamente, conducidos y depositados a bordo ele barcos extranjeros y remitidos a Euro­pa a consignación de los agentes de la Lynch.

Es así que el tesoro metálico y las mejores tie­rras del Paraguay defendidas jpor sus hijos a uñas y dientes, con valor indómito, eran traspasados a

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la mujer funesta, que contribuyó, más que nadie, por su influencia mágica y deletérea sobre López, para consumar la ruina del pueblo paraguayo, ve­jado, escarnecido, ultrajado sin piedad por una aventurera descarriada.

Cuando se rehaga la historia con el criterio da imparcialidad y de justicia con que se deben ana­lizar los hechos y examinar los acontecimientos, ha de emerger la siniestra figura de López como el prototipo del monstruo, símbolo de la barbarie, la cobardía, el orgullo satánico, la incapacidad mili­tar y política, y de una inmensa codicia, pues re­sulta ser éste el aspecto más repulsivo de su perso­nalidad siniestra, como general y guía de un pueblo arrojado a través de los mayores sacrificios que recuerda la historia de América.

Quien leyera detenidamente la infinidad de do­cumentos que condenan a ese ángel exterminador, y supiera que hay jóvenes paraguayos que preten­den vindicar su memoria, no saldría de asombro; diría que son seres degenerados, que han sido víc­timas de la locura o de la ley fatal de atavismo que les fuera transmitido por sus ascendientes di­rectos o de segunda línea, que han sufrido mil pe­nurias, privaciones y vejámenes durante la larga contienda y que han debido padecer de los nervios, debilitándose su organismo hasta el agotamiento .físico y moral.

Si López fué un tirano, sensual y sanguinario, que pasará, definitiva e irremisiblemente, a la his­toria, como uno de los más encarnizados persegui­dores de sus semejantes, que no ha respetado an-

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cíanos, mujeres y niños, no es menos vituperable la conducta de los que, a pretexto de enseñar "na­cionalismo", menoscaban las legítimas glorias de los jefes, oficiales y soldados, muchos de ellos caí­dos bajo la saña del tirano, que se batieron brava­mente en los combates. Ello es debido a que se quiere ocultar las manchas indelebles de la grotes­ca figura de López para presentarlo como símbolo de las más altas y puras virtudes ciudadanas y guerreras, en homenaje de quien fué, precisamen­te, la cifra y el compendio de todas las maldades, dechado de pusilanimidad y crueldad; quien, en sus crímenes y venganzas, no respetó ninguno de los sentimientos humanos, que distinguen al hom­bre de la fiera. Escarneció a la sociedad, intro­duciendo en su seno una cortesana adúltera; atro pello derechos !y libertades; no conoció amigos; repudió a sus hermanos, torturándolos y luego ha­ciéndolos fusilar; negó a su madre; sacrificó a los mejores servidores de la patria, fraguando una vas­ta conspiración; nadie encontró cuartel a su saña implacable.

Hoy, cincuentenario de la muerte vergonzosa del verdugo de este pueblo, lo es también de su triste aniquilamiento definitivo. La triple alianza, que se aprovechó de la vanidad, soberbia e ineptitud de López, sostuvo y alimentó la guerra a sangre y fue­go, y, una vez terminada, dictó duras condiciones, las que impone todo vencedor al vencido, al cabo de una lucha prolongada, en la que se abate total­mente al ejército enemigo, haciendo imposible todo conato de resistencia. Se nos arrebató la tercera

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partc de nuestro territorio y se nos adjudicó una deuda de guerra estupenda que, a causa de su mis­ma cuantía, aparece en la historia como la acusa­ción más tremenda contra los gobiernos que con­certaron la guerra de la triple alianza y los res­pectivos pueblos, que la aceptaron y que todavía la aceptan, con excepción del Uruguay, nación no­ble e hidalga, que, posteriormente a la contienda, llegó a borrar esa mácula, haciéndonos justicia, en tanto que el Brasil y la Argentina, ricos y podero­sos, beneficiados con nuestros despojos, celosamen­te guardan y conservan bajo siete llaves el padrón más ignominioso que pregona por todo el orbe el maquiavelismo de los estadistas que aprobaron, suscribieron y ejecutaron el tratado de la triple alianza, invocando, para mayor escarnio, sentimien­tos de humanidad y de justicia!

En resumen: si López fué la causa de la pro­longación injustificada de la lucha, que no supo dirigir, precipitando a su pueblo a la ruina, los aliados, de su parte, merecen la más severa conde­nación de la historia por haber despojado a una nación infortunada, exánime al terminar la gue­rra, no obstante la proclama que lanzaron a la faz del mundo de que no les movía otro interés que cas­tigar la soberbia de un tirano bárbaro, sanguinario y megalómano, que pondría siempre en peligro la paz internacional de la América del Sur, y que tenía aherrojados y oprimidos con las más du­ras cadenas a sus gobernados.

Tan devastadora ha sido la guerra, que, ahora, a medio siglo de distancia, el Paraguay no ha lo-

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grado aún afirmar su independencia económica, restaurar sus energías, reponerse de sus pasados quebrantos. ¡ Se debate todavía en la pobreza, la ignorancia y desorganización!

A lo que nos han conducido las aberraciones de un déspota altanero, y la política solapada y arte­ra del General Mitre, el gaucho Flores y los con­sejeros taimados de don Pedro II, que no sólo qui­sieron deshacerse de un tirano temible y soberbio, sino que habían alimentado el designio oculto de ensanchar sus ten itorios a expensas del Paraguay. ¡ Y el engreído y torpe dictador les ofreció la opor­tunidad de que desencadenaran la guerra extermi-nadora!

¡Y pensar y saber que hay paraguayos que se prosternan ante la efigie de esa hiena, que decretó y consumó la ruina de su patria!

Es que, sin duda, confunden la leyenda, inven­tada, con la historia verídica, pretendiendo hacer escuela de nacionalismo con un personaje exeecra-ble, que fué el dictador Francisco Solano López, cuya memoria debe ser objeto de maldición hasta de nuestra más remota posteridad.

Inclinémonos reverentes y respetuosos ante el recuerdo de nuestros antepasados, que, con fervor y sublime amor a la patria, hambrientos y desnu­dos, defendieron palmo a palmo el suelo hollado por huestes extranjeras, en violento contraste con el Mariscal López, que se mantenía alejado de las batallas, bajo tienda confortable, bien alimentado, en brazos de una bella, zalamera y voluptuosa cor­tesana, que le hacía adorable la existencia, por otra

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parte tan llena de sufrimientos para el soldado que se batía estoicamente en una campaña desigual, sangrienta y porfiada.

En Cerro Cora, los restos del gran ejército cons­tituían ya apenas unos centenares de espectros, mientras que el sibarita Mariscal, su querida e hi­jos se hartaban de alimentos delicados en medio de las mayores comodidades que se podían allegar en las circunstancias precarias como eran las de las postrimerías de la campaña militar.

Nada más elocuente que el contraste que ofrecía el tirano con el pueblo que padecía tormentos in­decibles, harapiento, fatigado y miserable. En esa larga viacrucis ¡ cuántos soldados fallecieron de ina­nición o cayeron muertos a lanzazos a causa de la maldad y terquedad de la hiena enfurecida y aco­rralada en el último reducto que no supo defender! El chacal encontró la muerte, huyendo medroso, consecuente con la conducta que ha observado du­rante los cinco años de la guerra.

La historia debe maldecir su memoria y ensal­zar, en cambio, el heroísmo del pueblo paraguayo, que en valor y sacrificios rayó en lo sublime.

Juremos odio eterno al Mariscal Francisco Sola­no López y veneremos el recuerdo de los gloriosos soldados, que escribieron con su sangre un poema inmortal, que será la admiración de los siglos y el orgullo de nuestra raza!

(Artículo editorial de "El Liberal", del 1' de Marzo de 1920).

Era director a la sazón de "El Liberal" y autor del artículo qne antecede, el señor Selieario BIVAROLA, pe-

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riodista de gran figuración en el país, actual Ministro del Interior y anteriormente presidente del partido li­beral, Ministro de Justicia e Instrucción Pública, Pre­sidente del Senado y no ha mucho representante diplo­mático en el Uruguay.

El señor Rivarola es uno de los hombres públicos más ponderados y preparados y figura entre los hom­bres de consejo y de gobierno en el más alto concepto.

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LA PRISIÓN Y VEJÁMENES DE DOÑA JUA­NA CARRILLO DE LÓPEZ

ANTE EL ULTRAJE DE UNA MADRE

Breve itinerario

" E l momento en que los actores van a desaparecer es el más a propósito para es­cribir la historia; se puede reconocer sus testimonios sin participar de sus pasiones". —Thiers.

Escuetamente expuestos, no podría formarse de los acontecimientos el juicio requerido por la ver­dad para el veredicto de la historia.

No pretendo formular como han de expresar la verdad quienes nos sucedan en posteridad; pero sí, afirmo, con las cifras auténticas y accesibles a todo empeño que la verdad está contenida y repe­lida en los documentos que la bibliografía post-gue-rra del 70 ha recogido y expurgado.

Afirmo, también, que los escritores idólatras del tirano López son culpables de contrariar los docu­mentos expresos de la historia, extraviando con in­tención mezquina y antipatriótica las declaraciones, escritos, memorias, diarios y otras formas como se manifestaron los actores de la lucha, con la egoís­ta mira de embriagar la pasión nacional en benefi­cio exclusivo de sus bienes y en perjuicio de las

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enseñanzas morales e históricas que se deben al pueblo, para mejorar sus ideales y acendrar su conciencia en el respeto de la verdad y la persona­lidad humana.

Estos instrumentos de estudio no vulgarizados todavía con la necesaria extensión y manualidad, provienen de los compatriotas que más cerca estuvie­ron del Mariscal López y de sus negocios públicos y privados; y son uno de ellos: el viee-presidente de la República don Francisco Sánchez; el general Francisco Isidoro Resquín, jefe del Estado Mayor del Ejército, desde el comienzo de la lucha; el te­niente coronel Aveino, secretario del despacho del Mariscal; sargento mayor Palacios, del mismo car­go que el anterior; el coronel J. C. Centurión, pri­vado' del Mariscal y con grandes funciones en los célebres tribunales de sangre; el comandante Ma­tías Goiburú, ex-fiscal de sangre; el capitán Aram-burú; el héroe de la Isla-Poí, teniente coronel Fran­cisca Martínez; el ciudadano don Juan Asencio Aponte; los documentos de nuestro archivo publi­cados bajo la indiscutible autoridad de don Juamsil-vano Godoi; las relaciones sencillas de don Manuel Avila, los exordios y las adhesiones al Conde D'Eu, del padre Maíz; las innúmeras revelaciones de los sobrevivientes de la ruina, la prensa rioplatense de la época, etc., etc., aparte de historiadores extranje­ros que han vivido en este país, como Masternian, Thompson y von Versen, etc., etc.'

Yo no sé, cómo tantos (sino todos) elementos pri­mordiales de la historia conspiran a condenar las atrocidades y torpezas del mariscal, y qué propósito

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o qué desgracia mental extravía y arrastra a los idólatras del tirano a empantanarse en ese gran fan­go de fanatismo en que se manchan y se festejan.

El pueblo verá pronto todos esos documentos re­unidos, y podrá, en sus siestas de huelga, leer y comprender su pasado reciente.

Cuando tan pequeña labor se ha realizado, leyen­do esas relaciones ingenuas, sonríe el alma de des­confiada de la labor de VEINTE Y TREINTA Y CINCO AÑOS de los maestros adoradores del ti­rano !

Fueran todavía poco los TREINTA Y CINCO años de sudor mental para haber forjado tanta, men­tira literaria, si literaria puede ser una mentira.

Para decir la verdad se requiere menos tiempo, pero más salud de conciencia.

Hecha la breve referencia, seguiremos la ruta del ejército, arrancando de San Fernando, orillas del Tcbicuary.

"En la noche del 13 de Marzo de 1868 pasamos a Timbó, y de allí seguimos para Monte Lindo, y des­pués de algunos días de estar en el Ceibo pasamos a San Fernando".—(Mamúel Palacios).

"En San Fernando reunió López 18.000 hombres sanos con los cuales marchó a Pikysyry".—^(Bes-qum).

"El pasaje de las corazas por Humaitá y el arri-ho de las mismas a la capital, dieron lugar en ésta y en Paso Pueú a algunos incidentes curiosos que avivaron el espíritu suspicaz del Mariscal, sirvién-

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dolé, puede decirse, de base para iniciar el gran suceso de la CONSPIRACIÓN''.—(Centurión, pág. 120, 3er. Tomo, Memorias).

Saturnino Bedoya, cuñado del Mariscal y tesore-.ro general de la Nación, permanecía en el cuartel general de Paso-Pucú, desde el 25 de diciembre (1867), día en que hizo entrega como presidente de la comisión popular encargada de presentar al Ma­riscal la espada de oro con incrustaciones de brillan­tes y otros objetos de altísimo mérito, en nombre del pueblo de Asunción.

Cuando pasó la escuadra por Humaitá, el 19 de Febrero del 68, Bedoya cometió la indiscreción ele expresarse humorísticamente en presencia de los generales Barrios y Bruguez y del obispo Palacios: "¿Qué estarán haciendo los de Asunción? Quién sabe si creyendo que nos hayan tomado los negros no se les antojará poner un nuevo gobierno, a quien tendremos que ir a sacarlo de la oreja".— (Relación de M. Palacios a Ignacio Ibarra).

"Uno de los circunstantes se tomó el encargo de poner en conocimiento de López la referencia ino­cente de Saturnino Bedoya y de ahí data la cuestión de la gran conspiración fraguada en la Asunción". — (21/. Avila).

López avisó al vice-presidente en ejercicio, don Francisco Sánchez, (Adejo honorable y leal a la fa­milia de López desde el tiempo de don Carlos), del pasaje de la escuadra, ordenándole a su vez toma­ra providencias para evacuar la capital.

Pero antes, el 22 de Febrero, aparecieron los mo­nitores expedicionarios a vista de Asunción.

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La noticia corrió velozmente, y a pedido del co­mandante general de armas don Venancio López, re­unió el vice-presidente un consejo compuesto de los señores Benigno López, secretario general de go­bierno; Francisco Fernández, el juez Bernardo Or-tellado, León Bogado, Carlos Rivero, el padre Espi­nosa y Gumersindo Benítez, con el objeto de cambiar ideas y tomar r-esoluciones en la emergencia impre­vista de la aparición de la escuadra enemiga.

"Lo que mucho le disgustó a López, fueron las medidas tomadas por los hombres de Asunción, sin su conocimiento: la reunión del consejo de notables, la junta de los jefes de milicias en Paraguarí, y otras que se adoptaron a la aproximación de los bu­ques aliados.

"Todo aquello López interpretó a su manera y se dijo, seguramente esto no es otra cosa que el de­seo de sacarme del mando, y el instigador no es sino mi hermano Benigno, que es el candidato a substi­tuirme. . . pero ya me pagarán".—(M. Avila).

¡ La conspiración! Era la segunda que el Mariscal pretextaba para satisfacer venganzas.

La primera fué el año 185.9, en vida de su padre. Rivalidad de amor por la bella Carmelita R., le

arrastró al inmaturo ministro de guerra a condenar en consejo al joven Carlos Decoud, y ejecutarlo en la plaza de San Francisco.

López, la había amenazado a Carmelita, como pos­teriormente amenazó a Pancha Garmendia. Pero Carmelita no amaba sino a Carlos; se lo había dicho al mariscal. Este se vengaba fusilando a su rival". ¡ Oh, horror! su cadáver fué arrojado desnudo delan-

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te de la puerta de su madre (la de Carmelita). Esta sintió el golpe de puerta, la abrió . . .

El cadáver desnudo de su novio estaba allí, tendi­do y sangrando todavía.—•(Masterman, pág. 38-39).

En este acto deshonesto y vengativo se revela el chacal de San Fernando.

Sigamos con la conspiración de San Fernando. En los primeros días de Marzo, fueron llamados al

cuartel general el ministro de Relaciones Exterio­res, Berges; el coronel Venancio López; el sargento mayor cíe artillería don Francisco Fernández, ofi­cial 1* del ministerio de guerra y marina; y los se­ñores Gumersindo Benítez y Carlos Rivero,oficiales primeros del ministerio de Relaciones Exteriores y de Gobierno, respectivamente..

Todos concurrieron al llamado haciendo el viaje con el Pirabebé, "menos don Benigno López que no se hallaba en la capital, y que cumplió la orden po­cos días después. (Se encontraba en su estancia de Concepción). .

López, antes que llegasen los recién llamados ha­bía tomado declaraciones a Bedoya, quien aterrado de su situación depuso contradictoriamente. Así cuando llegaron aquéllos, López, hábilmente tenía atados los cabos de la farsa. A todos trató con doble/ y mohina intención. Les hacía preguntas. A medida que se daban cuenta los "conspiradores" de los planes del mariscal, se contradecían, especialmente aquellos espíritus temerosos. Fácil fué al Mariscal componer el ovillo con tanto hilo.

Cuando Benigno López llegó a su presencia, las declaraciones estaban adelantadísimas.

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" i Y bien!, ¿ qué es lo que ustedes pensaban hacer en la capital?", le preguntó el Mariscal.

'Señor, —• le contestó Benigno, — como no he­mos tenido más noticias de usted o del ejército des­de que Hjumaitá quedó sitiado por el enemigo, había­mos creído llegado el momento de pensar y tomar alguna resolución tendiente a salvar nuestras per­sonas y nuestros intereses".

No bien acabó de dar esta contestación, cuando el Mariscal, volviendo la cara hacia el coronel Caba­llero, le dijo a éste:

"Ya ve, Caballero, cómo éstos son más negros que los mismos negros".—(J. C. Centurión, pág. 191, :Jer. tomo. Memorias).

Centurión confiesa no haber tenido noticia de la conspiración si no es por la especie propalada por el mismo López.

El general Resquín tampoco la conoció sino por el Mariscal.

El viee-presidente Sánchez, en su memorable car­ta de defensa la califica de "impávida y temeraria impostura''.

Tliompsom, ironiza su desconocimiento de la tal conspiración, y se remite a Washburn.

Nadie conoció la tal conspiración, sino cuando el Mariscal reunió a los generales Barrios, Bruguez y Resquín, obispo Palacios, y a otras muchas perso­nas, a quienes les significó la infame traición de los conspiradores contra la Patria y su gobierno. Que estaban de acuerdo con los enemigos.

Este era el motivo porqué el ejército se retiró del cuadrilátero, y que ahora, si no fuera la revelación

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de sus grandes planes de batallas a los enemigos, es­tarían estos ateridos de vergüenza a sus pies.

Justificaba el Mariscal sus grandes y funestos fra­casos, con el supuesto conocimiento de los enemigos por prevenirles desleales hijos de la Patria, de sus trascedentales designios.

Corrió la noticia. La guerra iba mal por causa de la entente de los conspiradores con los enemigos.

Esta farsa singular y grotesca espanta si se exa­mina la conciencia de un hombre que deliberada­mente proyecta salvar su vanidad inútil a costa del sacrificio de millares de víctimas..

Las torturas más inhumanas puso en práctica Ló­pez en aquel delirium íremens de crueldad. Sus her­manos de sangre; sus hermanos políticos; todo, todo cayó en el remanso turbio de aquella conciencia adul­terada, que parecía un charco de sangre putrefacta.

El diario de Resquín, que comienza el 17 de Ju­nio de 1868 al 14 de Diciembre, registra SEIS­CIENTAS CINCO víctimas, fusiladas y lanceadas, que él pudo anotar. ^

El cuadro demográfico ordenado según los pape­les-del Mariscal encontrados en Cumbaryty arroja una lista de OCHOCIENTOS TREINTA Y UNO, el número de víctimas.

Matías Goiburú, dice MIL OCHOCIENTOS O DOS MIL víctimas, incluyendo los muertos a conse­cuencia de las prisiones y de las torturas que sufrie­ron. Eran ellas de lo más granado de la Asunción, y extranjeros ilustres.

DOS MIL vidas tronchadas en dos meses y medio.

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i En sesenta y cinco días ejecutan 2.000 vidas! ¡ VEINTE Y SIETE víctimas por día, fusiladas

y lanceadas! ¡ Qué labor!

El l 9 de Septiembre de 1868, llegó el ejército a Villeta, en número de 13.000 hombres.

En los últimos días de Noviembre el ejército bra­silero flanquea al paraguayo por el Chaco. Cruza el río frente a San Antonio a retaguardia, de Itá-Ibaté (Lomas Valentinas).

El general Caballero parte al frente de una co­lumna con propósito de interceptar al invasor en su paso: y es derrotado en Ytororó el 6 de Diciem­bre. Se retira y con nuevos refuerzos que le llegan del interior, compromete la acción de Avay, el 11 de Diciembre y compromete también su buena es­trella con la derrota más veloz de toda la guerra. Llega con dos soldados al cuartel de Itá-Ibaté.

Las vanguardias de López hacia Villeta, fueron deshechas el 17 del mismo Diciembre. El 21, 22, 23, 24, 25, 26 se libran las batallas en los esteros de Pikysyry. Lucha desigual y mal dirigida de parte nuestra. El 27 la derrota completa; López se escapa con 60 hombres por el Potrero Mármol, hacia Ce­rro León.

(El mes de Diciembre de 1868, el Paraguay libra diez batallas, todas perdidas. Es el mes de las ba­tallas).

En Cerro León demora tres días, y del 1 ? al 2 de Enero de 1869 llega a las faldas de las cordilleras

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de los Altos por el camino de Pirayú, Caacupé (pa­so Azcurra).

Reorganiza un ejército de 13.000 niños y viejos. Como de costunxbre, hace pelear uno contra cinco, para el resto aniquilarlo él mismo.

Así, el 12 de Agosto, en Piríbebuy, nuestro ejér­cito sufre la penúltima gran dei*rota.

López, para engañar y desdecir las noticias del desastre, celebra un Te-Deum y se muestra alegre por la suerte de las armas en Piribcouy.

El 13, marcha precipitadamente, y el 15 por la tarde llega a Caraguatay.

El 16 es derrotado Caballero en los campos de "Aeosta-Nú" (B. Grande).

De Caraguatay destacó López una expedición de 900 hombres al mando del coronel Hermosa, con orden de guardar la entrada del bosque, llamada Caaguy-yurú.

Fué aniquilada el 18. Este mismo día López ini­cia su marcha llegando el 25 del mismo Agosto de 1869 a San Estanislao.

El 30 decretó López promoción general a grados inmediatos de jefes y oficiales. Resquín y Caballero ascendieron a generales de División, Roa y Delgado a Brigadieres. El mismo día se descubre la tercera conspiración.

En Caraguatay o sus cercanías, habían caído pre­sos un hombre con su mujer. El hombre se escapó en el trayecto de Caraguatay a San Estanislao. López desconfió y obligó a la mujer a que confesara, anti­cipándosele las horrorosas coacciones a que eran so­metidas las víctimas.

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No todas las mujeres paraguayas preferían la muerte y los más bárbaros tormentos antes que man­char sus labios con la delación o la denuncia falsa que se les exigía contra el hermano, el esposo o el hijo; las había que aterradas por el dolor de las tor­turas hacían falsas confesiones según insinuaban los fiscales.

López hizo fusilar al sargento de los urbanos por haber dejado escapar al prófugo y a la mujer la hizo deponer. Dijo ella que era cierta la conspira­ción; que mantenía con Aquino comunicaciones se­cretas que luego eran transmitidas a los aliados; que desde Azeurra existía un plan de asesinato contra el Mariscal, siendo parte de la escolta la encargada de ejecutarlo.

Les llamó López a un careo al alférez Aquino y a la mujer. Aquino negó al principio, pero habiendo sido castigado con azotes y cepo, confesó todo al mismo López.

Como ocurría a las víctimas del tormento, en el paroxismo del dolor se declaraban culpables para apresurar la muerte o recibir el perdón. López apro­vechaba este momento y les exigía el nombre de sus cómplices. Moribundos, doloridos, llevados por el de­lirio, murmuraban cualquier nombre. Al fin y al cabo ¿qué les importaba?

Así fué encausada la señorita Dolores Reealde, por una falsa delación de Leite Pereira. Así, ahora, en San Estanislao, Aquino cita varios nombres. López le había emborrachado antes de preguntarle: " en tal ocasión le mandó dar de comer y beber aguar­diente".—(Resqum. Memorias). "A'quino denunció

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alg'unos individuos como cómplices suyos, estos de­nunciaron a otros, y de un golpe fueron fusilados OCHENTA Y SEIS individuos de tropa y diez y seis oficiales, entre los cuales el coronel Mongelós, comandante de la escolta y el mayor Rivero, su se­gundo, no porque hubiesen tomado parte en la cons­piración, SINO POR HABERSE REUNIDO en el cuerpo de mando una trama tal sin haberla ellos descubierto".—(Resqián. Memorias. Masterman, pá­gina 493. Edición. Palumbo 1911).

Se cuenta que el heroico y caballeroso coronel Mongelós, varón galante y hermoso como valiente, lloró al tirano, le suplicó que le perdonara la vida por la Patria, en cuya ara pensaba sacrificarse en alguna acción gloriosa. El tirano no le oyó.

¿Qué placer monstruoso halagaba el corazón de ese hombre para tronchar con semejante crueldad las más caras y heroicas vidas?

¿Qué morbosidad ancestral le remordía, para la comisión de sus crímenes? ¿Qué miseria moral roía su conciencia sombría para mantenerse sordo a las voces de la inocencia, la justicia y la ternura?

Don Manuel Gondra atribuye la causa de tantos crímenes a la educación despótica que desde el tiem­po de don Carlos A. López se inculcó al pueblo con el catecismo de San Alberto.

"Cuando se leen esas páginas en que se habla de las penas que el gobernante puede imponer a .-AIS subditos, y en que se establece la delación como un deber de fidelidad de los mismos, acuden involunta­riamente a la memoria tantos trágicos episodios du­rante la guerra. Sí; en aquellos capítulos malditos

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bebieron sus inspiraciones esos acusadores y jue­ces inquisitoriales de San Fernando e Itá-Ibaté; en ellos formaron su espíritu todos los delatores que, con sus infames denuncias llevaban al cadalso tantas víctimas inocentes, sustrayendo con ellos muchas veces a la patria paraguaya, heroicos defen­sores, que al llegar al patíbulo, lloraban como el bravo Mongelós, no la pérdida de una vida acos­tumbrada a jugarla en las batallas, sino que el ti­rano le hubiese negado trocar una ejecución estéril por el suicidio sublime de un forzoso sacrificio en los combates librados por la causa nacional... " .— (La Independencia, período constitucional, por Ma­nuel Gondra).

Consideraciones de índole sociológica como la que el señor Gondra aduce, ¿ pueden aliviar la responsa­bilidad histórica y política del tirano?

El señor Gondra, claramente no abriga semejan­te propósito, al contrario, fluye de la ardiente frase que se transcribe su sentimiento de patriota contra­riado por tanta ignominia cometida por el tirano.

Sigamos en busca de la 4* conspiración. En ella, doña Juana. Carrillo de López, madre del Mariscal y sus otras hijas, Rafaela e Inocencia, se complican. Vamos llegando al término de este trabajo.

Ni un solo sentimiento de humanidad hasta aquí hemos encontrado en López. Las escenas, que vamos a narrar, colman la naturaleza de indignación y es­panto.

Lo inexplicable surge con misteriosa interrogación sobre nuestra conciencia.

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¡La madre! Es ella el último refugio de ternura donde acude el perverso a mitigar sus penas. Allí, el inocente lo mismo que el pecador, hallan el bene­ficio del perdón y.la cálida asistencia de la miseri­cordia. Allí, en el amor infinito de la madre se bo­rran las fronteras que dividen en el mundo moral las malas y las buenas acciones. Allí se bebe el hálito de la caridad y de la ternura, y se nos retribuye el bien y la misericordia por el mal y la impiedad que hemos cometido.

La madre no ve sino al hijo, al pedazo de su carne, a la continuación de su sangre, a la historia vivida de su posteridad, al amor de sus amores y al dolor de sus dolores.

. El hijo malo, el hijo bueno, el perverso y el pró­digo, al transponer los umbrales del hogar donde está velando la mujer de las mujeres, la madre, ha terminado para aquél los estigmas con que el mundo distingue y afrenta a los desgraciados del error y del mal.

En ese santuario como en el reino de Dios, no hay sino un gran amor que perdona y una caridad que hace de las lágrimas perlas de paz y de bienestar.

La madre es el símbolo de la ternura y el amor di­vino sobre la tierra, y el vínculo más lógico que eslabona las generaciones unas con otras.

Ella es la síntesis de la obra perfecta. Sufre en el parto la gran herida que disloca su cuerpo.

De su dolor sale el hijo a quien ama y goza en él su sufrimiento mismo de la vida.

La madre es la encarnación dramática del evan­gelio. Es la que sufre siempre por el bien ajeno y

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sonríe de contento buscando y creando la felicidad de sus hijos, que no siempre reconocen.

¡ Ingratos!. . . López, no sólo olvidó su filiación, la ultrajó, la empañó con la blasfemia y la impos­tura.

Para una madre, la muerte del parricida es poca ante la audacia hereje del hijo que levanta su mano contra ella.

El ultraje a la madre es mucho más ignominioso, más sacrilego, que si se le diera la muerte.

"Todavía me arden las mejillas del rastro impío de las manos del padre Maíz' ' exclamaba doña Jua­na Carrillo de López, a doña Andrea Recalde en su quinta de Ybyraity (Jardín Botánico), después de la guerra.

El padre Maíz la había abofetado por orden de López, quizá.. .

" E n Diciembre de 1868 obligó a su madre a de­jar su casa de la Trinidad, en donde había perma­necido brutalmente presa por cerca de dos años, e ir a Luque, capital provisoria, allí delante .del altar de la iglesia, jurar que ella sólo í'econocía como hijo suyo a Francisco Solano López y maldecir a los demás como rebeldes y traidores. Se excusó alegan­do ancianidad (tiene más de sesenta años) y estar enferma del corazón para no cumplir la orden, pero el oficial encargado de ejecutarla le dijo que tenía que obedecer o morir, y se vio obligada a mentir".-— (Masterman).

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La historia no conoce ejemplo de crueldad más in­humana. No tiene atenuante. Concurren en ella, la sangre fría, la exquisitez en su ejecución y una es--pede de placer vesánico.

*

El 12 de setiembre abandonó López San Estanis­lao, hizo alto a orillas del Capiibary, de allí a Cu-ruguaty — en un paraje llamado "Tandey" , el 9 de octubre — y allí se prosiguieron las averigua­ciones de la conspiración de San Estanislao.

Para colmo de la crueldad del tirano, un inciden­te desdichado da pie al proceso en que se complicó el nombre de doña Juana Carrillo de López.

Apareció una mujer por aquellas soledades. El general Resquín la denunció a López y éste ordenó al coronel Centurión y al ministro Caminos toma­ran declaración de ella.

Resultó la pobre desdichada, viuda de un ex-cria-do de doña Juana Carrillo de López. Los hábiles jueces arranearon de la humilde mujer flagrantes declaraciones por las que Venancio López resul­taba mantener comunicaciones secretas con los ene­migos desde Azcurra.

Las medidas fueron rigurosísimas contra los in­dicados .

Se establecieron dos tribunales, compuesto el uno del coronel Abalos y del mayor Bernardino Villa-mayor, y el otro, del comandante Palacios y el ca­pitán de fragata don Romualdo Núñez,

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Fueron llamados los reos a reclaración, quienes comprendiendo la farsa cruel de la> justicia, se con­fesaron conspiradores, citándose recíprocamente.

¡ Qué fuerte e imperturbable es el destino, para haber torcido tan altas conciencias!

El coronel Marcó fué el primero y luego Venan­cio López, ambos se citaron cómplices, mas 16 ofi­ciales.

Debían los conspiradores envenenar a López, con el concurso de la madre de él, doña Juana. Esta­ban previstas las medidas de escape, si el fracaso les ponía a escoger el camino de la suerte. Baja­rían por el Capiibary en canoas hasta Asunción. (Según la imaginación del tirano).

"Confesos todos los cómplices, Venancio López, Marcó y su mujer Bernarda Barrios, delataron con­tra la señora Juana Carrillo ele López y sus hijas viudas, Inocencia y Rafaela López, éstas como co­nocedoras y la primera como empeñada cooperadora del asesinato proyectado".

Así surge la cuarta conspiración, la más dramá­tica, y la. más curiosa de la, historia' en que la vida, y hi. dignidad de una madre sufren afrentas ignomi-nioms de su. propio hijo. Comienza el 16 de octu­bre (!e 1869, en Tandey, cercanías de Curuguaty.

En Itanarañú, López convocó un consejo de su Estado Mayor-. Estuvieron presentes S. E. el Vice­presidente de la República clon Francisco Sánchez; general Resquin; ministro Caminos; ministro Ealeón; coronel Centurión; capellanes mayores Maíz, Francisco S. Espinosa 7 José del Rosario Me-

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dina; comandante Palacios; capitán Romualdo Núñez y el coronel Aveiro.

López les hizo relación de la horrenda conspira­ción fraguada en contra de su vida, es decir, con­tra la Patria. Que se trataba de su madre, la prin­cipal responsable.

Todos dieron su opinión opuesta al enjuiciamien­to de la madre del más grande guerrero que ha vis­to los siglos (según los neófitos del convento de la tiranía).

El coronel Aveiro aconsejó que cabía el enjui­ciamiento .

López se mostró conforme con el dictamen de Aveiro.

Hizo sus excusas. Dijo que a todo reconocimien­to privado, a todo vínculo de familia anteponía su carácter y majestad de ser de justicia, de hombre de la ley.

Manifestó que haría todo lo que la humanidad le permitiese hacer, entendido, sin menoscabo a la justicia.

En aquellas remotas soledades, donde la vanidad estaba por demás, confunde la grotesca farsa con que pensaba impresionar todavía.

¡ La justicia! ¡ La ley! Recién cuando la imagen sagrada de la madre

cayó en el ludibrio de su crueldad, se recordó de la justicia, ele la ley, no para cumplirla, sino para escarnecerla...

En Arroyo-Guazú comparecieron las hermanas. Inocencia contestó como interesaba a los fiscales.

Rafaela, después de muchos días, declaróse cul-

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pable: "se puso a términos". Pero cuando le in­terrogaron respecto de la culpabilidad de su ma­dre, se negó completamente.

Enterado el mariscal, autorizó se la aplicara el rigor de los castigos.

Rafaela soportó todo: y ¿ sabéis lo que hizo ? Se arrojó al fuego, levantó una brasa ardiendo y se la llevó a su boca.

¡ Quería quemarse la lengua antes que profanar el nombre de la madre! (Ver declaración de Avei-ro, pág. 462. Masterman).

Desde entonces fué sometida a tormentos. En Zanjajhú el 23 de diciembre,. López instruyó a los fiscales, para que le elevaran un mensaje, rogán­dole una autorización para proceder contra la ma­dre.

El padre Maíz redactó el oficio, y el mariscal lo proveyó: "Sea interponiendo desde ahora para su tiempo, todo mi valer en favor de mi madre, y en el de mis hermanas, aquello que la ley pueda aún permitirme".

El cordero de la ley. . . ¿ qué podría hacer en fa­vor de su madre?

Cuenta el coronel Aveiro que mientras proveía la famosa orden de allanamiento contra el domici­lio de su madre, dijo: " L a copa está servida, hay que bebería". ¡Se vac ía ! . . .

Durante nueve días consecutivos fué trabajada doña Juana Carrillo por los fiscales.

Con qué arrogancia de matrona consular recha­zaba la impertinencia y grosería de los fiscales!

Fué la actitud de la gran señora ejemplo de alta

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majestad que en aquellos desiertos arrojaba su des­precio a la máscara infame de la tiranía.

No'obstante" su firmeza de resistir a la impostu­ra cruel del hijo degenerado, la obligaban a poner­se de pie ante los fiscales, como recibía "algunos empujones" y otros castigos por el estilo. Manuel Palacios declara que el coronel Aveiro la sableó una o das veces, y que él la " t o c ó " dos veces ( ! ) .

Los fiscales comunicaban al Blariscal las violen­cias a lo que él asentía \por "que una vez criminal, como se hallaba' su- madre, se hacía acreedora, a es­tos tratamientos".

El 4 de enero dejó el ejército Zanja-jhú, cerca de Panadero.

" L a retirada de Panadero, dice el general Res-quín, fué motivada no solamente por la noticia de la aproximación del general Cámara al Río Verde, sino también porque López recelaba que una fuerza brasileña, que saliese de Curuguaty, subiera la Cor­dillera y le cortase por la retaguardia".

" Y a en Panadero el hambre era excesiva y se empezó a carnear los bueyes de los carros, hallándo­se las palmeras que proporcionaban el coco a larga distancia".

Entretanto López salió de Panadero con cinco mil hombres y veinte cañones, algunos de grueso calibre".

"Tanto en Ygatimí como en Panadero, hubo fu­silamientos y lanceaniientos".

"Al romper la marcha de Panadero tuvo lugar una ejecución en grande escala. (Memorias del ge­neral Besquín).

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En esta ejecución en grande escala se lanceó a Pancha Garmendia (2 al 4 de enero ele 1870).

El mariscal López no olvidaba sus afanes de acumular alhajas para la Lynch, como las onzas de oro.

Una vez que fué sometida a juicio su madre, se incautó de su equipaje a título de revisar algunas cartas comprometedoras.

" E l dinero en onzas, patacones y billetes, y las alhajas y joyas mandó que se reunieran en una caja grande, y se entregasen, como se hizo, en de­pósito al ministro Caminos y toda la plata labrada y ropas la mandó acomodar en un carretón que en Samacerá, por falta de bueyes, se dejó con llave a cargo del mayor Félix García, que últimamente se supo haberse desertado, robando muchos objetos de su cargo". Del dinero en onzas, el mismo día de nuestra marcha de Zanza-jhú, me pidió (López) le trajera alguna cantidad. Llevé conmigo a un oficial, saqué cinco o seis bultos de dos einturones...

Yo entiendo que este dinero lo había enviado pa­ra el exterior por conducto de los ingleses Mr. Nes-bit y Mr. Hunter que fueron ese mismo día con una carta" (Coronel Aveiro).

En Río Corrientes, la madre de López fué llama­da a un careo con Venancio López, que cayó enfer­mo gravemente. Pidió éste a su madre que satisfi­ciera a los fiscales, que era inútil toda negativa.

Doña Juana se opuso tenazmente. Los fiscales la denuncian, y López les autoriza a cintarcarla con algunos golpes, pues ya ha jugado mucho con us­tedes".

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Venancio, rendido y enfermo, le rogaba que de­clarase conforme la requerían en el interrogatorio. Ella respondía con altivez: " n o tengo nada que declarar. ¡Dejadme por Dios, cómo mentís!" Qui­so levantarse y retirarse a su coche; el Tribunal la sujetó. Ella insiste y grita ante la violencia de los fiscales, hasta que éstos le aplican sablazos y golpes. Dice Aveiro que entonces exclamó ella: ¿ por qué me tratáis así ?

" E s la última vez que yo me he visto y hallado con ella. Me mandaba pedir solamente sus necesi­dades que yo le proveía con conocimiento y orden del Mariscal, pues yo nada tenía. De lo que no le proveí fué de yerba, café, azúcar y dulce, porque López decía que ya no había, sin embargo de saber yo por otro conducto, que había bastante de los tres últimos artículos". {Coronel Aveiro). El ma­riscal niega las modestas golosinas a su madre. ¿ Qué materialidad grosera impulsaba su torpe naturale­za? Negar la yerba y el azúcar a una señora an­ciana de más de sesenta años, es negarle el pcm y el agua.

El señor Resquín afirma que continuaba el Ma­riscal durmiendo cómodamente, levantándose a las 10 o a las 11 de la mañana; jugaba a las cartas con Madama Lynch y sus hijos, bebían champagne, y se cambiaban ropas de seda que las hacían sacar de cajones recién desclavados. ¡Y su madre Mendi­gaba yerba, café y azúcar, y se le contestaba que ya no había! .

Medite el lector sobre el sentimiento del hombre. De Panadero a Cerro-Corá el camino quedó al-

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fombrado de cadáveres; lanceados y muertos de hambre. De los cinco mil y tantos hombres que partieron de Panadero apenas llegaron 300 (¡tres­cientos!) a Cerro-Corá, dice Resquín.

A los ocho días de permanencia en Cerro-Corá, amanece el 1' de marzo de 1870.

Llegan las vanguardias de Cámara al cuartel ge­neral de López; éste va galopando, huyendo. Pasa por entre las carretas que conducían a su madre y hermanas. Rafaela le grita, le pide socorro!

¡Pancho!, le grita, y él apenas tiene tiempo de contestarle: "Fíese de su sexo, señora". Esta sola contestación revela la pérdida de toda serenidad y crea la certidumbre de la huida cobarde.

La distinguida matrona doña Stael Jovellanos de Ruiz, que habita y vive todavía en la casa de la calle Benjamín Constant, me refiere el caso si­guiente :

En el mes de octubre de 1870,- la señora doña Juana Carrillo de López acababa de llegar a la Asunción.

La señora Jovellanos de Ruiz, entonces joven, acompañó a su madre a una visita que hizo a do­ña Juana.

No se hizo esperar que la conversación girase al­rededor de la guerra recién fenecida.

Tomó la palabra la ilustre dama, dice, y refi­rió las tristezas y pesadumbres que la asaltaron en Cerro-Corá. Creía ella que su hijo, el Mariscal, fir­maría su sentencia de muerte en V de Marzo.

Algo de eso se susurraba y así declaró al ministro

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Párannos. (Ver "Revista del Instituto Paraguayo", N 9 6 ) .

Cuando amaneció el l 9 de Marzo, una mañana radiante y soleada, notó el desconcierto en el cuar­tel. Las guardias que la custodiaban desaparecie­ron; los hombres cuyos ceños se cerraban amena­zadores y fieros, perecían tocados de un gran remor­dimiento. Se despejó el ambiente del terror que le circundaba, pero algo trágico flotaba en él.

Todo presagiaba el desenlace largo tiempo año­rado y previsto.

En estas inquietudes le sorprende la carrera vio­lenta del Mariscal que venía de las posiciones del Norte. Pasó de largo por el cuartel y unos minu­tos tras de él el escuadrón de Chico-Diabo, que visiblemente quería cortarle la retirada.

Vi y comprendí el cuadro, de un golpe de vis­ta, — dice la madre.

Sabía que ese escuadrón era la fuerza enemiga que iba en su persecución; comprendí que mi hijo llegaba a su última hora. Grande fué mi dolor cuando lo di por perdido y me puse a llorar y a rogar por él.

Cuenta la señora de Ruiz, que aún está fresco en su memoria el sollozo de doña Juana cuando refería su calvario.

i Y hé aquí la madi'e, lector amigo! Clavad, hijos ingratos, en su corazón la espada del martirio, y os besará la mano que empuña el arma parricida en señal de perdón.

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Haeedle el mal mayor y os pagará con un ósculo de maternidad y de dulzura. A veces llora en silen­cio el mal que le hacen para no ofender con sus lágrimas el remordimiento ajeno.

¡MADRE! OS reivindico del ultraje que sufristeis en la historia; y perdonad a los extraviados Sel presente que se prosternan todavía ante vuestro verdugo y magnifican sus crímenes. Perdonadles: no conocen que fuisteis vos la qu-e sufristeis el gran dolor de la guerra.

Una posteridad más sana y más robusta santifi­cará vuestro martirio, y la Patria, esta Patria' pa­raguaya olvidará por vxiestro perdón a su Tirano, y con el olvido ^castigará sios crueldades. El ol­vido es el castigo de la Historia.

Yo impediré que vuestra historia se mancille con~ ciibinándóla con las crónicas infames del Tirano, porque sé que vuestro dolor lia sido la sonrisa he­roica que acuñó la raza en su alma imperecedera. En vuestro callado dolor se nutrieron l-os héroes del pan de la inmortalidad...

Yo impediré que de la historia de la Patria se maldiga, porque en ella el momento sublime de la exaltación heroica es también el instante de ma­yor dolor de las madres.

El Paraguay, como Francia, escribió su epopeya con la amargura serena de sus Madres, y yo vigi­laré para que esa epopeya se mantenga pura como las Madres que la vivieron.

Federico GARCÍA.

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El malogrado autor de este trabajo que vio la luz en "El Liberal" (en el número del 1' de marzo de 1920), destacado miembro de la juventud intelectual y del par­lamento,, dirigió también una interesante carta a Vargas Yila sobre el Mariscal López, en consonancia con las ideas y juicios que quedan expuestos en el precedente estudio.

A la lista de fraguadas conspiraciones que se mencionan, debe agregarse la que refiere el padre Maíz en su carta a O'Leavy, cuando a raíz de su ascenso al poder y mucho antes de la guerra, el Mariscal encerró en calabozos a centenares de personas. Se publica en una carta más ade­lante.

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EL MARISCAL LOPEZ

(Juicio de Juansilvano Godoi)

Al describir la conferencia de Yataity-Corá, el autor de "Monografías Históricas" (págs. 11 y si­guientes) dedica al Mariscal López los siguientes párrafos y juicios, con motivo de trazar el parale­lo del mismo con el general Mitre:

Jamás la providencia había aproximado dos des­tinos menos armónicos, dos caracteres más en pug­na — de educación, tendencias, doctrinas, senti­mientos i costumbres diametralmente opuestos — en momentos tan cruelmente solemnes, para depar­tir sobre la vida o la muerte de una república ame­ricana..

El mariscal López no ha tenido que experimen­tar, ni necesitado conocer estas iniciaciones irri­tantes.

Mimado i adulado desde sm primeros años, cria­do en el mando i para el mando — a los diez i ocho años era jeneral de brigada i mandaba uñ

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ejército de siete mil hombres en 1846 a las superio­res órdenes del jeneral Paz.

Investido el 53 con la plenipotencia extraordina­ria ante las cortes europeas, recorrió, acompañado de numeroso séquito, disponiendo de recursos ili­mitados, las principales capitales del viejo mundo.

París, fué la ciudad de su predilección, porque satisfacíaoi sus gustos e inclinaciones las espléndi­das i aparatosas fiestas de la corte, que le dispen­saba "afectuosa acojida en los imperiales salones de las Tullerías.

Pasó una mañana dos horas bajo la cúpula dora­da de los Inválidos, contemplando el pórfido gra­nítico que cubre los restos de Napoleón el grande, cuyo sueño guardan sibilas aladas, entre las tumbas de Luis XIV, V atiban y Twrena.

Allí, entregado a profunda meditación, su ajila­do espíritu creyó percibir choques de acero i el es­truendo de los cañones — reviviendo batallas fabu­losas ante nuevas delincaciones de vastos imperios con la espada del Capitán del siglo. Masticó pla­nes de poderío y grandeza futnros, que su enfer­ma imaginación le hacía realizables, sobre el suelo libre de la América republicana.

López recojió el mando supremo por disposición testamentaria en artículo de muerte de su padre Carlos Antonio, que había ejercido el poder dis­crecional durante veinte años.

Era, indudablemente, él la persona más inteli-

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gente e ilustrada de la república, después de Berges; pero el Paraguay, en esa época, carecía de centros de educación superior y establecimien­tos universitarios — no poseía sino escuelas pri­marias y un seminario conciliar.

El país en masa yacía postrado en completa ig­norancia; y sólo puede prestarnos vaga idea de su inconcebible atraso la circunstancia de no contar entre sus hijos: un abogado, un médico, un in­geniero, ni ningún hombre de ciencia con títulos universitarios.

El mariscal López es un autócrata, que, gobier­na sin parlamento, corte de justicia ni tribunales, como el Czar de las Rusias o el sultán de Turquía; pero todavía con más poder, puesto que él nada tiene que temer de las conjuraciones secretas del serrallo, ni de sigilosos nihilistas, que no serían ca­paces ni en el pensamiento de conspirar contra su vida.

Reúne en su persona todas las fuerzas vivas del Paraguay; su confianza ciega y su cariño sin lí­mites; es dueño a placer de vidas y haciendas, de ta fortuna pública y privada, del tesoro de la re­pública y de los bienes de cada ciudadano, de las tierras del Estado y de las propiedades particula­res.

Los habitantes todos están pendientes de sus la­bios, dispuestos a sacrificios sin nombre; y no de­sea sino penetrar su oculto pensamiento, para co-

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rrer a la muerte, con la impávida y serena, volun­tad del estoico.

La reputación, el prestigio y cariño del maris­cal López, en la nacionalidad paraguaya, están vin­culados al credo de tres generaciones, que se lian sucedido hereditariamente en la sumisión incondi­cional de sus mandatarios.

Sus poderes awtocráticos fueron consagrados, ha medio siglo, por la voluntad omnipotente del dicta­dor Francia, y ni el pueblo, ni la nación, ni Dios están antes que el. Nada tiene que ver con las convenciones humanas. Está arriba de los códigos mismos; su voluntad omnímoda, anunciada en for­ma de decretos, queda ipso-facto promulgada con valor y fuerza de ley.

El es todopoderoso. El sacerdote católico, en los cuarenta templos esparcidas de un confín a otro de la república, hace resonar diariamente su nom­bre en el momento del sacrificio de la misa — a semejanza del sacerdote de Júpiter, que rogaba a los dioses del paganismo por la eternidad de los Cé­sares — pidiendo a la Divina providencia gracias perdurables, honores, felicidad y prolongada y ven­turosa existencia.

Sus ejércitos guardaban marcada analogía con las legiones de Carlos XII de Suecia, que invadían los lindes propios y ajenos, sin invocar otras razo­nes de guerra que las fuerzas de la bayoneta y su espíritu batallador; o participaban del carácter de

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las de aquellos autoritarios sujetes púnicos — po­tentados irresponsables que castigaban a los pri­sioneros con la implacable servid/wtnbre, y hacían expiar las menores faltas con mutilaciones cruen­tas y la muerte en la .cruz.

El mariscal López no tenía escrito ningún libro, porque tampoco aspiraba a este género de gloria.

No carecía, sin embargo, de talento natural; y, aunque su caudal de ilustración era más bien el re­sultado de sus viajes y el manejo cuotidiano de los negocios públicos — que de estudios serios y universitarios — tenía la preparación necesaria pa­ra dictar fácilmente, en los asuntos de la canci­llería diplomática, a dos y tres escribientes a la vez. ( ¿ ? ) .

Era un espíritu fuerte y severo, de apostura mar­cial y hermosa, maneras distinguidas y correctas, irresistible para ejercer influencia en su interlocu­tor o auditorio; grave, inteligente y enérgico, de elocuencia oratoria, conversación amena y persua­siva, palabra fácil y dominadora. Así es que re­unía condiciones descollantes que lo colocaban a la altura de las necesidades de su país, que es lo que constituye el hombre de estado.

No le cupo la fortuna, como al general Mitre, de ser el regenerado»' de las instituciones de su pa­tria, pudiendo tan fácilmente haberlo sido; y en cu­yo concepto y felices auspicios fué saludado por la nación paraguaya su advenimiento al poder.

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Aunque hambre civilizado y de cultura social, su educación obedecía a otro orden de "principios, que había impreso en su caneiencia y su carácter ideas que no respondían a las corrientes predomi­nantes del siglo en que estaba llamado a actuar.

Los sentimientos de generosidad, lealtad y hu­manidad, indispensables en el mandatario, tenían apenas repercusión en su corazón, lo que fatalmen­te debía vician' su sentido moral, que él es gran resorte de donde irradian los fallos de la equidad y la razón, reguladores del criterio de verdad para discernir en las cuestiones internacionales la jus­ticia de una causa.

López desconfiaba de la palabra empeñada, acor­daba poca importancia a la fe pública, difícilmen­te comprendía el honor del caballero, y el menor respeto le merecía la lealtad militar; por eso nunca daba colocación u ocupación a los extranjeros en su ejército.

Mandaba los primeros soldados del mundo por su sobriedad, adhesión, obediencia, heroísmo y va­lor; pero carecía de disciplina táctica, de oficiales y jefes técnicos. En la Asunción, sin embargo, vi­vían los coroneles Telmo López, Francisco Laguna y otros jefes de valer, sin que sus servicios,hubie­ran sido aceptados, porque pertenecían a la na­cionalidad argentina u oriental.

Entre los presos, que vegetaban miserablemente en los cepos de lazo del campamento, figuraba el joverj sargento mayor von Versen, uno de los instructores y tácticos distinguidos del ejército prusiano, que más tarde, escapado casualmente en

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Lomas Valentinas prisionero de los aliados, figuró en primera línea en la guerra franco-prusiana, siendo actualmente teniente general del imperio alemán y ayudante mayor del emperador Guiller­mo II .

i Cuál habría sido el desenlace de la guerra, si el presidente López hubiera investido con el rango de general al militar prusiano, y confiádole la or­ganización y dirección de su ejército!

De detalles secundarios y al parecer insignifi­cantes ha dependido muchas veces la suerte de los imperios.

Un día, sin saberse de dónde, desembarca un desconocido en la costa de África, en el instante mismo que iba a sucumbir la opulenta patria de Aníbal y Sofonisba. Aclamado inmediatamente ge­neralísimo de los ejércitos de la república, libra contra los romanos la gran batalla de Túnez; los vence, toma prisionero al triunfante Régulo, y retarda un siglo la destrucción de Cartago.

El día siguiente de la espléndida victoria de Citr rupaity, el mariscal López perdió la última, opor­tunidad en que pudo haber librado de la ruina y el exterminio a su desgraciada patria, pm* medie de una paz decorosa, dentro de las bases estipula­das por el general Mitre en Yataity-Corá.

El presidente López no Mzo la paz, porque no se resignó a despojarse de su poder omnímodo, no tuvo la abnegación cívi-ca de abandonar el gobier-

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no, y retirarse como simple ciudadano a vivir a Europa.

Prefirió seguir los azares de una lucha cruenta y desigual, bajo augurios siniestros, en cuya suerte incierta jugó con la cruel indiferencia de un hijo sin entrañas la vida de su país, para ir al fin a perder la suya propia en las ardientes soledades del Aquidaban.

La última preocupación que le acompañó al se­pulcro fué el no haber reducido a cenizas, por fal­ta de tiempo, la capital y aldeas de la República como Rosptopschino la Rusia en 1812.

Los restos del mariscal López a semejanza de aquellos reyes egipcios, que ocultaban sus momias dentro de criptas y pirámides fúnebres en lejanos arenales, yacen resguardados de montañas de gra­nito — levantados por mano de la naturaleza — en desiertos ignotos; pero donde seguramente podrá aún ser turbado su eterno sueño, por el fallo seve­ro de la historia.

Su patria renacerá al progreso y la civilización: será otra vez rica y fuerte; percn las generaciones se renovarán en el olvido y la indiferencia de su nombre!

El señor Juanslhww GODOI, ex-conveneional y ex-directov general de la Biblioteca, Museo y Archivo de la Nación, habiendo sido propietario de la Biblioteca Americana y del

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Museo Godoi, y. que goza, de justo renombre en el mundo de las letras, dentro y fuera del país.

En el Apéndice (Bibliografía) se mencionan algunas de sus principales obras.

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MANIFESTACIÓN AL DOCTOR BAEZ

Discurso de Don Luis A. Biart. — Otra del señor José S. Decond (hijo). — Respuesta del doc­tor Báez.

Ha resultado grandiosa e imponente por el nú­mero y la calidad de las personas que formaban parte de ella, la manifestación iniciada por la ju­ventud estudiosa y que ayer llegó a las puertas del doctor Cecilio Báez para alentarlo en su patrióti­ca campaña contra los resabios de las pasadas ti­ranías y en pro de la educación cívica del pueblo paraguayo.

Una columna compacta de manifestantes que con toda cultura condenaba en nombre de los sen­timientos de humanidad y de justicia una época oprobiosa en la historia nacional, ha coronado dig­namente la campaña emprendida desde la prensa y con todo patriotismo sostenida por el doctor Báez, con la autoridad que le dan su saber y sus luchas en pro de la causa popular; y así resultó que ayer la opinión nacional, una vez más, se ha pronuncia­do con toda la indignación de los más nobles sen­timientos heridos por una propaganda insidiosa, con todo el entusiasmo que despiertan las causas

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justas, vale decir, la causa de la patria y de su ci­vilización.

Llegada la manifestación a casa del doctor Báez, habló el señor Alberto Riart, en nombre de los ma­nifestantes. El señor Carlos García habló en nom­bre de los alumnos del Colegio Nacional y en se­guida el señor José S. Decoud (hijo). Contestó el doctor Báez con un conceptuoso discurso que fué aplaudido en cada uno de sus párrafos. Hablaron luego otros ciudadanos, despidiéndose en seguida de éste en medio de vivas. En la Plaza Inde­pendencia, antes de partir la manifestación, el doctor Teodosio González improvisó un hermoso discurso que fué muy aplaudido.

En resumen, y valiéndonos del epígrafe de es­tas líneas, diremos que la manifestación de ayer, organizada por la juventud, propiciada por el co­mercio y entusiastamente acogida por el pueblo, ha sido el sepelio de la tiranía, la condenación eter­na de ese sistema de oprobio y de vergüenza.

Bien quisiéramos dar una nómina siquiera de las personas más espectables que han formado a la cabeza de la manifestación, así como las fami­lias que acudieron a la casa del doctor Báez o a los lugares adyacentes; pero el poco espacio de que disponemos nos priva de ello.

La banda del Colegio Salesiano, uniformada de gala, formaba la cabeza de la columna, dándole realce con su desinteresado concurso a este acto de patriotismo.

En el interior y fuera de la República la mani­festación ha sido acogida con verdadera simpatía.

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(De la crónica de dicha demostración).

Discurso del señor Riart

Doctor Báez: Los ciudadanos nacionales y extranjeros, pre­

sentes en este acto, me han designado para que in­terprete ante vos los sentimientos y os exprese su sincera adhesión y simpatía a la tesis que valiente­mente sostenéis, desde las columnas de la prensa, contra las influencias perniciosas de la pasada ti­ranía y en bien de la regeneración moral y cívica del pueblo paraguayo.

Esta manifestación, que es también de admira­ción y aplauso para el ciudadano que, posponien­do los móviles egoístas, persigue espontánea y fir­memente el bien de la patria, tiene el doble objeto de condenar las reminiscencias de la tiranía que, cual funesta herencia, pesan ignominiosamente so­bre el pueblo y obstaculizan el desarrollo de nues­tras instituciones, en menoscabo de toda cultura y de todo progreso; y la de secundar decididamente la obra magna y patriótica de romper los vínculos que ligan al pueblo con el absolutismo del pasado, por medio de la educación y despertándole del sueño arrobador y letárgico en que está sumido, y que ha helado las fibras de todo civismo.

La época sombría del despotismo que apagaba

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toda idea en los cerebros y congelaba los senti­mientos, tiene sus páginas de horror y de vergüen­za en la historia nacional.

En ella están escrito el proceso y esculpidos los caracteres de nuestras desgracias.

Desde la independencia hasta la era constitucio­nal nuestra historia no contiene, en lo referente a organización y gobierno, sino la relación de secu­lar tiranía basada en la voluntad imperante de los déspotas en todas las actividades, en la negación de la libertad, en la ausencia de toda justicia y en la conversión del ciudadano en siervo que forman el triste espectáculo de un pueblo sumido en la in-certidumbre, escarnecido y ultrajado en sus liber­tades por la abyección y la ignorancia.

Tal es nuestro pasado político. Ésos períodos de degradación y servilismo tuvie­

ron fin en la tragedia de la guerra, en la que el soldado paraguayo conquistó glorias imperecede­ras, por su virilidad y heroísmo. Es que el pueblo paraguayo no había agotado sus energías vitales bajo la férula del despotismo, ni .con el aislamien­to de medio siglo en que viviera - pudo debilitarse su valor legendario en la defensa de sus tierras, cuna de su raza y de sus tradiciones.

Pero si el valor no se ha extinguido, si las ener­gías se mantenían latentes en el alma paraguaya, si el amor al suelo del nacimiento ardía en ella, en cambio los sentimientos morales, las bellas virtu­des del civismo, que constituyen el honor y el or­gullo de las democracias, habíanse acallado total-

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mente, y la obediencia a las leyes tomaba la forma humillante de sumisión a los déspotas.

Esa inferioridad moral, que implica la negación de la independencia individual, esa concentración de la soberanía en manos de un tirano, sujeto a las veleidades de sus caprichos, ese abatimiento gene­ral de los espíritus, producto del relajamiento que acompaña a la servidumbre y la represión de toda iniciativa, han trasmitido- a nuestra sociedad la savia infecunda de la inanición y de la apatía moral y cívica.

Y vos, doctor Báez, impulsado por el patriotis­mo del que habéis hecho vuestra religión y vues­tro deber, y animado por el desinterés y el senti­miento que guía siempre a los esclarecidos varones que, en épocas de decadencias, surgen irradiados por el fuego de sublime inspiración, demostráis al pueblo sus defectos, le enseñáis sus deberes y le inculcáis sus derechos, fortaleciéndolo para las lu­chas del porvenir; le educáis con las ideas sanas y con el ejemplo de vuestras altas virtudes y le ha­céis despreciar los resabios de las tiranías degra­dantes que son el oprobio del pasado y la ignomi­nia del presente.

De ahí que sentimos justísima admiración por la obra redentora que emprendéis, para purgar nuestra historia de las mistificaciones, sin reticen­cias ni cobardía, y haciendo resaltar la necesidad de desarrollar la cultura del pueblo, a fin de que se labre un porvenir próspero y halagüeño, sobre las bases de la libertad y de la justicia.

Y de ahí también que os traemos la ofrenda de

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nuestra gratitud y venimos a prestaros nuestra voz de aliento en la patriótica causa que defendéis, con los altos méritos de vuestro saber y vuestro ta­lento.

Recibid, pues, doctor Báez, la manifestación que os hacen ciudadanos y extranjeros, confiados en que el triunfo de vuestra causa señalará días de ventura para el país, y llevando en el alma el con­vencimiento de que su porvenir no se cimentará en la mistificación y el culto de los tiranos, sino que se labrará al calor de la inspiración elevada del patriotismo y mediante la esmerada educación del pueblo.

He dicho.

Bel señor José S. Decoud (h.)

Doctor Báez: Permitidme que yo también os exprese cuánta

es la infinita satisfacción que experimento ante es­ta solemne manifestación de la juventud paragua­ya, a quien, al orientarla en las enseñanzas de la historia con el verbo bíblico del maestro y del pro­feta, le habéis infundido el sentimiento de su gran­diosa misión en el porvenir.

Esta manifestación tiene una alta significación moral que será de proficuas consecuencias en el futuro. Ella demuestra que esa fuerza arcana y misteriosa que se elabora lentamente en la concien­cia individual vence al fin en las almas que tienen luz, en las almas confesadas a un ideal de justicia

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y de libertad; ella revela también que la creencia y el dogma de los pueblos libres, que desde la cá­tedra, en diversas etapas, nos habéis infundido, re­producidas y' concretadas con la palabra elocuente del maestro en las páginas inmortales de la histo­ria nacional, encuentran la comunidad del pensa­miento en el espíritu colectivo, donde sólo se pre­sienten cuando no se descubren los rumbos del re­nacimiento potente de una generación y se forman y elaboran vínculos fraternales, tan fuertes e im-, perecederos, que son capaces de resistir a los mis­mos cañones.

Los primeros lampos del progreso se realizan en lo invisible, entre el polvo del gabinete y del labo­ratorio, en el aula humilde de la escuela y en la trípode augusta de la cátedra, bajo la sombra tu­telar de las instituciones libres. Es la semilla des­conocida que se convierte en la gigantesca encina; es el misterio de la formación de la montaña que surge imponente del oscuro caos y que nos permi­te escalar, después, la meta donde se divisan hori­zontes más amplios, luces más intensas, la nueva aurora que se ve irradiar en el cielo de nuestras más altas aspiraciones .

La historia toda de la humanidad nos demues­tra que las más grandes conquistas del espíritu, que las más grandes victorias ganadas por la causa del progreso y los triunfos más duraderos de la justicia y del derecho, han sido patrocina­dos por la propaganda infatigable de ciertas per­sonalidades que encienden la antorcha que condu­ce a los pueblos a sus gloriosos destinos, inspi-

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rándoles la abnegación por la prosecución del bien, el amor a la verdad y el sentimiento viril de la dig­nidad' cívica.

Esos hombres les imprimen el sello extraordina­rio de su genio, les iluminan en la conciencia de sus responsabilidades y deberes y un día la razón pública llega a constituir una fuerza incontrasta­ble, radicándose así las perdurables conquistas de la democracia.

Vos, doctor Báez, habéis sentado las premisas que no morirán nunca y serán el más firme baluar­te para que prosigamos con fe y abnegación en la obra de la regeneración intelectual y moral de esta patria del sacrificio y del heroísmo. Esas premi­sas, como vuestras doctrinas y principios se en­cuentran grabados en cada uno de nuestros cora­zones y son nobles armas con que combatiremos siempre contra la opresión y el despotismo, el atra­so y la ignorancia, que los odiosos tiranos en las horas fatídicas del pasado, trataron de implantar como el oprobio más horrendo lanzado a la faz de la civilización. Si, ellos extinguieron los gérme­nes de la ilustración y del saber, esterilizaron los más nobles sacrificios de los proceres, derribaron el edificio de las instituciones, violaron las reglas de la moral pública y privada para que la nación fuera un feudo y entrara en el servilismo y la ini­quidad.

Las naciones sudamericanas han soportado tira­nías más o menos horrorosas, como niños que su­frieran las consecuencias de su natural inexperien­cia ; han recorrido el doloroso calvario en un cami-

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no cubierto de sangre entre las tinieblas de la ig­norancia; pero caídas ellas, nadie ha pretendido rehabilitar la memoria de sus déspotas y autócra­tas y antes bien ha sido execrado su recuerdo por sus más preclaros hijos.

Nuestro país es la única excepción de la regla. Tal vez se encuentre la explicación de este fenó­meno en que no ha sido el pueblo el que ha derro­cado a esos tiranos, porque el pueblo había actua­do en un ambiente envenenado como esos organis­mos semi-inorgánico, sin vida y sin aliento.

Si existen aún algunas preocupaciones y resa­bios del pasado en individuos que explotan la ig­norancia de las clases del pueblo, con la mira baja de la infautación de sus nombres vulgares, el pue­blo paraguayo no ha abjurado la fe por las más puras y legítimas tradiciones.

Vos, doctor Báez, podréis decirles a aquellos que os apedrean y que pretenden obscurecer el foco ra­diante de la verdad, lo que decía don Manuel Pe­dro de Peña a uno de los secuaces de los tiranos cuando en el extranjero lo insultaba porque com­batía a éstos: " s i habláis bien de mí te demanda­ría, porque tus elogios manchan".

Continuad, doctor Báez, noble maestro y apóstol de la libertad, enseñando esa doctrina de verdad, la verdad que no ofusca ni ciega, la verdad que moraliza y que educa ciudadanos, el ideal que en­grandece, la eterna justicia y lograreis encaminar a las generaciones que se levantan por derroteros de la paz y del progreso a la realización de sus grandes destinos.

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Del doctor Báez

Señores: Aunque esta manifestación no tiene carácter

' personal, ni es su objeto enaltecer a ningún ciuda­dano, sino que su fin es esencialmente patriótico; con todo, ya que el pueblo a mí se ha dirigido, de­bo comenzar por darle las gracias y por expresar mi alegría porque haya sido ella iniciada por la juventud estudiosa, que, en nuestro país, es la que acumula mayor cantidad de ideas, y atesora mayor cantidad de sentimientos patrióticos, acaso porque desarrolla mayor energía y mayor cantidad de ge­neroso entusiasmo.

Un pueblo no progresa, ni evoluciona, sin haber adquirido una cierta cantidad de ideas, de saber y de experiencia, que sólo da la educación moral, civil y política, de la que precisamente ha sido privado el Paraguay por secular despotismo. En­tiendo que esta grandiosa manifestación popular, de todas las clases conservadoras de la sociedad, responde a la idea de la cultura nacional, por la doctrina y por el ejemplo.

El pueblo paraguayo necesita ser educado, co­mo los demás pueblos del mundo civilizado. El pri­mer centro de educación pública es, señores, la Escuela. Aquí es donde la juventud entera, la ma­sa que constituye el fondo mismo de la nación, re­cibe la instrucción primaria, la enseñanza moral y la enseñanza cívica.

Pero esta sola enseñanza es insuficiente para

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educar a un pueblo. Se ha dicho y repetido muchas veces que basta fundar escuelas para elevar su condición moral y asegurarle su bienestar econó­mico. Desgraciadamente, esto no es cierto.

Todos los pedagogos contemporáneos, como Spen-cer y G-uyau, por ejemplo; todos los expositores de las ciencias sociales y políticas, como Bluntschli y Stuart Mili, como Grimke y Lieber, coinciden en reconocer que, en las democracias modernas, no hay libertad posible, ni seguridad posible para la propiedad, sin una buena educación política, la cual no se adquiere en las escuelas popularos, sino con el ejercicio regular de las instituciones repu­blicanas.

Dos funciones primordiales tiene que desempe­ñar la sociedad: ilustrar la conciencia y desarro­llar la personalidad humana. Lo primero se consi­gue con la instrucción escolar y con la difusión de las luces por todos los órganos creados, al efecto. Lo segundo se realiza con la práctica sincera de las instituciones libres.

La sociedad no es otra cosa que una organiza­ción para el desenvolvimiento de la personalidad humana. De ahí que todas las instituciones socia­les y políticas deben responder a la educación del hombre.

La primera institución creada a este fin es el gobierno; y el gobierno más idóneo para educar a un pueblo es el gobierno libre. Los gobernantes están pues llamados a cumplir la más alta de las funciones sociales, en el cumplimiento de los fines humanos,

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El gobierno libre es el gobierno de la ley, el go­bierno que establece normas reguladoras del obrar, y asegura a todos los ciudadanos, contra arbitra­riedades o posibles abusos, su vida, su honor y su propiedad, a la vez que le facilita los medios aptos para el desenvolvimiento de su personalidad.

Es contrario a la educación todo sistema social o político como el despotismo, como las embrute-cedoras castas, como las clases privilegiadas del antiguo régimen. Lo son igualmente todos los actos arbitrarios de los gobernantes, todas las injusticias de los magistrados, todos los abusos administrati­vos, todas las demasías del poder.

Si el despotismo barbariza a los pueblos, el abu­so de la autoridad los desmoraliza y corrompe.

Las instituciones republicanas, vuelvo a repetir, señores, deben educar a los pueblos. Entre ellas son de mencionar las instituciones militares. To­dos los habitantes, desde la edad de diez y ocho años, deben formar parte de las milicias ciudada­nas, las cuales están destinadas, principalmente, a defender la Constitución del Estado, la autoridad de la ley y las libertades públicas. " L a defensa contra la invasión de los bárbaros del interior-dice un publicista—es tan indispensable como la defensa contra las invasiones del exterior."

Los bárbaros del interior son los ambiciosos po­líticos que convierten a los militares en instrumen­tos de usurpación, que transforman el ejército en mera guardia pretoriana, barrenando la ley, ho­llando la libertad, bastardeando las instituciones y desmoralizando al pueblo,

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Los bárbaros del interior son los mangoneado-res políticos que, faltos de legítimos ideales, bus­can su medro personal en la posesión del poder y de la fortuna pública. Para el logro de un fin tan mezquino, arman el brazo del bandido, indul­tan a los criminales y corrompen a las masas con dinero y bebidas alcohólicas, como- puede verse es­to cada vez que se efectúa una elección de repre­sentantes.

Se ha dicho que la base de las instituciones re­publicanas es el libre sufragio; pero no hay voto posible donde el pueblo no está educado, donde no existe milicia ciudadana, donde el militar no co­noce los deberes cívicos y el verdadero sentimiento del patriotismo.

La institución municipal educa a los ciudada­nos, habilitándolos para la- dirección de los nego­cios públicos. Manejando los intereses de la comu­na, el ciudadano adquiere capacidad política y siente despertarse en su alma los más nobles senti­mientos. En el municipio reside la fuerza de los pueblos libres; él es la cuna y el hogar del ciuda­dano, es la imagen de la patria amada. Un país pequeño, como el nuestro, debiera estar dividido en municipios autónomos, o sea, con gobierno pro­pio, libremente elegido, para dar al pueblo el sen­tido político de que carece, por causa del despotis­mo, y por los escándalos de los gobiernos persona­les que se alternan en el poder.

Las instituciones penales deben igualmente ten­der al mejoramiento moral de la multitud. Las cár­celes, entre nosotros, son centros de la mayor in-

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moralidad. Ellas deben servir, no solamente para la seguridad de los delincuentes, sino para la edu­cación de los mismos. Así lo exige la cultura mo­derna, de acuerdo con los principios de la ciencia social, la cual proclama que, no siendo los fines del hombre sino fines de cultura, todas las institucio­nes deben responder a ellos, es decir, al desenvol­vimiento de la personalidad humana.

El Parlamento y la prensa son tan indispensa­bles a este propósito, que sin ellos la opinión ¡pú­blica sería desconocida. El Parlamento y la prensa, ilustran los asuntos que interesan al país, unifor­man las ideas y los sentimientos del pueblo y son los centinelas de la libertad, anunciando a gran­des voces los atentados del poder, como anuncia­ban en la Edad Media las campanas de la aldea, tocadas a rebato, la inminencia de un peligro pú­blico.

Si las sociedades de beneficencia educan, des­pertando sentimientos de humanidad en los indi­viduos; también las instituciones económicas de­ben conspirar al mismo fin. Ellas no deben propo­nerse a crear la riqueza, exclusivamente, sino a despertar el amor al trabajo y a la sociedad, por una justa distribución de las ganancias entre los empresarios y los obreros; porque nada desmorali­za tanto a las masas, como la mezquina remunera­ción del trabajo. El agricultor que ve que su co­secha beneficia a otros, y no a su familia; el obre­ro que considera que vivirá siempre esclavo de su patrón, pierden el amor a la sociedad y pronto se convierten en enemigos de ella. La justicia debe

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venir lo mismo del poder que la administra, que de las clases dirigentes de la sociedad.

Entiendo que no basta demostrar la necesidad de la educación; es indispensable hacer brotar del corazón del pueblo el deseo de educarse. A este fin importa conocer las ventajas de la educación, igual que las desgracias y los infortunios consiguientes a la falta de educación.

Mi propaganda, señores, se inspira en esta idea. Es necesario conocer nuestro pasado y reconocer que el pueblo paraguayo jamás ha sido educado en ninguna forma, y que por el contrario ha sido bar­barizado por secular despotismo, y desmoralizado después por los escándalos de los gobiernos perso­nales .

Hay que comparar el régimen del despotismo con el régimen de la libertad, para vituperar el pri­mero y elogiar el segundo, para aborrecer el uno y amar el otro.

Creo haber demostrado que la tiranía ha per­vertido el sentido moral del pueblo, y le ha priva­do de toda cultura y de todo progreso verdadero. La tiranía ha sacado a la sociedad paraguaya del campo de la civilización, dejándola caer en la barbarie.

Hoy el pueblo aspira a ser civilizado por la edu­cación, y felizmente este deseo se manifiesta en to­dos los corazones, se expresa por todos los labios, se predica por todos los órganos del pensamiento, que al fin viene a manifestarse en esta explosión sublime del patriotismo, de indignación contra las

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embrutecedoras tiranías, de amor a la justicia y la libertad.

No hay duda que el pueblo paraguayo se rege­nerará por la saludable influencia de la instruc­ción y de la práctica leal de las instituciones re­publicanas, porque ha abierto ya sus ojos a la luz, su conciencia al sentimiento de la personalidad, su corazón a los delicados instintos de la humanidad.

Es deber nuestro perseverar en estos propósitos, no sea que, por el abandono o la inercia, se malo­gren nuestros esfuerzos y volvamos a caer bajo el régimen de enervadoras dictaduras que perpetúen el atraso del pueblo.

A estos fines responden especialmente los parti­dos políticos, que, al mismo tiempo que imprimen movimiento a la sociedad, sirven de freno a las po­sibles demasías del poder. Las instituciones libres no subsisten ni prosperan sino a condición del ejer­cicio constante y activo de los derechos cívicos. La democracia es un gobierno de labor y de sacrifi­cios de parte de todos los ciudadanos, pues el go­bierno democrático no es tanto el funcionamiento de los poderes del Estado, sino principalmente la acción permanente de los ciudadanos. Las institu­ciones libres requieren, pues, la acción constante, así para refrenar y regular la conducta de los go­bernantes, como para acostumbrar al pueblo al ejercicio de los deberes cívicos.

Las agrupaciones políticas del Paraguay alimen­tan estos propósitos y aspiran a realizar el ideal democrático, no hay que dudarlo. No me toca en este momento hacer su apología, pero es justo re-

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eordar siempre los esfuerzos -del patriotismo, en­caminados a educar al pueblo en la escuela de la libertad.

El comercio, que representa en una democracia los intereses económicos de la nación, no es ajeno a los anhelos del patriotismo. Los intereses econó­micos reclaman igualmente el respeto a la propie­dad y la libertad de las transacciones mercantiles, amenazada hoy por las teorías de antaño, que se inspiran en el sistema del despotismo.

Mi última palabra será, señores, la unión de to­das las voluntades, la conciliación de todos los in­tereses y la comunicación de todas las ideas, para ponernos al abrigo de los bárbaros del interior que amenazan hundir de nuevo a la patria en el infor­tunio y la ignominia.

El doctor Litis A. BIART que como estudiante a la sazón ofreció esta demostración, ha desempeñado posteriormente importantes y elevadas funciones en la universidad y el gobierno, hasta el cargo de Primer Magistrado de la Na­ción. Hoy es Ministro de Guerra y Marina.

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LA TIRANÍA DE SOLANO LOPEZ

SU ASPECTO COMERCIAL

I

Hemos demostrado que la familia López—pobre, en un principio, según hablan los documentos—se enriqueció en el gobierno, ya distrayendo los fon­dos del tesoro público, ya explotando los yerbales, montes y estancias del Estado, ya apoderándose de los bienes de los particulares, a los cuales arrui­naba.

Solano López, el Torpe, ensoberbecido por en­contrarse a la cabeza de un pueblo vigoroso y su­miso, pero falto de todo sentido moral y de civis­mo, por causa de la educación jesuítica, de la ig­norancia y del más brutal despotismo, escaló el poder con el decidido propósito de provocar la gue­rra con el Brasil, como así lo hizo, en efecto.

Su torpeza era tal que al retar al Imperio a la colosal contienda, provocó igualmente a la Repú­blica Argentina, por cuya circunstancia se formó la Triple Alianza.

Viéndose perdido, Solano López pensó natural­mente en preparar lo necesario para después de la fuga.

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Fraguó la supuesta conspiración de los notables; comprometió en ella a todos los extranjeros de la Asunción que poseían alguna fortuna; los hizo fu­silar a todos, después de horribles sufrimientos, y se apoderó de sus bienes, según las declaraciones contestes y uniformes de todos los que fueron ac­tores y testigos de aquella calamidad nacional.

Declaran Juan José Alonso, Isidro Ayala, Paro-di, Aguirre, Benítez, etc., que Elisa Lineh, la que­rida del tirano, negociaba con los cueros y la yer­ba-mate, haciendo firmar a. los colectores recibos de entradas de dinero no efectuadas.

Muchos cajones de dinero fueron embarcados a la orden de la Linch, en 1866 en Humaitá en la cañonera italiana Ardua; otros cajones de dinero y alhajas arrebatadas a las familias paraguayas fueron embarcados en 1868 en Angostura, en las cañoneras Décidée, francesa, y Veloce, italiana.

Don Ángel Benítez, capitán del puerto de la época, debe tener noticia de estos embarcos, como refiere el coronel Thompson en su historia de la guerra del Paraguay.

El ministro norteamericano general Mac-Maho» fué, en Piribebuy, el portador de la última gruesa remesa de dinero consignada a la orden de la Lincli El dinero entregado a Mac-Mahon se contó onza por onza y Carlos cuarto por Carlos cuarto. El que contó el dinero vive todavía en el Paraguay. Es­ta operación de contar ($ 900.000 en onzas de oro y patacones) se hizo días y noches en una oficina situada al lado de la jefatura política a cargo del veterano don Manuel Solalindé, en Piribebuy. 1$

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cajones fueron sacados una mañana en carretas, a vista y paciencia de la población.

López entregó a Mac-Mahon una carta y un tes­tamento instituyendo a la Lineh como su única y universal heredera. •

La Lineh, una vez fuera del Paraguay, recibió todos aquellos valores, a saber, los dineros y las alhajas de todos los paraguayos y de todos los ex­tranjeros, sacrificados miserablemente por el tira­no para enriquecer a su querida.

Además, quedaron escrituradas a favor de la misma 3000 y pico de leguas de tierras.

A este propósito dice el doctor Zubizarreta, en su famoso dictamen:

"La caja de madama Lineh era la xle López y la de éste no era otra que la del Tesoro Público. Así, el hecho de presentar como compradora de las tie­rras fiscales a la querida y heredera de López, no puede inspirar sino la aversión que merece la in­dignidad y el codicioso egoísmo que se practica con las más agravantes circunstancias que se puede imaginar.

"Madama Lineh, dueña de todos los terrenos y de casi todas las tierras del Paraguay,—agrega el doctor Zubizarreta—forma un duro contraste en el cuadro de la guerra con aquellas familias pu­dientes del país, a quienes se confiscaron sus bie­nes en servicio del Estado y con aquellos pobres comerciantes extranjeros a quienes se atormentó y fusiló después de quitarles las especies metálicas que habían adquirido como fruto del trabajo de

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muchos años. ¡ Irrisión de la desgracia de un pue­b l o ! "

Y el coronel Centurión, fiscal general del Esta­do en 1885, decía en otro dictamen lo siguiente:

' ' En los momentos más crueles de la guerra.. . ¿ quién se hubiera imaginado que el Jefe del Esta­do hubiese estado traficando, con los bienes del Es­tado,' regalando a su compañera graneles zonas ele tierras... mientras que martirizaba en bárbaros tormentos a los ciudadanos más conspicuos hasta causarles una muerte horrible, despojándoles de sus bienes, y enviando a sus familias al destierro, en las fronteras de la República, donde en su ma­yor parte han perecido de hambre y de miserias."

Madama Linch, después de la guerra, volvió a París, de donde fué extraída por Solano López. Compró una valiosa casa situada en la calle Rivo-lí, donde se entregó al lujo y a la galantería. Vi­sitó Jerusalén como arrepentida, y pasó por ahí como tres años. A su regreso a París, encontró que sus bienes estaban todos embargados, y luego mu­rió en la miseria y abandonada de los suyos. La Municipalidad de París costeó su entierro.

Así acabó aquella mujer vulgar, que tanto con­tribuyó para las desgracias del pueblo paraguayo y' que mandó fusilar por celos a la heroína de su honor Pancha Garmendia.

En San Estanislao, el Mariscal-Presidente So­lano López, que iba en fuga precipitada, mandó fusilar a más de cincuenta hombres de su escolta, incluso el comandante Mongelós.

Por aquellos días corrió en Yhú la versión de

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— iái —

haber muerto el tirano. Hubo con tal motivo una gran alegría de parte de la población y hasta se efectuó un bandera-yeré por tan fausto suceso; pe­ro López aún no había muerto, y se puso furioso, como de costumbre, cuando recibió la noticia de la algazara popular. Casi todas las familias desterra­das, que allí se encontraban, fueron lanceadas por niños de 11 ó 12 años, que, por carecer de fuerza suficiente, tenían que dar hasta ocho y diez lan­zazos, para expirar, a cada una de las víctimas.

Entre los escasos sobrevivientes de aquella ho­rrorosa hecatombe, que han referido el cuento, es de nombrarse a doña Tomasa Godoy de Franco que salvó la vida por una casualidad.

De San Estanislao avanzó para el norte el mil veces tirano del Paraguay. Después de él seguían las carretas, bajo el comando del ministro Cami­nos. Esos pesados vehículos—en número de 600, más o menos—llevaban muchos tesoros provenien­tes de confiscaciones y despojos, y sobre todo obje­tos pertenecientes a la Linch.

López habíase alejado de las carretas, cuando se acordó de algo importante que había entre los bul­tos de papel-moneda. Inmediatamente despachó a un emisario para retroceder al encuentro de Ca­minos, a quien entregó una nota. En ella le decía el Mariscal-Presidente que, entre los cajones de bi­lletes de la tesorería, había uno que contenía 80 mil patacones, en oro y plata. Que esta cantidad era de la propiedad de la señora Elisa A. Linch, y le ordenaba, en consecuencia, que anotara en los libros como depositada por la misma.

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Recibir una orden de López y ejecutarla en se­guida, era todo uno. Caminos llamó luego a su ayudante don Ángel Benítez y le ordenó fuera a cumplirla. Después de una breve investigación, Benítez tropezó con el cajón aludido. Lo desclavó y vio que en él había varios líos, cada uno de los cuales llevaba este rótulo: dinero confiscado al reo traidor N. N. $

i Oh casualidad! En uno de estos líos aparecía esta inscripción: dinero confiscado al reo traidor Gumersindo Benítez, el ex ministro de Relaciones Exteriores sacrificado en San Fernando, el propio hermano de don Ángel!

—¡Cómo,—exclamaba el registrador del cajón— cómo es posible que estos despojos pertenezcan a madama Linch!

Y volviendo a cerrar el cajón, fué a contar lo ocurrido a Caminos, diciéndole que no había dado cumplimiento a la orden de López, por la circuns­tancia que queda referida.

Caminos se puso pálido como la muerte. "¿No reparas, Ángel,-le dice, qxie si esto, que me cuentas, lo sabe el Mariscal, tú y yo seríamos estrangula­dos? Ve, Ángel, y cumple la orden, quieras o no quieras".

Recién entonces comprendió don Ángel que ha­bía cometido una grave imprudencia; y f u e s e de­recho a las carretas a rotular los tesoros robados a los particulares con el nombre de la Linch.

Todos aquellos cuantiosos tesoros del Paraguay, inclusos las joyas de las familias y los objetos de plata y oro de las iglesias, los consumieron en Bu-

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ropa la Linch y sus hijos, en disipaciones y cala­

veradas en el breve espacio de quince años. Apurada de dinero la Linch, volvió a Buenos

Aires en 1885, y en fecha 3 de febrero, con la ve­

nia marital (de Quatrefages) prescrita por dere­

cho, vendió a don Bnriqггe S. López las 3.105 le­

guas de tierras!!! En seguida los López se vinieron al Paraguay a

intentar el sablazo. No viendo modo de darlo con éxito, cedió sus derechos y acciones a don Fran­

cisco Cordero, para que éste, en su calidad de ar­

gentino, amenazara al Paraguay con una reclama­

ción diplomática. Pero el presidente Escobar se mostró enérgico

ante la temeraria reclamación. El general Escobar sabemos que decía: Pueden venirnos encima todos los Corderos habidos: mi gobierno luchará contra­

toda la majada. Fracasada la empresa, los López volvieron al

Paraguay a buscar el calor del patrio hogar, des­

pués de haber consumido estúpidamente, en París y Londres, todos los tesoros del Paraguay. Y aho­

ra, que la política gubernativa les brinda ciertas fa­

cilidades, intentan vindicar la memoria del mons­

truoso tirano y la de su compañera la Linch. Esta empresa no es el cumplimiento de un deber

filial, como quieren algunos. Es simplemente una empresa mercantil, de lucro, en cuyo éxito fían los hijos de la Linch, adulando a los poderosos.

A propósito de los robos y crímenes cometidos para enriquecer a la Linch, léanse las afirmacio­

nes de los testigos:

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— 1 Í 4 —

Dice Thompson: "Toda la joyería fué recolectada, y los jueces

de paz invitaron a todos sin excepción y hasta a los recalcitrantes, a ofrecer todas las joyas a Ló­pez, deponiéndolas en sus manos, para contribuir a los gastos de la guerra. La orden fué inmediata­mente cumplida, y después de reunidas las joyas, no volvió a hablarse nada de ellas, ni nadie se atrevió a preguntar por su paradero. Todas estas joyas robadas por López fueron, según parece, embarcadas en buques de guerra de las naciones extranjeras".

En la exposición que dirigió al conde d'Eu, en 23 de marzo 1870, dice' el coronel don Silvestre Aveiro lo siguiente:

"Madama Lineh ha contribuido mucho para la desgracia de muchos. Las veces que ella iba a la capital, después de regresar, caían muchos. Intere­sada hasta el extremo, ella ha soplado al pueblo el asunto de las alhajas, de la espada, del tintero, etc., haciendo hasta el escándalo de comprar tierras y casas por billetes".

El ministro americano Mr. "Washburn decía en la ' 1 Tribuna'' de Nueva York:

"Mrs. Lineh no perdió ocasión de echar mano a todo objeto de valor existente en el Tesoro y en los santuarios del país".

Uno de los embarques de dinero en los buques extranjeros se hizo a nombre del doctor don Gui­llermo Stewart. La Lineh le exigió que le diera a ella un recibo. El doctor no podía negarlo, sin ex­ponerse a perder la vida.

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El Gobierno Provisorio de la República, en 4 de mayo de 1870, decretó la anulación de las compras de la Linch. Algunas de sus palabras dicen así:

" . . . S e ha pretendido despojar a la nación de valiosísimos bienes, con pretextos falsos, ridículos e inverosímiles... esas escrituras poniendo a ma­dama Linch como dueña de valiosísimas zonas del territorio nacional se hicieron por el mandato desautorizado del t irano. . . quería despojar al pueblo paraguayo de toda su fortuna para rega­larla a la L inch . . . Aquellos actos de vandalismo no deben quedar subsistentes para que surtan sus abominables consecuencias... La fortuna pública y privada de los restos de la nación paraguaya no debe ser el botín de guerra de la Linch, a la faz de un pueblo que contribuyó a sumergir en el abis­mo de los más tremendos infortunios".

Cecilio BÁEZ.

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EL EQUILIBRIO SUDAMERICANO

Y EL PRINCIPIO DE LAS SOBERANÍAS

NACIONALES

Bajo este acápite, un órgano local ha publicado ha poco un artículo firmado "Guaraní" , al cual nos permitiremos relacionar algunas saludables rectificaciones en honor a la verdad histórica. Versa su contenido sobre la aplicación de la doc­trina europea del equilibrio político al conflicto uruguayo-brasileño de 1864, pretexto auspiciado por el general Francisco Solano López, presiden­te del Paraguay, para llevar la guerra al imperio del Brasil.

El pensamiento no era de ningún modo "crea­ción de la mente del mariscal López", como pa­rece creerlo "Guaraní" a juzgar por el tenor de su propio dicho, sino inspiración de la diplomacia oriental. Fué el canciller uruguayo Dr. Juan Jo­sé de Herrera el que, en sus instrucciones al minis­tro Lapido del 3 de marzo de 1863, preconizara por primera vez el dogma internacional del equi­librio entre las potencias para el mantenimiento de las soberanías paraguaya y oriental contra su­puestas tendencias absorcionistas del Brasil y de Buenos Aires. " E l sistema del equilibrio político

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asegura la paz porque inspira el temor de la gue­rra" , decía Herrera haciendo suyas las palabras de un conocido internacionalista.

Estas ideas fuéronle sugeridas a López por el Dr. Octavio Lapido, ministro residente del Esta­do Oriental en la Asunción, de julio a diciembre de 1863. A fines de agosto el plenipotenciario uru­guayo presentó al gobierno paraguayo las bases de una entente entre ambos países, la más esencial de las cuales se refería < £ a la independencia e integri­dad territorial que ambos contratantes se compro­metían a defender y sostener como condición de equilibrio, de seguridad y de paz en estas regio­nes". (Nota de Herrera a Lapido, de agosto 31).

La primera afirmación oficial de esta doctrina la encontramos en la nota paraguaya del 6 de sep­tiembre de 1863, que contiene un pedido de expli­caciones al gobierno argentino por su interven­ción en¡ la lucha civil de la República Oriental. En dicho documento se establece que "la existencia poUtica de la República Oriental del Uruguay es condición de equilibrio y de la paz que protege los intereses de todos en el Río de la Plata". Poste­riormente, en el mes de noviembre, el presidente López dirigió una circular al cuerpo diplomático de la Asunción, cuyo primer párrafo reza como si­gue : "El gobierno del Paraguay considera la inde­pendencia perfecta y absoluta del Estado Oriental una condición del equilibrio político ole estos países". Esta declaración de política internacional no era sino traducción fiel de la idea del canciller Herrera.

Hasta entonces el imperio del Brasil se había

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abstenido de toda ingerencia directa en el conflic­to de la Banda Oriental. Mas sucedió en los pri­meros meses del año 1864 que entre los poblado­res brasileños de las fronteras uruguayas se levan­tara una grita general contra los inauditos críme­nes, vejámenes y depredaciones de que eran vícti­mas, ellos y sus compatriotas residentes en territo­rio oriental, por parte de las autoridades de este país. Los asesinatos y saqueos se sucedían con fre­cuencia aterradora bajo la sombra de la más abso­luta impunidad. Los ciudadanos brasileños " n o tenían en la Repiiblica garantía ninguna ni para sus personas ni para sus bienes", según así lo re­conoce el historiador uruguayo Oneto y Vianna.

Esta situación se agravó hasta el extremo du­rante la revolución del general Plores, caudillo del partido colorado, provocando unánime protesta en todo el Brasil. La tempestad llegó a repercutir en el Parlamento de Río de Janeiro, donde el general Netto, Pimenta, Bueno, Nessi, Perreira Veiga y otros pedían con vibrantes palabras una enérgica intervención para poner fin a tantos y tan gra­ves desmanes. Si el gabinete imperial se hubiera resistido al clamor universal, toda la provincia de Río de Janeiro se hubiera levantado en armas ba­jo el mando de Netto, lo que hubiera importado su pérdida definitiva para la confederación brasileña.

"La misión de 1864, escribe Alfonso Celso, ex­presaba el voto de la unanimidad nacional". " L a misión especial no fué deliberada en los consejos de gobierno; resolvióla la nación por su voto sobe­rano". Refiérese a la misión del consejero Sarai-

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va, en junio de 1864, cuyas instrucciones no se re­ducían, como presume "Guaraní" , a gestionar la satisfacción de reclamaciones pecuniarias presen­tadas por subditos brasileños, sino, ante todo, a ob­tener el debido castigo, si no de todos, al menos de los principales criminales que existían impunes, ocupando algunos de ellos puestos en el ejército oriental o ejerciendo cargos civiles del Estado, " la inmediata destitución y responsabilización de los agentes de policía que habían abusado de la au­toridad de que se hallaban investidos", " l a libera­ción de todos los brasileños que hubiesen sido cons­treñidos al servicio de las armas", " e l tratamiento deferente de los agentes consulares brasileños re­sidentes en la República", etc. (Instrucciones de Saraiva).

Estas reclamaciones fueron elevadas a la cancille­ría oriental por el ministro Saraiva en nota del 18 de junio, siendo rechazadas in totum por el doctor Herrera, quien creía ver en el enviado brasileño un aliado del rebelde Plores, sin que éste lograra convencerle, a despecho de todos sus esfuerzos, de que "el gobierno imperial no tenía ninguna otra aspiración en el Estado Oriental que la de ver ga­rantidas la vida, la honra y la propiedad de sus con­ciudadanos", según palabras del mismo canciller imperial dirigidas al ministro Saraiva en su oficio confidencial del 7 de junio.

Las negociaciones fracasaron ante la ciega in­transigencia del gobierno de Montevideo y final­mente Saraiva tuvo que recurrir a la presentación de un ultimátum, fechado el 4 de agosto, en el cual

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el gobierno imperial amenazaba proceder a repre­salias si dentro de seis días no fuera dado cumpli­miento a los justos reclamos del Brasil. La canci­llería oriental devolvió el ultimátum confiada en el apoyo del gobierno paraguayo, cerca del cual había venido realizando activas gestiones para una alian­za defensiva y ofensiva contra el imperio. Los mi­nistros uruguayos Vázquez Sagastume -y Carreras lograron inculcar a López la errónea creencia de que el Brasil pretendiera anexionarse el Estado Oriental; en vano el ministro inglés Mr. Thorton, comisionado especialmente por el gobierno brasile­ño, trató de disipar estos prejuicios de la mente de López: Altea jaeta est.

El gobierno paraguayo rehusó ciertamente con­traer alianza formal con el Estado Oriental, mas declaró que, siendo la independencia de este país "condición necesaria cíeí equilibrio del Río de la Plata, y éste principia de s-u política", se reservaría intervenir independientemente. (Nota del 30 de agosto). ' ' !í¡

El 30 de agosto la cancillería paraguaya entregó a la legación brasileña su famoso ultimátum-protes­ta, en el cual previene que toda ocupación, perma­nente o temporaria de territorio uruguayo por fuer­zas del Brasil, sería considerada "como atentatoria d equilibrio de los Estados del Plata, que interesa a la República del Paraguay como garantía de su seguridad, paz y prosperidad".

El ministro brasileño en Asunción, Dr. Vianna de Lima, contestó en nota del 1' de septiembre, dando amplias explicaciones y seguridades acerca de las

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intenciones del gobierno imperial respecto de la Re­pública Oriental. "Siente, decía, que el gobierno de que "V. E. hace parte, nutra recelos sobre las verdaderas intenciones del gobierno imperial, y vea en la actual conjuntura peligros, que no existen, pa­ra la independencia e integridad del Estado Orien­tal". Terminaba diciendo: " D e cierto, ninguna consideración le hará desistir en el desempeño de la sagrada misión que le incumbe, de proteger la vi­da, la honra y la propiedad de los subditos de Su Majestad el Emperador".

La respuesta brasileña debiera haber bastado ple­namente para que López retirara inmediatamente su amenaza; lejos de eso, la confirmó en nota del 3 de septiembre. En el mes de octubre un pequeño destacamento brasileño, compuesto de un batallón de infantería y dos cuerpos de caballería, pasó las fronteras ocupando la Villa de Meló, en ejercicio de las represalias anunciadas en el ultimátum de Sa-raiva, según afirma el general Bormann. López res­pondió a este acto, mandando apresar un vapor brasileño sin previa declaración de guerra, consu­mando una flagrante violación del derecho de gen­tes y del tratado de navegación de 1856. Este acto de barbarie dio lugar a la ruptura diplomática.

Sumariada en esta forma la exposición de los he­chos, es el caso de encararlos desde el punto de vis­ta del derecho internacional. El procedimiento ob­servado por el gobierno brasileño respecto de la Re­pública Oriental encuadra perfectamente dentro de las normas del derecho de gentes. Desatendidas sus justas reclamaciones, agotados todos los medios con-

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ciliatorios a su alcance, el gobierno imperial hubie­ra estado en su más perfecto derecho al declarar la guerra a la Banda Oriental; mas no lo hizo, limi­tándose al ejercicio de represalias, y en esto fué tan moderado qiie las redujo a simples medidas de pro­tección para sus subditos, sin convertirlas en actos de hostilidad. "El designio principal del gobierno brasileño es de garantir por sí mismo la seguridad personal y la propiedad de sus conciudadanos", de­cía Saraiva en nota del 10 de agosto dirigida al go­bierno uruguayo. En concordancia con estos propó­sitos, las instrucciones expedidas por el Ministerio de Guerra y Marina para el ejercicio de las repre­salias, las limitaba a simples medidas de policía para la protección de los ciudadanos brasileños.

Sin embargo, no dejó Saraiva de prevenir al go­bierno de Montevideo de que "s i la actitud asumida fuese insuficiente para alcanzar todo lo que fuera solicitado en la nota del 18 de junio, el gobierno de S. M. no titubearía, en aumentar la gravedad de las medidas que iban a ser autorizadas. (Nota del 10 de agosto).

Así sucedió en efecto; del ejercicio de represa­lias el imperio pasó a una verdadera intervención armada. Los actos de represalias como los de in­tervención no son actos de guerra; así lo proclamó Saraiva fundado en una doctrina umversalmente aceptada del derecho de gentes; en consecuencia el requisito de la declaración de guerra no procede en esos casos. *No hubo pues tal atropello a una enti­dad soberana, como quiere hacernos creer "Gua­raní ''.

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El mismo cuerpo diplomático de Montevideo de­claró legal y justificada la actitud del Brasil.

Pasaremos a hacer la apreciación jurídica del proceder-de-López a la luz de los principios funda­mentales del derecho internacional. Para ello no po­drá servirnos de elemento de juicio la intervención armada del Brasil, por ser ésta posterior a la rup­tura diplomática ocurrida en noviembre.

La nota-protesta del 30 de agosto vedaba al go­bierno imperial el ejercicio de las represalias pre­vistas en el ultimátum de Saraiva y, en consecuen­cia, le impedía hacer efectiva la protección de sus subditos residentes en territorio oriental. Este ul­timátum paraguayo, sin previo pedido de explica­ciones, y corroborado después de las voluntarias ex­plicaciones dadas por el gobierno brasileño, consti­tuye una insolencia como pocas las registra la his­toria diplomática de las naciones civilizadas. Era una imposición de voluntad, arbitraria y humillan­te, a la cual no podía someterse el trono de Río de Janeiro sin envilecerse a los ojos del pueblo y del mundo.

La razón invocada era el mantenimiento de la so­beranía oriental como condición del equilibrio pla-tense. Tan torpe e inconsistente pretexto hubo de desatar una ruidosa carcajada entre los hombres de Buenos Aires, como bien lo observa ' ' Guaraní'', va­liendo a López el apodo de "equilibrista del Río de la Plata", como lo apellidara la prensa porteña.

Mas hay que hacer notar que no fué el principio del equilibrio el verdadero blanco de las burlas, co­mo erradamente lo afirma el articulista, sino más

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bien su aplicación ilógica e irracional a un conflic­to en que no peligraba ni la autonomía ni la inte­gridad territorial de ningún país del Plata.

El verdadero equilibrio, escribe Bluntsehli, con­siste en la coexistencia pacífica de diversos estados. Se halla amenazado cuando un Estado adquiere una supremacía tal que la seguridad, la independencia y la libertad de otros estados puedan ser atacados por él. En semejante caso, todos los Estados, di­recta o indirectamente amenazados, se hallan auto­rizados para restablecer el equilibrio y tomar medi­das conducentes a asegurar su mantenimiento". Conforme a esta doctrina, el armamento y la movi­lización del Paraguay, comenzados a principio de 1864, en pleno tiempo de paz, importaban una ame­naza para el equilibrio del Río de la Plata, y hu­bieran legitimado una intervención armada del Bra­sil y su alianza con la Argentina. Es lo que Carlos Riveros decía, por inspiración de López, en el Dic­tamen de la Comisión Doble al Congreso Nacional de 1865: "Cuando hay una Nación inquieta y ma­ligna, dispuesta siempre a dañar a las demás, po­niéndoles estorbos y suscitándoles disensiones intes­tinas, todas las otras tienen el derecho de reunirse para reprimirla y reducirla a la imposibilidad de hacer mal". El presidente López olvidaba sin duda sus secretas maquinaciones con el general Urquiza en el año 1863. . . ¡El demonio vestido de ermita­ño!, exclama Scuza Docea con mucho acierto.

La doctrina del equilibrio platense, tal cual la había dejado fundada el canciller Herrera en sus instrucciones al ministro Lapido, siendo aceptada

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por el presidente López, no dejaba de reposar sobre fundamentos racionales, pero su aplicación a los hechos resultó desde todo punto de vista desatinada. Entre las nacionalidades del Río de la Plata hay un equilibrio de hecho y siempre lo ha habido, antes aún de que López proclamase el principio en forma oficial. El Paraguay y el Uruguay, según Guzmán, forman actualmente el eje de dicho equilibrio en el cual la Argentina y el Brasil se prestan mutuo con­trapeso. Este equilibrio es creación intencional de la diplomacia brasileña, destinada a oponer un di­que a las ambiciones tradicionales de la antigua ca­pital del Virreynato. Las Repúblicas del Paraguay y Uruguay deben su existencia en el mapa a las conveniencias de la política imperial. Ellas fueron los dos estribos en que se apoyara el Brasil para re­sistir el avance creciente de Buenos Aires, según la acertada expresión del doctor Pinto da Rocha. El doctor Luis Alberto de Herrera considera que la guerra del Paraguay ha destruido el equilibrio pla-tense; lejos de eso, no ha hecho sino restablecerlo a su estado primitivo, según lo explica Guzmán.

Últimamente el representante argentino, ante el Congreso de Ginebra, ha invocado el principio del equilibrio político al protestar contra la concesión de un asiento permanente en la Liga de las Nacio­nes a la República del Brasil, con exclusión de la Argentina. Este es el hecho que tanto llama la aten­ción de "Guaraní" , quien cree encontrar en él la justificación más rotunda de la actitud de López en el año 1863. No hay tal, sin embargo, porque en el conflicto brasileño-oriental no se hallaba compro-

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metida ni la soberanía ni la integridad territorial de ningún país y el imperio se hallaba en el ejer­cicio de sus más legítimos e ineludibles deberes. El doctor León Suárez no ha justificado, por tanto, la "actitud de López; lo que hiciera, es confirmar la doctrina internacional. que aquél proclamara como primero en lenguaje oficial, sin saber aplicarla en el terreno de los hechos.

Por lo demás, séanos permitido :• nforinar a ' ' Gua­raní" de que no fué el doctor Suárez quien por primera vez preconizara el equilibrio entre la Ar­gentina y el Brasil, porque éste ya lo había hecho hace unos sesenta y tres años por intermedio de su canciller Carneiro de Campos, vizconde de Abran-tes. A raíz del abierto favor dispensado por Mitre a la revolución de Plores, el gobierno de Montevi­deo recurrió simultáneamente al Paraguay y al Brasil en petición de su apoyo, y simultáneamente las cancillerías de Asunción y Río de Janeiro, la primera el 6 de septiembre, la segunda el 3 de no­viembre, enviaron a Buenos Aires una nota conte­niendo un pedido de explicaciones, en la cual de­claraban su resolución de mantener la independen­cia del Estado Oriental, como condición del equi­librio platense. Dice así la nota brasileña: ' ' En el curso de los sucesos, hechos han tenido lugar que preocupan al gobierno imperial llevándolo hasta el punto de suponer amenazada, la autonomía del Es­tado Oriental del Uruguay, la cual sería manteni­da por el gobierno imperial como un resultado in­declinable de los pactos vigentes, y como una condi­ción indefectible de los mutuos intereses y del equi-

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librio político de eMas regiones". Es de suponer que esta afirmación de la doctrina del equilibrio políti­co en la nota brasileña fuese inspiración de la di­plomacia oriental, como lo fué en la nota para­guaya.

Pocos meses después, con motivo del conflicto his-pano-peruano, que diera lugar a la gran coalición entre el Perú, Chile, Bolivia y el Ecuador, el can­ciller chileno Alvaro Covarrubias justificaba su ac­titud, fundado en la doctrina del equilibrio políti­co, diciendo: ' ' Existe un derecho perfecto e impres­criptible, el de la propia conservación, que permite a un estado intervenir en los negocios de sus veci­nos, que coaliga a las naciones, como más de una vez ha suceéido en Europa, para mantener su equilibrio, y que autoriza a la América, (a Chile en particu­lar), para velar por la integridad territorial y la so­beranía del Perú. (Nota del 28 de mayo de 1864).

Fundado en aquella misma doctrina internacio­nal, en aquel derecho perfecto e imprescindible de la propia conservación, el doctor Luis Alberto de Herrera ha pretendido legitimar la alianza para­guayo-oriental y la intervención armada de López en el conflicto de 1864. Escribió dos tomos volumi­nosos, de quinientas páginas cada uno, titulados " L a diplomacia Oriental en el Paraguay", defen­diendo la actuación política de su padre, el canci­ller Herrera, y tratando de demostrar vanamente que los designios del gobierno imperial, al interve­nir con las armas en la Banda Oriental, fueron de conquista y anexión. Finalmente el ilustré publi­cista oriental se ha convencido, harto tardíamente,

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de su error, y en su última obra titulada " E l Uru­guay Internacional", se retracta por completo, de­clarando que "la madura reflexión enseña que el Brasil, después de 1825, nunca intentó por la vio­lencia lea reconquista de la Banda. Oriental". Refi­riéndose a la intervención armada de 1863, escri­be: . . . . "Mas tarde, en ocasión dolorosa, cuya ma­yor culpa debemos imputarnos a nosotros, las tro­pas del Norte bombardearon nuestras ciudades y obligaron a Montevideo a rendirse".

Hoy en día ya nadie defiende la conducta de So­lano López al provocar la sangrienta guerra que causara el exterminio de nuestro pueblo, más que los ignorantes de la historia patria y los desconoce­dores de los más elementales principios de derecho internacional. Aconsejamos a "Guaraní" que no vuelva a hablarnos en público de sus opiniones par­ticulares en cuestiones tan importantes del derecho de gentes. Con un recorte de diario en la mano, a nadie le es dado dictar fallo en asuntos históricos y jurídicos. "Guaraní" , antes de juzgar, debe muñir­se de los antecedentes necesarios, y en tal sentido nos es grato aprovechar la ocasión para ofrecerle cuantos informes deseare, que le suministraremos, siempre que nos fueren pedidos con la debida co­rrección de lenguaje. Hacemos este ofrecimiento en la convicción de que "Guaraní" , como sinceramen­te lo esperamos, no se halle dominado por la idea preconcebida de justificar al Mariscal López, por­que en tal caso hasta nos arrepentiríamos de haber concedido a su artículo una importancia mayor de la que en realidad merecía.

Osear II. CBEYDT.

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(Artículo para la revista "La Juventud", órgano de un grupo selecto de la juventud estudiosa).

El distinguido universitario Osear H. Creydt, autor de este ensayo, pertenece a una espectable familia de la sociedad paraguaya y cursa actualmente el 5« año de la Facultad de Derecho y Ciencias Sociales, habiendo so­bresalido siempre por su clara inteligencia.

Por su independencia de carácter ha sabido sustraer­se al influjo de los halagos y de la vanidad que habían llegado a inficionar el ambiente, apoderándose de los espíritus maleables o pusilánimes.

De gran entereza moral, investigador, estudioso y do­tado de claridad de vistas y con medios propios para no necesitar de la lisonja ni de la mentira, el joven Creydt está llamado a ser una de las figuras destaca­das de la actual generación estudiantil;

Comentarios del Dr. Báez sobre el mismo punto

López no disimulaba su deseo de intervenir en el conflicto rioplatense.

Cuando una manifestación popular, fomentada por él mismo, le significó que aprobaba su política, él contestó con un discurso en que decía:

" E l Paraguay no debe aceptar ya por más tiem­po la prescindencia que se ha hecho de su concurso, al agitarse en los Estados vecinos cuestiones inter­nacionales que han influido más o menos directa­mente en el menoscabo de sus más caros derechos".

Pero lo más original es que López se presentaba como empujado por el pueblo paraguayo para obrar en el sentido indicado. Por eso en el mismo discurso agregaba:

" A l asumir la situación que ha provocado vues­tra generosa adhesión y ofrecimiento no me he hecho

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ilusiones sobre la gravedad de esa misma situación, etcétera".

Los déspotas siempre quieren aparecer como in­térpretes de la voluntad nacional, o sirviendo los intereses de la nación.

Cualquier hombre de sentido común comprenderá que López ni debió intervenir en el conflicto uru­guayo-brasileño, ni mucho menos provocar la gue­rra.

En la época a que nos referimos (1863-1865) tan­to el Brasil como la Argentina se entendían para derribar al gobierno liberal que había en Montevi­deo.

El interés del Brasil era tener un gobierno ami­go en Montevideo, con cuyo concurso pudiera contar para sofocar el movimiento republicano en Río Grande. Y para sofocar el espíritu republicano en Río Grande, el gobierno brasileño tenía necesidad de contentar a sus caudillos, los cuales reclamaban daños y perjuicios que decían haberles ocasionado el gobierno oriental.'

El interés de Mitre o el interés argentino era po­ner en Montevideo un gobierno que no fuera amigo del Paraguay.

De suerte que el emperador del Brasil y el presi­dente argentino, por intereses diversos, se enten­dían para derribar al gobierno blanco de Berro. A este fin ayudaron descaradamente la revolución del general Plores, que triunfó.

López se metió como un imbécil en aquel imbro-glw, y comprometió la suerte del Paraguay.

López, que no mantenía ninguna legación en el

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Río de la Plata, ai en Río de Janiero, no compren­día que toda la maraña, que se armaba en el Plata, no era otra cosa que la lucha de los partidos tradi­cionales .

La independencia de la Banda Oriental en rea­lidad no estaba amenazada por el Brasil; pues no era creíble que el general Flores y su partido co­lorado tuviesen el pensamiento de cometer semejan­te traición a la patria.

Pero los blancos le hacían creer a López que sí, para, arrastrarle a la guerra, Y lo consiguieron.

Hoy día ya nadie cree que hubiese probabilidad de triunfo para el Paraguay. La guerra hubiera durado diez o quince años, y la Alianza hubiera triunfado siempre, porque tenía recursos, en tanto que López se había enchiquerado en un rincón sin salida, donde todo faltaba,

López empleaba como jefes, principalmente, a los más brutos, para asegurarse su fidelidad ciega e incondicional.

Figúrese que cometió la torpeza de dispersar sus fuerzas por el norte, por el sud, y por todos la­dos, y de mandar una expedición conquistadora al país enemigo, a Río Grande, a un Estigarribia, hombre de una supina ignorancia.

Parece que López quiso hacer del pobre Estiga­rribia una especie de Alejandro internándose en la India, o un Napoleón penetrando en el corazón de la Rusia.

Era la demencia de la tiranía. Todo prolongado despotismo llega necesariamente a la demencia para que desaparezca. Por eso decían los antiguos: Jú-

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piter dementat quos perderé vu.lt: ló que, en roman­ce castellano, significa: "Dios enloquece a quienes quiere perder".

Con efecto, el despotismo militar de Roma con­cluyó con la demencia de los emperadores, así como el despotismo austríaco en España concluyó con el embrutecimiento de Carlos II.

López fué cegado por el orgullo y la vanidad, y se atrajo su propia ruina, arruinando a la vez al Paraguay, después de haberse bañado en la sangre de sus hermanos, como el inmundo leproso de la le­yenda.

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SEGUNDA PARTE

E N C E R R O C O R A

LA FUGA DEL MARISCAL

(Muere alcanzado en su veloz carrera)

I

ÚLTIMOS ACTOS DEL MARISCAL LOPEZ (Relato del coronel Centurión)

Señor director de " E l Album de la Guerra del Pa­raguay", Don José C. Soto. Muy señor mío y amigo: Deseoso de cooperar con el noble propósito de su

importante publicación, cual es, ayudar al esclare­cimiento de la verdad histórica, y, a la vez, endere­zar los errores que se contienen en las publicacio­nes hechas hasta el presente sobre el combate últi­mo en Cerro-Corá, escritas de datos recogidos de fuentes no siempre fidedignas, voy a permitirme referirle a Vd. aquel suceso, de que he sido testigo presencial y actor al mismo tiempo.

Los restos del Ejército Nacional, que acompaña­ban desde Azcurra al Mariscal López, llegaron a Cerro-Corá profundamente quebrantados en su mo­ral y espíritu, por excesivas fatigas y penurias que imponía una marcha tan prolongada, llena de todo género de privaciones y con escasísimos elementos

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de movilidad. A medida que aumentaba la miseria, iba decayendo más y más el ánimo basta el grado de hallarse todo el mundo dominado del más com­pleto desaliento.

López, sin duda, buscando medios de reanimarlo algún tanto, aunque era cuestión difícil cuando la causa principal del mal era el hambre, concibió la idea de distribuirle medallas en premio de la leal­tad y constancia de que dieron una prueba tan re­levante en aquella penosa campaña.

Con este propósito, a fines de febrero de 1870, mandó reunir a los principales jefes y oficiales del ejército, y él, sentado en una silla, y aquéllos sobre la gramilla frente al cuartel general formando un gran semicírculo, les expresó con palabras elocuen­tes la pena que torturaba su corazón al ver que se hacían correr grandes voces de que él intentaba pa­sarse a Bolivia, Rechazó con energía esa suposición que, dijo, importaba un desconocimiento de su leal­tad y patriotismo, manifestando que él había jura­do ante Dios y el mundo defender a su patria hasta la muerte y que estaba dispuesto a cumplir su ju­ramento.

Luego, se extendió largamente sobre los deberes y sacrificios que imponía el patriotismo, en presen­cia de la sangre aún humeante que humedecía los campos de batalla, donde decía, tantos ciudadanos han sacrificado sus vidas en defensa del suelo pa­trio, legando así a la posteridad un ejemplo de ab­negación y un timbre de gloria que recordará sus nombres en el templo de la inmortalidad. Habló también del enemigo, de las pretensiones tradiciona-

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les del imperio sobre estos pueblos, empleando a su respecto algunos chistes para producir hilaridad en­tre los que le escuchaban.

En seguida leyó el decreto que confería la meda­lla de Amanbay, distribuyéndose, desde luego, la« cintas de que debería ir pendiente del pecho de ca­da uno de los agraciados. Dicha cinta era de dos colores: colorado en las orillas y amarillo en el cen­tro . No sé si la adopción de estos colores de la ban­dera española era indiferente, o si ella obedecía a algún pensamiento o idea que se relacionase con las leyendas sublimes de la península ibérica. Tal vez haya querido recordar o refrescar la memoria, el ejemplo de los sacrificios heroicos que hicieron nues­tros antepasados en el descubrimiento y conquista de la América, y en defensa de su independencia contra el coloso del siglo, cuyos gigantescos esfuer­zos han sido y serán tema constante de la admira­ción del mundo.

El 1' de marzo, por la mañana temprano, (1) al­gunas mujeres escapadas de nuestra gran guardia situada sobre el paso de un arroyo que cruza el ca­mino que conduce a Villa Concepción, distante una o dos leguas de nuestro campamento, trajeron a López la noticia de que aquélla se encontraba en poder del enemigo, quien había podido apoderarse de ella fácilmente, evitando los cañones que guarne­cían el paso, y llegando a ella por la retaguardia por un camino oculto que le había indicado un deser-

(1) De 7.30 a 8 a, m. (N. del autor, 1897).

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tor paraguayo (1) sin que fuese sentido, y en mo­mento en que la mayor parte de la gente andaba buscando que comer en los montes.

En seguida despachó unos cuatro bomberos o es­pías para traerle noticias del enemigo; pero ya ha­bía sido tarde, porque una o dos horas después se sintieron tiros de cañón seguidos de un nutrido ti­roteo de fusilería en el paso del Aquidabá-niguí, donde había dos piezas de artillería y un batallón de infantes flacos al mando del coronel Moreno (2) .

Con tan repentina y seria novedad, me llamó apresuradamente y me ordenó que fuera a ver in­mediatamente lo que ocurría en el Paso, mandando a su ayudante el capitán Riveros, para que me acom­pañara. Al efecto éste ensilló y montó en un mulo gordo que tenía el general Resquín, y salimos al trote a dar cumplimiento a nuestra comisión.

Cuando llegamos al río, encontramos que ya el enemigo había conseguido forzar el paso, habiendo matado a la mayor parte de los que lo guarnecían. Volvimos a todo correr, trayendo yo la delantera, y al aproximarme al cuartel general, en cuyo fren­te aún se hallaba parado López solo, y sin bajar del caballo, por exigirlo así la urgencia del caso, le dije en alta voz: "¡El enemigo ha pasado el paso!"

(1) El coronel Silvestre Carmona, vecino de Villa de San Pedro.

(-2) (N. del A . ) . Estos batallones apenas tenían de 25 a 40 hombres, pues el 1? de febrero sólo habla 180 de tropa prontos para entrar en combate, según un par­te original del general Resquín.

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Entonces, López, sin decir nada, y dando algunos pasos al frente y mirando hacia donde se hallaba acampado el batallón de rifleros, gritó: "¡A las ar­mas todos!"

Cinco minutos después, ya venía asomándose tras de la mayoría, a distancia de dos o tres cuadras del cuartel general, avanzando poco a poco hacia nues­tro campamento, un pelotón de caballería enemiga. Como jefe de la mayoría y montado en un buen ca­ballo, volé a ponerme al frente de las escasas fuer­zas de aquel cuerpo, y, desplegándolas en guerrilla, procuré hacerlas avanzar sobre aquél, con la inten­ción, si fuese posible, de hacerlas llegar a las ma­nos, por estar armada la mayor parte de sables y lanzas, y muy pocos de armas de fuego, para poder sostener con ventaja un tiroteo con el enemigo.

Con este movimiento de avance, la caballería ene­miga retrocedió poco a poco y luego, a la distancia de una cuadra más o menos, hizo alto, y empezó a romper un fuego graneado sobre nuestra guerrilla, que apenas llegaba a cien hombres. En esta circuns­tancia venía llegando López montado en un caballo bayo, flacón, acompañado de su hijo coronel Pan-chito y algunos pocos jefes y oficiales a pie.

Yo recorría mi guerrilla de una extremidad a otra, tratando de infundir ánimo a las tropas; en una de esas recibió mi caballo un balazo que le bandeó el muslo; pero continuaba asimismo sin no­vedad. Uno de los jefes a pie me advirtió: "Coro­nel, su caballo está herido". Gracias, le dije, pero parece que no siente la herida. No bien acabé de pro­nunciar estas palabras, y así que volvía del ala de-

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recha para la izquierda, una bala me atravesó la cara, llevando toda la dentadura de la mandíbula inferior de la derecha y la de la superior de la iz­

quierda, quedando la lengua partida por el medio con la punta colgando de una membrana, y otra que vino al mismo tiempo, penetró en el ijar del caba­

llo, cayendo conmigo muerto en el acto. Felizmente pude zafarme de él, y, al levantarme del suelo, sa­

liendo fuera de la línea, oí que el Mariscal pregun­

taba: "¿Quién es ese que sale?' "El coronel Centu­

rión, papá, gravemente herido" — le contestó su hi­

jo Panehito, que se encontraba próximo (1 ) . No bien acabó de oir esta contestación, cuando dio

vuelta y al galopito se retiró dirigiéndose hacia el cuartel general por el camino carretero.

En seguida se produjo el desbande bajo una llu­

via de balas que cruzaban sobre nuestro campamen­

(1) La pregunta .del Mariscal obedecía seguramente al juramento colectivo que se había hecho, con ocasión de la distribución de las cintas, pocos días antes, de lu­

char hasta morir. (N. del A., 1897) _ (De la Revista del Instituto Paraguayo, № 6, pág. 365

a 71). (Ver " E l Álbum de la guerra del Paraguay", entrega

13) . El coronel Juan C. Centurión, autorizado testigo y verda­

dero jefe de la última acción de guerra en Cerro­Corá, es bastante conocido como militar, como historiador y como po­

lítico de larga actuación en el país, desde antes de la gue­

rra hasta casi nuestros días, para que sea necesario realzar la importancia excepcional de su relato.

Sus Memorias se han publicado en 4 tomos..

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to y los batallones que venían yá sucesivamente sa­liendo del monte que poblaba las orillas del Aqui-dabá-niguí. A vista de la derrota avanzaban a pa­sos precipitados hasta penetrar en medio de aque­lla confusión infernal qxie levantaba polvareda, co­rriendo hombres, mujeres y niños por doquier, ma­tando a bala y a bayonetazos a cuantos alcanzaban, lo mismo a los que se rendían como a los que iban huyendo casi sin aliento, para escaparse de su fu­ror y ensañamiento.

He ahí, señor director, sencillamente la verdad de cuanto ocurrió a mi presencia a la llegada del enemigó a Cerro-Corá, llegada que fué, como se com­prende, una verdadera sorpresa, y que tuvo lugar en los momentos en que la mayor parte de las tro­pas se encontraban en los montes buscando qué co­mer.

Al retirarme del combate vi desde lejos al Maris­cal López perseguido por unos cuantos jinetes^ lle­vando rumbo hacia la boca de la picada que daba entrada a un brazo del Aquidabá-niguí, donde solía ir a pescar.

Todo lo demás que ocurrió después hasta su muer­te, no me consta personalmente, sino por referen­cias de los que lo presenciaron, conforme se lo ha­bía manifestado en mi reportaje.

Yo, bañado en sangre, con la espada en la mano, iba andando sin rumbo fijo hasta llegar a un grupo de árboles o isleta, a cuya sombra tomé abrigo pa­ra librarme de los rayos de un sol abrasador y su­friendo una sed devoradora. Sin duda, debido a es­ta circunstancia escapé con vida.

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Serenada la tempestad, y después que todo se ha­bía consumado, a eso de las 2 1|2 a las 3 de la tar­de, unos soldados desprendidos de un batallón bra­sileño, que se había acampado a la inmediación, fue­ron recorriendo la isleta como buscando algo, y me encontraron allí tendido y horriblemente desfigu­rado, y, previo el despojo de todas las pequeñas prendas de valor que llevaba, me condujeron a pre­sentar al jefe del batallón, a quien tuve que dar mi nombre escrito con lápiz en un pedacito de papel que me facilitó.

En seguida me mandó a una guardia, donde se encontraban también prisioneros algunos de mis antiguos compañeros.

Juan C. CENTURIÓN.

8 ¡c , septiembre 4 de 1893.

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I I

1» DE MARZO DE 1870

CÉREO-CORA

Lo que dijo don Ignacio Ibarra

( " L a Democracia", 1? de marzo de 1885—Asunción)

Quince años atrás, el 1 ? de marzo de 1870, tenía lugar el último hecho de armas que abrió la tumba al déspota y al mismo tiempo coincidía con la muei'-te del despotismo.

Echemos, aunque sea al correr de la pluma, una mirada alrededor de aquella aciaga época, de prue­bas para muchos, de sacrificios para todos.

López, con su ejército cercenado y pobre, más por la miseria que sufría y par las matanzas que él pro­pio ocasionaba en sus filas, que por las balas ene­migas, había llegado a Cerro-Oorá, después de in­finitas marchas y contramarchas, a los seis meses después de haber abandonado sus posiciones de Az-curra.

Más de cinco mil hombres y otros tantos de muje­res y niños, quedaban hechos cadáveres a lo largo de la lúgubre ruta que se seguía. En Cerro-Corá ya no tenía López sino unos cuatrocientos hombres, más o menos, exclusive una especie de retaguardia

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compuesta de limitadísimo número de gentes ya en­teramente extenuadas por el hambre y el continuo trabajar a que las marchas forzadas las sometían.

López, entre tanto, aparentaba la misma calma y tranquilidad que cuando otros lugares ocupaba. Na­da Jiabía cambiado en él el horrible espectácido de tanta miseria que le rodeaba.

Su corazón, poco a poco endurecido por la prácti­ca incesante de atroces crímenes, sin duda ya estaría totalmente petrificado en aquel entonces. El hombre ya no se paraba en nada: era implacable como la muerte, y bastábanle los más fútiles pretextos o las más ligeras sospechas para arrancar a lanzazos, con pasmosa frialdad, la vida a sus subordinados.

Si cupiera a los pueblos enorgullecerse de la. saña y los crímenes de sus tiranos, por cierto que nosotros no nos privaríamos de levantar bien erguida la frente entre los demás. López, militar adocenado, ha demostrado no pertenecer a la clase de los tira­nos vulgares, propiamente hablando, él ha sido un gran tirano, tirano cruel y bárbaro hasta la última acepción de la palabra, que no ha respetado nada, nada, absolutamente nada, ni los mismos vínculos de la familia.

El fusilamiento de su hermano Benigno en Piky-syry, la prisión y los durísimos tratamientos de Ve­nancio y su muerte causada por el hambre, así co­mo las prisiones sufridas por su propia madre y sus dos hermanas; pruebas son indisputables de que en su pecho no latía el más apagado sentimiento de hu­manidad.

Ciertas referencias, que a nada conducían, de una

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antigua criada de su madre, referencias que han ocasionado la prisión de varios, y últimamente cier­tas declaraciones arrancadas a éstos a fuerza de tor­turas, dieron margen a un siniestro proceso contra aquélla y sus hijas.

López mandó que se le presentara una petición de allanamiento contra las mismas, y la proveyó así:

"Sea interponiendo desde ahora para su tiempo, todo mi valer en favor de mi madre, y en el de mis hermanas, aquello que la ley pueda aún permitir­me; y pronunció al firmar esta providencia las si­guientes palabras: la copa está servida, es preciso bebería".

Desde entonces llovieron los vejámenes sobre las víctimas del hijo y del hermano. Encerradas en un viejo coche y sometidas a continuas declaraciones, eran trasladadas de un punto a otro, detrás del ejér­cito, desde Curuguaty hasta Cerro-Corá.

Ellas sobrevivieron, es verdad, a sus desgracias, mas na porque se hubiese ablandado el férreo cora­zón del tirano, p\ies ya era de presumirse que un nuevo y sangriento desenlace acabaría con ellas, si­no porque un accidente tal vez inesperado sobrevino en aquellos instantes a restituirles su libertad.

.Uno de sus espías le dio cuenta el día 1' por la mañana de la aproximación del enemigo. López manda sus órdenes a -la artillería que cubría el pa­so del Aquidabán, por donde debía entrar aquél. Pocos instantes habían transcurrido cuando dos bri­gadas — una al mando del comandante Floriao de Peixoto, actual presidente de Matto Grosso, y otra

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al mando del comandante Martins — pasaron aquel río sin la menor resistencia de nuestra artillería. Es que los cañones no valen nada por sí solos; ne­

cesitan de brazos vigorosos para hacerse oir. López forma entonces apresuradamente sus filas

y se coloca atrás montado en su bayo. El enemigo avanza entre tanto, con la infantería en el centro, descargando desde luego sus fusiles a la ventura, y con la caballería dividida en columnas guerrilleras y los flancos, intentando cortarle la retirada. Llega pocos segundos después la primera, haciendo nutri­

do fuego; y López, al ver que de sus filas caían va­

rios, ya muertos, ya heridos del plomo enemigo, co­

mo asimismo que empezaba a cundir la desmoraliza­

ción en presencia de la infinita superioridad numéri­

ca de los brasileños, dobla las riendas del caballo y pronunciando las palabras ¡seguidme! se dirige al galope al montecillo opuesto, por cuyo medio corría rapidísimo uno de los brazos del Aquidabán. Al lle­

gar allí se detiene en la costa y se le acerca un bi­

zarro escuadrón de caballería riograndense, no sin antes haber muerto o dispersado a varios que le im­

pedían el paso. Ignacio IBARRA.

Don Ignacio Ibarra, ilustrado periodista, fundador y di­

rector de " L a Democracia" y empleado del cuartel gene­

ral, fué también de los que actuaron al lado del Mariscal, a quien auxilió hasta sus últimos instantes. Es otro testigo de gran valor que, no obstante su devoción a la persona de su jefe, censura acerbamente sus actos y confirma su ver­

gonzosa fuga del campo de la acción. ("Véase su relato en el № 6 de la Revista del Instituto Pa

ragimyo).

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III

CERRO-CORA

{Relación del coronel Silvestre Aveiro)

Llegamos al campamento de Cerro jCorá el 14 de febrero, después de una marcha en que cada día llevábamos lluvias, y que si no eran de mañana, eran de tarde o de noche, y muy pocos días de tiem­po seco, careciendo durante éstos de agua potable, si no era que encontrásemos en los arroyos.

Tan luego como llegamos y tomamos algún descan­so, se dispuso la expedición del general Caballero a la colonia de Dorados a la caza de ganados alzados, que no consiguió, porque, habiendo errado los aliados el camino del paradero de López, o sea porque trata­ron de impedirle seguir más adelante, mientras el grueso del ejército marchaba sobre él, se encontró con la pequeña fuerza de la expedición de Caballe­ro una columna enemiga que lo aprisionó con toda su gente días antes del primero de marzo.

Había uña vanguardia o gran guardia en el arro­yo Tacuaras, que según referencias distará del Aqui-dabán una legua o poco más al oeste. De Cerro-Corá (campo rodeado de cerros) se desertaron el coronel Carmona, el teniente vaqueano Villamayor y el ci­rujano Solalinde con dos practicantes. Estos se ha­bían encontrado con la fuerza expedicionaria ene-

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miga. Solalinde no quiso acompañarles pretextan­do enfermedad, pero los otros, cambiando de uni­formes, les sirvieron de baqueanos; así fué que an­tes de amanecer el día primero de marzo, aprove­chando el descuido de la gran guardia, la tomaron sin disparar un solo tiro, y dos mujeres que se ha­llaban en el punto se tomaron el empeño de venir a dar aviso a López, una antes de salir el sol y la otra un rato después de la 6alida del sol.

Fué entonces que mandó colocar en el paso del Aquidabán una batería de cuatro piezas al cargo del coronel Moreno, tomando otras disposiciones en orden de aprestarse para la acción próxima la poca fuerza que había.

Convocó también un consejo para deliberar sobre lo que en la emergencia era necesario resolver y allí dijo, para que le dijéramos si convenia refugiarnos en las cordilleras inmediatas o que esperáramos el golpe peleando hasta morir.

En esa reunión estuvieron el ministro de Guerra coronel Caminos, los generales Resquín y Delgado, el coronel Centurión, el padre Maíz, el comandante Palacios, los padres Espinosa y Medina, los coro­neles Aguiar, Abalos y yo.

Siguió un silencio y viendo que nadie hacía uso de la palabra, yo entonces le dije al Mariscal que él era el jefe del Estado y del ejército, nuestro de­ber era someternos a lo que él resolviere, como con­veniente a la situación, y entonces el Mariscal dijo:

—Bien, peleemos hasta que muramos todos. Entonces me ordenó que reuniera cuanta gente

dispersa había por "el cuartel general para estar

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prontos a recibir órdenes, aprestándose bueyes pa­ra el coche de madama Lineh. A eso de las once del día me acordé de la guardia que acompañaba a su madre y hermanas, y fui a verla y la hice llamar con el oficial que la mandaba por encargo del Ma­riscal .

Cuando retrocedíamos, ya casi dispersos del la­do del Aquidabán y pasábamos el cuartel general, pocas varas después se encontró López con su ma­dre y hermanas, diciendo la primera:

—¡Socorro Pancho! (Así se llamaba al Mariscal). Y éste le contestó lacónicamente: —"Fíese señora de su sexo" y pasamos. Bajando hacia el arroyo que quedaba al Este y

cuya costa seguimos hacia Chirigüelo, yendo yo co­mo unas treinta o cuarenta varas tras del Mariscal, y a mayor distancia el capitán Cabrera, que era el trompa de órdenes, y otros varios más atrás que fueron desgranándose para tomar el monte.

Seis eran los enemigos de caballería, inclusive el cabo que encabezaba, armado de lanza, manchando al galope tendido ai flanco izquierdo nuestro y en una ensenada que forma el arroyo, pudieron cortar la retirada a López, a quien intimaron rendición.

SilvestreAVEIRO.

(Párrafos de una relación inédita publicada en el N» 6 de la Revista del Instituto Paraguayo).

Aveiro, hombre de confianza, uno de los pocos allegados al Mariscal, le sirvió hasta el momento de su muerte y su relato tiene el valor de un obsecuente servidor y ;de un tes­tigo irrecusable.

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IV

CAMPAMENTO EN CERRO-CORA

En medio de estos acontecimientos, el valiente co­ronel Silvestre Carmona, víctima, de las furores del de igual clase, Juan Francisco López, hijo del pre­sidente de la República y general en jefe del ejér­cito nacional, tuvo que abandonar el ejército de sus conciudadanos, cuando fué destituido de la cuarta división que comandaba, por injusticia y perversi­dad de aquel joven coronel, que, sin eatíp'eriencia de la vida humana, combatía a xmo de los mejores je­fes, que desde la comarca de la villa de Miranda, tenía dado pruebas de valar y abnegación por la campaña de Corrientes hasta Cerro-Corá.

El Mariscal López, con su estado mayor, tomó otra dirección, hacia el paso de abajo del Aquida-bán, teniendo que atravesar un pequeño arroyuelo, pero antes de poder llegar al citado arroyuelo, el Mariscal López fué alcanzado por un regimiento de caballería enemiga.

(Párrafos de las Memorias del general Eesquín).

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V

LA AOCION DE CERRO-CORA

A tan encarnizada persecución el tirano no pudo hacer frente.

Dióse a la fuga, lanzándose por el interior del bosque, seguido de cerca por un puñado de valien­tes que juraran su exterminio, hasta que herido, desanimado, exhausto, apeóse de su cabello, diri­giéndose hacia aquel arroyo, con el intento de va­dearlo, cayendo de rodillas en la barranca opuesta.

Los servicios de este distinguido y denodado ofi­cial (alude al coronel Silva Tavares) fueron im­portantísimos, siendo uno de los que más se distin­guieron en la derrota del enemigo, persiguiendo al ex dictador, y haciendo que los soldados le dirigie­ran con preferencia sus tiros, en su veloz fuga ha­cia las selvas, siendo para mí evidente que debido a esta persecución incansable debemos el fin del ti­rano .

Este coronel y veinte oficiales, casi todos los ofi­ciales, quedaron todos muertos en el campo de ba­talla, la artillería quedó en nuestro poder, fué inuti­lizada; los que lograron escaparse se dispersaron en el bosque.

El camino que recorrió este mayor (Acevedo

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Freitas) hacia Panadero, estaba sembrado de cadá­veres en toda su extensión.

Más de dos mil muertos, indica la línea de reti­rada del tirano, como cuadro de desolación, ham­bre, de martirio y de muerte que legó a sus secua­ces como premio de devoción.

(Párrafos del parte oficial del general José Antonio Co­rrea da Cámara).

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EPISODIOS

Cuando el Mariscal López volvió a su cuartel ge­neral después del desbande de sus fuerzas, al diri­girse de aquí al arroyo Aquidabán-niguí, le salieron al encuentro su madre y sus dos hermanas, Inocen­cia y Rafaela, presas hasta entonces en un carretón y vigiladas por un piquete de su escolta y aquélla le grita: " ¡ Socorro Pancho!, y López, sin detener­se, le contesta: "Señora, fíese de su sexo".

En seguida el coronel Aveiro, jefe del cuartel ge­neral bajo cuyo cuidado estaban todos los presos, se le acerca y le dice: " E . S. ¿puedo retirar aquel piquete?" (enseñándole el que guardaba el carre­tón de la madre y hermanas. ' ' Inmediatamente'', le contesta. "¿Las señoras cómo quedan?" "Que ellas se avengan como puedan", le dijo y siguió su ca­mino.

El coronel Panchito López, que seguía el coche de su madre, la Linch, fué atacado por unos solda­dos de caballería y cayó muerto de una herida en la espina dorsal.

La Linch se lanza del coche sobre el cadáver de su hijo y le envuelve con su vestido y dirigiéndose a los agresores les dice: "Soy inglesa: respéten­me".

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El vicepresidente de la República, don Francis­co Sánchez, viejo octogenario que se hallaba enfer­mo en su carretón, próximo al cuartel general, cuan­do avanzaron sobre él los enemigos, de pronto se le acerca un grupo y le grita: " ¡ ríndase fio d a . . . ! " ; el pobre viejo hace un ademán de levantarse con su espada en mano y exclama: "¡Rendirme y o ! " , y allí queda en su propio lecho de un balazo en el pecho.

El valiente general Roa, que se encontraba en las montañas del Chiriguelo, con sus cañones tapa­dos a consecuencia de las frecuentes lluvias, sin po­derse mover por la escasez de bueyes que hacían las conducciones por escalas, pocos momentos antes de la muerte del Mariscal López, fué de improviso asaltado por las fuerzas brasileñas: sus pocas fuer­zas huyen despavoridas al monte, quedando él solo guardando sus piezas. Un oficial se le acerca y le grita: ' ' ríndase, paraguayo dañado''.

El general Roa, con revólver en mano, le contes­tó: " ¡ J a m á s ! " . . . y cae de una descarga de fusi­lería.

Asunción, marzo de 1893. Héctor F. DECOTJD.

Como se ve, hay gran diferencia entre la actitud de estos denodados jefes y la del Mariscal que se alejói del campo de acción en cuanto sintió de cerca el olor de la pólvora, no obstante los reiterados y solemnes juramentos de morir allí, al lado de sus compañeros.

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VII

EN VÍSPERAS DE CERRO-CORA

TINA NOTA CONTUNDENTE

Tres denodados jefes censuran a López su conducta

¡Viva la República del Paraguay! ExmO señor: Tenemos el honor de dirigirnos a V. E. con el

objeto de declarar francamente a V. E. la resolu­ción que hemos juzgado tomar en el último caso en que nos hallamos, en presencia de las dificultades que nos privan continuar apoyando a V. E. en la guerra, que desde mucho tiempo atrás demandába­mos bien un golpe de armas, que una maniobra se­mejante con los recursos que teníamos y la clase de tropa que disponíamos para poder esperar un resultado favorable a la Nación, cuyo sostenimiento había V. E. invocado para reunimos bajo su estan­darte soberano, y en cuya defensa V. E. nos ha ha­llado siempre a sus órdenes con lealtad y pronta obediencia. Pero ahora de que somos instruidos de que V. E. sigue aún adelantando su marcha, y que sobre todo vemos que la continuación del estado ac­tual de cosas servirá más bien para el más duro ani­quilamiento de nuestra Nación, bajo el yugo de una

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voluntad arbitraria y caprichosa, sim esperanza, de ningún otro resultado, que un prolongado padeci­miento de aquellos que aún se encuentran bajo los pies de V. E.: nosotros, convencidos de que nuestro deber de patriotismo ya no nos obliga a más sacrifi­cios, renunciamos formalmente seguir causand-o víc­timas en la huella de V. E. (y víctimas antropófa-gas), pues el patriotismo es un sentimiento que Dios aprueba cuando no es extremado, ni opuesto al de­recho dé gentes; y Dios no fundó la sociedad civil para destruir la sociedad natural, sino para vigo­rizarla y en este concepto, y en la esperanza de ren­dir el mayor servicio a la humanidad, nos retiramos en los desiertos con aquellos que manifiestan igual voluntad a buscar nuestro recurso con nuestros pro­pios trabajos, y con el propósito firme de que en ningún tiempo serviremos de instrumento al ene­migo invasor de nuestra nacionalidad.

Sabemos que V. E. tendrá mucho que sentir esta resolución, pero sabido es también que la Nación ha sentido más que V. E.; y esta sola reflexión bastará para sil consuelo, puesto que V. E. nunca ha pensa­do en su desgracia.

Dios guarde a V. B. muchos años. Campamento en Amambay, febrero 25 de 1870.

Coronel Juan B. DELVALLE. — Co­ronel Gabriel SOSA. — Sargen­to Mayor José ROMERO.

El coronel Delvalle era un jefe preparado. Hizo en Eu­ropa sus estudios en el arma de artillería y actuó durante toda la campaña, en la que entró con el grado de alférez.

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Fué muerto por los brasileños después de Cerro-Corá a con­secuencia de la falsa delación de un soldado.

Realmente, como bien ha dicho el doctor Báez en su es­tudio sobre la tiranía, ' ' López hizo la guerra en la misma forma en que la hicieron los conquistadores bárbaros, como Atila: estos monstruos arreaban a sus pueblos, llevándolos por delante, como se conduce una manada de animales al matadero " .

"López en el Pai'aguay, hizo lo mismo. Puso en movi­miento a toda la población, arreándola hasta Cerro-Corá, al través de las cordilleras y los desiertos. Todo el trayecto quedó sembrado de cadáveres. La gente no tenía que comer y se moría de hambre, de inanición, de enfermedades de to­da clase. Los cadáveres insepultos de los estarvados corrom­pieron la atmósfera, y se desarrollaron las pestes. Murió la gente en tan grande cantidad que puede decirse que los her­mosos campos del Aquidabán, solamente, conservan las reli­quias de 400 mil mártires, arrancados de sus hogares por un capricho del tirano" (Dr. Báez).

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TERCERA PAKTE

T A B L A S D E S A N G R E

UNA CARTA HISTÓRICA

Del padre Fidel Maíz a Juan J?. O'Leary

Arroyos y Esteros, Junio 10 de 1906.

Señor Juan E. O'Leary. San Lorenzo del Campo Grande.

Mi siempre querido amigo: Retribuyo a Vd. el apretón de manos, tan fuerte

y cordial, cual me ha enviado, con iguales deseos de que esta mi contestación lo encuentre también lleno de salud y energía, rebosando de plácida y exhuberante vida.

Respecto al punto histórico de que Vd. me ha­bla en su estimable de 4 del corriente, debo decirle lo siguiente:

En los últimos días del mes de agosto del año 62, don Carlos Antonio López, enfermo ya de cui­dado, dispuso lo que Vd. llama " su primer testa­mento", o sea la forma de la transmisión del poder supremo al que haya de sucederle causa morfis.

Es de creerse que don Carlos veía que su hijo don Francisco Solano, brigadier general desde la edad de 17 a 18 años, ministro de Guerra y Ma­rina, con toda la fuerza del ejército y escuadra en

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sus manos, no podía menos que ser el candidato imprescindible a la presidencia de la República; pero quiso, sin duda, cohonestar a la vez y dar a tal sucesión el colorido de una elección libre y es­pontánea del pueblo, alejando a aquel candidato necesario de tomar parte en su propia exaltación.

El pensamiento de don Carlos era laudable; pues a no ser así vendría a resultar la transmisión del poder cual una herencia de padre a hijo, en pugna con la expresa declaración del acta de la indepen­dencia nacional, que dice: " E l Paraguay nunca será el patrimonio de una persona o familia".

Bajo estas consideraciones de alta prudencia, don Carlos dispuso que el otro su hijo, don Benigno, quedase investido del carácter de vicepresidente provisorio de la República al solo objeto de convo­car, tan luego haya fallecido el padre, el congreso electoral para el nombramiento del presidente efec­tivo. < . ¡

El pliego de esta disposición, cerrado, quedaba a cargo del señor Leseano, juez superior de alzada o de apelaciones, quien a la muerte de don Carlos, asociado del tesorero de la Nación don Mariano González, el secretario de gobierno don Francisco Sánchez y el mayor de plaza, comandante don Ve­nancio López, otro hijo de don Carlos, tenía que abrir dicho pliego y dar cumplimiento a lo en él dispuesto, poniendo en posesión del mando provi­sorio a don Benigno López, el cual actuaría con el mismo secretario señor Sánchez, sin innovación al­guna en el personal y marcha de la administración pública.

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Parece que don Carlos no esperaba, no sospecha­ba siquiera, que el general se mostrase disidente a su modo de pensar, desde que su ascensión al po­der quedaba garantida, dejando todo lo dispuesto en manos de sus mismos hermanos, a quienes enca­reciera el más leal proceder de acuerdo a lo dis­puesto. Descansaba en esta suposición el anciano ciudadano, cascado por 20 años de laboriosa y pa­triótica administración. El Paraguay, sea cual ha­ya sido la forma de su gobierno, le es deudor de un progreso y bienestar innegables.

Así las cosas, el general López vino de Humaitá a asistir al padre, que inspiraba ya serios cuidados, por su enfermedad, cada día más alarmante. Don Carlos le informó de su disposición, abundando con él en las razones y motivos que ha tenido en consi­deración para obrar así, en la seguridad, por otro lado, de no ser otro el que haya de resultar electo.

El general no disimuló desde luego su disconfor­midad, no queriendo, ni por un momento, quedar bajo la autoridad de don Benigno, siquiera no pu­diera éste obstaculizar, en manera alguna, la exal­tación de aquél al mando supremo de la Nación. Pi­dió el pliego en referencia, y obligó al padre a cam­biar de idea, dejando desde ya la vicepresidencia provisoria al mismo general.

Tal ha sido el "segundo testamento", que diga­mos, de don Carlos, sin nada ya de aparato o cláu­sula de alguna formalidad, y sí únicamente quedan­do el general nombrado, para que por sí y ante sí obrase en la transmisión del poder, de que, de este

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modo, él mismo, por sus propias manos, quedó in­vestido .

No sé si antes o después de ese cambio de forma y nombramiento, pero sí, es indudable, que el pri­mer pliego fué roto por el general. Este hecho in­fluyó en mucho para agravarse la enfermedad de don Carlos, ni podía menos que suceder así. Desde ese momento no pensó ya sino en disponerse a afron­tar la eternidad con los auxilios de su fe y reli­gión. Pocos días después, el 10 de septiembre, fa­lleció.

Verdad es que yo asistí en sus últimos momentos a don Carlos; pero, ni entonces, ni antes, me había hablado nada en el sentido de sus miras y disposi­ciones en política. Cuando más, he sido testigo de aquel encargue que hiciera al general, próximo a expirar: "de no querer solucionar las cuestiones que quedaban pendientes con la espada, sino con la pluma, principalmente con el Brasil".

Las versiones que consigno a Vd., en su máxima parte, debo a las confidencias íntimas que me dis­pensaba don Benigno López — aquel joven, supe­rior en preparaciones, y de ideas ampliamente li­berales, que jamás pudo inspirar confianza al ge­neral. De tal suerte estaba éste prevenido contra él, que no permitió fuese nombrado diputado al congreso electoral; y parece que no faltaron quie­nes quisiesen también llevarme a aquella represen­tación, tropezando igualmente con la negativa del general. Al ver tan marcada animadversión contra nosotros, don Benigno me dijo, con acento fatalmen­te profético: estamos perdidos!.. .

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Un mes y días después de la muerte de don Car­los, el 16 de octubre, el general López subió al man­do supremo de la Nación; y de allí, otro mes y días, el 2 de diciembre, ya comenzó con las prisiones y torturas de cuantos no habían sido afectos a su elec­ción, o que simplemente fueron notados de "frial­dad con él". Me cupo a mí ser el primero de los caí­dos, y iras de mí más de cuatrocientos desgracia­dos! ...

Don Benigno pudo por entonces salvarse de caer preso; pero no tardó en venir la guerra con la tri­ple alianza, y en el curso de ella, cuando las cora­zas enemigas forzaron las baterías de Humaitá, su­biendo hasta la Asunción. . . , entonces el mariscal López envolvió a don Benigno, entre otnoé muchos, en la SUPUESTA ORAN CONSPIRACIÓN, y des­pués de infinito padecer lo mandó fusilar en Piky-syry!...

Encontrábase el ejército paraguayo acampado en San Fernando sobre la margen derecha del Tebi-cuary; y allí fué llevado don Benigno López, jun­tamente con don José Berges, ministro de Relacio­nes Exteriores, para ser víctima, pasando, al par de otros, por el tamiz de exquisitas torturas e indeci­bles sufrimientos y privaciones..., hasta la pena capital!.. . En San Fernando y después en Piky-syry o Lomas Valentinas, había podido yo — en momentos muy fugitivos •— ver a don Benigno, y apenas cambiar con él una cpae otra palabra. En una de esas ocasiones me dijo: "Padre Maíz, he aquí el resultado de haberse apoderado del poder supremo el mariscal..

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Estas expresiones me llevaron a pensar lo que acaso pudiera haber sucedido, si don Benigno hu­biese quedado con la vicepresidencia de la Repúbli­ca, siquiera fuese provisoriamente a la muerte de don Carlos. . . Aquel joven conocía profundamen­te a su hermano Francisco Solano; y horror tenía a que subiese al mando presidencial del país con la suma ele todos los poderes, sin control alguno, abriéndose anchuroso e ilimitado horizonte a su or­gullo y sentimientos de amor propio, de odio y de venganza contra los que una vez cayeran en su des­agrado.

Mi querido O'Leary, toda vez que Vd. me retro­trae a hechos de nuestro pasado — de ese pasado que envuelve un fondo inapelable de misterios para la historia, luctuosa y heroica a la vez — me encuen­tro como enmarañado entre tantas sombras y des­peñaderos, sin atinar a salvarme, temiendo por un lado lastimar la verdad, y por otro caer en la fal­sedad, al tomar tal o cual rumbo; es decir, al emi­tir un juicio, o referir simplemente datos sin más fundamentos que referencias también de otros, que pudieran ser influenciados por pasiones, más o me­nos ofuscadas, y no ser fieles a la realidad.

Y le digo esto, amigo mío, esperando que Vd. con su exquisito criterio y fecundo fondo histórico, sa­brá discernir lo que sea o no aceptable en estas ver­siones, recogidas sobre la fe, esto es, en la penum­bra de esa vaguedad impersonal que viene flotan­do como leyenda entre nosotros,

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Si no he llenado, cual debiera, su deseo, al menos habréle dado nueva prueba de no esquivarme, en toda ocasión, de estar a sus órdenes.

Estimaré quiera avisarme de haberle llegado la presente, que va certificada.

De Vd., como siempre affmo. y atto. S. S. Fidel MAÍZ.

Victorica refiere que hablando con don Carlos Antonio López, en ocasión de su misión al Paraguay, y habiendo girado incidentalmente la conversación sobre algunos actos de crueldad que se atribuían al futuro mariscal, dijo de él el viejo López que, como nadie podía conocerlo: " Y a verán cuando asuma el gobierno".

Véase, además, al fin de la Parte IV, la otra carta del padre Maíz a don Mariano L. Olleros.

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LA HEROÍNA DE.SU HONOR

PANCHA GAEMENDIA

{Fragmento de un artículo publicado en "El Com­bate" de Formosa, el 14 de mayo de 1892)

Jamás calamidad alguna castigó más cruelmen­te a pueblo alguno de la tierra. Los horrores de los campos cataláunicos no dan idea de los desastres de que fueron teatro los campos del Paraguay, ni la historia, en sus sangrientas y abultadas páginas, recuerda escenas de desolación más trágicas que las que se vieron en este país, durante los cinco años en que la sañuda Belona paseó, devastadora, por sus derruidas ciudades y su desolada campaña, el carro falcado de la guerra. En aquellos amargos y dolorosos días, el furor de Marte rivalizaba, en su obra de exterminio, con el hambre implacable y el invisible asesino del Ganges, dejando más de seiscientos mil cadáveres sobre los mustios campos. Diríase que Némesis iracunda vengaba en el pue­blo el ultraje de los tiranos a la justicia, y sus in­jurias a la libertad.

Tanta calamidad, tanto desastre, no abatió, sin embargo, su espíritu. Su heroísmo rayó en lo su-

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blime. El soldado paraguayo repitió las proezas de los guerreros antiguos, de un Horacio Cocles so­bre un puente, de un Leónidas en las Termopilas, en la acción para siempre memorable del Boque­rón.

La mujer también se sublimó en el dolor y en el sufrimiento. El amor al hijo, al esposo, a los pa­dres, los sentimientos más delicados, en fin, del co­razón, cedieron en ella su lugar al amor a la patria. Sólo así se comprende tanto heroísmo, tanta abne­gación, tanto desprecio por la muerte. Lo que más realza la virtud de la mujer paraguaya en aquellos días de tremenda prueba, lo que le asegura un lu­gar preferente en el templo de la inmortalidad, es el haber preferido el martirio a su deshonra. El trá­gico fin de Pancha Garmendia nos lo dice.

Pancha Garmedia no es la Lucrecia romana que, violada en su lecho nupcial, se arrebata a sí misma la vida; no es la doncella de Orleans guerrera, que acusada de brujería, es puesta sobre la pira del sa­crificio; no es la Camila O'Gorman enamorada que, tras una escapatoria, cae con su amante bajo las garras de un monstruo: Pancha Garmendia es la virgen que resiste primero a los halagos y luego a las conminaciones de brutal tirano; es la vestal in­maculada que acepta el martirio antes que violar su voto; es la personificación de la virtud más pu­ra, del más sublime heroísmo; es la mártir gloriosa que defiende el honor de su sexo contra la torpe sa­lacidad de un Sardanápalo, que no satisfecho de tratar el país como su propio señorío, quiso tam­bién que fuera el vasto serrallo de sus placeres,

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Pancha Garmendia es también la protesta contra la tiranía. Mientras todo un pueblo permanecía en­corvado bajo el yugo del déspota soberbio y nefa­rio, y, a una señal de su mirar sombrío, obedecíale sumiso y mudo, ella, la tímida paloma que huía an­te el cazador tenaz, desafiaba su furor lascivo y sus instintos felinos, optando por el sacrificio de su vi­da, antes que por el sacrificio de su honra.

Admiremos tanto heroísmo en la mujer para­guaya . ¡ Oh, vosotros los poetas, que buscáis inspi­ración en el estéril prosaísmo de la vida, que llo­ráis como mujeres vuestras penas y cantáis con sis-tros de oro apasionados himnos al amor; acabad vuestro llanto lastimero, cesad de dirigir a vues­tras queridas eróticos madrigales; no más las tris­tes nenias, que nos recuerdan los funerales roma­nos, pidáis a vuestro numen poderoso y fecundo; arrancadle, sí, acentos sublimes y vibrantes, que nuestros corazones hinchen con el aliento de aque­lla heroína incomparable: ondas de luz que hieran nuestra alma con los resplandores de la virtud más pura, y pensamientos profundos que inculquen en la inteligencia nuestra, grandes verdades morales; conmoved, en fin, a las masas con canciones elegía-cas por las desgracias nacionales; despertad en ellas sentimientos elevados y generosos sobre el deber y el derecho, la libertad y la justicia, y cantad las glorias de la patria, eterna musa que arrancó sus truenos a Jeremías, dictó sus mesenianas a Delavig-ne, y sus odas a Leopardi; inspiró a Beranger sus cantos y pronunció terribles imprecaciones por bo­ca de Víctor Hugo. Hoy que ella yace en la humi-

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Ilación y el abatimiento, y sus hijos demuestran ha­

ber perdido el amor a ella, retemplad con vuestros épicos cantos sus adormecidas fibras, y un himno entonad a la libertad, para que la amen y sepan morir por ella, como supo morir por su honor Pan­

cha Garmendia, la heroína inmortal del inmenso poema de nuestros dolores e infortunios.

Cecilio ВАШ,.

DATOS COMPLEMENTARIOS

Por su parte, Héctor F. Decoud, en su citado li­

bro ' ' Una década de vida nacional", en que tan magistralmente describe las penurias y crueldades del éxodo, al ocuparse de los últimos instantes de Pancha Garmedia (pág. 220 y siguientes), escribe:

He aquí lo que a este respecto, dice el comandan­

te Antonio Barrios, que mandaba personalmente el lanceamiento de la familia Barrios, la esposa del coronel Marcó y Pancha Garmendia.

Pancha Garmendia, convertida en un exce homo, a causa de las heridas ulceradas que presentaba su cuerpo desde la región cervical hasta las nalgas, por los azotes, que a corto intervalo, recibía de día o de noche, durante su prisión, envuelta únicamente con una sábana de lienzo criollo, toda sucia y mancha­

da de la sangre vertida por su laeeramiento, con la cabellera suelta y desgreñada, apenas podía andar de pie y manos.

Fué traída al lugar de su lanceamiento, sobre la orilla del arroyo Guazú, distante unos cincuenta

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metros de un árbol corpulento, en cuya sombra guardaba su prisión.

A sus verdugos no les dio gran trabajo para ul­timarle, pues, apenas le tocaron con las puntas de sus lanzas, cayó completamente inerte.

Lloró amargamente su infortunio, desde el mo­mento en que se le movió del sitio en que estaba, hasta que murió.

Demasiado sabía ella el triste y doloroso fin que la esperaba dentro de contados minutos, a pesar de su íntima convicción de ser tan inocente y pura, de alma y de cuerpo, no acusándole su conciencia de ninguna falta; pero, en ese supremo instante, cru­zó por su mente aquella terrible amenaza: "Yo me vengaré de ti, si no fueses mía". A estas siniestras palabras, lanzadas, en otro tiempo, en su rostro vir­ginal, por el que luego se convirtió en señor, dueño de vidas y haciendas, atribuyó su final martirio. Y, a la verdad, no estaba equivocada. Mas, por otro lado, no podía concebir que por defender su honor y su dignidad contra las pretensiones lujuriosas de un hombre a quien se le tenía por civilizado, hu­biese atraído sobre sí, tan infeliz y cruel destino.

Sumida en este enigma que torturaba cruelmen­te su espíritu, por vislumbrar una sombra siquiera de su culpabilidad, su imaginación se hundía más y más en el abismo de lo incomprensible para ex­plicarse la horrorosa forma en que iba a terminar su existencia, por mandato de un hombre que la había idolatrado, y que un día desde el Paso de la Patria le dirigió las sentidas y conmovedoras es­trofas, fruto genuino, al parecer, de un ardoroso e

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intenso amor. Ella las había aprendido de memo­ria, y en este angustioso y breve momento, las reci­tó maquinalmente. Cuando llegó a la tercera estro­fa, prorrumpió en desgarradores llantos, entrecor­tados por las siguientes exclamaciones:

¡Virgen María Santísima! ¿Por qué me abando­náis en este trance de mi vida?

¡Perdóname, Virgen Santísima, si alguna vez os he ofendido!

La tercera estrofa empieza en esta forma:

• " S i alguna vez alcanzara A coronarme de rey, Mandaría que por ley Por reina te proclamaran."

En efecto, aquel feroá encono del que pronun­ció el anatema, se volvió tanto más implacable con las perversas y constantes incitaciones de su per­versa amante, la que no dejaba tampoco de traba­jar, en el mismo sentido, el ánimo de los jefes y oficiales favoritos de ella, hasta consumarse el sa­crificio de la infeliz doncella, orgullo de la raza, por su deslumbrante belleza, y ejemplo de entere­za en defensa de su honor.

ANTECEDENTES DE FAMILIA

Para que.se conozca mejor quien era Pancha Gar-mendia van a continuación algunos otros detalles personales de familia a su respecto, tomados de otro autor.

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Cuando Napoleón I invadió la España y colocó de rey a su hermano José I, a quien el pueblo es­pañol denominaba con el sarcástoco apodo de " P e ­pe botella", en razón de lo adicto que era a rendir culto al Dios Baco, varios españoles, que existían en la capital del Paraguay, todos comerciantes y casados en el país, impulsados por el pesar que les causara ver a la madre patria subyugada por un monarca intruso, formaron una suscripción, con el objeto de remitir recursos pecuniarios a los deno­dados patriotas que luchaban por sacudir el yugo extranjero y salvar a España del poder napoleó­nico.

En efecto, se reun'eron los señores Garmedia,-Ma- • cha'n" Guanes, Loyzaga, Recalde y muchos otros, depositando en la caja la cantidad de dinero que a cada cual le permitían sus circunstancias.

Sabido es que, la invasión francesa a España, influyó directamente en la emancipación de las co­lonias sudamericanas.

Habiendo acontecido algunos años después, que el Paraguay se segregara de la República Argenti­na, eúpole al doctor Pranc'a la suerte de haber sido el primer cónsul de esta nueva República, — si República puede denominarse un rebaño de carne­ros humanos, a quienes despojó de los fueros y de­rechos individuales.

Conocedor Francia del acto de sublime patriotis­mo ejecutado por todos los españoles residentes en la Asunción, hecho que había tenido lugar muchos años antes de pronunciarse el grito de independen­cia, hizo citar a todos y les ordenó que reintegrasen

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en. arcas nacionales, en el perentorio término de tres días, igual cantidad a la que habían exportado del país.

El señor G-armendia tuvo que hacer inmensos sa­crificios para recolectar doce mil pesos fuertes y entregarlos al Tesorero Nacional, por ser igual la cantidad que había enviado a España.

Igual sacrificio tuvieron que hacer los demás es­pañoles.

Muchos años habían transcurrido, cuando el ejér­cito de Ramírez invadió el Paraguay. (No pasó de proyecto).

El dictador volvió a llamar a dichos españoles, a quienes impuso la obligación de depositar en ca­jas nacionales una cantidad de dinero igual a la que habían tenido que reintegrar anteriormente, como garantía de que no se adherirían a la causa de aquél.

Desgraciadamente, el señor Garmendia no dispo­nía de la cantidad que le correspondía; vendió cuan­to poseía y sólo pudo reunir cinco mil y pico de fuertes, los que entregó al tesorero nacional, pro­testando no tener recursos ya que tocar para com­pletar la suma que se le exigía.

El dictador ordenó que fuese conducido a casa­mata, haciéndole remachar una barra de grillos; señalándole el perentorio plazo de tres días pava entregar la cantidad que le faltaba.

Terrible fué esta nueva injusticia para su bella y virtuosa esposa, la señora doña Dolores Duarte, quien se dirigió a toda la sociedad de la Asunción, implorando de puerta en puerta, anegada en lian-

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to, que salvasen la vida del padre de sus tres pe-queñuelos hijos. Al fin logró levantar una suscrip­ción, consiguiendo que hasta las placeras contribu­yeran con un pequeño óbolo, sin poder tampoco completar la fatal cantidad de doce mil fuertes. Esta circunstancia la inspiró la idea de transpor­tarse a la estancia de un gran capitalista N a quien, encontró descalzo y arando. Este avaro, cuando se hubo impuesto del objeto de la visita de aquella angustiada señora, la despidió con una ro­tunda negativa.

La infortunada señora montó en su corcel y se dirigió a la Asunción, mas al llegar al templo de San Roque oyó una descarga de fusilería; la seño­ra cayó del caballo exánime, exhalando un doloro­so grito. Su corazón no la había engañado.

Aquel grito, puede decirse, fué a repercutir en el corazón de su pequeñita y preciosa hija Panehi-ta, a quien tenía en brazos el señor Alejo Guanes, y al oir la descarga de los fusiles que finalizaban la existencia de su padre, rompió en llanto tan las­timero, que conmovió e hizo verter lágrimas a to­das las personas que se hallaban presentes.

Sobre este punto,—dijo Manuel P. de Peña, quien huyendo de la persecuciones del mariscal López se asiló en Buenos Aires, desde donde dirigió frecuen­tes epístolas al mariscal. Una de ellas es como sigue:

"Voy a echarte en cara esa reprensible conducta observada con Panchita Garmendia.

Debes saber que es hija del honrado comerciante

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vizcaíno D. Juan Francisco Garmendia y de la se­ñora doña Dolores Duarte, cuyos consortes tuvie­ron tres hijos.

El padre, sin más delito que el de ser español, fué multado por el tirano Francia en doce mil fuer­tes, que entregó; algunos años después se le exigie­ron doce mil más y porque no los tuvo fué fusila­do un domingo, día en que se solemnizaba la proce­sión del Corpus Christi en la parroquia de San Bo­que.

La señora murió algún tiempo después, reducida a la más espantosa miseria.

Sus tres hijos tiernos y enteramente huérfanos y expuestos a la miseria, fueron recogidos y adopta­dos como hijos por la Sra. doña Manuela Díaz de Bedoya y Barrios, una de las principales matronas de la Asunción, mujer de la más hacendosa, la más honrada, la madre más tierna y amorosa, la que ha sostenido una numerosa familia llena de honradez, de pureza y de decencia.

En este invulnerable alcázar de la virtud y del decoro, fué criada y educada Panchita, muchacha esbelta y adornada de belleza y atractivos, revesti­da de honestidad y honradez.

Era el hechizo de cuantos la miraban, todos la adoraban y respetaban; pero tú que nada respe­tas, tomastes el empeño de corromperla, la invadis­te por todos lados, la perseguiste sin cesar, le es­torbaste las uniones conyugales ventajosas que se le presentaban y has sido el obstáculo constante de su felicidad.

Ella, como una roca, ha resistido siempre el ém-

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bate de tus diabólicas pretensiones, se te ha hecho invisible y se encuentra inmaculada y adornada de brillantes virtudes, en medio de ese piélago de tus corrupciones.

Viéndote burlado de -la hermosa Judith paragua­ya, adoptaste el recurso de aprisionar y desterrar a su hermano Juan Francisco, con el fin de obli­garla a que ocurriera a ti a implorar su libertad. Ella lo comprendió así y sin trepidar un momento se acompañó de su madre adoptiva, señora Bedo­ya, y se te presentó a hacer sus plegarias y ruegos por obtener la libertad de su hermano.

Tú, derretido en fementidos halagos, te mos­traste clemente y le prometiste concederle lo que pedía, pero al salir de tu casa, la hiciste decir se­cretamente con tu rufián coronel Aguiar, que si hu­biese venido sola no se le hubiese negado la liber­tad solicitada.

La prueba es que hasta hoy se encuentra el vir­tuoso joven Garmendia sufriendo la pena de su cautiverio y la infeliz hermana llorando su adversa suerte, nada más que por haber sabido conservarse pura.

Si este tu procedimiento no es de canalla, no sé qué otro nombre pueda darle."

PERFILES DE PANCHA GARMENDIA

A medida que la señorita de Garmendia crecía en edad, aumentaba en hermosura física y en be­lleza moral, al extremo de causar asombro a cuan­tos la veían y trataban, sorprendiendo a todos por

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sus maneras naturales, dignas de una señorita de su clase.

Aún no había cumplido catorce años, cuando principió a ser el objeto de la más contumaz perse­cución, no sólo de Francisco Solano, sino de sus otros dos hermanos, Venancio y Benigno; pero Pan-chita había nacido destinada a figurar entre las grandes heroínas americanas.

A pesar de la aureola de fausto y grandeza con que los depravados López trataban de fascinarla, ella se conservó en el puesto que le prescribía el honor, despreciando y burlándose de los que pre­tendían burlarse de ella.

Venancio fué el primero fascinado hasta el de­lirio por la preciosa niña; pero ella decretó un no ha lugar.

Cuando Panchita hubo cumplido quince años, se había transfigurado en una especie de deidad.

Su belleza física había ultrapasado a todo ideal que pueda imaginarse la imaginación más fecunda, lo cual le había valido que toda la juventud nacio­nal y extranjera la proclamaran por la Diosa del Paraguay.

Panchita era de estatura alta, de talle esbelto y gracioso, cintura redonda y flexible, su cutis de un blanco alabastrino, sus brazos perfectamente con­torneados y adornados con graciosos lunares, sus dientes parecían dos líneas de perlas, sus labios de coral y graciosísimos, sus mejillas de color grana­da, sus ojos azules, rasgados y centelleantes, vela­dos por pobladas y crespas pestañas, eran de irre­sistible mirar; las cejas negras y finas, describían

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dos perfectos semicírculos, su abundante cabellera ondeada y negra como la endrina, su nariz agui­leña, fina y perfilada, pecho y espalda de formas voluptuosas, sus hombros caídos, sus pequeñas y blancas manos, cuyos finos dedos terminaban en punta coronados por cristalinas uñas conservadas esmeradamente limpias y recortadas en forma triangular, estaban en perfecta armonía con sus di­minutos y encorvados pies. Al andar daba a su cuerpo un aire marcial y tan especial, que según re­ferían varias otras personas, tenía un modo tan de­licado y elegante que parecía pisaba sobre flores.

Su metal de voz era argentino y sonoro, su con­junto simpático y tierno para toda persona que la mirase, y sobre todo era dotada de un fluido irre­sistible como el imán, para las personas de ambos sexos.

Véase al fin de la Parte IV la otra carta del padre Maíz sobre Pancha iGlarcnendia que corresponde a esto capítulo.

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SINIESTRO EPISODIO

(Relato publicado en 1874)

Cincuenta años hacen que arr'bó al Paraguay el respetable español Don M'guel Antonio Elurdoy, el mismo que hoy recuerda y llora el pueblo para­guayo.

¡ O h ! . . . Dichosos los seres que al tender la ma­no al infortunio ajeno, s :enten en ella caer una lá­grima en recompensa de sus bondades. Porque esas lágrimas las recibe D'os y forma con ellas una co­rona de perlas para ceñir la frente del bienhechor, en la vida eterna.

Habitó bajo la opresión de los tres tiranos; su misión en la patr'a de Lambaré, fué adquirir para vivir y el resto para repartirlo entre los meneste­rosos . . Después del fallecimiento del dictador Francia

y luego que se abrieron al comercio del mundo los puertos del Paraguay, se le presentó su sobrino José Domingo Uribe, a quien recibió con ternura y adoptó por hijo, entregándole la administración de su casa conocida en todo el Paraguay por el nom­bre de Azuaga, apellido de la propietaria del edi­ficio .

El joven Uribe no tardó en demostrar que po-

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seía gran capacidad mercantil; dio un vivo impul­so a los negocios de la casa, logrando por este me­dio adquirir inmensa fortuna y gran reputación de comerciante, por la exactitud y honradez con que cumplía todos sus compromisos.

Desligado don Miguel de las atenciones mercan­tiles, en razón de haber hecho venir de España diez sobrinos más, que eran otros tantos campeones del cuerpo comercial de esta plaza, el señor Elurdoy sólo se ocupaba en ejercer actos de piedad y de mi­sericordia con los neces'tados.

El elevado concepto que don O. Antonio López tenía formado de él, se comprueba por el hecho que pasamos a narrar.

Habiéndose descubierto una falsificación de bi­lletes, el dictador mandó se citase a todos los comer­ciantes de la Asunción, ordenándoles que presenta­sen todo el papel moneda que tuviesen, exceptuan­do al señor Elurdoy, diciendo a sus empleados:

" E s imposible que en casa de Azuaga haya nada falso".

¡ Quién le hubiera d'cho que su dignísimo hijo, Francisco Solano, lo había de hacer morir en el cepo uruguayana, a la edad de 70 años, después de haberlo hecho vapulear, porque no confesaba adonde tenían enterrados los tesoros sus sobrinos, cosa que él ignoraba!

Se refiere que cuando el coronel Serrano lo azo­taba y le imputaba el crimen de estafador de los tesoros nacionales, levantó su vista y mirando al inicuo fiscal, le dijo con entereza: —"Míreme Vd. y dígame si tengo cara de ladrón". Serrano rióse

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cínicamente y le mandó doblar la dosis de azotes!! La misma,_ imputación de conspiración contra el

gobierno y de haber robado las arcas nacionales, se hizo gravitar sobre todos los sobrinos que existían en la Asunción, a quienes se les azotó y aplicó todo género de suplicios, hasta que los obligaron a con­fesar y señalar los puntos donde tenían enterrados los tesoros, haciéndolos morir a todos; mandando desenterrar aquel inmenso tesoro y entregarlo a Eli­sa Lynch, en calidad de depósito, pues según el ma­riscal decía, era la única persona que ofrecía garan­tías; apoderándose de todos los bienes de dicha casa.

Aún existen algunos de los hombres que ayuda­ron a transportar los talegos, quienes nos aseguran que fué inmensa la cantidad de oro y plata sellada que desenterraron.

El tirano pudo hacer morir en la tortura urugua-yana al señor Elurdoy y sus dignos sobr'nos; pero no pudo obligarlos a confesarse reos de "conspira­c ión" y de "estafa" a las arcas nacionales como pretendió, con el fin de obtener un justificativo que lo pusiese a salvo de las reclamaciones diplomá­ticas .

(El señor Elurdoy fué algún tiempo mayordomo de la iglesia de San Roque).

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CODICIA Y PERVERSION

De que Solano rompió los lazos que ligan al hom­bre con la sociedad, lo comprobó no respetando nm-gún sentimiento noble de los que elevan al hombre a la dignidad de ser la obra más perfecta de todo lo creado; puesto que por su sed insaciable de san­gre hit/mana, de poder y de riquezas, hizo sucumbir a su patria, a su familia, a sus amigos y enemigos, a sus mismos cómplices y a todos los extranjeros de diversas nacionalidades; no salvando a su infernal poder de corroerlo todo, ni aún los santos princi­pios de la moral pública, tan necesarios e indispen­sables para sostener el equilibrio social.

LA MASACRE DE LAS BARRIOS

Consolación Barrios, esbelta y hermosa, con una cabellera larga y abundante, no permitió que le vendasen los ojos, ejecutando ella misma esta opera­ción, con dos vueltas de sus propios cabellos, ceñi­dos en forma de banda, alrededor de la. cabeza. Mu­rió con tres lanzasos.

'Prudencia- Barrios, se mantuvo serena todo el tiempo en que se le preparó para morir.

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Después de habérsele chuceado con los dos lanza-sos de ordenanza, cayó al suelo y comenzó a hacer esfuerzos para sentarse. Entonces, uno de sus ver­dugos, le hundió la lanza en el bocio que tenía, otro en el costado del lado del corazón, y un tercero en el bajo vientre, que la dejó inmóvil.

Bernarda Barrios de Marcó, de porte distingui­do, se encontraba enferma de hidropesía. El vientre presentaba un desarrollo exagerado; pero, a pesar de su lastimoso estado, recibía también los azotes, y aún, hasta un momento antes. Fué conducida en peso por dos soldados, y después de muerta, los ver­dugos, creyéndola embarazada, le asestaron tres lan-zasos más en el propio vientre, para que pereciera también, si acaso, el fruto de sus entrañas. La po­bre señora quedó así completamente destrozada.

Los demás miembros de la familia Barrios, Pru­dencia, Josefa (Chepita), Rosario y Oliva, presas como las anteriores, fueron también lanceadas se­guidamente y a toda prisa, de la manera más bru­tal y bárbara que puede concebirse.

(Década, etc., pág. 224).

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EL ARREBATO

No era más propicia la suerte que corría toda preciosa alia ja que las señoras llevaban por adorno a alguna tertulia donde se encontrase con la pre­sunta emperatriz. De seguro que al siguiente día, enviaba Elisa algún satélite del futuro emperador a pedir la joya, sin otra ceremonia, que exponer que "madama" había gustado de ella; teniendo la dueña que conformarse con recibir algunos pesos de papel moneda que Elisa les retornaba.

Pero el más célebre expediente que se tramitaba cuando Elisa deseaba poseer alguna casa o quinta de particulares, era presentar al dueño o dueña de la propiedad para que firmase una solicitud supli­cando sumisa y encarecidamente se le comprase su propiedad porque deseaba enajenarla.

El supremo decretaba el nombramiento de dos agrimensores o peritos tasadores, uno por cada parte.

El supuesto u obligado solicitante, rogaba a su vecino o conocido que se presentase al acto de la avaluación con la sublime misión de contestar amén a todo lo que dijese el agrimensor " lop 'zta" .

Con, o sin la voluntad del propietario, se proce­día a firmar el correspondente instrumento públi­co, quedando el negocio concluido y arreglado me­diante una pequeña suma de papel moneda que Eli­sa le mandaba entregar.

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EL VERDADERO CONSPIRADOR

El fiscal director de " L a Conspiración", presbí­tero Fidel Maíz, pide más sangre, mucha sangre, sangre de esclarecidos consulares.

Y como no está aún completamente tranquilo, respecto al triste destino reservado a su víctima, el desventurado obispo diocesano, se propone darle el golpe de gracia, englobándole en una nueva acusa­ción con Berges, Benigno López, el general Barrios, el vicario general Bogado, Venancio López, el pres­bítero Juan Bautista Zalduondo, el cónsul del Por­tugal Leite Pereira, el coronel Alen, el capitán Si­món Fidanza, Inocencia y Rafaela López, Juliana Insfrau de Martínez, Dolores Recalde y Mercedes Egusquiza.

Cuando leyó muy satisfecho su libelo acusatorio, que constituía su tercera obra maestra de antihu­mana maldad a su colega el coronel Goiburú, enton­ces capitán, éste le observó que "estaba muy bien", pero que había olvidado de consignar en la lista uno de los conspiradores principales.

— ¿ A quién?, le interrogó sobresaltado el jefe de los fiscales.

—Al mariscal López, le contestó Goibürú. El padre Maíz giró la cabeza rápidamente a to­

das direcciones y le dijo en actitud amenazadora:

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"¡Guárdese, capitán Goiburú, de volver a diri­girme esta clase de bromas! Si ahora le hubiera es­cuchado algún tercero, le hubiese seguramente cos­tado la vida". -

Más adelante relataremos este pasaje, que como se verá, tiene intencionado, hondo y elocuente sig­nificado. (Juansilvano Godoi, "Documentos Histó­ricos", pág. 133).

Durante la guerra, ese padre (Fidel Maíz), que según supe, era hombre inteligente y sabio, desem­peñaba el cargo de juez de instrucción (fiscal, lla­maban los paraguayos), mostrándose dócil a todos los caprichos del dictador y extremadamente per­verso con todos los que tenían la desgracia de caer en su desagrado.

José Berges, fué una de sus víctimas. Ocupaba Berges un rancho casi igual al mío. Maíz venía dos o tres veces por día a torturarlo con el cepo colom­biano para arrancarle confesiones, mostrando orgu­llo de poder desempeñar el rol de inquisidor.

La forma en que dirigía la palabra al antiguo ministro de Relaciones Exteriores del Paraguay, era tan brutal, que ponía en evidencia su esmero en el ejercicio de tal oficio.

Es así que interpelaba a Berges: "Dirás q u e . . . " ¿No hablas? ¿Niegas? " T e voy a mandar aplicar el cepo... y gritando... cabo de guardia, póngalo en el cepo..." (Mariscal E. A. Da Cunha Mattos, — pri­sionero de los paraguayos, testigo ocular. -— Revis­ta del Instituto Histórico y Geográfico brasileño, T. LXXVI , pág. 235).

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ACUSACIONES FALSAS

(Lecciones del Dr. Domínguez)

En tiempo de la guerra también se obligaba a los acusados a declarar contra sí mismos. Quiera o no quiera, el declarante, debía decir lo que gusten los verdugos: había que declarar. El inocente, de or­ganización débil, prefería cuatro balazos a la afren­ta y el tormento y de plano se confesaba autor de delitos en que no había ni pensado.

Algunos así llegaban a acusar a otros inocentes, conforme al interrogatorio del fiscal, y al marchar al patíbulo se arrodillaban y pedían perdón a sus víctimas forzadas. (Dr. Manuel Domínguez. " E l Cívico", 4 de octubre de 1905).

"Ba jo la dictadura de Francia y en tiempo de la guerra,- hubo inocentes que se acusaban de deli­tos que no habían perpetrado, prefiriendo cuatro balazos a la afrenta y al dolor de los azotes. Un antiguo ya escribió eso: " e l dolor obliga a mentir a los mismos inocentes". (Publio Sirio. Lección del Dr. M. Domínguez, " E l Cívico", año X , N' 2492).

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" E l azote" funcionaba sin descanso durante la guerra, pero sobre todo el cepo uruguayana, dejó un odioso recuerdo. El cuerpo era oprimido entre dos fusiles colocados sobre la espalda y amarrados a otros que cruzaban entre las piernas: " l a opre­sión sobre el corazón que ejerce esta entablilladura, es mayor que el dolor de las carnes maceradas... hasta que empiezan las costillas a quebrarse".— Sarmiento.—Se rompían los huesos o revienta el co­razón. Y suplicio despiadado era el lanceamiento que se usó después de Lomas Valentinas. Figurémos­nos al sentenciado con los ojos vendados y de ro­dillas. Un lancero está detrás y otro enfrente en actitud de descargar el golpe feroz, y a una señal, dos lanzasos simultáneos atraviesan de un lado el esternón o la tetilla y del otro lado la espalda; la víctima ensartada, se retuerce y convulsiona y se agarra con las manos crispadas en las ansias de la muerte, a la lanza de adelante, que el verdugo re­vuelve en el horrible agujero del pecho". (El Cí­vico", año X, N 9 2492, Dr. Manuel Domínguez).

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LA CONSIGNA DE LOS VERDUGOS

{Carta de fray Mariano de de las Misiones de Matto

rendo padre

Bagnalia, Ticeprefecto Grosso, al muy reve-general)

Se me sacó entonces del calabozo y se me condu­jo al medio de 4.000 bayonetas, rodeado de 20 lan­ceros, para ser muerto en el momento en que tuvie­se lugar el encuentro de los dos ejércitos.

Esta era la costumbre del tirano. Marché con 18 pobres señoras, víctimas, hacia el

sacrificio con un haz de leña en las espaldas, mudo, con los pies descalzos y bajo el fuego de las inju­rias de estos miserables que sólo esperaban el mo­mento de saciar su sed de sangre. El ejército brasi­leño se aproximaba.

Los verdugos dejaron el camino carretero para tomar un sendero. Ya se oían silbar las balas.

Nuestra hora ha llegado, me dijo una de mis com­pañeras de infortunio, Ana Casal.

'ÍLa hora de nuestra libertad", le respondía lle­no de confianza.

Un oficial paraguayo atravesó las filas y dijo al verdugo:

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—Deje esos pobres prisioneros, pues el enemigo se acerca.

—No puedo, replicó el verdugo, mi consigna es matarlos aquí.

Hablaba aún, cuando principió el fuego. El verdugo, sea por salvarse, sea por perdonar­

nos, emprendió la fuga. (3Iastermann, pág. 437).

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LA HEROÍNA DEL DOLOR

JULIANA INSFEAN

I

Durante once días, el coronel Martínez, con sus 1.300 valientes, restos de la guarnición de Humaitá, defendió sus posiciones de la Península o "isla Po í " , rodeada y cañoneada por el enemigo. En los últimos cuatro días no habían comido más. El mis­mo coronel Martínez estaba tan debilitado, que ape­nas podía hablar. En tan críticas circunstancias, la rendición se imponía. Esta se efectuó con todos los honores de la guerra.

Dice un escritor que los combates librados en el río, frente a Humaitá, parecían fantásticos, y que solo en la antigüedad los hubo iguales.

Las fuerzas del enemigo eran superiores: la lu­cha fué desesperada. En el río los tripulantes de los botes peleaban a brazo partido con los tripu­lantes de las canoas, en medio de los horribles fo­gonazos producidos por los cañones enemigos que, en una sola semana, dispararon diez mil bombas so­bre los paraguayos.

Con todo, el coronel Martínez no fué vencido por las bocas de fuego, que vomitaban la muerte, sino

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por el hambre. El y sus soldados nó depusieron las armas: éstas se les cayeron de las manos.

Pero el mariscal López, que comía bien y bebía mejor, no podía comprender que era inútil una lu­cha sin esperanza. Por otra parte, él deseaba y or­denaba que se dejase matar hasta el último soldado. El soldado paraguayo tenía necesariamente que morir: o delante del enemigo, o en manos de los ver­dugos del tirano.

Por eso el coronel Martínez y los demás defen­sores heroicos de Isla Poí fueron declarados traido­res a la patria y al Supremo Gobierno.

II

Oriunda de Villa Rica, de esmerada educación, como todas las guaireñas de la clase urbana, era doña Juliana Insfrán, esposa del valiente coronel Martínez. Fué de la intimidad de la Lynch. Cuando ocurrieron los sucesos de Isla Poí, ella se encontra­ba en la capital.

Según la declaración prestada por el fiscal Ma­tías Goiburú, en cuanto López recibió la noticia de la rendición del coronel Martínez, Juliana fué lla­mada a San Fernando, donde compareció ante el tribunal de la cuarta comisión.

—¿Tenéis conocimiento de una conspiración fra­guada contra la vida del Exmo. señor mariscal? — le preguntaron los jueces.

—Ninguno, contestó Juliana, con firmeza, He

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acompañado siempre a madama Lynch, hasta el mo­mento de ser traída ante este tribunal.

—Han declarado contra vos el arcediano Juan Evangelista Barrios y el cirujano Roque Céspedes — replicaron los jueces. ¿Qué os ha dicho vuestro marido en la última entrevista - que con él tuvis­teis en Humaitá?

—Si es cierto que Barrios y Céspedes algo han depuesto en mi contra, han faltado a la verdad, a sab'endas, o bajo la presión del terror. Mi marido jamás me habló de nada parecido a un complot. El es incapaz de cometer una traición y de todo acto contrario a las leyes del honor.

—Declarad la verdad — repusieron los jueces — porque de lo contrario se os aplicarán las más se­veras penas. Vuestro crimen es enorme; habéis es­tado en connivencia con los traidores, vos y vuestro marido el coronel Martínez.

•—Ni yo, ni mi marido, somos capaces de seme­jante felonía contestó Juliana, con resolución y energía. Mi marido es un militar pundonoroso, y ha servido a la patria con honor y valentía. Yo, la mujer de ese héroe, llevo con dignidad su nombre.

El tirano López quería vengarse del coronel Mar­tínez, sacrificando a su inocente esposa.

Luego que un soldado caía prisionero entre los enemigos, o se rendía un oficial a la última extre­midad, o que cualquier ciudadano cayese en el desa­grado del tirano, - se le declaraba traidor, no sola­mente a él, sino también al hijo, a la esposa, al pa­dre, a la madre, al hermano y hasta al amigo, y to­dos juntos eran bárbaramente sacrificados,

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Después de su primer interrogatorio, Juliana fué sometida a la tortura: vale decir, fué azotada y pues­ta al cepo colombiano.

Es el cepo un suplicio atroz, como la cruz de San Andrés, en que la víctima es descoyuntada poco a poco. ;

I I I

—¡Ay, dolor! — exclamaba Juliana, al sentir la dislocación de sus huesos. Soy inocente del cri­men de que se me acusa.. . ¡ Quitadme la v ida ! . . . ¡Socorro! . . . ¡Misericordia, señor Dios m í o ! . . .

Durante el curso de la tortura, la Lynch no ce­saba de hacerle decir a Juliana que descargara su conciencia confesando su crimen; que en este caso, ella imploraría perdón para la misma de la clemen­cia del mariscal.

El deseo del mariscal fué siempre que todo el mundo se reconociese traidor a la patria. Obligaba también a las madres a negar públicamente a sus hüos, a sus maridos, a sus parientes. López humi­llaba y degradaba a los mejores servidores de la patria, haciéndoles suscribir declaraciones vergon­zosas e infamantes. Convirtió al soldado paraguayo en delator y verdugo. . . . por el terror. Todos eran pasados por las armas con la nota infamante de traidores. Para López, todo el mundo era traidor, hasta su propia madre.

¿Qué mucho, pues, que la esposa del coronel Mar­tínez fuese declarada tal, a pesar de que formaba parte del entourage de la Lynch ?

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A las insinuaciones de esta mujer, Juliana con­testaba negativamente, protestando su inoeenc'a.

Al retirarse el ejército de San Fernando, con di­rección a Villeta, López dio orden — agrega el fis­cal Matías Goiburú — para que todos los reos fue­sen conducidos a pie, y fusilados o lanceados los que no pudiesen sufrir el penoso viaje.

Entre esas víctimas iba Juliana, consumida por el sufrimiento. Aquella antes hermosa mujer, era ahora un esqueleto ambulante.

Estaba horriblemente desfigurada por la flacura, las flagelaciones y la desgarradura de sus espaldas.

Desde San Fernando hasta Villeta, el camino se hizo para las víctimas una verdadera vía crucis. A semejanza de Jesús, recorrieron esa calle de la amar­gura en medio de los más crueles padecimientos. No hubo compasión para nadie: el hermano no se apia­daba del hermano, como diría Tueidides, descri­biendo los horrores de la guerra del Peloponeso y de la peste de Atenas. El pueblo había s'do barba­rizado por el tirano. Este monstruo sin igual cegó en el corazón de la gente la fuente de todo senti­miento de humanidad: nadie se compadecía de la desgracia ajena y se llegó a desear la muerte para poner término a tanto martirio, a tan prolongado sufrimiento, que impuso a su pueblo el bárbaro ti­rano Solano López, que merece la eterna exeecra-ción de todos los siglos y de todos los pueblos de la tierra.

En Villeta, Jul'ana fué de nuevo sometida a la cuestión, como decían los inquisidores. No pudien-do obtenerse de ella que se reconociese culpable, fué

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llevada al tribunal de la quinta comisión, servida por el fiscal Matías Goiburú. Este confiesa que re­cibió de López la orden de apalear a Juliana, de abofetearla y de mesar sus cabellos, los cuales le fue­ron arrancados por mechones.-

Los fiscales se alternaban en la tortura; Juliana resistía a todos los suplicios. El tirano se enfureció en presencia de aquel valor sobrehumano, de que dieron ejemplo los mártires del cristianismo. El fu­ror del tigre h'rcano aterrorizó a los fiscales, que extremaron las torturas, pero sin resultado: Julia-na aunque moribunda, protestaba siempre de su inocencia, pidiendo a grandes voces que se le qui­tara la vida de una vez, que nada tenía que decla­rar.

IV

Juliana mostróse digna esposa del héroe de Isla Poí.

Un hombre civilizado, como un bárbaro cualquie­ra, puede buscar la muerte en la refriega, asaltar una fortaleza, o correr a meter la cabeza en la boca de un cañón, como suelen hacer los turcos y los abi­smaos.

El bravo entre los bravos, el coronel Mongelós, tembló ante López, le entregó su espada, y dócil­mente, a una orden suya, fué a entregarse al ver­dugo. El coronel Mongelós fué fusilado porque en el cuerpo que él mandaba, algunos soldados habían pensado desertar; es decir, por no haber adivinado a tiempo lo que pensaban aquellos desgraciados,

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Pero no todos muestran poseer el valor de Ju­liana : vale decir, el verdadero valor, el que consiste en defender la propia dignidad, la cual proviene de tener conciencia de la personalidad.

En la imposibilidad de vencer el valor de Ju­liana, el tirano pretende deshonrarla, a ella y a su esposo.

—¿Habéis tenido trato íntimo con don Benigno López y con el cirujano Céspedes? — le pregunta­ron los fiscales del monstruo.

—¡Jamás! — responde indignada la mil veces sublime heroína del dolor. Jamás deshonré al com­pañero de mi vida. Eso es una infame calumnia.

Y contaba don Adolfo Saguier — como pueden contar otros — que por fin la encerraron en un cuar­to, con un negro fornido, para que éste la ultrajara.

El 21 de diciembre de 1868, momentos antes de comenzar el famoso combate de Itá-Ibaté, doña Ju­liana Insfrán de Martínez fué fusilada por la espal­da como traidora a la patria y al Supremo Gobier­no, juntamente con Benigno López, José Berges, Gumersindo Benítez, el obispo Palacios, el deán Bo­gado, Carlos Riveros, el general Bruguez, el gene­ral Barrios, Antonio de las Carreras, Gaspar Ló­pez. . . y la señorita Dolores Recalde, que también fué torturada y resistió a los tormentos.

Jul'ana Insfrán, en aquella horrorosa hecatom­be. d ;ó la nota más alta del valor legítimo. Ella apu­ró hasta las heces la copa de la amargura. Atormen­tada en el potro, azotada, abofeteada, estropeada de

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mil maneras, ultrajada también, nunca flaqueó un solo instante, manteniéndose siempre firme en su resolución de no complacer al tirano que pretendía en vano arrancarle una declaración indigna.

Hubo padres que, bajo la presión del terror, de­clararon desconocer a sus hijos; esposas que decían renegar de sus maridos, y hasta bravos militares sus-crib'r declaraciones indignas; y arrodillarse a los pies del tirano; pero Juliana Tnsfrán, esta sublime mujer, salvó la dignidad de su sexo y la dignidad de toda- la nación paraguaya, resistiendo heroica­mente a los furores del verdugo de su pueblo, como en otro tiempo la familia de los Macabeos despre­ció los tormentos y la muerte a que los condenaba aquel monstruo de iniquidad llamado Antioco.

Juliana Insfrán pasa a la historia como la heroí­na del dolor. Su martirio y su muerte son una en­señanza de la más sublime abnegación, que no de­bemos olvidar, que no deben olvidar las generacio­nes a venir, para que sepan defender su dignidad y odiar y combatir las infames tiranías.

Juliana Insfrán no ha pedido al morir un ven­gador, como la mujer pagana: ha muerto como cris­tiana, sacrificándose por la verdad y poniendo por testigo de su inocencia al Supremo Juez de los cre­yentes, como el símbolo de la verdad suprema y de la justicia absoluta.

Cecilio BÁEZ,

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LANCEAMIENTOS EN MASA

(Relato publicado a raíz de la guerra)

Bastaba que un individuo o familia vertiese lá­grimas o vístese de luto, para que fuese considera­do de hecho y perseguido como traidor a la patria y al gobierno.

Una de las hijas, tomando la palabra dijo: " M i prima Domingo Pleitas después de haber si­

do asesinado su esposo y confiscado sus intereses, fué deportada con su pequeñuela hija y declarada traidora, que era el mayor castigo que entonces po­día aplicarse a una persona, cuyo anatema era te-

.rrible, puesto que todos, aún los más inmediatos parientes, se eximían de hablar con ellos ni ven­derles ningún alimento por temor de caer en el mismo anatema.

Encontrábase mi prima en el Espadín con los millares de familias deportadas; horrorizada un día al ver lancear a tantas inocentes víctimas, seño­ras y jóvenes de ambos sexos, por órdenes tanto del tirano cuanto de la tirana Elisa, por Resquín y por aquel enjambre de asesinos que hacían la corte a los déspotas, invitó Dominga a sus amigas y com­pañeras de infortunio diciéndoles: no me encuen­tro con valor para presenciar por más tiempo tan-

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ta carnicería humana; la que sea de mi opinión sí­game; tomando a su hija de la mano se internó en los bosques; sesenta señoras la siguieron, de las cua­les salvaron tres, todas las demás perecieron de sed, hambre y cansancio. Una de las que se salvó fué la señora Trifona Patino, con pérdida de sus seis hijos que fueron pasto de los cuervos y de los tigres.

Una vez iba para Caazapá un sobrino de mamá, y aconteció que en el camino encontró al pie de un árbol, a un soldado tendido en el suelo y expiran­do de debilidad; mi primo se aproximó, lo habló, el soldado no contestó; mi primo lo tomó en brazos, lo sentó, sin esperanza, el infeliz expiró en aquel momento; mi primo miró a su rededor y vio cerca de sí el kepis del soldado, dentro del cual había un oficio cerrado; mi primo se puso de pie, miró en todas direcciones y viendo que no se aprox'maba ningún ser humano, se apoderó del oficio y se in­ternó en el bosque, rompió el sello y lo leyó.

Era un parte que pasaba el jefe político de aquel departamento al supremo, dándole cuenta de haber hecho lancear cuarenta y siete personas traidoras, agregando que esperaba confiado en la benevolen­cia de Su Excelencia, que no debía de desagradar­se del celo y esmero con que su humilde criado ve­laba por la vida de Su Excelencia y por el triunfo de la causa que Su Excelencia defendía con tanta heroicidad, sabiduría y generoso patriotismo.

(Estos hechos no eran aislados, como lo comprue­ba el laneeamiento de 500 soldados en los mismos días).

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INAUDITAS CRUELDADES

EL TESTIMONIO DEL CLERO

(Declaración del sacerdote italiano doctor Presbíte­ro Gerónimo Becchis, corrector y redactor de "La Estrella", 10 de septiembre de 1869).

Respondió que López practicó innumerables cruel­dades, que ha sobresalido entre los mayores tiranos conocidos en la historia de todos los tiempos. Dice que después de la fuga del cura Páez de la Villa Concepción, mandó lancear cuarenta familias de las más decentes, agregando a la orden que no respeta­sen ni a los niños de pecho, según consta al interro­gado por persona del ejército de López y ser el mis­mo ejército conocedor de este hecho; que lo mismo hizo con las familias de Ipané, Villeta y Guaramba-ré; las cuales familias se habían ocultado en los montes cuando llegaron los aliados y que después se recogieron a sus casas, cuando se retiraron otra vez las fuerzas aliadas. Entonces ordenó López fue­sen todos degollados como fueron ejecutados; que López dio orden secreta, como consta al interroga­do por un oficial paraguayo de nombre González,

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para degollar a todas las personas que no quisiesen seguir al ejército en sus movimientos, o si se retar­dasen en su marcha; tanto es cierto esta orden se­creta, que en los montes de Pribebuy, Caacupé y Ba­rrero, había dejado una fuerza de cien hombres ar­mados para que en grupos de cuatro o cinco pudie­sen ejecutar su orden, donde quiera que existiesen personas del ejército paraguayo, o familias, sean extranjeras o nacionales.

Dice que todos los presos y prisioneros de guerra extranjeros y nacionales, los tenía siempre en la in­temperie : la mayor parle de esos infelices murie­ron de hambre y los que eran más privilegiados pa­gaban la vida con lanza, cuchillo y bala, muchos otros estaqueados en los campos, siendo una docena de los estaqueados mandados cortar los párpados su­periores de los ojos, otros de los azotados metidos en hormigueros para tortura, según le consta al inte­rrogado por el capellán Rodríguez, que fué fusila­do en San Fernando.

Dice más que el alemán Emilio Neuman, a pre­texto de conspiración, el tirano López en San Fer­nando mandó azotarle por tres noches consecutivas, viniendo aquel infeliz a morir en el tercero; que la misma suerte y por el mismo motivo murieron los mártires inglés Juan Lencú, el capitán de marina italiano, Simón Fidanza, un frailé italiano, Boco, misionero apostólico del Brasil, capuchino y con más ciento setenta italianos. Dice, por fin, el inte­rrogado, que está íntimamente convencido de que la conspiración pretextada jamás existió, porque las declaraciones arrancadas de las víctimas siempre

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fueron a fuerza de tormentos que eran horribles y consistían en azotes, pavesas encendidas hasta car­bonizar los dedos y el tormento que llaman el cepo a la uruguayana; a muchos se les aplicaba grillos candentes, en fin, millares de atrocidades que el in­terrogado ni sabe cómo explicar.

I Cuál es el destino de los objetos saqueados en los territorios aliados y en los bienes muebles de este Estado y sus habitantes retirados de esta capi­tal y de sus poblaciones? Respondió que sabe por oir decir que los bienes saqueados en Matto Grosso fueron repartidos en la familia de López y algunos adhérentes de la misma; que le consta al interroga­do que los objetos de plata y de más valor de las iglesias y de la capital y de la cam.paña fueron man­dados robar por orden de López y que esto debe ser verdad por cuanto el interrogado vio trabajadores de López hacer de los candeleros y demás útiles dé­las iglesias un servicio completo para sú mesa.

Dice que más de ocho mil personas murieron lan­ceadas y martirizadas por López y que el número de los que murieron de hambre excede de veinte mil, fuera de una infinidad de gente que sucumbió por motivo de epidemia, como el cólera morbus, viruela, sarampión y disenteria.

Dice finalmente, que el sistema del espionaje era tal, que los padres no confiaban en sus hijos, ni

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los hijos entre sí, ni los maridos en sus mujeres; y todos los parientes y amigos, desconfiaban unos de otros, y tanto, que por dos veces Hilario Recalde y Alejo Guanes, fueron a casa del declarante a pe­dirle con lágrimas en los ojos y el corazón sangrien­to de dolor, una declaración para ser publicada en el "Semanario" en el sentido de renegar de ellos. Dice el declarante que más de veinte declaraciones en este sentido había hecho, y que el "Semanario" de aquel tiempo está lleno de semejantes declara­ciones, todas falsas, teniendo solamente por fin agradar al dictador y evitar sus crueldades en rela­ción de los padres, a los hermanos y parientes en general...

Respondió que las víctimas más reconocidas que él se acuerda ahora, son las siguientes: Obispo don Manuel Antonio Palacios, que fué fusilado en Ville­ta y más de veinticinco o treinta sacerdotes de di­ferentes categorías y nacionalidades fueron asesina­dos en varios lugares y por diversas maneras, cada cual más dolorosa y repugnante; que a más del obis­po y esos sacerdotes, fueron muertos muchos otros caballeros distinguidos, sobresaliendo los ministros Berges y Benítez y el hermano del tirano, don Be­nigno López, los cuñados del mismo, Saturnino Be­doya y general Barrios, los generales Bruguez y la mayor parte de los jefes y jueces de la capital y de toda la campaña.

Dice que López los mataba con él fin manifiesto de apoderarse de la fortuna de nacionales y extran

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jeras, teniendo mucho cuidado de borrar todos los vestigios de su nefando crimen, y así era que, veri­ficadas esas ejecuciones, mataba a los ejecutores pa­ra no dar prueba de sus iniquidades.

Dice que López obligó a infringir el secreto sacra­mental; en el confesionario se armaban recíproca­mente cuestiones entre penitentes y confesores. En prueba de esto, refiere el interrogado que el padre Rodríguez le dijo que él no quería confesar a sus amigos por no verse obligado a delatarlos.

El canónimo Escobar, refirió que López lo había retado, porque, confesando a tantas familias de trai­dores, menea le daba a saber nada, haciéndole obser­var que al canónigo Corvalán, por el mismo crimen de callar, ya le había remachado una barra de gri­llos; y el padre Páez, cura de Concepción, remitió al obispo la confesión del capuchino fray Ángel de Canamanico, según éste refirió al declarante; gene­ralmente hablando, después de las confesiones a que se obligaba al ejército y al pueblo en los días de Pas­cua y de San Francisco Solano, y otros según el an­tojo de López, seguían las prisiones, los tormentos y los degüellos. (Báez, " L a tiranía en el Para­guay", pág. 267).

* * *

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Declaración del presbítero Bartolomé Aguirre, pa­raguayo, (1* de octubre de 1869)

Respondió que los castigos con que martirizaba López a sus víctimas, eran muchos y bárbaros; que se castigaba a los presos con el cepo a la urugua-yana, azotes, hambres y otras miíerias, y esto con el objeto de arrancar de ellos las declaraciones que quería el tirano; que cuando eran conducidos al lu­gar o paraje donde debían ser sacrificados, sus con­ductores se encargaban de martirizarlos con la pun­ta de la espada, y otras barbaridades, de tal mane­ra, que algunos no alcanzaban el lugar de la ejecu­ción; que entre las innumerables víctimas del tira­no, recuerda el declarante a don Miguel Azuaga Elurdoy, que ha muerto en el cepo de la urugua-yana, sus sobrinos José Uribe y sus hermanos, que murieron lanceados, Daniel Valiente y Gumersindo Benítez, que habrán muerto azotados, y una infi­nidad cuyos nombres no recuerda.

Respondió que los castigos eran diarios y los más atroces; que todos los días veía y oía azotar, sin consideración de edad ni sexo, y luego fusilarse y lancearse, una infinidad de gentes; que tanto los extranjeros como los nacionales sufrían todos los martirios que quedan mencionados.

Respondió que entre el sinnúmero de víctimas que habían perecido bajo la tiranía de López, re-

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cuerda el nombre de los principales y más distin­guidos, como el obispo Antonio Palacios, don Be­nigno López, el ministro Berges, los generales Ro­bles, Bruguez y Barrios, don Saturnino Bedoya y el coronel Alen, todos los empleados de la Aduana, casi todos los jefes, jueces y curas de la campaña, y todos los extranjeros de más fortuna; y que todos les bienes de estas victimáis eran confiscados y sus familias desterradas en los confines del país, con so­lo el vestido del cuerpo. (C. Báez, " L a tiranía en el Paraguay", pág. 281).

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* #

Declaración del padre Del Carmen Arzamendia, paraguayo, (18 de octubre de 1869).

Respondió que siendo cura de la Villa de San Pedro, fué en marzo del presente año, llamado por el gobierno para prestar sus servicios en el ejérci­to; que llegado allí, pudo comprender que era con­siderado por el gobierno como cómplice de la cons­piración que imaginaba hacerse en Villa Concep­ción; que el padre Maíz, jefe de los curas, le dijo las siguientes palabras: "Vosotros los curas del Norte, estáis vendiendo vuestra patria, ofreciendo a los enemigos entrar triunfantes en vuestras res­pectivas parroquias". Y que días después, hallán­dose el declarante en cura de una enfermedad, fué mandado al calabozo por el mismo padre Maíz, quien

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]e dijo que lo mandaba preso por no haber trabaja­do con voluntad a la patria; que sufrió los mayores tormentos expuesto al sol y al agua, y sujeto al ri­gor de toda miseria, y con semejantes crueldades no podría servir con dedicación la causa del tirano, no obstante haber sido al principio de la guerra uno de los más ardorosos defensores...

Respondió que ellos consistían en el cepo urugüa-yano y de lazos, en los azotes, en los fusilamientos, en los lanceamientos y otros muchos que pudo ima­ginar, y a estos tormentos no se escapaban, ni sa­cerdotes, ni mujeres, ni criaturas, pagando de esta manera todos los que estuvieron en el Paraguay su tributo al tirano.

Dijo más: que supo en San Pedro haber dicho López que un gran número de extranjeros, con mu­chos nacionales, formaron una conspiración contra el Gobierno, robando esos traidores el tesoro para poder sustentar esa conspiración, por lo que mandó prender a todos los extranjeros residentes en la Asunción y a un gran número de nacionales y fue­ron conducidos a presencia de.López, en San Fernan­do, donde todos tuvieron la desgracia de morir, unos lanceados, otros fusilados, todos martirizados bárbaramente.

Dijo también, que tuvieron igual, fin las perso­nas más distinguidas por su fortuna y posición, co­mo el obispo Palacios, don Benigno López, el ge­neral Barrios, los ministros Berges y Benítez, el ge­neral Bruguez, don Saturnino Bedoya, los corone-

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les Alen y Núñez, todos los empleados de la Adua­na y un gran número de presbíteros y jueces de cam­paña. Dijo más, que tal conspiración no existió y que el cree más bien que las miras de López era aca­bar con los hombres más distinguidas del país y con los más ricos para librarse de los que podían hacer­le algún mal, puesto que él ya no defendía la po­blación paraguaya, como lo hacía al principio de la guerra, sino secuestraba sus bienes, desterrando sus familias para el interior del país y matando a mu­chas señoras, como sucedió a la señora del coronel Martínez, a quien después de muerta, mandó reco­ger toda su fortuna, ( "La tiranía en el Paraguay", pág. 283).

* * #

Declaración del sacerdote paraguayo, Pedro Pablo Benítez. (Septiembre 27 de 1869)

Respondió que nunca sirvió con dedicación, y si bajo sus órdenes sirvió fué para no perder la vida, pues asimismo, cuando algún tanto se separaba de las sociedades y no manifestaba tanto gusto de vi­sitar al tirano López, fué preso en Azcurra como traidor, con fierro, llevando como siete meses esa prisión, en los que fué puesto en libertad por los aliados, cuando tomaron aquel punto.

Dijo más: que durante ese tiempo de prisión, en él sufrió las atrocidades más grandes, como el cepo de uruguayana, el hambre y expuesto a la intem­perie, y que todo esto sufrió porque, como ya dijo, fué tratado por López como traidor, y que el de-

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clarante, hallándose ocupado desde la muerte de Bedoya en el empleo de Tesorero, tenía orden de comprar grasa para el hospital, pero que no ha­llando en el comercio, compró un chancho para el efecto, de lo que teniendo noticia López, mandó prenderle, diciendo que él era traidor y que nego­ciaba con el dinero del Estado.

Respondió que un individuo llamado Centurión, estaba encargado de tomar las declaraciones a los reos, y que en estos interrogatorios a fuerza de azotes y otras torturas, cualquier declaración falsa arraneaba de los reos, sean mujeres, sean sacerdo­tes, sean viejos o criaturas, aplicándoles después el cepo de uruguayana, a los que muy pocas víctimas sobrevivieron, que además de estos castigos, los pre­sos no podían ser asistidos por sus familias y que les daban de comer de veinticuatro en veinticuatro horas solamente, de carne de los animales muertos en él campo, haciéndoles sufrir de este modo la ma­yor miseria, siendo muchas veces la carne ya putre­facta y muriendo, por consiguiente, la mayor parte de los presos de hambre.

Dijo más: que no puede acabar de referir las crueldades cometidas por el coronel Marcó y Cen­turión, por orden de López, por ser tantas y que pasa a indicar los nombres de las víctimas que su­cumbieron con los castigos dichos, y de que es él mismo testigo ocular, y son: los presbíteros Acosta y Jaques, que después de haber sido azotados1 nue­ve días consecutivos y puestos a la vez en el cepo de la uruguayana, viendo que no morían, fueron

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lanceados; los presbíteros Medina, Gavilán, Ángel Maramico (capuchino), Ferriol, que murió de ham­bre, y muchos otros cuyos nombres no recuerda, en­tre los cuales habían muchos bolivianos y otros ex­tranjeros negociantes, y que los bienes de todos fue­ron confiscados por el Gobierno. ..

Respondió que ningún hombre sensato del Para­guay sirvió a López con dedicación, y que el popu­lacho estaba aterrorizado y obligado a servir como esclavo, siendo el que con mayor dedicación le ser­vía; y que tanto es verdad lo que acaba de decir, que todas las personas de alguna consideración eran tratadas como traidores, teniendo siempre un fin miserable, muriendo muchos degollados, muchos fu­silados, muchos lanceados, y muchos bajo otras atro­cidades : como hambre, azotes, etc.

Preguntado si eran frecuentes los castigos, fusi­lamientos, respondió que eran casi diarios.. • y que sin excepción de nacionalidad, eran todos conside­rados traidores y víctimas de infinidad de castigos, lo mismo que los prisioneros de guerra, que lo eran también de todos los castigos inventados por López y por sus verdugos...

Respondió que López, queriendo satisfacer a su instinto sanguinario, fraguó una conspiración, en que decía tomar parte, tanto nacionales como ex­tranjeros : los más ricos del Paraguay, quienes fue­ron muertos todos a lanza, fusil y marti/rios que ya dejamos mencionados; por lo que el declarante juz­ga que la referida conspiración no fué sino un pre­texto de López para confiscar los bienes de esos in­felices.

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Dijo más: que además de las riquezas de los na­cionales y extranjeros que confiesa, el declarante tenía que decir que cuando fueron muertos los em­pleados de la Aduana por traidores, el nombrado Tesorero se recibió de los intereses del Estado, pero que no bailó sino muy poco dinero, lo que bace creer que López lo confiscaría, diciendo que los em­pleados de la Aduana fueron muertos por haber ro­bado y mandado a los aliados mucho dinero del Es­tado ; por lo que fueron considerados traidores...

Respondió que para darse una idea del poder que tenía López en el Paraguay, basta decir que tomaba parte hasta en lo más sagrado de la religión, de lo que el declarante no puede dudar, desde que le sucedió que un día yendo a confesar un peniten­te en los establecimientos del Chaco, en ocasión de pedir licencia al comandante de armas, don Ve­nancio López, para pasar, éste le había hecho com­prender que tenía orden del presidente para saber de los sacerdotes todo lo que hayan sabido bajo de confesión tocante al Gobierno o al Estado; y que en otra ocasión, el mismo presidente López le dijo que 110 comprendía como habiendo tantos criminales en­tre sus feligreses, no le confesaba srts crímenes.

Declaración del P. Isidro Insaurralde (21 de Se­tiembre de 1869)

Cuando empezó la guerra, López ha hecho ver al pueblo paraguayo que los aliados Ib que querían era conquistar al Paraguay esclavizándolo, el de­clarante no pudo menos que servir con dedicación,

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pero teniendo el declarante estudiadas las cosas y presenciando el procedimiento en el mismo López en San Fernando, el cual mandó fusilar al obis­po y terminar centenares de vidas, sean extranje­ros o nacionales, par el fútil pretexto ele una cons­piración, el declarante fué conociendo que la gue­rra para López era de interés personal suyo, y que era uno de los mayores tiranos; lo que querva era acabar con la población paraguaya, pues que tai-conspiración nunca existió, a pesar de no tener el declarante nunca visto, los procesos a que respon­dieron los traidores como llamaba López, los cua­les, en cuanto al declarante, que los conocía a ca­si todos eran inocentes e incapaces en envolverse en la tal imaginada conspiración. Dijo más, que todavía tuvo más motivo para conocer después que la causa de López no era justa, que el mismo de­clarante, habiendo servido siempre con puntuali­dad, fué tratado en las Cordilleras como traidor, habiendo sido hasta preso can fierros y cepo y aban­donado a la intemperie.

Preguntado, ¿cuál las crueldades practicadas por López, los nombres y condición de sus vícti­mas? Respondió que jamás acabaría si el declaran­te fuese a enumerar las clases de crueldades prac­ticadas por López; que basta decir que ese tirano maltrató a sus propios hermanos, y según ha oído decir, conservó por mucho tiempo presa a su pro­pia madre. Que los castigos más usuales en el ejér­cito paraguayo eran el cepo de la TJruguayana, fierros, azotes y abandonar las víctimas a la in­temperie, sin comer. Que fueron fusilados,' Ion-

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ceados y martirizados el hermano del propio tira­no, Benigno López, sus cuñados, el general Barrios y Saturnino Bedoya, los generales Brúguez y Ro­bles, los ministros Berges y Benítez, el obispo Pa­lacios, los coroneles Alem y Núñez, en fin, una in­finidad en sacerdotes, jefes y jueces de campaña, los empleados en la aduana y muchos extranjeros, importantes negociantes en la ciudad de la Asun­ción tuvieron el mismo destino.

Preguntado ¿qué fin tuvieron las familias de todos esos infelices y dónde se hallaban sus bie­nes? Respondió que las familias de esos infelices, después de tomarles el último objeto, eran deste­rradas para el interior del país, unas casi desnu­das, otras apenas con el vestido del cuerpo, y que los bienes pertenecientes a los infelices eran con­fiscados por orden de López.

Preguntado si ¿tiene alguna cosa que añadir a sus declaraciones? Respondió que muchas cosas tiene que decir, pero que para mostrar la tiranía de López basta decir que después de haber muerto casi todo el sexo masculino, armó en las cordille­ras batallones de mujeres, los cuales marcharon con él formados. Que además, López habiendo aca­bado con la población paraguaya, también acabó con la fortuna,, por cuanto no encontraba ni siquie­ra una gallina para comprar, porque tanto bueyes como vacas, caballos y ovejas, López ordenó reco­ger para los gastos del ejército y de sus servicios particulares, mientras que a pesar de todo eso y de hallarse las comisarías llenas de dinero y víve­res, morían de hambre soldados, familias, sacerdo­tes 11 demás empleados.

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OTRAS DECLARACIONES

Declaración de Isidro A.yala {Setiembre 8 de 1869)

¿Su edad, estado, profesión y naturalidad? Respondió tener cerca de setenta años, viudo,

empleado en el gobierno de López, como colector y pagador general en Piribebuy; que es nacido en Villa del Pilar de esta República.

j Cuáles son las crueldades practicadas por Ló­pez; los nombres y condiciones de sus víctimas? Respondió que las crueldades practicadas por Ló­pez son atroces y que castigaba a sus víctimas con azotes y con cepo a la Uruguayana; que los azotes eran dados con chicotes de cueros crudos; que las víctimas sufrían veinte y cinco y a veces cincuen­ta azotes que se reproducían en igual número hasta arrancarles por medio de torturas atroces confe­siones falsas; que esas víctimas eran amarradas y expuestas a la intemperie, dándoseles en veinte y cuatro horas una escasa alimentación repugnante, hasta que esos infelices morían de hambre y mise­ria.

¿Si sabe los lugares donde todavía pueden exis­tir prisioneros de guerra y familias que fueron obligadas a abandonar sus domicilios? Respondió que en cuanto a los prisioneros de guerra no sa­be hoy dónde pueden existir y cree que bien po­cos existen, por cuanto la mayor parte fueron fu-silados y lanceados; en cuanto a las familias el declarante supone que existen en San Juan Nepo-muceno, de donde le llegaron a él dos sobrinos y

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en otros puntos diferentes como Yhú, Caaguazú y Terecañy. Dice que el declarante estaba preso en Caacupé y fué puesto en libertad el día once del mes próximo pasado, y fué llevado a presen­cia del coronel Mareó, el cual le dijo que en reco­nocimiento de la gracia que le bacía López dándo­le libertad, que el declarante empuñase las armas y lo acompañase en su defensa; dice más, que el declarante sufrió el suplicio del cepa a la TJru-guayana el cual consiste en atar un fusil en las corvas de las piernas, y colocar cuatro, seis y hasta ocho armas de fuego y otras veces diez sobre la nuca, de modo que forzando la víctima a doblar completamente la espina dorsal se encuentren las armas de encima con el fusil de las piernas que­dando el paciente con la cabeza para abajo entre los huesos con la cara mirando para atrás. Que el declarante sufrió más de tina vez y por muchas horas, que fué aplicado a casi todos los presos.

Preguntado: ¿ si eran frecuentes los castigos y fusilamientos en el ejército de López? Respondió que sí. ¿Cuál era el sistema de López para evitar deserciones en su ejército? Respondió que la exce­siva vigilancia de un soldado sobre otro, hasta el punto de que cuando desertaba un soldado, res­pondían por él los compañeros que quedaban a derecha e izquierda, y que respondían con la vida esos compañeros, como también sus familias y pa­rientes, propagando López en su ejército que los

. aliados morían de hambre y miserias en sus cam­pamentos.

Preguntado que si el ejército y la población pa-

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rágüáya ie obedecían a él y qué número de hom­bres le acompaña aún en su defensa? Respondió que en el principio de la guerra había dedicación entre algunos, y que otros repelían, mas no tenían coraje para declarar su opinión contra López; porque hasta en el Congreso no se podía hablar contra él sin peligro de muerte, y por eso es difí­cil decir, si alguna dedicación había a favor de él.

Preguntado ¿cuáles son los generales y jefes paraguayos ejecutados por López? Respondió que ha oído decir generalmente que por orden de Ló­pez fueron ejecutados el general Robles, el gene­ral Barrios (cuñado de él), el general Brúguez y otros muchos jefes de inferior categoría, siendo también ejecutados por orden de López miembros de su familia, como su hermano Benigno López y su cuñado Saturnino Bedoya, y además de éstos el obispo Manuel Antonio Palacios y los ministros Berges y Benítez.

Preguntado si tiene algo más que decir sobre las preguntas que le fueron hechas. Que estando el declarante preso en Caacupé, fué en la prisión for­zado por el coronel Marcó, a las diez de la noche a firmar dos recibos falsos, diciendo que en cali­dad de colector había recibido de Domingo Paro-di y del comerciante español don José Solís una gran suma de dinero correspondiente al valor de más de cien mil cueros y muchas arrobas de cer­das, cuyo número de arrobas no puede expresar y veinte cueros de tigre a dos pesos y la arroba de cerda a ocho reales, los cueros de vaca a cuatro reales; el declarante ningún dinero recibió ni vio

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semejantes cueros, que se decían en los recibos es­tar en los almacenes de don Hilario Recalde y en una casa cerca de la estación del ferro-carril de la Trinidad, en el almacén del Parque de Noceda, y en la quinta de don Alejo Guanes en diferentes partidas. Dice más: que el declarante firmó los recibos, siendo interventor don Juan José Alon­so, que también los firmó, los cuales existen en po­der de los interesados. Dice finalmente que seme­jantes recibos fueron rotos y obUgaron al declaran­te a firmar nuevos recibos con datos alteradas y que estaban datados de Piribebuy y que el decla­rante estaba en Caacupé; que siendo una data del l 9 de Enero la otra era del 21 de ese mes, y que no combinaban ni en la forma ni en el fondo con la verdad. En conclusión dice el declarante que hacía las declaraciones sin ninguna violencia y con toda espontaneidad y como no dice más, ni fué pre­guntado, dióse por fin por concluido este interro­gatorio que va firmado por el declarante, por los miembros de la comisión mixta, señor don Fran­cisco Ferreira Correa, juez en derecho, miembro de la Junta de la Justicia Militar, don Mateo Collar, juez del crimen de primera instancia y por los se­cretarios abajo mencionados. Y yo Nicanor Basal-dúa, que escribí en el impedimento del secretario don Otoniel Peña, que asignó.

Isidro AYALA, Francisco FERREIRA CO­RREA, Mateo COLLAR, Nicanor BASAL-DÚA, Raimundo RODRÍGUEZ B A T M A .

Con iguales formalidades se tomaron las decla­raciones precedentes.

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Declaración ale Juan José Alonso. (11 de Septiem­bre de 1869)

¿Cómo se llama? Juan José Alonso. ¿Su edad, profesión, naturalidad y estado? Respondió: que era empleado público, natural del Paraguay, sol­tero y de veinte y ocho años de edad.

¿Cuál era el empleo que ejercía? Respondió que era oficial interventor de la colecturía de Piribe-buy. ¿Si servía con dedicación a la causa de Ló­pez? Respondió, que no; que servía obligado, para evitar las crueldades de él en relación a su familia y el propio declarante, pues que el tirano sacrifi­caba los sentimientos de justicia, satisfacía sus odios en venganzas y persecuciones atroces, de lo que hay numerosos ejemplos.

¿Si sabe el lugar dónde puedan existir prisione­ros de guerra y las familias que fueron obligadas a abandonar sus intereses y domicilios? Respondió que muy pocos prisioneros de guerra podrán exis­tir hoy, por cuanto los que no murieron en los ca­labozos, en los trabajos forzados, de peste, sucum­bieron de hambre y de miseria; en gran parte fue­ron lanceados y fusilados. Dice que las familias fueron en general desterradas, pero que muchas pueden ser encontradas principalmente en Yhú y Caaguazú.

Preguntado. ¿Cuáles las crueldades practicadas por López, los nombres y condiciones de sus vícti­mas? Respondió que las cueldades eran sin núme­ro, y generalmente aplicadas a todos sin excepción,

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mismo a extranjeros e inocentes, los tormentos más atroces como el cepo de la uruguayana, los azotes, y las torturas, el hambre, para por ese medio arran­car declaraciones falsas muchas veces en perjuicio de las mismas víctimas, algunos de los cuales el de­clarante conoció y más adelante mencionará sus nombres.

¿Si sabe cuál es el número de soldados de que se componía el ejército paraguayo al principio de la guerra, su organización, disciplina, armamento y trato? Respondió que supone se componía de se­tenta a ochenta mil hombres, en general mal vesti­dos y mal armados, con una organización y discipli­na regular y percibiendo por sus servicios de tiem­po en tiempo una miserable recompensa, que se puede calcular a razón de dos o tres pesos por año (en billetes de curso forzoso).

¿Cuál es el número de soldados y oficiales para­guayos muertos en la guerra y si todos perecieron en combate? Respondió que muchos oficiales mu­rieron fusilados y por motivo de flagelos, siendo que la mayor parte perecieron en combate; en cuanto a los soldados, es casi- imposible calcular por su infinidad los que sucumbieron al peso de violen­cia y también en parte de hambre y miseria, sin ha­blar de los que murieron en combates respectivos y de gran mortandad.

¿Si eran frecuentes los castigos y fusilamientos en el ejército de López y si los prisioneros de gue­rra y extranjeros eran también tratados con vigor ? Respondió que los castigos eran diarios y bárbaros; que los fusilamientos y lanceamientos eran muy

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frementes en el ejército, y que se extendían hasta a las familias ele los oficiales y soldados; que los prisioneros de guerra, extranjeros de cualquier na­cionalidad, eran tratados con demasiado rigor, pues que fueron azotados, fusilados y lanceados por el falso pretexto de una conspiración inventa­da por López, para satisfacer sus instintos sangui­narios, secuestrar los bienes de aquellos que tenían fortuna y desterrar las familias de esos infelices.

Preguntado. ¿Por las víctimas más conocidas por su fortuna o posición, y los motivos por qué fueron sacrificados? Respondió que conforme declaró an­teriormente ahora va a designar los nombres de las víctimas más distinguidas que fueron fusiladas por López, y que según ha oído decir, sufrieron cepo a la uruguayana y otros suplicios, siendo personas muy respetables por su calidad, fortuna y posición, sin escaparse a su instinto sanguinario, su propio hermano clon Benigno López, sus cuñados el gene­ral Barrios y Saturnino Bedoya, y que a la par de éstos fueron igualmente fusilados el obispo don Manuel Antonio Palacios, los generales Robles y Bruguez, los coroneles Alen y Núñez y los coman­dantes Fernández y Gómez, el cónsul de Portugal José María Leite Pereira, el vicecónsul Vasconce-llos, sin mencionar otros muchos nacionales y .ex­tranjeros que murieron en las prisiones, de ham­bre y de miseria, y que los motivos porque fueron sacrificados eran frioleras.

Preguntado ¿si el ejército y población paragua­yos, eran adheridos al dictador López, y cuál el nú­mero de hombres que aún le acompaña en su de-

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fensa? Respondió que m él ejército ni la población distinguida del Paraguay podían ser adictos a un tirano como López, y que sólo por el terror le obe­decían ciegamente; que sólo los ignorantes de baja condición podrían acompañar su causa, engañados por los hábitos de la educación jesuítica, y por una opinión falsa formada del país y de sus habitantes, instrumentos de pasiones del dictador Francia y sus sucesores Carlos Antonio López y su hijo Fran­cisco Solano López; que estos tiranos siempre fue­ron repelidos por la opinión sensata de los hombres del Paraguay, pero que les faltaba libertad para manifestar- sus sentimientos por palabras y obras; que calcula que López puede tener consigo tres mil personas, entrando -en ese número viejos y criaturas.

Preguntado ¿cuál era el sistema que empleaba López para evitar la deserción de su ejército? Res­pondió que los soldados no desertaban en masa por­que sabían que sus familias serían sacrificadas, lo mismo adidtos que niños; que se ejercía una vigi­lancia tal sobre el ejército, que si un soldado se desertaba, respondían por él con la vida, no sólo el oficial que comandaba, sino también sus compañe­ros más inmediatos.

¿Si tiene alguna cosa más que añadir a las pre­guntas que le fueron hechas? Respondió que estan­do una ocasión arrestado entre otros presos, el de­clarante fué obligado a firmar al coronel Marcó dos recibos sobre una suma de dinero que había re­cibido él colector general don Isidro Ayala, preso también entonces, importe de más de cien mil cue-

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ros, a razón de cuatro reales cada cuero, algunas arrobas de sebo, que no recuerda el número, sin haber visto ni sabido tal cantidad de dinero ni cueros.

Dice más, que por el cónsul italiano había man­dado al exterior López, la suma de veinte mil pe­sos fuertes, cuyo destino ignora, no recordando tampoco el nombre del citado cónsul.

Declaración de Domingo Parodi. (17 de Septiembre de 1869)

¿Cuál es su edad, estado, profesión y naturali­dad? Respondió tener cuarenta años, ser casado, profesión médico-químico, natural de Italia.

Preguntado, ¿cuántos años reside en el Para­guay? Respondió que trece años.

Preguntado ¿si tenía relaciones con López y aún con personas que componían su gobierno? Respon­dió que seis meses antes de empezar la guerra no tenía relaciones con López ni con su gobierno; pe­ro de ese tiempo en adelanta el-mismo López exi­gió sus servicios. Dice que en esa ocasión el decla­rante quiso retirarse de esta República, mas López insistió para que el declarante quedase, coleccio­nando objetos del país para ser remitidos en mil ochocientos sesenta y siete a la Exposición de Pa­rís, agregando que el declarante sería uno de los representantes del Paraguay en la referida Expo­sición, y que con él irían en un vapor francés los otros dos miembros de la comisión, ya que tenían que quedar en la Asunción Berges y Bedoya.

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Dice más, que en ese sentido comenzaron a tra­bajar; pero que no se remitió ningún objeto a la Exposición de París.

Declara que le cumple exponer dos motivos de resentimiento con relación a López. Primero que, teniendo un hermano gravemente enfermo en Caa-cupé, cerca del Cuartel General, donde se hallaba el declarante, deseó ver su hermano como era natural y socorrerlo por todos los medios a su alcance y que para un fin tan justo, López no le dio permi­so, y que apenas le dejó ir a visitarlo en los paro­xismos de la muerte.

Segundo, que sabiendo López perfectamente que el declarante ningún conocimiento tenía de la cons­piración que se imaginaba ' existir contra él y su gobierno, todavía le hizo cómplice de tal conspira­ción; pero que para ostentar un acto de generosi­dad, le perdonó la vida, y con este arte estimuló al declarante a prestar de nuevo sus servicios bajo la presión del terror.

Dice más, que siendo llamado de nuevo en no­viembre, en Lomas Valentinas, López le permitió conversar con el comandante italiano de la cañone­ra "Ard i ta " , el cual preguntándole si existía cons­piración, el declarante respondió que no sabía, pa­ra de ese modo no incurrir en la odiosidad de Ló­pez, si por ventura dijese que muchos italianos ha­bían sido asesinados, como era público y notorio. Dice más, que pesando sobre el declarante la sos­pecha de conspirador, juzgó prudente no pedir li­cencia para retirarse con su familia en la cañone­ra italiana, porque si lo hiciese, López lo tendría

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como criminal y le daría la suerte que tuvieron mu­chos de sus compatriotas. Dice que los comandan­tes de los vapores que vinieron al Paraguay duran­te la guerra y procedentes de países extranjeros, en vez ele mejorar la situación de sus compatriotas, hacían lo contrario, para agradar a López, dándose por satisfechos con cualquier explicación fútil que les daban.

Preguntado ¿si sabe que el dictador López reci­bía socorros del exterior en víveres, armamentos y municiones ele guerra? Respondió que habiendo es­tado algunas veces en el ejército de López, obser­vó que él recibía algunos géneros, víveres y medi­camentos, que le eran suministrados durante la gue­rra por los vapores extranjeros, como el declarante tuvo ocasión de ver en la Angostura las cañoneras "Decidée" (francesa), " A r d i t a " (italiana) y ""Wasp" (inglesa). Dice el declarante que no vio los objetos desembarcados, por eso no puede decir los vapores que suministraban, mas supo que eran géneros recién llegados.

Preguntado ¿ cuál era el número de soldados de que se componía el ejército paraguayo al principio de la guerra y cuántos hombres López puso sobre las armas con la continuación de la guerra? Res­pondió que cuando principió la guerra, el ejército paraguayo tenía cerca de sesenta mil hombres, y que con la continuación de la guerra López tuvo sucesivamente que armar toda la población mas­culina desde los diez ha,sta los sesenta años; aña­diendo el declarante que de una población de seis-

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cientas mil almas antes de la guerra, sólo existen hoy cien mil habitantes.

Preguntado ¿si el ejército y población paragua­yos eran adictos a la causa de López, y cuál el nú­mero de hombres que aún le acompañan en su de­fensa? Respondió que ni el ejército, ni la población del Paraguay sentían entusiasmo por López, pero que todos obedecían ciegamente y sin reflexionar por el terror que inspiraba su bárbaro despotismo, a causa de una educación jesuítica que hizo de la población una masa pasiva de obediencia, la que remonta al tiempo del dictador Francia. Dice más, que no había gobierno sino opresión; que sólo Ló­pez deliberaba y mandaba, siendo sus órdenes fiel­mente ejecutadas por todos, y ¡ ay! de aquellos que por ventura osasen manifestarse en sentido contra­rio a sus determinaciones. Dice finalmente que Ló­pez tal vez tenga hoy consigo más de dos mil qui­nientos hombres, pero casi cierto que no tiene más que mil quinientos capaces de combatir en defensa de su persona.

Preguntado. ¿ Cuáles los nombres de las víctimas más conocidas por su fortuna o posición civil en el Paraguay y que fueron fusiladas por orden de Ló­pez? Respondió que las principales víctimas son: su hermano Benigno López y sus cuñados los gene­rales Bedoya y Barrios, sus ministros Berges y Be-nítez, obispo Manuel Antonio Palacios, don Pedro Barrios, ñor. Bernardo (Mellado, Vicente y An­drés Urdapilleta, una gran cantidad de sacerdotes, y la mayor parte de los empleados de gobierno, sin exceptuar jueces y comandantes urbanos, no mén-

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cionando un gran número de comerciantes, propie­tarios y particulares.

Preguntado. ¿Si tuvo alguna vez contrato comer­cial con el gobierno del Paraguay, o tiene noticia de que otro lo tenga con él y de qué manera?

Respondió que nunca tuvo con el gobierno nego­cio alguno, pero que madama Lynch propuso al de­clarante la compra de cuarenta y tantos mil cueros a razón de cualro reales fuertes cada uno, pera que él le dijo, que no tenia dinero allí disponible; la madama dijo que quedase con los cueros por cuanto ella pagaría su valor; y que algunos días despides un empleado de la colecturía le llevó un recibo de importe de los cueros a favor del declamante por lo que éste pasó un vale a madama del importe de veinte y tres mil y tantos patacones, que el minis­tro americano Mac-Mahon, cu-ando salió de las cor­dilleras, llevó consigo. Le consta al declarante que don José Solís hizo una compra mayor que la su­ya, también en cueros y de igual manera.

Preguntado. ¿Qué relaciones había entre Mac-Mahon y López? Respondió que las relaciones en­tre los dos eran las más íntimas y cordiales, tanto que en Ascurra vivió con López en el cuartel ge­neral, y en Piribebuy vivió en la misma casa de madama Lynch, llevándose allí, cuando se retiró de las Cordilleras última/mente, algunos cajones y ca­jas con dinero, cuyos cajones pertenecían a mada­ma Lynch y fueron embarcados a la disposición de Mac-Mahon.

Preguntado. ¿Que si tiene que añadir algo a las preguntas que le fueron hechas? Respondió que en

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día doce del mes pasado estafado López en su cuar­tel general en el camino entre Ascurra'y Caacupé, se celebraba una misa cantada y que al fin de esa ceremonia religiosa recibió López un telegrama de Piribebuy en que se daba parte del movimiento de las fuerzas aliadas y de tener atacado Piribebuy, que al recibir ese telegrama López anunció una gran victoria e hizo celebrar un solemne Te Déum para así disponer de los ánimos y tener ocasión de huir bajo los auspicios de la buena noticia. Dice más, que López hizo una fuga precipitada ^recelan­do a todos momentos caer en poder de los aliados. Que era costumbre de López anunciar las más com­pletas derrotas como triunfos estruendosos, mante­niendo así su ejército siempre engañado. Y agrega el declarante que sólo en Lomas Valentinas, López confesó su derrota y el destrozo de sus tropas.

Declaración de don Manuel Solalinde.' (Enero 10 de 1870)

Respondió tener 38 años, soltero, capitán del ejército de López y paraguayo de nacimiento. Pre­guntado ¿si sirvió por su espontánea voluntad en el ejército del dictador López? Respondió que sir­vió obligado en el ejército de López por imposición del mismo, el Cual obligaba a tomar las armas, des­de la edad de once años hasta la edad más avanza­da.

¿Cuáles las crueldades practicadas por López, los nombres, nacionalidades y condiciones de sus

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víctimas? Respondió que eran inmensas las cruel­dades, siendo que no había prisioneros de guerra, ni mismo extranjeros de cualquier nacionalidad que no estuviesen debajo de prisión y muchos de ellos sucumbieron, unos de hambre y otros fusila­dos; que en casa del mismo Mac-Mahon fué el de­clarante a intimar a la referida señora de Taylor para ir destinada para Valenzuela, lo que se reali­zó algunos días después y luego que su estado de salud lo permitió. Dice más, que la intimación ha sido hecha por orden verbal de López, más, que és­te recomendó al declarante, que hiciese constar a dicha señora, que semejante orden no venía de él, sino de la policía, para de este modo eludir al ge­neral Mac-Mahon en cuya casa estaba la señora Taylor, y que por ese modo y por intervención de madama Lynch, que mandó proporcionar una ca­rreta para transporte de esa infeliz señora, escri­biendo al mismo tiempo una carta a un paisano o encargado de la mina de azufre de Valenzuela, el cual era extranjero.

Dice más, que también fueron desterrados para Yhú por el mismo motivo madama Anglade, mada­ma Stewart y la señora del boliviano Rojas; que el declarante sabe esto por conversación que tuvo con madama Lynch. Dice, finalmente, que el coronel Federico Camero de Campos murió de hambre en una prisión en el Paso Pucú, donde existe su se­pultura, señalada por cuatro palos en cuadro o sim­plemente por un marco de madera sin inscripción, el que es fácil de averiguar, porque es la iinica se­pultura, que por orden de López está señalada d?

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"Yuasyy-ty-Corá", también conocido por Méndez Cué; que sin conversar con extranjeros, murieron fusilados por orden de López, su hermano Benigno López y sus cuñados Saturnino Bedoya y general Barrios, obispo Manuel Antonio Palacios, el gene­ral Robles y Bruguez, el coronel Alen, el jefe de policía Sanabria, teniente coronel Francisco Fer­nández y el comandante Gómez y cónsul de Portu­gal José María Pereira y vicecónsul Vasconcellos.

Preguntado, ¿si sabe el lugar dónde aún puedan existir prisioneros de guerra y las familias obliga­das a abandonar sus intereses y domicilios? Res­pondió que pocos prisioneros de guerra pueden exis­tir hoy con López y que gran número de familias decentes existen en Yhú, y otras menos importan­tes deben existir esparcidas en Caaguazú, en Iga-timí, en Terecañy, en Santa Rosa de Lima de Ca-rimbatay.

Preguntado, ¿cuál el sistema que empleaba Ló­pez para evitar deserciones en su ejército? Respon­dió que emplea la vigilancia de uno sobre otros y hace responsable por desertor no sólo el oficial de la compañía, como también los miembros de su fa­milia.

Preguntado, ¿cuál era el motivo por qué los ex­tranjeros eran perseguidos por López? Respondió, que López desconfiaba una conspiración promovida por ellos contra su persona y los consideraba trai­dores, haciendo su hermano Benigno López y el mi­nistro Berges de cabeza en esa conspiración.

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EELATO DEL CAPITÁN OETIZ

Un testigo ocular, el capitán de navio Domingo A. Ortiz, al recorrer aquellos lugares, después de tres años de la terminación de la guerra, con moti­vo de desempeñar su cometido como comisario de límites entre el Paraguay y el Brasil, no pudo me­nos que dar expansión a sus sentimientos de pro­testa, consignados en estos términos:

El 1* de octubre (1873) nos hallamos en la ca­becera del arroyo Espadín, célebre por la desgra­ciada suerte que sufrieron en sus solitarias costas centenares de las principales familias del Paraguay, durante la cruel y desastrosa guerra del año 1865.

El 9 del mismo, recogimos datos sobre el curso del arroyo Espadín, estuvimos hasta la isla que sir­vió de recostadero al campamento de las destina­das, de cuya proximidad, eran indicios vehemen­tes, los numerosos cráneos y huesos humanos que veíamos a los lados del camino.

El 22 de octubre, tuve ocasión de visitar aislada­mente el ex campamento de las destinadas del Es-padín, horrible necrópolis, donde los numerosos vestigios de las víctimas infelices que allí gemían entre el hambre y la miseria, sufriendo atroces tor-

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(Del libro "Sobre los escombros de la guerra. Una década de vida nacional", de Héctor Francis­co Decoud, pág. 229).

El capitán Domingo A. Ortiz fué después de la guerra' miembro del Superior Tribunal de Justicia y comandante del cañonero "P i rapó" .

mentas, afligen 'profundamente el ánimo más frió e insensible.

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H É R O E S Y M Á R T I R E S

LAS DAMAS PARAGUAYAS

Las que suscriben se permiten invitar al público na­cional y extranjero a los solemnes funerales que se celebrarán en la iglesia de la Catedral el día 16 del corriente mes a las 8 a. m., en sufragio de los caídos gloriosamente en la pasada guerra y de las víctimas inmoladas por las tiranías de Fran­cia y los López.

Asunción, diciembre de 1902.

Petrona Bruguez de Duarte, Silvia Cordal de Vi-llamil, Ménica Aceval de Appleyard, Casiana E. de Báez, Dolores Chirife de Decoud, Josefina Ri-varola de Aceval, Dolores Sión de Pereira, Benig­na Peña de Decoud, Edelira M. de Miltos, Carmen W. de Soler, Carmen Velilla de Wamosy, Ramona U. de Velilla, Emilia Queirolo de Soler, Clara Quei-rolo de Bajac, Petrona Talavera de Velilla, Petro­na Galarraga de Urdapilleta, Joaquina P. de Acu­ña, Dolores Cálcena de Molina, Mercedes Sión de Centurión, Paz A. de Idoyaga, María Antonia D . de Chacón, Bárbara M. de Haedo, Ignacia Dávalos de Campos, Anunciación Bareiro de Ortiz, Ana Ca-

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zal de Pereira, Susana P. de Dávalos, Carmen Por­ta de Mena, Pilar Bruguez de Alvarez, Gregoria M. de Molinas, Ana Loizaga de Padín, Dolores Serra-no de Eehanique, María Ana Espíndola de Apon­te, María Découd de Legal, Corina Découd de da Costa, Venaneia, T. de Stewart, Emiliana Milleres de Riera, Andrea Jovellanos de Reealde, Rafaela" Machaín de Guanes, Tránsito Machaín de Peña, Asunción García, Victoria García, Alejandra Gar­cía, Clara Alfaro, Josefa Alfaro de Sánchez, Julia Saavedra de Machaín, Emilia Recalde de Recalde, Clara Recalde de Machaín, Encarnación Rojas de Ortúzar, Clara Rivero de Velázquez, Juana I. de Recalde, Candelaria Acosta de Mendes Gonçalves, Marina C. de Rojas Ortúzar, Cipriana Urbieta de Recalde, Emilia Haedo de Per asso, Juana Castelví ele Bobadilla, Isabel Rivarola, Dolores Carísimo, M. Antonia Carísimo, Evarista Bedoya, Francisca A. de Valiente, Juana Z. de Zambonini, Francisca M. de Manzoni, Rosa A. de Casabianca, Melchora B. de Torrents, Casiana I. de Egusquiza, Susana Lara, Dolores A. de Villamayor, Rosario del Mo­lino Torres de Soteras, María A. Lara, Clara A. de Stark, Leoyigilda M. de Gilí, Dolores Recalde, Ra­mona Lara, Angela Torrents de Romero, Carmen A. de Ayala, Francisca P. de Urbieta, Susana Cés­pedes de Céspedes, Celsa Sperarti, Carlota M. de Candia, Estefana O. de Fleitas, Rudecinda Fleitas, María Anastasia Fleitas, María González de Cál-cena, Julia E. Ch. de Muñoz, Juana I. Franco, Jo-vita M. de Ramírez, Saturnina Mora, Carmen Bar-boza, Josefa Barboza, Dolores Barboza, Nicanora

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M. de Urízar, Eusebia Astorga, Emereneiana Gilí, Estael A. de Muñoz, Etelvina Urdapilleta, Juana Urdapilleta, Elvira Fernández, Constancia G. de Fernández, Eudosia D. de López, Francisca Lara, Clara R. Lara, Fulgencia Saguier, Clementina Stark, Concepción M. de Decoud, Clara R. de Ro­dríguez, Mercedes F. de Rodríguez, Rosa F. de Be-negas, Carmen Recalde de Nin, Amelia Nin de Re-calde, Leona R. de Iturburu, Josefa Recalde, Trán­sito Recalde, Águeda Recalde, Encarnación Bedo­ya, Agustina Castelví, Ana Acosta, Manuela Riera de Aguínaga, Francisca V. de Amarilla, Angela O. de Ibarrola, Martina Morínigo, Esmeria S. de Klug, Dolores Martínez, Jovina M. de Giménez, Vi­centa ITaedo, Teresa Haedo, María del Cazal, Agus­tina del Cazal, Marcelina Rivarola, Manuela Loi-zaga, Juana Jovellanos, Manuela Serrano, Carmen Serrano, Eugenia C. de Goncalves, Edelmira Fal-cón Gilí, Herminia Solalinde, Susana Solalinde, Sofía Solalinde, Juana Rosa de Pérez, Francisca Pérez de González, Margarita Decoud Chirife, Ro­sa Chirife, Rosa Franco, Tomasa G. de Franco, Cla­ra B. de Lofruscio, Mónica Decoud Chirife, Lucía F. de Pereira, Vitalina F. de Romei, Mercedes F. de Báez, Balbina Palacios, Esperanza Decoud Chi­rife, Adelia Decoud Chirife, Carmen A. Báez, Ro­sa Palacios, Carmen D. de Casabianca, Inocencia Decoud, Elisa Decoud, Rosaura Decoud, Juana Machain, Vieencia Solalinde, Susana B. de Elize-che, Rosario Solalinde, Asunción Machain, Tomasa Solalinde, Ana F. de Moreno, Dolores Zelada, An­gela B. de Grassi, Rosa S. de Velázquez, Irene M.

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de Simón, María Aceval de Cáleena, Tomasa E. Benegas, Encarnación Ch. de Decoud, Isabel E. de Pérez, Natividad Iturburu, Josefa Iturburu, Dolo­res Iturburu de Molina, Eegina Corti de Gaona, Valentina Gaona, María Elena Gaona, Ana B. de Machain, Emma Machain, Victoria A. de Maehain, Silveria Eecalde, Magdalena García, Josefina V . de los Eíos, Teresa Macías, Manuela R. de los Ríos, Juana R. de Sosa, Inocencia Rojas, Susana Legal, Bienvenida Rojas de Aranda, Sebastiana Rojas, Mercedes Sosa, Juana Sosa, Petrona Sosa, María de la Cruz Pérez, Luisa Pérez, Olinda Corvalán de Stewart, Dolores Alfaro, Manuela Machain, Joa­quina Machain, Dolores Reealde, Clara Echanique de Saguier, Margarita Veia de Bibolini, Francis­ca Urbieta de Echeguren, Manuela Reealde de Zu-bizarrete, Isidora Q. de Betterete, Silvia V. de Fi^ lisbert, Carolina Gilí de Noguez, Dolores Gilí de Dentella, Filomena Decoud de Schuttleworth, Tri-fona Sosa de Abreu, Martina Sosa de Canet, Car­men Velilla de Talavera, Marcelina A. de Báez, Juana B. de Gómez, Carolina F. de González, Edel-mira Iglesia de Encina, Francisca Fernández de Oneto, Ascensión Torrents de Hasselmann, Caye­tana Landaida de Franco, Gregoria Ortiz de Perei­ra Gazai, Trinidad Bogarín de González, Rosa Mon-gelós, Amalia Mongelós, Bertilda Schuttleworth, Ernestina Schuttleworth, Tomasa Almirón, Adela de Andreu, Ana Sosa, Clara Canet, Felisa Vera, Ereilla Lafuente, Concepciós Aceval, Pabla Veia, Luisa Mongelós, Dolores Mongelós, Blanca Lila González Filisbert, Emma Mazó de Cazal, Cristina

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de Beltrán, Ana B. de Soler, Margarita Beltrán, Carmen Soler, Adela M. de Crovato, Angelina Ló­pez de Audibert, María E. de G-aleano, Emerencia-na B. de Rivarola, Rosalina Collar, Asunción G-. de González, Adela L. de González Naverp, Merce­des M. de Duvivier, Estael Jovellanos de Ruiz.

REUNIÓN DE DAMAS EN VILLA RICA

* En Villa Rica, a los 11 días del mes de diciem­bre de 1902, siendo las 4 p. m., las que suscriben, reunidas, a invitación de las señoras Ramona Ins-frán de Codas y Carmen Chirife de Caminos, en la casa habitación de la primera y previa delibera­ción, resuelven:

l 9 Hacer celebrar en la iglesia parroquial de es­ta Villa una misa y honras fúnebres por el eterno descanso de las víctimas del tirano López y de los que sucumbieron gloriosamente en la guerra. A es­te efecto se designa el día 16 del corriente a las 7 a. m. Del seno de la asamblea se nombró una co­misión compuesta de las señoras Constancia de Ha-rrison y Adelia de Mazó y la señorita Angela Fett, la que se encargará de arbitrar fondos, arreglo de Ja iglesia e invitar a las almas piadosas a los fune­rales .

2 9 La comisión designada, en nombre de la asam­blea, pasará una nota de adhesión a la comisión de damas de la capital, por la feliz iniciativa de hacer celebrar misas y honores fúnebres por el descanso de las almas de las víctimas del tirano.

Con lo que terminó el acto.

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Ramona Insfrán de Codas, Carmen Chirife de Caminos, Elisa Cardoso, secretaria, Raimunda Roa, prosecretaria, Liberata Barguineso, Carmen P. de Codas, Felicia I. de Espinóla, Micaela T. de Chas-se, Antonia D. de Fett, Tomasa Talayera, María V. de Taboada, Clementina D. de Fernández, Sara Nin de Recalde, Carmen Arguello, Cayetana Echauri, Isabel F. de Lataza, María de J. de Ta­boada, Tomasa Sanabria, Transí'¡o de López, Ma­ría Esther Recalde Nin, Carmen F. de Fretes, Ro­sa Fett, Adelia de Vargas de Mazó, Petrona Echau­ri, Juana Bautista de Gorostiaga, Josefa Cardoso, Francisca García, Balbina Dávalos, Margarita Fer­nández, Adelina de Bordón, Juana Decamilli, Do­lores de Bordón, Petrona García, Juana Gareete, Felicia López, Simona G. de Roa, Etelvina Bordón, Carolina D. de Alfaro, Clotilde Bordón, Benita Meaurio, Isabel Cartes, Filipina Taboada, Concep­ción Lataza, Carmen Cardoso, Hilaria Sanabria, Gumersinda Fleitas, Petrona B. de Cartes, Carmen Recalde Nin, Dolores Roa, Adela Recalde Nin, Margarita de López, Constancia C. de Harrisson, Basilia Codas, Gabriela L. de Alarcón, María Inés de Rojas, Francisca V. de Larramendi, Pastora F. de Papaluca, Guillerma R. de García, Teresa F. de Herreros, Aurora Papaluca, Marcelina Duarte, Antonia Alarcón de Talavera, Ana Talavera, Ame­lia Papaluca, Manuela Guanes, Angela G. de Fer­nández, Elvira Guanes, Concepción Guanes, Bár­bara Decamilli, Petrona Decamilli, Asunción Gua­nes, Juana Bordón, Joaquina A. de Maidana, Alci-ra O. de Rivas, Juana P. de Gorostiaga, Angela

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Gorostiaga, Angela S. de Meza, Simona S. de É s -pinoza, Susana Espinoza, Olinda Espinoza, Teodo­ra Duarte, Natalia Duarte, Leopoldina Duarte, Es-peridiona E. de Gamba, Paula C. de Eebauri, Con­cepción F. de Ruffinelli, María Ruffinelli, Leonor Caminos, Francisca Titicbis, Georgina Gómez Ze-lada, Elvira Gómez Zelada, Luisa C. de Eneiso, Si­mona M. de Colín, Balbina B. de Miloslavich, Cons­tancia González, Francisca Miloslavich, Rufina Mi­loslavich, Constancia F. de Salcedo.

NOTA-ADHESIÓN

Villa Eiea, diciembre 11 de 1902.

Señoras de la Comisión Pro víctimas del tirano López.

Asunción.

Las damas de Villa Rica, reunidas en asamblea, nos han honrado, designándonos en comisión para que a su nombre dirijamos esta nota a las señoras que componen la comisión de damas de la capital— pro víctimas de la guerra—-para expresarles, como lo hacemos, su más profunda adhesión a su inicia­tiva feliz, de hacer celebrar misas y honores fúne­bres por las almas de los que cayeron en la cruenta guerra del 65 y por las víctimas de la crueldad del tirano López.

A la vez, nos es grato comunicar a esa comisión

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que la asamblea resolvió hacer celebrar el mismo día y hora que la capital, honras fúnebres en la iglesia parroquial de esta Villa, al mismo fin de que se propone esa digna comisión.

Saludan a la distinguida comisión.

Ramona I. de CODAS. — Carmen Ch. de CAMINOS. — EUsa CAB-DOZO, Secretaria.

AL P U E B L O

Habiéndose encarado en un sentido personal y partidista la cuestión de la tiranía, traída al jwicio de la prensa, los suscriptos, a fin de cortar inter­pretaciones equivocadas a su respecto, formulamos las siguientes

DECLARACIONES:

1' Condenamos en absoluto el sistema de la tira­nía, en doctrina y en los hechos, independientemen­te de toda consideración personal o partidista.

2* Condenamos especialmente los actos de tira­nía de Solano López, que no identificamos en modo alguno con la causa de la patria.

3* Hacemos públicas estas declaraciones para im­pedir, como hijos de esta tierra cien veces mártir, que, a pretexto de ensalzar sus glorias, se eduque al pueblo en el culto de sus vefdugos, acostumbran-

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dolo a la adoración de falsos ídolos, cuando por lo contrario, se le debe educar en la Verdad y en el culto a la Patria y sus instituciones.

Juan B. Gaona, doctor Héctor Velázquez, Patro­cinio Zelada, José Gómez, doctor Justo P. Duarte, doctor J. Gaspar Villamayor, Ernesto Egusquiza, Emiliano González Navero, Manuel Barrios, doc­tor Gualberto Cardús Huerta, Pascual Velilla, Ra­món García, Francisco Campos, Manuel Avila, Ge­rónimo Pereira Cazal, doctor Gerónimo Zubizarre-ta, Juan Silvano Godoi, Juan A. Aponte, doctor Carlos L. Isasi, Marcelino Viveros, doctor Guiller­mo Stewart, Antonino Muñoz, doctor Alejandro Audibert, Basilio de los Ríos, doctor Antolín Irala, Fernando Saguier y Riquelme, Juan Guanes, Ilde­fonso Benegas, Víctor M. Soler, doctor Pedro Bo-badilla, José S. Decoud, Miguel G. Ortiz, doctor Francisco C. Chaves, Pedro Saguier, doctor Facun­do González, doctor Marcial Sosa Escalada, doctor Manuel Benítez, Juan Molinas, doctor Félix Paiva, Antonio Taboada, Adolfo R. Soler, doctor Teodo-sio González, doctor José Tomás Legal, Juan F . Reealde, doctor Francisco Rolón,- Juan M. Sosa Es­calada, Daniel Candía, José M. Collar, José D. Dol-dán, Adolfo Riquelme, Jaime Sosa Escalada, Car­los Gregorio Taboada, Gabriel Cortázar, Luis Pe-rasso, Evaristo Acosta, Liberato M. Rojas, Juan Monte, J. Cirilo Mendoza, Alejandro López, Juan F. Pérez, José Mena, Camilo Fracchia, Adolfo F. Antúnez, Hipólito Núñez, Cleto de J. Sánchez, Fe­derico Fernández, Luis Cálcena, Manuel W. Cha­ves, Benjamín Báez, José A. Soler, Ángel Battila-

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na, José T. Barboza, Tomás M. Várela, José Anto­nio Pérez, Eduardo Schaérer, Eligió Ayala, Enri­que L. Pinho, Juan B. Fariña, Belisario Rivarola, Exequiel Giménez, Teodoro Battilana, Ramón La-ra Castro, Antonio Zelada, Luis A. Riart, Félix Ayala, Pedro C. Mendoza, César García, Pedro Ta­lavera, Tomás Ayala, José A. Pereira, Eduardo Amarilla, Leopoldo R. Elizeche, Manuel Pérez, Luis E. Abente, Laureano Dávalos, Eusebio Taboa­da, Juan P. Sisa, Fernando Soteras Cordal, Eus­taquio Casco, justo P. Vera, Abelardo Zelada, Juan R. Rey, Francisco Gubetich, Eulogio Rivaro­la Cabral, Adolfo Aponte, Bartolomé Coronel, En­rique Porta, Raimundo González, Juan Guggiari, Carlos Ruiz, Genaro Pérez, José V. González, Héc­tor Aceval, Ernesto Monti, Cristian Heisecke (h.) , Roberto A. Velázquez, Juan B. Cazal, Adolfo Váz­quez, Luis Gómez Torres, Victoriano Escobar, Am­brosio Aranda, Alejandro Arce, A. Cayetano Va­lle jos, Manuel Cuque jo, Juan Ayala Gazzi, Anto­nio A. Taboada, Marcelino Fleitas, José P. Guggia­ri, Manuel Bogado, Juan B. Gaona (h.), Augusto T. Aponte, Alejandro Marín, Juan José Giudice, Andrés Gubetich, Alfredo Recalde, Carlos García, José V. Urdapilleta, José S. Mesquita, Dionisio Go-doy, Sebastián Talavera, Ignacio González, Eusta-cio B. Croskey, Juan B. Benítez, Gregorio Cálce-na, Gustavo Sosa Escalada, Rodolfo S. Egusquiza, Andrés A. Rivarola, Salvador Echanique, Venan­cio Torres Velázquez, Carlos Abente, Zacarías Bat­tilana, Isidoro Villalón, Rogelio Alvarez Bruguez, Vicente Rivarola, Adriano Semidei, Rodolfo Fer-

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nández, Francisco A. Gaona, Panfilo De los Ríos, Ernesto Arias, Francisco B. Franco, José G. Molas, Emilio Scolari, Clemente Báez, David Centurión, Eusebio Ecbeguren, Macial Abreu, Gerónimo Echa-güe, Nicolás Cabral, Luis Wamosy, Artemio C. Croskey, Alfonso B. Campos, Héctor Sebriano, Vi­cente F. Espinóla, Pedro T. Rolón, J. Derliz Reeal­de, J. Alfonso Muñoz, Emiliano Saguier, Enrique Ayala, Marciano Castelví, Héctor Sallaverry, Pli-nio Sosa Escalada, Constantino Martínez, Jorge Re­ealde, B. Melgarejo, Francisco J. Manzoni, Agus­tín Correa, Pedro Z. Reealde, Exequiel Martínez, Zenón Morínigo, Rufino A. Taboada, Gregorio González, Ramón Muñoz, José L. Rolón, Olimpio Escobar, José A. Viveros, Emilio López, Santiago Aramburú, Nicanor Patino, Luis C. Cassanello, Vicente Alvarez, Juan Alberto Degásperi, Enrique Muñoz, Marciano Amarilla, Donato Alonzo, Roque A. Díaz, Trifón Olmedo, Teófilo Sosa, Ireneo Tor­nadla, Manuel M. Avila, Vicente Decoud, Silvio Pe­ña, Máximo Croskey, Lorenzo J. Benítez, Pascual T. Yaquisich, Carlos G. Heisecke, Patricio Vera, Augusto Olmedo, Julio Bajac, Claudio Cálcena, O. Arturo Fernández, Eusebio Vázquez, Carlos Frei-tag, Carlos Padín, Juan Cabral, Luis B. Peña, An­tonio F. Martínez, Apolinario Gaona, Antonio O. Stanch, J. Manuel Frutos, Augusto M. Fernández, Juan Alonzo, Eusebio Velázquez, Alfredo Duarte, Ricardo L. Moresehi, Sotero Giménez Gómez, J . Manuel Sánchez, Eulogio Mena, Mariano B. Mo­resehi, Víctor Hugo Fretes, Juan Cabral, Andrés P. Palacios, Pastor Díaz, Fernando Franco, Víctor

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D. Avila, Tomás Ozuna, Aniceto D. Martínez, Al­fredo Pettirosi, Miguel Cabral, A. G. Centurión, José Antonio Céspedes, Francisco Mercado, Nica-sio Duarte, Justiniano Corrales, Juan Queirós, En­rique Delgado, Julián C. Sánchez, Manuel J. Mon-gelós, Sinforiano Buzó, Gomes Esteves.

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MAS TESTIMONIOS

Exposición del señor Juan de Dios Valdovinos

Que respecto a fusilamientos de extranjeros, sabe los de Carreras, Telmo López, Nin Reyes, Ignacio Galarraga, Miguel Elurdoy y sus sobrinos JJribe, Su-sini y otros comerciantes de la Asunción, cuyos nom­bres no tiene presente, pero asegura que pasan de cincuenta, incluyendo entre éstos los que han muer­to en tormentos, como cepo uruguayano o azotes con lazos, en cuatro estacas, desde la nuca hasta la nalga, en cuyo tormento murió el ciudadano ar­gentino Desiderio Arias, a quien se le castigó de este modo repetidas veces, para que declarase que tenía relaciones y estaba complicado con los que se pretendía que fraguaban una revolución; que de este modo se conseguía que muchos, para no sufrir este martirio, dijesen que era cierto lo que se les preguntaba y entonces se les pasaba por las ar­mas.

Q¡ue después de concluida esta operación (regis­tro y secuestro de bienes), los embarcaban y con­ducían a San Fernando, donde eran desembarca­dos y conducidos al campamento, cuya distancia al punto de desembarque era una legua y que de-

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. bía hacerse este trayecto a pie y engrillados; ha habido algunos a quienes el anillo del grillo les im­pedía caminar, pero entonces se les obligaba a ha­cerlo dándoles de palos con el sable, hasta el extre­mo de haberles hecho vomitar sangre a algunos.

'Exposición del capitán Matías Goiburú (Capitán de López, fiscal del 3er. tribunal)

Que salvo muy raras excepciones López ha sa­crificado lo mejor y más decente de la población del Paraguay; que algunas veces formalizaba una causa de la que resultaba lo que el quería; pero que casfi siempre azotaba y fusilaba a las personas no­tables, sin 'forma de juicio; que de su misma fami­lia fusiló a su hermano Benigno y a sus dos herma­nos políticos Barrios y Bedoya, y, en fin, que este monstruo habría, exterminado a todos los habitantes Paraguay si le hubieran dado tiempo para hacerlo. Q'ue tiene apuntes y que si s» le llama de nuevo a declarar, detallará e individualizará ciertos hechos cuya sangrienta crueldad espanta.

"Que todos los que López condenaba a la muerte, pasaban por estos o parecidos martirios (expuestos a la intemperie, padeciendo hambre y sed, azotados, estaqueados y sometidos a la tortura de la urugua-yana), pudiendo asegurar con seguridad, que nin­guno de los que perecían por orden de este monsimo, dejaban de ser precisamente martirizados y qite f#

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relación de tales hechos era el placer mayor que po' día proporcionársele".

"Que el Vice-Cónsul de Portugal, Leite Perei-ra, cediendo a los atroces dolores que en el tormen­to le arraneaba y obedeciendo a las intimaciones que directam-ente se le hacían, acusó a doña Dolores Re­calde, de haber estado en correspondencia con los revolucionarios, sirviendo de intermediaria entre sus principales jefes; pero que viendo próxima su muer­te y cediendo a los dictados de su conciencia, negó cuanto antes había declarado, pidiendo perdón a la referida señorita del mal que le había hecho y su­plicando se tuviese par'nailo y de ningún valor cuan­to a su respecto había dicho. Que esta niña, cuyos sufrimientos y valor poco común en las personas de su sexo, tenían conmovidos a todos los que conocían su sitiuación, se negó a perdonar lo que ella llamaba una infame cobardía de Leite Pereira y que a pesar de las declaraciones dadas por aquél al borde de la tumba, se había ejecutado sin piedad a esta última".

"Que doña Dolores Recalde suplicó al marchar hacia el suplicio, que na se la matara a bayonetazos. Que el piquete que le hizo la descarga era compuesto de muchachos bisónos, quienes sólo le infirieron urna herida que estaba muy distante de ser mortal, ha­biéndosela concluido a bayonetazos, sin consideración a la súplica interpuesta, ni a la conmiseración que su suerte desgraciada despertaba hasta en los cora­zones más empedernidos".

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Declaración de don José M. Mazó (Sub-tenientc de artillería del ejército paraguayo)

Que ha visto muchas mujeres expuestas a los más horribles tratamientos y muy particularmente aque­llas señoras que tenían sus esposos complicados en la conspiración que se fraguaba contra el mariscal López, que por medio de tortura les hacía arrancar las declaraciones que él quería, azotándolas después y entregando a algunas a piquetes de muchachos bisónos para su fusilamiento, concluyéndolas de ma­tar a bayonetazos. Que entre las señoras que ha vis­to fusilar de esta manera, se encuentra la del Coro­nel Martínez, que se rindió con todas sus fuerzas en la Península.

Que en esta guerra, todos los extranjeros han si­do tratados como enemigos, reducidos a prisión, ex­puestos a tormentos de toda clase. Que, respecto a los bienes de los extranjeros, todos han sido confis­cados por López.

Declaración de Pablo Francou

Para hacerlos declarar, el juez los acusaba: el negar era de balde, cada vez que negaba él acusado se le daba desde 20 hasta 100 lanzasos o varilllazos.

Dos o tres veces al día se hacían las declaraciones y siempre con el mismo sistema. Acabando de de­clarar, los castigaban hasta que cansados, vencidos por las penas, confesaban por escrito una mentira.

El sacerdote italiano Becchis, redactor de " L a Es-

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trella", dijo lo mismo en Caacupé en presencia de los "ingleses maquinistas y mía: es una invención de López esta traición que se atribuía a las extran­jeros, al hermano y por fin a todos los que han caí­do bajo el cuchillo de López.

Algunos han muerto en el famoso cepo colombia­no, castigo que se hace con fusil. Atados que eran esos fusiles, los apretaban hasta sonar los huesos y reventar el espinazo...

Declaración del Coronel Manuel Palacios (De la Se­cretaría del Cuartel General y Fiscal)

A fines de junio o principios de julio de 1868, había comenzado el terrible cataclismo, titulado gran conspiración, fraguado contra López en la Asunción, por nacionales y extranjeros. López no respetó nin­guna clase de nacionalidad; a todos mandó arresta­dos a San Fernando, donde eran sometidos a declara­ciones y juzgados por consejos de guerra, en que eran todos sentenciados a muerte. Sin embargo, de que yo nunca había ido por los Tribunales, he sabido que todos eran toHurados para hacer sus declaraciones.

En San Fernando, López mandó fusilar más de cincuenta hombres de su escolta, todos los oficiales, al sargento mayor y al coronel del regimiento y es­tos últimos sin más crimen que haber ignorado una maquinación urdida en el cuerpo por u'n oficial. La ejecución tuvo lugar sin ningún proceso, apenas con

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Un procedimiento verbal en presencia de López mis­mo.

Puedo decir con la conciencia tranquila, que en el Tribunal que yo be manejado hubo menos tortu­ras, hasta el punto de ser reprendido por Lópiez por eso, düciéndome que era un flojo, y, en fin, otros epí­tetos en este sentido.

López, al principio nos recomendó toda conside­ración para con su madre, como fué tratada, pero como no diese las declaraciones que deseaba, mandó que se usase con ella demostraciones de rigor como poco a poco fueron usándose. Estas consistían en te­nerla parada durante todo el tiempo de la declara­ción, algunos empujones y otras cosas en este senti­do, a excepción de que el coronel Aveiro le castigó con la espada, no recuerdo si fué dos veces o una sola vez. Yo la toqué con la mano dos veces únieamm-te, pero todas estas cosas contábamos a su hijo y és­te decía que "una vez criminal como se hallaba su madre, se hacía acreedora a estos tratamientos". — MASTBRMAN, "Siete años de aventuras en el Pa­raguay", año 1870, pág. 445).

Declaración del coronel Aveiro (Oficial de Secreta­ría; ayudante de campo, Comandante de la plana

mayor general y también fiscal)

Dijo : "Que la causa de López la consideraba jus­ta, pero que ella se sostenía con medios violentos, crueles y criminales y cpie el sistema que empleaba

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El declarante y otros jefes vivían sobresaltados, con temor de ser ejecutados de un momento a otro, aun sin haber dado para ello motivos, porque López era un monstrua que despreciaba de tal modo la vi­da del prójimo, que por nada mandaba matar a sus •más fieles servidores.

En medio de tantas miserias y de tanta desola­ción y de ejecuciones sin término, López continua­ba haciendo la misma vida que antes: se levantaba a las 9, a las 10 y a las 11 de la mañana y a veces a medio día; fumaba y jugaba con los hijos; comía bien y bebía mucho, quedando muchas veces en un grande y terrible estado de excitación. — (Master­man, Ed. de 1870, pág. 478).

en sus declaraciones eran los tormentos, toda clase de cepos y azotes, haciendo perecer de hambre a una infinidad de victimas". — (Masterman, pág. 446).

Declaración del general Framcisco I. Besquín {Jefe del estada mayor de López)

Asegura que las declaraciones obtenidas contra los comprometidos, lo eran por medio de torturas, cepo uruguayama y rebenque. Calcula que en San Fernando fueron ejecutadas 200 personas, y asegu­ra que desde entonces las ejecuciones no cesaron. Que los extranjeros fueron muertos por suponerse cómplices de Benigno y comprados por él.

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Suplicios a Benigno López

Las frecuentes torturas a que se le sometía, lo ha­bían dejado en la más espantosa postración. El ca­ballero José María Mazó, como testigo presencial, re­fería que en los días anteriores a la ejecución de Benigno, éste fué colocado cerca de un hormiguero de donde salían ágiles y voraces hormigas coloradas que recorrían el cuerpo desnudo del desdichado, de­jándole la roja huella de sus antenas. Así pasó tres horas al fuerte rayo del sol. — Adolfo DEOOUD. (Re­vista de Derecho, Historia y Letras, Abril, 1917 , pág. 4 4 6 ) .

Narración del señor Taylor (Arquitecto inglés,

constructor del palacio de gobierno)

Al llegar a San Pernanrdo, vi a Mr. Stark, caba­llero anciano, de gran corazón, inglés y comercian­te. Había residido muchos años en la Asunción y todo el mundo le tenía gran respeto y estimación. No se me permitió hablarle, pero vi azotarle y tra­tarlo cruelmente de varias maneras. Fué fusilado en compañía de varios otros a principio de Setiem­bre.

Estábamos de esta manera expuestos a los rayos ardientes del s\ol, a las lluvias y a las tormentas; casi nos enloquecían las mordeduras de los insectos tropicales y estábamos tan mal alimentados, que sólo

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Entre los presos habían muchas mujeres perte­necientes a las mejores familias del país; algunas eran muy ancianas, enteramente canas y otras eran jóvenes y bonitas, sobre todo, Dolores Becalde, alta y hermosa niña, y Josefina Riquelme, mujer her­mosa, de bellísimos ojos. Estas infelices sufrían muchísimo, aunque tenían pequeños ranchos de pa­ja en que refugiarse (como los que tenían algunos presos de categoría) y lamentaban dolorosamente su cruel posición.

comíamos las entrañas de los animales que se mata­ban para las tropas.

Se sacaban a los presos todos los días; a unos pa­ra tomarles declaraciones, a otros para atormentarles y a muchos para fusilarlos. No vi sino pocas veces atormentar, porque este castigo se ejecutaba detrás de los arbustos o en los ranchos de los jueces.

Vi sacar un día a un oficial argentino; cuando vol­vió, traía el cuerpo hecho pedazos. Al día siguiente, en el momento de soltarnos, le indiqué sus espal­das sin hablarle; dejó caer la cabeza sobre su pe­cho y con un palo trazó en la arena 100. Compren­dí por esto que había recibido cien azotes con una huasca, o con una planta que llaman liana y que crecía abundantemente en los árboles que nos ro­deaban. En esa misma tarde le mandaron llamar de nuevo y cuando volvió escribió 200. Al día siguien­te lo fusilaron.

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El tormento, según mi propia experiencia, es el siguiente: me sentaron en tierra con las rodillas dobladas hacia arriba, me ataron primero las pier­nas y luego me ligaron Jas manos sobre las espal­das con las palmas al aire. Entonces pasaron por mis corbas un fusil y luego colocaron un atado de seis fusiles sobre mis espaldas, los que me asegura­ron por una de las extremidades con una huasca, luego me hicieron un nudo en forma de lazo en la otra, a fin de ligar los fusiles de arriba con los de abajo; los soldados que tiraban de la huasca me doblaron la cabeza hacia abajo hasta tocar las ro­dillas y me dejaron en esta posición.

El efecto era el siguiente: Primero se me dur­mieron los pies, después sentí un ruido sordo en los dedos que se extendió gradualmente llegando hasta las rodillas; lo mismo me sucedió con los brazos y las manos, aumentándose el dolor hasta convertirse m una agonía espantosa. Se me hinchó la lengua, creí que se me dislocaban las quijadas y tuve un lado de la cara completamente muerta du­rante quince días. Mi sufrimiento era horroroso; hubiera confesado ciertamente si hubiera tenido algo que confesar y no tengo eluda de que muchos inventaron cualquier mentira para no sufrir el es­pantoso dolor de este tormento. Permanecí dos ho­ras en la posición que he descrito y me consideré afortunado en poder escapar con esto, porque a mu­chos los ponía dos y hasta seis veces en la urugua-yana, y con ocho fusiles en la nuca. La señora de Martínez sufrió este tormento seis veces, siendo,

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además, azotada y apaleada hasta no dejarle sana ni una parte de su cuerpo.

Al terminar dos horas, me soltaron. Serrano vino a verme y me preguntó si quería confesar quién debería ser el nuevo presidente. Yo no podía ha­blar y él continuó diciendo que deudo a la cle­mencia del mariscal me habían tenido poco tiem­po en el cepo, pero que si no quería confesar, me haría remachar otros dos pares de grillos y me volvería a la uruguayana con ocho fusiles en vez de seis, conservándome en ella mucho más tiempo. Estaba tan completamente exhausto y rendido en aquel momento que sus amenazas no me hicieron impresión alguna. En seguida me llevaron a la guardia y haciendo un gran favor, no me ataron aquella noche.

En qué consistía la tal atadura lo describe en otra parte y he aquí lo que hice:

Se ataba a una de las estacas una huasca, enton­ces llamaban: "preso número 1, supongamos. Éche­se de espaldas", le decían, y se aseguraban los to­billos con un laso; entonces venía el número 2 y se acostaba a dos yardas de aquél y le ataban a la misma cuerda. Esto se repetía hasta que no cabían más hombres en la misma hilera; entonces se em­pezaba con otra cuerda y después con otra, hasta que todos quedaban asegurados. Las extremidades de estas huascas las amarraban a las estacas y las estiraban dos o tres hombres hasta dejarlas como

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cuerdas de violín. Sufríamos atrozmente; pronto tuve los tobillos cubiertos de heridas y casi dislo­cados por la tensión violenta del lazo. Había en cada corral una sarta de cincuenta hombres. Este modo de asegurar a los presos se llamaba el cepo de lazo. Permanecíamos d& esta manera día y no­che, si se exceptúa un rato de la mañana,' en que marchábamos al interior de la selva bajo la inspec­ción de una fuerte guardia.. .

Es inútil tratar de describir la miseria de nues­tra vida diaria en San Fernando, que ofrecía siem­pre la misma faz, privaciones continuas, nuevos procesos, castigos y ejecuciones. No pasaba, un día sin que alguno fuera sacado para azotarle, atormen­tarle o fusilarle. Los gritos de los azotados desga­rraban el alma. Vi matar a azotes a dos orientales, y cuando el joven Capdevila fué fusilado, estaba estropeado de los pies a la cabeza, a consecuencia de los palos que había recibido.

Había varias señoras entre los presos; las azota­ban en los ranchos, pero se oíam sus gritos y sus llantos.

La señora de Martínez recorrió todas las distan­cias a pie, aunque tenía el cuerpo cubierto de he­ridas, su cara ennegrecida y desfigurada y las es­paldas y la mica completamente en carne viva, por­que a esta desgraciada señora la habían puesto seis

-veces en la uruguayana. Hasta su arresto era ami­ga íntima de Madama Lynch; pero ésta la aban-

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donó cobardemente, dejándola abandonada a su' triste suerte. Cuando la conocí, era notablemente bonita y no tenía más de veinte y cuatro años cuando subió al patíbulo...

No tenía otro cr&nen que ser la esposa de un va­liente jefe abandonado por López y que fué obliga­do por el hambre a rendirse.

En el día veinte y siete de Agosto, después de haber oído algunos tiros de cañón en el ejército aliado, recibí inmediatamente orden de marchar para las Lomas Valentinas, haciendo yo esta mar­cha a pie y de noche, siendo puesto en el ce­po de lazo cuando descansaba el ejército. El coro­nel Marcó, comandante de los presos, ordenó a los soldados de guardia que matasen a todos y cual­quier preso que no pudiese marchar, y así fueron quedando en él camino de San Femando a Lomas Valentinas muchos cadáveres de las víctimas.

Detalle de don Adolfo Saguier (Fué después Vice­presidente de la República)

López hacía azotar a los prisioneros con quinien­tos, mil y dos mil azotes antes de fusilarlos.

Ignora porqué ha sido preso. Sin embargo, él supone que habiendo sido nombrado fiscal para encausar a la manera de López a más de veinte infelices, principió a encausarlos y no los puso a la tortura, ni les lúzo dar de azotes, ni los en­contró culpables, razón por la cual fué inmediata-

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mente agregado al número de las víctimas para seguir la suerte de ellas; y si ha salvado ha sido providencialmente, y para relatar al mundo los horrores de este malvado.

Sufrió igualmente la tortura del cepo y de uru-guayana, que según él es mil veces peor que todas las torturas que inventó la Inquisición en tiempo de Torquemada. Al sufrirla poco después se des­mayó y cuando volvió en sí se encontró en su antigua posición con su barra de grillos y en el cepo de lazo. Hizo la marcha a pie de San Fer­nando a Yilleta, con las pies hinchados y extenua­do por los sufrimientos y se resignó como todos a esa tremenda marcha de 40 leguas, por comimos impracticables, porque la orden. era de matar a bayonetazos, indistintamente, a todos los que- se cansasen, fuesen generales, jefes, oficiales, solda­dos, presos, clérigos, mujeres, niños, ancianos, en fin, todos los que hacían la travesía y como es natural, muchos infelices cayeron al suelo, exte­nuados, pidiendo por Dios a gritos que les diesen un momento de descanso para continuar después.

Caria de Zacarías Iiivero

. . . Llegan a San Fernando y a Tristán (Doc­tor Tristán Roca, boliviano, redactor del "Cen­tinela"), le sueltan a los cinco días; escribe a López solicitando una entrevista y no recibe con­testación. Al sexto día amanece encadenado y el tribunal quiere que absuelva el interrogatorio que

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se le presenta; se le condena a tormento de prensa a todo el cuerpo; pide la muerte, pero en vano, pasa tres veces por el martirio, su espíritu desfa­llece por los dolores y al fin, firma la declaración que se le presenta, y por último sale para ser lan­ceado después de haberse negado, protestando con la energía de un valiente, ser absolutamente ino­cente y haciendo un esfuerzo sobrehumano, gri­ta asegurando que su firma lia sido arrancada por el tormento y que el cielo castigará la injusticia de su muerte. (Carta de Zacarías Rivero al doctor Ba-siliano Cuellar, Presidente de la Corte Suprema de Bolivia). — (Masterman, pág. 441).

" E l doctor Roca, ilustre ciudadano boliviano, que había prestado el concurso de su inteligencia en la redacción y dirección de " E l Centinela", quiso hacer su defensa. Comenzó pintando la calumnia y sus perniciosos efectos y luego atacó su misma declaración, calificando de falso cuanto en ella había expuesto. Pero sin duda, apercibién­dose el Presidente de que iba a destruirse por su base el edificio levantado sobre arena, lo hizo callar: "Me callaré — dijo, — y seré víctima de la calumnia, como, t o d o s . . . " . (Memorias del Co­ronel Juan Crisóstomo Centurión. T. III, pá­gina 242).

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Declaración del señor Francisco Motta (comercian­te argentino)

Respondió' que las crueldades practicadas por López, son tantas y tan atroces, él fusilamiento, el lanceamienta, él cepo de la uruguayana, los azotes, hierros y uncí, infinita variedad de cuantos marti­rios imaginables hubiesen, eran los que constituían la suerte de sus víctimas. Sabe, según oía decirse, que muchos nacionales y extranjeros nutrieron en esos martirios en San Fernando, y que el motive de tantos asesinatos fué una imaginaria conspira­ción que López dijo existir en la Asunción entre nacionales y extranjeros, pero que, según él de­clarante y todos los hombres sensatos que han so­brevivido a estos crueles padecimientos, eso no fué otra cosa que un medio digno de López para poder confiscarles, pu.es que en su mayor parte eran ri­cos...

Declaración de José Valet (Subdito francés)

Dijo que López queriendo saciar su sed de san­gre y demás crímenes, imaginó una conspiración, en la que envolvió a los nacionales más distingui­dos y un gran número de extranjeros de más for­tuna; y que principió a decir que hubo un gran robo en la Aduana, diciendo que los conspiradores en combinación con los empleados de la misma adua­na, habían robado todo el dinero que había en ella para mandar a los aliados, por lo que fueron nviter-tos en San Fernando y Villeta a fusil y lanza des­pués de martirizados...

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Declaración del Mayor Von Versen

Sus fiscales, par medio de diferentes torturas, obligaban a casi todos a hacer las declaraciones que ellos querían obtener, porque la mayor parte pre­fería la muerte a los tormentos. Un fiscal qne proce­dió según justicia, fué puesto preso y después ejecu­tado (el Coronel Andrés Maciel), tal vez por no haber podido obtener los resultados deseados. Pe­ro como los guaranís tenían que saber el por qué de esas crueldades cometidas bajo sus ojos, contra personas de la "míejar sociedad, se dijo: que había una conjuración y se acusó a los comerciantes de haber robado el tesoro nacional. Pero para quien conoce algo de las circunstancias del Paraguay, sa­be, y de los dichos puede tal vez deducirse, que una conjuración con grandes ramificaciones en el país, es una cosa imposible y es absurdo hablar de robo del Tesoro Nacional, el cual tesoro estaba en poder exclusivo de López.

(De la obra "Eeise in Amerika und der Sudamerika-nisehe Krieg " , pág. 170).

Declaración de la Sra. Silvia Vasconcellos de FiUsbert

Finalmente, añadió la declarante,,, que estando en Caapucú, en Diciembre del año pasado (1868), cuan­do López y sus fuerzas fueron destrozadas en Lo­aras Valentinas, llegó allí una orden de López diri­gida al jefe del partido, el comandante mayor Meza,

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para que se fuera a reunir con sus fuerzas a las de López en Cerro-León. Que el mayor Meza, recibien­do esa orden partió pronto con quinientos hombres escogidos, para Cerro-León, y allí llegando no sola­mente el mayor Meza, como también los quinientos soldados fueron lanceados por orden de López, so pretexto de que suministraran ganados y otros so­corros a los aliados, lo que la declaraívte llalla que no era más que un embuste.

Declaración del Coronel Pedro Hermosa

Respondió que son inmensas las crueldades prac­ticadas por López contra nacionales y extranjeros y con los prisioneros de guerra. L,os azotes, cepo de la uruguayana y millares de torturas eran los medios que usaba López para arrancar cualquier declaración a sus victimas, pero asimismo, muchos preferían la muerte después de martirizados, que dar una declaración falsa...

Según López hacía publicar, eran casi todas esas víctimas cómplices en una conspiración que, dice López, existió en el Paraguay, mas que el decla­rante no puede afianzar si ella existió. . .

No sabe dónde pueden existir prisioneros de gue­rra y que para sí juzga que no exista ninguna...

Dijo más: que a todos los individuos que han sido fusilados y lanceados y que han sido llamados por él traidores a la patria, tanto nacionales como extranjeros, les eran confiscados sus bienes.

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Declaración de Augusta Carmín

Las crueldades más bárbaras practicadas can nacionales y extranjeros, eran el cepo uruguayamo, los azotes, el lanceamiento, el fusilamiento y otros géneros de muerte...

El motivo era una supuesta conspWación que nunca existió, ni fué intentada, y el fin que López tenía en vista era secuestrar la fortuna dé los ex­tranjeros y nacionales y desterrar sus respectivas famiilias, reduciéndolas a extrema miseria.

Declaración del Teniente Coronel Maciel

Yo, Teniente Coronel Antonio Maciel, ex secre­tario del finado Francisco Solano López, presiden­te de la República del Paraguay, últimamente re­sidente en la Asunción del Paraguay y ahora en Escocia, hago juramento y digo:

1? Que tengo treinta y un años de edad, que mi ocupación es de empleado de la Oficina de Go­bierno del Paraguay en Asunción, donde resido. Soy de nacionalidad paraguaya, de cuyo país nun­ca salí hasta hace pocos meses. Me hallé en el ser­vicio militar del gobierno del Paraguay, desde 1857 hasta 1860. Que el 20 de Marzo de 1860, el dicho Francisco Solano López me nombró su escri­biente y cabo en el ejército. Seguí ocupando el puesto de escribiente bajo sus diversos secretarios, hasta el 2 de Mayo de 1868, después de varios as-

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censos en mi capacidad de militar. En 1868 fui Capitán de Artillería, y en Junio o Julio del mis­mo año llegué a ser ayudante de López. En Ju­lio de 1869 fui nombrado Teniente Coronel y du­rante esta época me ocupaba a menudo en escribir en la oficina de López y en el cuartel general y otros lugares. Hacia el fin de Agosto de 1869, en Estanislao, se me acordó el puesto de Secretario de López. Fui también su ayudante de campo. Las heridas que recibí durante la campaña me obliga­ron a abandonar en Noviembre de 1869, las tareas de Secretario, pero seguí viviendo en el Cuartel General.

Que el dicho Francisco Solano López, en su ca­pacidad de Presidente, encabezaba el Departamen­to Ejecutivo del Estado y aunque tenía algunos ministros subordinados, él usurpó la autoridad ex­clusiva y absoluta y gobernó él país como Dictador de la manera más arbitraria y tiránica. El 5 de Marzo de 1865, estando de guerra con el Brasil, Ló;pez convocó al congreso con el objeto de obte­ner la sanción para sus actos hostiles y por . un abuso de su poder, intimidó a dicho congreso, has­ta que le acordaron poder extraordinario para de­clarar la guerra a la Argentina y para hacer un préstamo con este objeto.

Las actas de este Congreso fueron enteramente el resultado de la autoridad exclusiva y absoluta que López ejercía sobre estas gentes.

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Que el dicho Francisco Solano López aprovechó la dicha guerra para exigir al pueblo del Paraguay por un sistema requisitorio y confiscaciones, ele­vadas sumas de dinero, pretendiendo que las mis­mas eran requeridas para provisiones y municio­nes de guerra, y otros objetos conectados con és­tas, no obstante que ya se había provisto amplia­mente para estas necesidades por medio de una emisión de papel de Tesorería, alcanzando varios millones de pesos, siendo éstos de curso legal en el país. Que en el dicho Congreso, reunido el 5 de Marzo de 1865, se extendió un acta autorizando el préstamo de 25 millones de pesos para los gas­tos de la guerra. Presencié un Consejo de Gue­rra convocado por López en el cuartel general de San Fernando en Julio o Agosto de 1868. En di­cho consejo oí a López ordenar que se confiscara la propiedad de toda persona que había conspirado contra la patria.

La mayoría de las personas de bienes en el país, hombres y mujeres, fueron falsamente acusados de tales conspiraciones, fueron apresadas, torturadas y ejecutadas, confiscándose luego todos sus bienes, hasta las mismas alhajas que las mujeres llevaban sobre sí. Mientras me hallaba en el empleo de Ló­pez como su escribiente, recuerdo haber escrito va­rias cartas dictadas por él a los cónsules en Rosa­rio, Montevideo, Buenos Aires y otros lugares, pidiendo que envíen a diferentes partes de Europa los dineros varios que tenían a su cargo. Estos di­neros eran propiedad del estado, pues eran el pro­ducto de la venta de pertenencias del estado. Las

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personas a quienes se ordenó que fueran remitidos dineros era, entre otras, Monsieur La Place, el Cónsul del Paraguay en París, también Monsieur Gelot, un comerciante en París, también Carlos Calvo, el Ministro del Paraguay en París. Tales dineros alcanzaban a una elevada suma. López tam­bién se apoderó de los artículos d& plata de las iglesias para su uso particular, no atreviéndose na-, die a protestar ni hacer queja alguna.

Que durante la guerra y antes de ella, he entre­gado yo mismo al dicho Francisco Solano López, mientras me encontraba encargado de la Tesorería y cumpliendo con sus órdenes verbales, dineros del Gobierno que él se apropió para su uso personal, y de los cuales nunca extendió recibo. Que en una ocasión fui mandado a pagar de la Tesorería 25 o 30 duros a un empleado de telégrafos. Dicho López mandó edificar casas a costa publico para sus nu­merosas concubinas y sus hijos. Dichas casas fue­ron edificadas por soldados artesanos, siendo los materiales para la construcción, de propiedad del Estado. Que he preparado yo, a pedido de dicha demandada Lynch y a su favor, varios escritos de transferencias de casas que habían sido confiscadas como antes he dicho. Grandes trechos de campo fue­ron transferidos a ella a precios nominales. López estaba enterado de tales hechos, todos los cuales eran llevados a cabo con aprobación suya. No había la dicha demandada adquirido nada antes de la decla­ración de la guerra.

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Qué por la posición que ocupaba el dicho Fran­cisco Solano López y por el terror que había cau­sado entre sus subordinados, por sus hechos crueles y tiránicos, tenía poder casi exclusivo sobre la Te­sorería del Estado y amplias oportunidades para re­tirar del mismo grandes cantidades de dinero para su uso propio, oportunidades que aprovechó en va­rias ocasiones de mi conocimiento.

Que durante los últimos años de la dicha guerra, el dicho Francisco Solano López y la demandada Elisa Alicia Lynch, retiraron de la Tesorería Pú­blica del Paraguay elevadas sumas de dinero que re­mitieron por diferentes medios a otros países.

Una o más de las dichas remesas fueron hechas expresamente por el dicho Francisco Solano López y por cuenta suya, otras por cuenta del dicho Fran­cisco Solano López, pero con el propósito de ocultar su objeto, en el nombre y aparentemente por cuenta de la dicha demandada Elisa Alicia Lynch, por me­dio del demandado Martín Thomas Mac. Mahon, quien ocupaba en el Paraguay en aquel tiempo un puesto diplomático de los Estados Unidos de Norte América y quien se hallaba en relaciones muy ínti­mas con el dicho Francisco Solano López y la de­mandada Elisa Alicia Lynch y gozaba de la con­fianza de los mismos. Se encargó él de las remesas de dichos dineros, sabiendo que bajo la protección de la bandera americana no podía ser confiscados por los aliados, a través de cuyas líneas tenían que pasar y estando perfectamente enterado del objeto para el cual habían sido hechas y por cuenta de quién. Algunos años antes se había enviado de

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Paso de la Patria, dinero del Gobierno por la ca­ñonera francesa "Decidée" .

El 1? de Marzo de 1870 el dicho Francisco Sola­no López fué muerto en Cerro-Oorá, cerca del Aqui-dabán, mientras trataba de huir de los aliados que le perseguían. Poco rato antes la demandada Elisa Alicia Lynch había sido tomada por las fuerzas brasileras.

Que e l l 5 de Agosto de 1869 fué debidamente y válidamente constituido un Gobierno Provisorio de la dicha República y el Poder Ejecutivo durante aquel tiempo se componía de tres personas: Don Carlos Loizaga, don Cirilo Antonio Rivarola y don José Díaz de Bedoya.

Que una comisión compuesta de representantes del Brasil, la Confederación Argentina y el Para­guay, hicieron después una investigación con el pro­pósito de cerciorarse acerca de la conducta del dicho Francisco Solano López, como tal Presidente, como antes he dicho, durante la dicha guerra, y se com­probó que el dicho López se había, en efecto, sin autoridad ni justificación alguna, y de la manera y de los fines antes dichos, apropiado para su uso •particular y por los medios más violentos y tirá­nicos, elevadas sumas de las cajas del Estado y que había exigido dinero del pueblo y que la demandada Elisa Alicia Lynch reclamó én derecho propio y en represe-ntación del dicho Francisco Solano López, guardar el dinero y los bienes tan injustamente ad­quiridos. Que el documento marcado A, que ahora se produce, es una copia notarial certificada del informe de dicha comisión.

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Los demandados fueron respectivamente instru­mentales en la transmisión de dichos dineros en el Paraguay.

Eecuerdo que mientras me encontraba en Azcu-rra a fines de Junio o a principios de Julio de 1869 el dicho Francisco Solano López remitió por medio de Martín Thomas Mac Mahon, quien volvía a los Estados Unidos, vía Buenos Aires, varios cajones Ae los que yo, juzgando por su apariencia y peso, creí fuera dinero. Estos cajones fueron llevados a las líneas enemigas en cuatro o cinco carros custodiados por soldados y en ese mismo tiempo la señora Lynch, envió cajones conteniendo ropas y valiosos encajes paraguayos, que ella nos enseñó a mí y a otros ofi­ciales que se encontraban entonces en el Cuartel Ge­neral, y fui entonces informado de que Mac Mahon había llevado consigo grandes cantidades de dinero en estos cajones.

Si estos cajones contenían dinero, como creo, debe haber sido dinero del Gobierno. Es bien sabido en el Paraguay y también lo sé yo que la demandada Elisa Alicia Lynch no se ocupaba en ningún nego­cio, ni trabajó, por lo cual no podría ganar ninguna cantidad de dinero. Por el cargo que ocupaba yo como secretario de López, sé que ella acostumbraba enviar sus cuentas a pagar en Europa, como tam­bién las de su hermano, que vivía en el Paraguay, al dicho Francisco Solano López, entonces General, para ser pagadas por él. Y sé de que él las pagaba.

M . A. MACIEI,.

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UN FUSILAMIENTO HISTÓRICO

Señor don Belisario Rivarola.

Apreciado amigo:

Comenzaré la presente por agradecer a usted la deferencia del ofrecimiento de las columnas de la Revista del Instituto, de su digna dirección, para hacer publicaciones sobre pasajes históricos de la guerra; pero diré a usted lo que dije a un apre­ciado amigo mío, que siendo también director de la mencionada publicación, me pidió colaborase en el mismo sentido: "que no dispongo de tiempo para dedicarme a escribir sobre esos temas, de suyo de­licados, y que necesitan una contracción especial para no incurrir en inexactitudes imperdonables".

No obstante, y por esta vez, voy a relatarle sus-cintamente, el histórico fusilamiento de su tío, Ma­nuel María Rivarola.

No dudo que usted y los suyos han de haber sa­bido de su muerte, pero quizá no sepan el cómo y el por qué de su trágico fin.

* # #

En los últimos días del mes de Noviembre de 1868 se hallaba el resto de nuestro glorioso ejército, fuerte más o menos de diez y seis a diez y siete mil

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hombres, ocupando la posición de Itá-Ibaté o Lo­mas Valentinas, jurisdicción de Villeta, en espera del ejército aliado que en número muy superior le venía siguiendo. "Era en momento en que el brasile­ño ejecutaba un movimiento estratégico, marchan­do por el Chaco por un camino hecho exprofeso para atravesar el río frente a San Antonio y por ahí tentar un ataque por el flanco derecho y retaguar­dia, mientras el argentino, acampado en la antigua guardia de López, denominada Palma, lo hiciera por el flanco izquierdo.

En nuestro campo todo era espectativa. Se creía, al menos se decía en la intimidad de jefes y oficia­les, que la guerra tocaba a su término, y que a juz­gar por los movimientos del enemigo muy pronto iba a sostenerse una batalla definitiva.

Lo que querían todos, aun a riesgo de la vida, era el fin de la campaña tan prolongada y tan lle­na de sinsabores y sufrimientos.

* # *

Sabedor López de que el ejército brasileño mar­chaba por el Chaco, mandó destacar al batallón nú­mero 40 con órdenes de situarse en.las inmediacio­nes del puerto de Villeta y observar al enemigo, llevando instrucciones el comandante del cuerpo, sargento mayor Teodoro Sánchez, de dar aviso al cuartel general de todas las novedades por insignifi­cantes que fueran. En caso de que intentasen des­embarcar en el mismo pueblo; o sps inmediaciones

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deberían tirar cohetes y ejecutar una retirada en orden hacia Itá-Ibaté.

A este destacamento acompañaban dos espías de profesión que por turno pasarían a nado al Chaco todas las noches para cerciorarse, de la marcha de, los brasileros.

#

# #

Desde el 1? de Diciembre ócupaba^el batallón 40 la posición designada. Inmediatamente el mayor Sánchez estableció sus guardias en puntos conve­nientes y luego procuró tener noticias por todos los medios a su alcance sobre la marcha de ! enemi­go, enviando a López los menores detalles, avisán­dole al mismo tiempo, que parecía que aquél no in­tentaría un desembarque en Villetá ni en sus in­mediaciones.

López, por su parte, mandaba con frecuencia nue­vas órdenes por medio de sus ayudantes al jefe del batallón 40.

La gran cuestión que preocupaba al Mariscal era conocer el sitio deI"desembarco del ejército brasileño.

#

* #

Una madrugada en que se encontraba el batallón en formación para la lista primera, o sea la de dia­na, hallándose el mayor Sánchez, el ayudante del cuerpo teniente Melgarejo y algunos oficiales sen­tados en improvisadas sillas alrededor de un fogón a veinte y cinco pasos más o menos frente a la

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compañía de granaderos, departiendo en una de esas alegres y chistosas conversaciones de campa­mento, mientras un asistente cebaba el infaltable amargo, se vio venir corriendo a un cabo de un des­tacamento de retaguardia, el cual llegó, se cuadró frente al mayor y le dijo:

—Peina co ogua jhé amó guardiapé carai ayudan-te (1) .

En el acto fué Sánchez hacia la guardia a recibir la visita y con esto se disolvió la reunión, porque los oficiales fueron a ocupar sus puestos en las com­pañías, mientras el ayudante del cuerpo recorría la formación previniendo la llegada del huésped.

Un momento después llegaron al lugar de la re­unión Sánchez y el ayudante de López, el cual fué invitado por el asistente con un amargo, que aceptó en el acto.

Concluido de tomar el primer mate, díjole al co­mandante del cuerpo:

—"Voy a recorrer la formación, ya que he llegado tan a tiempo y luego volveremos a seguir con el mate.

—Como gustéis, capitán — le dijo Sánchez; — yo le acompañaré. — Y se fueron. Estuvieron un momento frente a la compañía de granaderos y co­menzó el saludo de estilo por el capitán ayudante:

—Mbaetecó pa los mita. Mbaiteipa yé pei he icuá co peeme cari, mbaé pa ndá yé péieotebé rae heí (2) .

(1) En este momento ha llegado en la guardia un ayudante del Mariscal.

(2) —¿Cómo están, muchachos? — Les hace decir S. E. si cómo están y si necesitan alguna cosa.

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Los soldados contestaban unánimemente la lec­ción de siempre: ' ' Sin novedad, etente roi, mbaebeté co no roicotebéi. Oré bayoneta catú jhacaá jhacuá jha la roipotaiteba catú nicó oremondó mi caraí te-nondé umi cambá cuerapé, rojhé chaucá haguá ca-raípe la oreguapojhá gueterí" (1) .

—Iporaité los mita, ága amombeú poraité né peéme caraípe la pene encargue (2) .

Dichas las últimas palabras el capitán continuó recorriendo las demás compañías con el mayor Sán­chez y luego volvieron al fogón a seguir la toma de mate.

El mayor mandó llamar de nuevo a los oficiales y se reanudó la alegre charla, en la que el ayudante de López hacía oir también sus chistes de buen hu­mor.

Instantes después, dijo el capitán a Sánchez: —Dígame mayor, ¿qué noticias tiene usted de la

marcha de los brasileros? —Hombre, aquí está el espía Zorrilla que acaba

de llegar del Chaco, ¿ por qué usted mismo, capitán, no le pregunta algo

—Dice usted bien. Hágame llamar a ese espía. Un momento después se presentó Zorrilla; salió

(1) —No tenemos ninguna novedad y no necesita­mos de nada. (Aunque todo el mundo estaba muriéndosa de necesidad, éstas son las contestaciones que le daban), sólo queremos que nos mande por delante a combatir con los negros, pues, para ello tenemos bien, aguisadas nuestras bayonetas y demostraremos que aún somos valientes.

(2) Bien, muchachos; haré presente a S. E. vuestro encargo.

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el. capitán del círculo y se retiró a distancia de unos diez o quince pasos con él y allí conversaron en voz baja.

En esto se oyó un redoble de tambor terminando con dos puntos: señal de parte. Retiróse Sánchez al fogón para recibir el parte, a cuyo efecto venían ya los comandantes de compañía. Terminada esta prác­tica de ordenanza se retiraron éstos y tan luego es­tuvieron a la cabeza de sus compañías, debían co­menzar los vivas y mueras de costumbre ( 1 ) .

Para darlos se escogían entre los soldados de ca­da compañía los más aptos.

En la compañía de granaderos tocaba el turno al soldado Manuel María Rivarola y su compañía co­mo cabeza del batallón era la que comenzaría.

No tardó en mandar el comandante de la compa­ñía: "Comiencen los vivas el de turno", y don Ma­nuel María Rivarola empezó a su vez a gritar con todas las fuerzas de sus pulmones, como para que el ayudante de López lo oyese:

—¡Viva el Excmo. Señor Mariscal Presidente de, la República y general en jefe de sus ejércitos, don Francisco Solano López!

—¡Vivaaaa! — contestaron los soldados. —¡Viva el primer guerrero sudamericano, S. E.

el Mariscal López! —-¡ Vivaaaa!

(1) Era costumbre en aquella época dar vivas al Ma­riscal y al ejército nacional, y mueras al Emperador Pe­dro II , Mitre y al ejército aliado, al finalizar la lis­ta de diana.

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—¡Viva el valeroso ejercito nacional! —¡ Vivaaaa! —¡ Mueran el Imperio del Brasil y sus miserables

aliados para siempre JAMAS l • —Mueran, •— dijeron y un toque de retirada di­

solvió la formación del batallón. El pobre don Manuel María, como dije, había he­

cho esfuerzos. sobrehumanos para gritar más recio que.nunca, creyendo así agradar más al ayudante del mariscal.

Pero, ¡oh fatalidad!, había cometido un gran de­lito, había pronunciado una palabra equívoca, ese ¡JAMAS! con que terminó su aclamación.

Efectivamente, si bien que nunca se supo cómo la interpretó López, lo cierto es que por esa palabra mandó fusilar a un hombre que jamás habló sino con sinceridad y buena fe y que no sólo el miedo que tenía a López, sino porque en esos días el siste­ma de terror se hallaba en su apogeo y cualquier desliz haría perder la vida, no era de presumirse hu­biese querido hacer un-equívoco- con. ese. grito.

* * Al terminar los mueras le ordenó el capitán al es­

pía Zorrilla se. retirara, vino hacia el mayor Sán­chez y le dijo:

—' ' Mayor, hágame- poner preso incomunicado en el acto, a ese soldado de la compañía de granaderos que acaba de vivar", — averiguando luego por su nombre.

—Está bien, — contestó Sánchez.

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Nada Había que preguntar ni replicar a un man­dato del ayudante del mariscal, limitándose sólo a decir:

—Ese soldado es Manuel María Eivarola. Dada la orden de prisión, montó a caballo y voló

hacia el cuartel general. Como se ha dicho, se hallaba el capitán tomando

nota del relato del espía Zorrilla que acababa de regresar del Chaco, pero ¡ qué enemigo ni qué mar­cha por el Chaco!, sobre todas estas cosas primaba la delación y allá iba el capitán a dar parte de que un soldado del 40 había cometido el grave delito de gritar: ¡ Mueran el Imperio del Brasil y sus misera­bles aliados para siempre jamás!

Tanto el comandante del cuerpo como los oficia­les y tropas no sabían por qué se prendía al solda­do Rivarola.

Nadie se dio cuenta del grave delito del " P A R A SIEMPRE J A M A S " , ni remotamente pasó por la imaginación de sus compañeros de armas que el mo­tivo de la prisión sería esa palabra.

El mayor Sánchez, buen hombre, querido de sus soldados, uno de los jefes de la época incapaz de co­meter crueldades injustas, se interesó por su solda­do y siguió averiguando lo que había podido moti­var la inusitada prisión ordenada por el ayudante, pero, como he dicho, nadie supo el motivo, pues a todos había pasado desapercibido el terrible JA­MAS. Fué a la guardia, preguntó a Rivarola si sa­bía por qué se hallaba preso, si había cometido al­gún delito.

El preso contestó:

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—Mayor, yo no lie hecho nada, no he cometido ninguna falta, sirvo a la patria con la lealtad de un ciudadano que ofrece su vida por su defensa.

Se retiró Sánchez de la guardia, convencido de la inocencia de Rivarola, pero temiendo sucediera algo más, pues en aquella época cualquier desliz insigni­ficante traía sotare uno la declaración del traidor y . . . sus terribles consecuencias.

Tres horas después de la partida del capitán lle­gó otro ayudante del cuartel general y dijo al ma­yor Sánchez:

—De parte del Excmo. Señor Mariscal hará pa­sar inmediatamente por las armas al soldado Ma­nuel María Rivarola, por haber gritado hoy después de la lista de diana, después de los vivas, mueran el Imperio del Brasil y sus miserables aliados para siempre jamás. También le hace decir S. E. para que atienda un poco más a su batallón y que --feo. adelante se hagan debidamente los vivas y mueras y no se pida el que jamás mueran los aliados, como lo hizo ese soldado malvado.

Sánchez contestó que atendería bien y que en adelante se harían correctamente las aclamaciones, que descuidase S. E., pues no habría de suceder más cesa alguna que pudiera incomodarle.

Había que declararse siempre culpable en estos casos y el mayor Sánchez así lo hizo; no había vuel­tas que dar, de lo contrario se expondría a los fu­rores de López.

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Dada la orden de fusilamiento de Rivarola y aper­cibimiento del mayor Sánchez, el ayudante tornó de nuevo al cuartel general.

Inmediatamente llamó Sánchez al ayudante del cuerpo, le comunicó el grave delito de Rivarola y luego le ordenó a que dispusiera su fusilamiento. Al dar esta orden se le cayeron las lágrimas al valien­te mayor Sánchez en vista de la tremenda injusti­cia que se iba a cometer con un inocente anciano.

El ayudante Melgarejo que no esperaba tan ma­la nueva quedó un momento perplejo y pálido, sin articular palabra, pero Sánchez le dijo:

—Vamos teniente, cumpla la orden. Entonces volvió en sí el ayudante y fué a la com­

pañía de granaderos, pidió al comandante de ella le diera cuatro tiradores y un sargento para ultimar a uno de sus compañeros de fatigas y de glorias.

#

# #

Don Manuel María se encontraba en esos momen­tos asando una espiga de maíz en el fogón de la guardia bandera. Llega el ayudante del cuerpo y le dice al preso:

—Levántese Rivarola y márchese en el cuadro que le espera.

Rivarola ni se dio cuenta de lo que momentos más tarde le iba a suceder, ni tampoco el ayudante le dijo nada más, dejando para último momento las explicaciones.

Se levantó el pobre hombre, tomó su espiga de

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maíz, pasó al cuadro de los tiradores y fué condu­cido hacia el lugar donde tenía que ser ejecutado.

Como Rivarola no sabía nada de lo que le espe­raba, al parecer, iba comiendo su maíz con apetito, pero después de haber marchado un pequeño trecho, se incorpora al cuadro un capellán del ejército en­viado del cuartel general (1) y le dijo al reo que iba a ser fusilado y que venía a darle los auxilios cristianos.

Recién entonces conoció Rivarola la situación en que se encontraba y se le vio arrojar su espiga de maíz, preguntando:

—Pero padre, ¿cuál es mi delito? —Su delito, Rivarola, es gravísimo. Vd. dijo hoy

en la diana las siguientes palabras: Mueran el Im­perio del Brasil y sus miserables aliados para siem­pre jamás.

Don Manuel María quiso protestar su inocencia, pero la orden de López era irrevocable y era me­nester resignarse a sufrir la última pena.

* # *

Un momento después llegaron al sitio de la eje­cución; concluyó Rivarola con los auxilios cristia­nos; una descarga y el humo color plomizo de los fusiles que en forma espiral se elevaba en el espa­cio, hizo saber a los camaradas del 40 la muerte del compañero de armas.

* # *

(1) El presbítero Fidel Maíz.

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En el batallón, tanto el jefe, como oficiales y tro­pas, sintieron sobremanera el trágico fin de Riva-rola, tanto más que el motivo del fusilamiento no encerraba ningún delito, pues sólo López pudo ha­ber considerado aquellos gritos sin importancia co­mo tal y sin forma de proceso, ni ser sometido a un consejo de guerra verbal en campaña, que admiten las ordenanzas españolas que regían en aquella épo­ca, ni oído al reo como previene un artículo de la citada ordenanza y oyendo solo la voz de un dela­tor vulgar, ordenar la muerte del soldado, que po­día haber prestado aún importantes servicios, pues se hallaba en vísperas de grandes batallas que fue­ron Yotororó e Itá-Ibaté.

Juzgue ahora el lector lo que fué aquella desgra­ciada época.

He aquí, amigo Belisario, el cómo y el por qué murió su tío don Manuel María Rivarola.

S. S. MANUEL AVILA.

Febrero, 1904.

(Publicado en la "Revista del Instituto Paraguayo", N? 48) .

Varios fueron ios Eivarolas que pagaron su tributo a la patria, entre ellos don Jacinto Rivarola, padre del señor Belisario Eivarola, que siendo estudiante en Córdoba al entablar la guerra, dejó las aulas y vino a enrolarse en el ejército paraguayo; Cirilo Antonio Eivarola, Oataviano Rivarola, herido en el asalto a los acorazados; Federico Rivarola, niño de 12 años muerto en Eubioflú, y varios más.

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COMENTARIOS A RESQUIN Y A SUS TABLAS DE SANGRE

(Párrafos de la reciente obra "La masacre de Con­cepción", de Héctor F. Decoud)

Con referencia al prisionero brasileño Pedro A. Alvarez, "fallecido de muerte natural", todos los que a semejanza de éste, aparecían como fallecidos de muerte natural, y en los últimos tiempos, en la prisión, y de peste en el hospital, a medida que se iba agotando el número de las desgraciadas vícti­mas, son, precisamente, los que no pudieron resis­tir a las torturas, al hambre y a las inclemencias del tiempo, y en fin, a cuantas calamidades imagi­nables, rindieron a Dios, generalmente de noche, su tributo.

Los feroces azotamientos sobre la piel viva, sin dejar un espacio libre; la prensa del tronco en el cepo uruguayana, que a menudo producía el dislo-camiento del espinazo; la desnudez y el hambre, pues apenas se le tiraba como a perro un pedacito de carne, cuando no un hueso que roer, los pode­rosos agentes descriptos, acabaron por aniquilar al más robusto y vigoroso organismo.

Aparte de todas estas torturas, se les hacía dor-

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mir a campo raso y las continuas heladas que pare­ce adrede cayeron en los meses de junio a agosto inclusive de aquel año, precedidas de la glacial tem­peratura nocturna, contribuyeron más eficazmente aún, para apresurar el desastre final de aquellos desgraciados, para quienes estaba vedado el más le­ve gesto de compasión y menos de algún socorro.

Todo este lujo de castigos brutales, llevados has­ta el máximo extremo, no tenía tregua ni límites; se aplicaban tanto de día como de noche, sin respe­tar loa días festivos, fuesen ellos consagrados a la patria 9 al culto religioso. Mas como si fuera un sarcasmo lanzado a la religión, el viejo felino man­dó construir una capilla en San Fernando y que­riendo dar a entender a sus verdugos que para to­do recibía la inspiración de Dios, hacía la farsa de concurrir todos los días, guardando una postura es­tudiada de mansedumbre y beatitud. Y, sin embar­go, en ese obscuro y tenebroso antro de su corrup­to fuero interno, rugía la enconada tempestad de desolación y exterminio de la patria y de sus más preclaros hijos.

El ilustrado e imparcial historiador, coronel Jor­ge Thompson, en su libro "Guerra del Paraguay", tomo 2?, pág. 130, Buenos Aires, 1911, al hablar de la supuesta conspiración de San Fernando y de los padecimientos que sufrieron las pobres víctimas ino­centes, se expresa así:

"Los que no querían confesar, eran atormenta­dos con el cepo colombiano (uruguayana) ; muchos eran muertos castigándoseles con lazo; a otros los apaleaban hasta que morían y a muchos les ma-

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chacaban las manos a martillazos. Sobre, todas es­tas atrocidades se guardaba el más profundo silen­cio, aunque todo el mundo sabía que se hacían en grande escala. Los que figuraban en la lista como muertos en la cárcel, murieron en la tortura o. de camino de San Fernando y Pikysyry, eran prisio­neros que se cansaban y que no pudiendo seguir adelante (la marcha era de cerca de 120 millas), eran llevados al monte y bayoneteados".

El comandante Juan Gómez, (mayor de plaza), fué llevado a San Fernando con dos grandes ba­rras de grillos y después de haber sido torturado cruel e inhumanamente por no haber querido men­tir, se le degradó y luego se le fusiló por la espal­da, considerándolo como infame traidor a la patria y a su gobierno. Así pagaba el. mariscal López a todos los que con lealtad sirvieron a la patria como el comandante Juan Gómez.

Entre los cuatro que amanecieron muertos el 15 de Julio de 1868, a causa del dislocamiento del es­pinazo y laceración de las espaldas, por efecto del horroroso cepo y los azotamientos atroces que ha­bían sufrido, se cuenta al desgraciado Policarpo Garro.

El juez de 1* instancia en lo criminal, José Ma­ría Montiel, fué fusilado de atrás por sus eompa-

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ñeros en una descubierta que hizo el cuerpo a que pertenecía. Este era otro de los procedimientos em­pleados por el mariscal López para con las perso­nas honorables como aquél.

En la fraguada conspiración fueron incluidos to­dos los artistas de la compañía dramática española y todos juntos fueron apresados, engrillados y re­mitidos a San Fernando. Basta saber que han sido puestos al alcance de este siniestro paraje, que bien pudiéramos llamar el insaciable dragón, para que el lector deduzca ya el terrible fin que esperaba a estos infelices.

Todos pasaron las mismas torturas que sufrieron los otros compañeros de prisión. Muy pronto las úl­ceras que les produjeron los azotes, las consecuen­cias del cepo de uruguayana, la sed intensa, el ham­bre, la desnudez, el frío, etc., los dejó a tal extre­mo que casi todos quedaron completamente dema­crados .

Convertidos por el dolor en convictos y confesos reos, todos fueron fusilados en Itá-Ybaté.

Ramón Franco era uno de los más renombrados artífices del Paraguay, como platero. Sabedora Mma. Lynch de Quatrefages, de que Franco era poseedor de algunas alhajas de gran estimación, lo mandó incluir en la conspiración y previa declara-

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ción de traidor a la patria y a su gobierno por los consabidos medios, fué pasado por las armas. Todo el dinero y alhajas que había juntado en muchos años atrás, fuéronle secuestrados y enviados con él a San Fernando.

Se le intimó al desgraciado hombre a que decla­rase que todo aquel dinero guardado lo había lleva­do de la tesorería de la Nación, por orden de Be­nigno López. Franco juró mil veces que era falsa semejante afirmación; pero como había interés en comprometer al hermano del mariscal, fué azotado primeramente y luego aprensado en el cepo uru-guayana, hasta que al último, ante el dolor, dijo todo lo que sus jueces fiscales quisieron. En conse­cuencia de estar convicto y confeso del delito que se le imputaba, el inquisidor mayor lo condenó a muerte. El 9 de agosto fué ejecutado entre las cuarenta y una víctimas inocentes como él, que rin­dieron su tributo a Dios.

La Lynch de Quatrefages, con motivo de haber vivido un cierto tiempo en la casa del desgraciado Ramón Franco, estaba bien interiorizada de la for­tuna y alhajas que tenía, siendo esta malhadada circunstancia casual el origen de su trágica perdi­ción.

En efecto, cuando el después mariscal López, im­portó al Paraguay a aquella mujer, la hospedó en la casa de Franco, calle Independencia Nacional esquina de la Justicia, hoy General Díaz, ocupada por la Escuela Normal de Maestras. Con este mo­tivo, la Lynch de Quatrefages, tuvo la oportunidad de conocer íntimamente al dueño de su casa, como

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también todo cuanto de apetecible poseía, pero ni el reciente despojo de sus valiosos intereses ni el tra­to de alta distinción que en aquella época le pro­digaba, fueron suficientes para amortiguar en algo la ferocidad de aquella arpía.

Salvador Echanique era hombre acaudalado, res­petado y querido de todos. Su desahogada posición la había conquistado a costa de su honrado y teso­nero trabajo personal; su feliz hogar lo había mo­delado dentro de las normas de estas virtudes.

Pero escrito estaba, que Salvador Echanique, co­mo hombre de fortuna y más que todo, español de nacionalidad, no quedaría excluido de la conspira­ción fraguada y en efecto, a fines de junio de 1868, fué uno de los primeros conducidos a la guardia po­licial de Luque y de allí por ferrocarril a la Asun­ción, entre otros extranjeros y nacionales, con dos pesadas barras de grillos. De aquí, todos juntos, fueron embarcados con destino a San Fernando, punto de donde arrancó la vía crucis del desventu­rado hombre.

Interrogado sobre la conspiración, contestó que nada sabía. Sus jueces fiscales se exasperaron ante la verdad de su declaración, siendo por tanto la causa para que lo mandasen azotar bárbara y cruel­mente, provocando en él la expulsión de grandes cuajarones de sangre por la boca. A pesar de esto, no se suspendieron los tormentos hasta volver a in­terrogarle sobre lo mismo.

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Echanique contestó: que bajo el juramento pres­tado, se ratificaba en su confesión anterior.

Se le aprensó en el cepo uruguayana, se le supri­mió la mísera comida y el agua, se le mantuvo de día y de noche a la intemperie y se le infligió to­dos los tormentos que se usó en San Fernando y aún así, bajo el impulso de su injusto martirio, en­contró aliento su temple varonil y sostuvo su fir­me juramento.

Ante esta firmeza, sus jueces fiscales de sangre, pidieron y obtuvieron la condenación a muerte del desgraciado Salvador Bchanique y el 22 de agosto de 1868, de tarde, fué fusilado por la espalda, en­tre los 37 desgraciados como él, que rindieron a Dios su vida en el mismo momento.

TERRIBLES ESCENAS

Juan Fusoni y otros, que aparecen como falleci­dos de muerte natural, un momento antes de ser ejecutado, fué a causa de las heridas que recibió en la corta trayectoria recorrida desde su prisión al sitio del patíbulo. Explicaré brevemente el caso.

Los soldados de franco, al ver las disposiciones preliminares para la ejecución, en el deseo de agra­dar siempre al jefe del estado mayor del ejército, general Resquín, que les instaba por medio de sus subalternos para este acto, corrían a tomar un pe­dazo de hueso, un pedazo de greda endurecida, res­to de tina raja consumida en la cocina, etc., y lúe-

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go se colocaban en fila, a un lado de la senda por donde sería conducido el ajusticiado. Cuanto éste pasaba por delante de aquellos desalmados, lanza­ban contra él, por mejor decir, a boca de jarro y con toda fiereza, los dardos mencionados, en medio de una algazara infernal, hiriendo a algunos y ma­tando a otros, como en los casos citados, en cuyas ocasiones, las heridas fueron tan profundas que ca­yeron allí muertos. Otros que también fueron he­ridos, particiúarmente en la cara y cabeza, tuvie­ron la suerte, diremos, de ser ultimados por las ar­mas antes que padecer los efectos de aquellas lesio­nes, como el desgraciado Bernardo Ortellado, que recibió en la cabeza dos golpes de caracú (pedazo de fémur de vacuno), que lo dejaron exánime y lo ejecutaron en este estado.

El 26 de agosto, al obscurecer, entre la tercera partida, fué asesinado por la espalda, en San Fer­nando, el joven Francisco Decoud, quien no pu-diendo caminar por su lastimoso estado, tuvo que ser llevado a la rastra por dos soldados hasta el si­tio de la ejecución y allí, acostado boca abajo y con una barra de grillos, se cumplió con él la infame sentencia. Aquel acto salvaje se hizo tan precipi­tadamente que todos los masacrados en la tarde de este día fueron abandonados a la voracidad de las aves de rapiña, porque corrió la noticia de que el enemigo se encontraba ya a la vista y que proba­blemente esa noche intentaría algún ataque. De ahí

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la aparente causa para dejar insepultos los cada-, veres de aquellos infelices seres humanos.

Y a propósito agregaré dos palabras más. Con la caída de Humaitá, el 5 de agosto de 1869,

la posición del mariscal López en San Fernando, se hacía ya insostenible y entonces resolvió abando­nar el campo el 26 del mismo.

Desde tres días antes de su partida, mandó ma­sacrar hasta 150 hombres por día, de entre las ino­centes víctimas que por su orden, se incluyeron en la célebre causa que, como se ha visto, le llamó la gran conspiración.

El mismo día de su partida, desde una hora an­tes, se dio comienzo al fusilamiento, concluyendo recién casi al obscurecer.

Cuentan los jefes y oficiales sobrevivientes, que componían el séquito del mariscal López, cuando éste iba huyendo, que durante un largo trayecto del camino se iban oyendo las descargas de fusile­ría sobre aquellos mártires inocentes.

Gaspar Campos, teniente coronel del ejército ar­gentino, perteneciente a una de las familias más distinguidas de Buenos Aires, cayó prisionero en el sangriento combate de Acá-Yuasá.

Fué uno de los prisioneros que más sufrió. Des­de el primer día se le obligó a que declarase que el general Mitre había comisionado a varios paragua­yos legionarios y prisioneros para asesinar al maris­cal López. Campos negó siempre tales hechos, co­mo era consiguiente, dado que nunca existieron.

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La mente del sanguinario mariscal estaba obse­sionada por la idea de las conspiraciones, eterno fantasma de los tiranos y situaciones de fuerza, y de ella se servía como arma favorita, para cometer los inauditos y horrorosos atentados contra los más caros y sagrados derechos humanos.

El comandante Campos fué azotado hasta quedar sus espaldas convertidas en carne viva, negando siempre, rotundamente, lo que sus verdugos le im­ponían declarase, mejor dicho, lo ignoraba todo.

En este estado, Campos permanecía en descanso, con una barra de grillos y encepado a la intempe­rie, hasta curársele las llagas que le producía el azotamiento diario. La curación consistía en lavár­sele las llagas con salmuera, procedimiento que, en los primeros días surtía efecto, pero después, con las heridas enllagadas, apenas cicatrizadas, las nue­vas brechas abiertas con los azotes, este antídoto tan vulgarizado y popular entre aquellos desgracia­dos, ya era impotente en su obra humanitaria.

Completamente a la intemperie, se le tuvo al ilus­tre prisionero encepado en cuatro estacas, desde que cayó hasta rendir el último tributo a la Natu­raleza, el 13 de septiembre de 1868, en Itá-Ybaté, como aparece en la presente tabla de sangre.

Respecto de María Jesús Egusquiza, se ha asegu­rado, también a sotto voce, que la verdadera causa fué otra. Una venganza. El mismo caso del pai Ro­mán, con la angelical señorita Dolores Recalde, con

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la diferencia de que el galanteador de aquélla era el propio juez fiscal, paí Maíz, que habiéndola ha­llado siempre firme, le cupo la oportunidad de ven­garse de ella.

Desde que estas desventuradas hermanas llega­ron a San Fernando, se les tuvo con una barra de grillos, a la intemperie, con una escasa alimenta­ción y sufriendo todas las penurias imaginables.

María de Jesús Egusquiza, que era la más joven, pues contaba apenas unos 28 años de edad, fué ten­dida desnuda y estirada al suelo de pies y manos, sin miramiento a su sexo y en esa posición azotada hasta dejarla moribunda, sin que aquellos inquisi­dores consiguiesen arrancarle nada de lo que ellos pretendían.

Entonces la aprensaron con la uruguayana, de tal modo que hasta le hicieron crujir los huesos, sin que tampoco obtuviesen el ansiado embuste que quisieron legalizar con la declaración de la víctima.

Levantado el campamento de San Fernando, el 26 de agosto de 1868, todos los supuestos reos de la conspiración fueron trasladados a Villeta, la mayor parte a pie, encontrándose entre ellos la desgracia­da María de Jesús Egusquiza, a quien para em­prender este viaje le sacaron los grillos, pero en cambio le ataron los brazos, codo con codo.

Llegada a Itá-Ybaté, las torturas con esta seño­rita volvieron a reanudarse, pero no pudiendo re­sistir más, rindió su virtuosa y noble vida a Dios, muriendo en lastimoso estado de inanición, en la mañana del 10 de noviembre de 1868, sin encon­trar una caritativa alma que le pasase una gota

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de agua, que pedía a gritos, para calmar siquiera en su ríltimo momento la sed devoradora que la atormentaba desde muchos días atrás. He aquí confirmado, una vez más, el resultado del odio que se concitaba alrededor de todos los infelices encau­sados en la supuesta conspiración y por más que el noble sentimiento de piedad no se extinguiese to­talmente en las almas superiores, nadie se atrevía a demostrarlo, sabiendo el terrible fin que le espe­raba, teniendo que ahogarlo, aunque con dolor, en una aparente indiferencia. Así, aquellos angustio­sos y desgarradores ayes de las desamparadas víc­timas se perdían en el espacio.

El mariscal López, al desarrollar su plan de en­juiciamiento contra las personas decentes y ricas, tanto nacionales como extranjeras, incluyó en pri­mer lugar a su hermano Benigno, para aparentar de probar así al ejército y al pueblo no comba­tiente que la ley se encontraba hasta sobre stis más caras afecciones, con exclusión de su compañera postiza, se entiende.

Benigno López fué llevado de Asunción a Cei­bo y de aquí a San Fernando. En este punto lo mandó arrestar primeramente, para poco después reducirlo a prisión y remacharle dos barras de gri­llos, con centinela de vista. Toda esta sucesión de penas aplicadas al hermano, la hacía rodear de apa­ratosos cuadros para que produjesen la impresión de extrema gravedad la causa, cuya existencia real trataba de llevar al convencimiento público.

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ESCENAS MACABRAS

Incontinenti, fueron conducidos al sitio designa­do para la ejecución. Un fuerte piquete les custo­diaba, seguido éste de otro más numeroso aún. Lue­go venían cuatro sacerdotes cpie iban rezando en alta voz, precedidos por cuatro soldados, conduc­tores cada uno de un banquito, completando la ma­cabra procesión ocho soldados que llevaban al hom­bro azadas y palas. A unos cincuenta metros de estos últimos, marchaba un pelotón de caballería, al que seguían tres carretones arrastrados por mu-las, cuyos vehículos eran la vivienda y cárcel am­bulante de los hermanos Venancio López, Inocen­cia López de Barrios y Rafaela López, viuda de Be­doya. Estas iban llorando a gritos, desesperadas, en la firme creencia de que también eran conducidas al sacrificio, por no haberse dado cuenta de la con­mutación de la pena de muerte. La primera seño­ra, que tenía consigo a su hijita Juanita, de seis años de edad, y que no perdía de vista a su esposo, que iba por delante, lanzaba agudos gritos, llamando inútilmente a jefes y oficiales para pedirles mise­ricordia para su hija; ninguno correspondió a tan angustioso llamado.

A estos tres carretones que marchaban uno tras otros, seguía un pelotón de caballería por vía de custodia.

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K!. CASO DE SATURNINO BEDOYA

De entre las diferentes comisiones nombradas pa­ra procesar a los autores y cómplices de la supues­ta conspiración, le tocó a Bedoya ser juzgado por la segunda de aquéllas, integrada por los terribles tonsurados presbíteros Fidel Maíz y Justo Román, como queda dicho, quienes debutaron con el desgra­ciado reo en el triste papel de inquisidores, que ejercieron del uno al otro confín de la República, dejando jaloneada su larga y sangrienta trayecto­ria con los huesos de venerables matronas y ciuda­danos, como de honestas doncellas y angelicales criaturas.

Como era natural, Bedoya no atinó a compren­der lo que se quería de él, porque se le hacían pre­guntas sobre hechos que nunca habían pasado ni remotamente por su imaginación.

Los inquisidores, empeñados en probar a su jefe su- habilidad, comenzaron por mandarlo azotar, ha­ciéndolo desnudar hasta la cintura, como a todos. Luego se le volvió a preguntar si estaba dispuesto a declarar la verdad, es decir, ser convicto como autor del robo del tesoro nacional. Bedoya, indig­nado, protestó una y mil veces contra semejante impostura de sus jueces fiscales; pero éstos ni si­quiera se dieron por entendidos y ordenaron nue­vos azotamientos. Aún así, tampoco consiguieron sus infames deseos.

Muchos días seguidos continuaron ensañándose con el desventurado hombre, hasta con visible en-

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cono, por verse burlados en sus negras maquina­ciones. En vano le reconvinienen sobre su negati­va de decir la verdad, en vano le aperciben para que confiese el robo del tesoro nacional. Bedoya se mantiene siempre al juramento prestado, cual es el de confesar únicamente la verdad.

Maíz, particularmente, se indigna ante la per­sistencia del desgraciado y ordena que sea acari­ciado con la uruguayana. Bedoya, no pudiendo re­sistir a este brutal tormento, desmayó, y es con­ducido en peso a su prisión. Horas después reaccio­na y es nuevamente conducido ante el famoso tri­bunal inquisitorial.

Se le vuelve a interrogar, siempre sobre lo mis­mo, pero Bedoya no se aparta de la verdad.

Por segunda y tercera vez se le acaricia con la uruguayana, y nuevos desmayos; lo hacen retornar a la prisión.

Al fin Bedoya se dio cuenta de la perversidad de su cuñado y resolvió seguir el ejemplo del pro­cer de la independencia nacional, Caballero, no sui­cidándose con una navaja de afeitar, como éste, por no contar con un solo instrumento, pero sí no pro­bando desde entonces alimento alguno, pretextando para ello encontrarse enfermo.

Al sexto día, el preso amaneció sin poder casi hablar. Su cuñado, el mariscal, que no quería ver­lo todavía muerto, por tener muchas invenciones que solucionar con él, como las ya puestas en juego, mandó a su médico Solalinde, a verle, con la reco­mendación de atenderlo debidamente, por tratarse

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de uno de los procesados que daría mayor luz acer­ca de la gran conspiración.

El enfermo, a pesar de los esfuerzos1 del médico Solalinde, no pudo resistir más y murió antes del medio día.

Fué torturado tan cruel e inhumanamente, que la última vez que le aplicaron la uruguayana, le dislocaron la espina dorsal y se encontraba en gra­ve estado. Además, padecía de disentería de carác­ter maligno, la que rápidamente le redujo a un agudo estado de atonía general, que con la priva­ción de alimento, aceleró el desenlace que buscaba.

Estos informes se los debo al señor Cirilo Sola­linde y los anteriores al señor Buenaventura Bor­dón, ex jefe político de Villarica, que actuó en San Fernando, primeramente como sargento encar­gado del azotamiento y la aplicación de la uru­guayana al desgraciado Bedoya, habiendo sido tam­bién él azotado más tarde por haberse conducido con relativa bondad con el obispo Palacios y otros. La mayor parte de estas referencias han sido con­firmadas por la señora Rafaela López viuda de Be­doya, que en parte presenció, y el todo se lo refi­rió el señor Adolfo Saguier, el coronel Manuel A. Maeiel y muchos otros" de sus amigos que presen­ciaron cuanto queda referido.

La misma señora cuenta que después de comen­zada la guerra, el mariscal, hermano suyo, mandó llamar un día a su esposo -y le ordenó que prepa­rase en cajoncitos, con la mayor reserva, dos mil quinientas onzas de oro y diez mil patacones en mo­nedas de Carlos IV, para ser invertidos en Europa

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en la compra de armamentos, que había resuelto ad­quirir; y que en previsión de un posible manotón de los enemigos en el curso del viaje, mandase es­cribir a tinta sobre cada cajón, madama Lynch.

Los cajones fueron embarcados en la cañonera francesa de guerra "Desidee" y fueron directa­mente a engrosar las otras remesas hechas ya ante­riormente por la misma, de los dineros de la teso­rería de la Nación.

Como que Bedoya se diese cuenta de la respon­sabilidad del robo al tesoro de la Nación cometido por su cuñado y que éste quería achacarle, so pre­texto de llevar adelante los planes de la supuesta gran conspiración, prefirió el suicidio a las suce­sivas torturas y más que todo, antes de verse ex­puesto a la acción de los intensos dolores, a decla­rarse culpable de tan vituperable delito, dando así lugar a que el infame impostor consiguiese su men­guado propósito, como es el de justificarse, dejan­do borradas, por lo tanto, las huellas de la cuan­tiosa defraudación consumada por él en beneficio de su idolatrada manceba, en cuyo obsequio no le importaba arrostrar la estigmatizaeión pública, ni respetaba los sagrados intereses de la patria, ni le pesaba tronchar violenta y calculadamente la vida de insignes y leales servidores de la Nación, ni se avergonzaba para romper los vínculos más caros de amistad y de familia. En una palabra, fué un verda­dero autómata, al servicio discrecional de su adúl­tera compañera.

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EL SUPLICIO DE CARRERAS

Los paices Maíz y Román, que fueron sus jueces fiscales, no aceptaron la contestación dada y en castigo de haber negado la verdad, al decir de ellos, le mandaron aplicar un feroz azotamiento; y, como el desgraciado hombre insistiera en sus respuestas anteriores, lo mandaron aprensar con la urugua-yana, intimándole, estando en ella, que no sería sa­cado si no confesase de acuerdo con las preguntas del interrogatorio que se le había hecho. Poco ra­to después desmayó y lo condujeron a la pri­sión.

El doctor de las Carreras fué torturado con azo­tes, cepo uruguayana, hambre, sed y tenido siem­pre a la intemperie, de día y de noche; aún así, siempre se mantuvo firme al juramento de decir la verdad. Entonces, el paí Maíz, viendo que su víc­tima inocente era hombre que moriría antes de apartarse de la verdad, lo mandó tomar con dos soldados y con un martillo le machacó todos los dedos de la mano derecha, diciéndole: ' ' Para que no puedas comunicar a tu país nada de lo que se te ha hecho en el Paraguay".

¡Dios mío, qué horror, al solo recordarlo! En la vía crucis de Villeta a Ibá-Ybaté, de las

pobres víctimas de San Fernando, que cayéndose y levantándose caminaban azuzados por la bayone­ta y el terrible ysipó (junco), el desgraciado doc­tor de las Carreras, con sus heridas en las espaldas y en los dedos de las manos, y con una extrema consun-

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ción, se encontraba en el número de aquéllas, pe­ro llegó un momento en que el dolor y el agota­miento de sus fuerzas lo tendió en el suelo sin po­der moverse más. Al verlo, sus compañeros espera­ron que inmediatamente sería bayoneteado por los soldados, como venían haciendo con los otros que habían caído como él.

" . . . pero de las Carreras, con su mala suerte, con­tinúa Masterman, pág. 247, cruzaba los montecitos a tropezones y se caía a cada momento, cortándose horriblemente la cara y las manos, hasta que por último el oficial, cansado de pegarle, ordenó a dos soldados que lo tomaran por los brazos y lo arras­traran violentamente el resto del camino".

Dos días después de la llegada de todas las ino­centes víctimas a Itá-Ibaté, el doctor de las Carre­ras fué sometido a nuevas declaraciones y ante las amenazas del terrible paí Maíz, de triturarle los de­dos de la otra mano, no se hizo esperar un segundo más y contestó que escribiesen cuanto quisieran. Con esta manifestación terminó el interrogatorio, quedando de cuenta de los malos ministros del Se­ñor, escribir todo cuanto quisiesen, como en reali­dad lo escribieron.

En el gran proceso de San Fernando, que des­pués de la guerra el presidente Cirilo A. Rivarola hizo pasar por las manos de los ministros y gene­rales aliados, a más de los señores que actuaron en­tonces, incluso el autor, aparece toda ensangrenta­da la hoja donde se encuentra la declaración del doctor de las Carreras, a quien, para suscribirla, el paí Román le tomó de la mano y le hizo trazar

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unos garabatos a guisa de firma pero que resultó ilegible por las manchas expresadas de sangre que la cubrían.

SIMULACROS DE CONSEJO

"Todos los reos, cuyas declaraciones habían ter­minado, fueron sometidos a una especie de consejo de guerra presidido por el coronel Toledo.

" Y digo una especie, porque se distinguió y brilló por la singularidad de que los reos no tuvie­ran defensores, ni se les permitió que hicieran ellos su defensa, circunstancia por cierto bastante signi­ficativa, si se tiene en cuenta que sus disposicio­nes descansaban sobre base de arena movediza.

"Las irregularidades observadas por el procedi­miento de los procesos han producido su natural efecto, estableciendo la duda en el ánimo de mu­chos acerca de la verdadera existencia de la conspi­ración y hay quienes, con racionales fundamentos, afirman que ella ha sido obra de la imaginación y de la venganza.

" E s innegable que todas las declaraciones han sido arrancadas por la fuerza, mediante la aplica­ción de la bárbara y cruel tortura, cuyo medio in­dagatorio está completamente desterrado de la le­gislación y práctica de todos los gobiernos civili­zados. Bajo este concepto, aquellos procesos, no pueden merecer fe, y como documentos históricos adolecen de una nulidad absoluta, tanto más cuan­to que en ello, según me han asegurado personas

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bien informadas, no se ha hecho constar la manera cómo fueron tratados los procesados. ¡Oh, aquéllo fué un sarcasmo!"

Rodrigues Larreta, a semejanza de la gran ma­yoría, se resistió por un tiempo a mentir y a ca­lumniar inocentes, pero al fin fué vencido por los azotes, la prensa de la uruguayana, el hambre, la sed, el cepo permanente en los pies, en la comple­ta intemperie, etc , y declaró lo que sus jueces fis­cales le impusieron declarase, entre otras cosas, el de haber firmado la consabida acta en Satinares; que Mr. "Washburn era el jefe de la conspiración y que él era uno de los cómplices, entre los otros tantos, como lo era el doctor de las Carreras y de­más compatriotas que vivían. en el país.

Convicto y confeso del atroz crimen de atentar contra la patria y su gobierno, fué condenado a muerte y el 22 de agosto de 1868 fué fusilado por la espalda en San Fernando, al lado del caballero Andrés Urdapilleta, entre la primera partida de los 48 sacrificados ese día, por la misma supuesta causa de conspiración.

El vicecónsul de Portugal, señor Vasconcellos, hermano de Cándido A. Vasconcellos, fué incluido en la conspiración al par que éste y después de ha­bérsele obligado a calumniar a casi toda la huma­nidad por medio de horrorosos tormentos que se le

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infligieron, terminó por mentir, confesando su par­ticipación, la de su desgraciado hermano y la de Mr. Washburn. En consecuencia, fué fusilado en San Fernando, por la espalda, el 26 de agosto de 1868, entre la segunda partida de las 17 víctimas inocentes que también fueron inmoladas ese mismo día.

Simón Fidanza, de nacionalidad italiano, padre del distinguido doctor Eduardo Fidanza, reciente­mente fallecido en Buenos Aires. Casi al comienzo de la guerra del 64, Simón Fidanza vendió al go­bierno del mariscal López el vapor "Sa l to " , del cual fué su dueño y capitán. La venta se realizó a condición de pagarse la mitad del importe en efec­tivo y la otra en yerba, pero sólo recibió la pri­mera .

Incluido Fidanza en la supuesta gran conspira­ción de San Fernando, como uno de los once cons­piradores que firmaron el documento de marras, fué saqueado de todo el dinero que tenía y luego remitido a aquel campamento, en donde fué tortu­rado brutalmente, al par de todos los que tuvieron la desgracia de caer en aquella trama, que no tie­ne igual en los fastos de la historia.

Fidanza, con ser un hombre fuerte, no pudo re­sistir y tuvo que mentir, una y mil veces, confesan­do todo lo que sus jueces fiscales le impusieron y por consecuencia de sus declaraciones terminó sus días en Itá-Ybaté, el 21 de diciembre de 1868, en-

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tre los 12 desgraciados que fueron inmolados en la mañana de aquel día.

Caído Saturnino Bedoya, cayó Benigno López y sucesivamente José Bergés y otros más. Para la prisión de este último, el mariscal López le hizo un llamado telegráfico desde su campamento de San Fernando.

Llegado que fué, se le remachó dos barras de gri­llos y con dos centinelas de vista se le alojó en una choza de paja levantada con cuatro estacas y tres paredes de cuero, por cuyo lado libre, dos guardia­nes le vigilaban.

Toda esta serie de martirios fueron rodeadas cal­culadamente con aparatosos cuadros, conforme se hizo con el desgraciado Saturnino Bedoya, de ma­nera que produjese a todo el ejército la impresión de suma gravedad de la causa que motivaba la pri­sión del ilustre funcionario. Y para inducir más aún a que se crea de que sus resoluciones estaban basadas en la justicia, lanzó el mismo día de la re­clusión el siguiente decreto, que fué impreso en ho­ja suelta y repartido profusamente en todo el ejér­cito :

" E l mariscal, Presidente de la República y gene­ral en jefe de sus ejércitos.

"Habiéndose acusado de alta traición a la pa­tria, de inteligencia con el enemigo, al ministro de Relaciones Exteriores, José Bergés, y debiendo res­ponder en justicia.

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DECRETA:

"Artículo único. — Destituyase del Ministerio de Relaciones Exteriores al ciudadano José Bergés.

"Cuartel G-eneral de San Fernando, julio 14 de 1868.

Francisco Solano López.

El secretario general de campaña. IMÍS Caminos."

Bergés fué entregado a la terrorífica comisión integrada por los paíces Maíz y Román, quienes fueron designados expresamente para entender en las causas atribuidas a los más ilustres ciudadanos de la República, como Bergés, etc., y someterlos a los más refinados martirios, sin que sus actos' die­sen lugar para mayor censura pública, en virtud de ser ejecutados por los representantes de Dios en la tierra, pues bajo el concepto religioso, no se­ría creíble que, sin mediar causa justificada de su­ma gravedad, pudiesen ordenar tan atroces tor­mentos, teniendo en cuenta su noble apostolado.

La desgraciada víctima inocente fué interrogada primeramente sobre el documento suscrito por los once en Salinares, que negó rotundamente su exis­tencia, como era consiguiente, desde que jamás se suscribió. Fué martirizado con azotes, aprensado con el cepo de la uruguayana, por repetidas veces, hasta que al último, ante el dolor que experimen­tó, cedió a todo lo que sus jueces fiscales tonsura­dos le impusieron, según unos y según otros, fué al

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patíbulo negando rotundamente todas las mentiras que bajo la acción del suplicio quisieron que decla­rase como verídicas.

Masterman, que lo conoció de cerca a este gran ciudadano, refiriéndose a su desgraciada suerte, co­mo víctima inocente del mariscal López, dice:

" . . . y de otra choza salió un viejo fantasma de hombre, que reconocí apenas; era el ministro de Relaciones Exteriores, don José Bergés. Se apoya­ba débilmente en un palo y era seguido por su su­cesor, don Gumersindo Benítez, que iba descubier­to, descalzo y engrillado."

Y al describir este mismo honorable testigo la carnicería humana llevada a cabo con los desgra­ciados que habían caído en las garras del mariscal López, dice: ;

"Algunas veces, sin embargo, el drama consistía en una visita, corta o larga, según el caso, al ran­cho situado del otro lado de los naranjos. Allí iban todos los días uno que otro de mis compañeros; el flaco y descarnado don José Bergés y don Benig­no López eran conducidos a menudo a aquel punto.

" U n día vi al primero arrodillado a los pies del mayor Caminos. Allí estaba en medio de la llovizna el ministro de doce años y encargado de una mi­sión especial en Inglaterra y Estados Unidos, im­plorando, a la vejez, con sus manos juntas y tré­mulas, la piedad de un soldado brutal, que dos años antes, solamente se le habría acercado tímidamente con el sombrero en la mano. Nada le valió esto, ni sus largas y escasas canas que flotaban húmedas y enredadas al capricho del viento.

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LA FAMILIA DEL MARISCAL

Los hechos que posteriormente fueron sucedién-dose prueban hasta la evidencia que el mariscal Ló­pez lo que buscó fué la inclusión de sus hermanos y madre en todas las supuestas conspiraciones, ba­jo la intención predominante de desheredarlos le­gítimamente, en caso de que llegase a morir, por manera que no encontrase ningún inconveniente su querida y sus hijos, a quienes adoraba con frenesí. Quería regalarles lo suyo y hasta lo que era de legí­timo y sagrado patrimonio nacional, como después lo hizo.

En segundo lugar, madama Lynch de Quatrefa­ges buscaba apoderarse de las ricas alhajas que te­nían los hermanos de su amante, y sólo complicán­dolos a éstos y a la propia madre de ellos, el cami­no se le presentaba bien trillado, como en efecto así pasó, prestándose el malvado hijo para que su propia y anciana madre fuese saqueada cerca de Cerro Cora, hasta de lo poco que iba salvando del naufragio.

Venancia López como sus hermanas Inocencia y Rafaela López, que se vieron obligadas a mentir, como mintieron mil veces, ante los martirios, fue­ron condenadas a muerte y conmutadas como deja­mos dicho.

Por esta sentencia quedaba realizado el propósito del hermano Caín y de su perversa concubina.

Ahora, para llevar adelante el despojo proyecta­do de sus bienes, se mandó que la misma sentencia dijese:

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"Declaramos también que los bienes, de cual­quier naturaleza que sean, pertenecientes a los tres reos penados, Venancio, Inocencia y Rafaela López, quedan gravados formalmente para la satisfacción que en justicia les toque hacer a su tiempo, según lo que últimamente resultase líquido contra ellos, ya que se les ha conmutado la pena ordinaria, y en esta consideración no son adjudicados dichos sus bienes del todo al fisco, debiendo hacerse saber esta resolución a quienes convenga para los efectos consiguientes.''

Hay que dejar constancia que a medida que cada uno de los hermanos López fueron apresados, también le fueron secuestrados todo el dinero amo­nedado que tenían, así como las alhajas de las se­ñoras, apareciendo después muchas de éstas en el inventario de los bienes declarados como suyos por madama Lynch de Quatrefages, cuando ésta fué traída de Cerro Cora, después de la terminación de la guerra.

Cuando el mariscal López se encontró en las cor­dilleras, consideró llegado el momento propicio de tanto tiempo acariciado, de desarrollar el plan de eliminación de su anciana madre y hermanas res­tantes, en cuyo caso, después de su muerte, su bas­tarda compañera, madama Lynch de Quatrefages y sus hijos, no tendrían ningún estorbo para ser declarados únicos y universales herederos de la cuantiosa fortuna amasada con las lágrimas y la sangre de sus víctimas. A este efecto, lo comisio-

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nó al coronel Aveiro, para que diese cumplimiento al nefasto y tenebroso plan. Este consistía en el socorrido expediente de las conspiraciones. Nada más sencillo, entonces, que fraguar una especial y sui-géneris, adaptable al sexo y rango de aquéllas y como urdida por las' mismas, en forma solapada contra la vida del eximio mariscal.

Aveiro, respondiendo a la consigna que le dio el jefe supremo, primero saqueó a la pobre señora, viuda y madre, de las onzas de oro que iba salvando del naufragio, así como de sus alhajas y ropas; lue­go la sometió a un interrogatorio capcioso, al que contestó negativamente, por no faltar a la verdad. Su verdugo desenvainó entonces su espada y la acarició con cinco cintarazos descargados con toda fiereza. Para esto, dispuso que previamente le fue­ran atadas las manos y desnudada hasta la cintu­ra, actos incalificables que se ejecutaron en medio de quejidos lastimeros y explosiones de agudos la­mentos de la pobre anciana, cuyos ecos llegaron a oídos de su depravado hijo, el mariscal, y a todo el cuartel general.

¡Horroriza e indigna el solo recuerdo! El inesperado ataque de las fuerzas brasileñas al

campamento de Cerro Cora, el 1? de marzo de 1870, salvó a aquella desventurada madre de la muerte a que juntamente con sus dos hijas estaban conde­nadas por su hijo primogénito, el mariscal y Pre­sidente de la República, Francisco Solano López.

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EL DESPOJO

"Vino la guerra y aquel monstruo se entregó a la más desenfrenada iniquidad. Luego se conven­ció del irremisible fracaso de su descabellada em­presa y comenzó por vaciar toda la existencia de las arcas del Estado; pero, temiendo las consecuen­cias consiguientes, cuando tuviese que buir del país, como siempre fué su propósito, concibió y alimentó la idea de dar forma y existencia propia a la famo­sa conspiración, con el fin de despojar también a los supuestos complicados de sus bienes y caudales con qué engrosar lo que había robado y enviado a Europa, a nombre de su inseparable compañera.''

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UNA CARTA FAMOSA

Del paí Fidel Maíz sobre Pancha Garmendia

Arroyos y Esteros, setiembre 7 de 1907.

Señor M. Pérez Martínez Villariea.

De mi aprecio:

Con algún retardo me ha llegado su estimable carta tarjeta, de fecha 20 de ppdo. agosto.

En ella me dice Vd. : "Aprendido "Hojas de Mayo", mis niños me piden un dramita sobre Pancha Garmendia. Para satisfacerles me faltan li­bros y experiencia; pero tengo el tino de dirigirme a su casa, y le ruego me haga el bien de propor­cionarme todos los datos sobre la vida y trágica muerte de la mártir del honor. Desearía saber, so­bre todo, si la Lynch, no tuvo participación en es­te drama, y si la hermosa Pancha tenía algún pre­tendiente, como es de presumir''.

Voy a llenar su deseo, no sé si satisfactoriamente, porque también a mí me faltan libros. Sólo tengo la experiencia de los datos pedidos, mediante la vida octogenaria, que arrastrado me lleva.

El tiempo ciertamente ha hecho que pudiese yo haber conocido personalmente a la Pancha, desde

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los primeros albores de su edad juvenil, y me ha colocado también en situación de deplorar los últi­mos aciagos trances de su desgraciada existencia.

Pancha G-armendia ha sido hija de padre espa­ñol y madre paraguaya.

Su cuna como su sepulcro, su pañal como su mor­taja, han sido de lágrimas, dolor y luto. Ambos polos de su vida—su entrada y salida del mundo— han estado en manos de los dos más grandes y crueles tiranos que ha tenido el Paraguay—el dic­tador Francia y el mariscal López.

El primero de ellos había impuesto una fuerte multa al padre de la Pancha para el perentorio plazo de 24 horas. La madre, hecha la Dolorosa del calvario, recorrió calles, rogó, lloró de puerta en puerta. . . ; y su tierna Pancha con ella, ángel de la desolación, imprimía a aquel cuadro de dolor el fondo más desgarrador de la desesperación, para recoger, antes que el óbolo del rescate, el yerto ca­dáver del esposo y del padre, traspasado de ba­l a s ! . . .

No tardó mucho para que la Pancha quedase huérfana también de madre; ésta no pudo menos que sucumbir bajo los golpes, por demás crudos y profundos de amarguísima desgracia.

He aquí su cuna, uno de los polos, de su vida; su sepulcro, el otro de los polos, le esperaba, al tra­vés de ocho lustros, en los desiertos de las altas sel­vas, al reflejo fatídico de aceradas lanzas.._.J

Huérfana de padre y madre, la Pancha quedó al cuidado y educación de la respetable y distinguida familia de don José del Barrio (más tarde Ba-

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trios) español, y doña Manuela Bedoya, paragua­ya.

A la muerte del dictador Francia, y cuando don Carlos A. López fundó la academia literaria, en 1842, mis padres me llevaron a la Asunción para ingresar en aquel instituto único de segunda ense­ñanza; quedé a cargo de mi tío el presbítero clon Marco A. Maiz, director de la academia, después Obispo Auxiliar del Paraguay.

Fué entonces que conocí a la Pancha; nos en­contrábamos calle de por medio, sobre la del 14 de Mayo. No puedo precisar su edad pero quiero creer que no llevábamos mucha diferencia; tendría sus 13 a 14 años.

El cáliz de. aquella rosa comenzaba a abrirse en el pensil asunceño. La Pancha, crecía gallarda, desarrollándose en hermosura. Era una beldad, y tanto más bella y atractiva cuanto que su virtud, puesta tempranamente a prueba, se acrisolaba y era comentada favorablemente en todas las esferas de la culta sociedad.

El joven coronel de guardas nacionales Francis­co S. López, luego brigadier general y últimamen­te mariscal Presidente de la República, llegó a pren­darse de la Pancha y frecuentó sus visitas a ella (1844).

Decíase que jamás pudo doblegar su resistencia, desde que aquella solicitud de amores no llevaba fines honestos, y la Pancha estimaba muy en mu-

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cho, arriba de todo, su rara y eminente virtud de pureza intangible.

Otros pretendientes no pudieron acercársele por entonces; pero al fin, el brigadier López, cambió de afecto para con la Pancha; se hizo de otra que­rida, y de otras. . . , hasta dar con la Lynch.

En tal estado la Pancha, no le faltó visitante; sin embargo, el hombre que había fracasado con ella, no la perdía de vista, y sin duda, que abriga­ba latente un celo resentido, cual si fuese desaira­do por aquella mujer de sus primeros afectos.

Puedo mencionar a uno de los que pretendieron honestamente a la Pancha; joven de distinguida fa­milia, de bastante fortuna, de buena preparación intelectual... ; era don Pedro Egusquiza, tío del que fuera general del mismo patronímico. Pero ¿qué sucedió? Don Pedro fué enrolado, y asentó plaza en los cuarteles... Nadie después, que sepa yo, se atrevió a visitar a la Pancha.

Así las cosas, sobrevino la guerra con la Triple Alianza. Dos años hacía ya que yo estaba preso con una barra de grillos e incomunicable; al par mío se encontraban centenares otros gimiendo tam­bién en las mazmorras de la opresión. El general López inauguró su gobierno llenando los calabozos.

La guerra seguía cada vez más encarnizada y sin tregua. El ejército nacional se encontraba ya en Paso Pacú, y fui allí conducido. Debido al esplén­dido triunfo de Curupayty, obtuve mi libertad, y pude seguir en adelante el curso de la guerra has­ta su terminación en Cerro Cora, donde caí prisio­nero apenas salvando la vida.

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No hay duda que estas reminiscencias están por demás para el fin que usted persigue; pero, ellas mediante, voy dándole los datos referentes a la Pan­cha.

Desde diciembre del 62 en que caí preso, no la había visto más hasta que en diciembre otra vez, del 69, la he vuelto a ver.

Entramos en este período.

Acampado estaba el ejército nacional sobre el arroyo Itanará arriba un poco de la Villa Igatimí (Terecañi), y allí fué traída la Pancha desde un lugar llamado Espadín sobre las alturas de la vi­lla de S. Isidro {Cwu-guaty) ; en aquel desierto se encontraban confinadas varias personas de las fa­milias más; espectables, caídas en desgracia de Ló­pez.

Allí pues {en Itanará) he visto entrar a la Pan­cha; y no cesaba de mirarla y contemplarla bajo el prisma de ideas, de recuerdos y de pensamien­tos mil, que en aquel momento inesperado se me agolpaban vivos y en tropel.

Voy a reproducir aquí ligeros datos que tengo consignados sobre la; llegada de la Pancha en Ita­nará.

"Era una tarde serena, el sol iba hundiéndose en el ocaso, cuando la bella Garmendia entró en aquel campamento. Venía a pie, en un cuadro de soldados armados; tapada con un pedazo de bayeta rosada; descalza, con un ligero y gastado vestido

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que apenas bastaba a cubrir el cuerpo; visiblemen­te extenuada, marchita del todo; pero, mismo así con sus perfiles de peregrina y encantadora her­mosura ; su color todavía de carmín, transparentán­dose por entre su cutis fino y de blancura alabas­trina.

"Dio la coincidencia de encontrarse López fue­ra de la casa que habitaba y sobre el camino que traía la Pancha, para allí afrontarse con ella. Otra coincidencia también, la de hallarme yo en ese mo­mento con López, para haber presenciado aquel encuentro de tan profundas impresiones para mí; pero, que al aparecer, en nada conmovió ni inmu­tó a aquel hombre, de carácter tan adusto y frío, marmolizado estoicamente.

" L a Pancha no pudo ocultar la sorpresa que le causó la presencia de improviso de López; pues se detuvo, casi retrocediendo, al verlo. La paloma sin hiél, no sentiría palpitar con más ansias su inocen­te corazón al encontrarse pendiente de las garras del rapaz halcón, como la Pancha, pudorosa vir­gen, al verse bajo la inmediata acción de aquel hombre, dueño allí de su vida, y lo que es más, de su honor y su fama. . .

"López avanza un paso hacia la extática Pan­cha, le tiende la mano, y con muestras de afabili­dad, la invita a pasar a .la casa de su habitación.

Yo me retiré a mi rancho, pero después que vi también a la Lynch que salía a recibir a la Pancha con muestras igualmente de alegría; la obsequió con una cena y pocos momentos después la Pancha

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fué de allí conducida a la mayoría del cuartel ge­neral, en calidad de presa e incomunicable.

¿Qué habría pasado entre ellos? ¿Por ventura la Pancha había cometido algún crimen ? . . . Estas, y diversas otras preguntas, mil conjeturas me ha­cía, con el corazón amargado y las lágrimas en los ojos, al ver a aquella candida e inocente mujer víc­tima de la más negra y cruel injusticia!

Jamás había oído que la Pancha fuese alguna vez censurada al menos de falta alguna; su fama de honestidad y recato, el buen olor de su casta in­tegridad trascendían en el concepto público; era intachable bajo todo punto de vista.

Y supuesta la animadversión que contra ella abrigaba López, como proveniente de no haber co­rrespondido a sus pretensiones amorosas, ¿respon­día a esto esa prisión en las tristes decadencias de la vida de la que fuera su festejada en las risueñas alboradas de la juventud?

Bajo tal suposición, resalta la más horrible y bru­tal venganza!

"Sobre todo, me dice usted, desearía saber si la Lynch tuvo participación en este drama". Toca­mos este punto, en que difícil es deslindar la res­ponsabilidad de los actores.

Se ha atribuido ciertamente a la Lynch la muer­te de la Pancha; pero yo, suspendiendo el juicio, he hecho y sigo haciendo estas reflexiones:

"Dado que la Lynch hubiese abrigado, y mantu­viese todavía persistente y1 vivo su odio, su celo o

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no sé qué pasión más contra la Pancha, ¿qué peli­gro habría en aquellas alturas para temer que és­ta pudiese atraer hacia sí las miradas de amor del mariscal ?

¡ Pobre Pancha! ¿ Qué era ya ? Flor de la tarde mustia, caída, marchita bajo la acción destructora de las penurias e infinitos sufrimientos de una lar­ga peregrinación y penoso confinamiento en los cal­deados desiertos de Espadín. . . !

Admitido también que existiese en la Lynch el espíritu y propósito de una venganza, y su ilimi­tada influencia sobre la voluntad del hombre cuyo corazón tenía para siempre conquistado, sin rival posible, ¿habrá conseguido de éste que arrastrase a la inocente e inofensiva Pancha de la manera que la hizo, sin más móvil que dejarla a merced de esa querida y que ésta convertida en monstruo de perversidad cometiese fría y calculadamente aquel crimen de la más detestable y horripilante vengan­za, que caber pudiera en entrañas de mujer . . . ?

Dado, pues, que semejante maldad sea obra de la Lynch, valiéndose de su amante, ¿quién en tal caso, él o ella, resulta el verdadero y único culpa­ble, ¿Quién, el que pudiera haber evitado aquella muerte o la que sólo se habrá solazado por ella? ¿Quién, el que lejos de evitarla la preparó, y en seguida la mandó ejecutar, o la que acaso no la supo sino después de ejecutada ya . . . ?

Dejo al tino de usted, fino y desapasionado, el juicio que deba formarse sobre la supuesta partici­pación que la Lynch pudiera haber tenido en este drama.

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A mí no me consta que ella hubiese de algún mo­do influido en el ánimo de López, para haber éste victimado a la Pancha; me consta sí que las cruel­dades de aquel hombre no necesitaban de ajena su­gestión. Ellas provenían de su propio fondo—de un corazón forjado en la fragua de la inhumani­dad, retemplado en la hoguera de la destrucción, y caldeado en el crisol de las venganzas.

Le hemos visto no conmoverse con los horrores de la inmolación de su pueblo y nación; pisando iba sobre cadáveres durante cinco años y siempre con sed y hambre de sangre y muerte. . .

Cuando se propuso castigar a su propia madre, como lo hiciera ya con sus hermanos y hermanas, creía encontrar en él algún resto del sentimiento más íntimo e indestructible del corazón humano— el sentimiento filial; le rogué por el perdón a la madre, y . . . ¡cruel desengaño... !

Doblemos esta hoja; y esperemos el frío fallo de la historia, que dará a cada uno su parte de res­ponsabilidad en los mil episodios del inmenso y luctuoso drama de la destrucción patria.

Voy a terminar esta, ya por demás larga retahi­la con los datos sobre la trágica muerte de la " már­tir del honor".

Habíamos visto a la Pancha en el campamento de Itanará; conducida después de haber cenado con la Lynch, a la mayoría del cuartel general, en ca­lidad de presa e incomunicable.

Pocos días después marchó de allí el ejército a

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un lugar llamado Arroyo Guazú, y de aquí a otro denominado Zanja-hú.

Sabedor de que en Arroyo Guazú habían sido eje­cutados varios presos, pregunté al coronel Centu­rión, que corría con ellos, por la Pancha, creyendo que fuese traída a Zanja-hú; pero cuál fué mi sor­presa cuando me dijo que ella había sido también muerta, y a lanza! . . .

Muerte tanto más deplorable y atroz cuanto que la sentencia estaba puesta con una señal de cruz a lápiz por el mismo López, sobre él nombre de Pan­cha, en la lista de los presos!.. .

Así la borró en menos de un tercero de tiempo de entre los vivos, y la hundió en el caos de los muertos! Y sus restos destrozados quedaron inse­pultos en aquel desierto, sin otra cruz siquiera de tosca madera, que guardase su sepulcro! . . .

He aquí el otro polo de la vida, de la Pancha, su salida del mundo entre lágrimas y sangre. Esta­ba ciertamente en manos del otro de aquellos dos tiranos los más crueles del Paraguay!

Inclinémonos, desde la distancia ante la tumba de aquella heroína de la castidad, víctima inocente, mártir de la pureza. Ella ángel del desierto, batió sus alas de púrpura, y se remontó a incorporarse en las etéreas regiones con el grupo de las "ciento cuarenta mil vírgenes que rodean al cordero del Apocalypsis, cantando cánticos nuevos".

Pancha Garmedia, hermosa e infortunada mujer, es la honra y gloria de su sexo; es la doncella del Paraguay, como Juana de Arco es la doncella de Orleans.

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Cábeme reproducir ahora esta piadosa aspiración de mi alma:

"Plegué al cielo, y merezca también Pancha Garmendia, como Juana de Arco, la canónica con­sagración de esa heroica castidad, radiante aureola que abrillanta su sien de mártir por la virgini­d a d ! "

Ella, en verdad, murió por conservar intacta la virtud eminentemente cristiana, a la que apareja­da está la corona más gloriosa en la mansión feliz de los escogidos.

Con todo agrado saludo a usted, repitiéndome su atto. S. S.

F. Maíz.

NOTA. — Pancha Garmendia no está sola en el marti­rologio de las damas paraguayas. Todo lo que la sociedad asunceña tenía de más granado y distinguido, fué también inmolado a la par de ella como si en torno a su esclarecida figura se hubiera congregado un coro virginal para acom­pañarla en su trágica inmolación.

Al lado de Pancha Garmendia y como formando fatídico cortejo, figuran también la propia madre del mariscal Ló­pez, la respetable matrona doña Juana Carrillo, sus infor­tunadas hermanas Inocencia López de Barrios y Rafaela López de Bedoya, Juliana Insfrán de Martínez, Bernarda Barrios de Marcó y las señoritas Dolores Reealdc, Mercedes Egusquiza, las seis hermanas Barrios, y cientos de vírge­nes más inmoladas del modo más bárbaro e inhumano en aquellos días de demencia dignos de la fría perversidad y de las fieras del circo romano.

(Comentario de " E l Orden",, al reproducirla). Arroyos y Esteros, Sbre, 12 de 1905.

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CUARTA PARTE

EL MARISCAL LÓPEZ

Descrito por un miembro de su familia

Yo que te conozco desde chiquito, que palmo a palmo he medido tus pasos, que te he tenido a mi lado, que he estudiado tu capacidad, sondeado tu disposición, inquirido tus adelantos, rastreado tus ejercicios y que no te he perdido de vista ni un momento, puedo dar noticias y juzgar de tus ope­raciones; sé lo que puedes dar y la leche que has mamado.

No podrás negarme que en bruto pasaste a ser militar, en bruto llegaste a ser general, a la rústi­ca se te hizo brigadier, a la diabla te hizo tu padre mariscal y a lo maldito te hiciste presidente.

¿ Dime, cuáles fueron tus estudios l ¿ Cuáles las academias y universidades en que has cursado?

Todavía estabas con la leche en los labios cuan­do se te hizo general. Salistes de la capital a for­mar campamento de tropas en la Villa del Pilar; allí tenías cuarteles, disciplinastes soldados a la birlonga, allí los azotabas y fusilabas a tu gusto, allí fwm.astes tu serrallo de loretas y salías a evolu-

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donar a la vista de ellas, traías al retortero, las tro­pas, eras un militar jurándolas, hacían jiras y ca­pirotes marciales a los movimientos de tu espada que blandías con cuerpo y alma a las voces de mando, mostrando que eras el hombre de especula­ción que allí había.

Cada una de las espectadoras concebía la expec­tativa de merecer siquiera tocar la punta de tu es­pada, sin estar ajenas de conocer tu disposición de envasársela al primer asalto estratégico que se pre­sentase .

Estos fueron los rudimentos militares en que se ensayó tu natural rudeza. . En medio de esas formaciones se notaban tus ga­

lones y mariscales quiebras de cuerpo y requiebras de tu corazón, haciéndote el caranteñero mayor de la tropa. Todos los oficiales aprendieron a ser ra-meros. Sembrado de zanahorias estaba el campo de los ejércitos militares. Enredados estaban Marte con Venus.

No tanto hacías uso de las armas del primero, sino de las flechas, dardos y arpones del hijo de la segunda.

En los ejercicios de fuego los chicoleos dejaban a aquellas ninfas especiadas y mirladas de tus za­lameras y medidas estrategias.

En todo este tiempo no te pincharon las espinas del Parnaso, ni te desvelaron las vigilias de Mi­nerva y siempre anduviste fugitivo de él.

Allí te ensayastes a hacer la guerra no sólo con tu espada candente cual volcán encendido, sino, con la licencia, con el libertinaje y la insolencia^

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Esa tu depravada conducta es la causa dé todos los desórdenes que se experimentan en el Para­guay; por ella se enciende la presente guerra, por ella se excita nuestra indignación, ella ha roto los vínculos más estrechos de la amistad, ella ha tras­tornado a los hombres y aprisionado a sacerdotes y ella es la que arruina a los habitantes.

Tu padre mismo veía a sus barbas volverte licen­cioso, veía todas tus iuclinaeiones que se alimenta­ban a su vista, él mismo fomentaba tus malas pa­siones con innumerables caricias, se maravillaba de lo que debía espantarse, favorecía lo que debía co­rregir y tomaba por diversión lo que va a costar amargas lágrimas a todo el pueblo paraguayo.

A pesar de conocer tu padre que caías en el más vergonzoso de todos los vicios, que no te ocupabas más que en quemar incienso a Cupido y herir de muerte a las familias en su honra, te envió a Euro­pa a correr el mundo, a civilizarte y perfeccionar­te en la corrupción, a aprender todos* los vicios eu­ropeos y ninguna de sus virtudes.

Ese viaje que costó al Estado ochocientos mil fuertes, ¿qué fruto ha dado? ¿Qué ventaja ha pro­ducido? Volvistes peor que antes, ignorante como siempre y relajado más que nunca, irajistes de-manceba a una inglesa célebre por sus fechorías en Europa; haces que la adore el pueblo y vives es-candalosamiente con ella. ¿Así se adora y se tribu­ta gracias a Dios que nos sacó de la servidumbre el año de 1811? ¿Así se goza de la libertad que en­tonces se proclamó?

De bárbaro y haragán que eres te vas a perder

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junto con el pueblo. No te hallo nunca ocupado en cosas buenas. Satanás se te introdujo en todas par­tes, en Buenos Aires, en Europa, etc. Se introdujo la tentación en tu espíritu, en tu corazón y en tus sentidos, te sumistes en el cieno de los vicios, come­tiste la iniquidad y cata aqm que produces la muer­te del Paraguay.

Hoy tu oficio es sufrir y hacer padecer; todo lo que ves hace tu tormento, las quimeras más extra­vagantes te parecen certidumbres, que te agobian y te exasperan; todos tus actos son reprobados, to­dos maldicen tu existencia.

Todos gimen bajo tu escandaloso poder y sobre­todo éstos, oyendo gemir el honor de tantas fami­lias, porque has hecho ahogar su voz, no has per­donado a nadie, hasta la parte más débil has ata­cado.

¿Quién no te reconviene a cada rato en este caso porque has olvidado la gloria de un sexo, cuyo pu­dor mismo es la más hermosa virtud?

Si piensas un momento tendrás que decir: Soy el oprobio de mi patria, la afrenta de mi familia, el escándalo de mi Nación que arrastro con infamia, días consumidos en la disolución; todos huyen de mí como huyen del cólera y los menos escrupulosos no quieren hablarme.

Como hombre deshonesto y voluptuoso te has mostrado sordo a los gritos de la razón, todo lo has despreciado y olvidado, hasta te has olvidado de ti mismo.

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Todo lo que te viene encima es castigo, que Dios te manda, como a Gomorra.

Manuel Pedro PEÑA,

OTRA DESCRIPCIÓN DEL MARISCAL

Francisco Solano López era grueso de cuerpo, tendría más o menos 45 años, bajo de estatura, pero de presencia airosa.

En Inglaterra pasaría por trigueño, pero era ca­si del mismo color que los españoles en general, sus cabellos eran negros y sus manos y pies peque­ños.

Cuando estaba alegre era bien parecido y sus maneras como su conversación agradables. Por el contrario, cuando estaba de mal humor, tomaba un aspecto sumamente sombrío. Era muy cuidadoso de su persona, amante del lujo militar, sobre todo en su escolta, al caminar se contorneaba de una manera peculiar, sus piernas eran cortas, con una curba muy pronunciada, sentábase bien a caballo y cuando joven era buen jinete.

Quería locamente a los hijos de Elisa Lynch, pe­ro absolutamente nada a los numerosos que tenía en otras mujeres. No era capaz de abrigar senti­mientos amistosos por nadie, habiendo hecho deca­pitar a todos sus favoritos que durante largos años habían sido sus compañeros de orgías. Era mn gran fumador y gastrónomo.

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Después de comer, cuando estaba de buen humor solía cantar una cancioncita que era su favorita: " L a flor de la canela". Tenía espléndida bodega de los más exquisitos vinos, a los cuales era muy aficionado y que nadie sino él bebía en su mesa, sin exceptuar a madama y al obispo; sus convidados comían con vino de clase inferior.

Cuando estaba en Paso Pacú, durante algunos meses solía jugar a las damas con el obispo todo el día.

El obispo se levantaba muchas veces más tem­prano que él y solía ir a esperarlo varias horas en el corredor de la habitación de López con el som­brero en la mano. Cuando López se levantaba, el obispo se acercaba humildemente y como temeroso le hacía un profundo saludo, al que López contes­taba con un movimiento de cabeza, sin quitarse el sombrero.

Hablaba muy mal el inglés, bien el francés y me­jor el castellano. Era buen orador y poseía espe­cialmente esa clase de elocuencia propia para ins­pirar a los soldados una ciega confianza en él y en sí mismos, aumentada por un profundo desprecio al enemigo.

No permitía que nadie dijera un chiste en su presencia, aunque él era muy aficionado a decir­los. Era muy exigente en lo concerniente a su per­sona y obligaba hasta a sus hermanos y a su propia madre a que le dijeran V. Excelencia. Tenía vo­luntad de hierro, desmedido orgullo y cuando que­ría era bastante suave, astuto y caballeresco, capaz

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de engañar a un diplomático y hacerle creer lo que le diese la gana.

Jamás sintió la pérdida de sus mejores oficiales y soldados. Tenía el mayor cuidado en ocultar él si­tio en donde él se escondía y con este objeto abolió los cascos de bronce d& su guardia de honor, así co­mo su bandera, y trataba siempre de ocultar este cuerpo.

No permitía que sus guardias lo acompañasen, ni que los centinelas le presentasen las armas en las tres o cuatro ocasiones que visitó wna parte de su ejército, por temor de ser visto y reconocido por el enemigo..

También dejó de usar su poncho favorito, de co­lor punzó y bordado en oro, cambió él kepis por un sombrero de paja y dio vuelta al revés su pellón bordado de oro. Todas las mañanas tenía su, caballo ensillado y su carruaje listo antes de rayar el día, para estar pronto a la fuga, en caso que penetrara el enemigo por algún punto de sus líneas.

Al principio de la guerra rara vez bebía, a no ser en la mesa; pero últimamente adquirió la cos­tumbre de menudear las copas de Oporto durante el día. Contrajo este vicio poco antes de dar princi­pio a sus últimas atrocidades, lo cual sin duda con­tribuyó mucho para hacerlo cruel. — (Thompson, pág. 363).

Nosotros creemos que este monstruo humano, na­ció dotado de instintos feroces, a juzgar por los he­chos que encierra su*aterrante historia.

En su infancia, su diversión predilecta era sa­carle los ojos a las avecitas vivas, cuando estaba de

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buen humor les arrancaba las plumas, dejándoles las de las alas y la cola, largándolas en seguida pa­ra que volasen, mas cuando estaba malhumorado les arrancaba la lengua.

(Relatos de sobrevivientes).

EL " V A L O R " DEL MARISCAL

El viejo presidente había formado un pequeño ejército permanente, y armado la Nación para la defensa. Muerto él, su hijo comenzó a armarla pa­ra satisfacer sus desorbitadas ambiciones, y en el colmo de sus desatinos, dos años después, sin con­tar con la suficiente preparación, ni con el concur­so de militares expertos, provocó al Imperio del Brasil. Desechaba los buenos consejeros, pues creía no necesitar enseñanzas de nadie, manteniendo a su lado cortesanos y adulones que alentaban sus insensatos planes, convenciéndolo de que una na­ción solo podía adquirir grandeza y nombradía, re­gistrando en sus anales una gran guerra. Procu­rando tener motivos de contienda, proclamó que no se había dado al Paraguay la intervención que le correspondía en las cuestiones del Plata, y para que tal cosa no ocurriese en lo sucesivo, se consti­tuyó, por sí y ante sí, arbitro del equilibrio de aquéllas.

Semejantes desplantes, harían creer a cualquie­ra que López poseía un carácter temerario y heroi­co, cuando, por el contrario, su pusilanimidad raya-

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ba en lo ridículo. Continuamente presumía ase­chanzas contra su vida y por .doquiera sospechaba enemigos. Mantenía siempre una custodia de dos o tres cordones de guardias y sus más fieles mon­taban su vigilancia a la puerta de su aposento o carpa. Durante la guerra de cinco años, evitó siempre el exponerse, y no sólo se mantenía lejos del alcance de los proyectiles, sino que, para colmo de seguridad, se resguardaba en casa-matas de es­pesas murallas. Recordaremos una anécdota muy sugestiva.

Cierta mañana, en Paso Pacú, durante una visi­ta de inspección al campamento, acompañado de su Estado Mayor, fué sorprendido por el lejano y casual estallido de una bomba — a tres cuartos de milla de distancia — y la explosión produjo tal im­presión de terror en su ánimo, que se alejó a todo galope, abandonando la comitiva y yendo a refu­giarse en su segura guarida. El vergonzoso hecho había tenido lugar en presencia de numerosos tes­tigos, para que fuera posible ocultarlo. Creyendo borrar la mala impresión originada, hizo escribir un artículo en " E l Semanario", injuriando a sus enemigos y diciendo que en las naciones civilizadas era un punto de honor no tirar nunca en dirección al rey que alevoso y cobarde, era haber tirado en dirección al mariscal presidente.

Dice el capitán de Estado Mayor, Teodoro Fix, en la pág. 171 de su "Guerra del Paraguay", refi­riéndose a la batalla de Lomas Valentinas:

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"Como a eso de medio día el asalto fué llevado por tres costados y con pleno éxito. Ya antes de empezar, Lópetz se había refugiado en el monte, se­guido de un pequeño número de caballeros (quince o diez y seis) y había tomado la vía de Cerro León. Si vigorosa fué al principio Ta defensa de los para­guayos, cundió después entre ellos el desaliento, cuando vinieron a saber que López los había aban­donado. En los que no podían huir, el desaliento sucedió a la energía y una especie de resignación pasava al fanatismo dominante.

Juan Carlos Gómez dice: " E l general don Juan Andrés Gelly, militar de voto en la materia, me ha asegurado cien veces que un general que no hubie­ra tenido la estupidez de Solano López, hubiera se-pidtado diez veces a los ejércitos aliados en el Para­guay a en el Paraná.

" A más de un militar he oído — y no se necesi­ta ser militar para pensarlo — que con un poco más de. energía y resolución en López, los aliados no se hubieran rehecho del rechazo de Curupayty."

SIBARITISMO

De la pareja Lynch-López

Y en tanto que todo eso y mucho más pasaba eñ el campamento de las desgraciadas traidoras, lo mismo. ocurría en los campamentos de las pobres residentas que iban arreándose tras del mariscal

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López. Y, sin embargo, hubo una mujer privile­giada que siguió haciendo hasta Cerro Cora, vida de princesa!

Esta lo fué, la amante del mariscal López, ma­dama Lynch de Quetrefages.

Dejaba la cama de 9 a 10 de la mañana; desayu­naba, por lo general, chocolate con galletitas. Se entretenía con su toilette hasta cerca de medio día y luego pasaba a la mesa, en donde eran comensa­les, el mariscal López, los ministros y algunos de los coroneles favoritos.

La comida duraba hasta la 1 de la tarde y des­pués pasaba a su cuarto, en donde hacía la siesta, hasta las 5. Volvía a su toilette, haciéndolo distin­to del de la mañana, mejor dicho de gran toilette. Salía en el corredor y se exhibía a sus favoritos y a los servidores del mariscal, recibiendo de éstos las noticias del día, etc.

A las 9 de la-noche, pasaba a la mesa, de donde se levantaba una hora después, volviendo a los co­rredores y tertuliaba con el amante y algunos de sus adictos, muchas veces, hasta la 1 de la mañana.

Las comidas eran verdaderos banquetes; platos variados, dulces exquisitos, ricos vinos y licores.

El general Francisco Isidoro Resquín, jefe del estado mayor del ejército paraguayo, en su decla­ración prestada en el cuartel general del comando del ejército brasileño en Humaitá, el 20 de marzo de 1870, refiriéndose al hambre, las marchas forza­das, las miserias, etc., del ejército paraguayo en la campaña de Cerro Cora, dice:

"En medio de tantas miserias y de estas escenas

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de desolación, y de las ejecuciones sin término, Ló­pez continuaba haciendo la misma vida que antes: se levantaba a las 9, a las 10 y a las 11 de la maña­na y a veces al mediodía, fumaba y jugaba con sus hijos; comía bien y bebía mucho, quedando muchas veces en un grande y terrible estado de excitación.

Madama Lynch siempre se mostraba vestida de seda y de gran toilette".

(Década, etc., pág. 232).

EBRIEDAD Y CRUELDAD

La manía de la "conspiración"

El derrumbe de sus fantásticas quimeras de po­derío, el fracaso de sus napoleónicas empresas gue­rreras, agravaron en el mariscal la indudable ma­nía persecutoria que padecía, abandonándose en­tonces de un modo desenfrenado a la bebida, al ex­tremo de que era raro el día que no se hallase en estado de ebriedad. Su compañera madama Lynch, fomentaba ese vicio para dominarlo mejor y obte­ner con mayor facilidad los decretos que le sugería y mediante los cuales se enriquecía y se vengaba del desdén y la frialdad con qua la familia López y otras de la primera sociedad asunceña la acogie­ran a su arribo al Paraguay. También ella abusa­ba de la bebida, pero nunca le produjo mayores trastornos.

Pequeñas causas, vagas sospechas, bastaban para

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que cualquiera fuese sometido a torturas, se le obli­gase a confesar delitos imaginarios y se le ejecuta­ra. Cuenta el coronel de ingenieros Thompson, in­glés, al servicio del Paraguay, que estando en un galpón con varios oficiales a la espera de ser reci­bido por el mariscal, un sargento de la guardia le hizo diversas preguntas inocentes, al'estilo de las siguientes: " Si la reina Victoria llevaba siempre la corona cuando salía a pasear"; " s i él vestiría el uniforme paraguayo cuando fuese a Inglaterra", etcétera. Un momento después fué relevada la guardia y los oficiales que esperaban fueron todos arrestados. Thompson fué obligado a escribir la conversación sostenida y entregarla al día siguien­te, lo que cumplió, pero ya habían ejecutado al po­bre sargento.

El 14 de enero de 1867, las banderas del campa­mento enemigo se mantenían a media asta, y cada treinta minutos se disparaba un cañonazo. Era, evidentemente, una demostración de duelo y al ma­riscal se le antojó que el fallecido era el general Mitre. Dos argentinos, arrebatados de una de las avanzadas, fueron interrogados, y como no supie­ran aclarar las conjeturas, se les aplicó una sobera­na tunda que los dejó extenuados, "confesando", entonces, que el-muerto era Mitre.

Igual procedimiento se usó con desertores y pri­sioneros tomados en esos días para obtener tan ca­prichosa declaración, por lo que López hizo publi­car en " E l Semanario" la noticia de la muerte de Mitre. El fallecido, en cambio, era el vicepresiden­te Paz.

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Los procedimientos de tortura a que se sometían los encausados eran de diversa índole y se especi­ficaban con palabras genéricas: "reconvenir", "amonestar", "acariciar", "someter a apremios", "someter a la cuestión", etc.

Después de' la guerra, el general paraguayo Ber-nardino Caballero, declaró al general G-armendia, refiriéndose a la famosa conspiración de San Fer­nando: "que la tal conspiración estaba envuelta en el misterio". Para obtener- confesiones que aseve­rasen la existencia de la supuesta conspiración, se aplicaron los más refinados tormentos que es da­ble imaginar y todos cuantos tuvieron la desgracia de ser sumariados a ese objeto, fueron ejecutados. No obstante, no ha podido aportarse una sola prue­ba fidedigna de la realidad de ese complot.

Sólo los que intervinieron en calidad de jueces de instrucción — que por su ferocidad fueron lla­mados "fiscales de sangre" y que eran instrumen­tos ciegos del tirano — afirmaron, después de la guerra, la existencia de la supuesta conspiración, actitud asumida, naturalmente, para atenuar la propia culpa.

El general Eesquín, uno ele dichos fiscales de sangre, asegura que existía una correspondencia activa entre los presuntos conjurados y el mar­qués de Caxias, en tanto que el presbítero Fidel Maíz — el Torquemada de esa Inquisición — nie­ga que se haya encontrado un solo pedazo de papel que confirmara la veracidad de tal complot o cons­piración. El marqués de Caxias protestó no haber tomado directa, ni indirectamente, participación en

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la fantástica conspiración, "gracias a Dios, no ten­go que reprocharme ni una sola gota de toda la sangre vertida por tantos inocentes. . . " , escribía.

Múltiples y variadas manifestaciones de la ma­nía de persecución que dominaba el espíritu de Ló­pez, podrían ser citadas, como también podría de­mostrarse el criminoso aliento que en sus desvíos le prestaban secuaces y adulones, muchos de los cuales cayeron víctimas de su misma perversidad.

Un día se presentó a las avanzadas paraguayas un oficial argentino, desertor del ejército aliado, y como alguien sugiriese que era enviado por el ge­neral Mitre para asesinar al mariscal, lo martiri­zaron hasta que concluyó por confesar lo exigido, fusilándosele inmediatamente.

El teniente paraguayo Zorrilla, que se batió he­roicamente en Yatay y cayó prisionero de los alia­dos, al cabo de algunos meses consiguió volver a in­corporarse a su ejército. Más tarde se le acusó de haber regresado con el mandato del general Castro para asesinar a López, y sometido a irresistibles torturas, confesó su "criminal propósito", y has­ta declaró haber enterrado por el camino una bo­tella de veneno, sin poder precisar el lugar.

Se secuestró un puñal que Benigno López, her­mano del mariscal, "mandó fabricar exprofeso pa­ra asesinarlo", y hubo otra arma semejante, de Arístides Duprat, "elegido entre los conspiradores para clavar el puñal asesino en el corazón de la augusta persona de S. E . " , un cortaplumas del mi­nistro Berges, la pistola de Palacios, unos "chipas"

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o panes de mandioca y dulces envenenados, proce­dentes de su madre y hermanas, etc.

No faltaron notas cómicas en ese mar de lágri­mas y sangre, y una de ellas es la siguiente, que pone bastante en ridículo al mariscal.

El mayor prusiano, Max Von Versen — más tar­de general — que en la guerra franco-prusiana tu­vo destacada actuación, cuando ingresó como agre­gado al ejército paraguayo, llevaba entre su redu­cido equipaje unos glóbulos homeopáticos. El far­macéutico en jefe del ejército paraguayo, Master-mann, dice en la página 327 de su libro "Siete años de aventuras en el Paraguay": Ahora el ma­yor Von Versen tiene una flaqueza perdonable, cree en la homeopatía. Tenía en el bolsillo un bo­tiquín de esos inocentes globulillos, y envuelta den­tro de éste una receta en alemán, de la dosis y ma­nera de usarlos. López, al verlos, se asustó, y pretendió descubrir en ellos una conspiración para atentar contra su vida y envenenar a sus oficiales, creyendo que los centenares de miles, como solían llamarlos los niños, poseían realmente las terribles cualidades que indicaban los nombres puestos en los frasquitos. Convocó inmediatamente un conse­jo de médicos y les preguntó si el arsénico, el acó­nito, etc., .no eran "venenos atroces". " P o r supues­to son" — dijo uno de ellos — mientras un estre­mecimiento iniciado por el obispo agitó todo el círculo de los congregados. "Pero — continuó otro, señalando despreciativamente los globulillos — si V. B. cree que esos son veneno, los tomaré todos de una vez para probar su completa ineficacia".

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"López se avergonzó y echando al entusiasta alópata, envió la receta a un alemán que estaba entonees en el campamento, para que la tradujera y después sucesivamente a dos más que estaban en la capital, para comprobar la fidelidad de la pri­mera traducción".

TERRIBLE PROFECÍA '

RELATO DE UNA SOBREVIVIENTE

(Cartas publicadas a raíz de la guerra)

La señora continuó: Viendo yo que el peluque­ro abrigaba resentimientos contra Elisa y deseosa de conocer más a fondo a nuestra huésped le dije: me han dicho que la inglesa no ha correspondido a Vd. como debiera, a cuyos buenos oficios debe la alta posición que actualmente ocupa.

El peluquero exbaló un suspiro y dijo: Es una mujer malvada, es una momia sin corazón, es fiel imagen de Proserpina la Diosa del Infierno, o más propiamente hablando, es el mismo infierno, pues­to que en el corazón tiene cautivo al mismo Luci­fer con toda sus legiones de demonios, sin perjui­cio de las dudas que siempre asaltan a mi imagi­nación y que . . .

Notando yo que no terminaba la oración, ya lo hiciese por temor que se divulgase o ya por ver­güenza; con el objeto de compelerlo a declarar

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cuanto supiese de aquella mujer- que empezaba a sacarse la careta y a hacer conocer sus instintos fe­roces, le dije: Puede Vd. hablar con franqueza, se­guro de que sus revelaciones quedarán sepultadas en el panteón de un eterno secreto; y efectivamen­te hoy es la primera vez que violo aquella promesa.

El peluquero se paró de su asiento, salió a la antesala, miró en todas direcciones y una vez con­vencido de que ningún escucha había, se aproximó a mí y bajando la voz dijo: No se descuiden Vds. de esa inglesa, es un demonio embozado en traje ele ángel; es el genio del mal; es la serpiente que men­ciona la Biblia sagrada; por aquélla se perdió el gé­nero humano y por ésta se va a perder el Paraguay. Ella odia de muerte a todas las paraguayas y abri­ga la loca pretensión de hacer exterminar a todas las señoras decentes (como lo consiguió, en gran par­te) y hacer venir una inmigración de mujeres jóve­nes escocesas, para que sustituyan a aquéllas y pue­blen el país.

Es necesario guardarse de ella y si es posible ha­cerla desaparecer de la escena social; y si no lo ha­céis llegará día en que lloraréis sobre los escombros del Paraguay, de la misma manera que lloraba el profeta Jeremías sobre los muros de Jerusalén.

Espantada yo al ver el aspecto profético con que el peluquero Castán acababa de pronunciar aquella terrible sentencia, exclamé: " P o r Dios, monsieur Castán. Vd. me asusta con su vaticinio; permítame decirle que me parece un poco exagerada la apre­ciación que me hace de esa. extranjera; a más de que no me parece una mujer tan siniestra como

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Vd. la pinta; yo la he tratado varias veces y he quedado encantada de sus maneras nobles, su tra­to amable y sus modales suaves y finos."

El peluquero contestó: Es verdad, tiene almíbar en los labios y acíbar en el corazón; por desgracia la conozco sobradamente y no temo equivocarme en los conceptos que acabo de emitir; mas vosotras es­táis en el derecho de darle el valor que os plazca, y diciendo esto se despidió, dejándome atolondrada con tan siniestras revelaciones.

(El peluquero Castán, que se suicidó después, es­tuvo al servicio del mariscal desde que actuó como intermediario para sus relaciones con la Lynch en París).

UN ENVENENADO

El peluquero Henry

Henry era un joven de simpática fisonomía, de nacionalidad francesa; para su desgracia se dejó fascinar por los halagos y caricias de Elisa Lynch, aceptó sus galanterías, representando el rol de su favorito, a manera de lo que sucede con los favori­tos de las reinas caprichosas.

El favoritismo de Elisa Lynch no reconocía lí­mites, pues el peluquero Henry gozaba de privile­gios que no tenía ningún otro.

El tenía una gran tienda de perfumería y pelu­quería en la calle de Atajo, esquina de la calle Es­trella, en cuya casa se reunían todos los magnates

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a jugar naipes, dados, etc., cuyo .negocio producía al favorito un brillante resultado; hubo noches que solo la coima que cobraba le dejaba libre sesen­ta onzas de oro; igual resultado le dejaba una ca­sa de juego que tenía establecida en la estación de la Trinidad, adonde afluía una inmensa concurren­cia de gentes entretenidas, atraídas por una o dos bandas de música que se transportaban de la Asun­ción todos los días festivos, a costa del erario pú­blico, en cuya casa se ejecutaban impunemente to­do género de inmoralidades, sin que la acción po­licial alcanzase a producir su efecto, puesto que allí solo se dejaba sentir la acción de la hija de Albión.

Aquellas bandas de música eran transportadas en los trenes del ferrocarril sin que ITenry fuese obligado a pagar los músicos ni el tren que los con­ducía ; mientras que la moral pública perdía su in­fluencia, el favorito de Elisa ganaba una fortuna, sin más estipendio que contemporizar con los ca­prichos de la candorosa escocesa y hacerle la "toi ­lette".

Después de la evacuación de la Asunción, se en­contraba Elisa viviendo en Luque, adonde se ha­bían trasladado todas las familias de la capital. El cónsul francés Cuverville quiso obsequiar a su ama Lynch con un gran baile. Elisa mandó un chasque ordenando a su peluquero que se trasladase a Lu­que en un tren especial cpie se pondría a sus órde­nes a las tres de la tarde, para que la peinase.

El peluquero al recibir el mensaje tuvo la im­prudencia de decir en presencia de varios amigos

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que madama era calva, que engañaba al mariscal y a la sociedad haciéndoles consentir que el ficti­cio peinado que siempre ostentaba era natural.

En el acto lo supo Elisa; así fué que cuando el peluquero se presentó en Luque ella se negó a re­cibirlo. Henry comprendió en el acto que sus fal­sos amigos le habían declarado y tembló al pensar en la profundidad del abismo en que lo había pre­cipitado su poca cordura.

Cuatro días permaneció en Luque ocupado en ob­tener una entrevista con su dama, con el objeto de presentarle sus excusas, pero los umbrales de la ca­sa de madama se habían cerrado para no abrirse jamás para el infortunado favorito. A los cuatro días monsieur Henry, regresó a la Asunción con el alma atormentada y angustiado el corazón. Como era de costumbre en la noche de aquel día se reunie­ron los discípulos de Birjan a ejecutar las pruebas y ligerezas de manos de aquel célebre inventor del naipe, que a tantos millares de familias honradas ha sumido en la miseria y la prostitución con su diabólico invento, tan seductor, así a la juventud inexperta que sin comprender el acíbar que ocul­ta, se deja fascinar por el dorado de la copa que contiene.

La policía, que siempre se había mostrado inaper­cibida, en aquella noche se mostró severa con los infractores del reglamento de policía que prohibía el juego de envite, particularmente con el dueño de casa monsieur Henry, a quien se redujo a la cár­cel, habiendo tenido que comprar su libertad me­diante una crecida multa"

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Pocos días después, el peluquero recibió un men­saje del general Barrios pidiendo le remitiese unos pares de guantes para que eligiese su señora; el pe­luquero tomó una caja conteniendo varias docenas y se la remitió; aún no habían transcurrido dos ho­ras, cuando se le presentó un empleado de Aduana, preguntándole por qiré buque le había llegado aquella factura de guantes y a quién había paga­do los derechos de internación.

El peluquero quiso presentar excusas, pero el empleado le apremiaba para que diese una contes­tación categórica. Henry se vio precisado a decla­rar que todo el surtido de su tienda le venía direc­tamente de Burdeos, bajo consignación de madama Lynch, por cuyo conducto hacía él sus pedidos, pues que Elisa recibía con frecuencia grandes fac­turas que le venían de Burdeos, cuyos numerosos bultos se trasbordaban desde el buque que los con­ducía a la casa habitación de Elisa Lynch, sin que los jefes y empleados de Aduana y del Resguardo tuviesen más ingerencia que cuidar de hacer des­embarcar todo con esmero y hacerlo conducir a ca­sa de Elisa; ésta negó el hecho y su ex favorito fué sepultado en casas-matas, se le cargó de grillos y se le confiscaron todos sus intereses.

Inútiles fueron las reiteradas reclamaciones en­tabladas diplomáticamente por el muy digno cón­sul francés señor Cochelette y sólo cuando habían transcurrido tres meses obtuvo del supremo que se lo entregasen, con la condición de volverlo a la pri­sión, luego que se restableciese la salud que era sumamente quebrantada; pero desgraciadamente

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ya era tarde, según opinó el señor Mastermán, quien luego que lo hubo examinado por orden del señor cónsul, pronunció el triste diagnóstico de es­tar envenenado. Entonces solo cayó en cuenta el se­ñor Coehelette que se lo habían entregado en aquel lastimoso estado para que muriese fuera de la pri­sión y salvarse así de las reclamaciones ulteriores.

En todas las casas de negocios del infortunado favorito fueron lacradas las puertas, y trasladados de noche todos los intereses a casa de la inglesa, quien se constituyó en su heredera universal, so pretexto que era su habilitado.

El señor Coehelette tuvo que fugar para salvar­se de las persecuciones de todo género con que le hostilizaban tanto el mariscal cuanto su favorita, en castigo de haber ordenado a su señora que no entrase en ninguna clase de relaciones con Elisa Lynch.

EL CORONEL VENANCIO LÓPEZ

Suplicio y muerte

Encontrándose las destinadas en Curuguaty, vieron una tarde que dos carretones tirados por bueyes, salían del pueblo y se dirigían hacia Iga-timí, circulando inmediatamente entre ellas la no­ticia de que en una iba la madre del mariscal Ló­pez y en otra sus dos hermanas viudas, Rafaela e Inocencia López.

Al mismo tiempo, vieron también que Venancio López y otros presos distinguidos como él, seguían

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a pie a los carretones a una larga distancia y cus­todiados rigurosamente.

Con los castigos corporales que habían recibido desde San Fernando y sin la alimentación necesa­ria, muchos de ellos apenas podían moverse, parti­cularmente el primero, que, harapiento, demacra­do y con una luenga barba, solo podía andar de pie

y manos, par serle imposible hacerla de parado a

causa de las llagas ulceradas qu¡e tenía en las es­

paldas, por los azotes que había recibido y seguía

recibiendo.

Muchas señoras de las destinadas que aún viven, cuentan que cuando Venancio López, hermano del mariscal López, fué llevado de Curuguaty a Igatimí, pasó por las orillas del campamento en donde ellas se encontraban; se agolparon para verle y vieron que aquel desgraciado, a qiiien conocieron en su

opulencia, iba levantando y comiendo a su paso las

cascaras de las naranjas agria» que ellas habían ti­

rado.

(Libro citado, pág. 227).

SUPLICIO Y MUERTE

Á su hermano Venancio lo hacía flagelar diaria­mente hasta que se agusanaban sus heridas; cuan­do este caso llegaba, lo hacía curar con esmero pa­ra volverlo a azotar otra vez. Elencargado de tan fraternal demostración de cariño, era el sargento mayor Gauto, ayudante de Elisa Lynch.

El paraguayo Inocencio Céspedes desempeñaba el honroso cargo de verdugo privado del tirano.

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El mismo ha hecho el siguiente relato: " U n día me hizo comparecer a su presencia el

mariscal, diciéndome: Sargento Mytú (significa faisán) ; conduzca usted al reo Venancio a presen­cia del fiscal, coronel Centurión; aplíquele cuatro fuertes sablazos al sacarlo de la prisión y otros cua­tro al volver a ella y cuidado ¡ eh!

Efectivamente, al salir del calabozo el reo, le apliqué un fuerte cintarazo que le causó gran sor­presa; mas cuando quiso reclamarme ya le había aplicado el segundo y tan feroz fué el golpe que el sable se me partió en dos pedazos.

El reo se quejó al fiscal Centurión de mi arbi­trariedad. Fui llamado por el Supremo, quien des­pués de haber encomiado mi exactitud en cumplir sus órdenes, me dio los despachos de alférez.

Recién regresados de Paraguarí, a donde nos transportamos con el exclusivo objeto de hablar con el alférez 2' don Manuel Zarza, joven de familia ilustre y de nobles sentimientos, recién llegado de Cerro-Corá, habiendo custodiado al infortunado Venancio cuando dejó de existir, nos ha referido lo siguiente:

" A l llegar al monte denominado Chirigüelo, re­cibí orden del mariscal, de custodiar con cuatro hombres de mi compañía al reo ex coronel Venan­cio López, con el especial encargo de hacerlo llegar vivo a Cerro-Corá. Trabajo me costó persuadirme de que aquel espectro fuese el hombre robusto y bizarro que había conocido en otro tiempo. Notan-

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do el reo el asombro que me causaba su triste figu­ra, se sonrió con amargura y me dijo: " N o crea Vd. que son las crueldades del mariscal sino las del ma­yor Gauto las que me han puesto en este estado." (El ignoraba, seguramente, las órdenes expresas dadas a éste o lo decía por obtener clemencia).

" A l entregarme el reo me dieron también nueve pedaeitos de carne, para raciones de nueve días, de­biendo yo y mis soldados alimentarnos con cogollos de palmas en caso de encontrar aquel vegetal en nuestro camino.

" E l ex coronel poseía por único traje un ordina­rio poncho de lana y unos cuantos girones de paño azul que pendían de su cintura y que él decía ha­bían sido pantalones.

"Nos internamos en el monte por una vía estre­cha y escabrosa. Venancio estaba tan débil y exte­nuado que apenas andaba ocho o diez pasos y caía rendido al suelo, contribuyendo también lo resbala­dizo que estaba el suelo a causa de una copiosa llu­via acompañada de huracán, truenos y rayos, cu­ya tormenta se desarrolló al internarnos en el bos­que, no cesando de llover hasta cuatro días después de haberlo salvado. Esta travesía la hicimos en 21 días; las jornadas que hacíamos eran solo de ocho o diez cuadras por día, durante doce días, al fin de los cuales se me presentó el alférez Ramírez, entre­gándome unas raciones de carne y un poco de arroz para que alimentase al reo, repitiéndome el encar­go del mariscal de hacerlo llegar vivo.

" A l recibir tan "magnífica provisión", deter­miné adelantarme con el objeto de preparar un

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— 373 —

calcio que fortaleciese al reo, pues hacían tres días que solo comía aserrín de palma, que era nuestro alimento. Con tal objeto, ordené al alférez Ramí­rez que le custodiase mientras yo me adelantaba.

" A l ver Venancio que yo me ausentaba, me mi­ró con ojos llorosos y me dijo con tristeza:

—'"¿Me abandona mi alférez? — " P o r un momento, le contesté, y mostrándole

el atadito de arroz, agregué: voy a prepararle una magnífica vianda para que se fortalezca; él me con­testó entonces:

—"Tengo un secreto de grande importancia que comunicarle. Lo comunicará Vd. en persona al ma­riscal .

"Varias veces me había dicho: Mi alférez, sien­to que mi existencia pende de un pelo y temo que éste se corte en el momento menos pensado; tengo un secreto que comunicarle, para que Vd. lo trans-lade a S. E. Yo le contestaba: no puedo, ni quiero conversar con Vd. Porque temía que los soldados me delatasen al mariscal y que éste me mandase lan­cear" .

La muerte de Venancio fué referida por un ca­bo que acompañaba a Zarza en los términos si­guientes :

" E l alférez (Ramírez) dio orden de marcha, el reo anduvo como unos diez y seis pasos y cayó; el alférez le aplicó un fuerte planazo; Venancio trató de levantarse, se puso de pie, quiso andar, bamba­leó, perdió el equilibrio y volvió a caer; el alférez enfurecido le aplicó fuertes y repetidos golpes, tra­tando de colocarlo de pie, prodigándole todo gene-

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— 374 — .

ro de ultrajes y viendo que el reo no tenía fuerzas para dar un paso más, le aplicó un feroz golpe de filo y el pobre diablo coronel se murió no más".

TRATO A LAS HERMANAS

Inocencia y Rafaela López

Tanto Inocencia como Rafaela estaban destina­das a representar un rol diametralmente opuesto.

Después de la muerte de sus esposos Barrios y Bedoya fueron puestas en prisión y "fiscalizadas".

Tocóle a Inocencia contestar a las interrogacio­nes que se le dirigieron en la forma siguiente:

•—¿Conoce usted a José Vicente Barrios? (Su esposo).

—No lo conozco. —¿No ha sido usted casada con el general Ba­

rrios ? —Nunca he sido casada con traidores. De cuyas ridiculas farsas y comedias gustaba mu­

cho el tirano, por lo cual la mandó poner en liber­tad por un corto tiempo.

#

* #

No fué parecida la conducta que observó Rafae­la, quien al oir la interrogación que se le hacía:

—¿ Conoce usted a Saturnino Bedoya ? —Extraño que se me pregunte si conozco a mi

legítimo esposo, contestó.

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— 375 —

•—¿No sabe usted que su esposo es un traidor a la patria y al gobierno?

—Yo no conozco más que un gran traidor a la patria.

—¿Quién es, cómo se llama? —'Francisco Solano López. Como era de esperarse, Rafaela tuvo que sopor­

tar los más crueles tormentos, en castigo de haber demostrado firmeza de carácter.

En el acto fué mandada colocar sobre cuatro es­tacas y flagelada, después puesta en el cepo uru-guayana, además ultrajada con hechos y con pala­bras; por alimento se le daba cada veinte y cuatro horas un pedazo de garras de cuero de vaca coci­do ; pero nada fué capaz de obligarla a retractarse de lo que había dicho.

LA BENDICIÓN MATERNA

Hipocresía y crueldad

Más extravagante fué aún la farsa que obligó a representar a su propia madre el tirano.

Tres años habían transcurrido sin que doña Jua­na hubiese visto a su famoso hijo, cuando supo que se había trasladado de Humaitá a Villeta. Como era natural, la madre quiso cumplimentarlo y con tal objeto resolvió trasladarse a Villeta desde Pa-tiño-Cué donde ella residía; preparó grandes rega­los y emprendió su viaje, mas, antes de llegar, en­vió un expreso al mariscal, haciéndose anunciar,

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— 376 —

Este, luego que recibió el aviso, mandó tocar a reunión de jefes y oficiales, a quienes hizo instalar en asamblea general, haciéndoles saber que espera­ba la visita de una señora y deseaba que todos pre­senciasen la recepción.

Aún no había transcurrido media hora cuando se divisó a la distancia un coche escoltado; en el acto el supremo envió una diputación, ordenando que parase el coche hasta segunda orden y man­dando interrogar a la señora: ¿Quién era, cómo se llamaba, cuál era STR estado, cuántos hijos tenía y cuál era el nombre de éstos?

La madre que conocía al fruto de sus entrañas, comprendió todo lo siniestro de tan extravagante interrogación y no vaciló en contestar:

•—Que era viuda de López y que no tenía más que un hijo que se llamaba Francisco Solano López.

La orden que se había dado al oficial, de consti­tuirla en prisión si era que contestaba que tenía cinco hijos, fué mandada suspender, ordenando que avanzase el coche; y el mariscal, prosternado de ro­dillas, con las manos puestas, rezando el bendito, según costumbre del país, recibió la bendición ma­terna .

Actos de semejante hipocresía le eran peculia­res . Don Pedro Barrios refirió a sus hermanas, que habiendo sido citado por el mariscal para una con­ferencia amistosa, en el cuartel general de Humai-tá, al entrar a su habitación lo encontró arrodilla­do a los pies de una imagen del Rosario, que esta­ba colocada sobre un altar cubierto de flores.

De estos actos de ridicula hipocresía se valía pa-

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— 377 —

ra fascinar al pueblo ignorante y a una gran parte de pueblo civilizado.

Este hipócrita ejercía en superlativo grado el ar­te de la comedia: muchas veces aconteció que man­daba a sus esbirros a que redujesen a prisión a ciudadanos pasivos y respetables. Al siguiente día se presentaba a los prisioneros dándoles sus excu­sas por haber sido molestados sin conocimiento al­guno de él y mientras que con los labios se desha­cía en demostraciones de fineza y cortesanía, con los ojos bacía una señal a los esbirros, quienes se aproximaban a las víctimas a tomarles la medida de la longitud del cuerpo, la cual se transmitía al pavimento del campo, procediéndose en el acto a cavar una fosa para sepultarlos, cuya operación concluía con la degollación de todos.

El mayor placer que el tirano tenía era el ver saltar los cuerpos sin cabeza y que cayesen por sí mismos dentro.de la fosa. Se dice que por lo regu­lar se hacía servir el almuerzo durante la dego­llación. Diariamente se le veía oir hasta tres misas de rodillas, y una vez se le vio oir trece sin .'aban­donar su mortificante posición. Estos hechos nos han sido transmitidos por infinidad de personas pa­raguayas y extranjeras, aunque contrariados por otras que, sin duda, se avergüénzala de haberlos so­portado .

AMOR FILIAL

El mariscal aparentaba al principio gran inte­rés en conservar viva a la madre, sin duda para hacerla saborear el tósigo que la brindara en dora-

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da copa. Así trataba de hacerlo entender, haciendo que en todos los partes que se pasaban diariamen­te del punto donde permanecía la madre, le diesen cuenta de si la señora había pasado buena noche, amanecido buena o un poco triste, tosido en la no­che, etc.

No obstante su tierno amor filial, se refiere que encontrándose una vez la señora devorada por el hambre, mandó pedir al capitán de guardia un po­co de fariña; éste se la proporcionó bajo mucho si­gilo, encargando al alférez conductor que no lo re­velase a nadie, pero el pérfido alférez dio cuenta al supremo y el capitán fué mandado lancear en el acto.

Esto aconteció cuando la señora marchaba en su carro, cárcel ambulante, herméticamente cerrado y

tirado por bueyes, del que no se le permitía salir

ni aún para las necesidades más apremiantes de la

vida, y según ella ha dicho después, era la más cruel prisión, viéndose condenada a vivir enjaula­

da, sin ver jamás a su alrededor ningún semblante

amigo, sino esbirros que la ultrajaban de todas ma­

neras.

También refirió, que lo que más la atormentaba era el aislamiento completo en que siempre la tuvie­

ron y sin saber si sus hijas vivían o habían dejado

de existir.

Otro tanto acontecía a las hijas; todo ello inven­tado por Elisa Lynch, con el objeto de hacerlas mo­rir de hambre y de pesadumbre.

Habiendo ocurrido una vez que la señora Carri­llo se sentía desfallecer de hambre, pues hacían

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— 379 —

cuatro días que no se le pasaban alimentos, consi­guió mandar un mensaje a la Lynch, recordándole cuantas caricias había prodigado a sus hijos, supli­cándole que por amor a ellos, se compadeciese de ella y le mandase algo que comer.

La Lynch por toda contestación le envió tres ma­zorcas de maíz. Sin duda creyó la escocesa que con esto recompensaba las tres mil onzas de oro sella­

do, que la señora le había enviado de regalo cuan­do estaba en Azcurra, el 24 de junio, día del cumpleaños de doña Juana Carrillo, diciéndóle que las conservase para sus hijos, pues no tenía más he­

rederos que ellos; mientras que a los hijos de Ve­nancio sólo les envió unos vestidos viejos, deshe­chos de Juanita la hija de Inocencia López.

Sin duda la buena vieja creyó conmover así el corazón de la inglesa y el de su hijo.

AZOTADOR DE LA PROPIA MADRE

La orden de fusilarla — Crueldad sin nombre

El día 21 de diciembre, el mariscal hizo fusilar a su hermano Benigno, a sus cuñados Saturnino Bedoya, tesorero de la Nación, y al general Barrios. Sus esposas, Rafaela e Inocencia, hermanas del ma­

riscal, tuvieron que presenciar la ejecución.

También en el mismo día hizo fusilar al obispo Palacios, al ex ministro de Relaciones Exteriores, José Berges, presbítero Eugenio Bogado, José Lei-te Pereira, cónsul portugués, capitán Pidanza, co-

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ronel Paulino Alen, padre Juan Bautista Zalduon-do, señora Juliana Insfrán de Martínez, señorita Dolores Recalde, señorita Mercedes Bgusquiza.

El mariscal hizo conmutar la pena de muerte por la de prisión a su hermano Venancio y a sus her­manas Inocencia de Barrios y Rafaela de Bedoya.

La ejecución del obispo y de varios sacerdotes fué causada porque S. S. Pío I X excomulgara al mariscal López. Más tarde, bajo sospecha que su propia madre, en connivencia con sus hijas Rafae­la e Inocencia y su hijo Venancio, quisieran enve­nenarlo, mandó enjuiciarlas y azotarlas bárbara­

mente. Venancio murió de privaciones y maltrata­miento y por un hachazo que recibiera en la cabe­za por no marchar apresuradamente. (Parte del diario del general Isidoro Resquín, tomado por los aliados en la batalla de Lomas Valentinas).

El doctor Estanislao S. Zeballos, pocos días an­tes de su partida a los Estados Unidos de América, a donde fuera ya muy enfermo, para cumplir con sublime abnegación una. misión de cultura científi­ca argentina, dijo, hablando de los azotes, que el tirano Francisco Solano López hizo aplicar a su madre, doña Juana Carrillo:

" E n mi archivo existen valiosísimos documentos, entre los cuales, testimonios de los mismos actores. Poseo una relación que me hizo en 1888, el general Bernardino Caballero, en presencia del secretario de la Legación Argentina en el Paraguay, señor Olegario Andrade y el coronel Salvañac, en que consta "que durante el campamento del ejército en

las sierras de Mbaracayú, en el lugar llamado "Pa-

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— 281 —

nadero", se le presentó wn ayudante de López y le

pidió, de orden del mismo, un sargento de toda sa

confianza; entonces el general le envió uno, guien

la noche del mismo dia volvió y le) dijo: "General,

meaba de suceder una gran desgracia, y que alar­

mado preguntó sobre lo ocurrido, contestándole el

sargento que el coronel Aveiro había azotado a la

madre del mariscal, le había tomado declaración y

que él (el sargento) había participado en el hecha".

El general contestó que si no quería ser fusilado,

guardase el mayor silencio al respecto".

" E l general Roa también refirió a Caballero que López hizo azotar a su madre, la señora Carrillo, recibiendo ésta cincuenta azotes".

Después de muchos sufrimientos a que sometió

a su madre y hermanas, las condenó a muerte. La

sentencia tenía que ser ejecutada el V de marzo,

pero providencialmente esa mañana fué muerto el mariscal. El general Resquín, que cayó prisionero en esa acción, entregó a un jefe brasileño la senten­cia. También en un parte oficial se lee: " S e en­cuentran en nuestro poder la madre y hermanas de López, que todavía muestran señales de sevicias, que les eran infligidas por orden de aquel tirano, e iban a ser todas ejecutadas en el mismo día en que

la muerte de su feroz pariente las vino a librar".

(Gastón de Orleans, cuartel general de Villa del Rosario, 12 de marzo de 1870).

Por último, citaré la autorizada palabra de un facultativo: " L a señora (Juana Carrillo de Ló­pez), prestó a madama (Lynch) mil onzas de oro y Rafaela siete mil onzas de oro a la misma, y di-

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cén que los recibos les fueron quitados cuando esta­ban arrestadas. Me dijeron que es positivo que ellas fueron sentenciadas a muerte". (Carta del doctor Guillermo Stewart al doctor Domingo Parodi. Asunción, 29 de junio de 1870.

El teniente Muñoz, que tenía en custodia la ma­dre y hermanas del mariscal y que recibiera orden de lancearlas al aproximarse él enemigo, se condolió de ellas y las dejó con vida. — (Schneider, "Der Krieg Del Triple Allianz", T. IV, pag. 202).

* * #

Debido a una rara concurrencia de circunstan­cias fortuitas, se salvaron de esta dolorosa tragedia los demás hermanos del mariscal López, cuya bar­barie llegó a culminar con haber mandado arras­trar a éstos a presenciar la horrible inmolación de

sus hermanos, esposos y cuñados.

• Venancio, Inocencia y Rafaela López y más tar­de la anciana viuda del ex presidente Carlos Anto­nio López, madre de éstos y también del mismo ma­riscal López, constituyeron una de las tantas cara­vanas sometidas a peregrinaciones forzosas hasta los confines de la República, en cuya trayectoria sufrieron sucesivamente martirios indescriptibles y una larguísima vía crucis, sucumbiendo, ejecutado por la espalda el primero en Chirigüelo, cerca de Cerro-Corá, el 8 de febrero de 1869. Las tres res­tantes, condenadas también a muerte desde mucho tiempo atrás, se salvaron mediante el inesperado ataque de las fuerzas brasileñas a Cerro-Corá, el

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1' de marzo de 1870; pero las anchas cicatrices que

ostentaban las espaldas de la pobre anciana madre,

producidas por los cuatro cintarazos con que la "acarició" (palabra favorita, con la cual los fis­cales de sangre que actuaron en San Fernando e Itá-Ybaté, indicaban para que los supuestos conspi­radores fuesen torturados) con su espada, el jefe del cuartel general coronel Silvestre Aveiro, por orden del presidente de la República y generalísi­mo de sus ejércitos, mariscal Francisco Solano Ló­pez, las llevó a la tumba como recuerdo de la ine­fable gratitud de éste su hijo primogénito.

(Del libro "Sobre los escombros déla guerra", pág. 206).

LA FLAGELACIÓN

Aveiro, después de prodigar a la madre del Mariscal los más groseros insultos, viendo qne la señora insistía en sostener su inocencia, le apli­có con su espada virgen, ocho feroces planazos y un golpe de filo en la cabeza que dio con la se­ñora en tierra, causándole una gran herida, dan­do cuenta en seguida al tirano, del mal resultado de su cometido.

Convencido el déspota de las bellas dotes inqui­sitoriales que caracterizaban al muy digno sacer-, dote presbítero Maíz, se la mandó entregar para -que la "fiscalizase" y obligara a confesar su cul­pa.

Refiérese que cuando Maíz se presentó a la se­ñora y la notificó la orden suprema que traía,

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— 884 —

de hacerla flagelar si insistía en ser contumaz en no confesar su culpabilidad en la intentona de en­venenamiento a la persona de Su Excelencia, la señora después de verter copiosas lágrimas, obtuvo del esbirro la gracia de que volviese a 'deóir al Su­

premo, que la señora le mandaba) recordar, que

ella era su madre, que la había llevado en su, vien­

tre, alimentado con sus mamilas, arrullado en su

regazo, amado con ternura, etc., y que cómo era

posible que la mandase vapulear. A lo que contes­tó el desnaturalizado: que él todo lo sabía y que no era el hijo quien mandaba azotar a la madre,

sino la autoridad, que manda castigar a una mujer

traidora a la patria y al gobierno, y madre de irnos

hijos también traidores y que era necesario que se

cumpliese la orden dada. De manera, que la infor­

tunada madre y las angustiadas hijas tuvieron que

resignarse al sacrificio de la flagelación.

El esbirro dio inmediatamente principio a tan compatible obra, con su sagrado misterio; desple­gando tanto celo, que Cuitiño se habría sentido avergonzado de su inferioridad; pues no sólo la aplicaba sendos azotes, sino que le prodigaba los más soeces insultos que por su inmoralidad nos abstenemos de consignar. Es de extrañar que en la carta dirigida al Conde D 'Eu, no consigne este pro­cedimiento observado con la anciana madre del ti­rano.

Varias respetables señoras aseguran haber visto

las cicatrices de las heridas de la señora, efecto

de los gusanos que se desarrollaron en las despe­

dazadas carnes, por el látigo del verdugo.

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— 385

Confesamos con ingenuidad, qué nuestra imagi­nación se abisma al contemplar tan refinada cruel­dad, tanto oprobio y tanta degradación humana; sintiendo por respeto a la humanidad misma ver­nos obligados a narrar hechos que el buen senti­do se resiste a creer y nuestra pluma también a detallarlos; pero el deber de historiadores nos com­pele a consignarlos, aunque desearíamos sepultar­los en un eterno silencio.

Sin temor de pasar por temerarios, creemos que los pueblos que soportan el despotismo, no valen más que sus tiranos, y haciendo uso del pensamien­to del inmortal Chateaubriand, diremos: que pare­ce que existía entre el pueblo paraguayo y su ti­rano un espantoso convenio, éstos para atreverse a todo, aquéllos para soportarlo todo.

(Cartas publicadas).

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SOBRE EL MARISCAL LOPEZ

Carta del presbítero Maíz a Don Mariano L. Olleros

Arroyos y Esteros, Septiembre 12 de 1905.

Señor M. L. Olleros. Asunción.

Muy señor mío:

Me es de suma satisfacción que Vd., sin conocer­me aún personalmente, haya tenido la franqueza de dirigirme su atenta y muy estimable carta, fe­cha 21 del ppdo. mes, que recién hoy, a mi vuelta de la Emboscada, donde fuera para la fiesta patro­nal de aquel pueblo, tuve el placer de recibir y leerla.

Próximo a mi venida de la Asunción me habló, ciertamente, nuestro común amigo el señor Gusta­vo Sosa Escalada, del propósito de Vd., con refe­rencia también del folleto que madama Lynch die­ra a luz sobre sucesos de la pasada guerra. Mani­festé entonces al amigo, que, ignorante como era de tal folleto, desearía poderlo ver antes de entender­me con Vd., a fin de mejor satisfacer, si posible me fuera, sus deseos.

Es así que me vine; y ahora apresuróme en con-

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testarle su carta, pidiéndole desde ya disculpa del retardo y las deficiencias de la presente.

Creo, ante todo, deber concretarme al punto A, que se refiere a la especie que usted tiene, como proveniente de mí, de la recomendación que, en sus postreros momentos, hizo don Carlos Antonio a su hijo Francisco Solano, que iba luego a sucederle en el mando del país. No tengo por qué esquivarme de relatar aquel hecho, tal como en realidad ofre­cióse.

En la noche del 19 de septiembre de 1862, como a las 2 y 30 a. m., fui llamado del Seminario Con­ciliar por un ayudante del general López, pero de parte de don Carlos Antonio, para prestarle los au­xilios espirituales.

El enfermo se había ya reconciliado sacramen-talmente con otro sacerdote, que fué el Deán don Teodoro Escobar; no fui, pues, padre espiritual, como usted me dice, pero sí quien le asistió espiri-tualmente con los consuelos de la religión en los momentos últimos de su existencia mortal.

'Cuando hube terminado de administrarle la Ex­trema Unción y aplicádole la indulgencia plena-ria pro-artículo mortis, el hombre quedó tranquilo, y fué entonces que se dirigió a su hijo Francisco Solano, presente ya allí, no que le luciese llamar el padre en ese instante, y le dijo: " H a y muchas cues­tiones pendientes a ventilarse; pero no trate Vd. de resolverlas con la espada sino con la pluma, princi­palmente con el Brasil."

Las palabras subrayadas las pronunció con un esfuerzo de acentuación. No hizo mención explíei-

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ta de la Argentina, ni de otra nación, sólo especia­lizó al Brasil. Tampoco dijo que las cuestiones a resolverse, eran de límites; habló de ellas en senti­do indeterminado.

El general guardó efectivamente silencio, nada respondió al padre, que, en cuanto acabó de ha­blarle, guardó también silencio, y momentos des­pués entró ya en movimientos levemente convul­sos, precursores inmediatos del desenlace fatal de la vida. No tardó en exhalar su último suspiro.

Yo me retiré de allí, encargado por el general de preparar lo necesario para los funerales del extin­to, que también me cupo celebrarlos.

Dejo al criterio de Vd. los comentarios a que pue­da prestarse aquella recomendación del padre al hijo, en hora tan suprema; ella, sin duda, entra­ñaba profundo alcance político y previsor.

No tengo datos de "esas comunicaciones inéditas dirigidas a don Lorenzo Torres, y que le permiten a Vd. creer que el mariscal López tenía ya resuel­ta la guerra contra el Brasil muchos años antes de estallar"; y ajeno, pues, de tales documentos, no me es dado formar juicio al respecto.

Me abstengo también de traducir o interpretar en el sentido preciso de "una tácita confesión de propósitos contrarios, el silencio que guardó el fu­turo mariscal cuando el padre le hizo dicha reco­mendación". En aquel trance decisivo de la vida, no hubo, por cierto, lugar a respuesta alguna.

Pero pasemos a otros puntos. Mis conocimientos respecto a las obras de don

Juan B. Alberdi son muy limitados; no las he leí-

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do todas, de manera a poder apreciar debidamente a tan ilustre publicista en su vastísima y compleja actuación política.

Me dice Vd. que "desde hace un mes se halla empeñado en estudiar a fondo esas obras, en cuan­to se refieren al Paraguay y a la guerra de la Tri­ple Alianza". Lo felicito; y ¿será Vd. bastante amable en hacerme partícipe del fruto de sus estu­dios?

Me dice también que madama Lynch afirma en su folleto del año 1875, que "muchísimos crímenes fueron consumados sin conocimiento del mariscal, por personas interesadas en ensangrentar y desacre­ditar la causa paraguaya".

Semejante aseveración no me es extraña, desde que trataba aquella señora de vindicar al padre de sus hijos; ni es de admirarse que se hubiesen come­tido, en el curso de tan larga y desesperada guerra, algunos crímenes fuera del alcance o conocimiento del mariscal, pero decir, "que los casos de la se­ñorita Garmendia, señora de Marcó, Benigno Ló­pez, y los azotes dados a las hermanas del mariscal, se han consumado sin su orden o consentimiento", es de todo punto insostenible.

Bastará recordar que la joven Garmendia fué traída presa, desde su confinamiento en Espadín, al campamento de Itanará, en Igatimí. Dio el ca­so, que al entrar allí encontróse con el mariscal, y éste la invitó a que llegase a descansar en la casa que habitaba. Madama Lynch la obsequió a cenar con ella; después fué llevada a la mayoría en tal condición,

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De Itánará el ejército pasó a un lugar llamado Arroyo-guazú; y allí la desgraciada Pancha fué victimada a lanza.. . Allí también fué azotada do­ña Rafaela, hermana del mariscal... Más adelante fué también castigada doña Juana Carrillo, madre del mariscal! . . .

¿Ignoraba estos crímenes de venganza y cruelda­des el mariscal López? Y si fueron consumados sin su conocimiento ¿por qué no castigó a tales ejecu­tores, que los tenía a su lado ?

Respecto a los castigos de la madre, poco faltó para que yo fuese víctima de la ira del mariscal. Movido por un impulso de humanidad, me aventu­ré a rogarle para que hiciese valer el sentimiento filial a favor de ella, y usando de la suma del po­der que investía, la perdonase sin someterla a la acción de la justicia criminal a cargo de un tribu­nal militar.

Hubo una reunión de generales, jefes y capella­nes, incluso el Vicepresidente Sr. Sánchez, sobre el caso por mí propuesto; y el resultado, siguiendo el parecer singular de un solo jefe, fué el sometimien­to de la madre por orden del hijo a responder ante aquel tribunal, quedando desde entonces presa in­comunicable. En el curso de la causa no una vez fué castigada!... La razón del parecer seguido era, "para que jamás se diga que la carne y la sangre han debilitado o torcido la rectitud de justicia en el mariscal".

Pídole otra vez, Si*. Olleros, disculpe de faltas en esta contestación; no atribuyendo alguna divergen-

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— 392 —

cia de vista, a oposición de ideas con su noble y pa­triótico propósito, que, Dios mediante, tendrá feliz resultado; y aprovechando esta primera ocasión, grato me es saludarle atentamente y suscribirme de Vd.—menor S. S.

F. Maíz.

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Q U I N T A P A R T E

JUICIOS VARIOS

I.—DECRETOS DEL GOBIERNO PROVISORIO

Sobre la persona y bienes de López y

enjuiciamiento de Lynch

A.—Decreto del 17 de Agosto de 1869 que pone al Mariscal López fuera de la ley.

B.—Ideni del -19 de Marzo de 1870 sobre embargo de sus bienes.

<L—ídem del 4 de Mayo de 1870, adjudicándolos a la nación y embargo de los de la Lynch y su enjuiciamiento.

D.—Vista del fiscal general don Juan José Decoud.

(Registro Oficial de la R. del Paraguay)

1869 -1875

(F. 221 a 222).

El Gobierno Provisorio de la República, C O N S I D E R A N D O :

Que la presencia de Francisco Solano López en el suelo paraguayo es un sangriento sarcasmo a la civilización y patriotismo de los paraguayos;

Que este monstruo de impiedad ha perturbado

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— 394 —.

el orden y aniquilado nuestra patria con los crí­menes, bañándola de sangre y atentado contra to­das las leyes divinas y humanas, con espanto y ho­rror, excediendo a los mayores tiranos y bárbaros de que hace mención la historia de todos los tiem­pos y edades, ha acordado, y

Artículo 1'? — El desnaturalizado paraguayo Francisco Solano López, queda fuera de la ley y arrojado para siempre del suelo paraguayo como asesino de su patria y enemigo del género humano.

Art. 2° — Publíquese por bando e insértese en el Registro Nacional.

Dado en el Palacio a diez y siete días del mes de agosto del año mil ochocientos sesenta y nueve. Año primero de la libertad de la República del Paraguay.

Aprobado por el Congreso Legislativo de la Na­ción en su sesión del trece de julio del año mil ochocientos setenta y uno, en la ciudad de Asun­ción, capital de la República del Paraguay.

D E C R E T A :

C I R I L O A. R I V A R O L A

Carlos Loizaga

Jiosé Díaz de Bedoya

José M. Collar (Presidente del Senado).

Higinio Uñarte (Presidente de la

O. de D.D.

Agustín Ceppi (Secretario).

José T. Sosa (Secretario).

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— 395 —

Asunción, julio 10 de 1871.

Cúmplase y dése al Registro Oficial. CiRIDO A. RlVAROLA

José S. Decoud Juan B. Gilí

(F. 63 a 64) .

Marzo 19 de 1870.

El Gobierno Provisorio de la República, C O N S I D E R A N D O :

Que es deber de todo gobierno cuidar y conser­var! los intereses públicos, como es también garan­tir las propiedades particulares, considerando por otro lado que es de notoria publicidad que don Carlos Antonio López no tenía cuando se colocó en el poder más bienes conocidos que los recibidos por herencia de su esposa doña Juana Carrillo;

Que es también de igual notoriedad las usur­paciones bajo diversos títulos con que se han dado la colosal fortuna, tanto él como toda su familia en menoscabo de los intereses públicos y priva­dos, durante el largo período de su administración dictatorial;

Que después del finamiento de este, su hijo y heredero del poder Francisco Solano López conti­nuó el mismo sistema, disponiendo discrecionalmen-te de los fondos públicos y fiartwias particulares, siendo a la vez cierto que no tenía más herencia que la que le fué legada por don Lázaro Rojas a su muerte;

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— 396 —

Que padre e hijo, durante los veinte y ocho años del poder en que estuvieron, fueron los tínicos explo­tadores de toda clase de industrias y comercio del pueblo paraguayo, inclusive los hijos del primero, hermanos, cuñados y concubina del segundo;

Que por consecuencia estos intereses de los que hoy aparecen como propietarios, el finado don Car­los Antonio López, su esposa doña Juana Carrillo, el tirano Francisco Solano, Venancio, Benigno, Inocencia y Rafaela López, el general Vicente Ba­rrios y la mujer Elisa Lynch, concubina y cóm­plice del traidor criminal Solano López, siendo, como es dichas propiedades de origen bastardo e ilegítimo, acuerda y

D E C R E T A

Artículo 1? — Todos los bienes de cualquiera clase y dominación q*ue sean conocidos como pro­piedad de los citados arriba, quedan embargados y afectos a los justos reclamos fiscales y particu­lares damnificados, para su debido tiempo.

(Siguen otros artículos). C I R I L O A. R I V A R O L A

Carlos Lozaiga.

(F. 210 a 212).

El Gobierno Provisorio de la República, Teniendo en vista la misión trascendental que,

ante el país y el mundo, le imponen altas conside­raciones de moralidad y de orden públieo, así como la naturaleza y magnitud de los. intereses de que está encargado, y :

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C O N S I D E R A N D O :

Qoie esta misión consiste en parte principalmente en asegurar y en hacer prácticas las responsabi­lidades que afectan los bienes que aparecían como de propiedad del tirano Francisco Solano López, emanados de los actos vandálicos, asesinatos y usur­

paciones que éste erigió en sistema con notable in­

sania, en el último período de su, dominación;

Considerando que de esos asesinatos y usurpa­

ciones no sólo han sido blanco las personas y los

intereses de numerosos particulares, tanto ciuda­

danos paraguayos como extranjeros, sino también

la m/isma Nación ha sido despiojada, de valiosísimos

bienes con pretextos falsos, ridiculos e inverosí­

miles;

Considerando que todos esos despojes pasaron

del poder del fisco y de los ciudadanos por actos

de insanable nulidad a manos de Elisa Lynch, que

al lado del tirano desempeñaba los roles más cri­

minales e im/punes que la constituían en un pa­

drón de ignominia y de escándalos públicos, lo cual es de extensa notoriedad, y está en la conciencia universal de propios y extraños;

Considerando que es de igual fama y notorie­dad que la mencionada Lynch ejerció en el ánimo del tirano una influencia permanente y decisiva, a punto de haber sido no solamente su consejera íntima, sino también la factora principal de varios actos públicos, tales como de revistar, proclamar

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— 398 —

las tropas distribuyéndoles condecoraciones y otros premios;

Que igualmente es de la más lata notoriedad

que su perniciosa e inmensa influencia fué crimi­

nalmente puesta al servicio de los intereses egoístas

de esa mujer que, en su insaciable sed de rique­

zas, se hacía escriturar por mandato desautorizado

del tirano, valiosísimas tierras del territorio na­

cional, como son los valiosísimos yerbales del Yga-timí y de otros puntos, arrancando de esta capital, pretendiendo privar así al fisco de sus más pingües fuentes de riqueza;

Que esos salteamientos a la fortuna de la Nación

eran precedidos y seguidos de otras usurpaciones

de muchos ciudadanos y extranjeros, maniobrando

en seguida de modo que los despojados pereciesen

en los tormentos de los calabozos y empresas béli­

cas conocidamente temerarias, con el propósito atroz

de que se extinguiesen totalmente los que en la

ulterioridad pudiesen reclamar de tamaños aten­

tados;

Que tales actos constituyen a la precitada Lynch en protagonista y en cómplice otras, en el drama

sangriento que consumó el tirano, principalmente

en el último período de lo que él llamó la defensa

del país;

¡Que todos los actos de ese período de triste recor­

dación fueron dictados por los más feroces y san-

guinarios instintos; consumando el casi total ani­

quilamiento del pueblo paraguayo a impulsos de

los torme ritos, ora de azotes, ora de lanceamientos

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en masó, ora del hambre, etc., y despojándolo en

seguida de su fortuna privada para regalarla a la

expresada Lynch;

Que aparte de la flagrante nulidad e ilegalidad que entrañan esas adjudicaciones, existe un inte­rés de la más alta moralidad y conveniencia gene­ral en impedir que semejantes actos de vandalismo queden subsistentes en sí mismos y en todas sus abominables consecuencias, sirviendo de botín a Elisa Lynch la fortuna pública y privada, a la faz

del pueblo que tan eficazmente contribuyó a su­

mergir en el abismo de los más tremendos infor­

tunios;

Que la tutela y conservación de esos valiosos intereses está vinculado a un palpitante interés nacional, desde que con ella podrá la Nación in­demnizar en parte los daños y perjuicios y usur­paciones que se le han hecho a pretexto de man­tener la guerra;

Considerando, finalmente, que no hallaría el gobierno disculpa ante el pueblo paraguayo, ante el mundo civilizado y ante la historia si en pre­sencia de la moral ultrajada por tantos crímenes y otras escandalosas expoliaciones, permaneciera mudo e impasible, sin dar un paso siquiera para reivindicar esos sagrados derechos tan infamemen­te hollados, como tan deslealmente arrebatados por multiplicados abiosos de un maivdón irresponsable

y de una mujer adúltera, ha acordado y

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D E C R E T A !

Artículo 1? — Los bienes que aparecían perte­necer al tirano del Paraguay, Francisco Solano López, se declaran propiedad de la Nación.

Art. 2? — Los bienes que han sido adjudicados, bajo cualquier razón o pretexto a Elisa Lynch por el tirano y a los que ésta llamaba suyos, de precedencia anterior a estas donaciones o adjudi­caciones, se declaran provisoriamente embargados para que sobre ellos puedan, en todo tiempo, hacer­se efectivas las responsabilidades civiles o crimi­nales a que den lugar las acciones públicas o pri­vadas que a su respecto se deduzcan.

Art. 3? — Se procederá a nombrar un adminis­trador general para el cuidado y fomento de to­dos esos bienes.

Art. 4? — Se procederá al enjuiciamiento da la llamada Elisa Lynch, notificándose el presente de­creto para que por sí o por apoderado se presente a responder en juicio, comenzándose desde luego a instruir el sumario correspondiente, a fin de que no se desvanezcan algunas de las huellas de los delitos que la conciencia pública hace pesar sobre la personalidad de la Lynch.

Árt. 5? •—• Se nombrará un abogado ad-hoc para que dirija las gestiones del proceso y para hacer la defensa profesional, contra cualquier gestión acerca de los precitados bienes.

Art. 6? — Publíquese, pasando- copia autorizada al fiscal general, y archívese.

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— 4Ó1 —

Dado en la Asunción, a los cuatro días del mes de mayo de mil ochocientos setenta.

ClEILiO A. RrVABOLA. Carlos Loizaga

José Díaz de Bedoya

Aprobado por el Congreso Legislatico de la Na­ción a los seis días del mea de julio de mil ocho­cientos setenta y uno, en la ciudad de Asunción, capital de la República del Paraguay.

Higinio TJriarte • Juan L. Corvalán (Presidente de la (Presidente del Senado).

O. de D.D.) Ramón Bell Agustín C. Ceppi

(Secretario). (Secretario).

Cúmplase, y dése al Registro Oficial. C I R I L O A. R I V A R O L A

José S. Deeoud

Estas y otras medidas fueron tomadas para sal­vaguardar los intereses públicos y privados que estuvieron sometidos durante tanto tiempo a la voluntad omnímoda del mariscal López.

La validez de tales operaciones ha sido estu­diada en el luminoso informe del doctor Zubiza-rreta.

No convencidos los sucesores de la Lynch de la perfecta nulidad de sus derechos a tierras que re­conocen el mismo origen en la República del Pa­raguay, se han presentado una vez más a los tri­bunales con el propósito de hacerlos valer; pero en

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— 402 —

esta oportunidad se estrellaron con una opinión decidida, completamente adversa a sus pretensiones.

Legislatura, Tribunales, Cancillería, opinión pú­blica y profesional, todos, absolutamente todos les fueron contrarios.

A propósito de una de esas gestiones realizadas por don Francisco Cordero, durante la adminis­tración del general Escobar, se cuenta que alguien interesado en la suerte del señor Cordero y que­riendo vencer la invencible resistencia del pre­sidente, apuntó la eventualidad de una posible in­tervención diplomática, a lo que replicó el general que de cualquier modo estaba resuelto a luchar con

"el cordero y toda la majada".

(Del libro Las tierras de Madama Lynch, por Andrés Moscarda).

En la era constitucional el congreso legislativo paraguayo confirmó el decreto del gobierno pro­visorio de la fecha 17 de agosto ya transcripto. En la Cámara _ de Diputados, sin ninguna oposición, en la sesión del 5 de julio de 1871, por mayoría de sus miembros asistentes: Daniel Iturburu, Emi­

lio Gilí, Salvador Bivarola, Juan B. González, José

D. Granado, Melitón Cobriza, José TJrdapilleta,

Andrés TJrdapilleta, Hermógenes Miltos, Juan F.

Miltos, Esteban Gorostiaga, Juan de D. Valdovinos,

Florencio López, Jacinto Bivarola, Marcelino Ma-

llada y Antonio Dentella.

Y en la Cámara de Senadores, en la sesión del 15 del mismo, por unanimidad de sus miembros pre-

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— 403 —

sentes: Mateo Collar, José de León, José A. Basa­

rás, José D. González, Otoniel Peña, Miguel Haedo,

Ángel Benítez, Gregorio Taboada y Manuel Frutos.

Como se Ve, patentemente, votaron la confirma­ción de dichos decretos los mismos hombres que ha­bían actuado durante la guerra al lado del maris­cal López, conjuntamente con los que le profe­saban aversión.

Últimamente, en el curso del prc senté año, y con motivo del centenario del Mariscal, previa una cam­paña " reivindicadora", se presentó al Congreso un proyecto que no fué aprobado, para la deroga­ción de dichos decretos y leyes, habiéndose resuelto en esta oportunidad que las víctimas inmoladas por la tiranía no fueran "traidores a la patria", como se quiso presentarlas en los procesos fraguados al efecto. (Véase -la sesión, del 31 de agosto de 1926. Cámara de Diputados).

Vista del fiscal general, don Juan José Decoitd

Señor Juez del Crimen: El Fiscal General a V. S. expone:

Que según consta por el artículo 4? del Decreto Gubernativo del 4 del corriente mes de mayo, que debidamente exhibo en copia autorizada, el cual se ha publicado en todos los periódicos de la capi­tal, debe proeederse al encausamiento criminal de la llamada Elisa Lynch, cómplice e instigadora de varios crímenes enunciados en el 3, 4, 5, 6, 7, 8, 9 y 10 considerandos del referido decreto.

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Para obtener ese propósito con la celeridad que exige la naturaleza del caso, se hace necesario ins­taurar la sumaria procediendo a la información de los testigos.que se presentaren.

Los delitos a que el precitado decreto alude es­tán en la categoría ele los públicos, que como es notorio al magistrado, determinan acción popular y de consiguiente pueden ser acusados por cual­quier individuo, porque su acción produce siem­pre en mayor o menor escala algún mal físico y moral contra la comunidad.

En el caso actual esos crímenes y delitos son tan

enormes, son tan deprimentes del orden público y

de la moral, que su influencia deletérea ha herido

de muerte al noble, pueblo paraguayo en sus más

grandes intereses, en sus más preciosas prerroga­

tivas, en sus más caras afecciones, llegando hasta

destrozar los más sagrados vínculos del honor y de

la familia, por medio del inmoral espionaje y de

las delación convertida en sistema corruptor de las

conciencias y de los más elevados impulsos del co­

razón.

La conciencia pública del remanente del pueblo paraguayo, que ha escapado con vida, a los asesi­natos, a las espolaciones y a los tenebrosos mane­

jos de la pasada feroz tiranía, acusan a grito herido a la llamada Elisa Lynch, famosa prostituta, con­cubina del autócrata, como su más íntima conse­jera agente y representante en varios actos del último período de lo que ese tirano llama la de­fensa del país, y de lo que la historia llamará su hecatombe inútil, por medio de los suplicios

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— 405 —

y del derrocamiento de la sangre más pura de

sus hijos.

La conciencia pública, ha formado ya su pro­ceso a esa adúltera funesta, a esa moderna Lu­crecia que por la enormidad de sus desórdenes y delitos se halla colocada en la categoría de los cri­minales famosos. . «

La moral y la vindicta pública, ultrajadas en tan alto grado, reclamaban imperiosamente una reparación tan completa y eficaz cuanto posible fuese, atentos los hechos y circunstancias que des­pués de concluida de hecho la guerra, se han pro­ducido acerca de la delincuente amparada hoy por el pabellón de una nación civilizada, por una de esas implicancias que con tanta frecuencia suele pre­sentarnos el Proteo de la política.

Mas sea de eso lo que fuere, el Excelentísimo Go­bierno de la República no podía, sin grave respon­sabilidad ante el país, ante el mundo y ante la Historia permanecer impasible en presencia de esos crímenes y escándalos denunciados por la fama pública más caracterizada. Así fué que para ale­jar de sí esa responsabilidad, expidió el decreto mencionado del 4 del corriente como una protesta solemne, como la piedra angular, sobre que han de reposar las acciones que corresponde ejercitar para reparar en lo posible los males, menoscabos y perjuicios que se han derivado de los delitos cometidos por la mencionada Lynch.

En los prenotados considerandos 3, 4, 5, 6,. 7, 8, 9 y 10 están suficientemente explicados los aten­tados y crímenes de la delincuente, y distraería

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inútilmente la recargada atención de V. S. y ofen­dería su ilustración si tratase de analizarlos, cuan-'do su simple enunciación basta para presentar esos delitos de relieve en toda la ferocidad de su natu­raleza. Por lo demás, la síntesis de la mayor parte de ellos consiste en esa inmensa influencia per­manente y decisiva que la Lynch ejerció en el mismo tirano, como perfectamente lo indica el de­creto gubernativo y que fué la causa eficiente de todos los males que contra el Estado y los parti­culares se produjeron muy particularmente en el período final de su odiosa dominación.

(Sigue un extenso interrogatorio).

Juan J. Decoud. (Mayo de 1870).

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II .—EL PLEITO DE LAS 3.105 LEGUAS

Dictamen del doctor Ramón Ztibizarreta

(Párrafos)

El doctor Zubizarreta, aludiendo al decreto del 4 de mayo de 1870, que disponía el embargo de \m bienes de la Lynch y su enjuiciamiento crimi­nal, dijo lo siguiente:

Sabido es que este decreto no tuvo eficacia en lo principal de su propósito.

No se formó la causa que ordenaba, y sólo se hizo efectiva la incautación de algunas propie­dades notoriamente conocidas como de madama Lynch. Se ignoraba respecto a la tierra fiscal es­criturada a que se aludía en el decreto, la canti­dad de las áreas y su ubicación, pues parece que entonces sólo se tenían referencias parciales y no muy determinadas de estos hechos.

Además se trataba de lugares desiertos o muy despoblados, en los cuales madama Lynch no hizo actos de posesión material ni dejó rastros de su pretendido dominio; bien entendido que su hue­lla tampoco se encontró en los documentos matri­ces del archivo nacional, destruido y extraviado en gran parte.

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— 408 —

Madama Lynch, a quien se notificaban las dis­posiciones de tal decreto, según prevenciones del mismo, hubo de tener buen cuidado de reservar cautelosamente sus documentos, aun quebrantando aquellas otras disposiciones legales que ordenaban a todos los que se considerasen como propietarios de bienes territoriales en el Paraguay, la presen­tación de los títulos en el Registro de la Propie­dad.

De modo que ni las tierras, ni los archivos, ni los habitantes del país pudieron servir como indi­cadores de las zonas o comarcas fiscales sobre que debía recaer el decreto de embargo, como' tampoco pudo determinarse la existencia de los actos ju­rídicos aludidos en aquel decreto para someterlos al ejercicio de una acción de nulidad.

Las referencias que debió tener el Gobierno Pro­visorio acerca de esos actos serían probablemente las mismas que son hoy del dominio público: las narraciones de los militares que, en calidad de testigos unas veces, y de amanuenses otras, inter­vinieron de alguna manera en aquella escritura­ción o tuvieron de ella noticias más o menos di­rectas en las postrimerías de la guerra. En efec­to, personas fidedignas han contado, mucho antes de que se haya iniciado la reclamación de tales tierras fiscales, que López hacía llamar en oca­

siones a algunos de sus oficiales y, como por inci­

dencia, después de mostrarse enojado por algún

particular del servicio, les ordenaba, que pasasen

por tal o cual lugar a poner su firma como tes­

tigos en una escritura. Se supone que la orden se

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— 409 —

cumplía sin gran curiosidad de conocer los por­menores de la testificación.

Otros oficiales dijeron que, -un poco antes de la

muerte de López, recibieron algunos sueldos atra­

sados en papel moneda, que ya entonces no valía

nada, cuando extenuados por la miseria apenas po­

dían conseguir comprar algunas naranjas agrias

por el precio de un Garlos IV de plata cada ima.

Los billetes de que procedían aquellos pagos ilu­

sorios de los atrasos de sueldos, se decía que ha­

bían sido dados por madama Lynch en pago de

grandes zonas de yerbales, pero que para la com­

pra se habían sacado de las carretas o bagajes del

Estado.

Hoy, al reavivarse algunos recuerdos de la gue­rra con motivo de esta cuestión, se lian reprodu­cido las mismas versiones que se acaba de citar, por testigos, todos fidedignos, que presenciaron uno u otro de aquellos incidentes.

En el conocimiento de estos hechos, la Nación entera ha permanecido con la convicción de que aquéllos actos de transferencia habían sido simu­

lados; que no eran, ni podían ser actos de enaje­

nación válida; ni que habría quien, siquiera por

respeto a la verdad, ya que no a las desgracias de

un pueblo, se atreviese a sostener la realidad de

aquéllas venias.

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410 —

Los H E C H O S

Los actos de López, hacia el fin de la guerra con los aliados, manifiestan que tuvo el pían de borrar

del mapa la República, del Paraguay, ya. conven­

cido de que tenía perdida la tremenda partida en

que empleó todas las fuerzas de un puebla va­

liente y resignado.

Cerca de los últimos trances de la espantosa he­catombe en que vio desaparecer por millares a sus disciplinados paraguayos, preocupóse '' de la

suerte futura de los hijos que tenía de madama

Lynch, a quienes, según la expresión de Thompson, amaba locamente.

Debió creer que el territorio del Paraguay pa­saría^ por efecto de conquista, al dominio eminen­te de alguna de las naciones que le combatían, y quiso que, al menos, el dominio privado de una

gran parte de ese territorio fuese de sus hijos.

La idea de que, con los esparcidos y destrozados miembros de este país se llegase a formar inmedia­tamente una nueva República del Paraguay, de­mocrática, libre e independiente, no pudo estar en la cabeza de López.

Para obtener el resultado de que aquella prole que tanto amaba, quedase, después de su muerte, poseyendo una considerable riqueza territorial, a

más de la mobiliario, que tenía entre sus manos,

areyó que bastaba a su propósito mandar al vice­

presidente Sánchez, depositario nominal en oca­

siones del Poder Ejecutiva, haber las escritura­

ciones de forma a favor de madama Lynch, a la

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- 411 —

que, además nombraba hereolera universal de todos

sus biewss.

No hay forma de dar mejor interpretación a la enajenación de todas las tierras fiscales en aquella situación, con aquellas personas y bajo aquellos modos de venta.

¡Que no se hizo para atender las necesidades de la guerra, es tan evidente en la historia, que hasta parece ociosa toda demostración de lo mismo.

Algo debe decirse aquí, sin embargo, de lo más culminante y notorio.

Varios millones de pesos en metálico dicen los documentos de esta cuestión que ingresaron en la tesorería general.

—Pero, ¿ingresaría en efectivo en las arcas fis­cales toda la suma que figuraba como precio de lo comprado? ¿Aquel dinero se gastó para satis­facer las necesidades del ejército, o volvió a las manos de madama Lynch?

—Hablen las citas históricas sobre estos dos particulares.

—En el congreso que se reunió el 5 de marzo de 1865 se votó una ley autorizando a López a emitir papel moneda hasta la suma que creyera conveniente.

En virtud de esa autorización, López decretó el día 25 de aquel mismo mes, una emisión de pe­sos 2.900.000 y el 10 de abril de aquel año, abolió la ley que mandaba pagar la mitad de los sueldos en metálico. Estos datos hay que tenerlos en cuenta para saber cómo se sufragaban las ne­cesidades del ejército. Thompson, testigo veraz, di-

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— 412 —

ce en el capítulo segundo de su Memoria sobre la guerra del Paraguay:

" E l ejército estaba organizado según el sistema y ordenanza española. El sueldo nominal de cada soldado era de 7 patacones al mes, pero sólo ló recibía cada dos meses. La tercera parte se le pa­gaba en moneda metálica, otra en papel y la última en efectos que los soldados podían sacar de los de­pósitos del gobierno, establecidos para este objeto. Después de comenzada la guerra, el ejército dejó

de percibir sus sueldos; durante toda ella López

decretó dos recompensas. Cada una de las cuales no

pasó del equivalente de un mes de sueldo".

En la nota de Mr. Washburn a Mr. Stuart, mi­nistro inglés en Buenos Aires, se leen estas frases:

Antes de agosto no supe que además de la cons­piración contra el gobierno, había tenido lugar un robo en el tesoro público.

"Detalles sobre este robo nunca pude obtener­los, ni tampoco pude obtener los referentes a la conspiración.

" L a única explicación que puedo dar en cuanto al robo del tesoro, es la siguiente-, desde que Ló­pez entró al poder, nunca ha tenido un tenedor de libros competente en su administración, y es pro­bable que no ha sabido hasta muy recientemente el dinero que le dejaron sus antecesores.

"Desde ese momento ha ido gastando en grande escala, y probablemente ninguna cuenta exacta se ha guardado jamás de lo que se ha pagado por su orden.

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— 4 1 3

"Después de la evacuación de la ciudad en fe­brero, tuvo tal vez oportunidad de contar su di­nero y encontró que había practicado un desfalco en su tesoro. Este descubrimiento no se hizo proba­blemente, sino después de algunos meses que tuvo lugar el traslado a Luque. En el mes de junio su­pimos que todos esos extranjeros que habían ga­

nado algún dinero en los últimos años y con pro­

babilidad lo tenían en sus casas, fueron arrestados

y enviados agitas abajo. Entre ellos se encontraban

ingleses, franceses, italianos, españoles, alemanes

y portugueses. El plan de López parece haber sido

conseguir este dinero, y entonces por amenazas y

torturas, forzarlos a confesar que eran conspirado­

res o ladtrones del tesoro público. En vista de estas

confesiones serón muy probablemente ejecutados,

obedeciendo al principio prudente de los ladrones

de caminos u otros asesinos: "Los muertos no

hablan".

"Ta l vez crea que alguna cañonera de nación neutral lo tome a su bordo con el importe de sus saqueos en el último momento. Pero por la pre­sente declaro "que él dinero que se ha procurado

no le pertenece".

Otras citas: "Mr . Vernouillet, ministro francés, llegó a bor­

do de la Decidée con el objeto de visitar a López; él y el capitán de la Decidée fueron condecorados con la orden nacional del Mérito. La Decidée em­barcó tesoros en el Paso de la Patria (1865, pág. 127. Obra de Thompson).

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— 414 —

Más adelante dice el mismo testigo que en abril de 1866, cuando se desalojó el Paso de la Patria, fué saqueada la caja del gobierno que sólo con­tenía papel moneda.

"Botín de Curupaítí. "Se recogió una gran can­tidad de libras esterlinas que madama» Lynch cam­bió por papel moneda (pág. 199).

^En 1866, como testimonio de su sentimiento "patriótico, las señoras de la Asunción le presen-"taron una banderita bordada por ellas, con oro, "diamantes y rubíes, y cuya asta era de plata; "además le enviaron un álbum encuadernado en "oro sólido y acomodado en una caja, con una es-" tatúa ecuestre encima, todo de oro macizo. Las "'insinuaciones y las ideas pa/i'a estas manifestar

dones partían todas del cuartel general, y eran

"sugeridas por una señora amiga de López. Gomo

"es de suponer, nadie se atrevía a negarse para

"contribuir a estas cosas.

" E l año siguiente (1868), los ciudadanos se vie-" ron en la necesidad de hacer otro obsequio, y "esta vez no hubo reserva alguna respecto a la "persona que sugirió la idea, porque los diseños fueron ordenados por la señora del campamento, y

"desde allí enviados a la Asunción, en donde fue-

"nan ejecutados.

"Los regalos consistieron este año en una es-"pada ele honor y una corona de laurel fundida " en oro. El puño consistía en un San Jorge y " e l dragón, todo de oro macizo adornados con 23 "brillantes y gran número de piedras preciosas. " L a vaina era de oro con arabescos de relieve. Es-

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— 415 —

" t o se encerraba en otra vaina de tubos concén-" trieos, también de oro puro con una estatua en "e l extremo y construida de manera que, cerrán-"dola, se veía solamente la parte que contenía el "puño, figurando entonces un bello adorno de me-"sa. El todo fué colocado en una hermosa ban-"deja de plata que fué llevada y presentada por "una comisión de ocho personas de las cuales la "principal era don Saturnino Bedoya, cuñado de "López y tesorero general. Era un trabajo de mé-"rito..

" L a corona de laurel no pudo terminarse para "e l día de la presentación, aunque se hicieron va-"rios diseños de ella, que no fueron aceptados por " l a sola razón de que tendrían poco valor, a pesar " d e que entre las hojas había flores de brillantes.

" L a corona debía ser colocada en un cojín, y "ambas cosas en una caja de oro de 18 pulgadas "de largo por 14 de ancho.

"Se insinuó que para hacer un regalo que va-"liera la pena, lo único que podía hacerse era fun-"d ir una esfera de oro incrustada con brillantes. "Más tarde, sin embargo, López encontró un me-"d io más seguro de posesionarse de todo cuanto "había en el país de algún valor. Se apoderó de "todas las joyas de las familias, de la manera si-

"guíente:

"Puede darse por un hecho indudable que to-

"das las mujeres paraguayas, desde la más alta

"hasta la más baja, poseían muchísimas joyas.

"Entre las clases acomodadas había gran canti-

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— 416 —

"dad de perlas y brillantes, pues las joyas eran el

"único artículo de lujo importado por los espa-

"ñoies, y los regalos que los paraguayos hacían a

"sus novias consistían siempre en alhajas.

" S e inició nn movimiento patriótico (promiovi-

"do por la instigadora de.siempre), entre las se-" ñoras, de las cuales algunas se constituyeron en "comisión, e invitaron a las demás a presentar a "López todas sus joyas para contribuir así a los "gastos de la guerra. Como es de suponerse, en' "todos los pueblos y aldeas del país se formaron ' 1 comisiones idénticas que declararon su adhesión " a la idea. Cuando la oferta se formalizó, López ' ' dio las gracias por medio de una carta en forma 1 ' de decreto en que decía • que el país no requería "tal sacrificio; pero que él aceptaría la vigésima "parte, para con ella fundir una medalla en eon-"memoración del patriotismo de las damas.

Poco después, toda la joyería fué recolectada, y

los jueces de paz imitaron a todos sin excepción

y hasta a los recalcitrantes, a "ofrecer" todas las

joyas, deponiéndolas en sus manos. La orden fué

inmediatamente cumplida, y después de reunidas

las joyas, no volvió a hablarse nada de ellas, ni

nadie se atrevió a preguntar por su paradero. Se hizo un diseño para la medalla y se fundieron cuatro, con un doblón de oro fundido a propósito.

Todas estas joyas robadas pm López, fueron, se­

gún parece, embarcadas en los buques de guerra de

las naciones extranjeras".

No está demás reproducir aquí estos curiosos documentos:

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— 4 1 7 —

Señor Mayor General Mac-Mahon, Ministro de los Estados Unidos en América.

Pikysyry, diciembre 23.

Mi distinguido señor:

Como el representante de una nación amiga, y en precaución de cuanto pudiera suceder, me per­mito confiar a su cuidado aquí adjunto,, un docu­

mento de donación, por el c¡ual transfiero a doña

Elisa Lynch todos mis intereses particidares de

ciwlquier clase que sean.

Yo le ruego tenga la bondad de guardar ese documento en su poder hasta tanto que pueda en­tregarlo a dicha señora, o devolvérmelo en cual­quier contingencia imprevista, que pudiera impe­dirme volver a entenderme con usted a este res­pecto.; < ' | :

Me permito además, rogarle desde ahora, quiera hacer cuanto esté en su poder para llevarse a efec­to las disposiciones prevenidas en dicho documen­to; agradeciéndole de antemano cuanto en tal sen­tido pueda hacer en obsequio de su muy atento servidor.

Francisco 8. López.

(ooDicnjo) " E l infrascripto, mariscal presidente de la Re-

" pública del Paraguay, por el presente documento "declaro formal y solemnemente, que agradecido "a los servicios de la señora doña EMsa A. Lynch,

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— 418 —

"hago a su favor donación pura y perfecta de to-"dos mis bienes,, derechos y acciones personales, y "es mi voluntad que esta disposición sea fiel y "legalmente cumplida.

"Para todo lo cual firmo con testigos en el cuar-"tel general de Pikysyry a los veintitrés días del "mes de diciembre de mil ochocientos sesenta y " o c h o " .

Francisco S. López.

Nota.—Se ve por este documento que en lo más recio de la acción, el mariscal se preocupaba de asegurar sus intereses, viendo ya mal parada la defensa.

Las citas anteriores se corroboran con estas pa­labras de Thompson, pág. 362, de su obra:

" N o hay duda que el objeto de López al co-

nieter estos crímenes, era apoderarse de todo el

dinero publico y privado que existía en el país. ..

"El robo en la tesorería era absolutamente im­

posible en el Paraguay, excepto para López, a cau­sa de los innumerables sistemas de espionaje, siem­pre en actividad, sobre todo en aquel departamento. Después de ordenar que el dinero público fuera depositado en sus propias cajas, hizo llevar al ejér­cito y asesinar a todos los que tenían algo que ver con la tesorería, las oficinas públicas y con toda la mayordomía de su casa particular, de manera que en el día de hoy, nadie, excepto él, sabe dónde se encuentra! la tesorería paraguaya. Todos los co­merciantes, o individuos de cualquiera clase o pro-

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festón que tenían dinero, fueron tratados de la

misma manera y su dinero y papeles robados por

los agentes de López.

"Gran parte del dinero así obtenido fué, sin duda sacado por los buques neutrales de guerra que visitaron la Angostura, a fines de 1868".

Merecen copiarse también las palabras de D. Silvestre Aveiro, secretario de López y uno de sus fiscales, en la exposición que dirigió al Conde d'Bu, en 23 de marzo de 1870:

"Madama Lynch ha contribuido mucho para la desgracia de muchos. Las veces que ella iba a la capital después de regresar, caían muchos. Inte­resada hasta el extremo, ella ha soplado al pueblo

el asunto de las alhajas, de la espada, del tintero,

etc., haciendo hasta el escándalo de comprar tierras

y casas por billetes'.'.

Y las siguientes, de Washburn, en su carta al editor de " L a Tribuna", de Nueva York:

"Mrs. Lynch no perdió ccasión de echar mano

a todo objeto de valor existente en el tesoro y en

los santuarios del país".

¿Qué pagos hizo López en Europa por arma­

mentos en todo el tiempo que duró la guerra?' A esta pregunta contestarán todos los que han te­nido ocasión de saberlo, que no hizo pago alguno. Ni por los armamentos, ni por los materiales de ferrocarril y otros valores que anteriormente ha­bía recibido por cuenta del Estado. Así lo com­prueban las reclamaciones que interpusieron di­versos acreedores a la conclusión de la guerra. Aquellos buques encorazados cuya construcción se

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- i 4 2 0 —

había emprendido por orden de López, en Eu­ropa, se perdieron principalmente por la falta de pago de las cuotas debidas a los constructores.

La famosa cuestión litigiosa del doctor Stewart con madama Lynch, ante los tribunales ingleses, nos puso de relieve cómo el dinero de esta repú­

blica eran bienes propios de la tal señora.

En tono de los embarques del dinero fiscal que

se verificó en %ün buque de guerra neutral, por or­

den de López, éste quiso que figurase como remi­

tente el doctor D. Guillermo Stewart, de quien se había antes servido como agente para muchos de sus pedidos de materiales a Inglaterra.

Después de hecho el embarque, madama Lynch

llamó al doctor Stewart y le exigió un recfbo o

comprobante a su favor por todo el importe de la

cantidad remitida. El doctor Stewart comprendió que aquella exigencia venía de orden de López y que no podía negarla, sin grave peligro de su vi­da; y, en consecuencia, dio el recibo en los tér­

minos que quiso madama Lynch.

Después de la guerra, hallándose el doctor Ste­wart en Inglaterra, se produjo el pleito sobre la reclamación de aquel dinero, pleito que acabó con una transacción en mérito de dicho recibo, a pesar de que el doctor Stewart probó, con el testimonio de muchos ciudadanos paraguayos que intervinie­ron de algún modo en el embarque del dinero alu­dido, que éste era de propiedad del Estado.

Indudablemente, que el precio y la entrega del mismo para el pago de las tierras fiscales se for­mularon aparentemente en las escrituras de mada-

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ma Lynch. López, al mismo tiempo que dio las

tierras a la "señora del campamento", como la

llama Thompson, puso en manos de la misma los

restos de la fortuna pública del Paraguay.

En 15 de agosto de 1869 se instaló el Gobierno Provisorio del Paraguay. ¿Qué pueden, pues, sig­nificar aquellos actos de venta de tierras naciona­les? Nada más que lo que todos saben, que López al morir, consecuente con su sistema, procuró arran­

car al Paraguay los 1 últimos girones de sic riqueza

para mejorar el porvenir de sus hijos y de su que­

rida.

Aquí se encierra toda la moral del episodio.

López embarcaba los tesoros fiscales en los bu­ques neutrales de guerra para formar con ellos un patrimonio a sus hijos; el oro y la plata eran car­gas molestas en las marchas incesantes que tenían que hacer huyendo del enemigo; había acostum­brado a su ejército a las más terribles privaciones, y oficiales y soldados no se acordaban de sus suel­dos nominales; no necesitaba dinero para adquirir

los artículos de guerra; obraba como señor de vidas

y haciendas y tomaba todo lo que tenía el país en

hombres y recursos, sin hacer la menor erogación

por cuenta del Estado. El socialismo en que se había educado el pueblo, haciendo que todo fuera de la patria y nada del individuo, imperaba en toda su fuerza, sin otra excepción que la de madama,

Lynch.

En segundo lugar, nadie puede dudar que para

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— 422 —

que hubiese habido un propósito administrativo de allegar recursos con la venta de tierras fiscales, se debía pensar en personas cuya caja no fuese la misma que la del Estado.

La caja de madama Lynch era la de López y la

de éste no era otra que la del Tesoro Público. Así, el hecho de presentar como compradora de las tie­rras fiscales a la querida y heredera de López, no puede inspirar a nadie la creencia de que hubo venta real con la entrega del precio; aunque sí inspirará toda la aversión que merece la indig­

nidad y el codicioí-o egoísmo que se practica con las

más agravantes circunstancias que se puede ima­

ginar.

Madama Lynch, figurando como compradora de tierras fiscales y pagando por ellas, según las es­crituras, sumas cuantiosísimas, a la vez que reci­bía las letras por el importe de las yerbas del Es­tado y la constancia de ser suyos los dineros que se embarcaban buscando seguro en el exterior, for­ma un duro contraste en el cuadro de la guerra con

aquéllas familias pudientes del país, a quienes se

confiscaron sus bienes en servicio del Estado y con

aquellos pobres comerciantes extranjeros a quie­

nes se atormentó y fusiló después de quitarles las

especies metálicas que habían adquirido como fru­

to del trabajo de muchos años.

¡ Irrisión de la desgracia de un pueblo! Los herederos de las víctimas de la tiranía han

llorado la mala suerte de los suyos, pero ninguno ha pretendido responsabilizar al Estado por los abusos de López; sólo los sucesores de madama

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Lynch son los que 'pretenden responsabilizar al

país por esos actos, revalidándolos en la presente

época con escarnio de la verdad y de la justicia.

A medida que los ejércitos aliados avanzaban en la persecución de López, estrechaban a éste su zona de acción, dejando a la espalda de ellos las per­sonas y cosas que iban salvándose de la lucha, y que rigieron militarmente hasta la instalación del Gobierno Provisorio. La\ zona de acción de López, desde 1868, quedó, pues, reducida a la parte des­poblada, por donde fué retirándose hasta el día de su muerte. Los actos de él o del vicepresidente

Sánchez, disponiendo de los valores territoriales

del país, aunque no tuvieran las tachas insanables

•mencionadas antes, tendrían el defecto de aparecer

contó la obra del cadáver de Un gobierno de quien,

todo lo que quedaba del antiguo Paraguay, malde­

cía unánimemente.

. . .y así ha venido a resultar* que no hubo enaje­nación por traslación de dominio, ni necesidad por lo tanto de entablar acciones judiciales para la rei­vindicación de aquellas tierras, quedando sólo a madama Lynch la propiedad de algunos papeles que, como contrarios en su texto a las leyes admi­nistrativas del país, como otorgados sin potestad en el objeto sobre que. disponían, como opuestos a las leyes comunes del caso,, como hechas para el

beneficio ilícito de la querida de López, como de­

fraudadores de la riqueza de un pueblo y como

falsos en sus fechas y demás circunstancias que

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expresan, no son, ni pueden ser otra cosa ante la

conciencia dé los hombres, que un padrón de igno­

minia para sus autores y nunca de legítima pro­

piedad.

(El doctor Ramón Zubfearreta, jurisconsulto español y ca­tedrático de filosofía y de derecho, residió largos años en el país, con estudio de abogado, dejando un hogar respe­table y un nombre ilustre. Fué el primer rector y organi­zador de la Universidad Nacional y es autor de los comen­tarios inconclusos al código civil).

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III .—UN MANIFIESTO HISTÓRICO

Eli GENERAL BERNARDINO CABALLERO

A sus conciudadanos

Sesenta años de encierro, de obscuridad y tiranía

deben ser más^que suficientes para que las tristes

lecciones de esos tiempos no vuelvan jamás a repe­

tirse en los hoy despoblados bosques de nuestra

querida patria.

Acabamos de purgar en una guerra tremenda contra un poder colosal, las culpas que pesaban sobre nosotros y sobre nuestros padres. Nuestro aislamiento, nuestro encierro, la falla de espirita

publico entre nosotros, entregaron los destinos del

país a tres tiranos, de los cuales dos no tienen para­

lelo en la historia de los siglos.

Aprovechemos la sangrienta lección que ellos nos legaron para evitar nuevos desastres en el porvenir.

La hecatombe del pueblo paraguayo, llevado al

sacrificio por la férrea voluntad de un mandón que

él mismo se dio y consintió, es una enseñanza harto

cruel para que el pueblo olvide que es preferible

levantarse y luchar para asegurar la libertad, que

doblegarse cobardemente a la voluntad de los ti­ranos. Vencidos por la Alianza en lucha leal, a la

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— 426 —

que fuimos conducidos por las ambiciones de un

hombre, que lanzó al fuego nuestro hermoso pabe­

llón, había llegado para nuestro pueblo el momento para recoger el fruto de tanta sangre. En el postrer combate se había roto el último eslabón de la ca­

dena que lo oprimía y era el instante en que debía

erguirse libre, purificado por la sangre y el fuego.

Par aguar i, 22 de marzo de 1872. Vuestro amigo.

B E R N A B D I N O CABAI^LERO; .

El mariscal López y el general Caballero

(Comentarios de " E l Orden")

Un diario local ha publicado el patético relato de un episodio, de allá de fines de la guerra, se­gún el cual el mariscal López, persuadido de su próximo fin y ya casi sin soldados, pues apenas le quedaban unos escasos centenares de sombras humanas que apenas podían tenerse en pie, en uno de los tantos simulacros de poderío o de delirio de grandezas a que era tan afecto, habría convocado a ese puñado de esqueletos para representar una nueva farsa, tal como las estilaba en otros órdenes, sin excluir el religioso, a fin de hacerles creer que en caso de faltarles su presencia, el general Caba­llero era el jefe predilecto llamado a hacer sus veces y aun sucederle en el mando.

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Un manifiesto histórico

Cierta o no la historieta, la verdad es que el ge­neral Caballero que lo acompañó hasta Cerro-Corá, lo mismo que el general Escobar y que fueron des­pués los jefes indiscutidos del partido colorado, parece no haber guardado recuerdo de cariño o de gratitud para con la persona del mariscal, no obs­tante la descripción de la mencionada escena en que se le presenta como abrazando al mariscal con lágrimas en los ojos.

El general Caballero y el partido del que fué jefe vitalicio, gobernó durante treinta años des­pués de la guerra,' con absoluta omnipotencia y jamás, ni el general Caballero ni el partido colo­rado, en tan largo período de tiempo y de gobier­no, discrecional y absoluto, dueños como eran del parlamento, creyeron necesario ni oportuno dero­gar las leyes y decretos dictados por los primeros gobiernos, provisorio y constitucional del país, de los últimos días de la guerra y del primer período subsiguiente.

Es muy curioso este proceder de aquel jefe, con­decorado y distinguido por el mariscal López, a quien sirvió hasta el último momento y que, sin embargo, no creyó jamás deber rehabilitar su me­moria, levantando la lápida de ignominia arrojada sobre su nombre por sus adversarios, cuando tan fácil le hubiera sido destruirla con un solo gesto, de haberla considerado inmerecida o injusta, y tampoco lo hizo el partido colorado que ha prego­nado siempre ser el depositario de las glorias y tra-

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diciones patrias y el cultor del nacionalismo, no obstante haber gobernado el país durante tantos años y haber estado en sus manos el borrar seme­jante afrenta inferida a la memoria de su héroe máximo.

La conducta del partido colorado y de sus jefes será siempre un enigma inexplicable ,en quienes conocieron de cerca al mariscal y pudieron aquila­tar mejor que nadie la justicia o injusticia de aquel fallo que, ahora, tardíamente, se trata de rever, y, mientras ese enigma no se aclare, el partido liberal no tiene por qué meterse en camisas de once varas, tratando de enmendar lo que otros, con más títulos y derecho para ello por su actuación pa­sada, debieron haber hecho y pudiendo, nunca lo hicieron, lo que quiere decir que sus razones y muy respetables habrán tenido para ello.

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IV.—OTEO MANIFIESTO

De Matías Goiburú, José D. Molas y Nicanor Godoy

No se borraná de la memoria de la nación para­guaya que para destronar a la familia López ha sido necesaria una guerra de cinco años, la devas­tación de su territorio y medio millón de víc­timas.

Jamás olvidará que los López y Francia llega­ron a adquirir el poder soberano y omnímodo has­ta identificar con sus personas el Estado y la Pa­tria, porque dispusieron de tiempo para asegurar su influencia y subyugar el espíritu público.

A los López se les permitió que formaran es­cuela, que educaran tres generaciones consecutivas

en la obscuridad y la abyección, para imprimir en ellos su sistema, darle forma y apoyarse en la tra­dición y la rutina, arraigando en las masas la idea de que el gobierno les pertenecía.

. . .Y el Paraguay ha purgado su falta de más de medio siglo. Los hijos de este desventurado país, ofuscados por tanta degradación, llegaron hasta a olvidar los sentimientos naturales innatos en el

hombre, convirtiéndose en verdugos de sus her­

manos y en delatores de sus padres.

(Manifiesto redactado por don Juan Silvano Go­doy y publicado en Corrientes en abril de 1877).

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V.—UNA PAGINA DE O'LEARY

A MI MADRE

¡Pobre madre mía! Dolorosos recuerdos opri­men tu corazón en este día. Todas las escenas de aquel horrible drama, de sangre y de martirio para nuestra raza, se levantan ante tus ojos para re­novar en tu alma las amarguras infinitas de horas nefandas de implacable Urania.

i Por qué estará tan triste la amada madre mía ? — me dije al acercarme a tí en la mañana de hoy. Sobre tu hermosa frente el dolor extendía su in­tensa palidez. En tus ojos llenos de fuego vi refle­jada la más profunda melancolía. Besé tus canas blancas como el lampo de la nieve y casi llorando el motivo de tu dolor.

¡ A h ! para ciertos espíritus, la noche de los años se trueca en radiante claridad.

Para tí, madre, no existe sino imperecedera ju­ventud. ¡ Hasta para el dolor nunca envejeces! Las arrugas llenan tu frente y tu cabellos albean, pero en el fondo de tu pecho, sobre el volcán de tu corazón ardiente, se abren las perfumadas flores de una juventud eterna!

Respondiste a mi pregunta y supe entonces la causa de tu tristeza. Tus palabras resonaron en

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mi oído, llenas de calor y entusiasmo, y descendie­ron a mi alma como salmos religiosos.

¡Ah, los tiramos, mi maldición para ellos!

En este mismo día, hace treinta y seis años, eras conducida ante el juez inicuo que había de dictar tu sentencia. Acusada de traición a la pa­tria, habías pasado largos días en el fondo de obs­curo calabozo. Y te condenaron por traidora. El destierro perpetuo, allá en los confines de nuestra tierra, fué' el tremendo castigo de tu crimen. ¡ An­tes había muerto en la cárcel, víctima también del tirano, tu generoso compañero. Tu hermana, car­gada de grillos, lloraba por tí en el silencio de su prisión. Tus hermanos, perseguidos por el tirano, morían unos tras otros, ya lanceados, ya en el cepo de Uruguayana o ya de miseria y de hambre!

Pero aquel turbión de desventuradas no doblegó tu voluntad ni acabó con las indomables energías de tu espíritu. D'esde tu niñez habías aprendido a soportar las desgracias con resignación. Nacida en los buenos tiempos del doctor Francia, habías visto a tu padre y a otros miembros de tu familia, pasar lo mejor de su vida en las pocilgas del tirano. Habías esperado, durante largos años, la muerte del autor de tus días, puesto en interminable ca­pilla por aquel viejo con alma de chacal!

El dolor no era nuevo para tí. Escuchaste de boca del juez la inicua sentencia

y marchaste resignada al destierro. Tú, que habías pasado tu vida entre los halagos de la fortuna, al calor de un hogar donde aprendiste las austeras virtudes que llenan tu corazón, emprendiste aque-

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lia peregrinación descalza, con los pies destrozados por las zarzas del camino, con tus hijos hambrien­tos en los brazos, sin siquiera haber deshojado, antes de la partida, una flor sobre la tumba del amante compañero, cuyos ojos habías cerrado y cu­yas últimas confidencias no habías escuchado. •

¡ Pobre madre mía! Atrás, dejabas la tumba de tu amado y el hogar

de tus mayores. Adelante, te esperaba lo incierto, quizás las agonías del hambre, o, talvez, los lanza­zos de los esbirros del tirano!.. ,

Bien comprendo, madre, tus tristezas de este día. Y en tí veo la personificación de aquella mujer que corrió la espantosa vía crucis de un dolor nunca superado; de aquella mujer que fué más grande en su abnegación, que la mujer espartana; de aquella mujer que, desterrada, insultada, violada, lancea­da, pero siempre hermosa, siempre altiva, levantó, después de pasada la tormenta devastadora, sobre las- ruinas de la opulenta patria de sus padres, la gloriosa patria de sus hijos.

¡ Ah ! madre querida, tú me enseñaste a perdonar. Tú no guardas rencores para nadie. Pero, a pesar de todo, siento agigantarse el odio inmenso que lle­na mi alma: odio hacia el tirano y odio hacia los lobos hambrientos que se derramaron sobre nuestra tierra e hicieron añicos de nuestra nacionalidad!

Muchas veces, madre mía, el odio es la más su­blime de las virtudes.

Yo tengo mis grandes odios. Quien no odia al­guna vez, no es virtuoso: es un espíritu muerto, sin energía.

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Tu martirio, madre, es infinito. Cada día, cada instante, se levantan ante tus ojos las sombras de tus hijos, mis hermanos, muertos de hambre en las soledades de tu peregrinación. Tú les viste morir. Tú presenciaste aquella agonía indescriptible, y después de muertos tuviste que dejar sus cuerpe-citos fríos bajo una capa de tierra y una al­fombra de flores.

¡ Pobres hermanitos míos! Yo, también, os veo en mis ensueños envueltos en nítidas mortajas, flo­tando en el espacio como blancos angelitos. Ni vos­otros escapasteis a la saña de los tiranos y de los. caínes. Algún día cuando mis cantos sean dignos de vosotros enterraré vuestra memoria en la cris­talina tumba de mis versos!

Yo que sé madre, cuánto amas a esta patria des­graciada; yo que oí de tus labios la historia de todo lo que sufriste y de todo lo que sufrieron los tuyos por ella; yo que sé cuánto desprecias a los traidores, comprendo lo injusto de aquella senten­cia que tú cumpliste sin protestar.

Tú perdonaste al tirano, que tan brutalmente te

maltrató^ Yo no lo perdono. Le olvido. Y, en este día, uno mis lágrimas a las tuyas y con mi' alma

Para tus verdugos y para los verdugos de nues­

tra patria — perdóname madre mía —> mi odio es

eterno.

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abrazo a esos pobres mártires, hermanitos míos, muertos de hambre en las soledades del destierro.

J U A N E . O ' L E A R T . .

El autor de este artículo, en su juventud, comulgó con las ideas liberales, ingresando en el Partido Radical, siendo su presidente el Dr. D. Cecilio Báez. Más tarde reaccionó y, seducido por los halagos oficiales, se pasó a las filas coloradas — en 1903 —. dedicándose a explotar el filón del nacionalismo, que le prometía, éxitos fáciles. Combatió a su ex jefe, el Dr. Báez, al General Ferreira y a los " l e ­gionarios". Esto ocurrió en 1906-1907.

El año siguiente, los gobernantes fustigados le facilitaron medios de hacer un viaje de placer a Buenos Aires y, al pasar frente a las ruinas de Humaitá, testigo elocuente de la hecatombe del 65-70, se le ablandó el corazón, se le hu­medecieron los ojos y, llorando a lágrima viva, cantó la palinodia impetrando el perdón para los "legionarios" que, hasta la víspera de su partida, fueron por él tan vilipendia­dos según consta en la carta que a continuación se inserta.

Caído al poco tiempo el gobierno del General Ferreira, tornó a ser furioso antilegionario y antioívico, cuyos favores había aceptado, salpicando con la tinta de su pluma enve­nenada a los mismos — en desgracia — para quienes, ayer, pidiera olvido generoso. Reanudó su campaña de reivindi­cación del "verdugo de su madre y de su patria" que de­cía él.

Fué diputado colorado pero no se le reeligió a causa de su actuación parlamentaria estéril y, aunque figuraba en la lista de candidatos, sus correligionarios le eliminaron.

Durante la rebelión militar, encabezada por el Coronel Adolfo Chirife y Eduardo Sehaerer, contra el gobierno del Dr. Eusebio Ayala, O'Leary hizo activa y vocinglera pro­paganda por el éxito del militarismo. Propiciaba la dicta­dura de Chirife en su odio a los radicales, que se encontraban en el poder.

Vencida la sublevación militar, O'Leary, que tiene pasta de cortesano, se insinuó en el ánimo del presidente Eligió Ayala, quien le prometió un, consulado en Europa. Y con esto se apresuró a rectificar su juicio enconado -contra los radicales, colaboré asiduamente en sus órganos, abjuró do su chirifismo y abrazó la causa de la juventud liberal, que combatió a los jefes rebelados. Al regreso de Don Manuel

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Gondra del Congreso Panamericano de Chile, donde adquirió armas para el Gobierno en luelia con la sedición, publicó bajo su firma un extenso artículo apologético de aquél.

El Gobierno cumplió con O 'Leary su promesa de enviarlo a Europa por cuenta del Estado. Pero como su partido, el Nacional Republicano, por órgano de la Convención, había acordado la abstención electoral y prohibido que sus afilia­dos aceptaran cargos públicos, a pesar de las amonestacio-ciones de sus correligionarios, O'Leary prefirió ser expul­sado, que lo fué en efecto, no obstante su alta investidura de miembro del Ejecutivo Colegiado, antes que rehusar el consulado en España, en que soñaba desde hace veinte años. Sus íntimos aseguran que O'Leary, oveja descarriada, vol­verá al Partido Liberal que, hoy, le tiende la mano y del que se había apartado para ingresar e l el Republicano, due­ño, entonces, del gobierno.

Tal es en síntesis, su actuación política. En lo histórico se erigió, al principio, en severo censor del tirano López, para, más tarde, abrazar la causa de este monstruo, que vejó a la propia madre y a la de su panegirista, Juan E. O 'Leary.

DON JUAN E. O 'LEARY, RINDIENDO HOME­NAJE AL PREPOTENTE GENERAL FE-RREIRA.—-MUERTO Y CAÍDO, AHORA LE ESCUPE.

Fuera de la patria. — La verdad histórica. —

Palabras de tolerancia

En plenas aguas de Paraná, fuera de las fron­teras materiales de la patria, acabo de leer la últi­ma página que el poeta Carlos Guido Spano dedica a Don Gregorio Benítez.

Yo no sé si por que soy naturalmente impresio­nable, o porque, contemplando las costas paragua­yas, sembradas de recuerdos, excité demasiado mi sensibilidad, mi extremada sensibilidad, el hecho es

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que leí dicho trabajo profundamente emocionado. ¡ El buen viejo, el laureado poeta, sigue siendo

justo con el Paraguay! Decae ya su vigorosa inte­ligencia: ¡quince años de cruel enfermedad no es para menos!

Esta última página no vibra ya con las fulgura­ciones de energías pretéritas. Pero a través de ella pasa triunfante el viejo soplo, — el espíritu de la divina justicia — como en aquellos trabajos con que el diario "América" hizo admirablemente simpá­tica la causa paraguaya.

Guido y Spano se muestra argentino ante todo. Pero justiciero sobre todo. Tal como ayer.

Oid lo que dice: " H e leído con vivísimo interés sus anales. Son

a la vez en lo esencial, valioso contingente a la cró­nica de acontecimientos memorables, y el diploma acompañado de amplia documentación, en que re­saltan los servicios de un ciudadano paraguayo (Don Gregorio Benítez), dispuesto en días trágicos a ofrecerse en cuerpo y alma a su patria llegando luego a representarla dignamente en su ardua mi­sión ante las grandes potencias, donde desplegara, en continuo movimiento y labor, su tacto y capaci­dad diplomática, atrayéndose por todas partes las simpatías de reyes y magnates con quienes hubo de tratar. Bajo este punto de vista, nada más justo que encomiarle. La patria en tremendo conflicto, fué su inspiradora, y ella a no dudarlo le señalará hoy y en lo futuro el lugar que le corresponde en­tre los hijos predilectos, quienes nunca le amaron tanto como al verla resuelta a sucumbir en desigual

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r - 437 —

combate, defendiendo denodadamente lo que juz­gara su derecho y cayendo con gloria bajo el pavés, primero antes que rendirse a la fatalidad del des­tino".

Esto no tendrá la diafanidad de la antigua pro­sa del noble vate, pero conserva incólume ese espí­ritu justiciero que alabáramos antes.

No hace, acaso, acabada justicia a ese otro viejo nobilísimo, a ese paraguayo de una sola pieza, que se llama Gregorio Benítez?

No afirma, acaso, que caímos con gloria? Pero no sólo quiere darnos lo que nos correspon­

de — la gloria íntegra de la gran epopeya, — quie­re, también, curar nuestra ceguedad, revelándonos verdades que nos empeñamos en desconocer. El poeta no tiembla, horrorizado, ante la figura del Mariscal López. No vé en él al monstruo, vé al héroe, "cuyo nombre va creciendo" con los años.

Generoso, noble, sin odios ni rencores, nos habla de él en estos términos:

. . .el mariscal López, caído con la espada en la mano y cuyo nombre va creciendo entre las nubes preñadas de rayos que en la vida le rodearon... formidable adalid, yacente en solitaria fosa, custo­diada por sombras de guerreros armados, y sobre la cual enciende la historia una fúnebre lámpara que ningún viento apagará jamás. . .

¡ Esto se llama justicia! El poeta no podía caer en la vulgaridad de un

estúpido vituperio. ¡•Quince años de dolor enseñan, indudablemente,

a decir la verdad!

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Guido y Spano, argentino ante todo, se revela, así, justiciero sobre todo.

Tal como en ardorosa juventud sufrió persecu-siones sin cruento, por condenar a la política que llevaba a su -país a una guerra inicua, atado al ca­rro del conquistador brasileño... hoy se descubre ante el héroe sacrificado, reconoce su gloria, ase­gura que ella no sólo es grande, sino que va cre­ciendo, iluminada por la historia.

Y así todo el trabajo. Lo leí conmovido, repito. Propenso a las lágrimas, varias veces interrumpí

la lectura para enjugarme los ojos. ¡ A cuántas reflexiones se presta este trabajo! Yo, también, fui apasionado, casi furioso. In­

transigente, no quise perdonar las faltas ajenas, ni permití que nadie contrariase mis ideas. La verdad es que, entre tantas aberraciones, mi patriotismo se había exaltado demasiado. Pero los años, las du­ras lecciones de la vida •— maestra incomparable — templaron mis nervios, haciéndome más justo, más ecuánime, más tolerante.

Hoy pienso que es obra de patriotismo olvidar las faltas de nuestros hombres para encomiar sus virtudes. Enriquecer nuestra historia, no con gran­des ni pequeños monstruos, esclavos miserables, la­drones vulgares y traidores odiosos, sino con héroes novilísimos, aunque infortunados, patriotas insupe­rables, estadistas de talla no vulgar, espíritus se­lectos, hombres y no alimañas, es la misión de todos los buenos paraguayos.

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Nos reporta, acaso, algún provecho decir que Francia fué un demente, Don Carlos un déspota, el Mariscal una pantera, Berges un tinterillo, Díaz un animal, Rivarola un tilingo, Gilí un bandido y Ferreira un traidor?

Con semejante pasado ¿tenemos derecho a la vida?

Un pueblo que no produce sino locos, asesinos, ladrones e idiotas, ¿es digno de llamarse civili­zado ?

No es más digno, más patriótico, más grande, ol­vidar las faltas de los actores de nuestra historia, para sólo presentar a las generaciones presentes y futuras el bello ejemplo de nuestra grandeza mo­ral?

Los hombres son el producto del ambiente en que viven. No es el tirano el que hace la tiranía —- dice Alberdi — es la tiranía que hace al tirano. Nues­tros grandes hombres rindieron tributo al ambiente en que se educaron. No podrán escapar a una ley inflexible de la naturaleza...

•Cuál es el hombre que en la historia se sustrajo al ambiente de su época?

Quién no tuvo horas de debilidad? Quién no co­metió errores?

La estirpe rústica de los varones perfectos — diré — haciendo una cita de segunda mano — sólo existe en las regiones de la fábula o en la musa de Plutarco.

La enseñanza de la historia no hay que ir a buscarla en su parte teralógica.

Las monstruosidades poco o nada enseñan.

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Hay que prescindir de la parte monstruosa de la naturaleza, para inspirarse en su parte divina.

Arrojemos un piadoso olvido sobre los extravíos del sombrío Dictador Francia, para sólo recordar este hecho innegable, que hace enorme su figura: a él debemos la patria en que nacimos.

Olvidemos las faltas de Don Carlos Antonio Ló­pez, para sólo recordar que obra suya fué toda nuestra grandeza pasada.

Y así desde Francia hasta el General Ferreira,

cubramos nuestra historia con un velo de tolerancia.

No nos odiemos más. Amémosnos, buscando en el pasado fuerzas que

nos vinculen, y nó sentimientos que nos disuelven. Hermanos en el dolor pasado y en el infortunio

presente, no hallaremos consuelo a nuestras congo­jas ni remedio a nuestros males, sino en una soli­daridad fraternal.

Para esto no hace falta cercenar nuestra historia, tratando de borrar lo imborrable.

Generosos con los muertos seamos generosos con

los vivos. Olvidemos lo que nos deprime y ensal­cemos lo que nos enaltece, sin que el olvido importe la justificación de faltas irremediables, ni la ala­banza impida que haya habido errores.

Por qué hacer de la historia un pretexto para

realizar campañas de odio político y de exclusivis­

mo cerrado f ' '' '

¡Nuestra historia, poema grandioso de dolor co­lectivo, no puede servir sino para unirnos!

¡ Ese ayer aseguró nuestro presente!

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Sin esa levadura, empapada en lágrimas, hu­biésemos desaparecido.

El dolor en común, que dijo Renán, obró el mi­lagro de nuestra resurrección.

BASTA Y A DE LOPIZTAS NI DE LEG-IO-N ARISTAS.

Que López tiene derrotas? Y. qué? Acaso no fué suficientemente grande para que no las tenga?

No fué, acaso, la encarnación de nuestra resis­tencia ?

No murió con el último de sus soldados? Convengamos en que es torpe pretender anular

una figura paraguaya que los vencedores respetan y admiran, reconociendo que crece por momentos en la historia.

Sobre todo la disyuntiva es siempre ésta: López, fué un loco, o fué un mártir.

Si fué un loco, un monstruo, un tirano sin en­trañas nada más, queda probado que el pueblo pa­raguayo, al seguirle, daba pruebas de un completo cretinismo.

Si fué„nn mártir, aparece más grande, iluminado por nuestro heroísmo desgraciado.

Pero si quedamos con López, tendremos que re­

pudiar a los legionarios, me diré si.

NADA DE ESO. Para ellos también quiero perdón, más aún, ol­

vido . Aquél error, aquella mancha, debemos atenuar­

las con generosidad, velando por nuestro propio nombre.

Digamos al mundo que aquellos paraguayos, por

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— 442 —

el sólo hecho de ser paraguayos no pudieron venir

contra su patria; que fueron engañados: que en

su delirante extravio creyeron que la guerra era

contra un hombre en el que veían unv enemigo irre­

conciliable. Y a nosotros no nos digamos nada. No

pretendamos engañarnos. Callemos esta página, ho

rrémosla, en homenaje a nuestro porvenir.

Seamos paraguayistas. Nada más. Toleremos nuestros defectos, unámonos, olvidando odios mez­quinos de banderías políticas, trabajemos, seamos honrados, amemos la libertad, seamos gratos y con­secuentes con nuestro pasado, y habremos asegura­do nuestro porvenir.

Por el angosto y tortuoso camino del odio iremos al abismo.

Tales son mis sentimientos íntimos, expresados con toda sinceridad, después de leer una página de historia que, conmoviéndome profundamente, ha provocado estas reflexiones.

Ausente de la patria, reconcentrado en mí mis­mo escribo estas palabras de tolerancia, teniendo ante mis ojos el cuadro real de nuestro presente, haciendo votos porque ellos hallen eco en el corazón de mis compatriotas.

A bordo del "Par í s " , febrero 3 de 1908.

J U A N E . O ' L E A R Y .

(Reproducción de " E l Liberal" ) .

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V.—DILEMA

A Ponvpeyo González

El necio audaz que a la fortuna loca no más debió la suma de poderes, el que endiosar a toda costa quieres, el que tu labio sin rubor invoca.

Las armas de la patria, alma de roca, las melló en flagelar pobres mujeres, ¡ y cuan de cerca algunos de esos seres, algunas de esas mártires te toca!

Yo nada soy para que encuentres gloria en enlodar mi frente o que te cuadre blanco hacerme de mofas chabacanas.

Toda tu hiél escupe en la memoria del que su mano vil puso en tu madre: ¡ o eres deshonra de sus tristes canas!

Alejandro Guarnes.

Septiembre 5 de 1905.

(1) ¡Pseudónimo eon que escribía al principio O'Leavy. En este soneto, G-uanes le contestó algunas de sus invectivas.

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VI.—EL ODIO A LOS TIRANOS

Un reportaje al padre Maiá

" L a tiranía. ¡Qué horror! ¡Qué tiemjpos los que vivimos nosotros! Le referiré cómo he aprendido a odiar a muerte a los tiranos. Era yo un niño de doce años no cumplidos. Uína tarde, después de estudiar algunas lecciones, fui a la capuera, (Arroyos y Es­teros), y tomando una azada me entretuve en tra­bajar removiendo la tierra endurecida. Declinaba ya el día, cuando el sargento de compañía llegó hasta donde estaba yo y llorando desesperadamente, me dijo: "Ohmanó la carai". Yo tiré la azada y, contagiado por aquel llanto, rompí a llorar tam­bién. Mi padre presenció la escena; pero, no estan­do seguro de que hubiese muerto Francia, guardó silencio. Marchóse el sargento y, entonces, me tomó mi padre y me dijo: "Para que aprendas a no llo­rar por los tiranos, toma", y me dio una formida­ble paliza.

Creo que ha hecho bien el autor de mis días; su hermano, mi tío, el obispo Maíz, había estado preso durante quince años, sin ningún delito. Aqti,ella paliza me enseñó a odiar a los tiranos.

(Reportaje publicado en M Diario -en el mes de Noviembre de 1910) .

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—i '445 —

El odio de O'Leary a los tiranos

Es digno también de cita el siguiente párrafo de una carta de Juan E. O'Leary a la madre, víc­tima también de las crueldades y de los azotes que se prodigaron sin medida a las matronas para­guayas.

Aludiendo a sus sufrimientos, le decía: "Para tus verdugos y los verdugos de mi patria, perdó­

name, madre mía, mi odio es eterno".

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VII.—ÓTEOS JUICIOS AUTOEIZADOS DE AUTOEES

NACIONALES Y EXTEANJEEOS

En Lomas Valentinas, juró luchar y morir al lado de sus soldados y "opinaron los oficiales que López quiso hacerse matar ese día, viendo la de­rrota; después reaccionó". (Coronel Silvestre Avei-ro) . Era una naturaleza privilegiada la del Ma­riscal; reaccionaba con mucha facilidad frente al peligro.

En Cerro-Corá proclamó y juró: "Aquí mura­mos todos". El enemigo ataca. "López forma en­tonces apresuradamente sus filas, se coloca atrás, montado en su bayo", (teniente Ignacio Ibarra, director de " L a Democracia"), y viendo que de sus filas caían varios, ya heridos, ya muertos, dobla las riendas de su caballo, diciendo: "seguidme" y endereza a toda carrera, sirviéndose del espadín del inexorable lema: "Vencer o morir", para ace­lerar la velocidad de su caballo (general Borman), a un punto del Aquidánigui, que le era bien cono­cido porque, allí solía ir a pescar.

(Coronel Juan C. Centurión). La soldadesca brasileña, aguijoneada por las 100 libras esterlinas en que había sido puesta a precio su cabeza, le dio alcance y lo asesinó, sin que presentara ninguna

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— 44? —.

resistencia. El señor Juan E. O'Leary, refirién­dose al parte que de este suceso diera el general Cámaras, jefe de las fuerzas brasileras, dice: " E s imposible no ver que lo que quiere es paliar el ase­sinato del enemigo vencido y prisionero, impru­dentemente revelado en un documento que, entre­tanto volaba telegráficamente por el mundo, des­pertando unánime protesta en todas partes. ( "Pa­tria", 1" de marzo de 1918).

"Vencido por la Alianza en lueba legal, a la cual fuimos conducidos por las ambiciones de un hombre (López), que lanzó al fuego nuestro her­moso pabellón, había llegado para nuestro pueblo el momjento de recoger el fruto de tanta sangre. En el postrer combate se había roto el último eslabón de la cadena que lo oprimía, y era el instante en que debía erguirse libre, purificado por la sangre y el fuego". (General Bernardino Caballero, " L a Esperanza", 22 de marzo de 1872),

"Pero, desgraciadamente, él (López), que pre­tendía rastrear las luminosas huellas de Napoleón, de quien conocía la vida en detalle, no llegó ja­más a aprender las tres altas cualidades del capi­tán del siglo: mandar personalmente las batallas, ofrecer la paz al vencido después de las victorias y abdicar él mando supremo siempre que los vi­tales intereses de la patria lo exigiesen". (Juan Silvano Godoy, "Memorias") .

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"Este régimen del Paraguay es egoísta, escan­daloso, bárbaro, de funesto ejemplo y de ningún provecho a la causa del progreso y cultura de esta parte de la América del Sud. Lejos de imitación, merece la hostilidad de todos los gobiernos patrio­tas de Sud América". (Juan Bautista Alberdi, "Las Bases") .

" Y el Paraguay ha purgado sus faltas de más de medio siglo. Los hijos de este desventurado país, ofuscados por tanta degradación, llegaron hasta a olvidar los sentimientos naturales innatos en el hombre, convirtiéndose en verdugos de sus herma­nos y delatores de sus padres". (Coronel Matías Goiburú, Manifiesto del 12 de abril de 1877).

"Hacer por sí solo el esfuerzo de los tres pue­blos, era un suicidio para el desventurado Paraguay. En política, los errores son crímenes". (Carlos Pe­reira: "Francisco Solano López y la guerra del Paraguay", pág. 67).

"Como sé vé,.''él general López, que sólo podía titularse tal porque le había dado la patente su padre, sin-mandar jamás un ejército en un campo de batalla, ni haberse instruido militarmente, ser­vía de un modo admirable los intereses de sus enemigos". (Antonio Díaz, "Historia política y mi­litar de las repúblicas del P lata" ) .

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" E l pueblo hermano (paraguayo), tiene la más amplia confianza en el gobierno argentino y en los demás gobiernos aliados que sacrificaron tantos hijos para disipar el horizonte tenebroso que en­volvía el Paraguay". (General Serrano, Villarrica," 15 de diciembre de 1875, José Bianco, "Negocia­ciones Internacionales", pág. 96).

" L a tiranía de López, hablamos de la del ma­riscal, porque es irrisorio llamar tiranía al gebierno de don Carlos Antonio, tiene, con la verdad des­nuda de exageraciones y prevenciones, suficientes títulos a la condenación universal, para que se in­tente, adulterando hechos y números, ennegrecer todavía sus sombríos tintes". (Arsenio López De-coud, "Documentos históricos de Juan Silvano Go-doy" , pág. 62).

" . . . Misteriosos bosques que, con majestuoso e imponente silencio, parecieran protestar contra la terquedad del capricho de un mandatario (López), que, con desprecio a la humanidad y contra el sentimiento de la inmensa mayoría de sus subditos, se negaba a aceptar la paz que más de una vez le fuera propuesta en el curso de la g u e r r a . . . " (Co­ronel Juan 'Crisóstomo Centurión, "Memorias", tomo IV, pág. 157).

"Toca a los paraguayos, únicamente a ellos, de­fender su culto nacionalista, de las contaminacio­nes. Una de ellas es el lopizmo". "Confundir el nacionalismo con el lopizmo, es un error. No fué

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López, sino el pueblo paraguayo, el béroe de las grandes y fúnebres jornadas. Si el Paraguay hu­biera vacilado en los días de Estero Bellaco, ¿qué hubiera sido de López " . (E. S. Zeballos, '"Re­vista de Derecho, Historia y Letras", tomo IXV, pág. 423).

" P o r dolorosa que fuera la lucha con nuestros hermanos del Paraguay, ella se impuso por los su­cesos, por la conservación de -nuestra independen­cia contra la prepotencia del nuevo Rosas (López), y por las exigencias de la" civilización, que se abre fatalmente camino, aun a costa de la sangre de los pueblos ligados por tantos vínculos de cariño y de recíprocos intereses". "Llevada la guerra al tirano (López), que pretendió imponerse a dos pue­blos hermanos de esta sección importante de la América latina, extendiendo sobre nuestros terri­torios su política liberticida y execrable sistema de gobierno en daño de la civilización . . . " .

" . . . L a admiración y el respeto a los vencidos (paraguayos), en los campos de batalla, donde lu­charon confundiendo de buena fe la defensa de un tirano con la del territorio de la patria, se impone como un instinto de nobleza y como un deber de-hidalguía". (General M. Santos, presidente de la República del Uruguay, abril 13 de 1885).

¡ Nótese que el general Bernardino Caballero, a la sazón presidente de la República del Paraguay, otorgó con su silencio las afirmaciones del general Santos!

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Dice el capitán de Estado Mayor, Teodoro Fix, en la página 171 de su "Guerra del Paraguay", refiriéndose a la batalla de Lomas Valentinas:

"Como a eso de medio día el asalto fué llevado por tres costados y con pleno éxito. Ya antes de empezar, López se había refugiado en el monte, seguido de un pequeño número de caballeros (quin­ce, o diez y seis), y había tomado la vía de Cerro León. Si vigorosa fué al principio la defensa de los paraguayos, cundió entre ellos el desaliento, cuando vinieron a saber que López los había aban­donado. En los que no podían huir, el desaliento sucedió a la energía y una especie de resignación pasiva al fanatismo dominante; los brasileños sa­crificaron sin piedad a los que estaban al alcance de sus armas y el combate, menos encarnizado de lo que había sido en el Paso Valdovinos, fué se­guido de una matanza aún mayor".

" Y a lo adivináis: el patriotismo nos impone el deber de reaccionar contra nuestro pasado político y social; de corregir las faltas y errores en que nues­tros antepasados han incurrido al plantear el régi­men político que debía dirigir los destinos del país, pues, a no obrar así, nos haríamos hasta un cierto punto cómplice de ellos, y lastimaríamos la moral y la justicia, que nos manda a repeler todo aquello que es malo y repugna la cabeza humana". (Coro­nel Juan Crisóstomo Centurión. Conferencia dada en el Ateneo Paraguayo).

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" L a guerra a un tirano es para mi santa, siempre sin preguntar la razón de ella. Por eso he simpati­zado con la que Buenos Aires ha hecho a López, sin­tiendo que una funesta alianza haya esterilizado sus sacrificios". (Juan Carlos Gómez", "Tr ibuna" , Diciembre 10 de 1869).

" U n hombre de estado hubiera empezado- por arrancar a López esa púrpura popular de encima de los hombros y exponerlo a las miradas de su pue­blo y a la humanidad con todas sus horribles defor­midades, para que apartasen la vista de él con es­panto y desprecio". (Mármol, "Tr ibuna" 16 de Diciembre de 1868).

" S i cupiera a los pueblos enorgullecerse de la in­sania y los crímenes de sus tiranos, por cierto que nosotros no nos privaríamos de levantar la frente bien erguida entre los demás; López, militar adoce­nado, ha demostrado no pertenecer, a la clase de los tiranos vulgares, propiamente hablando; él ha sido un gran tirano, tirano cruel y bárbaro, hasta la úl­tima acepción de la palabra, que no ha respetado nada, nada absolutamente, ni los mismos vínculos de la familia". (Ignacio Ibarra, " L a Democracia", 1* de Marzo de 1885, Asunción).

"Ebrio por la voluptuosidad del despotismo, su delicia suprema, rabioso por sus derrotas y la pers­pectiva de su caída, con su cerebro enfermo por la acción de los alcoholes, y su corazón por el miedo, sus cuerdas enconosas llegaron hasta la exaspera-

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ción infernal. Vibraban entonces cómo heridas por una mano diabólica y su timbre pavoroso se mez­claba con los ayes dolientes del moribundo, el ru­gido de las madres iracundas y desesperadas, el re­chinar de los fierros y el aullido de los hambrien­tos. Todo murió en él; la piedad y el remordimien­to: ningún vínculo le fué sagrado, ni los que le ligaban con aquellos que habitaron en el misterio primitivo, el seno en que él fué concebido. Ni aún

•este seno, inviolable como un tabernáculo, escapó a la amenaza de un puñal mortífero. Su vieja madre, como su triste patria, los amores más nobles como los deberes más santos, todo fué escarnecido y vio­lado en su acerba furia". (José María Estrada, "Miscelánea". Estudios y artículos varios, tomo

"Cuando se reflexiona en los resultados que ha obtenido en las numerosas y cruentas batallas que se han librado sin el genio pericial del general en jefe, se comprende lo que hubieran hecho los para­guayos si hubiesen sido dirigidos por un jefe de su­ficiente ciencia militar. Batallones y regimientos-de reclutas, sin organización, sin instrucción mili­tar, mal armados, peor vestidos y alimentados, pe ­leaban con bríos indómitos". (Gregorio Benítez.. "Anales diplomáticos y militares de la guerra deli Paraguay", pág. 12 ) .

"Dos días antes (21 de Diciembre de 1868), ha­bían sido fusilados como conspiradores, el hermano del Presidente, don Benigno López, su cuñado el ge-

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neral Barrios, el Obispo Palacios, el coronel Alen y otros. Estas no fueron las únicas atrocidades de López, que en el curso de la guerrai hizo ejecutar muchas injustas condenas de muerte, dictadas por tribunales incapaces de oponerse a las venganzas del sanguinario presidente. En estos procesos eran generalmente, fiscales el P. Fidel Maíz, los corone­les Crisóstomo Centurión, Aveiro y otros". (Blas Garay. "Compendio elemental de historia del Pa­raguay", pág. 203).

"Ta l vez no sea del todo extraño a estos suce­sos (torturas, ejecuciones, incendios) y sirva para explicar las crueldades de López, la costumbre que tomó por aquél tiempo, de entregarse a la bebida. Se levanta de la mesa completamente e b r i o . . . " (Schneider, "Historia de la Guerra del Paraguay", Cap. X X X I ) .

"Acostumbróse a beber considerablemente, y se excedía a menudo de sus propios límites, y en tales ocasiones era capaz de dejarse llevar de los más furiosos ímpetus contra los que le rodeaban. En­tonces se entregaba a los actos más obscenos y que­ría algunas veces mandar ejecutar las más bárba­ras atrocidades. Cuando estaba restablecido de sus orgías, quería suspender la ejecución de sus órde­nes, si ya no habían sido cumplidas". ("Historia del Paraguay", T. III, pág. 56. Carlos A. Wah-burn, Ministro Plenipotenciario de los EE. UU. de Norte América cerca del gobierno del Paraguay).

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" E s notorio que en Ascurra el Mariscal F. S. Ló­pez, en un estado de completa ebriedad, mandó que incendiaran un galpón de paja, que albergaba los heridos más graves, para que no cayeran en poder del enemigo".

" A l principio de la guerra, raras veces bebía, a no ser en la mesa, pero últimamente adquirió la costumbre de menudear las copas de oporto durante el día, contrajo esta habitud un tiempo antes de dar principio a sus últimas atrocidades, y sin duda contribuyó mucho para hacerlo cruel". ("Historia de la Guerra del Paraguay". Jorge Thompson, Te­niente Coronel de Ingenieros del Ejército del Pa­raguay, ayudante del presidente López, condecora­do con la Orden del Mérito, etc.).

" E n medio de tantas miserias, y de estas esce­nas de desolación y de las ejecuciones sin término, López continuaba haciendo la misma vida que an­tes: se levantaba a las 9, a las 10 y a las 11 de La mañana y a veces a mediodía, fumaba y jugaba con los hijos, comía y bebía mucho, quedando muchas veces en un gran terrible estado de excitación. (De­claración del general paraguayo Francisco Isidro Resquín, Jefe del Estado Mayor).

" L o que tenía de malo López, era que tomaba, y 'cuando tomaba no sabía lo que hacía". (Decla­ración de Juan Crisóstomo Centurión, Coronel del Estado Mayor Paraguayo, al Prof. Dr. Luis Agote).

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"Complazco su deseo en dar por escrito el dato que me expuso el General Caballero, cuando estu­vo a visitarme en mi casa, con referencia al Ma­riscal López. Refiriéndose, al Mariscal me dijo que al principio de la guerra no se trataba mal a los prisioneros, pero cuando sobrevinieron los reveses se manifestó su crueldad con verdadera saña, no solo con los prisioneros, sino también con sus com­patriotas, lo que también se atribuyó a que se ex­cedía en tomar licores en la comida". (General Jo­sé Ignacio Garmendia).

Los paraguayos han muerto en los combates con abnegación y bravura sin igual.

Han muerto diezmados por las epidemias y las necesidades.

Han muerto en las prisiones. Han muerto en los patíbulos y sacrificados sin

piedad, degollados y ejecutados por órdenes del mismo López.

La historia de los sufrimientos de este pueblo es la historia de un martirio sin ejemplo.

No se concibe la ferocidad del hombre que man­da ejecutar a sus amigos, a las mujeres, a sus me­jores oficiales, a sus hermanos, a sus soldados, a cuantos les rodeaban sin convenir que la naturale­za de López era una naturaleza extraordinaria, va­ciada en el molde de esos grandes monstruos que la humanidad considera fuera de sus filas.

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Después las crueldades del déspota le privaron de esas simpatías, e - hicieron que se sobrepusiera el sentimiento humano, que se alzaba para condenar tanta crueldad y la mirase como un enemigo del pueblo que se inmortalizaba por su obediencia ciega y valor.

El enemigo mayor de la causa del Paraguay lia

sido López, porque con sus crueldades ha desacre­ditado esa causa, y dado aliento a los aliados para ir adelante, hasta llegar al fin de la jornada, a con­vertir la guerra, no en una cuestión política, sino en una cuestión de humanidad.

(Del diario " L a República", de Buenos Aires).

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Junta Patriótica Paraguaya

COMISIÓN DIRECTIVA

SECRETARIO: 2.°

TESORERO: PRO-TESORERO: VOCALES:

PRESIDENTE: Dr. Carlos Luis Isasi. VICE-PRESIDENTE: Dr. Alejandro Dávalos.

» » Don Osear Creydt Don Horacio Carísimo. Don Ernesto Gavilán. Don Juan B. Dávalos. Don Manuel B. Allende. Dr. Julio T. Decoud. Don Amancio Insaurralde Don Eduardo Amarilla. Dr. Ismael Candia. Don César Caminos. Don Obdulio Barthe. Don Plácido Velázquez. Don Máximo Pereira. Don Enrique Daumas L. Don Benjamín C. Aceval. Don Carlos Zubizarreta. Don Ángel Vargas Peña. Don Leandro Aponte.

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I N D I C E

Págs.

PARTE PRIMERA

1—Razón de esta obra 5 2—Un libro del señor Godoy (Prólogo a la obra

"El asalto a los acorazados" — El coman­dante José Dolores Molas), por el Dr. Adol­fo Aponte 11

3—La guerra del Paraguay, por el doctor Ce­cilio Báez . . . 39

4—Un juicio lapidario. — Sobre el sistema edu-. cativo de los López, por Manuel Gondra . . 55 —Juicio del Lr. Manuel Domínguez . . . . 59 —Otros comentarios. — Del Dr. Cecilio Báez 60

5—Cincuentenario de Cerro-Corá. — Muerte del tirano. — Artículo de Belisario Rivarola en "El Liberal" 63

6—La prisión y vejámenes de doña Juana Ca­rrillo de López. — Ante el ultraje de una madre. — Breve itinerario por Federico García 73

7—El Mariscal López. — Juicio de Juan Silva­no Godoy 99

8—Manifestación al Dr. Báez. (En 1902). — Dis­curso del Dr. Luis A. Riart 109 —Otro del señor José S. Decoud (h.) . . 114 —Respuesta del Dr. Báez 118

9—La tiranía de Solano López. —• Su aspecto comercial. Por el Dr. Cecilio Báez 127

10—El equilibrio americano y el principio de la soberanía nacional, por Osear A. Creydt 137 —Comentarios del Dr. Báez al mismo punto 150

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ÍNDICE , P Á 9 S .

PARTE SEGUNDA

EN C E R R O - C O R A

La fuga del Mariscal. (Muere alcanzado en su veloz, carrera)

1—Últimos actos del mariscal López. — Relato del coronel Juan C. Centurión 155

2—1 ' de Marzo de 1870. — Cerro - Cora. — Lo que dijo don Ignacio Ibarra 163

3—Cerro - Cora. — Relación del coronel Silves­tre Aveiro 167

4—Campamento en Cerro-Cora. — Párrafos de las Memorias del general Resquín . . . . 170

5—La acción de Cerro - Cora. •— ídem del parte oficial del general Correa da Cámara . . . . 171

6—Episodios, por Héctor S. Decoud 173 —En vísperas de Cerro - Cora. — Una nota contundente. — Tres denodados jefes cen­suran a López su conducta 175

PARTE TERCERA

TABLAS DE SANGRE

1—Una carta histórica del Preb. Fidel Maíz a don Juan E. O'Leary 179

2—La heroína de su honor. — Pancha Garmen­dia. Por el Dr. Cecilio Báez . . 187

3—Siniestro episodio. — Codicia y perversión 200 4—La masacre de las Barrios. — El arrebato 203 5—El verdadero conspirador (Juan Silvano Go-

doy) " . . 206 —Acusaciones falsas. — La consigna de los verdugos (Manuel Domínguez y otros) . . 206

6—La heroína del dolor. — Juliana Insfrán, por el Dr. Báez 212

7—Lanceamientos en masa. (Relato publicado a raíz de la guerra) 220

8—Inauditas crueldades. — El testimonio del clero. — Declaraciones de los sacerdotes Ge-

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ÍNDICE P a ­

rónimo Bechis, Bartolomé Aguirre, Carmen Arzamendia, Pedro Paolo Benítez k e Isidro Insaurralde 222

9—El proceso de la tiranía, :— Otras declara­ciones: Isidro Ayala, Juan José Alonso, Do­mingo Parodi, Manuel Solalinde, Juan de Dios Baldovinos, Matías Goiburú, José M. Mazó, Pablo Francou, coronel Manuel Pala­cios, coronel Silvestre Aveiro, general Fran­cisco Isidoro Resguín, Alonso Taylor, Adol­fo Saguier, Basilio Cuellar, Francisco Mota, José Valet, señora Silvia Vasconcellos de Fi-lisbert, coronel Pedro Hermosa, Augusto Carnin, coronel Manuel Antonio Maciel . . 235

10—Relato del capitán Ortiz (José Domingo) . . 252 11—Héroes y Mártires. — Las damas paraguayas 254 12—Al Pueblo. — Declaraciones 261 13—Más testimonios 267

—Un fusilamiento histórico, por Manuel Avila 293 14—TJomentarios a Resquín. — Párrafos de la obra

'.'La masacre de Concepción", de Héctor F. Decoud 305

15—Una carta famosa. — Del Preb. Fidel Maíz, sobre Pancha Garmendia. — Datos sobre la misma. (Tomados del folleto "Temas histó­ricos") 336

PARTE CUARTA

EL MARISCAL LÓPEZ

1—El mariscal López. — Descripto por un miem­bro de su familia 347

2—Otra descripción del mariscal 351 3—El valor del mariscal . . . 354 4—Sibaritismo. — De la pareja Lynch-López . . 356 5—Ebriedad y crueldad. — La manía de la "cons­

piración" . . 358 6—Terrible profecía. — Relato de una sobrevi­

viente 363 7—Un envenenado. — El peluquero Henry . . . . 365 8—El coronel Venancio López. — Suplicio y muer­

te 369

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INDICE P á S s -

9—Trato a las hermanas. — Inocencia y Rafaela López ' 374

10—La bendición materna. — Hipocresía y cruel­dad 375

11—-Amor filial 377 12—Azotador de la propia madre. — La orden de

fusilarla. — Crueldad sin nombre _ . 379 13—La flagelación 383 14—Sobre el mariscal López. — Carta del Presbíte­

ro Fidel Maíz a don Mariano L. Olleros . . . . 3S7

PARTE QUINTA

JUICIOS VARIOS

1—Decretos del gobierno provisorio. — Sobre la persona y bienes de López y enjuiciamiento de la Lynch 393 aj Decreto del 17 de Agosto de 1869 que pone

al mariscal López fuera de la ley . . . . 394 b) ídem, del 19 de Marzo de 1870 sobre em­

bargo de sus bienes 395 c) ídem, del 4 de Mayo de 1870 adjudicán­

dolos a la Nación y embargo de los de la Lynch y su enjuiciamiento 400

d) Vista del fiscal general, don Juan José Decoud 403

2—El pleito de las 3105 leguas. — Dictamen del doctor Ramón Zubizarreta 407

3—Un manifiesto histórico. — El general Bernar-dino Caballero. —• A sus conciudadanos . . . . 425 —El mariscal López y el general Caballero . . 426

4—Otro manifiesto. — De Matías Goiburú, José Dolores Molas y Nicanor Godoy 429

5—A mi madre. — Juan E. O'Leary 430 6—-Dilema (a Pompeyo González). — Alejandro

Guanes 443 7—El odio a los tiranos. — Un reportaje al padre

Maíz ^ . 444 8—Otros juicios autorizados.^GfiCSSitores nacio­

nales y extranjeros . . . /£$4R§EB>$M

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