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Lecturas del Holocausto Reseña Der Níster “La familia Máshber” , Barcelona, Libros del Silencio, 2011 Hubo una vez en Europa una cultura de una riqueza inagotable. Duró cientos de años, se extendió desde España hasta Siberia, desde Inglaterra a Palestina, y recorrió todos los estratos del arte y el pensamiento: de la más rabiosa modernidad al tradicionalismo más enquistado. De la Cábala al Iluminismo, de Maimónides a Kafka, de La Celestina a los cuentos jasídicos. Desapareció casi por completo en unos pocos años (apenas un instante comparable al que sepultó a Pompeya, medido a escala histórica) y al hacerlo dejó irremediablemente empobrecida a Europa. No se trató, sin embargo, de una catástrofe natural. Fue un crimen laboriosamente premeditado; el crimen más largamente preparado de la historia, con numerosos ensayos y pogromos previos. Mentes, unas brillantes y otras obtusas, hacinaron aquella inagotable riqueza humana en una palabra –judío, convertido en el insulto más universal- antes de hacinar a los propios individuos en vagones de ganado y exterminarlos con la máxima diligencia. A veces, obnubilados por las imágenes de aquel genocidio, olvidamos el hecho de que, junto a los rostros aterrorizados, se perdió un legado cultural irrecuperable. Sólo cuando topamos con algunas de sus obras maestras, nos percatamos de las verdaderas dimensiones de la catástrofe. De haber vivido unos años más, Proust y Kafka hubieran terminado con toda probabilidad en Auschwitz. ¿Cuántos Proust y Kafka no se perdieron en los campos de concentración? 1

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Lecturas del Holocausto Reseña

Der Níster “La familia Máshber” , Barcelona, Libros del Silencio, 2011

Hubo una vez en Europa una cultura de una riqueza inagotable. Duró cientos de años, se

extendió desde España hasta Siberia, desde Inglaterra a Palestina, y recorrió todos los estratos del

arte y el pensamiento: de la más rabiosa modernidad al tradicionalismo más enquistado. De la

Cábala al Iluminismo, de Maimónides a Kafka, de La Celestina a los cuentos jasídicos. Desapareció

casi por completo en unos pocos años (apenas un instante comparable al que sepultó a Pompeya,

medido a escala histórica) y al hacerlo dejó irremediablemente empobrecida a Europa. No se trató,

sin embargo, de una catástrofe natural. Fue un crimen laboriosamente premeditado; el crimen más

largamente preparado de la historia, con numerosos ensayos y pogromos previos. Mentes, unas

brillantes y otras obtusas, hacinaron aquella inagotable riqueza humana en una palabra –judío,

convertido en el insulto más universal- antes de hacinar a los propios individuos en vagones de

ganado y exterminarlos con la máxima diligencia.

A veces, obnubilados por las imágenes de aquel genocidio, olvidamos el hecho de

que, junto a los rostros aterrorizados, se perdió un legado cultural irrecuperable. Sólo cuando

topamos con algunas de sus obras maestras, nos percatamos de las verdaderas dimensiones de la

catástrofe. De haber vivido unos años más, Proust y Kafka hubieran terminado con toda

probabilidad en Auschwitz. ¿Cuántos Proust y Kafka no se perdieron en los campos de

concentración?

La familia Máshber, una de las últimas obras maestras escritas por un judío en

Europa, se publicó en su primera parte en 1939, en el mismo umbral de la aniquilación. Puede

considerarse, por tanto, como una grandiosa despedida de un mundo ya condenado. Fue escrita en

yiddish y aunque después se haya seguido escribiendo en esa lengua (Singer sin ir más lejos),

nada puede ocultar la evidencia de que –al igual que sucediera con el judeo-español- se trata de un

largo epílogo de algo que ya concluyó.

A diferencia de los judíos de Europa occidental, que salieron del gueto con la Haskalá (la

Ilustración judía) y Napoleón, en la Europa del este de los zares permanecieron discriminados

hasta la Revolución rusa. Se trató de una breve liberación de un par de décadas, un espejismo

durante el cual la cultura yiddish conoció un efímero florecimiento. Poco después de terminada la

Segunda Guerra Mundial, Stalin perseguía con saña cualquier atisbo de cultura autóctona, en

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especial la yiddish. Aunque oficialmente los judíos gozaran de todos los derechos en el régimen

soviético, el antisemitismo larvado del dictador ruso los convirtió en objeto de permanente

sospecha. Salvando las distancias, la situación podía recordar a la de la España de la Inquisición.

Los judíos conversos –esta vez al comunismo- siempre eran susceptibles de judaizar en secreto,

es decir, de tener veleidades sionistas o religiosas, y debían ser sometidos a estrecha vigilancia. Se

les aplicaba un estatuto de pureza idieológica no menos riguroso que el de sangre. El mero hecho

de ser judío disparaba las posibilidades de acabar en el paredón o en el gulag.

El autor de La familia Máshber fue una de tantas víctimas judías de Stalin. Detenido

en 1947, junto a otros autores de yiddish, todos posteriormente fusilados, perecería tres años más

tarde en medio de las terribles condiciones del gulag. Se llamaba Pinjas Kahanovich, pero firmó sus

libros como Der Níster (“El Oculto”), un pseudónimo que alude a los 36 justos ocultos que, según

cierta mística judía, sostienen el mundo sobre sus bases. Kahanovich nació en 1884 en la ciudad

ucraniana de Berdíchev, el “París de los judíos”, una de las principales poblaciones yiddish de

aquel vasto territorio que comprendía Polonia y Ucrania, donde los zares habían confinado a los

judíos. De la importancia de Berdíchev en la cultura judía puede dar cuenta el dato de que en 1899

más del 80% de la población era hebrea. En Berdíchev (hoy pertenciente a Ucrania y “limpia de

judíos” –son el 1%- como quisieron Hitler y Stalin) se casó Balzac y nacieron Joseph Conrad y

Vasili Grossman, otra de las ilustres víctimas judías de Stalin.

Berdíchev, llamada simplemente N… en la novela, se constituye como una de las

grandes protagonistas de La familia Máshber, que comienza con una portentosa descripción de la

estructura urbanística y social de la ciudad en 1870 (época en que arranca la narración), digna de

figurar en cualquier antología.

La familia Máshber es la gran novela de la extinta sociedad yiddish, una reserva cerrada y

relativamente impermeable (salvo a los pogromos), que permaneció intacta y casi sin cambios,

debido a la propia discriminación de la sociedad cristiana en la que se insertaba. Si, por un lado,

esa marginación la condenaba a la precariedad, preservó al mismo tiempo sus formas y modos de

vida más que en ningún otro lugar con judíos. La sociedad yiddish contaba con su organización

independiente, sus instituciones, costumbres, formas de vestir, religiosidad y, por supuesto, su

propia lengua –una variedad del alto alemán- de abundante y rica literatura. De esa sociedad tan

desconocida y de su traumática modernización a fines del XIX trata la novela de Der Níster, una

saga familiar prevista como trilogía, de la que sólo se publicaron dos partes (en 1939 y 1948) en el

momento de la detención del autor –se desconoce si el manuscrito de la tercera duerme en algún

archivo policial ruso.

Lo primero que llama la atención de los Máshber es el estilo cálido y directo en que

está escrito, muy próximo a la oralidad. Der Níster, que durante toda su carrera literaria cultivó un

registro simbolista muy diferente, se vio obligado por las presiones soviéticas, que lo acusaron de

reaccionario, a emprender ya entrado en la cuarentena el camino muy diferente del realismo. Claro

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que su realismo poco tiene que ver con el oficial y doctrinario de la época. Se trata de una voz

vibrante y muy personal, que entronca directamente con la tradición de los cuentos jasídicos, en la

que el autor no se priva de intervenir para explicar su propósito y método compositivo, reflexionar

sobre su trabajo literario en marcha o dar su parecer sobre acontecimientos y personajes. Lo que

podría parecer un anacronismo después de Flaubert, funciona sin embargo con una eficacia

narrativa arrolladora. Esta combinación de novela río con narrador oral sentado junto al fuego, de

realismo exhaustivo y cuento tradicional, arrastra al lector sin ninguna fatiga durante las más de

800 páginas, para dejarlo, llegado al final, con ganas de más, de esa desaparecida tercera parte

quizás ya terminada.

Los Máshber (que significa “crisis” en yiddish) son tres hermanos de una familia

encumbrada: Moishe, el negociante; Luzzi, el religioso y Alter, un trágico personaje de la estirpe de

los “idiotas” de Dostoievsky, que vive recluido por una enfermedad mental. Moishe y Luzzi

encarnan las dos fuerzas predominantes y a menudo opuestas de aquel mundo judío: la material,

dedicada a los negocios, y la mística, volcada hacia Dios, el estudio y la oración.

El judaísmo de la Europa oriental constituye de por sí toda una peculiar esfera

dominada por el jasidismo, una reacción pietista surgida en el XVIII contra el judaísmo formal

ortodoxo, y que acabaría apoderándose de la devoción popular. La ausencia de una iglesia

jerarquizada que fije el dogma, como sucede entre los católicos, propició el surgimiento de

numerosas corrientes dentro del judaísmo que, sin afectar a la ortodoxia común a todas (delimitada

por la Torá y la Mishná), incidía sobre las formas de devoción y la aplicación más o menos rigurosa

de los preceptos religiosos a la vida diaria. El jasidismo supuso la búsqueda de una práctica

religiosa más afectiva, que impregnaba todos los ámbitos de la vida. Se perseguía el reforzamiento

del sentimiento comunitario, la exaltación y la alegría del que ora, incluso mediante el baile, que

compensaran la amarga realidad de la marginación y la amenaza constante de la violencia. En

cierto modo recuerda a la religiosidad de los negros americanos –surgida de otra situación de

exclusión y desamparo social parecida-, caracterizada por la misma comunión afectiva a través del

canto y del baile, en una atmósfera de mesianismo exacerbado, que ayuda a compensar el mal

trago de la vida diaria.

El jasidismo es también un mundo rico en leyendas y narraciones que han tenido honda

influencia en algunos escritores judíos, como Kafka o el propio Der Níster, quien recibió una

educación jadísidica tradicional, aunque pronto se decantase por el laicismo.

Pero incluso dentro del jasidismo existieron y existen diversas corrientes, a veces en

conflicto entre sí. Luzzi, el hermano Máshber devoto, representa una de estas corrientes de una

devoción tan extremada que vuelve la espalda al mundo real. Ello le hace entrar en conflicto con el

jasidismo oficial, encarnado por su hermano Moishe, el potentado dedicado a las finanzas para

quien compatibilizar lucro y piedad no supone ningún problema de conciencia.

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Existe, sin embargo, un cuarto personaje que no pertenece a la familia Máshber, pero que

terminará adueñándose de la trama y convirtiéndose en el verdadero hilo conductor de la historia.

Sruli es un vagabundo estrafalario que se cuela en todas las casas cuando quiere, se sienta en

todas las mesas sin permiso y suelta las impertinencias que le viene en gana. Tan temido es de

todos que nadie se atreve a hacerle frente y echarlo de las casas. Mezcla de bufón y de profeta

bíblico, con algo de Puck y de Ariel, Sruli terminará convirtiéndose en la sombra inseparable del

santón Luzzi, un poco a la manera de don Quijote y Sancho en versión yiddish.

Sruli, a quien nadie toma en serio por temible que parezca, acaba revelándose como la voz

de la lucidez y del autor, capaz de desnudar el comportamiento de los otros personajes, pero

también de actuar callada y eficazmente a favor de unos y otros, siempre los más débiles.

Una fuerza inédita, que anuncia el cambio, hará irrupción en la segunda parte de la novela

en este mundo preñado de religiosidad, tan cerrado como inmovilista. Se trata del grupo de los

ilustrados laicos, los continuadores de la Haskalá, el iluminismo judío que surgió en la Alemania del

XVIII con Moses Mendelssohn (el abuelo del músico), y que se abrirá paso, tardíamente y en medio

de enormes resistencias, en el muy tradicional mundo de los judíos rusos. De aquel fermento

brotarán posteriormente los movimientos socialista y sionista que arrinconarán al judaísmo religioso

y se constituirán en la punta de lanza del retorno a Israel.

Der Níster es un asombroso dibujante de ambientes. La prodigiosa descripción inicial de la

ciudad, ya mencionada, es una buena muestra, pero hay muchas más: la feria anual de N…, la

descripción despiadada del mundo de los nobles polacos que terminarán causando la ruina de la

familia Máshber (única incursión de la novela fuera del mundo judío); la del mundo de los negocios

o la de las diferentes comunidades religiosas. Todas ellas nos vuelven en pocas páginas próximos

y transparentes universos hasta entonces herméticos.

Además de los grandes cuadros de ambiente, Der Níster es un infatigable creador de

personajes. Como decía Chesterton acerca de Dickens, el autor de los Máshber es incapaz de

sacar un pesonaje a escena, por muy episódico o secundario que sea, sin dotarlo de rasgos que

nos lo hacen inolvidable. Luzzi, Moishe, Sruli y los otros caracteres principales son creaciones

formidables; pero no lo son menos los innumerables comparsas que, como ese sastre y su

ayudante del capítulo 2 de la segunda parte, aparecen sólo durante unos párrafos, trazados con

rasgos indelebles. Es del mago Dickens, sin duda, de quien procede esa capacidad inagotable de

sacar personajes de la chistera, uno de los talentos más difíciles de la escritura, como bien sabe

cualquiera que escriba. Der Níster no necesita “construir” sus personajes; nos los presenta todo

enteros, ya vivos y coleando desde el primer instante de su aparición.

Tal vez sea un efecto indeseable de esa misma virtud el único reproche que cabe dirigir a

esta obra maestra. El autor se enamora hasta tal punto de sus criaturas que en ocasiones se

resiste a separarse de ellas en perjuicio de la acción. Sobre todo en la segunda parte, tenemos la

impresión de que el autor carece de ese arte del reprise que se puede encontrar en Dickens, y que

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sirve para acelerar dramáticamente la narración con peripecias puramente novelescas. Se trata

desde luego de una cualidad muy menor, al alcance de cualquier hacendoso fabricante de best-

seller, pero que aun así resulta de utilidad cuando se manejan historias de tamañas proporciones.

Un pecado venial y perdonable en el que han incurrido algunos grandes –baste recordar el

intragable final de Guerra y paz para cerciorarse.

Puede que la explicación de estos desfallecimientos de ritmo se encuentre en la

fecha de publicación de la segunda parte. Entre la edición de la primera parte en 1939 y la segunda

(enviada clandestinamente a Nueva York, donde se publicó en yiddish en 1948), transcurren una

guerra mundial, el Holocausto (incluida la masacre de la judería de Berdíchev, ciudad natal del

autor), la muerte por inanición de su hija durante el cerco de Leningrado (a ella va dirigida la

desgarradora dedicatoria de la segunda parte) y la persecución del propio autor y de sus colegas

literarios por las autoridades soviéticas. Bastaría uno solo de tan dramáticos acontecimientos para

acabar con la capacidad creativa de cualquiera, no digamos la suma de todos ellos. Y aun así la

segunda parte (publicada con el autor ya en el gulag) continúa siendo una obra asombrosa en

todos los aspectos. Y quién sabe si no lo sería también la tercera, si existió o aun existe.

La familia Máshber se inscribe por derecho propio en la tradición de los grandes frescos

históricos de un Tolstoi, capaces de dar cuenta de un mundo en su integridad, de su pináculo más

sublime a los cimientos más sórdidos, sin pasar por alto los sentimientos más íntimos y delicados.

Esa ambición épica se halla sólo al alcance de los más grandes. Como Vida y destino de Vasili

Grossman, otra colosal novela épica rusa, sólo muy recientemente ha sido redescubierta la obra de

Der Níster por un público amplio. La primera edición en inglés, que supuso todo un acontecimiento,

data de 1986. A la suerte de poder acceder al fin en español a esta obra maestra, se suma la

calidad modélica de la traducción que nos la sirve, una versión directa del yiddish merecedora de

un premio nacional de traducción. En un país en el que abundan las malas traducciones del inglés

y el francés, encontrar una tan impecable de un idioma como el yiddish resulta de una milagrosa

incongruencia.

¿Dónde lo encuentro?

Bibliotecas Públicas de Madrid: http://catalogos.munimadrid.es/cgi-bin/abnetopac

Javier QuevedoDiciembre 2012

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