Cuentos de zombies

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1 Jorge Araya Poblete Cuentos de Zombies 2016

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Jorge Araya Poblete

Cuentos de

Zombies

2016

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Virus

La alarma del teléfono despertó a Catalina, quien sobresaltada miró el

reloj, y se dispuso a terminar lo que tenía pendiente en el poco tiempo

que le quedaba disponible.

Catalina era una bióloga, dedicada a la investigación de virus para el

Estado. Toda su vida profesional había tenido relación con la

clasificación y tipificación de diversos virus, para ayudar en el desarrollo

de vacunas para prevenir las eventuales enfermedades derivadas de la

infección de tan incontrolables patógenos. Luego de varias irrupciones

de cepas provenientes de África, que algunos medios irresponsables

catalogaban como “inventos de laboratorios para vender vacunas” o

“armas experimentales yanquis”, apareció en escena una extraña

infección capaz de causar una acelerada destrucción de la superficie de

los hemisferios cerebrales, y un brusco desarrollo de la corteza

prefrontal, lo que llevaba a los infectados a actuar de modo instintivo,

impulsivo, violento e irracional: no pasó mucho tiempo para que la

prensa denominara a la infección el “virus zombie”.

Catalina había llegado a la hora de costumbre al trabajo. Esa mañana su

jefe ya estaba sentado frente a la pantalla de computador, revisando

concentrado los patrones de RNA de una serie de virus junto con la

nueva cepa descubierta, tratando de encontrar semejanzas que

facilitaran su clasificación, y por ende tener luces de cómo tratarlo, y de

cómo inmunizar a futuro a la población. Catalina decidió servirse un café

antes de empezar a trabajar, para estar un poco más despierta a esa

hora de la mañana; cuando llegó a la cafetera, un violento tirón a su

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larga cabellera la hizo rodar por el suelo, para luego sentir un agudísimo

dolor en su cuero cabelludo, seguido de una explosión, y el cese brusco

del dolor.

En el suelo yacía el cuerpo de su jefe, aún convulsionando, con el

cráneo destrozado y un extraño contenido gelatinoso desparramado por

el piso, que no tenía relación alguna con tejido cerebral; de pie a un par

de metros estaba el viejo guardia de seguridad del piso con su anticuado

revólver apuntando al cadáver del científico, cuyo cañón aún humeaba

producto del reciente disparo. Catalina vio cómo el viejo hombre

amartillaba el arma y la apuntaba directo a ella: en ese instante la mujer

se llevó la mano a la cabeza y se dio cuenta que entre su cabello

manaba sangre. Estaba claro, su jefe se había contagiado con el virus, y

la había contagiado al morder su cuero cabelludo. La suerte estaba

echada, y sólo le quedaba intentar aprovechar el tiempo de vida que le

quedaba para aportar en algo a la cura de la maldita enfermedad. Luego

de algunos minutos apelando al tiempo que se conocían y a sus

capacidades profesionales, Catalina logró convencer al guardia que la

encerrara en el piso y volviera en veinte horas, que era el tiempo

estimado entre la entrada del virus y la aparición de los primeros

síntomas, para que pasado ese lapso la matara, permitiéndole al menos

intentar avanzar con el estudio.

Catalina intentaba pensar. El computador de su jefe tenía bastante

información, pero que no era suficiente para darle las respuestas que

necesitaba. Luego de revisar uno por uno los patrones desplegados en

pantalla, se fijó en una diferencia entre dos muestras que parecían tener

el mismo origen, pero que definitivamente no se parecían en nada.

Decidida al menos a aclarar esa duda, Catalina buscó las muestras, y

descubrió lo que hacía dicha diferencia: una de ellas era el virus

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depurado, y el otro, mezclado con líquido cefalorraquídeo. El contacto

del virus con el fluido cerebral era lo que activaba la enfermedad, pues

la muestra de virus extraído de la sangre no tenía diferencias de material

genético con la muestra de virus aislado. La única opción posible era

generar una mutación en el código genérico del virus para que no

pudiera pasar de la sangre al fluido cerebral, y con ello evitar su

activación; luego de un par de horas de análisis, Catalina ingresó los

datos que creía correctos al secuenciador, y no quedando nada más por

hacer que esperar el resultado, puso la alarma del reloj media hora

antes del término del proceso y se dispuso a dormir.

La alarma del teléfono despertó a Catalina, quien sobresaltada miró el

reloj, y se dispuso a terminar lo que tenía pendiente en el poco tiempo

que le quedaba disponible. En cuanto miró la pantalla de control, se fijó

en que todo estaba saliendo a la perfección, y que aproximadamente

media hora antes de lo esperado, tendría el virus bloqueado para la

barrera hematoencefálica, lo que facilitaría el trabajo del resto de los

equipos científicos que trabajaban en esa desesperada misión. De

pronto un sonido seco se escuchó tras Catalina: un par de fracciones de

segundo después su cráneo estallaba, su cerebro sano salía proyectado

hacia la pantalla del computador, y la pesada bala calibre .38 seguía su

trayecto para terminar destruyendo la evidencia del logro de la bióloga,

luego de haber acabado con su corta vida. De pie tras ella, el viejo

guardia enfundaba su viejo revólver, mientras sus viejas manos

escarbaban en los restos del cerebro de Catalina, buscando algo para

comer.

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Maquillaje

En las postrimerías de la vida, Raquel insistía en maquillarse

exageradamente. La mujer de 84 años podía pasar hambre, tener sed,

estar enferma, triste o sola, pero nada la sacaba de su ritual de

maquillaje matinal. Lápiz labial rojo brillante, base rosada, sombra de

ojos color casi celeste y delineador grueso terminaban con su cara

marcada como para un show de rarezas de televisión, cosa que hacía

extremadamente feliz a la añosa mujer, quien se paseaba orgullosa por

su casa y por el barrio, cuando debía salir de compras al almacén de la

esquina. Ni los ruegos de su familia, ni los consejos del sacerdote, ni las

burlas de algunos desalmados lograban convencer a la mujer de

maquillarse de un modo más normal, y de dejar de gastar casi un cuarto

de su exigua jubilación en maquillaje.

Esa tarde Raquel veía las noticias con tranquilidad, pues ya estaba bien

maquillada, y ese día el dinero le había alcanzado para comprar un pan

y una mermelada, así que hasta podría almorzar. De pronto el noticiario

anunció lo que todos temían, y que ella sabía que tenía que ocurrir;

luego de ver en todos los canales y asegurarse que no había lugar a

dudas, partió a su dormitorio a buscar su maleta de maquillaje.

Raquel estaba sentada en la mesa del comedor, retocando su

maquillaje. El dolor en su abdomen se hacía cada vez más insoportable,

pero no podía morir sin retocar su maquillaje por última vez. Luego de

ver las noticias, sacó de su maleta de maquillaje el veneno para ratones,

lo mezcló con mermelada y se lo comió con pan, para luego terminar de

tragar con el resto de paquete de mermelada. Raquel estaba cada vez

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más débil y adolorida, pero no cejaba en su lucha por maquillarse

exageradamente como siempre; sólo cuando el espejo mostró el rostro

que ella quería ver, se pudo dejar caer al suelo para empezar a vomitar

sangre y morir finalmente asfixiada.

Cinco minutos más tarde, la debacle empezó. La puerta de la casa de

Raquel fue arrancada de cuajo; en cuanto vieron su cadáver, todos se

acercaron a ella, pero en el instante de levantar su cabeza, los zombies

se encontraron con el rostro más horrible que podrían haber imaginado.

Era tal el nivel de terror que causó en todos los monstruos la bizarra

mezcla de colores, que ninguno se atrevió a devorar el cada vez más

seco cerebro de la horrible Raquel.

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Osario

La muchacha ordenaba con delicadeza y tranquilidad los huesos en el

osario. La modesta caja de piedra donde guardaba los restos para

ocupar menos espacio en el cada vez más atestado necrocomio, tenía el

tamaño preciso como para albergar todos los huesos de una persona

cómodamente, y así dejar lugar a que otro cadáver fresco pudiera tener

un sitio seguro donde descomponerse hasta estar listo para reposar

eternamente en su propio osario. La joven había llegado temprano al

lugar, pues le habían avisado que el cuerpo de su difunto esposo ya

estaba reducido a huesos, y estaba listo para que ella los pudiera

recuperar de aquel asqueroso sitio creado a espaldas de dios y a vista y

regocijo de Hades. Ya era cerca de mediodía, y aún seguía limpiando

uno por uno los huesos de su amado, y depositándolos con cariño y

orden absoluto en la caja. En general el proceso de recuperar los

huesos era el más complicado, pues cada deudo debía hacerlo por sus

medios o pagar por ayuda, dado el peligro que representaba estar en

medio de un sitio con hedor a muerte en todas sus etapas de desarrollo,

e infestado de todo tipo de animales de carroña, puestos ahí para apurar

el proceso y acortar la espera de los deudos que querían recuperar

luego lo que quedaba de sus pasados, y de quienes pujaban por tener

dónde dejar los cadáveres de sus seres queridos para evitar que

tuvieran un futuro peor. La joven simplemente entró al terreno, se dirigió

a la ubicación que le dieron de los despojos de su amado, los echó a

una bolsa y se los llevó a la habitación donde la esperaba la caja de

piedra, sin siquiera mirar todo lo que ocurría a su alrededor.

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La muchacha limpiaba con cuidado y dedicación cada hueso,

preocupándose de retirar todo resto que quedara en su superficie y que

pudiera opacar su descanso eterno. Ya tenía destinado un espacio en el

patio de su casa, a los pies de un gran ciruelo que su hijo y sus amigos

usaban de día para jugar, pues en él estaba instalada una vieja casa de

árbol; en la noche, el cuartucho de madera servía de puesto de vigía,

por lo que el lugar era perfecto para el descanso final del dueño de casa.

El proceso de limpieza de los huesos era vital, la muchacha ya había

visto lo que pasaba cuando quedaban restos no óseos dentro del osario,

y no quería que sus hijos fueran testigos a tan temprana edad de la

realidad del entorno en que estaban viviendo.

La muchacha por fin terminó de hacer su trabajo. Luego de acariciar por

última vez los huesos limpios de su amado selló el osario y lo colocó en

su vehículo para llevarlo a casa y darle el reposo definitivo que merecía,

como todas las víctimas del maldito virus que crearon accidentalmente

mientras trabajaban fabricando una vacuna contra la diseminación

zombie, en un laboratorio clandestino. Luego del término de la raza

humana, la civilización zombie era la reinante en el planeta, y debían

luchar por defender su forma de vida de los nuevos infectados.

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Granja

Los zombies avanzaban desesperados por el medio de la vacía calle.

No tenían conciencia del cómo ni el cuándo, pero sabían lo que eran y

necesitaban. Luego de cuatro años luchando contra los humanos habían

vencido, y ya no quedaban más que zombies en la tierra. Ya habían

pasado tres semanas del triunfo definitivo, y dos desde que se acabaron

los humanos. Esas dos semanas de inanición tenían a los nuevos amos

del planeta en apuros: ¿de qué se alimentarían ahora, que ya no

quedaban cerebros humanos sino sólo de animales y otros zombies?

Unos cuantos habían intentado con animales, muriendo intoxicados a

las pocas horas; los más intentaron matar a los de su propia especie,

pero luego de tremendos combates en igualdad de condiciones, los

pocos que lograron terminar con sus potenciales víctimas se

encontraron con la peor sorpresa: sus cráneos estaban huecos. Así, el

triunfo sobre los humanos no era más que una derrota en el mediano

plazo y una segura muerte por inanición.

Mientras la desesperación hacía que cada cierto rato los zombies se

enfrascaran en infructuosas peleas, el final se veía venir en el corto

plazo. Dentro de cada uno de ellos se sentía que tarde o temprano las

fuerzas se acabarían y que la segunda y definitiva muerte los alcanzaría

sin que pudieran huir. De todas maneras el instinto les hacía seguir su

desordenada caminata, pues aún quedaba algo de olor a humano. El

oscuro manto de la noche era el entorno perfecto para la marcha de los

sin destino.

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A la salida de la ciudad el olor a humano aumentaba más y más. De

pronto uno de ellos apuntó hacia una vieja y mal cuidada granja, con

grandes graneros, caballerizas y galpones, algunos de reciente

manufactura; al parecer algunos humanos habían logrado ocultarse por

más tiempo que el resto, y ahora había llegado por fin la merecida

comida luego de la verdadera batalla final. Los zombies entraron en

masa a la granja por la entrada principal de la cerca. Cuando todos

estaban dentro las puertas se cerraron bruscamente, decenas de focos

se encendieron encegueciéndolos, luego de lo cual sendas ráfagas de

diversas armas de fuego destrozaron sus cabezas. Los pocos que

sobrevivieron fueron rematados en el suelo por los zombies dueños de

la granja. Desde el principio de la guerra contra los humanos se dieron

cuenta que podía acabar todo en algún instante, así que decidieron

capturar familias jóvenes de humanos y encerrarlos para reproducirlos y

así poder tener comida para siempre. Definitivamente no dejarían que

esos cuatro años de esfuerzo acabaran en manos de un grupo de

zombies sin visión de futuro.