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05/05/15 11:29 Página 1 de 8 about:blank Todo empezó con la sorpresa de propios y ajenos. Primero, la renuncia de Benedicto XVI, un hecho absolutamente inusual, que en la Iglesia romana no se producía desde hacía siglos. El apartamiento voluntario de un cargo que normalmente se deja por la muerte es una muestra más de la desacralización de la figura de la máxima autoridad de la Iglesia. Una forma de discutir, con un hecho contundente, la figura del Papa que, desde fines del siglo XIX, se venía construyendo alrededor de la idea de infalibilidad. Luego, la designación de un no europeo en el cargo. En marzo de 2013, la elección de un papa latinoamericano no formaba parte de las opciones más probables en las apuestas sobre el nombre del próximo pontífice. Y de pronto, un simpático obispo de dicción afectada anuncia que Georgium Marium Sanctae Romanae Ecclesiae Cardinalem Bergoglio es el nuevo jefe de la Iglesia católica, y que se ha impuesto el nombre de Francisco. En Argentina la sorpresa fue mayúscula. Algunos festejos en las calles, taxistas tocando bocinas al grito de “un Papa argentino” convivían con grupos de personas frente a televisiones de bares y vidrieras, comentando el hecho. En otros lugares del mundo también: la prensa internacional buscaba con ahínco y cierto alocamiento a cualquiera que pudiera dar noticias del cardenal de aquel país “del fin del mundo”. La hermana de Bergoglio, la amiga del Jorge Mario cuando no era ni obispo, el cura villero de la diócesis, el secretario, el cartonero que lo conocía, el dirigente de la ONG con el que trabajaba en proyectos contra la trata y el trabajo esclavo, el cura villero. Todas y todos tenían su faceta de Bergoglio para contar. Y luego, en Roma siguieron las sorpresas. Los pequeños gestos del papa electo reforzaron el imaginario de un papa humilde lejano de los oropeles de la Curia Vaticana: la foto de los zapatos gastados, los mismos que llevaba antes, dieron la vuelta al mundo. La ausencia de adornos, la negativa a habitar los palacios papales y la elección de vivir en Santa Marta, transmitían un mensaje de renuncia a la ostentación. El primer Jueves Santo de su papado, Francisco realizó el tradicional Lavapiés en la Casa del Marmo, un correccional de menores de la capital italiana. El primer viaje oficial fue otra elección que transmite compromiso con los olvidados de Europa: estuvo en Lampedusa, la isla italiana más cercana a África que a Europa, donde llegan miles de migrantes en frágiles barcos sobrecargados que cruzan el mar sin marineros, ni tripulación. Autoridades y población de la isla rescatan naufragados y cadáveres del Mediterráneo. Poco más de un año más tarde, el papa compartió con el presidente de Bolivia, Evo Morales, el Encuentro Mundial de Movimientos Populares, celebrado en Roma en octubre de 2014.

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Ensayo sociológico sobre los efectos de la elección del Papa Francisco

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Todo empezó con la sorpresa de propios y ajenos. Primero, la renuncia de Benedicto XVI, un hecho absolutamente inusual, que en la Iglesia romana no se

producía desde hacía siglos. El apartamiento voluntario de un cargo que normalmente se deja por la muerte es una muestra más de la desacralización de

la figura de la máxima autoridad de la Iglesia. Una forma de discutir, con un hecho contundente, la figura del Papa que, desde fines del siglo XIX, se venía

construyendo alrededor de la idea de infalibilidad.

Luego, la designación de un no europeo en el cargo. En marzo de 2013, la elección de un papa latinoamericano no formaba parte de las opciones más

probables en las apuestas sobre el nombre del próximo pontífice. Y de pronto, un simpático obispo de dicción afectada anuncia que Georgium Marium

Sanctae Romanae Ecclesiae Cardinalem Bergoglio es el nuevo jefe de la Iglesia católica, y que se ha impuesto el nombre de Francisco.

En Argentina la sorpresa fue mayúscula. Algunos festejos en las calles, taxistas tocando bocinas al grito de “un Papa argentino” convivían con grupos de

personas frente a televisiones de bares y vidrieras, comentando el hecho. En otros lugares del mundo también: la prensa internacional buscaba con

ahínco y cierto alocamiento a cualquiera que pudiera dar noticias del cardenal de aquel país “del fin del mundo”. La hermana de Bergoglio, la amiga del

Jorge Mario cuando no era ni obispo, el cura villero de la diócesis, el secretario, el cartonero que lo conocía, el dirigente de la ONG con el que trabajaba

en proyectos contra la trata y el trabajo esclavo, el cura villero. Todas y todos tenían su faceta de Bergoglio para contar.

Y luego, en Roma siguieron las sorpresas. Los pequeños gestos del papa electo reforzaron el imaginario de un papa humilde lejano de los oropeles de la

Curia Vaticana: la foto de los zapatos gastados, los mismos que llevaba antes, dieron la vuelta al mundo. La ausencia de adornos, la negativa a habitar los

palacios papales y la elección de vivir en Santa Marta, transmitían un mensaje de renuncia a la ostentación.

El primer Jueves Santo de su papado, Francisco realizó el tradicional Lavapiés en la Casa del Marmo, un correccional de menores de la capital italiana. El

primer viaje oficial fue otra elección que transmite compromiso con los olvidados de Europa: estuvo en Lampedusa, la isla italiana más cercana a África

que a Europa, donde llegan miles de migrantes en frágiles barcos sobrecargados que cruzan el mar sin marineros, ni tripulación. Autoridades y población

de la isla rescatan naufragados y cadáveres del Mediterráneo. Poco más de un año más tarde, el papa compartió con el presidente de Bolivia, Evo

Morales, el Encuentro Mundial de Movimientos Populares, celebrado en Roma en octubre de 2014.

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La llegada de Jorge Bergoglio al papado significó un encadenamiento de sorpresas, de hechos vividos como novedosos por un público al cual,

reconozcámoslo, la Iglesia no tiene acostumbrado a grandes transformaciones. Y hay, sin dudas, un cambio deliberado en la forma de comunicar el

papado, en la imagen asociada a la figura del papa. Humildad, acompañamiento de los que sufren, solidaridad con los pobres, los carenciados, son valores

que Bergoglio/Francisco ha asociado a su imagen y a su tarea. Y también un cierto juego con los límites de lo que la institución acepta, incluso en temas

como la moral sexual y la familia. En el viaje de regreso de las Jornadas Mundiales de la Juventud de Brasil, en 2013, sostuvo ante los periodistas: “Si una

persona es gay y busca al Señor y tiene buena voluntad, ¿quién soy yo para juzgarlo?”. Una situación de similar apertura se dio cuando, meses antes del

Sínodo de la Familia, llamó a una mujer santafesina casada con un divorciado que le había escrito una carta, contándole su dolor por no poder comulgar. El

pastor Bergoglio le dijo, según el relato de la mujer, “tomá la comunión, no hacés mal”. Tanto la apertura a los homosexuales como la posibilidad de

permitir la eucaristía a los divorciados fue recibida por medios de comunicación y ciertos sectores católicos como el inicio de grandes cambios. Algunos

incluso fantasearon con matrimonios de gays y de divorciados y divorciadas en las catedrales. Pero no. El Sínodo de la Familia no cambió la situación de

los divorciados, ni reformó el estatuto indisoluble y heterosexual del matrimonio. El modo de comunicar de Francisco, sin embargo, aireó viejas

habitaciones, abrió esperanzas, movilizó consciencias, generó adhesiones. La estrategia de comunicación de Bergoglio/ Francisco combina hábilmente lo

privado y lo público, la función pastoral y la función papal, lo individual y lo institucional: mientras se enuncian horizontes de cambios, la institución reafirma

sus posturas. Este interjuego permite a la figura papal afirmarse ante amplios sectores que esperan transformaciones, ya que Francisco aparece siempre

un paso delante de la curia, de los episcopados nacionales y de la misma institución.

Y mientras Bergoglio/Francisco expresa aperturas que los Sínodos no actúan, el catolicismo local se realinea con la nueva conducción vaticana. Con el

matiz especial de que esa conducción es bien conocida por los locales, católicos y no católicos, que tenían sus simpatías o antipatías con él antes de que

fuera obispo de Roma. La atracción de la figura papal funciona, primero, dentro del catolicismo, luego entre los líderes políticos, y llega también a otros

líderes sociales. Y si bien aquí comentaremos estas tres categorías en Argentina, es un fenómeno extendido en distintos países de América Latina.

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Primero, el catolicismo. Ese espacio plural, diverso, de límites difusos que es el catolicismo reconoce en su interior corrientes, sensibilidades y modos de

definirse como católico que conviven bajo el amplio cielo protector de la Iglesia. Conviven aún cuando ciertos grupos deslegitiman las prácticas de ciertos

otros, y aún cuando unos creen que los otros deberían ser firmemente excluidos por las autoridades de la Iglesia. Esas diferencias van volviendose más

suaves a medida que se asciende en la jerarquía: disputas ideológicas o doctrinales que entre los fieles o los líderes laicos de ciertos grupos cierran

sociabilidades y marcan fronteras claras, entre los obispos se diluyen, se eufemizan y, si bien son visibles para las miradas atentas, no tienen la

espectacularidad de otras declaraciones públicas.

La elección de Bergoglio como papa produjo un sacudón en el catolicismo argentino. Si lo pensamos sociológicamente, podemos entender al catolicismo

a partir de formas de relacionarse de los católicos con sus creencias y sus prácticas, y así encontramos una gran mayoría que se relaciona con su credo

“por su propia cuenta”. Para ellos, la Iglesia aporta una serie de símbolos y ritos que son apropiados y utilizados siguiendo derroteros personales, más que

instrucciones eclesiásticas.

También aparece un grupo de católicos que decide relacionarse con su fe a través de la institución: se identifican dentro de sus estructuras organizativas

(parroquias, diócesis), y tratan de conformarse a sus reglas, siempre en diálogo con una modernidad que atraviesa las vidas de todos los ciudadanos.

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Luego, encontramos minorías activas, grupos de fieles muy comprometidos con la institución, que deciden vivir su vida según los mandatos de la Iglesia,

interpretados por grupos que le dan un sentido pleno a esa pertenencia. Estos militantes católicos construyen identidades fuertes, de distintos signos

doctrinales e ideológicos, que muestran además en el espacio público a partir de la portación de signos que los identifican: escudos, distintivos, signos

que vuelven las pertenencias reconocibles para quien sepa leerlas. La Acción Católica, los Scouts, los Focolares, los Cursillistas, el Opus Dei, Fasta o los

Seminarios de Formación Teológica, los Cooperadores Salesianos representan grupos que muestran a sus fieles y a la sociedad distintas maneras de ser

católicos que reivindican como válidas, y a menudo como las más cercanas al sentir de la Iglesia. Entre estos polos se organiza hoy, desde el punto de

vista sociológico, el catolicismo. Y cada uno de estos espacios reaccionó de formas diferentes frente a la elección de Jorge Bergoglio como papa.

Para los católicos que se relacionan por su propia cuenta con la Iglesia y aquellos que se identifican con la institución, la llegada de un cardenal argentino

al papado significó una grata sorpresa. Más que pensar en tensiones o esperanzas de cambio al interior de la Iglesia, primó un sentimiento de orgullo

nacional, que reactivó la emoción de la pertenencia a un colectivo exitoso: los argentinos tenemos algunos premios Nobel, al mejor jugador de fútbol del

mundo, a la reina de Holanda y al papa. Ese sentimiento de “nacionalismo banal” se refuerza con ciertos códigos que compartimos con el Papa por

provenir del mismo lugar. El lenguaje común del fútbol, los barrios de la ciudad y giros idiomáticos contribuyen a generar una movilización emocional que

genera sentir cercanía, empatía y conocimiento con aquel que hoy está en la cumbre del poder mundial.

Esta alegría difusa, amplia, genérica de la mayoría de los católicos, contrasta con la manera en que se vive en los grupos de activistas, lo que más arriba

hemos denominado minorías activas. Si bien podemos ver en ellos la alegría general ligada a la nacionalidad del pontífice, identificamos también otras

dinámicas. En estos grupos de activistas se da una reflexión permanente sobre la realidad nacional, social y de la Iglesia, sobre la comunidad y su relación

con la Iglesia, y las tomas de posición frente a figuras públicas, tanto al interior de la institución eclesiástica como fuera de ella. Cuando Jorge Bergoglio

fue elegido papa, los dirigentes y los fieles de estos grupos ya tenían sus alineamientos o sus desavenencias con el cardenal, figura central en la Iglesia

argentina de los últimos 20 años. Y el cambio de escala, el tránsito de Jorge Bergoglio de la cumbre de la Iglesia local al cénit de la Iglesia mundial

funcionó como un imán que ejerció una fuerza irresistible para comunidades, movimientos y militantes católicos: cualquiera fuera su toma de posición

previa, se vieron llevados a definirse frente a este magno acontecimiento en la Iglesia local. Y no se vieron muchas formas distintas de definición pública, el

alineamiento con la figura papal dentro del catolicismo argentino fue masivo, rápido, extendido.

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Los movimientos eclesiales y comunidades desplegaron su capacidad de movilización para organizar la Vigilia frente a la catedral el día de la asunción. La

presencia de miembros jóvenes de la Acción Católica Argentina y de los Scouts católicos era evidente.

La Acción Católica Argentina, articulada desde su creación con los obispos de cada diócesis, se movilizó rápidamente, con recursos militantes y

materiales. Jóvenes y adolescentes fueron los primeros en decir presente en aquella celebración, portando en el cuerpo los escudos, uniformes y boinas

que los distinguían como militantes de la Acción Católica.

Además del despliegue de militantes, un conjunto de cartas de distintos movimientos, parroquias y organizaciones católicas festejaban la elección del

nuevo papa. La Agencia Informativa Católica Argentina (AICA) publicó parte de las salutaciones: la Familia Franciscana de la Argentina, la Comunidad San

Egidio, Familias Unidas por la Paz, FASTA, y siguen las firmas. La tracción religiosa de Francisco se manifiesta en el encuadramiento del catolicismo tras la

figura del Papa: el fenómeno que veremos luego entre los líderes políticos, se cumple primero en el diverso y heterogéneo ámbito de acción del cardenal

electo.

Dos espacios nos interesan particularmente, debido a las tensiones que habían manifestado en reiteradas ocasiones con la figura del padre Bergolio.

Estos dos grupos se ubican en posiciones muy distintas, doctrinaria, eclesiástica e ideológicamente. El primero, una comunidad ligada a los sectores más

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progresistas del catolicismo que se agrupa en torno de los Seminarios de Formación Teológica. Fuente de ideas, identidades, publicaciones que circulan

en un ámbito amplio, los “católicos de la diversidad” como los llamara el sociólogo Fortunato Mallimaci, reconocieron al sacerdote secuestrado por la

dictadura Orlando Yorio como uno de sus referentes centrales. La sorpresa por la elección del papa en este ámbito se mezcló con ansiedad y

desconcierto: en las reuniones de reflexión realizadas durante 2013 el teólogo Oscar Campana profundizó una idea que ya había publicado en Página 12:

“Quisiera ser neozelandés”, conocer a Jorge Bergoglio desde ahora, desde los gestos del nuevo papa, y no como un argentino que conoce al Bergoglio

de antes, marcado por la ambición de poder y por sus relaciones con las cúpulas empresariales.

El deseo de entusiasmarse es grande, discute con la experiencia previa del grupo, con la tensión de años con el superior de los jesuitas, obispo y cardenal

Jorge Bergoglio. Al final, prima la voluntad de creer: aquella jornada se cierra con una pregunta, “¿qué nuevas posibilidades abre este nuevo espacio

eclesial para profundizar los compromisos sociales y pastorales que ya conocíamos y practicábamos?”. El papado de Francisco interpela, atrae, fascina,

aun cuando se lo conozca desde antes, en otra posición, en otras decisiones, en otras vidas.

El segundo, el Instituto del Verbo Encarnado, una orden creada en los años ’80 que tuvo serios encontronazos con el episcopado argentino, incluso

durante el mandato del cardenal Bergoglio como presidente. El IVE fue intervenido por comisarios pontificios (el último, el entonces obispo de San Juan,

Alfonso Delgado), sus seminarios de San Rafael fueron cerrados, y su Casa Generalicia fue trasladada a Italia. El IVE no debería, sin dudas, ser

sospechado de simpatías con la figura del cardenal Bergoglio; en el momento de la elección del papa argentino su Superior General, el padre Carlos

Walker, dirigió una carta a Francisco en la que desea “expresarle nuestra total disponibilidad y obediencia para la ardua tarea de la nueva evangelización”.

En la histórica disputa del episcopado argentino, organizada alrededor de las figuras de los obispos Jorge Bergoglio por un lado y Héctor Aguer por el

otro, el IVE estaba claramente alineado con el arzobispo de La Plata, quien prestó su catedral para ordenar sacerdotes de esa orden cuando ningún otro

obispo lo hacía. Sin embargo, el cambio de escala generó en el IVE, como en muchos otros grupos, un movimiento de encuadramiento que supone asumir

la obediencia a la figura

***

En el ámbito político la atracción de la figura papal fue más pública, más brutal, más evidente: los tiempos de la política son más cortos que los extensos

tiempos de la Iglesia, y sus manifestaciones más visibles en las sociedades atravesadas por la modernidad. La atracción por la figura de Francisco se

reflejó rápidamente en el espacio urbano: carteles de distintos partidos y espacios empapelaron las ciudades argentinas. En la ciudad de Buenos Aires y

su conurbano, variados fueron los saludos al Papa. “Rezamos por vos”, decía la corriente peronista del PRO, y por si no alcanzara, el gobierno de la ciudad

decía “Celebramos juntos con orgullo y alegría al papa Francisco”, en carteles en papel y en una gigantografía que cubría el edificio del Banco de la

Ciudad, sobre la Av. 9 de Julio. “Por los humildes, por la justicia, por los trabajadores”, “Argentino y Peronista”, anunciaban los carteles de dos sindicatos.

“Orgullo y Esperanza”, publicaba un cartel del intendente del partido bonaerense de San Martín, “Compartimos esperanzas”, sobre las manos de

Francisco y Cristina en el momento de intercambiar un mate, celebraban los equipos de difusión del Frente para la Victoria.

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El hecho curioso es que en esta disputa política por la figura papal, prolongación a una escala mayor de la vieja tendencia de la búsqueda del “obispo

amigo” -tan arraigada en los dirigentes argentinos- quienes parecían mejor posicionados terminaron quedando al margen, y quienes parecían tener las

peores cartas, resultaron los amplios ganadores de una partida que aún no ha terminado. Las figuras que aparecían más cercanas al cardenal, Gabriela

Michetti y Elisa Carrió, quienes festejaron inmediatamente la elección de Bergoglio, terminaron marginadas en la escena. Es que la relación del Papa se

corrió de ese polo político. A tal punto que la misma Elisa Carrió termina afirmando, a un año del pontificado de Francisco: “Recibe a cada corrupto, que

me tiene azorada”.

El kirchnerismo se apropió de la relación con Francisco. Desde la presidenta, que lo visitó primera entre los jefes de estado, hasta los militantes de base,

que adoptan la figura icónica de Francisco como un símbolo más de una identidad política tercermundista.

También en otros espacios sociales la formidable tracción de la figura de Francisco creó alianzas novedosas. Es el caso de las Abuelas de Plaza de Mayo

cuya titular, Estela de Carlotto, fue recibida en Roma junto a su nieto recuperado. Luego, Carlotto filmó un spot con el presidente de la Conferencia

Episcopal, en la que éste instaba “a quienes tengan datos sobre el paradero de niños robados, o conozcan lugares de sepultura clandestina, que se

reconozcan moralmente obligados a recurrir a las autoridades pertinentes”.

Por largos años, la voz de la Iglesia fue muy esperada por los movimientos de Derechos humanos. Ahora que llega, ¿cómo rechazarla? No hay que olvidar

que se trata de prácticas ancladas en los modos de constitución de la autoridad en la sociedad argentina: cuando sus hijos desaparecían, muchas Madres

recurrían a los espacios en donde, suponían, estaba el poder. Es decir, militares, políticos, y por supuesto obispos. Los obispos aparecían como una figura

más accesible que los mandos militares, y se esperaba que intercedieran por los familiares desaparecidos. Los resultados fueron, con honrosas

excepciones, nefastos: no obtuvieron información, ni intercesión, ni consuelo. Hoy, años después, parece que la Iglesia tiende una mano. ¿Quién soy yo

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para rechazarla?, pensará más de una.

El pasaje de cardenal de Buenos Aires a Francisco papa de Roma supuso un cambio de escalas que los distintos actores católicos, políticos y sociales

procesaron y manejaron con entusiasmos distintos y resultados desparejos. El efecto más destacable es la formidable tracción carismática que generó la

figura del papa argentino, primero dentro de la esfera del catolicismo, luego en el campo de la acción política.

La cuestión de las escalas no es sólo una categoría de los investigadores, es una manera de pensar el tránsito de Bergoglio a Francisco que surge del

campo, de distintos campos, con actores religiosos y políticos. El acá y el allá es enunciado permanentemente por quienes perciben transformaciones en

el cardenal. Su sucesor al frente de la diócesis de Buenos Aires, Mario Poli, afirmó que “Francisco tiene “mucho entusiasmo, a diferencia de aquí que tenía

una cara (…) de velorio bárbara, una cara adusta, pero con un corazón de oro”. “Bergoglio acá era un homofóbico, allá es más comprensivo, eso es raro”

sostiene una militante de Putos Peronistas, todavía resentida por aquella afirmación de la relación entre las prácticas homosexuales, los intentos de legislar

el matrimonio igualitario, y el mismísimo demonio[1]. El “acá” y el “allá” marcaron un tránsito simbólico y geográfico, que realineó a dirigentes y militantes,

católicos y no católicos. Es necesario también destacar el cambio de papado, el pasaje del discurso intelectual, teológico, más arduo de Benedicto XVI al

discurso pastoral, accesible, comprensivo de Francisco.

El carisma personal sostiene el carisma de función, lo apoya, lo resalta. Y para pensar las reacciones en Argentina ante la figura de Francisco, me atrevo a

pensar otras posibles escalas del carisma: la atracción que nos provoca una estrella que supo ser cercana, el rockero que fue nuestro vecino, el actual

ministro con el que militamos en la facultad, el actor mediático en el que apenas reconocemos al compañerito de banco de la primaria. Eso es parte de la

fascinación que nos genera Francisco: lo vimos pasar, nos cruzamos en la Plaza de Mayo con él, escuchamos por radio sus declaraciones navideñas. Y

ahora, aquel viejo conocido está en la cima del mundo. Definitivamente sorprendente.[1]

[1] Bárbara Ester Moraña y Mauro Juárez, “Creencias religiosas de Molitantes peronistas de la Diversidad Sexual”, trabajo final de la materia Sociedad yReligión, carrera de Sociología, Facultad de Ciencias Sociales, UBA, octubre de 2014.