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30/03/13 Revista Anfibia, crónicas y relatos de no ficción www.revistaanfibia.com/impresion/vivir-para-respirar 1/9 Argentina | Ciudad | Espiritualidades VIVIR PARA RESPIRAR Nicolás Viotti siente que nunca experimentó algo así y está fascinado. Violeta Gorodischer quiere vomitar y no va a repetir el curso. Un antropólogo y una cronista se metieron en la versión criolla de El arte de vivir, la tradición fundada por Sri Sri Ravi Shankar que en Argentina convoca a más de cien mil personas y ya tiene un gurú local: Juan Mora y Araujo. Un viaje al metamundo en el que respirar es el principio y el fin. Por: Violeta Gorodischer / Florencia Gutman / Nicolás Viotti En un enorme salón blanco con vista a los árboles que rodean la manzana de San Isidro, ochenta y dos personas sentadas en el suelo con las piernas cruzadas como indios y los ojos cerrados terminan su primer Sudarshan Krya. Frente a ellos, en una especie de cuadrado blanco que hace las veces de altar, Juan Mora y Araujo guía la práctica. También él está sentado, descalzo, con las piernas cruzadas. Tiene un pantalón de lino y una remera beige. Detrás suyo, una gran foto enmarcada de Ravi Shankar, el gurú espiritual y fundador de El arte de vivir. Es un indio de piel cetrina, pelo largo, barba tupida y una sonrisa infantil; la cabeza apenas inclinada hacia el costado, como mirando algo más allá de la cámara. En un florero han acomodado un ramo de margaritas y en un rincón arden velas de colores. Juan les dice a los practicantes cuándo inspirar y cuándo exhalar. Indica cómo alternar el ritmo, los ayuda con el conteo, les da fuerza, vamos, no paren, sigan así pase lo que pase. Seguí respirando como un guerrero arenga con voz calma. Las narices de la gente se abren y se cierran al ritmo de sus indicaciones, cada vez más rápido. Sentado entre una chica de quince y un hombre de sesenta, Nicolás Viotti escucha y obedece. Aunque tiene los ojos cerrados, algo dorado comienza a tomar forma en el lado interno de sus párpados y lo atraviesa una especie de estremecimiento. Se le eriza la piel. Practicó yoga durante varios años pero nunca había tenido una sensación así. A unos metros de él, Violeta Gorodischer intenta controlar sus ganas de vomitar. Como ellos, en el salón cada uno de los ochenta y dos alumnos del curso en El arte de vivir experimenta algo diferente. En un rato, cuando hayan terminado, la consigna será compartir experiencias: “no puedo explicarlo”, se convertirá en la frase más escuchada. Entonces Juan va a sonreírles y a contestar lo mismo de siempre: Lo bueno es no pensar el porqué, sino simplemente vivirlo.

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VIVIR PARA RESPIRARNicolás Viotti siente que nunca experimentó algo así y está fascinado. VioletaGorodischer quiere vomitar y no va a repetir el curso. Un antropólogo y una cronistase metieron en la versión criolla de El arte de vivir, la tradición fundada por Sri Sri RaviShankar que en Argentina convoca a más de cien mil personas y ya tiene un gurúlocal: Juan Mora y Araujo. Un viaje al metamundo en el que respirar es el principio y elfin.Por: Violeta Gorodischer / Florencia Gutman / Nicolás Viotti

En un enorme salón blanco con vista a los árboles que rodean la manzana de San Isidro, ochenta ydos personas sentadas en el suelo con las piernas cruzadas como indios y los ojos cerrados terminansu primer Sudarshan Krya. Frente a ellos, en una especie de cuadrado blanco que hace las veces dealtar, Juan Mora y Araujo guía la práctica. También él está sentado, descalzo, con las piernascruzadas. Tiene un pantalón de lino y una remera beige. Detrás suyo, una gran foto enmarcada deRavi Shankar, el gurú espiritual y fundador de El arte de vivir. Es un indio de piel cetrina, pelo largo,barba tupida y una sonrisa infantil; la cabeza apenas inclinada hacia el costado, como mirando algomás allá de la cámara. En un florero han acomodado un ramo de margaritas y en un rincón ardenvelas de colores. Juan les dice a los practicantes cuándo inspirar y cuándo exhalar. Indica cómoalternar el ritmo, los ayuda con el conteo, les da fuerza, vamos, no paren, sigan así pase lo que pase.­Seguí respirando como un guerrero­ arenga con voz calma. Las narices de la gente se abren y se cierran al ritmo de sus indicaciones, cada vez más rápido.Sentado entre una chica de quince y un hombre de sesenta, Nicolás Viotti escucha y obedece. Aunquetiene los ojos cerrados, algo dorado comienza a tomar forma en el lado interno de sus párpados y loatraviesa una especie de estremecimiento. Se le eriza la piel. Practicó yoga durante varios años peronunca había tenido una sensación así. A unos metros de él, Violeta Gorodischer intenta controlar susganas de vomitar. Como ellos, en el salón cada uno de los ochenta y dos alumnos del curso en El artede vivir experimenta algo diferente. En un rato, cuando hayan terminado, la consigna será compartirexperiencias: “no puedo explicarlo”, se convertirá en la frase más escuchada. Entonces Juan va asonreírles y a contestar lo mismo de siempre:­Lo bueno es no pensar el porqué, sino simplemente vivirlo.

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Es que parte del éxito del Sudarshan Kriya, del curso en general, tiene que ver justamente con eso: laindeterminación. Aunque varios sepan que en India esta práctica se asocia con una tradición sagrada,aquí no es necesario conocer esa cosmología para alcanzar “la sensación”. El foco se pone en laexperiencia y lo importante es evitar la reflexión, dejar el camino abierto a los diferentes modos deentender y vivir el proceso. La ideología de El arte de vivir es profundamente democrática: la vivencia,como ocurra, es válida en sí misma. Lo único que se espera de los practicantes es un compromisocorporal: que nadie deje de respirar. Ni siquiera Nicolás, que se relajó tanto que casi se duerme. Nisiquiera Violeta, que siente un dolor de cabeza intenso y ya empieza a asustarse. Todos decidieronllegar hasta el final con está técnica de respiración para bajar el estrés que Juan les enseña desdehace tres días. Ahora están entregados. *** Juan fue el tercero de cinco hermanos. Su madre era judía, su padre católico. Nunca tuvieron algo asícomo “una religión”. No rezaban, no iban al templo ni a la iglesia, no respetaban las festividades. Elambiente de la casa era más bien “intelectual”: papá consultor político, mamá psicóloga, hijosacadémicos. Juan terminó el secundario en un colegio inglés de zona norte y viajó a Filadelfia, EstadosUnidos, para estudiar Literatura en la Universidad de Haveford. Más tarde se mudó a Nueva York yconsiguió trabajo como redactor en una revista. Como también le gustaba el teatro, se anotó comoactor invitado en el programa de Dirección Actoral de la Universidad de Columbia donde conoció a sunovia July. Cuando se le venció la visa, pensó que si no regresaba a la Argentina se le iba a hacer cada vez másdifícil. Una amiga lo invitó a formar parte del staff de la revista Tres Puntos, que acababa de salir almercado, y no lo dudó. Las cosas salieron como esperaba. Incluso mejor. Hablaba por teléfono conJuly todos los días y se sentía cómodo como redactor. Al poco tiempo, le dieron ganas de hacer algopropio. ¿Y si era algo chiquito? Se le ocurrió que un buen tema podían ser los zapatos: una revistasólo sobre calzado. Una amiga de su hermana era diseñadora y cuando fue a visitar su taller, Juanterminó de entusiasmarse. Charla mediante, el proyecto de la revista mutó por el de una zapatería.Algo más concreto, más terrenal. Hicieron un plan de negocios, invirtieron los ahorros que tenían, July

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viajó para sumarse al proyecto y, al poco tiempo, los tres se convertían en lo que fue una de lasmarcas más emblemáticas de fines de los ’90: Valeria Leik.Juan no renunció a la revista. En su afán por hacer cosas, había conseguido también un puesto comoprofesor de teatro en un colegio y le ofrecieron ser asistente de dirección de los ingleses que trajeronla exitosa obra Art a la Argentina. Sin embargo la zapatería le demandó mucho más de lo que creía yterminó trabajando casi catorce horas diarias. Estaba agotado, pero feliz. El problema real llegó con la crisis del 2001. Valeria Leik importaba telas, cueros, tacos: con la recesiónse les hizo imposible recuperar lo que invertían. En la empresa trabajaban veinte empleados y nohabía forma de seguir manteniéndolos. Juan entró en crisis. No podía dormir y lloraba todas lasnoches hasta la madrugada. ­¿Cómo hago para echar a veinte personas?­ le preguntaba a July. Fue su hermano Ramiro, en un almuerzo familiar, quien le dijo que tenía que hacer algo. ­Estás hecho pelota, Juan­ le susurró al oído, mientras terminaban el postre en casa de sus padres–tenés que hacer este curso que hice la semana pasada. Se llama El arte de vivir: te va a hacerbárbaro.Hacia fines de 1940, en plena independencia colonial de India, aparecieron los primeros indicios de unfuerte movimiento espiritual de mano de sabios que salían a predicar el amor como característica de ladevoción divina. “Bhakti”, la llamaban. Muchos de ellos serían los gurúes que conocemos hoy y quedurante la década del ‘60 se popularizaron en los países occidentales con un mensaje detransformación personal y social. Nacido en 1956 en una familia brahmánica, Sri Sri Ravi Shankar creció a la luz de estos cambios ymostró, desde chico, los clásicos atributos de un gurú: a los cuatro años, por ejemplo, ya recitabaentero el Bhagavad Gītā, un libro épico de la tradición hindú. En su adolescencia participó delmovimiento de Meditación Trascendental fundado por Maharishi Mahesh Yogi, famoso por haber sidouno de los grandes difusores de la meditación y el yoga en occidente, en plena oleada contracultural.Desde personas comunes hasta los Beatles o el cineasta David Lynch, su doctrina no paró de crecer yreclutar devotos. En 1982, su discípulo Ravi Shankar ya era un muchacho que conocía los secretos dela espiritualidad. Hizo un retiro de silencio que duró diez días y creó, él solo, una técnica de respiraciónllamada Sudarshan Krya. Según dicen quienes la practican, ayuda a mantener la mente “libre deestrés” y el cuerpo “libre de enfermedades”. Ravi Shankar y cientos de instructores que hoy predicanesto en el mundo, aseguran que quien haga el curso de cinco días debe mantener la práctica almenos durante 40 más: es el tiempo que tarda el ser humano en adquirir un hábito. Recién entoncespodrán disfrutarse las verdaderas consecuencias de una práctica pensada para hacernos felices.

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En el mismo año que creó la técnica, Ravi Shankar fundó en California El arte de vivir: un centrodestinado a difundir el despertar de la conciencia, el bienestar humano y la paz a nivel global.California era entonces un foco de ebullición y difusión de nuevas terapias alternativas y de búsquedaespiritual. Muy pronto la gente empezó a acercarse para ver de qué se trataba esta técnica derespiración. El nombre de la Fundación, además, era una garantía en sí mismo: Ravi Shankar lo habíatomado de uno de los libros más conocidos de Maharishi: La ciencia del ser y el arte de vivir. Entre otras cosas, la novedad de su Fundación era que difundía la enseñanza de técnicas y sabiduríatradicional hindú lejos de la jerarquía rigurosa entre maestro­discípulo. Sobre todo, se buscaba unlenguaje accesible y masivo que tomara recursos de la industria cultural, como CD’s, libros y videos. Larepercusión en sectores medios occidentales fue masiva y la Fundación empezó a expandirse en elmundo junto con nuevas religiosidades que enfatizaban el clásico tema de la salvación y la felicidad,pero alcanzadas “aquí y ahora”. En decenas de países se instaló con éxito; en algunos como laArgentina el crecimiento fue mayor, como si el terreno estuviera abonado para llegar a miles depersonas como las que se sientan ahora, en un salón blanco, a experimentar lo que la respiración lesproduce. Comenzó en 1998 y no paró: la Argentina como plaza de El arte de vivir es un ejemplo, lapráctica creció tanto como en Mongolia y Rusia. Tal vez sea la sensación de vulnerabilidad que loscambios políticos y económicos de la última década produjeron en la clase media porteña. Como otrascorrientes de las nuevas espiritualidades El arte de vivir propone una práctica destinada al confortpersonal, mechada con un discurso terapéutico de superación personal. Tal vez su desarrollo intensivoy permanente –siguen creciendo cada mes—tenga que ver con una cultura letrada ­­y psicologizada­­que capta el lenguaje de bienestar y autosuperación de sus instructores. Como sea, El arte de vivirinterpeló a gran parte de los sectores medios y altos de Buenos Aires: hoy tienen 150 sedes en todo elpaís y más de cien mil personas participaron de alguna de sus actividades.Ramiro anotó a Juan en el Parte I de El arte de vivir sin consultarle. La sede quedaba en RodríguezPeña y el curso duraba cinco días: de jueves a martes. En la semana, de 19 a 22. Sábado y domingo,de 9 a 14.­Llevá ropa cómoda­ fue lo único que le dijo. La instructora de Juan fue Beatriz Goyoaga, una de las primeras en difundir las actividades de laFundación en Argentina. En esa semana aprendió a meditar y entendió de qué se trataba elSudarshan Krya. Por primera vez en muchos meses, logró dormir de corrido. Atendió las sugerencias

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de Beatriz acerca de una alimentación saludable y, de a poco, eliminó el alcohol y la carne de su dieta.También Nicolás y Violeta prefieren evitar el alcohol y la carne durante el curso. Es que, entre otrascosas, la alimentación saludable es un aspecto central sugerido como parte del bienestar que El artede vivir promueve. Eso, sumado a las técnicas respiratorias y la hidratación continua, brinda lasensación de haber ganado algo positivo, de estar “limpios por dentro.” Otra faceta del cambio interior.En una de sus últimas meditaciones con Beatriz, Juan entendió también que si quería ser honesto conél mismo, debía cerrar la zapatería. A la semana siguiente habló con July y con Valeria y los tres sepusieron de acuerdo. Le pagaron en regla a los empleados y cerraron todo prolijamente. Ese día,además, Juan decidió dos cosas: que iba a casarse con July, y que quería ser voluntario de laFundación.La luna de miel fue en Europa. En muchos países de Europa, porque con la crisis del 2001 variosamigos y familiares se habían ido y Juan y July decidieron visitarlos. Inglaterra, Holanda, España: entodos los países tenían conocidos que les ofrecieron alojamiento. De día paseaban hasta que lesdolían los pies. Cada mañana, antes de salir, Juan hacía sus respiraciones en silencio. July loobservaba. A veces, en chiste, le decía que era muy raro. Antes de volver a Buenos Aires, Juan yahabía decidido que quería ser “instructor.”

No habían pasado ni siquiera dos meses cuando recibió un llamado que volvió a conectarlo con laactuación: le ofrecían hacer una traducción para Thomas Pratki, director de su escuela de teatropreferida en París. Juan hizo el taller, lo asesoró con la traducción de la obra y al terminar, Pratki leofreció una beca para estudiar en Londres. July dijo sí y hacia allá fueron, dispuestos a empezar unanueva vida. Esta vez iban a quedarse para siempre. Mientras tanto él seguía buscando sedes de El arte de vivir para hacer el instructorado. De todas, laque más le gustó fue la de Canadá: un foco espiritual cosmopolita, escondido entre las montañas. Paraser instructor, tenía que agregar dos cursos al que ya había hecho. Se anotó en el Fase Parte II. A lasrespiraciones y la meditación, le explicaron, se sumaba el silencio. Cinco días sin hablar con nadie.Juan atravesó el proceso sin problemas y en esa semana no tocó un cigarrillo. Cuando terminó elcurso, había dejado también de fumar. Después regresó a Londres para seguir con la beca mientrasJuly se anotaba al profesorado de yoga. La vida siguió tranquila hasta una mañana del 2005, cuandoel teléfono interrumpió sus respiraciones matutinas. Juan se llevó el tubo a la oreja. Desde la ventana

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de la habitación se veía la niebla londinense. Un cielo gris sobre la bruma envolvía la gente, losárboles, la ciudad. July dormía. Todavía no eran las ocho.­Mamá está enferma­ dijo Ramiro con voz temblorosa, del otro lado de la línea.Juan se sentó con las piernas cruzadas, se refregó los ojos.­¿Qué tiene?­Está muy enferma, Juan. Venite, es urgente.Al día siguiente llamó a la escuela para avisar que suspendía las clases. Esa misma tarde, él y Julysalieron en un avión rumbo a Buenos Aires.Fue todo muy rápido, no hubo tiempo para explicaciones: la madre se estaba muriendo. Los cinco hijosse habían reunido alrededor de su cama. El padre miraba desde la puerta. Juan cerró los ojos y sintióel roce de las lágrimas. Tibias. ¿Cómo había pasado todo esto? “Algo de lo que aprendí tiene queservirme ahora”, pensó. Y apretó los ojos cerrados para conectarse en la relación que tenía con sumadre. Una especie de meditación que lo llevó, de pronto, a un flashback de recuerdos olvidados. Sevio junto a ella: una mujer sana, joven, contenta. Vio, sobre todo, que había vivido rodeada de amor.Sin entender bien lo que le pasaba, sintió una plenitud que le llenaba el pecho y le anulaba la angustia.Nunca había estado tan triste en su vida, pero nunca, tampoco, había sentido tanta paz. La suya erauna nueva forma de tranquilidad que lo mantenía centrado. Abrió los ojos casi al mismo tiempo queRamiro. Y en ese mismo instante, la vio morir.La casualidad quiso que ese día fuera también el de su cumpleaños. Juan sintió que tenía que ser así,que estaba bien así. Miró uno por uno a sus hermanos. Todos habían hecho el curso y estaban en elmismo estado que él. Tristes, pero enteros, capaces de contener al padre y dialogar con la gente quese acercaba a visitarlos. Juan sintió que esa entereza se la debían a El arte de vivir: para él, la prácticales había enseñado a tomar conciencia de cada momento. “Si es doloroso es doloroso, si es alegre esalegre, pero estás presente sin querer escaparte de ese instante. La práctica te da las herramientaspara poder estar. La única razón por la que la gente medita es para entrenarse y aprender a vivir elpresente”, explicaría muchos años después, al recordar ese instante epifánico. Cuando volvían a su casa, le dijo a July que viajaría la semana siguiente para terminar lo que habíaquedado pendiente del instructorado, de una vez por todas.­La gente tiene que poder conectarse con esto.Ella contestó que lo apoyaría en todo lo que necesitara. Juan la abrazó y le dijo que iba a sacar unpasaje a Canadá: terminaría el curso en el mismo lugar en que lo había empezado.Finalizada la respiración y luego de quedarse unos minutos recostados, todos se acercan a Juan, quelos llama con una sonrisa y un gesto de “vengan”. Con las piernas todavía cruzadas y arriba del altar,les dice que se sienten a su alrededor. Bien cerca unos de otros, como si fuera un fogón. Va ahablarles del amor incondicional. Violeta se acomoda junto a Nicolás. Mueve la sillita acolchonada decolor azul hasta quedar bien cerca de Juan. Ella no tuvo ninguna experiencia particular durante larespiración; sólo sintió una especie de mareo en la parte final y todavía está adormecida. Las náuseasno se fueron del todo. Inclina la cabeza hacia atrás y agradece tener algo cómodo en donde apoyar laespalda. Frente a ella, el respaldo de un compañero deja ver la página web de la Fundación. En otrassedes aún quedan sillas con la leyenda: “Aerolíneas Argentinas”. En el año 2008, la Aerolínea fue sponsor de una de las visitas de Ravi Shankar al país y donó asientospara meditar y respirar con comodidad, que hoy están en cada sede de El arte de vivir. El logo noparece molestar: de alguna manera va en sintonía con la estructura organizacional de la Fundación. Laeficacia, el establecimiento de redes, sus formas de difusión a nivel global y el uso de grandesempresas como sponsors, son algunos elementos que la diferencian de otros grupos. Muchos losacusan de ser algo así como un “McDonald’s espiritual”, ya que la lógica empresarial parecería seropuesta a las prácticas espirituales. La presencia de marcas genera cierto rechazo entre quienesconsideran que lo espiritual no debería “mezclarse” con lo económico. Sin embargo, en El arte de vivir,esa separación radical no tiene mucho sentido. Más bien lo contrario: la convivencia entreespiritualidad y lógica de mercado es una de las bases de un estilo que valora lo cotidiano y resultaaccesible para todos. Como una suerte de “espiritualidad pop”, El arte de vivir triunfa en ámbitos donde

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consumo y dinero ya tienen un lugar central en la experiencia cotidiana. No sólo se apropia de susreglas, sino que las redefine: para ellos, la base del cambio personal e incluso de la prosperidadeconómica, radica en equilibrar las relaciones, aprender a rechazar la acumulación sin motivo, sersolidarios y dar sin interés alguno.

Apostando a generar cercanía y difundir un discurso pensado para que todos lo entiendan, Juanempieza la charla diciendo que no hay que mezquinar amor. Pide que miren allá afuera, a través de laventana. Los árboles abren sus brazos para darnos oxígeno y no piden nada a cambio: es un acto depura entrega. O los perros. “¿Alguno de ustedes tiene perro?”. Varios levantan la mano, entre ellosNicolás, que no deja de sonreír. Violeta no, porque tiene gato. ­Cuando vos llegás a tu casa, y te bajás del auto, y el perro corre hacia vos desesperado, mueve lacola, se sale de sí para demostrarte cuánto te quiere. ¿Vos creés que el perro piensa “mejor no lemuestro todo lo que lo amo para que no me abandone”? ¿Vos creés que el perro intenta no mover lacola para que no te des cuenta de que te ama, a ver si no lo correspondés? Se escuchan risas; la gente está relajada a su alrededor. También Juan estuvo así alguna vez, con su propio maestro: Sri Sri Ravi Shankar. Fue en Canadá,durante el retiro de silencio. Él había pedido ir a ese centro porque sabía que “Gurushi”, como llamanlos instructores al maestro, estaría allí. La primera vez que lo vio de cerca fue durante una meditación.Juan estaba incómodo, le dolía la espalda y no sabía cuánto tiempo podría aguantar. Sin embargo,pasados los diez minutos, el cuerpo dejó de dolerle. Como si algo dentro suyo se hubiera aflojado.Incluso tuvo una sensación de bienestar: estaba casi flotando. Cuando abrió los ojos, Ravi Shankarestaba frente a él. Frente a todos, en realidad, pero Juan lo miró a los ojos, contuvo las ganas de llorary quiso que ese hombre se quedara con él para siempre. El gurú les preguntó con una voz muy aguda,casi de niño, cómo les había ido en la meditación. Todos respondieron “very good”. Juan se quedó ensilencio. Lo único que pensaba era que no quería que él se fuera de ahí. Cuando Ravi Shankar caminóhacia la puerta para salir del salón, se levantó como un resorte. ­Gurushi­ murmuró.El maestro giró:­No te preocupes­ le dijo­ todo va a estar bien.Al día siguiente Juan se anotó en el grupo de quince personas que podían visitarlo en uno de los

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salones de la sede. La dinámica indicaba que él estaba en un escalón alto y todos debían sentarse enel suelo para hacerle preguntas. Juan se dedicó a escuchar. Cuando le llegó el turno, no pudopreguntar nada: se había quedado en blanco. Esa misma tarde, mientras Ravi Shankar paseaba por uno de los senderos que bordeaban lasmontañas, comenzó a seguirlo a unos metros de distancia. Una vez más el gurú percibió su presenciay giró para interpelarlo:­Ven­ dijo. Y caminaron juntos, brazo a brazo, en el más absoluto silencio.Hoy Juan es vicepresidente de El arte de vivir Argentina por decisión del propio Ravi Shankar, queinterviene periódicamente en los puestos jerárquicos de cada sede. El alquiler del local de Palermo quealguna vez fue Valeria Leik le permite vivir de eso y tener dedicación exclusiva para la Fundación.Coordina a 300 instructores a nivel nacional, maneja las relaciones institucionales y se encarga deregular los convenios para los cursos en escuelas, cárceles o empresas. Sus hijos, de dos y cuatroaños, son vegetarianos como él. July hizo el curso, no siguió con las respiraciones y prefirióprofundizar en el yoga.­Estamos súper alineados­ dice Juan.Desde hace un tiempo, además, se hizo conocido en los medios por haber sido el instructor personalde Marcelo Tinelli, que tomó un curso particular y no deja de difundir las bondades de la Fundación ensu programa. El último Martín Fierro se lo dedicó a El arte de vivir por haberlo ayudado “a ser mejorpersona”. Juan prefiere no dar detalles de esa relación personal, pero admite que el número depracticantes aumentó considerablemente desde que el conductor hizo públicas las ventajas de larespiración. Una llegada masiva, accesible e involuntaria, que pudieron capitalizar. Lo del MartínFierro, dicen, eso de nombrar a la Fundación durante el pico más alto de rating, fue “un acto degratitud”.

En su casa no tiene altares. Una vez intentó armar uno con la foto de Gurushi, hasta que Oliverio, suhijo de cuatro, la metió en una jarra de agua. Ese día decidió que no era necesario. El año pasado,además, fue uno de los organizadores de América Medita, el evento anual y masivo en el Planetariodonde se invita a la gente a meditar por la paz simultáneamente con otros países de Latinoamérica.

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Había un escenario, una pantalla gigante, carpas de prensa, volantes de la Fundación, dos stands deagua saborizada Ser, voluntarios que rastrillaban el pasto y levantaban los residuos con una remeraque decía “yo tomo responsabilidad”, lema fundamental de los cursos. Ese día dos presos de Devototuvieron una salida transitoria para subir al escenario y contarle a la gente su experiencia derespiración en la cárcel. El evento salió en casi todos los diarios y Juan asegura que fueron cerca dediez mil personas. También organizó la celebración por los 30 años de la Fundación en Berlín, lacapital de Alemania, con una meditación masiva en el Estadio Olímpico. Días antes de viajar, seencargó de hacerle saber a todos los practicantes que si querían, podían ir. No importaba si no teníanplata para el pasaje o el alojamiento: todo se puede con la fuerza de la intención. En You Tube, dehecho, circularon spots con voluntarios asegurando a cámara que lo verdaderamente importante eradesearlo y poner “tu cien por cien”. Todo, dicen en la Fundación, hay que hacerlo al cien por cien. Nicolás y Violeta, que terminaron el curso, ya fueron a uno de los primeros encuentros que se hacenuna vez por semana en cualquiera de las sedes para ser guiados en el Suddrshan Krya profundo.Violeta se acostumbró a la técnica y no siente nauseas. Nicolás es un fanático de las respiraciones. Alfinal, después de la relajación, todos cantan mantras en sánscrito hasta las diez de la noche.Aconsejan no cenar antes de ir a dormir. Si quieren repetir el Parte I pueden hacerlo, esta vez sinpagar los $450. Nicolás piensa en anotarse, pero Violeta prefiere el retiro de silencio. Cuando lespreguntan qué otras cosas hicieron durante el curso, los dos se miran. “No podemos decirlo, el quequiera saber que lo haga”, dicen. “Lo bueno no es pensar el porqué, sino simplemente vivirlo”. En unos días, tal vez ambos concluyan que en realidad sí es importante el porqué. Todos los porqués.Pero ese, ya sería otro texto.

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