AGORA ESCORIAL Nº 3

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ÁGORA-ESCORIAL ÁGORA ÁGORA ÁGORA-ESCORIAL ESCORIAL ESCORIAL Revista Cultural Trimestral Gratuita Nº 3 Junio 2011 Relatos y crónicas Páginas poéticas Dibujos con Historia Música, Salud, etc.

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Revista cultural trimestral

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ÁGORA-ESCORIAL

ÁGORAÁGORAÁGORA---ESCORIALESCORIALESCORIAL Revista Cultural Trimestral Gratuita Nº 3 Junio 2011

Relatos y crónicas

Páginas poéticas

Dibujos con Historia

Música, Salud, etc.

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. Consejo Redacción Lourdes Pérez Bes, Milagros Hernán y Araceli Segovia. Coordinadora Rosa Cermeño Colaboradores Rosa Cermeño, Lourdes Pérez Bes, Maribel Gª Núñez, Milagros Hernán, Araceli Segovia, Trinidad Benito, Mariano Segovia, Javier Donate de la Cuesta, Victoria Dardé, Luz Fernández, Águeda. Correctora Lourdes Pérez Bes Maquetación Araceli Segovia Fotografía portada Carlos Arribas Fotografías: Google Images Domicilio social Plaza Ayuntamiento Biblioteca Municipal 28280 EL ESCORIAL Dirección de correo: [email protected] Imprime Copymay Collado Villalba

ÁGORAÁGORAÁGORA---ESCORIALESCORIALESCORIAL Revista Cultural Trimestral Gratuita

Número 3 - Junio 2011

SUMARIO

4 CRÓ&ICAS &uestro río Aulencia Blas Un taller de bordado 11 HISTORIA Y ARTE La moda en el siglo XIX Arte y mujeres 18 RELATO El cuarto de baño 23 MÚSICA Ópera 26 DIBUJOS CO& HISTORIA Fuente de las Eras de San Sebastián 28 PÁGI&AS POÉTICAS Soneto para tus manos En la playa 30 RESEÑA DE LECTURA Una española entre zulúes 32 IMAGE& DE PORTADA Mariposa Polyommatus Icarus 33 SALUD Las flores de Bach

Las colaboraciones firmadas expresan exclusivamente la opinión de sus autores, sin identificarse en todos los casos con la línea editorial de la revista.

Camille Claudel. El vals.

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EDITORIAL

Queridos lectores/as:

Ante todo quiero daros las gracias por vuestras muestras de afecto y por el se-

guimiento que venís haciendo de nuestra revista. También agradecemos a los

colaboradores por su aportación, que tanto enriquece al conjunto de los textos

En este número, como observaréis, insistimos en ofreceros fotografías de la

flora y fauna escurialense. &uestras portadas están siendo gratamente comen-

tadas.

A veces, se nos escapan ciertos sucesos dignos de comentario dada la distan-

cia entre un número y el siguiente. Espero que sepáis comprender, un trimestre

es un largo espacio de tiempo.

Un afectuoso saludo.

EN ESTE NÚMERO..

4 Nuestro río Aulencia 11 La moda en el siglo XIX 23 Ópera 8 Taller de bordado

30 Reseña de lectura

SUSCRIPCIONES

Aquellos lectores que lo deseen pueden solicitar que les reservemos los ejemplares correspondientes a un año (4 números).

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H oy hace un día espléndido de in-vierno y he salido a dar un paseo por la Avenida de Castilla,

acercándome por donde el río Aulencia transcurre. Lleva un caudal que da alegría verlo, y pienso: “¡Ojalá llevara tanta agua en los meses de verano…!”. En otros tiempos, nuestro río era de suma importancia para sus vecinos. Las mujeres lavaban la ropa en sus aguas y la tendían en la pra-

dera al sol para que las prendas blancas quedaran resplandecientes. Algunas, las más jóvenes, cuando terminaban de lavar y, mientras la ropa se secaba, caminaban río arriba hasta llegar a una pequeña charca llamada “La Manguilla”. Una vez allí, en-tre voces y risas, jugueteaban en el agua y después se tumbaban al sol. Cuando caía la tarde y la tarea llegaba a su

fin, llamaban a sus hijos que, entrete-nidos, jugaban en el río; unas veces cogiendo ranas en

�UESTRO RÍO AULE�CIA

Texto: Milagros Hernán Segovia Fotografías: Cosme Hernán Segovia

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Antiguo Molino Harinero

“Una vez allí, entre voces y risas, jugue-teaban en el agua y después se tumba-ban al sol”.

CRÓNICAS

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sus orillas que, al estar ocultas en-tre la hier-ba, sólo se les veían sus ojitos saltones. Con mucha cautela y procurando no hacer ruido con el fin de pi-llarlas por sorpresa, las cogían para tenerlas un rato en sus manos y luego de-volverlas al agua. Otras veces, los niños corrían río abajo y le lan-zaban palitos, a modo de barcos, para co-menzar una carrera. Gritaban y animaban cada uno al suyo hasta que, al chocar estos

palitos contra la hierba o alguna piedra, se daba fin a la misma. El Aulencia, debió de alcanzar su época más importante en los años de construcción del Monasterio y la llegada de los monjes jerónimos a éste. Según nos cuenta Gregorio Sánchez Meco en su libro, “El Escorial: De Comunidad de Aldea a Villa de Realengo”, debido a una

cédula real, el río se convirtió en propie-

dad de los monjes. Toda la pesca que el río

Aulencia pudiere acumular era exclusiva-

mente para ellos.

Pero, la fuente de riqueza del río y el ma-yor interés, se debía a la importancia de su cauce y la fuerza de su caudal capaces de mover varias piedras de molino. Estos molinos tenían tres funciones impor-tantes: Molino de pan, también llamado Molino Harinero, El molino de Jaspes, más conocido como Molino de Jade y el Molino de Papel ( éste, tras su desuso y abandono, se le ha venido llamando popu-larmente hasta el día de hoy Molino Caí-do. El de pulir y labrar piezas de mármol, jas-

pes verde y colorado y blanco, sirvió para Molino Caído

Puente de Pedro del Carpio

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la decoración de suelos y paredes del Mo-nasterio y en especial el altar mayor de la Basílica. Sigue contando Sánchez Meco que los Jerónimos de El Escorial, entre sus muchas rentas, recibieron una de gran interés; la distribución y renta de los libros del Nuevo Rezado para todos los reinos de España, siendo este derecho extensivo a las Indias. Así que, ellos mismos, fabricaban su pro-pio papel para que les fuera más rentable. Los molinos estuvieron funcionando a ple-no rendimiento entre los años 1584 y 1590 y dejaron de estar activos y perdido su in-terés cuando la corona dejó de financiarlos. Estos molinos se levantaron uno junto al otro, donde hoy está el parque de la Man-guilla, al otro lado de la carretera en direc-ción a Ávila y junto a la vía férrea. Con los años se fueron deteriorando y convirtiendo en ruinas. El río tuvo otro molino, situado frente al prado Tornero. Era harinero y perteneció a un vecino de El Escorial. Ya en el año 1948 este molino que estaba en desuso y muy deteriorado fue vendido. El nuevo propietario lo restauró y transformó en una mansión rodeada por un bonito jardín que actualmente po-demos contem-plar. El Aulencia, tu-vo y tiene sus puentes aunque hoy en día pasan desapercibidos. Uno de ellos es el que hay en la Avenida de Cas-tilla, el de Pedro de Carpio, tam-bién llamado de Valdemorillo ya que los que ven-ían de ese muni-cipio tenían que pasar por él. Además, tene-

mos el Puente Romano, situado frente al Prado Tornero. En la finca de Milanillos y cerca del Panta-no de Valmayor, donde el río Aulencia desemboca, hay otro puente relevante lla-mado de los Buzones. No podemos tener acceso a este puente por estar dentro de una finca particular. Hoy, la vegetación y la maleza no dejan ver los puentes ni el cauce del río, ya que sus praderas han desaparecido y en su lugar existe una carretera que impide acercarse a él. Sólo podemos verlo y oírlo por el tramo de la Avenida de la Fresneda. En este lu-gar, sí se puede disfrutar de su rumor y apreciar su caudal en los meses de invierno que, si llueve o nieva, éste aumenta bas-tante y así sentir, en lo más profundo, la emoción de todo ello al ver y oír la corrien-te del agua saltando entre las piedras, como me ha pasado a mí hoy.

Puente Romano

CRÓNICAS

“Hoy, la vegetación y la maleza no dejan ver los puentes ni el cauce del río”.

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B las era el tonto del pue-

blo. Un pueble-cito de Cádiz que no se aso-maba al mar, rodeado de tri-gales y huertas, por lo que sus gentes se dedi-caban a las la-bores del cam-po. Sus habitan-tes cuidaban los campos y los ricachos los explotaban. Blas era más bien alto y, al cabo de tantos años, le recuer-do de un rubio pálido, ojos de un gris azulado y con una permanente sonrisa, pero no de bobo, sino dulce, algo desdibujada, como de agua. Nuestra estancia en ese lugar iba a durar sólo unos tres meses por el trabajo de mi padre, así que nos aco-modamos en la única fonda que había. Los huéspedes solían ser representantes de comercio y gente que, como nosotros, estaba de paso por otros menesteres. Comíamos todos alrededor de una mesa larga; a mí, con nueve años, me parecía larguísima. Blas solía apare-cer después de comer. Mis padres siempre le invitaban a que tomara un tazón de gazpacho o un café con leche, que él aceptaba de buen grado. Yo, por no perder el ir al colegio, asistía al único que había. Una escuela cuya maestra era la Srta. Concha. De las clases, sólo recuerdo la de costura, durante la cual la Srta. Concha nos hacía ensayar lo que íbamos a cantar en la Parroquia el día de la Patrona. Las tardes del domingo, ya calurosas, íbamos un grupito de niñas y niños, que me habían aceptado como ami-ga, a pasear por el campo, bordeando las eras. En una de las huertas por las que siempre pasábamos, una señora nos vendía lechugas tersas, crujientes y dulces que, después de ponerlas bajo un hermoso chorro de agua fresca y cristalina, nos sabían a gloria mientras caminábamos dándoles pequeños mordiscos. Así iban transcurriendo los días y Blas seguía visitándonos. Supo que a mi madre le encantaban las flores y él, en agradecimiento por el cariño con que le acogíamos, empezó a traerle hermosos ramos de azucenas, de las que entonces olían a mes de Mayo y Corpus Christi. Mi madre entornaba los ojos al acercárselas al ros-tro y aspirar su perfume. Él no cesaba de traerlas. Eran las azucenas más espléndidas que recuerdo. —Dime, Blas, ¿de dónde traes estas azucenas tan maravillosas? –preguntó un día mi madre. Y Blas, con su seráfica sonrisa, contestó: —Del cementerio.

BLAS

Lourdes Pérez Bes

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CRÓNICAS

H ace poco más de tres años conocí a Encarna Mesa, una de mis en-trañables amigas de El Escorial.

En nuestras tertulias suele hablar poco de su trabajo, por eso, cuando un día invitó a unas cuantas tertulianas a su casa, para que fuéramos a ver un encargo que estaba muy avanzado, en realidad, no sabía lo que nos iba a enseñar. Mi sorpresa fue solo comparable a la admi-ración que sentí en esos momentos, y sigo sintiendo, por el trabajo que realizan de forma callada y discreta tanto ella como sus hermanos Mary y Jesús. En un inmenso bastidor, que llenaba prácti-camente toda la habitación, contemplé co-mo se creaba una obra de arte en terciopelo de seda blanco con bordados en hilo de oro. Era un manto bellísimo, para una Virgen, que tuvimos la oportunidad de ver termina-do. En ese momento pensé: ¡Es extraordinario que existan personas capaces de hacer es-tos trabajos, tan increíbles y preciosistas, a

los que se dedica tanta pa-ciencia y precisión en cada una de las puntadas! Por eso, creo que es necesa-rio que se conozcan y se valoren, en su medida, este tipo de artes que van contra corriente en lo que ahora se entiende por modernidad, y es por lo que quiero habla-ros del Taller de Bordados en Oro de los Hermanos Mesa Benito, en El Esco-rial. Asesorada por Mary y En-carna con datos de la vida y

recuerdos de sus padres, puedo hacer un pequeño recorrido por la historia del taller que, algunas personas del pueblo cono-cerán y otras no. La primera bordadora de la familia fue En-carnación Benito; desde muy pequeña, aprendió a bordar en una de las tiendas de ropa militar que había en la Plaza Mayor de Madrid, antes y después de la Guerra Civil, y de las cuales debe de quedar una o

U� TALLER DE BORDADO

Maribel García �úñez

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Encarna y Mary de niñas.

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ninguna. En una de esas tiendas, fue donde conoció a su marido, José Luis Mesa, que era un jo-ven dibujante de varios talleres de bordado en Madrid. El arte y las habilidades de este matrimonio se unieron para crear su propio taller en 1945. Eran años de auge y abundan-cia de trabajo, tanto en lo refe-rente a uniformes militares co-mo a ornamentos religiosos. Quizá fuera este el motivo que les impulsó a buscar un lugar de luz y tranquilidad donde aumentar su quehacer y los mercados. En 1951, se trasladaron a El Escorial y crearon el taller primero, en la Avda. de los Reyes Católicos y después en el mismo lugar donde trabajan y viven sus hijos, con la hermosa Sierra de Guadarrama, delante de sus ojos, y la luz maravillosa de un en-torno diáfano y singular. Aquí alcanzaron fama sus trabajos, no sólo en España sino también en el extranjero, pues José Luis, durante la Feria de Mues-tras de 1960 de New York y Chicago, reco-gió el premio “Certificate of Award” otor-gado a Encarnación Benito. Llegaron a tener tres talleres en cada uno de los cuales se bordaban trabajos diferen-tes.

También fueron muchas las mujeres que, a través de los años, han trabajado en ellos. Encarnación, madre, dirigía el de bordados religiosos. A partir del Concilio Vaticano II, con la reducción de imágenes y usos eclesiásticos, la bajada en la cantidad de encargos fue determinante. A partir de los años 70 sus hijos, la segun-da generación, han sabido conservar la ma-estría y calidad de los bordados realizados a mano, con los nuevos, hechos a máquina, más competitivos en los tiempos actuales. Los hermanos Mesa, en 1993, tuvieron el reconocimiento de la Cámara de Comer-cio e Industria de Madrid, que les conce-dió medalla y diploma. Mantos, túnicas, palios, reposteros, galas

para bandas de música, tras-pasos, infinidad de diseños con dibujos clásicos y algu-nas creaciones a gusto de los clientes, salen de esas manos maravillosas, haciendo uno de los trabajos, artesanales, más antiguos y bellos. Plinio el Viejo, atribuyó al Rey Átalo I de Pérgamo (siglo III a.C.) la introducción de los hilos de oro en el borda-do. El origen del mismo se atribuye a los chinos pero los griegos, romanos y frigios, sentían pasión por los ador-nos de oro en sus trajes. Los

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otomanos hicieron un arte espléndido en bro-cados y sedas y, fue en los S. XV al XVIII, cuando se dio un consumo extraordinario de ello en trajes, ornamentos palaciegos y religiosos, sobre todo, en La España Impe-rial. A finales del S.XVIII se fue haciendo un uso más moderado y quedó reservado para trajes de gala militares, ornatos reli-giosos, banderas y escudos, que ha llegado a nuestros días. Pienso en el valor de lo artesanal. Algunas personas creen que esos trabajos son cosas del pasado, de los museos, y me pregunto qué viento malo se ha llevado nuestro sen-tido común, para no defender, con uñas y dientes, la pervivencia de lo bello, el talen-to, la destreza y el oficio, que ha ido pasan-do de generación en generación, el trabajo que no tiene precio porque, el tiempo y el esfuerzo que hay que dedicar, es difícil de valorar. Los gobiernos, sean del color que sean, de-berían ayudar con exenciones de impuestos

a los creadores para que puedan seguir con sus talleres. También, formar y

enseñar estas artes que se hacen en España (como se hace en otros países de Europa) para que las personas que conocen el oficio puedan enseñarlo, a futuras generaciones, y no se pierda una riqueza que es patrimonio de los pueblos. Ahora, cuando la prisa es la seña de identi-dad de los nuevos tiempos, se quiere bus-car la alternativa con el “Slow Works”: Trabajos Lentos. Este es un auténtico tra-bajo lento: Sólo vuelan las manos de En-carna y Mary entre bastidores. Mi poema, para este trimestre en ÁGORA-ESCORIAL, es “Soneto para Encarna”. Me inspiró su trabajo, su persona, y podéis leerlo en estas páginas. Doy las gracias a Encarna y Mary por sus aportaciones valiosas en esta mirada a un lugar, El Escorial, donde se hace arte: El Taller de Bordado en Oro de Los Herma-nos Mesa.

“Sólo vuelan las manos de Encarna y Mary entre bastidores”.

CRÓNICAS

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L a moda es un fenómeno complejo que refleja el grado de desarrollo de una sociedad. Por lo tanto, ha ido

siempre unida a la historia de la Humani-dad y, como es natural, cambiando a través de los tiempos. No sólo ha influido la moda en la utilidad de la vestimenta, si-no también en la economía. Aunque me voy a referir a la moda femeni-na, haré un ligero repaso a la masculina de principios del siglo XIX. En el transcurso de la historia del vestido, ciertos estilos han aparecido y desapareci-do una y otra vez; como por ejemplo las amplias faldas ya de moda en el siglo XVI, luego, a principios del XVIII y también casi a mediados del siglo XIX. El progreso de la moda durante los perio-dos históricos anteriores a la segunda mitad del siglo que nos ocupa, ha sido muy lento, excepto en el de la Revolución Francesa. Quizá en ningún otro momento de la histo-ria, las mujeres hayan llevado tan poca ro-pa como a comienzos de l800. Sus atuen-dos parecían diseñados para climas tropica-les y no europeos. En Francia e Inglaterra, líderes de la moda, el vestido era una especie de ligero ca-misón que, aunque llegaba hasta los tobi-llos, llevaba un escote muy exagerado, in-cluso en los vestidos de mañana. Les apa-sionaban los chales. Éstos, al principio pro-cedían de Cachemira, pero la guerra contra Inglaterra dificultó a los franceses su im-portación, por lo que comenzaron a fabri-car ellos mismos, chales parecidos que, a su vez, imitaron los ingleses. Este estilo en el vestir, sólo duró de 1800 a 1803 aproximadamente. Tras la abdicación de Napoleón Bonaparte en 1814, las damas inglesas acudieron en

tropel a París, donde se dieron cuenta de que la moda francesa y la inglesa se hab-ían apartado mucho entre sí. En el caso de los hombres ocurrió todo lo contrario, puesto que la influencia del estilo inglés ya se hizo notar a finales del siglo XVIII, de-bido en gran parte, a la habilidad de los sastres ingleses acostumbrados a trabajar el velarte de lana. Esta tela, al contrario que otros tejidos, podía estirarse y amoldarse en torno al cuerpo. La esencia del “dandismo” se caracterizó, en parte, por ese efecto del pantalón ajustado. George Brummel, dictador de la moda en los pri-meros años de 1800, se enorgullecía de que su ropa no mostrase ni una sola arruga y de que sus pantalones se ciñesen de forma im-pecable a las piernas, como si se tratase de

HISTORIA Y ARTE

LA MODA E� EL SIGLO XIX

Texto y dibujos: Lourdes Pérez Bes

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la propia piel. El “dandismo” no implicaba vistosidad, más bien todo lo contrario. La chaqueta de Brummel solía ser azul oscuro. El chaleco y pantalones, de distinto color. El cuello de las chaquetas, que subía bastante por detrás era, a veces, de terciopelo. Los botones su-periores se dejaban sin abrochar con el propósito de exhibir el adorno de la cami-sa. A un “dandy” se le reconocía, no sólo por lo ajustado de sus pantalones, sino tam-bién por el arreglo de su corbata. Algunos de estos “dandys” podrían pasarse una ma-ñana entera en el anudado de la misma. Aparte, el cuello de la camisa se llevaba recto y las dos puntas, que iban hacia sus mejillas y tocaban las patillas, se manten-ían en su sitio por medio de un pañuelo, a modo de corbata: Se doblaba un gran cua-dro de tela de muselina, raso o seda, for-mando una banda, luego se lo colocaban alrededor del cuello de la camisa y lo ata-ban por delante haciendo un nudo o lazo. Para completar este atuendo, solían llevar bastón. Cuando Brummel, debido a sus ex-cesos y deudas, fue a Francia en 1919 huyendo de sus acreedores, los trajes del dandy empezaron a mostrar toda clase de extravagancias. En cuanto a las mujeres, hasta 1820 habían llevado vestidos con faldas que caían verti-calmente de un talle alto. El poco vuelo se ensanchaba en la parte baja, que solía ir rematada por anchas franjas de diferentes adornos o con pequeños volantes que dejaban al descubierto el calzado: za-patillas planas. Aunque ya existían láminas con ilustracio-nes de moda, que disfrutaban unos pocos, apareció la masiva producción de figurines. Esto permitía la rápida comunicación de las nuevas tendencias que también incluían todo tipo de accesorios y complementos. Fueron los figurinistas franceses los que marcaban la moda femenina, mientras que el estilo inglés, llegó a ser el ideal para la moda masculina. A partir de 1822 se produjo un cambio im-portante en el vestido femenino. La cintura que había estado marcada muy alta durante

un cuarto de siglo, volvió a su posición normal, y cuando esto sucedió, se hizo más estrecha. Como consecuencia de ello, el corsé volvió a ser, una vez más, un elemen-to esencial de la moda femenina, incluso para las niñas. Un anuncio de la época aconsejaba a una madre, que tumbase a su

HISTORIA Y ARTE

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hija de cara al suelo, para que pudiera po-ner un pie en la parte más estrecha de la espalda y consiguiera tirar de los cordones hasta que estuvieran suficientemente prie-tos. El efecto de estrechez en el talle se podía conseguir ensanchando la falda e incluso las mangas. El Romanticismo estaba ahora en pleno auge. Las novelas de Walter Scott tenían innumerables lectoras. Todas las jóvenes querían parecerse a cualquiera de sus heroí-nas por lo que llegó a ponerse de moda hacerse vestidos con tela escocesa. Después de 1830, la falda se acortó algo pero se le amplió el vuelo y las mangas se hicieron enormes, como los sombreros, adornados con flores, cintas y plumas. Los manguitos estuvieron de moda durante to-do el siglo. El quitasol era otro elemento esencial, pero rara vez se abría, ya que tendría que haber sido de gran tamaño para proteger el sombrero. Para la noche los es-cotes eran amplios y horizontales. Entre los inventos extraordinarios que apa-recieron en la década de los 40, uno de ellos fue el ferrocarril. En esta época, el remilgamiento de la mujer alcanzó cotas extraordinarias. No hubo período en el que –a excepción de los escotes en los trajes de noche- fuesen más cubiertas. A los llamati-vos sombreros de años anteriores, les susti-tuyeron las modestas capotas, atadas firme-mente por debajo de la barbilla con cintas de seda que impedían se pudieran ver las caras a no ser de frente. Las faldas, abultadas por varias enaguas, descendieron hasta llegar al suelo. El color claro de la ropa anterior se cambió por el marrón y el verde oscuro. Las líneas esen-ciales del vestido durante ese período con-sistían en marcar la cintura baja, las faldas largas y abultadas, el cuerpo ajustado y las mangas ceñidas o abultadas por encima del antebrazo. Para alivio de las mujeres, a quienes el pe-so de tantas enaguas se les hacía insoporta-ble, apareció el uso de la “crinolina”. Este nombre no se refería precisamente a esta tela –tejido ligero muy engomado- sino a

una sola enagua ahuecada por medio de aros. No era la primera vez que las faldas se sostenían con aros, pero esta nueva “crinolina”, dado que la tecnología estaba mucho más avanzada, llevaba aros de acero flexibles que podían ir cosidos a una pren-da a modo de enagua y se empleaban va-

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HISTORIA Y ARTE

rios, de mayor o menor tamaño según sub-ían a la cintura, donde quedaba sujeta esta enagua por medio de cintas. Ahora, a partir de 1856, las mujeres podían mover las piernas con más libertad dentro de su “jaula crinolina” Por supuesto, esto tenía su riesgo en los días en que al soplar el viento, las faldas podían levantarse dejando las piernas al descubierto. Para evitar este “desastre”, se solía llevar unos pantalones largos y rectos de lino que se re-mataban con un encaje. Las niñas pequeñas tam-bién las llevaban pero las faldas eran más cortas. La crinolina, cuyo uso duró unos quince años, sufrió varias modificacio-nes y alcanzó sus máxi-mas dimensiones hacia 1869, la silueta se mostra-ba recta por delante y más abultada por detrás, esto estaba dando paso a la aparición del “polisón”. Las capotas a su vez tam-bién, iban dejando paso a los pequeños sombreros que se colocaban en la frente sobre una masa de pelo, formada por rizos y bucles. Por detrás de la cabeza, moños, trenzas y más rizos. Se necesitaba tal cantidad de cabello que muchas mujeres no tenían suficiente con el suyo, así que se importaban grandes canti-dades de pelo para hacer moños y postizos. Imperaba una gran fantasía en la vestimen-ta: sobrefaldas, de distinta tela y color que la falda, recogidas de diferentes maneras, mostrando plisados y demás adornos. El cuerpo muy ceñido, armado por un largo y apretado corsé, daba sensación de esbeltez, al tiempo que resaltaba el busto. Éste se adornaba a menudo con “pecheras” muy elaboradas que partían de lo alto del cuello. El polisón, que ya había hecho su apari-ción, fue cayendo en desuso, pero a media-dos de los 80, reapareció; esta vez bastante

más exagerado. No obstante ya había evo-lucionado debido a los ligeros materiales con los que estaban confeccionados, y a la ventaja de que al sentarse las damas se podía alzar y ponerlo en su sitio cuando ellas se levantaban del asiento. Este artilu-gio desapareció cuando el siglo se acercaba a su fin.

Con la nueva moda, ya sin polisón, los vestidos se amoldaban a las caderas con facilidad, al haber si-do cortados al bies. Las faldas, largas y con cola aún para ir a la calle, al cruzarla, era obligado recogerla con la mano con lo que esto permitía que asomasen las puntillas de la enagua. Los vestidos de mañana tenían el cuello subido y acababan con pli-sados o un gran lazo de tul o gasa. Se utilizaban mu-cho los encajes. Seguía empleándose el corsé que ceñía mucho la cintura. Las mangas, que poco an-tes habían sido estrechas y algo ensanchadas a la altu-ra del hombro, empezaron a adquirir enormes propor-

ciones, hasta el codo. Los acontecimientos políticos también in-fluyeron siempre en la moda. La armada rusa visitó Toulón en 1893 y tres años más tarde el Zar fue de visita a París entre esce-nas de gran entusiasmo. Su estancia puso de moda el empleo de las pieles, tanto en la indumentaria masculina, como en la feme-nina; en épocas anteriores las pieles habían sido enteramente una prerrogativa del hom-bre. La moda siempre tuvo muchos detractores, especialmente por los estamentos religio-sos. Leonardo da Vinci, sin embargo, encontró en la moda el granito de locura humana que la distinguía del simple uso del vestido.

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Al rescate

A l rescate del olvido, de lo es-condido. Al rescate de todo lo que fue borrado, contado a

medias por la historia, la historia co-ja. Vamos a rescatarlas poco a poco, cada vez que tengamos una oportuni-dad. A ellas, a todas las pintoras, es-cultoras, arquitectas, artistas que fue-ron y son ocultadas. No las encontra-mos en las enciclopedias, ni en los manuales educativos de Historia del Arte, aunque la calidad artística de sus obras haya sido corroborada hoy, aunque en su tiempo fueran contrata-das por la corte o por la Iglesia e in-cluso remuneradas. ¿Olvidadas? ¿Borradas a propósito? Cuando nos preguntan acerca de pin-tores clásicos y obras maestras del pasado que conozcamos, inmediata-mente llegan a nuestra mente, gene-ralizando, artistas como Rubens, Rembrandt, Leonardo Da Vinci, Miguel Ángel, Picasso, Dalí, Rodin y un largo etcétera de nombres masculinos. El hombre acaparó las expresiones artísticas desde las civilizaciones antiguas. El arte hecho por mujeres, fue relegado a un segundo plano, a veces, enterrado. En la Prehistoria pudieron existir mujeres artesanas, que trabajaran en la elaboración de joyería, cerámica, textiles, etc. En la Grecia Antigua se tiene alguna información sobre mujeres artistas como Timarete y Eirene, pero no hay restos de sus obras. En la Edad Media destaca Hildegarda de Bin-gen una polifacética artista alemana. Fue abadesa, líder monástica, mística, profetisa,

médica, compositora y escritora. En el Renacimiento tenemos noción de al-gunas mujeres artistas tales como la italia-na Sofonisba Anguissola. Su padre, miem-bro de la baja nobleza genovesa, animó a sus seis hijas a cultivarse y perfeccionar sus talentos, siendo ella la que más destacó. El aprendizaje de Sofonisba con artistas locales sentó un precedente para que las mujeres fueran aceptadas como estudiantes de arte. A los veintidós años viajó a Roma y conoció a Miguel Ángel quien orientó a la joven pintora. No tuvo la posibilidad de estudiar anatomía o dibujar del natural, pues era considerado inaceptable para una señora que viera cuerpos desnudos. En

ARTE Y MUJERES

Victoria Dardé

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Sofonisba Anguissola, Autorretrato

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HISTORIA Y ARTE

Milán, pintó para el Duque de Alba y a los veintisiete años llega a la Corte de Felipe II donde también trabajó con Alonso Sánchez Coello; es por ello que algunos de sus cuadros fueron atribuidos a este pintor. Cuando vuelve a vivir en Génova, es vi-sitada y copiada por muchos pin-tores más jóvenes, entre ellos Anton van Dyck y Rubens. El gran éxito de Anguissola abrió el camino a muchas mujeres para perseguir la consecución de sus carreras de artistas, destacando nombres como Lavinia Fonta-na, Bárbara Longhi, Fede Gali-zia y Artemisa Gentileschi. En el siglo XIX, las academias de arte eran prácticamente escue-las hechas para hombres. Las po-cas mujeres que participaban no eran tomadas en cuenta; su arte era considerado carente de valor. Digna de mención es Harriet Hosmer, escultora norteamericana quien fue hasta acusada de no realizar su propia obra. En Roma, formó parte de un grupo de mujeres artistas con nombres como Anne Whitney, Emma Stebbins, Edmonia Lewis, Louisa Lander, Margaret Foley, Florence Freeman, y Vinnie Ream. Edmonia Lewis considerada la primera escultora afroamericana, encontró la inspi-ración en la vida de los abolicionistas y los héroes de la Guerra Civil. Sus estudios en Roma contribuyeron a sus técnicas y estilo Neoclásico. Muchas de sus obras se perdie-ron, la mayoría de sus exposiciones fueron póstumas. Fue enterrada en una tumba sin nombre. En 2002, el erudito Molefi Kete Asante incluyó a Edmonia Lewis en su lis-ta de 100 mejores artistas afroamericanos. También destacan en pintura mujeres como Mary Cassat, Eva Gonzales y Berthe Morisot del grupo de las impresionistas. Ellas por su cómoda posición económica, pudieron dedicarse a la pintura, abordando temas como retratos de la aristocracia cir-cundante.

No podemos dejar de mencionar a Camille Claudel una joven escultora francesa cer-cana al escultor Auguste Rodin, cuya vida trágica y apasionada la llevó a destruir gran parte de su obra; sobre ella existe una pelí-cula, un musical y biografías. Camille revolucionó la expresión escultóri-ca al ser una de las pocas mujeres esculto-ras de finales del siglo XIX, que tuvo acce-so a modelos desnudos. Su obra fue consi-derada un arte menor frente a la escultura de su maestro y amante Auguste Rodin. El único que apoyaba a Camille era su padre, que se negó reiteradamente a internar a su hija como le pedían sus familiares directos, pero a su muerte fue encerrada por su her-mano Paul y su madre, alegando manía persecutoria y delirios de grandeza en el sanatorio de Montdevergues. Nunca salió de allí. Pasó treinta años encerrada y su familia le prohibió recibir visitas y desaho-garse con la escultura. Nadie de su familia fue nunca a visitarla. Camille muere en 1943 y fue enterrada en una tumba sin

Anna Ancher, Mujer de pescador cosiendo (1890 )

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nombre. A la muerte de Paul Claudel en 1955, se levantó el veto que existía en la familia acerca de Camille y los descendien-tes quisieron dar una tumba digna a la ar-tista, pero no fue posible; sus restos se per-dieron donde se enterraba a los pacientes olvidados por sus familias. Como ella misma describió su confina-miento, “por haber tratado de ser Camille y mujer, Camille y artista, Camille y amante, y libre”. Menos desgarradora es la vida de Anna Ancher (Skagen, 1859 - 1935), pintora danesa que formó parte de la escuela de Skagen. Estudió pintu-ra en Copenhague y París y se casó con su compa-ñero, el pintor Michael Ancher. Aunque la cultu-ra imperante dictaba que las mujeres casadas deb-ían dedicarse a las tareas domésticas, Anna conti-nuó pintando después de casada. Pintaba sobre to-do escenas íntimas de mujeres y niños en las que destaca la riqueza de colores vivos. En el campo de la foto-grafía hay varios nombres como Lee Miller quien fue una fotógrafa excep-cional de los años 20, 30 y 40, captando desde los horrores de la Segunda Guerra Mundial hasta re-tratos de Picasso o paisa-jes surrealistas. Sus retra-tos de mujeres en la gue-rra son muy interesantes. Las mujeres son heroicas y fuertes, trabajadoras y activas. Más reconocidas y con-

temporáneas de Lee Miller son Tina Mo-dotti, fotógrafa europea, y la pintora mexi-cana Frida Kahlo. Hay muchas, muchísimas artistas que no

han sido nombradas aquí, pero éstas son

algunas con las que me he topado en esta

interesante búsqueda, que acabo de co-

menzar.

Camille Claudel, El Vals

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EL CUARTO DE BAÑO

Araceli Segovia Dilla Pinturas de Antonio López,

descargadas de Google Images

R ecibí un encargo de una revista para escribir un reportaje sobre un cuarto de baño. Me pagaban muy

bien, así que me metí en el de unos amigos que se iban 15 días de vacaciones y les pedí que cerraran por fuera hasta su regre-so. El encargo era un tanto ambiguo, no sabía qué finalidad tenía el reportaje ni a qué público iba dirigido. No conseguí hablar con la directora y nadie en la redac-ción parecía darme las explicaciones que necesitaba. Barajé los posibles enfoques y me decidí por escribir acerca de la supervi-vencia en un recinto de reducidas dimen-siones durante la segunda quincena de agosto en Madrid, de un tío como yo, Chema Aldama, escritor y pro-fesor de ética en un ins-tituto de secundaria, poco amigo de aventu-ras, de naturaleza fóbi-ca, amante de la buena mesa y de los colcho-nes cinco estrellas, y bastante maniático de la limpieza y el orden. Había otras razones que me empujaron a deci-dirme. Mi economía estaba bastante maltre-cha por la reciente hi-poteca de la casa en la que Rosa y yo iríamos a vivir después del vera-no. Ella se marchaba dos semanas a Bath a poner al día su inglés, antes de incorporarse a su nuevo puesto de tra-bajo, como flamante

directora de Recursos Humanos en la mul-tinacional donde llevaba trabajando desde los 25 años, justo cuando nos conocimos, diez años atrás. Por otra parte, mis hijos pasaban el mes de agosto con su madre, por lo que de no haber surgido esta propuesta quizá me habría quedado solo en mi piso. Quería, además, demostrarme, y sobre todo demos-trarle a Rosa que yo era capaz de sobrevi-vir solito a la soledad y a los espacios ce-rrados. Preparé minuciosamente una lista y la fui punteando a medida que llenaba mi mochi-la con ropa, bolsa de aseo, botiquín de pri-

RELATO

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meros auxilios y víveres. Recordé la última vez que fui de acampada, con mi ex mujer y los compañeros de la Facultad cuando todavía estábamos solteros. ¡Cuántos años hacía ya! Añadí un colchón hinchable, un pequeño hornillo, algunos utensilios de cocina y un radiocasete. En mi cartera grande de piel metí material de escritura y unos cuantos libros. Llegué el sábado dieciséis de agosto, con mis enseres, al piso de mi amigo en el ba-rrio de Salamanca. Tomé el viejo ascensor de hierro y madera que tan bien había so-brevivido al paso de los años y pulsé el botón dorado con el número tres. Alberto me abrió la puerta. Tenía prisa. Me acom-

pañó al cuarto de baño dándome apresura-damente una serie de recomendaciones y cerró la puerta tras de sí, tal como había-mos convenido. Deposité mis cosas sobre el mármol blanco y negro del suelo y el recinto me pareció mucho más pequeño y desangelado de co-mo lo recordaba en las contadas ocasiones que lo había visitado. Me hizo pensar en un enorme quirófano, blanco, frío y aséptico. Hice ademán de volverme y mover el pica-porte. Resignado, comencé a deshacer mi equipaje. Vacié una estantería de frascos de cristal con conchitas, caracolas y absurdas pasti-llitas de jabón de colores, deposité tres bo-tellas de mi vino preferido y mis latas de

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conservas perfectamente alineadas: sardi-nas, mejillones, callos, salchichas, atún,... Sobre el armario de las toallas coloqué mis libros, material de escritura y una foto de Rosa con mis hijos, del verano anterior en Eurodisney. Hinché el colchón. El espacio que quedaba libre era irregular y no fui capaz de aco-plarlo de ninguna manera. Lo puse dentro de la bañera, e hice la cama con mis sába-nas. Pegué sobre el espejo el planning que había elaborado para las dos semanas de estancia, con el detalle de lo que haría cada día y cada hora. Había distribuido mi tiempo pa-ra que no quedaran espacios libres, por mi horror al vacío. Las tareas diarias se repart-ían entre limpieza del cuarto, aseo perso-nal, gimnasia, preparación de comida, co-mida propiamente dicha, lectura, escritura, colada diaria y relajación. El domingo diecisiete, comencé con mi plan, pero aun alargando hasta el infinito cada una de las tareas me quedaban bastan-tes huecos libres que no sabía como llenar. A las tres y media de la tarde ya me pre-guntaba cómo llegaría hasta la noche. Hab-ía comenzado a escribir pero estaba muy nervioso para concentrarme y opté por po-nerme a leer. Leí las contraportadas de to-dos los libros y la primera página de tres de ellos y decidí que lo mejor sería escuchar música. El lunes dieciocho, hacia las diez de la ma-ñana me acerqué a la ventana para tender to-da la colada que conse-guí reunir: dos camise-tas y dos calzoncillos que me entretuve buen rato en restregar y acla-rar. Ahí tuvo lugar la primera pérdida sensi-ble de aquella quincena. Al agacharme para remojar la ropa, el móvil se cayó en el agua jabonosa y quedó para siempre en silencio. Pensé en cómo romper la puerta del baño si un día no aguantaba más y decidía irme. Descubrí dos cuerdas tendidas entre mi

ventana y la del otro lado del patio. Oí un chirriar de poleas y vi moverse la cuerda paralela a la mía. Una señora regordeta, que aparentaba sesenta y tantos años, vesti-da de oscuro, colgaba en ese momento su combinación blanca de nailon, con dos pin-zas de madera. Me miró como si esperara verme aparecer. Me dio los buenos días sonriendo y se alegró de que no hiciera de-masiado calor para esas fechas en Madrid. A partir de ese momento me pregunté si sería un busto parlante o si estaría sujeta a una silla de ruedas con el freno echado, pues cada vez que me asomaba a la ventana me encontraba con su beatífica sonrisa. Traté de seguir mi rutina, pero cada poco miraba a través de la ventana y allí estaba ella. No hacía que me sintiera espiado, sino más bien parecía que estaba esperando a que me dirigiera a ella. Cerré la ventana, incómodo. No había visillos, sólo un cristal esmerilado, que filtraba una luz mortecina. Abrí de nuevo. Poco a poco fuimos cruzando algunas pala-bras más. Ella se interesó por mí, y no mostró extrañeza alguna cuando le conté qué hacía todo el tiempo metido en un cuarto de baño sin intención de salir hasta el mes de septiembre. Tenía una conversa-ción amena y sosegada, y un marcado acento andaluz. Supe que se llamaba Sole-dad, -puede llamarme Sole, me dijo- , que estaba viuda desde hacía treinta años. Sus hijos se habían ido a la playa con los nietos

y ella se había quedado sola en el piso y, casi en todo el bloque, dijo seña-lando las persianas baja-das de las otras ventanas que daban al patio. Sólo llevaba tres días en-cerrado y ya estaba harto. Tuve que echar mano de los somníferos para poder

dormir en la inhóspita bañera. Me levanta-ba dolorido y apenas me consolaba el café de la mañana. Lo aderezaba con un par de magdalenas y un vasito de agua con Re-doxon efervescente que encontré en el boti-quín de mis amigos. Esperaba que me sir-

RELATO

“Una señora regordeta, que aparentaba sesenta y tantos años, vestida de oscuro, colga-ba en ese momento su combi-nación blanca de nailon, con dos pinzas de madera”.

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viera para paliar la carencia de vitamina C que sin duda adquiriría, pues al entrar en el baño me dejé fuera la bolsa de fruta que acababa de comprar. Escuché las noticias y puse un poco de música mientras me duchaba. Decidí no afeitarme durante algunos días. Poco a po-co la barba fuerte y negra y el atuendo que usaba, chancle-tas, pantalón corto y camise-tas veraniegas sin planchar, empezaron a darme una ima-gen de náufra-go perdido en medio de una isla urbana, ba-jo la atenta mi-rada de la veci-na de enfrente. El paquete de folios seguía casi intacto y a veces percibía que me lanzaba miradas amena-zantes. Aquel mediod-ía ataqué una lata de callos. Ya no me que-daba imagina-ción para hacerme algún sándwich dife-rente de los do-ce que había consumido hasta entonces. Reservaba los frutos secos y las patatas fri-tas para media mañana o media tarde. La consecuencia fue una pesadez terrible de estómago que sólo pude calmar con un Al-max de mi propio botiquín. Tras la siesta, imposible de dormir, miré por la ventana y Soledad había desapareci-do. Me angustió pensar en no volver a ver-la. Miré con nostalgia el marco vacío de la

ventana y empecé a escribir una historia, su historia. La imaginé cómo sería de joven, su vida en el pueblo, la llegada a Madrid y la muerte del marido, su lucha por sacar adelante a los hijos, su vida actual cam-biando cada tres meses de cama, de casa de barrio, ...

Mientras escribía entró por la ventana un ligero aro-ma que me puso en pie los sentidos. Era un olor fami-liar, que me despertaba es-cenas infanti-les, y que me llenaba la boca de saliva. Me acerqué a la ventana y des-cubrí que era el olor incon-fundible de la tortilla de pata-tas. - ¡Dios mío¡ no será ella la que está coci-nando... - La respuesta no se hizo esperar. - Oiga, don José María, me estoy haciendo la cena y me ha salido una

tortilla muy grande. Si usted quiere la po-demos compartir. Yo con la mitad tengo bastante. Acepté antes de que hubiera terminado de hablar. Sí, sí, sí quiero, fue mi respuesta. Sólo después caí en la cuenta de que las tortillas no vuelan de ventana en ventana. Pero sí descubrí que es cierto que el ham-bre aguza el ingenio, es cierto. Tomé una bolsa de plástico bastante fuerte, la sujeté

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RELATO MÚSICA

con varias pinzas a una cuerda del tendede-ro y tiré suavemente de la otra hasta que cruzó el espacio aéreo del patio y cayó en manos de mi vecina, de mi adorada vecina. A los pocos minutos la bolsa regresaba a mis manos. Tiré un beso a Soledad con la punta de los dedos a través del patio y miré ansioso el contenido del preciado botín. Abrí la tarterita abollada de aluminio y des-cubrí una humeante media luna amarilla rodeada de pimientos rojos recién asados y aliñados, y una servilleta de papel envol-viendo un trozo de pan tierno. Retrasé cuanto pude el momento de la co-munión con aquel milagro. Dispuse en el hueco que quedaba entre los dos senos del lavabo una toalla limpia y acerqué la ban-queta. Llené una copa de vino tinto y lenta-mente saboreé cada sorbo y cada bocado de aquella suculenta cena. Mi vecina me dio las buenas noches y apagó la luz. Yo me quedé apoyado en la ventana, encendí un cigarrillo y pensé en Rosa mientras miraba un gajo de luna pla-teada por encima del patio. Luego, escribí hasta la madrugada. Los días siguientes transcurrieron en cal-ma. Escribí mucho, dormí bien y disfruté de la conversación con Soledad y de sus cui-dados gastronómicos. Tras la gloria de la tortilla, cada día me sorprendía con algún plato sencillo y delicioso. El gazpacho y el ajoblanco, el salmorejo y las ensaladas, la paella y las albóndigas, las natillas y el arroz con leche trenzaron un puente solida-rio entre su ventana y la mía. Varias veces quise enviarle dinero, pero siempre lo rechazó con una sonrisa: - Ya echaremos cuentas cuando salga, Don José María. Estaba satisfecho con lo que escribía. Pre-paré el reportaje para la revista e hilvané lo que iba a ser una novela, con Soledad co-mo personaje central. Mi estancia en el cuarto de baño tocaba a su fin. Mis amigos regresaban al día si-guiente.

************** Treinta de agosto sábado por la mañana. Deshincho el colchón y voy guardando mis cosas en la mochila. Escribo una carta para Soledad, con letra clara y grande. Quiero que entienda bien todo lo que le digo. La hago llegar hasta su ventana. Me ducho y, tras dudarlo, decido no afeitarme. Seguro que Rosa se reirá cuando me vea. Son casi las doce. Oigo la llave en la puerta del piso y los ladridos de un perro. Se abre la puerta del baño y sin saber porqué me abrazo emocionado a mi amigo Alberto. Tras cambiar algunos comentarios, me dice que Rosa vendrá a recogerme dentro de un rato. Recorro con la mirada los azulejos de las paredes, la bañera, el lavabo, los cua-dros blancos y negros del mármol del sue-lo. Miro a las cuerdas y la carta ha desapa-recido. Por la ventana abierta oigo la voz pausada de Soledad conversando con otra persona.

Todo ha ido muy bien- comenta mi, hasta entonces, ve-cina. Gracias, Soledad, por cuidar de él. Aquí tiene lo que

acordamos- le responde la otra persona-. La segunda voz me resulta familiar, muy familiar. Es la voz de Rosa, de mi Rosa. Un escalofrío me recorre. Me miro en el espejo buscando una respuesta. Cierro la ventana, y pasa un rato hasta que me deci-do a salir al pasillo. Suena el timbre y Alberto abre la puerta de la casa. Aparece Rosa. Nos abrazamos y me besa apresurada. Me bombardea a pre-guntas. Sonrío. Había olvidado cómo me gustan su olor y su tacto. - ¿Nos vamos? –pregunta-, y antes de que yo responda toma la mochila y se dirige al ascensor. La sigo en silencio mientras me abrazo a mi cartera de piel.

“Por la ventana abierta oigo la voz pausada de Soledad conversando con otra persona.”

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Historia

L a ópera es un espectá-culo escéni-

co que consiste en un texto dramático, en el que se basa el libreto combinado con música, y en el cual, los personajes se expresan por medio del canto con acompaña-miento instrumen-tal. Desde sus co-mienzos, además de los solistas, con-junto, coro e instru-mentos musicales, también han inter-venido bailarines. Sus orígenes se remontan a la época medie-val, e incluso a la antigua Grecia, con re-presentaciones sacras, dramas litúrgicos acompañados con música y a los espectá-culos de carácter profano con máscaras y danzas. Según la opinión de varios historiadores de la música, el verdadero nacimiento de la ópera como tal, tuvo lugar en Italia, el pro-pio nombre (ópera = la obra), fue acuñado allí (siglo XVI). El material esencialmente literario comenzó a aparecer en épocas ca-ballerescas como “Orlando Furioso”, pu-blicada en 1532 y “Jerusalén liberada”, en l575. Hasta 1953 se creía que

la ópera tuvo sus orígenes en la Cámara (Camaretta) florentina, en el palacio de Giovanni Bardi, pero se comprobó que no fue así; aunque sí ocurrió en Florencia, promovida por un amplio grupo de intelec-tuales, artistas y musicólogos que se reun-ían en el palacio del teórico teatral Jacobo Corsi, en el año l590. Intentaban resucitar las antiguas ideas griegas que habían com-binado el drama poético con la música. Además, los héroes de la mitología fueron siempre motivo de inspiración.

La primera obra de esta orientación mu-sical fue la ópera “Dafne”, basada en una obra pastoral de Ottavio Reennuncini,

MÚSICA RELATO MÚSICA

ÓPERA Rosa Cermeño Álvarez

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“Sus orígenes se remontan a la época medieval, e incluso a la an-tigua Grecia”

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y representada por primera vez durante el Carnaval de 1597. Al cabo de diez años, el nuevo género musical, fue consagrado por Monteverdi, con su obra maestra “Orfeo”. Algunas de las primeras óperas han des-aparecido, o parte de ellas. La ópera más antigua conservada intacta es “Eurídice” Aunque la ópera nació en Florencia, cono-ció su primer período de esplendor en Ve-necia, donde la participación de extensos sectores populares, hizo que se abrieran teatros al público, así que las representacio-nes ya no eran exclusivas de la aristocracia. Al difundirse rápidamente por toda Europa, la ópera fue poco a poco perdiendo el carácter italiano para adoptar cada una de las actitudes de la cultura europea. En los primeros años del siglo XVIII, la escuela napolitana, centrada en la activi-dad de Scarlatti y Pergolesi, suplantó el predominio de los operistas venecianos apareciendo la ópera cómica, o buffa. Se destacaba por tener partes más extensas habladas, con temas cotidianos y superfi-ciales, a veces con personajes de la Come-dia Italiana. Ej.: El barbero de Sevilla de Rossini. Las bodas de Fígaro de Mozart y Falstaff de Verdi. La terminología de ópera napolitana se re-fería a óperas galantes de estilo rococó, con un rico desarrollo del “bel canto”, llegando a una suprema agilidad vocal, a veces in-

terpretadas por los cas-

trati. Estos eran tan solicitados y estaban tan engreídos que ped-ían grandes sumas y es por ello que contrata-ban a contraltos para que les sustituyeran, y de ahí que, en ciertas óperas, como por ejemplo “Xerxe” de Handel, el papel del rey persa, que en prin-cipio era un castrati, lo interpretara un contral-to. Había mucha rivalidad entre los solistas y

exigían que si la soprano cantaba siete arias en la ópera, el tenor tenía que cantar otras siete. En Francia, la ópera fue importada desde Italia antes de 1650, pero sin gran interés por parte de la realeza y la nobleza puesto que tenía que competir con el drama habla-do, con interludios musicales y ballet. En Alemania comenzó con los composito-res italianos que residían allí. Durante los siguientes cien años, era tal la influencia italiana que, incluso los alemanes nativos empleaban los textos en italiano. Haendel compuso más de doce óperas, de las más inspiradas durante la primera mitad del si-glo XVIII. En Viena, en el año 1782, Mozart compuso “El rapto del serrallo”, y en 1791, “La flau-ta mágica. Beethoven, en 1805 “Fidelio”, y en 1820, Schubert “Los hermanos geme-los”. También en Inglaterra entró la ópera con dificultad, por las mascaradas de la corte; un entretenimiento aristocrático de lo si-glos XVI y XVII, derivados del ballet, que trataba sobre actuaciones de temas alegóri-cos y míticos mezclados con música, ballet y textos místicos. La primera y mejor ópera en Inglaterra fue “Dido y Eneas” por Henry Purcell. Poco a poco, el libreto italiano fue abando-nado y sustituido por textos ligados, no

MÚSICA

Tosca de Puccini

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sólo a las diferentes tradiciones nacionales, sino también a los diversos movimientos culturales. De esta manera, la ópera se con-virtió en un extraordinario instrumento de cultura en sus más altas manifestaciones, y en esto radica su más alto valor. El ilumi-nismo y el romanticismo, así como las perspectivas del progreso social que nacie-ron de los movimientos europeos de resur-gimiento, encontraron siempre a través de la ópera, la adhesión y colaboración de los más grandes músicos, desde Mozart a Be-ethoven, desde Rossini a Meyerbeer, desde Verdi a Mussorski y desde Weber a Wag-ner. Las primeras óperas españolas fueron: “La selva sin amor”, égloga pastoril cantada en el Palacio Real, en 1629, con letra de Lope de Vega. “La púrpura de la rosa”, libreto de Calderón de la Barca. En el primer cuarto del siglo XX, se estre-naron en el Teatro Real de Madrid, óperas de Usandizaga, Vives, Arregui, Turina, Guridi, Torroba y otros.

Surgió como una forma de expresión muy

estilizada y refinada tanto de la corte aris-

tocrática como de la burguesía acomoda-

da. Una gran variedad de circunstancias

históricas, políticas, sociales y musicales

en los distintos países y los diversos estra-

tos sociales provocaron una amplia divi-

sión de la ópera en subgéneros. La ópera

perdió su posición de absoluta dominancia

en la música en el siglo XX, pero casi

ningún compositor de renombre ha sido

capaz de resistirse a sus encantos. La ópe-

ra sigue siendo la forma más popular de

la denominada música seria.

Son tantos los títulos, compositores, intér-pretes… todos ellos magníficos, que no es fácil mencionar sus nombres sin dejar algu-no atrás, lo cual sería imperdonable. Por eso lo dejamos a vuestra elección y en vuestro recuerdo.

La Traviata de Verdi

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. DIBUJOS CO& HISTORIA

FUE�TE DE LAS ERAS

DE SA� SEBASTIÁ� Texto: Javier Donate de la Cuesta

Dibujo: Mariano Segovia Dilla

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E xiste en El Escorial una singular y bella fuente pública que quizás no sea cono-cida por muchos, así como su historia y las distintas vicisitudes que ha sufrido a lo largo del tiempo. Me refiero a la llamada Fuente de las Eras de San

Sebastián. Situemos primero su emplazamiento actual que a pesar de tener el nombre de

las “Eras de San Sebastián”, ahora está situada en la Avenida de la Constitución, es-quina con la calle de Navaarmado, todo ello dentro de la Villa de El Escorial.

Su nombre está motivado porque inicialmente se construyó en las llamadas Eras de San Sebastián, justo al inicio de la actual Calleja de la Cebadillas. En sus orígenes, además de una escalinata de acceso y un enlosado de piedra que había delante, dis-ponía de dos caños por los que salía el agua. Para proteger el manantial del que se nutría, disponía de hermosísima arca de planta cuadrada, que hoy aún se puede con-templar en la misma Avenida de la Constitución un poco más abajo de la actual ubica-ción.

Hacia mediados del pasado siglo fue traslada al vértice de unión entre la Calle de San Sebastián y la avenida de Felipe II, junto al actual restaurante El Álamo y protegida por la sombra de un olmo centenario que, como eterno vigía, se elevaba majestuoso, manteniendo su mudo dialogo con los siglos pero que no pudo resistir a una moderna enfermedad. Su arca se situó muy cerca de la fuente y fue durante bas-tantes años un almacén al servicio de la gasolinera que allí había.

Fue construida por acuerdo y a expensas del Concejo de la Villa el año 1586, y adjudicadas las obras en la cantidad de trescientos ducados y cien reales. La cons-truyó el maestro cantero de la Fábrica del Monasterio Gonzalo Hernández, siendo sus fiadores Miguel García de Susaña, Pedro de la Torre y Pedro Pérez, también cante-ros, y el Alcalde Mayor, el Licdo. Hernández del Castillo. Gonzalo Hernández se com-prometió a ejecutarla en el plazo de dos años. Hay que añadir que este maestro tam-bién fue el realizador de la ya desaparecida fuente de Navaarmado.

No se conoce quién hizo el diseño de esta bella fuente. Su traza fue la misma que hoy conserva como pilar fuente y lavadero, salvo que actualmente sólo dispone de un caño. Está realizada toda en granito con un frontal en triángulo rematado por tres pedestales coronados cada uno por una bellota (símbolo muy antiguo de El Esco-rial). En el centro hay un escudo con dos leones y dos castillos.

Entre las condiciones del contrato y la descripción de su estructura figura lo si-guiente:

"Abrá un escudo con tres pies de alto y de ancho dos pies y rebasará afuera dos

dedos con las armas que en la traza esta demostrado, que es de dos leones y dos cas-tillos el uno contrario del otro y este dicho escudo vaya encima del frontispicio y el di-cho frontisficio llevará de largo ventiun pies sin las salidas de las fajas que sirven de cornisas y su letrero".

Por su historia y por su belleza merece esta fuente su conservación y manteni-

miento. Nuestras generaciones anteriores la han respetado y cuidado, pero en alguna ocasión reciente ya ha sido profanada por esa barbarie moderna de ensuciadores de paredes. ¿Podrán dejar tranquilas a las piedras cargadas de historia?

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PÁGI&AS POÉTIC AS

Para Encarna. Para Encarna. Para Encarna. Para Encarna. “ Sólo la belleza nos redime ” Soneto para tus manos. Soneto para tus manos. Soneto para tus manos. Soneto para tus manos. La vida es un vaivén, una locura, un llanto amargo y una algarabía, un dulce despertar, una porfía, una acidez amarga y su dulzura. Vivimos día a día esta aventura mas la belleza nos llena de armonía, nos redime su dulce melodía, alivia nuestros males y nos cura. Y este corto soneto, es homenaje a unas manos, que bordan cada día, cual mariposas tejiendo sus encajes. Y puntada a puntada va su viaje, por un mundo interior de poesía, que Encarna lo transita con coraje. Maribel García Núñez Sept. 2010

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EN LA PLAYA

Hay verdes, azules, grises, pequeñas y grandes olas. puedes saltar alguna, jugar con todas, sin atrapar ninguna. Olas que crecen, suben, se hinchan blandamente y nunca se rompen, locas con su espuma riegan perlas por la arena Olas incansables, susurran, otras rugen retadoras. las enanas, tímidas, traviesas vienen a nuestro encuentro, nos acarician los pies. Y aquellas que escapan, se alejan esquivas, orgullosas, furiosas, y vomitan su espuma al chocar en las rocas. Abruptas, variadas, llegan, anidan en la orilla, luego, acordes y silenciosas, regresan todas juntas, allá en alta mar. Águeda

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Esta es la historia de una heroína española olvidada o desconocida.

C uando en 1811 las tropas de Napo-león entraron en Badajoz, asolando todo lo que encontraban a su paso,

dos jóvenes hermanas, una de ellas casi una niña, acudieron al Ejército Inglés, pi-diendo protección al general Wellington. Fueron recibidas por el oficial Henry Smith que se conmovió al verlas, pues su casa había sido saqueada y después destruida. Un mes más tarde, la pequeña de las her-manas, Juana, se casó con el oficial en el mismo campamento y con la bendición de Wellington. Así empezó una historia de amor, en tiem-pos de guerra y conquistas. Pasado el tiem-po, Henry confesaría que quedó prendado, de su belleza, nada mas verla. Una de las últimas y decisivas batallas de los ingleses contra Napoleón, fue la de Sa-lamanca. En el camino desde Extremadura, los esposos disfrutaron de unos días de des-canso en Ciudad Rodrigo, donde Henry enseñó a su mujer a montar a caballo resul-tando ser una excelente amazona. Las tropas de Napoleón fueron derrotadas y esa victoria les abrió las puertas de Ma-drid con un apoteósico recibimiento, que no duró mucho tiempo pues los franceses seguían ofreciendo resistencia. La batalla de Vitoria, que Juana presenció desde una casa en donde se habían refugiado, fue tan cruenta que le ocasionó una fuerte depre-sión durante algún tiempo, y fue de gran ayuda el regalo de una perrita- Wytti- de la que no se separó nunca. El matrimonio regresó a Inglaterra y se alojó en casa del Sr. Smith. (Padre de Hen-ry). Juana y su suegro congeniaron de ma-

ravilla, pues ambos ten-ían las mis-mas aficio-nes: el cam-po, los ca-ballos y la caza. Henry, par-tió a Norte-américa pa-ra luchar en la Guerra de la Independencia, donde obtuvo importan-tes triunfos militares en la batalla de Was-hington, que le valieron su ascenso a co-mandante. Siete meses después regresó a Inglaterra y encontró a Juana muy cambiada y elegante. Para Henry, que era un militar ambicioso, las guerras no terminaban nunca; cuando Napoleón regresó al Trono de Francia, el general Wellington pidió ayuda a Londres y Henry fue elegido de nuevo para estar en primera línea de combate. Juana, que acompañó a su marido se quedó con las demás esposas de los oficiales, en Bruse-las, para tener noticias de la batalla. Un día, quizá el más difícil de su vida, un grupo de fusileros que regresaban de la guerra, le dijeron que Henry había muerto en la bata-lla de Waterloo. No pudieron evitar que Juana, montada en su yegua y con su perri-ta en los brazos, partiera a galope al frente de batalla. Allí, vio horrorizada el terrible espectáculo de heridos caminando, caballos muertos y cadáveres, transportados en tren, para ser enterrados en Bruselas. La gente se sorprendía al ver una mujer joven con las ropas manchadas de barro, en medio de cuerpos sin vida, buscando a su marido.

U�A ESPAÑOLA E�TRE ZULÚES

Trinidad Benito Botello

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RESEÑA DE LECTURA

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Fue una tremenda confusión y Henry re-gresó, con las tropas victoriosas. A Napo-león le encarcelaron en la Isla de Santa Ele-na, y a su esposo le nombraron alcalde de Cambrai, una población cerca de Paris. Du-rante dos años vivieron por primera vez, desde que se casaron, en medio de lujos, fiestas y partidas de caza. Cuando volvieron a Inglaterra, su sueldo no cubría los gastos a los que se habían acostumbrado y se llenaron de deudas. Pe-ro unos meses después ofrecieron a Henry un destino en Jamaica, para que se hiciera cargo de un puesto militar permanente que dominaba todo el Caribe. Allí no se encon-traron a gusto, ya que el clima asfixiante y las enfermedades tropicales, como el escor-buto, hacían que muriera mucha gente. Jua-na, cuidó a los enfermos y consoló a las viudas, aunque pronto recibieron la noticia de un nuevo traslado a Ciudad del Cabo; en este caso, para que Henry fuera el ayudante del gobernador de la colonia inglesa. Embarcaron en un caluroso mes de julio. El viaje fue largo y duro. Cuando llegaron a la bahía de Mesa les esperaban el gober-nador y su esposa. Juana tenía treinta años y era la primera vez que pisaba tierra afri-cana; una experiencia que no olvidaría jamás. En aquella época, había paz en Sudáfrica y Henry se dedicaba a en-trenar al ejército y a dis-frutar cazando y asistien-do a las carreras de caba-llos. Pero cuando los na-tivos, zulúes, vieron que eran despojados de sus tierras por los ingleses, les declararon las guerras sudafricanas donde éstos sufrieron las derrotas más dramáticas de su historia. En 1834, el Parlamento Inglés abolió la esclavi-tud. Henry se decantó a favor de los esclavos, y eso disgustó a los Boers, que se creía un pueblo

elegido por Dios con derecho a tener a los negros como esclavos. Ellos fueron los pa-dres del apartheid que tantas víctimas se cobró en Sudáfrica. Llegaron noticias a Ciudad del Cabo. Los Xhosas habían atravesado las fronteras y Henry decidió ir para frenar la invasión. Así se convirtió en el gobernador de Ade-laida. Allí creó una asamblea e invitó a los jefes de las tribus zulúes, exigiéndoles jura-mento de lealtad. Se proclamó rey absoluto y pretendió terminar con sus crueles cos-tumbres, cosa que no consiguió. Les prohi-bió que entraran en la ciudad y en la asam-blea desnudos, por lo que tuvieron que ta-parse sus partes más íntimas. Entre el gobernador y Henry, empezó a haber diferencias y éste fue destituido. La ceremonia de despedida duró varios días y cuando la comitiva partió les siguieron co-mo en África se sigue a los cortejos fúne-bres. La reina Victoria, accedió al Trono de In-glaterra, al cumplir los dieciocho años en 1837 y en una ceremonia real, nombró Ca-ballero a Henry, otorgándole el título de “Doctor Honoris Causa”. Fue en esa cere-monia donde, de nuevo, le enviaron a Ciu-dad del Cabo como gobernador. Pero Hen-ry, ya no se sentía a gusto en Sudáfrica y pretendió y consiguió el traslado a la India,

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también como gobernador, con el fin de ganar más dinero y asegurar una vejez con-fortable a su esposa. Allí permaneció el matrimonio durante sie-te años en los que no faltaron guerras ni honores. En la batalla de Aliwal, contra los sijs, Henry se convirtió en uno de los generales más respetados de Inglaterra. Intervino en varias batallas y Juana quedaba como go-bernadora. Vestía saris elegantes, joyas va-liosas, y empezaron a murmurar de ella di-ciendo que no se sabía nada de su origen y tachándola de “mujer de mundo”. Henry era buen militar, pero no buen políti-co. Su popularidad empezó a decaer y sur-

gió la oposición. Fue perdiendo la salud y se le relevó de su cargo; esto hizo que mar-charan definitivamente a Inglaterra. Henry murió a los 73 años y le enterraron con todos los honores militares. Juana le sobrevivió 12 años. Cuando falleció, la enterraron junto a su marido. En 1902, publicaron las memorias de Jua-na. Gracias a ellas, dejó de ser un mito para ser una mujer española de carne y hueso. En la región de �atal, el destino quiso que su nombre quedara reflejado en la ciudad “Lady Smith”. y en su museo se conserva, junto con unos pendientes y una peineta, un retrato suyo.

MARIPOSA POLYOMMATUS ICARUS. DESCRIPCIÓ�: Existen notables diferencias entre macho y hem-bra sobre todo en el color. Las larvas de la hembra (en cautividad), no se reproducen en azul. Ambos sexos lo hacen en primavera. En verano, en am-bos, se generaliza la difusión azul en las áreas discal y basal. DISTRIBUCIÓ�: Islas Canarias: muy local en Fuerteventura, Lan-zarote y Tenerife. Ampliamente distribuida y muy común en Europa, incluidas todas las islas medi-terráneas mayores y muchas de las menores. Au-sente en Madeira y las Azores. VARIACIO�ES: En ambos sexos, existe una importante variación local, regional y estacional, en la talla y en los di-bujos de las alas, probablemente atribuida a la adaptación ecológica de esta especie, la más ex-tendida de los licénidos europeos. El azul de sus alas, está controlado ecológicamente por las con-diciones de frío y humedad experimentada durante su desarrollo, sobre todo en las larvas que se re-producen en cautividad. Esta información está sacada de: “La Guía de la Mariposas de España y Europa”. Autores: Tom Tolman y Richard Lewington. Editores: Lynx Editions

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E stán formadas por 38 re-medios descubiertos por Edward Bach entre los

años 1926 y 1934. Este médico inglés recogió la “energía” de ciertas flores y la aplicó a dife-rentes problemas emocionales con total éxito. Al eliminar las emociones nega-tivas, “cortan” los mecanismos que llevan a las enfermedades físicas. Un ejemplo: Los miedos mantenidos en el tiempo pueden acabar en diferentes problemas renales. Hoy voy a hablar de uno de mis remedios favoritos: el pino –Pinus sylvestris-.

Es una de las flores de Bach más enigmáticas, ya que parece actuar a nivel kármico, eliminando las consecuencias del senti-miento de culpa que todos llevamos dentro. La culpa crea casti-go y éste se manifiesta en autoagresión, en forma de enfermeda-des, accidentes diversos, depresiones, etc. El remedio “Pino” es muy útil en las llamadas “enfermedades raras” congénitas, genéticas y, sobre todo, las autoinmunes en las que el cuerpo se vuelve enemigo de sí mismo: artritis reu-matoide, lupus eritematoso, esclerodermia, anorexia, bulimia, tóxicodependencias, y un largo etcétera. En todos estos casos, convendría apoyar con “Crap Ap-ple” (manzana) para la limpieza, y con “Chesnut Bud” (brote de castaño) para los que no aprenden de la experiencia y repiten una y otra vez sus propios errores.

LAS FLORES DE BACH

Luz Fernández

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