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111' 1 1 1, I II , I i ." j LAS TAPIAS DEL APRISCO Por Francisco Prieto _______________ 20 _ I I I ! 1, I Poco más o menos el mismo día en que Carlos Velasco y Marta Jismero se han vuelto a encon tra r, la señora Carmen Márquez tocaba a la puerta de Ligia Cepeda. Las dos mujeres se veían poco. Una vez al mes, Ligia le dejaba a las niñas y, a menudo , esperaba en su auto a que ellas entraran o bien las niñas se encontraban al cuidado 'de la por- tera cuando pasaba a recogerlas. Como doña Carmen le dijera a Irene que avisara a su madre , que era urgente, Ligia no se hizo esperar y condujo a la señora al cuartito destinado a ser estudio-sala-de-música y que es, ahora , lugar de juegos para las niñas, espacio para tejer con máquina Singer portát il donde hay, también un apa rato viejo de tele visión. -Estarás enterada . - ¿Le pasó algo a Rubén? -Seguramente no lo que esperas. En unas semanas estará libre. La mujer sintió doblegarse su cuerpo. -Salió la noticia en el periód ico. En la página roja, como la otra vez. Qué vergüenza. Más le valiera a Rubén que lo deja- ran en paz. -¿Cómo estuvo, Carmen? -Esa sinvergüenza se presentó a declarar la verdad , la que tú no creíste. Que era mentira , ¿te das cuenta? Que mi Rubén no le había hecho nada, que sólo tuvo atenciones para con ella. ¿Y crees que le han hecho algo a esa arpía? Mientras la vieja con taba la historia, esto es, que Marta Jis- mero había acusado a Rubén Ocampo por no atreverse a decir a sus padres que estaba embarazada de su novio y echaba pes- tes contra la justicia nacional, Ligia Cepeda sintió horror de sí misma y el deseo insano de que cuanto escuchaba en ese mo- mento no fuera cierto. - ¿Y tú, qué piensas hacer? Irene gritó mamá y Ligia miró hacia la puerta con una mi- rada de rencor hacia la niña que no pudo advertir la señora Carmen. Capitulas de una novela en preparación. - Nun ca le dije la verdad a mi hijo. No le conté de ese señor con quien anduviste... o tal vez toda vía... Ir ene grita ahora: mamá, dile a Bertita que dej e mis cosas o le voy a pegar. -Estense quietas, ¿sí? Berta llora. Irene vuelve a gritar. - ¡¡Bastan - No tienes por qué descargar tus culpas sobre las niñas, ¿no te parece? Con ganas, en realidad, de pegar a Carmen, de pegarse, Ligia sale del estudio-sala-de-televisión a aplacar a las niñas, a quienes prometerá mil cosas si se están tranquilas, pero como éstas no reaccionan, agarra a Irene del brazo y la encierra en el baño de la estancia mientras que Berta comienza, triun- fante, a reír y hacer escarnio de la hermana. Ligia va hacia Berta que, consciente de que a ella también tocará castigo, echa a cor rer por toda la planta baja de la casa y la madre tras ella. Ligia Cepeda ofrece un cuadro deprimente: los ojos pare- cen salírsele de las órbitas, un prendedor se le ha caído y parte del cabello le nubla una yotra vez la visión; usa zapatos tenis, anda sin maqu illar y dos manchas de sudor decoloran su ves- tido color limón sin mangas. Finalmente, en su persecución de la hija regresa al estudio d onde Berta es protegida por la se- ñora Carmen. Ligia ordena a la niña que vaya hacia ella y la niña se acoge a la piedad de la abuela. Ligia dice a la vieja que suelte a la niña, que no quiere hacer algo de lo que se tenga que arr epentir. -Se rá mejor que me lleve a Be rta. Al fin sólo vine a con- tarte. Debieras ir allá y verlo. Digo, es lo menos que puedes hacer. -Berta, ven. - No quiero. - Berta, te digo que vengas. Voy a contar hasta tres. La vie ja apretó a la niña contra su regazo. Ligia mo rdió , rabiosa, su labio inferior. - Me voy contigo, abuelita. La vie ja dijo a Ligia otra vez que se llevaba a la niña. Que

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LAS

TAPIASDEL

APRISCOPor Francisco Prieto

_______________ 20 _

III!1,

I

Poco más o menos el mismo día en que Carlos Velasco yMarta Jismero se han vuelto a encontrar, la señora CarmenMárquez tocaba a la puerta de Ligia Cepeda.

Las dos mujeres se veían poco . Una vez al mes , Ligia ledejaba a las niñas y, a menudo, esperaba en su auto a que ellasentraran o bien las niñas se encontraban al cuidado 'de la por­tera cuando pasaba a recogerlas. Como doña Carmen le dijeraa Irene que avisara a su madre, que era urgente, Ligia no sehizo esperar y condujo a la señora al cuartito destinado a serestudio-sala-de-música y que es, ahora, lugar de juegos para lasniñas, espacio para tejer con máquina Singer portátil dondehay, también un aparato viejo de tele visión.

-Estarás enterada .- ¿Le pasó algo a Rubén?-Seguramente no lo que esperas. En unas semanas estará

libre.La mujer sintió doblegarse su cuerpo.-Salió la noticia en el periódico. En la página roja, como la

otra vez. Qué vergüenza. Más le valiera a Rubén que lo deja­ran en paz.

-¿Cómo estu vo, Carmen?-Esa sinvergüenza se presentó a declarar la verdad, la que

tú no cre íste. Que era mentira, ¿te das cuenta? Que mi Rubénno le había hecho nada, que sólo tu vo atenciones para conella . ¿Y crees que le han hecho algo a esa arpía?

Mient ras la vieja contaba la histor ia, esto es, que Marta Jis­mero había acusado a Rubén Ocampo por no atreverse a decira sus padres que estaba embarazada de su novio y echaba pes­tes contra la justicia nacional, Ligia Cepeda sintió horror de símisma y el deseo insano de que cuanto escuchaba en ese mo­mento no fuera cierto.

- ¿Y tú, qué piensas hacer?Irene gr itó mamá y Ligia miró hacia la puerta con una mi­

rada de rencor hacia la niña que no pudo advertir la señoraCarmen.

Capitulas de una novela en prepa ración.

- Nunca le dije la verdad a mi hijo . No le conté de ese señorcon qu ien anduv iste... o tal vez todavía...

Irene grita ahora: mamá, dile a Bertita que deje mis cosas ole voy a pegar.

-Estense qu ietas, ¿sí?Berta llora . Irene vuelve a gritar.- ¡¡Bastan- No tienes por qué descargar tus culpas sobre las niñas , ¿no

te parece?Con ganas, en realidad , de pegar a Carmen, de pegarse,

Ligia sale del estud io-sala-de-televisión a aplacar a las niñas, aquienes prom eterá mil cosas si se están tranquilas, pero com oéstas no reaccionan, agarra a Iren e del brazo y la encierra enel baño de la estancia mientras que Bert a comienza, tri un­fant e, a reír y hacer escarn io de la hermana. Ligia va haciaBerta qu e, consciente de que a ella también tocará castigo,echa a correr por toda la planta baja de la casa y la madre trasella. Ligia Cepeda ofrece un cuadro deprimente: los ojos pare ­cen salír sele de las órbitas, un prendedor se le ha caído y part edel cabello le nubla una yotra vez la visión; usa zapatos tenis,anda sin maqu illar y dos manchas de sudor decoloran su ves­tido color limón sin mangas. Final mente, en su persecución dela hija regresa al estudio donde Bert a es pro tegida por la se­ñora Carmen. Ligia ordena a la niñ a que vaya hacia ella y laniña se aco ge a la piedad de la abuela. Ligia dice a la vieja quesuelte a la niña, que no quiere hacer algo de lo que se te ngaque arrepentir .

-Será mejor que me lleve a Berta. Al fin sólo vine a con­tarte . Debieras ir allá y verlo. Digo , es lo menos que puedeshacer.

-Berta , ven .- No qu iero.- Berta, te digo que vengas. Voy a conta r hasta tres .La vieja apretó a la niña cont ra su regazo. Ligia mordió,

rabiosa, su labio inferior.- Me voy contigo, abuelita.La vieja d ijo a Ligia ot ra vez que se llevaba a la niña . Q ue

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la dejara o su hijo sabria quéclase de madre y de mujerera. Ligia cambió el tono de lavoz y dijo a Berta:

- Berta, hija, no te haré na­da. Qu édate con mamá.

La niña respondió:- Me voy con mi abuelita.

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Rubén acampo enciende uncigarrillo frente a la ventana.La cabeza le sigue doliendo.Ha to mado dos aspirinas más.Desde que lo dejamos en esecuarto de hotel han pasadocerca de tres horas. Rubénacampo ha rec ordado otravez el proceso de aprensión.Estas imágenes y algunas fra­ses de entonces, de Ligia, deMarta , de los abogados, de sumadre y de su padre, se hanentremezclado con el recuen­to de su vida en el penal. Elhombre había dicho a Martaque es ta ba perdonada . Elhombre se preg unta si fue sin­cero y se percata de que noexperimen ta ren cor algunopor esa mujer. Pronto advier­te que no siente odio por na­die. El hom bre ha hecho es­fuerzos por verse tiempo atrá s:recién encarce lado, cuandodej ó de ver a las niñas -aIrene-, al presentir que Ligiaacabaría po r abandonar lo .¿Por qué ahora la necesidadde visitarlos a todos? No hallarespuesta, pero sabe que tieneque hace rlo. Hablar con Li­gia, con Mana J ismero , conJ uan Emilio...

¡Cómo fuero n cambiandolas cosas cuando Ligia dejó devisitarlo! El hombre reme­mora la sensación de humilla­ción cuando en dos ocasionesen qu e la esperaba, le infor­maron que había hablado, nopodría acudir, una de las ni­ñas - ¿cuál?- estaba enferma.El día en que él estaba ganosoy ella se negó. No regresaríanunca más. Debía perdonarla.Sentía rencor contra él y nimodo. El se humilla al recor­da r cómo se humillaba , pero

• si me has dicho que me crees,que yo no le hice nada, y ella,no te hagas el san tito , bienque declaraste que te gustaba,que la deseabas , ¡cómo quedéyol, y él, era para que me ere­yerds, por eso me obligué adecir la verdad , tal cual, sinpulimentos, sin recámaras,pero ella, pensando sólo en timismo , y él, eso lo hace todoel mundo, digo, en estas cir­cunstancias. Ella le respondiócon una bofetada. Ya nuncamás volvió. Tuvo que aguan­tar todas las bromas de los re­clusos . Pero cuando les lleva­ban mujeres, él se negaba.Qué se le iba a hacer. Ellos,los presos comunes, acabaronpor comprenderle, por saber,al menos, que él no había vio­lado a Marta jismero. Sólouno, empero, le mostró com­prensión: un homosexual cua­rentón, homicida confeso deun cham aco que se le habíaresistido. El tipo padecía pesa-

. dillas horripilantes. Aquelmuchachito lo había trastor­nado, estaba harto de ser ob­jeto de tipos mayores que él,experimentando una pasiónque se pretendía pura, que sele mostraba así en sus sueños.¡Cómo -le contaba- había pla­neado sin malicia alguna elraptol Rubén acampo recuer­da que el tipo un día le dijo ,yo te entiendo, mano, yo séque hay gente que puede vivircomo tú , sin ir a un burdelaunque no sea capaz de sedu­cir a tanta mujer que se le apa­rece tan llena de promesas y aquienes desea con fer vor, yote entiendo, mano , yo sé quees posible vivir así, sin poderhacer a nadie partícipe de loque nos pasa... Y él le agrade­ció aquellas palabras , tan ne­cesitado estaba de una vozamiga aunque ello no fueradel todo cierto . Él, sencilla­mente , sentía repugnancia porlas putas, pero bien que se hu­biera en redado con Marta Jis­mero... Se fue dando cuentaque había vivido sometido alas circunstancias, que cuandouna vez engañó a Ligia fueporque en la fiesta de un

_______________21 _Dibujos de Rogelio H. Rangel

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que el presentimiento de ser para ellos una sombra, como sitodo su pasado estuviese condenado a la inexistencia, le procu­raba dolores de cabeza terribles que se vaciaban en llantos queno podía controlar y ocasionaban el extrañamiento de unos, elacoso de otros, las burlas de otros más.

Con frecuencia lo asediaba una pregunta concreta: si se de­cidía (y lograba) reconstruir su vida, ¿de qué modo era posiblehacerlo?

El hombre se imaginaba en casa de sus padres, reacomo­dando una habitación, a la defensiva de todo intento de sobre­protección por parte de ellos, acumulando energía para a losumo después de una semana tocar puertas en busca de tra­bajo. Oiría música, leería ... Él nunca había sido un buen lec-

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cliente había bebido tanto,tanto le elogiaron que se sin­tió lo que no era , o más bientuvo por primera vez en suvida la impronta de la ilumi­nación que no conoció mejorcausa sino la entrega sin ~eser­

vas de una edecán a la que pe­nosamente despachó esa mis­ma noche con los pocosarrestes restantes de un díaque nunca más recordaríagustoso.

Luego -recuerda Ocampo­los días fueron conociendo larutina y, a veces, ya en la no­che y acostado, en aquel re­descubrimiento de la pasiónpor el sueño, le sorprendíauna punzante inquietud porsu futuro, la cual solía trans­formarse en el deseo ingentede morir. Con frecuenciapensaba que al salir de la pri­sión marcharía a un hoteldonde de una manera discretase quitaría la vida. Sólo estaidea lo apaciguaba, y un día,mientras hacía el aseo de lacrujía, se dio cuenta de quevengarse de cuantos le habíahecho daño era un gesto inú­til: teatral, ridículo, en unapalabra, insignificante. Elhombre se vio a sí mismo pe­queñito: ¿a quién podía im­portar que él asesinase aMarta Jismero o a su mujer?Recordó a Irene y desechó laidea por esta otra vía. Pensóque Irene tal vez se acordarade él y también que cuandosaliera de la cárcel Irene esta­ría comenzando a hacer suvida y él no podría ser másque un estorbo para ella. Enrealidad, que él se matase sólopodría contrariar a sus padrescuya vida sería pasada .

Entonces, cuando se iba a dormir, cuando se entregaba a lavoluptuosidad del sueño, abrigaba a menudo la ilusión de de­volverse a la nada , esa que vegetaba en la subconscienciadonde los actos se deslizan tan graciosa y eficazmente más alládel tiempo. Y luego, qué malestar al despertar, más cuandoera día domingo y llegaban padre y madre...

Rubén acampo se dio cuenta que lo sostenía en vida la ne­cesidad de enfrentar alguna vez a Marta, a Ligia, a Juan Emi­lio. Poco a poco se iba desvaneciendo todo programa, todapremonición. Era fundamental confrontarlos, algo en sus vi­das tendría que modificarse: en la suya, en la de ellos. Sólo elreencuentro dispondría de su existencia. Entonces experimen­taba una ilusión que duraba tan sólo unos pocos minutos por-

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la concediera la fe, que le ha­blar a .. . Cuando todos dor­mían abrió la Biblia y se topócon el pasaje de Tomás y bie­naventurados quiene s sin ha­ber visto han cre ído. Hizo unesfuerzo para entre garse alsueño con la espera de oír elsusurro de un padre bueno ,pero le sorprendió la risa,una risa que hizo escarnio desus ilusiones. Se dijo: no tieneremedio, qué le vamos a ha­cer. Él era de los que necesi­taban ver.

Las visitas del padre Aguilar , sin embargo, le resultaban re­confortantes. El cura le hablaba de lo que llamaba la vida per­durable, a su entender mucho más importante que la llamadasalvación eterna, pues ésta se basa en la realidad de ultra­tumba en la que si bien creía por obra de la gracia , no debíanlos cristianos preocuparse por ella pues la ignoraban y era im­posible siquiera aproximarse a su realidad. La vida perdura­ble, en cambio, se daba cuando un hombre cualquiera domi­naba todas las potencialidades de su ser y era capaz de estarmás allá de toda contingencia. La literatura, especialmente lapoesía, era la vía real para alcanzar ese estado de beatitud: erafundamental impregnarse de los sentimientos más diversos, de.\os más contradictorios modos de ser hasta perderse en elabismo insondable de la existencia sólo para resurgir y hallarel propio centro a partir del cual se iniciaba el diálogo con ladiversidad. Cuando ya nada fuera extraño, se descubriría lanecesidad del otro, de los otros , para alimentar, sin temor, lasdemás instancias de nuestro ser. Poco a poco, las cosas másinsignificantes se irían llenando de sentido y cada día volve­ríase otro y distinto .

Así, la lectura asidua de libros, el trato con gentes de otracondición social fueron hollando la int imidad de Rubénacampo, haciéndola florecer hasta el grado de parecerle natu­rales las cosas más monstruosas y lo monstruoso recobrabapara él su sentido original de prodigioso. La violencia contrasu mujer, durante un tiempo, le abrió a la comprensión deMarta Jismero, ya que ésta, al fin, le había hecho descubrirqué tan con alfileres se sostenía su relación con Ligia. En todocaso, él había sacudido su rutina gracias a la Jisme ro .

El hombre, que ya no tiene cigarrillos, frente a la ventana,repara en que nunca antes viera su vida anterior impregnadade rutinas, sumida en la modorra. Es cierto, se dice , que seaburría con frecuenci a, especialmente los domingos, pero en­tonces planeaba visitas a pueblitos con toda la familia, o bieninvitaba a los amigos, a Juan Emilio y su mujer casi siempre , ataqueadas en su casa y, ¡ayl, piensa, qué tiempo de no comerunos tacos de rellena. El hombre se enternece consigo y le dacoraje. Uno tiene derecho, se dice, a esta autocomplacenciacuando se ha hecho una vida, cuando se debe tan sólo consoli­darla ... El hombre siente las ganas de llorar pero no puede. Elhombre sabe que está en ese frágil equilibrio que puede con­ducirle a una depresión , que no tiene cigarrillos, cuando undéb il rayo de sol le nubla la vista y le recuerda el viento que ,con seguridad, sopla fuera. Rubén acampo abre las ventanaspara que el viento le azote la cara y el sol le caliente la piel.

Luego se ordena salir a la calle.O

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tor, pero durante la estancia en el presidio pidió libros a sumadre, novelas mexicanas de au tores que no conocía pero delos que se hablaba. Un día le fue a visitar un sacerdote, elpad re Carlos Aguilar y fue éste quien, en lo sucesivo, se en­cargó de llevarle obras de otro tipo: la Biblia de Jerusalem, lasmeditaciones de Peter Lippert, el himno al universo de Teil­hard de Chardin, las novelas de Chesterton y de HeinrichB611. Durant e la segunda visita del padre Aguilar , le pidió con­fesión y éste le preguntó si practicaba ; él le respondió que no.Desde su época de estudiante se había percatado que el ritoreligioso, además de abur ri rle, lo que le sucedía desde siem­pre , se le mostraba como un sinsent ido, vamos, que lo mismoexperimentaba ante una misa que si en un cine le mostrabanalguna práctica rel igiosa de ot ra cultura . Aguilar, entonces,rep uso que segura mente su confesión obedecía a la necesidadde hacer patente la verdad de no haber violado a Marta Jis­mero, pero que él le creía y,por tanto, para qué. Lo im­portante era -le entregó enese moment o un ejemplar delos Ejercicios de Ignacio- quere flexionase sobre sí, sobre elmundo, qu e apro vechase elaislamiento en que se hallabapara volverlo poco a poco so­ledad y descubrir la inmensariqueza que duerme en todacr iatura; con el tiempo encon­traría cómo un hombre, en lamedida en que se lo propone,puede ser todos los hombres yentonces la soledad lo conver­tiría al mundo. Si Dios -aña­dió Aguilar- le tocaba con lagracia, era problema del To­dopoderoso y sólo en ese mo­mento de iluminación él de­berí a poner de su parte.

Carlos Aguila r concluyó:-La úni ca seguridad que

podemos tener de la existen­cia de Dios es la alegría in­terna que produ ce su presen­cia en nosotros y nos libera detod a necesidad de propagan­da y proseliti smo . Si vengo(como seguiré viniendo) a visi­tarte es porque si eres de loselegidos y yo soy el conductodel que el Señor se ha validopara revelárte lo, conocerásuna dicha que ahora no pue­des siquiera imaginar.

Cuando el padre Aguilar semarchó aquel día , Rubéna campo lamentó no conta r .con un cuarto para él solo ylas conversaciones de sus com­pañeros de crujía le resulta­ron dolorosas. Quería pedir aese Dios que le era indi fe­rente, en quien no creía , que

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