XXVII PREGÓN DE LA JUVENTUD
DE LA HERMANDAD DE LA
ESPERANZA DE TRIANA 20 Febrero 2016
1.-PRESENTACION
Como las esquinas de tu paso, toda una explosión de júbilo…
Porque en ellas está resumido el modo de ser de tu Hermandad. Que es un Pregón
permanente. Aquello que dijo un Papa –según Manolo Toro- que la devoción a María
no puede entenderse sin la conmoción del sentimiento, de la poesía, que tienen en
nuestras vidas un lugar tan confiado y filial. Por eso y porque somos de la tierra del
poeta que escribió que al amor le sienta bien un poquito de exageración.
Por eso aquí no se te sabe ni se te puede venerar con timideces ni complejos sino
desbordándonos en el gozo. En la felicidad con que Tú nos recuerdas que hemos sido
señalados por Dios, que hemos sido invitados a la vida plena. Que toda tristeza, la de la
muerte la primera, queda borrada porque la Esperanza se sobreescribe como final
glorioso de todo sufrimiento.
Y esto es una verdad contagiosa y expansiva. Como las esquinas de tu paso.
Las esquinas que al comenzar a moverse y cimbrearse en el aire, convierten las varas
de gladiolos, de orquídeas, de alhelíes, de jazmines o delfiniums en mil batutas de
flores en abierto vaivén dirigiendo la música que estrena esta alegría en nuestro
espíritu. Partitura que proclama que estos días oscuros de dolor desembocarán en una
explosión bienaventurada. Por eso las marchas de esta casa tienen ese sello: un
repique de diana floreada y fervorosa, un allegro molto vivace. Lo que es la marinera
“Ganando Barlovento” a las marchas militares, con su viveza de su toque de fuerte
brisa, igual lo son a la Semana Santa las marchas de la Esperanza de Triana, navegando
en adelanto de la sonrisa del sol de la mañana, como un Magníficat en el pentagrama.
Un murmullo clamoroso dentro de cada corchea.
Porque eres la Virgen llena de promesas en tu nombre, una Virgen de amaneceres, que
atrae el Sol. Y por eso eres la única, la única que comparte con la Virgen de los Reyes,
ese asomarse a la Puerta de los Palos a la hora del primer rayo. Y eso al parecer exige
una flora en eclosión en las esquinas del paso. Nardos fijos de Agosto, y el Viernes
Santo las que mejor demande el consuelo al dolor del día.
Como las esquinas de tu paso, sí.
Así como ha sonado. Gracias, banda de Santa Ana, gracias director, tan pregoneros hoy
como yo. Ya mismo va a llegar, ya se presiente que llega, el último músico que os falta,
el que da el máximo repeluco a los oídos: el son del largo fleco del palio en los varales.
Vendrá justo cuando se abran estas puertas –qué poquito falta- y a la voz de Juanma el
frontal del paso se ponga a ras de la fachada, sembrando un fugaz arriate de flores en
esta acera de la calle Pureza. Cuando arriba de la puerta, como un cajón que se fuera
lentamente abriendo en la cómoda del dintel, el denso bordado cobre relieve,
ganando la calle, saloncito de luz y cera, perímetro que brota de sus benditas lágrimas.
Cuando Antoñito, perdón, Don Antonio Manuel Fernández Rosa, vecino de Dos
Hermanas, 27 años, cuatro de antigüedad de hermano en la Esperanza, heraldo de la
banda, marque el himno con su corneta y Triana lo oiga desde todos sus rincones
porque está en sus calles, ya, la Esperanza. Todas las cadenas rotas, todas las cintas
desanudadas, todos los diques y compuertas derribados. Igual que temblaría la rueda
del sepulcro al franquearla la nueva Vida aquella mañana de Pascua. Porque está en la
calle la Esperanza. Y lloran de júbilo las esquinas de tu paso.
Por todo eso este Pregón quiso nacer y perderse en la espesura vegetal de tu paso, en
la muralla de hermosura que rodea la tuya, Madre. Seducido, absorto en sus colores y
en sus aromas, como girasoles vueltos a ti, sol de su epicentro. Eso es este Pregón,
hundirme en ese estallido y en esa desmesura. Se fue escribiendo como el florista viste
la esponja verde, húmeda y desnuda sobre la manigueta. Esponja de mis folios en
blanco para pinchar en ella mis muchos recuerdos de sangre y de alma que la
Esperanza me lleva brindados en la vida. De los que muchos habéis sido testigos pero
nunca de tal locura como hoy,,, Perdonad por eso si esta vez os hablo sin medir el
verso, sin cultivar la metáfora elegante, sin buscar la perfección clásica del soneto
redondo. Si no traigo una tesis construída y un mensaje claro y profundo. Si estas
páginas no resisten luego una lectura, no me importa. Hablo con la vehemencia y los
balbuceos de una declaración de amor envuelta en sueños. Porque vine a lo que vengo
siempre, a abrir mi pecho como un Sagrario en Viernes Santo, dejándolo vacío, a
desbordarme como esas esquinas. ¿No es para eso para lo que Ella está aquí? Si, la
Madre de Jesús es el ejemplo que atrae, incluso cuando es su belleza sola quien te
atrae, que ya te tiene ganado para que les escuchemos aquello de que hagamos lo que
Él nos diga.
Si Triana no suele aplaudir a los pregoneros de Sevilla, sino que les larga un óle cuando
se nombra a su Virgen, ese ole yo se lo debo a Triana y aquí te lo traigo, después de
tantos episodios de amor compartidos, novia de mi alma, después de tantas llamadas
tuyas, y de tus hijos, tanto bálsamo aquí sentido y por sentir, tanto necesitarte, hoy
más que nunca, tanta una y otra vez irme y volver, haber motivos, sentir esa paz, este
Tabor, esta caricia, esquina de flores de tu paso, y con mi voz en alto a inquirirte como
nos enseñó el místico:
¿Qué tengo yo que mi amistad procuras?
¿Qué interés se te sigue, Virgen mía,
que tras mi rastro, detrás de cada esquina
velas los inviernos de mi noche oscura?
Sí, cuanto fueron mis entrañas duras
pues te olvidé, volviendo al desvarío
y otra vez, en cuanto vino el frío
señalaste este hogar, la calle Pura
y el calor de tus hermanos que decían:
Ella es la luz de toda madrugada,
ya verás con cuanto amor te cuida.
Y aquí estoy, belleza soberana,
A repetirte que te siento mía, mía, (mía, mía),
ya por siempre mi Esperanza de Triana.
2.-MI ESPERANZA DE TRIANA
Sr. ……
Querido Alfonso, Hermano Mayor y hermanos de corazón miembros de la Junta de
Gobierno de esta Hermandad.
Queridos jóvenes… cómplices de mis promesas rotas, de esta larga y mentirosa nariz
de pinocho de quien asegura no dará ningún pregón más, y luego me asaltais con la
exquisita esgrima de no poderme negar a aquellos que te demuestran tanto afecto.
…..
¿Cómo daros las gracias?
Con qué detalle hasta me habéis puesto de atril, el escudo de mi capa del Cachorro, el
águila bicéfala a cuyas alas asirme para volar en la verdad de Fe que ellas proclaman Y
para que mis palabras reposen y salgan de mis más queridos adentros. La agonía de mi
Cristo que en la tarde del Viernes Santo muere en mitad del puente, sobre vuestra cera
recién derramada y todavía caliente, y en su última lucidez advierte: por aquí acaba de
pasar mi Madre.
¿Cómo se agradece un sueño?
Un sueño cierto. Mi madre, trianera como Tú, nos decía que los nazarenos del
Cachorro debíamos beber a sorbitos cortos la Madrugada para descansar y cumplir por
la tarde entera la carrera. Y nosotros, desobediencia sin castigo frente al consejo
maternal, venga en cambio a apurar la Madrugada hasta que nos venciera derrotados:
en buena parte, gran parte, porque Tú venías casi al final.
Porque cuando sales al día siguiente de nazareno -al menos en la larga y tempranera
estación de penitencia del Cachorro- durante la Madrugada se te duplica el efecto del
sueño y del cansancio, como un agobio de previsible agotamiento, como una indecisa
amenaza, y los párpados se dejan caer con más condenada prisa. Y todo se vive ya en
una nebulosa de sueño que te va atrapando. Más de un año, al dirigirnos de nazarenos
desde casa hacia el Patrocinio, y cruzarnos con los postreros capirotes verdes que
vuelven a sus hogares hemos sentido una sensación de duda de si a esos nazarenos los
vimos o los soñamos horas antes. Si te vimos a Tí atravesar una nube de incienso o la
sombra confusa de una dormida historia de nuestra mente.
Pero es que un año el sueño fue el protagonista rotundo de la Madrugada. Aquella
Madrugada casi histórica para vosotros de 2004 que fue desenvolviéndose como un
triste dominó, cofradía tras cofradía anunciando una tras otra que no salían. Llovía
desde la desbaratada tarde del Jueves Santo y optaron por la prudencia los cabildos de
oficiales. Y en el vuestro, de pronto, surgió ese desconocido as en la manga de adivinar
lo que iba a ocurrir con el cielo para aventuraros a poner la cofradía en la calle.
Tras el sucesivo anuncio de la suspensión de todas las salidas, vosotros pedíis
aplazamiento. Se tensa de escalofrío la expectativa concentrada en vuestra decisión.
Toda la Esperanza de Sevilla se quedó latiendo fija en Triana.
No había entradas del Jueves que ver. Y me quedé dormido aguardando la decisión.
Habíamos alquilado un estudio en calle Francos como cuartel general de aquellos días.
En un mullido catre dejé caer el cansancio acumulado de la semana. Por la puerta
entreabierta del balcón subía el rumor de los pasos de la gente sin saber hacia dónde
ir, rumor declinante, sin razón para permanecer en las calles del centro. Fue lo último
que llegó a mis oídos antes de caer profundamente dormido tras aquellos cristales
condenados.
Como llegan los sueños, que no tienen inicio sino directamente te ves involucrado en
ellos, entre oníricas fantasías, supe que la Esperanza había decidido salir. Y de
inmediato se encendieron de nuevo los rumores de la calle, las voces de los amigos
planeando las próximas horas porque Sevilla había recobrado la vida, las calles que se
habían quedado como venas sin sangre, se habían vuelto de nuevo un torrente
nervioso que fluía en una dirección concreta: Triana.
Tras aquel “sale la Esperanza” recuerdo vagamente que se habitó de imágenes el
perdido mundo de mis sueños. No teníais prisa, tardaríais en llegar, yo podía seguir
durmiendo hasta que alcanzárais los palcos (que por cierto acabarían asaltados como
reja almonteña para verla). Pero gracias a los misteriosos circunloquios del cerebro yo
la ví sin moverme, sin despertarme, os lo aseguro, aparecer en el Altozano,
remontando el repecho de entrada al puente. Belmonte y la alegoría del flamenco
vueltos hacia su inenarrable aparición triunfal. La ví junto a la Capillita del Carmen,
pináculo de la Catedral perdido en el Puente. La ví en las levantás de farola a farola,
sobre los zunchos que lo sostienen. Casi juro que ví también, licencia de la
imaginación, los reflectores de la Marina rompiendo la atmósfera gris en que se
desenvuelven siempre los sueños. Y volando para acercarme nítidamente a su cara,
descubrí que Ella es el puente mismo. Puente entre Dios y los hombres, sí. Pero Puente
de Triana que copia su cara. Que fue donde por primera vez lo pensé y donde el sueño
me lo dibujó.
Está el puente de Triana en tu rostro dibujado porque en tus cejas gitanas el puente copia sus arcos. ¿Acaso un río de aguas no rueda mejilla abajo? Guadalquivires de llanto
que desde tu faz brotaran, bajo el cielo sevillano de tu frente inmaculada. Todo un río desbordado en corriente de plegarias como cauce deseado donde nunca se naufraga. Ay quién, desde tu mirada, como desde un Altozano su fe no marineara en busca de tu regazo, Madre, Reina y Capitana. Salvavidas de mi alma, travesía hasta tus manos, ay qué suerte, quién zarpara con tus ojos como astros’ por tu marea de lágrimas. Su corazón hecho barco Que tus pupilas surcara. Y con su proa apuntando a tu vientre de bonanza y, amarras de mis pecados, cual muelle al izar ancla tus párpados no dejara desde ese puente soñado, y buscase el desembarco en tu pañuelo, y tu saya, en tu cintura de nardo y en tu puerto de esperanza. Quién cruzara con cuidado tu refregador de nácar como olas de marejada en tu pecho palpitando. Ay tu puñal, hecho faro entre la espuma bordada y la orilla del manto. No hay rumbo mejor ni rastro para atracar en tu alma que seguir el trazo exacto de esas cejas enarcadas que por asiento tomaron tus pómulos de zapata. Para qué quiero milagros
si ya los tengo en tu estampa. Puente y río retratados como un poema en tu cara. Esperanza de mi barrio, Esperanza de Triana.
3.-400 AÑOS
Todo Pregón tiene su tiempo y su momento y si cada año varía por la interpretación
subjetiva de cada pregonero también debe hacerlo por las circunstancias concretas de
ese año.
Y en éste, se reúnen para vuestra Hermandad hasta tres conmemoraciones
extraordinariamente jubilosas. Coincidencia que es motivo de reflexión, la coincidencia
transforma en providencial y señalado este año como una oportunidad para muchas
cosas, para un renacimiento sobre viejas y caducas actitudes, sobre comportamientos
que seguimos solo fieles a la rutina. Don Antonio Rodríguez Babío hace al caso una
interesante aportación en el último Anuario de la Hermandad.
De una parte el 750 aniversario de erigirse la Parroquia de Santa Ana y que ha sido
privilegiada con un Año Jubilar decretado por el Santo Padre. Confluyeron en 1266 las
circunstancias favorables para su construcción. El mal de ojo de Alfonso X el Sabio, la
intervención de los canteros que construían castillos al paso de las ciudades
reconquistadas, la oportunidad de los alarifes musulmanes expertos en las
edificaciones almohades de ladrillo, las ganas de Sevilla de levantar algún templo
nuevo pues las parroquias erigidas sobre mezquitas por San Fernando aun
conservaban su factura islámica, la creciente población de la orilla oeste del río tras la
reconquista y tras unirla a la vieja ciudad con el nuevo puente de barcas… sirvieron de
punto de arranque para la Catedral trianera que es casa de hospitalidad de todo el
barrio y manual vivo de historia. Llegaba nuestro Santo Cristo de las Tres Caídas a su
Altar Mayor para la celebración del reciente Quinario cuando el párroco hizo público el
Año Jubilar concedido. Parecía en ese momento que era voluntad de vuestro Titular
que así fuera. Porque si no se mueve una hoja de un solo árbol sin que Dios lo quiera,
no pasa una cosa así en Triana sin que este veterano vecino lo bendiga dejando la
huella de los cinco dedos de su mano.
De otra parte, también se celebra este año el Jubileo de la Misericordia, otro regalo del
Papa Francisco para vivir el presente año como un don de la cercanía de Dios en
nuestros corazones, ya volveré a ello. Y de otra, finalmente, el cuarto centenario de la
fusión de las, hasta entonces -1616- diferentes Hermandades de las Tres Caídas y de la
Virgen de la Esperanza.
Se dicen pronto cuatro siglos. Una cofradía con esa solera, en la calle, es siempre
manifestación unánime de lo viejo y de lo nuevo. Sale con la renovada presencia,
cúmulo y estreno de ilusiones multiplicadas, que la hacen parecer lo que es: actual,
joven y nueva. Pero a la vez no se presentaría igual si los siglos no le hubieran ido
dejando el barniz espiritual y material que la hace singular, reconocible, identificable
en su belleza y en la solera, la categoría y la experiencia de la historia. Al pronunciar el
nombre de la cofradía de la Esperanza de Triana se dispara en nuestra mente el
conjunto reconocible de sus símbolos y el rastro y el peso que le otorga la virtud de sus
muchas vicisitudes históricas. Se abre el álbum de documentos conocidos, de fotos
sepias, de aconteceres. Y no sé por qué el lugar del itinerario donde más ubico esta
solera histórica de vuestra Hermandad es cuando transita por la Magdalena. Sobre la
portada de Leonardo de Figueroa, la cúpula coronada y más alta la empinada y
bellísima espadaña que sirve de faro desde lejos para llegar a Sevilla.
En permanente y dominico saludo con el campanario gemelo de San Jacinto -¿Diré un
disparate si la anhelo un día como Basílica trianera de la Esperanza?- y uno y otro tan
presentes en viejas estampas de los antiguos pasos de Cristo a la luz del día. Y tirando
de ese hilo, remontar hasta las primeras madrugadas, las primeras veces que se cruzó
el puente, la sacra conversación en el paso de palio, la ampliación del misterio, los
reflectores de la armada, la coronación que yo presencié y aun recuerdo a la Virgen de
vuelta, por el Santo Angel, una eternidad a pasito lento para recorrer Triana ya casi a la
misma hora que en el Viernes Santo. Pero son tantas las instantáneas mudas que no
tuvieron el testimonio de una foto y que guardan todo lo más dormidas en la forma de
escritura de viejas actas. Detrás de las caligrafías de legajos y actas y algún que otro
grabado. Por ese camino de tinta sin figuras remonto para llegar hasta ese 1616 de
vuestra fusión que hoy se conmemora. Allí estaba el arzobispo Castro y Quiñones,
viviendo el momento, creéroslo, en color y tridimensional como nuestra propia vida de
hoy. Allí el provisor Gonzalo de Campo dictando la fusión en el Espíritu Santo. Allí tal
vez Francisco de Lara, el clérigo que acababa de fundar la Exaltación de las Tres Caídas.
Y con ellos, desde entonces, cientos de hermanos, oficiales, artistas, personajes que
fueron olvidados pero que guardan las retinas de nuestros Titulares en su inmenso
fondo.
Esta fusión se me antoja como un encuentro de la Virgen de la Esperanza con su Hijo
cargado con la Cruz en la calle de la Amargura. Y aunque no fuera así
procesionalmente, en clave de sueño está escrito este Pregón y así me lo imagino
echando a volar la mente,
Por una sola vez, por un instante
imaginadlos juntos en el paso
el caballo detrás dejándole espacio
a una humilde Esperanza suplicante.
El Señor de rodillas apoyado
solo sobre sus pies en un alarde
de equilibrio y de dolorida sangre
para izar libre su bendita mano
pues al verse delante de su Madre
mas pudo el deseo del abrazo
que el peso de la cruz sobre su carne.
Y en la Virgen se contuvo el llanto
reflejado Dios en sus cristales
igual que se guarda en un Sagrario.
Pero a mí la historia que más me gusta va más allá de los aconteceres recogidos en los
anales. A mí me gusta hurgar en otro tipo de intrahistorias, de lo cotidiano, de lo
espiritual, a veces de legendarios acontecimientos intemporales que fueron
conformando también los valores y los pilares de la personalidad de las Hermandades.
Intangenciales, inmateriales, entre la realidad y la nebulosa de lo mítico, lindando
quizá con la fantasía. Como botón de muestra uno que refiere el secreto imán del
atractivo que ejerce la Esperanza. Un hecho que no sucedió en Triana ni en Sevilla, ni
pertenece a una edad concreta, ni lo ha recogido hasta ahora ningún libro. Explica lo
inexplicable, un milagro, no sé, a cientos de kilómetros de aquí, y cuenta cómo Ella
logra todo lo que se propone. Y que sin Ella no existirían ni Triana ni Sevilla.
Me lo descubrió una persona que quizá nunca vió a la Esperanza. Solo recuerdo su
nombre, Pepe. Hermano de la congregación de los jesuitas de las Escuelas de la
Sagrada Familia, SAFA, de Úbeda, al que nos presentaron hace ya más de 20 años
convirtiéndose en nuestro guía durante las excursiones que hicimos por las Sierras de
Segura y Cazorla para conocer el nacimiento del Guadalquivir.
¿Qué sería Sevilla, o Triana, sin el Guadalquivir?¿Os imagináis nuestra ciudad sin sus
dos orillas? ¿Qué serían, la calle Betis y el Paseo Colón la misma calle?¿Y el Puerto?¿sin
puerto existiría Sevilla?¿Serían el Arenal y Triana el mismo barrio?¿Habría dos
Catedrales, para qué Santa Ana, ni una tal vez siquiera?¿Existirían acaso dos
Esperanzas?
No se si Pepe vive aún. Un detalle de él se me quedó profundamente grabado. Su
pasión y sus conocimientos sobre la naturaleza de aquellos parajes eran tan
consustanciales en el cómo su condición de religioso. Durante los días de recorridos
por aquellos maravillosos parajes, seguro de cuanto nos contaba, me confesó una
duda, un misterio, un enigma sin explicación que se había convertido para él casi en
una obsesión y que varias veces dejó formulada en el aire como una pregunta sin
respuesta: Si el Guadalquivir nacía casi parejo con el río Segura, tomando la misma
dirección que él, con vocación mediterránea, bajando la pendiente ya hacia Murcia,
por qué, en un momento de su camino corregía su trayectoria –esto se ve muy bien en
cualquier mapa- y giraba casi 180 grados, hacia su espalda, como quien se da la vuelta
y varía radicalmente su dirección como por asalto de algún imprevisto. En este caso
para tomar el camino a Andalucía, convertido en su columna vertebral.
¿Qué razón había? ¿Qué motivo lejano llevó al río, como si tuviera entendimiento
humano para traicionar su destino del levante? También a mí me dejó grabada aquella
pregunta y, sobre todo, su obsesión y su inquietud. ¿Qué razón? Ya la tengo, querido
Pepe. Y es tan hermosa como nunca imaginaste. La historia de aquella rectificación del
Guadalquivir.
Pudiendo buscar el Mediterráneo,
del Segura recorrer valles y flores,
y los huertos de Murcia, hacia el levante,
compartir con los nogales de sus montes,
los chopos y acequias, la cueva del agua,
el poyotelo, Santiago de Pontones.
Pudiendo disfrutar del Charco del Horno
y la Toba, Venta Rampa, sus alcores,
Despiernacaballos: no temas centurión
que solo es un cortijo, solo un nombre…
Quesada vió nacer al Guadalquivir,
partir de su cuna tan libre y tan joven.
Brincando entre riberas, transparente:
Vadillo Cristal, landas, frescos olores
Arroyo frío, Chaparral, Cañal Fuentes…
Cazorla, al fin y al cabo fue su molde.
(Ya daba cuenta Plinio del monte Tugia,
del temor de Ilorci, de Escipión el dónde)
Y ahí va tu pregunta viejo amigo
por qué cambió de rumbo y de horizonte
el Guadalquivir, tras dormir como un niño
en la paz del Tranco su primera noche.
Dicen que le habló una voz muy dulce
y le dio el presagio de otro norte,
promesa de otras tierras, otros mares,
en la locura azul de un amor acorde
a esa voz que prometió esperarle.
Sierras, piedras, saltos, cantos, escalones,
¿por qué viró al atlántico de pronto?
No le busques, buen amigo, más razones
ni más misterio ni más geología
que haberle seducido tales voces,
el susurro seductor de algún hechizo
que le hizo girar su curso desde entonces
hacia Córdoba, Almodóvar, Peñaflor…
…y Sevilla ¿quieres más explicaciones?
Aquí está esa voz, aquí la tienes.
Pregúntale a todos estos corazones
qué fuerza, quién, es capaz de resistir
el imán de estos ojos, las sinrazones
que el cerebro no atiende, los impulsos,
los sinsentidos que ejercen de ladrones
de la miel que rebosan las quimeras
secuestrando el querer y sus rincones.
Porque es Ella, es virtud el desvarío.
E hizo bien el río, díme un solo hombre
que no enmiende sus cauces si la siente
la más alta estrella y la más noble,
esperanza de un mar de tanto encanto.
Y Ella le pagó un tesoro de doblones
valiente conquistador de cien imperios,
dándole al mundo el tamaño doble
de exóticos continentes, pueblos nuevos,
la redondez de la esfera salobre.
Sabía Ella bien lo que se hacía,
viendo esta tierra tan vacía y pobre.
Sin Guadalquivir, Sevilla qué desierto
de vida, gracia, de luz y de sabores.
Yermo cierto sin Triana y sin orillas.
Fue esta Virgen de Gloria y de Dolores
quien lo trajo desde aquella lejanía
a este querido hogar de sus amores.
Su voz resonando entre lo agreste
suficiente le fue a los borbotones
y así se explica, amigo, que hasta un río
cambie su curso, ansioso de emociones
si es la orilla de Triana lo que busca,
persiguiendo el pañuelo que recoge
esas cinco lágrimas tan cristalinas
donde todo su caudal se reconoce
enamorado de la luz de sus mejillas,
y fuente de esperanza de los hombres.
Más difícil que cambiar una corriente,
que detener, parar constelaciones,
mirar al sol sin caer en la ceguera
darle al tiempo atrás en los relojes
-nada le es imposible, buen amigo-
Más difícil es poner, y Ella la pone
-derribando su amor nuestro egoísmo-
su Esperanza en la más oscura noche.
4.-SEVILLA
Pero si sueño yo con la Esperanza también la sueña Sevilla.
Si Triana es guarda y collación de Sevilla, sus devociones están para sostener como
nadie esa tarea, no para ser solo devociones del barrio, sino desveladas vigilantes de
las almas de la ciudad entera.
La Esperanza tiene en Sevilla sucursales y embajadas todo el año. La barra del Portón.
El retablo cerámico de Pastor y Landero, el azulejo de la esquina de Carlos Cañal en
Zaragoza, de iniciativa espontánea a la que debiera sumarme porque fue allí donde
también la ví yo aparecer de vuelta de sus 25 años coronada, testigo de lo que
exactamente reza en ellos: “pasó por esta calle ante el delirio de sus vecinos,
entregados a tan soberana imagen”. Y el pretil de los Alfonseca, última estación del
Via Crucis de la Ida, justo llegando a la Campana, con el parte meteorológico seguro de
la eterna lluvia de pétalos, que refugio no precisa para el palio.
No sueño yo solo, sueña Sevilla en un sueño de espera.
Yo mismo, un trianero nacido en la Macarena. Porque mi madre, de vieja estirpe
trianera, se venía a la Cruz Roja de San Jacinto para que nuestra generación cumpliera
el pasaporte de sangre de nuestros ancestros, que para algo conservamos la memoria
de tantas historias del barrio entretejidas a nuestros apellidos Elliott o Bernal. Y ahí
nacieron mis hermanos. Pero la noche urgente –ya lo he contado- que venía yo al
mundo para importunar a más de uno, estaba colgado el completo en las habitaciones
de la clínica y hubo que ir a la otra Cruz Roja, la de Capuchinos, pegadito a la Muralla.
Con esa licencia la centuria macarena me inscribió en el pergamino de honor de los
pregoneros de los armaos. Y con esa misma licencia creo yo, junto a mi querido
hermano Carlos López Bravo nos revestimos de la piel de Rodríguez Buzón para
recitarle poemas sin palabras a la bella perla de San Gil, a su lado veinticuatro horas sin
interrupción a la vuelta de la celebración de sus 50 años de la coronación.
Que el Domingo de Ramos me pierdo de blanco silencio calle Feria adelante y el
Viernes Santo cruzo el puente con este águila del Zurraque pintada de negro en mi
capa. Cuando sangro, me sale del color de los claveles del Cachorro. Cuando amo,
siento el aroma blanco de los de la Amargura. Cuando pienso en la muerte sé que
estaré muy cerca de la agonía del Cachorro (Cachorro de la agonía/enséñame tú a
mirarla / para que sepa aguantarla/ cuando me llegue la mía), cuando vivo procuro
seguir la lección elegante del Señor despreciado. Cuando busco mi identidad la niñez
me envuelve entre familiares todos hermanos del Patrocinio, cuando miro a mi lado las
manos que toco me las trajo la Amargura. Cuando bauticé a mis hijas la pila bautismal
estaba en San Juan de la Palma, cuando haya de esperar la eternidad buscaré un
rinconcito a los pies de la Cruz del Cachorro para que sea un camino directo al cielo. Mi
vida, lo quiso la providencia no yo, entre calle Castilla y calle Feria, tan cerca a la vez de
la Resolana y de Pureza.
Por sangre desde el vientre de mi madre soy trianero, y como los trianeros dicen que
nacen donde les dé la gana, un rinconcito de mí corazón se aterciopela para dejarse
bordar con sentimientos de atrio y calle Becquer como si fueran hilos de oro de Juan
Manuel. Como el ancla de esmeraldas de vuestra Virgen que desde hace dos años lleva
por generosidad vuestra en su pecho también la Macarena.
Pues Sevilla lo mismo. Delante del palquillo se encadenan las cofradías en su
diversidad resaltada, universos diferentes que desmienten que esto de cofrades sea un
tipo estereotipado de forma de ser en Sevilla. Llegáis con vuestro estilo, donde una
novia es capaz de compincharse con el coro para sorprender ante el altar al novio,
donde la tienda de recuerdos es un observatorio como ningún otro de la religiosidad
popular sevillana, donde el pesado cortinón de las puertas pequeñas de la capilla
recuentan el record de cuitas y gratitudes a la Esperanza.
Vente otra vez conmigo, Paco Jiménez, Diputado Mayor, esperancista ejemplar, buena
gente y sencillo como pocos, con lo fácil que es caer en el pavoneo en un cargo como
ese, acompáñame como aquella Madrugada que me traías a mí –eso me parecía- tu
cofradía. Si aquella vez tuve que vivirla con los pies en la tierra, vamos a repetirlo, ni tu
ni yo en nuestros puestos de entonces, y sí en la suerte de que vuelva a ser nuestro
sueño de siempre. Para ver de nuevo que llegáis, cómo llegáis, eslabón esencial de esa
noche: ¿qué tiene esta noche que es distinta a todas las noches?, dice la Madre de
Jesús en la película de Mel Gibson al asaltarla la intuición del prendimiento del Hijo.
Vamos a repetirlo atentos esta vez a lo único que importa, aquel Norte que no puede
perderse
¿Quién quiere engañarnos con la Madrugada poniendo como principal lo secundario?
No digáis que ya no es
una sola cofradía
desde la Cruz del Silencio
a las Angustias bendita.
Que "cá uno es cá uno"
y Sevilla necesita
en la santa madrugada
seis oraciones distintas.
Ruán negro y terciopelos
Morados, verdes, hebillas,
su Calvario, su Pilato
y al hombro las cuatro astillas
llevadas de cuatro modos
por las calles de Sevilla,
El Silencio, San Lorenzo,
el Puente y Escuelas Pías.
Y cómo lloran las Madres
en la Madrugada fría
que de Madre, Madrugada
viene la etimología.
Angustias, Mayor Dolor
su sufrimiento cobijan.
Concepción, Presentación
nos describen a María.
Y las Esperanzas ponen
ritos de amanecida
en el horizonte humano
harto de pasar fatigas.
Un año más, Viernes Santo,
saldrán las Cruces de Guía
y a pesar de lo pasado,
a pesar de lo que digan,
compondrán un solo canto
porque es Dios quien nos lo dicta.
Las calles y los horarios
y las fías y por fías,
eso que sale en la prensa
"un pulso casi deicida"
son en cuanto dan las doce
cosas por la fe marchitas
pues cuando se abren las puertas
y Dios esta tierra pisa
es una transfiguración,
un Tabor nuestra Sevilla
como lo fue desde siempre,
cada época su espina.
Esa ilusión nazarena
del que se estrena en las filas,
el abuelo con su nieto
de la mano a la capilla,
el que falta, el que se fue
los que llegaron, la vida;
la saeta en el balcón,
los himnos a la salida,
los nervios y la emoción
y la túnica bien limpia
y que cuando ya de vuelta
la cera esté derretida
con ojeras y el cansancio
y la capa ennegrecida,
Triana no madejado
esté en labios de María.
Eso es lo principal
esta noche de vigilia,
y eso será como siempre,
no habrá nadie que lo impida
mientras sea fuerte la fe,
como nos fue recibida
que Dios no perdonará
que rompamos esa brida
que une generaciones
desde aquellas Tres Caídas.
Qué tiene que ver con eso
ese ovillo que se lía
al meter al mismo saco
lo sagrado y la noticia.
Una sola Madrugada
nos tiene comprometida
la razón de que salgamos
y llevemos por insignia
la unidad de los cristianos.
Una Caridad misma
Un solo Culto a Dios
Una Formación crecida
En esto las Hermandades,
soy yo quien lo testifica,
las seis de la Madrugada
están siempre bien unidas.
A lo demás no hagáis caso,
lo normal de una familia.
Por eso dentro de un mes
mes y cuatro o cinco días
se repetirá de nuevo
nuestra mejor maravilla.
Una Cruz de plata en marcha,
delante cuatro bocinas,
de retorcidos tubos
y de antigua orfebrería
bordados sus cuatro paños
y con venia concedida
para que diga la gente
la gente que está en las sillas
que vió pasar por delante
el oboe con las saetillas,
altos nazarenos negros
con guión de la Epifanía,
redoblando la centuria
de gozosa disciplina
y un suspiro congelado
sobre caoba bruñida.
Y que vienen los Gitanos
bajando de calle Orfila.
Eso es lo que fue siempre
y lo que quiere Sevilla,
Seis estandartes de lujo
y una sola cofradía.
Viernes Santo Madrugada,
pero que diga la gente,
la gente que está en las sillas
ahora vamos a callarnos
aquí están las Tres Caidas.
5.-ANCLA DE ESPERANZA
El tránsito por la Catedral sí que es un tributo a la fantasmagoría propia de los sueños.
Por la penumbra recogida que se atraviesa, por el silencio de sonidos lejanos que la
pueblan, por el apagado deambular de las propias sombras de cera sobre los viejos
muros medievales, por las figuras zoomorfas y monstruosas que trepan de gárgolas a
sillería de coro, por el tenebrismo de los siglos que flotan en la atmósfera.
Lo sagrado se esconde en el Monumento –ojalá pronto devuelto a su esplendor- y en
la genuflexión que toda la cofradía realiza ante el. Rotos en ese momento los cuerpos
por la hora y el frío con que la primera luz rasga la noche. Parece éste el lugar donde se
fabricase el alba pues que prácticamente lo visitáis de noche y lo abandonáis de día,
lubricán abierto por las altas puntas góticas de sus azoteas y por la lanza de la Giralda,
rasgando la membrana azul de la noche que acaba.
El nazareno se reincorpora a las filas y camina y se detiene entre las cerradas estancias
pétreas, sin escaparates ahora donde advertir que su figura adquiere el barniz del
cansancio que le hace cerrar los ojos momentáneamente. Tras de sus párpados
cerrados, en alerta por no dormirse del todo, se sigue adivinando el potente fulgor de
la llama de su cirio. Suenan los tambores como al otro lado del mundo poniendo en el
ánimo el pensamiento confortable de que volvemos a casa. Como si fuera solo doblar
la esquina de la Plaza del Triunfo y allí estuviera la puerta de la capilla de regreso. Pero
en seguida una ráfaga de decepción mide la infinita largura de la verdad. Vendrán las
caras de los niños en las aceras. Vendrán las sucesivas fronteras del Postigo, el
Baratillo, el Puente. Por escapar de la primera tentación de abandono, vuelve a cerrar
los ojos, vuelve al sueño que merodea su cerebro.
Siendo la Catedral el lugar central de la estación de penitencia os corresponde el
instante de mayor fidelidad y mayor mérito, en la hora de debilidad de la voluntad que
se quebranta por la jornada transformada, que se queda sin túnicas negras dejando el
sacrificio de la mañana para los terciopelos y las capas de merino. Por qué corre tanto
por dentro de la Catedral la cofradía si en las paredes inmensas y en las bóvedas
lejanas todo se conmueve y pide la calma de la oración de Santa Teresa “nada te turbe,
nada te espante, Dios no se muda, quien a Dios tiene nada le falta, solo Dios basta”.
Y por el sueño gótico de esas fantasmagorías, se deslizan y entremezclan los delfines y
dragones característicos de los diseños suntuarios de la cofradía. Y junto a ellos, barcas
y roscos, anclas multiplicadas.
Esta noche en la mar todos los barcos quedaron atracados o a la deriva para surtir de
anclas en la cofradía tantos escudos, tantas capas, tantas solapas, tantas medallas,
tantos bordados, tanta plata, de llamador de Cristo a llamador de Virgen, broche,
corona, en todo adorno.
Habrá marinos también en otras cofradías y referencias al mar, gremios de capitanes y
cargadores, advocaciones que cruzaron el océano o fueron ejecutadas con exóticas
pastas indígenas de la colonización, enseres inspirados en la historia naval, recuerdos
de la colla y el puerto en los costales, rincones que aun conservan el eco de voces y
trasiegos americanistas… pero el mundo del Mar va, principalmente, con la Esperanza.
Por eso el Ancla se multiplica de esta manera. Que es símbolo de la Esperanza –en la
vieja mitología de la caja de Pandora que contenía los males del planeta- como virtud
teologal, junto a la Fe y la Caridad. Pero apenas se asoma en las otras Esperanzas de
Sevilla, sin marinería ni evocación de olas, ni platos blancos de gorras delante del palio
presidiendo. Aquí el ancla es un símbolo de mayor riqueza. De hecho hay todo un
mundo de jergas y labores, de hechuras y significados en torno a ella. En un simple
vistazo al precioso Álbum del Marqués de la Victoria que le dedica varias láminas a su
construcción, descripción, variantes, maniobras, complementos y conservación, uno
delira su teoría de anclas en su sueño:
Hay tantos tipos diversos
según la nave que embarca
y cuántos cañones marcan
su volumen y aparejo.
Anclotes, rezones, arpeos,
dependen de la demanda
del tamaño de su asta
y de las uñas en cuerno.
Al fin y al cabo es lo cierto
que el cabestrante que jala
recuerda cuando trabaja
labores de costaleros.
Silbidos de marineros
en la proa de ambas bandas
a la serviola le mandan
alzar su peso de hierro:
Julio Vera echa de menos
que en una sola guirnalda
del aire de su garganta
aquello lo dejaba hecho.
¿Y por qué multiplicada
y por qué con ese exceso
tanto se ve reflejada?
Porque Ella la lleva al pecho,
que es decirnos sin palabras
que el ancla no es instrumento,
sino la misma esperanza.
Navegando a barlovento
va en mi costado alotada,
con Ella nada me espanta,
tengo seguro fondeo.
Y Tiene también su arganeo,
los aros con que se engarza
y los zunchos de su zepo
que le da forma cristiana
para que se hagan medallas
con ella los trianeros
6.-CRISTO
No hay ningún otro paso de palio más fotogénico en la Puerta de los Palos que el de la
Esperanza. La generación que crecimos coleccionando postales de Semana Santa, casi
todas ellas tomadas al pie de la Giralda, bien lo sabemos. Debe ser, lo decía al
principio, esa luz de Virgen de los Reyes que saca los relieves como ninguna otra luz. E
iguala el color del palio con el de los relieves del tímpano, y parece todo uno solo, con
apariencia de piedra misma el bordado del palio, como si formara parte de la
arquitectura misma de la portada.
No es capricho que se funda de esa manera la Virgen con las piedras angulares de la
casa del Padre. Si para alguien fue un sueño Ella fue para Dios.
Para Dios Padre que creó al hombre y Ella se acabó convirtiendo en séptimo día del
resto de obras de la creación pues tras el sexto le falló el hombre y necesitó una
Corredentora.
Y para Dios hijo. Para qué hijo no es un sueño su Madre. Cualquier momento es bueno
para encontrase con el Señor de las Tres Caídas pero la especial mansedumbre de la
hora malva del amanecer dulcifica la violenta escena que representa su paso trianero.
Yo ahora estoy viendo vuestro misterio, tras una de sus levantás cortitas, en las que
apenas sube la trasera; voz de Paco Ceballos dejando atrás el Postigo para llegar por
Arfe despacio al Baratillo. Y la mirada se me enreda buscando al Señor entre las cañas
del caballo y los guardabrisas, hasta encontrarme con una de las expresiones más
dramáticamente dulces de Cristo de nuestra Semana Santa. En efecto, muy difícil que
sea fruto de las mismas gubias que el atormentado Cristo del Museo. Es la antípoda.
Es la viva representación del “¿Y quién decís que soy yo? Tu eres el Cristo, el Hijo del
Dios vivo.” Por eso no le pondrían como es norma no escrita entre todos los Cruz a
Cuestas el título de Nuestro Padre Jesús, sino el reservado a los Crucificados de
Santísimo Cristo. Porque era fiel reflejo de esa revelación evangélica. Tu eres el Cristo
vivo, el Santísimo Cristo de las Tres Caídas.
Al que le ponéis para los traslados la Cruz de otra alegoría aun más bella. Esa Cruz que
al contacto de su mano, abre su corteza como el borde de una llaga, como un milagro,
y asoma dentro, adelantada, la luz gloriosa y dorada del leño glorificado –in Hoc signus
vincet-, el que en Mayo se cubrirá de flores.
Pero el Señor en el que no me resisto a ver, lo siento, por ningún lado al Señor de la
Tercera Caída. Por más que lo miro no veo en El ningún Cristo. Una caída es un
derrumbe, un desplome, donde no cabe la compostura. Pero esa mano ya en tirantez
de fuerza, su palma enérgica, el brazo en ballesta, el cuerpo con verticalidad, y la
mirada ya de horizonte.. todo eso, igual que le llaman en Triana Expiración a mi Cristo
que en realidad inspira, aquí se le llama de las Tres Caídas al Cristo que no cae sino que
que se levanta.
Y tanto me gusta. Porque caer no tiene mérito, se cae como hombre, por el vértigo, en
barrena. Caer es patético, ser derribado, desplomado, victima, hundirse en el cieno. El
mérito está en levantarse. Quien ya izó de la arcilla al primer Adán, recién creada la
tierra, el sol y el agua. Qué Cristo, Dios mío. Cristo Sacramental. Si yo he deseado con
tanto ardor que llegase esta tarde de hoy, cómo no serían de estremecidas y
verdaderas aquellas palabras evangélicas de premonición en la Ultima Cena: he
deseado fervientemente que llegase esta hora.
Y qué expresión. La viva expresión de la Misericordia de la que el Papa quiere
imbuirnos este año. Todo el contenido de su Bula de convocación del Jubileo
Extraordinario de la Misericordia, “esa ternura con la que se dirige a los creyentes”,
está en su contemplación.
Pero no Señor de las Tres Caídas, ni de dos ni de ninguna. Señor del levantarse en el
ejemplo para nuestros pecados, tropezón humano, que encuentra su redención en
sobreponerse a el y reanudar el camino. Nunca podré describirlo como lo hacía
Vicente Acosta, cuyos labios se deshacían en dibujar esa misericordia de su Cristo.
Todavía recuerdo a nuestro querido Vicente, además amigo familiar y médico –con su
espejo frontal redondo en la frente- que me operó de vegetaciones en la más cruel
batalla de mi vida que yo recuerde, un niño apenas, yo espantado de la sangre y él
víctima de mis incontrolables patadas. Muchos años después, aquí mismo, ya bastante
aplacado por la edad, se disculpaba de no haberme podido llamar con motivo de mi
Pregón de Semana Santa. Y yo: Vicente, tu has hecho lo más importante que haya
hecho nadie por mí como Pregonero, tratarme la garganta que será lo que más
necesite. La sonrisa afectiva y la satisfacción humilde que se le dibujaron en la cara con
aquella improvisada respuesta mía es de los más altos honores que he recibido yo en
esta Hermandad, donde tantos Hermanos Mayores, Ramón León, Adolfo Vela, Luis
Murillo y tú mismo, Alfonso, me han otorgado tanto abrigo y calor impagables.
Sí, cuanta misericordia en vuestro Santísimo Cristo. Pero os repito mi místico
desacuerdo con su advocación:
Ni tres ni dos ni una, quién se hubiera levantado.
Si era una muerte final cada vez que se caía.
Si a cada trecho hundido, sepulcro parecía,
yaciendo bajo la cruz, losa arbórea de mármol.
Tanta fiebre de dolor, y el Gólgota lejano.
De dónde sacar fuerzas si estaba desprendida
de su cuerpo vencido cualquier resto de vida,
y Dios, mudo detrás del relincho de un caballo.
Quién nos dijo que era todavía Viernes Santo
cuando se alzó otra vez de la piedra su rodilla
¿no fue verle glorioso en pié, resucitando?
¿Pascua adelantada o milagro de esta orilla?
Caricia alfarera en la palma de su mano
y en sus ojos Triana, curándole las heridas.
7.-ESOS TUS OJOS MISERICORDIOSOS
Nos ha encomendado una hermosa tarea de misericordia el Papa para este año.
Misericordiae vultus. Ese es el título de la Bula de Convocación del Jubileo
Extraordinario de la Misericordia. Un verdadero catecismo para estrenarnos de verdad
en la verdadera condición de cristianos.
El mundo hoy es una auténtica pesadilla, solo se ve descomposición de todo orden a
nuestro alrededor. Y Ella nos pone el dedo en los labios para no dejarnos arrastrar por
el pesimismo porque para eso es la Esperanza.
Yo nunca he dicho en un pregón lo que hay que hacer o que decir, nunca he hablado
en imperativo, no creo que sea el papel del pregonero, ni que una sabiduría de pronto
le asista para convertirlo en profeta o guía. Pero hoy sí os invito a que se derrame en
vuestra conciencia la lectura de este documento lleno de razón del primer al último
renglón. Del primero en que dice que la misericordia es la vía que une Dios al hombre
porque abre el corazón a la Esperanza, hasta la última en que proclama como la tarea
fundamental de la Iglesia es introducir a todos en la misericordia de Dios en este
mundo de hoy, lleno de fuertes contradicciones y grandes esperanzas.
Y en medio ese itinerario de peregrinación por lo más bello de la revelación. El ir al
encuentro de cada persona llevando la bondad y la ternura de Dios. Que la
misericordia no es debilidad sino fuerza. Dios es esencialmente amor. Eterna es su
misericordia. Y fue lo que movió a Jesús en toda circunstancia. Y no es característico
solo de Dios sino de los hombres, con el instrumento del perdón. Porque el amor no es
una palabra abstracta. Y la credibilidad de la Iglesia pasa a través del ejercicio del amor
misericordioso. La misericordia enriquece la justicia, no podemos quedarnos solo en la
búsqueda de la justicia. La cultura presente no solo ha olvidado este tema, es que lo ha
sustituido por la soberbia que le han dado los adelantos científicos. Por eso rtetomar
su enseñanza es fundamental en el momento crítico del mundo. Para asistir en auxilio
de las heridas del mundo. No podemos escapar de la obligación de las obras de
misericordia.
Y emplaza a que esta Cuaresma sea vivida con mayor intensidad mediante diversas
iniciativas concretas donde la confesión y la meditación deben alentarnos. Nos enviará
Misioneros para ello, para que hasta los pecados más graves puedan ser perdonados
con cercanía.
Y tras un enfoque ecuménico de la misericordia, invoca a la Virgen para que la dulzura
de su mirada nos acompañe en este Año Santo. Con ternura y alegría. Si lo tenemos
fuertemente aprendido en la Salve como indisoluble con Ella: vuelve a nosotros esos
tus ojos misericordiosos. Que de esta Madre sacaría el niño, como todos los niños, sus
ojos.
Que hay que ver -esto deberían estudiarlo los oftalmólogos- cuanto bien, como de
bien se acomoda Ella en nuestras retinas. Hasta hacen milagros. Hace unos meses vine
a una concurrida misa y los pocos sitios libres según me situaba no se veía desde ellos
tu camarín. Me fui cambiando hasta que de pie, apoyado al muro, ya podía verte. Esos
días un familiar en desempleo estaba pendiente del resultado de una entrevista de
trabajo que le apremiaba ya con necesidad. Pues bien, levanté los ojos y al cruzarlos
con los tuyos me dije: qué tengo yo que pedirte. Te pediré por esta persona, y en el
medio segundo que te di para escuchar mi oración y mi ruego sentí vibrar el móvil en
mi bolsillo y un mensaje en su pantalla que decía la habían contratado. Casualidad,
claro. Pero la casualidad no existe, existe la providencia y si cuando ella llega tu estas
presente, es que tu mano está allí.
"Yo vendo unos ojos negros" titulé hace muchos años una colaboración en vuestro
boletín. Describiendo cómo en una inolvidable levantá en ODonell, que me regaló
vuestro entonces Hermano Mayor Ramón León, al tirón de la levantá se estremecieron
todos los elementos del paso, como en un movimiento vertiginoso del que solo quedó
recompuesta luego la gracia cimbreante de su andar único, y todo se fundió en un
fogonazo de oro, todo menos tus ojos, tus profundos ojos negros, su imán, su faro
umbrío, epicentro sísmico inmutable de aquel brevísimo terremoto y de su onda
expansiva de luz y de platas y bordados y flores. Tus ojos como una estrella polar
inmóvil en el centro de giro de las constelaciones.
Aquella fotografía movida que fue la levantá, aquella agitada sacudida ¿cómo pudieron
mantenerse quietos, perfectamente enfocados, definido el lápiz de sus contornos, las
negras pupilas, la palma nocturna de sus pestañas me hizo verdad lo de Machado de
que los ojos que ves no son ojos porque los veas sino ojos porque te ven. Ojos que nos
seducen pero ellos mientras nos conducen, miran por donde nos perdemos y nos
sirven de guía, nos señalan dónde recuperar nuestro camino. Porque nada, ningún
oleaje los altera. Y nos hace sentirnos dichosos, `predilectos cuando nos los clava en
nosotros. Y nosotros en correspondencia fieles. Una bendición y un compromiso a la
vez. Vuelve a nosotros esos tus ojos. Ojos negros, hechiceros, quien no los va a querer
comprar, por hechiceros, porque no son capaces de hacernos ningun mal.
Qué bueno que estés hoy así vestida de hebrea, con esa corona de espinas en tus
manos, apretada contra tu pecho. La corona trenzada por nuestros males que te
quedas para ti, devolviéndonos el sueño de nana y de paz.
Porque en mi sueño de esta noche, para que sea fértil, tengo que verte como
consuelo, ayuda y esperanza real del mundo atribulado de hoy. ¿Os acordáis cuando
jurábamos en nuestras protestaciones de fe el defender nuestras creencias con el
derramamiento de nuestra propia sangre si preciso fuere? ¿No es eso a lo que nos
estamos aproximando hoy con la persecución de los cristianos que tenemos casi a las
puertas? El día que me comunicasteis esa elección, ese mismo día, lo primero que hice
(9 Noviembre) fue encontrarme una entrevista a alguien en la prensa que hablaba de
cómo aprendió a ser hermano de la Esperanza sin creer en Dios. Y ese no sé cómo se
habrá engañado a si mismo con la estafa de su firma en su solicitud de hermano pero
lo peor es que no ha llegado a entender ni la belleza de tus ojos y tu mirada, ni la
verdad de tu esperanza. Porque Tu eres mucho más que una bella Imagen. Tu estás al
cabo de la calle y del sufrimiento humano llevando la paz y la misericordia de Dios.
A veces los refranes no tienen razón.
A veces la esperanza sí es lo primero que se pierde.
Y la vida es entonces un lobo que muerde.
Nadie llama a tu puerta si está dentro el dolor.
Para miles de gentes, su diario es el terror
Y es de hielo, de tumba, su negada poesía,
Soberana tristeza sin Neruda ni rima,
Oquedad sin ventanas, enterrado fulgor,
Un silencio que se alza sobre cruel pesadilla.
No hay niñez o se apaga al momento del parto,
Al saltar al vacío la vejez del espanto
Entre un coro de aullidos que galopa en la herida.
Pensad en multitud de conocidos ejemplos
Ahora mismo en el mundo, multitud de retratos
De la guerra, el olvido, la maldad, provocando
La mirada común de quien mira algo muerto.
Yo quisiera en tus ojos restaurar la esperanza,
Esos ojos benditos que contienen el cielo
Y copiarlos en los suyos, tan iguales en lágrimas
Y poner en sus manos, de la paz tu pañuelo.
Y no quiero que eso se quede en estampa
Lo que digo es que puedan sentir en sus venas
El por qué de la vida, la alegría del alma,
La tranquila rutina de sentarse a una mesa.
Lo que digo es que Tú, del amor marinera,
De tu barca les eches a su injusto naufragio
Esa red de tus manos, tu divina faena
Y a la luz de las flores su atención les devuelvas.
Porque el refrán que ese sí que en razón persevera
Y se cumple por siempre, no hay razón que lo niegue
Es que Tú, la Esperanza, Tú nunca te pierdes
Ni nos pierdes a nadie, de la mano nos llevas.
Yo te pido en el mar y en el sol de Tu verde,
Terciopelo del tallo de las cosas que nacen
Que el futuro y la paz a todo pueblo le alcance
Y hoy más a quienes más lo merecen.
Porque al ver Tu Esperanza abrazada a la espina
Que es tortura y corona en Tu pecho clavada
Yo ya sé que por ésta fuiste Tü coronada
Y hay en ella más oro que de Reina vestida.
Porque a todos abrazas y de nadie te olvidas
En este abrazo de sangre de tus manos cruzadas,
No es el caso ni importa el refrán lo que diga,
No se pierde, Jamás, con Tu Amor, la Esperanza.
8.-DESPERTAR EN EL BARRIO
Cuando uno despierta de un sueño, cuando nuestra mente regresa a la realidad, ese
lento espabilar con los ojos aun sin abrir, apuramos el recuerdo de lo soñado que se
escapa.
Es hora de despertar. Se ha terminado mi sueño. Y una nostalgia profunda hace más
agudo el rescoldo de la ilusión.
La tiniebla de la noche ya retirada, los celestes de la amanecida disueltos, la claridad
asentada del cielo, dan ahora paso a un blanco inmaculado, como si la condición
purísima de la Virgen ordenase el cromatismo de este tránsito.
Hay una obsesión de blancos campeando en el paso de la Virgen de regreso. La
candelería se va apagando sola y las llamas que quedan encendidas, sin halo de
resplandor, se agitan como un ahogado de tez amarilla a punto de sucumbir. Toda la
parece esculpida en mármol blanco, dúctil y caliente. Las cazoletas de las velas, leche
hervida rebosando. Se confunden y sobremontan como una orografía de nieve las
velas gastadas y las flores de cera que parecen más abiertas. El filo de sus pétalos lleva
el borde ennegrecido por el humo como llevan el filo de sus capas arrastradas los
nazarenos. Y al colarse el sol primero, a duras penas, por la celosía del palio, por la reja
de los varales –blancos también por la ausencia de brillos de la hora temprana-
comienza a matizar la gama de todo ese blanco concentrado. Alas palpitantes de
mariposas de azahar y almendro revolotean delante de las manos de la Virgen. Un
mantel limpísimo como dejado caer en arrugada crestería de formas caprichosas, en la
leve sombra de un encaje de novia. Nata sobre nieve. Albura de toca monjil. Recortes
de sagrada forma. Trae ante Ella un revuelo de palomas postradas de inocencia.
Me refriego los ojos. Solo eran los cirios arrebujados, esperando el primer rayo. Pero
es cuando su tez por el contraste del blanco, se vuelve más morena, en medio de esa
oblea de su paso. Gitana de buenaventura, romero en el delantal, el moño bajo la
corona y en los labios una soleá.
Tengo la color morena
Y el sol a mi no me da
Será a causa de mis penas.
Ay, si la viera Florencio Quintero… pero va detrás, con una cruz a la espalda, hundido
no por su peso, ni por la madrugada, ni por el cansancio de la noche, ni por los
cuchillos del alba sino por ir allí detrás sin poderle ver la cara.
Por eso es la hora de devolverla a Triana.
Cuando la Virgen cruza el puente y baja la rampa del Altozano -quién pudiera cantarle
la belleza con que la vi descender entre los naranjitos de esquina a San Jorge- empieza
otra estación de penitencia. La de la luz meridiana campeando en lo alto, que si solo se
tratara de rematar la salida, no habría más que mirar la Farmacia Murillo y estar ya
dentro de casa. Pero la casa es todo el barrio y pisar el rellano de la cota de San Jacinto
es entrar en el Reino del piropo a la Madre. Si se pudiera pintar en un paisaje la
palabra fidelidad habría que retratar a nuestra Esperanza por su barrio demorándose.
Con el Pregón casi terminado me reencontré con unos versos olvidados de Garcilaso
que de haberlos hallado antes me habrían ahorrado escribir una sola línea porque en
ellos se contiene todo lo que procuraba deciros. Todo lo que a ti, Esperanza tenía que
decirte.
Escrito está en mi alma vuestro gesto,
y cuanto yo escribir de vos deseo;
vos sola lo escribistes, yo lo leo
tan solo, que aun de vos me guardo en esto.
En esto estoy y estaré siempre puesto;
que aunque no cabe en mí cuanto en vos veo,
de tanto bien lo que no entiendo creo,
tomando ya la fe por presupuesto.
Yo no nací sino para quereros;
mi alma os ha cortado a su medida;
por hábito del alma misma os quiero.
Cuanto tengo confieso yo deberos;
por vos nací, por vos tengo la vida.
por vos he de morir, y por vos muero.
Y esto es al cabo lo que llena el aire en el rodeo a la Cava, tras visitar a la Estrella, las
Mínimas, junto al colegio donde con cinco años chispa más o menos me examinaron
de ingreso –pinte usted y escriba “un sillón marrón”. La única esquinita estrecha de
todo el camino, para tomar Pelay Correa: qué gloria verte aparecer, más abiertas
definitivamente las flores, como si hasta las de la velas rizás tuvieran vida y sus pétalos
se hubieran henchido más y aumentado de diámetro llenando más los entrevarales,
los cogollitos convertidos en rosas abiertas.
Qué guapa vienes. Y yo no soy de recrearme en la belleza de las Vírgenes. Para eso soy
mu castellano. Prefiero las Vírgenes de gesto, las de compungido rostro en escena.
Amargura con su ahogo, Macarena con su ceño, Quinta Angustia con su espera del
divino cuerpo, Valle con su caudal de llanto, Dolores de San Vicente con su lejano
horizonte.
No soy de reconocerme ante la Virgen por el mero hecho de ser guapa. Ya avisó el
padre Cué en su Pregón de las Glorias del peligro de muñequizarlas, aun cuando hay
bellezas monjiles de Astorga, serenas de Sebastián santos, andaluzas de Castillo
Lastrucci ante las que nos quedamos boquiabiertos. Pero eso de entrar en el peligroso
juego del color de los ojos, el maniquismo. Para mí escuchar los gritos de guapa,
guapa, guapa. Hasta que me enseñaste Tú, Esperanza aquello de que la cara es espejo
del alma.
Y comprendí lo que pasa de Santa Ana a tu capilla. En esa hora sagrada de rito en que
nos estamos vistiendo de nazarenos del Cachorro con tu entrada puesta en la
televisión. Apurando las últimas mecidas tus bambalinas, roneando que dice el capataz
mientras le quedan pocas veces de nombrar a Joaqui. Y está tu cara más bella que
nunca. Cuanta gente enamorada, y el piropo ya es el modo de estallar la lealtad dentro
del corazón, exento de frivolidades, vivos vivas, llamador de nuestra garganta. Qué
escuela dejó Santa Isabel.
Suena ahora Rocío. Se han deshecho todos los sitios de la cofradía, todo está
consumado, con los ciriales en la puerta, con el giro redondo del paso, con los faroles
de la puerta –de blancos y ocres recuperada este año la fachada- enredados en los
candelabros de cola. Y suena Triana de Esperanza para que canten todos esa Salve que
a puerta cerrada tendrán en breve el privilegio de cantarte los últimos nazarenos
dentro de la Capilla.
Ahora despierto de mi sueño y me doy cuenta. Ahora sé lo que tengo que decirte, lo
único que tenía para decirte esta noche. Ahora sé en qué consiste este Pregón.
Que en este reclinatorio
en el que caigo a tus plantas,
atril de mis confidencias,
reja de pelar la pava,
viendo cómo me miras
debajo de tu ventana
porque ya no puedo más,
termino mis alabanzas
con lo que mira por donde
nunca creí que acabara,
pensando que repetirte
el clamor que te acompaña
no iba yo a ser capaz
de copiar los que te aman.
Quién iba a decirme a mi
que yo tambien lo gritara.
Como se dice un he dicho,
yo digo lo que te claman
junto a tu paso de palio,
o cada día en tu casa,
con un grito desgarrado,
con una oración callada,
eso que te dicen todos
cuando te miran la cara
como el más rotundo credo
de la fe más entregada,
la más breve de las Salves
a una Reina Soberana,
frase concisa y hermosa
que nadie puede evitarla.
El modo con que te llama
la viejecita del barrio
con voz misma de Santa Ana,
o la mocita que quiere
verse en tí reflejada,
el niño, el joven acaso
pues que tu sola les bastas,
lo que te dijeron tantos
que es ya amén de la Cava,
lo que tantos te dirán
rezos que así arrancan,
todos así se santiguan
al comenzar su plegaria
intuyendo la belleza,
pura y limpia inmaculada,
como resumen perfecto
de tu Verdad Revelada.
Lo mismo que Garcilaso
pero de forma más llana.
Que quien así te saluda
te está llamando: sin tacha
Madre de Dios celestial,
Flor de Bienaventuranza.
Y sabiendo lo que esconde
la esencia de esas palabras
inmensa mariología
refrendada por los Papas
yo las quiero utilizar
para explicarte mis ansias
para explicarte que quiero
dejar así rematada
la emoción que he proclamado,
hondura de mis entrañas:
no se nos acabe nunca
esta madrugada larga,
esta cita de esta noche
que terciopelos presagia,
donde mis venas, de río
te llevaron en volandas,
y alzaste mi corazón
como alzas la campana
camino de esta Catedral
en mi pecho cobijada,
con un repique de gozo
mejor que el de la Giralda.
Sin fiscal, hora ni prisa
noté que te recreabas
en mi sangre que por ti
fue corriente desbordada,
Guadalquivir de latidos
donde mis penas apagas
abriendome con tus brazos
el surco donde descansa
todo mi fuego dormido
ese que tu sed sacia.
Que yo no se despedirme
que hemos de seguir mañana.
Cuando te llame Amargura
estaré diciendo Esperanza,
cuando a Patrocinio rece
oiré de fondo tus marchas,
Penas, Angustia, mis madres,
serás sal de sus lágrimas.
Por eso a tu Hermandad
gracias y gracias y gracias,
pero a tí mi Emperatriz,
ya de rodillas mi alma,
porque tengo que acabar,
roto mi puente de barcas,
solo me queda decirte
hecho cante, fuego, fragua
como una explosión de júbilo
cual esquina de tus andas
como te cantan saetas
con la voz enamorada,
solo me queda chillarte
Esperanza de Triana
solo este grito postrero:
Y guapa y guapa y guapa.
HE DICHO