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XXVII PREGÓN DE LA JUVENTUD DE LA HERMANDAD DE LA ESPERANZA DE TRIANA 20 Febrero 2016 1.-PRESENTACION Como las esquinas de tu paso, toda una explosión de júbilo… Porque en ellas está resumido el modo de ser de tu Hermandad. Que es un Pregón permanente. Aquello que dijo un Papa según Manolo Toro- que la devoción a María no puede entenderse sin la conmoción del sentimiento, de la poesía, que tienen en nuestras vidas un lugar tan confiado y filial. Por eso y porque somos de la tierra del poeta que escribió que al amor le sienta bien un poquito de exageración. Por eso aquí no se te sabe ni se te puede venerar con timideces ni complejos sino desbordándonos en el gozo. En la felicidad con que Tú nos recuerdas que hemos sido señalados por Dios, que hemos sido invitados a la vida plena. Que toda tristeza, la de la muerte la primera, queda borrada porque la Esperanza se sobreescribe como final glorioso de todo sufrimiento. Y esto es una verdad contagiosa y expansiva. Como las esquinas de tu paso. Las esquinas que al comenzar a moverse y cimbrearse en el aire, convierten las varas de gladiolos, de orquídeas, de alhelíes, de jazmines o delfiniums en mil batutas de flores en abierto vaivén dirigiendo la música que estrena esta alegría en nuestro espíritu. Partitura que proclama que estos días oscuros de dolor desembocarán en una explosión bienaventurada. Por eso las marchas de esta casa tienen ese sello: un repique de diana floreada y fervorosa, un allegro molto vivace. Lo que es la marinera “Ganando Barloventoa las marchas militares, con su viveza de su toque de fuerte brisa, igual lo son a la Semana Santa las marchas de la Esperanza de Triana, navegando en adelanto de la sonrisa del sol de la mañana, como un Magníficat en el pentagrama. Un murmullo clamoroso dentro de cada corchea.

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XXVII PREGÓN DE LA JUVENTUD

DE LA HERMANDAD DE LA

ESPERANZA DE TRIANA 20 Febrero 2016

1.-PRESENTACION

Como las esquinas de tu paso, toda una explosión de júbilo…

Porque en ellas está resumido el modo de ser de tu Hermandad. Que es un Pregón

permanente. Aquello que dijo un Papa –según Manolo Toro- que la devoción a María

no puede entenderse sin la conmoción del sentimiento, de la poesía, que tienen en

nuestras vidas un lugar tan confiado y filial. Por eso y porque somos de la tierra del

poeta que escribió que al amor le sienta bien un poquito de exageración.

Por eso aquí no se te sabe ni se te puede venerar con timideces ni complejos sino

desbordándonos en el gozo. En la felicidad con que Tú nos recuerdas que hemos sido

señalados por Dios, que hemos sido invitados a la vida plena. Que toda tristeza, la de la

muerte la primera, queda borrada porque la Esperanza se sobreescribe como final

glorioso de todo sufrimiento.

Y esto es una verdad contagiosa y expansiva. Como las esquinas de tu paso.

Las esquinas que al comenzar a moverse y cimbrearse en el aire, convierten las varas

de gladiolos, de orquídeas, de alhelíes, de jazmines o delfiniums en mil batutas de

flores en abierto vaivén dirigiendo la música que estrena esta alegría en nuestro

espíritu. Partitura que proclama que estos días oscuros de dolor desembocarán en una

explosión bienaventurada. Por eso las marchas de esta casa tienen ese sello: un

repique de diana floreada y fervorosa, un allegro molto vivace. Lo que es la marinera

“Ganando Barlovento” a las marchas militares, con su viveza de su toque de fuerte

brisa, igual lo son a la Semana Santa las marchas de la Esperanza de Triana, navegando

en adelanto de la sonrisa del sol de la mañana, como un Magníficat en el pentagrama.

Un murmullo clamoroso dentro de cada corchea.

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Porque eres la Virgen llena de promesas en tu nombre, una Virgen de amaneceres, que

atrae el Sol. Y por eso eres la única, la única que comparte con la Virgen de los Reyes,

ese asomarse a la Puerta de los Palos a la hora del primer rayo. Y eso al parecer exige

una flora en eclosión en las esquinas del paso. Nardos fijos de Agosto, y el Viernes

Santo las que mejor demande el consuelo al dolor del día.

Como las esquinas de tu paso, sí.

Así como ha sonado. Gracias, banda de Santa Ana, gracias director, tan pregoneros hoy

como yo. Ya mismo va a llegar, ya se presiente que llega, el último músico que os falta,

el que da el máximo repeluco a los oídos: el son del largo fleco del palio en los varales.

Vendrá justo cuando se abran estas puertas –qué poquito falta- y a la voz de Juanma el

frontal del paso se ponga a ras de la fachada, sembrando un fugaz arriate de flores en

esta acera de la calle Pureza. Cuando arriba de la puerta, como un cajón que se fuera

lentamente abriendo en la cómoda del dintel, el denso bordado cobre relieve,

ganando la calle, saloncito de luz y cera, perímetro que brota de sus benditas lágrimas.

Cuando Antoñito, perdón, Don Antonio Manuel Fernández Rosa, vecino de Dos

Hermanas, 27 años, cuatro de antigüedad de hermano en la Esperanza, heraldo de la

banda, marque el himno con su corneta y Triana lo oiga desde todos sus rincones

porque está en sus calles, ya, la Esperanza. Todas las cadenas rotas, todas las cintas

desanudadas, todos los diques y compuertas derribados. Igual que temblaría la rueda

del sepulcro al franquearla la nueva Vida aquella mañana de Pascua. Porque está en la

calle la Esperanza. Y lloran de júbilo las esquinas de tu paso.

Por todo eso este Pregón quiso nacer y perderse en la espesura vegetal de tu paso, en

la muralla de hermosura que rodea la tuya, Madre. Seducido, absorto en sus colores y

en sus aromas, como girasoles vueltos a ti, sol de su epicentro. Eso es este Pregón,

hundirme en ese estallido y en esa desmesura. Se fue escribiendo como el florista viste

la esponja verde, húmeda y desnuda sobre la manigueta. Esponja de mis folios en

blanco para pinchar en ella mis muchos recuerdos de sangre y de alma que la

Esperanza me lleva brindados en la vida. De los que muchos habéis sido testigos pero

nunca de tal locura como hoy,,, Perdonad por eso si esta vez os hablo sin medir el

verso, sin cultivar la metáfora elegante, sin buscar la perfección clásica del soneto

redondo. Si no traigo una tesis construída y un mensaje claro y profundo. Si estas

páginas no resisten luego una lectura, no me importa. Hablo con la vehemencia y los

balbuceos de una declaración de amor envuelta en sueños. Porque vine a lo que vengo

siempre, a abrir mi pecho como un Sagrario en Viernes Santo, dejándolo vacío, a

desbordarme como esas esquinas. ¿No es para eso para lo que Ella está aquí? Si, la

Madre de Jesús es el ejemplo que atrae, incluso cuando es su belleza sola quien te

atrae, que ya te tiene ganado para que les escuchemos aquello de que hagamos lo que

Él nos diga.

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Si Triana no suele aplaudir a los pregoneros de Sevilla, sino que les larga un óle cuando

se nombra a su Virgen, ese ole yo se lo debo a Triana y aquí te lo traigo, después de

tantos episodios de amor compartidos, novia de mi alma, después de tantas llamadas

tuyas, y de tus hijos, tanto bálsamo aquí sentido y por sentir, tanto necesitarte, hoy

más que nunca, tanta una y otra vez irme y volver, haber motivos, sentir esa paz, este

Tabor, esta caricia, esquina de flores de tu paso, y con mi voz en alto a inquirirte como

nos enseñó el místico:

¿Qué tengo yo que mi amistad procuras?

¿Qué interés se te sigue, Virgen mía,

que tras mi rastro, detrás de cada esquina

velas los inviernos de mi noche oscura?

Sí, cuanto fueron mis entrañas duras

pues te olvidé, volviendo al desvarío

y otra vez, en cuanto vino el frío

señalaste este hogar, la calle Pura

y el calor de tus hermanos que decían:

Ella es la luz de toda madrugada,

ya verás con cuanto amor te cuida.

Y aquí estoy, belleza soberana,

A repetirte que te siento mía, mía, (mía, mía),

ya por siempre mi Esperanza de Triana.

2.-MI ESPERANZA DE TRIANA

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Sr. ……

Querido Alfonso, Hermano Mayor y hermanos de corazón miembros de la Junta de

Gobierno de esta Hermandad.

Queridos jóvenes… cómplices de mis promesas rotas, de esta larga y mentirosa nariz

de pinocho de quien asegura no dará ningún pregón más, y luego me asaltais con la

exquisita esgrima de no poderme negar a aquellos que te demuestran tanto afecto.

…..

¿Cómo daros las gracias?

Con qué detalle hasta me habéis puesto de atril, el escudo de mi capa del Cachorro, el

águila bicéfala a cuyas alas asirme para volar en la verdad de Fe que ellas proclaman Y

para que mis palabras reposen y salgan de mis más queridos adentros. La agonía de mi

Cristo que en la tarde del Viernes Santo muere en mitad del puente, sobre vuestra cera

recién derramada y todavía caliente, y en su última lucidez advierte: por aquí acaba de

pasar mi Madre.

¿Cómo se agradece un sueño?

Un sueño cierto. Mi madre, trianera como Tú, nos decía que los nazarenos del

Cachorro debíamos beber a sorbitos cortos la Madrugada para descansar y cumplir por

la tarde entera la carrera. Y nosotros, desobediencia sin castigo frente al consejo

maternal, venga en cambio a apurar la Madrugada hasta que nos venciera derrotados:

en buena parte, gran parte, porque Tú venías casi al final.

Porque cuando sales al día siguiente de nazareno -al menos en la larga y tempranera

estación de penitencia del Cachorro- durante la Madrugada se te duplica el efecto del

sueño y del cansancio, como un agobio de previsible agotamiento, como una indecisa

amenaza, y los párpados se dejan caer con más condenada prisa. Y todo se vive ya en

una nebulosa de sueño que te va atrapando. Más de un año, al dirigirnos de nazarenos

desde casa hacia el Patrocinio, y cruzarnos con los postreros capirotes verdes que

vuelven a sus hogares hemos sentido una sensación de duda de si a esos nazarenos los

vimos o los soñamos horas antes. Si te vimos a Tí atravesar una nube de incienso o la

sombra confusa de una dormida historia de nuestra mente.

Pero es que un año el sueño fue el protagonista rotundo de la Madrugada. Aquella

Madrugada casi histórica para vosotros de 2004 que fue desenvolviéndose como un

triste dominó, cofradía tras cofradía anunciando una tras otra que no salían. Llovía

desde la desbaratada tarde del Jueves Santo y optaron por la prudencia los cabildos de

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oficiales. Y en el vuestro, de pronto, surgió ese desconocido as en la manga de adivinar

lo que iba a ocurrir con el cielo para aventuraros a poner la cofradía en la calle.

Tras el sucesivo anuncio de la suspensión de todas las salidas, vosotros pedíis

aplazamiento. Se tensa de escalofrío la expectativa concentrada en vuestra decisión.

Toda la Esperanza de Sevilla se quedó latiendo fija en Triana.

No había entradas del Jueves que ver. Y me quedé dormido aguardando la decisión.

Habíamos alquilado un estudio en calle Francos como cuartel general de aquellos días.

En un mullido catre dejé caer el cansancio acumulado de la semana. Por la puerta

entreabierta del balcón subía el rumor de los pasos de la gente sin saber hacia dónde

ir, rumor declinante, sin razón para permanecer en las calles del centro. Fue lo último

que llegó a mis oídos antes de caer profundamente dormido tras aquellos cristales

condenados.

Como llegan los sueños, que no tienen inicio sino directamente te ves involucrado en

ellos, entre oníricas fantasías, supe que la Esperanza había decidido salir. Y de

inmediato se encendieron de nuevo los rumores de la calle, las voces de los amigos

planeando las próximas horas porque Sevilla había recobrado la vida, las calles que se

habían quedado como venas sin sangre, se habían vuelto de nuevo un torrente

nervioso que fluía en una dirección concreta: Triana.

Tras aquel “sale la Esperanza” recuerdo vagamente que se habitó de imágenes el

perdido mundo de mis sueños. No teníais prisa, tardaríais en llegar, yo podía seguir

durmiendo hasta que alcanzárais los palcos (que por cierto acabarían asaltados como

reja almonteña para verla). Pero gracias a los misteriosos circunloquios del cerebro yo

la ví sin moverme, sin despertarme, os lo aseguro, aparecer en el Altozano,

remontando el repecho de entrada al puente. Belmonte y la alegoría del flamenco

vueltos hacia su inenarrable aparición triunfal. La ví junto a la Capillita del Carmen,

pináculo de la Catedral perdido en el Puente. La ví en las levantás de farola a farola,

sobre los zunchos que lo sostienen. Casi juro que ví también, licencia de la

imaginación, los reflectores de la Marina rompiendo la atmósfera gris en que se

desenvuelven siempre los sueños. Y volando para acercarme nítidamente a su cara,

descubrí que Ella es el puente mismo. Puente entre Dios y los hombres, sí. Pero Puente

de Triana que copia su cara. Que fue donde por primera vez lo pensé y donde el sueño

me lo dibujó.

Está el puente de Triana en tu rostro dibujado porque en tus cejas gitanas el puente copia sus arcos. ¿Acaso un río de aguas no rueda mejilla abajo? Guadalquivires de llanto

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que desde tu faz brotaran, bajo el cielo sevillano de tu frente inmaculada. Todo un río desbordado en corriente de plegarias como cauce deseado donde nunca se naufraga. Ay quién, desde tu mirada, como desde un Altozano su fe no marineara en busca de tu regazo, Madre, Reina y Capitana. Salvavidas de mi alma, travesía hasta tus manos, ay qué suerte, quién zarpara con tus ojos como astros’ por tu marea de lágrimas. Su corazón hecho barco Que tus pupilas surcara. Y con su proa apuntando a tu vientre de bonanza y, amarras de mis pecados, cual muelle al izar ancla tus párpados no dejara desde ese puente soñado, y buscase el desembarco en tu pañuelo, y tu saya, en tu cintura de nardo y en tu puerto de esperanza. Quién cruzara con cuidado tu refregador de nácar como olas de marejada en tu pecho palpitando. Ay tu puñal, hecho faro entre la espuma bordada y la orilla del manto. No hay rumbo mejor ni rastro para atracar en tu alma que seguir el trazo exacto de esas cejas enarcadas que por asiento tomaron tus pómulos de zapata. Para qué quiero milagros

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si ya los tengo en tu estampa. Puente y río retratados como un poema en tu cara. Esperanza de mi barrio, Esperanza de Triana.

3.-400 AÑOS

Todo Pregón tiene su tiempo y su momento y si cada año varía por la interpretación

subjetiva de cada pregonero también debe hacerlo por las circunstancias concretas de

ese año.

Y en éste, se reúnen para vuestra Hermandad hasta tres conmemoraciones

extraordinariamente jubilosas. Coincidencia que es motivo de reflexión, la coincidencia

transforma en providencial y señalado este año como una oportunidad para muchas

cosas, para un renacimiento sobre viejas y caducas actitudes, sobre comportamientos

que seguimos solo fieles a la rutina. Don Antonio Rodríguez Babío hace al caso una

interesante aportación en el último Anuario de la Hermandad.

De una parte el 750 aniversario de erigirse la Parroquia de Santa Ana y que ha sido

privilegiada con un Año Jubilar decretado por el Santo Padre. Confluyeron en 1266 las

circunstancias favorables para su construcción. El mal de ojo de Alfonso X el Sabio, la

intervención de los canteros que construían castillos al paso de las ciudades

reconquistadas, la oportunidad de los alarifes musulmanes expertos en las

edificaciones almohades de ladrillo, las ganas de Sevilla de levantar algún templo

nuevo pues las parroquias erigidas sobre mezquitas por San Fernando aun

conservaban su factura islámica, la creciente población de la orilla oeste del río tras la

reconquista y tras unirla a la vieja ciudad con el nuevo puente de barcas… sirvieron de

punto de arranque para la Catedral trianera que es casa de hospitalidad de todo el

barrio y manual vivo de historia. Llegaba nuestro Santo Cristo de las Tres Caídas a su

Altar Mayor para la celebración del reciente Quinario cuando el párroco hizo público el

Año Jubilar concedido. Parecía en ese momento que era voluntad de vuestro Titular

que así fuera. Porque si no se mueve una hoja de un solo árbol sin que Dios lo quiera,

no pasa una cosa así en Triana sin que este veterano vecino lo bendiga dejando la

huella de los cinco dedos de su mano.

De otra parte, también se celebra este año el Jubileo de la Misericordia, otro regalo del

Papa Francisco para vivir el presente año como un don de la cercanía de Dios en

nuestros corazones, ya volveré a ello. Y de otra, finalmente, el cuarto centenario de la

fusión de las, hasta entonces -1616- diferentes Hermandades de las Tres Caídas y de la

Virgen de la Esperanza.

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Se dicen pronto cuatro siglos. Una cofradía con esa solera, en la calle, es siempre

manifestación unánime de lo viejo y de lo nuevo. Sale con la renovada presencia,

cúmulo y estreno de ilusiones multiplicadas, que la hacen parecer lo que es: actual,

joven y nueva. Pero a la vez no se presentaría igual si los siglos no le hubieran ido

dejando el barniz espiritual y material que la hace singular, reconocible, identificable

en su belleza y en la solera, la categoría y la experiencia de la historia. Al pronunciar el

nombre de la cofradía de la Esperanza de Triana se dispara en nuestra mente el

conjunto reconocible de sus símbolos y el rastro y el peso que le otorga la virtud de sus

muchas vicisitudes históricas. Se abre el álbum de documentos conocidos, de fotos

sepias, de aconteceres. Y no sé por qué el lugar del itinerario donde más ubico esta

solera histórica de vuestra Hermandad es cuando transita por la Magdalena. Sobre la

portada de Leonardo de Figueroa, la cúpula coronada y más alta la empinada y

bellísima espadaña que sirve de faro desde lejos para llegar a Sevilla.

En permanente y dominico saludo con el campanario gemelo de San Jacinto -¿Diré un

disparate si la anhelo un día como Basílica trianera de la Esperanza?- y uno y otro tan

presentes en viejas estampas de los antiguos pasos de Cristo a la luz del día. Y tirando

de ese hilo, remontar hasta las primeras madrugadas, las primeras veces que se cruzó

el puente, la sacra conversación en el paso de palio, la ampliación del misterio, los

reflectores de la armada, la coronación que yo presencié y aun recuerdo a la Virgen de

vuelta, por el Santo Angel, una eternidad a pasito lento para recorrer Triana ya casi a la

misma hora que en el Viernes Santo. Pero son tantas las instantáneas mudas que no

tuvieron el testimonio de una foto y que guardan todo lo más dormidas en la forma de

escritura de viejas actas. Detrás de las caligrafías de legajos y actas y algún que otro

grabado. Por ese camino de tinta sin figuras remonto para llegar hasta ese 1616 de

vuestra fusión que hoy se conmemora. Allí estaba el arzobispo Castro y Quiñones,

viviendo el momento, creéroslo, en color y tridimensional como nuestra propia vida de

hoy. Allí el provisor Gonzalo de Campo dictando la fusión en el Espíritu Santo. Allí tal

vez Francisco de Lara, el clérigo que acababa de fundar la Exaltación de las Tres Caídas.

Y con ellos, desde entonces, cientos de hermanos, oficiales, artistas, personajes que

fueron olvidados pero que guardan las retinas de nuestros Titulares en su inmenso

fondo.

Esta fusión se me antoja como un encuentro de la Virgen de la Esperanza con su Hijo

cargado con la Cruz en la calle de la Amargura. Y aunque no fuera así

procesionalmente, en clave de sueño está escrito este Pregón y así me lo imagino

echando a volar la mente,

Por una sola vez, por un instante

imaginadlos juntos en el paso

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el caballo detrás dejándole espacio

a una humilde Esperanza suplicante.

El Señor de rodillas apoyado

solo sobre sus pies en un alarde

de equilibrio y de dolorida sangre

para izar libre su bendita mano

pues al verse delante de su Madre

mas pudo el deseo del abrazo

que el peso de la cruz sobre su carne.

Y en la Virgen se contuvo el llanto

reflejado Dios en sus cristales

igual que se guarda en un Sagrario.

Pero a mí la historia que más me gusta va más allá de los aconteceres recogidos en los

anales. A mí me gusta hurgar en otro tipo de intrahistorias, de lo cotidiano, de lo

espiritual, a veces de legendarios acontecimientos intemporales que fueron

conformando también los valores y los pilares de la personalidad de las Hermandades.

Intangenciales, inmateriales, entre la realidad y la nebulosa de lo mítico, lindando

quizá con la fantasía. Como botón de muestra uno que refiere el secreto imán del

atractivo que ejerce la Esperanza. Un hecho que no sucedió en Triana ni en Sevilla, ni

pertenece a una edad concreta, ni lo ha recogido hasta ahora ningún libro. Explica lo

inexplicable, un milagro, no sé, a cientos de kilómetros de aquí, y cuenta cómo Ella

logra todo lo que se propone. Y que sin Ella no existirían ni Triana ni Sevilla.

Me lo descubrió una persona que quizá nunca vió a la Esperanza. Solo recuerdo su

nombre, Pepe. Hermano de la congregación de los jesuitas de las Escuelas de la

Sagrada Familia, SAFA, de Úbeda, al que nos presentaron hace ya más de 20 años

convirtiéndose en nuestro guía durante las excursiones que hicimos por las Sierras de

Segura y Cazorla para conocer el nacimiento del Guadalquivir.

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¿Qué sería Sevilla, o Triana, sin el Guadalquivir?¿Os imagináis nuestra ciudad sin sus

dos orillas? ¿Qué serían, la calle Betis y el Paseo Colón la misma calle?¿Y el Puerto?¿sin

puerto existiría Sevilla?¿Serían el Arenal y Triana el mismo barrio?¿Habría dos

Catedrales, para qué Santa Ana, ni una tal vez siquiera?¿Existirían acaso dos

Esperanzas?

No se si Pepe vive aún. Un detalle de él se me quedó profundamente grabado. Su

pasión y sus conocimientos sobre la naturaleza de aquellos parajes eran tan

consustanciales en el cómo su condición de religioso. Durante los días de recorridos

por aquellos maravillosos parajes, seguro de cuanto nos contaba, me confesó una

duda, un misterio, un enigma sin explicación que se había convertido para él casi en

una obsesión y que varias veces dejó formulada en el aire como una pregunta sin

respuesta: Si el Guadalquivir nacía casi parejo con el río Segura, tomando la misma

dirección que él, con vocación mediterránea, bajando la pendiente ya hacia Murcia,

por qué, en un momento de su camino corregía su trayectoria –esto se ve muy bien en

cualquier mapa- y giraba casi 180 grados, hacia su espalda, como quien se da la vuelta

y varía radicalmente su dirección como por asalto de algún imprevisto. En este caso

para tomar el camino a Andalucía, convertido en su columna vertebral.

¿Qué razón había? ¿Qué motivo lejano llevó al río, como si tuviera entendimiento

humano para traicionar su destino del levante? También a mí me dejó grabada aquella

pregunta y, sobre todo, su obsesión y su inquietud. ¿Qué razón? Ya la tengo, querido

Pepe. Y es tan hermosa como nunca imaginaste. La historia de aquella rectificación del

Guadalquivir.

Pudiendo buscar el Mediterráneo,

del Segura recorrer valles y flores,

y los huertos de Murcia, hacia el levante,

compartir con los nogales de sus montes,

los chopos y acequias, la cueva del agua,

el poyotelo, Santiago de Pontones.

Pudiendo disfrutar del Charco del Horno

y la Toba, Venta Rampa, sus alcores,

Despiernacaballos: no temas centurión

que solo es un cortijo, solo un nombre…

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Quesada vió nacer al Guadalquivir,

partir de su cuna tan libre y tan joven.

Brincando entre riberas, transparente:

Vadillo Cristal, landas, frescos olores

Arroyo frío, Chaparral, Cañal Fuentes…

Cazorla, al fin y al cabo fue su molde.

(Ya daba cuenta Plinio del monte Tugia,

del temor de Ilorci, de Escipión el dónde)

Y ahí va tu pregunta viejo amigo

por qué cambió de rumbo y de horizonte

el Guadalquivir, tras dormir como un niño

en la paz del Tranco su primera noche.

Dicen que le habló una voz muy dulce

y le dio el presagio de otro norte,

promesa de otras tierras, otros mares,

en la locura azul de un amor acorde

a esa voz que prometió esperarle.

Sierras, piedras, saltos, cantos, escalones,

¿por qué viró al atlántico de pronto?

No le busques, buen amigo, más razones

ni más misterio ni más geología

que haberle seducido tales voces,

el susurro seductor de algún hechizo

que le hizo girar su curso desde entonces

hacia Córdoba, Almodóvar, Peñaflor…

…y Sevilla ¿quieres más explicaciones?

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Aquí está esa voz, aquí la tienes.

Pregúntale a todos estos corazones

qué fuerza, quién, es capaz de resistir

el imán de estos ojos, las sinrazones

que el cerebro no atiende, los impulsos,

los sinsentidos que ejercen de ladrones

de la miel que rebosan las quimeras

secuestrando el querer y sus rincones.

Porque es Ella, es virtud el desvarío.

E hizo bien el río, díme un solo hombre

que no enmiende sus cauces si la siente

la más alta estrella y la más noble,

esperanza de un mar de tanto encanto.

Y Ella le pagó un tesoro de doblones

valiente conquistador de cien imperios,

dándole al mundo el tamaño doble

de exóticos continentes, pueblos nuevos,

la redondez de la esfera salobre.

Sabía Ella bien lo que se hacía,

viendo esta tierra tan vacía y pobre.

Sin Guadalquivir, Sevilla qué desierto

de vida, gracia, de luz y de sabores.

Yermo cierto sin Triana y sin orillas.

Fue esta Virgen de Gloria y de Dolores

quien lo trajo desde aquella lejanía

a este querido hogar de sus amores.

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Su voz resonando entre lo agreste

suficiente le fue a los borbotones

y así se explica, amigo, que hasta un río

cambie su curso, ansioso de emociones

si es la orilla de Triana lo que busca,

persiguiendo el pañuelo que recoge

esas cinco lágrimas tan cristalinas

donde todo su caudal se reconoce

enamorado de la luz de sus mejillas,

y fuente de esperanza de los hombres.

Más difícil que cambiar una corriente,

que detener, parar constelaciones,

mirar al sol sin caer en la ceguera

darle al tiempo atrás en los relojes

-nada le es imposible, buen amigo-

Más difícil es poner, y Ella la pone

-derribando su amor nuestro egoísmo-

su Esperanza en la más oscura noche.

4.-SEVILLA

Pero si sueño yo con la Esperanza también la sueña Sevilla.

Si Triana es guarda y collación de Sevilla, sus devociones están para sostener como

nadie esa tarea, no para ser solo devociones del barrio, sino desveladas vigilantes de

las almas de la ciudad entera.

La Esperanza tiene en Sevilla sucursales y embajadas todo el año. La barra del Portón.

El retablo cerámico de Pastor y Landero, el azulejo de la esquina de Carlos Cañal en

Zaragoza, de iniciativa espontánea a la que debiera sumarme porque fue allí donde

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también la ví yo aparecer de vuelta de sus 25 años coronada, testigo de lo que

exactamente reza en ellos: “pasó por esta calle ante el delirio de sus vecinos,

entregados a tan soberana imagen”. Y el pretil de los Alfonseca, última estación del

Via Crucis de la Ida, justo llegando a la Campana, con el parte meteorológico seguro de

la eterna lluvia de pétalos, que refugio no precisa para el palio.

No sueño yo solo, sueña Sevilla en un sueño de espera.

Yo mismo, un trianero nacido en la Macarena. Porque mi madre, de vieja estirpe

trianera, se venía a la Cruz Roja de San Jacinto para que nuestra generación cumpliera

el pasaporte de sangre de nuestros ancestros, que para algo conservamos la memoria

de tantas historias del barrio entretejidas a nuestros apellidos Elliott o Bernal. Y ahí

nacieron mis hermanos. Pero la noche urgente –ya lo he contado- que venía yo al

mundo para importunar a más de uno, estaba colgado el completo en las habitaciones

de la clínica y hubo que ir a la otra Cruz Roja, la de Capuchinos, pegadito a la Muralla.

Con esa licencia la centuria macarena me inscribió en el pergamino de honor de los

pregoneros de los armaos. Y con esa misma licencia creo yo, junto a mi querido

hermano Carlos López Bravo nos revestimos de la piel de Rodríguez Buzón para

recitarle poemas sin palabras a la bella perla de San Gil, a su lado veinticuatro horas sin

interrupción a la vuelta de la celebración de sus 50 años de la coronación.

Que el Domingo de Ramos me pierdo de blanco silencio calle Feria adelante y el

Viernes Santo cruzo el puente con este águila del Zurraque pintada de negro en mi

capa. Cuando sangro, me sale del color de los claveles del Cachorro. Cuando amo,

siento el aroma blanco de los de la Amargura. Cuando pienso en la muerte sé que

estaré muy cerca de la agonía del Cachorro (Cachorro de la agonía/enséñame tú a

mirarla / para que sepa aguantarla/ cuando me llegue la mía), cuando vivo procuro

seguir la lección elegante del Señor despreciado. Cuando busco mi identidad la niñez

me envuelve entre familiares todos hermanos del Patrocinio, cuando miro a mi lado las

manos que toco me las trajo la Amargura. Cuando bauticé a mis hijas la pila bautismal

estaba en San Juan de la Palma, cuando haya de esperar la eternidad buscaré un

rinconcito a los pies de la Cruz del Cachorro para que sea un camino directo al cielo. Mi

vida, lo quiso la providencia no yo, entre calle Castilla y calle Feria, tan cerca a la vez de

la Resolana y de Pureza.

Por sangre desde el vientre de mi madre soy trianero, y como los trianeros dicen que

nacen donde les dé la gana, un rinconcito de mí corazón se aterciopela para dejarse

bordar con sentimientos de atrio y calle Becquer como si fueran hilos de oro de Juan

Manuel. Como el ancla de esmeraldas de vuestra Virgen que desde hace dos años lleva

por generosidad vuestra en su pecho también la Macarena.

Pues Sevilla lo mismo. Delante del palquillo se encadenan las cofradías en su

diversidad resaltada, universos diferentes que desmienten que esto de cofrades sea un

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tipo estereotipado de forma de ser en Sevilla. Llegáis con vuestro estilo, donde una

novia es capaz de compincharse con el coro para sorprender ante el altar al novio,

donde la tienda de recuerdos es un observatorio como ningún otro de la religiosidad

popular sevillana, donde el pesado cortinón de las puertas pequeñas de la capilla

recuentan el record de cuitas y gratitudes a la Esperanza.

Vente otra vez conmigo, Paco Jiménez, Diputado Mayor, esperancista ejemplar, buena

gente y sencillo como pocos, con lo fácil que es caer en el pavoneo en un cargo como

ese, acompáñame como aquella Madrugada que me traías a mí –eso me parecía- tu

cofradía. Si aquella vez tuve que vivirla con los pies en la tierra, vamos a repetirlo, ni tu

ni yo en nuestros puestos de entonces, y sí en la suerte de que vuelva a ser nuestro

sueño de siempre. Para ver de nuevo que llegáis, cómo llegáis, eslabón esencial de esa

noche: ¿qué tiene esta noche que es distinta a todas las noches?, dice la Madre de

Jesús en la película de Mel Gibson al asaltarla la intuición del prendimiento del Hijo.

Vamos a repetirlo atentos esta vez a lo único que importa, aquel Norte que no puede

perderse

¿Quién quiere engañarnos con la Madrugada poniendo como principal lo secundario?

No digáis que ya no es

una sola cofradía

desde la Cruz del Silencio

a las Angustias bendita.

Que "cá uno es cá uno"

y Sevilla necesita

en la santa madrugada

seis oraciones distintas.

Ruán negro y terciopelos

Morados, verdes, hebillas,

su Calvario, su Pilato

y al hombro las cuatro astillas

llevadas de cuatro modos

por las calles de Sevilla,

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El Silencio, San Lorenzo,

el Puente y Escuelas Pías.

Y cómo lloran las Madres

en la Madrugada fría

que de Madre, Madrugada

viene la etimología.

Angustias, Mayor Dolor

su sufrimiento cobijan.

Concepción, Presentación

nos describen a María.

Y las Esperanzas ponen

ritos de amanecida

en el horizonte humano

harto de pasar fatigas.

Un año más, Viernes Santo,

saldrán las Cruces de Guía

y a pesar de lo pasado,

a pesar de lo que digan,

compondrán un solo canto

porque es Dios quien nos lo dicta.

Las calles y los horarios

y las fías y por fías,

eso que sale en la prensa

"un pulso casi deicida"

son en cuanto dan las doce

cosas por la fe marchitas

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pues cuando se abren las puertas

y Dios esta tierra pisa

es una transfiguración,

un Tabor nuestra Sevilla

como lo fue desde siempre,

cada época su espina.

Esa ilusión nazarena

del que se estrena en las filas,

el abuelo con su nieto

de la mano a la capilla,

el que falta, el que se fue

los que llegaron, la vida;

la saeta en el balcón,

los himnos a la salida,

los nervios y la emoción

y la túnica bien limpia

y que cuando ya de vuelta

la cera esté derretida

con ojeras y el cansancio

y la capa ennegrecida,

Triana no madejado

esté en labios de María.

Eso es lo principal

esta noche de vigilia,

y eso será como siempre,

no habrá nadie que lo impida

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mientras sea fuerte la fe,

como nos fue recibida

que Dios no perdonará

que rompamos esa brida

que une generaciones

desde aquellas Tres Caídas.

Qué tiene que ver con eso

ese ovillo que se lía

al meter al mismo saco

lo sagrado y la noticia.

Una sola Madrugada

nos tiene comprometida

la razón de que salgamos

y llevemos por insignia

la unidad de los cristianos.

Una Caridad misma

Un solo Culto a Dios

Una Formación crecida

En esto las Hermandades,

soy yo quien lo testifica,

las seis de la Madrugada

están siempre bien unidas.

A lo demás no hagáis caso,

lo normal de una familia.

Por eso dentro de un mes

mes y cuatro o cinco días

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se repetirá de nuevo

nuestra mejor maravilla.

Una Cruz de plata en marcha,

delante cuatro bocinas,

de retorcidos tubos

y de antigua orfebrería

bordados sus cuatro paños

y con venia concedida

para que diga la gente

la gente que está en las sillas

que vió pasar por delante

el oboe con las saetillas,

altos nazarenos negros

con guión de la Epifanía,

redoblando la centuria

de gozosa disciplina

y un suspiro congelado

sobre caoba bruñida.

Y que vienen los Gitanos

bajando de calle Orfila.

Eso es lo que fue siempre

y lo que quiere Sevilla,

Seis estandartes de lujo

y una sola cofradía.

Viernes Santo Madrugada,

pero que diga la gente,

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la gente que está en las sillas

ahora vamos a callarnos

aquí están las Tres Caidas.

5.-ANCLA DE ESPERANZA

El tránsito por la Catedral sí que es un tributo a la fantasmagoría propia de los sueños.

Por la penumbra recogida que se atraviesa, por el silencio de sonidos lejanos que la

pueblan, por el apagado deambular de las propias sombras de cera sobre los viejos

muros medievales, por las figuras zoomorfas y monstruosas que trepan de gárgolas a

sillería de coro, por el tenebrismo de los siglos que flotan en la atmósfera.

Lo sagrado se esconde en el Monumento –ojalá pronto devuelto a su esplendor- y en

la genuflexión que toda la cofradía realiza ante el. Rotos en ese momento los cuerpos

por la hora y el frío con que la primera luz rasga la noche. Parece éste el lugar donde se

fabricase el alba pues que prácticamente lo visitáis de noche y lo abandonáis de día,

lubricán abierto por las altas puntas góticas de sus azoteas y por la lanza de la Giralda,

rasgando la membrana azul de la noche que acaba.

El nazareno se reincorpora a las filas y camina y se detiene entre las cerradas estancias

pétreas, sin escaparates ahora donde advertir que su figura adquiere el barniz del

cansancio que le hace cerrar los ojos momentáneamente. Tras de sus párpados

cerrados, en alerta por no dormirse del todo, se sigue adivinando el potente fulgor de

la llama de su cirio. Suenan los tambores como al otro lado del mundo poniendo en el

ánimo el pensamiento confortable de que volvemos a casa. Como si fuera solo doblar

la esquina de la Plaza del Triunfo y allí estuviera la puerta de la capilla de regreso. Pero

en seguida una ráfaga de decepción mide la infinita largura de la verdad. Vendrán las

caras de los niños en las aceras. Vendrán las sucesivas fronteras del Postigo, el

Baratillo, el Puente. Por escapar de la primera tentación de abandono, vuelve a cerrar

los ojos, vuelve al sueño que merodea su cerebro.

Siendo la Catedral el lugar central de la estación de penitencia os corresponde el

instante de mayor fidelidad y mayor mérito, en la hora de debilidad de la voluntad que

se quebranta por la jornada transformada, que se queda sin túnicas negras dejando el

sacrificio de la mañana para los terciopelos y las capas de merino. Por qué corre tanto

por dentro de la Catedral la cofradía si en las paredes inmensas y en las bóvedas

lejanas todo se conmueve y pide la calma de la oración de Santa Teresa “nada te turbe,

nada te espante, Dios no se muda, quien a Dios tiene nada le falta, solo Dios basta”.

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Y por el sueño gótico de esas fantasmagorías, se deslizan y entremezclan los delfines y

dragones característicos de los diseños suntuarios de la cofradía. Y junto a ellos, barcas

y roscos, anclas multiplicadas.

Esta noche en la mar todos los barcos quedaron atracados o a la deriva para surtir de

anclas en la cofradía tantos escudos, tantas capas, tantas solapas, tantas medallas,

tantos bordados, tanta plata, de llamador de Cristo a llamador de Virgen, broche,

corona, en todo adorno.

Habrá marinos también en otras cofradías y referencias al mar, gremios de capitanes y

cargadores, advocaciones que cruzaron el océano o fueron ejecutadas con exóticas

pastas indígenas de la colonización, enseres inspirados en la historia naval, recuerdos

de la colla y el puerto en los costales, rincones que aun conservan el eco de voces y

trasiegos americanistas… pero el mundo del Mar va, principalmente, con la Esperanza.

Por eso el Ancla se multiplica de esta manera. Que es símbolo de la Esperanza –en la

vieja mitología de la caja de Pandora que contenía los males del planeta- como virtud

teologal, junto a la Fe y la Caridad. Pero apenas se asoma en las otras Esperanzas de

Sevilla, sin marinería ni evocación de olas, ni platos blancos de gorras delante del palio

presidiendo. Aquí el ancla es un símbolo de mayor riqueza. De hecho hay todo un

mundo de jergas y labores, de hechuras y significados en torno a ella. En un simple

vistazo al precioso Álbum del Marqués de la Victoria que le dedica varias láminas a su

construcción, descripción, variantes, maniobras, complementos y conservación, uno

delira su teoría de anclas en su sueño:

Hay tantos tipos diversos

según la nave que embarca

y cuántos cañones marcan

su volumen y aparejo.

Anclotes, rezones, arpeos,

dependen de la demanda

del tamaño de su asta

y de las uñas en cuerno.

Al fin y al cabo es lo cierto

que el cabestrante que jala

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recuerda cuando trabaja

labores de costaleros.

Silbidos de marineros

en la proa de ambas bandas

a la serviola le mandan

alzar su peso de hierro:

Julio Vera echa de menos

que en una sola guirnalda

del aire de su garganta

aquello lo dejaba hecho.

¿Y por qué multiplicada

y por qué con ese exceso

tanto se ve reflejada?

Porque Ella la lleva al pecho,

que es decirnos sin palabras

que el ancla no es instrumento,

sino la misma esperanza.

Navegando a barlovento

va en mi costado alotada,

con Ella nada me espanta,

tengo seguro fondeo.

Y Tiene también su arganeo,

los aros con que se engarza

y los zunchos de su zepo

que le da forma cristiana

para que se hagan medallas

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con ella los trianeros

6.-CRISTO

No hay ningún otro paso de palio más fotogénico en la Puerta de los Palos que el de la

Esperanza. La generación que crecimos coleccionando postales de Semana Santa, casi

todas ellas tomadas al pie de la Giralda, bien lo sabemos. Debe ser, lo decía al

principio, esa luz de Virgen de los Reyes que saca los relieves como ninguna otra luz. E

iguala el color del palio con el de los relieves del tímpano, y parece todo uno solo, con

apariencia de piedra misma el bordado del palio, como si formara parte de la

arquitectura misma de la portada.

No es capricho que se funda de esa manera la Virgen con las piedras angulares de la

casa del Padre. Si para alguien fue un sueño Ella fue para Dios.

Para Dios Padre que creó al hombre y Ella se acabó convirtiendo en séptimo día del

resto de obras de la creación pues tras el sexto le falló el hombre y necesitó una

Corredentora.

Y para Dios hijo. Para qué hijo no es un sueño su Madre. Cualquier momento es bueno

para encontrase con el Señor de las Tres Caídas pero la especial mansedumbre de la

hora malva del amanecer dulcifica la violenta escena que representa su paso trianero.

Yo ahora estoy viendo vuestro misterio, tras una de sus levantás cortitas, en las que

apenas sube la trasera; voz de Paco Ceballos dejando atrás el Postigo para llegar por

Arfe despacio al Baratillo. Y la mirada se me enreda buscando al Señor entre las cañas

del caballo y los guardabrisas, hasta encontrarme con una de las expresiones más

dramáticamente dulces de Cristo de nuestra Semana Santa. En efecto, muy difícil que

sea fruto de las mismas gubias que el atormentado Cristo del Museo. Es la antípoda.

Es la viva representación del “¿Y quién decís que soy yo? Tu eres el Cristo, el Hijo del

Dios vivo.” Por eso no le pondrían como es norma no escrita entre todos los Cruz a

Cuestas el título de Nuestro Padre Jesús, sino el reservado a los Crucificados de

Santísimo Cristo. Porque era fiel reflejo de esa revelación evangélica. Tu eres el Cristo

vivo, el Santísimo Cristo de las Tres Caídas.

Al que le ponéis para los traslados la Cruz de otra alegoría aun más bella. Esa Cruz que

al contacto de su mano, abre su corteza como el borde de una llaga, como un milagro,

y asoma dentro, adelantada, la luz gloriosa y dorada del leño glorificado –in Hoc signus

vincet-, el que en Mayo se cubrirá de flores.

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Pero el Señor en el que no me resisto a ver, lo siento, por ningún lado al Señor de la

Tercera Caída. Por más que lo miro no veo en El ningún Cristo. Una caída es un

derrumbe, un desplome, donde no cabe la compostura. Pero esa mano ya en tirantez

de fuerza, su palma enérgica, el brazo en ballesta, el cuerpo con verticalidad, y la

mirada ya de horizonte.. todo eso, igual que le llaman en Triana Expiración a mi Cristo

que en realidad inspira, aquí se le llama de las Tres Caídas al Cristo que no cae sino que

que se levanta.

Y tanto me gusta. Porque caer no tiene mérito, se cae como hombre, por el vértigo, en

barrena. Caer es patético, ser derribado, desplomado, victima, hundirse en el cieno. El

mérito está en levantarse. Quien ya izó de la arcilla al primer Adán, recién creada la

tierra, el sol y el agua. Qué Cristo, Dios mío. Cristo Sacramental. Si yo he deseado con

tanto ardor que llegase esta tarde de hoy, cómo no serían de estremecidas y

verdaderas aquellas palabras evangélicas de premonición en la Ultima Cena: he

deseado fervientemente que llegase esta hora.

Y qué expresión. La viva expresión de la Misericordia de la que el Papa quiere

imbuirnos este año. Todo el contenido de su Bula de convocación del Jubileo

Extraordinario de la Misericordia, “esa ternura con la que se dirige a los creyentes”,

está en su contemplación.

Pero no Señor de las Tres Caídas, ni de dos ni de ninguna. Señor del levantarse en el

ejemplo para nuestros pecados, tropezón humano, que encuentra su redención en

sobreponerse a el y reanudar el camino. Nunca podré describirlo como lo hacía

Vicente Acosta, cuyos labios se deshacían en dibujar esa misericordia de su Cristo.

Todavía recuerdo a nuestro querido Vicente, además amigo familiar y médico –con su

espejo frontal redondo en la frente- que me operó de vegetaciones en la más cruel

batalla de mi vida que yo recuerde, un niño apenas, yo espantado de la sangre y él

víctima de mis incontrolables patadas. Muchos años después, aquí mismo, ya bastante

aplacado por la edad, se disculpaba de no haberme podido llamar con motivo de mi

Pregón de Semana Santa. Y yo: Vicente, tu has hecho lo más importante que haya

hecho nadie por mí como Pregonero, tratarme la garganta que será lo que más

necesite. La sonrisa afectiva y la satisfacción humilde que se le dibujaron en la cara con

aquella improvisada respuesta mía es de los más altos honores que he recibido yo en

esta Hermandad, donde tantos Hermanos Mayores, Ramón León, Adolfo Vela, Luis

Murillo y tú mismo, Alfonso, me han otorgado tanto abrigo y calor impagables.

Sí, cuanta misericordia en vuestro Santísimo Cristo. Pero os repito mi místico

desacuerdo con su advocación:

Ni tres ni dos ni una, quién se hubiera levantado.

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Si era una muerte final cada vez que se caía.

Si a cada trecho hundido, sepulcro parecía,

yaciendo bajo la cruz, losa arbórea de mármol.

Tanta fiebre de dolor, y el Gólgota lejano.

De dónde sacar fuerzas si estaba desprendida

de su cuerpo vencido cualquier resto de vida,

y Dios, mudo detrás del relincho de un caballo.

Quién nos dijo que era todavía Viernes Santo

cuando se alzó otra vez de la piedra su rodilla

¿no fue verle glorioso en pié, resucitando?

¿Pascua adelantada o milagro de esta orilla?

Caricia alfarera en la palma de su mano

y en sus ojos Triana, curándole las heridas.

7.-ESOS TUS OJOS MISERICORDIOSOS

Nos ha encomendado una hermosa tarea de misericordia el Papa para este año.

Misericordiae vultus. Ese es el título de la Bula de Convocación del Jubileo

Extraordinario de la Misericordia. Un verdadero catecismo para estrenarnos de verdad

en la verdadera condición de cristianos.

El mundo hoy es una auténtica pesadilla, solo se ve descomposición de todo orden a

nuestro alrededor. Y Ella nos pone el dedo en los labios para no dejarnos arrastrar por

el pesimismo porque para eso es la Esperanza.

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Yo nunca he dicho en un pregón lo que hay que hacer o que decir, nunca he hablado

en imperativo, no creo que sea el papel del pregonero, ni que una sabiduría de pronto

le asista para convertirlo en profeta o guía. Pero hoy sí os invito a que se derrame en

vuestra conciencia la lectura de este documento lleno de razón del primer al último

renglón. Del primero en que dice que la misericordia es la vía que une Dios al hombre

porque abre el corazón a la Esperanza, hasta la última en que proclama como la tarea

fundamental de la Iglesia es introducir a todos en la misericordia de Dios en este

mundo de hoy, lleno de fuertes contradicciones y grandes esperanzas.

Y en medio ese itinerario de peregrinación por lo más bello de la revelación. El ir al

encuentro de cada persona llevando la bondad y la ternura de Dios. Que la

misericordia no es debilidad sino fuerza. Dios es esencialmente amor. Eterna es su

misericordia. Y fue lo que movió a Jesús en toda circunstancia. Y no es característico

solo de Dios sino de los hombres, con el instrumento del perdón. Porque el amor no es

una palabra abstracta. Y la credibilidad de la Iglesia pasa a través del ejercicio del amor

misericordioso. La misericordia enriquece la justicia, no podemos quedarnos solo en la

búsqueda de la justicia. La cultura presente no solo ha olvidado este tema, es que lo ha

sustituido por la soberbia que le han dado los adelantos científicos. Por eso rtetomar

su enseñanza es fundamental en el momento crítico del mundo. Para asistir en auxilio

de las heridas del mundo. No podemos escapar de la obligación de las obras de

misericordia.

Y emplaza a que esta Cuaresma sea vivida con mayor intensidad mediante diversas

iniciativas concretas donde la confesión y la meditación deben alentarnos. Nos enviará

Misioneros para ello, para que hasta los pecados más graves puedan ser perdonados

con cercanía.

Y tras un enfoque ecuménico de la misericordia, invoca a la Virgen para que la dulzura

de su mirada nos acompañe en este Año Santo. Con ternura y alegría. Si lo tenemos

fuertemente aprendido en la Salve como indisoluble con Ella: vuelve a nosotros esos

tus ojos misericordiosos. Que de esta Madre sacaría el niño, como todos los niños, sus

ojos.

Que hay que ver -esto deberían estudiarlo los oftalmólogos- cuanto bien, como de

bien se acomoda Ella en nuestras retinas. Hasta hacen milagros. Hace unos meses vine

a una concurrida misa y los pocos sitios libres según me situaba no se veía desde ellos

tu camarín. Me fui cambiando hasta que de pie, apoyado al muro, ya podía verte. Esos

días un familiar en desempleo estaba pendiente del resultado de una entrevista de

trabajo que le apremiaba ya con necesidad. Pues bien, levanté los ojos y al cruzarlos

con los tuyos me dije: qué tengo yo que pedirte. Te pediré por esta persona, y en el

medio segundo que te di para escuchar mi oración y mi ruego sentí vibrar el móvil en

mi bolsillo y un mensaje en su pantalla que decía la habían contratado. Casualidad,

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claro. Pero la casualidad no existe, existe la providencia y si cuando ella llega tu estas

presente, es que tu mano está allí.

"Yo vendo unos ojos negros" titulé hace muchos años una colaboración en vuestro

boletín. Describiendo cómo en una inolvidable levantá en ODonell, que me regaló

vuestro entonces Hermano Mayor Ramón León, al tirón de la levantá se estremecieron

todos los elementos del paso, como en un movimiento vertiginoso del que solo quedó

recompuesta luego la gracia cimbreante de su andar único, y todo se fundió en un

fogonazo de oro, todo menos tus ojos, tus profundos ojos negros, su imán, su faro

umbrío, epicentro sísmico inmutable de aquel brevísimo terremoto y de su onda

expansiva de luz y de platas y bordados y flores. Tus ojos como una estrella polar

inmóvil en el centro de giro de las constelaciones.

Aquella fotografía movida que fue la levantá, aquella agitada sacudida ¿cómo pudieron

mantenerse quietos, perfectamente enfocados, definido el lápiz de sus contornos, las

negras pupilas, la palma nocturna de sus pestañas me hizo verdad lo de Machado de

que los ojos que ves no son ojos porque los veas sino ojos porque te ven. Ojos que nos

seducen pero ellos mientras nos conducen, miran por donde nos perdemos y nos

sirven de guía, nos señalan dónde recuperar nuestro camino. Porque nada, ningún

oleaje los altera. Y nos hace sentirnos dichosos, `predilectos cuando nos los clava en

nosotros. Y nosotros en correspondencia fieles. Una bendición y un compromiso a la

vez. Vuelve a nosotros esos tus ojos. Ojos negros, hechiceros, quien no los va a querer

comprar, por hechiceros, porque no son capaces de hacernos ningun mal.

Qué bueno que estés hoy así vestida de hebrea, con esa corona de espinas en tus

manos, apretada contra tu pecho. La corona trenzada por nuestros males que te

quedas para ti, devolviéndonos el sueño de nana y de paz.

Porque en mi sueño de esta noche, para que sea fértil, tengo que verte como

consuelo, ayuda y esperanza real del mundo atribulado de hoy. ¿Os acordáis cuando

jurábamos en nuestras protestaciones de fe el defender nuestras creencias con el

derramamiento de nuestra propia sangre si preciso fuere? ¿No es eso a lo que nos

estamos aproximando hoy con la persecución de los cristianos que tenemos casi a las

puertas? El día que me comunicasteis esa elección, ese mismo día, lo primero que hice

(9 Noviembre) fue encontrarme una entrevista a alguien en la prensa que hablaba de

cómo aprendió a ser hermano de la Esperanza sin creer en Dios. Y ese no sé cómo se

habrá engañado a si mismo con la estafa de su firma en su solicitud de hermano pero

lo peor es que no ha llegado a entender ni la belleza de tus ojos y tu mirada, ni la

verdad de tu esperanza. Porque Tu eres mucho más que una bella Imagen. Tu estás al

cabo de la calle y del sufrimiento humano llevando la paz y la misericordia de Dios.

A veces los refranes no tienen razón.

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A veces la esperanza sí es lo primero que se pierde.

Y la vida es entonces un lobo que muerde.

Nadie llama a tu puerta si está dentro el dolor.

Para miles de gentes, su diario es el terror

Y es de hielo, de tumba, su negada poesía,

Soberana tristeza sin Neruda ni rima,

Oquedad sin ventanas, enterrado fulgor,

Un silencio que se alza sobre cruel pesadilla.

No hay niñez o se apaga al momento del parto,

Al saltar al vacío la vejez del espanto

Entre un coro de aullidos que galopa en la herida.

Pensad en multitud de conocidos ejemplos

Ahora mismo en el mundo, multitud de retratos

De la guerra, el olvido, la maldad, provocando

La mirada común de quien mira algo muerto.

Yo quisiera en tus ojos restaurar la esperanza,

Esos ojos benditos que contienen el cielo

Y copiarlos en los suyos, tan iguales en lágrimas

Y poner en sus manos, de la paz tu pañuelo.

Y no quiero que eso se quede en estampa

Lo que digo es que puedan sentir en sus venas

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El por qué de la vida, la alegría del alma,

La tranquila rutina de sentarse a una mesa.

Lo que digo es que Tú, del amor marinera,

De tu barca les eches a su injusto naufragio

Esa red de tus manos, tu divina faena

Y a la luz de las flores su atención les devuelvas.

Porque el refrán que ese sí que en razón persevera

Y se cumple por siempre, no hay razón que lo niegue

Es que Tú, la Esperanza, Tú nunca te pierdes

Ni nos pierdes a nadie, de la mano nos llevas.

Yo te pido en el mar y en el sol de Tu verde,

Terciopelo del tallo de las cosas que nacen

Que el futuro y la paz a todo pueblo le alcance

Y hoy más a quienes más lo merecen.

Porque al ver Tu Esperanza abrazada a la espina

Que es tortura y corona en Tu pecho clavada

Yo ya sé que por ésta fuiste Tü coronada

Y hay en ella más oro que de Reina vestida.

Porque a todos abrazas y de nadie te olvidas

En este abrazo de sangre de tus manos cruzadas,

No es el caso ni importa el refrán lo que diga,

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No se pierde, Jamás, con Tu Amor, la Esperanza.

8.-DESPERTAR EN EL BARRIO

Cuando uno despierta de un sueño, cuando nuestra mente regresa a la realidad, ese

lento espabilar con los ojos aun sin abrir, apuramos el recuerdo de lo soñado que se

escapa.

Es hora de despertar. Se ha terminado mi sueño. Y una nostalgia profunda hace más

agudo el rescoldo de la ilusión.

La tiniebla de la noche ya retirada, los celestes de la amanecida disueltos, la claridad

asentada del cielo, dan ahora paso a un blanco inmaculado, como si la condición

purísima de la Virgen ordenase el cromatismo de este tránsito.

Hay una obsesión de blancos campeando en el paso de la Virgen de regreso. La

candelería se va apagando sola y las llamas que quedan encendidas, sin halo de

resplandor, se agitan como un ahogado de tez amarilla a punto de sucumbir. Toda la

parece esculpida en mármol blanco, dúctil y caliente. Las cazoletas de las velas, leche

hervida rebosando. Se confunden y sobremontan como una orografía de nieve las

velas gastadas y las flores de cera que parecen más abiertas. El filo de sus pétalos lleva

el borde ennegrecido por el humo como llevan el filo de sus capas arrastradas los

nazarenos. Y al colarse el sol primero, a duras penas, por la celosía del palio, por la reja

de los varales –blancos también por la ausencia de brillos de la hora temprana-

comienza a matizar la gama de todo ese blanco concentrado. Alas palpitantes de

mariposas de azahar y almendro revolotean delante de las manos de la Virgen. Un

mantel limpísimo como dejado caer en arrugada crestería de formas caprichosas, en la

leve sombra de un encaje de novia. Nata sobre nieve. Albura de toca monjil. Recortes

de sagrada forma. Trae ante Ella un revuelo de palomas postradas de inocencia.

Me refriego los ojos. Solo eran los cirios arrebujados, esperando el primer rayo. Pero

es cuando su tez por el contraste del blanco, se vuelve más morena, en medio de esa

oblea de su paso. Gitana de buenaventura, romero en el delantal, el moño bajo la

corona y en los labios una soleá.

Tengo la color morena

Y el sol a mi no me da

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Será a causa de mis penas.

Ay, si la viera Florencio Quintero… pero va detrás, con una cruz a la espalda, hundido

no por su peso, ni por la madrugada, ni por el cansancio de la noche, ni por los

cuchillos del alba sino por ir allí detrás sin poderle ver la cara.

Por eso es la hora de devolverla a Triana.

Cuando la Virgen cruza el puente y baja la rampa del Altozano -quién pudiera cantarle

la belleza con que la vi descender entre los naranjitos de esquina a San Jorge- empieza

otra estación de penitencia. La de la luz meridiana campeando en lo alto, que si solo se

tratara de rematar la salida, no habría más que mirar la Farmacia Murillo y estar ya

dentro de casa. Pero la casa es todo el barrio y pisar el rellano de la cota de San Jacinto

es entrar en el Reino del piropo a la Madre. Si se pudiera pintar en un paisaje la

palabra fidelidad habría que retratar a nuestra Esperanza por su barrio demorándose.

Con el Pregón casi terminado me reencontré con unos versos olvidados de Garcilaso

que de haberlos hallado antes me habrían ahorrado escribir una sola línea porque en

ellos se contiene todo lo que procuraba deciros. Todo lo que a ti, Esperanza tenía que

decirte.

Escrito está en mi alma vuestro gesto,

y cuanto yo escribir de vos deseo;

vos sola lo escribistes, yo lo leo

tan solo, que aun de vos me guardo en esto.

En esto estoy y estaré siempre puesto;

que aunque no cabe en mí cuanto en vos veo,

de tanto bien lo que no entiendo creo,

tomando ya la fe por presupuesto.

Yo no nací sino para quereros;

mi alma os ha cortado a su medida;

por hábito del alma misma os quiero.

Cuanto tengo confieso yo deberos;

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por vos nací, por vos tengo la vida.

por vos he de morir, y por vos muero.

Y esto es al cabo lo que llena el aire en el rodeo a la Cava, tras visitar a la Estrella, las

Mínimas, junto al colegio donde con cinco años chispa más o menos me examinaron

de ingreso –pinte usted y escriba “un sillón marrón”. La única esquinita estrecha de

todo el camino, para tomar Pelay Correa: qué gloria verte aparecer, más abiertas

definitivamente las flores, como si hasta las de la velas rizás tuvieran vida y sus pétalos

se hubieran henchido más y aumentado de diámetro llenando más los entrevarales,

los cogollitos convertidos en rosas abiertas.

Qué guapa vienes. Y yo no soy de recrearme en la belleza de las Vírgenes. Para eso soy

mu castellano. Prefiero las Vírgenes de gesto, las de compungido rostro en escena.

Amargura con su ahogo, Macarena con su ceño, Quinta Angustia con su espera del

divino cuerpo, Valle con su caudal de llanto, Dolores de San Vicente con su lejano

horizonte.

No soy de reconocerme ante la Virgen por el mero hecho de ser guapa. Ya avisó el

padre Cué en su Pregón de las Glorias del peligro de muñequizarlas, aun cuando hay

bellezas monjiles de Astorga, serenas de Sebastián santos, andaluzas de Castillo

Lastrucci ante las que nos quedamos boquiabiertos. Pero eso de entrar en el peligroso

juego del color de los ojos, el maniquismo. Para mí escuchar los gritos de guapa,

guapa, guapa. Hasta que me enseñaste Tú, Esperanza aquello de que la cara es espejo

del alma.

Y comprendí lo que pasa de Santa Ana a tu capilla. En esa hora sagrada de rito en que

nos estamos vistiendo de nazarenos del Cachorro con tu entrada puesta en la

televisión. Apurando las últimas mecidas tus bambalinas, roneando que dice el capataz

mientras le quedan pocas veces de nombrar a Joaqui. Y está tu cara más bella que

nunca. Cuanta gente enamorada, y el piropo ya es el modo de estallar la lealtad dentro

del corazón, exento de frivolidades, vivos vivas, llamador de nuestra garganta. Qué

escuela dejó Santa Isabel.

Suena ahora Rocío. Se han deshecho todos los sitios de la cofradía, todo está

consumado, con los ciriales en la puerta, con el giro redondo del paso, con los faroles

de la puerta –de blancos y ocres recuperada este año la fachada- enredados en los

candelabros de cola. Y suena Triana de Esperanza para que canten todos esa Salve que

a puerta cerrada tendrán en breve el privilegio de cantarte los últimos nazarenos

dentro de la Capilla.

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Ahora despierto de mi sueño y me doy cuenta. Ahora sé lo que tengo que decirte, lo

único que tenía para decirte esta noche. Ahora sé en qué consiste este Pregón.

Que en este reclinatorio

en el que caigo a tus plantas,

atril de mis confidencias,

reja de pelar la pava,

viendo cómo me miras

debajo de tu ventana

porque ya no puedo más,

termino mis alabanzas

con lo que mira por donde

nunca creí que acabara,

pensando que repetirte

el clamor que te acompaña

no iba yo a ser capaz

de copiar los que te aman.

Quién iba a decirme a mi

que yo tambien lo gritara.

Como se dice un he dicho,

yo digo lo que te claman

junto a tu paso de palio,

o cada día en tu casa,

con un grito desgarrado,

con una oración callada,

eso que te dicen todos

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cuando te miran la cara

como el más rotundo credo

de la fe más entregada,

la más breve de las Salves

a una Reina Soberana,

frase concisa y hermosa

que nadie puede evitarla.

El modo con que te llama

la viejecita del barrio

con voz misma de Santa Ana,

o la mocita que quiere

verse en tí reflejada,

el niño, el joven acaso

pues que tu sola les bastas,

lo que te dijeron tantos

que es ya amén de la Cava,

lo que tantos te dirán

rezos que así arrancan,

todos así se santiguan

al comenzar su plegaria

intuyendo la belleza,

pura y limpia inmaculada,

como resumen perfecto

de tu Verdad Revelada.

Lo mismo que Garcilaso

pero de forma más llana.

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Que quien así te saluda

te está llamando: sin tacha

Madre de Dios celestial,

Flor de Bienaventuranza.

Y sabiendo lo que esconde

la esencia de esas palabras

inmensa mariología

refrendada por los Papas

yo las quiero utilizar

para explicarte mis ansias

para explicarte que quiero

dejar así rematada

la emoción que he proclamado,

hondura de mis entrañas:

no se nos acabe nunca

esta madrugada larga,

esta cita de esta noche

que terciopelos presagia,

donde mis venas, de río

te llevaron en volandas,

y alzaste mi corazón

como alzas la campana

camino de esta Catedral

en mi pecho cobijada,

con un repique de gozo

mejor que el de la Giralda.

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Sin fiscal, hora ni prisa

noté que te recreabas

en mi sangre que por ti

fue corriente desbordada,

Guadalquivir de latidos

donde mis penas apagas

abriendome con tus brazos

el surco donde descansa

todo mi fuego dormido

ese que tu sed sacia.

Que yo no se despedirme

que hemos de seguir mañana.

Cuando te llame Amargura

estaré diciendo Esperanza,

cuando a Patrocinio rece

oiré de fondo tus marchas,

Penas, Angustia, mis madres,

serás sal de sus lágrimas.

Por eso a tu Hermandad

gracias y gracias y gracias,

pero a tí mi Emperatriz,

ya de rodillas mi alma,

porque tengo que acabar,

roto mi puente de barcas,

solo me queda decirte

hecho cante, fuego, fragua

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como una explosión de júbilo

cual esquina de tus andas

como te cantan saetas

con la voz enamorada,

solo me queda chillarte

Esperanza de Triana

solo este grito postrero:

Y guapa y guapa y guapa.

HE DICHO