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Revista Latinoamericana de Psicología 2007, volumen 39, N o 2, 327-349 TELEVISIÓN Y VIOLENCIA 1 J. MARTÍN RAMÍREZ 2 Universidad Complutense de Madrid, España 1 Este trabajo ha sido realizado dentro del proyecto BSO2001-1224 del programa I+D+I del Ministerio de Ciencia y Tecnología Español. 2 Correspondencia: J. MARTÍN RAMÍREZ. Departamento de Psicobiología. Universidad Complutense de Madrid, España. Correo electrónico: [email protected]. RESUMEN A pesar de los múltiples experimentos y observaciones realizados sobre las relaciones entre television y violencia, todavía no es posible ofrecer una conclusión definitiva, La mayoría de las investigaciones observan una correlación positiva entre la exposición habitual a violencia en los medios de comunicación y el actuar agresivamente en los sujetos expuestos, si bien estas ABSTRACT In spite the many observational and experimental studies on the relations between television and violence found in the literature, there is still no agreement about an eventual causal relationship. Even if most authors have observed a positive correlation between both variables, these do not have to be necessarily causal; both might depend of a third factor. Although most results show eventual short term causal effects of mass media on violent behavior, some ones suggest the opposite direction of the effect, a third group suggest rather bidirectional influences, and finally other authors talk about the cathartic effects of some violent programs. The final part of the article suggests some possible psychological models as explanation of the eventual relationship between both variables. Key words: television,violence.

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Revista Latinoamericana de Psicología2007, volumen 39, No 2, 327-349

TELEVISIÓN Y VIOLENCIA1

J. MARTÍN RAMÍREZ2

Universidad Complutense de Madrid, España

1 Este trabajo ha sido realizado dentro del proyecto BSO2001-1224 del programa I+D+I del Ministerio de Ciencia y TecnologíaEspañol.

2 Correspondencia: J. MARTÍN RAMÍREZ. Departamento de Psicobiología. Universidad Complutense de Madrid, España. Correoelectrónico: [email protected].

RESUMEN

A pesar de los múltiples experimentos y observaciones realizados sobre las relaciones entretelevision y violencia, todavía no es posible ofrecer una conclusión definitiva, La mayoría delas investigaciones observan una correlación positiva entre la exposición habitual a violenciaen los medios de comunicación y el actuar agresivamente en los sujetos expuestos, si bien estas

ABSTRACT

In spite the many observational and experimental studies on the relations between televisionand violence found in the literature, there is still no agreement about an eventual causalrelationship. Even if most authors have observed a positive correlation between both variables,these do not have to be necessarily causal; both might depend of a third factor. Although mostresults show eventual short term causal effects of mass media on violent behavior, some onessuggest the opposite direction of the effect, a third group suggest rather bidirectional influences,and finally other authors talk about the cathartic effects of some violent programs. The final partof the article suggests some possible psychological models as explanation of the eventualrelationship between both variables.

Key words: television,violence.

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INTRODUCCIÓN

Mientras que la manipulación biológica esciencia-ficción (Cervós Navarro & Ramírez,1976; Ramírez, 1976), la manipulación cultural,por el contrario, es un peligro real. El ambienteejerce un potente influjo moderador sobre laconducta (Ramírez, 1984), principalmente a tra-vés de los medios de comunicación impresos yaudiovisuales, y especialmente de la televisión,dada su influyente función creadora sobre laopinión pública, determinando y condicionan-do mucho de lo que suele pensar, decir y hacerla gente. Su influencia es tan grande que inclusose suele conocer a los medios de comunicacióncon el sobrenombre de Cuarto Poder, en cuantoque actúan como contrapeso del poder político.Esto implica una enorme responsabilidad en laselección de noticias y en la aplicación de losnecesarios criterios éticos. Así, Karl Popper, trasinsistir sobre el enorme poder de la televisiónsobre la mente humana, sugería la convenienciade una autodisciplina por parte de sus producto-res porque «una televisión sin reglas está provo-cando la corrupción moral de la humanidad».No es sorprendente que los personajes televisivosque se adoptan como modelos, suelen dejarmucho que desear moralmente.

Este influjo resulta especialmente importan-te cuando la capacidad crítica de los espectado-res no es muy elevada, como suele ocurrir conpersonas inmaduras: adultos poco formados y

niños, tan influenciables al estar en pleno desa-rrollo mental. De ahí la preocupación social ycientífica sobre sus posibles efectos, tanto bene-ficiosos, ayudando en su prevención mediantela educación (Covarrubias, 1980), como noci-vos, fomentando el desencadenamiento de con-ductas violentas. Nos encontramos ante una delas instituciones que más pueden influir sobre laeducación infantil.

Un campo especialmente delicado es el re-lacionado con la violencia. La televisión mues-tra cada vez con más frecuencia e intensidadescenas de violencia: asesinatos, robos, secues-tros y tantas otras escenas inapropiadas durantela infancia. Los programas infantiles muestranincluso mayor cantidad de actos violentos quelos programados para adultos: la NationalCoalition on Television Violence (NCTV) hacalculado que, a los 8 años, un niño norteameri-cano ya ha visto unos 15.000 homicidios entelevisión. Y según la Asociación Española deTeleespectadores y Radioyentes, cada semanase ven 670 homicidios, 420 tiroteos, 8 suicidios,30 torturas, y un sinfin de violaciones, sexo, robosy otros episodios violentos. Los niños están ex-puestos a demasiadas escenas violentas en televi-sión. Williams y col. (1982), por ejemplo, hancontado una media de 17 agresiones –físicas overbales– por cada hora de programa televisivo.

¿Influirá este ‘exceso de dieta violenta’ en eldesencadenamiento o aumento de las tendencias

correlaciones no tienen porqué explicarse necesariamente en términos causales; ambasvariables podrían depender de un tercer factor, responsable de su correlación. Aunque lamayoría de los los autores defiende que el possible influjo causal de los medios de comunica-ción sobre los comportamientos agresivo y antisocial en la vida real, esto solo se ha observadoa corto plazo. Para otros, por el contrario, la causalidad se mostraría justo en dirección contraria:quienes prefieren ver más televisión y las escenas más violentas son los que se comportan másagresivamente. Y no faltan quienes apuntan más bien hacia una posible causalidad bidireccionalentre ambas variables, o incluso quienes piensan en su efecto catártico. Concluimos sugiriendoalgunos posibles modelos psicológicos podrían explicar las eventuales relaciones -causales ono-entre ambas variables.

Palabras clave: televisión, violencia.

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agresivas de los teleespectadores, impulsándoles aactuar de modo similar a lo que ven en la pantalla?La población en general intuye que sí, tal como haconfirmado una encuesta nacional llevada a caboen Estados Unidos (Harris, 1977). El 43% de losadultos encuestados pensaba que la excesiva pre-sencia de programas televisivos de tipo violentoinfluiría de alguna manera en que la sociedad seacada vez más violenta; otro 37% lo consideraba almenos como una afirmación plausible; sólo un16% no creían en su influjo. La propia AmericanMedical Association (1976) declaraba que “laviolencia en televisión amenaza la salud y elbienestar de los jóvenes norteamericanos»,comprometiendose consecuentemente a buscarlos remedios oportunos, y a fomentar «la oposicióna programas televisivos que contengan violencia ya sus patrocinadores”.

Pronto el mundo científico empieza a interesar-se también en el tema, convirtiendose en uno de loscampos psicológicos sobre los que más se hainvestigado en estos últimos años. Aunque noresulta nada fácil interpretar los muy distintosresultados obtenidos en la ya gran cantidad deinvestigaciones llevadas a cabo, una primera aproxi-mación sugiere un amplio consenso en favor deque la exposición a la violencia televisiva dealguna manera fomenta la agresividad en niños(apenas se ha investigado aún el tema en adultos).Da la impresión, por tanto, que los modelos agre-sivos que más preocupan a padres e investigadoresson precisamente los ofrecidos en la pantallatelevisiva.

A continuación, se presentarán los métodospara el estudio de la relación entre TV y violen-cia, la validez científica de sus posibles efectos,su duración y los posibles modelos explicativos.

PRINCIPALES MÉTODOS DE ESTUDIO

Los muy variados estudios científicos sobre laseventuales relaciones entre televisión y violencia,pueden agruparse en las siguientes categorías:surveys o encuestas, estudios correlacionales, es-tudios experimentales de laboratorio, y estudios

observacionales de campo, a corto plazo ylongitudinales. Comentemos brevemente en quéconsiste cada uno de ellos.

Encuestas

Analizan si los medios de comunicaciónfomentan o no una subsiguiente agresividad y,en caso de que así fuere, de qué tipo y en quémedida, hacia quiénes se dirigirá, en qué cir-cunstancias, etc. Así, la NCTV valora el grado deviolencia de los telefilms según el número deactos violentos –físicos o verbales– por unidadde tiempo, y observa la cantidad aparente deimitación directa desencadenada por cada tipode actos. Su continua preocupación porque dis-minuya la presencia de violencia en la televisiónnorteamericana empieza a verse recompensada:mientras que crecía incesantemente hasta me-diados de los años ochenta, en los noventadisminuyó en un 40% (Renfrew, 1996).

Otra encuesta actualmente en marcha es elNational Television Violence Study (NTVS),programado por la National Cable TelevisionAssociation. Su principal objetivo consiste envalorar y analizar los niveles de violencia encon-trados en todo tipo de programas, incluyendoemisoras de radio, a las distintas horas de laparrilla de programación, a lo largo de tres años,para ver cómo va evolucionando la violencia enla televisión norteamericana. Una primera con-clusión de interés es la importancia del contextoen el que aparece la violencia (Donnerstein,1998).

Las encuestas suelen limitarse a analizar elcontenido de los programas, por ejemplo, deter-minando el número de episodios agresivos en-contrados, quién participa, dónde y cuándo,cuáles son sus consecuencias y otras caracterís-ticas similares, así como su mayor o menorfantasía o realismo. Aunque no pretenden de-mostrar ninguna relación causal –ni siquierasuelen medir el comportamiento de la audien-cia–, sí permiten sugerir el papel ‘reforzante’ delos medios de comunicación, y especialmentede la TV, influyendo sobre las actitudes de los

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espectadores más vulnerables. Así, muchos pro-gramas inculcan en el subconsciente del espec-tador ideas preconcebidas, tales como que somosagresivos por naturaleza, la vida es violencia,que la lucha por la vida a menudo exige unacierta dosis de violencia, que la violencia abrelas puertas del éxito, que los violentos son losajenos a nuestro grupo –extranjeros y gente deotras etnias–, y otras por el estilo. Más aún, dadala popularidad de los programas violentos, y porende su rentabilidad económica, su atracciónpor la industria audiovisual resulta indiscutible,dado que su principal objetivo no es otro quehacer dinero.

Estudios correlacionales

Comparan la cantidad y el tipo de violenciaemitida en televisión con el comportamientoagresivo o antisocial observado en los tele-spectadores –por ejemplo, luchas u otros inci-dentes de delincuencia–, medido indirectamente,mediante apreciaciones propias o ajenas –nor-malmente compañeros, padres o maestros– y, aveces, incluso mediante observaciones directas,lo más imparciales posibles, hechas por lospropios investigadores.

Con frecuencia se han observado correlacio-nes positivas entre la cantidad de tiempo ante eltelevisor –sea cuales fuere el tipo de escenasvistas– y nivel de agresión infantil, en ambossexos, en los ambientes socioeconómicos másvariados, y en muy diversos grupos étnicos (porejemplo, McCarthy & cols., 1975). Así, segúnJuan Rey Calero, de la Real Academia Españolade Medicina, el nivel de conducta agresiva detec-tada en las consultas pediátricas varía según lacantidad de tiempo dedicado a ver televisión: un5% entre quienes ven 5 a 10 horas a la semana; un6,15% entre quienes ven de 10 a 15 horas a lasemana; y más del 9,41% entre quienes ven másde 25 horas a la semana. La propia AcademiaNorteamericana de Pediatría (American Academyof Pediatrics, 1990), ha llegado a hacer la siguien-te declaración institucional: “los pediatras debe-rían recomendar a los padres que limiten a una o

dos horas diarias el tiempo que sus hijos ventelevisión”.

En un interesante estudio transnacional,Brandon Centerwall (1989) comparó el nivel totalde homicidios entre la población blanca de paísescon similar nivel de lectura de libros y prensa oaudiencia radiofónica pero en los que la televisiónse había implantado con un cuarto de siglo dediferencia entre sí: mientras que en EE.UU. yCanadá la televisión se introdujo en los años 50,en Sudáfrica, por motivos políticos relacionadoscon el apartheid, no empezó a emitirse hasta1975. Pues bien, en todos ellos se observó unacorrelación paralela entre la aparición de la televi-sión y el subsiguiente aumento del nivel de homi-cidios, cuya tasa se doblaba unos 10-15 añosdespués, es decir cuando se hacían adultos aque-llos niños que ya podían ver televisión. Estosdatos, apoyados en las teorías que defienden quelas raíces del comportamiento antisocial puedenencontrarse en la infancia, resultaban tentadores,en cuanto que sugerían que la mera exposición ala televisión durante la infancia mostraba efectosmodificadores de la conducta a largo plazo, talcomo refleja, años después, una actividad pri-mordialmente adulta, como es el homicidio. Qui-zá también podría ampliarse dicha sugerencia aotras formas de agresión interpersonal, no estu-diadas en el mencionado estudio. Idéntico tipo deanálisis, sin embargo, no ha encontrado efectossignificativos por lo que se refiere a la tasa desuicidios (Centerwall, 1996).

Otro estudio igualmente interesante en cuantoque fue realizado prácticamente cuando comen-zaba a emitirse televisión en Sudáfrica (entre1977 y 1981), consistió en auto-informes sobrela cantidad total de televisión vista por adoles-centes blancos de ambos sexos, entre 13 y 17años, y su agresividad: mostró igualmente unacorrelación positiva, si bien sus eventuales efec-tos parecían ser menores que los producidos porotros influjos familiares y sociales (Botha &Mels, 1990).

Una amplia encuesta efectuada en repetidasocasiones por la cadena norteamericana NBC a

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lo largo de los años setenta en alumnos deenseñanza elemental de ambos sexos, tambiénencontró una correlación positiva significativatanto entre la cantidad total de televisión vista ysu nivel de agresividad, valorada por sus com-pañeros, como entre la cantidad de escenas vio-lentas televisadas y dicha agresividad. Sus datos,sin embargo, aunque no excluyen la hipótesis deque la exposición habitual a programas violentosaumenta la agresividad ulterior de sus telespecta-dores, tampoco parecen lo suficientemente tajan-tes como para apoyarla: apenas se encontrarondiferencias ente ambas situaciones (r = 0,13 paratelevisión en general, y r = 0,23 para escenasagresivas) (Milavsky & cols., 1982).

El posible influjo específico de programasviolentos no presenta resultados consistentes.Según unos estudios, comparando las tasas deviolencia televisiva y la de crímenes violentos enEstados Unidos durante la década de los ochen-ta, descubren un aumento paralelo de ambassólo durante los dos primeros años; luego apare-cen tendencias opuestas: cuando aumenta laviolencia en televisión, disminuye el crimen, yviceversa, si bien de modo no proporcional entresí (Renfrew, 1996).

Por el contrario, según otras encuestas, entreun 22% y un 34% de los jóvenes encarcelados porcrímenes violentos reconocían haber imitado cons-cientemente técnicas criminales aprendidas entelevisión (Heller & Polsky, 1976). Desde estaperspectiva, y en relacion con la influencia nega-tiva de los medios de comunicacion social, en unartículo sobre el comportamiento criminal enColombia, Samudio (2001) afirma textualmenteque «estos medios contribuyen secundariamen-te a la construccion del delincuente y sólo cuan-do en él se ha dado un desarrollo que les concedea sus mensajes un sentido que para otros notienen. En estos medios el muchacho puede

encontrar conocimientos que contribuyan a laeficacia de sus actividades delictivas asi comovalores que pueden fortalecer los suyos como elpragmatismo y la valoracion positiva de la vio-lencia» (pág. 70).

Obviamente, las correlaciones observadasno tiene porqué explicarse necesariamente entérminos causales, pues la simple correlaciónsincrónica entre dos variables dependientes,como la exposición a la violencia televisiva y eltipo y frecuencia de comportamientos agresivosobservables en la audiencia, nunca podrá de-mostrar una conexión causal3 . Por ejemplo, elver mucha televisión podría explicarse por lafalta de otras alternativas mejores a las quédedicar el tiempo libre, tales como hacer depor-te, desarrollar manualidades u otras habilidadesartísticas, pasear o ejercitar actividades al airelibre, cultivar amistades que ayuden al desarro-llo de la inteligencia y al fomento de la creativi-dad leyendo, escribiendo o compartiendoexperiencias con padres y amigos, etc. En unapalabra, aunque meros resultados correlacionalesno permiten concluir la existencia de una rela-ción de causalidad, sus datos tampoco resulta-rían inconsistentes con ella.

Estudios experimentales de laboratorio

Buscan posibles conexiones causales entrela ‘agresión simbólica’ derivada de escenas vio-lentas proyectadas en películas o en televisión(no se puede olvidar su gran contenido emocio-nal) (Aguilar & Ramirez, 1997) y la ‘agresiónreal’ de los sujetos expuestos, mediante la valo-ración de los cambios comportamentales subsi-guientes a dicha proyección.

La primera investigación experimental quese planteó la posibilidad de que la violencia enlos medios podía contribuir a aumentar la vio-

3 No faltan técnicas corrrelacionales que permitan hacer fuertes inferencias causales. Por ejemplo, ante tomas longitudinales dedatos, se puede determinar si lo observado en un momento 1 se relaciona con lo de otro momento 2; para poder afirmar que el hechode ver televisión podría fomentar agresividad en la audiencia, la correlación al verla previamente a la conducta observada debería sermayor que lo contrario, es decir al verla en un momento ulterior a la observación de dicha conducta.

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lencia en la sociedad, la llevó a cabo AlbertBandura en Stanford durante los años sesenta.Consistía en analizar la conducta de niños deenseñanza pre-escolar ante objetos inanimados–muñecos de plástico inflados, llamados BoboDolls– imitando lo que acababan de ver hacer alos adultos durante breves películas que se lesproyectaba previamente. Se basaba por tanto ensus fuertes efectos imitadores de modelos. Elpropio Bandura (1965), sin embargo, puntuali-zó que del hecho que los niños aprendierandichas respuestas contra los muñecos no podríacolegirse necesariamente que también las utili-zaran contra personas, ni siquiera que pudieraninterpretarse como verdaderas agresiones, pueslas circunstancias expuestas en las películas delos Bobo Dolls eran muy lejanas de las quesuelen encontrarse durante la realidad cotidiana.Sus estudios, por tanto, no permitían concluirque la observación de películas violentas fo-mentase la agresión interpersonal.

De ahí que se ingeniaran otra serie de experi-mentos de laboratorio en los que se proyectabanpelículas con escenas de violencia más cercanasa lo que suele verse en televisión o en cine, y conmedidas más ‘reales’: la agresión contra otrosniños –y no contra meros muñecos–, medidamediante técnicas de observación o cuantificadamediante el uso de determinados botones. Porejemplo, se analizaban las tendencias a ayudar oa dañar a otros niños tras proyectarles unasbreves escenas de tipo agresivo –escenas de lacélebre serie televisiva “Los Intocables”– o noagresivo –veían pruebas atléticas–: la breve ex-posición a episodios agresivos facilitaba la agre-sividad inmediatamente posterior –apretaban conmayor frecuencia un botón que supuestamentedesencadenaba quemaduras sobre otra perso-na– en sujetos de ambos sexos; pero esto noocurría si sólo veían pruebas atléticas (Liebert &Baron, 1972).

Por su parte, Josephson (1987) notó que laexposición a señales que acababan de verse enuna película violenta resultaba especialmentepotente como desencadenante de la agresividadcontra sus compañeros, y Bushman y Geen(1990) observaron que también aumentaba la

presión arterial sistólica. Este aumento de laagresividad cotidiana y de una mayor facilidaden su provocación en situaciones experimenta-les tras ver películas violentas, se ha observadotanto en chicos previamente catalogados comoagresivos, como en otros ‘no agresivos’ (Parkey cols, 1977). De modo paralelo, la proyecciónde películas con modelos pro-sociales fomenta-ba en los niños un comportamiento menos agre-sivo (Pitkannen-Pulkkinen, 1979).

La visión de escenas violentas también afec-taba el nivel de castigo (Goldstein y cols., 1975).Sin embargo, aunque se tomaba esto como me-dida de agresión, podría haberse interpretadoigualmente como reflejo de una mayor percep-ción de la necesidad de controlar la violencia, demodo similar a cómo, tras ver un programa sobrelos efectos nocivos del tabaco, uno se puedesentir más restrictivo respecto al fumar.

En resumen, la mayoría de los resultadosobtenidos en laboratorio, bajo condiciones biencontroladas, sugieren que la exposición de niñosa escenas violentas –tanto en cine como entelevisión– facilitan comportamientos similaresinmediatamente después, es decir a corto pla-zo… al menos en algunos sujetos (v. revisionesen: Comstack, 1975, 1980; Geen, 1990).

Estudios observacionales de campo

La realidad de la vida, sin embargo, no puedecaptarse del todo en el ambiente artificial de unlaboratorio (Freedman, 1984). La exposición deniños a breves escenas violentas y la observa-ción de sus reacciones inmediatamente después,no logran acercarse lo suficiente al ‘realismo’deseado como para contribuir de modo decisivoa la comprensión de tan complejo efecto cultu-ral. De ahí la necesidad de acercarse a condicio-nes más ‘naturales’, aún a riesgo de no poderaplicar con todo rigor los apropiados controlesprocedimentales exigibles en un experimentocientífico. Y esto es lo que se proponen losestudios observacionales de campo; por ejem-plo, se observa si se dan eventuales respuestasverdaderamente agresivas en la escuela o en

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casa, en vez de en el contexto artificial de unlaboratorio, tras proyectar películas enteras, enlas que hay tanto escenas violentas como no-violentas, tal como suele ocurrir en la realidad.

Estudios muy variados hechos con niñossuelen coincidir –aunque no siempre– en laexistencia de una correlación estadísticamentesignificativa y altamente replicable entre ambasvariables. Sin ser muy fuerte, tiene suficientemagnitud como para reflejar una significaciónsocial (Rosenthal, 1986). Así, Leyens y cols.,(1975), tras proyectar películas durante cinconoches consecutivas a dos grupos de chicosinternos en un colegio –violentas a unos y noviolentas a otros–, observaron que aquellos chi-cos expuestos a películas violentas mostrabanun aumento en algunas respuestas agresivas –aunque no en todas– durante los días subsi-guientes, pero no encontraron cambiosconsistentes en el grupo que vio películas noviolentas.

Zillmann (1993) llevó a cabo dos experi-mentos para estudiar la conducta hostilinterpersonal. En el primero, tras una semanaviendo películas violentas o ‘inocuas’, los suje-tos eran tratados de manera abusiva o cortés poruna persona desconocida. Cuando se les daba laoportunidad de responder a dicho comporta-miento, lo hacían con mayor hostilidad aquellosque habían visto películas violentas; aunque laexposición prolongada a la violencia divulgadapor los medios también afectaba a quienes, lejosde haber sido provocados, habían sido tratadoscon cortesía, las represalias eran mayores en lossujetos provocados; su hostilidad se veía inten-sificada por la previa exposición prolongada a laviolencia en los medios. En un segundo experi-mento, personas ‘compinchadas’ con el experi-mentador provocaban a los sujetos haciendocomentarios incómodos y desagradables sobreellos. Posteriormente, éstos tenían la oportuni-dad de tomarse una represalia, al pedirseles quevaloraran el trabajo de dichas personas, dándo-les a entender que su opinión sería tenida encuenta a la hora de decidir si se les seguíacontratando o no. Pues bien, la intensidad de la

represalia era directamente proporcional al gra-do de excitación causada por la película quehabían visto previamente: tras proyectarles laspelículas más desagradables, se enfadaban másy su valoración del ‘compinche’ era peor.

Otros estudios de campo, sin embargo, mos-traron conclusiones muy distintas. Feshbach ySinger (1971), por ejemplo, tras proyectar pelícu-las violentas y no violentas a dos grupos de chicoscon un pasado de delincuencia, observaron unmayor número de interacciones agresivas en aque-llos que habían visto películas no violentas; segúnsu interpretación, este aparente aumento de laagresividad tras ver películas no violentas seríamás bien fruto de la frustración, pues las películasresultaban demasiado aburridas. Y Milgran yShottland (1973), tras proyectar programastelevisivos en los que se observaban diversoscomportamientos antisociales, como robar o uti-lizar el teléfono de modo abusivo, tampoco ob-servaron cambios significativos en la conducta.

Un meta-análisis de estudios a corto plazo(Wood, Wong & Cachere, 1991) analizando 30comparaciones en 23 estudios en los que semedía la agresión en interacciones sociales noestructuradas, mostró un aumento significativodel nivel de agresividad en niños tras su exposi-ción a violencia en cine o televisión, si bien esteefecto no era uniforme en todos los estudiosanalizados. Por el contrario, estudios de campoen adultos sólo han mostrado correlación signi-ficativa en raras ocasiones.

Otro meta-análisis más amplio –se analiza-ron más de un millar de comparaciones encon-tradas en 185 estudios experimentales yobservacionales– también encontró una fuerteasociación entre la exposición a la violenciadivulgada y la conducta agresiva y antisocial delos telespectadores, si bien sus autores (Comstock& Paik, 1991) no se aventuraron a ofrecer posi-bles explicaciones causales.

En resumen, aunque sigue en pie la contro-versia sobre la interpretación de los datos, dadala dificultad de medir con exactitud el nivel de

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agresividad desencadenada, la mayoría de lostrabajos apuntan a que los chicos que se compor-tan más agresivamente son los que, tomados ensu conjunto, ven más televisión y prefieren lasescenas violentas (Bachrach, 1986; Comstock,1980; Huesman & Eron, 1986).

Estudios longitudinales de campo

Son más dinámicos, pues comparan dichasrelaciones en distintas ocasiones a lo largo deldesarrollo con el fin de evaluar su dinámica y eleventual valor predictivo del comportamientoinfantil. Aunque en este tipo de estudios no esposible separar con certeza absoluta causas yefectos, un análisis adecuado de los datos obteni-dos permite sugerir la mayor o menor plausibili-dad de un posible efecto causal, pudiendo resultarcruciales a la hora de valorar más directamente elsignificado práctico de la relación entre compor-tamiento agresivo y exposición habitual a esce-nas violentas en los medios de comunicación. Enconcreto, nos dicen si la violencia televisiva a laque se exponen durante la infancia sirve comoíndice predictivo de futuras conductas agresivasy antisociales en la edad adulta.

Una interesante coincidencia –problemas derecepción de señales impidieron que la televisiónllegara a una pequeña región del norte de Canadáhasta 1973– permitió analizar su impacto en unacomunidad hasta entonces ´virgen´ de dicho hi-potético influjo, comparándola con otras doscomunidades similares, pero con televisión: mien-tras que en las comunidades ‘control’ los nivelesde agresividad física (pegar, empujar y morder) yverbal en niños de seis y siete años no cambiaronsignificativamente durante los dos años que duróel estudio, en la ciudad ‘virgen’ el nivel de agre-sión infantil aumentó en un 160% respecto alnivel existente antes de la introducción de latelevisión (Joy, Kimball & Zabrack, 1986). Esto,a pesar de que los niveles de violencia de latelevisión canadiense suelen ser relativamentebajos, unas cuatro veces menores que los estado-unidenses, según un estudio de la NCTV hechoen 1981. En una palabra, la mera posibilidad de

acceso a la programación televisiva, aunque seano violenta, acarrearía un aumento en la agresivi-dad de la audiencia infantil.

Huesmann, Eron y cols. (1984) hicieron unestudio longitudinal en la Norteamérica semi-rural, durante más de dos decenios, aplicando entres ocasiones una serie de medidas a un mismogrupo de personas del Columbia County (NuevaYork), cuando tenían 8, 18 y 30 años, respecti-vamente. Su aportación más importante consis-tió en observar una correlación significativaentre la agresión en edad temprana y la conductaantisocial y criminal en edad adulta. A los ochoaños, los chicos –pero no las chicas– mostrabanuna correlación entre la cantidad de violenciatelevisiva que veían, según sus madres, y sunivel de agresión, evaluado por sus compañeros(r = 0,21); dicha correlación ya no se daba a los18 años, aunque sí se constató que aquelloschicos que preferían más escenas violentas diezaños antes, eran los que se comportaban demodo más agresivo (r = 0,34) [en Finlandia,según estudios hechos por Viemerö (1986), estoocurría en sujetos de ambos sexos, y no sólo envarones]; a los treinta años, tampoco se encontrórelación alguna entre sus actuales hábitostelevisivos y su conducta, pero sí se observócómo los hábitos de ver televisión adquiridospor los chicos en edades tempranas (a los ochoaños) sí se correlacionaban con su comporta-miento agresivo en la edad adulta, sirviendoconsiguientemente para predecir sus niveles decriminalidad.

El mismo equipo de investigación ha amplia-do sus datos haciendo una comparacióntransnacional (Huesman & Bachrach, 1988;Huesman, Lagerspetz & Eron, 1984). Aunque,como era de esperar, encontraron variacionessustanciales entre los países estudiados (Austra-lia, Estados Unidos, Finlandia, Israel y Polonia),también pudieron sacarse interesantes conclu-siones generales: los niños más agresivos veíanmás televisión, preferían los programas másviolentos, se identificaban más con los persona-jes y percibían las escenas violentas como máscercanas a la realidad que los menos agresivos.

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Además, excepto en la muestra australiana, tam-bién se detectó un posible efecto longitudinalentre la exposición habitual a la violenciatelevisiva y el ulterior aumento de agresividad,sirviendo aquella como índice predictivo delcomportamiento agresivo años después(Huesman & Miller, 1994; Viemerö, 1986). Locontrario, sin embargo, no se ha observado: elnivel de agresividad infantil no permite predecirla cantidad de violencia que será observada enlos medios en su edad adulta (Viemerö, 1986;Viemerö, Olafsen & Lagerspetz, 1998).

Este estudio longitudinal sugiere un influjopequeño, débil y ligero –solo se encontró unaclara correlación en los varones y además limi-tada únicamente a entre un 1% y un 23% de lasconductas agresivas medidas en niños–, apun-tando más bien a relaciones que entreveen unefecto causal bidireccional y complejo. En ciertamedida, no obstante, también apoya las conclu-siones aportadas por experimentos de laborato-rio, según las cuáles la exposición a la violenciadivulgada en los medios estimularía la conductaagresiva, sugiriendo que en los varones podríaencontrarse una relación longitudinal entre di-cha exposición habitual a la violencia en lainfancia y el crimen violento en la edad adulta.Así pues, una vez que se desarrolla un tipocaracterístico de respuesta agresiva, ésta persis-tiría durante largo tiempo; la agresividad tem-prana, reflejada en la edad escolar, tiene unacierta probabilidad de convertirse en una severaconducta antisocial en los jóvenes adultos, pu-diéndose manifestar como agresión física, con-ducta criminal, abuso u otras conductasantisociales similares.

La predisposición a ver televisión y a com-portarse agresivamente podrían deberse tam-bién a la participación añadida –y quizá másimportante– de otros muchos factores que po-drían afectar a ambas variables: el ver televisióndurante la infancia afectaría al desarrollocognitivo, el cual, a su vez, influiría en unamayor agresividad durante la vida adulta.

Hasta ahora se pensaba que el periodo críticose centraba en la preadolescencia, no mostrán-

dose efectos adecuados cuando los excesostelevisivos tenían lugar a edades posteriores(Hennigan & cols. 1982; Milavsky & cols.,1982). Dolf Zillmann está investigando si laexposición continuada a violencia en televisióntambién influye negativamente en aquellos tele-spectadores adultos más propensos a cometeractos violentos. Ya ha estudiado su efecto sobreactitudes hacia la violencia, como medios pararesolver conflictos, encontrando diferenciasduraderas entre sexos: mientras que una exposi-ción prolongada a la violencia no parece afectaresencialmente a las mujeres, los hombres sí seven claramente influidos, aunque no de modogeneral ni uniforme, sino más bien dependiendode sus peculiares rasgos de personalidad y, demodo más concreto, de su sensibilidad. Pareceser que los hombres que tienen mayores proba-bilidades de ser influidos a actuar violentamenteson aquellos más insensibles y crueles, mientrasque, como ocurría con las mujeres, apenas seafectan los más ‘empáticos’, es decir los mássensibles a los sentimientos ajenos. Cuanta ma-yor cantidad de violencia televisiva se vea, másagresivo será también el comportamiento a cortoplazo en individuos impulsivos, pues les predis-pone hacia la hostilidad, mientras que disminui-rá la agresividad en individuos con dificultadespara vivenciar o enfrentarse abiertamente a sussentimientos agresivos, ya que les serviría decatarsis o purga psíquica contra la violenciareprimida.

En resumen, los datos longitudinales dispo-nibles parecen apoyar la hipótesis de que laexposición habitual durante la infancia a la vio-lencia divulgada en los medios de comunicacióninfluye en el desarrollo de la conducta agresivaen una magnitud suficiente como para mostrarimportantes diferencias sociales, y con efectosrelativamente independientes de otros factores,quizá más influyentes en sí.

Dificultades de Interpretación

La interpretación de estos resultados, tanvariados y con solo correlaciones relativamentemodestas, cuando no incluso inconsistentes, noestá exenta de dificultades, maxime dadas las no

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pocas diferencias encontradas en los métodosaplicados, en las medidas utilizadas y en loscontextos culturales estudiados.

En primer lugar, la metodología aplicadapuede resultar problemática. Resulta peligrosogeneralizar a situaciones naturales, como son elconflicto social o la violencia presente en lasociedad, resultados obtenidos en ambientesartificiales como los experimentales de un labo-ratorio: el golpear un muñeco de goma o elapretar un botón parecen poco representativosde las agresiones presentes en ‘la vida real’.Incluso el medir el eventual comportamientoagresivo desencadenable tras ver una películaviolenta –por lo general algo mas bien trivial–, ypretenderlo equiparar a la agresión desencade-nada en conflictos sociales, mucho más severa,como intentan inferir algunos investigadores,resulta ciertamente ‘atrevido’, por decirlo sua-vemente.

Además, el sentimiento de punibilidad antedichas acciones experimentales puede ser me-nor, pues parecen como alentadas por el experi-mentador que las propone. Algo similar podríaocurrir con el contenido de una película: pormuy violento que resulte en sí, por el mero hechode haber sido seleccionado por el experimenta-dor puede suponerse aceptable (Freedman,1984).

En cuanto a los estudios de campo, es difícilcontrolar en su totalidad las múltiples variableseventualmente presentes. Por ejemplo, no resul-ta fácil medir con exactitud el comportamientoagresivo en ambientes donde, lejos de aplicarselos estrictos controles característicos de los labo-ratorios, contribuyen a la varianza muchas otrasvariables incontroladas. También parece olvi-darse el hecho de que otras escenas no violentaso incluso prosociales probablemente tendríantambién un efecto en sentido opuesto, disminu-yendo la agresión subsiguiente (Barón yRobertson, 1995).

Los resultados sobre los que se quiere basaruna interpretación causal de los efectos de la

exposición a la televisión, son igualmente mo-destos. Si los efectos televisivos fueran verdade-ramente potentes, sus correlaciones se acercaríana la unidad, en vez de solo ese r = 0,31 encontra-do entre la exposición habitual a la televisión alos ocho años y el nivel de agresividad a losdiecinueve (Eron & cols., 1972), y el influjotelevisivo contaría para más de ese entre el 1% yel 23% contabilizado por Huesmann. Algunosmuestran incluso efectos inconsistentes; por ejem-plo, se observa mayor nivel de agresividad enlos grupos control en casi un tercio de un total de23 estudios analizados por Wood y cols. (1991),es decir, en siete.

Además, los estudios realizados suelen ana-lizar efectos demasiado a corto plazo como paraespecular sin riesgo sobre cómo un pequeñocambio observado durante la infancia pueda irseacumulando a lo largo del tiempo hasta producirun efecto tan significativo socialmente como esel de influir sobre la violencia en la edad adulta(Wood & cols, 1991). Tampoco he encontradoen la literatura científica ni datos experimentalesni teorías que sirvan para soportar con una cierta‘decencia’ científica el por qué lo que puedeincrementar agresión a corto plazo, tenga queaumentarla también a largo plazo. Por ejemplo,es un hecho que la excitación tiende a aumentarla agresividad a corto plazo –no hay más queobservar cómo suelen responder los niños antesituaciones frustrantes–, pero no está en modoalguno relacionada con niveles generales de unaagresividad más permanente.

A la hora de analizar eventuales correlacio-nes, tampoco puede dejarse a un lado toda otraserie de factores que predisponen a una personaa ser más o menos susceptible al influjo de laviolencia televisiva: la edad, el nivel previo deagresividad, el proceso de socialización a queestá sometido, su propio tipo de personalidad, sunivel de inteligencia y de desarrollo cognitivo, elorigen cultural, las expectativas morales, la nor-mativa existente y, por supuesto, la individuali-dad y libertad de cada sujeto (Ramírez, 1993).Todo ello influirá sobre la percepción de laviolencia.

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Por último, entre los científicos no faltanposibles prejuicios tanto personales como ideo-lógicos. Hay quienes, en su afán entusiasta porconvencer a la sociedad sobre la necesidad delimitar la exposición a la violencia televisiva,exageran sus eventuales efectos nocivos. Porejemplo, en un lugar leemos que hay 2.500investigaciones que demuestran su efecto nega-tivo, cuando en realidad el total de estudioscientíficos publicados sobre el tema en revistasde prestigio no pasa del centenar, y de ellos muypocos aportan datos experimentales propios.Otros hacen un uso selectivo de la información,ignorando aquellos datos que no ‘casan’ con susteorías preconcebidas, cerrando sus ojos, porejemplo, a otros posibles efectos beneficiosos,que presumiblemente también tendrá la televi-sión, o al influjo paralelo de otras conductasigualmente reflejadas en los programas proyec-tados.

Y en cuanto a sus eventuales implicacionespolíticas, solo mencionaremos, como ejemplo,la interpretacion marxista dada por Murdock(1982), presentando la violencia juvenil comoparte de la lucha de clases, y la televisión comoun importante medio para cambiar la percepciónde las clases sociales.

Resumen de resultados

La mayoría de las investigaciones muestranuna correlación positiva entre la exposición ha-bitual a violencia en los medios de comunica-ción y el actuar agresivamente en los sujetosexpuestos. Esta correlación se observa más cla-ramente en aquellos sujetos previamente menosagresivos (Viemerö, 1986).

Una mera correlación, maxime si es a bajonivel como las aquí encontradas, no asegura sueventual causalidad –podría reflejar meras dife-rencias en la estabilidad de las medidas (Rogosa,1980) –. De ahí que no haya podido demostrarseaún su relación causal, y menos aún ladireccionalidad de ésta, si bien tampoco se hapodido negar. No es de extrañar, por tanto, queencontremos explicaciones muy distintas entre sí.

La mayoría de los trabajos apoyan un posibleefecto causal: la exposición a la violencia en losmedios de comunicación aumentaría la conductaagresiva subsiguiente del espectador. No obstan-te, conviene hacer una serie de salvedades. Enprimer lugar, hay que recordar que la mayoría delas investigaciones se han llevado a cabo enniños; de ahí que, salvo que se advierta lo contra-rio, los resultados aquí comentados se limiten a laedad infantil. Aunque la exposición de los adultosa la violencia televisiva apenas se ha estudiado, suinflujo sobre el desencadenamiento de la conduc-ta agresiva no parece que sea tan influyente comodurante la infancia (Huesmann y Miller, 1994).En segundo lugar, los eventuales efectos causalesse han observado en laboratorio, por lo queresulta arriesgado generalizar sus resultados acontextos naturales propios de la vida real. Porúltimo, la mayoría de los estudios, tanto los expe-rimentales en laboratorio como los observacionalesestáticos, se han limitado a analizar posibles efec-tos inmediatos, a corto plazo, durante el periodoinmediatamente subsiguiente a la visión de unaescena violenta. ¿Serían duraderos los efectosobservados? Parece ser que los eventuales efec-tos de la exposición habitual a la violencia difun-dida en los medios se disiparían rápidamente,influyendo únicamente sobre la conducta inme-diata. Intentos de analizar eventuales efectos alargo plazo –por ejemplo midiendo el nivel deagresión sexual un mes después de la exposicióntelevisiva– no han mostrado la existencia deefectos significativos (Malamuth, 1986).

Para otros, por el contrario, la causalidadmostraría justo la dirección contraria: lo queocurre en realidad no es que los programasviolentos desencadenen mayor agresividad enlos telespectadores, sino que los chicos que secomportan más agresivamente son los que pre-fieren ver más televisión y las escenas másviolentas (Bachrach, 1986; Comstock, 1980;Gunter, 1994; Huesman & Eron, 1986). Viemerö(1986), por ejemplo, observó que las escenasviolentas de las películas les gustaban más a laschicas más agresivas que a las más pacíficas. Laspelículas agresivas se limitarían a ‘mantener’una agresión ya existente con anterioridad

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(Zillmann, 1982), en vez de facilitarla. Sin em-bargo, y a pesar de utilizarse los análisis estadís-ticos más variados, han resultado infructuososlos intentos de verificar esta hipótesis según lacual la agresión causaría un aumento en la visiónde escenas violentas.

No faltan tampoco quienes apuntan más bienhacia una posible causalidad bidireccional entreambas variables (por ejemplo, Huesman y Eron,1984); la exposición a la violencia en los mediosaumentaría la agresión y, al mismo tiempo, lossujetos agresivos preferirían ver más escenasviolentas. Su único apoyo experimental parecehaberse encontrado en un análisis de regresiónmúltiple realizado con el material recogido du-rante tres años por los mencionados autores endiversos países. Pero cuando se amplió a losdatos recogidos durante seis años, no se logra-ron resultados idénticos.

Otros, no encontrando suficiente base cien-tífica para afirmar necesariamente una relacióncausal, prefieren defender la existencia de unamera correlación no causal (por ejemplo,Freedman, 1984, 1992). Ambas variables de-penderían de un tercer factor, responsable de sucorrelación. Podrían verse afectadas tanto poralgunos factores psicobiológicos, como las dife-rencias sexuales, el nivel cognitivo o los rasgosde la personalidad de cada uno, como por algu-nos otros socioculturales, quizá incluso másinfluyentes que los propios medios de comuni-cación, como el ambiente socioeconómico en elque uno se desenvuelve, la familia, los compa-ñeros, y demás circunstancias ambientales.

Estos ‘terceros’ factores influirían en lafacilitación de la conducta violenta en elteleespectador, ya sea como posibles mediado-res o instigadores –motivando la agresividad yafectando indirectamente su aprendizaje–, yasea incluso más directamente, como verdaderoscomponentes o fuentes moldeadoras de las res-puestas y de la socialización del niño, desarro-llando o inhibiendo tanto un excesivo apego aver televisión, y especialmente programas vio-lentos, cuanto un posible comportamiento pos-

terior violento y antisocial o, por el contrario,prosocial.

Nadie duda de la importancia de la edadcomo mediador, aunque quizá actúe en mútuorefuerzo con otros factores. Mientras que enestudios realizados en Estados Unidos (Eron &cols., 1983) los hábitos de ver televisión mues-tran un periodo sensitivo alrededor de los nueveaños, en niños finlandeses Vappu Viemerö(1986) ha observado su contínuo aumento a lolargo de los años. También hay opiniones varia-das respecto a la estabilidad de la agresividad ysu consistencia a lo largo del tiempo: mientrasque algunos autores (por ejemplo Olweus, 1979)dicen que ésta tiende a estabilizarse con la edad,otros han observado importantes fluctuacionesdurante la pubertad, y no faltan quienes consta-tan diferencias sexuales, con una mayor estabili-dad en varones (ver, por ejemplo, Pulkkinen &Ramírez, 1989). El tema tiene su interés, puessi la conducta reflejada durante la infancia sirvepara pronosticar con razonable aproximaciónla conducta que se tendrá en la edad adulta,entonces merecerá la pena investigar cuálesson los influjos tempranos sobre la adquisiciónde agresión.

Como decíamos, también se encuentran dife-rencias sexuales; las mujeres distinguen mejorentre realidad y ficción, mientras que los varonestienden a interpretar lo que ven en televisión comoalgo más cercano a la realidad de lo que a vecespudiera esperarse, y consecuentemente se identifi-can más con los personajes agresivos; de ahí que seencuentre entre los varones un mayor nivelpredictivo entre la violencia observada en televi-sión durante la infancia y su ulterior comporta-miento agresivo en la juventud (Huesman & cols.,1998). Igualmente una exposición prolongada a laviolencia parece afectar esencialmente a los hom-bres, aunque no de modo general ni uniforme, sinomás bien dependiendo de sus peculiares rasgos depersonalidad, mientras que las mujeres no suelenser tan sensibles (Zillmann, 1993).

¿Se han encontrado posibles diferencias se-gún la personalidad del individuo? ¿Hay perso-

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nas más sensitivas que otras ante el influjo de losmedios? Viemerö (1986), aún defendiendo elvalor predictivo de la exposición a la violenciaen todo tipo de niños, observó que el aumentodel comportamiento agresivo resultaba más pa-tente en aquellos originariamente menos agresi-vos, mientras que, por el contrario y en contrastecon lo indicado por Björkqvist (1985), no en-contró un influjo sistemático en el grupo deniños más agresivos. Zillmann (1993) tampocoencontró diferencias en cuanto al comporta-miento hostil interpersonal, tras estudiarlo entretoda una variedad de tipos de personalidad.

¿Influirían más los medios de comunicaciónen los más débiles intelectualmente hablando?¿Sería el nivel de inteligencia del expectador o,más ampliamente, su capacidad cognitiva engeneral ese tercer factor principal? Un informedel gobierno norteamericano (Pearl & cols, 1982)apuntaba hacia la existencia de una correlaciónnegativa entre la cantidad de tiempo dedicadopor un niño a ver televisión y su nivel de inteli-gencia y rendimiento escolar. Un bajo nivel deinteligencia podría desencadenar tanto una con-ducta más agresiva –ya sea por frustración, yapor incapacidad de aprender estrategias de ac-tuación no agresiva–, cuanto una mayor tenden-cia a ver televisión, quizá para obtenervicariamente lo que echan de menos en supropia vida. En efecto, el tiempo dedicado a latelevisión podría haberse dedicado a actividadesmás estimulantes, creativas y ‘productivas’, almenos en ambientes socialmente elevados y conbuen nivel intelectual. El mencionado informe,sin embargo, no se olvida de mencionar que laexposición a la televisión también tiene efectosbeneficiosos, especialmente para niños desarro-llados en ambientes poco estimulantes, comosuele ser el caso en clases sociales bajas y conpoco nivel intelectual, en las que la televisiónpodría covertirse en un estupendo estimulantedel hábito de lectura y del trabajo escolar (Huston,1984; ver también Covarrubias, 1980).

Si se considera el rendimiento escolar comoun indicador de inteligencia, no se ha observadocorrelación alguna del mismo con la cantidad de

violencia vista en los medios, pero sí una corre-lación negativa con la conducta agresiva: losniños más agresivos obtenían peores notas, y elver excesiva televisión o muchas escenas vio-lentas no les motivaba a hacer los deberes esco-lares (Viemerö, 1986).

El estudio longitudinal llevado a cabo porEron y Huesman a lo largo de más de veinteaños, y mencionado anteriormente, ha mostradoque la interferencia de la agresión infantil sobreel desarrollo intelectual adulto era mayor que locontrario, es decir, que la del fallo intelectualinfantil sobre la agresividad adulta. Esto sugiereque el aprendizaje de comportamientos agresi-vos mediante la observación de excesiva violen-cia en televisión durante la infancia podría tenercomo efecto secundario una disminución delrendimiento intelectual en la edad adulta.

Sin embargo, Wiegman y cols. (1984), alanalizar la posibilidad de que el cociente intelec-tual fuera la única variable relacionada conambas, y por tanto el responsable causal de suposible intercorrelación, observaron que dichacorrelación permanecía incluso cuando el factorintelectual estaba parcialmente fuera; por tanto,éste no podría explicar por sí solo la mencionadacorrelación negativa.

Otro factor con quizá mayor peso en eldesencadenamiento de violencia que la capaci-dad cognitiva, podría ser la falta de auto-con-trol. La agresividad es un sentimiento más quecomún en los humanos –y obviamente tambiénen otras especies–, pero en la mayor parte de lasocasiones logramos moderarla con éxito, evi-tando así que se convierta en una expresiónviolenta seria. Aquellas personas caracterizadaspor una mayor propensión a la violencia, portanto, verían explicada su conducta agresiva notanto por ser de una naturaleza o personalidadpropensa a la agresión, cuanto por ser másimpulsivos y faltos de auto-control (Cabanac &Ramirez, 2002).

Los datos obtenidos respecto al eventual in-flujo del nivel socioeconómico no son consisten-

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tes. Estudios elaborados en Estados Unidos pare-cen encontrar una cierta correlación negativaentre ambos: un bajo nivel social se corresponde-ría con un mayor nivel de agresión, tanto en lacantidad de escenas violentas vistas cuanto en sucomportamiento en la vida real, quizá por frustra-ción o por menor probabilidad de aprendizaje deconductas prosociales. Esta correlación, sin em-bargo, no se observa en países con una mayorhomogeneidad social (Huesmann & Eron, 1986).Así pues, la situación socioeconómica –al igualque ocurría con la capacidad cognitiva– tampocoparece responder de modo completo a dichasespectativas causales; la eventual correlación en-tre ambas variables es independiente de dichascircunstancias (Huesman & cols., 1998; Singer &Singer 1981).

La valoración moral, la identificación con elpersonaje y la interpretación de lo proyectadocomo algo real forman también una redmútuamente reforzante sobre el joven especta-dor. En efecto, la justificación moral de las esce-nas difundidas juega un papel interesante en elulterior comportamento del espectador. Cuantomás se justifica moralmente, o cuando mayoressean las expectativas sociales al respecto, másaceptable resulta (Ramirez, 1991, 1993). Lo quesatisface nuestras necesidades reales tiende averse como aceptable, mientras que cuanto máslas obstaculiza, más inaceptable y condenable seconsidera; y cuanto más aceptable sea, más imitableresulta. Geen (1981) observó un aumento delcriticismo agresivo en los espectadores, tras veren televisión agresiones ‘justificadas’.

Sólo añadiríamos que los niños de una culturapueden mostrar expectativas normativas distintasa los de otras (Fujihara & cols., 1999; Musazadek1999; Ramírez, 1991, 1993, 2001b; Ramírez &Fujihara, 1997; Ramírez & cols., 1998). Por ejem-plo, la correlación entre ver escenas violentas entelevisión y su comportamiento agresivo resultamuy baja en kibbutzs, ya que en ellos se fomentaentre los niños el rechazo de todo comportamien-to agresivo en las relaciones sociales, por lo que,además de que suelen ver muy poca violencia enla televisión, cuando lo hacen, la acompañan de

una discusión sobre las implicaciones sociales delo que han visto (Bachrach, 1986).

Por su parte, la capacidad de imitación de lovisto es uno de los principales factores predictivosde la agresión futura (Viemerö, 1986). Muchosestudios muestran un mayor nivel de agresivi-dad cuanto más se identifican los niños con elagresor. A mayor identificación con los perso-najes de una película violenta, mayor identifica-ción de su conducta y mayor disponibilidad paraimitarla: éstos se convierten en ‘héroes’ a imitar.Este claro proceso de aprendizaje sería mayorcuanto más realistas y más cercanos a sus cir-cunstancias consideren a los ‘actores’ y cuantomás reales parezcan los personajes y las escenasobservados.

¿Desde cuándo distinguen los niños entrerealidad y ficción? La importancia de los ‘héroes’,en cuanto imitables, empezaba a disminuir apartir de los 10-11 años; hasta entonces apenas sedistinguía entre personajes ficiticios y reales; yluego, la identificación tendía a limitarse a aque-llos personajes más cercanos al contexto de supropia realidad o a su edad. Por ejemplo, los‘héroes’ de la misma edad que el expectadorresultaban los modelos que mayor influjo inme-diato mostraban sobre el proceso imitador (Hichs,1965). Mientras que, según Lefkowitz y cols.(1977), la percepción de realismo disminuiría conla edad, para Viemerö (1986; Janis, 1980), por elcontrario, a mayor edad, más cercano a su propiavida juzgaban el contenido de las películas vio-lentas, valorando dicha violencia como algo nor-mal, cotidiano y aceptable, y, en consecuencia,con mayor propensión a imitarlo actuando ellosmismos de modo violento. El sexo del ‘heroe’, sinembargo, no parecía ser tan importante: asíBokander y Lindblom (1967) han descrito cómochicos de 15-17 años se identificaban con carac-teres femeninos de tal manera que esta identifica-ción servía para predecir su comportamiento seisaños después.

También se ha analizado el posible papel delcastigo o de la popularidad como posibles causasdesencadenantes. Respecto al castigo, no se en-

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cuentra relación a largo plazo, y no faltan razonespara ello (Huesman y Miller, 1994). Y en cuantoa la popularidad, se ha observado en EEUU quetanto los niños más agresivos como los que venmás violencia televisiva son los menos popularesentre sus compañeros.

No faltan quienes, al no encontrar relacióncausal alguna entre ambas variables, entiendenque la televisión se ha convertido en la cabeza deturco o chivo expiatorio al que mentes con prejui-cios echan toda una serie de culpas de la que noes responsable, presentándola como la causanteprincipal de una violencia que impregna nuestrasociedad actual4 , ignorando que otros factoresbioculturales, como la falta de desarrollo, contri-buyen a la violencia social de manera mucho másimportante (Kaplan & Singer, 1976). El verdade-ro problema no consistiría en que se vea violenciaen la pantalla, sino en que la violencia está omni-presente en la sociedad (pobreza, crimen, dro-gas). Aunque muchos críticos culpan a la TV deenvenenar, narcotizar y embrutecer la mente delos espectadores, arruinando su creatividad, loque hace en realidad es aprovechar su constanteacceso a la violencia gráfica en la vida diaria paraofrecernos el producto que buscamos, amoldán-dose a nuestros deseos, porque su negocio con-siste en vender audiencia a los patrocinadores.

Tampoco no podemos olvidar, como muy bienapunta Rojas Marcos (2001), el contínuo atractivolúdico de las imágenes violentas, del sadismo y dela crueldad. Su poder embriagador es un efectopernicioso similar a la inquietud que causa nuestraatracción por las escenas violentas, descrita por S.Agustín en el Libro VI de sus Confesiones: el jovenromano Alipio se dejó arrastrar por la insistencia desus amigos y acudió a regañadientes a presenciarun espectáculo de gladiadores. Aprensivo de loque iba a presenciar, cerró los ojos; pero, al rato,despertado por el griterío de la multitud que lerodeaba, los abrió para ver lo que ocurría: «la

herida que recibió en su alma fué más grave que laque había recibido el gladiador en su cuerpo. Cayóy cayó más miserablemente que el luchador, cuyacaída levantó el griterío de la multitud. El clamor dela muchedumbre había taladrado sus oidos, obli-gándole a abrir los ojos, dejando abierta su almapara recibir la herida que le derribó. Un alma máspresuntuosa que fuerte, pues, tan pronto como vióla sangre correr, bebió la crueldad y no apartó losojos. Miró muy atento y se emocionó sin darsecuenta, deleitandose con la maldad de aquellapelea y embriagándose con aquel sangriento pla-cer. Desde aquel momento Alipio ya no fué elmismo que había entrado en el circo, sino uno másdel populacho que allí concurría, verdadero com-pañero de quienes le habían arrastrado. ¿Necesitodecir más? Vió el espectáculo, gritó y quedóenardecido. Cuando dejó el coliseo, ya llevabaconsigo la locura que le empujaría después avolver una y otra vez, no solamente con los amigosque le habían llevado por la fuerza, sino también élsolo o llevando a otros amigos». Algo parecidoocurriría hoy día con los combates de boxeo o delucha y, por supuesto, con la violencia televisiva.

Desde esta perspectiva, se insiste en que loseventuales efectos nocivos de la televisión sonmenores que los efectos beneficiosos que tam-bién aporta; éstos afectarían en mayor medida,incluso sobre la propia violencia ambiental. Enefecto, los medios de comunicación ofrecen tam-bién un contenido prosocial cuyo influjo positi-vo, constructivo, sobre el comportamientoprosocial del espectador, ayudando a neutralizarmuchas de las fuerzas sociales conflictivas queinvaden nuestra sociedad, suele ser mayor que elinflujo negativo de su contenido antisocial, fo-mentando el comportamiento agresivo y antiso-cial. Estas facetas positivas, como formación,cultura y ocio, obviamente conviene fomentarlas.No en vano nos encontramos ante una de lasinstituciones que más pueden influir sobre laeducación (Covarrubias, 1980).

4 Recuerdo un comentario de Woody Allen en su película Annie Hall: reflejando gráficamente esta actitud: “all that sun and thestreets are so clean. Have you considered why? All the garbage is on television” (“¿Te has parado a considerar por qué hace tanto soly las calles están tan limpias? Porque toda la basura está en la televisión”).

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Por ejemplo, según un informe del gobiernonorteamericano antes mencionado, en clases so-ciales bajas y con poco nivel intelectual, la televi-sión podría covertirse en un estupendo estimulantedel hábito de lectura y del trabajo escolar (Huston,1984). Sin embargo, según otros, y estoy pensan-do en el excanciller alemán Gerhard Schröder,estamos ante una ‘Sociedad escindida’, según losdistintos ambientes familiares, en la que hay niñosque por la mañana van desayunados a la escuelay otros que dejan su casa hambrientos, niños a losque por la noche les leen algo y otros que tras verla tele durante horas se quedan dormidos en lashoras de clase, niños que aprenden a leer y aescribir en la escuela, y los demás. Los niños enambientes familiares desfavorables sufren unexceso de imágenes de televisión y videojuegos,que se refleja negativamente en una peor capaci-dad de abstracción y concentración en un texto.Estos niños no pueden renunciar ni a una briznade su tiempo escolar en materias básicas, comoleer, escribir y calcular, para dedicarlas a Internet.

Además, este posible papel beneficioso de latelevisión, por ejemplo a través de campañaspublicitarias de tipo preventivo, a veces no resultatodo lo útil que sería de esperar, por falta declaridad en el significado del mensaje que quieretransmitirse. Las campañas preventivas seríanquizá más eficaces dentro de un contexto desocialización, como el ofrecido por la escuela, yfacilitando la transmisión de los mensajes a travésde figuras relevantes para el sujeto: al actuar comomodelos, su influencia sería mayor e inequívoca.

Hay también quienes, basados en la noción decatarsis (la observación de violencia podría indu-cir a un desahogo de sentimienos agresivos,reduciendo sus emociones personales de enfadoy hostilidad), piensan (p.ej. Feshbach, 1956) quela mera exposición a la violencia en medios talescomo televisión y deporte reduciría la probabili-dad de agresión: los telefilms y las películasviolentas, así como los juegos bélicos, lejos dehacer que los niños se vuelvan violentos, «cons-tituyen mecanismos de descarga de la agresivi-dad, que ayudan a neutralizar la violencia, comoen el psicodrama o en el teatro», según se lee en

un informe de la Comisión Nacional Española delDía del Niño de 1998, en el que se asegura que«los niños violentos lo son porque han sidoviolentados, no por haber jugado a pelear conjuguetes bélicos o por haber visto películas, aun-que cada edad tiene las películas que le corres-ponden. El juego -concluye el informe- permite alniño canalizar su natural agresión», sirviendo,por tanto, para liberarnos de nuestros impulsosinteriores. La observación de violencia, por tanto,podría reducir el sentimiento agresivo. La acepta-ción de esta postura, sin embargo, no repugna elpoder aceptar también la de quienes propugnanque la exposición a la violencia televisiva proba-blemente engendre la ejecución de actos violen-tos en sus espectadores.

Conviene puntualizar, no obstante, que lahipotesis de catarsis no parece contar con sufi-ciente soporte empírico. Muchos de los estudiosacerca de dicha hipótesis (por ejemplo, Baron1977; Heiligenberg & Kramer, 1972; Hokanson1970; Liebert & cols., 1973; Tavris 1982) mues-tran que la expresion de conductas agresivas enlugar de disminuir la agresividad del individuoen el futuro, puede producir no cambio, o inclu-so tiende a aumentarla.

Por último, y a pesar de los múltiples experi-mentos y observaciones realizados a lo largo delos muchos años que se lleva investigando sobreeste tema, todavía no es posible ofrecer unaconclusión definitiva, pues resulta imposibleseparar causa y efecto. Menos aún está claro enqué medida podría influir la violencia presenteen los medios de comunicación en el ambientede violencia social presente en la vida real,cambiando la opinión sobre la prevalencia ylocalización de crímenes violentos, y de quienesse ven dañados por ellos. Mientras que la litera-tura muestra una investigación bastante convin-cente respecto a las conexiones entre laexposición a la violencia en los medios y ladelinquencia y criminalidad individuales, aúnno se ha detenido a describir adecuadamentecómo los medios de comunicación también re-producen una cultura general de violencia en laque se definen las normas y expectaciones.

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343TELEVISIÓN Y VIOLENCIA

POSIBLES MODELOS EXPLICATIVOS

¿Qué posibles modelos psicológicos podríanexplicar las eventuales correlaciones observa-das entre la exposición habitual a la televisión, ymás en concreto a sus escenas violentas, y laconducta violenta de la propia audiencia? Sinánimo de ser exhaustivos, y sin que la acepta-ción de una explicación signifique necesaria-mente la exclusión de otras –por el contrario,factores y mecanismos muy diferentes puedenparticipar conjuntamente–, mencionaremos bre-vemente alguno de los principales modelos po-sibles (Viemerö, 1986)

Modelamiento e imitación

De acuerdo con la teoría del aprendizajesocial (Bandura, 1965, 1977), uno de los clási-cos hallazgos de la psicología social es que amenudo nos vemos fuertemente influidos porlas acciones de quienes nos rodean, la familia, laescuela, el ambiente de trabajo, los medios decomunicación, etc.; especialmente los niñosaprenden a comportarse mediante el refuerzodirecto y la observación de la conducta ajena.Estas diversas fuentes o componentes socialesservirán de modelos para sentimientos, pensa-mientos y acciones. Por tanto, la exposición alcomportamiento ajeno –en nuestro caso a laviolencia divulgada en medios de comunica-ción– puede desencadenar reacciones similaresen quienes la observan, favoreciendo su adqui-sición y subsiguiente repetición, mediante elaumento de sentimientos hostiles y pensamien-tos agresivos (Anderson, 1997).

¿Cómo actuaría este modelado? Su impactosobre los observadores suele atribuirse a cuatrofactores principales. Primero, quienes observanescenas violentas suelen aprender nuevos modosde comportarse violentamente, hasta entoncesdesconocidos por ellos, mediante el llamadoaprendizaje observacional; así, una cuarta partede los criminales entrevistados en una cárcelnorteamericana confesaron que habían utilizadométodos criminales aprendidos viendo la televi-sión; y hace sólo unos años, en 1993, dos jóvenes

mataron a golpes a un niño de dos años, tras verescenas similares en la película ‘El Muñeco Dia-bólico»; algo similar comenta Samudio (2001)respecto a los criminales colombianos. Segundo,el verse expuesto a acciones agresivas desenca-dena en el sujeto una serie de efectosdesinhibidores: ‘¿si otros actúan con dicha impu-nidad –vendrá a razonar- porqué no puedo yotambién actuar así?’. Tercero, la observaciónfrecuente de ciertas escenas de contenido violen-to, aunque sean fantásticas, va fomentando gra-dualmente una desensibilización emocional antela violencia, que acabaría considerandose comoalgo cotidiano, habitual, normal, sin mayor im-portancia, y tolerable por la sociedad, cuando noincluso excitante y eficaz en las relaciones socia-les. Finalmente, se puede acabar alterando laimagen de la realidad: el ver con frecuenciaescenas violentas, aunque sean producto de la‘fantasía’ del artista, tienden a crear en el observa-dor el prejuicio de que dicha violencia y hostili-dad campean normalmente en su derredor –lasociedad actúa así, el mundo es un ambientehostil, la vida es violencia–, y consiguientemente,al sentirse fácilmente amenazado, también ‘sesiente con derecho’ a responder de modo igual-mente amenazante y agresivo para resolver situa-ciones problemáticas.

Según una de sus formulaciones más recien-tes (Bandura, 1986), lo más importante en elaprendizaje sería la valoración cognitiva de losmúltiples hechos que tienen lugar en su derre-dor: cómo los interpreta el niño y cuán compe-tente se siente para responder ante los mismos.Cuanto más poderoso y cercano a la realidad seael modelo, más imitable resulta. La imitación decomportamientos agresivos observados será másprobable si se sienten provocados (por ejemplo,por frustración), si tienen a su disposición losinstrumentos necearios para ello (por ejemplo,un arma) y si así obtienen los resultados desea-dos (Bandura, 1968).

Desensibilización fisiológica

Una excesiva exposición a la violenciatelevisiva disminuiría el nivel de excitación ante

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nuevas escenas violentas (Bjorkqvist, 1985), fo-mentando lo que Zillmann (1982) denomina una‘habituación excitadora’, entendiendo por tal lautilización de la violencia por el observador paralograr una cierta excitación, a cuyo nivel sehabitúa, necesitando entonces una mayor dosisde violencia para sentir una excitación similar.Este proceso produciría un cambio en actitudes yvalores, disminuyendo el umbral desencadenantede conducta agresiva. Según Berkowitz (1984),esta disminución del nivel de excitación fisiológi-ca podría reflejar la reducción del conflicto inter-no, al reducirse la ansiedad, pero nonecesariamente un descenso en las eventualesinclinaciones agresivas del observador.

Desensibilización cognitiva

Este modelo se basa en la sugerencia de quela exposición a la violencia tiene un influjomodificador sobre actitudes y valores(Comstock, 1978; Gerbner, 1983). Los mediosde comunicación, al informar a los niños sobrelas actitudes y valores del mundo adulto –aveces llegan a glorificar la propia violencia–, lesinducirían a cambiar sus propias actitudes,desensibilizando a sus inmaduros espectadores,quienes acabarían pensando que no hay nadamalo en comportarse como el actor violentocuya película ven (Janis, 1980). La excesivaoferta de contenidos violentos hace que el públi-co llegue a aceptarlas como normales y tolera-bles, cambiandose así actitudes sobre la utilidadde la violencia en la sociedad. Así, por ejemplo,se está investigando bajo qué circunstancias lagente aprueba el uso de la violencia como mediopara resolver conflictos (Zillmann, 1993).

Procesamiento de la información

A modo de un guión o estrategia cognitiva(Huesman, 1988), la exposición habitual a vio-lencia, principalmente a través de cine y televi-sión, fomentaría en los niños una serie de hábitosagresivos que controlan su comportamiento so-cial, persistiendo hasta bien entrada la edad adul-ta. El niño procesaría la información

almacenandola en su memoria a modo de esque-mas o guiones, entendidos como estrategias orepresentaciones cognitivas de programas de con-ducta, que influirán en su conducta ulterior, comopautas generales de agresividad, refuerzo, acep-tación. Estos guiones deben codificarse,almacenarse, ensayarse y encontrarse del mismomodo que otras estrategias comportamentales:cuanto más las practique el niño, codificando,ensayando y buscando hechos y escenas agresi-vas en su alrededor –por ejemplo, en la televisión,en los tebeos, o en el juego–, con mayor facilidadlos encontrará, y consiguientemente lo más pro-bable será que se comporte agresivamente ensituaciones sociales similares. De modo paralelo,si almacena guiones prosociales, se comportaráde modo no agresivo. Así pues, el niño reacciona-rá de modo apropiado a los diversos estímulos ysituaciones sociales mediante toda una serie deprocesos cognitivos, aunque, una vez incorpora-dos firmemente a su repertorio personal a modode guiones, parezca que los ejecuta de maneraaparentemente automática, como si no pensara enlo que hace. El comportamiento adulto depende-ría en gran medida de la mayor o menor prácticaprevia de los guiones, por ejemplo, mediantefantasía.

Modelo cognitivo-neoasociacionista

Un pensamiento activo desencadenará com-portamientos del mismo tipo: los medios decomunicación ofrecerían ideas que luego pue-den hacer realidad los espectadores (Berkowitz,1984). La frecuente visión de escenas violentasactivaría pensamientos relacionados con lo ob-servado, llevando a una estimación exageradade su aceptación social, de su justificación moralo meramente de sus eventuales beneficios. Estospensamientos e ideas relacionados con la vio-lencia se activarían después transformándose ensentimientos y tendencias agresivas. Ni que de-cir tiene que este sentimiento de mayor‘aceptabilidad’ de la violencia, fomentado poruna exposición habitual a la misma, disminuiríasu ansiedad y acabaría aumentando su compor-tamiento agresivo, dada la correlación negativa

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345TELEVISIÓN Y VIOLENCIA

entre agresión y violencia observada por VappuViemerö (1986). Los medios de comunicación,por tanto, serían meras fuentes o esquemascognitivos ‘asociados con agresión.

CONCLUSIÓN

La literatura científica muestra datos contra-dictorios sobre si la violencia televisiva realmen-te engendra actos violentos en sus espectadores,o simplemente se limita a ejercer una modulacionsobre la conducta de niños y jóvenes. Aunque lamayoría defiende que la exposición habitual aescenas violentas en los medios puede influir dealguna manera sobre la estimulación del com-portamiento agresivo y antisocial en la vida real[cuando los niños se ven expuestos a modelosagresivos en TV, puede incrementarse su agre-sión futura por el refuerzo de la imitación social],otros autores, basados en la noción del efectocatártico, piensan lo contrario, que su meraobservación reduce el sentimiento agresivo yconsiguientemente la probabilidad de agresión.Si intentamos poner de acuerdo ambas posturasextremas, podríamos concluir diciendo que,mientras la observación de violencia puede re-ducir el sentimiento agresivo, probablementeaumentará la ejecución de actos agresivos. Noobstante, aún no es posible ofrecer una conclu-sión definitiva. Si resulta poco menos que impo-sible separar su direccionalidad –¿causa o efecto?–, menos claro estará aún en qué medida podríaninfluir entre sí.

Tampoco puede negarse a priori que laexposición habitual durante la infancia a unaexcesiva difusión de la violencia en los mediosde comunicación pueda acarrear posibles efec-tos a largo plazo, influyendo sobre el actual nivelde criminalidad en la vida adulta y en la violen-cia social que nos oprime, incluso en una mag-nitud suficiente como para explicar importantesdiferencias sociales. No faltan modelos psicoló-gicos que puedan explicarlo de modo plausible:el aprendizaje social, la desensibilización, elprocesamiento cognitivo de la información, elcognitivismo-neoasociacionista, etc.

Pero, aunque los efectos de la exposición a latelevisión –sean o no violentas sus escenas–puedan no ser triviales en cuanto contribuyentespotenciales al aprendizaje, fomentando el desa-rrollo de pautas agresivas en la vida real, pocosinvestigadores se atreverían a sugerir hoy díaque la violencia en los medios sea la principalcausa del estado de violencia social que nosrodea. Quizá convenga evitar unasobrevaloración de su influjo, olvidando la par-ticipación causal de otros factores (Huesmann &Millar, 1994). En la actualidad, por tanto, aun-que el tema continúa siendo de relevancia socialy diciplinar, la intensidad del debate acerca de lainfluencia negativa de la violencia televisivaparece haber disminuido en todo el mundo.

La conducta agresiva es producto de la con-vergencia, en continua y dinámica interacción,de toda una serie de fuerzas psicobiosociales,peculiares de cada persona: factores genéticos yepigenéticos, fisiológicos y psicológicos, pecu-liaridades de la personalidad y de las circunstan-cias biográficas propias de cada uno –porejemplo, el estrés (Poveda & cols. , 2002; Ramírez,1986, 2001a)–, así como su interacción con elambiente sociocultural, económico y educativoen el que cada uno se desenvuelve –televisión yotros medios de aprendizaje incluidos–, crimi-nalidad, drogadicción, a lo largo de un procesode socialización en el que participan agentesmuy diversos (Ramírez, 1994, 1998; Ramírez &Rañada, 1996). Podría resultar más productivo,por tanto, buscar posibles causas más importan-tes de la agresión en otros lugares, tales como lasdiferencias ambientales y culturales, los mode-los familiares y cognitivos y, por supuesto, laspeculiaridades psicobiológicas de cada sujeto(Ramírez, 1996; Wood & cols., 1991).

Por último, también debemos conocer cómola violencia presente en los medios de comuni-cación influye en la discusión pública sobreviolencia en la vida real, cambiando la opiniónsobre la prevalencia y localización de crímenesviolentos, y de quienes se ven dañados por ellos.Mientras que la literatura muestra una investiga-ción bastante convincente respecto a las co-nexiones entre la exposición a la violencia en los

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medios y la delinquencia y criminalidad, esdecir, concentrando sus efectos sobre el indivi-duo, aún no se ha detenido a describir adecuada-

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Recepción: Octubre de 2005

Aceptación final : Octubre de 2006

Page 24: tv y violencia - eprints.ucm.eseprints.ucm.es/8416/1/311_JMR_Televisión_y_violencia.pdf · results show eventual short term causal effects of mass media on violent behavior, some