Tres Novelas de Dictadores
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TRES NOVELAS DE DICTADORES: APUNTES PARA LA DISCUSIN DE UN GNERO
RESUMEN:
El estudio versa sobre la relacin referencial histrica que presentan las denominadas
novelas de dictadores con su contexto histrico, as como tambin la relacin cultural de
subversin que ofrecen en el marco de la resistencia a los sistemas opresivos. El corpus
objetivo del trabajo lo componen: Sr. Presidente (M. A. Asturias); El Recurso del
Mtodo (A. Carpentier); Yo, el Supremo (A. Roa Bastos). La reflexin se apoya en la
delimitacin en rigor- de los trminos de poder y dictador, determinados en el marco del siglo XX y asocindolos al relato ficcional de base de las obras literarias
mencionadas.
Palabras clave: Nueva Narrativa Latinoamericana; Dictadores; Poder y Literatura; Novela
Histrica; Ficcin y Realidad.
Lorena RAMREZ BORGES
Jaime TRAS ROMANOW
Alejandro TORTEROLO FERREIRA
Universidad de Montevideo
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TRES NOVELAS DE DICTADORES:
APUNTES PARA LA DISCUSIN DE UN GNERO
|| INTRODUCCIN:
El presente estudio deviene de la investigacin asociada al trabajo final del
Diploma en Letras ibero-anglo-americanas de la Universidad de Montevideo. En el
mismo, se pretende observar si es posible o no hablar en rigor- de lo que la crtica del
siglo XX con frecuencia ha dado en llamar novelas de dictadores1. En este sentido,
inicialmente nos hemos propuesto replantear las coordenadas conceptuales a punto cero,
vale decir: qu es aquello que llaman novelas de dictadores? qu caractersticas
tienen as definidas? qu obras se ha convenido en rotular bajo estos trminos? De esta
forma, hemos arribado a la proposicin inicial de que, por lo general, se denomina
novelas de dictadores a algunas producciones novelsticas latinoamericanas del siglo
XX que, tentativamente, pareceran subsumirse bajo ciertos rasgos comunes.
En consecuencia, se impuso la siguiente delimitacin de campo: a qu perodo
histrico denominamos, explcitamente, siglo XX? Son equiparables u homogneas
las diversas culturas latinoamericanas para ser consideradas globalmente, de modo ms
que compacto? Qu supone, de hecho, la figura del dictador para un
latinoamericano? Qu caractersticas tienen las novelas asociadas a tales parmetros?
Cules son las estticas predominantes en las mismas?
As se ha marcado la deriva de este estudio, que ofrecer en su primera parte
una delimitacin de su marco terico consistente en definir los trminos histricos de
los cuales nos ocuparemos (con las razones que oportunamente se detallarn) y cules
sern los significados que atribuiremos a ciertas palabras clave (qu entendemos por
poder, a qu llamaremos dictador, etc.).
Recin entonces estaremos en condiciones de avanzar hacia la segunda parte del
mismo: la presentacin del corpus objetivo. En efecto, all observaremos lo que la
crtica ha sealado como las tres obras ms representativas del gnero: Sr. Presidente,
de Miguel ngel Asturias; El Recurso del Mtodo, de Alejo Carpentier; y Yo, el
Supremo, de Augusto Roa Bastos. Sobre las mismas observaremos sus semejanzas y
diferencias, as desde el punto de vista tcnico como tambin temtico
1 As Augusto Monterroso en Novelas Sobre Dictadores, Abanico, Revista de Letras de la Biblioteca
Nacional, Buenos Aires, en lnea. Recuperado: 25, Enero de 2011. En:
http://www.abanico.org.ar/2006/03/monterroso.dictadores.htm
e igualmente Julita Bobes Naves en Recurrencias temticas en la Novela Hispanoamericana, A.L.E.U.A. (nros. 8 y 9), Universidad de Oviedo, 1992.
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Finalmente, realizaremos un balance que intentar juzgar si, de lo expuesto, se
deduce que las novelas de dictadores efectivamente componen un cierto gnero o
modelo de escritura, as como tambin observar si son, al fin y al cabo, creaciones
propiamente latinoamericanas.
|| PRIMERA PARTE: Marco Terico
CARTOGRAFA
Las Novelas de Dictadores, establecen, como pocas producciones textuales, una
relacin directa e inescindible con el perodo histrico de su creacin. Las razones para
ello son de diversa naturaleza, pero inicialmente podramos sealar que, por una parte,
se articulan en base a una fuerte carga referencial, donde incluso los eventos
ficcionalizados parten de elementos constatables en el plano de los hechos y, adems, el
propio protagonista mantiene o bien su nombre real, o bien un mote que lo hace
reconocible; hay otros casos, por otra parte, en que la referencia est sostenida desde la
construccin topolgica y la caracterizacin del sistema dictatorial, elementos
componentes todos ellos de un color local o rasgos tpicos de los gobiernos de
facto latinoamericanos. Pero por sobre estos elementos, de hecho, encontramos uno
ineludible: el protagonista del argumento en este tipo de novelas es un recorte
construido a partir de una experiencia social que, sin dudas, se torna absolutamente
indita. O incluso, si se quiere, un evento doblemente indito: un nuevo tipo de dictador,
en el plano de los hechos; y un nuevo tipo de novela, en el corte artstico novelesco.
Es as que se nos ocurre de vital importancia delimitar claramente el perodo que
nos ocupamos observar y, al mismo tiempo, recomponer algunas coordenadas
ideolgicas generales que, cartogrficamente, viabilicen la comprensin de las Novelas
de Dictadores.
En este sentido, Hobsbawm observa que el siglo XX comenzara con la Primera
Guerra (1914) y se extendera hasta cada de la U.R.S.S., dividindose a su vez en dos
articulados en torno al ao 47. Ambos hemistiquios estaran basados en la lgica de
oposicin de guerra: primero en los trminos que delimit los dos conflictos armados; el
segundo en el marco de la Guerra Fra2.
Pero acaso no es posible extender esta frontera final hasta aproximadamente-
del ao 2000? Por qu no suponer tambin esa fue nuestra pregunta inicial- que tal
vez el ao 2002 y la cada de las torres de World Trade Center han de marcar de manera
decisiva la cultura occidental? Despus de todo, asociado a estos eventos terroristas
2 HOBSBAWM, Eric, Historia del Siglo XX, Buenos Aires, Ed. Crtica, 1999, p. 230.
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surge tambin un nuevo modo discursivo afectado de poder que se legitima y enmascara
en un sistema de seguridad de los buenos-demcratas-liberales (etc.) y recuerda, en ms
de una medida, la construccin binaria y polarizada del pensamiento de dcadas
anteriores. Los personajes parecen cobrar imgenes renovadas; los sistemas/estructuras
de poder se reeditan, indudablemente, desde un modelo aplastante que busca exterminar
todo aquello que juzga enfermizo o desviado de su perspectiva.
Por otra parte, este ltimo recorte histrico nos permitira observar con
comodidad cmo algunas novelas se consolidaron como novelas de poder an cuando
explcitamente no remiten a la estructura de un dictador como personaje protagonista3.
En suma, en busca de lograr elaborar un marco referencial histrico que
(cmodo o no) resulte til a nuestro objeto de estudio, hemos aplicado un sistema de
periodizacin que busca reparar en aquellos aspectos fundamentales a cualquier
sociedad, a saber: un sistema econmico estructuralmente sostenido con matices, s,
pero sin variaciones de fondo-; una construccin general de ideal comn respecto de
los objetivos deseables para la gran mayora de la masa social, una suerte de sueo de
clase media; y finalmente, los aspectos culturales centrales que hacen a la
conformacin de una identidad (valores religiosos, civiles, organizacin poltica, etc.).
A QU LLAMAMOS SIGLO XX
Digmoslo claramente: entendemos por siglo XX a aqul perodo histrico que se
desarrolla desde el ao 1914 hasta el ao 2002 aproximadamente, aunque con articulaciones
y caractersticas concretas que pasaremos a sealar inmediatamente. En efecto, hasta
inmediatamente luego de la Segunda Guerra Mundial se inicia un nuevo perodo histrico,
o con ms exactitud-, con el inicio de la Guerra Fra. De este modo, en trminos concretos,
podramos sealar al ao 1945 o 1947 (finalizada aqu la posguerra) como un eje
vertebrador del cambio de poca. Ms an, la referencia discursiva a cargo de Churchill-
respecto del conocido muro(/cortina) de hierro (1946) es un hito ineludible al momento
de sealar un evento especfico. Pues, aunque es cierto que la locucin no es propiedad
original de aqul primer ministro, es significativa su utilizacin estratgica en tanto vino a
representar un modo singular de comenzar a dividir el escenario global en un sentido
binario que propondr a buenos y malos, segn sea el caso. Y ser justamente esta lgica
de polarizacin de las coordenadas ideolgicas lo que sostendr el desarrollo de la Guerra
Fra, liquidando la posibilidad de grises o semitonos, propendiendo al mismo tiempo un
sentido de nueva cruzada de escala mundial, aunque en este caso despojada de un matiz
3 Al respecto, se nos ha ocurrido interesante la observacin de las novelas de calabozo como la
contracara (indivisible) de las novelas de dictadores. Pero sobre ello volveremos brevemente ms
adelante.
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religioso, nunca de su sentido de pueblo elegido o al menos- poseedor de la verdad4.
Aunque, ciertamente, lo que estuvo en pugna, de hecho, no ha sido un estatuto de verdad
sino, en todo caso, de validez; la conflictividad opuso antagnicamente- dos sistemas de
organizacin poltica que, con nitidez, estaban representados en dos granes bloques, Estados
Unidos y la Unin Sovitica. Y en tanto los sistemas son fcilmente adaptables a otras
regiones, rpidamente la oposicin ideolgica se globaliz, escurrindose mucho ms all
de las propias fronteras polticas, hasta que progresivamente la poltica se consolid como
el arte de la guerra por otros medios, sobre todo en el plano internacional. Aqu y all se
intentaban consolidar sistemas epgonos de aquellos grandes modelos, y, como es
esperable, Amrica Latina no permaneci de espaldas y ajena al marco ideolgico general.
Encarnada como la nica batalla perdida de los Estados Unidos en Amrica doblemente
perdida: en trminos ideolgicos y blicos- Cuba signific no slo una posibilidad de
consolidar un sistema de organizacin poltica, sino, a la vez, una pequea-gran zona cenital
de la produccin cultural de izquierda del continente, por momentos incluso tornndose
bastin de refugio de muchos intelectuales exiliados. As, Casa de las Amricas result
en llamarse la institucin que, por Ley 299 del 28 de abril de 1959, a slo unos meses del
triunfo de la Revolucin Cubana, se convirtiera en un norte cultural vertebrador de las
bsquedas culturales alineadas al pensamiento de izquierda, como una forma de resistencia
al poder dominante.
EL PODER
De miedo, de fro y de hambre lloraban los mendigos apauscados en la sombra. No se vean
ni las manos. A veces quedbanse aletargados y corra entre ellos, como buscando salida, la
respiracin de la sordomuda encinta.
Me van a decir la verdad! grit, desnudando los ojos de basilisco tras los anteojos de
miope, despus de dar un puetazo sobre la mesa que serva de escritorio. Uno por uno
repitieron aqullos que el autor del asesinato del Portal era el Pelele, refiriendo con voz de
nimas en pena los detalles del crimen que ellos mismos haban visto con sus propios ojos.
A una sea del Auditor, los policas que esperaban a la puerta pelando la oreja se
lanzaron a golpear a los pordioseros, empujndolos hacia una sala desmantelada. De la viga
madre, apenas visible, penda una larga cuerda.
4 Es interesante la nota al pie de Hobsbawm citando a Walker El enemigo es el sistema comunista en
s: implacable, insaciable, infatigable en su pugna por dominar e! mundo ... Esta no es una lucha slo por
la supremaca armamentstica. Tambin es una lucha por la supremaca entre dos ideologas opuestas: la
libertad bajo un Dios, y una tirana atea. HOBSBAWM, Eric, op. Cit., p. 235.
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Fue el idiota! gritaba el primer atormentado en su afn de escapar a la tortura
con la verdad. Seor, fue el idiota! Fue el idiota! Por Dios que fue el idiota! El idiota! El
idiota! El idiota! Ese Pelele! El Pelele! se! se! se!
Eso les aconsejaron que me dijeran, pero conmigo no valen mentiras! La verdad o
la muerte!... Spalo, oye?, spalo, spalo si no lo sabe!
La voz del Auditor se perda como sangre chorreada en el odo del infeliz, que sin
poder asentar los pies, colgado de los pulgares, no cesaba de gritar:
Fue el idiota! El idiota fue! Por Dios que fue el idiota! El idiota fue! El idiota
fue! El idiota fue!... El idiota fue!
Mentira...! afirm el Auditor y, pausa de por medio, mentira, embustero!... Yo le
voy a decir, a ver si se atreve a negarlo, quines asesinaron al coronel Jos Parrales Sonriente;
yo se lo voy a decir... El general Eusebio Canales y el licenciado Abel Carvajal!... A su voz
sobrevino un silencio helado; luego, luego una queja, otra queja ms luego y por ltimo un s... Al
soltar la cuerda, el Viuda cay de bruces sin conciencia. Carbn mojado por la lluvia parecan
sus mejillas de mulato empapadas en sudor y llanto. Interrogados a continuacin sus
compaeros, que temblaban como los perros que en la calle mueren envenenados por la polica,
todos afirmaron las palabras del Auditor, menos el Mosco. Un rictus de miedo y de asco tena en
la cara. Le colgaron de los dedos porque aseguraba desde el suelo, medio enterrado enterrado
hasta la mitad, como andan todos los que no tienen piernas, que sus compaeros mentan al
inculpar a personas extraas un crimen cuyo nico responsable era el idiota5.
La verdad o los discursos que instauran/decretan lo verdadero- la
cristalizacin del poder en manos de un sujeto, la interseccin de tales aspectos con la
tortura miope de la primera mitad de siglo pasado, o la especializada, como se ver ya
sobre el ltimo cuarto del siglo XX, no resultan una novedad histrica para Amrica
Latina o cualquier otra cultura occidental. En mayor o menor medida, la correlacin
entre el poder y la instauracin de sistemas de gobierno despticos han producido lneas
comunicantes hacia aquellos lugares referidos.
No obstante, Hispanoamrica ha dado lugar no slo al surgimiento histrico de
tales figuras (con frecuencia afectadas por un velo de extraamiento o sombra
inaccesible) sino tambin a su caracterizacin literaria. Ya Monterroso denomin en
alguna oportunidad a esta singular creacin Novelas de Dictadores 6, elaborando as
instantneamente una suerte de sub-gnero narrativo articulado en torno a la eleccin de
un tema o personaje central: la figura del dictador. Es que, en efecto, si dejamos por un
momento de lado las generalidades de cualquier forma desptica del ejercicio de poder,
5 ASTURIAS, Miguel ngel, Sr. Presidente, Unidad Editorial, 1999.
6 MONTERROSO, Augusto, Novelas Sobre Dictadores, en Abanico, Revista de Letras de la Biblioteca
Nacional, Buenos Aires, en lnea. Recuperado: 25, Enero de 2011. En:
http://www.abanico.org.ar/2006/03/monterroso.dictadores.htm
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parece hallarse aqu la singularidad llamativa de las creaciones hispanoamericanas: al
mismo tiempo que sintetizan una forma de gobierno que centraliza el poder, vehiculiza el
ejercicio efectivo de la creacin de discursos de verdad. Dicho de otro modo, ejercita su
fuerza y legitima su poder todo a un tiempo- sin tapujos ni titubeos de ningn orden,
dejando al descubierto sus abusos y con frecuencia utilizando los mismos como ejemplos
coercitivos. No es una forma limpia, impalpable o impersonal del ejercicio del poder, aqu
el poder tendr con frecuencia un nombre conocido (aunque se lo llame Presidente7) y
un rostro ntido sabido de memoria.
Pero tal vez la singularidad de las Novelas de Dictadores, en tanto categora
narrativa, no radique nicamente en el tratamiento de un tema sino tambin en la
abundancia de su produccin en el transcurso del siglo pasado. An cuando es probable
que un cierto marco de transculturacin opere en el nivel de la cosmovisin8 u
horizonte de experiencia de los diversos autores (donde destaca, segn la crtica en
general, Tirano Banderas) no se explica per se la proliferacin de este tipo de novelas,
donde tampoco inicialmente es posible trazar una serie de rasgos comunes atenientes a
cuestiones estructurales que excedan la eleccin temtica. En todo caso, parece
reconocerse como elemento comn un cierto proceso de objetivacin temtica9 que se
sita en la interseccin de la figura del poder y del tirano, en esa categora definida
como el dictador.
En efecto, este Dictador ser el punto central, pero con algunas caractersticas
especficas que tal vez podran colaborar a definir el gnero. Aqu, el ttulo de
dictador10
, que originalmente supona una figura temporal, dotada de poderes
excepcionales por razones de la contingencia, deviene en un mote negativo donde la
supuesta temporalidad de su cargo se torna periodicidad histrica extendida (casi al
infinito) y la excepcionalidad de sus poderes se vuelve exacerbacin injustificada y
brutal. De ah que nunca sorprende que ser dictador resulta sinnimo de
impopularidad y falta de consensos11
; por lo mismo, el personaje (histrico o real, tanto
7 Por Presidente denominaremos, en lo que sigue, al personaje dictador de la novela de Asturias que,
por sostener a pie juntillas- una homonimia con el nombre de la novela, habilita una fcil confusin de referencias analticas. 8 Sobre la cosmovisin como nivel operativo transculturado, RAMA, ngel, Transculturacin
Narrativa en Amrica Latina, Montevideo, Arca Editorial, pp. 48 y ss. 9 La objetivacin del novelista es, ante todo, la eleccin de su tema, o, si pudiramos ser ms precisos,
el ajuste germinal que se produce entre su vivencia personal obsesiva y una estructura que pueden
compartir otros hombres RAMA, ngel, Diez Problemas para el Novelista Latinoamericano, Venezuela, ed. Sntesis DOSMIL, 1972, p.65 10
Denotatum extrado del Diccionario de la Real Academia Espaola, en lnea. Recuperado, Julio de
2011, en:
http://buscon.rae.es/draeI/SrvltGUIBusUsual?TIPO_HTML=2&TIPO_BUS=3&LEMA=dictador 11
De hecho, las novelas de dictadores explotarn ese perfil a partir de la consideracin del personaje
desptico como un solitario o abandonado, curiosamente un sujeto insular pero en el trmino de su
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da) nunca se asume a s como Soy un dictador12. De este modo el mote se torna
externo, ajeno al sujeto y tambin despectivo. En algn caso es sinnimo de insulto, y
tal vez por lo mismo la eufemstica ha sido productiva en torno a esto: Presidente,
Sr. Emperador, Sr. Comandante, Su Excelencia o tambin Sr. General entre
otros trminos, se consolidan como tratos de respeto para figuras que, de hecho, operan
a todo nivel como Dictadores. Incluso se hacen presentes hasta las formas ms
extraamente elpticas para referirse a cargos perimidos, como la nominacin en El
Recurso del Mtodo de El Ex, donde claramente- el valor nominal del sintagma se
da por sobreentendido y as se habilita la elipsis.
Pero si el mote de dictador se ha vuelto negativo, una forma ms de insulto, si
se aproxim en suma- al concepto de tirano, esto ha sido sin dudas producto de las
propias acciones asociadas esto s, en el plano de la realidad cotidiana- a las
encarnaciones concretas de dichos sujetos: usos y abusos de funciones, agresiones,
enriquecimientos y apropiaciones indebidas entre una lista que es sin dudas ms larga
que estos cuatro o cinco elementos en donde no figura la tortura o el robo de nios, han
sido indudablemente razones suficientes. Pero, en todo caso, los motivos por los cuales
la lengua ha resignificado (a partir de la coloquialidad) el campo semntico del trmino
dictador excede los lmites de este trabajo. En todo caso, nos interesa meramente
sealar cmo se desva de la referencia estrictamente etimolgica y se carga de otros
valores que hacen a casi todo iberoamericano fruncir levemente el seo o tomar una
posicin razonablemente alejada.
Por otra parte, ms all del la proliferacin temtica dentro del campo narrativo
se impone observar cmo con frecuencia la construccin diegtica opera como retrato
de la monopolizacin (o cristalizacin) del poder en sus dos perfiles: el ejercicio del
dominante y el del dominado (en tanto resistencia). Tal vez as podramos incluso
considerar a los relatos novelados en memorias o testimonios como una categora
de anverso/reverso en torno a las Novelas de Dictadores, conformando una unidad
temtica completa, aunque con resultados variados y estrategias artsticas altamente
heterogneas. Ahora, aceptemos o no la supuesta unidad de estas categoras tan
propiamente latinoamericanas, resulta a todas luces innegable que el eje centrpeto de su
ejercicio feroz de poder y, eventualmente, tambin de su vida. As Garca Mrquez (El Coronel no tiene
quien le escriba), M. A. Asturias (Sr. Presidente) y A. Carpentier (El recurso del mtodo) entre otros. 12
Hay, si se quiere, excepciones contadsimas como en la novela de ROA BASTOS, Yo, el Supremo, Yo el Supremo Dictador de la Repblica. Ordeno que al acaecer mi muerte mi cadver sea decapitado; la
cabeza puesta en una pica por tres das en la Plaza de la Repblica donde se convocar al pueblo al son
de las campanas echadas a vuelo. Todos mis servidores civiles y militares sufrirn pena de horca. Sus
cadveres sern enterrados en potreros de extramuros sin cruz ni marca que memore sus nombres. Al
trmino del dicho plazo, mando que mis restos sean quemados y las cenizas arrojadas al ro. op. Cit., p. 21.
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articulacin temtica es el poder, sobre todo maridado con la autoridad, en el filo del
ejercicio desptico.
En este sentido tambin las producciones narrativas en torno al poder parecen
ajustarse al concepto de claridad sartreana, en donde la novela cobra un valor revelador
respecto de la realidad13
, tiene un sentido y una finalidad que exceden el mero esteticismo,
afectando la conciencia del sujeto sobre el mundo, propiciando el develamiento de una
red de relaciones que slo a partir de la distancia que ofrece la obra literaria se pueden
considerar. De estos vasos comunicantes entre la realidad (o el estatuto de lo real) y el
universo diegtico ofrecido por las producciones literarias, suele resultar tambin una fuerte
interdiccin con el poder monoltico/hegemnico de turno que, con frecuencia, es puesto en
jaque por la denuncia del estado de situacin del estado de cosas- con el eplogo ya sabido
de censuras totales o parciales de dichas obras. En estos trminos, la relacin entre literatura
y realidad no parece un espacio dibujado en planos separados sino parcialmente
convergentes, y es justamente a partir de esa convergencia que el acto creador encarnado en
la escritura se torna con frecuencia un lugar de poder privilegiado, sea en la legitimacin, la
crtica o la evasin de la realidad cotidiana. Claramente, estamos hablando tambin aqu
de relaciones de poder en torno al arte verbal.
No obstante, tampoco parece prudente establecer la correspondencia fcil y
simplista entre poder y dictador segn la cual ste ltimo vendra a ser no
solamente el resultado de un determinado proceso o contingencia histrica, sino ms
bien la causa casi exclusiva- del estado de cosas implicado en la dictadura. En este
sentido, como observa Mikou14
, la produccin novelstica afectada a tomar como tema a
los dictadores, con frecuencia tiende a considerar a este tipo de personaje que es el
dictador como resultado de un marco general-global que slo puede ser afectado en el
estilo, pero nunca definido en tanto sistema de organizacin/distribucin de poder. En
otros trminos, el dictador es un factor as lo dice- en parte resultante de un
escenario de relaciones bastante ms amplio, que escapa a las posibilidades de
modificacin de este personaje fatdico. Ciertamente, la observacin de Mikou
considera en su juicio a las producciones ecuatorianas, pero nada hace pensar que tal
juicio no pueda hacerse extensivo a otros sectores de Iberoamrica.
De este modo tambin, las novelas de dictadores quedan ligadas a unas
determinadas condiciones histricas -consideramos tambin aqu el campo ideolgico-
13
Sobre el concepto de claridad y opacidad en relacin a narrativa y poesa respectivamente, SARTRE, J. P., Qu es literatura?, Buenos Aires, Ed. Losada, 1950, pp. 51 y ss. 14
MIKOU, Mohammed, La Novela de la Dictadura en el Ecuador de los aos Setenta: la Imaginacin al
Servicio de la Realidad, memoria de tesis doctoral, Universidad Complutense de Madrid, Facultad de
Filologa, 2007, pp. 433 y ss.
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que se (re)construyen incesantemente a cada lectura, en un campo que eclipsa objeto de
escritura/sujeto escritor. Esto es: remiten una construccin verosmil fcilmente
reconocible para el lector, pero al mismo tiempo afectan las coordenadas ideolgicas
(ms all de la estricta cosmovisin) en la medida que tambin ofrecen un modo de
lectura, una propuesta interpretativa que presenta a la novela y la realidad en una
relacin isomorfa15.
EL PODER: DELIMITACIN Y APLICACIN DEL CONCEPTO
Por lo comn, la nocin lxica de poder en sentido sustantivo- se asocia a la
exacerbacin del ejercicio de la fuerza, o en cualquier caso a algo organizacin o
sujeto- negativo que afecta la condicin o actividad de un tercero16
. As se entiende
fcilmente la referencia a un sujeto poderoso. Y as entendido, con frecuencia se
escala el poder en niveles operativos (a veces extendidos: poder en ejercicio; a veces
replegado: poder potencial) de acuerdo a una lgica binaria y la posibilidad/voluntad de
condicionar/dominar la voluntad del polo opuesto. De este modo el poder resultara una
forma confrontativa en donde el que se ubique en posicin dominante estar en
condiciones de ejercer su deseo sobre el otro, de limitarlo, aunque no de imponer su
reconocimiento ms all de la propia capacidad de dominar.
En trminos de Foucault17
, sin embargo, el poder se ejerce en toda relacin entre
sujetos y ms que una relacin binaria hay que suponer que las relaciones de fuerza
mltiples que se forman y actan en los aparatos de produccin, las familias, los
grupos restringidos y las instituciones, sirven de soporte a amplios efectos de escisin
que recorren el conjunto del cuerpo social. stos forman entonces una lnea de fuerza
general que atraviesa los enfrentamientos locales y los vincula; de rechazo, por
supuesto, estos ltimos proceden sobre aqullos a redistribuciones, alineamientos,
homogeneizaciones, arreglos de serie, establecimientos de convergencia: Las grandes
15
Muchos escritores, entre otros: Aguilera Malta, Pedro Jorge Varela, Alfredo Pareja Diezcanseco, consideran la dictadura como un concepto con una significacin terica y unas dimensiones distintas,
pero que en el fondo vienen a explicar que el dictador no refleja el ncleo de la dictadura. Slo establece
el estilo del rgimen, no sus fundamentos naturales bsicos. Es un factor ms de entre una cadena
estructurada de elementos (econmicos, sociales, culturales, histricos, geogrficos) que generan la dictadura y promueven sus operaciones. Esto quiere decir que el texto literario revela un indiscutible
contenido ideolgico que remite a una situacin histrica y que guarda con la realidad una relacin
isomorfa, a travs de la cual el autor refleja sus ideas y sus concepciones, MIKOU, Mohammed, La Novela de la Dictadura en el Ecuador de los aos Setenta: la Imaginacin al Servicio de la Realidad, op cit p. 64. 16
As tambin en Onofre, donde es una propiedad del sujeto, enmarcada en un modo binario de lucha o
antagonismo y tanto se puede ejercer como conservar latente en su ejercicio. No obstante, no se confunde con autoridad en el entendido de que esta ltima supone un nivel de reconocimiento no
necesariamente vinculado a aqul. ONOFRE, Fabrizio, Tipologa del Poder y Construccin de un Modelo, en Sobre el Concepto de Poder, Montevideo, Fundacin de Cultura Universitaria, 1972. 17
FOUCAULT, Michel, Historia de la Sexualidad. 1- La voluntad de saber., Buenos Aires, Siglo
Veintiuno Editores, 2002, pp. 112 y ss.
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dominaciones son los efectos hegemnicos sostenidos continuamente por la intensidad
de todos esos enfrentamientos18. Es desde esta perspectiva que las Novelas de
Dictadores operan como un retrato: ms all de las intenciones concretas, en la
mayora de los casos se observa un interjuego complejo en torno al poder, donde
muchas veces es difcil poner las cosas blanco sobre negro; con frecuencia la dimensin
humana an de los personajes ms fcilmente condenables- termina salvando un fondo
irreductible de comprensin de las miserias o temores del personaje.
En este sentido, sobre el mapa del poder en tanto ejercicio que busca imponerse
por diversos mtodos/medios para alcanzar sus objetivos, se recorta tambin la figura de
la resistencia. Ambas estn profunda e indivisiblemente implicadas en el proceso,
conforman una misma lgica tejiendo una compleja red de relaciones. As tambin,
ambas encarnan en la novelstica hispanoamericana referencias histricas (anclajes) que
potencian su verosimilitud pero adems le otorgan un efecto de desvelamiento,
poniendo palabra a la reflexin de personajes inaccesibles o intentando al menos-
perfilarlos humanamente.
En virtud de estas razones, la conceptualizacin de Foucault en torno al poder,
resulta til para analizar las Novelas de Dictadores. Por una parte, permite enfocar el
juego de poder en aquellas producciones narrativas reconociendo el lugar de la
denominada resistencia como un juego tambin poderoso. Por otro lado, salva la
carga semntica del trmino poder de toda afectacin decididamente negativa que,
apriorsticamente, condicione la lectura y el desempeo analtico de este trabajo.
En resumidas cuentas, entenderemos por poder, la red de acciones/estrategias
apostadas en el intercambio explcito de todos los personajes que conforman el universo
diegtico propio a la novela a analizar, atenientes al condicionamiento de la accin de
un tercero. Pero ms particularmente, atenderemos la cristalizacin (o monopolizacin)
del poder como aqul ejercicio desptico y unilateral de la voluntad o el deseo de un
sujeto arraigado por un tiempo indefinido en una posicin de privilegio, y protegido all
por medios de coercin/represin concretos.
|| SEGUNDA PARTE: Corpus Literario.
EL PROBLEMA DE LA DELIMITACIN DE UN TEMA/
LA BSQUEDA DE UN PROTAGONISTA
De un modo extraamente anti-intuitivo, las novelas de dictadores no
necesariamente sern aquellas en donde El Dictador resulte el personaje protagonista.
Tampoco su gobierno (tirnico) parece ser el foco de la predicacin Es en el Sr.
18
FOUCALT, Michel, Historia de la Sexualidad. 1- La voluntad de saber op. Cit., pp. 114-115.
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Presidente su personaje homnimo el protagonista? O acaso es Miguel Cara de ngel
quien gana poco a poco su valor preponderante? O mejor: es el amor entre Camila y
Miguel y su resultado angustioso y trgico lo que sostiene a la novela sobre el final?
Resulta evidente y fcil la constatacin de esto ltimo: el gobierno del Presidente
nunca es un tema en s mismo, afecta tangencialmente (aunque con potencia
determinante) los acontecimientos en la novela. La secuencia narratolgica demuestra,
en efecto, que el personaje del Presidente est asociado a la mayor tensin narrativa y
una larga acumulacin de motivos libres19
, ora explicitando la brutalidad ms
descarnada, ora revelando los efectos del temor(/pnico?) en el resto de los personajes,
pero no mucho ms de all. Su presencia espordica y reducida a muy pocos episodios,
y su desaparicin tcita- del plano de la accin en la novela por largos tramos donde
incluimos el final son pruebas determinantes. Si bien su presencia est implcita en el
informe final que demuestra la crueldad de la trampa tendida a Cara de ngel para
aniquilarlo en lo nico que conservaba como bastin de esperanza, si bien, decimos, el
Presidente es all el destinatario y responsable de la accin (ganndose el desprecio
del lector en una actitud tan ruin) no puede decirse que sea el protagonista de las
acciones, en virtud de que no es l el sujeto de la narracin.
En todo caso, la presencia del Presidente se extiende como una sombra sobre
la novela, la eclipsa y oscurece, pero nunca parece figurar all plenamente; a cada
pliegue de accin encubierto, a cada injusticia o atrocidad la presencia del mandatario se
presiente pero no se ve: forma impalpable del ejercicio del poder; instauracin del
miedo interno que gobierna los personajes, y as la verdad, cuando no est de acuerdo
con el Presidente, queda limitada a la penumbra, a su manifestacin en un recorte de
papel annimo, como los tantos que recibe la esposa del Licenciado, como los rumores
a voces que llegan a hurtadillas a Camila sobre el destino de Miguel.
Pero, hay que decirlo, El Recurso del Mtodo as como Yo, el Supremo
responden a tcnicas narrativas de tono diferente (de tiempo diferente tambin) al Sr.
Presidente. Y tal vez por ello, en las novelas referidas el dictador quede comprendido de
una manera ms focalizada. Con todo, sumando y restando, segn hemos visto, no
resulta ello en ningn caso un elemento fundamental respecto de la consideracin de la
figura del dictador y su capacidad de afectar la novela como una categora o tema
especficos.
19
El concepto lo tomamos de TOMACHEVSKI, Temtica, en Teora de la literatura de los formalistas rusos, (comp. Tzvetn Todorov ) Buenos Aires, Signos, 1970.
-
[ 13 ]
Ahora bien, vistos con detenimiento, el Presidente, como El Supremo o
tambin El Primer Magistrado, presentan un denominador comn notorio: son
personajes (nicamente?) poseedores de un cargo de gobernante mximo de una
geografa determinada, plenipotenciarios que instauran su propia tirana. As tambin,
sus formas de nominacin se emparentan, dado que, como seala Mikou, El
sentimiento de supremaca, que en el fondo es un complejo de inferioridad, se refleja en
los ttulos que los dictadores conceden a s mismos y se materializa en sus relaciones
con las personas de su entorno, en las actitudes que revelan al mundo, o en sus
cavilaciones ms ntimas20. Pero ms all de este denominador comn, las
caractersticas en cada caso tomarn matices particulares.
En El Recurso del Mtodo21
, al protagonista, al dictador (Primer Magistrado), lo
observamos transitar varios captulos que relatan su gobierno, y una vez derrocado y
desterrado se autodenomina El Ex, adoptando tambin el narrador la misma
nominacin. Pero acaso su fundamental diferencia con el Presidente, resulte que,
como seala Dondald L. Shaw no es un personaje del todo antiptico22. El Primer
Magistrado rene caractersticas reconocibles de los dictadores latinoamericanos
histricos, pero es a un tiempo personaje de ficcin con ribetes trgicos y honduras
humanas que lo proyectan ingenuo, afable e infantil. El marco para comenzar a definir a
este personaje no puede ser otro que el que brinda el propio Carpentier que define una
tipologa de dictadores latinoamericanos en un trptico:
Yo lo llamo sencillamente, en abstracto, el Primer Magistrado, por aquello de que,
generalmente, el presidente de un pas de Amrica Latina es calificado de primer
magistrado de la nacin. Ahora bien, en lo que se refiere a las dictaduras de
Amrica Latina hay que distinguir entre tres tipos. Hay sencillamente el general de
pistola y fusta, ese personaje que Alcides Arguedas, en un libro admirable llama
sencillamente el caudillo brbaro. Ejemplo: Melgarejo [] Hay el dictador a
secas. Ese seor, como fue Machado en Cuba, perfectamente inculto [] Pero hay
un tercer personaje que es ms complejo y acaso ms interesante, que es el tirano
ilustrado. El tirano ilustrado es Estrada Cabrera en Guatemala []23.
En este tercer tipo es donde se ubica el Primer Magistrado. Hombre afrancesado
y consumidor de la alta cultura; sirve de vehculo a Carpentier para la introduccin del
20
MIKOU, Mohammed, La Novela de la Dictadura en el Ecuador de los aos Setenta: la Imaginacin al
Servicio de la Realidad, memoria de tesis doctoral, Universidad Complutense de Madrid, Facultad de
Filologa, 2007, p. 433. 21
CARPENTIER, Alejo, El Recurso del Mtodo, Madrid, Akal, 2008. 22
SHOW, Dondald L. Nueva Narrativa Hispanoamericana, Madrid, Ctedra, 2008, p. 94. 23
RODRGUEZ PURTOLAS, Julio, en Estudio Preliminar a El Recurso del Mtodo, Madrid, Akal, 2008, p. 104.
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[ 14 ]
arte en sus diferentes manifestaciones y la consecuente valoracin esttica. Este perfil
ilustrado del Primer Magistrado redunda en pasajes de una altsima densidad cultural,
dado que el personaje constantemente participa de tertulias donde expone e intercambia
valoraciones (en ocasiones con un enciclopedismo tal que detiene la fluidez del relato)
sobre pera, poesa, filosofa, y un largo etctera, primando en su valoracin esttica el
arte clsico.
Si bien el Primer Magistrado responde a la tipologa de dictador culto que
defini el Carpentier, no est exento de poseer rasgos de brutalidad y tirana propios de
los otros dictadores. Este personaje que tanto descansa en Pars como en la lujosa
residencia de Marbella, tambin se inviste con el uniforme de General y se instala en el
campamento a dirigir las tropas militares. Dictador que ana arrebatos de ira con
caprichos infantiles, necesita ser mecido en su chinchorro para lograr el sueo, o
realizar obsesivamente- sus impulsos an ms irracionales o inexplicables, como
manejar el trencito de la colonia alemana.
El Supremo, por su parte, tambin se presentar como un personaje brutal (que
llega a mandar a matar, orden en mano, a su escribiente) e igualmente solitario. Este
personaje se encuentra en la soledad ms absoluta, menciona en varias ocasiones en la
novela que no tiene amigos y que nunca am a nadie. Esto nos retrotrae a El otoo del
Patriarca de Garca Mrquez, quien tambin se encuentra en una soledad atroz: Por
todas esas lejanas he pasado con persona ma a mi lado, sin nadie. Solo. Sin familia.
Solo. Sin amor. Sin consuelo. Solo en un pas extrao, el ms extrao siendo el mo.
Solo. Mi pas acorralado, solo, extrao. Desierto. Solo. Lleno de mi desierta
persona.24. La soledad aparece acentuada por la reiteracin del adjetivo solo el que
an en su categora adjetiva- forma enunciados independientes, mostrando la
dimensin de la soledad del gobernante. A su vez sabemos que los verbos copulativos
ms usados son: ser y estar. El primero refiere a una condicin permanente, el segundo
a una eventual. Podemos concluir que la elipsis es, entonces, del verbo ser, ya que la
soledad ha sido la condicin que acompaa al Supremo en todo momento, la nica
podramos decir- que lo acompaa.
Esta idea es retomada en varias ocasiones en la novela. Ms atrs dijo el
Supremo Nunca he amado a nadie, lo recordara.() No am a Clara Petrona Zavala
y Delgadillo. Por lo menos bajo la forma de amor normal que no se da a un ser
anormal como yo25.
24
ROA BASTOS, Augusto. Yo, El Supremo, ED. Bibliotex, 2001 S.L. , p.193.
25
ROA BASTOS, Augusto. Yo, El Supremo, ED. Bibliotex, 2001 S.L., p. 164.
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[ 15 ]
Es raro e incluso irnico, que un personaje de la importancia del Dictador se
considere a s mismo anormal, dejando de lado, por cierto, la discusin de qu es lo
normal o lo anormal, concluimos simplemente que nunca am a nadie, ni siquiera a su
propio padre, al que dej morir en la ms absoluta soledad, y pidiendo, rogando e
implorando el perdn de su hijo26
.
No obstante, en suma parece no alcanzar la observacin de un personaje ms o
menos solitario, de la presencia o no- de una descendencia sealada explcitamente, no
parece alcanzar tampoco con la constatacin de la violencia en una novela no es la
violencia en s misma la que definira a las novelas de dictadores-; ms parecera
tratarse aqu de que las novelas de dictadores logran componer una cierta atmsfera
cerrada geogrfica y culturalmente- que instalan un clima opresivo y una secuencia
narrativa que contiene episodios violentos, explcita o implcitamente. Y entonces s, la
soledad del personaje asociado a la trama como dictador parece un condimento mayor.
Por lo dems, esta misma soledad parecera ser condicin explicativa de su
frialdad, de su impiedad, y alimentar extraamente su propia consideracin de sujeto
impasivo y evolucionado.
EL DICTADOR: Un Hombre Solitario
Es que la condicin de su insularidad (el dictador no se abre ni desborda)
parece una manifestacin de su buen continente emocional. Sumado a su condicin de
sujeto solo, a-islado, se agrega el condimento de su autosuficiencia. De este modo es
que, salvando excepciones que veremos, la figura del dictador est siempre presentada
en un entorno solitario que, eventualmente, se semantiza en la construccin topogrfica
de su vivienda o entorno de residencia particular. Bosques, grandes llanuras, palacetes
extraos y complicados (erguidos, a veces, en un entorno miserable), siempre con
atentos centinelas, conforman la generalidad de sus presentaciones.
Investido del Poder Absoluto, El Supremo Dictador no tiene viejos amigos.
Slo tiene nuevos enemigos27 se lee en la novela de Roa Bastos. As sucede tambin
con el Presidente, lamentndose a cada momento por la prdida de su fiel Parrales
Sonriente, que, adems de ser afn a sus deseos y procedimientos abnegado cumplidor,
debi decir- estaba efectuando con fruicin la tarea gloriosa de vengar al Presidente
de los habitantes del pueblo que lo viera nacer y crecer, que tantos males le hicieran
sufrir:
26
La enemistad con ste proviene del deseo del progenitor de que el Supremo fuera sacerdote, cuando
ste abandona la idea de serlo para dedicarse a la poltica, su padre trunca la relacin. 27
ROA BASTOS, Augusto. Yo, El Supremo, ED. Bibliotex, 2001 S.L., p. 23.
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[ 16 ]
Ingratos! aadi, despus, a media voz. Quise y querr siempre a
Parrales Sonriente, y lo iba a hacer general, porque potre a mis paisanos, porque
los puso en cintura, se repase en ellos, y de no ser mi madre acaba con todos
para vengarme de lo mucho que tengo que sentirles y que slo yo s... Ingratos!...
Y no me pasa porque no me pasa que lo hayan asesinado, cuando por todos
lados se atenta contra mi vida, me dejan los amigos, se multiplican los enemigos
y... No!, no!, de ese Portal no quedar una piedra...28
Por cierto, a esta coincidencia en sus soledades entre el Presidente y el
Supremo, se le superpone la ausencia de familia. Ambos se presentan como un formas
atomizadas/exclusivas de la evolucin (volveremos sobre esta idea ms adelante), con
lo cual la nocin misma de impenetrabilidad resulta doblemente reforzada. No solo no
lo conmueve la misericordia hacia los terceros, tampoco existe una proximidad familiar
(un hijo, por ejemplo) que perturbe sus sueos o esperanzas futuras. El dictador resulta
entonces un eterno presente que se agota en su misma instantaneidad; para el dictador
no hay un maana del que preocuparse para su descendencia, no hay un linaje, hay en
todo caso- un presente extendido en el da a da.
Y aunque extraamente El Ex de Carpentier s tiene descendencia, el resultado
no parece ser muy distinto al ya referido. Es que el Primer Magistrado tiene una
familia como cualquiera- en nada excepcional por sobre la talla de lo normal, y es
tambin, entre las novelas observadas, el ms humanizado de entre todas estas figuras
despticas que hemos venido analizando. Su esposa no es ms que una silueta en la
obra, Doa Hermenegilda es recordada con afecto y despierta una devocin de santidad
en amplios sectores del pueblo. Viudo el Primer Magistrado desde el inicio del relato,
su familia se reduce a sus cuatro hijos: Ofelia, Ariel, Radams y Marco Antonio. Estos
dos ltimos no tienen injerencia en la novela. El primero apenas mencionado, tras su
fracaso militar, la ltima noticia sobre su persona es su accidentada participacin en el
automovilismo. De Marco Antonio sabemos que es un busca vidas, o como lo define
Carpentier un play-boy internacional que le da [al dictador] muchos quebraderos de
cabeza29
Ariel, el primognito, es embajador en los Estados Unidos, tiene participacin
en asuntos nimios, preponderantemente establecindose como enlace con la potencia
del norte.
28
ASTURIAS, Miguel ngel, Sr. Presidente, Unidad Editorial, 1999, p. 140. 29
RODRGUEZ PURTOLAS, Julio, en Estudio Preliminar a El Recurso del Mtodo, Madrid, Akal, 2008, p. 45.
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[ 17 ]
Por ltimo Ofelia, presente en todo el relato. Joven a la que el Primer
Magistrado le sostiene una vida de lujos y excentricidades en Pars. Dama de rasgos
caribeos, que siempre est en sintona con las modas occidentales, siempre sofisticada.
Quiz el nico personaje del crculo del dictador que logra imponerse a los deseos de
aqul. Sin embargo, ella, la nica de la familia presente en la muerte del dictador, es la
que eterniza la soledad del dictador, la que garantiza el noser, el fracaso del padre
dictador con sus fusticos deseos de trascendencia histrica; pues es ella quien no
comprende las palabras finales del padre, palabras que deban ser recordadas en una
pardica solemnidad del mementomori, palabras burladas en el discurso de la joven
Ofelia, La Mayorala y el Cholo Mendoza, tan lejos de los cultismos del Primer
Magistrado; y es ella, la que profana el ltimo deseo del padre, pues sustituye la
pretendida urna con tierra del suelo patrio, por la ms prxima y cmoda tierra del
cantero de un jardn de Luxemburgo.
Pero ms all o ms ac de la circunstancia que resulta ser la familia en el caso
del Primer Magistrado- lo cierto es que la insularidad de cada uno de los dictadores
cobra un altsimo vigor, y as tambin parece extenderse hacia los otros personajes. El
hecho es que cada quien mira por s, o en todo caso, mira para s, alejndose de los
nuevos enemigos del gobernante o de los asuntos comprometedores, resguardando su
ltima esfera de proteccin en lo que hace a las posibles acusaciones, preocupndose
por el qu dirn, dado que lo dicho puede eventualmente convertirse en verdadero.
LA VERDAD DEL DICTADOR
Lo interesante resulta, en efecto, el desplazamiento de la calidad de verdadero/a,
como condicin intrnseca de una proposicin, en virtud de su contrastacin con los
hechos, con la realidad, a una determinacin externa, con arreglo a fines espurios o
planes programados de antemano. Pero ms impactante que este mero accidente de la
realidad ficcional es el tratamiento que el narrador suele darle a la circunstancia. Dicho
de otro modo: no impacta tanto o solamente- el hecho de que la verdad resulte
manipulada, cuanto que los fines son claramente perversos; aqu la verdad no resulta
falseada por un error humano sino por una intencin humana, con lo que se cambian
sensiblemente las cosas. El lector asiste ntidamente al abordaje de tales
acontecimientos.
El hecho de que se acuse al General Canales por la muerte de Parrales
Sonriente no es en s mismo impactante, no por lo menos cuanto resulta impactante la
constatacin por parte del lector- de que todo aquello es un ardid del Presidente para
des-hacer-se de un enemigo, aprovechando la oportunidad de la accin de un loco (el
-
[ 18 ]
Pelele). Es entonces cuando la novela se convierte en un acto. Lateralmente a la
digesis, la obra ofrece una manera de develar las estrategias de poder en una
circunstancia histrica dada. Y aunque es bien cierto que dentro de su universo
diegtico todos los acontecimientos se mantienen a una distancia prudente de la
realidad sensible y cotidiana, no es menos cierto que las estrategias implicadas en el
proceso de elaboracin narrativa se convierten, de algn modo, en un verosmil que se
ofrecer como una manera de comprender lo real. Es all tambin donde la novela se
torna como hemos dicho- un acto y un peligro latente para el poder desptico; la
palabra tiene la posibilidad de entablar la interdiccin con el discurso dominante,
ponerlo en jaque.
Poseer la palabra es poseer la verdad (Yo no escribo la historia. La hago,
afirmar el Supremo)30
y a la vez el poder, evitando las posibles insurrecciones. As
tambin en Yo, el Supremo encontraremos que la monopolizacin de la palabra
encuentra su piedra de toque en la validacin del estatuto de verdad, en el mismo
instante en que es aceptada (implcita o explcitamente) por sus subordinados.
Cules son mis pecados? Cul mi culpa? Mis difamadores clandestinos de
adentro y de afuera me acusan de haber convertido a la Nacin en una perrera
atacada de hidrofobia. Me calumnian de haber mandado degollar, ahorcar,
fusilar, a las principales figuras del pas Es cierto eso, provisor? No, Excelencia,
me consta que ello no es cierto en absoluto.31
En otros trminos: el Dictador es un centro generador de verdad, de La Verdad,
que, partiendo desde su ms absoluta subjetividad se convierte en norma y medida de
todas las cosas. As, la relacin entre la verdad y el poder resulta en un circuito de
poleas que se retroalimenta: el poder genera una verdad; una verdad sostiene la
estructura de poder Acaso es posible poner en jaque un juicio de El Dictador? No es
ello tambin una forma de cuestionar la propia figura poderosa del gobernante? Una
forma de subversin? En estos trminos, la autovalidacin del discurso generador de
verdad en la novela, respecto de su universo diegtico, resulta incuestionable.
Por otra parte, la verdad del dictador tiene un carcter superlativo o, mejor
dicho, absoluto- se convierte, por razones oscuras, en una verdad revelada que cubre a
L Dictador de investiduras de mesas32. As tambin se encarna otro enlace
30
ROA BASTOS, Augusto. Yo, El Supremo, ED. Bibliotex, 2001 S.L., p. 106.
31
Ibd p. 106. 32
El Dictador de una Nacin, si es Supremo, no necesita ayuda de ningn Ser Supremo. l mismo lo s. Yo, el Supremoop. Cit., p.197.
-
[ 19 ]
discursivo de base de la mentalidad occidental: El culto al jefe33 y la verdad religiosa
del discurso cristiano:
Segn la Biblia, el diluvio cubri la tierra durante cuarenta das. Aqu,
males y daos de toda especie diluviaron durante tres siglos y el Arca del
Paraguay est a salvo. En el Nuevo Testamento se lee que Jess ayun 40
das en el desierto y fue tentado por Satans; Yo en este desierto ayun 40
das y fui tentado por 40 mil satanases. No fui vencido ni me crucificarn en
vida.34
Los registros de lecturas hechas (bblicas o no) desdoblan la palabra de un
enunciador competente en dos usos definidos de habla culta y popular; sabe cmo
dirigirse a distintos receptores, escribe su diario usando un vocabulario totalmente culto
recordemos que ley a Voltaire y a Rousseau- y se dirige a sus lacayos usando una
lengua popular e incluso vulgar.
Asimismo, dentro de los registros que aparecen entremezclados en el texto
novelstico, surgen tambin numerosas palabras en guaran. El pueblo conoce al
Perpetuo con el nombre Kara Guas (el supremo, en guaran), y es as como l se
autodenomina.
Considera su gobierno de una excelsitud tan impresionante que no permite la
enseanza religiosa. La mencin y utilizacin reiterada del YO-L puede hacer
referencia a que l se considera a la altura y en la misma funcin de Dios, esto lo
deducimos de la mencin en la Biblia de Dios o Jess como L. Casi al final de la
novela podemos observar las producciones de los alumnos de las distintas escuelas del
pas, Patio lee las mismas al gobernador, este manda a que se investigue a aquellos en
los que se denota un cierto dejo religioso. Es entonces que podemos concluir que
compara sus propias promesas con las de la Biblia:
Moiss necesit 40 aos para conducir a su pueblo a la Tierra Prometida, y
todava andan vagando por ah de sin en sin. Dimensin inalcanzable. El pobre
Moiss pas 40 das, que fueron otros cuarenta aos, en el Monte Sina para
recibir los 10 mandamientos que nadie cumple. Yo precis menos tiempo; me han
bastado 26 aos para imponer mis tres mandamientos capitales y llevar a mi
pueblo no a la Tierra Prometida35
sino a la Tierra Cumplida.
Compara a la religin cristiana con su propio mandato, el que cree muy superior
y mejor administrado, y an ms eficiente; esto hace concluir que es mejor su gobierno
33
READ, Herbert, Al Diablo con la Cultura, Buenos Aires, Editorial Proyeccin, pp. 61 y ss. 34
Yo, el Supremoop. Cit., p . 197. 35
ROA BASTOS, Augusto. Yo, El Supremo, op. Cit., p. 197.
-
[ 20 ]
que las promesas de la Biblia porque l ya ha transformado todo lo prometido en
cumplido.
Del mismo modo, la categora de verdad del dogma incuestionable- parecera
tener un valor de verdad relativo o, en todo caso, menor en cuanto a su vala general que
la propia palabra del Supremo. Despus de todo, el dictador ser el modelo y medida de
todas las cosas, segn su propia lgica: all despunta tambin el discurso narcisista de
base que sostiene la estructura auto-elogiosa y magnfica del dictador.
Por estas mismas razones, el dictador se convierte en un sujeto caprichoso y algo
despreciable para el lector, debido a que impone su narciso por sobre el valor de
cualquier otredad. Son frecuentes, en este sentido, las secuencias narrativas descriptivas
del lujo y una cierta pretensin aristocrtica que, dejando de lado el dspota ilustrado
de que habl Carpentier, se perfil siempre como un pequeo sujeto consumidor de
cultura que no termina con frecuencia- de comprender.
EL DICTADOR Y SU DISCURSO
Y llegados aqu, hemos de establecer al menos dos diferencias marcadas. Por
una parte, el caso del Sr. Presidente es el de una novela que perfila a un dictador que
sabe de lujos, de dinero, de poder, y hasta de un poeta que recita El cantar de los
cantares o a Garcilazo cuando aprecia la belleza de Camila36
, pero que, de fondo, no
deja nunca de generar en el lector la sospecha de que an mantiene un vnculo estrecho
con su condicin social humilde de origen:
Un columbrn a las calles que transit de nio, pobre, injustamente pobre, que
transit de joven, obligado a ganarse el sustento en tanto los chicos de buena
familia se pasaban la vida de francachela en francachela. Se vio empequeecido
en el hoyo de sus coterrneos, aislado de todos y bajo el veln que le permita
instruirse en las noches, mientras su madre dorma en un catre de tijera y el viento
con olor de carnero y cuernos de chifln topeteaba las calles desiertas. Y se vio
ms tarde en su oficina de abogado de tercera clase, entre marraneas, jugadores,
cholojeras, cuatreros, visto de menos por sus colegas que seguan pleitos de
campanillas. Una tras otra vaci muchas copas. En la cara de jade le brillaban los
ojos entumecidos y en las manos pequeas las uas ribeteadas de medias lunas
negras37.
Por otra parte, el caso de El Supremo y el Primer Magistrado es, a diferencia de
aqul, el de los ilustrados llamados por la coyuntura histrica -y la sed personal- a
dspota. Pero todos ellos (y ahora s incluimos al Presidente) demuestran a lo largo de
36
ASTURIAS, Miguel ngel, Sr. Presidente, op. Cit., p. 152. 37
ASTURIAS, Miguel ngel, Sr. Presidente, op. Cit., p. 139-140.
-
[ 21 ]
sus respectivas novelas ser hablantes competentes de su lengua, ser capaces de hablar al
pueblo desde un balcn y hablar tambin a su escribiente en otros trminos. Acaso la
diferencia estribe, entre estos tres casos a los que nos referimos, a la capacidad de
enarbolar el discurso con vnculos (estrictamente referencias intertextuales) altamente
variados respecto a la pintura u otras artes clsicas. El modelo paradigmtico de ello es,
sin lugar a dudas, El Ex, que, adems, materializa sus preferencias clsicas en sus viajes
a Pars. El Presidente y el Supremo, en cambio, prefieren siempre permanecer en sus
tierras y su cargo, con escaso o ningn vnculo con el exterior.
El mapa se desdobla en referencias decticas de ac o all, o se subsume bajo
rtulos reales de referencias a zonas o aspectos culturales reconocibles. Es interesante,
en este sentido, observar tambin cmo la ubicacin de ciertas coordenadas geogrficas
trazan en el texto un entorno reconocible desde el punto de vista latinoamericano.
LAS FUNCIONES DECTICAS Y LA TOPONIMIA
Con frecuencia no hace falta nombrar un pas (real o inventado) e incluso podra
creerse que ello limitara de hecho- la capacidad de universalizacin de una obra
novelesca. Tal vez por ello El Recurso del Mtodo prefiere enmarcar sus referencias
geogrficas con decticos, debilitando el anclaje de realidad y, a la vez, potenciando la
capacidad de adaptar sus referencias a cualquier contexto. Pero, a pesar de ello, lo
cierto es que el vnculo del Primer Magistrado con su pas es igualmente real y
efectivo. Pues sera un error entender el afrancesamiento y su pasin cultista-parisina
como un rechazo a la cultura y vida locales. Muy por el contrario, en el devenir del
relato, el Primer Magistrado demuestra tener no slo un amplio conocimiento de ese
pas amaznico y salvaje sino tambin un profundo apego emocional a sus races.
Sealar que siente el pas como propio es una proposicin que se desprende del relato,
pero debemos hacer el esfuerzo por deslindar esa propiedad de su investidura de
dictador. Pues si bien en varios pasajes las palabras del tirano traslucen esa posesin
como fruto de su poder poltico, tambin estn esos pasajes donde la subjetividad se
explaya y evidencia un vnculo afectivo-ntimo con su tierra. Aqu un fragmento
extrado del captulo segundo que muestra el regreso del Primer Magistrado de Pars:
Haba contemplado yo ms entristecido ahora que antes por la traicin del
hombre de mi mayor confianza- el panorama portuario, desde la cubierta del
guardacostas, que me trajo, enternecindome, de pronto, con cursi pero
irrefrenable lagrimeo, ante una arquitectura de casitas, de ranchos, encaramados
unos encima de otros, a flanco de cerro [] Aflojado en mis iras por el
reencuentro con lo mo, advert, en el plpito de una iluminacin, que este aire era
-
[ 22 ]
aire de mi aire; que un agua ofrecida a mi sed, tan agua como otras aguas, me
traa, de repente, remembranzas de olvidados sabores, ligados a rostros idos, a
cosas recogidas por la mirada, archivadas en mi mente. Respirar a lo hondo.
Beber despacio. Vuelta atrs. Paramnesia. Ya ahora que el tren sube, sube,
siempre en curvas y tneles, haciendo breves paradas, a veces, entre los riscos y
breales de las Tierras Calientes, ver, con los ojos del olfato, el dibujo de las hojas
que crecen en oficio de tinieblas, representarme la arquitectura del rbol por la
quejumbrosa flexin de una rama; saber del amaranto hongo de cortezas por la
permanencia de su hlito recobrado Cmo desnudo, inerme, ablandado a
medida que ascenda hacia el silln Presidencial, recobrando una agresividad
acaso debida al reencuentro con las vegetaciones cercanas, trabadas en
reconquistar el claro de la carrilera []38.
El vnculo del Primer Magistrado con la naturaleza se vuelve a repetir en varios
pasajes, incluso la presencia de una naturaleza salvaje e incontrolable fundamenta,
como vemos, un acompasamiento del carcter, el dictador es ac tan feroz como la
tierra que lo rodea a medida que me hencha del aire de mi aire, me iba haciendo ms
Presidente39.
Lo mismo suceder luego, cuando tenga lugar el proceso de modernizacin de la
capital lo veremos ms adelante- y supone ello una clara muestra del deterioro de la
naturaleza y cmo esta transformacin repercute en el dictador. Esta transformacin
impulsada por el propio Primer Magistrado, traer aparejado un lamento del dictador
tras la nueva panormica. Hay, y lo veremos con mayor detenimiento, un cruce entre
los motivos, la progresiva modernizacin del innominado pas colinda con el
progresivo hundimiento del Primer Magistrado, un tiempo exigir un nuevo lder.
Veamos un ejemplo que ilustre nuestras afirmaciones:
Contemplando aquella urbe que le creca y le creca, el Primer Magistrado
se angustiaba a veces ante la modificacin del paisaje visto desde las
ventanas del Palacio. Metido l mismo en negocios inmobiliarios manejados
por el doctor Peralta, construa edificios destructores de un panorama tan
largamente unido a su destino [] Las chimeneas de fbricas, por l
levantadas, le fraccionaban, le quebraba, una naturaleza ignorante, poco
tiempo atrs de las feas crucetas del tendido telegrfico. El Volcn, el
Volcn-Abuelo, el Volcn Tutelar, morada de Antiguos Dioses, smbolo y
emblema cuyo cono figuraba en el Escudo Nacional, era menos Volcn
38
CARPENTIER, Alejo, El Recurso del Mtodo, Madrid, Akal, 2008, pp. 268 y ss. 39
Ibd, p. 270.
-
[ 23 ]
menos morada de Antiguos Dioses- cuando se insinuaba su majestad, en las
maanas anebladas, con pudores de rey humillado, de monarca sin corte,
sobre humos inmediatos y espesos, despedidos por cuatro altas bocas, de la
gran Central Elctrica, recin inaugurada. Al verticalizarse, geometrizarse,
seccionando faldas de montaas, cerros, visiones de valles lejanos, fondas
de verdores, la ciudad se iba cerrando sobre su Prncipe40.
As tambin, cuando el sitio a Atalfo, en Villa La Vernica, el Primer
Magistrado recuerda su lugar de origen, su historia, su genealoga, en un flashbacks
proustiano:
Y desde la cima de una de las tres colinas que dominaban la poblacin,
contemplaba [] con emocionada ternura. All haba nacido y all le haban
enseado los Hermanos Maristas sus primeras letras [] Pero creca el nio de
los manuales el de las matemticas mal sabidas y los clsicos algo recordados
y evolucionaba el Primer Magistrado sus correras de adolescente por las calles
portuarias, alborotadas de marinos, pescadores, buhoneros y putas [] All
estaba la Villa de La Vernica [] donde le haban nacido sus hijos cuando,
arrastrando la pobre vida de periodista provinciano, slo poda ofrecer a los
suyos, ciertos das, algn melado, alguna rapadura, algn papeln de azcar, para
endulzar un hervido de pltanos y mendrugos, en nico plato antes del sueo41
De la misma forma y con connotaciones similares, se presenta la nica vez que
vemos a dictador dudar sobre una accin, al momento de sitiar Nueva Crdoba, de abrir
fuego, el Primer Magistrado duda ante el temor de que la iglesia colonial que cobija la
imagen de la Divina Pastora, pueda ser destruido, templo que constituye un Santuario
Nacional. Sin embargo, si nos detenemos a observar la accin, es el mismo Primer
Magistrado el que instala sobre el objeto un valor afectivo inesperado, de modo que se
detiene en su accin bien visto- ante s mismo.
Por otra parte, es necesario destacar las escenas finales en Pars, donde ya
desterrado, El Ex no hace ms que intentar reproducir la cultura y las tradiciones del
innominado pas; la gastronoma y sus aromas, las danzas, cantos y msica, la lectura de
la prensa latinoamericana, y hasta el mobiliario, recrean la vida de ac en Pars.
Resultar, finalmente, que el Primer Magistrado no lograr ingresar en la sociedad
parisina que tanto ha admirado; tampoco lograr, sin embargo, consustanciarse con su
40
Ibd pp. 368 y ss. 41
Ibd pp. 289 y ss.
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propio mestizaje americano, ambiguo, transculturado. Extraa hibridacin42
la suya:
conocedor exquisito de una cultura que no lo acepta en su seno social; lejos de sus
semblanzas o preferencias gastronmicas tropicales, de arrullo de su tierra. Queda, en
consecuencia, en un punto cero, neutro: el dictador no es de ningn lugar.43
El Presidente, por su parte, permanecer con apariencia de (casi) eternidad en
su tierra, gobernndola a pie juntillas bajo actos de terror y mano dura. Y acaso de este
modo tenga un comportamiento semejante a El Supremo, en el sentido de que ambos
elaboran sus estrategias para construir un espacio hermtico de su territorio. Y no
obstante, el sentimiento de parcial ajenidad se mantiene por momentos y los perfila
como sujetos desconformes con su tiempo o su lugar.
All tambin el valor histrico de la novela de dictadores resulta interesante, en
virtud de su procedimiento mimtico de la captacin de la realidad y de la relacin
isomrfica que realidad y literatura representan. Quin es, despus de todo, este sujeto
llamado dictador?
EL DICTADOR / EL ESPEJO HISTRICO
En efecto, la narrativa en la novela de dictadores tiende a espejar la realidad
(reproducirla mimticamente) y, en consecuencia, suele tomar caractersticas semejantes
a la novela histrica44
e, incluso absorber como aquella- datos histricos constatables
en el marco de lo realmente sucedido.
Segn se observa, en este sentido, la novela que mejor ocupa este espacio resulta
ser Yo, el Supremo de Augusto Roa Bastos. La novela relata veintisis aos de la
historia latinoamericana, pero ms especficamente de la historia del Paraguay, tomado
como cronotopo45
. A su vez relata la decadencia de su gobernador-dictador, el abogado
42
Sobre el concepto de hibridacin, seguimos a Nstor Garca Canclini, en Culturas Hbridas. Estrategias para entrar y salir de la Modernidad. Coleccin: Estado y Sociedad, Buenos Aires, Paids,
2001. 43
Tambin definido como ladino: Al convertirse en un desarraigado, pierde su posibilidad de completud (europeizada) ya no puede tampoco retroceder. A partir de tal dilema, se va configurando su
fracaso y posterior derrota. El vegetar entre dos culturas, sin lograr asimilarse plenamente a alguna de las
dos, lo va precipitando, paradjicamente, en el olvido, en un universo aparte, en el que se va moviendo ya
como un desterrado, en El magistrado en El recurso del mtodo: el choque de identidades de scar Alvarado Vega, Revista Espiga, nmero 7, enero junio 2007, p. 101. 44
Es imposible que estas apretadas lneas defiendan todos los puntos polmicos que se entrecruzan en
nuestro camino argumentativo; si apenas salvamos las discusiones de fondo nos daremos por satisfechos.
No obstante, no podemos dejar pasar la oportunidad de sealar que, a nuestro juicio, las novelas de
dictadores resulta, tcnicamente, una variante ms de la novela histrica una presentacin singular de ella- con lo que la discusin sobre su condicin de gnero discursivo se vera ciertamente debilitado o
enlazado a la observacin de la novela histrica. Ms all de esta discusin, que consideramos ineludible
en un desarrollo de ms largo aliento, nos preocupamos aqu nicamente de la observacin del recorte
objetivo ya sealado al comienzo, dejando el resto para otra oportunidad que disponga de mayores plazos.
45 Dicho trmino es perteneciente a la teora de la relatividad de Einstein pero fue introducido en la
literatura por M. M. Bajtn. Referido a este punto dice este autor: En el cronotopo literario-artstico tiene lugar una fusin de los indicios espaciales y temporales en un todo consciente y concreto. El tiempo aqu
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Gaspar Rodrguez Francia, conocido como doctor Francia. Este personaje se
construye bajo el modelo histrico de quien gobern en forma dictatorial al Paraguay
entre 1814 y 1840.
En este caso, y especficamente en esta obra de Roa Bastos, se puede hablar de
verdadera investigacin histrica. La figura de Francia, retratado en la novela de Roa
Bastos, comenz su carrera poltica en 1810. En 1814 asume su papel histrico de
dictador (supremo) por tres aos, posicin que se prolong hasta 1816 46 y desde all
hasta 1840. En la novelstica/ en la realidad, se observan muchos casos de gobernantes
que acceden al poder bajo un manto de supuesta provisorialidad, para prontamente
echar races y establecerse de manera indefinida en un lugar de privilegio/poder.
As tambin, en su funcin mimtica, la comarca Latinoamericana ha sido
tambin bastante prolfica, la Nueva Narrativa Latinoamericana ha tomado con
frecuencia cartas en el asunto. Segn el autor venezolano Alexis Mrquez esta novela es
la que utiliza el acontecimiento histrico como tema, y que parte de una previa
investigacin de los hechos que han de novelizarse, independientemente de que ste, a
la larga, resulte ms o menos trabajado por la imaginacin y an por la fantasa-
del narrador47.
Es entonces esta novela una forma de verdad-irreal? La historia que nos llega
siempre est relacionada con los hechos como se supone que verdaderamente
sucedieron. La nueva versin es la de estos autores, entre ellos Roa Bastos y podemos
incluir a Asturias y su Seor Presidente, o a Carpentier y El recurso del mtodo-, es una
versin diferente, subjetiva48
de los hechos, diferente a la versin oficial de los mismos,
y por lo tanto diferente a la de los detentadores del poder.
Sin embargo, an cuando podra creerse de modo algo apriorstico- que el
efecto de esta literatura finaliza all donde marca sus mrgenes la esttica realista, hay
se condensa, se concreta y se hace artsticamente visible; el espacio, en cambio, se intensifica, se asocia al
movimiento del tiempo, del argumento de la historia. Los indicios del tiempo se revelan en el espacio, y
este es asimilado y medido por el tiempo. BAJTN M.M. Problemas literarios y estticos. La Habana, Editorial Arte y Literatura, 1986, pp. 269-270 Citado por TEDIO, Guillermo, en Historia, ficcin, poder y lenguaje, en lnea. Recuperado: agosto de 2011, en: http://www.ucm.es/info/especulo/numero28/yosuprem.html 17 Octubre 2006
46 Universidad de Utrecht, Facultad de Filologa, Tesina del Master Literatura y Cultura del Oeste,
Supervisores: J.W.A.M. Steegmans & K.S. Wellinga, julio de 2009 en lnea. Recuperado: julio de 2011,
en:
http://www.igitur-archive.library.uu.nl
47 Citado por TEDIO, Guillermo, en Historia, ficcin, poder y lenguaje, en
http://www.ucm.es/info/especulo/numero28/yosuprem.html 17 Octubre 2006. 48
En la teora del conocimiento, la subjetividad es la propiedad de las percepciones, argumentos y
lenguaje basada en el punto de vista del sujeto, y por tanto influida por los intereses y deseos particulares
del sujeto. La propiedad opuesta es la objetividad, que los basa en un punto de vista intersubjetivo, no
prejuiciado, verificable por diferentes sujetos. LUETICH, Andrs A. Teora del Conocimiento, en
http://www.luventicus.org/articulos/03U012/index.html.
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razones para creer tambin que excede con mucho esos lmites. A veces como una
radicalizacin del realismo (Naturalismo de nuevo cuo?) se aventura a dar
explicacin sobre procedimientos o hechos reales, instalndose as como un discurso
lmite entre lo ficcional y lo real; a veces, como un relato decididamente imaginario
sobre eventos total o parcialmente inexistentes; siempre, en suma, como una expresin
artstica que establece un corte transversal sobre lo real y funde las fronteras
convirtindose en un poderoso discurso de verdad Cul es, finalmente, el verdadero
Francia?
En general, y muchos lo creemos as, se ha concebido a la historia y el relato
como opuestas, es decir, en este caso, seran versiones opuestas de la dictadura de
Francia en Paraguay. El estudioso Raimond D.Souza dice en este sentido que: La
historia y la narrativa son frecuentemente consideradas entidades separadas, estando
la Historia basada en datos e informacin, y la narrativa en la imaginacin
creadora49. Por el contrario, Hayden White cree que historia y novela slo estn
separadas en teora pues en el fondo ambas son interpretaciones de la realidad social,
aunque se diferencien por su presentacin discursiva. Sobre esto Souza plantea su punto
de vista, diciendo: White afirma que los historiadores utilizan estrategias estticas al
construir sus interpretaciones del pasado, y considera que la historia y la narrativa
slo estn separadas en teora. Por lo que concierne a la novela histrica, es evidente
que una no puede existir sin la otra.50
Es entonces en esta ltima categora que debemos ubicar a la novela de Roa
Bastos, y es as que decide contar, una nueva y diferente versin de la historia oficial y
aceptada. Es por esto tambin que escoge un nuevo estilo discursivo, que se aleja, y
aleja a la novela, de la historia cientfica, que ostenta la objetividad y el lenguaje
austero. Elige el estilo de la literatura, elige el discurso literario, enriquecido de todos
los giros posibles, jugando con el lenguaje constantemente, diciendo y desdiciendo,
usando el guin que transforma una palabra en varias y una en ninguna: Le cuesta a
Patio subir la cuesta del contar y escribir a la vez; or el son-ido de lo que escribe;
trazar el signo que escucha. Y ms adelante dice Para m que esos hijos-del-diablo
no son, sino que se hacen51.
Por cierto que en algunos casos, las referencias histricas sern definidas, en otros,
solapadas casi sin nfasis-. De cualquier modo, la crtica en general no ha dudado
49
SOUZA, Raimond, La historia en la novela hispanoamericana moderna. Bogot, Tercer Mundo, 1988.
p. 25. 50
Ibd p. 30. 51
ROA BASTOS, Augusto. Yo, El Supremo, ED. Bibliotex, 2001 S.L., pp. 12 y 13.
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nunca en reconocer al Doctor Francia detrs del dictador novelado; nunca se retacea en
la novela informacin al respecto.
Cierto tambin es que, desde un enfoque cerradamente inmanentista, tales
observaciones se tildarn de excesivas, tanto como de quien quiere estrechar fronteras y
correspondencias entre realidad y discurso de ficcin. Pero no estamos aqu detrs de
ninguna continuidad de los bosques narrativos, la novela de dictadores impone su rigor
en la interpretacin histrica; a fuerza de informacin, avanza en el lector la conviccin
de la correspondencia entre el texto literario y el documental histrico.
Pero por otra parte, no siempre el valor del registro histrico carga las tintas
sobre los aspectos condenables y oscuros de los gobiernos despticos. Si tal fuera, se
sorprendera el lector a conocer que el gobierno del Doctor Francia dur unos cuarenta
aos, y fue un gobierno realizado con la entera conviccin de defender y hacer
progresar a su pas, cosa que l firmemente cree, y que adems se certifica en la novela
a travs de una Nota del Compilador: Le pregunt: Por qu ha dejado el Paraguay?
He sido soldado por ms de veinticinco aos. Es se el nico motivo de su fuga? El
nico, seor, desde hace veinticinco aos. Se senta usted all desgraciado? No,
seor, de ningn modo! Buena tierra, buena gente y sobre todo qu buen gobierno.
Pero veinticinco aos!52.
El relato se presenta como tal entonces, y como ya habamos dicho antes, como
un cierto texto histrico. Pero es un texto histrico que se hace desde la literatura, es por
eso que Roa Bastos se permite usar el estilo indirecto libre. En el relato aparecen
muchas voces, de diferentes nacionalidades, posiciones polticas y perspectivas, pero en
ningn caso se nos anuncia a travs de una raya de dilogo o un verbo introductor. Se
mezclan las voces de los personajes unas con otras, sin que haya un aviso del narrador:
Deja de deshollinarte las fosas nasales. Perdn, Excelencia! Ea! Basta ya de andar
cuadrndote a cada momento.53
Pero, por otra parte, los recursos tcnicos para perfilar la historia han sido
variados. Como ya se dijo, el caso de Carpentier en El Recurso del Mtodo es el del
novelista que, a conciencia, generaliza (curioso lexema para utilizar aqu) en la figura de
un dictador a todos. A conciencia tambin le llama Primer Magistrado, en virtud de la
tradicin latinoamericana en el tratamiento de respecto a ciertas figuras polticas. Y
coincidentemente con aquella premisa de Tolstoi de pinta tu aldea y pintars el
mundo su procedimiento le sirve de universalizacin. Carpentier tiene all un programa
declarado, un plan de procedimiento planteado por l mismo; trazado por su voluntad-
52
ROA BASTOS, Augusto. Yo, El Supremo op. Cit., p. 185. 53
ROA BASTOS, Augusto. Yo, El Supremo op. Cit., p.. 10.
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que determina la novela en ms de un lugar comn para la cultura latinoamericana. Es
as tambin que en la observacin de la figura de El Estudiante o del rol protagnico de
Estados Unidos (en trminos econmicos y polticos, sobre lo que volveremos) el lector
puede reconocer con facilidad el territorio, a pesar de la indeterminacin asentada en los
decticos. Y tambin superando la abstraccin y el perfil paradigmtico del personaje-
tipo de dictador, logra pintar de algn modo la historia latinoamericana. Pero aqu lo
hace develando procedimientos posibles, modos de pensar y comportarse, mtodos de
control (o descontrol, segn se vea) social.
Diferente ser, de hecho, el caso de Miguel ngel Asturias y su Sr. Presidente.
Sobre todo por dos razones fundamentales: la primera de ellas es que aqu como ya se
ha dicho- el dictador no es un personaje protagonista, es determinante pero no gana
todos los espacios de la novela, no se torna nunca el foco narrativo dominante; la
segunda de ellas es que no parece reconocerse un plan narrativo de fondo que apele a la
generalidad, tampoco como en el caso de Roa Bastos- una intencin de determinar a su
dictador en trminos histricos. No. En el Sr. Presidente el dictador no tiene nombre
definido, nicamente tratamientos de respeto con valor sinonmico, pero siempre
atenientes a sostener la figura del mandatario elegido por el pueblo:
Viva el Seor Presidente!
Viva el Seor Presidente de la Repblica!
Viva el Seor Presidente Constitucional de la Repblica!
Con un viva que resuene por todos los mbitos del mundo y no acabe nunca,
viva el Seor Presidente Constitucional de la Repblica, Benemrito de la Patria,
Jefe del Gran Partido Liberal, Liberal de corazn y Protector de la Juventud
Estudiosa!...54
No obstante, se ha convenido tradicionalmente en sealar a Manuel Estrada
Cabrera como el dictador guatemalteco detrs de esta figura literaria. Establecer una
argumentacin restrictiva clara en este sentido supondra un arduo trabajo de defensa y
demostracin lgica de trminos, pero por sobre todas las cosas supondra tambin un
recorte al espacio de validez de la figura pintada en este dictador. Dicho en otros
trminos: es, s, Manuel Estrada Cabrera, pero es tambin cualquier dictador
latinoamericano; es todos y cualquiera al mismo tiempo. Ahora, slo parecera posible o
til preguntarse si el marco original para la elaboracin de esta figura del dictador
(germinal en la literatura latinoamericana) fue efectivamente histrico o no, pero en
todo caso, eso excede los lmites de este trabajo y de nuestras intenciones.
54
ASTURIAS, Miguel ngel, Sr. Presidente op. Cit., p. 60.
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Ahora, al margen del sentido interpretativo gensico, an es posible observar
que la novedad si as puede llamarse- de algunos de estos dictadores se asienta en su
utilizacin del lenguaje (o la cultura, en un sentido amplio). Parecera que a este nuevo
sujeto emergente le corresponde tambin una nueva forma discursiva, un nuevo modelo
de poder.
UN MODELO DE PODER / UN DISCURSO NUEVO
En efecto, segn ya hemos visto, el Primer Magistrado es un modelo ilustrado
excepcional. Sus discursos, cargados de refinamiento, son motivo de burla para los
opositores. Sin embargo, con conceptos como la Gran Familia de la Nacin, el ejemplo
de los Padres de la Patria, llamados a la unin, y el preciosismo civilizatorio, el Primer
Magistrado lograba en sus primeros discursos una fama de maestro del idioma cuyo
tono contrastaba con el de las machaconas, cuartelarias y mal redactadas proclamas
de su adversario []55. Este es el jefe militar y traidor Atalfo, el primero de los
traidores dispuestos a mellar sus espadas en descabelladas empresas generadoras de
discordia donde la laboriosidad, un concepto patriarcal de la vida, nos hacan, a todos,
miembros de una gran familia56.
As tambin, un motivo recurrente en el relato es la lucha del Primer
Magistrado con sus propias construcciones discursivas. Conocedor del Pathos
romntico de su gente y experto en oratorias plagadas de cultismos es conciente de que
el transcurso del tiempo y la modificacin permanente del contexto lo instalan frente al
conflicto del discurso. Al comienzo de la obra y frente al primer alzamiento del traidor
Atalfo Galvn, ordena a su secretario Peralta enviar un mensaje puesto que se
encuentra en Pars- patritico y por dems utilizado: Cable-Mensaje-a-la-Nacin,
afirmando voluntad insobornable defender libertad a ejemplo de los Forjadores de la
Patria, que (Bueno, t sabes)57.
Por otra parte, cuando un nuevo traidor, el General Hoffmann se revela (y
coincide tambin con ya presentes revueltas obreras y estudiantiles) se vuelve a
presentar el problema del discurso:
Pilares de sus grandes discursos polticos, haban sido durante aos, los trminos
de Libertad, Lealtad, Independencia, Honor Nacional, Sagrados Principios,
Legtimos Derechos, Conciencia Cvica, Fidelidad a nuestras tradiciones, Misin
Histrica, Deberes-para-con-la-Patria, etc., etc., pero ahora esos trminos (sola
ser severo crtico de s mismo) haban cobrado un tal sonido de moneda falsa,
55
CARPENTIER, Alejo, El Recurso del Mtodo, Madrid, Akal, 2008, p. 272. 56
bid p. 272. 57
bid p. 259.
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plomo con bao de oro [] Palabras, palabras, palabras. Siempre las mismas
palabras. Y, sobre todo, nada de Libertad con las crceles llenas de presos
polticos-. Nada de Misin Histrica ni de Cenizas de Hroes, por la misma razn.
Nada de Independencia que, en su caso, rimaba con dependencia. Nada de Virtudes
cuando se saba dueo de las mejores empresas del pas-. Nada de Legtimos
Derechos puesto que los ignoraba cuando chocaban con su personal
jurisprudencia58.
Un nuevo lenguaje, un nuevo paradigma, tendr que elaborar el Primer
Magistrado ante su creciente prdida de credibilidad, de la que siempre es conciente,
como lo muestra el estilo indirecto libre utilizado aqu por el narrador. Esta lucha
discursiva derivar en la construccin de nuevos argumentos para sostener su poder en
el innominado pas. La Primera Guerra funciona como disparador para la construccin
de un nuevo discurso, obsrvese cmo logra unificar la causa aliada anti-germnica al
contexto local latinoamericano, y an ms, punto que desarrollaremos ms adelante, el
perfecto conocimiento de la hibridacin racial y cultural latina. Comienza por tomar lo
religioso popular Adems -carajo, ahora me doy cuenta!- las Vrgenes todas, de
nuestras tierras, eran latinas. Porque la Madre de Dios era latina, doblemente latina,
ya que los luteranos de mie