Spartacus 2

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LA ALIANZA OBRERA SPARTACUS

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  • LA ALIANZA OBRERA SPARTACUS

  • JAVIER BENYO

    LA ALIANZAOBRERA

    SPARTACUSAnarquismo, vanguardia obrera e

    institucionalizacin del movimientosindical en la dcada de 1930

  • Libros de AnarresCorrientes 4790Buenos Aires / ArgentinaTel: 4857-1248

    ISBN: 987-20875-8-X

    La reproduccin de este libro, a travs de medios pti-cos, electrnicos, qumicos, fotogrficos o de fotoco-pias est permitida y alentada por los editores.

    Queda hecho el depsito que marca la ley 11.723

    Impreso en Argentina / Printed in Argentina

    Benyo, JavierLa Alianza Obrera Spartacus - 1a. ed.Buenos Aires: Libros de Anarres, 2005.224 p.; 20x12,5 cm. (Utopa Libertaria)

    ISBN 987-20875-8-X

    1. Anarquismo. I. TtuloCDD 320.57

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    AGRADECIMIENTOS

    Este trabajo no podra haber sido realizado sin la impres-cindible colaboracin de varias personas que facilitaron datosy documentos sobre la Alianza Obrera Spartacus. Todos ellosme alentaron a llevar adelante el proyecto y creyeron en la ne-cesidad de sacar a la luz la historia del grupo.

    Deseo agradecer en primer lugar a Olga Basanta y ArielBadaraco, por el valioso material cedido, su excelente predis-posicin para ser entrevistados y su buena memoria. A NicolsIigo Carrera, no slo por aporte de informacin y su orienta-cin bibliogrfica, sino tambin por su paciencia para respon-der mis inquietudes.

    Tambin quiero destacar la generosidad de Juan Rosales,que me facilit textos vitales para la reconstruccin del finaldel grupo.

    Este libro est basado en mi tesina de licenciatura en Cien-cias de la Comunicacin, cuyo tutor fue Christian Ferrer. A ltambin mi reconocimiento.

    Muchos de los temas tratados en este trabajo fueron discu-tidos con Vernica Garca Viale. Su constante aliento faciliten gran medida las labores.

    J. B.

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    EN NOMBRE DE UN ESCLAVOPOR CHRISTIAN FERRER

    Las ideas, tanto como los movimientos polticos que las trans-portan, experimentan momentos de cuarto creciente, de me-dioda y de decadencia. El anarquismo no fue excepcin a estaregla natural. Pero la cada desde una posicin privilegiada ylos sindicatos anarquistas llegaron a ser poderosas correas detransmisin de las luchas populares suele ser ms penosa quela prdida de una posicin menor, y tambin causa de extravoideolgico y de un sinfn de erratas polticas. Hacia 1930, ladisgregacin en beneficio de otras fuerzas o el atrincheramien-to inconducente eran las alternativas que les tocaron en suertea los hombres y mujeres libertarios de la Argentina. Antes, losgolpes encajados haban sido proporcionales al esplendor cul-tural y a la potencia organizada de tiempos previos: el desgasteacumulado tras centenares de huelgas, no importa si fallidas ovictoriosas; el agotamiento de las energas individuales; el em-pobrecimiento intelectual y la ofuscacin poltica de loscapitostes del movimiento; la consuncin de vidas valiosas lue-go de la Semana Trgica y de las grandes huelgas sucedidas enla Patagonia; y al fin las inevitables persecuciones y encarcela-mientos luego del golpe de Estado del general Uriburu. Tal erala arriesgada condicin de las agrupaciones cratas cuandoHoracio Badaraco, an joven, reuni a varios de sus compae-ros en la Alianza Obrera Spartacus con el fin de remozar lasformas de resistencia y de lanzar amarras hacia simpatizantesno necesariamente enrolados en la Federacin Obrera Regio-nal Argentina (FORA). Eso ocurri en 1934.

    Era hijo de familia enriquecida, propietaria de astilleros yde bancos, y por lo tanto su porvenir econmico estaba garan-tizado. Horacio Badaraco sustituy la herencia por lapublicitacin de ideas en La Obra y en La Antorcha, peridi-cos anarquistas de entonces, por un viaje a Barcelona en tiem-pos de la revolucin espaola, y tambin por numerosas tem-poradas en la crcel, dos de ellas cumplidas en el infierno hela-

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    do de Tierra del Fuego. La opcin de Badaraco no debe enten-derse tanto como voluntad de proletarizacin sino comorenegacin de un destino que juzg ajeno a las creencias queadopt durante la adolescencia. Ms adelante, una vez alejadode la ortodoxia sindical de los foristas, adoptar el nombrede un esclavo para su pequeo grupo poltico, al cual no se leretace cierta influencia, particularmente durante la huelga delos gremios de la construccin, la ms importante de la dca-da infame. Fue, este combate, la prueba de fuego para unaintuicin poltica, a saber: que nuevos actores, tal como los es-tudiantes universitarios, comenzaban a tomar conciencia de losmales del mundo, y que los obreros que hacan equilibrio enandamios y en losas, no obstante carecer de adherencia a lasideas redentoras tradicionales, estaban bien dispuestos a pelearpor lo suyo. Ocurre, a veces, en tiempos de cambio social acele-rado, que un solo hombre se da cuenta del callejn sin salida enque ha quedado atrapada su ideologa, e intenta actuar en con-secuencia. Sin embargo, el anarquismo organizado no slo obs-taculiz las intenciones de los espartaquistas, tambin los com-bati, abriendo el camino de esta manera a la hegemona co-munista en el sindicato de la construccin. De este modo, laAlianza Obrera Spartacus qued a la intemperie, en tierra denadie, tal cual un despojo de la historia. El propio Badaraco sefue de este mundo a los cuarenta y cinco aos, cuando Pernacababa de asumir su primer perodo presidencial.

    Por mucho tiempo nadie se interes por Badaraco y por losotros integrantes del espartaquismo argentino. Slo en los aos80 Osvaldo Bayer rememor su gesta en un ensayo publicadoen una revista cultural. Luego, algunas migajas aqu y all. FueJavier Benyo, alumno de la carrera de Ciencias de la Comuni-cacin, quien recuper peridicos, manifiestos, panfletos y tes-timonios orales para su tesis de graduacin. Y lo hizo con pa-ciencia y dedicacin, y sin dinero, pues con esas dignidades sehacen las cosas en la Universidad de Buenos Aires, hasta darcontorno y contenido a una historia que estaba destinada alolvido, a la borradura, quizs apenas a la cita al pie de pgina.A l corresponde el mrito de traerla a memoria, y de restaurarsus logros y sus impotencias, pues Horacio Badaraco no fue un

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    nombre propio, como tampoco lo fue en la antigedad el deEspartaco. Ambos fueron condensaciones histricas, ademsde oportunidades perdidas, porque una vez transcurridos losaos 30, el anarquismo argentino comenz a eclipsarse y alanguidecer en su propia jaula, hasta que al fin muri como unpajarito. Curioso, entonces, que este libro no pretenda nica-mente ser una contribucin a la historiografa acadmica sino ala conmemoracin activa. Ninguna idea enorme se extinguedel todo en sus cenizas. A veces retorna, crepitante, dando chis-pazos, forjando el tipo de nidos donde se gestan las aves inmu-nes al fuego.

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    1. PRESENTACIN

    Alrededor de la Alianza Obrera Campesina Spartacus se hatejido durante dcadas un extenso manto de silencio. Hasta haceno muchos aos era imposible encontrar referencias explcitasal grupo anarquista en alguna de las obras sobre el movimientoobrero, tanto en las escritas por militantes como en aquellasproducidas por historiadores provenientes de la academia. Nisiquiera era posible hallar menciones entre los trabajos referi-dos especficamente a la formacin del sindicato de la construc-cin, dentro del cual Spartacus cumpli un rol decisivo. En suinvestigacin sobre la Federacin Nacional de la Construccin(FONC), Celia Durruty mencion la existencia de una oposi-cin anarquista en el interior de la federacin pero sin nombraral grupo.1 Tampoco el dirigente comunista Rubens scaro diocuenta de la existencia de Spartacus en su historia del nacimien-to del gremio de la construccin, publicada a comienzos de ladcada de 1940. Aunque nombra a varios de sus principalesdirigentes, elude, por una cuestin de rivalidad ideolgica, cual-quier referencia a la importante fraccin espartaquista que exis-ta entre los trabajadores de la construccin y minimiza los con-flictos suscitados con ellos en los debates sobre la aprobacindel estatuto del Sindicato nico de la Construccin.2

    Durante mucho tiempo, las nicas y breves referencias algrupo fueron las que se encontraban en algunas autobiografasde militantes del movimiento obrero. La escasez de material ydocumentacin, el silencio de muchos de los rivales polticos desu poca, la importancia nula que los historiadores otorgan alanarquismo de los aos 30, sumado al hecho de que el pico dela influencia poltica de Spartacus se haya dado durante unahuelga que hasta hace poco no haba sido objeto de investiga-ciones profundas, contribuyeron a forjar un olvido persistenteen torno de la agrupacin anarquista.

    Hay otro factor a tener en cuenta a la hora de evaluar lasrazones por las cuales el nombre de Spartacus permaneci du-rante tanto tiempo en el ostracismo. El grupo, a diferencia de laFederacin Obrera Regional Argentina (FORA) o la Federacin

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    Anarco Comunista Argentina (FACA) que tienen una longevatrayectoria que llega hasta la actualidad y que se encargaron dedocumentar su vida, goz de una breve existencia y ninguno desus militantes se ocup de redactar su historia. A esto se le pue-de sumar que muchos anarquistas, al trazar una mirada retros-pectiva del movimiento, no consideraron a Spartacus como par-te de l por su acercamiento al marxismo y por el derroteroposterior en el Partido Comunista de algunos de sus militantes.Todo ello conspir contra la difusin de la experiencia de reno-vacin libertaria. Por otra parte, los distintos avatares sufridospor sus integrantes allanamientos, persecuciones, encarcela-mientos, exilios y hasta inundaciones impidieron que hoy sepudiera contar con una coleccin completa del peridicoSpartacus. sta es una de las razones por la que estn disponi-bles apenas seis de los once nmeros editados entre 1934 y 1938.3

    Osvaldo Bayer fue el primero en rescatar a Badaraco ySpartacus de las sombras de la historia en un artculo publicadoen la dcada del 80 y recopilado posteriormente en Rebelda yesperanza.4 Bayer traza una sntesis de la actividad del grupo,menciona a sus principales dirigentes y destaca su participacinen la huelga de la construccin. El historiador resalta los moti-vos que promovieron su formacin: [Badaraco] Buscaba deses-peradamente un nexo con aquellos que buscaban una sociedadms justa. Quera la unidad de los que luchan.5 La lucha de losobreros de la construccin, segn Bayer, confirm momentnea-mente las hiptesis del grupo. Luego, las disputas entre las dis-tintas tendencias de la izquierda vendran a reavivar las divisio-nes y a hacer naufragar el proyecto de unidad antiburocrtica.

    La publicacin en 1989 del libro de Domingo Varone, unode los principales integrantes de Spartacus y el nico que editsus memorias, vino a arrojar un poco de luz acerca de la vida delgrupo.6 Varone, que perteneci al sector de militantes que unavez disuelto Spartacus adhiri al Partido Comunista, es severa-mente crtico con su pasado como dirigente del movimiento li-bertario. A lo largo de toda la obra, no es difcil encontrar lostpicos calificativos comunistas sobre el anarquismo: irrespon-sabilidad, incapacidad organizativa, falta de realismo, etc. A di-ferencia de otras autobiografas de sindicalistas comunistas quereconocen ciertos mritos al anarquismo, su libro esta escrito

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    desde una visin de los hechos que no se desva en ningn mo-mento de los lineamientos establecidos por la lectura del mar-xismo oficial acerca la historia del movimiento obrero argenti-no. Por otra parte, cuando se contrasta el trabajo de Varone conotros testimonios y documentos se hace evidente que incurre engraves tergiversaciones, en especial en todo aquello que se refie-re a las causas del regreso de Horacio Badaraco de Espaa. Peseestos defectos y el tono de abjuracin permanente, es un testi-monio valioso porque aporta datos acerca de los comienzos delgrupo y sus disputas con otros sectores anarquistas.

    Recientemente, Nicols Iigo Carrera rescat en dos opor-tunidades el nombre del grupo: en su rigurosa investigacinacerca de la huelga general de 19367 y en un artculo dedicadoespecficamente a reconstruir y analizar su historia.8 Este lti-mo constituye el nico texto dedicado a dar cuenta de la activi-dad de Spartacus destacando el lugar de relevancia que lleg atener en el movimiento obrero. Imprescindible como presenta-cin y primer acercamiento al grupo, en el artculo persistenalgunos puntos oscuros sobre la historia de Spartacus, en parti-cular en lo que se refiere al final. Iigo Carrera insina que esposible rastrear cierta influencia subterrnea posterior deSpartacus en las organizaciones insurgentes de los aos 60 y70. Es cierto que muchos de los puntos que constituan la pos-tura espartaquista sern retomados en esas dcadas. Elantiburocratismo, el antimonopolismo y el antiimperialismo yhasta el anticapitalismo reaparecen luego en la escena poltica.Pero el rasgo ms especfico del anarquismo, su antiestatismoradical que cuestiona al Estado como garanta metafsica de losocial, no tuvo herederos visibles en aquellos aos.

    Publicada poco tiempo despus de los trabajos de Iigo Ca-rrera, la biografa novelada de Horacio Badaraco escrita porJuan Rosales dedica uno de sus captulos a la Alianza ObreraSpartacus.9 Centrada en la mxima figura del grupo, en la obraes posible encontrar una correcta descripcin del clima de po-ca que rodea la creacin de la agrupacin, sus objetivos, susdisputas con otros sectores anarquistas y las verdaderas razo-nes del retorno de Badaraco de Espaa. Las tensiones internasque atravesaron a Spartacus al regreso de su principal dirigenteson esbozadas por Rosales, que sin embargo no menciona ex-

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    plcitamente ni las causas determinantes de la crisis final, ni lafecha aproximada de la disolucin del grupo. El estilo del libro,que mezcla fragmentos de artculos y declaraciones con un re-lato ficcional, obliga al investigador a tomarlo con precaucinpara no confundir la muy respetuosa recreacin del discurso delos personajes histricos con los elementos pertenecientes adocumentos reales.

    Los autores nombrados han expuesto con bastante preci-sin los objetivos y las motivaciones que impulsaron a un gru-po de anarquistas, provenientes en gran parte del peridico LaAntorcha, a la formacin de una agrupacin obrera. Como hasido sealado, quedan varios puntos oscuros por resolver acer-ca de la historia de Spartacus. Es necesario reconstruir el alcan-ce de su influencia en el movimiento obrero y realizar un anli-sis ms profundo del proyecto espartaquista. Por otra parte, losmotivos y el momento en que se produce su autodisolucin nohan sido indagados todava en profundidad y resultan de enor-me importancia si se quiere vislumbrar el proceso deinstitucionalizacin del sindicalismo argentino.

    NOTAS1 Celia Durruty. La Federacin Nacional de la Construccin, en Clase

    obrera y peronismo, Crdoba, Pasado y Presente, 1969.2 Rubens scaro. Breve historia de la lucha, organizacin y unidad de los

    trabajadores de la construccin, Bs. As., S. E., 1940.3 La mayor coleccin de Spartacus de la que se tiene registro se encuentra en

    Centro de Documentacin e Investigacin de la Cultura de Izquierdas enla Argentina (CeDinCI). Los nmeros disponibles son: el 4 (15 de abril de1935), el 5 (1 de mayo de 1935), el 6 (noviembre de 1935), el 8 (1 de mayode 1937), el 10 (10 de septiembre de 1937) y el 11 (marzo de 1938). EnAmsterdam, en la coleccin del International Instituut voor Sociale Ges-chiedenis (IISG), se encuentran los nmeros 4 y 8.

    4 Osvaldo Bayer. Badaraco, en Rebelda y esperanza, Bs. As. Ediciones B,1994.

    5 O. Bayer. op. cit., en Rebelda y esperanza, pg. 289.6 Domingo Varone. La memoria obrera, Bs. As., Cartago, 1989.7 Nicols Iigo Carrera. La estrategia de la clase obrera. 1936, Bs. As.,

    Pimsa-La Rosa Blindada, 2000.8 N. Iigo Carrera. La Alianza Obrera Spartacus, en Pimsa 2000, Bs. As.,

    N 4, ao IV, 2000.9 Juan Rosales. Badaraco, el hroe prohibido, Bs. As., La Rosa lindada, 2001.

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    2. INTRODUCCIN: EL MOVIMIENTO OBRERO Y ELANARQUISMO EN LOS AOS 30

    2.1. LA CREACIN DE LA CONFEDERACIN GENERAL DEL TRABAJO YLA INSTITUCIONALIZACIN DEL MOVIMIENTO OBRERO

    La dcada del treinta comienza para el movimiento obrerocon un hito fundamental: la creacin en septiembre de 1930 dela Confederacin General del Trabajo (CGT). Producto de launificacin de las centrales socialista y sindicalista,1 la CGTsostuvo frente al golpe de Jos Flix Uriburu una posicin deprescindencia poltica que en los hechos significaba un apoyoms o menos velado a la dictadura. Ya en sus primeras declara-ciones, la central obrera se mostraba dispuesta a secundar lasactividades de la gestin militar. Los artculos publicados enesos aos por los rganos cegetistas tenan una apelacin res-petuosa hacia el poder estatal: nos asiste la seguridad de queel Superior Gobierno Provisorio de la Nacin tiene los mejoresdeseos de que el pas regularice su vida y consolide las institu-ciones.2 Hacia el final de la dictadura el tono se fue endure-ciendo hasta reconocer el carcter francamente antiobrero delgobierno provisional: el gobierno surgido del 6 de septiem-bre de 1930 (...) ha hecho recaer sobre las espaldas de los tra-bajadores organizados, que no tenan vnculo alguno con eldepuesto y eran por lo mismo ajenos a l, toda la fuerza coerci-tiva.3 La prescindencia poltica haba sido durante aos la fr-mula utilizada por la corriente sindicalista, que mantuvo suhegemona dentro de la CGT hasta mediados de la dcada,4

    para evitar que el movimiento obrero se inmiscuyera en la lu-cha poltica electoral apoyando a algn partido poltico. Laprescindencia poltica, que en teora les impeda a los sindica-tos pronunciarse sobre un tema clave como el fascismo, habasido uno de los blancos favoritos de socialistas y comunistas ensu ataque contra los sindicalistas. Pese a que los sindicalistas sehaban pronunciado en contra de los totalitarismos europeos,eran frecuentes en la prensa obrera las denuncias de los socia-listas acerca de connivencia y de admiracin de los dirigentes

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    pertenecientes a esta corriente con los elementos y el rgimenfascista. La cuestin del mantenimiento de la independenciadel movimiento obrero actu, durante las primeras tres dca-das del siglo pasado, a modo de una divisoria de aguas queubic de un lado, aunque en diferentes organizaciones, aanarquistas y sindicalistas y del otro a socialistas y comunistas.Motivo recurrente de disputas, el debate sobre la prescindenciapoltica slo lleg a su fin con el advenimiento del peronismo.

    Varios aspectos del movimiento obrero en los aos 30 con-tinan siendo materia de controversia entre los historiadores.Un tema de debate hasta cierto punto reciente es el que se refie-re a la dimensin de las luchas obreras y la identidad de lasclases trabajadoras. Desde una de las perspectivas, aquellos fue-ron aos relativamente tranquilos en los que se constituyuna nueva identidad de los trabajadores centrada ya no en elproceso de produccin sino en el tiempo libre. De esta manera,[la] identidad trabajadora y contestataria fue disolvindose, yprogresivamente se constituy otra que hemos caracterizadocomo popular, conformista y reformista.5 Estas afirmaciones,especialmente las referidas a la tranquilidad del perodo, debenser relativizadas. Si bien es cierto que a comienzos de la dcadase produce una notable reduccin de la actividad huelgusticacomo producto de la represin uriburista (particularmente en-saada en deportar y encarcelar a militantes anarquistas y co-munistas) una vez retomada cierta normalidad, con el levanta-miento de estado de sitio en el gobierno de Agustn P. Justocomienza a producirse un aumento de las medidas de fuerza.Los datos del Departamento Nacional del Trabajo indican parala Capital Federal en el ao 1932 un total de 105 huelgas y34.562 huelguistas, una cifra superior a la del ao anterior dela instalacin de la dictadura de Uriburu. La agitacin obreratiene su pico en el bienio 1935/36 con las huelgas de la madera,textiles y la construccin, y el movimiento contra el monopoliodel transporte.

    La idea de un repliegue de los trabajadores en los barrios endetrimento de las organizaciones obreras tambin puede serpuesta en cuestin. Segn la versin de Gutirrez y Romero, lostrabajadores redujeron su actividad sindical para constituir ensu lugar de residencia sociedades de fomento, bibliotecas popu-

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    lares, etc. En realidad, durante la dcada infame se formaronnuevos y poderosos sindicatos, nacidos a veces de las cenizas delos gremios por oficio de los anarquistas. El ejemplo ms elo-cuente de este proceso es la creacin de la Federacin ObreraNacional de la Construccin (FONC) que apenas cuatro aosdespus de fundada, lleg a constituirse en el segundo gremioen importancia detrs de la tradicionalmente hegemnica UninFerroviaria.

    El otro debate entre los historiadores de este periodo tienesu eje en la relacin del movimiento obrero de los 30 y princi-pios del 40 con el advenimiento del peronismo. Es imposibleaqu eludir la referencia al trabajo de Gino Germani, Poltica ysociedad en una poca de transicin, que dio lugar a toda unaescuela de interpretacin de la historia del movimiento obre-ro.6 En este texto Germani postula la existencia de una masaen disponibilidad constituida por trabajadores que provenandel interior del pas. Esta masa en disponibilidad careca deuna tradicin de luchas obreras sobre sus espaldas y al llegar aBuenos Aires haba buscado restablecer las relacionespaternalistas tpicas del interior argentino. Pern se sirvi deeste nuevo proletariado manipulndolo para que constituye-ra el ncleo mayor de apoyo a su proyecto poltico. SegnHiroshi Matsushita, las pruebas empricas reunidas no alcan-zan para demostrar tal hiptesis.7 Como tambin seala IigoCarrera, estas explicaciones basadas en un cambio de la com-posicin y reclutamiento de los obreros (...) o en un reemplazode los dirigentes sindicales como resultado de la poltica guber-namental despus del golpe de Estado de 1943 han tenido queser abandonadas o relativizadas por sucesivas investigacionesque sealan que las continuidades entre el momento anterior a1945 y el posterior eran al menos tan importantes como lasrupturas.8 Miguel Murmis y Juan Carlos Portantiero respon-dieron a Germani en Estudios sobre los orgenes del peronismo.9

    All, los autores sealan que el apoyo fundamental hacia Pernprovino de trabajadores con experiencia en el movimiento obre-ro, en especial grupos dirigentes de extraccin sindicalista. ParaMurmis y Portantiero, no hubo un corte radical en la formaque adquirieron las relaciones entre el movimiento obrero y elEstado, sino la profundizacin de una tendencia a la colabora-

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    cin entre ambos sectores producto de una alianza de clasesexistente ya durante los aos treinta.

    Dentro del campo sindical, se produce durante esta pocaun fenmeno de enorme repercusin en la historia posterior delmovimiento obrero: la aceleracin de los procesos deinstitucionalizacin de las luchas de los trabajadores. Estainstitucionalizacin se produce por el reconocimiento polticoo jurdico del Estado de una forma social como equivalente delas dems. Institucionalizarse es adoptar las formas y las nor-mas instituidas con el fin de existir como institucin. El reco-nocimiento estatal traza un signo de semejanza entre todas lasformas sociales que son sometidas al juego de las fuerzas eco-nmicas, ideolgicas y polticas. Lourau denomina a esta ten-dencia de lo estatal a dirigir toda la vida social, toda innova-cin y hasta en ocasiones la accin revolucionaria, principio deequivalencia generalizado. Extensin del concepto econmicode equivalencia de las mercancas elaborado por Marx, el prin-cipio de equivalencia generalizado apunta a que las nuevas fuer-zas sociales generen formas semejantes en mayor o menor gra-do a las actuales, pero dejando siempre intacto el lugar del Es-tado como garanta metafsica de lo social.

    En sntesis, la dcada del treinta es un momento dereconfiguracin del movimiento obrero: se acelera suinstitucionalizacin; pierde influencia la corriente sindicalista ylas cpulas obreras pasan a estar integradas principalmente porsocialistas. La industrializacin incipiente del pas provoca labancarrota de los sindicatos por oficio y su reemplazo por gre-mios organizados por rama de industria; decae definitivamentela tendencia anarquista y crece en gran medida el peso en elmovimiento obrero del comunismo, de fuerte arraigo entre lostrabajadores metalrgicos, obreros de la construccin, de losfrigorficos y la industria textil.

    2.2. EL ANARQUISMO EN LOS COMIENZOS DE LA DCADA INFAME

    La dcada del 30 encontr al anarquismo profundamentedebilitado y dividido. Hacia 1930 la FORA se encontraba enuna posicin de franco declive en el movimiento obrero. La

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    fuerte represin desatada despus del golpe del 6 de septiembrecay con un peso desmesurado sobre las raleadas filas cratas yacento esta tendencia al debilitamiento de las organizacioneslibertarias.

    Las divisiones entre los anarquistas que iban a marcar ladcada de 1930 se remontaban, al menos, a mediados de losaos 20. Hacia aquella poca se sucedieron numerosos con-flictos que contribuyeron a reformular el mapa del movimientolibertario. Las tensiones incubadas desde haca tiempo entre laconduccin de la FORA y el sector antorchista terminaron porestallar en 1924. En septiembre, la reunin de delegados de laFORA resolvi aislar a los grupos La Antorcha, Pampa Libree Ideas no consintindoles injerencia en los organismos federadosy retirndoles todo concurso material.10 Sobre los tres gruposanarquistas pesaba la acusacin de llevar adelante una laborderrotista y obstaculizar la propaganda del comunismo anr-quico. La resolucin vena a coronar una escalada de violenciaentre ambos sectores que haba alcanzado su mximo grado el4 de agosto, cuando un grupo vinculado con La Protesta atacla sede del peridico Pampa Libre de General Pico, encolumnadoen el antorchismo. Como resultado de la refriega, fallecieronIsidro Martnez (administrador de la publicacin pampeana) yDomingo Di Mayo (vinculado con La Protesta). En el enfren-tamiento quedaron tambin heridos Jacobo Prince (redactor dePampa Libre) y Jorge Rey Villalba (perteneciente a La Protes-ta).11 Lejos de interrumpirse, los hechos de violencia seagudizaron al interior del movimiento anarquista. El accionarde las bandas de anarquistas expropiadores vino a agregar unnuevo foco de conflicto entre quienes consideraban vlidos elasalto y el atentado como formas de lucha y los que se oponana esta metodologa. La confrontacin entre ambos sectores al-canz su punto mximo en octubre de 1929, cuando fue asesi-nado Emilio Lpez Arango, director de La Protesta, en un aten-tado protagonizado por Severino de Giovanni.12

    Esta situacin de lucha interna no le impidi al anarquismoargentino resurgir brevemente en dos oportunidades en la d-cada de 1920. En agosto de 1923, la FORA declar una huelgageneral en protesta por el asesinato de Kurt Wilckens en pri-sin. La medida de fuerza tuvo amplio acatamiento y cont

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    con la adhesin de la central obrera mayoritaria, la Unin Sin-dical Argentina (USA). El paro, que se extendi a lo largo decuatro das, tuvo una fuerte repercusin en los principales cen-tros urbanos del pas y el saldo de los violentos enfrentamientosen las calles entre manifestantes y policas fue de dos muertos y17 heridos. Las protestas contra la ejecucin de Sacco y Vanzettifueron la segunda ocasin en la que el anarquismo pudo exhi-bir cierta revitalizacin de sus organizaciones. El 9 de abril de1927, fecha en la que se prevea que se iba a dar a conocer lasentencia del caso, la FORA resolvi llevar adelante un parogeneral por 48 horas pidiendo la liberacin de los anarquistas.A pesar de no haber contado con el apoyo de la USA, la huelgase hizo sentir con intensidad en La Plata, Tandil, Rosario,Tucumn y Crdoba. Posteriormente, el 15 de julio la USA de-clar un paro general apoyado por los anarquistas. El 22 deagosto, en la vspera de la ejecucin de la sentencia a muerte, sellev a cabo una nueva medida de fuerza que cont con la par-ticipacin de las tres centrales sindicales, FORA, la USA y COA.Al calor de las protestas por Sacco y Vanzetti, el anarquismoargentino adquiri nuevos bros desplegando una amplia laborpropagandstica en actos y publicaciones. Culminada la cam-paa a favor de los italianos, el movimiento libertario retomrpidamente la senda descendente que sign su trayectoria enlos aos 20.13

    Ante el golpe de Uriburu, los anarquistas no tuvieron unapostura unificada. En nombre de la prescindencia poltica, elConsejo Federal de la FORA rechaz la posibilidad de declararuna huelga general para enfrentar a la dictadura. Segn DiegoAbad de Santilln: dijeron que era un asunto poltico y que ennada debamos interferir. Yo les replicaba que un golpe militarno era un asunto puramente poltico: es una cuestin nacionalque compromete a todos.14 Apenas asumida la presidencia porUriburu, existi un incipiente intento de establecer una resis-tencia al rgimen. Con este objetivo se llevaron adelante re-uniones entre representantes de algunos gremios y destacadosmilitantes libertarios con el objetivo de impulsar una huelgageneral. Del movimiento participaron, entre otros, Abad deSantilln, Rodolfo Gonzlez Pacheco, Horacio Badaraco, JuanAntonio Morn, dirigente de la Federacin Obrera Martima e

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    integrantes de la Asociacin de Trabajadores del Estado. Mornse haba comprometido realizar actos de sabotaje y a sumar elapoyo de los ferroviarios, en tanto que Badaraco se encarg deredactar el manifiesto que dara a conocer pblicamente elmovimiento. De acuerdo con el testimonio de uno de sus prota-gonistas, los hechos que frustraron la realizacin de una re-unin decisiva ocurrieron de esta manera:

    Al concurrir, si no nos falla la memoria, el 11 de septiembre,por la maana, al local de Trabajadores del Estado, para fir-mar el manifiesto explicativo de las razones que haba para elacto de protesta y de resistencia, Gonzlez Pacheco, desde unautomvil que circulaba por los alrededores, tuvo ocasin deadvertirnos que la polica se hallaba apostada en el lugar de lacita, sabedora de lo que se preparaba.15

    A pesar de las intensas gestiones, este sector no logr modi-ficar la decisin que adopt la FORA frente al golpe. La faltade apoyo de la central anarquista, sumada a la represin oficialde las actividades polticas, termin por hacer fracasar todaposibilidad de establecer un movimiento de resistencia a la dic-tadura. Para quienes intentaron oponerse al rgimen de Uriburu,slo quedaron los caminos del exilio o la crcel.

    Los rigores represivos de la dictadura cayeron con todo supeso sobre las organizaciones anarquistas. Sus locales fueronclausurados, su prensa prohibida y sus militantes encarceladoso deportados gracias a la ley de Residencia. Varios casos reso-nantes resumen la actitud del nuevo gobierno ante el anarquis-mo. El obrero cataln, residente en Rosario, Joaqun Penina,fue fusilado por distribuir propaganda subversiva. Idnticodestino tuvieron Severino Di Giovanni y Paulino Scarf. El r-gimen tambin conden a muerte a tres militantes de la UninChauffeurs. Pero la campaa de solidaridad realizada a favorde Jos Montero, Florindo Gayoso y Jos Santos Ares logrque la condena fuera conmutada a prisin perpetua en Ushuaia,que posteriormente el gobierno de Justo redujo a slo dos aos.

    Una vez retomada una cierta normalidad institucional, enseptiembre de 1932 se llev a cabo en Rosario el Segundo Con-greso Regional Anarquista del que participaron las principales

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    agrupaciones y militantes. All se aprob la creacin de unaorganizacin especfica del anarquismo, lo que dio lugar a lafundacin del Comit Regional de Relaciones Anarquistas(CRRA) que en 1935 se transformar en la FACA.16 A fines deese mismo ao, la FORA declar la primera huelga general dela dcada. El paro fue convocado contra los ataques de las ban-das armadas de derecha a los actos obreros y tuvo el apoyo delComit de Unidad Sindical Clasista (CUSC) de extraccin co-munista. La medida de fuerza tuvo escasa repercusin sloadhirieron los conductores de taxis, algunas lneas de colecti-vos, portuarios de la Boca y Barracas y pocos obreros indus-triales y fue criticada con sorna por la CGT. Las huelgas dela FORA han fracasado no diremos ruidosamente porque elvaco no produce ruido porque la FORA no existe, por lo menosen el volumen y extensin necesarios para ocasionar una para-lizacin apreciable en la vida econmica del pas,17 sentencia-ba el rgano de la principal central obrera.

    Si bien en comparacin con los grados de represin alcanza-dos por el rgimen de Uriburu, el gobierno constitucional deAgustn P. Justo implic un relajamiento de la severidad estatalque permiti una cierta reorganizacin de las agrupacioneslibertarias, el retorno a la formalidad democrtica no significun cambio sustancial de la actitud gubernamental hacia el anar-quismo. La persecucin continu a lo largo de toda la dcadainfame, en especial a travs de los procesos por asociacinilcita a los gremios cratas. A este procedimiento habitual se lesum la puesta en prctica del novedoso mtodo de la desapa-ricin de personas. Con los nombres de Miguel A. Rosigna,Andrs Vzquez Paredes y Fernando Malvicini se inaugur unaprctica que posteriormente dejara de ser la excepcin parapasar a convertirse en la norma del terrorismo de Estado. Lue-go de ser liberados en Montevideo, el 31 diciembre de 1936, lostres anarquistas expropiadores fueron entregados a la policaargentina. Trasladados al Departamento de Polica porteo,fueron liberados por la justicia por falta de pruebas. Lejos decumplir con lo establecido por el juez, los policas pasearona los tres anarquistas por distintas dependencias policiales paraluego hacerlos desaparecer. Sus cadveres nunca fueron en-contrados. Juan Antonio Morn tuvo tambin un destino trgi-

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    co que presagi la metodologa de las bandas paramilitares enlos 70. Fue liberado en mayo de 1935, despus de ser sobrese-do en todas sus causas judiciales por falta de pruebas. A lasalida de la crcel fue subido por la fuerza a un auto por desco-nocidos. Su cuerpo apareci das ms tarde con un tiro en lanuca en un camino de tierra de General Pacheco. 18

    Dentro del cmulo de arbitrariedades y crmenes sufridospor los anarquistas, fue sin dudas el caso de los presos de Bra-gado el que despert un mayor grado de solidaridad entre lapoblacin. Sin distincin, todas las tendencias del anarquismodedicaron durante varios aos enormes esfuerzos a la propa-ganda para denunciar la falsedad de los cargos y las torturasinfligidas contra Pascual Vuotto, Recls De Diago y SantiagoMainini. Como parte de la campaa propagandstica se editun peridico, se conform el Comit Nacional Pro Presos deBragado y se realizaron innumerables actos en todo el pas pi-diendo la liberacin de los tres libertarios.19

    Los historiadores suelen reconocerle al anarquismo una po-sicin hegemnica en el movimiento obrero durante la primeradcada del siglo XX. Luego, debido a factores como la aperturadel Estado a un dilogo con los sindicatos, la movilidad social yla encarnizada represin estatal contra el movimiento liberta-rio, este lugar de predominio queda en manos de las tendenciassocialista y sindicalista. Sin embargo, a pesar de su innegabledeclive, el anarquismo sigue manteniendo, durante la dcadadel 20, todava una importante capacidad para conducir lasluchas obreras. Esta capacidad reaparece con intermitencias alo largo del decenio en la semana trgica de enero de 1919,las huelgas en protesta por el asesinato de Kurt Wilckens de1923 y las medidas de fuerza contra la ejecucin de Sacco yVanzetti que se suceden durante 1927. Para los investigadores,1930 marca el final definitivo del anarquismo dentro del movi-miento obrero.20 Incapaces de asumir los cambios sociales, dis-gregados por la accin represiva que condenaba a sus principa-les figuras a la deportacin o la crcel, se considera habitual-mente que el anarquismo perdi toda gravitacin poltica enlos aos posteriores a la dictadura de Uriburu. Como se verms adelante, si bien jams alcanzara dimensiones ni siquieracercanas a su poca de esplendor, no fue escasa la importancia

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    de nuevos grupos cratas en el movimiento obrero de los aostreinta.

    NOTAS

    1 Tanto la FORA (anarquista) como el Comit de Unidad Sindical clasista(comunista) se negaron a participar de la nueva central.

    1 El obrero ferroviario, ao IX, N 191, 16 de octubre de 1930, incluido enRoberto Reinoso. El peridico CGT, Bs. As., CEAL, pg. 17.

    3 Boletn de la CGT, ao I, N 2, 15 de febrero de 1932, pg. 1, incluido enR. Reinoso, op. cit, pg. 27.

    4 En diciembre de 1935, las tensiones en el interior de la central obreraprovocaron su divisin en CGT Independencia (socialista) y CGT Cata-marca (sindicalista).

    5 Leandro H. Gutirrez, y Luis Alberto Romero. Sectores populares y poltica.Buenos Aires en la entreguerra, Bs. As., Sudamericana, 1995, pg. 11.

    6 Gino Germani. Poltica y sociedad en una poca de transicin. De lasociedad tradicional a la sociedad de masas, Bs. As., Paids, 1966.

    7 Hiroshi Matsushita. Movimiento obrero argentino, Bs. As., Hyspamrica,1986, pg. 307.

    8 N. Iigo Carrera. La estrategia de la clase obrera. 1936, pg. 14-15.9 Miguel Murmis y Juan Carlos Portantiero, Estudios sobre los orgenes del

    peronismo, Bs. As., Siglo XXI, 1971.10 Antonio Lpez. La FORA en el movimiento obrero, vol. 1, Bs. As., CEAL,

    1987, pg. 67.11 Vase, Jorge Etchenique. Pampa Libre. Anarquistas en la pampa argenti-

    na, Santa Rosa, Amerindia-UNQ, 2000.12 Vase Osvaldo Bayer. Severino Di Giovanni, el idealista de la violencia,

    Bs. As., Legasa, 1999.13 Sobre la campaa a favor de Sacco y Vanzetti en Argentina vase:

    Fernando Quesada. Sacco y Vanzetti. Dos nombres para la protesta, Bs.As., Reconstruir, 1997.

    14 Oscar Troncoso. Fundadores del gremialismo obrero, vol. 1, Bs. As.,CEAL, 1983, pg. 21.

    15 D. Abad de Santilln, El movimiento obrero argentino ante el golpe deEstado del 6 de septiembre de 1930, en Fernando Quesada, JoaqunPenina, el primer anarquista fusilado, Rosario, Centro de Estudios Socia-les, 1974.

    16 En 1954, la FACA modific su nombre por el actual, Federacin LibertariaArgentina.

    17 La tragedia de la FORA, en Boletn de la CGT, ao 1, N 11, incluidoen R. Reinoso. op cit, pg. 53.

    18 Sobre los casos de Morn, Vzquez Paredes, Malvicini y Rosigna vase:Osvaldo Bayer. Los anarquistas expropiadores, Montevideo, EdicionesRecortes, 1992.

    19 Los alcances de la campaa de solidaridad con los presos de Bragado

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    pueden verse en Pascual Vuotto. El proceso de Bragado. Yo acuso!, Bs.As., Reconstruir, 1991.

    20 Vase: Hugo del Campo. Los anarquistas, Bs. As., CEAL, 1971. Tambin,Julio Godio. El movimiento obrero argentino (1910-1930), Bs. As.,Legasa, 1988.

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    3. LA ANARQUA SEGN SPARTACUS

    Existen numerosas razones para investigar a un grupo obre-ro anarquista de los aos 30. No se trata solamente de realizarun acto de justicia historiogrfico al rescatarlo del olvido o dedesmentir los discursos imperantes que niegan al anarquismotoda influencia en esa dcada, sino de analizar la importanciaque ms all de sus dimensiones pueden adquirir los pequeosgrupos polticos en determinado momento histrico. Al obser-var cmo, en ocasiones, la sociedad se configura en los momen-tos de crisis como una caja de resonancia de los grupsculos, secomprende porque sus tesis son retomadas por quienes las mi-raban con desdn o indiferencia y sus slogans llegan a sercoreados por las multitudes. Como seala Ren Lourau, la re-levancia del grupsculo est dada porque en momentosinstituyentes, en los perodos de crisis, se comprueba que lospequeos grupos pueden tener una resonancia extraordinaria.1

    Spartacus conoci el pico de su capacidad instituyente en losaos 1935/36. Durante ese lapso, en el momento ms lgido dela huelga de la construccin, su discurso tuvo una circulacinamplia y sus consignas orientaron en gran medida la lucha enlas calles. Los intentos de insercin en otros combates obrerosde relevancia, en especial el movimiento contra el monopoliodel transporte, no resultaron, como se ver ms adelante, tanfructferos.

    Los grupos de este tipo presentan una dificultad adicionalpara su estudio. Su radical cuestionamiento de lo instituidodesborda la mayora de los modelos tericos que slo serviranpara encorsetar y pauperizar la riqueza de la experiencia. En elcaso de Spartacus, al tratarse de una agrupacin que no busca-ba reformar desde adentro las instituciones estatales sino quese propona destruirlas al mismo tiempo que problematizaba lacuestin de las caractersticas que deban adquirir las organiza-ciones cuyo objetivo era combatir la forma estatal, los diferen-tes modelos de anlisis del espacio pblico resultan a todas lu-ces insuficientes. Si aquello que es puesto centralmente en cues-tin es lo instituido, y en especial el Estado como metainstitu-

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    cin, el modelo terico surgido del anlisis institucional se pre-senta como el ms adecuado al poseer una visin dinmica dela institucin que da cuenta de su negatividad, de sus contra-dicciones y de su dialctica. Habitualmente se entienden porinstituciones a las empresas, escuelas, sindicatos o al sistema dereglas que determinan la vida de los grupos sociales. Para elmarxismo, por su parte, las instituciones, entendidas esencial-mente como los sistemas jurdicos, son un mero efectosuperestructural determinado por el modo de produccin dadoen un momento histrico. Tomando distancia tanto de las defi-niciones del sentido comn como del marxismo, el anlisisinstitucional considera que las instituciones (...) preexisten ala aparicin de una nueva formacin econmica, influyen so-bre la organizacin y la institucionalizacin de estas formacio-nes, y son a su vez modificadas por stas; subsisten mucho tiem-po, en proceso de extincin o mantenindose intactas luego dela desaparicin de una o varias formaciones econmicas.2

    Respecto del fenmeno de la institucin, existen diversasformas de accin poltica posible. La accin institucional seaproxima a la idea reformista de modificar las instituciones desdesu interior. Se trata del buen compromiso, de la participa-cin cvica tendiente a conservar o a lo sumo a reformar lasinstituciones a travs de las formas establecidas para tal efecto.La accin antiinstitucional, en cambio, se realiza por afuera delos marcos jurdicos previstos y garantizados por el Estado.Respuesta al modo de accin institucional y primer momentode toda actividad revolucionaria, la accin antiinstitucional esuna crtica radical, casi patolgica de lo instituido: Para laaccin antiinstitucional, toda institucin es mala porque con-fisca la energa instituyente de lo social en provecho de las for-mas en las cuales el Estado es un vampiro.3 Este primer mo-mento de la lucha, en el que se libera la palabra social y al quese le da habitualmente el nombre de juventud del movimien-to, da lugar a la formacin en un segundo momento de lascontrainstituciones. Estas nuevas formas sociales, que garanti-zan la supervivencia del movimiento, se caracterizan por serdinmicas, por combatir la divisin del trabajo existente y porponer su legitimidad en la iniciativa de la base y no en unprincipio jurdico o poltico fijo.4 Las contrainstituciones pue-

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    den tener distintas funciones: organizacin del combate militar,de la vida cotidiana, de la produccin, de la distribucin o pue-den tomar en cuenta la totalidad de la existencia impulsando elcarcter autogestionario global de la sociedad. Aquellos mo-mentos denominados calientes por los historiadores, momen-tos en los que lo instituyente sumerge a lo instituido, son prdi-gos en la creacin de contrainstituciones. El club revoluciona-rio, la comuna, el soviet y la colectividad espaola son vivosejemplos histricos que aparecieron como alternativa al siste-ma institucional existente, a la ideologa dominante y a las re-laciones sociales impuestas por el modo de produccin. En lu-gar de limitarse a negar las formas sociales existentes, el modode accin contrainstitucional consiste en actuar a favor de laconstruccin de nuevas formas sociales experimentales. Entreeste ltimo modo de accin y el anterior se da una tensin entreel rechazo de todo y la necesidad de organizarse para sobrevi-vir y alcanzar un objetivo a un plazo no inmediato. Esta ten-sin entre la energa combativa, que habitualmente caracterizalos primeros momentos de los movimientos sociales insurgen-tes, y la demanda de una organizacin que no provoque unamerma del potencial revolucionario, se podr apreciar con niti-dez en los diversos intentos de Spartacus por organizar a lossujetos polticos provenientes del nuevo proletariado industrial.

    3.1. LA FORMACIN DE LA ALIANZA OBRERA SPARTACUS

    El nacimiento de la Alianza Obrera Spartacus comenz agestarse con la liberacin de su principal idelogo, HoracioBadaraco, que en 1933 vena de sufrir su segundo encierro enUshuaia. En la crcel, Badaraco termin de madurar la idea deun grupo anarquista que rompiera con el sectarismo, que ac-tuara en el interior de todo el movimiento obrero y no slo delos gremios anarquistas supervivientes. La experiencia en laprisin junto con militantes de otras tendencias durante la dic-tadura de Uriburu, parece haberlo llevado a la conclusin deque era necesario militar en el interior de un movimiento obre-ro que se encontraba dividido en tres centrales (CGT, CUSC yFORA) a favor de la unidad del proletariado revolucionario.

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    Con la creacin de Spartacus, Badaraco admita por primeravez, segn uno de los ms destacados militantes del grupo, laposibilidad de ejercer algn tipo de liderazgo a tono con suposicin en el movimiento obrero. Su instinto, su sabidurapoltica, buscaba la forma de influir en los acontecimientos dela poca.5

    Badaraco, nacido en 1901, provena de una familia acomo-dada dedicada a la construccin de barcos y adhiri de adoles-cente a los ideales cratas. Form parte, con apenas 15 aos, delos peridicos anarquistas La Obra y La Antorcha creados porRodolfo Gonzlez Pacheco luego de su salida de La Protesta.Su experiencia de militancia, por la cual haba sufrido persecu-ciones, encarcelamientos y torturas en varias ocasiones, le ha-ba hecho ganarse el respeto de los trabajadores pertenecientesa otras corrientes del movimiento obrero. En 1923, fue acusa-do de sealarle a Kurt Wilckens quin era Varela. Por esta cau-sa se lo detuvo durante ocho meses en la misma prisin en laque iba a ser asesinado el alemn. Cuatro aos despus, es acu-sado junto a Alberto Bianchi de traicin a la patria por ha-ber quemado una bandera estadounidense en una manifesta-cin a favor de la liberacin de Sacco y Vanzetti. Luego de unahuelga de hambre de dos semanas, los jueces dictaminaron sulibertad condicional. A los pocos meses, fue condenado a unao de prisin por apologa del delito por redactar un artcu-lo en el que reivindicaba el accionar de Wilckens. En los co-mienzos de la dictadura militar, el 2 de octubre de 1930, fuenuevamente apresado cuando intentaba organizar la resisten-cia al rgimen y llevado al penal de Ushuaia. Su liberacin seprodujo un ao y medio ms tarde. En representacin de LaAntorcha, Badaraco particip del Segundo Congreso Anarquistade 1932. Durante las deliberaciones respald la postura de losdelegados de la FORA que se oponan a la creacin de unaorganizacin especfica del anarquismo. La derrota de esta po-sicin tuvo como consecuencia directa la creacin del CRRA,que en 1935 se transformara en la FACA.

    El 2 de marzo de 1932 llegaba a Buenos Aires desde Tierradel Fuego el buque Pampa. En l regresaron los dirigentes gre-miales y polticos encarcelados en el penal de Ushuaia por ladictadura de Uriburu. Entre los que regresaron junto con

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    Badaraco luego de su primer cautiverio en la Patagonia esta-ban, entre otros, dirigentes sindicales comunistas como Jos Petery los anarquistas Mario Anderson Pacheco, Csar Balbuena yDomingo Varone, que constituy parte del ncleo fundador deSpartacus. Varone, nacido en 1900, posea tambin una largamilitancia en el anarquismo. Haba pertenecido durante la d-cada del veinte al antorchismo y al grupo editor de Brazo yCerebro de Baha Blanca. Particip, a ttulo personal, del Se-gundo Congreso Anarquista y a lo largo de la dcada del trein-ta milit en los gremios del transporte. Se afili al Partido Co-munista en las vsperas del XI Congreso de 1946.

    Antonio Cabrera (1886-1972) fue otro de los principalesfundadores de Spartacus que provena de La Antorcha. Hist-rico secretario general del Sindicato de Obreros Pintores, Ca-brera tuvo antes y despus de la disolucin del grupo una dila-tada actuacin en el campo sindical debido a la cual sufri ennumerosas ocasiones la crcel. Particip del Consejo Directivode la FONC hasta 1946. Fue delegado al congreso constituyen-te de la Federacin Sindical Mundial en 1945 y tuvo un cargoen la Confederacin de los Trabajadores de Latinoamrica enMxico, donde residi varios aos. En 1947 se afili al PC.

    La Alianza Obrera Spartacus estuvo integrada en gran me-dida por jvenes. El ms destacado de ellos, Joaqun Basanta(1917-1991) tuvo una vida que sin exageracin puede calificar-se de novelesca. Siendo apenas un adolescente, perteneci alantorchismo en las postrimeras de la publicacin. A los cator-ce aos fue arrestado por primera vez por pelearse con un poli-ca. Una vez en Spartacus, Basanta se convirti en unos de susprincipales hombres de accin realizando numerosas accionesde sabotaje en el marco de la lucha contra el monopolio deltransporte. En 1945, se afili al PC, llegando a convertirse ensecretario general de la provincia de San Juan. Fue expulsadodel partido a fines de los 40, luego de una disputa con el diri-gente comunista Juan Jos Real. En 1950 abandon la Argenti-na y particip activamente en el proceso revolucionario centro-americano. A finales de la dcada form parte del Frente Revo-lucionario Sandino, en Nicaragua. Su periplo centroamericanolo llev a luchar junto a Juan Bosch contra Trujillo en la Rep-blica Dominicana y a participar del proceso revolucionario cu-

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    bano. Falleci a los 74 aos en la Habana. Su cuerpo descansaen el Panten de la Revolucin de la capital cubana.

    Entre los aproximadamente 300 afiliados que tuvo a lo lar-go de su breve existencia, Spartacus cont con otros militantesdestacados en el campo gremial: Lorenzo Cruz, integrante de lacomisin directiva del Sindicato de Obreros Pintores; Disbato,perteneciente tambin a los pintores; Zanata y Alfredo Daz,militantes del gremio de los panaderos; y Ernesto Romano,obrero grfico y secretario de redaccin de Spartacus. La pre-disposicin a actuar en conjunto con los comunistas, as comola acentuacin de la heterodoxia anarquista que haba caracte-rizado a Badaraco y lo haba llevado a reivindicar figuras delmarxismo latinoamericano como Julio Antonio Mella y JosCarlos Maritegui, sell la ruptura definitiva con AlbertoBianchi y Rodolfo Gonzlez Pacheco, dos de los principalesanimadores de La Antorcha, que se mantenan inflexibles res-pecto de la colaboracin con los comunistas y no se unieron aSpartacus.6

    Por otra parte, resulta altamente improbable que Badaracohaya pertenecido a la CRRA antes de la creacin del grupo. Sise tiene en cuenta que los trabajos de formacin del ComitRegional fueron llevados adelante a lo largo de 1933, mientrasBadaraco se encontraba detenido por segunda vez en la prisinde Ushuaia, toma asidero la versin de Jos Grunfeld, que nie-ga su participacin en la organizacin especfica del anarquis-mo.7 Si bien no se conoce con exactitud la fecha de creacin deSpartacus, los testimonios coinciden en que se produjo durante1934. En ese mismo ao el grupo edit el primer nmero de superidico. Basanta atribuye la eleccin del nombre a un acerca-miento a la ideologa marxista. Analizado con ms detalle, pa-rece deberse a una manifestacin de una voluntad de saltar lasbrechas que aislaban a las diferentes corrientes revolucionariasy reconocer valiosos aportes en cada una de ellas; aun en losmarxistas, aborrecidos por una gran parte del anarquismo porla sucesin de represiones sufridas en la Unin Sovitica. Msall de la evidente identificacin con el grupo marxista alemnliderado por Rosa Luxemburg y Karl Liebknecht, el nombredel esclavo romano no era ajeno al discurso anarquista y circu-laba frecuentemente, ya fuera como seudnimo o como ttulo

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    de alguna publicacin. Espartaco era el ejemplo histrico msacabado que confirmaba la existencia de un instinto de rebe-lin que impulsaba al hombre, en especial a aquellos que eransometidos a las peores condiciones de servidumbre, hacia lalibertad.

    La epopeya del esclavo haba merecido en varias ocasionesla atencin de diferentes escritores. En la misma poca de lafundacin de la Alianza Obrera Spartacus en Buenos Aires, unnovelista europeo decepcionado en sus convicciones marxistaspor los procesos de Mosc retomaba la figuraba del gladiadorromano para escribir una obra alegrica acerca de los movi-mientos revolucionarios. Sus investigaciones histricas lleva-ron a Arthur Koestler a la conclusin de que el proyecto de losesclavos sostena el principio de la igualdad entre los hombresy negaba que la distincin entre ciudadanos libres y esclavosformara parte del orden natural de las cosas. Tambin hay indi-cios de que Espartaco intent fundar una comunidad utpica,basada en la propiedad comn, en algn lugar de Calabria.8

    En su ltimo artculo, escrito un da antes de ser asesinado,Liebknecht seala que el significado del nombre Spartakus esfuego y espritu, significa alma y corazn (...) significa y en-cierra en s toda la conciencia de clase del proletariado y todasu audacia para la lucha.9 Figura mtica y de un amplio arrai-go en la cultura popular, Espartaco era considerado uno de losprimeros eslabones de un linaje de rebeldes al que el anarquis-mo siempre haba reivindicado su plena pertenencia. Seguroque en nuestros nervios resuenan, de tiempo en tiempo, los ta-lones de Espartaco, haba escrito en uno de sus cartelesGonzlez Pacheco.10 El nombre Spartacus, entonces, no sloevidencia una influencia (ms moral que poltica) del grupo ale-mn, sino que era un sitio de interseccin entre la tradicinanarquista, la cultura popular11 y lo ms valioso del marxismorevolucionario.

    La declaracin en la que Spartacus expona ante los trabaja-dores su procedencia, sus objetivos y sus mtodos puede leersecomo una suerte de manifiesto programtico de la agrupacin:

    La Alianza Obrera Spartacus acta en el campo de la luchageneral del proletariado argentino con caracteres precisos y

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    objetivos concretos. Abona su trabajo en el esfuerzo conti-nuado de sus militantes y recoge, llevndolo al plano de lalucha actual, la trayectoria histrica del proletariado revolu-cionario. Plantea en este momento de agudizacin de la luchade clases en el mundo. de ahondamiento en el desarrollo yproceso de esa lucha en este pas entre las oligarquas domi-nantes y las masas populares, los problemas capitales del pro-letariado, sin renunciar a todo lo que hace a su acervo histri-co contenido en las tradicionales posiciones combativas y es-pirituales del comunismo anrquico, a cuyo impulso se movi-lizaron los primeros ncleos obreros en el pas, para darlesproyecciones ajustadas a la realidad del momento actual de laclase obrera argentina en su paso por un proceso de desinte-gracin de sus primitivas formas gremiales, que en razn deldesarrollo y evolucin del sistema capitalista, van gradualmenteunificndose en su base industrial, creando grandes concen-traciones de trabajadores sometidos a la explotacin de unsolo patrn, empresario y financista. (...)Trabaja por la unidad proletaria sin mediatizaciones de sec-tor, sellada en el terreno de la lucha por las reivindicacionesdel proletariado argentino, postergadas hasta el presente porla presin y el terror gubernativo, por la incomprensin y poruna vasta poltica de entrega de la burocracia sindical.Seala a la clase trabajadora que para abarcar la solucin desus problemas existe un solo camino, y es el de la unin porlas alianzas obreras con el reconocimiento y planteo de todaslas cuestiones del proletariado.12

    El fragmento expone los lineamientos generales que guia-ron la accin de la agrupacin. La propuesta inclua la recupe-racin de una tradicin combativa reactualizndola mediantede creacin de organizaciones acordes con la situacin de inci-piente concentracin capitalista que viva la Argentina. A suvez, el proyecto proclamaba de necesidad de una unin prole-taria que, desechando los acuerdos de las cpulas burocrti-cas, vinculara los sectores ms combativos de cada corrientellevando al movimiento a retomar la senda del modo de accincontrainstitucional.

    De acuerdo con el testimonio de Basanta, los primeros tiem-

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    pos de la agrupacin estuvieron dedicados a la creacin delaparato. En un casern de la calle Misiones, en el barrio deOnce, se desarrollaba la actividad poltica ms visible: reunio-nes, asambleas y redaccin del peridico. El grupo contabaadems con una suerte de laboratorio clandestino en el que sepreparaba el material que iba a ser utilizado en los sabotajescontra medios de transporte. Basanta relata el modus operandi:

    El laboratorio elemental y el embalaje de los cacharros se ha-ca all. Habamos decidido usar el fuego para sabotajes demanera principal. Las incendiarias de tiempo, fciles de mane-jar y de efectividad comprobada, seran el arma principal. (...)Empaquetadas en las coquetas cajas de bombones y distribui-das en un apropiado vehculo, el reparto pronto se convirtien un trabajo casi rutinario y en cierto modo alegre.13

    Paralelamente a la actividad clandestina, se busc formaren el interior de varios sindicatos fracciones identificadas consu programa de accin. El principal bastin de la organizacinestaba constituido por el Sindicato de Obreros Pintores, cuyadireccin estaba en manos de Cabrera y Cruz. A travs de pan-fletos y actas es posible reconstruir cules fueron los gremios enlos que Spartacus posea cierto ascendiente. Badaraco y Basantapertenecan a la Fraccin Spartacus de la Unin de Lavadoresde Autos y Limpiabronces, adherida a la FORA. Por su parte,Varone, empleado de la lnea 2 de colectivos, integraba la Frac-cin del Transporte Automotor. La fraccin de trabajadores deconstruccin, acaudillada por Cabrera, fue la de mayor gravi-tacin en el movimiento obrero y estaba formada por trabaja-dores de las distintas especialidades de la rama. Los esparta-quistas se constituyeron adems como corriente interna dentrode uno de los ltimos pilares del forismo, los panaderos. Tam-bin es posible encontrar referencias a una minscula fraccindentro de los ferroviarios.

    Como parte de una estrategia dentro del movimiento obreroque privilegiaba la difusin de sus ideas entre el nuevo pro-letariado, Spartacus consigui expandirse en el cordn in-dustrial que rodeaba la Capital Federal, en particular la zonanorte del Gran Buenos Aires, llegando a crearse en la locali-

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    dad de San Martn un Centro Obrero Spartacus. El inespera-do arraigo del grupo en esa zona despert la alarma entre losdistintos rganos de los gremios pertenecientes a la FORA. Elperidico El Albail, rgano de la Sociedad de Resistencia deObreros Albailes adherida a la FORA, admita que los tra-bajadores de esos partidos son influenciados por elespartaquismo en gran proporcin, por lo que los influenciadosprefieren, en muchos casos, el acercamiento a los comunistasy no a los compaeros foristas.14 La expansin alcanzadallegaba hasta las localidades de San Fernando y Tigre. All, enla Federacin Local, se agrupaban varios de los sindicatos enlos cules el grupo tena algn grado de intervencin: pinto-res, albailes, ladrilleros y aserradores.15 Todo este trabajosindical estaba impulsado, ms que por la denuncia moral,por un riguroso anlisis de la situacin poltica y econmicade la sociedad argentina que tena en cuenta tanto sus carac-tersticas especficas como su insercin en el proceso mundialde concentracin capitalista y el conflicto entre bloquesimperialistas.

    3.2. LA POLTICA

    Uno de los rasgos ms renovadores de Spartacus, respectode la ideologa anarquista, es su rehabilitacin de la poltica, apartir de la cual sta ya no iba a ser interpretada, como sucedaa principios de siglo, como la representacin artificial de unacomedia intil e innecesaria.16 La valoracin de una dimen-sin poltica de la sociedad no significaba que se hubiera consi-derado la posibilidad de una participacin a travs de los cana-les instituidos para tal efecto. Al contrario, a la habitual crticalibertaria a la accin poltica que busca transformar las institu-ciones estatales desde su interior, se le agregaba el rechazo deltradicional apoliticismo sindical. Para el grupo, a la luz de loshechos vinculados con la reticencia de la FORA y la CGT enactuar contra el golpe de Uriburu, el principio del apoliticismohaba fracasado porque su concepcin reduccionista parta deuna premisa falsa que limitaba la poltica al juego entre faccio-nes partidarias:

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    Estn contra los intereses del proletariado los que a ttulo deapoliticismo pretenden desligar a los explotados de un realintervencionismo en todos los problemas que afectan al pas(...) Esa pseudo posicin antipoltica encubre una vulgar posi-cin poltica: la que favorece y deja las manos sueltas a lapoltica feudal y terrateniente de las clases dominantes (...).17

    No bastara al proletariado o a los sectores revolucionariosdel proletariado, la prdica de la abstencin, un apoliticismoinicuo [sic] o llamada prescindencia, que es un verdadero ca-ballo troyano de la burguesa nacional, si no se lucha y creanlas condiciones para que los trabajadores tomen resueltamen-te una posicin beligerante.18

    Segn Spartacus, bajo la excusa de que se trataba de cues-tiones polticas, el sindicalismo evitaba comprometerse a fondocon los problemas del momento, en especial la cuestin de lasluchas antiimperialista y antifascista. Contra quienes se empe-aban en sostener que el movimiento obrero deba permanecerautnomo de las expresiones polticas partidarias, afirmaba queel mero hecho de abstenerse de participar en las institucionesde la democracia representativa no garantizaba que se estuvie-ran llevando adelante esfuerzos en direccin a la emancipacinde los trabajadores:

    No slo se entrega al proletariado en las urnas: hay modos deentrega que superan toda poltica electoral y de partido, quesiembran en los trabajadores decepciones peligrosas, al repa-rar que de una u otra forma los directores polticos y los jefessindicales antipolticos les hacen servir a bandos igualmentefunestos de la burguesa.19

    Si bien su arma por excelencia era la lucha econmica me-diante la huelga, el proletariado tena algo ms que intereseseconmicos; intereses econmicos que, por otra parte, habansido a su vez reducidos a la conquista de mejores salarios. Laactividad poltica no significaba subordinar al movimiento a lasestrategias de algn partido poltico, sino expedirse sobre unagama de problemas novedosos a los que la perspectiva mera-mente econmica no tomaba en consideracin. El inters polti-

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    co de la clase obrera estaba relacionado con la defensa de cier-tos derechos conquistados luego de arduas luchas y que erantiles a los fines revolucionarios: derecho de organizacin, dehuelga, de reunin, de expresin ideolgica y coalicin partida-ria. No son derechos ubicables en la esfera del juego parlamen-tario o de los partidos. Son derechos fundamentales para el pro-letariado.20 El avance del fascismo, por su parte, trastocaba lavida poltica. Al considerrsela una fraccin ms en conflictocon otras, se perda de vista la especificidad del problema que laaparicin de los totalitarismos planteaba al movimiento obrero.

    Spartacus desdeaba la importancia de lo que ha sido desta-cado como la principal caracterstica de la poltica de su poca,el fraude. Aunque no por ello dejaba de reconocer los inconve-nientes causados por la corrupcin imperante. El imperio delsoborno era atribuido a un efecto colateral de la expansin mo-nopolista y la lucha de intereses entre las diversas versiones delimperialismo. Consecuente con la ideologa anarquista, no con-sideraba relevante ocuparse de la salud de las instituciones re-publicanas, mucho menos pedir su saneamiento. Por el contra-rio, trazaba lneas de continuidad entre los gobiernos en loscuales se daba un funcionamiento normal de las institucio-nes y los regmenes dictatoriales o fraudulentos: Antes del 6de septiembre, posterior y actualmente, con Alvear, con Irigoyen,con Uriburu y con Justo, con mayoras parlamentarias conser-vadoras, radicales y concordancistas, la entrega se ha consu-mado por igual.21 Sin embargo, reconoca un cambio cualita-tivo en el recrudecimiento de las polticas represivas a partir delgolpe de Uriburu: Es todo un proceso represivo [el] que seinicia ya con un carcter marcadamente sistemtico, planifica-do, justamente (sic) con el desplazamiento del radicalismo delas funciones gubernamentales.22 La originalidad del rgimendictatorial radicaba precisamente en esta modificacin cualita-tiva de la actividad represiva y no en su carcter fraudulento.Por esta razn, en lugar de privilegiar el anlisis de las institu-ciones vinculadas con la democracia representativa, el grupopona especial nfasis en resaltar las polticas represivas em-prendidas por el gobierno de Justo, que intentaba desligarse desu antecesor proclamndose normalizador del funcionamientode las instituciones republicanas:

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    Morn fue asesinado, Basanta deportado, el cabo Paz fusila-do, he aqu tres inequvocos actos de guerra del poder ejecu-tivo. El gobierno de los grandes negociados sobre el hambrede los trabajadores, y del monopolio, de la ley de residencia,el terror antiobrero y la pena de muerte, debe cumplir conmano fuerte, sin vacilaciones ni debilidades, la presin quepondr al pas ante el hecho sorpresivo y consumado de laguerra.23

    El primer ejemplo al que se refera el artculo era el asesina-to de Juan Antonio Morn, dirigente anarquista de la Federa-cin Obrera Martima. En segundo trmino, se trata de PedroBasanta padre de Joaqun, el militante de Spartacus al que sele aplic la ley de residencia. La expulsin se produjo en no-viembre de 1934, pero al poco tiempo Basanta pudo regresarilegalmente al pas. El ltimo ejemplo es el caso, de enormerepercusin popular, del cabo Paz, fusilado por haber matado aun superior. Spartacus, de esta manera, pona en una mismaserie tres acciones del Estado que se presentaban desligadas, lasdespojaba de su carcter policial, militar o social y las unapara demostrar una escalada en la actividad represiva. De acuer-do con el grupo: no existen episodios aislados de reaccin ju-diciales, o policiales, o gubernativos. Todos estn ligados al pro-ceso de desarrollo capitalista. El hilo conductor entre estoshechos era la necesidad de doblegar toda oposicin interna alrgimen de cara a una expansin sin obstculos del capitalmonopolista y la preparacin de una futura guerra, queSpartacus consideraba inminente y casi ineluctable: siemprelos que la preparan [a la guerra] empiezan por vomitar plomofronteras adentro (...) Las primeras batallas deben librarse sem-brando el terror en el enemigo de abajo y no el de fuera, descar-gando metralla en el pecho del revolucionario o del oscuro pro-letario de filas. La represin generalizada contra obreros yestudiantes era la contracara de un mismo proceso cuyo snto-ma ms visible en las clases dirigentes era la corrupcin. Lacerteza de la intervencin de la Argentina en una conflagracinmotivada por el choque de intereses imperialistas en la regin,tal como haba sucedido en la guerra del Chaco, era uno de losmotivos principales de agitacin de Spartacus:

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    El proletariado de Amrica, los pueblos de este continente, losjvenes obreros y campesinos de la Argentina estn siendopreparados para la guerra (...) los intereses imperialistas enpugna extienden sobre todos los pases de Sudamrica el con-flicto postergado en el Chaco, buscando el campo propicio asu desarrollo y expansin con el apoyo incondicional de lasclases burguesas y gobernantes de esos pases.24

    De acuerdo con esta perspectiva, el gobierno argentino te-na un papel activo, a nivel local, en la preparacin de un nue-vo conflicto blico regional. No le faltaban fundamentos a lapreocupacin de los anarquistas. Entre 1931 y 1937, el presu-puesto militar haba aumentado de 190 a 315 millones de pe-sos. Una declaracin del pleno de delegados de la FederacinObrera de Sindicatos de la Construccin (FOSC) de la CapitalFederal, se expresaba en este mismo sentido: los aconteci-mientos hacen cada vez ms inminente la guerra. El aparatodiplomtico militar y expansionista de los Estados el de laItalia fascista como el de la democrtica Francia minado porcontradicciones insalvables precipitan el estallido de la gue-rra.25 El tono de la declaracin, que llama a los trabajadoresa luchar contra su propia burguesa, hace presumir que fueimpulsada por la fraccin espartaquista y no por los comunis-tas, enrolados luego de la convencin de Avellaneda de octu-bre del 35 en la tctica del frente popular aprobada por el VIICongreso de la Komintern reunido entre el 25 de julio y el 21agosto en Mosc.

    La situacin poltica de mediados de los 30, era, paraSpartacus, un remedo de las vsperas de la Primera GuerraMundial con el agravante del ascenso de los regmenes totalita-rios europeos. A diferencia de lo que haba sucedido entonces,para evitar la guerra los trabajadores deban poner en prcticalos olvidados principios de internacionalismo obrero para lu-char contra su propia burguesa: La subestimacin y el olvidodel internacionalismo obrero est costando lgrimas de sangreal proletariado mundial. (...) Buena tarea de traidoresemboscados la de los que procuran prudentemente disuadir alos obreros de su impaciencia revolucionaria, porque sin uni-dad nacional no hay liberacin posible!.26

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    Otro punto al cual el grupo dedic una propaganda inten-siva fue la lucha contra el andamiaje jurdico de la represinantiobrera. La ley de residencia y los procesos por asocia-cin ilcita eran las principales armas legales del gobierno deJusto para desarticular a los sectores ms combativos del mo-vimiento. Pese a las protestas sindicales, la ley de residenciacontinu aplicndose durante toda la dcada del treinta. Ladictadura de Uriburu, antes de abandonar el poder, expulsdel pas a alrededor de 150 trabajadores. Posteriormente, losprincipales dirigentes comunistas de la construccin fueronrepatriados a la Italia fascista. Los procesos por asociacin ilcitaafectaban principalmente a los sindicatos anarquistas. Las re-dadas contra estos gremios eran habituales y buscaban diez-mar a las ya raleadas filas cratas. Haciendo uso de esta herra-mienta legal, la justicia argentina encarcel por varios aos aactivos militantes obreros de los gremios de choferes, lavadoresde autos y panaderos adheridos a la FORA. En uno de los msresonantes procesos, junto al de los ladrilleros de San Martn,una veintena de obreros panaderos fueron condenados, en mayode 1935 por homicidio, tentativa de homicidio y asociacinilcita, despus de un proceso de cinco aos y en un fallo quesera luego revocado por la Cmara. Pascual Vuotto describiaos despus la forma de operar de la represin legal: enuna razzia represiva se detiene a centenares de obreros perte-necientes a un sindicato y despus se renen todos los casos noresueltos por investigaciones y se procesa a once obreros selec-cionados del conjunto.27 Desde las pginas de su peridico,Spartacus denunci permanentemente los abusos estatales queapuntaban a destruir las organizaciones obreras ms combativasy realiz constantes llamados para que en cada protesta se in-cluyera el repudio al accionar jurdico-policial: Ayer enAvellaneda treinta y dos obreros lavadores han sido copadospor la polica en una reunin gremial (...) Todos los organis-mos, las asambleas proletarias deben movilizarse en torno alos lavadores de autos. Impidamos un nuevo proceso por aso-ciacin ilcita!.28

    A este arsenal jurdico contra el movimiento obrero se leagreg, hacia 1937, el proyecto de ley de represin del comu-nismo. Spartacus reclamaba que ningn sector del movimiento

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    obrero permaneciera indiferente ante esta nueva avanzada deuna legislacin represiva:

    El 2 de mayo se reiniciar en el parlamento argentino el nuevoperiodo de sesiones ordinarias y en su transcurso la Cmarade Diputados llevar a la discusin el proyecto de ley de repre-sin al comunismo, ya aprobado en Senadores. Sern las vs-peras de la fiesta fascista. Ningn trabajador puede ignorar loque vendr tras la sancin de esa ley, las horas de escarnio, deamordazamiento y terror con el que la burguesa nacionalpacificar el porvenir interior de la patria.29

    El proyecto aprobado por los senadores reprima con con-denas de seis meses a cinco aos a quienes ensearan o propa-garan toda doctrina que se definiera a favor de la dictadura delproletariado, el sistema de la propiedad colectiva y la abolicinde la propiedad privada. Para quienes imprimieran, tuvieran ensu poder, distribuyeran material o hicieran propaganda oral oescrita vinculada con esta temtica se prevea una condena deseis meses a dos aos. El proyecto contemplaba que los argen-tinos de nacimiento seran inhabilitados por diez aos para votary ejercer cargos pblicos en tanto que a los extranjeros se losdeportara una vez cumplida la condena. Spartacus defina a laley como la legalizacin del terror que se ejerca de hecho con-tra los ncleos revolucionarios del movimiento obrero. El repu-dio a la ley deba convertirse en la reivindicacin inmediatacentral de todos los sindicatos: Spartacus dice a los trabajado-res que en este 1 de mayo, por arriba de todo, la consignacentral de la lucha contra la ley, debe abrir camino a una pro-funda y amplia campaa, a la agitacin y a la resistencia. Fi-nalmente, en gran medida gracias a la presin del movimientoobrero, el proyecto no obtuvo la sancin de la Cmara Baja.

    Pero la represin no tena slo un costado legal. A la par delaparato habitual de represin estatal se estaba gestando unaparato paraestatal cuyo objetivo era la fascistizacin de la vidapoltica. Cabe recordar que, durante la dcada del 30, fueronnumerosos los ataques de actos y manifestaciones obreras porparte de bandas de ultraderecha. Estos grupos tuvieron un no-table crecimiento y a la tradicional Liga Patritica Argentina se

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    le sumaron la Legin Cvica Argentina, la Milicia Cvica Na-cionalista y la Legin de Mayo. Hacia 1931, la Legin Cvicacontaba con unos 10.000 miembros y haba obtenido su reco-nocimiento oficial por parte de la dictadura de Uriburu. A tra-vs de un decreto presidencial, se le haba otorgado el estatusde reserva de las fuerzas armadas, gracias al cual sus integran-tes podan recibir instruccin militar en regimientos del ejrcitoy utilizar escuelas estatales para sus actividades polticas. Juntocon los comunistas, los anarquistas fueron los ms preocupa-dos en combatir el accionar fascista. Ambos sectores dispusie-ron en diciembre de 1932 la realizacin de una huelga general,de escasa repercusin, contra la accin de las bandas armadas.Mientras tanto, la CGT negaba que el avance del fascismo enla Argentina fuera un problema real: la CGT empieza por com-probar que, salvo rarsimas y no reiteradas excepciones, los actosde los sindicatos que la componen no han sido molestados.30

    Segn la central obrera, las actividades del movimiento obrerose desarrollaban con normalidad y los ataques de las bandasultraderechistas no tenan nada de novedoso. Ms tarde, loshechos llevaron a la CGT a reconocer la dimensin real de lossucesos y a rectificar su posicin pidiendo la disolucin de losgrupos armados fuera de la ley. Spartacus, en cambio, destacsiempre el vnculo de las legiones con el poder estatal y convo-c desde un primer momento a no permanecer pasivos ante losataques sufridos:

    El fascismo est en pie. Y el fascismo es la guerra. Es mayorterror, ms miseria para los campesinos y los obreros. El fas-cismo asesina a Salvatierra, en Santa Fe. Al nio Falcn, enSan Lorenzo. Arma las huestes de sicarios para el golpe deestado en la provincia de Buenos Aires. (...) Est a la par deMelo, de Justo y del gobernador Daz. Ellos son slo una va-riante. (...) Preparad la huelga contra el fascio y sus bandas!31

    El ambiente enrarecido de la poca era percibido por Spartacuscomo la atmsfera moral del fascismo que crece y se expandecomo un gas de guerra saturando todos los planos de la vidasocial.32 Este avance subrepticio pero constante se expanda pordiversos mbitos polticos, incluyendo a los sindicatos. La au-

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    sencia de un conductor al estilo del Duce o el Fhrer no le resta-ba fuerza ni efectividad al fenmeno: no hay la figura de unlder nico pero todo est suplido por el mtodo persistente depenetracin poltica actuado a diario en el foco vivo de las ba-rriadas, en las aulas, en la prensa y en las entrelneas de la profu-sa literatura de los partidos polticos pseudodemocrticos.

    De acuerdo con la visin de Spartacus, la sociedad argentinase encontraba atravesada por una red de complicidades que abar-caban a las instituciones estatales, los polticos del oficialismo yla oposicin, a la prensa y, por supuesto, los grandes capitales.Estas redes haban quedado en evidencia durante el escndalodel tratado Roca-Runciman mediante la figura de GuillermoLeguizamn, ministro plenipotenciario de la Argentina en Lon-dres, a quien los espartaquistas acusaron de ser hombre de con-fianza de Justo, Uriburu y Alvear.33 Caracterizado como el repre-sentante local de los intereses del imperialismo norteamericano,al radicalismo, si bien se le reconoca su insercin en las clasespopulares, no era considerado un partido que tuviera como ob-jetivo la emancipacin del proletariado. Como parte de esta redde complicidades, la Unin Cvica Radical ni siquiera represen-taba una alternativa real al rgimen conservador. Por el contra-rio, haba participado de sus prcticas corruptas aceptando so-bornos y dinero para su campaa electoral a cambio de votar laprrroga de la concesin de la compaa de electricidad de laCapital Federal. Por estas razones, las expectativas por parte desectores obreros en que el triunfo del radicalismo transformarala situacin poltico-econmica era duramente criticada:

    Los trabajadores caen en el ms profundo equvoco (...) cuan-do ven en el empeoramiento general de su situacin una con-secuencia directa y nica del receso radical y no ocultan suconvencimiento de que la salvacin est en restituir al poder aese partido. (...)Qu expresa por su parte el radicalismo como movimientoopositor y de arraigo popular, con sus reivindicaciones demo-crticas y nacional-liberales? Para responder basta advertir elpronunciado desplazamiento favorable a este partido que,acompaando a la pequea burguesa en desgracia, se marcaen un amplio sector de las masas obreras. (...) Para los traba-

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    jadores hambreados y acobardados por los decretos coerciti-vos y las medidas de terror y que ceden a la desorientacin, elradicalismo expresa la derrota del fascismo y un atenuante asu miseria. Para el imperialismo yanqui expresa una batallaimportante ganada al imperialismo ingls.34

    La principal acusacin por haber cedido en las reivindica-ciones de clase recaa sobre el Partido Comunista y el SocialistaObrero. Estos partidos al proclamar su esperanza de que, unavez saneadas las instituciones del fraude, se pudieran obtenermejoras para los trabajadores por la va electoral, olvidaban laleccin espaola: el triunfo en las urnas de la izquierda no ha-ba evitado que los obreros tuvieran que recurrir a las armaspara defenderse del fascismo. La depuracin de las institucio-nes de la democracia burguesa se revelaba entonces como unatarea intil que desviaba las energas de los trabajadores de susobjetivos revolucionarios.

    Para obtener una modificacin social real, deban evadirselos caminos que llevaban a la lucha a encauzarse por los cana-les establecidos. Como era caracterstico en Spartacus, no sebrindaba un recetario que contuviera la forma definitiva quedeban adoptar las organizaciones proletarias, sino apenas unaspautas generales para guiar la accin. Era el colectivo annimoel que deba poner en accin su capacidad creativa para darseel tipo de organizacin ms adecuada a sus necesidades: Lostrabajadores deben ir creando las formas decisivas donde plan-tear sus grandes luchas contra la opresin poltica y econmi-ca, la opresin nacional de un Ejecutivo, un parlamento y unaserie de institutos [sic] del poder que nos conduce al desastre.35

    3.3. LA ECONOMA

    Durante la dcada del 30, el proceso de concentracin ca-pitalista cobra cierta aceleracin y se constituyen grandes con-sorcios, muchas veces bajo el amparo de maniobras oficialesteidas de sospechas de corrupcin. Luego del tratado Roca-Runciman, los escndalos ms resonantes estaban vinculadoscon la sociedad de inversiones SOFINA: la prrroga de la con-

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    cesin a la compaa de electricidad de la Capital Federal,CADE, y la creacin de la Corporacin del Transporte. Mien-tras que la postura tradicional del anarquismo y la corrientesindicalista al mando de la CGT era menospreciar el fenmenode los monopolios puesto que consideraban que para el obreroera indistinta la procedencia del capital que lo explotaba, lossocialistas se haban mostrado divididos sobre la cuestin. Aun-que haba un fuerte predominio de la opinin antimonopolista,ciertos gremios bajo su direccin, por ejemplo la UninTranviarios, depositaron esperanzas de obtener mejoras paralos obreros con la creacin de la Corporacin de Transportes.36

    Lejos de la indiferencia y el optimismo, Spartacus analiz des-de un primer momento las implicancias econmicas y socialesdel monopolio, y contribuy en la medida de sus posibilidadesa la creacin de un movimiento en su contra.

    De acuerdo con su visin, la Argentina era un passemicolonial, un terreno de disputas de los imperialismos inglsy norteamericano. En la expansin del capital monopolista elEstado no haba jugado un rol neutral, sino sumamente activo:insospechadas maniobras de Estado han puesto en manos deconsorcios financieros, ingleses y yanquis, la administracin delas ms importantes fuentes de produccin. Cada nueva ini-ciativa modernizadora del Estado funcionaba a modo de unacoartada para fortalecer los intereses monoplicos. Los pro-yectos de constitucin de una flota mercante y del Banco Cen-tral que termin de conformarse en marzo de 1935 con undirectorio mixto en el que tenan mayora los representantes dela banca extranjera apuntaban en esa direccin:

    El monopolio busca extenderse, y es lgico, hacia aquellasactividades que de una u otra manera estn ligadas a las nece-sidades econmicas de la poblacin (...). Esta razn es la quedetermina el novsimo proyecto del Poder Ejecutivo de orga-nizacin de la Marina Mercante de la Nacin. (...) La creacindel Banco Central es la desembozada entrega de las finanzasnacionales al manejo del capital extranjero.37

    El grupo presagiaba que la formacin del Banco Central deacuerdo con el proyecto oficial acarreara terribles perjuicios a

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    la clase obrera mediante la desvalorizacin de la moneda, re-baja de salarios, ruina y hambre. La Argentina, en este senti-do, no estaba exenta de un proceso mundial de concentracincapitalista, que era el corolario lgico dinmico de este modode produccin. Los efectos del monopolio se hacan sentir espe-cialmente entre la clase obrera que debera sufrir la prdida deconquistas gremiales, el acrecentamiento de la represin del mo-vimiento sindical, a lo que se le agregaba una violenta opre-sin econmica sobre la poblacin en general. De modo para-digmtico, en el caso del monopolio del transporte, su creacinprovocara entre los trabajadores de la rama: la transforma-cin de la economa actual con vistas a la ms cruda explota-cin, bajo condiciones de trabajo y jornales an desconocidosen el transporte, la violenta y previa supresin de sus cuadros yfocos gremiales.38 Pero, la coordinacin del transporte ten-dra adems otras consecuencias inmediatas sobre la pequeaburguesa, que vera acelerado su proceso de proletarizacin.Por otra parte, los grandes trusts econmicos traan consigo laaplicacin de tcnicas de racionalizacin del trabajo que pro-vocaban el aumento de la desocupacin.

    Es tambin durante la dcada del treinta en la que, a causade la crisis del 29, el pas comienza una incipiente poltica deindustrializacin cuyo objetivo era la sustitucin de las impor-taciones. De esta manera, varios rubros llegaron a gozar deproteccin aduanera y, debido a la concurrencia de dos facto-res como la disponibilidad de materias primas a bajo precio yun mercado interno de demanda creciente, posibilit la instala-cin en el pas de numerosas industrias. La expansin alcanzde manera primordial a los rubros vinculados con la produc-cin de artculos de goma y caucho, maquinaria y artefactoselctricos. Las industrias textil y qumica, instaladas con ante-rioridad a la crisis, cobraron nuevo impulso y modernizaron suproduccin. Una enumeracin no exhaustiva de las empresasradicadas desde fines de los 20 hasta mediados de la dcadasiguiente puede dar una idea del desarrollo producido en la so-ciedad argentina. En el rubro alimentos y bebidas se instalaron:Nestl (1930), Suchard (1933), Ginebra Bols (1933) Royal(1935), Quacker Oats (1936), Adams (1936); textiles: Sudamtex(1934), Anderson Clayton (1936), Ducilo (1937); metalrgica,

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    maquinarias y artefactos elctricos: Sylvania (1928), RCA Victor(1929), Philco (1931), Olivetti (1932), Hierromat (1934) Elab.Gral. de Plomo (1934), CAMEA (1934), Phillips (1935), Osram(1934) Eveready (1937); productos de caucho: Goodyear (1930),Firestone (1931), Pirelli (1930); productos qumicos y farma-cuticos: Colgate Palmolive (1927), Stauffer Rousselot (1928),Lever Hnos. (1933), Cooper (1933), Duperial (1935),Electrocolor (1936), Rohm y Haas (1936), Johnson y Johnson(1931), Abbot (1937). Como resultado de este crecimiento, en1938 el porcentaje del PBI correspondiente a la industria supe-r por primera vez, aunque muy ligeramente, al agropecuario.La afluencia de capitales extranjeros modific el paisaje econ-mico de la Argentina y tuvo un efecto notable dentro del movi-miento obrero con la creacin de grandes fbricas queaglutinaban miles de trabajadores. El censo industrial de 1935relev la existencia de 36 establecimientos, que representabanel 0,1%, con ms de 1.000 trabajadores, en los que se concen-traban casi el 13% del total de la mano de obra.

    Estos hechos, presentados por el presidente Justo comoxitos de su gestin en especial el aumento de los ndices deocupacin, uno de los pilares de la campaa electoral de susucesor, Roberto Ortiz eran refutados por Spartacus que lostildaba de prosperidad artificial. Las crticas sealaban queel repunte de los indicadores macroeconmicos no se traducaautomticamente en ventajas para la clase trabajadora y porel contrario generaba miseria entre los asalariados: hemosvisto crecer en poco tiempo innumerables centros fabriles atravs de las principales zonas del pas, mientras paralelamentecreca tambin la miseria de las casas proletarias.39 Efectiva-mente, durante la dcada del 30 los salarios cayeron constan-temente hasta alcanzar su piso en 1934. Tomando como base1929=100, en 1934 el ndice llega a 77,22. Estaba claro que elproceso de industrializacin no era una ficcin del poder, perosu contracara, la pauperizacin de los trabajadores, era untema eludido por el discurso oficial. Spartacus buscaba quelos trabajadores no se conformaran con haber salido de lacondicin de desocupados para ingresar en la esfera producti-va, sino que deban mantener intactas sus aspiraciones y rei-vindicaciones histricas.

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    Una de las denuncias del grupo, vinculadas con los efectosde la reconfiguracin del capital en Argentina, sostena que elproyecto de creacin de la Corporacin de Transporte era ape-nas el inicio de una expansin monopolista que amenazaba ex-tenderse a zonas sensibles para el consumo de los trabajadores,los productos de primera necesidad, encareciendo el nivel devida y poniendo a merced de grandes grupos econmicos a laclase obrera:

    Hay adems el amago de monopolizar los medios de abast