Schillebeeckx Edward La Providencia de Dios

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N convertido anglosajón decía con buen humor: la mayoría de la gente considera a Dios lo mismo que un aviador a su paracaídas. Procuran tenerlo siempre al alcance de la mano por si fuera necesario, pero con la esperanza de no tener nunca que utilizarlo. Es indudable que en muchos la fe 'en la providencia se reduce a la fe en una última solución para los casos desesperados. El enfermo, por ejemplo, que ha recurrido ya a todos los especialistas sin encontrar la curación, se dirige finalmente a Dios. Dios es entonces el super-espe- cialista. Huxley, que se confiesa no creyente, observa (loe cuando un cristiano piensa en Dios corno en un «padre», tiene siempre delante de los ojos la imagen de un abuelo, de un padrazo que simula no darse cuenta del mal presente en nuestras vidas y que no tiene más función que la de preparar en el mundo las cosas para que vayan lo mejor posible nues- tros intereses. Si uno se pone gravemente enfermo, su reacción es- pontánea nunca es la de decir: «Dios mío, ¡cómo me quiere tu providencia!» Pero es lo primero que se nos ocurre, cuando nos libramos de un accidente al pasar la calle. Espontáneamente, la fe popular considera a la pro- videncia como algo que nos preserva de las contradiccio- ____ * Este capítulo apareció por primera vez en Tiidschrift voor Gres- telijk Leven 26 (196m) 571 - 594.

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Providencia divina

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N convertido anglosajón decía con buen humor:

la mayoría de la gente considera a Dios lo mismo que un aviador a su paracaídas. Procuran tenerlo siempre al alcance de la mano por si fuera necesario, pero con la esperanza de no tener nunca que utilizarlo.

Es indudable que en muchos la fe 'en la providencia se reduce a la fe en una última solución para los casos desesperados. El enfermo, por ejemplo, que ha recurrido ya a todos los especialistas sin encontrar la curación, se dirige finalmente a Dios. Dios es entonces el super-espe-cialista. Huxley, que se confiesa no creyente, observa (loe

cuando un cristiano piensa en Dios corno en un «padre», tiene siempre delante de los ojos la imagen de un abuelo, de un padrazo que simula no darse cuenta del mal presente en nuestras vidas y que no tiene más función que la de preparar en el mundo las cosas para que vayan lo mejor posible nues-tros intereses.

Si uno se pone gravemente enfermo, su reacción es-pontánea nunca es la de decir: «Dios mío, ¡cómo me quiere tu providencia!» Pero es lo primero que se nos ocurre, cuando nos libramos de un accidente al pasar la calle. Espontáneamente, la fe popular considera a la pro- videncia como algo que nos preserva de las contradiccio-____

* Este capítulo apareció por primera vez en Tiidschrift voor Gres-telijk Leven 26 (196m) 571 - 594.

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nes, de las desgracias, del sufrimiento 57 de todo lo que amenaza a nuestro bienestar. Incluso, y se trata de lo mismo bajo unaspeCto distinto, como algo que nos pro-cura una suerte estupenda: ¡el gordo de la lotería! La fe en la providencia, en todas esas gentes, está siempre orientada en el mismo sentido: losne nos conviene.

Otros la conciben como una especie de fatalidad. Cuando muere alguien en la familia, oímos que los demás dicen en plan de consuelo: «¿Qué le vamos a hacer? ¡Tenía que suceder así!» Es verdad que esta declaración puede tener un sentido auténticamente cristiano, pero no es cristiana ni en sí misma ni en los sentimientos que la inspiran. Da a entender realmente que nuestra vida está dominada por una fatalidad, por una especie de potencia impersonal. No se ven las cosas como el fruto de una Solicitud del Dios personal, como el gesto de amor, qui-zás incomprensible, de un Dios que nos invita y que nos quiere decir algo personalmente.

Otros, finalmente, se «resignan». El mundo es malo, dicen. Mientras que las cosas van hacia su perdición, es-forcémonos por lo menos nosotros, los cristianos, en «salvar nuestra alma» por medio de la paciencia. Se olvi-dan de que la fe en la providencia puede exigirnos que nos quedemos en este mundo, en el estado en que se en-cuentra, y que nos pide que renovemos la faz del uni-verso, de este universo. La fe en la providencia no es una fe «honrada»: puede a veces pedirnos que seamos «atre-vidos».

Estas concepciones unilaterales y falsas nos llevan a preguntarnos en qué consiste exactamente la fe en el go-bierno providencial de Dios. El Antiguo y el Nuevo Tes-tamento nos hacen ya comprender que no puede tratarse de esas concepciones vulgares de las que acabamos de hablar.

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CONFIANZA PERSONAL EN EL DIOS VIVO QUE SE INTERESA PERSONALMENTE

POR NUESTRA VIDA

Al hablar de la providencia, no hemos de partir en primer lugar de la religión y de la fe en Dios. La religión y la fe, en efecto, son siempre una respuesta que supone una palabra anterior. Dios es el prinFero en hablar. La re-velación, que fundamenta nuestra actitud religiosa con-creta, es realmente el gesto absolutamente libre por el que Dios sale de alguna manera fuera de sí mismo y vie-ne a nuestro encuentro para ofrecernos su amor, la «co-munidad de-vida. con él». Y este amor no encuentra su fin más que- en nuestro amor recíproco. Por medio de esta actitud personal de amor para con Dios — actitud de un bijo para con su padre, de un hijo que alcanza en Jesu-cristo su talla adulta —, nos encontrarnos en la gracia que nos santifica. Esto es lo que queremos decir cuando mamos, con muy poca propiedad, que tenemos la gracia santificante. En realidad, se trata de algo muy distinto: hemos sido introducidos personalmente en la comunidad de vida con Dios; vivimos, somos y nos movemos al ritmo de la vida divina; habitamos en 'Dios como en nues-tra propia casa; mantenemos relaciones particulares, per-sonales, con él. Atraídos por su ofrecimiento de amor —. que sólo podemos acoger mediante la fe, mediante la esperanza confiada de que en adelanteéTTé.ndrá piedad ariijscitios —, salimos de nosotros mismos para entrar en esta comunidad, gracias al amor que se nos ha dado en Cristo y en la efusión del Espíritu Santo.

Únicamente en esta comunidad de vida y de amor po-demos comprender lo que es la prEcírniicia y o qué sig-

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nifica creer en la providencia. Como esta relación perso-nal entre Dios y nosotros se basa en la fe, no podemos hablar de providencia más que utilizando palabras saca-das de la experiencia humana del atento cuidado del pró-jimo para-nosotros. Lo que expresamos explícitamente de la providencia divina remite a nuestra experiencia familiar de la solicitud de una madre o de un padre para con su hijo, o a la de un amigo para con su amigo. Partiendo de nuestra orientación natural hacia lo absoluto, del que sin embargo jamás podremos adueñarnos, proyectamos esta experiencia de la solicitud humana hacia ese Dios que hemos aprendido a descubrir, en la creación y en nuestra propia vida, como un Dios de amor. Pero la perspectiva que la providencia humana nos abre sobre la providencia divina va a perderse más allá de todo horizonte percep-tible. Nos orienta por lo menos hacia las posibilidades ulteriores de un Dios libre y personal. Finalmente, vemos esas posibilidades realizadas en el hombre-Jesús, prepara-do ya en el corazón de algunos hombres religiosos, y lue-go más explícitamente en el pueblo de Dios, Israel: en él se manifiesta y se realiza el significado y el contenido de la acción de la providencia.

De este modo, partiendo de la experiencia humana y del hecho histórico de Cristo, y de toda la historia de la salvación que está incluida en él, llegamos a comprender algo de lo que pasa en la fe entre Dios y nosotros, y toda la historia humana, cuando por la gracia entramos real- mente en la morada de Dios para vivir allí en comunidad 6 I,/ 91 /, c_on él.

No podemos más que esbozar aquí rápidamente lo que es la solicitud humana respecto al prójimo. Todos hemos tenido alguna que otra vez esta experiencia. Es una es-pecie de «piedad» del prójimo para con nosotros. No ya una piedad que venga a «inclinarse» sobre nosotros, aun-que admitamos la superioridad del otro, y aunque no se

preocupe sólo de algún que otro aspecto de nuestra vida, sino de nuestra persona como tal. Entonces sentimos en él un respeto para con nosotros como personas; nos reco-noce en nuestro propio valor y nos ayuda a convertirnos en nosotros mismos; deja que seamos nosotros mismos, aunque se esfuerce en orientarnos en el sentido del bien. Y lo hace en una relación personal de amor, de confianza, de diálogo, de acción y de reacción. No sólo de pasada, sino de una manera estable. Es como si el otro tuviera un plan sobre nosotros, no un cálculo frío, sino un plan

brota de su solicitud y de su amor, un plan que es completamente distinto de un esquema abstracto que es menester precisar a continuación. Diríamos más bien que es una especie de «fidelidad al otro» a través de todos los cambios de su vida, una fidelidad que jamás falla, aunque se manifieste de diversa manera cuando estamos enfer-mos o cansados o cuando pasamos apuros económicos o tenemos problemas psicológicos. Ese plan parece estar hecho en inteligencia con nosotros, tan grande es la ri-queza inventiva de su amor. Sin embargo, este amor no es ciego, sino clarividente. A veces no comprendemos el sentido concreto de la solicitud del otro. Nos parece que ha ido demasiado lejos. Pero tenemos confianza en él, sabiendo que lo único que quiere es nuestro propio bien. . Solamente a partir de esta experiencia humana pode-

mos expresar algo de la realidad presente en la experien-cia oscura de la fe en la providencia. Sin embargo, es cierto que la ayuda que puede prestarnos un hombre

I es siempre deficiente. ¿Quién podrá reunir en sí mismo todo lo que supone esa fidelidad sin fallo alguno, esta solicitud siempre atenta, de la que acabamos de hablar? Por otro lado, todo hombre es finito y limitado, y el que nos ayuda tiene a su vez necesidad de una providencia en su vida. Todos los de este mundo tenemos que ser ayu-dados, ya que. no solamente somos incapaces de adquirir

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más profundo: realiza bajo un modo divino esta solicitud que hemos descubierto entre los hombres. Y así encon- tramos en este inundo la existencia de una realidad de cerda entre Dios y nosotio1:—

que tiene lugar-en r ér secreto de la fe, nos lo ha manifestado ya de antemano de algún modo en el hom-bre-Jesús, que es la forma concreta de la providencia divina. En Cristo, efectivamente, Dios nos ha revelado no sólo su amor para con ese hombre y en él para con nosotros, sino que nos ha revelado además qué es y cómo vive un hombre que confía en la providencia. En Cristo, la retigion-Como diálogo entre Dibs y el hombre adquiere una 7Rirn-C-a -----con-c-r—eta y única. En este hombre,se nos Fe- cli-e que-IYISTsq-nieTeThi-cer por nosotros con su solici- tud y, al mismo tiempo, cómo tiene que acudir el hombre a su encuentro. Esto se realiza durante toda la vida de Jesús, pero su muerte y su resurrección manifiestan en un grado supremo la solicitud de Dios y la confianza con-tinua e inquebrantable de Jesús.

Por medio de la fe y del bautismo entramos en las relaciones providenciales que existen entre Cristo, el Hijo, y el Padre. Lo mismo que el Padre se ha comprometido personalmente en la vida del hombre-Jesús, también se

mente vernos realizar en este mundo, bajo su benévola vigilancia, un proyecto puramente humano. Nos ha crea-do para que entremosen una comunidad de amor con él. Si nos ha puesto en este mundo, no ha sido para abando-narnos en.él. con el único apoyo de su amor creador, sino para venir a morar entre nosotros, en su Hijo, Jesucristo, a fin de que también nosotros pudiésemos, en su Hijo, morar junto a él. De este modo, el amor no es solamente creador; nos invita a la reciprocidad, de modo que en cualquier circunstancia Po-lit-nos vivir en este mundo

«nosotros dos», Dios y yo, en comunidliad con los demás. De este modo, la providencia divina adquiere un sentido

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una visión global de nuestra vida, sino' incluso de com-prender en toda su profundidad el más mínimo aconte-cimiento. Nos ayudamos mutuamente como si fuéramos ciegos. Desde luego, algo significa esta ayuda, y de todos modos el otro puede exhortarme, incluso del otro puede salir una fuerza, cuando encarna en su vida lo que él se esfuerza en suscitar dentro de mí, por mí mismo. Pero en mi libertad, es decir en el punto de donde ha de brotar la acción humana, yo estoy absolutamente solo: ningún hom-bre puede venir en mi ayuda.

Pero cuando descubro que me ha creado un Dios, que ese Dios me ha dado la vida y que sólo ha podido hacerlo por amor, ya que Dios no tiene ninguna necesidad de mí para ser plenamente lo que es, entonces la idea de provi-dencia adquiere un nuevo significado, totalmente insos-pechado. Comprendo que el acto creador de Dios no ha podido ser más que un gesto de amor, de pura benevo-lencia, para con un ser personal- capaz por lo menos de descubrir ese amor; y, al propio tiempo, me doy cuenta de que mi vida entera está dirigida por un amor personal, ya que toda mi vida es obra de su creación. Nada hay en mí que se libre del acto creador, ni mi voluntad, ni mis pensamientos, ni mis actos, ni mi corporeidad, ni el hecho de que esté continuamente «situado». En toda mi vida, el amor de Díos está actuando. Toda mi vida es como un caleidoscopio: lo que Veo en ella, por mucho que cam-bien las figuras, se me presenta siempre corno una ma-nifestación del amor creador de Dios. Evidentemérite, por ser 'libres, podemos detenernos en estas figuras por sí mismas: siempre podremos sacar de ellas alguna cosa. Pero esto no constituye un obstáculo para Dios, que es el poder de los comienzos absolutos, a no ser que le diga-mos que no a su amor con obstinación.

Pero todo esto es pura abstracción. El Dios vivo no es solamente el creador. Al crearnos, Dios no quena son"-

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compromete ahora en nuestras vidas. Y lo" mismo que, 4- hásta el- fin, Cristo se dejó conducir con confianza por su Padre, también a nosotros el bautismo nos obliga a de- / jarnos conducir por Dios con una confianza total. Igual que en Cristo, esta confianza se expresa en nosotros en dos direcciones: en primer lugar, en la intimidad personal en el seno de la comunidad con Dios, que se preocupa personalmente de nosotros, de nuestra vida (los rasgos que pedimos prestados a la solicitud de un hombre para con otro no nos proporcionan más que una imagen muy débil de la manera divina con que Dios vela sobre nos-otros); en segundo lugar, en la misión que hemos de rea-lizar en la Iglesia y en el rii–unclo, ya que, al entrar en Cristo, no nos convertimos en meros «objetos» de la pro-videncia divina, sino que participamos también de la solicitud de Dios para con los demás y nos convertimos, como dice san Pablo, en «colaboradores» de Dios para Ta redencióndel mundo.

II

EL FIN DE LA SOLICITUD PERSONAL DE DIOS

Creer en la providencia, por tanto, no es simplemente creer en una especie de administración divina del mundo. Se trata de un amor lleno de sabiduría, que tiene ante la vista un bien, la felicidad del hombre. La fe en la pro-videncia es la fe del hombre libre en la persona libre de Dios. Lo mismo que en su providencia Dios viene hacia nosotros como hacia personas libres y no sencillamente como hacia elementos de un Uni--v-e—rso bien administrado, de igual modo nosotros, al creer en la providencia, tene-rnos que aceptar la libertad jepios, una libertad «divi-

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na», trascendente, que desborda todo cuanto nos es dado concebir.

Pero además hemos de formarnos una idea exacta de lo que Dios persigue concretamente al querer nuestra sal-vación personal, ya que esto es precisamente lo que tiene ante la vista. De hecho, la salvación del hombre consiste en la comunidad de vida con Dios, juntamente con los demás. Concretamente, la providencia es una «preocupación por salvarnos»: es una preocupación divi-

spna a por el amor, deseosa de procurar-nos lo «único necesario», a lo cual, según las palabras de Cristo, todo lo demás se le da por añadidura, por una su-perabundancia de amor. Vemos una vez más cómo las concepciones vulgares de la providencia no tienen nada que ver con la verdadera fe, y cómo lo temporal, de lo que la providencia también se cuida seguramente, no puede ser el objeto último de su solicitud. Si solamente es-peramos de Dios beneficios materiales, es fatal que Dios nos decepcione, por la única rizón de que semejante pro-videncia no existe. Sus perspectivas son más elevadas:

Vuestro Padre sabe perfectamente .que tenéis necesidad de todo esto. Buscad ante todo el reino de Dios y todo eso se os dará por añadidura (Mt 6, 32-33).

El amor poLel que Dios dirige_ nuestras vidas, el cui-dado que tiene de nuestra salvación, está orientado hacia Ta"---cnunidad con él, Pero nos encamina hacia allá res-petanEnuestra libertad, con un respeto que no es hu-mano, sino divino y creador. Su providencia tiene por fin nuestra libre aceptación de la comunidad de vida con él. Su gran preocupación no consiste en que cumplamos efec-tivamente esto o aquello, sino en que lo hagamos libre-mente y por amor. Esto quiere decir que se dirige a nuestra misma persona, el centro original a partir del cual se desarrolla la persona hasta convertirse en un yo vivo

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con el que Dios puede tratar de persona a persona. Para conducirnos a esta comunidad, añosotros, pobres hom-bres que sólo realizan unos esfuerzos titubeantes, Dios tiene que dar muchas veces un rodeo. Dios tiene que en-¡rentarle con ca upo, ir destruyendo pieza por pieza eSá ilusión de que puede bastarnos con el mundo, a fin de que, saliendo de nosotros mismos, vayamos Yn con-fianza a su encuentro y al encuentro del mundo de los hombres y de las cosas. Esa manera con que Dios dirige nuestras vidas reduce a la nada la concepción vulgar de la providencia. Dios va en contra de nuestras ilusiones terrenas. Ya san Agustín decía con gracejo, hablando por propia experiencia:

A Dios le gustaría darnos alguna cosa, pero no puede ha-cerlo porque se da cuenta de que nuestras manos están llenas.

Por eso lo que hace es procurar que nuestras manos se vacíen para que puedan recibir lo que él quiere ofre-cernos. Nosotros las_ tendemos con avidez hacia otras cosas; por eso, porque nos ama, la providencia tiene que quitarnos todos esos bienes ilusorios para.. poder darnos lo que necesitamos más que nada: al mismo Dios. San Agustín, tan amigo de emplear juegos de palabras para expresar su visión de la fe, ha deducido esto de su pro-pia experiencia:

Es menester que te vacíes de todas esas cosas de las que estás lleno, para que te puedas llenar de lo que estás vacío.

Sólo un hombre auténticamente religioso puede creer en la providencia, puede situarla en su vida. La fe en la providencia es, por naturaleza, un acto religioso, no un cálculo con vistas a asegurarse una existencia próspera. Sin embargo, esta actitud de fe penetra hasta los más

pequeños detalles de nuestras necesidades; pero no anti-cipemos las cosas.

Veamos ahora cómo esta Solicitud actúa de hecho en nuestras vidas. Para comprenderlo, hemos de tener bien presente en nuestro espíritu lo que ese] hombre. En tér-minos técnicos, la filosofía moderna dice que es «una libertad situada». Esto quiere decir que nuestra libertad no es creadora, sino que choca con unas situaciones con las que se enfrenta en cada momento para poder aclarar su sentido o para poder dárselo. Nos encontramos en un mundo que no hemos hecho nosotros: nuestra vida tiene como punto de partida una situación histórica determi-nada que no hemos escogido; durante toda nuestra vida, tenernos que enfrentarnos con unos hechos y unas situa-ciones que existen independientemente de nosotros. Si ob-servamos que estas situaciones, lo mismo que nuestra vida, han sido creadas por Dios, y que además la libertad humana está llamada, a través de estas situaciones, a una comunidad personal con Dios, nuestra libertad y nuestra situación adquirirá un resplandor muy distinto. Las situa-dones en las que venimos insertándonos continuamente aparecen entonces como los elementos de un diálogo que se inscriben en nuestra relación personal con Dios. Vistas deI lado de Dios, estas situaciones se convierten en el contenido temático_de la invitación que nos dirige_erz So–frafmente.

-- En la perspectiva de la solicitud divina, en la que Dios se dirige sin cesar, gratuitamente, a nuestra persona libre, estas mismas situaciones se convierten en una gra-

cia — una gracia exterior, podríamos decir —, en donde 'descubrimos de qué manera quiere Dios hacernos vivir desde ahora la comunidad de vida con él. Todos los ele-mentos no libres de la vida — sucesos que dependen de causas naturales (la «fatalidades de la vida»), coyunturas históricas (en donde las intervenciones humanas están

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como «objetivadas», separadas de los actos libres que las han engendrado y se presentan como hechos irreducti-bles), acontecimientos accidentales, sufrimientos, muerte, etc. —, todos esos elementos se convierten en la forma concreta bajo la cual, día tras día, va fijándonos la tarea de nuestra vida la solicitud divina.

13ero -al fijarnos exteriormente esas tareas que realizar, Dios nos concede también interiormente la ayuda de su

nos invita en el fondo de nosotros mismos y, al mismo tiempo, nos da la fuerza de realizar las exigencias de su amor. Estas dos formas, interior y exterior, de la gracia se completan mutuamente: la situación (la gracia exterior) constituye de algún modo la «exterioridad», el contenido claramente orientado, de la gracia interior. Aquí la fe en la providencia se identifica con lo que lla-mamos la conciencia cristiana. Hablar de conciencia cris-tiana significa que en_el interior de las situaciones en que nos encontramos, el Dios de amor nos habla personal-mente. Nos descubrimos entonces como una responsa- bilidad a semejante situación; sabemos que Dios nos llama, nos propone una tarea y, delante de Dios, to-mamos parte personal en la historia de la humanidad, intervenaonibremente en el seno de ra historia, ¿n' él

tidó que Dios le quiere dar al mundo de Tos hombres y de las cosas.

s.

Esto demuestra claramente que la fe en la providencia no tiene nada de pasivo; supone una actividad perso-nal, no solitaria, sino acompañada y dirigida por una solici-tud más clarividente que la nuestra. Creer en la providen-cia incluye a la vez un aspecto de aceptación otro aspecto de compromiso e iniciativa. Se trata en primer lugar de aceptar las situaciones concretas de la vida independien-tes de nuestra voluntad, y en este punto fallamos con frecuencia. Ponemos mala cara ante las condiciones inevi-tables, en el plano puramente humano, de la existencia hu-

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mana con todo lo que trae consigo de situaciones ambi-guas. Perdemos de vista que ése es precisamente el ca-mino que la providencia ha trazado para nosotros,, 11rin de- coriolticirnos a realizar concretamente nuestra vocación. _ Siempre andamos en busca de otro camino. Establecemos comparaciones con los que tienen mejor carácter, los que gozan de mejor salud, los que son más inteligentes o es-tán mejor dotados que nosotros. Nos olvidamos de que la llamada que Diosnos_dirig' e-no- puede_ realizarse más que dentro—de los límites que nos ha fijado personal-inente. La fe- en- la providencia tiene que manifestarse, por tanto, en primer lugar por medio de u—na humilde- acepta-don de las situaciones en que nos encontramos, indepen-dientemente de nuestra voluntad; supone la convicción de que estas situaciones, en su misma exterioridad, bajo su aspecto aparentemente impersonal, masivo, deja sin embargo que se transparente un amor personal, ocupado en orientar mies-s7-fi a -lo-q-lie en deffnitiva cons-tituye nuestra salvación.

Pero creer en la solicitud de Dios no es solamente aceptar las situaciones inevitables, sino también creer en-nuestra misión de modificaren cuanto dependa de nos-otros estas situaciones y el rostro mismo del mundo. Esta tarea es mucho más urgente ahora, cuando nuestro mun-do se encuentra bajo la influencia del pecado histórica, El pecado se encarna en todo lo que elEnnahre realiza en este mundo, y esto supone muchas dificultades para la humanidad. La vida de este mundo no refleja únicamente el rostro del Dios vivo; es también el fecundo suelo nutri-tivo y ocasión del pecado. Las situaciones concretas tie-nen que ser «desinfectadas» de algún modo.

Vemos, pues, cómo se engañan aquellos que se mues-tran negligentes y que rehúsan promover una justicia más recta en el campo social, político o cultural, contentán-dose con «abandonarse» en manos de la providencia. El

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LA PROVIDENCIA DE DIOS 289

das vuestras preocupaciones, pues él cuida de vosotros» (1 Pe 5, 7).

• LA PROVIDENCIA Y LA ORACIÓN DE PETICIÓN

Creer en la providencia es creer que tenemos una mi-sión llena de peligros en este mundo, una misión ZfiTe lie-mos de empreña-ranímosamente, confiados en la soli-citud de Dios para con nosotros. La fe en la providencia no excluye la iniciativa humana, sino que la suscita, tanto en el terreno religioso como en el profano. Es una fe en nuestra asociación a la obra creadora y salvadora del.

Dios vivo. ---rsia idea alcanza su significado más profundo en la

oración y su reesta. En la- oración de petición, mi-í----

dirigirnos personalmente a Dios, sea a propósito nues- tra vida religiosa o la de los demás, sea con ocasión de nuestras necesidades temporales o del porvenir de mies-tro mundo. Recurrimos con confianza a la intervención providencial de Dios, no solamente abandonándonos a ella, sino también tomando por nosotros mismos unas iniciativas_ y presentándolas como tales ante Dios.

Un ejernplo concreto nos lo— pbUraélarar. Se en-cuentra gravemente enferma una persona querida, nuestra madre por ejemplo. Creer en la providencia en estas cir-cunstancias no significa ni mucho menos que aceptemos lo inevitable. Es recibir. esta situación corno un deber personal impuesto por Dios. Perb esto rió_e)tcluye_que, 1. nosotrosto me moSTá :111.1atiya_lle...rezat_ para . cme..mej ore la situación de fa enferma. 11'..sta..oración.cle tiene senticici. nuís, _que cle...nuestra intimi- dad Tersonli1 conel_Disn_yiu. Bajo un punto de vista

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mismo reproche vale también para los que esperan que el «buen Dios» sabrá arreglárselas, a pesar de sus faltas morales, para santificarles sin poner en ello ningún es-fuerzo. Creer en la providencia, por el contrario, es te-ner confianza en que, cuando _nos esferzamas, cuando avanzamos por nosotros mis tr aj con nos- otros yque, por lealtadaáráccjnag i-aos por élL interviene para corregir nuestras imperfeccio-nes. La fe en la providencia nos invita a no- inquietarnos, con tal de que hagamos valerosamente por nuestra parte todo lo que sea posible.

Gracias a nuestra libertad situada, en la que de algún modo escuchamos la palabra de Dios, poseemos efectiva-mente una responsabilidad inalienable, pero dentro de los límites fijados por Dios. Por consiguiente, aunque tenga- mos que preocuparnos del mundo entero, no podemos sin embargo obrar concreta y eficazmente más que en esa situación limitada que es la nuestra, prescindiendo de la oración y del sacrificio que pueden tener una influencia más amplia. Esta precisión nos evitará aquellas vanas ten-siones de los que se atribuyen, por así decirlo, el papel de una providencia divina y universal y que se inquietan al comprobar su impotencia, emprendiéndola contra la mala voluntad que contraría sus proyectos.

Cada uno de nosotros ve que se le ha concedido una responsabilidad limitada en función de su propia situa-ción y de la graciaque se le ha dado. Es inútil que lo queramos hacer todo por nosotros mismos: sepamos de-positar nuestra confianza en la responsabilidad- de los demás y estemos persuadidos de que, cuando fracase nues-tro compromiso sincero y leal, Dios está a nuestro lado. «Dios proveerá» (Gén 22, 8). Esta perspectiva, que nos demuestra claramente que la providencia no nos hace inactivos, nos descubre también el sentido profundo de aquellas palabras de la sagrada Escritura: «Confiadle to-

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la divinidad está en el origen del amor que se le tiene, pero sin que ella misma ame. Ya en el Antiguo Testa-

. mento leemos que Yavé es un guerrero poderoso que - aniquila a los enemigos de su pueblo (Ex 15,3-6); un

«león rugiente» (Os 11, 10), una pantera al acecho (Os 13, 7) que mira encolerizado al pecador (Am 9, 4) y lo coge entre sus garras (Am 9, 2), como un Dios celoso (Ex 20, 5; Dt 5, 9); que llama (Lev 1, 1) y escucha a su pueblo (Ex 1.6, 12), que ríe (Sal 2, 4) y silba (Is 8, 18), que se regócija y goza por la nobleza del hombre (Is 60), para luego amenazarle y castigarle (Is 16, 13); que odia la malicia (Gén 6, 6; Lev 20, 23), pero está siempre atento a la salvación de los hombres (Gén 8, 21-22). Al leer todas estas cosas, nos damos cuenta de que se trata de imágenes, de representaciones humanas, pero de imágenes de un Dios vivo cuya realidad se nos escapa. Estas imá- senes nos

osugieren que Dios ,se preocupa detbombre,,,que.,,

9 mterviene,como_una_persona.viva.en la existencia. humana,„ y religiosa en5ste.m.undo.

La manera propiamente divina de la reacción de Dios está por encima de nuestro alcance. Sabemos que Dios es inmutable; tocar esta inmutabilidad sería lo mismo que alterar intrínsecamente la noción de Dios. Sin embargo, ignoramos su modo propiamente divino, y la historia de la salvación nos presenta tales sorpresas que no podernos en ningún caso identificar esa inmutabilidad divina con una inmutabilidad estática de tipo terreno. El diálogo entre Dios y el hombre no es un simple «hacer como si», sino una realidad viva. La gracia implica esencialmente- .

b5 queDicwieneyealmente cuidado del hombiejlos,„escw-D .ch¿Lalhumblf, ,ofacylual:ecería cle sentido .. :1?gn.P.igs.no_escucha~almodalumano; 91,1estrfiLconcep-ciones humanas (le la reciprócidg4J911. Malmenteinade-cuadas. EnefeJ;es uThFb)Osi re encontrar en este mundo,

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t. 1,,Jfrip:,'4meramente profano, rezar_p_ór la curación de mi madre

fyi \:,34-,..-,,, pa....tiene_ninguna utilidad.. Sería considerar la oración 1 .„ 4VI`A como un medio al que recurrimos al lado de la medicina ...i ,,.)

para obtener la curación. La oración ysu_eficasia _solo )1'1' tienen....semen_eLplano religioso. 1\losotro§ morarnol, junto a Dia.allí .este,_luestra_gracia_y_nuutra—ubkm. Podemos dirigirnos a él personalmente, como lo hacía Cristo, ya que, por el bautismo, nos hemos hecho seme- jantes a su Hijo; y esto nos alcanza la benevolencia del Padre: «Este es mi hijo muy amado, en quien tengo todas mis complacencias». Por tanto, podemos hablar con Dios, incluso sobre lo referente a nuestra e-XI-félida cOti: lana, incluso de la enfermedad de nuestra madre.

Pero ¿por qué hablar a Dios de esto?, ¿es que no sabe que nuestra madre está enferma? Sí que lo sabe; él es el que lo ha ermitillg. Entonces, ¿cómo y para qué .1jlarii76711—curacion-5', ¿es que esperamos que se retrac-te de su decisión?, ¿o es que ha llegado su refinamiento hasta el punto de enviar la enfermedad para que le rece-mos y poder de este modo, como respuesta a nuestra ora-ción, concederle la salud? Todo esto parece muy compli-cado, un poco inverosímil. No, no es posible que se trate de eso. Por otro lado, no es , cicItp_swqrodamos_en_.15,te rnunda...comprender...jarnás _la . manexl de_Qhr.1g21...Dig• 45tLcauzletalrientgn.gr ...gacima_...dent.I.C111:9.5 4.1101 Tenemos sencillamente que atenernos a las perspectivas que nos proporcionan la fe en Dios y la experiencia de los santos en este munac7,es7¿armente la de Jesucristo, aun cuando no sepamos captar la última palabra.pesztés

. 1 o., .41 de _todas...las...ideaciones,. la solución sólolfpodrá ncon- ......_.... ir Afr, ,1 trag..s.c__en...un--abandons2.in.condicionaLen misten per-

9.. v" di entablar—lulas—telacicine.s. con nosatros / , 00..,'`91 sonal_Ak Dios, j_t_guten sabetpg.s. que_ quiere rea mente

La reciprocidad en el amor significa acción y reacción. Nuestro Dios no está forjado al estilo griego, en donde

ni siquiera en el acto humano Iihre, algo que sea plena-

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mente comprensible en sí y por sí mismo: Dios es la fuente última deto-clo:NO sólo nuestra l'acUrtad de poner un acto libre, sino incluso nuestra misma iniciativa libre por la que ponemos ese acto, dependen de Dios. Por eso es imposible concebir la acción y la reacción entre Dios y el hombre de la misma manera que la que se produce entre dos criaturas libres. Nuestra iniciativa libre tiene su fuente en la iniciativa absoluta de Dios, que nos precede siempre, aunque no cronológicamente, ya que Dios no ésta e . esta n el tiempo. Por tanto, no es imposible represen-tarnos las cosas como si antes de nuestra oración, Dios se hubiera imaginado que permitía provisionalmente la enfer-medad, para poder a continuación atender a nuestras ora-ciones. Una vez que el mundo existe, la eternidad es de alguna manera su dimensión en profundidad, lo cual signi-fica que, en la enfermedad real de nuestra madre y en nuestra oración real, Dios es verdadero Dios, una persona vriva, con la que además tenemos un contacto personal. Pero en todo momento Dios sigue siendo la libertad abso-It lPta2 la auto-determinación eterna y perfecta sin no puede producirse nada en esta tierra.

. IÁ'' Por eso Liós~LLeabenr41.a_tauesrta.sctaanz5 , Pero responde bajo una forma terrena: en un proceso cósmico y por medio de él, o sPm—eii-clo al determiPismo, por ejemplo cuando rezamos para que haga buen tiempo; mediante el curso normal de la historia, por ejemplo cuando rezamos para que nos libre de la guerra; mediante eso que llamamos azar, etc.; y finalmente, bajo la forma 7 (normalmente) excepcional del milagro. Como tales, esas ' formas objetivas kwujastbjc_gma-ttg pnas relaciones

/ iiinterbumana&,...percudgmLeaen_unálgaifieadaajnyy..---2151. 179112111aapzLque está en relaciótumonal cgUigs, 1 En lk ele aria e m up_sa r .e„..clátin az

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LA PROVIDENCIA DE DIOS 293

tIlac.izzlisIterPetsonales-entre.ellonabte y Dios. ).'"o ,rezado áDisa...p.oia,su ruiei-de...m.l. Pudra; .Di Q me,..nes..

..29,jade: 111,..cn,rado,, yr_kujLinterviene el serrlóalpecto: el aspecto en cierto modo técnicI2JAIQ

_a_ _terizenlun_la clue resoale_Dios. Bajo un punto de vista técnico, la curación por la que he rezado puede ser considerada como el efecto de una medicación apropiada ; bajo un punto de vista religioso (por mi relación personal con Dios, que también es una realidad), es la respuesta divina a mi petición. .4g1.9peretainente,..en,,sujealiclad total, la.spraciónACylopuede....cpp3prenderse como elfruto.'-:, • y, I

d • de eTeranzaegla.pz' El gobierno`':,r- Providencial de Dios es, en efecto, el que crea la relacióni::',1'. de causalidad entre la «medicación» y la «curación». Esta:,,511,,iiw' relación no está fuera de la acción creadora de Dios, y el ' Dios vivo hace de ella un elemento del diálogo, un ele- ' mento de mi intimidad personal con él en la oración.

Bajo un punto de vista meramente profano, mi ora-ción no ha tenido ninguna utilidad ; no ha ejercido direc-tamente ningún influjo misterioso en la enfermedad de mí madre; no es un elemento más que haya venido a ponerse al lado de las medicinas y del arte del médico. ¿Quiere decir esto que mi madre se habría curado, aun cuando yo no hubiese rezado?

Esta cuestión es una abstracción. Supone que no hay más realidad que la realidad visible. Preguntarse qué es lo que habría pasado si no hubiese intervenido esto o aquello, es una cuestión sin contenido, una pura ficción, a la que solamente es posible dar una respuesta meramen-te fantástica. Lo cierto es que el creador, sin que se haya producido ningún acontecimiento terreno, no es más que

cz,‘ esa persona viva con la que yo me encuentro íntimamente 1.t

por medio de la gracia. Concretamente,

l)iosvivoLpor ése que es tarnbilnmiD.igs, el,q9e.melizie

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(1.9de J.aracin- ‘,.„), Por eso mismo me parece totalmente incomprensible 10-

el rezar por las cosas temporales bajo un punto de vista puramente natural; pues bien, bajo este punto de vis-ta precisamente se levantan voces cada vez más numero-sas proclamando, contra toda la tradición, que el rezar por las cosas temporales carece de sentido. La opina dc Qlq.inancla,_171199.i11115,r,'t5P9r9V.Q.-Q11a,sive--.1a realidadk,Dius sólo der_unggyanQrá » purauleatejp- turg....11Q-tambileLjohlenutual...x.eligiasa

Por lo demás, en el origen de esta manera religiosa' de ver las cosas, se encuentran las promesas de Jesucristo. Dios no es solamente el «creador». Él, que en Jesucris-to se ha convertido en Padre nuestro, lo ha establecido, mediante la resurrección, como señor de todo el mundo material. A partir de este hecho, sabemos que en Jesu-cristo el Padre quiere poner su dominio sobre todas las cosas al servicio de los que se hacen hijos suyos y creen que Jesucristo es el «Señor», incluso de la creación ma-terial. Todos los que buscan ante todo el reino de Dios y creen en el señorío de Dios que, en Jesucristo, se ha hecho nuestro prójimo, reciben también todo lo demás, si se lo piden con fe (Mt 6, 33). Podemos dirigirnos con

cha mis plegarias. Dentro de esta relación terrena, y. por mecen de ella el Dios cread9r,,Jd Dios, ha dichó_gue sí a mi oración. De este modo, en cada elemento terreno interviene, al mismo tiempo que yo, todo el conjunto de la creación y del orden de la salvación, en el que yo he tenido un trato personal con el Dios vivo. Si la curación 139.-K-122:1duce, Dios,, §upuestta-que_ka_.ktayr.•..Iezado,o,me resp2ade igualmeatciluediee-spe..a.o.a. Pero yo sé muy bien que con esta negativa quiere decirme personalmente

cl, algo de lo que tengo que darme cuenta. La oracik_de . , psui9p, por consiguiente, sólo tiene sentido dentro del difflQ.upersonal con Dios.- -tWa—_ esTla _esencia misma

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confianza al Padre como hijos: él nos ha prometido tener en cuenta nuestras oraciones. Vemos así que toda_nues, tra vida, .hasta los.más„pequeños detalles,. forma.el-ob, jeto de la_solicitud.1111...Padre. Querer eliminar la oración por las cosas temporalis de nuestra relación...con Dios sería 39.saisrno que_obrar como st nueslrQ _Dios no hubie-se creadwel mundo„o,, corpc..si una vez creado,, se hubiera desinteresado de él.—

- Pues bien, si ese Dios con quien tenemos unas rela- ciones personales es también el Dios creador, que se in-teresa por todo cuanto acontece en este mundo, y si por otro lado este mundo en el que estamos inmersos nos interesa también mucho a nosotros, es natural que en nuestro encuentro personal con Dios en la oración le _ hablemos espontáneamente de esas cosas que nos intere-san-a ambos. Evidentemente, nuestras miras son siempre cie-m-asiado cortas; por eso nos preocupamos de un mon-tón de pequeños detalles, mientras que nos olvidamos de otras cosas mucho más importantes, por ejemplo las ten-siones internacionales, el porvenir de la sociedad, la nueva cultura que se está forjando en el mundo... ; ¡todas estas cosas, que también son «cosas temporales», son por lo menos tan importantes como el buen tiempo o la lluvia! Desde luego, no es una equivocación que pidamos por la lluvia; pero evidentemente es un error el que no nos 'preocupemos jamás de esas otras «cosas temporales» que, incluso bajo el punto de vista profano, son mucho más importantes que nuestro pan de cada día.

Entonces, ¿cómo es que la mayor parte de nuestras oraciones no son escuchadas, siendo así que Cristo nos ha dicho, sin aludir para nada a las condiciones que han añadido luego los moralistas: «Pedid y recibiréis, llamad y se os abrirá»? Sí, esto es lo que ha dicho Jesucristo, y del modo más directo, sin poner ninguna condición. Note-mos por otra parte que los santosLqueson los hijos pro-,

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i pilreac.teois_ idae_ rliopsr,ieciabdendetol daomcouranetso upnidaenco. sDaEiosr pe ,c11 ore: , — -- como _si 9ccedieriásils-irienbilnIESZ5i,-hasta el punto de hacer nevar, por ejemplo, ¡para que una muchacha, Teresa Martín, santa Teresa del Niño Jesús, pudiese en-trar en el convento en medio de un paisaje totalmente blanco, como a ella le encantaba!

Pero precisamente el caso de los santos nos invita a la reflexión. Nos hace que comprendamos mejor el sen-tido de la oración. Dios escucha, sin poner condición alu-

i tia.-la 1:marión...ásus hijos...predirlio,s— Es:to significa que

----- •_.......-......,............ ----- ---- Evidentemente, le gusta «mimar» a algunos de sus hijos; por otro lado, es libre para amar a quien quiera. Cuando rezamos, acogemos el amor de Dios y, por consiguiente, todo lo que resulta de la libertad de ese amor. El que

i131escule la oración de sus hijos preferidos ngs hace '''...r.-

colaarender lainzAtancia que tiene la calicipd,,delladn-tn i: CIária-u-n—o seIia dejado coger por completo por el amor de Dios, cuando todo su ser «simpatiza» con Dios, los_cleseo,i..de_su_corMn brotan 1.4elsu_..11 of.ttenci,e's.inpflpa,ilpbolera. ItoTdsecctiurlec, ecteal rnecarnazvóenndseieDmiposr,eyleals

1 cosas de manera diferente a los demás. Los nuevos espo-, sos ven siempre el cielo de otra manera más azul, o más exactamente, se dan cuenta entonces de que el cielo es tan azul. Esto que es puro romanticismo en el plano humano, es realidad en el plano divino. Parg,a104,..viv£

1¡, 5.n kiaticajáll...cle.1)1Q5..„0111.11PCI.9_ está ...MItdergiUgte , renovado: ya_realunnte las cosas de una manera distinta clelimmhze_pnianacutIllufiia.Sus deseos y suslifile os ii, se transforman también. Incluso en nuestras plegarías, tan deficientes de ordinario, podemos algunas veces dar-nos cuenta de ello. Eso que deseábamos con tanto ardor se esfuma bruscamente cuando nos encontramos delante de Dios en la oración; es como si la proximidad de Dios

relativizáse nuestros deseos y renunciáramos a ellos. En otros casos, por el contrarío, la proximidad de Dios refuerza nuestros deseos, y los expresamos entonces en una oración ardiente. El cristiano siente de algún modo las cosas lo mismo que :las siente Dios.

En nosotros todo está se Produce con grandes di-ficultades, mientras que en 19s_sniatol• todo parece tan natural. Como vive.n_losistantementg_0,_presencil_de Dios,„1.14„,sleseos coinciden es22ntáneamente_con-los. de Djw,,,YiióTóro-ITsT-entimientos están de acuerdo con los suyos. Por otra parte, tprnbiérl...nuestrassrldo-nes son escuchgas_22,Dlos, P.aa.....c91:19...,no.: somos

.1, santos, com2,29219,clan9scuenta_de dirección_por ■ donde -riQS--qliCIQ-C2tc1151r991,n ti c,?11 ttos

anhelosy..nuestro5.111.1q1V111.)Q1.

s '1 negativa. Precisamente porque no somos santos, los mo-

ralistas se han tenido que preocupar de precisar las condi-ciones requeridas para que sea escuchada la oración. ¡Cuántas veces, al rezar por cosas temporales, tenemos ante la vista las cosas en sí mismas! Pero para Dios lo temporal tiene un significado muy distinto. Las.cosasigo.- porales, también_para los saikt.95,jigue,,u_sienh_teirippra:

,djnárnica, , con,

JIPI; lal..Nciben del amadc2s9mQ un regalo quejes .hace, V.,(1111..A.g....,..colTio.I..se,..1as...concede. Aquí nos encontra-mos con el carácter personalista de todo regalo. Quien lo objetivice, quien no reconozca en él el gesto personal del que se lo ofrece, se sitúa fuera de la relación yo-tú: pero es esta relación la que le da todo su sentido al regalo. Pascal dice: «Todo lo que no es el fin, es figura del fin». I;l.dun cíe una cosa tellP9129J cado inás..4ue_ca_el_enwell!n.persoluif con el .donador. Pues bien, muchas veces consideramos a Dios como una causa, como la potencia capaz de producir alguna cosa.

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Personalmente, yo no veo cómo puede conservar su senti-do la oración de petición si nos quedamos en la mera relación de «causa-efecto». La oración, no ,tiene_sentido más que enelletao. deja comunilipcl.pqrlonn.c.Qozos,, y esta comunidad, aunque incluye a Dios como causa (cuan-do Dios interviene «ad extra», lo hace siempre de una manera divina, «creando de la nada»), trasciende esta no-ción. Ésa es la razón por la que algunos no comprenden el sentido de la oración por las cosas temporales. Y también por la que otros son tan poCa- i-Vécés-esctichdos.

Todo esto no agota los problemas planteados por la oración de petición. Muchas veces, por ejemplo, le pe-dimos a Dios que resuelva las dificultades que nosotros mismos hemos provocado, unas veces voluntariamente y otras por necedad. ¡Y le pedimos a Dios que nos saque de esos líos! A veces accede, porque su misericordia es infinita. Pero no es ése el clima normal para dirigirse a Dios, sobre todo cuando ni siquiera nos damos cuenta de que todo eso proviene de nuestra mala conducta. Aun-que Cristo nos haya asegurado que serían escuchadas todas las oraciones, su misma vida demuestra, cuando le rezaba al Padre en el huerto de Getsemaní, que Dios es mayor que nuestra oración y que hay en la vida algunos momentos en que realmente parece que nos ha aban- donado. Hay. Jriomlnros qvc,_ parece_qin ,,Ujos ,oujere obrar solo in - dependiente de nuestra oracióu;_ino- mentos en que nuotra oracion_parecrcomweLpudie- L 1

raya ugurqmse-raáLque..wr estas_21.jPI:ffis: «I\19 ,5e..laaga mi yoluntacl, sinsda..ttiya». To'dos loLhombrcs,incluso.. Isucrlatn,..eLanaadosle Dios el «Hijo predilecto», como 152,Ilamaha. cl Padre, han conocido momentos de despojo tot...alque..1;11atile.stan_gl jentid.o. ele la- -a-alcon

15ios. Aquí precisamente toda analogía con la reciproci-Ecrliumana resulta improporcionada. Sólo el infinito pue-de obrar de esta manera. Y solamente del infinito puede

el corazón humano aceptar esta manera de obrar. Por eso, &sentido más profundo de la oración de petición sólo puede comprenderse más allá de la muerte, en donde da-a-1-3arecen todas las realidades temporales: partiendo de nuestra comunidad activa con Dios, que nos pondrá en la presión de un mundo glorificado, de un mundo que ha preparado para aquellos que lo aman.

El hecho de que Dios se preocupa realmente de nos-otros lo expresa la sagrada Escritura con unas palabras que con frecuencia se han comprendido mal, por resultar demasiado familiares: «Dios ha amadO tanto al mundo que le ha enviado a su Hijo único». Y de este Hijo se dice:

El cual habiendo ofrecido en los días de su vida mortal ruegos y súplicas con poderoso clamor y lágrimas al que podía salvarle de la muerte, fue escuchado por su actitud reverente...

Fue escuchado, sin embargo, más allá de las fron-teras de la muerte.

Heb 5, 7. El texto griego dice «eulabeia», el temor reverencial de Dios, con que se designa precisamente la experiencia religiosa del Cremen-dum», de la majestad y la trascendencia de Dios. Esta categoría básica de la vida religiosa no puede perderse de vista en la vida de la gracia, comprendida como una reciprocidad entre Dios y nosotros, por analogía con el «encuentro» humano: nos hace ver lo que hay de «totalmente distinto» en este encuentro con el Dios vivo, que está por encima de toda «fenomenología» humana. (N. T.: La edición francesa traduce con la Biblia de Jerusalén la palabra «eulabeia» por «piedad». La «piedad» incluye efectivamente la reverencia de la nue habla el I', Schilleheeekx; la edición casi enana de la Biblia de Jerusalén prefiere traducir «eulabeia» por «actitud reverente».)

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