Ricardo Flores Magon, el apostol de la revolucion - Santillan

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RICARDO FLORES MAGÓN El Apóstol de la Revolución

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RICARDO FLORES MAGÓNEl Apóstol de la Revolución

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Diego Abad de Santillán

RICARDO FLORES MAGÓN

El Apóstol de la Revolución

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RICARDO FLORES MAGÓN / 7

Corrección: Eduardo Bisso

Diseño: Diego Pujalte

ISBN: 978-987-1523-10-8

La reproducción de este libro, a través de medios ópticos, electrónicos, químicos, fotográfi cos o de fotocopias, está permitida y alentada por los editores.

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¡Por Tierra y Libertad!

Por estos años se cumple el Bicentenario de las revoluciones de independencia de los pueblos de Hispanoamérica del dominio español. Los gobiernos de Latinoamérica celebran este aniversario, ocultando el carácter clasista de las sociedades surgidas en el siglo xix y convocando a aunar voluntades en bien de la Nación.

Pero el presente de nuestro continente es un presente de opre-sión y explotación, de hambre y desigualdad. Miles de niños mue-ren por causas completamente evitables. El hambre asola a un con-tinente que produce alimentos para una población mucho mayor que la que alberga. Los obreros deben trabajar extenuantes jorna-das en condiciones de precariedad. Los campesinos son desalojados de sus tierras. Se avasallan los derechos comunales e identitarios de los pueblos originarios. Los recursos naturales son explotados sin tener en cuenta a la población que vive en esos territorios. Todo para acrecentar las riquezas de la burguesía. Y quien ose levantarse contra esto, recibe la más cruenta de las represiones.

Éstos han sido 200 años de una promesa incumplida de li-bertad y de igualdad; de dominio de las burguesías locales y las potencias imperialistas sobre nuestros pueblos; de dominio de los estados nacionales.

Pero también han sido años de resistencia y de lucha. De la búsqueda por construir una sociedad libre e igualitaria. En que los oprimidos por el injusto sistema capitalista nos levantamos en armas para conquistar lo que nos pertenece y nos niegan: todo.

En este contexto de discursos sobre las bondades de la de-mocracia (burguesa), que buscan ocultar el carácter opresivo de la sociedad actual, la publicación de este libro es una bocanada de aire fresco, que busca restituir la memoria de las luchas de nuestro pueblo.

La nuestra es una historia de opresiones y vejaciones. Pero es también una historia de resistencias, de gestos de rebeldía, de solidaridad y de revolución. Y este libro cuenta, precisamente, la historia de la primera revolución social realizada en la América morena en el siglo xx: la revolución mexicana de 1910. El autor, Diego Abad de Santillán, se centra en la fi gura de uno de sus más destacados –y a la vez desconocido en nuestras tierras– líderes.

Abad de Santillán, Diego Ricardo Flores Magón: el apóstol de la revolución. - 1a. ed. Buenos Aires: Libros de Anarres; La Plata: Terramar, 2011. 142 p. ; 20x12 cm.

ISBN 978-987-1523-10-8

1. Movimientos sociales. I. Título. CDD 321.8

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Hijo del estado de Oaxaca, Ricardo Flores Magón, junto a cien-tos de mexicanos, conformaron la que para muchos historiadores fue la “… tendencia política de masas más radical, más deslindada y más coherente de las que confl uyen en la revolución mexicana de 1910-1917.”1 Organizados en el Partido Liberal Mexicano (PLM), los magonistas vivieron un proceso de radicalización política en la lucha contra el régimen oligárquico del general José de la Cruz Porfi rio Díaz Mori, avanzando desde posiciones republicanas ha-cia el comunismo anárquico. Su acción fue determinante en la con-formación de la clase obrera mexicana, impulsando las huelgas de los mineros de Cananea (1906) y de los tejedores de Río Blanco (1907). Protagonizaron las primeras insurrecciones armadas contra el porfi riato (1906 y 1908), debilitando fuertemente el régimen.

Cuando fi nalmente, en 1910, se realizaron nuevas eleccio-nes presidenciales, en la que se dio por vencedor nuevamente a Porfi rio Díaz, el opositor Francisco I. Madero desconoció el resultado de las elecciones y se levantó en armas contra el régi-men. En ese mismo momento, los magonistas se lanzaron defi -nitivamente a la revolución, adoptando un programa de acción claramente anarcocomunista.

Sin embargo, Flores Magón sabía que los revolucionarios en América Latina no podían trasladar sin más cuidado las teorías revolucionarias europeas. Por eso, tomando como inspiración las teorías de Malatesta y sobre todo de Kropotkin, elaboró una teoría revolucionaria propia para la realidad mexicana. Un anarquismo mestizo, infl uido por las tradiciones de organiza-ción propia de las comunidades indígenas. En un artículo pu-blicado en 1911, titulado “El pueblo mexicano es apto para el comunismo”, describió cómo las prácticas de apoyo mutuo de las comunidades eran un antecedente práctico y base material para el ejercicio de la autogestión agraria.

Esta posición fue fuertemente discutida por algunos anarquistas europeos, como el francés Jean Grave. Su esquematismo, así como su visión eurocentrista, les impedía ver que el campesinado mexica-no se levantara en armas para conquistar la tierra y la libertad. Otros anarquistas reconocidos de Europa, como Kropotkin, defendieron el carácter revolucionario de la acción del pueblo mexicano.1 Bartra, Armando (selección, prólogo y notas). Regeneración 1900-1918.

La corriente más radical de la revolución mexicana de 1910 a través de su periódico de combate. México D.F. Hadise, 1972, página 13.

Además de una teoría original, el magonismo debió pensar una estrategia propia. La cercanía de los Estados Unidos –poten-cia imperialista que poseía importantes inversiones en México–, separados nada más que por el Río Bravo, implicaba un grave riesgo para la realización de una revolución social en territorio azteca. Además, la amplia difusión de la población mexicana en los estados del sudoeste de los EE.UU., infl uyeron sobre los ma-gonistas a instalar la Junta Organizadora del PLM en territorio norteamericano, para desde allí organizar la propaganda y las incursiones guerrilleras en México, a la vez que organizaban a los trabajadores migrantes y establecían relaciones con los sindica-listas de la Industrial Workers of the World (IWW) y anarquistas norteamericanos, como Emma Goldman, Voltairine de Cleyre, John Kenneth Turner y William C. Owen. La vieja idea anarquis-ta del internacionalismo cobraba así un signifi cado práctico.

Por último, los magonistas tenían en claro algo que los secto-res revolucionarios y anticapitalistas latinoamericanos muchas veces olvidan. Que en medio de un proceso revolucionario no se pueden hacer concesiones al enemigo de clase, que no hay lugar para alianzas con ninguna fracción burguesa y que los compro-misos de la clase trabajadora y el pueblo con los opresores se pagan con la continuidad de la explotación y la opresión. Por eso, los magonistas buscaron “hacer en una revolución lo que se debía hacer en dos”: acabar con la tiranía porfi rista y emancipar al proletariado y campesinado mexicano de la dominación bur-guesa, enfrentando al Estado, al Clero y al Capital.

El valor del magonismo se puede ver refl ejado en las pala-bras del historiador mexicano Rubén Trejo, quien ha señalado que, como anarquistas, los magonistas “…desarrollaron una propuesta teórico-política original, que los convierte en un an-tecedente del pensamiento y la práctica autogestionaria…” en México, además de haber desarrollado un discurso, una prácti-ca y una teoría original, sin repetir mecánicamente la doctrina anarquista europea.2

Este libro fue escrito por Diego Abad de Santillán tan sólo dos años después de la oscura muerte de Ricardo Flores Magón el 21 de noviembre de 1922 en la prisión federal de Leavenworth,

2 Trejo, Rubén. Magonismo: utopía y revolución, 1910-1913. México D.F. Editorial Cultura Libre. 2005.

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Kansas (EE.UU.). Seguramente, en estos años han sido publicadas muchas investigaciones que aportaron más datos sobre la infl uen-cia magonista en la revolución mexicana. Sin embargo, tiene un valor muy especial. En primer lugar, porque está escrito con la misma pasión militante y libertaria que la que animó a Flores Magón. En segundo lugar, porque ha buscado rescatar su fi gura y la de miles de mexicanos anónimos que dieron su vida por la tierra y la libertad entre 1910 y 1920, en un momento en que la revolución había llevado al poder a una nueva fracción de la burguesía y que había ahogado en sangre a las fuerzas campesi-nas de Emiliano Zapata y Francisco “Pancho” Villa, así como al movimiento obrero y buscaba ocultar el carácter revolucio-nario de la gesta magonista. Esta corriente política ha sido estu-diada por los historiadores constitucionalistas como precursora de la Revolución mexicana y de la constitución de 1917. De este modo, el régimen introdujo a Ricardo Flores Magón al panteón de la evolución, adueñándose de su legado histórico, ideológico y político para inscribirlo dentro de la historia ofi cial. Esto pudo hacerse a costa de negar el carácter revolucionario y libertario de los magonistas.

Por tal motivo, se incluye un estudio preliminar a cargo de Gustavo Guevara y Martín Acri, en el que se plantean algunas co-ordenadas históricas que contribuyen al análisis del magonismo y la fi gura de Ricardo Flores Magón. Asimismo, el énfasis puesto en el contexto del anarquismo en la Argentina contribuye a destacar las motivaciones, el sentido y los aportes de Diego Abad de Santillán a la hora de elaborar la presente obra que vuelve a reeditarse.

Así que esperamos que este libro sirva para recuperar un ca-pítulo de la historia de la resistencia de nuestro pueblo, siempre escamoteada por los sostenedores del orden. Y que este rescate ayude, como lo hace entre los indígenas del sur de México y de muchos trabajadores de ese territorio, a inspirar a nuevas gene-raciones de militantes, para nuevamente, en los piquetes obreros, las ocupaciones de tierra y en las barricadas vuelva a fl amear la bandera roja y negra con el emblema “¡Tierra y Libertad!”.

Biblioteca Popular “José Ingenieros”Buenos Aires, octubre de 2010

Algunas notas sobre el anarquismo, la Revolución Mexicana y la Argentina.

Estudio preliminarGustavo Guevara y Martín Acri

El presente trabajo se propone mediante el trabajo de re-edi-ción recuperar la obra que Diego Abad de Santillán1 se propu-siera al presentar los datos y hechos biográfi cos más destacados de Ricardo Flores Magón en el contexto de los avatares y par-ticularidades de la Revolución Mexicana y sus distintas etapas. Su énfasis no podía ser otro que proponer una refl exión sobre las perspectivas de transformación social, política y cultural en aquel país, pero no sólo en aquel país.

La producción historiográfi ca sobre el México revolucio-nario y las problemáticas como la cuestión agraria, el con-fl icto religioso, la institucionalización política del naciente Estado, el nacionalismo, el caudillismo, la contrarrevolución o el intervencionismo estadounidense, adquiere hoy una di-mensión vasta. Sin embargo creemos que una relectura del texto de Santillán aporta a un debate para la reevaluación del papel de una de las corrientes fundamentales del proceso revolucionario.

1 Seudónimo de Baudilio Sinesio García Fernández, de origen español, 1897-1983, se radicó en un primer momento en la ciudad de Santa Fe. Trabajó en distintos ofi cios y se empleó en el taller de armado de vagones del F.C. Norte. Desde 1916 comenzó a usar su seudónimo y en 1919 participó en Santa Fe, en los acontecimientos consecuentes de la Semana Trágica, y entabló relaciones con sus futuros compañeros de La Protesta. En los ’20 viajó a Alemania, Holanda y escribió numerosos artículos entre los cuales esta: “Ricardo Flores Magón. El apóstol de la revolución social mexicana” (1925). En 1927 fue uno de los organizadores del Certamen Internacional de La Protesta y en 1929 participó en la ACAT. Con el golpe de 1930 viajó a Uruguay y junto a Simon Radowitzky y Manuel Villar montó una librería. En España, participó en los grupos de la CNT-FAI, en Barcelona, durante la Guerra Civil. Volvió a la Argentina en 1940, donde desarro-lló una prolífi ca actividad de propaganda e investigación histórico-social. Regresó a la España postfranquista en 1977 y 1982. Para más detalles véase Pujalte, Juan C., “Diego Abad de Santillán”, en Abad de Santillán, Diego, La FORA. Ideología y trayectoria del movimiento obrero revolucionario en la Argentina…, págs., 7 a 15. Cappelletti, Ángel, Ensayos Libertarios, Ed. Madre Tierra, Madrid, 1994, págs., 251 a 266. Y, Tarcus, Horacio (Dir.), Diccionario biografi co de la Izquierda Argentina. De los anarquistas a la Nueva Izquierda, 1870-1976, Emece Editorial, Bs. As., 2007.

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A fi nes del siglo xix y principios del xx los ideales libertarios tuvieran un fuerte eco entre las multitudes laboriosas de los ámbi-tos rurales y urbanos; las selvas y las montañas, las llanuras y las sierras de nuestro continente. Pese a que, como ideología político-social se había originado en Europa para luego viajar/arribar y lo-grar adaptarse al nuevo medio y convertirse en la genuina expre-sión de las masas obreras y campesinas llegadas al nuevo mundo, y las autónomas criollas e indígenas de México, la Argentina y el resto del continente. Como escribiera Max Nettlau, fue en estos inmensos parajes americanos donde la fantasía, el pensamiento y la organización ácrata fl orecieron junto a la orquídea, los dicta-dores y sus victimas, el cóndor y el colibrí; el negrero criollo y el capitalista yanqui, el pobre blanco emigrante y el indio silencioso. Modestos y dignos trabajadores del pensamiento, la acción perse-verante y la solidaridad mutua2. Es decir, millares de proletarios y proletarias oscuros/as y miserables, ansiosos/as de los más altos ideales, ocupados/as en la tarea ciclópea de construir un mundo diferente: más justo, más humano, más libre.

El texto que reproducimos vuelve la mirada sobre un pequeño fragmento de aquel movimiento libertario, de sus prácticas de agi-tación y propaganda, de su proyección en el terreno sindical y en las organizaciones campesinas, de su labor cultural y educativa.

No queremos dejar de señalar aquí nuestro agradecimiento a Juan Carlos Pujalte (Libros de Anarres) y a Sebastián Darriadou (Biblioteca José Ingenieros), quienes desde un primer momento alentaron y dieron impulso a este ejercicio de memoria militan-te. También nuestro reconocimiento al equipo integrado por: Ivanna Margarucci, Lucía Juliano, Luciano Alderete, Martín Manuli y Javier Rodriguez, de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires, que tomaron a su cargo la revisión técnica del texto original para la presente edición.

México y la Argentina: hechos, fi guras y vínculos libertarios

Los distintos conceptos, hechos, acciones y discusiones doc-trinarias en México, la Argentina, Latinoamérica y Europa nos permite constatar que antes del estallido de la Revolución, el 20

2 Nettlau, Max, “Viaje libertario a través de la América Latina”, en revista Reconstruir, Nº 76, enero - febrero de 1972, Bs. As., Argentina, pág. 31.

de noviembre de 1910, los anarquistas en la Argentina ya habían publicado noticias y opiniones acerca de México. El principal vínculo para la difusión de la situación y las actividades revo-lucionarias en aquel país era el periódico La Protesta3. Diario fundado el 13 de junio de 1897 como La Protesta Humana, y que pese a verse interrumpida en varias oportunidades su vida institu-cional por la sistemática represión del Estado y sus instituciones, logró constituirse durante décadas en una infl uyente herramienta de propaganda del ideal libertario y la cultura obrera combativa. En otras palabras, fue un órgano de prensa que logró ser un refe-rente regional e internacional de los trabajadores pues su creación se debió a “un núcleo de obreros militantes de diversos gremios: carpinteros, panaderos y otros”4, que esperaban que se convirtiera en el difusor por excelencia de las ideas, luchas y compromisos que el movimiento ácrata local venia asumiendo en relación con las distintas cuestiones de la realidad regional y mundial. Ellos defendieron la organización obrera, la propaganda y las ideas revolucionarias con empeño, dignidad y conciencia social.

En La Protesta el carácter cosmopolita y el componente internacionalista de su prédica revolucionaria, hicieron que desde 1906 se insertaran en sus páginas artículos provenientes del periódico mexicano Regeneración5, fi rmados por Ricardo Flores Magón6, Práxedes Guerrero, Juan Sarabia y hasta pro-clamas del Partido Liberal Mexicano (PLM). Es justamente

3 Para una historia del periódico La Protesta véase, Quesada, Fernando, “La Protesta. Una longeva voz libertaria” en revista Todo es Historia, Nro. 82, Buenos Aires,1973 y Abad de Santillán, Diego, “La Protesta, su historia, sus diversas fases y su signifi cación en el movimiento anar-quista de la América del Sur”, en AA. VV., Certamen Internacional de La Protesta en ocasión del 30 aniversario de su fundación: 1897 – 13 de junio – 1927, Editorial La Protesta, Buenos Aires, 1927.

4 Estuvieron el panadero Francisco Berri, el catalán José Prat, Altair, Juan Creaghe, Eduardo G. Gilimón y muchos otros. Para más detalles véase, Abad de Santillán, Diego, El movimiento anarquista en la Argentina (desde sus comienzos hasta 1910), Editorial Argonauta, Buenos Aires, 1930, pág. 60.

5 Para una historia del periódico Regeneración véase Bartra, Armando (pró-logo, selección y notas), Regeneración 1900-1918. La corriente más radical de la revolución mexicana de 1910 a través de su periódico de combate, Era, México, 1980.

6 Para una cronología de la vida y obra de Ricardo Flores Magónvéase, Muñoz, Vladimiro, “Una cronología de Ricardo Flores Magón”, en revista Reconstruir, Nº 75, Buenos Aires, noviembre-diciembre de 1971.

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en ese año, 1906, cuando la Junta Organizadora del Partido Liberal Mexicano decidió entrar en acción produciendo un levantamiento armado desde El Paso, Texas. Pero el goberna-dor del estado de Chihuahua, Enrique C. Creel, estaba al tanto de los planes insurreccionales y con la ayuda del presidente Porfi rio Díaz reprimió con éxito el alzamiento. La lista de los condenados a largos años de prisión por aquel levantamiento alcanzó una resonancia mundial, que volvió por primera vez “los ojos hacia México y prestó oído a los ayes de las víctimas del porfi rismo”7.

En los albores del siglo xx, la oposición política al régimen porfi rista fue llevada adelante por un grupo de empresarios que se habían desarrollado como efecto de la modernización del país, por sectores medios, en especial los miembros de profe-siones liberales y por la emergente clase obrera industrial. Para los anarquistas –férreos opositores al régimen– “los mexicanos forman el pueblo más desdichado de la tierra, y la autocracia rusa es cien veces más humanitaria y más liberal que la autocra-cia mexicana”8. En Buenos Aires, La Protesta ve con simpatía la insurrección magonista en Coahuila y Chihuahua en 1908 y alienta la esperanza de que esa Revolución sea capaz de trans-formar el orden existente en aquella república. Al tiempo que, en 1909, hace un llamamiento a solidarizarse con el oprimido pueblo mexicano9 que en su lucha trata de intervenir para que obreros y campesinos no fueran “carne de cañón” en manos de una “revuelta fomentada por la burguesía y dirigida por el caudillaje militaresco”. Ésta debía ser una revolución distinta a las anteriores, que habían quedado acotadas a derribar al dictador de turno para poner en su lugar a “otro bandido que oprima al pueblo”10.

En la Argentina el ciclo revolucionario mexicano, ini-ciado el 20 de noviembre de 1910, despertó el entusiasmo

7 Véase pág. 64.8 Véase pág. 65.9 Para más detalles véase Yankelevich, Pablo, Miradas australes. Propaganda,

cabildeo y proyección de la Revolución Mexicana en el Río de la Plata, 1910-1930, Instituto Nacional de Estudios Históricos de la revolución Mexicana, SER, México, 1997, pág. 188.

10 Véase pág. 87.

del doctor Juan Creaghe11, redactor de La Protesta, quién se embarcó hacia Los Ángeles con el propósito de unirse al movi-miento magonista. Al año siguiente aparecía en las columnas de Regeneración un manifi esto con su fi rma dirigido a los anarquistas argentinos. Y, ese mismo año, la revista Ideas y Figuras12 dirigida por el poeta y escritor Alberto Ghiraldo, dedicó un número a comentar los hechos revolucionarios de México, insertando en sus páginas imágenes y el aludido manifi esto revolucionario. Por su parte, Rodolfo González Pacheco y Tito Libio Foppa también se trasladaron a México. En junio de 1913 desembarcaron en el puerto de Veracruz con la intención de informar lo que sucedía, pues “algunos camaradas se quejan de que en las columnas de La Protesta no abunden noticias acerca de la revolución mejicana”. Se consignaba no sólo este interés por informarse, sino que el diario dejaba deslizar una crítica al periódico que dirigía Flores Magón, cuando aclaraba que antes el doctor Creaghe y algunos otros escribían a menudo, pero ahora “sólo nos llega la voz de Regeneración que a decir verdad, no parece estar mucho más informada que nosotros”13. González Pacheco envía también al periódico Tierra y Libertad de Barcelona colaboraciones sobre esa revolución14.

11 Médico, militante y organizador libertario que actuó desde 1880 en la Argentina, hasta que a mediados de 1911, por sentirse llamado por la revo-lución agraria, viajo a México y se encontró con Ricardo Flores Magón. En 1920, luego de haberse incorporado al movimiento anarcomagonista y sufrir la cárcel en los EE.UU, durante algunos años, falleció en aquel país el 19 de febrero de 1920. Para más información véase Carrulla, Juan Emiliano, “El viejo Creaghe”, en revista Ideas y Figuras, Año IV, Nº 75, pág. 13. Falcón, Ricardo, “Obreros, artesanos, intelectuales y actividad político-sin-dical. Aproximación biográfi ca a un perfi l de los primeros militantes del movimiento obrero argentino”, en revista Estudios Sociales, Nº 1, Sta. Fe, Argentina, 2º semestre 1991. Horacio Tarcus (Dir.), Diccionario biografi co de la Izquierda Argentina. De los Anarquistas a la Nueva Izquierda, 1870 – 1976, Emece Editorial, Bs. As., 2007. Y, Abad de Santillán, Diego, El movimiento anarquista en Argentina (Desde sus comienzos hasta 1910), Editorial Argonauta, Buenos Aires, 1930, págs. 102 y 103.

12 Ideas y Figuras, 11/07/1912.13 La Protesta, 5/8/13, pág. 1.14 En 1912 se trasladan a La Habana. Pacheco da conferencias y continúa

como corresponsal de La Protesta y Foppa conserva su corresponsalía para la revista Fray Mocho.

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Así, se abrió en las fi las ácratas de la Argentina, Europa y Estados Unidos una discusión acerca de las posibilidades, límites y perspectivas de la dinámica que adquirían los acontecimientos en México y del papel que le cabía al PLM. Esencialmente, un grupo de anarquistas europeos acusó a la Junta del PLM de des-viar los fondos que recibían de la solidaridad internacional para fomentar la revolución en provecho personal. Una acusación sumamente grave, que incluso jamás fue hecha contra Francisco Madero por sus enemigos más reaccionarios. Otra objeción fue la reivindicación que el PLM había hecho del programa de 1906, que era considerado ‘ilusoriamente’ progubernamental y por lo tanto contrario a los principios ácratas. Con respecto a la revolución que se desarrollaba en México, Juan Grave (a miles de kilómetros de México y sus alrededores) sostuvo que la misma sólo existía en la fantasía de los redactores de Regeneración con el argumento de que “si era verdad que en México había lucha por la revolu-ción social, cómo se explicaba que los Flores Magón estuvieran a centenares de kilómetros del teatro de la contienda”15. También otros libertarios franceses censuraron a Regeneración por haber apoyado a Emiliano Zapata, y considerar que éste estaba muy lejos de poder ser considerado un ‘auténtico anarquista’.

Pero, como era de esperarse, pronto salieron a replicar a estos puntos de vista distinguidas fi guras del anarquismo como Piotr Kropotkin, Emma Goldman, Voltairine de Cleyre y Tárrida del Mármol, los cuales, salieron en defensa de “uno de los luchadores más sinceros, más viriles y más honestos de nuestra época”16 y en res-cate del carácter social que podía adoptar la Revolución en México.

El anarquismo en la Argentina: organización obrera y solidaridad internacional

Al estallar la Revolución Mexicana, las infundadas críticas y airo-sas defensas sobre el PLM y Ricardo Flores Magón, en la Argentina, precisamente en las páginas de La Protesta Pierre Quirole, Eduardo Guilimón, Teodoro Antilli, Fernando González y otros debatían acerca de los límites y potencialidades de los acontecimientos que se

15 Véase pág. 111.16 Tárrida del Mármol en Les Temps Nouveaux, 3/2/1912. Véase pág. 110.

vivían en México17, si bien, para el anarquismo argentino existían otras prioridades. Desde fi nes del siglo xix, el movimiento ácrata había desarrollado una intensa actuación regional que se refl ejaba en el elevado tiraje del diario La Protesta, la considerable labor de creación de sindicatos obreros y la consecuente fortaleza de la FORA, que en su Quinto Congreso de 1905 había aprobado una resolución que sintetizaba su clara orientación ideológica, adop-tando como objetivo último del movimiento obrero el “comunismo anárquico”. Pero que sufriría durante la Semana Roja en 1909 y el Centenario en 1910 durísimas represiones a sus militantes, locales, imprentas, escuelas, bibliotecas…

En este sentido, hay quienes señalan esta fecha como un punto de infl exión, como un punto a partir del cual el anarquismo “se diluyó, se retiró, decayó” como producto de la represión y del surgimiento de otras corrientes sindicales. Si bien, pese a que el anarquismo no recuperaría ese lugar preponderante de dirección hegemónica del movimiento obrero como en la primera década del siglo, su infl uencia en las dos décadas siguientes fue signifi ca-tiva y real en el mundo del trabajo, puesto que este heterogéneo movimiento no sólo no desapareció como tal, sino que todavía durante las dos décadas siguientes mostró en reiteradas ocasio-nes la vitalidad y la fuerza de años pasados18. Sobre todo, en las

17 El desarrollo de estos debates se pueden seguir en Yankelevich, Pablo, “Los magonistas en La Protesta. Lecturas rioplatense del anarquismo en México, 1906-1929”, en Estudios de Historia Moderna y Contemporánea de México, UNAM, México, enero-junio 2000.

18 Sobre este tema debe tenerse presente que Abad de Santillán fue uno de los pri-meros que manifestó que, hacia la segunda década del siglo xx “El movimiento anarquista no había terminado; pero el golpe había sido muy grande y en lo suce-sivo vienen varios años de esfuerzos y de sacrifi cios enormes para reanudar las relaciones, volver a publicar la prensa de ideas, reconstruir los cuadros sindicales y reiniciar de nuevo la propaganda sistemática a la luz del día. En realidad hubo casi que comenzar de nuevo, no sólo por haber deshecho el malón, las organi-zaciones y las instituciones del anarquismo, sino por haber establecido así algo como una discontinuidad de hombres, pues la mayoría de los militantes viejos fueron desterrados, quedaron imposibilitados materialmente para continuar su labor o se retiraron de la lucha”. Resulta evidente que las palabras de Abad de Santillán ponen en claro que el movimiento libertario local no había fi nalizado o fracasado, pues sólo atravesó un momento de reorganización, para luego mani-festar, como hemos visto y veremos, nuevos bríos de impulso y compromiso con la realidad social de los trabajadores argentinos, después de aquellos momentos. Para más información véase Abad de Santillán, Diego, El movimiento anarquista en la Argentina, (desde sus comienzos hasta 1910)…, Argonauta, Buenos Aires, 1930, págs., 185 y 186.

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trágicas jornadas de 1919; el fusilamiento masivo de trabajado-res rurales en la Patagónia en 1921/22; la matanza de militantes y trabajadores rurales en Jacinto Arauz en la Pampa; la del 1º de mayo de 1921 en Gualeguaychu, Entre Ríos, por los esbirros de la Liga Patriótica; las persecuciones y asesinatos en 1921 en la región chaqueña por la empresa la Forestal19; las huelgas de la Unión de Chóferes de la capital; y las realizadas por la libertad de Simón Radowitzky, preso durante más de 10 años por ajusti-ciar a Ramón L. Falcón en 1909. Como también la lucha obrera contra el accionar de las bandas nacionalistas unifi cadas de la Liga Patriótica Argentina, dirigida por el radical Manuel Carlés, que encontrarán la resistencia de innumerables militantes liber-tarios dispuestos a defenderse, a expropiar y en algunos casos a ajusticiar a sus enemigos20. Además, por muchos años más serán, pese a que no se aprobó una nueva legislación punitiva, el blanco predilecto de los instrumentos legales ya sancionados en 1902, Ley de Residencia, la Ley de 1910, de Defensa Social, y otros métodos paraestatales como los de la Liga Patriótica.

Al mismo tiempo, por muy brutal que se presentara la represión, ésta no era el único factor que ponía en crisis al movimiento anar-quista. La fuerte atracción que despertó la Revolución de Octubre en 1917, en Rusia, arrastró a parte del movimiento que vio con buenos ojos el inicio de la experiencia soviética. Sin embargo, la evolución posterior de la “dictadura del proletariado”, que repri-mió con fuerza el Consejo/Soviet de Kronstadt, persiguió a los anarquistas rusos, y destruyó sin cuartel al Ejército Makhnovista en Ucrania21, provocó la ruptura defi nitiva con las ideas y acciones bolcheviques y los posteriores pronunciamientos públicos y perio-dísticos en su contra. Sin embargo, en la Argentina, un sector del 19 Hecho que ocurrió entre los meses de abril y mayo de 1921, sólo por recla-

mar los obreros de la Forestal en Chaco mejoras en sus salarios y condicio-nes de trabajo. La FORA V° propuso un movimiento de solidaridad con las victimas y los trabajadores del agro chaqueño, el cual fue boicoteado por la FORA IX°.

20 Para más información sobre esta tendencia libertaria véase Bayer, Osvaldo, Los anarquistas expropiadores, Simón Radowitzky y otros ensayos, Editorial galerna, Bs. As., 1975. Y Fernández, Leonardo, Anarquistas II Parte: Mártires y Vindicadores, Bs. As., 2005, obra cinematográfi ca donde queda claramente defi nida la posición y la acción de los expropiadores en los ’20 y principios de los ’30.

21 Archinov, Piotr, Historia del Movimiento Makhnovista, Colección Utopía Libertaria, Libros de Anarres, Bs. As., 2009.

anarquismo adoptó posiciones probolcheviques. Santiago Locascio escribió a principio de 1919 el folleto “Maximalismo y anar-quismo”22 y un grupo de reconocidos militantes anarquistas editó el periódico Bandera Roja, que alcanzó una tirada de 20.000 ejem-plares. Incluso Diego Abad de Santillán escribió en 1917 a favor de la insurrección en Rusia, pero más tarde se distanció y se dedicó a combatir la “dictadura del proletariado”. Además, varios partidos comunistas latinoamericanos, el mexicano entre ellos, contarían con militantes anarquistas a la hora de su fundación.

En ese contexto la propaganda y difusión de las ideas del anarcomagonismo, en la Argentina, adquiriría un lugar desta-cado en un momento en que el impulso revolucionario en México parecía ir en retroceso tras el asesinato de Emiliano Zapata en 1919 y la muerte de Ricardo Flores Magón en la penitenciaría de Leavenworth (Kansas) en 1922. Son varias las publicaciones que en nuestro país miran a México o que se pliegan a esa estrategia. La revista libertaria Vía Libre23 dedica su número de septiembre de 1920 al doctor Juan Creaghe, que muere en el Western Hotel Hospital, de Washington, el 19 de febrero. Las colaboraciones hechas llevan la fi rma de Eduardo Gilimón, Santiago Locascio y Emilio Carulla. En 1922 se difunde en la Argentina el folleto “Por la libertad de Ricardo Flores Magón y compañeros pre-sos en Estados Unidos del Norte” haciéndose agitación por esa causa, al punto que al llegar la noticia del fallecimiento del autor del drama Tierra y Libertad el diario La Protesta publica un homenaje.24 Diego Abad de Santillán envía también una serie de colaboraciones acerca de la vida e ideario de Ricardo Flores Magón que se publican en forma de artículos en el mencionado diario25 con motivo del segundo aniversario del “asesinato en manos del Gobierno de los Estados Unidos”26. Este conjunto de artículos y documentos históricos fue publicado en 1925, en forma de libro por el Grupo Cultural Ricardo Flores Magón. Sí, la presente obra que nuevamente vuelve a editarse con el objeto de ser leída, estudiada, apreciada, discutida…

22 Locascio, Santiago, Maximalismo y anarquía, A. Luro, Buenos Aires, 1919.23 Vía Libre, septiembre de 1920.24 La Protesta 25/12/22.25 La Protesta, Suplemento Semanal, Nros. 149 a 152 (24/11/24).26 Véanse págs. 45 y 46.

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Diego Abad de Santillán y el movimiento ácrata mexicano

En la década de 1920, se dio una estrecha colaboración entre La Protesta de Buenos Aires y el Grupo Cultural Ricardo Flores Magón de México27, gracias a los fl uidos contactos entre Diego Abad de Santillán, Nicolás T. Bernal y la C.G.T. mexicana, de raíz anarcosindicalista, creada en 1921 y cuyo principal inspira-dor fue Quintero Orellana, ex militante de la Casa del Obrero Mundial (COM), fundada en 1912 en la capital. Esto se refl eja claramente en 1927, cuando se organiza la edición especial del Certamen Internacional en conmemoración a los treinta años de La Protesta. México es el único país del continente al que se le dedica una atención particular a los orígenes de la organización y lucha de sus trabajadores28.

En la Argentina, como adelantábamos anteriormente, en aquellos tiempos el anarquismo atravesaba los embates de la represión y una crisis interna producto del ascenso revolucio-nario bolchevique y las incesantes luchas intestinas alrededor de ciertas posiciones, ya que “cuando La Protesta tenía un res-piro a consecuencia de una pequeña tregua en la persecuciones gubernamentales, se veía enfrentada por La Antorcha. Cuando los capitalistas no imponían huelgas ruinosas a la FORA, ésta se veía obligada a perder tiempo con los ‘fusionistas’, mientras que los militantes no veían aquella situación con buenos ojos”29.

El anarquismo se presentaba como una ideología efi ciente para la agitación social, pero inefi caz para canalizar todas esas importantísimas luchas reivindicatorias en un “programa de transición”. La Revolución Rusa parecía señalar el camino y los anarquistas estaban frente a un dilema: “En efecto, ¿está llamado el neocomunismo (creación bolsheviki) a solucionar la vieja querella entre colectivistas y anarquistas o es únicamente un nuevo nombre para recubrir la vieja orientación reformista

27 En las publicaciones de una y otra editorial aparecían los catálogos pro-mocionando los títulos impresos en Buenos Aires y en México. Ejemplo Abad de Santillán, Diego, Flores Magón. El apóstol de la revolución social mexicana…, op. cit.. Y Nettlau, Max, 1925, etc.

28 Valadez, Carlos, “Sobre los orígenes del movimiento obrero en México” en Certamen Internacional, 1927, págs. 75 y ss.

29 Nettlau, Max, “Viaje libertario a través de la América Latina”, en revista Reconstruir, Nº 76, Bs. As., enero - febrero de 1972, pág. 35.

y autoritaria?” Y, “aún más, ¿ha de ser posible en estos tiem-pos revolucionarios salvar de su ruina al viejo armazón del Estado mediante la instauración de un Estado proletario? En suma, ¿menester será renegar –como algunos anarquistas lo han hecho– de aquello que constituye la esencia misma del anar-quismo, esto es la concepción libertaria de la revolución, para adoptar un criterio autoritario, tratando de dirigir a la misma mediante la llamada ‘dictadura del proletariado’?”30. Pero no se trataba tan sólo de criticar los ribetes autoritarios que iba adquiriendo la Revolución Rusa, sino que era necesario elabo-rar una estrategia alternativa para convencer a las masas de que los métodos ácratas eran los realmente libertarios. El panorama se complicaba aún más con el ascenso del nacionalismo y el fas-cismo. El balance que hacía Enrique Nido era descarnado:

“Mientras algunos de los nuestros se alejan de las masas del pueblo, amargados por las decepciones que en su alma provoca-ron los últimos acontecimientos históricos, de orden universal, y buscan en el estudio de profundos problemas la explicación de lo acontecido, otros intentan convertir el anarquismo en un movimiento exclusivamente proletario, con sólo ganas de comer. El anarquismo deberá, pues, atravesar, ahora, esta etapa difícil. Apenas alejado el vendaval bolcheviki se insinúa, en el horizonte, una tormenta más”31.

No obstante, en ese mismo momento Diego Abad de Santillán escribe y publica su libro Ricardo Flores Magón apóstol de la Revolución Social Mejicana y en las páginas del suplemento semanal de La Protesta aparece su artículo “Nuestro Programa”. Con el objeto de retomar, dice, una dis-cusión “bastante vieja” y que “después de la Revolución Rusa ha sido puesta de nuevo a la orden del día”. Las disidencias que surgen en el interior del anarquismo no giran en torno de la confrontación anarquistas individualistas versus anarquis-tas comunistas, sino que la discusión tiene lugar entre estos últimos. Después de la Revolución Rusa se acusaba a los anar-quistas de preocuparse más por la “destrucción” que por la 30 Fabri, Luis y Catilina, La crisis del anarquismo, Argonauta, Buenos

Aires,1921, págs., 3 y 4.31 Nido, Enrique, “Prefacio” en Nettlau, Max, Miguel A. Bakunin, un esbozo

biográfi co, Editorial La Protesta, Buenos Aires, 1925.

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“construcción”, de adoptar una actitud nihilista, y no faltaron quienes adoptaron como consigna: “¡Abajo los programas!”, como una reacción frente a lo que sólo les interesaba: los deta-lles de lo que se haría al día siguiente de la revolución. Para Abad de Santillán era necesario, entonces, clarifi car cuál era el concepto de Revolución para los anarquistas, pues hacía tiempo que el sentido vulgar del término como alboroto calle-jero o predominio de la violencia, para él, había sido superado al conducir a simples “revoluciones políticas”, es decir a gol-pes palaciegos que sustituyen a unos por otros en el trono. Por lo que los ácratas debían distinguirse, por “no reconocer auto-ridad ninguna” y en contraste con los partidos políticos, que aseguran que la salvación está en sus respectivos programas de reforma o revolución, proclamar que no deben esperar de los otros lo que sólo pueden realizar sus propias fuerzas.

Santillán está convencido de que el curso de la historia se encamina hacia la anarquía y que si se aguardara “millares y millares de años” ésta se concretaría de manera pacífi ca y sin choques. Pero, quién puede tener tanta paciencia. Por ello, los choques violentos contra las fuerzas del orden serán inevita-bles, pero advierte que no deben confundirse estos hechos con la revolución en sí misma; por lo tanto, no sólo hay que triun-far en el terreno de la fuerza, de la contienda militar, sino que es necesario transformar las barricadas, símbolo de la revo-lución política, en revolución social, que es “una idea, una nueva concepción de la vida, una nueva moral, una nueva civi-lización”. “Una humanidad libre y dichosa gracias a la acción personal de cada uno y a la abolición del principio de autori-dad, cosas todas que no dependen de nosotros exclusivamente, sino de todos”32. La misión del anarquismo consiste, entonces, en inculcar en todos los seres la idea de que la redención no debe ser esperada por arte de encantamiento, sino como resul-tado de la obra de cada uno… La propaganda debe movili-zar cada individuo, pero los hombres según la perspectiva de Santillán no obran como resultado de una refl exión detenida y mesurada, sino guiados por la intuición. En esta concepción la razón está subordinada al instinto y al hábito. “En la vida

32 Abad de Santillán, Diego, “Nuestro Programa”, en La Protesta. Suplemento Semanal, Buenos Aires, 9 de febrero de 1925.

real tiene más infl uencia el corazón, es decir el sentimiento, que el cerebro; después de la revolución no será de otro modo. En consecuencia, nuestra propaganda debe fundamentarse en esos elementos de la vida humana, en la acción sobre el cora-zón un 90 por ciento, por ejemplo, y un 10 por ciento en la acción sobre el cerebro.”33 La Revolución es el producto de los sentimientos de los individuos, antes que el resultado de una evolución científi ca de la realidad. Es sufi ciente saber que existen hombres que aspiran a una sociedad sin gobierno para afi rmar la posibilidad de ello “y es que la ciencia habla a la razón y un movimiento revolucionario se basa mucho más en el sentimiento de los individuos que en sus consideraciones científi cas”34.

Entonces, para que la revolución anarquista triunfe es nece-sario que despierte la personalidad libre de la que cada uno es portador. Cabe a los anarquistas la prédica para que ello ocurra; pero no recurriendo a Kropotkin o a Bakunin, sino mediante el ejemplo, por medio de la acción personal, de modo de que todos aprendan a organizar la vida al margen de la autoridad. “Sostenemos que nuestra misión principal en una revolución no es la de directores, sino la de provocadores de la acción espon-tánea del pueblo; con eso hemos dicho ya que no somos parti-darios ciegos de la espontaneidad popular y que no nos creemos poseedores de la verdad absoluta. No se trata de esperar sen-tados que una revolución colme nuestros anhelos; es necesario trabajar y predicar con la palabra y el ejemplo nuestras ideas de libertad, ideas que no pueden imponerse por la fuerza, sino sólo por la persuasión” 35. De lo que se trata es de plasmar una corriente pananarquista, subordinando todas las diferencias a la consecución del triunfo de la Revolución Social, y tras esa victo-ria serán las circunstancias y no lo doctrinario quienes impon-gan la idea reguladora de la sociedad futura. No habría razones para que impere la disidencia en el movimiento anarquista. Lo que tiene de atractivo este programa propuesto por Diego Abad de Santillán es lo mismo que constituye su principal debilidad. Presenta un esquema capaz de contener las múltiples opiniones

33 Abad de Santillán, Diego, “Nuestro Programa”, en op. cit., 09/02/1925.34 Ibid. 09/02/1925.35 Abad de Santillán, Diego, “Nuestro Programa”, en op. cit., 16/02/1925.

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de los anarquistas, pero a costa de llevar los planteos a un nivel de abstracción tan elevado que todas las disidencias dejan de serlo, pero por eso mismo imposible de ser saldadas, como la cuestión del sujeto de la revolución, organización post-revolu-cionaria, etcétera.

Coherente con sus ideas Diego Abad de Santillán encuentra en el anarco-magonismo un discurso con la orientación estraté-gica correcta que cree que debe tener el anarquismo.

El “Apóstol de la Revolución Social en México”. Primera biografía

Su libro sobre Ricardo Flores Magón puede ser interpretado como un ensayo biográfi co, pero fundamentalmente como un texto programático, en el cual se pasa revista a la vida de un militante abnegado, un luchador incansable, un apóstol que se sobrepone a todas las adversidades para alcanzar el ideal, la Revolución Social. Del camino recorrido para ello, se res-catan todos aquellos momentos trascendentes de la vida de Flores Magón, y paradigmáticos para la educación revolucio-naria según los dictados de la hora, el ejemplo y la ética anar-quista revolucionaria, al tiempo que se detallan las particula-ridades del decadente régimen de Porfi rio Díaz: una dictadura sin atenuantes, que ya en 1892 había propiciado la censura y primera detención del joven oaxaqueño, por protestar contra la segunda reelección de Díaz. Hecho que no va a impedir que al año siguiente ingrese a trabajar en El Demócrata, periódico opositor que fue suprimido por el régimen antes de cumplir el tercer mes de vida, y que junto con una parte de sus redactores fuese a parar a la cárcel. Razones para afi rmar que Diego Abad de Santillán, desde la descripción de estas primeras acciones de Ricardo Flores Magón, va defi niendo un personaje que adquiere una férrea voluntad que las cárceles de San Juan de Ulua y de Belén no pueden doblegar. Además, frente a ciertas versiones edulcoradas –y sin pretender que esto se transforme en una apo-logía de la ‘micro-historia’– no está de más recordar, según las palabras del propio Ricardo Flores Magón, las condiciones que imperaban en la cárcel de Belén:

“fui internado durante varias semanas en un calabozo oscuro, tan oscuro que me impedía verme las manos. Esto acon-teció en la ciudad de México durante aquel horripilante período en que Díaz imperaba con mano sangrienta. El calabozo care-cía de pavimentos y constituía una capa de fango, de tres o cuatro pulgadas de espesor, mientras que las paredes rezuma-ban un fl uido espeso que impedía secar las expectoraciones que negligentemente habían arrojado sobre ellas los incontables y descuidados ocupantes anteriores. Del techo pendían grandes telarañas, desde las que acechaban negras y horribles arañas. En un rincón estaba el albañal, que era un agujero abierto por donde entraba el aire. Ése era uno de los calabozos en los cuales el déspota acostumbraba a arrojar a sus opositores, con la espe-ranza de quebrantar sus espíritus” 36.

En 1900, junto a su hermano Jesús comienza a editar Regeneración, periódico que sufrirá la sistemática represión estatal y en varias ocasiones los hermanos Magón, editores res-ponsables, van a dar con sus huesos a la cárcel. Hasta aquí, el paralelismo con lo que sucedió en la Argentina con La Protesta y otras manifestaciones de la prensa ácrata resulta evidente, si bien a Diego Abad de Santillán le interesa rescatar el gesto permanente de desafío al poder establecido, la fe inquebran-table en sus ideales, la persistencia y obstinación a pesar de todas las adversidades o intentos de corrupción, para conver-tirlo sin dudas en un arquetipo para la militancia, para templar el espíritu de los individuos en la fragua del duro camino a la Revolución. El ejemplo de perseverancia que encarna, una vez más se comprueba en 1910, al plegarse al levantamiento armado contra el general Díaz y es en la dinámica de la lucha cuando fi nalmente el ideario se hace programa coherente en 1911, denunciando al Estado, el Capital y la Religión como los enemigos por antonomasia de la humanidad que debían combatirse, pues en México la propiedad territorial estaba concentrada en unas pocas manos, “para protegerla se hacen necesarios el ejército, la judicatura, el Parlamento, la policía, el presidio, el cadalso, la iglesia, el gobierno y un enjambre de empleados y de zánganos”37, resulta inmoral que todos sean

36 Carta publicada por The New Republic, 5/7/1922 y transcripta por Abad de Santillán, Diego, Flores Magón. El apóstol de la revolución social mexi-cana…, págs. 11 y 12.

37 Véase pág. 88.

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mantenidos por los auténticos productores de la riqueza, que pasan a quedar sumidos en el hambre y la miseria. Frente a estas evidentes desigualdades el anarcomagonismo exhortaba a los oprimidos a recurrir a la acción directa: ocupar las tierras, ponerlas a producir y defenderlas con las armas en la mano. Exhorta a los “esclavos”: “empuñad el wínchester, trabajad la tierra cuando hayáis tomando posesión de ella”38. Al viejo dilema ‘Reforma, Libertad y Justicia’ que había acompañado la fundación del PLM venía a sustituirlo ‘Tierra y Libertad’, refl ejo del particular momento social que se vivía desde el esta-llido de la Revolución.

En una sociedad donde la población rural era abrumado-ramente mayoritaria, la lucha por la tierra pasó a ser una con-signa central. Santillán atribuye a la propaganda de Ricardo Flores Magón, acerca del problema agrario, que la idea de la toma de la tierra se haya difundido en México más que en ningún otro país, puesto que, desde 1910, la política mexi-cana ya no pudo pasar por alto esa demanda urgente. Pero los gobiernos iban a encontrar formas de valerse de esos legíti-mos reclamos para subordinar a los campesinos. Por ello, para alcanzar la auténtica emancipación, el proletariado, según Flores Magón, debe empuñar las armas de una moral superior: solidaria, justa y fraterna. Trazado ese camino interroga a Ricardo Flores Magón hasta dónde podrá llegar la Revolución iniciada en 1910.

“No es posible predecir hasta dónde llegarán las reivindi-caciones populares en la revolución que se avecina; pero hay que procurar lo más que se pueda. Ya sería un gran paso hacer que la tierra fuera de propiedad de todos; y si no hubiera fuerza sufi ciente o sufi ciente conciencia entre los revolucionarios para obtener más que esa ventaja, ella sería la base de reivindicacio-nes próximas que por la sola fuerza de la circunstancias con-quistaría el proletariado”39.

Queda en evidencia que no eran muchas las ilusiones que los anarcomagonistas se hacían con el “latifundista” Francisco Madero, “tenía intenciones manifi estas de hacerse pasar por

38 Véase pág. 89.39 Véase pág. 90.

un elemento afín a los liberales”40. Ricardo Flores Magón deja en claro que los fi nes del movimiento antireeleccionista encabezados por Madero eran diametralmente opuestos a los fi nes del PLM. Éste quería la entrega de las tierras que deten-taban los grandes terratenientes, a manos del pueblo, el alza de los salarios, la disminución de la jornada de trabajo, y la extinción de la infl uencia del clero sobre el gobierno y los hogares. El Partido Antireeleccionista no estaba dispuesto a poner en rigor las leyes de Reforma; sólo se contentaba con la “libertad política”. Por lo tanto, derrocado Porfi rio Díaz y habiendo asumido Madero la presidencia, el PLM manten-dría su intransigencia frente al nuevo gobierno y todos los gobiernos posteriores: Huerta, Carranza y Obregón. Pues, desde los primeros años del siglo xx, el PLM había interve-nido en la insurrección “con el deliberado y fi rme propósito de expropiar la tierra y los útiles de trabajo, para entregarlos al pueblo, esto es, a todos y a cada uno de los habitantes de México”, y hasta tanto eso no sucediese, y no se instaurara “un sistema que garantice a todo ser humano el pan, la tierra y la libertad”41, no depondría su actitud rebelde, su actitud revolucionaria...

En este punto, Abad de Santillán no diverge en lo más mínimo de las apreciaciones de Flores Magón sobre el curso de la Revolución; rescata la relación que se había estable-cido entre los liberales y Zapata, ya que éste llegó a ofrecer a Regeneración todo el papel que necesitara siempre que se publicase en la zona por él controlada. También coincide en este punto con la respuesta dada por Flores Magón, quien considera que Regeneración debía seguir editándose en los Estados Unidos, por ser el instrumento adecuado para la uni-fi cación de la opinión latinoamericana contra la invasión de la plutocracia a México y para la creación en los Estados Unidos de un sentimiento antiintervencionista. Por eso, para Santillán, la negativa de Magón de trasladar Regeneración a Morelos estaba justifi cada, pero ello no debía convertirse en un obstá-culo para continuar la colaboración con el movimiento zapa-tista en el que, si bien “había tendencias estatistas”, “ningún

40 Véase pág. 91.41 Véase pág. 98.

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partido político, y menos los modernos comunistas, se habían acercado a una solución tan radical del problema agrario”42 .

Del mismo modo, Ricardo Flores Magón es presentado como un combatiente y no un teórico de gabinete, como un hombre de acción que “había nacido para combatir sin tre-gua como caballero de un ideal”43, al tiempo que sus análi-sis y estrategias son válidos, pese a que a partir de 1911 “las fuerzas liberales habían ido decreciendo” 44. Aquí apela a un “uso” de Flores Magón que tiende a reproducir la misma cri-sis que se pretendía conjurar con su evocación. Propone hacer de Flores Magón un verdadero símbolo para “el desarrollo de personalidades revolucionarias”, pero va más allá de emi-tir un juicio acerca de la correcta actuación de Flores Magón; está convencido de que ése es el programa que debe orientar la acción en el presente. Para él, el campo debe convertirse en un escenario privilegiado para difundir las ideas anarquistas, ya que la Revolución Social en América Latina tendrá como sujeto privilegiado al campesinado. Pero esto no puede excluir a los sindicatos del mundo urbano, más aún en un país como la Argentina, donde la presencia de un campesinado indígena es casi nula. Entonces, revisa el pensamiento de Ricardo Flores Magón y afi rma que “Hay que tomar resueltamente posesión de las fábricas, de los talleres, de las minas, de las fundiciones, etc. en lugar de dejar caer la herramienta y cruzarse de brazos, en lugar de destruir el patrimonio común, compañeros, hermanos trabajadores, seguid trabajando; pero con una condición: de no trabajar para los patrones, sino para vosotros y vuestras fami-lias”45. Se inclina por que los productores tomen posesión de los medios de producción, como hicieron los habitantes del estado de Morelos para trabajar la tierra sin amos. “Mexicanos, éste es el momento oportuno. Tomad posesión de todo cuanto existe. No paguéis contribuciones al Gobierno; no paguéis las rentas de las casas que ocupáis; tomad la haciendas para trabajar la tierra en común, haciendo uso de la excelente maquinaria que tienen

42 Véase pág. 115.43 Véase pág. 100.44 Véase pág. 114.45 Véase pág. 120.

los burgueses; quedaos con fábricas, talleres y minas”46. Si bien para Ricardo Flores Magón el movimiento sindical era insufi -ciente y propenso a un reformismo conservador, similar al de la American Federation of Labor y su millón y medio de afi liados. Diego Abad de Santillán argumenta:

“Si Flores Magón hubiese visto el año de 1924 y constatado que fueron la organizaciones obreras reformistas las que elevaron a la presidencia a Elías Calles, habría llegado a la conclusión de que es preciso arrancar los trabajadores, por medio de organiza-ciones obreras económicas y revolucionarias, a los explotadores políticos; la labor es larga y paciente, pero a Flores Magón no le faltaba voluntad para la lucha. Estamos ya en tiempos en que la mera táctica de la insurrección armada se vuelve inofensiva; es preciso hacer frente a la burguesía con armas que hieran más que el fusil o la bomba, y una de las armas que más daño hacen al capitalismo y al Estado es la propaganda y la difusión de las ideas libertarias”47.

Pero Abad de Santillán encuentra en unas cartas privadas, que envía Flores Magón sobre el fi nal de su vida, la ocasión para revalorizar el papel del sindicato, pues reafi rma las palabras del revolucionario mexicano:

“No creo que jamás el sindicato, por sí sólo, llegue a romper las cadenas del sistema capitalista; eso se conseguirá por la labor de una conglomeración caótica de tendencias; eso será la labor ciega de las masas llevadas a la acción por la desesperación y el sufrimiento; pero entonces el sindicalismo puede ser el núcleo del nuevo sistema de producción y distribución, y en esta parte el sindicalismo será de gran importancia,”48

Y en otra misiva insiste:

“Estoy a favor de tomar, como nuestra arma, la mellada y enmohecida unión sindicalista. En el tiempo que se necesitaría para ponerla en buen orden de trabajo podríamos hacer una nueva. Por supuesto que no debemos descuidar la escuela de pár-vulos si nos queda tiempo, y debemos ver que nos quede tiempo para la enseñanza de los bebés de las uniones obreras”49.

46 Véase pág.12047 Véase pág. 121.48 Cita en pág. 125.49 Cita en pág. 128.

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Es evidente cómo Diego Abad de Santillán trata de unir todas las fuerzas distintas y dispersas en el campo y en la ciudad, para que juntas actúen en función de un objetivo común: la Revolución Social, pues en Ricardo Flores Magón encuentra no sólo el ejem-plo, para el movimiento revolucionario en la Argentina, de un hombre que mantuvo una actividad inclaudicable hasta su muerte, sino que su programa de lucha por la tierra, combinado con la acción sindical, las escuelas racionalistas y otras formas de propaganda y concientización, constituían instrumentos ade-cuados para enfrentar la doble crisis. La del anarquismo y la del propio sistema capitalista, que se palpitaba inminente, “que puede comenzar en cualquier momento, el mes entrante, o el año próximo, o a lo sumo dentro de los próximos 5 años”50. Admitir este programa no era algo que estuviera dispuesto a hacer gran parte del movimiento anarquista. Max Nettlau critica de manera retrospectiva la estrecha visión que tenía, destacando:

“Tratar de unir todas las fuerzas distintas y dispersas, para que juntas actuaran a favor de un objetivo común –la vieja ilu-sión de Malatesta– para los críticos equivalía a maniobrar fuera de hora o poseer resabios autoritarios. Elevar la mentalidad de la infancia, como quería Francisco Ferrer, representaba para dichos críticos una especialización sin mayor interés. Se optaba entonces por el ‘todo o nada’. Preciso es que admitieron, con retrospectiva histórica, a la paciente constancia de Ricardo Flores Magón.”51

En suma, podemos afi rmar que a partir de la primera biografía del Apóstol de la Revolución Social en México que prepara Diego Abad de Santillán y de la reedición de los textos de Flores Magón y de otros miembros de Regeneración que hace el Grupo Cultural Ricardo Flores Magón en México y que en la Argentina difunde ampliamente La Protesta, se asiste a una recuperación programá-tica del anarcomagonismo. Pero, a pesar de esta proliferación de folletos y libros que circulan y se leen en México y la Argentina, esto no se traduce en una revitalización creativa del pensamiento ácrata. La razón de ello creemos debe buscarse en la diferencia sus-tancial entre la forma en que Ricardo Flores Magón concebía la intervención política y la concepción de los anarquistas después

50 Carta de Ricardo Flores Magón del 19 de septiembre de 1921 (véase pág. 125).

51 Nettlau, Max, op. cit., 1972, p. 47.

de su muerte. Para él, la Revolución en México debía modifi -car no sólo el sistema político, sino fundamentalmente, la base económica. Aunque en el fi nal de su vida aumentó una creciente ilusión sobre el automatismo de la revolución, nunca se creyó exi-mido de elaborar un análisis profundo de la realidad sociopolítica y defi nir la línea de actuación en función de ese diagnóstico sobre las fuerzas realmente existentes. La Revolución debía adquirir el carácter social y para ello debía contarse con una caracterización precisa de cada coyuntura. Sus artículos sobre Díaz, Madero o Carranza son un claro cuadro de lectura de la situación pero al mismo tiempo trazan una prospectiva de la forma en que debía intervenirse para modifi car el status quo, para transformar la sociedad, para revolucionarla de abajo hacia arriba...

La literatura ácrata no continuaría con esta línea de trabajo y reemplazaría el análisis concreto de una situación concreta por la lectura de aquel diagnóstico del pasado en términos de una crítica correcta, pero forzosamente abstracta, acerca del sistema social que se proponía transformar. Y las diferencias entre Díaz, Madero y Carranza fueron dejadas a un lado, porque ellos ocu-paron el gobierno, y todos los gobiernos son igualmente conde-nables. Por lo tanto, esta condena se hizo extensiva a quienes tuvieron el control del Estado con anterioridad (Obregón, Calles, Cárdenas, etc.), pero sin preocuparse por los “detalles” que dis-tinguían a unos de otros. La historia del pasado comenzaba a ocupar el lugar que le correspondía a la crónica del presente52.

De esta manera, para Diego Abad de Santillán el debilitamiento del PLM no se puede achacar a la ignorancia del pueblo, menos a la superior inteligencia de sus enemigos. Quizá su hipótesis sub-yacente fuera que la espontaneidad con que el pueblo mexicano había provocado el levantamiento de 1910 era sufi ciente para com-pletar una ruptura radical en función de las nuevas condiciones que exigían combinar el método insurreccional con la huelga revolucio-naria. Esta última táctica a la que, como ya se dijo, Flores Magón no daba demasiado crédito, para llevar adelante la “Revolución Social” en un horizonte futuro no muy lejano...

52 En el suplemento quincenal de La Protesta se publican una serie de notas de Jesús Rangel, una destacada fi gura del PLM, durante la lucha contra el por-fi rismo y adherente al Programa de 1911. Las mismas tienen por título “Las primeras Batallas de la Revolución Social Mexicana” y se refi eren a los suce-sos de 1906. Para más detalles véase La Protesta 30/7/1930 y 15/8/1930.

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A modo de conclusión

En función de lo que se ha dicho hasta aquí, puede afi rmarse que en las fi las del anarquismo argentino, durante la década del veinte, existió un interés por rescatar la obra de Ricardo Flores Magón. En realidad, ninguna otra fi gura de América Latina recibirá la atención dispensada hacia él. Todo esto, posibilitado por una gran afi nidad entre la forma de plantear los problemas de la evolución social de la humanidad y el papel eugenésico de la Revolución en el discurso magonista y los conceptos y orientación doctrinaria que desde la dirección del diario La Protesta impulsaba Diego Abad de Santillán. Planteado de una manera mucho más simplifi cada y sen-cilla, esto último había sido defi nido como “Nuestro Programa” y bien hubiese podido ser inscripto en la tradición del anarcomago-nismo, pues desde una idea de progreso, Flores Magón fi ja que las tareas de la Revolución eran las de remover aquellos obstáculos que impedían la felicidad de todos. Las condiciones materiales para el bienestar general estaban dadas, pero lo social se había escindido en clases sociales antagónicas a partir de la introducción de la pro-piedad privada. Su propuesta económica es sumamente sencilla: el sistema económico vigente es malo e injusto, el que vendrá habrá de ser justo en la medida en que ponga en manos de todos los hombres y mujeres, “la tierra”. Y eso sólo se concreta a través de la Revolución Social. Lucha y rebeldía que podrá realizarse ple-namente –invocando a Malatesta– de “cualquier modo” a través de que “la masa se vuelva anarquista durante la revolución... no antes”. Es así como Ricardo Flores Magón cree más en el instinto de las masas que en sus convicciones, y aunque cree que esa reac-ción será espontánea, habla de propiciarla. Por ello, confi ó hasta el día de su muerte en que la Revolución Mexicana se podía encami-nar por la senda de la Revolución Social, por ese instinto que ale-targado podía volver a reavivarse en las masas a partir de las condi-ciones que imponía el nuevo contexto internacional que imponía la ola revolucionaria de la primera postguerra. Así que, si sustituimos la coyuntura revolucionaria de postguerra por la crisis de 1930, veremos cómo el mismo esquema de argumentación está presente en los trabajos tanto de Diego Abad de Santillán53 como de Juan 53 Abad de Santillan, Diego, La Bancarrota del sistema económico y polí-

tico del capitalismo, Nervio, Buenos Aires, 1932, y La FORA. Ideología y trayectoria, Nervio, Buenos Aires, 1933. Y en Abad de Santillan, Diego

Lazarte54. Pero esto no es producto del azar, sino de un anhelo común, de una visión que transmite con más o menos variaciones desde “los clásicos” del pensamiento anarquista del siglo xix. En el manifi esto del Partido Liberal Mexicano del 23 de septiembre de 1911 se sostenía que “Abolir ese principio (la propiedad privada) signifi ca el aniquilamiento de todas las instituciones políticas, eco-nómicas, sociales, religiosas y morales que componen el ambiente dentro del cual se asfi xian la libre iniciativa y la libre asociación de los seres humanos”55.

Además, la estructura agraria, el escaso desarrollo indus-trial y el “temperamento rebelde” de la población indígena y campesina de América, sumado a la crisis económica e insti-tucional del mundo burgués, hacia 1929, torna inevitable el advenimiento del socialismo para muchos libertarios y comu-nistas latinoamericanos. Aunque invita a los anarquistas a no llamarse al engaño por las dos formas de socialismo estatal: “la moderada y la evolucionista, y la violenta y revolucionaria y bolchevista, han sido ensayadas mundialmente”56. Al tiempo que México se convierte, poco a poco, en un contraejemplo, en un modelo que no debe imitarse, pues sus idas y venidas per-miten medir los resultados de “más de diez años de gobierno socialista”, llegado al poder por vía revolucionaria y afi rmado por elecciones posteriores. “Se han pretendido realizar desde el Estado las aspiraciones campesinas sobre la tierra, raíz de la lucha social en México, consiguiéndose solamente defraudar el hondo deseo que alimentó todas las insurrecciones desde la época de la independencia, terminadas con el asesinato de Zapata y con la caída del partido liberal revolucionario que dirigiera Flores Magón”. Las razones de este fraude residirían en que el pueblo mexicano se ha “dejado mecer por la pro-mesa dorada de la tierra”57. Si hubiera continuado su lucha

y Lazarte, Juan, Reconstrucción Social. Nueva edifi cación económica Argentina, Nervio, Buenos Aires, 1933.

54 Guevara, Gustavo, “La bancarrota del capitalismo. La ideología anar-quista y la crisis de 1930”. Ponencia presentada a la Terceras Jornadas Interdepartamentales de Historia, UBA, Buenos Aires, 1991.

55 Véase pág. 107.56 Villar, Manuel, Condiciones para la revolución en América, Nervio, Buenos

Aires, 1932, pág. 43.57 Villar, Manuel, op. cit., págs. 43 y 44.

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libertaria, seguramente hoy estaría en distinta situación y no le pesaría el férreo poder de la semidictadura. Además, una maquinaria burocrática media entre los campesinos sin tierra y los grandes latifundistas, que con el soborno y la presión inclinan la “Justicia” a su favor.

En resumidas cuentas, las corrientes más importantes del anarquismo en la Argentina habían alentado y atizado en México la Revolución antes de la Revolución y a partir de 1910 se discutió mucho su carácter y la potencialidad de trans-formar su curso “político”, en “económico”, en “social”. Se dieron gestos muy crecientes de solidaridad a favor del PLM, pero también se manifestaron argumentos en contra. Muerto Ricardo Flores Magón en la penitenciaria de Leavenworth en 1922 y completamente menguada las fuerzas del PLM, se da fundamentalmente por mediación de Diego Abad de Santillán, y teniendo como referencia la obra que emprende el Grupo Cultural Ricardo Flores Magón, una amplia y sis-temática recuperación del anarcomagonismo. Pero la crisis económica de 1930 y el embate de la represión política que encarna el nuevo gobierno militar en la Argentina desarti-cula y debilita sensiblemente a las dos máximas expresiones ácratas de la Argentina: La Protesta y la FORA. Mientras la ACAT se diluye, insisten con la inminencia de la Revolución Social, aun en contra de la conciencia que poseen las masas58. Pero todavía el anarquismo en la Argentina y en México ini-cian su proceso de declinación, no sin antes ser testigos y protagonistas de la Guerra Civil Española. Lugar donde este movimiento dará la última gran batalla del siglo y en el que se vuelven a entrelazar entre México, la Argentina y España el destino de las ideas, las acciones, los anhelos y las pasio-nes de aquellos revolucionarios y, posteriormente, exiliados libertarios...

58 “Nosotros no somos muy optimistas sobre la efi ciencia revolucionaria de millones y millones de seres que sufren mansamente la miseria; si de ellos hubiese de depender un cambio social, no se operaría seguramente. Pero es que el capitalismo no puede seguir más sin adaptarse a la técnica y la adaptación a la técnica signifi ca la desaparición, de cualquier modo que se opere”. Abad de Santillán, Diego, op. cit., pág. 25.

RICARDO FLORES MAGÓN EL APÓSTOL DE LA REVOLUCIÓN

SOCIAL MEXICANA

Diego Abad de Santillán

ADVERTENCIA DEL GRUPO EDITOR

Para conmemorar el segundo aniversario del asesina-to de Ricardo Flores Magón, el camarada Diego Abad de Santillán nos envió el presente trabajo destinado a alguna edición especial que se hiciera en algún periódi-co de esta región, ofreciéndonos que en el curso del año 1925 presentará otro más completo para la colección de Pensadores y Propagandistas del Anarquismo, iniciada por La Protesta de Buenos Aires con Errico Malatesta.

“Habría que añadir cosas muy interesantes”, nos dice el camarada Santillán al manifestarle que este esbozo se iba a publicar en forma de libro. En verdad hay mucho que agregar; pero todo aquel que leyere esta breve exposición sobre las ideas de “Ricardo Flores Magón y la Revolución Mexicana”, convendrá con nosotros en la importancia de estas hermosas páginas del camarada Santillán, que contienen documentos de gran valor para la Historia, así como también para la orientación en nuestras luchas por las libertades humanas. Este bosquejo no necesita elogio: habla por sí mismo. El Grupo Editor lo acoge con cariño; y con la convicción de que publica algo verdaderamen-te útil, lo presenta ante los camaradas y amigos con un prólogo de Librado Rivera, quien después de luchar por más de veinte años al lado de Ricardo Flores Magón, fue el único que tuvo la oportunidad de convivir con nuestro malogrado compañero hasta su último día.

EL GRUPO EDITOR

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PRÓLOGO

Mi buen amigo y viejo camarada Nicolás T. Bernal me hace

la invitación, en nombre del grupo editorial “Ricardo Flores Magón” que él representa, para que estudie y emita mi opi-nión sobre el libro Ricardo Flores Magón, el Apóstol de la Revolución Social Mexicana, escrito por el camarada Diego Abad de Santillán, fundándose en que soy el testigo ocular que más hechos presencié durante la vida más trágica y de más agitación que inmortalizó a aquel querido camarada. Y debo advertir sinceramente que soy, en efecto, el que más oportuni-dad tuvo de conocer el más interesante período histórico de la vida de Ricardo Flores Magón, y si me presto con gusto a ob-sequiar los nobles deseos de Bernal, es por la gran importancia que desde luego concedí a tan simpático trabajo de propaganda libertaria.

El libro está formado de un conjunto de importantes artícu-los y documentos históricos al parecer tomados al acaso, pero ordenados de tal manera con el propósito de que el lector pueda ver con toda claridad cómo fueron evolucionando las nuevas ideas en la mente privilegiada de Ricardo Flores Magón, su gran constancia y heroicos esfuerzos hasta transformar a un pueblo esclavizado, pisoteado y humillado por el más grande de los dés-potas, en un pueblo altivo, valiente y respetado, que al levantar airosa la frente infundió el terror y el espanto a sus explotadores y verdugos. Fue, en efecto, Ricardo Flores Magón el alma de esa gran epopeya libertaria que, a manera del Prometeo de la leyenda mitológica, infundió ese fuego divino que impulsó al pueblo a la rebeldía, la rebeldía, fuente creadora de todas las libertades.

Dotado de claro talento y de sensible sistema nervioso, Ricardo grabó en su corazón y en su mente soñadora, a manera de película cinematográfi ca, todos los dolores y las lágrimas de los que habitan pocilgas, así como los detalles más íntimos de esa vida de desesperación y muerte.

Ricardo tenía, además, la ventaja de varios idiomas que lo ayudaron, en parte, para su labor de propaganda libertaria; apar-te del español y el inglés, que conocía muy a fondo, sabía francés, italiano y portugués; conocía mucho del latín y del griego, algo

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del idioma azteca, cuya agradable pronunciación recordaba recitando de memoria unas poesías que legó a la historia del famoso Netzahualcóyolt; hablaba con facilidad el caló que usa el pueblo de los arrabales de la ciudad de México, lo que hace suponer que el apóstol del gran cataclismo social mexicano po-seía un profundo conocimiento de los dolores y sufrimientos en que se revuelcan las clases más humildes y despreciadas por el actual orden burgués. Por eso vemos que sus dramas y todos sus escritos fueron inspirados en este ambiente; no son sacados de los salones aristocráticos donde se recrea la burguesía hol-gazana, ni sus personajes trágicos son prototipos imaginarios rebuscados entre los hombres de comercio y la banca, sino des-cripciones de escenas reales tan comunes entre los pobres, en esa vida repleta de lágrimas y dolores en que nos encontramos todos los explotados.

“Sólo el que sufre sabe comprender al que sufre”, decía Flores Magón, y él, que sufrió toda la vida, tenía que ser el me-jor exponente y él más fi el intérprete de los que sufren.

Escribía con gran facilidad; “Verdugos y Víctimas” lo ter-minó en una semana. Adoraba la música, pero su encanto era la poesía; admiraba la bella voz de Caruso y los composiciones musicales del más trágico de los hombres, Beethoven; recitaba de memoria algunas de las más hermosas poesías de Rubén Darío, de Shakespeare, de Carpio, Manuel Acuña o de Díaz Mirón, y criticaba acremente a Antonio I. Villarreal porque a este pulpo le repugnaba “ese ruido” de la música.

Su carácter altivo, recto y fi rme, como la roca en medio del océano embravecido, le servía como la coraza por donde pasan y se deslizan todas las inclemencias del tiempo, donde se des-atan las tempestades y la furia de las olas que se estrellan sin dejar la menor huella. Es que lo guiaba una fi nalidad y un solo punto objetivo: el de llegar cuanto antes a esa Tierra de libertad y bienestar que los ojos de su imaginación columbraban para la humanidad de sus bellas utopías ya sin dioses y sin amos.

Ya en 1900 Ricardo conocía La Conquista del pan y la Filosofía anarquista de Piotr Kropotkin; había leído a Bakunin, las obras de Juan Grave, Enrique Malatesta y Máximo Gorki; conocía también obras de otros autores menos radicales, como León Tolstoi y Vargas Vila; pero era a los primeros a quienes

él respetaba como sus maestros y a quienes conservaba especial predilección; y se puede decir que debido a estas consideracio-nes y a la oportuna intervención de Pedro Kropotkin, se contu-vo Ricardo y no atacó rudamente, como lo sabía hacer, a Juan Grave y a Pedro Esteve por sus críticas insidiosas en contra de la Revolución Social Mexicana, que Ricardo impulsó y se esforzaba por orientar en los precisos momentos que aquellos camaradas se dejaban arrastrar por los radicalismos de Venustiano Carranza, a quien Ricardo atacó sin piedad. Así como a las intransigencias de los teóricos que querían ver en el gran cataclismo social mexi-cano todos los actos de los rebeldes ajustados a los principios ideológicos de los grandes soñadores, y que lejos de ayudar a las justísimas ansias de la libertad de los sufridos esclavos mexica-nos, sólo sirvieron para boicotear a aquel hermoso movimiento rebelde haciendo obra de sabotaje, que benefi ciaba más bien a la burguesía y al Gobierno que se trataba de derrocar.

Mientras que Cultura Obrera de Nueva York y Les Temps Nouveaux, en Francia, daban cordial bienvenida a las calum-nias y dolosas informaciones que de un grupo que se titulaba anarquista establecido en Boston, Mass., nuestros desespe-rados esfuerzos por impulsar el movimiento de los esclavos mexicanos hacia la Revolución social sufría un inmenso des-prestigio, y todo mundo nos retiró su ayuda debido a la au-torizada palabra de los viejos revolucionarios que en más de “cuarenta años de constante propaganda” no habían podido arrastrar a ningún pueblo a la Revolución contra sus tiranos. Y la solidaridad nos faltó cuando la persecución burguesa se hacía más tenaz en los Estados Unidos, cuando se le quitaba el registro a Regeneración y cuando sólo unos cuantos entu-siastas compañeros que más en contacto estaban con noso-tros y con la Revolución, fueron los únicos que nos tendieron su ayuda. Lo que alguna vez dijo Ricardo acerca de nuestras miserias y privaciones infi nitas por las que tuvimos que pa-sar para probar nuestra sinceridad y gran buena fe en la lu-cha, era un hecho real. Hay testigos oculares en Los Ángeles, California, de hechos que demuestran que todo sacrifi cio era para nosotros un placer, por conseguir la libertad de los escla-vos mexicanos y llevar adelante la propaganda emancipadora de Regeneración.

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A pesar de todo, nuestros contrincantes sospechaban de nues-tra sinceridad y buena fe; nos veían luchar en el seno de un partido político y eso era bastante, y veían también que Regeneración era el portavoz de ese partido y se imaginaron que Ricardo, y todos los que lo acompañábamos, éramos simples aspirantes a puestos públicos. ¡Craso error! No hay partido político que lance vivas muy altos a la anarquía y haga especial propaganda de la belleza de ese ideal como lo hizo Regeneración. Por eso es que el gran mérito del libro que hoy nos presenta Diego Abad de Santillán consiste en la lógica de sus conclusiones y el severo análisis de su sana critica al seguir los pasos de Ricardo Flores Magón, a quien él considera, como yo también, el más fi el intérprete de los anhe-los de libertad del oprimido pueblo mexicano.

Desde temprana edad las ideas anarquistas habían tenido cari-ñosa aceptación en la mente de Ricardo Flores Magón. Debido a su iniciativa se publicó en Vésper de la ciudad de México –perió-dico sostenido en parte con los fondos de “El Hijo del Ahuizote”, entonces a cargo de Ricardo, –parte de La conquista del pan por Kropotkin, el año de 1902. En 1905 asistió a las conferencias de Emma Goldman en Saint Louis, Missouri; en esa misma ciu-dad conservó Ricardo estrecha amistad con un grupo anarquista ruso, y con Florencio Bazora, un anarquista español que tuvo para Ricardo cariño de hermano; este camarada contribuyó mu-cho a fomentar nuestra campaña de propaganda revolucionaria, ayudando con su dinero, vendiendo Regeneración y colectando fondos para la vida del periódico. Bazora comprendía cuáles eran los fi nes de Flores Magón: trabajara en el seno del Partido Liberal para extender, en el pueblo mexicano, los hermosos ideales que él ya acariciaba y que eran los anarquistas.

Éste era en realidad el plan de Flores Magón: obrar con tacto para que las masas no nos abandonaran y evitar que se pusiera más fuerte la dictadura de Porfi rio Díaz. Al Partido Liberal esta-ban afi liados todos los librepensadores y los hombres de ideas más avanzadas en aquella época; era también el partido más re-volucionario y de más prestigio en México, el que con Melchor Ocampo, Benito Juárez, el ateo Ignacio Ramírez y Lerdo de Tejada a la cabeza había expropiado todos los bienes del clero y aplastado su gran poder con el fusilamiento del emperador Maximiliano en el cerro de las Campanas.

En ese tiempo, repito, ya el plan de Ricardo era más bien el de obrar con táctica que por falta de conocimiento de las ideas anarquistas. Hacía veinte años que se tenía la creencia, y aún hay muchos ignorantes que la tienen todavía, que la fi losofía anarquista consiste en salir a la calle blandiendo el puñal del asesino, introducir el caos, la confusión y arrojar bombas de dinamita al paso del tirano. ¡Cuánta mentira! Y sin embargo, hay todavía quien cree que eso es el anarquismo en la actualidad. Por eso fue que propagar de lleno las ideas anarquistas en aquella época, cuando los cerebros estaban más repletos de prejuicios, entonces nuestra agitación revolu-cionaria hubiera servido para hacer más fuerte al tirano que para precipitar su caída. Si a esto agregamos que en el seno de la misma Junta Revolucionaria existían elementos malsanos, habrá que convenir que Ricardo era quien manejaba el timón de nuestra pequeña barca entonces azotada por todos los vientos, en medio de un océano de cóleras y odios formida-bles, animando y convenciendo a los pusilánimes y cobardes para seguir adelante con la peligrosa empresa, como Colón cuando los que formaban su misma tripulación lo amenaza-ban con la muerte si no retrocedían; si Ricardo no hubiera obrado con ese tacto dominante en su pensamiento, el pueblo mexicano y la humanidad toda se hubieran perdido tal vez de ese gran impulso que él dio a la Revolución en favor de todos los desheredados de la tierra.

Que Ricardo evolucionó más rápidamente que todos los que lo acompañábamos, ya lo sabemos; hay que confesar que nosotros no le servíamos más que de simples cooperadores en la propagación de su obra emancipadora; pero que Ricardo odiaba, desde joven, toda tiranía y todo gobierno, lo demues-tran muchos actos de su vida. Antes de entrar a la lucha ar-mada era muy común que los grupos armados solicitaran jefes nombrados por la Junta, y Ricardo era el primero en rechazar tal sugestión, contestando invariablemente que los mismos grupos tenían que nombrar a sus jefes del seno de ellos mismos o quitarlos cuando así lo juzgaran conveniente. “La Junta no va a convertirse en gobierno central nombrando jefes que a la postre se conviertan en tiranos de sus mismos hermanos”, decía Magón.

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Y así fue como aquel apóstol infundió las nuevas ideas; pero lo que más le preocupaba era que en los momentos mismos de la Revolución los revolucionarios fueran tomando posesión de las haciendas, graneros, todos los instrumentos de trabajo, mulas y yuntas de bueyes, a fi n de ir cultivando la tierra con cuyos productos se sostendría la Revolución, haciendo de esta manera que los mismos habitantes, mujeres, niños y ancianos se convirtieran en partidarios de ella, de la Revolución que por primera vez en su vida les daba de comer a todos.

Pero los compañeros anarquistas que no se han tomado la molestia de analizar a fondo estos hechos y se aventuran a emi-tir opiniones juzgando las cosas por las apariencias o hechos su-perfi ciales, llegarán a conclusiones completamente absurdas. En realidad no he conocido, en mi larga carrera de revolucionario, hombre de más buena fe y más sincero en sus palabras y en sus hechos que Ricardo Flores Magón.

Santillán nos presenta en este libro un extracto de lo que fue Ricardo Flores Magón como revolucionario y escritor, y de cómo se convirtió al anarquismo para atraerse también al pue-blo mexicano y a todos los desamparados de la tierra al camino de ese bello ideal de felicidad humana, lo más hermoso y más elevado que haya podido concebir la imaginación del hombre. Pero la laboriosa y meritoria tarea de Santillán consiste también en haber conservado vivo interés en la Revolución Mexicana e ir coleccionando documentos en pro y en contra con una habi-lidad y constancia envidiables, para darnos un resumen de la primera revolución proletaria de carácter económico en que por primera vez el puño del pobre contra el rico se levantó colérico y vengador lanzando al mundo el grito redentor de “Tierra y Libertad”. Esto ha hecho Santillán desde Berlín, desde el otro lado del mar, lejos de la gran epopeya mexicana que ha dado al mundo de los oprimidos bellos ejemplos de virilidad y audacia en sus nobles esfuerzos por destruir el yugo maldito que lo en-vilece y lo humilla.

Al revisar la obra histórica del camarada Santillán, me he tomado la libertad de colaborar; pero mi colaboración ha sido insignifi cante, la de poner notas aclaratorias, nombres comple-tos, etc., con el fi n de evitar ambigüedades y lamentables con-fusiones. Pero a Santillán debe caberle la satisfacción de haber

contribuido a la formación de una obra verdaderamente útil y de gran interés, tanto desde el punto de vista histórico como por la propaganda de las bellas y únicas ideas verdaderamente libertadoras que son las anarquistas. No es un libro completo: es un bosquejo solamente al que hay que agregar mucho; pero el compendio que nos presenta el autor llena un gran vacío y una necesidad del momento, para dar en síntesis una idea del gran cataclismo social, cuyo formidable sacudimiento hizo salir al pueblo mexicano del estancamiento en que vivía. La hidra de tres cabezas: el Capital, el Gobierno y el Clero todavía no lo sueltan, pero ya marcha encarrilado en el camino que lo ha de conducir a su completa emancipación política y económica para acabar con la eterna explotación y tiranía del hombre por el hombre.

Librado Rivera. Cecilia, Tamaulipas, diciembre 8 de 1924.

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RICARDO FLORES MAGÓN, EL APÓSTOL DE LA REVOLUCIÓN SOCIAL MEXICANA

En la Penitenciaría de Leavenworth, Kansas El 20 de noviembre de 1922, dos penados de la penitenciaría

de Leavenworth, Kansas, se encuentran en las fi las de los presos, se saludan como viejos amigos, cambian a hurtadillas un par de palabras para manifestarse recíprocamente que no hay ninguna novedad, y luego cada cual sigue el camino regular de todos los días, de todos los meses, de todos los años.

De esos dos penados, de unos cuarenta y ocho años de edad, uno, semiciego, conserva todavía rastros de una naturaleza vi-gorosa de atleta; el otro es delgado y de estatura baja. En el semblante de ambos se refl eja una historia de sufrimiento y de martirio; tal vez largos años de encierro han dejado en sus cuer-pos huellas imborrables de dolor y de privaciones.

Por su aspecto se advierte que no son de raza sajona; en uno, sobre todo, se adivina al criollo mexicano.

Al ver a estos dos penados, se siente instintivamente que no son hombres vulgares, que no pertenecen al tipo común de los presidios; sus rasgos son regulares, sus ojos refl ejan inteligencia y bondad.

¿Por qué están en Leavenworth? ¿Quiénes son? ¿Cuál es su delito? Estas preguntas se hace todo nuevo habitante de la pe-nitenciaría al verlos. Nosotros sentimos también curiosidad por conocer la historia del atleta semiciego y de su amigo.

El 21 de noviembre, uno de esos penados fue encontrado muerto en la celda; su estado de salud era delicado, pero no como para temer la tarde del 20 un desenlace tan rápido y trá-gico unas doce horas después del encuentro en fi las. El supervi-viente vio a su amigo el 21 de noviembre por la mañana sobre una plancha del hospital, con la cara negra hasta el cuello y la frente tendida hacia atrás, como si el muerto hubiese luchado poderosamente antes de despedirse de la vida. El fallecimiento había tenido lugar como a las cinco de la madrugada. El director del establecimiento penal, Biddle, y el médico, Yohe, mostraban un aspecto alegre y satisfecho. El médico dijo que la causa de la muerte era una afección cardíaca.

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El superviviente quiso enviar a los amigos y deudos del ca-marada que había dejado de existir, noticias telegráfi cas; la in-fausta nueva debía estar redactada más o menos así: “Murió repentinamente a las cinco de la mañana, de enfermedad cardía-ca según el médico de la penitenciaría, doctor Yohe”. Este texto fue rechazado por el alcalde Biddle, pues podía dar pábulo a ciertas conjeturas.

El superviviente describe así unos días más tarde sus impresiones:

“Un día funesto, lleno de profundas amarguras y de tene-brosas tristezas, envolvía mi corazón. Una lucha de encontradas ideas arrastraba mi fantasía por el abismo insondable de la des-esperación. Por la noche acudían a mi mente, como en tropel, imágenes representando actitudes distintas, pensativas o amena-zadoras, con los puños apretados, como impulsadas todas por un solo pensamiento de venganza en contra de tanta maldad huma-na. Se había hecho desaparecer a un gran pensador, a un fi lósofo pletórico de bellas y luminosas ideas sobre el establecimiento de una sociedad de verdaderos humanos. Se había cometido un cri-men de lesa humanidad en la persona de un hombre bueno, ge-neroso y altruista, cuyos ideales de justicia sintetizan las sublimes aspiraciones de todos los pueblos esclavos de la Tierra. Se había quitado la existencia a un hombre honrado...”.

¿Una muerte repentina o un asesinato? ¡Quién sabe! El su-perviviente abriga la convicción de que su amigo fue muerto violentamente por las autoridades de la prisión.

En las líneas transcritas se habla del muerto como de un fi ló-sofo, de un pensador, de un hombre bueno, y altruista y honra-do. ¡En nuestros tiempos no es ya una novedad que los hombres de méritos superiores mueran en la cárcel y los malvados ocu-pen los puestos de privilegio y del mando en la sociedad!

La tragedia de la madrugada del 21 de noviembre de 1922 en Leavenworth tuvo un eco de indignación en todos los rincones de la Tierra; la Prensa de los trabajadores acusó espontáneamen-te al Gobierno de los Estados Unidos de haber quitado la vida a ese penado semiciego, y una nueva mancha sangrienta quedó estampada en la historia del país de “los bravos y los libres”. El hombre del muerto en la penitenciaría Leavenworth es Ricardo Flores Magón; el del superviviente, Librado Rivera. Hablemos del muerto, de su vida, de su delito. ¿Quién es Ricardo Flores Magón?

La juventud De Ricardo Flores Magón

Ricardo Flores Magón nació en San Antonio Eloxochitlán, distrito de Teotitlán del Camino, Estado de Oaxaca, México, el 16 de septiembre de 1873. Su padre, Teodoro Flores, era de raza indígena pura; su madre, Margarita Magón, era mestiza; uno de sus abuelos procedía de Cartagena, España. La familia no disponía de bienes económicos, pero, sin embargo Ricardo comenzó en México sus estudios en la escuela nacional primaria número 1; luego pasó a la Escuela Nacional Preparatoria, y en 1893, a los veinte años de edad, ingresó en la Escuela Nacional de Jurisprudencia, donde cursó tres años.

Su padre murió en 1893. En 1892 vio por primera vez, en calidad de preso, uno de los aspectos trágicos de la dictadura de Porfi rio Díaz: la cárcel. Los estudiantes de México habían hecho una manifestación para protestar contra la segunda reelección de Díaz y de resultas de esa manifestación, síntoma del descon-tento insoportable para el tirano y la camarilla de “científi cos” que lo rodeaba, hubo numerosos arrestos a los estudiantes; el pueblo impidió por su protesta inmediata que las gentes de Porfi rio Díaz cebasen su odio en los jóvenes, y éstos recobraron pronto la libertad. Este primer arresto decidió al joven Ricardo a abandonar sus estudios, un poco más adelante, y a consagrar-se a la lucha contra la tiranía.

En febrero de 1893 entró a formar parte de un periódico opositor, El Demócrata, suprimido antes de haber cumplido el tercer mes de vida; una parte de los redactores fue arrestada. Ricardo supo burlar esta vez las pesquisas.

Porfi rio Díaz no quiso creer que fuese posible en México una oposición contra su gobierno y sembró el terror contra los opo-sitores y los rebeldes; como en todas las épocas de despotismo, los agentes policiales envenenaban la vida social y sembraban la desconfi anza en los hombres. Las Bastillas de San Juan Ulúa y de Belén fueron símbolos vivientes de la dominación porfi rista; tras sus muros fue sofocada la voz poco grata a los oídos del dic-tador, y más de un asesino cobarde mató en germen veleidades de independencia y de dignidad.

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Fundación de Regeneración Pero Ricardo Flores Magón no se arredró y continuó bra-

vamente en el centro de la lucha antiporfi rista; desde muy tem-prano reveló las cualidades de energía y de claridad de pensa-miento que lo distinguieron. El 7 de agosto de 1900 apareció en México el primer número de Regeneración, redactado por Ricardo Flores Magón y su hermano mayor, Jesús. El lenguaje de ese periódico, que había de ejercer tanta infl uencia en los destinos del pueblo mexicano, llevó el espanto al ánimo de Díaz y de los “científi cos”; se vio pronto que tras esa atrevida pu-blicación había una voluntad indomable; sin esfuerzo alguno los antiporfi ristas de la ciudad de México fueron agrupándose en torno de Ricardo Flores Magón, en el que vieron el cerebro más consciente y la voluntad más decidida contra la tiranía del general Díaz.

Los liberales

Todos los descontentos del despotismo porfi rista y de sus secuaces se califi caban inmediatamente de liberales; bajo esa denominación existían en México diversas tendencias, convic-ciones más o menos intensas, corrientes de ideas contradicto-rias, pero unidas pasajeramente por la oposición Díaz, el inte-rés predominante del momento. En su mayor parte los liberales tenían tendencias librepensadoras y combatían con preferencia al clero, tal vez a causa de los peligros de la lucha contra el zar de México. Según la Constitución mexicana la Iglesia estaba separada del Estado, pero en realidad estaba perfectamente uni-da a él contra 15 millones de habitantes de México. Las leyes prohibían las comunidades religiosas, la intervención eclesiás-tica en los asuntos públicos, la propiedad de bienes raíces por parte del clero; sin embargo todo eso quedaba fuera de vigor, y el obispo de San Luis Potosí, Ignacio Montes de Oca y Obregón, pudo declarar en Europa que, a pesar de las leyes, las órdenes religiosas prosperaban admirablemente en México. En efecto, Díaz, la mayoría de los gobernadores de los Estados y los altos funcionarios de la Administración, todos hacían alarde de cato-licismo y todos estaban íntimamente ligados con la Iglesia.

En agosto de 1900, un grupo de liberales de San Luis Potosí público un Manifi esto exhortando a la unión de todos los anticle-ricales de la República para poner un límite a la dominación del clero y para hacer que fuesen cumplidas las leyes mexicanas; los iniciadores se constituyeron en club liberal “Ponciano Arriaga”; en menos de medio año se formaron más de cien clubes en todo el país, una prueba de que la iniciativa de los liberales de San Luis Potosí respondía a una necesidad y a un sentimiento reales.

El 5 de febrero de 1901 se celebró en San Luis Potosí un congreso de los clubes liberales, con asistencia de delegados de todos los rincones de la nación. Las sesiones duraron ocho días, y el que dio un verdadero contingente revolucionario al con-greso fue Ricardo Flores Magón, que frente a la mayoría de los delegados, en lugar de reducirse a formular ataques a la Iglesia y al clero, denunció directamente al tirano Porfi rio Díaz y habló de la miseria del pueblo laborioso de México. El discurso vio-lento de Ricardo difundió en algunos de los delegados, como por ejemplo en Librado Rivera, un gran entusiasmo, y en otros un prudente temor a ir demasiado lejos y a comprometerse tan abiertamente. El congreso adoptó resoluciones encaminadas a despertar las masas para que interviniesen más activamente en la vida política del país, impidiendo por medios pacífi cos que el déspota nombrase directamente los funcionarios administrati-vos, misión que correspondía legalmente al pueblo. Pero la exis-tencia de esos clubes entrañaba un peligro para la tranquilidad del general Díaz y consortes, y tuvieron corta vida. A la cárcel

Regeneración seguía vibrando en México y poniendo al des-nudo los vicios del régimen porfi rista. En el mes de mayo de 1901, Ricardo y Jesús Flores Magón fueron arrestados a fi n de imposibilitar la vida de ese periódico; de parte de los “científi cos” alguien se dirigió a la madre de los hermanos rebeldes para que los comprometiese a callar; Margarita Magón respondió: “que prefería ver a sus hijos muertos antes de ser causante de su clau-dicación”. El periódico continuó apareciendo, no obstante la prisión de sus redactores en Belén. Díaz hizo decir a los her-manos Flores Magón que, si volvía a perecer un solo número

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de Regeneración, serían asesinados en la cárcel. El 14 de junio murió la madre de los rebeldes y no se les permitió asistirla en sus últimos momentos. Los Flores Magón pasaron cerca de un año, hasta abril de 1902, en Belén. Así terminó la primera época del famoso periódico, uno de los más perseguidos de América.

A partir de este encierro, Jesús Flores Magón comenzó a fl aquear en sus romanticismos revolucionarios y se retiró de la lucha; pero su puesto fue ocupado más tarde por Enrique, otro hermano de Ricardo Flores Magón.

Según parece Ricardo leyó, por esos tiempos, obras de Kropotkin, de Malatesta, de Gorki, y esas lecturas contribuye-ron a establecer muchos puntos vacilantes y a robustecerlo en su fe. Hay diversos testimonios de una temprana adhesión a las ideas libertarias; pero la lucha contra el porfi rismo dejó en las sombras, por algunos años, la tendencia anárquica que germi-naba en su corazón.

Lo que pasó con Regeneración y sus redactores en la ciudad de México sucedió también en los clubes liberales del resto del país. He aquí cómo fue disuelto el club “Ponciano Arriaga” de San Luis de Potosí:

El 24 de enero de 1902 celebraba el club una sesión públi-ca, numerosamente concurrida. En medio del público se ha-bían introducido soldados y gendarmes armados con pistolas, disfrazados de civiles. Un diputado, el licenciado Heriberto Barrón, había sido comisionado por el Gobierno para bus-car el medio de deshacerse de los liberales de San Luis. En un momento determinado de la sesión, Heriberto Barrón se levantó para protestar contra la labor del club; los soldados y gendarmes disfrazados hicieron lo mismo y promovieron un gran alboroto que deshizo la reunión; se disparó un tiro, del cual se acusa a Barrón, y una nube de policías cayó sobre los liberales, arrestando a veinticinco personas, entre ellas a Camilo Arriaga, presidente del club; a Juan Sarabia, secreta-rio; a Librado Rivera, prosecretario; a Rosalío Bustamante, a José Martínez Vargas, a José Millán, etc. Los presos pasaron casi un año en la cárcel.

El Club de Lampazos, Estado de Nuevo León, fue disuelto de un modo muy parecido. Con un pretexto nimio se arrestó a un gran número de sus miembros, entre otros al ingeniero Francisco Naranjo, hijo; Vidal Garza Pérez, César E. Canales,

Luis G. Ávila, Juan Wieman, Carlos Zertuche, Vidal Garza Zubia y otros. Al ser transportados los presos a la capital del Estado de Nuevo León, el pueblo prorrumpió en gritos y pro-testas a favor de los liberales; los esbirros hicieron fuego sobre el pueblo. Libertados después de varios meses, no por eso cesaron las persecuciones. Luis M. Benavides, secretario del club, a cuyo cargo estaba el sostenimiento de sus ancianos padres, razón por la cual estaba eximido del servicio militar, fue incorporado al ejército. César E. Canales, vocal, fue agredido a balazos por ofi ciales del tirano.

La misma suerte sufrieron los clubes liberales de Ciudad de Valles, San Nicolás Tolentino, Pachuca, Cuicatlán, Pichucalco y otros muchos. Uno de los más destacados miembros del club de Cuicatlán murió en la cárcel a consecuencia de los malos tratos recibidos.

Esa brutalidad no hizo más que cambiar la táctica de los opositores. En vista de que no eran reconocidas las garantías constitucionales de reunión y de asociación públicas, los clu-bes en donde había individuos enérgicos continuaron en pie clandestinamente.

El Hijo del Ahuizote

En México se había comenzado a publicar un periódico an-tirreeleccionista de caricaturas: El Hijo del Ahuizote, a iniciativa de Daniel Cabrera; en él colaboró Ricardo Flores Magón desde el principio; en julio de 1902, Ricardo arrendó la imprenta de la pu-blicación y tomó a su cargo el periódico, cooperando sus dos her-manos, Jesús y Enrique. En septiembre del mismo año, Ricardo y dos compañeros de trabajo, Evaristo Guillén y Federico Pérez Fernández, fueron a dar con sus huesos a la cárcel. Al salir en enero de 1903 en libertad, continuaron la labor antiporfi rista. Además de El Hijo del Ahuizote se fundó otro valeroso órgano opositor: Excélsior, dirigido por el inteligente joven Santiago de la Hoz, que murió trágicamente ahogado en el río Bravo al to-mar un baño juntamente con sus compañeros, pocos días después de haber cruzado la frontera a Estados Unidos. Ricardo Flores Magón era el alma de esa propaganda. Alfonso Cravioto, uno de los antiporfi ristas de entonces, hoy senador nacional, dice de

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él en una reciente entrevista (véase El Demócrata, 2 de septiem-bre, 1924, México, D. F.): “Era uno de los líderes de mayor fuer-za que ha producido México; tal vez no era el más inteligente, pero su voluntad tenía algo de de extrahumano: era el tipo de un apóstol. Sus tendencias y sus procedimientos eran absolutamente incorruptibles, lo cual le daba una fuerza moral incontrastable… Ricardo era sobrio, no tenía más vicio que el de fumar. De un espíritu abierto y fraternal. Siempre que alguno de sus compa-ñeros necesitaba dinero, la bolsa de Ricardo estaba abierta para el amigo necesitado... A nosotros nos tenía deslumbrados por su carácter de hierro. Desde ese tiempo ya brotaban las ideas socia-listas, aunque su acción se concretaba al antiporfi rismo”.

Los presos de San Luis Potosí, al salir en libertad, para pro-bar lo poco arrepentidos que estaban instalaron el club “Ponciano Arriaga” en la ciudad de México, el 5 de febrero de 1903, lanzan-do un Manifi esto a la Nación en donde se sostenía que la sociedad continuaría la obra interrumpida por los atentados contra los clubs liberales en 1902. Además del club “Ponciano Arriaga”, existía en la capital otro de nombre “Redención”, presidido por Santiago de la Hoz: era el club “Redención” que publicaba Excélsior. El tirano Díaz estaba dispuesto a impedir que se elevaran en su feudo voces condenatorias del despotismo. Una noche de abril de 1903, por una causa baladí penetró la policía en el local de El Hijo del Ahuizote y arrestó a todas las personas que se encontraban allí, incluso los obreros de la imprenta; más de ochenta presos por cues-tiones políticas fueron recluidos por entonces en Belén; entre ellos fi guraban Ricardo y Enrique Flores Magón, Juan Sarabia, Librado Rivera, Alfonso Cravioto, Humberto Macías Valadés, Manuel Sarabia, Luis Jasso, Santiago R. de la Vega, etcétera, etc. Como no obstante estas prisiones, Excélsior y El Hijo del Ahuizote conti-nuaban viendo la luz, los tribunales pronunciaron un fallo el 9 de junio de 1903, por el que se prohibió la circulación de cualquier periódico escrito por Flores Magón. La Suprema Corte de Justicia de la Nación confi rmó el fallo.

El senador Cravioto describe en la entrevista citada la es-tancia en la cárcel de Belén; primeramente se puso a los presos incomunicados en bartolinas secas, de piso de ladrillo; como los periódicos rebeldes aparecían a pesar de todo, fueron traslada-dos a las bartolinas subterráneas absolutamente oscuras, con

piso blando, de tierra húmeda; pasaron en esa situación intole-rable un mes y medio; luego fueron puestos en el departamento de distinción.

Ricardo ha conservado toda su vida la impresión de este en-cierro. Cuando en 1921-1922 estaba próximo a la ceguera en la penitenciaría de Leavenworth, Kansas, se recuerda de Belén en una carta que publicó The New Republic, 5 de julio de 1922. Dice así: “...Alguna vez, cuando aún era joven, fui internado durante varias semanas en un calabozo obscuro, tan obscuro que me impedía verme las manos. Esto aconteció en la ciudad de México, durante aquel horripilante período en que Díaz im-peraba con mano sangrienta. El calabozo carecía de pavimentos y constituía una capa de fango, de tres o cuatro pulgadas de espesor, mientras que las paredes rezumaban un fl uido espeso que impedía secar las expectoraciones que negligentemente ha-bían arrojado sobre ellas los incontables y descuidados ocupan-tes anteriores. Del techo pendían enormes telarañas, desde las que acechaban negras y horribles arañas. En un rincón estaba el albañal, que era un agujero abierto por donde entraba el aire. Ese era uno de los calabozos en los cuáles el déspota acostum-braba a arrojar a sus opositores, con la esperanza de quebrantar sus espíritus... En mi horrible morada pude soportar el viscoso contacto de las paredes –a cuyo recuerdo me estremezco ahora–; mis pulmones, entonces jóvenes y sanos, pudieron resistir el ve-neno de aquella tumba; mis nervios, aunque sensibles, pudieron ser amaestrados por mi voluntad para responder con sólo un leve estremecimiento a los asaltos y mordiscos de las ratas en la obscuridad… Mi petate estaba húmedo, así como mi indumen-taria; de vez en cuando un golpe en el petate o en el fango, o de mañana en mi cuerpo, me indicaba que una araña había caído y un estremecimiento recorría mi sistema…”.

La tiranía porfi rista

Porfi rio Díaz gozaba en el extranjero de un cierto prestigio; la prensa capitalista norteamericana contribuyó a darle fama, a cambio de los monstruosos favores que otorgó a la burguesía de los Estados Unidos; los capitalistas norteamericanos regalaban a Díaz y a sus gentes acciones en las compañías comerciales e

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industriales; Díaz pagaba esas liberalidades con vergonzosas con-cesiones y entregando tierras y bienes que no eran suyos. Cerca de novecientos millones de dólares tenía Wall Street invertidos en México, y eso es una buena prueba de la dependencia económica y política de esta nación, en la que nueve millones de habitan-tes eran analfabetos; pero donde, en cambio, existía un formi-dable presupuesto militar para mantener un ejército de sesenta mil hombres, con los batallones especiales de algunos Estados y las gendarmerías. Los trabajadores ganaban unos cuantos centa-vos diarios y eran sometidos a una explotación desenfrenada, sin consentírseles la menor veleidad de rebelión. Una administración corrompida y una desmoralización pública sin precedentes eran consecuencias inmediatas del régimen de Porfi rio Díaz y los cien-tífi cos. No en vano acusaban los liberales a varios gobernadores de estados de haber sido bandidos y de haber sufrido procesos por robo antes de ser gobernadores y altos funcionarios de la Administración porfi rista; no en vano decían que para obtener un puesto público, para ser gendarme, jefe de policía o escribiente, el mejor medio era tener una mujer hermosa o una hermana y entregarlas a las concupiscencia de los caudillos infl uyentes.

Díaz dio el ejemplo de cómo puede aprovecharse para uso per-sonal y para benefi cios de los parientes y amigos la función guber-nativa. Entró triunfante en 1876 relativamente pobre, subió a la presidencia de México y en pocos años se hizo el hombre más rico del país, con fondos en los bancos de Europa y Estados Unidos, con acciones en empresas fabriles, agrícolas, mercantiles y mineras.

El destierro

La paz porfi rista, que benefi ciaba tanto a la codicia de los

capitalistas norteamericanos y el banditismo gubernamental de México, no volvió a gozar de reposo y de seguridad desde que Ricardo Flores Magón comenzó su campaña vigorosa.

Díaz creyó que la prohibición de los periódicos escritos por el indomable rebelde terminaría por un tiempo la agitación de los opositores. Se engañó. Al salir de Belén, Ricardo y Enrique Flores Magón, con otros más, perseguidos y vigilados extrema-damente, resolvieron buscar refugio en los Estados Unidos y continuar desde allí la labor revolucionaria.

En 1904 reanudan Ricardo y Enrique Flores Magón en San Antonio, Texas, la publicación de Regeneración. A poco de re-aparecer el periódico, un mercenario del gobierno mexicano entró en el local de la publicación e intentó asesinar a Ricardo; Enrique lo rechazó y fue llevado a la cárcel, condenándoselo a pagar una multa por no haber dejado matar a su hermano.

En vista de las pocas seguridades para la vida, Regeneración fue trasladado a Saint Louis, Missouri, en febrero de 1905, en cuya ciudad se reunió Librado Rivera a los Flores Magón. La Junta Organizadora del Partido Liberal. Persecuciones

Con fecha el 28 de septiembre de 1905 se constituyó la “Junta Organizadora del Partido Liberal mexicano” con Ricardo Flores Magón como presidente; Juan Sarabia, vicepresidente; Antonio I. Villarreal, secretario; Enrique Flores Magón, teso-rero, y Librado Rivera, Manuel Sarabia y Rosalío Bustamante como vocales. Según las resoluciones tomadas, la Junta residi-ría en un país extranjero para estar a salvo, hasta donde fuera posible, de los atentados del gobierno de México y tendría por objeto la organización del Partido Liberal mexicano y la lucha “con todos los medios” contra la dictadura de Porfi rio Díaz. La táctica propuesta a los simpatizantes era la constitución de agrupaciones secretas en las localidades respectivas y su comu-nicación con la Junta; se proponía también apoyar las publica-ciones opositoras en México.

Los esbirros de Porfi rio Díaz no tardaron en entrar en ac-ción, secundados por las autoridades norteamericanas.

El tirano de México sabía comprarse, por sus liberalidades hacia los capitalistas y altos funcionarios de Estados Unidos, una segura complicidad en los crímenes gubernativos contra los ene-migos de su gobierno. Sin embargo, el Partido Liberal no exi-gía reivindicaciones que no estuviesen dentro de los límites de todo Estado constitucional. El lema de la Junta organizadora era “Reforma, Libertad y Justicia”, y si propiciaba la conspiración y la rebelión armada, era porque no había medio de hacer oír la voz independiente de los que reclamaban condiciones de vida más humanas para el pueblo mexicano. El 12 de octubre de 1905 fue-ron arrestados los hermanos Ricardo y Enrique Flores Magón

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y Juan Sarabia, acusados de difamación por un instrumento de Porfi rio Díaz, llamado Manuel Esperón y de la Flor, Jefe polí-tico en el Estado de Oaxaca, México. Se trataba de impedir la publicación de Regeneración; las ofi cinas del periódico fueron saqueadas, la imprenta confi scada y rematada, lo mismo que los muebles. Se añadió a esto la suspensión de la franquicia postal con la fundamentación insostenible que más del cincuenta por ciento del tiraje circulaba en México. Ese atentado, que no es el primero ni el último contra la libertad de prensa en los Estados Unidos, obstaculizó por algún tiempo la vida de Regeneración, que era ya el órgano más popular de México y el que más daño causaba desde todos puntos de vista a la dictadura despótica del general Díaz.

Después de algunos meses de encierro, los hermanos Flores Magón y Juan Sarabia salieron en libertad, cuando Villarreal se encontraba desempeñando una comisión en el Estado de Texas, y Regeneración reinició su lucha por la existencia en febrero de 1906, en la misma ciudad de Saint Louis, Missouri. A los oídos del déspota mexicano llegaron rumores intranquilizadores, y el terror de las persecuciones se intensifi có. La Junta Organizadora del Partido Liberal no se dormía: Ricardo Flores Magón daba el ejemplo de una laboriosidad enorme. Más de cuarenta grupos libe-rales habían sido formados en México y con grandes esfuerzos se les iba proveyendo de armas. Los hombres sanos del feudo de Díaz se agruparon en torno de Regeneración y de Ricardo Flores Magón, secundando la labor revolucionaria antiporfi rista. Cananea, Sonora

La barbarie gubernamental de México iba in crescendo. Los crímenes de Cananea, de Veracruz, de Río Blanco llevaron a to-das las conciencias honestas una ola de odio a la tiranía. He aquí cómo describe en junio de 1906 el periódico socialista Appel to Reason, de Girad, Kansas, los sucesos recientes de Cananea:

“Cananea, en el territorio de la República de México, en el Estado de Sonora, está situada cerca de la frontera de Arizona; su población es de 25.000 habitantes; 5.000 mineros y fundido-res trabajan en esa región. El término medio del salario para los obreros norteamericanos es de 3 dólares 50 centavos en oro; a los

mexicanos, por el mismo trabajo no se les paga más que tres pesos moneda mexicana, o sea un dólar y medio oro. Una ley del Estado de Sonora impide la elevación de los salarios sin autorización pre-via del gobernador. Hace algún tiempo ese gobernador, sin duda a causa de sus relaciones amistosas con los propietarios de esas mi-nas, redujo una cuarta parte el salario de los mineros mexicanos.

“Cansados de sufrir tales condiciones, los peones pensaron en pedir un aumento de salario. El 1° de junio, por la mañana, se presentaron todos al director de las minas de Cananea para hacer valer sus reivindicaciones; su actitud era la de hombres pacífi cos.

“El director, coronel Green, rodeado por una banda de sica-rios armados de fusiles, respondió a las justas reivindicaciones de los peticionarios ordenando a su criados que fusilaran sin piedad a los obreros mexicanos, y dio él mismo el ejemplo haciendo fue-go sobre los peones. La primera descarga fue terrible: cerca de cien cadáveres y varios centenares de heridos cayeron en tierra. Los mineros trataron de defenderse con cuchillos y piedras; has-ta intentaron apoderarse de la persona del coronel Green, pero fueron masacrados después de una resistencia heroica, durante la cual fueron [muertos] un cierto número de sicarios del director.

“Esta carnicería tuvo lugar a cuarenta millas aproximadamen-te de la frontera de Arizona, en la gran cuenca cuprífera que se ex-tiende desde los Estados Unidos hacia el centro de México. Como en todos los otros Estados de la República mexicana, los capitalis-tas norteamericanos son enteramente dueños de esa región minera cuya principal compañía es conocida con el nombre de «Green Consolidated Mining Company»; han establecido relaciones amis-tosas con el gobierno de Díaz y las autoridades de Sonora”.

Y todas esas noticias trágicas de la vida del pueblo mexicano eran silenciadas cobardemente por la prensa, sometida al dicta-dor; y cuando era preciso hablar de tales hechos, la desfi gura-ción y las calumnias contra los trabajadores estaban a la orden del día. Los caídos de Cananea, después de haber sido fusilados tan despiadadamente, fueron insultados en la prensa porfi rista, la única que podía aparecer en México. El programa del Partido Liberal

El 1º de julio de 1906 se expidió el programa del Partido Liberal mexicano; el programa en sí todavía no revelaba las ideas libertarias que iban muy pronto a caracterizar toda labor de la Junta Organizadora y de su órgano Regeneración. He aquí las reformas constitucionales propiciadas por el partido:

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Reducción del período presidencial a cuatro años y supre-sión de la reelección para el presidente y los gobernadores de los estados; supresión del servicio militar obligatorio y estable-cimiento de la guardia nacional; aumento de la responsabilidad de los funcionarios públicos, imponiendo severas penas de pri-sión para los delincuentes; supresión de los tribunales militares en tiempos de paz. Se proponen diversas medidas para el fomen-to de la instrucción pública y la clausura de las escuelas pertene-cientes al clero; enseñanza laica, etc. Diversas reglamentaciones tendientes a restringir los abusos del clero católico. Jornada de trabajo de ocho horas y salario mínimo en toda la república; protección a la infancia; higiene de los talleres; abolición de las actuales deudas de los jornaleros del campo para con los amos; descanso dominical; en una palabra, todas las reivindicaciones que constituyen hoy el programa practico de los partidos socia-listas obreros. Respecto de las tierras, los liberales proponían: “los dueños de tierras están obligados hacer productivas todas las que posean; cualquier extensión de terreno que el poseedor deje improductiva, la recobrará el Estado y la empleará confor-me a los artículos siguientes:

“A los mexicanos residentes en el extranjero que lo solici-ten, los repatriará, el gobierno pagándoles los gastos de viaje, y les proporcionará tierras para su cultivo.

El Estado dará tierras a quien quiera que las solicite, sin más condición que dedicarlas a la producción agrícola, y no venderlas…”.

El programa del 1º de julio de 1906 se debe en gran parte a Juan Sarabia; Ricardo Flores Magón contribuyó en su parte más radical; pero se comprende que para él, como para otros muchos amigos del Partido Liberal, ese programa tenía sólo un valor pasajero para atraer los elementos liberales, entre los que estaba la parte honesta y sincera del pueblo mexicano, y para no alejar repentinamente por el radicalismo de las demandas y rei-vindicaciones a una mayoría de afi liados. Sin embargo, creemos que de haber triunfado el Partido Liberal en su primera tenta-tiva, desgraciadamente frustrada, muchos de los elementos que dio al movimiento anarquista se habrían perdido en la ilusión de hacer la felicidad de México por decreto gubernativo.

En Canadá

Las persecuciones contra Ricardo Flores Magón y sus com-pañeros volvieron a poner en peligro la propaganda revolucio-naria desde Saint Louis, Missouri. Para librarse de nuevos aten-tados inminentes, y para despistar al gobierno de México, los hermanos Flores Magón y Juan Sarabia se dirigieron a Canadá; Rivera y Manuel Sarabia se quedaron en Saint Louis, impri-miendo y enviando Regeneración bajo sobre cerrado.

Los agentes policiales mexicanos no tardaron en descubrir a los fugitivos en Toronto, provincia de Ontario; en vista del constante espionaje, dejaron secretamente esta ciudad por Montreal, provin-cia de Québec, donde también se presentaron sus perseguidores.

El 23 de septiembre hubo una señal evidente del despertar del pueblo mexicano, el levantamiento de los grupos liberales de Acayucan y Jiménez; y Ricardo Flores Magón, con los demás miembros de la Junta Organizadora del Partido Liberal, resol-vió entrar en acción; para ese efecto se dirigió con Juan Sarabia y Villarreal a la frontera de México a El Paso, Texas. Unos cua-renta grupos, treinta armados, respondían a las reivindicaciones del Partido Liberal. Pero intervino un hecho insospechado.

La traición. El gobernador Creel

El Estado de Chihuahua, por su proximidad a la frontera de los Estados Unidos, era el más trabajado por los emigrados mexi-canos. En El Paso se publicaba un bisemanal librepensador diri-gido por Lauro Aguirre, La Reforma Social; en Del Río, Texas, aparecía un periódico de carácter liberal también, El Liberal, de Amado Gutiérrez, y otros más. Todos hacían obra antiporfi -rista; y todos, con Regeneración a la cabeza, entraban en México, principalmente por el Estado de Chihuahua. ¡El gobernador de este Estado, Enrique C. Creel, un advenedizo de la fortuna, fue el instrumento del despotismo que tuvo el honor de sofocar tras los muros de San Juan de Ulúa, y en sangre, el primer ensayo de rebelión armada de los revolucionarios mexicanos!

Por informes confi denciales, Enrique C. Creel supo que se preparaba en El Paso un movimiento insurreccional; el 4 de octubre de 1906 envió el siguiente telegrama al déspota:

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“Presidente General Porfi rio Díaz, Palacio Nacional, México. –En El Paso, Texas, existe un centro revolucionario encabezado por Lauro Aguirre1 que está activando mucho sus trabajos. Tiene reuniones todas las noches. Se cree que Magón o Sarabia está escondido en El Paso. Están solicitando para dar algún golpe. Creo conveniente que general Vega vaya a Ciudad Juárez a vigilar al enemigo y a infundir respeto. Escribo.– El Gobernador.”

Porfi rio Díaz respondió inmediatamente en el sentido que el general Vega fuese a infundir respeto; pero no con veinticinco hombres, como Creel pedía en su carta, sino con cien o más, y con la misión de denunciar los hechos a las autoridades de El Paso por medio del Cónsul. En la carta que siguió al telegrama, el goberna-dor Creel comunicó al general Díaz, entre otras cosas: “El jefe po-lítico de Ciudad Juárez me ha comunicado que se cree que estuvo Magón en El Paso, Texas, pocos días antes del 15 de septiembre, y que después ha viajado de incógnito por la frontera de Texas y que probablemente se encuentra escondido en El Paso, Texas.”

En la misma carta comunica también al déspota: “...He es-crito a St. Louis, Missouri, solicitando un detective americano de confi anza para situarlo en El Paso, Texas, y espero que sus servicios han de ayudarnos bastante para descubrir todo lo que esos malvados están haciendo…”.

Se ha descubierto que el gobernador Creel tenía a su ser-vicio, desde mucho antes, detectives norteamericanos a sueldo del gobierno de México, para vigilar los pasos de los liberales expatriados en Estados Unidos. Un corredor de anuncios, de la agencia “Pinkerton” de detectives, se acercó al grupo editor de Regeneración y consiguió obtener algunos datos concernientes a las actividades de la Junta reorganizadora del Partido Liberal. En el informe rendido a Creel, por el detective, se lee la siguiente fi liación de Ricardo Flores Magón:

“Alto, cinco pies, ocho pulgadas.Cuerpo: es bastante gordo.Peso: aproximadamente 225 libras.Color de los ojos: muy negros.Color del pelo: negro rizado.

1 En las altas esferas ofi ciales se creía, en efecto, que el viejo luchador Lauro Aguirre encabezaba algún movimiento revolucionario en El Paso, Texas, tal vez por su franca actitud oposicionista al gobierno de Porfi rio Díaz; pero el que en realidad encabezaba el movimiento armado y estaba en secreta comunicación con la Junta Revolucionaria de Saint Louis, Missouri, era Prisciliano Silva. – Librado Rivera.

Color de tez: trigueño oscuro. ¿Fuma? Es un gran fumador de cigarros. ¿Habla mucho? Es más bien serio, pero tiene facilidad para

hablar y se expresa con elegancia.¿Habla inglés? Muy poco.¿Tiene mucho pelo? Bastante.¿Qué edad tiene? Representa como cuarenta y cuatro años.¿Es casado? No.¿Qué otras cosas puede usted decirme sobre el señor Magón?–Que es un periodista muy inteligente, trabajador; activo,

ordenado, que nunca se emborracha, que escribe muy bien a máquina, que se hace respetar de las personas que le acompa-ñan; que tiene un carácter muy resuelto y enérgico y que está fanatizado por la causa que persigue, con ese fanatismo brutal y peligroso que tienen los anarquistas.”

En el mismo informe, rendido el 28 de octubre de 1906, se lee igualmente:

“De todo el grupo de Regeneración ¿a quién considera us-ted el hombre más peligroso?

–Sin duda a Ricardo Flores Magón.Y si Ricardo Flores Magón fuese aprehendido y puesto en la

cárcel por varios años, ¿qué sucedería?–En el acto se acabaría todo ese movimiento alarmista y

agitador, pues él, don Ricardo, es el alma de todo, y sin él nada harían las otras personas. …” (Todos estos documentos, reco-gidos al caer Díaz, han sido publicados recientemente por El Demócrata. México, D. F., agosto y septiembre de 1924.)

El general Vega no quedó inactivo en Ciudad Juárez, adonde fue enviado para imponer respeto. Lo mismo hacían los jefes políticos de los diversos distritos. Ofi ciales del general Vega se fi ngieron amigos de los revolucionarios y consiguieron atraer varios a Ciudad Juárez. De ese modo cayeron Juan Sarabia, V. de la Torre y César Canales, el 19 de octubre. En El Paso, Texas, el mismo día fueron arrestados Antonio I. Villarreal, Lauro Aguirre y J. Cano. En una carta al general Díaz, escrita el 20 de octubre, el gobernador Creel, después de dar los informes de los arrestos, dice: “Las aprehensiones se hicieron bajo la dirección del señor general don José María de la Vega y con la ayuda muy efi caz del jefe político de Ciudad Juárez y de su comandante de policía Antonio Ponce. También ha prestado muy buenos servi-cios el capitán Castro, y mucho ha trabajado el cónsul Mallén, aunque le hacen algunos cargos por haberle faltado tino para aprehender a Ricardo Flores Magón...”.

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En El Paso se recogieron a los presos documentos y corres-pondencia que se dieron a la policía de Creel, base para nuevos atropellos. El gobernador de Chihuahua se mostró satisfecho de la labor realizada, deplorando sólo que se “se nos haya escapa-do Magón”, como dice en su carta al general Díaz.

Ricardo Flores Magón consiguió escapar con Modesto Díaz, mientras la policía lo buscaba en El Paso, y refugiarse en Los Ángeles, California.

El 21 de octubre llegaron Juan Sarabia, César E. Canales y Vicente de la Torre, bien custodiados, a la cárcel de Chihuahua; habían sido transportados de Ciudad Juárez para que el juicio que se les siguiera hiciese un escarmiento; el gobernador Creel quería que el juez de la causa estuviese bajo sus órdenes absolu-tamente. El déspota telegrafi ó a su gobernador en Chihuahua, el 23 de octubre: “…Diga usted al juez que el caso es excepcional y que debe emplear toda la severidad que sea posible y quepa den-tro de la ley, y en algunos casos preparar los procedimientos para que quepa”.

Con ese espíritu en las esferas ofi ciales había que esperar para los presos el máximo de la pena: Juan Sarabia, César E. Canales y Vicente de la Torre fueron condenados a 7 años de prisión, en enero de 1907; otros liberales arrestados por los esbirros de Creel en el Estado de Chihuahua, Eduardo González, Antonio Balboa, Elfego Lugo, Nemesio Tejada, Alejandro Bravo y otros, fueron condenados a penas que variaban 1 a 4 años. Todos ellos fueron a dar con sus huesos a San Juan de Ulúa, presidio cons-truido en un islote frente al puerto de Veracruz.

El 30 de octubre, Creel telegrafi ó al general Díaz: “De las personas comprometidas en Chihuahua, han sido aprehendidas hasta el último. Falta ahora limpiar otros Estados...”. Y la lim-pieza se hizo; numerosos revolucionarios, comprometidos o no en el levantamiento frustrado, fueron encarcelados por largos años en las mazmorras porfi ristas. En la ciudad de México caye-ron, entre otros, Martínez Carreón y Pérez Fernández, redactor y administrador, respectivamente, de una publicación satírica de oposición, El Colmillo Público, y condenados a largos años de prisión. Martínez Carreón murió en la cárcel de Belén en la ciudad de México.

En Saint Louis, Missouri, donde se publicaba Regeneración, el golpe de las persecuciones cayó sobre Librado Rivera. He aquí lo que relata él mismo, en carta dirigida a la embajada mexicana en Estados Unidos, en junio 12 de 1921 (véase página 86 del libro Por la Libertad de Ricardo Flores Magón y compañeros presos en Estados Unidos): “En octubre de 1906 fui arrestado sin orden alguna de arresto y enviado a las ofi cinas de inmigra-ción de Saint Louis, Missouri De ahí se me plagió en ferrocarril, por la noche, camino a México.

“Los detectives me dijeron que iba a ser entregado al Gobierno mexicano. Pero repentinamente mis guardianes recibieron un telegrama en la pequeña estación de Ironton, Missouri., a ochenta millas de Saint Louis, Missouri; en la cár-cel de esa población se me dejó completamente incomunicado durante tres semanas”.

El telegrama que hizo paralizar la entrega de Rivera a las autoridades mexicanas se debió a una enérgica campaña de varios periódicos de Saint Louis, que exigieron noticias sobre la suerte del detenido, el cual debió ser devuelto y entregado al juez competente, con una acusación falsa por asesinato y robo en México, durante la huelga de Cananea, en junio de 1906. Los testimonios a favor de Rivera fueron de tal natu-raleza, que el juez no pudo menos que ponerlo en libertad. Y como el cónsul mexicano no quería soltar su presa y pre-tendía tramar una nueva acusación, Rivera huyó del juzga-do y, después de alguna permanencia en Saint Louis y una penosa peregrinación a pie, consiguió llegar a Los Ángeles, California, en junio de 1907.

He aquí la declaración del juez que entendió en la causa con-tra Librado Rivera:

“Ciudad de Saint Louis, estado de Missouri. Yo, por la presente, certifi co que previa audiencia pública

habida ante mí, en mi ofi cina de esta ciudad, este día 30 de noviembre de 1906, estando presente el acusado y habiendo resultado las pruebas presentadas por los demandantes, en lo absoluto de índole política, el acusado, Librado Rivera, fue ab-suelto.–James R. Gray, comisionado de los Estados Unidos en Saint Louis”.

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El mismo caso de Librado Rivera, acusado de asesinato y robo por el gobierno mexicano para obtener la extradición, le sucedió a otros liberales: a Pedro González, Crescencio Villarreal, Trinidad García, Demetrio Castro, Patricio Guerra, Lauro Aguirre, etc., etc. Como la maniobra del asesinato y robo no prosperó, se recurrió al rapto y así fueron enviados a México muchos enemigos del porfi -rismo, donde les esperaba la muerte o el presidio. Otro recurso que se puso en práctica, para facilitar la entrega de los revolucionarios por los Estados Unidos, fue la intervención del Departamento de Inmigración; según las leyes de inmigración, al descubrirse en los Estados Unidos un inmigrante que fuese criminal o anarquista, o que hubiere entrado a la nación ilegalmente, siempre que ese descu-brimiento fuere hecho en los tres primeros años de su llegada, po-día ser deportado por los jefes de inmigración. El dinero mexicano circuló abundantemente por las ofi cinas de inmigración y los em-pleados de éstas tuvieron por consiguiente un evidente interés en complacer al gobierno de México. En el invierno de 1906 fueron deportados por las autoridades del Departamento Inmigración, en-tre otros, Lázaro Puente, Abraham Salcido, Gabriel Rubio, Bruno Treviño, Carlos Huberts, Leonardo Villarreal y otros, de Douglas; de ellos, Lázaro Puente, editor de un periódico en Douglas, habita-ba en los Estados Unidos desde hacía trece años…

Más aún: sucedió más de una vez que los presos destinados a la deportación eran entregados a la policía de mexicana en la frontera con las esposas en las manos, y era corriente verlos llegar a la prisión de destino en México con las esposas norteamericanas todavía.

La lista de los detenidos y de los condenados a largos años de prisión por la tentativa frustrada de levantamiento en octubre de 1906 es formidable. Por primera vez la opinión mundial vol-vió los ojos hacia México y prestó oídos a los ayes de las vícti-mas del porfi rismo. En Cuba se constituyó un comité de defensa de los presos mexicanos y la prensa obrera de todos los países condenó acerbamente los crímenes del tirano de México. Un colaborador de Temps Nouveaux escribió en el número del 29 de junio de 1907 de esta publicación anarquista:

“Se saben muy pocas cosas o casi nada de lo que concierne a ese desgraciado país que se llama México; todo lo que se sabe de él, aparte de la prensa asalariada que se consagra a la repugnante ta-rea de incensar al déspota que oprime a ese pueblo, es que existe.

Las notas emitidas por tales periódicos nos presentan a Porfi rio Díaz, el dictador de México, como un ser sobrenatural que hace la dicha de los mexicanos, los cuales, por reconoci-miento, lo reeligen cada cuatro años para que pueda continuar gobernando...

La verdad es, por lo contrario, por completo diferente de lo que informa la prensa capitalista. Los mexicanos forman el pueblo más desdichado de la tierra, y la autocracia rusa es cien veces más humanitaria y más liberal que la autocracia mexicana...”.

Fundación de Revolución en Los Ángeles, California

Cuando Ricardo Flores Magón escapó al arresto en El Paso, Texas, y se dirigió a Los Ángeles, California, con Modesto Díaz, sin tener en cuenta el golpe sufrido por la Junta Organizadora del Partido Liberal, sin amedrentarse por las persecuciones y las condenas bárbaras contra los comprometidos en la tentativa insurreccional, se puso de inmediato a continuar la labor inte-rrumpida. A los tres días de su llegada a Los Ángeles, el 14 de noviembre de 1906, estuvo a punto de ser arrestado por orden del gobierno mexicano. El 18 de enero de 1907 corrió otro nue-vo peligro de ser descubierto. En vista del espionaje de que era objeto su refugio secreto en casa de unos camaradas, partió para San Francisco y Sacramento; desde allí colaboró en un periódico recientemente fundado para sustituir a Regeneración, y que co-menzó a aparecer en Los Ángeles, desde el 1º de junio de 1907 con el título de Revolución.

En su primer número publicó el artículo siguiente con el nombre de

CLARINADA DE COMBATE

“¡Mentira que la virtud se anide solamente en los espíritus

sufridos, piadosos y obedientes!¡Mentira que la bondad sea un signo de mansedumbre;

mentira que el amor a nuestros semejantes, que el anhelo de liberar sus penas y sacrifi carse por su bienestar, sea una cualidad distintiva de las almas apacibles, tiernas, eternamente arrodilla-dos y eternamente sometidas!

¿Que es un deber sufrir sin desesperarse, sentir sobre sí el azote de la inclemencia, sin repeler la agresión, sin un gesto de coraje?

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¡Pobre moral la que encierra la virtud en el círculo de la obediencia y la resignación!

¡Innoble doctrina la que repudie el derecho de resistir y pre-tenda negar la virtud a los espíritus combatientes, que no tole-ran ultrajes y rehúsan declinar sus albedríos!

No es verdad que la sumisión revele alteza de sentimientos; por el contrario, la sumisión es la forma más grosera del egoís-mo: es el miedo.

Son sumisos los que carecen de la cultura moral sufi ciente para posponer la propia conservación a las exigencias de la dig-nidad humana; los que huyen del sacrifi cio y el peligro, aunque se hundan en el oprobio; los cobardes incorregibles que en to-dos los tiempos han sido un grave obstáculo para el triunfo de las ideas emancipadoras.

Los sumisos son los traidores del progreso, los rezagados despreciables que retardan la marcha de la humanidad.

Jamás al altruismo ha germinado en esos temperamentos morbosos y amilanados; el altruismo es patrimonio de los ca-racteres fuertes, de los abnegados que aman demasiado a los demás para olvidarse de sí mismos.

¡Mentira que la sumisión sea un acto digno de encomio; mentira que la sumisión sea una prueba de sanidad espiritual! Los que se someten, los que renuncian al ejercicio de sus dere-chos, no sólo son débiles: son también execrables. Ofrecer el cuello al yugo sin protestar, sin enojo, es castrar las potencias más preciadas del hombre, hacer obra de degradación, de pro-pio envilecimiento; es infamarse a sí mismo y merecer el despre-cio que mortifi ca y el anatema que tortura.

No hay virtud en el servilismo. Para encontrarla en esta agriada época de injusticias y opresiones, hay que levantar la vista a las al-turas luminosas, a las conciencias libres, a las almas batalladoras.

Los apóstoles serenos que predicando la paz y el bien con-quistaban la muerte; los avocados al sacrifi cio; los que creían sacrifi carse marchando indefensos al martirio; los virtuosos del cristianismo, no surgen ni son necesarios en nuestros días: se ha extinguido esa casta de luchadores, desapareció para siempre, envuelto en el sudario de sus errores místicos. Con su ejem-plo nos legaron una enseñanza viva que la mansedumbre es la muerte. Predicaron y sufrieron. Fueron insultados, escupidos, pisoteados, y jamás levantaron la frente indignada. La gestación de sus ideas fue muy lenta y muy penosa; el triunfo, imposible. Faltó en ellos la violencia para demoler los castillos del retro-ceso, la pujanza bélica para abatir al enemigo y enarbolar con férreo puño los estandartes vencedores. Su ejemplo de corderos no seduce a las nuevas falanges de reformistas, sublimes por su consagración al ideal; pero perfectamente educados en la escue-la de la resistencia y las agresiones.

Luchar por una idea redentora es practicar la más bella de las virtudes: la virtud del sacrifi cio fecundo y desinteresado. Pero luchar no es entregarse al martirio o buscar la muerte. La lucha es esforzarse por vencer. La lucha es la vida, la vida encrespada y rugiente que abomina el suicidio y sabe herir y triunfar.

Luchemos por la libertad; acudid a nuestras fi las los mo-dernos evangelistas, fuertes y bienhechores, los que predican y accionan, los libertarios de conciencias diáfanas que sepan sacrifi carse todo por el principio, por el amor a la humanidad; los que estén dispuestos a desdeñar peligros y hollar la arena del combate donde han de reproducirse escenas de barbarie, fatal-mente necesarias, y donde el valor es aclamado y el heroísmo tiene seductoras apoteosis.

¡Acudid los cultores del ideal, los emancipados del miedo, que es negro egoísmo! ¡Acudid; no hay tiempo que perder!

Concebir una idea es comenzar a realizarla. Permanecer en el quietismo, no ejecutar el ideal sentido, es no accionar; ponerlo en práctica, realizarlo en toda ocasión y momento de la vida es obrar de acuerdo con lo que se dice y predica. Pensar y accionar a un tiempo debe ser la obra de los pensadores; atreverse siempre y obrar en toda ocasión debe ser la labor de los soldados de la Libertad.

La abnegación empuja al combate: apresurémonos a la con-tienda más que por nosotros mismos, por nuestros hijos, por las generaciones que nos sucedan y que llamarán a nuestras criptas, para escarnecernos si permanecemos petrifi cados, si no destrui-mos este régimen de abyección en que vivimos; para saludarnos con cariño, si nos agitamos, somos leales al glorioso escudo de la humanidad que avanza.

Laboremos para el futuro, para ahorrar dolores a nuestros pastores. Es fuerza que destruyamos esta ergástula de miseria y vergüenza; es fuerza que preparemos el advenimiento de la sociedad nueva, igualitaria y feliz.

No importa que perezcamos en la azarosa refriega; de todos modos habremos conquistado una satisfacción más bella que la de vivir: la satisfacción de que en nuestro nombre la Historia diga al hombre de mañana, emancipado por nuestro esfuerzo:

Hemos derramado nuestra sangre y nuestra lágrimas por ti. Tú recogerás nuestra herencia.

Hijo de los desesperados, tú serás un hombre libre”.

Otro editorial de Flores Magón

En el segundo número leemos en un editorial, también debi-do a Ricardo:

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“La revolución que se inició a fi nes de septiembre del año pasado y que está próxima a continuar, es una revolución po-pular, de motivos muy hondos, de causas muy profundas y de tendencias bastantes amplias. No es la revolución actual del género de la de Tuxtepec, de La Noria, verdaderos cuartelazos fraguados por empleados mismos del Gobierno, por ambicio-sos vulgares que no aspiraban a otra cosa que a apoderarse de los puestos públicos para continuar la tiranía que trataban de derribar, o para sustituir en el Poder a gobernantes honrados como Juárez y como Lerdo de Tejada, a cuya sombra los bandi-dos no podían medrar.

Una revolución como aquellas que encabezó Porfi rio Díaz o como las que antes de la guerra de Tres Años se siguieron una después de otra en nuestro desgraciado país; una revolución sin principios, sin fi nes redentores, la puede hacer cualquiera en el momento que se le ocurra lanzarse a la revuelta y bastará con apresar a los que hacen de cabecillas para destruir el mo-vimiento; pero una revolución como la que ha organizado la Junta de Saint Louis, Missouri, no puede ser sofocada ni por la traición, ni por las amenazas, ni por los encarcelamientos, ni por los asesinatos. Eso es lo que ha podido comprobar el dicta-dor y de ello provine su inquietud. No está en presencia de un movimiento dirigido por aventureros que quieren los puestos públicos para entregarse al robo y a la matanza como los ac-tuales gobernantes, sino de un movimiento que tiene sus raíces en las necesidades del pueblo y que, por lo mismo, mientras esas necesidades no sean satisfechas, la revolución no morirá, así perecieran todos sus jefes, así se poblasen hasta reventar los presidios de la República y se asesinase por millares a los ciuda-danos desafectos al Gobierno...”

Una nota que se puede comprobar en todas las publicaciones de Ricardo Flores Magón es una ausencia completa de ambi-ciones personales de mando, desde los primeros momentos; sin embargo, a juzgar por el programa del Partido Liberal, del 1º de julio de 1906, habría que haber esperado todo lo contrario, la afi rmación de la idea de que todo cambiaría en cuanto el Partido Liberal llegase al poder. No: la propaganda de Ricardo Flores Magón fue siempre inspirada por un soplo libertario innegable, aunque no del todo consciente en los primeros tiempos.

Fue durante la publicación de Revolución en Los Ángeles, Cal., cuando entró en contacto con la Junta del Partido Liberal uno de los elementos más simpáticos de la revolución mexicana: Práxedis G. Guerrero, más tarde secretario de la Junta. En Revolución se

encuentran algunas de sus contribuciones literarias a la propagan-da. Guerrero, procedente de una familia rica, pudo haber vivido en la abundancia, explotando a los pobres peones; pero abandonó su riqueza y se entregó a la vida del proletario, compartiendo con sus hermanos de miseria, su dolor y sus amarguras. Entre los que lo conocían gozaba de una gran estima por su bondad, por su auste-ridad y su abnegación en favor de los oprimidos.

Balance de los acontecimientos de 1906

Queremos transcribir íntegra una circular de los primeros meses de 1907, en la que se hace un breve balance de los acon-tecimientos de fi nes de 1906:

“Estimado y fi no amigo: Para las personas que ignoran, nuestros antecedentes en la lucha desigual que desde hace siete años venimos sosteniendo contra el absolutismo que ha hecho del pueblo mexicano un esclavo de la patria, una dependencia extranjera, la aparente inacción de la Junta podría traducirse como una sumisión de los miembros que la integran a la fuerza del despotismo, lo que signifi caría una cobarde retirada de la lucha en los momentos precisos en que es menester el arrojo y es urgente hacer de la voluntad un fuerte irreductible.

“La idea de una retirada del campo de combate no cabe en nuestras almas de suyo rebeldes y tenaces. ¡Que retrocedan los cobardes, que cedan los débiles, que se sometan los viles! Nosotros seguiremos en pie en nuestro puesto esperando con serenidad la suerte que el Destino nos depare.

“Desde que los obreros mexicanos empleados en las mi-nas de Cananea, Sonora, fueron alevosamente asesinados por los explotadores sin conciencia que la dictadura protege para que mantengan al pueblo en la servidumbre, la Junta y su ór-gano Regeneración han sido perseguidos sin descanso por la dictadura. Roosevelt, el presidente norteamericano, haciendo suya la causa de los perseguidores de los liberales mexicanos, en quienes ve un peligro para el desarrollo y robustecimiento de su imperialismo sobre México, garantizados por el traidor que ejerce la primera magistratura en nuestra patria, no se ha dado descanso en su tarea de poner a los miembros de la Junta Organizadora del Partido Liberal mexicano en poder de los ver-dugos del pueblo, derivándose de eso la sañuda cruzada de que somos objeto.

“Esas persecuciones no han amenguado nuestros entusias-mos ni han debilitado nuestros propósitos de ver implantado en nuestro suelo el programa expedido por la Junta el día 1° de

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julio del año pasado. Para imponer ese programa, para hacer triunfar nuestros ideales de libertad y de justicia, enarbolamos la bandera de la rebelión a fi nes de septiembre de 1906. El triun-fo era seguro. Cada cláusula del programa responde a una nece-sidad ingente y avasalladora, y el conjunto de dicho documento es la suma de las aspiraciones sanas de un pueblo cansado de la miseria y de la tiranía.

“La organización revolucionaria fue lo más perfecta posi-ble. Los grupos de ciudadanos intrépidos, prontos a levantarse a la primera señal de la Junta, esperaban con ansia el momento deseado de lanzar el guante al despotismo y a la explotación. La señal fue dada; pero la traición había espiado parte de los planes de la Junta y las cárceles de la República y de los Estados Unidos se poblaron de hombres resueltos y dignos. Fue aquel momento de prueba para el Partido Liberal. Traicionado por dos villanos ofi ciales del ejército del dictador; perseguidos sin tregua todos aquellos que por su conducta digna despertaban desconfi anzas a un gobierno de ladrones y de traidores; encarce-lados por todas partes liberales distinguidos y aun varios miem-bros de la Junta, uno de los cuales, el vicepresidente de la mis-ma, el abnegado Juan Sarabia, extingue en la fortaleza de San Juan de Ulúa la condena de siete años de prisión que le impuso el juez del distrito de Chihuahua por orden del autócrata, ni un momento fl aqueó el partido heroico que en el actual momento de su historia sin mancha está destinado a poner la primera pie-dra de la verdadera libertad y de la verdadera justicia.

“Por la traición solamente dos grupos insurgentes pudieron efectuar el levantamiento: el de Jiménez y el Acayucan, pues cuando la Junta se iba a constituir en Ciudad Juárez, cuyo he-cho era otra de las señales para el levantamiento de otros grupos de la República, Juan Sarabia fue aprehendido en dicha ciudad, y con él los principales jefes del movimiento, la víspera del día señalado para ser tomada por las fuerzas liberales, mientras en El Paso, Tex., el secretario de la Junta, Antonio I. Villarreal, fue puesto en la cárcel, habiendo escapado por una mera casualidad el presidente de la misma que se encontraba en el propio lugar. En St. Louis, Missouri, el primer vocal, profesor Librado Rivera, fue plagiado por las autoridades norteamericanas en combina-ción con las mexicanas y hubiera sido conducido a México si la prensa norteamericana no hubiera clamado justicia.

“El intrépido liberal Aarón López Manzano siguió más tarde distintas banderías políticas que por varios años ha acompaña-do a los miembros de la Junta como compañero de labores, fue también reducido a prisión en St. Louis y se le hubiese pasado a México si no hubieran concurrido las mismas circunstancias que impidieron la cobarde entrega de que iba hacer víctima el primer vocal de la Junta.

“Antonio I. Villarreal iba a ser entregado a las autoridades mexicanas cuando se fugó, dejando burlados a los sicarios nor-teamericanos y a los verdugos de México.

“A pesar de todo, los trabajos en pro de la libertad han se-guido su curso. Los fracasos anteriores, debidos a la traición y a la connivencia del impulsivo de la Casa Blanca con el traidor presidente de México, quien está haciendo donación vergon-zosa del país a los capitalistas norteamericanos, no han tenido otro efecto que redoblar nuestros esfuerzos para salvar de una servidumbre perpetua a un pueblo digno de mejor suerte.

“Por otra parte, el pueblo norteamericano, el que trabaja y piensa, ha criticado acerbamente la conducta atrabiliaria de Roosevelt, como lo demuestra el hecho de haberse puesto la prensa a nuestro favor cuando ese magnate extremó sus perse-cuciones. Por más que la dictadura lanzó la maquiavélica espe-cie de que tratábamos de hacer una revolución antiextranjera, la verdad brilló al fi n y todos se convencieron de que no somos enemigos del extranjero, sino de los explotadores y de los tira-nos, sean extranjeros o mexicanos.

“Los trabajos para derribar el despotismo avanzan con fi rmeza y sólo se hace sentir la necesidad de la prensa para que su voz prestigiosa anime a todos a deshacerse del yugo y a ser libres.

“Queremos completar nuestros trabajos con la reanuda-ción de la publicación de Regeneración, y para lograr nuestros deseos patrióticos nos dirigimos a aquellos de nuestros amigos que mayores pruebas de espíritu liberal han dado para que nos ayuden a reanudar la publicación del periódico, enviándonos fondos.

“También deseamos publicar un manifi esto a la nación en el cual explicaremos, con abundancia de detalles, nuestra actitud y nuestra voluntad de derribar por la fuerza de las armas a un Gobierno sordo a las quejas de un pueblo que desfallece por el hambre y la esclavitud.

“Esperamos que usted nos ayudará con fondos para la em-presa que entre manos tenemos y que invitará a sus amigos a que contribuyan con lo que puedan, considerando que los ac-tuales trabajos de la Junta requiere sumas enormes, puesto que ya no sólo se trata de propagar el ideal, sino de hacerlo triunfar por medio de la fuerza, único argumento que convence a los opresores de los pueblos.

“Para envíos de cartas y dinero, hágase uso exclusiva-mente de la siguiente dirección: Sr. Melquíades López, box, 50, Bridgeport, Tex.

“En espera de sus letras quedamos sus amigos y correligio-narios que lo aprecian. – R. Flores Magón, presidente; Antonio I. Villarreal, secretario.”

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El rapto de Manuel Sarabia

He aquí un suceso que revela hasta qué punto extremaba Díaz sus persecuciones y hasta qué punto tenía cómplices y agentes en los Estados Unidos:

El 30 de junio de 1907, el guardia rural Sam Hayhurst en-contró en una calle de Douglas a Manuel Sarabia. El rural le puso la pistola en el pecho y lo declaró preso, sin orden alguna de arresto. Como Sarabia se negaba a seguirlo, el guardia rural solicitó ayuda y Sarabia fue llevado a la cárcel, donde estuvo incomunicado con centinela a la vista. Por la noche del día de la detención, dos individuos despertaron al preso, le pusieron esposas y lo condujeron a un automóvil que esperaba a la puerta de la cárcel. Como adivinase que se trataba de transportarlo a México, procuró resistirse y se le cerró la boca y se le vendaron los ojos. El automóvil partió a gran velocidad y al poco tiem-po llego a la frontera mexicana; el preso fue entregado a diez soldados porfi ristas. Sarabia fue montado en un caballo, cuyas riendas tomó uno de los soldados. A las doce del día siguiente llegó la caravana a una estación y desde allí Sarabia fue trans-portado en tren a la cárcel de Cananea. Desde allí, el 3 de julio fue trasladado a la cárcel de Hermosillo, donde estuvo seis días incomunicado, a cuyo término fue puesto en libertad y devuelto a Douglas. ¿Qué había pasado mientras tanto?

Existía en Douglas un diario The Douglas Industrial, que de-nunció el rapto y que realizó una enérgica campaña2, a la que se debió que la población indignada realizase manifestaciones pú-blicas y buscase con una cuerda al cónsul mexicano para ahor-carlo; la protesta de la población de Douglas obligó a las autori-dades norteamericanas a reclamar de nuevo a Manuel Sarabia, que había sido raptado con su complicidad, y el Gobierno de México no pudo menos que ceder para evitar el escándalo de la prensa.

La devolución de Manuel Sarabia fue una derrota de gran signifi cación para el tirano de México y un triunfo para los liberales.

2 A esta campaña se unió Práxedis G. Guerrero publicando y repartiendo hojas sueltas en español entre el pueblo obrero de Douglas.

Nuevos arrestos. Veinte mil dólares por la cabeza de Flores Magón

En julio de 1907 regresaron ocultamente, a Los Ángeles, Ricardo Flores Magón, Antonio I. Villarreal y Librado Rivera. Enrique Flores Magón se había quedado en Canadá desde 1906, y regresó a Estados Unidos a mediados de 1908.

Mientras tanto aparecía Revolución regularmente en pe-queño formato, con la cooperación incesante de Ricardo y de Práxedis G. Guerrero. Modesto Díaz fi guraba como adminis-trador. En este periódico se comprueban ya claros destellos anárquicos o, cuando menos, un comienzo de evolución y de olvido de los principios del programa del Partido Liberal; se predica la toma de la tierra, el antiparlamentarismo, la guerra de los pobres contra los ricos, y la crítica al tirano se va convir-tiendo poco a poco en crítica a la tiranía en sí, y un par de años más tarde en crítica al principio de autoridad. En Revolución, que fue suspendida en 1908 por la persecución desatada con-tra sus redactores, está el germen de muchas ideas favoritas de Ricardo Flores Magón que habría de hallar su exposición y su propagación sistemática más tarde.

El 23 de agosto de 1907 fueron arrestados Ricardo Flores Magón, Librado Rivera y Antonio I. Villarreal en Los Ángeles; se había tramado todo un plan para transportarlos a México clandestinamente y entregarlos a la venganza del general Díaz; el dinero mexicano doblegaba todos los escrúpulos de la poli-cía y las autoridades de los Estados Unidos, las que, por otra parte, no pecaban de escrupulosas. Desde hacía meses circu-laban noticias ofreciendo 20.000 dólares por la captura de Ricardo Flores Magón, y en las ofi cinas de correos de las ciu-dades norteamericanas fronterizas se encontraban carteles con el ofrecimiento y las señas personales del odiado rebelde. La tarde del 23 de agosto de 1907 se tenía preparado un automó-vil; pero los arrestados, al darse cuenta de que se trataba de un rapto, comenzaron a gritar sus nombres y a llamar la atención pública; a causa de esa resistencia, Ricardo y sus compañeros fueron brutalmente golpeados por los esbirros y cayó Ricardo un momento a tierra bañado en sangre. En vista de la imposi-bilidad de realizar el rapto, Ricardo, Librado Rivera y Antonio

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I. Villarreal fueron enviados a la cárcel, bajo la acusación de resistencia a la fuerza armada, cuando en realidad la causa era la obediencia a un plan premeditado para acabar con los inspiradores del movimiento antiporfi rista en alguna prisión mexicana.

Los esbirros que realizaron el arresto de los revolucionarios fueron: Thomas H. Furlong, jefe de la agencia de detectives Pinkerton de Saint Louis, Missouri, y otro detective norteameri-cano, Samuel, de la misma agencia, ayudados por dos famosos espías mexicanos llamados Talamantes y Rico, de Los Ángeles. Furlong se vanagloriaba públicamente de andar tras Ricardo Flores Magón desde hacía tres años y de no haber perdido el tiempo en ese plazo, pues había entregado al gobierno mexicano ciento ochenta revolucionarios refugiados en Estados Unidos. Días antes del arresto había estado en Los Ángeles Enrique C. Creel, entonces embajador de México en los Estados Unidos; procedía de Washington, y conferenció con los capitalistas que habían recibido grandes concesiones en México, contratando los mejores abogados del sur de California para que secunda-ran la lucha del porfi rismo contra sus enemigos; entre esos abo-gados fi guraban Henry T. Gage, ex gobernador del Estado de California; Gray, Barker y Bowen, asociados con Flint, sena-dor de los Estados Unidos, y con Horace Appel. Es de notar también, como prueba de complicidad del gobierno de Estados Unidos, que el procurador general envió un telegrama al abo-gado del distrito de la Corte de Apelaciones de San Francisco, California, recomendándole que procediera de modo que fuese imposible la fi anza para Flores Magón y compañeros, diciendo: “Resista a toda costa los procedimientos en el caso de apelación de Magón y compañeros porque son deseados en México”.

Dos abogados, Job Harriman y A. R. Holston, se hicieron cargo de la defensa de los presos, en cuyo favor se realizaron mítines de protesta y una campaña periodística internacional incesante. Eso los salvó de la entrega al gobierno mexicano.

A continuación publicamos las declaraciones hechas por el detective Furlong ante la Corte de Justicia de Los Ángeles, California, respondiendo a preguntas del defensor de Ricardo Flores Magón y compañeros:

“Harriman (defensor).– ¿A qué negocio se dedica usted?Furlong.– Soy el presidente y gerente de la compañía

Furlong, de servicio secreto de Saint Louis, MissouriH.– ¿Usted ayudo aprehender a estos hombres?F.– Yo lo hice.H.– ¿Qué derecho le asistía?F.– Ése es objeto que se deducirá de las declaraciones.H.– ¿Tenía usted orden de aprehensión?F.– No, señor.H.– ¿Los capturó sin orden de aprehensión?F.– Si, señor.H.– ¿Usted se apoderó de algunos objetos de la propiedad

de ellos, sin su autorización?F.– Sí, señor.H.– ¿Entró en la casa y la registró sin su autorización?F.– Sí.H.– ¿Y se apoderó de los documentos de ellos?F.– Yo no los despojé de los documentos. Yo capturé a ellos

y los encerré, y luego volví y cogí los documentos.H.– ¿Los tomó de la casa de los detenidos y los conservó en

su poder? ¿No fue así?F.– No, señor; los entregué más adelante.H.– Bien; ¿usted los retuvo en su poder tanto como lo creyó

conveniente?F.– Sí, señor.H.– ¿Quién le pago por realizar ese trabajo?F.– El gobierno mexicano”.

A pesar de demostrar palmariamente la injusticia de la pri-sión de los tres liberales, el juez se rehusó a ponerlos en liber-tad, ateniéndose a las acusaciones fraguadas; para imposibili-tar la libertad bajo fi anza, se fi jo la caución en 5.000 dólares, y cuando esta suma iba a ser depositada, con pretextos fúti-les se rechazó su admisión. Al año y siete meses de estar tras de las rejas fueron reconocidos “culpables” de conspiración violadora de las leyes de neutralidad, por el intento de traba-jar en una insurrección armada contra el gobierno mexicano y condenados a diez y ocho meses de prisión, pena cumpli-da primero en Yuma, Arizona, y luego en Florence, Arizona. Cumplida su condena, el 3 de agosto de 1910 se dirigieron a Los Ángeles, California, en donde reanudaron la publicación de Regeneración el 3 de septiembre del mismo año.

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Actividades revolucionarias desde la cárcel

La prisión de Ricardo Flores Magón y Librado Rivera estu-vo muy lejos de signifi car una paralización de la propaganda re-volucionaria; todo lo contrario: quedaban fuera hombres como Enrique Flores Magón, Práxedis G. Guerrero, Antonio P. Araujo, Jesús M. Rangel y otros que activaron las labores de organización y de propaganda para un nuevo levantamiento, de acuerdo siem-pre con los presos. Según parece, ya en esa época Ricardo Flores Magón y Librado Rivera mantenían a Antonio I. Villarreal ajeno a los asuntos serios del movimiento, por no confi ar demasiado en él. Antonio I. Villarreal no supo nada concreto de los viajes de Guerrero y Rangel por México para preparar los ánimos a fi n de dar un golpe de muerte a la dictadura; Ricardo y Librado tenían el propósito de deshacerse, al salir de prisión, de Villarreal, que no podía seguir su evolución libertaria; con ese fi n le propusieron ir a San Antonio, Texas, pero Villarreal se empeñó en seguir con la Junta en Los Ángeles, hasta que por su propaganda maderista y a favor de la American Federation of Labor en Regeneración fue obligado a defi nir claramente su posición y se pasó al bando de Madero, con el cual ocupó el puesto de cónsul general en España.

Veamos cómo se trabajó por el levantamiento de 1908. Ricardo Flores Magón escribía largas cartas a Práxedis G. Guerrero, a su hermano Enrique y a otros compañeros de con-fi anza; en ella exponía los planes de acción y daba las instruc-ciones necesarias para la propaganda. Sobre la evolución de la Junta Organizadora del Partido Liberal nos dice mucho este pequeño fragmento de una carta de Enrique Flores Magón a su hermano Ricardo, caída en manos de la policía porfi rista, que la publicó en La Patria, 4 de septiembre de 1908, México:

“… Decididamente sólo a Escoffi e y a Pérez concederemos acceso, siempre que no hayan perdido sus ideales anarquistas. Si los perdieren, esperaremos a que se den a conocer algunos anarquistas inteligentes, para hacerlos miembros de la Junta, estando de común acuerdo en la elección, Práxedis, tú, Librado y yo, que somos del mismo ideal…”.

Se preguntará uno cómo se armoniza el Programa del Partido Liberal del 1º de julio de 1906 con los ideales anarquistas, y no se halla fácilmente una respuesta concreta; pero hay que suponer

que los miembros libertarios de la Junta tenían, ante todo, fe en el pueblo insurreccionado y confi aban que una vez con la armas en las manos los hechos y las circunstancias impondrían el verdade-ro programa realizable. Por otra parte, existía el deliberado pro-pósito de arrastrar hacía el anarquismo al elemento liberal, y por eso la Junta, desde 1908 en adelante, compuesta por anarquistas, procedía con ciertas consideraciones de táctica.

Copiamos otro párrafo signifi cativo de una carta de Enrique Flores Magón a Práxedis G. Guerrero, escrita el 9 de junio de 1908 y caída en manos de la policía, que la publicó en La Patria el 25 de septiembre, 1908. Dice así: …“Oiga, Práxedis: Debo de ser franco; le diré que creo malo y arriesgado el paso que usted vaya a Juárez antes del movimiento; casi lo considero un acto carente de prudencia. Recuerde usted lo que tanto nos re-comienda y aun suplica Ricardo, que no nos expongamos a caer en las manos de nuestros enemigos; y pensando las razones que Ricardo da, concluye uno por darle la razón.

“Efectivamente, Práxedis; por lo pronto, aunque seamos anarquistas, debemos considerarnos como jefes del ejército libe-ral y, por nuestros mismo carácter de jefes, debemos cuidarnos para impedir que con nuestra caída venga el caos y la confusión que Ricardo presiente y nos marca acertadamente, puesto que las circunstancias especiales por las que atraviesa el movimiento nos colocan en la lucha como jefes, y hasta con una bandera que seguir en el combate y por la cual luchar. No crea usted por eso, mi buen Práxedis, que la megalomanía ha hecho presa en mí tam-bién, como en nuestros pobres compañeros Antonio (Villarreal) y Manuel (Sarabia); no, no desconozco mis pocas aptitudes para jefe, ni mi escaso mérito de luchador para ser tomado como una bandera; pero, a la vez, tampoco me es ignorado que nuestros correligionarios, no conociéndonos a todos nosotros personal-mente, ni estando en aptitud de estudiarnos y analizarnos, creen que todos los de la Junta tenemos la vigorosa capacidad mental de Ricardo o de Juanito (Sarabia). Como quiera que sea, el caso es, Práxedis, que si usted o yo, o ambos a la vez, cayésemos en manos de nuestros enemigos, traería el desaliento, la desorgani-zación y aun el desbando en nuestras fi las, lo que, como cuando la traición en Juárez, acarrearía un fracaso de peores consecuen-cias que las originadas por aquel de 1906…”

De una cosa estamos seguros: que los miembros anarquistas de la Junta no aspiraban a benefi cios personales ni al mando,

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y si a pesar de todo obraban con la mentalidad que acusa esta carta, debe atribuirse, lo repetimos, a su fe en la masas insu-rrectas y a la acción libertaria en el período de la revolución. La Junta obra así para madurar los tiempos, como diría Errico Malatesta. Algunos anarquistas que no comprendieron eso han llevado contra el movimiento liberal un principio de propagan-da de descrédito, de lo que hablaremos más adelante.

Carta de Ricardo Flores Magón a su hermano Enrique

La larga carta siguiente de Ricardo Flores Magón a su her-mano Enrique, publicada por La Patria y reproducida por El País, diario católico de la ciudad de México, el 8 de agosto de 1908, nos da una idea de las actividades desarrolladas duran-te la permanencia de su autor en la cárcel. La transcribiremos tal como ha sido publicada, advirtiendo que de la autenticidad absoluta no podemos afi rmar nada, pero que con toda probabi-lidad ha sido escrita por Ricardo, aunque las autoridades porfi -ristas hayan añadido o desfi gurado algún párrafo:

“Los Ángeles, junio 7 de 1908.Señor don Enrique Flores Magón.El Paso, Texas.

Hoy, 7, contesto, querido hermanito, la tuya del 5 del ac-tual, diciéndote que si tú estás ansioso porque se señale la fecha del levantamiento, Librado y yo ya estamos desesperados, por-que tememos que de un momento a otro desbarate los grupos el despotismo.

¿Ya se iría Manrique (Francisco) a Veracruz?Juan Olivares, uno de los que con nuestro infortunado José

Neyra fundaron en Río Blanco Revolución Social y el Gran Circulo de Obreros, está comprometido para ir a agitar a los obreros del distrito fabril de Orizaba. El es obrero tejedor y está en esta nación desde hace dos años que se vino con Neyra. Es miembro del club de aquí y trabaja como cajista con Palomares en Libertad y Trabajo. A propósito del periódico, se suspenderá porque se va a poner a trabajar Olivares para poder moverse a Veracruz, por lo demás que está perdiendo diez pesos semanales el periódico El Club, y no puede sostener los gastos y juntar algo para moverse los miembros de la mesa directiva que he comprometido. Si Olivares tiene oportunidad de encontrar en las fábricas algunos viejos amigos, la revolución podrá hacerse

en Orizaba; los mejores obreros han huido de aquellos maldi-tos lugares, y los que no huyeron están en el Valle Nacional, Quintana Roo, Tres Marías (cárceles porfi ristas) y en los cuarte-les. Por eso no lleva Olivares la seguridad de levantar a la gente, pero lo intentará. Yo creo que Orizaba puede caer en poder de la revolución si se pone en práctica el siguiente plan, que he co-municado a Olivares para que lo medite sobre el terreno.

En Orizaba debe haber no menos de 1.500 hombres contra los cuales no se puede obrar sino por medio de la dinamita, derribando los cuarteles. Al mismo tiempo, un pequeño grupo se encargará de destruir la maquinaria de Necaxa, que es la que produce la fuerza para las fábricas de Río Blanco, Nogales, Cocolapan, El Yute, y otras más que hay en esa importante región. Entonces, como una avalancha, se echará la masa de obreros sobre Orizaba, cuyos cuarteles en ese preciso momento estarán siendo volados y la plaza quedará en poder de la revolu-ción. Orizaba es una ciudad muy rica, de donde pueden sacarse varios millones de pesos, una gran cantidad de armas y muni-ciones de boca y guerra. Si el ataque contra los cuarteles fraca-sa, de todos modos quedarán sin trabajo más de 2.000 obreros con la destrucción de la maquinaria de Necaxa, y esos hombres serán otros tantos rebeldes empujados por el hambre.

Olivares necesita la ayuda de un perito dinamitero; comuni-ca este plan a Velázquez (Juan E. Velázquez, de Veracruz) para ponerlo de acuerdo.

Así, pues, despacharé a Olivares directamente hasta Veracruz para que hable con Velázquez. Ojalá pueda reunir pronto fon-dos para ponerse en marcha.

¿Con que dirección podrá encontrar Olivares a Velásquez? Yo creo que será bueno enviárselo a Joaquín O. Serrano para que éste lo presente a Velázquez. ¿Podrá encontrarse todavía a Velázquez en la administración de correos del puerto?

No pudo Ulíbarri (Fidel) mandar a Prax. (Práxedis G. Guerrero) los ejemplares del manifi esto, porque no tiene una dirección segura de él. Voy a decir a Ulíbarri que entregue a Salvador (Medrano) esos ejemplares. Tú los mandarás a Prax.

Eustolio (García, asesinado en Austin, 1916) se colocará pro-bablemente esta semana en una casa de comercio y no podrá venir por la correspondencia. Él dice que vendrá su mamá; pero la se-ñora, además de que se encuentra enferma con mucha frecuencia, tiene muchos muchachitos, vive relativamente lejos de la cárcel y está muy pobre para hacer gastos de tren. Creo que lo mejor es que Ulíbarri lleve y traiga correspondencia y Salvador (Medrano) no tendrá más que ir por ella a casa de Gaitán (Teodoro), donde deja-rá Salvador la que tú me envíes. Si en la visita del viernes me trae Ulíbarri tus cartas, será señal de que fue aprobada la proposición y entonces a él le entregaré lo que tengo para ti.

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Con una cruz a la izquierda van señalando los que son bue-nos amigos en la lista que devuelvo. José I. Reyna, de Cedral. S. L. P., no va señalado con cruz; ese Reyna fue aquel que quería que se le pusiera en comunicación con los grupos rebeldes desde que estábamos en Saint Louis; pero no lo hicimos por haber sido secreta la organización. No sé si será realmente sincero. Advierto que los señalados no están hablados para la revolu-ción, ni sé si aceptaran formar grupos. No anoté al excelente Mateo Almanza, de Matehuala, sino no sé si todavía está pre-so en San Luis Potosí. Sí alguien va a Matehuala, sería bueno se informase de Mateo, que si está libre sería una buena ayu-da. Mateo cayó pocos días antes de los sucesos de Acayucan y Jiménez (en 1906). Estaba comprometido para levantarse. Lo mismo temo que ocurra esta vez, que caigan buenos gallos como Mateo antes que de que comience el movimiento, pues es muy difícil que todos los comprometidos al levantarse guarden el secreto necesario. Albino Soto, de Tamasopo, S. L. P., fue unos de los comprometidos a levantarse en el movimiento del año antepasado. En la lista que adjunté en la carta que te mandé el pasado viernes, puse a Celso I. Robledo en Alaquines, y lo anoté como José en vez de Celso, por equivocación.

¡Ojalá que logres echar a El Paso a esos cinco compañeros! Yo mandaré diez cuando menos. Lo malo es que no irán arma-dos más que con pistolas, por la maldita miseria; pero los que no tengan armas se armarán aunque sea de piedras; de todos modos sirven los que no tienen armas, pues pueden encargarse de cortar alambre, de forzar las puertas de las armerías y de arrojar bombas.

Hemos pensado mucho sobre la posible invasión gringa con motivo de la revolución (invasión norteamericana). Creemos que si para evitar la invasión se agitase el pueblo norteamericano antes de comenzar el movimiento, no haríamos sino preparar a los dos tiranos. Hay que recordar que se decidió no circular el manifi esto revolucionario precisamente para que Díaz no se pre-parase y pudiéramos cogerlo descuidado. Por su parte Roosevelt, aun cuando no invadiera, mandaría sus tropas a la frontera y perderíamos de realizar parte del plan, no pudiendo meter com-pañeros de esta nación, como los diversos grupos de Texas. No se podría tomar Juárez con la gente reclutada en esta nación, ni Díaz Guerra (Encarnación, defeccionó más tarde) podría pasar la línea con su gente y así sucesivamente. Pero no es esto todo: el pueblo norteamericano y aún los trabajadores organizados de este infumable país no son susceptibles de agitarse. Lo hemos vis-to en nuestro caso. Saben bien las Uniones y el partido socialista que no somos unos politicastros de los que hacen revoluciones en la América latina. Nuestro manifi esto lo expresó de modo de no dejar lugar a duda alguna. Me refi ero al manifi esto al pueblo

norteamericano. Pues bien, la agitación duró muy poco. Sólo las Uniones de esta ciudad hicieron algo. Fuera de aquí, con excep-ción de Pasadena, nada ha habido de una manera sistemática, como requería una formal campaña en nuestro favor.

Aquí y allá, y de tiempo en tiempo, han aparecido parrafi -llos en los periódicos obreros, ora socialistas, ora unionistas; pero no ha habido verdadera campaña en nuestro favor, a pesar de que es fl agrante la confabulación de los dos gobiernos, y de lo maltrechas que por polizontes y por jueces han quedado las leyes de este desgraciado país.

Los norteamericanos son incapaces de sentir entusiasmo e indignación. Es éste un verdadero pueblo de marranos. Vean us-tedes a los socialistas: se rajaron cobardemente en su campaña por la libertad de palabra. Vean ustedes a la fl amante American Federation of Labor con su millón y medio de miembros, que no pueden impedir los “injuctions” de los jueces cuando declaran, van contra las Uniones o mandan estos delegados organizado-res a lugares en que no hay trabajo organizado. Estos atentados contra socialistas y Uniones son tremendos, pero no conmue-ven a esta gente. Los sin trabajo son dispersados a machetazos como en Rusia. Roosevelt pide al Congreso que se faculte a las administraciones de correos para ejercer la censura sobre los periódicos; la nación se militariza a pasos de gigante; a pesar de todo, el paquidermo anglosajón no se excita, no se indigna, no vibra. Si con sus miserias domesticas no se agitan los norteame-ricanos ¿podremos esperar que les importen las nuestras?

Quizás, por lo ansioso que son estos animales por las noticias de sensación, puede ser fructífera una agitación cuando haya es-tallado el movimiento, si todavía no nos invade la chusma de piel roja y se sabe entonces que se prepara a echarnos a sus soldados. Las noticias de la revolución en marcha sí estoy seguro que lla-maran la atención de los gringos por ser efectos sensacionales, y entonces, si todavía no somos invadidos, tal vez pudiera agitarse la opinión a nuestro favor y evitarse la invasión.

Continúo esta carta hoy día 8 de junio. Tal vez si comenza-mos una agitación en contra de la invasión gringa, antes de que se haya decretado tal invasión, o de que Roosevelt dé los prime-ros pasos para efectuarla, lo que conseguiríamos sería que com-prendieran nuestra impotencia, y entonces, si no tenían pensado intervenir, lo harían seguros de nuestra debilidad.

A mayor abundamiento, los gringos, tarde o temprano, tienen que echársenos encima para adueñarse de la Baja California, cuya propiedad anhelan por la buena o por la mala. En México hay en estos momentos una tremenda agitación antigringa, y aunque co-bardemente se acusa de traidor al Gobierno, bastaría la sola ame-naza de Roosevelt de invadirnos para que nuestras fi las aumenta-ran, con el fi n de acabar cuanto antes con el gobierno traidor, y si

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de todos modos nos invade el gringo, tendría que luchar con un pueblo altamente excitado por los abusos yanquis y en completa tensión de nervios en virtud de la revolución.

Alguna vez tendrán que atacarnos los gringos, pues si lo hacen cuando el pueblo esté rebelado contra Díaz, precipita-rán la caída del dictador, porque el pueblo verá claramente a Roosevelt –como aliado a Díaz para esclavizarnos–, perder nuestra autonomía.

Por supuesto que una vez comenzada la revolución, si hay peligro de invasión, debemos agitar a los fríos y estúpidos nor-teamericanos. ¿Qué opinan ustedes?...

Voy a hablar algo acerca del movimiento. Los grupos núme-ros…3. Estarán completamente listos, esto es, armados como ellos y nosotros deseamos. Si esperásemos a que queden los grupos completamente listos, no podría estallar nunca la revolución, y de aplazamiento en aplazamiento se iría pasando el tiempo y los gru-pos contadísimos que ya estuvieran listos caerían en desaliento; se necesitaría entonces volver a visitarlos, comenzar a alentarlos de nuevo, y mientras se conseguía eso, los grupos que por no estar listos habían ocasionado la demora del movimiento y el desaliento de los ya listos, se desalentarían a su vez, por el aplazamiento que fuera acordado para reorganizar los desanimados y así se segui-ría aplazando hasta no sé cuándo. Debemos, pues, renunciar a la esperanza de tener una perfecta organización de grupos absolu-tamente listos. Lo que hay que hacer, según nosotros, es obtener de los grupos el ‘ofrecimiento solemne’ de levantarse el día que se fi je como quiera que se encuentren. Si la mitad, y aún la tercera parte de los grupos que hay, cumplen levantándose, la revolución estará asegurada aunque se haya comenzado con grupos misera-blemente armados, que siendo varios los grupos rebeldes y extensa la República, no podrán ser aplastados en un día por los esclavos de la dictadura, y cada día de vida para un grupo signifi ca un au-mento de personal, aumento de armas y adquisición de recursos de todo género, con la circunstancia, además, de que alentados los valientes en todas partes, surgirán nuevos levantamientos secun-dando a los bravos que prendieron la mecha.

Hay que tener confi anza en que así sucederá.Veo que además de retardar no se sabe hasta cuándo el mo-

vimiento Coahuila, Nuevo León, Tamaulipas, San Luis Potosí y Oaxaca no podrán ser visitados por delegados.

No sería malo, y así lo proponemos a usted, señalar de una vez la fecha para dentro de un mes del día en que se señale.

Se avisaría inmediatamente a Velázquez (Juan E.) por carta que dijera a los grupos de su zona que se levantasen como estu-vieran en la fecha fi jada.

3 La lista de los grupos aquí citados por Ricardo fue suprimida por el Gobierno al publicarse esta carta, con el fi n de sorprenderlos y arrestarlos.

A los de la tercera zona se les avisaría del mismo modo, así como a los del centro y los del Sur.

Se le avisaría a Caule para que invadiera Sonora por el Noroeste, mientras Huitemea (indio Yaqui) y su gente revolu-cionaba en el centro.

Tal vez Prisciliano (G. Silva) quiera tener armados sus dos-cientos hombres y eso es imposible, y será preferible renunciar a la toma de Ciudad Juárez y aplazar más el movimiento.

Si no hay delegados visitando ya Veracruz y la tercera zona del Norte y la del centro, y sea necesario hacer la notifi cación de la fecha de los grupos de esas zonas por medio de carta, es absolutamente necesario darles un mes para que se alisten, y así lo proponemos a ustedes, que creemos verán que es necesario hacerlo así, pues no estando al tanto los grupos de esas zonas de los trabajos de la Junta, con excepción de Veracruz, tienen necesidad sus jefes de volver a animar a la gente.

Mucho nos alegraría que estén ustedes de acuerdo con lo expues-to, pues el tiempo es oportuno para lanzar el reto al despotismo.

¿En que tiempo acabarás los membretes para despachar el manifi esto…? Pide a los buenos amigos que te ayuden, sino urge despachar cuanto antes el manifi esto, para que el amigo que dice Prax. que lo llevará a Chihuahua, tenga tiempo de hacerlo.

En Chihuahua supongo que el amigo en cuestión pondrá un timbre de a centavo a cada paquetito y echará a bordo de trenes, en los buzones, en la ofi cina de correos todo el envío.

Prax. se encargará de decirle el día en que deba darles curso a los paquetitos, ¿no es así?

Es posible que se haga otro tiro del manifi esto. A ver qué re-suelven unos amigos a quienes mandé hablar. Me conformo con que aparte de los cinco mil que hay, tengamos unos diez mil.

Ojalá Prax. comprometa al amigo a meter todo lo que hay de ejemplares destinados a México.

No tengo más qué tratar.Muchos saludos cariñosos a Práxedis. Te abraza Librado.

De mi parte, querido hermanito, te envío un fuerte abrazo y saludos afectuosos para todos los de la casa.– Ricardo”4.

4 Leí esta carta inmediatamente después de haberla escrito Ricardo, y ahora que la he vuelto a leer, no encuentro alteración en ella; su contenido está de acuerdo con los hechos; lleva impreso nuestro estado de ánimo y nuestro modo de pen-sar de aquella época, así como el resumen de nuestros planes revolucionarios para derrocar la tiranía de Porfi rio Díaz. A pesar de nuestra larga incomunica-ción, esta carta salió en un día de visita; merece la pena mencionar el hecho.

En la cárcel del condado de Los Ángeles hay una tela doble de alambre que sirve de separación entre los visitantes y los presos; de adentro para afuera apenas se distinguen las caras de las personas, pero de afuera para adentro casi no se distingue. En uno de estos días encontró Ricardo una rendija entre la reja y la pared por donde apenas podía caber una carta, y desde entonces ése fue nuestro medio de comunicación con nuestros compañeros de afuera;

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Por esa carta se deduce la clase de ocupaciones de los libera-les mexicanos en la víspera de un nuevo levantamiento. Según Enrique Flores Magón (El Demócrata, septiembre 5, 1924, México), el total de los grupos revolucionarios armados y listos para obrar contra el gobierno de Porfi rio Díaz era de sesenta y cuatro. Según Librado Rivera los grupos no pasaban de cuaren-ta y de ellos sólo unos treinta estaban armados.

El jefe del grupo de Sonora era Manuel M. Diéguez; el de Torreón, Juan Álvarez; el de Río Blanco, el obrero Neyra; el de Melchor Ocampo, Estado de México, Andrés A. Sánchez; el de Uruapan, Alberto V. P. Tagle, etc. Hilario Salas, Cándido Donato Padua, Nicanor Pérez y Rafael R. Ochoa fueron jefes de los grupos de Veracruz y Tabasco; el ingeniero Ángel Barrios, de los de Oaxaca; Lumbano Domínguez, de Chiapas; Pedro Antonio Carvajal, en Tabasco; doctor Antonio Cebada, en Puebla, etcétera.

El levantamiento

La fecha del levantamiento fue fi jada para el 25 de junio de 1908. Una nueva traición o diversas traiciones, el descubrimiento de correspondencia entre los presos y los liberales de afuera y la intervención de agentes policiales y delatores hizo que el gobierno conociera los hilos de la nueva insurrección, y el 24 de junio se operaron en toda la República centenares de detenciones, hubo asesinatos y de esa forma se hizo fracasar la intentona; numerosos grupos no tuvieron noticias de la fecha del levantamiento y otros fueron sorprendidos antes de tomar las armas. De todos modos este segundo levantamiento estuvo ya más serio que el de 1906.

Hubo algunos esfuerzos aislados, que no tardaron en ser sofocados. A esa época pertenecen los episodios de Las Vacas y Viesca en Coahuila, Valladolid en Yucatán, y Palomas, que encontraron un Píndaro heroico en Práxedis G. Guerrero.

El 26 de junio, un grupo de unos cuarenta rebeldes se acercó al pueblo de Las Vacas, organizado en tres guerrillas mandadas por Benjamín Canales, Encarnación Díaz Guerra y Jesús M. Rangel.

pero como los esbirros no tardaron mucho en descubrir nuestro medio de comunicación, taparon con cemento todas las hendiduras, obligándonos más tarde a sentarnos un poco retirados del alambrado. Ricardo aguzó su ingenio y siempre encontró otros medios de comunicación que tal vez algún día referiré. – Librado Rivera.

Una partida de varios cientos de soldados acampaba en el pue-blo y fueron sorprendidos. El grupo de liberales hizo frente a las tropas con un gran arrojo. Pero desgraciadamente las balas se les acabaron pronto y no pudieron tomar el pueblo, aunque causa-ron sensibles pérdidas a los soldados. De los liberales quedaron en el campo algunos muertos, como Benjamín Canales, Pedro Miranda, Néstor López, Modesto G. Ramírez, Juan Maldonado, Emilio Munguía, Antonio Martínez Peña, Pedro Arreola, Manuel V. Velis y varios heridos, entre ellos Díaz Guerra y Rangel.

En la noche del 24 al 25 se levantó el grupo de Viesca, derro-tó a la policía, abrió la cárcel, proclamó el programa del Partido Liberal y la abolición de la dictadura. Las tropas gubernamen-tales no tardaron en presentarse en gran número y los rebeldes debieron abandonar el pueblo y huir a las montañas.

El 1º de julio un grupo de once libertarios mexicanos refu-giados en el Paso, Texas, se levantó en la población fronteriza de Palomas; la toma de esa localidad era necesaria para seguir adelante y operar de acuerdo con un plan más amplio. Una vas-ta resistencia se ofreció a los rebeldes, que apenas disponían de municiones y de armas. En ese combate desigual cayó Francisco Manrique, un amigo de Práxedis G. Guerrero. Guerrero mismo, Enrique Flores Magón y otros, consiguieron milagrosamente pasar de nuevo la frontera.

Después del levantamiento de Las Vacas, los fugitivos en-cabezados por Rangel, cruzaron varias veces la frontera de los Estados Unidos a traer municiones de guerra para continuar la revolución libertaria en contra de la tiranía en México, cuando en 1913 fueron sorprendidos, arrestados y condenados a sufrir penas hasta de noventa y nueve años; al llevar a la imprenta este libro, seis de los que sobreviven están pagando todavía esta bárbara condena en el estado de Texas.

Los resultados de Viesca fueron los siguientes:Lorenzo Robledo, veinte años de reclusión; Lucio Chaires,

quince años; Juan B. Hernández, quince años; Patricio Plendo, quince años; Gregorio Bedolla, quince años; Leandro Rosales, quince años; José Hernández, quince años; Andrés Vallejo, quin-ce años; Juan Montelongo, tres años; Julián Cardona, quince años. Los once fueron enviados a San Juan de Ulúa. Otro, José Lugo, fue condenado a muerte y fusilado el 3 de agosto de 1908.

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La furia represiva del porfi rismo alcanzó a otros tres revolucio-narios: a Ramírez Bonilla, Kankum y Albertos, fusilados por sentencia de un consejo de guerra.

El alma de todo ese movimiento era siempre, indudablemente, Ricardo Flores Magón y la prensa por él redactada o inspirada; sin embargo, no fueron Regeneración y Revolución los únicos periódicos liberales que aparecían en las ciudades fronterizas de los Estados Unidos. Nombremos por ejemplo Reforma, Libertad y Justicia, de Antonio de P. Araujo; Libertad y Trabajo, La Voz de la Mujer, semanario liberal, El Paso, Texas (1907); El Liberal, de Amado Gutiérrez, Del Río, Texas (1906-7); Resurrección, órgano del club liberal Constitución, de San Francisco J. Sáenz, Rafael S. Trejo y Aurelio N. Flores, en San Antonio, Texas (1907), y otros, fi eles al programa del Partido Liberal, que únicamente reconocían a los miembros de la Junta, en primer lugar, a Ricardo Flores Magón, más y más libertariamente inspirado.

Nuevamente en la brecha

La revolución no fue vencida en 1908; al día siguiente de los desastres infl igidos al puñado de liberales que tuvieron el valor de hacer frente al tirano, la propaganda por un nuevo levanta-miento siguió imperturbablemente. El pueblo mexicano, a cau-sa de la labor de Ricardo Flores Magón y de sus compañeros, comenzó a refl exionar y a querer en todas partes un cambio de la situación. Pero con ese despertar del pueblo aparecieron los arribistas de la policía, los caudillos, los aventureros dispuestos a aprovechar los anhelos de emancipación de las grandes masas para sus fi nes personales y sus ambiciones.

En agosto de 1910 se abrieron las puertas de la cárcel del Estado de Arizona, y Ricardo Flores Magón, Librado Rivera y Antonio I. Villarreal salieron en libertad, después de tres años de prisión, desde agosto de 1907. De inmediato se dirigieron a Los Ángeles, California, dispuestos a continuar en la brecha y a demostrar que no estaban arrepentidos. Su llegada a esta ciudad fue saludada el 7 de agosto con un mitin monstruo, organizado por el Partido Socialista; en ese mitin se recaudaron 414 dólares, y Regeneración volvió a la vida por tercera vez, con Anselmo L. Figueroa como editor y Ricardo y Enrique Flores Magón, Gutiérrez de Lara y

Antonio I. Villarreal como redactores. Regeneración comenzó a publicar una página en inglés, que el primer año fue redactada por Alfred Sanftleben, un viejo anarquista alemán, más tarde vuelto al socialismo y que últimamente parece adherirse a las ideas de su juventud. Sanftleben fue el traductor alemán de los trabajos del doctor Rossi sobre la Colonia Cecilia del Brasil, y durante algún tiempo colaboró en la Freiheit de Most.

Regeneración comienza una nueva etapa, francamente liber-taria; es verdad que en él se constata en los primeros meses una propaganda a favor de la American Federation of Labor y del Partido Socialista; era la obra de Antonio I. Villarreal y de Lázaro Gutiérrez de Lara, que fueron bien pronto al maderismo.

Las ideas de Flores Magón

Regeneración vio la luz por tercera vez el 3 de septiembre de 1910, en gran formato, a siete columnas. El artículo de Ricardo Flores Magón, “A los proletarios”, publicado en el primer nú-mero es ya signifi cativo para la orientación anarquista del perió-dico; contiene el hálito de la revuelta próxima y prepara los áni-mos para la lucha. Transcribiremos algunos párrafos: “Obreros, amigos, dice Flores Magón, escuchad: es preciso, es urgente que llevéis a la revolución que se acerca la conciencia de la época; es preciso, es urgente que encarnéis en la pugna magna el espíritu del siglo. De lo contrario, la revolución que con cariño vemos incubarse, en nada diferirá de las ya casi olvidadas revueltas fomentadas por la burguesía y dirigidas por el caudillaje milita-resco, en las cuales no jugasteis el papel heroico de propulsores conscientes, sino el nada airoso de carne de cañón.

“Sabedlo de una vez: derramar sangre para llevar al Poder a otro bandido que oprima al pueblo, es un crimen, y eso será lo que suceda si tomáis las armas sin más objeto que derribar a Díaz para poner en su lugar un nuevo gobernante…”.

Continúa previniendo sobre la inefi cacia de un mero cambio en la administración pública. Y se esfuerza por infundir a los proletarios la conciencia de que sus intereses están en un pla-no absolutamente opuesto a los de la burguesía: “…Tened en cuenta obreros, que sois los únicos productores de la riqueza.

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Casas, palacios, ferrocarriles, barcos, fábricas, campos cultiva-dos, todo, absolutamente todo está hecho por vuestras manos creadoras, y sin embargo, de todo carecéis. Si vais a la revolu-ción con el propósito de derribar al despotismo de Porfi rio Díaz, cosa que lograréis indudablemente, porque el triunfo es seguro, obtendréis un gobierno que ponga en vigor la Constitución de 1857, y, con ello, habréis adquirido al menos por escrito vuestra libertad política; pero en la práctica seguiréis siendo tan esclavos como hoy, y, como hoy, sólo tendréis un derecho: el de reventar de miseria. La libertad política requiere la concurrencia de otra libertad: esa libertad es la económica… Si no sois conscientes de vuestros derechos como clase productora, la burguesía se apro-vechará de vuestro sacrifi cio, de vuestra sangre y del dolor de los vuestros, del mismo modo que hoy se aprovecha de vuestro trabajo, de vuestra salud y de vuestro porvenir en la fábrica, en el campo, en el taller, en la mina...”.

Ricardo Flores Magón conocía a fondo al pueblo mexi-cano, su situación política y social; sus exhortaciones tenían algo de profético; parece que pronosticaba con toda clari-dad que la revolución que rugía ya sordamente en México no sería para los proletarios, sino para los aprovechadores salidos de la burguesía. No es culpa de Flores Magón si sus palabras fueron desoídas; él hablo con el corazón en la mano y con una claridad meridiana. Su manera de escribir recuerda la arenga fogosa del apóstol. Toda su labor escrita es una exhortación a la lucha y un manifi esto al hombre libre. Mil veces ha repetido, con igual energía, a sus hermanos los opri-midos mexicanos: “La libertad política es una mentira sin la libertad económica; sed económicamente libres y lo seréis también políticamente; confi ad en vosotros mismos y descon-fi ad de las clases privilegiadas”.

Una idea repetida también sin cesar desde 1910, pero que también se encuentra anteriormente, es la de la toma de la tie-rra: “La tierra es de todos, gritó a los mexicanos; la propiedad territorial está basada en el crimen, y por lo mismo, es una ins-titución inmoral.” “Esta institución es la fuente de todos los males humanos… Para protegerla se hacen necesarios el ejér-cito, la judicatura, el Parlamento, la policía, el presidio, el ca-dalso, la Iglesia, el gobierno, y un enjambre de empleados y de

zánganos, siendo todos ellos mantenidos precisamente por los que no tienen un terrón para reclinar la cabeza, por los que vi-nieron a la vida cuando la tierra estaba ya repartida entre unos cuantos bandidos que se la apropiaron por la fuerza o ente los descendientes de estos bandidos… Al pertenecer la tierra a unos cuantos, los que no la poseen tienen que alquilarse a los que la poseen para siquiera tener en pie la piel y la osamenta. La humi-llación del salario y el hambre: ése es el dilema con que la pro-piedad territorial recibe a cada nuevo ser que viene a la vida… Esclavos, empuñad el Winchester, trabajad la tierra cuando ha-yáis tomado posesión de ella. Trabajar en estos momentos la tierra es remacharse la cadena, porque se produce más riqueza para los amos y la riqueza es poder, la riqueza es fuerza, fuerza material y moral…”.

Al viejo lema Reforma, Libertad y Justicia, con que termi-naban los manifi estos del Partido Liberal, se sustituyó por la fórmula: Tierra y Libertad.

La idea de la toma de la tierra fue difundida en México, más que en ningún otro país, gracias a la propaganda de Ricardo Flores Magón: desde 1910 en adelante, la política mexicana no pudo pasar por alto esa demanda cada vez más urgente e im-periosa en labios del proletariado de los campos. Claro está, los privilegiados hallaron el medio de burlar esa reivindicación, como tantas otras, pretendiendo primero reconocerla y arran-cando en su favor la iniciativa de los propios campesinos.

Flores Magón ha predicado la revolución integral. En la vís-pera del levantamiento de 1910, ha recordado al pueblo mexi-cano la necesidad de ir más allá de un simple cambio de amos, para no ser un mero pueblo rey de burlas, con la libertad de votar por única conquista. En aquellos días de expectación, sólo Flores Magón mantenía fi rme el timón de su voluntad hacia la toma de la tierra y la destrucción del poder político. Y es do-blemente meritorio, porque en tales momentos de popularidad como la que gozaba el gran rebelde, hubiera podido ponerlo a la cabeza de un movimiento político triunfal: se contentó con señalar el verdadero camino y luchar con sus amigos para arras-trar al pueblo hacia ese ideal de verdadera libertad y de ver-dadero bienestar, sin ninguna ambición subalterna, sin ningún propósito de mando.

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Flores Magón ha apelado a los más elevados sentimientos humanos, ha llamado la atención de los proletarios también so-bre las armas de una moral superior, de solidaridad, de justicia, de fraternidad. “No, no es extraño, decía, que el hombre del presente, que sabe manejar la electricidad y que ha encontra-do la manera de volar, tenga, respecto de los demás hombres, el mismo sentimiento de encono que hacía hervir la sangre del troglodita, cuando, vuelto de la caza, encontraba en su vivienda de roca un oso o una hiena listos para disputarle el alojamiento y el sustento. Progresa la humanidad, pero en un sentido sola-mente. Por eso, cuando se habla de solidaridad, muy pocos son los que entienden… Un egoísmo cada vez más grande domina las relaciones de los hombres entre sí… En vez de ver en cada pobre un concurrente molesto, una boca más con la cual hay que compartir las migajas que despreciativamente nos dan los ricos como salario, debemos pensar que es nuestro hermano; debemos hacerle comprender que nuestro interés es el suyo”…

He aquí un pensamiento interesante: “No es posible predecir hasta donde llegarán las reivindicaciones populares en la revo-lución que se avecina; pero hay procurar lo más que se pueda. Ya sería un gran paso hacer que la tierra fuera la propiedad de todos; y si no hubiera fuerza sufi ciente o sufi ciente conciencia entre los revolucionarios para obtener más que esa ventaja, ella sería la base de reivindicaciones próximas que por la sola fuerza de las circunstancias conquistaría el proletariado”.

No por dirigirse al pueblo trabajador lo hacía con palabras lisonjeras o con himnos fatuos al proletariado; ante todo expo-nía la verdad, pues sólo con ella se debía avanzar hacia el por-venir. Por eso decía: “El tirano no es un producto de generación espontánea: es el producto de la degradación de los pueblos. Pueblo degradado, pueblo tiranizado. El mal, pues, está ahí: en la masa de los sufridos y los resignados, en el montón amorfo de los que están conformes con su suerte”. Ese pensamiento nos recuerda otro de Práxedis G. Guerrero: “La tiranía es el crimen de las colectividades inconscientes contra ellas mismas y debe atacársele como una enfermedad social por medio de la revo-lución social, considerando la muerte de los tiranos como un incidente inevitable en la lucha, un incidente nada más, no un acto de justicia”.

Mientras tanto, la situación mexicana se complicaba; de un momento a otro iba a estallar la rebelión contra Díaz, encabezada por Francisco I. Madero. Este latifundista tenía intenciones ma-nifi estas de hacerse pasar por un elemento afín a los liberales del grupo Regeneración. Ricardo Flores Magón explicó ya el 5 de no-viembre de 1910, de una manera que no dejaba lugar a duda, los fi nes del movimiento antirreeleccionista encabezado por Madero y los fi nes del Partido Liberal, diametralmente opuestos e inconci-liables. Y como si su denuncia fuera poco, la Junta envió el 16 de noviembre la siguiente circular a los grupos adheridos:

Madero y los liberales

“Los Ángeles, California, noviembre 16 de 1910. – Estimado compañero: La Junta Organizadora del Partido Liberal mexicano ha tomado posición respecto de los planes revolucionarios que se están preparando, así como sobre la fecha del movimiento y la ninguna liga que el Partido Liberal tiene con el partido maderista; parece que Madero está precipitando un movimiento personalis-ta que tendrá principio el día 20 de este mes o a más tardar el 1° del próximo diciembre y, como si ese movimiento maderista se efectúa, los Liberales tendremos la mejor oportunidad que pueda presentársenos para rebelarnos también, la Junta recomienda a usted se prepare y recomiende a sus amigos que se preparen y estén listos para que, si hay alguna perturbación en el país origi-nada por los maderistas, aprovechemos el momento de confusión para levantarnos todos los liberales. Esto no quiere decir que la Junta recomiende a usted que haga causa común con los made-ristas ni que sus amigos lo hagan. Simplemente se recomienda a los liberales el aprovecharse de las circunstancias especiales en que estará el país si los maderistas perturban el orden. La Junta no ha celebrado pacto alguno o alianza con los partidarios de Madero, porque el programa del Partido Liberal es distinto del programa del partido antirreeleccionista. El Partido Liberal quie-re libertad política, libertad económica por medio de la entrega al pueblo de las tierras que detentan los grandes terratenientes, el alza de los salarios y disminución de las horas de trabajo; obs-trucción a la infl uencia del clero en el gobierno y en el hogar. El partido antirreeleccionista sólo quiere libertad política, dejando que los acaparadores de tierras conserven sus vastas propiedades, que los trabajadores sigan siendo las mismas bestias de carga y que los frailes continúen embruteciendo a las masas. El partido antirreelecionista, que es el de Madero, es el partido conservador. Madero ha dicho que no pondrá en vigor las leyes de Reforma. Muchos liberales, engañados por los maderistas, han engrosado

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las fi las de Madero, de quien se asegura que está de acuerdo con nosotros. Nada hay más inexacto que eso. Por cuestión de prin-cipios, el Partido Liberal no puede estar de acuerdo con el made-rismo. Así, pues, la Junta recomienda a usted que al levantarse en armas aprovechando el movimiento de Madero no haga causa común con el maderismo conocido por antirreelecionismo; pero que sí trate con todo empeño de atraer bajo las banderas del Partido Liberal a todos los que de buena fe se precipiten a la lucha. Procure usted por todos los medios que su iniciativa le su-giera contrarrestar la tendencia del elemento maderista, para que la revolución sea benefi ciosa al pueblo mexicano y no al medio criminal para que escale el Poder un grupo de ambiciosos. Si los maderistas no llevan a cabo el movimiento proyectado, entonces pasará a ver a usted un delegado de la Junta para tratar los asun-tos del Partido Liberal. El programa del partido Liberal es el pro-mulgado el 1° de julio de 1906 en St. Louis, Missouri. – Reforma, Libertad y Justicia. – R. Flores Magón. A. I. Villarreal. Librado Rivera. Práxedis G. Guerrero. E. Flores Magón”.

Esta circular no llegó a todos los liberales a quienes es-taba destinada; por eso se explica la confusión intencionalmente trabajada por Madero. Por lo demás, existía en la Junta todavía A. I. Villarreal, que no estaba dispuesto a luchar por el bienestar y la libertad del pueblo con el celo y el desinterés de sus compañeros.

El movimiento maderista estalló el 20 de noviembre y con esa insurrección de largas perspectivas entró México en una nueva fase política. Moralmente el general Díaz había termi-nado su carrera desde que se puso frente a él Ricardo Flores Magón; pero le quedaban muchos recursos materiales, había muchos intereses creados a su alrededor como para que los por-fi ristas y científi cos soltaran la presa sin luchar.

Así fi jaba Ricardo Flores Magón en su periódico el 26 de noviembre la actitud del Partido Liberal:

“El Partido Liberal trabaja por el bienestar de las clases po-bres de la sociedad mexicana; no impone candidatura ninguna, porque ésa es cuestión que tiene que arreglar el pueblo. ¿Quiere éste amos? ¡Que los nombre! Lo que el Partido Liberal quiere es que todo hombre y toda mujer sepan que nadie tiene derecho a explotar a otro; que todos, por el solo hecho de venir a la vida, tenemos derecho a tomar lo que necesitamos para la vida, siempre que contribuyamos a la producción; que nadie pueda apropiarse la tierra, por ser ésta un bien natural que todos tie-nen derecho a aprovechar”.

Unos días más tarde, el 3 de diciembre, volvía Ricardo Flores Magón a denunciar a Madero como representante de la burguesía, terminando así: “El cambio de amo no es fuente de libertad ni de bienestar. Se necesita el cambio de las condiciones que hacen desgraciada a la raza mexicana”.

El movimiento maderista sufrió al principio rudos gol-pes que parecieron haberlo paralizado; pero la agitación anti-porfi rista prosiguió su curso, comprendiendo capas del pueblo cada vez más vastas.

Ricardo Flores Magón continúa exponiendo los prin-cipios de una verdadera acción revolucionaria; precisamente en ese período de agitación y de lucha, su claridad y su sinceridad se manifi estan más evidentemente.

“Los gobiernos, escribía en el número de Regeneración del 10 de diciembre, tienen que proteger el derecho de propiedad y están instituidos precisamente para proteger ese derecho con preferencia a cualquiera otro. No esperemos, pues, que Madero ataque el derecho de propiedad en benefi cio del proletariado… Abrid los ojos. Recordad la frase sencilla como la verdad y, como la verdad, indestructible: ‘la emancipación de los trabaja-dores debe ser obra de los trabajadores mismos’”.

La insurrección liberal

Los liberales no quedaron inactivos; los numerosos grupos armados que desde antes se encontraban preparados para levan-tarse en toda la República, puede decirse que una gran parte de la reavivación del movimiento antiporfi rista se debe a ellos. Entre los guerrilleros más simpáticos fi gura Práxedis G. Guerrero. El 23 de diciembre, una partida dirigida por ese bravo revolucio-nario se apoderó de un tren a 20 millas de Ciudad Juárez y obli-gó al maquinista a transportarlos a la zona de la lucha. El tren los llevó hasta estación Guzmán y desde allí partieron a caballo para Casas Grandes. A medida que el tren avanzaba iban des-truyendo los puentes. El mismo día envió Guerrero a sus amigos de Los Ángeles el siguiente telegrama:

“23 de diciembre de 1910. Hasta hoy sin novedad. Ferrocarril del Noroeste sin puentes. Voluntarios uniéndosenos. – Práxedis G. Guerrero”.

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Casas Grandes y Janos, en Chihuahua, cayeron en poder de Guerrero y de su grupo. Desgraciadamente su osadía lo perdió. El 30 de diciembre fue muerto en un combate con las tropas porfi ristas. El Parido Liberal perdió un elemento insustituible. Ricardo Flores Magón lamentó amargamente la pérdida del compañero y del amigo, uno de los mejores escritores que haya producido México.

Flores Magón proseguía su obra de esclarecimiento de los espíritus y señalando la meta y la ruta del verdadero bienestar y de la verdadera libertad. En el número del 14 de enero de 1911 de Regeneración, escribía: “Imprimamos a la revolución una in-tensa fi nalidad social; convirtámosla en el brazo robusto que ha de hacer pedazos la servidumbre de la gleba”.

Son interesantes las instrucciones generales a los revolucio-narios, publicadas en enero de 1911: “Los liberales que estén dispuestos a empuñar las armas, deberán alistarse rápidamente, y estando listos, se pronunciarán sin pérdida de tiempo para ro-bustecer y extender el movimiento de insurrección… Los grupos revolucionarios se harán de fondos y de elementos, en primer lugar de los que haya en las ofi cinas y depósitos del Gobierno y de sus favoritos, y en segundo, de los particulares, dejando en todo caso recibo de las cantidades o de cualquiera otra cosa que se haya tomado, como constancia de que lo tomado va a servir para el fomento de la revolución… Al tomar un lugar, ya sea por asalto, sorpresa o capitulación, se tendrá especial cuidado en no infl igir tropelías de ningún generó a los habitantes pacífi -cos; en no permitir ni ejecutar actos que pugnen con el espíritu de justicia que caracteriza la revolución. Todo indigno abuso será enérgicamente reprimido. La espada de la revolución será implacable para los opresores y sus cómplices; pero también lo será para los que bajo la bandera de la libertad busquen el ejer-cicio de criminales desenfrenos… Para evitar choques con las fuerzas maderistas, los grupos Liberales deberán tratar con toda corrección a los grupos maderistas, tratando de atraerlos bajo la bandera liberal por medio de la persuasión y de la fraternidad. La causa del Partido Liberal es distinta de la causa maderista, por ser la liberal la causa de los pobres; pero en caso dado, ya sea para la resistencia como para al ataque, pueden combinarse por todo el tiempo que dure la necesidad…”.

Por más oposición que hubiera entre los principios liberales y los maderistas, la lucha contra el porfi rismo hacía casi inevi-table el encuentro sobre ciertas bases comunes para actos even-tuales de ataque y de defensa. Durante la insurrección ucraniana hemos visto a los makhnovistas concertar pactos con los bolche-vistas para la lucha contra la reacción monárquica. Ciertamente, en uno y otro caso esas uniones circunstanciales han sido fatales para los revolucionarios antiautoritarios.

En enero de 1911 había grupos liberales insurreccionados en Sonora, Chihuahua, Tlaxcala, Veracruz, Oaxaca, Morelos y Durango. El grupo de Práxedis G. Guerrero fue comanda-do, después de su muerte, por Leonides Vázquez, y continuó luchando valerosamente; un mes más tarde infl igió, en unión con un grupo antirreeleccionista, una seria derrota al coronel Rábago, cerca de Galeana. A últimos de enero, un grupo de ochenta liberales, al mando de José María Leyva (se volvió maderista al mismo tiempo que Villarreal), y Simón Berthold tomaron el pueblo de Mexicali, en la Baja California. Se apo-deraron de armas y dinero, aumentaron su número y abando-naron la población bien pertrechados, para extender la insu-rrección. Lázaro S. Alanís, otro liberal que siguió más tarde distintas banderías políticas, también consiguió tomar varios pueblos y reforzar considerablemente su grupo en hombres y armas; su campo de acción era el Estado de Chihuahua. La co-lumna Liberal más importante en el Estado de Chihuahua era la del viejo Prisciliano G. Silva, cuyos tres hijos habían tomado también las armas, uno en el grupo de Práxedis G. Guerrero, otro con Alanís y el menor con él mismo. El 11 de febrero, Silva escribía desde Guadalupe, Chihuahua, a Flores Magón: “Tengo enarbolada en este pueblo la bandera roja con nuestro querido lema: Tierra y Libertad. Al ver ondear esta insignia de los desheredados, acariciada por la fresca brisa invernal, me siento verdaderamente feliz…”. El 17 de febrero hubo un encuentro entre los liberales de Mexicali y las tropas federales al mando del coronel Vega; estas últimas sufrieron una vergon-zosa derrota.

Los liberales recibieron un valioso refuerzo con la libertad de Antonio de P. Araujo (se retiró decepcionado de la lucha en 1914) en febrero y con la de Jesús M. Rangel en abril de 1911, que

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habían pasado varios años en la penitenciaría de Leavenworth, Kansas, de resultas de la tentativa frustrada de 1908.

El mes de febrero es también memorable para los liberales, por la traición de Madero contra el viejo Prisciliano G. Silva, que se había adueñado de Guadalupe, Chihuahua. He aquí cómo sucedió: el 14 de febrero recibió Silva un mensaje de Madero solicitando ayuda para continuar la marcha desde Zaragoza, pues dado el estado de su columna, temía caer en manos de los federales. Silva le envió ocho carros, un coche con veinte caballos ensillados y dos carros cargados con toda clase de pro-visiones. El encargado de dirigir el convoy a Madero era Lázaro Gutiérrez de Lara, que había llegado con un grupo de norteame-ricanos a incorporarse a Silva. El 15 de febrero llegó Madero a Guadalupe con una importante columna, siendo tratados los maderistas afablemente por los liberales. Madero intentó con-quistar a Silva para su causa, con el pretexto primeramente de que iban a ser atacados por los federales de un momento a otro. Silva consintió en una acción defensiva común y, al ir a tratar el plan de la campaña, fue arrestado por Madero por no querer-lo reconocer como presidente provisional. Las fuerzas liberales, mezcladas con las maderistas, fueron también desarmadas trai-doramente. Lázaro Gutiérrez de Lara, que fungió de Judas, se proclamó maderista; pero parece que lo era ya en el tiempo que se hacía pasar por liberal. Además de este hecho, Madero reali-zó otro no menos cobarde: Gabino Cano iba a reunirse con cin-cuenta hombres a Silva, pero primeramente pasó la frontera de los Estados Unidos con trece heridos; Madero lo supo, y denun-ció a Cano con las autoridades norteamericanas. Esas traiciones rompieron toda consideración, y Ricardo Flores Magón escribió aquel famoso artículo: “Francisco I. Madero es un traidor a la causa de la libertad”, que provocó una completa escisión de las fuerzas que solían luchar eventualmente unidas contra el por-fi rismo. Por desgracia Regeneración circulaba difi cultosamente en México, y la labor orientadora de Ricardo Flores Magón se encontraba obstaculizada y muy a menudo completamente ignorada en el campo de la lucha. Madero, aprovechando esa circunstancia, hacía creer que los liberales y los antirreeleccio-nistas iban de acuerdo y hasta se publicaron manifi estos con los nombres de Francisco I. Madero y Ricardo Flores Magón:

el primero “Presidente Provisional” de la República y el segun-do “Vicepresidente”. Flores Magón expuso una vez más su inte-rés personal en la lucha por la libertad:

“Yo no peleo por puestos públicos. He recibido insi-nuaciones de muchos maderistas de buena fe, pues que los hay, y bastantes, para que acepte algún cargo en el llamado ‘Gobierno Provisional’, y el cargo que se me dice acepte es el de Vicepresidente de la República. Ante todo debo decir que me repugnan los gobiernos. Estoy fi rmemente convencido de que no hay ni podrá haber un gobierno bueno. Todos son ma-los, llámense monarquías absolutas o repúblicas constitucio-nales. El Gobierno es tiranía, porque coarta la libre iniciativa de los individuos y sólo sirve para sostener un estado social impropio para el desarrollo integral del ser humano. Los go-biernos son los guardianes de los intereses de las clases ricas y educadas y los verdugos de los santos derechos del proleta-riado. No quiero, pues, ser tirano. Soy un revolucionario y lo seré hasta que exhale el último aliento. Quiero estar siempre al lado de mis hermanos los pobres para luchar con ellos, y no al lado de los ricos ni de los políticos, que son opresores de los pobres. En las fi las del pueblo trabajador soy más útil a la humanidad que sentado en un trono, rodeado de lacayos y de politicastros. Si el pueblo tuviera algún día el pésimo gusto de aclamarme para ser su gobernante, le diría: yo no nací para verdugo. Busca a otro”.

Ésas no eran palabras vanas, sino sinceras confesiones. La actitud de Flores Magón hizo saltar de la Junta

Organizadora a Antonio I. Villarreal y pasarse francamente al bando maderista. Con Villarreal desapareció el último obstá-culo a la evolución del Partido Liberal, pues todos los demás elementos de la Junta y la inmensa mayoría de los adeptos eran anarquistas o de pronunciadas tendencias libertarias. El Partido Socialista Americano se solidarizó con Villarreal, desde su sa-lida de la Junta, quien comenzó una guerra infame contra el grupo de Regeneración. Subió a ministro de Fomento durante el gobierno de Álvaro Obregón.

En marzo apareció una nueva columna liberal cerca de Tijuana, en la Baja California, al frente de la cual estaba Francisco Vázquez Salinas y Luis Rodríguez. En el mismo mes cayó herido Lázaro S. Alanís en un combate contra los federales en Casas Grandes, Chihuahua, ayudando a las fuerzas de Madero, y en

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la Baja California, sufrieron los liberales una derrota en Tecate, donde murió uno de los jefes del grupo insurreccional, Luis Rodríguez. En Coahuila apareció también en marzo un nuevo grupo liberal armado, al frente del cual estaba Pedro Pérez Peña, que había tomado parte en la intentona de 1908.

El 3 de abril, la Junta Organizadora del Partido Liberal se dirigió en un manifi esto a los trabajadores del mundo, re-clamando solidaridad para los revolucionarios mexicanos, y explicando los fi nes perseguidos por los liberales. “El Partido Liberal mexicano –se lee en ese manifi esto– no lucha por de-rribar al dictador Porfi rio Díaz para poner en su lugar un nuevo tirano. El Partido Liberal toma parte en la actual insu-rrección con el deliberado y fi rme propósito de expropiar la tierra y los útiles de trabajo para entregarlos al pueblo, esto es, a todos y a cada uno de los habitantes de México… La dic-tadura de Porfi rio Díaz está para caer; pero la revolución no terminará por ese solo hecho: sobre la tumba de esa infaman-te dictadura quedarán en pie y frente a frente, con las armas en las manos, las dos clases sociales: la de los hartos y la de los hambrientos, pretendiendo la primera la preponderancia de los intereses de su casta y la segunda la abolición de esos privilegios por medio de la instauración de un sistema que garantice a todo ser humano el pan, la tierra y la libertad.” La Junta exhortaba a protestar internacionalmente contra la intervención armada de Estados Unidos en las cuestiones de México, y pedía dinero, dinero y más dinero para el fomento de la revolución social.

En plena lucha

En abril se hizo cargo de la sección inglesa de Regeneración el compañero Wm. C. Owen, actual redactor de Freedom, de Londres. Desde enero de 1911 había sido redactada por la es-posa del periodista Turner, el autor de México Bárbaro. He aquí algunos recuerdos de Owen, publicados en Freedom en ocasión de la muerte de Flores Magón en 1922:

“En mi primera visita a las ofi cinas de Regeneración obser-vé una gran caja de empaque, y supe que contenía solamente ejemplares de La conquista del pan, de Kropotkin, destinados a

México. Por muchos años prosiguieron estos hombres tal obra de zapa con infi nita tenacidad y con grandes sacrifi cios para sus cortísimos recursos personales. Su grande idea fue el desarrollo de personalidades revolucionarias. Tenían gran admiración por Kropotkin, que en mi opinión era muy justa.

“Cuando sustituí a John Kenneth Turner como editor de la sección inglesa de Regeneración, su circulación era como de 27.000 ejemplares, y el periódico debía ganar dinero; pero todo se gastaba en propaganda. Teníamos entre 600 y 700 periódicos en nuestra lista de canje. Nuestra gran aspiración era la unifi ca-ción de la opinión latina en México y en Centro y Suramérica contra la invasión de la plutocracia y la creación en Estados Unidos de un sentimiento bastante fuerte para mantener en ja-que la perpetua amenaza de la intervención”.

“Creo que Ricardo consideraba esto último como la prin-cipal tarea de Regeneración, y que a causa de esto, se opuso al traslado del periódico a México, que en cierta ocasión pedía yo urgentemente…” Owen dice de Ricardo Flores Magón que no encontró nunca un propagandista tan activo como él.

El 8 de abril presentaron batalla los liberales de la Baja California en la Mesa, al sur de Mexicali, contra las tropas federales; había 87 liberales frente a más de 400 soldados bien pertrechados. La batalla fue reñida; el jefe liberal William Stanley murió en la contienda, pero los porfi ristas fueron re-chazados. El 14 de abril murió a causa de las heridas recibi-das en la lucha, otro de los prestigiosos liberales de la Baja California, Simón Berthold. También murieron Cenobio Orozco, Fidel Ulíbarri y Simón A. Villalobos, miembros de la columna de Práxedis G. Guerrero, compuesta casi exclusiva-mente de anarquistas o simpatizantes. En mayo fue tomada Tijuana, Baja California, por las fuerzas al mando de Pryce, en nombre del Partido Liberal mexicano; los liberales tuvieron siete muertos en ese combate.

La lucha heroica por la conquista de la tierra consumía los elementos más conscientes del Partido Liberal; su acción audaz mantenía el espíritu revolucionario en el pueblo, y cuando la sangre y el esfuerzo de los libertarios sembró la buena semilla en México, Madero supo confi scar los frutos de la labor ajena. Pero las ideas propagadas por Ricardo Flores Magón fueron un factor con que hubo que contar en lo sucesivo. Los políti-cos se presentaron en la arena desde entonces con la promesa

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de reconocer las reivindicaciones proletarias propagadas por Regeneración, aunque, ciertamente, supieron burlarlas y dirigir hacía el ídolo autoritario el espíritu de las masas.

Flores Magón no sólo propiciaba la toma de posesión de la tierra, sino el comunismo. “Como buenos hermanos, los que trabajan la tierra en común deberán aprovechar los productos, no por partes iguales, sino que cada quien debe tomar según sus necesidades.

“Esto es un consejo de hermano. Cada cual tiene derecho a hacer lo que quiera en la Baja California. Pero hay que pensar en que, para que el trabajo ennoblezca, para que el hombre y la mu-jer no sean más bestias de carga, es preciso que se reúnan todos los esfuerzos para la producción, pues eso dará por resultado la abundancia mediante un pequeño esfuerzo de cada uno.”

Ricardo Flores Magón no era un teórico revolucionario, de ésos que pueden elaborar sistemas acabados en el gabinete ais-lado: era un combatiente, un apóstol que vivía en la realidad y que tomaba de la realidad las sugestiones y las iniciativas. Su ambiente vital era la lucha, la acción; sin ellas su cerebro hubie-ra carecido de alimento; había nacido para combatir sin tregua como caballero de un ideal; en él es característico que no llegó al anarquismo con andaderas artifi ciales, sino por la crítica lógica y atrevida al sistema actual de autoridad y de privilegio, y tam-bién debido a su falta de ambiciones personales.

La Junta Organizadora del Partido Liberal se dirigió a fi nes de mayo con un hermoso manifi esto a los soldados maderistas y a los mexicanos en general; un manifi esto que concreta las reivindicaciones libertarias del pueblo y que respira fraternidad y nobleza; termina con esta declaración:

“Hermanos desheredados que peleáis en las fi las de Madero, escuchad nuestra voz, que es desinteresada. Nosotros los libera-les no queremos pesar sobre vosotros. Ninguno de los miembros de esta Junta Organizadora del Partido Liberal mexicano os so-licita vuestro voto para vivir de parásitos. Queremos, cuando ya esté la tierra en manos de todos los desheredados, ir a trabajar a vuestro lado con el arado, con el martillo, con el pico y la pala. No queremos ser más que vosotros, sino vuestros iguales, vuestros hermanos.

“Deberíais estar convencidos de nuestra sinceridad como luchadores. No comenzamos a luchar ayer: nos estamos ha-ciendo viejos en la lucha contra la tiranía y la explotación. Los mejores años de nuestra vida han transcurrido en los presidios de México y de los Estados Unidos por ser leales a la causa de los pobres. No debéis, pues, desconfi ar de nuestras palabras. Si luchásemos por nuestro provecho personal, hace mucho tiempo que habríamos aceptado las, para otros, tentadoras proposicio-nes de los verdugos del pueblo. Recordad que no una, sino mu-chas veces nos ha ofrecido dinero para someternos… Nuestra vida humildísima, como les consta a todos los que nos tratan, es la mejor prueba de nuestra honradez. Vivimos en casas malsa-nas, vestimos trajes muy pobres y en cambio trabajamos como ningún jornalero trabaja. Nuestro trabajo es verdaderamente rudo, fatigoso, agotante. Si no fuésemos sinceros, ¿para qué matarnos trabajando tanto por solamente la comida?...”.

Ciertamente la sinceridad y la nobleza de alma del grupo Regeneración no han sido puestas en duda por nadie, excepto por algunos individuos que inventaron, en nombre del anar-quismo, desprestigiar a Ricardo Flores Magón y a sus amigos. Los adversarios más encarnizados de Flores Magón han hecho elogios de su carácter honesto e incorruptible, de su fi delidad a las ideas.

Un enemigo de Flores Magón

El artículo que enseguida insertamos fue escrito por uno de los más encarnizados enemigos de Ricardo Flores Magón du-rante su vida de luchador. Salado Álvarez defi ende un régimen que daba amplias garantías a los estafadores del pueblo, perte-necía a aquel famoso “Círculo de Amigos del señor Presidente General Porfi rio Díaz” derivado del no menos famoso “Partido Científi co”. Su carta, a pesar de sus insultos y calumnias, con-tiene revelaciones sublimes para los que juzgamos desde otro punto de vista la labor altamente humanitaria de Ricardo Flores Magón. Huyendo de la quema, Salado Álvarez se refugió en los Estados Unidos para seguir escribiendo contra la revolución que derrocó a Díaz del poder; volvió a México aprovechándose de la amnistía decretada por Álvaro Obregón. El artículo fue publi-cado el 5 de diciembre de 1922 por La Prensa de San Antonio, Texas; dice así:

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“Quizá le ocurra al lector algo de lo que me pasa a mí: no poder defi nir en casos especiales la fi gura de un hombre de manera de lanzarla imparcialmente al anatema de la historia o a las alabanzas de la posteridad. Flores Magón, cuya tumba se encuentra todavía fresca, es en mi concepto uno de esos hom-bres, por más que su obra se deba condenar y la condene yo sin vacilaciones ni distingos.

“No nos encontramos en la vida Flores Magón y yo, ni había motivo para que nos encontráramos: navegábamos en barcas distintas y llevábamos corrientes encontradas: él era el destructor que quería fundar un mundo nuevo mediante la vio-lencia, y yo el conservador que deseaba guardar lo que tantos sacrifi cios había costado a nosotros y a nuestros padres e irlo adaptando a las condiciones nuevas mediante la evolución5.

“Encontraba vituperable en Flores Magón su odio al pasa-do como si el pasado no estuviera preñado de porvenir, según la bella expresión de Lerminier, y hallaba, sobre todo, censurables los procedimientos que empleaba para hacer llegar al reino de la justicia: recurrir al auxilio del extranjero, atacar a la patria y hasta prescindir de su nombre.

“El que encabezó y dirigió ocultamente la matricida expedi-ción a la Baja California, en 1911, en que gentes de nuestro país rechazaron la invasión fi libustera de Pryce y demás desalmados que derramaron sangre mexicana y pusieron a prueba el patrio-tismo de los hijos de la península, no pueden contar con mis simpatías ni merecer mi estima.

“El que trató de seducir a la guarnición de Ciudad Juárez, de tomar la plaza valiéndose de auxiliares extranjeros de la peor ralea, fue todo, menos que un patriota. Y aquí aprovecho la oca-sión para desvanecer un error del congreso de periodistas, que se celebró hace poco en Veracruz: Juan Sarabia no estuvo prisione-ro en San Juan de Ulúa por delitos de prensa; lo estuvo porque en unión de Ricardo y Enrique Flores Magón, de Aarón López Manzano, de Librado Rivera y otros americanos que pudieron escapar a tiempo cayó en una celada que tendió el general don José María de la Vega, jefe de la plaza y de la zona y en la cual se atrapó a Sarabia, César Canales, Antonio Villarreal, un tal Tejeda, otro de apellido Rembao y varios más que fueron juzga-dos en un juicio público regular en que tuvieron todo género de defensa y quedó comprobada su culpabilidad. ¿Cuál sería la pena de esos disidentes el día de hoy? El periodismo, si periodista era Sarabia, nada tuvo qué ver en ese proceso que duró varios meses y se instruyó por un juez que mandaba la ley. Por cierto que hay

5 Salado Álvarez habla de evolución como de algo que él no entiende. La evo-lución y la revolución están íntimamente unidas: no hay línea de separación; la violencia o la revolución es una consecuencia de la evolución misma. – Librado Rivera.

un detalle gracioso y que demuestra cómo los hombres suelen moverse por intereses y no por ideas: el fi scal de la causa lo fue Juan Neftalí Amador, que pronunció una requisitoria formidable contra los que trataban de alterar el orden y derribar la sacra, gloriosa, intangible y nunca vista administración de don Porfi rio Díaz (subrayado por nosotros; no viene así en el original), y el cual Amador… murió de tabardillo pintado o de alguna otra pes-tilencia por el estilo y alcanzó la honra de que se le tendiera en la Secretaría de Relaciones visto como el tipo revolucionario sin manchas… Pero dejemos estas cosas y volvamos a Flores Magón, pues bien lo merece su fi gura histórica.

“Había sido el pionero de la revolución; Madero había estado sometido a sus órdenes y Flores Magón había recibido de él auxilio en dinero y palabras de aliento; bien podía exclamar como aquel poeta del tiempo de Carlos V: ‘Ya se acerca, señor, o ya es llegada la edad feliz el que promete el cielo…’. Pero se equivocó, como se equivocó casi siempre en la vida, no sé si por falta de dotes para abarcar la realidad o porque ésta le fuera hostil constante-mente. Madero tenía la idea de aquella democracia mansa en que la ecuación era muy sencilla substituyendo cantidades iguales para él: “Grupo Científi co-Familia Madero” sin que le preocuparan tres pitoches los famosos postulados de la revolución.

“Vino entonces el gran error de la vida de Magón y se lan-zó contra Madero, o mejor dicho, se lanzó contra la patria, pues solía escribir que no valía la pena cambiar un tirano de genio por un hombrecillo que ni siquiera a tirano llegaba, sino que era un acaparador que apandaba empleos para los suyos. Lo abandonaron sus antiguos Comelitones, luchó casi solo y apenas tuvo el amparo de Rivera, que lo acompaño fi el y cons-tantemente en buena y mala aventura, y el de los anarquistas americanos. Se metió en una mala hora a hablar del alistamien-to americano y se ganó una condena de veinte o más años de prisión; pero ni allí desmayó su espíritu tenaz ni se doblegó su dura cerviz. Siguió escribiendo y perorando, alentando a los pocos que le quedaban fi eles, y, a lo que dicen, medio ciego, enfermo del estómago, disminuidas en mucho sus fuerzas físicas continuó su tarea que él llamaba libertaria.

“Pero hay aspecto de su carácter que no sabría yo condenar. Flores Magón era un hombre de carácter. ¿Que empleó esa fuer-za e hizo de ella un uso indebido? Sin duda ninguna. Pero en el país en que todos trafi can con la conciencia, con la honra pro-fesional, con los empleos, Magón era una excepción. Valía más que hubiera sido de ésos que emplean su tenacidad en el bien y llegan a cosas grandes; pero esos se llaman santos y héroes.

“Diez o quince años hace que fue aprehendido en Los Ángeles, y su hermano don Jesús telegrafi ó a un amigo suyo pidiéndole alcanzara de las autoridades americanas que no lo

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deportaran, porque se fi guraba serían ejecutados incontinenti por las tropas del general Díaz. El encargado cumplió con la recomendación, pero antes fue a ver a un caballero al servicio del Presidente y le preguntó si podía hacer algo por el Gobierno. Mi amigo le indicó que debía insinuar a Flores Magón que su tarea era tan injustifi cada como antipatriótica y que no debía continuar en ella. La respuesta de Magón fue digna de un hom-bre honrado: ‘Bien sé, dijo, que se me daría una gran suma si dejara de atacar a Díaz; pero no es enemistad personal a él la que me guía; estoy cumpliendo una misión y la llevará a cabo de cualquier modo, aunque sea exponiendo la vida’.

“Puesto este hombre en el buen camino quizás hubiera podi-do ser un gobernante modelo, un hombre honrado, un mexica-no que hiciera bien a su patria; en el lugar en que se colocó fue un elemento de pérdida, de conmoción y de ruina, pues cuando él predicaba y trataba de mover el mundo, Calles, Alvarado, Diéguez y sobre todo de la Huerta y Obregón no existían sino como ojalateros de pueblo, (la palabra ojalateros viene subra-yada en el original), y Carranza cobraba sus dietas en el Senado con puntualidad de arrendador de casas.

“Cae Magón en el mismo terreno que el funesto Gutiérrez de Lara; pero, más temible que éste, sus amigos y discípulos le censuraron constantemente la entrada a México, seguros de que su presencia traería más complicaciones de las que existían.

“Después de muertes como la suya hay que exclamar como Escipión Násica ante el sepulcro de su cuñado Cayo Graco: ‘Perezca como él quien imite su ejemplo’, y no ha faltado quien lo imite, se-guro de que mediante eso se iba no a la cárcel como Magón, sino a los más altos empleos y a los honores más encumbrados.

“Aquí nos parecen extraños los histerismos de nuestros di-putados; pero un gobierno bolsheviqui no puede menos de hon-rar al que le trajo las gallinas.

“San Francisco, California, a 28 de noviembre de 1922”.

Caída de Porfi rio Díaz

El 25 de mayo quedó destrozado el zar Porfi rio Díaz y Madero ocupó el puesto vacante. Pero no por eso fueron de-puestas las armas. Madero comenzó las persecuciones francas contra los liberales, prohibiendo u obstaculizando la circulación de Regeneración; así como antes de la paz entre Díaz y Madero las respectivas fuerzas se combatían encarnizadamente, mu-riendo por sus respectivos amos, al día siguiente de la paz esas mismas fuerzas se unieron en gran parte para defender al nue-vo presidente y restablecer el orden perturbado desde entonces

por los liberales. En junio hubo un encuentro en San Antonio, Estado de Chihuahua, entre grupos liberales y fuerzas maderis-tas quedando vencedores los primeros, que iban al mando de Inés Salazar, de Jesús María Rangel (el mismo revolucionario todavía preso en Texas), y de Lázaro S. Alanís.

Otra vez a la cárcel

A primeros de junio fue libertado Juan Sarabia, antiguo miem-bro de la Junta, por Madero, y recibió la comisión de trasladarse a Los Ángeles en compañía del licenciado Jesús Flores Magón (fue más tarde ministro de Estado en el gobierno de Madero) para hacer a los miembros de la Junta proposiciones de arreglo y de paz. Sarabia llegó el 13 a las ofi cinas de Regeneración, y como sus proposiciones no tuvieron éxito, dijo al marcharse: “Puesto que han desechado las ofertas y proposiciones que les hemos he-cho, yo les haré todo el mal que pueda”. Efectivamente, unas doce horas más tarde, el 14 de junio a las 11 y media de la ma-ñana, fueron invadidas las ofi cinas de Regeneración, registradas minuciosamente y encarcelados Ricardo Flores Magón y Enrique Flores Magón, Librado Rivera y Anselmo L. Figueroa. La Junta respondió a las proposiciones de paz:

“Nosotros estamos convencidos de que la libertad políti-ca es una mentira en lo que concierne a la clase trabajadora. Los pobres no reciben ningún benefi cio con el hecho de poder designar al hombre que ha de dominarlos, y es por eso por lo que los liberales luchamos por la emancipación económica del proletariado, y nuestro objeto es que la tierra y la maquinaria de producción queden en poder de todos y cada uno de los ha-bitantes de México, sin distinción de sexo…”.

Además de la resistencia de los liberales, frente al maderismo surgió otro enemigo no menos irreconciliable, en el Estado de Morelos: Emiliano Zapata.

Ricardo Flores Magón, que combatía la tiranía en general y no la de Díaz en favor de la de Madero o de cualquier otro, dirigió sus ataques al nuevo gobernante, denunciando sus crí-menes y sus traiciones con la misma energía que antes lo había hecho respecto de Díaz. Es verdad: los grupos insurreccionales adictos comenzaron a decrecer y desaparecer, ultimados por la

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superioridad de las fuerzas enemigas; pero la divisa de Tierra y Libertad quedó en la conciencia de la clase campesina, en espera de que Madero la realizara desde el gobierno; el movimiento de Emiliano Zapata no hubiera sido posible tampoco si no hubiese preparado el terreno la propaganda de Flores Magón.

Ricardo Flores Magón salió en libertad bajo fi anza poco des-pués del arresto; quedaron en la cárcel Enrique Flores Magón, Librado Rivera y Anselmo L. Figueroa; los cuatro fueron incoa-dos en un proceso infame por “violación de las leyes de neutra-lidad”. Cuando se logró obtener algunos miles de dólares, se depositó fi anza a favor de otro de los presos, Librado Rivera, quedando en la cárcel Enrique Flores Magón y Anselmo L. Figueroa. La fi anza para cada uno ascendía a 2.500 dólares.

En mayo de 1911 tuvieron los liberales un nuevo desas-tre. Rangel, el viejo Silva y otros fueron heridos traidoramente por las tropas maderistas; muchos otros cayeron prisioneros; también en el mismo mes hicieron los tránsfugas del Partido Liberal, Antonio I. Villarreal y Juan Sarabia con el hermano de los Flores Magón, Jesús, y una serie de dudosas personalidades de todos los colores, pero acordes en fortifi car la nueva tiranía, un desgraciado ensayo de editar en México un periódico con el título de Regeneración, bautizado por Ricardo con el título de Degeneración. Naturalmente todo quedó en la nada tras pocos números, pues hubo de reconocerse que la pluma, la voluntad y la energía de Ricardo Flores Magón no eran patrimonio de cualquiera.

El Partido Liberal tenía cada vez más enemigos; muchos de sus afi liados no pudieron seguir la evolución de la Junta y se retiraron; otros se rindieron a las promesas de los gober-nantes, y los mejores, los más conscientes, los mas abnega-dos, habían muerto en el campo de batalla desde noviembre de 1910, o estaban presos o heridos; sin embargo continuaron produciéndose por algún tiempo levantamientos bajo la ban-dera del Partido Liberal, aunque en lo sucesivo la labor de Ricardo Flores Magón y sus compañeros consistió mucho más en la propaganda y en el mantenimiento del espíritu revolu-cionario en el pueblo mexicano que en los actos insurreccio-nales propios. La insurrección de Zapata se hizo muy popular y consumió muchas fuerzas simpatizantes del Partido Liberal,

no obstante ser claramente estatistas los fi nes de Zapata; pero Zapata signifi caba siempre un principio de revolución por sus métodos de lucha y por sus reivindicaciones económicas ex-propiando a los terratenientes y repartiendo la tierra a los peo-nes. Madero intentó someter por la persuasión y por las armas a los rebeldes zapatistas; a Zapata le fue prometida una gran extensión de tierra y una buena suma de dinero para cultivarla a su modo si rendía las armas; todo fue rechazado y la lucha armada contra el gobierno central quedó en pie.

Ricardo Flores Magón insistía sin cansarse: “la libertad po-lítica sin la independencia económica es una farsa; trabajadores, tomad posesión de la tierra y de los instrumentos de trabajo y estableced el comunismo, la forma natural de convivencia, practi-cada por el pueblo mexicano durante siglos y para la cual no hay necesidad de preparación científi ca ni de organizaciones utópicas; sólo hace falta que los trabajadores obren por su cuenta sin reco-nocer más el derecho de propiedad ni el principio de autoridad”.

El 6 de septiembre, después de muchos esfuerzos, salieron en li-bertad bajo fi anza Enrique Flores Magón y Anselmo L. Figueroa. El manifi esto del 23 de septiembre de 1911

El mes de septiembre de 1911 merece también ser recordado por otro acontecimiento. El 23 de ese mes se publicó un mani-fi esto de la Junta Organizadora del Partido Liberal mexicano en sustitución del programa del 1º de julio de 1906. En la nueva declaración se concretan los ideales libertarios de la Junta, com-puesta por los hermanos Flores Magón, por Librado Rivera, por Antonio de P. Araujo y por Anselmo L. Figueroa. Queremos transcribir algunos párrafos tomados al azar:

“Abolir ese principio (el de la propiedad privada) signifi ca el aniquilamiento de todas las instituciones políticas, económicas, sociales, religiosas y morales que componen el ambiente dentro del cual se asfi xian la libre iniciativa y la libre asociación de los seres humanos… Sin el principio de la propiedad privada no tiene razón de ser el Gobierno, necesario tan sólo para tener a raya a los desheredados en sus querellas y en sus rebeldías contra los deten-tadores de la riqueza social; ni tendrá razón de ser la Iglesia, cuyo exclusivo objeto es estrangular en el ser humano la innata rebeldía contra la opresión y la explotación… Capital, autoridad y clero:

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he ahí la trinidad sombría que hace de esta bella tierra un paraíso para los que han logrado acaparar en sus garras por la astucia, la violencia y el crimen, el producto del sudor, de la sangre, de las lágrimas y del sacrifi cio de miles de generaciones de trabajadores, y un infi erno para los que con sus brazos y su inteligencia trabajan la tierra, mueven la maquinaria, edifi can las casas, transportan los productos, quedando de esa manera dividida la humanidad en dos clases sociales de intereses diametralmente opuestos: la clase capi-talista y la clase trabajadora… No escuchéis las dulces canciones de esas sirenas que quieren aprovecharse de vuestro sacrifi cio para establecer un gobierno, esto es, un nuevo perro que proteja los intereses de los ricos… Como la aspiración del ser humano es tener el mayor número de satisfacciones con el menor esfuerzo posible, el medio más adecuado para obtener ese resultado es el trabajo en común de la tierra y de las demás industrias… La libertad y el bienestar están al alcance de nuestras manos. El mismo esfuerzo y el mismo sacrifi cio que cuesta elevar a un gobernante, esto es, a un tirano, cuesta la expropiación de los bienes que detentan los ricos. A escoger, pues: o un nuevo gobernante, esto es, un nuevo yugo, o la expropiación salvadora y la abolición de toda imposición reli-giosa, política o de cualquier otro orden”.

El grito de guerra de los liberales era Tierra y Libertad. Y esas dos palabras concretan verdaderamente todo el programa de Ricardo Flores Magón y el de los anarquistas en general.

En octubre, Mother Jones, persona muy conocida en el movimiento socialista de los Estados Unidos, visitó el grupo Regeneración en comisión del gobierno de México para incitar a los rebeldes a regresar a su país y a fi rmar la paz con Madero. Ricardo Flores Magón, sin vacilaciones, respondió en nombre de la Junta: “¿Por qué a nosotros se nos ofrecen comodidades y se deja a quince millones de seres humanos víctimas de la mise-ria, de la tiranía, de la ignorancia?

“No, no traicionaremos a nuestros hermanos los deshereda-dos. Preferimos nuestra miseria al remordimiento de haber obra-do mal; preferimos la inquietudes de nuestra vida de persegui-dos a las delicias de una vida ociosa comprada con una traición; preferimos el presidio y la muerte a que alguien nos arroje con derecho a nuestro rostro esta palabra: ¡Judas!” Estas exclamacio-nes no eran vanas arrogancias de lenguaje: los hechos vinieron a demostrar que salían de lo hondo del corazón honesto. William C. Owen ha dicho de esos rebeldes que eran fanáticamente leales a sus convicciones anarquistas; también es verdad.

La incomprensión de los anarquistas europeos

Queremos hablar de un episodio desagradable de la vida de Ricardo Flores Magón: la guerra que le hicieron algunos indivi-duos que se decían anarquistas y que no habían comprendido ni la evolución del Partido Liberal mexicano ni las condiciones de México. Una de las acusaciones que se hicieron a la Junta Liberal fue la de emplear el dinero que recibían de todas partes para el fomento de la revolución mexicana en cuestiones personales. Esa acusación no se hubieran atrevido a hacerla ni los enemigos más reaccionarios de Ricardo Flores Magón, pues el ejemplo de la vida de ese hombre y de sus compañeros está bien patente como una prueba de honestidad y de su abnegación. Otro de los repro-ches que se le lanzaron fue el de propagar el programa del Partido Liberal, promulgado el 1º de julio de 1906, que de ningún modo puede califi carse de anarquista; pero desde 1908 y sobre todo después de salir de la cárcel de Arizona, Ricardo Flores Magón y la mayoría de sus compañeros, si bien siguieron manteniendo ese programa, lo hacían interpretándolo como pan, tierra, libertad y bienestar para todos, nunca en un sentido gubernativo; en sentido gubernativo pensaban Juan Sarabia y Antonio I. Villarreal, pero éstos fueron puestos al margen; el primero cuando se declaró ma-derista y el segundo cuando demostró no ser apto para evolu-cionar hacia el anarquismo; recuérdese que la tentativa de 1908 se hizo sin poner a Villarreal –preso con Ricardo Flores Magón y Rivera– en antecedentes de los trabajos que se realizaban. Las contradicciones descubiertas en este dominio se deben por una parte al desconocimiento del desenvolvimiento seguido por la Junta Organizadora del Partido Liberal y en segundo lugar a que Flores Magón no era un doctrinario que medía cada una de sus palabras por el rasero de un dogma invariable: escribía con fuego y escribía mucho; no tenía tiempo para refl exionar detenidamente en sus frases, y no es de extrañar que se le hayan escapado expre-siones o que no haya pensado en actitudes que hubieran podido ser interpretadas torcidamente. Lo que no se puede negar es que un soplo libertario innegable circula por toda la obra de ese rebel-de, aun antes de proclamarse anarquista. Hasta podría afi rmarse que jamás pasó por la imaginación Ricardo Flores Magón, desde 1900, la idea de convertirse en gobernante para salvar a México;

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si fi rmó el programa de 1906 con su hermano Enrique y Librado Rivera, fue para atraer al elemento liberal y orientarlo mejor, como había hecho ya antes al desviarlo de la mera crítica anti-clerical para lanzarlo a la gran epopeya antiporfi rista. También se dijo (Grave y otros) que la revolución mexicana sólo existía en la fantasía de los redactores de Regeneración de Los Ángeles. He aquí la polémica sostenida en Les Temps Nouveaux, de París. Un grupo de camaradas franceses solicitó informes para pasar a México con el propósito de luchar por la revolución. A esa demanda respondió un camarada de Regeneración, Manuel G. Garza (Teodoro Gaitán, alejado actualmente de todo movimiento revolucionario) agradeciendo las buenas intenciones; pero advir-tiendo que el Partido Liberal no disponía de fondos para equipar, transportar y sostener a los camaradas que deseaban ofrecer su concurso a la revolución mexicana. Y, efectivamente, hay que te-ner en cuenta las condiciones de México y los momentos de lucha y de incertidumbre de entonces para pensar lo que hubiera signi-fi cado una docena de anarquistas desconocedores del terreno, del idioma, etc., en el campo de la lucha en que se debatían federales, maderistas, liberales, zapatistas y otros; hubieran resultado más bien una carga que un benefi cio. En el número del 2 de marzo de 1912, Les Temps Nouveaux publica un artículo de R. Frement en que se desprestigia la obra del Partido Liberal mexicano y se nie-ga la existencia de una revolución social en México, censurando a Regeneración por haber tenido palabras de benevolencia para Zapata, que no era anarquista. En otros diversos periódicos anar-quistas se combatía también a Flores Magón y a sus amigos, pre-sentándolos bajo colores bastante ambiguos. En el número de Les Temps Nouveaux del 3 de febrero intervino Tárrida del Mármol para exponer la situación mexicana y aclarar algunos puntos obs-curos. De Flores Magón dice: “…ha tenido el error de atacar con la mayor violencia a antiguos compañeros de lucha, algunos de los cuales son excelentes revolucionarios que han conocido la ba-rricada, la prisión o el destierro, pero que han rehusado seguirle en su evolución anarquista y en su campaña contra Madero en un momento en que este último dirigía el asalto contra la dictadura aún omnipotente. Dicho esto, hay que proclamar bien alto que Ricardo Flores Magón es uno de los luchadores más sinceros, más viriles y más honestos de nuestra época…”.

Lo que reprocha Tárrida del Mármol se justifi ca bien cuando se está en plena lucha y cuando es preciso exigir a los camaradas claridad y sinceridad. Flores Magón no era de ésos que podían contemporizar con los que se mostraban vacilantes o ambiguos y no reconocía términos medios: con el Partido liberal o contra él.

La actitud de Grave y Les Temps Nouveaux motivó una carta de Ricardo Flores Magón, fi rmada también por Enrique y Wm. C. Owen, a Grave, para protestar contra las acusacio-nes francas y veladas hechas en Les Temps Nouveaux al grupo Regeneración y a la revolución mexicana. Grave puso una nota al pie de la carta haciendo notar, en resumen, que todas las no-ticias que circulaban por la prensa obrera sobre la revolución social mexicana procedían de Regeneración, y que si era verdad que en México había lucha por la revolución social, cómo se explicaba que los Flores Magón estuvieran a centenares de kiló-metros del teatro de la contienda. A simple vista, las objeciones de Grave parecían lógicas; pero como la mayoría de las que se hicieron a la obra de Regeneración, se debe a un desconoci-miento de la realidad. Emma Goldman tuvo ocasión de tratar a los hombres de Regeneración y no ha hecho en Mother Earth la menor insinuación, sino que se esforzó por recoger dinero y enviarlo al periódico. Voltairine de Cleyre estudió también la revolución de México y no ha podido menos de reconocer su signifi cación y los méritos de la obra de Flores Magón y de sus amigos de la Junta, los cuales no hubieran hecho nunca tanto con las armas en la mano, en México, como con la pluma en Los Ángeles. La cobardía no es un reproche que pueda hacérsele a esos hombres, que demostraron en toda su vida heroica que des-conocían el miedo; tampoco les podía asustar la cárcel a quienes pasaron los mejores años de su existencia en las diferentes pri-siones. Lo que en primer término los retenía en Los Ángeles era la organización de la propaganda y de los grupos insurreccio-nales; en México hubieran corrido peligro de caer de inmediato en manos de Díaz o de Madero, y con su arresto en una prisión mexicana hubiese terminado todo, porque sin ellos todos los elementos que respondían al Partido Liberal habrían perdido el ánimo y habrían quedado desorientados. Piénsese también en el peligro de intervención norteamericana, que Flores Magón quería contrarrestar con su propaganda en Estados Unidos.

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Kropotkin se apresuró a enviar a Les Temps Nouveaux, el 27 de abril de 1912, una rectifi cación a las observaciones de Grave y de otros camaradas. Así explica el viejo anarquista la desilusión de algunos amigos sobre la revolución mexicana:

“Como tantos otros italianos, rusos, etc., etc., han soñado probablemente con campañas garibaldinas, y no encontraron nada de eso. Llanuras, campos apacibles que desconfi aban (y con razón) de los extraños y –de tanto en tanto–, ya aquí, ya a veinte leguas al Este, al Sur o al Norte de este punto, a siete, ocho días de distancia, una u otra aldea expulsa a los explota-dores y se apodera de la tierra. Después, tras veinte o treinta días, llega un destacamento de soldados ‘del orden’; ejecuta a los rebeldes, incendia la aldea y, en el momento en que regresa ‘victorioso’, cae en una emboscada, de donde no escapa más que dejando la mitad del destacamento muerto o herido.

“He ahí lo que es un movimiento campesino. Y es evidente que si llegaron allá jóvenes que soñaban con una campaña ga-ribaldina, llenos de entusiasmo militar, no encontraron más que desaliento. Se apercibieron pronto de su inutilidad.

“Desgraciadamente las nueve décimas partes (quizás las 99 partes por ciento) de los anarquistas no conciben la ‘revolución’ de otro modo que bajo forma de combates sobre las barriadas, o de expediciones garibaldinas triunfantes”.

Las consideraciones de Kropotkin llevaron a Grave a una especie de rectifi cación.

Otra vez a la cárcel

El proceso entablado después del arresto del 14 de junio de 1911 se celebró el 25 de junio de 1912 en los tribunales de Los Ángeles, California. Duró tres semanas y constituyen una infame comedia, cuyos testigos de cargo pertenecían to-dos al elemento de más baja estatura moral, comprados por el gobierno mexicano. Los testimonios favorables fueron casi todos rechazados, y los rebeldes, Ricardo y Enrique Flores Magón, Librado Rivera y Anselmo L. Figueroa fueron conde-nados a 23 meses de prisión, pena expiada en la penitenciaría de la isla de McNeil, Estado de Washington. El gobierno nor-teamericano tenía igualmente un gran interés en obstaculizar las actividades de estos hombres, pues las altas fi nanzas yan-quis poseían una gran parte de la riqueza de México y, para

conservar y acrecentar esa riqueza, protegieron ayer a Díaz, luego a Madero, después a Carranza, y a todo el que se de-mostrase dispuesto a someterse a los dictados del capitalismo de los Estados Unidos.

Regeneración siguió apareciendo con más o menos difi cul-tades, redactado en su mayor parte por Antonio de P. Araujo. Numerosas rencillas y ambiciones salieron a la superfi cie; pero el deseo de apoderarse de Regeneración fracasó. No faltaron tampoco las calumnias más cobardes contra los presos, calum-nias que arrancaron a Ricardo Flores Magón estas amargas palabras:

“En vez de dársenos en el presidio los cinco dólares diarios y de pasarnos en él una vida regalona, como aseguran nuestros pequeños enemigos, se nos hacía trabajar bajo la lluvia y la nie-ve, a una temperatura glacial, en aquel lugar del extremo Norte de ese país. Nuestras ropas, destilando agua, se secaban al ca-lor de nuestros cuerpos por la noche, mientras dormíamos en nuestros calabozos. La alimentación que se nos proporcionaba no bastaba para que nuestros cuerpos recobrasen las fuerzas perdidas en las duras faenas del presidio…”.

Durante la permanencia en la isla de McNeil un diputado por California, Nolan, hizo gestiones en favor de la libertad de los presos. Wilson se negó a abrir las puertas del presidio a esos hombres, por conceptuarlos demasiado peligrosos.

Por fi n, en enero de 1914, salieron en libertad, después de cumplida su condena. Anselmo L. Figueroa, en cuyo cuerpo dejó hondas huellas la vida del presidio, murió el 14 de junio del mismo año.

El 31 de enero hicieron los ex reos esta declaración en el pe-riódico: “Después de la forzada ausencia nos encontramos otra vez entre los libres. Entramos al presidio con la frente levantada y salimos de él con la frente alta diciéndoles a todos, amigos y enemigos: ¡Aquí estamos! ¡Aquí estamos! Si el enemigo creyó aniquilarnos, hay que confesar que el enemigo ha fracasado. Los grillos torturaron nuestra carne, pero nuestra voluntad está entera y hoy somos los hombres de siempre, los rebeldes tena-ces, los enemigos de la injusticia…”.

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En la brecha Al salir de la isla de McNeil, la situación mexicana perma-

necía más o menos idéntica; sólo los hombres del Poder y sus contrincantes habían cambiado; en lugar de Madero, estaban en lucha Huerta y Carranza. Emiliano Zapata permanecía inex-pugnable en el estado de Morelos. Las fuerzas liberales habían ido decreciendo, y sólo de tanto en tanto se escuchaba alguna acción de armas, la toma de un pueblo, una derrota, aprisiona-mientos, fusilamientos, etcétera. Pero todo el proletariado mexi-cano estaba penetrado de la idea de la toma de la tierra. Zapata mantenía buenas relaciones con los liberales, muchos de los cuales se habían puesto de parte suya, y hasta llegó a ofrecer a Regeneración todo el papel que necesitara siempre que se publi-case en la zona por él controlada. Era natural que Regeneración tratase benévolamente a Zapata; las divergencias profundas que separaban de los liberales a Zapata eran evidentes; pero por el momento quedaban debilitadas ante la apremiante lucha a muerte contra los poderes políticos reaccionarios. Zapata que-ría la libertad económica de los campesinos, la expropiación de la tierra, y no sólo la quería en teoría, sino que la realizó en la práctica. En agosto de 1914 publicó un manifi esto fechado en Milpa Alta, Distrito Federal; de él tomamos el siguiente párrafo: “…El pueblo de los campos quiere vivir la vida de la civilización, trata de aspirar el aire de la libertad económica que hasta aquí ha desconocido… Eso de gobierno militar primero y parlamen-tarismo después, reformas en la Administración para que quede reorganizada, pureza ideal en el manejo de los fondos públicos, responsabilidades ofi ciales escrupulosamente exigidas, libertad de imprenta para los que no saben escribir, libertad de votar para los que no conocen a los candidatos; correcta administra-ción de la justicia para los que jamás ocupan un abogado; todas esas bellezas democráticas, todas esas grandes palabras con que nuestros abuelos y nuestros padres se deleitaron, han perdido ya su mágico atractivo y su signifi cación para el pueblo.

El pueblo ha visto que con elecciones o sin elecciones, que con sufragio efectivo o sin él, con dictadura porfi rista o con democracia maderista, con prensa amordazada o con libertinaje de la prensa, siempre, y de todos modos, él sigue rumiando sus

amarguras, devorando sus humillaciones inacabables, y por eso teme, y con sobrada razón, que los libertadores de hoy vayan a ser iguales a los caudillos de ayer…”.

Ciertamente en el zapatismo había tendencias estatistas; pero ningún partido político, y menos los modernos comunistas, se ha acercado a una solución tan radical del problema agrario; no es preciso advertir que el zapatismo, después de la desapa-rición de Zapata, se transformó en un partido vulgar con una ideología apropiada para defender los intereses de los grandes propietarios latifundistas.

Flores Magón intervino fogosamente en la propaganda des-de el primer día de su liberación; las fl echas agudas de su ingenio se dirigieron principalmente contra Venustiano Carranza, que disputaba a Huerta la presidencia y que estaba protegido por los Estados Unidos. Ricardo Flores Magón tenía sus prevencio-nes contra Estados Unidos, cuyos capitales habían convertido a México en una dependencia de Wall Street. Por lo demás, le sobraba razón. Pero su anticarrancismo era al mismo tiempo una exposición práctica de las ideas anarquistas. No se redujo a criticar y sacar a relucir los crímenes de los nuevos gobernantes, sino que al mismo tiempo expuso el verdadero camino de la emancipación. Como desde 1910 no cesó de repetir: el mal no es un hombre, sino un sistema, incitando a la acción directa de los desheredados. Jesús M. Rangel

Al conseguir Rangel la libertad, trasladado en 1912 del hospi-tal “Juárez”, a la ciudad de México, se puso de inmediato en ac-ción, trasladándose a los Estados Unidos después de una gira por el Sur, donde operaba Zapata. Organizó en el Estado de Texas una nueva guerrilla, y el 11 de septiembre de 1913 se puso en marcha para México. Unos espías norteamericanos sorprendieron a los rebeldes, matando a Silvestre Lomas, que servía de centinela al grupo rebelde; los demás hicieron prisioneros a los asaltantes y continuaron su marcha. Por el camino, José Guerra, quien fungía esta vez como jefe de los rebeldes, ajustició al espía Candelario Ortiz por haber sido el que dio muerte a Lomas. Al día siguiente una numerosa partida de fuerzas norteamericanas arrestó a toda

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la guerrilla de rebeldes, entablándose un ligero tiroteo, en el que pereció uno de los liberales, Juan Rincón; Guerra desapareció también en ese encuentro y se cree que fue muerto por las fuerzas norteamericanas. El total de la guerrilla ascendía a catorce, y son los siguientes: Jesús M. Rangel, Charles Cline, Abraham Cisneros, Eugenio Alzalde, Miguel P. Martínez, Bernardino Mendoza, Luz Mendoza, Jesús González, Lino González, Leonardo L. Vázquez, Domingo R. Rosas, José Angel Serrano, Lucio R. Ortiz y Pedro Perales. Siguió un monstruoso proceso, y los supervivientes de la frustrada expedición fueron condenados la mayor parte de ellos a elevadísimas penas de veinticinco a noventa y nueve años de pre-sidio. Eugenio Alzalde y Lucio R. Ortiz han muerto en la prisión a manos de sus guardianes, y quedan actualmente Jesús M. Rangel, Charles Cline, Abraham Cisneros, Pedro Perales, Jesús González y Leonardo M. Vázquez, todavía en las cárceles de Texas, olvi-dados de todos aquellos por quienes expusieron tantas veces la vida en la lucha contra el porfi rismo, contra el maderismo, contra el carrancismo… Ricardo Flores Magón ha clamado ayuda en favor de sus amigos de Texas, ha escrito vigorosos llamados, y no desperdició ninguna ocasión de atraer la atención del mundo sobre la signifi cación de Rangel y compañeros en la revolución mexicana. Flores Magón murió sin haber conseguido la libertad de los valientes guerrilleros libertarios, que van a cumplir ya doce años en el presidio. Nuevo proceso

El 28 de febrero de 1916 fueron citados, a la Corte Federal de Los Ángeles, Ricardo y Enrique Flores Magón, a responder el primero por tres artículos anticarrancistas, y el segundo por haber escrito que Wilson estaba en connivencia con Carranza; también fue perseguido por Wm. C. Owen por haber atacado a Wilson. Ricardo y Enrique Flores Magón quedaron detenidos. Simultáneamente el correo comenzó a poner difi cultades a la circu-lación de Regeneración, quedando, por último, fuera del registro postal, a fi n de evitar su circulación. Ricardo Flores Magón enfer-mó en la cárcel y fue enviado al hospital en mayo. Después de la farsa de proceso que se les siguió a los acusados, fueron condena-dos a sufrir la pena de tres años de trabajos forzados Enrique Flores

Magón y un año para Ricardo, a quien se le arrancó de la cama para ir a recibir la sentencia, y como no se esperaba que viviera un año en la cárcel, el juez expresó que debido a su enfermedad se le ponía sentencia tan baja. Se apeló de la sentencia, la cual les fue revocada por el juez de apelaciones de San Francisco, California, durante una nueva acusación, que se le instruía a Ricardo Flores Magón en compañía de Librado Rivera en marzo de 1918.

El juez exigió una fi anza de cinco mil dólares para Ricardo y cinco mil para Enrique, suma que no pudo ser recogida natural-mente, y que si se hubiera presentado no habría sido tal vez ad-mitida, porque lo esencial era retener presos a los rebeldes, por convenir así a los intereses de los amos de México. Alexander Berkman y Emma Goldman intervinieron y recogieron dinero para la fi anza, que tras de no pocos trámites fue admitida y los presos recobraron su libertad provisoria en julio.

Con la misma energía de siempre, con el mismo fuego, con la misma tenacidad, Ricardo Flores Magón prosiguió en su puesto de combate. Carranza no encontró en su camino una persona que lo azotara más despiadadamente que Ricardo. Las largas catilinarias: Carranza traiciona la revolución y Carranza se des-poja de la piel de oveja, merecen siempre leerse; son un modelo de crítica libertaria a la reacción reformista. Un historiador des-apasionado de la vida política mexicana no podrá menos que recurrir a los trabajos de Flores Magón para la comprensión de la verdad. El hálito justiciero, que circula por esos escritos y los latigazos sangrientos que asesta a los enemigos de la revolución, son imperdurables.

La Guerra Mundial

Cuando estalló la Guerra Mundial, Flores Magón no tuvo un momento de vacilación; en esa guerra no tenían nada que defender los revolucionarios. Con muestras de gran indigna-ción, exclamó algunas veces: “¡Esos borregos que agonizan en los campos de batalla de la burguesía, son una amenaza para nuestra libertad cuando están vivos!”. Ha visto en la guerra una excelente oportunidad para las agrupaciones de todos los revo-lucionarios y para una acción internacional contra la explota-ción y la tiranía.

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La prensa obrera y anarquista de los Estados Unidos estaba sufriendo los más brutales atropellos; centenares de revoluciona-rios de todas las nacionalidades y aun norteamericanos fueron arrestados y condenados a penas fabulosas por delitos de propa-ganda contra la guerra. Regeneración no podía salvarse; además de su campaña contra el gobierno de México, que amenazaba sin cesar los intereses de los capitalistas de los Estados Unidos, era un órgano anarquista que circulaba mucho entre el elemento de habla española de la república de los “bravos y los libres”. Una faceta de la personalidad de Flores Magón

Fue en 1916 cuando escribió Ricardo Flores Magón su drama Tierra y Libertad, una exposición de sus ideas y de sus críticas a la sociedad actual. También escribió numerosas historietas, uto-pías comunistas libertarias. (El triunfo de la revolución social, Vida Nueva). Dio expresión a la riqueza que desbordaban su cerebro y su corazón en formas populares, accesibles a la com-prensión de todas las inteligencias. Los dos pequeños volúme-nes Sembrando Ideas y Rayos de Luz, publicados últimamente (1923 y 1924 respectivamente) están tomados de Regeneración y contienen una faceta de la inteligencia y de la sensibilidad de Ricardo para llegar al alma de las masas. La mayoría de esos escritos son apropiados para la propaganda campesina y para la lectura en las escuelas. Francisco Ferrer los hubiera recomenda-do en su sistema de enseñanza. El fondo de toda la visión mental de Flores Magón era el paisaje mexicano, el pueblo mexicano; pero ese apego a su país no lo privó un momento de ser interna-cional y de aspirar a la fraternidad de todos los desheredados de la tierra. Es verdad: su corazón albergaba más de un reproche contra el pueblo norteamericano; pero es que había sido pro-fundamente herido en sus sentimientos por el desprecio hacia el mexicano que constaba al otro lado de la frontera y porque había visto muchos crímenes contra sus hermanos de raza, por-que muchos de sus amigos y él mismo habían sufrido persecu-ciones y prisiones en tierra norteamericana; el desprecio hacia los mexicanos en los Estados Unidos era artifi cialmente nutrido por la prensa capitalista; Flores Magón no lo desconocía y por eso atribuía esos odios injustifi cados e injustos al orden actual

autoritario y capitalista. Pero a quienes odiaba tanto como a los verdugos de su país era a los acaparadores de Wall Street, propietarios de industrias, de minas, de ferrocarriles en México; veía que era de ellos de quien dependía México, y no hallaba otro recurso, para romper ese yugo de dependencia económica y política, que la expropiación general de la riqueza en benefi cio de todos.

Las jefaturas Flores Magón ha dicho que él no adulaba ni a los tiranos

ni a las masas, y ése fue un lema al que permaneció fi el toda la vida; ha tenido por guía la verdad, y la ha dicho, sin refl exionar en las consecuencias. Muchas verdades útiles podrían encontrar siempre los trabajadores de México en los escritos del hombre que tanto ha dado a la causa de la revolución social.

Queremos transcribir algunos párrafos tomados al azar en los escritos de Ricardo Flores Magón.

En vísperas de entrar en la cárcel, en julio de 1911, escribía:

“No hay que pensar en jefaturas. Los ideales purísimos que sostenemos están reñidos con imposiciones de toda clase. Que cada uno de vosotros sea el jefe de sí mismo, es lo que ardien-temente deseamos. Los libertarios no estamos acostumbrados a tener líderes.

“Tened presente que estáis luchando por conquistar el dere-cho a vivir que tiene toda criatura humana. No estáis luchando por encumbrar a nadie al Poder, porque sería tanto como sacri-fi carse por tener un nuevo verdugo”.

¿Huelga o insurrección? He aquí un concepto particular de las luchas proletarias:

“Cientos de huelgas se registran en estos momentos en todo el país, de carácter más o menos revolucionario –escribía en agosto de 1911–. Hasta hoy las mejores huelgas han sido la de los peones del campo de Yucatán, porque los compañeros trabajadores no han asumido esa actitud inofensiva de dejar caer la herramienta y cruzarse de brazos en esperas de mejores salarios y reducción de las horas de trabajo. Los peones de las haciendas yucatecas han tomado posesión de muchas de ellas y

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las están trabajando por su cuenta, desconociendo resueltamen-te el derecho de los ricos de tener a salario a los trabajadores. Otros actos notables de reivindicación de los derechos de los productores han sido la toma de posesión de la tierra por los habitantes del Estado de Morelos, para trabajarla sin amos pues se ha desconocido a éstos el derecho de propiedad; la toma de posesión de la tierra por los camaradas yaquis y la heroica lucha de éstos contra las fuerzas de Madero, que pretenden desalojar-los de sus tierras…

“Las huelgas de carácter revolucionario se han concretado a volar fábricas con dinamita, a arrasar plantíos, a desplomar minas; pero hay que refl exionar sobre esto. Si se destruye la maquinaria, poco se ganará. Hay que tomar resueltamente po-sesión de las fábricas, de los talleres, de las minas, de las fundi-ciones, etc. En lugar de dejar caer la herramienta y cruzarse de brazos, en lugar de destruir el patrimonio común, compañeros, hermanos trabajadores, seguid trabajando; pero con una con-dición: de no trabajar para los patrones sino para vosotros y vuestras familias…”.

Sobre la huelga en sí tenía esta opinión:

“La huelga no es redentora. La huelga es una vieja arma que perdió su fi lo dando golpes contra la solidaridad burguesa y la ley del hierro de la oferta y la demanda. La huelga no es reden-tora porque reconoce el derecho de propiedad, considera que el patrón tiene derecho a quedarse parte del producto del trabajo humano. Se gana una huelga; pero el precio de los productos aumenta y la ganancia para el trabajador es perfectamente ilu-soria. Lo que antes de la huelga valía, por ejemplo, un centavo, después de que ha sido ganada la huelga valdrá dos, con lo que el capital nada pierde y sí pierde el trabajador…

“Mexicanos, éste es el momento oportuno. Tomad posesión de todo cuanto existe. No paguéis contribuciones al Gobierno; no paguéis la renta de las casas que ocupáis; tomad las hacien-das para trabajar la tierra en común, haciendo uso de la exce-lente maquinaria que tienen los burgueses; quedaos con fábri-cas, talleres y minas, etcétera...”.

Para Flores Magón el movimiento sindical era insufi ciente; y presentaba el ejemplo de la gran American Federation of Labor, con millón y medio de afi liados. Verdaderamente las condiciones mexicanas de entonces se prestaban más para la acción insurrec-cional armada que para la acción defensiva de los sindicatos. Pero con el tiempo comprendió la razón de ser de las organizaciones

obreras, como lo comprendió Kropotkin en sus últimos años. Si Flores Magón hubiese visto el año de 1924 y constatado que fueron las organizaciones obreras reformistas las que elevaron a la presidencia a Elías Calles, habría llegado a la conclusión de que es preciso arrancar los trabajadores, por medio de organiza-ciones obreras económicas y revolucionarias, a los explotadores políticos; la labor es larga y paciente, pero a Flores Magón no le faltaba la voluntad para la lucha. Estamos ya en tiempos en que la mera táctica de la insurrección armada se vuelve inofensiva; es preciso hacer frente a la burguesía con armas que hieran más que el fusil o la bomba, y una de las armas que más daño hacen al capitalismo y al Estado es la propaganda y la difusión de las ideas libertarias.

Lo importante en Flores Magón es la rebeldía que inspira; no comprendía la adhesión platónica a las ideas anarquistas; exigía la resistencia constante, con todos los medios, a las im-posiciones autoritarias y a la explotación. Y su esfuerzo no ha sido vano. Ha contribuído, más que nadie en México, a elevar el nivel moral del proletariado esclavo.

El gran crimen de Ricardo Flores Magón La reacción general en los Estados Unidos no podía menos de

alcanzar a Regeneración, como había alcanzado a tantos órga-nos anarquistas: The Blast, de Alexander Berkman; Revolt, The Alarm, Volne Listy, The Woman Rebel, Temple Talk, Voluntad, Germinal, etc., etc. La menor palabra contra la guerra era casti-gada con una sentencia monstruosa. Luego estalló la Revolución Rusa, y en Flores Magón, como en tantos otros, produjo el júbilo y el entusiasmo consiguientes. El 16 de marzo de 1918, La Junta Organizadora del Partido Liberal mexicano se dirigió a los miem-bros del Partido, a los anarquistas de todo el mundo y a los traba-jadores en general, en un manifi esto fi rmado por Ricardo Flores Magón y Librado Rivera. Ese escrito no es de ningún modo vio-lento, sino sólo una exhortación para prepararse a tomar una parte activa en los acontecimientos que se aproximaban. Hasta se podría decir que es demasiado manso, que no contiene el fuego habitual de los escritos de Flores Magón. Para juzgar fríamente el crimen de las autoridades norteamericanas, reproducimos íntegro

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ese manifi esto, que pasa a la Historia por haberse fundado en él un negro crimen del sistema capitalista y autoritario:

“Compañeros:“El reloj de la Historia está próximo a señalar, con su aguja

inexorable, el instante que ha de producir la muerte de esta so-ciedad que agoniza.

“La muerte de la vieja sociedad está próxima, no tardará en ocurrir, y sólo podrán negar este hecho aquellos a quienes inte-resa que viva, aquellos que se aprovechan de la injusticia en que está basada, aquellos que ven con horror la revolución social, porque saben que al día siguiente de ella tendrán que trabajar codo con codo con sus esclavos de la víspera.

“Todo indica, con la fuerza de evidencia, que la muerte de la sociedad burguesa no tarda en sobrevenir. El ciudadano ve con torva mirada al polizonte, a quien todavía ayer consideraba su protector y su apoyo; el lector asiduo de la prensa burguesa encoge los hombros y deja caer con desprecio la hoja prostitui-da en que aparecen las declaraciones de los jefes del Estado; el trabajador se pone en huelga sin importarle que con su actitud se perjudiquen los patrios intereses, consciente ya de que la pa-tria no es su propiedad, sino la propiedad del rico; en la calle se ven rostros que a las claras delatan la tormenta interior del descontento y hay brazos que parece que se agitan para cons-truir la barricada. Se murmura en la cantina; se murmura en el teatro; se murmura en el tranvía y en cada hogar, especialmente en nuestros hogares, en los hogares de los de abajo; se lamenta la partida de un hijo a la guerra, o los corazones se oprimen y los ojos se humedecen al pensar que mañana, que tal vez hoy mismo, el mocetón que es la alegría del tugurio, el joven que con su frescura y su gracia envuelve en resplandores de auro-ra la triste existencia de los padres que están en el ocaso, será arrancado del seno amoroso de la familia para ir a enfrentarlo, arma al brazo, con otro joven que es, como él, el encanto de su hogar, y a quien no odia, y a quien no puede odiar porque ni siquiera lo conoce.

“Las fl amas del descontento se avivan al soplo de la tiranía, cada vez más ensoberbecida y cruel en todo país, y aquí y allá, allá y acullá, y en todas partes, los puños se crispan, las mentes se exaltan, los corazones laten con violencia, y donde no se murmura, se grita, suspirando todos por el momento en que las manos encallecidas en cien siglos de labor deban dejar caer la herramienta fecunda para levantar el rifl e que espera, nervioso, la caricia del héroe.

“Compañeros, el momento es solemne; es el momento pre-cursor de la más grandiosa catástrofe política y social que la Historia registra: la insurrección de todos los pueblos contra las condiciones existentes.

“Va a ser, seguramente, un impulso ciego de las masas que sufren; va a ser, a no dudarlo, la explosión desordenada de la cólera comprimida apenas por el revólver del esbirro y la horca del verdugo; va a ser el desbordamiento de todas las indignaciones y de todas las amarguras y va a producirse el caos, el caos propicio al medro de todos los pescadores a río revuelto; caos del que pueden surgir nuevas opresiones y tira-nías nuevas, porque en esos casos, regularmente, el charlatán es el líder.

“Toca pues, a nosotros, los conscientes, preparar la menta-lidad popular para cuando llegue el momento, ya que no prepa-rar la insurrección, porque la insurrección nace de la tiranía.

“Preparar al pueblo no sólo para que espere con serenidad los grandes acontecimientos que vislumbramos, sino para que sea capaz de no dejarse arrastrar por los que quieren conducirlo ahora por caminos de fl ores a idéntica esclavitud o tiranía seme-jante a la que hoy sufrimos.

“Para lograr que la rebeldía inconsciente no forje con sus propios brazos la cadena nueva que de nuevo ha de esclavizar al pueblo, es preciso que nosotros, todos los que no creemos en gobierno, todos los que estamos convencidos de que gobierno, cualquiera que sea su forma y quien quiera que se encuentre al frente de él, es tiranía, porque no es una institución creada para proteger al débil, sino para amparar al fuerte, nos coloquemos a la altura de las circunstancias y sin temor propaguemos nuestro santo ideal anarquista, el único humano, el único justo, el único verdadero.

“No hacerlo, es traicionar a sabiendas las vagas aspiracio-nes de los pueblos a una libertad sin límites, como no sean los límites naturales, esto es, una libertad que no dañe a la conser-vación de la especie.

“No hacerlo, es dejar manos libres a aquellos que quieran aprovechar, para fi nes meramente personales, el sacrifi cio de los humildes.

“No hacerlo, es afi rmar lo que dicen nuestros contrarios: que está muy lejano el tiempo en que pueda implantarse nuestro ideal.

“Actividad, actividad y más actividad, esto es lo que recla-ma el momento.

“Que cada hombre y cada mujer que amen el ideal anar-quista lo propaguen con tesón, con terquedad, sin hacer aprecio de burlas, sin medir peligros, sin reparar en consecuencias.

“¡Manos a la obra, camaradas, y el porvenir será para nues-tro ideal!

“Tierra y Libertad”.

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Ése es el manifi esto por el cual Ricardo Flores Magón y Librado Rivera fueron procesados y condenados, el primero a 20 años y el segundo a 15 años de presidio. El 15 de agosto de 1918, ambos delincuentes entraban en la prisión de la isla de McNeil, estado de Washington, a cumplir la sentencia. Flores Magón llegó enfermo a la penitenciaría y fue sometido a trata-miento médico.

Después de haber leído íntegramente el cuerpo del delito, está de más afi rmar que el proceso entero ha sido un complot judicial para perder a esos dos hombres.

En Leavenworth

Después de quince meses de permanencia en la isla de McNeil, Ricardo Flores Magón fue trasladado a Leavenworth, Kansas, a solicitud propia, pensando que en este establecimiento podría atender mejor su salud. Librado Rivera consiguió también el traslado, nueve meses más tarde.

La vida en Leavenworth es una continua tragedia; no sólo no mejoró la salud, sino que fue empeorando, y a su malestar se añadió poco después una afección visual que lo iba privando de la vista. La ceguera era un estado que le causaba terror, y si por algo imploraba a sus amigos de afuera que hicieran algo en favor de su liberación, fue con el objeto de atender su salud y de salvarse de quedar ciego.

El gobierno mexicano votó una pensión para el prisionero de Leavenworth, que naturalmente fue rechazada por el benefi cia-do, que no quería deber nada a ningún gobierno.

En carta dirigida a Nicolás T. Bernal el 20 de diciembre de 1920, dice Magón en parte lo siguiente:

“…Después de escrito lo anterior, llegó a mis manos tu carta del 18 del actual, en la que transcribiste la carta que el compa-ñero… te escribió refi riéndose a la pensión que la Cámara de Diputados generosamente acordó para Librado y para mí. No puedo escribir directamente a México por razones que te ex-pliqué en mi última carta. Así, pues, dile a… que yo no sé lo que Librado piense acerca de esta pensión, y hablo solamente en mi nombre. Soy anarquista, y no podría, sin remordimien-to y vergüenza, recibir el dinero arrebatado al pueblo por el Gobierno. Agradezco los sentimientos generosos que impulsaron a la Cámara de Diputados a señalar dicha pensión. Ellos tienen

razón, porque creen en el Estado, y consideran honesto imponer contribuciones al pueblo para el sostenimiento del Estado; pero mi punto de vista es diferente. Yo no creo en el Estado; sostengo la abolición de las fronteras; lucho por la fraternidad universal del hombre; considero al Estado como una institución creada por el capitalismo para garantizar la explotación y la subyugación de las masas. Por consiguiente, todo dinero derivado del Estado es el sudor, la angustia y el sacrifi cio de los trabajadores. Si el dinero viniera directamente de los trabajadores, gustosamente y hasta con orgullo lo aceptaría, porque son mis hermanos. Pero vinien-do por intervención del Estado, después de haber sido exigido –según mi convicción– del pueblo, es un dinero que quemaría mis manos, y llenaría de remordimiento mi corazón. Repito mi agradecimiento a Antonio Díaz Soto y Gama (actual diputado socialista) en particular, y a los generosos diputados en general. Ellos pueden estar seguros que con todo mi corazón aprecio sus buenos deseos; pero yo no puedo aceptar el dinero”.

Sindicalismo y anarquismo

La razón de ser de las organizaciones obreras revoluciona-rias que después comprendió Ricardo Flores Magón se ve por las cartas que siguen, escritas a la camarada Elena White, de Nueva York:

Septiembre 5 de 1921. “Deseas mi opinión sobre la actitud que debemos adoptar

los libertarios ante el movimiento sindicalista. Hay una cosa que creo fi rmemente que no debemos hacer: estar en contra de ese movimiento. De todas las formas de organización del trabajo, el sindicalismo se encuentra en el terreno más avanzado, y es nues-tro deber ayudarlo, y si no podemos llevar a todo el movimien-to al plano más elevado de nuestros ideales y aspiraciones, a lo menos debemos esforzarnos por impedir que retroceda a tácticas y fi nes más conservadores. Sin embargo, no creo que jamás el sindicalismo, por sí solo, llegue a romper las cadenas del sistema capitalista; eso se conseguirá por la labor de una conglomera-ción caótica de tendencias; eso será la labor ciega de las masas llevadas a la acción por la desesperación y el sufrimiento; pero entonces el sindicalismo puede ser el núcleo del nuevo sistema de producción y distribución, y en esta parte el sindicalismo será de gran importancia, porque su acción no sólo evitará la prolonga-ción de una condición caótica favorable a la entronización de un nuevo despotismo, sino que librará a las masas de la necesidad y las privaciones, haciendo así difícil, si no imposible, su retroceso

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al estado de cosas ya desaparecido. ¿He sido bastante claro, mi querida Elena? Pero tú sabes todo esto tan bien como yo, y temo que estos garabatos míos sobre cuestión tan obvia te envíe a dor-mir. Sin embargo, me pediste mi opinión y no puedo evadir la res-puesta. Como ves, considero que el sindicalismo servirá mucho para evitar la prolongación del caos inevitable, porque existirá una tendencia organizada ya fi rmemente establecida, al mismo tiempo que muchas otras tendencias andarán tentaleando aquí y allá en la obscuridad del momento, sin poder encontrar una dirección defi nida. Ahora, en vista del papel lógico a que está des-tinado el sindicalismo en la gran crisis que se nos enfrenta a los seres humanos, nosotros, los libertarios, no debemos permanecer inactivos: debemos sistemática y persistentemente empapar el movimiento sindicalista con nuestras doctrinas hasta el punto de saturación, para que cuando llegue el momento, la producción y la distribución se lleven a cabo bajo bases libertarias. Ya muchos sindicalistas han aceptado nuestros ideales; infl uenciemos al resto por medio de una intensa propaganda. Es tiempo ya de tener una asamblea nuestra en cualquier parte del mundo para estudiar los medios de hacer frente al porvenir. Por supuesto que la asamblea debe ser de carácter internacional. Creo que esta reunión daría gran impulso a nuestra labor”.

Septiembre 19 de 1921. “No me cansas en lo más mínimo con tus preguntas, mi

buena Elena; pero lo que te diré sobre el tema que tocas es tan elemental, que temo cansarte, mi habilidosa camarada. Cuando hablé del sindicalismo, quise decir el sindicalismo revoluciona-rio, es decir, la unión de trabajadores que en la actualidad tienen por objeto la derrocación del sistema capitalista por la acción directa. Este sindicalismo es el que debemos ayudar para hacer-lo fuerte. Respecto a las uniones de la Federación Americana del Trabajo, debemos persistentemente demostrar a sus miembros la necesidad de adoptar los nuevos ideales y las nuevas tácticas que demandan las condiciones presentes. No debemos dejarlos solos: debemos propagar entre ellos nuestros ideales, si no que-remos correr el riesgo de verlos unidos al enemigo en un mo-mento de crisis. Esto es lo más que podemos hacer con las unio-nes obreras del tipo de la Federación Americana del Trabajo: propagar nuestros ideales entre sus miembros para que al menos no estén en contra de su propia clase cuando las circunstancias orillen a cada uno a tomar partidos. Es cierto, y muy cierto, que el sindicalismo que tenemos aquí, en este país, ha degenerado; pero es el único que tenemos y con el cual estamos obligados a tratar con realidades, con lo que es y no con lo que pudiese ser. Si pudiéramos transformar de la noche a la mañana las uniones obreras en uniones de conciencia revolucionaria, pondríamos

todas nuestras energías en esa obra, pero no lo podemos hacer; necesitaríamos años, y años y años para llevar a cabo la tremen-da obra, y los acontecimientos y los fenómenos de la vida social no detendrán su vertiginosa lucha para darnos tiempo a perfec-cionar y aceitar la maquinaria que intentemos usar en un futuro que tal vez está de nosotros más cerca de lo que soñamos. Por lo tanto, bajo estas circunstancias no debemos poner obstáculos a la minoría sindicalista; no debemos dejar sola a esa minoría para dedicar todo nuestro tiempo a catequizar a las uniones obreras, a fi n de que la crisis que se aproxima no nos sorprenda enseñando el A. B. C. de los derechos sociales a la aristocracia del trabajo. Por supuesto, debemos enseñarles el A. B. C.; pero sin descuidar la tarea principal: la de hacer del sindicalismo la organización obrera más revolucionaria. Tuviéramos veinte, treinta o cuarenta años ante nosotros para trabajar en la asombrosa transformación de las uniones obreras en sindicalistas revolucionarios conscien-tes de clases, podíamos intentarlo y saldríamos triunfantes; pero cuando no hay tiempo que perder, cuando la crisis puede comen-zar en cualquier momento, el mes entrante, o el año próximo, o a lo sumo dentro de los próximos cinco años, debemos trabajar con el mejor instrumento o el menos dañado que tengamos a la mano para hacer frente a los acontecimientos que vengan, y en nuestro caso, el instrumento menos dañado es la sombra del sin-dicalismo que vegeta en el olvido a nuestro rededor. Vigoricemos esta sombra; no tenemos tiempo para construir nuevas armas”.

Octubre 3 de 1921.“Es cierto que la unión sindicalista que tenemos en este país

ha perdido el espíritu que la animó durante su juventud. Se bien que ha repudiado sus mejores tácticas; pero ¿es irrevocable esta repudiación? No: podemos obligar a este rebaño a adoptar otra vez tácticas revolucionarias y echar al mar a su comité ejecutivo con sólo desplegar toda nuestra energía entre sus miembros. Si abrigo la opinión que los libertarios se unan a la unión sindi-calista con preferencia a otras, es porque sus miembros son, al menos, conscientes de su clase, lo cual ya es una gran ventaja sobre las uniones obreras, a cuyos miembros tendríamos que enseñarles los principios más rudimentarios de la guerra de cla-ses para hacerles asumir una actitud revolucionaria. Ésta sería la tarea de muchísimos años, con el resultado que la inevitable catástrofe nos sorprendería en nuestra enseñanza en la escuela de párvulos, enseñando el A. B. C. a bebés barbudos, y cuando levantáramos la frente sería para ver a los marxistas ya en el Poder. Debemos tener presente que no estamos bajo condicio-nes normales para poder trabajar cómodamente en la prepara-ción de un futuro distante. El momento es anormal; si no nos

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damos cuenta de la rapidez de la corriente, es porque estamos en ella, corriendo con ella, y la anormalidad requiere medidas de urgente necesidad. Ésta es la razón porque estoy en favor de tomar, como nuestra arma, la mellada y enmohecida unión sin-dicalista. En el tiempo que se necesitaría para ponerla en buen orden de trabajo no podríamos hacer una nueva. Por supuesto que no debemos descuidar la escuela de párvulos si nos queda tiempo, y debemos ver que nos quede tiempo para la enseñanza de los bebés de las uniones obreras. En efecto, debe estimularse ese movimiento de que hablas, el de los comités pro-talleres, y, en general, cada quien, dondequiera que se encuentre, debe trabajar por el ideal; pero si es posible llevar a cabo una acción concertada, creo que lo mejor que hay que hacer es concentrar nuestra atención en las uniones sindicalistas para que muera la aborrecida centralización y se restauren las buenas tácticas, hoy muertas”. Poco antes de morir escribía a un amigo:

“La máquina del Gobierno nunca pondrá atención a mis sufrimientos. Los intereses humanos nada tienen que hacer con los ofi ciales del Gobierno; ellos forman parte de una tremenda maquina, sin corazón, sin nervios ni conciencia.

“¿Que voy a quedar ciego? La máquina dirá con una enco-gida de hombros: “Tanto peor para él”. ¿Que tengo que morir aquí? “Bien, dirá la máquina: habrá espacio bastante en el ce-menterio de la prisión para un cadáver más”.

“Si tuviera yo un amigo con infl uencia en la política, se me podría poner libre aun en el caso de que pisoteara uno o todos los diez mandamientos. Pero no tengo ninguno, y por cuestión de conveniencia debo pudrirme, y morir encerrado, como bestia feroz, en una jaula de fi erro.

“Mi crimen es uno de aquellos que no tienen expiación. ¿Asesinato? No, no fue asesinato. La vida humana es cosa ba-rata a los ojos de la máquina; por esta causa el asesino consigue fácilmente su libertad, o si ha matado al por mayor, nunca será alojado en una jaula de fi erro, sino que, en vez de eso, se le car-gará con cruces y medallas honorífi cas.

“¿Estafa? ¡No! Si éste fuera el caso, yo habría sido nombra-do presidente de cualquier corporación.

“Soy un soñador: éste es mi crimen. Sin embargo, mi sueño de lo bello y mis acariciadas visiones de una humanidad vivien-do en la paz, el amor y la libertad, sueños y visiones que la máquina aborrece, no morirán con uno: mientras exista sobre la Tierra un corazón adolorido o un ojo lleno de lágrimas, mis sueños y mis visiones tendrán que vivir”.

Flores Magón, el combatiente rudo de antes, endulzó su sensibilidad en la última de sus prisiones6; en lugar de arengas fogosas, de llamados vibrantes al combate, las cartas que nos quedan de ese período de 1918-22 revelan una dulzura y una magnanimidad sorprendentes; en todas sus cartas aconseja a los amigos, los alienta para una resistencia espiritual a la autoridad y a la injusticia; se ve en esas misivas privadas al hombre que ha pasado los años mozos y que mira al porvenir con gran optimis-mo, pero sin los arrebatos de la juventud. Flores Magón ha sido sostenido en sus últimos años por su fe en la anarquía, por su amor a la libertad. Los sufrimientos de la prisión torturaban su cuerpo y lo reducían más y más a un desecho humano; pero su espíritu irradiaba con nuevos fulgores y emanaba luz meridiana a medida que su cuerpo era minado por la enfermedad y que sus ojos se cerraban a la luz del sol.

Una vez los amigos de afuera lograron que las autoridades volvieran a examinar el caso de los prisioneros de Leavenworth; pero fue una mera fórmula: se negaron luego a libertarlos, con el pretexto de que no estaban “arrepentidos”. ¡Como si Flores Magón hubiese sido capaz de comprar su libertad con un arre-pentimiento cobarde, cuando cada día amaba más sus ideas li-bertarias y estaba más convencido de su razón de ser y de su triunfo inevitable!

El 6 de diciembre de 1920 escribió Ricardo Flores Magón a N. T. Bernal:

“La camarada Erma Barsky, de Nueva York, me escribió la semana pasada. Me dice que el Lic. Harry Weinberger fue a Washington la semana antepasada a urgir una decisión en mi asunto, pues sabes que muchos amigos y eminentes infl uencias han pedido al Gobierno mi libertad por razón de ir quedándo-me ciego rápidamente. En el Departamento de Justicia se dijo al Sr. Weinberger que nada puede hacerse en mi favor si no

6 En conversaciones confi denciales que solía tener Ricardo conmigo, me hablaba de sus planes para hacer pasar sus cartas a la vista de los mismos esbirros que fungían como censores en la prisión. Las cartas en la forma que las escribió no le podían ser devueltas por esa misma sensibilidad y ternura de que se valió para poder animar a sus amigos de afuera. Sus cartas produjeron cierta atmósfera de simpatía hasta en esos censores, nombrados generalmente de entre los presos de más confi anza del jefe de la prisión; pero siempre esto fue motivo para que el jefe de la prisión nos pusiera más tarde nuevas reglas y condiciones bajo las cuales deberíamos escribir nuestras cartas.– L. R.

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hago una solicitud de perdón... Esto sella mi destino; cegaré, me pudriré y moriré dentro de estas horrendas paredes que me se-paran del resto del mundo, porque no voy a pedir perdón. ¡No lo haré! En mis veintinueve años de luchar por la libertad lo he perdido todo, y toda oportunidad para hacerme rico y famoso; he consumido muchos años de mi vida en las prisiones; he ex-perimentado el sendero del vagabundo y del paria; me he visto desfalleciendo de hambre; mi vida ha estado en peligro muchas veces; he perdido mi salud; en fi n, he perdido todo, menos una cosa, una sola cosa que fomento, mimo y conservo casi con celo fanático, y esa cosa es mi honra como luchador. Pedir perdón signifi caría que estoy arrepentido de haberme atrevido a derro-car al Capitalismo para poner en su lugar un sistema basado en la libre asociación de los trabajadores para producir y consu-mir, y no estoy arrepentido de ello; más bien me siento orgullo-so de ello. Pedir perdón signifi caría que abdico de mis ideales anarquistas; y no me retracto, afi rmo, afi rmo que si la especie humana llega alguna vez a gozar de verdadera fraternidad y libertad, y justicia social, deberá ser por medio del anarquismo. Así pues, mi querido Nicolás, estoy condenado a cegar y morir en la prisión; más prefi ero esto que volver la espalda a los traba-jadores, y tener las puertas de la prisión abiertas a precio de mi vergüenza. No sobreviviré a mi cautiverio, pues ya estoy viejo; pero cuando muera, mis amigos quizá inscriban en mi tumba: “Aquí yace un soñador”, y mis enemigos: “Aquí yace un loco”. Pero no habrá nadie que se atreva a estampar esta inscripción: “Aquí yace un cobarde y traidor a sus ideas”.

Con fecha 10 de septiembre de 1922 volvió a escribir Flores Magón a N. T. Bernal, por insistir el procurador general norte-americano que manifestara arrepentimiento:

“Mucho me ha dado en qué pensar la proposición que el compañero De la Rosa me hace de simular arrepentimiento con la mira de obtener mi libertad. La cuestión parece ser sencillísima y, sin embargo, cuán difícil es. Si no amase yo mi ideal de amor y libertad, no tendría yo el menor inconveniente en declarar mi arrepentimiento por haber osado interponerme entre el fuerte y el débil. Mi arrepentimiento, aunque fuera simulado, signifi caría que es una virtud el aprovecharse de la ignorancia y de la miseria para explotar y oprimir al ser humano. Que los trabajadores no muevan un dedo para forzar mi liberación, eso no me faculta para fi rmar mi arrepentimiento. Si los trabajadores no mueven un dedo en mi favor, esto sólo signifi ca que no merezco su ayuda; pero prefi ero que me den la espalda por mi insignifi cancia y mi inutilidad, a que me escupan el rostro como un cobarde y traidor

a sus intereses, lo que tendrían el derecho de hacer si por escapar de una muerte cierta dentro de mi calabozo mis labios se man-chasen con estas palabras: ‘¡Me arrepiento!’. Me arrepiento de haber socavado el trono de Porfi rio Díaz; me arrepiento de haber dado la mano a los esclavos del Valle Nacional y Quintana Roo; me arrepiento de haber tratado de romper las cadenas que ator-mentan a los peones de las haciendas; me arrepiento de haber di-cho al trabajador de la mina y de la fábrica, del muelle y del taller, del ferrocarril y del barco: ‘únete y serás fuerte’; me arrepiento de haber hecho entrever al humilde una vida más racional, más justa y más sana para el cuerpo y para la mente; me arrepiento de haber aconsejado la rebeldía contra el despotismo y la explo-tación. Agradezco al querido compañero De la Rosa su deseo de verme libre, pero no puedo aceptar su sugestión. La indiferencia con que los trabajadores ven mis sufrimientos no me autoriza a envilecerme. Ellos tienen en su poder la llave que puede abrir estas puertas, y si no la usan, es porque no me consideran digno de tanto sacrifi cio por su parte. Ellos tienen el derecho de dejarme en las garras de sus enemigos; pero eso no me da a mí el derecho de enlodar mis ideales, que no otra cosa sería balbucir mi arre-pentimiento, cuando mi corazón y mi conciencia me gritan que he obrado bien; que he cumplido con mi deber como miembro de la familia humana.

“Querido Nicolás: con la proximidad del invierno, mis males comienzan a recrudecerse. Cambio de clima y de régi-men de vida es lo que me convendría; pero estas buenas cosas tienen un precio que yo no puedo pagar: la desvergüenza. De ello soy un indigente, y es la única moneda que pudiera sal-varme. Sin embargo, estoy contento con mi miseria, porque ella me evita el hacer traición a mis ideales, que es lo único que tengo, que es lo que me da fuerza y ánimo: mis queridos ideales, que un día no lejano reinarán sobre la Tierra. Yo no gozaré de su triunfo; pero considero como un gran don el sen-tirlos en mi mente, y mi corazón se llena de satisfacción al ver que el esclavo los acoge con cariño y los hace su bandera. Esta actividad del esclavo es garantía de triunfo, y mi conturbado espíritu se regocija con la visión de un porvenir en que no ha-brá un sólo hombre que diga: ‘Tengo hambre’; en que no haya quien diga: ‘No sé leer’; en que en la Tierra no se oiga más el chirrido de cadenas y cerrojos”.

Es también interesante la parte de una extensa carta que si-

gue, escrita por Ricardo Flores Magón el 9 de mayo de 1921 al licenciado Harry Wienberger, porque revela claramente el ca-rácter del rebelde:

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“Después de leer esta exposición de hechos, extremada-mente larga y espantosamente tediosa, ¿cómo puede cualquier persona creer que yo he sido legalmente encausado y de ningu-na manera perseguido? En cada caso, y en fl agrante contraven-ción a la ley, mis fi anzas han sido fi jadas en sumas exorbitantes para así impedirme hacer uso de ese privilegio.

“En cuanto a la veracidad de mis aserciones hechas en estas líneas, está mi honor de viejo luchador por la justicia.

“El señor Daugherty dice que soy un hombre peligroso a causa de las doctrinas que sostengo y practico. Ahora bien: las doctrinas que sostengo y practico son las doctrinas anarquis-tas, y desafío a todos los hombres y mujeres honrados de todo el mundo a que me prueben que las doctrinas anarquistas son perjudiciales a la raza humana.

“El anarquismo tiende al establecimiento de un orden social basado en la fraternidad y el amor, al contrario de la presente forma de sociedad, fundada en la violencia, el odio y la rivali-dad de una clase contra otra y entre los miembros de una misma clase. El anarquismo aspira a establecer la paz para siempre entre todas las razas de la tierra, por medio de la supresión de esta fuente de todo mal: el derecho de propiedad privada. Si este no es un ideal hermoso, ¿qué cosa es?

“Nadie cree que los pueblos del mundo civilizado están vivien-do en condiciones ideales. Toda persona de conciencia se siente horrorizada a la vista de esta continua lucha de hombres contra hombres, de este interminable engaño de unos a otros. El objetivo que atrae a hombres y mujeres en el mundo es el éxito material; y para alcanzarlo ninguna vileza es bastante vil, ni bajeza lo bastante baja para desanimar a sus adoradores de codiciarla.

“Los resultados de esta locura universal son espantosos: la virtud es pisoteada por el crimen, y la astucia toma el lugar de la honradez; la sinceridad no es más que una palabra, o a lo sumo una máscara tras de la cual sonríe el fraude. No hay valor para sostener las propias convicciones. La franqueza ha desaparecido y el engaño forma la pendiente resbaladiza sobre la cual el hombre encuentra al hombre en sus tratos sociales y políticos.

‘Todo por el éxito’, es el lema, y la noble faz de la Tierra es profanada con la sangre de las bestias contendientes...

“Tales son las condiciones bajo las cuales vivimos nosotros, los hombres civilizados; condiciones que engendran toda clase de torturas morales y materiales, ¡ay!, y todas las formas de degradación moral y material.

“Las doctrinas anarquistas tienden a corregir todas esas in-fl uencias malsanas; y un hombre que profesa estas doctrinas de fraternidad y amor, nunca puede ser llamado peligroso por persona alguna razonable y honesta.

“El señor Daugherty reconoce que estoy enfermo; pero cree que mi enfermedad puede ser atendida en la prisión de la misma manera que serlo allá fuera.

“Todas las circunstancias y cosas que rodean y que afectan a un enfermo son de suma importancia para el tratamiento de las enfermedades, y nadie puede imaginarse que una prisión sea el lugar ideal para una persona enferma, y mucho menos cuando la estancia de esa persona en la prisión se debe a que haya sido fi el a la verdad y a la justicia.

“Los dignatarios del Gobierno han dicho siempre que no hay en los Estados Unidos personas que sean retenidas en cau-tiverio a causa de sus creencias; pero el señor Daugherty dice en la carta que escribe a usted: ‘De ninguna manera da él señales de arrepentimiento, sino que, por el contrario, más bien se enor-gullece de su desprecio a la ley... Por consiguiente, mi opinión es que hasta que él muestre una actitud diferente a la expresada en su carta a la señora Branstetter, debe él, al menos, estar preso... hasta agosto 15 de 1925’.

“Los párrafos citados y la parte de la carta del señor Daugherty, en la que dice que se me considera peligroso a causa de mis doctri-nas, son la mejor evidencia de que hay personas que están reteni-das en prisión a causa de sus creencias sociales y políticas.

“Si yo creyese que no es persecución, sino proceso legal el que ha sido ejercido en contra mía; si yo creyese que la ley bajo la cual se me ha dado un término de prisión por vida es una buena ley, sería yo puesto en libertad, según el criterio del señor Daugherty.

“Esa ley fue indudablemente una buena ley, pero para unas cuantas personas, para aquellas que tenían algo que ganar por medio de su promulgación. Mas, para las masas, tal ley fue mala, porque debido a ella miles de jóvenes norteamericanos perdieron sus vidas en Europa, muchos miles más fueron mu-tilados o de algún modo inutilizados para ganarse la vida, y debido a ella la colosal carnicería europea, en la que decenas de millones de hombres resultaron muertos o mutilados por vida, recibió un enorme impulso y engendró la tremenda crisis fi nanciera que está amenazando sepultar al mundo en el caos. Sin embargo, como lo he hecho constar anteriormente, yo no violé tal ley con la publicación del Manifi esto de marzo 16 de 1918.

“En lo que respecta a lo del arrepentimiento, al cual el señor Daugherty da tanta importancia, sinceramente declaro que mi conciencia no me reprocha de haber hecho algo malo; y por lo tanto, arrepentirme de lo que estoy convencido ser justo sería un crimen de mi parte; un crimen que mi conciencia jamás me perdonaría.

“El que comete un acto antisocial puede arrepentirse, y es deseable que se arrepienta; pero no es honrado exigir promesa

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de arrepentimiento a quien no desea otra cosa que procurar libertad, justicia y bienestar para todos sus semejantes, sin dis-tinción de razas o credos.

“Si algún día alguien me convenciese de que es justo que los niños mueran de hambre y de que las jóvenes mujeres ten-gan que escoger alguno de estos dos infi ernos: prostituirse o morir de hambre; si hay alguna persona que pudiese arrancar de mi cerebro la idea de que no es honrado matar en nosotros mismos ese instinto elemental de simpatía que empuja a cada animal sociable a auxiliar a los demás individuos de su propia especie, y la de que es monstruoso que el Hombre, el más in-teligente de las bestias, tenga que recurrir a las viles armas del fraude y del engaño si quiere alcanzar éxito; si la idea de que el hombre debe ser el lobo del hombre entra en mi cerebro, entonces me arrepentiré. Pero como esto nunca sucederá, mi suerte está decretada: tengo que morir en presidio, marcado como un criminal.

“La obscuridad va envolviéndome ya, como si estuviese an-siosa de anticipar para mí las sombras eternas dentro de las cua-les se hunden los muertos. Acepto mi suerte con resignación viril, convencido de que tal vez algún día, cuando el señor Daugherty y yo hayamos lanzado el último suspiro, y de lo que hemos sido quede solamente su nombre grabado exquisitamente sobre una lápida de mármol en un cementerio elegante, y del mío solamente un número, 14.596, toscamente cincelado en alguna piedra ple-beya en el cementerio de la prisión, entonces se me hará justicia.

“Dando a usted muchas gracias por la actividad que ha des-plegado en mi favor, quedo sinceramente suyo”.

La muerte del apóstol

La salud de Flores Magón era delicada ya; un hombre de su estatura y de su constitución no debía pesar menos de 200 libras –225 libras pesaba en 1906– y en cambio sólo pesaba en noviembre de 1922 unas 155. El 20 de noviembre de ese año formó como todos los presos en las fi las del rancho y cruzó algunas palabras con su compañero Librado Rivera, de cuya celda había sido alejado unos días antes. Nada de anormal. Unas horas más tarde apareció muerto en su calabozo. ¿Un asesinato? Sí, un asesinato. El responsable es el gobierno de los Estados Unidos.

Trece años en la cárcel

Flores Magón tenía poco más de cuarenta y ocho años de edad y había pasado más de trece en las diferentes prisiones de México y Estados Unidos.

La noticia de la muerte de ese rebelde corrió como un relám-pago por la prensa obrera de todos los países. El proletariado de México, el amigo y el enemigo, lloran la desaparición del hombre que más había hecho y sufrido por emancipar al pueblo mexicano del yugo del capital y la autoridad.

El 22 de noviembre, la Cámara de diputados de México rin-dió su tributo al luchador caído; enlutó la tribuna y la bandera mexicana estuvo a media asta en el país; se pronunciaron dis-cursos; Díaz Soto y Gama terminó así:

“En lugar de pedir a ustedes algo de luto, algo de triste-za, algo de crespones negros, yo pido un aplauso estruendo-so, que los revolucionarios mexicanos, los hermanos de Flores Magón dedican al hermano muerto, al gran rebelde, al inmenso inquieto, al enorme hombre de carácter jamás manchado, sin una mancha, sin una vacilación, que se llamo Ricardo Flores Magón”. Un grupo de diputados propuso lo siguiente:

“Los diputados que suscriben, animados por el propósito de rendir un homenaje póstumo al gran revolucionario mexicano Ricardo Flores Magón, mártir y apóstol de las ideas libertarias, que acababa de fallecer, pobre y ciego, en la fría celda de una prisión yanqui, proponemos a esta Honorable Asamblea tome el siguiente acuerdo:

“Único: Tráigase a descansar al suelo de la patria, por cuenta del Gobierno mexicano, los restos mortales de Ricardo Flores Magón”.

Ni una sola voz se opuso. Efectivamente, los restos mor-tales ya no constituían un peligro para los señores diputados ni para sus mandatarios, los grandes terratenientes de México. Los amigos de Flores Magón rechazaron los honores ofi ciales, y la Confederación de Sociedades Ferrocarrileras transportó, por su cuenta, el cadáver, que fue recibido en triunfo por los prole-tarios al paso del fúnebre trofeo.

Berlín, 2-10 de octubre de 1924.

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La Junta Organizadora del PLM - 1910(De pie de derecha a izquierda: Librado Rivera - Enrique Flores

Magón - Práxedis Guerrero - Anselmo L. Figueroa.Sentado: Ricardo Flores Magón)

Librado Rivera y Enrique Flores Magón

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Magonistas en Tijuana - 1911 Magonistas en Mexicali - 1911

Magonistas en Tijuana - 1911

Ricardo y Enrique Flores Magón en la cárcel

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Ricardo y Enrique Flores Magón en la cárcel

Jesús María Rangel

Práxedis Guerrero

Margarita Ortega

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Funeral de Ricardo Flores Magón