REVISTA CUADERNO Nº69 / JULIO 2013

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REVISTA DE CULTURA INVIERNO 2013 69 LITERATURA :: CINE :: TEATRO :: FOTOGRAFÍA :: ARTES VISUALES :: CIENCIAS :: LA VIDA MISMA FUNDACIÓN PABLO NERUDA PRECIO VENTA $3000 Ganadores&perdedores Además: Jaime Luis Huenún Rodrigo Olavarría Víctor Castillo Carlos Pezoa Véliz • Los boliches de la retaguardia • Hundidos y salvados en la educación chilena • Jorge González • El regreso de los antihéroes de la historieta de los 80

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Revista de literatura y artes. Fundación Pablo Neruda Diseño Carolina Zañartu

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69 L ITERATURA : : C INE : : TEATRO : : FOTOGRAFÍA : : ARTES V ISUALES : : C IENCIAS : : LA V IDA MISMA FUNDACIÓN PABLO NERUDA

PRECIO VENTA $3000

Ganadores&perdedores

Además: Jaime Luis HuenúnRodrigo Olavarría Víctor Castillo Carlos Pezoa Véliz

• Los boliches de la retaguardia

• Hundidos y salvados en la educación chilena

• Jorge González

• El regreso de los antihéroes de la historieta de los 80

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Bases en: www.fundacionneruda.org

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BRÚJULA • Nº69

Invierno 2013Portada: Marcelo Uribe Lámour

De boca en boca Al pie de la letra

Cuaderno de poesía

Teatro: Entre Crónicas

Cine: Un 2012 de éxitos, un 2013 de dudas

Música: Exportación de Música Chilena, la misma tecla

Artes visuales: Matilde Pérez

Los hundidos y los salvados, por Pablo Torche

Al centro de la injusticia, por Paula Sáez Jorge González: el peor ganador, por Vadim Vidal

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La conversación

La conversación

Resistencia y sobrevida de los boliches de antaño, por Fabián Llanca

Víctor Castillo: arte para el fin del mundo, por Claudio Aguilera

Para celebrar unos poemas inéditos de Rodrigo Olavarría. Y lamentarnos con ellos, por Javier Bello

Cuando las armas las cargan los poetas, el diablo mira para el otro lado, por Camilo Brodsky

Carlos Pezoa Véliz : Instantáneas para un cazador furtivo, por Verónica Jiménez

De la sangre y la memoria, por Jaime Luis Huenún

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El regreso de los antihéroes de las historietas de los 80's, por Claudio Aguilera Aritmética Americana Fotografías de Luis Weinstein

Querido Pedro, las cartas de Enrique Lihn a Pedro Lastra

Papel mural

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Gustavo Ponce Lerou: Las siete vidas del yogui, por Andrea Lagos

Luis Barrales, la poderosa capacidad de generar lenguaje, por Tomás Vio

Resistencia Verbal, por Alejandra Costamagna

A cincuenta años de la gran operación catalana, por Antonio Gil

Los archivos desclasificados del Antipoeta Sanhueza

Rescate

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COMITÉ EDITORIAL Clara Budnik SinayJorge del Río PérezEugenio García FerradaDarío Oses MoyaFernando Sáez GarcíaErnesto Ottone Ramírez

Revista Cuaderno, invierno 2013. Publicación trimestral de la Fundación Pablo Neruda. Fernando Márquez de la Plata 0192, Providencia, Santiago, Chile. Teléfono (56-2) 2777 87 41. Derechos reservados.

Revista Cuaderno respeta la opinión de sus colaboradores, aunque no necesariamente la comparte.

Cómplices

director responsableFernando Sáez García

representante legalJuan Agustín Figueroa Yávar

editorCarlos Maldonado

producción fotográficaCristián Rodríguez

diseño y producciónCarolina Zañartu SalasLilian Ferrada

fotografíasPaloma PalominosJavier GodoySaúlLuis Weinsteinmemoriachilena.clColección Archivo del Escritor, Biblioteca Nacional de Chile.

ilustracionesMarcelo Uribe LámourAlejandra AcostaManuel CórdovaSupersentidoChristiano

escribenMarisol GarcíaTomás VioClaudio AguileraDaniel OlaveFabián LlancaPablo TorchePaula SáezVadim VidalJavier BelloCamilo BrodskyVerónica JiménezJaime Luis HuenúnAndrea LagosAlejandra CostamagnaAntonio Gil

pre impresión e impresiónQuadGraphics (que actúa sólo como impresor)

4 CUADERNO

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Esta edición de Cuaderno, largamente demorada, habla de ganadores y perdedores. En un año electoral, no es un tema menor. Pero no lo es desde hace tiempo, más allá de las urnas.

Poco a poco, imperceptiblemente, primero, desembozadamente, luego, Chile se transformó en un país de winners y losers. Ser loser es de lo peor e incluso el adjetivo, importado del inglés, se ha ido transformando en un insulto entre adolescentes bilingües. Ser winner produce algo de pudor, después de la borrachera de los 90, nuestro propio menemismo disfrazado de otra cosa. Pero el perfil del winner persiste en el “emprendedor”, en el vendedor de humor que descubre tendencias y les da vuelo, por efímero que sea, y obtiene de eso prestigio, fama o algo parecido.

Pero Chile es tierra de perdedores. De derrotas sucesivas. De largas luchas sin destino. Los derrotados se acumulan en las filas de los bancos, de las Isapres, de las AFP. Presentan reclamos en el Sernac, renegocian sus deudas universitarias, miran por las noches sus títulos basura obtenidos en universidades basura donde estudiaron carreras basura que ni siquiera les garantizan un empleo basura. Los derrotados son, a veces, radicalmente derrotados: y caen en el borde del borde, en la enfermedad mental, el desvarío, el apartamiento total. Como dijo alguien de Enrique Lihn (presente en esta edición a través de sus cartas a Pedro Lastra), no dan puntada con hilo.

Así, de hebras entrecruzadas, de puntadas con y sin hilo, de un bordado cuya trama nunca entendemos del todo, Chile se construye entre la euforia del triunfo moral y la amargura de la derrota. Entre el perder y el ganar, el surgir y el hundirse, el construir y el demoler. También la naturaleza es derrota: no se deja domar, los ríos retoman su curso, las costas recuperan la línea que los puertos les habían arrebatado, los volvanes están preparados para rugir.

“Es que no quieren surgir”, dicen los winners predicadores del individualismo. “Quieren todo gratis”, dicen los detractores de los estudiantes movilizados, de los viejos que reclaman pensiones dignas, de los prisioneros de la salud privada. Y en esa polaridad nos seguimos moviendo. Ganadores y perdedores.

Pasen y lean.

Editorial

© Luis Weinstein

CUADERNO 5

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CINE CHILENO:

Escrita por Cristián Ruiz y dirigida por el franco-egipcio Adel Hakim, Entre-crónicas recrea la peripecia de Luciano Pitronello, condenado a tres años y un día de libertad vigilada por posesión de un artefacto explosivo.

Actual y contundente, la obra es-crita por Cristián Ruiz usa el caso de Luciano Pitronello para exponer el ambiente en que vive un país en torno a la figura del joven anarquis-ta, llamado en la obra Stefano. El texto muestra básicamente la falta de comunicación, la mala educación y la falta de oportunidades que en-cierran un mundo violento, desigual, que se desplaza entre la vida y la muerte, la discriminación, la verdad y la razón.

El relato se centra en la entrevista que Pía y Salvador, dos jóvenes estu-diantes (Giannina Fruttero y Matías Inostroza) le hacen a Stefano (Sebas-tián Chandía) cuando se encuentra en la clínica, mutilado y casi ciego. Sin que se sepa realmente de lo que han hablado, la obra se estructura frente a este hecho y en cómo esta situación afecta a Aguayo (Hernán Lacalle), profesor de los alumnos, y la tensa relación que tiene el joven enfermo con su madre (Roxana Naranjo).

Más allá de las implicancias político-judiciales que tiene el caso, es la ex-periencia la que sirve para mostrar el desagrado y la inconsistencia de un país que ha crecido a pasos agi-gantados desde el punto de vista

económico, pero que no ha sabido comprender a los jóvenes, a los des-poseídos. Stefano-Pitronello está ahí, en el medio, rescatando los libros “olvidados” que deja en su escritorio el profesor Aguayo porque sabe que es la única manera que sus alumnos lean obras revolucionarias que jamás van a pertenecer al plan de estudios del Ministerio de Educación.

En Entre-crónicas hay rabia y una desesperanza que el mismo Adel Ha-kim califica de “rebeldía juvenil”. El mensaje, directo y explícito, también alude al descontento con que distin-tos sectores enfrentan las injusticias y desigualdades de la educación, la familia, la relación padres-hijos y el desencanto de los jóvenes frente al mundo de hoy.

Por Tomás Vio.

Entre-Crónicas“A ESTE MUNDO LE FALTA UNA BUENA EXPLOSIÓN”

Es quizás la madre de Stefano, una mujer de clase acomodada, la que mejor refleja la sensación de in-credulidad y el desamparo ante la gravedad de los hechos. Ella critica a los medios de comunicación, a la opinión pública, y no entiende por qué su hijo es un rebelde y por qué efectivamente quiso poner en un banco la bomba que le truncó la vida. “A este mundo le falta una bue-na explosión”, dice Stefano a modo de justificación, como diciendo que el artefacto que casi lo mata es tam-bién una reacción frente a la indife-rencia de sus padres.

Ante una realidad desoladora, la ma-dre busca la verdad en los estudian-

tes que entrevistaron a su hijo y en la presencia fantasmagórica de un ex marido dispuesto a ayudarla econó-micamente, pero irremediablemen-te invisible ante los ojos de su hijo.

Entre-crónicas fue ganadora del I Concurso de Dramaturgia del Tea-tro Nacional de Chile 2011 (TNCH), cuyo premio consistía en formar parte de la Temporada 2012. Adel Hakim, el director de la obra, viajó a Chile a montarla luego de integrar el jurado seleccionador del Concurso.

Entrada general $ 6.000 Estudiantes, convenios y tercera edad $ 3.000

Fonos 2696 1200 / 2977 1701

Entre-crónicas // Sala Antonio Varas // Morandé 25 // Jueves, viernes y sábado, 20.00 horas // Agosto – octubre, 2012.

(Teatro)

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Se completa un ciclo para el cine chileno. Uno lleno de triunfos inter-nacionales, y que abre nuevas inte-rrogantes sobre su futuro. Tras un exitoso 2012 en cuanto a los récords de espectadores del cine chileno gra-cias al fenómeno de Stefan vs Kramer y al éxito internacional obtenido por el cine chileno –convertido en uno de los más interesantes del mundo según críticos, prensa especializada y programadores de festivales–, el gran desafío que se abre por delante es qué hacer con la constante falta de interés del público local hacia su propio cine.

En enero del 2013, Sebastián Silva –que ya había ganado el premio a mejor película en el Festival de Cine de Sundance en 2009– consiguió un nuevo galardón en el principal festival de cine independiente de Estados Unidos: el de mejor director por su cinta Crystal fairy. Precisa-mente, un año exacto antes, Joven y alocada, de Marialy Rivas, obte-nía el premio al mejor guión en ese mismo certamen.

Se cumplen así 12 meses extraordi-narios para el cine nacional. Nunca antes en la historia tantas películas chilenas habían tenido tan brillante participación en tantos festivales, y conseguido tanta atención de los medios internacionales, premios y excelentes críticas. Es un hito. El que se corona con la inédita participa-ción chilena en las nominaciones al Oscar a la Mejor Película en Lengua Extranjera gracias a No, de Pablo Larraín, que ya había obtenido por primera vez para Chile un premio en

el resto de las películas chilenas tu-vieron una muy baja convocatoria de público. Salvo contadas excepcio-nes, la mayoría hizo incluso menos de 10 mil espectadores. ¡Y hasta me-nos de mil! Paradojalmente, mien-tras más éxito y reconocimiento hay del cine chileno en el extranjero, y a pesar del aumento en la producción y la variedad de propuestas –hubo cintas que ganaron festivales, pero también documentales, comedias, fantástico y hasta western–, cada vez el público parece más distancia-do de la producción nacional.

Mientras se exige más cultura en TV –y series como “Los 80” y “El reempla-zante”, logran gran éxito de rating–, el cine chileno sigue teniendo pocos espectadores, y ése sigue siendo su gran tema pendiente. Mientras los productores cuestionan a los dueños de las multisalas por la falta de espa-cios para estrenar y el poco tiempo en cartelera, los distribuidores acusan a

la Quincena de Realizadores del Fes-tival de Cannes.

La presencia de los cineastas loca-les se mantuvo durante todo el año pasado en diversos festivales –inclu-yendo el premio a De Jueves a do-mingo, de Dominga Sotomayor, en Rotterdam– y concluye además con el Oso de Plata obtenido por Paly García por Gloria, de Sebastián Lelio, en la Berlinale 2013. Las críticas a El futuro, de Alicia Scherson, estrenada en Sundance, son la confirmación de este buen momento.

Y no es todo. En 2012 hay un récord de películas chilenas estrenadas en salas (27) y muchas de ellas no sólo tuvieron estreno y premios en festi-vales extranjeros, acapararon exce-lentes reseñas y auspiciosas críticas internacionales. Como Bonsai, de Cristián Jiménez, El año del tigre, De jueves a domingo, Carne de perro, de Fernando Guzzoni. También apare-cieron nuevas voces con una pro-puesta a tener en cuenta, como Mi último round, de Julio Jorquera y Pé-rez, de Álvaro Viguera. Y hubo varias películas jugadas en su propuesta, estrenadas en el cada vez más acti-vo –y atractivo– circuito alternati-vo para el cine local: El lenguaje del tiempo, de Sebastián Araya; El circui-to de Román, de Sebastián Brahm, y Verano, de José Luis Torres Leiva.

Todo esto está muy bien. Pero mien-tras Stefan vs Kramer hizo más de 2,3 millones de espectadores rompien-do todos los récords de asistencia al público –no sólo en el cine chileno, sino de cualquier tipo de estreno–,

los realizadores de no estar conecta-dos con los intereses del público, y de no ponerse de acuerdo entre ellos para estrenar. Este año por ejemplo, por primera vez, coincidieron dos películas chilenas el mismo día de es-treno, y en octubre hubo cinco filmes chilenos en el mismo mes. Cuatro en sólo 14 días.

Hay mucho que discutir aún. Faltan mayores y mejores diagnósticos. Sa-lirse del lugar común de que el cine chileno es fome, sólo “habla de polí-tica”, “tiene mucho sexo” o “se habla con puros garabatos” (todos mitos falaces), monsergas tan añejas y da-ñinas como incitar a verlo “porque es chileno”. Y trabajar en reencantar al espectador, pero sobre todo, en educar a las futuras generaciones sobre cine en general, y sobre el valor e importancia del cine chile-no en particular. La formación de audiencias se vuelve un tema urgen-te y prioritario.

Récord de premios, récord de estrenos en salas, reconocimiento internacional: el 2012 fue un gran año para el cine chileno, pero los espectadores locales siguen siendo esquivos.

DE BOCA EN BOCA

Por Daniel Olave M.

CINE CHILENO:

Un 2012 de éxitos; un 2013 de dudas

(Cine)

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Perseguir la moda musical es una avidez desaconsejable en la melo-manía privada y riesgosa en el apa-rataje institucional. Son tan pocos los sostenes oficiales con los que hoy cuenta la música chilena, que éstos se vuelven, además, precarios si afirman sólo a lo que es novedoso. Qué duda cabe que en Chile hoy se ofrece una producción cada vez más interesante de pop de vanguardia —imaginativo, desprejuiciado, pro-positivo—, y que éste al fin llama la atención de espacios extranjeros a través de la autogestión inteligente y ambiciosa de sus propios gestores. Gepe, Javiera Mena, Alex Anwand-ter, Ana Tijoux, Francisca Valenzuela y Fernando Milagros son hoy nom-bres familiares para los auditores la-tinoamericanos mejor informados, y ya no sorprende —aunque aún asombra— saber de sus pasos a tra-vés de notas en El País o Time.

Por años fueron ellos los olvidados de un aparato oficial que privilegia-ba la experiencia, el virtuosismo, el apego a la raíz. En las dos últimas décadas, tanto los fondos públicos como los premios estatales prefe-rían reconocer más que alentar. El Consejo de la Música era un hom-bre de traje elegante y bien cortado, pero algo más grueso que lo que aconsejaba el clima.

Ese traje hoy se ha aligerado hasta parecer el atuendo de una eterna primavera. La delegación musical escogida para representar a Chile en la Feria Internacional del Libro de Guadalajara, por ejemplo, fue colo- Francisca Valenzuela en Guadalajara, noviembre 2012, Fotografía Saúl.

Por Marisol García

la misma tecla

rida, fresca; de diseño internacional ciento por ciento algodón: Francis-ca Valenzuela, Javiera Mena, Astro, Gepe, Pedropiedra y Surtek son pop de la mejor factura. La música de Los Bunkers, Los Tres y Javiera Pa-rra es de trama más gruesa, sí, pero igualmente competitiva en el gran mercado. Y Los Jaivas fueron la ropa cómoda, de gusto general, capaz de confirmarles a todos quienes ya los conocen lo valioso de su reperto-rio histórico.

Los fichajes de los encuentros colec-tivos en vivo más importantes del segundo semestre del año —Feria Pulsar, Cumbre del Rock, Festival Pri-mavera Fauna— avanzaron, a gran-des rasgos por una pauta similar: la música chilena que mostrarle al mundo es aquella que no desentona con el gran mercado cosmopolita, de sonido eléctrico y tarareable.

Por supuesto que no es culpa de los músicos este súbito favoritismo. Muchos de ellos tuvieron que tra-bajar por años en un país que aún arriscaba la nariz ante el concepto de música pop. Pero en esa repenti-na predilección pública y privada por un mismo tipo de sonido homoge-neiza lo que supuestamente es hoy la música chilena, desdeñando pro-puestas de músicos igual de jóvenes y propositivos pero que han optado, por ejemplo, por la investigación folclórica. La mezcla de guitarrón y conflictos sociales que aborda Ma-nuel Sánchez; la fina composición de raíz latinoamericana de Elizabeth Morris; la atractiva investigación

en la tonada de La Chinganera; la mezcla de timbres del mundo de Pascuala Ilabaca; la cueca espontá-nea y de enorme fuerza escénica de Los Trukeros; y el riguroso intento de recreación del canto a la rueda de Los Chinganeros son algunos ejemplos. Ver y escuchar su música en vivo añade a la frescura de su es-tilo la invitación al asombro por un sonido hoy diferente a la norma radial y de mercado, ante el que el impulso natural es buscar luego más información.

¿No es eso, precisamente, lo que busca un auditor extranjero enfren-tado a una oferta multicultural? Si ya se ha podido demostrar lo bien que lo está haciendo Chile en el ám-bito que México —el mayor merca-do de música en español— tan bien conoce, queda ahora proponerles a esos mismos ávidos auditores la

(Música)

diferencia que justifique su curio-sidad, y la amplíe. Históricamente, la más trascendente música chilena es aquella que ha logrado ubicar en el escenario internacional una pro-puesta anclada a nuestro territorio y sus conflictos. A veces, como en el caso de Los Prisioneros, fue a tra-vés de canciones pop. Otras —mire usted la Nueva Canción Chilena—, la composición social de sonido la-tinoamericano. Violeta Parra llevó a Europa una suerte de deconstruc-ción del folclore campesino y sedu-jo a miles con él. Ninguno de esos músicos estaba ansioso por equipa-rarse con lo que venía desde afuera, sino que cantar de igual a igual des-de su diferencia. La homogeneidad es, hoy, el error que menos pode-mos permitirnos en el auspicioso panorama para la exportación de nuestra música.

EXPORTACIÓN DE MÚSICA CHILENA:

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(Artes Visuales)

Por Claudio Aguilera

Lila, Serigrafía en papel.

Geometría Humana

En los últimos años los homenajes y retrospectivas a Matilde Pérez se han hecho frecuentes. Cada vez como si fuera la última, intentando saldar una deuda impagable que se arrastra desde aquellos tiempos en que nos hicieron creer que su úni-co aporte era haber sido discípula de Vasarely.

Por fortuna, las loas no han endulza-do en nada su agudeza de mujer que a los 95 años todo lo ha visto y todo lo ha vivido, capaz de mirar el mun-do y su obra con distancia y perspec-tiva. Justamente el gran acierto de la muestra Matilde x Matilde, que se presenta en la Fundación Telefónica, es permitirnos observar el trabajo de la artista a través de su propia mira-da, comprenderlo con “distancia y perspectiva” como una única gran obra que se ha desarrollado duran-te medio siglo producto de una re-flexión sobre la vida y el arte.

Desplegando piezas que se remon-tan a sus primeros pasos hasta proyectos contemporáneos, junto a videos, textos, pinturas, serigra-fías, bocetos y reediciones de obras perdidas, el curador de la muestra, Ramón Castillo, logra humanizar la propuesta de Matilde Pérez y derri-bar el frío distanciamiento que por años rodeó al arte cinético.

Por medio de espacios didácticos, de envolventes instalaciones y recor-tes de prensa que refuerzan la idea de que el OP Art es un movimiento artístico que ha sido parte de nues-tra cotidianidad, en la moda, en el humor gráfico o en el primer centro comercial instalado en Chile, la ex-posición es capaz de transmitir una experiencia plástica categórica.

Porque si bien no están ausentes aquellas obras en que se despliega y el rigor matemático, los recursos técnicos y los juegos de percepción, lo que sorprende y cautiva es ver aquellas pinturas en que la mano

de la artista, sometida a la estricta y obsesiva disciplina de una larga y meticulosa labor, se rebela con un ligero temblor, una imperceptible desviación de la línea.

A fin de cuentas, la obra de Matil-de Pérez, con sus grandes compo-siciones de exactitud milimétrica, sucesivas combinaciones de colo-res a partir de un mismo motivo y constante búsqueda de soportes y materiales, se puede leer como un titánico esfuerzo por poner algo de orden el caos de la existencia.

Un intento condenado al fracaso, simplemente porque siempre algo escapa a nuestro control y queda fuera de los cálculos. Por lo mismo, el suyo es un intento humano, que condensa en una obra intensa el esfuerzo de todos nosotros por so-breponerlos al aplastante azar de la existencia.

MATILDE PÉREZ

DE BOCA EN BOCA

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En estos tiempos globalizados, en que cualquier ciudadano se puede comer un plato de comida tailandesa por dos mil 500 pesos en una picada del barrio Franklin, en que el sushi se confunde con el ceviche de merluza, así molido, y con el otro a cuadritos y cebolla morada. La sofisticación falsa de las cadenas de comida rápida, los cafés con diseño hasta en la espuma de un espresso, sangucherías, completerías, pizzerías, schoperías universitarias y parrilladas charrúas y las bailables de la Panamericana en San Bernardo.

La oferta de espacios sociales se amplía como abanico sin fronteras, abren, cierran y abren restoranes de comida chilena, chicana, china, chaufa. La moda, el gusto, el paladar exigente, el poder adquisitivo y las necesidades turísticas de alimentar a brasileños esquiadores invernales, a cuyanos con déficit de playas y a chilenos en la búsqueda de lo propio.

Las cruzadas gastronómicas disponen además de bastiones de estoicismo, moribundos y alentados por una clientela fiel y el influjo ejercido por la comi-da casera. O la tradición familiar o el dato del compadre o el precio del plato de porotos con riendas, más pan, pebre y jugo de colación.

Hay bares y restoranes que probablemente dieron por perdida la batalla que se libra para alcanzar la vanguardia, la vigencia social, la aceptación incon-dicional. A estos espacios aislados, icónicos e imperfectos llegan, continúan llegando, parroquianos genuinos y que no se jactan de su baja exigencia. No hay artificios ni esfuerzos por impostar simulacros glamorosos. Acá no hay investiduras ni apelativos afrancesados. Se trata de comida y de herramien-tas e insumos para apagar la sed en un lugar cómodo, un refugio para la pausa cotidiana y atávica.

En la constelación de sucuchos, las picadas de chicha y chancho se deben agrupar en una categoría exclusiva porque a estas alturas se han convertido en una pequeña industria vinculada a la explosiva irrupción del terremoto, el bebestible con vino pipeño, granadina y helado de piña que mantiene re-legada a la chicha.

En el D’Jango de Alonso Ovalle, en el centro santiaguino, alimentarse con un arrollado en marraqueta con pebre sobre un tonel de madera adaptado como mesa, suele ser una rutina para oficinistas y comerciantes, empleados públicos y dueñas de casa de paso por el centro. El nombre alude a la serie de películas que protagonizó el actor italiano Franco Nero en el apogeo del spaguetti western, por lo que le da justicia la figuración que tienen en el local las fotos y afiches de la cinta que inició la saga.

La escena devota de perniles y chuletas se repite con distintos actores en el Pancho Causeo de Ecuador con Toro Mazotte, cuya particularidad es la pa-rrillada al disco. Esta lista se completa con El Hoyo de Estación Central, con su especialidad, la obvia “Lengua en El Hoyo”; y los nuevos Los Canallas de calle Tarapacá, emplazado allí tras abandonar el inmueble de San Diego, que alguna vez fue hotel parejero.

Un fenómeno peculiar es la rapidez con la que se han retirado –o desapareci-do- las fuentes de soda. El Indianápolis, por ejemplo, fue durante décadas la tregua céntrica en Alameda con Arturo Prat, junto al Instituto Nacional y la casa central de la Universidad de Chile. Ahora funciona allí una importadora de productos chinos y juguetes de segunda mano.

Estoica y con evidentes signos de agonía, la Parolaccia es una excepción vi-viente en Tarapacá con San Diego, a pasos del Cine Normandie. Allí, tenedo-res y cuchillos dejaron de tener uniformidad de diseño y las partes metálicas de los adminículos muchas están sueltas de los mangos plásticos. Hay un televisor que emite un DVD de música tropical, un recopilado de presenta-ciones televisivas de grupos de moda. Es cumbia clásica, nada de mezclas con ska ni punk. En eso hay purismo. Un plato de porotos a mil 500 pesos y una cazuela de pollo a mil 900, más ensalada de lechuga, una cerveza de a litro, conforman la oferta que incluye sandwich y asados a la cacerola. Acá no hay devoción por los embutidos ni los subproductos del chancho. Acá se mantiene la cultura de la caña de vino

Resistencia y sobrevida de los boliches

de retaguardiaPor Fabián Llanca, fotografías de Javier Godoy.

PAPEL MURAL

Más que chicha y chancho, más que fuentes de soda agónicas, se trata de un modo de vida en retroceso.

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tinto a la pasada. No hay subterfugios decorativos ni esfuerzos por aderezar la oferta culinaria con agregados apócrifos.

Elías Farías es el dueño y atisba desde su asiento -que deja su vista al ras del mesón principal, el único en realidad- la entrada y salida de comensales. Es quien saca la cuenta, emite las bole-tas, recibe el pago y saluda a quienes dejan el local. Todos pasan junto a él, situado en un punto estratégico por donde puede ver el tráfago en Tarapacá y el movimiento incesante en la esquina con San Diego.

Este modelo se replica en plena avenida Providencia, la parte más antigua frente a las Torres de Tajamar. Dándole pelea a los wayas giros griegos, a los peruanos y a apuestas de colaciones diarias sin mucha aceptación, se erige Amigo, un emprendi-miento de la señora Chi, quien llegada de China su primera pa-labra en castellano fue “amigo”. Tiene dos pisos, aquí la oferta incluye los canales de televisión pagada para ver los partidos de fútbol. La comida es muy chilena, de fuente de soda típica, aunque esporádicamente hay arrollados primavera y wantán incorporados a los menús ofrecidos a una clientela tan fiel que la venta o el cambio de rubro son alternativas impensadas.

“Hola, joven, mesa uno”, dice la señora Chi y apunta al lugar desocupado. En el primer piso mesas y asientos adosados a las paredes figuran paralelos a la barra y desde allí se ve la cocina cubierta y encapsulada entre vidrios transparentes y empaña-dos por la sudoración de las ollas. Los parroquianos sólo en bus-ca de bebestibles acá son más visibles y más asiduos. La caña sigue siendo un referente, un trago rápido y casual, un saludo breve, un par de palabras de cortesía, la servilleta que borra el trazo púrpura de los labios y de vuelta al devenir de Providen-cia, contribuyendo con el sonido de pasos y taconeos en las ace-ras transitadas y limpias.

Una guirnalda huacha pende del techo bajo. “A ella no le gusta la comida china, prefiere trabajar con platos chilenos”, comenta el cajero de pelo cano, mientras uno de sus clientes se zampa un plato de charquicán cargado al comino. “Yo busco comida casera y atención amable. Los chinos en general no pescan por-que les gusta que comas, pagues y te vayas rápido. La señora Chi es distinta, es muy acogedora”, argumenta Rodrigo Pérez, sicólogo que trabaja como consultor en desarrollo organiza-cional, y que se identifica como parroquiano. “Un compañero de trabajo me trajo porque buscábamos comida como hecha en casa y barata. Tengo otra amiga que le carga, porque lo en-cuentra muy oscuro y de aspecto sucio. Yo no tengo esa percep-ción”, agrega.

Pérez, el parroquiano, menciona otro lugar que frecuenta y que cultiva el mismo estilo de Amigo. Es el Bar Serena de avenida Brasil, bastión del chichón y trinchera estratégica ante el avan-ce de la movida progre que reedita la bohemia en el poniente capitalino. Don Hernán es el regente, oriundo de Contulmo, quien tiene como preocupación mantener el orden en medio de las agitadas jornadas nocturnas.

En ciudades de regiones, la institución de la fuente de soda se ha replegado aún más rápido, probablemente por el tamaño y

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flexibilidad de la clientela, que se ha adecuado con ductilidad a la nueva oferta incluida en los centros comerciales.

Curicó es una ciudad símbolo. En los ochenta funcionaban dos grandes fábricas de helados, que tenían sus respectivas fuentes de soda. El Polo y Vista Hermosa se ubicaban en avenida Camilo Henríquez, a una cuadra de distancia una de otra. En esas esquinas ahora hay una farmacia de ca-dena nacional y un banco. El mall, construido donde estaba el Regimiento de Telecomunicaciones, acapara a parroquianos y sus descendientes, de-jando en desuso el centro comprimido en una quincena de manzanas con las huellas marcadas del terremoto. Lo más cercano al formato que va en retirada está en el restorán Dumbo, en calle Rodríguez, genuina tentación de migrantes rurales y visitantes que transitan alrededor de los terminales de buses.

Valparaíso está marcado por la intención patrimonial en los emprendi-mientos o mantención de lugares inspirados en la bohemia portuaria. De hecho, en el barrio puerto subsisten sucuchos que nutren de tinto a los residentes de la Plaza Echaurren. El Liberty es el emblema de la bohemia trasnochada y revenida, fortalecido por el dato que lo convierte en el bo-liche más antiguo del puerto. El acceso tiene dos letreros, uno dice que se inauguró en 1879 y otro en 1897, lo que acrecienta su aura de acumular his-torias imprecisas y fantásticas. El modelo de boliche se repite en el sector, aunque la norma es sofisticar la oferta como el modelo Cerro Alegre, en busca del turista culto y con dinero para gastar.

Fiel a su esencia, en contraste, se mantiene Renato, en calle Rodríguez y a media cuadra de Pedro Montt. Aunque está incorporado en las rutas gas-tronómicas patrimoniales –tiene un adhesivo circular pegado en la puerta de entrada que lo señala-, este local que sobrevivió a un incendio en octu-bre de 2010 conserva la atracción para que parroquianos se encuentren a diario, entablen diálogos y vean los noticieros o algún partido de fútbol. Marinos mercantes jubilados, vendedores de frutos secos, buscavidas en receso, turistas que no saben qué es un clery.

En esa misma frecuencia se plantea el Wonder Bar, más cerca de la bohemia borracha y marginal de los puntos más ajados de la comuna capital, el Barrio Mapocho. Se trata de los dominios de La Piojera, que no incluyo en esta lista por su sobrevida obtenida de la moda guachaca.

La anterior ubicación del Wonder estaba en una cadena de construcciones que fue demolida post terremoto bicentenario. Sigue en General Macken-na con su abigarrada decoración ecléctica en que conviven sin problemas el Papa Juan Pablo II y Muhammad Alí.

Un tonel de madera adquiere un protagonismo estelar junto a la caja y arriba del mesón. Dos chuicos sin chaleco de mimbre repletos de corchos, exhibien-do paciencia y mucha sed para acometer esta proeza coleccionista. Antiguas botellas individuales de cocacolas sin abrir cubren el otro estante lateral de la entrada. Hay un embudo blanco, una radio a tubos y decenas de chucherías, estampitas y adhesivos.

La carta es un papel plastificado, escrito a mano con lápiz pasta, fotocopiado y dividido entre comidas y bebestibles. El arrollado viene en marraqueta e incluye pebre. Hay cañas de vino y chicha de Malloa servidos de garrafa a 700 pesos; mientras que la dosis de vino embotellado sube a 800. “Para mí esto es una costumbre”, admite un hombre de 50 años que acaba de estar de pasada en el local consumiendo una caña “de ocho gambas”.

El mentor de este centenario espacio es Belarmino Núñez, quien destacó cuando el barrio se nutría con el movimiento incesante de la Estación Mapo-cho, con sus servicios ferroviarios al norte y a la costa. Su oferta fue la chicha de Malloa y se convirtió en distribuidor del elíxir. Hoy se mantiene el nexo con la localidad famosa por la salsa de tomates y el ketchup. Y los platos predilectos: guatitas en invierno, ajiaco y charquicán durante todo el año.

La lista suele parecer larga porque la variedad de nombres demuestra que aún hay clientela fiel y bastiones dispuestos a vender cara la derrota en esta batalla por llenar estómagos y saciar la sed colectiva.

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En febrero de 2013, una pandilla de niños de mirada vacía y nariz encendida se apoderarán de las blancas paredes de la galería Merry Karnowsky en Los Ángeles, Estados Unidos, capitaneados por el artista chileno Víctor Castillo. Al mismo tiempo, en el mismo recinto, pero en una sala más pequeña, el músico Maxim Reality de la banda inglesa The Prodigy, estará mostrando sus pinturas y tocará en la inauguración.

“Ésta es una de las cosas interesantes que pasan en esta ciudad, donde se mezclan arte, música y cine con mucha facilidad”, dice Castillo sin darle de-masiada importancia mientras prepara una muestra colectiva junto a Ron English, Ray Caesar y Nicola Verlato, con quienes comparte el gusto por el dramatismo intenso, la crítica al sistema, las citas a los personajes populares y la historia de la pintura.

Ciertamente, sabe moverse con naturalidad por espacios de confluencia, entre personalidades cosmopolitas y referentes en apariencia inconexos. Y todo comenzó en el aislado Chile de los años 80. Ese de las vacaciones de ve-rano interminables, la vida de barrio, los inviernos bajo el azote de la lluvia y la represión, y los días de pan con margarina frente a Tardes de Cine, la cade-na nacional y Sábados Gigantes. Una sobredosis de televisión que se metió en las venas de toda una generación y hoy supura y sale a borbotones de las obras de Castillo transformada en crítica y en una incesante, y angustiante, perversión de los códigos.

“Las referencias culturales que existían en mi entorno durante mi infancia no eran museos, galerías de arte o festivales callejeros”, recuerda. “Con la censura y el ambiente brutalmente gris que se impuso, casi lo único que me quedaba como referente era una televisión muy limitada que mostraba prin-cipalmente programas y películas norteamericanas. Ese un adoctrinamiento que hoy intento revertir”, agrega.

Porque por fortuna, además de la pantalla chica, el joven Castillo tuvo a su familia, a la música y unas irrefrenables ganas de dibujar. “Era muy estimu-lante visitar a mis tíos y ver los dibujos que hacían en sus ratos libres, además

de escuchar los vinilos que tenían. Alucinaba con la gráfica de discos como Pink Floyd The Wall y luego volvía a casa lleno de ideas y con ganas de dibujar. Así comenzó todo”.

Ahí está el germen de lo que vendría después. El niño que dibujaba com-pulsivamente se hizo adulto, tuvo un paso fugaz y nada gratificante por la universidad y se transformó en un artista dueño de un estilo propio, difícil de clasificar, que para algunos se emparenta con el movimiento lowbrow o con el surrealismo pop, para otros con ambos y para otros con ninguno. Para él es simplemente una forma de mirar.

“He mantenido toda mi vida este impulso natural que sólo fue interrumpido cuando estudié arte. Afortunadamente como nunca tuve clases de pintura, me puedo considerar un pintor autodidacta. Desde que dejé la escuela de arte y retomé mi línea personal, siento que mi trabajo es más honesto”, ex-plica. Pero si hay algo que lo distingue de artistas que se han transforma-do en íconos de la nueva figuración fantástica como Gary Baseman o Mark Ryden, aparte de confesarse “pésimo para los negocios”, es una carga social y un inconformismo cada vez más acentuado.

“Víctor es una de las personas más sensibles frente a la injusticia que conoz-co; a diferencia de la mayoría de los hombres, no ha logrado anestesiarse contra los horrores cotidianos”, señala el curador y agente cultural español Íñigo Martínez Moller, quien desde la galería Iguapop de Barcelona abrió las puertas de Europa a la obra del chileno. “Esta cualidad tan trágica como loable, es para mí el valor principal de su obra, que es un trabajo de sensatez”, agrega.“¿Cómo no sentirse descompuesto cuando vivimos en un mundo enfermo, donde se impone la codicia y la ignorancia?”, se pregunta Castillo. “El mal existe, está muy bien organizado y parece imparable”.

Sin embargo no hay que equivocarse. Aunque tras ver sus trabajos muchos esperan encontrarse con un maníaco ermitaño que sólo sale de cuando en cuando de su refugio antinuclear, Víctor Castillo está lejos de ser uno de sus

Arte para el fin del mundoVÍCTOR CASTILLO:

Víctor Castillo es El Bosco de nuestros días, un cronista del apocalipsis. Con una imaginería burlona y ecléctica, y una técnica depurada, ha retratado los males de nuestro siglo creando engendros que portan las noticias del fin de los tiempos desde Taiwán a California, de Barcelona a Santiago.

Por Claudio Aguilera.

PAPEL MURAL

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personajes. “Es sobre todo una persona sencilla y muy asequible”, recuerda Juan Pablo Moro, director de la galería que representó al artista en Chile. “Es tremendamente profesional, de muchos detalles, pero al mismo tiempo una persona de trato afable y fácil”.

Exilio y tabúEse rigor y la temprana comprensión de que su espacio estaba fuera de Chile fueron claves para consolidar una obra que interpreta bien el desasosiego de una época convulsionada, que es capaz de interesar a personas que están alejadas del mundo del arte e identificar a una generación que creció en un sistema que hoy se cae a pedazos.

Tras realizar diversas exposiciones en Chile y colaborar con el Colectivo Caja Negra, en 2004 Castillo aceptó una invitación para exponer en España y se trasladó a Barcelona donde comenzó a participar en la escena local y fue fi-chado por la galería Iguapop. “No recuerdo bien si Víctor apareció un día en la galería o fue una amiga en común quien nos presentó”, confiesa Martínez. “Lo que sí recuerdo es que, desde el momento en que nos conocimos, todo sucedió muy deprisa: enseguida me apasioné por su trabajo, enseguida le propuse participar en una muestra colectiva, enseguida organizar una expo-sición individual, enseguida nos hicimos amigos”.

La experiencia catalana fue fundamental. No sólo pudo dedicarse íntegra-mente al arte, también pudo afianzar su imaginario y comprobar que el tra-bajo que estaba desarrollando tejía una fina sintonía con una corriente en consolidación. Era la señal que estaba esperando. Porque, tal como lo dijo en 2007 al diario español El País, “en Chile, lo que yo hacía, muy influenciado por la estética pop, era considerado una soberana estupidez”. Y en Europa todo iba a cambiar.

“Desde que se atrevió a ir a Barcelona para participar en el festival de arte contemporáneo BAC!, su investigación plástica comenzó a dar un giro”, ex-plica el pintor y curador chileno Jorge González Lohse, con quien Castillo se embarcó más tarde en el proyecto Inoxidable Neo Pop. “Él sabía que debía crear un sistema de imágenes propio, reconocible, y trabajó para ello. Estar

en Barcelona y conocer a las personas que conoció allí, eso fue el real impulso e influencia para concretar su visualidad actual”.

La respuesta fue inmediata. La muestra Exilio y tabú no pasó inadvertida. “Su lenguaje conectó rápidamente con el público que había crecido viendo películas de Disney para darse cuenta de que el mundo real se parece más al de la familia Simpson”, explica el director de Iguapop. “Llamó la atención de jóvenes poco habituados a ver arte contemporáneo tanto como de algún gran coleccionista y críticos de arte, una combinación extraordinaria. Se in-tuía que su trabajo podía jugar un rol importante”.A partir de ese momento, las muestras e invitaciones se multiplicaron. Entre 2005 y 2008 expuso en cerca de treinta exposiciones colectivas, incluyendo España, Colombia, Bélgica, Alemania, China, Inglaterra y Estados Unidos. Y en todas partes el impacto era el mismo. La obra de Castillo hablaba un len-guaje universal, fuerte y directo.

“Victor ha sabido construir una carrera sólida en la que ha caminado siempre hacia adelante”, comenta Martínez. “Su obra, que él se replan-tea continuamente, ha evolucionado progresivamente adquiriendo ma-yor complejidad sin perder su frescura original, cada exposición ha sido mejor que la anterior y le ha traído más éxitos. Su trayectoria no ha sido meteórica y creo que eso es una gran virtud: los meteoritos se desinte-gran; y, sin embargo, la significación de su obra se ha consolidado cada vez más”.

Santiago Morning Pero Chile era aún un tema pendiente, y lo sigue siendo. En 2006, junto a González Lohse, Víctor Hugo Bravo y Mario Z, repletaron la sala Gasco del centro de Santiago de objetos de uso diario, afiches, ropa, juguetes y pintu-ras como parte de Inoxidable Neo Pop, un ambicioso proyecto que incluía una itinerancia internacional, una publicación e intervenciones urbanas. “Al principio fue un trabajo de cuatro pensado para la invitación de la sala Gasco, pero a medida que pasaba el tiempo el trabajo colectivo se hizo más preg-nante y grupal, muchas veces sin firma”, comenta González Lohse. “Fue en ese momento en que nuestras investigaciones, que ya se centraban en el ho-

Broken Hearts, 2010. Acrílico en tela. Futuro esplendor, 2011. Acrílico en tela.

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gar como laboratorio de imágenes y objetos, cobraron mayor sentido, ya que siempre vimos al pop anglosajón como una expresión más urbana y masiva, y al pop gestado en Iberoamérica como más íntimo y hogareño”.

Una nueva oportunidad de encontrarse con el público chileno llegó en 2008 por partida triple. A principios de año expuso un enorme mural, bajo el título Santiago Morning, protagonizado por estudiantes secundarios en el Museo de Bellas Artes, pinturas y grabados en la Galería Moro y otro mural en el Museo de Arte Contemporáneo de Chiloé.

“Me interesó trabajar con Víctor por la calidad de su obra, la ironía y sarcas-mo en su visión contemporánea y por lo novedoso de su propuesta en la escena de las artes visuales en Chile”, recuerda Juan Pablo Moro, director de la galería en que el artista expuso la muestra Explicit Lyrics, que reunía un potente cóctel que mezclaba a Goya con la violencia extrema del siglo XXI, los video juegos, el rock y los personajes animados como Ren & Stimpy.

Fue un verano intenso para Castillo. La prensa, la crítica y el público hicieron eco a su propuesta. “Incluso se formó una cofradía de coleccionistas apasio-nados con su trabajo”, anota Moro. Pero el verano no dura para siempre. El cierre de Inoxidable Neo Pop y de Galería Moro distanciaron a Castillo de la escena local. “Me encantaría reencontrarme con Chile, creo que es algo necesario en al-gún momento de mi vida”, dice hoy. “Pienso que Chile y Latinoamérica en general tienen una magia que no existe en el primer mundo. Pero la mayoría de las noticias que me llegan desde allá son demasiado desalentadoras, no dan ganas de volver. Además, tampoco voy a decir que me llueven las invita-ciones. La verdad es que me siento más valorado y veo más futuro como ar-tista en otros países que en el mío, pero puedo estar equivocado. He sentido mucha empatía con jóvenes chilenos artistas, diseñadores, músicos, incluso actores, pero el medio oficial de arte es más bien indiferente”.

El futuro es ahoraMientras escribo estas líneas, el mundo, dicen, se va acabar. En los noticie-ros, los taxis y esquinas, la gente habla del fin de los tiempos, de la profecía

maya y de los tres días de oscuridad. Algunos creen que será un cambio en las conciencias, otros que un enorme meteorito partirá la Tierra como una nuez. La crisis europea, la lluvia de misiles en Medio Oriente, como una nue-va plaga bíblica, y atardeceres sospechosamente rojos dan a la realidad un toque inquietante.

Veo en la televisión a Viggo Mortensen avanzando por una inhóspita carre-tera, arrastrando un carrito de supermercado, a su pequeño hijo y toda la última esperanza que le resta a la humanidad. También miro la obra de Víc-tor Castillo, una y otra vez. La interrogo como si fueran los arcanos que nos permitieran predecir lo que vendrá. Pero en sus pinturas el mañana es hoy. Terrible y oscuro.

Le pregunto si piensa en el futuro. Responde que sí, frecuentemente. “Es-toy seguro de que cada día son más los que se informan y toman conciencia de que lo que se viene es muy incierto. Y serán las próximas generaciones quienes sufrirán el colapso de este sistema insostenible. Esta percepción me genera pesadillas”.Esas pesadillas son el origen de sus obras. Ahí están los paisajes destruidos, la explotación irracional de los recursos naturales y los niños que juegan a grandes, con toda la carga de violencia, odio e injusticia que las instituciones transmiten en forma de educación, credo y adoctrinamiento.

Pero no todo está perdido. Al igual que en la película basada en la novela de Cormac McCarthy, en los trabajos de Castillo son los niños y jóvenes quienes encarnan la promesa de un mañana mejor. “En las pequeñas historias que cuento en cada pintura siempre hay algo del contexto contemporáneo, hay algo de juego y rebeldía, pero también hay crueldad y absurdo. Y los niños y jóvenes están ahí porque son modelos perfectos para hablar de las virtu-des o debilidades de la sociedad, pero también porque representan para mí, entre otras cosas, el futuro. Y la violencia sistemática que vemos a diario en contra de ellos es una forma de amedrentar y desmoralizar a las nuevas ge-neraciones para aplastar cualquier sueño de rebelión. Por fortuna, siempre queda el espíritu indomable de la juventud”.

Y la obra de Víctor Castillo, para no olvidarlo.

I want to take you higher, 2012. Acrílico en tela. Planeta Infierno, 2012. Acrílico en tela.

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En Chile un niño nacido en una población mar-ginal de Santiago, o de cualquier otra ciudad, no tiene más opción que estudiar en alguna de las escuelas de su barrio o entorno. Si su familia no tiene un poco de holgura económica, o bien si por cualquier razón no considera necesario invertir en la educación de sus hijos, las posibilidades se estrechan a aquellos establecimientos gratuitos, ya sean municipales o subvencionados.

De todas formas, según los “semáforos Simce” implementados el 2010 por el entonces ministro Lavín, la gran mayoría de los establecimientos educacionales de comunas marginales –ya sean gratuitos o no–, tienen resultados “rojos”, es decir, sus alumnos no alcanzan ni siquiera los objetivos mínimos de aprendizaje. Hay comunas muy po-pulosas –las que todos se imaginan, y también otras–, que tienen sólo dos o tres colegios en “verde”, en general inalcanzables, privativamente caros y con largas listas de espera. Todo el resto obtiene resultados medianos, o derechamente malos. Si se observan los mapas comunales, se constata inmediatamente que hay barrios enteros donde sólo hay colegios en rojo. Son los bolsones de pobreza, los barrios que también han sido marcados en rojo por el ministerio del Interior, por las policías y los servicios sociales. Se trata de aquellos espacios urbanos que rara vez aparecen en televisión (a no ser por los programas de delincuencia) construidos en

torno a pasajes atiborrados de casas hechizas o villas de blocks apilados como cajas uno al lado del otro, donde los vecinos sospechan entre sí, campea el microtráfico, las bandas delictuales, y la prostitución infantil se ejerce en las plazas públicas, a plena luz del día, a vista y paciencia de todos los vecinos.

Un niño nacido en estos barrios no tiene nin-guna oportunidad de asistir a una escuela que al menos pueda ostentar buenos resultados, ni siquiera en la improbable contingencia de que su familia pudiera pagar algo. En muchos casos, hay establecimientos que cobran matrículas reducidas, de 5, 10 ó 15 mil pesos, comerciando con la esperanza de una educación un poco mejor, u ofreciendo alguna ventaja llamativa y concreta, como una sala con computadores, algún tipo de equipamiento deportivo, o énfasis en la enseñanza del inglés. Pero en el sistema chileno no hay ninguna garantía de que estas promesas se cumplan, o tengan algún efecto, son sólo marketing. Los padres, reducidos a la categoría de consumidores, pueden responder a la lógica de “si es un poco más caro, tal vez sea un poco mejor”, como cuando uno compra en el supermercado un tarro de atún o un paquete de tallarines y trata de elegir la mejor marca. Pero luego no tienen forma de saber si esta diferencia es real, o probablemente se enteren cuatro años después, o aún más, cuando su hijo trate de

ingresar a un liceo, o postule a la universidad. Además, como hay lucro, ni siquiera hay garan-tías de que estos recursos extra que aportan los padres se inviertan efectivamente en la educación, muchas veces van simplemente a engrosar los bolsillos del dueño. Es cierto que hay muchos colegios subvencionados serios, que pertenecen a instituciones de tradición –religiosas o no– y que constituyen un aporte a la educación, pero hay otros que no responden a este estereotipo, se asemejan más bien a pequeños almacenes, paupérrimos y careros, que usufructúan de la falta de oportunidades de determinados sectores, y literalmente lucran con los sueños de los pobres.

Es muy difícil para las personas que habitan estos barrios salir adelante, para algunos prácticamente imposible. Siempre hay historias esperanzadoras de esfuerzo y éxito, pero estas son las menos, y en general se fundamentan en una familia particular, con mayor capital educacional o cultural, que es capaz de apoyar y orientar al joven. En la mayor parte de los casos los jóvenes y niños no tienen esta suerte. Algunos, por el contrario, pertene-cen a familias vinculadas a la delincuencia, la prostitución, o bien simplemente padres con un capital cultural demasiado bajo, que les impide apreciar la importancia de la educación, y que escasamente pueden brindar orientación a sus hijos. Es la realidad de la marginalidad dura: como no valoran la educación, o bien derechamente la

Los hundidos y los salvadosPor Pablo Torche*, fotografía de Javier Godoy.

LA CONVERSACIÓN

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consideran un estorbo y una pérdida de tiempo, no tienen ningún interés en buscar un mejor colegio para sus hijos, por el contrario, quieren mantenerlos en el que dé menos problemas. Los matriculan simplemente por cumplir, por no tener conflictos con la ley.

Los establecimientos que reciben estos alumnos difícilmente tienen los medios para hacerse cargo de la dura realidad psicosocial que enfrentan. Si la educación es de por sí un proceso difícil, inten-tar educar a aquella parte de la población más deprivada, que ni siquiera confía en el proceso educativo, es un desafío mayúsculo. El problema se agrava cuando los demás apoderados perci-ben que el establecimiento empieza a acoger un grupo importante de alumnos con problemas, a los hijos de las familias conflictivas del sector, o bien derechamente aquellas vinculadas a la delincuencia. Se empieza a producir entonces lo que se conoce técnicamente con el poco técnico término de “descreme”. Los padres con mejor situación socioeconómica y/o mayor interés en la educación, comienzan a sacar a los alumnos de esos establecimientos, en busca de una ins-titución que al menos luzca más promisoria. Sometidos a este “descreme”, los colegios que atienden a la población más vulnerable se van volviendo cada vez más problemáticos, y por lo tanto más fácilmente estigmatizables por parte de los vecinos. Es un proceso recursivo, un círculo vicioso, que va concentrando los casos de mayor vulnerabilidad en unos pocos establecimientos.

En algunas ocasiones, se instala en el sector un colegio privado de mayor calidad, o un estable-cimiento de iglesia, o un Liceo Bicentenario, que entrega educación de excelencia, a veces de modo gratuito. Este es el tipo de iniciativas que sale en

la televisión, el lado dorado de la política educa-tiva. Lo que no se ve es que la forma de operar de estos colegios es básicamente de descreme: capturan a los buenos alumnos repartidos en los otros establecimientos del sector, a veces a través de un proceso explícito de selección, a veces simplemente porque las familias más preocupadas de la educación de sus hijos se apuran por conseguir un cupo. Sus estudiantes son por tanto los que cuentan con los recursos para salir adelante, los que se salvan. Para que ellos existan, para que “salgan adelante”, tiene que haber otros que se quedan en los colegios menos aventajados, la parte de la mezcla que no se transforma en crema, el desecho.

Los establecimientos con más dificultades en cambio, víctimas de este proceso gradual y progresivo de “descreme” de sus “mejores” alumnos, se van transformando muchas veces en verdaderos guetos de marginalidad o delin-cuencia. En todas las poblaciones vulnerables hay uno, o varios, completamente identificables. En ellos no sólo se educan hijos de personas que tienen conflictos con la justicia o se dedican a actividades ilegales, sino que en muchos casos son los mismos alumnos quienes ya han toma-do el camino de la delincuencia. Se construyen así ambientes que hacen parecer a la serie “El reemplazante” (emitida por TVN y elogiada por su realismo) un cuento de hadas. Tratan a los profesores de tú, en general por sobrenombres, les hablan con garabatos, los insultan o amenazan impunemente, asisten a clases cuando quieren, destruyen o roban el equipamiento de la escuela, no rinden evaluaciones, etcétera. Condenados a un ambiente educativo “descremado”, donde sólo persisten aquellos alumnos con más dificultades o conflictos, no tienen ninguna posibilidad de

beneficiarse de la influencia de alumnos más interesados en el estudio u observar un mínimo de diversidad socioeconómica o cultural. Están literalmente encerrados en un ambiente nocivo, sin esperanzas, algo que se refleja muy bien en la infraestructura que estos establecimientos, por necesidad, empiezan a adoptar, algo muy parecido a una cárcel. Al igual que en una cárcel, las vías de salida o de realización que tienen los alumnos aquí son también muy escasas, es muy difícil que vean otras alternativas de desarrollo, o se sobrepongan al ambiente que les ha tocado enfrentar. Lo más probable, casi lo cierto, es que sigan el ejemplo unívoco que ven a su alrededor, las bandas, la violencia, la delincuencia, la droga. Son los que no tienen oportunidades en este sistema, aquellos que sacrificamos, los hundidos.

*Habitualmente el discurso de derecha exalta el esfuerzo personal como el camino para salir ade-lante en estos casos, y enfatiza la responsabilidad individual y la libertad como los principios básicos para hacer efectivo este esfuerzo y buscar algún tipo de autorrealización o desarrollo personal, cualesquiera que éste sea. Es un discurso que permea también sectores así llamados “progre-sistas”, que atribuyen al esfuerzo personal o la “meritocracia” un camino lógico y suficiente para organizar la propia vida, e incluso la sociedad en su conjunto.

No niego que esto sea posible en algunos casos, y que en un sentido antropológico más profun-do, la libertad de cada ser humano sea un valor inalienable, que en último término lo hace siempre responsable de sus actos. Pero también

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es necesario reconocer que en ciertas circuns-tancias sociales, circunstancias que se podrían denominar “estructurales”, ejercer esta libertad en un sentido positivo es extremadamente difícil, casi imposible. Es el caso de los niños y jóvenes que se desenvuelven en las capas más duras de marginalidad, encerrados en colegios descremados y “guetoizados”, los que he denominado “los hun-didos”. Por más esfuerzo que pongan en ello, sus probabilidades de salir adelante, desde un punto de vista puramente estadístico, son bajísimas, por no decir nulas. Hay una estructura social dentro de la cual todo el discurso del esfuerzo, e incluso de la meritocracia, se vuelven poco más que un cuento, una excusa vacía. No hay merito-cracia para ellos, quizás sencillamente porque no tienen “los méritos” que esta sociedad valora, y tampoco hay mucho esfuerzo que valga porque, aun en el caso de que se esforzaran, tanto o más que un joven en otra situación, lo más probable es que aún ese esfuerzo no sería suficiente para superar el círculo de marginalidad en el que se encuentran atrapados.

No es verdad que los logros y las oportunidades de desarrollo en la vida dependan del grado de esfuerzo personal, ni siquiera de los méritos. Hay mucha gente que lucha durante toda su vida con un esfuerzo personal ingente, pero que aún así no logra salir adelante, se hunde igual, inevitable-mente, ya sea porque le tocaron circunstancias muy difíciles, porque contaba con pocos recursos económicos, culturales o psicológicos, o bien por-que los eventos de su existencia se concatenaron bajo un signo negativo, tuvo “mala suerte” por decirlo en términos sencillos.

Tanto el esfuerzo personal como la meritocracia son categorías un poco ficticias, a lo menos insufi-

cientes para articular un proyecto de vida, o para proponer una organización social o política justa y adecuada. Son categorías útiles para algunos casos y situaciones, pero aplicadas de modo rígido se vuelven sólo un intento de racionalización de una estructura social esencialmente injusta, que sirven para crear una falsa imagen de justicia o validez moral. Al final, no es más que un intento de poner orden al caos, al azar o al destino, de justificar por medio de principios racionales la diferencia entre el éxito y los beneficios de los que gozan algunos, en contraposición con las penurias y dificultades que enfrentan otros, la bifurcación que separa a los hundidos y los salvados.

En lo personal, siempre me ha parecido que la diferencia entre alguien que ha salido adelante, que ha logrado superar las dificultades y más aún, hacer un aporte al entorno y la sociedad (el mayor de los logros que se puede obtener); y alguien, por otro lado, que ha llevado una vida fallida, que ha terminado destruido, marginalizado o tras las rejas, la diferencia entre ambos casos no es una cuestión racional, ni menos justa.

Uno tiende a atribuir los pequeños logros y éxitos que ha conseguido en la vida al tesón que ha puesto en ello, a veces incluso a los méritos propios, y por lo general los considera merecidos. Yo creo que hay mucho de utopía en esta racionalización. Yo mismo, en un ejercicio de ficcionalización un poco tétrico, siempre he imaginado que si hubiera nacido tal como me veo reflejado ahora en mi vida, pero en una población marginal, en el seno de una familia sin ningún medio económico o social, hubiera sido sin lugar a dudas uno de los hundidos. Quizás un poco más inteligente que el promedio, pero de ningún modo lo suficiente como para ingresar al Instituto Nacional o algún

otro liceo emblemático, habría sido de los que se quedan en la población, pero perciben con toda lucidez la falta de oportunidades y la injusticia social de la que son víctimas. Demasiado sensible como para ajustarse cómodamente a una realidad adversa, y con muy pocos recursos para manejar la frustración, habría desarrollado una rabia o una angustia profunda, algo que siempre he creído que habría canalizado a través de la droga. Con toda seguridad habría sido de los angustiados de la población, habría terminado mis días parado al sol en las esquinas, con las piernas temblando y las manos sacudidas por leves espasmos, como un quijote fallido o atrofiado por las circunstancias.

Las ideas del esfuerzo personal, los méritos pro-pios y los logros merecidos son un cuento que nos contamos para encubrir una realidad que es más violenta, más pesarosa y más angustiante. En algunos casos particulares puede volverse fidedigno, quizás en relación con ciertas personas u ocasiones muy concretas. Pero la mayor parte del tiempo es una tabla de salvación muy frágil, o es la cera que nos ponemos en los oídos para no oír los gritos de los hundidos y los salvados, y navegar entre ellos sin naufragar.

*Pablo Torche nació en Santiago en 1974. Es escritor y consultor en temas educacionales. Ha publicado, entre otros, los libros En compañía de actores (2004), Acqua alta (2009) y Filomela (2011).

De todas formas, según los “semáforos Simce” implementados el 2010 por el entonces ministro Lavín, la gran mayoría de los establecimientos educacionales de comunas marginales –ya sean gratuitos o no–, tienen resultados “rojos”, es decir, sus alumnos no alcanzan ni siquiera los objetivos mínimos de aprendizaje. Hay comunas muy populosas –las que todos se imaginan, y también otras–, que tienen sólo dos o tres colegios en “verde”, en general inalcanzables, privativamente caros y con largas listas de espera. Todo el resto obtiene resultados medianos, o derechamente malos.

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Al centro de la injusticiaEl otro, en su esencia, es aquel que nos refleja lo que realmente somos. El otro es el que nos refleja —cual espejo— los horrores que no queremos ver. Porque la pobreza del otro nos refleja la propia; el dolor del otro nos refleja el propio dolor; la locura del otro, nuestros propios fantasmas.

Por Paula Sáez*, ilustración Manuel Córdova.

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Chile está poblado por realidades impresionantes y ocultas que no son apa-labradas por los medios de comunicación oficiales ni por el actuar cotidiano. Pasamos por la vida como si no existiesen, negándoles la posibilidad de ser reales para nosotros mismos. En Chile hay gente que trabaja en horarios ile-gales, que duerme menos de cinco horas diarias, que no tiene un techo para vivir. En Chile hay personas que mueren en los hospitales esperando que las atiendan, hay gente que esta navidad hará dormir temprano a sus hijos para pasar por alto la noche de festejo y el hambre. En Chile muchos jóvenes no podrán estudiar por no tener los medios para pagar su educación y por no haber recibido una formación digna que les permita siquiera acceder a una posibilidad remota. En Chile, muchos estarán condenados a repetir calcada la vida de sus padres y de sus abuelos, por no tener posibilidad alguna de salir del círculo en que están.

Todo esto en Chile, el país que se viste con ropajes de gala sobre los harapos de su gente. Chile, el país de nuestros ojos tuertos donde el ciego es rey.No hablamos de un Chile abstracto. Todos constituimos este país que fun-ciona omitiendo la existencia de la realidad y su crudeza. Gesto de omisión que nos es propio y que es posible pues somos, también, esa parte negada y rellenada con construcciones imaginarias y fantaseadas.

Estamos presos de un sistema que nos convierte en sujetos delirantes y ex-tranjeros. Habitamos las calles de pueblos y ciudades como turistas, viendo lo bello para incluir en la foto de la realidad que se nos hace necesaria, pero negando desde su fundamento todo aquello que nos perturba. El estilo de vida actual, las definiciones y el deber que nos entrega este modelo devasta-dor, nos han trastornado.

Como parte de este trastorno, hemos sido reducidos a números cuantifica-bles, hemos sido despojados de nuestra cualidad, convenciéndonos de que el logro sólo puede ser obtenido en relación a la cantidad y la jerarquía de unos sobre otros. Decir esto es decir que nuestra sociedad se organiza en base a los que tienen más y los que tienen menos, constituyendo este orden como una necesidad. Hemos obturado, entonces, la vivencia de la comuni-dad como un lugar vinculante, igualitario y relacional entre personas, trans-formando el poseer en el ser.

Porque sí, hemos definido nuestros destinos a través de una carrera por la posesión. “Poseer” es el índice que viste el triunfo de la existencia.

Lo que no sabemos los chilenos es que este gesto posesivo se alimenta de nuestra alma. Nos despoja de nuestro sujeto transformándonos en objetos sumisos, permitiendo nuestra fundamental alienación. Porque no somos su-jetos en relación a los objetos. Somos objetos que consumen objetos: base de la sumisión y de nuestro canibalismo social.

Esta alienación nos ha permitido obviar el dolor, la injusticia, la enfermedad, el hambre, la pobreza, la miseria, la desigualdad. La de los otros y la nuestra. El otro, en su esencia, es aquel que nos refleja lo que realmente somos. El otro es el que nos refleja —cual espejo— los horrores que no queremos ver. Porque la pobreza del otro nos refleja la propia; el dolor del otro nos refleja el propio dolor; la locura del otro, nuestros propios fantasmas. Ante esta realidad reflejada, mejor huimos hacia el individualismo extremo negándonos a la idea de apalabrar y reconocer el afuera. Mejor nos dejamos llevar por el pensamiento mágico de la locura y optamos por mejor no hablar de lo otro para que, así, no exista.

Preferimos no hacernos cargo del “desposeído”, no hacernos cargo de la in-justicia, pues si no estaríamos condenados a ver que esos sujetos son el re-flejo y consecuencia de nosotros mismos. Pues todos estamos desposeídos de lo más fundamental: de nuestro sujeto y todos participamos en la despo-sesión del semejante al convertirlo en objeto.

Ganancia y pérdida del objeto, metáforas de la carrera desenfrenada en la que nos envolvemos sin mirar hacia atrás, sin mirar hacia adelante y, lo que es más lamentable, sin mirar hacia el lado. Una mera y mal construida ilusión personal y nuestro delirio social. Pero en esta carrera no hay ganadores. To-dos, en consecuencia, somos perdedores y estamos perdidos.Nunca será posible recobrar la cordura, en la medida en que no busquemos la restitución del sujeto. Nunca podremos recuperar la coherencia del uno con el otro (base fundamental de la existencia), en la medida en que lo que soy se transforme en lo que tengo, ni menos, cuando lo que tengo se defina en base a lo que al otro le ha de faltar.

“Soy uno más de aquellos que no existen, soy uno más de aquellos

que abultan las encuestas. Sólo soy uno más”

*La autora es psicoanalista, magíster en psicología clínica y profesora universitaria.

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Jorge González no terminó de ser Jorge González hasta que llegó a sus manos el teclado Casio CZ 101 en el que comenzó a componer sus primeras melodías electrónicas. Era 1985 y esbozaba lo que serían las canciones de corte tecno de Pateando Piedras, el segundo disco de su banda, Los Prisio-neros, durante la gira que los movía en camionetas y buses interprovinciales por el sur del país. Como el mal músico punk que era, la expresividad que le sacaba a las cuatro cuerdas del bajo era precaria y en ellas cabía un solo sentimiento: la ira. González se volvería humano con un sintetizador en las ma-nos. Contrario a lo que se cree, El baile de los que sobran, el gran himno de la banda de San Miguel, no fue compuesto en guitarra acústica, sino en una caja de ritmos que le prestó Miguel Conejeros del grupo Pinochet Boys. Si se escucha bien, no es una canción de protesta, es pura depresión post indus-trial. Si en esta canción y en gran parte del disco logró la espesura que sus canciones anteriores no tenían, fue porque tuvo las herramientas para vol-car en ella la expresividad que el punk le negaba. Desde entonces las máquinas son las prótesis que necesita para comunicarse. De cierta manera Jorge González es un androide.

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Juguemos con los números: La voz de los 80 se pu-blicó en 1984, cuando González tenía 20 años, sus canciones más antiguas datan de 1982, cuando te-nía 18. Su último disco como trío de amigos fue La cultura de la basura de 1987. Desde que comenzó a tomarse el tema en serio hasta su última grabación como trío pasaron solo cinco años, en ese tiempo compuso 30 canciones, dos de ellas en coautoría con Miguel Tapia. Quince de ellas abiertamente sociales (políticas, resentidas, irónicas, etcétera). O sea, mitad y mitad entre sociales e introspectivas. La memoria selectiva engaña, González desde sus inicios tuvo un alma contestataria y otra torturada. Las máquinas sólo acentuaron este último perfil. El tecnopop fue la verdadera Yoko Ono de Los Prisioneros. No la causante de la desunión, sino la que le demostró a su principal mente creadora las posibilidades de su talento. Claro que en el camino tuvo que matar a la mayor banda de rock contes-tataria de este lado del mundo, justo cuando más réditos daba.

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Quizás no lo sepamos, pero donde más gloria tuvieron Los Prisioneros fue en Colombia, Ecua-dor y Perú. Ahí fueron estrellas de tomo y lomo, sin contexto histórico que los explicara (y a la vez minimizara su valía). Un fervor masivo que como trío no conocerían en su tierra sino hasta su reu-nión el 2001. Mientras en Chile se les cerraban las puertas por su militancia en contra de Pinochet para el plebiscito del 88, al norte del continente sembraban elogios y llenaban estadios. Eso duró hasta las primeras se-siones de Corazones, cuando el guitarrista, Claudio Narea, entendió que eran las máquinas y no las gui-tarras las que marcarían el sonido de la placa más exitosa de la banda. Su compañero de adolescencia había crecido y quería ser Adamo y no seguir po-sando como Joe Strummer.

JORGE GONZÁLEZ:EL PEOR GANADORSi lo planificara no le saldría de forma tan exacta: un gran éxito, una gran caída. Así se puede resumir la carrera del mayor compositor de música popular chilena de los últimos 30 años. El mejor perdedor y el que peor sabe ganar. Por Vadim Vidal, ilustración Supersentido.

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Corazones es la cumbre compositiva de Jorge Gonzá-lez, el disco donde terminó de cuajar su apuesta artís-tica y estética de unir a Martin Gore (compositor de Depeche Mode) con Raphael. Si bien trae la firma de su grupo, en rigor es su debut solista, ya que compu-so todas las canciones y ejecutó todos los instrumen-tos. Con él batió récords, sus coros son cantados por barras bravas en los estadios y fue el más vendido de su catálogo. Junto a la banda de apoyo, que armó con su círculo cercano de amigos, llegó al primer Festival de Viña en democracia en 1991, en donde el despar-pajo rockero se lo cedieron a Faith No More. Sus can-ciones sonaban hasta en los taxis. Siguen sonando de hecho. Desamor, candidez, desgarro, sinceridad e ironía. Un clásico. Claro que después de la cima, sólo se puede caer.

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Iba a ser un suceso y terminó siendo un fiasco. Quizás por expectativas o por la manera cómo se promocio-nó, con afiches a todo color en paraderos de micro y lanzamiento en el hotel Sheraton. Tenía que ser su batacazo, su gol de media cancha, el strike que saca-ra la pelota del diamante. Su disquera había puesto 700 mil dólares en la mesa y nuevamente a Gusta-vo Santaolalla como productor. Se encerraron en un estudio de Los Ángeles y registraron Jorge González, el disco que traía Mi casa en el árbol como punta de lanza. Si en Corazones todos los instrumentos corrie-ron por cuenta del oriundo de San Miguel, esta vez había músicos de estudio en cada canción. González solo ponía la voz, su talento compositivo y una cara joven, lozana y coronada con una amplia sonrisa en la carátula. Pudieron ser las expectativas, pero no pasó de ser un puñado de canciones de menor valía, una especie de descartes de Corazones. Claro que traía un par de excelentes baladas: Fe y Esas mañanas como track oculto, de lo mejor de su repertorio. Era 1993 y la ambición continental perdía sustento. Pero como ya se sabe, lo que va mal sólo puede empeorar.

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En la historia de suicidios discográficos del pop en castellano, El futuro se fue debería tener un sitio des-tacado. Grabado mitad en Chile y mitad en Alemania, fue una suerte de lujo artístico, volón experimental y despilfarro de recursos que llevaron a que su sello rompiera el contrato que tenían pactado. Es todo lo contrario a su debut solista, precario en los arreglos, descarnado vocalmente y con vocación kamikaze. No evoca la canción romántica sino a Víctor Jara, aunque remotamente. Eso sí, debe tener el arte de carátula más coherente de toda su carrera, en la que sale sen-cillamente desnudo en primerísimos primeros planos

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a puntos nada sugerentes de su anatomía. Se hace poco grato de ver, al igual que el disco se hace difícil de escuchar de principio a fin. Si Co-razones anticipó el pop chileno actual, quizás lo que se haga en Chile en una década más suene como este trabajo inclasificable.

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Toda estrella de rock que se precie de tal debe te-ner su “lost weekend”, esos años en que desapare-cen del mapa y se enclaustran dejando a los fans y a los críticos elucubrando las más disparatadas teorías sobre su silencio. González lo vivió desde mediados de los 90 hasta poco antes de la reu-nificación de su banda en 2001. En el intertanto compartió junto a una novia un céntrico depar-tamento de Manhattan, rodeado de una escena artística similar a la que caricaturizara durante los 80 en su canción Por qué no se van (de hecho, González vivió en Nueva York y en Europa). En la Gran Manzana aprovechó de estudiar sonido y no mucho más (por las dudas, drogas consumía hace rato). Durante ese tiempo su romance con la elec-trónica se transformó en noviazgo, así lo corrobora Gonzalo Martínez y sus congas pensantes, el disco de 1997 que se adelantó al revival cumbianchero de este siglo, y sus constantes colaboraciones con Dandy Jack, el hombre que lo ligó con la escena mi-nimal de Colonia, la que tiene entre sus principales exponentes a hijos de exiliados chilenos en Ale-mania. Si en su etapa con Los Prisioneros y solista las máquinas elevaron su subjetividad y su figura compositiva, ahora las secuencias y las torname-sas diluyeron su ego, quedando muchas veces en un segundo plano de la música de sus compañeros germano-chilenos. Durante ese tiempo volvió un par de veces a Chile, a dictar clínicas de software para hacer música y para esporádicas apariciones en vivo. Quizás el episodio más extraño fue la ban-da que conformó junto a Miguel Tapia, Argenis Brito y Carlos Cabezas, Los Dioses, con quienes tocó en algunos lugares tributando a Víctor Jara y

tocando canciones de Los Prisioneros. De la estre-lla de rock no quedaba prácticamente nada. Y no parecía incomodarle.

- 8 - No se puede entender la segunda etapa de Los Prisioneros sin haber escudriñado antes en Mi destino, confesiones de una estrella de rock, dis-co que editó bajo etiqueta Alerce en 1999. En esa placa se vuelve a calzar la guitarra y a trabajar bajo el formato de canción rock. También home-najea a sus héroes, Allende y Carlos Cazely. Lo gra-bó en la casa de sus padres en San Miguel e invitó a sus amigos Álvaro Henríquez, Carlos Cabezas y Atom Heart a participar en él. Es un trabajo tan familiar, que el video de Carita de gato lo filmó su hermano. Una vez con la confianza ganada (hizo un puñado de apariciones públicas y afiló su len-gua para lo que vendría), reunió a su banda en dos apoteósicos recitales en el Estadio Nacional. A lo que seguiría sus polémicas y políticas apariciones en la cruzada benéfica Teletón y en el Festival de Viña, en las cuales González lució toda la artillería de la que era capaz. Llenaron cuanto estadio pu-dieron, hasta que la entropía volvió a funcionar y terminó en el quiebre definitivo entre el vocalista y el guitarrista. La fanaticada nacional, romántica y castigadora, tomó partido por Narea, al que su-ponían puro y no corrompido. En un ejercicio de puritanismo moral se castigó el carácter comple-jo de González y se acurrucó al niño de ojos tris-tes. Hasta que este último lloró más de la cuenta en una vergonzosa autobiografía y tuvo el mal gusto de participar en un show de baile televisivo, vendiendo barato su propio mito.

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Visto con distancia, más que una nueva etapa de la banda, el regreso de Los Prisioneros sirvió para saldar cuentas pendientes con el público chile-

no. Ya nadie habló de sus precarias condiciones musicales, ya que cada uno venía con fuego en el cuerpo, ni de que era una banda de una época his-tórica determinada. Volvieron para demostrar su grandeza y acto seguido se separaron. Brillaron y se quemaron como en una pira. Editaron dos dis-cos, uno como trío y otro solo González con Tapia. Dispares, sin el veneno de la adolescencia. A la lar-ga hicieron lo que los fanáticos le venían pidien-do: que volvieran a las raíces. Como si eso fuese bueno per se. Que González tirara los micrófonos en una conferencia de prensa fue el simple coro-lario de su ruptura no sólo con la banda sino con el establishment local.

- 10 - No fue un lanzamiento lo que devolvió a González al ojo público. Fue MySpace. La red social le sirvió de puente con una generación de artistas locales que comenzaron a citarlo constantemente como influencia. Desde el fin de la segunda etapa de Los Prisioneros en 2005 hasta hoy, ha colaborado con infinidad de artistas, desde el ex Tiro de Gra-cia Zaturno hasta Javiera Mena y Gepe. Por otro lado, conectarse directamente con su público, sin agentes de prensa ni intermediarios tradicionales, lo renovó. Si lo miramos de otra forma, nueva-mente la tecnología (esta vez de la información) fue la que lo conectó con otros seres humanos. Si a ese reconocimiento le sumamos fechas a table-ro vuelto con su dúo Los Updates y un Caupolicán lleno para su recital evocativo de La voz de los 80, podríamos terminar esta historia con un final fe-liz. Hasta que rubricó el 2012-2013, quizás sus años más dulces, con Libro; un disco casero, semi-acús-tico y desgarrado. Grabado en un par de semanas en su casa en Berlín, con él como ejecutor de todos los instrumentos y de letras confesionales que ha-blan de adioses, rupturas y pérdidas. Lo que nadie esperaba. Disparejo como viene siendo costum-bre, con tres o cuatro grandes canciones, como siempre y sincero como un libro abierto.

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"Que otros se jacten de las páginas que han escrito; a mí me enorgullecen las que he leído".Jorge Luis Borges.

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Cuaderno De Poesía

RodRigo olavaRRía

Camilo BRodsky

CaRlos Pezoa véliz

Jaime luis Huenún

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PARA CELEBRAR UNOS POEMAS INÉDITOS DE RODRIGO OLAVARRÍA. Y LAMENTARNOS CON ELLOS.Por Javier Bello*, fotografías Paloma Palominos.

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*Javier Bello nació en Concepción en 1972. Es licenciado en Lengua y Literatura Hispánica de la Universidad de Chile y académico de esa universidad. Ha publicado, entre otros libros, Las jaulas y Letrero de albergue (Premio Juan Ramón Jiménez). En 2007 obtuvo el Premio Pablo Neruda de Poesía Jóven.

Arquíloco de Paros es uno de los nombres que acompañan, reflejan y ocultan al autor en la poesía de Rodrigo Olavarría. También podría ser el de Leonard Cohen: hay una guerra entre los ricos y los pobres, entre el hombre y la mujer, entre los blancos y los negros, entre los que dicen que hay una guerra y aquellos que no lo dicen. La fisura cruzada de la canción de Cohen –citada y traducida, sin referencia, por Olavarría– desplaza la poética del ser al decir y enuncia el lugar del sujeto en una de las aceras de la calle del lenguaje y la ideología, aquella donde se encuentra el que es portador de malas noticias, esto es: aquel que comunica a los otros que efectivamente hay una guerra, mientras ellos, declara el hablante, “fingen no saber”. La cuestión del decir y no decir vertebra Alameda tras las rejas (Santiago, La Calabaza del Diablo, 2010) –el primer y único libro que, como poeta, ha publicado de manera individual el también traduc- tor Olavarría–, así como el inédito Las noches migratorias y las series que el autor nacido en Puerto Montt en 1979 ha dado a conocer en dos reescrituras colectivas: la del Canto general de Pablo Neruda (Desencanto personal, Santiago, Cuarto propio, 2004): “El gran acento” era el título de las paráfrasis paródicas y los acrósticos espectrales de Rodrigo; y la de La araucana de Alonso de Ercilla (Memoria poética, Santiago, Cuarto Propio, 2010), con el título de “La guerra civil”, el que deja ahora de ser una casualidad para adquirir el peso de la noción freudiana del detalle. Esta disquisición se extiende a los poemas de la selección que aquí pre-sentamos, que se abre con “Arquíloco de Paros”, texto crucial, articulado a través de los verbos que indican y cuestionan un constante estado de enunciación (y anunciación) –repito, leo, escribo, veo, dijo, evitar palabras, defino–, y las formas sustantivas de ese decir –ambos, poemas, presa- gios, palabras– y que constata el desafortunado retorno del poeta desde el numen al abandono urbano: “palabras con que defino mi estado y el de algunos/ a esa hora en que ya es conveniente volver a casa/ y reencontrarse con el refrigerador”, como sucede también, con acidez, en “El comienzo de una hermosa amistad”. Me parece que estos textos establecen en lo formal y en lo medular una continuidad con los poemas y las prosas de Alameda tras las rejas, y podrían ser incorporados a ese libro estableciendo en él nuevas variables y variaciones. La escritura de Olavarría es circular, su recursividad extraña las aproximaciones de los lectores a través de las paramnesias y las sucesivas metempsicosis en las que se expone la figura del autor, como sucede también, por ejemplo, con similar radicalidad, en la obra de Gustavo Barrera, uno de los cuatro o cinco poetas más impor-tantes, junto a Olavarría, de la segunda década postdictatorial. Como una especie de negativo de El árbol del lenguaje en otoño (Santiago, Daex, 1996), el primer poemario de Andrés Anwandter, donde la muerte del autor se desdobla enmascarada en un espacio interior, en la poesía de Olavarría la ficcionalización constante del autor y los actos de escritura borran los límites de la propiedad del texto y cualquier atribución de originalidad, pero a su vez lo incorporan al infinito diccionario borgiano y barthesiano de la literatura, la cultura y sus combinaciones, el que Olavarría sabe manejar con elegante entusiasmo, casi con desgano a veces, y otras hasta con melancólica displicencia, con el espíritu desmoralizante del ennui, el tedio baudelairiano que cualquier finisecularidad, cualquier posterioridad estética, demanda, lo que resulta al menos una provocación a una tradición lírica tan sintomáticamente fundacional y mesiánica como la nuestra.

La poesía se trenza en los textos de nuestro autor en una combinación de géneros que nunca se manifiesta de manera estable: novela, poema, cuen-to, carta, correo electrónico, diálogo en el vacío, cita, paráfrasis, écfrasis, etcétera. Incluso hay algunos que se nos tienden como una trampa, como el del diario de vida, con sus fechas bien dispuestas, para hacernos creer que son lineales la forma y el tiempo circular que dominan el orden de la escritura. Esta es para Olavarría, en palabras de Saint-Pol-Roux, “una catástrofe tranquila” –una cita clave en Alameda tras las rejas–, lo que también dice mucho del tono con que en estos poemas casi todo parece trizado, a punto de derrumbarse, en un equilibrio precario sostenido apenas por algunos lábiles hilillos discursivos. Las maneras de nombrar son aquí formas abandonadas, restos irrecuperables que dan cuenta de la inconsistencia e incoincidencia general en el orden simbólico de un mundo donde lo perdido se cuela por los bordes, los escondrijos, las trizaduras de las representaciones normativas, de manera indecisa y precisa a la vez, como propone Verlaine en su “Arte poética”. Ahí radica su atractivo y su misterio, su paso de baile entre lo que se nombra y lo que se deja sin decir, también su gloria y su miseria. El poeta es un seductor pero también el antropólogo, el sociólogo, el periodista, el doctor, el terapeuta, el filólogo, el editor y el primer hermeneuta de su propia escritura, personajes que también, a su vez, son él mismo en su labor de otorgarle palabra al mal individual y colectivo que padecen el sujeto y sus acompañantes: la(s) amada(s) –una y múltiple, compuesta e indefinible, fragmentaria y fan-tasmal–, los poetas vivos y muertos, la familia, las profesoras, los líderes políticos, el mundo imaginario y la sociedad entera. Sin embargo, pese a que la misión del trabajador de las palabras y el iluminado por éstas es leer lo oculto, escuchar y otorgar voz a lo callado, lo que nadie además y a pesar de él escucha, el sujeto es arrastrado por una inconsciente pero insistente y pulsional atracción por identificarse no ya con lo mudo, sino con lo sordo, aquella fuerza que no dice nada y que intentan representar los sujetos seducidos por su propio deseo de destrucción y disolución. Se trata de la negatividad que interrumpe y anula la posibilidad del relato, la recuperación del trauma, las modulaciones significantes del decir y del representar, que somete al pathos melancólico a una circularidad que persiste en no identificar el objeto y en disgregar definitivamente al sujeto. Así, en Alameda tras las rejas asistimos a la narración de lo que el autor considera casi un lapsus linguae y que pretende tratar coercitivamente a partir de la reiteración de palabras, como un niño castigado ante el pizarrón de la escuela: me refiero a la dramática escena de su intento de autoeliminación, tan sólo un ejemplo que da cuenta de la manera patente y radical con que los poemas de Olavarría se hacen cargo de una época donde las palabras y las formas del decir se encuentran disgregadas y separadas de aquello que (no) nombran, y es en ellas, en esas formas muertas, más allá del pen-samiento discursivo, donde el poeta consigue sus más altos momentos. Portador de la noticia de lo indecible de su/nuestra mortal oscuridad, no teme repetirse “palabras con el valor de inconfesables pertenencias”. Esto es lo que tienen en común en estos versos el poeta griego, el poeta latino, el cantautor judío, el aprendiz de traductor y el detective: hay una guerra, nos dicen, venganzas (in)voluntarias, revanchas masturbatorias, suicidios individuales y colectivos, trincheras y orgías saturnales, dicha y celos. Si no nos creen, pregúntenle a Licambres y a sus hijas.

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Rodrigo Olavarría…

ARQUÍLOCO DE PAROS

A diario repito que no me importan ni yambos ni placeres,

aun así leo y escribo estos poemas que pongo frente a mí,

y es común que me pierda entre calles y camas deformadas por el uso,

no veo mayor contradicción en esto.

No me importan yambos ni placeres,

pero todos los días te busco sin dejar de hacer presagios,

montado sobre una bicicleta con tu nombre y otros nombres en la boca,

con versos que repito de memoria y otros que simplemente se dejan caer.

El de Paros dijo que no curaría su herida llorando,

que no iba a empeorarla yendo tras placeres y fiestas;

y yo veo las cosas un poco así cuando vengo por la calle

sin evitar palabras con el valor de inconfesables pertenencias,

palabras con que defino mi estado y el de algunos

a esa hora en que ya es conveniente volver a casa

y reencontrarse con el refrigerador.

EL COMIENZO DE UNA HERMOSA AMISTAD

“You can mistreat me here, babe, but you can’t when I go home” Robert Johnson

La noche que huiste del motel para encontrarte con tu novio en el cine,

Empiné los pisco sours y guardé las mentas y tus cigarros en mi chaqueta.

Me vestí y no me duché porque quería conservar tu olor en mis dedos

Y lo sentí incluso veinte minutos después, mientras encendía un cigarrillo

Caminaba sin rumbo y cantaba eso de don’t go home with your hard on.

Tuve la idea de llamar alguna amiga de buena voluntad y pocos remilgos,

Me abstuve para honrar la duradera impresión de tu cuerpo en mis manos.

Pasé por una botillería, vine a casa cantando it can only drive you insane

Y con cada recuerdo de tus hombros, tu cuello y el arco de tu espalda

Experimentaba el mismo arrobamiento dentro de mis calzoncillos,

Por lo que después de un vaso de whisky, tendido en la cama, me los bajé

Y pensé en los cuerpos que habitualmente iluminan esas soledades.

Tras un repaso del cardex mental y descartar las sutilezas de cada uno

Imaginé tus ojos cuando dije que si no querías un beso no me miraras así,

Y entonces reparé en el afiche de Casablanca colgado en mi pared,

Me vi con sombrero, impermeable, los pantalones a la altura de las rodillas,

Rodeado por las piernas en blanco y negro de Ingrid Bergman

La noche en que va a Rick’s a obtener los permisos de tránsito

Mientras Victor Lazlo visita la sucursal marroquí de la résistance.

Reemplacé brevemente la imagen de su rostro y sus ojos por los tuyos,

eyaculé entre risas un chorro que fue a dar sobre mi pecho y me dije:

“Of all the gin joints in all the towns in all the world, she walks into mine”,

“Siempre tendremos Las Lanzas” y otras patrañas por el estilo.

Lo cierto es que no puedes ser parte de lo que tengo que hacer.

No soy noble, pero no hay que serlo para ver que en este mundo

Los problemas de tres no valen más que un puñado de porotos.

Algún día lo vas a entender. Here’s looking at you kid.

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27 de septiembre, 2009

*Me quejaba en delicados yambos de la incapacidad de tres nervios

abdominales de producir un nirvana duradero, de la ilusión de

algunos que fingen no saber que vivimos en una guerra irreconciliable

entre el rico y el pobre, el hombre y la mujer, el adulto y el niño, el

nonato y el cuerpo de su madre. Quiero que mis versos abandonen

momentáneamente las ternezas, he repetido demasiado eso de and I

also will sing war when this matter of a girl is exhausted, es hora de

proceder in a more stately manner.

*Voy caminando por Nossa Senhora da Copacabana, se me acerca

un niño de diez años y me entrega un papel que dice: Aluge-se uma

namorada. Arriende una novia. Miro al niño que me sonríe mientras

le entrega el mismo papel a otro sujeto. Prosa dura y magnífica de las

calles de la ciudad sin inquietudes estéticas.

*Quisiera no tener que comprar todos los libros de Rimbaud que

encuentro. Es una compulsión que desarrollé alrededor de los catorce

años debido a la dificultad de encontrar sus libros en las librerías y

bibliotecas de Puerto Montt. De hecho, recuerdo que el primer poema

suyo que leí lo robé de la casa de mi profesor particular de matemáticas.

Un día vi entre sus libros una Anthologie de la Poésie Francaise, busqué

en el índice y ahí en compañía de Charles Cros y Verlaine estaba Le

Bateau Ivre, arranqué la página con el poema, me lo guardé en el

bolsillo y me encerré en el baño a leerlo, pese a que no podía juntar tres

palabras en francés.

*Ese mismo año, una amiga de mis padres, una profesora de francés

comunista, me regaló Una temporada en el infierno fotocopiado y anillado

dándole la apariencia de un libro normal, aunque sólo tenía texto por un

lado de las páginas. Algunos meses antes, durante una visita a su casa en

Santiago, Don Lucho Corvalán me había regalado un diccionario de francés

y una edición francesa de Las Flores del Mal, con una dedicatoria que me

llamaba a creer en los bellos sueños, en la poesía y los amigos.

*Afuera amanece y todo se llena de ruidos y voces, vengo de hacer el

trayecto del Othon al Copacabana Palace ida y vuelta. El sol se asomaba en

el Atlántico, cerca de casa vi a Estrelha durmiendo en la arena, sola, tenía

ambas palmas manos juntas en frente de su rostro, se veía como un niño

que susurra despacio todos sus deseos en una oración, un ruego humilde

dedicado a la salud de pobres juguetes descoloridos.

*Cuando tenía once años, Silvia Osorio, mi profesora de castellano llevó a

la clase el documental Nanook, el Esquimal en un borroso VHS pirateado

que aumentaba la hostilidad del clima en que vivía el pobre Nanook. Desde

ese día, cada vez que salí de mi casa a las siete de la mañana y vi el pasto

escarchado y las telas de araña congeladas, quien salía de mi casa no era

yo, sino Nanook, el niño esquimal que partía cargado de libros con una bola

caliente en el estómago rumbo al colegio de los jesuitas. Poco después leí

sobre la hospitalidad que practican los esquimales con sus huéspedes y me

pareció tan buena idea que desde ese día me consideré un esquimal nómade

y cordial.

*Ahora quisiera escribir poemas cuya veracidad pudiera ser comprobada

mediante la contratación de un detective privado.

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Cuando las armas las cargan los poetas, el diablo mira para otro ladoSabido es cuánto tardan las naciones en reconocer los méritos de quienes combatieron en el bando de los derrotados.

Por Camilo Brodsky • Ilustraciones de Alejandra Acosta.

Ángel Rama en el prólogo a Los pasos previos, de Paco Urondo.

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política. Él mismo se consideraba, más bien, como un artista pequeño burgués liberal, un poeta que venía publicando de manera más o menos regular desde la década del 50, hijo de un académico universitario antiperonista y poco más, al que los 60 pillan con toda su embriagadora velocidad, llevándolo a multipli-carse en la escritura, el periodismo, la poesía y los guiones, ahora acompaña-dos por los círculos de estudios marxistas junto a León Rozitchner, los grupos de apoyo y solidaridad con Cuba y los inevitables debates sobre el rol de la lucha armada en el proceso de transformación social. Ahí se le comienza a fun-dir para siempre la poesía con el compromiso, que fue la forma en que Paco Urondo decidió realizar el llamado de Rimbaud de cambiar la vida, haciendo para siempre de la suya poesía y de su poesía una política. Porque como decía el mismo Urondo, “los compromisos con las palabras llevan o son las mismas cosas que los compromisos con las gentes, depende de la sinceridad con que se encarecen tanto una actividad como la otra”.Es en esos años, a través de su hija Claudia, comienza su militancia en las Fuerzas Armadas Revolucionarias (FAR), una organización político-militar de orientación marxista que años más tarde, en 1973, acabaría fusionándose con Montoneros, la principal organización armada del peronismo revolucio-nario. Esa sería, incluso más que su desbordada pasión vital, la militancia que le definiría el rumbo a Urondo de ahí en más, y que lo acompañaría, lleván-dolo de la mano, a su propia muerte, ocurrida el año 1976 en Guaymallén, Mendoza, donde se encontraba por órdenes de su organización para hacerse cargo del reordenamiento del regional de Montoneros en la zona, golpeado por las sucesivas caídas de sus conducciones políticas. Muchos de sus amigos y compañeros en Montoneros, como Juan Gelman, Horacio Verbitsky, Miguel Bonasso y Rodolfo Walsh, que correría también la suerte del silencio y la desaparición, siempre sostuvieron que enviar a Uron-do a Mendoza era prácticamente mandarlo a la muerte. Verbitsky recuerda que “Paco tenía un mal presentimiento. Sólo Santa Fe hubiera sido peor lugar para mandarlo. Él había vivido en Mendoza, a partir de su primera detención en febrero de 1973 era conocido, y en las duras condiciones de aquel momen-to estaría muy expuesto. Sentía que había suspicacia hacia los intelectuales [en Montoneros], hacia aquellos militantes que no se limitaban a repetir las consignas o los análisis políticos de los documentos, que eran farragosos y ramplones, y que no ocultaban sus opiniones aunque fueran críticas. Des-pués de comer nos comunicó esos presagios y nos dijo que si a ellos les pasa-ba algo quería que Angelita se criara con alguno de nosotros”. Como profecía autocumplida, el 17 de junio del 76 Paco Urondo caía en una emboscada tras ser interceptado el auto en que viajaba junto a su compañera, Alicia Raboy, hoy detenida-desaparecida, y su pequeña hija Ángela, a la que finalmente familiares logran arrebatar de la mano militar, que con evasivas y burocracia intentaba retenerla para entregarla en adopción a una familia milica. A los pocos meses cae también Claudia Urondo, su hija mayor, que lo había acer-

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Algo sabía Gabriel Celaya cuando saltó con eso de que “la poesía es un arma cargada de futuro”. Mal que mal, fueron también poetas –en su mayoría des-de las filas republicanas, como hizo el propio Celaya y otros miles, no sólo de España sino de todo el mundo– los que pelearon esa última guerra en que el romanticismo y la política se dieron cita; la última, al menos, en que se tuvo la posibilidad de ganar, pero que se perdió por la desidia y los cálculos del Komintern, confabulados sin mayores contradicciones ideológicas con las avanzadillas del nazi-fascismo en tierras españolas y la prescindencia de las naciones capitalistas, que tan sólo unos años después tuvieron que probar en carne propia la caricia de los soldados alemanes y las fasci italianas que hi-cieron su bautismo de fuego en España, para después lucirse en toda Europa llevando por bandera la suástica y los campos de exterminio.En América Latina, en tanto, la poesía se cargó con algo más que futuro, par-ticularmente durante las décadas de 1960 y 1970, que vieron primero el as-censo de las ideas transformadoras y luego su estrepitosa derrota a manos de los sucedáneos criollos de los criminales de guerra nazis, paradojalmente adiestrados por el Pentágono y la inteligencia –es un decir– norteamericana, que tanto se empeñó en darle el bajo a Hitler. En un contexto de fuerte po-larización internacional, con un continente marcado a fuego por el influjo de una aún joven y triunfante revolución cubana, así como por sucesivas convul-siones sociales, golpes y contragolpes de Estado, no fueron pocos los poetas, escritores e intelectuales que pasaron de tener su domicilio ideológico en una izquierda más bien retórica y gradualista, a embarcarse en la siempre bamboleante piragua de la lucha armada contra el capital.

“Empuñé un arma porque busco la palabra justa” Que fueron dos balazos en la cabeza, que se tragó la pastilla de cianuro que andaban cargando algunos dirigentes de Montoneros –lo que se descartó en la reciente investigación sobre su muerte, valga aclararlo–, que le partieron la cara a culatazos una vez ya muerto, el caso es que la noticia pronto llegó a Buenos Aires y de ahí las redes de militantes e intelectuales la esparcieron por el extranjero. “Lo mataron a Ortiz”, parece que dijo uno de los clandes-tinos, refiriéndose al nombre de guerra de Paco Urondo, tomado del poeta entrerriano Juan Laurentino Ortiz. La noticia golpea duro. “Mi tristeza y mi rabia son y serán una razón para seguir haciendo lo posible en esta lucha”, le escribe a David Viñas desde París Julio Cortázar, quien en 1973, junto a Juan Carlos Onetti, Augusto Roa Bastos y Rodolfo Walsh le otorgan una Mención Especial del Premio La Opinión-Sudamericana a su novela Los pasos previos, la que es recomendada para su publicación en momentos en que Urondo se encontraba bastante lejos de los ambientes literarios, encerrado en la cárcel de Devoto.Francisco Urondo, llamado Paco, nacido en Santa Fe allá por el año 30 del siglo pasado, no vino al mundo en un torbellino de compromiso social y radicalidad

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cado a la militancia en las FAR y presentado con Carlos Olmedo, uno de sus fundadores; su hija, que hasta el día de hoy está fijada a la historia como un nombre más en las listas dolorosas de detenidos desaparecidos por la última dictadura argentina, al igual que Alicia Raboy, su compañera. Ambas acom-pañando, de alguna manera, a Paco Urondo en esa última verseada escrita en los ‘70.

Entre pájaros y árbolesLas balas Dum Dum son la variante más antigua de las municiones semi-blindadas con estrías de precorte. Las famosas balas expansivas. Los cortes en su punta permiten la deformación del proyectil, aumentando su poder destructivo y convirtiéndolas en una barrena explosiva una vez que entra en el objetivo, que las más de las veces acaba por ser el cuerpo de alguien que tuvo la mala ocurrencia de no compartir las ideas del autor del disparo o, en su defecto, de su superior jerárquico. Una de esas, disparada por manos distintas pero idénticos intereses a las que acabaron en el cuerpo de Paco Urondo, fue la que le puso el punto final a la vida del joven poeta peruano Ja-vier Heraud allá por el año 1963 en el río Madre de Dios, ubicado en la región amazónica del Perú. Javier Heraud tenía simples 21 años y era, además de mi-litante revolucionario, uno de los mejores poetas jóvenes de su generación. Al capital, obviamente, eso no le importó demasiado a la hora de estamparle 29 balazos en el cuerpo.Precoz no sólo en el trabajo de morir, Heraud publica a los 18 años su primer libro, El río. Ese mismo año, en diciembre, comparte con el poeta César Calvo el primer premio en el concurso “El poeta joven del Perú”, convocado por la re-vista Cuadernos Trimestrales de Poesía, de la ciudad de Trujillo, gracias a su se-gundo poemario, El viaje. Es por esos años, en 1961, que se une al Movimiento Social Progresista (MSP), una organización más bien socialdemócrata a la que se acerca empujado por su natural tendencia a inmiscuirse en los temas socia-les de su país; paralelamente, ingresa a la Universidad Nacional de San Marcos a estudiar Derecho, lugar donde comienza a relacionarse con el ambiente lite-rario y, también, con grupos de simpatizantes de la Revolución Cubana. Con algunos de ellos es que protagoniza una batalla campal, enfrentándose a un grupo de cubanos anticastristas exiliados en Perú que organizaban una misa en la Iglesia de San Francisco. Ese mismo año publica El viaje y, en lo que puede

ser bien coincidencia, bien juego especular, es invitado a Moscú por el Forum Internacional de la Juventud, en representación del MSP.No será el mismo tras esa peregrinación, que lo llevó de la tumba de Lenin a la tumba de Vallejo, en París. El año ’62 escribe su carta de renuncia al MSP, en uno de cuyos fragmentos señala que son “La falta de una ideología co-herente” y “el planteamiento falso de este llamado ‘socialismo humanista’ lo que está condicionando toda la marcha del Movimiento y que lo lleva a una praxis equivocada. Yo no creo que sea suficiente llamarse revolucionario para serlo…”. Heraud, a partir de este momento, quema sus naves: “De ahora en adelante, me enrumbaré por la ruta definitiva donde brilla esplendorosa el alba de la humanidad”.Ese mismo año el futuro guerrillero, al que Chabuca Granda le escribió cerca de diez canciones tras ser acribillado, parte a Cuba montado en una beca para estudiar cine en la isla. Se embarca desde Arica, donde lo reciben mi-litantes del PC chileno y, según algunos testimonios, se cruza con Salvador Allende, de visita en la ciudad. En abril pisa el suelo de esa Cuba que le cam-biaría la vida, donde conoce a Fidel Castro y escucha “su voz de furia inconte-nible hacia los enemigos. Y recordé mi triste patria, mi pueblo amordazado, sus tristes niños, sus calles despobladas de alegría”. Ya Javier Heraud perte-nece a la leyenda de su patria, aunque él aún no lo sabe. Quizás lo sospeche, quizás lo ha decidido en algún nivel de su inconsciente, pero aún no lo sabe.Al producirse el golpe de Estado de Pérez Godoy en Perú, Javier parece ya ser militante del Ejército de Liberación Nacional (ELN) de su país, y con certeza ya ha recibido instrucción militar de parte de militares cubanos. Son los años en que escribe poemas con el seudónimo de “Rodrigo Machado”, su nombre de combate en el ELN y un mínimo homenaje a Antonio Machado, poeta de cabecera del que es ya un guerrillero en forma y fondo.El año 1963 reingresa clandestino al Perú desde Bolivia. En “Explicación”, un texto escrito antes de partir al Perú, Heraud se dibuja y dibuja, sin quererlo, su destino: “Rodrigo Machado nació un día del mes de julio en La Habana, el año 1962. (Su edad no se sabe aún pues tiene la edad de la lucha de su pueblo). La guerra contra el imperialismo, a la que irá conjuntamente con 40 camaradas, dirá o callará los años que él ha de cumplir. ¿Se quedará en algún monte regado con una bala en el cuerpo? ¿Seguirá el viaje a la esperanza o lo enterrarán en el lecho de algún río, entonces enteramente seco?”.

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No puedo quejarme (Paco Urondo)

Estoy con pocos amigos y los que haysuelen estar lejos y me ha quedadoun regusto que tengo al alcance de la manocomo un arma de fuego. La usaré para noblesempresas: derrotar al enemigo –saludy suerte–, hablar humildementede estas posibilidades amenazantes.

Espero que el rencor no intercepteel perdón, el airelejano de los afectos que preciso: que el rigorno se convierta en el vidrio de los muertos; tengocuriosidad por saber qué cosas dirán de mí; despuésde mi muerte; cuáles serán tus versiones del amor, de estasafinidades tan desencontradas,porque mis amigos suelen ser como las señalesde mi vida, una suerte trágica, dándometodo lo que no está. Prematuramente, con un pieen cada labio de esta grieta que se abrea los pies de mi gloria: saludo a todos, me tapola nariz y me dejo tragar por el abismo.

El capitán (Roque Dalton)

El capitán en su hamaca el capitándormido bajo los chirridos de la nochela guitarra ahorcada en la paredsu pistola depuesta su botellaesperando la furia como una cita de amorel capitán el capitán-debe saberlo-bajo la misma oscuridad de sus perseguidos.

Poema (Javier Heraud)

Crucé el Luxemburgo diariamente.(Tenía que ir a clases en Raspaily era el camino más corto).Y en pleno otoño.Las hojas amarillaban en el sueloy los niños jugaban en el agua,grandes carreras con los barcos.Y en pleno otoño me sentabaa esperar a Dégale en las bancas,frente al busto de Verlainey a veces masticando un durazno.Las hojas se caían y yo como si nada,en Luxemburgo, en París, en otoño,en octubre, en 1961.

Roque y los demás están atentos

Nunca son todos, es imposible. Más todavía en un continente como el nues-tro, con el cancerbero encima todo el tiempo y los pueblos inquietos cuando no aplastados. A Roque Dalton, poeta, dramaturgo, narrador y periodista salvadoreño amigazo de Chile, la muerte lo pilló por la espalda y desde su propia vereda, siendo “ajusticiado” en mayo del ’75 por sus propios compa-ñeros del Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP), acusado de insubordina-ción y otras falacias peores, como ser agente de la CIA. Muchos años más tarde, Joaquín Villalobos, miembro de la dirigencia del ERP y posteriormente de la comandancia del Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional (FMLN), reconoció que la muerte de Roque “fue un tremendo error”, añadien-do que “indiscutiblemente no hubo juicio, aunque nosotros hayamos dicho que eso fue un juicio”. Haroldo Conti, guionista y narrador argentino, mili-tante del Partido Revolucionario de los Trabajadores-Ejército Revolucionario del Pueblo (PRT-ERP), fue secuestrado en 1976 por una brigada del Batallón 601 de Inteligencia del Ejército Argentino, permaneciendo hasta el día de hoy desaparecido. Su nombre, junto a los de Paco Urondo, Rodolfo Walsh y el guionista de historietas Héctor Germán Oesterheld –estos dos últimos miembros de Montoneros, como Urondo– forma parte de la tristemente fa-mosa lista de escritores y artistas argentinos asesinados por la dictadura de su país. En Chile, en tanto, fue el profesor de Literatura de la Universidad Católica, poeta y dramaturgo Jaime Ignacio Ossa Galdames, militante del Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR) quien encontró su fin a ma-nos de los organismos represivos de Pinochet. Detenido el 20 de octubre de 1975 por la DINA, una de sus últimas tareas militantes fue esconder, prote-ger y facilitar la salida del país del escritor Carlos Droguett. Algunas de sus conversaciones con Droguett quedaron recogidas en Sobre la ausencia, libro editado por Roberto Contreras en 2009.

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El sarcasmo, amparado en los versos finales de su poema “Nada”, inauguraba la nota discordante con la que el mundo intelectual burgués retrataría a este poeta, un sujeto sin credenciales de clase que se había inmiscuido en grupos literarios a punta de ironías y que moría a los 29 años, de-jando una obra dispersa que contenía al menos una decena de poemas memorables.

“Es como poeta popular que nosotros apreciamos al autor de estos versos, sin dejar de reconocer por eso todo lo que había en él de incoherente e incompleto”, señalaba Ernesto Montenegro al prologar Alma chilena, la primera recopilación de sus textos, en 1911. El libro contenía, además, un artículo de Augusto D’Halmar, uno de los fundadores de Los Diez, fechado en la India. D’Halmar entregaba una semblanza de Pezoa Véliz, con énfasis en su origen popular y en contraste con su propia situación de intelectual cosmopolita. Según D’Halmar, Pezoa Véliz “no lograba vestirse sino apenas disfrazarse de joven decente”. Señala que ejerció como periodista por un “sueldecillo”, que “trepaba repechando desde muy abajo” y que, sin embargo, bajo su gabán se asomaba “su corteza plebeya”.

Esta mirada clasista sobre quien fuera bautizado en el ambiente literario santiaguino como Lord Spleen (señor melancolía) se reproduciría en otros prólogos y artículos. Quienes lo conocieron contarían anécdotas sobre sus carencias econó-micas, sobre cómo murió en “cama numerada”

y cómo tuvo un funeral “pobrísimo”. Aún hoy se publican notas que nos refieren que era “po-bre como una rata” y en el prólogo a la última antología del poeta, publicada en 2012, se nos dice que su imaginación literaria estaba pobla-da por “espectros sociales, guiñapos humanos, muertos de hambre”.

“¿Quién de nosotros, el mas íntimo, supo nunca de donde venía? Nadie conocía su domicilio, ni había sido invitado a frecuentarle en familia. Vagamente se le había oído hablar de un padre y una madre”, sostiene D’Halmar. Según infor-mación entregada a Antonio Undurraga, otro de los editores de su obra, por Leopoldo Moya Camus, el poeta era hijo de la modista Elvira Jaña y de un inmigrante español de apellido Moyano, pero fue adoptado por José María Pezoa, comerciante de carbón de la plaza Almagro, y por su esposa, Emerenciana Véliz. Montenegro agrega que su educación fue descuidada “como la de todos esos pobres seres que se recogen en la calle”. Notas recientes sobre su biografía, como la de Naín Nómez y la de Luis Hachim, lo tildan sencillamente de “huacho”.

Versos de contrabando

Carlos Pezoa Véliz nació en Santiago el 21 de julio de 1879 en la calle Lacunza, en el barrio San Diego, y realizó sus estudios primarios en la Escuela Pública Nº3, frente a la plaza Almagro. A

los 14 años ingresó al Liceo San Agustín, donde recibió la influencia del profesor Enrique Opor-tus, un bohemio de inmensa cultura y “charla sabrosísima”, según Undurraga. Pasó también por el Instituto Superior de Comercio, aunque finalmente abandonó sus estudios regulares. Oportus lo preparó para rendir exámenes libres de bachillerato, pero debido a los conflictos li-mítrofes con Argentina, tuvo que enrolarse en la Guardia Nacional, en 1898, experiencia que plasmó en su diario de vida y en su poema “La pena de azotes”. “Formado el batallón, rígido humilla / al pobre desertor aprehendido / que sobre el patio del cuartel tendido / siente el roce brutal de la varilla”.

Tras abandonar la milicia, Pezoa Véliz se empleó como profesor auxiliar en la escuela San Fidel. Ya se manifestaban en esos días las angustias nerviosas a las que se refieren quienes lo conocieron. Una noche anotó en su diario: “Me acostaré pronto. Anoche tuve ataques en mi cama que me hicieron temer a la muerte. Parece que hoy se repetirán. Estoy bastante enfermo de mis pulmones”. Despedido al poco tiempo de la escuela, consigue un puesto administrativo en el Escuadrón Escolta, cargo del que es dado de baja por su incompetencia para llevar documentación.

En el momento en el que Pezoa Véliz comienza a participar en el ambiente cultural santiaguino, el imaginario de la literatura chilena estaba

Por Verónica Jiménez, fotografía Colección Archivo del Escritor, Biblioteca Nacional de Chile.

Carlos Pezoa Véliz

INSTANTÁNEAS PARA UN CAZADOR FURTIVOUna breve nota del 22 de abril de 1908, escrita por un redactor de El Diario Ilustrado informaba, con torpe ingenio, sobre el funeral de Carlos Pezoa Véliz, fallecido el día anterior en el Hospital San Vicente de Paul, de Santiago: “Hoy sus íntimos llevarán el cadáver al cementerio. Mañana nadie se acordará de él”.

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ampliando su mirada más allá del “vecindario decente” que había dominado la escena del siglo XIX, como señala Bernardo Subercaseaux. El empeño por definir una identidad nacional más inclusiva llevó a los escritores a buscar en per-sonajes periféricos, tales como el roto, el huaso o el araucano, tipos culturales representativos, aunque “permeados por una mirada afín a los sectores medios, y su necesidad de preservar la vida rural o indígena, pero también de ‘educarla’, o a la élite, que sentía nostalgia por el campo, por el vasallaje y por los antiguos valores de la sangre y de la tierra”.

Pezoa Véliz, un sujeto popular advenedizo en el mundo de las letras, jugó a ser parte de ese proceso identitario, publicando décimas en la Lira popular que firmaba con el seudónimo de Mauro Bío-Bío, poeta araucano. Participó de ese ambiente, sus versos circularon en calles y mercados, pero, como lo haría otras veces, polemizó con algunos autores de ese grupo y los trató de “bardos infernales”. Al poeta Daniel Meneses, poeta nortino, le enrostró en décimas que su poesía solo servía para mofas.

Al mismo tiempo que componía liras, Pezoa Véliz participaba de la poesía “culta”, con composiciones que trascendían la estética del modernismo. Comenzaba a revelarse una de las características más apreciables de su literatura: la incorporación del habla popular y de los temas propios de ese ambiente sin una connotación “ideológica”, vale decir, sin los prejuicios del mundo letrado. Su reconocimiento como poeta lo logra en una lectura en el Ateneo Obrero de Santiago, el 6 de agosto de 1899, donde leyó por primera vez “Hijo del pueblo” y “Libertaria”. Estos poemas, según Jorge Edwards, provocaron su despido de la escuela San Fidel. Por esos días, fue secretario del Ateneo anarquista y comenzó a publicar en diarios y revistas de Santiago, tales como El Obrero, La Ley y La Campaña. Sus contemporáneos lo describen como alto, rubio y de ojos azules. D’Halmar dice que, aun-que “no bebía nunca, ofrecía todo el aspecto de un alcohólico” y que “en su boca sardónica brillaba inmoderadamente el oro de una ta-

padura”. Montenegro repara en que, por con-traste con la exquisitez de su gusto literario y la distinción de ciertos rasgos de su fisonomía, llamaba la atención “lo burdo de sus maneras y gustos personales”.

“Águila del puerto”

En 1902, se traslada a Valparaíso, con la intención de aventurarse hasta Juan Fernández o bien emprender un viaje a Ecuador. Al llegar, entabla relación con poetas locales del Ateneo de Valparaíso. “Desde la altura de su vanidad santiaguina, aguijada por los primeros triunfos, Pezoa no disimuló su propensión a mirar un poco en menos a los demás”, comentó en 1951 Juan Domingo Silva, en una entrevista con Raúl Silva Castro, otro de sus editores.

Hugo Silva rememoró su figura en 1927: “¡Pezoa! Lo estoy viendo aparecer con su nariz roja y sus pantalones aflautados en la calleja porteña de nuestro primer encuentro. Había dormido en cualquier parte y tenía hambre. (Él). Y un hermano mío, también poeta, le escoltaba hacia nuestra casa. Tenía Pezoa unos ojos acerados y una voz chillona, un dejo acerbo, como si siempre se quejara de algo (…) No era Pezoa un hombre para ser querido. Pero tenía un interés bárbaro. Uno aceptaba con gusto su superioridad, y por seguir los zigzags violentos de su imaginación pasaba por alto las reacciones de su carácter, ácido, intemperante, con ternuras inesperadas e ironías crueles”.

Pezoa Véliz, haciendo gala de la mordacidad que le caracterizaba, bautizó a los de Valparaíso como “águilas del puerto” y se burló de ellos en una reunión leyendo coplas en las que destacaba sus defectos. “Cabeza de salchichón / pronta a empren-der el vuelo, / parecida a la ocasión / en la carencia de pelo”, le leyó a Ernesto Monge. Y prosiguió con los demás poetas. El grupo tuvo su revancha en la siguiente ocasión, con versos compuestos por Silva: “Pezoa, palabra sonsa, / mitad brinco mitad peonza, / mitad pezuña de establo”.

En 1904, realiza una lectura pública en el Ateneo de Santiago, donde lee el poema “Pancho y Tomás”. Es

el mismo año en que Manuel Magallanes Moure se establece en la casona de San Bernardo, con la fa-mosa colonia tolstoyana, y el año en que Baldomero Lillo publica su primer libro, Sub Terra. La lectura del poema incomoda a algunos de los asistentes: “Pancho, el hijo del labriego, / y su hermano el buen Tomás / llegarán a ancianos luego; /ni Pancho fue peón de riego / ni su hermano, capataz”. En 1922, el crítico D’Halmar, señalará a propósito del poema: “Yo no sé, pero estas palabras vulgares combinadas yo no sé cómo, con una monotonía soñadora, me dan mejor el alma de mi tierra y de mi gente que los estudios más cumplidos”.

Entre 1902 y 1906, tiene su etapa de mayor difu-sión literaria. En Valparaíso, colaboró en La Voz del Pueblo y fundó El Cenáculo del Sol, donde publicaba a poetas populares; fue profesor en el Instituto de Inglés en Viña del Mar, agente del diario El Chileno y articulista de La Comedia Hu-mana, lo que le permitió vivir holgadamente. Para compensar su soledad en esa ciudad, donde, dice, no encuentra afinidades, se entrega a la disciplina laboral y a las rutinas. En carta a un amigo, detalla su jornada: “8 a 11 clases; 12.30 a 1.30 clases; 2 a 4 trabajo literario; 4 a 6 paseos, saludos, relaciones; 6 a 7.30 comida; 7.30 a 9.30 clases; 9.30 a 11 corres-pondencia por orden de fecha”. Ricardo Latcham recordó alguna vez “dos de sus manías curiosas: la de sentirse tísico sin estarlo y la preocupación neurasténica del orden y el aseo llevados hasta la extravagante meticulosidad”.

En 1905 parte en gira periodística a la pampa salitrera y escribe “El taita de la oficina”, cuento en el que describe las condiciones de vida de los mineros. Ese año se afilia al Partido Liberal y, después de participar en la campaña presidencial de Pedro Montt es nombrado secretario municipal en Viña del Mar. Vive cerca del Estero Marga Mar-ga, alejado de los poetas de Valparaíso, quienes lo llaman ahora “el viñatero”. Es el período en el que, según Silva, “le gustaba hacer sonar las llaves en el bolsillo de los pantalones, con lo cual sugería que eran monedas de oro, que en esos años circulaban libremente. Se vestía bien, y para hacerlo notar decía ‘corte inglés’, acariciando las solapas del vestón o de la levita”.

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Mientras cae el agua mustia

El 16 de agosto de 1906, el terremoto de Valparaíso lo deja malherido. Mientras está internado en el Hospital Alemán recibe la visita de su madre biológica, a quien compara con una “nodriza de la muerte” y despide con un “adiós, señora”. En ese lugar compone su célebre poema, con remi-niscencias del poema “Nevicata”, de la poeta italiana Ada Negri: “Tarde en el hospital”. Su salud no mejora y debe viajar a Santiago, donde lo operan de apendicitis y se le declara una tuber-culosis al peritoneo. El sacerdote Emilio Vaisse, quien firmaba como Omar Emeth, lo asiste como capellán. La enfermedad le quita la vida.

Personas de su familia encabezan su cortejo en el Cementerio Católico, donde es sepultado junto a sus padres adoptivos, quienes habían fallecido cuatro años antes. Pedro Prado y Juan Francisco González asisten al funeral. Los diarios informan que nadie habla en el sepelio. Tres años más tarde, Montenegro publica parte del material entregado por Pezoa Véliz a Guillermo Labarca en el hospital, donde hay manuscritos y recortes de textos publicados en revistas y diarios como Instantáneas, Chile Ilustrado, Zigzag, El Búcaro Santiaguino, Pluma y Lápiz, Luz y Sombra.

En 1912, Samuel Lillo debe redactar una nota por petición de la familia de Pezoa Véliz, que se había quejado del tinte novelesco que se daba a su biografía: “como si esto pudiera agregarle algo a su indiscutible mérito como artista y como hombre”. El mayor mérito, había acertado Montenegro, había sido entregar la “primera revelación del alma popular”. Es esa misma “alma” que, parafraseando a Roberto Bolaño, quedó resonando en el tiempo y logró influir a Gabriela Mistral, a la poesía sin pureza de Pablo Neruda y, más notoriamente, a la antipoesía de Nicanor Parra.

EPÍSTOLA DE ACTUALIDAD AL INTENDENTE DE PROVINCIA

Que en Santiago estén los rotosmás que ahítos de porotos,que se trencen en rencillaso se rompan las costillaspor comerse un costillar,no me choca,¡qué diantres me ha de chocar!

Los chilenoshecha pura agua la boca,suspiran quién más, quién menos(ya con el seso perdido),por unos sesos rellenos.Dado el precio extraordinariode este artículo primero,hoy no basta al proletariosu salariopara llenar el puchero; y como la autoridadno hace nada,surge la necesidadde que sepa la verdaddescarnada.

Señor Fernández ¿no veque esto yano puede seguir (ni usté)por el camino que va?¿No le daen el mismo corazónel pensamiento siquiera,la fantástica visiónde que, por mengua de Chile,aquí mañana pudierapresenciar usté un desfilede… esqueletos por la acera?¿No teme la perspectivade que, tras gastar saliva,nos mate el hambre inclemente,y solo usted sobrevivaprobablemente?

Si no tiene telarañasen los ojos, denos muestrasde que también tiene entrañas,cuidándose de las nuestras.

¿Qué es un enemigo del almala carne?... Así hay que creerlo;¿no teme que, en un excesode apetito,el más santo pierda el sesoante un ciudadano grueso,y se lo coma enteritosin dejar un solo huesode tal cuerpo… del delito?

¿Verdad que no es atrayente,queridísimo intendente,el cuadro que le dibujo?Pues fuerza es que así lo vea,en tanto la carne seaun artículo de lujo.

Como funcionario fielhaga su deber estricto,pues en conflicto tan cruelo sucumbe a usté el conflictoo lo sucumbimos a él!

Usted ¡claro! no se cuidadel que ayuna en la indigencia,porque ve gorda y lucidala vaca de la intendencia;más para el pueblo ¡oh intendente!la cuestión es diferente:faltos de carne de vaca,gorda o flacacomo es justo que vivamos,¿Qué vamos a hacer nosotrospuestos del hambre a merced?...¡Comernos unos a otros,empezando por usted!

INVITACIÓN

Fulano, que es poeta de inagotable meollo,invita a sus amigas para asistir a un téque en su casita agreste de poeta criollose efectuará esta noche. Répondez s’il vous plait…”

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Nací en el hospital John Kennedy de Valdivia el 17 de diciembre de 1967. Por esos días, en las radios nacionales sonaban canciones como “Lucy in the sky with diamonds” de los Beatles, “Digan lo que digan” de Raphael de España y “Villa cariño” del mítico grupo argentino de música tropical, Los Wawancó. Durante el transcurso de ese año, Er-nesto Che Guevara fue ejecutado en la Quebrada del Yuro por soldados bolivianos y Violeta Parra se voló definitivamente del mundo con un disparo en la sien. Gabriel García Márquez publicó en Buenos Aires la primera edición de Cien años de Soledad y Pablo Neruda La Barcarola, su vigésimo sexto libro de poesía.

Chile vivía una grave crisis económica y la “Re-volución en Libertad” de Eduardo Frei Montalva llegaba lentamente a su fin. En agosto de ese año los estudiantes habían iniciado la Reforma Universitaria, colgando en el frontis de la Casa Central de la Universidad Católica un gigantes-co lienzo con una frase indeleble: “Chileno: El Mercurio Miente”.

Valdivia era entonces una ciudad todavía devas-tada que se levantaba a duras penas del barro y los escombros dejados por el más grande sismo de la historia. Mi madre, pocos meses después de darme a luz, abandonaría para siempre la población Corvi, trasladándose a un remoto caserío situado en las afueras de Osorno. Esa población, supe después, había sido fundada por un contingente de desplazados, gente indígena y mestiza que venía del campo, tomaba un terreno, plantaba árboles y generaba allí su mínima y precaria vida familiar y social. Yo, por tanto, soy hijo de una toma de terreno y mi primera memoria se impregnó del humo de los trenes de carga y pasajeros que hacían tem-blar árboles y casas tres veces al día. Recuerdo igualmente un arroyo que bajaba torrentoso de las lomas y atravesaba la vía férrea para exten-derse como una acequia providencial a lo largo de la única calle del barrio. En ese cauce grueso y frío, las mujeres lavaban sábanas y colchas y, un vecino mudo limpiaba los cuerpos desplumados de gallos y patos que degollaba muy campante en la puerta de su casa.

El mundo era ancho y ajeno para los niños pa-tipelados de ese tiempo y lugar. Jugábamos en los techos de ranchas y mediaguas y cruzábamos

Por Jaime Luis Huenún*Fotografía Paloma Palominos.

De la sangre y la memoria

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los campos del invierno y el verano buscando un tesoro supuestamente enterrado por una banda de asesinos legendarios. De vez en cuando arran-cábamos de algunos vecinos temibles, aquellos con los cuales nuestras madres nos amenazaban ante el primer asomo de terquedad o indisciplina. Uno de ellos, apodado “Caído del catre” por el ingenio popular, era un borracho virulento que aullaba y perseguía a la gente con hachas, palos o azadones. Otros eran cómicos e inofensivos, como aquel llamado Joel Ancapichún quien, con gestos solemnes, solía revisar el diario sentado en la vía del ferrocarril. Joel era analfabeto, pero "leía" en voz alta para nosotros las delirantes noticias de su imaginación. Éramos, ciertamente, los vástagos ignotos y desnutridos de la Unidad Popular, pero ninguno de nosotros sabía algo de Allende o de la revolución socialista chilena. Y aunque a veces viéramos pasar pequeñas cara-vanas de tractores con sus carrocerías repletas de campesinos gritando consignas, nada enten-díamos de un proceso político que poco tiempo después acabaría con La Moneda bombardeada y con varios de nuestros parientes detenidos en el Estadio Español de Osorno.

Después del Golpe mi padre construyó una cantina, una especie de lanchón ebrio varado en el negro y frío barro del sur. Atendí ese local, junto a mi hermano Mauricio, desde los 8 a los 20 años, escanciando vino, chicha de manzana y cerveza a parroquianos de toda laya y catadura. Con frecuencia debíamos interponernos entre quienes se trenzaban a patadas, combos y cu-chillazos. Gestos para nada heroicos, en realidad; sólo inútiles aspavientos infantiles con los que tratábamos de evitar la destrucción del mobilia-rio y de la frágil mercadería que manteníamos en las repisas del bar. Luego de asistir a clases volvía a esa oscura taberna, que era para mí El Gran Teatro del Mundo, un espacio decadente y esplendente a la vez donde, para solazar al público entristecido por el alcohol y las miserias, ponía a girar en un antiguo pick up los discos de Leo Dan, Javier Solís o los Vicking 5.

Recuerdo que en aquellos días no teníamos ma-yores referencias de nuestros orígenes étnicos. Nuestros mayores habían sido formateados por la sociedad criolla blanca, y por eso cada vecino de la población aspiraba a ser un legítimo ciu-dadano blanco. Pero a la edad de 13 ó 14 años, cuando ya andaba en intermitentes tratos con la poesía, me propuse escuchar con mayor cuidado las conversaciones de mi abuela, una huilliche expulsada a sangre y fuego de sus campos en 1930. Supe entonces que las familias colindantes -Nahuel, Güilitraro, Huaique, Tripayán – habían padecido el mismo castigo y la misma usurpación.

Empecé de este modo a leer las raíces y los frutos de un padecimiento social que se manifestaba como alcoholismo y como ingente brutalidad cotidiana. Comprendí de golpe que el origen de esa violencia provenía de la obligada y dolorosa diáspora indígena. Y necesaria, inevitablemente, tomé partido por mi familia, por la voz de mi abuela y por los parsimoniosos relatos de mis parientes campesinos. Busqué en el flujo de la palabra oral el sentido de nuestra propia exis-tencia, las respuestas al porqué estábamos ahí. Indagué en los farragosos lenguajes de la ebriedad y en los apolillados sueños de los sempiternos perdedores, el revés de una trama económica y cultural sostenida desde hacía siglos por la discriminación y el clasismo. A partir de ahí me dispuse a escribir poesía como una manera de recrear y a la vez dignificar ciertos relatos fami-liares y comunitarios, de iluminar y convertir el flujo inasible de la memoria en una cantera de sucesos, personajes, atmósferas y lenguajes con los que he ido construyendo una textualidad fragmentada, veleidosa y antojadiza quizás, pero no por ello menos atendible.

Ceremonias fue el primer resultado de una larga inmersión en las escondidas aguas de la sociedad mapuche-huilliche del siglo XX, determinada hasta ese instante por los vacíos, fracturas y negaciones que hicieron de ella una cultura enmudecida por el peso de la historia. Es un

libro anclado en una etnia, sí, pero que trata de temas que son tradición en la lírica universal: el confuso viaje a los orígenes, el nomadismo, los trabajos y miserias de la colonización, el mesti-zaje lingüístico, cultural y racial, la muerte y los intentos humanos por aplacar su poder.

Puerto Trakl, por otra parte, fue la concreción poética de un tiempo personal menesteroso. No he olvidado que llovía a cántaros en esa época y que recorría los bares de Temuco conversando con casi todos los borrachines anónimos de la ciudad. Esos personajes, sublimados, ensombre-cidos y traicionados por la poesía, deambulan aún por un destartalado puerto imaginario, por un mundo poético cerrado y claustrofóbico, sin ninguna posibilidad humana o divina de expia-ción o redención. Purgatorio de difusas almas en pena, “Puerto Trakl” es una trampa literaria, la ficticia zona cero de una poética mestiza que ostenta el andamiaje otrora prestigioso de una lírica occidental ya derrotada, vencida por sus espurias aspiraciones de gloria, legitimidad, trascendencia y superioridad.

Mi escritura, por ahora estampada en un último volumen titulado Reducciones, sigue oscilando entre lo oral y lo libresco, entre el sueño y la vigilia, pesquisando potenciales “visiones comunicables” en la oscura corriente de las narrativas indias y mestizas de Chile. Sabemos con meridiana certeza que ningún hombre o poema terminan en su última palabra; más bien con ella recién es posible comenzar a urdir el compacto tejido de los eternos y, a la vez, cambiantes símbolos íntimos y colectivos. Y ese es un trabajo que, al menos en este áspero y misterioso mundo, no tiene ni descanso ni final.

Indagué en los farragosos lenguajes de la ebriedad y en los apolillados sueños de los sempiternos perdedores, el revés de una trama económica y cultural sostenida desde hacía siglos por la discriminación y el clasismo. A partir de ahí me dispuse a escribir poesía como

una manera de recrear y a la vez dignificar ciertos relatos familiares y comunitarios, de iluminar y convertir el flujo inasible de la memoria en una cantera de sucesos, personajes,

atmósferas y lenguajes con los que he ido construyendo una textualidad fragmentada, veleidosa y antojadiza quizás, pero no por ello menos atendible.

*Jaime Luis Huenún nació en Valdivia en 1967. Ha publicado, entre otros títulos, Puerto Trakl (2001)

y Reducciones (2008). Ha compilado, asimismo, las antologías de poesía mapuche 20 poetas mapuches

contemporáneos (Santiago, 2003) y La memoria ilumi-nada. Poesía mapuche contemporánea (Madrid, 2007).

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PERDIDOS EN LA HISTORIETA DE CHILEPor Claudio Aguilera. Agradecimientos a Feroces Editores, galería Plop!, Sol Díaz, Juanelo y Editorial USACH.

Desde el deslenguado Verdejo de Coke a las emanci-padas Bicharracas de Sol Díaz, la historia del cómic chileno está plagada de marginales vociferantes, desempleados profesionales, cándidos ineptos y de-sadaptados sin remedio. Son los súper héroes de este confín del mundo, un espejo burlón de nuestra bo-rrosa identidad que vuelve a brillar a través de ree-diciones y estudios.

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Debe ser algo en nuestro ADN. Algún resabio de aquellos españoles que lle-garon a Chile soñando con hacerse la América y terminaron dándose cuen-ta que de oro poco y nada. Perder es cuestión de método, escribió Santiago Gamboa, y en esta angosta faja de tierra salimos bien aplicados. Que la ter-cera bandera más bonita y la segunda canción nacional, que los triunfos mo-rales en el campo de batalla y en la cancha. Los chilenos hemos aprendido a sobrevivir, y sacarle lustre, a las derrotas.

Arrinconados en el papel barato de las revistas masivas y desechables, de los diarios que se leen y luego apenas sirven para envolver la pescada, los dibujantes de la historieta han sabido sicoanalizar el inconsciente colectivo y han erigido un panteón en honor a los marginales, fracasados, perdedores irredentos y náufragos del sistema.

Desde el Verdejo de Coke y el Condorito de Pepo al Supercifuentes de Her-vi, el Pato Lliro de Christiano o el Anarko de Jucca, nuestro imaginario grá-fico está plagado de figuras que deambulan con más maña que suerte por los límites de lo socialmente aceptado. Personajes que se enfrentan viñeta a viñeta al desprecio, la derrota, la cárcel, la cesantía y el descrédito. Y solo el filo de sus lenguas, la astucia de sus actos o su ingenuidad extrema parecen redimirlos.

“Siempre he pensado que la cultura chilena es incapaz, al menos por ahora, de crear un superhéroe al estilo norteamericano, simplemente porque no tiene relación con nuestra forma de ser, nadie se lo creería y terminaríamos burlándonos del intento”, explica Carlos Reyes, especialista en comic chileno y miembro de Feroces Editores, sello que ha vuelto a publicar a muchos de esos personajes. “No tenemos tradición de ganadores, ni de salvadores del mundo libre, pero sí cierta predilección por la marginación al que yo sumaría un humor sempiterno, anclado profundamente en nuestra cultura”, agrega.Los ejemplos de tinta y papel son abundantes. Y el mencionado Juan Verdejo Larraín parece ser el adalid de esta imparable hueste. Nacido en las páginas de Topaze en los años 30, encarna, como señala Jorge Montealegre en su libro Historia del Humor Gráfico en Chile, el estereotipo del roto chileno gra-cioso, “un trabajador cesante andrajoso y opinante”, que a través del humor es capaz de denunciar los abusos del poder.

El propio Coke pensó en él como el vivo ejemplo de esa extraña cruza de opuestos que conforma lo chileno. “Mi intención fue simbolizar, a través de su desaliñada y ladina expresión, la idiosincrasia chilena, mezcla de bohemia y señorío”.

Vociferante, incisivo y descreído, Verdejo aprovecha su lugar en el extrarra-dio –vive junto a su mujer en un conventillo– para mirar con ojo agudo las

andanzas de políticos, religiosos y empresarios, de todos los colores y ten-dencias. “Esa capacidad hacía que por ejemplo se generara una exterioridad, en la figura de Verdejo, que no era otro que el pueblo chileno, que veía como las tres principales tendencias políticas se disputaban el poder, y finalmente era el único que en nada se beneficiaba. A nadie le creía. Esa era, a mi juicio, su mayor fuerza crítica, su astucia: mostrar la verdad de la milanesa”, señala Maximiliano Salinas, autor del libro El Chile de Juan Verdejo.

Incluso, un personaje tan emblemático, y hoy respetable, como Condorito, fue en su pasado un inescrupuloso ladrón de gallinas, que no se hace proble-ma en robar a niños e indefensos. “Condorito es un personaje que representa a un adulto de origen campesino, fumador, enamoradizo y parroquiano fre-cuente del bar El Tufo. Es un aventurero desventurado. Un antihéroe que en la impotencia de la derrota queda pidiendo explicaciones”, anota Montealegre.

En ese sentido, tanto Verdejo como Condorito representan esa idea de un ser chileno capaz de enfrentar la adversidad, aunque sea con el consuelo de una derrota en que se mantiene arriada la bandera de la última palabra. “Cierta vez, hace ya varios años, Jodorowsky dijo que tras volver a Chile, después de muchos años, se dio cuenta que los chilenos caminábamos mirando el suelo. Esa es de algún modo una forma de entender la chilenidad”, explica Reyes. “No tenemos héroes ganadores al estilo de Superman, pero sí recordamos a Arturo Prat, que es el modelo de un reflejo especular de cierta identidad apocada, triste, vencida”.

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Entre monos y gorilas

Coincidentemente, ambos personajes, Verdejo y Condorito, surgen en mo-mentos políticos e históricos en los que la hegemonía de la élite comienza a debilitarse y deja paso a nuevas clases sociales. Un contexto similar explica la aparición a fines de los años 60 de la revista La Chiva, una empresa colec-tiva impulsada por Pepe Huinca, Palomo, Hervi y Alberto Vivanco, cuyo pro-tagonista principal es Lo Chamullo, “un barrio como el suyo”, habitado por cesantes profesionales, ladrones, empleadas, pobladores y oficinistas. “Era una revista de cuestiones sociales”, comenta Vivanco en el prólogo del libro compilatorio lanzado el año pasado por Feroces Editores. “De mucha talla contra el sistema, contra la oligarquía, de la gente rica contra la gente pobre, pero siempre con cierto humor”.

Acostumbrados a combatir la adversidad con una sonrisa, eso de que el que ríe al último ríe mejor parece ser la clave para entender el arraigo de estos vapuleados personajes. Para demostrarlo ahí está Pancho Moya, quien se enfrenta a periodistas que tratan de hacer mala fama a su barrio y a señoras bien que se acuerdan de los pobres sólo cuando hay elecciones. Y Super Cau-ro, un niño de poblaciones que, a tono con los años 70 y tras comer algunas proteínas, salva al país de empresarios inescrupulosos y patrones abusivos. Más tarde, en plena UP y desde las páginas de La Firme, este criollo niño hé-roe luchará contra el analfabetismo y la desnutrición.

Tras el golpe militar, los personajes y sus autores se repliegan. Lo que había sido una bullente industria editorial, con tirajes de cientos de miles de revis-tas en sellos como Zig-Zag y luego Quimantú, cae bajo el peso de la noche más larga de nuestra historia. Nada más de reivindicaciones sociales ni voces marginales, entre la censura y el espejismo del crecimiento económico hasta Condorito debe cambiar y “pasa del antihéroe, un pobre con ojotas que pide explicaciones, a un personaje que por dirección editorial siempre le debe ir bien”, como bien explica Montealegre.

Representativo de la época es Supercifuentes, creado por Hervi en la revista La Bicicleta. Vendedor ambulante de Súper Ocho, emparentado con el Máxi-mo Chambónez de Themo Lobos en su atolondramiento e impericia, cada una de sus aventuras terminan en la cárcel. “La creación de Hervi no es la de un ganador, sino de un cesante”, escribe Carlos Reyes en la presentación de Supercifuentes, El justiciero, edición recopilatoria publicada en 2008. “Un paria de los experimentos económicos de la escuela de Chicago en un Chile abierto de patas a la experimentación del neoliberalismo despiadado… Su-percifuentes es chico, pelado, cintura de ampolleta, pero un grande en su particular y secreto estilo”. Un justiciero en la medida de lo posible.

La voz de los ochenta

Hacia fines los años 80, una nueva escena comienza a surgir. Al ritmo de la música, entre bares, drogas y falta de oportunidades, una generación de personajes va pateando piedras en publicaciones como Trauko, Ácido, Bandido, Beso Negro, y fanzines fotocopiadas y distribuidas a mano. En la

primera nace Checho López, una versión extrema y sin poderes de Super-cifuentes, en la que el protagonista, tras quedar sin trabajo, comienza a desmoronarse capítulo a capítulo entre el alcohol, la precariedad económica y la soledad. Con crudeza, su autor, Martín Ramírez, retrata la caída libre de toda una sociedad.

Contemporáneos de Checho López, el Anarko de Jucca y el Pato Lliro de Chris-tiano salen al ruedo. Uno es un metalero del puerto, violento y nihilista, capaz de tomar por asalto los estudios de Sábados Gigantes y citar a William Blake. El otro es un delincuente de población, bueno para los pitos y los combos, que no le teme a nadie pero que por dentro lleva el dolor de la pérdida y el desamparo. Ambos son el signo de una juventud golpeada por la dictadura, desconfiada de las instituciones, en conflicto con la autoridad y desilusionada de la transi-ción. Huérfanos de un sistema, condenados a repetir una y otra vez el baile de los sobran.

“Creo que (el Pato Lliro) gustó por la honestidad y porque las historias son di-vertidas”, señala su creador. “Y otra cosa, que es una cuestión bastante chau-vinista de alguna gente de verse reflejados, de ver el paisaje reflejado. Que tú veas que el tipo que nunca tuvo voz tiene voz, eso es algo inevitablemente atractivo para mucha gente”, añade Christiano, responsable también de An-tipoeta Sanhueza, otro paria, pero esta vez del campo de la intelectualidad.El desencanto será también el eje de Don Artemio, salido del lápiz de Pepe Huinca. El que fuera un joven entusiasta y brioso de los años de The Beatles, un junior de clase media baja con toda la vida por delante, es en los 90 un hombre maduro y descreído, que sabe que la alegría nunca llegó.

Sin pelos en la lengua

En torno al nuevo milenio, las cosas irán cambiando. En una sociedad posmo-derna y globalizada, los centros se multiplican y la idea de margen se hace difusa. Los antihéroes de la tierra de los jaguares de Latinoamérica asumen su diferencia y la hacen un atributo. La Abuela Fuentes, de Asterisko, lejos de sentir el peso de la edad se enfunda en su vestido negro, sus bototos de tacón alto e impone su ley al ritmo del rock. Mientras, el Juanelo de Marco Canepa le da a todos en la nariz con su ironía extrema, sin ningún tapujo ni necesidad de corrección política; el Sr. Intestino de Grotesco bebe en canti-dad y vomita sobre todo y todos su sinceridad extrema; el Ratoncito de Ro-drigo Salinas invierte el orden natural y hace de la figura del amistoso roedor una plaga de malos sentimientos y cinismo, y las Bicharracas de Sol Díaz, tres amigas que encarnan el reverso del canon estético femenino, gritan a los cuatro vientos que ser fea está de moda.

“Todos estos nuevos personajes vienen con una nueva impronta de origen”, explica Carlos Reyes. “Frutos de otro ADN nacional, ese generado por las victorias del Chino Ríos, González y Massú, por citar ejemplos deportivos. Ejemplos de la nueva percepción de un nuevo Chile ganador que está co-menzando a cosechar frutos en la ficción comiquera y por sobre todo, de un Chile tratando de entenderse, de reconciliarse con su pasado, de reen-contrarse consigo mismo”, concluye. Una historia que, sin duda, continuará.

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Aritmética AmericanaFotografías de Luis Weinstein

Treinta años de trabajo fotográfico presentados sin un hilo conductor aparente. Imágenes sacadas en Brasil, Argentina, México, Uruguay y Chile, entre otros lugares de latinoamérica.

Sin el dejo testimonial ni el desgarro o la urgencia de la fotografía periodística. Una colección aleatoria de imágenes, cada una con un número en ella, el testimonio de la

presencia humana en cada paisaje, según el autor. Aritmética Americana, libro publicado por Cenfoto-UDP, tiene algo de poemario. Con imágenes en vez de versos.

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Arriba izquierdaPlaza de ArmasSantiago, 1983.

Arriba derecha Tren Til Til, 2009.

Abajo izquierdaAv. Diagonal Oriente, Santiago, 1987 .Av. AlamedaSantiago, 1983.

Abajo derecha Paseo Ahumada, 1980.

Av. Pocuro. Santiago, Chile,Diciembre 2008.

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Calle Eleuterio Ramírez,Santiago, Chile, 1986.

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Av. Almirante LatorreAntofagasta, Chile, 2006.

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Derecha arribaAv. Carlos Antúnez, 1989.Parque O’Higgins, Santiago, 1983.

Derecha abajo Av. 11 de Septiembre, Chile, 1985.

Izquierda arribaMuelle Prat, Valparaíso, 2008.

Izquierda abajoPlaza San Enrique, El Arrayán, 1988.

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[Santiago de Chile, 22 de enero, 1975]Querido Pedro:

Pasan ya los años y nada [ilegible en el original] se sabe de los viejos amigos. Sospecho que has tomado la decisión de no regresar a este país en que la literatura y sus respectivos asaltos teóricos sobrellevan una aciaga existencia. Tu editorial guarda silencio como un sepulcro blanqueado y todo se orienta hacia los nuevos astros: Tomás MacHale1, Campos Menéndez2, Carlos René Correa3 y otros letrados. La muerte de Jorge Inostroza4 como comprenderás ha en-lutado las letras nacionales. No sé qué se pueda publicar de esto a las alturas de las circunstancias. Por mi parte asistí al sepelio de mi antología ahogada bajo el peso de sus propias planchas (listas para su impresión). Y [por lo] mismo no la quería publicar por ningún motivo, con mayor razón, E. Castro5, quien me mandó decir que la recompusiera; eso no me interesa, por lo menos en este caso, en relación a Castro, que se sacaría con ello un ligerísimo peso de su buena conciencia de amigo de sus amigos. He seguido escribiendo: el verano pasado un libro de “sonetos”, y durante el año unas narraciones, aparte de mis trabajos para el Centro6 de los que dejo constancia escrita. Quisiera —en el querer no hay engaño— publicar otro tipo de cosas en EE.UU. —escritura muda: un libro de fotomontajes. Otrosí, y voy también al grano: se me ha hablado de una invitación a Europa para abril o mayo de este año, pasajes pagados pero muy poca plata para el bolsillo (los pasajes son un regalo de [ilegible en el original], impagables aquí). Podría pasar por Nueva York y sus alrededores, y reunir allí, si es posible, algunos dólares con mi trabajo: recitales, conferencias o hasta cursos; ya no le tengo miedo a nada, en este sentido. He llegado a poder decir unas cuantas cosas —a razón de dos horas por sesión— sobre Rimbaud, Mallarmé, Borges y Poe, entre otros, apoyándome en Freud, Lacan, Jakobson, Derridá, Sollers y compañía ilimitada, más, se comprende, una buena dosis de carrilerismo personal.

La pregunta es ésta: ¿qué posibilidades ves tú de concreción del proyecto? ¿Servirían o no de algo las muchas traduc-ciones de mis versainas para la circulación universitaria, en los E, ídem, U, ídem? ¿O son paja y papel picado? Tengo una a mano, la más extensa. This endless malice. 25 poems of Enrique Lihn, publicado por Lillabuler Press, etc., no sé dónde cresta ni con qué resultados, pero están también los textos publicados por New Directions 239: “The defeat” y “The good old days”.

Y bueno, como diría el peligroso MacHale (escribió una requisitoria y lista de libros publicados o circulantes en USA de chilenos contra el Supremo Gobierno, incluyéndome a mí y a Lafourcade en su errónea, naturalmente errónea acusación).

¿Podrías contestarme en estos días? Así tendría una visión de la cosa en tiempo oportuno.En cualquier caso espero verte. Un abrazo de Enrique Lihn y el cariño para los tuyos (envíame tu dirección con letra de imprenta).

1. Tomás MacHale. Miembro del Comité Editorial del diario El Mercurio. Eventual comentarista literario de dicho periódico. En 1986 forma parte del jurado que otorga el Premio Nacional de Literatura a Enrique Campos Menéndez.

2. Enrique Campos Menéndez. Escritor chileno estrechamente vinculado a la dictadura militar de Augusto Pinochet, de quien fue amigo personal. Durante su gobierno fue nombrado miembro de la Academia Chilena de la Lengua (1976), director de la Dirección de Bibliotecas, Archivos y Museos (1977-1986) y Premio Nacional de Literatura (1986).

3. Carlos René Correa. Poeta y escritor chileno, miembro fundador del Grupo Fuego de la Poesía.4. Jorge Inostroza. Escritor chileno, autor de Adiós al Séptimo de Línea, novela histórica ambientada en la Guerra del Pacífico,

muy del gusto de las autoridades militares —y culturales— de la época.5. Eduardo Castro. Editor general y fundador de Editorial Universitaria, una de las principales casas editoras chilenas durante

la segunda mitad del siglo XX.6. Muy probablemente se refiere al Centro de Estudios Humanísticos de la Facultad de Ciencias Físicas y Matemáticas de la

Universidad de Chile.

QUERIDO PEDRO:Cartas de Enrique Lihn a Pedro Lastra (1967-1988)Las sesenta cartas de Enrique Lihn a Pedro Lastra que publicó Das Kapital con-tienen un mapa sentimental, literario, poético y político de una época. Escritas en su mayoría desde el “eriazo remoto y presuntuoso” (el horroroso Chile del que Lihn salió muchas veces, pero nunca definitivamente), las cartas documentan una de las amistades literarias más duraderas y definitivas del siglo XX.

Aquí, una pequeña selección.

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[Santiago de Chile, 20 de marzo, 1981]

Querido Pedro:

Como no disponemos del Correo del Zar, cuando llegue ésta a tus manos pueden haber ocurrido “cosas nue-vas”; voy al grano, el CNI1 visitó al decano para decirle que se me seguía un proceso por escribir un poema insultante contra “El Ejército”. Esto mientras el Centro de Estudios [Humanísticos] era reducido a un cursillo de la Escuela de Ingeniería, en lugar de una ramal de la Facultad de Física y Matemática, y mientras se dice que el propósito es degradar esa Facultad a la condición de Escuela de Ingeniería. Hablé (por teléfono con el decano) y supe, a través de una conversación tensa y antipática, que mis bonos estaban por los suelos: no reconoció haber hablado con el CNI1 —su teléfono parece estar interferido— pero me dijo que mi “proceso” se substanciaba en la Casa Central [de la Universidad de Chile]. Total, estoy prácticamente suspendido y vir-tualmente detenido, probabilidad que no parece plausible pues hay ya decenas de profesores exonerados o suspendidos, una sesión de tortura —con perdón por la frivolidad— me vendría muy mal para el sistema cardíaco; “la transición política hacia la normalidad” se presenta con las características post Reagan que cabía esperar, los señores de la guerra han triunfado en toda la línea. Respecto a mi caso, era del todo previsible e inconscientemente (?) esperado y/o conjurado, en especial después de los poemas de Ganymedes 62, que no dejan lugar a equívocos. Los censores saben leer —hay muchos civiles lectores de por medio— y el libro ha circulado bastante. Total: incógnita total. En algunos puntos y en otros claridad meridiana. Por de pronto, me doy por despedido de la Universidad, felizmente me quedan U$ 4.000, como para tomar un pasaje para el ex-tranjero. Cometí la negligencia de no repedir la beca Guggenheim para este año. Escribiré enseguida al Wilson Center3 y me gustaría hablar por teléfono con Ángel Rama4, vinculado a ese centro y que vive, me dijo Heberto [Padilla], permanentemente en Washington, como así mismo telefonear a Mario Vargas [Llosa]—. ¿Tienes tú esos teléfonos? ¿Los tendrá Padilla? El suyo es 12013559576. En cualquier caso les enviaré cables a todos. El mé-dico que me vio en Stgo., por otra parte, me recomienda que haga reposo absoluto por dos o tres meses; en el pedir no hay engaño, ha sido menos eufórico que los doctores de Barcelona, quienes me recomendaron que empezara a caminar largamente, a poco de salir del hospital: diferencia de puntos de vista. Creo en verdad que debo salir de Chile, pero tranquilamente y no a buscar trabajo, sino como por un tubo hacia algo como Wilson Center, hipotéticamente una campana de vidrio o bien con un contrato para hacer clases con tranquilidad.

Creo que la carta es alarmante, pero de lo que se trata es de volver a rastrillar la Universidad y convertirla en un cuartel —fábrica de tecnócratas— y no más que eso, y es lógico que despidan a gente como yo.

A otros monotemas ¿Qué pasó con las Conversaciones? Habría sido otro muy buen momento para hacerlas aparecer en Chile, pero no se puede esperar ningún golpe de timón favorable de [Jorge]. En mi ausencia se publicaron un par de notas interesantes sobre El Arte de la Palabra —sobre todo la de tu libro—, te la envío o te la enviaré —y de España me llegó el comentario de J[oaquín]. Marco que te adjunto—.

¿Has visto a Rigas? Le escribiré —pero comunícale mis avatares y dale mis saludos; estoy escribiendo un artícu-lo sobre él y Nueva York para Cristina Pacheco5. Estoy alojado en casa de Adriana [Valdés] que les envía cariños. Paso en limpio un nuevo libro de poemas: Musa de la calle, el hospital y los museos, que enviaré a Mario Ruf (lapsus ¿no?) Pellegrini, Barcelona, un hijo de Aldo6, médico y editor. Marín7, que está cambiándose de editorial, quiere publicar un libro mío “editado” por ti —selección y prólogo—. Te pido tu natural cautela en la difusión de la noticia de mi exoneración —que no se ha producido, de hecho—; lo que hay que hacer es preparar el terreno para el deslizamiento hacia fuera. Cariños a Juanita y Maritza, un abrazo de

Enrique Lihn

1. Central Nacional de Informaciones, operó como policía política del régimen pinochetista tras la disolución de la Dirección de Inteligencia Nacional (DINA), en 1977.

2. Se refiere a la antología de ese nombre publicada en editorial Ganymedes por David Turkeltaub, que incluía textos de Lihn, Pedro Lastra, Claudio Bertoni, Óscar Hahn, Gonzalo Rojas, Raúl Zurita, Alberto Rubio, Cecilia Casanova, Manuel Silva Acevedo, Gonzalo Millán, Rodrigo Lira, Paulo de Jolly, Leonora Vicuña, Armando Rubio, Mauricio Electorat y el propio Turkeltaub. En esta antología Lihn publica, principalmente, escritos de clara resonancia política, por eso el comentario.

3. Centro de estudios e investigación ubicado en Washington.4. Ángel Rama. Crítico y ensayista uruguayo, su obra es considerada una de las más relevantes de la crítica

latinoamericana. Es autor, entre otros títulos, de La ciudad letrada. Falleció en un accidente aéreo en 1983 junto a su mujer, la crítica de arte y escritora argentina Marta Traba, el escritor peruano Manuel Scorza y el escritor mexicano Jorge Ibargüengoitia.

5. Cristina Pacheco. Escritora mexicana, esposa del poeta y ensayista José Emilio Pacheco.6. Se refiere al hijo de Aldo Pellegrini, crítico de arte, poeta y ensayista argentino que fundó el primer grupo surrealista

en Latinoamérica, dos años después de la publicación del Primer Manifiesto de este movimiento por parte de André Bretón.

7. Posiblemente se refiere al escritor chileno Germán Marín.58 CUADERNO

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[S/d, 17 de enero, 1983]

Querido Pedro:

Recibí dos cartas sucesivas de tu pluma y máquina, la última con la adjuntez del bultoso envío de los trabajos sobre mis poemitas, que te agradezco tanto como si fuera opio y yo el fumador del mismo, relegado a Lagarto Island. Me emocionó el trabajo de la niña Barret1, me gustaría enviarle algo, una tarjeta postal con algún poemilla manuscrito, ¿puedes darme su dirección? Lo mismo a Muñoz1 —quizás Dere-chos de Autor2—, la dirección del mismo, que viene en su trabajo, es muy general: Universidad de Princeton, como allá son tan precisos… estuve descifrando “la reliquia secularizada…”3; todavía no tengo la idea total del texto, pero me place que mi trabajo literario se preste a esos sofisticados esfuerzos teóricos; eso recorta bien mi receptor o lector inscrito o, por lo menos, mis pretensiones. Recibí otros dos tra-bajos por el estilo: una segunda parte del que le conoces a R[oberto]. Hozven y una de Rodrigo Cánovas4 con sendas cartas a Pompier en el estilo del mismo. Así pues un libro posible, Homenaje al Autor Desconocido: teoría y práctica del arte de la palabra, ha engordado mucho. Por el momento tengo extraviada una de las cartas que escribimos camino a Washington o en tu casa: la invitación de ¿Feather?5 al simpo-sio y el soneto. Quisiera enviar el mamotreto a Seix Barral, que me ha invitado a la probabilidad de publicar poesía el 84 y prosa quizá antes (incluso ensayo).

Respuestas varias: recibí 2 Conversaciones, le diré a Carmen [Foxley] el destino de su reseña; recibí 20 ejemplares de Estación de los Des-amparados —¿no convendría enviar uno a Lima, siempre que lo comenten?—. Recibí un primer número de Gaceta (me equivoco, el 37/38, del Instituto Colombiano de Cultura, Biblioteca Nacional, calle 24 Nro. 5-60. Bogotá, que dirige el Bocaborda6, de infatigable alpinismo, un ejemplo que no hemos logrado seguir, creo que le mandaré algo); estuve anoche con Óscar [Hahn] y una niña Bárbara —banquera nor-teamericana— y Lola —discípula íntima de nuestro Casanova—. Óscar se va a Venezuela y vuelve, después de 4 meses, a Chile; Luis Harss7 me presentará a la G[uggenheim], me falta comunicarme con [Félix Martínez] Bonatti y [Cedomil] Goic, a quien vi el mes pasado, para que envíen, como tú, la nota correspondiente a la fundación. La tuya me pareció muy buena y convincente en su sobriedad, una movida del uno; dicen que debo insistir en la petición de permiso para la revista M[esa]. R[edonda].: le acaban de permitir a Nicanor [Parra], en sólo 5 días, la publicación de sus Chistes para despistar a la Policía (que prologué) y tuvieron que darle el pase, una vez más, a la revista Apsi8; lo del proyecto de la miniantología sigue en pie, pero Mónica no tiene plata para materiales, se los proporcionaré a fines de mes. Sus dibujos para los chistes de Parra —numerosos— serán, supongo, espero, celebrados de alguna manera.

Debo hacer varias cosas esta mañana y te escribo del modo más desorgánico. El otro día hice un show en el restaurant de Cacho Gacitúa9: lectura de poemas míos y de discursos y sobre Pompier, proyección de diapositivas (fotos de Luis Poirot10, “ilustradas” por la lectura de “La Efímera Vulgata”, un poema que escribí con el título de su libro). Hice un sketch con don Gerardo [de Pompier] y lo actué con Gregory Cohen11 y Pancho Zañartu12; además el Cacho sacó en un día —para esa noche—, el fascículo que te adjunto; creo que la cosa resultó (el restaurant tuvo que poner mesas en el antepatio). A partir de eso me propongo escribir una obra de teatro este verano13 y darla en unos meses más con la colaboración de esos jóvenes. A lo mejor, podrás verla en julio. Todo material que me envíes para darle voz a Pompier en esta empresa será bien recibido.

El tema de la obra será: la creación de una tierra de nadie en el aeropuerto de “Miranda” para los que no pueden entrar ni salir del país. Habrá allí elecciones presidenciales: triunfo de don Gerardo y una antología de precariedades. Suspendo esta carta por razones de tiem-po. Cariños a Juanita, Maritza, saludos a los amigos.

(Un favor especial; el 29 va a Manhattan una amiga mía de los últimos meses —no la conoces—, Verónica Humeres. Ha vivido 10 años en California pero, en realidad, no conoce N. York. Trabaja aquí en el Instituto —expedagógico—. ¿Sería posible que algunas de las Doras14, que viven en M[anhattan] la recibiera por unos cien dólares por 7 días?) .

1. En ambos casos —Barret y Muñoz— se refiere a alumnos de Pedro Lastra que realizaron trabajos sobre Lihn.2. Libro editado por Lihn a partir del montaje tanto de trabajos propios como de textos ajenos sobre su obra, publicado en 1981.3. Se refiere a un texto escrito por el alumno de Lastra —Muñoz— mencionado anteriormente.4. Rodrigo Cánovas. Académico chileno.5. “Feather” es un personaje creado por Enrique Lihn vinculado de alguna manera a Pompier, y aunque nunca alcanzó a ver la luz en letra

impresa, sí apareció con alguna asiduidad en parte de la correspondencia entre Lihn y Pedro Lastra.6. Juan Gustavo Cobo Borda. Poeta, crítico y periodista colombiano. Fue director de la revista Eco, donde se autopublicó en algunas

ocasiones, gatillando el desagrado de Lihn y el apodo de “Bocaborda”.7. Luis Harss. Escritor, crítico y cronista, algunas fuentes lo señalan como chileno, otras como argentino. Autor del libro Los nuestros (1966),

considerado por muchos el primer canon de lo que más tarde sería conocido como el “boom” latinoamericano.8. Revista chilena. Fundada en 1976 bajo el nombre de Agencia Publicitaria de Servicios Informativos y como boletín de noticias

internacionales inicialmente, Apsi fue uno de los primeros medios opositores a la dictadura que logró circular con relativa periodicidad, siendo en numerosas ocasiones objeto de la censura impuesta por el régimen.

9. Óscar “Cacho” Gacitúa. Artista plástico chileno.10. Luis Poirot. Fotógrafo chileno. Seguidamente, Lihn hace referencia a una serie de fotografías de Poirot agrupadas bajo el título de

“Efímera vulgata”, sobre lo que escribió un extenso poema —del mismo título— a manera de comentario.11. Gregory Cohen. Actor, dramaturgo, guionista, director de cine, poeta y escritor chileno. Fue uno de los principales animadores de

la Agrupación Cultural Universitaria (ACU) de la Universidad de Chile, que permitió los primeros intentos de rearticulación de los estudiantes de oposición al interior de esa casa de estudios, abriendo posteriormente el camino a la democratización de los centros de alumnos y la Federación de Estudiantes (FECH) en los años ‘80. Fue estudiante en el Departamento de Estudios Humanísticos (DEH), donde conoció a Lihn.

12. Francisco Zañartu. Dramaturgo, narrador y guionista. Fue miembro de la compañía de teatro “Teniente Bello” junto a Cohen, y también fue alumno del DEH.

13. Posiblemente se refiere a “Niú York, cartas marcadas”.14. Alude a unas amigas de Lihn, entre ellas Adoración Campis, ex pareja de Jaime Giordano. CUADERNO 59

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[Madrid, 24 de marzo, 1987]

Querido Pedro:

Estos son los últimos días que paso en Madrid. Llegué aquí el 15 de enero con el paquete de Chile oficial y ex-traoficial; luego, en casa de una familia chileno-española, en la que he sido espléndidamente atendido, no te doy la dirección porque no alcanzarías a escribirme a acá. Hazlo a Passy 063, tercer piso, donde estaré a partir de abril. La Andrea [Lihn] me envió una lista de cartas recibidas y sé que tengo una tuya. Por mi parte he estado por escribirte, pero ha pasado “veloz el tiempo ingrávido”, como por un tubo. A las finales se ha empezado a atascar. Como adivinarás he sentido la fuerte tentación de quedarme en España, y las circunstancias parecían propicias para dar ese salto. Empecé a escribir en un diario importante, se me recibió bien en la Editorial Hi-perión1, con una edición a toda máquina (que aún no ha salido pero cuyas pruebas he visto) de siete poemas largos, bajo el título de Mester de Juglaría. Como nada de lo nuestro es conocido acá, pensé en la posibilidad de publicar, de acuerdo con otra distribución y títulos, mis versainas; porque lo de las obras completas es impro-ductivo e intragable para las editoriales, según he podido casi comprobar. Sería más entretenido, además. La otra posibilidad y la editorial y su protagonismo único, me dijo que se interesaba en los sonetos. Incorporado a la vida literaria oficié, además, de jurado en el concurso Hiperión, y me “he movido bien” como se dice… pero estoy agotado. Hay que hacerse ver demasiado para conseguir algo —salvo las excepciones afortunadas—, los diarios pagan tarde mal y nunca. Aquí te tramitan, es difícil conseguir algo estable. En esto he gastado mucha pólvora en gallinazos, algunos de ellos políticos exiliados chilenos, la peste. No me siento capaz de vivir a salto de mata, sin algo de base estable, aunque quizá reincida en el intento a partir de julio: aparentemente me invitarían para ese mes a Valencia. En Madrid gente muy simpática, también en otros sitios, menos en Barcelona donde estuve sí con el buen Lentini2. Pero, después, sólo con los chilenos de rigor a los que se sumó Jorge Edwards. Hice una lectura en Vigo, me descolgué tontamente de otra en Santiago de Compostela (todo eso es Galicia) y he rechazado invitaciones que me consiguió el poeta César Antonio Molina3, por una cuestión de plazos. Algunos momentos en esta ciudad con René de Costa que vive en Valencia. Las librerías de aquí increíbles. Libros caros, pero siempre es más barato que comer en restaurantes. La cosa cultural viento en popa aunque algo frívolamente (en los medios de comunicación) o de un modo absurdo. Obras de teatro en checo, ruso o finlandés. Hay los inmensos museos —el Prado que conoces— más los nuevos; Reina Sofía, que es una inmensidad. De todo he visto poco, ocupado en la horrible tarea de situarme. Pero hasta he tenido mo-mentos de euforia. Los mejores espectáculos son las ciudades: Toledo, el Escorial, Salamanca, Ávila y otras, me he asomado a todas ellas en buena compañía; también a pueblos, Chinchón, Pedraza o extravagancias como la ciudad de Cuenca. He escrito artículos largos, tres publicados, otro que enviaré a[La] Vanguardia4 y varios poemas. Entre estos un no menos extravagante novelón en décimas que ocurre en la mentada cuenca —uno de esos chistes caros de tiempo más o menos perdido. Los insomnios se me están haciendo demasiado largos. Te he escrito esto en la inminencia de uno de ellos —son las 2 ••• de la mañana y estoy falto de pildorillas.

¿Qué es de la vida en todo sentido? Dame noticias surtidas, no solo literarias… aunque los papeles se hacen día a día más necesarios para seguirla pasando bien o mal.

¿Creerás que echo de menos Chile o algo que me pasa allí? O la decisión de volver crece ese espejismo. ¿Y esa decisión de dónde sale? ¡Nunca salí del horroroso etc.!

Corto la lata. Cariños a la Juanita, a Maritza y familia y a los amigos que veas, en particular a Rojas5 y Claudio Giaconi (por sus misteriosos méritos literarios).

Un abrazo de Enrique.

1. Editorial española fundada en 1975, cuyo principal foco ha estado puesto en la publicación y traducción de poesía. 2. Javier Lentini, poeta y médico español, director de la revista Hora de Poesía. Atendió a Lihn tras su infarto

en España.3. César Antonio Molina. Poeta y escritor español. Fue ministro de Cultura entre 2007 y 2009.4. Periódico español fundado en 1881.5. Posiblemente se refiere a Gonzalo Rojas.

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[S/d, 1988]

Querido Pedro:

Quizá ya lo sepas: Söhrens se equivocó completamente conmigo he hizo gala de un optimismo criminal. Todos los varios médicos que me han visto después convienen en [que] tuvo que hacerme irradiar, enviarme a un [ilegible en original] oncólogo, etc. El tumor pasó al pulmón y quizás a qué otro sitio. Tuvieron que drenar y sellar la pleura y sólo ahora siguen los exámenes, después de la hospitalización ad hoc. Pasó la quimioterapia, todavía no sé en qué condiciones. Aún no se pueden hacer pronósticos. El correlato “subjetivo” de esta situa-ción no es tan pésimo. Estoy escribiendo un Diario de muerte1 con frívolo apasionamiento literario. Por ahora son poemas en cantidad, luego pasaré a otros géneros; y leyendo libros sobre la muerte, “entretenidos” e ilus-trados; seguiré con las imágenes, quiero hacer una buena bibliografía. Mañana me harán una de esas dudosas entrevistas para La Época2; la he pedido en parte por escrito. Lumen3, creo que sabes, publicará una antología de mis poemas. Leí con interés el trabajo del joven catalán —procuraré citarlo en la entrevista, es muy agudo. [Juan] Zapata, creo, vendría a verme hoy, éste es un lugar de romerías. Estoy ahuyentando a los visitantes por-que quiero trabajar (no sé si eso significa vivir). La Adriana [Valdés], principalmente, y todas mis ex —la Claudia [Donoso], la Lupe [Santa Cruz]— velan por mí, van y vienen de este lugar. Tú conoces a la Adriana, ella lleva el control de todas mis cosas. Ayer fuimos con ella y Federico4 a almorzar a Valparaíso. Es una increíble amiga.

Tenía un buen contrato en Lima donde me espera la Pocha Salas, pero no sé si pueda o quiera moverme de aquí. La situación harto menguada en que me encontraría si jubilara, inclina la balanza del lado de allá y tam-bién la amorosidad de la Pocha que, en lugar de ahuyentarse con la enfermedad se ha mostrado dispuesta, casi ansiosa de acompañarme en todo.

Tales son mis tanáticas y movidas noticias

Un abrazo de Enrique Lihn

1. Texto que finalmente se publicó en forma póstuma, el año 1989.2. Periódico chileno opositor a la dictadura de Pinochet, fundado en 1987. Cierra en 1998, como producto, entre otras

cosas, de la decisión de los gobiernos de la Concertación de dejar morir a la totalidad de los medios independientes, incapaces de conseguir financiamiento y competir con el duopolio El Mercurio-Copesa.

3. Se refiere a la antología Álbum de toda especie de poemas, aparecida en 1989, tras su muerte.4. Probablemente se refiere al poeta Federico Schopf.

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GUSTAVO PONCE LEROU, RETRATO DE UN TRIUNFADOR

Las siete vidas del yogui

A los 21 años se fue a Japón porque estaba seguro de querer ser un judoka. Lo fue. Antes, vendió bencina y cristos que guiñaban un ojo. Para ganar más plata contó cuentos orientales en la tele, asesoró a un gerente de la Marubeni y trabajó para Pinochet como agregado comercial en Tokio. Hasta que llegó la democracia, se convirtió al yoga y volvió a Chile con cuerpo y sangre de yogui. Hoy tiene dos centros de yoga, los Yogashala, y un spa, el Canal Om. Ha escrito quince libros formulando una propia manera de hacer yoga y aunque se casó tres veces y tuvo tres hijos, vive solo con un perro. Hoy la guerra es contra el cáncer de su propia médula. Por Andrea Lagos, agradecimiento fotografía Yogashala.

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El perro de Gustavo es de esos perros feos que de tan feos parecen lindos. El living tiene ob-jetos de India y Japón. Hay un gong. Hay un Buda. Él, Gustavo Ponce Lerou, ya tiene 66 años pero aparenta 50. Delgado, viste pantalones de tela negra con líneas blancas y un sweater de cachemira gris. Habla lento, muy lento. Con su perro ladrando de fondo, apunta que habla seis idiomas, que vivió 32 años fuera de Chile, que fue embajador de Pinochet en Japón, que estudió con los maestros B.K.S. Iyengar, K. Pattabhi Jois y T.K.V. Desikachar. Que lo aprendido lo transformó en “Dynamic Yoga” (una secuencia de yoga que más se parece a la danza), en “Prana Shakti Yoga” (posturas hechas con los ojos cerrados, enfocado en los chakras y balbuceando mantras) y en “Sattva Yoga” (un tipo de asana con énfasis en la columna vertebral y la apertura de cadera). A todos estos métodos los bautizó como “Axis Yoga”, “una proyección de mi personalidad, de mi biotipo”.

Pero el yoga es una de todas sus vidas. Tiene mu-chas, como un gato. Si todo aquello lo mostrase como una película, la primera escena la narraría su mamá, Alicia Lerou, pues del niño que fue se acuerda poco. Casi nada.

INFANCIA“Siempre hizo lo que él quiso (…) Debió haber nacido alrededor del 24 de diciembre de 1946, pero lo hizo pasado la medianoche del 1º de enero de 1947. Apenas sabía hablar y cuando lo hacía era para reclamar porque le daban órdenes o lo aseaban; aprendió a decir los garabatos que les escuchaba a los obreros que nos estaban cons-truyendo la casa en La Calera y los aplicaba con frecuencia con la asesora del hogar ‘tonta bobona’, le decía”. Eso fue lo que escribió Alicia, a pedido de Gustavo en el prólogo de uno de sus hijos de yoga. A Gustavo le causa gracia su mamá. La encuentra divertida.

La segunda escena de esta vida mostraría a Gus-tavo Ponce a los 11 años, encumbrado en un tren rumbo a Santiago desde La Calera, mirando por la ventana. Allí, mudo, cada semana miraba las pampas resecas hasta llegar a la Estación Central. De ida y de vuelta.

–Los hermanos viajábamos en el mismo tren, pero no juntos porque éramos muy distintos –describe hoy Gustavo. Eran cuatro los niños Ponce Lerou. Cuando cumplían 11, sus padres los mandaban al Internado Nacional Barros Arana, INBA, internos.

–Recuerdo esa primera noche que llegué. En cada dormitorio, cien alumnos: una cama al lado de la otra. Detrás, un armario. Y así, pabellones de

grado 1, 2 y 3, divididos en A, B, C. En total habrían dos mil estudiantes. Los padres venían a dejar a sus hijos cada semana, nosotros nos veníamos solos. A los seis años ya tomábamos el bus para ir a Quillota. Solos. Éramos muy independientes y cada uno con una personalidad distinta.

–Háblame de tu hermano mayor. Fue yerno de Pinochet, casado con Verónica y hoy es dueño de Soquimich.–Desde muy temprana edad demostró una gran inteligencia y un gran talento para hacer y multiplicar dinero. Tenía menos de 10 años y ya mariscaba en Maitencillo: sacaba locos, jaibas e inmediatamente las iba a vender. Se zambullía con una máscara y luego con el dinero que obtenía compraba aletas e iba mejorando su equipo. Cada vez sacaba más y más mariscos y los vendía a los veraneantes. Al poco tiempo ya tenía una empresa. Yo miraba desde la orilla.

–¿Cuál era tu talento?–Fui introvertido, absolutamente introvertido. Desde muy temprana edad tuve una vida espi-ritual bastante marcada. Me encerraba durante largas horas en mi cuarto a observar mi mente. Después supe que eso se llamaba meditación. Ni siquiera tenía 10 años y ya me hacía preguntas transcendentales.

–¿Qué preguntas? –Por qué estamos vivos, para qué hemos venido a este mundo, cual es la razón de todo esto.

–¿Y tú compartías eso con alguien?–No

–Solo–Solo. – (…)

–A los 11 años, el año 58, tuve en mis manos un libro de yoga. Nadie había escuchado en este país hablar de yoga, nadie. Y yo encontré un libro en una librería de la Plaza de Armas con la cubierta impresa con la foto de un hombre con un turban- te en la cabeza. Era indio. Y me lo compré, aunque por lo general yo iba a leer de pie nada más. Pero éste me lo compré: todavía lo tengo. Es de Selva-rajan Yesudian, se llama Yoga y Deporte. Yo siem-pre estuve muy conectado con mi cuerpo. No me importaba sacarme un 3 en matemáticas, pero si no me sacaba un 7 en gimnasia, me deprimía. Miraba las fotos e intentaba hacer esas posturas. Me llamaba la atención el efecto sobre mi mente el hacer esas posturas.

–¿Tan chico y pensabas en eso?–Yo tenía una vida espiritual muy potente. Me

paraba de cabeza y estaba ahí, me resultaba fácil. –¿Te parabas de cabeza a la primera? ¡Cómo tanto!–Tenía esa facilidad. La primera vez que intenté pararme de cabeza, me paré sin ningún pro-blema. Es cosa de técnica. Y a mí se me daba el cuerpo.

JUVENTUDEscena dos. Gustavo con 17 años, en cama, en-fermo de hepatitis.

–En esos cuatro meses en que no me dejaba la enfermedad “abandoné mi cuerpo y me dejé ir”. Pensé en mi futuro, lo vi, lo vi todo muy claro –dice hoy mirando el muro blanco de la sala.

Su perro ladra y husmea por el balcón hacia la calle.

Fue así lo de Gustavo: cuando salió del INBA entró a estudiar derecho en la Universidad de Chile. Avanzó en los ramos, pero cuando pudo sacar pasaporte sin permiso de sus padres, a los 21 años, se fue a Japón a estudiar artes marciales. Dejó la carrera sin terminar y se las emplumó un día 15 de enero que él recuerda muy bien. En la frontera, su mamá le dio una moneda de oro “por si alguna vez estás en apuros”.

En Buenos Aires se embarcó en un carguero ho-landés. El capitán lo llevó a cambio de su trabajo. Los pasajeros eran gente enferma que iba a morir a su tierra. Dice que él era el único occidental de la tripulación. Los demás, todos orientales. Tuvo que firmar un compromiso de no quejarse después por las condiciones arriba del barco.

–Dormíamos en el fondo de la nave, en unos colchones rellenos con paja. A los moribundos los recogimos en Río de Janeiro y los dejamos en Singapur y Hong Kong. Nosotros teníamos que hacerles de todo, porque algunos ni siquiera podían ir al baño. La gente iba en condiciones muy precarias, medio escondidos.

Así cuatro meses, arriba del buque. Llegó a la isla japonesa Kobe con varios kilos menos. –Esquelético, pero de gratis. En Kobe caminó sin rumbo hasta que llegó a una gasolinera. Era de noche y con el básico japonés que manejaba gracias a unos amigos, los Suzuki, que había conocido en La Cruz, pidió trabajo. El dependiente que lo atendió en Kobe era el hijo del dueño, el señor Sugiura. Éste hizo una llamada telefónica y consiguió que su padre le diera un puesto de trabajo y hospedara al forastero Ponce.

L A C ON V E R S A C IÓN

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–Sus planes eran hacer lo mismo que yo, pero al revés. Irse de Japón a Chile. Y así lo hizo años después. Estuve en su casa un montón de meses. Las ventas de la gasolinera se fueron a los cielos por tener a un tipo como yo. Por ser extranjero era el chiche de los Yakuza, la mafia japonesa. Se reían a carcajadas por la forma en la que yo hablaba el japonés.

1968. Se fue de la casa de los Sugiura para inde-pendizarse: arrendó una pieza sin baño y cambió su trabajo de gasolinero por otro, por otro y por otro. Paralelamente estudiaba artes marciales, hasta que consiguió ser “cinturón negro”. Sus entrenamientos los financiaba –dice– con clases de español. Un día lo contrataron del Canal Fuji de Televisión para que sirviera de intérprete a dos chilenos invitados al programa “Bankoku Bikkuri Show” (“Cosas sorprendentes del mundo”). Uno de los invitados era el “Hombre Pájaro”, Arturo Martínez, que imitaba el sonido de las aves, los aviones y el mar. Otro hacía sonar los nudillos de sus manos como castañuelas. Y Ponce tenía que explicarle a los japoneses qué diantres hacían sus compatriotas.

–Y parece que les gustó mi participación porque dos semanas después, me llamaron para parti-cipar en talk–shows y en un programa donde tenía que contar cuentos vistiendo un kimono. Así, comenzó a ganar más dinero y pudo arren-dar una pieza con baño. Aceptaba el trabajo que viniera.

–Hasta fui intérprete de un Miss Mundo y de una convención de meteorología. También fui portada de una serie de libros donde los protagonistas eran un negro y yo.

Pero lo más raro que hizo fue vender la imagen de un Cristo que guiñaba un ojo si uno pasaba frente a él. Eso y una Biblia, ofrecida puerta a puerta.

Como se estaba desenfocando del plan de ser un judoka, renunció a la venta del Cristo y se matriculó en el Naganuma Japanese School. También aprendió caligrafía japonesa dibujada con pincel Shodo. El ministerio de Educación de Japón les exigía aprender 2.000 caracteres a los alumnos de la educación superior.

–Pero como soy exagerado para todo, aprendí 4.000 –cuenta en uno de los tantos libros de yoga que escribió Ponce.

Hasta que –jura– se aburrió de la fama de la tele “porque le pedían muchos autógrafos” y se fue a Estados Unidos, siguiendo a una chica del Holiday on Ice.

–No sólo por amor me fui. (…) Mi popularidad y fama aumentaban día a día... Me sentía cons-tantemente observado.

Poco duró en las tierras del Tío Sam. Volvió a Japón en el año 1971. De regreso probó el LSD, viajó en Transiberiano, fue a India, practicó yoga Bikram y cruzó toda Europa junto a un ex compañero del INBA en un furgón Volkswagen, adaptado con camas y anafe. Para regresar a casa, tuvo que vender la moneda de oro que le había dado su madre antes de partir.

–Una pena, era mi talismán –dice resignado.

DESGRACIATanta vuelta. Todo escrito en libros. Su cuerpo, marcado a punta de asanas y pranayama. Om. Tan om. ¿Pero cómo fue que un judoka cinturón negro y hoy gurú del yoga nacional llegó a traba-jar para Augusto Pinochet en 1976? ¿Fue porque su hermano Julio Ponce Lerou estaba casado con la hija de Pinochet y lo recomendó? Gustavo Ponce da su versión: “No. Ese trabajo me lo gané yo solo. Mi hermano estuvo casado

con la hija del presidente Pinochet, de la cual se divorció. Luego estuvo casado ¡dos veces más! Ya no era el yerno”.

–¿Tu apoyaste ese período?–Una de las cosas que yo considero positivas del gobierno militar, fue que se rodearon de las perso-nas más idóneas para diferentes cargos. Abrieron el comercio al exterior, que estaba totalmente cerrado porque Allende quería producir autos en Chile, televisores en Chile, todo en Chile. Y si no, “traigámoslo de Rusia, de Cuba”. Pero vienen los Chicago Boys y abren el país para mejor. Querían abrirlo al mundo, pero para hacer los contactos en Japón no tenían a nadie. Buscaban y buscaban y no encontraban a nadie”, describe con calma.

En esos años, Gustavo Ponce Lerou trabajaba para Marubeni Corporation, multinacional que traía a Chile los vehículos Nissan. Lo contrataron para ser asistente del gerente en Chile, Kenkichi Ishihara. A este japonés lo acompañó a una reu-nión de negocios con el almirante Roberto Kelly, ministro de ODEPLAN.

–Después de la reunión, Kelly me hizo una se-rie de preguntas, las contesté y me fui. Al día siguiente yo estaba en mi oficina de la Marube-ni, leyendo el diario y la secretaria me pasa el teléfono y me dice: es el edecán del presidente Pinochet. Yo pensé ¿qué hice ahora? Me citó en el Diego Portales, un edificio horrible. Estuve en la sala de espera, rodeado de uniformados. A mi lado estaba Gordon, un gordo, chico, pelado que yo notaba que transpiraba y transpiraba. Yo lo miraba y decía ¿porque estará tan nervioso? Y como el nerviosismo se contagia… comencé a ponerme nervioso y a transpirar. –(…)

–Y fíjate que hacen pasar a una serie de personas primero, después le toca a él y yo me voy que-dando para el final. No sé cuánto rato estuve

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esperando. Me citaron a las 3 de la tarde y entré después de las 5:30. No tenía otra alternativa, no me podía ir tampoco.

–Tú lo conocías, lo habías visto antes: a Pinochet. –Nunca lo había visto en mi vida.

–¿Ni en el matrimonio de tu hermano?–Yo estaba fuera del país, nunca estuve acá en Chile. No vine al matrimonio.

–Y así que entraste por fin. ¿Qué te dijo? –Se paró y me saludó con voz de hombre de campo. “Mira, te estoy mandando a Japón”. No era que si quieres ir a Japón o no: “Yo te estoy mandando a Japón, de vuelta”. Eso me dijo. ¿Qué le dice uno ahí? Después me mandó a hablar con Hernán Büchi y así fue pues que me convertí en agregado comercial de Chile en Japón. ¿Dónde está la intervención de mi hermano? Yo no la veo.

–Se intuye que pudo haber una ayudadita. –He oído mucho eso, pero no fue así. Yo con mi hermano somos muy distintos. Cada uno va por su lado.

–¿Después hablaste frecuentemente con Pinochet? –Más cuando fue el “Filipinazo”, cuando no lo dejaron entrar a Filipinas por asuntos de Estado. Ahí me empezó a llamar por teléfono para que yo intentara averiguar realmente qué había pasado. Era que EEUU estaba enojado por algo, una serie de cosas que ni siquiera yo entiendo. A Pinochet lo vi como tres veces nada más. Yo me entendía con los ministros.

–¿Cuál fue la orden que te dio? – “Te mando a meter los productos chilenos allá y traer plata de allá para acá”. Eso.

–¿Lo lograste?–Plenamente. Llegamos a hacer que Japón fuera para nosotros el socio económico más importante.

Entraron miles de millones con la fruta, la ma-dera, la pesca que mandábamos. Con mi equipo hicimos un trabajo de joyería. Los desplazamos a todos. Hasta que el presidente Pinochet perdió el referéndum: un dictador normalmente lo que quiere es seguir para siempre. Pero él se sometió a la votación pensando que iba a ganar. Pero perdió y se fue.

–Tú hablas en general bien de la dictadura. Los abusos a los derechos humanos, ¿no te compli-can la existencia?–No me pronuncio porque yo tampoco estuve acá. No viví lo que pasó. Lo único que te puedo decir es que los gobiernos de ahora han continuado el plan económico de Pinochet. Yo creo que hoy día Chile es lo que es, gracias al gobierno de Pi-nochet. Comparemos Chile con los otros países latinoamericanos: ¡no hay comparación! Y yo te digo de política nada, no me interesa, no he participado ni siquiera he sido miembro de un grupo de boy scouts. Nada, nunca. Ni antes ni después, sólo observo desde afuera, como un extranjero. Porque si bien es cierto soy chileno, nacido en Chile, me he pasado más de la mitad de mi vida fuera de Chile.

–Interesante que no te arrepientas de haber trabajado para Pinochet. Como todos los que se arrepintieron luego del asunto del Riggs y todo lo demás. –Mi cuento es el yoga. No tengo nada que ganar con decir que Pinochet fue malo o bueno. Yo soy libre de decir lo que quiera, de opinar lo que quie-ra, cuando quiera, donde quiera. Me da un bledo todo, esa es mi naturaleza, no tengo ataduras de ningún tipo. Ahora me tengo que concentrar en mi página web. Mándame preguntas por mail.

Corte. El web master le espera. Cuatro horas más tarde, Gustavo Ponce va al programa “Aló Agricultura” de Eli de Caso en radio Agricultura. Allí, en vivo, le cuenta los planes que tiene para el futuro:

hacer clases en Ucrania, en Brasil, ir a un evento como un Lollapallooza yóguico en las Termas de Chillán, escribir el libro número 17, liderar un viaje a la India en hoteles cinco estrellas, visitar con un grupo pagado los palacios de los Majarayas, cruzar el desierto, andar en camello, en elefante, hablar con “hombres notables” de la India.

–Sin el yoga nada de esto tendría sentido –le dice Gustavo a la Eli, con evidente tristeza.

Eli le responde a lo Eli: “Cuéntale a nuestra gente. Cuéntale que fuiste diagnosticado con un cáncer al sistema inmunológico”. Gustavo: “Este año 2012 lo he pasado un poco mal. He estado pasando por momentos bastante difíciles, pero ya los estoy superando. En junio me diagnosticaron una recaída del cáncer y como tratamiento me ofrecieron un trasplante de médula. He estado haciéndome biopsias, montones de exámenes, pero en definitiva, el cáncer volvió. El 2004 pasé ocho meses en qui-mioterapia. El 2005 una neumonía se sucedía a la otra. Pero ahora no quiero más eso y me fui a internar a la clínica de una doctora ayurvédica y antroposófica que me prohibió los tomates y los champiñones, entre otros tratamientos. Me siento mejor, pero lo he pasado mal”.

Eli: “Pero viejito, las emociones se somatizan. Nos mandan estas cosas para ser más humildes, para saber que lo importante en la vida es el amor, no el ego”.

Vuelta atrás: Antes de salir de su departamento, antes de que se vaya a la entrevista le dije, en broma, que creía que Eli de Caso quiere pololear con él. Se rió. –¿Cómo sabes? Si tú has tenido hartas mujeres, tienes suerte –lo trato de convencer. –¿Y dónde están ellas? Yo ahora sólo tengo un perro. Y me cierra la puerta.

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Por Tomás Vio/ fotografías de Saúl y Paloma Palominos.

Cuando yo empecé a escribir lo hice en torno a la marginalidad y la mecánica del teatro hizo que esas obras se estrenaran juntas. Estamos hablando de Uñas Sucias, Hans Pozo, Niñas Araña. Entonces, como era un dramaturgo jo-ven, me empezaron a asociar a la marginalidad. Una vez di una charla en una universidad y en un minuto hice un alcance: “Oye perdón, tengo la idea que hay una confusión”. A mí me daba la impresión de que creían que yo mismo venía de un ambiente marginal desde donde había empezado a crear. Tuve que aclararles que soy de clase media, pequeñoburgués.

La marginalidad económica supera la cultural, la social. De mis obras lo que me atrae es que constituyen paradigmas de marginalidad política. Eran tantas las capas de marginalidad que habitaban en los personajes de mis obras, que mezclándolas con el teatro y las estructuras del pensa-miento trágico, esa marginalidad empezaba a constituirse en una especie de oráculo que los condenaba a destinos trágicos, en el caso de Hans Pozo. Se trata de una sumatoria de realidades: era huacho, la familia no lo había querido, era pobre, era eventualmente homosexual, prostituto, papá soltero, era rubio, producía rechazo en su medio, un racismo inverso, no tenía por dónde escapar.

A mí siempre me han seducido las capas marginales, los perdedores, por su capacidad de generar lenguaje. Yo especulo que esa generación de lenguaje viene a ser una suerte de resistencia a esta marginalidad cultural, a resistir el

canon oficial. Al generar esto crean un canon alternativo donde por fin serán los que determinen, los que legitimen. Esa inventiva siempre me atrajo, por-que la otra clase, la clase dominante, no importa directamente.

Las escuelas de teatro te enseñan a facturar para el público iniciado en el teatro. Enfrentarse con cabros que en su vida han visto teatro es un proceso enriquecedor. Lo que se debería hacer tiene que ver con voluntad política, con lo que puede hacer el Estado. Cuando digo Estado no me refiero solo al aparato gubernamental sino a tener una idea de país, un objetivo de país, ¿qué quiere este país?

Me parece que aunque fuese un círculo vicioso, por lo menos se genera la ilusión de que va a cambiar algo. Me gusta más eso o como dice Mauricio Redolés: “Prefiero el caos a esta realidad tan charcha”.

En la idea de la felicidad se ha excluido la emoción rabia, en ningún comercial aparece como felicidad la idea de un sujeto enrabiado. El rabioso es margina-do y se le pone inmediatamente el rótulo de resentido. Es una sociedad que permanentemente está en contacto con la rabia, la gente se encuentra en el semáforo y se baja del auto y se empiezan a agarrar a combos. Curiosamente con el tiempo he ido reconciliándome con mis propias rabias, entendiéndo-las como resultantes de procesos que no tienen que ver conmigo, estoy más viejo, uno va madurando.

El dramaturgo Luis Barrales, autor de Uñas Sucias, Hans Pozo, Niñas Araña, afirma que lo que le atrae de los perdedores y marginales de sus obras es su constitución como paradigmas políticos, oráculos que

superan lo cultural y lo social. “Son sumatorias de realidades”, dice.

La poderosa capacidad de generar lenguaje

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Yo hago una clase y tengo alumnos que están construyendo su visión de mundo a partir de la dialéctica marxista, hacen una definición del mundo entre burgueses y proletarios y el burgués adquiere la etiqueta de maligno, mientras que el proletario es santo, entonces es difícil explicarles. Eso pasa por un ejercicio político que el país no ha hecho. Yo quiero que se haga y eso necesariamente va a implicar pelear: un país, un grupo, y eso implica que puede haber sangre, no literal ojalá. La historia dice que los grandes cambios sociales son liderados por agentes burgueses, gente que desde la misma burguesía se desmarca y son capaces de mirar a los demás y entender que lo que consideraban un privilegio es un derecho.

Hay dos proyectos que me interesan. Estamos trabajando con Sebastián Jaña, reescribiendo una obra de Jean Genet que se llama Severa vigilancia. Ocurre en una cárcel y tiene que ver con cuestiones arcaicas, todavía no sa-bemos si es a partir del lenguaje o del argumento, a partir de la ética o a partir de la estética, estamos probando, pero claramente va a hablar de dis-criminación. Genet entronizaba a los delincuentes como héroes porque eran los únicos capaces de violar las reglas impuestas y al resto de los sujetos in-tegrados al modelo los trataba de sumisos. Si es que hubiese que refundar el planeta, habría que hacerlo con delincuentes porque eran los únicos capaces de generar pensamiento propio.

La otra obra la estamos proyectando con Pablo Casals, director joven que hizo hace poco Los Invasores de Egon Wolff. Con él vamos a hacer un trabajo ambientado en la casa de Allende, la de Tomás Moro, el 10 de septiembre, desde las 10 de la noche. Termina cuando Allende se va a La Moneda. Hay versiones de gente que dice que a las 10 de la noche Allende sabía que había golpe de Estado. Entonces nadie se ha atrevido a abordar este tema desde un tono mínimamente documental. La idea es tener la mayor cantidad de antecedentes posibles para saber dónde ponerlos o no, pero claramente va a haber ficción. Tiene que ver con una tesis que queremos desarrollar. Me intriga profundamente ese último discurso que dice Allende, cómo lo con-figuraron, cuándo se escribió. Discutir una palabra puede cambiar todo. Me intriga el Allende no político. Uno discute las cosas importantes. Me niego a creer que un sujeto que sabe que va a morir a las 6 de la mañana, no haya tenido un episodio de crisis, de profunda negación.

La marginalidad es una institución creada, no existe per se, se va producien-do a partir de un desarrollo sistémico. Los sistemas de control a esta altu-ra son sofisticados. Es complejo, no hay voluntad política de erradicarla. La única voluntad es redistribuyendo la riqueza y eso le significaría perder el privilegio a muchos porque están convencidos que es un derecho. En Chile aparentemente no hay tanta corrupción como en otros países porque al final todos los que tienen poder están tirando para el mismo lado.

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Resistencia Verbal Por Alejandra Costamagna.

Luis Barrales

Lo hizo en H.P. (2007), La chancha (2008) y Niñas araña (2008). El dramaturgo Luis Barrales miró la calle, juntó memoria, recordó su Laja natal, clavó el oído en el barrio, almacenó rabia, se convenció de que la lucha de clases estaba más viva y colean-do que nunca, y entonces escribió. Le importó un pepino si lo trataban de trasnochado o resentido. Lo que hizo fue tomar impulso rapero, dar ritmo a la rabia y convertirla en palabra viva, en dialecto de la orilla, fuera de la chilenidad de exportación.

Lo hizo entonces y lo siguió haciendo en las co-lumnas que escribió para el suplemento LCD del diario La Nación Domingo, entre 2009 y 2010, entre los últimos jadeos de Bachelet y los albores de un Piñera fresquito, que zanjó el camino para trazar las coordenadas de este “Chile feo”, como titula una de sus crónicas. Escúchenlo:

“En la calle linchamos a los pungas y cogoteros pero ungimos presidenciable al que explota a los obre-ros, descargamos la pica con el que roba carteras y al que elude los impuestos le sobamos las hue-vas, vivimos todos soñando con ser millonarios por eso votó la mitad por un mitómano empresario”, corea el dramaturgo. Y tiene pilas para rato: “Cree-mos firmemente en la idea del progreso y por eso llenamos de momios los sillones del Congreso, nos dejamos influir por los flashes y oropeles, aquí salió elegido el que puso más carteles, nos compramos boquiabiertos las más insólitas promesas, porque pa’ analizarlas no ocupamos la cabeza, no pensa-mos por nosotros para elegir al que nos manda, repetimos como loros lo que dice la propaganda: todo lo malo de Chile es por culpa del Estado, mien-tras lo bueno y lo bonito es esfuerzo del privado”.

Ácido y lúcido en las mismas proporciones, Barrales no se amilana al revelar su perspectiva de clases a la hora de los quiubos. La actualidad noticiosa, la crónica roja y el día a día le sirven para dar voz a los callados, a los okupa, al huacherío, a los “péndex de la pobla” que se toman la piscina del Estadio Nacional para escapar del calor sin pavimento, a la chusma. Pero también al “lumpenaje mediatizado e hipermoderno”, a los patos malos y a los choros (que “son choros porque inventan palabras nuevas, no como el cuico que se las chorea al inglés, y hacen del lenguaje una pichanga ascurría que modelan para crear belleza y poder soportar lo cuma de la existencia misma”). O sea, a los más botados, ex-cluidos y ninguneados del sistema.

Y entonces, por oposición, Barrales dispara contra el criterio mercantil que opera en distintos niveles, la voracidad del poder, la homofobia, el choque entre la legalidad y la ética (lo enquistadamente legal no siempre equivale a lo más sensato), los pechoños, la banca usurera, el puñal de los nazis, las fanfarronerías mediáticas de Bonvallet y de los que “aprendieron de él a rotear y a ningunear”, el faranduleo ideológico, las farmacias coludidas, ciertas nociones de familia nada inocentes en el fondo y en la forma. Barrales dispara. Resiste, afi-na la puntería y dispara con calibre propio en co-lumnas como “Maricones discriminadores”:

“Entérense que ser familia no es un concepto de ellos nomás, que se puede ser familia con otro de su mismo sexo o si queremos con puros amigos que quieres y te quieren o hasta con un gato (…) Despabilemos que esos que tanto defienden la familia lo único que anhelan es que sigamos pa-

riendo prole para ocuparlos de mano de obra y no quieren matrimonios gay por la misma razón que no quieren condón, ley de aborto ni píldora del día después. Porque si no nace tanto huacho para obrero, la mano de obra va a empezar a escasear… y entonces tendrían que subir los sueldos. Entre otras muchas cosas más”.

En estos textos oportunamente reunidos por el último editor del suplemento LCD, Rodrigo Qui-roz, hay sintonías evidentes con las prosas y las perspectivas de Pedro Lemebel, Juan Radrigán, Mauricio Redolés e, incluso, con el perfil más ca-llejero de Claudio Bertoni. Pero hay sobre todo un lenguaje propio, que se alimenta de un mestiza-je de géneros que va desde la crónica al cuento, pasando por el monólogo y la poesía. Cuentos poéticos acronicados monologantes, si se quiere, de un Chile segregador, racista, homofóbico, ver-gonzoso. Eso es lo que hace Luis Barrales, eso es lo que ha venido haciendo: sacudir las palabras en una coreografía fresca, despierta y “ascurría” de resistencia verbal.

*Este texto corresponde al prólogo de El año de Ba-rrales, libro de crónicas del dramaturgo Luis Barrales reunidas y editadas por Rodrigo Quiroz, que será pu-blicado en los próximos meses por editorial Cuneta.

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Por Antonio Gil.

La dama de blanco o Mamá Grande, que es el alias con que se conoce interna-cionalmente en el submundo del negocio editorial a la súper agente Carmen Ballcels, ha declarado en su momento, desde su más profunda y pragmática catalanidad y sin empacho alguno: “El boom se inventó para vender, no es un club de amigos”.

Muy lejos está pues este fenómeno de escritura y difusión, que como sabe-mos se puede datar circa de mil novecientos sesenta y dos, de ser un prodigio surgido de la nada, a punta de imaginaciones febriles, tiempos fragmenta-dos, discursos dislocados y por cierto muchísimo, pero muchísimo talento. No hay aquí una erupción telúrica ni el tifón de tinta que algunos incautos imaginan. Nada hay de espontáneo por cierto en el fichaje de quienes con-formarían esta legión de “redescubridores de América”. La dama de blan-co y el poderoso editor Carlos Barral se habrán sentado una noche, frente a frente y lápiz en mano, a elaborar el listado de los nombres, algunos de los cuales alcanzarían incluso ese premio sueco que quita el sueño a miríadas de autores a lo largo y ancho de este solitario planeta.

Con la complicidad del mentado editor y coterráneo suyo, pues, esta visio-naria titiritera del mundo del libro es la madre indiscutida de uno de los fe-nómenos más destacados en la literatura del siglo pasado. Un producto de marketing puro y duro que permitió salieran, de las sabanas de Colombia y de las aldeas andinas, obras que soplaron sobre la Historia de la Literatura Contemporánea, textos de una potencia y un vigor deslumbrantes. “Increí-ble el primer animal que soñó con otro animal. Monstruoso el primer ver-tebrado que logró incorporarse sobre dos pies y así esparció el terror entre las bestias normales que aún se arrastraban, con alegre y natural cercanía, por el fango creador. Asombrosos el primer telefonazo, el primer hervor, la primera canción y el primer taparrabos. Hacia las cuatro de la mañana de un catorce de julio, Polo Febo, dormido en su alta bohardilla de puerta y venta-

nas abiertas, soñó lo anterior y se disponía a contestarse a sí mismo”, nos dice Carlos Fuentes abriendo su novela Terra Nostra. Increíble el sueño de este dúo Ballcels–Barral. Y monstruosos estos vertebrados que, en Barcelona o en alguna cala de la costa catalana, lograron incorporarse para mirar más allá del Atlántico hacia estas costas de prosa enmudecida por los violines de la poesía. Esa prosa que brotó a borbotones de las sinapsis cerebrales de Ga-briel García Márquez, Mario Vargas Llosa, Carlos Fuentes, Juan Carlos Onetti, Julio Cortázar, Cabrera Infante y José Donoso, que son en propiedad los nom-bres elegidos al calor de unas gambas al pil pil y unos whiskies. (En el caso de Barral, varios según sus más cercanos.)

Mil novecientos sesenta y dos es la fecha inaugural de este notable invento de la industria librera, por ser el año en que Vargas Llosa publica su primera novela: La ciudad y los perros, pese a que algunos ven la amanecida del Boom en el Rayuela de Cortázar, publicado un año más tarde. Años más, años me-nos, el suceso digitado desde España succiona como la estela de un Boeing 747 a otros nombres de nuestra prosa, algo más viejos, como el Nobel Gua-temalteco Asturias, Alejo Carpentier, el paraguayo Roa Bastos, Arguedas, el Nobel mexicano Octavio Paz y algún otro que se nos queda fuera del teclado (todos ellos un boom en sí mismos y por derecho propio), al tiempo que deja en tierra, a pesar de sus múltiples pataletas y berrinches, a otros escritores considerados de menor calado para la operación imaginada por el binomio Barral–Ballcels, o quizá menos dóciles a las indicaciones precisas, marcacio-nes y modalidades de juego que con toda seguridad se entregara a cada uno de los miembros de este dream team fuertemente influenciado por la tesitu-ra de Faulkner, Virginia Woolf, Dos Passos, Sartre y papá Hemingway.

El caso es que el mundo se nos llenó de golpe de mariposas amarillas, raros mosaicos y quiebres espacio temporales. Cortázar claramente no fue de los primeros en engrosar el listado y fue incorporado más tarde por un efecto

Ya no hay misterios respecto a qué fue exactamente el boom que, pese a su sonido dinamitero, en nuestro país cumplió medio siglo sin pena ni gloria. Nadie recordó ese 1962 que para nosotros es y será una efeméride futbolística en sepia, triste ya, con un Mundial en que consagramos nuestra sólida vocación de terceros en todo.

A cincuenta años de la gran

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de asimilación, merced a la sorpresa inaudita que generó su trabajo de escri-tor genuino y deslumbrante. Otros que lo intentaron no corrieron la misma suerte y se quedaron a la intemperie, fuera del cobijo de la señora y sus hilos incontables hacia todos los rincones del mundo cultural y político, allá y acá del océano.

Poco antes de morir, Carlos Barral dio una entrevista en la cual afirmó que de los del boom ya no quedaba ninguno. ¿Sería quizá la mirada de quien baja a la cava a buscar días felices que se ha llevado el viento? Vender libros, miles, millones de libros, era la consigna tal y como reconoce la “dama de blanco”, meta que se logró con creces, pese a que según algunos críticos este producto editorial vino a enturbiar la manoseada “identidad” de Latinoamérica con un conjunto de chirimbolos que poco o nada tienen que ver con los hallazgos realizados por Neruda, Arguedas u otro santo de altar de nuestras letras, los que sí habrían encontrado (y no inventado artificial-mente) trazas de esa dichosa y sospechosa identidad nuestra.

Según el novelista peruano Mario Vargas Llosa, el boom Latinoamericano viene a representar la ruptura de la novela, para sus representantes, con respecto a aquella literatura costumbrista, regionalista. Volviéndose de este modo más urbana, acoplando técnicas más novedosas en la narración. Y esto y lo de más allá.

Pero como la ingenuidad no es buena consejera, y siempre es mejor saber quién y cómo se mueven los hilos del tinglado y de qué lado del pan está la mantequilla, y ya no hay misterios respecto a qué fue exactamente el boom que, pese a su sonido dinamitero en nuestro país, cumplió medio siglo sin pena ni gloria. Nadie recordó ese 1962 que para nosotros es y será una efeméride futbolística en sepia, triste ya, con un Mundial en que con-sagramos nuestra sólida vocación de terceros en todo. Ahí está, primera entre las primeras, winner entre los winner de esas escuelas de alquimia que son las casas editoras, la Mamá Grande, a quien sólo García Márquez le habría bastado para llenarse de oro hasta las cejas, pero que impulsada por un ojo comercial sin precedentes metió en su establo a todos los caballos del hipódromo, manejándoles las citas, las giras, las notas en la prensa, las tarjetas de crédito, y hasta las horas al dentista. Bien por ella y por su inven-ción de esa camada de jaguares, ese nidal de cóndores que nos llenaron la juventud de su imaginación pasmosa y alucinante.

Han volado cincuenta años. Y más allá o más acá de su origen o los metáli-cos propósitos catalanes del boom, este fue sin duda una década prodigiosa para las letras mundiales. Cosa que está fuera de toda discusión. Y quizá sea encerrada en palabras de García Márquez en Cien años de soledad donde po-

damos encontrar la mejor metáfora de lo que el Boom significó para quienes nos enfrentamos a él y lo vivimos con una intensidad cercana al paroxismo: “Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento, el coronel Aure-liano Buendía había de recordar aquella tarde remota en que su padre lo llevó a conocer el hielo. Macondo era entonces una aldea de veinte casas de barro y cañabrava construidas a la orilla de un río de aguas diáfanas que se precipitaban por un lecho de piedras pulidas, blancas y enormes como huevos prehistóricos. El mundo era tan reciente, que muchas cosas carecían de nombre, y para mencionarlas había que señalarlas con el dedo. Todos los años, por el mes de marzo, una familia de gitanos desarrapados plantaba su carpa cerca de la aldea y con un grande alboroto de pitos y timbales daban a conocer los nuevos inventos. Primero llevaron el imán. Un gitano corpulento, de barba montaraz y manos de gorrión, que se presentó con el nombre de Melquíades, hizo una truculenta demostración pública de lo que él mismo llamaba la octava maravilla de los sabios alquimistas de Macedonia. Fue de casa en casa arrastrando dos lingotes metálicos, y todo el mundo se espantó al ver que los calderos, las pailas, las tenazas y los anafes se caían de su sitio, y las maderas crujían por la desesperación de los clavos y tornillos tratando de desenclavarse, y aun los objetos perdidos desde hacía mucho tiempo apa-recían por donde más se les había buscado y se arrastraban en desbandada turbulenta detrás de los fierros mágicos de Melquíades. “Las cosas tienen vida propia -pregonaba el gitano con áspero acento-, todo es cuestión de despertarles el ánima.” José Arcadio Buendía, cuya desaforada imaginación iba siempre más lejos que la magia, pensó que era posible servirse de aquella invención inútil para desentrañar el oro de la tierra. Melquíades, que era un hombre honrado, le previno: “Para eso no sirve.” Pero José Arcadio Buendía no creía en aquél tiempo en la honradez de los gitanos, así que cambió su mulo y una partida de chivos por los dos lingotes imantados... Exploró palmo a palmo la región, inclusive el fondo del río, arrastrando en voz alta el conjuro de Melquíades. Lo único que logró desenterrar fue una armadura del siglo XV con todas sus partes soldadas por un cascote de óxido cuyo interior tenía la resonancia hueca de un enorme calabazo lleno de piedras.

Por ahí, a cincuenta años de distancia, y cuando todos sí creíamos en la honradez de los gitanos, podemos recordar hoy frente al pelotón de fusi-lamiento ese día remotísimo en que terminamos de leer Conversación en la Catedral, La casa verde, Monólogo de Isabel viendo llover en Macondo u otras de las decenas de piezas maestras que vinieron a despertarnos el áni-ma y nos empujaron a explorar palmo a palmo este suceso de las letras con nuestros propios lingotes imantados, buscando el oro refulgente del asom-bro y de la maravilla. Esa desaforada imaginación que iba siempre más lejos que la magia.

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¿Para qué ser un alfeñique de 45 kilos cuando puedes ser un hombre de verdad? ¿Por qué aguantar atropellos y ofensas sólo porque no eres capaz de defenderte?

Nuestros padres y abuelos también sabían que perder o ganar a veces pasaba por aprender o no unas cuantas lecciones. Por correspondencia.

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