Razones Del Historiador

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Carlos Forcadell Álvarez (ed.) magisterio y presencia de Juan José Carreras

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UNIVERSIDAD DE ZARAGOZADpto. de Historia Moderna y Contemporánea

ASOCIACIÓNDE HISTORIA CONTEMPORÁNEA Carlos Forcadell Álvarez (ed.)

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Juan José Carreras Ares (A Coruña, 1928) fue catedrá-tico de Historia Contemporánea en la Universidad deZaragoza hasta su jubilación en 1998, obtuvo la con-dición de profesor emérito de la misma y falleció el 4de diciembre de 2006. Estudiante brillante y tempra-no opositor al franquismo, se doctoró en 1953 en laUniversidad Complutense de Madrid y comenzó en1954 una larga estancia de once años en la Universi-dad de Heidelberg, periodo en el que se encuentran lasclaves de su formación y de su posterior proyecciónacadémica, docente e investigadora en la Universidadespañola. A su regreso de Alemania obtuvo por oposi-ción la cátedra de Geografía e Historia del InstitutoGoya de Zaragoza en1965, fecha en la que dio comien-zo su vinculación a la ciudad de Zaragoza y a su Uni-versidad.

Juan José dejó profunda huella en sus alumnos y tuvo numerosos discípuloscuyo respeto intelectual y afecto personal no han hecho sino crecer con elpaso del tiempo. Tuvo un papel determinante en la renovación de la histo-riografía y del propio profesorado universitario durante el final de la dicta-dura y las primeras etapas de la democratización de la sociedad y la culturaespañolas, contribuyendo destacamente a disolver los controles e inerciascorporativas procedentes del régimen anterior. Para muchos el Dr. Carrerasha sido un maestro de historiadores y un auténtico maître à penser, desdesu dimension de intelectual crítico y de ejemplo profesional y cívico.

Al cumplirse un año de su desaparición, los días 13 y 14 de di-ciembre de 2007, tuvieron lugar unas jornadas concebidas bajoel título de Razones de Historia. Presencia y memoria de JuanJosé Carreras, organizadas por el Departamento de HistoriaModerna y Contemporánea de la Universidad de Zaragoza, laInstitución «Fernando el Católico» y la Asociación de HistoriaContemporánea. La convocatoria se propuso comenzar a regis-trar y organizar su herencia intelectual, profesional, humana,siguiendo el guión temático y metodológico que, con tanta dis-creción como eficacia, trazó para la docencia y la investigaciónhistóricas el profesor Carreras.

Este libro, Razones de historiador, recoge elresultado de aquel encuentro con el que sepretendía reconocer la influencia profesio-nal y personal de Juan José Carreras en laHistoria Contemporánea y en la Universi-dad. Sus cuarenta aportaciones, proceden-tes de once universidades, constituyen algomás que una miscelánea de textos y análi-sis dispersos; insisten en las múltiples carasy dimensiones de su magisterio, informal,humano, crítico, bondadoso, y configuranuna visión coral de su influencia y presen-cia en las aguas profundas de la profesióny la historiografía españolas.

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COLECCIÓN ACTAS

HISTORIA

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Publicación número 2.879 de la

Institución «Fernando el Católico»

Organismo autónomo de la

Excma. Diputación de Zaragoza

Plaza de España, 2, 50071 Zaragoza (España)

Tels. [34] 976 288 878 / 976 288 879

Fax [34] 976 288 869

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http://ifc.dpz.es

EDITA

Institución «Fernando el Católico»

DISEÑO GRÁFICO Y ARTE FINAL

Víctor M. Lahuerta

IMPRESIÓN

Isac Artes Gráficas, Zaragoza

ENCUADERNACIÓN

Larmor, Madrid

ISBN: 978-84-7820-996-5

Depósito legal: Z-1.909/09

© De los textos, sus autores. 2009.

© Del diseño gráfico, Víctor M. Lahuerta. 2009.

© De la presente edición, Institución «Fernando el Católico». 2009.

Hecho e impreso en España – Unión Europea

Made and Printed in Spain – European Union

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para Mari Carmen, Hansi, Friedel, Pablo

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Juan José Carreras falleció repentinamente el 4 de di-

ciembre de 2006; su familia, al final de la tarde, lo encon-

tró caído sobre su mesa de trabajo, en la que se encontra-

ban notas, textos, materiales y libros para preparar una

lección, prevista para el próximo 18 de diciembre, sobre

«La Segunda República española y la política europea de

los años treinta», correspondiente a un curso que se ha-

bía organizado en la Institución «Fernando el Católico»

con motivo del 75 aniversario de la Constitución de 1931.

Me atreví a sustituirlo en esa intervención, intentando re-

cordar y reconstruir sus argumentos principales, que le

había oído con frecuencia, que él había enunciado en di-

versos foros ese año de la memoria histórica que finali-

zaba y que pude ver en forma de guión provisional en su

lugar de trabajo. Tenía intención de subrayar los elogios

que mereció de los constitucionalistas de los años treinta

aquel artículo 6º de la joven Constitución de 1931 por el

que se renunciaba a la guerra como instrumento de po-

lítica nacional, lo cual armonizaba por primer vez un tex-

to constitucional europeo con el Pacto de la Sociedad de

Naciones y con el pacto Briand-Kellog de 1926; no era la

primera vez que iba a utilizar su profundo conocimiento

de la política europea de los años treinta para explicar,

tan didáctica como convincentemente, que la huelga ge-

neral de octubre de 1934 fue una respuesta tímida, de-

fensiva, de las organizaciones obreras españolas, a la vis-

ta del detallado conocimiento que tenían de lo que les

había sucedido pocos meses antes a sus compañeros so-

cialistas alemanes y austriacos. Sobre su mesa de trabajo,

también las crónicas parlamentarias de Luis de Sirval, jo-

ven periodista que fue víctima de la represión en la Astu-

rias del otoño de 1934, y subrayados párrafos en los que

reiteraba la impresión de que el Parlamento de 1931 es

para mí el mejor que ha tenido España […], era el resul-

tado de un proceso histórico […]. No ha tenido España,

no tendrá después de éste, en muchos años, un parla-

mento semejante, de tan altas virtudes, testimonios y ar-

gumentos que iba a usar, junto con otros, para subrayar

que testigos y sectores de la opinión pública ya enten-

Introducción:Razones para el recuerdo

de Juan José Carreras

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Universidad de Zaragoza

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dían que la República culminaba, a la vez que iniciaba, un proceso de democratización de la so-

ciedad y de la política españolas1.

Todo profesor que deja profunda huella en sus alumnos, como supo hacer el Dr. Carreras

durante más de tres décadas en la universidad española, es un buen profesor. Todo profesor que

tiene numerosos discípulos cuyo respeto intelectual y afecto personal no han hecho sino crecer

con el paso del tiempo es un maestro. Juan José, desde su retorno a la universidad española en

1969, tras largos años de formación y espera en la Universidad de Heidelberg, ha sido un maestro

de historiadores, y un auténtico maître à penser desde su dimensión de intelectual crítico y de

ejemplo profesional y cívico.

Al cumplirse un año de su desaparición, los días 13 y 14 de diciembre de 2007, tuvieron lu-

gar unas jornadas concebidas bajo el título de Razones de Historia. Presencia y memoria de Juan

José Carreras (1928-2006), organizadas por el Departamento de Historia Moderna y Contempo-

Participantes y asistentes en las jornadas sobre su recuerdoen la Universidad de Zaragoza (13 y 14 de diciembre de 2007).

1 Luis de SIRVAL: Huellas de las Constituyentes, Madrid, 1933. El 1 de diciembre Juan José Carreras, tres días antes

de su muerte, había impartido su última conferencia, sobre el mismo tema y con un título similar: «La Segunda

República española en la Europa de los años treinta» en el II Encuentro Historia y Compromiso, organizado por

la Fundación Rey del Corral de Investigaciones Marxistas y, al final de su exposición, prometió preparar una

segunda parte de la misma para la charla prevista para el siguiente día 18; quiso el azar que su intervención

fuera grabada en su totalidad por los organizadores, lo que permitió recogerla en un vídeo, editado por la

Universidad de Zaragoza, la IFC, y la Asociación de Historia Contemporánea, que se entregó a los asistentes a las

jornadas que en su recuerdo se organizaron a mediados de diciembre de 2007.

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ránea de la Universidad de Zaragoza, la Institución «Fernando el Católico» y la Asociación de His-

toria Contemporánea. La convocatoria no se proponía celebrar un homenaje convencional u oficiar

una obligada liturgia necrológica; se trataba, más bien, de comenzar a registrar y organizar una

herencia intelectual, profesional, humana, y hacerlo siguiendo el guión que, con tanta discreción

como eficacia, trazó para la docencia e investigación históricas el profesor Carreras, convocan-

do trabajos, reflexiones, o recuerdos personales, sobre las líneas de construcción de la historia

contemporánea española que cultivó personalmente y contribuyó a establecer y desarrollar: his-

toria de la historiografía española y europea, categorías y problemas de la historia contemporá-

nea actual, historia de Europa en la primera mitad del siglo XX.

Acudieron colegas y discípulos de once universidades: además de la de Zaragoza, Autónoma

de Barcelona, Complutense, Autónoma de Madrid, Valencia, Murcia, Santiago de Compostela, País

Vasco, Oviedo, Islas Baleares y Cergy-Pontoise; estaban presentes sus últimos doctorandos al lado

de los primeros, que habían leído la tesis doctoral bajo su dirección treinta años antes (1977),

alumnos de antiguas y nuevas promociones, personal de la administración universitaria… En la rea-

lización de este encuentro también confluyó la propuesta planteada en una reunión de la Asocia-

ción de Historia Contemporánea de la primavera de 2007, en la que se vio posible hacer coincidir

a los cuatro presidentes que la AHC ha tenido desde su nacimiento en 1990, como muestra del

reconocimiento del conjunto de la profesión a Juan José Carreras quien, aunque quizá no es muy

sabido, en nombre de algunos de sus primeros promotores y delegado por los mismos, convenció

a Miguel Artola para que se pusiera en 1990 al frente de los primeros pasos de la AHC y le propor-

cionara seriedad y respetabilidad facilitando consensos más amplios en sus inicios.

Ramón Villares, Carlos Forcadell y Pedro Ruiz, en la presentación dePresencia y Memoria de Juan José Carreras (Zaragoza, diciembre de 2007).

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Este libro recoge el resultado de aquel encuentro con el que se pretendía sentar las primeras

bases para el reconocimiento de la influencia profesional y personal de Juan José Carreras. Sus

cuarenta aportaciones constituyen algo más que una miscelánea de textos y análisis dispersos; la

mayor parte de los mismos insisten en las múltiples caras y dimensiones de su magisterio, infor-

mal, atípico, tan humano como crítico, y configuran una visión coral de la influencia de un maes-

tro, tanto en las personas concretas como en las aguas profundas de la profesión y de la historio-

grafía española.

Es el propio contenido de esta publicación, una vez revisados y ordenados sus textos, el que

conduce naturalmente a registrar en el título ese magisterio y presencia de Juan José Carreras a

que se refieren tantos testimonios aquí recogidos. La virtud, escribe Gracián en el Oráculo Manual

y Arte de Prudencia, «vivo el hombre le hace amable, y muerto, memorable», y tan extremadamen-

te amable fue en vida Juan José como memorable está siendo para tantos tras su desaparición.

Juan José escribía, por lo general, a petición de parte, como observa con agudeza uno de

los autores de este libro. La mayor parte de su producción escrita proviene de su participación,

crecientemente demandada, en congresos, cursos, coloquios, ciclos de conferencias..., especial-

mente desde el momento en que se generalizó –finales de los ochenta– la costumbre de exigir

el texto escrito para su posterior publicación. La dispersión de sus escritos en revistas, libros co-

lectivos y publicaciones de muy diversa índole dificultaba su uso y consulta. Parecía convenien-

te agrupar una obra peculiar, de difícil localización en algunos casos, de indudable influencia en

sectores significativos de la historiografía española actual. Una obra con coherencia interna, con

un nivel crítico y metodológico homogéneo, independientemente del medio en el que se habló

y publicó, un coloquio con historiadores alemanes, un ICE de provincias, un congreso académi-

co, una revista alternativa... El estilo y el rigor conceptual de su textos permitieron esta audacia

de inventar un libro que nunca se planteó escribir. De modo que le propuse editar una selección

de sus textos, materiales e intervenciones, agrupando algunas líneas características de sus prin-

cipales aportaciones: historia de la historiografía, introducción en España de la evolución y de-

bates de la historiografía alemana, su excepcional conocimiento de la dimensión historiográfi-

ca de Marx y el marxismo, o sus muy tempranos planteamientos comparativos sobre el franquis-

mo en el contexto de los fascismos europeos. Juan José contemplaba desde una discreción cu-

riosa y amable el proyecto, sin intervenir demasiado en la selección y orden de sus escritos, aun-

que sí que manifestó interés en proporcionar el título: Razón de Historia2, una elección que jus-

tifica la otra parte de nuestro título, completo ahora: Razones de historiador. Magisterio y

presencia de Juan José Carreras.

Juan José Carreras Ares obtuvo por oposición la cátedra de Geografía e Historia del Instituto

Goya de Zaragoza en 1965. Un año antes, Emilio Lledó regresaba a España y comenzaba su incor-

poración a la Universidad española desde otra modesta cátedra de Filosofía en el Instituto de

Enseñanza Media de Calatayud. Habían coincidido en la Universidad de Heidelberg durante una

larga década, entre mediados de los cincuenta y mediados de los sesenta, en la que Emilio Lledó

ocupaba el lectorado de español en el Romanisches Seminar a la vez que Juan José Carreras desem-

peñaba la misma función en el Dolmetscher Institut y era colaborador (Mitarbeiter), entre 1959 y

1965, del Historisches Seminar que dirigía Werner Conze en la Universidad de Heidelberg. Ambos

representan bien a una generación universitaria que, con vocación y posibilidades de emprender

una carrera académica, optaron por irse para escapar de la difícil alternativa que por entonces

2 Razón de Historia. Estudios de Historiografía, Madrid, Marcial Pons, 2000. A partir de aquí esta introducción

sigue parcialmente el guión, revisado y actualizado, del texto de la nota preliminar que preparé (pp. 9-14).

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ofrecía la política y la cultura de un franquismo bien consolidado, que no dejaba otras opciones

que la de resistir o la de adaptarse; su elección fue resistir esperando desde la distancia.

Emilio Lledó nos evoca ahora, cincuenta años después, en un hermoso texto, aquella mara-

villosa sorpresa con la que iniciamos nuestra andadura alemana y describe el ambiente y el sis-

tema universitario alemán de mediados de los cincuenta, las clases de Gadamer, Löwith o Conze,

las primeras lecturas3, además de habernos proporcionado una impagable fotografía de grupo

sobre las aguas del Neckar helado. Su testimonio, el de un primer compañero y amigo, es la mejor

obertura para este libro.

Juan José Carreras (La Coruña, 1928) fue un estudiante brillante y un militante temprano,

desde finales de los años cuarenta, en organizaciones de oposición al régimen. Finalizó sus estu-

dios de bachillerato en el Instituto madrileño Cardenal Cisneros, se licenció con premio extraordi-

nario (1950) y se doctoró con una tesis dirigida por Santiago Montero Díaz sobre Historiografía

medieval española. La idea de Historia Universal en la Alta Edad Media española (1953), por la

que obtuvo asimismo el premio extraordinario de doctorado. Durante esos años fue ayudante de

Ángel Lafuente Ferrari y de Santiago Montero Díaz (de formación alemana los dos) en la cátedra

de Historia Antigua Medieval y Universal, mientras se relacionaba estrechamente con compañeros

3 Su hijo Hansi nos informa que ha localizado algunos de los primeros libros que compró, con referencias anota-

das a lápiz rojo en la portada interior: Phänomenologie des Geistes (Heidelberg, I,54), Logik und Systematik der

Geisteswissenschaften, de Erich Rothacker (XI.54), LUCKACS: Der Junge Hegel (I,55), los tres volúmenes de Das

Kapital (III,55), las Ausgewälte Werke de Lenin (julio, 56)…

Juan José entre Emilio Lledó y Gonzalo Sobejano (Heidelberg, 1954).

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de curso que estaban renovando la novela española, como Jesús Fernández Santos, Ignacio

Aldecoa, Sánchez Ferlosio, o el teatro, como los luego tan distantes y distintos Alfonsos, Sastre y

Paso. Pero además era militante y dirigente de la ilegal y clandestina FUE, una organización que

–según su testimonio– se reducía por entonces a una docena de universitarios; también participó

en la famosa pintada en la fachada de la Facultad de Filosofía y Letras, así como en las muy nove-

ladas y filmadas aventuras de sus compañeros Nicolás Sánchez Albornoz y Manuel Lamana4.

Su infancia gallega fue radicalmente cortada por la guerra civil y por el asesinato de su padre,

víctima de la represión de los insurgentes en A Coruña, un recuerdo que sólo tardíamente, y en

reducidos círculos, comenzó a manifestar. Fortunato Carreras, telegrafista de correos y política-

mente afín a la ORGA de Casares Quiroga, siguió emitiendo desde radio Coruña los bandos que el

gobierno republicano difundía por Unión Radio hasta el día 20 de julio; detenido y condenado a

muerte, intentó escapar y fue ametrallado por la espalda en el propio perímetro de la cárcel. En

1942, con su madre viuda y su hermana María Dolores, se trasladó a Madrid, con el apoyo de un

hermano de su madre, José Ares, profesor de portugués. Cuando llegó a Madrid con 14 años seguí

creyendo durante meses que al final de alguna calle iba a encontrar el mar…5. En todo caso, las

4 Referencias a Juan José Carreras un estudiante de la FUE que se había salvado de la quema en P. LIZCANO: La

generación de 1956. La Universidad contra Franco, Madrid, 1981, pp. 68 y 73.

5 Hasta 1998 no consideró necesario manifestar públicamente una historia personal a la que jamás aludió en su

actividad docente y, muy escasamente en sus conversaciones privadas. La cita, en una entrevista de Antón CASTRO

(El Periódico de Aragón, 28 de junio de 1988), en la que hizo la memorable declaración de que no era naciona-

lista, aunque si lo fuese, sería nacionalista gallego. La historiografía sobre la represión franquista, por su parte,

Ante la pastelería familiar y la casa de la infancia (A Coruña, 1987).

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dificultades y adversidades del exilio interior con el que inició su adolescencia y su formación

madrileña en la posguerra española, añadidas a las condiciones del posterior exilio exterior que eli-

gió en la Alemania de la posguerra europea, le condujeron a una actitud vital e intelectual que se

decantó en una extraordinaria capacidad de comprensión, tanto como lo alejaron de cualquier

expresión de resentimiento; le caracterizaba, por el contrario, una inusual combinación de análi-

sis crítico de la realidad y, a la vez, de comprensión afectiva y bondadosa del pasado y del presen-

te, de las personas de ayer y de su tiempo.

En 1954 comenzó una larga estancia de once años en Heidelberg,

donde su intención inicial de estudiar historia medieval se fue desplazan-

do hacia una especialización en historia contemporánea labrada en el

ambiente del cualificado e influyente grupo de historiadores alemanes

que dirigía Werner Conze, junto con el entonces Privatdozent Reinhart

Koselleck y el joven ayudante Wolfgang Schieder, hijo de Theodor Schie-

der, el director de las Historische Zeitschrift. En estos años de formación

se encuentran las claves de la posterior proyección académica, docente e

investigadora, de J.J. Carreras en el contemporaneísmo español. Convie-

ne recordar que el grupo de Heidelberg es una de las raíces de la nueva

historia social alemana, especialmente desde que Koselleck se traslade a la Universidad de Bie-

lefeld (1973) y actúe de eslabón con los nuevos Sozialhistorikers alemanes: Wehler, que se doc-

toró con Th. Schieder, Kocka, Pühle..., etc., así como que es durante estos

años sesenta cuando el círculo de Heidelberg animado por Conze y Kose-

lleck programa y trabaja el conocido diccionario de Geschichtliche

Grundbegriffe (conceptos históricos fundamentales). Un joven historia-

dor, Miquel Marín, su último doctorando desde la distancia de la Univer-

sidad de les Illes Balears, recurre aquí a las fuentes y a los métodos propios

de los estudios de historia de la historiografía para reconstruir exhausti-

vamente el ambiente y la práctica concreta que se desarrollaba en el His-

torisches Seminar de Heidelberg en la década de los años cincuenta, en

una universidad que transitaba entre la continuidad académica y los ele-

mentos de ruptura, entre el nacismo y la democratización6.

Una trayectoria que lo está situando, pero desde la República Federal Alemana, en el propio

proceso constituyente del contemporaneísmo español ya que, también desde el interior, comenza-

ba a ser común el tránsito de tempranas carreras académicas iniciadas desde el ámbito del medie-

valismo o del modernismo al cultivo de la historia contemporánea, un camino desplegado en pri-

mer lugar por Vicens Vives y pronto por José María Jover y otros7.

ha documentado con más detalle e información el asesinato de su padre: Emilio GRANDÍO: Anos de odio. Golpe,

represión e guerra civil na provincia da Coruña (1936-39), Diputación de A Coruña, 2007, pp. 142-143.

6 El ambiente de la Universidad de Heidelberg en esta época ha sido rememorado con posterioridad por algunos

de sus protagonistas: Hans-Georg GADAMER: Mis años de aprendizaje, Barcelona, Herder, 1996 y por el también

filósofo Karl LÖWITH, filósofo que retornó del exilio en 1952 y cuyas clases frecuentó CARRERAS: Mi vida en

Alemania antes y después de 1933. Un testimonio. Madrid, Visor, 1993, con prólogo de R. KOSELLECK. Juan José

también fue testigo en los años cincuenta de la evolución de W. CONZE, y del conjunto de la actividad del

Historisches Seminar, del medievalismo al contemporaneísmo y a la historia económica y social.

7 I. PEIRÓ: «La normalización historiográfica de la historia contemporánea en España: el tránsito de José María

Jover Zamora», en T.M. ORTEGA LÓPEZ (ed.): Por una historia global. El debate historiográfico en los últimos tiem-

pos, EUG-PUZ, 2007, pp. 321-390; también I. PEIRÓ y M. MARÍN: La metamorfosis del historiador: Vicens Vives,

Jover, Carreras, Pamplona, Urgoiti, 2009 (en prensa).

Werner Conze (1910-1986).

Reinhardt Koselleck(1926-2004).

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Estos datos no pretenden dar lustre académico a la biografía de J.J. Carreras, sino que resul-

tan necesarios e imprescindibles para explicar su influencia en la historiografía española de las

últimas décadas, para entender su práctica docente e investigadora. Pues durante estos años el

joven Carreras asistió a la gestación del citado diccionario, en sesiones de seminario, en tertulias

en casa de Conze o de Koselleck, todos ellos próximos a la influencia de Gadamer, así como a la

formulación de la llamada Historia conceptual (Begriffgeschichte), una disciplina desplegada

especialmente por R. Koselleck y que resulta particularmente adecuada para entender su posterior

aportación a la reflexión histórica e historiográfica en la universidad española8.

Por tanto, mucho antes de que algunos sectores de la historiografía española descubrieran

la Sozialgeschichte alemana o, más recientemente, aplicaran y divulgaran presupuestos y logros

de la historia conceptual de matriz koselleckiana, Juan José Carreras no sólo conocía a fondo

unos habitus historiográficos escasa y tardíamente divulgados entre nosotros, sino que incluso,

desde el Heidelberg de los años cincuenta, había asistido a su génesis y primera evolución. Nun-

ca hizo alarde académico de una posición avanzada y pionera en el conocimiento de la obra de

los nuevos historiadores alemanes, pero sí que transmitía sutilmente unos desarrollos historio-

gráficos que –suscrito desde el primer número a la revista Geschichte und Geselleschaft– seguía

con tanto interés como atención: lo hacía antes más y mejor a través de la palabra y de sus múl-

tiples intervenciones habladas en muy diversos escenarios y circunstancias que en sus escritos,

siempre resultado posterior de su enseñanza oral. No tenía necesidad de construirse una fama,

aunque era consciente de ejercer una influencia cierta, pero prefería hacerlo desde una discre-

ción modesta que, en ocasiones, le gustaba que llegara a rozar el anonimato. Él mismo ha llega-

do a afirmar, en la citada entrevista periodística, que no tengo la necesidad de escribir. Quizá

sea por una visión irónica de la vida…9.

Hacia 1960, finalizada la era Adenauer, tuvo lugar en Heidelberg la primera reunión entre his-

toriadores de la RFA y de la RDA, en la que participaron Koselleck, W. Schieder y, en la delegación

de la República Democrática, otro joven ayudante llamado Manfred Kossok. Carreras presentó en

esta ocasión un texto sobre la situación de España en vísperas de la guerra civil que fue objeto de

elogiosas menciones en las revistas oficiales de historia de la RDA, lo cual, junto con los contactos

que mantenía con miembros del todavía legal KPD, no dejó de causarle cierta alarma e inquietud.

Pero afortunadamente, nadie en el interior de España estaba al tanto de sus andanzas.

Como tampoco lo estaba el gremio de historiadores cuando, tras aprobar con el número

uno las oposiciones a cátedras de instituto ante un tribunal presidido por Fray Justo Pérez de Ur-

bel, Abad Mitrado del Valle de los Caídos, y tomar posesión de la plaza en el Instituto Goya de

8 O. BRUNNER, W. CONZE, R. KOSELLECK: Geschichtliche Grundbegriffe. Historisches Lexikon zur politish-sozialen

Sprache in Deutschland, 6 vols., Stuttgart, 1972. Para la historia conceptual, R. KOSELLECK: «Historia conceptual

e historia social», en Futuro pasado. Por una semántica de los tiempos históricos, Madrid, 1993, pp. 105-126.

Aún llegué a tratar a CONZE, como tutor académico de la beca que el DAAD me concedió en 1972; apartado de

la docencia por la radicalización del movimiento estudiantil en aquellas fechas, lo recuerdo abriendo entre

asombrada y divertidamente los ojos cuando le explicaba que yo había dado clases de Weltgeschichte –la his-

toria universal de los antiguos cursos comunes en las facultades de Filosofía y Letras–; so junger (tan joven) me

decía, desde unas categorías intelectuales alemanas para las que atreverse con la historia universal era más pro-

pio de la madurez filosófica de los antiguos que del atrevimiento de jóvenes becarios españoles.

9 Hacia el año 2000, algunos le propusimos organizar una edición prologada de una antología de artículos de

Geschichte und Gesellschaft, especialmente los que mejor reflejaban las polémicas entre los maduros sozialhis-

torikers y sus más jóvenes críticos desde la práctica de la Alltagsgeschichte, tema sobre el que llegó a recoger

materiales y notas pero que le quedó pendiente en la amplia agenda de solicitudes que llenó sus últimos años.

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Zaragoza, ensayó sus primeros movimientos de aproximación a la academia universitaria espa-

ñola. Un compañero de aquella oposición nos informa aquí que su lección magistral versó sobre

«La Francia de San Luis», y que la recuerda como una refinada interpretación materialista de la

Francia del siglo XIII envuelta en el guante de terciopelo de la ortodoxia del abad mitrado del

Valle de los Caídos y del resto de los miembros del tribunal (David Ruiz).

Dejó en la revista Hispania, entonces dirigida, también, por Fray Justo Pérez de Urbel, un

extenso artículo (100 páginas) sobre «Marx y Engels. El problema de la revolución» que reposó

entre otros originales hasta que Jover –el único que sonreía, en el recuerdo de J.J., de las gentes

que andaban en aquella época por el CSIC– lo sacó de un cajón. El propio José María Jover le

encargaría posteriormente otras colaboraciones para la revista en las que iba dando a conocer los

temas y las tendencias de la historiografía alemana más reciente10; tambíén era el único contem-

poraneísta, por esas fechas, que podía valorar la formación histórica adquirida por Juan José en su

larga estancia alemana, ya que había sido becado en 1960 por la Fundación Juan March, para estu-

diar y trabajar una temporada en la Universidad de Freiburg y conocía suficientemente la situa-

ción de la historiografía alemana en la década de los años sesenta11.

Comenzó a concurrir a oposiciones para plazas de la Universidad y, beneficiándose de ese dis-

creto anonimato que entonces le resultaba obligado practicar, obtuvo en 1969 la de Profesor

Agregado de Historia Moderna y Contemporánea en la Universidad de Granada, trasladándose dos

meses después a la de Zaragoza. A los guardianes de la comunidad de historiadores contempora-

neístas se les había colado en su férreo escalafón demasiado pronto un peligroso francotirador,

como reconocieron posteriormente quienes le habían votado, sin apercibirse de su armadura teó-

rica marxista12. Quizá por ello tardó ocho años en promocionarse a catedrático de Historia

Contemporánea (1977), puesto que desempeñó en las universidades de Santiago de Compostela y

Autónoma de Barcelona antes de regresar definitivamente a la de Zaragoza (1980).

En 1972, un aspirante a la cátedra de la Complutense, vacante por la jubilación de Jesús

Pabón, se consideraba capacitado para dirigirse personalmente al Ministro de Educación solici-

tándole que la convocara a oposición, porque existe el peligro de que, si sale a concurso, la ocu-

pe el joven Carreras, ahora agregado en Zaragoza y miembro notorio del Partido Comunista. En

10 «Marx y Engels. El Problema de la revolución», Hispania, 108, Madrid (1968), pp. 56-154. En los números siguien-

tes del mismo año: «La Gran Depresión como personaje histórico (1875-1896)», Hispania (1968), pp. 3-21;

«Prusia como personaje histórico», Hispania, pp. 643-666. Elena Hernández Sandoica recuerda aquí que José

María Jover les daba cuenta de estos artículos a los alumnos de su curso de doctorado de 1974-1975.

11 M. José SOLANAS, becaria del Departamento zaragozano, localizó y dio noticia de esta memoria en «Historiadores

españoles en Europa: política de becas de la Fundación Juan March (1957-1975)», en VI encuentro de investi-

gadores del franquismo, Zaragoza, 2006, pp. 465-480. I. PEIRÓ la ha analizado en «Las metamorfosis de un his-

toriador. El tránsito hacia el contemporaneísmo de José María Jover Zamora», en Jerónimo Zurita. Revista de

Historia, 82, Zaragoza, IFC, 2007, pp. 175-236.

12 En el recuerdo de Juan José, durante su segunda oposición hizo unas lecciones magistrales neutras, pero inten-

tando reflexionar. El que hubiera sabido algo de marxismo, habría sabido de qué pie cojeaba, pero en el tribu-

nal nadie conocía a Marx […]. Me reclamó desde Zaragoza Carlos Corona y empecé a impartir un curso de

bibliografía europea, en el cual conocí a Carlos Forcadell. Conservo el recuerdo y los guiones ciclostylados de

aquellas primeras clases –seminarios de asistencia voluntaria– en las que nos daba a conocer y comentaba unos

autores y repertorios bibliográficos europeos que nos resultaban perfectamente exóticos: HERRE (Quellenkunde

zur Weltgeschichte), LANGLOIS, la Oxford Bibliography of british History, BERNHEIM, BAUER, los tomos franceses de

la Enciclopedia la Pleiáde, de Peuples et Civilisations, de Clío y de la Nouvelle Clio, la New Cambridge Modern

History, los volúmenes alemanes de la Neuen Propylaen Weltgeschichte, de Fischer Weltgeschichte…, etc.

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Carta de Ricardo de la Cierva (19 de mayo de 1972).

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Introducción: Razones para el recuerdo de Juan José Carreras

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Zaragoza ha provocado graves problemas durante este curso, tras su violenta ruptura con su

catedrático Corona Baratech13.

A lo largo de las páginas de este libro muchos de sus autores subrayan muy particularmente

el papel determinante que en la renovación del profesorado universitario tuvo J.J. Carreras duran-

te la transición democrática, en la década de los setenta y principios de los ochenta, contribuyen-

do destacadamente a compensar los controles y las inercias corporativas procedentes del régimen

anterior, requerido insistentemente para formar parte de tribunales de tesis doctorales y de opo-

siciones, singularmente en distritos huérfanos (Santiago, Valencia, Murcia, Málaga, Oviedo…) en

los que los jóvenes profesores no numerarios estaban cambiando en su favor las viejas relaciones

de fuerzas. Juan José tenía un conocimiento profundo de la universidad franquista, así como de

las claves y posibilidades para ir desmontando su estructura y funcionamiento; se había introdu-

cido tempranamente en un rancio escalafón desde el que iba a contribuir en los años ochenta a

remover y revolver las fichas y el tablero de plazas y de oposiciones; simultáneamente a esta deci-

siva práctica promovía investigaciones sobre auténticos temas de historia del presente, de aquel

presente, ocupándose, en uno de los escasos congresos que organizó, junto con M.Á. Ruiz Carnicer,

de La Universidad española bajo el régimen de Franco (Zaragoza, 1989), materiales con los que

ambos, profesor y alumno, editaron un temprano libro de visible impacto para la historiografía del

franquismo.

Si hay algo común en los textos que siguen, convocados por el recuerdo y la reflexión sobre

su influencia, es el reconocimiento de su magisterio, ejercido de forma tan profunda como plural,

de su probidad intelectual y de la autoridad moral derivada de su práctica académica y personal.

Para Ramón Villares en esencia, fue el maestro real que antes no había tenido y el maestro ima-

ginario que después me guió en muchas singladuras de mi travesía vital. Durante los años seten-

ta, y parte de los ochenta, eran numerosos los jóvenes doctores o profesores no numerarios que,

tras conocerlo, acusaban la nostalgia de no haber tenido la oportunidad de formarse naturalmen-

te en tradiciones y escuelas académicas como las que representaba novedosamente Juan José

Carreras en un contemporaneísmo que salía muy lentamente del estrecho control a que le habían

sometido las viejas elites franquistas y las más nuevas opusdeístas; ello explica la frecuencia con

que era solicitado desde determinadas universidades para cursos y tribunales doctorales, lo cual da

cuenta también de la dimensión viajera de un magisterio que sobrepasaba ampliamente el que

ejercía desde su cátedra zaragozana.

Para Carmelo Romero Juan José fue, ante todo, un maestro. Y ello porque aunaba, y en grado

sumo, las tres cualidades que, en mi opinión, son inherentes a todo gran maestro: conocimiento

profundo, inquietud intelectual y generosidad sin límites. Para Alberto Sabio el suyo era un

magisterio antisolemne, pero profundo. Fue para mí un gran maestro, en el sentido más exacto

de la palabra, o sea, no el que lo enseñó todo sino el que enseñaba lo esencial y la manera de

acercarse a ello. Pedro Ruiz resalta su magisterio, ejercido continuamente a través de la palabra y

en cualquier circunstancia: cualquiera de nosotros podía sacar un gran provecho, no sólo de sus

intervenciones en clase, en seminarios, en congresos, sino también de sus observaciones críticas,

hechas siempre con tacto en los tribunales de tesis y de oposiciones, y asimismo de la conversa-

ción que podía prolongarse hasta altas horas de la noche tras esos y otros actos académicos. Por

13 La carta, suscrita el 19 de mayo de 1972 por Ricardo de la Cierva, en el Archivo General de la Administración,

Cultura, Caja 448; Juan José trató siempre con exquisita cortesía y amabilidad personal a Carlos Corona, no

creó ningún tipo de problema en sus primeros años de docencia zaragozana, y tampoco militaba en el Parti-

do Comunista, aunque le divirtiera exhibir como distraídamente algún ejemplar de Mundo Obrero u otra pren-

sa clandestina entre notas de clase, libros o ramos de flores.

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otra parte, el ex rector de la Universidad de Valencia acierta en subrayar una característica muy

específica de ese maestro de tantos de nosotros, la de que no sintiera la vanidad del reconoci-

miento constante de sus discípulos, ni la pretensión de convertirse en cabeza de escuela. Luis

Castells coincide en recordar y describir un aprendizaje informal, que no necesitaba reclamar un

reconocimiento público que, me parece, tanto le incomodaba. Alumnos de diversas promociones

y universidades, doctorandos propios y ajenos, discípulos más o menos directos, colegas, profesio-

nales y compañeros más jóvenes, componen, desde perspectivas y situaciones varias, las múltiples

dimensiones del ejercicio e influencia de un magisterio de Juan José Carreras ampliamente reco-

nocido, un profesor al que le gustaba decir que tenía más amigos que discípulos y que no creía

haber adoctrinado a nadie.

Quienes nos beneficiábamos de su conocimiento y trato cotidiano también correspondía-

mos y llegábamos con facilidad a considerarlo más como amigo y compañero que como maes-

tro, como expresa Miguel Ángel Ruiz Carnicer, este sí, discípulo directo, becario y doctorado de

Juan José, quien valora, como tantos, la relación personal por encima de los aspectos profesio-

nales, subrayando que, como los grandes maestros, como él mismo lo era, asumió el papel de

generar un puente entre la depauperada historiografía española sumida en el agujero negro de

la Universidad franquista y la historia que se hacía fuera, abierta, europea.

Su magisterio fue permanente durante casi cuatro décadas, manteniendo invariables sus for-

mas y su capacidad y estrategias de seducción intelectual y personal, pero tuvo una influencia

mucho más intensa y visible durante esa transición historiográfica que asomaba en los primeros

setenta y progresó lentamente hasta finales de los ochenta. Pedro Ruiz recuerda cómo en aque-

llos años de la transición de la dictadura a la democracia se creó un fuerte y perdurable vínculo

entre él y algunos de los que por entonces éramos becarios de investigación o PNNs en el depar-

tamento de Historia Contemporánea de la Universidad de Valencia; para Ismael Saz, combinando

amistad y aprendizaje, aprendizaje y amistad a un tiempo, Juan José se fue convirtiendo paulati-

namente en nuestro catedrático, el de muchos de nosotros.

El de la Universidad de Murcia es un caso comparable, y a la vez singular, porque la heren-

cia, y la presencia, de la historiografía franquista todavía era más visible y pesada. Encarna Ni-

colás defendió su tesis en junio de 198114, una experiencia inolvidable para ella, pues se había

creado una gran expectación ya que era la primera investigación académica sobre la dictadura

de Franco; la doctoranda tuvo muchos problemas para encontrar un ponente, requisito impres-

cindible para matricular la tesis cuando el director era de otra Universidad, que hubo que bus-

car en la Universidad de Oviedo (David Ruiz): el principal apoyo lo encontré en Juan José, que

me aconsejó que invitara a Jover y a Artola, como finalmente hice. Desde entonces Juan José

estuvo presente en todos los tribunales de tesis de historia contemporánea defendidas en la Uni-

versidad de Murcia.

Otros colegas, cuya relación con Juan José Carreras ha podido ser menos directa o más es-

porádica han querido también participar en este memorial, porque fue maestro de mis maes-

tros y por él sentí siempre una estima y un cariño enormes, como expresa Javier Rodrigo en su

colaboración; para estar presente en un homenaje a un maestro a quien traté poco, pero que

siempre me enseñó algo y me dio calor humano (Javier Ugarte); en reconocimiento de su capa-

cidad de estimular, de provocar, de alentar, pero sobre todo de enseñar y conversar (Justo Ser-

na); destacando la importancia y el carácter pionero de la introducción que en los ya lejanos

14 Fue publicada en 1982, Instituciones murcianas en el franquismo (1939-1962). Contribución al conocimiento

de la ideología dominante, Murcia, Editora Regional de Murcia, 1982.

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años sesenta escribiera a la Historia de Roma de Th. Mommsen de la editorial Aguilar (Antonio

Duplá). Manuel Pérez Ledesma subraya asimismo la capacidad y el estilo de Juan José para ani-

mar y orientar la discusión y el debate; en sus textos, además de una concisión digna de elogio

por lo infrecuente, mostró imaginación, inteligencia e ironía; huyó de la vacuidad y el tono am-

puloso de muchos discursos; y desde luego, dio abundantes pruebas de honestidad y claridad

a la hora de defender sus posiciones.

Los escritos y testimonios aportados por quienes participaron en las jornadas organizadas en

diciembre de 2007 –primer aniversario de su muerte– han acabado por componer un retrato que,

aun siempre incompleto, reconstruye con amplitud y fiabilidad las diversas facetas y dimensiones

de su persona y de su obra, contribuyendo a fijarlas como recuerdo colectivo y a transmitirlas para

nuestro presente y nuestro futuro.

Francesc Bonamusa nos informa sobre su estancia y docencia en el Departamento de Historia

de la Universidad Autónoma de Barcelona en los cursos 1978-1979 y 1979-1980; diversos textos

lo evocan como director de tesinas o de tesis doctorales (Yolanda Gamarra, Emilio Majuelo, Luis

Germán, Encarna Nicolás…) o como presidente del tribunal que las evaluó; son muchos los docen-

tes de enseñanzas medias que recuerdan el papel que jugó en su formación (Pilar de la Vega).

Tampoco faltan testimonios concretos de su práctica docente y del impacto que causaban sus cla-

ses, tanto mayor cuando más lejano en el tiempo. Una alumna del primer curso académico que

impartió, después de aprobar las oposiciones, en la Universidad de Zaragoza, Luisa Gavasa, recuer-

da la sensación que tuvo en 1969 de haber pasado … de la Edad Media al Siglo XX. Así conocí a

Mediados de los años setenta: recital de J.A. Labordetaen el Aula Magna de la Facultad de Filosofía y Letras.

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uno de los mejores profesores que he tenido, al más entrañable, al más cercano, al más sabio y

al más querido; a Emilio Majuelo, la primera clase de Juan José a la que asistió se le quedó graba-

da en la memoria: guardo con nitidez de detalle la explicación de aquella mañana, a pesar de

correr el año de 1973. De pie, sobre la tarima y resguardado por una amplia mesa que le separa-

ba físicamente del amplio aforo, había iniciado el desarrollo del concepto de totalidad a partir de

la filosofía hegeliana… Tampoco se le escapó al asombrado alumno que ese nuevo profesor no pre-

tendiera, en el agitado contexto del movimiento estudiantil de los primeros setenta, aleccionar a

nadie ni convertirnos a los oyentes en perfectos antialthusserianos. Ese es el modo cariñoso y de

enorme respeto con el que yo recuerdo desde entonces a Juan José. La seducción intelectual que

ejercía su potente formación y la presentación trabada de sus conocimientos formulados ante los

alumnos sin atisbos de arrogancia, fueron rasgos de su manera de hacer docente que hicieron

mella en quienes como yo acabábamos de conocerlo15. El entonces lector de alemán de la

Facultad, Benno Hübner, quien había iniciado una tesis con Heiddeger, evoca unas amables discu-

siones de campus y pasillo entre un heideggeriano y un marxista de espíritu intelectual abierto,

de las que no teníamos noticia hasta hoy.

Carmen Frías, ya en los primeros años ochenta, rememora la impresión de la entrada en el

aula de un profesor quebrando con su jersey negro y sus vaqueros algo desgastados la imagen

rígida y acartonada de algún otro catedrático, a la vez que destaca su capacidad para vertebrar y

unir a un Departamento de Historia Moderna y Contemporánea que dirigió desde 1981 hasta 1992

haciendo del mismo un lugar de encuentro, un espacio amable, donde convergieron y se cultiva-

ron, con una magia extraña, las tareas académicas y los afectos…, un territorio de convivencia,

un recuerdo compartido por muchos, y muy especialmente por la secretaria administrativa que se

incorporó al Departamento a mediados de los años ochenta, Inma Buj, la mejor situada para ilus-

trar la maestría y el estilo de Juan José en unas tareas de gestión que nunca quiso ejercer más allá

de las paredes del departamento universitario, quien también evoca con acierto la suma maestría

de Juan José para conseguir lo mejor de las personas, a pesar de su escasa habilidad para con la

fotocopiadora y con la informática.

Para Juan José no había teoría independiente o ajena a su proyección como práctica, una prác-

tica que aplicó consciente y preferentemente al magisterio universitario, a la transformación de las

estructuras académicas del contemporaneísmo hispano y a la renovación de específicos ámbitos de

investigación del pasado reciente, visible en los temas de las más de veinte tesis doctorales que diri-

gió. Pero también mantuvo una presencia pública en la sociedad civil zaragozana desde los años fina-

les del franquismo, tan alejada de protagonismos como influyente. La contribución de Eloy Fernández

Clemente analizando sus artículos en Andalán ilustra esta actividad de como autor de destacados

artículos de crítica política, siempre sustentados en una profunda comprensión del pasado de la

actualidad que comentaba bajo el seudónimo alemán de H.J. Renner que traducía su apellido16.

15 En los años setenta Juan José defendía una lectura de Marx perfectamente antialthusseriana, unos temas que,

por otra parte, lo situaban más cerca de las vanguardias del movimiento estudiantil que de sus compañeros de

claustros. Por las mismas fechas (diciembre de 1972), lejanas épocas en que se mantenía el tradicional trata-

miento del usted, me escribía Carreras a Heidelberg: me alegra mucho verle totalmente integrado en la feria

universitaria alemana, con todas sus confusiones. Desde esas latitudes le resultará muy extraño todo lo que

pasa por aquí..., a la vez que me pedía libros, la Geschichte des Marxismus de VRANICKI, el Sachwörterbuch der

Geschichte Deutschlands und der deutschen Arbeitsbewegung de Dietz VERLAG (1969/70), me comentaba que

habían traducido a Poulantzas con toda su pedantería estructuralista o que había encargado el Miliband para

oxigenarme un poco con el empirismo anglosajón.

16 Andalán se funda en 1972; en 1974, tras una dura batalla académica por controlar los inicios de la nueva facul-

tad de Ciencias Empresariales, en la que logran imponerse los aires nuevos, Juan José es nombrado encargado

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El conjunto de contribuciones de este libro, además de ofrecer análisis y trabajos sobre temas

desarrollados en la estela de los cultivados y suscitados por Juan José, ayuda a componer un retra-

to más completo de su persona y obra; constituye un reconocimiento profesional académico, pero,

no en menor grado, una amplia nómina de afectos personales que todos los autores de estas pági-

nas ya tuvieron oportunidad de expresarle en vida, así como un amplio coro de recuerdos, más

necesarios en un caso como el de Carreras, que no consideró necesario dejar una obra escrita for-

malizada ni construirse una fama académica artificiosa.

Juan José también se ocupó de sus mayores, y a su iniciativa e intervención se debe que

Manuel Tuñón de Lara, jubilado en junio de 1981 por la universidad francesa, fuera nombrado

Doctor Honoris Causa por la de Zaragoza en 1983. Los Coloquios de Pau habían acabado en 1980.

No parecía fácil encontrar rendijas y resquicios para buscarle acomodo en la Universidad, y menos

si había que contar con el poder académico de las escasas dos docenas de catedráticos de historia

contemporánea que controlaban el escalafón. Unos quince años más joven que Manolo, compar-

tía con él bastantes cosas, entre otras la de haber militado, a finales de los años cuarenta, en la

misma y clandestina FUE, así como la experiencia de un exilio intelectual desde mediados de los

cincuenta. Y Carreras fue quien apadrinó a Tuñón de Lara en su nombramiento como Doctor

Honoris Causa de la Universidad de Zaragoza, después de proponerlo en nombre del Departamento

Padrino del doctorado Honoris Causa de Tuñón de Lara (1983).

de organizar las enseñanzas de Historia Económica y pronto incorpora como profesores no numerarios de la

asignatura a Eloy Fernández y a Carlos Forcadell.

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Comienzo del guión del primer seminario de J.J. Carreras,sobre repertorios bibliográficos europeos (1968).

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de Historia Contemporánea a una Junta de Facultad en la que no faltaron expresiones de asom-

bro o de alarma. Lo que se aprovechó en el mes de mayo de 1983, en definitiva, fue la buena

coyuntura que supuso la conmemoración del cuatrocientos aniversario de la fundación de la

Universidad de Zaragoza, en la que el rey Juan Carlos presidió la ceremonia de la concesión de 11

doctorados honoris causa. Le colocó el birrete a Manuel Tuñón con la misma alegría y satisfacción

que le producía la promoción de los jóvenes profesores que, con su decisivo apoyo, iban amplian-

do el escalafón de cátedras y titularidades17.

La aportación historiográfica de J.J. Carreras ha sido principalmente hablada antes que es-

crita, y buena parte de su obra publicada, como ya se ha señalado, se debe al compromiso de

edición posterior a la celebración de cursos, reuniones o congresos, una costumbre progresiva-

mente asentada. Por esta razón conviene referirse brevemente a su práctica docente, claramen-

te inseparable de sus publicaciones. En su primera etapa de profesor agregado en la Universidad

zaragozana, en la que también se encargó de organizar las enseñanzas de Historia Económica

en la naciente Facultad de Ciencias Económicas y Empresariales, intentaba cuadrar el difícil

círculo, casi imposible, de aplicar la metodología del seminario alemán, a cursos comunes de

historia contemporánea universal, generalistas y masivos, mediante el sistema de tratar mono-

gráficamente y en profundidad un tema sobre el que suministraba abundante material a los

alumnos.

Creo recordar que ocupó buena parte de su primer curso regular de Historia Contemporá-

nea Universal en Zaragoza (1969) hablando y trabajando sobre «El problema del Renacimiento.

Maquiavelo y el estado moderno», al igual que, posteriormente, podía dedicarse a trabajar du-

rante todo el año sobre la Revolución Francesa, la República de Weimar, los años de entregue-

rras o los Manuscritos Filosóficos de Marx, proporcionando siempre abultados dossieres con

guiones, textos y bibliografía en varios idiomas, así como una exigente y depurada técnica de

comentario de textos y fuentes históricas de raigambre claramente alemana. Era muy fuerte el

contraste de sus métodos docentes con los tradicionales de una Facultad de provincias en los

años del tardofranquismo, lo que causaba tanta sorpresa y atractivo entre unos alumnos que se

veían obligados a elevarse a unos niveles desconocidos, como preocupación en muchos de sus

compañeros de claustro. Los alumnos podían desconocer la fecha de la independencia de Kenia

pero aprendían el método histórico y a pensar históricamente. Un estilo docente que ha culti-

vado de modo invariable, hasta que, jubilado y nombrado profesor emérito en 1998, ha estado

en mejores condiciones para combinar la teoría y la realidad del Seminario alemán18.

En la ficha que elaboran sus alumnos I. Peiró y G. Pasamar en el Diccionario de historiadores

españoles contemporáneos (1840-1980) (2002) se lee que J.J. Carreras es especialista en historio-

grafía, historia de Alemania contemporánea y marxismo y, en efecto, ha impulsado investigacio-

nes en estos y otros terrenos, como reflejan los temas de las más de veinte tesis doctorales que

dirigió, a la vez que ha promovido, tan discreta como decididamente, una escuela, y aun la propia

17 La colación del grado de Doctor Honoris Causa formaba parte de una estrategia para reforzar los argumentos

académicos de quienes estaban en mejores condiciones para incorporarlo a la universidad española, como suce-

dió poco después al conseguirle una cátedra de la joven UPV en Lejona. Vid. C. FORCADELL: «Tuñón de Lara, los his-

toriadores contemporáneos y la transición democrática», en Cuadernos de Historia Contemporánea, vol. 30,

Madrid, Universidad Complutense de Madrid (2008), pp. 185-198.

18 Varias contribuciones aquí recogidas se refieren a estos dosieres de textos y documentos y a su radical novedad,

desde los años setenta, y originalidad, unos materiales didácticos que se conservan y que ilustramos con una

selección de portadas con los temas, la fecha de los cursos, y los collages de presentación, cuando Juan José

pasó de la cultura de la ciclostyl a la de la fotocopiadora.

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disciplina, de historia de la historiografía. Estos criterios orientaron en su momento la selección de

textos que publicó en Razón de Historia (2000), que no fue meramente una recopilación de la obra

dispersa de J.J. Carreras, o una miscelánea de sus escritos, sino un intento de reconstruirle un libro

que no escribió.

Esas líneas de investigación fueron también las que se propusieron articular la convocatoria

en recuerdo de su primer aniversario, con la intención de que esta publicación fuera también algo

más que una miscelánea varia o un liber amicorum de temática diversa y dispar. Importa destacar

que algunas colaboraciones, como las de Pedro Ruiz, Gonzalo Pasamar, Javier Ugarte y otros, ana-

lizan aquí su obra, hablada y publicada, con posterioridad al año 2000, entre la que se eleva su

singular libro Seis lecciones sobre historia (2003), resultado de seis conferencias que sus amigos y

compañeros le convencieron para que impartiera con motivo de su jubilación, y con el mandado

de que intentara transmitir lo sustancial de su teoría y práctica de la historia19.

El libro recoge, por último, un currículum personal, provisional porque se basa en los datos

que él mismo presentó para acompañar la solicitud de ser nombrado profesor emérito en 1996,

19 J.J. CARRERAS: Seis lecciones sobre historia, Zaragoza, Institución «Fernando el Católico», 2003, 97 pp., una pre-

ciosa panorámica de las ideas e ilusiones acerca de la historia desde la antigüedad hasta nuestros días (P.

RUIZ); uno de los trabajos más representativos y excitantes para entender el modo de hacer de Juan José

Carreras… Es un compendio de historiografía (ss. XIX y XX) condensada de manera sabia y elegante. Y mues-

tra una voz personal, diferente dentro de la historiografía española (J. UGARTE).

La última conferencia (Biblioteca María Moliner, 1 de diciembre de 2006).

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tan incompletos como la actualización del mismo que hemos intentado incorporando informa-

ciones de la década posterior20.

Nuestro propósito ha sido organizar un escenario –este libro– para representar el duelo per-

sonal y colectivo por la desaparición de un maestro y un amigo. Como recuerda aquí el filósofo

Ignacio Izuzquiza, los antiguos griegos afirmaban que era necesario tener descendencia para que

los hijos o parientes más jóvenes realizaran los ritos de la muerte; duelos y ritos que recorren

estas páginas, aunque la trascendencia e influencia de Juan José Carreras en las cosas que real-

mente importan es una realidad –como a él le gustaría– independiente del obligado relato que

hacemos de las mismas: José Carlos Mainer, en el sepelio del amigo y maestro que nos desapare-

ció de repente, dedicó a su recuerdo la cita de Horacio ‘Aere perennius’: más duradero que el bron-

ce, que en tiempos de los antiguos debía ser algo parecido a la inmortalidad.

20 Con la ayuda del becario Gustavo ALARES. No era precisamente cuidadoso Juan José Carreras en cuestiones de

currículo; en el que aquí se reproduce fecha la lectura de su tesis doctoral sobre La Historia Universal en los

Cronistas hasta Alfonso X en 1954; consultado su expediente académico en la Secretaría de la Facultad de

Filosofía y Letras de la Complutense por el becario e investigador Luis MARTÍNEZ DEL CAMPO, la fecha de lectura es

1953 y el título exacto Historiografía medieval española: la idea de historia universal en la Alta Edad Media

española.

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Conservo, entre otros, dos recuerdos tangibles de Juan José

Carreras, mi inolvidable compañero y amigo de aquellos

jóvenes años alemanes. Uno es la edición del texto griego,

con traducción alemana, de los fragmentos de Heráclito,

que publicó Bruno Snell, para la editorial Heimeran de

München y que Juan José me regaló. Con lápiz rojo hay

una escueta dedicatoria: Para Emilio! Se ve que ya empe-

zábamos a dominar la ortografía alemana, porque solo

detrás de las dos palabras hay un signo de admiración, para

ensalzar el afecto de la dádiva. Abajo, un rasgo de firma

que ya me era familiar.

El otro es una fotografía, en la que, sobre el Neckar

helado, estamos de pie, Juan José, Gonzalo Sobejano y

yo. Que un río como el Neckar se helase, aquel invierno

de 1953 —al menos esa es la fecha que puse al dorso, su-

pongo que entonces—, no dejaba de ser algo sorpren-

dente, incluso para los mismos alemanes. Los tres, con

grandes abrigotes desgastados —la pequeña foto en

blanco y negro permite atisbar ese detalle—, el cuello le-

vantado del abrigo por encima de sendas bufandas, y

guantes. Juan José lleva una enorme cartera en su mano

derecha, donde quizá encerraba algún volumen de la

Historia de Roma, de Theodor Mommsen. Él y yo con es-

pesos bigotes que, entonces y aunque no nos dábamos

cuenta, debían resaltar ante los colegas alemanes, nues-

tro carácter exótico (Exoten, se decía entonces) y que,

tal vez, nos equiparaba a los muchos estudiantes persas

—reinaba, de nuevo, Mohammed Reza Phalevi, el Sha,

tras el fracaso de la revolución de Mossadeq—, porque

los españoles en Heidelberg no pasábamos, entonces, de

la media docena, aunque ya se presentía la oleada de

trabajadores, la mayoría andaluces, que habrían de lle-

gar poco después a las vecinas fábricas de Mannheim y

Ludwigshafen.

En el prólogo a su hermoso libro sobre el filósofo de

Éfeso (Héraclite ou l’homme entre les choses et les mots,

París, Les Belles Lettres, 1959, 2ª ed., 1968), Clémence Ram-

noux, había escrito, no hay nada tan inmóvil como un río

que fluye. Pero el nuestro, el Neckar, más allá de la bri-

llante paradoja de su autora, estaba realmente inmóvil.

Claro que por debajo fluía el agua, camino del Rhein;

pero esa costra firme de un río helado nos debió de lla-

El río de la memoria

EMILIO LLEDÓ

Real Academia Española

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EMILIO LLEDÓ

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mar tanto la atención que, sobre él, dejamos plantada nuestra presencia en el tiempo. Como si

quisiéramos oponernos a ese fluir de latidos que nos llevaba.

El conocido fragmento heraclíteo que resume la imposibilidad de bañarse dos veces en el

mismo río era, por supuesto, una brillante metáfora de ese curso de los instantes, de esa flecha del

tiempo en la que estamos ensartados y que convierte a la vida humana en un suceso, en una suce-

sión. Sólo nos queda la memoria, para escapar al murmullo de los latidos de nuestro corazón, que

acompasa a ese misterioso fluir que el filósofo definió, genialmente, como la medida del movi-

miento según el antes y el después.

Con esa doble imagen me gustaría iniciar hoy mi homenaje a Juan José Carreras. Al enterar-

me de su muerte, más allá de la sorpresa y la ferocidad de la noticia, recordé, una vez más y no

puedo por menos que traerlo aquí, el texto de Sartre que, en un largo artículo sobre Merleau Ponty,

publicado en Les temps modernes (n. 184-185), al fallecimiento de su viejo amigo, escribe:

La muerte como el nacimiento, es una encarnación: la suya, sin sentido, pleno de indesci-

frables significados, realiza en lo que nos concierne la contingencia y la necesidad de una

amistad sin felicidad […]. Esa amistad abolida en el momento de renacer […] perdura en mí

como una herida eternamente abierta.

Porque ese río que corre bajo nuestros pies, sostenido en el hielo de la memoria, nos despla-

zó por distintas ciudades que nunca propiciaron nuestros reencuentros. En el ajetreo de cada vida

personal pensamos que el río está parado, inmóvil, como en la vieja foto de Heidelberg; pensamos

que hay tiempo para todo; que podremos volver a enhebrar nuestra amistad desde aquel hermo-

so comienzo de nuestra aventura universitaria.

Les confieso que en estos últimos años me decía, muchas veces, que debía reunirme con él,

que necesitaba hablar con él; que teníamos que evocar juntos, de nuevo, nuestras vidas, en el

sosiego de nuestros comunes, innumerables recuerdos. Porque es un privilegio haber podido com-

partir, en plena juventud, aquella sorprendente e inusitada experiencia europea.

El revivirla en nuestros diálogos era una forma de pararnos sobre el tiempo, como sobre la

costra helada y firme del Neckar. Porque uno vive también en la memoria de sus amigos, sobre

todo cuando la propia se desgasta. Y aunque no se desgaste. Cuando el tiempo pasado se ha he-

cho demasiado espeso en nuestro ser, en nuestra mente, necesitamos diluirlo en la mirada de

aquellos a quienes hemos querido, y con los que hemos compartido excepcionales experiencias.

Experiencias de las que, tal vez, cada uno de nosotros ya no tiene memoria y que al recordarlas

en el sonido y la mirada del otro, parece como si el tiempo empezase a revivirnos; a perpetuar-

nos; como si la flecha del tiempo, que decía el filósofo, no nos hubiese traspasado. Esos momen-

tos de la memoria compartida son, con las palabras y la amistad, la única, humana, verdadera,

forma de eternidad; la única, humana, pervivencia.

La memoria de los amigos es un sobresalto de luz y de alegría, porque se nos hace, de pron-

to presente, en sus palabras, nuestro propio ser. No puedo por menos de citar un texto sobre el que

he reflexionado en muchas ocasiones al querer, verdaderamente, desentrañar su sentido. Porque el

texto de un científico como Aristóteles, que se interesaba en sus escritos biológicos por temas tan

concretos como la reproducción de los mamíferos, o la formación de sus dientes; la generación de

las abejas, o los crustáceos, tenía que haber dejado dicho algo muy preciso en el corazón del her-

moso texto:

Así como nosotros, cuando queremos conocer nuestro propio rostro, tenemos que mirarnos

en un espejo, de la misma manera, si queremos conocer nuestro ser (autoi, autous), tene-

mos que mirarnos en un amigo, porque el amigo es, como decimos, un alter ego (heteros

ego) (Magna Moralia [II, 15, 1213ª20-27]: (Cfr. E. N. IX, 4, 1166ª31. E. E. VII, 11, 1245ª29).

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Aunque en la Ilíada (XVII, pp. 405 y ss., etc.) ya aparece esta supuesta identidad amistosa, es

en el texto de Aristóteles donde se inicia ese símbolo moral del alter ego. No resulta tarea fácil, sin

embargo, desbrozar el sentido antropológico, ético, de la brillante metáfora. Porque es evidente

que Aristóteles pretendía decir algo más real que una frase poética. Suponiendo, claro está, que la

poesía no sea una forma de realidad.

Esa idea del amigo como otro yo tiene, en principio, un fundamento en la otra expresión aris-

totélica, la amistad es lo más necesario de la vida (E. N. VIII, 1, 1155ª4). Esa necesidad implica que

vivimos en los otros también, que en la sucesión de instantes que configuró nuestra vida, buena

parte de ella quedó tras los ojos del amigo que nos miraba. Una mirada llena muchas veces de iro-

nía, incluso de crítica; pero bañada siempre por esa sympátheia amistosa en la que no solo el tiem-

po mismo nos estrechaba, sino la familiaridad, en las complicidades de ideas y sentimientos, y que,

con todas sus posibles contradicciones, nos enlaza en un fuerte vínculo afectivo.

Esa historia de amistad se coagula en la memoria. Como ese río helado, la memoria sostiene

y hace presente: nos impide sumergirnos en el vertiginoso torrente de los instantes en el que, sin

cesar, nos desvanecemos, nos anulamos; y nos alza a la mirada propia y a la de los otros, a la de

aquellos con los que nos enlaza la amistad. Porque nos miramos en las palabras del amigo. Su voz

que responde a la nuestra es el espejo donde se refleja nuestro ser. Esa voz es el único o, al menos,

el más firme testigo de lo que somos. En las palabras que decimos, que escuchamos, en las que nos

miramos y que nos miran, está reflejado el fondo de nuestro ser. Por ello el diálogo se inició en Gre-

cia como un eco de las miradas con las que se enfrentaba cada endothen, cada dentro, cada inti-

midad, en el encuentro de las palabras que otros, bajo el mismo latido del tiempo, nos decían.

Heidelberg, 1954. Sobre el río Neckar helado. Juan José a la izquierda,Emilio Lledó a la derecha y Gonzalo Sobejano en el centro.

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Al pensar en esos años que Juan José y yo compartimos en Alemania y al pretender hacerpalabra esa experiencia personal, no he podido por menos de pensar también en qué significa esapalabra experiencia, y desde qué experiencia personal, desde qué historia de nuestra intimidad,podemos enfrentarnos a la experiencia del mundo social, del mundo cultural que nos circunda.Recuerdo, en nuestros diálogos sobre Marx y Lukács —estaba entonces recién publicada DieZerstörung der Vernunft, que nos apasionaba—, habernos enfrascado, durante las conversacionesque teníamos en la sobremesa de la Mensa de la Universidad, con el concepto de experiencia quea los dos nos preocupaba. Porque experimentar es una forma de percibir, una forma de aunar lasensación y la memoria, como dice el texto de Aristóteles, así pues de la sensación surge la memo-ria y de la memoria repetida de lo mismo, la experiencia (Analíticos segundos, 100ª3-5).

La percepción está, en el fondo, limitada a nuestros sentidos, y al lugar concreto que, en elespacio y en el tiempo, ocupa nuestro cuerpo, centro y síntesis de todos los mensajes e informa-ciones que en ese tiempo y en ese espacio, le llegan. Experimentar, pues, la historia, vivir la histo-ria de un país, de una época es, sin embargo, una tarea mucho más modesta y limitada de lo quetan pretenciosa expresión manifiesta; aunque mucho más intensa, más viva. Hacia esas experien-cias colectivas, nos dirigíamos siempre, desde la acuciante, casi acosada y singular biografía.Incluso nos habíamos propuesto estudiar la voluminosa Kritik der reinen Erfahrung, de RichardAvenarius. Seguramente nos llevaba a ello la lectura de Marx y la famosa polémica de Lenin en sulibro Materialismo y empirocriticismo, y acabábamos discutiendo, con otros compañeros, sobre lasupuesta objetividad del historiador, la independencia de sus criterios.

Juan José y yo vivimos la experiencia alemana desde nuestra propia historia de estudiantes enun país del que habíamos querido salir, porque había dejado de ser nuestro país, y de unaUniversidad en cuya estructura intuíamos la incompetencia, la malversación de los caudales cultu-rales, de la inteligencia y, de paso, la manipulación de nuestra gente, de nuestros conciudadanos.

Creo que, más o menos conscientemente, era esto lo que nos llevó, a comienzo de los años cin-cuenta, a emprender nuestra peculiar aventura. Éramos, en cierto sentido y a pesar de nuestra licen-ciatura universitaria, una avanzada de los emigrantes españoles que empezarían a llegar poco des-pués. Arrastrábamos también una cierta forma de desamparo: el desconocimiento de idiomas —unpoco de francés y alemán—, tan típico del abandono en que la enseñanza media nos tenía hundido.Rápidamente nos dimos cuenta de estos fallos, al comprobar el poder de la enseñanza pública, en losInstitutos de Heidelberg, con los que no podría competir colegio privado alguno, si es que los hubie-ra habido. ¡Cuántas veces comentábamos esta soledad y abandono que habíamos padecido en nues-tra enseñanza media, en otro de nuestros lugares de encuentro, en la Cafetería Fontanella, donde elcafé nos salía más barato porque habíamos caído en gracia a la inolvidable pareja de italianos que,con su bella sobrina Valeria Comacchio, regentaban el simpático local!

Yo, por entonces, estaba comenzando a leer a W.V. Humboldt y recuerdo que allí en la peque-ña mesa de la cafetería, nuestra Stammtisch, comentábamos la carta que, desde Madrid, escribíaHumboldt a su amigo David Friedländer concejal del Ayuntamiento de Berlín el 16 de diciembrede 1799: Los centros de enseñanza, en España, son lamentables. Se enseña, sobre todo religión yalgo de cuentas, además de a leer y escribir.

Humboldt describe también el estado de nuestras Universidades, y se extraña que dado elbajísimo nivel en que están los conocimientos científicos, aunque encontrase, como escribe en suscartas y diarios durante aquel largo viaje que había emprendido por España, algunas personasexcepcionales, por su inteligencia y preparación, en los que apuntaba el espíritu, tantas veces des-trozado, de la Ilustración.

Recuerdo exactamente el reencuentro con Juan José en Heidelberg y creo que, en Madrid,

nos había puesto en contacto Santiago Montero Díaz, con el que él se había doctorado, y del

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que yo había sido alumno en las

clases de Historia de la Filosofía An-

tigua que, durante un par de cursos,

dio a los alumnos de Filosofía y de

Filología Clásica.

En la excelente edición y nota

preliminar, de Carlos Forcadell, al li-

bro Razón de Historia, compruebo

que fue en 1954, cuando Juan José

llegó a Heidelberg. Pero no recuerdo

si fui yo quien le animó a que esco-

giera esta ciudad. Porque Conze, co-

mo catedrático, y Koselleck como

joven doctor, se incorporarían un

par de semestres después a la Facul-

tad de Filosofía. Yo estaba en Hei-

delberg desde septiembre de 1953,

al concluir las dos licenciaturas: la

de la Universidad y la del Ejército.

En 1962 regresamos, Montse y yo, a

España, a Valladolid, donde ella ha-

bía conseguido la cátedra de Ale-

mán en el Instituto Zorrilla y yo,

que estaba excedente del de Calata-

yud, la de Filosofía en el Instituto

Núñez de Arce.

No sé exactamente las razones que me habían llevado a la ciudad del Neckar, ni sabía, enton-

ces quiénes eran Gadamer o Löwith, aunque el rector de la Universidad de Madrid, Pedro Laín, me

mencionó el nombre de Gadamer con motivo de la entrega del Premio Extraordinario de

Licenciatura que, como a Juan José, se nos había concedido. Desconocía los nombres de los filólo-

gos clásicos con los que pretendía trabajar. Con dos de ellos, con Otto Regenbogen y Franz

Dirlmeier, me uniría a lo largo de aquellos años una casi filial amistad.

Fueron muy sorprendentes, para nosotros, las primeras impresiones en un país tan distinto al

nuestro, y que fuimos asimilando, poco a poco, cuando ya estábamos instalados, mentalmente, en

el nuevo paisaje. Tendría que hablar de lo que, por nuestros intereses concretos, comenzó llamán-

donos la atención: la vida universitaria, la organización de la Universidad y sus bibliotecas.

Como saben, Heidelberg se había librado, por designio del alto mando americano que pre-

tendía establecer en la ciudad del Neckar su cuartel general, de los feroces bombardeos que habían

arrasado a ciudades próximas como Mannheim o Ludwigshafen. Por eso estaba intacta la magní-

fica Biblioteca de la Universidad. De la que el Jahrbuch der deutschen Bibliotheken, de 1991, nos

informa que tiene 2.500.000 volúmenes, sin contar, claro está, los fondos de las bibliotecas meno-

res de los Seminarios e Institutos de investigación. Como en todas las Universidades alemanas, la

Biblioteca es el edificio más importante, me atrevería a decir el más cuidado, el más vivo. Suele

estar abierta durante las largas vacaciones que impone la organización semestral de la enseñan-

za y es, tal vez, el lugar más visitado por los estudiantes y mimado por los magníficos equipos de

bibliotecarios.

Emilio Lledó en el homenaje a Juan José (Zaragoza, diciembre de 2007).

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EMILIO LLEDÓ

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Recuerdo, por cierto, que viviendo ya, muchos años después, en Berlín, caí en una polémica,

digamos, bibliotecaria, a propósito de unas declaraciones mías sobre la carencia de biblioteca cen-

tral, en la que no sé si ya entonces le habían cambiado de nombre, y se llamaba, paradójicamen-

te, Universidad Complutense. Una de las eminencias que rebatía mi tesis, contra la que no daba

argumento alguno, era ese famoso y vacío tópico de que todas las comparaciones son odiosas. Yo

creo, por el contrario, que en muchos campos las comparaciones no tienen que ver con el odio,

sino con el amor.

Tendré que hacer aquí un breve paréntesis en el que, creo, Juan José estaría de acuerdo con-

migo… De todos los mitos germanos, de todos los tópicos que pretenden definir el sentido de un

pueblo, sus formas de convivencia, sus imaginarios, más o menos colectivos y, sobre todo, ese mis-

terioso y problemático término de identidad, el único que se mantuvo firme, durante todos esos

años, fue el del sistema de enseñanza, el de la escuela y la Universidad. Por cierto que el tópico de

la altivez alemana, al menos en la vida académica, jamás lo experimentamos. Alemania, a pocos

años de la derrota, tenía un aire entusiasta por resucitar de nuevo, y, al mismo tiempo, flotaba

entre los estudiantes un cielo de ideales, mezcla de modestia, de fuerza que, por la catástrofe euro-

pea de la que pudieran sentirse, de alguna forma, culpables, les dignificaba.

Creo que es el mejor homenaje que puedo rendir a Juan José, evocar aquella admiración,

aquella maravillosa sorpresa con la que iniciamos nuestra larga andadura alemana. En un mo-

mento como el que atraviesa nuestro país en relación con los crecientes desconciertos educati-

vos y las absurdas e inconcebibles polémicas, llenas de estupidez y, en el peor de los casos, de

agresividad, se hace patente que, a pesar de todos los pesares y quiero suponer que a pesar tam-

bién de los buenos propósitos, aún no estamos en la Unión Europea de la Cultura. Mis opiniones

personales al respecto no vienen ahora a cuento; pero sí quisiera hacer un breve ejercicio de me-

moria al insistir, escuetamente, en la Universidad que Juan José y yo tuvimos la suerte de cono-

cer. Me parece que es un buen ejercicio de estimulante y saludable memoria, el evocar esos mo-

delos universitarios.

Una de las sorpresas en la organización de la estructura docente de la Universidad, era el libro

mágico, por así decirlo, el Vorlesungsverzeichnis. Cada semestre la Universidad publicaba una

especie de anuario en el que aparecían los temas que los profesores, dentro de sus respectivas

especialidades, iban a exponer. Paralelamente, se anunciaban los seminarios correspondientes, que

podían coincidir o no, con lo que trataba la Vorlesung, la clase magistral.

A propósito de clases magistrales, en mis años de profesor en la Universidad de Barcelona,

una de las reivindicaciones estudiantiles e incluso de los PNN era la supresión de clases magistra-

les y, por parte del Ministerio, el limitar el número de alumnos por aula, como si esto fuera un tema

esencial para el desarrollo de la docencia universitaria. Recuerdo aquellas clases de Gadamer, de

Löwith, de Conze, de Forsthoff, de Böckmann, repletas de alumnos que prestaban su atención,

efectivamente, a un maestro. No importaba el número de oyentes, si la persona que tenías delan-

te era, realmente, alguien que ejercía, desde su saber y su personalidad, la función amorosa de

enseñar. Por ello me extrañaba tanto la lucha por la supresión de las clases magistrales: ¡Qué más

hubiéramos querido, Juan José y yo, que haber podido recibir clases magistrales, que haber teni-

do maestros, y no el discurso asignaturesco y vacío que, con algunas admirables excepciones, tuvi-

mos que soportar en la Universidad de Madrid! Además, para asistir a las clases de este tipo de pro-

fesores, seguro que era mucho más provechoso tenerlos lo más lejos posible, en un aula llena, que

no en una especie de clase particular de 20 o 25 alumnos.

Precisamente, porque el profesor cambiaba cada curso el tema de sus clases, los alumnos

seguían, semestre a semestre, a su profesor, si este les interesaba verdaderamente. Esa continuidad

justificaba el que uno se sintiera discípulo de un determinado maestro. Ni que decir tiene que a

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los profesores, en ningún momento se les ocurría exponer un supuesto programa, en el que se

había desplegado esa artificiosa y esterilizadora visión completa de una asignatura. Sus temas

solían ser aspectos de la materia de la que eran profesores, problemas de una época, partes de la

obra de un filósofo, interpretación, en filología clásica del libro tercero de la Guerra del

Peloponeso, o la ideología de los coros en las tragedias de Sófocles, por ejemplo.

Las clases, en el semestre de verano, duraban desde el 2 de mayo al 31 de julio, y en el invier-

no, desde el 4 de noviembre al 28 de febrero. Los profesores gozaban, pues, de cinco meses sin

docencia; pero, por supuesto, mantenían bastante más tiempo sus despachos en determinadas

horas de consulta, y las bibliotecas estaban abiertas todo el año. La vida universitaria seguía, pues,

viva y lo único que cesaba era la docencia.

Eso sí, para asistir a los seminarios, que ya tenían un carácter más privado, había que ha-

blar antes con el profesor que te aconsejaba la conveniencia, si no habías leído determinados li-

bros, de asistir a un Proseminar, previo, o esperar a otro semestre para acudir a un Oberseminar.

En las sesiones del seminario había una determinada organización. Un alumno quedaba encar-

gado de exponer un tema, interpretar un texto que, bajo la dirección del profesor, era debatido

por los otros asistentes y por el profesor mismo. De todo ello, tomaba nota otro de los estudian-

tes que hacía lo que se llamaba el Referat. Nunca, en mi ya larga experiencia docente, he perci-

bido más interés, más pasión intelectual, más libertad que en aquellas sesiones de seminario. En

estas sesiones, no podía por menos de evocar los escritos para la fundación, en 1810, de la Uni-

versidad de Berlín, y aquel maravilloso lema humboldtiano de Einsamkeit und Freiheit.

Un catedrático universitario de la materia que fuera, incluso de aquellas que podían tener

jugosas recompensas económicas —bufetes de abogado, clínicas más o menos privadas, etc.—, se

dedicaba exclusivamente a la Universidad, por muy eminente que fuera en su especialidad.

En la Uferstr. 40, en un relativamente modesto bloque de viviendas de la Universidad donde,

en un principio, vivía Gadamer, podía tener, también, su casa una eminencia en Derecho civil, o un

catedrático de Cirugía. La Universidad era un mundo exclusivo, suficientemente rico y estimulan-

te, para que un docente entregase su vida y sus ilusiones a trabajar en ella.

Una cosa que también nos sorprendía era la libertad de los estudiantes para elegir, de acuer-

do con el profesor, el momento de sus exámenes. Solían ser exámenes orales y el profesor pregun-

taba por las cuestiones que más habían interesado a su estudiante.

Supongo que estas cuestiones serán conocidas por todos ustedes; pero a Juan José y a mí

todo ello nos resultaba un mundo absolutamente inesperado y sorprendente. Por cierto que

cuando algún profesor español pasaba por Heidelberg y, de paso que le hacíamos de intérpretes,

le explicábamos algo de la Universidad, criticaban aquello que, precisamente, provocaba nuestra

admiración. Nos objetaban la excesiva libertad, la ausencia de programas concretos, la falta de

exámenes en junio o septiembre, etc., etc. Acababan, al fin, dándonos el piadoso consejo de que

estábamos prolongando excesivamente nuestra estancia alemana, y que nos iba a resultar difícil

reincorporarnos a España. Cosa que, a pesar de todos los pesares, no fue así. Desgraciadamente

es mucho más difícil, en la patología endogámica —con todas las excepciones que quieran—, que

hoy padece la Universidad —entre otras patologías y corrupciones—, es más difícil, digo, entrar

en ella que en nuestros tiempos, donde dos catedráticos de Instituto, como Juan José y yo mis-

mo, podíamos aspirar, con esperanza de éxito, a una cátedra universitaria.

Aunque han pasado más de cincuenta años de esa extraordinaria aventura nuestra, y ha habi-

do cambios importantes en la vida y en la enseñanza, me atrevo a afirmar que ese espíritu que sur-

gió en 1810, en la fundación de la Universidad de Berlín sigue, de alguna forma, vivo en la

Universidad alemana de nuestro tiempo.

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Por referirme a un detalle aparentemente accesorio, pero que, en mi opinión, expresa algo

más importante que el mero carácter anecdótico, aludiré, por último, al hecho de que las Uni-

versidades alemanas, siguen rodeadas de bicicletas, el medio de transporte de sus estudiantes y

de muchos jóvenes profesores. Y tengo que confesarles algo, a una cierta edad uno tiene dere-

cho —¿no estamos en democracia?— a decir lo que piensa. Pues bien, ese inmenso aparcamien-

to de coches de la Universidad Complutense o de la Universidad Autónoma, me repugna. Pero el

análisis de estos marginales temas esenciales, me llevaría demasiado lejos.

Hay dos características esenciales en los seres humanos. La más importante, como la famosa

definición de Aristóteles, la de ser un animal que habla, que habla y que, por ello tiene memoria.

En ese lenguaje y en esa memoria, siguen vivos todos aquellos a quienes hemos querido y que se

aglutinan en nuestro corazón, en nuestra mente, como parte imprescindible de nuestra existencia.

Un consuelo modesto; pero un consuelo que alienta y da esperanza.

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JOSÉ-CARLOS MAINER

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Queridos amigos:

En la hoguera, la segunda novela de Jesús Fernández

Santos, está dedicada a Mary Carmen y Juan José Carreras. Y

no me parece casual. El relato es una agobiante expresión del

deseo de huida, de la angustia de existir en la España rural

del franquismo, un ámbito donde la tuberculosis de Miguel,

su protagonista, pasa a ser una metáfora del malestar y la

impotencia generacionales. Toda dedicatoria es una forma de

complicidad, que señala a un lector (o lectores) preferente, a

alguien al que constan los verdaderos significados que se le

encomiendan afectivamente por el hecho de dedicárselos:

aquellos dos muchachos de treinta años que eran Mary

Carmen y Juan José supieron leer, sin duda, entre líneas lo

que aquella novela diagnosticaba. Y también habían sabido

sobreponerse a toda tentación de derrotismo... porque tam-

poco es casual que En la hoguera viera la luz un año después

de los sucesos de febrero de 1956, en los que Juan José

Carreras había participado activamente.

Todos sabemos que fueron el síntoma del desengan-

che de toda una generación de españoles con respecto al

fascismo, aunque los matices del disenso fueran muy

variados. Es cierto que la mayoría de aquellos jóvenes pro-

venían de familias que habían ganado la guerra civil, pero

la de Juan José Carreras la había perdido y con muy alto

precio. Quizá esa diferencia básica le hizo siempre tan lúci-

do y tan crítico: no necesitaba ser indulgente con ninguna

parte de su propio pasado, ni reconstruir nada que en su

entorno se hubiera olvidado. Me acuerdo todavía cuando,

con ocasión de la presentación del excelente libro de Javier

Muñoz Soro sobre Cuadernos para el Diálogo, declaró sin

ambages que aquel mundo de posibilismos y tanteos no le

había gustado nunca y, de hecho, no figuró entre los cola-

boradores de la revista de Ruiz-Giménez. No hace muchos

días, ahora en una jornada del encuentro de estudiosos

acerca del franquismo, intervino con saludable radicalismo

acerca del destino deseable para el ominoso Valle de los

Caídos: no cabía otra alternativa que su desacralización.

Pero Juan José era lo más lejano de un sectario. Yo a

veces le he definido —en broma que tenía mucho de admi-

Palabras leídasen el sepelio

de Juan José Carreras

JOSÉ-CARLOS MAINER

Universidad de Zaragoza

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JOSÉ-CARLOS MAINER

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ración— como un teórico, un hombre de pensamiento, que tenía la permanente tentación y hasta

la manía de la práctica. No quería dar puntada (teórica) que no supusiera perseverar con el modes-

to pero tenaz hilo de la praxis. Estaba dotado, como pocas personas he conocido, para el pensa-

miento dialéctico que hace fecunda una discusión y quizá por eso, por su enorme autoexigencia

intelectual, escribió poco: se escudaba a veces en que su campo de conocimiento más directo —la

historia alemana— no era muy usual entre nosotros, y es cierto, de añadidura, que la Teoría de la

Historia tampoco tenía demanda alguna cuando él la cultivaba. Lo cierto es que ya hemos escrito

excesivamente los demás y ninguno con el rigor y la seguridad que revelan los escritos de Carreras

en su fecunda floración tardía. Pero la verdad es que más que escribir, conversó y dio clases. Y

todos nos beneficiamos de su generosidad inagotable en la plática y en el consejo, para los que

tenía límites temporales: Juan José tenía don de consejo, como decían los antiguos, una capaci-

dad hecha de equilibrio personal y de una mezcla de afecto e ironía que venían a ser impagables,

ya fuera como ducha de agua fría para los entusiasmos fáciles y como cálido estímulo para supe-

rar las estados de vaguedad. Quienes hemos consumido muchas horas de nuestra vida en las caó-

ticas reuniones del consejo redaccional de Andalán —donde J.J. Carreras-H.J. Renner fue un refe-

rente— lo sabemos muy bien...

Por todo esto ha dejado tan profunda huella en los que han tenido la fortuna de trabajar con

él, a título de discípulos y, a la vez, de amigos, lo que no es nada fácil de lograr sin caer en la dema-

gogia académica. Escalafonado tempranamente, Carreras fue el valedor de los penenes de los años

sesenta y en el decenio siguiente, fue una voz que logró, como ninguna otra, hacerse respetar en

la larga y nada fácil transición de esta zaragozana Facultad de Filosofía y Letras: sin necesidad de

Madrid, años cincuenta, con Jesús Fernández Santos,Ignacio Aldecoa y Josefina Aldecoa.

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Palabras leídas en el sepelio de Juan José Carreras

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ocupar ningún puesto más allá de lo departamental, por mero arte de persuasión y sabia elección

de interlocutores, por autoridad moral indiscutida y por probidad intelectual. La trayectoria de los

estudios de Historia Contemporánea de España, antes de 1970, era –con un par de excepciones-

un territorio académico que encarnaba como pocos las limitaciones, los intereses y los modos de

la Universidad franquista, como corresponde a lo que era un territorio científico de riesgo: lo

poblaban —en muy reducida armonía— una mayoría de católicos intransigentes de procedencias

diversas y algún que otro veterano del falangismo, más o menos reciclado. A Juan José Carreras y

a muy pocos más se debe el cambio, que ha sido tan total, y la transmisión de un legado de reno-

vación a dos generaciones de profesores en activo y a alguna más que ya asoma afortunadamen-

te: los que ya hemos pasado hace tiempo los cincuenta y los que rondan la cuarentena de su edad.

Son quienes están trabajando de otro modo en la historia interna de la guerra civil y en la cons-

titución del franquismo, los que han organizado por vez primera la historia de la historiografía

española, los que también han explorado y asentado una historia local que nunca resulta localis-

ta. Y cito muy adrede tres rumbos que tienen hoy —en el marco general de la Universidad españo-

la— una indeleble huella de profesores formados en Zaragoza. A Juan José Carreras, ese excepcio-

nal y riguroso director de tesis doctorales, se lo debemos.

Aere perennius: más duradero que el bronce. En esta locución encerraron Horacio y después

Ovidio su idea de trascendencia de las cosas humanas, las únicas que verdaderamente importan. Y

eso quiero decir yo ahora con toda la solemnidad de la lengua clásica y en nombre de la admira-

ción que todos sentimos: así quedará el recuerdo de los pasos de Juan José Carreras entre quienes

somos sus amigos, y así permanecerá nuestra gratitud permanente que hoy transferimos, sin men-

gua ninguna, a los que forman y formarán parte de él, a Mary Carmen López Candenas, a Hansi,

a Friedel y a Pablo Carreras López.

Muchas gracias a todos.

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RAMÓN VILLARES

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Evocar a Juan José Carreras, en esta ciudad y Universidad,

rodeado de familiares, colegas y discípulos, no es tarea

fácil, porque los sentimientos pueden dominar sobre la

razón, como nos ha prevenido esta mañana su condiscí-

pulo en Heidelberg, el profesor Emilio Lledó. Por mi parte

debo decir que no tuve la fortuna de convivir mucho

tiempo con el profesor Carreras, pues su estancia en la

Universidad de Santiago de Compostela apenas duró un

año académico. Escaso bagaje para mi comparecencia en

este acto de homenaje, que se compensa con el trato

continuado que a partir de entonces mantuve con él, más

como amigo y discípulo que como colaborador propia-

mente dicho.

Pues la amistad nacida entonces hizo del profesor

Carreras, para mí, un referente universitario e intelectual al

que acudir en momentos de incertidumbre o de caminos

cruzados. En esencia, fue el maestro real que antes no

había tenido y el maestro imaginario que después me guió

en muchas singladuras de mi travesía vital, aunque fuese

desde la lontananza física de su residencia en Zaragoza.

Porque él estuvo presente en todos los pasos decisivos de

mi carrera universitaria: la incorporación a un departa-

mento de Historia Contemporánea desde el de Historia

Económica (1977), la presentación de la tesis doctoral

(1980), la oposición al cuerpo de adjuntos (1982) y el

acceso, ya mediante normas de la LRU, al cuerpo de cate-

dráticos (1987), en este caso como presidente del tribunal.

Por eso es difícil separar sentimientos de razones. En

un texto al que J.J. Carreras recurría con frecuencia, el

gran testamento historiográfico de Friedrich Meinecke,

La génesis del historicismo (1936), se ilustra la posición

intelectual de Montesquieu en el panorama de la Ilustra-

ción europea como una combinación de razón y pasión,

echando mano de una vieja metáfora ecuestre, según la

cual jinete y caballo deben actuar de consuno. El jinete

representa el cálculo y la razón, pero el caballo es instin-

to y pasión. Unidos y compenetrados pueden vencer una

carrera, pero de forma individual nunca lo lograrían. Así

es, en muchos casos, el trabajo intelectual, una mezcla de

razón y pasión. Juan José Carreras fue un cabal ejemplo

de ello. Él, que era tan amable y sentimental, de formas

Juan José Carreras,el maestro discreto

RAMÓN VILLARES

Universidad de Santiago de Compostela

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RAMÓN VILLARES

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delicadas y de rara finura en el tra-

to humano, gustaba de racionali-

zarlo todo, de someter la más pe-

queña anécdota o noticia a una ca-

tegoría general y universal. Es la

guía que trataré de seguir en esta

intervención: aproximación a la

persona y al amigo desde la pasión

hija del afecto y la admiración, y

evocación del maestro universitario

desde la razón. No se trata, pues, de

una aproximación biográfica o his-

toriográfica, sino de una exposición

de mi visión personal del maestro y

del amigo. Parafraseando un viejo

título de Pijoan sobre Giner de los

Ríos, podría decir que este es Mi

Juan José Carreras, aunque se resu-

ma en pocas páginas.

Un niño republicanoen Compostela

Debo comenzar por un comentario

personal, que reconstruya no sólo mi

primera relación con él, sino el breve

retorno a su Galicia natal, en condi-

ciones bien diversas de aquellas en

las que había salido, varias décadas

atrás. Desde el punto de vista personal, mi encuentro con él se produjo aparentemente como un

resultado del azar. Un azar, con todo, dirigido a través de amigos o colegas comunes, como

Santiago Jiménez o Eloy Fernández Clemente, a quien conocí en uno de los míticos coloquios de

Pau, organizados por el profesor Tuñón de Lara, al que yo había ido con el profesor X.R. Barreiro

en marzo de 1977. Fue, además de experiencia fecunda, una ocasión para conocer de forma per-

sonal a muchos de los jóvenes investigadores que por aquel entonces despuntaban en el contem-

poraneísmo español que reconocían como maestros, además de a Tuñón, a figuras algo más jóve-

nes como José María Jover, Miguel Artola o el propio Juan José Carreras.

Pero más que el contacto personal, tiene mayor interés el camino que lleva al profesor

Carreras a la cátedra de Historia Contemporánea de la Universidad de Santiago de Compostela. En

la primavera de 1977, ocupa esta plaza en virtud de un concurso de acceso desde su condición de

profesor agregado en Zaragoza. Era la segunda vez que lo intentaba, aunque entonces apenas se

sabía. A principios de la década de los setenta, cuando abandonó la Universidad compostelana la

profesora Dolores Gómez Molleda, quedó vacante la cátedra de Historia Contemporánea, a la que

intentó acceder el profesor Carreras, pero con escaso éxito. Una filtración interesada alertó a los

dirigentes universitarios de Compostela de su perfil ideológico y la cátedra compostelana fue

oportunamente desdotada, para encomendar el desempeño de su docencia, por vía indirecta, al

profesor Antonio Eiras, ya entonces firmemente asentado en su condición de modernista, después

de su primera formación en temas del siglo XIX, bajo la dirección de F. Suárez Verdaguer.

Santiago de Compostela, una orla poco convencional, curso 1973-78.

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Juan José Carreras, el maestro discreto

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A la segunda fue la vencida. Primero se proveyó la plaza de agregado, que ocupó el profesor

J.M. Palomares, procedente de Valladolid, que fue acogido en Compostela con el sosiego que hacía

presumir su condición de fraile dominico. No hizo nunca ostentación de su condición religiosa para

marcar ideológicamente el departamento, sino que, por el contrario, abrió sus puertas para la

expansión de la docencia del contemporaneísmo en la facultad y, desde su condición de secreta-

rio general de la Universidad, favoreció la provisión de una plaza de catedrático de la materia, que

fue la que ocupó durante poco más de un año el profesor Carreras, desde mayo de 1977 hasta

junio de 1978.

Cuando llegó a Compostela, el profesor Carreras se encontraba en su plena madurez como

historiador y también como analista político, virtud que había puesto en evidencia, entre otros

lugares, en la aragonesa revista Andalán. A pesar de su breve permanencia en esta Universidad, la

influencia que en ella ejerció fue muy notable, en varios ámbitos, tanto académicos como políti-

cos. Fue relevante, más por el giro dado que por los resultados cosechados, la apertura de nuevos

temas de investigación, que pretendían compensar la hegemonía de la historia rural entonces muy

en boga y, sobre todo, el escaso aprecio que se sentía por la historia del siglo XX. Las primeras

investigaciones realizadas en Galicia sobre la guerra civil y la posguerra fueron alentadas por

Carreras, abriendo de este modo un camino que tardaría todavía algunos lustros en ser transitado

de forma no esporádica por investigadores universitarios.

No menos relevante fue su breve pero influyente magisterio docente. Porque una de sus prin-

cipales herencias fue la querencia que dejó por el estudio de la historiografía, a la que dedicó casi

en exclusiva sus clases durante todo un curso en las que hizo patente su familiaridad con autores

y textos de la mejor tradición historiográfica europea, desde los historiadores de la época antigua,

que ya había estudiado en su tesis doctoral, o los humanistas que mucho apreciaba, hasta el núcleo

Curso en la Universidad de Santiago, finales de los años ochenta.

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central del pensamiento histórico europeo moderno, con especial predilección por tres corrientes:

la de la Ilustración francesa y alemana (de Voltaire a Herder), la del historicismo alemán, con Ranke

como figura central, y la del materialismo histórico, con una lectura demorada de los textos de

Marx y Engels. Todo ello sin olvidar su buen conocimiento del positivismo (en que divergía de los

anatemas de Febvre) y de la historiografía de la primera mitad del siglo XX.

Su llegada a Compostela coincidió, por otra parte, con los tiempos de la transición democrá-

tica y la lucha por la constitución de órganos de gobierno universitarios basados en la reivindica-

ción de una composición tripartita y paritaria, lo que suponía la remodelación radical del gobier-

no de la Universidad, comenzando por la elección del rector y de todos los demás cargos. En todo

ello se implicó el profesor Carreras, promoviendo, entre otras acciones, la práctica de unas comi-

das autoconvocadas del profesor de la facultad que se convirtieron en el caldo de cultivo para la

socialización de ideas y la movilización de los llamados penenes, que entonces constituían el sec-

tor más numeroso del profesorado universitario. Conectó también de forma rápida con las orga-

nizaciones políticas, en su expresión universitaria, desde los comunistas de diversa obediencia, a

los nacionalistas o los anarcos, que pronto vieron en aquel profesor que trasnochaba sin probar el

alcohol, un inmejorable confidente que escuchaba y no catequizaba. Sus recuerdos de los cafés

Derbys y Azul lo acompañaron para siempre, pues en cada nueva visita a Compostela, estos luga-

res de sociabilidad urbana y estudiantil eran de imprescindible visita, aunque poco a poco fuesen

perdiendo el aura de Fontana de Oro (aunque sin ningún Alcalá-Galiano de por medio) que habían

alcanzado a fines de los años setenta, con sus tertulias políticas y sus trifulcas grupales.

Fue así como, entre paseos por las calles compostelanas y charlas de café fumando puros

debajo del televisor, la biografía personal e intelectual de Carreras se fue haciendo patente para

quienes le frecuentábamos. Descubrimos entonces que, además de un profesor brillante y de un

investigador con larga estancia en Alemania, se escondía una historia personal difícil y adversa. Era

la peripecia propia de un niño republicano de los que habían perdido la guerra y algo más. Él no

solía hablar mucho de estas cosas, ni tampoco hacía ostentación de su condición de exiliado inte-

rior durante la posguerra. Pero su biografía familiar estaba marcada desde que en el verano del 36

su padre, un republicano de filiación casarista (i. e., de Santiago Casares Quiroga), fuese abatido

en la ciudad de A Coruña por haber defendido, como muchos otros, la legalidad republicana al

lado del gobernador civil, Francisco Pérez Carballo, frente a los oficiales militares sublevados.

Discípulo del romanista e institucionista José Castillejo y casado con una bibliotecaria de leyenda,

Juana Capdevielle, el niño Carreras recordaba aquel joven matrimonio instalado en el Gobierno

Civil por los bombones que le habían regalado cuando, en compañía de su padre Fortunato, fue a

visitarlos en abril de 1936, apenas recién llegados a su luego fatal destino coruñés.

La guerra lo cambió todo. Para unos, fue el triunfo y la gloria bañada en sangre. Para otros,

la muerte, la persecución y el silencio, cuando no se quebraba la voluntad de resistencia. La atmós-

fera de la ciudad coruñesa, que con cierto tino reconstruyó otra niña republicana entonces en la

adolescencia, Amparo Alvajar, se hizo una mezcla de sofoco y de complicidades propias del síndro-

me de Estocolmo. La opción de la familia Carreras fue la de huir y buscar la protección del anoni-

mato de la gran ciudad, instalándose en Madrid, donde transcurrió la adolescencia y juventud de

aquel niño republicano, estudiante brillante y militante precoz en organizaciones de oposición al

régimen. Luego vino un segundo y más fecundo exilio, en la ciudad universitaria alemana de

Heidelberg, de cuyo ambiente intelectual ya ha hablado su condiscípulo en tierras tudescas, el pro-

fesor Emilio Lledó.

Estos son pequeños trazos de una biografía, que tiene muchos puntos en común con tantas

otras. Pero lo que me importa señalar no es tanto la propia historia individual del profesor Carreras,

como la dificultad que la gente de nuestra generación se encontró para saber qué había pasado o,

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Juan José Carreras, el maestro discreto

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más exactamente, qué les había

sucedido a nuestros padres. En reali-

dad, se sabían muchas cosas de la

Segunda República e incluso de la

guerra civil, pero no se había des-

cendido al plano de las historias

individuales y de sus consecuencias

políticas y morales. Estas peripecias

de represión, de exilio y de silencio

se conocían al menos de forma par-

cial, pero apenas se verbalizaban,

porque primaba la idea de la recon-

ciliación nacional y de la superación

del trauma de la guerra civil. Es pro-

bable que fuese una decisión cons-

ciente, un echar al olvido como ha

sugerido Santos Juliá, pero la reali-

dad de nuestra educación sentimen-

tal es inseparable de esta práctica de

las cosas sabidas pero no dichas, que

tan común fue durante la transición

democrática.

No sé si habrá sido una ironía

del destino el que el profesor Carre-

ras haya muerto en el llamado año

de la memoria histórica, concepto

que a él tan poco le gustaba. Pero al

menos, el ambiente creado por esa

voluntad de recordar hace más pa-

tente lo que, treinta años antes, era

un territorio cuasi vedado. Enton-

ces, cuando llegó a Compostela,

Juan José Carreras era un historia-

dor de formación marxista, vincula-

do a la tradición política del partido

comunista, pero su biografía indivi-

dual importaba menos. El haber sido un niño republicano carecía del significado que hoy le da-

mos. A pesar de su disgusto con la sustitución de la historia por la memoria, es más que proba-

ble que su perspicacia analítica se acabaría ocupando, al modo de su coetáneo heidelbergiano

R. Koselleck, de esta influencia de la memoria —en tanto que experiencia— en la forma de ver la

historia española del siglo XX...

Un maestro del contemporaneísmo

Aunque mi colega Pedro Ruiz hablará más en concreto de la influencia de Carreras sobre la evo-

lución de la Historia Contemporánea española en las últimas décadas, no me quiero contentar

en esta evocación con la referencia a su etapa compostelana. Creo que ya estamos en disposi-

ción de evaluar de forma conjunta su obra. ¿Cómo podrá ser recordado el profesor Carreras, des-

En su ciudad natal de A Coruña.

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RAMÓN VILLARES

54 |

de el punto de vista académico y

científico? Desde el punto de vista

de la disciplina, como un renovador

silencioso pero tenaz de sus estruc-

turas y de sus recursos humanos, a

través de los mecanismos reales y

simbólicos de los que dispuso, por

elección o sorteo, desde la década

de los ochenta (oposiciones, idonei-

dades de la LRU, tribunales de tesis,

etc.); desde el punto de vista inte-

lectual, como un maestro también

discreto y algo socrático, pero que

en realidad se puede definir como

un auténtico scholar, en la mejor

tradición académica occidental.

La influencia de Juan José Ca-

rreras en la configuración de la His-

toria Contemporánea en España

como una disciplina científica fue

más profunda de lo que se supone.

Conviene recordar que la aparición

del contemporaneísmo como una

comunidad profesional y universi-

taria tuvo lugar en los años sesenta

del siglo pasado, justamente poco

antes de que se hubiera producido

la incorporación de Carreras a la

docencia universitaria. El lastre ideo-

lógico que se arrastraba de varias

décadas de hegemonía del nacio-

nalcatolicismo solo se hallaba com-

pensado por algunas figuras del in-

terior, de clara filiación liberal (Artola, Jover) o por figuras que desde el exterior (Carr, Tuñón),

ejercían una labor individual y colectiva de renovación de la historiografía contemporaneísta es-

pañola. En este contexto es en el que entra Juan José Carreras, con una estrategia consciente de

orientar en lo posible lo que, años más tarde, se convirtió en la expansión sin precedentes del

contemporaneísmo español, hasta el punto de ser, en los años noventa, el área más populosa y

dotada de todas las disciplinas de Historia de la Universidad española.

Su intervención en la conformación de los contemporaneístas como una corporación pro-

fesional no fue obra de un mandarinato institucional, ni consecuencia de una influencia políti-

ca específica. Fue más bien el resultado de una labor de seducción intelectual y de ejercicio de

la palabra; en suma, de orientación de toda una generación que accedió a los estudios universi-

tarios en los sesenta, fue radical y politizada en los setenta y se instaló, con más o menos aco-

modo, a partir de los ochenta. Es quizá todavía pronto para calibrar, en una perspectiva histo-

riográfica, lo que fue obra individual o lo que acabó por ser una expresión generacional de lle-

gada al cuerpo del profesorado universitario de un grupo de historiadores formados en el tar-

dofranquismo y en la transición en una común educación sentimental. Educación generalmen-

J.J. Carreras en A Coruña.

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Juan José Carreras, el maestro discreto

| 55

te ecléctica, a medio camino entre

el marxismo, la historia social o la

escuela francesa de Annales, pero

que suponía en todo caso una clara

ruptura con la herencia del fran-

quismo y una voluntad, no siempre

explicitada, de cerrar las cicatrices

creadas por la guerra civil y el largo

exilio posterior. En este contexto, la

figura del profesor Carreras actuó

de referente y de catalizador de una

ambición colectiva que él supo en-

cauzar o, cuando menos, amparar.

También en esto fue, quizá sin ser

del todo consciente, la obra de

aquel niño republicano que antes

evocaba: una forma de hacer justi-

cia histórica, pero sin proclamas ni

vendettas, al modo como se com-

portaron los humanistas con la Igle-

sia de Roma.

La consecución de la categoría

de maestro o scholar no es una atri-

bución arbitraria. Hay algunas reglas

que deben ser cumplidas que, de

forma muy esquemática, se pueden

resumir en hacer escuela, dominar

una disciplina, abordar problemas

generales y no solo hechos singula-

res o locales. Puede sorprender esta

calificación en una persona de una trayectoria tan atípica y con una obra escrita no muy extensa.

Pero es una apariencia engañosa. Su concepción de la academia (esto es, de la Universidad) como

un ámbito de rigor y profesionalidad, de culto a la excelencia científica dentro de un ambiente de

libertad ideológica, lo alejan claramente de esa visión de algunos de sus detractores de primera

hora que lo colocaban en el fácil cliché del político camuflado de catedrático universitario. En su

escala de valores, la Universidad como lugar de formación e investigación ocupaba el primer lugar,

hasta el punto de que tenía una concepción algo idealizada de la corporación universitaria, refle-

jo interiorizado sin duda de su formación en Alemania. Y, desde luego, siempre fue capaz de dife-

renciar la competencia profesional de la actividad política o partidaria.

Ser un maestro consiste en pertenecer a una escuela y, al propio tiempo, ser capaz de forjar

una escuela propia que, situada en la línea de una tradición intelectual, la modifique y mejore. En

el caso del profesor Carreras, se cumple cabalmente esta exigencia. Su formación intelectual en la

mejor tradición alemana de revisión del legado del historicismo, lo familiarizó con dos factores

esenciales: en primer lugar, el rigor del método y de los conceptos empleados y, en segundo, una

erudición que no acabe por ser paralizante o que aleje al historiador del mundo en el que vive.

La novedad está en que esta concepción erudita y crítica no fue aplicada a la historia políti-

ca, diplomática o social, sino a la historia intelectual, generalmente en su versión de historia de la

Ramón Villares, discípulo y ex rector de la Universidadde Santiago de Compostela (Zaragoza, diciembre de 2007).

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RAMÓN VILLARES

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historiografía. Todos sus textos, especialmente los reunidos en su volumen Razón de Historia (M.

Pons, 2000) revelan estas normas de escuela: erudición para desentrañar las claves de un autor o

de una corriente historiográfica, voluntad interpretativa que desecha anacronismos o retroproyec-

ciones incontroladas y, finalmente, una capacidad para construir un relato que sea a la vez crítico

pero comprensivo. Basta comprobar la precisión con que son citadas obras y autores, año de edi-

ción, contexto en el que se publica o se sostiene tal o cual afirmación, para darse cuenta de que

el método crítico de procedencia alemana es algo más que un estereotipo. Llamar la atención sobre

estos aspectos podría parecer secundario o irrelevante, de no vivir en una época en la que la bana-

lización del pensamiento y la ausencia de precisión cronológica son moneda corriente, incluso en

los medios académicos.

Formarse en una escuela de pensamiento, aunque no sea en su núcleo central y bajo el am-

paro institucional de alguno de sus grandes maestros, marca la vida intelectual de un individuo.

Pero también lo obliga a transmitir algo de lo que ha aprendido. Y justamente esto es lo que ha

hecho Juan José Carreras. Su principal campo de transmisión fue, sin duda, el de la historiogra-

fía, un campo de trabajo que lo acompañó desde sus primeros pasos universitarios, todavía en

España, con su tesis sobre la historiografía altomedieval, dirigida por su primer maestro en Ma-

drid, Santiago Montero Díaz. Luego vino su etapa de formación alemana, que le permitió traer

a España unas alforjas llenas de obras y de temas, de debates y de líneas maestras en la con-

cepción de la disciplina histórica como una actividad intelectual que forma parte del debate

ideológico y político de cada época. Importa la historia, pero importan y no poco los historia-

dores y si el vienés E. Gombrich ha podido decir que lo que define la historia del arte son los

artistas, también se podría suponer que para nuestro maestro los historiadores eran importan-

tes, menos como individuos y mucho más como exponentes de tesis epocales, de modos de con-

cebir el mundo.

Es verdad que este aprecio por el sujeto nunca fue muy lejos en la concepción historiográ-

fica de Carreras, porque el enfoque individualizador que Meinecke había llevado a su mayor per-

fección no lo consideraba superior al enfoque generalizador de tradición marxiana, luego ade-

rezado por la influencia de Max Weber y sus seguidores, entre los que se hallaban algunos de sus

admirados historiadores alemanes de posguerra. Pero es evidente que, en la dirección de sus in-

vestigaciones historiográficas (básicamente, en el núcleo de la Universidad de Zaragoza), la aten-

ción prestada a los orígenes de la comunidad científica y su análisis prosopográfico algo tienen

que ver con esta unión de ideas y de individuos. Las ideas están en los textos, pero estos adquie-

ren sentido cuando se trata de proyectos globales que reflejan la cosmovisión de un individuo.

Nunca podré olvidarme de la primera vez que entré en la pequeña biblioteca personal de Juan

José Carreras; en mi recuerdo queda la impresión de que solo había volúmenes imprescindibles,

generalmente en forma de obras completas, fuesen de Voltaire y Goethe, de Hegel y Marx, de

Ranke y Meinecke, de Bloch, Febvre o Braudel. Eran los trajes con que se vestía a diario, buscan-

do los complementos (a los que era bien poco adicto) en su lugar de trabajo en la Universidad.

Formar parte de una disciplina científica y de una tradición académica es condición nece-

saria para desarrollar una obra individual relevante. Pero alcanzar el grado de maestría supone

decir algo nuevo, que tenga que ver no con hechos, sino con su significado. La asignación de

sentido sobre un problema o una época histórica debe predominar sobre la descripción de los

hechos. Fue gracias a él que descubrí una frase de Voltaire que resume buena parte del trabajo

de todo científico, sobre todo si lo es social: no todo lo que acontece merece ser escrito, se lee

en El siglo de Luis XIV del ilustrado francés. Es una recomendación imprescindible, porque lo que

define un texto no es solo lo que contiene, sino lo que ha despreciado. Son los escombros los

que dan la medida de la pieza labrada o esculpida. Esta práctica fue constante en el trabajo in-

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Juan José Carreras, el maestro discreto

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telectual de Juan José Carreras, visible desde una intervención en el tribunal de una tesis doc-

toral o en una conferencia de ocasión, hasta sus cuidados textos escritos, nunca repetitivos,

siempre originales y medulares.

Quiero acabar apelando de nuevo a las pautas con que comencé mi intervención. Visto en

perspectiva, la ejecutoria vital e intelectual de Juan José Carreras fue más influyente por su estilo

y su palabra que por su obra escrita. Si el estilo es el hombre, que diría Burke, en él se encontra-

ba de forma superlativa. De su estilo, más allá de apreciaciones personales que no vienen al caso,

debe ser proclamada su concepción de la profesión y de la actividad intelectual como una tarea

de exigencia y rigor, pero sin maniqueísmos ni posiciones dogmáticas. Confiaba en las personas, a

veces también dudaba y, en contra de lo que pudiera haber sucedido, la adversidad de su propia

vida le había hecho más comprensivo que resentido. En uno de sus primeros trabajos escrito en

Alemania alude, por palabras interpuestas, a la necesidad de escribir historia con odio y con amor.

Creo que tuvo mucho más de lo segundo que de lo primero, de modo que también se le podría

decir a él lo que Theodor Mommsen le dijo a Ranke en cierta ocasión: es usted el más indulgente

de nosotros. Ese fue el estilo intelectual y vital del profesor y amigo Carreras, un espejo en el que

nos podremos mirar por mucho tiempo, por haber sabido combinar indulgencia y rigor, que es una

forma de mezclar la razón y la pasión.

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PEDRO RUIZ TORRES

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Me corresponde, en esta ocasión, hacer referencia a la obra

de Juan José Carreras y su influencia en la historiografía

contemporánea, por lo que no debo entrar en cuestiones

de índole personal, pero me permitirán dos excepciones,

una al principio y otra al final de mi intervención. La obra

de Juan José Carreras va más allá de lo que nos dejó por

escrito y también comprende todo aquello que enseñó a

través de la palabra, motivo por el cual un magisterio tan

intenso y atípico como el suyo precisa de los recuerdos

para dar cuenta de él. Su alcance no se presta a las gene-

ralizaciones de escuela, que tanto gustan a la historia de

la historiografía, y se manifiesta de manera muy variable

hasta el punto de que es posible hablar de muchas expe-

riencias individuales a propósito de Juan José. Dejaríamos

fuera demasiadas cosas importantes si no entráramos,

aunque sea por un momento, en el terreno personal.

De Juan José Carreras me hablaron por primera vez

en agosto de 1975, en la breve visita que un grupo de

estudiantes de distintos países, dispuestos a aprender ale-

mán en unos cursos organizados en la pequeña ciudad de

Schwäbisch Hall con becas del Ministerio de Asuntos

Exteriores de la República Federal Alemana, hicimos a

Heidelberg. En pleno verano, en un local de estudiantes

cerca del Neckar, escuché el relato de las excelencias de un

historiador español que había participado en seminarios de

la Universidad de Heidelberg, especialista en la obra de

Marx y de Engels. Recuerdo muy bien las ganas que me

entraron entonces de conocer a ese profesor, capaz de ser

visto en la patria de los fundadores del marxismo como

una autoridad en la materia, y retuve su nombre con el

propósito de saber algo más de él. A mi vuelta a España,

pocos meses antes de la muerte de Franco, aún tenía viva

la imagen de aquel encuentro cuando años después llegó

una muy buena noticia. El profesor del que me habían

hablado tan elogiosamente en Alemania tenía el propósito

de venir al departamento de Historia Contemporánea de la

Universidad de Valencia y acababa de firmar el correspon-

diente concurso de traslado. La expectativa se frustró y

detrás del resultado negativo fue fácil suponer que había

un motivo político. No íbamos desencaminados, como

Juan José Carrerasy la historiografía

contemporánea

PEDRO RUIZ TORRES

Universidad de Valencia

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PEDRO RUIZ TORRES

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supimos con certeza bastante tiempo después, cuando un investigador de la Universidad de

Zaragoza encontró en el Archivo General de la Administración una carta de un influyente histo-

riador en aquellos años del final del franquismo, fechada en mayo de 1972 y dirigida al ministro

de Educación y Ciencia, con el fin de alertarle del siguiente peligro. Si salía a concurso la agrega-

duría de Historia Contemporánea de la Universidad Complutense, existía el riesgo de que la ocu-

para el joven Carreras, ahora agregado en Zaragoza y miembro notorio del partido comunista. Al

final de la dictadura Juan José estaba marcado políticamente y eso debió pesar mucho en los con-

cursos de traslado a ciertas Universidades. No vino a Valencia, pero en aquellos años de la transi-

ción de la dictadura a la democracia se creó un fuerte y perdurable vínculo entre él y algunos de

los que por entonces éramos becarios de investigación o PNN en el departamento de Historia

Contemporánea de la Universidad de Valencia, durante mucho tiempo sin catedrático.

Los más viejos recordarán lo mucho que representaba el marxismo en la época final del fran-

quismo e inicios del nuevo régimen constitucional, tanto para el análisis histórico y social como a

manera de guía para la acción política contra las dictaduras en Occidente (otra cosa era, desde

luego, lo que ocurría en la Europa del Este) y a favor de un nuevo tipo de sociedad. En Europa y

en España no había un solo marxismo, sino diversos marxismos. Marxistas se decían aquellos que

apenas habían leído a Marx y hacían uso de cierto vocabulario para adornar diversas propuestas

políticas, en no pocos casos tan ilusorias como imposibles de llevar a la práctica. También prolife-

raban los marxistas que habían leído a Marx, pero de un modo tan estrecho y dogmático que ape-

nas dejaba el campo abierto a la interpretación y menos todavía a la crítica. Estos últimos, con un

grado de conocimiento muy variable de la obra de los clásicos del marxismo, se hacían notar sobre-

manera en el ámbito universitario con sus interminables discusiones sobre si la teoría marxista era

esto o aquello, y además requería un enfoque dialéctico o por el contrario estructuralista, si su

núcleo fundamental se encontraba en el joven o en el viejo Marx y su desarrollo precisaba o no de

la compañía de Engels, Lenin, Trotski, Stalin, Mao, Rosa Luxemburgo o Lukács, una vez que los revi-

sionistas, desde Bernstein y Kautski en adelante, habían sido expulsados a las tinieblas exteriores.

Por fortuna, en historia económica y social la influencia del marxismo había dado origen a inter-

pretaciones diversas de los procesos de transición de uno a otro modo de producción en el pasa-

do, sobre todo la famosa transición del feudalismo al capitalismo, así como a discusiones sobre el

carácter y las distintas formas de la revolución (burguesa) contra el Antiguo Régimen (feudalis-

mo). Sin embargo, incluso en el análisis histórico encontrábamos bastante dogmatismo por parte

de quienes tenían la certeza de que su particular lectura de la obra de los clásicos del marxismo

proporcionaba la clave para entender el proceso histórico. En el trabajo del historiador autocalifi-

cado de marxista era frecuente encontrar un acopio de información procedente de los pocos o

muchos documentos consultados y apenas había descubrimientos nuevos que ayudaran a com-

prender mejor los hechos investigados, lo único que hacía avanzar el conocimiento en cualquier

ámbito o disciplina. Ello era debido, según pienso, a una paradójica combinación de marxismo teó-

rico e historia descriptiva y tradicional, que derivaba de la convicción de que lo importante esta-

ba dicho de antemano en la obra de Marx, Engels, Lenin y otros marxistas. En ese caso el marxis-

mo, en vez de un método de análisis histórico y social o de un conjunto de hipótesis dispuestas a

ser discutidas y modificadas a medida que se conociera más y mejor el pasado y, asimismo, el pre-

sente, se convertía en un cuerpo cerrado de doctrina en busca de ejemplos que confirmaran e ilus-

traran las ideas principales. Así, el culto a la persona (los autores clásicos del marxismo, los intér-

pretes que se consideraban a sí mismos los únicos y verdaderos marxistas) fomentaba el sectaris-

mo y la pereza intelectual, además de establecer una separación sin tránsito alguno entre verda-

deros y falsos marxistas según los dictados de la escuela de turno.

Juan José Carreras no entendía el marxismo de esa manera, de un modo tan empobrecedor y

tan dogmático. No era el único, ni mucho menos, que en historia nos lo hacía ver en aquellos años.

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Juan José Carreras y la historiografía contemporánea

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Pierre Vilar, entre otros, había dejado claro en 1973 que la investigación histórica obligaba, no a

un trabajo superficial o de segunda mano, sino a una penetración directa en la materia histórica

y añadía: Dicho sea esto para los marxistas con prisas, literatos y sociólogos que, desdeñando

con soberbia el ‘empirismo’ de los trabajos de historiador, basan sus propios análisis (largos) en

un saber histórico (corto) adquirido en dos o tres manuales1. Sin embargo, era preciso poner el

énfasis, no solo en la importancia del trabajo empírico, sino también en la variedad de enfoques

teóricos procedentes de la obra de Marx y de Engels, algunos insospechados, en vez de presentar

sus textos como si formaran parte de un sistema de pensamiento cerrado y sin contradicciones.

Juan José Carreras nos lo mostró gracias al conocimiento profundo y de primera mano que tenía

de la obra de Marx y de Engels, en particular de los artículos periodísticos y políticos, y, asimismo,

del contexto histórico en que debían situarse esos escritos, antes y después de 1848. De ese modo

ayudó en gran medida a romper con el marxismo esquemático y determinista en sentido econó-

mico que en aquellos años gozaba de tanto predicamento en la historiografía. En las clases, semi-

narios e intervenciones más o menos informales de Juan José, que en gran medida por desgracia

no han dejado huella escrita, los textos de Marx y Engels se convertían en objeto de análisis his-

tórico y las ideas de ambos no se encontraban fuera del tiempo y del espacio, todo lo contrario,

1998, Universidad de Zaragoza, después de un coloquio sobre Lecturasde la Historia organizado por sus discípulos con motivo de su jubilación.

1 Pierre VILAR: Historia marxista, historia en construcción. Ensayo de diálogo con Althusser, Barcelona, Cuadernos

Anagrama, 1974, publicado un año antes en francés en la revista Annales.

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sin que ello impidiera que algunas de esas ideas, pero no otras, continuaran siendo útiles para ayu-

darnos a entender nuestro presente, pero era preciso poner énfasis también en los malentendidos.

Así, podemos verlo en el largo texto publicado en 1968 en la revista Hispania, «Marx y Engels. El

problema de la Revolución», en el artículo de 1984 en la revista Zona Abierta, «Los escritos de Marx

sobre España», y en la conferencia pronunciada en 1998 en el Fórum de Debats de la Universitat

de València con motivo del ciento cincuenta aniversario del Manifiesto Comunista, «El Manifiesto

Comunista: historia de un malentendido»2.

Como muy bien me habían informado en 1975 en Heidelberg, Juan José era un gran cono-

cedor de la obra de Marx y de Engels, pero su saber iba más lejos. De su larga estancia en la Uni-

versidad alemana había sacado un conocimiento excepcional en España de la historia de la his-

toriografía, de la historia de las ideas y de la historia política y social de Alemania en los siglos

XIX y XX. Carlos Forcadell, en su introducción al libro Razón de historia. Estudios de historiogra-

fía, que recopila una parte de la obra de Juan José Carreras, hace referencia a ese periodo de la

trayectoria académica de Juan José, que se inicia en 1954 y llega hasta bien entrada la década

de 1960 (en 1965 ganó la cátedra de Geografia e Historia del Instituto Goya de Zaragoza y en

1969 la Agregación de Historia Moderna y Contemporánea de la Universidad de Zaragoza), du-

rante el cual fue colaborador del Historiches Seminar que dirigía Werner Conze en la Universidad

de Heidelberg. De ahí que mucho antes de que unos pocos historiadores españoles descubrieran

a los nuevos Sozialhistorikers alemanes bien entrada la década de los ochenta y a la Begriffs-

geschichte en los noventa, Juan José Carreras hubiera publicado en castellano varios trabajos

con un horizonte de análisis y reflexión acorde con los intereses de la nueva historiografía ale-

mana, distinto del de la hegemónica escuela de Annales en las tres décadas posteriores al final

de la Segunda Guerra Mundial. En consecuencia, la segunda gran influencia de Juan José Carre-

ras en la historiografía española vino por ese otro camino, el de la historia social de las ideas y

en particular de las distintas maneras de concebir la historia, una historia diferente de la histo-

ria del pensamiento entendida a la manera tradicional. En los años cincuenta y sesenta semejan-

te perspectiva se abría paso en Alemania entre una minoría de historiadores, y de su excelente

desarrollo posterior siempre nos tendría luego al corriente Juan José Carreras, pero su labor fue

bastante más allá de ponernos en relación con una historiografía prácticamente desconocida en

España. En unos años en que todo lo que no fuera historia económica y social era visto con cier-

ta aprensión porque se consideraba una historia anticuada, deshacer semejante equívoco hubie-

ra sido mérito suficiente, pero en ese sentido el magisterio del profesor Carreras también tuvo

otras vertientes muy destacables.

Me referiré solo, por razones de tiempo, a algunos de los estudios que me parecen de ma-

yor relieve en el terreno de la historia de la historiografía. Los trabajos de Juan José en dicho

campo tienen la virtud, poco frecuente, de poder seguir leyéndose con enorme provecho, sin que

apenas el paso del tiempo les haya afectado. «Categorías historiográficas y periodificación his-

tórica», publicado en 1976 en el volumen colectivo Once ensayos sobre la historia 3, es uno de

ellos y me gustaría detenerme en lo que dice por lo temprano de la fecha. En dicho texto hay un

recorrido por los diversos conceptos acuñados para poner orden en el tiempo de los hechos his-

2 Los dos últimos recogidos en Juan José CARRERAS: Razón de Historia. Estudios de historiografía, Madrid, Marcial

Pons Historia, 2000, pp. 177-191 y 203-213.

3 Once ensayos sobre la Historia, Madrid, Fundación Juan March, 1976, pp. 49-66. Los demás autores con traba-

jos incluidos en dicho volumen son Luis Suárez Fernández, José Ángel García de Cortázar, Antonio Elorza, Jorge

Solé Tura, Carlos Seco Serrano, Felipe Ruiz Martín, José María López Piñero, Francisco Tomás y Valiente, Antonio

Eiras Roel y José María Jover Zamora.

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Juan José Carreras y la historiografía contemporánea

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tóricos a partir de lo que Croce denominaba la división en tres edades constitutiva de la histo-

ria europea. Así, el historicismo de Ranke había afirmado la existencia de tendencias o ideas di-

rectrices que explicaban la unicidad de las épocas en historia y de qué modo esta se desarrollaba

en el plano de la intencionalidad y se plasmaba en decisiones políticas, de ahí que sus grandes

sujetos fueran las individualidades nacionales. Los sucesores de Ranke dieron un paso y se ale-

jaron del maestro al establecer una periodificación lineal y simultánea para todos los países: al

absolutismo confesional sucedería el absolutismo cortesano y, finalmente, vendría el absolutis-

mo ilustrado. Más tarde, la escuela francesa de los Annales, sin sustraerse por completo al influjo

historicista, desplazó los acentos de la periodificación tradicional. Lucien Febvre intentó recons-

truir el mundo único que habría sido el Renacimiento. Marc Bloch, más abierto a la sociología

durkheimiana, pensó el feudalismo como forma susceptible de una tipología y no solo europea.

La monumental tesis de Braudel, publicada en 1949, representó un desafío a la periodificación

tradicional, más radical incluso que el de la historiografía marxista, por cuanto a diferencia de

esta, que nunca había puesto en duda la posibilidad de establecer mediaciones entre lo político

y lo estructural, en Braudel la historia política quedaba reducida a una trama superficial, el pol-

vo de los hechos. Los grandes personajes de la historia eran ahora las estructuras y ello lo afir-

ma Juan José Carreras mucho antes que Paul Ricoeur. En Braudel las estructuras explicaban la

historia y lo que sucedía allí arriba, al nivel del tiempo corto de los acontecimientos políticos, de

las guerras y las revoluciones, tenía mucha menos importancia. De ese modo, prosigue Juan José,

peligraba la pretendida historia total, que corría el riesgo de disociarse en tres planos distintos.

Desde otro ángulo, las aproximaciones cuantitativas a la historia de Simiand, Labrousse y otros,

en auge en los años sesenta, recuperaban un viejo concepto, el de Antiguo Régimen, una época

que pronto no solo se dio como francesa, sino también como europea e incluso universal, y a la

que puso fin la cesura de las revoluciones burguesas. Reaparecía así la periodificación trimem-

bre, pero ahora con la Antigüedad, una Edad Media señorial-feudal que se prolongaba hasta las

revoluciones burguesas y la modernidad más reciente. La semejanza con la periodificación mar-

xista, bien que de otro modo, resultaba manifiesta. En la obra de Marx había un criterio lineal,

progresivo, de división del tiempo histórico, con fases que, además de cronológicas, son también

analíticas, un criterio a partir de la historia europea. Su principal problema, continúa diciéndo-

nos Juan José Carreras, está en cómo dar cuenta de la transición de uno a otro periodo y ello

propiciaba la polémica. En casi todas estas distintas formas de periodificación, desde el histori-

cismo alemán a la nueva escuela francesa, hay algo que llama la atención: se detienen ante la

edad contemporánea, a la que rotulan, pero no estudian. Desde la década de los cincuenta, la

novedad consiste en acotar y situar nuestro tiempo, para lo cual se ha echado mano, en benefi-

cio de la historiografía, de la tradición sociológica, Max Weber de manera especial, a lo que se

une la recepción de las teorías anglosajonas. Incluso se ha ido más allá y en los setenta el histo-

riador alemán U.H. Wehler ha intentado combinar las teorías del crecimiento económico, la mo-

derna politología y la sociología, para integrar como época la Alemania y la Europa de la gran

depresión del último tercio del siglo XIX, de 1875 a 1896. De esta manera surge una periodifica-

ción basada en las ondas largas también en la edad contemporánea, que sale al encuentro de los

estudiosos de la crisis de los veinte de nuestro siglo como época de la historia más reciente. Está

por ver si tal periodificación logrará la síntesis del ‘pluralismo metodológico’ que le sirve de

base. Pero esto ya es otra cuestión. En cuanto a las categorías provenientes de las interpreta-

ciones universalistas y las construcciones filosófico-teológicas de la historia, de Spengler a Toyn-

bee, no solo parecía que iban remitiendo, concluye Juan José Carreras, sino que también es mayor

la inmunidad de la ciencia histórica frente a ellas.

Me he detenido en este artículo de Juan José Carreras porque se publicó en 1976 en España

y es poco conocido y citado, cuando deberíamos tenerlo más en cuenta, dado el interés que sigue

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teniendo su lectura. Conviene, además, recordar qué habían escrito entonces los historiadores

españoles sobre la historia como tipo de conocimiento o ciencia que mereciera la pena. Cuando a

principios de los ochenta me tocó preparar el primer ejercicio de las antiguas oposiciones a adjun-

to de Historia Contemporánea, aquel que trataba del concepto y método de la asignatura, encon-

tré muy poco de producción autóctona capaz de insertarse en lo que por ahí fuera podía ser con-

siderado una aportación al análisis del conocimiento histórico y no una serie de lugares comunes

o un mero ejercicio literario. Dos libros de muy distinta factura sobresalían: Teoría del saber his-

tórico, de José Antonio Maravall, publicado en 1958 y varias veces reeditado, y Comprendre el

món, de Joan Reglà, profesor en Valencia durante mis años de estudiante universitario. Leí enton-

ces, con verdadero goce intelectual, el artículo de Juan José Carreras y otro también sobre concep-

tos, «En torno al concepto de la Historia», publicado por Miguel Artola en 1958 en la Revista de

Estudios Políticos4, un estudio de carácter epistemológico muy al tanto también de lo escrito en

Alemania y en Europa antes y después de la Segunda Guerra Mundial sobre el concepto de histo-

ria. ¿Una más de las afinidades en el terreno de la historia que nos explican la buena sintonía que

siempre existió entre Miguel Artola y Juan José Carreras? En mi búsqueda para preparar la adjun-

tía no supe de la existencia de otro estudio de Juan José Carreras, publicado por el ICE de

Santander en 1976, que lleva por título «Escuelas y problemas de la historiografía actual». Me acer-

qué a él mucho más tarde, cuando fue recogido en el libro Razón de historia.

Juan José Carreras, con posterioridad a su trabajo sobre las categorías historiográficas des-

de Ranke a Wehler, se convertiría en el historiador español más original, constante y polifacéti-

co en lo que atañe al estudio de la historiografía contemporánea que hemos tenido en las tres

últimas décadas. Los artículos incluidos en el libro que acabo de citar son una excelente mues-

tra de ello y tengo especial predilección por el dedicado a «El historicismo alemán», que procede

de una intervención de 1981 con motivo del homenaje a Manuel Tuñón de Lara en la Universi-

dad Internacional Menéndez y Pelayo de Santander. El historicismo, hacía ver en ese artículo, no

era la caricatura que nos había llegado de la encendida polémica de Lucien Febvre contra la ado-

ración del hecho histórico, más bien un positivismo del hecho histórico que en la época de Feb-

vre se cultivaba en los seminarios de historia franceses como herencia de una tradición iniciada

entre los discípulos de Ranke. El historicismo, de Ranke a Meinecke, era la representación más

excelente del método individualizador en la historiografía, respondía al particular contexto po-

lítico de una Alemania en la que estaba surgiendo y desarrollándose con rasgos propios el Esta-

do-nación y se vio afectado por la catástrofe alemana del nacionalsocialismo y la Segunda Gue-

rra Mundial. Carreras dedicó más tarde un artículo, de obligada consulta como el anterior, a la

historiografía francesa con anterioridad a la aparición de Annales, «Ventura del positivismo», en

el que ponía en entredicho la simplificación llevada a cabo por los fundadores de la escuela de

Annales en relación con sus maestros, para marcar distancias, y nos descubría el modo mucho

más complejo de concebir la ciencia histórica por parte entre otros de Seignobos, un Seignobos

que a principios de los noventa la propia historiografía francesa había empezado a revisitar 5. Y

hay muchos otros trabajos suyos: sobre la Historia de Roma de Mommsen, la obra que mejor re-

coge la concepción de la historia de este gran historiador contemporáneo de Ranke; sobre la cri-

4 Miguel ARTOLA: «En torno al concepto de la Historia», Revista de Estudios Políticos, 99, Madrid (mayo-junio,

1958), pp. 145-183. En el mismo número de la citada revista se encuentra el artículo de José Antonio Maravall,

«La situación actual de la ciencia y la ciencia de la Historia», pp. 33-55.

5 Véase Antoine PROST: «Seignobos revisité», Vingtième Siècle, 43 (julio-septiembre, 1994), pp. 100-118. El artícu-

lo de Juan José Carreras, «Ventura del positivismo», fue publicado en 1992 en el número 1 de Idearium. Revista

de Teoría e Historia Contemporánea, Málaga, pp. 7-23.

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sis del historicismo y las nuevas tendencias en la Alemania del siglo XX; sobre la regionalización

de la historiografía en Alemania y en Francia antes y después de la Segunda Guerra Mundial; so-

bre las difíciles y cambiantes relaciones entre teoría y narración en historia desde Aristóteles has-

ta nuestros días, las relaciones entre historia y política, entre historia y economía, etc.

En el año 2003, fruto de la colaboración de la Institución «Fernando el Católico» y la Uni-

versidad de Zaragoza, Juan José nos proporcionó en Seis lecciones sobre la historia una precio-

sa panorámica de las ideas e ilusiones acerca de la historia desde la Antigüedad hasta nuestros

días. La larga sombra de Aristóteles se extiende hasta las postrimerías del siglo XIX y contrapo-

ne el conocimiento teórico, que se distingue por su universalidad, su carácter causal y su nece-

sidad, del conocimiento histórico, capaz de dar cuenta de lo único, contingente e irrepetible, in-

ferior al primero por mucha utilidad que algunos le dieran de cara a la formación política de las

elites. Más persistente incluso, el espíritu de san Agustín sobrevive en no pocos historiadores

profesionales conservadores y cristianos, como Leopold von Ranke, para los que la mano de Dios

está presente en el curso de la historia. La historia fue pensada de otra manera en el siglo de la

Razón y de las Luces, como hicieron Voltaire, Turgot, Ferguson y Condorcet entre otros, con un

Dios jubilado como responsable de la historia, sustituido por la idea del Progreso. Llegó la Re-

volución y la Razón se mostró capaz de entender su propia época de un modo histórico, de di-

versas maneras según las ideologías políticas, hasta que los grandes historiadores alemanes pre-

tendieron romper con ese ambiente

y resistirse tanto a la idea de situar

la historia de cada país en un pro-

ceso de carácter general de ruptura

social y política, como a la utiliza-

ción de la historia abiertamente en

las luchas políticas. Por ese motivo

Niebuhr, Ranke y la escuela históri-

ca alemana en torno a este último

pusieron tanto énfasis en la necesi-

dad de comprender cada época y

cada país según sus propias ideas y

sentimientos, en la negativa a con-

ceder capacidad analítica a los con-

ceptos generales y en la formula-

ción del método histórico con el fin

de convertir a la historia en una

ciencia, diferente de las otras cien-

cias dedicadas al estudio de la na-

turaleza, pero capaz de dar cuenta

de cómo ocurrieron en realidad las

cosas. Desde entonces la profesio-

nalización de la historia, a partir de

la creación y el desarrollo de una

comunidad de historiadores con-

vencidos del carácter científico de

la disciplina que practicaban y en-

señaban en las Universidades, reci-

bió un gran impulso y la ilusión del

método, basada en la creencia enEn Santander (UIMP, 1989) con su mujer, Mari Carmen López,y Carlos Forcadell en el Homenaje a Tuñón de Lara.

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que existía una fase aséptica de recolección de hechos gracias a las técnicas del investigador, in-

mune a la contaminación de las ideas políticas, se extendió por Europa y América. Pronto, sin

embargo, la ciencia histórica triunfante de principios del siglo XX iba a verse sacudida y acosa-

da por las nuevas concepciones de la ciencia y la emergencia de las nuevas ciencias sociales, en

el plano epistemológico, y en el medio social y político por la evidencia, durante las dos guerras

mundiales, de la adhesión al nacionalismo de las respectivas comunidades de historiadores pro-

fesionales, muy lejos por tanto de la preconizada asepsia ideológica. Tras la Segunda Guerra

Mundial llegó la maniobra de salvamento de la historia en los años de hegemonía de la escuela

francesa de los Annales y más tarde el estallido de la historia, mientras en otras partes florecían

en sentido contrario una sociología muy histórica que cultivaba el estudio de los grandes pro-

cesos, y una ciencia social histórica inspirada en Marx, Max Weber y la sociología americana. Así

llegamos a las transformaciones de los últimos años, al giro hermenéutico o interpretativo de la

historia desde dentro y no solo desde abajo, al giro lingüístico, a la nueva historia cultural, que

concibe la cultura como discurso simbólico colectivo, como red de significados construida por

el hombre y dentro de la cual se mueve. Para terminar en una época en la que el pasado anhe-

lado que daba cuenta del presente y a la vez razón del futuro se ha desvanecido, el progreso se

ha hecho ‘faro oscuro’, que decía Baudelaire y desde el paraíso sopla un huracán que se ha en-

redado en el ‘Angelus Novus’ de que nos habla Walter Benjamin, algo que como concluye Juan

José Carreras no inclina precisamente al optimismo6.

Además de esta magnífica síntesis del itinerario recorrido por las ideas sobre la historia a lo

largo de los siglos, muy recientemente también han aparecido tres artículos de Juan José Carreras

de una gran lucidez, dedicados a ciertos enfoques presentes hoy en día en el cuestionamiento de

la historia como ciencia, menos nuevos de lo que suele pensarse como nuestro autor se encarga-

ba de poner de relieve. En «Certidumbre y certidumbres. Un siglo de historia» entra de manera crí-

tica en la serie de evoluciones y giros que suelen agruparse con cierta alegría bajo el epígrafe de

posmodernismo. El texto procede de la intervención en el V Congreso de la Asociación de Historia

Contemporánea, celebrado en Valencia en 2000, y fue publicado en 2002 en el libro de diversos

autores El siglo XX. Historiografía e historia7. Por su parte, «Bosques llenos de intérpretes ansio-

sos y H.G. Gadamer» hace referencia a la actitud dominante esencialmente hermenéutica a que

se refería con esas misma palabras el antropólogo Clifford Geertz, que Carreras estudia en la obra

del filósofo alemán Hans-Georg Gadamer, sin dejar de aludir al silencio del autor de Verdad y

método sobre Auschwitz. Se trata de un escrito lleno de rigor intelectual y de ironía, que recoge

la intervención de Juan José en el Curso de Verano de la Universidad Complutense de Madrid en

San Lorenzo de El Escorial en 2002 y apareció editado en el libro colectivo Sobre la Historia actual.

Entre política y cultura, que apareció el año 20058. Finalmente «¿Por qué hablamos de memoria

cuando queremos decir historia?», expresivo título que nos ahorra prácticamente todo comenta-

rio, es la comunicación de Juan José presentada en 2003 al IV Congreso de Historia Local de

Aragón, publicada en 2005 en el libro de actas de dicho encuentro Las escalas del pasado9. En ella

6 Juan José CARRERAS: Seis lecciones sobre la historia, Zaragoza, Institución «Fernando el Católico», Diputación de

Zaragoza, 2003.

7 M. Cruz ROMEO e Ismael SAZ (eds.): El siglo XX. Historiografía e historia, València, PUV, Universitat de València,

2002, pp. 77-83.

8 Elena HERNÁNDEZ SANDOICA y Alicia LANDA (eds.): Sobre la Historia actual. Entre política y cultura, Madrid, Abada

Editores, 2005, pp. 205-227.

9 Carlos FORCADELL y Alberto SABIO (coords.): La escalas del pasado, IV Congreso de Historia Local de Aragón, Huesca,

Instituto de Estudios Altoaragoneses / UNED Barbastro, 2005, pp. 15-24.

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Juan José Carreras y la historiografía contemporánea

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se nos dice lo siguiente, a destacar

en los tiempos que corren:

La memoria puede ser buena o

mala, memoria justa o injusta

memoria, pero tratándose de

la historia estos adjetivos, co-

mo tantos otros muchos, no se

refieren a la historia misma,

sino a sus usos sociales. Como

proceso cognitivo que es, a la

historia como tal le son ajenas

cosas como cuánto debemos

recordar como deber y cuánto

podemos olvidar como dere-

cho; estas cuestiones no pue-

den ser respondidas desde

dentro de la disciplina, compe-

ten a los usos sociales y políti-

cos de la historia.

No solo se interesó y mucho

Juan José Carreras por la historio-

grafía, también lo hizo por la histo-

ria de Europa. El colonialismo de fi-

nales del siglo XIX, Prusia como

problema histórico, la república de

Weimar, los fascismos y la Universi-

dad fueron algunos de los temas

que trató en sus trabajos dados a la

imprenta. En una de sus interven-

ciones, que recuerdo muy bien entre otras cosas porque tuvo lugar en la octava edición de la

Universitat d’Estiu de Gandia, dedicada a «Nosaltres els europeus», y fue seguida de una larga

charla informal con los asistentes que se prologó varias horas fuera de clase, nos proporcionó

una historia de la idea de Europa en la época de entreguerras que empezaba con una cita de Paul

Valery (nosotros, las civilizaciones, sabemos ahora que somos mortales) y acababa con un poe-

ma de Bertold Brecht dirigido a los alemanes: El Führer os contará: la guerra / dura cuatro se-

manas. Cuando llegue el otoño / ya estaréis de vuelta. Pero / [...] los muertos se contarán por

centenares de miles, tantos / como nunca se ha visto que hayan muerto10. Pocos son, por des-

gracia, los textos que publicó Juan José Carreras referidos a la historiografía y a la historia con-

temporánea de España. Sin embargo, basta con acercarse al artículo «Altamira y la historiografía

española», publicado en 1987 con motivo de las jornadas de homenaje al historiador valenciano

organizadas por el Instituto Gil Albert un año antes11, para darse cuenta de lo mucho que sabía

sobre historiografía española. Dejó que otros estudiaran en profundidad ese tema y lo investi-

Pedro Ruiz, discípulo y ex rector de la Universidad de Valencia(Zaragoza, diciembre de 2007).

10 Juan José CARRERAS: «La idea de Europa en la época de entreguerras», en Pedro RUIZ TORRES (ed.): Europa en su

historia, València, Instituto de Cultura «Juan Gil Albert» (Diputación Provincial de Alicante) / Universitat de

València, 1993, pp. 81-94.

11 Recogido en el libro Razón de Historia, op. cit., pp. 152-175.

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garan a fondo, en especial sus discípulos en la Universidad de Zaragoza Ignacio Peiró y Gonzalo

Pasamar. En la Universidad de Zaragoza, en las demás Universidades en que fue profesor (San-

tiago de Compostela, Autónoma de Barcelona), en la de Valencia (con la que tuvo una relación

muy intensa y continuada desde principios de la década de los ochenta) y en otras como la de

Murcia (pienso en Encarna Nicolás), Juan José Carrerras despertó nuestro interés por la historia

de la historiografía española y por la historia del siglo XX en España, con enfoques nuevos y más

acordes con lo que se estaba haciendo en Europa. De manera destacada movió al estudio del pe-

riodo más reciente, el de la dictadura de Franco. Como la mayoría de ustedes recordarán, Juan

José Carreras fue el director del congreso La Universidad española bajo el régimen de Franco,

coordinado junto con Miguel Ángel Ruiz Carnicer, que se celebró en Zaragoza en noviembre de

1989, cuya importancia para la historiografía del franquismo ha sido puesta de relieve en nu-

merosas ocasiones.

He de ir terminando porque el tiempo apremia. A quienes tuvimos la fortuna de conocer a

Juan José Carreras nos resulta muy evidente que su magisterio y su influencia sobre la historiogra-

fía española en absoluto puede reducirse a todo aquello que puso por escrito. Juan José enseñaba

continuamente a través de la palabra y en cualquier circunstancia. Cualquiera de nosotros podía

sacar un gran provecho, no solo de sus intervenciones en clase, en seminarios, en congresos, sino

también de sus observaciones críticas, hechas siempre con tacto en los tribunales de tesis y de opo-

siciones, y asimismo de la conversación que podía prolongarse hasta altas horas de la noche tras

esos y otros actos académicos. Mis recuerdos de Juan José son muy numerosos y variados. Me traen

a la memoria situaciones insólitas y momentos entrañables, algunos de ellos en compañía de Mari

Carmen, pero no entraré en el terreno de los sentimientos, por importante que eso sea para dar

una imagen de Juan José en toda su dimensión intelectual. Mal que me pese ahora, he de quedar-

me en el profesor Carreras y diré algo antes de poner fin a mi intervención referido a Juan José

sin salirme del ámbito académico. Juan José, el maestro de tantos de nosotros, no sentía la vani-

dad del reconocimiento constante de sus discípulos, ni la pretensión de convertirse en cabeza de

escuela. Aprendíamos de él de un modo continuado y a veces casi imperceptible, como si fuera lo

más normal del mundo. Para Juan José la vida y los problemas de las personas tenían una gran

importancia, fueran profesores, alumnos, administrativos o cualquier individuo con el que entra-

ba en contacto por muy distintos motivos. Por eso fue un excelente historiador, porque amaba la

vida, y al pensar en esto último me viene a la memoria lo que leí hace mucho tiempo, cuando era

estudiante de historia, a principios de los años setenta. En los Combates por la historia, recién

publicados en España, Lucien Febvre decía lo siguiente:

[...] para hacer historia, vivid primero. Mezclaros con la vida. Con la vida intelectual, indu-

dablemente, en toda su variedad. Sed geógrafos, historiadores. Y también juristas, y soció-

logos, y psicólogos; no hay que cerrar los ojos ante el gran movimiento que transforma las

ciencias del universo físico a una velocidad vertiginosa. Pero hay que vivir también una vida

práctica. No hay que contentarse con ver desde la orilla, perezosamente, lo que ocurre en el

mar enfurecido12.

Por eso, entre otros motivos, Juan José Carreras fue un maestro en el terreno de la historia,

de los pocos que ha tenido la Universidad española a lo largo del siglo XX.

12 Lucien FEBVRE: Combates por la historia, Barcelona, Ariel, 1970, p. 56.

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IGNACIO PEIRÓ MARTÍN

MIGUEL À. MARÍN

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El progreso de la historia de la historiografía supone un

avance en la comprensión de las condiciones de conoci-

miento en el pasado. De ahí que, parafraseando a Pierre

Bourdieu, ello exija obstinados retornos sobre los mismos

temas. El homenaje al profesor Juan José Carreras propicia

uno de estos retornos con el objetivo de comprender una

coyuntura biográfica de la que finalmente resultó un

punto de inflexión en su trayectoria personal e intelectual1.

Las décadas intermedias del siglo XX representan

una coyuntura de grandes transformaciones en el ámbito

historiográfico. Las tres principales son, grosso modo, la

formación de una comunidad internacional de historia-

dores profesionales2, la estructuración de las comunida-

De arañas y visigodos.La década alemana

de Juan José Carreras*

IGNACIO PEIRÓ MARTÍN

Universidad de Zaragoza

MIQUEL À. MARÍN GELABERT

Universitat de les Illes Balears

* El presente texto responde en lo esencial a la asociación de las

intervenciones de Ignacio Peiró y Miquel Marín en el homena-

je al profesor Juan José Carreras celebrado en Zaragoza en

diciembre de 2007. En consecuencia, no responde fielmente a

ninguna de las dos intervenciones. De hecho, es la primera

entrega —sucinta y cercenada en su cronología— de lo que en

el futuro será un estudio de la transformación alemana de

Juan José Carreras, en el que se desarrollarán con más ampli-

tud, por ejemplo, los rasgos de la obra de Werner Conze (y de

su grupo de influencia) que marcarán las prinicpales pautas de

evolución de quien estaba destinado a ser catedrático de la

Universidad de Zaragoza. Los autores quieren agradecer al Dr.

Emilio Lledó su generosidad al compartir conocimientos y

fuentes documentales.

1 Pierre BOURDIEU: El sentido práctico, Madrid, Siglo XXI, 2008,

p. 9.

2 Karl DIETRICH ERDMANN: Towards a Global Community of His-

torians. The International Historical Congresses and the In-

ternational Committee of Historical Sciences, 1898-2000,

New York, Berghahn Books, 2005, y Juan José Carreras, «El

entorno ecuménico de la historiografía», en Carlos FORCADELL

e Ignacio PEIRÓ (eds.): Lecturas de la Historia. Nueve reflexio-

nes sobre historia de la historiografía, Zaragoza, Institución

«Fernando el Católico», 2001, pp. 11-22.

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IGNACIO PEIRÓ MARTÍN / MIGUEL A. MARÍN GELABERT

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des nacionales profesionalizadas definitivamente en las décadas anteriores a la Segunda Guerra

Mundial3, y por último, el despliegue de todo un conjunto de transformaciones personales ope-

radas en historiadores pertenecientes a las diversas comunidades profesionales y a varias gene-

raciones4.

Son, en realidad, tres manifestaciones de un mismo proceso, puesto que van a ser estos in-

dividuos, en torno a los cuales van a desplegarse grupos académicos y de investigación, los que

van a impulsar en el seno de comunidades nacionales (que se insertan en desarrollos internacio-

nales), nuevos enfoques, temas y métodos, dando lugar a obras y corrientes historiográficas re-

novadoras que van a marcar desarrollos historiográficos posteriores. Evidentemente, cada comu-

nidad nacional se ve marcada por el transcurso de la propia historia entendida en términos po-

lítico-administrativos (también bélicos) y por los distintos pesos de la tradición académica de la

ciencia histórica en su territorio. Todo lo cual, determina diferentes ritmos y cronologías.

Estas transformaciones íntimas se manifestaron públicamente a través de un cambio subs-

tancial en el modo en que se concebía la profesión, se fundamentaba epistemológicamente la

ciencia histórica, se practicaba la investigación o se vinculaba al progreso espiritual de las socie-

dades. Uno de los cambios más espectaculares es la promoción de la historia contemporánea,

implantada de forma diversa en el marco universitario y de la investigación en cada país. Decenas

de medievalistas y modernistas europeos viraron su investigación hacia los siglos XIX y XX y, en el

caso de Alemania, el proceso histórico general propició la institucionalización de una nueva disci-

plina, la Zeitgeschichte, como una forma de consolidar la nueva conciencia histórica de la

Alemania posbélica5.

En este contexto interpretativo, dos objetivos principales guiarán este texto. Inicialmente, la

observación de un proceso de transformación esencial en el historiador Juan José Carreras. A

mediados de la década de los cincuenta deja España un joven medievalista formado en la

Universidad de Madrid en el círculo de influencia de Santiago Montero Díaz (1911-1985) y Ángel

Ferrari Núñez (1906-1986), con una escasa obra que remite esencialmente a su tesis doctoral sobre

la Historiografía medieval española. La idea de Historia Universal en la Alta Edad Media españo-

la, leída en 1954 bajo la dirección del primero. Y en los años sesenta vuelve a España un contem-

3 Margherita ANGELINI: Allievi e maestri. Una generazione di studiosi di storia tra Italia ed Europa (1930-

1960), tesis doctoral por la Universidad Ca’Foscari de Venecia, dirigida por Mario Insenghi, 2007; Miquel À.

MARÍN GELABERT: La historiografía española de los años cincuenta. La institucionalización de las escuelas

disciplinares, 1948-1965, tesis doctoral por la Universidad de Zaragoza dirigida por Ignacio Peiró, 2008; o

el congreso cuyas actas han sido publicadas como Ulrich PFEIL (ed.): Die Rückkehr der deutschen Ges-

chichtswissenschaft in die Ökumene der Historiker nach 1945. Ein wissenschaftsgeschichtlicher Ansatz,

München, Oldenbourg, 2008.

4 Dos ejemplos en Ignacio PEIRÓ: «Las metamorfosis de un historiador: el tránsito hacia el contemporaneísmo

de José María JOVER ZAMORA», Revista de Historia Jerónimo Zurita, 82 (2008), pp. 175-234, y Miquel À. MARÍN

GELABERT: «La fatiga de una generación. Jaume VICENS VIVES y su Historia crítica de la vida y reinado de

Fernando II de Aragón», prólogo a J. VICENS VIVES: Historia crítica de la vida y reinado de Fernando II de

Aragón, Zaragoza, Cortes de Aragón-Institución «Fernando el Católico», 2006, pp. i-cxx.

5 Hans ROTHFELS: «Zeitgeschichte als Aufgabe», Vierteljahrhefte für Zeitgeschichte, 1 (1953), pp. 1-8; Martin

H. GEYER: «Im Schatten der NS-Zeit. Zeitgeschichte als Paradigma einer (bundes)-republikanischen Ges-

chichtswissenschaft», en Alexander NÜTZENADEL & Wolfgang SCHIEDER (eds.): Zeitgeschichte als Problem. Na-

tionale Traditionen und Perspektiven der Forschung in Europa, Göttingen, Vandenhoeck und Ruprecht,

2004, pp. 25-53; H. MÖLLER: «Die Formung der Zeitgeschichtsschreibung in Deutschland nach dem Zweiten

Weltkrieg», en H. DUCHHARDT & G. MAY (eds.): Geschichtswissenschaft um 1950, Mainz, Philipp von Zabern,

2002, pp. 81-100; Astrid M. ECKERT: «The Transnational Beginnings of West German Zeitgeschichte in the

50’s», Central European History, 40/1 (2007), pp. 63-87.

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De arañas y visigodos. La década alemana de Juan José Carreras

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poraneísta discípulo de Werner Conze (1910-1986), sólidamente formado en la historia contem-

poránea europea, y especialmente sensible respecto de la importancia de la historia de las ideas y

de los conceptos, por una parte, y de la historiografía, por otra.

Tampoco la historiografía española que dejó y retomó se parecían en absoluto. A su vuelta,

la implantación de los departamentos universitarios y el despliegue de las nuevas universidades6,

dos elementos que marcaron su reincorporación a la docencia universitaria, presidían un contex-

to académico en el que se disolvía lentamente la historiografía oficial de los primeros veinte años

de la dictadura y en el que nuevas escuelas disciplinares y el cultivo novedoso del contemporaneís-

mo substituían progresivamente a las escuelas que implantaron el medievalismo y modernismo

tras la guerra civil.

Sin embargo, su metamorfosis poco tiene que ver con los cambios académicos operados en

España, y mucho con la transformación de la historiografía alemana en las décadas de los años

cincuenta y sesenta. En este sentido, la estructura de la organización académica de las cátedras y

los institutos de historia, la producción historiográfica acerca de los procesos centrales en la com-

prensión del pasado reciente y las categorías historiográficas que regían los discursos históricos

observaron en Alemania cambios medulares con el objetivo esencial de la superación del pasado7.

Un proceso que sin duda resultó personalmente muy beneficioso para el joven historiador español.

Así pues, la descripción del calado del cambio alemán será el segun-

do objetivo. Juan José Carreras recala en la Universidad de Heidelberg, una

universidad histórica y de tamaño medio, en la que se está produciendo un

relevo docente que llevará entre los cuarenta y los sesenta a Hans Georg

Gadamer o Karl Löwith en el campo de la Filosofía, y a Werner Conze o

Erich Maschke en el de la Historia.

Heidelberg desarrollará toda una serie de

proyectos en torno a los cuales florecerá más ade-

lante una nueva concepción y práctica de la cien-

cia histórica, cuando la historia social en sus di-

versas filiaciones se haga con la visibilidad de la innovación científica.

Pero en el tiempo en que trabajará en Heidelberg se va a producir

un gran aumento de alumnado, gracias al cual se produjo el crecimiento

de los institutos de investigación y de la demanda de profesorado. Los

discípulos de Conze, cuyo centro de extracción se situó en su Arbeitskreis

de historia social y económica, estimularon nuevas prácticas sobre temas de investigación antes

en barbecho y con el tiempo y el auxilio académico de historiadores afines, se instalaron progre-

sivamente en puestos docentes en Universidades de toda Alemania.

6 Raúl AGUILAR CESTERO: «El despliegue de la Universidad Autónoma de Barcelona entre 1968 y 1973: de funda-

ción franquista a motor del cambio democrático en Cataluña», Cuadernos del Instituto Antonio de Nebrija,

10 (2007), pp. 13-199.

7 La denominada Vergangenheitsbewältigung es un proceso cultural de amplio espectro que implicó a las di-

ferentes ciencias sociales, la literatura y la política cultural del Estado desde el mismo final de la guerra. En

el entorno de este proceso, las políticas del pasado llevadas a cabo por el nuevo estado federal han sido

analizadas profusamente. Cf. Norbert FREI: Vergangenheitspolitik. Die Anfänge der Bundesrepublik und die

NS-Vergagenheit, München, Deutscher Taschenbuch Verlag, 2003; y Bernd WEISBROD (ed.): Akademische

Vergangenheitspolitik. Beiträge zur Wissenschaftskultur der Nachkriegszeit, Göttingen, Wallstein Verlag,

2002, y Torben FISCHER & Matthias N. LORENZ (ed.): Lexikon der Vergangenheitsbewältigung in Deutschland.

Debatten- und Diskursgeschichte des Nationalsozialismus nach 1945, Bielefeld, Transcript, 2007.

Karl Löwith (1897-1973).

Hans-Georg Gadamer(1900-2002).

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El desarrollo de la implantación de las disciplinas históricas en la Universidad alemana per-mitirá duplicar, en apenas una década, el número de docentes en época contemporánea, pero tam-bién impulsará la nueva institucionalización de otras especialidades como la historia económica ysocial, del este o americana, campos en los que los discípulos de Conze van a conseguir su asen-tamiento académico.

En consecuencia, vamos a intentar, de la forma más sencilla y descriptiva posible, acceder a lacomplejidad de un fenómeno de transformación en el que operaron, a distintos niveles, el juego delos condicionamientos contextuales y las circunstancias siempre cambiantes y siempre dinámicas deldespliegue vital de un joven español de apenas veintiséis años, recién horneado en una Universidadespecialmente limitada (en todos los sentidos posibles) y el desarrollo inicial de una renovación fun-damental en la historiografía alemana. Una renovación a la que Juan José Carreras tuvo la fortuna deacceder como observador cercano y de la que obtuvo, por aprendizaje, algunos de los elementos esen-ciales de su identidad como intelectual, como historiador y posteriormente como gestor académico.

El Juan José Carreras que diseccionaba y clasificaba la historiografía visigoda como si dearácnidos se tratara, accedió a un ambiente académico único (el Heidelberg de la segunda mitadde los cincuenta y primera mitad de los sesenta) en una Universidad como la alemana, que seguíapadeciendo, a una década del final de la Segunda Guerra Mundial, los efectos de una evidentecontracción de las prácticas que afectaba no sólo a las concepciones históricas (un retorno neo-historicista), sino también comunitarias (el predominio del conservadurismo o el anquilosamientode las cátedras medievalistas, por ejemplo). O dicho en otras palabras, tal como diagnosticó LotharGall8, un momento de continuidad rupturista, o de acuerdo con la caracterización de ReinhartKoselleck, de innovación desde la tradición9.

La Universidad alemana

En la última década, la historia de las Universidades ha formado parte del proceso general de revi-

sión política y social de la historia alemana del siglo XX. Su evolución en los años nazis y durante

las dos décadas siguientes ha sido puesta bajo el microscopio, tanto en términos de función y

estructura general, como de actuaciones específicas o regionales, de manera que si bien han repro-

ducido los tics del debate general, también han permitido una cierta corrección de enfoques desde

la ampliación temporal a ambas partes de la hora cero10 representada por 1945 y la comprensión

de su establecimiento11.

8 Lothar GALL: «‘Aber das sehen Sir mir nach, wenn ich die Rollen des Historikers und die des Staatsanwalts auchheute noch als die am stärksten auseinanderliegenden ansehe’, Interview mit...», en R. HOHLS, K.H. JARAUSCH yT. BATHMANN (eds.): Versäumte Fragen: deutsche Historiker im Schatten des Nationalsozialismus, Stuttgart,Deutsche Verlags-Anstalt, 2000, pp. 300-318.

9 Reinhart KOSELLECK: «Werner Conze. Tradition und Innovation», Historische Zeitschrift, 245 (1987), pp. 529-543.

10 Torben FISCHER & Matthias N. LORENZ (ed.): Lexikon der Vergangenheitsbewältigung in Deutschland..., op.cit., pp. 42-43. Si bien parece incuestionable su existencia en cuanto a conciencia histórica, ha existido enla historia de la historiografía alemana una cierta polémica en torno a la existencia de una hora cero pro-fesional. El propio caso de Heidelberg sirvió a Winfried Schulze para defender su inexistencia. Ahora bien,la hora cero debe concebirse como una cesura social en la comunidad de historiadores. Una ruptura de ladinámica establecida por la práctica historiográfica oficial del nazismo. Y la recuperación de obras, histo-riadores y objetos de investigación a partir de los cincuenta no haría más que demostrarlo. Cf. «Der Neu-beginn der deutschen Geschichtswissencshaft nach 1945. Einsichten und Absichtserklärungen der Histori-ker nach der Katastrophe», en Ernst SCHULIN (ed.), en Deutsche Geschichtswissenschaft nach dem ZeiwtenWeltkrieg (1945-1965), München, Oldenbourg, 1989, pp. 1-38, pp. 16-17.

11 Por lo que respecta a las revisiones generales con el antecedente de R. SEELIGER, ed. Braune Universität.Deutsche Hochschullehrer gestern und heute, München, 1964-1968, 6 vols., cf. Wolfgang E. WEBER: «Uni-

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En términos generales, cuatro han sido las características que han marcado esta historiogra-

fía. Se ha observado una multiplicidad de enfoques metodológicos e interpretativos sobre dos

temas recurrentes: la cuestión de la nazificación/desnazificación de la institución universitaria y el

grado de colaboracionismo institucional y de sus protagonistas. En segundo lugar, el predominio

de los estudios acerca de Universidades individuales, recuperando un gran volumen de documen-

tación pero evitando en la mayoría de los casos su comparación e imbricación12. En tercer lugar, la

proliferación de estudios acerca de las universidades bajo el gobierno de la República Democrática

Alemana13. Y, finalmente, el estudio del proceso anteriormente mencionado y acuñado como

Vergagenheitsbewältigung, una suerte de acuerdo tácito para la superación del pasado y la fun-

dación de una nueva conciencia histórica tanto en el Oeste como en el Este, rehabilitado en los

momentos presentes como objeto de estudio que se proyecta como antecedente sobre la cultura

histórica de la reunificación14.

versitäten», en Michael Maurer (ed.), Aufriss der Historischen Wissenschaften. 6. Institutionen. Stuttgart,Reclam, 2002, pp. 15-97; Christof ÖHLER: Hochschulentwickung in der Bundesrepublik Deutschland seit1945, Frankfurt am Main, 1989; Helmut HEIBER: Die Universitäten unter den Hakenkreuz, 3 vols., München,Oldenbourg, 1991-1994; Michael GRÜTTNER: «Die deutschen Universitäten unter den Hakenkreuz», en JohnCONNELLY & M. GRÜTTNER (eds.): Zwischen Autonomie und Anpassung. Universitäten in den Diktaturen des20. Jahrhunderts, Padeborn, Ferdinand Schöningh, 2003, pp. 67-100; o Ilko-Sascha KOWALCZUK: Geist imDienste der Macht: Hochschulpolitik in der SBZ/DDR 1945 bis 1961, Berlin, Links, 2003.

12 En cuanto a estudios específicos sobre Universidades, cf. C. JANSEN: Professoren und Politik. Politisches Den-

ken und Handeln der Heidelberger Hochschullehrer, 1914-1935, Göttingen, 1992; Henrik EBERLE: Die Mar-

tin-Luther-Universität Halle-Wittenberg in der Zeit des Nationalsozialismus, Halle, Mitteldeutscher Ver-

lag, 2002; H. GOTTWALD & M. STEINBACH (eds.): Zwischen Wissenschaft und Politik: Studien zur Universität

Jena im 20. Jahrhundert, Jena, Bussert & Stadeler, 2000; Peter CHROUST: Giessener und Faschismus: Stu-

denten und Hochschulleherer, 1918-1945, Münster, Waxmann, 1994; K.-P. HORN & Heidemarie KEMNITZ

(eds.): Pädagogik unter den Linden: Von der Begründung der Berliner Universität im Jahre 1810 bis zum

Ende des 20. Jahrhunderts, Stuttgart, Steiner, 2002; o Anne C. NAGEL (ed.): Die Philipps-Universität Mar-

burg im Nationalsozialismus: Doukmente zu ihrer Geschichte, Stuttgart, Steiner, 2000, entre otras. Y, fi-

nalmente, por lo que respecta al personal científico, cf. Michael GRÜTTNER: Biographisches Lexikon zur na-

tionalsozialistischen Wissenschaftpolitik, Heidelberg, Synchron, 2004; Rüdiger v. BRUCH & Christoph JAHR:

Die Berliner Universität in der NZ-Zeit. I. Strukturen und Personen, Stuttgart, Steiner, 2005; o Reinhart RÜ-

RUP (dir.): Schicksale und Karriere. Gedenbuch für die von den Nationalsozialisten aus der Kaiser-Wilhelm-

Gesellschaft vertriebenen Forscherinnen und Forscher, Göttingen, Wallstein, 2008. A todo esto debemos

añadir los testimonios personales publicados en forma de memorias o entrevistas de Peter Gay, Felix Gil-

bert, George L. Mosse, Fritz Stern..., que explican la percepción personal, a veces desde la implicación, de

quienes fueron formados en las Universidades del momento.

13 Ralph JESSEN: Akademische Elite und kommunistische Diktatur: Die ostdeutsche Hochschullehrerschaft in

der Ulbricht-Ära, Göttingen, Vandenhoeck und Ruprecht, 1999, y «Zwischen diktatorischer Kontrolle und

Kollaboration: Die Universitäten in der SBZ/DDR», en John CONNELLY & Michael GRÜTTNER (eds.): Zwischen Au-

tonomie und Anpassung..., op. cit., pp. 229-264; o Ilko-Sascha KOWALCZUK: Geist im Dienste der Macht:

Hochschulpolitik in der SBZ/DDR 1945 bis 1961..., op. cit. Por lo que se refiere a los historiadores, cf. Lo-

thar MERTENS: Priester der Klio oder Hofchronisten der Partei? Kollektivbiographische Analysen zur DDR-

Historikerschaft, Göttingen, Vandenhoeck und Ruprecht, 2007; y Martin SABROW: «Ökumene ald Bedrohung.

Die Haltung der DDR-Historiographie gegenüber den deutschen Historikertagen von 1949 bis 1962», en G.

DIESENER & M. MIDDELL (eds.): Historikertage im Vergleich, Leipzig, Leipziger Universität, 1996, pp. 178-202,

y «Behersschte Normalwissenschaft», Geschichte und Gesellschaft, 24/3 (1998), pp. 412-445.

14 Sólo algunos ejemplos, en Matthias MIDDELL & Konrad H. JARAUSCH (eds.), Nach dem Erdbeben. (Re-)Kons-

truktion ostdeutscher Geschichte und Geschichtswissenschaft, Leipzig, Leipziger Universitätsverlag, 1984;

Martin SABROW: «Die Historikerdebatte über den Umbruch von 1989», en M. SABROW, R. JESSEN & K. Gross

KRACHT (eds.): Zeitgeschichte als Streitgeschichte. Grosse Kontroverse Seit 1945, München, Beck, 2003, pp.

114-137; Stefan BERGER: «Former GDR Historians in the Reunified Germany: An Alternative Historical Cul-

ture and Its Attemps to come to Terms with the GDR Past», Journal of Contemporary History, 38/1 (2003),

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Coinciden estos estudios en caracterizar la Universidad en el periodo de Weimar como una

institución eminentemente conservadora, nacionalista, autoritaria y mayoritariamente receptiva a

los prejuicios de las clases medias, incluyendo entre ellos ideas monárquicas y antisemitas. Por otra

parte, son una serie de características que han sido reflejadas en los estudios historiográficos,

generales o parciales, de la coyuntura15 entre las que habría que contextualizar una buena porción

de las iniciativas völkisch16 u otras que acabarán siendo muy atractivas para los jóvenes investiga-

dores y que acabarán siendo utilizadas por el entramado cultural nazi17.

A grandes rasgos, casi todas las críticas a este tipo de monografías han coincidido en afirmar

la complejidad del estudio de las Universidades en torno al fenómeno nazi a causa de los proble-

mas de definición de los grados de colaboración, adaptación, camuflaje o participación en las polí-

ticas del régimen, y, sobre todo, a causa de las derivaciones éticas y de los juicios retrospectivos

lanzados desde el presente sobre la trayectoria de personajes que en el pasado sirvieron en insti-

tuciones eminentemente dominadas por la cultura nazi, que en los años sesenta y setenta solapa-

ron (o reinventaron) su pasado y que más adelante fueron desenmascarados en un nuevo ambiente

intelectual. En los últimos años, a medida que los enfoques institucionales han sido enriquecidos

por otros de tipo sociointelectual, nuevos objetos de estudio, tales como la dinámica de reincor-

poración del profesorado nazi a la Universidad democrática y su aportación al desarrollo de las dis-

ciplinas científicas en la segunda mitad del siglo han destapado situaciones de cierta contradicción

racional, pero que permiten acceder al pulso de las condiciones de vida académica en esas déca-

das. Es en este contexto en el que Michael Grüttner ha sostenido la idea de la defensa tácita de la

utilidad de la ciencia y de los intereses profesionales para comprender la continuidad del periodo.

Así, defenderá la tesis de los esfuerzos individuales en pos de la inserción profesional, como una

forma de delimitación del poder dictatorial. Funcionalmente entendido, este comportamiento

contribuiría a retener o incrementar la eficacia de la ciencia y, en consecuencia, la eficacia del sis-

tema general. Tal estrategia pudo resultar exitosa en el marco de dictaduras como la nacionalso-

cialista alemana o la dictadura soviética, cuya relación instrumental hacía que su éxito pasara por

convencer a la nueva élite política de la función indispensable de la Universidad en la implemen-

tación de sus planes políticos, militares y económicos18.

pp. 63-83; o Michael KOPECEK (ed.), Past in the Making. Historical revisionism after 1989, Budapest, Cen-

tral European University Press, 2008.

15 Cf. Bernd FAULENBACH: «Deutsche Geschichtswissenschaft zwischen Kaiserreich und NS Diktatur», en Ges-

chichtswissenschaft in Deutschland, München, Beck, 1974, pp. 66-85; Winfried SCHULZE: «German Historio-

graphy from the 1930s to the 1950s», en H. LEHMANN & J. van Horn MERTON (eds.), Paths of Continuity: Cen-

tral European Historiography from the 1930s to the 1950s, Washington DC, Cambridge University Press, 1994,

pp. 19-42; Peter SCHÖTTLER: «Geschichtschreibung als Legitimationwissenschaft, 1918-1945. Einleitende Be-

merkungen», en Peter SCHÖTTLER (ed.): Geschichtschreibung als Legitimationwissenschaft, 1918-1945, Frank-

furt am Main, Suhrkamp, 1997, pp. 7-30; Winfried SCHULZE, G. HELM & Thomas OTT: «Deutsche Historiker im

Nationalisozialismus. Beobachtungen und Überlegungen zu einer Debatte», en W. SCHULZE & O.-G. OEXLE (eds.):

Deutsche Historiker im Nationalsozialismus, Frankfurt am Main, Fischer Taschebuch Verlag, 1999, pp. 11-51.

16 Willi OBERKROME: Volksgeschichte. Methodische Innovation und völkische Ideologisierung in der deutschen

Geschichtswissenschaft, 1918-1945, Göttingen, Vandenhoeck & Ruprecht, 1993; y Manfred HETTLING (ed.):

Volksgeschichten im Europa der Zwischenkriegszeit, Göttingen, Vandenhoeck & Ruprecht, 2003.

17 Un ejemplo en Ingo HAAR: «‘Revisionistische’ Historiker und Jugendbewegung: Das Königsberger Besipiel», en

P. SCHÖTTLER: Geschichtschreibung als Legitimationwissenschaft..., op. cit., pp. 52-103.

18 [...] Man kann das Bemühen um die Durchsetzung professioneller Interessen als Beitrag zur Begrenzung dik-

tatorischer Macht interpretieren. Funktional betrachtet trug ein solches Verhalten aber auch dazu bei, die

Leistungsfähigkeit der Wissenschaft und damit die Leistungsfähigkeit des Gesamtsystems zu bewahren oder

zu steigern. Zudem konnte eine Strategie der Verteidigung professioneller Interessen in totalitären Diktaturen

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La Universidad de Heidelberg

En este contexto, Heidelberg ha sido situada en los últimos años en el punto de mira del debateen torno a la interpretación del devenir de las universidades alemanas entre nazismo y democra-tización a partir del estudio de Steven Remy sobre el llamado mito Heidelberg19.

En síntesis, el mito consiste en la afirmación de que la Universidad de Heidelberg constituíaantes de 1933 un auténtico bastión del liberalismo, la tolerancia y el pensamiento democrático.Cuando a partir de abril de ese año comienza a producirse la toma de poder universitaria(Machtergreifung), el Gobierno nazi pretendió construir a orillas del Neckar la Universidad mode-lo del nacionalsocialismo, asentando en ella a fanáticos de la ideología nazi con dudosa califica-ción académica. Esta situación, a la par que la política de despidos, produjo una suerte de reaccióndel profesorado que, aun cuando hubo de alistarse forzosamente en las filas del partido nazi, man-tuvo un cierto nivel de distanciamiento ideológico a favor de los estándares de calidad intelectual.

wie dem nationalsozialistischen Deutschland und der Sowjetunion, die ein weitgehend instrumentelles

Verhältnis zur Wissenschaft hatten, nur dann erfolgreich sein, wenn es gelang, die neue politische Elite davon

zu überzeugen, dass Hochschule und Wissenschaft zur Verwirklichung ihrer politischen, militärischen und

wirtschaftlichen Pläne unverzichtbar waren [...]. Michael GRÜTTNER: «Schlüssüberlegungen: Universität und

Diktatur», en J. CONNELLY & M. GRÜTTNER (eds.): Zwischen Autonomie und Anpassung..., op. cit., pp. 272-273.

19 The Heidelberg Myth. The Nazification and denazification of a German University, Cambridge, MA, Harvard

University Press, 2002. Su recepción, en Michael H. KATER: «The Myth of Myths: Scholarship and Teaching in

Heidelberg», Central European History, 36/4 (2003), pp. 570-577; o Benjamin G. MARTIN: «The Heidelberg

Myth...», German Studies Review, 27/3 (2004), pp. 645-646.

Cf. Birgit VÉZINA: Die Gleichschaltung der Universität Heidelberg im Zuge der nationalsozialistischen

Machtergreifung, Heidelberg, Carl Winter 1982. El contexto general en Michael H. KATER: «Die Nationalso-

zialistische Machtergreifung und der deutschen Hochschulen», en Die Freiheit des Anderen. Festschrift für

Martin Hirsch, Baden Baden, 1981, pp. 49-63.

Tras una conferencia de Josep Fontana, con Ignacio Peiróy un grupo de alumnos (1966).

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CUADRO 1. POLÍTICA DE DESPIDOS DEL PRIMER LUSTRO DE GOBIERNO NAZI

PROFESORADO EN EL INVIERNO

UNIVERSIDAD 1932/1933 DESPIDOS %

Berlin 746 242 32,4

Frankfurt a. M. 334 108 32,3

Heidelberg 247 60 24,3

BresIau 311 68 21,9

Göttingen 238 45 18,9

Freiburg 202 38 18,8

Hamburg 302 56 18,5

Köln 241 43 17,4

Kiel 207 25 12,1

Giessen 180 21 11,7

Leipzig 369 43 11,6

Königsberg 203 23 11,3

Halle 220 22 10,0

Greifswald 144 14 9,7

Bonn 277 24 8,7

Münster 207 18 8,7

Marburg 172 15 8,7

Jena 199 17 8,5

München 387 32 8,3

Erlangen 115 8 7,0

Würzburg 146 9 6,2

Rostock 120 5 4,2

Tübingen 185 3 1,6

TOTAL 5.752 939 16,3

FUENTE: Michael GRÜTTNER, «Die deutschen Universitäten unter den Hakenkreuz», art. cit., p. 83.

A partir de 1945, serían estos académicos los encargados de restaurar una buena parte de los

valores anteriores a 1933 y de desnazificar la Universidad con una rapidez acorde con su pasado,

tal como muestra Remy a través del uso de la fuente representada por los tribunales civiles

(Spruchkammern) por medio de los que se desplegaron redes de solidaridad testimonial con el

objetivo de limpiar el pasado académico y promover una cultura del olvido20.

La reacción ante la obra de Remy en los últimos años ha sido hipercrítica. Aun reconociendo

el valor de su investigación, diferentes autores han cuestionado el planteamiento y cada una de

20 Steven REMY: The Heidelberg Myth..., op. cit., pp. 244-245.

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De arañas y visigodos. La década alemana de Juan José Carreras

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las apuestas interpretativas. Es, sin duda, un ambiente mucho menos permisivo que el que halla-

ron las primeras aportaciones sobre el desarrollo historiográfico del Heidelberg de los cincuenta

desde finales de los años setenta21, y del que ha participado el estudio de Thomas Etzemüller acer-

ca de Werner Conze22.

En términos generales, se ha cuestionado la ascendencia liberal del Heidelberg weimariano a

través, por ejemplo, del afer protagonizado por Emil Gumbel, cuando la Facultad de Filosofía cen-

suró públicamente la obra extremista en 1924 y fue desagraviado por la misma Universidad en 1932.

Esto lleva a afirmar a Michael Kater que Heidelberg no resultaba en ningún modo un ejemplo úni-

co ni por su excelencia académica ni por su apertura de miras en los años veinte y treinta. Y, como

también señalan el propio Kater o Charles E. McClelland, el trayecto desde el ala derechista de la

burguesía hacia el partido nazi, resultó sencillo para un conjunto amplio de profesores universita-

rios sin que ello implicara una militancia completa23. En este sentido, tampoco destacó como mo-

delo de cultura oficial, como sí lo hicieron las Universidades de Múnich o, principalmente, Berlín.

Una vez iniciados los procesos de desnazificación, una parte importante del profesorado

investigado negó su participación y quienes ostentaron el poder en el periodo anterior (Karl G.

Kuhn o Herbert Krüger, por ejemplo), reaccionaron ante los interrogatorios como tantos otros, ale-

gando haber sido anteriormente depurados y, en consecuencia, pudiendo seguir con su trayecto-

ria. Todo esto, en un momento en el que se favoreció el retorno o la reubicación del profesorado

abiertamente nazi o miembro de grupos dirigidos por profesores abiertamente nazis, en el que el

mismo Kuhn pasaría a la Facultad de Teología, Maschke retornaría desde Jena y Conze se incorpo-

raría desde Münster.

Una buena parte de estos profesores, todavía jóvenes, emprendió procesos personales de ade-

cuación a las nuevas condiciones contextuales adaptando ideológicamente su discurso (haciéndo-

lo aceptable) y desarrollando su actividad en el seno de las disciplinas. Werner Conze sería uno de

los ejemplos más claros.

En cualquier caso, cuatro aspectos destacan para comprender el ambiente de Heidelberg en

los cincuenta. En primer lugar, el proyecto explícito de redemocratización, que implicó, por una

parte, la reubicación del profesorado con pasado nazi, y, por otra, la reincorporación de intelec-

tuales emigrados.

En segundo lugar, la ocupación americana del país y de la ciudad, que influyó poderosamen-

te en la organización de las Universidades y en el ambiente universitario junto al Neckar, desarro-

llando pautas anteriores a la nazificación24.

21 Fritz ERNST: «Die Wiederöffnung der Universität Heidelberg 1945/1946», Heidelberger Jahrbücher, 4 (1960),

pp. 1-28; R. Deutsch, H. SCHOMERUS & C. PETERS (eds.), Eine Studie zum Alltagsleben der Historie. Zeitgeschichte

des Faches Geschichte an der Heidelberger Universität 1945-1978, Universität Heidelberg, 1978; Werner

CONZE & Dorothee MUSSGNUG: «Das Historische Seminar». Heidelberger Jahrbücher, 23 (1979), pp. 133-152; o

Jürgen MIETHKE (ed.): Geschichte in Heidelberg..., op. cit.

22 Thomas ETZEMÜLLER: Sozialgeschichte als politische Geschichte. Werner Conze und die Neuorienterung der

westdeutschen Geschichtswissenschaft nach 1945, München, Oldenbourg, 2001, y «Kontinuität und Adap-

tation eines Denkstils. Werner Conzes intellektueller Übertritt in die Nachkriegszeit», en Bernd WEISBROD

(ed.): Akademische Vergangenheitspolitik..., op. cit., pp. 123-146.

23 M.H. KATER: «Professoren und Studenten im Dritten Reich», Archiv für Kulturgeschichte, 67 (1985), pp. 465-

476.

24 No debemos olvidar que el mismo edificio universitario que substituyó al viejo castillo que acogía la Uni-

versidad fue construido con fondos provenientes de los Estados Unidos. Cf. Carl WITTKE: «German Universi-

ties», The Journal of Higher Education, 3/7 (1932), pp. 355-360.

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El tercer aspecto sería la reanudación de las relaciones internacionales, que influiría en el

desarrollo institucional, la inclusión de visitantes en los seminarios, la promoción de institutos de

traducción y el incremento en las posibilidades de publicación. Y, finalmente, el cuarto aspecto

sería la formación de redes interuniversitarias de acuerdo con criterios de afinidad disciplinar, cuya

importancia recaerá en la promoción de propuestas metodológicas y en la circulación del profe-

sorado en sus primeras fases profesionales.

En realidad, se trata de un proceso extremadamente complejo y confuso, incluso para sus

protagonistas. El testimonio de Hans Georg Gadamer, que vivió desde los años cuarenta hasta fi-

nales de los sesenta la transformación de la Universidad de Heidelberg como decano de la Fa-

cultad de Filosofía, resulta muy significativo. El autor de Verdad y Método recuerda en sus me-

morias que:

Heildelberg estaba por entonces llena de norteamericanos que ocupaban por completo los

mejores hoteles sin intervenir apenas en la vida ciudadana o universitaria. Los oficiales uni-

versitarios interesados en la vida académica conocían demasiado bien sus propias high

schools como para tomarse en serio la posibilidad de su reeducación. Por su parte, los estu-

diantes de la época, entre los que apenas se contaban ya veteranos de guerra, mostraban

vivas ansias por participar en las nuevas formas de vida social y espiritual en común, y los

profesores nos esforzábamos por serles en este punto de alguna ayuda25.

En efecto, la dirección americana durante los largos años de ocupación tras la guerra y su

dirección en las tareas de redemocratización y reeducación de las élites incluyó una atención pri-

mordial a las élites universitarias. Recuérdese que incluso antes de la llegada del Alto Comisio-

nado para la Educación, J.J. Oppenheimer, existían ya oficiales destinados al control de las uni-

versidades de Berlín (Carl Anthon), Múnich (Herbert Senseing), Heidelberg (Jacques Breitenbu-

cher), Marburg (Eugene Bahn) y Frankfurt (Benno Selcke). Esta atención impulsó densos debates

en torno a qué y cómo debía programarse la reeducación atendiendo a la naturaleza y la expe-

riencia de los reeducados, cuyos informes fueron publicados en las revistas especializadas de la

época y cuyo punto culminante fue la reunión de Weilburg en el verano de 1951. Una buena

parte son informes apresurados fruto de visitas y entrevistas cuyas conclusiones dicen más del

observador que del objeto observado. Pero en el contexto de la ocupación y de la implementa-

ción de medidas precipitadas, devienen explicativos de la confusión que pudo apoderarse de sus

protagonistas alemanes26.

Dos informes de los primeros años de ocupación y dos más ya entrada la década de los sesen-

ta nos muestran los límites de esta observación27. En términos generales, hacia 1946-1947 se

caracteriza el alumnado como una amalgama formada por tres grupos principales. El primero de

ellos estaría formado por quienes conscientemente simpatizaban todavía con el nazismo. Un grupo

25 Hans G. GADAMER: Mis años de aprendizaje, Barcelona, Herder, 1996, p. 199.

26 La Universidad alemana era ya a finales de los treinta un objeto de preocupación de las autoridades ameri-

canas dada la emigración en curso. Un magnífico estudio del devenir de la Universidad alemana hacia 1938

en E.Y. HARTSHORNE: «The German Universities and the Government», Annals of the American Academy of

Political and Social Sciene, 200 (1938), pp. 210-234, síntesis del libro publicado un año antes con el título

The German Universities and Nationalsocialism, Cambridge, Cambridge University Press, 1937.

27 Paul R. NEUREITER: «Watch the German Universities», The Journal of Higher Educaction, 17/4 (1946), pp. 171-

179; W.P. CUMMING: «German Universities», South Atlantic Modern Language Association, 12/4 (1947), pp. 4-

6; Helmut O. WILK: «German Universities revisited», The Journal of Higher Educaction, 34/7 (1963), pp. 390-

392; y Walter HAHN: «Pattern Trends in West German Universities: Academic Self-Government versus State

Control», The Journal of Higher educations, 36/5 (1965), pp. 245-253.

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De arañas y visigodos. La década alemana de Juan José Carreras

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activo aunque desorganizado. A la altura de 1946 se preveía que aunque los procedimientos de

desnazificación proporcionan ciertas garantías de la eliminación parcial de las Universidades de

este grupo no regenerado y aunque su volumen actual no debe ser grande, es presumible que sea

mayor de lo que parece en superficie y de que en el futuro sea una fuente de disturbios 28. El

segundo grupo, de largo el mayor de todos, estaría formado por estudiantes políticamente escép-

ticos y apáticos. Y, finalmente, un tercer grupo de alumnos, el más pequeño pero el más impor-

tante estratégicamente, es el formado por quienes atesoran una conciencia abierta y activamen-

te democrática. Un grupo que debe ser atendido especialmente, puesto que en él reside la efecti-

vidad del proceso29.

CUADRO 2. EVOLUCIÓN DEL ALUMNADO UNIVERSITARIO EN ALEMANIA, 1950-1991

% SOBRE SU TOTAL DE ESTUDIANTES

AÑO ALUMNOS QUE INICIAN GENERACIÓN UNIVERSITARIOS

1950 26,1 3,2 128,4

1960 79,4 7,9 291,1

1970 125,7 15,4 510,5

1980 195 19,1 1.044,2

1991 271,2 33,7 1.647,0

FUENTE: Kronberger KREIS, «La reforma de la enseñanza superior en Alemania», Revista del Instituto de Estudios Económicos,

3 (1996), pp. 81-133. Elaborado sobre el cuadro 1 de la página 84.

El profesorado presentaba más problemas para su clasificación, dada su naturaleza reactiva

frente al interlocutor y a la complejidad de sus alianzas. Los profesores, afirma Cumming, son pre-

dominantemente reaccionarios. Sería un error esperar que las medidas legislativas produjeran a

corto plazo un cambio de mentalidad y los fuertes lazos de solidaridad, junto con evidentes erro-

res de contratación en los primeros momentos de la ocupación, presagiaban grandes dificultades

en la renovación del profesorado30.

El modelo de gestión universitaria representó otro de los problemas añadidos a la reeduca-

ción. Como afirmaba Neureiter en 1946, de acuerdo con la experiencia de la Universidad en la

época de Weimar, el movimiento de reforma democrática difícilmente será pautado por las

Universidades31. Se hacía necesaria una renovación integral de manera que las Universidades se

responsabilizaran de las necesidades y de las demandas de las masas, implantando quizá el siste-

ma de créditos al modo americano y abriendo los planes de estudios a la especialización. El pro-

fesorado era, en comparación con los estándares americanos, escaso, y estaba infradotado. Y si a

nivel universitario, la reeducación era poco más que un mero barniz, en cambio, la relación entre

la escuela secundaria (Gymnasium) y la Universidad debía reformularse por completo32.

28 W.P. CUMMING: «German Universities», art. cit., p. 4.

29 Ibíd., p. 5.

30 Ibíd., pp. 5-6.

31 Paul R. NEUREITER: «Watch the German Universities», art. cit., p. 175.

32 Ibíd., pp. 175-178.

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A mediados de la década de los cincuenta, un informe sobre la inversión americana en las

Universidades alemanas desvelaba la necesidad de incrementar el profesorado tanto en facetas

docentes como sociales33.

En este sentido, a modo de ejemplo, Walter Cerf analizará en 1953 las Facultades de Filosofía

con una especial atención a los métodos docentes y a los seminarios. Y dos son las conclusiones

principales: la falta de dinamicidad de la enseñanza (... Most German philosophy professors do not

speak freely. They stick so closely to their prepared text that a Lecture is indeed a Lecture in the

literal sense... [p. 135]) y el predominio del método hermenéutico, que aleja a los alumnos del

objeto de estudio (...They were, in other words, interpreteting the interpretation of an interpreta-

tion... [pp. 138-139])34. Dos facetas que, unidas a la masificación de la aulas, dejaban a los semi-

narios una parte importante de la función de las clases universitarias.

A principios de los años sesenta, esto comenzaba a cambiar, aunque había dos característi-

cas que se mantenían: la desmotivación y la apatía del alumnado, y el escaso número de profeso-

res, debido a un cerrado corporativismo. Esta segunda característica era la que más impresionaba

a los observadores foráneos, puesto que la inversión estatal en la Universidad era muy alta tanto

en aspectos administrativos como constructivos35.

Así las cosas, en el contexto de un debate interno en torno a la reforma universitaria —

que, por otra parte, se reproducía en toda Europa—, un informe americano de 1965 presenta-

ba cuatro modelos divergentes en la concepción y gestión de la Universidad alemana. El prime-

ro, representado por las Universidades de Kiel, Göttingen y Münster, confería al claustro la úl-

tima palabra en cuestiones ejecutivas y de decisión. Un segundo modelo, representado por las

Universidades del sudoeste (Marburg, Tübingen, Heidelberg, Bonn, Freiburg), venía caracteriza-

do por una mayor influencia de las instituciones intrauniversitarias a la hora de decidir proyec-

tos ejecutivos. En tercer lugar, Múnich, Würzburg y Erlangen, las Universidades bávaras, repre-

sentaban el ejemplo de la gestión desde los órganos de gobierno de la Universidad. Y, finalmen-

te, el último y más moderno modelo de gestión, de influencia eminentemente americana, esta-

ba representado por las universidades de Colonia, Frankfurt, Giessen y la Universidad Libre de

Berlín, en las que se daba una suerte de administración no académica a cargo de Kuratorium

paralelo al Rectorado36.

En este contexto, Heidelberg representó el papel de abanderado de la autonomía institucio-

nal, pero ello no significa que los años cincuenta hubieran sido similares. Un ejemplo de estas difi-

cultades es el relatado por Hans Georg Gadamer al señalar que

[...] pese a que había sido respetada por las bombas, la reconstrucción de la universidad,

en estado poco menos que ruinoso tras la caída del Tercer Reich, se descubrió como una

tarea excepcionalmente ardua. La reconstrucción de la economía primaba sobre todo lo

demás. Los recursos puestos a disposición de las escuelas y las universidades eran muy

33 [...] The number of teachers will have to be increased, and the number of professors who can spare time

either for giving general lectures or for helping students with their community life will also have to increa-

se. [...] Basically, the shift in German universities will have to come just where it is needed in the United

States —from subject matter as the center of the program to students as the center of all efforts. Marjorie

CARPENTER: «American investment in German universities», 24/2 (1953), pp. 70-76 y 107-108. Cita de la p. 76.

34 Walter CERF: «A field trip to German Universities», The Journal of Higher Education, 26/3 (1953), pp. 134-172.

35 Helmut O. WILK: «German Universities revisited», art. cit., pp. 391-392.

36 Walter HAHN: «Patterns and Trends in West German Universities», The Journal of Higher Education, 36/5 (1965),

pp. 245-253.

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De arañas y visigodos. La década alemana de Juan José Carreras

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modestos, a lo que se añadieron infinidad de dificultades de orden administrativo, origi-

nadas en la aplicación de preceptos legales de carácter general a las circunstancias con-

cretas de las universidades. Entre ellas estaba el proceso de desnazificación e interpreta-

ción de las correspondientes disposiciones adoptadas por las autoridades de ocupación.

Producíase aquí una desafortunada mezcolanza de intereses, derivados, por un lado, del

intento de adoptar resoluciones políticamente justas y, por otro, de satisfacer las necesi-

dades técnicamente impuestas por la demanda. Algunos de los inculpados habían sido re-

admitidos demasiado apresuradamente, mientras que otros se veían obligados a aguardar

largo tiempo, dependiendo todo ello en demasía de la casualidad, lo que no favorecía pre-

cisamente la creación de un clima de concordia. Una segunda dificultad procedía de la

aplicación particularmente estricta de algunas resoluciones de carácter legal favorables a

la admisión de los exiliados. En sí, forzar legalmente la admisión y contratación de los ale-

manes procedentes del este de Europa fue uno de los grandes aciertos políticos de los pri-

meros años de la posguerra. Sin embargo, en lo tocante a la ejecución de dicha normativa

legal, los suabos disfrutaban de la prerrogativa de exigir la contratación adicional de un

refuerzo por cada uno de los profesores que empleasen, o lo que es lo mismo, de hacer si-

multánea de su contratación la incorporación de un profesor exiliado. Aquello era, eviden-

temente, absurdo. Como si la suerte del destierro hubiera sido repartida por la divina pro-

videncia en correspondencia con las necesidades científico-pedagógicas de las universidades

de la Alemania occidental 37.

Esta situación se hizo especialmente grave a medida que avanzaban los años cincuenta de

manera que, hacia 1954, de las 80 cátedras de la Universidad de Heidelberg, 21 estaban todavía

sin ocupar. Gadamer en calidad de decano de la Facultad de Filosofía inició una campaña de pren-

sa para presionar a las autoridades, campaña que obtuvo sus resultados en los años siguientes,

cuando se nombraron hasta 21 profesores desbloqueando así los trámites de una administración

centralizada en Stuttgart, poco atenta a las iniciativas institucionales. Será en este contexto en el

que llegan a la Universidad de Heidelberg profesores como Karl Löwith, y será el proceso que una

década más tarde lleve a Walter Hahn a observar en ella las características de un modelo univer-

sitario de gestión.

La Facultad de Filosofía, el Historisches Seminary el Domeltscher Institut

En este sentido, la evolución de las cátedras de Historia de la Universidad presenta un punto de

inflexión en los primeros cincuenta. Hasta 1956, la estructura de cátedras es extremadamente simple.

Tan solo tres catedráticos en Historia Antigua, Medieval y Moderna copaban una parte importan-

te de la docencia. Los privatdozent y otros profesores contratados son escasos. De hecho, cuando

la población universitaria se incremente poderosamente hacia la segunda mitad de los cincuenta

y a pesar de la dotación de nuevas cátedras, una parte considerable de la docencia recaerá sobre

los nuevos profesores contratados y no en un número proporcional de catedráticos38.

37 H.G. GADAMER: Mis años de aprendizaje..., op. cit., pp. 209-210.

38 Las categorías del profesorado por debajo del Ordinario, dependían de la legislación vigente en cada Land

y de las prácticas tradicionales de cada Universidad. Así, en la de Heidelberg, les seguían los profesores ex-

traordinarios (Ausserordentliche Professoren) de los que solo hay cuatro en 1957 y uno pertenece a Histo-

ria; los invitados; los honorarios, que proceden igualmente de otras Universidades; los profesores adiciona-

les (Ausserplanmässige); los Privatdozenten; los instructores (Lehrbeauftragt) y los lectores (Lektor), la ca-

tegoría más baja.

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CUADRO 3. CÁTEDRAS DE HISTORIA, UNIVERSIDAD DE HEIDELBERG, 1933-1956

CÁTEDRA CATEDRÁTICO FECHAS EXTREMAS

Mittlere Geschichte, Historische Hilfswissenschaften Fritz Ernst 1937-1963

Alte Geschichte Hans Schaefer 1941-1961

Neuere Geschichte Johannes Kühn 1949-1956

FUENTE: W.E. WEBER, Priester der Klio: Historisch-sozialwissenschaftliche Studien zur Herkunft und Karriere deutscher Hi-

storiker und zur Geschichte der Geschichtswissenschaft 1800-1970, Frankfurt am Main, Peter Lang, 1984, pp. 555-556.

Este momento corresponde a lo que Christian Peters ha denominado fase de la concepcióntradicional de la historia, marcada por las necesidades de la nueva situación de ocupación aliada39.En la primera mitad de la década, el peso de la historiografía en Heidelberg recaerá sobre JohannesKühn (1887-1973), Fritz Ernst (1905-1963) y Hans Schäfer (1906-1961).

El más antiguo de ellos, Ernst, hijo del historiador Victor Ernst y discípulo de Johannes Halleren Tübingen, había leído su disertación doctoral en 1929 acerca de la política territorial e impe-rial en la Baja Edad Media, y había accedido al Ordinariat en 1937 en la Universidad de Heidelberg,donde desarrolló toda su trayectoria40. Ernst tomó el relevo en Heidelberg de Karl Hampe (1869-1936), a quien en los años veinte se había unido su discípulo Friedrich Baethgen (1890-1972) antesde su paso a Roma y más tarde a Königsberg tras la guerra, y Gerd Tellenbach (1903-1999), habi-litado en 1926 y privatdozent41.

Por su parte, el especialista en Historia de la Antigüedad, Hans Schäfer, se había formado bajola dirección de Helmut Berver en Marburg, había ejercido como profesor extraordinario en Leipzigy Jena, antes de recalar, ya como ordinario, en Heidelberg, en 194142. Su trayectoria en Heidelbergdurante los veinte años en que ocupó la cátedra representó la promoción definitiva de los estu-dios acerca de la Antigüedad gracias al amplio grupo formado en su entorno y sus relaciones inter-nacionales. Un grupo que acabó trágicamente, pues fue en uno de esos viajes de investigación enel que encontraron la muerte43.

39 Christian PETERS: «Lehrangebot und Geschichtsbild. Ein Beitrag su einer Sozialgeschichte des Faches Ges-chichte an der Heidelberger Universität», en R. DEUTSCH, H. SCHOMERUS & C. PETERS (ed.): Eine Studie sum All-tagsleben der Historie..., op. cit., p. 30.

40 W.E. WEBER: Biographisches Lexikon zur Geschichtswissenschaft in Deutschland, Österrich und der Schweiz:die Lehrstuhlinhaber für Geschichte von den Anfängen des Faches bis 1970, 2 ed., Frankfurt am Main, PeterLang, 1987, p. 136; y Ashaver von BRANDT: «Fritz Ernst», Historische Zeitschrift, 198 (1964), pp. 791-792.

41 Su incorporación se vio revestida de cierta polémica, puesto que a las expectativas de Tellenbach, que recala-ría en Giessen (1938), Münster (1942), y, finalmente, en Freiburg, donde ejercería hasta 1962, se unía la com-petencia de Fritz Rörig (1882-1952), quien profesaría desde 1938, y hasta su fallecimiento, en la Universidadde Berlín. Acerca del medievalismo en Heidelberg, cf. Hermann JAKOBS: «Die Mediävistik bis zum Ende derWeimarer Republik» y Jürgen Miethke, «Die Mediävistik in Heidelberg seit 1933», ambos en Jürgen MIETHKE (ed.):Geschichte in Heidelberg..., op. cit., pp. 39-68 y 93-126, respectivamente. El ambiente en el Heidelberg de losaños veinte, en Norman CANTOR: «The Nazi Twins», en Inventing the Middle Ages. The Lives, Works and Ideasof the Great Medievalists of the Twentieth Century, New York, William Morrow, 1993, pp. 79-117. La trayec-toria medievalista de Ernst, en Jürgen MIETHKE: «Die Mediävistik in Heidelberg seit 1933», art. cit., pp. 102-110.

42 W.E. WEBER: Biographisches Lexikon zur Geschichtswissenschaft in Deutschland..., op. cit., pp. 500-501.

43 El 23 de septiembre de 1961, un accidente aéreo sobrevolando Turquía acabó con la vida de Schäfer, su subs-tituto en la cátedra Jacques Moreau, cuatro de sus asistentes y tres de sus doctorandos. Cf. Geza ALFOLDI: «DieAlte Geschihte in Heidelberg», en Jürgen MIETHKE (ed.): Geschichte in Heidelberg..., op. cit., pp. 219-242, espe-cialmente las pp. 222 y ss.

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De arañas y visigodos. La década alemana de Juan José Carreras

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Finalmente, el mayor y más novel de los ordinarios, Johannes Kühn (1887-1973), era un dis-

cípulo de Walter Götz en Leipzig, con quien se había habilitado en 1923. Profesor durante veinte

años en la Universidad de Leipzig, su contratación en 1949 como ordinario respondió al programa

de recuperación de alemanes desde el Este y con Walther Peter Fuchs formaría el dúo de contem-

poraneístas hasta la segunda mitad de los cincuenta44. A pesar de que su estancia en Heidelberg

fue relativamente corta, pues en 1956 accedió a la categoría de emérito, siendo substituido por

Conze, y sus obligaciones docentes desaparecieron, quienes se formaron con él —hasta 22 tesis

doctorales en apenas siete cursos— le recordaron como un trabajador infatigable atento especial-

mente a las implicaciones teóricas de la historia45. En efecto, en 1947, Kühn había publicado un

breviario titulado Die Wahrheit der Geschichte und die Gestalt die wahren Geschichte. La influen-

cia de Kühn sobre su principal discípulo, Koselleck, es apenas perceptible, pero lo cierto es que este

tomó la docencia teórica del maestro en el Historisches Institut tras su paso a la situación de emé-

rito, iniciando así su trayectoria docente46.

CUADRO 4. CÁTEDRAS DE HISTORIA, UNIVERSIDAD DE HEIDELBERG, 1956-1965

CÁTEDRA CATEDRÁTICO FECHAS EXTREMAS

Mittlere Geschichte, Historische Hilfswissenschaften Fritz Ernst 1937-1963

Alte Geschichte Hans Schaefer 1941-1961

Alte Geschichte Jacques Morear 1961

Alte Geschichte Fritz Geschnitzer 1962-1973

Neuere Geschichte Johannes Kuhn 1949-1963

Neuere Geschichte Werner Conze 1957-

Neuere Geschichte II Rudolf v. Albertini (1956)1963-1967

Sozial und Wirtschafts Geschichte Erich Maschke 1956-1968

Mittlere und Neuere Geschichte,

Historische Hilfswissenschaften Ashaver v. Brandt 1962-1974

Östeuropäische Geschichte Helmut Neubauer (1964)1966-

FUENTE: W.E. WEBER, Priester der Klio..., op. cit., pp. 555-556.

44 Su trayectoria en la Universidad de Leipzig, en Matthias MIDDELL: Weltgeschichtsschreibung im Zeitalter der

Verfachlinchung und Professionalisierung. Das Leipziger Institut für Kultur- und Universalgeschichte, 1890-

1990, 3 vols., Leipzig, 2005, pássim. Su trayectoria en Heidelberg, en Eike WOLGAST: «Die neuzeitliche

Geschichte im 20. Jahrhundert» en Jürgen MIETHKE (ed.): Geschichte in Heidelberg..., art. cit., pp. 127-158,

especialmente las pp. 147-150. Walther Peter Fuchs, quien se había habilitado con Günther Franz en 1936,

profesaría en Heidelberg hasta 1958, cuando accedería, como ordinario, a la Technische Hochschule de

Karlsruhe donde finalizaría su trayectoria académica en 1973.

45 W.E. WEBER: Biographisches Lexikon zur Geschichtswissenschaft in Deutschland..., op. cit., pp. 350-351,

Herbert GRUNDMANN: «Johannes Kühn zum 80. Geburtstag», Ruperto Carola, 41 (1967), pp. 77-81; y Reinhart

KOSELLECK: «Nachruf Johannes Kühn», Ruperto Carola, 51 (1973), pp. 143-144.

46 La influencia teórica de Kühn, en Detlef JUNKER: «Theorie der Geschichtswissenschaft am Historischen Seminar

der Universität Heidelberg», en Jürgen MIETHKE (ed.): Geschichte in Heidelberg..., op. cit., pp. 159-174, particu-

larmente las pp. 171-173.

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Así pues, 1956-1959 va a representar una coyuntura de inflexión en la transformación de ladocencia y de la investigación histórica en Heidelberg. Será lo que Peters acuñó como fase de am-pliación (Das Geschichtsbild in der Erweiterung), y que consistió en lo esencial en una extensiónde los campos de investigación hacia la historia social y económica, principalmente obrera, por unaparte, al inicio del predominio de la historia contemporánea, por otra, y a la incorporación, final-mente, de un conjunto de docentes con un proyecto que sería desplegado en los años siguientes47.

En estos años acceden al Ordinariat Erich Maschke y Werner Conze, y a la docencia, HelmutNeubauer, Reinhart Koselleck o Karl F. Werner, entre otros. Maschke y Conze van a ser los grandesimpulsores del Historisches Seminar en la fase siguiente48.

Erich Maschke (1900-1982) era un medievalista, formado en el Berlín de los años veintecon Erich Caspar y Friedrich Baethgen, con quien se licenció con una tesis sobre el papel de Pru-sia en el llamado orden germánico del siglo XIII, para habilitarse en 1927 con un ejercicio cen-trado en la historia polaca49. Profesor de la Universidad de Leipzig desde 1942, padeció ocho añosde cautiverio como prisionero de guerra en zona soviética. Recala, por tanto, en Heidelbergcomo otros, como una medida integradora a los cincuenta y seis años, y hasta 1968, año en quees nombrado profesor emérito, su actividad remitirá básicamente a la docencia económica y so-cial, constituyendo una de las conexiones alemanas con la historia económica francesa50. Sin serun autor especialmente productivo o influyente, su aportación a la consolidación de la Landes-geschichte o la historia del este ha sido reconocida51. En sus catorce años de ejercicio en Heidel-berg apenas dirigió cuatro tesis doctorales52.

En los últimos años, Ingo Haar y otros autores han destapado la actividad de los jóvenesMaschke y Conze, junto con Theodor Schieder y otros, en el contexto del königsberger milieu afavor de las teorías de la Vernichtung53. Es, sin duda, un aspecto relevante a la hora de entenderla nueva inserción de las tradiciones teóricas en el ambiente renovador de los sesenta. Sin embar-

47 Christian PETERS: «Lehrangebot und Geschichtsbild...», art. cit., p. 31.

48 Peters denomina das plularische Geschichtsbild a la fase que abraza 1959-1974 como antecedente inmedia-

to a la última fase denominada vorparadigma. La caracterización de estas dos últimas fases parece claramen-

te sesgada por el presentismo. La historia de la historiografía en Heidelberg no debe ser comprendida como

el camino hacia el predominio de la neue sozialgeschichte. Aunque no es este el objeto del presente estudio,

si reducimos el enfoque a coyunturas, observaremos fielmente cómo el proceso de formación del pensamien-

to histórico que caracterizó a la Universidad de Heidelberg en los sesenta, con el subsiguiente proceso de

expansión de su influencia y de su prestigio, opera en círculos y territorios profesionales muy diferentes a los

de más de una década después. No debemos caer en la trampa de confundir la genealogía académica de la

profesión con las conexiones genealógicas de las teorías y de las corrientes. Ello no sería sino sancionar una

suerte de linealidad determinista que la propia historia de la historiografía se encarga de desmentir. En con-

secuencia, desde nuestro punto de vista, esta fase de sofisticación teórica y de ampliación de enfoques, temas

y objetos de análisis, debería ampliarse, al menos, hasta finales de los años sesenta.

49 W.E. WEBER: Biographisches Lexikon zur Geschichtswissenschaft in Deutschland, op. cit. pp. 366-367; y E.

SCHRAMMER: «Erich Maschke (1900-1982)», Historische Zeitschrift, 235/1 (1982), pp. 251-255.

50 Recuérdese que en 1963 sería invitado por la École des Hautes Études de París.

51 Meinrad SCHAAB: «Landesgeschichte in Heidelberg», y Helmut NEUBAUER: «Die Osteuropahistorie in Heidelberg», en

Jürgen MIETHKE (ed.): Geschichte in Heidelberg, Berlin, Springer, 1992, pp. 175-200 y 201-218, respectivamente.

52 Brigitte ALTEMOOS: «Lehrende und Lehrprogramm. Kontinuität und Wandel der Heidelberger Historie unter per-

sonellen Geschichtspunkten», en R. DEUTSCH, H. SCHOMERUS & C. PETERS (eds.): Eine Studie sum Alltagsleben der

Historie..., art. cit. p.104.

53 Ingo HAAR: «‘Revisionistische’ Historiker und Jugendbewegung: Das Königsberger Besipiel», art. cit., y «Kämp-

fende Wissenschaft. Entsetehung und Niedergang der völkischen Geschcihctswissenschaft im Welchsel der

Systeme», en W. SCHULZE y O.G. OEXLE (eds.): Deutsche Historiker im Nationalsozialismus... op. cit., pp. 215-240.

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go, lo que más interesa de Maschke en un estudio como el presente es que representa uno de losprimeros nuevos ordinarios que en los años cincuenta y sesenta van a ocupar cátedras de historiaeconómica y social54.

CUADRO 5. ORDINARIADOS DE HISTORIA EN LA UNIVERSIDAD ALEMANA,POR ESPECIALIDAD, 1900-1970

HISTORIA HISTORIA DE HISTORIA

HISTORIA EDAD HISTORIA MODERNA ESTATAL LA EUROPA ECONÓMICA

GENERAL MEDIA Y CONTEMPORÁNEA Y REGIONAL ANTIGUA DEL ESTE Y SOCIAL OTRAS TOTAL

1900 22 17 17 9 22 - - 3 90

1910 18 21 22 10 29 1 - 4 105

1920 13 24 28 9 31 4 - 5 112

1930 4 29 35 11 30 5 - 6 120

1940 - 31 35 10 21 4 - 10 117

1950 - 30 26 7 23 2 3 2 93

1960 - 29 33 13 26 10 6 7 124

1970 - 52 71 19 43 20 19 12 236

FUENTE: WEBER, Priester der Klio..., op. cit.

Werner Conze (1910-1986), por su parte, es probablemente el historiador más influyente

del siglo XX de la Universidad de Heidelberg55. Formado en los años treinta en el contexto del

microsociólogo Gunther Ipsen y del historiador Hans Rothfels en Königsberg (1929-1934), su te-

sis de promoción, bajo la dirección de estos autores, versaría en 1934 sobre Die deutsche Kolo-

nie Hischernhof. A partir de ese momento, iniciaría un periodo como asistente científico (1934-

1935) en Königsberg56 y más tarde en Viena, donde se habilitaría, de nuevo bajo la dirección de

Ipsen con Agrarverfassung im ehemaliger Grossfürstentum Litauen57.

54 De los 52 nuevos ordinariados dotados desde 1950 a 1969, además de Maschke, 11 lo serán por Historia

Económica y Social: G.Fr.V. Pölnitz (1960, Erlangen), H. Ammann (1961, Saarbrücken), Herbert Helwig (1961,

FU Berlin), Wolfgang Zorn (1962, Bonn-1967, München), G. Bauer (1962, Freiburg), K.A. Born (1962, Tübin-

gen), I. Borg (1962, Marburg), Wolfgang Köllmann (1964, Bochum), Wolfram Fischer (1965, FU Berlin), E.

Fraenkel (1967, Franfurt).

55 Dejamos para otra ocasión el desarrollo de su trayectoria biobibliográfica en relación con el progreso de la

historia social en Europa. Cf. W.E. WEBER: Biographisches Lexikon zur Geschichtswissenschaft in Deutschland,

op. cit., p. 92; Reinhart KOSSELLECK: «Werner Conze. Tradition und Innovation», art. cit.; Wolfgang SCHIEDER:

«Sozialgeschichte ziwischen Soziologie und Geschichte. Das Wissenschaftliche Lebenswerk Werner Conzes»,

Geschichte und Gesellschaft, 13 (1987), pp. 244-266; Jürgen KOCKA: «Werner Conze und die Sozialgeschichte

in der Bundesrepublik», Geschichte in Wissenschaft und Unterricht, 1986, pp. 595-602; I. VEIT BRAUSE: «Werner

Conze (1910-1986). The Measure of History and the Historian’s Measure», en H. LEHMANN & J. van HORN MERTON

(eds.): Paths of Continuity: Central European Historiography from the 1930s to the 1950s..., op. cit., y la tesis

doctoral de Thomas ETZEMÜLLER: Sozialgeschichte als politische Geschichte..., op. cit.

56 Él mismo rememoró esos momentos en «Die königsberger Jahre», en Vom Beruf des Historikers in einer Zeit

beschluenigten Wandels. Gedenkschrift für Theodor Schieder, München, Oldenburg, 1985, pp. 23-31, y en

«Hans Rothfels», Historische Zeitschrift, 237 (1983), pp. 311-360.

57 Esta fase de su trayectoria, en Thomas ETZEMÜLLER: Sozialgeschichte als politische Geschichte..., op. cit., pp. 44 y ss.

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Privatdozent en Viena hasta 1943, cuando es encargado del curso de Historia Moderna y

Contemporánea en la Universidad de Posen, su primera tenencia tiene lugar en la Universidad de

Münster, donde es nombrado Ordinarius ad Personam en 1946.

En 1957 pasa a la cátedra de Historia Moderna de la Universidad de Heidelberg, a la que agre-

gó la de Historia Social y Económica cuando Maschke acceda a su jubilación. Entre 1957 y 1962

dirigió en solitario el Arbeitskreis für moderne Sozialgeschichte, desde el que impulsó la publica-

ción de un buen número de obras innovadoras en el contexto de la historia social de los años

sesenta y del que surgieron igual número de académicos de influencia58.

En sus años de Heidelberg, Conze dirigió hasta 46 tesis doctorales59. De hecho, se observa en

Heidelberg una tendencia al alza en las tesis de Historia leídas anualmente desde los primeros años

sesenta coincidiendo con el primer auge de su actividad60. Con el tiempo, sólo por lo que respecta a

la Historia Moderna y Contemporánea, serían habilitados bajo la dirección de Conze diez futuros

ordinarios y cuatro de sus discípulos directos accedieron a la docencia universitaria sin habilitación61.

Las principales aportaciones de Conze podrían ser sintetizadas en diez puntos, que por ra-

zones evidentes no vamos a desarrollar: 1) Protagoniza un proceso de transformación íntima de

traslación desde objetos medievales de investigación a modernos y contemporáneos (siglos XIX

y XX)62. 2) Desarrolla la investigación de nuevos procesos históricos: industrialización, mundo

obrero. Desarrolla la historia de la estructura social y de los grupos nacionales, la historia de los

movimientos obreros, la historia industrial, y el engarce de la historia alemana con la de los paí-

ses del Este, a través de la promoción de publicaciones de otros autores. 3) Muestra un elevado

interés por la recategorización y la teorización social y política en torno a la nueva terminolo-

gía o al nuevo uso de la terminología existente (Volkstumkampf, Wirkumzusammenhang vs.

Spannungsfeld, Selbstenfaltungsrecht, Volksordnung). 4) Reivindica de nuevo la categoría de

territorialización Mitteleuropa. 5) Explicita la tradición historiográfica de continuidad entre los

años veinte y la historia social que proponía. 6) Aborda la integración de la Historia Económi-

ca y Social como historia de las estructuras. 7) Dirige los Arbeitskreis für moderne Sozialges-

chichte. 8) Dirigirá, junto con Otto Brunner y Reinarht Koselleck, la monumental Geschichtli-

che Grundbegriffe. 9) Forma un grupo de influencia repartido por toda Alemania del que na-

cen, a partir de la segunda mitad de los setenta, diversas nuevas tendencias historiográficas: la

historia social, la historia de los conceptos y 10) Extiende su influencia al contexto internacio-

nal, principalmente en Estados Unidos63. En síntesis, será el verdadero dinamizador del Historis-

ches Seminar.

58 Al mismo tiempo, inicia un cursus extrauniversitario que le llevará en 1957 a ser nombrado presidente de la

Komission für Geschichte des Parlamentarismus (1957-1962), o a ocupar la Vorsitzend de la Asociación de

Historiadores Alemanes (Verband der Historiker Deutschlands) entre 1972 y 1976.

59 Brigitte ALTEMOOS: «Lehrende und Lehrprogramm...», art. cit., p. 104. Su influencia disciplinar en Heidelberg, en

Eike WOLGAST: «Die neuzeitliche Geschichte im 20. Jahrhundert», art. cit.

60 Ibíd., p. 97.

61 En el primer grupo: U. Engelhardt, W. Giesselmann, D. Groh (U. Konstanz), V. Hentschel (Mainz), W. v. Hippel

(Mannheim), R. Koselleck (Bochum, Heidelberg, Bielefeld), W. Lipgens (Saarbrücken), H. Mommsen (Bochum),

V. Sellin (Stuttgart, Heidelberg), y H. Soell. En el segundo grupo, J. Erger (Aaschen), L. Niethammer (Essen), H.

Stuke (Frankfurt) y Wolfgang Schieder, hijo de Th. Schieder, en Trier. Una ampliación de estos datos en Eike

WOLGAST: «Die neuzeitliche Geschichte im 20. Jahrhundert», art. cit., p. 156.

62 El momento de cambio se situó entre los últimos años cuarenta y los primeros cincuenta.

63 No en vano CONZE firmará el primer artículo, en 1967, de la nueva revista americana Journal of Social History.

Cf. «Social History», JSH, I/1 (1967), pp. 7-16.

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El Historisches Seminar, que había sido fundado en 1889 por Bernhard Erdmannsörffer y

Eduard Winckelmann, era en realidad uno de los más jóvenes seminarios de Historia de la

Universidad alemana. No en vano fue el vigésimo en ser instituido64. Con una vocación eminente-

mente medievalista, como por otra parte sucedía en el resto de la geografía universitaria, había

sido dirigido en la primera mitad del siglo XX por historiadores como Erich Marcks, Karl Hampe,

Günther Franz o Fritz Ernst. Y desde el final de la guerra y hasta los años setenta sería dirigido por

el propio Ernst hasta su fallecimiento en 1963, Johannes Kühn (1949-1955), Werner Conze (hasta

1957-1978), Rudolf von Albertini y Ashaver von Brandt (1964).

En realidad, su función y su grado de independencia debe entenderse en el entramado de ins-

titutos de la Facultad de Filosofía, en relación con otros centros de investigación y docencia his-

tórica dirigidos igualmente por ordinarios de la Facultad65.

CUADRO 6. SEMINARIOS E INSTITUTOS DE LA FACULTAD DE FILOSOFÍA HACIA 1957

CENTRO DIRECTOR ASISTENTE CIENTÍFICO

Ägyptologisches Institut Eberhard Otto Gerhard Fecht

Seminar für Alte Geschichte Hans Schäfer Walter Schmitthenner

Christian Meier

Anglistisches Seminar Hermann Flasdieck Hans Schabram

Archäologisches Institut Ronald Hampe Theodor Kraus

Deutsches Seminar Richard Kienast Paul Böckmann

Institut für Frankisch-

Pfälzische Geschichte- und Landeskunde Fritz Ernst y Hermann Overbeck

Gottfried Pfeifer -

Frühgeschichtliches Institut Ernst Wahle Wilhelm Angeli

Geographisches Institut Gottfried Pfeifer Wendelin Klaer

Historisches Seminar Fritz Ernst y K.F. Werner y

Werner Conze R. Koselleck

Kunsthistorisches Institut Walter Paatz -

Seminar für Leteinische Walter Bulst Dieter Schaller

Philologie des Mittelalters

Musikwissenschaftliches Seminar Ewald Jammers Arnold Feil

Orientalisches Seminar Adam Falkenstein -

Pädagogisches Seminar Christian Caselmaann -

Universitäts-Papyrussammlung Hans Schäfer Peter Sattler

64 Joachim DAHLHAUS: «Geschichte in Heidelberg-Aktenstücke und Statistiken», en Jürgen MIETHKE (eds.): Ges-

chichte in Heidelberg, Berlin, Springer, 1992, pp. 263-320, particularmente las pp. 266-268.

65 El propio Conze dirigirá otro instituto, de historia social del presente.

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CENTRO DIRECTOR ASISTENTE CIENTÍFICO

Philologisches Seminar H.G. Gadamer K. Löwith

Psychologisches Seminar Johannes Rudert Ludwig Pongratz

Institut für Publizistik Hans v. Eckart Horts Reimann

Romanisches Seminar Gerhard Hess y Hans Robert Jauss y

Kurt Baldinger Klaus Heger

Slawisches Seminar Dimitri Tschizewskij H.J. zum Winckel

Sprachwissenschaftliches Seminar Anton Scherer Wolfgang Drohla

Institut für Volkskunde Gerhard Eis (Kommissarische Leiter) -

Alfred-Weber-Institut für Sozial-

und Staatswissenschaften Hans Haller -

Wilhelm Kromphardt -

Helmut Meinhold -

Götz Roth -

H.J. Vosgerau -

Günter Conrad -

Friedrich Höckner -

F.W. Clau -

Georg Tolkemitt -

AWIf.SuSW-Politisches Seminar Dolf Sternberger (Leiter) -

AWIf.SuSW–Institut

für Sozialgeschichte der Gegenwart Werner Conze Horst Stuke

Domeltscher Institut Berthold Beinert -

(con un Kuratorium representativo)

FUENTE: Ruprecht-Karl-Universität Heidelberg. Personal- und Vorlesungs-Verzeichnis. Winter Semester 1957/1958. Dr. u. V. Dr.

Johannes Hörnig, Heidelberg, 1957, pp. 40-41.

En la coyuntura final de los cincuenta, el Historisches Seminar comenzó a virar su línea

docente hacia los ámbitos de investigación de sus protagonistas: el contemporaneísmo y la

Historia Económica y Social, atrayendo a un mayor número de estudiantes.

En este sentido, si los estudiantes de la Facultad de Filosofía crecieron desde los primeros cin-

cuenta, los estudiantes adscritos al seminario aumentaron considerablemente a partir de la incor-

poración de Conze66. Sólo entre 1958 y 1961, pasaron de 382 a 678, lo que provocaría un aumen-

to en la contratación de lectores, entre los que se encontraría Juan José Carreras. En este ambien-

te es donde también se producirá el reclutamiento del grupo de jóvenes formados en torno a

Conze y donde se establecerán las relaciones exteriores, hacia Europa y América, pero también

hacia la Alemania comunista.

66 Joachim DAHLHAUS: «Geschichte in Heidelberg-Aktenstücke und Statistiken», art. cit., p. 308.

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CUADRO 7. CLASES ORDINARIAS DE HISTORIA HACIA 1957 EN LA FACULTAD DE FILOSOFÍA DE LA UNIVERSIDAD DE HEIDELBERG

MATERIA TIPO DOCENTE HORARIO

Germanische Stammesgeschichte bis zum

Beginn der Völkerwanderungen VL Kirchner L y M, 16:00-17:00

Griegische Geschichte der Klassichen Zeit

(5. Jahrhundert) VL Schäfer M y V, 9:00-10:00

Das Abendland im Frühen Mittealter I

(Völkerwanderung und Merowinger) VL Ernst L y M, 17:00-18:00

Interpretation von Quellen zur

Geschichte des Frühen Mittelalters VL Ernst M, 16:00-17:00

Wirstschaft- und Sozialgeschichte des

Mittelmeerraumes im Mittealter VL Maschke L, 11:00-13:00

Wirstschaftsgeschichte der Antike im Grundiss VL Maschke J, 12:00-13:00

Übung: Wirtschaftsgeschichtliche Übungen

zum Merkantilismus im spätrömischen Reich VL Maschke J. 14:30-16:00

Rechtsgeschichtliche Volkskunde

(Für Historiker und Juristen) VL Weiszecker J, 16:00-18:00

Einführung in des Geschichtsquellen des

Spätsmittelalters (Südliches und mittleres Ostdeutschland) VL Hirsch Mx, 11:00-12:00

Das Geld- und Münzwessen der Hochenstaufenzeit VL Gaettens V, 9:00-10:00

Die europäische Revolution II (19. Bis 20. Jahrhunderts) VL Conze M, J y V, 11:00-12:00

Geschichte des modernen Frankreichs (1870-1945) VL v. Albertini L y Mx, 10:00-11:00

Geschichte der Gegenreformation VL Fuchs M y V, 10:00-11:00

Griechische Paläographie VL Preisendanz Mx (móvil)

Lateinische Schriftkunde (bis Karolingerzeit) VL Preisendanz Mx (móvil)

Lateinische Schriftkunde (bis zum Ende des Mittelalters) VL Wehmer M, 16:30-18:00

Übungen zur Einführung in das Studium

der Urgeschichte (Seminar für Frühgesschichte) PS Kirchner L, 11:00-13:00

Vorgeschichtliche Fürstensitze

und Fürstengraber (Seminar für Frühgesschichte) OS Kirchner A convenir

Einführende Übungen zur Römische

Geschichte (Seminar für Alte Geschichte) PS Schmitthenner Mx, 15:30-17:00

Einführende Übungen zur Römische

Geschichte (Seminar für Alte Geschichte) OS I. Müller-Seidel V, 18:00-20:00

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MATERIA TIPO DOCENTE HORARIO

Übungen zur Römischen Innenpolitik

des 2. Jahrhunderts v. Ch. MS I. Müller-Seidel M, 14:00-16:00

Perikles (Griechische Sprachkenntnisse erforderlich) PS Schäfer V, 18:00-20:00

Übungen zur Aussenpolitik der Römischen Republik HS Schäfer M, 18:00-20:00

VL: Vorlesung, PS: Proseminar, OS: Oberseminar, MS: Mittelseminar, HS: Hauptseminar.]

FUENTE: Ruprecht-Karl-Universität Heidelberg. Personal- und Vorlesungs-Verzeichnis. Winter Semester 1957/1958, op. cit.,

pp. 69-70.

CUADRO 8. CLASES ORDINARIAS EN EL HISTORISCHES SEMINAR HACIA 1957

MATERIA DOCENTE HORARIO

Proseminar zur Geschichte des Mittelalters Werner V, 14:00-16:00

Oberseminar zur Geschichte des Mittelalters Ernst M, 18:00-20:00

Sozialgeschichtliche Übung:

Die Sozialstruktur der mittelalterichen Ritterden Maschke L, 14:30-16:00

Kolloquim Ernst A convenir

Übung: Lektüre von Quellen des Mittelalters in epischer Form Hisrch M, 18:00-20:00

Übung: Lektüre aus dem politischen Schriftunf des Mittelalters Hirsch Mx, 9:00-11:00

Übungen zum Geld und- Münzwessen der Hochenstaufenzeit Gaettens A convenir

Das Münzrecht im Mittelalter Gaettens A convenir

Proseminar zur neueren Geschichte Koselleck M, 14:00-16:00

Hilfswissenschaftliche Übungen

und Material des Universitätsarchiv Krabusch A convenir

Oberseminar: Lenin und die rüssische Revolution Conze V, 18:00-20:00

Kolloquim für Fortgeschrittene:

Deutschland vor der Revolution von 1848 Conze M, 16:00-18:00

Die Volksfront in Frankreich v. Albertini Mx, 14:30-16:00

Seminar: Jacob Burckhardt Fuchs -

Repertorium der neueren Geschichte: Der deutsche Staat

von 1500 bis 1800 (im rahmen der politische Geschichte) Vierneisel L y J, 8:00-9:00

Repertorium über Ereignisse und Gestalten

der neueren Geschichte, besonders 19. Jahrhunderts bis 1914

(Mit hinweisen auf Quellen und Darstellungen) Durand L, 16:00-18:00

FUENTE: Ruprecht-Karl-Universität Heidelberg. Personal- und Vorlesungs-Verzeichnis. Winter Semester 1957/1958, op. cit., p. 70.

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Así pues, cuando Juan José Carreras llega a Heidelberg en el invierno de 1954, recién leída su

tesis doctoral, el cambio teórico en el ambiente historiográfico, en ebullición en otros lugares, ape-

nas se preveía. Años más tarde él mismo analizaría ese ambiente de renovación teórica, destacan-

do la labor de Werner Conze, Otto Brunner y Theodor Schieder67.

Heidelberg era esa ciudad tomada por los americanos en la que un emigrante español podría

eventualmente tener oportunidades laborales bien en la Facultad de Filosofía, bien en el Domeltscher

Institut de la misma Facultad o, en el caso de no tener fortuna, en alguno de los centros privados

relacionados con el entramado institucional de la Universidad que proliferaban a orillas del Neckar.

Efectivamente, desde el semestre invernal de 1954 y hasta la primavera de 1958, Juan José

Carreras trabajaría en el Englisches Institut de Heidelberg, un centro de segunda enseñanza fun-

dado en 1945, cuya actividad había ido ampliándose hacia la enseñanza de la cultura europea y

de la traducción en varias lenguas (inglés, francés, español, latín). Era un Instituto en fase de cre-

cimiento, que acababa de estrenar nuevo edificio en la Rheinstrasse, no demasiado lejos de la

Facultad de Filosofía a la que acaba de incorporarse Karl Löwith. Allí Carreras sería profesor de

Historia y Cultura Españolas y de traducción de textos históricos.

El Englisches Institut mantenía estrechas relaciones con el —este sí, plenamente universitario—

Domeltscher Institut (instituto de traducción) dirigido durante lustros por el hispanista, Berthold

Beinert68, y en el que encontraron acomodo Emilio Lledó, que además sería lector de la Facultad de

Filosofía y miembro del Arbeitskreis de Gadamer69, y el licenciado en Derecho Antonio Zubiaurre.

Sin duda, esos primeros cuatro años de trabajo debieron representar para el joven Carreras

—dejará el Englisches antes de cumplir los treinta— un periodo de inmersión en la cultura alema-

na. Entre 1954 y 1958, no sólo se producirá el inicio del cambio en la misma Universidad de Hei-

delberg, sino que será también un momento de gran profusión de textos teóricos y metodológicos

acerca de los contenidos (relación entre Historia Política y las formas de Historia Económica y So-

cial) y la función de la Historia (Vergangenheitsbewältigung), de la diferenciación académica defi-

nitiva de las materias medieval y moderna, y de la disciplinarización de la historia contemporánea70.

67 «La historiografía alemana en el siglo XX», Stvdivm, 2 (1990), pp. 93-106, especialmente las pp. 96 y ss.

68 Berthold BEINERT (1909-1981), hispanista especializado en la política y la cultura de la Edad Media y el

Renacimiento, había cultivado sus relaciones con la cultura oficial en España desde prinicipios de los años cua-

renta y mantendría su colaboración hasta los años setenta. De hecho, había residido en Madrid, donde nace-

ría su primer hijo. Con el antecedente de la monografía sobre Carlos V en Mühlberg, de Tiziano, publicada por

el Instituto Diego Velázquez, sería más conocido por haber sido el encargado de publicitar en España obras

como el Carlos V, de Karl Brandi o El otoño de la Edad Media, de Huizinga en la revista Hispania, así como la

reanudación de la Historische Zeitschrift tras la Segunda Guerra Mundial tanto en Hispania (IX/1 [1949], pp.

502-507) como en la Revista de Estudios Políticos («Con motivo de la reaparición de una revista (Historische

Zeitschrift)», 47 [1949], pp. 215-230), y por sus estudios sobre la política de Carlos V, que culminaron con su

invitación a los actos de conmemoración del quinto centenario de la muerte del rey, en la Universidad de

Granada, donde dictó la conferencia que llevó por título «El testamento político de Carlos V de 1548, estudio

crítico» (Carlos V. 1500-1558. Homenaje de la Universidad de Granada, Granada, 1958, pp. 401-438).

69 Hans G. GADAMER: «Autopresentación de Hans-Georg Gadamer (1975)», en Antología, Salamanca, Sígueme,

2001, p. 37.

70 Cf. Winfried SCHULZE: «Der Neubeginn der deutschen Geschichtswissencshaft nach 1945...», art. cit., y Ulrich

PFEIL (ed.): Die Rückkehr der deutschen Geschichtswissenschaft in die Ökumene der Historiker nach 1945...,

op. cit. Acerca de la diferenciación de la historia contemporánea, resulta relevante la conferencia inaugural

del curso 1959 dictada por Otto Brunner, en calidad de rector de la Universidad de Hamburgo, en la que, tras

analizar la situación de los planes de estudio de Historia y los límites de las asignaturas de Historia por época,

realiza una llamada a la diferenciación entre medieval, moderna y contemporánea de acuerdo con las prác-

ticas de investigación, las necesidades formativas diferenciadas, los objetivos didácticos y las prácticas de la

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IGNACIO PEIRÓ MARTÍN / MIGUEL A. MARÍN GELABERT

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Y más adelante, entre 1959 y 1965, se producirá el reinicio de las relaciones entre las comu-

nidades de historiadores profesionales de las dos Alemanias a través de los Historikertage71, también

el inicio del replanteamiento de la obra de los historiadores emigrados a causa de la guerra (por

ejemplo, Hans Rosenberg), de las primeras influencias del marxismo, y del inicio del debate Fischer72.

CUADRO 9. LA REANUDACIÓN DE LOS HISTORIKERTAGE TRAS LA GUERRA, 1949-1970

ORDINAL /AÑO CIUDAD

20. Historikertag, 1949 München

21. Historikertag, 1951 Marburg

22. Historikertag, 1953 Brehmen

23. Historikertag, 1956 Ulm

24. Historikertag, 1958 Trier

25. Historikertag, 1962 Duisburg

26. Historikertag, 1964 Verlin

27. Historikertag, 1967 Freiburg

28. Historikertag, 1970 Köln

FUENTE: Elaboración propia.

Así las cosas, entre el semestre de verano de 1959 y hasta el de 1965, Juan José Carreras será

lector y posteriormente asistente científico en el Historisches Seminar, en el círculo de Conze73, en

el que tomará contacto con el grupo que desde finales de la década gestionará los dos grandes

proyectos del maestro: la colección editorial Industrielle Welt – Schriftenreihe des Arbeitskreises

für moderne Sozialgeschichte74 y los Geschichtliche Grundbegriffe75, dos proyectos capitales en la

investigación (por ejemplo, Östeuropa). Y expone la necesidad de una historia estructural, la globalización de

los objetos históricos y la necesidad de diálogo con las ciencias históricas especiales: Derecho, Economía,

Filosofía y Literatura. Cf. «La Historia como asignatura y las ciencias históricas», en Nuevos caminos de la his-

toria social y constitucional, Buenos Aires, Alfa, 1976, pp. 7-29.

71 Martin SABROW: «Ökumene ald Bedrohung. Die Haltung der DDR-Historiographie gegenüber den deutschen

Historikertagen von 1949 bis 1962», art. cit.

72 Cf. Konrad H. JARAUSCH: «Der nationale Tabubruch. Wissenschaft, Öffentlichkeit und Politik in der Fischer-

Kontroverse», e Inmanuel GEISS: «Zur Fischer-Kontroverse - 40 Jahre danach», en M. SABROW, R. JESSEN, & K.

GROSSE KRACHT: Zeitgeschichte als Streitgeschichte..., op. cit., pp. 20-40 y pp. 41-57, respectivamente.

73 Dieter Groh, Christian Meier, Reinhart Koselleck, Horst Stuke, Rudolf Vierhaus, Walter Zorn, Wolfgang

Schieder, Wolfram Fischer...

74 Industrielle Welt-Schriftenreihe des Arbeitskreises für moderne Sozialgeschichte (1962-1, 1986-64). En el

primero de los volúmenes, compilado por CONZE y titulado Staat und Gesellschaft im deutschen Vormärz

1815-1848 (Stuttgart, 1962), colaboraron Th. Schieder, O. Brunner, R. Koselleck, Wolfgang Zorn, E. Angermann

y Wolfram Fischer.

75 Geschichtliche Grundbegriffe. Historisches Lexikon zur politisch-sozialen Sprache in Deutschland, Stuttgart,

Klett-Cotta, 1972. En realidad, se trata de un proyecto nacido en 1963. Cf. Keith TRIBE: «Introduction», en R.

KOSELLECK: Futures Past. On the Semantics of Historical Time, Columbia University Press, 2004, pp. vii-xx,

especialmente p. xi.

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Page 99: Razones Del Historiador

De arañas y visigodos. La década alemana de Juan José Carreras

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historiografía alemana de la segunda mitad del siglo XX, que marcarán las principales caracterís-

ticas de la obra del propio Carreras y de la investigación por él dirigida desde su incorporación a

la docencia universitaria.

En 1965, Juan José Carreras volvía a España. En los años siguientes, como catedrático del

Instituto Goya de Zaragoza (1965-1969), profesor agregado de Historia Moderna y Contempo-

ránea de la Universidad de Zaragoza (1969-1977) y, finalmente, como catedrático de Historia

Contemporánea en las Universidades de Santiago, Autónoma de Barcelona y, de nuevo, Zarago-

za, algunas de las principales características de la docencia, el pensamiento teórico y la evolu-

ción de la historia social alemana serían volcadas sobre la práctica historiográfica de su entor-

no. No sería en el futuro un historiador especialmente prolífico en sus publicaciones que, sin em-

bargo, fueron poderosamente influyentes en campos como la historia política, de las ideas y de

la historiografía.

No obstante, su trayectoria mostrará dos características profundamente germánicas y hei-

delbergienses. Por una parte, las dos decenas largas de tesis doctorales dirigidas76 permiten vis-

lumbrar el predominio absoluto de la historia contemporánea, el engarce de la historia social y

política, que se proyecta incluso sobre la historia económica, cultural o de la historiografía, con

un interés predominante sobre la formación y el desarrollo de los grupos sociales (en su ideolo-

gía, estrategias de despliegue y relaciones con el Estado) y una atención prioritaria sobre la con-

ceptualización y la categorización de procesos. Por otra, su reconocida ascendencia sobre los De-

partamentos de Historia Moderna y Contemporánea esparcidos por la geografía académica (San-

tiago, Zaragoza, Valencia), muestra una concepción muy clara de la complementariedad docen-

te de sus miembros y, sobre todo, de la voluntad de consolidar la profesión de historiador y el

cultivo de la historia científica a través del conocimiento profundo de la historiografía y la pro-

moción de las relaciones en un entorno ecuménico, en el interior del Estado y hacia el contex-

to internacional77.

• • •

En una de las escenas más conmovedoras del cine de las últimas décadas, un librero judío y su hijo

pasean por una ciudad de la Toscana en 1939. Al acercarse a la cafetería de la que son habituales

el pequeño lee a duras penas el contenido de un cartel que preside la cristalera de la entrada:

«Vietato l’ingresso agli ebrei ed ai cani» y dispara a bocajarro la pregunta:

—¿Por qué?

La respuesta del padre, sin embargo, resume plenamente el camino que va de la piedad a la

sabiduría:

—Porque cada uno hace lo que quiere.

A lo que el pequeño insiste:

—¿Pero por qué nosotros dejamos entrar a todo el mundo a nuestra librería?

Entonces el padre no tiene por menos que rendirse:

—Tienes razón. Dime algo que te caiga mal.

76 Entre ellas, las de Carlos Forcadell, Julián Casanova, Enrique Bernad, Luis Germán, Bernard Maíz, Gonzalo

Pasamar, M.Á. Ruiz Carnicer, Ignacio Peiró, Emilio Majuelo o Gema Martínez de Espronceda.

77 Una introducción a la trayectoria de Juan José Carreras, en Carlos FORCADELL: «Introducción», en J.J. CARRERAS:

Razón de historia, Madrid, Marcial Pons, 2000; y Miquel À. MARÍN GELABERT: «In Memoriam. Juan José Carreras

Ares», Revista de Historiografía, 5 (2006), pp. 217-218.

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IGNACIO PEIRÓ MARTÍN / MIGUEL A. MARÍN GELABERT

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—Las arañas, ¿y a ti?

—A mí los visigodos. A partir de mañana pondremos un cartel que prohíba la entrada a las

arañas y a los visigodos.

Era probablemente el invierno de 2002 cuando Juan José Carreras visitó Palma y pasó por

casa. Era la primera vez. Acababa de presentar mi memoria de licenciatura —a la que él mismo

había dado el visto bueno desde la distancia— y el objetivo de la visita era trabajar una parte del

planteamiento. En particular, el recurso a Hans Georg Gadamer en el estudio de las tradiciones dis-

ciplinares. Estábamos en obras, así que nos instalamos en el comedor y yo iba y venía del despa-

cho-biblioteca sorteando muebles y plásticos, acarreando libros de y sobre Gadamer en varios idio-

mas que él dominaba y yo, hasta ese día, creía conocer. De pronto topamos con un concepto obli-

cuo, Überlieferung, y se hizo necesario acudir a un nuevo texto. Juan José se estaba impacientan-

do, así que me siguió hasta la cueva en la que se había convertido mi pequeña biblioteca.

Tropezamos entonces con el cartel que durante mucho tiempo presidió la entrada: «Prohibida la

entrada a arañas y visigodos».

Se quitó las gafas, desapareció la rigidez de su mirada ante los textos y me dirigió una son-

risa cómplice. No hubo más. Tampoco era la primera, pero fue la que rompió el muro que la edad

y la admiración habían construido. A partir de ese momento me siguieron temblando las piernas

en su presencia, pero ya no la voz.

Los autores no podemos más que terminar reconociendo que como tantos historiadores espa-

ñoles de la segunda mitad del siglo XX, debemos a Juan José Carreras una parte de la voz.

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MIGUEL ÁNGEL

RUIZ CARNICER

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Juan José vivió siempre asomado al exterior. Contradi-

ciendo la indicación que figuraba en los trenes de la Ren-

fe franquista que tanto le fascinaban, Juan José vivió y

trabajó siempre mirando hacia lo que ocurría en otros lu-

gares, en otros sitios, fundamentalmente en su entorno

europeo. La mejor muestra de ello es su vocación de co-

nocer la producción historiográfica de los grandes histo-

riadores europeos, maestros en los que se inspiró y apren-

dió a pensar libremente y a apreciar la reflexión y la teoría

como base segura de cualquier reconstrucción histórica.

Como los grandes maestros, como él mismo lo era, asumió

el papel de generar un puente entre la depauperada his-

toriografía española sumida en el agujero negro de la

Universidad franquista y la historia que se hacía fuera,

abierta, europea. Y lo hizo siempre de manera no sectaria,

aunque orientado hacia el tronco marxista, tradición en-

tonces ampliamente identificada como el instrumento

más fuerte de reflexión histórica y más preparado para

transmitir utillería conceptual a quienes trabajaban en el

ámbito de las ciencias sociales, además de potente arma

política de transformación social. Se trataba de suturar la

profunda herida intelectual de la larga dictadura y co-

nectar la actualidad del trabajo histórico europeo con los

penenes que habían empezado a llenar los Departamen-

tos de Historia en los años setenta, mucho más inocentes

y desvalidos conceptualmente de lo que sus muchas ve-

ces bronca militancia parecía querer transmitir.

Su carácter de maestro puede ser glosado por mu-

chas personas infinitamente mejor que yo, como se pue-

de comprobar en este volumen de homenaje. Como sabe-

mos, es un auténtico referente para varias generaciones

de historiadores y de universitarios en general. Pero voy a

decir lo que significa para mí. Juan José Carreras es el di-

rector de mi tesis doctoral; es el constructor del Departa-

mento de Historia Contemporánea de Zaragoza y es uno

de los más importantes focos de reflexión intelectual e

historiográfica en el conjunto de la Universidad de Zara-

goza a lo largo de los años ochenta y noventa. Además,

Asomado al exterior.Juan José Carreras

y la historia europea delsiglo XX

MIGUEL ÁNGEL RUIZ CARNICER

Universidad de Zaragoza

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MIGUEL ÁNGEL RUIZ CARNICER

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por encima de todo, era mi compañero. Y es que de discípulo me convertí en compañero. Era la

persona que tenía su despacho junto al mío y que, como a los demás, me saludaba tantos días

al llegar: me sonreía, me comentaba las noticias diarias de la política, me indicaba una última

publicación, me pasaba una de sus viejas revistas o se interesaba por mi vida. Desde ese punto

de vista es imposible que estos párrafos que siguen puedan hacer justicia al vacío y a la ausen-

cia que para todos supone la muerte de ese auténtico motor intelectual de planteamientos his-

toriográficos que fue Juan José; pero, sobre todo, no pueden remedar su cercanía, su calidez hu-

mana: en él predominaba siempre, en primer lugar, el factor personal frente a cualquier otra

cuestión profesional.

Desde el principio estuvo siempre la política. Una política dura como la roca, pues Juan José

se hace mayor en los años más difíciles de la historia colectiva de los españoles del siglo veinte: la

guerra civil. Desde muy pequeño, desde la temprana muerte de su padre, la situación política le

atrajo de una manera extraordinaria. Sería consciente de cómo están ligados los discursos, los pac-

tos, los conflictos ideológicos, las decisiones de los gobernantes con la felicidad o la zozobra de la

gente. El padecer la dictadura franquista entera y completa, en todas las dimensiones (personal,

intelectual y profesional), le hizo afianzarse en su interés por la historia y, singularmente, por la

historia más reciente, la que hacía posible la existencia del fascismo en Europa, en su concreción

española, pero como fenómeno intelectual y político buscando los orígenes últimos del fascismo.

Es una preocupación historiográfica y política nacida, pues, de una situación personal pero tam-

bién de la desolación de un intelectual ante la brutalidad de la realidad, como tantos casos en la

desasosegada Europa de entreguerras: esos Marc Bloch o Walter Benjamin desamparados ante la

fuerza de un fascismo que aplasta mortalmente el pensamiento y que se refugian en los concep-

tos igual que Juan José también lo hará en la reflexión histórica.

Esa preocupación por el hecho demoledor del fascismo europeo y su traslación al caso espa-

ñol lleva a que el periodo de entreguerras centre su interés en el terreno internacional, del que lle-

gará a ser un excelente conocedor de primera mano, más allá de lo meramente libresco, así como

de la literatura, el cine, las artes y la cultura de los atribulados twenty-years crisis, como denomi-

na E.H. Carr a la vida europea del intermedio entre las dos grandes guerras. La indagación intelec-

tual e histórica sobre este periodo para él decisivo en el devenir político de la sociedad del siglo XX

sustenta buena parte de su producción historiográfica y de sus aportaciones a congresos y como

conferenciante. En ese sentido, Juan José era consciente como pocos de su entorno de que la situa-

ción española (la dura posguerra y la miseria moral e intelectual de la España de Franco) era pro-

ducto de claves más amplias, de origen internacional y fundamentalmente europeo. De ese perio-

do supo hablar con el conocimiento de la mejor y más reciente historiografía, pero, sobre todo,

desde el conocimiento directo de las fuentes, de los pensadores del periodo, de la prensa de la época,

de la reconstrucción de los debates políticos e ideológicos. Siempre propiciaba una visión diferen-

te, más aguda, de las contradicciones del momento o lograba que una anécdota iluminara toda una

mentalidad de la época o introducía una reflexión clarividente a partir de un testimonio o una foto-

grafía, algo no muy habitual en la mayoría de trabajos. En la crisis de los años veinte y treinta radi-

can las claves explicativas de su visión ulterior de la historia y de la sociedad.

A ese gran interés por la política y la sociedad europea de entreguerras, se añade su gran

capacidad de observación y su enorme perspicacia. La densidad cultural y social de su visión no se

aplicó solo a ese periodo y está presente en sus más diversos trabajos, yendo bastante más allá del

economicismo que algunos cabrían suponer en un marxista confeso. De ello podemos encontrar

algunas buenas muestras en su libro Razón de historia.

Juan José Carreras acumulaba una peculiar erudición de viejas y nuevas lecturas de autores

alemanes, ingleses y franceses. Siempre tuvo la inquietud de poseer el conocimiento exacto de las

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Page 105: Razones Del Historiador

Asomado al exterior. J.J. Carreras y la historia europea del siglo XX

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circunstancias de los protagonistas,

lo que le daba una visión muy rica

de la compleja realidad europea de

los años de entreguerras.

Pero Juan José Carreras no era

un historiador de los de enterrarse

en legajos, cajas de documentos y

análisis industrial de estanterías de

archivos, compitiendo por el cono-

cimiento de metros cuadrados de

legajos y documentos. Era más un

hombre de lectura y reflexión; de

saber hacer las preguntas correctas

a unas pocas pero muy bien escogi-

das fuentes, periódicos o libros de

memorias, a partir de las cuales ha-

cer aportes, no sobre evidencias,

sino sobre comprensión del espíritu

de la época, y cómo su conocimien-

to nos podía ayudar a los que le es-

cuchábamos o le leemos.

Juan José era también un hom-

bre de imágenes y de audacia creati-

va, siendo una persona lega de la

moderna tecnología en muchos as-

pectos, especialmente en el mundo

de los ordenadores. Él poseía el sen-

tido de la auténtica modernidad, la

no aparente, la que aprovecha los

medios pero no se somete a ellos; la que pone la reflexión y el pensamiento por encima del arti-

ficio de la moda. Coherentemente con ello, su capacidad creadora se expresa en el collage, en la

búsqueda de imágenes en sus repertorios, que luego fotocopiaba, recortaba, ampliaba, manipula-

ba hasta encontrar esa imagen inédita y sutil que ilustraba un dossier suyo, proporcionaba ideas

a un cartel de un congreso o simplemente servía para acompañar un detalle o un artículo a sus

amigos o compañeros. Queda en nuestras retinas la imagen de Juan José buscando y recortando

imágenes a la luz de la lámpara en su despacho, mientras el pájaro carpintero o las piedras aho-

gadas en agua o el King-Kong subido al Empire eran testigos de sus ocurrencias...

Lo que a algunos les podía parecer un mero juego, escondía una profunda reflexión sobre un

tema histórico muy serio. Si las ilustraciones de Walt Disney servían para entender la evolución del

capitalismo, Grosz caracterizaba el nazismo y los personajes de El Víbora servían de clave para ana-

lizar el 23-F. Sus propios dibujos servían de la mejor ilustración de un hecho universitario, de un

suceso debatido o caracterizaban a una persona.

Juan José era también un apasionado del lenguaje de las palabras y su manejo. Por supues-

to, como es sabido, en varias lenguas y singularmente en alemán, pero también en francés e inglés

además de español. Como buen pensador formado en Alemania, a Juan José Carreras le gustaba

indagar sobre cada palabra y ser consciente de la relevancia del significado de cada palabra, insis-

tiendo mucho en que hay que buscar un término que represente lo que se quiere decir en un

Curso en el Paraninfo de la Universidad de Zaragoza (1998).

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MIGUEL ÁNGEL RUIZ CARNICER

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momento dado y no otra cosa. Y en ello no había pedantería ni retórica huera, sino un auténtico

cosmopolitismo y profesionalidad a la hora de tomar en serio a los actores históricos. De ahí el

rigor de sus citas y lo cultivado de sus referencias que exigen al lector de Carreras un mínimo

manejo de las lenguas europeas más cercanas.

Toda esta poderosa personalidad se pone al servicio a lo largo de su evolución profesional de

una serie de preocupaciones historiográficas en el ámbito de la historia internacional a las que

antes he aludido. Son fundamentalmente cinco focos de atención, algunos de ellos transversales

a distintos momentos históricos y que muestran con claridad la raíz política y personal de sus preo-

cupaciones como historiador. Las cinco se localizan en el siglo XX o, todo lo más, finales del XIX.

En ellas se concentrará una buena parte de su producción.

En primer lugar, ya he citado la centralidad de la Europa de entreguerras como un territorio

rico y apasionante en el que se modela el mundo de la modernidad contemporánea, pero también

el vértigo del horror y la destrucción. Es la atracción por culturas y sociedades que se enfrentan al

abismo de la depresión económica, la crisis política y el cambio social. Como producto de estos

desgarros, estas sociedades alientan el monstruo del fascismo, que expandirá sus garras por Europa

y la llevarán al desastre y la ruina, empezando por España.

En segundo lugar, se encuentra justo el pasado de este mundo descrito, que es la época del

imperialismo, la del último tercio del siglo XIX hasta la guerra del 14, en donde estaban las bases

de una buena parte de los problemas del periodo posterior de entreguerras: el racismo, la volun-

tad de dominio imperial, la idea de superioridad de unas culturas y naciones sobre otras.

Pero quizá sea el estudio específico de la República de Weimar y el ascenso al poder de Hitler

el objeto de estudio más conocido por sus lectores y allegados. La relevancia en su actividad como

profesor y autor del análisis de este periodo es la conclusión lógica de los dos focos de interés

anteriores. Su conocimiento sobre la realidad de la Alemania de los años veinte y treinta era aplas-

tante, pero nunca desde la erudición huera, sino desde la profunda comprensión de las fuerzas que

se desatan y de los actores que intervienen.

Europa va a ser también un constante objeto de reflexión y ámbito de sus preocupacio-

nes historiográficas. Su relevancia como proyecto histórico; los intentos de construcción eu-

ropea, los debates sobre su unidad serán siempre tenidos en cuenta en sus trabajos. Asimismo,

la dimensión de referente al que hay siempre que remitirse. Siempre rechazó Juan José la di-

ferencia española y siempre creyó que había que analizar cualquier problema en su contexto

europeo: ver cómo se vivían las situaciones de manera interconectada, haciendo historia com-

parada.

Finalmente, otro de sus objetos de interés será la Universidad española y europea y con ella

los intelectuales y profesores que padecieron la agresividad del fascismo hacia la cultura y su res-

puesta ante ella. Una respuesta que tenía que ver con la existencia o no de una conciencia del

deber entre los universitarios, de su responsabilidad ante la sociedad, de su papel de resistencia o

de sumisión en el contexto de esa Europa desgarrada por los totalitarismos.

En definitiva, estas líneas de interés y trabajo que se pueden rastrear en sus obras nos hablan

de un Juan José Carreras fundamentalmente europeo, como Sebald, como Gadamer, como Carr. En

realidad, un perfecto centroeuropeo henchido de sabiduría galaica y también perfilado por el cier-

zo zaragozano.

A él le deberemos siempre el ejemplo de su sensibilidad como historiador, su cercanía como

inspirador de tantas cosas buenas y, sobre todo, su afecto personal, tan cercano, que es lo que yo

sigo echando de menos cuando escribo estas toscas líneas.

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Asomado al exterior. J.J. Carreras y la historia europea del siglo XX

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Muchos podrían hacer mías estas últimas palabras. Y es que su encanto personal no se li-

mitaba solo a su conversación o los objetos de los que se rodeaba. No era solo su coquetería so-

bre su edad, que siempre intentaba ocultar; ni su apego por los trenes y los grandes expresos

europeos, ni por las chocolatinas que regalaba a las chicas que más cerca tenía de su despacho

en el Departamento, Carmen e Inma... era algo seductor y a la vez cercano, bastante más difí-

cil de explicar.

Yo sigo confiando en que Juan José, como decía Buñuel que quería hacer cuando estuviera

muerto, se levante cada tantos años y venga a comprar los periódicos del día y a curiosear en el

quiosco. Sería lo más adecuado a su curiosidad intelectual y vital; y seguro que en esa breve visi-

ta nos haría partícipes de alguna cosa interesante sobre la verdadera naturaleza del ángel de la

historia de Walter Benjamin.

A la izda., presentación del programade Historia Contemporánea Universal. Curso 1983-84.A la dcha., guión sobre la República de Weimar. Curso 1984-85.

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GONZALO PASAMAR

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Se nos disculpará que empecemos este artículo parafra-

seando el título en español de una famosa biografía de

Marc Bloch para escribir sobre el profesor D. Juan José

Carreras, quien nos dejó repentinamente el 4 de diciembre

de 2006. La verdad es que no hallamos una expresión más

acertada que defina la que fue la principal relación de

Juan José con la Historia1. No solo eso, creemos que las

evocaciones del título deben servirnos para entender mejor

el valor de su obra, de la que comentaremos sus artículos

más destacados. Con la desaparición de Juan José Carreras

perdemos una de las figuras más influyentes en la historio-

grafía española de las últimas décadas, además de un

notable punto de unión con la historiografía europea.

Juan José Carreras fue, sin duda, uno de los más im-

portantes introductores de los estudios de historiografía

en España, a través de los cuales ayudó al desarrollo o la

consolidación de la especialidad de Historia Contemporá-

nea. Perteneció a una generación de autores nacidos an-

tes de la guerra civil que ha ido desapareciendo o retirán-

dose en los años ochenta y noventa. Tras su jubilación en

1998, durante su etapa de emérito —prolongada como

profesor colaborador en la Universidad de Zaragoza—,

solo su fallecimiento ha detenido un intenso trabajo en

seminarios, revistas y congresos, en los que sus análisis

historiográficos eran apreciados y solicitados.

El interés de Juan José Carreras por las investigacio-

nes historiográficas le venía de sus etapas de licenciatura

y doctorado, cursados entre 1945 y 1954 en la Universidad

de Madrid, donde colaboró con profesores que tuvieron

una gran influencia en su inicial formación de historiador,

particularmente Ángel Ferrari Núñez y Santiago Montero

Juan José Carreras,una vida para

la historiografía(1928-2006)

GONZALO PASAMAR*

Universidad de Zaragoza

* [email protected]

1 No pretendemos dar a este texto la categoría de obituario al uso,

sino la de homenaje y estudio historiográfico, para lo cual nos

hemos servido de los aspectos biográficos imprescindibles con

objeto de enmarcar su obra. Algunos de los datos que maneja-

mos proceden de conversaciones con el propio Carreras.

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GONZALO PASAMAR

110 |

Díaz2. Ferrari, un historiador con grandes recursos económicos y capacidades para estar al día en

la bibliografía internacional, era un estudioso de la historia de las ideas que había escrito, influi-

do por el alemán Friedrich Meinecke, un libro asombrosamente complejo para lo que fue la histo-

riografía de aquellos años; un texto del que Juan José Carreras guardaba celosamente un ejem-

plar: Fernando el Católico en Baltasar Gracián3. El segundo autor citado, Santiago Montero, fue

su director de tesis y también un historiador poco corriente. Gallego como Carreras, Montero se

había trasladado a la Universidad de Madrid después de la guerra. En la capital cambió la publica-

ción de estudios sobre fuentes medievales —mientras trabajaba como bibliotecario de la

Universidad de Santiago— por el interés hacia la historia de la historiografía convirtiéndose en un

especialista en historia de las ideas del mundo antiguo; todo ello con un cierto bagaje filosófico

inspirado en autores alemanes. La trayectoria política de Montero tampoco había sido menos hete-

rodoxa: influido por los fascismos europeos, militó en la Falange durante la guerra e inmediata

posguerra, pero abandonó el partido único a mediados de los años cuarenta —descontento con su

adaptación a la desaparición de los regímenes fascistas— para orientarse poco después hacia el

marxismo. En 1964 Montero sería expulsado temporalmente de la Universidad de Madrid por su

apoyo al movimiento estudiantil, permaneciendo en el exilio en Chile algunos años4.

Juan José Carreras inició su actividad investigadora en la Universidad de Madrid a comien-

zos de los años cincuenta de la mano de Ferrari y de Montero, estudiando historiografía antigua

y medieval. Sin embargo, como tantos otros intelectuales, su carrera académica no pudo pros-

perar en España. Para un hijo de viuda de familia republicana que había emigrado a Madrid tras

la guerra —su padre, funcionario de Correos y Telégrafos y de ideología galleguista, fue asesina-

do por los franquistas—, la promoción en la Universidad de los años cincuenta era harto proble-

mática, y ni Ferrari ni Montero podían ayudarle demasiado. No fue el suyo el primero ni el úni-

co caso de alguien que obtenía la licenciatura y el grado de doctor, comenzaba incluso como

ayudante de cátedra, pero acababa emigrando en busca de mejores oportunidades o de otro cli-

ma político5. De hecho, ya por aquel entonces Carreras no solo se consideraba marxista, sino que

desarrollaba una activa labor en la FUE, o lo que quedaba de ella6. Entre los años 1954 y 1965

2 Se encontrarán datos biográficos de Juan José Carreras en la entrevista que le concedió al periodista Antón

CASTRO, para El Periódico de Aragón (28 de junio de 1998), recientemente reeditada en http://antoncastro.blo-

gia.com/2006/121401-entrevista-con-juan-jose-carreras-ares-.php (en adelante citaremos como Entrevista),

así como en la «Nota preliminar» que redactó Carlos FORCADELL para el libro en el que se recopilan algunos de

sus más importantes trabajos (Razón de Historia, Madrid, Marcial Pons, 2000, pp. 9-14). Sobre su trayectoria

académica, Gonzalo PASAMAR e Ignacio PEIRÓ: Diccionario de historiadores españoles contemporáneos (1840-

1980), Madrid, Akal, 2002, pp. 168-169 (la ficha de esta voz la rellenó el propio Carreras).

3 Ángel FERRARI NÚÑEZ: Fernando el Católico en Baltasar Gracián, Madrid, Espasa-Calpe, 1945 (el libro ha sido

recientemente reeditado por Espasa-Calpe [2004] y por la Real Academia de la Historia [2006]). Sobre esa capa-

cidad de Ferrari de estar al día, que llama la atención en los años de la posguerra, Carreras nos relató en una

ocasión la anécdota de que cuando era estudiante, habiéndose presentado en el despacho de dicho profesor

impresionado por la noticia de la existencia de La Méditerranée, de BRAUDEL (1949), recién publicado, este, apun-

tando a una estantería, le hizo observar que ya había conseguido el libro.

4 Datos sobre Ferrari y Montero en Gonzalo PASAMAR e Ignacio PEIRÓ: Diccionario..., op. cit., pp. 251-252, 422-424.

5 Vid. este tema en Gonzalo PASAMAR: «Maestros y discípulos: algunas claves de la renovación de la historiogra-

fía española en los últimos cincuenta años», en Pedro RÚJULA e Ignacio PEIRÓ (coords.), La historia local en la

España contemporánea. Estudios y reflexiones desde Aragón, Zaragoza, Departamento de Historia Moderna

y Contemporánea (Universidad de Zaragoza) / L’Avenç, 1999, pp. 68-69.

6 A través de dicha actividad se le ha relacionado con la famosa fuga del Cuelgamuros, que hace referencia a la

evasión de dicho campo de internamiento que protagonizaron en 1948 Nicolás Sánchez Albornoz y Manuel

Lamana, miembros de la FUE. Juan José Carreras aclara en la Entrevista que lo que hubo fue una visita a dichas

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Juan José Carreras, una vida para la historiografía (1928-2006)

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fue la universidad alemana de Heidelberg la que le sirvió para iniciar su trayectoria profesional.

Sin embargo, dicha Universidad le proporcionó mucho más que eso.

En Heidelberg, descubriendo la cultura alemanay la renovación de la historiografía

Su estancia en Heidelberg le puso en contacto con los grandes nombres del pensamiento alemán,

incluso en su vida cotidiana7. En la España de la posguerra ni siquiera puede decirse que se cono-

ciera dicha cultura intelectual a través del trabajo de los autores españoles de la época de entre-

guerras, que fue notable, o de las traducciones que comenzaba a editar Fondo de Cultura

Económica en México. La imagen que se tenía de ella estaba fuertemente mediatizada por la pre-

sencia del nacionalcatolicismo y por los escritos de ciertos intelectuales centroeuropeos que se

habían refugiado en la España franquista, así como también por los ensayos de determinados

personas, pero ninguna participación en el evento dado que en realidad había dos FUE: una de orientación

comunista a la que pertenecía el propio Carreras, y otra de orientación socialista o socialdemócrata, en la que

militaban las citadas personas.

7 De ahí la importancia que concedía a la anécdota de que vivió durante un tiempo en una habitación que había

sido ocupada por Karl Jaspers.

En la boda de Gonzalo Pasamar y Palmira Vélez, con Ignacio Peiró,Miguel Ángel Ruiz y Carlos Forcadell (1990).

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GONZALO PASAMAR

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falangistas, quienes buscaban alguna vía de escape en medio de la mediocridad intelectual reinan-

te. Se trataba, en todo caso, de una foto completamente desdibujada del pensamiento germano

conservador del siglo XIX8.

Es cierto que, como recordó en numerosas ocasiones el propio Carreras, el viejo Historicis-

mo, la tradicional doctrina sobre la prioridad de lo individual, lo irrepetible y la política exterior,

así como el rechazo de la historia económico-social, todavía gozaba de una asombrosa influencia

entre los historiadores germano-occidentales de entonces9. Pero dicha historiografía estaba sumida,

de hecho, en un proceso de cambio en el que las nuevas corrientes, las historiografías de factura

annalista y marxista —sobre todo la primera de ellas—, ya comenzaban a tener cierta aceptación.

Precisamente correspondió a la Universidad de Heidelberg convertirse en un foco de la renova-

ción. Allí el historiador Werner Conze (1910-1986) fundaría un seminario para el estudio de la re-

volución industrial y de la historia obrera alemanas, en el que Carreras halló una confortable aco-

gida10. Su reorientación hacia los estudios de historia contemporánea encontró en Heidelberg, por

lo tanto, los más sólidos argumentos. Los especialistas destacan de Conze no solo su carácter pio-

nero en la difusión de las ideas braudelianas, o la dirección del famoso diccionario Geschichtliche

Grundbegriffe, sino que subrayan igualmente sus reflexiones en favor de la extensión de los cri-

terios económico-sociales al estudio de los siglos XIX y XX; un período —argumentaba dicho au-

tor— para el que ya no era posible una mera narrativa de hechos políticos11. Además, Carreras

pudo observar los primeros desarrollos de la Ciencia Política en la República Federal, y el recelo

con el que fue recibida por los historiadores; particularmente, lo que entonces comenzaba a de-

nominarse Zeitsgeschichte, en alusión a los estudios de la historia política de la República de

Weimar, del nazismo y de los regímenes totalitarios en general12. Especial consideración mereció

siempre a Carreras la obra del politólogo e historiador, Karl Dretrich Bracher, Die Auflösung der

Weimarer Republik (1955), que en aquel momento no solo representó el mejor estudio de la diso-

lución del régimen con el que se emparentaba la República Federal, sino que fue el más importan-

te intento de llevar las clasificaciones de la Ciencia Política al terreno de los historiadores. En un

8 De esta deformación, dan una idea las referencias a la historiografía alemana que se contenían en la revista

Arbor, del Consejo Superior de Investigaciones Científicas, una de las revistas claves del nacionalcatolicismo uni-

versitario. Allí Rafael CALVO SERER publicó, por ejemplo, un ensayo muy significativo titulado «Valoración euro-

pea de la historia de España» (vol. 3, 7 [enero-febrero, 1945], pp. 19-47) sobre el hispanismo alemán. El artícu-

lo era una suerte de complemento del famoso libro de Julián Juderías, La leyenda negra y la verdad histórica

(1914), que alcanzaría la novena edición en 1943. Las publicaciones del Instituto de Estudios Políticos constitu-

yen la mejor fuente para acercarse a las obras de los emigrados de Centroeuropa, tales como Carl Schmitt o

George Uscatescu, o de falangistas universitarios.

9 Dicha idea, por ejemplo, en «La historiografía alemana del siglo XX: la crisis del Historicismo y las nuevas ten-

dencias», Stvdivm. Geografía. Historia. Arte. Filosofía [Colegio Universitario de Teruel, Universidad de Zaragoza],

2 (1990), p. 94 (artículo recogido en Razón de Historia, o. c, pp. 5-72), y en «Introducción» al monográfico «El

Estado alemán (1870-1992)», Ayer [Madrid], 5 (1992), p. 13.

10 Sobre el círculo de Heidelberg, el Arbeitskreis für Moderne Sozialgeschichte, Georg G. IGGERS: New Directions in

European Historiography, Middletown, Connecticut, Wesleyan University Press, 1984, pp. 88-89.

11 Véase Jürgen KOCKA: Historia social y conciencia histórica, Madrid, Marcial Pons, 2002, pp. 67-68. Datos sobre

Conze en Georg G. IGGERS: Refugee Historians from Nazi Germany: Political Attitudes towards Democracy, The

Monna and Otto Weinmann Lecture Series, Center for Advanced Holocaust Studies, 2006, p. 13.

12 Karl D. BRACHER: Die Auflösung der Weimarer Republik. Eine Studien zum Problem der Machtverfalls in der De-

mokratie, Villingen, Ring-Verlag, 1971. Sobre la importancia de la Zeitsgeschichte en el período de fundación

de la República Federal Alemana, Georg G. IGGERS: The German Conception of History. The National Tradition

of Historical Thought from Herder to the Present, Middletown, Connecticut, Wesleyan University Press, 1983,

pp. 265-266.

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Juan José Carreras, una vida para la historiografía (1928-2006)

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texto de finales de los años ochenta Carreras, reconoció el carácter clásico de esta obra así como el

injusto tratamiento que recibió su autor, quien en los años cincuenta fue considerado una autén-

tica amenaza contra la historia política por su empeño en utilizar conceptos expresos y romper,

por lo tanto, con el sagrado principio historicista de la singularidad de los hechos13.

En el círculo de Conze, Juan José Carreras pudo relacionarse con Reinhart Koselleck (1923-

2006). Este era un historiador cinco años mayor que él que había asistido a los seminarios de

Heidegger, Gadamer y Löwith y regresado en 1956 de una estancia de dos años como lector en la

Universidad de Bristol, para, pocos años después, integrarse en aquel círculo. Ahí desarrollaría

Koselleck un proyecto de tesis de Habilitación sobre las estructuras administrativas y la organiza-

ción social en Prusia, de 1791 a 1848, un período que consideraría clave en sus estudios sobre la

Begriffsgeschichte y la moderna experiencia de aceleración del tiempo histórico. Es muy probable

incluso que Carreras asistiera de algún modo a la gestación del proyecto del ya mencionado dic-

cionario Geschichtliche Grundbegriffe, que al parecer fue una idea que el propio Koselleck acari-

ciaba desde finales de los años cincuenta, y que se materializó en una primera reunión en 1963

con el medievalista Otto Brunner y el propio Conze14.

Pero en Heidelberg Juan José Carreras no solo conoció a historiadores, sino también a filóso-

fos, y en particular al famoso especialista en filosofía de la historia, el ya citado Karl Löwith (1897-

1973), a cuyas clases asistió. Löwith era un discípulo emancipado de Heidegger que había perma-

necido exiliado en los Estados Unidos durante la etapa hitleriana e inmediata posguerra, labrándose

una merecida reputación por sus tesis sobre las raíces cristianas de la moderna filosofía de la his-

toria: lo que él llamaba las relaciones entre la Heilsgeschichte o historia de la salvación y la moderna

Weltgeschichte15. Por lo tanto, la formación inicial que Juan José Carreras se llevó a Heidelberg se

vio sumamente reforzada con las referencias filosóficas que pudo conocer in situ, además de verse

confrontada con la renovación de la historiografía occidental que tenía lugar por aquel entonces.

Cuando en 1965 él, su mujer María del Carmen y sus hijos, deciden abandonar Alemania y probar

suerte en España, no solo su formación historiográfica y filosófica se habían incrementado consi-

derablemente, sino que también acariciaba una preferencia temática que siempre le acompañó: la

historia de la historiografía y de las ideas políticas de la Alemania contemporánea.

El retorno a Españay los contactos con la historiografía española

Ese mismo año Juan José iniciaría su trayectoria profesional en España. La cátedra del Instituto

Goya de Zaragoza le permitió una cierta tranquilidad para emprender una discreta carrera en la

Universidad, evitando cualquier clase de protagonismo con su filiación marxista; carrera que le

13 Juan José CARRERAS: «Historia y Política: dos ejemplos» (1989), Razón de Historia, op. cit., pp. 238-240.

14 Esta inicial trayectoria de Koselleck y la preparación del Diccionario puede seguirse en Keith TRIBE: «Introduc-

tion», Futures Past. On the Semantics of Historical Time, New York, Columbia University Press, 2004, pp. IX ss.

En todo caso el Diccionario no se comenzó a publicar hasta 1972. Recordemos, sin embargo, que ya antes Otto

Brunner había publicado un importante ensayo sobre el concepto de feudalismo («Feudalismus. Ein Beitrag zur

Begriffsgeschichte» [recogido en Neue Wege der Verfassungs- und Sozialgeschichte, Gotinga, Vandenhoeck &

Ruprecht, 1968, pp. 128-159]), y que Koselleck, también había escrito otro sobre el concepto de revolución

(«Der neuzeitliche Revolutionsbegriff als geschichtliche Kategorie», Studium Generale, 22 [1969], pp. 825-838).

Los datos del Diccionario son, Otto BRUNNER, Werner CONZE y Reinhart KOSELLECK (eds.): Geschichtliche Gundbe-

griffe. Historisches Lexikon zur politisch-sozialen Sprache in Deutschland, Sttugart, Klett, 1972-1997, 8 vols.

15 Karl LÖWITH: Meaning in History, Chicago and London, The University of Chicago Press, 1949. Sobre este autor,

Enrico DONNAGGIO: Una sobria inquietud. Karl Löwith y la filosofía, Buenos Aires, Katz Eds., 2006.

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GONZALO PASAMAR

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llevó en 1969 a la Facultad de Filosofía y Letras de Zaragoza como profesor agregado16. Este pri-

mer puesto —que en realidad fue el segundo, pues durante un par de meses en 1969 fue profesor

agregado en la Universidad de Granada, aunque no llegó a impartir clases allí— lo compatibilizó,

a mediados de los setenta, con la asignatura de Historia Económica de la recién fundada Facultad

de Ciencias Económicas y Empresariales de Zaragoza. Esto le permitió conocer de primera mano

una de las materias claves de la renovación historiográfica que se había traído de Alemania.

En sus ocho años de profesor agregado, que coinciden con la etapa de crisis del franquis-

mo e inicios de la Transición, su característica discreción como intelectual no impidió que su co-

laboración como especialista en Historia Contemporánea fuera cada vez más apreciada. Los in-

telectuales aragoneses le abrieron las páginas de la zaragozana Andalán, revista de oposición al

franquismo donde escribió, bajo el seudónimo de J. Renner, comentarios de historia y política

internacional prácticamente hasta que desapareció en 198717. Su fama llegó también a los fa-

mosos Coloquios de Pau, en los cuales sus colaboradores, Eloy Fernández Clemente y Carlos For-

cadell, tomaron una parte muy activa. Con su organizador, el profesor Manuel Tuñón de Lara, le

unió una buena amistad, lo que hizo que este devolviera varias visitas a Zaragoza como confe-

renciante18. En Historia 16, revista que jugó un papel muy relevante en los años de la Transición,

también escribió varios artículos por aquel entonces19. Su mismo paso por el Instituto Goya unos

años antes también le dejó una huella permanente en su carrera académica. De ahí le venía —ade-

más de por su experiencia alemana— un interés por la enseñanza de la historia nada frecuente en

los historiadores de su generación, que se materializó en diversos artículos sobre el tema y en con-

ferencias sobre historiografía para profesores de bachillerato20.

Más tarde, la estancia como catedrático en las Universidades de Santiago de Compostela y

Autónoma de Barcelona (entre 1977 y 1980) le proporcionó una experiencia variada y contac-

tos con la historiografía catalana donde siempre fue muy apreciado; asimismo, entró en contac-

to con el grupo que dirigía en Santiago Antonio Eiras Roel, conocido por su interés y vincula-

16 De ahí el detalle que narra en la Entrevista sobre cómo su filiación marxista pasó desapercibida al principio. En

alguna ocasión nos contó cómo en las oposiciones de aquella época los concurrentes solían invertir el orden de

sus comentarios: mientras que los del Opus podían explayarse citando a Marx, los marxistas evitaban hacerlo.

Aclaremos que el cargo de profesor agregado era una categoría creada por el franquismo en 1965 con el obje-

to de dinamizar la situación del profesorado, que no había cambiado desde la posguerra y que se hallaba en una

situación crítica (véase Ricardo MONTORO ROMERO: La Universidad en la España de Franco, 1939-1970. Un análi-

sis sociológico, Madrid, Centro de Investigaciones Sociológicas, 1981, pp. 66-67).

17 Sobre dicha revista, Carlos FORCADELL (coord.): Andalán, 1972-1987. Los espejos de la memoria, Zaragoza, Caja de

Ahorros y Monte de Piedad de Zaragoza, 1997; e Isabelle RENAUDET: Un parlement de papier. La presse d’oppo-

sition durant la dernier décennie de la dictature et la transition démocratique, Madrid, Casa de Velázquez, 2003.

18 Vid., por ejemplo, Manuel TUÑÓN DE LARA: «La periodización de la historia socioeconómica contemporánea en

España», Cuadernos Aragoneses de Economía, Facultad de Ciencias Económicas y Empresariales, Universidad de

Zaragoza (curso 1975-1976), pp. 9-16. Sobre los Coloquios de Pau, Joseph PÉREZ: «La contribución de Manuel

Tuñón de Lara al hispanismo francés: los Coloquios de Pau», en José Luis DE LA GRANJA y Alberto REIG TAPIA (eds.):

Manuel Tuñón de Lara. El compromiso con la Historia. Su vida y su obra, Bilbao, Universidad del País Vasco,

1993, pp. 323-330.

19 Por ejemplo, «Pánico en Wall Street», Historia 16, 35 (1979), pp. 78-86; y «La confrontación», Historia 16, 69

(1982), pp. 58-67.

20 Por ejemplo, «Escuelas y problemas de la historiografía actual», Jornadas de metodología y didáctica de la his-

toria en el Bachillerato, Universidad de Santander, ICE (septiembre, 1976), (recogido en Razón de Historia, op.

cit., pp. 111-134); y «Fuentes y textos históricos en la enseñanza», Painorma. Revista de Educación de Castilla-

La Mancha [Consejería de Educación y Cultura de la Junta de Comunidades de Castilla-La Mancha, Toledo] (pri-

mavera de 1986), pp. 90-95.

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Juan José Carreras, una vida para la historiografía (1928-2006)

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ción con la escuela de los Annales. Con su retorno en 1980 como catedrático de Historia Con-

temporánea a la Facultad de Filosofía y Letras zaragozana, donde impartió clases hasta su jubi-

lación, Juan José Carreras alcanzó la etapa culminante de su magisterio y la consolidación de su

notoriedad entre los especialistas en Historia Contemporánea. En aquel entonces, tres eran los

grandes temas en los que Juan José encauzaba sus investigaciones: los estudios sobre Marx y En-

gels; la política y la historiografía alemanas de los siglos XIX y XX, y la renovación historiográfi-

ca del siglo XX.

Estos temas constituyeron un largo puente, que se prolongó hasta comienzos de los años

noventa, entre su etapa alemana y su carrera en España; le reportaron una merecida fama de

especialista en historiografía e historia de las ideas políticas, y le sirvieron para expresar su con-

fianza en esa renovación de la historiografía occidental que había conocido en Heidelberg. Qui-

zá haya que aclarar que en dichas preocupaciones su bibliografía solo fue una parte de su acti-

vidad. Él mismo reconoce en la Entrevista que nunca tuvo prisa en escribir, y sus escritos han

permanecido dispersos y de difícil localización —e incluso inéditos— hasta la recopilación lleva-

da a cabo en 2000 por Carlos Forcadell. Posiblemente los que escribió en los últimos seis años

requieran de una segunda parte. El magisterio de Juan José Carreras se ejerció, por lo tanto, a

través de sus escritos, en sus clases,

cursos de doctorado, dirección de

tesis y como miembro de tribunales

que habían de juzgarlas, así como

en sus colaboraciones en congresos

y cursos, e incluso en comisiones

para plazas de profesores titulares y

catedráticos de Universidad.

Historiografía e historiade las ideas políticas

De sus estudios sobre el marxismo,

el más importante fue, sin duda, el

primero de todos los que escribió.

En el volumen Razón de Historia, el

lector hallará en el apartado sobre

«Historia y marxismo» una cumplida

muestra de ese sostenido interés.

Además, las referencias a Marx, que

le sirven de elemento de compara-

ción y clarificación, se pueden en-

contrar en la mayoría de los ensa-

yos que escribió. Pero su primer tra-

bajo sobre el marxismo —y a la sa-

zón el más importante, como decí-

amos— fue la larga colaboración

que vería la luz en Hispania. Revis-

ta Española de Historia en 1968, ti-

tulada «Marx y Engels (1843-1847).

El problema de la revolución». Se

trataba de la primera vez que unaTemas y bibliografía para la asignaturade Historia de las Ideas Políticas, curso 1983-84.

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revista de carácter académico, nacida después de la guerra civil, introducía un artículo de orien-

tación marxista21. Sin embargo, lo característico de este estudio de historia de las ideas políticas

no es tanto sus simpatías por los padres del marxismo y su optimismo hacia los fenómenos re-

volucionarios, sino su solidez científica.

En este largo ensayo, que redacta en España pero en el que maneja la edición alemana de las

obras de Marx y Engels —publicada a partir de 1961 y consultada mientras reside en Heidelberg—,

Carreras explora los años cruciales en los que ambos intelectuales iniciaron su colaboración y definie-

ron su doctrina sobre la revolución y sobre la historia. El estudio da pie a su autor para analizar una

multiplicidad de temas: la actividad de los clubes de obreros alemanes e intelectuales exiliados en los

años treinta y cuarenta; la recepción de las ideas socialistas en Alemania; la colaboración entre Marx

y Engels, y sus diferencias; la influencia del exilio de París y Bruselas; el ajuste de cuentas de ambos

con parte de su propio pasado en La ideología alemana; o las circunstancias que les llevaron a la

redacción del Manifiesto Comunista para la Liga de los Comunistas de Londres, así como un análisis

de este texto22. Es destacable también el interés que Juan José Carreras manifiesta hacia el examen

de los conceptos políticos en este ensayo (revolución, jacobinismo, burguesía, proletariado, comunis-

mo...). Se trata de un tema que le venía de la influencia de Conze y que no le abandonó nunca, pero

que no solo fue ampliando gracias a la historiografía alemana —el diccionario Geschichtliche

Grundbegriffe—, sino también a través del influjo de la historiografía francesa. Carreras concedía

valor especial a la corriente francesa del análisis del discurso, influida por el marxismo y plasmada

en la obra de Regine Robin, Histoire et Linguistique. Dicha corriente, partidaria de un uso moderado

y riguroso de la lingüística estructural, discurrió paralela a la Begriffsgeschichte en los años setenta;

no tuvo relaciones con ella, pero sí algo en común que a la larga ha resultado fundamental: preten-

día situarse cerca de la historia social. Como escribió Robin en el citado ensayo, para encontrar la

función de la ideología es necesario salir del texto, pasar de la lingüística a la historia23.

En realidad, el interés por inscribir la historiografía en su contexto histórico había hecho

acto de presencia en la obra de Juan José Carreras desde muy temprano, en la mejor tradición

de estudios de historia de la Historia inaugurada a comienzos del siglo XX por Eduard Fueter24.

En lo que se refiere a los autores alemanes, dicho interés se remonta a sus primeros estudios his-

toriográficos, como se observa en el prólogo que preparó en los años cincuenta para el volumen

segundo de la Historia de Roma, de Theodor Mommsen, reedición para la Casa Aguilar de la vie-

ja traducción que publicara Alejo García Moreno en 1876-1877. El texto de este último, en la

edición española original de Francisco de Góngora, no ha resistido el paso del tiempo y ha sido

desestimado en la actualidad por los especialistas, quienes han hecho notar que García Moreno

utilizó una traducción del francés25. Sin embargo, el prólogo de Carreras no ha perdido su im-

portancia. Allí subraya la excepcional personalidad de Mommsen como investigador y se mues-

21 No fue fácil su publicación según recuerda Carlos Forcadell en la «Nota preliminar» a Razón de Historia, op. cit.,

p. 11. Al parecer fue José María Jover quien actuó de intermediario.

22 Juan José CARRERAS ARES: «Marx y Engels (1843-1847). El problema de la revolución», Hispania. Revista Española

de Historia, 108 (enero-abril, 1968), pp. 56-154.

23 Regine ROBIN: Histoire et Linguistique, Paris, Armand Colin, 1973 (la frase citada en la p. 15).

24 Es significativo cómo Juan José Carreras siempre se desmarcó expresamente en sus ensayos de la historia de la

historiografía entendida como elaboración de estados de la cuestión. Él era perfectamente consciente de que

en los estudios de historiografía la clave está en la construcción de argumentos y no en la mera reunión de auto-

res y obras.

25 Vid. José Antonio DELGADO: «La obra de Theodor Mommsen en España: la traducción española de la Römische

Geschichte», Gerión, vol. 21, 2 (2003), pp. 53-55.

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Juan José Carreras, una vida para la historiografía (1928-2006)

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tra claramente partidario de dar a

la historiografía una dimensión so-

cial y política que haga de ella una

manera de comprender el pasado:

inscribe a dicho autor en los histo-

riadores germanos del XIX repre-

sentados por Leopold Ranke; expli-

ca detalladamente cómo se gestó

su obra y qué influencia tuvo; sus

ideas liberales; las deudas con el

ideal de Niebuhr de una Historia

cum ira et studio, así como la im-

portancia que concedió al concep-

to de nación26.

Desafortunadamente el citado

prólogo no ha tenido influencia en-

tre los especialistas en Historia An-

tigua, y para los estudiosos de la

Historia Contemporánea ha pasado

desapercibido, a pesar de que con-

tiene un claro análisis de las ideas li-

berales y nacionales de Mommsen,

como hemos indicado. Sin embargo,

el trabajo historiográfico de Carre-

ras no había hecho sino empezar.

Aquella era una obra inicial a la que

todavía le faltaba uno de los ele-

mentos característicos de los escri-

tos de su etapa de madurez: el to-

mar como punto de referencia o de

comparación el fenómeno de la re-

novación historiográfica del siglo XX. El texto que Carreras publicó muchos años después sobre el

historicismo alemán, siendo ya catedrático de la Universidad de Zaragoza, con motivo del home-

naje a Manuel Tuñón de Lara en 1981, sí se puede considerar, en cambio, una obra típica de su

etapa de madurez. Allí podemos ver el Historicismo en sus diversos contextos políticos. La impor-

tancia del ensayo estriba, además, en que ha sido la fuente por excelencia de los especialistas es-

pañoles en Historia Contemporánea a la hora de documentarse sobre la llamada concepción ale-

26 En nuestra opinión la fecha de edición de este prólogo no es 1960 —como se lo data en el volumen Razón de

Historia—, sino 1955. Si nos atenemos a la bibliografía manejada por Juan José Carreras, dicho prólogo, que

acompaña a los libros IV y V de la Historia de Mommsen, parece estar redactado a caballo entre la «etapa de

Santiago Montero» y el inicio de la estancia en Alemania. En dicho texto podemos leer, a los cien años del co-

mienzo de su publicación, todavía no ha perdido su actualidad (recordemos que Mommsen comenzó su His-

toria en 1856) (Juan José CARRERAS ARES: «La Historia de Roma de Mommsen», en Theodor MOMMSEN: Historia

de Roma, Madrid, Aguilar, 1955, vol. II, p. 36 [el prólogo está recogido en Razón de Historia, op. cit., pp. 15-

39]). Además, se da la circunstancia de que en los datos de edición de la Casa Aguilar, fechados en 1955, se

anuncian los libros I, II y III para un próximo volumen, lo que puede hacer pensar que se publicó el volumen

II antes que el I. Si eso fuera así, estaríamos ante el primer trabajo publicado por Juan José Carreras.

Bibliografía sobre la historiografía liberal francesa y sobre Marx.

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mana de la Historia. Dicho trabajo, que se inicia con una referencia a Lucien Febvre, a su conde-

na radical de la historiografía del siglo XIX, es de hecho una historia de las ideas. En ella Carreras

explica los cambios en el significado político de la tesis de la individualidad, característica del His-

toricismo, y las transformaciones de esa metodología individualizadora más allá de la época del

viejo sistema federativo alemán y de las revoluciones de 1830 y 1848, que fue el marco en el que

Ranke enunció su doctrina idealista de la Historia. El autor examina igualmente el papel de aque-

llas ideas en la época de la Unificación, cuando escribía el prusiano Johan Gustav Droysen, así

como en los años del Imperio alemán y de la República de Weimar, en los que Friedrich Meinec-

ke publicaba sus principales obras en las que acuñó el propio término de historicismo en referen-

cia a sus predecesores27.

Como se puede observar en el ejemplo comentado, Juan José Carreras veía los orígenes de la

moderna historiografía del siglo XIX —prolongada hasta la época de entreguerras— estrechamen-

te unidos a las coyunturas y las ideologías políticas. Sin embargo, también sabía distinguir perfec-

tamente ambos planos, ideas políticas y categorías historiográficas. Su visión de la historia de las

ideas políticas estaba alejada de las tradicionales historias de las doctrinas políticas y más próxi-

ma a la historia social28. El conocimiento de las corrientes francesa y alemana, que estudiaban el

lenguaje político, le permitía exámenes sutiles de los criterios historiográficos que no abundaban

entre los historiadores españoles de su época. Para él las categorías de análisis historiográfico eran

depositarias de unas funciones políticas destacables, que podían variar en unos determinados con-

textos de relaciones de clase, coyunturas políticas internas y externas o países; y, a su vez, las ideas

políticas orientaban a las categorías historiográficas y, de hecho, el estudio de la historiografía ale-

mana lo consideraba un terreno privilegiado para demostrar dicha tesis. Sin embargo, no eran dos

ámbitos que se confundiesen; no, al menos, a efectos de análisis.

Las dificultades que entraña esa problemática se pueden observar en un texto clave, titula-

do «Categorías históricas y políticas: el caso de Weimar», que Juan José Carreras publicó ya bien

avanzada su etapa de madurez, en el que abordaba el problema de la reacción del Historicismo

ante la crisis de la República de Weimar y el ascenso del nazismo29. En dicho ensayo, cuyo inicio

27 Juan José CARRERAS: «El historicismo alemán», en Estudios de Historia de España. Homenaje a Manuel Tuñón de

Lara, Madrid, Universidad Internacional Menéndez Pelayo, 1981, vol. II, pp. 627-641 (recogido en Razón de

Historia, op. cit., pp. 39-58).

28 Recordemos, por ejemplo, el papel que jugó la asignatura de ‘Historia de las ideas políticas’, asignatura optati-

va del Segundo Ciclo de la Licenciatura de Geografía e Historia, que Carreras impartió ininterrumpidamente

desde 1980 hasta su jubilación en 1998 (tuvo la amabilidad de permitirnos compartirla con él en los cursos

1993-1995). En dicha asignatura, Carreras valoraba muy positivamente la Historia de las ideas políticas, de Jean

Touchard (Madrid, Tecnos, 1961), por su relación con las ideologías, pero en cambio no tenía una opinión tan

favorable de otros manuales, como, por ejemplo, el de Jean-Jacques CHEVALLIER: Los grandes textos políticos:

desde Maquiavelo a nuestros días, Madrid, Aguilar, 1967.

29 La preocupación por la naturaleza del fascismo no era algo nuevo para él. Dos años antes, en el número de 15

de marzo de 1976 de Andalán, Carreras había publicado bajo seudónimo un artículo titulado «El franquismo,

¿un régimen autoritario?», en el que criticaba el concepto de totalitarismo, del que decía que sirve para muy

poco, y se refería a una obra que siempre tuvo en gran estima como la de Franz NEUMANN, publicada por prime-

ra vez en los Estados Unidos en 1942: Behemoth. Pensamiento y acción del nacionalsocialismo, Madrid, FCE,

1983, el primer estudio de Ciencia Política que criticó el concepto de totalitarismo. En el texto que presentó

Manuel Tuñón de Lara para el VII Coloquio de Pau, este se hace eco de las criticas de Carreras al concepto de

totalitarismo, y particularmente de la siguiente: El partido y la organización de masas no es esencial para el

fascismo cuando el movimiento obrero ya no existe y la llegada al poder no ha utilizado la penetración elec-

toral (cit. en «Algunas propuestas para el análisis del franquismo», VII Coloquio de Pau. De la crisis del Antiguo

Régimen al franquismo, Madrid, EDICUSA, 1977, p. 97).

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es una breve reflexión sobre el problema de la relación entre las categorías historiográficas y la

política, podemos leer lo siguiente: en un historiador, lo grave no es aquello que resulta de sus

sentimientos, de su elección política personal, sino lo que se le impone como consecuencias de

las categorías con las que trabaja. La frase estaba perfectamente justificada en el caso alemán

pues, como apostillaba a continuación, en la historiografía alemana dichas categorías eran algo

más que recursos heurísticos; formaban parte de una visión del mundo, la del historicismo ale-

mán, y no se ocultaba su carácter normativo; lo que se veía incrementado, además, por el hecho

de que los principales historiadores jugaron un papel intelectual destacado en la política alemana.

Más aún, para Carreras se trataba de un asunto del que se podía extraer una cierta conclusión

general válida para otros casos: el problema de los historiadores y la República de Weimar —ase-

guraba— tiene un valor ejemplar para estudiar procesos que también se dieron en otros países, si

bien en menor medida o en escala más sórdida, en la crisis del parlamentarismo entre las dos

guerras. Básicamente, la tesis del artículo afirma que las categorías del Historicismo dejaron sin

capacidad crítica a la mayoría de los historiadores alemanes ante la irrupción del nazismo; esto es,

a unos autores acostumbrados a exaltar el principio de la individualidad que acabaron conside-

rando el régimen hitleriano como otra de sus manifestaciones30.

Examinando la renovaciónhistoriográfica del siglo XX

Pero a pesar de la importancia de la

historia de las ideas políticas, para

Carreras esta no era más que un

modo privilegiado de abordar la

historia económica y social, de cuyo

desarrollo fue un espectador nota-

ble, y que concebía, al igual que

otros renovadores de mediados del

siglo XX como una historia total. En

más de una ocasión él mismo recor-

dó que la renovación de la historio-

grafía alemana de los años sesenta

30 Juan José CARRERAS: «Categorías his-

tóricas y políticas: el caso de Wei-

mar», Mientras tanto [Barcelona], 44

(enero-febrero, 1991), las menciona-

das citas en las pp. 100 y 102 (recogi-

do en Razón de Historia, op. cit., pp.

73-85). En otro texto algo posterior

escribirá: no hay metodologías ino-

centes («La Historia hoy: acosada y

seducida», Antonio Duplá y Amalia

Emborujo [eds.], Estudios sobre his-

toria antigua e historiografía moder-

na, Vitoria, Instituto de Ciencias de la

Antigüedad, Universidad del País Vas-

co, 1994, p. 17 (recogido en Razón de

Historia, op. cit., pp. 229-236).

Juan José Carreras utilizó en la década de los años ochentala asignatura de Historia de las Ideas Políticas para animar interése investigaciones sobre temas de historia de la historiografía.

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GONZALO PASAMAR

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y setenta no había significado en absoluto la marginación de la historia política, sino, por el con-

trario, su integración en la historia social31. Una nota crítica que publicó en 1968, nuevamente

en la revista Hispania, sobre el problema de la Gran Depresión y la obra de Hans Rosenberg

(1904-1988), ilustra claramente esa confianza en la renovación. En ella se puede observar su

apuesta por una visión integradora de la Historia, pues Carreras se detiene especialmente en la

novedad del estudio del autor alemán citado: es natural que [Rosenberg] comparta la opinión

general de que en las condiciones del siglo XIX y a consecuencia de la industrialización, los fac-

tores económicos gozan de una gran importancia en el proceso de la historia total, señala; pero

también aprecia Carreras el hecho de que Rosenberg no cargue todo el peso de las explicacio-

nes en la economía. Así, la novedad de dicha investigación residiría justamente en la importan-

cia que Rosenberg concede a las repercusiones de la Gran Depresión en el terreno psicológico,

en las diversas clases sociales y en las actitudes políticas. En suma, la tesis de estar ante un fe-

nómeno histórico total con el drama social y político que lleva consigo, parece ser lo que más

atrae a Carreras del estudio del profesor germano32.

Es posible que Carreras llegara a conocer personalmente a Rosenberg. Sin embargo, este ha-

bía desarrollado casi toda su carrera en los Estados Unidos, particularmente sus años de madu-

rez, entre 1958 y 1970, cuando fue profesor de la Universidad de Berkeley. Rosenberg era un his-

toriador de la generación de Conze, discípulo de Meinecke, que había cobrado notoriedad en los

años cincuenta con un estudio de carácter comparativo sobre los orígenes del Estado prusiano,

en el período entre finales del XVII y la época napoleónica, inspirándose en las concepciones de

Max Weber. Se trataba de una obra entre cuyas particularidades estuvo la de haber contribuido

a la popularización de Weber entre los historiadores norteamericanos33. En el contexto alemán

de los años cincuenta, la historia de Prusia fue objeto, como señaló Carreras en otro de sus pri-

meros comentarios bibliográficos, de una especial atención por parte de los historiadores. Este

interés tenía un significado marcadamente político, puesto que era un intento de contrarrestar

las acusaciones de militarismo con las que se identificaban la historia de Prusia y de Alemania.

Sin embargo, de esa bibliografía de autores germano-occidentales, solo la obra de Rosenberg se

mantenía al margen de lo que se llamó entonces el debate de Prusia como problema histórico,

expresión que Carreras considera más bien peregrina y producto de un debate sobredimensiona-

do34. De hecho, los historiadores senior no recibieron la obra de Rosenberg de muy buen grado,

pero esta debió de causar entusiasmo entre jóvenes estudiosos como los del círculo de Heidel-

berg. No era para menos, puesto que Bureaucracy, Aristocracy and Autocracy era un estudio de

historia social en el que se examinaba detenidamente la formación de una serie de noblezas mi-

31 Por ejemplo, ibídem, p. 17 y en «La historiografía alemana en el siglo XX...», op. cit., pp. 102-103. Los propios his-

toriadores alemanes también defendían esta opinión frente a las críticas de los defensores de la historia narra-

tiva (vid., por ejemplo, Jürgen KOCKA: «Theory Orientation and the New Quest for Narrative. Some Trends and

Debates in West Germany», Storia della Storiografia, 10 [1986], p. 177).

32 Juan José CARRERAS: «La Gran Depresión como personaje histórico (1875-1896)», Hispania, 109 (mayo-agosto,

1968), pp. 428 y 431. El libro de Hans Rosenberg es, Grosse Depression und Bismarckzeit. Wirtschaftsablauf,

Gesellschaft und Politik in Mitteleuropa, Berlin, Gruyter, 1967.

33 Hans ROSENBERG: Bureaucracy, Aristocracy and Autocracy. The Prussian Experience, 1660-1815, Cambridge

(Massachussets), Harvard University Press, 1966 (la obra se publicó por primera vez en 1958). Datos sobre este

autor en W.A. BOUWSMA et al.: «Hans Rosenberg, History: Berkeley. Shephard Professor Emeritus, 1904-1988»,

University of California, In Memoriam, 1989, University of California Press, 1989, pp. 133-135; y Georg G. Iggers,

Refugee Historians from Nazi Germany, op. cit., pp. 10-11 y 14.

34 Juan José CARRERAS: «Prusia como problema histórico. Algunas publicaciones recientes», Hispania. Revista Es-

pañola de Historia, 107 (septiembre-diciembre, 1967), pp. 465-468.

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Juan José Carreras, una vida para la historiografía (1928-2006)

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litares y burocráticas, sus orígenes y sus mecanismos de reclutamiento y de promoción en el Es-

tado de los Hohenzollern35.

Otro autor que Carreras presentó en muchas ocasiones como un notable ejemplo de la reno-

vación historiográfica alemana, fue Hans-Ulrich Wehler. Este pasa por ser el más contundente crí-

tico del Historicismo y defensor de los ideales de la Historia de la Sociedad en los años sesenta y

setenta. Solo tres años menor que Carreras, Wehler se había dado a conocer con Bismarck und der

Imperialismus (1969). Se trataba de un estudio, quizá demasiado marcado por el eclecticismo teó-

rico, lo que no era muy del agrado de Carreras; pero que, sin embargo, este siempre vio como el

mejor —incluso el más arriesgado— ejemplo de cómo era posible introducir los factores políticos a

través de los conceptos tomados de las Ciencias Sociales36. De hecho los estudios de Wehler estu-

vieron fuertemente marcados por los cambios sociales y políticos de los años sesenta en la

República Federal. En la edición inglesa de su manual Das Deutsche Kaiserreich, 1871-1918 (1973),

publicada en 1985, narra, por ejemplo, cómo el texto procede de unas conferencias que impartió

en Colonia a finales de los años sesenta en medio de la rebelión estudiantil y de los profesores

jóvenes de la Alemania Occidental, pues la enseñanza académica significa no evadirse de las pre-

guntas básicas y estimular ulteriores reflexiones críticas de los problemas37. Carreras dedicó en al

menos dos ocasiones comentarios expresos a esta última obra, que representaba el fin de la inter-

pretación tradicional del tema del Kaiserreich, y puede decirse que fue quien la dio a conocer en

España. En el más importante se observa la defensa de la obra frente a las críticas injustas de que

habría sido objeto su confianza en el manejo de teorías y su visión estructuralista del tema38.

También el estudio del movimiento obrero como fenómeno político y socioeconómico concen-

tró la atención de Juan José Carreras según se observa en el prólogo al libro de Carlos Forcadell,

Parlamentarismo y bolchevización (1978), escrito en unos momentos en los que el tema gozaba de

una gran popularidad entre los especialistas españoles en Historia Contemporánea. Carreras resume

ahí los problemas con los que se enfrentaban los partidos socialistas tras la muerte de Engels en los

años de la II Internacional: su carácter de partidos de masas, la recepción del marxismo, los debates

en torno al problema de la guerra. No faltan, además, párrafos dedicados al factor imperialista y a

su significado económico. Carreras advierte de las posibles confusiones a la hora de apreciar los

componentes de esa historia del movimiento obrero; y así señala que el arsenal ideológico de dicho

movimiento y el cuerpo de doctrina marxista no deben confundirse, y que la historia de los congre-

sos no es la historia del movimiento obrero. El prólogo muestra, igualmente, un notable conoci-

miento de la bibliografía internacional. Aparte de las obras de Marx y Engels, en las trece páginas

del texto desfilan diversos artículos de Le Mouvement Social, la revista más importante sobre estos

temas, el conocido estudio de Bo Gustafsson sobre la polémica del revisionismo, y la Historia de la

II Internacional, el estudio clásico del historiador exiliado y dirigente socialista Julius Braunthal39.

35 Hans ROSENBERG: op. cit., pp. 57-108 y 137-173.

36 Hans-Ulrich WEHLER: Bismarck und der Imperialismus, Köln, 1969 (se encontrará un resumen de sus principales tesis

en el ensayo del mismo autor «Bismark’s Imperialism, 1862-1890», Past & Present, 48 [August, 1970], pp. 119-155).

37 Hans-Ulrich WEHLER: The German Empire, 1871-1918, Leamington Spa/Dover (New Hampshire), Berg Publishers,

1985, p. 5 (en la edición inglesa ha desaparecido el prólogo teórico de la edición alemana).

38 Juan José CARRERAS: «Historia y Política», op. cit., 241-245; e «Introducción» a El Estado Alemán, op. cit., pp. 18-

19. Un ejemplo de las críticas que ha recibido Wehler, desde la izquierda, en los años ochenta es Richard J. EVANS:

«Social History in the Postmodern Age», Storia della Storiografia, 18 (1990), pp. 36-37.

39 Juan José CARRERAS: «Prólogo» a Carlos FORCADELL: Parlamentarismo y bolchevización. El movimiento obrero espa-

ñol, 1914-1918, Barcelona, Crítica, 1978, pp. 9-21. La obra de Bo GUSTAFSSON está traducida al español bajo el título

de Marxismo y revisionismo. La crítica bersteiniana del marxismo y sus premisas histórico-ideológicas, Barcelona,

Grijalbo, 1975. La de Julius BRAUNTHAL es Geschichte der Internacionale, Hanover, Dietz Verlag, 3 vols., 1961-1971.

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Dejando a un lado a los padres del marxismo, Juan José Carreras, como se ha visto, simpati-

zó claramente con los intelectuales e historiadores alemanes del siglo XIX, particularmente con

Ranke, al que consideraba padre de la moderna historiografía europea40. Pero debe aclararse que

Carreras estaba muy lejos de ver a esos autores tal y como los apreciaron la mayoría de los inte-

lectuales españoles de los años de entreguerras, con una pretensión arqueológica o como los mejo-

res intérpretes del contenido pesimista y poshistórico de la época. Carreras, por el contrario, fue

un firme partidario de las corrientes historiográficas renovadoras de mediados del siglo XX, las que

siempre utilizó como punto de comparación o referencia. Ahora bien, debe añadirse que también

las contempló desde una perspectiva crítica, lo que, por ejemplo, le llevó a dudar de la imagen que

los historiadores del siglo XX proyectaron sobre sus predecesores.

Este tema lo planteó en diversas ocasiones; pero, en sus artículos de los años noventa,

Carreras lo abordó expresamente en al menos dos casos; dos ensayos que se pueden considerar en

cierto modo una continuación de su artículo sobre «El historicismo alemán». En el más importan-

te de ellos, titulado «Ventura del positivismo», Carreras rebate la idea simplista de una historiogra-

fía positivista que ve los hechos del pasado congelados y que solo necesita descubrirlos para obte-

ner la narración histórica; imagen que ofrecían, a su juicio, los artículos cargados de intenciones

polémicas de Lucien Febvre. Por el contrario, según Carreras el examen historiográfico demostra-

ría que los historiadores profesionales del período de cambio de siglo tuvieron una concepción de

la Historia compleja y abierta; que estuvieron preocupados por la construcción histórica y que se

sintieron desasosegados por la hegemonía de la historia política, e incluso algunos ya plantearon

la necesidad de ir más allá de los hechos políticos; eso sin contar con sus intentos de construir una

comunidad historiográfica internacional41. «Ventura del positivismo» sugiere, además, una explica-

ción del cambio historiográfico que habría dado paso a la nueva historia: la historiografía positi-

vista —escribe Carreras— muere [...] en la medida en que estimula las nuevas corrientes que han

de sucederle; o, como señala en el segundo texto, la historiografía tradicional —que es el vocablo

que prefiere aquí— entra en una crisis en todo Occidente casi al mismo tiempo, de la que van a

salir distintas soluciones según los países de que se trate42. Esta es igualmente la idea de fondo de

su ensayo «Altamira y la historiografía europea», el único texto que dedicó a la historiografía espa-

ñola. En él sitúa a Rafael Altamira, krausista y spenceriano, en las coordenadas de esa visión diná-

mica de la historiografía positivista, corriente capaz de evolucionar: nuevos contenidos para la

historiografía se reclamaban [...] desde hacía tiempo en la historiografía europea, escribe43.

40 Véase «El historicismo alemán», op. cit., p. 628.

41 Este último tema lo abordó en un texto más reciente sobre los orígenes de los Congresos Internacionales de

Ciencias Históricas antes de la Gran Guerra, inspirado en el famoso libro de Karl D. ERDMANN: Die Öekumene der

Historisker (1987) (recientemente reeditado en inglés y actualizado bajo el título de Toward a Global Community

of Historians. The International Historical Congresses and the International Committee of Historical Sciences,

1898-2000, New York, Berghahn Books, 2005). En su texto, que en nuestra opinión se muestra mucho más conclu-

yente que Erdmann, Carreras defiende que los intentos de crear una comunidad internacional de historiadores fue-

ron, antes de 1919, un fracaso, pues la guerra europea fue también una guerra entre historiadores («El entorno

ecuménico de la historiografía», Carlos FORCADELL e Ignacio PEIRÓ [coords.]: Lecturas de la Historia. Nueve reflexio-

nes sobre la historia de la historiografía, Zaragoza, Institución «Fernando el Católico», Zaragoza, 2001, pp. 11-22).

42 Esta última tesis en Juan José CARRERAS: «Ventura del positivismo», Idearium. Revista de Historia Moderna y

Contemporánea [Málaga], 1 (octubre, 1992), p. 21 (recogido en Razón de Historia, op. cit., pp. 142-151); y «La

Historia hoy: acosada y seducida», op. cit., p. 15. La citada interpretación coincide con los planteamientos que

Georg G. Iggers realiza sobre la desaparición del paradigma rankiano (New Directions, op. cit., p. 31).

43 Juan José CARRERAS: «Altamira y la historiografía europea», Armando ALBEROLA (ed.): Estudios sobre Rafael Al-

tamira, Alicante, Instituto de Estudios «Juan Gil-Albert», 1987, pp. 400-401 (texto recogido en Razón de His-

toria, op. cit., pp. 152-175).

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Juan José Carreras, una vida para la historiografía (1928-2006)

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Sin embargo, en lo que a la re-

novación historiográfica se refiere,

el ensayo más importante e influ-

yente —o al menos el más leído—,

hasta los años noventa, de todos los

salidos de su pluma fue, sin duda, el

que publicó en 1976 formando parte

de Once ensayos sobre la Historia.

Este libro tiene la particularidad de

que representa el primer volumen

colectivo escrito por historiadores

renovadores españoles interesados

por la reflexión historiográfica. Allí

se pueden observar dos enfoques

bien distintos sobre el significado

de esa renovación: quienes admira-

ban los Annales y veían la influencia

del marxismo como una desviación

de este proceso de renovación; y

quienes, por el contrario, veían en

esta última influencia una necesa-

ria superación de las premisas anna-

listas; algo imprescindible para que

esa renovación continuase44. El artí-

culo de Juan José Carreras, «Cate-

gorías historiográficas y periodifi-

cación histórica», pertenecía a este

último grupo.

El citado ensayo trata una de

las cuestiones clave de la renova-

ción como fueron los profundos es-

fuerzos de los historiadores europeos,

desde la época de entreguerras, respecto a las periodizaciones propias de la historia moderna. El

manejo de las nuevas categorías socioeconómicas capaces de dar cuenta de los factores estruc-

turales habría logrado ir más allá de las conclusiones del Historicismo; conclusiones que son

resumidas por el autor de este modo: hasta mediados del siglo XVI, cierta uniformidad en el desa-

rrollo, después una evolución con interferencias [...] de los distintos tipos nacionales45. Es sig-

nificativo que Carreras comience el ensayo desestimando la tesis de Karl Löwith para, a conti-

nuación, llevar el tema al terreno de la historiografía. Según Löwith la periodización tripartita

característica del siglo XIX no sería más que el producto de una secularización de la filosofía

cristiana de la historia, que habría sucedido a una visión anterior incapaz de superar el pesi-

mismo del tiempo cíclico. Por el contrario, para Carreras lo importante es que las modernas ca-

44 Hemos analizado el significado de este libro en «La influencia de los Annales en la historiografía española duran-

te el franquismo: un esbozo de explicación», Historia Social, 48 (2004), pp. 167 y 170-171.

45 Juan José CARRERAS: «Categorías historiográficas y periodificación histórica», Once ensayos sobre la Historia, Ma-

drid, Fundación Juan March, 1976, p. 53 (el texto, en Razón de Historia, op. cit., pp. 97-110). La tesis de LÖWITH, en

Meaning in History, op. cit., pp. 45, 54, 60 passim.

Juan José Carreras admiraba y practicaba la técnica del collage.

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GONZALO PASAMAR

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tegorías historiográficas habrían alumbrado nuevos niveles, de modo que los términos antiguo,

medieval y moderno —sobre los que no se detiene a examinar su origen— habrían pasado a con-

vertirse en una mera referencia46.

El argumento mencionado resulta muy actual —en los actuales estudios sobre el tiempo his-

tórico—, porque muestra que la clásica división tripartita de la historia universal ha sido superada

por los historiadores no tanto a través de debates teóricos, que los hubo en los años veinte y en

los cincuenta, sino en la práctica, a través de las nuevas categorías historiográficas. Ahora bien, los

párrafos centrales del ensayo giran en torno al problema de hasta qué punto la moderna historio-

grafía habría sido capaz de superar esa imagen del Historicismo. Y aquí es donde el autor plantea

su tesis central, en la que defiende el marxismo. A saber: que a pesar de los esfuerzos de los his-

toriadores franceses —particularmente Fernand Braudel y Pierre Chaunu— de ofrecer una visión de

la historia moderna con nuevas rupturas y discontinuidades, al final deben quedar en el haber de

la historiografía marxista los más ambiciosos intentos de renovar esa periodización. Estos, a través

de la categoría de formación económica social, habrían llevado el tema más allá de un problema

de clasificación; lo habrían convertido en un problema de epistemología abriendo la puerta a una

fundamentación teórica de la cual la Historia andaría necesitada47.

La última época,crítica y espíritu conciliador

Hasta aquí, y con ayuda de sus ensayos más destacados, hemos realizado una aproximación a los

principales problemas que preocuparon a Juan José Carreras en los años centrales de su trayecto-

ria. Llegados a los años noventa, ¿cómo afrontó las nuevas corrientes del momento? Naturalmente

aquí solo podemos esbozar algunas hipótesis a la espera de un trabajo más profundo y de una

recopilación de sus estudios posteriores al año 2000. Lo cierto es que en los noventa, y sobre todo

en los últimos años, Carreras aumentó notablemente sus escritos, entre otros motivos para colmar

las solicitudes de Universidades e instituciones que se interesaban por su pensamiento. Fue una

etapa fructífera, que coincidió con la difusión en España de las corrientes socioculturales surgidas

en los años ochenta a escala internacional, y en la que Carreras no se quedó anclado en una exal-

tación de la historia económico-social, que siempre defendió de forma matizada. Más bien se sin-

tió un espectador crítico a la vez que conciliador. Como historiador cuya formación iba más allá

de lo habitual entre los especialistas españoles en Historia Contemporánea, Carreras se hallaba

especialmente preparado para distinguir las transformaciones esenciales de las simples modas e

incluso de los intentos de minusvalorar los logros de esa renovación historiográfica de las décadas

de mediados del XX, o del propio estatuto de la Historia. Su afiliación marxista, de la que siempre

hizo gala, no le impedía reconocer las aportaciones de la historia cultural48. Sin embargo, debe

46 Véase «Categorías historiográficas...», op. cit., p. 51.

47 Ibíd., pp. 60 y ss. Sobre las discusiones acerca de la periodización en la época de entreguerras, Gonzalo PASA-

MAR: La historia contemporánea. Aspectos teóricos e historiográficos, Madrid, Síntesis, 2000, pp. 143-144; y

Margherita PLATANIA: Le parole di Clío. Polemiche historiografiche in Francia, 1925-1945, Napoli, Bibliópolis,

2001, pp. 63-70.

48 En su intervención en el V Congreso de la Asociación de Historia Contemporánea (Valencia, mayo de 2000),

podemos observar al final del texto ese tono conciliador: Hasta los que nos seguimos sintiendo marxistas, a

nuestra manera, [...] podemos pensar que la ‘propia historia que hacen los hombres’ [...] a veces tiene más

importancia que aquellas circunstancias con que se encuentran directamente, que ‘existen materialmente’,

‘que no han sido elegidas por ellos’ («Certidumbres y certidumbres. Un siglo de Historia», M. Cruz Romeo, Ismael

Saz (eds.), El siglo XX. Historiografía e historia, Valencia, Universitat de Válencia, 2002, p. 83).

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añadirse que no pudo evitar un cierto desengaño hacia la actual situación de la historiografía. Un

segundo rasgo, relacionado con esa visión crítica de modas y corrientes fue su capacidad para dar

una visión más amplia de los problemas historiográficos conectando la historiografía antigua con

la moderna y exponiendo incluso a sus referentes filosóficos.

Un tema que rondaba la polémica a finales de los años ochenta y comienzos de los noventa,

como producto del trabajo de ciertos sociólogos y del revisionismo de algunos historiadores fran-

ceses, fue el concepto de revolución. En un texto inédito (que sepamos) escrito en 1992 bajo el

título de «El concepto de revolución burguesa en la historiografía europea», vemos a Juan José

Carreras tomando parte en este debate y haciendo un repaso por la historiografía francesa y ale-

mana. En dicho ensayo viene a desmontar, una vez más, las visiones simplistas del problema que

parecían reducirlo a la alternativa esquemática entre revolución burguesa o revolución de las éli-

tes. En su opinión ni el concepto de revolución burguesa había sido tan monolítico como afirma-

ban sus contradictores, ni la ofensiva contra el mismo era tan reciente como parecía49. Pero quizá

en el debate en el que Carreras sobresalió con uno de sus artículos más brillantes fue el relaciona-

do con el problema de la narración en la Historia; un tema que, como se sabe, había sido objeto

de enconada defensa por parte de las corrientes de la historia cultural en los años ochenta y de

los ensayos de ciertos filósofos.

El artículo en cuestión vio la luz en 1993 en el monográfico de la revista Ayer sobre «La his-

toriografía», que dirigió Pedro Ruiz Torres. Por primera vez en décadas, Carreras se remontaba a

autores antiguos; he ahí una de sus particularidades. En este caso, el repaso por las vicisitudes del

factor narrativo de la Historia, es decir, las deudas que la historiografía occidental había contraí-

do, durante siglos, con la filosofía antigua y con la Retórica, le sirve para demostrar que la tradi-

ción de la Historia como narración tuvo sus propios recursos teóricos y sus ideales de cómo debía

ser una obra de historia50. El objetivo del estudio era, como decíamos, tomar parte en el debate

sobre la narración y la historia estructural de la década anterior, y buscar una solución mediante

el repaso por la historia de la historiografía, más que establecer un mero estado de la cuestión. La

respuesta al problema la podemos hallar en los dos últimos párrafos: el postulado filosófico del

carácter narrativo de la historia, en realidad —argumenta Carreras— poco tiene que ver con el pro-

blema de tejas para abajo de la historia narrativa, puesto que aquel es un problema filosófico con

el que es difícil estar en desacuerdo —si acaso la discusión residiría en si ello contribuye o no a

debilitar el estatuto epistemológico de la Historia al despojarle de su función crítica en un mundo

que cambia y frente a un futuro difícil e incierto. Lo que un repaso por la historiografía demues-

tra, continúa el argumento de Carreras, es que la cuestión de la oposición entre teoría y narración

desaparece por sublimación; esto es, que se trata más de un problema forzado por las críticas de

ciertas corrientes que de una disyuntiva realmente existente en la práctica historiográfica51.

En los últimos diez años Juan José Carreras se prodigó con una diversidad de temas de com-

pleta actualidad en la comunidad historiográfica. Esto es lo que explica que su magisterio, lejos de

49 Juan José CARRERAS: «El concepto de revolución burguesa en la historiografía europea» (1992), 20 pp. Texto

mecanografiado. En 1988 había publicado un repaso por la historiografía de la Revolución rusa que se inicia

de este modo: Tratándose de revoluciones no es unanimidad lo que suele reinar. Por lo que hace a la rusa,

aunque nadie ha llegado a poner en duda su existencia, como ha sucedido con la francesa, su situación tam-

bién es muy complicada («La historiografía sobre la Revolución rusa», F. CARANTOÑA A. y G. PUENTE (eds.): La Re-

volución rusa. 70 años después, León Universidad de León, Secretariado de Publicaciones, 1988, p. 207 [todo

el ensayo, pp. 207-221]).

50 Juan José CARRERAS: «Teoría y narración en la Historia», Ayer [Madrid], 12 (1993), pp. 14-18 (texto recogido en

Razón de Historia, op. cit., pp. 215-229).

51 Véase «Teoría y narración...», op. cit., p. 27.

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GONZALO PASAMAR

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caer en el olvido, fuese cada vez más reconocido e incluso homenajeado. La lista de esos temas

incluye, por ejemplo, la situación reciente de la Historia, sobre la que Carreras veía planear ciertos

peligros, como, por ejemplo, una Antropología que pretendía suministrar a aquella no solo temas,

sino incluso métodos; o el posmodernismo, que en un reciente texto Carreras lo colocaba entre los

milenarismos actuales, o entre las doctrinas de una historia imposible52. Los usos públicos del

pasado, tema retomado recientemente por historiadores italianos y franceses, fueron también

objeto de su interés y propuesta para la denominación de un Congreso celebrado en Zaragoza en

200253. La memoria igualmente le mereció un elaborado artículo en el que muestra el escepticis-

mo que le provocaba la ubicuidad del término y su tendencia a desplazar al de historia54. El tema

de las evocaciones de la Edad Media como argumento político en la época de entreguerras, que

tiene como antecedente un ensayo sobre la historia de Europa en ese período, le devolvió una vez

más a su tradicional interés por la historia de las ideas políticas55. El problema del tiempo históri-

co le permitió completar lo expuesto en «Teoría y narración en la Historia». Allí comparaba el pro-

blema del tiempo de los antiguos con las representaciones del tiempo de los modernos y volvía a

insistir en que la narrativa histórica implicaba complejidades formales que encerraban, a su vez,

formas complejas de la temporalidad56. También escribió varios ensayos de historia política, como

por ejemplo, el que se ocupaba de «El colonialismo de fin de siglo» (1999)57. Las peticiones de estu-

dio de autores como Arnold Toynbee o Hans-Georg Gadamer, en fin, le permitieron volver a temas

que le eran familiares. En el caso de Gadamer, el problema de la hermenéutica, que constituía el

referente del Historicismo, lo examinaba ahora en sus expresiones filosóficas58.

Todas estas claves —y por supuesto, las anteriores a los noventa— las hallamos reunidas en la

panorámica del ciclo de conferencias que pronunció en la Institución «Fernando el Católico» de

Zaragoza con motivo del homenaje que esta le tributó en los primeros meses de 2002; seis leccio-

nes que comienzan hablando del legado de los autores antiguos —«La sombra de Aristóteles y el

espíritu de San Agustín» se titula la primera—, y que llegan hasta las actuales representaciones pos-

modernas de la historia.

52 Juan José CARRERAS: «Fin de siglos y milenarismos», en En pos del tercer milenio. Apocalíptica, Mesianismo, Mi-

lenarismo e Historia, Salamanca, Universidad de Salamanca, 2000 (Razón de Historia, op. cit., pp. 347-348).

53 Carlos FORCADELL ÁLVAREZ y Juan José CARRERAS ARES (coords.): Usos públicos de la historia. Ponencias del VI Congre-

so de la Asociación de Historia Contemporánea (Universidad de Zaragoza, 2002), Madrid, Marcial Pons, 2003.

54 Juan José CARRERAS: «¿Por qué hablamos de memoria cuando queremos decir historia?», en Alberto SABIO ALCUTÉN

y Carlos FORCADELL ÁLVAREZ (coords.): Las escalas de pasado. IV Congreso de Historia local de Aragón, Huesca,

IEA-Uned Barbastro, 2005, pp. 15-24; publicada en gallego en Dez Eme. Revista de historia e ciencias sociais

de Fundación 10 de Marzo, 11 (2006), pp. 67-76; y extractada en Hika [Donostia, Bilbao], 185 (2007), pp. 20-21.

55 Juan José CARRERAS: «La Edad Media, instrucciones de uso», en María Encarna NICOLÁS MARÍN y José Antonio GÓ-

MEZ HERNÁNDEZ: Miradas a la historia. Murcia, Universidad de Murcia, 2004, pp. 15-28; el antecedente al que

hacemos referencia es «La idea de Europa en la época de entreguerras» (1993) (recogido en Razón de Histo-

ria, op. cit., pp. 303-322).

56 Juan José CARRERAS: «El tiempo son las huellas: el tiempo de los historiadores», en Luis Antonio RIBOT GARCÍA,

Ramón VILLARES PAZ y Julio VALDEÓN BARUQUE (coords.): Año mil, año dos mil. Dos milenios en la historia de

España, Madrid, Sociedad Estatal España Nuevo Milenio, 2001, pp. 117-128 (hemos consultado la copia de orde-

nador que nos pasó el propio Carreras). Por lo que sabemos, el texto sobre Arnold Toynbee permanece inédito

en su versión en español. Nosotros hemos manejado una copia de ordenador que se titula: «Introducción al estu-

dio de la Historia de Toynbee. Mayo 1999. Para traducción al vasco»).

57 Razón de Historia, op. cit., pp. 259-292.

58 Juan José CARRERAS: «Bosques llenos de intérpretes ansiosos y H.G. Gadamer», en María Elena HERNÁNDEZ SANDOICA

y María Alicia LANGA: Sobre la historia actual. Entre política y cultura, Madrid, Abada, 2005, pp. 205-227 (hemos

consultado la copia de ordenador que nos pasó el propio Carreras).

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Juan José Carreras, una vida para la historiografía (1928-2006)

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Quizá el rasgo más notable de este texto, además de su claridad, es el tono de cierto desen-

gaño que le atraviesa, decepción provocada por la situación actual y por el posmodernismo. En

nuestros tiempos posmodernos —señala al principio— parece inimaginable que todavía hace

treinta años dos historiadores tan distintos como el británico Elton y el norteamericano Fogel,

pudieran compartir un fondo común de la historiografía: la confianza de que allí afuera había

algo y de lo que se trataba era el modo y manera de asegurar la veracidad de la narración [...],

una tradición común —proseguía Carreras— que los unía a Tucídides y llegaba hasta Ranke 59. Las

premisas de pensamiento de Carreras, no obstante, no habían cambiado en absoluto en estos en-

sayos. Seguían siendo las mismas y estaban marcadas por el mismo sentido crítico: admiración

hacia Voltaire, sobre el que Carreras no ocultaba que se quedaba en una historia solo raciona-

lista; celebración de la Revolución francesa (solo un viva a la Revolución francesa, a la libertad,

a la igualdad y a la fraternidad, concluye la lección segunda)60; reconocimiento de la importan-

cia de Ranke, a quien Carreras considera aquí el introductor de la profesionalización de la histo-

ria; importancia de la ilusión del método como rasgo característico de esa primera historiografía

profesional61; confianza en el pensamiento de Marx y en su esperanza en una completa emanci-

pación humana [...] por muy difícil que nos parezca esto tal y como marcha el mundo 62; y, final-

mente, confianza en la vieja historia social, aun reconociendo que posiblemente esta necesitara

de una cura de humildad63.

El ciclo de conferencias se cerraba con una titulada «El Ángel de la historia», en la que Ca-

rreras se hacía eco del escepticismo de las famosas «Tesis sobre la historia», el texto póstumo de

Walter Benjamin64. La realidad presente —escribe Carreras— tiene poco que ver con la historia

que se creía [...] [pues] ha sido derrotada la utopía de la razón, la marxista y la ilustrada y el

mundo sigue ofreciendo antes y después de aquella fecha [el once de septiembre] el mismo pa-

norama atroz... La más notable representación de este fenómeno sería para Carreras el posmo-

dernismo, que con su crítica a los metarrelatos habría transformado el fin de la Historia (y de la

Filosofía) en su desaparición, dejando la realidad [...] secuestrada en los textos, lo que signifi-

caría igualmente que el historiador en este momento se ha quedado sin trabajo 65.

59 Juan José CARRERAS: Seis lecciones sobre historia, Zaragoza, Institución «Fernando el Católico», 2003, pp. 11-12.

60 Sobre VOLTAIRE, ibíd., pp. 26-27; la cita sobre la Revolución francesa, en la p. 32.

61 Sobre RANKE, ibíd., pp. 37-39; sobre la ilusión del método, pp. 43-46.

62 Ibíd., 63.

63 Ibíd., pp. 68-71, 74-75 y 92.

64 Nos hemos documentado sobre este texto a través de la edición de Bolívar Echeverría, Walter BENJAMIN: Tesis

sobre la historia y otros fragmentos, México, Contrahistorias, 2005.

65 Ibíd., pp. 92-95.

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El positivismo, por lo menos metodológicamente, muere, al

revés de lo que podría desprenderse de las diatribas feb-

vrianas, en la medida en que él mismo estimula, en defini-

tiva, las nuevas corrientes que han de sucederle... lo que no

deja de ser una bella muerte.

Así concluía Juan José Carreras su texto «Ventura del posi-

tivismo». No se trataba solo de que el positivismo llevara en

sí, como todo lo existente, su condición de perecedero, sino

también de que —parafraseando a Juan José—, en la medi-

da en que continuaba debatiéndose internamente de forma

creadora y fructífera, aceleraba su propia destrucción, a

cambio —hermoso cambio— de alojar en sus enterradores,

aunque estos no fueran conscientes de ello, algunos de sus

restos convertidos en semillas creadoras.

Lo que, para unas corrientes de pensamiento y unas

formas de abordar el pasado, Juan José consideraba una

bella manera de morir, también, cómo no, debe ser aplica-

do a las personas y especialmente a los maestros. Porque

todo maestro deja en los adentros de sus discípulos im-

prontas propias. Y Juan José, convendrá decirlo desde un

principio, fue, ante todo, un maestro. Un gran maestro. Y

ello, tanto por el abundante número de personas en las

que dejó huella intelectual y humana, como, y quizá sobre

todo, por la intensidad y hondura, en cada una de ellas, de

esas huellas.

Mediado noviembre de 2006, asistíamos al VI

Encuentro de Investigadores sobre el Franquismo. Sentados

juntos en la sala de sesiones —la biblioteca María Moliner

de nuestra facultad—, gozábamos de la brillantez analítica

y expositiva del profesor José-Carlos Mainer —tan solo, en

toda su intervención, una mínima duda en su voz, lo ha

hecho a propósito, para demostrarnos que es humano, me

deslizó Juan José— al trazar la biografía intelectual de un

historiador contemporaneísta recientemente fallecido.

Convine con Juan José —qué lejos estábamos de intuir la

premura de su muerte— que, puestos a ser biografiados,

habría que optar, de poder elegir, porque el biógrafo de

uno fuese inteligente. Y cuanto más mejor. La inteligencia

siempre es, entre otras cosas, sutil, compleja, y críticamen-

te comprensiva.

Humanidad y magisteriode Juan José Carreras

CARMELO ROMERO

Universidad de Zaragoza

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CARMELO ROMERO

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De entre las muchas conversaciones con Juan José —que sigo manteniendo, más que en el

recuerdo, muy vivas y presentes—, esta ocupa un lugar central. Quizá, claro está, por las circuns-

tancias. Pese a la diferencia de edad nunca pensé que tendría que escribir de él en pasado. Y mucho

menos, tan pronto. Si no fuera porque son muchos los compañeros y amigos que trazan sus recuer-

dos y desarrollan análisis sobre su persona y su obra y, sobre todo, si no fuera porque sé que a Juan

José le preocupaba muy poco o nada lo que de él, incluso en vida, pudiera escribirse o decirse, no

encontraría ahora valor intelectual para escribir estos folios. Y más dado el recuerdo de aquella de

nuestras penúltimas conversaciones a la que he hecho referencia.

En cualquier caso, encuentro fuerzas en la consciencia de que esto no es una biografía ni

intelectual ni humana, sino tan solo unos apuntes sueltos y deslavazados —a modo de fragmentos

de viñetas recortadas de las que él tanto gustaba— sobre alguien a quien tanto admiré, de quien

tanto aprendí y con quien tanto quise.

Juan José —lo dije antes— fue, ante todo, un maestro. Y ello porque aunaba, y en grado sumo,

las tres cualidades que, en mi opinión, son inherentes a todo gran maestro: conocimiento profun-

do, inquietud intelectual y generosidad sin límites.

El conocimiento de Juan José se sustentaba, sobre todo y en primer lugar, en su diálogo per-

manente con los libros. La necesidad de la lectura crítica constituye una expresión que, por tantas

veces repetida, no deja de devenir en una banalidad, ya que una cosa, ciertamente, es decir y reco-

mendar y otra practicar con la naturalidad con la que se respira. Su prolongada estancia en

Alemania —Heidelberg, 1954-1965— le sirvió, sin duda, para ampliar y profundizar campos histo-

riográficos, pero determinadas cosas sustantivas, y entre ellas el saber leer y mirar reflexiva y crí-

ticamente, ni Salamanca ni tampoco Heidelberg las proporcionan. A lo más, como en su caso, las

potencian e incrementan.

Sus muchas horas de juventud pasadas en la biblioteca del Ateneo madrileño tuvieron, a lo

largo de su vida, permanente continuidad. De hecho sus casas de Zaragoza y Jaca siguieron siendo

prolongación de bibliotecas. Quien quiera trazar la biografía intelectual de Juan José debiera

comenzar por su biblioteca. Y no limitarse a tomar nota de los títulos de los libros y de sus edicio-

nes, sino a abrirlos y a detenerse en las múltiples anotaciones —breves comentarios; admiraciones

e interrogantes; simples rayas o, en ocasiones, su sempiterna estrella de cinco puntas— que, siem-

pre a lápiz grueso y pastoso, efectuaba en los márgenes. Ojear, simplemente ojear, algunos de los

miles de libros que ha leído y conservado Juan José, es percibir su diálogo con ellos. De ahí que

cualquier comentario sobre temas relacionados, y en ocasiones no solo, con los más diversos —cro-

nológica, espacial, temáticamente— aspectos de la historia, encontraran una respuesta de Juan José

traducida en la aportación, a lo más tardar al día siguiente, de uno o varios libros y de una suge-

rencia deslizada sin darle importancia ninguna: sobre lo que ayer comentabas, quizá te resulte de

interés lo que aquí se dice. Y, desde luego, te resultaba; ¡vaya si te resultaba!

Es por ello por lo que hace tiempo que dejó de parecerme sorprendente que, entre los tex-

tos que escribió, ocupase un lugar destacado en sus preferencias, emotivamente al menos, un

pequeño relato, «Historia de L». Fue el primero de sus textos que me hizo llegar y del que me ha-

bló —tan discreto y pudoroso siempre para referirse a sí mismo y a lo suyo— en mayor número

de ocasiones. Se trata de un cuento que escribió en las navidades del 79 y que publicó cuatro

años más tarde en Andalán, con su seudónimo habitual en aquel periódico, H.J. Renner, y una

nota preliminar del filósofo José Luis Rodríguez. En él, un profesor que se había trasladado con

su familia a la Alemania de entreguerras decidía recluirse para siempre en la Kaiserliche Zentral

Bibliothek, con objeto de seguir gozando en soledad de sus tan amados libros como de sus pla-

centeros habanos. No me extrañó en absoluto, todo lo contrario, que uno de los fragmentos de

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Humanidad y magisterio de Juan José Carreras

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«Historia de L» fuese el elegido para ser leído en el sepelio de Juan José por su hijo Hansi, a quien,

por cierto, estaba dedicado, con cierto afán moralizante, el relato. Hansi sabía bien, lógicamen-

te, que aquel hombre de ficción, voluntaria y eternamente recluido en la más grande de las bi-

bliotecas de la Europa Central, era su padre.

Ahora bien, la pasión de Juan José por los libros —de hecho siempre se encargó, también

como profesor emérito, de su selección para el área de Historia Contemporánea— no debe llevar

en modo alguno a la idea de que su conocimiento era libresco, entendido este como una suma de

autores, de citas descontextualizadas y de mera superposición de materiales de acarreo y aluvión.

Nada más lejos de su realidad. Los textos le fueron, constantemente, seleccionados motivos y

medios para repensar con quien había pensado. Y en la coyuntura histórica concreta y las catego-

rías historiográficas con las que cada autor había trabajado. Una muestra de ello son las conferen-

cias —«Seis lecciones sobre historia»— que, organizadas por la Institución «Fernando el Católico»,

impartió, ya como emérito, en los inicios de 2002 y en las que, partiendo de «La sombra de Aris-

tóteles y el espíritu de San Agustín» concluía, tras recorrer el método y la razón, el marxismo y los

abajos y los adentros de las masas, en «El Ángel de la historia», el Ángelus novus de la desespe-

ranzada metáfora de Walter Benjamin.

Continúa siendo un estimulante placer releer esos textos —en realidad, como todos los que,

sin la prodigalidad y machaconería al uso, escribió—, por cuanto condensan reflexión y conoci-

miento y, más que salpicados, están plagados de inteligencia, de metáforas, de sugerencias y de

imágenes que recorren, entre claroscuros de sombras y de luces, ideas e ilusiones —en palabras de

Juan José— de los historiadores de hace tiempo.

Consejo de Departamento a mediados de los años noventa,con Eliseo Serrano, Pilar Alejandre, Carmelo Romero, Ignacio Peiró.

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CARMELO ROMERO

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Mas, por sugerente que siga resultando su obra escrita, esta siempre quedó superada, en mi

opinión, por su palabra. No es inhabitual en los grandes maestros. Al fin y al cabo la escritura aun-

que se llene, como en su caso, de matices y sutilidades, es un intermediario. La palabra, en cam-

bio, es directa y, por tanto, potencia la posibilidad de generar complicidades inmediatas. Carecí de

la oportunidad de ser alumno en las clases de Juan José, aunque, posteriormente y durante una

veintena de años, compartimos estudiantes y comprobé lo que resultaba lógico de suponer: el res-

peto intelectual que todos le tenían y la admiración y atracción personal que en la inmensa mayo-

ría despertaba. Y no solo en la Universidad. En cierta ocasión, comprando el pan, coincidimos con

una persona que se le presentó como fontanero y ex alumno suyo. Del Instituto —decía el ahora

fontanero— nunca olvidaré sus clases; con aquel cuento que nos contaba aprendí más que en

todas las demás asignaturas. Y se extendió un buen rato en narrar peripecias de un personaje

infantil, cuyo nombre no logro recordar, y que, según me comentó luego Juan José, lo inventó para

captar el interés de sus muy jóvenes alumnos en la asignatura de Lengua.

Sin atracción no hay enseñanza que pueda ni merezca recordarse y, desde luego, Juan José

tuvo esa capacidad de atraer tanto en las aulas universitarias como, previamente, en las del

Instituto (un paréntesis para mí tan justo, como para él, seguramente, obligado: su respeto, aten-

ción y seguimiento de profesores y enseñanzas de los institutos constituyó también una de sus

constantes, algo, por cierto, lamentablemente desacostumbrado en la mayoría de los profesores de

Universidad).

Esa capacidad de atracción a la que hacía referencia, la trasladaba, más allá de las aulas, a

todos sus actos y a un número de personas tan amplio como heterogéneo. De hecho, en el plano

Cena con motivo de la jubilación de Juan José Andreu (2005).

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Humanidad y magisterio de Juan José Carreras

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universitario, algunos profesores pasaron a ser adictos a Juan José el día en el que leyeron sus tesis

doctorales y lo tuvieron en su tribunal. Y no porque les dedicara centones de elogios —cosa que

nunca hizo—, sino porque habían encontrado a alguien que había sabido leerles y comprenderles.

Nadie mejor que un doctorando, siempre y cuando sea inteligente, para saber quién ha penetrado

con hondura y agudeza en sus cuatro o cinco años de trabajo. Es entonces cuando la discusión, la

sugerencia y la polémica alcanzan sentido y altura y, por tanto, cuando un doctorando inteligen-

te siente, más que nunca, que su dedicación y esfuerzo tenían un sentido más elevado y digno que

el de alcanzar un nuevo peldaño administrativo y curricular. Los numerosos tribunales de tesis doc-

torales de los que Juan José formó parte sirvieron, más incluso que los de oposiciones, a modo de

banderín de enganche para generarle, sin que lo buscara ni pretendiera, discípulos que nunca lo

tuvieron como maestro efectivo en las aulas y con los que, en algunos casos, tan solo volvería a

coincidir en contados actos académicos. La capacidad de atracción a la que antes me refería.

Esos tribunales de tesis doctorales y de licenciatura, por otra parte, son una muestra, quizá la

mejor, de la profundidad y variedad del conocimiento histórico de Juan José. En una época como la

presente, en la que la especialización —los intereses del mercado también se adentran en los queha-

ceres científicos y humanísticos— ha pasado a ser la meta buscada por muchos profesores que solo

se terminan sintiendo cómodos hablando y escribiendo de lo suyo —por lo general un bardalillo de re-

ducida dimensión y escasa altura—, encontrar un profesor capaz de abordar, con profundidad de

conocimiento, temáticas, cronologías y espacios muy diferentes, es tan de agradecer como difícil de

hallar. Si ya me permití dejar una sugerencia a un posible biógrafo de Juan José, quede aquí otra:

repasar los tribunales de tesis y tesinas de los que él formó parte, las muy diversas temáticas abor-

dadas, y, si llega a tiempo, la impresión y recuerdos de sus intervenciones en aquellos doctorandos.

En Soria, tras un partido del Numancia.

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CARMELO ROMERO

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Si el conocimiento crítico siempre renueva fuentes de inquietud intelectual, en el caso de

Juan José esa inquietud estuvo permanentemente estimulada y reforzada por las preocupacio-

nes, problemas e intereses de las personas, de todas y cada una de cuantas trataba y apreciaba.

Cualquiera de esas inquietudes la hizo suya, lo que, si en el campo intelectual le llevó a ampliar

tantos horizontes y temas cuantos investigadores trató, en el plano humano le convirtió, mucho

más allá de los límites siempre estrechos de las aulas y de la investigación, en el buscado confi-

dente que no solo escucha, sino que comparte. Hasta los temas que uno sabe banales para los

demás —pero importantes, por pasionales, para uno mismo—, Juan José los hacía suyos. Y con la

misma esencialidad, pasión y trascendencia. Seguramente esa, y no otra, es la forma más eleva-

da de la generosidad. Hacer tuyos inquietudes, problemas, aficiones y pasiones de quienes, por

apreciarlos y valorarlos, pasan a formar parte de tu vida. De ahí que sus actitudes siempre pro-

fundamente críticas en el campo intelectual, sostenidas con una dialéctica tan rigurosa como

implacable, no dejaran de formar parte de esa su generosidad que comenzaba por el respeto y

el afecto al otro.

Compañeras y compañeros, administrativos y bedeles; estanqueras, vendedoras de pan y de

periódicos, camareros y un muy largo etcétera de profesiones que tienen rostro y vida propias

cuando pasan a formar parte de nuestra realidad cotidiana, saben bien hasta qué punto Juan José

llegó a compartir sus pasiones, inquietudes e intereses. Si un día veía a las hijas de un amigo com-

prando una revista y un tebeo, esa revista y ese tebeo ya estaban todas las semanas, acompañadas

de una nota para sus hijas, en el despacho del amigo; si sorprendía comprando una chocolatina a

una compañera o a una administrativa por las que sintiera afecto, sus mesas de trabajo pasaban a

ser, con regularidad cartesiana, montañas de chocolate; si... Los ejemplos podrían multiplicarse,

como los ramos de flores que regalaba, hasta tantas personas, y fueron muchas, cuantas trató y

apreció. Baste citar, para concluir este boceto de su desbordada capacidad empática, que, sin dejar

de ser agnóstico, remitió centenares de postales de las distintas vírgenes que encontraba en las

ciudades que visitaba y que, sin gustarle en absoluto el fútbol, se hizo seguidor del Numancia,

estando tan pendiente de sus resultados como lo estaban los más acérrimos de los numantinos y

de... las numantinas.

Se comprenderá por ello fácilmente que el vacío que deja con su muerte no sea solo intelec-

tual, sino humano, intensa y extensamente humano.

Tres días tan solo antes de su muerte, Juan José daba una conferencia —«La Segunda Re-

pública española en la Europa de los años treinta»— en la que, tras un lúcido análisis de la impor-

tancia de la coyuntura internacional —especialmente de la extensión del fascismo a los países cen-

troeuropeos—, para entender las problemáticas de la República y de la guerra civil, concluía con

una confesión personal melancólica no muy propia, en su decir, del análisis que acababa de realizar.

En realidad la confesión no iba mucho más allá de mostrar sus simpatías por el régimen republi-

cano, pero, en su pudor, hasta ello le parecía excesivo cuando se trataba de una reflexión analítica

como la que había trazado. El hijo de un telegrafista, seguidor de Azaña y de Casares, fusilado en

el 36; el niño republicano del que un día hablara Ramón Villares; el hombre comprometido acti-

vamente en la lucha contra el franquismo, el marxista por convicción, método y esperanza..., no

dejaba de autocriticarse públicamente por haber introducido en su reflexión histórica una muy

breve y liviana confesión personal. Esto es, por haber incurrido en el impudor de que sus senti-

mientos pasasen, de alguna manera, a formar parte de su relato histórico.

Teniendo esto, y tantas otras cosas, en cuenta, sé que a Juan José nada, o casi nada, de lo

aquí por mí escrito le hubiera parecido publicable. Mas, aunque ya hayan pasado dieciocho meses

desde su muerte y siga echando, y cuánto, de menos su magisterio intelectual, en realidad lo daría

por bien perdido —al fin y al cabo me siguen quedando sus escritos y sus palabras— si pudiera

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seguir gozándole de toda su cotidianeidad, de esa que empezaba muchos días en el despacho y

concluía en ocasiones, avanzada la noche, en continuos paseos desde las cercanas calles de Pedro

Cerbuna a la de Manuel Lasala y de la de Manuel Lasala a la de Pedro Cerbuna, porque ninguno

de los dos queríamos dejar más lejos de su casa al otro.

Lamento tener la convicción de que no es verdad que los muertos vivan mientras haya al-

guien que los recuerde; antes bien, y por el contrario, somos los vivos los que necesitamos, para

poder seguir viviendo, llenarnos constantemente de los recuerdos de aquellos a quienes quisi-

mos y continuamos queriendo. También lo entendía así Juan José, de ahí que probablemente hu-

biera terminado por disculpar —como espero hagáis vosotros, Mari Carmen, Hansi, Pablo, Frie-

del, Lolín— este escrito.

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A

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ALBERTO SABIO ALCUTÉN

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Uno cree que quiere más porque cuenta secretos, contar

parece muchas veces un obsequio, el mayor obsequio que

puede hacerse a la persona ausente, la mayor lealtad, la

mayor prueba de amor y entrega. Y se hacen méritos con-

tando. Pero de repente a uno no le basta con decir tan solo

encendidas palabras que se gastan pronto o se hacen repe-

titivas. Creo que a Juan José Carreras no le hubiese gusta-

do demasiado, porque él nunca buscó la posteridad como

una especie de recompensa, aunque lo haya conseguido

por su trabajo, su deslumbrante inteligencia y por eso que

parece tan fácil, y es en verdad tan difícil, de haber crea-

do escuela.

En la pared de su habitación en St. Peter’s College

colgaba un póster en el que Marx y Engels declaraban:

Todo el mundo habla del tiempo... ¡Nosotros no! Esto resu-

me a la perfección el profundo desprecio que Tim Mason

sentía por la trivialidad de la clase media inglesa, su eleva-

do grado de seriedad y lo angustiosamente crítica que era

su ética puritana del trabajo. Del despacho de Carreras

también colgaba Karl Marx, junto a bocinas artesanales

que bien podrían haber pertenecido al mudo de los herma-

nos Marx, reproducciones en miniatura del Empire State

Building —con mono incluido en la antena que Juan José

había colocado a modo de King Kong— o monumentales

llaves inglesas, o piedras que había que regar... El suyo era

un magisterio antisolemne, pero profundo. Fue para mí un

gran maestro, en el sentido más exacto de la palabra, o sea,

no el que lo enseñó todo sino el que enseñaba lo esencial

y la manera de acercarse a ello. A través de Juan José, y de

su asignatura Historia de las Ideas Políticas, comencé a

entender los escritos de Marx, aunque el mismo Carreras

insistiese en que no era preciso saberse de memoria El

Capital para entender que las desigualdades tienen su

causa en la propiedad de los medios de producción; a tra-

vés de Juan José empecé a entrar de verdad, con Gramsci,

en un marxismo que hablaba de cosas vivas y de proble-

mas que nos tocaban de cerca; a través de Juan José des-

cubrimos muchos alumnos la escuela de Annales, la tradi-

De garajes pirenaicos,aprendizajes marxistas

y antropología históricaalemana

ALBERTO SABIO ALCUTÉN

Universidad de Zaragoza

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ALBERTO SABIO ALCUTÉN

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ción liberal británica, las ideas de Max Weber o los contactos de la historia con la sociología his-

tórica, por no hablar de las muchas clases dedicadas al historicismo rankeano.

Definitivamente la cabeza de Juan José Carreras estaba mucho mejor organizada que su ga-

raje pirenaico en Jaca, donde el coche era lo de menos, pues todo estaba repleto de libros. Juan

José hacía esfuerzos ímprobos por organizarlos por estanterías según temáticas, pero siempre le

sobraban libros. Y no eran libros de su dueño tal vez olvidados y cubiertos de polvo, sino perfec-

tamente anotados y con comentarios críticos al margen, a menudo no exentos de socarronería.

Se lo había leído todo, aunque en apariencia se tratase de títulos colaterales a sus temáticas más

afines, a sus líneas de especialización, a sus centros neurálgicos de interés profesional. Me regaló

unos mil quinientos libros, algunos para mí impagables por inencontrables: primeras ediciones de

Pascual Carrión, Ramos Oliveira, Diego Abad de Santillán, Anselmo Lorenzo, Morato, Actas de la

Segunda Internacional, mucho Ruedo Ibérico, revistas y panfletos sesentayochistas, Gaston Leval,

Souchy Bauer, algunas joyas alemanas, libros de época sobre agricultura, Viejos Topos, Triunfo...

Cuando he revisado mi herencia libresca, he encontrado miles de anotaciones de Juan José.

Me fascinó tanta erudición. Era cierto que él había pasado largos años preparando clases, cursos,

conferencias, seminarios, ponencias, o sea, leyendo con línea y rumbo predeterminados, mientras

tomaba notas y confrontaba textos, citas, bibliografías. Pero siempre guardó un espacio de liber-

tad para su vocación de lector; pero lector sin programa establecido y también con el ánimo dis-

puesto para el disfrute, para el goce ante el talento de los otros.

Entre las muchas deudas que contraje con el Dr. Carreras Ares, una bien sustanciosa tiene que

ver con su apoyo en la traducción de textos alemanes, a medida que sus conocimientos lingüísti-

cos del idioma de Goethe iban en aumento y los míos en retroceso. Le preguntaba por expresio-

nes concretas, giros o acepciones de tal o cual palabra; al final, para no ser un incordio permanen-

te, agrupaba las dudas y se las soltaba todas de vez en sesión continua. Siempre me atendió con

generosidad y me respondía con tal acierto que logró sacarme de no pocos atolladeros interpre-

tativos. Recuerdo que, para enterarme de las controversias en torno a la historia sociocultural y a

la Alltagsgeschichte alemana, hube de traducir varios textos y ahí el asidero de Carreras resultó

fundamental. Por eso traeré a colación algunos párrafos en homenaje a Juan José.

El despertar de la Alltagsgeschichte como corriente nueva en el panorama historiográfico ale-

mán de la década de los ochenta vino precedido de una virulenta polémica y controversia1. Las crí-

ticas lanzadas a esta nueva corriente, conocida también como antropología histórica interpretati-

va, fueron de dos órdenes. Sus adversarios solo veían en ella un fenómeno de moda, amplificado por

los medios de comunicación y arrastrado por la ola ecologista que atravesaba entonces Alemania2.

1 Lo de controversias lo tomo de Franz Josef BRÜGGEMEIER y Jürgen KOCKA (dirs.): Geschichte von unten, Ges-

chichte von innen: Kontroversen um die Alltagsgeschichte, Hagen, Fern Universität Gesamthochschule in Ha-

gen, 1985. De lo más aclaratorio acerca de los perfiles de la historia cultural alemana, con fuertes anclajes en

filosofía de la historia y en historia europea comparada, Heinz KITTSTEINER: «Was heisst und zu welchen Ende

studiert man Kulturgeschichte?», Geschichte und Gesellschaft, 23 (1997), pp. 5-27.

2 La construcción del propio término Alltagsgeschichte fue inextricablemente conectada al cúmulo de críticas

recibidas, a pesar de salir también de las entrañas de la historia social marxista de los setenta, como pone de

manifiesto Alf LÜDTKE (ed.): «Einleitung: Was ist und wer treibt Alltagsgeschichte?», Alltagsgeschichte. Zur Re-

konstruktion historischer Erfahrungen und Lebensweisen, Frankfurt / Nueva York, 1988, pp. 9-47. En su opi-

nión, la creciente depauperización a nivel mundial, la amenaza nuclear y las catástrofes ecológicas parecían

refutar ética y políticamente buena parte de las teorías de la modernización. Los caminos paralelos entre el

asociacionismo generador de la Alltagsgeschichte y los movimientos de protección del medio ambiente se ex-

plicitan en Thomas ADAM: «Parallele Wege. Geschichtsvereine und Naturschutz in Deutschland», Geschichte in

Wissenschaft und Unterricht, 7 (1997), pp. 413-428.

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De garajes pirenaicos, aprendizajes marxistas y antropología histórica...

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Sumergido en la crisis económica

que tocó a todas las democracias

occidentales hacia 1980, el sistema

alemán parecía quedar en entredi-

cho y se abría la oportunidad para

cuestionar el optimismo del discurso

modernizador. Se puso en tela de

juicio la valoración positiva del pro-

greso técnico y civilizador, que tan

firmemente asentada parecía estar

en la historiografía anterior. Las

fuerzas productivas no podrían des-

ligarse del desarrollo de fuerzas des-

tructivas, por lo que no se podía pa-

sar por alto el coste humano y am-

biental de los progresos.

Frente a la Strukturgeschichte,

dedicada a profundizar en los proce-

sos sociales de la Alemania contem-

poránea a partir precisamente de los

conceptos de modernización, indus-

trialización o constitución del Es-

tado moderno (en última instancia,

con toda la teoría del Sonderweg3),

los Alltagshistoriker fueron acusados

de sustituir todo esto por una prác-

tica historiográfica que revelaría

más imaginación que carácter cien-

tífico. Se recelaba igualmente de

ellos por aprovechar e instrumenta-

lizar las inquietudes sociales para

consolidar sus plazas en el ámbito universitario. A la acusación de amateurismo se añadía, por

tanto, la de arribismo4. Por lo demás, estos juicios de tipo social se entrelazaban con divergencias

epistemológicas profundas.

3 Este término remite, como es sabido, a un esquema explicativo desarrollado por los historiadores alemanes desde

el final de la Segunda Guerra Mundial para entender la evolución particular que conoció la sociedad alemana

desde finales del siglo XVIII, siempre con el telón de fondo del nazismo. Sobre esta teoría véase, por ejemplo, Hans

Jürgen PUHLE: Politische Agrarbewegungen in kapitalistischen Industriegesellschaften. Deutschland, USA und

Frankreich im 20 Jahrhundert, Göttingen, Vandenhoeck-Ruprecht, 1975. La influyente escuela de Bielefeld, con

Kocka y Wehler como cabezas visibles, fue la que más se enfrentó a la corriente historicista. Vid. J. KOCKA:

Sozialgeschichte, Göttingen, 1986; también H.U. WEHLER: Modernisierungstheorie und Geschichte, Göttingen,

1975. La revista Geschichte und Gesellschaft, desde la que se ha activado, impulsado e institucionalizado la

Historische Sozialwissenschaft, apareció a partir de 1973. Una versión sintética del debate, en francés, en Jürgen

KOCKA: «La bourgeoisie dans l’histoire moderne et contemporaine en Allemagne: recherches et débats récents», Le

mouvement social, 136 (1986), pp. 5-27. En realidad, fue W. CONZE quien primero llamó la atención sobre la diná-

mica de la industrialización: Die Strukturgeschichte des technisch-industriellen Zeitalters, Colonia, 1957

4 Vid., por ejemplo, Hans Ulrich WEHLER: «Königsweg zu neuen Ufern oder Irrgarten der Illusionen? Die westdeuts-

che Alltagsgeschichte», en Franz Josef BRÜGGEMEIER y Jürgen KOCKA, op. cit., pp. 5-27.

Entrevista en El Periódico de Aragón (28 de junio de 1998).

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ALBERTO SABIO ALCUTÉN

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Juan José Carreras me hizo notar hasta qué punto Hans-Ulrich Wehler había criticado de

manera particularmente feroz la ausencia de cualquier paradigma científico en los denominados

Alltagshistoriker; a juicio de Wehler, se refugiaban en el rechazo de la teorización y pataleaban

en el oscurantismo más absoluto. Ya en 1984 calificó a la Geschichte von unten y a la Alltags-

geschichte como un honrado puré de mijo, expresión despectiva con la que se refiere —como me

aclaró Juan José— a algo simple, sin sustancia. Menos radicales, la mayor parte de los historia-

dores alemanes evidenciaron, sin embargo, un escepticismo profundo frente a los nuevos concep-

tos introducidos por la Alltagsgeschichte —como los de contexto o experiencia— y frente a la

lectura que realizaban de términos como teoría, concepto o categoría. La obra de Max Weber,

cuyas conclusiones solían citarse al analizar las grandes estructuras que organizaban la sociedad

alemana, ya no servía de referencia intelectual principal a los Alltagshistoriker 5, que preferían

inspirarse en disciplinas y en autores (Clifford Geertz, Edward P. Thompson) no demasiado cono-

cidos por entonces en Alemania.

Por lo que se refiere a la ex República Democrática, la Alltagsgeschichte se vio paralizada

por el bloqueo y la autocensura. Hería susceptibilidades porque parecía ignorar los centros de

poder. Además, lo profesional se entremezcló desde el principio con reservas explícitamente po-

líticas. Fue Jürgen Kuczynski, historiador veterano pero al mismo tiempo enfant terrible de la

disciplina en la ex DDR, quien comenzó a hablar de estas cosas en 1981 bajo el título Alltags-

geschichte des deutschen Volkes6, un libro que me dejó consultar Juan José con enorme gene-

rosidad. Y lo pudo hacer Kuczynski porque ya se había asegurado un espacio propio en el terreno

académico y en el andamiaje político del país. A él se le permitían más cosas que a los demás,

sobre todo a quienes todavía aspiraban a roturarse parcelas propias dentro del entramado cien-

tífico y universitario.

El carácter inesperado de la caída del Muro de Berlín fue utilizado enseguida en los suple-

mentos culturales de la prensa y en la publicística como argumento en contra de una historia ana-

lítica y estructural, pues lo que había sucedido solo podía ser contado y en absoluto era deduci-

ble de unas estructuras supuestamente omnipresentes. Kocka recogió el guante en el artículo titu-

lado «Sorpresa y explicación. Lo que puedan significar para la historia social las rupturas de 1989

y 1990»7. Para el historiador de Bielefeld, la metodología analítica no había resultado afectada por

la caída del Muro: de la imprevisibilidad de la historia no era legítimo deducir la imposibilidad de

su explicación ex post, sino más bien la imposibilidad de agotarla en una estructura narrativa

basada en la experiencia de los actores, incapaces muchos de ellos de medir las consecuencias de

sus acciones.

5 Algunos, sin embargo, han profundizado en la significación que el concepto de cultura presente en la obra de

Max Weber podría seguir teniendo para la reciente historia cultural. Del funcionamiento social de la cultura

en Weber, pero también de sus escepticismos, nos habla Friedrich Jaeger, «Der Kulturbegriff im Werk Max We-

bers und seine Bedeuntung für eine moderne Kulturgeschichte», Geschichte und Gesellschaft, 18 (1992), pp.

371-393.

6 Jürgen KUCZYNSKI: Geschichte des Alltags des Deutschen Volkes, vols. 1-5, Berlín-Colonia, 1982; del mismo autor

Geschichte des Alltags des Deutschen Volkes. Nachträgliche Gedanken, Berlín-Colonia, 1985. Desde una pers-

pectiva más genérica, pero trufada de conexiones y explicaciones sobre las dificultades de penetración de la

Alltagsgeschichte en la DDR, Alf LÜDTKE: «La République démocratique allemande comme histoire. Réflexions his-

toriographiques», Annales (enero-febrero, 1998), pp. 3-41.

7 J. KOCKA: «Überraschung und Erklärung. Was die Umbrüche von 1989/90 für die Gesellschaftsgeschichte bedeu-

ten können?», en M. HETTLING (ed.): Was ist Gesellschaftsgeschichte?, München, 1991, pp. 11-21.

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El comienzo de los ochenta se caracterizó en la República Federal Alemana, como decimos,

por una crisis de confianza en el modelo económico liberal dominante, debilitado por las dificul-

tades que afectaban desde hacía ya unos años a las democracias occidentales. Se comienzan a

medir los costes sociales y culturales y a valorar los daños que dicho modelo venía ocasionando en

el entorno y en el medio ambiente. En una palabra, se ponía en tela de juicio un sistema al que se

acusaba de haberse dejado desbordar por el progreso técnico hasta el punto de no pensar para

nada en el individuo. La Alltagsgeschichte, en cierto modo, respondería a estas nuevas demandas

de una población que se interrogaba acerca de los costes de la modernización, se interesaba de

nuevo por su historia y en particular por la del universo cotidiano del individuo8. De hecho, los

talleres de historia, creados a principios de la década de 1980 en Alemania sobre el modelo de los

history workshops ingleses, son, numéricamente hablando, mucho más importantes.

Por su parte, los Alltagshistoriker universitarios encontraron otros medios de expresión, aun-

que han publicado poco en las revistas más clásicas —como la conservadora Historische Zeit-

schrift—, en las muy dinámicas revistas de historia regional —orientadas tradicionalmente hacia

cuestiones de historia rural— o en las revistas extranjeras —con la notable excepción de Social

History—, lo que ha acrecentado el carácter específicamente alemán de la corriente. Sus preferen-

cias van dirigidas hacia revistas generalmente ancladas a la izquierda del arco político, como

Archiv für Sozialgeschichte o Internationale wissenschaftliche Korrespondenz zur Geschichte der

deutscher Arbeiterbewegung. Sobre todo, su influencia resulta preponderante en dos revistas. La

primera, de creación relativamente reciente, Historische Anthropologie, busca renovar las aproxi-

maciones históricas haciendo un llamamiento sobre las últimas aportaciones de la antropología.

Renunciando a conceptos demasiado globalizadores y focalizando la mirada sobre pequeños seg-

mentos de la realidad portadores de sentido, busca recolocar en su contexto las acciones, las repre-

sentaciones y los comportamientos de una época determinada. Estaría, por tanto, cerca de la

microstoria italiana. La segunda, Sozialwissenschaftliche Informationen, funciona sobre el princi-

pio de estudios temáticos de época contemporánea, aunque abierta a todas las ciencias humanas

en un intento por abarcar a un público de universitarios cada vez más amplio.

En el centro de las preocupaciones de esta historiografía alemana se encuentran las acciones

y los sufrimientos de quienes han sido etiquetados regularmente bajo la apelación polisémica e

imprecisa de gente pequeña o gente corriente. Les interesa su trabajo y sus ausencias, su hábitat

y su falta de vivienda, su alimentación y sus carencias, sus deseos y sus odios, sus querellas y sus

apoyos, sus recuerdos, sus miedos y sus esperanzas, en definitiva, la vida y la supervivencia de los

tradicionalmente conocidos como los sin nombre9. Hasta ahí se desplazaron sus centros de aten-

ción, aunque sin excluir en modo alguno a quienes actuaban desde las azoteas de mando del

Estado y de la sociedad, que también tendrían su otra imagen bilateral10.

8 El contraste con una de las citas más clásicas de Marx, procedente de El 18 Brumario de Luis Bonaparte, que

con tanto acierto desmenuzaba Juan José Carreras en sus clases, no puede ser más claro: Los hombres hacen su

propia historia, pero no la hacen voluntariamente, no en circunstancias elegidas por uno mismo, sino en cir-

cunstancias halladas, dadas y transmitidas. A pesar de todo, insistimos, la Alltagsgeschichte nace de las entra-

ñas de la historia social marxista de la década de los setenta del siglo XX.

9 Alf LÜDTKE: «Was ist und wer treibt Alltagsgeschichte?», en A. LÜDTKE (dir): Alltagsgeschichte..., op. cit., p. 9.

10 La argumentación que sigue reposa básicamente sobre el análisis de cuatro libros. Se trata de Alf LÜDTKE (dir.):

Alltagsgeschichte..., op. cit.; Robert BERDHAL y Alf LÜDTKE (dir.): Klassen und Kultur, 1982; Hans MEDICK y David W.

SABEAN (dirs.): Emotionen und materielle Interessen, 1984; Alf LÜDTKE (dir.): Herrschaft als soziale praxis, 1991.

Casi todos ellos son actas de coloquios celebrados en los años ochenta sobre la relación que la historia y la antro-

pología pueden mantener en el análisis de datos culturales, sociales y políticos.

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ALBERTO SABIO ALCUTÉN

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La clásica escuela histórica alemana del siglo XIX contenía su mirada en las grandes entida-

des que hacían acto de presencia en la historia y señaladamente sobre su principal motor, el

Estado, como tantas veces nos explicó Juan José. Buena parte de la investigación histórica se vol-

caba hacia su estudio y hacia el de los grandes personajes que participaban de su construcción.

Estudiaba las intenciones y las representaciones que habían guiado a estos genios individuales y

describía con la mayor precisión posible el hilo de acontecimientos políticos, institucionales, diplo-

máticos y militares, descansando sobre una explotación crítica de las fuentes a disposición del his-

toriador. Pero este enfoque acostumbraba a desinteresarse por las cuestiones de historia social y

negaba a las capas inferiores todo papel en la escena pública11. Eran grupos que no intervenían en

ella más que episódicamente, rebelándose contra la autoridad, y solían ser valorados de manera

negativa, pues ponían en entredicho el principio del Estado, supuesto motor del progreso de la

humanidad.

A finales del siglo XIX nació una nueva corriente que analizaba la historia desde una pers-

pectiva orientada con preferencia hacia las cuestiones económicas y sociales. Uno de sus prime-

ros representantes fue Karl Lamprecht, cuyas tesis fueron duramente contestadas en el seno de

la escuela tradicional12. Aunque comenzó a desarrollarse a partir de 1900, la historia económica

y social continuó siendo globalmente minoritaria en Alemania hasta la época de entreguerras.

En realidad, fue preciso esperar al final de la Segunda Guerra Mundial para que se desarrollara

realmente la historia social en Alemania, tomando una vía específica, la de la historia de las es-

tructuras o Strukturgeschichte. Con claras inspiraciones weberianas, razonaba en términos de

constitución del Estado moderno y contemporáneo, de proceso de unificación, de industrializa-

ción, de paso de la sociedad del Antiguo Régimen a la sociedad burguesa y capitalista actual. Se

esfuerza en resolver la cuestión del Sonderweg, es decir, la trayectoria específica de la historia

alemana que habría conducido ineluctablemente al país al nazismo13. Las capas inferiores de la

sociedad eran percibidas ahí como grupos sobre los cuales se ejercían de manera casi mecánica

influencias exteriores de todo tipo (económicas, sociales, políticas y, en menor medida, cultura-

les). En cada individuo se veía un dato bruto, cuantificable, al que se podía hacer entrar en una

serie de diagramas y de cuadros, de síntesis estadísticas más o menos refinadas, al lado de otros

muchos millares de individuos reducidos a la unidad en una serie.

La Alltagsgeschichte ha de entenderse como una doble ruptura, tanto con la escuela ale-

mana tradicional que rechazaba ver agentes de la historia en las clases bajas, como con la his-

toriografía de posguerra que no realizaba con ellas una auténtica construcción de sujetos. Es

más, los Alltagshistoriker tienen una concepción bastante extensa de esa noción de olvidados

de la historia, aunque remitan en primera instancia a los grupos perseguidos. Alf Ludtke cita,

para época moderna, a las minorías étnicas y religiosas, aunque los estudios más numerosos ver-

san sobre las poblaciones masacradas durante la Segunda Guerra Mundial, las minorías judías y

11 Entre los trabajos más representativos de esta escuela puede citarse el de Leopold von RANKE: Deutsche Ges-

chichte im Zeitalter der Reformation, Leipzig, 1881, o el de Heinrich VON TREITSCHKE: Deutsche Geschichte, 5

vols., Leipzig, 1879. Sobre estas cuestiones he tenido la suerte de tener a uno de los mejores maestros, Juan

José CARRERAS. Entre sus trabajos, «Ventura del positivismo», Idearium. Revista de Teoría e Historia Contempo-

ránea (1992), pp. 7-23; «Categorías históricas y políticas: el caso de Weimar», Mientras tanto, 44 (1991), pp.

99-111, o la introducción y edición del monográfico de la revista Ayer sobre «El Estado alemán, 1870-1992».

12 De LAMPRECHT puede citarse, sobre todo, su monumental Deutsche Geschichte, 16 vols., Fribourg-Brisgau, 1891-

1908.

13 Particularmente representativas de esta corriente son, entre otras, las investigaciones de Hans-Ulrich WEHLER:

Das deutsche Kaiserreich, 1871-1918, Göttingen, Vandenhoeck & Ruprecht, 1973, o, un poco después Deutsche

Sozialgeschichte, Erste Band, 1700-1815, Munich, Beck, 1987.

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gitanas, los desertores y prófugos o los miembros de la Resistencia14. De igual modo, su interés

se centró en grupos numéricamente más importantes como el campesinado, el mundo del arte-

sanado o de los obreros, que se llevaron la parte del león de las investigaciones. El panorama no

sería completo si nos olvidásemos de incluir en esta categoría a las mujeres, vistas durante mu-

cho tiempo como eternas menores, pasando de la tutela paterna a la del marido y siendo des-

plazadas sistemáticamente hacia posiciones de inferioridad en relación con los hombres. Fueron

los Alltagshistoriker quienes propulsaron realmente la historia de las mujeres en Alemania ya a

finales de los setenta, como parece indicar la publicación de una monumental historia de las mu-

jeres en la cual anduvieron fuertemente implicados15. A juicio de Carola Lipp, el concepto mar-

xista de clase dejaba invisible a la mujer como mujer16, por lo que resultaba imprescindible aña-

dir a la categoría de clase la de sexo, en tanto en cuanto la relación histórica entre el hombre y

la mujer era considerada, al igual que la relación entre el obrero y el patrón, como esencialmen-

te desigual. Más recientemente esta historia de las mujeres se ha reorientado, alejándose algo

del movimiento feminista y centrándose más en una historia crítica de la vida cotidiana de la

14 Alf LÜDTKE: «De los héroes de la resistencia a los coautores. Alltagsgeschichte en Alemania», en Ayer, 19 (1995),

p. 55.

15 Nos referimos a Anette KUHN (dir.): Frauen in der Geschichte, vols. 1-7, Düsseldorf, Schwann, 1979-1986.

16 Carola LIPP: «Überlegungen zur Methodendiskussion. Kulturanthropologische, sozialwissenschaftliche und histo-

rische Ansätze zur Erforschung der Geschlechterbeziehung», en Frauenalltag-Frauenforschung, Frankfurt am

Main, 1988.

Juan José con los profesores del área de Historia Contemporánea(marzo de 2006).

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mujer. Naturalmente, las opciones sociopolíticas, ancladas en movimientos alternativos, acaba-

ron incidiendo en la elección de los temas objeto de estudio.

La atención hacia los actores modestos de la historia no les condujo, sin embargo, a reali-

zar biografías de ellos sobre el modelo de las trazadas para los grandes hombres. En otras pala-

bras, no se contentan con desplazar los centros de interés pero para seguir utilizando métodos

antiguos. No hay voluntad de heroizar a las minorías o de colocar, frente a la biografía de Bismarck,

la de algún obrero empleado en la Krupp o en la Siemens. Lo que rechazan es, sencillamente, que

se considere a estos grupos como simples agregados de datos brutos, en lugar de admitir que los

individuos que los componen están dotados de personalidad propia, que han desarrollado de ma-

nera concreta a lo largo de su existencia y que son algo más que simples unidades dispuestas a

ser incorporadas en una serie abstracta. Todo ello conduce a los Alltagshistoriker a interesarse por

un acontecer cotidiano que no puede comprenderse sin referencia a las representaciones men-

tales que presiden las acciones individuales y las relaciones interindividuales cotidianas17. De ahí

que pongan énfasis en las normas y en los valores que organizan las subjetividades individuales

y rigen la acción.

La Alltagsgeschichte, según sus defensores, ya no ve en el hombre a un individuo pasivo que

se contentaría con reaccionar ante impulsos sociales, económicos y políticos provenientes del

exterior (por lo general, de arriba) y sobre los cuales no tendría la menor respuesta. Al contrario,

ve en estos sujetos una cierta libertad de acción en un contexto particular y en una modelización

peculiar de representación del mundo, suma de las propias experiencias individuales y colectivas.

Por ejemplo, en una obra dedicada a las empleadas de hogar a comienzos del siglo XX, durante el

Reich guillermino, Dorothee Wierling se ha interesado por cómo estas mujeres, en función de los

valores adquiridos y de sus experiencias de vida, evolucionan en su oficio, guiadas por una idea

nodal que rige su devenir: la búsqueda de un futuro más seguro18. Para ello, a veces se aliaban con

la señora de la casa y, a veces, la señora resultaba todavía más dominante y brutal que el señor

pero, sea como fuere, ya no aparecen como un simple resultado de manipulaciones previas. La

cuestión estaría en saber aplicar la razón a acciones que pueden parecer, a primera vista, irracio-

nales, a la vista de las normas de las clases dominantes o de los valores actuales. En todo esto han

incidido mucho los planteamientos de Jürgen Habermas, que facilitan y hacen posible la aplica-

ción del principio de racionalidad a las acciones de los hombres de sociedades premodernas y a su

comprensión del mundo, en lugar de razonar únicamente en términos de creencias populares y de

individuos desprovistos de toda autonomía. La insistencia en la subjetividad de tantas personas

requiere completar la lógica sistémica de la historia social con una lógica del mundo vital, comu-

nicativa y referida a las experiencias, es decir, con una lógica informal de la vida, tomando con-

ceptos de Habermas19. Se comprende así mucho mejor la llamada de atención de Hans Medick al

estudio de las relaciones entre acción y experiencia en las cuales los individuos, los grupos, las

capas y las clases vivían, trabajaban, sobrevivían, resistían y eran dominados20.

17 Sobre estas relaciones interindividuales cotidianas que forman redes, véanse las sintonías con A.M. BANTI: Terra

e denaro. Una borghesia padana dell’Ottocento, Venecia, Marsilio Editori, 1989; también con E. BOTT: Familia y

red social, Madrid, Taurus, 1990.

18 Dorothee WIERLING: Mädchen für alles. Arbeitsalltag und Lebensgeschichte städtischer Dienst-mädchen um die

Jahrhundertwende, Berlin, Dietz, 1987.

19 Jürgen HABERMAS: Teoría de la acción comunicativa, Madrid, Taurus, 1988. El original en alemán data de 1985.

20 Hans MEDICK y David W. SABEAN: Emotionen und materielle Interessen..., op. cit. La presentación al público fran-

cés del potencial etnológico de la historia social en Hans MEDICK: «Missionnaires en canot. Les modes de con-

naissance ethnologique, un défi à l’histoire sociale», Genèses, 1 (1990), pp. 24-46.

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Es desde esta óptica desde la que los Alltagshistoriker se interesan por las condiciones de vida

cotidiana de las clases inferiores, sin olvidar sus precariedades y sus sufrimientos. Conviene indi-

car que la perspectiva de vida cotidiana no es la que han adoptado, por ejemplo, muchos histo-

riadores franceses, que remite a algo puramente descriptivo, al estudio de la alimentación, del ves-

tido, de las condiciones de trabajo o de las manifestaciones festivas. Nada de esto suele ocurrir en

la Alltagsgeschichte, que ve en la vida cotidiana ante todo un espacio de experiencia y cuyo prin-

cipal objetivo sería valorar su incidencia sobre las acciones individuales21. A partir de ahí, el inte-

rés por el concepto espacio de experiencia puede comprenderse sin demasiadas dificultades. Si los

Alltagshistoriker rechazan comprender por más tiempo al individuo con referencia a unos carac-

teres medios, se revela necesario desarrollar otros criterios de clasificación. La noción de espacio

de experiencia no niega al individuo con sus particularidades (cada recorrido biográfico es único)

y hace posible la reconstrucción de categorías con criterios de reagrupamiento no ya basados en

datos cuantificables sino en una experiencia social y generacional común. Esta perspectiva se

manifiesta de manera muy clara en un artículo de Alf Lüdtke dedicado a las relaciones que los

obreros alemanes mantuvieron con el nazismo. Ya no se pretende dar una imagen de la clase obre-

ra como una masa formada por un número n de individuos que presentan las mismas caracterís-

ticas genéricas. Se abandona una perspectiva puramente estadística y se presta más atención a las

experiencias de trabajo y a los valores que ellas generan para comprender mejor por qué muchos

obreros aceptaron de manera tácita el nazismo22. La gran cantidad de formas de adaptación, cola-

boración y participación de los obreros alemanes con el III Reich fue uno de los resultados más

desgarradores, pero también mejor probados, de las primeras investigaciones de Lüdtke o de

Niethammer, desmintiendo supuestas atribuciones heroizantes a unos contingentes de población

hasta entonces considerados como indiferentes o incluso resistentes. La Alltagsgeschichte indaga

y muestra que muchos trabajadores de izquierda en la década de los veinte formaban parte luego

de las filas nacionalsocialistas durante la toma de poder nazi en 1933, una cuestión que parecía

tabú en Alemania hasta mediados de la década de los ochenta. La distinción, aparentemente diá-

fana, entre unos pocos autores y unas muchas víctimas ya no resultaba tan clara; a esta pérdida

de legitimidad victimista de buena parte del pueblo alemán contribuyeron los trabajos sobre dela-

ciones populares23 y también las investigaciones contemporáneas realizadas por Ian Kershaw, en

particular las desarrolladas sobre el mito de Hitler24. Desde la Alltagsgeschichte no puede explicar-

se de otra forma la relativa estabilidad del nazismo alemán.

21 Dorothee WIERLING: «Alltagsgeschichte und Geschichte der Geschlechterbeziehungen. Über historische und his-

toriographische Verhältnisse», en Alf LÜDTKE (dir.): Alltagsgeschichte..., op. cit., p. 169.

22 Alf LÜDTKE: «Who blieb die ‘rote Glut’? Arbeitererfahrungen und deutscher Faschismus», pp. 224-282, dentro de Alf

LÜDTKE (dir.): Alltagsgeschichte..., op. cit. Una exposición en francés, muy interesante por su explicitación teórica a

través de un caso concreto, en Alf LÜDTKE: «Où est passée la braise ardente? Expériences ouvrières et fascisme alle-

mand», en Alf LÜDTKE (ed.): Histoire du quotidien, Paris, Éditions de la Maison des Sciences de l’Homme, 1994.

23 Sobre la actividad de la Gestapo y las colaboraciones efectivas de buena parte de la población, pueden consul-

tarse un par de trabajos básicos, entre otros, R. MANN: Protest und Kontrolle im Dritten Reich. Nationalsozia-

listiche Herrschaft im Alltag einer rheinische Grosstadt, Fráncfort / Nueva York, Campus Verlag; y también R.

GELLATELLY: The Gestapo and German Society. Enforcing Racial Policy, 1933-1945, Oxford, Clarendon Press, 1990.

24 I. KERSHAW: The Hitler-Myth. Image and Reality in the Third Reich, Oxford, Oxford University Press, 1987. Las

investigaciones de la Alltagsgeschichte nos llevan a hacer notar que hombres muy normales, de edad media,

pertenecientes a unidades de la policía y de las fuerzas armadas, realizaron los fusilamientos de judíos y la repre-

sión de bandas a partir de 1939 en el Este. Browning nos muestra, por ejemplo, cómo estas acciones violentas

contra judíos suponían un trabajo manual sangriento que era doloroso para sus autores, pero no lo suficiente

como para que se abstuvieran de ello, vid. Ch. BROWNING: Ganz normale Männer. Das Reserve-Polizeibataillon

101 und die Endlösung in Polen, Reinbeck, Rowohlt, 1993.

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Numerosos historiadores han reprochado a los Alltagshistoriker la vertiente populista y

demagógica de sus trabajos. Cuando escriben sobre los desastres que acompañan al advenimien-

to de las sociedades contemporáneas, se les ha recriminado que alimentan una nostalgia insana

por el pasado frente a una descripción idílica de las sociedades tradicionales, ennegreciendo al ex-

tremo un proceso de modernización que habría sido globalmente positivo. Jürgen Kocka les acusa,

por ejemplo, de convertir al mundo preindustrial en un nuevo paraíso perdido. Los Alltagshisto-

riker se han defendido alegando que en ningún caso idealizan, pues subrayan la precariedad de la

existencia llevada por estos grupos marginados a lo largo de los siglos. Sin voluntad de idealizar

un periodo preindustrial marcado por condiciones de vida tan penosas, o incluso más, que las rei-

nantes en los siglos XIX y XX, quieren, sin embargo, mostrar que las poblaciones pobres pudieron

vivir mejor antes de la Revolución industrial. Ahí sobrevuela la influencia de E.P. Thompson, cuyo

análisis sobre la manera en que los obreros ingleses vivieron el proceso de industrialización duran-

te la segunda mitad del XVIII y a lo largo del XIX ha sido ampliamente aceptado por los practican-

tes de la Alltagsgeschichte25. Una mejora cuantitativa del nivel de vida, caracterizada por un alza

del poder de compra, o una alimentación más completa no les parece automáticamente sinónimo

de mejora de la vida cotidiana. Un obrero podía vivir peor todos los días de su vida si se le ampu-

taban los puntos de referencia que delimitaban el mundo en el cual se desenvolvía hasta enton-

ces. La experiencia, también desde este punto de vista, no se circunscribe a datos cuantitativos (un

producto neto por habitante...), sino que más bien pone en relación los valores adquiridos y las

posibilidades de satisfacerlos que ofrece el contexto.

Un artículo de Lutz Niethammer, centrado en la cultura obrera en la República Democrática

alemana, nos suministra un ejemplo cómodo para lo que queremos decir26. A partir del estudio de

casos individuales, el autor reconstruye el hilo vital de un centenar de personas nacidas en los años

veinte y pertenecientes a medios obreros, con la finalidad de estudiar las representaciones políti-

cas y sociales de estos ciudadanos. Estas personas opinan sobre los acontecimientos que han mar-

cado su existencia, su primera juventud desarrollada bajo el nazismo, su vida profesional y fami-

liar, su visión de la sociedad y del régimen de la Alemania del Este, su mirada sobre la Alemania

del Oeste. Solo teniendo en cuenta las motivaciones calculadas, pero también las emociones y los

sentimientos, podrá deducirse la lógica de las conductas individuales y colectivas. Y, para los tra-

bajadores alemanes de los años treinta, dentro de los motivos sentidos estarían la participación en

acciones para servir al Estado y a la patria, en este caso al nacionalsocialismo, con todo su discur-

so del trabajo bien hecho que fortalecía su autoestima y su autojustificación.

La subjetividad de cada experiencia individual es, por tanto, muy tenida en cuenta, aunque en

realidad, contrariamente a lo pretendido por sus críticos más furibundos, la Alltagsgeschichte no

rechaza el análisis cuantitativo; la cuestión estaría más bien en saber lo que conviene contar y

medir. Lo que rechazan es la deshumanización de los estudios estadísticos tradicionales. El artícu-

lo de L. Niethammer ilustra hasta qué punto es posible instaurar la conexión entre la mirada desde

el interior y desde abajo propuesta por los Alltagshistoriker, donde los métodos antropológicos se

revelan fundamentales, y los análisis estadísticos situados en un nivel de generalización más amplio.

El problema de la escala de análisis se inscribe en el mismo contexto. Bajo la pluma de la

antropología histórica alemana reverdece la primacía de los pequeños conjuntos geográficos o

25 Como siempre, no está de más recordar E.P. THOMPSON: La formación histórica de la clase obrera en Inglate-

rra, 1780-1832, Barcelona, Crítica, 1989, 2 vols., y del mismo autor, «The moral economy of the english crowd

in the eighteenth century», Past and Present, 50 (1971), pp. 76-136.

26 Lutz NIETHAMMER: «Annäherung an den Wandel. Auf der Suche nach der volkseigenen Erfahrung in der Indus-

trieprovinz der DDR», en Alf LÜDTKE (dir.): Alltagsgeschichte..., op. cit., pp. 238-245.

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sociales. Por eso escribe Hans Medick que la Alltagsgeschichte y la microhistoria son hermanas. La

influencia de la microhistoria italiana y particularmente de tres de sus representantes —Giovanni

Levi, Carlo Ginzburg y Carlo Poni— es perfectamente perceptible en buen número de trabajos; sin

ir más lejos, lo testimonia el programa del Max-Planck Institut für Geschichte sobre la protoin-

dustrialización, aplicando los principios generales previamente elaborados a espacios estrecha-

mente delimitados. Estas concomitancias con la microhistoria nacen de valorar la proximidad que

da el detalle, sin por ello dejar de lado las grandes cuestiones historiográficas. A escala micro sería

más fácil de detectar la compleja relación entre las estructuras globales y la praxis de los sujetos27.

Otro enlace no forzado con la microhistoria se produciría al intentar reconstruir en ambos casos

los procesos mentales de hombres que no pertenecían a las capas sociales altas y que, por tanto,

no dejaban demasiados testimonios de sí mismos (la metodología empleada por David Sabean para

escudriñar en los procesos mentales de los aldeanos suabos que se niegan a ir a comulgar no es

muy distinta a la de Ginzburg y su molinero filósofo, etc.). De igual modo Alf Lüdtke, en su artículo

sobre el mundo obrero bajo el nazismo28, apoya buena parte de sus tesis en la investigación de un

diario redactado por un obrero tornero empleado por la Krupp en Essen. Este tornero recoge por

escrito, a su manera, sus principales preocupaciones y anota todo lo que querría conservar en la

memoria. Al principio rellena buena parte de las cuartillas con notas manuscritas sobre precios ali-

mentarios, aunque también se encuentran anotaciones sobre las elecciones al consejo de empre-

sa, a las instituciones locales o al Reichstag. Poco a poco, las indicaciones detalladas de precios van

desapareciendo. Se reserva un amplio espacio a la jornada del 1.º de mayo de 1933 como hecho

notable donde la gran política parece entrar en contacto con lo cotidiano y con lo personal. El dia-

rio permite calibrar, en definitiva, hasta qué punto los obreros reivindicaban un universo propio,

más allá de la macropolítica, de la macroeconomía y de la aceptación pasiva de la dominación,

intentando reivindicar sus esferas de práctica cotidiana. El ejemplo viene a colación por cuanto

evidencia el enorme peso de las significaciones culturales, que mediatizarían las relaciones socia-

les y que, a su vez, serían producto de las interacciones de los individuos entre sí.

Si se abandona la escala macroscópica se podrá entender mejor, a su juicio, cómo han vivido y

han reaccionado los distintos actores sociales y, sobre todo, cómo ellos mismos han percibido su pro-

pio mundo. Esta sería una de las ventajas de desechar esas visiones autocentradas y universalizantes

del pasado que, además, mataban la especificidad de las experiencias individuales. Alf Lüdtke, por

ejemplo, no es hostil al concepto de modernización en sí mismo; les reprocha más bien a otros histo-

riadores la manera superficial de servirse de él, a base de analizar el proceso de transformación que

conoce la Alemania del siglo XIX contentándose únicamente con describir la evolución de la situación

política y socioeconómica hasta nuestros días, sin tener en cuenta cómo las gentes vivieron, reaccio-

naron o se adaptaron a ese proceso, lo cual requiere acercarse a métodos propios de la antropología.

Hans Medick ha reflexionado acerca de cómo el historiador puede servirse de los concep-

tos del antropólogo americano Clifford Geertz, especialmente del de descripción densa29 (thick

27 Hans MEDICK: Emotionen und materielle Interessen...?, op. cit., p. 41. La referencia la tomo de Javier UGARTE: La

nueva Covadonga insurgente, Madrid, Biblioteca Nueva, 1998, p. 42.

28 Alf LÜDTKE: «Wo blieb die rote Glut. Arbeitererfahrungen und deutscher Faschismus», op. cit., pp. 224-282.

También Alf LÜDTKE: «Formierung der Massen oder Mitmachen und Hinnehmen? Alltagsgeschichte und Fas-

chismusanalyse», en H. GERSTENBERGER y D. SCHMIDT (eds.): Normalität oder Normalisierung?, Münster, Westfä-

lisches. Dampfboot,1987, pp. 15-34.

29 Se remite especialmente al trabajo de Clifford GEERTZ: «Thick Description: toward an Interpretative Theory of

Culture», en The Interpretation of Cultures. Selected Essays, New York, Basic Books, 1973. Hay traducción al cas-

tellano en La interpretación de las culturas, México, Gedisa, 1996. Incluso, dado su componente histórico más

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description). La observación participante del antropólogo que estudia las civilizaciones ajenas a

sus referencias culturales podría servir de apoyo contra la frecuente tendencia en algunos his-

toriadores de quedarse con lo conocido y considerar extraño e incomprensible todo lo demás.

Tomando conciencia de que el observador no puede instalarse en la piel del indígena y, por

tanto, sin tener acceso a las representaciones culturales del otro, la descripción densa permi-

te, al menos, estudiar las relaciones y las representaciones analizando las formas simbólicas

—palabras, imágenes, instituciones, comportamientos— con la ayuda de las cuales se ven las

gentes a sí mismas y se presentan delante de los demás30. Interrogando a los protagonistas

acerca de la interpretación que se dan a sí mismos sobre su mundo, el antropólogo americano

construye un sistema conceptual de trazos específicos que intenta comprender la lógica interna.

De igual modo, piensan Medick o Natalie Davis, el historiador debe dejar ante todo que el suje-

to de su investigación hable por sí mismo, sin necesidad de que el investigador se aproxime con

planteamientos guiados por una teoría preconcebida, por cuanto se subraya la calidad de extra-

ño de cualquier objeto de investigación histórica, no solo la de los indígenas extraeuropeos, sino

fuerte, la nueva historia de la vida cotidiana se apoyaría también con frecuencia en Marshall SAHLINS, por ejem-

plo, Islas de historia: la muerte del Capitán Cook. Metáfora, antropología e historia, Barcelona, Gedisa, 1988.

La publicación en alemán es de 1986.

30 Hans MEDICK: «Missionnaires en canot...», art. cit., pp. 24 y ss. El entrecomillado final de párrafo en el mismo artículo.

En esta pág. y la siguiente, dibujos alusivos a los temas tratados en uncurso de verano de la UCM en El Escorial sobre «Renovación en la his-

toriografía: entre la historia política y la historia cultural» (2002).En el último de ellos se lee Habla mamá historia:

respetad los sujetos, cuidad las estructuras…, sed educados.

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también la de los aldeanos de la Edad Moderna o la del obrero de una fábrica en los años del

nacionalsocialismo. A este respecto, Medick resalta que la descripción densa no significa renun-

ciar a la interpretación sistemática, pero sí negarse a asumir la (falsa) apariencia de univocidad,

coherencia y carácter definitivo de la interpretación, lo cual no significa renunciar a cierto

grado de sentido común, aunque solo sea para hacer mínimamente manejable el material re-

copilado.

Frente a todo ello, se alza también el escaso atractivo que a la Alltagsgeschichte le ofre-

cen ciertas corrientes de etnología y de antropología. Por ejemplo, las propuestas de la escuela

funcionalista inglesa y de la escuela estructuralista francesa son rechazadas a todos los niveles.

Hans Medick les recrimina su mirada eurocentrista y unilateral sobre los objetos estudiados, así

como su visión ahistórica de las civilizaciones extraeuropeas y su lectura demasiado mecánica

de las sociedades extrañas. Cualquier referencia a la Volkskunde, tal como fue practicada has-

ta los años sesenta, está igualmente ausente. Esta corriente antropológica, al menos hasta sus

últimas transformaciones, no pasaría de ser un simple catálogo que describía elementos de la

cultura material tradicional o evocaba la religión y las tradiciones orales, con un pasaje obliga-

do por los usos y costumbres populares. Esta mirada positivista y simplemente descriptiva resul-

taba incompatible con el proyecto internalista y comprehensivo de esta antropología histórica

alemana.

Una de las primeras objeciones dirigidas por Hans Medick a sus oponentes es la de no in-

teresarse por la dimensión cultural de la vida social y por la influencia que la cultura ejerce so-

bre el conjunto de las estructuras políticas, económicas y sociales o, aún mejor, por comprender-

la únicamente como el resultado secundario de una situación socioeconómica dada, cuando en

realidad impregna toda la vida de la comunidad y del individuo. La acción individual, en el pro-

grama de la Alltagsgeschichte, vendría regida por representaciones mentales en las cuales las

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experiencias y adquisiciones culturales desempeñarían un papel preponderante. La libertad del

individuo residiría en el hecho de que él mismo confecciona su bagaje cultural en un proceso de

construcción y de deconstrucción permanente. A este respecto, los actores sociales preferidos

por la Alltagsgeschichte pertenecen a las capas inferiores de la población, es decir, a las más

afectadas por formas de dominación política, social, religiosa y económica31. De la constatación

de esta situación se deduce, por lo general, el postulado de una dependencia con respecto al Es-

tado, a las autoridades políticas y religiosas, al mundo empresarial... Esta es precisamente la gran

crítica que Alf Lüdtke le dirige a Max Weber y a todos aquellos que lo utilizan acríticamente (una

crítica que a Juan José Carreras, creo, le parecía algo injusta). Le reprocha a Weber que única-

mente se interese por las formas de dominación sin analizar cómo los dominados, descritos como

masa homogénea y pasiva, contemplan esta dominación, se pliegan a ella, sin pararse a pensar

que también contemporizan e intentan sacar partido de ella. A partir de la dialéctica hegeliana

del dueño y del esclavo, se nos intenta mostrar que la idea de dominación necesita de síntomas

de afirmación de la autoridad pero también de reconocimiento del otro. Hay, por tanto, un jue-

go de intercambio de dominante a dominado durante el cual cada uno se define como sujeto en

su relación con el otro. El dueño solo es dueño porque en frente suyo tiene un dominado que lo

reconoce como tal. Sobre la base de estas premisas analiza Alf Lüdtke las razones que explicarían

la endeblez de la protesta obrera en el momento de la toma del poder por los nazis (mientras la

mayor parte de los políticos de izquierda, los sindicalistas y los observadores extranjeros espera-

ban enormes movimientos de resistencia) y la aceptación tácita del nuevo régimen32. Buena par-

te de la población alemana reaccionó favorablemente ante las exigencias y ofrecimientos de los

dominadores nazis, de ahí que la Alltagsgeschichte se haya centrado en el estudio de las moti-

vaciones por las que esa población se involucró, más allá de la simple obediencia pasiva o de las

rutinas burocráticas.

En lugar de razonar en términos de oposición dicotómica entre aceptación y rechazo, a

Lüdtke le parece más productivo ver de qué manera la política y las representaciones nazis se ade-

cuaban o no con las experiencias vividas cotidianamente por el mundo obrero. De entrada, 1938

y 1939, años de rearme y de política de amenazas y ocupación, fueron buenos tiempos para los

trabajadores de la industria alemana, y también 1942 y 194333. Las perspectivas favorables de evo-

lución profesional se conjugaron con el entusiasmo y la satisfacción de estar colaborando en un

símbolo de los nuevos tiempos modernos, como era la industria aeronáutica, aunque fuera de

armamento. Todo ello aderezado con eslóganes famosos como el hombre alemán duro como el

acero de la Krupp o el trabajo de calidad alemana 34. O sea, que para muchas personas proceden-

31 La atención preferente hacia la gente que no llevaba las riendas del poder se realiza en la línea formulada por

E.P. Thompson: salvar al calcetero pobre, al artesano anticuado [...] de la desmedida arrogancia de la posteri-

dad (La formación histórica de la clase obrera..., op. cit., p. 11).

32 Alf LÜDTKE: «Wo blieb die rote Glut?», art. cit. Está claro que las teorías sobre la base pequeñoburguesa del elec-

torado nacionalsocialista y los rechazos por parte del mundo obrero ya no son sostenibles, sobre todo a la luz

de los análisis electorales que vienen a demostrar hasta qué punto los electores del partido nazi provenían de

todas las clases, incluido el colectivo obrero.

33 Sobre las posibilidades salariales de estos años en la industria metalúrgica alemana, invirtiendo la tendencia

marcada desde 1928, R. HACHTMANN: «Beschäftigungslage und Lohnentwicklung in der deiutschen Metallin-

dustrie, 1933-1949», Historische Sozialforschung, 19 (1981), pp. 42-68, también G. MAI: «Warum steht der

deutsche Arbeiter zu Hitler? Zur Rolle der deutschen Arbeitsfront im Herrschaftsystem des Dritten Reiches»,

Geschichte und Gesellschaft, 12 (1986), pp. 212-234.

34 Al componente simbólico del trabajo de calidad y del trabajo bien hecho le conceden notable peso específico

ciertos antropólogos, a menudo llevándolo a contextos rurales. Una de las circunstancias más censuradas era la

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tes de los segmentos más pobres de la sociedad, algunas satisfacciones estaban directamente uni-

das a la política bélica nacionalsocialista si como alemanes del Reich cumplían con el criterio de

pertenencia a la Volksgemeinschaft (comunidad del pueblo)35. Muchos obreros vieron en el

Deutsche Arbeitsfront (DAF), la organización sindical creada por los nazis, nuevas posibilidades de

progresar y encontraron en este movimiento la expresión adecuada a sus propias demandas (pro-

moción salarial, promesas de vacaciones...). Entre víctimas y culpables, blancos y negros, la

Alltagsgeschichte saca a relucir múltiples tonos grises, mezclas en las que algunos se convirtieron

en coautores y coautoras, sin serlo permanentemente. Del mismo modo, tampoco fueron raros los

cambios de comportamiento: disposición colaboracionista inicial que se tornó en distancia, escep-

ticismo e incluso resistencia a partir de la segunda mitad de la guerra, aunque también hubo gente

que siguió el camino inverso.

Durante los años que precedieron al ascenso del nazismo, los socialdemócratas y los co-

munistas estaban seguros de que las masas proletarias servirían de muralla contra cualquier

maniobra reaccionaria, de que dichas masas serían capaces de resistir frente a la menor ten-

tativa de toma del poder por parte de la derecha radical. Y, sin embargo, llegado el momento,

muchos obreros colaboraron en el funcionamiento del régimen nazi y participaron en sus ce-

lebraciones. Incluso aunque el terror brutal pudiera atormentar, angustiar o paralizar a milla-

res de personas, la estabilidad relativa del poder nacionalsocialista no reposaba únicamente

sobre dicho terror, sobre la corrupción material o sobre la seducción de las masas por la pro-

paganda. Además de convocar manifestaciones celebrando la unidad nacional pretendidamen-

te reencontrada y presentada como una reconciliación interior, los nazis organizaron sobre

todo el 1º de mayo de 1933, considerado como día de fiesta oficial del trabajo nacional y se

esforzaron por hacer partícipes al mayor gentío posible. La puesta en escena de esas manifes-

taciones pretendía mostrar que se aspiraba a una transformación revolucionaria. Se utilizó

para ello todo el lenguaje, la retórica y el ritual del poder del Estado, de un Estado considera-

do como la representación más palpable de la unificación colectiva que, al situarse por enci-

ma de los conflictos de intereses, debía legitimar el nuevo orden. El 1º de mayo se convirtió así

en una marcha triunfal de los socialistas-nacionales, en una jornada donde desde hacía dé-

cadas se conmemoraba la lucha de los internacionalistas. El mensaje no podía ser otro: todo

un pueblo se ponía en movimiento, obreros y burgueses, altos y bajos, ricos y pobres, con di-

ferencias abolidas; era un solo pueblo, el pueblo alemán, el que desfilaba. Eso sí, la puesta en

escena del 1º de mayo de 1933 fue el contrapunto espectacular a toda una serie de actos de

terror brutal perpetrados por las SA y las SS contra los marxistas de obediencia y los colecti-

vos no nazis o antinazis; marcó, en definitiva, la apertura de un telón macabro, cuyo primer

acto fue la ocupación definitiva de los inmuebles sindicales y la prohibición de todos los sin-

dicatos libres. El 1º de mayo pasó de ser un día de lucha y de recuerdo a las víctimas socialis-

tas a convertirse en un día de fiesta nacionalsocialista, y fue percibido así incluso por mucha

gente que antes había militado en organizaciones comunistas o provenía de la socialdemocra-

cia. Y ya sabemos que, a menudo, las percepciones cumplen un papel clave como factores ex-

plicativos. En este sentido, uno de los objetivos de la Alltagsgeschichte pasaría por encontrar

los motivos de esta aceptación pasiva o incluso de esta aprobación al régimen nazi dentro del

mundo del trabajo.

del cabeza de familia sin energía o fundamento para realizar la función económica que le correspondía. Javier

UGARTE: La nueva Covadonga insurgente..., op. cit., realiza un brillante análisis de esta cuestión a la hora de expli-

car los reclutamientos voluntarios en 1936, p. 21.

35 Alf LÜDTKE: «De los héroes de la resistencia a los coautores...», art. cit., p. 61. Véase también B.P. BELLON: Mercedes

in Peace and War. German Automobile Workers, 1903-1945, New York, Cambridge University Press, 1990.

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A este respecto, los símbolos permiten una referencia simultánea a dos cuestiones: por un

lado, a las significaciones cognitivas e ideales; por otro lado, a los elementos emocionales y sen-

soriales. Las formas de saludar, las insignias, consignas, vestimentas, manera de hablar, melodías o

textos de las canciones36, todo ello ofreció una representación de imágenes de la diversidad social

y de la unidad regulada por el Estado. Los responsables nacionalsocialistas utilizaron con pleno

conocimiento de causa las interpretaciones simbólicas y su profundidad de penetración en la prác-

tica existencial de buena parte de la población. La Volksgemeinschaft o comunidad del pueblo se

consideraba heredera, a su manera, del movimiento obrero, con la finalidad primordial de intentar

sobrepasar las diferencias y los límites de clases, y de borrar cualquier relación de arrogancia de

los trabajadores intelectuales (cuellos blancos) con respecto a los manuales (monos azules). Con

idénticos objetivos, Hitler recurrió con frecuencia en sus discursos a un amplio registro de fórmu-

las ligadas al pan, conectando la falta de pan —Primera Guerra Mundial, inmediata posguerra—

con la miseria política. Unos cuantos símbolos daban forma a los recuerdos y a lo vivido.

Tampoco faltaron invocaciones escénicas a la comunidad del pueblo, como las fiestas de

agradecimiento por la cosecha, el retorno al Reich del Sarre en 1935, la anexión de Austria en 1938

o los Juegos Olímpicos de 1936. Incluso la propia guerra desempeñó un papel no desdeñable, al

menos en la fase de Blitzkrieg y de éxitos militares, hasta el verano de 1941. En una palabra, las

posibilidades de integración ofrecidas por el régimen cuidaron de responder a las necesidades de

identificación de personas profundamente desestabilizadas y desorientadas. A juicio de Kocka

(1988), la falta de vínculos de comunidad y de grupo entre los Angestellte (‘empleados’) alemanes

provocaría sentimientos de alienación y ansiedad que los haría proclives al encuadramiento polí-

tico en las filas nazis; Javier Ugarte (1998), en su estudio sobre el requeté vasconavarro, concede

igualmente un papel clave a los vínculos de comunidad, pero en sentido contrario, es decir, sería

la propia fuerza de aquellos lazos comunitarios la que explica el nivel de movilización producido

en julio de 1936 en Navarra y Álava 37. Los vínculos personales resultarían claves para explicar las

adhesiones políticas, de ahí que trabe su análisis en torno a la existencia de redes sociales exten-

sas, bandos e identidades locales, nudos firmes, contactos tejidos desde la familia y la amistad, la

relación económica o profesional, que actuarían como soportes desde los cuales se explicarían las

actitudes y las percepciones de aquellas gentes.

En definitiva, el comportamiento de los obreros (o de los campesinos) no puede definirse

como la simple resultante de las condiciones de trabajo. Estos comportamientos solo toman forma

en el curso de diversas fases de apropiación de las relaciones, es decir, los sistemas de remunera-

ción se traducían en la práctica en salarios justos e injustos, y la actividad laboral no podía ser

disociada de impresiones momentáneas y de experiencias de larga duración. Muchas personas

amenazadas de deterioro económico (o ya plenamente inmersas en él) desarrollaron un modo de

reacción singular: un repliegue interior hacia el sufrimiento mudo pero, al mismo tiempo, un gran

interés por las grandes promesas de cambio y de revolución. En este sentido, no es sorprendente

36 Las concomitancias de la Alltagsgeschichte con el giro lingüístico, a mi entender algo menores de lo que se

viene indicando, en Gérard NOIRIEL (1997), p. 147. Probablemente, muchos Alltagshistoriker participarían de las

críticas vertidas por Giovanni LÉVI (1993) al giro lingüístico, en el sentido de que la investigación histórica no

es una actividad puramente retórica o estética y, por ello, rebatirían el relativismo, el irracionalismo y la reduc-

ción del trabajo del historiador a la interpretación de textos, vid. «Sobre microhistoria», en Peter BURKE (ed.):

Formas de hacer historia, Madrid, Alianza Editorial, pp. 119-143. El original, en inglés, es de 1991.

37 El entorno ritual y simbólico (cánticos, escapularios, banderas, gritos, viejos conocidos...) que enardecía a los car-

listas vascos y navarros, y otorga peso a cada contexto, en la magnífica aproximación sociocultural a la guerra

civil (o, mejor aún, a la sociedad en que fue posible la guerra) realizada por Javier UGARTE: La nueva Covadonga

insurgente..., op. cit., pp. 101 y ss.

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que los eslóganes del KPD y del SPD apenas se distinguieran de los del partido nazi en temas como

el trabajo, el pan y la libertad, eso sí, incluyéndose en diferentes combinaciones. Estas palabras-

símbolo, tan grandes como cotidianas y concretas, no constituían un programa, pero podían reu-

nir las experiencias y los sufrimientos de muchas personas, al tiempo que alimentaban también la

esperanza en un Estado considerado como entidad suprapolítica, aunque fuera (por desgracia) con

una autoridad situada más allá de la política de partidos.

Epílogo. El último mes

Apenas quince o veinte días antes del fallecimiento de Juan José, pasé a ordenador un texto

manuscrito suyo titulado «El compromiso con la paz de la Constitución republicana». Luego se

publicaría a modo de delantal en una edición facsimilar de la Constitución española de 1931, justo

cuando se cumplían 75 años de su promulgación. Esas breves cuartillas, emborronadas con la par-

ticular letra enrevesada de Juan José, están escritas con la centelleante ironía y la demoledora

inteligencia que eran usuales en él. Abordan un tema no muy frecuentado por la historiografía, a

pesar de su relevancia: el discurso pacifista de la Constitución republicana. Ya lo había dicho

Mirkine-Guetzevich, uno de los constitucionalistas más conocidos de los años treinta, en cita tan

bien traída por Juan José Carreras como contundente en su apreciación: por vez primera en la his-

toria constitucional del mundo moderno, la Constitución española ha puesto en armonía una

Carta Magna con el Pacto de la Sociedad de Naciones y con el Pacto Briand-Kellog, pacto este

último —añadía Juan José— que en 1926 renunciaba a la guerra como instrumento de política

nacional, frase que recogía tal cual el artículo 6º de la Constitución republicana de 1931.

Mientras transcribía estos textos de Juan José en noviembre de 2006, en lo que iban a ser su

penúltima y última conferencias, y de paso aprendía yo hasta qué punto la Constitución republi-

cana fue, también en política internacional, un valor moral, mientras todo eso sucedía, aún tuvo

tiempo Juan José Carreras de revisar con generosidad algunos capítulos de El final de la dictadu-

ra. La conquista de la democracia en España, 1975-1977, el libro que meses más tarde publicaría

quien estas líneas suscribe junto con Nicolás Sartorius. Carreras nos ayudó a trazar mejor el estu-

dio de las relaciones República Federal Alemana-España en esos meses críticos y a caracterizar la

situación de la Universidad española en 1976 y 1977, con todas sus inercias aún a cuestas, esa

Universidad que conocía tan bien por haberla padecido. Una ficha policial de 1975 decía del pro-

fesor Carreras Ares:

[...] es vocal de la directiva del Teatro Estable de Zaragoza, firmante de la carta a la Pre-

sidencia del Gobierno suscrita por intelectuales en diciembre de 1969 en demanda de li-

bertades políticas y sindicales y, como profesor agregado en la Facultad de Filosofía y Le-

tras, ve con agrado la agitación estudiantil e incluso la apoya, dada su clara oposición al

régimen.

Era un eslabón más de su arriesgado compromiso que se remontaba ya a los años cincuenta

del pasado siglo XX.

Gracias, querido Juan José, maestro de historiadores, por no querer convivir con la falta de

humanidad, por saber llenar los años de vida y por ser tan culto para ser tan libre.

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MERCEDES YUSTA

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a Juan José Carreras, In Memoriam

He tenido la inmensa fortuna de ser alumna del profesor

Carreras durante mis estudios de licenciatura, y pertenezco

al nutrido grupo de historiadores, en su mayoría más ilus-

tres que yo, cuyo tribunal de tesis ha sido presidido por él.

Cuando circunstancias personales y profesionales me lleva-

ron a trasladarme a París, su despacho se convirtió en lugar

de obligado peregrinaje cada vez que volvía de visita a

Zaragoza. Cuando me enteré de su muerte repentina esta-

ba preparando mi tradicional viaje de Navidad a la Inmortal

ciudad: el primer dolor que me atravesó fue la certeza de

que no iba a volver a aquel despacho lleno de cachivaches

y juguetes, cueva de Alí Babá de la historia, a saludar a

Juan José y aspirar el humo del cigarro que seguía fuman-

do ilegalmente, parapetado tras sus montañas de papeles y

objetos. De aquel lugar mágico heredé un pájaro de metal

pintado que mueve las alas accionando una palanca, que

estuvo un día en una estantería del despacho de Juan José

y que viene quizá de Alemania del Este, de alguno de esos

mercadillos donde se liquidan improbables objetos del pa-

sado comunista. El pájaro representa ese lado lúdico de un

Juan José Carreras que incluía en sus escritos más eruditos

citas apócrifas de su álter ego H.J. Renner, pero su heren-

cia más duradera es, sin duda, una obra que es una autén-

tica apología de la historia como método de interpretación

de la realidad y de pensamiento crítico, frente al relativis-

mo de sus diferentes usos, a fiebres memoriales de toda

índole y a una confusión cada vez más creciente entre los

términos de historia y memoria, que hoy invaden los me-

dios de comunicación y hasta los medios académicos her-

manadas en un improbable sintagma.

Cuando defendí mi tesis doctoral frente a un tribunal

presidido, pues, por Juan José Carreras, en el año 2000,

todavía no se hablaba realmente de memoria histórica.

Pero la relación ambigua entre ambos términos, que de

forma tan justa expuso Juan José en numerosas ocasiones,

ya estaba muy presente en la historiografía. En mi propia

¿Por qué decimosmemoria histórica

cuando queremos decirmemoria?

MERCEDES YUSTA

Universidad de Cergy Pontoise

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MERCEDES YUSTA

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tesis sobre la guerrilla antifranquista, el discurso sobre la memoria ocupaba un lugar muy impor-

tante, así como ciertas tesis culturalistas que no eran del todo del gusto de Juan José, que repro-

chaba a Clifford Geertz que explicara la violencia interna de la sociedad balinesa por su afición a

las peleas de gallos, y a quien esto suscribe el poner las solidaridades verticales y la existencia de

una supuesta mentalidad campesina por encima de los conflictos de clase, visión de las cosas de

la que me había impregnado a través de un uso intensivo (pero estrictamente necesario) de las

fuentes orales. En efecto, utilizar la memoria de los testigos como materia prima de la historia

tiene sus riesgos, entre otros que el historiador (o la historiadora) acabe asumiendo y dando por

bueno lo que los testigos cuentan de sí mismos y de los acontecimientos. Lo mismo pasa con los

documentos, se dirá, y en ello consiste el trabajo crítico del historiador. Pero es mucho más difícil,

hay que convenir, sentir la misma empatía hacia un documento que hacia un testigo. Y, sobre todo,

como señala lúcidamente el propio Juan José, la situación es aún más compleja cuando estos tes-

tigos creen estar rindiendo testimonio de algo inefable, por monstruoso y amenazado del olvido1.

La posición del historiador, como mediador y transmisor del pasado, se convierte entonces en algo

extremadamente delicado.

Juan José escribía esta frase a propósito de los testigos de la Shoah, pero probablemente

estaba también pensando (era el año 2003) en la emergencia en España de un discurso sobre el

pasado que entonces ya sí comenzaba a calificarse de recuperación de la memoria histórica. De

hecho, tras largos años en los que las políticas públicas de memoria mostraron escaso interés por

revisitar el pasado, ya a finales de los años noventa comenzaba a surgir de la sociedad civil un

movimiento que se consideraba heredero de los vencidos y de las víctimas de la guerra civil, y por-

tador de una voz y de un discurso que no habían encontrado el lugar que merecían en la memo-

ria colectiva de la sociedad española. Juan José, hijo él mismo de un vencido, no podía sino sentir

simpatía por este movimiento, pero al mismo tiempo, el historiador de la historiografía y el pen-

sador marxista que también era sabían cuán delicado es construir discursos sobre el pasado

tomando como materia prima algo tan frágil y tan inaprensible como la memoria, y lo problemá-

tico que resulta, además, reivindicar una memoria a la que se califica de histórica.

A un año de la desaparición de Juan José, la discusión acerca de esta memoria histórica, aún

sin terminar muy bien de saber qué es lo que ponemos debajo de esta etiqueta, ha alcanzado pro-

porciones bastante extraordinarias, sobre todo en torno a la redacción de una ley, llamada preci-

samente de memoria histórica, cuyo texto definitivo acaba de ser aprobado por el Congreso de los

Diputados. Una ley que ha tenido el raro mérito de no contentar a nadie: ni a aquellos que se supo-

nía serían sus principales beneficiarios, ni, por supuesto, al principal partido de la oposición, que

ya ha anunciado por boca del diputado Jorge Pérez Díaz que, de llegar al poder, no llevará a cabo

políticas llamadas de memoria. Extraordinaria afirmación, por imposible de cumplir: quizá ignora

el diputado popular que la exclusión de la memoria del espacio público también es una política de

memoria.

Como alumna de Juan José y utilizadora habitual de la memoria de los testigos en la escri-

tura de la historia, no podía por menos que interesarme por esta memoria histórica como discur-

so sobre el pasado, así como tratar de dilucidar, epistemológicamente, qué ponemos debajo de la

etiqueta de memoria histórica. Para mi sorpresa, pocos de los historiadores que han tomado parte

en las discusiones en torno al concepto han llevado a cabo una reflexión seria sobre estas cuestio-

nes. Pero quizá no es eso lo más sorprendente: habría que empezar por señalar la escasa relevan-

1 Juan José CARRERAS: «¿Por qué hablamos de memoria cuando queremos decir historia?», en Carlos FORCADELL y

Alberto SABIO (eds.): Las escalas del pasado. IV Congreso de historia local de Aragón, Barbastro, IEA-UNED,

2005, pp. 20-21.

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Page 165: Razones Del Historiador

¿Por qué decimos memoria histórica cuando queremos decir memoria?

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cia que en el espacio público están

teniendo los historiadores profesio-

nales en este tema de la memoria

histórica y su presunta recuperación,

frente a los miles de ejemplares ven-

didos por los asociativos promotores

del asunto o, mucho peor, por auto-

res revisionistas que reaccionan, con

la virulencia que siempre ha carac-

terizado a la derecha de este país,

frente a la emergencia de una pala-

bra de los vencidos y las víctimas del

franquismo en el espacio público.

Hasta tal punto que algunas asocia-

ciones han podido llegar a hablar de

una ocultación de la verdadera na-

turaleza o de los crímenes del fran-

quismo, haciendo tabla rasa de las

innumerables investigaciones sobre

el tema, cuando lo que se puede

achacar a los historiadores es más

bien, probablemente, una dificultad

para difundir estos conocimientos

entre el gran público, frente a la po-

tencia de las maquinarias editoriales

que propulsan la literatura revisio-

nista. En todo caso, desde el punto

de vista de la escritura de la historia

lo que parece preocupante es la reducción de la historia de la guerra civil (y en consecuencia de

la dictadura) en el espacio público a una historia de víctimas y verdugos, como al final parece

deducirse de ambas versiones. Llevando las cosas al extremo, el peligro sería encontrarnos con dos

versiones opuestas del pasado en las que lo único que cambiaría serían los nombres y el color polí-

tico de dichas víctimas y verdugos, pero cuya estructura narrativa sería preocupantemente similar.

En realidad, el problema está en el paso de una memoria de las víctimas a una llamada

memoria histórica cuya pretensión es la de reescribir y reinterpretar el pasado en su globalidad. Es

evidente que nuestra visión del pasado cambia si integramos en ella la memoria de las víctimas; es

evidente también que no podemos seguir escribiendo la historia, hace mucho tiempo que la mayo-

ría no lo hacemos, desde la óptica de los vencedores. Pero tampoco parece deseable desde el punto

de vista de una mejor comprensión del pasado el centrar el relato en el pathos, en una versión

emocional de la historia, como denunciaba Annette Wiewiorka con respecto a la historia del exter-

minio nazi tal y como la defiende Daniel Goldhagen. Este sostenía que, para entender realmente

el alcance de los crímenes nazis, era necesario no solamente explicar las matanzas, sino también

la forma en que los alemanes habían matado2; para la historiadora de la Shoah, tal forma de repre-

sentar el pasado significa la dimisión del pensamiento y de la inteligencia en provecho de la emo-

2 D.J. GOLDHAGEN: Los verdugos voluntarios de Hitler: los alemanes corrientes y el Holocausto, Madrid, Taurus,

1997.

Dibujo realizado desde el tribunal de doctorado que valoróla tesis de M. Yusta sobre la resistencia del maquis en Aragón.

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3 A. WIEWIORKA: L’ère du témoin, Paris, Seuil, 1998, pp. 124 y 126. La traducción es nuestra.

4 Juan José CARRERAS: «¿Por qué hablamos...», op. cit., p. 24.

ción [...] en una época en la que, de forma global, el relato individual y la opinión personal reem-

plazan a menudo el análisis3. El relato del pasado que se está construyendo en España a partir de

la llamada recuperación de la memoria histórica parece compartir más bien la visión de Goldhagen

que la de Wiewiorka; a veces tenemos la impresión de que su forma de enfocar el relato histórico

como una historia de las víctimas, por ejemplo a partir de las exhumaciones de fosas comunes,

pasa por alto que las personas que yacen en esas fosas fueron algo más que víctimas. Pero las víc-

timas no son actores de la historia, como también señala Annette Wiewiorka: las víctimas sufren

la historia, es algo que les pasa y sobre lo que no tienen ningún control. De ahí la importancia de

enfocar el relato de otra forma: quizá como la historia de las utopías que no llegaron a realizarse,

retomando una conocida fórmula benjaminiana de las que tanto gustaba Juan José. La historia de

las utopías en las que creían los republicanos que perdieron la guerra y que acabaron en las fosas

comunes del franquismo.

No llegué a saber qué pensaba concretamente Juan José de esta memoria que se califica de

histórica, como concepto o como discurso sobre el pasado. No pude preguntarle si, como yo,

entreveía un cierto angelismo, una dificultad para el pensamiento crítico detrás de este nuevo

relato del pasado que se autodenomina recuperación de la memoria histórica, ni interrogarle acer-

ca de la complejidad de hacer una crítica de este nuevo relato frente a la existencia de un discur-

so revisionista mucho más peligroso, por inmoral y deshonesto, que la legítima reivindicación de

los nietos de los vencidos de reescribir la historia de los abuelos muertos. Por supuesto, detrás de

mis interrogantes está la preocupación por la función social de la historia y del historiador (o la

historiadora). ¿Cuál es la respuesta que podemos dar los historiadores ante estas demandas socia-

les de memoria, si es que podemos dar alguna? Pero después de todo, Juan José, como los grandes

maestros, no daba respuestas definitivas, sino que ayudaba a seguir formulando preguntas y a

encontrar respuestas siempre parciales y perfectibles. Y esto es algo que, como los grandes maes-

tros, puede seguir haciendo. De hecho, todo su pensamiento y su obra están atravesados por el hilo

rojo de la reivindicación de la solidez de la historia frente al relativismo de nuestra modernidad

líquida y a las tentaciones memorialísticas o conmemorativas, por no hablar de las intentonas revi-

sionistas de meridiano contenido político. En el texto cuyo título he parafraseado (impunemente)

en el título de esta contribución, encuentro un principio de respuesta:

Como proceso cognitivo que es, a la historia como tal le son ajenas cosas como cuánto

debemos recordar como deber y cuánto podemos olvidar como derecho; estas cuestiones no

pueden ser respondidas desde dentro de la disciplina, competen a los usos sociales o polí-

ticos de la historia. La historia tampoco garantiza llenar los huecos de la memoria, conti-

nuamente cuestiona los recuerdos todavía intactos e intenta conocer lo que ignora, de

modo que, al cabo, ninguna memoria puede reconocerse en el pasado reconstruido por la

investigación histórica4.

Seguramente ello no satisfará a las asociaciones de recuperación de la memoria histórica, ni

mucho menos a los revisionistas de toda índole, pero en lo que a mí respecta es un buen punto de

partida para seguir reflexionando.

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MERCEDES YUSTA

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ENCARNA NICOLÁS

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En su compañía nos volvíamos mucho más inteligentes,

nos sentíamos inclinados a poner en nuestras palabras lo

mejor y lo más serio que llevábamos dentro, descartába-

mos los lugares comunes, los pensamientos imprecisos,

las incoherencias1.

Fue en la primera reunión de la Fundación de Estudios

Marxistas, celebrada en Madrid en 1978, cuando conocí a

Juan José. Lo que más me llamó la atención fue su amabi-

lidad, su interés por saber qué estudiábamos o investigá-

bamos los más jóvenes. Me sorprendió que fuera catedrá-

tico de Universidad: su indumentaria informal no encaja-

ba con el perfil que yo tenía del catedrático, tampoco su

ideología de izquierdas y su categoría intelectual. Le pre-

gunté por sus publicaciones y me aconsejó un artículo

aparecido en 1968 en la revista Hispania, «Marx y Engels

(1843-1847). El problema de la revolución». Ese artículo

supuso un antes y un después en mi formación como his-

toriadora. La primera lectura me impactó profundamente,

aunque tuve que releerlo para comprenderlo mejor, ya que

la abundante erudición desplegada en las amplias citas a

pie de página, a menudo en alemán, resultaba un obstácu-

lo para mí.

Ahora, al ver las anotaciones que hice al margen del

texto, soy más consciente de las ideas vertidas en él, que,

indudablemente, me ayudaron a ampliar mi visión de la

historia, muy condicionada por mi militancia comunista de

entonces. En mi interpretación de las propuestas teóricas

de Marx no encajaba un párrafo donde el filósofo apoya-

ba la táctica política de desarrollar las ventajas del sistema

representativo, es decir el liberal, frente al estamental de la

reacción, con el siguiente comentario de Juan José:

Marx se niega a participar en el desprecio de los so-

cialistas por las cuestiones políticas, y considera

una obligación de la crítica concentrarse sobre ellas,

aun considerándolas como mero medio para supe-

Un doble aprendizaje.Anotaciones

sobre Juan José Carreras

ENCARNA NICOLÁS

Universidad de Murcia

1 Natalia GINZBURG: Las pequeñas virtudes, Barcelona, Acantilado,

2002, p. 29.

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ENCARNA NICOLÁS

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rar el Estado burgués liberal. Este realismo político constituirá siempre una de las constan-

tes del pensamiento marxista con raras excepciones (p. 78)2.

Recuerdo que utilicé muchas veces en mis clases la cita que Juan José hacía de los artículos

de Marx en su polémica con Ruge. Era una metáfora perfecta para describir las diferencias entre

las revoluciones alemana, francesa e inglesa:

Hay que conceder que Alemania tiene una vocación clásica para la revolución ‘social’, de la

misma manera que es incapaz de una ‘política’. Igual que la impotencia de la burguesía ale-

mana es la impotencia ‘política’ de Alemania, la predisposición del proletariado alemán es

la predisposición ‘social’ de Alemania.

El proletariado alemán es el teórico de la revolución europea, igual que el francés es el

político y el inglés el economista. La revolución proletaria es también justificada —comenta

Juan José— por una deducción lógica: sólo en el socialismo puede un pueblo filosófico hallar

su praxis correspondiente, es decir, sólo en el proletariado, el elemento activo de su libera-

ción (p. 83). Era una lectura interesada la mía, atendía a aquellas ideas que era capaz de dige-

rir y desatendía los argumentos a través de los cuales Juan José ilustraba minuciosamente la

evolución del pensamiento de Marx y Engels acerca de la revolución burguesa y de la revolu-

ción comunista en sus primeros trabajos en común a partir de 1844. Cuando analiza la reper-

cusión en Engels de la Miseria de la filosofía de Marx resalta como pieza maestra del camino

recorrido por los dos: Los trabajadores constituyen una ‘masa’ que todavía no ha cobrado

conciencia de la comunidad de sus intereses para constituirse como clase, e insiste en el rea-

lismo de los dos teóricos al mostrar la dificultad de campesinos, jornaleros, aprendices y obre-

ros de fábricas de formar una clase capaz de hacerse cargo de los asuntos públicos en Alema-

nia. En contraste, escribe J.J. Carreras, la conclusión es un auténtico himno a la burguesía ale-

mana.

Podemos figurarnos —continúa— la impresión que habrían hecho entre los republicanos

radicales, los artesanos arruinados por la industria o los aprendices proletarizados, frases

tan rotundas como ésta: [...] ‘El partido de la burguesía es el único que tiene por de pronto

posibilidades de éxito’ (p. 127).

También impresionó este análisis a la que entonces era una joven profesora ayudante, cuyas

lecturas comunistas arrancaban más del Marta Harneker que de los textos marxianos comentados,

y sobre todo el Manifiesto, que dirigía su atención a la pronta revolución burguesa en Alemania,

preludio de una revolución proletaria. Luego, esa frase desmitificadora: Ni Marx ni Engels sospe-

chaban que la revolución de febrero en París se cruzaría, por decirlo así, en su proyección revo-

lucionaria (p. 148). El trabajo culmina con la crónica de Engels para un periódico alemán sobre los

sucesos de París:

[...] pues el triunfo de la república en Francia es el triunfo de la democracia en toda Europa

[...] Si los alemanes tienen algo de energía, algo de orgullo, algo de valor, en cuatro sema-

nas podremos gritar también: ¡Viva la República alemana! (p. 154).

¿Se podía colegir en esta exclamación una defensa subliminal de la República española?

Entonces sí lo asocié como tal, lo favorecía la ideología del autor, que yo compartía. De hecho,

años antes, en el prólogo a la Historia de Roma de Mommsen, Juan José Carreras había escrito

sobre el compromiso del intelectual:

2 Esta cita y las siguientes numeradas entre paréntesis, en «Marx y Engels (1843-1847). El problema de la revolu-

ción», Hispania, 108 (1968), pp. 56-154.

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Un doble aprendizaje. Anotaciones sobre Juan José Carreras

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El intento de escribir divorciándose completamente, en el estudio del pasado, de cualquier

apreciación política nacida más o menos meditativamente del presente, era declarado impo-

sible y hasta limitado3.

Treinta años después, con ocasión del ciento cincuenta aniversario del Manifiesto Comunista,

expresaría con la misma elegancia el compromiso político del intelectual al referirse a la historia

de un malentendido:

Y también yo lo he entendido mal, o por lo menos mal leído, pues su lectura no puede limi-

tarse a ser una lectura académica [...]. Si el futuro tiene un ‘cuore antico’, como escribió

Carlo Levi, cualquiera que conciba ese futuro como negación del inicuo orden mundial exis-

tente sigue teniendo en su corazón la imagen ya antigua [...] de una sociedad en la que ‘el

libre desarrollo de cada cual será la condición para el libre desarrollo de todos’ 4.

¿Cómo se había podido publicar su artículo sobre Marx y Engels en Hispania en 1968? Lo pri-

mero que me vino a la cabeza es que no lo habían entendido. La censura, que no había cesado de

actuar a través de nuevas instituciones de control, como el Tribunal de Orden Público o el Gabinete

de Enlace5, no se había aplicado al texto. Es evidente que Hispania, en esos años la única revista

3 J.J. CARRERAS: Razón de Historia. Estudios de historiografía, Madrid, Marcial Pons-PUZ, 2000, p. 15.

4 Ibídem, p. 213.

5 Fue promovido por Manuel Fraga pocos meses después de acceder al Ministerio de Información y Turismo en

1962.

Encarna Nicolás y Mari Carmen (Zaragoza, noviembre de 2006).

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ENCARNA NICOLÁS

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importante de historia, dirigida por fray Justo

Pérez de Urbel, no estaba en el listado de revis-

tas subversivas que el Gabinete había elabora-

do. El acceso a las páginas de la revista se hacía

por decisión personal o por amistad. No se

practicaba el requisito de exigencia científica.

En este caso fue Jover quien sacó del cajón el

original 6. El propio Jover, en una conversación

mantenida a comienzos de 1981 en la que le

pedí que presidiera el tribunal de mi tesis,

cuando aludí a los restantes miembros, se detu-

vo en Carreras para valorar el trabajo, según él

uno de los mejores que se habían publicado en

la revista Hispania.

La defensa de mi tesis7, en junio de 1981,

facilitó un nuevo encuentro con Juan José

Carreras y una experiencia inolvidable. Se había

creado una gran expectación en la Universidad

de Murcia, pues era el primer trabajo histórico

sobre la dictadura de Franco. Hacía casi un año

que había recibido amenazas de una dirigente

de Fuerza Nueva y solo habían transcurrido

unos meses desde el 23-F. Sobre mi Universidad aún pesaba la herencia de falsos intelectuales que

habían prestado sus servicios a la dictadura franquista para reprimir la libertad de pensamiento.

Eso se tradujo en muchos problemas para encontrar un ponente, requisito imprescindible para

matricular la tesis cuando el director era de otra Universidad, y el mío, David Ruiz, era catedráti-

co de la Universidad de Oviedo. El principal apoyo lo encontré en Juan José, que me aconsejó que

invitara a Jover y a Artola, como finalmente hice. La noche anterior al acto de defensa David Ruiz

y Juan José Carreras cenaron en casa. Después de la sobremesa, Juan José me sorprendió, pues que-

ría hablar de la tesis conmigo. ¿Qué tendría que decirme? Yo estaba satisfecha de haber culmina-

do un trabajo que me había resultado enormemente dificultoso en la búsqueda de las fuentes y

en el método de exposición, puesto que no había tenido ningún modelo en el que apoyarme. Sin

embargo, me sentía segura. Aunque la motivación inicial para la investigación había sido política,

desde una actitud antifranquista, nadie podía argumentar que la tesis fuera un producto comu-

nista, como se rumoreó incluso en mi Departamento. Durante más de una hora escuché las obser-

vaciones de Juan José. ¡Cómo se había leído el trabajo, sin dejarse ni una nota! Me descubrió los

juicios de valor que se habían deslizado en mi redacción, las contradicciones entre el ambicioso

proyecto de estudiar la ideología dominante (la de la clase dominante) y la orientación que había

dado, finalmente, a mi investigación a partir del análisis institucional. Al terminar, mi respuesta

fue tajante: no defendería mi tesis al día siguiente, reacción que lo desconcertó por inesperada.

6 Así lo recoge Carlos FORCADELL en la «Nota preliminar» de Razón de Historia...,op. cit., p. 11.

7 Fue publicada en 1982, Instituciones murcianas en el franquismo (1939-1962) (Contribución al conocimiento

de la ideología dominante), Murcia, Editora Regional de Murcia, 1982. Guardo una carta de Juan José, escrita

para agradecerme el envío del ejemplar, en la que me felicita y al mismo tiempo se sorprende de que la Editora

Regional de Murcia hubiera elegido una portada más propia de las instituciones democráticas centroeuropeas

que de una siniestra dictadura.

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Un doble aprendizaje. Anotaciones sobre Juan José Carreras

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Entonces mostró su gran capacidad afectiva para convencerme de que la tesis era buena a pesar

de todo, y que así lo demostraría al día siguiente en su exposición. Su discurso había quebrado mi

comodidad intelectual en el punto en que yo más fuerte me sentía: contar con su apoyo intelec-

tual e ideológico. Me dolía que fuera precisamente él quien descubriera la fragilidad de algunas

hipótesis que se formulaban en la tesis, en particular de las teóricas, las que se basaban en el con-

cepto de ideología como falsa conciencia de la realidad. Me descubrió que un texto en el momen-

to en que se hacía público era objeto de crítica, incluso que yo me daría cuenta con el paso del

tiempo de cómo lo había escrito y cómo lo escribiría de nuevo. Su intervención pública fue bri-

llante, una lección magistral, así calificada por los entendidos que la escucharon, en la que anali-

zó la interpretación de Juan José Linz sobre el franquismo como una democracia de pluralismo

limitado. Lástima que a Juan José le gustara tan poco publicar, porque ninguna crítica de tanta

altura intelectual como la suya se había emitido sobre Linz. Recuerdo que fue en el primer con-

greso que se celebró en Valencia sobre el franquismo, diez años después de la muerte de Franco,

la última vez que le pedí que publicara aquella magnífica pieza oratoria.

Murcia era uno de esos distritos huérfanos, a los que se refiere Carlos Forcadell en su intro-

ducción a Razón de Historia, que reclamaban insistentemente la presencia de Carreras. Juan José

se convirtió en nuestro maestro. Nunca nos fallaba cuando lo invitábamos a presidir tribunales de

tesis, participar en cursos de doctorado o dictar sus impecables lecciones magistrales. Una de ellas

tuvo lugar a propósito del programa de doctorado que yo coordinaba: «Reconstrucción del proce-

so histórico y análisis del discurso», para el bienio 1987-1989. El título de su ponencia: «El concep-

to de revolución burguesa en la historiografía europea». Los alumnos estaban completamente

«Cursillo monográfico sobre el Pato Donald (1934-1984)»,con este guión impartió las últimas clases del curso 1983-84.

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ENCARNA NICOLÁS

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absortos en su discurso. Juan José hizo una disección del concepto de revolución burguesa en

Marx y Engels y atribuyó a una lectura incompleta y superficial de su obra la simplificación que

había llevado a muchos historiadores a identificar revolución burguesa con revolución francesa.

Los jóvenes licenciados matriculados en el doctorado aprendieron que la revolución burguesa

había que abordarla como proceso revolucionario, no hay un modelo de revolución burguesa y,

mucho menos, una revolución nacional modelo. Se asombraron de la erudición de su exposición

rica en citas críticas de Burckhardt, Guizot, Lefebvre, R. Palmer (la revolución atlántica), con alu-

sión a la ofensiva de Cobban 8 (el mito de la revolución francesa), a su influencia en Furet y Richet

y al estallido de lo que él calificaba como discusiones domésticas de la historiografía francesa, con

mención especial a Soboul («Revolución francesa como revolución campesino-burguesa») y, final-

mente, la alusión al recurrente problema de la revolución en Alemania, que ya había ilustrado en

su artículo de Hispania.

Juan José me envió más tarde el texto de la conferencia con esta carta:

En la asignatura de Historia

de Europa, 1900-1945, varias pro-

mociones de alumnos de tercer

curso llevan trabajando dos textos

de Juan José Carreras: «La idea de

Europa en la época de entregue-

rras» y «Weimar, una República in-

segura». Antes de publicarse, estos

textos fueron objeto de sendas

conferencias que impartió en mi

Universidad, aunque el origen

fuera otro, un curso de verano en

Gandía o un seminario en Girona.

Todos nos beneficiábamos de la

difusión de sus enseñanzas, de su

sabiduría. En los primeros años

noventa la cuestión de la unidad de Europa reclamó la atención de los intelectuales en diversos foros

europeos9. Sin embargo, ninguna de las aportaciones, aun revistiendo interés, me pareció tan lúci-

da como la versión que Juan José aportó sobre la idea de Europa, una visión histórica en la que resal-

taba, con la erudición de siempre, acontecimientos ausentes en otros discursos tanto de la ensayís-

tica de la época de entreguerras como de los intelectuales europeos que debatían simultáneamen-

te a la escritura de este artículo:

Cierta idea de Europa y cierta idea de la unidad europea no pudo convertirse en un objeti-

vo realista más que durante la segunda guerra mundial, a costa de aceptar la amputación

de la mitad del continente y bajo protectorado americano.

8 Juan José solía aliviar sus rigurosas disertaciones con anécdotas que permitían relajar al auditorio. La de Cobban

era graciosa: Había pensado en titular su conferencia ‘¿Hubo una revolución burguesa? ’, y que sólo el respeto

al embajador francés que presidía la mesa en el momento de darla le retuvo, todo un detalle de educación

anglosajona...

9 Uno de los más atractivos fue el que tuvo lugar en Estrasburgo, en noviembre de 1992, donde filósofos como

Jacques Derrida y Étienne Balibar, entre otros, debatieron sobre la identidad del continente o la suma de iden-

tidades. El periódico El País dedicó uno de los extras más voluminosos a este asunto, «Europa, el nuevo conti-

nente», el 25 de enero de 1993.

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Un doble aprendizaje. Anotaciones sobre Juan José Carreras

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Cuando mi colega y amiga Carmen González me transmitió la noticia de la muerte de Juan

José, yo estaba dando clase a cuarto curso; no había tenido tiempo de abrir el correo electrónico

enviado por Carlos Forcadell. No pude continuar, la noticia me sumió en una tristeza profunda y

me marché sin poder articular palabra. Cuando Carmen les explicó a los alumnos quién era Juan

José Carreras se quedó sorprendida de que se refirieran a él como el autor del artículo sobre

Weimar del que tanto habían aprendido. En efecto, el texto que había sido antes conferencia con-

tiene importantes orientaciones metodológicas que son muy útiles para la enseñanza de un perio-

do tan complejo y tantas veces simplificado como la república de Weimar. La pregunta que Juan

José se hace al final de su discurso siempre ha favorecido la intervención de los alumnos en clase,

poco propensos habitualmente a hacerlo:

Para terminar, surge inevitablemente la pregunta de si Weimar, por insegura que fuera, esta-

ba destinada a sufrir su trágico final, o si sólo el peso de las circunstancias añadidas desde

la crisis mundial de 1929 agravaron irremediablemente una situación, no ciertamente fácil,

pero todavía abierta.

Después añade las tesis vigentes en la historiografía alemana, sobre todo la de estudiar la

época por sí misma y no en función de 1933, lo que activa en los estudiantes la inevitable com-

paración con la Segunda República española. Un texto con una expresión formal excelente que

lleva implícito un compromiso intelectual del luchador antifascista que fue Juan José Carreras, y

que se refleja en unas pocas líneas donde es casi imposible decir tanto:

Fue la crisis institucional y los decididos a aprovecharla en su beneficio lo que en definiti-

va creó una situación en la que, creyendo poder servirse de Hitler, todos ellos terminaron

siendo sus víctimas o sus cómplices.

La herencia intelectual de J.J. Carreras en la Universidad de Murcia tiene otras vertientes, y

una de ellas es su presencia en los tribunales de tesis que yo había dirigido. El aprendizaje enton-

ces era doble, tanto para el doctorando o doctoranda como para la directora. Una de las tesis que

más le interesó fue la de Carmen González, titulada Poder político y sociedad civil en Murcia

durante la II República y la guerra civil, defendida en la primavera de 1994. A Carmen le ocurrió

igual que a mí cuando Juan José, en un café frente a la catedral, en mi presencia, le explicó algu-

nas de las observaciones críticas que iba a tratar en su intervención en el tribunal. La primera fue

que cambiara el título para el libro que, finalmente, publicaría como República y guerra civil en

Murcia. Dos conceptos, presentes en enunciados de algunos epígrafes, le causaron desconcierto al

maestro: el de vida cotidiana y el de violencia estructural. El primero porque conectaba con la his-

toria oral, que es un complemento para la historia tradicional pero no es una nueva historia. A

su vez, en las anotaciones que guarda Carmen, Juan José la invitaba a poner en relación violencia

y vida cotidiana, a través del estudio de delitos, fiestas, o la rutina. En cuanto a la violencia estruc-

tural, le precisaba que también es la que provoca los delitos comunes, derivados de la violencia

social. Por otro lado, le pedía clarificación sobre el concepto de violencia simbólica: Una cosa es

la violencia contra los símbolos y otra cosa es la violencia simbólica. Finalmente, le parecían esca-

sos los testimonios orales recogidos y el que todos fueran del mismo bando y la elaboración del

propio cuestionario utilizado. Juan José dejó en Carmen, a partir de entonces, un legado imborra-

ble y un intenso afecto que se acrecentaba en las visitas que nos hacía periódicamente.

La última tesis que evaluó Juan José fue precisamente en la Universidad de Murcia. Aplazó

la fecha de su operación de hernia para presidir el tribunal de la tesis de Magdalena Garrido Ca-

ballero, a finales de septiembre de 2006. El título, «Las relaciones entre España y la Unión Sovié-

tica a través de las Asociaciones de Amistad en el siglo XX», un trabajo realizado bajo mi direc-

ción. Como ya se ha dicho, a Juan José le gustaba tener una entrevista con los doctorandos para

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ENCARNA NICOLÁS

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conversar a solas sobre el trabajo. En esta ocasión no pudo ser porque no hubo tiempo y, ade-

más, no se encontraba bien a consecuencia de su dolencia. Le caía bien Magdalena10. El hecho

de que una joven licenciada hubiera aprendido ruso para moverse por los Archivos de Moscú era

una credencial de éxito en su estima hacia las personas que él calificaba de valientes, que no se

asustaban ante las dificultades lingüísticas. Escuchaba con mucha atención las anécdotas que yo

le contaba de nuestro viaje a Moscú en 2003. Se sonreía recreando mi imagen de maestra ciega

de la mano de la discípula lazarilla que sabía leer el alfabeto cirílico y adónde dirigir nuestros

pasos en esa inmensa ciudad, capital del socialismo real en el pasado y de la desigualdad social

en el presente.

Al despedirse de Magdalena, le dejó el ejemplar que él había leído. Cuando se lo pedí para

ver las anotaciones que había hecho entendí el motivo. Él quiso que las viera para ayudarla a co-

rregir su texto. En efecto, un trabajo de casi ochocientas páginas está lleno de anotaciones ma-

nuscritas a lápiz. Cuando se ojean solo se puede llegar a una conclusión: ¡Qué lectura tan minu-

ciosa e inteligente! Correcciones formales (galimatías, quelle horreur! anota cuando las frases

son incoherentes, ilegibles), conceptuales, analíticas (falta el desarrollo doctrinal), interrogantes

sobre párrafos discutibles o descriptivos (¡crónica de sociedad!), constatación de juicios de valor,

su ironía manifestada a lo largo del texto con expresiones como ¡Vaya!, Non capisco!, On verra,

¿De veras?, ¿Cuántos? (siempre que la autora escribe la palabra numerosos —conflictos, certifi-

cados, obras, traducciones...—). A su atenta mirada no escapan los párrafos que ya se han escrito

antes y que se recortan y pegan, algo sorprendente para una persona que como él no utilizaba

el ordenador y seguía fiel a la máquina de escribir. También aparece la estrella de cinco puntas

cuando disfruta con el texto o le gustan las citas extraídas de las fuentes rusas.

Desde que conocí a Juan José sentí una envidia cordial hacia sus discípulos. Yo no tuve pro-

fesores que hubieran dejado semejante huella intelectual en mi formación. Tampoco había disfru-

tado del sentido del humor que irradiaba en su docencia. Cuando me contó la broma que les gastó

a los alumnos en el curso 1983-1984, en la asignatura de Ideas políticas, no podía imaginarme

cómo incluso había elaborado el programa de un curso monográfico sobre el cincuenta aniversa-

rio del Pato Donald. Por eso me envió el programa para felicitarme la Navidad de 1984. A partir

de entonces, aguardaba con ilusión los collages que confeccionaba para sus amigos y que adap-

taba a las características de cada uno.

En los años siguientes a la caída del muro de Berlín, lo que se derrumbaba en el corazón y el

pensamiento de muchos era la fe en el comunismo y en el marxismo. Fue en Zaragoza, en el con-

greso sobre la Universidad bajo el franquismo, cuando nos enteramos del acontecimiento berlinés,

que vivimos con gran expectación. De igual manera que un medio de comunicación aragonés inte-

rrogaba a Juan José sobre el futuro, también lo hacíamos nosotros. Su lúcido análisis de la coyun-

tura reconfortaba a los que empezamos a sentirnos ante un futuro incierto y plagado de incerti-

dumbres políticas que aumentarían con la disolución de la Unión Soviética dos años más tarde.

También abordaba la crisis con el humor característico que vertió en este collage:

10 Cuando una tesis no le satisfacía intelectualmente, siempre hacía la misma pregunta acerca del doctorando: Pero

¿es buena persona? Recuerdo que, en 1992, con ocasión de la primera tesis que dirigí, una tesis de historiogra-

fía, cuyo autor era muy inteligente pero frágil en el análisis ofrecido en la exposición escrita, Juan José presidió

el tribunal y estaba dispuesto a hacerle una crítica suave, que finalmente se tornó dura y lúcida cuando el doc-

torando, en su defensa oral, despreció con tono arrogante la práctica de la profesión de historiador. La argu-

mentación del maestro fue entonces aleccionadora e implacable, porque sacó a colación las contradicciones del

presuntuoso autor.

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Un doble aprendizaje. Anotaciones sobre Juan José Carreras

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En los inicios del siglo XXI, la memoria se puso

de moda gracias al impulso de los medios de comu-

nicación. En una nueva lectura de las relaciones entre

pasado y presente, entre subjetividad y objetividad,

la memoria ocupó un lugar privilegiado y reavivó el

viejo debate entre historia-memoria. La prolifera-

ción de Asociaciones de la Memoria, incluso la que

constituyeron Emilio Silva y Santiago Macías, titu-

lada Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica, denotaban una realidad: la his-

toria, la investigación histórica, no calaba socialmente. Lo cierto es que muchos historiadores

quedaron atrapados por este esplendor de la memoria y empezaron a titular sus trabajos como

recuperación de la memoria histórica. Juan José Carreras, siempre atento a los problemas meto-

dológicos de la Historia, clarificó la confusión conceptual reinante en las conferencias que pro-

nunció, en varias Universidades, durante el curso 2001-2002. «¿Por qué hablamos de Memoria

cuando queremos decir Historia?» fue una de sus

exposiciones más brillantes, necesaria para el oficio

de historiador. Su crítica del concepto de memo-

ria se la escuché por primera vez en su respuesta

a mi defensa del primer ejercicio de la cátedra, en

la que yo, también subyugada por el éxito de dicho

concepto, había llegado a clasificar cinco o seis

tipos de memoria11. En sus desplazamientos en

tren solía aprovechar para leer la prensa extranje-

ra y, en esta ocasión que venía a presidir el tribu-

nal de la cátedra, me recortó una noticia publica-

da en Le Monde el 22 de marzo de 2002 en la que

se hablaba de tourisme de mémoire. Además, me

ilustró un nuevo lieu de mémoire en el siguiente

collage:

11 Sus observaciones críticas fueron la principal motiva-

ción para la redacción de mi artículo «Por una historia

crítica de la memoria: valoración del franquismo y la

transición desde la región de Murcia», Pasajes, 11

(2003), pp. 35-40.

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ENCARNA NICOLÁS

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En 2003 colaboró en unas jornadas que coordiné en recuerdo de Miguel Rodríguez Llopis,

profesor de Historia Medieval de la Universidad de Murcia, fallecido el año anterior, a la edad de

44 años. A él le correspondió la primera ponencia, con el sugestivo título «Edad Media, instruccio-

nes de uso», que asombró a todos, pero en especial a los expertos medievalistas locales, escépticos

ante un contemporaneísta que se atrevía a hablar de su época, y desconocedores de que Juan José

se había doctorado con una tesis sobre «Historiografía medieval española», dirigida por Santiago

Montero Díaz, quien antes de trasladarse a Madrid había sido catedrático y decano de la Facultad

de Filosofía y Letras de Murcia.

Las ponencias se publicaron en un libro12, en el que se implicó hasta tal punto que a él se

debe la elección que finalmente hicimos para la portada. Con él las humanidades adquirían su sen-

tido más extenso, como poseedor de un amplio conocimiento y por su gran valor humano. Lo

corrobora una vez más el final de su texto. Una autoridad intelectual como él resaltaba la tarea

investigadora de un joven profesor:

En la España democrática los historiadores se han visto solicitados en la búsqueda de las

raíces de las comunidades en que trabajan, y no todos los profesionales han sabido o han

podido atemperar las ansias identitarias de muchas de ellas. Por eso es ejemplar la valen-

tía de la Historia de la Región de Murcia de Miguel Rodríguez Llopis. [...] Me gustaría termi-

nar ofreciendo en homenaje a la memoria de Miguel una cita de un cronista medieval, que

habla de la fortaleza de espíritu que ha de tener el historiador: ‘Sapientes enim est officium

non more volubilis rotae rotari, sed in virtutum constantia ad quadrate corporis firmari’

[Una traducción podría ser —escribe—: ‘El oficio (deber) del sabio no es girar como una rueda

(inconstante) sino permanecer como un cuerpo sólido en la firmeza de sus virtudes’].

La conferencia más divertida que le escuchamos destilaba humor ya en el propio título: «De

Robespierre a Brigitte Bardot. La República como em-

blema». Dicho título creó tanta expectación que has-

ta los medios de comunicación murcianos, que no

suelen acudir a los actos académicos a no ser que se

les envíe convocatoria y se insista en su presencia, se

presentaron en la sala para entrevistarlo. Fue en

diciembre de 2005, con ocasión de la presentación de

mi libro La libertad encadenada.

En el curso de los años se fue forjando entre

nosotros una sólida amistad que se extendió a nues-

tras respectivas familias. Conocí a Mari Carmen y a

sus hijos en noviembre de 1989, cuando Juan José me

invitó por primera vez a comer en su casa. Desde

entonces compartimos gratos encuentros tanto en

Zaragoza como en Murcia. Él seguía siempre con

atención y afecto los acontecimientos familiares, y se

interesaba por todos, adultos o niños. Así era Juan

José, en la historia y en la vida: un maestro amable,

un amigo sabio.

El último collage.

12 Miradas a la Historia. Reflexiones historiográficas en recuerdo de Miguel Rodríguez Llopis, Murcia, Servicio de

Publicaciones de la Universidad de Murcia, 2004. La cita, en las pp. 27-28.

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Tratándose de la historia, la comprensión se encuentra hi-

potecada por la distancia que nos separa del pasado; solo

a través de la investigación logramos acceder al espíritu

de los muertos, exteriorizado en fuentes, restos y tradi-

ciones [...]. El primer paso de la investigación histórica

consiste, para el historiador prusiano [Droysen], en ‘la

pregunta y la búsqueda desde la pregunta’ [...]. Solo se

encuentra algo cuando se sabe lo que se busca, cuando se

sabe preguntar.

Juan José CARRERAS:

Seis lecciones sobre historia, p. 56.

Los finales de las frases. Las apostillas. Me fascinaba cómo

Juan José Carreras finalizaba, cómo cerraba las frases. Con

una coletilla recurrente, con un sarcasmo que nunca era

cínico, con una ironía que nunca era hiriente. Podía permi-

tírselo. Podía presentarse ante los representantes política-

mente más enroscados de las asociaciones para la memo-

ria histórica y decirles que eso era un oxímoron. Y podía,

además, apostillar que, para aclararnos, era como hablar de

la inteligencia militar o del Pensamiento Navarro. Decía

Cortázar que toda ciudad exige un peaje de unos años

hasta que te haces con ella, y parte de las tasas que pagas

consiste en hacerte con los mecanismos del humor local.

Carreras, para qué negarlo, fue posiblemente el primer

gallego que supo qué era ser un somarda.

Carreras me tocó tarde. Era su último año antes de

jubilarse, y yo estaba acabando la carrera. Para qué negar-

lo: no fui más que a un par de sus clases, y me quedé más

con lo anecdótico —la pipa, o el puro, o el cigarrillo, ya no

recuerdo qué fumaba en clase, pero lo hacía— que con el

magisterio. A fin de cuentas, he acabado siendo discípulo

de un discípulo suyo, lo cual, si quisiese presumir de cerca-

nía al homenajeado me podría servir para decir que indi-

rectamente lo fui de Carreras. Pero no es así. Juan José fue

el maestro de mis maestros, y por él sentí siempre una esti-

ma y un cariño enormes. Pero su enseñanza, su magisterio,

no me llegó ni en las aulas, ni en los pasillos ni en las bi-

bliotecas de universidad alguna. Aprendí de Carreras lo que

Apostillas,magisterios, calcio

y la dimensión europeadel fascismo

JAVIER RODRIGO

Universidad de Zaragoza

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JAVIER RODRIGO

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él quiso enseñarme, y cuando quiso. Y posiblemente ni él lo supiera entonces, ni su gente, ni tan

siquiera sus discípulos, muchos hoy amigos míos, lo sepan. Carreras, Juan José, ese maestro de mis

maestros con el que me reía por cómo terminaba las frases, me dio una de las enseñanzas más

importantes de mi vida. Me regaló uno de esos momentos que atesoraré siempre en mi memoria.

Resulta que este poco afortunado juntador de letras ha tenido la desgracia de doctorarse dos

veces. La primera vez me doctoré en Historia Contemporánea, momento en el que Juan José estu-

vo muy presente (luego explicaré de qué va este asunto), aunque no fuese ni mi director de tesis,

ni estuviese en mi tribunal, ni nada de eso. Y la segunda, tuve que doctorarme, o al menos en esas

seguimos, en la vida. Fue en este segundo doctorado donde aprendí la lección que Juan José tuvo

a bien regalarme.

Poco antes de su muerte, en noviembre de 2006, supe que ese que yo creía un quiste y por

el que poco antes había pasado por quirófano era en realidad un linfoma testicular. Un tipo raro

y grave de cáncer, habitual entre los ancianos pero muy poco frecuente entre los jóvenes, que me

haría pasar por una dura quimioterapia y una muy difícil recuperación. En esos primeros días, ade-

más, nada se sabía sobre el alcance del problema: para mí, siglas hoy tan habituales como TAC

(Tomografía Axial Computerizada) o PET (Tomografía por Emisión de Positrones) entonces no sig-

nificaban prácticamente nada. Sabía que estaba enfermo, muy enfermo, al poco de cumplir 29

años. Sabía que la cosa era muy difícil, y que las posibilidades de sobrevivir a esto eran, y son, no

demasiadas. Y sabía que me estaba hundiendo. Que te digan que tienes cáncer es exactamente lo

que escribió Miguel Hernández: un empujón brutal, un hachazo invisible. El diagnóstico me par-

tió en dos el 9 de noviembre de 2006.

A decir verdad podría averiguar cuándo pasó, pues en esos días se desarrollaba en Zaragoza

el sexto encuentro de investigadores del franquismo, pero lo cierto es que no lo recuerdo. Sé que

era poco antes del primer ciclo de quimioterapia. Aquí estaba lo más granado de la historiografía

patria sobre el tema, y Juan José daba la conferencia de clausura. Para ese día, ya todos conocían

la noticia de mi enfermedad, y yo intentaba actuar con algo de normalidad. Si me mostraba segu-

ro, quienes me quieren sufrirían algo menos, pensaba. Una estupidez: estaba a punto de derrum-

barme. De hecho, recuerdo ir caminando bastante aturdido por los alrededores de la Biblioteca

María Moliner. En ese momento, Juan José volvía hacia allí acompañado de otras personas: recuer-

do a Encarna Nicolás y a Pere Ysás. Pero apenas me vio, Juan José vino hacia mí. Me llamó. Me

detuvo. Y allí, su pequeño cuerpo me acogió en un abrazo tan sincero, de tanto dolor y de tanta

esperanza, que rompí a llorar. Me dijo que fuese fuerte, que tuviese el ánimo dispuesto, que esta

batalla iba a ganarla. Juan José me dio en ese abrazo tanta fuerza y tantas esperanzas que creo

que jamás podré olvidarlo. Sobre todo, si pienso que esas fueron las últimas palabras que le oí

decir. El legado, el magisterio de Carreras fue para mí precisamente ese: el de la esperanza. El de

ser como la mimbre. Que, aunque la bambolee el aire, se mantiene firme.

• • •

Hubo, antes de ese, otro doctorado en mi vida, en Historia Contemporánea. Un doctorado cuyo

fruto más visible fue el libro Cautivos, sobre los campos de concentración de Franco que, no por

casualidad, presentaron en Zaragoza mi maestro, Miguel Ángel Ruiz, y el suyo, Juan José Carreras.

No podía ser de otra manera. El primero fue quien propuso, dirigió y defendió mi tesis. El segun-

do, quien la asentó sobre los raíles teóricos y epistemológicos por los que aún hoy intento discu-

rrir. Aunque, claro, no pudiese saberlo entonces.

Fue Juan José quien me pidió que, en ese primer año doctoral que pasé en Italia con una

beca Erasmus, además de viajar y divertirme, redactase un pequeño ensayo nada menos que so-

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Apostillas, magisterios, calcio y la dimensión europea del fascismo

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bre la dimensión europea del fenómeno fascista. Él pensaba, con Angelo Tasca —en su clásico

de 1938—, que una teoría sobre el fascismo no podría sino emerger del estudio de todas sus

formas, larvadas o abiertas, reprimidas o triunfantes. Que el fascismo no fuese un sujeto del

que bastase entrever los atributos, sino la resultante de toda una situación y un contexto del

que no podía ser separado. Y que, en consecuencia, que con el estudio de los debates sobre la

naturaleza del fascismo y su comparatividad podría, además de constatar algunos vicios y vir-

tudes de la historiografía contemporaneísta, empezar a familiarizarme con el análisis de la cri-

sis de las democracias y el advenimiento de los regímenes totalitarios en la Europa de entre-

guerras. Nada menos.

Se trataba de dejar momentáneamente de lado distinciones de tipo formal, politológico, de

ascenso al poder, de fascismo triunfante o no triunfante. De seguir a Enzo Collotti cuando afir-

maba que los movimientos fascistas se habrían reconocido dentro de su diversidad pero en un

modelo sustancialmente único: siendo conscientes —consapevolezza— de pertenecer a un mo-

vimiento más complejo y de carácter internacional, de ser una respuesta generalizada y brutal,

en función de las peculiaridades nacionales, a la crisis generalizada económica, política, social y

cultural de las democracias parlamentarias en Europa. Y de plantearse que los regímenes fascis-

tas pueden estar encabezados por un periodista, un político, un mariscal, un pintor o un gene-

ralísimo. Que pueden tener o no un partido movilizador que los respalde. Que pueden ser triun-

fantes o no. Y que en todo eso no se encontraría jamás la naturaleza última del fascismo. Que

esta, por consiguiente, debería buscarse en una idea, un fondo común. Que solamente la pers-

pectiva comparada acercaría a esa idea, a esa naturaleza. Y que en el estudio de las formas vio-

lentas de hacer política encontraríamos algunas de las claves para entenderla. Juan José me pro-

Juan José como fumador de puros habanos.

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JAVIER RODRIGO

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ponía, pues, un análisis sobre la centralidad del fenómeno de la violencia política estatal en la

Europa del Novecientos. Aunque de eso me di cuenta, claro, mucho más tarde.

Y consistía, asimismo, en evaluar los límites de una historiografía, la italiana sobre el fascis-

mo, que reflejaba una fuerte tendencia a la autoexculpación nacional, al decir de Adrian Lyttelton.

Contra el concepto de fascismo internacional se elevaba una terrible aversión: producía un enor-

me rechazo pensar en una definición del fascismo que saliese de los límites de las experiencias

nacionales pues eso habría significado, más allá de giros retóricos (el fascismo mediterráneo pro-

puesto por autores como Valiani o Vivarelli), disolver o poner en cuestión esa frontera, huidiza

como todas las fronteras —sobre todo cuando son intelectuales—, que aleja al fascismo italiano del

peso de la responsabilidad en los crímenes nazis. Las reticencias tenían, pues, un carácter eminen-

temente político, ideológico e identitario. Carreras me proponía, lo supe también mucho después,

un estudio sobre la historiografía como uso público del pasado.

Abrazar y comprender un debate historiográfico y sociológico de tanto peso en Italia, con

la libertad de la mirada externa, y sin dogmatismos preconcebidos, era su sugerencia para intro-

ducirme en el mundo de la cultura italiana. Y debo decir que, a día de hoy, sigo sin comprender-

lo ni abrazarlo. Seguramente ese año, y los posteriores que me quedé por allí, si entendí algo de

Italia, de los italianos y de sus muy peculiares usos públicos del pasado no fue tanto en las bi-

bliotecas cuanto en los periódicos, los desvencijados trenes regionales y los partidos de fútbol.

Por poner unos ejemplos: una visita al campo del Livorno era, y es, como sumergirse en todos y

cada uno de los tópicos de la izquierda del siglo XX, desde el canto de Bandiera rossa hasta el

culto a la imagen del Ché Guevara. Más todavía, un derbie regional (un Pisa-Carrara, por ejem-

plo, para el que habían de habilitarse trenes especiales para evitar que los exaltados golpeasen

al resto de viajeros) enseña tanto o más que la mejor biblioteca sobre Italia, sus costumbres, sus

orgullos, sus tradiciones, sus cosmovisiones y sus tópicos. Aunque para eso, seguramente nada

como un derbie Inter-Milan. Los supuestamente izquierdistas del Inter mandan vestimentas de

fútbol al EZLN mejicano comandados, paradójicamente, por el jeque nacional del petróleo. Fren-

te a ellos están los supuestamente derechistas rojinegros encabezados por el hombre más rico de

Italia, el ex presidente del Gobierno. Y, sin embargo, todos son conscientes de que, en origen,

todo fue al revés: el Milan, pronunciado en inglés porque ingleses fueron sus fundadores en

1899, era el equipo preferido del proletariado inmigrante y el Inter, la escisión altoburguesa de

1908. Y eso sigue pesando. Los milanistas siguen recordándoles a sus vecinos y cohabitantes de

San Siro que, durante el ventenio fascista, cambiaron su habitual zamarra negra y azul por otra

blanca con una gran cruz roja en el pecho y, en el centro de la cruz, un Fascio Littorio, el sím-

bolo del fascismo.

Y es que la herencia del fascismo, de su historia y de su uso público tiene un enorme peso

específico —véase si no el librillo de Sergio Luzzatto— en la vida italiana, cuyo reflejo posiblemen-

te extremo puede que sea precisamente el calcio. Y dentro de ese calcio, el peor ejemplo, la ver-

sión deportiva de la Fiamma Tricolore, sería el de la Societá Sportiva Lazio. De reconocida fama

ultraderechista, sus seguidores reciben al presidente del club al grito de Duce, Duce Duce. El otro-

ra capitán, Paolo Di Canio, lleva tatuada la palabra Dux en el brazo que levantaba para saludar a

los tifosi. Y los valores que mueven a la sociedad deportiva no son otros que los clásicos identifi-

cadores del fascismo, según los cánones de Martin Kitchen, también puestos sobre la mesa por

Zeev Sternhell: imperialismo, nacionalismo étnico, irracionalismo, rechazo a la tradición liberal,

principio de caudillaje, vitalismo revolucionarista, demagogia projuvenil, organización y moviliza-

ción para- y pseudomilitar, y principios de actuación como la violencia siguen animando a los

seguidores ultra que instrumentalizan el deporte para darle cuerpo a una de las dos caras de Roma

y, por extensión, de Italia: la racista, intolerante y fascista.

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Apostillas, magisterios, calcio y la dimensión europea del fascismo

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La Italia intolerante y xenófoba, esa que aún recurre a la imagen del fascismo como modelo

de solución de los problemas de orden social —aunque también cuando los trenes viajan con retra-

so—, fue la que lo creó para, según Collotti, resolver las aristas de la transición entre la sociedad

liberal del XIX y el mundo completamente transformado emergido de la Primera Guerra Mundial.

Pero no un fascismo dictadura terrorista del capital financiero, al decir de Dimitrov —valoración

oficial que lo fue después de la Tercera Internacional—, sino un modelo de régimen político que,

en la Europa de entreguerras, acabaría siendo predominante. Como bien señala Mazower, a fina-

les de los años treinta lo raro era el régimen liberal democrático, y lo normal las dictaduras de corte

fascista. Dictaduras dirigidas a aniquilar los derechos del hombre y del ciudadano para crear una

nueva civilización basada en la militarización de la política, la sacralización del Estado y la prima-

cía absoluta de la nación como comunidad étnicamente homogénea, tal y como señala Emilio

Gentile. Algo lo suficientemente importante como para ver en el fascismo el eje explicativo de este

siglo del terror que fue el XX europeo, y no considerarlo tanto una excepción, como se deduce de

las interpretaciones de Renzo de Felice o de Karl Dietrich Bracher, cabezas historiográficamente

visibles del rechazo —muy razonado, coherente y con unas bases históricas impecables, pero recha-

zo a fin de cuentas— a la comparación entre regímenes. Defendían el marco del Estado-nación

como el válido para el análisis histórico, y tachaban de deterministas las comparaciones. Como si

comparar fuese homologar.

Normal o excepción, lo cierto es que, dominado por lo que George L. Mosse denominó la bru-

talización de la política, en el periodo de entreguerras Europa vivió su mayor y más generalizada

crisis de dominación, legitimidad y representatividad. Una crisis que trajo, fundamentalmente, vio-

lencia: de dicha crisis se nutrieron, por un lado, las derechas reaccionarias de principios de siglo

para ampliar sus bases sociales e intentar el ascenso al poder. Y, por otro, fue la amalgama para la

combinación de valores conservadores, de técnicas de la democracia de masas y de una ideología

innovadora de violencia irracional, centrada fundamentalmente en el nacionalismo —según diría

Hobsbawm— que sustentaría al fascismo en su objetivo común: la destrucción de las políticas par-

lamentarias, y de las sociedades que las sustentaban, una vez caídas las barreras liberales, al obre-

rismo con la Primera Guerra Mundial —al decir de Luebbert.

La contención, la subordinación tanto de las ortodoxias liberales como del cuestionamiento

social y los cambios propugnados por el socialismo serían el fin último de la salida autoritaria

duradera y sus medios, la supresión de la representatividad, la intolerancia política, la movilización

de bases fundamentada en el manejo de la opinión pública y la propaganda y, claro está, la utili-

zación indiscriminada de la violencia política. Si algo aprendí del estudio del debate en torno a la

comparatividad de los fascismos europeos es que la línea común que los unía, como ya había suge-

rido Julián Casanova en su introducción a El pasado oculto, estaba en sus métodos violentos. Y, si

el fenómeno fascista era central en la Europa del Novecientos, y el fenómeno violento —ampara-

do por la brutalización política y el culto a la muerte— era central en el fascista, era como decir

que la violencia fue un fenómeno central del siglo XX europeo. Carreras me situó, por tanto, en la

línea de investigación que aún trato de transitar: la del análisis de las violencias y de sus culturas

políticas. En esas seguimos.

• • •

Hablar de fascismo en perspectiva comparada significaba, claro está, poner sobre la mesa, en el

sentido estricto de la palabra, libros que no lo defendiesen. Y eso, además, para cuestionar su apli-

cabilidad en el caso de la dictadura de Franco, metidos ya en la harina de estudiar el sistema con-

centracionario franquista. Y curiosamente, resultaba que quienes defendían que el régimen fran-

quista no era un fascismo, decían también que la óptica comparativa no era la más adecuada, a

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menos que sirviese para resaltar las diferencias, justamente lo mismo que decían Bracher y De

Felice. Los Linz y Tusell pensaban que el fascismo mussoliniano había creado un modelo, un estilo

y una forma. Que, si no se seguían esas formas y estilo fascistas, no podía hablarse con propiedad

de fascismo, sino de autoritarismo, pseudofascismo... al no hallarse en el franquismo los que con-

sideraban elementos claves del fascismo: la movilización social, la preeminencia de la ideología y

la superación de la lucha de clases. Y, además, que el fenómeno de la violencia política tampoco

había sido ni tan relevante, ni tan homogéneo, ni tan masivo como para considerarlo una política

estatal. A lo sumo, algún que otro desmán, lógico en una guerra civil donde, ya se sabe, los odios

y las pasiones afloran por doquier. España durante la dictadura, desde esta perspectiva, solo habría

sido una sociedad apática, versátil y nada homogénea, cuyo poder político mutaría en función de

sus necesidades de un poder personal a una dictadura tecnocrática. El fascismo en España se limi-

taría a la influencia de Falange como partido inspirado en la ideología mussoliniana y, al decir de

Linz, el franquismo sería más bien un sistema político autoritario y derechista, pero no totalitario,

distinto a la vez del fascismo, del comunismo y de la democracia parlamentaria, que no sup[uso]

un mecanismo importante de control social. El poder de Franco no sería totalitario, pero sí auto-

ritario e ilimitado, dentro de una estructura antipluralista, pero pluralista en su método. Un plu-

ralismo limitado. Un autoritarismo flexible, relajado. Casi faltaba decir democrático.

Como decía Carreras, el lenguaje no puede ser, ni de hecho es, neutro. Poco antes de presen-

tar mi Cautivos en Zaragoza, dimos un salto a la radio pues nos iba a entrevistar su hijo. Y allí,

esperando, me comentó que cuantas más obras leía sobre la violencia en las retaguardias de la

guerra civil y en la posguerra, más nítida le aparecía la imagen y la idea de que la España de Franco

había echado sus bases políticas en una inmensa inversión en represión, coerción y eliminación del

adversario. Lo que hasta no hace mucho se nos ha contado en términos de violencias correlativas,

puntuales y reactivas —la guerra civil—, hoy sabemos que hay que observarlo como violencias asi-

métricas, estructurales y preventivas. Y, me comentó, lo que se ha hecho creer tantas veces en tér-

minos de paz, la larga posguerra, hoy debíamos leerlo en términos de pacificación. Carreras defendía

con fuerza la correcta utilización del lenguaje y de las herramientas y las categorías conceptuales.

Y, de hecho, Juan José hizo, a mi juicio, una aportación fundamental al lenguaje histórico sobre la

guerra civil y sus violencias: al introducir el libro coordinado al alimón con Miguel Ángel Ruiz sobre

la Universidad bajo el franquismo, hablaba de 1939 como el año del final retórico de la guerra. Tal

vez no supiese al escribirlo que estaba creando una expresión tan afortunada que muchos la

hemos venido usando aún mucho después.

Con semejantes antecedentes, eliminar la variable de la violencia a la hora de buscar la natu-

raleza política de la dictadura franquista parecía una broma de mal gusto. A los apologistas y

hagiógrafos del dictador, que los hay y muchos, siempre les queda la posibilidad de relativizar la

violencia de la guerra civil pensando que en un proceso semejante, de fractura social interna, de

odios encontrados, de disputas enconadas, la violencia es más o menos justificable. Sin embargo,

durante la dictadura no había más violencia que la estatal, ni amenaza consistente al Estado de la

Victoria. Y en cambio, el Estado franquista hizo gala en tiempos de paz retórica de una tasa de

represión, coerción y sangre dentro de sus fronteras como ninguna otra dictadura o democracia.

Con la victoria no llegó la paz: en el contexto de un Estado de guerra mantenido hasta 1948, los

Tribunales Militares, los de Responsabilidades Políticas (desde 1939), los relacionados con la Causa

General (1940), los de Represión de la Masonería y el Comunismo (1940), la Ley sobre Seguridad

Interior del Estado (1941) o la de represión del Bandidaje y Terrorismo (1947) establecieron el con-

texto legal de un enorme entramado represivo. Miles de fusilados, una centena larga de campos

de concentración, multitud de prisioneros y presos empleados en trabajos forzosos (en Batallones

Disciplinarios de Soldados Trabajadores Penados, la famosa mili de Franco; en Destacamentos

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Penales; en Colonias Penitenciarias

Militarizadas), miles de funcionarios

depurados y, ante todo, la extensión

de una sólida cultura del silencio y el

miedo son las más claras imágenes

de una posguerra marcada no por la

reconciliación, sino por la venganza.

Violencia y dictadura sellaron un

sólido matrimonio de cuarenta años,

donde los anillos fueron de sangre.

Pero ¿eso es suficiente como

para denominar fascismo, dentro

de la categoría historiográfica, a la

dictadura española? Para algunos,

no. Stanley G. Payne, por ejemplo,

es muy exigente: si no se cumplen

sus mínimos fascistas (antimarxis-

mo, antiparlamentarismo, anticon-

servadurismo [sic], antiproletaria-

do, logocracia, psicología de masas,

partido único, movilización) no hay

nada de qué hablar. Aunque, en rea-

lidad, sea una estrategia con tram-

pa: en su definición no se halla ni

rastro del fenómeno de la violencia

política ni, en realidad, de algún

tipo de práctica política. No es que

distinguiese, a la De Felice, entre

fascismo-ideología y fascismo-régi-

men, ni que pensase, como el autor

italiano, que tal vez el franquismo

pudiera ser el ejemplo de cómo se habría desarrollado una dictadura como la italiana si no hu-

biese intervenido en la Segunda Guerra Mundial. Es que para Payne, el único fascismo español

era el de Falange, pues el fascismo no sería una práctica política ni un tipo de régimen, sino fun-

damentalmente un tipo de ideología.

Y es que no solo de píos y cacareos vive el revisionismo hispano. Tan al uso están hoy en día

las presentistas interpretaciones sobre la Segunda República española, la guerra civil y el franquis-

mo de ciertos periodistas metidos a historiadores, trasuntos mediáticos y actualizados de la pro-

paganda dictatorial, que casi no sorprende verlas reproducidas, punto por punto y prejuicio a pre-

juicio, en las páginas de opinión de muchos periódicos. Pero la cuestión es que vienen amparadas

por los juicios de historiadores intelectualmente mucho más respetables. Si de fascismos y de fas-

cismo español hablamos, Payne lo es. Y, sin embargo, no ha sabido evitar la trampa victimista del

revisionismo y de sus mimbres retóricos: el primero, la visión parcial y distorsionada del pasado; el

segundo, la comparación ucrónica del presente con los años de la República y la guerra; y el ter-

cero, la sucesión de silogismos teleológicos. Los tres mandamientos revisionistas. Añádase a eso

unas dosis de dramatismo, fractura (ahora está de moda decir balcanización) de España, ruptura

de consenso y defensa de la transición, se tendrá el razonamiento perfecto. Y ya puesta la mesa

Juan José como fumador de puros habanos.

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interpretativa, a repartir los platos de la exculpación y la falsa memoria: de primero, la trinidad

sobre la guerra civil: checas, Paracuellos y la unidad de España. Y de segundo, los platos algo más

elaborados: que la violencia franquista fue poca y reactiva frente a la de los rojos, que la República

se cavó su propia tumba, que Franco libró a España del comunismo, que Franco trajo la democra-

cia a España montada en un Seiscientos, etcétera.

Sucede, sin embargo, que en este caso el silogismo parte de premisas falsas o, cuando menos,

desenfocadas: una de ellas, que uno de los puntos cardinales de esa República irrevocablemente

despeñada hacia una guerra civil estuviera en una Constitución pensada como herramienta para,

según Payne, un proyecto político de exclusión [...] para construir una democracia sin alternan-

cia. Hoy toca interpretar la Segunda República como el antecedente, nada menos, de la guerra

civil. Cabe recordar, sin embargo, por poner un puñado de ejemplos, que la Constitución republi-

cana no solo no impidió la alternancia política, sino que la aseguró. De hecho, en las elecciones de

noviembre de 1933 vencieron el Partido Republicano Radical y la CEDA, lo que desmiente que no

existiese sucesión en el poder. También, que por primera vez en la historia española se instauró y

aseguró el sufragio universal, masculino y femenino, gracias al cual las mujeres pudieron elegir

democráticamente a sus representantes en las elecciones de noviembre de 1933. Que se aseguró

la separación efectiva de poderes, poniendo el judicial en manos exclusivamente de los tribunales.

O, por poner ejemplos de los que hoy suele olvidarse su trascendencia en los años treinta, que la

Constitución republicana incluyó en su texto el derecho a la educación, la soberanía popular, y

derechos civiles como el del divorcio o el de la libertad de credo y conciencia. De todo esto nos

habló Juan José en su última conferencia, sobre la Segunda República española.

Extirpar el cuestionamiento al orden y cerrar la crisis de dominación de entreguerras median-

te la eliminación de los cuerpos enfermos, su reeducación política y su integración en un estado

totalitario. Eliminar el pluralismo político enviándolo a la tumba y lanzándole encima paletadas de

tierra. Recrear el imperio, volver sobre las huellas de los fundadores de la nación, borradas por

siglos de iluminismo y liberalismo. Mejorar la raza. A todo eso aspiraron los fascismos de entregue-

rras y, de hecho, todas estas sentencias sirven para definir tanto al régimen fascista de Mussolini

como al franquista en España. Desde una perspectiva amplia y comparativa, si aceptamos que el

fascismo no es una categoría histórica cerrada, perfecta, sino que se adapta, se adecua a las con-

diciones sociales a las que se enfrenta, tendremos que aceptar que aun fracasada la revolución

nacionalsindicalista de Falange, el fascismo se mantuvo con fuerza en el proyecto de sociedad que

el franquismo (y su alargada sombra) desarrolló durante la dictadura. En definitiva, en su desarro-

llo histórico: una sociedad donde los vencidos, los disidentes, tuvieron que sufrir la humillación de

la derrota y de la paz. El destino que les reservaba el Nuevo Estado eran los campos de concentra-

ción, las cárceles, el exilio, el hambre. Una sociedad de caralsoles y brutal discriminación. Un país

de brazos en alto, de banderas victoriosas, al paso alegre de la paz.

• • •

Voy concluyendo. El régimen franquista fue paradigmático por tres motivos: por ser el único ré-

gimen europeo autoritario con aspiraciones totalitarias, que necesitó de una guerra civil para

imponerse. Fue el que más carga de violencia política desplegó en tiempos de paz retórica, des-

de el final de las operaciones militares en abril de 1939 hasta el final de sus días, y sobre todo

en los años cuarenta. Y, por fin, fue el que desplegó un aparato memoricida con mayor efecti-

vidad. Esta es, a mi juicio, su triple excepcionalidad. Algo que, sin embargo, no hace sino situar-

lo como paradigmático dentro de las dictaduras fascistas de la Europa del siglo XX, así como pa-

radigmático, por único en Europa, es el peso y las formas de su recuerdo colectivo y del agravio

entre memorias que dejó tras de sí.

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Eso tiene su traslación directa

en el campo semántico, narrativo y

epistemológico de la historiografía.

Pues aquí, como en Italia respecto al

nazismo, mentar el franquismo co-

mo un fascismo es casi como pro-

nunciar las palabras que habrán de

abrir los siete sellos. Y, sin embargo,

cuanto más evidente es que las reti-

cencias para su uso son de carácter

ideológico y político, que también

aquí se emplean las palabras con

poco espacio para el azar para mejor

sortear sus cargas semánticas, más y

más útil y necesaria se hace la pers-

pectiva comparada. Y eso tiene mucho que ver con algo con lo que Alan Moore y Eddie Campbell

finalizan su magistral From Hell, sobre los asesinatos de 1888 en Whitechapel, Londres, utilizando

la figura fractal conocida como el copo de nieve de Koch, que comienza con un triángulo equilá-

tero contenido dentro de un círculo —aunque en esta ilustración no lo esté. Luego, se añaden

triángulos de la mitad de tamaño en las tres caras del triángulo original, para después añadir trián-

gulos de un cuarto de tamaño en las doce caras de la nueva forma, etcétera. De tal modo, resulta

que el perímetro de la figura, del copo de nieve, es tan complejo que su longitud es, teóricamen-

te, infinita. Y, sin embargo, su área jamás excede el círculo inicial.

De igual forma, el conocimiento sobre el pasado reciente es acumulativo, cada libro, cada

artículo, cada investigación aporta mayor complejidad al conjunto, pero rara vez se rompen los

límites cognitivos y epistemológicos que serían, en este caso, el perímetro del círculo original cuya

área jamás excede el copo de nieve. Y, sin embargo, las historiadoras y los historiadores no sola-

mente deben huir de la simplificación y el maniqueísmo sino que, además, tienen, tenemos, la obli-

gación moral, ética e intelectual de explorar y tratar de superar esos límites. El modo de hacerlo

está en la interpretación, y la única frontera debe ser la de la coherencia y la honestidad. Tal vez

esa sea la lección mayor que nos dio Juan José Carreras. La de la honestidad intelectual y la cer-

canía humana. Hoy, a un año de su muerte y a un año de mi nacimiento, tengo cada vez más fuer-

te la sensación de haber perdido a un maestro en vivir. A un amigo. Motivo por el cual, deseo ter-

minar esta comunicación como a él gustaba de hacer: con un

¡Muchas gracias!

O todavía mejor, con un

¡Muchas gracias, Juan José!

• • •

[Post Scriptum: Los días 9 y 16 de febrero de 2006, respectivamente, los jugadores y técnicos de la Roma y de

la Lazio tuvieron un encuentro, a iniciativa del alcalde Walter Veltroni y en el Campidoglio, con deportados

italianos supervivientes de los campos de exterminio nazis y con representantes de la comunidad hebraica. La

gota que acabó de llenar el vaso de la paciencia fue la exhibición en el Olímpico, estadio que comparten las

dos squadre, de esvásticas y demás simbología nazi en ocasión de un Roma-Livorno. Paolo di Canio, el del

tatuaje y los saludos, acudió al segundo encuentro. A la salida declaró: mantengo mis ideas, pero atiendo a

la historia. Mi modo de pensar [sic] sigue siendo el mismo, aunque eso no quiere decir que esté a favor de la

violencia. Hoy hemos escuchado el relato de quienes han pasado por situaciones terribles. Es importante que

la gente conozca estos hechos. Evidentemente, no estuvo muy atento durante el encuentro.]

Desarrollo del fractal de Koch.

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Bibliografíacitada en el texto

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Tuve el privilegio de asistir a un seminario impartido porJuan José en el que, liberado de la inmediatez de los debe-res académicos a raíz de su condición de emérito, aunabaalgunas de las pasiones que habían acompañado su dilata-da trayectoria intelectual: la historia de la historiografíaeuropea, los fascismos y la Alemania contemporánea, jun-to con el marxismo y la fijación por el análisis de los clási-cos de la historiografía1.

Las diferentes sesiones se desarrollaron bajo la preca-ria cobertura lumínica de una lámpara que apenas ayuda-ba a perfilar los contornos y que, junto con la intimidadpropiciada por el reducido número de alumnos congrega-dos en torno al maestro, confería al despacho un aura derecogimiento casi litúrgico. Y junto con viejos carteles dela República de Weimar, fotografías anónimas de viajes yamigos, y diversos recuerdos descontextualizados de susaños en Alemania, la insólita colección de piedras que ha-bitaba en la mesa del despacho ofrecía un último elemen-to de peculiar y desconcertante distinción.

Aún pude disfrutar de su conversación a paso lento,de la ironía sutil de sus apreciaciones, crípticas a veces,habitualmente certeras. No dejaba de sorprenderme su ca-pacidad de someter el ritmo de la conversación, la sutilestrategia para requerir la atención del interlocutor enca-ramándose levemente al brazo del paseante, o la recurren-te y característica expresión —ese peculiar ¿Eh?— con laque cerraba casi todas sus frases, buscando la confirma-ción de que sus palabras habían sido comprendidas. Pero almargen de detalles más o menos fútiles, su conversaciónserena era portadora de una generosidad capaz de incitarlecturas, sugerir enfoques y ampliar perspectivas.

Evidentemente, se apreciaba la profundidad de unbagaje acumulado desde su estancia en la Universidad deHeidelberg (1954-1965) bajo el magisterio de Werner Con-ze, en el que fuera uno de los principales focos de la reno-vación de la historiografía de la Alemania Occidental.

Por eso, su llegada a la Universidad de Zaragoza en

1969 tras cuatro años como docente en el Instituto Goya,

Juan José Carreras,coleccionista de piedras

GUSTAVO ALARES LÓPEZ

1 Dicho seminario discurrió durante el curso 2000-2001 bajo el

significativo epígrafe: «Después de la catástrofe: La historiogra-

fía europea».

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debió, sin duda, resultarle decepcionante. Aunque ese desencanto fuera, por otro lado, completa-

mente previsible. Pese a las décadas transcurridas desde el final de la guerra civil, lo cierto es que

poco había cambiado en la composición de unos cuadros docentes dominados por los veteranos

catedráticos franquistas. Un cuerpo anquilosado que asistía a la lenta sucesión de los años acadé-

micos parapetado tras una práctica historiográfica caracterizada por una complacencia acrítica,

un ensimismamiento ibérico convertido en ceguera ante la transformación de la disciplina que se

estaba produciendo en el resto de Europa, unos condicionamientos ideológicos asfixiantes, y unas

limitaciones de campo que hacían del contemporaneísmo un espacio a evitar2.

En este contexto, la historia de la historiografía y la reflexión teórica en torno a la disciplina

resultaban cuando menos cuestiones exóticas, de la misma manera que la metodología docente de

Juan José —influenciada por el seminario alemán— se mostraba ajena al tradicional modelo peda-

gógico de una Universidad de provincias como la de Zaragoza, fosilizado en unos contenidos gene-

ralistas, reiterativos y de carácter memorialístico3.

Pero el desolador paisaje cultural de la Zaragoza de los sesenta no se limitaba al estamento

universitario. En un ambiente marcadamente provinciano, la cultura oficial tenía en la Institución

«Fernando el Católico» uno de sus instrumentos más poderosos. El viejo proyecto cultural, funda-

do en 1943 y dominado por la elite falangista, se había convertido en una de las instituciones cul-

turales más poderosas del Patronato «José María Quadrado» del CSIC. Generosamente surtida de

recursos y con una envidiable capacidad editorial, la Institución fue durante décadas reflejo cris-

talino de los derroteros de la cultura oficial franquista4. Un modelo que a la altura de la década de

los sesenta, pese a mostrar evidentes signos de fatiga, mantenía incólume una irreducible voca-

ción de permanencia5.

2 Sobre el oficio de historiador durante el franquismo puede consultarse, I. PEIRÓ: «La aventura intelectual de

los historiadores españoles», en I. PEIRÓ y G. PASAMAR: Diccionario de historiadores españoles contemporáneos

(1840-1980), Madrid, Akal, 2002, pp. 9-43; y M. MARÍN: Los historiadores españoles en el franquismo, 1948-

1975, Zaragoza, Institución «Fernando el Católico», 2005. En relación con la Universidad de Zaragoza, J. LON-

GARES: «Carlos E. Corona Baratech en la Universidad y en la historiografía de su tiempo», en C. CORONA: José

Nicolás de Azara (ed. facsimilar y estudio introductorio), Zaragoza, Universidad de Zaragoza, 1987; J.J. CARRE-

RAS: «La Universidad de Zaragoza durante la guerra civil», en Historia de la Universidad de Zaragoza, Madrid,

Editora Nacional, 1983, pp. 419-434; y M.Á. RUIZ: Los estudiantes de Zaragoza en la posguerra. Aproximación

a la historia de la Universidad de Zaragoza (1939-1947), Zaragoza, Institución «Fernando el Católico», 1989.

3 Diversos detalles sobre la trayectoria vital e intelectual de Juan José Carreras en, C. FORCADELL, «Nota preliminar»,

en J.J. CARRERAS: Razón de Historia. Estudios de historiografía, Madrid, Marcial Pons / Prensas Universitarias de

Zaragoza, 2000, pp. 9-14; I. PEIRÓ y G. PASAMAR: Diccionario de historiadores españoles contemporáneos, voz

‘Carreras Ares, Juan José’, Madrid, Akal, 2002, pp. 168-170.

4 Sobre la Institución «Fernando el Católico» puede consultarse, G. ALARES: «La génesis de un proyecto cultural

fascista en la Zaragoza de posguerra: la Institución «Fernando el Católico», en I Encuentro de historia de la

Universidad de Zaragoza, en prensa; y del mismo autor, Diccionario biográfico de los consejeros de la Insti-

tución «Fernando el Católico», 1943-1984. Una aproximación a las elites políticas y culturales de la Zarago-

za franquista, Zaragoza, Institución «Fernando el Católico», 2008.

5 La articulación y crisis del modelo ‘Quadrado’ en M. MARÍN: Los historiadores españoles en el franquismo, 1948-

1975, Zaragoza, Institución «Fernando el Católico», 2005. Sobre la pérdida del monopolio historiográfico, I. PEIRÓ:

«La aventura intelectual de los historiadores españoles», en I. PEIRÓ y G. PASAMAR: op. cit., p. 29. Para la crisis cul-

tural del régimen puede consultarse J. GRACIA: Estado y cultura. El despertar de una conciencia crítica bajo el

franquismo, 1940-1962, Barcelona, Anagrama, 2006; y J. GRACIA y M.Á. RUIZ: La España de Franco (1939-1975).

Cultura y vida cotidiana, Madrid, Síntesis, 2001. Sobre este proceso de crisis en la Universidad de Zaragoza, y

materializado en la figura del historiador Carlos Corona, J. LONGARES: «Carlos E. Corona Baratech en la Universidad

y en la historiografía de su tiempo», op. cit., pp. VII-XLVI.

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Juan José Carreras, coleccionista de piedras

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En cualquier caso, el contem-poraneísmo, más allá de su cultivo através de una historia erudita cen-trada en los heroicos sucesos de laGuerra de la Independencia, se en-contraba ausente en el reducido ho-rizonte intelectual de los historiado-res de la Universidad de Zaragoza6.Junto con el escaso interés académicopor el periodo, la estructura editorialde la región tampoco facilitaba laexpresión de una serie de novedadesincubadas por una nueva generaciónde investigadores que habían asimi-lado los recientes enfoques historio-gráficos, en mayor grado a través delas voluntariosas lecturas ajenas a laortodoxia oficial, que en las aulas dela Universidad franquista7.

Y es que hasta la década de los

ochenta, las principales revistas es-

pecializadas se mantuvieron firme-

mente controladas por los veteranos

catedráticos franquistas. De esta ma-

nera, las grandes revistas de historia

dependientes de los organismos de

cultura local conservaban los prejui-

cios de sus directores y las limitacio-

nes de una cultura oficial celosa de

las viejas premisas del franquismo.

La revista Jerónimo Zurita, fundada

en 1951 por la Institución «Fernando el Católico», mantenía una trayectoria editorial condiciona-

da por los intereses académicos de su director, el catedrático Ángel Canellas, y que de manera

indefectible transitaban por la Paleografía, la Diplomática y la edición de fuentes medievales.

Mientras, la revista Argensola del Instituto de Estudios Oscenses y la revista Teruel del Instituto de

6 Sobre los usos públicos de la Guerra de la Independencia y los Sitios en Aragón, I. PEIRÓ: Las políticas del pasa-

do. La guerra de la Independencia y sus conmemoraciones. 1908-1958-2008, Zaragoza, Institución «Fernando

el Católico», 2008.

7 Una aproximación a la influencia de los hispanistas en la transición de la historiografía española, P. CIREZ: «Un

camino sin tregua: aproximación a las aportaciones de los exiliados e hispanistas al desarrollo de la historiogra-

fía española de los años 60», en M.Á. RUIZ CARNICER y C. FRÍAS CORREDOR (coords.): Nuevas tendencias historiográ-

ficas e historia local en España. Actas del II Congreso de Historia Local de Aragón, Huesca, Instituto de Estudios

Altoaragoneses, 2001, pp. 417-433. Respecto a la influencia de Manuel Tuñón de Lara en esta tercera generación

de historiadores, E. FERNÁNDEZ y C. FORCADELL (eds.): Manuel Tuñón de Lara. Desde Aragón, Institución «Fernando el

Católico», Zaragoza, 2002. No en vano, fue Juan José Carreras el que apadrinó el nombramiento de Manuel Tuñón

como doctor honoris causa por la Universidad de Zaragoza en 1983. Sobre las aportaciones del exilio en la cons-

trucción de una historiografía antifranquista, B. GARCÍA: «Ruedo Ibérico. Contra la estrategia del olvido, el dedo

en el gatillo de la memoria», en M.Á. RUIZ CARNICER y C. FRÍAS Corredor (coords.): op. cit., pp. 389-400.

Métodos de evaluación, en los guiones del curso 1989-90.

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Page 196: Razones Del Historiador

GUSTAVO ALARES LÓPEZ

194 |

Estudios Turolenses, relegadas a los depauperados mundos de provincias, se encontraban surtidas

por una pléyade de eruditos desconectados del ámbito académico. En este contexto, la aparición

en 1972 de la revista Estudios del Departamento de Historia Moderna, de carácter anual y diri-

gida por el catedrático Fernando Solano, tampoco alteró sustancialmente las posibilidades edito-

riales al centrar su producción en torno a la etapa moderna y los temas americanistas. Por todo

lo anterior, la transición de la historiografía aragonesa y la consolidación del contemporaneísmo

en la Universidad de Zaragoza durante los años setenta hubo de iniciarse al margen de los cau-

ces oficiales.

En este sentido, la intensa labor editorial desarrollada por entidades privadas como Gua-

ra editorial o Libros Pórtico, así como las diversas publicaciones trabajosamente editadas des-

de la joven Facultad de Ciencias Económicas y Empresariales (en cuya organización participó

Juan José Carreras), o la reactivación de un nuevo mercado editorial, permitieron ofrecer los in-

cipientes resultados de aquella otra historiografía aragonesa 8. De esta manera, en 1975 apa-

reció publicado por la editorial Siglo XXI el Aragón contemporáneo, de Eloy Fernández Clemente;

de 1977 son las apretadas quinientas siete páginas de Los Aragoneses, que con sabor de anto-

logía urgente publicó en Madrid la Editorial Istmo9; mientras que al año siguiente Ediciones

Pórtico sacaba a la luz, con notable difusión nacional, Las fuentes ideológicas de un Régimen,

producto de un inquieto grupo vinculado a la Facultad de Derecho y encabezado por Manuel

Ramírez. Ese mismo año, la Facultad de Ciencias Económicas, hacía lo propio con Estudios de

historia contemporánea de Aragón, de Eloy Fernández Clemente, editando un año después la

obra colectiva Historia del socialismo en Aragón10. De igual manera, desde 1972 el quincenal

Andalán —del que Juan José fue fundador y habitual colaborador—, sin ser estrictamente una

revista de carácter especializado, se había erigido en portavoz de una historiografía crítica dis-

puesta a socavar los reiterados consensos sobre los que se asentaba la historia oficial del régi-

men11. Y es que no sería hasta la década de los ochenta cuando el contemporaneísmo se integrara

en la estructura departamental de la Facultad de Filosofía y Letras, y las entidades regionales

de cultura —como la Institución «Fernando el Católico»— abrieran sus páginas al estudio de los

siglos XIX y XX12.

8 M. MARÍN: Los historiadores españoles en el franquismo, 1948-1975, op. cit., Institución «Fernando el Católico»,

Zaragoza, 2005, pp. 331-332. Como integrantes de esta tercera generación historiográfica cita Miquel Marín a

Gonzalo Borrás, Guillermo Fatás, Carlos Forcadell y María Carmen Lacarra. En esta nómina no puede eludirse el

magisterio de Juan José Carreras, aunque generacionalmente anterior, fructífero inspirador del grupo; a Eloy

Fernández Clemente y Antonio Biescas Ferrer, estos últimos desde la Facultad de Económicas y Empresariales; al

grupo de la Facultad de Derecho con Manuel Ramírez, José Antonio Portero, José Ramón Montero, Manuel

Contreras, Antonio Bar, Miguel Jerez, Rosa Ruiz Lapeña, Ricardo Chueca, y Ángel Tello; y a José-Carlos Mainer y

María Dolores Albiac de la Facultad de Filosofía y Letras, muchos de ellos asiduos a las jornadas de Pau. A nivel

local, esta tercera generación encontró en la revista Andalán (con la que Tuñón de Lara mantuvo una intensa

relación) su principal plataforma y referente simbólico.

9 VV. AA.: Los Aragoneses, Madrid, Istmo, 1977.

10 S. CASTILLO, E. FERNÁNDEZ, C. FORCADELL, I. BARRÓN y L. GERMÁN: Historia del socialismo en Aragón: PSOE-UGT (1879-

1936), Zaragoza, Facultad de Ciencias Económicas y Empresariales, 1979.

11 Sobre Andalán y los usos públicos de la historia, I. PEIRÓ: «La historia en un periódico o los combates por el estu-

dio del pasado en Aragón», en Andalán 1972-1987. Los espejos de la memoria, Zaragoza, Ibercaja, 1997, pp.

179-197.

12 En el caso de la Institución «Fernando el Católico», la primera contribución de fondo a los estudios de historia

contemporánea provino con la publicación de C. GAUDÓ, L. GERMÁN y J. BUENO: Elecciones en Zaragoza capital

durante la II República, Zaragoza, Institución «Fernando el Católico», 1980.

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Juan José Carreras, coleccionista de piedras

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Y fue en esta tarea de socavar las viejas estructuras universitarias, minar los monopolios his-

toriográficos y alentar a toda una generación de historiadores, en donde Juan José Carreras ejer-

ció de principal inspirador: como maestro de historiadores, impulsor de nuevos enfoques historio-

gráficos (especialmente en relación con la historia de la historiografía) y gozne entre aquella exi-

gua generación de supervivientes curtida en los rigores del franquismo y los nuevos historiadores

de la etapa democrática.

Podría concluir refiriéndome a su trayectoria como coleccionista de piedras. No en vano, esta

afición me ha servido para acompañar el epígrafe bajo el que discurren estas líneas. No obstante,

a falta de elementos que me permitan un enjuiciamiento medianamente solvente, prefiero optar

por una discreta abstención.

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ELENA HERNÁNDEZ

SANDOICA

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| 199

para Mari Carmen

Oí hablar del alemán Hans Rosenberg al mismo tiempo

que de nuestro Carreras. Supongo que el primero daría

entrada al segundo, pero es casi seguro que fue en una

clase de doctorado, los viernes por la tarde del curso

1974-1975 con Jover. Y aunque no puedo recordar cuál

de los dos, si Rosenberg o Carreras, era prioritario o más

decisivo en aquella mención, lo que sí entendí bien es que

se trataba de una reseña del uno sobre un libro del otro.

Y que José María Jover, que hasta hacía muy poco había

profesado en Moderna y no en Contemporánea, le estaba

dedicando al asunto casi una clase entera... Como a mi

vez yo venía de Antigua, la cantidad de cosas que ignora-

ba era infinita. Así que quise ver qué decía la reseña, y de

paso —cosa que siempre me gustó, y quizá en demasía—,

intentar colocarme en el punto de vista del lector prime-

ro, en el lugar del otro.

Estaba preparando entonces las oposiciones a institu-

to, pero en medio de otras novedades decisivas, entraría en

mi vida aquella otra, bajo la forma de una Gran Depre-

sión... Que no era precisamente la que yo conocía enton-

ces como tópica, sino una nueva, y anterior en el tiempo,

que me descubría un tal Rosenberg (ese era finalmente el

autor), y que, comentada a su vez por J.J. Carreras en la

revista Hispania, iluminaba el tercio último del siglo XIX en

la Europa Central.

Como estábamos por entonces en plena crisis eco-

nómica (la del petróleo, o del 73), y como además me

atraía el marxismo como a tantos estudiantes de la épo-

ca, la expansión colonial de fin de siglo, que Rosenberg

interpretaba con las claves de la Alemania bismarckiana,

me interesó de golpe directamente, sin previo aviso. An-

daba además luchando entonces yo con el alemán, que

comencé a estudiar bajo el influjo de Santiago Montero,

el personaje que más me había impresionado en la carre-

ra sin que hubiera cuajado, sin embargo, la tesina con él

(Domingo Plácido me acogió generoso). Mucho tiempo

De Hans Rosenberga Hans-Georg Gadamer.

Mi memoriade Juan José Carreras

ELENA HERNÁNDEZ SANDOICA

Universidad Complutense de Madrid

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ELENA HERNÁNDEZ SANDOICA

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después, sabría que Juan José Carreras —como otros pocos contemporaneístas, Espadas o Víctor

Morales— había comenzado su trayectoria con Montero, precisamente.

Pero, por el momento, los pocos Rosenberg que yo conocía no se llamaban Hans. Luego supe

que este había estudiado con Meinecke, del que sí sabía algo para entonces, igualmente debido a

que escuché hablar por vez primera del historicismo, claro está, a Montero. Pero mucho más me

iba a costar saber en cambio algo de Carreras, en tiempos —hoy tan lejanos como inconcebibles—

en que documentarse era otra cosa. Solo supe después de todo, pero en las circunstancias no era

poco, que los entrelazaría a los dos, ya siempre para mí, una obra que había hecho fortuna cuan-

do su aparición a fines de los sesenta, y que aunque no escrita en la propia Alemania, si no me

equivoco, llevaba el título goloso de Grosse Depression und Bismarckzeit 1.

La reseña en cuestión resultó ser larga y espléndida en detalles, poco imitable. Ya digo que

Jover la había glosado a su vez con tanta admiración y tanto detenimiento que, al ojear el índice

en la biblioteca del CSIC (hoy ya no podría ser en Duque de Medinaceli), no tenía claro aún cuál

debería ser el reparto final de papeles, si no sería en realidad Carreras el autor que debía buscar...

En la severidad del Patronato, vigilada de cerca por don Marcelino (¿desde dónde observará a esta

hora?) se disipó la duda, y leí con reverencia lo que había sido escrito por alguien que merecía todo

mi respeto de antemano, ya solo por comprender en su totalidad una lengua imposible. Pasado cier-

to tiempo, comprobé cuántas cosas sabía de verdad Carreras, y, sobre todo, qué bien las contaba.

Tuve primero que acudir en su busca, despistada por completo como he dicho. Insisto en

que escuchando a Jover, con total desconocimiento de la historia alemana del periodo, había

sido incapaz de discernir dónde acababa el libro y dónde empezaba la voz de su intérprete. Se-

guramente le encontré un atractivo suplementario a aquel trabajo porque, ya en la carrera, me

había parecido un hallazgo extraordinario el de los ciclos Kondratieff. Como no podía en el mo-

mento hacer fotocopias, y era tan largo el texto en la revista Hispania (además me puse a buscar

otras reseñas, también de Carreras, en otros números), pensé que me compensaba comprarlo,

como había hecho varias veces es la librería del CSIC (incluido el García Bellido, tan esperado en

su reedición). Estaba tentadora, la tienda, justo enfrente, y lo recuerdo con la claridad de los des-

cubrimientos. Porque, además, hay que decirlo todo, en la trastienda de aquella iluminación es-

taba también Marx.

Soy consciente de que apenas contribuye esta experiencia mía a conocer mejor a Juan José

Carreras, en tanto que para mí será siempre significativa porque dio forma, en parte importante,

al inmediato empecinamiento en hallar a mi vez otra gran depresión, referida naturalmente a

España. En el lugar y periodo que Jover me asignaría pronto como tema de tesis, la Restauración,

permitía encajar la idea de una crisis de cambio de ciclo. Solo que don José María lo que hubiera

querido es que yo escribiera sobre el pensamiento político-internacional de la Restauración (lle-

gué a poner sobre la mesa al elenco completo del ius-internacionalismo español del periodo, sin

llegar a escribir nada sobre él), en tanto que yo iría en cambio, lenta pero conscientemente, esca-

pándome de aquel registro, en busca de un imperio y sus capitalistas, ya fuese en crecimiento o

en apuros. Quise encontrar, por lo tanto, burgueses que estuvieran pendientes de unas colonias

1 El título completo: Hans ROSENBERG: Grosse Depression und Bismarckzeit; Wirtschaftsablauf, Gesellschaft und

Politik in Mitteleuropa, Berlin, Walter De Gruyter, 1967, 301 pp. Y el de la reseña, Juan José CARRERAS: «La gran

depresión como personaje histórico (1875-1896). La era bismarckiana y las ondas largas. Estudio crítico de la

obra de Hans Rosenberg: La gran depresión. Desarrollo económico, sociedad y política en Europa Central; un

estudio de las relaciones entre la situación económica y los intereses, ideas y comportamiento entre clases y gru-

pos sociales», Hispania, 109, vol. 28 (1968), pp. 425-443. En comparación, diré que solo fueron dos páginas las

que Werner Conze destinó a revisar la obra en la Economic History Review de diciembre de 1968 (21/3).

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De Hans Rosenberg a Hans-Georg Gadamer...

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todavía con apariencia de imperio, y por ello seguí las contratas del Estado en el transporte ultra-

marino y otras cosas así, por el estilo, que encajaban mejor en un marco de lecturas propio de his-

toria económica y social. Del resultado final, ninguno de ellos tuvo culpa alguna: ni Rosenberg, ni

Carreras, ni Jover. Yo diría que ni siquiera la tendrían Sereni —con los barcos de Italia, que descu-

brí después—, ni el Gramsci inolvidable que me prestó su idea del pacto triangular, antes de volver

a encontrarla en Tuñón.

Y no importan ahora demasiado cosas como estas, porque nunca las hablé con Juan José

Carreras, perdiendo la oportunidad de aprender y de reír que brindaba su conversación. Sí que lo

hice sobre alguna que otra cosa tiempo después, con comentarios que, a pesar de las pocas veces

que en realidad nos vimos, nunca fueron banales. Para entonces ya sabía yo quién era el profesor

Carreras Ares, lo había vuelto a leer (y eso que Carreras no escribía mucho, como solía decirse), y

había procurado acudir a alguna de sus conferencias y sus charlas.

Imprescindibles fueron aquellos Once ensayos sobre la Historia que en 1976 publicó la

Fundación March. Contenía el librito azul la conferencia de Jover que le habíamos escuchado

Rosario de la Torre y yo un año atrás, y, entre otros, estaba también el texto de Carreras. Como me

había cogido el gusanillo de la historiografía, me hice con un ejemplar del libro y me gustó. Como

no podía ser de otra manera.

Porque, más que los métodos (que también se trataban en algunos de los textos que recoge

el libro), me interesaban las incipientes revisiones de una historiografía (y una historia también,

que en derredor veíamos cambiar). Ya fuera por aquella música nueva, transparente metáfora con

la que Aróstegui se sigue refiriendo aún a Manuel Tuñón de Lara, o porque una crítica historiográ-

fica casi normalizada iba enlazando unas piezas con otras (los magníficos intentos de Eiras por

Clausura del II Congreso de Historia Local, organizadopor Miguel Ángel Ruiz Carnicer y Carmen Frías en Huesca (1999).

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ELENA HERNÁNDEZ SANDOICA

202 |

reflejar el impacto de Annales, por ejemplo, o el prólogo de Jover a los Doce estudios de historia

de España, un texto colectivo compuesto por sus discípulos), lo cierto es que a partir de este punto,

el azar ya no podría ser el protagonista principal de cualquier encuentro posible con la presencia

y la obra historiográficas de Juan José Carreras.

Tardé en ponerle cara, sin embargo. Fue en un coloquio hispano-alemán a fines de los se-

tenta o principios de los ochenta, posiblemente también en el propio CSIC de Medinaceli, hoy

por muchas razones un lugar de memoria. Vacilo, porque entonces no guardábamos justifican-

tes de la asistencia a eventos, ni en el curriculum contaba en realidad más que el llevar a ellos

una comunicación. Pero sí sé, seguro, que el encuentro dependía igualmente del Instituto Ale-

mán de Madrid, donde yo había visto publicado el aviso cuando acudía a clase, y sabía que, por

añadidura, uno de los participantes en el coloquio era nada menos que el notorio Klaus Hilde-

brand, del que había hablado en clase a mis alumnos, cuando pasábamos por el III Reich.

Carreras discutió vivamente con él —se veía bien, incluso sin comprenderlo todo— hasta qué

punto era aquel poderoso historiador conservador. Y me resultó admirable, personalmente, no solo

la capacidad de Juan José Carreras para polemizar en la lengua imposible (había traducción), sino

la forma en que abordó después la controversia, todavía viva, sobre un libro precioso para quien

enseñara siglo XX, el de Fritz Fischer Griff nach der Weltmacht (1961)2.

Salí reconfortada, porque algo ya creía yo saber de aquellas cosas —ya llevaba unos años

enseñando Historia de Europa del siglo XX en quinto curso, nocturno—, y en especial de lo que

se trataba, gracias a un librito muy claro de Jacques Droz que astutamente me traje de París un

poco antes, y que como tantos otros —en la maleta desde Francia o pasando por Londres—, abrían

puertas de mundos que entonces parecían, qué ingenuidad, abarcables... Pero no salió de mi

boca ni una sola palabra con la que intervenir en el coloquio, de tanto como me imponía un

escenario más oscuro que sobrio. No crucé una palabra con Carreras, pero le comenté a Mano-

lo Espadas cuánto me había gustado aquella intervención. Claro que yo estaba de su parte, na-

turalmente.

Me parece que fue solo a finales del verano del 1981, en Santander, aprovechando algún

paseo durante el homenaje en la UIMP a Tuñón, cuando hablamos por fin. Pero no de historio-

grafía historicista. Ni de Hildebrand ni de Rosenberg. Sino del volcán de Malcolm Lowry (que me

tenía raptada por entonces), y también (aunque quizá no fuera esa misma vez, sino la siguien-

te) del Berlín de Alfred Döblin y la Alexanderplatz (¡un dentista!, recuerdo haberle dicho, ¡y no

un historiador!). Porque no concebía yo entonces dos novelas más grandes, más importantes en

la vida de nadie... De historia realmente, creo que no hablamos nunca con seriedad, al menos

hasta que no pasaron veinte años. Siempre le agradecí, aun sin decirlo, que nunca me reprocha-

ra el faltar finalmente a la reunión sobre Universidades que organizó, junto con Miguel Ángel

Ruiz Carnicer, en noviembre de 19893. Coincidió con la caída del Muro de Berlín, y sin que esa

fuera la razón, entendió las mías propias cuando, años después, entre bromas y veras, me atreví

a confesarlas.

Para ese tiempo no hacía falta ya más conversación ni encuentros largos. Siempre me sen-

tí cómoda en su presencia, una chispa al principio intimidada por su respuesta rápida. Iba leyen-

do en tanto lo que, con creciente frecuencia, publicaba; y algunas de esas cosas me las manda-

2 Explícito el subtítulo (Die Kriegszielpolitik der Kaiserlichen Deutschland, 1914-1918). Hay reediciones posterio-

res, así como del siguiente libro de Droz, que también utilicé con profusión en su momento: Krieg der Illusionen.

3 La edición es conocida: J.J. CARRERAS y M.Á. RUIZ CARNICER (eds.): La Universidad española bajo el régimen de

Franco (1939-1975), Zaragoza, Institución «Fernando el Católico», 1991.

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De Hans Rosenberg a Hans-Georg Gadamer...

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ba él mismo, y si no, Forcadell. Me

fue ocurriendo algo que no es del

todo idéntico, pero sí en cierto

modo fue simétrico a mi acerca-

miento a Vicente Cacho, cada vez

más cercano. De los dos, tan distin-

tos, guardo imágenes que no se ol-

vidan con facilidad. Y pude estar

contenta, finalmente, de que aun

sin haber obedecido a Juan José

cuando me animó a implicarme más

directamente en la AHC, lograra

tranquilizarle cuando —ya la vez úl-

tima— hablamos por teléfono, preo-

cupado por algo que no acababa de

salir como deseaba.

También me alegra, y mucho,

haber vencido la pereza de organi-

zar aquel curso de verano en El Es-

corial (¡ahora veo que hace ya seis

años!), en la primera semana de sep-

tiembre de 2002. Sobre todo porque

Carreras —y con él Mari Carmen—,

fueron parte tan importante de él,

desde el primero hasta el último

día, que no llego a creer que tuvié-

ramos esa suerte Alicia Langa y yo,

la semana entera. Ponentes y estu-

diantes lo pasamos tan bien, ha-

blando mucho de lo que nos con-

cernía y apenas sin salir del edificio

más que para la boda presidencial (y eso no todos) que coincidió aquel jueves, que tardó en di-

solverse el estado de gracia4. A quienes nos acompañaron vuelvo a darles las gracias desde aquí,

y a Mari Carmen muy especialmente.

Solo un año más tarde, por razones que fueron transitorias pero que ya lo hubieran hecho

inviable, no habría llevado yo el curso de verano en la UCM, acogida a la hospitalidad de su direc-

tor entonces, Ramón Rodríguez y de José Luis Pardo, coordinador, para responder a las demandas

de unos estudiantes que recuerdo con mucho agrado, pues fueron muy activos. De haber sido

aquel el caso, no habríamos compartido nunca aquel Gadamer con que Carreras advertiría al audi-

torio larga y compleja, implacablemente, sobre las trampas que encierra la hermenéutica.

Pero más aún, no habríamos disfrutado de su constante presencia en los coloquios, pendien-

te y vigilante, atento como pocos sobre todo a las palabras de los demás. Ni tampoco, para mara-

4 El curso, «La renovación de la historiografía: entre historia política e historia cultural», se desarrolló entre los días

2 y 6 de septiembre de 2002. Está editado bajo el título Sobre la Historia actual. Entre política y cultura, Madrid,

Abada, 2005, y allí puede leerse el texto de J.J. CARRERAS: «Bosques llenos de intérpretes ansiosos y H.-G.

Gadamer», pp. 205-227.

Montaje de ilustraciones con intenciones historiográficas,dedicado a Elena Hernández Sandoica (El Escorial, 2002).

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ELENA HERNÁNDEZ SANDOICA

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villa de quienes lo presenciamos, hubiéramos podido ser testigos de aquella forma magistral que

encontró una tarde para suplir la ausencia de uno de nosotros, en una mesa que, en efecto, resul-

tó tan redonda que lamenté no haber tenido la precaución de grabar.

Al igual que muestran otras muchas de sus conferencias y conversaciones del momento,

como puede seguirse en la mayoría de sus escritos últimos, el giro interpretativo de la historio-

grafía le preocupaba mucho, especialmente porque no veía en él ninguna novedad, y sí en cam-

bio los riesgos conocidos que en su día marcaron el declive de los historicismos, justificándolo

de este modo en su su sustitución por otros enfoques y otras filosofías. Le pedí que fuera él mis-

mo quien resumiera las conclusiones del seminario entero a la hora del cierre, adaptándolo a sus

puntos de vista, en vez de hacerlo yo. Y estuvo, como siempre, sabio, provocador y extraordina-

riamente sugerente.

Para entonces, en honor de los intérpretes ansiosos con los que ironizaba en el título de su

conferencia, un Carreras en plena forma, que vino a convertir aquellos días en un casi permanen-

te juego dialéctico, había ya patentado como hallazgo simbólico las decorativas parrillas del

Eurofórum Infantes. Afortunadamente, esa vez sí que tuvimos, todos, tiempo para hablar.

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JAVIER UGARTE

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Explicación

Hará un tiempo, hacia 2003, envié a una revista de crítica

de libros una breve reseña del libro Seis lecciones sobre

historia, publicada por Juanjo Carreras ese año —¿le mo-

lestaría a Carreras si le llamara maestro, profesor?; mejor

así, creo: por su nombre de uso, y punto—. Les encantó la

idea de reseñar a Juan José Carreras. Me propusieron un

texto más extenso que incluyera otras publicaciones del

mismo autor que habían salido por aquellas fechas a las

librerías. Lo intentaría, dije, pero tenía muchísimo trabajo

(siempre, el trabajo). El caso es que, a mi pesar, no pude

rematar el encargo.

Había, sin embargo, entre otras que nos son propias

a la profesión —lo último es lo mejor, la jerga académica

da más crédito a lo escrito—, una idea tópica, en mi opi-

nión, que subyacía en el encargo de hacer una reseña más

abarcadora de lo hecho por Juan José Carreras —además

del hecho cierto de que en breve tiempo había publicado

bastantes cosas—: la idea de que en un pequeño libro de

97 páginas con ilustraciones, no podía decirse gran cosa.

Y, sin embargo, —precisamente el libro de Carreras lo de-

muestra—, nada más lejos de la realidad. También es cier-

to lo contrario. Ahí está para mostrarlo, pongamos, El

Mediterráneo, de Fernand Braudel. No es cuestión de ta-

maño, claro está, sino de conocimiento y experiencia acu-

mulada.

A mi modo de ver, este pequeño libro es uno de los

trabajos más representativos y excitantes para entender el

modo de hacer de Juan José Carreras. Y, realmente, mere-

ce la pena visitarlo, leerlo y repensarlo. Es un compendio

de historiografía (siglos XIX y XX) condensada de manera

sabia y elegante. Y muestra una voz personal, diferente

dentro de la historiografía española, una manera propia de

ver el oficio y el modo de recuperar críticamente el pasa-

do. Ponderado, clásico, circundando siempre el fuste esen-

cial de la tradición historiográfica nacida el XIX en Ale-

mania, abierto a lo nuevo, pero inteligentemente distante,

descreído. La larga lista de alumnos y discípulos notables

A propósito deSeis lecciones sobre historia

de Juan José Carreras

JAVIER UGARTE

Universidad del País Vasco / EHU

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JAVIER UGARTE

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con que contaba y cuenta, quienes han organizado y convocado esta Conferencia, muestran hasta

qué punto su voz era propia, y su influencia grande.

Este escrito no es gran cosa frente a lo que otros compañeros presentarán. Quiere ser simple-

mente un homenaje a un maestro —por qué no decirlo— a quien traté poco, pero que siempre me

enseñó algo y dio calor humano —imagino que es una experiencia compartida con muchos—. A un

historiador cuyos escritos leí siempre con gran placer e interés. Especialmente, este que reseñé. Y quie-

re, en consecuencia también, llamar la atención sobre un librito que habrá pasado desapercibido para

una buena parte de la profesión. Una discreta joya en el prosaico paisaje de nuestra historiografía.

Escribía aproximadamente esto (con un cierto tono divulgativo).

Reseña

Juan José Carreras Ares, Seis lecciones sobre historia, Zaragoza, Institución «Fernando el Católico»,

2003, 97 pp.

Si gusta usted de los libros breves y deliciosos, aquí le presento uno. Si está, además, intere-

sado por los temas de la historia y del modo en que han sido tratados, encontrará en él un com-

pendio sencillo en seis breves lecciones de lo hecho hasta la fecha.

La publicación está presidida por la sabiduría: por el sabor y el placer que da el buen gusto,

y por la comprensión, el entendimiento hondo de las cosas. Unos grabados de Gustave Doré, dig-

namente impresos, marcan e ilustran con gran sugerencia cada capítulo (con un pie siempre inte-

ligente e irónico).

El libro recorre la profesión del historiador y su tarea en sociedad, desde la Ilustración al día

de hoy. Todo ello bajo el principio de realidad que asume el autor en tiempos dominados por el

relativismo cínico, sobre la idea de lo único irrepetible y contingente, que remite a Aristóteles, y

sobre la base de un cierto orden proyectado a lo largo del tiempo sobre la civitas terrena en la

línea de san Agustín —naturalmente, con las holguras debidas en relación con el orden divino

sobre lo humano, la prioridad de la narratio historica, lejos de la Civitas Dei, marcada por la armo-

nía divina u otras armonías posteriores.

El autor va desplegando, como perlas a lo largo de sus lecciones, pequeñas reflexiones sobre

el modo en que el hombre, desde el conocimiento crítico del pasado que es la disciplina historio-

gráfica, ha ido asumiendo su presente. Con un trato exquisito de cada época y cada propuesta his-

toriográfica —que equidistan todas ellas del saber, parafraseando a Ranke—, desgrana someramen-

te cada una de ellas resaltando con mucho tino aspectos descuidados y mal percibidos.

El autor es crítico —con fundamento, creo yo— con respecto a algunas de la últimas evolucio-

nes de la historiografía influida por el posmodernismo (Derrida) y el discurso vacío («No hay hechos,

solo interpretaciones», Paul de Man). Cree, con Enzensberger, que todas las esperanzas en el trán-

sito a la posmodernidad fue [sic] otro hundimiento y una derrota de la utopía de la razón. Este

hecho sustantivo y su reiteración en la parte final del libro, creo que diluyen en el libro el recono-

cimiento de otras corrientes historiográficas conectadas con cierta hermenéutica (véase su texto,

bien sopesado y prudentemente llevado de «Bosques de intérpretes ansiosos y H.-G. Gadamer», en

E. HERNÁNDEZ SANDOICA y A. LANGA, eds.: Sobre la historia actual. Entre política y cultura, Madrid,

2005), hoy presentes ya, y capaces, a mi entender, de transmitir la tradición ilustrada y materialis-

ta de la historia hacia el futuro con el complemento de nuevas reflexiones sobre el hecho de la

interpretación del pasado, sobre la literalidad y la abstracción, el valor intrínseco de la narración,

sobre el empeño de verificación y manipulación que todo trabajo histórico implica, la relación entre

las proposiciones y los hechos, etcétera, estudiados por la última filosofía analítica anglosajona

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A propósito de Seis lecciones sobre historia de Juan José Carreras

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—contra y frente a la hermenéutica

circular de un Heidegger y otros—.

Temas todos ellos que no igno-

ra, pero que tal vez los difumina. No

así el valor de la unidad de proceso

del pensar y del actuar, de una idea

consensual, colectiva y social del acto

científico en la línea de la escuela

pragmática. Y, en especial, aprecia los

valores de la contingencia —en coha-

bitación con estructuras y procesos—,

de la complejidad de la vida social y

del desorden o del caos en los proce-

sos históricos. Carreras se hace eco de

las palabras de Walter Benjamin pro-

nunciadas en medio de las ruinas de

nuestra civilización en los años cua-

renta del siglo XX: Pero desde el

paraíso sopla un huracán que se ha

enredado en sus alas, y que es tan

fuerte que el Ángel ya no puede

cerrarlas. Este huracán le empuja

irremediablemente hacia el futuro...,

mientras que montones de ruinas

crecen ante él.... Esa especie de her-

menéutica del peligro benjaminiano

(Reyes Mate), su Angelus novus que

vuela contra el huracán, con la vista

puesta en el pasado y de espaldas al

futuro, sin rumbo ni razón, mientras

destroza al hombre y a las sociedades

si es que aquel no se rebela frente a ese fatum, contra el pensamiento determinista, el historicismo

y la neohermenéutica tradicionalista, pasándole a la historia el cepillo a contrapelo.

Por lo demás, Carreras (maestro de historiógrafos) da paso en su libro a corrientes que no

comparte plenamente, pero que alienta (como cuando recomienda la lectura del libro de Giovanni

LEVI: L’eredità inmmateriale. La herencia inmaterial. La historia de un exorcista piamontés del

siglo XVII, Madrid, Nerea, 1990).

Por su hondura, por el complejo ramillete de influencias que se aprecia (especialmente germa-

nas tras su larga estancia en aquel país), por el modo fresco y elegante de su reflexión, su sentido

irónico en ocasiones, descreído, y ligeramente vehemente en otras, por su vínculo al tronco funda-

mental de la ciencia social histórica frente a ideas sistemáticas, por su buen sentido, juicio crítico y

tolerante al tiempo, Carreras representa una voz singular dentro de la historiografía española. Y este

libro, por la ligereza y brevedad con que están presentadas las ideas y las corrientes, por su afán abar-

cador y analítico, por la sencillez y la elegancia en la escritura, sea quizá uno de los escritos más sig-

nificativos del historiador. Con su sobria y cuidada edición, resulta un libro para una lectura —para

varias lecturas— relajada y reflexionada, una lectura que informa y resulta especialmente grata. Pocos

libros de este orden se han escrito en nuestra historiografía local. Quizá sea tiempo de descubrirlo.

Curso de doctorado 1985-86,sobre «Historiografía francesa contemporánea».

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En estos círculos se piensa que sólo las tradiciones incues-

tionadas y los valores fuertes hacen un pueblo apto para el

futuro. Por eso cualquier mirada escépticamente inquisido-

ra hacia el pasado se convierte inmediatamente en sospe-

chosa de moralización desmedida.

J. HABERMAS

I

En mis muchos años de relación con Juan José aprecié y

aprendí muchas cosas de él. Aquí solo voy a comentar dos

referidas a aspectos de distinta índole: por un lado, su bon-

homía, el trato cercano y afable que siempre me dispensó,

lejos de cualquier atisbo de endiosamiento. Primero en Pau,

luego en Zaragoza o en sus visitas al País Vasco, cuando no

en algún congreso o en encuentros esporádicos en Jaca, se

fue forjando una relación afectuosa en la que la desigual-

dad intelectual la encubría Juan José con sus seductoras

formas, con su capacidad de escuchar y crear un clima cáli-

do que hacía que te sintieras cercano y cómodo.

Esta faceta humana se enlazaba con su manera de

transmitir esa especie de magisterio encubierto que ha

ejercido sobre muchos de nosotros. Como ya se habrá des-

tacado aquí, sus conversaciones estaban repletas de ense-

ñanzas y de un conocimiento descomunal acerca de todo

lo relacionado con la historiografía. Era un aprendizaje in-

formal, lleno de matices y sutilezas, sin ningún engola-

miento y sin necesidad tampoco de reclamar un reconoci-

miento público que, me parece, tanto le incomodaba. Ese

saber me puso en más de un aprieto cuando intentaba se-

guir sus reflexiones, como ocurrió en una de mis oposicio-

nes cuando Juan José, desde el tribunal, me formuló una

pregunta que estimaría sencilla, pero que a mí me originó

un notable atasco del que salí balbuceando. No sé si para

compensarme, posteriormente, tras algún seminario, me

regaló esos dibujos a los que tan aficionado era Juan José;

dos de ellos forman parte del paisaje de mi despacho des-

La historiacomo actividad humana,

como práctica1

LUIS CASTELLS ARTECHE

Universidad del País Vasco

1 K. Marx, Tesis sobre Feuerbach, de la primera tesis.

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LUIS CASTELLS ARTECHE

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de hace años y es una manera de mantener vivo su recuerdo, y tratar así de recoger aquella at-

mósfera agradable pero a la vez intelectualmente exigente que nuestro amigo esparcía.

Una de las varias cosas que recogí de Juan José es la necesidad de estar atento a la epistemo-

logía histórica, de disponer de soportes teóricos desde los que examinar el pasado. Ha sido para mí

una referencia fundamental a la hora de calibrar la importancia de los clásicos, de lo que de ellos

se puede seguir extrayendo y de no dejarse llevar por eso tan común en nuestros tiempos del últi-

mo giro o moda. Nos ha mostrado, por ejemplo, una manera más compleja de observar el legado

del historicismo y de Ranke, obviando simplificaciones desautorizadoras e incidiendo en cómo para

este autor la investigación estaba unida al método crítico más estricto (2003: 39; 1981). Lo mismo

puede decirse sobre otra de las grandes corrientes sumergida en el olvido por la historiografía con-

temporánea tras el alud de críticas que desencadenó Annales: me refiero al positivismo francés, del

cual hizo una lectura reivindicativa frente a la demonización a la que se había visto reducido (1992).

En este sentido, Juan José no tuvo inconveniente en pasar a la historiografía el cepillo a contrape-

lo (BENJAMIN), mostrando su reparo a la antropología y al auge del giro interpretativo que esta pro-

movía y a su aversión a la contextualización. Carreras se hizo eco también del desánimo que cun-

dió con el fin de las utopías racionales y de la incidencia negativa que la posmodernidad ha apare-

jado para la historiografía, pero ello no le impidió seguir posicionándose frente al pensamiento débil

y postulando, por el contrario, la conveniencia de un estatuto epistemológico fuerte, al igual que

afirmaba la función crítica que debe ejercer la historia (2000: 236). En definitiva asumía el consejo

de Enzsberger de hacer algo más que limitarse a sollozar y animaba a seguir nadando (2003: 96).

Confío en que algunas de sus enseñanzas, de su legado, así como la dimensión ética que man-

tuvo firmemente y que los historiadores del País Vasco tanto agradecíamos, se trasluzcan en las

notas que a continuación expongo.

II

Uno de los debates recurrentes que a Juan José le preocupaba es lo que el posmodernismo y su

corriente más radical ha puesto en boga acerca del cuestionamiento del estatus de la historia en

tanto que disciplina que produce conocimientos. Ciertamente, la labor del historiador no es sen-

cilla. Es un mediador entre el pasado y el presente, y en ese vínculo es una suerte de exiliado o

extranjero al tener que penetrar en un lugar (el pasado) que le resulta extraño, pues allí hacen las

cosas de otra forma, por recoger la famosa cita que abre el libro de Hartley. La historiografía juega

con la distinción entre el presente y el pasado, establece una cronología de sucesivas rupturas o

periodos diferenciados, y trata de atrapar y descifrar lo que considera que está ya muerto. Es una

labor contradictoria, pues al conceder al presente el privilegio de recapitular el pasado en un

saber, motiva que sea trabajo de la muerte y trabajo contra la muerte. De esta forma, el muerto

(el pasado) resucita dentro del trabajo que postulaba su desaparición (CERTEAU, 1993: 17, 53). En

esta condición de extraterritorialidad entre el hoy y el ayer en la que vive el historiador, su labor

estriba en familiarizarse con ese pasado, conocerlo desde la adhesión y la distancia, hasta llegar a

tener un conocimiento lo más denso posible sobre él. El arte, pues, del historiador consiste en limi-

tar al máximo los perjuicios que la distancia provoca y sacar el mayor provecho de las ventajas

epistemológicas que de ella se derivan (TRAVERSO, 2007: 37).

Paisaje, pues, complejo que ha dado pie al relativismo extremo que propugnan autores como

H. White sobre la historia y su reducción a una dimensión narrativa o retórica. En este punto con-

viene seguir con los clásicos y señalar que la principal tarea del historiador es, como bien explicó

Momigliano, la búsqueda de la verdad (1984: 49), y nuestra disciplina como su resultado produce

conocimientos provisionales y limitados, sí, pero no arbitrarios. Dicho de otra manera, que la histo-

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ria es una disciplina animada por una intención y un principio de perseguir la verdad, y que aplican-

do sus métodos el pasado llega a ser aprehendido (CHARTIER, 1998: 16). Aceptar que la objetividad es

un noble sueño, un concepto confuso e históricamente mudable (NOVICK, 1997), o no comulgar con

el empirismo objetivista, no implica que se niegue a la historia la capacidad de comprender el pasa-

do y de representarlo de la manera lo más fidedigna posible. Por lo general, la realidad histórica no

puede ser conocida directamente, pero suponer de aquí que sea imposible alcanzarla es caer en un

extremismo ingenuo. El historiador debe operar con el concepto de verdad, y junto a él con otro

concepto, el de prueba, que le permiten llegar a conocimientos relativos y abiertos, sí, pero que

representan un avance en el discernimiento del pasado (GINZBURG, 1993: 22-23). Al investigador se

le debe exigir una necesaria humildad dada la imposibilidad que tiene de captar todos los matices

de un pasado que solo conoce de modo indirecto, pero ello no es obstáculo para que a través de una

adecuada evaluación de las fuentes pueda acercarnos a lo sucedido en ese pasado (HANDLIN, 1982).

Esta polémica sobre el estatus de la historia que con distintas manifestaciones se ha dado a

lo largo del tiempo (BURKE, 1998), se ha visto cruzada en la actualidad por otro tema estrella como

es el de la memoria y el intenso debate acerca de su compleja —y no siempre fácil— relación con

la historia. Pues bien, esta laboriosa articulación del oficio de historiador, con su anhelo de recom-

poner y reconstruir el pasado, tiene una dificultad añadida cuando tiene que hacer frente a la uti-

lización sesgada que desde el poder se hace de la historia y a la inserción social de unos estereo-

tipos históricos de nulo rigor, pero con una notable proyección política.

La historia ha sido y es una disciplina acosada desde los poderes públicos, que pretenden rei-

teradamente seducirla y atraerla para emplearla conforme a sus intereses. El uso político de la his-

toria ha sido una constante a través del tiempo; se ha visto así instrumentalizada y adecuada por

el poder de turno, lo que ha provocado la desconfianza sobre su capacidad heurística (CARRERAS y

FORCADELL, 2003: 14). Desde el siglo XIX la utilización partidista de la historia se incrementó, hacien-

do más ardua la relación entre la búsqueda del conocimiento del pasado por parte del historiador

y el reclamo que se le hace para que sirva a un fin público, a su uso público (PASAMAR, 2003; HARTOG

y REVEL, 2001). No en vano, la historia es una creación con una evidente proyección sobre el pre-

sente, incide sobre él, contiene, por tanto, una carga política, por lo que no es extraña esa volun-

tad de manipulación que debe soportar. En la actualidad, la concentración del poder que se regis-

tra en nuestra sociedad, el mayor peso de las administraciones, el creciente influjo social de los

diferentes medios de comunicación, añaden nuevos ingredientes a esta manipulación de la histo-

ria y a que se formalice una memoria colectiva alejada de lo factual.

Ahora bien, donde con más claridad se manifiesta tal aspiración a la utilización, es cuando se

le requiere para amparar proyectos nacionalistas bien desde el Estado o contra él (ÁLVAREZ JUNCO,

2003). Para el nacionalismo la historia constituye un pilar a la hora de fundamentar su proyecto,

haciendo del pasado y de las imaginadas huellas comunes o gestas bélicas, soporte desde el que

construir sus aspiraciones de carácter comunitario. El nacionalismo necesita mitos fundacionales,

una trayectoria compartida, esto es, una historia ad hoc, con la que presentar la nación como una

realidad orgánica, natural, con una continuidad a lo largo del tiempo. Tal como dice PÉREZ GARZÓN,

el nacionalismo es puro diálogo con el pasado (1999: 169), y en él rastrea las supuestas huellas

que confirmen una suerte de existencia perenne. Hace ya años, HOSBSBAWM (1995: 26; 1994: 57)

advertía que el nacionalismo es una ideología propicia para el falseamiento da la historia y para

la proyección de los deseos del presente hasta crear una narración halagadora e interesada a las

necesidades de la nación imaginada, por recoger la conocida expresión de B. Anderson.

Las alteraciones que origina la visión nacionalista de la historia se ponen de manifiesto, por

ejemplo, en la sociedad vasca a la hora de consensuar temas básicos. Existe así una notable con-

fusión a la hora de denominar y definir el territorio vasco (País Vasco, Euskadi, Vasconia, Euskal

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Herría), y de la misma manera tampoco hay un consenso a la hora de delimitar su ámbito terri-

torial (¿Navarra incluida?, ¿el País Vasco francés?). En suma, vuelven a aparecer los diferentes

criterios que se manejan a la hora de definir la existencia de una nacionalidad. Aunque muy gro-

seramente expuesto y manejando tipos ideales: ¿es la voluntad de los ciudadanos (la nación po-

lítica) lo que debe prevalecer, o son los elementos étnico-culturales (la nación cultural) los de-

terminantes? (DE BLAS, 2008: 65 y ss.) Para el nacionalismo vasco no hay dudas al respecto y la

opción es diáfana: somos un pueblo, una nación en la medida que poseemos una cultura pro-

pia, una cultura vasca así como una lengua. La base étnica y la lingüística son, por tanto, los

fundamentos que definen la nación. Igualmente, frente a las tesis modernistas o instrumenta-

listas que consideran los nacionalismos como fenómenos históricos y construidos, propios de la

modernidad, desde el nacionalismo vasco se nos transmite la idea de un País Vasco inmemorial,

pues no en vano, se nos dice, que desde el Mesolítico, desde hace siete mil años está el pueblo

vasco (IBARRETXE, 2003: 401-402).

III

El historiador debe tratar de huir del presentismo, del condicionante del presente o de las ideas

preconcebidas. No es una cuestión que sea fácil de resolver pues no en vano, como nos recorda-

ba Collingwood, el pasado y el presente son inseparables y, en este sentido, resulta casi una pe-

rogrullada señalar que la investigación histórica está alimentada por preocupaciones del presen-

te (THOMPSON, 1994: 85). Sin llegar al famoso aforismo de B. Croce y de lo que de ello se infiere

—toda historia es historia contemporánea— no cabe duda de que el conocimiento de la histo-

ria es, asimismo, un producto histórico y que los historiadores desempeñamos nuestro trabajo en

unas determinadas condiciones políticas e ideológicas (CRUZ, 1991: 20; SKINNER, 2007: 65) y, por

tanto, desde una determinada subjetividad. Existe, además, en la actualidad una prepotencia del

tiempo presente (RUIZ TORRES, 2002: 18), de lo contemporáneo, que tiende a contaminar las ma-

neras de mirar el pasado, hasta llegar a desvirtuarlo. Los casos de determinadas modas historio-

gráficas y su influjo a la hora examinar la historia son tan evidentes que nos permiten, mante-

niendo una prudente discreción, obviar su relación. El historiador debe ser consciente de estos

condicionantes y debe negociar con ellos. Aceptar lo que escribió Ricoeur de que el historiador

interroga al pasado desde su propia experiencia, pero, asimismo, que lo que le ha de distinguir

es que debe educar esa subjetividad, promover una subjetividad implicada en la búsqueda de la

objetividad (RICOEUR, 1990). O, dicho de otra manera, dado que la historia es una práctica inter-

pretativa y no un ejercicio meramente referencial, y conforme a ello es construida por el histo-

riador, este debe hacer un esfuerzo por buscar la neutralidad en sus valoraciones, atemperar la

parcialidad (subjetividad) y mantener su compromiso con la labor heurística de documentación

y verificación propia de nuestra profesión. Repetir aquí, otra vez con GINZBURG, que lo que mar-

ca el trabajo del historiador es la prueba, el esfuerzo por indagar en tales pruebas, y que su tra-

bajo se sostiene tanto en la interpretación como en la verificación de lo que en ellas se contie-

ne (LEVI, 2002: 59; GINZBURG, 2001).

Pero estos deseos de ecuanimidad y rigor tienen que hacer frente al referido uso de la histo-

ria para unos determinados fines políticos o ideológicos. La historia no es una reliquia o un saber

trivial, sino que, como antes apuntábamos, está presente en nuestra sociedad y mantiene un estre-

cho vínculo con el hoy (CRUZ, 1991). El pasado tiene fuertes implicaciones en la sociedad, nos con-

diciona como somos y es pieza clave para entendernos. La historia es por ello un instrumento fun-

damental a la hora de construir determinados imaginarios, y, por tanto, requerida por los sectores

que buscan tener influencia social y, especialmente, por el poder político que trata de utilizar a

Clío a su conveniencia como una herramienta de legitimación. Esta voluntad de control tiene en

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La historia como actividad humana, como práctica

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la actualidad su formalización en el

objetivo por parte de los poderes po-

líticos de sacralizar una determinada

memoria colectiva, que se nos pre-

sentaría así como una historia indis-

cutida, que recogería el sentir (no

una de las maneras de sentir) de la

comunidad, una historia, en suma,

oficial y canónica.

Así, este tema hoy en boga de

la memoria tendría como una de sus

principales proyecciones la forma

como es gestionada por los poderes

públicos con el objetivo de utilizarla

como instrumento privilegiado del

control del presente (PEIRÓ, 2004:

187). Desde este ámbito se desarro-

lla, por tanto, una política del con-

trol del recuerdo, para convertirlo en

un sustento fundamental de afirma-

ción de la propia identidad tanto

individual como, sobre todo, colecti-

va (TODOROV, 2002). Se produce, de

este modo, una movilización de la

memoria al servicio de la búsqueda,

de la reivindicación de la identidad,

concepto este, por lo demás, frágil,

que genera confrontación (la afir-

mación frente al otro), tiende a bo-

rrar la diversidad y a obscurecer la

naturaleza problemática del grupo,

resultando una categoría analítica cuestionable (RICOEUR, 2003: 121; BRUBAKER y COOPER, 2000).

Este proceso de estilización del pasado conduce a una especie de cosificación de la me-

moria, que es empleada así en su expresión más simple, sin matices, ahistórica, al servicio del

presente y con la función de llegar a definir la verdad eterna, y con ella, una identidad eter-

na, para los integrantes del grupo. Se busca a través de una recreación de la memoria y de su

formalización en distintos símbolos y lugares, que la idea difusa de nación se concrete, acer-

cándola a los ciudadanos y dándole calor. Asimismo, los hechos militares, su utilización como

memoria consagrada, constituyen un excelente soporte desde el que alimentar tales afirmacio-

nes nacionalistas e identitarias. Sin entrar en mayores honduras sobre las posibles comprensio-

nes acerca de la memoria, conviene en cualquier caso resaltar el riesgo que entraña canonizar

una determinada memoria colectiva eliminando la conveniente diversidad de las interpretacio-

nes del pasado:

Pero la memoria colectiva, cuando tiene sentido, cuando merece ese nombre, suele ser obje-

to de un combate político en el que, con el fin de redefinir el presente común, se enfrentan y

negocian relatos contradictorios sobre los símbolos capitales del pasado colectivo y la relación de

la colectividad con ese pasado (NOVICK, 2007: 16 y 301).

Dossier bibliográfico sobre la revolución francesa;mediados de los años ochenta.

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LUIS CASTELLS ARTECHE

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Resulta llamativo a este respecto determinados enfoques de la historia del País Vasco que

bucean en el pasado rastreando antecedentes con los que dar aliento a determinados proyectos

políticos. Se exponen hechos o autores pretéritos forzando interpretaciones y atribuyéndoles sig-

nificaciones ajenas a su marco histórico, cayendo en esa suerte de historia anacrónica que denun-

cia SKINNER (2007: 66). No solo es la presentación de un pasado visto en términos nacionales, de un

pueblo así homogéneo en camino hacia su construcción nacional, sino como otro paso más, se

interpreta la historia del País Vasco a través del principio de un supuesto conflicto que opondría

históricamente a España con un inventado pueblo vasco (MOLINA, s. a.). Problema o conflicto al que

se le proporciona un contenido historicista, considerando que sus raíces se remontan al pasado. Ya

Klemperer nos puso sobre aviso sobre la extraordinaria operatividad social de determinadas pala-

bras que repetidas millones de veces desde el poder, acaban siendo adoptadas de forma mecáni-

ca e inconsciente, para al cabo de un tiempo producir su efecto tóxico (2007: 31). Pues bien, algo

de esto sucede en el País Vasco con el uso machacón de los términos problema o conflicto (voca-

blo este con evidentes evocaciones cruentas) vasco, que es utilizado por el nacionalismo un día sí

y otro también con la idea de instalarlo en el lenguaje coloquial y supuestamente neutro.

IV

Otra de las cuestiones que se le suscitan al historiador es la posición ética que debe mantener ante

el pasado. Hay una sabia recomendación de Bloch, que señalaba que nuestra función debe ser

antes comprender que juzgar (1978: 108), y no hacerlo así precisamente facilita caer en esa posi-

ción partidista y sesgada que antes se criticaba. Pretender el juicio antes que la observación y la

explicación es el camino directo para incurrir en esa historia apriorística o anacrónica, en el mal

uso de la historia o en su degeneración en política de la historia (HABERMAS, 2000: 47). Pero dicho

esto, también sentar que puede —y debe— existir un buen uso político de la historia.

Toda sociedad necesita un sentido de lo bueno y de lo malo, de lo justo y de lo injusto, un sen-

tido moral en el que la historia y el historiador deben contribuir cumpliendo con honestidad y res-

ponsabilidad su labor (GADDIS, 2004: 161). A pesar de que no corren buenos tiempos para el compro-

miso, hay una necesidad de que el historiador se vincule con la defensa de los principios básicos del

sistema democrático y extraiga de la historia las enseñanzas correspondientes. Del relativismo cog-

nitivo del gusto en ciertos ámbitos académicos no se debe derivar un relativismo moral, que conduz-

ca a una especie de neutralidad o equidistancia —tan frecuente en el País Vasco— frente al mal.

Esta idea, expresada desde el País Vasco, tiene una evidente proyección en la cuestión de las

víctimas, el terrorismo y la función del historiador a la hora de contribuir a establecer una memo-

ria que las reivindique. Se puede coincidir con Todorov en la crítica al abuso de la memoria y en

el rechazo a la concesión de unos privilegios excesivos a las víctimas (2000), pero en la situación

que vivimos en Euskadi hay otras reflexiones que se antojan prioritarias. La obligación que tiene

la sociedad española, pero muy en particular la vasca, de reparar moral y políticamente a las vic-

timas, sitúa, en primer lugar, la idea de que el deber de la memoria es el deber de hacer justicia

mediante el recuerdo y así reparar la deuda que se tiene con ellas (RICOEUR, 2003: 121). En una

sociedad que se pretenda democrática, las víctimas, en este caso las víctimas de ETA, deben ser una

prioridad moral. No basta con que sean visibles frente a lo que ocurría hasta hace bien poco en el

País Vasco, sino que deben ocupar un espacio central en la vida pública. No es ninguna novedad

señalar que los sucesivos ejecutivos del Gobierno vasco no han destacado precisamente por su dili-

gencia ni compromiso en este terreno. Pero la labor del historiador no debe limitarse a realizar una

mera descripción de las barbaridades de ETA, sino que el objeto del recuerdo debe ser exponer el

significado de los asesinatos, recuperar del olvido a esas personas y dignificar lo que fueron y

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representaron. Que el recuerdo sea un acto contra la muerte, contra la voluntad de los asesinos de

hacer desaparecer a esas personas y a lo que encarnaban.

En esa reparación pública e indefinida, el historiador debe ejercer su labor sobre las víctimas

aplicando una suerte de descripción densa, por decirlo en términos de C. Geertz. Resaltar, sí, los

contextos políticos generales, pero también recalar en la hermenéutica de las pequeñas cosas, en

el acontecer diario en el que se desenvolvían o desenvuelven las víctimas. Como decía W.

Benjamin, incidir en lo concreto como vía para acceder a lo más general. El recurso al análisis de

la vida cotidiana se revela, bajo mi punto de vista, como esencial para dar significado y sentido al

conjunto de vicisitudes que han tenido que vivir las víctimas (MATE, 2008: 25), y poder entender el

auténtico drama y opresión en el que han vivido —y viven— muchas de esas personas en el País

Vasco. Este es un reto que tenemos pendiente los historiadores y muy en especial los historiado-

res del País Vasco, y en esa deuda moral que tenemos, Juan José nos proporcionó un ejemplo de lo

que supone el compromiso en estos tiempos de convicciones débiles.

Jaca, verano 2008

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MANUEL PÉREZ LEDESMA

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Entre los textos de Juan José Carreras que Carlos Forca-

dell recogió en Razón de historia1, hay uno que, desde

que lo leí por primera vez, ha llamado constantemente mi

atención. Lleva como título «La historia hoy: acosada y

seducida»; y su destino inicial (puesto que su autor, por lo

que conozco, solo escribía a petición de parte) fue una

colección de estudios sobre historia antigua e historio-

grafía moderna que la Universidad del País Vasco publicó

en 1994.

Al decir que ha llamado mi atención, no me refiero a

que esté conforme con lo que allí se dice. Mi desacuerdo

con la tesis principal del texto, como se verá, es notable.

Precisamente por ese desacuerdo, habría deseado discutir

con Juan José sobre ella, al igual que en alguna ocasión

pude debatir con él sobre otros temas historiográficos. Me

habría gustado discutirla no solo para manifestar mis dis-

crepancias, sino también por el puro placer que la discu-

sión, al menos en algunas ocasiones, produce. Un placer

que en el caso de Juan José, y por lo que yo viví, se alimen-

taba de una doble fuente: él podía debatir, en privado o en

público, con una actitud amable e irónica muy poco habi-

tual en este gremio; y con la misma amabilidad era capaz

de presentar el argumento definitivo, sin que el interlocu-

tor se sintiera humillado al escucharlo.

Lamentablemente, no tuve la oportunidad de discu-

tir su texto. Sin duda, gracias a ello me libré de escuchar

algún argumento que me habría dejado desarmado; pero

también perdí la posibilidad de ver cómo precisaba y com-

pletaba su idea, expuesta inicialmente con suma breve-

dad. Por eso, cuando Carlos Forcadell me ofreció la posi-

bilidad de participar en el presente homenaje con un co-

mentario sobre alguno de los textos de Juan José, no tuve

ninguna duda de cuál era mi favorito. Es evidente que no

podré oír las réplicas de su autor a mis objeciones; pero al

menos haré el esfuerzo de desdoblarme para así recoger,

en lo que sepa y pueda, sus razones con el fin de contras-

tarlas con las mías.

La historia hoy:¿acosadora y seductora?

MANUEL PÉREZ LEDESMA

Universidad Autónoma de Madrid

1 CARRERAS ARES, Juan José: Razón de historia: estudios de histo-

riografía, Madrid, Marcial Pons, 2001.

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Amor frente a conveniencia

Empecemos por aquello que más atrae del artículo de Carreras. No es solo la capacidad para ana-

lizar en ocho páginas2 un tema crucial, el de las relaciones de la historia con otras ciencias sociales;

su atractivo viene también de la imaginación y la ironía con la que aborda el asunto; e incluso de

la capacidad para presentar, de forma expresa o velada, algunas ideas que la ortodoxia profesio-

nal del momento, y hasta la propia corrección política, podrían considerar inadecuadas. Lo vere-

mos tras recordar la argumentación del trabajo.

Nuestra disciplina, la historia, aparece en él como una vieja dama, pulcra pero algo ajada,

a la que acosan e intentan seducir dos pretendientes notablemente más jóvenes. Uno, la socio-

logía —bajo su nueva apariencia de sociología histórica, y no con el ahistórico traje del funcio-

nalismo americano— le propone un matrimonio de conveniencia, aunque en el fondo muy dis-

criminatorio. Lo refleja la explicación de Max Weber sobre las relaciones entre ambas disciplinas

que apareció en las primeras páginas de Economía y Sociedad: La sociología construye concep-

tos-’tipo’ [...] y se afana por encontrar reglas generales del acaecer, mientras que la historia se

esfuerza por alcanzar el análisis e imputación causales de las personalidades, estructuras y

acciones ‘individuales’ consideradas ‘culturalmente’ importantes (cito por la clásica traducción

del Fondo de Cultura Económica, algo distinta de la que utiliza Carreras)3. Pese a ello, la pro-

puesta de matrimonio cuenta a su favor con el hecho de que no cambiaría sustancialmente la

vida de la vieja dama: convertida desde hace tiempo en historia social, la historia podría seguir

trabajando en sus mismos temas, bien que alimentada conceptualmente por la sociología his-

tórica.

Muy distintas son las propuestas del otro pretendiente, la antropología. Este no acosa, sino

que intenta seducir: lo suyo quiere ser un auténtico romance, que desemboque en un matrimonio

por amor; es decir, en un matrimonio que exigirá renuncias y sacrificios del amado, la historia,

para acercarse a su amante, quien por su parte no parece dispuesto a renunciar a nada. La inten-

sidad del sacrificio es como para echarse a temblar: la historia deberá abandonar sus objetos y sus

sujetos —es decir, los macroprocesos y las macroestructuras— en beneficio de la experiencia y cul-

tura de los pequeños grupos humanos. Lo cual supone varios cambios relevantes con respecto a

la tradición de la disciplina: por un lado, los nuevos protagonistas serán sujetos individuales anó-

nimos, no los protagonistas colectivos de la historia social (las clases o las masas), y tampoco los

individuos relevantes de la historia tradicional; por otro, lo que se explicará de ellos no tiene que

ver con las grandes construcciones teóricas —con la industrialización, la modernización o la revo-

lución burguesa—, sino con lo extraño y marginal de las vidas individuales, y, en especial, con sus

dimensiones sensibles y simbólicas. Bien es verdad que la historia recuperará la vieja técnica de

la narración; pero, eso sí, con una clara disminución de la importancia de los protagonistas del

relato: porque ¿cómo se puede comparar a Luis XIV con la pareja de adúlteros a la que dedicó su

atención Natalie Zemon Davis, o al molinero Menocchio con los Habsburgo y sus proyectos de

dominio universal?

Acosada por un pretendiente, seducida —o al menos convertida en objeto de seducción— por

el otro, a la vieja dama le toca resistir defendiendo su virtud y su autonomía. Sobre todo, debe

resistir al segundo y a su reclamación de una entrega total, de una auténtica fusión amorosa. De

lo que la historia tiene que huir, por encima de cualquier otra cosa, es de la pérdida del alma: es

decir, del intento de cambiar la definición tradicional de la disciplina para establecer un nuevo tipo

2 Ibídem, pp. 229-236.

3 WEBER, Max: Economía y sociedad, México, Fondo de Cultura Económica, 1944.

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de conocimiento. Vale que la gran

señora tenga alguna relación (adul-

terina) con la sociología histórica,

bajo la mirada protectora del mar-

xismo; en el fondo, aunque se re-

sienta su virtud, con esa relación no

se pierde la visión de la totalidad a

que la historia aspira; pero es nece-

sario que escape como de la peste de

los dulces cantos de las sirenas que

la llevarían a hacer suya la mirada

del antropólogo, con todos los pro-

blemas que ello trae consigo.

Venturas y desventurasde la vieja dama

Hay muchas cosas sorprendentes en

la argumentación que acabo de re-

coger. Sorprende, sin duda, el recha-

zo, políticamente incorrecto, del

matrimonio por amor y la acepta-

ción, aunque sea como mal menor,

del matrimonio por conveniencia, o

incluso del adulterio. Sorprende aún

más que esto se diga en un momen-

to, los años noventa, en el que la in-

terdisciplinaridad era el término favorito, o uno de los términos favoritos, de la mayoría de los his-

toriadores; en especial de los contemporaneístas, ansiosos —al menos de palabra— por poner en

relación nuestra área de estudio con todas aquellas que pudieran iluminarla. Pero lo que más sor-

prende, al menos a quien esto escribe, es la dificultad para hacer compatible ese rechazo con la

evolución reciente, y no tan reciente, de la disciplina; una evolución que Carreras conocía tan bien,

y a la que están dedicados otros textos de Razón de historia (además de algunos párrafos muy pre-

cisos del propio trabajo que comentamos).

Veamos uno de esos textos. Lo que en «Ventura del positivismo»4 destacó Carreras como un

mérito fundamental de las grandes figuras de esa corriente en Francia fue su interés por las cien-

cias sociales. Un interés que Seignobos y Langlois hicieron explicito en su Introducción a los estu-

dios históricos:

La historia y las ciencias sociales se hallan en dependencia recíproca, y progresan paralela-

mente por un cambio continuo de servicios. Las ciencias sociales dan el conocimiento del

presente que la historia necesita para representarse los hechos y razones, apoyándose en

los documentos. La historia da, acerca de la evolución, los datos necesarios para compren-

der el presente 5.

4 CARRERAS ARES, Juan José: Razón de historia..., op. cit., pp. 142-152.

5 Ibídem, pp. 147-148.

Juan José Carreras estimulaba el debate intelectual en cursos y congresos.

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A esa interrelación se deberían además —de nuevo según unos autores indebidamente denos-

tados más tarde por la crítica un tanto caricaturesca de Lucien Febvre— los cambios y las fluctua-

ciones en el conocimiento histórico: porque no bastaba con conocer los hechos y con depurarlos

de acuerdo con el método crítico; una vez realizadas esas operaciones, empezaba la fase de cons-

trucción histórica, en la que las nuevas disciplinas tenían un papel decisivo. Dicho en los propios

términos de la conclusión del manual de Langlois y Seignobos:

Puede pensarse que llegará un día en que gracias a la organización del trabajo, todos los

documentos habrán sido descubiertos, depurados y puestos en orden, y establecidos todos

los hechos cuya huella no se haya borrado. Ese día estará constituida la historia pero no

estará fijada, sino que seguirá modificándose a medida que el estudio directo de las socie-

dades actuales, haciéndose más científico, haga comprender mejor los fenómenos sociales

y su evolución. Porque las ideas nuevas que se adquirirán sin duda de la naturaleza, de las

causas, de la importancia relativa de los hechos sociales, seguirán transformando la ima-

gen que nos formamos de las sociedades y de los acontecimientos del pasado6.

Si esto es lo que decían quienes fueron tan criticados por su rechazo a las ideas y a las teo-

rías, ¿qué podemos esperar de lo que vino después? Tras la irrupción de Annales, pero sobre todo

a partir del final de la Segunda Guerra Mundial, la vieja dama fue solicitada y accedió sin remil-

gos a pasar por el lecho de varios pretendientes: de la ciencia política y la economía, en primer

lugar, a las que ayudó a analizar los problemas de la descolonización y del recién bautizado Tercer

Mundo, y de las que aprendió algunas mañas, como la cuantificación o la serialización; y más

tarde, aunque todavía en los años sesenta, de la sociología, una vez liberada esta del viejo traje del

funcionalismo. Todo lo cual no solo ocurrió en la Francia de Braudel, sino también en la admirada

Alemania, donde la nueva historia abandonó la hermenéutica para definirse como una ciencia

social crítica, bajo la atenta mirada de Marx y Max Weber.

Dada la facilidad de la vieja dama para hacer amigos, no es sorprendente que la antropolo-

gía se llamara también a la parte, e intentara atraer amorosa o polémicamente a la historiografía

de los dos países. Lo hizo en los años setenta y ochenta, con éxito desigual: mientras la escuela

francesa fue seducida con rapidez, la alemana tardó más en aceptar la declaración de amor. De

todas formas, el destino era inevitable; o al menos eso pensaba, con un cierto pesimismo, Juan José

Carreras, tras contemplar algunas novedades de la práctica historiográfica alemana.

Si lo pensamos con algo de cuidado, de la historia sentimental anterior de una dama ajada

pero coqueta solo se podía deducir que caería una vez más en brazos del último seductor. ¿Por qué

escandalizarse, entonces? ¿Qué hay de nuevo que no hubiera ocurrido en los tiempos del austero

Seignobos, y de todos los que tras él trataron de guardar la virtud de nuestra heroína?

Ya que Juan José no puede darnos las respuestas a estas preguntas, y como tampoco apare-

cen directamente en el trabajo que comentamos, habrá que buscarlas en algún otro rincón de sus

textos. Allí se pueden encontrar, me parece, al menos dos argumentos de peso para explicar el

malestar de nuestro autor. El miedo a la pérdida de la autonomía de la historia, es el primero; y el

rechazo más específico del método y las formas de razonamiento de la antropología, o al menos

de una determinada corriente antropológica, el segundo.

Que Carreras estaba muy preocupado por la supervivencia y la autonomía de la disciplina es

algo que se desprende de varios de sus trabajos. El problema capital de la historiografía actual,

escribió en un examen general de las escuelas y los problemas historiográficos, es el de su propia

6 Ibídem, pp. 147-148.

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supervivencia como ciencia propia7. Hubo un momento, tras el final de la Segunda Guerra Mun-

dial, en el que pareció posible alcanzar y mantener la autonomía disciplinar de la historia: más en

concreto, de la nueva historia, dado que la vieja había llegado ya a su ocaso. En tal ocasión, el pre-

dominio de la sociología funcionalista y su desinterés por la dimensión temporal de los hechos

sociales habían abierto una gran brecha que protegía a nuestra disciplina. Pero se trató de un espe-

jismo, en la medida en que muy pronto otras ciencias empezaron a acosarla y a tratar de seducir-

la, con la complicidad, al menos en ocasiones, de los propios historiadores, deseosos de imitar a las

ciencias sociales de mayor éxito8. Véase, como prueba, lo ocurrido con la historia serial francesa:

en este caso, el peligro para la historia no vino de los intentos reductores de la economía, que a

fin de cuentas mantenían estructuras, si parcelarias, por lo menos totalizadoras, sino de los mis-

mos historiadores, que dislocaron la realidad en series numéricas, negándose a aceptar cualquier

principio o teoría totalizadora9.

El testimonio más claro de las amenazas a la supervivencia de la historia como disciplina

independiente se encuentra en un comentario recogido por Charles Tilly, que Carreras cita y co-

menta en más de una ocasión:

[...] sería mejor que los estudiantes de los últimos semestres que piensan dedicarse a histo-

ria económica en las Facultades de Historia abandonasen sus propósitos, ya que este sec-

tor está siendo incorporado por los economistas con mejor conocimiento de causa. Lo

mismo podría decirse de la historia política, que está pasando a manos de los politólogos.

Es verdad que queda todavía la historia social, pero a los sociólogos está encomendada la

conquista de este campo10.

De todas formas, lo peor no era la pérdida de la autonomía de la historia. Más grave aún, en

opinión de Carreras, era el hecho de que la antropología era, entre todas las disciplinas que querían

acabar con ella, la que más podía pervertir el alma de la vieja dama, por las razones a las que antes

hicimos alusión. Lo cual no deja de ser un tributo al momento en el que se escribió este texto: un

momento en el que la microhistoria parecía trasladar al terreno de la historiografía los temas y

métodos de la disciplina antropológica, y en el que la descripción densa de Clifford Geertz era

interpretada como el predominio del punto de vista del nativo. De ahí la imagen de una historia

que, pretendiéndose moderna, al final había caído, o mejor había recaído, en el viejo principio del

historicismo rankiano de comprender cada época, cada individuo, en sus propias categorías.

Linaje y descendencia

Conviene que examinemos con algo de detenimiento el pliego de cargos contra la antropología.

Quizá lo mejor será dividirlo en dos partes: una, más coyuntural, se refiere al método y las prácti-

cas de la antropología interpretativa; la otra tiene que ver con la disciplina en general.

Veamos, por tanto, en primer lugar las críticas a la antropología de Geertz y al principio de

la descripción densa, entendida como la supeditación al punto de vista del nativo. El propio

Clifford Geertz, en su intento más sistemático de explicación de esta, se negó a identificar esa

forma de descripción con el tradicional enfoque de la comprensión, o con lo que los antropólogos

definen habitualmente como análisis emic de la realidad. Frente al predominio del punto de vista

7 Ibídem, p. 118.

8 Ibídem, p. 233.

9 Ibídem, pp. 132-133.

10 Ibídem, pp. 122-123 y 245-246.

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de los nativos, propio de la perspectiva emic, lo que los escritos antropológicos realizan, dijo

Geertz, son interpretaciones de segundo y tercer orden (de hecho, sólo un nativo hace interpre-

taciones de primer orden). La diferencia entre una descripción superficial y otra densa, por su

parte, es que la segunda exige un esfuerzo intelectual específico con el fin de interpretar los códi-

gos culturales que subyacen a la acción de los sujetos. Como diría Gilbert Ryle, el padre de esa dife-

renciación, el paso de lo superficial a lo denso es lo que permite distinguir dos actos en aparien-

cia idénticos: un tic involuntario y el guiño a un amigo.

Aclarado esto, no estará de más recordar también que mientras los microhistoriadores han

marcado en diversas ocasiones sus diferencias con la antropología de Geertz, quien intentó apli-

car a la historia la descripción densa fue Robert Darnton, en su texto sobre la matanza de gatos

de la calle Saint-Séverin. Y lo hizo con un objetivo que iba mucho más allá del relato de lo ex-

traño y marginal que aparece en las vidas de algunos sujetos individuales anónimos. Lo que pre-

tendía era, por un lado, descubrir la distancia que nos separa de los trabajadores de Europa antes

de la época industrial; y, por otro, encontrar el camino para superar esa distancia adentrándo-

se en lo más oscuro de las diferencias: Si se entiende cuál es la gracia de una gran matanza de

gatos, quizá sea posible ‘comprender’ un ingrediente básico de la cultura artesanal del Antiguo

Régimen11. Podrá discutirse, por supuesto, el éxito o el fracaso del empeño; pero lo que no pue-

de negarse es su ambición, muy superior a la simple descripción de una fiesta, una huelga o la

vida en una pequeña comunidad.

Pasemos ahora a la segunda de las partes en que he dividido el pliego de cargos: la conside-

ración general de la antropología como disciplina, y el relato de sus relaciones con la historia. Es

verdad que durante mucho tiempo tales relaciones no fueron buenas, en gran medida por el deseo

de los antropólogos —practicantes de una nueva ciencia que surgió en un mundo ocupado por

otras más antiguas y respetables— de encontrar su lugar al sol: es decir, de alcanzar la respetabi-

lidad académica, diferenciándose lo más posible de las otras ocupantes del territorio, e incluso pre-

sentando algún rasgo de superioridad frente a ellas. Ahora bien, una vez que se alcanzó ese obje-

tivo, las relaciones entre las dos disciplinas mejoraron; y lo hicieron gracias al esfuerzo de ambas

partes. Porque no es verdad que la antropología no ofreciera nada a cambio del amor de la vieja

dama: antes al contrario, al menos desde mediados del siglo XX, también ella estuvo dispuesta a

realizar sus propias renuncias y sacrificios. Dispuesta a renunciar, por ejemplo, a una de sus señas

de identidad más queridas, el estudio sincrónico de una sociedad, olvidando o dejando de lado el

tiempo y los cambios derivados de él; pero también a poner en sordina lo que Radcliffe-Brown

había convertido en el máximo objetivo de la disciplina: la elaboración de leyes de validez univer-

sal sobre la sociedad humana, en contraste con la preocupación de los historiadores por lo indivi-

dual y específico. Incluso hubo antropólogos que, aspirando a una buena relación conyugal, se

olvidaron de la imagen tradicional de las sociedades que estudiaban —y que las presentaba como

entidades de pequeñas dimensiones, compactas y sin fisuras—, para introducir en sus análisis algo

tan querido por los historiadores como es el conflicto; y yendo aún más allá, los practicantes de la

antropología histórica se atrevieron a analizar sociedades complejas, y no solo las aldeas y las tri-

bus tradicionales.

En suma, aunque subsistía la diferencia fundamental entre ambas disciplinas (el historiador

no suele tener la posibilidad de visitar a los sujetos que estudia), en la segunda mitad del siglo XX

las afinidades dieron lugar a un enamoramiento por ambas partes, y no solo a la seducción de una

por la otra. En sus charlas de enamorados, ambas recordaron que procedían de un linaje común:

11 DARNTON, Robert: La gran matanza de gatos y otros episodios en la historia de la cultura francesa, México,

Fondo de Cultura Económica, 1987, p. 83.

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La historia hoy: ¿acosadora y seductora?

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quizá para presumir (para alargar su

árbol genealógico, como lo hace

otra gente, ha escrito Max Gluck-

man) algunos antropólogos fijaron

el origen de su disciplina en las des-

cripciones de sociedades y culturas

que aparecen en la obra de Heródoto.

Buen observador, dotado de espíritu

crítico, el padre de los historiadores

fue también, lo dice Paul Mercier en

su Historia de la Antropología, quien

primero se planteó algunas de las

preocupaciones que con el tiempo se

convertirían en clásicas en la disci-

plina: entre otras, las relacionadas

con el determinismo geográfico, las

formas de difusión cultural o la

diversidad de los sistemas de des-

cendencia.

Pero no se trataba solo del li-

naje común. Había junto a él otros

rasgos de parentesco que la común

descendencia mantuvo, y que el

nuevo trato amoroso hizo recordar.

Entre ellos, las motivaciones para

dedicarse al estudio de una y otra

materia. No se puede decir que los

motivos sean exactamente los mis-

mos; pero sí que hay una razonable

semejanza, derivada probablemente

de la condición de primos paralelos de los cultivadores de ambas disciplinas. La búsqueda de lo

exótico y la insatisfacción con la propia sociedad fueron, según su propia confesión, los móviles

que convirtieron a Malinowski en antropólogo; y aunque los historiadores no suelen ser amantes

del exotismo (normalmente prefieren ocuparse de su propia comunidad), el otro motivo sí parece

que ha ocupado un lugar relevante en su decisión profesional. Es verdad que muchos han habla-

do de móviles más altruistas: así, el deseo de cambiar el mundo, o al menos la propia sociedad,

aparece en primer lugar en el ranking de los historiadores sociales; pero quizá esto no sea más que

una forma de referirse a la insatisfacción con la sociedad en que se vive, y con el deseo de esca-

par, al menos imaginativamente, de ella.

Gracias a estos parentescos, la antropología pudo enseñar algunas lecciones a la historia. La

primera y principal, como en su día señaló Keith Thomas, fue la de analizar las sociedades como

totalidades interrelacionadas, y no como un conjunto de piezas aisladas y separadas, como si fue-

ran pacientes en un hospital. Es decir, exactamente lo contrario de lo que Carreras temía: porque

la antropología no es, o no es solo, la investigación de cosas raras por un excéntrico (según una

definición recogida por Kluckhohn) sino también, y sobre todo, la búsqueda de rasgos constantes

en el comportamiento de los hombres. En ese sentido, ¿es posible pensar en macroestructuras y

macroprocesos sin que aparezcan algunos de los temas abordados por los antropólogos? ¿Hay

Montaje para un guión de clasessobre «Texto y discurso en Historia» en el curso 1989-90.

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MANUEL PÉREZ LEDESMA

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estructuras más globales que las estructuras elementales del parentesco, o reglas de comporta-

miento más universales que la prohibición del incesto? O, dicho en otros términos, ¿se puede

encontrar una disciplina más ambiciosa, menos dispuesta a conformarse con la experiencia y cul-

tura de los pequeños grupos humanos, que aquella a la que Levi-Strauss atribuyó la tendencia a

lograr conclusiones, positivas o negativas, pero valederas para todas las sociedades humanas,

desde la gran ciudad moderna hasta la más pequeña tribu indonesia ?

De seducida a seductora

Olvidémonos ya de la antropología, y de sus encuentros y desencuentros con la historia. Porque

para acabar este comentario, debemos plantearnos una pregunta distinta, y más general: ¿puede

una vieja dama, ajada pero coqueta, convertirse en seductora, o debe esperar sentada en su silla a

que alguien se decida a sacarla a bailar? La opinión más frecuente, no solo en el escrito de Carreras

sino en muchos otros, insiste en esta segunda actitud: quizá por su edad venerable, la historia no

debería lanzarse a conquistar a ninguna disciplina, ni de las ya mencionadas ni de otras aún más

jóvenes. Lo que tiene que hacer una dama respetable es esperar: esperar defendiendo su virtud y

su autonomía, de acuerdo con la versión de Juan José Carreras; o esperar, según otras versiones, a

que algún pretendiente, una buena teoría o una disciplina seductora, se interese por ella y le pro-

ponga una relación permanente. Da igual, en este último caso, que el matrimonio sea por conve-

niencia o por amor; lo que importa, parecen opinar los defensores de tal opción, es que sea un

matrimonio. Y desde luego, no escasean los candidatos a ese enlace: el marxismo, por supuesto,

pero también la sociología weberiana, la economía, la ciencia política, y más recientemente la lin-

güística o la crítica literaria de nuevo cuño.

Pues bien, frente a esta perspectiva me gustaría empujar a nuestra señora a una actitud

menos respetable. En la medida en que puede resultar escandalosa, quizá convenga buscar un

patrón que la proteja (y que nos proteja). ¿Y qué mejor que recurrir al patrocinio de Pierre Ronsard,

que fue quien hizo bandera de lo que aquí proponemos?: Vive ahora: no aguardes a que llegue el

mañana: / coge hoy mismo las rosas que te ofrece la vida. Lo que, traducido a nuestro ámbito,

vendría a significar que, más que la fidelidad a una teoría o el alejamiento desdeñoso de todas

ellas, la historia debería buscar la promiscuidad, para satisfacer así su pasión por el conocimiento.

Una pasión quizá poco confesable, pero que, al menos en mi opinión, es la que puede evitar la

caída en los males que, como a toda dama de cierta edad, acechan a la disciplina. No se trata, me

parece, de los males que preocupaban a Carreras: es decir, del peligro para su supervivencia o el

miedo a la pérdida de su autonomía. Desde una óptica de nuevo muy subjetiva, se podría decir que

las amenazas se encuentran en otra parte: en el mantenimiento de una ortodoxia tan reiterativa

como aburrida, por un lado; y, por otro, en la caída en la pura crónica, no menos aburrida pero sí

más lineal y quizá más desprovista de sentido.

A modo de colofón

No voy a extenderme ahora en una descripción detallada de esos males. El relato nos llevaría muy

lejos, y no deseo abusar de la paciencia del lector. Pero sí me gustaría acabar con una última con-

sideración sobre la figura y la obra de Juan José Carreras. Al margen de las discrepancias expresa-

das hasta ahora, Carreras nos ha legado muchas cosas que pueden ayudarnos a huir de los peligros

que acabo de mencionar. En sus textos, además de una concisión digna de elogio por lo infrecuen-

te, mostró imaginación, inteligencia e ironía; huyó de la vacuidad y el tono ampuloso de muchos

discursos; y, desde luego, dio abundantes pruebas de honestidad y claridad a la hora de defender

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La historia hoy: ¿acosadora y seductora?

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sus posiciones. Y lo que es aún más importante, con sus escritos nos hizo pensar; una cualidad poco

frecuente entre los profesionales de la historia, a los que se les atribuyen, o se les reclaman, otras

virtudes (ya dijo Montaigne que le gustaban los historiadores porque eran amenos y fáciles). Por

todo ello, aunque mi relación con Juan José fue más esporádica y menos intensa que la de la mayo-

ría de los participantes en este volumen, y a pesar de que no compartía muchas de sus concepcio-

nes historiográficas (aunque sí admiraba sus actitudes personales y profesionales), me siento orgu-

lloso y agradecido por la invitación a participar en el homenaje a su figura y a su obra.

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Juan José.Una pequeña historia

para un gran historiador

ISMAEL SAZ

Universitat de ValènciaRecuerdo perfectamente cuándo conocí al profesor Juan

José Carreras. Fue en el homenaje a Manuel Tuñón de Lara

que tuvo lugar en la Universidad Internacional Menéndez

y Pelayo de Santander, en el verano de 1981. Por entonces,

yo era becario del CSIC en la Escuela Española de Historia

y Arqueología en Roma. Estaba, por así decirlo, dando los

primeros pasos en mi formación académica.

Lo primero que me sorprendió de Juan José fue la

familiaridad con que me acogió desde el primer momento

de la conversación. Tanto como el sincero interés que mos-

tró por mi trabajo, que era el de mi tesis doctoral sobre las

relaciones entre la Italia fascista y la España republicana.

Interés efectivo y nada afectado que se tradujo enseguida

en algunas informaciones bibliográficas que me serían de

gran utilidad.

Hubo algo más, claro, y para mí no menos importan-

te, en aquel primer encuentro: su conferencia sobre el his-

toricismo alemán, la cual iba a resultar de gran trascenden-

cia para mi propia investigación. Buceaba yo por entonces

en los archivos pertinentes de Roma y de Madrid, al tiem-

po que devoraba libros y más libros sobre los fascismos,

sobre la articulación de los problemas de política interior y

política exterior en la acción de los diversos Estados, sobre

las frecuentemente duras, aunque no siempre clarificado-

ras, polémicas en el seno de la historiografía italiana. Dicho

brevemente: andaba un poco perdido ante un mundo his-

toriográfico que era en gran parte nuevo para mí.

No exagero, por tanto, si afirmo que la exposición de

Juan José sobre el historicismo alemán resultó absolutamen-

te clarificadora para mí. Llegaba, cierto que por casualidad,

en el momento justo; y, a partir de ahí, empecé a orientar-

me con mayor claridad y creciente seguridad en los proble-

mas historiográficos a los que debía hacer frente. En particu-

lar, a los relacionados con la política exterior de la Italia fas-

cista y a su particular concreción respecto de España.

El principio, historicista, del primado de la política

exterior era dominante en un amplio sector de la historio-

grafía italiana, y en lo que tocaba al problema de los orí-

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genes, razones y desarrollo de la intervención fascista en la guerra civil española, esto se traducía

en un tipo de aproximaciones acordes con este enfoque general. El historiador norteamericano J.F.

Coverdale, primero, y Renzo de Felice, después, vinieron a desarrollar así una interpretación que

privilegiaba las razones de política exterior tradicional en la intervención fascista, tanto como su

carácter defensivo en clave básicamente antifrancesa.

Cierto que mis investigaciones me habían hecho dudar muy seriamente de este tipo de for-

mulaciones; y que en el debate historiográfico más general sobre la política exterior fascista me

había sentido más próximo a quienes incidían —aunque no siempre con la necesaria claridad y

coherencia— en sus fuertes componentes ideológicos y agresivos, tanto como en el decisivo vec-

tor de la política interior. Pero me faltaba, digámoslo así, el cuadro teórico más general que me

permitiera ordenar mis reflexiones, profundizar en la investigación y configurar una tesis propia

que es la que terminaría por defender en lo sucesivo. Aquella que enmarca la intervención fascis-

ta en la guerra civil española en el cuadro general de una política exterior agresiva en la que los

factores de política interior y política exterior se entretejían profundamente en el seno de una

concepción ideológica puramente fascista. Más aún, he podido subrayar sucesivamente que la

intervención italiana en la guerra española —en realidad, una guerra propia, paralela o redoblada,

contra la República— solo puede entenderse en clave fascista. Es decir, que dicha intervención

podría considerarse como la guerra fascista por excelencia. Una guerra en la que el imperialismo

fascista constituye la otra cara, imprescindible, de la pretendida revolución en el plano interior.

Por supuesto, todo esto no fue sino el principio de una relación que se desenvolvería en lo

sucesivo en los mismos dos planos, esto es, en el personal y en el más directamente historiográfi-

co. No hace falta decir que, en el plano más general los estudios de Juan José sobre historiografía

siguieron constituyendo, tanto para mí como para muchos otros historiadores españoles, un refe-

rente fundamental, imprescindible. Como lo fueron sus trabajos sobre el marxismo. No solo por-

que nos enseñó a mostrarnos precavidos hacia ciertas divulgaciones, cuando no abiertas distorsio-

nes, del pensamiento de Marx, sino también porque el Marx que enseñaba Juan José, así como su

marxismo crítico y abierto, nos ayudaron a situarnos ante los malos tiempos que para esta corrien-

te de pensamiento se avecinaban. De modo que algunos de nosotros pudimos alejarnos posterior-

mente de muchos de los supuestos del marxismo —que no de todos— sin caer en repentinas con-

versiones que no pocas veces han concluido en inusitadas aventuras historiográficas, políticas o

mediáticas. Pudimos también mantener una relación con el pensamiento del propio Marx que per-

mitía reconocer lo mucho que la historiografía debe a este gran pensador. Bien es cierto que pen-

sando, ahora sí, que junto con el de otros pensadores de no menor importancia y trascendencia.

Conseguimos, en fin, dicho de otro modo, no arrojar al niño con el agua sucia.

Pero existía también, como decía, el otro plano, el de una relación personal que se fue trans-

formando en una amistad de la que siempre me sentiré orgulloso. Amistad y aprendizaje, apren-

dizaje y amistad a un tiempo. Porque sucedía, además, que nuestro Departamento, el de Historia

Contemporánea de Valencia, era un departamento sin catedrático —que no acéfalo, pues ahí esta-

ba Pedro Ruiz— de tal modo que Juan José se fue convirtiendo paulatinamente en nuestro cate-

drático, el de muchos de nosotros. Por supuesto, el Departamento fue el primero en beneficiarse

de esta feliz relación. En conferencias y congresos, en oposiciones y tribunales de tesis, Juan José

era, por así decirlo, nuestro hombre. Lo que nos permitía igualmente seguir beneficiándonos de sus

siempre inteligentes y bien fundamentadas intervenciones, comentarios o críticas.

También por aquí la amistad saldría reforzada. ¿Cómo olvidar, en efecto, aquellas largas vela-

das que, tras la actividad académica y la pertinente cena podían prolongarse hasta altísimas horas

de la madrugada? Veladas, en efecto, inolvidables en las que ayudantes y becarios hablábamos con

Juan José de lo divino y de lo humano, de historia y de historiografía, de política, de la vida coti-

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Juan José. Una pequeña historia para un gran historiador

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diana. También por este lado Juan

José era mucho más que un excelen-

te catedrático.

Todos estos planos se entrete-

jieron una vez más en lo que iba a

ser la lectura de mi tesis doctoral en

enero de 1985. Habíamos propuesto

a Juan José como miembro, y presi-

dente, del tribunal que debía juzgar

la tesis. Me cupo la satisfacción de

llevarle personalmente su ejemplar a

Zaragoza y la satisfacción de esa

gran prueba de amistad que era alo-

jarme en su casa. Tuve, además, el

placer de cenar con los miembros del

Departamento; y creo que fue el pri-

mer momento en el que empecé a

sentirme, yo también un poco, en

casa cada vez que visitaba y visito

Zaragoza. Ya en Valencia, también

Juan José aceptó amablemente alo-

jarse en mi casa, para pasar después

una larga velada discutiendo sin

ambages sobre aquellos aspectos de

la tesis en que no estábamos de

acuerdo. Al día siguiente, en la lec-

tura oficial, Juan José tuvo una in-

tervención, como siempre, suma-

mente brillante en la que no se recató

en absoluto a la hora de formular

sus observaciones, comentarios y

discrepancias, todo ello claro, con la

generosidad y la claridad expositiva que le caracterizaban, y sin que nada empañase la, tal vez

excesiva, buena opinión que le merecía mi trabajo. Por supuesto, yo le agradecí extraordinariamen-

te esta actitud y en la medida de mis posibilidades me esforcé por estar a su altura.

Si recuerdo esto ahora es por dos razones fundamentales y en absoluto intrascendentes.

Terminado el acto, uno de mis familiares, no muy ducho en las prácticas académicas, me felicitó

entusiasta por lo bien que habían hablado todos los del tribunal. Bueno todos, me dijo, menos ese

señor de Zaragoza, que al parecer te tiene algo de manía. Tuve que explicarle que no, que en abso-

luto, que todo lo contrario y que yo estaba por completo satisfecho y agradecido por su interven-

ción. Pues bien, así era Juan José, y esta es la lección que creo debemos retener. Decía lo que había

que decir en la lectura de una tesis, sin altisonancia ni displicencia, con esa voluntad crítica y ami-

gable a un tiempo que es la mejor muestra de respeto posible hacia el trabajo del doctorando

—del doctor in spe, como gustaba de decir Juan José—. No está de más recordar esto ahora que

muchos de nosotros formamos parte de tribunales de tesis y que no siempre nos atenemos, o

vemos con demasiada frecuencia que no todos se atienen, a estos principios que deberían consti-

tuir el abecé de la actuación de todo miembro de un tribunal.

J.J. Carreras, en el aula.

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La segunda razón a la que me refería es, si se quiere, más trascendente desde el punto de vista

historiográfico. Como he apuntado, en algunas de las cuestiones que se trataban en mi tesis, Juan

José y yo no estábamos, sencillamente, de acuerdo. Pues bien, debo decir que, incluso en estos

casos, mi deuda con él es fundamental. En efecto, una de las críticas fundamentales que realizó fue

la relativa a la utilización del concepto de dictadura fascistizada, en lugar de fascista, para referir-

me al régimen de Franco. Argumentaba en la crítica, y con toda razón, que esa era una de las pala-

bras —facistoide, semifascista, protofascista..., serían otras tantas— que se utilizan a modo de como-

dín, bien para desdibujar el proceso a que se refieren, bien para mantenerse en un plano de cierta

ambigüedad, cuando no de confusión. Por otra parte, recordaba los elementos fuertes del paradig-

ma del fascismo y su aplicabilidad al caso español. Algo que viniendo de un perfecto conocedor de

las experiencias fascistas, de la alemana especialmente, no podía caer en modo alguno en saco roto.

Eran dos tipos de observaciones que, de nuevo, habrían de ser muy importantes en mi futu-

ra evolución. La primera, porque hube de convenir, en efecto, en que la utilización de una expre-

sión determinada no es nunca neutra y que, o bien se hace el necesario esfuerzo de conceptuali-

zación o bien es mejor mostrarse sumamente prudente en su utilización. La segunda, porque me

obligó a profundizar ulteriormente en algunos aspectos especialmente relevantes de las experien-

cias italiana y alemana. El resultado de ello —aunque supongo que en esto no nos llegamos a poner

de acuerdo— es que desarrollé un esfuerzo de conceptualización del concepto de dictadura fas-

cistizada en el que la perspectiva comparada resultaba absolutamente clave y en el que se incor-

poraban los elementos fuertes del paradigma del fascismo. Por más que se subrayara a un tiempo

que los componentes y referentes fascistas, presentes, innegables e importantes en la dictadura

española –mucho más de lo que ciertas modas historiográficas quieren reconocer ahora– apare-

cieran siempre subordinados a los otros pilares fundamentales de la dictadura franquista.

Por supuesto, hay otros muchos elementos de los trabajos de Juan José, además de los ya alu-

didos, que siguen constituyendo aportaciones historiográficas insoslayables de los que no me voy

a ocupar ahora, y que otros analizarán mejor que yo. No quisiera, con todo, dejar de llamar la aten-

ción sobre dos de ellos, en lo que me toca más de cerca.

El primero es el relativo a su colaboración en el seminario «España: la mirada del otro», or-

ganizado por la Asociación de Historia Contemporánea y el Departamento de Historia Contem-

poránea de la Universidad de Valencia en 1998. Juan José se ocupó, al efecto, de la historiogra-

fía alemana. Lo hizo para demostrar una vez más la amplitud y profundidad de sus conocimien-

tos, pero también, para mostrar claves fundamentales a la hora de responder al problema funda-

mental del cómo nos miramos, y de cómo nos miramos también a través de la mirada de los otros.

El segundo se refiere al número de la revista Ayer sobre «El Estado alemán» que coordinó en

1992. De nuevo, para un estudioso del fascismo y de la historia de los países que conocieron expe-

riencias fascistas los trabajos allí reunidos fueron de una extraordinaria utilidad. Pero no más que

su generosa introducción. Una introducción impagable por lo que tenía de aproximación sintéti-

ca, historiográficamente fundamentada y clara y profunda a un tiempo a la historia de la Alemania

contemporánea. Un ejercicio historiográfico de largo recorrido del que, seguramente, deberíamos

tomar ejemplo para el estudio de territorios y Estados más próximos a nosotros.

En suma y para concluir. Magisterio, por la vía directa de unas aportaciones historiográfi-

cas insoslayables, tanto como por la no menos importante de los ocasionales desacuerdos que

supo convertir siempre en motivo de esfuerzo y profundización para quien tuvo la fortuna de

dialogar al respecto con él. Magisterio y amistad, pues, siempre. Por todas estas cosas, muchas

gracias, Juan José.

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En diciembre de 2006 falleció Juan José Carreras, un gran

historiador, un español cuya formación se había comple-

tado en la Alemania de la posguerra: en ese país que se

rehacía cultural, académica y políticamente después de la

barbarie nazi. Juan José Carreras fue una persona afable

y exigente, un individuo capaz de instruirse y de reírse de

sí mismo... Hace un tiempo, Anaclet Pons y yo escribimos

un artículo sobre su figura o, mejor, sobre su saber histo-

riográfico: el que se compendia en el volumen Razón de

historia. En dicho libro, Carlos Forcadell recopiló diversos

ensayos sobre la disciplina, la profesión y la epistemolo-

gía que Juan José Carreras había ido publicando en dis-

tintas fechas.

Cuando a nadie más parecía interesar la historiogra-

fía, cuando a tantos se les antojaba una cavilación huera,

Juan José Carreras nos mostró cómo y por qué hacerla,

enseñándonos cuáles son los réditos intelectuales que se

obtienen de reflexionar sobre el oficio de historiador. De él

siempre recibimos una palabra generosa y de él aprendi-

mos un estilo desenfadado y riguroso de tratar la teoría, la

metodología y la práctica. Desenfadado: es decir, sin enfa-

do, sin énfasis alguno, sin esos envaramientos que son tan

propios de los académicos. No había presunción en sus

reflexiones: había ironía y ternura, libertad intelectual y

consistencia analítica.

Echo un vistazo al folleto y al póster que anuncia el

homenaje que la academia y sus amigos le rinden. Hay

imágenes de distintos tipos y personajes, imágenes tratadas

a la manera de Andy Warhol, al modo, pues, del Pop Art.

Podemos verlos como referentes de su quehacer, como

estímulos de su pensamiento. Si no me equivoco, distingo

a Karl Marx, a Marilyn Monroe, a Max Weber, a Louis Ams-

trong, a Walter Benjamin, a Nosferatu. Son personajes bien

distintos, difíciles de casar, distantes. Supongo que no es

una elección arbitraria: es decir, que realmente fueron ele-

mentos dispares de su vida. Dispares: sin duda lo son. Pero,

bien mirado, ese elenco reúne a individuos trágicos, gentes

que reaccionaron contra la evidencia de su tiempo a la vez

que resumían sus respectivas épocas. Aventuro esta idea y,

sin que Juan José Carreras pueda desmentirme, conjeturo

la razón de su estima: por qué figuran como ilustración de

Una conversacióncon Juan José Carreras

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dicho homenaje, por qué les dispensó su aprecio. Tomo esas imágenes como documentos hetero-

géneos, ahora mudos, que despertaron al observador, al historiador. Dicha mezcla —insólita pero no

arbitraria— es la propia de quien no quiso reducirse al académico que fue; la de quien no temió la

osadía ni la amalgama intelectual.

En ello, en la apertura, Juan José Carreras fue un individuo audaz, un historiador abierto. Los

investigadores que desean profesar el especialismo, solo atienden a lo que, de entrada, interesa para

sus pesquisas. Uno tras otro irán cayendo los volúmenes de una larga lista de obras que tratan el

mismo tema, ese justamente del que se ocupan con obstinación, con dedicación. ¿Es incorrecto obrar

así? Leer la bibliografía básica de nuestras investigaciones no es una virtud, es una obligación: no

puedes irrumpir en un tema ignorando —culpable e inocentemente a la vez— lo que otros ya escri-

bieron, aquellos historiadores que te precedieron. Pero entre los colegas también debería ser común

otra forma de investigación, de inspiración: la de quien halla luces, vínculos y concomitancias entre

libros distintos o referencias distantes; la de quien espera encontrar lecciones provechosas al sumar

obras heterogéneas; la de quien desea alimentarse con nutrientes variados, incluso contradictorios.

En ese caso, el historiador, más que escribir y leer, lo que hace es observar, escuchar y divisar. Aspira

a conocer todo, lo bueno y lo malo, lo pasado, pero también lo que ahora mismo se está escribien-

do como síntoma de la época. La mezcla, la hibridación, el encuentro fortuito.

En Juan José Carreras se apreciaba lo que de aleatorio e insospechado tiene la pesquisa his-

tórica. Todo se relaciona con todo y la erudición —incluso la banal, la que despreciamos por vul-

gar o corriente— permite atesorar múltiples referencias para percibir los ecos y las interpelaciones

El despacho de Juan José a principios de los años setenta.

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Una conversación con Juan José Carreras

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entre obras alejadas y personajes separados. Mirar así es hacerse una competencia errabunda y

compleja, justamente como erráticos y diversos son el mundo y la vida, como heterogéneos son los

héroes del póster y del folleto. Si no me equivoco, Karl Marx fue para Juan José Carreras el marco

y el punto de partida, el hallazgo genial de un autor que quiso pensar la totalidad, el mundo que

le tocó vivir y el que le precedió. Marilyn Monroe fue para él la rubia inteligente y sensual, por

supuesto, aquella belleza voluptuosa tras la que latían el drama y el dolor. Max Weber, el esmero

conceptual, la precisión metodológica, el rival exigente con quien polemizar y de quien aprender.

Louis Amstrong fue la cultura subalterna elevada a la máxima expresión, el deleite de lo hereda-

do y nuevamente ensayado o improvisado, una interminable jam session. Walter Benjamin, la

audacia intelectual y el desamparo reflexivo, el marxismo culto y judío, el Apocalipsis del pensa-

miento. Nosferatu, la historia y la ficción, el pasado y el presente, un héroe infausto, ese vampiro

que sobrevive desde hace siglos con la esperanza de adueñarse del mundo. Todos ellos fueron trá-

gicos e intempestivos y, la verdad, todos ellos han sobrevivido a su época, a su contexto, al pasa-

do concreto en que existieron.

Juan José Carreras admiró la tragedia... No es sencillo ser trágico e intempestivo: ser de otro

tiempo, ir contra el tiempo, oponerse al curso del tiempo. Quien así actúa se siente a disgusto con

su época, incluso ajeno a sus contemporáneos, a pesar de que, tal vez, los resuma y compendie.

Paradójicamente, esa rareza que Juan José Carreras apreciaba en dichos personajes es una fértil

enajenación, muy propia de la cultura alemana con la que el historiador se nutrió. Cada época nos

Coronado rey en los cursos de extranjeros de la UIMP,entre Carlos Galán y Jesús Sánchez Lobato.

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impone unas claves de percepción y de actuación, modos de atisbar y de obrar. Si captamos esos

códigos, los marcos de un tiempo que son en parte herencia y en parte logro contemporáneo,

entonces vivimos aceptablemente, instalados en una sociedad que no nos expulsa y de la que nos

sentimos copartícipes, aun cuando esa integración pasable no nos procure toda la felicidad que

ambicionamos. Somos mayoría quienes actuamos así: no desmentimos lo que hemos recibido y la

cultura que nos ha formado la actualizamos, la ponemos en práctica. Cuando esto hacemos, deci-

mos que obramos con sentido común.

El ser trágico no respeta exactamente las evidencias de su tiempo, ese repertorio de certezas

que no se cuestionan porque parecen funcionar. Por eso, quizá, los personajes del póster y del

folleto interesaron a Juan José Carreras: cada uno en su respectivo ámbito pensó u obró de otra

manera, de una manera distinta a la prevista, pero, sobre todo, cada uno arriesgó lo mejor de sí sin

obtener felicidad a cambio. Cada uno, a su modo, fue o se supo genio. El genio es, desde luego,

alguien que se adelanta a su tiempo, que actúa o atisba mejor de lo que sus contemporáneos pue-

den. No solo ve lo que tiene delante —eso que el sentido común no deja ver—, sino que, además,

predice con la palabra o con la obra lo que acabará ocurriendo, con una cierta enajenación, pues.

Juan José Carreras no tiene un número inacabable de obras repetidas y previsibles. Fue la suya

una enseñanza preferentemente oral. Era capaz de estimular, de provocar, de alentar. Pero, sobre

todo, de enseñar y conversar: de adentrarse en un espacio en parte desconocido —la historia—

valiéndose de señales nada convencionales, signos de otro tiempo que sabía leer con pericia y con

osadía. De algún modo (al modo alemán, podríamos decir) tomaba los libros y los documentos

como textos que había que traducir, recreando su sentido y transportando no solo la expresión. En

los libros del pasado hay múltiples resonancias, voces numerosas que se expresan y que el histo-

riador revive: Juan José Carreras, en este caso. Pero el historiador no busca la fuente según le con-

viene, no selecciona solo lo que le confirma, no suprime lo que le contraría: ha de ser respetuoso

con esas voces y con las destrezas de su oficio. Por eso, dicho historiador ha de contrastar sus pro-

pias ideas con los documentos y con los libros estableciendo con ellos una especie de diálogo.

En cierta ocasión, dijo E.M. Forster que imaginaba el paraíso como una conversación inacaba-

ble con sus autores favoritos. Quiero pensar que Juan José Carreras imaginó el Olimpo o el edén

como un diálogo con sus personajes predilectos, tan distintos y tan trágicos. Algunos de ellos son,

sin duda, los que ilustran el cartel de este sentido homenaje: como el propio historiador, que entre-

vemos o divisamos, y con el que seguiremos conversando quienes tuvimos la fortuna de conocerlo.

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CARMEN FRÍAS

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Un mar de hojas amarillas empezaba a cubrir el campus vis-

tiéndolo de otoño. Con ese paisaje, y con la agitación del

primer triunfo electoral del PSOE, comenzaba mi 4.º de ca-

rrera en la Facultad de Filosofía y Letras de Zaragoza. Aquel

año me había matriculado en Historia de la Ideas Políticas.

Mi memoria registró entonces una fotografía fija que no ha

amarilleado con el tiempo. La asignatura se impartía en el

Aula IV. Allí fue donde vi, por primera vez, a Juan José

Carreras. A las 11.10 de la mañana entró en el aula que-

brando con su jersey negro y sus vaqueros algo desgastados

la imagen rígida y acartonada de algún otro catedrático.

Saludó y, mientras los alumnos nos acomodábamos en los

asientos, se tomó su tiempo disponiendo sobre la mesa su

arsenal de fumador de pipa. Lo hizo sencilla, meticulosa,

pausada, quedamente, como requiere todo ritual que se

precie, lejos de los artificios y las estridencias. Tardaría en

descubrir que este era su estilo para todo. Nunca había

conocido a nadie con una capacidad tan brillante como

cautivadora y deslumbrante para transmitir y reflexionar

sobre los caminos de la historia y los historiadores. En aquel

momento no podía adivinar —ni osaba, tal era la admira-

ción que en mí producía— que, unos años después, la for-

tuna sería tan infinitamente generosa conmigo como para

colocar a aquel catedrático en la centralidad de mi vida

académica y, más allá de esta, en mi vida personal.

Cuando en el año 1991 accedí al Departamento —tras

leer mi tesis doctoral de la que él fue presidente de la Co-

misión que la valoró—, Juan José seguía estando al frente

del mismo. A esas alturas contaba ya en su haber el ser,

indiscutiblemente, uno de los principales introductores de

los estudios de historiografía en la Universidad española.

En el propio Departamento, la labor de Juan José en este

sentido acabaría dando sus mejores frutos. Gonzalo Pa-

samar e Ignacio Peiró son la mejor prueba de ello.

Pero más allá del campo de la historiografía, su labor

dejó una profunda huella no ya como profesor universita-

rio, sino como maestro. Hay un largo trecho entre ser buen

profesor —lo que es mucho y costosísimo logro—, o inclu-

so un brillante profesor, y ser un maestro. Para esto no hay

epítetos, ni gradaciones: se es, o no. Juan José fue, por en-

cima de lo primero, lo segundo. Y lo fue no solamente por

su capacidad analítica y la brillantez de su pensamiento,

sino, sobre todo, por la extraordinaria capacidad de trans-

De arquitectura y legados

CARMEN FRÍAS

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CARMEN FRÍAS

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mitir sus conocimientos y reflexiones, suscitando siempre en quien le escuchaba o conversaba con

él —alumnos, compañeros, oyentes de una conferencia...— una nueva inquietud o una perspectiva

distinta, incluso para el más leído. Y todo ello con un estilo personal absolutamente desprovisto de

arabescos, sencillo, cercano, que hizo que al respeto intelectual de sus discípulos o compañeros, se

cosieran inevitablemente los afectos personales.

Pero yo no quiero poner el acento en esta dimensión de Juan José pues es, de todo punto,

reconocida, y sé que en este homenaje hay quien rinde cuenta de ella. Yo quisiera recordar entre

otros rostros y facetas, una que se me antoja central: la de alguien que supo vertebrar y unir, que

no es precisamente ni fácil ni poco, desde su cargo de director desde el año 1981, a todo un

Departamento. Un reto mayúsculo por cuanto la Universidad está estructurada como una organi-

zación de individuos en la que estos tienen una gran autonomía de actuación. Y porque, me per-

mitirán confesar que, desde mi perspectiva, no es fácil lidiar con nuestra tribu. De todo hay en ella:

amistades y solidaridades, pero también tensiones y enfrentamientos; gestos generosos, pero tam-

bién otros que distan mucho de serlo; humildades varias, pero también vanidades y egocentrismos

diversos; conflictos constantes e, incluso agresivos, nutridos y devorados por la competencia; gru-

pos divididos y enfrentados que, en muchas ocasiones, superan el mero conflicto de enfoques pro-

fesionales; mucho de autonomía, pero mucho también de descompromiso personal con la institu-

ción. Un terreno bien abonado, en suma, para los intereses y los estilos individuales.

Juan José quiso y supo cultivar una solidaridad interna que, sinceramente creo, fue excep-

cional. Y lo hizo siempre desde los pequeños gestos; desde el respeto a los otros; desde el valor de

la palabra y los argumentos; desde la sencillez y la humildad de quien nunca se creyó por encima

de los otros; desde su compromiso, firmeza y empeño por dar forma a un Departamento que unie-

Con Carmelo Romero, en la boda de Carmen Frías (1991).

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De arquitectura y legados

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ra a sus miembros a pesar de las diferencias; y esto, fuerza reconocerlo, tiene un valor incalcula-

ble. Desde su saber hacer, y a pesar de los momentos difíciles —que haberlos, hubo—, hizo del

Departamento un lugar de encuentro, un espacio amable, donde convergieron y se cultivaron, con

una magia extraña, las tareas académicas y los afectos; un territorio en el que el sentido y la cons-

ciencia de grupo se impusieron frente a las individualidades; un territorio de convivencia y de

apoyo mutuo, de coordinación, innovación y revitalización, que, lógicamente, acabaría proyectán-

dose sobre la mejora de la calidad de la docencia.

Él representó, mejor que nadie, el paso de un modelo de organización en base a las cátedras, ver-

tebrado en la figura personal y omnipotente del catedrático, a otro que, potenciando los departamen-

tos, buscaba afrontar la superación del modelo individualista de actuación de los docentes, generando

un escenario de relación profesional y personal. Hoy, cuando parece que la función de los directores

está más ligada a la gestión administrativa que a la mejora de la calidad de los procesos docentes y

de investigación, emerge el valor del empeño de Juan José. Mas esto, ni era entonces ni lo es ahora

—insisto—, tarea fácil, pues en un departamento, no solo las relaciones entre las personas empiezan a

ser próximas, sino que se condicionan mutuamente en la medida en que lo que uno haga, quiera, pro-

yecte o reclame puede afectar a los demás; en la medida en que los intereses y estilos individuales

suponen un gran obstáculo, así como los particulares modos de ver las cosas. Todo un auténtico reto

para él; todo un auténtico privilegio para nosotros haberlo tenido al frente en esta larga travesía.

Me hice y crecí bebiendo, transpirando, empapándome, nutriéndome día a día, de ese senti-

miento colectivo que él generó, de esa apuesta de grupo que, por serlo, te obliga a repensarte más

allá de lo estrictamente individual, más allá de las amenazantes miserias del ego. Esta es una, solo

una, de las grandes herencias que Juan José dejó en mí, que dejó en nosotros. Ahora es nuestra

En reunión de Consejo de Departamento.

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CARMEN FRÍAS

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responsabilidad preservarla, custodiarla, mimarla, mantenerla, para que el polvo del tiempo y los

relojes no deje ninguna huella sobre ella, ni empañe, apague u oculte con su manto gris un pre-

ciado legado que debemos conservar como seña de identidad.

No al margen de ello, sino paralelamente, en mis adentros y entretelas quedan también otras

huellas y legados no menos profundos, que no me ocupo en preservar ni custodiar pues son imbo-

rrables por excepcionales y enriquecedores para todos aquellos que tuvimos la suerte de cruzarnos

en su camino. Huellas y legados que se registran y graban en el terreno personal por la enorme

calidad humana que mostró siempre Juan José, de nuevo, sin hacer gala de ella. En este terreno, y

fiel a su estilo, cultivó en el día a día los pequeños gestos; gestos solo aparentemente nimios que

inundaron y nutrieron nuestros paisajes personales y que dejaron, junto al vacío intelectual de su

partida —que ya es mucho—, un enorme cráter afectivo, que, por doloroso, tiene una más difícil,

si no imposible, cicatrización absoluta.

No necesito preservar, como digo, esos recuerdos, pero sí —quizá por deformación profesio-

nal— los ordeno, los coloco en la línea del tiempo y en su contexto, los analizo, y, sobre todo, me

sumerjo en ellos para que sigan siendo lo que son: un horizonte más allá del terreno profesional.

Sin más; sin otro objetivo. Si los traigo aquí tal y como los he vivido y sentido —tal y como los sigo

viviendo y sintiendo— es por pura y sencilla necesidad de desahogo personal, muy al margen de

quien pueda pensar que en un acto o en un texto de homenaje, la ausencia, si no obliga, al menos

inclina a agrandar cualidades y méritos. No es el caso, en absoluto; nada más lejos de serlo.

Por ello suena mientras escribo estas palabras, la voz quebrada de Joe Cocker, la misma que

oí más de una vez a través de la pared de su despacho contiguo al mío. Me dejo llevar por ella y

me invaden, con extraordinaria nitidez, recuerdos que colecciono: las chocolatinas que colaba —a

hurtadillas las más de la veces, claro, en mi mesa sabiendo de mi pasión por el chocolate; la con-

fianza ciega y entrañable que depositaba en Carlos Forcadell para que decidiera por él los platos

que pedir en las comidas o cenas de Departamento; el interés que mostró por el fútbol, cuando a

él nunca le había apasionado, tan solo, sencilla y llanamente, para alegrar con sus comentarios

sobre el Numancia, las mañanas de lunes de Carmelo Romero; la estética de un despacho donde

Marx y Marilyn Monroe compartían espacio con un sinfín de objetos que le definían: un jarrón

lleno de piedras a las que cambiaba el agua como si de flores se tratara, un sombrero de explora-

dor, un pequeño carrusel de metal, un teléfono rojo, un gran martillo y una enorme llave inglesa

convertidos, solo aparentemente, en objeto de decoración...; llegó a haber, incluso, una reproduc-

ción, en cartón y a tamaño real, de Jesús Hermida.

Los espacios nos delatan, nos reflejan y, en cierto modo, nos resumen y acaban, aunque no

lo deseemos, hablando de nosotros. Mi hijo entró en aquel espacio una mañana de fines de junio

del 1998 cuando contaba con 6 años. Cuando se abrió la puerta, sus ojos se agrandaron mientras

yo, atenta, le observaba. Creyó que la Universidad era un espacio mágico, un espacio que, con la

luz tenue de los territorios encantados, le permitía jugar y soñar: se colocó el sombrero de explo-

rador y anduvo un buen rato capturando al cocodrilo que, con casi un metro de longitud, estaba

apostado sobre una pila de libros, dormitando paciente a la espera de que alguien le sacara de su

quietud y letargo. Yo seguía observando; Juan José sonreía.

Años después, en una mañana de principios de mesidor de 2007, Carmelo Romero hizo llegar

a mi hija Clara el mismo espacio mágico que transitó su hermano 9 años atrás, con la dolorosa

diferencia de que Juan José ya no miraba. Ambos cogieron aquel jarrón repleto de piedras que

Carmelo había heredado y se dispusieron a renovar el agua que contenía. Aquel momento fue para

mí el más tierno, sincero, reservado y verdadero homenaje. También, sin duda, y conociéndole, el

que más le habría gustado a Juan José.

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EMILIO MAJUELO GIL

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| 253

No dejo de sorprenderme todavía cuando pienso que la

imagen de Juan José Carreras que con más fuerza retengo

es la de la primera vez que le conocí. A pesar de que fue él

mi director de tesis doctoral, iniciada en 1981, y de que nos

tratamos mucho más estrechamente a partir de finales de

1985, durante una larga década al ser compañeros de tra-

bajo en el Departamento de Historia Moderna y Contem-

poránea en la Universidad de Zaragoza, la imagen que de

él con más frecuencia viene a mi mente data de mucho

antes, del año 1973. Era yo en esa época estudiante de ter-

cer curso de Filosofía y Letras y, a pesar del tiempo trans-

currido, aquel recuerdo de hace más de siete lustros con-

serva frescos todavía muchos detalles de esa época. La

Universidad zaragozana y en especial la Facultad de Filo-

sofía vivía intensos momentos de agitación estudiantil.

Una nueva hornada de jóvenes profesores no desmerecía

en sus acciones reivindicativas lo que reforzaba de alguna

manera la legitimidad de la protesta estudiantil avalándo-

la, en algunos casos, con su directa militancia en la lucha

antifascista. La propaganda contra la Universidad franquis-

ta se anunciaba mediante la colocación de carteles por do-

quier y las regadas de octavillas eran intensas; múltiples

también las reuniones en pequeños grupos o la celebración

de asambleas abiertas. Entre sectores de estudiantes se iba

abriendo paso la evidencia de que las actividades contes-

tatarias, previas a la muerte del dictador, habían logrado

hacer surgir una atmósfera en la que la continuidad del

régimen era cada vez más impensable.

Aquel ambiente de idas y venidas, de miedos y sofo-

cos, de planes y propuestas, todo bajo el manto de una

actividad clandestina incesante no era óbice para que el

estudiantado, al menos el de nuestra Facultad, afluyera a

clase con una asiduidad hoy en día desconocida. Las clases

eran seguidas masivamente. Los amantes de la Historia

Contemporánea, que entonces sumábamos un centón, an-

dábamos escamados con el obsoleto plan de estudios

vigente que nos llevaba a tener que esperar hasta el últi-

mo año de carrera para poder cursar asignaturas que con-

templaran la historia del siglo XX. Estábamos, además de

furiosos, quemados, en el sentido literal del término, con

los profesores con responsabilidad en el mantenimiento de

aquel estado de cosas. Habíamos oído por entonces que

Juan José Carreras,una lección

EMILIO MAJUELO GIL

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EMILIO MAJUELO GIL

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había llegado un profesor nuevo al que se atribuía vitola de persona ducha en Historia Contem-

poránea, materia que, sin embargo, no podía desarrollar en el Departamento de Historia Moderna

y Contemporánea por decisión de su catedrático director (personaje, este, que resultó ser un per-

fecto truhán además de fascista), motivo por el que el profesor recién incorporado no impartía

asignaturas de historia en la titulación correspondiente sino en otras, entre ellas en la de Filología

Francesa.

Los estudiantes, además de asistir regularmente a clase, tenían la provechosa costumbre de

ir a escuchar las lecciones que impartían los escasos profesores cuya formación profesional des-

tacaba en el conjunto. No sé la razón por la que Juan José Carreras tuvo en aquellos momentos

que hacerse cargo durante un tiempo de la asignatura de Sociología. En cualquier caso no era

aquella una de las materias que yo tuviera que cursar obligatoriamente ni él mi profesor, pero

había decidido acudir a conocer a aquel nuevo docente del que desconocía incluso el nombre.

Recuerdo perfectamente que era media mañana. El aula, la denominada Aula Magna-2, estaba

a rebosar de alumnos y oyentes. Cuando yo entré, recién iniciada la explicación pertinente, tuve

que acomodarme en uno de los escasos huecos que quedaban por ocupar en las últimas filas.

Después de sentarme pude, desde mi lejano sitio, observar los rasgos de aquel profesor: un hom-

bre de edad madura, de tez morena, mediano de estatura y complexión ancha, que se expresa-

ba con voz pausada.

Guardo con nitidez de detalle la explicación de aquella mañana a pesar de correr el año de

1973. De pie, sobre la tarima y resguardado por una amplia mesa que le separaba físicamente del

amplio aforo, había iniciado el desarrollo del concepto de totalidad a partir de la filosofía hege-

liana. Yo estaba inquieto por lo que escuchaba, tenía una turbación extraña al oír desarrollar con

aquella tranquila compostura conceptos de los que nunca había sabido ni nunca habíamos podi-

do enterarnos a lo largo de nuestra carrera académica, que lindaba ya su meridiano, a pesar de que

habíamos cursado una asignatura de Historia de la Filosofía. En nuestra Facultad, por boca de los

profesores correspondientes, no habíamos accedido en modo alguno a la figura de Hegel, ausen-

cia que se agrandaba al conocer ya para entonces la importancia que la filosofía de este había

tenido en el pensamiento de Marx.

En un momento determinado, Juan José Carreras, para hacer más evidente su explicación,

cogió la pesada silla vacía que estaba a su lado, la levantó y la colocó sobre la mesa, sin aspavien-

tos de ningún tipo y sin abandonar el hilo de su explicación. Por medio de esa sencilla escenifica-

ción acometió el análisis del concepto de totalidad concreta desde el pensamiento filosófico de

Hegel. Ejemplificó aludiendo a aquella silla, cómo siendo esta un objeto determinado, con unas

características concretas que fue describiendo, con unas funciones a ella asignadas, era a su vez la

concreción de una idea de silla que contenía en ella un acumulado proceso de trabajo realizado a

partir de la obtención de la correspondiente materia prima, que había sido sometida a una suce-

siva transformación fruto del trabajo humano. En definitiva, la silla que estábamos contemplando

era al mismo tiempo el resultado de un complejo proceso productivo cuyo fruto singularizado con-

tenía en sí mismo lo total de una actividad social generalizada. No sé lo que habrían pensado los

oyentes sobre lo que estábamos escuchando. Nunca he hablado con nadie de los allí presentes de

lo que sentí en aquel momento, aunque yo empecé a comprender algo sobre lo que tuve tiempo

de trabajar y reflexionar en otras ocasiones: el concepto de totalidad, del que el propio Carreras

haría mención con cierto énfasis en las numerosas ocasiones en que se ocupó de los conceptos

básicos del pensamiento de Karl Marx.

Con todo, aquella explicación no acabó ahí. Alguien de entre los allí reunidos hizo mención

a determinada cuestión que había sido tratada durante la exposición. Carreras respondió sin ve-

hemencia, con conocimiento solvente, dando a conocer por qué caminos había dirigido su lec-

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Juan José Carreras, una lección

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ción. Después de subrayar la importancia de las aportaciones de Marx al pensamiento filosófico

posterior a su muerte, planteó varias cuestiones relacionadas con los desarrollos del marxismo;

cuestiones tan cercanas a nosotros en el tiempo que difícilmente podíamos hacernos una idea

cabal del alcance de los términos exactos de su explicación. Yo me sentí atraído desde entonces

por aquella manera de discurrir en la que con argumentos sopesados se exponía una opinión ba-

sada, en su caso, en un conocimiento profundo del tema planteado. En la respuesta concreta di-

rigida al interesado estudiante que había formulado aquella pregunta, acometió el asunto de la

lectura que de Marx se había hecho por los filósofos marxistas franceses aglutinados, o al me-

nos identificados, con la interpretación que de la obra de Marx había hecho Louis Althusser. Al-

gunas de las obras de este se conocían desde hacía no mucho en España. Sin dogmatismo de tipo

alguno, y esto fue lo que más me llamó la atención en Juan José Carreras (ya que sin duda es-

tábamos en tiempos de exégesis textuales, de lealtades e identificaciones con una u otra manera

de interpretar los textos de Marx que no escondían sino el particular abanderamiento de opcio-

nes ideológicas y partidarias que se querían inquebrantables), se ocupó del pensamiento unitario

de Marx sin dar cabida a la existencia de rupturas epistemológicas entre el joven y el maduro

Marx, que venía a ser una de las cuestiones fundamentales de la perspectiva hermenéutica de

Althusser. Carreras contemplaba en Marx una unidad de pensamiento aunque moldeado en el

tiempo, en lugar de la escisión (ruptura epistemológica) que Althusser hacía de la obra intelectual

de este, entre el Marx crítico, si bien imbuido del hegelianismo de izquierdas, de los Manuscri-

tos económico-filosóficos, y el Marx científico de El Capital. La exposición ordenada de concep-

tos, como la que estábamos escuchando, es de todo punto fundamental en la enseñanza de

Guiones de clase con bibliografía y textos, sobre Marx y sobre Ranke.Cursos 1983-85.

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EMILIO MAJUELO GIL

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cuestiones de Sociología, Filosofía,

Ideas Políticas o de disciplinas afi-

nes, pero no lo es menos la sistemá-

tica, el método, las formas de llevar

a cabo esa labor. Por eso resultó im-

pactante en la disertación del pro-

fesor Carreras la ausencia de inqui-

na o de intención de agotar aquella

discusión sobre la que, por otra par-

te, nadie de los presentes en el aula

hubiera discrepado lo más mínimo;

no pretendió, como décadas más

tarde confesaría literalmente, alec-

cionar a nadie y convertirnos a los

oyentes en perfectos antialthusse-

rianos. Ese es el modo cariñoso y de

enorme respeto con el que yo re-

cuerdo desde entonces a Juan José.

La seducción intelectual que ejercía

su potente formación y la presenta-

ción trabada de sus conocimientos

formulados ante los alumnos sin

atisbos de arrogancia, fueron rasgos

de su manera de hacer docente que

hicieron mella en quienes como yo

acabábamos de conocerlo.

Además de Louis Althusser men-

cionó a algún althusseriano de la úl-

tima hornada, ni más ni menos que a

Marta Harnecker, como ejemplo de los que como el filósofo francés pretendían imaginar (siendo

condescendientes con el uso laxo de dicho término), al marxismo como un pensamiento científico

fundamentado en la teoría de la teoría de los conceptos que Marx había forjado a través ni más ni

menos que de un profundísimo conocimiento de la historia (como disciplina que trataba de anali-

zar e interpretar la totalidad social en el pasado). La referencia a Harnecker y a sus Conceptos ele-

mentales del materialismo histórico viene acompañada en mi caso de una anécdota muy expresi-

va del activismo cotidiano en aquella época. Vinculado como estaba desde hacía tiempo en una de

las organizaciones del movimiento estudiantil que pululaba por aquel entonces (comités de estu-

diantes), habíamos sopesado entre media docena escasa de compañeros la posibilidad de dar a

conocer algunos textos recientes sobre el pensamiento marxista inéditos hasta entonces en España.

Ni cortos ni perezosos, con la cómplice inhibición de algunos profesores jóvenes del Departamento

de Filosofía, ¡nos lanzamos a editar a modo de apuntes ciclostilados algunos de los capítulos de la

obra de Marta Harnecker! Aprovechamos de modo subrepticio las propias multicopistas de la

Facultad, papel y tinta incluidos, y dimos a conocer a precio no comercial el capítulo X de aquella

obra dedicado a «La lucha de clases». Realizado aquel hercúleo trabajo, una mañana en el escapa-

rate de la Librería Pórtico, donde en más de una ocasión coincidía con Carreras por pura obviedad

ante la escasez pública de recursos bibliográficos, pude ver recién editado y a la venta los Conceptos

elementales..., hasta entonces no publicado en España, haciendo fútiles desde ese momento nues-

tros esfuerzos de autoedición y divulgación.

Juan José en 2006.

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Juan José Carreras, una lección

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Las últimas referencias que aquella mañana hizo Juan José en clase fueron dedicadas a esa

otra manera de entender a Marx, en total contraste con lo que entonces se denominaba el mar-

xismo continental francés, y aunque no puedo concretar ahora la nómina de autores y obras a los

que hizo referencia, eran estas, sin duda, las de los historiadores marxistas británicos por la espe-

cial referencia que hizo a un concepto de clase social que tiempo después pudimos leer en los tra-

bajos ya traducidos de E.P. Thompson; historiadores anglosajones, en cualquier caso, de los que tar-

daríamos años todavía en conocer a fondo y en ver universalizadas entre los universitarios sus

aportaciones historiográficas.

El impacto de aquella lección todavía perdura en mí cuando pienso en la paupérrima vida

intelectual que nos ofrecía la institución universitaria de los años setenta. Carreras se convirtió

desde entonces en un referente, en el interlocutor necesario y dispuesto cuando uno trataba de

acercarse con interés a esas u otras cuestiones de fondo. No suscribiré para dar cuenta de aquella

experiencia personal en la que por vez primera conocí a Juan José Carreras, las palabras que Moses

dedicó en 1841 a Marx cuando supo de él, pronosticando que sería un filósofo cuyo pensamiento

sería impactante a partir de entonces en las aulas y en la política de Alemania. Carreras, a pesar

de su relevante herencia intelectual en el mundo universitario, no quiso legar más obra escrita que

la que dejó ni pretendió ejercer la política de manera pública. No veo en ello referencia compara-

ble alguna. Pero sí que sentí la admiración intelectual que el joven Löwitz reconoció (y que desde

ese momento profesó de modo imperecedero), cuando asistió a las clases de Max Weber y descu-

brió su obra. Una admiración y un respeto, en mi caso, que no ha mermado con el paso del tiem-

po y que ahora, a lo largo de este último año, aflora en forma de vacío, ausencia de interlocución,

muestra en definitiva de una especie de estado de orfandad intelectual. Haber presenciado aque-

lla lección fue el acicate decisivo que tuve para emprender años después, en el momento en que

las circunstancias me lo permitieron, una investigación histórica como la que llevé a cabo en mi

tesis doctoral cuya responsabilidad directora, Carreras, como fue habitual en esos casos, no decli-

nó. Como buen maestro siempre estuvo ahí, aunque de modo aparente pareciera encontrarse a dis-

tancia prudente de los esfuerzos del investigador; maestro también por facilitar que se formaran

los alumnos que a él se acercaban, si no de un modo totalmente autodidacta, sí forjados en su pro-

pio esfuerzo y en la tensión necesaria que la vida intelectual requiere para mantener un criterio

propio y pleno de sentido. Aunque las peripecias hasta llegar a ese capítulo de mi vida académica

en el que se retomaron nuestros contactos, como él gustaba también decir, son ya otra historia.

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BENNO HÜBNER

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Coincidencia. El mismo año, 1969, cuando Juan José Ca-

rreras vuelve de su largo exilio político-académico en Ale-

mania a España, para integrarse en la Universidad de Za-

ragoza, yo vengo del mismo país para trabajar en la misma

Universidad, primero como lector del DAAD, después como

profesor contratado. Y coincidencia también: él vivía en-

tonces en la calle Manuel Lasala, 32, cuando yo unos meses

más tarde me establecí en la misma calle, en el número 28.

De ahí arranca una, por muchos conocida, estrecha amis-

tad entre Juan José, Carmen y sus hijos y yo y mi familia:

Susanne y mis hijos. Una amistad que estaba basada no

solo en nuestra profunda recíproca empatía personal, sino

también en un espíritu intelectual abierto, transgresor de

fronteras, orientado hacia un humanismo social/socialista.

Diría que este horizonte común limaría nuestras diferentes

biografías, tanto vivenciales como académico-ideológicas.

Juan José procedía, para simplificarlo, del marxismo, mien-

tras que yo venía del existencialismo heideggeriano, que

ya en los años sesenta fue superado por mí, aufgehoben,

por un socialismo decisionista, como se refleja en un artículo

mío, publicado en 1970 en la Stuttgarter Zeitung y mucho

más tarde en versión castellana con el título «El tedio

transforma el mundo. Liaison dialéctica entre la ideología

del SDS y el culto hippie».

No quiero extenderme en destacar la personalidad de

Juan José, tanto humana como profesional. Él tuvo la idea

de crear la asignatura de Lengua y Cultura Alemanas para

estudiantes de Historia Contemporánea del cuarto y quin-

to curso, que cubriría Susanne y, después de su prematura

muerte, yo. Fue un curso/seminario de permanente discu-

sión sobre Marx y marxismo, nacionalsocialismo, totalita-

rismo..., y, como los alumnos provenían del ámbito de Juan

José, puedo decir que si bien él no fue profesor mío, a tra-

vés de sus alumnos aprendí indirectamente de él. Sus

alumnos me hicieron contrastar mis ideas, me estimularon

a reflexionar las cosas históricamente —también con la

lectura común de Koselleck—. Discutíamos sobre si la his-

toria o el estudio de la historia tenía futuro, en el sentido

concreto, profesional, y leíamos en este contexto párrafos

de Odo Marquard sobre la historia como ciencia de com-

pensación de los déficit humanos, originados por las cien-

cias duras. Y hablando del futuro, en función del cual la

Recordandoa Juan José Carreras

BENNO HÜBNER

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BENNO HÜBNER

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historia recobra un interés vital para el presente, debo reconocer —y lo he reconocido en una de

mis publicaciones—, que mis reflexiones, recogidas en dos libros, uno con el título El futuro desde

la perspectiva de futuros pasados, son también fruto de sugerencias de mis alumnos del Depar-

tamento de Historia Contemporánea, que entonces dirigía Juan José Carreras. A él y sus alumnos

les estaré siempre agradecido.

Si al ser jubilado dije que la jubilación me sentaba como una amputación existencial, refi-

riéndome a la abrupta pérdida de mis alumnos, con más razón tuve la misma sensación hace un

año, cuando perdí, por muerte, a un gran amigo.

Con Mari Carmen, abriendo un cajón de regaloscon motivo de su jubilación (1998).

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IGNACIO IZUZQUIZA

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Estas páginas son una respuesta educada y un interesado

recuerdo. En ellas respondo a una invitación que la urba-

nidad me impulsa a responder y quiero recordar la figura

del profesor Juan José Carreras de un modo que me sirva

para reflexionar más allá de su figura humana y profesio-

nal. Lo explicaré.

Primero, la respuesta educada a la petición para par-

ticipar en un justo homenaje que desea rendirse a un cole-

ga, a quien tantas veces encontré en pasillos y despachos,

y que tuvo una notable presencia en la vida de mi Facultad

de Letras. Aunque siempre socialmente necesarias, no me

gustan las conmemoraciones de relumbrón que suelen ser

gloria para los vivos a costa de quienes ya no están. Más

aún cuando, como es mi caso, practica una lección que

aprendí en mi Universidad de Valencia (en aquella Facultad

de Letras de la calle de la Nave, convertida hoy en magní-

fico edificio de representación), central en la cultura del

Mediterráneo napolitano. Esta no es otra que la lección del

valenciano despegament, nuestro castellano ‘desapego’.

Recuerdo y desapego

El desapego es un término curioso, que como casi todos

los vocablos importantes (muerte, silencio, soledad, refi-

namiento, olvido, etcétera) posee habitualmente un signi-

ficado negativo. Y es que esos términos que designan as-

pectos fundamentales en la vida producen espanto porque

revelan insondables abismos de sabiduría y profundidad.

Pero en ellos se encuentra, casi siempre, la verdad de todo.

Pues bien, ese desapego significa algo muy simple:

no es necesario estar siempre con alguien, tocarle sin cesar,

llamarle sin pudor, visitarle siempre, agotar con él la coti-

dianidad, etcétera para mostrar respeto o afecto. Es preci-

so ser algo despegado y vivir el sentimiento en la distan-

cia. Pues esa distancia otorga perspectiva y construye un

afecto que es más sólido que el paso del tiempo. Los ami-

gos de verdad o quienes amaron en serio no precisan verse

sin cesar. Si entre ellos hubo una verdadera conexión, ese

Sehnsucht:Juan José Carreras

y la nostalgia de Alemania.Una memoria personal

IGNACIO IZUZQUIZA

Universidad de Zaragoza

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feeling del que tanto se habla hoy, aparecerá siempre sin necesidad del contacto diario. El interés,

como los huertos, debe regarse siempre porque se piensa en la cosecha futura.

Los verdaderos amigos hacen real la máxima del desinterés: en ellos hay siempre afecto sinprecio alguno. Aunque hayan pasado años sin verse, la comunicación sigue fluida. Cada uno haaceptado —bien o mal— lo que la vida les ha regalado. Pero no precisan el agobio constante paraexpresar la verdadera amistad. Yo siempre he practicado el desapego, lo saben quienes me cono-cen bien: regla de oro de la independencia y del verdadero afecto desinteresado. Y también lo mos-traré en mi recuerdo de Juan José Carreras. No habrá en él asuntos cotidianos o anécdotas fuga-ces. Será una mirada desde el desapego. A Carreras también le gustaba Valencia, aunque no sé sila vivió tanto como yo. Por eso practico aquí eso que —junto con tantas otras cosas— Valencia meenseñó. Por lo tanto, mi recuerdo será un record despegat, un recuerdo desde la libertad, la inde-pendencia y la distancia en perspectiva.

Pero mi respuesta no es solo recuerdo con desapego. Es respuesta a un acto de generosidadque quisiera resaltar. Por eso, la urbanidad que siempre he deseado practicar —aun en momentosnada sencillos, tan abundantes en la mezquina vida universitaria— queda resaltada por este reco-nocimiento. Y es que Juan José Carreras agradecerá, esté donde esté ahora, el esfuerzo del profe-sor Carlos Forcadell que tanto ha hecho para mantener vivo su recuerdo.

Los dos son historiadores. Y conocen bien aquel enigmático deseo de los antiguos griegos.Afirmaban que era necesario tener descendencia para que los hijos o parientes más jóvenes reali-zaran los ritos de la muerte. Forcadell ha cumplido ese mandato con creces. Y debe ser aquí reco-nocido. Un acto de afecto, de generosidad y de reconocimiento que entra en el marco de las gran-des acciones. Esas acciones que no se exhiben y de las que no se habla, sino que solamente semuestran. Hablan a quien desea entenderlas. Y supone algo adicional, de gran importancia en miopinión y que un historiador conoce bien: el valor del flujo y la sucesión histórica.

Respetar los ritos de la muerte supone aceptar siempre el dominio del flujo y saber que siemprese recuerda para entender mejor el olvido. Carlos Forcadell lo ha hecho con este homenaje a quienfue su maestro y con tantos actos que ya no podrán tener recompensa inmediata. Son acciones des-pegadas, que muestran cuanto es verdaderamente relevante al margen del relumbrón vacío. Ante esasacciones solo cabe el reconocimiento agradecido. El profesor Forcadell ha cumplido un rito. Y con elloha dado, también, una lección de historia. Algo que no suele ser muy frecuente entre los historiado-res profesionales, más preocupados por la cita, la moda o el último libro que debe ser conocido conurgencia para demostrar que se está en el ajo. La historia es, claro está, conocimiento riguroso. Perouna verdadera lección de historia enseña el sentido del flujo y de la desaparición. Cumplir como hahecho Forcadell el antiguo mandato helénico ofrece esa lección, aunque no se dicte en un aula.

El primer encuentro: historia, filosofía y categorías

Recuerdo mi primer encuentro con Juan José Carreras (en adelante, JJC: aunque tal abreviaturaresulte desconsiderada, facilita mi escritura). Fue en el otoño de 1983, cuando me incorporé comoprofesor a la Universidad de Zaragoza. En aquel tiempo iba a establecerse la titulación de Filosofíaen su Facultad de Letras. Deseo vano entonces, que debió esperar casi un cuarto de siglo. Pero estosson cosas de nuestra propia hispanidad que no vienen a cuento en este momento. Yo iba a dictar(siempre he odiado el pulcro y correcto término impartir o su horrendo sustantivo impartición)clases de Filosofía de la Historia en la especialidad de Historia. Y JJC, siempre curioso de tantascosas, deseaba saber quién era ese nuevo profesor.

Tuvo la deferencia de invitarme a su casa para conversar. Terreno privado, que sus admirados

colegas alemanes solo ofrecían en raras ocasiones. Me hizo pasar a su despacho, que había con-

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Sehnsucht: Juan José Carreras y la nostalgia de Alemania...

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vertido en un verdadero cuarto de estar. Era una habitación presidida por ese ordenado desorden

de quien vive y habla con libros, cuadros, objetos. Es decir, de quien muestra gusto por estar en un

lugar. Hablamos largo rato. Recordó entonces sus años de Heidelberg, su estudio de Marx. Me

habló de los grandes historiadores alemanes y su interés por una historia alejada de la mera eru-

dición y de todo alicorto localismo. La habitación rebosaba de libros y papeles. Y como yo había

visto tantas veces en las casas de mis colegas alemanes, sobre el suelo descansaba una torre de

ejemplares de ese mítico semanario alemán que es Die Zeit. Ejemplares que esperaban la lectura y,

quizá, el recuerdo de esa vida alemana que tanto le influyó.

Conversamos largo tiempo acerca de algo que siempre le interesó: las relaciones entre filo-

sofía e historia. Y, en especial, de la gran tradición alemana que conocía bien. En mi recuerdo, debo

resaltar este elemento que tiene importancia y orienta parte del trabajo de JJC. El no era un his-

toriador al uso, sumido en el polvo del archivo o en puntillosas reconstrucciones de hechos pasa-

dos, a veces tan limitados que impedían ver perspectivas nuevas u ofrecer la comprensión de esa

tensión que siempre alimenta el pasado.

JJC era un historiador de las grandes categorías de interpretación histórica. Y por ello se

encontraba interesado en la filosofía. Especialmente en la filosofía que produjo las grandes sínte-

sis del siglo XIX. Siempre luchó con las grandes categorías que deben orientar el trabajo histórico1.

Leyó a quienes las construyeron y enseñó a sus alumnos que la Historia no era solo cuestión de

1 JJC no fue un académico de escritura abundante, como ha ocurrido con otros grandes profesores. Deseo recor-

dar aquí el caso del historiador valenciano Enric SEBASTIÀ, cuya obra más significativa fue publicada por la insis-

Su despacho en la Facultad, con Carlos Forcadell,a mediados de los años ochenta.

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erudición, polvo o casposa memoria de lugares comunes. Era una cuestión de interpretación críti-

ca. Y, por ello, siempre vivía en conflictivo maridaje con la filosofía. De todo ello conversamos en

la penumbra de una tarde de septiembre. Y esta conversación trae a mi recuerdo otros asuntos,

que no deseo olvidar. Con ellos ilumino el recuerdo y me sumo al homenaje de memoria que solo

tiene valor, porque no puede tener ya precio alguno de poder o influencia.

Marx, la influencia constante

En aquel encuentro ya advertí que JJC era un historiador de categorías. Consideraba la Historia

como un proceso de interpretación del pasado que, obviamente, poseía repercusiones prácticas. De

ahí su interés en la historiografía. Este era el modo de interpretar el pasado, presupuesto siempre

necesario del análisis de los hechos históricos, que adquirían diferente luz según se filtraran por

un conjunto de categorías muy preciso. Y ahí radicaba lo que fue una constante en su vida inte-

lectual: el interés por la obra de Marx.

En Marx encontró JJC un conjunto de categorías que permitían modelar la comprensión del

pasado en términos de sus claves fundamentales: desigualdad social, dinero, poder. Su conoci-

miento de la obra de Marx era, a un tiempo, real y efectivo. Real, porque JJC buceaba en los textos

olvidados, en las polémicas esclarecedoras; en las tesis refinadas que permitían ulteriores interpre-

taciones históricas; en los análisis pormenorizados de conceptos esenciales como los de ideología,

modo de producción, alienación o plusvalía. Uniendo, como se debía, el joven Marx filósofo fas-

cinado por Hegel y el viejo Marx del British Museum, que buscaba las claves de su tiempo en los

procesos de acumulación de la riqueza, originados por la plusvalía.

Pero su conocimiento de Marx fue también efectivo, wirklich como Hegel diría. Nunca dejó este

conocimiento riguroso, y lo mostró en sus clases. Y, desde Marx, todo cuanto permitía encontrar inter-

pretaciones del pasado lúcidas. Es decir, aquellas que no se pierden en anécdotas o caspa polvorienta,

sino que intentan descubrir los motores reales de la historia. Estos son, como en casi todo, muy pocos

y potentes, con distintos nombres: poder, injusticia, dinero e influencia. En suma, acudir a la historia

desde las categorías teóricas. Es lo que descubrió en Marx. Y lo que buscaba en otros historiadores

—siempre clásicos: JJC no se dejaba seducir por la moda del momento con facilidad— que conocía bien.

La hoy controvertida presencia de Marx es un indispensable ingrediente en toda memoria de JJC

La presencia de Alemania

Es conocido que JJC pasó años, creo que felices, de su vida en Alemania. Y lo hizo en Heidelberg,

una ciudad arropada por la memoria de los románticos, de Hegel, de Max Weber y de un halo dul-

zón creado por los soldados americanos que ocuparon la ciudad tras la derrota del nazismo y que

hicieron de la empalagosa canción Ich habe mein Herz in Heidelberg verloren un himno local. Una

ciudad presidida por su Hauptstrasse que desemboca en la perspectiva del extraño castillo, y se

encuentra dominada por la plaza de la Universidad con sus magníficas librerías.

Seguro que JJC paseó muchas veces, como hicieron tantos otros, Weber incluido, por el

Philosophenweg que permite ver en perspectiva la ciudad del Neckar. Ciudad de paz universitaria

y leyendas antiguas. Como tantos otros, fue allí para encontrar un trabajo mejor y para respirar

aires diferentes a los de la España encerrada en dictadura y censuras.

tencia de sus alumnos: La revolución burguesa, Valencia, Uned, 2001, 2 vols. En esta obra hay grandes catego-

rías de análisis, más que datos de archivo. Algo semejante, con las distancias obvias, a lo que hace JJC en su últi-

ma y fundamental publicación: Razón de historia: estudios de historiografía, Madrid, Marcial Pons, 2001.

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Emigrante peculiar —que también hay emigrantes académicos y no solamente económicos—,

JJC se dejó seducir por Alemania y su cultura. Mostró signos de esa seducción toda su vida. La

admiración por la cultura alemana y el recuerdo de la Naturaleza, siempre presente allí. El rigor,

mezclado con una peculiar nonchalance de la vida académica que se mostraba incluso en las cla-

ses de idioma español del Sprachzentrum y, por supuesto, del Historisches Institut que JJC cono-

ció de cerca. Las bibliotecas, magníficas. Los seminarios y las discusiones intelectuales, las Vorträge

y los Hauptseminaren, los Kolloquia y las Tagungen. Y tantos otros ritos académicos.

La peculiar austeridad, siempre eficaz, de la vida alemana. La facilidad de los cuidados de la

vida diaria. Y tantos otros aspectos de la vida alemana. Todo eso le marcó, creo, toda su vida. Algo

que los alemanes llaman geprägt, término intraducible. JJC quedó impregnado de Alemania. Con

una nostalgia de ese país que tantos matices tenía. Se advertía en sus lecturas, en su modo de ser,

en esos tics y manías que todos tenemos, en su modo de vestir y en el tono de su trabajo.

Analizar esta nostalgia es analizar aspectos íntimos de la memoria de JJC, que deseo indicar

aquí. Y que explica una anécdota que siempre me resultó curiosa. Más de una vez, cuando le lla-

maba por teléfono escuchaba su primera respuesta. Esta era Ja, el equivalente alemán de nuestro

sí telefónico. Y es que en las pequeñas cosas se encuentran siempre los grandes recuerdos. Como

lo fue siempre el de Alemania para nuestro colega. Pero ese recuerdo no se agotaba en sí mismo.

Era una atalaya de juicio para la vida española del momento. Que, obviamente, no soportaba la

comparación. En los años sesenta éramos, para tantos alemanes, una playa barata custodiada en

orden por la Guardia Civil. Lo sabía bien JJC que, además de ser historiador, vivió en su carne la

tragedia dolorosa de la historia española del siglo XX. Esta era, pues, una matizada nostalgia que

la luz alemana iluminó siempre.

El magisterio

Como tantos de nosotros, JJC era un profesor. Y vivió de y con la enseñanza. Un profesor de los

antiguos, que no conoció tantas evaluaciones, planes de calidad, burocratizados proyectos de

investigación-subvención, obsesión por publicaciones o por académicas estancias en el extranjero

(cuando una estancia nunca puede ser solamente académica, pues deja de ser tal: la vida no es

nunca una visita de trabajo a unos colegas ni un ciclo de conferencias, afortunadamente).

Cumplió la antigua carrera profesoral. Y lo hizo, azar del destino, casi siempre en Zaragoza:

catedrático de Instituto, profesor agregado, catedrático de Universidad. Vivió ese acto tan hispa-

no de las oposiciones, con sus juegos de poder, influencias y miserias, en una época donde la fide-

lidad ideológica era, a pesar de todo, un tributo necesario para iniciar la carrera (algo que casi

siempre se olvida: todos los viejos profesores tuvimos que hacer eso de jurar los principios del

Movimiento para tomar posesión de nuestras plazas).

Debió ganar favores y entrar en los juegos de poder e influencias para obtener sus plazas,

aunque siempre lo hizo con refinada astucia. Sufrió traslados, un componente esencial de los fun-

cionarios docentes. Y, por fin, recaló en Zaragoza. Con todos sus bagajes y sus nostalgias. Con sus

viajes, sus recuerdos, sus ambiciones y su historia personal. Aquí, en esta ciudad tan poco alema-

na, hizo del Huerva su particular Neckar y de Jaca su Selva Negra que le recordaba a Heidelberg.

Aquí cumplió los más importantes años de su vida docente, que alargó cuanto pudo.

Con toda esa historia de viejo profesor, incomprensible para tantos jóvenes profesores de hoy,

JJC ejerció su magisterio. Y vivió con especial dedicación la vida universitaria. Todo ello con mati-

ces propios, que deben ser rescatados en su recuerdo. Y con una intensidad de la que hablarán

mejor quienes fueron sus alumnos que yo, un simple colega de su misma Facultad.

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Aires nuevos: el combate contra las cadenas provincianas

Quien ha estado viviendo fuera de su país con el rigor que nunca ofrecen las llamadas estancias aca-

démicas adquiere siempre una perspectiva sobre la vida habitual de cuanto ha dejado. Para ello no

basta con hablar un idioma, con dictar conferencias, con estudiar o con conocer el mundo académi-

co local que suele ser muy semejante en todos los lugares. Es preciso algo más. Se necesita hablar un

lenguaje como una forma de vida, sentir la extrañeza de tantas costumbres diferentes. En suma,

adquirir una perspectiva sobre cuanto se ha dejado y ha constituido nuestro alimento rutinario.

Para ello hay que viajar y estar en un lugar; o, lo que es lo mismo, compartir la vida del otro

país. Algo que se obtiene adquiriendo colchón y juego de sábanas (en Alemania, edredones, claro)

como símbolo de larga estancia, comprando en los mercados del lugar y escudriñando las diferen-

cias que separan el nuevo país de nuestros hábitos. Exige construir una extrañeza desde la que se

aprecia mejor cuanto hemos dejado. Creo que es importante recordarlo en esta época, donde via-

jar parece tan sencillo, pero donde tanto escasean los verdaderos viajes.

JJC vivió Alemania con el rigor de quien allí estuvo instalado y construyó una perspectiva

sobre su propio país, para bien o para mal. Pudiera haber sido de otro modo, es cierto, si en lugar

de Alemania hubiera sido Francia, Gran Bretaña o Estados Unidos. Entre todos ellos hay diferen-

cias obvias. Alemania tiene la deftige, densidad, que le falta a la allure francesa, a la británica irony

o a esa eficaz casualty que domina el universo norteamericano. Fue esa peculiar densidad alema-

na —que conformó tantas cosas, desde las luchas del movimiento obrero hasta el rigor de la gran

historiografía continental— la que adoptó JJC como una segunda piel, unida a su ancestral heren-

cia gallega que nunca abandonó.

Al elegir Zaragoza como su lugar definitivo de residencia y trabajo, proyectó sobre esta tie-

rra lo que había visto en Alemania. Y sintió la diferencia, esencial, en los modos de vida. Reconoció

las ventajas de la vida en la provincia y los beneficios que siempre podía reportar el trabajo en una

Facultad poco viajada y anclada en rutinas ancestrales. Trabajó aquí desde la distancia que le

suponía su conocimiento de Alemania.

Por un lado, advirtió el rotundo sopor provinciano de la ciudad y su Universidad, que seguía

estando limitado al norte por Jaca y al sur por Teruel. Y, por otro, la correosa altanería de una

Universidad que parecía relamerse en sus glorias y en una rimbombante vaciedad, siempre engo-

lada. Es cierto que ambos rasgos eran propios de la España del momento, que solo los avatares del

último franquismo y la posterior transición pudieron aligerar.

Pero es siempre en la vida profunda de las provincias —deliciosa cuando es magnánima, terri-

ble cuando está presidida por la envidia— donde se precipitan los aromas patrios. El querido

Heidelberg de JJC no era capital de Alemania alguna, sino una deliciosa provincia donde se refle-

jaba lo más profundo de Alemania. Casi lo mismo ocurre en Francia, donde es mejor vivir en Lyon

o Nancy que en los, tantas veces ridículos, fastes parisiens. Zaragoza era la provincia desnuda: ese

desierto sin soledad que suele ser la muerte del alma, pues no deja vivir en el desierto ni cobrar

el salario de la soledad, siempre ahogada en cotilleos y envidias.

Ante esta situación, JJC hizo, al menos, dos cosas. Diagnosticó en forma personal (y, por lo

tanto, criticable) los rasgos de esta tierra y se situó ante ellos. Lo hizo con éxito, debe decirse. Pues

adquirió pronto fama como personaje de referencia en muchos círculos, lo que no es poco. Y se

situó ante ellos con tono de supervivencia, aprovechando los resquicios que la penosa vida de pro-

vincia alicorta podía ofrecer.

Pero hizo algo más. Luchó por aportar aires de otros lugares e internacionalizar la vida cen-

trada en el paseo de la Independencia o en los mentideros progresistas de los bares universitarios.

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Proyectó sus experiencias de Alemania sobre el secano aragonés, estableciendo, cuando menos, un

contraste peculiar. Quiso abrir horizontes, airear rincones, importar otros modos de mirar y de tra-

bajar. Con ese punto de nostalgia de quien añoraba aquel Philosophenweg que, obviamente, nunca

encontró en Zaragoza. Claro está, no podía encontrarlo tampoco en la España de su tiempo.

En este combate por airear e internacionalizar la vida de la Facultad tuvo admiradores ydetractores. Como siempre ocurre. Pero la suya fue siempre una presencia que traía aires distintosa los del Moncayo. Muchos se lo agradecieron. O, al menos, así lo entendí yo. Y eso le permitió veren su figura el no sé qué de quien ha vivido otros lugares, para envidia malsana de quien no hasalido de la orilla del Ebro. O, cuando más, se ha acercado —temeroso siempre— a Madrid oBarcelona. Carreras aportó siempre la referencia de la gran Europa continental. Era una forma decombatir el malsano provincianismo, anclado en luchas inútiles dictadas por la envidia y la mal-querencia, herederas siempre del hambre y la dominación.

Una presencia pública

No se limitó JJC a vivir en la sombra de los pasillos universitarios, sino que –según me cuentan, por-

que yo no lo viví a su lado– tuvo una importante presencia pública en los tiempos de la transición.

No podía ser menos para quien sabía bien, como apuntó siempre su admirado Marx, que la teoría

debía tener siempre una traducción

en la práctica. Esta presencia tuvo lu-

gar en múltiples foros de discusión;

en grupos iniciados y algo secretos

(casi todos lo eran en los setenta); en

iniciativas de reforma y de crítica

que buscaban un país diferente al

que había dejado en herencia la dic-

tadura franquista. Esta presencia

correspondía al compromiso ideoló-

gico de un profesor progresista como

lo era JJC. Pero, de nuevo, era propio

de alguien que conocía bien la dis-

tancia que separaba a España del

resto de Europa y de su admirada

Alemania. Importó aires nuevos,

aunque ahora en un sentido dife-

rente. Y lo hizo en dos aspectos: la

crítica política y el magisterio uni-

versitario.

El primero, su participación en

importantes iniciativas de crítica y

reflexión que tuvieron como marco

el mítico semanario Andalán donde

tantos tuvieron nombre y muchos,

aunque algunos menos, como Eloy

Fernández Clemente o José A. La-

bordeta, aportaron dinero (que suele

ser un rasgo fundamental, no tan

frecuente, y menos conocido). An- En la biblioteca de su domicilio familiar (2002).

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dalán se convirtió en espejo de esperanzas y cambios, en máquina de críticas y en feliz cueva de

propuestas para un nuevo Aragón democrático. Yo no lo conocí, pero así me lo contaron y así me

lo parece en la distancia. JJC fue pronto recibido en el núcleo del semanario.

Como es ya conocido, realizó en él múltiples análisis dictados por un compromiso personal

de carácter progresista y por sus conocimientos de una Europa reflejada, de nuevo, en Alemania.

Por su conocimiento de la obra de Marx, que era una referencia compartida por las distintas fac-

ciones políticas que participaban en Andalán. En suma, por el deseo de construir un país diferen-

te, más justo y aireado que lo que entonces había.

Fue en ese semanario donde firmó con el seudónimo Renner. De nuevo Alemania: Renner es

el término alemán para ‘corredor’, en juego irónico con su propio apellido. Y junto con sus artícu-

los se encontraba, todo lo que representaba Andalán: reuniones, discusiones editoriales, revisión

de artículos, críticas y peligros. Un apasionado mundo, para el que había que pagar derecho de ini-

ciación, que siempre han compartido las publicaciones de la élite crítica de un lugar. Con ello, JJC

se hizo un hueco indispensable en parte de la sociedad pensante de Zaragoza y se convirtió en un

respetado referente que siempre traía algo nuevo para decir y para pensar.

Esta presencia de Publizist, como a él le gustaría decir al modo alemán, se completaba con una

tarea menos vistosa pero, quizá, más duradera e importante. Fue su presencia en la Universidad espa-

ñola y el más o menos invisibile collegium que formó con discípulos y cercanos en muchas Univer-

sidades españolas. Andalán fue el ámbito de presencia aragonesa. Pero la presencia de jóvenes his-

toriadores de nuevo cuño en la Universidad española de los ochenta y los noventa fue el ámbito de

presencia universitaria que JJC ejerció desde un silencio tan calculado como eficaz.

JJC conocía bien el estado de la historiografía española y advertía de la necesidad de un cam-

bio radical si se deseaba hacer algo interesante. También aquí actuó convencido de la necesidad

de unir la práctica con su teoría crítica, que había aprendido de Marx. Y por eso se aplicó a cam-

biar la situación, en lo posible, de tantos profesores jóvenes. Llenos de promesas y esperanzas, pero

huérfanos de apoyos.

Pocos profesores como JJC conocían tan bien los entresijos del poder universitario y de ese

mecanismo en el que este se ejercía como eran las oposiciones. Había que conocer el mal para

construir el bien, según reza la sabiduría de todos los tiempos. Y JJC lo hizo. Gracias a su influen-

cia, valiosos profesores consiguieron un puesto en la Universidad y fueron animados por sus con-

sejos. JJC dirigió tesis doctorales, orientó lecturas, propuso sugerencias y construyó carreras —valga

la redundancia con su apellido— académicas. Como sus admirados profesores alemanes que ya

ejercían tal actitud desde finales del siglo XIX, desde Ranke a Mommsen, desde Giesebrecht a Sybel,

sin olvidar al polémico Lamprecht o al emperador Weber y tantos otros más modernos.

Y así, a comienzos del siglo XXI, la moderna historiografía española tiene —acompañada de amo-

res y odios, como siempre ocurre— la callada firma de JJC. Las Universidades de Valencia, Alicante,

Santiago, Castilla-La Mancha, País Vasco y tantas otras, cuentan ahora con muchos profesores pro-

movidos por él. Con ellos entraron aires nuevos, aunque también, como suele ocurrir, antiguas formas

de poder. Esta renovación necesaria de la historia universitaria tuvo en JJC protagonista principal, y

sus efectos deberán analizarse, si se desea, en una perspectiva ulterior para la que aún falta tiempo.

El despacho habitado: una Wunderkammer

Por último, un recuerdo también personal. JJC pasaba muchas horas en su despacho del peculiar y

sombrío entresuelo de la Facultad de Letras. Esta circunstancia me permite una reflexión que

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puede iluminar su memoria. El ranking de las grandes Universidades se realiza con muchas varia-

bles. Una de las más importantes es la calidad de su biblioteca, especialmente en las Facultades de

Humanidades.

Las grandes Universidades anglosajonas, especialmente en EE. UU. reciben a sus Visiting

Scholars con un despacho entre los stacks de la biblioteca, para tener fácil acceso a los tesoros

que almacenan. En ellas, siempre construidas en campus cerrados y autosuficientes, los profesores

cumplen jornada laboral cumplida. No solamente tienen un despacho, sino una biblioteca magní-

fica, el o los comedores (esos magníficos Faculty Clubs de las Universidades norteamericanas), ofi-

cinas de correos, piscinas y gimnasios para cuidar la forma y la espalda, y muchas otras amenities

que hacen de la estancia laboral una forma de vida.

Se entiende así que muchos profesores lleguen a las 9 h y marchen —si lo desean y no son

especialmente intensos o solitarios— a las 17 h, que es la hora sagrada de cierre de las jornadas

continuas de trabajo anglosajonas. Es decir, tal variedad de posibilidades hace que la mayoría de

los profesores hagan de su despacho una forma de vida.

En España, y la mayoría de las Universidades de la vieja Europa (con la excepción de las

Universidades nórdicas y algunas alemanas de reciente fundación), no es habitual lo que he men-

cionado. Especialmente, en el caso de las humanidades. La investigación humanística no precisa de

laboratorios que atan a pie de probeta o reactor, sino de bibliotecas bien surtidas. Y son muchos

los profesores que han construido en su casa estas bibliotecas (todos tenemos aquí los mismos

libros, repetidos hasta la saciedad, que inundan nuestras casas). Son muchos los que cumplen en

su despacho (si lo tienen y, si es el caso, si su despacho es individual, lo que no siempre ocurre) las

horas reglamentarias. Pero no más, a diferencia de sus colegas anglosajones.

Aquí, lo habitual es que el despacho sea lugar de trabajo, no un espacio de vida. Amueblado

con lo justo y con ese punto de incomodidad que deben tener siempre los lugares de trabajo, para

recordar que el trabajo es un castigo. Aunque los profesores universitarios, privilegiados como

pocos, adornen este castigo con altisonantes expresiones como me encanta dar clase e investi-

gar... Y muestren siempre un inveterado pánico a la jubilación, recubierto de engreídas afirmacio-

nes sobre la valía de la madurez vital.

Hay, sin embargo, profesores que sí habitan más de lo justo ese lugar de trabajo. Lo hacen por

múltiples razones que un avieso observador puede comprender y que suelen encontrarse lejos de la

excelencia académica. En efecto, el despacho universitario es la isla de paz que nos aleja del ruido

familiar y de los agobios domésticos. Es un espacio donde se puede practicar ese deporte universita-

rio que sí alcanza excelencia sin evaluación alguna, como es el chisme, el cotilleo o la conspiración.

O, más prosaicamente, el despacho es el lugar donde todo es gratis: el papel, la luz, el telé-

fono, el ordenador, la conexión a Internet y, si me apuran, el correo. ¡Qué delicia terminar la jor-

nada sin haber gastado un céntimo! Este sentimiento de reconfortante ahorro suele adornar el

final de algunas jornadas universitarias. Así, el dinero propio se destina para otra cosa (por ejem-

plo, pisos). En el despacho se ahorra hasta el papel personal, pues se llega a enviar notas persona-

les o cartas de condolencia en papel timbrado de la Universidad. Algo que nunca haría quien

entienda de privacidad o gusto estético.

En fin, que esto de los despachos y su uso dice mucho de nuestras Universidades. Nihil novo

sub sole: el ahorro mezquino, la huida del agobio familiar o el cultivo del cotilleo son tan viejos

como el mundo. Aunque quede sumido en altisonantes expresiones de exclusiva dedicación a ese

binomio tan universitario que se llama docencia e investigación. Binomio que, a veces, oculta una

vaciedad de ser, pues tras él no hay apenas más que un pedestal de relumbrón que esconde múl-

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tiples vaciedades. Todo esto son enigmas de la vida universitaria, que no puedo desvelar aquí. Pero

conviene tenerlas en cuenta cuando se recuerda la vida de un profesor. Y es que como es bien sabi-

do, la Universidad, antigua institución pletórica de privilegios feudales —propios de la época en

que surgió—, tiene mucho de convento o cuartel, aunque no se quiera reconocer. Con ese olor

almizclado a sopa de letras y manzana propio de estos lugares tétricos.

Tan amplio comentario quiere acompañar una sola idea. JJC fue siempre un profesor de des-

pacho. Pero no creo que así lo fuera por mezquindad, sino por convencimiento. En esto vuelve a

aparecer, creo, lo que había visto en Heidelberg. Allí, las cátedras son —aunque cada vez menos—

unidades administrativas, con profesores y funcionarios adscritos. Sus responsables, los catedráti-

cos de aquí, que allí se llaman Professoren a secas (sin el acento ni las erres rimbombantes de

nuestros catedráticos), pasan su jornada en el despacho, que suele tener servicio de café para las

visitas. No llegan al nivel de los servicios de té en porcelana con cubiertos plateados que ofrecen

los Don de Oxford o Cambridge, pero tienen su encanto.

En estos despachos, rodeados de obsequiosos ayudantes (que, claro está, desean un puesto fijo)

llamados colaboradores científicos o asistentes y agobiados por temerosos alumnos que deben pedir

cita previa, se cumple la vida de investigación y se dirimen cuestiones de poder. De ellos se sale para

dictar la gran Vorlesung en la Hörsaal o para escuchar las intervenciones estudiantiles de los

Seminaren. Son siempre un centro de referencia, presidido por el anuncio de las horas de visita lla-

madas allí Sprechstunde, muy limitadas de ordinario. Solamente en algunos casos son algo más y

muestran la vida de quien las habita. Aun conociendo todo ello, JJC hizo de su despacho algo propio.

El despacho de JJC era un lugar peculiar. En él pasaba largas horas, muchas más de las que

su horario oficial le imponía. Era un espacio que había construido con elementos de diferente pro-

cedencia. En él había, claro está, mesa y baldas de biblioteca. Pero también sillas, un sofá y una

mesa supletoria, que invitaba a la tertulia. Y mil objetos diferentes: carteles, cuadros, fotografías,

objetos peculiares, guías de viaje, postales de lejanos lugares, caramelos y tabaco para el visitan-

te. Era un lugar cozy, como gustan de decir los británicos.

Las pocas veces que entré en él siempre me pareció una Wunderkammer, que recogía libros,

objetos y nostalgias. Recuerdo que una vez me enseñó el mítico Deutsche Bahn Fahrplan en su

más reciente edición. Era el libro de horarios de los ferrocarriles alemanes, un grueso volumen edi-

tado con la precisión y la utilidad propias de la tradición alemana. Me resultó curioso ver allí ese

volumen que yo mismo había utilizado tantas veces antes del imperial triunfo de Internet. Y fue

él mismo quien me confesó el sentido de ese libro en su despacho: no era solo producto de su apre-

cio por el ferrocarril. Era algo más. Con ese libro podía realizar –como también hacía Toynbee– via-

jes imaginarios que le llevaran desde Heidelberg a Hamburgo o desde Múnich a Tréveris o

Aquisgrán. En ellos parecía anidar la nostalgia de aquella Alemania que vivió. Y que deseaba hacer

realidad en lugares tan escasamente alemanes (con la excepción de la General Motors) como eran

Zaragoza y su Universidad.

Pero ese despacho no era solo una Wunderkammer rebosante de objetos y afectos, sino algo

más. Lo diré con un enigmático y complejo término alemán, como a él le gustaría decir. JJC había

hecho de este lugar su Zuhause. Es decir, había transformado un lugar anodino en una casa pro-

pia, un hogar, un espacio al que siempre gusta volver. Rebosante de objetos y nostalgias. En este

lugar preparó sus clases, atendió a alumnos, conversó con los colegas, escuchó la música que

amaba, vio a través de la penumbra de sus cortinas, imaginó un país diferente.

También —por qué no decirlo— conspiró y siguió los chismes del momento, como hacemos

todos (y más aún quienes trabajamos en ese lugar que resuena —ya lo dije— a cuartel y convento,

que es la Universidad). Diseñó estrategias de influencia y redes de relaciones, construyó un poder

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Sehnsucht: Juan José Carreras y la nostalgia de Alemania...

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que se ejercía en la sombra y contribuyó a que todo fuera diferente a lo que él había encontrado.

Este despacho fue imitado, deseado, amado por unos y criticado por otros (que ambos, amor y

odio, van siempre de la mano). Era el espacio que JJC convirtió en su lugar. Recordar su figura

exige recordarlo allí y quien lo haya conocido mejor que yo podrá entenderme. Pasear por aquel

despacho de JJC es una excursión necesaria para develar ahora su memoria.

Concluyo ya este largo recuerdo. Como ya dije al comienzo de mis páginas, esta memoria está

dictada por la urbanidad que me obliga a corresponder una afectuosa invitación. Está hecho desde

la memoria despegada que permite un recuerdo con libertad. Quiere reconocer la presencia de

alguien que fue importante en la vida intelectual del Aragón reciente y que a tantos influyó.

En JJC se encierra parte de la reciente historia de España y de su Universidad. Con sus luces

y sombras. Y contiene también el recuerdo de una generación de profesores2 que vivió tiempos

difíciles. Algunos de aquellos profesores, como JJC, emigraron a otros países para tener un traba-

jo digno y, a su regreso, pretendieron cambiar aquello que no les gustaba. Ellos contribuyeron a

mejorar cuanto recibieron en herencia. Así lo hizo JJC. Su trabajo y su presencia tuvieron un tono

alemán, cumpliendo el impulso de esa nostalgia que siempre le atravesó: la Sehnsucht nach

Deutschland, la nostalgia de Alemania.

Me temo, aunque quisiera equivocarme, que dentro de algunos años, la Facultad de Letras de

Zaragoza será trasladada a los rutilantes edificios de la nueva Expo de Ranillas. Si esto ocurre, se

mantendrá la tradición cruel de esta ciudad que prefiere el falso brillo de lo nuevo a mantener lo

que es historia verdadera. Una tradición que va desde la antigua Universidad de La Magdalena con

su biblioteca saqueada, hasta los nuevos y anodinos rótulos de sus calles que han enterrado los

antiguos azulejos de Muel. En su lugar habrá pisos, oficinas y centros comerciales.

Quisiera equivocarme, pero no sé... Entonces, en esos nuevos complejos relumbrantes y carí-

simos del antiguo Campus de San Francisco, podrá oírse la voz —en enigmático eco— de antiguos

profesores. Una de ellas será la voz de JJC, que resuena con nostalgia de Alemania y el eco de su

gran historiografía. Es de rigor recordarlo ahora. Y así lo hago en estas páginas. En ellas va mi mejor

recuerdo de quien fue mi colega y el reconocimiento al empeño de Carlos Forcadell, que tanto ha

hecho por mantenerla viva.

2 Es importante unir la figura de JJC a la de una generación de profesores españoles que vivió experiencias seme-

jantes de forzosa emigración y, posteriormente, tuvieron un destacado papel en la modernización de la vida aca-

démica española. He advertido el papel de esta generación en anteriores ensayos míos. El más reciente es:

«Geisteswissenschaften und Philosophie in Spanien». En H. REINHALTER (Hsgb.): Die Geisteswissenschaften im

europäischen Diskurs, Bd. 1, Wien, Studienverlag, 2007, pp. 166-200.

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En 1983, Juan José Carreras presentó en un coloquio his-

pano-alemán celebrado en la Universidad de Leipzig un

certero y sobrio análisis de los escritos de Marx sobre Es-

paña publicados entre agosto y septiembre de 1854 en el

New York Daily Tribune1. Frente a interpretaciones dema-

siado rápidas, demostró que aquellas crónicas eran algo

más que desenfocados textos de ocasión. De hecho forma-

ban parte de un análisis a escala europea sobre las secue-

las de la conmoción de 1848 y el anuncio de la gran revo-

lución que cada vez veía más próxima. A pesar de que la

revolución española no cumplió aquellas esperanzas, el es-

fuerzo no fue baldío a juicio de Marx, pues, desde enton-

ces, la España más o menos orientalizada que describe en

sus crónicas ya no sería la misma. De hecho, los años de

1854 a 1856 fueron finalmente concebidos como una dura

transición política que colocó al país a la altura de su pre-

sente; un presente que por fin habría logrado sincronizar-

se con el escenario social y político europeo.

Juan José Carreras fue el primero y más generoso lec-

tor del texto original de donde proceden las páginas que

siguen2. Con ellas, y sin compartir necesariamente el plan-

teamiento de Marx pero sí el de Carreras, pretendo profun-

dizar algo más en uno de los problemas sustanciales que se

ventilaron a raíz de la revolución de 1854 y que estuvieron

en la base de la sensación de fracaso global que la resolu-

Con la monarquíaa cuestas:

la ardua travesíadel progresismo isabelino

ISABEL BURDIEL

Universitat de València

1 Originalmente publicado en Zona Abierta, 30 (1984) y luego en

J.J. CARRERAS: Razón de Historia, Madrid, Marcial Pons, 2000,

pp. 178-191. Este artículo de homenaje se ha realizado en el

marco del proyecto de investigación: La Monarquía liberal en

España: culturas, discursos y prácticas políticas (1833-1885),

financiado por el Ministerio de Ciencia e Innovación. DGPyTC.

Convocatoria 2008.

2 «La ilusión monárquica del liberalismo: la crisis del moderantis-

mo histórico y el Bienio Progresista: 1853-1858». Investigación

presentada a las pruebas de Habilitación de Catedráticos de

Universidad (2006). Quiero agradecer también la lectura y las

sugerencias al capítulo correspondiente de esa memoria de José

M.ª Portillo, Juan Ignacio Marcuello y Carmen García Monerris.

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ISABEL BURDIEL

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ción de la crisis de mediados de los años cincuenta dejó entre sectores muy importantes del libe-

ralismo isabelino3. Me refiero precisamente a lo que Marx llamó la rápida pérdida del carácter

dinástico de la revolución española que, relativamente pronto, ahogó cualquier veleidad, no ya

republicana, sino de cambio de dinastía.

I

Mi objetivo es contribuir a la revisión historiográfica reciente sobre la evolución y caracte-

rísticas de la cultura progresista, y su posición respecto a la forma de gobierno monárquica, en el

contexto de aquella crisis crucial del reinado isabelino que se produjo en torno al mal llamado

Bienio Progresista4. El modo de aproximación que propongo toma como núcleo central la sesión

de las Cortes Constituyentes de 30 de noviembre de 1854 en que se discutió por primera vez la

forma de gobierno en España. Dicha discusión se enmarca en el análisis detallado (en la medida de

lo posible aquí) de la lucha por el poder entre la coalición revolucionaria y dentro de las propias

filas progresistas que precedió a aquel debate parlamentario. Trato así de aunar el análisis de la

práctica política con el de los fundamentos teóricos del planteamiento progresista en el tiempo

muy corto de la revolución, cuando las decisiones políticas extreman su urgencia en la lucha casi

diaria por orientarse respecto a lo que se puede o no se puede hacer, lo que está permitido y lo

que es posible. Más exactamente, lo que aquellos hombres consideraron posible y se permitieron

o no a sí mismos en aquellos meses cruciales del verano y otoño de 1854.

Intento identificar las razones y los modos de formular y resolver el problema de la perma-

nencia o no de la reina Isabel II en el trono a la luz de esa lucha por el poder y las tensiones inter-

nas que produjo en la cultura política progresista. Una cultura política que, como todas, debería

ser entendida como un espacio de acción y de autorreconocimiento que se desarrolló y cambió con

el tiempo y las circunstancias, improvisando recursos y consignas e incorporando varias ideas a su

causa particular al tiempo que trataba de mantener su coherencia interna. Como ya advirtió Joan

Scott, los movimientos políticos suelen ser combinaciones mestizas de interpretaciones y progra-

mas; concebirlos así permite entender mejor las formas en que se crean y destruyen, las relacio-

nes internas y externas que desarrollan, los esfuerzos que realizan para preservarse y los logros que

acumulan o pierden en el camino5.

Es cierto que el planteamiento clásico que tiende a analizar las culturas políticas como con-

sistentes lógicamente, altamente integradas, basadas en el consenso, resistentes al cambio y cla-

ramente delimitadas, ha sido ya ampliamente criticado y no se puede mantener. Sin embargo, me

parece que está mucho más presente en nuestros análisis de lo que creemos. Ello ha contribuido a

oscurecer —en el sentido desarrollado por W.H. Sewell— el carácter de la tensión interna que reco-

3 Desarrollo en este aspecto concreto las interpretaciones globales de la crisis de mediados de los años cincuen-

ta: «La ilusión monárquica del liberalismo isabelino: notas para un estudio», en A. BLANCO y G. THOMPSON (eds.):

Visiones del liberalismo, Valencia, PUV, 2008, pp. 137-158; y «The uses of Monarchy: A ‘Spanish Incident’ in the

Mid-Nineteenth Century», en J. MORROW y J. SCOTT (eds.), Liberty, Authority, Formality, Exeter, Imprint Academic,

2008, pp. 195-212.

4 Ángeles LARIO: «La monarquía herida de muerte. El primer debate monarquía/república en España», y M.ª C.

Romeo, «La ficción monárquica y la magia de la nación en el progresismo isabelino», en Á. LARIO (ed.): Monarquía

y República en la España contemporánea, Madrid, Biblioteca Nueva, 2007, pp. 183-204 y 107-125, respectiva-

mente. Agradezco las valiosas sugerencias de Á. Lario a algunos capítulos incluidos en la investigación de base

a que aludo en la nota inicial.

5 Un planteamiento que avanzó, por ejemplo, en Gender and the Politics of History, New York, Columbia Uni-

versity Press, 1988.

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Con la monarquía a cuestas: la ardua travesía...

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rre a todas las culturas. Esa tensión procede, por una parte, del hecho de que los símbolos cultu-

rales se utilizan siempre para una finalidad, sea esta consciente o no, obligada o voluntaria. Son

símbolos arrojados al mundo. Por otra parte, el empleo de un determinado símbolo, aunque impli-

ca objetivos concretos y, por lo tanto, cambiantes, no debe hacer olvidar que estos tienen signifi-

cados más o menos especificados por sus relaciones con otros símbolos. El desarrollo de una cul-

tura política implica, sin duda, una tradición articulada de símbolos y fundamentos discursivos

estables los cuales, sin embargo, no tienen existencia al margen de prácticas que los ponen en

juego, reproducen y transforman. Por lo tanto, ambos planos, los elementos estables de una cul-

tura política, sus símbolos y supuestos básicos así como sus prácticas concretas, constituyen una

indisoluble realidad dialéctica6.

La cuestión teóricamente importante es cómo conceptualizar la articulación entre discursos

que buscan la permanencia y la unidad y prácticas que tienden al cambio y la disgregación; entre

elementos básicos, comunes y de largo recorrido en el tiempo y su plasmación concreta en el deba-

te y la lucha política. Por eso es importante no exagerar la coherencia, sincrónica o diacrónica, de

una determinada cultura política en la medida en que, como todo sistema cultural entendido en

un sentido saussureiano amplio, el significado de un símbolo o de un signo funciona en una red

de oposiciones o de distinciones respecto a otros signos del sistema. La coherencia que sin duda

existe dentro de una determinada cultura (y que es la que le permite reconocerse como tal) está

constantemente puesta en riesgo por la práctica y, por lo tanto, sujeta a transformación.

Desde todos estos puntos de vista, los historiadores deberíamos estar atentos al potencial

creativo (pero también destructor) de la coherencia interna de una cultura política que tiene el

conflicto social y político entre los diversos colectivos e individuos que, dentro de ella, pugnan

por apropiarse de sus elementos de poder y de autoridad sobre sus miembros; aquellos definen

su unidad y permanencia. Deberíamos también extraer las necesarias consecuencias del hecho

de que las culturas no son ámbitos cerrados y claramente delimitados, sino espacios porosos y

sujetos a cruces contantes con las otras culturas con las que entran históricamente en contac-

to. En suma, los niveles de coherencia interna de una determinada cultura política, en la medi-

da en que existen, son siempre producto de las luchas por el poder, no solo entre culturas dife-

rentes, sino dentro de cada una de ellas.

Es cierto que, en estos momentos, no es posible seguir argumentando que el progresismo his-

tórico fuese una opción desdibujada entre las propuestas moderada y demorrepublicana carente

de novedad y entidad política e ideológica propia7. Sin embargo, creo que es también cierto que a

lo largo de su experiencia política durante el reinado isabelino, ese progresismo histórico —atrave-

sado por varias corrientes internas— fue desdibujando sus contornos y confluyendo en algunos

aspectos sustanciales con el liberalismo conservador. Una confluencia que, en el largo plazo y tras

las experiencias revolucionarias de 1854 y 1868, explica el consenso de mínimos que se alcanzó a

partir de 1875 entre las dos grandes formaciones políticas surgidas de la revolución liberal.

El primer momento crucial de ese proceso de acercamiento se forjó en torno a la Constitución

de 1837 y duró lo que duró la guerra civil carlista para quebrarse (en algunos aspectos sustancia-

les) inmediatamente después. Aquel pacto, como he señalado en otro lugar, no implicó solo a las

6 Sigo para mi reflexión el planteamiento global de W.H. SEWELL en «The Concept(s) of Culture», Logics of History,

Chicago, The University of Chicago Press, 2005, pp. 152-174.

7 I. BURDIEL: «La tradición política progresista. Historia de un desencuentro», en C. DARDÉ (ed.): Sagasta y el libera-

lismo español, Madrid, Fundación BBVA, 2000, pp. 103-121, y M.ªC. ROMEO: «La tradición progresista: historia

revolucionaria, historia nacional», en M. SUÁREZ CORTINA (ed.): La redención del pueblo, Santander, Universidad de

Cantabria, 2006, pp. 81-113.

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ISABEL BURDIEL

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dos grandes familias liberales (la moderada y la progresista), sino que supuso a su vez un intenso

debate interno y un esforzado esfuerzo de transacción entre las filas del propio progresismo8.

Aunque quizá no haya sido suficientemente destacado por la historiografía, otro de esos momen-

tos cruciales de confluencia con el conservadurismo liberal, y de debate interno entre las propias

filas del progresismo, se produjo en las Cortes Constituyentes de 1854-1856. La cuestión de la

monarquía ocupó de nuevo un lugar central.

II

El debate sobre la forma de gobierno, y más exactamente sobre la continuación de la dinastía

borbónica, que se suscitó en 1854, tuvo efectos mucho más profundos de lo que sus mismos

actores creyeron que habría de tener a la luz de la reacción de 1856 que devolvió a la Corona

la centralidad en la escena política que la revolución había puesto en cuestión. De hecho,

aquel debate afectó a largo plazo a la comprensión de las relaciones entre liberalismo y mo-

narquía constituyendo una escuela de formación política, de acumulación de experiencias y

valoraciones para sectores muy extendidos de la población en la medida en que, de forma

abierta y masiva, trajo a la esfera pública liberal el debate sobre la posibilidad de que la sobe-

ranía nacional, y la ruptura con el absolutismo, alcanzase efectivamente, y no solo retórica-

mente, al trono.

Sin lo ocurrido y discutido en el verano y el otoño de 1854 es difícil entender la deriva anti-

dinástica de los progresistas y de aquel sector de los hombres de la Unión Liberal —gestada preci-

samente en torno a la defensa del trono— que acabaron coaligados para derrocar a Isabel II a par-

tir de 1866. Como también resultaría difícil entender la monarquía de Amadeo y la Primera

República. No es casualidad, tampoco, que los hombres que encabezaron el gran pacto político de

la Restauración —Antonio Cánovas y Práxedes Mateo Sagasta— se formaran políticamente duran-

te el bienio 1854-1856.

Para comprender mejor la importancia de aquellos meses hay que detenerse exactamente allí

donde los contemporáneos se detuvieron y demoraron: en la soterrada pero intensa lucha políti-

ca que precedió al famoso debate de 30 de noviembre de 1854. El hecho de que aquella lucha se

resolviese en un sentido favorable a la monarquía y, más aún, a la permanencia de Isabel II en el

trono (cancelando otras posibilidades que efectivamente existieron) no resta importancia históri-

ca a lo debatido entonces.

En buena medida, la revolución de 1854 se cerró en falso con la salida de M.ª Cristina de

España y la represión de los disturbios que la sucedieron. Nadie cree —informó el embajador bri-

tánico en Madrid— que la reina esté tres meses en su trono después de la reunión de Cortes [...]

las clases medias muestran una indudable indiferencia respecto al trono9. En todo caso, la cues-

tión de la forma de gobierno se mantuvo en suspenso durante todo el proceso electoral, siguió

estándolo después de abiertas las Cortes Constituyentes y fueron ellas mismas las que tuvieron

finalmente que liquidarlo.

8 I. BURDIEL: «Salustiano de Olózaga: la res más brava del progresismo», en M. PÉREZ LEDESMA e I. BURDIEL: Liberales

Eminentes, Madrid, Marcial Pons, 2008, pp. 77-124. M.ªC. ROMEO ha estudiado, por su parte, a uno de los repre-

sentantes más destacados de la otra gran corriente del progresismo, «Joaquín M.ª López. Un tribuno republicano

en el liberalismo», en J. MORENO LUZÓN (ed.): Progresistas, Madrid, Taurus, 2006, pp. 59-98.

9 Howden a Clarendon, particular, 10 de agosto de 1854. Clarendon Papers, vol. C20. Citado por Victor KIERNAN:

La revolución de 1854 en Madrid, Madrid, Aguilar, 1974 (1.ª ed. inglesa de 1966), p. 108, y NA. FO. 72/847, n.º

289, Howden a Clarendon, 1 de noviembre de 1854.

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Con la monarquía a cuestas: la ardua travesía...

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De hecho, el clima de agitación política y social en que se celebraron las elecciones a Cortes

(y también municipales) demostró que las expectativas de cambio suscitadas por la revolución no

se habían agotado en las jornadas revolucionarias. La campaña electoral reveló el alto grado de

fragmentación interna de todas las opciones reconocidas hasta el momento que pugnaban por dar

cauce a la efectiva politización de amplios sectores de la población. Precisamente fue esa división

interna la que favoreció —junto con los efectos acumulados por la práctica de la coalición revo-

lucionaria y el temor a un desbordamiento de las reivindicaciones populares— el surgimiento

embrionario de la llamada Unión Liberal que pretendía recoger todas las aspiraciones de progre-

so moderado e ilustrado10.

Candidaturas bajo esa bandera —casi todas ellas llevando como cabezas de lista a O’Donnell

y a Espartero— se presentaron en todo el país. En nombre del viejo mito de la unión de todos los

partidos liberales, sus impulsores buscaban aislar a los sectores más reaccionarios del moderan-

tismo y atraer a los votantes tradicionales del progresismo que no comulgaban con las ideas de-

mócratas. La bandera de la Unión prometía un gobierno dedicado a la modernización económi-

ca, hacendística y administrativa del país así como a la defensa explícita de la soberanía nacional

y del trono de Isabel II, rodeado de instituciones que aseguren los derechos inherentes a la au-

toridad real y el ejercicio espontáneo de la regia prerrogativa, sin menoscabo de la potestad del

Parlamento...11.

¿Qué proponía, en este contexto, la corriente mayoritaria del progresismo que los historiado-

res hemos venido tradicionalmente considerando hegemónica durante los dos años posteriores?

¿Qué grado de consistencia tenía esa supuesta corriente mayoritaria? La división interna del par-

tido se hizo evidente durante la campaña electoral en un sentido mucho mayor, si cabe, que lo que

ocurría con los moderados, conservadores y demócratas hasta el punto de que no existe un mani-

fiesto netamente progresista que actuara como banderín de enganche en el sentido (parcial) en

que lo hicieron los anteriores. Una ausencia sobre la que la historiografía parece haber pasado de

puntillas y que merecería, a mi juicio, una valoración mucho más detallada para entender la his-

toria del Bienio y la del propio partido progresista.

De hecho, la definición de qué cosa era ser progresista y cuáles eran sus señas políticas dife-

renciales quedó pendiente durante las elecciones a Cortes favoreciendo, sin duda, la marea unio-

nista con todo lo que implicaba de pérdida de hegemonía política clara del progresismo. Una pér-

dida que fue, en este sentido, mucho más temprana de lo que se ha querido ver hasta ahora.

Los que comenzaron a denominarse progresistas puros se encontraron desde el principio de

la andadura del nuevo régimen, y especialmente durante las elecciones de octubre de 1854, pin-

zados entre la adhesión a la Unión Liberal de una parte de los líderes más reconocidos de su par-

tido y la atracción que sobre ellos ejercían las propuestas demócratas, incluidas aquellas que que-

rían dejar pendiente, para su discusión en las Cortes, el tema de la forma de gobierno y el destino

de la dinastía. En realidad, cuando intentaron desmarcarse de la alianza unionista con los conser-

vadores, sus propuestas acabaron siendo —con la excepción del sufragio universal y la insistencia

en la cuestión social (y no siempre)— muy similares a las de los demócratas en lo referido al carác-

10 La referencia a la creciente moderación progresista ante el temor a los excesos a su izquierda en AMAE. CP. vol.

845, Turgot a Drouyn de Lhuys, 18 de septiembre de 1854.

11 Ibídem. El manifiesto fue publicado en diversos periódicos con variable número de firmas. Entre los firmantes

estuvieron los hermanos Concha, Sevillano, Serrano Ríos Rosas, Gonzalo Morón, González Bravo, José de Olózaga

y Ángel Fernández de los Ríos. Según Miraflores, atrajo inicialmente a progresistas como Joaquín M.ª López,

Evaristo San Miguel, Luzuriaga, Buril, Collado, Madoz, Laserna, Cantero, Infante, Roda, Álvarez, Luján y Santa

Cruz. Marqués de Miraflores, Memorias del reinado de Isabel II, Madrid, BAE, 1964, tomo III, p. 65.

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ISABEL BURDIEL

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ter ilimitado de la soberanía nacional, los derechos individuales, la descentralización, la liberaliza-

ción económica, la reforma tributaria, la Milicia y la desamortización12.

Pocos días antes de las elecciones, el embajador británico Howden escribió a su ministerio

dando cuenta de la disgregación del progresismo, en la cual la cuestión dinástica era fundamental:

[...] Los progresistas son ahora un cuerpo de formación heterogénea. El viejo partido progre-

sista de 1835 a 1843 no es el partido de 1854. Aquel partido ya no existe y murió con

Argüelles y Mendizábal [...]. Todo lo que quisiera decir para que se entendiera realmente lo

que ha ocurrido aquí es que los progresistas de la escuela inglesa que existían antes no son

los progresistas de la escuela francesa que existen ahora [...]. El cuerpo de los actuales pro-

gresistas contiene todos los matices de posición desde el más claramente liberal hasta el

más rabioso republicano. Hay monárquicos-dinásticos, monárquicos que no son dinásticos

y regentistas. Entre estos últimos hay esparteristas y trirregentistas que quieren que se

unan dos civiles a la regencia de Espartero; hay iberistas divididos en tres clases: los que

quieren a don Pedro, los que prefieren al duque de Oporto y los que piensan que el futuro

matrimonio de la infanta (que hoy tiene tres años) sería el mejor medio de absorber

Portugal. Hay progresistas cuyas doctrinas tienden hacia las viejas doctrinas de la escuela

y que ahora son moderados por comparación con lo que está ocurriendo y que se unirían al

partido moderado si se produjera en las Cortes un gran cisma en el tema del futuro de la

monarquía [...]13.

Cuando se abrieron las Constituyentes, el periódico progresista La Iberia intentó hacer luz

a sus lectores sobre la composición de una Cámara extraordinariamente heterogénea señalan-

do hasta cinco grupos, fracciones, de contornos imprecisos: La moderada, la progresista esta-

cionaria, la de los independientes, la de los progresistas puros y la de los demócratas. En la

constelación progresista, las fuerzas se dividían entre los denominados santones, progresistas

flexibles con los moderados y caracterizados porque habiendo trabajado por la revolución se

asustan ahora de sus más legítimas consecuencias. Los independientes incluían a antiguos

progresistas que admiten con frialdad como su jefe al duque de la Victoria y [...] otros jóvenes

de talento y aspiraciones que lo mismo podrían ser moderados que progresistas estacionarios,

o puros, o demócratas. La fracción de los progresistas puros, con la que se identificaba el pe-

riódico, reunía:

[...] a los antiguos e inflexibles progresistas, viejos en los padecimientos y en la experiencia

[...] con otros modernos en el campo de la política, que reconocen la necesidad del ‘progre-

so legítimo’, no amenguado por la omnipotencia real. Estos sientan por base la Soberanía

Nacional; aceptan por jefe a Espartero; quieren el trono constitucional y con él los derechos

políticos ensanchados hasta los límites que la experiencia exija. Progresistas en la verdade-

ra acepción de la palabra [...] que aspiran a grandes reformas económicas, como cimiento

de las reformas políticas [...].

La Iberia acababa su valoración provisional aventurando que las Cortes presentarían:

dos campos principales: el de los estacionarios y el de los puros; el primero se esforzará con

los moderados, el segundo con los demócratas. Los independientes se inclinarán allí donde

la conveniencia les aconseje a prestar auxilio [...]14.

12 F. PEYROU: Tribunos del Pueblo, Madrid, CEPC, 2008.

13 NA. FO. 72/847, n.º 289, Howden a Clarendon, 1 de octubre de 1854.

14 La Iberia (24 de noviembre de 1854).

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Para todos esos grupos, la defensa de la monarquía de Isabel II no estaba en absoluto resuel-

ta a priori. Como escribió el corresponsal de The Times dos días antes de abrirse las Cortes, en los

cafés y en los corros de la capital se discutía si la reina debería abrir o no las Cortes —prejuzgan-

do así su supervivencia— y se hacían apuestas sobre las verdaderas intenciones de Espartero, sobre

su silencio respecto a la monarquía, sobre sus aspiraciones a una regencia y sobre el futuro que

esperaba a Isabel II cuando se constituyeran las Cortes15. La situación era tal que, inmediatamen-

te después de las elecciones, los diplomáticos franceses enviaron a su ministerio un largo memo-

rando acerca de las diversas posibilidades de cambio dinástico en España dado que aunque la reina

Isabel ha conseguido sostenerse ante el primer choque de la revolución [...] todo hace pensar, des-

graciadamente, que su caída puede ser un hecho a la luz de los resultados que tenemos y quizás,

nos atrevemos a decir, es inevitable [...]16.

Fue una decisión del Gobierno que la familia real se trasladase a las afueras de Madrid, for-

malmente para ponerla a salvo del cólera e informalmente para alejarla del centro de decisión

política. La ausencia de la reina y el silencio de Espartero se convirtieron en fuente de rumores de

todo tipo. El más insistente, especialmente aireado por la prensa conservadora, fue que el duque

de la Victoria —quien ya había probado las mieles del poder supremo— ambicionaba la regencia o,

incluso, la presidencia de una posible república17.

Los rumores eran tan insistentes, no solo en España sino en Europa, que el Gobierno francés

escribió a su embajador en Madrid solicitándole una valoración precisa de las intenciones de

Espartero y de las posibilidades de la reina Isabel. Las alarmas francesas habían saltado tras cono-

cer una conversación confidencial entre el ministro de Exteriores británico y el progresista Antonio

González en la cual este aseguró que había pocas posibilidades de mantener a la reina Isabel en

el trono. Turgot contestó inmediatamente diciendo que no estaba sorprendido en absoluto por

aquella confidencia en la medida en que él también temía que Espartero (cumpliendo por cierto

las previsiones frustradas de Marx) intentase convertirse en un nuevo Luis Napoleón. El embajador

recibió órdenes de ponerse al servicio de cualquier combinación capaz de evitar que la fluidez de

la política española amenazase el delicado equilibrio entre Francia e Inglaterra18.

La actuación del diplomático francés, de consuno con el ala más templada del progresismo y

los conservadores de O’Donnell, fue crucial en aquellos días. Fueron ellos quienes se esforzaron por

lograr el regreso de la familia real a Madrid y quienes aconsejaron a la reina que se presentase en

el solemne acto de presentación de los oficiales de la Milicia. El embajador británico, aún dubita-

tivo, escribió a su ministerio que los oficiales se comportaron durante el acto mohínos como osos

y apresuraron su marcha de Palacio para ir a presentarse a Espartero demostrando con ello a quién

consideraban necesario, verdaderamente, ofrecer sus respetos19.

Los desaires no amilanaron a los defensores de la reina. Habían conseguido lo fundamental,

traerla a Madrid sin que se produjese un escándalo y, hecho esto, era difícil evitar que abriese las

Cortes a riesgo de forzar un enfrentamiento entre la coalición revolucionaria. Los múltiples borra-

15 The Times (13 de noviembre de 1854), recogiendo un informe de Hardman fechado en Madrid el día 6 de

noviembre.

16 AMAE. MD. vol. 366 n.º 5; 18 de octubre de 1854.

17 NA. FO. 72/846, n.º 211, Howden a Clarendon, 13 de septiembre de 1854; El Diario Español (17 de octubre de

1854) y La Nación (18 de octubre de 1854).

18 AMAE. CP. vol. 845, Turgot a Drouyn de Lhuys, 17 de octubre de 1845.

19 Clarendon Papers, vol. C20, Howden a Clarendon, 1 de noviembre de 1854. Particular. Citado por Victor Kiernan,

La revolución de 1854 en Madrid..., op. cit., p. 125.

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dores de su discurso de apertura —que no han visto la luz pública que yo sepa— merecerían en

algún momento un comentario. El que Isabel II leyó con voz trémula, en una de sus mejores actua-

ciones, es de sobra conocido y su autor fue Joaquín M.ª Pacheco. En él, la reina venía a colocarse

entre los elegidos del pueblo [...], reconociendo toda la verdad y confiándose sin reserva a su

nobleza y a su patriotismo [...]. Quizás hemos errado todos: acertemos todos hoy más. Mi con-

fianza es plena y absoluta [...] una Reina que se echó sin vacilar en brazos de su pueblo; y un

pueblo que, asegurando sus libertades, responde a la decisión de su Reina como el más bravo, el

más hidalgo, el más caballeroso de los pueblos20.

No era solo la reina, sino la mujer, la que se entregaba a los brazos del pueblo trasmutado en

un poderoso caballero que debía guardarla y protegerla. Sin embargo, en la práctica, el caballero

no dejaba de amenazar a la doncella. Hubo que hacer un nuevo esfuerzo de ocultamiento y de

represión para que el camino real hacia las Cortes —y las tribunas populares de esta— no se llena-

sen de alborotadores y aquella solemnidad no se convirtiese en una ocasión de escándalo e insul-

tos a la Reina. Publicaciones como El Eco de las Barricadas, a pesar de estar ya prohibidas, volvie-

ron a distribuirse el día anterior por las calles de Madrid contribuyendo a que a la entrada de la

Reina en las Cortes, si no hubo insultos tampoco hubiese aclamaciones21. Por si acaso, La Iberia

publicó un editorial ese mismo día recordando a sus lectores que la revolución de julio ha puesto

todo en tela de juicio: su eco legítimo, su expresión legal, la Asamblea que hoy inaugura sus tare-

as a la faz del país y de toda Europa, está revestida de facultades omnímodas y soberanas; es

pues omnipotente...22.

No solo formalmente, como se ha asumido hasta ahora, sino efectivamente, la gran mayoría

del progresismo consideraba que la cuestión de la permanencia de Isabel II en el trono no estaba,

ni podía estar resuelta por la mera presencia de la reina abriendo las Cortes. Su calculada ambi-

güedad al respecto fue detectada rápidamente por la prensa conservadora que hostigó sin tregua

al Gobierno y a los órganos progresistas de opinión para que declarasen abiertamente su adhesión,

no solo a la monarquía, sino a Isabel II.

Esa era la cuestión fundamental y cada paso era decisivo. El primero de ellos, y nada menor,

fue la elección de presidente de la Cámara. Evaristo San Miguel era el candidato progresista de los

dinásticos sin fisuras. Salustiano de Olózaga lo era de aquellos que anhelaban un cambio de dinas-

tía. El marqués de Albaida representaba a los demorrepublicanos.

En torno a esa elección se produjo la primera crisis de gobierno del Bienio cuyo desarro-

llo y resolución fueron fundamentales, a mi juicio, para que los progresistas fracasasen en su

empeño de desembarazarse del lastre que suponía para su propio proyecto político la conti-

nuidad de la coalición revolucionaria representada por Espartero y O’Donnell. Sin embargo,

como quiero demostrar, al ser incapaces de deshacer la coalición gubernamental (lo que im-

plicaba primero deshacerse del duque de la Victoria), los progresistas se vieron obligados a al-

terar su rumbo y convertirse en los más firmes defensores parlamentarios de la reina frente a

las demandas de su ala izquierda y de los demorrepublicanos. Aquella conversión no se pro-

dujo sin fuertes tensiones internas y sin que se librase una dura y más bien sucia batalla por

el poder entre las filas del progresismo. En esa batalla estuvieron una vez más cara a cara un

militar muy español, Baldomero Espartero, y un parlamentario à la anglaise, Salustiano de

Olózaga.

20 DSC, 8 de noviembre de 1854.

21 AMAE. CP. vol. 846, Turgot a Drouyn de Lhuys, 8 de noviembre de 1854.

22 La Iberia (8 de noviembre de 1854).

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Mientras la prensa conservadora hostigaba continuamente al general para que se pronuncia-

se respecto a Isabel II, al segundo le cortejaba todo el liberalismo radical para que se pusiese a la

cabeza del antidinastismo. Por lo que respecta a Espartero, aquellos primeros meses fueron meses

de indecisión. Intentó mantenerse en el ámbito de actuación que le concedía su ya casi cómica

frase de cúmplase la voluntad nacional. Sin embargo, estaba esperando señales de otras volunta-

des y estas distaban mucho de ser buenas para su supuesta ambición. Los generales conservado-

res de la coalición revolucionaria no estaban dispuestos a que obtuviese la regencia o se convir-

tiese en un nuevo Luis Napoleón. El embajador francés, y en su estela el británico, actuaba en la

sombra aconsejando a la reina. El Duque optó entonces por dejar en manos del más radical de sus

apoyos en la jerarquía militar la ruptura del calculado silencio de su entorno sobre la monarquía.

Allende Salazar, cuyo desprecio por Isabel II era público y notorio, aprovechó una cuestión de

orden para declarar una semana después de abrirse las Cortes:

Tengo, señores, la convicción más profunda de que en España no puede haber más Gobierno

que el monárquico. Creo que la República en España puede bullir en algunas cabezas sólo

como teoría, y no como cosa práctica. Lo digo aquí muy alto. No soy republicano, sin que

por esto me asuste la República. Si hubiera nacido en los Estados Unidos, sería republica-

no, y republicano de corazón; pero habiendo nacido en España, soy monárquico, y quiero,

como el Sr. Duque de Rivas, la Monarquía digna, muy digna23.

La secamente irónica alusión de Salazar a la dignidad requerida en la monarquía pudo ser

interpretada como lo que era, una crítica a lo existente hasta el momento y una apelación a la

necesidad de que, a partir de entonces, se dignificase la institución. Salazar no se comprometía,

sin embargo, respecto a la continuidad o no de la dinastía reinante. Con todo, para los conserva-

dores era ya suficiente. Lo era porque habían conseguido atraer a su argumento máximo a favor

de la monarquía —la estrecha relación entre la misma y el genio nacional— a uno de los miembros

más radicales del entorno del gran espadón progresista24. El paso siguiente, conseguir que de aque-

lla declaración se pasase a otra a favor de la monarquía isabelina como expresión de la historia

nacional, y no tanto de la voluntad popular, era ya mucho menor. Ese paso era el que la prensa

conservadora intentaba que diesen el resto de los grandes líderes del progresismo que, como

Olózaga, se resistían a hacerlo.

En ese contexto, buscando asentar su situación ante un fuego cada vez más cruzado,

Espartero decidió presentar su dimisión el 21 de noviembre, primero ante las Cortes Constituyentes

y, luego, ante la reina. Todos los periódicos se lanzaron inmediatamente a debatir sus causas y con-

secuencias. La Iberia (que vio el cielo abierto para deshacer la coalición gubernamental) interpre-

tó interesadamente aquella dimisión, que forzaba la de O’Donnell, como una consecuencia lógica

del acendrado parlamentarismo de Espartero quien, una vez concluida la obra revolucionaria, que-

ría someterse al voto de las Cortes. La Época, por el contrario, se lamentaba de que el general no

haya dicho ni una frase que consagre la legitimidad y la subsistencia de la monarquía en la per-

sona de Isabel II y temía que se tratase de una maniobra para acabar con la Unión Liberal en el

gobierno25. En realidad, lo era pero no iba encaminada contra los conservadores sino contra sus

rivales políticos progresistas, notablemente contra Olózaga.

23 DSC, 16 de noviembre de 1854.

24 La alocución de Allende Salazar A los Habitantes de Vizcaya (19 de octubre de 1854) había dejado claro su anti-

dinastismo como lo hizo ante la reina en los días de la revolución de julio. I. Burdiel, Isabel II, Madrid, Espasa,

2004, pp. 384-385.

25 La Iberia (21 y 22 de noviembre de 1854), y La Época, (22 de noviembre de 1854).

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Inmediatamente después de quedar interino el Gobierno, Espartero y O’Donnell presentaron

sus candidaturas como presidente y vicepresidente de las Cortes. La abrumadora y previsible vic-

toria de aquella candidatura (la cual efectivamente se produjo el 28 de noviembre) fue un meca-

nismo muy útil para reforzar su posición a dos bandas: frente a la reina y a la posibilidad, alentada

por La Iberia, de que se formase un ministerio progresista puro el cual, a juicio de los embajadores

británico y francés, podía tener consecuencias letales para Isabel II26.

Aquellos nueve días de noviembre en que el Gobierno se mantuvo interino, y los dos generales

acabaron reuniendo la presidencia y la vicepresidencia de las Cortes, fueron cruciales para la super-

vivencia de la monarquía isabelina y para la definitiva captura del progresismo dentro de un discur-

so de permanencia monárquico al que había intentado resistirse. En aquella captura discursiva tuvo

mucho que ver el fracaso de Olózaga y del progresismo puro para deshacerse de aquel espadón tan

popular que Karl Marx definió como uno de estos hombres tradicionales a quienes el pueblo suele

subir a sus hombros en los momentos de crisis sociales y de los que después, a semejanza del per-

verso anciano que se aferraba tenazmente con las piernas al cuello de Simbad el Marino, le es difí-

cil desembarazarse27. Si doblamos la imagen, y sustituimos al pueblo por el partido del progreso, el

perverso viejo que se aferraba a sus espaldas era un monstruo bicéfalo, mitad militar y mitad reina.

Olózaga regresó de la embajada en París con la convicción de que ni Francia ni Gran Bretaña

eran favorables, en el contexto de la precaria entente cordiale forjada al hilo de la guerra de

Crimea, a un cambio de dinastía en España y mucho menos a una república. Regresó también con

la intención de cambiar las cosas en la medida en que fuese posible. A su juicio, no había que perder

la esperanza (en el medio plazo) siempre que el progresismo presentase una alternativa claramen-

te monárquica y se revelase suficientemente fuerte como para gobernar en solitario. Su primera

maniobra estuvo encaminada a dotar de respetabilidad nacional e internacional al progresismo y

a sí mismo como su más decidido (y respetable) jefe de filas. Para ello no había más remedio que

remar de momento a favor de la corriente.

Aprovechó la primera ocasión parlamentaria que estuvo en su mano. Se trató de una enmien-

da demócrata al artículo 31 del reglamento provisional de las Cortes por el cual, junto con otros

artículos, se establecían las reglas de conducta para el caso de que la reina se presentase en las

Cortes, o los diputados hubiesen de presentarse a ella. Como señaló Ordax y Avecilla, firmante y

defensor de aquella enmienda, el reglamento previsto prejuzgaba la existencia de la monarquía28.

En su intervención en contra, Olózaga defraudó a todos aquellos que, como había informado el

embajador británico, le esperaban impacientes para acabar de una vez con la dinastía borbónica29.

En primer lugar, no solo realizó una declaración claramente monárquica, sino que estableció

un nexo indisoluble entre la monarquía y el liberalismo histórico. Un nexo que, implícitamente,

expulsaba del ámbito político del liberalismo a demócratas y republicanos.

¿Qué es lo que he dicho? Que para los liberales, para los que no eran más que liberales, eso

(se refiere a la cuestión de la monarquía) no era cuestión; que podría ser, cuando más, mate-

ria de discusión. Y dice el Sr. Ordax y Avecilla: y nosotros, ¿no somos liberales? Así lo re-

26 AMAE. CP. vol. 846, Turgot a Drouyn de Lhuys, 21 y 26 de noviembre de 1854 y NA. FO. 72/847, n.º 326, 29 de

noviembre de 1854. Confidencial.

27 «Espartero (Editorial)», New York Daily Tribune (19 de agosto de 1854). Cito de La Revolución en España, Moscú,

Editorial Progreso, 1978, p. 83. Para J.J. Carreras la caracterización de Espartero constituye la clave de la inter-

pretación de Marx sobre la revolución de 1854, «Los escritos de Marx sobre España...», art. cit. supra, p. 184 y ss.

28 DSC, 25 de noviembre de 1854 y apéndice.

29 NA. FO. 72/847, n.º 319, Howden a Clarendon, 26 de noviembre de 1854.

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conozco. Pero yo pregunto a

mi vez: y vosotros, ¿no sois más

que liberales? ¿No os llamáis

otro apellido? ¿No os llamáis

‘demócratas’ y ‘republicanos’?

Pues nosotros que no somos

republicanos, somos liberales

monárquicos [...]. Acepte el Sr.

Ordax o niegue que además de

ser liberal es otra cosa. Si no es

más que liberal en España son

conocidos por tales los libera-

les monárquicos [...]. Así ha

venido a ponerse frente a fren-

te la democracia del liberalis-

mo: pues bien, tal como lo

decís, así lo aceptamos.

La cosa no quedó ahí pues Oló-

zaga acabó asumiendo, implícita-

mente, la existencia de la monarquía

como un poder constituido.

¿Pero hay o no un Poder en el

Estado? Pues que, ¿hemos rea-

sumido todos los poderes?

Pues si lo hay, ¿cómo hemos

de desconocer las relaciones

que tiene este cuerpo con ese

Poder? Lo hemos dejado (se

refiere al artículo 31 del regla-

mento), por consiguiente, tal

como estaba, y hemos dicho

todo cuanto se puede decir por no anticipar esta cuestión, cuando decíamos que nada

prejuzgábamos, que tomábamos las cosas como existen, porque no puede negarse la

existencia y realidad de los hechos.

El argumento era hábil pero también peligroso, pues se movía en una ambigüedad calculada

respecto a la capacidad constituyente de las Cortes para alterar el poder constituido de la dinas-

tía. Un argumento que había sobrevolado todos los debates sobre la monarquía desde 1812, cuan-

do, según Olózaga, se había formado el partido progresista como el partido que deseaba plantear

y conservar en España toda la libertad posible, compatible con la Monarquía30.

El problema era el adjetivo compatible. ¿Hacia dónde se vencía la prueba y la fuerza de la

compatibilidad? ¿Hacia la libertad o hacia la monarquía? ¿Estaba la libertad condicionada por la

existencia histórica de la monarquía? O, por el contrario, ¿estaba la monarquía condicionada por

el ejercicio de la libertad y había de ser compatible con ella para sobrevivir? Todo un sector de la

opinión pública revolucionaria, de la que querían hacerse portavoces los demócratas, había trata-

30 DSC, 25 de noviembre de 1854. Cursivas en el original.

Collage dedicado a Isabel Burdiel:dos maneras de terminar con la ilusión monárquica.

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do de demostrar a lo largo de aquellos meses que la misma revolución había dictaminado a favor

de la segunda de las opciones. Frente a ellos, y a través de Olózaga, el grueso del progresismo se

veía abocado a perpetuar su ya larga ambigüedad al respecto y a seguir moviéndose incómoda-

mente entre las sombras fluctuantes de la soberanía nacional y la soberanía regia. La votación

arrojó un resultado de 153 votos en contra de la enmienda demócrata y 43 a favor.

La prensa conservadora estaba exultante. Interpretó las palabras de Olózaga como una decla-

ración a favor, no solo de la monarquía, sino implícitamente de la permanencia de Isabel II. Don

Salustiano, por su parte, estaba buscando ganar tiempo y situarse en una posición capaz de des-

bancar a Espartero, romper la coalición revolucionaria con los conservadores de O’Donnell e impo-

ner un ministerio netamente progresista. Ese mismo día La Iberia escribió:

En cuanto al duque de la Victoria, lo hemos dicho y lo repetimos, nuestra opinión sería que

no formase parte del gabinete [...] la influencia de un nombre glorioso no debe gastarse con

una acción inmediata y continua. Quédese, pues, por ahora, el duque de la Victoria en el

honroso e importantísimo puesto que le ha confiado la Asamblea, y resérvese su coopera-

ción oficial para esos casos extremos en que, como sucede después de una revolución o de

un desmembramiento de los partidos, cesa el imperio de todas las leyes y la autoridad no

tiene más significación que la del hombre que la representa31.

Sin embargo, la maniobra para relegar a Espartero a la presidencia de las Cortes como sím-

bolo de la libertad fracasó. La reina y sus consejeros políticos y diplomáticos no estaban ciegos

ante lo que significaría prescindir de alguien tan manejable como Espartero (vigilado por

O’Donnell) a cambio de dejar el paso libre a alguien tan poco manejable como Olózaga. La misma

noche en que La Iberia publicaba su artículo, Isabel II confirmó en sus cargos ministeriales a ambos

generales. Don Salustiano, por su parte, se negó a dejarse neutralizar e instrumentalizar y recha-

zó la cartera de Exteriores que le ofrecieron a instancias del embajador británico. La insatisfacción

progresista la recogió La Iberia en su editorial del día siguiente: Nuestros votos no se han cum-

plido, nuestros consejos no han sido escuchados... El lamento era (casi) el canto del cisne del pro-

gresismo puro y un anuncio de la alianza entre los conservadores y la reina que minaría paso a

paso la hegemonía progresista durante el Bienio. La famosa sesión parlamentaria del 30 de no-

viembre de 1854, en que se votó a favor de la permanencia de Isabel II en el trono, no hizo otra

cosa que escenificar y sancionar el resultado de la dura lucha política de aquellas semanas.

III

Pocas horas después de resolverse la crisis y constituirse el nuevo ministerio, se leyó en las Cortes

una proposición que pedía que se considerase como una de las bases fundamentales de la nueva

Constitución el trono constitucional de Isabel II, y su dinastía. Estaba avalada por las firmas de

varios antiguos moderados que, como Manuel de la Concha, habían barajado la posibilidad de des-

tronar a Isabel II durante las conspiraciones de 1853-1854 y de algunos progresistas significados

como San Miguel, Patricio de la Escosura y Manuel Cortina32.

El objetivo, claramente detectado por los demócratas que se opusieron a su tramitación, era

desligar de facto el debate constituyente de la consolidación del principio monárquico estable-

ciendo este último como una certidumbre preconstitucional que no debía suscitar más discusión33.

31 La Iberia (29 de noviembre de 1854).

32 DSC, 30 de noviembre de 1854.

33 DSC, 30 de noviembre de 1854. Intervención de García López.

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Juan Bautista Alonso ligó aquella iniciativa a la necesidad de que los pueblos crean, a lo menos

en cuanto a nosotros dependiese, que hay principios fijos en la escuela liberal progresista [...] que

no pueden ponerse en problema, que son seguros y son superiores a todo examen, y que están

sancionados por un profundo criterio, no estando en consecuencia sujetos hoy a pugna ni con-

tradicción...34.

En aquel debate fundamental, y precisamente por haber aceptado la necesidad de pronun-

ciarse sobre la forma de gobierno como paso previo a la elaboración de la Constitución, se reveló

con toda intensidad la tensión ideológica y política del progresismo respecto a la monarquía y, más

concretamente, respecto a la monarquía isabelina. Como espero poder demostrar, los progresistas

fueron incapaces de resistir plenamente (o no quisieron hacerlo) la relación fuerte entre el ser de

hecho y de derecho de la dinastía borbónica. Al hacerlo así, demostraron la creciente preeminen-

cia en su práctica política —como ha escrito Ángeles Lario— de una versión de soberanía a la ingle-

sa, es decir, de los poderes constituidos que ahora, además, venía arropada por la identificación

entre la nacionalidad española y la monarquía, no solo en términos globales, sino encarnados en

Isabel II. Una identificación que nunca antes había sido argumentada en términos tan explícitos y

radicales; tan cercanos al discurso monárquico conservador que actualizaron (y en buena medida

impusieron como terreno común) los representantes de la Unión Liberal35.

El desarrollo de aquel debate puede ser más ilustrativo de las tensiones ideológicas que sus-

citó en la cultura política progresista que un análisis global de las propuestas que corre el riesgo

de dejar pasar inadvertidas las tensiones del discurso progresista. Para defender la proposición

tomó la palabra el anciano general progresista, Evaristo San Miguel, quien había defendido ardien-

temente a la reina en las barricadas y ante Espartero durante los días de julio. Su argumentación,

envuelta en diversos alardes de sentimentalismo, se articuló, precisamente, en torno a las palabras

de Olózaga de días antes. Una vez más la eficaz retórica de don Salustiano, que ya no tomó parte

en el debate, se volvía contra sus ideas y contra sus intereses.

San Miguel comenzó estableciendo una interesante e interesada dicotomía entre la voluntad

popular, unánime a su juicio a favor de la reina, y la voluntad de una cámara elegida por sistema

restrictivo en que se excluye a cierta clase de ciudadanos. Desde esa dicotomía —que contenía una

carga de profundidad porque disociaba implícitamente la soberanía nacional y la soberanía del par-

lamento— afirmaba que la reina no solo era reina de hecho sino de derecho por tres razones fun-

damentales. La primera, porque la revolución se había alzado contra los ministros prevaricadores y

no contra la reina. La segunda, porque en ninguno de los manifiestos de los sublevados se había

hecho declaración alguna contra ella. La tercera, porque Isabel II no había dejado de reinar un solo

momento durante todo el proceso revolucionario. La reina, en suma, lo era de hecho y por derecho

porque hay en los españoles un sentimiento que les dice que fuera de ese Trono constitucional no

hay más que ruinas, no hay más que sangre, no hay más que anarquía, no hay más que desor-

den... Tan interesante como su defensa a contrario de la monarquía lo era su defensa positiva:

34 DSC, 30 de noviembre de 1854.

35 Á. LARIO: «La monarquía herida...», art. cit. supra, donde recuerda el camino andado en ese sentido por progresis-

tas como Olózaga desde 1836-1837. Una excelente síntesis de esa actualización conservadora del ideario mode-

rado clásico sobre la monarquía se puede encontrar en la obra del catalán Manuel DURÁN Y BAS: Estudios políti-

cos y económicos, Barcelona, Imprenta de Antonio Brusi, 1856, pp. 55-88. Para Durán y Bas, la monarquía y la

religión católica —en tanto que encarnación de la nacionalidad española— eran elementos fundamentales para

detener las corrientes revolucionarias y cimentar la unidad nacional. La primera, además, era la síntesis perfec-

ta del orden y la libertad; una institución legitimada por tradicional, nacional y popular, al servicio de la uni-

dad política de una nación culturalmente plural.

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Quiero un Trono constitucional porque es el Gobierno a que estamos acostumbrados, que

está en nuestros hábitos y costumbres [...] Quiero el sistema representativo porque quiero

que en la Nación una cosa fija y estable, que no ceda al torrente de la revolución; una cosa

como centro, alrededor del cual circulen y se muevan todas las ruedas o partes de esta

máquina social y política. Quiero el Trono constitucional porque quiero Parlamento; y el

Parlamento nunca puede tener más influencia y más grandeza que cuando hay Trono repre-

sentativo [...]. Bajo el Trono constitucional todo cabe [...] caben todas las reformas [...] legis-

lativas, económicas, reformas administrativas y políticas36.

La intervención de San Miguel (que provocó por fin que Espartero saliese de su mutismo y en

una breve frase se declarase a favor de la proposición) marcó la pauta para todas las demás. El

trono de Isabel II fue defendido con tres argumentos que, si bien no eran propiedad exclusiva del

moderantismo histórico, sí habían sido bandera suya de forma prioritaria: la identificación de la

monarquía con la historia de España, con los hábitos y costumbres de los buenos españoles; su

carácter de poder de hecho (constituido) y, finalmente, su papel de centro de la vida política des-

tinado a contener el torrente de la revolución.

La intensidad de la interpenetración entre los principios básicos de ambas culturas por lo que

se refiere a las relaciones entre monarquía y soberanía —en especial respecto a la primacía implí-

cita otorgada a los poderes constituidos sobre los constituyentes— tan solo se atemperaba con dos

elementos, importantes sin duda, pero que tendieron a ser utilizados argumentalmente después de

los anteriores. Por una parte, la relegitimación de la monarquía como una institución sujeta efec-

tivamente a la soberanía nacional, creada de forma directa e inapelable por la revolución y defen-

dida en la guerra civil. Por otra parte, la propuesta de una monarquía claramente parlamentaria

—rodeada de instituciones representativas y sujeta a ellas— en la cual el rey es el servidor de la

nación y hace buena (de verdad) la máxima de que reina pero no gobierna.

Fue José M.ª Orense, marqués de Albaida, el líder indiscutido de la fracción demorrepublica-

na de la Cámara, quien tomó la palabra para hablar en contra advirtiendo, con sorna, que allí no

había ningún poder constituido como demostraba la propia proposición:

Lo que ha existido desde la revolución acá ¿qué es? Una especie de Gobierno provisional, a

cuyo frente está una especie de Reina. Esta es la pura verdad. Por la tácita eso ha existido,

pero legalmente no existía; y la prueba de que no existía es que nosotros vamos a declarar

que exista o no exista [...]. Vamos a declarar que una cosa existe porque no existe.

Lo de especie de Reina hizo saltar de sus asientos a los caballerosos liberales monárquicos,

liderados por el anciano y tembloroso San Miguel. Orense no se arredró y demostró recordar

mucho mejor que el escandalizado general que las proclamas de las juntas, y el mismo manifiesto

de Manzanares, o bien obviaron completamente la cuestión o hablaron solo de un Trono y una

monarquía constitucionales sin referencia explícita alguna a Isabel II y a su dinastía. No, la volun-

tad de la Nación nunca fue unánime, está muy en duda, y la prueba de que está en duda es lo

mismo que ahora vamos a votar... Fue entonces cuando, sintiéndose personalmente aludido, le

llegó el turno a O’Donnell de declarar su adhesión a la reina. El conspirador de 1853-1854, que no

había ahorrado frases gruesas sobre Isabel II y que había prometido que llegaría hasta el destro-

namiento, aseguró ante la Cámara que nunca, ni por un momento, había atentado contra el trono.

Por si acaso, hizo también profesión de fe liberal: Quiero a la Reina Doña Isabel II, pero la quiero

constitucional, rodeada de instituciones liberales, tan firmes y tan bien entendidas que hagan

imposible el retroceso.

36 A partir de aquí, hasta que se diga lo contrario, todas las citas provienen de DSC, 30 de noviembre de 1854.

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Ya no quedaba nadie más, entre los revolucionarios de 1854, por demostrar su adhesión a la

reina. Ahora se trataba de argumentar aquella dura decisión, o adhesión, porque como escribió

después Fernando Garrido, semejantes palabras en boca de extranjeros, de recién llegados de

China, hubieran podido pasar. En boca de quienes las pronunciaron entonces eran o cinismo o ex-

travagancia37.

La intervención de Patricio de la Escosura, que en aquel momento de su trayectoria aún estaba

lejos de la futura Unión Liberal, tuvo un valor decisivo para conocer la posición de los llamados

progresistas puros. Su defensa extendió los argumentos utilizados hasta el momento hasta forzar

los límites mismos de los principios progresistas. En primer lugar, Escosura estableció una identifi-

cación estrecha entre el sentimiento monárquico y la historia (incluso la esencia) de la nación

española que unas Cortes como aquellas, por muy constituyentes que fuesen, no podían alterar:

... sólo somos legisladores de un pueblo con existencia propia, de un pueblo con historia; y desde

el primer momento en que la Nación española deje de ser monárquica, deja de existir [...] el pue-

blo español es monárquico por su historia, es monárquico por su geografía, es monárquico por

su esencia. Más aún, por ese imperativo histórico y nacional, los legisladores tenían que respetar,

no solo la monarquía, sino la dinastía:

Señores, es muy difícil, es imposible tocar una dinastía reinante sin hundir la Monarquía, y

apelo a la historia: no iré muy lejos, os llevaré a Francia [...]. Recordad las jornadas de julio

de 1830. ¿Qué se dijo allí? No tocamos la Monarquía [...] solo queremos el cambio de dinas-

tía. ¿Y qué sucedió? Que la Monarquía se hundió quince años después, y no podía por menos

de hundirse. La monarquía de Luis Felipe era una cosa ‘ficticia’; la Monarquía no puede vivir,

y téngase esto muy presente, sino apoyada en el sentimiento y en la tradición no interrum-

pida. La Monarquía no es una institución comparable a las demás; es una institución en que

es menester creer, y el que no cree no es monárquico38.

Aquella creencia no era puramente instrumental solo en el sentido de constituirse como

freno a la revolución y al desorden, sino (significativamente) también como freno a la desagrega-

ción nacional. Y aquí se centró su segundo argumento:

Es preciso decir, Dios lo ha querido, sí: desde los montes Pirineos hasta las columnas de Hér-

cules, formamos un pueblo unido y compacto, pero dentro de esta misma sociedad españo-

la hay una porción de pueblos con tendencias, con disposiciones, con accidentes diversos y

heterogéneos. ¿Qué unidad queréis que pueda haber entre ellos, si nos negáis la unidad polí-

tica monárquica? ¿Cuál sería vuestra República? ¿Queréis la República federal?

De esta forma, no solo la monarquía era parte de la esencia nacional española, sino que esta-

ba al servicio de la unidad política de los pueblos de España —que los progresistas siempre enten-

dieron en términos de diversidad en la unidad. Una unidad que solo parecía posible garantizar a

través del valor simbólico de la monarquía como encarnación de la nación frente a los pueblos 39.

El tercer argumento, que en principio podría identificarse como el más netamente progresis-

ta, fue el referido a la voluntad popular y a la inextricable unión, de ella derivada, entre las insti-

tuciones liberales y la monarquía de Isabel II: que no pudiera existir un solo momento sin esas ins-

tituciones [...]. Es imposible que Doña Isabel II deje de ser constitucional sin comprometer su

37 Fernando Garrido refiriéndose especialmente a SAN MIGUEL: Historia del reinado del último Borbón de España,

Barcelona, Salvador Manero, 1869, tomo III, p. 248.

38 Entrecomillado mío.

39 M.ªC. ROMEO: «La tradición progresista...», art. cit. supra.

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Corona. Tras recordar que los derechos de Isabel II (su soberanía, se dice) fueron defendidos con

las armas en la mano por el pueblo español (lo que, dicho sea de paso, dejaba fuera del pueblo

español a los carlistas) Escosura afirmó que Isabel II reunía, por lo tanto, tres legitimidades: la tra-

dicional, la histórica y la divina. Fue precisamente ante el escándalo que suscitó en los bancos

demócratas y progresistas la alusión al derecho divino cuando Escosura hubo de rectificar y refe-

rirse de forma precisa a la soberanía nacional:

Señores, no se me ha entendido bien. Creía haberme explicado claramente. Si Isabel II no

tuviera más derecho que ese no tendría ninguno ¿se entiende bien? ¿Le queda duda a algún

Sr. Diputado? Para aquellos empero a quienes eso importa, tiene también ese derecho (Varias

voces: No, no. Momentos de confusión) Voy a explicarme [...]. Después ha venido el derecho

inconcuso que le ha dado la soberanía nacional. Las Cortes, señores, la han declarado una

y otra vez, la han declarado infinitas veces Reina legítima...

A partir de la intervención de Escosura, las argumentaciones no hicieron sino repetirse, in-

cluidas sus propias rectificaciones en las que se vio obligado a afirmar una y otra vez que la le-

gitimidad más sólida que poseía la reina era la de ser un hecho consagrado por la soberanía na-

cional y por la historia (aunque) no hay institución alguna que pueda existir sin la sanción ex-

presa de la soberanía nacional. El debate fue cerrado por Juan Prim quien mezcló hábilmente

las cuestiones de sentimiento y de doctrina política: La Reina de España, Doña Isabel II, es la

mejor de cuantas reinas han nacido y pueden nacer en un país constitucional. Este aserto ab-

soluto lo sostengo, y en el mismo cargo que se hace está el argumento de su defensa, admi-

tiendo el principio de que la Reina debe reinar pero no gobernar, Isabel II no habría hecho otra

cosa que convenir con lo que le habían propuesto sus ministros. Con las palabras de Prim sobre

la existencia implícita del principio de responsabilidad ministerial, se cerró el círculo argumen-

tal del progresismo en aquella célebre y decisiva sesión. Isabel II quedó colocada, antes, duran-

te y después de julio de 1854, en la posición de una institución intocable e intocada por los re-

volucionarios en función, precisamente, de su doble carácter de poder constituido y de monar-

ca constitucional e irresponsable.

Frente a esa argumentación, y frente a la mayoría parlamentaria que la sostenía, encallaron

todos los argumentos demócratas que insistían en disolver la estrecha relación establecida entre his-

toria, nación y monarquía a través, precisamente, de la afirmación radical de la soberanía nacional.

De forma precisa denunciaron la utilización coincidente de la argumentación histórica y nacional

como un elemento de conciliación y de encuentro básico entre moderados y progresistas que con-

vertía, de hecho, al tiempo y a la historia en el gran constituyente. La votación arrojó un resultado

de 194 votos contra 19. Un nutrido número de diputados salió de la Cámara para no votar40. Esa

misma noche, Isabel II agradeció a los embajadores francés y británico sus consejos y el esfuerzo rea-

lizado en su favor. La reina, escribió Howden, estaba de un humor de inexpresable satisfacción41.

Al día siguiente toda la prensa se hizo eco de la votación. Las interpretaciones de lo que había

sucedido fueron, sin embargo, muy diversas. Para los periódicos moderados y conservadores, la vic-

toria de la causa monárquica era la victoria de una concepción dual, pactista, de la soberanía cuyo

reconocimiento fue, a juicio del marqués de Miraflores, el gran logro de las Cortes Constituyentes

adhiriéndose así, y confirmando, un principio de derecho nacional nunca interrumpido en su apli-

40 DSC, 30 de noviembre de 1854. La abstención fue muy numerosa, en parte quizá porque la Cámara no estaba

completa. En cualquier caso, tan solo votaron a favor de la monarquía algo más de la mitad de los diputados de

un Congreso con 349 escaños.

41 NA. FO. 72/848, n.º 333 y n.º 334, Howden a Clarendon, 1 de diciembre de 1854. Confidencial.

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cación, nunca puesto en duda en ningún periodo de nuestra historia patria, la existencia de una

monarquía hereditaria...42.

Por su parte, La Iberia se esforzó por mantener en alto la bandera de los principios históricos

del progresismo y, tras asegurar que la conservación del trono y la permanencia en él de doña

Isabel II eran ya, no una cuestión de partido, sino un interés nacional, patriótico, sagrado..., escri-

bió: Pero hay todavía otro triunfo más grande, más magnífico, más espontáneo; triunfo conse-

guido, no por la razón de Estado, no por la conveniencia política, sino por el derecho propio, por

la unanimidad de sentimientos, por la virtud de los principios; y este triunfo es el de la revolu-

ción, el de la soberanía nacional 43.

A aquellos principios aún les quedaban, sin embargo, algunas duras pruebas que pasar.

Como advirtió la prensa demócrata el triunfo de la soberanía nacional solo podría sustanciarse

si se aceptaba que, desde entonces, no puede el monarca decretar las leyes fundamentales ni

sancionarlas, sino someterse a ellas y jurarlas como el último de sus súbditos. No puede nom-

brar ministros según su grado, sino según el grado del Parlamento44. ¿Era esto verdaderamente

así? No necesariamente.

Los debates subsiguientes en torno a la inclusión del principio de soberanía nacional como

primer artículo de la Constitución y sobre el tema de la sanción real (base XVI) demostraron hasta

qué punto los progresistas no querían, o no podían, dotarse de garantías constitucionales suficien-

tes que articulasen en términos más concretos las relaciones futuras entre el Parlamento y la

Corona. Como se demostró en aquellos debates —que produjeron, sobre todo el segundo, una fuer-

te división interna del partido del progreso—, los progresistas no dejaron de oscilar en ningún

momento entre el respeto a la soberanía nacional y el respeto a las prerrogativas tradicionales de

la Corona ancladas en una supuesta historia nacional. Por ello los demócratas pudieron acusarles

de subordinar, o al menos hacer equivaler, el poder de la soberanía nacional y el poder de la his-

toria. Como dijo Ordax y Avecilla al debatirse el tema de la sanción real a la Constitución, Posesión,

tradición, historia, tiempo: He aquí vuestras grandes palabras [...] ¿Sabéis lo que son las revolu-

ciones? Son protestas contra la historia45.

Conclusiones

La protesta global contra la historia a la que aludía Ordax estaba implícita en una de las posibili-

dades de desarrollo del ideal nacional revolucionario de 1812 del que los progresistas se conside-

raban herederos al tiempo que llevaban años apartándose de él. Es decir, en la voluntad de que (sin

dejar de pensar históricamente) fuese posible asociar nación y soberanía en un sentido positivo y

radical, en un horizonte abierto de cambio y de ampliación sustancial de la esfera pública liberal.

Sin embargo, y desde otros puntos de vista también planteados en Cádiz, las posibilidades de desa-

rrollo de la nueva nación constituyente podían realizarse de otra manera menos abierta e inclusi-

va; con un horizonte de cambio liberal más limitado y más respetuoso con una vieja noción de

España que, en tanto monarquía ahora dotada de apoyo y consejo parlamentario, seguiría siendo

esencialmente una entidad monárquica mientras la nación podría irse asimilando mucho más al

42 MARQUÉS DE MIRAFLORES: Memorias del reinado de Isabel II, op. cit., vol III, pp. 97-98. Véase también La Época del

2 de diciembre de 1854, y El Parlamento de 1 de diciembre de 1854.

43 La Iberia (3 de diciembre de 1854).

44 La Soberanía Nacional (1 de diciembre de 1854 y 7 de septiembre de 1855).

45 DSC, 10 de enero de 1855. El importante debate sobre la sanción real se inició con varias enmiendas el 26 de

enero y se prolongó los días 5 y 6 de febrero de 1855.

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principio de nacionalidad. Mientras en la evolución de esa segunda línea de pensamiento (que sería

sustancialmente la moderada), la monarquía ocupaba un lugar natural, en la primera ocupaba un

lugar, cuanto menos, problemático. Su existencia de hecho estaba ligada a la nación histórica, su

existencia de derecho a la nación de ciudadanos, a la comunidad política libre y soberana, no

sometida despóticamente46.

En ese terreno, y desde al menos el pacto constitucional de 1836-1837, los problemas bási-

cos de los progresistas eran tres. En primer lugar, distinguir netamente entre la institución monár-

quica y la persona o personas que ocupaban el trono constitucional. En segundo lugar, distinguir

entre la nueva monarquía y la forma republicana de gobierno. En tercer lugar, y subsumiéndolas

a todas, establecer el tipo de relación que existía entre el poder de la Corona y la soberanía nacio-

nal. Como han apuntado Ángeles Lario y M.ª Cruz Romeo, la resolución discursiva a esa triple pro-

blemática se intentó a través del recurso a la ficción legal del rey bueno, justo y sabio capaz de

encarnar la razón y el interés de la nación47.

Sin embargo, más allá de que dicho recurso tuviese una amplia tradición en la cultura cons-

titucional del siglo XVIII, creo que es posible advertir algo más en los supuestos esenciales que sus-

tentaban aquella ficción legal tras la ruptura liberal. Es por ello por lo que he preferido hablar desde

hace tiempo de ilusión monárquica para referirme a las razones últimas que explican la adhesión

profunda a la forma de gobierno monárquica que las dos grandes familias del liberalismo isabelino

compartían con la mayor parte de sus congéneres europeos. Como he escrito en otro lugar, aque-

lla ilusión era cultural en su sentido más amplio y tenía al menos tres vertientes48. Por una parte,

suponía el arraigo profundo del sentimiento monárquico entre las clases populares, lo que

Miraflores y luego Cánovas llamarían la magia del Trono. De ahí se derivaba su poder para dotar de

legitimidad y de autoridad al nuevo gobierno representativo a través de su capacidad para frenar

o apaciguar el conflicto social y las aspiraciones políticas suscitadas durante la revolución liberal.

En segundo lugar, aquella ilusión se asentaba sobre la confianza de que los notables libera-

les, encargados de hacer funcionar en su propio beneficio y bajo su tutela el gobierno representa-

tivo, serían capaces de apropiarse de la legitimidad residual y ancestral de la monarquía sometién-

dola a la soberanía nacional por ellos interpretada y gestionada mediante, precisamente, la ficción

legal del rey nacional, bueno, justo y virtuoso. En tercer lugar, y desde ambos supuestos, la ilusión

monárquica alcanzaba su carácter más intenso (y más problemático) en el denodado esfuerzo libe-

ral por establecer una distinción tajante entre la institución y las personas que la encarnaban o

podían encarnarla en el futuro.

Fue esa ilusión monárquica de moderados y progresistas la que permitió y sustentó su apues-

ta conjunta por el reforzamiento del poder de la Corona que, desde luego, no entraba necesaria-

mente en contradicción con la soberanía nacional. No lo hacía desde el punto de vista doctrinal o

discursivo pero sí, sin duda, desde el punto de vista de la política práctica como el comportamien-

to de la Corona (es decir, de M.ª Cristina de Borbón y de Isabel II) demostró abundantemente49.

46 Véase a este respecto, la obra ya clásica de José María PORTILLO: Revolución de nación. Orígenes de la cultura

constitucional en España, 1780-1812, Madrid, Centro de Estudios Políticos y Constitucionales, 2000, así como

su contribución (‘Constitución’) al Diccionario político y social del siglo XIX español dirigido por Javier FERNÁNDEZ

SEBASTIÁN y Juan Francisco FUENTES, Madrid, Alianza Editorial, 2002, pp. 188-196.

47 Á. LARIO: «La monarquía herida de muerte...», y M.ªC. ROMEO: «La ficción monárquica y la magia de la nación...»,

en Á. LARIO: Monarquía y República..., op. cit. supra.

48 I. BURDIEL: «Salustiano de Olózaga: la res más brava del progresismo», en M. PÉREZ LEDESMA e I. BURDIEL (eds.):

Liberales eminentes, Madrid, Marcial Pons, 2008.

49 I. BURDIEL: Isabel II..., op. cit., y M.ªC. ROMEO: «La ficción monárquica y la magia de la nación...», art. cit. supra.

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A mediados del siglo XIX, y en la particular coyuntura que estoy estudiando, la tensión ori-

ginal del progresismo se veía reforzada por el paulatino debilitamiento (experimentado desde los

años treinta) de la relación entre nación y soberanía. Un debilitamiento incrementado por la

impregnación del discurso progresista por una noción romántica de nación, mucho más esencia-

lista, que veía a esta como una comunidad cultural dotada de existencia ancestral y que subraya-

ba la singularidad de cada nación y los peligros de una alteración voluntarista de la constitución

histórica de los pueblos50.

Enfrentados a la contundencia doctrinal y al creciente arraigo político de demócratas y repu-

blicanos, los progresistas de 1854-1856, contribuyeron a reforzar la relación entre nacionalidad

española y monarquía como sustento de la monarquía posrevolucionaria que habían defendido

ardientemente los moderados. En muy buena medida, aquello era producto de una táctica políti-

ca de conveniencia que les había llevado a sostener a Isabel II ante el temor de no ser capaces de

consolidar una dinastía alternativa en un contexto internacional hostil, con el riesgo de que la

supuesta adhesión popular al principio monárquico fuerte hiciese bascular la legitimidad históri-

ca de Isabel II hacia el pretendiente carlista. Por otra parte, el horizonte de la república era para

ellos un horizonte de cambio social y de ampliación desordenada de la esfera pública que ponía

en cuestión la tutela progresista sobre ambos.

Sin embargo, quedarse en una explicación puramente de circunstancias, de oportunidad polí-

tica, creo que limita nuestra comprensión de las tensiones internas de la cultura progresista y de

sus dificultades para ofrecer un modelo de funcionamiento de monarquía constitucional sujeta,

efectivamente, a la soberanía nacional. Limita también el análisis de las consecuencias que todo

ello tuvo para el futuro desarrollo del liberalismo español y la centralidad manifiesta que en dicha

evolución tuvo la potencia política otorgada a la monarquía.

Como señaló ya hace algunos años John G. Pocock, las tradiciones políticas son, en buena

medida, tradiciones lingüísticas respecto a cuya conformación como tales es necesario hacerse, al

menos, dos preguntas. La primera se refiere al tipo de vocabulario, formado de temática y de pre-

suposiciones implícitas, en que discuten los agentes sociales sobre las condiciones políticas que les

afectan en un momento histórico concreto. La segunda pregunta se refiere a cuáles son las con-

secuencias de esa particular utilización del lenguaje para su propia evolución como tal y, por lo

tanto, para el cambio o la permanencia de sus supuestos de partida51. En este sentido, la propues-

ta de Pocock nos obliga a recordar que la retórica es un componente esencial del lenguaje de la

política el cual —aunque pueda ser percibido como de escaso valor en términos prácticos— tiene

efectos que escapan muchas veces a quienes lo utilizan. Es decir, permite o cancela diversos desa-

rrollos argumentales que afectan a la consolidación de lugares comunes de profundo arraigo social

los cuales abren, o ciegan, caminos para el propio discurso y la propia práctica política.

En este sentido, la utilización por parte de los líderes progresistas, en un foro como el

Parlamento y en un momento crucial, de aquel lenguaje nacionalmonárquico no podía esperarse

que quedara sin efectos. Menos que nadie podían y debían esperarlo, precisamente, los progresis-

tas para los cuales, y siguiendo a Jeremy Bentham, el Parlamento forma un tribunal y uno que vale

50 Javier FERNÁNDEZ SEBASTIÁN: «España, monarquía y nación. Cuatro concepciones de la comunidad política españo-

la entre el Antiguo Régimen y la revolución liberal», en Studia Historica-Historia Contemporánea, vol. XII (1994),

pp. 45-74.

51 John G. POCOCK: «The language of political discourse and the British rejection of the French Revolution», en

Eluggero Pii (ed.), I Linguaggi Politici delle Rivoluzioni in Europa, XVII-XIX secolo, Florencia, Leo S. Olschki, 1992,

pp. 19-30.

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más que todos los otros juntos constituyendo, además, la instancia suprema de educación y cap-

tación de la opinión pública, mediante la difusión y publicidad de sus debates a través de la pren-

sa52. Unos años más tarde, un progresista como Ramón G. Chaparro se quejaba de la falta de pru-

dencia y de respeto de los parlamentarios por su propia posición dentro del pueblo liberal:

¿Acaso desconocen que siendo ellos el espejo donde se refractan las costumbres de los

demás, tienen más obligación de ser verdaderos en sus palabras, rectos en sus intenciones,

fieles a su partido [...] que los hombres de Estado deben ser más previsores, más cautos en

su proceder, y que nada es en ellos más vituperable que la ligereza? [...] ¡Imaginan que el

Congreso es un teatro, y que en él se desempeña un papel sólo para que se les aplauda, pero

que, concluida la representación, no tiene más efecto, ni ulteriores consecuencias! 53.

Por todo ello, por todo conjuntamente, es por lo que he insistido en la importancia del con-

texto en que se desarrolló aquel primer debate sobre la forma de gobierno, el conjunto de circuns-

tancias en que se produjo, de dónde vino, qué se quiso conseguir y cómo se desarrolló argumen-

talmente. El objetivo progresista era forzar la parlamentarización de la monarquía, pero para ello

solo fijaron, constitucionalmente, un concepto de soberanía nacional que, desde sus mismos pun-

tos de vista, y a mediados del siglo XIX, resultaba fuertemente contradictorio como principio de

gobierno54. Como les recordó en un discurso brillante un joven Antonio Cánovas, el sufragio uni-

versal es la forma preconstituida que más se acerca al ejercicio de la soberanía nacional y voso-

tros no la queréis. En realidad, les dijo, queréis sustituir el ejercicio práctico, real, de la soberanía

de la nación por una Asamblea elegida por 400.000 entre 5 millones, ¿con qué derecho lo hacéis?

[...]. Claro es y evidente que hay aquí alguna cosa que no es la soberanía nacional tal y como la

explicáis 55.

Para Cánovas, enfrentados a la noción práctica de soberanía nacional de los demócratas,

los progresistas tan solo podían defender su propio concepto como un principio simbólico refe-

rido a la fuente del derecho y no tanto del poder. Su límite, como reconoció el viejo progresista

Vicente Sancho, residía en la constitución social del país. Significativamente los ejemplos adu-

cidos para demostrarlo fueron la propiedad privada —como clave de bóveda de la sociedad sur-

gida de la revolución— y la religión católica como esencialmente nacional: ¡Cómo se ha despo-

jar de la propiedad al que la tiene y declarar que la Nación española es musulmana! Los que

tal digan dicen un disparate 56.

52 Algo especialmente válido para Salustiano de Olózaga, pero también para Escosura. Para el planteamiento de

Bentham véanse sus Tácticas parlamentarias, estudio preliminar de Benigno Pendás, Madrid, Congreso de los

Diputados, 1991 (1.ª ed. inglesa de 1791).

53 R.G. CHAPARRO: El partido progresista o Espartero y Olózaga, Madrid, Imprenta de don José Morales y Rodríguez,

1864.

54 Esforzándose en definir qué era la soberanía nacional, Escosura hubo de admitir que ese poder supremo, huma-

namente hablando, es dentro de los límites, dentro de la esfera de lo posible, y no puede ser otra cosa. Olózaga

insistió en algo que ya venía diciendo desde 1837: Entre ese principio y esa aplicación hay una diferencia enor-

me. Cánovas, por su parte, se encargó de enfatizar la cercanía entre los progresistas y los conservadores que él

representaba pues, dijo, el único problema de la soberanía nacional es el de su manifestación porque en cuan-

to al principio mismo abstractamente considerado, ¿cómo hemos de negarlo?. Y añadió: Hay una preocupación

muy antigua en el antiguo partido progresista, y es el creerse partido extremo. No, no sois partido extremo;

sois partido de justo medio, como lo es el moderado; sois como ellos ni más ni menos, adeptos de la escuela

constitucional. Diferencias de conducta más que de principios os separan. DSC, 24, 25 y 30 de enero, respecti-

vamente.

55 DSC, 30 de enero de 1855.

56 DSC, 27 de enero de 1855.

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El problema práctico con el que tropezaban una y otra vez los progresistas —al igual que la

mayor parte del liberalismo europeo— era el de integrar en su noción de soberanía de la nación a

la monarquía de una forma en que esta no fuese intercambiable, como forma de gobierno, con la

república democrática. Las dificultades que tuvieron los liberales franceses para distinguir clara-

mente entre ambas formas de gobierno, como ha demostrado Pierre Rosanvallon, fueron también

las de los progresistas. Unas dificultades que los demócratas y los conservadores no tenían57.

Inmersos en un durísimo enfrentamiento por el poder a varias bandas —que incluía la lu-

cha por el poder entre sus propias filas y respecto a demócratas y conservadores—, los progre-

sistas desarrollaron un discurso de defensa de la monarquía (isabelina) que contenía una fuerte

tensión entre el principio de nacionalidad histórica y el principio de soberanía nacional. Al ser

incapaces de distinguirse totalmente de los conservadores —aun a riesgo de tropezar con la de-

mocracia— los progresistas españoles se encontraron con que el único elemento con que conta-

ban para imponer su particular monarquía parlamentaria era la soberanía nacional, un principio

simbólico y de garantía que fue el único consignado como limitación a la Corona en la Consti-

tución nonata de 1856.

Sus diferencias fundamentales con los moderados procedían de dos supuestos. En primer

lugar, frente a la concepción directamente instrumental de la monarquía —implicada en la supre-

macía (de reserva) de la Corona sobre el proceso político—, los progresistas pretendían alejarla del

poder efectivo para gobernar sin ella, o con ella solo como elemento simbólico de cohesión social

y nacional. En segundo lugar, los progresistas siempre defendieron el carácter proyectivo y relati-

vamente abierto de la nación histórica identificada con la idea de progreso y perfectibilidad.

Frente al legado inerte de la historia podían oponer la capacidad creativa de la soberanía nacio-

nal. Una capacidad que suponía la nacionalización de la monarquía a través de su parlamentari-

zación efectiva.

Sin embargo, el carácter ambivalente otorgado a la noción de nación y su defensa de la

monarquía, tanto en clave de soberanía nacional como de historia nacional, contribuyó a asentar

la monarquía (isabelina), junto con la religión, no solo prácticamente, sino simbólicamente como

un elemento esencial (por nacional en el doble y contradictorio sentido) de la identidad española

estableciendo así un límite, práctico, para su superación no solo política sino cultural. De esta

forma, en la coyuntura crucial de aquel primer debate sobre la forma de gobierno, el discurso pro-

gresista se movió en las lindes de sus propios principios, e incluso las traspasó, convirtiéndose así

en intensamente contradictorio.

Aquella contradicción afectaba a su propia concepción de España —que ellos sí querían reno-

var respecto al planteamiento moderado—, porque, a diferencia de estos, la querían como una

nación políticamente activa, asociada a la soberanía y a la libertad, en la cual el catolicismo y la

monarquía desempeñaban un papel subalterno58. Por otra parte, hacía ya tiempo que los progresis-

tas habían abandonado el principio de que el requisito para entrar en la esfera pública (incluida la

local, desde donde también se construía España) fuese el de vecino-ciudadano y habían asimilado

57 P. ROSANVALLON: La monarchie impossible, París, Fayard, 1994.

58 M.ªC. ROMEO: «La tradición progresista: historia revolucionaria, historia nacional...», art. cit. supra, insiste en este

sentido analizando los debates de 1840 sobre la Ley de Ayuntamientos. A aquella altura tiene razón en decir que

los progresistas no incidían en el catolicismo y la monarquía como cimientos de identificación esencial de la

nación española, sino en la libertad y la soberanía (p. 109). Tampoco lo harían después, pero sí dejaron que se

les colasen demasiadas ambigüedades al respecto durante el Bienio. Interesa en cualquier caso, para valorar mi

afirmación siguiente, su insistencia en que durante las décadas revolucionarias los progresistas habían defendi-

do que la historia de España no era la de la monarquía sino la de un sustrato de localidades.

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ya que lo esencial a ese respecto era la propiedad/capacidad y no la vecindad. Por otra parte, como

demuestran las diversas intervenciones parlamentarias de Patricio de la Escosura, al menos una

parte de progresismo cifraba ya más (o al menos casi tanto) la unidad nacional en la unidad monár-

quica y no solo en la unidad constitucional. Es decir, cifraban (al menos también) en la monarquía

las posibilidades de España frente a su heterogeneidad mientras, por ejemplo, en 1839, cuando se

discutía la Ley de Fueros, Luzuriaga y otros habían insistido en que la unidad la procuraba la nación

a través del ejercicio de la soberanía y la comunidad efectiva de la Constitución59.

A mediados del siglo XIX o, más exactamente en la crucial coyuntura del Bienio, los progre-

sistas no fueron, en realidad, capaces de articular un discurso que, en esta cuestión de la forma

de gobierno, diferenciara claramente su posición de moderados y demócratas. No lo hicieron

quizá porque en aquel momento ellos también vieron a la monarquía (su posible instrumentali-

zación) como una institución y un símbolo de bloqueo, no solo ni sobre todo de la revolución,

sino de la democracia.

Esperaron que rodeando a la monarquía de la nación, es decir, de instituciones electivas como

el Senado y, sobre todo, los Ayuntamientos y las Diputaciones, lograrían parlamentarizarla. Sin

embargo, fracasaron porque —al igual que los moderados— no elaboraron ningún mecanismo sóli-

do para el caso de que se produjese un conflicto abierto entre el principio monárquico y el prin-

cipio representativo. Para ese caso tan solo contaban con la ocupación inmediata del espacio

público como escenificación de la voluntad nacional. Una escenificación que tendieron siempre a

privilegiar sobre la movilización electoral y partidista que, en lo que se refiere a esta última, siguió

siendo siempre una fuente de recelo estructural60.

En descargo de los progresistas españoles cabe decir que ese problema lo tuvieron también

los liberales europeos continentales y que, durante todo el siglo XIX, la pugna entre los reyes y los

Parlamentos fue consustancial al liberalismo decimonónico61. En su descargo cabe decir, asimismo,

que la repugnancia hacia los partidos fue una característica ampliamente compartida en Europa y

que, paralelamente, la repugnancia por la monarquía parlamentaria la compartían reyes tan cons-

titucionales como la reina Victoria o Leopoldo I de Bélgica, por no hablar de Luis Napoleón62.

59 Agradezco a José M.ª PORTILLO sus sugerencias en este sentido. Véase su obra reciente, El sueño criollo. La forma-

ción del doble constitucionalismo en el País Vasco y Navarra, Donostia-San Sebastián, Nerea, 2006, y su prime-

ra obra al respecto, Los poderes locales en la formación del régimen foral. Guipúzcoa, 1812-1850, Bilbao,

Universidad del País Vasco, 1987.

60 J. MILLÁN: «¿No hay más que pueblo? Élites políticas y cambios sociales en la España liberal», en R. CAMURRI y R.

ZURITA (eds.): Las élites en Italia y España, 1850-1920, Valencia, PUV, en prensa. Agradezco al autor la consulta

de este texto inédito.

61 M. KIRSCH: Monarch und Parlament im 19. Jahrhundert, Göttingen, Vandenhoeck und Rupercht, 1999, y «Los

cambios constitucionales tras la revolución de 1848. El fortalecimiento de la democratización europea a largo

plazo», Ayer, 70 (2008), pp. 199-239; útiles para discutir el grado de sincronización europea de España al que

aludía Marx. Sobre el recelo liberal a los partidos políticos advirtió hace años Giovanni Sartori (Partidos y siste-

ma políticos, Madrid, Alianza, 1980) y han insistido recientemente en varios trabajos excelentes M. SIERRA, M.A.

Antonia PEÑA y R. ZURITA. Para una valoración global, véase el número monográfico coordinado por estos auto-

res, La representación política en la España liberal, Ayer, 61 (2006), e I. FERNÁNDEZ SARASOLA: «Los partidos polí-

ticos en el pensamiento español», Historia Constitucional, 1 (2000), pp. 1-5

62 El caso más interesante me parece el de Leopoldo DE BÉLGICA. J. STENGERS: L’action du roi en Belgique, Bruselas,

Racine, 1996. En todo caso, tanto la Carta francesa de 1830 (artículo 18) como la Constitución belga de 1831

(artículo 69) fijaban la sanción libre del monarca. Con cualquier caso, especialmente en el caso belga, la prácti-

ca política y las condiciones particulares de construcción al mismo tiempo de la nación y de la monarquía, tie-

nen muy poco que ver con la experiencia española. Por otra parte, y como no dejaron de recordar los demócra-

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Con la monarquía a cuestas: la ardua travesía...

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En todo caso, la ilusión monárquica del progresismo consintió en creer que, en las condicio-

nes españolas —sin cambio de dinastía y sin una ampliación sustancial del sufragio— era suficien-

te rodear a la monarquía con la nación para obligarla a dejar de ser un poder activo en la políti-

ca y plegarse a los poderes representativos que, en condiciones de elecciones libres, siempre ten-

drían (a su juicio) una mayoría de progreso. En otras condiciones, no se dotaron de más recurso

que la revolución precisamente porque, de haberse dotado de otros recursos, hubiesen tropezado

con la democracia. Para frenarla se echaron en brazos de la Corona y siguieron manteniendo una

tensión irresoluble entre el mito monárquico y el de la soberanía nacional en condiciones de acce-

so restringido (solo ampliable de arriba abajo y lentamente) a la esfera pública liberal. Como los

liberales franceses de la época de Luis Felipe, no fueron capaces de sustanciar la máxima de que el

rey reina pero no gobierna más allá de la imprecisa frase de Thiers de que reinar consiste en ser la

imagen más verdadera, la más alta y la más respetada del país63. Una imagen, y una monarquía,

que para los demócratas no ofrecía ninguna garantía política concreta. Por ello, García López pudo

decir que lo verdaderamente especulativo es la monarquía constitucional precisamente a la luz

de la historia española y europea64. En la misma línea se manifestó el periódico satírico valencia-

no El Mole:

Por una parte dicen que la soberanía reside en la Nación, y que ella tiene la facultad de

hacer las leyes; y por otra dicen que la reina tiene la sanción de las leyes, o sea la facultad

de aprobar y desaprobar las leyes que hagan las Cortes; es decir que las Cortes tienen la

soberanía nacional y la reina tiene... la real soberanía... [...]. Por tener tanto de real / la ser-

vil Constitución / ha muerto de sopetón / tot lo qu’era nasional 65.

El precio que pagaron los progresistas fue muy alto. Durante el período en que estuvieron en

el poder no tuvieron, en realidad, de su lado a la monarquía, fueron perdiendo al Ejército y solo

podían contar con sus bases tradicionales una parte de las cuales, cansadas de la concepción pura-

mente dirigista del partido del progreso, se pasaron a la democracia. En esas condiciones, la idea-

lización de una reina resignada a ser solo la representante de la nación a nivel simbólico se reve-

ló suicida. Suicida en el corto plazo, cuando Isabel II levantó frente a ellos, en 1856, las prerroga-

tivas que el mismo progresismo le había conferido. Suicida también en el largo plazo porque, a

pesar de la (más bien aparente) radicalización del progresismo que condujo a la revolución de

1868, el pacto de mínimos de la Restauración fue posible a costa del abandono del símbolo mayor

de su cultura política —el principio de la soberanía nacional— con todo su ambiguo pero operan-

te potencial de democratización progresiva de la sociedad y de la política españolas. Habían deja-

do que el peso muerto de aquella vieja monarquía se aferrase a sus hombros demasiado tiempo.

Valencia, julio de 2008.

tas y muchos progresistas puros, los españoles tenían su tradición constitucional propia para plantear el proble-

ma entendiendo (como a veces olvidamos los historiadores) que el modelo gaditano no tenía que implicar nece-

sariamente y siempre un retroceso, sino una posibilidad de futuro. Para una comparación entre las posturas rea-

les, que contiene datos interesantes, M. SANTIRSO: Progreso y libertad. España en la Europa liberal (1830-1870),

Barcelona, Ariel, 2007, especialmente las pp. 39-64.

63 Citado por P. ROSANVALLON: La monarchie impossible..., op. cit., p. 157.

64 DSC, 30 de noviembre de 1855.

65 El Mole (26 de enero de 1855).

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CLEMENTE

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a Juan José Carreras,

maestro y compañero

El marxismo en la Historia económica y social1

Hace siete años, en un Congreso de mis colegas de Histo-

ria Económica en Oporto, me propuse hablar sobre un

tema clave para mi generación y, en concreto, para cuan-

tos optamos por la tarea de historiadores: el marxismo,

como método científico de análisis del pasado, y como

compromiso personal, como opción viva desde la que in-

tentar cambiar el mundo. Y, para ello, realicé un breve es-

tudio sobre tres historiadores marxistas españoles a los

que, por diversas razones, considero mis principales

maestros: Manuel Tuñón de Lara, Josep Fontana Lázaro y

Juan José Carreras Ares2.

Lucidez y generosidaddel historiador

que explicaba a Marx

ELOY FERNÁNDEZ CLEMENTE

Universidad de Zaragoza

1 Agradezco mucho a Carlos Forcadell la invitación a aportar al-

gunos recuerdos y reflexiones sobre mi tan querido maestro y

compañero, a partir de la introducción y ampliando la parte

correspondiente a Juan José, de mi conferencia inédita hasta

ahora, en el Congreso de la Asociación Portuguesa de Historia

Económica (Oporto, 23-24 de noviembre de 2000 por invitación

de los profesores António Almodovar y Maria de Fâtima Bran-

dão) en la que, en homenaje al entonces recién fallecido histo-

riador portugués Armando Castro traté sobre «Tres historiadores

marxistas españoles: Manuel Tuñón de Lara, Josep Fontana y

Juan José Carreras».

2 En la voz marxismo de la Enciclopedia de Historia de España,

se señala, tras los pensadores marxistas M. Sacristán, C. Casti-

lla del Pino, Tierno Galván, G. Bueno y, en el exilio, Adolfo Sán-

chez Vázquez, a los historiadores F.G. Bruguera (cuya Histoire

contemporaine de l’Espagne data de 1953), Tuñón y Fontana.

Miguel Artola (dir.), Enciclopedia de Historia de España, tomo

5, dedicado a diccionario temático, Madrid, Alianza, 1991, p.

785. Poco antes, en 1988, en una conferencia sobre «Corrien-

tes y problemática actual de la historiografía contemporaneísta

española» pronunciada en la Universidad de Valencia, señalaba

Gonzalo Pasamar: Por parte de los historiadores marxistas, la

influencia de Manuel Tuñón de Lara y los Coloquios de la Uni-

versidad de Pau, transmitieron a una minoría de autores un

vivo interés por el replanteamiento de los instrumentos

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ELOY FERNÁNDEZ CLEMENTE

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Gabriel Tortella incluye entre las principales concepciones de la Historia Económica la bús-queda sistemática de explicaciones económicas a los fenómenos sociales, enfoque que adscribeal marxismo3, perspectiva de quienes creen que tras cualquier realidad histórica subyacen causasmateriales, económicas, y que su estudio es, por lo tanto, fundamental para explicar el pasado.

Aunque la influencia de la teoría económica marxista en la Historia Económica ha sido muygrande, realmente es bastante tardía, y solo a fines del XIX y comienzos del XX pueden encontrar-se obras sólidas en esta disciplina. Pero es sobre todo tras la Segunda Guerra Mundial y el iniciode la desestalinización, cuando aparecen una serie de grupos nacionales en la Europa Occidentalde verdadera valía: los italianos, muy influidos por la línea gramsciana4, los británicos (M. Dobb,Gordon Childe, C. Hill, R. Hilton, E.P. Thompson, E.J. Hobsbawm, etcétera), y los franceses (desdeJaurés y Simiand hasta Lefebvre, Soboul, Labrousse, Duby, Vovelle, Goubert, Droz, Chesneaux), convinculaciones con Annales, y el más influyente en España, Pierre Vilar.

Paradójicamente la Historia Económica ha tenido un escaso desarrollo en la URSS (apenasdestacan B. Pórshnev, Lublinskaya, V. Dalin y Ado, como realmente conocidos en Occidente en lasúltimas décadas) y otros países socialistas (destaca Polonia, con Bujak, Rutkowski y, sobre todo, W.Kula y J. Topolski —escuela de Poznan—, durante mucho tiempo vinculados a la francesa escuelade los Annales). Una vertiente esencialista y muy polémica estuvo representada por Althusser y sudilatada escuela, en la que cabrían con un criterio amplio M. Harnecker, Poulantzas, S. Amin, A.Gunder Frank, I. Wallerstein, P. Anderson, a veces demasiado dogmáticos, en otras, acaso, muy radi-cales y, por ello, mal aceptados por muchos académicos tradicionales.

Uno de los grandes problemas de la Historia Económica ha sido el carácter de proscrito queel marxismo ha tenido, salvo momentos y circunstancias excepcionales, en el mundo capitalista.La dificultad para establecer un diálogo enriquecedor entre marxistas y no marxistas, incluso entrelos propios marxistas (sobre todo en la URSS en la época staliniana, y aun mucho después), dejasin color las discusiones entre historiadores de la economía y economistas.

Sin embargo, las virtualidades que el marxismo encierra, su potencialidad renovadora, se fue-ron abriendo paso entre las filas de muchos de los mejores historiadores, más atentos a los instru-mentos teóricos que ofrece que a la plasmación política, tan desigual, en los últimos noventa años.Permanece, desde Marx y sus más lúcidos trabajos económicos (El Capital por supuesto, pero tam-bién los Grundrisse, etcétera) la preocupación por la categorización científica, de la que es para-digma y eje del sistema el concepto de modo de producción. Otro de los principales aciertos delmarxismo ha sido, desde luego, el cuidar a la vez infraestructura y superestructura, relacionadasen un esquema dialéctico. Lo mismo ocurre con los esquemas de sucesión de las diversas forma-ciones económicosociales, que Marx analiza y describe.

conceptuales de la disciplina (a cuyo impulso no fueron ajenos historiadores como Juan José Carreras, Jo-

sep Fontana...) y por el análisis global de los grandes problemas de la Historia Contemporánea (Copia meca-

nográfica facilitada por el autor, p. 10). Varios textos míos sobre el primero han sido impresos en diversas pu-

blicaciones. Los materiales que utilicé sobre Fontana han sido consultados y utilizados por algunos estudio-

sos en mayor profundidad de su obra. En cambio, lo que preparé sobre Carreras no ha sido editado y encuen-

tra aquí su ocasión, tristísima, como aportación al homenaje académico realizado al año de su muerte.

3 G. TORTELLA: Introducción a la Economía para historiadores, Madrid, Tecnos, 1986, pp. 2-5.

4 La bibliografía sobre historiografía marxista italiana es bastante copiosa y temprana: G. MANACORDA: «Sinistra

storiografica e dialettica interna», en O. CECHI (ed.): La ricerca sotirca marxista in Italia, Roma, 1976; L. MASELLA:

Passato e presente nel dibattito storiografico. Storici marxisti e mutamenti della societá italiana, 1955-1970,

Antología crítica, Bari, 1979; I. CERVELLI: «Gli storici italiani a l’incontro con il marxismo», Il mondo contempora-

neo, vol. X, Florencia, 1983, pp. 584-614; Fulvio DE GIORGI: La storiografia di tendenza marxista e la storia loca-

le in Italia nel dopoguerra. Milán, 1989.

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Lucidez y generosidad del historiador que explicaba a Marx

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Lo señala Schumpeter, valorando la influencia de Marx a mediados de nuestro siglo, y mati-zando con gran agudeza:

[...] hay economistas de gran categoría que se han hecho marxistas no en el sentido de acep-tar el mensaje político de Marx —eso sería asunto suyo, no de una historia del análisis—, ni enel sentido de aceptar (como Lange) gran parte de la sociología económica de Marx, o incluso suintegridad —posición que sería defendible—, ni tampoco en el sentido de respetar la grandezahistórica de Marx —respeto por el cual poca gente disputaría con ellos—, sino en el sentido deintentar revitalizar precisamente la economía pura de Marx, sumando así sus fuerzas a las delos neomarxistas existentes. Los ejemplos más destacados son P.M. Sweezy y J. Robinson5.

Que Schumpeter cite expresamente a Sweezy, cuyo manual de 1942 elogia entusiasmado, ya Joan Robinson, dos grandes economistas anglosajones, no es una casualidad, sino la constata-ción de por dónde iban los más interesantes pasos. Harvey J. Kaye, en Los historiadores marxistasbritánicos6, defiende que aquellos (Dobb, Hilton, Hill, Hobsbawm y Thompson) constituyen juntos,además de una tradición historiográfica, una tradición teórica.

Por otra parte, como ha sido subrayado desde América Latina, la influencia del marxismo estálejos de reducirse a la obra de los autores declaradamente marxistas. Su impacto en el mundo inte-lectual contemporáneo fue grande. Lucien Febvre lo había expresado con toda claridad en lo refe-rente a la Historia:

Pues es evidente que en la actualidad un historiador, por poco cultivado que sea [...], estáimpregnado inevitablemente de la manera marxista de pensar, de confrontar los hechos ylos ejemplos; y esto es así aunque nunca haya leído una línea de Marx, aunque se conside-re un ardiente ‘antimarxista’ en todos los terrenos, salvo el científico. Muchas ideas queMarx expresó con suprema maestría han penetrado ya hace tiempo en el fondo común queconstituye el caudal intelectual de nuestra generación 7.

Las cosas han cambiado mucho, especialmente tras la caída del muro de Berlín y el fin delsistema comunista en el Este de Europa, a comienzos de los años noventa. En muchos foros y tri-bunas académicas, el marxismo es hoy mirado con cierta displicencia, como algo ya superado, delque apenas se destaca el fallo estrepitoso de la experiencia soviética extendida a varios países delEste de Europa. Si su método científico de análisis del pasado y su teoría económica tuvieron untiempo de vigor y utilidad, para muchos carece ya casi por completo de interés. Además, escrito-res de rápida y alzada fama, como Fukuyama, han desarrollado sofistas planteamientos sobre el finde la Historia, celebrando el triunfo definitivo del capitalismo8.

5 Joseph A. SCHUMPETER: Historia del análisis económico, p. 967 de la edición española en Barcelona, Ariel, 1971.

6 Harvey J. KAYE: Los historiadores marxistas británicos, Zaragoza, Prensas Universitarias, 1989. Julián Casanova

en la presentación, pp. XIII-XIV, recuerda cómo la invasión soviética de Hungría en 1956 anunció el inicio del

éxodo de intelectuales del Partido Comunista británico. El capitalismo exhibía sus habilidades y fortaleza para

seguir incólume y el mito revolucionario soviético se convertía, en palabras de E.P. Thompson, en un ‘socialis-

mo de industria pesada’.

7 Ciro F.S. CARDOSO y Héctor PÉREZ BRIGNOLI, de quienes es el párrafo introductorio, en Los métodos de la historia,

Barcelona, Crítica, 1976, p. 70; la cita de FEBVRE es de 1935, «Techniques, sciences et marxisme», Annales, VII, 36,

p. 621.

8 Uno de los ataques más demoledores es el de Tony Judt, profesor de la New York University, quien afirma que

el efecto de la ‘muerte del marxismo’ ha sido sumir lo que fue la historia marxista en el cuerpo de la erudición

histórica, de manera que sigue resultando identificable cuando se resiste a reconocer la realidad de su propia

desaparición y reproduce, sin pudor alguno, los clichés de un pasado olvidado. En este sentido, no es más que

una historia que resulta inservible. Tony JUDT: «Crónicas de una muerte anunciada», en Alan RYAN (introd.): A

propósito del fin de la Historia, Valencia, Institución Alfonso el Magnánimo, 1994, p. 200.

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ELOY FERNÁNDEZ CLEMENTE

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Claro que en ese desprecio actual, inciden cuestiones del pasado. Hace ya muchos años

que el citado Wallerstein protestaba de que la gente en general y los marxistas en particular,

tienden a privilegiar la discusión de los elementos más dudosos en los conceptos historio-

gráficos de Marx, olvidando los elementos más originales y más fructíferos. Hobsbawm, por

su parte, afirmaría que en la generación europea de los sesenta, hubo más ilusiones que las

necesarias 9. En fin, el llorado Ernest Lluch, entre los españoles, denunció muy tempranamen-

te la vulgarización a la que ha sido sometido Marx especialmente, pero no exclusivamente,

entre nosotros10.

Historia económica e historia marxista en España11

En España, los primeros pasos institucionalizadores de la Historia Económica fueron relativamen-

te lentos. En los años treinta existen trabajos de relieve como los de J. Klein, E.J. Hamilton, y de los

españoles R. Carande, C. Sánchez Albornoz y L. García de Valdeavellano, y en los duros años de la

posguerra —cuando algunos de los discípulos de los citados han muerto o están en el exilio— se

reconstruye el pasado económico español con nuevas obras de Carande y las no menos decisivas

de J. Vicens Vives y Pierre Vilar. Salvo el último, de ninguno de los anteriores se puede predicar su

adscripción al marxismo, si bien todos fueron profundamente liberales y conocedores y respetuo-

sos de esa doctrina económica12.

En todo caso, la guerra supondrá una profunda ruptura, una solución de continuidad:

La historia que ahora se quería enseñar era fundamentalmente distinta, y no había en ella

lugar para preocupaciones por las dimensiones vulgares y cotidianas de la vida de los hom-

bres. [...] Está claro que en el terreno de la ‘historia social’ hubo que volver a partir de cero,

construyendo el edificio sobre nuevos fundamentos, puesto que en lo que el franquismo

había conseguido pleno éxito fue en cortar la relación de la nueva historiografía española

con sus raíces de preguerra13.

Desde luego que no es esa la perspectiva conservadora y antimarxista. Es el caso de Ig-

nacio Olábarri, que hace más de veinte años osaba afirmar que no son tan distintos los tipos

de Historia que durante los años cuarenta y buena parte de los cincuenta estaban escribien-

do los exiliados en diferentes países de América y los que predominaban en España de la in-

mediata postguerra, a la vez que señala que la historiografía marxista española —influida por

los británicos Hobsbawm, Dobb, Hill y Thompson y los polacos Kula y Topolski— puede consi-

derarse consolidada en 1970, año en que se inician, bajo la dirección de Manuel Tuñón de

Lara —muy influyente por su labor de divulgación y de coordinación de esfuerzos— los colo-

quios de Pau, y tiene otro hito señero en 1980, en que aparece la revista catalana Recerques,

la de más importancia entre las publicaciones periódicas españolas de tendencia marxista. Y

añade Olábarri:

9 E.J. HOBSBAWM: debate en «Babelia», El País (23 de mayo de 1992), p. 3.

10 E. LLUCH: «Marx y la historia crítica de la teoría económica», Investigaciones económicas, 2 (1977), pp. 229-234.

11 Véase Pedro RIBAS: La introducción del marxismo en España (1869-1939), Madrid, Ediciones de la Torre, 1981, y

el libro colectivo editado por la Fundación de Investigaciones Marxistas, El marxismo en España, Madrid, 1984.

12 No es momento aquí de entrar en detalle sobre la obra y la influencia de VILAR, por lo que remitimos a su recien-

te libro Pensar históricamente, Barcelona, Crítica, 1997, reflexiones y recuerdos recogidos por Rosa Congost.

13 Josep FONTANA: «La historiografía española del siglo XIX: un siglo de renovación entre dos rupturas», en S. CASTILLO

(coord.): La Historia Social en España. Actualidad y perspectivas, Madrid, Siglo XXI, pp. 333-335.

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[...] el influjo del marxismo ha sido grande en la joven generación de historiadores españo-

les de hoy, y, a diferencia de lo que ocurre en los países de origen, no ha decrecido en los

últimos años: parece una ley de nuestra historia cultural contemporánea que los nuevos

movimientos llegados de otros países alcancen aquí su cénit cuando su decadencia es ya

patente en los países exportadores14.

Ser historiador y marxista era un riesgo muy elevado en la época de la dictadura del general

Franco, obseso perseguidor de comunistas, ateos y masones. Pero es que, además, la Universidad,

tras la muerte y el exilio de cientos de sus mejores profesores, el férreo control ideológico y el

encumbramiento de gentes cuyo principal aval era su adhesión incondicional al régimen, vive

situaciones de auténtica tragedia intelectual.

Apenas dos años antes de la muerte del general Franco, en la lección inaugural del curso aca-

démico 1973-1974 de la Universidad Autónoma de Madrid, el catedrático J. Pérez Villanueva se

contradice al titular su intervención Reflexiones sobre la Historia en nuestros días ya que se queda

en 1928, reconociendo: Debo detenerme aquí. Y debo hacerlo, sin referirme a la rica actividad his-

14 I. OLÁBARRI: «La recepción en España de la revolución historiográfica del siglo XX», en OLÁBARRI, Vázquez DE PARGA

y FLORISTÁN (eds.): La Historiografía en Occidente desde 1945, III Conversaciones Internacionales de Historia,

Pamplona, EUNSA, 1985, pp. 87-109.

Aula Magna de la Facultad de Filosofía y Letras,presentando a Julián Ariza y Jose Antonio Cid,dirigentes sindicales de CC.OO y UGT.

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ELOY FERNÁNDEZ CLEMENTE

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tórica actual, entre nosotros. Añadirá que quedan fuera los hispanismos actuales, francés y anglo-

sajón, y la Historia de la otra España. La de la España extravagante y marginada. Exactamente la

que M. Pelayo incluía con pasión, pero con respeto, en su panteón de heterodoxos15.

La consecuencia, como ha denunciado Alberto Plá, sería:

[...] el recurso de refugiarse en la erudición, que como tal es inocua (como también tonta)

pero que permite derivar a la toma de posición personal que puede entonces afirmar que es

posible hacer ciencia bajo cualquier régimen político, por más represivo que sea. Ninguna

justificación puede tener un pensamiento reaccionario por el solo hecho de manifestarse al

nivel de las ideas, pues ellas son fuente que nutre dictaduras de carne y hueso que allí

encuentran su justificación. Y es precisamente en el campo de las ciencias sociales donde

es más criminal el conformismo con la represión del ser y del pensar16.

G. Pasamar e I. Peiró denuncian tres fenómenos que han dificultado la historiografía moder-

na en España:

[...] la práctica de una historiografía anclada en métodos y tradiciones académicas difícil-

mente acoplables al estudio y revalorización de los siglos XIX y XX. El segundo, una activi-

dad política fascista, dictatorial y contrarrevolucionaria. Finalmente, unas ciencias sociales

idealizadoras y aun enmascaradoras, al servicio de intereses ajenos a los que les permitie-

ron su primitiva influencia en la cultura española17.

Pero no todo el mundo acata y secunda tan mediocre proceder. Aparte de los grandes maes-

tros citados, hay casos como el de Mercedes Vilanova, quien se quejaba en 1972 de que el estu-

dioso de la historia contemporánea de España debe abordar una cuestión fundamental: par-

cialidad y escasez de la bibliografía de que ha de partir, e imposibilidad o extraordinaria difi-

cultad para poder disponer con libertad de las fuentes. A pesar de ello, y de las dificultades po-

líticas tácitamente aludidas, no duda en proponer para estudiar la superestructura política de

1868 a 1939 la interpretación de los historiadores que han intentado una síntesis de todo el

periodo: Bruguera, Carr, Jover, Nadal, Ramos Oliveira, Seco, Tuñón de Lara, Vicens Vives, Vilar,

etc. y, como lecturas recomendadas junto con cada lección, a Hennessy, Brenan, Joaquín Costa,

Díaz del Moral, Connelly, Jackson, Chomsky, etcétera. Por otra parte, conviene recordar que en-

tre los historiadores o los sociólogos que habían tenido mayor preocupación por vincular ambas

disciplinas, están, a la altura de 1970, el falangista Juan Beneyto, el jesuita Juan N. García-Nie-

to, el sociólogo Salvador Giner, los historiadores Antoni Jutglar y Casimiro Martí, y los econo-

mistas Román Perpiñá y Carmelo Viñas Mey. Ninguno de ellos fue, desde luego, marxista, pero,

salvo el caso del primero, muy adicto y premiado por el régimen de Franco aunque mostró algu-

nos caprichos liberales, tampoco entusiastas de la dictadura18.

Tres años más tarde, en marzo de 1975, meses antes de morir Franco, José María Jover publi-

ca un lúcido artículo en el que, aún veladamente, sin llamar a las cosas por su nombre, pero inequí-

vocamente, al diseñar escuelas y grupos, destaca al sector

15 Op. cit., Valencia, 1974, p. 77.

16 Alberto PLÁ: La Historia y su método, Barcelona, Fontamara, 1980, p. 69.

17 G. PASAMAR e I. PEIRÓ: Historiografía y práctica social en España, Zaragoza, Prensas Universitarias de Zaragoza,

1987, p. 65. Véase también Elías DÍAZ: Pensamiento español en la era de Franco (1939-1975), Madrid, Tecnos,

1983, reedición actualizada de una muy anterior de Cuadernos para el Diálogo.

18 En un libro-guía de La Historia contemporánea en la Universidad dirigido por Nazario GONZÁLEZ, al frente de sie-

te colaboradores, de Cuenca TORIBIO a Martínez SHAW; cito de la segunda edición, Barcelona, 1972, pp. 127 y ss.

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Lucidez y generosidad del historiador que explicaba a Marx

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[...] más directamente influido por los grandes maestros de la escuela francesa, en especial

por Labrousse y por Vilar, más propenso a situar en niveles de historia social y económica el

ámbito de sus investigaciones y seriamente preocupado por unos problemas metodológicos

que proyecta sobre fuentes predominantemente cuantitativas. En esta dirección —añade—

corresponde una posición de vanguardia a Manuel Tuñón de Lara, profesor en la Universidad

de Pau (Francia), autor de una obra extensa y meditada, dotada de una gran coherencia

interna, y que es, sin duda, el historiador español de nuestro tiempo que más fecunda y

tenazmente ha abordado el problema de los métodos en historia social contemporánea. A

este sector cabe adscribir, grosso modo, a los historiadores catalanes que prosiguen el surco

iniciado por Vicens —desde Fontana a Jutglar y, entre los juniores, Balcells y Termes—; a

Lacomba, David Ruiz y Elorza y, en general, a todo un conjunto de jóvenes historiadores del

movimiento obrero y de las clases campesinas en la España del siglo XX, así como a los his-

toriadores del capitalismo, en especial a Gabriel Tortella y a Santiago Roldán y José Luis

García Delgado, autores estos últimos de un fundamental estudio sobre La formación de la

sociedad capitalista en España, 1914-192019.

Aún eran saludablemente permeables las fronteras entre la Historia Económica, la Historia

Contemporánea y la Historia Social (a pesar del secano español en historia social denunciado por

Julián Casanova)20. Es recurrente la remisión fundamental al influjo francés, más o menos acom-

pañado del marxismo británico:

La recepción de los postulados de la historia agraria francesa y del materialismo histórico

—a través de la obra de Marc Bloch, Pierre Vilar, Ernest Labrousse o Maurice Dobb— contri-

buyó inicialmente a poner los fundamentos de la investigación en torno a las diferencias

entre el desarrollo económico español y el modelo capitalista occidental, y proporcionó un

aparato conceptual y un interés por los debates teóricos inusual hasta ese momento 21.

Y en cualquiera de esas perspectivas, la importancia del análisis marxista fue grande, confir-

mando la homologación de la historiografía española con las corrientes historiográficas más

19 J.M. JOVER: «Corrientes historiográficas en la España contemporánea», en Historiadores españoles de nuestro

siglo, Madrid, RAH, 1999, pp. 298-299.

20 J. CASANOVA: La historia social y los historiadores, Barcelona, Crítica, 1991. Barros evoca: una buena parte de

los jóvenes —y menos jóvenes, pensemos en Tuñón— historiadores que investigan en los años setenta la his-

toria del movimiento obrero, los conflictos y las revueltas en la historia de España, estaban próximos a los

partidos de izquierdas, marxistas y comunistas, que hegemonizaban el ambiente político en las universida-

des de la época. Del propio Tuñón afirma que es un ejemplo —por su biografía, lo que es tan raro entre aca-

démicos, y por su trayectoria profesional— de algo que se ha ido perdiendo a lo largo de los años ochenta:

el compromiso del historiador. Recuerda luego el impacto tanto de la mesa redonda sobre movimientos so-

ciales que tuvo lugar en Valencia en 1981 y se recogió en Debats (2-3, 1982), como del artículo que publican

en Revista de Occidente José ÁLVAREZ JUNCO y Manuel PÉREZ LEDESMA, reclamando un giro, con más y mejores

recursos metodológicos, y una actitud menos militante y simplificadora. Sin embargo, de una cierta disminu-

ción de trabajos sobre esos temas, en los noventa, percibe el autor, hay un punto de inflexión y renovación,

gracias a una serie de congresos, jornadas y seminarios. Carlos BARROS: «El retorno del sujeto social en la his-

toriografía española», en S. CASTILLO y J.M. ORTIZ DE ORRUÑO (coords.): Estado, protesta y movimientos sociales,

Bilbao, Asociación de Historia Social y Universidad de Bilbao, 1998, pp. 191-214. Visiones igualmente críticas

desde comienzos de los noventa, son la de Ángeles BARRIO: «A propósito de la historia social, del movimiento

obrero y los sindicatos», en G. RUEDA (dir.): Doce estudios de historiografía contemporánea, Santander, Uni-

versidad y Asamblea Regional de Cantabria, 1991, pp. 41-68; y un nuevo trabajo de Pérez LEDESMA: «Cuando

lleguen los días de cólera (movimientos sociales, teoría e historia», en Zona Abierta, 69 (1994), pp. 51-120.

21 Julián CASANOVA: La historia social y los historiadores..., op. cit., p. 162.

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avanzadas del otro lado de los Pirineos, que tiene sus inicios en los años cincuenta (Vicens Vives),

se consolida en los años setenta y ochenta con el relevo generacional 22.

Llama la atención leer hoy, apenas veinte años después, cómo cuando en 1978 se hace un pri-

mer balance sobre lo que ha sido la publicística española de temática social, económica, histórica,

y orientación marxista, se señalan los autores españoles que lo eran o se les consideraba así enton-

ces (Tamames, Viñas, Roldán y García Delgado, Juan Muñoz, Naredo, Sampedro, A.C. Comín, Sán-

chez Acosta, Bernal, Tortella) y se analizan una larga serie de revistas aparecidas a fines del fran-

quismo o ya en la transición democrática, casi todas interesadas, al menos parcialmente, en temas

de historia (Materiales, El Cárabo, Argumentos, Leviatán, Teoría y Práctica, Negaciones, Zona

Abierta, El Viejo Topo, Tiempo de Historia, o la publicada en París Cuadernos del Ruedo Ibérico),

todas ellas de clara orientación marxista, incluida la edición española de la Monthly Review23.

En cualquier caso, como ha subrayado Gonzalo Anes, hasta comienzos del decenio de 1960-

1970, los historiadores de la economía disfrutaban de la posesión de un coto paradisiaco, en el

que las disputas internas no significaban deterioro externo24. En esa Historia Económica tout

court, es a partir de aproximadamente 1960, fecha de la muerte de Jaume Vicens Vives, cuando

florece todo un grupo de lo que hoy se puede denominar como una primera generación universi-

taria de historiadores de la economía. Me refiero a Felipe Ruiz, N. Sánchez-Albornoz, Jordi Nadal,

Josep Fontana, Gonzalo Anes, Gabriel Tortella, F. Bustelo, Reyna Pastor. Salvo quizá los dos prime-

ros, el resto tuvo, al menos en sus comienzos, bastante relación con los postulados historiográfi-

cos del marxismo. Y todavía más la segunda generación, de los Bernal, Bilbao, Escudero, Fernández

de Pinedo, García Sanz, Garrabou, Germán, López Taboada, Maluquer, Pérez Picazo, Robledo, To-

rras, Roldán, García Delgado, o la tercera, en la que encontramos, con mayor o menor orientación

marxista, a los Alonso, Barciela, Carmona, Delgado, Gallego, Jiménez Blanco, Llopis, Martínez Ca-

rrión, Palafox, Pascual, Pinilla, Pujol, Sudriá, Tafunell, Tello, Yun, Zambrana, Zapata, etcétera.

Y, no en último lugar, el amplio y rico mundo de la Historia del Pensamiento Económico, que

es hoy ya otro continente... (el asesinado Lluch, su discípulo recientemente fallecido Argemí, Al-

menar, Llombart, Sánchez Hormigo, y tantos otros, de orientación más o menos críticamente mar-

xista). También, mientras tanto, se ha estado haciendo buenos estudios de Historia Económica con

concepciones e instrumental marxista desde otras facultades universitarias o sus aledaños: la

Historia Medieval estudiada por Julio Valdeón y otros; la Moderna por el ya citado Vilar, Ponsot,

Bennassar, Lemeunier, Clavero, Fernández Albaladejo, Martínez Shaw, etcétera; la Contemporánea,

por los Sebastiá, Carnero, Ruiz Torres, Forcadell, Villares, Cabrera, Granja y Luengo, y muchos más,

a los que se unen desde la Historia del Derecho Tomás y Valiente o M. Peset, y desde la Economía

Aplicada el grupo formado por García Delgado, Serrano, Costas, y sus equipos.

Desde 1970, aproximadamente, van a sucederse una acelerada serie de hechos sintomáticos

del desarrollo de nuestra disciplina entre los que podríamos destacar ciertas publicaciones emble-

máticas, el primer Coloquio de Historia Económica, celebrado en Barcelona en 1972 (al que suce-

derán, ya como congresos sistemáticos, los de Alcalá, 1981; Segovia, 1985; Alicante, 1989, San

Sebastián, 1993; Gerona, 1997; Zaragoza, 2001; Santiago, 2005); los seminarios en la UIMP de

Santander sobre Historia de la Hacienda en España, y los dirigidos por Sánchez-Albornoz y Nadal;

los Simposios de Análisis Económico, organizados por la Universidad Autónoma de Barcelona; los de

22 Carlos BARROS: «El retorno...», art. cit.

23 Lorenzo DÍAZ y otros: Bibliografía sobre marxismo y revolución, Madrid, Dédalo, 1978.

24 G. ANES: «Los estudios de Historia Económica en la Universidad española (1943-1983)», en Economistas [Madrid],

3 (agosto de 1983), p. 29.

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Lucidez y generosidad del historiador que explicaba a Marx

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Historia Cuantitativa; los de Archivos Económicos de Entidades Privadas (1982 y 1986); los trabajos

del Grupo de Estudios de Historia Rural; la aparición en 1983 de la Revista de Historia Económica;

los trabajos aparecidos en otras muchas revistas científicas; los encuentros sobre Didáctica de la

Historia Económica celebrados a partir de 1990, la edición desde 1991-1992 de las nuevas revistas

Noticias de Historia Agraria e Historia Industrial; las revistas en catalán Recerques y L’Avenç, y la

valenciana Debats, la murciana Áreas, etc., amén de la abundancia de artículos, y aun de monográ-

ficos sobre historia económica en otras también muy prestigiosas como Hacienda Pública Española,

Papeles de Economía Española, Ayer, Historia Contemporánea, Historia Social, etcétera.

A lo largo de todo este tiempo, se han ido conformando, aunque casi nunca de una manera

cerrada, diversas escuelas, y se han mantenido numerosos debates teóricos de cada vez mayor

riqueza y vigor teórico, como el planteado sobre las causas del atraso económico español. En cuan-

to a los aspectos teóricos, aparte de los tres historiadores estudiados monográficamente más ade-

lante, merecen citarse los trabajos del economista de la Universidad de Barcelona Alfóns Barceló,

quien, en línea con la visión neorricardiana de Sraffa, analiza la actividad económica a través del

prisma reproductivo. Partir de la reproducción social implica de forma automática considerar pro-

ducción, distribución y consumo como momentos de una totalidad, como eslabones de una espi-

ral ilimitada, como fenómenos complementarios y concomitantes que se hallan profunda y esen-

cialmente interconectados. El enfoque se dirige a los bienes escasos cuya cantidad es finita (de ahí

sus conexiones con el enfoque ecológico), y se enfrenta con la vaciedad y acartonamiento del

estructuralismo althusseriano, que rechaza la historia como saber potencialmente científico25.

En los últimos tiempos, al igual que en otros ámbitos, no han faltado, incluso entre sectores

ciertamente progresistas, importantes críticas, casi siempre parciales y, sobre todo, a los aspectos

más mesiánicos del marxismo. Así, Bermejo advierte de que la última de las simplificaciones his-

tóricas del marxismo consistió en suponer que la Historia tenía un sentido, que era un proceso

de tipo teleológico en el que, partiendo de una situación de igualdad primitiva, se llegaría a supe-

rar la existencia de las desigualdades y de la explotación del hombre por el hombre para llegar a

una sociedad perfecta 26. La verdad es que era una utopía hermosa, creer que la humanidad cami-

naba permanentemente, esperanzadamente, hacia una meta de superación continua. Pero algunas

de las consecuencias de la globalización, la actitud de los grandes países industriales ante el ham-

bre y la miseria en el Tercer Mundo, etcétera, rompen o, al menos, debilitan las más firmes creen-

cias en ese progreso indefinido y justo.

Juan José Carreras, un historiador con sordina

El caso de Juan José Carreras Ares (La Coruña, 1928) es bastante distinto de los de Tuñón y Fontana.

Si tuvo, como el primero, una dura experiencia en la guerra civil (su padre, empleado de Correos y

Telégrafos, fue fusilado por los sublevados con Franco) y hubo de marchar a una larga permanen-

cia en el extranjero, ahí terminan los parecidos, pues sus relativamente más escasas publicaciones

y su asidua participación en congresos, simposios, encuentros, así como en tribunales de doctora-

do, y su especial atención personal a alumnos, investigadores, cuantos se acercan buscando su

consejo, le asemejan más a Fontana, con quien comparte, además de ese estilo pausado y silencio-

so (frente a la carismática teatralidad de Tuñón, sus actos multitudinarios, su énfasis oral), una

militancia de izquierdas, junto a las gentes del PCE, constante e inamovible, a pesar de los trasce-

dentales cambios que se producen entre 1956 y nuestros días.

25 Alfóns BARCELÓ: Reproducción económica y modos de producción, Barcelona, Ediciones del Serbal, 1981.

26 José BERMEJO BARRERA: Psicoanálisis del conocimiento histórico, Madrid, Akal, 1983, p. 87.

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Con su madre, y al amparo también de su tío, el lusista José Ares Montes, viven en Madrid,

donde se licencia en Historia (1950) y doctora cuatro años más tarde, en los que ha sido ayudan-

te de Ángel Ferrari y Santiago Montero, su director de tesis, un gallego profundamente liberal. En

esos años de estudiante y joven profesor, milita en la izquierda antifranquista, frecuenta el Ateneo

y otros centros culturales, los más progresistas y abiertos, y forma parte de la conocida como gene-

ración de 1956 (que incluye a los Aldecoa, Carmen Martín Gaite, Jesús Fernández Santos, Sánchez

Ferlosio o la que será su esposa, M. Carmen López Candenas, y, en lo político, a R. Tamames,

E. Múgica, J. Semprún, N. Sánchez-Albornoz, Vicente Girbau, etcétera.

Pero las posibilidades de abrirse paso en la mediocre y, en general, fascista Universidad del

momento, le llevan a marchar a Alemania, donde reside entre 1954 y 1965 trabajando como pro-

fesor del Instituto Británico y la Universidad de Heidelberg, vinculado a Werner Conze, uno de los

principales reformadores de la tan maltrecha historiografía alemana de posguerra. Su dominio del

alemán le permite leer a los grandes clásicos, y también a Marx y Engels en sus escritos originales,

y le engarza con una de las principales, y menos conocidas en España, tradiciones historiográficas

europeas. Citemos, por ejemplo, su espléndido prólogo al tomo II de la edición española de la céle-

bre Historia de Roma, de Theodor Mommsen27, o, ya de vuelta, varios importantes trabajos en la

revista Hispania, y sus viajes a varios congresos en Leipzig y Mainz, en los años ochenta. La histo-

ria alemana contemporánea, en que es reconocido como el máximo estudioso español, y el mar-

xismo, le han llevado a publicar diversos estudios, como el dedicado a Marx-Engels (1843-1846):

el problema de la Revolución (Madrid, CSIC, 1968) o a coordinar tomos como el dedicado por Ayer

al Estado alemán (1992).

Al regreso, obtiene por oposición una cátedra en el prestigioso Instituto Goya de Zaragoza,

desde la que, tras unos meses en Granada como profesor agregado de Universidad, regresa a la de

Zaragoza en el mismo año, 1969, con el mismo cargo. Desde allí, se ocupa en 1974 de organizar

las enseñanzas de Historia Económica en la nueva Facultad de Ciencias Empresariales, años inolvi-

dables para mí, en los que trabajé a su lado y aprendí muchas claves de la historia y el pensamien-

to económicos. Finalmente, para acceder a una cátedra, debe viajar (su gremio le pone las cosas

muy difíciles, sin duda por su clara connotación política) a la Universidad de Santiago de Com-

postela (dos medios cursos, en 1977-1978) y a la Autónoma de Barcelona (1978-1980), de la que

regresará, ya como catedrático, a la de Zaragoza, donde tras ejercer dieciocho años, sería nombra-

do profesor emérito en 1998.

Una summa de sus principales estudios, vio luz en un libro de gran interés: Razón de Historia.

Estudios de Historiografía28. La ordenación de los veintidós trabajos los agrupa en cinco capítulos

referidos a los historiadores alemanes (de Ranke a Kocka); temas y problemas de la historiografía

europea; historia y marxismo; sobre préstamos y acosos (en defensa de la historia), y una mirada

europea sobre el siglo XX.

Quiero citar otro texto suyo, en que revela su profundo conocimiento y capacidad dialécti-

ca, en un célebre coloquio en que enfrentó sus tesis a las de Santos Juliá:

Marx era un hombre enormemente leído, muy documentado en su época, de gran cultura,

y sabía perfectamente bien todo el problema del consenso social, por ejemplo. Parece

como si Gramsci hubiese descubierto que una sociedad no puede sentarse sobre las bayo-

netas. Hace falta que la sociedad, cualquier tipo de sociedad, aparte de las fuerzas repre-

27 Theodor MOMMSEN: Historia de Roma, Madrid, Aguilar, 1960, pp. 11-38.

28 Coedición de Marcial Pons-Historia y Prensas Universitarias de Zaragoza, Madrid, 2000, con selección, anotación

y estudio preliminar de Carlos FORCADELL.

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sivas, tenga alguna cohesión, alguna ideología. Ese era un

viejo problema: cómo se constituye una sociedad, por qué

los hombres obedecen [...] Y toda la polémica de Marx du-

rante el 47, o más exactamente desde el 46 hasta el 50, es

sencillamente decir: señores, no se puede hacer la revolución

socialista ahora, no se puede intentar ahora la revolución

final. Hay que hacer en Alemania una revolución burguesa

y solamente burguesa29.

La figura de Juan José Carreras, de talla media y mirada pene-

trante, educadísimo y amable, no tímido pero sí prudente, vestido

siempre informalmente, fumador empedernido (cuando se tercia-

ba, de buenos habanos), lector hasta la adicción de cuanto fueran

fuentes fiables de información, ricas bibliografías, prensa diaria y

revistas sesudas, amante de la conversación reposada y confiada,

susurrante y bienhumorado siempre, se engrandece con el paso del

tiempo, para cuantos le conocimos y quisimos. Conocedor de todas

las corrientes ideológicas, de todos los matices y explicaciones, de

los aspectos verdaderamente sustanciales de los hechos, era muy

generoso en ofrecer y transferir cuanto sabía. Su vida personal,

muy afectada por los avatares familiares y la larga mano de la dic-

tadura franquista, le conformó como un resistente puro, un tenaz

y esperanzado reformador, cuando en sus ideas estaba una trans-

formación por entonces imposible, de carácter revolucionario.

En todos sus destinos captó Carreras la simpatía y afecto de

colegas y discípulos por su exquisita amabilidad, sus detalles, su

agudeza en las orientaciones (se hablaría, como hiciera Joaquín

Costa de Giner de los Ríos, de su don de consejo), su dominio de

la bibliografía alemana y mucha de la europea. Considerado por

muchos profesores de Historia Contemporánea como su mentor y

asesor (caso de Ramón Villares y Pedro Ruiz, Ismael Saz y Encar-

na Nicolás, Carlos Forcadell y el magnífico equipo del que supo

rodearse en Zaragoza), mantuvo siempre excelente relación con

los otros dos maestros citados: asistió en alguna ocasión a los Co-

loquios de Pau, y al homenaje a Tuñón en Santander (además de

ser su padrino cuando Zaragoza le hizo doctor honoris causa), a

la vez que invitaba cuanto le era posible a Fontana a la Facultad

de Letras, y departía con él ante los alumnos en inolvidables ve-

ladas.

Carreras, que no era partidario de publicar mucho y llevaba

fama —falsa— de ágrafo, participaría en numerosos libros colecti-

vos sobre Historiografía, sobre Rafael Altamira, sobre la Universi-

dad española bajo el franquismo, e impartiría cursos de doctora-

do, además de en Zaragoza, en las Universidades Complutense, del

29 El marxismo en España, pp. 113-123 y 127. Hace luego unas considera-

ciones muy interesantes sobre las ideas de Historia en Marx, los modos

de producción, sus contradicciones, etcétera.

Juan José Carrerasconocía y enseñaba bienel pensamiento crítico de Marx.

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País Vasco, de Alicante y Valencia. Y en todos esos casos, dominando la bibliografía, lo que le

permitía hacer citas oportunísimas, que se insertaban en textos en los que predomina la brillan-

tez y la voluntad de estilo.

Donde no concuerda con Fontana, ni con Villares o Ruiz Torres, es en la historia de las nacio-

nalidades. En un reciente trabajo sobre los nacionalismos europeos de los dos últimos siglos, con-

cluye que es grande la soledad de los nacionalismos peninsulares contemplados en el marco de

la Europa occidental; sin embargo, citando una frase de Forcadell nada menos que en Vitoria (una

buena noticia: los historiadores profesionales no son nacionalistas), replica que

seguramente tiene razón, pero los historiadores nacionales españoles, tan poco nacionalis-

tas como ahora los alemanes o los franceses, están obligados a prestar mayor atención que

aquéllos al nacionalismo de los nacionalistas... Y precisamente porque no somos naciona-

listas debemos esforzarnos en comprender este fenómeno, en su soledad europea, como

resultado de todo un proceso histórico y no como consecuencia únicamente de las ideas y

actos de los nacionalistas30.

Su penetrante influjo en Andalán

Pero no solo fue Carreras un excelente profesor, un buen amigo de sus alumnos, un investigador

concienzudo. También ha tenido un gran protagonismo en la vida cívica. Presente en todos los

acontecimientos relevantes de la vida política, social, cultural (lo que sigue siendo raro en un cate-

drático universitario), su compromiso con la izquierda y con la cultura fue ejemplar.

Especialmente relevante fue su papel en la Junta de Fundadores de la revista Andalán, duran-

te muchos años (1975-1987). Invitado a sumarse al grupo editor, lo hizo con claro compromiso,

acudiendo a casi todas las reuniones, incluso en la época en que tuvo su destino lejos, al ser siem-

pre en lunes las reuniones. En ellas su opinión tenía siempre un peso especial y su mesura, agude-

za y prudencia ayudaron más de una vez a superar conflictos. Él redactaba sobre todo artículos de

análisis político nacional e internacional, que firmó con el seudónimo que nada ocultaba H.J.

Renner (el conocido líder marxista, que llevaba curiosamente sus propios nombres y apellido en

alemán)31.

Un rápido repaso a algunos textos y citas nos permite atisbar la decisiva trascendencia de sus

escritos, aparecidos en una revista de provincias de notable repercusión durante el final del franquis-

mo y los primeros tiempos de la transición democrática, por su tono radical y la sañuda persecución

de que fue objeto (secuestros policiales, expedientes, prisión del director, etcétera). Este compromi-

so con el día a día, que puede observarse en algunos raros casos de historiadores32, nos muestra la

importancia de analizar el presente desde una sólida preparación y una excelente documentación.

En política internacional destacan sus escritos sobre Europa (temas económicos y comunita-

rios), Alemania, Francia, Grecia, Yugoslavia, Polonia y Portugal en profundo cambio (la Revolución

de los Claveles) en abril de 1974, proceso que glosa enfatizando la normalidad de un proceso. Y,

30 J.J. CARRERAS: «De la compañía a la soledad. El entorno europeo de los nacionalismos peninsulares», L’Esmo

[Huesca], 9 (2000), pp. 24-41.

31 Según mis fichas, se trata de 56 trabajos, perfectamente documentados, en su mayoría publicados en los perio-

dos 1975-1977 y 1982-1987, en que yo ocupaba la dirección de la revista.

32 Otros casos, TUÑÓN, autor de un memorable artículo en la muerte de Franco y muchos otros en prensa y revis-

tas; y FONTANA dando ejemplo actualmente tras años como emérito con sus vibrantes artículos mensuales en la

revista Tiempo.

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desde luego, la URSS. Hizo una dura crítica a las opacidades soviéticas, con motivo de la muerte

de Breznev: El recurso al concepto de la burocracia no es más que un consuelo metodológico, que

sublima las sórdidas luchas personales de una gerontocracia ávida de poder, al desvelarlas como

luchas entre grupos sociales... Hay, tiene que haber, burocracias, clanes, grupos de presión, cen-

tros de decisión de contenidos y fines diversos. Nada de éstos sabemos33. También sobre China,

Marruecos, Líbano, Argentina (guerra de las Malvinas), etcétera.

O sus informes sobre temas marxistas: de modo especial el Eurocomunismo.

Se trata sencillamente de preconizar una democracia avanzada que, sin renunciar a ningu-

na de las libertades existentes, ‘termine llevando a la sociedad europea fuera de la lógica

capitalista’. Para un observador cualquiera, lo que llama la atención no es tanto el acuerdo

en sí, como la aparente resistencia que en los últimos meses habría mostrado el partido

comunista francés a incorporarse a la nueva política. Repetidamente, los franceses se habían

encontrado solos al lado de los soviéticos en multitud de ocasiones... A este nuevo plantea-

miento se ha adaptado con mayor flexibilidad un partido como el italiano. Y afirma, final-

mente, que ‘parecen ya muy lejanos los motivos que provocaron la escisión del socialismo

europeo en los años veinte’. Pero, claro está, la reunificación no es para mañana, ni para

pasado mañana 34.

Pero también el sesenta aniversario de la III Internacional, en el que escribe:

Es legítimo apoyarse en el presente para detectar los errores del pasado, pero resulta histó-

ricamente inadmisible explicar el destino del movimiento obrero europeo apoyándose tan

solo en la crítica de los textos que reflejan las ilusiones y los errores de aquel grupo de revo-

lucionarios que, hoy hace sesenta años, se reunían en las salas del Palacio de Justicia de

Moscú para proclamar ‘la causa de la Revolución mundial ’ 35.

Y hace una sutil dirección del XVI Congreso del PCI, glosando los pasos dados por el inteli-

gente Berlingüer.

Es sobre Mao uno de sus mejores trabajos. En él señala cómo

pocas de las grandes figuras de la historia han sabido prever con más clarividencia el plan-

teamiento, desarrollo y resultado final de una guerra revolucionaria. Después vendrán cos-

tosos fracasos, las ‘Cien flores’ o ‘El Gran salto adelante’ o experiencias discutidas como la

revolución cultural. Vendrá también cierta ambigüedad en el protagonismo y responsabili-

dad de Mao en muchas ocasiones; que se reflejará tanto en la oscuridad de ciertos episo-

dios (la eliminación de Lin Piao) como en el desconcertante hecho de que la edición de sus

obras se detenga abruptamente en 1949. Desde los primeros sesenta la figura de Mao cobra

una nueva dimensión fuera de China, con la aparición de grupos políticos ‘maoístas’ en el

Occidente europeo,

y la defensa de sus tesis políticas llegará a veces a sublimarlas, como expresión de una nueva

filosofía y concluye que, si bien el

carácter moral y puritano de la revolución china en Mao, su preocupación por la igualdad

en un medio campesino ya amenazado por la diferenciación urbana, supuso para muchos

un reto muy diferente al que en su época representó la revolución soviética. Sólo en los últi-

33 Andalán, 368 (1982), p. 8.

34 Andalán, 90 (1976), p. 15.

35 Andalán, 212 (1979), p. 11.

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mos años ha venido a empañar esta imagen una política exterior que parece más atenta a

los intereses del ‘maoísmo en un solo país’, que a la fraternidad revolucionaria de los paí-

ses tercermundistas36.

Un espléndido trabajo contribuyó a celebrar en 1983 el centenario de Marx, analizando sus

diversas muertes, siempre anunciadas, su discutible carácter de epígono de la burguesía, lo incom-

pleto de su obra, el carácter demasiado europeo y su ubicación decimonónica, a propósito de la

cual afirmaba:

Marx construyó un mundo que todavía no existía a partir de una muestra muy pequeña,

una muestra que integraba, a lo más, parte de Inglaterra, algunas regiones privilegiadas en

su desarrollo industrial de la Europa occidental y unos Estados Unidos todavía esclavistas

y con una sociedad de frontera. Esta era la Europa de los cincuenta y los sesenta, la época

de la redacción de su gran obra. Nuestro mundo, el mundo capitalista de Occidente, se pare-

ce mucho más al cuadro que nos ofrece Marx, de lo que podría parecerse la Europa en la

que vivió el autor de El Capital37.

Hay un artículo muy celebrado, sobre la dictadura del proletariado:

¿Cómo va a ser un dogma un término que ha cubierto contenidos tan diversos como el

moderado Manifiesto de 1848, la eruptiva Comuna de París, o la imponente arquitectura

burocrática de la Rusia de Stalin? Más que dogma, la dictadura del proletariado habría

constituido un término mantenido por fidelidad a sus orígenes, y que a pesar de haber mos-

trado suficiente flexibilidad y aun vaguedad en sus contenidos, resulta ahora, por razones

evidentes, de un uso cada vez más incómodo en la Europa de nuestros días38.

Hizo también certeras semblanzas sobre el historiador marxista A. Ramos Oliveira, el dirigen-

te y escritor ex comunista Jorge Semprún, los políticos Malraux, Helmut Schmidt, Pietro Nenni, o

Gorbachov y un magistral estudio sobre Thomas Mann republicano y antifascista.

Sobre España se ocupa del final del franquismo. Carreras ironiza sobre los malabarismos de

la transición española: la muerte del general Franco desató la generalización de términos antes

sólo muy cautelosamente utilizados, como ‘poder personal’, ‘régimen de excepción’ y aun ‘auto-

cracia’, en voz del Congreso de la Democracia Cristiana celebrado últimamente en Madrid 39. Y

luego, del golpismo de 1981, afirma que:

no es muy aventurado afirmar que a la larga el peligro para la democracia en España ya no

va a ser el golpismo, y mucho menos la guerra civil [...] Pero el terrorismo, el paro y la crisis

económica, y ese cuidadosamente ‘desencanto’ de la política y los partidos puede propiciar

movimientos de opinión neofascistas que sirvan de plataforma para militares o civiles que

no vacilen, como hicieron Hitler y Mussolini, en vestirse de etiqueta para presidir ‘gobiernos

de unidad nacional’ 40.

Tiempos después añade:

evidentemente, el carácter distintivo del franquismo consiste en carecer de un auténtico

partido de masas, pues la Falange constituye sólo un grupúsculo de idealistas y pistoleros,

36 Andalán, 98 (1976), p. 13.

37 Andalán, 379 (1983), pp. 35-36.

38 Andalán, 84 (1 de marzo de 1976), pp. 13-14.

39 Andalán, 85 (1976), p. 13. Como es sabido, este es un debate semejante al portugués sobre el régimen de Salazar.

40 Andalán, 310 (1981), p. 5.

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Lucidez y generosidad del historiador que explicaba a Marx

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que no tiene tiempo de aprovechar la coyuntura y entra en la guerra civil desempeñando un

papel subsidiario. Para muchos esto constituye la razón fundamental para denegar el carác-

ter de fascismo al franquismo. Pero la cuestión consiste precisamente en que al fascismo

franquista no le hacía falta tal partido.

Y, más adelante:

no deja de constituir un detalle de humor negro bautizar de modernizante a un régimen que

paralizó el desarrollo económico y cultural del país durante casi quince años41.

Recuerdo especialmente su empeño en explicar el papel de la derecha y el Opus Dei en una

reseña:

[...] si los articulistas serios se obstinan en citar a Max Weber al hablar del Opus, la única

manera de no mentar su santo nombre (el de Max Weber, claro) en vano, sería evitar refe-

rirse a los heroicos primeros empresarios que nos muestra el autor en su gran obra, y remi-

tirse a los intrigantes especuladores judíos que evoca en su larga y acre polémica con

Sombart. Así, las cosas quedarían mejor42.

Y, algún tiempo después, glosando la obstinada defensa de Calvo Serer de la entera libertad

a sus miembros en la elección de su credo político, señala que el problema consiste precisamen-

te en... [que] al revés de las otras órdenes, institutos o estamentos de la Iglesia católica, el Opus

Dei durante el franquismo nunca cayese en la tentación de albergar orgánicamente en su seno

una corriente de resistencia a la dictadura y a la injusticia, a la tortura y a la persecución43.

Un muy curioso texto literario, pura ficción aunque trufada de apariencias documentales, fue

su galerada (una especie de separata literaria que se publicó en los últimos tiempos, la suya fue la

n.º 38), divertimento críptico/ideológico que escribió en las Navidades de 1979. Jamás le faltó el

sutilísimo sentido del humor.

En fin, glosaría las dificultades del PCE, la victoria del PSOE en 1982 y su defensa de la

OTAN, etcétera. Esa visión vibrante del presente, a la luz de un pasado que aún conserva brasas,

habrá de merecer un día no lejano una cuidada edición, para ejemplo de tantos académicos afec-

tados de angelismo.

41 Andalán, 400-401 (1984), pp. 4-6.

42 Andalán, 377 (1983), pp. 20-21.

43 Andalán, 404 (1984), p. 6.

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Dice Peter Novick que la idea y el ideal de objetividad fue

la roca sobre la que se constituyó la profesión histórica,

su razón de ser. Ha sido la verdad que la profesión ha

premiado y alabado sobre todas las demás —tanto en los

historiadores como en sus trabajos. Es el término sagra-

do por excelencia, como la salud para los médicos o el va-

lor para los militares. Cualquiera que se interese por lo

que incumbe a los historiadores —lo que hacen, lo que

piensan o lo que deberían estar haciendo cuando escriben

historia—, debería comenzar por interesarse en la cues-

tión de la objetividad1.

Los principales elementos de esa idea, según Novick,

son bien conocidos:

La suposición sobre la que descansa incluye un com-

promiso con la realidad del pasado y con la verdad

como correspondencia a esa realidad; una aguda se-

paración entre conocedor y conocido, entre hechos y

percepciones y, sobre todo, entre historia y ficción.

Los hechos históricos son vistos como previos a, e

independientes de, la interpretación: el valor de una

interpretación se juzga por cómo explica los hechos;

si los hechos la contradicen, debe ser abandonada.

La verdad es una, no dependiente de la perspectiva.

Cualquier modelo que existe en la historia se ‘en-

cuentra’, no ‘se hace’. Aunque generaciones sucesi-

vas de historiadores puedan, con el cambio de sus

perspectivas, atribuir diferentes significados a los

acontecimientos del pasado, el significado de esos

acontecimientos no cambia2.

El papel del historiador objetivo, por lo tanto, aña-

de Novick, es el de un juez neutral y nunca debe degene-

rar en el de abogado o, peor aún, en el de propagandista.

Los límites de la objetividady el desafío posmodernista

JULIÁN CASANOVA

Universidad de Zaragoza

1 Peter NOVICK: That Noble Dream. The «Objectivity Question» and

the American Historical Profesión, Cambridge, Cambridge Uni-

versity Press, 1988, pp. 1 y 6. Imaginativo y provocador, no co-

nozco otro libro que explique mejor la elaboración, los cambios

y la defensa de un ideal del que casi todos los historiadores ha-

blan y sobre el que casi nadie sabe nada.

2 Ibídem, p. 2.

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Page 326: Razones Del Historiador

JULIÁN CASANOVA

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Del historiador se espera equidad y juicio justo y, al igual que ocurre con los jueces, esas virtu-

des se conservan a través del aislamiento de la profesión histórica de las presiones sociales de

las influencias políticas. Alejados del partidismo y la parcialidad, la principal y primera lealtad

del historiador es con la verdad histórica objetiva y con los otros colegas que comparten un

compromiso de avanzar hacia esa meta.

Algunos de los ingredientes de esa idea de la objetividad fueron reelaborados y reinterpreta-

dos durante el siglo XX. Hoy, tras los debates de los últimos años de ese siglo, hay menos confian-

za en que el historiador pueda librarse de percepciones y contaminaciones externas y, en conse-

cuencia, una tendencia a basar la objetividad más en mecanismos sociales de crítica y menos en

las virtudes de los individuos. Tras el ascenso de la historia social frente al historicismo y la histo-

ria política tradicional, hay menos convicción, aunque todavía queda mucha, de acercarse al pasa-

do sin preconcepciones, dejando a los hechos hablar por sí mismos; se toleran más las hipótesis

y se pone más énfasis en que las interpretaciones puedan ser verificadas por los hechos, en vez de

derivarse de ellos. Pese a estas modificaciones, sin embargo, los usos oficiales del concepto de obje-

tividad permanecen todavía poderosos y quizá incluso dominantes.

Peter Novick distingue varias fases en la evolución de la conexión entre la cuestión de la obje-

tividad y la profesión histórica norteamericana, que, con matices, pude aplicarse a Inglaterra y al

continente europeo. En la primera, desde la fundación de la profesión histórica en los años ochen-

ta del siglo XIX hasta el estallido de la Primera Guerra Mundial, la objetividad se estableció como la

norma central en la profesión. En el periodo de entreguerras, cambios en la sociedad, la cultura y la

política produjeron cierto relativismo histórico, que, aunque nunca llegó a ser dominante, puso a

los creyentes en la objetividad a la defensiva. Los años posteriores a la Segunda Guerra Mundial,

especialmente los de la Guerra Fría, presenciaron el intento por parte de la profesión histórica de

establecer una nueva síntesis objetivista, convirtiendo en trivial la crítica relativista. Desde finales

de los años sesenta, aunque en Europa quizá una década más tarde, se asiste al colapso de esa sín-

tesis posbélica, adentrándose la profesión en el período actual de confusión, polarización e incer-

tidumbre, en el que la idea de la objetividad histórica has sido más problemática que nunca3.

Es esa última fase la que interesa discutir aquí, aunque antes centraré algunos aspectos bási-

cos del debate sobre la objetividad.

¿Qué es un hecho histórico? La mayoría de los historiadores que, desde Ranke, pusieron los fun-

damentos de la profesión histórica lo tenían muy claro, fueran los historicistas en Alemania o los his-

toriadores empíricos en Gran Bretaña. Un hecho histórico era algo que había sucedido en el pasado

y que había dejado huella en documentos para que pudieran ser reconstruidos por el historiador. Esa

historia empírica y científica había encontrado desde finales del siglo XIX sus principios básicos: el

examen riguroso de las pruebas históricas, comprobadas por una investigación imparcial libre de creen-

cias a priori y de prejuicios; y un método inductivo de razonamiento, de lo particular a lo general4.

3 Ibídem, p. 16. Sigo aquí a Novick consciente de que en Europa hay buenos y quizá mejores ejemplos del rechazo a

la objetividad y a la realidad, en favor de la representación, ya desde el último tercio del siglo XIX, como muestra

la obra de Johann Gustav Droysen (1838-1908), para quien la interpretación ya precedía al estudio de los hechos.

Hay pistas sugerentes para todo ese debate, que es también el debate sobre las múltiples formas de abordar la his-

toria, en Raphael SAMUEL: History Workshop, 32 (1991) (versión castellana en Historia Contemporánea, 7 [1991]).

4 Una introducción a ese tema en Jonathan DANCY: Introduction to Contemporary Epistemology, Oxford, Oxford

University Press, 1985. Hay una buena discusión sobre la relación entre los historiadores y los hechos, con la que

estoy en deuda, en Richard EVANS: In Defence of History, Londres, Granta Books, 1997 (con una edición ampliada,

que es la que he utilizado, de 2000). Tocan también la cuestión Anna GREEN y Kathleen TROUP: The houses of history.

A critical reader in twentieth-century history and theory, Manchester, Manchester University Press, 1999, pp. 1-32.

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Los límites de la objetividad y el desafío posmodernista

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Implícitos en esos principios, había también una teoría del conocimiento. El pasado existía

independiente de la mente de los individuos y el historiador debía ser capaz de representar el pasa-

do objetivamente y con precisión. La verdad de una explicación histórica residía en su correspon-

dencia con los hechos. En eso consistía el noble sueño de la profesión histórica, en la búsqueda de

la objetividad. La teoría ideológica, declaró sir Geoffrey Elton, amenaza el trabajo del historiador

sometiéndolo a esquemas explicativos predeterminados y forzándolo así a acomodar sus prue-

bas para que a su vez encaje en el paradigma impuesto desde fuera. Quitarse de encima todos los

prejuicios y preconcepciones, leer el material dejado por el pasado en el contexto del día que lo

produjo, mantener alejado el presente del pasado. Esos eran los principios que debían guiar en todo

momento al historiador según la difundida e influyente posición de sir Geoffrey Elton5.

Nacido en Alemania en 1921, Geoffrey Elton había estudiado en Praga y completó su tesis

doctoral en la Universidad de Cambridge sobre el gobierno de los Tudor en la Inglaterra del siglo

XVI. En ese trabajo, una investigación ejemplar de historia administrativa, Elton anticipó algunos

de los rasgos que le iban a convertir en uno de los más conocidos defensores del empirismo como

teoría del conocimiento. El libro que salió de la tesis se titulaba England under the Tudors (publi-

cado por primera vez en 1955), pero en realidad era la historia de una dinastía identificada, con-

fundida en la narración, con la historia nacional. Como el mismo Elton declaró frente a sus críticos,

su interpretación del gobierno de los Tudor le surgió no porque él tuviera una mente naturalmen-

te autoritaria que buscaba las virtudes en los gobernantes, sino porque las pruebas encontradas

le llevaron a ello6.

Ya a principios del siglo XX, varias décadas antes de que Elton formulase esa defensa neo-

rrankeana de la historia, basada en las fuentes más que en las teorías y en las ideas del historia-

dor, uno de su predecesores como Regius Professor de Historia en la Universidad de Cambridge,

John Bagnell Bury (1861-1927) había acuñado aquella sentencia famosa de que la historia es una

ciencia, ni más ni menos. Una ciencia debido a su minucioso método de análisis de las fuentes y

a su escrupulosamente exacta conformidad con los hechos. No había habido historiador desde el

principio de los tiempos, decía Bury, que no hubiera profesado ese único objetivo de presentar a

sus lectores la verdad sin mancha ni pintura 7.

Tanto Bury como Elton, por lo tanto, creían que utilizar el método histórico correcto era la

clave para revelar la verdad sobre el pasado. Ambos compararon la creación del conocimiento his-

tórico con la construcción de un edificio con ladrillos y mortero. Cada trabajo de investigación

publicado representaba un ladrillo, sin preocuparse demasiado, según ellos, de cómo se acabaría el

edificio. En realidad, nadie podía saber cómo acabaría. El edificio, al final, sería el resultado de la

labor de incontables historiadores, artesanos cualificados, que eso es lo que eran en definitiva los

historiadores8.

5 Geoffrey ELTON: Return to Essentials. Some Reflections on the Present State of Historical Study, Cambridge,

Cambridge University Press, 1991, pp. 27, 65 y 68. Citado por Richard EVANS: In Defence of History..., op. cit., p. 75.

6 Geoffrey ELTON: The Practice of History, Sydney, Sydney University Press, 1967, p. 121.

7 «The Science of History», conferencia inaugural impartida en 1902 cuando sucedió como Regius Professor de

Historia Moderna en Cambridge a lord Acton. Utilizo aquí la versión que aparece en The Varieties of History.

From Voltaire to the Present, una edición de textos básicos de diferentes historiadores, desde Voltaire a Fogel,

pasando por Ranke o Braudel, seleccionada e introducida por Fritz STERN, Nueva York, Vintage Books, 1973 (pri-

mera edición en 1956). El texto de Bury en las pp. 210-223. Bury, según los datos que aporta Stern, era un filó-

logo clásico, convertido después en historiador del imperio romano, y que acabó sus días desencantado con la

posibilidad de establecer causalidades históricas y defendiendo el papel de la mera casualidad en la historia.

8 Anna GREEN y Kathleen TROUP: The houses of history..., op. cit., p. 4.

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JULIÁN CASANOVA

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Con la información factual e irrefutable situada en el corazón de la investigación histórica,

el método de establecer la veracidad de las pruebas se convirtió en algo esencial desde Ranke. Pero

esos criterios para valorar los documentos comenzaron a mostrar sus límites cuando los historia-

dores, entrado ya el siglo XX, expandieron su foco de atención más allá de las elites gobernantes.

La mayoría del material documental había sido creado y guardado por las elites de la sociedad y

para reconstruir las vidas y experiencias de los de abajo, el historiador debía encontrar otras fuen-

tes y técnicas. Se ampliaba el foco y se ampliaban las fuentes, y eso significaba que, en la mayo-

ría de las ocasiones, resultaba virtualmente imposible para cualquier historiador moderno contro-

lar y leer todas las fuentes existentes sobre su investigación. Surgió así el relativismo, la creencia

de que la verdad absoluta es inalcanzable y de que todas las afirmaciones sobre la historia están

conectadas con (o son relativa a) la posición de quienes las hacen.

Una de las primera manifestaciones de esa crítica a la objetividad la abanderó el historiador

norteamericano Charles A. Beard (1874-1948). El historiador, escribió Beard, no podía ser un espe-

jo neutral del pasado: Nosotros no adquirimos la mente neutral, sin color, porque declaremos

nuestra intención de hacerlo así. Lo que hacemos, más bien, es clarificar la mente al admitir sus

intereses y las normas culturales —intereses y normas que controlarán, y estorbarán, la selección

y organización de los materiales históricos 9.

La crítica relativista subió años más tarde de tono, y ganó en profundidad, con la aparición

del afamado e influyente libro What is History?, publicado en 1961 por Edward Hallett Carr (1892-

1983). Carr argumentó que un hecho pasado no llegaba a ser hecho histórico hasta que no era

aceptado como tal por los historiadores. Desafió así la creencia de que la historia constituía sim-

plemente una materia de hechos objetivos y su obra resultó, y así fue utilizada por generaciones

posteriores, el ataque más enérgico surgido en el mundo británico frente al empirismo y la falsa

objetividad. Los hechos, venía a decir Carr y repitieron muchos historiadores sociales durante los

años sesenta y setenta, no se captan objetivamente por el observador, ya que este solo ve aquello

que está interesado por ver y sus intereses se hallan condicionados por su vida entera.

Los hechos históricos, de acuerdo con Carr, proceden en buena medida de testimonios perso-

nales, por lo que han sufrido otra refracción más al pasar a través de la subjetividad del testigo o

transmisor original. En palabras suyas, los hechos de la historia nunca nos llegan a nosotros en

estado ‘puro’, puesto que ni existen ni pueden existir en una forma pura: siempre hay una refrac-

ción al pasar por la mente de quien los recoge. De ahí procedía la definición de historia de Carr

tantas veces repetida: un proceso continuo de interacción entre el historiador y los hechos, un

diálogo sin fin entre el presente y el pasado10.

9 «That Noble Dream», publicado en 1935, reproducido en Fritz STERN (ed.): The Varieties of History, de donde tra-

duzco la cita (p. 328). Beard fue, junto con James Harvey Robinson (1863-1936) y Frederick Jackson Turner

(1861-1932), uno de los primeros historiadores en rechazar en Norteamérica las premisas de la historia tradicio-

nal y en plantear la relación de la historia con las ciencias sociales, lo que se llamó New History, tras el mani-

fiesto de Turner aparecido en 1912. Sobre esos historiadores escribió ya hace años Richard John HOFSTADTER

(1916-1970), un historiador conservador muy influyente en la historiografía estadounidense: The Progressive

Historians, Nueva York, 1968.

10 Edward H. CARR: ¿Qué es la historia?, Barcelona, Seix Barral, 1979 (primera edición en castellano en 1966), pp.

30 y 40. Sobre el peso del empirismo y las dificultades que encontró la historia social para abrirse paso en Gran

Bretaña, pese a la tradición de historia popular y socialista, traté en La historia social y los historiadores,

Barcelona, Crítica, 1991, pp. 81-95. Mi visión de entonces debía mucho a Gareth STEDMAN JONES: «History: The

Poverty of Empiricism», en Robin BLACKBURN (ed.): Ideology in Social Science. Readings in Critical Social Theory,

Glasgow, Fontana / Collins, 1972, pp. 96-115.

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Page 329: Razones Del Historiador

Los límites de la objetividad y el desafío posmodernista

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La obra de Carr, y la respuesta de Geoffrey Elton en The Practice of History, representaban

muy bien esas posiciones que estamos valorando en este capítulo acerca de la objetividad y los he-

chos históricos. Mientras Carr abanderaba una aproximación sociológica al pasado, Elton decla-

raba que cualquier trabajo histórico serio debería tener una espina dorsal narrativa de aconteci-

mientos políticos11. Era un debate entre la herencia del positivismo decimonónico y el relativismo

que dudaba de la aplicación de la noción de objetividad a la historia. Era un debate también entre

la historia política tradicional y la emergente historia social.

La importancia de la subjetividad individual en la escritura de la historia ganó terreno en los

años noventa del siglo XX bajo la influencia del posmodernismo. Desde esa perspectiva, la clásica

y ortodoxa preocupación del historiador sobre los hechos del pasado resulta innecesaria, porque

no hay realidad independiente fuera del lenguaje.

Pero ¿qué es el posmodernismo? No se sabe muy bien, pese a los miles de páginas que pue-

den leerse sobre el asunto. Peter Novick nos dice que se cogió el término posmoderno para des-

cribir los múltiples y convergente asaltos sobre las nociones recibidas de objetividad que reco-

rrieron el mundo académico en los últimos años del siglo XX. A la designación posmoderno le

ocurriría igual que a otros términos que habían incorporado el prefijo pos-, como posindustrial

o posestructuralista: que intentaba reflejar el caos, la confusión y la crisis que parecían susti-

11 Richard EVANS: In Defence of History..., op. cit., p. 2.

Con Julián Casanova, Villarluengo…

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JULIÁN CASANOVA

328 |

tuir a las normas convencionales asumidas, pero nadie en realidad tiene una clara percepción de

lo que hay en marcha12.

Patrick Joyce lo define como una crítica de los

cuatro pecados de la teoría (social) modernista: reduccionismo (concebir un todo complejo

desde el punto de vista de sus partes más básicas); funcionalismo (ver los elementos o par-

tes como la expresión de un todo más complejo); esencialismo (asumir que las cosas o las

estructuras tienen un conjunto de características que son básicas o ‘funcionales’); y univer-

salismo (presumir que las teorías son incondicionales o ‘transhistóricas’, opuestas a los

‘conocimientos locales’, favorecidos por el postmodernismo)13.

Los términos posmoderno, posestructural y deconstrucción han sido utilizados como sinónimos

por muchos autores. Cuando los historiadores empezaron a discutir en los años setenta las formas de

escribir historia sugeridas por los trabajos de autores como Jacques Derrida, Michel Foucault o Jacques

Lacan, se hablaba de posestructuralismo. Treinta años después resulta más común referirse a todo eso

como posmodernismo. Según Jane Caplan, utilizamos posmoderno como una descripción histórica...

de una época; posestructural como un grupo de teorías y prácticas intelectuales que derivan de un

compromiso con su predecesor, el estructuralismo; y deconstrucción como un método de lectura14.

Me ceñiré en estas páginas al posmodernismo y a las repercusiones que ha tenido para nues-

tra profesión de historiadores. Examinaré, en primer lugar, los principales puntos del desafío pos-

modernista. Abordaré a continuación lo que puede haber de beneficioso o inaceptable para el his-

toriador en ese desafío. Y acabaré con una defensa de la historia tal y como la han concebido en

las últimas décadas varias generaciones de historiadores que han desarrollado sus investigaciones

en el amplio territorio de la historia social.

El primer y fundamental punto de la crítica posmodernista dirige sus dardos al debate sobre

la objetividad y los hechos históricos. La idea básica de la teoría posmoderna de la historiografía,

señala Georg G. Iggers, es la negación de que la escritura histórica se refiere a un pasado histó-

rico real. No existe la posibilidad de una explicación científica coherente del pasado y, vistas así

las cosas, la historiografía no difiere de la ficción sino que es una forma más de esta. Eso es lo que

ha tratado de demostrar en varias ocasiones Hayden White, que la verdad no es un criterio para

valorar la narración histórica:

en general ha habido renuencia a considerar las narraciones históricas como lo que mani-

fiestamente son —ficciones verbales, cuyos contenidos tienen más en común con sus par-

tes correspondientes en la literatura que en las de las ciencias sociales15.

12 Peter NOVICK: That Noble Dream..., op. cit., pp. 523-524.

13 «The Return of History: Postmodernism and the Polítics of Academic History in Britain», Past and Present, 158

(1998), p. 212.

14 Jane CAPLAN: «Postmodernism, Poststructuralism, and Deconstruction: Notes for Historians», Central European

History, 22 (1989), pp. 262-268. Citado en Anna GREEN y Kathleen TROUP: The houses of history..., op. cit., p. 297.

Introdujo el tema en castellano Antonio MORALES MOYA: «Historia y posmodernidad», en Antonio MORALES (ed.):

«La historia en el 91», Ayer, 6 (1992), pp. 15-38.

15 Hayden WHITE: «The Historical Text as Literary Artefact», en Robert CANARY y Henry KOCICKI (eds.): The Writing of

History: Literary Form and Historical Understanding, Madison, The University of Wisconsin Press, 1978, p. 42.

WHITE profundiza en ese tema en su análisis de los escritos de cuatro historiadores europeos (Michelet, Ranke,

Tocqueville y Burckhardt): Metahistory: The Historical Imagination in Nineteenth-Century Europe, Baltimore,

Maryland, The Johns Hopkins University Press, 1973 (traducción al castellano en México, Fondo de Cultura

Económica, 1992). WHITE dejó también sentados sus argumentos sobre la cuestión de la narración en la teoría

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Los límites de la objetividad y el desafío posmodernista

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La firme y tradicional línea de separación entre la narración histórica, basada en los hechos,

y la narración novelada, que utilizaba la imaginación histórica, se esfumaba. Los historiadores de-

bían asumir de una vez por todas que su representación del pasado no tiene más derecho a reivin-

dicar la verdad que la de los novelistas o poetas. La narración del historiador es un artefacto lite-

rario, producido de acuerdo con las reglas del género y del estilo. La forma y el contenido ya no

pueden separarse en la escritura de la historia. El historiador es siempre prisionero del lenguaje,

del mundo en el que piensa.

En opinión de Iggers, Hayden White y los posmodernistas van en ese punto mucho más allá

de una tradición de pensamiento histórico que siempre reconoció los aspectos literarios de la

explicación histórica y el papel de la imaginación a la hora de construirlos, pero que, sin embargo,

mantenía la fe en que la historiografía ofreciera explicaciones sobre un pasado real en el que

actuaban seres humanos reales. Hay una notable diferencia, por lo tanto,

entre una teoría que niega cualquier derecho a la realidad en las explicaciones históricas y

una historiografía que es plenamente consciente de la complejidad del conocimiento histó-

rico, pero todavía asume que la gente real tuvo sentimientos y pensamientos reales que les

condujeron a acciones reales que, dentro de unos determinados límites, pueden conocerse y

reconstruirse16.

Al borrar las línea de demarcación entre historia y ficción, entre historia e historiografía, y

entre teoría histórica y narración histórica, los posmodernistas abandonan también la distinción

entre fuentes primarias y secundarias, uno de los legados básicos de la historiografía alemana del

siglo XIX. Por un lado, estarían los documentos y las declaraciones de los testigos del tiempo pasa-

do que el historiador estudia; por otro, los relatos de historiadores y cronistas sobre los hechos de

los que ellos no fueron testigos, estudiados a través de esas fuentes originales.

Las implicaciones que tiene para la historiografía disolver o borrar esa distinción son impor-

tantes. De acuerdo con la visión de los posmodernistas, el significado de un texto cambia cada vez

que se lee y todos los significados son en principio igualmente válidos. Es el historiador el que pone

el significado en su estudio del pasado y, por lo tanto, no hay una relación consistente entre el tex-

to de la historia y el texto del historiador. Para Patrick Joyce, por ejemplo, un autor que empezó

sus investigaciones en la historia social, si los acontecimientos, las estructuras y procesos del pa-

sado no se distinguen de las formas de la representación documental [...] y del discurso de los his-

toriadores, entonces la idea de lo social como algo separado del discurso desaparece y, con ello,

también la historia social. Según Keith Jenkins, la distinción entre primario y secundario prioriza la

fuente original, idolatra los documentos y distorsiona todo el proceso de hacer historia. Cuando

estudiamos la historia, no estamos estudiando el pasado, sino lo que los historiadores han cons-

truido acerca del pasado. La historia, sentencia Jenkins, es lo que los historiadores hacen17.

histórica contemporánea en The Content of the Form. Narrative, Discourse, and Historical Representation,

Baltimore, The Johns Hopkins University Press, 1987. El entrecomillado de Georg G. IGGERS procede de su

Historiography in the Twentieth Century. From Scientific Objectivity to the Postmodrn Challenge, Hanover,

Wesleyan University Press, 1997, p. 118.

16 Ibídem, p. 119.

17 Keith JENKINS: Re-thinking History, Londres, Routledge, 1991, pp. 26 y 47-50. Como otros posmodernistas,

Jenkins deja constancia en ese apartado dedicado a las fuentes secundarias de su deuda con el teórico lingüis-

ta francés Roland Barthes y sus escritos sobre el discurso de la historia. El entrecomillado de Patrick JOYCE pro-

cede de «History and Post-Modernism», Past and Present, 133 (1991), p. 208. Esa prestigiosa revista de historia

publicó un intercambio de opiniones sobre el tema entre Lawrence Stone, quien avisaba en el primer artículo

sobre los peligros del posmodernismo, Joyce, Gabrielle Spiegel y Catriona Kelly (en los números 132, 133 y 135,

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No hay duda de que el posmodernismo, en muchas ocasiones con el disfraz de historia inte-

lectual y cultural, introdujo más diversidad y fragmentación al estudio de la historia en los años

noventa del siglo XX, un territorio ya bastante diverso y fragmentado en ese momento. Sus efec-

tos sobre lo que investigan y escriben los historiadores han sido importantes, especialmente en

aquellas historiografías como la británica, la francesa y la norteamericana donde han logrado crear

sus propios aparatos de difusión y sus asociaciones. Ha estimulado al historiador a pensar los tex-

tos y la narración de otra forma, a interrogarse sobre sus métodos. Ha replanteado el debate sobre

la objetividad, la verdad y la narración, proponiendo formas más literarias de escribir la historia18.

Es pronto para saber si el posmodernismo va a cambiar la forma de pensar y escribir la histo-

ria, como la cambiaron, por ejemplo, el historicismo en el siglo XIX y la historia social en el siglo XX.

Por supuesto, hay quienes ya han visto en el posmodernismo una amenaza muy grande para la pro-

fesión, para la historia científica anticipada tanto por el historicismo como por la historia social, y

se han apresurado a contestar a ese desafío con escritos en defensa de la posibilidad de un conoci-

miento científico del pasado. El posmodernismo ha conseguido sembrar pesimismo y dudas entre

bastantes historiadores. El posmodernismo, advirtió Lawrence Stone en el artículo que abrió el deba-

te en la revista Past and Present, ha arrojado a la profesión histórica a una crisis de confianza acer-

ca de lo que está haciendo y cómo lo está haciendo. Si no hay nada fuera del texto, señalaba el his-

toriador británico afincado en Princeton, entonces la historia tal y como la hemos conocido se

derrumba completamente, y los hechos y la ficción se convierten en indistinguibles uno del otro19.

Resulta significativo que Lawrence Stone, el historiador que estimuló en 1979 un importante

debate con el mil veces citado «The Revival of Narrative», pusiera en defensa a la historia frente a

nuevos invasores que habían llevado demasiado lejos la relación entre la historia y la literatura. Lo

de Stone sobre el posmodernismo era una breve nota, con una réplica posterior, pero hay otros auto-

res que se han tomado más en serio y en profundidad esa defensa de la historia frente al posmoder-

nismo. Como las historiadores norteamericanas Joyce Appleby, Lynn Hunt y Margaret Jacob, que

refutan en su libro Telling the Truth About History los argumentos del posmodernismo y replican a

quienes están minando las bases científicas y culturales de la historia. De mentiras y verdades se

habló mucho tras el descubrimiento en 1987 de que Paul de Man, una de las cabezas visibles del

posmodernismo, profesor de la prestigiosa Universidad de Yale, había escrito 180 artículos para un

periódico nazi de Bruselas durante la ocupación alemana de 1940 a 1942. Ese hombre belga que

había escrito artículos terribles contra los judíos, había emigrado a los Estados Unidos tras la

Segunda Guerra Mundial y había reescrito, como otros intelectuales y políticos, su propia historia,

ocultando el tenebroso pasado, los hechos empíricos. La historia y la ficción se daban aquí, verda-

deramente, la mano y hacían tambalear algunos aspectos de la propia teoría posmodernista20.

de 1991 y 1992). Ese debate y varios más están bien recogidos en la obra de Richard EVANS: In Defence o f History,

especialmente en los capítulos 3, 4 y 8. Puede verse también, como defensa de la historia, Neville KIRK: «History,

Language, Ideas, and Post-Modernism: A Materialist View», Social History, 19, 2(1994), pp. 221-240. Algunos de esos

principales debates sobre posmodernismo han sido traducidos en «Ficción, verdad, historia», Historia Social, 50 (2004).

18 Un esbozo del legado más constructivo del posmodernismo puede verse en la obra ya citada de Richard Evans

(p. 248), pese a que todo el libro es un serio aviso a los excesos del hiperrelativismo posmodernista.

19 Lawrence STONE: «History and Post-Modernism», art. cit., pp. 217-218.

20 El descubrimiento y el debate es seguido por Richard EVANS: In Defence of History..., op. cit., pp. 233-243, quien

también plantea las repercusiones, sobre todo en Estados Unidos, de la literatura ultraderechista sobre la nega-

ción del holocausto, una posición que puede derivar perfectamente del relativismo extremo de algunas propues-

tas posmodernistas. El debate sobre el descubrimiento está recogido en David LEHMAN: Signs of the Times.

Deconstruction and the Fall of Paul de Man, Londres, 1991, y, con más enseñanzas para los historiadores, Alan

B. SPITZER: Historical Truth and Lies about the Past, Chapel Hill, University of North Carolina, 1996.

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Los límites de la objetividad y el desafío posmodernista

| 331

El posmodernismo está ahí, pero parece dudoso que, como declaró triunfalmente Frank An-

kersmith, uno de sus principales teóricos, el otoño haya llegado a la historiografía occidental21.

Durante las décadas centrales del siglo XX, la relación entre historia y ciencias sociales, reclamada

por bastantes historiadores, economistas, sociólogos y antropólogos, también estuvo repleta de tó-

picos, malentendidos, acuerdos y desavenencias. En ese encuentro entre la historia y las ciencias

sociales, hubo desde historiadores profundamente alérgicos a la sociología, hasta los sociólogos

que huían del análisis histórico, pasando por los que veían esa conexión necesaria y fructífera, e

incluso acérrimos partidarios de su fusión en una ciencia social unificada. La historiografía, en tér-

minos generales, ha salido beneficiada, en varios momentos muy diferentes de la historia, del diá-

logo con disciplinas más o menos cercanas. Si ese diálogo resulta ser de sordos o se percibe como

una invasión del territorio del historiador por gente ajena a la disciplina, depende mucho de los

términos —empíricos, metodológicos y teóricos— en que se establezca la relación.

Si la relación con las poderosas ciencias sociales nunca puso en peligro el vasto territorio

del historiador, y hubo miles de historiadores a quienes los vientos sociológicos les soplaron de

refilón, tampoco hay por qué negarse a las influencias de la crítica literaria o de los análisis lin-

güísticos. Ni la historiografía es un campo homogéneo exento de conflictos o ideas contradic-

torias entre sus miembros, ni el posmodernismo resulta un movimiento organizado y coherente

capaz de arrasar de golpe las pocas, aunque suficientes, certezas que nos han dejado los deba-

tes y las idas y vueltas de la historiografía desde Ranke a la actualidad. Lo que sigue es una de-

21 Frank R. ANKERSMITH: «Historiography and Postmodernism», History and Theory, vol. 28 (1989), p. 149.

Reunión de Departamento: entre Gema Martínez y Julián Casanova,mediados de los años noventa.

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JULIÁN CASANOVA

332 |

fensa de la historia con la que me identifico y de la que he ido aprendiendo en estas dos últi-

mas décadas de enseñanza y escritura de la historia.

Parece evidente, en primer lugar, que muchos de los libros de historia están concebidos como

obras de referencias para otros especialistas y no para que los lea un público más amplio. Que eso

sea así es inevitable en algunos casos, pero no hay ninguna razón que impida un mayor cuidado

formal y literario a la hora de transmitir los conocimientos.

En los últimos años hemos aprendido y experimentado que la presencia del modelo de escri-

tura de las ciencias sociales, con sus lenguajes técnicos y frases rebuscadísimas e interminables, nada

bueno aportaba a la difusión de la historia. Tampoco han ayudado a ese objetivo legítimo de saber

transmitir las investigaciones históricas las enseñanzas impartidas en muchas Universidades, basa-

das en los apuntes, nunca en las lecturas, y en los exámenes en los que se pide repetir los conoci-

mientos transmitidos por el profesor. La exigencia de hacer un currículo muy deprisa, única forma

en la mayoría de los casos de conseguir un trabajo, nunca puede ser, además, buena compañera del

sosiego y la reflexión, dos ingredientes básicos para controlar los temas sobre los que se escribe.

El retorno de la historia a formas más literarias estaba planteado bastante antes de que el

posmodernismo entrara en ese debate y, por otra parte, durante los años dorados de la historia

social, hubo muchos historiadores que nunca dejaron de aunar la reflexión y el rigor empírico con

la belleza literaria. La haute vulgarisation, como llamó Hobsbawm a esa forma de escribir que

combina rigor académico con atractivo para un lector más amplio, es una destreza que todo his-

toriador debería esforzarse por adquirir.

Pero no toda la historia se mueve en el plazo corto, los acontecimientos singulares o la bio-

grafía, y hay que reconocer que la buena narración encuentra más dificultades en aquellas histo-

rias, como la de los grandes cambios económicos o los análisis macroestructurales de la sociología

histórica, donde no hay protagonistas bien identificados y donde muchos acontecimientos se dan

por sentados22. Nada tienen que ver desde el punto de vista de la belleza literaria La conquista

pacífica, de Sydney Pollard, Los Estados y las revoluciones sociales, de Theda Skocpol, y El queso

y los gusanos, de Carlo Ginzburg. ¿Habría que dejar de analizar, en ese caso, la Revolución indus-

trial en Europa durante dos siglos o las causas y consecuencias de las revoluciones sociales en el

mundo contemporáneo?

La relevancia de algunos acontecimientos y su relación con otros requiere en ocasiones

análisis y es muy probable que, pese a todos los retornos a la narración, a las llamadas del mer-

cado o a los consejos posmodernistas, haya historias que nunca dejen de ser analíticas. El tema

no es nada nuevo porque, al fin y al cabo, como han mostrado varios autores, la relación entre

historia y narración, belleza y verdad, ha sido un tema recurrente en la historia de la historia. En

palabras de Peter Gay, un influyente historiador cultural: Podemos interpretar la historia de la

historia de varias formas, pero una provechosa es verla como un debate inconcluso entre los

partidarios de la belleza con verdad y los defensores de la verdad sin belleza 23.

La belleza y la verdad no tendrían que ser, por lo tanto, incompatibles, como tampoco la cien-

cia debe ser necesariamente aburrida y el arte inexacto. La escritura de la historia necesita también

22 Hay una discusión de este tema, centrada en la historia británica, en John TOSH: The Pursuit of History. Aims,

Methods & New Directions in the Study of Modern History, Londres, Longman, 1984, pp. 110-129.

23 Peter GAY: Style in History, Nueva York, W.W. Norton & Company, 1974, citado aquí de la edición en libro de bol-

sillo de 1988, p. 188, una guía para la lectura de Gibbon, Ranke, Macaulay y Burckhardt. De la historia de la ten-

sión entre la generalización que implica una hipótesis o un modelo (la teoría) y la individualidad irrepetible que

plasma una narración ha tratado con acierto Juan José CARRERAS: «Teoría y narración en la historia», en Pedro

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Los límites de la objetividad y el desafío posmodernista

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imaginación, lo cual evidentemente no significa inventar, sino reconocer que la reconstrucción del

pasado presupone un ejercicio de imaginación porque el pasado nunca está completamente com-

prendido en los documentos y pruebas que nos llegan a los historiadores. Una y otra vez los histo-

riadores encontramos vacíos en los archivos que solo pueden llenarse a través de esa imaginación,

que puede alimentar la teoría, la literatura, la experiencia o el contacto con otras disciplinas.

Hay muchas formas de hacer historia y pocos historiadores, en verdad, exhiben un dominio

del idioma en el que publican sus trabajos. La historia, dice John Tosh, es una disciplina ‘híbri-

da’, que combina los procedimientos analíticos y técnicos de una ciencia con las cualidades

imaginativas y estilísticas de un arte. Pero el problema es encontrar a la persona, al historiador,

que sepa combinarlos. Y así, la tensión permanece. Por eso, resume Juan José Carreras, la exigen-

cia de teoría en historia suele ir acompañada de cierta desconfianza en el valor de la narración

y quienes piden narración se muestran escépticos ante la dimensión teórica de la historia. Da-

das las dificultades quizá, en última instancia, como señala Richard Evans, sea mejor para los

historiadores agarrarse a un estilo simple, a no ser que estén muy seguros de lo que están ha-

ciendo, y cerciorarse de que el artificio literario [...] se usa conscientemente al servicio de la cla-

rificación en vez de la confusión 24.

Los historiadores examinamos un pasado real y no uno imaginado. Primero la historia social y

más tarde el posmodernismo han ofrecido importantes correctivos al pensamiento y a la práctica

históricos, especialmente en todo lo que se refiere a la relación entre historia, objetividad y verdad,

pero esas críticas no han destruido el compromiso del historiador a captar, por medio de enfoques

y métodos de indagación apropiados, un pasado parcialmente verdadero. Lo que hacemos los his-

toriadores conlleva una opción estética o literaria, que ayuda a organizar la narración, pero la his-

toria es algo más que una rama de las letras que debería ser solo juzgada desde el punto de vista

de sus méritos literarios. De acuerdo con Joyce Appleby, Lynn Hunt y Margaret Jacob, nuestras

opciones y decisiones son políticas, sociales y epistemológicas. Reflejan diversas creencias en lo que

los historiadores hacemos, en lo que puede conocerse y cómo puede conocerse. Los relatos sobre el

pasado siempre estarán cambiando, pero los historiadores tenemos que intentar contar las histo-

rias de la forma más completa y real que sea posible. Algún tipo de verdad sobre el pasado es posi-

ble, aunque nunca sea la verdad absoluta, y por eso merece la pena luchar por descubrirla25.

Todas las preguntas importantes que los historiadores nos hacemos pueden ser continua-

mente formuladas y replanteadas a través de una completa y detallada confrontación con el

proceso histórico. Como ya escribía en La historia social y los historiadores, entiendo por teo-

ría un sistema explícito y coherente de conceptos utilizado para organizar y explicar los datos

históricos, que, sin embargo, no puede derivar solo del estudio de las fuentes materiales ni tam-

poco provenir de un proceso de razonamiento puramente deductivo sin relación alguna con el

trabajo empírico. Las teorías son, por lo tanto, ingredientes fundamentales en la investigación

histórica que ofrecen simplificaciones de los procesos y relaciones sociales que, dependiendo de

su campo de aplicación, ayudan al historiador a examinar y comprender casos particulares o

construir amplias síntesis históricas.

RUIZ TORRES (ed.): «La historiografía», Ayer, 12 (1993), pp. 15-27. Sobre los diferentes planos en que se ha movi-

do la narración y la explicación en la historia resulta muy ilustrativo Alan MEGILL: «Recounting the Past: “Des-

cription”. Explanation and Narrative in Historiography», The American Historical Review, 94, 3 (1989), pp. 617-

657 (traducción al castellano en Historia Social, 16 [1993]).

24 Richard J. EVANS: In Defence of History..., op. cit., p. 69; Juan José CARRERAS: «Teoría y narración en la historia»,

art. cit., p. 26; y John TOSH: The Pursuit of History..., op. cit., p. 129.

25 Joyce APPLEBY, Lynn HUNT y Margaret JACOB: Telling the Truth about History..., op. cit., p. 229.

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JULIÁN CASANOVA

334 |

En las últimas décadas del siglo XX los historiadores ampliaron muy notablemente sus obje-

tos de estudio, sus métodos y sus maneras de abordar el pasado. Casi todo se convirtió en objeto

de estudio y fueron muchos los que percibieron, bajo diversas denominaciones, que la historia ya

no constituía un cuerpo coherente de conocimiento. Ese pluralismo y fragmentación, el colapso

de la comunidad lo llamó Peter Novick, fue aprovechado por unos para reafirmar a la historiogra-

fía como una ciencia neutral y objetiva y por otros, por el contrario, para propagar y ampliar su

falta de confianza en la posibilidad del conocimiento histórico. Unos y otros, nostálgicos de la vieja

historia tradicional y posmodernistas, dieron por enterrada la historia social, la causante, por dife-

rentes razones, de todos los males que afligían al estudio de la historia26.

La historia social no está muerta, aunque no es, como pensaron algunos en los años sesenta

del siglo XX, en su edad de oro, la única llave para comprender el pasado. La historia social resca-

tó a todos aquellos individuos y grupos sin historia, que nada contaban para el historiador tradi-

cional. Sacó a la luz las estructuras de desigualdad social y abrió todos los caminos que después

transitaron la microhistoria, las historias de la vida cotidiana o las diferentes reivindicaciones cul-

turales de la vuelta del sujeto.

La historia es una disciplina que debe parte de su fascinación y complejidad al hecho de

nadar entre muchas aguas, las de las humanidades y las de las ciencias sociales. El hecho de que

ya no haya rey en Israel, por utilizar la frase de Peter Novick para designar la quiebra de paradig-

mas y absolutismos, puede ser una buena oportunidad para establecer una república de aprendi-

zaje y análisis de la historia. Una república de múltiples puntos de vista en la que, sin embargo, no

todo vale. Habrá que seguir buscando, como algunos lo venimos haciendo desde hace ya tiempo,

un término medio entre el hiperrelativismo posmodernista y el tradicional historicismo empírico.

Un camino que pasar por redefinir la relación entre el historiador y la verdad, reconocer los lími-

tes de la objetividad y no confundir a esta con la neutralidad. La verdad, siempre parcial, acerca

de los hechos históricos se descubre y no hay por qué inventarla o fabricarla como nos han dicho

muchos posmodernistas27.

26 De esa fragmentación y de los caminos que se abrían para los historiadores traté en «El futur de la història:

balanç i perspectives», en Ángel SAN MARTÍN (ed.): Fi de Segle, Ajuntament de Gandía, Universitat de Valencia,

1994, pp. 129-139 (traducción al castellano en Javier Guerrero (comp.), Colombia y América Latina después del

fin de la historia, Tunja, Colombia, Universidad Pedagógica y Tecnológica de Colombia, 1997.

27 Las circunstancias en que se encuentra la historiografía sin rey en Peter NOVICK: That Noble Dream..., op. cit., p.

628. Lo de sustituir ese estado sin autoridad por una república me lo sugiere la apuesta de futuro que hacen

Joyce APPLEBY, Lynn HUNT y Margaret JACOB en Telling the Truth About History..., op. cit, pp. 271-272. También la

defensa de la historia de Richard EVANS: In Defence of History..., op. cit., pp. 252-253.

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ANTONIO DUPLÁ

ANSUATEGUI

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| 337

I

Recientemente, en 2003, se ha reeditado la única versión

accesible en castellano de la Römische Geschichte, de Theo-

dor Mommsen1. Se trata de la edición de Turner, aparecida

en 1983 y que recoge la antigua traducción de 1876 a car-

go de Alejo García Moreno, publicada en 9 volúmenes en

la casa Francisco de Góngora de Madrid2. La obra estaba

precedida por una introducción de Fernando Fernández y

González, entonces catedrático de Estética de la Universi-

dad Central, quien comentaba también la parte de la obra

relativa a Hispania3. Ahora la reedición incluye un breve

prólogo del responsable de la edición, Luis Alberto Rome-

ro, «Mommsen y su Historia de Roma», decepcionante en

cuanto se trata de un muy breve apunte sobre el autor y

su obra.

Todo ello no hace sino subrayar la importancia y el

carácter pionero de la introducción que en los ya lejanos

años sesenta escribiera Juan José Carreras a la Historia de

Roma, de Theodor Mommsen, editada por Aguilar4. En una

época en la que este tipo de trabajos era desconocido en

la Universidad española, desde luego así era en el caso de

la Historia Antigua, que prácticamente daba entonces sus

Juan José Carreras,pionero de la historiografía

de la Historia Antiguaen España

ANTONIO DUPLÁ ANSUATEGUI

Universidad del País Vasco/EHU

1 En «Babelia» (El País, 1 de noviembre de 2003, p. 19) se dedica-

ba una página entera al «Centenario de Theodor Mommsen» y

se comentaba esta reedición.

2 Vid. M. ROMERO: «Traducciones y ediciones de la obra de Mommsen

en España (1876-1905)», en J. MARTÍNEZ-PINNA (coord.): En el

centenario de Th. Mommsen (1817-1903). Homenaje desde la

Universidad española, Málaga-Madrid, RAH-Universidad de

Málaga, 2005, pp. 135-152.

3 Sobre Fernández y González, M. ROMERO (vid. la n. 2) y G. PASA-

MAR e I. PEIRÓ: Diccionario Akal de historiadores españoles con-

temporáneos (1840-1980), Madrid, Akal, 2002, pp. 23-24.

4 J.J. CARRERAS: «La Historia de Roma de Mommsen», en Th. MOMM-

SEN: Historia de Roma, Madrid, Aguilar, 1955 (repr. 1986), pp.

III-XXVII; ahora en J.J. CARRERAS: Razón de Historia, Madrid,

Marcial Pons, 2001.

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ANTONIO DUPLÁ ANSUATEGUI

338 |

primeros pasos como disciplina específica universitaria, el profesor Carreras ofrecía un estudio

introductorio que todavía hoy constituye una magnífica herramienta para situar al sabio alemán

en su contexto histórico e historiográfico y para facilitar la lectura de su Historia de Roma.

La historiografía de la Historia Antigua carece de tradición en España. En realidad, cabe decir

que hay que esperar al congreso celebrado en Madrid en 1988 sobre historiografía de la Arqueo-

logía y la Historia Antigua en España para señalar un punto de partida mínimamente reconocible5.

A partir de ese momento, de una manera un tanto dispersa e individualizada, se inicia una línea de

trabajo impulsada por una serie de jóvenes y entusiastas investigadores de las Ciencias de la

Antigüedad. De todos modos, se trata entonces de una labor incipiente y limitada. Todavía en 1989

se traduce el clásico de sir Ronald Syme, The Roman Revolution y frente a lo acostumbrado en otras

latitudes, la obra aparece sin ningún tipo de estudio introductorio6. Al cabo de veinte años de la cita-

da reunión, aquella temprana preocupación historiográfica comienza a verse reflejada en investiga-

ciones y publicaciones específicas7. No por casualidad, aparece como una preocupación particular la

reflexión historiográfica sobre el franquismo y su influencia en los estudios sobe el mundo antiguo

en España8. Hoy se podría decir que la investigación historiográfica de la Historia Antigua ha alcan-

zado ya en la Universidad española su mayoría de edad, aunque todavía queda mucho por hacer9.

II

Si volvemos a Mommsen, y como no podía ser de otra manera, la celebración del centenario de su

muerte representó la ocasión para conferencias, coloquios y publicaciones sobre el mismo. Como

un dato de ese desarrollo historiográfico que comentaba antes, esta vez se ha podido contar con

una aportación española, perfectamente homologable a otras iniciativas europeas10. Contamos

ahora también con una completa biografía, la de S. Rebenich, que completa y actualiza los traba-

jos anteriores11. No obstante, ninguno de estos trabajos, imprescindibles ahora para una mejor

comprensión de la obra del sabio alemán, resta un ápice del interés del trabajo de J.J. Carreras de

1955 ni cuestiona ninguna de las afirmaciones allí contenidas.

5 J. ARCE y R. OLMOS (eds.): Historiografía de la Arqueología y la Historia Antigua en España (siglos XVIII-XX),

Madrid, Ministerio de Cultura, 1990.

6 R. SYME: La Revolución romana, Madrid, Taurus. La traducción es iniciativa del Prof. J. Arce, quien me ha asegu-

rado que tenía una larga introducción preparada, que no se publicó por la negativa rotunda, por celos profesio-

nales, del traductor de la obra, D. Antonio Blanco Freijeiro.

7 Algunos hitos: curso en Vitoria-Gasteiz, A. DUPLÁ y A. EMBORUJO: Materiales sobre mundo antiguo e historiografía

moderna, Vitoria-Gasteiz, Anejos de Veleia, 1984; M. DÍAZ ANDREU y G. MORA (eds.): Congreso de Arqueología, Madrid.

8 F. WULFF y M. ÁLVAREZ (eds.): Antigüedad y franquismo, Málaga, Centro de Ediciones de la Universidad de Málaga,

2003; una visión de conjunto previa, que recoge la bibliografía anterior, en A. DUPLÁ: «Franquismo y mundo anti-

guo: una reflexión historiográfica», en C. FORCADELL e I. PEIRÓ (eds.): Lecturas de la Historia, Zaragoza, Institución

«Fernando el Católico», 2001.

9 Revista e Historiografía, del Instituto de Historiografía Julio Caro Baroja (Universidad Carlos III); F. WULFF:

Esencias patrias, Barcelona, Crítica, 2003; M. ROMERO: «Traducciones y ediciones...», op. cit.; etcétera. Iniciativas

editoriales como la colección de la Editorial Urgoiti constituyen un factor fundamental en el desarrollo de la

investigación historiográfica, también en el caso de los estudios sobe la Antigüedad (contamos en dicho catá-

logo con estudios sobre A. Schulten, P. Bosch-Gimperá y S. Montero).

10 Me refiero a la obra ya citada, J. MARTÍNEZ-PINNA (coord.): En el centenario de Th. Mommsen (1817-1903). Home-

naje desde la Universidad española, Málaga / Madrid, RAH / Universidad de Málaga, 2005. Cf. J. WIESEHÖFER

(Hrsgb.): Theodor Mommsen: Gelehrter, Politiker und Literat, Wiesbaden, Steiner, 2005.

11 S. REBENICH: Theodor Mommsen, München, 2002.

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Juan José Carreras, pionero de la historiografía...

| 339

Sería interesante conocer cuáles fueron las razones y de quién la iniciativa, que llevaron a la

Editorial Aguilar a realizar este encargo al por aquel entonces joven profesor Carreras. Cabe decir

que posiblemente Juan José Carreras era en aquel momento la persona mejor preparada para una

tarea de ese tipo por su cualificación científica, su formación y su trabajo en la Universidad de

Heidelberg, su familiaridad con el historicismo alemán y su dominio de la lengua alemana12. Todos

estos aspectos lo capacitaban de forma inmejorable para acometer una introducción a la Historia

de Roma.

Me atrevo, además, a decir que el gran historiador alemán despertaría las simpatías de Ca-

rreras por, al menos, dos, incluso tres razones. En primer lugar, por la pasión que desplegaba

Mommsen en toda su actividad científica y, en particular, en su dedicación a la investigación his-

tórica. Hablamos de alguien que declara explícitamente que es incapaz de seguir la máxima que

se propone Tácito en sus Anales, de escribir sine ira et studio, esto es sin odio y sin amor, tal y

como traduce Carreras en la primera página de su introducción, donde recoge la declaración de

Mommsen. Como se ha señalado, por parte del propio Carreras y por otros estudiosos, se trata de

12 En relación con este último punto, hay que señalar que probablemente la traducción de A. García Moreno se

realizara de una traducción francesa y no del texto original alemán (véase J.A. DELGADO: «La obra de Theodor

Mommsen en España: la traducción española de la Römische Geschichte», Gerión, 21.2 (2003), pp. 52-58.

Su director de tesis, Santiago Montero Díaz, testigo de su boda (1955).

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ANTONIO DUPLÁ ANSUATEGUI

340 |

una diferencia radical con Ranke, a partir del rechazo de una labor erudita fría y aislada del

mundo13. Es una diferencia de actitud que influye en y distingue el propio estilo de cada uno de

estos autores, más tranquilo y apacible el rankeano, más directo e incisivo, dada su formación

como periodista, dice Carreras, el mommseniano.

La razón para una declaración de ese tipo, y esta constituiría la segunda razón del aprecio,

sería el permanente compromiso cívico-político de Mommsen, algo que no podía sino despertar

las simpatías de otro historiador permanentemente comprometido y progresista, como lo fue Juan

José Carreras. Se trata del compromiso de alguien consciente de la trascendencia de los aconteci-

mientos históricos que le ha tocado vivir y de la imposibilidad de separar de forma estanca la acti-

vidad académica del compromiso político. El propio Mommsen se autodefinirá en su testamento

como un permanente animal politicum y su curriculum así lo confirma, desde su participación en

los acontecimientos de 1848 hasta su presencia como diputado en el Reichstag14. Y si la perma-

nente desconfianza en lo que Mommsen llama los partidos de los intereses materiales y, en par-

ticular, en el Partido Socialdemócrata, quizá hiciera fruncir el ceño a Carreras, en «Was uns noch

retten kann», el último artículo publicado en Die Nation, en diciembre de 1902, ya cercano a su

muerte, en el que el incansable sabio alemán se negaba a respaldar una política que implicaba

proscribir a los millones de seguidores del partido obrero.

El tercer motivo concreto del posible aprecio de Mommsen por parte de Carreras es el tipo de

presentación histórica que supone la Historia de Roma. Estamos ante auténticos esbozos de una

historia total, ha dicho otro gran especialista moderno de la República romana, Claude Nicolet, en

su introducción a una edición francesa de la obra15. En efecto, Mommsen integra en una nueva sín-

tesis histórica los datos conocidos hasta entonces por la Filología, la Arqueología, la Epigrafía y el

Derecho, dando lugar a una obra histórica que incluye el desarrollo de los acontecimientos políti-

co-militares de la historiografía tradicional, junto con capítulos relativos a la economía, la socie-

dad, la religión o la cultura. Sus contemporáneos ya destacaron esa capacidad de Mommsen de

aunar en una sola personalidad al historiador, el filólogo y el jurista. Es posible que esa erudición

sea hoy un fenómeno irrepetible y, de hecho, el propio Mommsen no escribe nunca más una obra

de esas características, pero su concepción de la síntesis histórica como el resultado de un agrega-

do de datos que provienen de las diferentes fuentes históricas se aproxima a una concepción de la

historia que entiende el funcionamiento de una sociedad como un todo interrelacionado, que no

puede ser analizado de forma fragmentaria. En todo caso, cabe pensar que a partir de un momen-

to dado, Mommsen es consciente de que lo prioritario en su investigación era, precisamente, reco-

pilar, analizar y sistematizar todas esas fuentes antes de poder realizar nuevas síntesis16.

13 Tácito, Anales I,1. Lo reconoce así a von Preller (cit. en CARRERAS: «La Historia de Roma de Mommsen», I, op. cit.).

Este planteamiento marca una diferencia radical con Ranke (Lepore, en Th. MOMMSEN: Le opere, Milano, XIII,

1966).

14 Sobre su testamento, escrito presuntamente en 1899, pero publicado en 1948, REBENICH: op. cit., pp. 187 y ss.;

DUPLÁ: «Imperialismo defensivo y guerra justa: de Th. Mommsen a M. Walzer», en J. MARTÍNEZ-PINNA: op. cit.,

p. 226. No sé hasta qué punto Carreras pudiera haber compartido el pesimismo que impregna estas páginas de

Mommsen, ante las presuntas dificultades para ejercer cabalmente la ciudadanía en la Alemania de su tiempo.

15 C. NIOLET: «Introduction», en T. MOMMSEN: Histoire de Rome, Paris, 1985, pp. XIV y ss.

16 Es ist die Grundlegung der historischen Wissenschaft, dass die Archive der Vergangenheit geordnet werden

(discurso de ingreso ante la Academia de Ciencias de Berlín en 1858: Th. Mommsen, 1905, Reden und Aufsätze,

Hrsgb. O. Hirschfeld, Berlin, «Akademische Anstrittrede (1858)», p. 37. Iggers enmarca este hecho en la evolución

historiográfica en la segunda mitad de siglo, hacia lo que denomina new empiricism (G.G. IGGERS: The German

Conception of History. The National Tradition of Historical Thought from Herder to the Present, Wesleyan

University Press, 1983, p. 131).

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Juan José Carreras, pionero de la historiografía...

| 341

III

La introducción de Carreras resulta modélica en su planteamiento, su claridad y su ordenación

interna. Dividida en cinco apartados, más una «Nota bibliográfica», en apenas veinticinco páginas

presenta un panorama de las circunstancias históricas y biográficas en las que situar la obra, que

pueden satisfacer las necesidades tanto del especialista como del lector culto que se acerca a la

Historia de Roma sin excesivo conocimiento del autor ni de su época.

En el primer apartado, comenta las circunstancias concretas de la gestación de la obra, en

realidad un trabajo de encargo, y su plan. Recoge también tanto la aceptación popular que reci-

bió como la fría respuesta académica, en especial ante los modernismos terminológicos y las ana-

logías con la situación contemporánea que contenía. Carreras acierta cuando explica estos moder-

nismos mommsenianos no solo por un intento de divulgar y hacer asequible el mundo romano,

sino también por su concepción del acontecer histórico17. Más allá de la Historia de Roma, Carreras

analiza después la biografía académica de Mommsen y, en particular, su labor como impulsor del

Corpus Inscriptionum Latinarum, auspiciado por la Academia de Ciencias de Berlín, y su impor-

tancia en relación con las posteriores monografías de Mommsen. Sorprende la soltura de Carreras

para entender la conexión entre las diversas obras de Mommsen en torno a su concepción del

poder romano y a conceptos como el de imperium o las magistraturas, tan capitales para explicar

su tesis sobre el Principado de Augusto18. Carreras insiste en la importancia de las obras posterio-

res de Mommsen, Derecho Público Romano y la Historia de las provincias romanas de Augusto a

Diocleciano, basadas en los nuevos materiales epigráficos recopilados en el CIL, como un hito his-

toriográfico que supera de forma definitiva el estudio del Alto Imperio romano (siglos I-II d. e.)

basado en las fuentes literarias y, en particular, en Tácito. La amplitud de miras científicas de

Mommsen, su visión plenamente moderna de la necesidad de un trabajo interdisciplinar, su insa-

ciable curiosidad intelectual le llevan a Carreras a destacar el parentesco espiritual que le unía al

generoso genio de Leibniz19.

En el segundo apartado, Carreras estudia las ideas políticas de Mommsen, a partir de la afir-

mación de J. Kaerst de que su actividad como historiador es inseparable de su ideario político y de

su tiempo. El sabio alemán aparece caracterizado de una manera precisa, de un modo que esta-

blece con claridad sus presupuestos intelectuales, sus intereses sociales y la ambivalencia de su

posicionamiento político: Hijo espiritual del liberalismo nacido de la Ilustración, que tiene su

exponente máximo en Guillermo von Humboldt, representó concretamente el punto de vista con-

tradictorio e idealista de la pequeña burguesía liberal alemana del siglo XIX 20. Una caracteriza-

ción que ha sido confirmada por los estudiosos más recientes. Ese ideario político, firmemente

anclado en la idea de nacionalidad como base de todo proyecto político, por encima de otros inte-

reses materiales o de clase, influirá en sus juicios históricos y en sus posicionamientos políticos.

En el tercer apartado, a partir de los presupuestos citados, Carreras sitúa a Mommsen en la

línea de renovación historiográfica de la historia de Roma iniciada por Niebuhr. Siguiendo a

Neumann, cita a Rubino, Geibs y Drumann como las influencias principales en su reconstrucción

17 J.J. CARRERAS: «La Historia de Roma de Mommsen»..., op. cit., p. VI.

18 Sobre Mommsen y el principado de Augusto, M.ªV. ESCRIBANO: «Mommsen y el Principado: la descripción del juris-

ta», en J. MARTÍNEZ-PINNA (coord.): En el centenario de Th. Mommsen (1817-1903)..., op. cit., pp. 253 y ss.

19 J.J. CARRERAS: op. cit., p. XI; una idea que habría que desarrollar.

20 Ibídem, p. XI; «erbkaiserlich-kleindeutsch orientert Liberaler», en términos de Rebenich (Theodor Mommsen..., op.

cit., p. 68). Wucher lo define sucintamente: ein 1848er («Theodor Mommsen als Kritiker der deutschen Nation»,

Saeculum 2:2 (1951), p. 257).

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ANTONIO DUPLÁ ANSUATEGUI

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de la historia romana21. En especial, la historia del periodo tardorrepublicano de este último autor,

en realidad una serie de biografías de los grandes líderes de la época, es fundamental para

Mommsen. Este supera el planteamiento biográfico de Drumann, pero la influencia de este se

advierte en las valoraciones mommsenianas de un César, muy elogiosas, o de un Cicerón, absolu-

tamente negativas. Respeto a la conocida y tan comentada radical descalificación de Cicerón por

parte de Mommsen, Carreras recoge el comentario de Haverfield de que probablemente en ese jui-

cio influyera el hecho de que Mommsen conoció a ciertos Cicerones, en 1848, que hablaban de

un modo admirable y que actuaban débilmente.

En el cuarto apartado se analiza la proyección de ese horizonte ideológico mommseniano,

centrado en la idea de nacionalidad, sobre la historia romana. Roma aparece así como el único

gran Estado de la Antigüedad que realiza plenamente su proyecto nacional: una gran empresa de

unificación y construcción nacional, a partir de su superioridad moral y política. Herramienta clave

de esa empresa, que lleva a su culminación y esplendor, es César, el gran artífice de la romanidad.

Con él Roma alcanza su máximo esplendor y, al mismo tiempo, después de él, se iniciará una época

de brillante estancamiento y lento declive. Carreras recoge la críticas que ya en su tiempo se for-

mulan a este planteamiento. Las críticas se centran en cuestionar la continuidad jurídico-institu-

cional que observa Mommsen a lo largo de toda la historia romana y en su rechazo a reconocer la

evidente influencia del mundo helénico sobre Roma. Por nuestra parte, añadiríamos que Carreras

no se muestra aquí demasiado incisivo en destacar los aspectos más criticables e inaceptables de

la reconstrucción mommseniana, como son la plena justificación de la expansión y el imperialis-

mo en época republicana, la noción de pueblos superiores e inferiores, el concepto de imperialis-

mo defensivo o la aceptación de la guerra como mecanismo de relación entre los pueblos, todo

ello en aras de la construcción nacional romana22.

En el último apartado de su introducción, Carreras recapitula las concepciones históricas de

Mommsen. Recuerda entonces que, pese a su idea de la necesidad histórica, en clave de construc-

ción nacional, como motor de los acontecimientos y la acción de las grandes individualidades, su

juicio histórico no carece de fundamentación ética. Sin negar las reflexiones mommsenianas al res-

pecto, es cierto que este es un problema importante pues, en última instancia, nos encontramos

ante una historia teleológica, cuyo horizonte se centra en la realización de los Estados superiores23.

Tras unos breves apuntes biográficos, una nota bibliográfica cierra la introducción. Se supo-

ne que las limitaciones de espacio no le permitieron sino recoger algunas referencias a recopila-

ciones bibliográficas de su obra (Zangemeiester-Jacobs, 1905), biografías (Hartmann, 1898)24,

recopilaciones de sus artículos no estrictamente científicos (Hirschfeld, 1905) y algunas críticas

21 Encuentro aquí, en la página XVI, el único error en el análisis de Carreras, quizá una mera errata. Se trata de una

referencia al tribunal popular como preformación del consulado, algo que no tiene sentido, salvo que quiera

referirse al tribuno popular.

22 Sobre el imperialismo defensivo en Mommsen, DUPLÁ: «Imperialismo defensivo y guerra justa: de Th. Mommsen

a M. Walzer», en J. MARTÍNEZ-PINNA (coord.): En el centenario de Th. Mommsen (1817-1903)..., op. cit., pp. 219-

237. Probablemente, Carreras no se sintiera lo suficientemente libre para expresar sus ideas, al fin y al cabo, eran

los años sesenta de la España franquista. De todos modos, sí los comenta de nuevo en su recapitulación, preci-

samente en el párrafo final (p. XXIII).

23 «Die Geschichte, der Kampf der Notwendigkeit und der Freiheit, ist ein sittliches Problem» (RG Bd.3, p. 465,

2451 y ss.). Sobre este planteamiento de resonancias kantianas y que puede dar lugar a justificaciones inde-

seables, DUPLÁ: «Imperialismo defensivo y guerra justa: de Th. Mommsen a M. Walzer», en J. MARTÍNEZ-PINNA

(coord.): En el centenario de Th. Mommsen (1817-1903)..., op. cit., pp. 223 y ss.

24 En esa sucinta relación, sorprende un tanto la ausencia de la biografía de Wucher, de 1956.

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Juan José Carreras, pionero de la historiografía...

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generales sobre su obra publicadas tras su muerte o al final de su vida (Kaerst, 1904; Neumann,

1904; Haverfield, 1901). Desde el punto de vista historiográfico más general, se recogen las obras

de Markoy (1950) y von Srbik sobre la historiografía alemana y las historias generales de la histo-

riografía de Fueter, Thompson y Gooch.

La Historia de Roma, de Mommsen, todavía hoy, resulta una obra de referencia fundamen-

tal sobre la historia de la República romana, plena de interpretaciones y apuntes sugerentes. No

obstante, como hemos indicado, algunas de sus interpretaciones concretas y el horizonte domi-

nante de su reconstrucción histórica global es discutible según los parámetros actuales. En ese

sentido, el estudio de Juan José Carreras, «La Historia de Roma de Mommsen», constituye una

magnífica puerta de entrada para conocer un documento excepcional sobre la historiografía y

el pensamiento político del siglo XIX, como ha sido definida recientemente25. Hace ya tiempo,

aquel maestro de la historiografía, Arnaldo Momigliano, denunciaba que ésta fuera considerada

un pasatiempo dominical, frente al supuesto trabajo histórico más académico y serio26. Este au-

téntico ensayo historiográfico de Carreras, que hemos comentado, representa un trabajo modé-

lico para quienes, en la estela de Momigliano, la investigación historiográfica representa un

campo de trabajo fundamental27.

25 Th. WEIDEMANN: «Introduction», en Th. MOMMSEN: Histoy of Rome, London, 1996 (repr. ed. 1894), p. XVIII.

26 A. MOMIGLIANO, en la «Introducción» a la traducción italiana de la Historia griega de H. BERVE.

27 Sirvan estas líneas para llamar la atención sobre el interés de una nueva traducción de la Römische Geschichte,

de Th. Mommsen que debería incluir, lógicamente, una introducción actualizada y, ¿por qué no?, a modo de

homenaje a un pionero, también el estudio de Carreras de 1965. Previsiblemente, la esperable nula rentabilidad

de tal proyecto editorial hará que esta propuesta nunca vea la luz.

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GUILLERMO FATÁS

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En 1999, fecha que desató divertidas discusiones en la

prensa acerca de si el año 2000 era el último del siglo XX

o el primero del XXI —además de crear una notable in-

quietud mundial sobre el potencialmente catastrófico

efecto 00 en los ordenadores—, redacté unos folios para

ampliar las dos o tres lecciones sobre los principales ca-

lendarios lunares (babilonio, judío, islámico) que suelo

impartir en una asignatura optativa del II Ciclo de la Fa-

cultad. Al estar el asunto en la calle, me pareció que no

era mala oportunidad para interesar a los estudiantes por

los problemas cronográficos, a menudo de abordaje ári-

do, y dar un paseo desde Metón a Ussher, pasando por

Dionisio el Mínimo y Beda el Venerable. Descubrí, de

paso, que no solo eran los profanos quienes manifesta-

ban dudas o creencias falsas sobre la cuenta del tiempo,

sino que también había algún escritor de Historia, de

esos que venden decenas de miles de ejemplares de sus

obras, que afirma la existencia del año cero en el cómpu-

to actual de la Era cristiana o común. Este asunto me lle-

vó casi sin más al tópico del milenarismo y a sus antece-

dentes precristianos y, en fin, a redactar una conferencia

con la que pretendí trazar una ruta, más o menos cons-

tante, entre la antigua Persia y el pentecostalismo esta-

dounidense, a través del profeta Daniel, de Hildegarda de

Bingen, vidente del Anticristo, del quiliasmo filosófico de

Kant, de Owen y Fourier y de los sarcasmos de Bertrand

Russell a costa de Marx.

Cuando me puse a la tarea en la parte referida a las

utopías cristianas, sin pensarlo dos veces y seguro de obte-

nerlas, pedí ayudas exegéticas a Juan José Carreras quien,

como de costumbre, desbordó con generosidad la solicitud.

Resultó que también él preparaba algo, aunque muy dis-

tinto —y bastante zumbón—, sobre el milenio, lo que fue

una suerte para mí; y, por encima de todo, me aprovechó

una vez más su conocimiento, sin límites visibles, de cual-

quier materia historiográfica. No sorprenderá a nadie que

haya tratado a Juan José mi testimonio de que, si muchos

sabían que podía moverse con aguda familiaridad de Gui-

zot a Weber, de Ranke a Benjamin, de Gibbon a Hobs-

bawm, de Droysen a Derrida, otros teníamos además con-

ciencia de que era capaz de otro tanto con Tucídides, san

Agustín o Eusebio de Cesarea.

Al rescate de Voltaire

GUILLERMO FATÁS

Universidad de Zaragoza

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GUILLERMO FATÁS

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Lograba, empero, evitar que su saber resultase intimidatorio para su interlocutor a base de

lúcida suavidad gallega, amor por enseñar y conmovedor sentido de la amistad.

Cuando acabó la guerra civil, en España no había más catedrático de Historia Universal

Antigua que Santiago Montero Díaz, rara avis de quien podrá discutirse todo menos sus conoci-

mientos. En torno a personaje tan insólito comenzaron a formarse profesionales como Juan José,

Emilio Lledó o Gustavo Bueno, en un reducto en el que era posible se suscitaran tesis doctorales lo

mismo sobre el cavaliere Azara que acerca de la idea de poiesis, el concepto de Geopolítica, las

Cinco Villas de Aragón o el padre Feijoo. Es de imaginar que se entreveraban allí la raíz marxista

del profesor ferrolano, su estancia berlinesa que lo llevó de cabeza al jonsismo de izquierda (anti-

falangista, por cierto) y el desempeño de la docencia en materias como la Historia de la Filosofía

en la Antigüedad, que tuvo un tiempo a su cargo.

Que Juan José Carreras tuviese desde tan temprano un cimiento así en ciertas materias fun-

damentales se debe no solo a su ávida frecuentación de la biblioteca del Ateneo, sino también a

esas circunstancias. La prueba material es que, cuando Aguilar editó, en 1955, el segundo tomo de

la Historia de Roma, de Theodor Mommsen (cuyo retrato, en mi despacho de la Facultad, es, por

cierto, un delicado obsequio de Juan José), el prólogo fue encargado al recién titulado doctor, que

no necesitó migrar a Heidelberg para demostrarse, y a los demás, que era capaz de aportaciones

reveladoras de su gran preparación y perspicacia.

Como él mismo consignó en cierta ocasión, sucede que los historiadores no quieren o no pue-

den evitar la mezcla de memoria con historia, por lo que deberían estar siempre particularmente

alertas ante el riesgo de perder el contexto y el peligro anejo de igualar las memorias a su dispo-

sición, incluida la propia, como si todas poseyeran igual peso y consistencia. Pronto hará diez años

que unos comentarios suyos me devolvieron el olvidado y pleno disfrute de lo que solo eran ya en

mi mente recuerdos genéricos. Pasaron a ser resucitada actualidad a causa del ilusorio comienzo

de un nuevo milenio. Me refiero a unos párrafos de Voltaire que yo no hubiese tenido presentes

de otra forma. La carpeta dedicada al entretenimiento sobre el año 2000 había incorporado varios

apuntes sobre el quiliasmo y sus antecedentes, de forma que, con otros complementos para glo-

sar ciertos aspectos del Apocalipsis, acabó convertida en un libro de divulgación (El fin del mundo,

2001), que editó Marcial Pons por iniciativa de Eloy Fernández. Los detalles que figuran en el

párrafo siguiente son de la vieja y apenas envejecida pluma del castellano de Ferney, y los resumo

para mostrar cómo su formulación impetuosa me sirvió de apoyo, tras hablar con Juan José, para

tomar distancia con el asunto que traía entre manos.

El influyente Libro de la Revelación, o Apocalipsis, en el que debía centrar una parte de mi

ensayo en ciernes, ha sido atribuido largo tiempo al Juan autor del Evangelio y no fue una obra

de siempre admitida en el canon eclesiástico. Justino ya lo adjudica a Juan el apóstol. En efec-

to, en un diálogo con el judío Trifón, a propósito de si Jerusalén resurgirá en el futuro, Justino

aduce que el apóstol vio cómo los fieles vivirían mil años en la ciudad. Testimonio de autoría que

se debilita, empero, si se añade que, en la misma obra, Justino narra a Trifón, también como tes-

timonio apostólico, el hervor de las aguas del Jordán durante la inmersión de Cristo. Clemente

de Alejandría se ocupó asimismo del caso. Tertuliano, muy milenarista, escribe que la Jerusalén

celestial descrita por Juan de Patmos se formaba en Palestina a ojos vistas de los primeros cris-

tianos, habiéndose incluso dejado ver durante cuarenta días, solo que desaparecía al amanecer.

Orígenes estaba prendado de los vaticinios del santo libro y lo atribuía sin vacilar al Evangelis-

ta, pero también daba crédito a los atribuidos a las sibilas del clasicismo grecorromano. Dionisio

de Alejandría, empero, citado por Eusebio de Cesarea, atestigua que abundaban los contrarios a

conceder al Apocalipsis un lugar de respeto entre los textos sagrados de la nueva religión: de

hecho, el Concilio de Laodicea, del año 360, no lo consideró parte del canon, cosa más digna de

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Al rescate de Voltaire

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tener en cuenta toda vez que precisamente Laodicea era una de las siete Iglesias particulares

(junto a Éfeso, Esmirna, Pérgamo, Tiatira, Sardes y Filadelfia) a las que el autor de la escatología

había dirigido el relato de sus visiones. Por el contrario, Sulpicio Severo tachaba de insensatos a

quienes discutían el carisma profético del texto. Admitido, en fin, como palabra revelada, había

servido en todo tiempo para vaticinar a conveniencia el cumplimiento de los temores de los

hombres: los ingleses vieron en él señales de sus trastornos del siglo XVII, como los luteranos las

habían detectado antes para Alemania. Bossuet lo comentó con acabada retórica y ni siquiera

Newton pudo sustraerse a su atractivo.

La primera vez que me acerqué al Diccionario Filosófico —donde figuran esos datos en la

voz Apocalipsis— no había leído a Sulpicio Severo, ni a Justino, ni comparado el estilo del cuar-

to Evangelio con el del Apocalipsis, de forma que esos párrafos no me dejaron huella percep-

tible. Ahora, de golpe, ese mismo puñado de palabras arrojaba luz al camino y me hacían en-

tender por qué ese libro —La Raison par alphabet se tituló en la edición de 1769— fue quema-

do en media Europa, París incluido, nada más aparecer. Esta vez el Diccionario no me resultó

curioso y entretenido, como en el primer acercamiento, sino fascinante por su viveza, preci-

sión, intención e ingente carga erudita. Me sentí vivificado por la lectura de un texto que emi-

te agilidad y nervio y me sumergí en la recuperación de esas páginas donde hablan Homero y

Locke, Virgilio y Condillac, Lactancio y Descartes, Saulo y Boileau. Lo devoré de un tirón, des-

de Abbé hasta Vertu, y todo, leído antes o no, me pareció nuevo y osado. Si siempre vi en Juan

Presentación de su libro Seis lecciones de historia,con Eloy Fernández, Gonzalo Borrás y Guillermo Fatás (2007).

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GUILLERMO FATÁS

350 |

José sobre todo a un sabio profesor comprometido, desde aquel año vinculo, además, su re-

cuerdo al creador de Zadig.

En virtud de este tipo de ejercicio de reconocimiento y evaluación de las memorias —falsas y

verdaderas, pasadas y presentes, propias y ajenas— que Juan José aconsejaba, reconstruí alboroza-

do la mía particular de Voltaire, iniciada casi en la infancia en forma de anatema clerical, burdo

pero efectivo, capaz de imprimir un duradero recuerdo sobre la iniquidad contaminante de Voltaire

—así la memoria se hace negación de sí misma, pues reduce el conocimiento a lo que solo debe ser

recordado como desconocido—, que redimí, como tantos de mi edad, años después en una prime-

ra reacción de decoro profesional contra la vergonzosa laguna; y, en fin, disfrutado más plenamen-

te en la enriquecedora cercanía de Juan José. A quien, así y todo, no me atreví después a pedir que

leyese el original del libro, convencido de que, por las flaquezas del mismo, lo habría puesto en un

apuro afectivo.

Me aprovecharon también escritos suyos para recuperar otras memorias adulteradas por la

transmisión, que en ocasiones degrada lo que resume. Fue el caso con el positivismo. Me aparecía,

en los primeros años de mi ejercicio profesional, como un arquetipo de desistimiento intelectual.

El juicio dominante lo había reducido a poco más que a mera erudición y al seco ejercicio de defi-

nir, contar, pesar y medir. Como a Voltaire, volví por la vía de Juan José a la reconsideración del

positivismo, albergue de notables componentes teóricas, cuyos nombres más ilustres habían evita-

do a menudo el orgulloso aislamiento de la académica torre de marfil, que, contra el tópico, habían

superado a menudo la reconstrucción de la simple historia política; y, sobre todo, quedé conscien-

te de que lo discreto era valorar la profundidad de sus avances críticos frente a las dificultades,

tan a menudo insalvables, de la creación historiográfica.

Juan José Carreras se ha ido y ya no volverá, salvo a nuestra memoria. Por eso está bien que

sigamos hablando de él y de su forma de hacer las cosas en el modo que empleaba para que nos-

otros no olvidásemos lo que él quería hacernos recordar. Cuando leí en su momento este párrafo

de Steiner en Errata (cito por la edición de Gallimard) sentí como si, en lugar de hablar del con-

movedor protagonista, se refiriera al espíritu de nuestro amigo y a lo que movía su voluntad de

historiador:

[...] une immense foule en marche depuis la nuit des temps, secouant les chaînes immémo-

riales de son esclavage, la révolte de Spartacus, les jacqueries et les soulèvements milléna-

ristes, et les communards, les innocents et les soumis exécutés sur cette grande place de

Saint-Pétersbourg en 1905, la colonne interminable des mutins et des vaincus qui avaient

sacrifié leur vie à la cause en 1917, dans les caves de Shanghai, dans les chambres de tor-

tures de Madrid, Berlin, Santiago, chantant dans l’enfer glacé de Stalingrad pour se tenir

éveillés, élan irrépressible, demain comme hier...

He releído el párrafo al año de su muerte y he vuelto a sentir lo mismo.

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JAVIER MUÑOZ SORO

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DIRECTOR: ¡Vayamos a los hechos, señores,

vayamos a los hechos! ¡Dejémonos de discursos!

PADRE: ¡Perfecto! Pero no olvide usted que un

hecho es... como un saco: si está vacío, no se

mantiene en pie. Para ello, hace falta en primer

lugar colmarlo de la razón y de los sentimientos que

lo han determinado.

Luigi PIRANDELLO: Seis personajes en busca de autor

No supe hasta muy tarde que el padre de Juan José había

muerto al intentar escapar de la cárcel donde esperaba a ser

fusilado por el delito de ser republicano galleguista y haber

presidido una mesa electoral durante la República. Yo que

crecí conociendo a Juan José, profesor y veraneante en Jaca,

y buen amigo de mis padres. Cuando iba a su apartamento

de Prado Largo a buscar a su hijo Pablo disfrutaba de ese

ambiente especial que se respiraba en su casa, y uso el verbo

respirar porque me parecía una atmósfera espiritual y al

mismo tiempo muy física, distinta a las demás. Había siem-

pre algo de alemán en el afectuoso recibimiento de Juan

José y Mari Carmen, pero también en las fotos y las letras

góticas de su biblioteca, igual que había de intelectual en la

conversación amena y en los libros apilados desordenada-

mente en las estanterías de madera que ahogaban literal-

mente las paredes del salón. Lo que más me llamaba la

atención era, sin embargo, cierto aire entre ácrata e inge-

nuo que parecía rodear a todas sus cosas y acciones: los

juguetes de metal, los collages con Lenin y el Pato Donald,

o el olor de tabaco picado, liado en estrechos cigarrillos que

Juan José tenía en la comisura de los labios mientras habla-

ba de esa forma tan suya, con toda la cara, y la ceniza caía

sobre un jersey ya acostumbrado a ella. Era un convencido

marxista, pero ya entonces me parecía poco ortodoxo.

Luego descubrí que, simplemente, era un marxista irónico.

Me pareció que una tragedia semejante en su infan-

cia, cuando Juan José apenas tendría unos ocho años, con-

Juan José Carreras:de la tragedia

e ironía de la vida(Breve reflexión

sobre un maestro ágrafo,la guerra civil y el 56)

JAVIER MUÑOZ SORO

Universidad Complutense de Madrid

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JAVIER MUÑOZ SORO

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trastaba con esa visión irónica, pero nunca cínica, de la vida. Quizá era al revés y precisamente de

allí venía su talante —antes de que esta palabra adquiriera para algunos connotaciones negativas—

tolerante y siempre abierto hacia los otros, incluidos los más teóricamente distantes. No lo sé, por-

que yo casi nunca hablé con él de su vida, excepto algo de su estancia en Madrid, muy cerca de

donde vivo yo ahora, en pleno barrio de Chamberí y muy cerca de la Facultad de San Bernardo

donde estudió. Por cierto, quienes quieran saber qué fue la Universidad española en los años cua-

renta y cincuenta deberían acercarse allí, a ese olvidado lugar de la memoria, porque ante el feo

caserón no es difícil imaginarse a los pocos miles de alumnos que por entonces tenían el privilegio

de estudiar, procedentes de la burguesía madrileña o de las clases medias de provincias que man-

daban a sus hijos a estudiar en Madrid, único lugar donde era posible hacer el doctorado. Obviando

el exceso de tráfico actual, también puede imaginarse a los chicos que invaden la calle y bajan en

manifestación hacia la Gran Vía, o bien a los falangistas con camisa azul, correajes y porras que asal-

tan el recinto, como sucedió en 1956. Era el Madrid seco, grande y animado que encontró Juan José

en 1942, con catorce años, acento gallego y la obsesión de que al final de alguna calle iba a encon-

trar el mar (entrevista con Antón Castro)1.

En esa misma entrevista Juan José Carreras decía que nunca estuvo obsesionado con la muer-

te de su padre, que se asumía la violencia de la guerra. Lo único que él y muchos otros querían era

acabar con el régimen, cuya omnipresencia recordaba cotidianamente la guerra y violencia primi-

genias. Simpatizante comunista y miembro de la clandestina FUE, refundada por hijos de familias

liberales y republicanas represaliadas, participó en las movilizaciones universitarias de mediados de

los años cincuenta propiciadas por la apertura de oportunidades políticas —como dirían los estu-

diosos de los movimientos sociales— que supuso la llegada de Joaquín Ruiz-Giménez al Ministerio

de Educación Nacional en 1951. Nunca presumió de todo ello, al menos en mi presencia. Ni siquie-

ra sé si le gustaba ser un hijo del Geistzeit, del espíritu de su tiempo, él que tanto se interesó por

el historicismo alemán y por los problemas del presente. Pero su biografía creo que recoge la tra-

gedia y la grandeza de muchas otras personas de su generación, de los hijos de los vencidos que

contribuyeron con generosidad a construir la democracia.

En la década de los cincuenta surgió con fuerza la idea de la guerra como mito fundacional

del régimen, fuego sacro siempre encendido de sus esencias políticas, tras la violencia y la gran

represión que se había prolongado hasta el bienio 1947-1948 favorecida por las circunstancias

internacionales, primero la guerra europea y luego el bloqueo internacional. Es decir, a diferencia

de los años anteriores, cuando la guerra aún no había acabado ni de hecho ni de iure (el estado de

guerra se levantó en 1947), si no la paz al menos a una pacificación impuesta por las armas permi-

tió que la idea de la guerra, como concepto funcional, entrara de lleno en los conflictos internos

del régimen hasta convertirse en la clave de las arquitecturas políticas previstas para el futuro.

Así, el 18 de julio, la victoria, se va a convertir en los cincuenta en la referencia central para

situar las respectivas posiciones: la de quienes quieren empezar a cicatrizar esa herida, pero no

pueden y por eso empiezan a distanciarse o se distancian bruscamente del régimen, como sucede-

rá con muchos intelectuales, profesores y estudiantes universitarios, y la de quienes renovarán esa

herida, para legitimar su poder. Pasarán aún bastantes años hasta que el régimen —creo que ante

la fuerte oposición interior, las cartas de intelectuales que se difunden dentro y fuera de España

con motivo de las huelgas mineras de 1962, o el encuentro de Múnich de ese mismo año— se

replantee la posibilidad de hacer también de la paz una fuente de legitimación, con la famosa

campaña de los XXV Años de Paz de 1964.

1 http://antoncastro.blogia.com/2006/121401-entrevista-con-juan-jose-carreras-ares-.php.0

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Juan José Carreras: de la tragedia e ironía de la vida...

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El fascismo español había em-

pezado con una guerra, el fascismo

italiano y el alemán acabaron con

otra, y eso explica algunas diferen-

cias. La cultura había sido funda-

mental para el fascismo en Italia,

tanto para su conquista y afirmación

en el poder, como para sostener un

proyecto esencialmente totalitario

que estuvo siempre ahí, luchando

por imponerse. Ese fenómeno polí-

tico complejo que fue el fascismo

tenía una vertiente antiintelectual,

ya presente en la amplia base de

política radical surgida con fuerza

en la Europa del primer tercio del

siglo (Sorel, por ejemplo), pero es-

tuvo al mismo tiempo animado por

un ambicioso proyecto cultural to-

talitario. La represión contra los in-

telectuales disidentes, liberales y

socialistas, que habían adquirido

gran relevancia en la fase final del

régimen giolittiano, fue tremenda

también en Italia. Basta pensar en

las muertes de Piero Gobetti, Carlo

Roselli o Gramsci o el confinamien-

to y exilio de Salvemini, Lussu y

muchos más. Pero en la España

franquista hubiera sido inconcebi-

ble tanto la tolerancia hacia Bene-

detto Croce después del duro Manifiesto de los intelectuales antifascistas en 1925, como el pa-

pel desempeñado por los propios intelectuales fascistas, como Gentile o Bottai. Ahí radica la

paradoja germinal de nuestros presuntos falangistas liberales.

En España la guerra abrió una enorme fractura, alrededor de la cual se situaban todos los

actores políticos tanto dentro como fuera del régimen. Para estos últimos fue una fisura infran-

queable y pronto los intelectuales del exilio escribirían de la guerra como una tragedia, sobre cómo

superarla a través de la reconciliación, el perdón, la autocrítica y la respectiva asunción de respon-

sabilidades. Dentro del régimen esa actitud moral surgirá solo en algunos sectores a partir de 1956,

primero privada e íntimamente, en la conciencia, y luego públicamente hasta traducirse en com-

portamientos políticos, pero esto ya en los sesenta. Hasta los años cincuenta aún pensaron que la

guerra y la victoria habían servido para algo (y esa preposición, para, creo que es importante). La

guerra estuvo detrás de la polémica cultural de aquellos años no ya solo como un hecho, sino como

un mito político-religioso que daba sentido fundacional a todo el sistema franquista. Y al decir

todo no creo exagerar, pues de otra manera resulta imposible entender la insistencia en volver a

ella y en ponerla en el centro del debate.

El propio Ruiz-Giménez no perdía ocasión de referirse en sus discursos a la fidelidad al 18 de

julio y al afán que nos lanzó al sacrificio de la guerra (1954). Incluso en el discurso de su cese, el

Entrevista de Antón Castro(El Periódico de Aragón, 28 de junio de 1998).

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17 de febrero de 1956, afirmaba a la defensiva: Tengo que decir que con la camisa azul recorrí los

campos de guerra de España y que me siento fidelísimo hacia lo que entraña. Su principal atre-

vimiento había consistido en defender la integración, sesgada sin duda, de una parte de la España

vencida. Como afirmaba en un discurso en enero de 1956, poco antes de su cese, una integración

que arranca de nuestra fe cristiana, de nuestra concepción católica de la vida y de nuestra adhe-

sión a todo lo que hay de valioso en los principios del Alzamiento nacional y que nos une a cuan-

tos nos pusimos en pie el 18 de julio de 1936. Ese programa había sido anunciado ya en su dis-

curso de toma de posesión en 1951:

No renunciamos al legado que representa, auténticamente, fuera ya de todo artificioso

comentario, Marcelino Menéndez y Pelayo, pero tampoco renunciamos a todo lo que de

valioso y auténtico hay en el pensamiento de Miguel de Unamuno o de José Ortega y Gas-

set. España está necesitada de integración, de todo lo que sea valioso, intelectual o afec-

tivamente, en la vida nacional.

Los términos eran los mismos usados tres años antes por Laín Entralgo en España como pro-

blema y retomaban el viejo proyecto nacionalista de los falangistas reunidos a principios de los

años cuarenta en torno a la revista Escorial, colaboradores de Ruiz-Giménez en el Ministerio de

Educación (Laín, Tovar) o sostenedores externos (Ridruejo, Aranguren). El proyecto se había despo-

jado de sus ambiciones totalitarias, e incluso había implicado a una parte del catolicismo político.

En 1946 Herrera Oria había escrito:

Tal vez no coinciden con nosotros en su ideología; tal vez en la parte fundamental religio-

sa tienen la desgracia de no ser de los nuestros. Pero son españoles; algunos, por añadidu-

ra, llenos de méritos para con la Patria; han contribuido a elevar la cultura general y el pro-

greso de las ciencias o a elevar su profesión; han hecho magníficas obras sociales o técni-

cas; han servido al bien común.

En los años cincuenta ese proyecto llegó a contar además con el apoyo no solo de las revis-

tas del SEU, como Alférez, La Hora, Alcalá o Laye, sino también del vértice de Falange y de su

secretario general Raimundo Fernández Cuesta, porque todo lo que tienda a excluir, a reducir, a

recortar, a sembrar recelos, a entontecer a los españoles, no es falangista, como en abril de 1953

decía Tovar en un famoso discurso (Lo que a la Falange debe el Estado).

Sin embargo, pese a todos esos apoyos y al indudable poder que suponía controlar un minis-

terio, el proyecto de los comprensivos —como los definió Ridruejo en un conocido artículo publi-

cado en Revista— no resistió al final la embestida de un adversario que era mucho más amplio que

aquel nutrido y competente grupo de intelectuales no izquierdistas (Marrero) vinculados al Opus

Dei. Estos últimos reivindicaron la herencia de Acción Española y copiaron los instrumentos y los

medios del enemigo (Marrero), en particular del institucionalismo krausista: las cátedras e institu-

tos universitarios y el CSIC, con su revista Arbor (pese a los numerosos problemas con Albareda),

luego la revista Ateneo y desde 1956 la revista Punta Europa. Junto con ese renovado activismo

cultural contaban con la presencia de uno de ellos, Florentino Pérez Embid, en la Dirección General

de Información del nuevo ministerio creado en 1951.

En 1952 Embid replicó al artículo «Excluyentes y comprensivos» de Ridruejo con un artícu-

lo en Ateneo titulado «Mi 18 de julio», donde daba la sencilla solución del problema: Sólo en tan-

to en cuanto aceptaran sin reservas el hecho granítico del 18 de julio, tendrían todos en ade-

lante derecho a la pacificada convivencia nacional. Frase que hoy nos parece entre amenazado-

ra y enigmática, solo aclarada en parte por su autor al recordar que La España de Negrín y Lís-

ter [...] la España descristianizada de Giner de los Ríos [....] estaba definitivamente fuera de

combate. A los homenajes a Ortega en su setenta cumpleaños respondió Jorge Vigón, también

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desde las páginas de Ateneo (28 de marzo de 1953), con el artículo «1.º de abril, día de la Victo-

ria», donde empezaba recordando la fecha en que los últimos objetivos de las tropas habían sido

efectivamente alcanzados, y acababa advirtiendo que para evitar volver a caer en el

abismo [...] sería preciso dejar rigurosamente balizados, para evitarlos, aquellos caminos por

donde se llegó una vez hasta él, a orilla de los cuales las quintas columnas larvadas aguar-

dan a que los espíritus libremente comprensivos que son su vanguardia reediten, corregidas

y estilizadas, las mismas gruesas equivocaciones que tantas desdichas ocasionaron...

El reverso de Ortega era García Morente, el filósofo convertido, que había entendido que no

es bueno nadar entre dos aguas y que [...] el destino de todo lo que queda entre dos fuegos es

ser acribillado (Pérez Embid, Ateneo, en 1953).

Por su lado, Calvo Serer trataría de ganar el apoyo explícito de la jerarquía eclesiástica para

su posición justo después de la firma del Concordato, con un artículo en Arbor titulado «La Iglesia

en la vida pública española desde 1936» en el que analizada el trasfondo espiritual de la guerra y

sus consecuencias morales en la vida pública española. Y su polémico artículo en Écrits de Paris

(«La política interior en la España de Franco») empezaba, cómo no, interrogándose sobre el progra-

ma para la paz de los vencedores del 1 de abril.

Esa Iglesia fortalecida gracias al Concordato de 1953 no tardó en implicarse en la ofensiva con-

tra la recuperación de autores considerados anticatólicos: ese mismo año Ecclesia reproducía una

pastoral de monseñor Pildain sobre Miguel de Unamuno, hereje y maestro de herejías, un ataque

indirecto al homenaje previsto en Salamanca por su rector, Antonio Tovar, y el Ministerio de

Educación Nacional. Más tarde fueron las organizaciones seglares, de las que Ruiz-Giménez había

sido representante modelo, las que abandonaron el barco de la apertura cultural, primero la ACNP en

1954 con un número extraordinario del Boletín que recogía los textos de la ortodoxia católica con-

tra Unamuno y Ortega. Dos años más tarde AC a través de su consiliario general, monseñor Zacarías

de Vizcarra, al publicar en Ecclesia (21 de enero de 1956) un duro artículo titulado «Mentalidad laica

y hedor masónico: espíritu de la Institución Libre de Enseñanza», título que retomaba unas palabras

del Caudillo en su discurso de fin de año, en lo que era ya la crónica de un final anunciado.

En realidad, la ofensiva eclesiástica había empezado ya antes en otros frentes, como la refor-

ma de las enseñanzas medias, y había sido igual de incomprensible para un católico militante como

Ruiz-Giménez y para muchos de sus colaboradores. Sánchez de Muniain escribía a Olaechea el 29

de noviembre de 1951:

Afuera, pues, mi querido Señor Arzobispo, tiquismiquis de campanario, que producen triste-

za a unos y risitas a otros, y a trabajar juntos por una reforma de nuestra educación, ya que

en esto vamos a la cola del mundo [...] Nos entristecería y desalentaría ver al Episcopado

español y a las Órdenes religiosas en la vía muerta e impopular, dando pábulo a un anticle-

ricalismo que ya empieza a atufar, y que sólo podemos frenar, insisto, un grupo de católi-

cos tomando en nuestras manos la bandera de la reforma a fondo. O reforma carmelitana

por nosotros, o protestante en manos de otros en fecha más o menos remota.

Pero los tiquismiquis de campanario se demostraron bastante más fuertes de lo que imagi-

naba y menos de un año después, en agosto de 1952, el mismo Muniain escribía a Ruiz-Giménez:

Te supongo amargado y entristecido ante la oposición, realmente enconada e incomprensiva de

nuestros amigos religiosos, aun después de haber llegado por cauces tan abiertos y conciliado-

res a un acuerdo con la Iglesia. Era todavía la Iglesia unida en la ortodoxia, ajena salvo casos

excepcionales a las nuevas corrientes de peligroso catolicismo liberal y sospechoso maritenismo

que empezaba a difundirse por Europa y que pronto se plasmarían en el vendaval de Juan XXIII y

el Concilio Vaticano II.

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El fracaso político de los comprensivos, en medio de una campaña de prensa contra ellos, de

movilizaciones callejeras y detenciones, de abandono por parte de la Iglesia y la Falange y de hos-

tilidad de casi todos los ministros, les puso frente a la realidad (realidad, palabra taumatúrgica por

entonces). El más intrépido, Ridruejo, ya daba cuenta en 1954 en carta a Carles Riba de lo iluso-

rio de su empeño, cuando dos años antes aún creía que era posible introducir en la situación dada

cierta virtud modificadora que la llevase a una mayor apertura, que replantease en ella el pro-

blema de nuestra convivencia —la de vencedores y vencidos—. Pero incluso en su caso fueron los

acontecimientos de 1956 los que marcaron una ruptura política respecto a lo anterior, como ha

explicado Santos Juliá. En la impresionante Declaración personal e informe polémico sobre los

sucesos universitarios de Madrid en febrero de 1956, dirigido nada menos que a la Junta Política

de FET y de las JONS, Ridruejo se muestra por primera vez como un demócrata que rechaza las

grandes ideologías. Ya no se trata, como en los meses anteriores, de apertura, de sondear lealmen-

te la opinión, de movimiento hacia el futuro, de una campaña seria de moralización, de integra-

ción en la continuidad de España, de airear los problemas y admitir la presentación de opiniones.

Escribe ahora, con plena aceptación, la palabra Democracia.

Por su parte, la derrota de los católicos reaccionarios del Opus Dei en 1953, consecuencia de

la torpeza de Calvo Serer al publicar su artículo en Écrits de Paris con desprecio total de las reglas

de juego que el franquismo imponía en los debates internos, fue en realidad solo parcial. Porque

al final lo que venció en 1956, y más aún, en 1957 fue la España sin problema, de Calvo Serer: el

problema de España que tanto preocupaba a Laín y los orteguianos, pero también a la España

peregrina del exilio, dejaba de tener sentido. La guerra lo había resuelto, ya solo quedaban por

solucionar los problemas, en plural, del país. A eso se van a dedicar los tecnócratas, decididamen-

te antifalangistas y antiliberales, que llegaron en 1957 al poder de la mano de Carrero Blanco y

con el apoyo de la Iglesia y el Ejército para modernizar la administración sin tocar las bases de legi-

timidad ni disparar otra vez el conflicto entre los distintos sectores ideológicos.

Vicente Marrero, en su libro La guerra española y el trust de los cerebros, publicado por

Punta Europa en 1961, atacaba ese colosal trust de cerebros con evidentes raíces internacionales

que defendía algo tan infame como que la guerra española fue tan solo una gran matanza. Y

aquel mismo año Sánchez Bella escribía a Ruiz-Giménez sobre Ridruejo denunciando que

se puede discrepar en esto o aquello, pero esto solo es honesto hacerlo desde dentro, desde

la aceptación fervorosa de un mínimo repertorio de verdades, entre las cuales ha de estar,

en muy primer lugar, la conciencia de la guerra justa y guerra necesaria, la que nosotros

hicimos, sin pretender colocar en el mismo plano a amigos y enemigos, como ahora tan

aviesa y torcidamente intenta hacerse.

Dirigente de la ACNP, Sánchez Bella había sido atacado por el grupo de Calvo Serer como

cerebro gris de unos supuestos demócratas cristianos colaboracionistas, pero en los sesenta y en

los setenta, cuando desempeñe sus cargos de mayor relevancia para el régimen como embajador

en Roma y ministro de Información y Turismo, estaría ya muy cerca del Opus Dei. Por tanto, ya no

se trataba de la consabida competencia entre las familias políticas del franquismo.

Otro ejemplo en el mismo sentido. El ministro de Asuntos Exteriores, Castiella, a quien de ahí

a poco tiempo le tocaría defender contra los reacios obispos españoles una ley de libertad religio-

sa que recogiera la nueva doctrina conciliar sobre el tema, en junio de 1957 escribía una carta al

cardenal primado Pla y Deniel acompañada de un ejemplar de Signo, órgano de la Juventud de

Acción Católica. Según el ministro, este contenía afirmaciones

de mucha gravedad [...] entre ellas la de que la Guerra de Liberación ‘debe servir únicamen-

te como punto de referencia de lo que no queremos’ y ‘debe dejar paso a la cordialidad, al

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diálogo efectivo y sincero’. Signo secunda así con entusiasmo las últimas consignas de los

dirigentes rojos en el exilio, empeñados con todo afán en este momento en abrir a toda

costa ese diálogo.

La guerra seguía siendo la clave del edificio franquista, y simétricamente de quienes lo aban-

donaban, fueran Ridruejo, Ruiz-Giménez o los jóvenes de la que Ruedo Ibérico llamó años después

la generación de los años 50, Marsal la generación ‘Alférez’ (por la revista del mismo nombre) o

Pablo Lizcano la generación del 56. Solo se puede insistir en la importancia tantas veces señalada

de un componente biológico de carácter transversal como fue la entrada en la escena política de

una generación que no había hecho la guerra, que aún no suponía una ruptura respecto a la gene-

ración precedente pero sí un cambio de actitud que preocupaba en las esferas del régimen. Este

tenía abundantes informes sobre una creciente hostilidad de los jóvenes universitarios, fruto de su

desencanto ante el contraste entre la realidad y la retórica de las proclamas en las que se habían

formado desde la adolescencia. Lo había dejado claro ya en 1955 la rudimentaria pero muy signi-

ficativa encuesta sobre Las actitudes sociales en la universidad de Madrid de José luis Pinillos y

el Informe sobre la situación espiritual de la Juventud española elevado a Franco por el rector,

Laín Entralgo. Este último llamaba la atención sobre:

[...] la peculiar conciencia histórica de las promociones universitarias que no vivieron nues-

tro Alzamiento Nacional. Entre los años 1945 y 1950, comienzan a ingresar en la Universidad

jóvenes para los cuales nuestra Guerra de Liberación y sus motivos determinantes no son ya

el recuerdo de una experiencia personal, sino la audición o la lectura de un relato.

A Laín le preocupaba también esa exaltación tan fascista de la juventud, ya que la ruptura

radical y sistemática con el pasado anterior a 1936, ha llevado a una suerte de mixtificación del

joven, así como la estrechez del horizonte profesional de nuestros jóvenes, porque conviene no

olvidar los numerosos huecos producidos por nuestra Guerra de Liberación en el mundo intelec-

tual y técnico. La guerra siempre presente. Y el exilio, con el inevitable y paulatino regreso al esce-

nario cultural de antiguos perdedores de la contienda. Pese a la defensa bienintencionada de Julián

Marías, la comparación con lo anterior, el peso del pasado, la tragedia de la guerra y del exilio para

el mundo de la cultura no se podían esconder, de ello habían sido conscientes los intelectuales

falangistas ya desde los tiempos de Escorial, cuando pretendían asimilar esos valores en un su pro-

yecto fascista totalitario, y más ahora, cuando habían pasado casi veinte años de la guerra. Como

ha repetido José-Carlos Mainer en más de una ocasión, en la cultura no hay adanismos y las epi-

fanías desde la nada no resultan creíbles, si no hay antes un proceso de maduración moral, prepo-

lítica. Por lo mismo su salida del poder les llevó no solo a distanciarse y, finalmente, a enfrentarse

al franquismo con distintos grados y ritmos, como es normal que ocurra en cualquier dictadura,

sino también a emprender un examen de conciencia, pues su alienación respecto a ciertas mani-

festaciones o rasgos del sistema era antigua, íntima y ética.

Los contactos con el exilio habían empezado a ser frecuentes desde finales de los años cua-

renta desde revistas como Ínsula o Cuadernos hispanoamericanos, mientras Aranguren, Vicens

Vives o Menéndez Pidal iniciaban su particular diálogo con el exilio. Sin España en su historia, de

Américo Castro, aparecida en Argentina en 1948, no podría entenderse la muy orteguiana España

como problema, de Laín Entralgo, publicada al año siguiente. Y, por si fuera poco, el impacto de

los premios Nobel a Juan Ramón Jiménez en 1956 —como acabamos de saber por El País, con resis-

tencias por parte del régimen español— y a Severo Ochoa en 1959 hacía aún más visible un drama

que convertía la guerra en una catástrofe cultural difícil de ocultar. El exilio, por su parte, tampo-

co dejó de percibir señales de los cambios que se estaban produciendo en España, y Francisco Ayala

no podía dejar de sorprenderse de la conexión de la juventud española con lo que ocurría más allá

de la campana de cristal con la cual el régimen había pretendido aislarla.

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Una juventud que deseaba cerrar cuanto antes la herida abierta de la guerra civil para poder ocu-parse de problemas más acuciantes. En ese deseo ético, a menudo aún no expresado en términos po-líticos, se encontraba conscientemente o no con el exilio, porque este, como denunciaba Castiella, ha-cía tiempo que pretendía abrir a toda costa ese diálogo. Precisamente en 1956 aparecía en México larevista Diálogo de las Españas con un llamamiento a un Movimiento de Reintegración Nacional:

Aparece este Diálogo por [...] nuestro ya antiguo convencimiento —cada vez más profundo—de que el estrecho contacto entre quienes en 1936 ocupamos las trincheras, al impulso de undeber que pusimos por encima de nuestras propias vidas, y las generaciones que, hoy yamaduras, no pudieron entonces, en razón de su edad, ser beligerantes en la trágica contien-da, es fundamental para sacar a nuestra patria de la miserable situación en que el franquis-mo la ha sumido [...] Diálogo entre españoles de distintos campos, condiciones y proceden-cias, semejantes en limpieza de intención y unidos por el común anhelo de una patria mejor 2.

O bien, como denunciaba Marrero, muchos exiliados habían llegado a la conclusión de quela guerra había sido una locura sangrienta, sin justificación posible (Ramón J. Sender), pese ahaber sufrido la violencia en sus propias carnes. En 1956 —siempre esta fecha clave— el PCE anun-ciaba su política de Reconciliación Nacional en un manifiesto publicado en junio, a pocas sema-nas del XX aniversario de una fecha histórica, del 18 de julio de 1936, en que comenzó la guerrade España. En otro famoso manifiesto del 1 de abril de 1958 los hijos de los vencedores y los ven-cidos se dirigían por primera vez a la opinión pública y a las autoridades para reclamarles que cesa-ra esa división que separaba y enfrentaba a los españoles unos con otros, todavía veinte años des-pués de la guerra, y para demandar la posibilidad de un futuro de convivencia.

Juan José Carreras estaba allí, en ese Madrid de mediados de los años cincuenta, junto concompañeros de Universidad como Rafael Sánchez Ferlosio, que en 1956 publicaría El Jarama. Sedoctoró con Santiago Montero Díaz, comunista convertido al falangismo jonsista antes de la gue-rra y expedientado una década después, en 1965, por apoyar a los estudiantes en su movilizacióncontra el franquismo. Y en 1956 abandonó España para trabajar en la prestigiosa Universidad ale-mana de Heidelberg, una estancia que prolongaría durante más de once años que marcaron parasiempre su vida y su vocación profesional, como les sucedió a tantos otros universitarios de sugeneración. Regresó a una España diferente en otra fecha simbólica, 1965, y con mucha más expe-riencia pero con la misma pasión de siempre participó en muchas iniciativas que también enZaragoza contribuyeron a la crisis definitiva de la dictadura y, sobre todo, a poner las bases de lafutura democracia. La revista Andalán entre ellas.

No escribió mucho. Juan José decía que no tenía necesidad de escribir, quizá por su visiónirónica de la vida y porque nunca creyó que lo que él escribiera no pudiera ser escrito por otros.No pretendió tener discípulos ni ser un maestro, aunque es probable que algunos le reconozcanhoy esa condición. Para mí no fue un maestro, solo un amigo. Creo que no le gustaba el tema queelegí para mi tesis de doctorado, después de abandonar el que me sugirió al acabar la carrera: laenseñanza de la historia en los libros de texto durante el franquismo. Sin duda un buen tema,como el tiempo se encargaría de demostrar. Cuando presentó mi libro confesó que la primera vezque le había interesado la revista Cuadernos para el Diálogo, con su fundador Joaquín Ruiz-Giménez y el grupo reunido en torno a ella, fue a través de mi libro. Yo lo tomé como un elogio.El de quien piensa que los objetos historiográficos no están ahí fuera, esperando que los capture-mos, sino que los construimos y hacemos significativos nosotros mismos.

2 Editorial, Diálogo de las Españas, I (julio, 1957), en J. VALENDER y G. ROJO: Las Españas. Historia de una revista

del exilio, 1946-1963, México, Colegio de México / Centro de Estudios Lingüísticos y Literarios / Fondo Eulalio

Ferrer, 1999, pp. 502-504.

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PALMIRA VÉLEZ

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El panorama de la historiografía española actual, que es

sólido, dinámico y plural, encuentra características seme-

jantes en la especialidad del americanismo, si bien alcan-

zarlas no siempre ha sido fácil. En otro lugar dejamos esta-

blecida la cronología del moderno americanismo español,

esto es, a comienzos del siglo XX, en un marco de desarro-

llo de las primeras sociedades americanistas y viajes a

Ultramar; no antes de que el Archivo de Indias obtuviera

reconocimiento oficial de archivo histórico (1894), y simul-

táneamente a la institucionalización de la primera cátedra

—general— de Historia de América (1900), y la primera cá-

tedra —especializada— de Historia de las Instituciones y del

Derecho indiano (1914), ambas en la Universidad Central de

Madrid1.

No hay en absoluto atraso español en los estudios

históricos americanistas si los comparamos con otras tra-

diciones nacionales. Más bien al contrario, la historiografía

americanista española es veterana en sus orígenes por

muchas razones fáciles de entender, entre otras las que van

desde el interés del Gobierno metropolitano por conocer

los territorios de Ultramar hasta su gran significación polí-

tica para la Corona en el moderno concierto de las nacio-

nes, sin olvidar el hecho de la posesión de los documentos

alusivos al propio objeto de estudio.

En la apreciación de este adelanto temporal y en su

desarrollo continuado no debería haber dudas, no obs-

tante las conclusiones desalentadoras a que pueden erró-

neamente conducir ensayos acerca de los fracasos del

hispanoamericanismo español contemporáneo anterior a

la guerra civil. Es necesario advertir que estos trabajos se

ocupan de los aspectos más institucionales de las relacio-

nes culturales entre España e Hispanoamérica, y lo hacen

muy bien; o abordan las correspondencias político-diplo-

Historiografía americanistaespañola del siglo XX.

Unas reflexionesen homenaje

a Juan José Carreras

PALMIRA VÉLEZ

Universidad de Zaragoza

1 Nos remitimos a nuestro libro La historiografía americanista

española, 1755-1936, Madrid, Iberoamericana, 2007.

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máticas, con idéntica buena fortuna. Todo lo que ha ido apareciendo en los últimos años son in-

vestigaciones meritorias y necesarias, pero, por lo general, no son auténticos análisis historio-

gráficos, no al menos en el sentido que nosotros aprendimos del maestro Juan José Carreras Ares.

Colocados en una posición victimista respecto a la historiografía de América en el siglo XX, to-

davía cabría oscurecer más su evolución si a un balance presuntamente negativo durante la pri-

mera mitad de siglo, o algo ensombrecido si se prefiere, se le suma la innegable utilización lle-

vada a cabo por el franquismo durante buena parte de la segunda mitad del siglo. La cuenta

resultante daría posiblemente expresión a esa denuncia de atraso y tono conservador del ame-

ricanismo español, como si una pátina fruto y resistente a la vez del tiempo hubiera cubierto pe-

ríodos importantes de su existencia.

Naturalmente, la realidad hoy no es así, lo mismo que no lo es en otras diferentes especia-

lidades aquejadas en mayor o menor grado de patologías similares, pero durante un tiempo re-

lativamente reciente ese mensaje tuvo visos de credibilidad. Por lo que yo recuerdo las cosas no

distaban mucho de este estado cuando me decidí por la elección de un tema de historiografía

americanista para la tesis de licenciatura a fines de los años ochenta. Mi primer pensamiento fue

para Antonio Ballesteros Beretta aunque ignoro los motivos exactos —si puramente técnicos o

de otro tipo—; en cualquier caso y dado que el fallo de la Comisión de Becas FPI del Ministerio

de Educación no coincidió con mi entusiasmo de investigadora novel, modifiqué la propuesta

ampliándola hacia los orígenes de la historiografía americanista española y la redirigí al Minis-

terio de Asuntos Exteriores, concretamente al Instituto de Cooperación Iberoamericana (ICI por

entonces y actual AECI o Agencia Española de Cooperación Internacional). Juan José, autor de

la preceptiva carta de presentación, me ayudó a darle forma entonces y después, una vez con-

seguida la beca anteriormente esquiva. Me consta que se sintió cómodo desempeñándose en la

dirección de mi tesis, una tesis que era de lo suyo, de historiografía, si bien con la especificidad

novedosa del carácter americanista2.

Fases de la historiografía americanista española,notas para un esquema

La historiografía americanista española contemporánea evolucionó progresivamente en los años

veinte y treinta del siglo XX hacia la historia social, una historia social entendida en el sentido de

historia de las instituciones y estudios arqueológico-etnográficos. Es cierto que esa misma histo-

riografía tradicionalmente había tenido una naturaleza específica que le dificultó haber alcanza-

do antes dicho paradigma de historia social. Tales peculiaridades o especificidades han sido

expuestas por nosotros en el estudio ya citado y aluden básicamente al valor de identidad nacio-

nal español del referente americano. En consecuencia, la historia política, la historia no tanto de

América sino de hecho la de España en América, fue la predominante en el americanismo español

(sin estar ausente, no obstante, cierta preocupación antropológica ya desde los cronistas oficiales

de Indias). El hecho de que historiadores y quienes escribían historia de América en los siglos XIX

y XX hayan dado mucha importancia a la historia política se puede valorar, efectivamente, como

2 A Juan José lo conocí como alumna del Segundo Ciclo de la Licenciatura en Filosofía y Letras, Sección Histo-

ria, en las asignaturas de Historia de las Ideas Políticas e Historia Universal. A propósito de este asunto de be-

cas, mis compañeros recordarán como yo recuerdo, porque me pidieron que lo leyera en clase, la simpática

anécdota del comunicado del Ministerio de Educación en el que Juan José aparecía como becario y yo en el

lugar destinado a él, el catedrático; a lo que Juan José comentó que le había hecho mucha gracia y que in-

cluso le rejuvenecía. A continuación fotocopiamos la carta y al día siguiente él llamó al Ministerio para que

hicieran la oportuna modificación.

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obstáculo para la apertura a otras líneas de investigación, temas y tendencias. Pero también sería

posible otra explicación, la de que justamente la apertura del americanismo español a otros temas

en la segunda y tercera décadas del siglo XX, algunos de ellos poco habituales con anterioridad, se

debe a una ampliación de la historia a partir de la crisis de la Restauración. De hecho, los debates

finiseculares se centraron en la preocupante situación política del momento —fruto en buena

medida de la situación colonial americana— y en temas de evidente calado social respecto al pasa-

do y al porvenir nacionales3. A partir de entonces y durante las primeras décadas del siglo XX, las

elites intelectuales de una España potencia colonial venida a menos comparada con el encumbra-

miento coetáneo de auténticas potencias colonialistas europeas, empezarán a plantear de distin-

to modo el referente americano, esto es, el vínculo que permanentemente está en la escena polí-

tica española y que de antiguo tenía un carácter muy continuista en el modo de historiar. Habrá,

pues, un replanteamiento de la cuestión y, además, el empeño obtendrá resultados, cosa destaca-

ble en un dominio tradicionalmente pródigo en iniciativas malogradas.

3 F. COLOM GONZÁLEZ (ed.): Relatos de nación. La construcción de las identidades nacionales en el mundo hispáni-

co, Madrid, Iberoamericana, 2005, tomo II; I. BURDIEL y R. CHURCH: Viejos y nuevos imperios: España y Gran

Bretaña, siglos XVII-XX, Valencia, Episteme, 1998; J. PRO RUIZ: «La crítica al Estado liberal y la perspectiva ame-

ricanista: los ingredientes ideológicos del nacionalismo español, 1890-1940», en M.E. CASAÚS ARZÚ y M. PÉREZ

LEDESMA (eds.): Redes intelectuales y formación de naciones en España y América Latina (1890-1940), Madrid,

Ediciones de la Universidad Autónoma de Madrid, 2005, pp. 329-354; J. PAN-MONTOJO (coord.): Más se perdió en

Cuba: España, 1898 y la crisis de fin de siglo, Madrid, Alianza, 1998; J. ÁLVAREZ JUNCO: «Identidad heredada y

construcción nacional: algunas propuestas sobre el caso español, del Antiguo Régimen a la Revolución liberal»,

Historia y Política, 2 (1999), pp. 123-148.

En un curso en la UNED de Zamora, 1996.

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Una síntesis de las fases del desarrollo del americanismo español desde comienzos de siglohasta la década de los setenta, o si se prefiere hasta el fin del franquismo, podría quedar como seseñala a continuación: a) una primera de consolidación institucional y profesionalización historio-gráfica que se interrumpe en 1936 con el estallido de la guerra civil; y b) una segunda después dela guerra civil con la creación de nuevos centros y grupos vinculados al Consejo Superior deInvestigaciones Científicas (CSIC).

La primera es una etapa crucial, en la que la preparación de ediciones en forma de coleccio-nes de fuentes, conforme a la metodología histórica al uso, y de unas obras reivindicativas de per-sonajes y hazañas —Colón y colonización— se complementará con un interés creciente por losestudios de historia del Derecho e incluso de Antropología4. Detrás de esto hay un proyecto rege-neracionista y reivindicador del nacionalismo español que consiste en considerar que la clave con-tra la Leyenda Negra es el estudio de las instituciones americanas. En el período señalado y demanera destacada tanto Sevilla como Madrid desarrollarán instituciones de investigación cuyaculminación coincidirá con los años de la Segunda República. Este proceso de constitución y dedesarrollo se llevará a cabo, además, mediante viajes, redes y contactos interpersonales. Pero antetodo gracias a la figura de Rafael Altamira, de quien podríamos decir que, directa o indirectamen-te, fue el autor que más ayudó a difundir el interés por la historiografía americanista.

En Sevilla, el Archivo de Indias dará pie a la creación en 1914 de un Centro de EstudiosAmericanistas; a la fundación como institución privada en 1928 de un Instituto Hispano-Cuba-no de Historia de América; y, sobre todo, a que el Centro de Estudios de Historia de América dela Universidad de Sevilla, creado por la Segunda República en 1932 y capacitado para otorgar eltítulo de doctor, se convierta en la institución más importante del momento5. Mientras, en Ma-drid, a las enseñanzas de Rafael Altamira en varios centros y, sobre todo, en su cátedra de His-toria de las Instituciones Políticas y Civiles de América (desde 1914), se añade en los años trein-ta una auténtica efervescencia intelectual que se extiende al Centro de Estudios Históricos conla creación de una Sección de Estudios Hispanoamericanos bajo la dirección de Américo Castro.En todo caso, el mejor síntoma de esta etapa será la celebración en Sevilla en 1935 del 26.º Con-greso Internacional de Americanistas, presidido por Gregorio Marañón, auténtico escaparate in-ternacional de la investigación española y culminación de un proceso de contactos entre inte-lectuales españoles y americanos que se remonta prácticamente a comienzos del siglo XX.

La segunda de las etapas citadas se centra, como dijimos, en el Consejo Superior de Inves-tigaciones Científicas, institución que va a capitalizar la actividad investigadora en España en losaños cuarenta y cincuenta, y que va a servir de plataforma intelectual para combatir el aisla-miento internacional de posguerra. El exilio y la dispersión provocados por la guerra civil, asícomo la represión franquista, desencadenarán una crisis en la profesión historiográfica españo-la en los años cuarenta, compensada lenta y desigualmente por la formación de nuevos grupos,en el caso del americanismo también en Madrid y Sevilla. En este caso, el exilio fue importantey las pérdidas de la investigación americanista de posguerra también; pero, como recientemen-te han puesto de manifiesto investigadores del Consejo a propósito del Centenario de la Juntapara Ampliación de Estudios, fue el Consejo quien recogió el testigo de las instituciones y los te-mas anteriores, exceptuando la rama más jurídica en la que Rafael Altamira era especialista6.

4 Por su carácter de guía debe citarse la Colección de Documentos Inéditos para la Historia de Hispano-Amé-

rica (Madrid, CIAP, 1927-1936), encargada a Altamira a partir de 1929, cuyo objetivo es allanar el camino para

la elaboración de la historia social de América.

5 Vid. J.A. CALDERÓN QUIJANO: Americanismo en Sevilla, 1900-1980, Sevilla, EEHA, 1987.

6 M.A. PUIG-SAMPER MULERO (ed.): Tiempos de investigación: JAE-CSIC, cien años de ciencia en España, Madrid,

CSIC, 2007.

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Historiografía americanista española del siglo XX...

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En la capital castellana, el Instituto Gonzalo Fernández de Oviedo y, en la andaluza, la Es-

cuela de Estudios Hispano-Americanos, se van a convertir en los continuadores y reorientadores

de las labores de preguerra, dando lugar a una generación de americanistas españoles responsa-

ble, a medio plazo, de haber sorteado las incertidumbres de posguerra y haber devuelto la soli-

dez a esta clase de estudios e, incluso, de haberla reforzado7. La lista incluye autores como Ci-

riaco Pérez Bustamente, Manuel Ballesteros Gaibrois, José Alcina Franch, Juan Pérez de Tudela,

José Antonio Calderón Quijano o Francisco Morales Padrón8.

La institucionalización del americanismo de posguerra y la recuperación de sus actividades

investigadoras fue desde el principio de la mano de un importante uso político por parte del fran-

quismo, para quien la Hispanidad —el liderazgo espiritual y político de una supuesta tradición

española— era un elemento fundamental de su propia definición9. Semejante consideración se tra-

dujo a medio plazo en un ventajoso apoyo institucional, el mismo que, sin embargo, se acabaría

convirtiendo más adelante en obstáculo para la apertura del americanismo español a otras ciencias

sociales y a los tiempos contemporáneos; al menos fue un obstáculo mayor que en otras especia-

lidades de menor importancia política para el franquismo. En ese sentido, a juicio de los estudio-

sos, habrá que esperar a los años setenta para ver iniciado un proceso de resuelto acercamiento a

otros americanismos que no se podrá considerar satisfactorio al menos hasta los años noventa.

En dicho proceso de puesta al día se habrían conjugado al menos tres elementos. En primer

lugar, el desarrollo a lo largo de la geografía española, pero al margen de las tradicionales batu-

tas de Madrid y Sevilla, de grupos de investigadores que en algunos casos cristalizan en centros

de investigación. En los años noventa centros como el Instituto Interuniversitario de Estudios de

Iberoamérica y Portugal de la Universidad de Valladolid (1992), o el Centro de Investigación de

América Latina (CIAL) de la Universidad de Castellón (1994), muestran una clara consolidación

investigadora y docente. Tales actividades, descentralizadas, tuvieron un precedente importante

en el Centro de Estudios Latinoamericanos de la Universidad Autónoma de Barcelona, fundado

ya en 1973, y que fue pionero en vocación interdisciplinar y en acercamiento a otros centros eu-

ropeos. Muestra de esta descentralización puede ser, actualmente, la Asociación Española de

Americanistas (1982).

En segundo lugar, el asentamiento en España de investigadores latinoamericanos de for-

mación diversa que han contribuido a enriquecer el panorama español, como el uruguayo Car-

los M. Rama (1921-1983), el argentino Carlos D. Malamud o los chilenos Miguel Rojas Mix y Cé-

sar R. Yánez Gallardo.

En tercer y último lugar, el considerable apoyo institucional que, desde mediados de los

ochenta, recibe el americanismo español a resultas de la conmemoración del Quinto Centenario

del Descubrimiento de América. Este soporte institucional, tanto del Gobierno central como de los

7 Esto es particularmente notable en los estudios de Historia del Derecho indiano, en los cuales, a pesar del exi-

lio de Rafael Altamira y su discípulo José María Ots Capdequí, el CSIC reemprenderá la labor con Alfonso Gar-

cía Gallo, Guillermo Lohman Villena, e historiadores de la sevillana Escuela de Estudios Hispanoamericanos,

como Guillermo Céspedes del Castillo, Antonio Muro Orejón, José Antonio Calderón Quijano, e incluso el ale-

mán Ernesto Schäfer, quien ya había publicado parte de su famoso estudio sobre el Consejo de Indias antes

de la guerra civil.

8 Se encontrarán datos de todos estos autores en G. PASAMAR e I. PEIRÓ: Diccionario Akal de historiadores españo-

les contemporáneos, 1840-1980, Madrid, Akal, 2002, respectivamente, pp. 476-479, 103-105, 65-67, 486-487,

149-150 y 425-426.

9 Véase más detalles en G. PASAMAR: Historiografía e ideología en la posguerra española: la ruptura de la tradi-

ción liberal, Zaragoza, Prensas Universitarias de Zaragoza, 1991.

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autonómicos, no solo se ha plasmado en la publicación de una enorme cantidad de monografías

y obras de divulgación, sino también en planes de investigación y desarrollo que han conducido a

la formación de investigadores y han contribuido, a la postre, a dar a los estudios americanistas su

actual perfil, dinámico, ecléctico, bien informado de las corrientes historiográficas y mucho más

socializado que el de hace treinta años10.

La moderna historiografía americanista española en sus orígenes:el problema de sus peculiaridades

Pero detengámonos en el nacimiento y consolidación del moderno americanismo español duran-

te la Restauración, esto es, una España periférica que encaró su relación con el mundo americano

en el XIX a modo terapéutico, como receta de regeneración interna, mientras que otras naciones

no mediatizadas por la leyenda negra, podían, por esa misma razón, practicar un imperialismo eco-

nómico y cultural y arroparon una erudición americanista menos centrada en la historia política

que la española.

El primer punto de nuestra reflexión consiste, pues, en subrayar que las necesidades de legi-

timación de la llamada actuación española en el Nuevo Mundo fueron, durante siglos, una cons-

tante en la labor historiográfica. Durante la Restauración esto lo hará la Academia de la Historia

(una corporación erudita, refugio de prohombres del liberalismo decimonónico y también, herede-

ra de la Crónica Mayor de Indias) con fuentes y documentos, preferentemente inéditos, cada vez

más sometidos al rigor del método histórico, pero, sobre todo, políticamente favorables, esto es,

evitando las conflictivas o polémicas, y haciendo hincapié en la ejecutoria política española.

¿Por qué hablar de singularidades del americanismo español? Bien, la española hubo de tener

en sus orígenes un carácter político e institucional mucho más acentuado que otras coetáneas, al

ser América una constante referencia fundamental del nacionalismo historiográfico liberal del

siglo XIX. Americanismo, pues, cuya materia prima serán los hechos políticos e instituciones, y su

caracterización, la insistencia casi exclusiva en las categorías de la Conquista y la Colonización,

por dos motivos principales: 1) por la propia naturaleza de las instituciones que la construyeron y

divulgaron como un estado de opinión y un valor de identidad nacional a lo largo del XIX y buena

parte del XX; y 2) por el tipo de fuentes —oficiales—, de la Corona o de las autoridades indianas.

Tenemos, así, un americanismo que, inevitablemente, nace condicionado por la propia situación

histórica coetánea, a diferencia de otras disciplinas científicas del momento también de raigam-

bre académica como, por ejemplo, el arabismo o la Arqueología. Porque, ¿había que demostrar,

acaso, la necesidad de la Reconquista, la lucha contra el infiel, o la importancia de los monumen-

tos españoles? Es evidente que no, puesto que sobre ellos no planeaba ninguna imagen negativa,

más bien todo lo contrario. A cambio de esos corsés, el americanismo español se moverá bien den-

tro de unos temas precisos, con unas fuentes sólidas, y dentro de unas interpretaciones comparti-

das por los especialistas y por la opinión pública como señas de identidad propia, evocando un

pasado glorioso garantía de futuro. Sin embargo, al mismo tiempo, estará demasiado centrado en

labores vindicativas con el correspondiente riesgo de manipulación y de anquilosamiento. En defi-

nitiva, las peculiaridades o singularidades de las que trataremos se podrían resumir en la parado-

ja de que el americanismo español disponía de más materia que ningún otro, pero no necesaria-

mente una continuada preponderancia en todos los ámbitos de investigación.

10 En la descripción de estos tres elementos nos hemos inspirado en el artículo de Nuria TABANERA GARCÍA: «Un cuar-

to de siglo de americanismo en España: 1975-2001», Revista Europea de Estudios Latinoamericanos y del

Caribe, 72 (abril, 2002), pp. 84-93.

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Historiografía americanista española del siglo XX...

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El lugar donde dar con esas fuentes reunidas no era otro que el Archivo de Indias de Sevilla,

archivo tan protegido y a salvo de la curiosidad investigadora como la generalidad de archivos del

Antiguo Régimen; pero este incluso más. Más porque su propia creación obedeció al fin preciso de

concentrar las fuentes y facilitar el trabajo de escribir una Historia General de Indias a su propio

iniciador, Juan Bautista Muñoz, que vindicara la obra de la Corona en América ante las acusacio-

nes de los philosophes; y para evitar la desaparición de seguir en el deplorable estado de conser-

vación en Simancas, desde donde comenzó a formarse, como sabemos, a partir de 1785. En abso-

luto se formó por un empeño ilustrado de acercar la investigación a los estudiosos. De hecho, fue

un archivo muy protegido, al que no se permitió el acceso a particulares ni siquiera cuando, tras

el 98, ya no quedaban colonias que administrar. Colonias, no; pero sí la tarea de mejorar la ima-

gen exterior.

Paradójicamente, su carácter de depósito de fuentes oficiales jugó en su contra para una

más temprana consideración de archivo histórico. La tardanza es importante subrayarla, pri-

mero, por lo que supone en la profesionalización del personal, ya que no empezó a ser servido

por los archiveros del Cuerpo Facultativo hasta fines del Ochocientos, cuando pasó a depender

de Fomento; y, segundo, sobre todo, por el obstáculo al desarrollo de la investigación ameri-

canista. Vista su función distancia-

da de la investigación, no resulta

entonces extraña la dilatada vigen-

cia de las severas Ordenanzas de

Carlos IV (1790).

Que los archivos europeos de

la época eran manifiestamente me-

jorables lo sabemos de sobra; el de

Indias no se salva, más bien al con-

trario: escaso presupuesto —no pa-

ralelo a la cuantía y carácter de sus

fondos que le valieron el calificati-

vo de general en 1900—; profesio-

nalización más tardía y cierta mar-

ginalidad con respecto al llamado

buque insignia de la erudición, esto

es, el Archivo Histórico Nacional; y,

por si fuera poco, uso compartido

del edificio. De hecho, la escasa

movilidad del personal observada

en los escalafones demuestra que el

depósito andaluz, provinciano al fin

y al cabo, era un destino profesional

menos atractivo que Madrid. No

obstante, el mantenimiento desde

el primer momento de una clasifi-

cación originaria nos ha ayudado a

investigar a todos, nacionales y ex-

tranjeros y latinoamericanos, y le da

una dimensión digamos transnacio-

nal en la consolidación de la histo-

riografía de las nuevas RepúblicasGuión docente del curso 1984-85:«De Weimar a la Segunda Guerra Mundial».

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PALMIRA VÉLEZ

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americanas, y una primera mundialización o fundamentación de una primera historia universal

como hace poco mantenía el profesor Martínez Shaw. Y es que la conformación del llamado Ar-

chivo Histórico Nacional —iniciado por los académicos de la Historia a partir de 1866—, más el

Archivo Central de Alcalá de Henares (reorganizado en 1782; 1858), y la elaboración de corpus

documentales, todo eso junto ayudó decisivamente a definir y concretar el concepto de fuente

histórica. El clima regeneracionista de comienzos del siglo XX ayudó a valorar los archivos, y a

dar importancia a la profesionalización historiográfica (en el caso concreto del americanismo ya

desde el IV Centenario)11.

La labor de los jefes del Archivo de Indias también ha de tenerse en cuenta: Pedro Torres

Lanzas, de 1896 a 1925; Cristóbal Bermúdez Plata, de 1926 a 1931, Juan Tamayo y Francisco, de

1932 a 1936. Los tres proceden de la oligarquía cultural andaluza; son licenciados en Filosofía y

Letras, y en Derecho y correspondientes y/o académicos; pero ante todo son historiadores profe-

sionales que combinaron docencia e investigación en el que podríamos considerar el primer cen-

tro de investigación americanista propiamente dicho que hubo en España: el Centro de Estudios

Americanistas de Sevilla (1914-1925), que, radicado en el mismo Archivo de Indias, fue una suer-

te de heredero de la suprimida Escuela Superior de Diplomática; esto es, dedicado principalmente

a publicar fuentes y trabajos de investigación en el Boletín del Centro12.

Sin embargo, esta asociación entre el AGI y la investigación histórica culminaría con el Centro

de Estudios de Historia de América de la Universidad de Sevilla, fundado en 1931, que impartió

clases y formó becarios de variada nacionalidad; y centro al que, significativamente, se le confirió

la facultad de otorgar el grado de doctor en Historia Americana. Este centro universitario fue

mucho más ambicioso que su antecesor sevillano, pues aunque no llegó a despegar del todo his-

toriográficamente hablando, sí dejó una edición de fuentes notable13.

Precisamente, el tratamiento y la edición de fuentes, máxima tarea de erudición, fue obra casi

exclusiva de la Academia de la Historia restauracionista, o, lo que es lo mismo, de la heredera de

los cronistas de Indias y su continuadora, manteniéndose una estrecha relación entre los académi-

cos y los primeros historiadores profesionales, a través de discursos de entrada, publicaciones de

encargo (Cartas de Indias, 1877), BRAH, la Comisión de Indias, o la Segunda Serie de la Colección

de Documentos Inéditos para la Historia desde 1884. El refugio de la historia en los salones aca-

démicos seguramente no es diferente a lo ocurrido en otros países, pero merece destacarse que el

atraso universitario exigió aquí un primer desarrollo entre eruditos de limitada y heterogénea for-

mación o especialización que estaban más o menos al tanto de la historiografía y erudición forá-

neas, aunque no de una manera sistemática. De hecho, el americanismo nace en la Academia de

la Restauración (desde donde se extiende a variadas sociedades culturales repartidas por toda la

geografía española y las Academias correspondientes de Ultramar). Y nace en ella porque, dada su

especial naturaleza, todos y cualquiera de los académicos de la historia podían abordarlo, hombres

cercanos al poder, autoproclamados prohombres sabios y servidores de su patria, independiente-

mente de que se fuera comisionado de Indias o no. Así, en la Academia se citará expresamente al

americanista como referencia a las especialidades eruditas en dicha corporación, lo mismo que se

hablará de arabistas, arqueólogos o profesiones y estatus sociales supuestamente más proclives a

la afición erudita, como la de político, marino, geógrafo o aristócrata con archivo familiar.

11 Una de las últimas relecturas plurales del fenómeno es la de V. SALAVERT FAVIANI y M. SUÁREZ CORTINA (eds.): El rege-

neracionismo en España. Política, educación, ciencia y sociedad, Valencia, Universitat de València, 2007.

12 Una breve historia de este centro en P. VÉLEZ: op. cit., pp. 140-152.

13 Más detalles de su plan de estudios, plantilla de profesorado y objetivos, en ibídem, pp. 247-257.

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Historiografía americanista española del siglo XX...

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El elitismo corporativo dará lugar, por lo tanto, a un americanismo entendido como ejecuto-

ria o incluso destino de la historia de España, como elemento de identidad nacional (e incluso

regional como demuestra la polémica sobre el origen español de Colón); con temas tratados a la

luz de sus propias profesiones particulares: historia política, diplomática, militar, naval, de los

grandes descubridores y colonizadores, de la literatura también. Sencillamente fue así porque a

menudo ocupaban altos cargos en la política y la Administración, pertenecían a sociedades ame-

ricanistas nacionales y extranjeras; eran, en fin, eruditos en el amplio sentido de la palabra, es

decir, personajes cultos, curiosos, descubridores de fuentes, publicistas y, en general, aficionados al

estudio de la Historia de España (es decir, desde lo que entonces se comenzaba a llamar La

Prehistoria hasta la llamada Guerra de la Independencia).

Dicha labor orientadora no debemos valorarla peyorativamente; precisamente, el gran méri-

to de la Academia fue servir de guía a los primeros historiadores profesionales, los cuales asumían,

sin plantearse siquiera lo contrario, el papel rector de la Academia (al menos hasta los años vein-

te). Así ocurrió con Rafael Altamira, primer historiador americanista universitario y académico

desde 1922 con un discurso novedoso sobre «El valor social del conocimiento histórico» en el que

abogaba por divulgar una imagen positiva de la Historia de España en las Repúblicas latinoameri-

canas, libre de prejuicios pero construida sobre una base científica. Con una concepción amplia y

de raíz krausopositivista de las instituciones, para Altamira la historia del derecho indiano era una

de las claves de la historia de la civilización española; sin embargo, como ya dejó escrito en La

enseñanza de la Historia (1895), consideraba que la historia política debía tener también su lugar

en los estudios históricos y que de ella y de la salvaguarda de la imagen de la Historia de España

ya se ocupaba (y decididamente) la Academia, reparto de labores sobre la que ya ha escrito el pro-

fesor Gonzalo Pasamar.

Altamira, no obstante, es importante no solo por ser el introductor de esa nueva especialidad

de derecho indiano; sino también por algo que a veces nos pasa desapercibido: la defensa de un

proyecto americanista; el cual está detrás de todas sus actividades historiográficas. Este proyecto

se nutre de raíces filosóficas krausopositivistas, de antecedentes lejanos en el republicano cubano

Rafael María de Labra, y de su experiencia personal y profesional (viaje por América, juez en La

Haya); y es especialmente importante si lo comparamos con el de la Academia de la Historia en

cuanto a la normalización de las relaciones internacionales (que fue lo que buscaron, al fin y al

cabo, todos los Gobiernos desde la época de Canovas)14. Además, hay que tener en cuenta que en

la época de entreguerras fue acuñada la tesis de la Hispanidad (MAEZTU: Defensa de la Hispanidad,

1934), que abogaba por una especie de liderazgo español de tipo religioso y cultural y que acabó

en manos del franquismo y de los historiadores franquistas.

Altamira, por lo tanto, representa un puente hacia la moderna historiografía americanista en

cuanto creador de una especialidad universitaria, especialidad abierta a la historia económica y

social, pero con las limitaciones que le daba su propia formación krausopositivista y su visión de

las relaciones internacionales más o menos anclada en los problemas anteriores a la Primera

Guerra Mundial.

Comparado con otros americanismos europeos no plenamente profesionalizados hasta des-

pués de la Segunda Guerra Mundial, es decir, muy tardíamente, el español también es peculiar. Lo

es porque en aquellos pesó menos el problema de la identidad nacional. Esta característica es fácil-

14 Este continuismo, con ligeras matizaciones, se observa en I. SEPÚLVEDA: El sueño de la Madre Patria. Hispano-

americanismo y nacionalismo, Madrid, Fundación Carolina / Centro de Estudios Hispánicos e Iberoamericanos /

Marcial Pons Historia, 2005, pp. 277 y ss.

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Page 374: Razones Del Historiador

mente observable en los Congresos Internacionales de Americanistas (celebrados cada dos años,

salvo excepciones, desde 1875), los cuales no perseguían la exaltación del Imperio español —aun-

que tampoco lo contrario—, porque les interesaban más los temas antropológicos y arqueológicos,

lingüísticos y precolombinos, esto es, precisamente los que no eran de cultivo mayoritario entre

los americanistas españoles, o, mejor aún, entre los académicos cultivadores de ese tipo de estu-

dios, aunque sí que hay antecedentes ilustres y hasta cierto punto excepcionales como el de

Manuel Antón y Ferrándiz o el del padre del americanismo en opinión de Altamira, Marcos Jiménez

de la Espada.

Está claro que a la Academia no le interesaban este tipo de investigaciones o al menos no de

manera prioritaria. Cuando empezó a desarrollarlas en los años treinta el estímulo le vino de fuera,

en forma de legado testamentario. Nos referimos a la Cátedra de Arqueología Precolombina y

Etnografía de América o, sencillamente Cátedra Cartagena (según el nombre del legatario Aníbal

Morillo y Pérez, conde de Cartagena), interrumpida con la guerra civil. Se trató de una cátedra de

estudios superiores, que no pretendió competir con la Universidad, sino complementarla, puesto

que, creada y ubicada en la Academia, estaba, en realidad, supervisada por historiadores de la

Central, como Altamira, Menéndez Pidal y Ballesteros. Su objetivo era implantar una nueva espe-

cialidad con persona ya formada y que sea investigador capaz y no aprendiz en la materia. Sin

entrar en los entresijos burocráticos curriculares de la plaza a concurso, destacaremos que los

potenciales candidatos necesariamente hubieron de ser extranjeros y que contaron con el respal-

do de prestigiosas figuras del americanismo antropológico internacional, tanto alemán como fran-

cés; lo cual no solo es significativo de las carencias propias, sino también síntoma de las posibili-

dades de la historiografía española de la época y de sus contactos con la investigación extranjera15.

Resumiendo lo dicho hasta ahora, podríamos señalar, primero, que el haber contado con un

Archivo a donde fueron a parar todos los documentos de la Monarquía sobre Indias, el cual no fue

considerado histórico hasta el siglo XX; segundo, el haber existido una Academia de la Historia

altamente influyente, sucesora del cronista de Indias, que cultivó una historia basada en esas fuen-

tes oficiales guardadas en el Archivo y que sirvió de referencia a los primeros historiadores profe-

sionales; junto con, finalmente, una estrecha vinculación a problemas de identidad política nacio-

nal e incluso regional, y a estrategias regeneracionistas para sacar a España del relativo aislamien-

to en que se encontraba en el cambio de siglo; le dieron al americanismo español aspectos que le

diferenciaron de otros americanismos europeos —lo que aquí hemos llamado peculiaridades—.

¿Se trató de lastres o de posibilidades de avance? Realmente, ambas cosas, puesto que la his-

toriografía americanista española no estaba estancada ni recluida en una mera actitud retórica en

las primeras décadas del XX (viejo tópico que desterrar: el ejemplo de Rafael Altamira y el de la

Cátedra Cartagena lo demuestran, por ejemplo). En todo caso, una evaluación del americanismo

español en la segunda mitad del siglo XX, emprendida por los historiadores americanistas, debería

tener en cuenta todos estos antecedentes.

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PALMIRA VÉLEZ

15 Los papeles de archivo sobre el nacimiento y desarrollo de la Cátedra Cartagena y el material principal con el que

trabajaron los alumnos, la Colección Juan Larrea, los guarda la propia Academia. P. VÉLEZ: ibídem, pp. 264-279.

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LUIS GERMÁN ZUBERO

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| 375

Este estudio sobre la evolución del coste de la vida y el po-

der adquisitivo de los trabajadores en Zaragoza durante el

primer tercio del siglo XX retoma uno de los ámbitos ana-

líticos tratados brevemente en mi tesis doctoral Aragón en

la II República. Estructura económica y comportamiento

político, realizada hace un cuarto de siglo (1982) bajo la

dirección del Dr. Juan José Carreras, estimulante e inolvi-

dable profesor con el que compartí, en años de Transición,

actividad académica durante unos cursos en la Facultad de

Ciencias Económicas y Empresariales de Zaragoza y activi-

dades ciudadanas en diversos proyectos culturales. En-

cuentro temático y café que retomamos gratamente en di-

cha Facultad a finales de 2006, en la víspera de su partida.

En su recuerdo.

Este trabajo sobre el poder adquisitivo de los trabajado-

res durante el primer tercio del siglo XX se localiza en Za-

ragoza, una ciudad que experimentó importantes cam-

bios demográficos, económicos y sociales durante el pri-

mer tercio del siglo XX y pasó en este periodo de ser la oc-

tava población española a la sexta (Fernández Clemente y

Forcadell, 1992; Germán, 1996; Silvestre, 2004).

Este importante crecimiento demográfico, vía inmi-

gración (entre 1900 y 1935 el municipio duplicó su po-

blación, de 100 000 a 200 000 habitantes), vinculado al

inicio de un moderado proceso de industrialización, vino

acompañado de un importante aumento de la población

asalariada. La Cámara de Comercio e Industria zaragoza-

na (COCI, 1933: 53) estimaba que a principios de los años

treinta algo más del 50% de las 38 000 familias zarago-

zanas ya eran trabajadores asalariados de la industria y

el comercio (de ellos la mitad, con colocaciones eventua-

les) a los que habría que sumar casi otro 12% de empleo

público. En un muestreo del Censo Electoral zaragozano

de 1932 que realicé hace años (Germán [coord.], 1980:

Coste de la viday poder adquisitivode los trabajadores

en Zaragozadurante el primer tercio

del siglo XX

LUIS GERMÁN ZUBERO

Universidad de Zaragoza

LibHomJJCarreras[04] 11/5/09 21:01 Página 375

Page 378: Razones Del Historiador

LUIS GERMÁN ZUBERO

376 |

33) estimé en torno al 60 % el peso de los trabajadores (frente al casi 30 % de pequeña burgue-

sía y algo más del 10 % de alta y media burguesía).

En este contexto, se trata de analizar la evolución del poder adquisitivo de los asalariados

zaragozanos durante el primer tercio del siglo XX a través de la utilización de las fuentes estadís-

ticas disponibles. Se inicia el estudio realizando un acercamiento a dichas fuentes; ofreciendo, a

continuación, una aproximación cuantitativa a dicho proceso —a través de una estimación propia

del coste de la vida—, así como una escueta información sobre la evolución salarial en estos años

que nos permita una aproximación a la evolución de su poder adquisitivo.

Fuentes para el estudio del nivel de vidade los trabajadores zaragozanosdurante el primer tercio del siglo XX

El estudio se inicia con la recopilación de las series de precios zaragozanos de los artículos de con-

sumo de primera necesidad recogidos por el Instituto de Reformas Sociales (IRS) en su Boletín...,

desde 1906 a 1924. Series que fueron continuadas, posteriormente, por la información mensual

recogida en los sucesivos Boletines del Ministerio de Trabajo (MT) desde 1924 a 1935. El Centro de

Investigaciones Especiales o Laboratorio de Estadística prolongó la serie desde 1932 a 1936. La

recopilación y la depuración de los datos debiera permitir obtener, entre otras, una serie homogé-

nea anual de precios de productos básicos alimentarios.

Se pueden utilizar, asimismo, las informaciones mensuales de precios recogidas en el Bole-

tín de la Estadística Municipal de Zaragoza promovido por la Dirección General del Instituto Geo-

gráfico y Estadístico (1914 a 1923), y la información recogida por el INE en el Anuario Estadís-

tico de España (AEE) para diversos años (1914, 1918-1921 y 1926-1929). Además, para algunos

años sueltos (1914, 1917, 1921, 1927 y 1929-1936) contamos en Zaragoza con la información

recogida por la Cámara Oficial de Comercio e Industria (COCI) local en sus memorias Desarrollo

Industrial y Comercial de Zaragoza (recopilados en Peiró, 1979).

El precio de los alquileres de vivienda puede obtenerse a partir de la información recogida en

los Anuarios de la Dirección General de los Registros Civil y de la Propiedad y del Notariado.

La elaboración de un índice del coste de la vida se realiza ponderando la participación de

cada uno de los 14 productos alimenticios seleccionados en la cesta de la compra o presupues-

to familiar, a partir de la estimación recogida para 1913 en la Memoria (1916) de la Comisión

Provincial de Zaragoza del Ministerio de Fomento. En contraste con el índice elaborado por la

Dirección General de Trabajo (1927 y 1931) que concedió igual ponderación a los productos ali-

menticios sobre los que se construyó.

El estudio de la evolución del poder adquisitivo de los trabajadores zaragozanos en este perio-

do puede establecerse a partir de la información salarial contenida en tres fuentes. Por un lado, la

desarrollada por el Instituto de Reformas Sociales (IRS), a través de sus anuales Memorias Generales

de la Inspección de Trabajo (desde 1908 a 1920), que nos ofrece medias anuales salariales en diver-

sos subsectores. Por otro lado, el citado Boletín de la Estadística Municipal de Zaragoza recoge

informaciones mensuales de jornales (entre 1918 y 1923) remitidos por el jefe provincial de

Estadística. Asimismo, el AEE recoge anualmente los tipos medios de jornales para los años 1914-

1916 y 1919, información que prosiguió en los años veinte (1925 a 1931). Los jornales del periodo

republicano (1931-1936) pueden seguirse con los datos salariales proporcionados por el Consejo

Superior de Cámaras de Comercio, Industria y Navegación (CSCCIN). Asimismo, la COCI zaragozana

en sus memorias recopila informaciones salariales locales para algunos años de este quinquenio.

LibHomJJCarreras[04] 11/5/09 21:01 Página 376

Page 379: Razones Del Historiador

Coste de la vida y poder adquisitivo de los trabajadores en Zaragoza...

| 377

Por ultimo, la tesis de Sancho Sora (1997) sobre la empresa metalúrgica zaragozana Averly,

S. A., nos ofrece información sobre la evolución salarial de sus trabajadores durante este periodo.

La complementaria recopilación salarial de otras empresas zaragozanas constituiría una importan-

te fuente para la reconstrucción de dichos niveles salariales.

La estimación de una serie de salarios nominales nos posibilita su deflactación al comparar-

la con el índice de coste de la vida y obtener la evolución de los salarios reales, el poder adquisi-

tivo de los trabajadores zaragozanos en este periodo. Un ejercicio —para cuatro cortes 1914, 1920,

1925 y 1930— que llevó a cabo la Dirección General de Trabajo de dicho Ministerio en 1931, en

sus Estadísticas de salarios y jornadas de trabajo referidas al periodo 1914-1930, cuyo datos para

Aragón recopilé en Germán (1976).

Aunque conocemos los rasgos esenciales sobre la evolución del coste de la vida en Zaragoza,

a través de las estimaciones puntuales de Biescas (1976), Peiró (1979) y Germán (1984), la recopi-

lación exhaustiva de las fuentes citadas y su tratamiento nos debe permitir una más completa

aproximación a dicha evolución del nivel de vida y poder adquisitivo de los trabajadores zarago-

zanos durante el primer tercio del siglo XX.

Una aproximación cuantitativa al coste de la vida

Iniciamos esta estimación recogiendo la información contenida en la serie homogénea del IRS con

los precios corrientes de los productos de consumo —en su mayor parte alimenticios—, que ofrece

Conferencia en la IFC, con Carlos Forcadell (2002).

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LUIS GERMÁN ZUBERO

378 |

desde 1909 hasta 1923 para el semestre abril a septiembre de cada año (existen sendos registros

asimismo para el semestre octubre-marzo, y registros puntuales anteriores en 1906-1908). En el

anexo recogemos: (anexo 1) la serie de precios para Zaragoza (semestre abril-septiembre) 1909-

1923 que ofrece el IRS; (anexo 2) su continuación para dicho semestre, elaborada a partir de los

datos mensuales recogidos desde los años veinte por IRS y el MT; así como (anexo 3) la serie ela-

borada a partir de datos mensuales, con la media anual para dichos años (1921-1934).

Una vez establecidos dichos precios vamos a estimar la evolución del coste de la vida en dicha

ciudad, mediante la ponderación de la participación de los distintos productos en el conjunto del

presupuesto familiar. Para ello disponemos de una fuente local elaborada por el Consejo Provincial

de Zaragoza del Ministerio de Fomento (1916) que recoge el siguiente presupuesto anual de una

familia de cinco miembros:

CUADRO 1. ESTRUCTURA DEL PRESUPUESTO FAMILIAR ANUAL, ZARAGOZA 1913

GASTO (PTS.) %

Alimentación 887,0 76,3

Lumbre y luz 55,0 4,7

Arriendo habitación 50,0 4,3

Vestido, etc. 110,0 9,5

Varios 60,0 5,2

TOTAL GASTOS 1.162,0 100

A. CONSEJO FOMENTO B. I. REFORMAS SOCIALES DIFERENCIA A-B

CONSUMO GASTO ESTRUCTURA GASTO ESTRUCTURA GASTO

ALIMENTACIÓN (kg o l) (pts.) % (precios de 1912) % (pts.)

Pan de trigo 730 255,5 0,288 219,0 0,251 36,5

Carne 62 102,0 0,115 102,3 0,117 -0,3

Tocino 30 60,0 0,068 67,5 0,077 -7,5

Bacalao 32 32,0 0,036 35,2 0,040 -3,2

Legumbres 100 15,0 0,017 70,0 0,080 -55,0

Patatas 400 35,0 0,039 40,0 0,046 -5,0

Leche 130 39,0 0,044 39,0 0,045 0,0

Café 12 42,0 0,047 63,0 0,072 -21,0

Azúcar 30 29,5 0,033 33,0 0,038 -3,5

Aceite 130 217,0 0,245 130,0 0,149 87,0

Vino 300 60,0 0,068 75,0 0,086 -15,0

TOTAL 887,0 1,000 874,0 1,000 13,0

FUENTE: Consejo Provincial de Zaragoza de Fomento (1916).

LibHomJJCarreras[04] 11/5/09 21:01 Página 378

Page 381: Razones Del Historiador

Coste de la vida y poder adquisitivo de los trabajadores en Zaragoza...

| 379

El gasto estimado en alimentación supone en torno a las tres cuartas partes del total del pre-

supuesto. Dentro del gasto alimentario el mayor peso lo mantiene el pan —que representa algo

menos del 29% del total—. Si comparamos el gasto propuesto por Fomento con el estimado con

los precios locales del IRS para 1912, el presupuesto total alimentario es similar, pero internamen-

te existen algunas diferencias en la ponderación de algunos alimentos. Así, el peso (y el precio) del

aceite es muy superior en la estimación de Fomento frente a un inferior peso (y del precio) de las

legumbres garbanzos y judías.

De la serie homogénea de productos alimentarios recopilada en el anexo dejamos fuera de

nuestra estimación el arroz y los huevos, porque no aparecen en la cesta de la compra de Fomento.

Partiendo de un índice 100 para los precios del resto de los productos alimentarios en

1914, estimamos los índices correspondientes para todos los precios durante los restantes años.

A continuación, ponderamos dichos índices por el peso que cada producto tiene en el conjun-

to del gasto estimado por Fomento. Se trata, en definitiva, de establecer un índice ponderado

según el método de Laspeires al conjunto de precios alimentarios de la serie, desde 1909 a

1934. Ejercicio similar al desarrollado por Biescas (1976) y Germán (1984) con la serie de pre-

cios alimentarios zaragozanos —recogida por COCI y ponderada con el presupuesto elaborado

en 1913 por el ingeniero Lapazarán (1914)— para un menor periodo y un menor número de ob-

servaciones.

En el cuadro 2 estimamos la evolución del índice ponderado del coste alimentario zaragozano

a partir de los precios medios establecidos por el IRS para el semestre abril-septiembre. Como dicha

serie semestral se cierra en 1923, hemos seguido elaborando dichos datos semestrales, a partir de la

nueva serie de precios mensuales —continuada por los Boletines del Ministerio de Trabajo (desde

1924)— ofreciendo los índices correspondientes al periodo 1922-1934 en el cuadro 3. Ofrecemos, asi-

mismo, en el cuadro 4 una serie para estos mismos años, 1922-1934, de los índices de precios medios

anuales obtenidos a partir de dichos precios mensuales.

En el gráfico 1 se muestra la evolución del índice alimentario semestral (de abril a septiem-

bre) zaragozano entre 1909 y 1934 ponderado con el presupuesto familiar elaborado por el Con-

sejo de Fomento local (con 14 productos) y su comparación con el índice de precios elaborado

—sin establecer ponderación— con el conjunto de alimentos recopilados por el IRS (incluye 15-

16 productos recogidos en los anexos).

El índice, estable entre 1909 y 1914 en torno a 100, se duplicó entre 1914 y 1920 (el aumen-

to pudo ser incluso algo mayor dada la ausencia de información del precio de la carne de cerdo

para Zaragoza en estos años). Durante el periodo siguiente 1920-1935, los precios tendieron a

mantenerse en torno al nivel alcanzado al final de la etapa anterior. Señalemos, por último, que

las dos series de precios semestrales (abril a septiembre) del IRS (la ponderada y la sin ponderar)

muestran entre 1909 y 1934 una clara superposición.

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Page 382: Razones Del Historiador

LUIS GERMÁN ZUBERO

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GRÁFICO 1. ÍNDICE DEL COSTE ALIMENTARIO EN ZARAGOZA, 1909-1934.

FUENTE: Cuadros 2, 3 y 4.

Salarios y jornada laboral

La evolución salarial en estos años fue analizada por la Dirección General de Trabajo de dicho

Ministerio (1927 y 1931), siguiendo las actuaciones desarrolladas previamente por el IRS y la

Inspección de Trabajo. Para Zaragoza, durante esta primera etapa (1910-1920), contamos con la

siguiente información salarial recopilada por dicha inspección:

CUADRO 5. EVOLUCIÓN DE LOS JORNALES DE LA POBLACIÓN OBRERA, ZARAGOZA1908-1920. En Pts.

VARONES HEMBRAS JORNADA

JORNALES MÁXIMO MEDIO MÍNIMO MÁXIMO MEDIO MÍNIMO (HORAS)

1908 3,50 2,65 1,70 1,45 1,30 1,20 10

1909 3,54 2,65 1,54 1,35 1,28 1,19 10

1910 3,65 2,64 1,49 1,44 1,27 1,12 10

1911 4,25 2,75 2,00 2,00 1,60 1,00 11

1912 5,00 3,50 1,75 2,25 1,25 0,75 10

1913 5,50 3,75 2,00 2,50 1,25 1,00 11

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VARONES HEMBRAS JORNADA

JORNALES MÁXIMO MEDIO MÍNIMO MÁXIMO MEDIO MÍNIMO (HORAS)

1914 5,25 3,50 2,25 2,00 1,50 0,75 10

1915 5,50 3,75 2,75 2,25 1,50 0,75 10

1916 6,75 3,75 3,00 2,50 1,75 1,00 10

1917 7,42 4,05 3,30 2,75 1,85 1,25 10

1918 6,50 4,50 1,50 3,00 2,25 1,00 9

1919 12,00 8,60 4,50 3,50 2,75 2,00 8

1920 20,00 10,00 3,50 5,00 3,25 2,50 8

VARONES HEMBRAS

SALARIO-HORA MÁXIMO MEDIO MÍNIMO MÁXIMO MEDIO MÍNIMO

1908 0,35 0,27 0,17 0,15 0,13 0,12

1909 0,35 0,27 0,15 0,14 0,13 0,12

1910 0,37 0,26 0,15 0,14 0,13 0,11

1911 0,43 0,28 0,20 0,20 0,16 0,10

1912 0,50 0,35 0,18 0,23 0,13 0,08

1913 0,50 0,34 0,18 0,23 0,11 0,09

1914 0,53 0,35 0,23 0,20 0,15 0,08

1915 0,55 0,38 0,28 0,23 0,15 0,08

1916 0,68 0,38 0,30 0,25 0,18 0,10

1917 0,74 0,41 0,33 0,28 0,19 0,13

1918 0,72 0,50 0,17 0,33 0,25 0,11

1919 1,50 1,08 0,56 0,44 0,34 0,25

1920 2,50 1,25 0,44 0,63 0,41 0,31

FUENTE: IRS, Memorias Generales de la Inspección de Trabajo.

La aproximación a la evolución salarial provincial en este periodo la llevó a cabo el Ministerio

de Trabajo (1931), a través del establecimiento de cuatro cortes (1914, 1920, 1925 y 1930) que

recogen los índices de los salarios semanales medios provinciales.

La relación entre los índices de salarios nominales y los índices de precios nos posibilita cono-

cer la evolución de los índices de salarios reales. El cuadro 6 nos muestra cómo entre 1914 y 1920

se produjo, tanto en Zaragoza como en el conjunto español, un empeoramiento de las condicio-

nes de vida de los trabajadores —un descenso de los salarios reales, al producirse un menor aumen-

to salarial que de precios— y un fuerte aumento de la desigualdad en la distribución social de la

renta debido simultáneamente a un superior aumento de los beneficios empresariales. La situación

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Page 387: Razones Del Historiador

Coste de la vida y poder adquisitivo de los trabajadores en Zaragoza...

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tendió a reconducirse durante la década de los veinte, en un contexto desde 1919 de reducción de

la jornada laboral a 8 horas, retomándose el nivel de salario real de 1914, y continuó mejorando

durante el quinquenio republicano: coyuntura de estancamiento de precios y aumento de los sala-

rios nominales (Germán, 1984: 102-107).

CUADRO 6. EVOLUCIÓN DE LAS CONDICIONES DE VIDA OBRERA EN ZARAGOZA, 1914-1930

PROVINCIA ZARAGOZA TOTAL ESPAÑA

PROMEDIO ÍNDICE ÍNDICE PROMEDIO ÍNDICE ÍNDICE

SALARIO SALARIO ÍNDICE SALARIO SALARIO SALARIO ÍNDICE SALARIO

AÑOS SEMANAL NOMINAL PRECIOS REAL SEMANAL NOMINAL PRECIOS REAL

1914 26,5 100 100 100 24,9 100 100 100,0

1920 45,6 172 196 88 38,94 156,3 197,3 79,2

1925 49,62 188 185 102 49,26 197,8 185 106,6

1930 50,4 190 176 107 44,16 177,3 170,8 103,8

FUENTE: Ministerio de Trabajo (1931: CLV).

Conclusiones

En este breve trabajo sobre la evolución del coste de la vida y el poder adquisitivo de los traba-

jadores en Zaragoza durante el primer tercio del siglo XX, se ha llevado a cabo una recopilación

de las fuentes disponibles para la realización de este estudio. Posteriormente, se ha elaborado un

índice del coste alimentario zaragozano desde 1909 a 1934, a partir de los datos recogidos por

el IRS / Ministerio de Trabajo y ponderado con el presupuesto familiar preparado por la Comisión

Provincial de Fomento de Zaragoza. Índice que presenta una alta correlación respecto de un se-

gundo índice —estimado sin ponderar los productos de la cesta de la compra— que muestra la

duplicación de dichos precios entre 1914 y 1920 y su posterior estancamiento.

El comportamiento salarial, necesitado todavía de reconstrucción de series, muestra con los

clásicos datos del Ministerio de Trabajo un menor crecimiento en estos años bélicos y posbélicos

(1914-1920), lo que redujo el salario real de los trabajadores zaragozanos y españoles (en contras-

te con el superior aumento de los beneficios empresariales) y aumentó la desigualdad social, ten-

dencia que llevó a inflexionar durante la década de los veinte y especialmente durante el quinque-

nio republicano.

REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS

Fuentes historiográficas

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• (1930-1931), Boletín de Información Social del..., Madrid.

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Page 390: Razones Del Historiador

LUIS GERMÁN ZUBERO

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Page 391: Razones Del Historiador

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Page 395: Razones Del Historiador

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EL DISCURRIR DE LA RAZÓN:DE LOS ESTUDIOS HISTORIOGRÁFICOSY EL IUS INTERNACIONALISMO

En septiembre de 2005, me planteé investigar sobre los orí-

genes coloniales del Derecho internacional, esto es, de

cómo los teólogos españoles de los siglos XV y XVI habían

dotado de legitimidad/autoridad a la colonización del

Nuevo Mundo. La empresa no era tarea sencilla y las dudas

acerca de la conveniencia de iniciar dicho trabajo crecían

conforme se avanzaba tanto en el tiempo como en el bos-

quejo del estudio1. Mas lo cierto es que adentrarse en el

origen del Estado-nación ligado al descubrimiento de

América resulta ser una tarea apasionante, no exenta de

riesgos (por la magnitud del estudio) para una internacio-

nalista sensible e interesada por la concepción jurídico-

política del Estado. Sin duda, el apoyo intelectual y moral

de los profesores Juan José Carreras Ares, José Antonio

Pastor Ridruejo y Martti Koskenniemi influyeron en la deci-

sión final de adentrarme en tan ilustre y compleja tarea.

El discreto despertardel derecho internacional:

una miradaa la tradición vitoriana

YOLANDA GAMARRA*

Universidad de Zaragoza

* Profesora titular de Derecho internacional público y Relaciones

internacionales de la Facultad de Derecho de la Universidad de

Zaragoza (España), e-mail: [email protected]

1 La empresa española en América ha sido objeto de estudios a lo

largo de los siglos, tanto por científicos españoles como extran-

jeros. En España, en las últimas décadas del siglo XIX y primeras

del XX, la lista de estudios de la escuela española del siglo XVI es

extensa: Álvarez de los Corrales, Bravo Murillo, Pérez de Gomar,

López Sánchez, Calvo, Fabié, Marqués de Villaurrutia, Ceferino

González, Conde y Luque, Hinojosa y Menéndez y Pelayo,

Fernández Prida, Abad y Cavia, Alonso Getino, Yanguas Messia,

Ramiro de Maeztu, Fernández Medina, Fernando de los Ríos,

Salvador de Madariaga, Rafael Altamira, Camilo Barcia Trelles,

Federico Puig Peña, Adolfo Miaja de la Muela, Alejandro Herrero,

Antonio Truyol y Serra, Juan Antonio Carrillo Salcedo o

Celestino del Arenal Moyúa. En el extranjero, desde Makintosch,

Weathon, Lorimer, Pillet, Rolland, De Giorgi, Rivier, Albertini,

Ernesto Nys, Brown Scott, Barthélemy, Lewis Hanke, A. Pagden,

A. Anghie o D. Kennedy, entre otros, estudiaron la influencia de

la obra de Vitoria en el moderno derecho de gentes.

LibHomJJCarreras[04] 11/5/09 21:01 Página 393

Page 396: Razones Del Historiador

YOLANDA GAMARRA

394 |

Dos años más tarde, las reflexiones fruto de las conversaciones mantenidas con el profesor

Juan José Carreras en el marco de la propuesta investigadora antes expuesta, ven la luz en este

merecido y oportuno recuerdo a su presencia y memoria2. La huella intelectual de su magisterio se

proyecta sobre aquellos que seguimos sus consejos y orientaciones independientemente de la rama

científica cultivada, con intereses más próximos de lo que uno, en un principio, puede imaginar:

colonialismo, idea de Europa, Altamira y la historiografía europea, o los estudios sobre la paz3.

De mis inicios en el estudio de la historiografía española de la primera mitad del siglo XX

resultó el trabajo sobre la vida y la obra de José Deleito y Piñuela. Rondaba el año 1989, cuando

comencé a introducirme en tan interesante trabajo intelectual, no sin dedicar un año académico

previamente al estudio de las obras de los más sobresalientes historiógrafos. En este primer traba-

jo llevé a cabo la reconstrucción de la obra historiográfica de un intelectual cuya ironía se reflejó

en sus trabajos sobre el reinado de Felipe IV. Presentada y defendida como Memoria de

Licenciatura (antiguos cursos de doctorado), en 1991, me iluminaba un camino dedicado al estu-

dio de una materia tan rica y viva como el Derecho internacional. En 1991-1992, y en el proceso

de adaptación técnica a una nueva disciplina, aproveché la ocasión para analizar la aportación de

Rafael Altamira y Crevea, como miembro del Comité de los Diez y, más tarde, como juez del

Tribunal Permanente de Justicia Internacional al campo de la justicia internacional. Asimismo, una

breve aportación sobre la historia del proceso de integración europea sirvió para culminar el dis-

currir de una disciplina a otra, inspirada en otro estudio del profesor Carreras: «La idea de Europa

en la época de entreguerras».

Diversas estancias en centros de investigación internacionales vinieron a completar años

de estudio e intensa dedicación a la disciplina del Derecho internacional: mutaciones de los Es-

tados, control sobre la protección de los derechos humanos, tribunales penales internacionales,

administración internacional de territorios, políticas defensivas de los Estados o del compromi-

so con la paz, más particularmente de la proscripción de todo propósito belicista en la Consti-

tución republicana de 1931. En este extremo como en otros tantos, también la guía intelectual

de Juan José Carreras resultó esencial para contextualizar el planteamiento de la política exte-

rior española durante la Segunda República y la influencia, más bien escasa, en la Constitución

española de 1978.

En el discurrir de los quince años desde el inicio de la senda del Derecho internacional, no

han faltado, como puede comprobarse, incursiones en el ámbito de la historiografía ius interna-

cionalista bajo la atenta mirada de Juan José Carreras. No es una rama cultivada entre los inter-

nacionalistas españoles, más bien todo lo contrario, el impulso proviene de los avanzados inves-

tigadores norteamericanos o europeos interesados por analizar, en este caso particular, el auge

y caída de los imperios y la repercusión en el Derecho internacional4. No es de extrañar, así, que

el complejo proyecto de los orígenes coloniales del Derecho internacional estuviese guiado no

solo por ius internacionalistas, sino también por un historiador de la historiografía, por Juan José

Carreras Ares, máxime cuando él mismo estuvo atraído por el colonialismo de fin de siglo, del

siglo XIX.

2 Sin el apoyo intelectual y moral de Juan José Carreras Ares este estudio difícilmente hubiese sido posible. Es de

justicia contribuir a este homenaje con el fruto de reflexiones que sus orientaciones y comentarios fueron len-

tamente madurando hasta ver la luz. Sirva este pequeño análisis como muestra del alcance de mi gratitud.

3 J.J. CARRERAS ARES: Razón de Historia. Estudios de historiografía, Madrid, Marcial Pons / Prensas Universitarias de

Zaragoza, 2000.

4 E. JOUANNET: «Universalism and Imperialism. The True-False Paradox of International Law», EJIL, (18)3 (2007), http:

//www.ejil.org

LibHomJJCarreras[04] 11/5/09 21:01 Página 394

Page 397: Razones Del Historiador

El discreto despertar del derecho internacional: una mirada...

| 395

Este estudio se centra, no obstante, en analizar la relación entre el colonialismo español y el

Derecho internacional. Más particularmente, en profundizar en la construcción vitoriana de la

conquista de América y de las propias contradicciones que dicha teoría encierra. Vitoria5 conectó

el origen del Estado-nación, sin una noción clara de soberanía6, a una exigencia eminentemente

práctica como era la de ofrecer un fundamento jurídico a la conquista de América en los tiempos

inmediatamente posteriores al descubrimiento. El derecho de gentes, defiende Vitoria, no solo

tiene fuerza por el pacto y el convenio de los hombres, sino que tiene verdadera fuerza de ley. El

orbe todo que, en cierta medida, forma una República tiene poder de dar leyes justas y a todos

convenientes como son las del derecho de gentes, y ninguna nación puede creerse menos obliga-

da a dicho derecho porque está dado con la autoridad de todo el orbe. No obstante, en esta

República falta una ‘potestas’. De las ideas-guía sobre las que se construye esta teoría trata el

estudio que se presenta a continuación y que son un homenaje a la gran calidad humana e inte-

lectual del profesor Juan José Carreras.

MONARCHIA UNIVERSALIS, DOMMINIUM UNIVERSALE

Los argumentos con los que inicialmente la Corona de Castilla intentó legitimar la conquista del

Nuevo Mundo fueron, sobre todo, de carácter religioso. La legitimidad de la ocupación inicial de

5 Y más tarde otros representantes de la escuela española como Domingo de Soto (1494-1560) y Francisco Suárez

(1548-1617), Fernando Vázquez de Menchaca (1512-1569), Balthasar de Ayala, Luis de Molina (1535-1600) y

Melchor Cano siguieron la estela de Vitoria.

6 La noción de soberanía se asocia a la obra de Juan Bodino (siglo XVI). En efecto, es quien designa la índole de

los Estados independientes con el término de soberanía estatal (summa potestas). Define la soberanía estatal

En clase, finales de los años ochenta.

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las Antillas, por parte de Castilla, se basaba en las bulas otorgadas por el papa Alejandro VI en

1493. Las bulas papales jugaron un papel esencial en aquel momento dado que se asociaba la

donación (hecha por el Papa) con las aspiraciones universales (domminium universale)7. La impor-

tancia de las bulas papales se perpetuó en el tiempo, a pesar del rechazo de su validez expresado

por los teólogos de la escuela de Salamanca y sus inmediatos sucesores. Resultan raros los ataques

contra las pretensiones de soberanía española en ultramar que no se iniciasen con la impugnación

de la validez de las bulas y de las estipulaciones del Tratado de Tordesillas. En cambio, la Corona

de Castilla insistió en la relevancia de las bulas papales hasta el mismo final del siglo XVII8.

Las críticas de franceses, ingleses y de los propios españoles ante la posición de la Corona de

Castilla fueron frecuentes. En España, el maestro de Salamanca y su escuela, compuesta de teólo-

gos y juristas de Derecho civil rechazaron la autoridad de las bulas utilizando exactamente los mis-

mos argumentos que habían utilizado franceses e ingleses, a saber: ¿por qué el monarca español

(Carlos V) se erigía en heredero (amo) de la mitad del mundo? Reconocían la condición del Papa

como director espiritual de todos los cristianos, pero negaban que pudiera ejercer dominium en el

mundo secular o que dispusiera del más mínimo grado de autoridad sobre los no cristianos.

Más aún, Vitoria (1480-1546) en sus Relecciones teológicas, impartidas en Salamanca en los

años veinte y treinta del siglo XVI, se preguntó ¿con qué derechos (ius) los bárbaros habían sido

sometidos al dominio español?9. Vitoria rechazó todos los títulos de legitimación de la conquista

alegados inicialmente por los españoles: el ius inventionis, de carácter ius privatista, invocado por

Cristóbal Colón, la idea de una soberanía universal del Imperio o de la Iglesia, el hecho de que los

indios fueran infieles y pecadores, la sumisión voluntaria, cuya espontaneidad era legítimo poner

en duda, y la idea de una especial concesión de Dios a los españoles, sobre la cual ironizaba Vitoria

porque le parecía altamente improbable y porque contradecía tanto el derecho común como las

Sagradas Escrituras.

Frente a la ilegitimidad de los títulos defendidos por la Corona de Castilla, Vitoria contrapo-

ne los que él considera únicos títulos legítimos para la conquista. Las ideas fundamentales de esta

importante construcción son esencialmente tres: primera, la configuración del orden mundial

como sociedad natural de Estados soberanos. Segunda, la formulación teórica de una serie de

derechos naturales de los pueblos y de los Estados. Y, tercera, la reformulación de la doctrina cris-

tiana de la ‘guerra justa’, por él definida como sanción jurídica frente a las injurias recibidas. De

esas tres ideas guía sobre las que Vitoria construye su teoría se trata en el apartado siguiente.

como el poder supremo sobre los ciudadanos y los súbditos, independientemente de las leyes positivas (summa

in cives ac subditos legibusque soluta potestas). Bodino no pretendió que el Estado fuese el ordenamiento jurí-

dico supremo limitándose a decir que el Estado constituye la ‘potestas’ suprema, esto es, la instancia temporal

suprema con respecto a sus súbditos y ciudadanos.

7 ‘Dominium’ described the relationship which held together the three parts of the triad into which the Ro-

man jurist Gaius had divided the natural world: persons, things and actions. For naturalist dominium is con-

ferred by the God’s law and for Lutheran dominium is conferred by God’s grace. For Melchor Cano points out,

‘dominium iurisdictionis’ derives from the will of the community and ‘dominium rerum’ from the natural law.

A. PAGDEN: «Dispossessing the barbarian: the language of Spanish Thomism and the debate over the property

rights of the American Indians», en A. PAGDEN (ed.): The languages of Political Theory in Early-Modern Europe,

Cambridge, Cambridge University Press, 1987, pp. 79 y ss.

8 Las bulas y el tratado son, por ejemplo, la única explicación que ofrece el historiógrafo real Antonio de HERRERA

a la presencia de España en América en su obra Decadas (1601-1615), D. Brading, 1991, pp. 205-210.

9 En 1539, Francisco de Vitoria pronunció la Relectio sobre los indios de América, De Indis en donde se preguntó

por la legitimidad de la conquista española de América.

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LAS AMBIVALENCIASDE LA CONSTRUCCIÓN VITORIANA

Una sociedadde entes independientesy sometidos a Derecho

El sistema jurídico feudal de la Alta

Edad Media consistió en una abiga-

rrada jerarquía de señores y vasallos,

cuya cúspide temporal era el Em-

perador, coronado por el Papa, y de

quien recibían su autoridad todos

los demás poderes temporales. A raíz

de la crisis del poder imperial en Ita-

lia, en torno al siglo XIII, fueron cons-

tituyéndose también en la Europa

Central distintos reinos, principados

y repúblicas independientes que no

reconocieron ya ningún poder tem-

poral terrenal superior, de ahí que se

les conozca como civitates superio-

res in terris non recognoscentes. Es-

te marco social renacentista, tan

bien descrito por Q. Skinner10, en el

que viven y trabajan Vitoria y la es-

cuela salmantina11, influye en la cons-

trucción teórica, y en cada una de

las ideas sobre las que Vitoria cons-

truye la justificación de la conquista

de América marcadas, a su vez, por

la ambivalencia.

La primera y más importante de

estas tesis es la representación del orden mundial como comunitas orbis, esto es, como sociedad

de respublicae o de Estados igualmente libres e independientes, sometidos en el exterior a un

mismo derecho de gentes y en el interior a las leyes constitucionales que ellos mismos se han dado.

La vieja idea universalista de la comunitas medieval, bajo el dominio universal del Emperador y del

Papa, es rechazada y sustituida por la idea de un orbe de sociedades nacionales, concebidas como

sujetos jurídicos independientes entre sí, pero subordinados a un único derecho de gentes.

En Vitoria esta idea irá acompañada de una concepción jurídica del poder público que antici-

pa la futura doctrina del Estado de Derecho, tanto en el ámbito del derecho interno como del

Derecho internacional. En primer lugar, los Estados serán entendidos como ordenamientos sobre la

10 Q. SKINNER: Les fondements de la pensée politique moderne, Paris, Éditions Albin Michel, 2001, Biblioteque de

«L’Évolution de l’Humanité».

11 Estudiar los fundamentos del pensamiento político, movimientos sociales, desarrollo económico, corrientes reli-

giosas (refutar las teorías luteranas y más tarde calvinistas sobre la soberanía), y demás elementos que influye-

ron en la cristalización del Estado soberano.

Material de clase, textos de Von Humboldt, Ranke y Droysen,curso 1994-95.

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base de una equiparación entre Derecho y Estado: las leyes civiles, afirma Vitoria, obligan a los legis-

ladores y principalmente a los reyes, de manera que estos dejan de encontrarse ya como legibus

soluti y quedan sometidos a las leyes. En segundo lugar, enuncia abiertamente el fundamento

democrático de la autoridad del soberano, quizá anticipando el principio moderno de la soberanía

popular, tesis revolucionaria, continuada y desarrollada por Francisco Suárez pero rechazada por

Hugo Grocio. En tercer lugar, para Vitoria, el derecho de gentes vincula a los Estados en sus relacio-

nes externas no solo como ius dispositivum, por la fuerza de los pactos, sino también con la fuer-

za de la ley (natural). En cuarto lugar, hace referencia a la humanidad entera como nuevo sujeto de

derecho. Esta idea del totus orbis, esto es, de la humanidad como persona moral que representa a

todo el género humano es la concepción, como escribió A. Truyol y Serra, más grandiosa e innova-

dora de Vitoria12. De otro lado, también, la que encierra una mayor complejidad y ambigüedad.

Los derechos naturales de los pueblos

En esta grandísima concepción de la communitas orbis como sociedad natural de Estados libres e

independientes es precisamente donde Vitoria encuentra el fundamento de la segunda idea básica de

su construcción y que resulta contradictoria respecto de la primera: la idea de la proyección externa

del Estado, identificada con un conjunto de derechos naturales de los pueblos que ofrecen, por un

lado, una nueva legitimación a la conquista y, por otro, el armazón ideológico de carácter eurocén-

trico del Derecho internacional, de su utilización colonialista e incluso de su vocación belicista. Se

intuyen aquí, mucho antes de que aparezcan las grandes construcciones ius naturalistas de los siglos

XVII y XVIII, los oscuros orígenes de los derechos naturales y su función de legitimación ideológica no

solo de los valores, sino también de los intereses políticos y económicos de los Estados europeos.

El primer derecho natural formulado por Vitoria es el ius communicationis, derivado del pos-

tulado de la sociedad natural de naciones. Vitoria propone una nueva concepción del derecho de

gentes: ‘quod naturales ratio inter omnes gentes constituit, vocatur ius gentium’13. De esta con-

cepción Vitoria hace derivar una larga serie de derechos de gentes cuya aparente universalidad se

verá desmentida por su carácter asimétrico, en especial, la libertad de tránsito y la libertad de los

mares14. Se trata no solo de un primer título, sino de un único título del que dimanan una serie de

aspectos o supuestos casuísticos15.

El segundo derecho es el ius commercii que supone la consagración jurídica de un gran mer-

cado mundial unificado. Ese comercio se limitó, en un principio, a los poderes públicos, por ejemplo,

mediante el ocasional envío de legados o heraldos de la paz y en la guerra, el cual, por otra parte

dio lugar a las normas que regulan la situación de los enviados y embajadores. Junto con el comer-

cio oficial de Estado a Estado fue desarrollándose poco a poco un tráfico mercantil regular entre

mercaderes y hombres de negocios privados, lo cual trajo consigo con el tiempo un entrelazamien-

to internacional más o menos intenso de las economías nacionales. A esta clase de comercio inter-

12 A. TRUYOL Y SERRA: «Precises philosophiques et historiques du totus orbis de Vitoria», Anuario de la Asociación

Francisco de Vitoria (1946/1947), pp. 179 y ss.

13 De Indis: cit., sec. III, prob. 1, p. 257.

14 En ese mismo sentido gira el estudio de A. ANGHIE: «Francisco de Vitoria and the Colonial Origins of International

Law», Social and Legal Studies, 1996, pp. 321-336.

15 Por su parte, Serafim de Freitas en su De iusto imperio Lusitanorum asiatico sostuvo que los holandeses poseí-

an iguales derechos que las otras naciones a comerciar en las aguas reivindicadas por los portugueses habida

cuenta de que los océanos eran propiedad común de toda la humanidad. Argumento recogido más tarde por

GROTIUS, 1916, p. 15.

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nacional deben su origen un buen número de normas de Derecho internacional público, sobre todo

las relativas al estatuto de los extranjeros y las que atañen a la neutralidad en la guerra marítima

dado que su objeto es, en gran parte, la situación jurídica de la propiedad privada neutral en el mar.

Junto con estos, el ius occupationis sobre las tierras baldías y sobre aquellas cosas que losindios no recogen, incluyendo el oro y la plata, y el ius migrandi, esto es, el derecho a desplazar-se hacia el Nuevo Mundo y alcanzar allí la ciudadanía. De cada uno de estos derechos se revela elcarácter desigual de unos derechos que resultan ser universales solo en abstracto, de hecho, sololos españoles iban a poder ejercerlos (emigrando, ocupando, dictando las leyes de un intercambiodesigual), mientras que los indios no serán más que la parte pasiva y las víctimas de ese ejercicio.

Junto con estos derechos humanos, Vitoria añade, como buen teólogo, otros cuatro derechosdivinos no menos asimétricos: el ius praedicandi et annunciandi Evangelium y el deber de losindios de no obstaculizar su ejercicio16; el derecho-deber de la correctio fraterna de los bárbaros;derecho-deber de proteger a los conversos frente a sus señores: el de la sustitución de estos porsoberanos cristianos en caso de que se hubieran convertido la mayor parte de los súbditos. Dehecho, uno de los argumentos que podía hacer valer la monarquía castellana para reclamar sobe-ranía y derechos de propiedad en América consistía en reconocer la cesión voluntaria de la auto-ridad legislativa (natural) de los propios indios americanos al Imperio17. Sin olvidar, el derecho queasiste a los españoles, en caso de que los indios no se dejaran convencer por sus buenas razones,para defender sus derechos y su seguridad, incluso recurriendo a la guerra como medida extrema.

La reformulación de la doctrina cristiana de la guerra justacomo mecanismo de sanción jurídica

La concepción de la comunidad internacional como sociedad natural de Estados que ofrece Vitoriapermite, como especie de corolario, fundar su tercera idea básica: una nueva doctrina de la legi-timación de la guerra justa (y a través de ella la conquista), definida como reparación de iniuriaey, así, como instrumento para la realización del Derecho18. Se deriva, sin más, una configuraciónjurídica de la guerra como sanción dirigida a asegurar la efectividad del derecho internacional quese perpetuará y llegará hasta Kelsen. La guerra es lícita y necesaria, mantiene Vitoria, precisamen-te porque los Estados están sometidos al derecho de gentes y, en ausencia de un tribunal superior,sus razones solo pueden ser defendidas por medio de la guerra19.

16 Sobre el proyecto cristiano de la conquista como apropiación al mismo tiempo material y espiritual del Nuevo

Mundo, a través de la demonización de las religiones indígenas, la conversión forzosa y la afirmación de la infe-

rioridad de los indios destinados a obedecer y servir, vid. S. ZAVALA: Las instituciones jurídicas de la conquista

de América Latina, México, Porrúa, 1971, así como T. TODOROV: La conquista de América: el problema del otro,

1982, trad. Castellana de F. BOTTON BURLÁ, Madrid, Siglo XXI, 1987.

17 En efecto, una circunstancia en la cual la monarquía castellana podía reclamar soberanía y derechos de propie-

dad en América era argumentando que los propios indios americanos habían cedido de manera voluntaria su

autoridad legislativa natural al Imperio. Bartolomé de las Casas, el más fervoroso defensor de los derechos natu-

rales y políticos de los amerindios, sostuvo que el único derecho que su Majestad posee es éste: que todos o la

mayor parte de los indios deseen por voluntad propia ser vasallos vuestros y tengan por un honor el serlo.

Francisco de Vitoria había mantenido idénticos supuestos en De Indis.

18 La guerra ocupa un lugar central en la construcción de Vitoria, vid. J. VERHOEVEN: «Vitoria ou la matrice du droit

international», Actualité de la pensée juridique de Francisco de Vitoria, Actas de las Jornadas de Estudio orga-

nizadas en Lovaina, el 5 de diciembre de 1986, Bruselas, Bruylant, 1988, pp. 112 y ss.

19 Esta interpretación de los textos de Vitoria es sugerida por James Brown Scott: la guerra es para Vitoria una

demanda judicial transmitida por la fuerza en ausencia de un Tribunal superior, J. BROWN SCOTT: El origen espa-

ñol del derecho internacional, Valladolid, Cuesta, 1928, p. 107.

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De esta construcción se infieren tres efectos. Primero, la guerra solo puede ser declarada líci-

tamente por Estados y nunca por particulares. Esto implica, de un lado, una limitación, deslegiti-

mando el azote de las guerras civiles, las guerras modernas y, de otro, una significativa e incon-

fundible característica de la incipiente soberanía externa de los Estados que a partir de ese

momento podían ser concebidos ya como respublicae perfectae en la medida en que, y solo en la

medida en que, comenzaban a ser sibi suficientes gracias a la titularidad de un ius ad bellum. El

derecho a la guerra se convierte, así, en fundamento y en criterio de identificación del Estado, y

al mismo tiempo en la seña más concreta de su emancipación respecto de la tradicional vincula-

ción externa con la autoridad imperial.

Segundo, el príncipe que declara una guerra justa es juez competente para conocer de las pre-

tensiones reivindicadas con ella. Poco importa que la satisfacción de tales pretensiones dependa de la

fuerza y no del derecho, y que esto equivalga a tomarse la justicia por su mano, ni tampoco que seme-

jantes jueces combatientes sean además jueces en causa propia20. Si para Vitoria la injuria es la única

causa de justificación de la guerra, no es menos cierto que la guerra es la única justa sanción posible.

Como tercer efecto de tal concepción de la guerra como sanción, es una larga lista de lími-

tes, tanto respecto de sus presupuestos (ius ad bellum) como de sus modalidades (ius in bello).

Cualquier injuria no puede justificar una guerra, dado que una sanción tan grave y terrible debe

ser proporcionada a la ofensa recibida y el príncipe legítimo, a diferencia del tirano, no puede

poner en peligro la vida de sus súbditos sin una razón justa. Sobre todo porque ha sido configu-

rada como sanción orientada a la paz y a la seguridad, la guerra no puede degenerar en violen-

cia ilimitada, sino quedar sometida a derecho. No debe afectar a inocentes, como las mujeres, los

niños, los inofensivos y, en general, a quienes hoy consideramos como población civil. Ni tampo-

co se consienten las masacres, saqueos y expolios del enemigo, con la excepción de sus armas. Y,

si bien es lícito matar a los enemigos en batalla, no lo es cuando los enemigos han dejado de ser

peligrosos y han sido apresados (trato humano a los prisioneros). Con todo, únicamente está con-

sentida la mínima violencia (necesaria), y el trato a los enemigos se encuentra sometido a derecho.

Los teólogos y juristas españoles terminaron reconociendo que solo había un derecho natu-

ral capaz de proporcionar la clase de dominio que su monarca necesitaba en el Nuevo Mundo, en

otras palabras, un derecho que le permitiera gobernar sin su consentimiento, el cual se basaría en

la afirmación de que la conquista de América había sido una guerra justa. Resultó inevitable que

una de las justificaciones legales de la conquista de América girase en torno al argumento de la

guerra: al ofrecer resistencia al supuestamente legítimo deseo de los españoles de viajar a sus tie-

rras, los indígenas americanos habían violado el derecho de sociedad y comunicación natural y

podían por ello ser castigados mediante conquista21.

LA VALIDEZ TEMPORAL DE LA CONSTRUCCIÓN JURÍDICA DE VITORIA

El diseño cosmopolita de Vitoria de una sociedad de entes sometidos al derecho de gentes en-

tró rápidamente en crisis a causa de la imposibilidad de conciliar las formas absolutas del Esta-

do y la idea de su sometimiento a derecho dado que iba a resultar insoluble22. Pese a ello, el mo-

20 L. FERRAJOLI: Derechos y garantías. La ley del más débil, Madrid, Trotta, 1999, p. 131.

21 A. PAGDEN: Señores de todo el mundo. Ideologías del Imperio en España, Inglaterra, y Francia (en los siglos XVI,

XVII y XVIII), Barcelona, Península, 1997, p. 85.

22 Tanto Francisco de Vitoria como Domingo de Soto, y sus pronunciamientos sobre los derechos de soberanía de la

Corona de Castilla en América terminaron siendo menos alentadores que los escritos de Bartolomé de las Casas.

Los estudios de Bartolomé de las Casas se convirtieron en una fogosa defensa de los derechos de los indios basa-

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delo de Vitoria, precisamente por

sus ambivalencias, sigue informan-

do la disciplina internacionalista,

incluso en nuestros días, y continúa

alimentando dos imágenes opues-

tas pero presentes a un mismo

tiempo; de un lado, la utopía jurídica

y la doctrina normativa de la con-

vivencia mundial basada en el Dere-

cho (Koskenniemi) y, de otro, la doc-

trina, en principio, cristiano-céntrica

y, más tarde, laicamente eurocén-

trica de legitimación de la coloniza-

ción y explotación del resto del

mundo por parte de los Estados eu-

ropeos, en nombre de valores en

cada época diferentes pero siem-

pre proclamados como universales;

primero, la misión de evangeliza-

ción, luego la misión de civilización,

y finalmente la actual globalización

de los llamados valores occidenta-

les (democracia, Estado de Derecho

y derechos humanos).

La obra de Vitoria se enmarca

en la progresiva secularización de la

sociedad internacional, en la trans-

formación en una pluralidad de en-

tes que reclaman poder en el interior

de su territorio e independencia en

sus relaciones frente a las autorida-

des religiosas (el Papado) o políticas

(el Imperio); época en la que culmi-

na la conquista de América y flore-

ce una pléyade de estudios doctri-

nales acerca de la (i)legalidad de la ocupación española en el Nuevo Mundo. Las reivindicacio-

nes de estos entes suponen, en definitiva, la afirmación de una nueva etapa absolutista en la que

‘L’État, c’est moi’.

da en dos premisas: todos los hombres son iguales ante Dios y un cristiano debe ser responsable del bienestar de

sus hermanos. Bartolomé de las Casas persiguió a lo largo de su vida negociar un trato más humano dentro de

los límites políticos de la monarquía española sin cuestionar la legitimidad de la ocupación española de América.

Fue uno de los pocos que respaldaron tanto la validez de las bulas papales como la reivindicación de la sobera-

nía universal del Emperador. El énfasis puesto en las condiciones precisadas en las Bulas de Donación (que hacía

de ellas, ante todo, una Carta para la Evangelización) tuvo como consecuencia devolver al primer plano de la

actualidad la obligación delegada por las bulas en la Corona de convertir al cristianismo a los indios de América,

la cual había quedado casi por completo relegada por el encarnizado debate en torno a los derechos de la Corona.

Una de sus últimas imágenes (marzo de 2006).

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ANTONIO NIÑO

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En su breve pero ambicioso ensayo sobre «La idea de Eu-

ropa en la época de entreguerras»1, el profesor Carreras

hizo un brillante repaso de la abundante ensayística que

trató el tema de la crisis y decadencia de la civilización

europea. El desenlace de la Gran Guerra había creado las

condiciones para que los intelectuales y publicistas eu-

ropeos reflexionaran sobre las consecuencias de la pér-

dida de la hegemonía europea y la aparición de nuevas

potencias mundiales. Muchos sentenciaron que esas cir-

cunstancias anunciaban el inevitable declive del Viejo

Continente, otros expresaron sus esperanzas de que la

crisis de Europa desembocara en una futura federación

política.

Carreras señaló acertadamente que el nuevo lideraz-

go alcanzado por América (sinécdoque con la que se deno-

mina abusivamente a los Estados Unidos de América), fue

uno de los motivos de la unanimidad que generó la idea de

la crisis de Europa tras la Gran Guerra. El presidente Wilson

había intentado llevar a cabo un cambio fundamental en

la naturaleza de las relaciones internacionales. Nortea-

mérica, convertida en la nación más poderosa, parecía la

única capacitada para guiar al mundo en el esfuerzo por

cambiar la naturaleza de su política. Como sabemos, la

opinión estadounidense no aceptó ese liderazgo como po-

tencia, haciendo fracasar el proyecto wilsoniano, pero sí

asumió su condición de líder en cuanto sociedad. El pue-

blo norteamericano se consideraba un modelo de progre-

so para el mundo, un ejemplo de democracia y había asu-

mido el mandato de John Quincy Adams: ser una nación

que alentara buenos deseos de libertad e independencia

para todos, pero el campeón y vindicador sólo de la suya

propia. Así seguiría siendo hasta la coyuntura de la Se-

gunda Guerra Mundial.

Miradas españolasal modelo norteamericano

en el periodode entreguerras

ANTONIO NIÑO

1 Publicado en P. RUIZ TORRES (ed.): Europa en su historia, Valen-

cia, Universidad de Valencia, 1993, pp. 81-94, y reeditado en

J.J. Carreras Ares, Razón de Historia. Estudios de historiogra-

fía, Madrid, Marcial Pons y Prensas Universitarias de Zaragoza,

2000, pp. 303-322.

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ANTONIO NIÑO

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El ascenso de aquel país-continente como potencia mundial, y su intervención en Europa en

defensa de los ideales de la civilización, provocó inevitablemente una nueva curiosidad hacia ese

joven país y dió lugar a toda una serie de valoraciones, casi siempre negativas, del modelo de socie-

dad que representaba. Además, el éxito en Europa de muchas de las manifestaciones de la cultu-

ra estadounidense —el cine popular, el jazz, ciertas pautas de consumo...— despertó la alarma de

algunos intelectuales, que se dedicaron a denunciar lo que consideraban una amenaza para el pro-

pio ser europeo.

Los mismos autores que se preocupaban por el destino de Europa utilizaron el modelo ame-

ricano, a modo de reactivo, para identificar los peligros que amenazaban a la civilización europea,

y lo que juzgaron elementos específicos de aquel modelo, por contraste, no resultó de su agrado.

Como sentenció Georges Duhamel en una obra de enorme repercusión: América no es una pro-

longación de la cultura europea, es una desviación y una ruptura 2, lo que, señalaba agudamente

Carreras, no dejaba de ser un consuelo, pues Europa podía estar enferma, pero lo peor de sus males

no provenía de ella misma, sino que venía de más allá del océano.

Es curioso comprobar que, en esa primera fase, el discurso contra la americanización no

reprochaba a este fenómeno su carácter inducido sino, precisamente, su carácter espontáneo, el

hecho de que su despliegue fuera relativamente independiente del contexto diplomático, lo que

la hacía aún más temible. Sin duda, este discurso antiamericano reflejaba en buena medida las

obsesiones de quienes lo producían y suponía una manera de reafirmarse a sí mismos, porque ofre-

cía la ocasión de poner de relieve cualidades desconocidas al otro lado del Atlántico. A través de

la representación de América se revelaba la autorrepresentación de sus contemteurs, con sus mie-

dos y sus esperanzas más íntimas.

La obra de Duhamel, junto con las de André Siegfried, Paul Morand, Waldo Frank —aunque

autor norteamericano— y del conde Keyserling, sirvieron a Carreras para diagnosticar la autocom-

placencia y el carácter prejuicioso de esa mirada llena de lugares comunes sobre la joven América.

Al contrario que el gran y olvidado precedente que constituía la obra de Tocqueville, algunos de

esos libros pertenecían al género del panfleto y la requisitoria, aunque precisamente por ello su

influencia inmediata fue mayor: a diferencia del juicio, el prejuicio puede encontrar fácilmente la

adhesión de otras personas sin necesidad de plegarse a las exigencias de la persuasión.

En la obra de Duhamel, aquel país representaba la corrupción de la civilización occidental por

el predominio de las masas, los valores materialistas y el imperio de la técnica deshumanizada.

América era el país de la uniformidad, de la mediocridad espiritual y del gigantismo técnico. ¿Ese

era el país que iba a suceder a Europa en el liderazgo mundial? ¿Esos eran los valores destinados a

marcar el nuevo estadio de la civilización occidental? Estos escritores consideraron su obligación

advertir del peligro y hacer un llamamiento a la defensa de los valores genuinamente europeos, y

lo hicieron provocando un enorme eco y generando un intenso debate intelectual3. Scènes de la

vie future, el libro de Duhamel, fue premio de la Academia Francesa, vendió más de 100 000 ejem-

plares en un año y generó una controversia importante en la prensa de la época, bajo el título de

«Procès ouvert sur la civilisation américaine». El peligro era, naturalmente, la americanización de

2 Georges DUHAMEL: Escenas de la vida futura, Madrid, Sáenz Hermanos, 1930, p. 274. ed. original de 1929.

3 Véase Anne-Marie DURANTON-CRABOL: «De l’anti-américanisme en France vers 1930: la réception des Scènes de la

vie future», Revue d’Histoire Moderne et Contemporaine, 48-1 (enero-marzo, 2001), pp. 120-137. Además del

libro de Duhamel, tuvieron un fuerte impacto las obras de André SIGFRIED: Les États-Unis d’aujourd’hui, Paris,

Armand Collin, 1927; Paul MORAND: New York, 1930; Hyacinthe DUBREUIL: Standars, 1929; Firmin ROZ: Histoire

des Etats-Unis y L’évolution des idées et des mœurs américaines, 1939 y 1931; Ilya EHRENBOURG: 10 CV, 1930;

Robert ARON y Arnaud DANDIEU: Le cancer américain, Paris, Rieder, 1932.

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Miradas españolas al modelo norteamericano...

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Europa, entendida como una transferencia unilateral de modelos sociales, valores y pautas de con-

ducta de los Estados Unidos hacia el Viejo Continente. Pero ese temor a la americanización oculta-

ba el proceso, más complejo, de la occidentalización, el resultado de las transferencias intercultu-

rales de un continente a otro en el marco de una comunidad trasatlántica de valores compartidos.

La manifestación de resistencias al incremento de la influencia americana en el mundo no

era algo nuevo. Ya en 1901 el periodista británico William Stead publicó un libro titulado The

Americanization of the World, donde la palabra americanización tenía aspectos despectivos evi-

dentes, en el que se trataba con desconfianza la penetración en Europa de los inventos mecánicos

y de los ingenios tecnológicos procedentes de aquel país. Pero las mayores prevenciones surgieron

cuando los Estados Unidos maduraron no solo como una potencia industrial con capacidad para

competir en los mercados mundiales, sino, sobre todo, cuando creció su influencia internacional y

su poder político. Piénsese en la imagen que popularizó el escritor uruguayo José Enrique Rodó, a

principios del siglo XX, de los Estados Unidos como un talibán del Norte amenazando al Ariel de la

cultura latina4. Aquella obra, escrita justo después de la guerra de 1898, era un síntoma inequívo-

co de que las sociedades latinoamericanas percibían a partir de entonces, de forma clara e impe-

riosa, la amenaza de la gran potencia del norte. La obra de Rodó gozó de una gran popularidad en

España, donde fue presentada por Rafael Altamira como una guía de vida para la juventud com-

prometida con su tiempo. El Ariel de Rodó incluía ya muchos de los tópicos que popularizarían los

escritores europeos de los años veinte y treinta, y en especial la obra de Duhamel. En ambos casos

el objetivo era prevenir contra los peligros de la sociedad de masas, ejemplarizada en la civiliza-

ción mecánica americana. También en ambos casos la descripción de la deshumanizada sociedad

norteamericana era utilizada para pensar sobre el futuro inmediato, una manera de reflexionar

sobre el sentido y la marcha de la civilización. Considerado el país más dinámico, el que había desa-

rrollado un modelo de civilización material y mecánica, Estados Unidos significaba en el análisis

de estos pensadores una terrible amenaza para la civilización moral de los europeos.

La civilización americana se hizo entonces sinónimo de modernidad, una anticipación del

modo de vida futuro tal y como reflejaba el título del libro de Duhamel. Como objeto de estudio,

su gran atractivo radicaba en que constituía una amalgama entre las singularidades de una etapa

del desarrollo histórico y el país en el que las singularidades de esta etapa eran más visibles5.

Algunos autores eran conscientes de esta ambigüedad, y llamaron la atención sobre la confusión

que podía crear el concepto:

Esta civilización de cantidad y dinamismo no puede interpretarse como una variedad, como

una particularidad de un pueblo, sino como un grado superior de desarrollo en el proceso

universal; por lo tanto, para un observador con visión histórica no puede ser considerada

como un tema puramente pintoresco, lo cual sería tan pintoresco como juzgar como pinto-

resco un tren porque se le contempla desde el punto de vista de una diligencia6.

Sin embargo, casi todos los autores se dejaban llevar, imperceptiblemente, de la denuncia de

los peligros que entrañaban esas tendencias, al discurso de desconfianza hacia el país que mejor

representaba las características de ese estadio histórico, como si fuera una singularidad o una

invariante de su ser nacional. Todo lo que no coincidía con el estereotipo era descartado como

carente de interés y de significación, y el resultado era la esencialización del objeto: América se

4 Véase José ENRIQUE RODÓ: Ariel, 1900. Son muy interesantes las reseñas y los comentarios que recibió esta obra

en España, especialmente los de Rafael Altamira y de Leopoldo Alas.

5 Véase OLIVIER ZUNZ: Le siècle américain. Essai sur l’essor d’une grande puissance, Paris, Fayard, 2000.

6 Luis ARAQUISTÁIN: El peligro yanqui, Madrid, Publicaciones España, 1921, p. 22.

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convertía en un individuo histórico cuya peculiar civilización constituía un todo homogéneo e

inmutable. Esta estrategia discursiva derivaba fácilmente en antiamericanismo: se elegía algún

rasgo puntual del modo de vida americano que contrastara especialmente con el de Europa, se

convertía en característico del modelo americano y, a partir de la crítica puntual de ese rasgo, se

concluía en una apreciación general negativa de toda la sociedad norteamericana.

Mediante este mecanismo, el materialismo americano, opuesto a unos supuestos valores

espirituales, se convirtió a principios del siglo XX en el objetivo de los ataques de la intelectuali-

dad europea. En los textos de Duhamel, como en los de Ortega y Gasset de los años treinta, la civi-

lización mecánica americana, preludio de la cultura de masas, se convirtió en la amenaza que

había que combatir para preservar el humanismo europeo. En sus escritos crearon oposiciones sim-

ples que tuvieron una larga proyección en el tiempo: al materialismo y la barbarie que represen-

taba la americanización se oponían el humanismo y la cultura heredada de los clásicos. Frente al

igualitarismo y al peligro de nivelación propios de aquella civilización, se defendía lo selecto y la

excelencia de los productos culturales europeos. Con estas dicotomías reflejaban a la vez el elitis-

mo de los intelectuales y el conservadurismo propio de un grupo social privilegiado.

Junto al catastrofismo de esa literatura, empeñada en la denuncia del peligro americano,

también hubo defensores del modelo americano en lo que tenía de utopía democrática y de reden-

ción de los trabajadores de los aspectos más penosos de su existencia, gracias precisamente al

maquinismo. Para Ilya Ehrenbourg, por ejemplo, el maquinismo era la manera de liberarse de la

servidumbre del trabajo, una forma de obtener más tiempo que dedicar al ocio y a la cultura. La

izquierda, en general, era menos reacia a aceptar la sociedad de consumo de masas, aunque ello

supusiera el empobrecimiento de las manifestaciones culturales, si con ello las clases trabajadoras

alcanzaban un mínimo confort y ganaban un poco de tiempo de ocio. Desde su propia perspecti-

va, la masa tenía el derecho a conseguir que la vida material, esa pobre vida que era su único bien

y su única certidumbre, les resultara lo más dulce posible. No se trataba, en su caso, de oponer la

civilización humana a la civilización industrial, sino al capitalismo mismo.

El antiamericanismo sirvió así de criterio pertinente para discriminar entre la derecha y la

izquierda. Lo curioso es que, hasta 1945, cuando la oposición a la americanización empezó a con-

fundirse y a mezclarse con la resistencia al imperialismo y a la mundialización, los frentes estuvie-

ron orientados a la inversa de como lo estarán durante la Guerra Fría. Una gran parte de la opi-

nión de derechas, impulsada por su desconfianza ante la democracia liberal y sus temores ante una

crisis general de la civilización, se mostraba mucho más americanófoba que la opinión de izquier-

das, más optimista ante la modernidad, más confiada ante las virtudes liberadoras del maquinis-

mo y todavía poco sensible al tema del imperialismo norteamericano..., excepto en el contexto his-

pano, como enseguida veremos.

• • •

¿Cómo llegó ese debate a España? ¿Qué posiciones adoptaron los intelectuales de la Península al

respecto?, y, ampliando aún más la encuesta, ¿cuál fue la percepción española de las ventajas e

inconvenientes del modelo americano? Este es el objeto del presente ensayo: profundizar en el

análisis que inició Juan José Carreras de la relación existente entre el nuevo liderazgo americano

y la percepción de la crisis de Europa, aportando datos sobre el desarrollo del debate en España y

las peculiaridades de la mirada española hacia la potencia en ascenso.

Para una primera aproximación al tema hemos elegido las obras publicadas de dos escritores

representativos de las dos tendencias que acabamos de señalar, escritas en el periodo de entregue-

rras y que gozaron de una gran repercusión por la calidad de sus autores y por el estilo ensayísti-

co que adoptaron. Se trata de obras capaces de crear opinión y de conformar una imagen amplia-

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mente difundida acerca de ese obje-

to lejano, pero cada vez más influ-

yente que era la república de los

Estados Unidos.

El primer libro recoge las im-

presiones de Luis Araquistáin tras un

viaje realizado a los Estados Unidos

que apenas duró dos meses, de fines

de octubre a fines de 1919. El obje-

to de aquel viaje era asistir a la Con-

ferencia del Trabajo de Washington,

como miembro de una delegación

de la UGT en la que también estaban

Largo Caballero y Fernando de los

Ríos. Eso explica que varios capítulos

del libro se dedicaran a analizar la

organización sindical y la situación

de la clase trabajadora de ese país.

Araquistáin, que había sido un fer-

viente propagandista de la causa alia-

da en la reciente guerra europea, era

entonces, además de dirigente del

sindicato socialista, director de la

revista España –puesto en el que su-

cedió a Ortega desde marzo de1916–,

un semanario que se había converti-

do en portavoz de los intelectuales

críticos y de la oposición de orienta-

ción republicana.

El título del libro de Luis Ara-

quistáin era ya suficientemente ex-

presivo de su intención: El peligro

yanqui 7. ¿Peligro para quién? Para el mundo entero; incluso para los mismos Estados Unidos.

Esta gran nación se nos ha antojado un trasunto de la Alemania que se embriaga en altivez y

mesianismo de 1870 a 1914. Así de contundente se mostraba el autor desde la primera página

del prólogo. El libro denunciaba la siniestra política de armamentos navales de la nueva poten-

cia y sus ansias imperialistas mal disimuladas, lo que dibujaba un futuro más sombrío y trágico

de lo que esperaban la mayoría de los europeos tras la reciente catástrofe bélica: El juicio es uná-

nime: la civilización occidental, o conjunto de valores espirituales y materiales que integran el

concepto histórico de Europa, ha estado a punto de perecer. Para muchos la causa era la Revo-

lución rusa, pero la crisis de la civilización, corregía Araquistáin, proviene fundamentalmente de

la guerra, y la nueva potencia americana no teme la guerra; más bien se prepara para un nuevo

choque mientras decide hacia dónde dirigir sus ímpetus expansionistas. De los diversos escena-

rios donde podían estallar nuevos conflictos, el autor ponía el acento en aquello que más alar-

maba a un observador español:

7 Luis ARAQUISTÁIN: El peligro yanqui, 2ª ed. en Valencia, Sempere, 1924.

Curso sobre Max Weber: 1984-1985.

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El peligro yanqui, además, lo es especialmente para el resto de América. El capitalismo nor-

teamericano puede ser espuela de progreso para las Repúblicas rezagadas de América; pero

tras el capital van la bandera, los ejércitos, las instituciones, la lengua, la cultura del pue-

blo invasor. Admiramos vivamente la cultura anglosajona; ha sido nuestro mayor sustento

espiritual; pero la aborreceríamos si quisiera imponérsenos, descuajando la personalidad

histórica de nuestro país. Y en cierto modo, cada país americano de lengua española es una

continuación, a veces superada, del nuestro. A España no puede serle indiferente el futuro

de la América de su lengua. Extinguido felizmente el imperio de la materia, queda un impe-

rio ideal, de tipo hispánico y fines culturales entre Europa y América. Este imperio del espí-

ritu es el que nos duele ver amenazado por el peligro yanqui. No nos dolió la pérdida de las

Antillas; antes bien, nos pareció una ley del tiempo y una sanción histórica a nuestros des-

aciertos. Pero nos aflije que un puertorriqueño, por ejemplo, hable el español como un nor-

teamericano. Contra ese peligro específico hemos de estar prevenidos españoles e hispano-

americanos.

Era la conciencia de formar parte de una comunidad cultural hispana amenazada por el

expansionismo estadounidense lo que despertaba esa temprana crítica al imperialismo yanqui, en

términos similares a las voces que ya se habían levantado en América Latina. Araquistáin denun-

ciaba la diplomacia del dólar y del garrote, las intervenciones en México, en Haití, Santo Domingo

y Nicaragua —paradójicamente durante el mandato del idealista presidente Wilson—, así como en

Panamá anteriormente.

Araquistáin, que había sido un ferviente propagandista del mensaje wilsoniano, del proyecto

de la Sociedad de Naciones y de la ilusión de establecer unas relaciones internacionales basadas

en la justicia y el respeto de la voluntad nacional, se daba cuenta de la contradicción entre estos

ideales y el comportamiento de la nación que los ha alentado:

El máximo imperialismo en el periodo regido por uno de los Presidentes más idealistas de

los Estados Unidos. ¿Cómo explicarse este contrasentido?... Los Estados Unidos venían oyen-

do de todas partes reproches de excesivo practicismo, de estar sobradamente dominados

por apetitos y fines materialistas. Wilson, un hombre distante del mundo de los negocios,

procedente del reino sereno del estudio, del desinterés y de la meditación, cubriría con el

pabellón de su idealismo la mercancía y la nave utilitaria del estado norteamericano. Wilson

sería el capitán iluso que cree navegar en dirección a sus sueños, mientras el buque se deja

arrastrar en sentido contrario por la corriente de los grandes intereses económicos...8.

El idealismo estadounidense no era más que la piel de cordero con la que se disfrazaba el lobo

de los intereses imperialistas: A veces, el materialismo imperante gusta de cubrirse con el presti-

gio de una personalidad como Wilson, para obrar más desenvuelta y vorazmente a su sombra.

Araquistáin inauguraba así una corriente de denuncia de las prácticas intervencionistas de la

República imperial cuando aún solo tenían por escenario el área antillana. Pero la advertencia se

dirigía también a los europeos, en tonos casi apocalípticos:

Este niño gigante, todo mecanización e incapaz de toda crítica, es el que está ahora en el

cruce principal de los caminos del mundo, entre Europa y Asia, todo apetencia, sin idea de

límite, mesiánico, ávido de poder, riqueza y gloria, ebrio de propia Historia, no aleccionado

aún por la experiencia común, que es la Historia universal... el águila inquiere con los ojos

los países y pueblos donde ha de clavar sus garras. Tiemblan las víctimas, actuales ya o en

potencia: Méjico, las Antillas, las repúblicas centroamericanas, las islas del Pacífico... los

8 Ibídem, p. 196.

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pueblos hispánicos sienten sobre sus espaldas el escalofrío de las invasiones... Sentimos

excesiva estimación por los Estados Unidos para callar ante un proceso de su desarrollo que

está destinado a destruir tantas energías y bienes propios y ajenos. No olviden la reciente

tragedia de Alemania, ni la anterior de la Francia napoleónica, ni la de la España filipina, ni

la de todos los que soñaron con un imperio universal, idea-tumba de tantos imperios.

Por lo demás, el libro de Araquistáin recogía, de forma precoz, casi todos los tópicos del antia-

mericanismo que será divulgado por los intelectuales europeos de los años treinta a los que nos

hemos referido. El primero de ellos, la imagen biológica de una América joven pero inmadura, fren-

te a una Europa que acumula una gran experiencia histórica aunque pierde vitalidad:

De Europa se trae una impresión de plenitud espiritual y de comienzo de desgaste físico... El

Norte de América, en cambio, suscita una impresión inversa: la de inmadurez espiritual y

progresivo agrandamiento físico. Este contraste entre una vida espiritual primaria y una

vida corpórea desbordante, hiere, de primera intención, la sensibilidad del europeo. Raro es

el europeo que se sustrae a la tentación psicológica de condenar sumariamente este país

como valor histórico9.

Fijémonos en que el autor habla en nombre de los europeos. Un español de los años veinte

—que había viajado mucho, ciertamente, por toda Europa— adopta el nosotros de todo un conti-

nente cuando se trata de confrontar su civilización con ese nuevo país emergente. El autor tiene

ya entonces la certeza de que los Estados Unidos, situados en un centro estratégico entre Europa

y Asia, se convertirían en el protagonista de la historia inmediata —en sus manifestaciones menos

intelectuales y más biológicas—. Por eso Araquistáin, mucho antes que lo destacara Duhamel, se

muestra convencido de que estudiar los Estados Unidos es capacitarse para anticipar el futuro.

El adelanto de los Estados Unidos en el orden cuantitativo y mecánico lo calculaba el autor

en medio siglo de ventaja. Por el contrario, la ventaja de Europa era indicutible en reflexión, en

valores espirituales y en su concepción de la sociedad y de la vida. Pero esa idea, tópica y repeti-

da por tantos publicistas europeos, la toma de un autor norteamericano: en el libro de Waldo

Frank, Our America —que Araquistáin cita extensamente— se sostiene la tesis de que el materia-

lismo tan preponderante en los Estados Unidos proviene del utilitarismo tradicional en ese país

desde los tiempos originarios del pioneer, del hombre fronterizo, cuando no desde la llegada de los

puritanos del Mayflower. Según Frank el industrialismo barrió la tierra americana y la hizo rica.

Penetró en el alma americana y la hizo pobre, de ahí un país con un cuerpo físicamente maduro,

movido por un cerebro infantil10.

Y ¿cómo se nos revelaba ese futuro que, al menos en el orden del progreso material, se podía

atisbar contemplando la nación norteamericana? Esa civilización estaría dominada por la cantidad

y por el maquinismo, valores que eran justamente los opuestos a la calidad y al humanismo que,

se suponía, representaban los valores tradicionales de la civilización europea:

La primera impresión de los Estados Unidos es de aturdimiento. Estamos en el reino de la

cantidad. Todo es grande... se busca el record, el número más alto, no la calidad. A los

hombres se les mide por lo que representan numéricamente, por los millones que poseen,

por los dólares que ganan, por los ejemplares de sus libros que venden, por la cantidad de

9 Ibídem, p. 11.

10 Sería interesante rastrear las fuentes estadounidenses del antiamericanismo de la época. En años posteriores,

esa función la cumplirían las obras de Upton Sinclair Lewis y de John Dos Passos, traducidas y ampliamente

difundidas en Europa.

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valores materiales que significan. El éxito y la fuerza sociales lo determina el número o el

volumen de sus posesiones11.

Materialismo, afán de lucro y vulgaridad frente al espiritualismo y la búsqueda desinteresa-

da de la excelencia atribuidos a la civilización europea. Y junto con ello, el maquismo, hijo de una

concepción cuantitativa de la vida:

La cantidad engendra necesariamente un intenso desarrollo del maquinismo. El ideal de la

cantidad lleva fatalmente consigo la exigencia de su multiplicación y, por lo tanto, de su

fluidez. Pero la fluidez de la masa sólo puede lograrse a fuerza de máquinas. Todo está

mecanizado, sujeto al maquinismo. Es rara la relación humana directa. El hombre apenas

puede comunicarse con el hombre sino por el intermedio de una máquina.

El maquinismo tiene un aspecto positivo para un líder sindical: elimina gran parte del traba-

jo más penoso que realizan los obreros y, sobre todo, sustituye gran parte del trabajo servil direc-

to. En muchos establecimientos públicos de comer y de beber, el cliente se sirve a sí mismo, seña-

la asombrado el autor. El maquinismo ha liberado al hombre de una serie de prestaciones servi-

les, y con ello ha ganado su economía y su dignidad. Así se valora más el esfuerzo y este se rea-

liza, cuando es necesario, en una actitud de igual a igual. Esto suele ser un semillero de enojos

para los europeos, habituados a un régimen social de servidumbre histórica12.

Así pues, el maquinismo permite que allí el hombre se vaya liberando del hombre, de las deri-

vaciones serviles de la antigua esclavitud. A cambio ha surgido una nueva esclavitud: la del ser

humano frente a la máquina... Las máquinas dan la pauta... son los hombres los que parecen

haberse mecanizado: sus movimientos y la mayor parte de sus actos tienen la uniformidad y la

celeridad de las máquinas13.

No solo los trabajadores norteamericanos estaban siendo esclavizados por el maquinismo;

también tenían que luchar contra el enemigo de clase en un país que constituía el baluarte más

fuerte del capitalismo. En ninguna parte la clase capitalista es más poderosa ni está mejor orga-

nizada; en ninguna parte la clase obrera tiene menos conciencia de clase...14. El dirigente socia-

lista establece él mismo los frentes políticos: Los Estados Unidos representan ahora la derecha

social frente a Rusia, que es la extrema izquierda —el resto de Europa simboliza el centro, un

anhelo de conciliación—.

Araquistáin publicó unos años después otro libro en el que desarrolló extensamente su aná-

lisis del expansionismo norteamericano: La agonía antillana. El imperialismo yanqui en el mar

Caribe15. Significativamente, la obra comenzaba con un primer capítulo titulado «La americaniza-

ción de Europa», donde analizaba los primeros síntomas que había observado en París de ese fenó-

meno tan temible. También en este caso se adelantaba a uno de los temas que más darían que

hablar en el ensayismo europeo y, recientemente, también en la historiografía académica de ambos

lados del Atlántico.

El segundo autor que analizó extensamente las características del modelo americano, sin

haber viajado nunca a los Estados Unidos, fue el líder indiscutible de los sectores intelectuales en

la España de entonces, el filósofo y periodista José Ortega y Gasset16. Sus comentarios al modelo

11 Ibídem, p. 19.

12 Ibídem, p. 21.

13 Ibídem, p. 21.

14 Ibídem, p. 45.

15 Subtitulado: Impresiones de un viaje a Puerto Rico, Santo Domingo, Haití y Cuba, Madrid, Espasa-Calpe, 1928.

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Miradas españolas al modelo norteamericano...

| 415

americano aparecen tardíamente, en

marzo de 1928, pero muy poco an-

tes de que el libro de Duhamel hicie-

ra de la americanización un tema de

debate público. La primera referen-

cia es circunstancial, incluida en un

artículo dedicado a la interpretación

que hizo Hegel del Nuevo Mundo

como un espacio esencialmente pri-

mitivo:

Si hoy reviviera y asistiese

(Hegel) a la magnífica escena

de la vida yanqui, con todas

las maravillas de su técnica y

organización ¿qué diría?, ¿rec-

tificaría su criterio? Es de sos-

pechar que no. Todo ese as-

pecto de ultramodernidad ame-

ricana le parecería simple-

mente el resultado mecánico

de la cultura europea al ser

transportada a un medio más

fácil, pero bajo él vería en el

alma americana un tipo de

espiritualidad primitiva, un

comienzo de algo original no

europeo. En suma, lo que esti-

maría de América serían pre-

cisamente sus dotes de nueva

y saludable barbarie. De éstas

y no de su técnica europea,

mera repercusión del Viejo

Mundo, dependería, en su opinión, el nuevo estadio de la evolución espiritual que Améri-

ca está llamada a representar. ¿Cuál sería éste? ¿Cuáles sus rasgos distintivos? Hegel

aparta con temor su vista del tal problema y dice: ‘Por consiguiente, América es el país del

porvenir’. En tiempos futuros se mostrará su importancia histórica17.

En esta breve caracterización aparecen varios de los topoi más comunes en la imagen de

América que proyectaban los ensayos publicados en Europa en esos años: compendio de moder-

nidad, espejo del futuro, y al mismo tiempo ejemplo de espiritualidad primitiva y amenaza de

barbarie. Ortega no había estado nunca en los Estados Unidos, pero podemos suponer que co-

nocía con cierto detalle la publicística europea que entonces comenzaba a generalizarse sobre

ese país. Él mismo lo afirma cuando sentencia, en un tono no desprovisto de soberbia: Una de

16 Hizo un único y breve viaje a los Estados Unidos al final de su vida, en 1947, invitado a los actos organizados

para celebrar el centenario de la muerte de Goethe.

17 «Hegel y América», en El espectador, VII (1929-1930), en Obras completas, Madrid, Revista de Occidente, 1966

(6ª ed.), tomo II, p. 575.

Dossier de textos sobre «Marx, y antes la historiografía liberal francesa»,para la asignatura Historia de las Ideas Políticas, curso 1992-93.

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ANTONIO NIÑO

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las cosas que perturban más gravemente la conciencia europea es el conjunto de juicios pue-

riles sobre Norteamérica que oye uno sustentar aun a las personas más cultas18.

Quizá no sea casual que la obra en la que Ortega trataba extensamente y por primera vez de

la sociedad estadounidense, para utilizarla como arquetipo de algunos de los fenómenos que

caracterizarían su época, sea La rebelión de las masas, libro publicado en 1930. Ortega comenzó

a escribir ese ensayo a comienzos de 1929, a la vuelta de un viaje a Buenos Aires donde había des-

lizado ya algunas objeciones a lo que representaban los Estados Unidos. Era el momento en que el

triunfo de su modelo social deslumbraba a los europeos, justo antes de que el crash de 1929 echara

súbitamente por tierra el prestigio alcanzado. Ortega presumía, por lo tanto, de haber ido contra

la corriente cuando se propuso desmontar el mito del modelo americano. Así lo diría retrospecti-

vamente, cuando la crisis ya había estallado, refiriéndose al origen de aquel sonado ensayo:

La ceguera de la gente, incluso de los que presumían ser ‘los mejores’, me causaba irritación

y pena. La realidad de los Estados Unidos me parecía tan clara, compuesta de ingredientes

tan sencillos, que juzgaba ilícita la ofuscación de las viejas cabezas europeas. [...] Como

paletos, los viejos europeos se colocaban con la boca abierta ante los Estados Unidos. Su

ascensión portentosa, su exuberante riqueza, su eficacia no eran interpretadas como mani-

festaciones de una hora favorable que pasaba sobre un pueblo, sino como síntomas de una

capacidad colectiva radicalmente superior a la de todos los pueblos que hasta ahora han

existido19.

Sin embargo, La rebelión de las masas se publicó un año después de que apareciera la pri-

mera edición de Scènes de la vie future, y el mismo año de su traducción al español. Hay que suponer

también que Ortega conocía las obras citadas de Araquistáin, antiguo compañero y colaborador

en empresas periodísticas. Sabemos que la preocupación de Ortega por el fenómeno de la multi-

tud y el protagonismo adquirido por las masas en la vida social era antigua20, pero resulta sorpren-

dente que en sus análisis del fenómeno de la multitud nunca apareciera citado el modelo ameri-

cano, precisamente hasta la aparición de esa obra fundamental. Allí, sin embargo, las referencias

a la sociedad estadounidense como ejemplo de sociedad-masa eran constantes:

Eso, que el nivel medio de la vida sea el de las antiguas minorías, es un hecho nuevo en

Europa; pero era el hecho nativo, constitucional, de América. Piense el lector, para ver clara

mi intención, en la conciencia de igualdad jurídica. Ese estado psicológico de sentirse amo

y señor de sí e igual a cualquier otro individuo, que en Europa sólo los grupos sobresalien-

tes lograban adquirir, es lo que desde el siglo XVIII, prácticamente desde siempre, acontecía

en América21.

Pero, al contrario de lo que pensaban muchos autores, Ortega no creía que el nuevo prota-

gonismo que adquirían las multitudes fuera fruto de la influencia de Norteamérica. El triunfo de

18 «La rebelión de las masas» (1930), en Obras completas, Madrid, Revista de Occidente, 1966 (6ª ed.), tomo IV,

p. 198.

19 José ORTEGA Y GASSET: «Sobre los Estados Unidos», publicado en Luz, 27 de julio de 1932, reproducido en Obras

completas, Madrid, Revista de Occidente, 1966 (6ª ed.), tomo IV, pp. 369-379.

20 Según Santos JULIÁ, a Ortega le preocupó desde muy pronto el fenómeno de la multitud, a la que percibía torpe,

como un animal primitivo, y a la que identificaba con la masa que, al ser impersonal, ‘no tiene la memoria de

su propia identidad’. La multitud, entendida como masa impersonal, frente a los ‘hombres con criterio delica-

do’... Vid. Santos JULIÁ: «Algunas maneras de ser intelectual en la política, en Antonio MORALES MOYA: Las claves

de la España del siglo XX. La cultura, Madrid, Sociedad Estatal España Nuevo Milenio, 2001, p. 164.

21 «La rebelión de las masas»..., op. cit., p. 153.

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la vulgaridad, el hecho de que ahora la masa arrolla todo lo diferente, egregio, individual, califi-

cado y selecto, no se debía a que las sociedades europeas se hubieran conformado a imagen de la

sociedad americana, sino que se estaban nivelando con ella: habían elevado su tono vital a costa

de rebajar el nivel de sus minorías mejores, como ocurría en América:

Al aparecer en Europa ese estado psicológico del hombre medio, al subir el nivel de su exis-

tencia integral, el tono y maneras de la vida europea en todos los órdenes adquiere de

pronto una fisonomía que hizo decir a muchos: ‘Europa se está americanizando’. Los que

esto decían no daban al fenómeno importancia mayor; creían que se trataba de un ligero

cambio en las costumbres, de una moda y, desorientados por el parecido externo, lo atri-

buían a no se sabe qué influjo de América sobre Europa. Con ello, a mi juicio, se ha trivia-

lizado la cuestión, que es mucho más sutil y sorprendente y profunda. [...] Europa no se ha

americanizado. No ha recibido aún influjo grande de América. Lo uno y lo otro, si acaso,

se inician ahora mismo; pero no se produjeron en el próximo pasado, de que el presente

es brote. Hay aquí un cúmulo desesperante de ideas falsas que nos estorban la visión a

unos y a otros, a americanos y a europeos. El triunfo de las masas y la consiguiente mag-

nífica ascensión del nivel vital han acontecido en Europa por razones internas, después de

dos siglos de educación progresista de las muchedumbres y de un paralelo enriquecimien-

to económico de la sociedad. Pero ello es que el resultado coincide con el rasgo más deci-

sivo de la existencia americana; y por eso, porque coincide la situación moral del hombre

medio europeo con la del americano, ha acaecido que por vez primera el europeo entien-

de la vida americana, que antes le era un enigma y un misterio. No se trata, pues, de un

influjo, que sería un poco extraño, que sería un reflujo, sino de lo que menos se sospecha

aún; se trata de una nivelación 22.

Cuando Ortega hablaba de las masas no se refería a las masas obreras, naturalmente, sino al

hombre medio. A diferencia de Araquistáin, no concebía la sociedad dividida en clases sociales, sino

en clases de hombres: las masas, por un lado, y las minorías excelentes, por el otro. Se trataba de

un concepto aristocrático de la sociedad, donde la aristocracia histórica era sustituida por la mino-

ría selecta, encargada de dar un alto ejemplo a la masa. El gran problema de su tiempo, desde su

perspectiva, era que al elevarse el nivel medio de vida, las masas habían dejado de resignarse a ser

dirigidas por las minorías e imponían una nueva tiranía, la de las multitudes.

El interés de la sociedad americana radicaba justamente en que allí se había producido pre-

cozmente esa evolución hacia la nivelación social que ahora también se hacía patente en Europa.

Allí el triunfo de las masas se había producido antes y por ello se observaba un nivel más elevado

en la vida media de Ultramar, que contrastaba con el nivel inferior de las minorías mejores de

América comparadas con las europeas. Cuando afirmaba que allí el tono vital era más alto, se

refería a que el hombre medio se sentía amo, dueño y señor de sí mismo y de su vida, que se nega-

ba a toda servidumbre, que disfrutaba de la facilidad material, que vivía con holgura económica y

que disfrutaba del confort. Nada de esto le parece negativo, salvo las consecuencias morales que

se derivaban de que ese hombre medio impusiera su voluntad: la vulgaridad intelectual, la tiranía

del hombre-masa y el riesgo del retroceso a la barbarie: El europeo que empieza a predominar

—ésta es mi hipótesis— sería, ‘relativamente a la compleja civilización en que ha nacido’, un hom-

bre primitivo, un bárbaro emergiendo por escotillón, un ‘invasor vertical’ 23. Antes había definido

al hombre-masa como aquel que, sintiéndose vulgar, proclama el derecho a la vulgaridad y se

22 Ibídem, p. 153.

23 Ibídem, p. 200.

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niega a reconocer instancias superiores a él: Como se dice en Norteamérica: ser diferentes es inde-

cente. La masa arrolla todo lo diferente, egregio, individual, calificado y selecto 24.

Uno de los rasgos más temibles del ascenso de las masas para Ortega era su comportamien-

to irracional y violento. También en este aspecto Norteamérica ofrecía la demostración de las

funestas consecuencias que se derivaban del imperio de la multitud: Cuando la masa actúa por sí

misma, lo hace sólo de una manera, porque no tiene otra: lincha. No es completamente casual

que la ley de Lynch sea americana, ya que América es en cierto modo el paraíso de las masas. Ni

mucho menos podrá extrañar que ahora, cuando las masas triunfan, triunfe la violencia y se

haga de ella la única ratio, la única doctrina 25.

En realidad, la idea del peligro que suponía la creciente presión ejercida por las masas esta-

ba ampliamente difundida en el contexto intelectual de su época. Autores norteamericanos como

James Bryce o Jorge Santallana —profesor de Filosofía por entonces en Harvard— habían sosteni-

do tesis parecidas. Todos pertenecían a una corriente de pensadores caracterizada por su aristo-

craticismo intelectual, pero Ortega y Gasset no revelaba habitualmente sus fuentes de inspiración.

James Bryce había insistido en la tremenda homogeneidad de costumbres y formas de pensar de

los norteamericanos en contraste con los pueblos europeos, y Santayana era un crítico de la cul-

tura americana por la ausencia en ella de valores estéticos y por la tendencia de sus gobernantes

a convertirse en rehenes de algo tan volátil como era la opinión pública. El propio Walter

Lippmann, autor de la obra clásica Public Opinion (1922) y discípulo de Santayana, heredó de su

maestro el mismo intelectualismo autoprotector y su convencimiento respecto a las limitaciones

de la democracia. Ambos se apoyaban en el concepto tocquevilliano de tiranía de la mayoría26.

Ortega también analizaría profusamente, años después, los textos de Tocqueville, pero este autor

no aparece citado en ningún momento cuando defiende el liberalismo como la capacidad de resis-

tencia a la presión ejercida por la sociedad, la defensa frente a la tiranía de la opinión pública.

Ciertamente, la crítica al papel de las masas la utilizaba Ortega para defender la tradición

liberal decimonónica que el filósofo veía en peligro, pero la continua asociación que hacía entre

Norteamérica y la completa masificación de la sociedad, acababa creando una oposición entre

Norteamérica y Europa, o lo que ambos continentes representaban, cargada de valoraciones. Or-

tega se rebelaba contra la idea de que los pueblo-masa —entre los que también incluía el sovié-

tico— fueran a sustituir a los pueblos-creadores en su papel de líderes mundiales. Se ha hablado

mucho estos años de la decadencia de Europa [...]. El reciente libro de Waldo Frank, Redescubri-

miento de América, se apoya íntegramente en el supuesto de que Europa agoniza 27. Ortega no

creía en esa decadencia, y menos en que el destino hubiera reservado a los Estados Unidos el li-

derazgo que estaba a punto de perder Europa.

En última instancia (la fuerza de Nueva York) se reduce a la técnica. ¡Qué casualidad! Otro

invento europeo, no americano. La técnica es inventada por Europa durante los siglos XVIII

y XIX ¡Qué casualidad! Los siglos en que América nace. ¡Y en serio se nos dice que la esen-

cia de América es su concepción practicista y técnica de la vida! En vez de decirnos: América

es, como siempre las colonias, una repristinación o rejuvenecimiento de razas antiguas,

sobre todo de Europa. Por razones distintas que Rusia, los Estados Unidos significan tam-

24 Ibídem, p. 148.

25 Ibídem, p. 222.

26 Vid. César GARCÍA MUÑOZ: «Jorge Santallana. La opinión pública como mordaza», Claves, 157 (noviembre, 2005),

pp. 44-47.

27 «La rebelión de las masas», op. cit., p. 236.

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bién un caso de esa específica realidad histórica que llamamos ‘pueblo nuevo’ [...]. América

es fuerte por su juventud, que se ha puesto al servicio del mandamiento contemporáneo

‘técnica’, como podía haberse puesto al servicio del budismo si éste fuese la orden del día.

Pero América no hace con esto sino comenzar su historia. Ahora empezarán sus angustias,

sus disensiones, sus conflictos. Aún tiene que ser muchas cosas; entre ellas, algunas las más

opuestas a la técnica y al practicismo. América tiene menos años que Rusia. Yo siempre, con

miedo a exagerar, he sostenido que era un pueblo primitivo ‘camuflado’ por los últimos

inventos (véase el ensayo Hegel y América). Ahora Waldo Frank, en su Redescubrimiento de

América, lo declara francamente. América no ha sufrido aún: es ilusorio pensar que pueda

poseer las virtudes del mando28.

Aquí aparece otra asociación que desarrolla ampliamente en esa obra: la que relaciona téc-

nica con primitivismo, y especialismo con barbarie. Norteamérica se asociaba habitualmente con

el dominio de la técnica, y, por lo tanto, con uno de los rasgos característicos de la cultura moder-

na pero, nos dice Ortega, la técnica no puede existir si no existe previamente un interés por la

ciencia pura, desinteresada, y, por lo tanto, por los principios generales de la cultura, y eso es pre-

cisamente lo que caracteriza a Europa: ¡Lucido va quien crea que si Europa desapareciese podrían

los norteamericanos ‘continuar’ la ciencia! 29. La explicación del triunfo de la técnica en aquel

país-continente tiene una sencilla explicación para Ortega, que corroboraría cualquier economis-

ta de hoy día: Todas las gracias peculiares de la técnica americana son casi seguramente efectos

y no causas de la amplitud y homogeneidad de su mercado. La ‘racionalización’ de la industria

es consecuencia automática de su tamaño 30.

La conclusión de todo este análisis no podía ser más satisfactoria para el intelectual europeo:

la América de la prosperity, del hombre-masa, del hombre-standard, lejos de representar el por-

venir, era en realidad la pervivencia de un remoto pasado, porque representaba el primitivismo y

la barbarie disfrazados de modernidad. Todo era fruto de una ilusión óptica: el utillaje material de

plena modernidad ocultaba el relativo primitivismo característico de su origen colonial.

Poco tiempo después, en 1932, no ocultaría su satisfacción al comprobar que un autor nor-

teamericano coincidía con sus juicios y que, sobre todo, la reciente crisis económica había echado

por tierra el mito de la prosperidad estadounidense:

Después de La rebelión de las masas se publicó el libro de Keyserling América, un libro lleno

de intuiciones certeras. Yo quise entonces tratar el asunto en todo su desarrollo. Inicié la

versión de ciertas obras (entre ellas la de Carlota Lütkens, El Estado y la Sociedad en

Norteamérica (Revista de Occidente, Madrid 1932). Apoyándome en todo ello, proyecté una

larga serie de artículos bajo el título Los ‘nuevos’ Estados Unidos, de los cuales sólo el pri-

mero apareció en La Nación, de Buenos Aires. Estos ‘nuevos’ Estados Unidos significaban la

‘nueva’ idea rectificada que sobre aquel país proponía yo a los europeos y suramericanos.

Entretanto, los Estados Unidos, con una celeridad aún superior a mis cálculos, se han

derrumbado como figura legendaria, y hoy todo el mundo sabe que sufren una crisis más

honda y más grave que ningún otro país del mundo.

Ortega no llegó a realizar su proyecto porque le absorbió la política española del momento,

pero dio pistas suficientes sobre sus ideas, o más bien sobre sus prejuicios, acerca de aquella socie-

dad. El norteamericano era definitivamente un hombre standard, sin personalidad individualiza-

28 Ibídem, p. 241.

29 Ibídem, p. 198.

30 Ibídem, p. 249.

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ANTONIO NIÑO

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da, sin diferencias espirituales, sin intimidad, con apetitos siempre idénticos, con una personalidad

solo social. Y esa forma de ser no obedecía a ninguna condición peculiar ni de la forma de su civi-

lización ni de su sistema educativo, sino que era síntoma inmediato de su primitivismo. La demos-

tración definitiva de ese vacío interior del hombre americano la apoya Ortega en un hecho expe-

rimental, en un ensayo que, al parecer, había realizado él mismo:

Por lo mismo, no es tampoco nada peculiar la impresión de vacuidad que deja en nosotros

el tipo medio de la mujer norteamericana. Contrasta sorprendentemente el pulimento físi-

co de su cuerpo y aderezo exterior, la energía y soltura de sus maneras sociales con su nuli-

dad interna, su indiscreción, su frivolidad e inconsistencia. Al ensayar el europeo intimar con

una de estas mujeres, cuyo entorno es tal vez el más atractivo que hoy existe en el mundo,

realiza la experiencia de laboratorio que mejor confirma la doctrina sustentada por mí. [...]

La mujer norteamericana es el ejemplo máximo de la incongruencia entre la perfección del

haz externo y la inmadurez del íntimo, característica del primitivismo americano 31.

Esta última cita puede arrojar una mancha de frivolidad a toda la argumentación orteguiana

sobre el ser americano. Indudablemente el gran filósofo español incurría en ese vicio con bastan-

te frecuencia. Pero no deja por ello de ser interesante su intuición de que la sociedad democráti-

ca norteamericana había desarrollado, antes que ninguna otra, una organización de la sociedad

moderna como sociedad de masas mediante la invención de un ser abstracto: el americano medio.

La necesidad de administrar grandes grupos sociales generó la invención de los métodos estadís-

ticos y de la ingeniería social, el desarrollo del marketing a gran escala, la producción estandari-

zada, etcétera. Todo ello contradecía y ponía en peligro el individualismo heredado del siglo XIX

en el que se reconocían las viejas élites. Para los intelectuales europeos, todas esas novedades, uni-

das a la sustitución del arte por el espectáculo de masas y el desarrollo de la industria cultural,

amenazaban la selecta cultura burguesa sobre la que se sostenía su posición privilegiada. Sus jere-

miadas pueden parecer distorsionadas y llenas de prejuicios, pero son un síntoma revelador de las

transformaciones que estaba sufriendo la sociedad de la época y de las reacciones que provocaba

la irrupción de la nueva democracia de masas. La civilización americana era una amenaza porque

sus rasgos, en especial la peligrosa nivelación social, ponían en peligro algunos de los valores con

los que se identificaban los intelectuales como grupo social. La crítica al modelo americano hay

que entenderla, por lo tanto, como una respuesta al modelo que parecía imponerse de forma

ineludible, y como una reacción a la amenaza que suponía para el orden social vigente.

31 «Sobre los Estados Unidos», art. cit., p. 377.

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GLORIA SANZ LAFUENTE

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Wer sein Leben auf zwei Länder verteilt —und damit auch

auf zwei Sprachen, zwei Ebgewohnheiten, zwei politische

und geistige Landschaften—, hat es schwer. Im Grunde führt

er zwei parallele Leben, in denen er auch jedesmal bis zu

einem gewissen Grade ein anderer werden muss.

Cees NOOTEBOOM1

Introducción

El desconocimiento mutuo, la construcción y el uso de

estereotipos nacionales en el intercambio cultural2 y las

dificultades en la interacción3 en el ámbito laboral o priva-

do no son fenómenos nuevos en los movimientos migrato-

rios4. Tampoco lo son las experiencias positivas en la inter-

acción, la capacidad de adaptación o el cambio experi-

mentado por los emigrantes en un nuevo contexto5 o bien,

Algunos condicionantesde la comunicación

interculturalde los emigrantes

españoles en Alemania.1960-1967

GLORIA SANZ LAFUENTE

Universidad Pública de Navarra

1 Die Insel, das Land, Frankfurt am Main, Suhrkamp, 2002, p. 88.

2 J.M. DELGADO: Anpassungsprobleme der spanischen Gastarbeiter

in Deutschland, Universidad de Colonia, tesis doctoral, 1967.

3 Desde la sociología E. GUALDA CABALLERO: Los procesos de inte-

gración social de la primera generación de ‘Gastarbeiter’ espa-

ñoles en Alemania, Huelva, Universidad de Huelva, 2001. U.

Mehrländer (ed.), Situation der ausländischen Arbeitnehmer

und ihrer Familienangehörigen in der Bundesrepublik

Deutschland, Bonn, Bundesminister für Arbeit u. Sozialord-

nung, Referat Presse u. Information, 1981.

4 Véase el interesante balance ofrecido por X.M. NÚÑEZ XEIXAS:

«Historiografía española reciente sobre las migraciones ultrama-

rinas: un balance y algunas perspectivas», Estudios Migratorios

Latinoamericanos, 48 (2001), pp. 269-295.

5 Interesantes referencias sobre los problemas iniciales y tam-

bién sobre la progresiva capacidad de adaptación y el realismo

de los emigrantes del Sur pese a su procedencia rural en ADCV

380.20.056. Sozialdienst des DCV für ausländische Mitbürger.

Zur Lage der ausländischen Arbeiterinnen in der Bundesrepu-

blik Deutschland. K. Gerhardy. 1962.

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GLORIA SANZ LAFUENTE

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por el contrario, su aislamiento alrededor de lo propio. En 1967 se llevaba a cabo una encuesta

entre 491 emigrantes residentes en Alemania por parte de los representantes españoles en Cari-

tasverband 6. Entre las muchas preguntas que se proponían se encontraba la siguiente: ¿Tenía

usted alguna idea de Alemania y de los alemanes antes de venir? El 45 % de los hombres y el 52 %

de las mujeres respondía que no. Entre los que decían conocer algo de Alemania, la mayoría res-

pondía que su idea previa, antes de partir, era positiva —la industria y el nivel de vida eran lo más

valorado— y la mayoría no conocía la lengua del país de llegada. Las hojas informativas sobre

Alemania publicadas por el Instituto Español de Emigración (IEE)7, además de describir una reali-

dad estereotipada, no habían tenido tantos lectores en la práctica. En esa misma encuesta el 31%

de los hombres y el 25 % de las mujeres decían haber llegado a Alemania como turistas, y para la

mayoría8 la información recibida había sido la proporcionada en conversaciones por amigos y

familiares. El desconocimiento no solo provenía de los emigrantes españoles desplazados a

Alemania. En 1971 la compañía química Merck reproducía un artículo en la revista de la empresa,

Das Merck Blatt, con algunos consejos para evitar los estereotipos y los malentendidos entre tra-

bajadores emigrantes y alemanes en el trabajo. En referencia a los países de los que procedía la

emigración —Italia, Grecia, Turquía y España, entre otros— el artículo señalaba que, pese a lo que

pudiera pensarse: Nosotros [los alemanes] sabemos muy poco de esos países [...] Las vacaciones

en un hotel no conducen a un conocimiento de los países extranjeros 9.

Si la situación de partida era el desconocimiento mutuo, una vez ubicados en la nueva sociedad

de llegada comenzaron a generarse interacciones comunicativas entre los emigrantes españoles y

la población alemana. Con la firma del acuerdo de emigración con Alemania en 1960, se acelera-

ba el proceso de emigración hacia este país, tanto por medio de cauces legales de la emigración

asistida como fuera de ellos10. Las cifras de trabajadores y trabajadoras españoles en el mercado

laboral alemán no hicieron sino incrementarse hasta la crisis de 1966-1967. Si en 1960 había 16.459

6 ADCV 380.22.708 Sozialdienst für Spanier. Deutscher Caritasverband. Asistencia Social para españoles. En-

cuesta realizada en de octubre de 1965 a marzo de 1966. Publicadas en 1967. La encuesta fue llevada a cabo

bajo la dirección de Juan Manuel Aguirre y representa, pese a las dificultades de tratamiento estadístico, una

fuente de inestimable valor por la variedad de temas tratados y por responder al primer periodo de la emi-

gración. La principal dificultad estriba en la consideración de todas y cada una de las respuestas dadas por

los/las emigrantes de manera que, en ocasiones, lo cualitativo domina sobre lo cuantitativo. El tamaño de la

muestra no es igual para hombres (345 encuestados) que para mujeres (146 encuestadas). Posteriormente,

fueron publicadas otras encuestas J.M. AGUIRRE: Umfrage unter Spanier in der Bundesrepublik Deutschland,

Freiburg, Dt. Caritasverb., Sozialdienst f. Spanier, 1979. J.M. AGUIRRE: Encuesta realizada entre emigrantes es-

pañoles en la República Federal de Alemania, Freiburg, Dt Caritasverb., 1989.

7 Como ejemplo, IEE: Breve exposición sobre las condiciones de vida y de trabajo en la República Federal de

Alemania, Madrid, Ministerio de Trabajo, 1960.

8 El 64 % de los hombres y el 74 % de las mujeres decían haber recibido información de palabra y no a través

de cursillos o folletos. Entre los cursillos hay que señalar los denominados PASE: Cursos de Preparación y Am-

bientación Social para Emigrantes del IEE. Desde 1963 hasta 1966 se habían impartido 426 PASE con 27 480

emigrantes de los cuales 4 745 eran mujeres con una distribución regional muy desigual. Un porcentaje poco

significativo respecto a la población total emigrada. ADCV 380.22.708 Sozialdienst für Spanier. Encuesta

1967... ADCV 380.22.048. Sozialdienst für Spanier. Bericht über die Situation der Arbeitsaufnahme spanischer

Staatsangehöriger in der Bundesrepublik zum Zeitpunkt der Studienreise 1966.

9 «Gastarbeiter im Betrieb», Das Merck Blatt 4/5 (Jahrgang 1971), pp. 23-25. El artículo procedía de «Blick durch

die Wirtschaft».

10 Véase C. SANZ DÍAZ: ‘Clandestinos’, ‘ilegales’ y ‘espontáneos’. La emigración ilegal de españoles a Alemania en

el contexto de las relaciones hispano-alemanas, 1960-1973, Madrid, Comisión Española de Historia de las Re-

laciones Internacionales, 2004.

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personas trabajando en Alemania este número había ascendido a 182.754 en 1965. Estas cifras no

se volverían a alcanzar tras la crisis hasta 1971 con 186.575 para volver a descender a partir de

1973.

CUADRO 1. EVOLUCIÓN DE LA POBLACIÓN ESPAÑOLA RESIDENTE Y OCUPADA EN ALEMANIA,1960-1969

POBLACIÓN RESIDENTE POBLACIÓN OCUPADA % OCUPADOS

1960 - 16.459 -

1961 - 61.819 -

1962 - 94.049 -

1963 - 119.559 -

1964 - 151.073 -

1965 - 182.754 -

1966 - 178.154 -

1967 177.033 118.028 66,67

1968 174.989 115.864 66,21

1969 206.895 143.058 69,15

FUENTE: Statistisches Bundesamt y BAVAV.

El objetivo de esta comunicación es analizar algunos de los condicionantes que influye-

ron en la comunicación intercultural de la primera generación de Gastarbeiter en Alemania uti-

lizando variables relacionadas con las condiciones de vida y la práctica social de los emigran-

tes españoles entre 1960 y la crisis de 1966-1967. Una crisis que redujo las entradas de emi-

grantes en Alemania, intensificó el retorno en medio del paro y abrió una nueva etapa de re-

laciones menos amistosas con la sociedad alemana. Entre los condicionantes de la comunica-

ción intercultural existen una serie de dimensiones de difícil cuantificación y aprehensión como

son, entre otras, un sistema de valores, los rituales sociales, los personajes culturales propios,

los gestos o el tono de voz11. No obstante, las interacciones comunicativas se construyen tam-

bién dentro de otros condicionantes susceptibles de análisis, que permiten situar al extranjero

en una sociedad determinada y observar el verdadero campo de sus relaciones con el otro. Por

un lado, el ámbito laboral como fuente de ingresos, estatus, relaciones y diferenciación social

y el conocimiento de la nueva lengua como el vehículo de la comunicación son aspectos cen-

trales en esta interacción con la sociedad alemana. Por otro lado, existió otra política migrato-

ria en Alemania, que fue más allá del control de flujos y de la instalación de una Comisión de

Contratación en Madrid. En este sentido, las políticas relacionadas con la vivienda y con el ocio

de los emigrantes mostraron durante este periodo inicial un limitado interés por favorecer la

interacción entre la sociedad alemana y los emigrantes. Estos aspectos constituirán la base del

análisis que aquí se presenta.

11 Sobre los estudios basados en la dimensión cultural de los procesos de comunicación A. NÜNNING y V. NÜNNING

(ed.): Konzepte der Kulturwissenschaftern, Stuttgart, Metzler, 2003, pp. 312 y ss.

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Por encima de todos estos condicionantes se encontraban otros aspectos. Por un lado, la pro-

pia condición de emigrante que conllevaba una limitación de derechos frente a la población

autóctona —participación política o derecho a participar en los comités de empresa, por ejemplo—,

por otro, la existencia de concentraciones de emigrantes de la misma procedencia asentados en

una zona y un proyecto de emigración previo orientado al ahorro y al retorno, que limitaba la

interacción con el otro. Atendiendo a las cifras de Francisco Sánchez López, entre 1960 y 1967 un

77,34 % de los italianos, un 58,71% de los griegos y un 67,39 % de los/as emigrantes españoles en

Alemania habían vuelto a sus países de origen tras estancias de unos años. Esta emigración de

carácter rotatorio iba a condicionar el proceso de integración en el mercado de trabajo alemán y

también las relaciones comunicativas en la sociedad alemana. En 1967 una delegación española

con representantes del Ministerio de Trabajo y del IEE, entre otros, visitaba varios centros indus-

triales. En la fábrica de conservas Seide, con 200 empleados, el 34 % eran españoles —de Murcia y

Orense en su mayoría— y sobre estos se señalaba: Como media se quedan 3 o 4 años allí, algunos

ya llevan 7 años. Todos quieren, sin embargo, volver a España cuando tengan los ahorros corres-

pondientes 12. Dado que la comunicación opera en medio de un espacio temporal, al estudiar el

periodo en el que nos encontramos hay que distinguir, además, entre dos tipos de emigración que

convivieron en Alemania. Por un lado, los emigrantes durante un corto espacio de tiempo —

Kurzzeitmigranten— y, por otro, los de larga o definitiva estancia en el país —Dauergäste—. Un

proceso de emigración orientado mayoritariamente en sus inicios a mejorar y acelerar lo que

podría denominarse como su ciclo de vida patrimonial mediante una estancia y volver13, no era la

mejor situación para favorecer relaciones interculturales.

La comunicación intercultural es un concepto con un largo recorrido, que se ha retomado

y ha vuelto a formar parte de la agenda de la sociología14, de la antropología social15 o de la fi-

losofía16 desde los años noventa. Se considera a Georg Simmel un precursor de esta investiga-

ción en su trabajo sobre el extranjero17. Más adelante, lo utilizaba en 1956 el sociólogo nortea-

mericano Horace M. Kallen. Su idea de interculturalidad surgía de su interés por ir más allá del

término multicultural, al que consideraba estático y poco relacional. El objetivo era centrar el

análisis en las relaciones generadas entre grupos de procedencias, culturas y lenguas distintas,

que conviven en una misma sociedad. En el origen de esta preocupación intelectual se encon-

traba la observación de una sociedad de la emigración como la norteamericana18. En los años

posteriores se desarrolló el estudio de la comunicación entre grupos de procedencias distintas y

esta fue observada, en gran medida, de forma conflictiva, subrayando las diferencias y las sepa-

12 ADCV 380.22.048. Sozialdienst für Spanier. Bericht über den Besuch einer spanischen Delegation in der Bun-

desrepublik Deutschland, um die Arbeitszentren und die für spanische Arbeitnehmer eingerichteten Betreu-

ungsstellen kennenzulernen. 19-30 November 1967.

13 Sobre emigración y ciclo de vida véase E. CAMPS: «La transformación del mercado de trabajo en Cataluña (1850-

1925): migraciones, ciclos de vida y economías familiares», Revista de Historia Industrial, 11 (1997), pp. 45-71.

14 G. SARTORI: La sociedad multiétnica. Pluralismo, multiculturalismo y extranjeros, Madrid, Taurus, 2001, pp. 128

y ss.

15 G. MALGESINI y C. GIMÉNEZ: Guía de conceptos sobre migraciones, racismo e interculturalidad, Madrid, Libros de

la Catarata, 2000.

16 R. FORNET BETANCOURT (ed.): Dominanz der Kulturen und Interkulturalität.Dokumentation des VI. Internationalen

Kongresses für Interkulturelle Philosophie, Frankfurt am Main, IKO-Ver. Für Interkulturelle Kommunikation, 2006.

17 G. SIMMEL: «Exkurs über den Fremden», en G. SIMMEL: Gesamtausgabe. Untersuchungen über die Formen der

Vergesellschaftung, Frankfurt am Main, Suhrkamp, 1992, pp. 764-771.

18 A. MINTZEL: Multikulturelle Gesellschaften in Europa und Nordarmerika. Konzepte, Streitfragen, Analysen, Be-

funde, Passau, Wissenschaftsverlag Rothe, 1997, pp. 60-68.

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raciones o la imposición. Al tomar el concepto de interculturalidad había que estudiar, en defi-

nitiva, si se establecía comunicación con el otro, si existían espacios comunes de interacción, si

estos se fomentaban o no políticamente y si, en definitiva, esas relaciones mutuas derivaban en

competencias sociales, que favorecían la adaptación e integración en la nueva sociedad de lle-

gada19. Era evidente que en la comunicación intercultural existían dificultades marcadas, en primer

lugar, por la lengua, por formas distintas de comunicación no verbal e incluso por la definición

de conceptos20 y que un proceso de emigración significaba el desplazamiento hacia un espacio

cultural y lingüístico, mayoritario y distinto. El análisis de las interacciones entre los grupos so-

ciales pasaba a ser un elemento central.

En lo referente a las fuentes consultadas, resultan de gran importancia cualitativa los estu-

dios sobre trabajadores extranjeros en Alemania realizados por el Bundesanstalt für

Arbeitsvermittlung und Arbeitslosenversicherung —BAVAV— (Oficina de Colocación y Seguro de

Desempleo) del Ministerio de Trabajo de la RFA en 1968 y 1972 y sus informes anuales entre 1962

y 1973. En el mismo sentido, también aporta información laboral el archivo de la empresa Merck

en Darmstadt, los abundantes informes del servicio para españoles en el Archivo de Caritasverband

19 Un resumen de las bases teóricas y metodológicas del concepto puede recogerse en S. BOCHNER (ed.): Basic

Concepts of Intercultural Communication, Yarmouth/Maine, Intercultural Press, 1988.

20 A. THOMAS: Interkultureller Austausch als interkulturelles Handeln, Saarbrücken u.a, Breitenbach, 1985. G.

Hofstede, Culture’s Consequences. International Differences in Work-Related Values, Beverly Hills, Sage, 1980.

Ciclo de conferencias en la Universidad de Zaragoza (1998).

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(ADCV) en Friburgo y la encuesta llevada cabo por esta para 491 emigrantes españoles en 1967.

También hay que destacar referencias a informes de la Comisión Alemana en Madrid depositados

en el Bundesarchiv de Coblenza (BA). Sobre las implicaciones políticas son de especial referencia

diferentes formaciones políticas en el Archivo del Ministerio de Asuntos Exteriores —Politisches

Archiv des Auswärtigen Amts (PAAA)— en Berlín o el Archiv für Christlich-Soziale Politik (ACSP)

en Múnich para la CSU. Las publicaciones y la literatura contemporánea en España y en Alemania

servirán también para perfilar algunos de los temas tratados a continuación.

Obreros industriales y orientados hacia el retorno

El trabajo representa un ámbito central a través del que se generaba una fuente de ingresos, unestatus y buena parte de las relaciones sociales, además de constituir uno de los espacios compar-tidos entre los emigrantes y la población autóctona21. En medio de un periodo de crecimiento y delas primeras llegadas de emigrantes, en 1964 el Institut für Demoskopie Allensbach llevaba a cabouna encuesta en Alemania sobre la percepción de los emigrantes entre la población alemana. El36 % de la población alemana encuestada respondía que se encontraba bien con los Gastarbeitermientras que el 32 % consideraba que eran un importante problema. Un 31% más no tenía toda-vía una opinión formada al respecto22. Ante una lista de adjetivos para definir a los emigrantes dosde los más votados eran ruidoso (39 %) y ahorrador (33 %). Buena parte de la percepción de losemigrantes provenía de su asociación con un espacio laboral concreto como era el de su vincula-ción a un ámbito proletario en su mayoría.

Entre 1960 y 1975 se está produciendo en Alemania un cambio estructural de la distribuciónsectorial del producto y del empleo, que mantenía el peso del sector secundario en su economíamientras se incrementaba más levemente el terciario. Este periodo de reconstrucción y de, desdehace unos años, cuestionado milagro económico 23 hasta la crisis de 1973, coincide con el creci-miento, el afianzamiento de un estado social y de una sociedad de consumo en el marco del pro-ceso de reconstrucción tras la guerra, así como con una concentración y expansión exterior de suestructura empresarial. En el ámbito laboral representa lo que se ha dado en llamar un proceso dedesproletarización —Entproletarisierung— y de consolidación de las clases medias alrededor delsector terciario y de la búsqueda de una cualificación laboral en el poderoso sector secundario24.

La incorporación de los trabajadores extranjeros25 españoles en este mercado de trabajo mos-traba una concentración en la metalurgia, la siderurgia y en otras industrias de transformación, y

21 El espacio laboral no era el único en el que se generaba una interacción con la población autóctona. Marta

Latorre ha puesto recientemente de manifiesto cómo las relaciones con una administración moderna y eficaz se

convirtieron en una buena escuela de aprendizaje de la gestión responsable de lo público. Marta LATORRE:

«Ciudadanos en democracia ajena: aprendizajes políticos de la emigración española en Alemania durante el fran-

quismo», Migraciones & Exilios, 7 (2006), p. 91.

22 ADCV 380-20-056 Fasz 01 Repräsentative Bevölkerungsumfrage Oktober 1964. Allensbacher Meinungsfrage.

Referencias a esta encuesta del Institut für Demoskopie Allensbach en el informe anual, BAVAV (1965), p. 15.

23 D. GROSSER: «Das Wirtschaftswunder (1948-1973)», en D. GROSSER (ed.): Soziale Marktwirtschaft, Stuttgart,

Kohlhammer, 1988, pp. 80-99. B. BLUESTONE y B. HARRISON: Geteilter Wohlstand. Wirtschaftliches Wachstum

und sozialer Ausgleich im 21. Jahrhundert, Frankfurt a. M., Campus, 2002. N. PUIG RAPOSO: «Los mitos del cre-

cimiento alemán: la modernización económica y social de Alemania en la historiografía reciente (1975-1991)»,

Revista de Historia Económica, 1, pp. 195-218.

24 J. MOOSER: Arbeiterleben in Deutschland 1900-1970, Frankfurt a. M. Suhrkamp, 1984.

25 Una visión económica del proceso de integración laboral de emigrantes en Alemania en T. BAUER y K.F. ZIMMER-

MANN: «Gastarbeiter und Wirtschaftsentwicklung im Nachkriegsdeutschland», Jahrbuch für Wirtschaftsge-

schichte, 2 (1996), pp. 74-108.

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se mantenía con escasas modificaciones entre 1960 y 197526. Si en 1965 un 44 % de los hombresespañoles trabajaba en la industria siderúrgica y metalúrgica, este porcentaje ascendía en el casode las mujeres a un 32 %. En 1973 las cifras eran similares. En el caso de las otras industrias detransformación, el 22 % de los hombres y el 49 % de las mujeres estaban ocupados en estas indus-trias, siendo los porcentajes del 25 % y del 39 % en 1973. No obstante, si comparamos los porcen-tajes de población española ocupada en la industria en Alemania con los correspondientes a tra-bajadores alemanes los resultados reflejan importantes diferencias. Mientras que las cifras de lostrabajadores alemanes se mantienen en torno al 48 %, las de los españoles superan el 70 %. En elámbito laboral se generaron dos espacios laborales distintos para la población emigrante y lapoblación alemana y, por lo tanto, áreas de interacción comunicativa diferentes.

GRÁFICO 1. COMPARACIÓN DE PORCENTAJES DE OCUPACIÓN EN LA INDUSTRIA DE TRABAJADORES ALEMANES Y ESPAÑOLES SOBRE EL TOTAL DE 1966-1973

FUENTE: BAVAV (1962-1973), Amtliche Nachrichten Bundesanstalt für Arbeit 1975. Statistisches Jahrbuch 1976 für die Bun-

desrepublik Deutschland. Statistisches Bundesamt.

Si nos situamos en el interior de algunas empresas concretas estas diferencias aparecen refle-

jadas de nuevo. Las trabajadoras españolas de la empresa Bahlsen se concentraban en las áreas del

peonaje como lo hacían los emigrantes españoles en la OPEL de Rüsselsheim27. Un 26 % de los tra-

bajadores asalariados de la empresa Merck en 1974 eran extranjeros. Entre estos el predominio fue

pasando de italianos en los sesenta a portugueses en los setenta, siendo los españoles el segundo

grupo. Un 86 % de los trabajadores españoles en la empresa —con porcentajes similares en el resto

de los países— estaban ocupados como peones asalariados28.

Detrás de esta separación laboral se encontraban importantes diferencias salariales, que deri-

vaban en un estatus distinto, en una percepción de la población autóctona como grupo pertene-

26 Sobre la participación de las mujeres en el ámbito laboral véase G. SANZ LAFUENTE: «Mujeres españolas emigran-

tes y mercado laboral en Alemania, 1960-1975», Migraciones & Exilios, 7 (2006), pp. 27-50.

27 Monika MATTES: «Gastarbeiterinnen» in der Bundesrepublik, Frankfurt/New York, Campus, 2005, p. 297 y ss. A.

DRESLER, 1988.

28 Firmenarchiv Merck (Darmstadt). Betriebsrat. Belegschaftstatistiken. 1962-1974. J.40-260. Liste der ausländis-

chen Mitarbeiter. Stand 31.12.1974.

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ciente a un entorno trabajador —Arbeitermilieu— dentro de la pirámide social en Alemania y en

una asociación entre proletario y emigrante en el seno de las clases medias y acomodadas alema-

nas. En este sentido, el área de la comunicación de los emigrantes se ceñía en gran medida al ámbi-

to de relaciones de los trabajadores industriales. A este hecho hay que añadir otros aspectos como

fueron los bajos niveles de cualificación en el momento de llegada en una sociedad con una ele-

vada valoración de aquellos. Jornaleros, pequeños propietarios expulsados de una sociedad rural

en crisis, hasta mediados de los sesenta, y peones industriales en los setenta fueron los protago-

nistas principales del fenómeno migratorio29. Al trabajador cualificado se le intentó retener en

España en la emigración asistida e incluso, tal y como se señalaba en el informe de la visita a

Madrid de Konrad Winckler, director de Cáritas Alemania, en 1966 la propia Comisión Alemana ha-

bía limitado sus actividades de contratación a determinadas provincias —sur, oeste y noroeste,

especialmente— para no molestar el desarrollo industrial de otras regiones, atendiendo a los

deseos del Ministerio de Trabajo de España30.

CUADRO 2. EVOLUCIÓN DEL PORCENTAJE DE TRABAJADORES CUALIFICADOS POR PAÍSES RESPECTO AL CONTINGENTE ANUAL DE EMIGRACIÓN ASISTIDA

GESTIONADO POR LAS COMISIONES ALEMANAS EN CADA PAÍS, 1961-1973

PAÍS 1961 1962 1963 1964 1965 1966 1967 1968

Italia 20,9 19,6 14,1 20,4 36,9 44,5 39,2 24,2

España 5,7 12,4 8,9 5,5 5,6 5,7 7,0 6,7

Grecia 10,0 14,8 11,2 7,8 8,7 15,9 8,0 4,7

Turquía 38,3 46,8 18,1 16,9 34,8 31,2 32,8 26,4

Portugal - - - 11,3 17,0 11,5 16,1 10,3

FUENTE: BAVAV, BAA (1962-1973).

Las encuestas del BAVAV en 1968 mostraban una movilidad interna de peón —Hilfsarbeiter—

a peones especializados —angelernte Facharbeiter— y en especial una movilidad externa —cambio

de empresa— de los emigrantes en busca de mejores salarios en Alemania, pero no tanto su ascen-

so a los niveles de trabajadores especializados. En 1967 trabajaban 70 españoles en la empresa de

azulejos Wessel de los que el 60 % eran mujeres. Los directores de la empresa señalaban que los

españoles no tenían ningún interés en convertirse en trabajadores cualificados. Querían ahorrar

mucho dinero para volver lo antes posible. Por eso trabajaban afanosamente y bien 31. La idea del

retorno —el 84 % de los hombres y el 87 % de las mujeres encuestadas en 1967 deseaba volver a

España— condicionó sin lugar a duda algunos aspectos de su integración laboral, como era el impor-

tante papel que desempeñaron las horas extraordinarias en los ingresos salariales —un 62 % de los

hombres encuestados en 1967 y un 50 % de las mujeres realizaban horas extraordinarias—. Con una

29 J.A. GARMENDIA: «Emigración española a Alemania», en J.A. GARMENDIA: La emigración española en la encrucijada.

Marco general de la emigración de retorno, Madrid, CIS, 1981, especialmente las pp. 256 y 257. Todo el texto

en las pp. 245-286. J.A. GARMENDIA: Alemania: exilio del emigrante, Barcelona, Plaza & Janés, 1970.

30 ADCV 380.22.048. Sozialdienst für Spanier. Bericht..., Studienreise 1966. Sobre la escasa cualificación de los emi-

grantes españoles y los intereses del Ministerio de Trabajo en España véase también C. SANZ DÍAZ: op. cit., 2004.

31 ADCV 380.22.048. Sozialdienst für Spanier. Bericht..., 1967.

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idea de emigración basada en el ahorro y el retorno y con largas jornadas de trabajo era difícil la

cualificación o el aprendizaje del idioma. La reducción de gran parte de sus actividades al tiempo

invertido en el entorno laboral y la vida en dos sociedades a la vez —físicamente en Alemania y

mentalmente en el objetivo de la vuelta a casa— no eran elementos que favoreciesen la comunica-

ción intercultural. Como se señalaba en el informe sobre las trabajadoras españolas en 1961: La vida

discurre entre el puesto de trabajo y la residencia de las trabajadoras, incluso en las ocasiones

especiales —excursiones de empresa, por ejemplo— siempre en un mismo círculo social 32.

Otro aspecto que contribuyó a restringir la comunicación intercultural era la presencia de

amplios grupos procedentes de un mismo país en una determinada empresas. En 1967 de los

50.000 trabajadores de Opel 1.800 eran españoles. Cerca de Hamburgo, en la empresa Howaldt-

Werke trabajaban 180 españoles. La empresa se había desplazado a Barcelona a recoger a estos

trabajadores y en los años anteriores a la crisis habían llegado a ser 80033. En la empresa Latscha

trabajaban 260 españoles de los que 180 eran mujeres34. No era difícil, por lo tanto, generar redes

entre esos grupos numerosos con una misma procedencia para organizar el ocio o para solucionar

problemas cotidianos dentro y fuera del entorno laboral. A estas hay que unir el papel de las redes

familiares y de amistad que estaban vinculadas a la emigración a Alemania35 y las recomendacio-

nes de la principal organización de empresarios —Bundesvereinigung der deutschen Arbeitgeber-

verbände— por las mayores facilidades que representaba gestionar una plantilla o un departamen-

to de una sola nacionalidad 36.

No obstante, no se puede hablar de aislamiento en el ámbito laboral. La mayoría de los traba-

jadores entrevistados en 1967 por Caristaverband señalaban tener amistad con trabajadores alemanes

de su empresa, ya que el ámbito de trabajo se convertía también en el medio adecuado para aclarar

cuestiones concretas —rellenar un formulario, por ejemplo—, compartir un breve ocio en la cantina

o preguntar sobre todo lo ignorado en la nueva sociedad, incluso aquellos temas que los compañe-

ros emigrantes más veteranos desconocían y que llevaban a establecer contactos con trabajadores

alemanes o de otras nacionalidades. Estos contactos permitían, sobre todo, adquirir necesarias des-

trezas lingüísticas y obtener orientaciones para alcanzar los fines propuestos en la emigración.

Pese a tener los derechos políticos restringidos, en el ámbito laboral la incorporación de los

emigrantes a normas y valores de la sociedad de acogida como era el caso de la participación en

organizaciones sindicales del país receptor —en su momento de mayor apogeo— era tanto causa

como consecuencia de integración social y de mejora en la interacción comunicativa con los tra-

bajadores alemanes. No obstante, este proceso de integración sindical iba a estar sujeto a los dife-

rentes procesos de emigración a lo largo de este periodo. En los primeros años de la emigración se

produjeron situaciones de conflicto en las empresas y protestas activas de los emigrantes españo-

les frente a situaciones abusivas, que difícilmente podían canalizarse por medio de los sindicatos

alemanes. A comienzos de los sesenta, en el informe sobre la situación de los trabajadores espa-

32 ADCV 380.22+172 Fasz. 01. Bericht über die Informationsreise, welche in der Deutschen Bundesrepublik er-

folgte, um Arbeits- und Lebensbedingungen spanischer Frauen und Mädchen im Betrieb und am Ort ihrer Un-

terbringung kennenzulernen. 1961. p. 11. También, J.M. DELGADO: op. cit., 1967.

33 Como ejemplo de la actividad de empresas alemanas al margen de las vías oficiales B/119/ 3352 Acta de la reu-

nión con la Comisión Alemana celebrada el día 27 de marzo de 1963 en el IEE, p. 7

34 ADCV 380.22.048. Sozialdienst für Spanier. Bericht..., 1967.

35 Reflexiones en torno a la vinculación entre las relaciones familiares e integración en B. NAUCK: «Familienbe-

ziehungen und Sozialintegration von Migranten», IMIS-Beiträge, Heft 23 (2004), pp. 83-104.

36 «Beschäftigung ausländischer Arbeitskräfte. Praktische Hinweise», 1960, en Arbeitsberichte des Ausschusses für

soziale Betriebsgestaltung bei der Bundesvereinigung der deutschen Arbeitgeberverbände, 1960, n.º 12, p. 5.

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ñoles en Versmold, en Renania Westfalia, se señalaba la existencia de acuerdos salariales entre las

empresas del lugar para evitar los traslados de los emigrantes. Si bien no era algo extendido, se

informaba, además, que una empresa conservera del municipio, pagaba a los españoles por deba-

jo de la tarifa, subrayándose la ilegalidad de tal comportamiento y la situación generada al mar-

charse cinco de los trabajadores37. Pese a la existencia de estas situaciones los motivos más habi-

tuales de conflictos, que destacaba la Oficina de Colocación y Seguro de Desempleo, eran otros.

Los contratos de aprendizaje para menores, la comida en la cantina y, en especial, los descuentos

en la nómina —seguridad social, desempleo e impuestos— generaron en los primeros años una con-

flictividad laboral propia de los emigrantes38, que causaba desconcierto entre sus compañeros ale-

manes y que, a la altura de 1966, el BAVAV daba ya por superada39.

Un posible aislamiento de estos trabajadores extranjeros fue observado como un problema por

los sindicatos alemanes. En 1962 se organizaba en IG Metall un negociado para trabajadores extran-

jeros integrado en el Departamento de Organización de la entidad y se ocupaba, con representan-

tes procedentes de los correspondientes países, de la emigración para favorecer los contactos con

los asalariados emigrantes. También desde 1962 se organizaban servicios de asesoramiento laboral

en el Deutscher Gewerkschaftsbund (DGB)40. Poco a poco se fue generando una progresiva imbrica-

ción en el movimiento sindical alemán, pero siempre por debajo de los niveles de los trabajadores

alemanes. En 1965 el sindicato IG Metall contaba con una media del 20 % de trabajadores extran-

jeros del sector afiliados. Las cifras ascendían en el caso de los españoles al 30 %41. El grado de orga-

nización de los extranjeros en el IG Metall se estimaba en alrededor del 50 % en 1975, con escasas

diferencias entre países42. La integración sindical fue observada como instrumento de socialización

en medio del temor ante una generación de demandas alrededor de grupos nacionales numerosos

como se hizo patente en la huelga de los trabajadores turcos en la cadena de Ford en 197343.

Esta imbricación no estaba exenta de problemas para un grupo laboral que procedía de un

país sin libertad sindical alguna y que señalaba como objetivo la vuelta a casa. Si, por un lado, exis-

tía una participación en el poderoso engranaje sindical alemán, por otro, el miedo ante una par-

ticipación sindical estaba presente entre los emigrantes en Alemania como lo estuvo la progresiva

ruptura del miedo para aquellos que se asentaron laboralmente en Alemania. Un 39 % de los hom-

bres entrevistados en 1967 y el 15 % de las mujeres consideraban eficaces a los sindicatos alema-

nes pero, paradójicamente, el 39 % de los primeros y el 43 % de las segundas decían no utilizarlos

en caso de conflicto. El 37 % de los hombres y el 48% de las mujeres no contestaban a esta pre-

37 ADCV 380.22.172. Fasz. 2. Sozialdienst für Spanier. Bericht über Arbeitsbedingungen und Wohnmöglichkeiten

der Spanier in Versmold, 1962.

38 Sobre la diferente concepción en torno al horario y las comidas ADCV 380.22+172 Fasz. 01. Bericht..., Infor-

mationsreise, 1961, p. 7.

39 Sobre la superación de estos problemas iniciales BAVAV: Erfahrungsbericht..., 1966, p. 15.

40 BAVAV: Erfahrungsbericht 1962..., 1963, p. 10.

41 20 284 españoles estaban afiliados en 1965 en el sindicato IG Metall. IG Metall, «Historische Skizze. Ziele und

Aufgaben der Abteilung ‘Ausländische Arbeitnehmer’ von 1961 bis heute», en Geschäftsbericht für die 6. Aus-

länderkonferenz, Frankfurt a. M, Druck & Verlag Augustin, 2002, pp. 10-22.

42 60 % para los trabajadores de Turquía, 52 % de Yugoslavia, 51% de Grecia, 54 % de Italia y 52 % de España,

Industriegewerkschaft Metall für die BRD, Geschäftsbericht 1974 bis 1976 des Vorstandes der Industriege-

werkschaft Metall für die Bundesrepublik Deutschland, Frankfurt a. M., 1977, p. 596.

43 G. HINKEN: «Einwanderung und Selbstbewusstsein: Der Fordstreik 1973», en J. MOTTE y R. OHLIGER (eds): Ge-

schichte und Gedächtnis in der Einwanderungsgesellschaft. Migration zwischen historischer Rekonstruktion

und Erinnerungspolitik, Essen, Klartext, 2004, pp. 251 y ss.

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Algunos condicionantes de la comunicación intercultural...

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gunta. Pese a las restricciones legales existentes para la elección de extranjeros en los comités de

empresa, no superadas hasta comienzos de los setenta, 134 italianos, 11 griegos y 5 españoles

habían sido elegidos en las elecciones de los comités de empresa en 196544. En la interacción

comunicativa en y con un nuevo medio se originaba —y se reconstruía— un proceso de moviliza-

ción y politización de algunos grupos de emigrantes frente a la dictadura, que generó abundante

correspondencia diplomática entre los dos países45 y apoyo del DGB a la reconstrucción de las

organizaciones sindicales en España.46 En septiembre de 1963 el Servicio de Prensa en castellano,

que se publicaba en IG Metall, informaba de la celebración de una huelga de emigrantes españo-

les en Frankfurt como acto de solidaridad con los mineros asturianos. La vinculación se generaba

sobre la base del antifranquismo y en el artículo se ponía de manifiesto tanto la participación de

emigrantes como el miedo de otros a tomar parte en el acto47.

Pese a la participación activa en el engranaje sindical, la existencia de una emigración labo-

ral rotatoria generó también desconfianza en el seno de los comités de empresa. En las reuniones

del comité de empresa de la firma Merck se aludía con frecuencia a las preguntas sobre la con-

tratación y a la situación de los trabajadores extranjeros en la empresa48. La crisis de 1966-1967

contribuyó a incrementar las situaciones de desconfianza y conflicto con los trabajadores alema-

nes49. Otras experiencias de participación conjunta de trabajadores extranjeros y alemanes en con-

flictos de empresas concretas alrededor de la defensa de intereses comunes fue, sin lugar a duda,

una consecuencia de la interacción comunicativa entre ambos. La huelga desencadenada en 1973

en la empresa Pierburg KG en Neuss, que tenía como base la igualdad de salarios por el mismo tra-

bajo entre hombres y mujeres, era un ejemplo de esta interacción. Seis trabajadores extranjeros

—de Turquía, Grecia, Italia y España— y 17 alemanes pertenecían al comité de empresa50.

La barrera o el camino de la comunicación:el conocimiento de la lengua alemana

Para la mayoría de los hombres y de las mujeres entrevistados en 1967 la dificultad más impor-

tante que encontraron cuando llegaron a Alemania había sido el idioma. A este le seguían a larga

distancia aspectos como el clima, la comida o el carácter. La lengua constituye un elemento esen-

44 BAVAV: Erfahrungsbericht...1965, 1966, p. 14.

45 Como ejemplo de las quejas frente al adoctrinamiento político de los emigrantes Sánchez Bella en la Embajada

de la RFA en Madrid, PAAA, Länderreferat Spanien. B. 26.453. Informe de la Embajada alemana en Madrid emi-

tido al Auswärtiges Amt en Bonn. 04. 05.1972. Sobre el tema véase C. SANZ DÍAZ: «Emigración económica, movi-

lización política y relaciones internacionales. Los trabajadores españoles en Alemania», Cuadernos de Historia

Contemporánea, 23 (2001), pp. 315-341, y «Emigración española y movilización antifranquista en Alemania en

los años sesenta», en Documentos de Trabajo de la Fundación Primero de Mayo, Doc/4, 2005.

46 El apoyo del DGB a UGT en Der Gewerkschafter, März 1974, p. 37. H. RICHTER: «DGB und Ausländerbeschäfti-

gung», en Gerwerkschaftliche Monatshefte November 1975, p. 37. Véase C. SANZ DÍAZ: «Las movilizaciones de

los emigrantes españoles en Alemania bajo el franquismo. Protesta política y reivindicación sociolaboral», Mi-

graciones & Exilios, 7 (2006), especialmente las pp. 55-64.

47 Servicio de Prensa en 1963. Frankfurter Rundschau 9.9.1963.

48 Firmenarchiv Merck (FM), Personal und Sozialwesen. Protokolle von Betriebsratssitzungen 1960-1961 J 40/ 52.

Betriebsratssitzung. Protokoll 5 Mai 1960. Betriebsratssitzung. Protokoll 20 Mai 1966, Betriebsratssitzung.

Protokoll 2 Februar 1964. Personal und Sozialwesen. Persönliche Handakten von Betriebsratssitzungen 1972-

1975. J 40/57. Protokoll 28.8.73.

49 «Mein Kollege, der Ausländer», Gerwerkschaftliche Monatshefte, Januar 1968, especialmente las pp. 12 y 13.

50 G. SANZ LAFUENTE (en prensa).

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cial en la formación del pensamiento y en la comunicación con los demás. Su aprendizaje consti-

tuía el vehículo más importante de la integración para evitar malentendidos, reacciones adversas,

imágenes estereotipadas y el denominado encapsulamiento —retraimiento hacia lo propio— del

emigrante, como señalaba el informe del Parlamento alemán en 1962 y reiteraba en 1970 Juan

Manuel Aguirre, representante en Caritasverband para los trabajadores españoles51. En el informe

sobre las trabajadoras españolas en Alemania en 1961 se señalaba que algunas empresas habían

organizado cursos de alemán, pero que desgraciadamente, al comienzo de la estancia en el lugar

de trabajo, las exigencias psíquicas y morales y el cambio eran tan duros, que es difícil conseguir

una participación en un curso, que exige un trabajo sistemático adicional 52.

El camino hacia el aprendizaje de la lengua no era fácil dados los escasos conocimientos gra-

maticales previos sobre la propia lengua —o del castellano como lengua vehicular de los cursos

incluso—, la poca experiencia escolar53 o la larga jornada laboral y, además, se vertebró en gran

medida por medios propios y alrededor de la comunicación oral. El 50 % de los hombres y el 60 %

de las mujeres encuestadas en 1967 señalaban haber aprendido el alemán de oído. Si las mujeres

presentaban un porcentaje mayor en la asistencia a cursillos —18 % frente al 13 % de los hom-

bres— estos últimos eran los que mayores porcentajes tenían en los métodos de autoaprendizaje

—36 % frente al 20 % de las mujeres—. El 53 % de los hombres y el 45 % de las mujeres decían que

hablaban lo suficiente para entenderse con la gente. No obstante, y de forma paradójica, el 75 %

de los hombres y el 69% de las mujeres querían aprender más alemán del que necesitaban para su

trabajo. El objetivo laboral restringía la financiación, el tiempo y la energía necesaria, de manera

que el escaso control de la lengua limitaba los contactos personales y culturales, el ascenso labo-

ral y la interacción con el otro. Todo ello significaba introducirse en un progresivo círculo de des-

cualificación y de concentración sobre lo propio a largo plazo. En el informe anual de 1966 el

BAVAV señalaba lo siguiente respecto a la participación de trabajadores extranjeros en los cursos

de alemán:

La participación en cursos de idioma y su éxito no corresponde, sin embargo, hasta ahora a

las expectativas. Muchos trabajadores extranjeros quieren quedarse solo un periodo de

tiempo en la República Federal Alemana y tienen por ello poco interés en el aprendizaje de

la lengua. La mayoría de los trabajadores extranjeros que se interesan tienen una carencia

de formación escolar y no pueden, por lo tanto, seguir la tradicional clase de idioma, que

además, por lo general, tiene lugar después del trabajo54.

Si comparamos las cifras de la encuesta para los trabajadores españoles con la investigación

del BAVAV en 1968 el 17 % de los hombres y el 12 % de las mujeres afirmaban que hablaban flui-

damente el alemán mientras que un 61 % y un 67 %, respectivamente, decían poseer un nivel

medio. El 22% de los hombres y el 21 % de las mujeres no hablaban alemán. La comparación entre

51 ADCV 380.20.056. Sozialdienst des DCV für ausländische Mitbürger Betreuung 1960-1973. Bericht wurde auf

Grund des einstimmigen Beschlusses des Deutschen Bundestages vom 27. Juni 1962 (BT-Drucksache IV/470)

erstattet. Die 15 Fragen wurden von der SPD-Fraktion in einem Antrag von 13. Juni 1962 formuliert. Bundes-

arbeitsblatt 4/1963. Las dificultades de comprensión eran también subrayadas en 1964, como el principal ori-

gen de las dificultades, BAVAV: Erfahrungsbericht 1964..., 1965, p. 15.

52 ADCV 380.22.048. Sozialdienst für Spanier. Bericht über eine Informationsreise..., 1961.

53 Sobre el estímulo de cara al diseño de nuevos métodos de aprendizaje del alemán para trabajadores extranjeros

BAVAV: Erfahrungsbericht 1966..., 1967, p. 22. ADCV 319.4 C03/01. Ausmasse und Probleme der Beschäftigung

von ausländischen Arbeitern in Deutschland. Zentralkomitee der Deutschen Katholiken 25.03.1961.

54 BAVAV: Erfahrungsbericht 1966..., 1967, p. 22. También sobe los problemas en torno al idioma BAVAV: Efah-

rungsbericht 1967..., 1968, p. 23. Bundesanstalt für Arbeit (BA), Erfahrungsbericht 1971..., 1971, p. 23.

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países mostraba escasas diferencias de fondo. Además, la investigación subrayaba la importancia

de los años de estancia en Alemania y el papel de la rotación de emigrantes que entraban y salí-

an, en el nivel de los conocimientos de la lengua alemana.

GRÁFICO 2. CONOCIMIENTOS DEL IDIOMA DE LOS TRABAJADORES ITALIANOS, GRIEGOSY ESPAÑOLES EN ALEMANIA 1968

FUENTE: Ergebnisse der Repräsentativ-Untersuchung vom Herbst, 1968, p. 52.

Las medidas de financiación del BAVAV en torno al aprendizaje del idioma alemán de los tra-

bajadores extranjeros habían ascendido entre 1956 y 1971 a más de un millón de DM. Esta finan-

ciación convivía, sin embargo, con otra mayor —12.6 millones de DM55— destinada a la instalación

y funcionamiento de centros de ocio para cada uno de los países de procedencia de los trabajado-

55 BA, Erfahrungsbericht 1971..., 1972, p. 27.

Hombres (%)

Mujeres (%)

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res emigrantes o al apoyo de medios de comunicación —radio y periódicos— que iban dirigidos a

los trabajadores extranjeros en su propia lengua. Unas actividades, estas últimas, que se encontra-

ban vinculadas al concepto de integración practicado por el Gobierno alemán desde comienzos de

los sesenta hasta los setenta. Como señala Barbara Sonnenberger, el objetivo durante los primeros

años era una integración que se concebía menos como interacción comunicativa con los alema-

nes y más como conservación de la lengua y cultura popular propia de los emigrantes en previ-

sión de un pronto regreso56. En medio de esta concepción de la integración se consideró impor-

tante, por ejemplo, que los hijos de los emigrantes aprendiesen y conservasen el castellano57, tal y

como se señalaba en la Conferencia de Ministros de Educación de los Ländern desde 196458.

Esta misma idea de integración se encontraba detrás de las emisiones de radio en castellano,

que semanalmente se ofrecían ya en 1962 desde la Westdeutscher Rundfunk y la Südeutscher

Rundfunk, ampliadas en 1965, o las de televisión en 1969. En 1966 el BAVAV señalaba tener tres

objetivos con estas emisiones para los extranjeros. Por un lado, facilitar la adaptación en un medio

y costumbres ajenas y, por otro, y paradójicamente, tender un puente hacia su país de procedencia.

Para explicar la financiación de este servicio se subrayaba, finalmente, otro interés, el de contra-

rrestar las interferencias de las emisiones del bloque del este sobre los trabajadores extranjeros59.

El recelo ante la comunicación política de los emigrantes y la influencia comunista 60 no solamen-

te estaban presentes en las autoridades del Ministerio de Trabajo Federal61. En 1971, Antonio J.

Rodríguez Acosta, director del Instituto Español de Emigración, transmitía su preocupación a Fritz

Pirkl, presidente de la Fundación Hanns Seidel de la CSU y miembro del Gobierno bávaro, sobre el

contenido político de las emisiones para emigrantes en Radio Baviera y la necesidad de restringir

su influencia. A esto añadía que: Los trabajadores españoles no querían política sino arte y cul-

tura de su tierra de origen y también informaciones prácticas [...]. Los Gastarbeiter españoles no

habían llegado a Alemania para una ‘educación política’ 62. El funcionamiento autónomo de estas

emisiones en castellano o de la redacción de periódicos desde Alemania, su progresiva politización

56 B. SONNENBERGER: Nationale Migrationspolitik und regionale Erfahrung, Darmstadt, Hessisches Archiv, 2003, p.

369. También en este sentido, C. SANZ DÍAZ: «La emigración española a Alemania», en De la España que emigra a

la España que acoge, Madrid, Fundación Largo Caballero-Obra Social Caja Duero, 2006, p. 289. Véase U. HERBERT:

Geschichte der Ausländerpolitik in Deutschland, Munich, Beck, 2001.

57 ADCV 380.22.024. Sozialdienst für Spanier. Circular sobre el Acuerdo de la Conferencia de los Ministros de

Educación de los Länder de fecha 14/15 de mayo de 1964. Gemeinsames Ministerialblatt Nr. 19, 8.7.64.

58 ADCV 380.22.030. Sozialdienst für Spanier. Reunión de maestros españoles en Alemania, Freiburg 29-30 de mayo

de 1969.

59 BAVAV: Erfahrungsbericht 1965..., 1966, p. 14.

60 R. SALA: «Gastarbeitersendungen und Gastarbeiterzeitschriften in der Bundesrepublik (1960-1975)-ein Spie-

gel internationaler Spannungen», en Zeithistorische Forschungen/Studies in Contemporary History, Online-

Ausgabe, 2 (2005), H. 3.

61 ADCV 380.20.056. Sozialdienst des DCV für ausländische Mitbürger Betreuung 1960-1973. Protokoll. Presse

und Informationsamt der Bundesregierung. Der Arbeitsbesprechung über die publizistische Betreuung der

ausländischen Gastarbeiter in der Bundesrepublik am 8.3. 1962. ADCV 380.20.056. Sozialdienst des DCV für

ausländische Mitbürger Betreuung 1960-1973. Protokoll der Besprechung über die publizistische Betreuung

ausländischer Arbeitnehmer in der Bundesrepublik am 2. Juni 1964, 9.30 Uhr in den Räumen des Presse-und

Informationsamtes der Bundesregierung.

62 Archiv für Christlich-Soziale Politik (ACSP) Protokoll der Besprechung von Fritz Pirkl mit dem Generaldirektor

des spanischen Instituts für Auswanderung Antonio J. Rodríguez Acosta, am 14.7.1971 in Madrid. La reunión es

con motivo de las jornadas del CEDI, Centre Européen de Documentation et d’Information en El Escorial.

También sobre la oposición a medios de comunicación no controlados en la RFA como Expres Español y el

Servicio de Prensa, PAAA, Länderreferat Spanien. B. 26.451. Informe remitido por la Embajada de Madrid al

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y las críticas a la dictadura de Franco, sobre todo en los setenta, generaban oposición entre las

autoridades del IEE en España y conflictos entre ambos países63.

En la encuesta de 1967, el 79 % de los hombres entrevistados y el 69 % de las mujeres escu-

chaban emisiones de radio en castellano, y el 88 % y el 79 % leían prensa en castellano. Entre los

periódicos más leídos se encontraba el 7 Fechas: el periódico de los españoles en Europa. Una

publicación distribuida para los emigrantes, con el apoyo y supervisión oficial en España, que era

objeto de numerosas críticas en Alemania, sobre todo en el DGB, por su vinculación con la dicta-

dura y por su escasa conexión con aquellos emigrantes que no se identificaban con ella64. Junto

con este había más de sesenta periódicos y revistas —muchos de ellos regionales— editados en

España. Entre estos, sin embargo, aparecían —con un círculo muy minoritario de lectores— perió-

dicos alemanes como Bild Zeitung y revistas como Bunte, Stern y Der Spiegel.

Si bien la rotación de trabajadores derivaba en un círculo de progresiva falta de conocimien-

to del idioma para los recién llegados, los emigrantes que se habían quedado habían avanzado en

este aspecto. El propio Juan Manuel Aguirre señalaba en 1968 que ya no necesitaban de un inter-

mediario para escribir un formulario o solucionar sus problemas cotidianos65. Para aquellos que

variaron las intenciones de la estancia y que desarrollaron motivos para asentarse en Alemania, el

conocimiento del idioma se incrementó, siempre con limitaciones en la interacción de esta prime-

ra generación. Junto con esto, la inversión en la formación de la segunda generación acabó con-

virtiéndose en puente para la interacción comunicativa de la primera con Alemania a largo plazo66.

¿Aislados de los demás?Barracones, habitaciones, residencias y vivienda familiar

Alrededor de la vivienda se entretejieron segmentaciones y diferencias sociales de carácter es-

pacial, que contribuyeron a separar a la población emigrante de la población alemana de clase

media, pero no tanto de los sectores obreros alemanes. El antropólogo Edward T. Halle67 consi-

deraba, entre otros muchos aspectos, el papel de la cercanía o lejanía —individual y social— en-

tre los actores sociales y el espacio en el que se desarrolla la comunicación como aspectos cen-

trales para analizar las relaciones interculturales. En la construcción de un sistema de relaciones

sociales influyó, si bien no en exclusiva, el asentamiento en un barrio o en un espacio determi-

nado y las dificultades en torno a la vivienda. Los análisis realizados mostraban una distribución

espacial de los emigrantes en las ciudades y una mayor concentración de estos en zonas en las

Auswärtiges Amt. 17.05.1971. PAAA. Länderreferat Spanien. B. 26.449. Informe de la Embajada de Madrid remi-

tido al Auswärtiges Amt en Bonn. 6 Mai 1971. Bundesarchiv Koblenz (BA). Bundespräsidialamt. B122/13019. Die

deutsch-spanische Beziehungen Bonn 20.9.1972.

63 PAAA, Länderreferat Spanien. B. 26.453. Informe del politisches Abteilung des Auswärtigen Amts a Herrn

Staatzekretär. 20.09.1972. PAAA, Länderreferat Spanien. B. 26. 450. Informe de la Embajada de Madrid remi-

tido al Auswärtiges Amt en Bonn. 1 Februar 1972.

64 El representante del DGB en la reunión criticaba la tendencia política del periódico al que calificaba de falan-

gista. ADCV 380.20.056. Sozialdienst des DCV für ausländische Mitbürger Betreuung 1960-1973. Protokoll der

Besprechung über die publizistische Betreuung ausländischer Arbeitnehmer in der Bundesrepublik am 2. Juni

1964, 9.30 Uhr in den Räumen des Presse-und Informationsamtes der Bundesregierung.

65 ADCV 380.22.030 Sozialdienst für Spanier. Eine Neue Ettape von Juan Manuel Aguirre. Boletín de Información

Heft Februar 1968.

66 C. KRISTEN y N. GRANATO: «Bildungsinvestitionen in Migrantenfamilien», IMIS-Beiträge, FET 23 (2004), pp. 123-142.

67 Edward T. HALL: La dimensión oculta. Enfoque antropológico del uso del espacio, Madrid, Instituto de Estudios

de la Administración Local, 1973, especialmente las pp. 177 y ss., y 253 y ss.

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que predominaban construcciones anticuadas —barrios más viejos—68 y también, en viviendas sin

baño o ducha así como una subida de alquileres desde 196069.

El problema de la vivienda no comenzaba en Alemania con el desplazamiento de los emi-

grantes, sino que venía arrastrándose desde finales de la Segunda Guerra Mundial. Este se había

agudizado, además, con la llegada de población alemana expulsada y/o huida tras la guerra. Ha-

cia 1955 todavía vivían unas 400.000 personas en Alemania en alojamientos derivados de la si-

tuación de posguerra, que estaban formados en su mayoría por barracones70. En este contexto,

cuando el Gobierno Federal de Adenauer firmaba los acuerdos de emigración con los diferentes

países la cuestión de la vivienda aparecía reflejada. El empresario debería hacerse cargo de bus-

car un alojamiento para los trabajadores contratados71 y el proceso legal de reagrupación fami-

liar estaría sujeto, entre otros aspectos, a la posibilidad de alojamiento para la familia que lle-

gara a Alemania. En este último caso sería el propio trabajador el encargado de encontrar el alo-

jamiento para él y su familia.

Observemos, en primer lugar, la contribución de la política de vivienda en la RFA. En septiem-

bre de 1960 y bajo la iniciativa del Ministerio de Vivienda Federal se apoyaba la construcción de

alojamientos para emigrantes con 100 millones de DM. Este montante se concedía a través de

préstamos en condiciones favorables, que continuarían hasta 1973. Con estas medidas los están-

dares existentes hasta el momento en las edificaciones se reducían, justificando esta merma con

el escaso interés de los emigrantes en el gasto en vivienda, debido a su objetivo centrado en el

ahorro y en la vuelta a casa, y con sus escasas aspiraciones, debido a la precaria situación que tenían

en sus países de origen72. Esta legislación sentó las bases de una separación espacial entre alema-

nes y emigrantes al financiar, entre otros, residencias construidas por las empresas, que se convir-

tieron en un factor de la segregación espacial de trabajadores extranjeros73.

Las ideas del ministro de la Vivienda del CDU, Paul Lücke, en 1964 sobre planificación ur-

bana y construcción de urbanizaciones aisladas para los diferentes grupos de Gastarbeiter con

escuelas, centros religiosos propios y viviendas fueron rechazadas por otros ministerios federa-

les, por los sindicatos o por las iglesias alemanas. Los argumentos de Lücke para defender su pro-

yecto retomaban el debate en torno a conceptos como asimilación e integración, de manera que

para el ministro federal de Vivienda se trataba de no germanizar a los emigrantes y a sus hijos

—es decir, de no asimilarlos—, ya que estos volverían a sus países de origen. Detrás de las postu-

ras de Lücke se escondía, sin embargo, un trazo conservador, que consideraba la pertenencia de

un individuo a un colectivo estatal unitario como algo imposible de modificarse y alterarse en

el proceso de emigración y asentamiento en otra comunidad. Si a esto añadimos la considera-

68 E. ZIERIS: So wohnen unsere ausländischen Mitbürger. Bericht zur Wohnungssituation ausländischer Arbeit-

nehmerfamilien in Nordrhein-Westfalen, Düsseldorf, 1972.

69 H. REIMANN: «Die Wohnsituation der Gastarbeiter», en H. REIMANN y H. REIMANN (eds.): Gastarbeiter. Analysen und

Perspektiven eines sozialen Problems, Opladen, 2ª edición, pp. 175-197, especialmente las pp. 182 y ss.

70 Las cifras en Statistisches Bundesamt (ed.): Die kriegsbedingten Lager und ihre Insassen im Jahre 1955,

Stuttgart, vol. 167 (1957), pp. 6 y 19. V. ACKERMANN: «Homo Barackensis-Westdeustche Flüchtlinglager in den

1950er Jahren», en V. ACKERMANN, B.A. RUSINECK y F. WIESEMANN (eds.): Anknüpfungen. Festschrift zu Ehren von

Peter Hüttenberg, Essen, 1995, pp. 330-346. Sobre las dificultades A. von SALDERN: Häuserleben. Zur Geschichte

städtischen Arbeiterwohnens vom Kaiserreich bis heute, Bonn, Dietz, 1995, pp. 258 y 259.

71 Instituto Español de Emigración, Acuerdo entre el Estado español y la República Federal de Alemania sobre

migración, contratación y colocación de trabajadores españoles, Madrid, IEE, 1960.

72 B. SONNENBERGER: op. cit., p. 355.

73 H. REIMANN: op. cit., pp. 175-197. B. Sonnenberger, op. cit., p. 381.

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Algunos condicionantes de la comunicación intercultural...

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ción de trabajadores invitados, se trataba de hacer sentir al invitado temporal como en su pro-

pia casa y de cuidar de ellos —Betreuungsarbeit— para facilitar su vuelta, pero no tanto de de-

jar fluir la comunicación intercultural y de facilitar una integración efectiva de los emigrantes

a largo plazo o definitivos —Dauergäste— en Alemania. No obstante, la iniciativa daba lugar a

interesantes reflexiones sobre la financiación de alojamientos para emigrantes. En el informe de

la visita llevada a cabo en 1967 por representantes del IEE, del Ministerio de Trabajo y de Cari-

tas, entre otros, para el estudio de la situación de los trabajadores españoles en la RFA se seña-

laba la inconveniencia de la creación de barriadas habitadas por familias extranjeras exclusi-

vamentre y lo adecuado de un alojamiento entre las familias alemanas, a fin de evitar el aisla-

miento y la vida de gueto 74.

A partir de 1971 el BAVAV, en medio del Gobierno de coalición social-liberal del SPD-FDP

comenzaba a plantear en sus documentos la idea de que se evitase el aislamiento de la población

alemana, también, por medio de la financiación de la construcción mediante estos préstamos.

En este mismo año se modificaban las directrices de algunos de los estándares de construcción

de alojamientos comunitarios75 —el número de personas por habitación, por ejemplo— y en

1973 aparecían nuevas leyes que ya no contenían directrices, sino exigencias mínimas sujetas

a la ley y que las igualaban tanto para trabajadores extranjeros como alemanes. Pero ¿cuál fue

el montante de la financiación en la RFA para la construcción de alojamientos destinados a los

emigrantes? En general, las cifras mostraban una mayor financiación de residencias comunes

para emigrantes que de viviendas familiares hasta 1973. Entre 1960 y 1973 se habían concedi-

do créditos que sumaban 452,1 millones de DM, con los que se financiaron alrededor de

185.000 plazas y 2.900 residencias. Entre 1964 y 1973 se habían construido 4.600 viviendas fa-

miliares con créditos que sumaban 40 millones de DM76. Pese a las cifras generales, si tenemos

en cuenta que solamente la población ocupada extranjera ascendía en 1973 a más de 2.000.000

de personas, el porcentaje residente en alojamientos financiados por medio del Bundesanstalt

sería mínimo.

Dado que la llegada al margen de las relaciones contractuales establecidas de forma oficial

fue un hecho, en especial, hasta mediados de los años sesenta, las obligaciones de la ley se con-

vertían en papel mojado para un grupo que dependía de redes familiares o de amistad para el alo-

jamiento o de las relaciones contractuales generadas con los empresarios en Alemania. En el caso

de que esta obligación se respetase esta regía para los dos primeros años y en ningún caso en el

supuesto de trabajadores que cambiaban de empleo dentro del país. En 1963 el Gobierno de coa-

lición de CDU-FDP contestaba a una serie de preguntas sobre la situación de los emigrantes a peti-

ción del SPD en el Bundestag. Entre las cuestiones se encontraba una referente a la situación de

la vivienda de los trabajadores extranjeros. La respuesta reconocía que no se sabía con exactitud,

pero que se estimaba que dos tercios estarían alojados en residencias comunitarias y que la

mayor parte lo habría hecho en habitaciones alquiladas. También se señalaba que en la medida

en que transcurriese el tiempo, y si estos emigrantes permanecían, se preveía que mejorasen su

alojamiento y que tanto las barracas como las viviendas masificadas iban desapareciendo o mejo-

rando sus condiciones77.

74 ADCV 380.22.048. Sozialdienst für Spanier. Informe..., 1967.

75 BA: Repräsentativuntersuchung... 1972, 1973, pp. 170 y ss.

76 BA: Erfahrungsbericht... 1972-73, 1973, p. 40.

77 ADCV 380.20.056. Sozialdienst des DCV für ausländische Mitbürger Betreuung 1960-1973... Bundesarbeitsblatt

4/1963.

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Tomemos como referencia de los primeros años de la llegada de emigrantes españoles a tra-

vés del informe para emigrantes españolas en Alemania en 196178. Más de la mitad de las em-

presas habían alojado a las emigrantes en residencias propias construidas y amuebladas a tal

efecto. Tres habían optado, respectivamente, por un albergue juvenil nuevo y moderno, por el

alquiler de tres casas bien organizadas y por reservar plazas en una residencia de mujeres. La si-

tuación, sin embargo, cambiaba en el resto de las empresas del informe. Una empresa utiliza un

barracón con pésimas condiciones sanitarias, otra había acondicionado de forma precaria un an-

tiguo cuartel, otra había alojado a las trabajadoras en un hostal con bar y sala de fiestas, que

impedían el descanso y otra en dos plantas en las que vivían cincuenta y seis personas, entre ellas

siete parejas. A algunas de las trabajadoras se les habían enseñado fotos en España con habita-

ciones de dos camas que a su llegada a Alemania se habían convertido en espacios con veinti-

dós camas79. En este informe aparecían reflejados diversos problemas alrededor del alojamiento.

El más importante era que no existían estándares definidos detrás de la denominación de aloja-

miento comunitario y que esto daba lugar al abuso de algunas empresas y a malas condiciones

de habitabilidad80. Además, la falta de espacio y de posibilidades de movimiento, la limitación de

la privacidad, la regulación de las visitas81 o las escasas posibilidades de separarse física y psíqui-

camente de los demás ocasionaron varios problemas. De las 329 españolas emigrantes entrevis-

tadas, 280 señalaban que no se habían acostumbrado todavía. El alojamiento y la comida des-

empeñaban un importante papel en ese descontento.

En el caso de las residencias, si la convivencia y las conversaciones entre grupos procedentes

de un mismo país tenían, por un lado, una función emocional positiva, por otro, limitaban la gene-

ración de relaciones nuevas. El director de la residencia de OPEL en Rüsselsheim subrayaba en un

artículo en 1965 que los españoles eran el contingente más fuerte y que saludaba cualquier acti-

vidad de ocio fuera de la residencia porque así se salía del gueto82. Una residencia para los

Gastarbeiter construida por la empresa en sus cercanías o los barracones eran espacios escasamen-

te concebidos para la comunicación intercultural. No obstante, parte del marco del ocio que se

realizaba estaba destinado a salir de esas paredes y entrar en otros espacios de la ciudad de mane-

ra que si el espacio limitaba y condicionaba esto no significaba un aislamiento total o la imposi-

bilidad de establecer comunicación. En la encuesta de 1967, los que vivían realquilados señalaban

tener amistad con las familias alemanas con las que convivían. De las más de 300 españolas sol-

teras residentes en Alemania que formaban parte del informe de Caritasverband en 1961 y que

estaban alojadas mayoritariamente en residencias de la empresa, un 12% se había comprometido

desde su llegada con ciudadanos alemanes o de otras nacionalidades. Los matrimonios mixtos y los

78 ADCV 380.22.048. Sozialdienst für Spanier. Informe de la visita de dos delegadas de la Asociación Católica

Internacional de Orientación a la Joven a las industrias alemanas donde trabajan obreras españolas en la

República Federal Alemana 1961. También ADCV 380.22.048. Sozialdienst für Spanier. Rericht über eine

Informationsreise..., 1961.

79 ADCV 380.22+172 Fasz. 01. Bericht über die Informationsreise..., 1961, p. 16.

80 Sobre las quejas por las malas condiciones de los alojamientos ofrecidos por algunas empresas BA B/119/ 3352

Deutsche Kommission in Spanien. Protokolle der Arbeitsbesprechungen mit dem Instituto Español de

Emigración. 1961-1970. Beschprechung im IEE 18.06.1970. Tres trabajadores españoles de la firma Nettelbeck

remitían una carta de queja al presidente de la RFA detallando los problemas laborales y las condiciones insa-

lubres de la vivienda ofrecida por la empresa BA B/119/ 3065. Anwerbung und Vermittlung spanischer

Arbeitskräfte. 1961-1963. Informe de la carta remitida por Teófilo Sañudo 12.02.1962.

81 Como ejemplo de la regulación para recibir visitas sirven las normas escritas de las respectivas residencias, FM

Betriebsrat. Hausordnung für die Ausländerunterkunft 1971.

82 Rüsselsheimer Echo, 2.9.1965.

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Algunos condicionantes de la comunicación intercultural...

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hijos iban a generar un camino de interacción comunicativa distinto al de otros grupos de emi-

grantes. Otras emigrantes, como señalaba el informe, mostraban poca preocupación por romper el

aislamiento de la residencia83.

Los objetivos de la emigración para los primeros —ahorro y la vuelta a casa— eran señalados

en 1964 y 1967 como el origen de la escasa inversión en vivienda en Alemania84. Las diferencias

existentes en las respuestas de los emigrantes entrevistados en 1967 en lo referente a la inversión

en vivienda son una muestra de ello. Tomando como referencia los que vivían solos, el 54 % de los

hombres entrevistados estaba alojado en residencias, 33 % en habitaciones particulares y un 11,2 %

en barracones. Estos porcentajes representaban en el caso de las mujeres solas 73 %, 19 % y 5 %. El

47 % de los hombres y el 56 % de las mujeres pagaban hasta 50 DM por el alojamiento, es decir, se

encontraban en el intervalo más bajo. Un 22 % y un 12 %, respectivamente, invertía entre 51 y 75

DM. El resto de intervalos hasta 176 DM mostraban porcentajes menores. Un 12 % de los hombres

y un 18 % de las mujeres no contestaban a esta pregunta. De los que vivían con otros familiares un

51% de los hombres y un 58 % de las mujeres no disponían de un piso completo sino que habita-

ba por medio de estrategias de corresidencia85. En el caso de los emigrantes casados a la mayoría

de hombres y mujeres les había costado entre 1 y 5 meses conseguir un alojamiento86. Esa situa-

ción colocaba a los emigrantes en espacios distintos, socialmente condicionados hacia viviendas

peores o aisladas, como las residencias, que repercutían en su percepción social como emigrante

dentro de Alemania87. La mayoría de los emigrantes españoles entrevistados en 1967 señalaban, sin

embargo, que disponían de baño o ducha y que estaban satisfechos con su vivienda. Las cifras

muestran dificultades y también, una importante diversidad en la percepción de su situación.

A largo plazo, si tenemos en cuenta el informe de 1966 y las investigaciones realizadas en

1968 y 197288 por el BAVAV la mayoría de los entrevistados vivía en alojamientos privados y las

mujeres todavía en mayor medida. Desde el punto de vista cuantitativo, las residencias —pese a su

significado inicial— no representaban la forma de alojamiento mayoritario de la población emigran-

te en Alemania durante todo el periodo. Hay que diferenciar en los años de estancia en Alemania y

el conocimiento de idioma así como el estado civil pero, en general, se observa una tendencia a la

reducción del papel de las residencias como forma de vida. La inversión en alojamiento dependió en

gran medida de los fines de la emigración y de las situaciones que se fueron generando entre los

emigrantes a favor de una estancia más larga o de una estancia corta y la vuelta a casa.

83 ADCV 380.22+172 Fasz. 01. Bericht über die Informationsreise..., 1961, p. 19.

84 Las trabajadoras viven en su mayoría en alojamientos propios de las empresas muy baratos (cerca de 40 DM

al mes). Aceptan las desventajas de estos alojamientos frente a habitar una habitación amueblada porque así

mejoran sus ahorros. ADCV 380.20.056. Sozialdienst des DCV für ausländische Mitbürger Betreuung 1960-1973.

Die Sorge für die weiblichen Arbeitskräfte unter den ausländischen insbesondere für die alleinstehenden

Mädchen und Frauen (Frau Katharina Gerhardy 1964).

ADCV 319.4 C03/01. Über die Grundsatz-Konferenz «Betreuung der ausländischen Arbeitskräften im Erzbistum

Paderborn» am 15 Mai 1961.

85 ADCV 380.22.708 Sozialdienst für Spanier. Deutscher Caritasverband. Asistencia Social para españoles. En-

cuesta...

86 Sobre los problemas para conseguir una vivienda entre los emigrantes ADCV 319.4 C03/01. Ausmasse und Pro-

bleme der Beschäftigung von ausländischen Arbeitern in Deutschland. (Informe del Zentralkomitee der Deut-

schen Katholiken) 25.03.1961. ADCV 380.20.056. Sozialdienst des DCV für ausländische Mitbürger Betreuung

1960-1973. Betreuung ausländischer Arbeitnehmer. Dr. Konrad Winkler 1970.

87 Sobre la imagen del emigrante y sus repercusiones sociales Frankfurter Neue Presse 01.05.1965, Das ‘Image’ der

Gastarbeiter soll erheblich besser werden.

88 BAVAV, Erfahrungsbericht 1966..., 1967, p. 20.

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Financiación federal y ocio intercultural.Los centros de ocio organizado para españoles en Alemania y el BAVAV

El ocio organizado de los emigrantes formó parte, por razones distintas, tanto de la política asis-

tencial de la dictadura89 como del Ministerio de Trabajo Federal en Alemania. Si para el primero

se trataba de mantener vivo el control 90 y el vínculo de los emigrantes con el país de origen, para

el segundo, era un elemento más dentro de una concepción de la integración basada en la idea

de acoger al trabajador invitado en previsión de su vuelta a casa. Como señalaba el propio di-

rector del BAVAV frente a la delegación española en 1967 Alemania no era apropiada para aco-

ger a los emigrantes para siempre y no sólo la RFA espera que los Gastarbeiter un día vuelvan

a ser contratados en sus países. Tampoco España puede renunciar a la larga a su gente...91. La

financiación federal atendió desde sus comienzos a un concepto de ocio organizado y separado

por países para los emigrantes extranjeros. En este caso, nos centraremos en la vertiente de su

financiación federal en Alemania y en las implicaciones de estos centros españoles de cara a la

interacción intercultural.

Los servicios del Ministerio de Trabajo federal se habían ocupado del cuidado —Be-

treuung—92 de los trabajadores extranjeros fuera del entorno laboral por medio de su colabo-

ración con diferentes organizaciones religiosas y laicas. En el informe de 1965, el concepto de

Betreuung era sustituido por el de medidas de aclimatación —Eingewohnungshilfen— y en

1968 se denominaban ayudas de adaptación —Anpassungshilfen—. En el primer plano de este

ocio organizado se encontraba la instalación de centros de ocio —Freizeitheime/Zentren— para

los diferentes países. En 1962 había 28 centros para emigrantes españoles y 56 para italianos.

Alrededor de 173.000 DM había destinado en este año el BAVAV para el alquiler de zonas de-

portivas y centros, 57.000 para acondicionar los centros de ocio, 60.000 para equipos de ex-

hibición cinematográfica, 38.000 para la compra de aparatos de radio de música y televisión

y 90.000 para libros, discos y juegos en diferentes idiomas. Entre 1956 y 1973 el BAVAV ha-

bía destinado 18,6 millones de DM para asistencia cultural y social, especialmente concentra-

da en los centros de ocio, en publicaciones de información en otros idiomas y en cursos de

alemán93. Tal y como se señalaba en el informe del BAVAV en 1962: El equipamiento tiene en

cuenta la necesidad de los trabajadores extranjeros de reunirse con sus paisanos en una at-

mósfera propia 94. El bar, las películas, los periódicos, las veladas con folclore de los distintos

países de procedencia, el deporte o el baile formaban parte de esta oferta organizada. Ade-

más, tal y como se señalaba en el informe de 1963 para apoyar su financiación oficial: Se ha

impuesto la idea de que el rendimiento laboral de los trabajadores extranjeros no solo de-

pende del incremento salarial sino también de del grado de adaptación dentro y fuera de la

empresa 95.

89 M.J. FERNÁNDEZ VICENTE: «L’État franquiste et l’assistance à l’émigrant espagnol en France (1960-1975)» en, Spa-

nische Migration und spanisches Exil im 20. Jahrhundert, Zürich, 24 (noviembre, 2006).

90 R. BAEZA SANJUÁN: «Una aproximación a la emigración española a Europa en los años cincuenta desde la perspec-

tiva de la organización Sindical Española (OSE)», Arbor, 669 (2001), pp. 181-199. Aquí, la p. 193.

91 ADCV 380.22.048. Sozialdienst für Spanier. Bericht über den Besuch einer spanischen Delegation..., 1967.

92 BAVAV: Erfahrungsbericht 1962, 1963.

93 BAVAV: Erfahrungsbericht 1972/73..., 1974, p. 40.

94 BAVAV: Efahrungsbericht 1962..., 1963, p. 9.

95 BAVAV: Erfahrungsbericht 1963..., 1964, p. 8. También en BAVAV, Erfahrungsbericht 1964..., 1965, pp. 14-15.

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Algunos condicionantes de la comunicación intercultural...

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GRÁFICO 3. EVOLUCIÓN DEL NÚMERO DE CENTROS DE OCIO —FREIZEITHEIME— POR PAÍSES 1963-1969

FUENTE: BAVAV (1963-1969). *No se han contabilizado los Freizeiträume.

En 1962 había 215 centros de ocio que abrían en su mayoría una vez por semana y que,

pese a la ayuda federal del BAVAV, estaban en manos de organizaciones caritativas y religiosas

de las dos Iglesias en Alemania y del Arbeiterwohlfahrt 96. En el caso de españoles e italianos, esta

asistencia sociocultural fue canalizada principalmente por medio de fondos en los centros de la

organización católica alemana de Caritas 97 a la que se unían otras entidades, en especial a co-

mienzos de los setenta. En 1963 los centros de ocio eran 286 —39 para españoles, 45 para ita-

lianos y 15 para griegos entre otros—. A finales de 1966 estos eran ya 308 en general —de ellos

59 para los emigrantes españoles—. En el informe de 1967 se consideraban ya suficientes —315

en total— en el marco de un retroceso del número de trabajadores extranjeros por la crisis98, pero

en el caso de los centros de ocio para españoles, estos habían aumentado a 63 en 1968. Tal y

como se señalaba en el informe de 1968 los trabajadores extranjeros participaban a gusto en

estos centros y allí encontraban conversaciones y la reunión con sus paisanos 99. En relación con

el número de emigrantes existente en Alemania en 1969, los españoles contaban con el núme-

ro mayor de centros de ocio, circunscritos a las zonas de mayor asentamiento, Hessen, Renania-

Westfalia y Baden-Württemberg.

En 1962 se escribía en un memorándum sobre la cuestión de los trabajadores extranjeros del

Comité Central de los Católicos Alemanes que la construcción de centros para las diferentes na-

cionalidades era deseable, pero que a ser posible debía impedirse, que se convirtiesen en un gettho

96 U. HERBERT y K. HUNN: «Beschäftigung, soziale Sicherung und soziale Integration von Ausländern», en BMA/BArch

(eds.): Geschichte der Sozialpolitik in Deutschland seit 1945, vol. 7, Baden Baden, Nomos, 2005, pp. 619-651.

97 Sobre la actividad de Caritas con los trabajadores italianos véase I. RIEKER: Ein Stück Heimat findet man ja immer.

Die italienische Einwanderung in die Bundesrepublik, Essen, Klartext, 2003.

98 BAVAV: Erfahrungsbericht 1966..., 1967, p. 61; BAVAV, Erfahrungsbericht 1967..., 1968, p. 22.

99 BAVAV: Erfahrungsbericht 1968..., 1969, p. 25.

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de las diferentes naciones100. En 1967, el director de Caritasverband iba más allá y señalaba que

estos centros eran lugares de encuentro con la población alemana, que debían conseguir tender

un puente entre ambos grupos. En el mismo escrito se reconocía, sin embargo, que existía una dis-

tancia entre la población autóctona y los emigrantes y percepciones no siempre positivas de aque-

llos pocos alemanes, que entraban en el centro español, o de aquellos españoles, que se alejaban

de él como forma de sociabilidad101.

El día a día de estas instituciones, pese a su concepción organizativa homogénea desde arriba

se estableció en realidad a través de plurales prácticas desde abajo. Con motivo de viajes emprendi-

dos desde Caritasverband para comprobar su actividad real y valorar su financiación, aparecía refle-

jado ya a comienzos de los sesenta un funcionamiento autónomo y diverso de estos centros. El infor-

me sobre la Casa de España de Stuttgart en 1962 mostraba, en primer lugar, la distancia que existía

entre la concepción de ocio burgués de la organización católica y el ocio de los emigrantes, ya que ni

las jornadas culturales o religiosas eran allí frecuentes. Sólo hay un bar-restaurante, allí no hay ni

vida cultural ni espiritual, se señalaba en el informe. Los emigrantes habían reconstruido en esos cen-

tros el espacio del ocio de sus lugares de origen: el bar-restaurante o la tasca. En este mismo infor-

me confidencial se apuntaba, también a la atmósfera malsana del centro debido a sus actividades

autónomas y en la reunión del informante con el cónsul de España en Stuttgart, este último apunta-

ba a la situación catastrófica de la Casa de España y exponía sus muchas preocupaciones (porque)

se distribuía allí incluso propaganda comunista102. Si el centro de Stuttgart en 1962 tenía un funcio-

namiento autónomo y contrario a los deseos de Caritasverband y de las autoridades de la dictadura,

el de Mannheim en 1963 se había disuelto y solo quedaba de él el restaurante. Mientras, el de

Fráncfort era saludado como un modelo de funcionamiento. Independientemente de esta diversidad

desde abajo, los informes no apuntan a la generación de una atmósfera intercultural en los mismos

sino más bien a su constitución plural desde abajo —ideológica y en cuanto a actividades— por parte

de los emigrantes pero en gran medida —y salvo las excepciones de algunas fiestas— alrededor de

emigrantes españoles. En el informe de 1967 se subrayaba la tendencia a construir relaciones dentro

de su mismo grupo —in-group-Tendenz103— de procedencia y se señalaba:

Los españoles, por su parte, intentan configurar su vida al estilo de España. Comen, hablan

y se distraen a la manera española, se encuentran en su mayoría con sus paisanos y es el

modelo de su Heimat —pequeña patria, ‘región/comarca’— el que determina la idea sobre su

vida actual. Su adaptación crece con el número de los años que permanecen en Alemania104.

100 ADCV 319.4 C03/01. Memorandum zur Gastarbeiterfrage. Zentralkomitee der Deutschen Katholiken. 14.11.1962.

101 ADCV 380.20.056. Sozialdienst des DCV für ausländische Mitbürger Betreuung 1960-1973. Freizeitheime. Dr.

Konrad Winckler. 1967

102 ADCV 380.22.048. Sozialdienst für Spanier. Reisebericht 10 bis 13 August 1962. Reisebericht 24-30 agosto 1962.

Reisebericht in Mannheim 1963.

103 Esta referencia aparece en una descripción, ciertamente estática, del Gastarbeiter como tipo social en P.C.P. SIU:

«Der Gastarbeiter», en P.U. MEZZ-BENZ y G. WAGNER (eds.): Der Fremde als sozialer Typus, UVK. Verl, Konstanz,

2002, pp. 111-137. Aquí la p. 116. En su estudio sociológico, si bien no se especifica el periodo cronológico y el

grupo de emigrantes, Estrella Gualda señala: Queremos decir con integración social en que la mayor parte de

los españoles de esta generación se ha adaptado y aclimatado razonablemente bien a la vida social alemana

(en sus trabajos, con sus horarios, el sistema sanitario, educativo...) pero sin llegar a tener una vinculación

fuerte en círculos sociales alemanes para el disfrute del tiempo libre y de ocio, esto es, los amigos y conoci-

dos son principalmente españoles’ y la vida social se articula (si descontamos el tiempo de trabajo, de com-

pras etc.) en torno a los amigos, las organizaciones de españoles y la familia (E. GUALDA, 2004, p. 106).

104 ADCV 380.22.048. Sozialdienst für Spanier. Bericht..., 1967. Una imagen mucho más estática se desprende de

la visión de P.C.P. SIU: Sus mejores amigos son gente de propio grupo étnico y hablan generalmente en casa.

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Pese a la función emocional que poseía la tendencia a establecer relaciones en el mismo

grupo de procedencia, la práctica social de los centros mostraba, sin embargo, la expresión de

disensión y divergencia en el seno de un grupo de emigrantes, que distaba de ser un conjunto

monolítico y que era muy heterogéneo en intereses, ideas y fines. La escasa interacción comuni-

cativa de los emigrantes con la población autóctona en el ámbito del ocio no solo estaba condi-

cionada por relaciones grupales entre los paisanos o por la escasa atención oficial a la interacción

comunicativa por parte del IEE en el Ministerio de Trabajo en España o del BAVAV en Alemania,

sino también por los propios fines de la emigración. En 1967 en el informe sobre la visita a traba-

jadores españoles en Alemania se señalaba que la aspiración de volver a casa les llevaba a la apa-

tía respecto a todo aquello que no estuviese relacionado con este fin y que [...] su interés por el

ahorro hace que algunos de nuestros españoles se encierren en sus alojamientos para no gastar

ningún dinero. La vuelta de vacaciones anual a España se convertía para un grupo entre los emi-

grantes en el principal objetivo de ocio105. Los fines de la emigración contribuían, entre otros, a

generar una distinta asignación de tiempo para el ocio y para el trabajo y a una reducción de los

ingresos para el primero, de manera que las propias relaciones comunicativas en sí mismas queda-

ban limitadas.

Pese a la importancia de estos centros en las medianas y grandes ciudades no todo el ocio

de los emigrantes españoles se generó a su alrededor y, por lo tanto, fuera existieron espacios

que no contaban con la supervisión oficial o la ayuda financiera. La visita del Stube para beber

cerveza con los compañeros de trabajo —alemanes o de otras nacionalidades—, la excursión de

la fábrica, el equipo de fútbol de residencias mixtas, el intercambio de revistas, de clases o el

carnaval y el baile actuaron en mayor grado como vehículos de interacción comunicativa entre

alemanes y los grupos emigrantes que las medidas oficiales y contribuyeron a acabar con los es-

tereotipos en la comunicación106. Alrededor de esas prácticas comunicativas interculturales no

organizadas se generaron muchos malentendidos y conflictos así como un nuevo retraimiento

hacia lo propio, pero también reflexiones y valoraciones nuevas de lo propio y de lo ajeno107.

Fueron estos emigrantes los que rompieron con su práctica social de interacción intercultural

los mecanismos de ocio organizado segregado por países y financiado desde ambos Estados.

A modo de resumen

En la medida en que la estancia se observaba sobre todo en los primeros sesenta —tanto por parte

de las autoridades del Ministerio de Trabajo en Alemania como por los emigrantes españoles—

como un periodo limitado, con un objetivo concreto, se ha considerado importante introducir la

influencia del proyecto de emigración de los desplazados a Alemania en este ámbito y considerar,

Comparten el mismo concepto de orgullo, las mismas aspiraciones, esperanzas, sueños prejuicios y dilemas;

juntos expresan una opinión sobre el país en el que están, en P.C.P. SIU: «Der Gastarbeiter», en P.U. MEZZ-BENZ

y G. WAGNER (eds.): Der Fremde als sozialer Typus, Konstanz, UVK. Verl., 2002, pp. 111-137. Aquí la p. 118. So-

bre las relaciones asimétricas de los trabajadores turcos K. HUNN: «Asymmetrische Beziehungen: Türkische

Gastarbeiter zwischen Heimat und Fremde. Vom deutsch-türkischen Anwerbeabkommen bis zum Anwerbes-

topp (1961-1973)», Archiv für Sozialgeschichte, 42 (2002), pp. 145-172.

105 ADCV 380.22.048. Sozialdienst für Spanier. Bericht..., 1967. También, ADCV 319.4 C03/01. Ausmasse und

Probleme..., 1961.

106 Entrevista a M.T Martínez Minaya, 2005; F. Campo Lacambra, 2005.

107 ADCV 380.20.056. Sozialdienst des DCV für ausländische Mitbürger Betreuung 1960-1973. Freizeitheime..., 1967.

ADCV 380-22.030 Fasz. 01. Betreuung spanischer Gastarbeiter in unserer Heimstatt, 1964. E. González Sebastián,

2005, P. Bruna Jimeno, 2005. J.M. Delgado, op. cit., 1967.

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además, la labor oficial para establecer medidas, a favor o en contra, de la interacción y comuni-

cación intercultural. En el ámbito laboral se generaron dos espacios laborales y salariales distintos

para la población emigrante española, que además presentó bajos niveles de cualificación, y para

la población alemana. Las áreas de interacción comunicativa de la primera generación de Gastar-

beiter se centraron en un mayoritario entorno trabajador Arbeitermilieu. Una serie de aspectos

relacionados con la realidad laboral de los emigrantes contribuyeron a restringir la comunicación

intercultural como eran la existencia de un proyecto de emigración basado en el ahorro y el retor-

no o las propias horas extraordinarias. A esto hay que añadir una reducida movilidad interior den-

tro de la empresa, que originó una importante movilidad laboral externa en busca de mejores sala-

rios y empleos y la presencia de amplios grupos procedentes de un mismo país y/o región en una

determinada empresa, favorecido tanto por las redes familiares y de amistad como por el interés

de los empresarios alemanes.

Pese a estas restricciones no existió un encapsulamiento o aislamiento en el ámbito laboral

si atendemos a las relaciones de amistad con ciudadanos alemanes, que los propios emigrantes

señalan, y que favorecían adquirir necesarias destrezas lingüísticas y obtener orientaciones para

alcanzar los fines propuestos en la emigración. Tampoco hubo encapsulamiento si atendemos a las

cifras de afiliación sindical (30% de los españoles en IG Metall en 1965), pese a ser menores que

las de los ciudadanos alemanes. Si en los primeros años se producían situaciones de conflicto en

las empresas propias de los emigrantes, que se mantuvieron al margen de la maquinaria sindical

alemana y que causaron desconcierto entre los trabajadores alemanes y miedo entre los sindica-

tos, pronto comenzó a funcionar un engranaje del DGB como fruto de la interacción entre ambos

grupos. Detrás de esta interacción se encontraba un proceso de aprendizaje —o de reaprendizaje

de participación— que se vio limitado legalmente hasta el reconocimiento de la participación de

trabajadores españoles en los comités de empresa en 1972. La adaptación del trabajador invitado

español a unas mayores estructuras de participación democrática en el país anfitrión —Alemania—

no podía tampoco ocultar la existencia de miedo ante esa participación por parte de algunos emi-

grantes o de recelos, debido al proyecto de una temprana vuelta a casa y a la persistencia del

marco de represión de la dictadura de Franco.

El control del idioma alemán de los emigrantes a corto plazo tuvo un aspecto funcional y se

limitó a un nivel elemental oral y no escrito108 destinado a solucionar los problemas de la vida dia-

ria y del entorno laboral. Si la rotación favoreció el desconocimiento del idioma, aquellos sectores

de emigrantes con estancias más prolongadas comenzaron a mostrar también su capacidad de

adaptación al respecto e incrementaron el conocimiento de la lengua alemana. Interesante es

observar las políticas concretas en Alemania durante este periodo. Si, por un lado, las medidas de

financiación del BAVAV destinaban partidas importantes a los cursos de alemán para los emigran-

tes, por otro, se desplegó desde la misma institución una financiación destinada a mantener el

contacto de los emigrantes con su propia lengua —revistas, periódicos y emisiones de radio—

teniendo en cuenta que se les consideraba invitados y su pronto regreso a casa. Detrás de esta

doble financiación no solamente se encontraba una escasa concepción interaccionista de la polí-

tica del Ministerio de Trabajo Federal, sino también el miedo ante la interacción cultural y políti-

ca del emigrante con Alemania, y ante la influencia política del medio alemán en los trabajadores

españoles en el marco de la Guerra Fría.

El proyecto de emigración —ahorro y retorno— situó a la primera generación de emigrantes

en barriadas y alojamientos baratos. No obstante, esta elección no siempre vino motivada por ese

108 U. MAAS: «Sprache und Sprachen in der Migration im Einwanderungsland Deutschland», IMIS-Beitrage, Heft, 26

(2005), pp. 89-134. Aquí, la p. 14.

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proyecto sino que, atendiendo a los acuerdos de emigración con los diferentes países, esta vino

originada por la decisión del empresario, que era el encargado de buscar residencia para sus tra-

bajadores contratados. Ante la ausencia de estándares definidos en los denominados alojamientos

comunitarios, este hecho originó la presencia de alojamientos precarios o de barracones para los

emigrantes. Por su parte, la política de vivienda del Ministerio de Vivienda Federal desde 1960

afianzó la financiación de residencias de emigrantes, que contribuían a separar a los emigrantes

del resto y se convirtieron en un elemento de segregación espacial y comunicativa. En el caso de

residencias aisladas cerca del entorno industrial, estas construcciones denotaban la pertenencia a

un espacio distinto y dificultaban la sociabilidad al estar alejadas del centro de las ciudades. No

obstante, la práctica social de algunos emigrantes contribuyó a romper el difícil círculo de la resi-

dencia. En el largo plazo se redujo la presencia de las residencias como alojamiento y se incremen-

taron las estrategias individuales y de corresidencia. En la mayor o menor inversión incidió el pro-

gresivo asentamiento en la sociedad alemana o la decisión de volver.

Tampoco la financiación federal de un ocio organizado para los emigrantes tuvo presente en

los primeros sesenta una concepción interaccionista, sino que se basó en otra que segregaba a las

diferentes nacionalidades —italianos, griegos o españoles— alrededor de instituciones propias:

Freizeitheime/Zentren. Estas entidades, pese a ser concebidas desde arriba, se generaron desde

abajo en su plural funcionamiento y desde diversas concepciones ideológicas y pautas de funcio-

namiento. Desde la tasca hasta el centro político pasando por la modélica Casa de España en

Fráncfort en 1963 todo tenía cabida en ellos. Pese a la concepción desde arriba los Zen-

tren/Freizeiheime para extranjeros y a su importancia numérica en el caso de los emigrantes espa-

ñoles, con el apoyo del Ministerio de Trabajo de España en buena medida, contribuían a fomentar

la concentración sobre lo propio. Fuera de estas instituciones, que tuvieron más fuerza en las gran-

des ciudades que en las pequeñas, se generó, sin embargo, un ocio al margen —excursiones de la

fábrica, equipos de fútbol, intercambios de revistas, clases, fiestas de carnaval— que amplió las

interacciones comunicativas con la población alemana y con otros grupos de emigrantes y que

mostró la existencia de prácticas interculturales mucho más diversas, que las que ofrecía la finan-

ciación estatal de un ocio segregado por nacionalidades.

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FRANCESC BONAMUSA

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Sant Pancraç,

doneu-nos feina

i salut per a fer-la.

San Pancracio

danos trabajo

y salud para hacerlo

Si se me permite voy a ofrecer, de memoria, unas breves

referencias a la actividad y las relaciones del profesor

Juan José Carreras cuando estuvo como catedrático en el

Departamento de Historia de la Universidad Autónoma de

Barcelona (UAB), durante los cursos 1978-1979 y 1979-

1980.

El Departamento de Historiade la Universidad Autónoma de Barcelona (UAB).Cursos 1978-1980

En la Autónoma había en aquellos años un importante

conjunto de profesores de Historia. Algunos provenían de

cuando se inició la Facultad de Filosofía y Letras en el mo-

nasterio de Sant Cugat y otros fueron incorporándose en

los primeros años del nuevo edificio de la misma Facultad

en Bellaterra. La gran mayoría realizaban sus tareas docen-

tes en este último recinto en el Departamento de Historia,

eje fundamental de la licenciatura del mismo nombre. No

obstante, había otros profesores de Historia en otras Fa-

cultades de Bellaterra y en Colegios Universitarios de otras

localidades que dependían de la UAB. Así, había historia-

dores en la Facultad de Ciencias de la Información, de His-

toria Económica en la Facultad de Económicas y en la Es-

cuela de Comercio de Sabadell y en la Escuela de Magiste-

rio de Bellaterra. También los había en el primer ciclo de la

licenciatura en el Colegio Universitario de Girona y en la

Escuela de Magisterio del Colegio Universitario de Lleida

que dependían de la UAB y hoy son Universidades. Ahora

bien, como Juan José Carreras ocupó la Cátedra de la Fa-

cultad de Filosofía y Letras de Bellaterra, me referiré exclu-

sivamente al Departamento de Historia de dicha Facultad.

En la Facultad de Filosofía y Letras había un solo

Departamento de Historia que agrupaba todas las especia-

Juan José Carreras.Un recuerdo personal

FRANCESC BONAMUSA

Universidad Autónoma de Barcelona

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FRANCESC BONAMUSA

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lidades y a unos 40 profesores. Había profesores de Antropología, de Prehistoria, de Historia An-

tigua, de Medieval, de Moderna y de Contemporánea. En aquel tiempo muy pocos eran funciona-

rios: dos agregados, uno de Prehistoria y otro de Historia de los Fenómenos Sociales; una cátedra

de Antigua vacante y un catedrático de Medieval.

Las plazas de Antropología eran cuatro. Un agregado, el Dr. Valdés, dos profesoras que habían

llegado con él de Asturias y un licenciado de la Universidad de Barcelona, Joan Frigolé.

Las áreas de Prehistoria, Arqueología e Historia Antigua se agruparon bajo la dirección del

único agregado que era de Prehistoria, Eduardo Ripoll, que disponía de dedicación plena porque

era miembro de la comisión de cultura de la Diputación, director del Museo Arqueológico de Bar-

celona y como tal, responsable también de las excavaciones y ruinas romanas de Empúries. El Dr.

Ripoll iba siempre acompañado del profesor M. Llongueras que también tenía plaza en el Museo

Arqueológico y que años más tarde fue concejal por Convergencia del Ayuntamiento de Barce-

lona y presidente del distrito de Les Corts. Otro profesor, que pienso que llegó cuando Carreras

ya se iba, era José Luis Maya, que realizó excavaciones en terrenos de la Autónoma y después

marchó a la Universidad de Barcelona. La Historia Antigua estaba en manos de una profesora,

M.J. Pena, encargada de la Historia de Grecia, T. Gimeno, procedente de Tortosa, que mantenía a

menudo discusiones con Ripoll en las reuniones de Departamento y que explicaba Historia de

Roma, y de un granadino, Prieto, dedicado a la Historia Social y Económica. Por último, destacó

también J. Padró, que se especializó en Egiptología y acabó en la Universidad de Barcelona y de

asesor de Jordi Clos, presidente del gremio de Hostelería de Barcelona, dueño de diversos hote-

les y organizador y propietario de un museo de objetos y recuerdos del antiguo Egipto con algún

sepulcro y momia incluida.

En Medieval se agrupaban unos seis o siete profesores bajo la dirección del catedrático de

Historia Medieval Federico Udina, uno de los fundadores de la Universidad, en particular de la Fa-

cultad de Letras, de la que fue el primer decano y ocupó el cargo varios años. De hecho hasta el

curso pasado todavía era decano honorario. Y que desplegó a un hijo y dos hijas suyas por diver-

sos centros de la Universidad. Junto con Udina se forjó su hijo y el profesor Ruiz Doménech de am-

plia formación medieval histórica y cultural. A ellos cabe añadir Miquel Barceló que provenía de

Estados Unidos, y especializado en Al-Andalus; Manuel Mundó, ex monje benedictino de Mont-

serrat, que se dedicaba a las Ciencias Auxiliares y miembro destacado del Institut d’Estudis Catalans

y J. Samsó que exponía Ciencia Medieval española.

En Historia Moderna existía una cátedra ocupada por el Dr. Joan Reglá que vino de la Uni-

versidad de Valencia, donde obtuvieron plaza diversos discípulos de Vicens Vives que, cuando

pudieron volvieron a Barcelona, entre ellos Jordi Nadal, Emili Giralt o años más tarde Josep Fon-

tana. Al quedar vacante la cátedra de Moderna, el desacuerdo surgido entre los dos profesores que

se había traído Reglá de Valencia y estaban como profesores contratados, hoy catedráticos en la

Universidad de Barcelona y en la Autónoma, E. Berenguer y R. García Cárcel, respectivamente, y el

interés del profesor de Historia Contemporánea, Albert Balcells, en ocupar plaza de catedrático

llevó a solicitar el cambio de denominación de la cátedra que pasó a ser de Historia Contempo-

ránea.

En Contemporánea al llegar Carreras al Departamento ya se había realizado un importan-

te movimiento de profesores. Antoni Jutglar fue quien elaboró un primer plan docente y una pri-

mera relación de plazas de funcionario que con la denominación que les puso significaron un

prolongado problema. Por ejemplo, fueron asignadas a profesores de Historia Contemporánea las

plazas de adjunto denominadas ‘Historia’ y ‘Ciencias Sociales’ ocupadas inicialmente y de forma

interina por Balcells y Termes, respectivamente, y la Agregación de ‘Historia de los Fenómenos

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Juan José Carreras. Un recuerdo personal

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Sociales’, ocupada interinamente

por Jutglar a quien se le preparó un

tribunal favorable para el concurso-

oposición con profesores como Fe-

derico Udina y Martín de Riquer.

Pero no se presentó y como Gil No-

vales también había firmado el

concurso y se había presentado, re-

solvió correctamente el concurso y

se convirtió en agregado.

Por otra parte, había una cáte-

dra en Ciencias de la Información

que fue ocupada por Nazario Gon-

zález, jesuita, que provenía de la

Universidad de Tenerife, pasó a alo-

jarse en la residencia del Instituto

Químico de Sarriá, de Barcelona y

se había traído un Wolswagen de

las Canarias que duró años y años.

Algunos años también ocupó pri-

mero el Decanato de Ciencias de la

Información y después el de Filoso-

fía y Letras, seis años después de

que hubiera marchado Carreras.

Así pues, cuando Carreras lle-

ga a la UAB de entre los fundadores

Antoni Jutglar, muerto reciente-

mente, Josep Termes, Miquel Izard,

Josep Fontana y Eva Serra, ya se habían marchado, aunque Fontana volvió después a la Facultad

de Económicas pero con docencia en Letras. También había marchado Jaume Sobrequés, que se

dedicó a la política del PSC-PSOE y Anna Maria García se marchaba al Colegio Universitario de

Girona. Por su parte, Joaquim Nadal era vicedecano de Letras durante el último curso de Carre-

ras y marchó a Girona para ser elegido alcalde en las primeras elecciones municipales democrá-

ticas. Quedábamos de la primera generación Anna Sallés, Ana Yetano, Albert Balcells, Esteban

Canales, Borja de Riquer de 1971 e Irene Castells y yo mismo, de 1972, y Pere Gabriel de uno o

dos años después. Además, también daban algún curso en la licenciatura de Historia, en Letras,

Nazario González, de Ciencias de la Información; Josep Fontana y Ramón Garrabou, de Econó-

micas; Julio Busquets, comandante de la Unión Militar Democrática, de Geografía, y el urugua-

yo Carlos Rama que impartía Historia Contemporánea de Hispanoamérica. Y, claro está, Juan José

Carreras que llevaba dos asignaturas: ‘Historia de la Europa de entreguerras (1918-1939)’ e ‘His-

toriografía’.

Asimismo, en Ciencias de la Información estaban los profesores Francesc Espinet desde los

orígenes y algunos años más tarde J.B. Culla. Por otra parte, en la Escuela de Magisterio estaban

Ramón Alquézar y Josep Lluís Martín. En total el número de profesores de Contemporánea debía

moverse en 1980 sobre unos quince y el director o coordinador del Departamento de Historia con

los cuarenta profesores de las diversas áreas, como ya he comentado, era yo desde 1975 y hasta

1980, cuando Carreras se trasladó a Zaragoza.

Charla a finales de los años noventa.

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FRANCESC BONAMUSA

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Juan José Carreras,profesor en la Autónoma de Barcelona

La presión del profesor Balcells siguió para que la Universidad Autónoma sacara a oposición la

ex cátedra de Moderna reconvertida en Contemporánea. En aquellos años, en los que la carrera

funcionarial, si se deseaba llegar a alguna Universidad en Madrid o en Barcelona, siempre con

más peticiones que plazas, generalmente se obtenía después de haberse desplazado por otras

Universidades. He citado, por ejemplo, el caso de Valencia como base para Barcelona. Por ello, la

legislación universitaria que regulaba los concursos-oposición imponía que una plaza de cate-

drático solamente se podía sacar a concurso-oposición entre profesores adjuntos numerarios

después de que se abriera un concurso de traslado entre catedráticos al que podía acceder cual-

quier catedrático de otra Universidad española que deseara trasladarse a la Universidad que con-

vocaba la plaza. Solo en el caso de que quedara vacante pasaba a oposición entre adjuntos nu-

merarios.

Juan José Carreras ocupaba la plaza de Santiago de Compostela, era gallego, pero parecía

claro que su interés estaba en Zaragoza. Cuando el profesor Balcells presionó para sacar a oposi-

ción la Cátedra de la Autónoma me acuerdo perfectamente de que fue advertido de la posibilidad

de que ni llegara a celebrase la oposición de acceso. Su razonamiento era que como Carreras que-

ría ir a Zaragoza no vendría a Barcelona. Todo sin darse cuenta de que era mucho más fácil des-

plazarse a Zaragoza desde Barcelona que desde Santiago de Compostela. Evidentemente, median-

te el previo concurso de traslado Juan José ocupó la cátedra de la Universidad Autónoma de

Barcelona durante dos cursos de 1978 a 1980 para pasar luego a la Universidad de Zaragoza, su

destino definitivo.

Durante estos dos cursos el profesor Juan José Carreras necesitaba disponer de alojamiento

aunque fuera por dos o tres días a la semana. Al iniciarse el curso prefirió acogerse a la tranquili-

dad y al agradable bienestar del Hostal Sant Pancràs de Bellaterra antes de meterse en una resi-

dencia universitaria, reducidas por otra parte, en una triste y estrecha habitación de un piso de la

residencia del Consejo Superior de Investigaciones Científicas, por muy céntricas que fueran, o en

un hotel con unos precios que difícilmente podía asumir con el sueldo de aquellos momentos. Y

pienso que acertó de lleno.

En efecto, el hostal era acogedor, silencioso, muy cercano a la Universidad y tenía una histo-

ria. Así, en 1930, debido al establecimiento de una estación de los Ferrocarriles Catalanes de la

línea Barcelona (Plaça de Catalunya)-Sabadell en la zona más bella del municipio de Cerdanyola,

con una gran extensión de bosque mediterráneo, que se denominó Bellaterra y fue la base de un

amplio movimiento de parcelación y progresiva edificación de numerosas casas de fin de semana

y de veraneo, se construyó junto a la estación del ferrocarril el Hostal Sant Pancràs, un edificio

muy agradable que todavía acoge diversas habitaciones y un amplio restaurante, todo organizado

y dirigido por una familia muy atenta. Desde aquellos años han mantenido una correspondencia

anual hasta este mismo año de 2007.

Corría el año 1848 cuando los tejedores de Catalunya adoptaron a Sant Pancràs como patrón

y el lema o divisa de Salut i Feina (Salud y Trabajo). Unos cuantos años más tarde, hacia 1960 la

familia Ramos Marcel propietaria del hostal todavía hoy, encargó a la empresa Grifé Escoda que

estampara en el borde de los platos del restaurante, aunque no tuviera relación con el oficio de

tejedor, un pequeño dibujo que presenta un plato cruzado por una espiga de trigo flanqueada por

una cuchara y un tenedor y envuelto por las palabras Hostal Sant Pancràs Salut i Feina.

Juan José tenía a su disposición una habitación limpia, normal, silenciosa con balcón exte-

rior y un restaurante para los clientes del hotel y donde al mediodía acudían también profeso-

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Juan José Carreras. Un recuerdo personal

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res de diversas Facultades de la Universidad. Disponía de una cocina casera elaborada y un menú

de tres platos de factura familiar y bien preparados. Todo ello en un amplio local y una gran

tranquilidad durante los días en que ocupaba la habitación. Cuando los domingos llegaba más

gente como familias barcelonesas con hijos que acudían a comer y pasear, Juan José ya estaba

en su casa de Zaragoza.

Llegaba a Barcelona el lunes por la mañana con su coche Dodge Dart, se trasladaba al hos-

tal y después se acercaba hasta la Facultad. Si no me equivoco pienso que tenía asignada docen-

cia el mismo lunes o el martes y el miércoles por la mañana, y por la tarde generalmente marcha-

ba hacia Zaragoza. En las clases comunicó con gracia y atención sus conocimientos de historiogra-

fía, de Historia de Alemania contemporánea y de marxismo, y en el Departamento tuvo siempre

una muy buena relación con el profesorado.

En enero de 1980 Juan José asumió la Jefatura de Historia Moderna que, sin embargo, no sig-

nificaba dedicación complementaria de ningún tipo. El Departamento continuaba siendo único. En

efecto, se estableció la distribución de Jefaturas de Departamento que correspondía a un plus eco-

nómico que cobraba el director del Departamento. Ahora bien, las Jefaturas eran más numerosas

y particulares que la distribución real de Departamentos en la Facultad de Letras. Así, había un solo

Departamento de Historia y un solo jefe de Departamento, sin embargo, se disponía de cuatro

Jefaturas. Además solo la podía ocupar y por lo tanto cobrar un profesor numerario, funcionario.

Ello significó que en algún Departamento nadie podía asumir nómina de Jefatura. Por ello en el

Departamento de Historia la distribución entre profesores y Jefaturas quedó tan extraña como

puede observarse en la relación siguiente:

Historia: Francesc Bonamusa

Historia Medieval: A. Ferrández

Historia Moderna: Juan José Carreras

Historia Contemporánea: Nazario González

Filología Griega: Josep Fontana

En este mismo mes de enero de 1980 fui nombrado vicedecano de la Facultad y al año

siguiente vicerrector. Fueron los tiempos en que Juan José consiguió la plaza en la Universidad de

Zaragoza, donde ya inició el curso de 1981. A partir de entonces nos seguimos viendo, pero más

espaciadamente, aunque nuestra amistad estaba consolidada. Yo lo apreciaba mucho y me consta

que él a mí también.

Juan José Carreras, amigo

En aquellos años el escalafón de funcionarios universitarios significaba obtener primero la plaza

de adjunto numerario (se sobreentiende adjunto a la cátedra), después la de agregado (se sobre-

entiende agregado a la cátedra) y finalmente la de catedrático.

Después de los nombramientos estrictamente políticos de reconocidos personajes afectos al

régimen para ocupar plazas de catedrático algunos de ellos incluso sin licenciatura alguna, las

cosas cambiaron algo con el ministro José Luis Villar Palasí (1968-1973). Él fue quien creó las

Universidades Autónomas de Madrid y de Barcelona y cambió también el sistema de provisión de

las plazas de profesorado universitario. De hecho, en los años previos a 1976 se habían realizado

algunos nombramientos de catedráticos de forma muy reducida y un nombramiento generalizado

a diversos profesores sin ningún tipo de prueba de sus conocimientos para ocupar plaza de adjun-

to. Fueron los conocidos como Adjuntos de la Zarzuela que lo único que tuvieron que realizar fue

asistir a una reunión en el Palacio de la Zarzuela para jurar de forma global y conjuntamente las

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FRANCESC BONAMUSA

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Leyes del Movimiento Nacional. Solo en 1976 se abrió el grifo y se convocaron oposiciones para

profesor adjunto numerario, o sea, para el primer escalafón y en las que además de la presenta-

ción de un currículum se habían de realizar unas pruebas determinadas. En efecto, en noviembre-

diciembre de 1976 se realizan estas oposiciones para Historia Contemporánea que ofrecen siete

plazas y que habían firmado casi cuarenta profesores, de los que se presentaron 20 o 25 de diver-

sas Universidades españolas. De la Autónoma solo yo me presenté. El Tribunal estaba formado por

seis catedráticos y un adjunto. El presidente era el Dr. Carlos Seco Serrano y los catedráticos voca-

les eran los doctores Jesús Vázquez de Prada, del Opus Dei, catedrático de la Universidad privada

de Pamplona; Dolores Gómez Molleda, monja, catedrática de la Universidad de Salamanca; Carlos

Corona, falangista, catedrático de la de Zaragoza; Nazario González, jesuita, catedrático de la

Autónoma de Barcelona y José Manuel Cuenca, de Córdoba, hoy todavía en activo, y un adjunto

de la Universidad de Granada que, cuando no dormía, ejercía de secretario. Para la presentación

tuvo que habilitarse una de las salas mayores de la sede central del CSIC en Madrid que es donde

se hizo la oposición.

Los ejercicios consistieron en tres pruebas eliminatorias. La primera fue la presentación oral

del currículum, la segunda, conocida como la encerrona, consistía en que el Tribunal daba el tí-

tulo de un tema o lección al opositor que, encerrado en una habitación durante unas tres horas,

podía consultar toda la bibliografía que quisiera sin salir de la habitación claro está, lo que obli-

gaba a llevar maletas de libros, y una tercera que consistía en comentar unos textos, documen-

tos, gráficas o mapas que no llevaban ninguna referencia. A destacar que a lo largo de los tres

ejercicios iban desfilando otros catedráticos que tenían algún profesor de su Departamento opo-

sitando. Recuerdo al catedrático de Valladolid, a Vicente Cacho Viu y a Miguel Artola, entre

otros. Cabe decir también que el concurso se realizó en medio de duras críticas de la prensa, en

particular de El País por la forma de actuar del Tribunal y en particular respecto a las califica-

ciones. Al final los siete opositores que ocuparon plaza fueron Ignacio Olabarri, de la Universi-

dad del Opus Dei de Pamplona; Celso Almuiña, de Valladolid, Josefina Cuesta y Esther Martínez

Quinteiro, de Salamanca; uno de Zaragoza; Antonio Jutglar, uno de Zaragoza que acabó en Ta-

rragona, y J. Pérez Ledesma, de la Autónoma de Madrid que solo en la última deliberación del

Tribunal me desplazó del séptimo lugar que yo ocupaba y quedé como el primero de los aproba-

dos sin plaza a unas centésimas de la última nota.

En esta situación es en la que Juan José Carreras me ayudó. Estableció contacto con Celso

Almuiña que había ganado la plaza de adjunto numerario y que se estaba preparando para una

plaza de agregado que parecía que la tenía segura. Le comentó que al tener asegurada la plaza

de agregado, antes de que se perdiera la adjuntía era mejor renunciar a ella y de esta forma el

primero de los aprobados sin plaza podría ocupar plaza y ese, en aquellos momentos, era yo. Para

ello se entrevistó en diversas ocasiones con ambos. Yo me acuerdo que conmigo fueron dos las

entrevistas en la Universidad de Zaragoza. Finalmente, Carreras convenció a un Celso, pienso que

ya convencido, que renunció. Él se convirtió en agregado y yo ocupé la plaza de adjunto nume-

rario en los primeros meses de 1978. En todo caso la idea y el esfuerzo para ayudarme fue de

Juan José y yo pude obtener la plaza por las calificaciones otorgadas por un Tribunal precisa-

mente no favorable, gracias a la ayuda de Juan José y de Celso. A partir de aquí la relación con

Carreras se mantuvo igual de afectuosa por ambas partes y conseguí también establecer una

muy buena relación con Celso Almuiña que se ha convertido en una estrecha amistad de la que

me siento muy orgulloso.

No obstante, el traslado de Carreras a Zaragoza significó que nuestra relación directa se espa-

ció aunque en ningún momento se enfrió. No nos veíamos tan frecuentemente como cuando esta-

ba en la Autónoma, pero nos encontrábamos en coloquios, congresos de la Asociación de Historia

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Juan José Carreras. Un recuerdo personal

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Contemporánea, concursos de profesorado, tesis doctorales y otras asambleas con cierta frecuen-

cia. Por ejemplo, recuerdo haber formado parte del Tribunal de la tesis doctoral del actual decano

de la Facultad de Filosofía y Letras, el profesor Ruiz Carnicer.

Otro ejemplo al que deseo hacer referencia es el siguiente: en el año 2004 recibí un encargo

de la Orquesta y Coros Nacionales de España que consistía en realizar un capítulo del programa

Viena 1900 (Madrid, 2004). Se trataba de ofrecer un resumen de la historia austriaca para situar

los diversos conciertos de los mejores momentos musicales vieneses que la Orquesta tenía previs-

tos realizar durante la temporada 2004-2005. El capítulo se tituló Viena, de capital imperial a

capital republicana. Del Réquiem de Mozart al Réquiem de Alban Berg. Al solicitar de dónde habían

sacado mi nombre me dijeron: Ha sido Juan José Carreras que nos dijo que para escribir o hablar

sobre el Imperio austro-húngaro y otros rollos austro-húngaros el mejor era yo. Era de agradecer,

pues él también había escrito algo sobre música y la Capilla Real de los Habsburgo españoles, los

Austrias, entre los siglos XVI y XVIII.

Para terminar querría exponer que Bakunin le dijo a Wagner el Domingo de Ramos de 1849

en Dresde, cuando este dirigía la Novena Sinfonía de Beethoven, si en la conflagración universal

toda música se veía condenada a desaparecer debíamos, aunque fuera arriesgando nuestras

vidas, salvar aquella sinfonía. En esta línea también me gustaría que, a pesar de las continuas

leyes universitarias y las Bolognas, deberíamos salvar el recuerdo de un guía en la historiografía

contemporánea y un gran amigo.

Gracias profesor Juan José Carreras. Gracias amigo.

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DAVID RUIZ

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Tan propenso a la comunicación oral como cicatero a la

hora de poner por escrito sus saberes que rebasaron con

creces la historiografía germana como sobradamente co-

noce la inmensa mayoría de los contemporaneístas. Esta

fue la impresión que me vino a la cabeza tras la noticia

de su fallecimiento y la que, tal cual, aún mantengo un

año después. Principal causante de esta serán la honda

huella que dejó en Oviedo cuando se hacía presente como

miembro de los tribunales de varias tesis doctorales por

mí dirigidas, aunque ninguna de ellas versara sobre histo-

riografía. ¿Qué hizo para que con independencia del tema

de sus tesis los doctorandos se rifaran a Carreras, el cate-

drático de Zaragoza como le conocían hasta los oficinis-

tas del Departamento?

Pues algo muy sencillo pero difícil de olvidar: someterles

en la jornada previa a la graduación a un tratamiento de

choque sobre el contenido de la tesis que previamente

había revisado de punta a cabo. Ya se las había arreglado

sin ayuda de agencia de viaje alguna para llegar con la

antelación suficiente —siempre en tren— y no perderse el

bis a bis sin límite de tiempo con el presunto doctorando

en cualquier despacho que se le habilitaba en el Departa-

mento. Todo un placer intelectual que le daba suficiente

energía para contagiar al resto del tribunal y al director

en la posterior cena ritual con los miembros del tribunal

seguida de una tertulia que siempre solía prolongarse

hasta horas avanzadas. Pero como probablemente ocurrió

en Departamentos de otras Universidades, el fenómeno

Carreras actuando a sus anchas en los tribunales de doc-

torado no acababa ahí: en el acto de la presentación —li-

berado ya de dedicar su tiempo a poner de relieve los

aciertos y las carencias del estudio por habérselos comu-

nicado al doctorando el día anterior— enhebraba al hilo

de la tesis una intervención sobre lo divino y lo humano

entreverado de ironía y complicidades mil que haría las

delicias del auditorio, perteneciera o no al estamento

universitario.

Por lo demás, el abajo firmante no supo de la existencia de

Juan José Carreras hasta que el filósofo Emilio Lledó, su

compañero en Heildelberg, llegó a Valladolid como cate-

A Juan José Carreras,de un colega agradecido

DAVID RUIZ

Universidad de Oviedo

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DAVID RUIZ

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drático de la Escuela Normal y nos enseñó a un muy reducido grupo de recién licenciados en

Historia su biblioteca particular en la que vimos por primer vez las obras completas de Marx y

Engels en alemán, naturalmente... Lo conocería personalmente años después en el Madrid de las

oposiciones a enseñanza media donde ante un tribunal presidido por el medievalista fray Justo

Pérez de Urbel, expuso «La Francia de San Luis» en uno de los principales ejercicios de los que cons-

taban aquellos temidos y competidos concursos nacionales que nutrían el cuerpo de catedráticos

de Instituto al que, según parece, el ABC puso una vez por las nubes.

En absoluto la disertación de Juan José Carreras desmentiría al diario monárquico; desplega-

ría en ella toda su habilidad dialéctica —no hace falta recordar que era mucha— para ofrecer

una refinada interpretación materialista de la Francia del siglo XIII envuelta en el guante de

terciopelo de la ortodoxia del abad mitrado del Valle de los Caídos y del resto de los miem-

bros del tribunal. Estrategia parecida le permitiría en 1969 conseguir la cátedra universitaria

pese a que un año antes había publicado en Hispania un artículo sobre los problemas de la

revolución en Marx y Engels, el primero de esa temática aparecida en la revista de Historia

del CSIC franquista. En definitiva, que sin la llegada de Juan José Carreras al escalafón de las

cátedras de Instituto, primero, y al de la Universidad después —juntamente con el papel desem-

peñado por Josep Fontana— muy otra habría sido la situación del contemporaneísmo hispá-

nico justamente cuando la especialidad se ponía en marcha desgajándose trabajosamente del

modernismo bajo el severo control de las dos familias políticas que sustentaron la dictadura

Juan José dio cursos y lecciones por toda la geografía universitariaespañola.

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A Juan José Carreras, de un colega agradecido

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franquista: falangistas y católicos en su doble versión: sacerdotal de congregaciones, y seglar

del Opus Dei.

Preferible, pues, que como buen conocedor de las dificultades de acceder a una plaza en la Uni-

versidad española de los cincuenta, Juan José Carreras optara por poner tierra de por medio para

su formación en espera de mejores tiempos. Arriesgó sin presumir nunca de ello y acertó, sobre

todo en la fecha del regreso.

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LUISA GAVASA

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La Universidad de Zaragoza en 1969 no destacaba espe-

cialmente por su progresismo. En realidad no destacaba

por nada, todo era gris y cerrado en aquella España que

avanzaba hacia el fin del franquismo sin que apenas nos

diéramos cuenta.

Ese fue el año en el que yo entré en la Facultad de

Filosofía y Letras, con dieciocho maravillosos años llenos

de pájaros, revolución y literatura, y unos ojos grandes y

abiertos que querían verlo todo.

El primer curso fue anodino a excepción de un profe-

sor de Historia de España, que el primer día de clase, y con

voz de trueno, nos dijo que para acceder a sus exámenes y,

por lo tanto, poder aprobar su asignatura, había que reali-

zar previamente otro sobre las fechas de la Reconquista.

Mis entonces amigas incipientes y hoy del alma, Concha

Gaudó, Maite Kirch y yo, nos entregamos en cuerpo y alma

a la encomiable misión de memorizar fechas. Tal era mi ob-

sesión, que un día en un bar, cuando una máquina de jue-

go alcanzó los 1.212 puntos, yo grité: ¡Las Navas de To-

losa! Así las cosas, empezamos segundo curso. Y entonces

todo cambió.

Se hizo un hueco en lo oscuro como cuando en las

tormentas cerradas de verano se abren las nubes y un ce-

nital te recorta contra el suelo: apareció el doctor Carre-

ras con su pipa, con su sonrisa, con su a las y cuarto (los

quince minutos que nos dejaba antes de comenzar la cla-

se por si queríamos salir a fumar), con su aroma a tabaco

extranjero, su misterio (porque venía de Heidelberg, que

a todos nos parecía la mar de exótico), con su despacho

para recibirnos, con sus flores (en una España en la que

hacer eso era de maricones) y, por encima de todo, con su

manera de enseñarnos la historia a aquella panda de críos

y crías que asomábamos la cara a la vida.

Todo era fácil cuando él nos lo explicaba, todo enca-

jaba en sus parámetros de libertad, de apertura, de respe-

to. Todo era aire fresco en aquella aula vieja y rancia que

él convertía en un lugar de encuentro, de debate, de inte-

ligencia y de escucha.

Nos enamoramos todas de él como locas (bueno, yo

al menos) y todas queríamos hacer la especialidad de his-

toria con él. De hecho, alguna lo consiguió (eso va por ti,

Doctor Carreras

LUISA GAVASA

Actriz. Alumna en el curso 1969-1970

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Page 470: Razones Del Historiador

LUISA GAVASA

468 |

Concha). Maite y yo, al final, lo trai-

cionamos por la literatura, pero de-

bo confesar que dudé mucho, por-

que la Historia del Doctor Carreras

era otra: sin fechas, sin palabras es-

condidas, sin rodeos, sin mentiras ni

tapujos. Era una Historia igual que

él como profesor: con mayúsculas.

Y había un plus... entrar en su

despacho.

No era muy grande y no re-

cuerdo si muy luminoso, pero para

mí era como viajar al extranjero. To-

do lleno de libros, del olor de su

pipa, de mapas colgando en la pared

(los mismos que luego, en las clases

prácticas, nos enseñaba Carlos For-

cadell, al que siempre intentábamos

poner colorado mirándole fijamen-

te) y a la izquierda del espectador el

famoso jarrón lleno de flores fres-

cas. Yo iba con frecuencia a contar-

le mis penas de amor, que en aque-

lla época eran muchas y variadas:

Que si dejo a mi novio, que si no lo

dejo, que si le gusto al profe nuevo

de literatura o que si no le gusto...

Todo tremendo.

No creo que ninguna tesis doc-

toral fuese escuchada con más aten-

ción que mis rollos de adolescente

en aquel despacho. Y siempre con la misma frase: Cuente, cuente, señorita Luisa. Y yo le contaba.

Nos recomendaba libros que leíamos con una disciplina encomiable para luego hacer fichas

y comentarlos en clase. Algunos eran obligatorios, Robespierre, creo recordar; otros, a elección del

alumnado, que dando ya muestras de futuro, elegía de la siguiente manera: Concha Gaudó, la

Historia de la Revolución francesa de Albert Soboul (dos tomos); Maite Kirch, El Otoño de la Edad

Media de Huizinga, y yo, que para eso era la más novelera, la Vida de María Antonieta de Stephen

Zweig (que para algo también la guillotinaron).

El siguiente paso tras el despacho era ir a su casa. El sancta sanctorum para todas nosotras.

Por supuesto la primera vez fue un nerviosismo absoluto sumado al qué me pongo, nada compa-

rado con la sensación de pertenecer a una casta especial que podía acceder a su privacidad, que,

como es lógico, incluía conocer a su mujer (la santa de Mari Carmen, que ha aguantado años y

años de alumnado desfilando por su salón) y a sus tres hijos, que en aquella época eran tres críos

preciosos.

En su casa no solo nos recibía y desembrutecía, sino que además nos obsequiaba con unos

licores de unos cincuenta grados, con unos sabores imposibles de calificar y que, tras la primera

Primeras clases en Zaragoza como profesor agregadode Historia Contemporánea (h. 1969-1970).

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Page 471: Razones Del Historiador

Doctor Carreras

| 469

cata, rechazábamos muy prudentemente. Años más tarde me contó entre risas que eran botellas

raras que le regalaban y que experimentaba con los alumnos.

Así pasé de la Edad Media al siglo XX. Así conocí a uno de los mejores profesores que he teni-

do, al más entrañable, al más cercano, al más sabio y al más querido. Me siento orgullosa de haber

sido su alumna, de haber pisado aquel despacho y aquella casa, y formará siempre (junto con mi

amor a las flores) parte de mi vida, de mi memoria, de mi juventud y de mis afectos.

Hasta las y cuarto, Doctor Carreras.

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INMA BUJ

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Page 475: Razones Del Historiador

| 473

Veintidós años al lado de Juan José como secretaria, que

todavía sigo siendo, del Departamento al que él pertene-

cía y que durante largo tiempo además dirigió, han dado

mucho de sí; sobre todo para disfrutarlo. Porque de Juan

José se disfrutaba.

La forma en la que lo conocí marcó el futuro. Para

iniciar su trabajo aquella muy jovencita que era yo, debía

presentarse al director del Departamento universitario

que le habían asignado. Cuando entré en aquel despacho

en cuya puerta figuraba el nombre de Juan José Carreras

Ares, catedrático, encontré a un hombre subido en una

escalera, tratando de arreglar un foco de luz, con unos

pantalones vaqueros raídos, un fular morado al cuello,

una gorra de marinero y un cigarrillo en la boca del que

constantemente caía ceniza... No daba crédito: estaba

ante ¡¡¡el señor catedrático que dirigía un Departamento

universitario!!!!!!

No solo la forma de conocer a Juan José fue poco

convencional, sino que pronto me di cuenta de que nada

en él era convencional.

Juan José era el hombre que me regalaba flores sim-

plemente porque era primavera; libros de cocina porque un

día le dije que sabía cocinar, chocolate porque estaba a

dieta o revistas de adolescentes cuando empecé a conside-

rar que yo ya no lo era tanto.

Era el hombre que, en un día de trabajo agotador y

estresante, sentado al otro lado de mi mesa, intercambia-

ba los dictados de oficios y de cartas o los balances de

cuentas del Departamento, con cotilleos de la prensa rosa

o de la propia Facultad; con mil y una anécdotas de su

vida en Alemania e Italia o con el relato de pequeñas lo-

curas cometidas, de las que aún seguía disfrutando, como

un crío travieso, al recordarlas.

La versatilidad de Juan José nunca dejó de sorpren-

derme y de impresionarme. Era capaz, y no una vez sino

siempre, de ejercer su profesión con un rigor impecable

y al instante ya estábamos recorriendo tiendas de ani-

Veintidós añosal lado de Juan José

INMA BUJ

Secretaria administrativaDepartamento de Historia Moderna

y ContemporáneaUniversidad de Zaragoza

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Page 476: Razones Del Historiador

INMA BUJ

474 |

malitos a la búsqueda de un loro parlanchín o ferreterías para acumular en su mesa de despa-

cho destornilladores, llaves inglesas gigantes, martillos y demás utensilios que orgullosamen-

te exhibía mano en ristre cuando necesitábamos apretar un tornillo, clavar una escarpia o abrir

un cajón que se resistía. Eso sí, las cosas cambiaban radicalmente a la hora de utilizar una fo-

tocopiadora para reproducir los numerosos textos que facilitaba a alumnos y compañeros o los

mil y un collages que componía: su manejo de aquella máquina consistía en aporrear todas

sus teclas.

Su escasa habilidad para con la fotocopiadora se tornaba en suma maestría para conseguir

lo mejor de las personas y en concreto de mí, eso que yo misma me creía incapaz de poder lograr.

Entre los infinitos recuerdos, jamás olvidaré la cara de estupor que debí poner cuando por prime-

ra vez me propuso que le transcribiese un texto en alemán. ¡¡¡Alemán nada menos!!!! Inma —me

volvió a repetir, como tantas otras veces— no frunzas el ceño cuando te crees incapaz de hacer

algo. Tú no te preocupes, seguro que lo vas a hacer perfecto. Y había tanta convicción, tanta segu-

ridad en su expresión... Sin duda, no resultaba perfecto, pero yo de eso nunca me enteraba porque

nunca dejaba que me enterase. Siempre me decía... Perfecto, perfecto, ejem... nada, sólo unas cosi-

tas.... pero han sido errores míos, seguro, Inma, seguro. Hoy sería capaz de escribir cualquier cosa

en alemán con cierta fluidez.

Aquel señor a quien el primer día de trabajo, y el último, encontré con vaqueros raídos, fular

al cuello y cigarrillo cenizoso en la boca, me enseñó a creer en mí misma, o por lo menos a inten-

Con Inma Buj, tras una cena de Departamento (2005).

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Page 477: Razones Del Historiador

Veintidós años al lado de Juan José

| 475

tarlo; a sentirme útil, válida en mi trabajo, y a hacerme respetar como profesional en dos mundos

tan distintos como son la docencia y la administración (hace un tiempo grandes desconocidos),

porque de él recibí su respeto, sus excelentes maneras y su magnífico hacer.

Por todo esto y mucho más, por haberme hecho partícipe de su vida (tanto en el terreno pro-

fesional como en el personal), y por haber querido participar de la mía, ha sido todo un privilegio,

un orgullo y un placer el haber conocido, vivido, disfrutado y sentido junto a Juan José Carreras.

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ISABEL MARÍN GÓMEZ

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Page 481: Razones Del Historiador

| 479

Cuando el demiurgo pensante H.J. Renner ascendía la

larga escala de peldaños que llevaban a la Escuela de

Mandarines, enmucetados y meritorios enmudecían a su

paso. No hacía falta ser muy avispado para percartarse de

que era el viajero constante sin miedo al abismo; sus raíces

emergían prominentes, como las de un manglar secular

sobre superficies de agua y lodo, abriéndose a todos los

rumbos. Los mil pares de ojos que cubrían su cabeza fija-

ban siempre un horizonte, al que se dirigía con un paso

lento y profundo, paradójicamente transportado por el

ligero y suave murmullo de una brisa cualquiera. La sue-

la de cada una de sus botas servía para recorrer hasta

veinte mil leguas de cualquier infinito. Caminaba con el

diafragma ensanchado en plenitud, como si su cuerpo

fuese abrazado por el brillante sonido que la cuerda y el

viento exhalan en la música de Tchaikowsky, el ruso apa-

sionado. Su boca podía espumar no menos de siete lenguas,

y sus oídos reconocer alguna más, además de sostener

entre sus labios un haz de leña coronada de espesura,

que se ennoblecía aún más con la sujeción de su mano.

H.J. Renneren la Escuela de Mandarines

(Razones de historia.Presencia y memoria

de Juan José Carreras)1

ISABEL MARÍN GÓMEZ

Universidad de Murcia

1 Este texto está inspirado en el uso de la metáfora que emplea

Miguel Espinosa en su obra Escuela de Mandarines, en la crea-

tividad de Juan José Carreras, y lo que me sugiere la evocación

de su persona. Como directora de mi tesis y de la mayoría de los

proyectos de investigación en los que he trabajado, tengo mu-

chas cosas que agradecerle a Encarna Nicolás, pero, entre las

más grandes está la experiencia de haber conocido a Juan José

Carreras, con quien tenía una relación especial, no solo como

discípula. Desde que conocí su afición por los collages y por el

dibujo, cada vez que venía a la Universidad de Murcia, según el

título de la conferencia que anunciaba, le preparaba algo espe-

cial para su recibimiento en relación con su propuesta, lo que

para mí suponía un auténtico reto intelectual y creativo, que me

mantenía en tensión hasta su llegada. Siempre lo acogió con en-

tusiasmo; y, aunque nunca dispusimos de demasiado tiempo

para compartir pensamientos, sé que el afecto era recíproco. El

pasado 12 de noviembre habría presidido el tribunal que juzga-

ba mi tesis. No fue así, pero en ella están sus huellas.

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Page 482: Razones Del Historiador

ISABEL MARÍN GÓMEZ

480 |

En el vestido llevaba cien bolsillos,

sin embargo no le pesaba su equi-

paje. Esa era toda su caballería, su

armadura, su coraza y su lanza, y

no acostumbraba a llevar escude-

ro, pues sus molinos eran gigantes

ya vencidos en los tiempos del dic-

tador. Como viajero anacrónico,

Renner sabía que cuando el espa-

cio le era extraño, el tiempo se le

adhería a la piel, pero, cuando se

trataba de un retorno, evocaba el

pasado y, entonces, el tiempo se

volvía etéreo.

Por todo ello me convertí al

Juanjoseísmo desde la primera vez

que escuché su plática, hace más de

una década, a fin de alcanzar la ca-

tegoría de demiurga pensante. No

escuché, no vi, no pensé sino a tra-

vés de infinitos horizontes que tra-

zaban sus mil pares de ojos. Cada

uno de sus viajes a la Escuela man-

darinazga se convertían en un reto

para mi intelecto, que respondía a

cada una de sus provocaciones con

una nueva obra. Una obra que ges-

taba en mi taller con piezas extraí-

das de todos los universos conocidos, y que iban sugiriendo los posibles misterios que Renner ve-

nía a descubrir.

He aquí la obra que salió de la provocación Demasiado aprisa o muy despacio: el tiempo de

los historiadores, cuyo enigma evidenció Renner el 17 de enero de 2001. Muchas más hubieron

antes y después: las estrellas de su nombre son infinitas.

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Page 483: Razones Del Historiador

MARÍA PILAR DE LA VEGA

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Page 485: Razones Del Historiador

| 483

Cada vez que leo los exámenes de historia de mis alumnos,

me suelo plantear una serie de reflexiones a tenor de los

ejercicios corregidos y del trabajo que durante el curso de

historia he desarrollado con ellos en mis clases. Pienso que

los seres humanos estamos construidos sobre el tiempo.

Nuestra identidad es nuestra memoria, individual y colec-

tiva. Mi tarea en el aula ha consistido, en primer lugar, en

ordenar y explicar los hechos y las personas del pasado. Es

el poder de nombrar. Con el hecho de dar nombres situa-

mos las cosas y las personas.

El gran impacto de la noción de historia en la con-

ciencia colectiva llegó a finales del siglo XVIII. Los hombres

empezaron a leer como nunca lo habían hecho. Buscaban

extraer de la historia la verdad última. Así, Herder definió

a la historia como el libro del alma humana en las épocas

y en los países.

Ya desde el sistema educativo desarrollado en los Es-

tados liberales, la historia se erige en asignatura obligato-

ria para los niveles de primaria y secundaria. La historia se

configura en el siglo XIX como saber nacional, como una

asignatura patriótica. Desde entonces, nadie ha discutido

la presencia de esta en los planes de estudio. Nuestro co-

nocimiento histórico ha estado centrado en Occidente. Es

la historia europea el referente y el modelo que analizamos

y enseñamos en nuestras aulas.

Gran parte de los actuales profesores de historia de

los institutos de enseñanza secundaria, que impartimos

nuestras enseñanzas en Aragón, aprendimos con Juan José

Carreras que es indispensable el saber histórico como prác-

tica social y ética, imprescindible para nuestra identifica-

ción como seres humanos. Al fin y al cabo, cuando se estu-

dia el pasado siempre subyace la búsqueda de un futuro.

Ya Tocqueville escribía: Toda vez que el pasado deja de

arrojar su luz sobre el futuro, la mente del hombre vaga

en la oscuridad.

El profesor Carreras también nos enseñó que la histo-

ria debería salir de los ámbitos y lindes nacionales y nacio-

nalistas para reconstruirse como saber crítico de personas

cuya ciudadanía les reclama el conocimiento de una me-

moria libremente construida sobre una pluralidad de iden-

tidades, referida tanto a nuestro pasado nacional como a

nuestro presente.

Una historia compartida

MARÍA PILAR DE LA VEGA

Instituto Miguel Catálan (Zaragoza)

LibHomJJCarreras[04] 11/5/09 21:02 Página 483

Page 486: Razones Del Historiador

MARÍA PILAR DE LA VEGA

484 |

En nuestro mundo se están produciendo cambios incesantes. La sociedad española los está

experimentando y el sistema educativo también. Nuestras aulas están llenas de alumnos de dife-

rentes nacionalidades y creencias. Si queremos construir con ellos un futuro sobre los retos de la

libertad, la igualdad y la solidaridad, ante todo debemos superar o dejar como parte de nuestro

pasado la historia en términos eurocéntricos, porque ello ha supuesto la exclusión de los pueblos

no europeos de las historias universales o mundiales.

El pasado curso tuve en mi clase de Historia un grupo de alumnos de Hamburgo. Ellos esta-

ban realizando un intercambio escolar con mis alumnos de bachillerato. Habíamos empezado a tra-

bajar en clase la aparición de los nacionalismos en el último tercio del siglo XIX y principios del XX.

Los acontecimientos que estábamos viviendo los españoles en esos momentos estaban pro-

vocado reacciones diversas entre los alumnos, pues la relación entre pasado y presente es un ele-

mento insoslayable en la clase de historia. Así, uno de ellos me dijo: «la bandera de España es facha

pues la sacan en las manifestaciones de la derecha». Mi sensación fue de una profunda tristeza.

Intenté razonarles y explicarles la existencia de una tradición nacionalista demócrata, dialogante

con otras identidades y abierta al mundo. Sentí la necesidad de reivindicar con más intensidad el

sentirnos españoles e identificarnos con la bandera que nos representa. Recordé a J. Michelet quien

decía: La historia no está hecha ni para contar ni para probar, está hecha para responder a las

preguntas sobre el pasado sugeridas por la contemplación de las sociedades presentes.

Dada las dificultades que había tenido, pensé que iba a ser muy complejo para los estudian-

tes alemanes que comprendieran este periodo de nuestra Historia. Quería, además, que su presen-

cia fuera educativa para los alumnos españoles. Entonces cavilé que, de la misma manera que había-

mos estudiado los nacionalismos periféricos y las mutuas influencias con el español, podríamos

estudiar con ellos y analizar el contexto de lo ocurrido en otros países europeos. En concreto en

su país, Alemania.

Me acordé del profesor Juan José Carreras que nos inculcó su pasión por la Historia de Ale-

mania. Nos la enseñó y tal era su amor que algunos no solo estudiamos alemán, sino que incluso

viajamos a su amada ciudad de Heidelberg.

Los manuales que utilizamos suelen tener una concepción objetiva sin apenas dar entrada a

formulaciones divergentes o contrapuestas. De aquí la dificultad de que las ideas, vivencias, emo-

ciones o representaciones de los alumnos puedan tener entrada en las aulas. Ello hace que, a veces,

resulte difícil mantener el interés y la motivación por un saber histórico, dado que lo ven escasa-

mente relacionado con sus preocupaciones y problemas. La investigación didáctica internacional

es bastante coincidente en el hecho de destacar que la problematización de los temas abordados

en clase es imprescindible. El planteamiento interrogativo sobre problemas históricos puede susci-

tar un interés mayor del alumno.

Entonces utilicé a los alumnos alemanes para plantearles una secuencia temporal, que par-

tiendo del presente, abordara su pasado más o menos remoto. Busqué un diálogo entre el pre-

sente y el pasado. Les recordé a los alumnos el proceso de unificación de Alemania, su lucha per-

manente con Francia por la hegemonía europea y su situación actual y les pregunté: ¿Qué os

sentís hamburgueses o alemanes? Preguntas semejantes les había realizado también a mis alum-

nos. A partir de este momento se abrió un debate entre alumnos españoles y alemanes realmen-

te interesante.

Nuestros alumnos invitados no conocían los nacionalismos de nuestro país, solo habían oído

hablar de ETA, identificándolo como grupo terrorista e independentista. Ellos nos dijeron que se

sentían alemanes y explicaron que este sentimiento era ahora más manifiesto en su país, una vez

superada la identificación de que sentirse nacionalista alemán era ser defensor del nazismo.

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Page 487: Razones Del Historiador

Una historia compartida

| 485

Entiendo que las clases de historia que han recibido han logrado que los alumnos conozcan lo que

sucedió, pues la amnesia en relación con los aspectos más terribles de la historia, además de des-

honrar a las víctimas, prepara el camino hacia la repetición del horror.

Argumentaron, también, que la celebración del último mundial de fútbol en su país se había

vivido como un acto de afirmación del nacionalismo alemán. Se sintieron orgullosos de él y de sus

símbolos representativos. Es interesante el papel del deporte como elemento de cohesión de un

territorio. Pero de la misma manera que en nuestras clases hay alumnos rumanos, ucranianos,

ecuatorianos... algunos de ellos eran hijos de padres bolivianos, chilenos, polacos, turcos, afganos,

pero se sentían hamburgueses. Pusieron de manifiesto lo importante que era para ellos las señas

de identidad históricas de Hamburgo, ciudad hanseática, espacio abierto, tolerante y plural.

Por último me sorprendió su apuesta por Europa como espacio de cohesión y su defensa de

los valores y los objetivos que son la base de la UE, en sintonía con la propuesta de la canciller

Angela Merkel de defensa de una enseñanza unificada de la Historia en Europa. Creo que es una

invitación que merece una reflexión serena, pues quizá en nuestro país sirva, entre otras cosas,

para que la historia deje de ser utilizada para legitimar un mensaje diferenciador de aquellos que

tenemos al lado.

Ya decía Herodoto que las palabras, las proezas y los acontecimientos se convierten en el

tema de la historia. De todas ellas, son las palabras las que tienen más dificultad de dejar huella,

sin la ayuda del recuerdo. El mismo día de su muerte coincidimos con Juan José, mi hija y yo en la

consulta del médico. Ella se iba a Nicaragua, a hacer sus prácticas docentes y allí mismo le dio toda

El matrimonio Carreras (noviembre de 2006).

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Page 488: Razones Del Historiador

MARÍA PILAR DE LA VEGA

486 |

una clase de historia de ese país para que ella comprendiera la lucha de dicho pueblo contra su

marginación, que se justificaba por su diferencia, y poder asumir así que los derechos y los debe-

res son iguales para todos.

Sus palabras han quedado en nuestro recuerdo, pues nos hizo ver que el concepto de ciuda-

danía debía ser universal, y que se construye no sobre afinidades étnicas o culturales, sino a tra-

vés del ejercicio activo de los derechos de participación. Los derechos de los ciudadanos garanti-

zan mejor la cohesión social moderna que la identidad del pueblo o nacional.

Sin nostalgia, pero con cariño y respeto, recuerdo aquellos años en que compartimos las aulas

un grupo de estudiantes que teníamos una misma pasión, la pasión por la historia, por la política.

Él nos enseñó, como dice Noam Chomsky: una de las lecciones más claras de la historia, incluida

la historia reciente, es que los derechos no son graciosamente concedidos, sino conquistados.

Sentíamos la ilusión de creer que podíamos cambiar el país para hacerlo más libre y más

moderno. Era un deseo generacional: cambiar una España autoritaria, casposa y cateta por una

país abierto a Europa, nuestro referente permanente de libertad y de democracia. Recuerdo nues-

tra primera visita a los coloquios de Historia Contemporánea que organizaba en la Universidad de

Pau, el profesor Manuel Tuñón de Lara.

Frente al silencio, la palabra. Frente al olvido, la palabra. Lo malo de la gente mala es el silen-

cio de la gente buena (M. Ghandhi). Los alumnos, ahora profesores, que compartimos sus enseñan-

zas en un momento especial de nuestras vidas y de la historia de nuestro país creemos en la pala-

bra y por ello escribimos estos testimonios, llenos de emoción, de cariño y con el deseo de que las

palabras nos sirvan para no olvidar a la gente buena. Y por eso deseo que estas sirvan de recono-

cimiento, homenaje y recuerdo de una persona: el profesor Juan José Carreras, con la que compar-

tí momentos de estudio, de trabajo, de vecindad, de pasión por la educación, por la política.

Asumiendo, como solíamos hacer en nuestras conversaciones de la esquina de la calle que

compartimos, que son necesarias en este momento nuevas maneras de hacer política, pero tam-

bién nuevas maneras de enseñar historia en nuestras aulas.

Y con la esperanza de que el camino que hace más de treinta años se nos abrió, siga siendo

un camino abierto a un mundo de solidaridad y de igualdad.

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Page 489: Razones Del Historiador

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Page 490: Razones Del Historiador

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Page 491: Razones Del Historiador

| 489

DATOS PERSONALES

• Apellidos y nombre: Carreras Ares, Juan José.

• Número de DNI: 443.747. Lugar y fecha de expedición:

Zaragoza, 10 de junio de 1987.

• Nacimiento. Provincia y localidad: La Coruña. Fecha: 9 de

agosto de 1928.

• Número de funcionario: AO 1 EC 1742.

• Domicilio: C/ Manuel Lasala, 30, 4.º dcha., 50009 Zaragoza.

• Telefono: 976 35 38 65

• Facultad: Filosofía y Letras de Zaragoza.

• Departamento: Historia Moderna y Contemporánea.

• Categoría actual como profesor: Catedrático desde 1 de

octubre de1980. Especialización (Código UNESCO) 550402.

TÍTULOS ACADÉMICOS

• Licenciado en Historia por la Universidad Complutense

de Madrid con Premio Extraordinario. Junio de 1950.

• Doctor en Historia por la Universidad Complutense de

Madrid con Premio Extraordinario. Septiembre de 1954.

PUESTOS DOCENTES DESEMPEÑADOS

1.10.1950-30.9.1954.

• Profesor ayudante de la Cátedra de Historia Antigua y

Medieval Universal de la Facultad de Filosofía y Letras

de la Universidad Complutense de Madrid.

• Premio Extraordinario de Doctorado: La Historia Uni-

versal en los Cronistas hasta Alfonso X.

1.10.1954-30.3.1958

• Profesor de Historia y Cultura Española en el «Englis-

ches Institut de Heidelberg (RFA)», donde además desa-

rrolló cursos de traducción de textos históricos.

1.4.1959-30.9.1965

• Lektor y Wiss. Mitarbeiter del Historisches Seminar de la

Universidad de Heidelberg, donde reorientó su especializa-

ción a la Edad Contemporánea bajo la dirección del Prof.

Curriculum vitae

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Page 492: Razones Del Historiador

JUAN JOSÉ CARRERAS ARES

490 |

Dr. Werner Conze, catedrático y director del Instituto de Historia Social. Participó en varios semi-

narios y fue ponente, entre otros, del primer encuentro entre historiadores de la DDR y de la BRD.

1.10.1965-30.3.1969

• Catedrático de Geografía e Historia en el Instituto de Enseñanza Media «Goya» de Zaragoza

(dedicación exclusiva).

2.4.1969-3.6.1969

• Profesor agregado de Historia Moderna y Contemporánea de la Facultad de Filosofía y Letras

de la Universidad de Granada (dedicación exclusiva).

4.6.1969-16.3.1977

• Profesor Agregado de Historia Moderna y Contemporánea de la Facultad de Filosofía y Letras

de la Universidad de Zaragoza (dedicación exclusiva).

A su cargo las asignaturas de Historia Universal Contemporánea, Historia de Francia e Historia

de Inglaterra, amén de cursos monográficos de doctorado especialmente sobre temas de Historia

e historiografía alemanas.

Encargado de la organización de las enseñanzas de la Cátedra de Historia Económica en la

Facultad de Ciencias Económicas y Empresariales, fundada en estos años en la Universidad de

Zaragoza, impartiendo docencia parcial de esta asignatura.

16.3.1977-23.3.1978

• Catedrático de Historia Contemporánea de la Universidad de Santiago de Compostela (dedi-

cación exclusiva) y director del Departamento de Historia Contemporánea. Impartiendo Me-

tolodogía de las Ciencias históricas.

23.3.1978-1.10.1980

• Catedrático de Historia Contemporánea de la Universidad Autónoma de Barcelona (dedicación

exclusiva). Impartiendo Historiografía en el Segundo Ciclo, y curso de doctorado sobre la mis-

ma materia.

1.10.1980-1.10.1998

• Catedrático de Historia Contemporánea en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad

de Zaragoza (dedicación exclusiva).

• Director del Departamento de Historia Contemporánea del 30.1.1981 hasta el 30.3.1993 (des-

de 1984 fusionado con el Departamento de Historia Moderna).

Hasta el curso 1983-1984, impartió Historia Contemporánea de España e Historia Contempo-

ránea Universal, a partir de esta fecha explicó Historiografía europea en el marco de la asig-

natura Historia de las Ideas Políticas, dirigiendo cursos de doctorado sobre la misma materia

en el Tercer Ciclo.

• Profesor emérito de la Universidad de Zaragoza, 1998-2003.

• Profesor extraordinario de la Universidad de Zaragoza, 2003-2006.

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Page 493: Razones Del Historiador

Currículum vitae

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ACTIVIDAD DOCENTE DESEMPEÑADA

• La correspondiente a los puestos docentes ocupados según la anterior relación, siempre en de-

dicación exclusiva. Además de las enseñanzas de Tercer Ciclo impartidas en los centros donde

ha estado destinado, ha sido profesor invitado para cursos de doctorado en otras Universida-

des: Alicante, Valencia, Madrid, Bilbao...

• Últimos cursos de doctorado en el Departamento de Historia Moderna y Contemporánea de la

Universidad de Zaragoza: programa de Doctorado: «Cuestión agraria y revolución burguesa»;

1992-1993, «El historicismo»; 1993-1994, «La prensa como fuente histórica»; 1994-1995, «His-

toria y Sociología: problemas de trabajo».

• Curso de doctorado en la Universidad Complutense de Madrid, 1993-1994, «La historiografía

alemana actual».

• Curso de doctorado en la Universidad del País Vasco, Bilbao, 1993-1994, «Teoría y narración

en la Historia».

• Curso de doctorado en la Universidad de Murcia, 1995-1996, «Las revisiones de la escritura de

la Historia».

• Conferenciante desde 1989 a 1995 en los Cursos de actualización para profesores de enseñan-

zas medias impartidos en el ICE de Zaragoza, así como en otros ICE de otras Universidades (San-

tander, Valencia).

PUBLICACIONES

LIBROS

• Escuelas y tendencias de la Historiografía actual, Santander, ICE, 1976, 37 pp.

• Razón de Historia. Estudios de historiografía, Madrid, Marcial Pons, Prensas Universitarias de

Zaragoza, 2000, 358 pp.

• Seis lecciones sobre historia, Zaragoza, Institución «Fernando el Católico», 2003, 97 pp.

TRABAJOS INCLUIDOS EN LIBROS

• «La Historia de Roma, de Mommsen», Prólogo al volumen II: De la Revolución al Imperio, tra-

ducción de A. GARCÍA MORENO, Madrid, Aguilar-Biblioteca Premios Nobel, 1960, pp. 11-20.

• «Bolívar: una biografía de Marx» en, VV.AA., Suma de Estudios en homenaje al doctor Cane-

llas, Zaragoza, Universidad de Zaragoza, 1969, pp. 249-258.

• «Categorías historiográficas y periodificación histórica», en Once ensayos sobre la Historia,

Madrid, Rioduero, 1976, pp. 49-77.

• «El historicismo alemán», en Homenaje a Tuñón de Lara, Santander, UIMP, 1981, vol. II, pp.

627-643.

• «Nacimiento y evolución de las ciudades: introducción», en Jornadas sobre el estado actual de

los estudios sobre Aragón, vol. I, Zaragoza, 1981, pp. 158-161.

• Breves textos sobre el marxismo y España, junto a José Luis RODRÍGUEZ y Carlos FORCADELL, Za-

ragoza, Servicio de Publicaciones del Ayuntamiento, 1983.

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JUAN JOSÉ CARRERAS ARES

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• «Escritos de Marx sobre España», en La revolución burguesa en España, Madrid, Universidad

Complutense, 1985, pp. 33-44.

• «La regionalización de la Historiografía: Histoire Regionale, Landesgeschichte e Historia regio-

nal», en VV.AA.: Encuentros sobre Historia Contemporánea en las tierras turolenses, Teruel,

Instituto de Estudios Turolenses, 1986, pp. 19-29.

• «Altamira y la Historiografía europea», en Estudios sobre Altamira, Alicante, Diputación / Uni-

versidad de Alicante, 1987, pp. 395-411.

• «La historiografía sobre la Revolución rusa», en La Revolución rusa 70 años después, León,

Universidad, 1988, pp. 205-221.

• «La idea de Europa en entreguerras», en Nosaltres els europeus, Valencia, Alfonso el Magná-

nimo, 1989, pp. 27-40.

• «Los fascismos y la Universidad», en La Universidad española bajo el franquismo, Zaragoza,

Institución «Fernando el Católico», 1991, pp. 2-25.

• «La idea de Europa en la época de entreguerras», en Europa en su Historia, ed. por Pedro RUIZ

TORRES, Valencia, 1993, pp. 81-95.

• «Economía e Historia», en Historia de Aragón II. Economía y sociedad, Zaragoza, Institución

«Fernando el Católico», 1996, pp. 9-22.

• «De la compañía a la soledad. El entorno europeo de los nacionalismos peninsulares», en Car-

los FORCADELL ÁLVAREZ (ed.): Nacionalismo e Historia, Zaragoza, Institución «Fernando el Cató-

lico», 1998, pp. 7-27.

• «El colonialismo de fin de siglo», en VV.AA., Los 98 ibéricos y el mar, vol. I: La península ibéri-

ca en sus relaciones internacionales, Fundación Tabacalera, Madrid, 1999, pp. 23-48.

• «Fin de siglo y milenarismos invertidos», en Ángel VACA (coord..): En pos del tercer milenio:

apocalíptica, mesianismo, milenarismo e historia. XI Jornadas de Estudios Históricos, Sala-

manca, Universidad de Salamanca, 2000, pp. 225-244.

• «El entorno ecuménico de la Historiografía», en Carlos FORCADELL e Ignacio PEIRÓ (eds.): Lectu-

ras de la Historia. Nueve reflexiones sobre Historia de la Historiografía, Zaragoza, Institución

«Fernando el Católico», 2001, pp. 11-22.

• «No hay muerte como el olvido: la historia regional alemana de entreguerras» en Miguel Án-

gel RUIZ y Carmen FRÍAS (coords.): Nuevas tendencias historiográficas e historia local en Es-

paña: Actas del II Congreso de Historia Local de Aragón, Huesca, Instituto de Estudios Altoa-

ragoneses, 2001, pp. 551-557.

• «El tiempo son las huellas: el tiempo de los historiadores», en Luis Antonio RIBOT, Ramón VILLA-

RES y Julio BALDEÓN (coords.): Año mil, año dos mil: dos milenios en la Historia de España, Ma-

drid, Sociedad Estatal España Nuevo Milenio, 2001, pp. 117-128.

• «Certidumbre y certidumbres: un siglo de historia» en, María Cruz ROMEO e Ismael SAZ (coords.):

El siglo XX: historiografía e historia. V Congreso de la Asociación de Historia Contemporánea,

Valencia, Universitat de Valencia, 2002, pp. 77-84.

• «El castillo de Barba Azul», en José Miguel LANA (coord.): En torno a la Navarra del siglo XX:

veintiún reflexiones acerca de sociedad, economía e historia, Navarra, Universidad Pública de

Navarra, 2002, pp. 19-24.

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Currículum vitae

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• «Edad Media, instrucciones de uso», en Encarna NICOLÁS y José A. GÓMEZ (coords.): Miradas a la

Historia. Reflexiones historiográficas en recuerdo de Miguel Rodríguez Llopis, Murcia, Univer-

sidad de Murcia, 2004, pp. 15-28.

• «Bosques llenos de intérpretes ansiosos y H.G. Gadamer», en Elena HERNÁNDEZ y María Alicia

LANGA (coords.): Sobre la historia actual: entre política y cultura, Madrid, Abada, 2005, pp.

205-227.

• «¿Por qué hablamos de memoria cuando queremos decir historia?», en Alberto SABIO y Carlos

FORCADELL (coords.): Las escalas del pasado. IV Congreso de Historia Local de Aragón, Huesca,

Instituto de Estudios Altoaragoneses-UNED Barbastro, 2005 pp. 15-24.

• «El compromiso con la paz de la Constitución Republicana», en Constitución: II República es-

pañola. 75 aniversario. 1931-2006, Zaragoza, Grupo Socialista de la DPZ, 2006, pp. 23-26.

• «Alternativas territoriales a los metarrelatos nacionales», en Carlos FORCADELL y María Cruz RO-

MEO (eds.): Provincia y Nación. Los territorios del liberalismo, Zaragoza, Institución «Fernando

el Católico», 2006, pp. 313-320.

• «La Segunda República española en la Europa de los años treinta», en Manuel BALLARÍN y José

Luis LEDESMA (eds.): Avenida de la República. Actas del II Encuentro «Historia y Compromiso.

Sueños y realidades para una República», Zaragoza, Cortes de Aragón, 2007, pp. 45-62.

ARTÍCULOS EN REVISTAS

• «Prusia como problema histórico. Sobre algunas publicaciones recientes», Hispania, vol. 27,

107, Madrid, CSIC (1967), pp. 643-666.

• «Marx y Engels (1843-1846): el problema de la Revolución», Hispania, vol. 28, 108, Madrid,

CSIC (1968), pp. 56-154.

• «La Gran Depresión como personaje histórico: 1875-1896. La era bismarckiana y las ondas lar-

gas. Estudio crítico de la obra de Hans Rosenberg: La gran depresión. Desarrollo económico,

sociedad y política en Europea Central: un estudio de las relaciones entre la situación econó-

mica y los intereses, ideas y comportamiento entre clases y grupos sociales», Hispania, vol. 28,

109, Madrid, CSIC (1968), pp. 425-443.

• «Pánico en Wall Street», Historia 16, 35 (1979), pp. 78-86.

• «El marco internacional de la Segunda República», Arbor (1982), pp. 36-50.

• «La confrontación», Historia 16, 69 (1982), pp. 58-67.

• «Los escritos de Marx sobre España», Zona Abierta, 30 (1984), pp. 77-92.

• «La idea de Europa entre las dos guerras mundiales», Annales: Anuario del Centro de la Uni-

versidad Nacional de Educación a Distancia de Barbastro, 2 (1985), pp.29-36.

• «La historiografía alemana del siglo XX: La crisis del Historicismo y las nuevas tendencias», Stu-

dium. Geografía, historia, arte, filosofía, 2 (1990), pp. 93-106.

• «Ventura del positivismo», Idearium. Revista de Teoría e Historia Contemporánea, Málaga

(1992), pp. 7-23.

• «Categorías históricas y políticas: el caso de Weimar», Mientras tanto, bimestral de Ciencias

Sociales, 44 (1991), pp. 99-111.

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JUAN JOSÉ CARRERAS ARES

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• «Teoría y narración en la Historia», Ayer. Revista de la Asociación de Historia Contemporánea,

12, Madrid, Marcial Pons (1993), pp. 17-29.

• «Introducción» y edición del número «El Estado alemán, 1870-1992», Ayer (1992).

• «La Historia hoy: acosada y seducida», en A. DUPLÁ y A. EMBORUJO (eds.): Estudios sobre Histo-

ria Antigua e historiografía moderna, Universidad del País Vasco, 1994.

• «España en la historiografía alemana», en La Historia en el Horizonte del año 2000 (Jerónimo

Zurita, Revista de Historia, 71), Esteban SARASA SÁNCHEZ y Eliseo SERRANO MARTÍN (dirs.), Zarago-

za, Institución «Fernando el Católico» (1997), pp. 253-267.

• «Distante e intermitente: España en la historiografía alemana», Ayer, 31 (1998), pp. 267-278.

• «¿Por qué falamos de memoria cando queremos dicir historia?», Dez.eme: revista de historia e

ciencias socialis de Fundación 10 de Marzo, 11 (2006), pp. 67-76.

• «Edad Media, instrucciones de uso», Jerónimo Zurita. Revista de historia, 82 (2007), pp. 11-26.

COMUNICACIONES Y PONENCIAS PRESENTADAS A CONGRESOS

• De la asistencia a Congresos y Coloquios en los que ha figurado como ponente, seleccionamos

las siguientes ponencias:

• «Marx über Spanien», Coloquio de Leipzig sobre las Revoluciones, Leipzig, 1982.

• «Revolución e historia en Marx», Coloquio de la Fundación F. Ebert, Valladolid, 1983.

• «Totalitarismo y crisis de la democracia liberal (1933-1945), UIMP, 1983.

• «Historiografía alemana actual», Simposio hispano-alemán de historia del siglo XX, Madrid,

CSIC, 1984.

• «La historia y las dictaduras», Deutsch-Spanisches Simposium, Mainz, 1986.

• «La historiografía europea sobre la Revolución rusa», II Coloquio de Historia Contemporánea,

Universidad de León, 1987.

• «Los historiadores y las dictaduras», Coloquio hispano-alemán, Mainz, 1987.

• «Concepto de la Revolución burguesa en la historiografía contemporánea», Seminario sobre

los orígenes de la España contemporánea, UIMP, La Coruña, 1987.

• «Las Revoluciones europeas en la Europa del siglo XX», Junio, 1989, UIMP, Santander.

• «Economía e Historia», Congreso Señorío y feudalismo, Zaragoza, Institución «Fernando el Ca-

tólico», 1989.

• «Historia y ciencia política», El siglo XX en la historiografía española. Cursos abiertos de la

Universidad de Málaga, Vélez-Málaga, 1989.

• «El concepto de revolución burguesa en la historiografía europea», Congreso los orígenes de

la España contemporánea: crisis del Antiguo Régimen y revolución, UIMP, La Coruña, 1989.

• «Las regiones en la Historia de Europa», XVI Congreso de la Asociación Española de Historia

Regional, San Sebastián, 1990.

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Page 497: Razones Del Historiador

Currículum vitae

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• «La historiografía alemana», Segundas Jornadas de Historia Contemporánea, Madrid, Biblio-

teca Nacional, 1990.

• «La Historia acosada y seducida», Estudios clásicos e historiografía, Vitoria, 1990.

• «Sobre los orígenes», II Congreso de Historia Contemporánea de Andalucía, Málaga, mayo, 1991.

• «Historia y Narración», Congreso de la Universidad de Valencia, 1992-1993.

• «La discusión del Método», Seminario en la Fundación 1.º de Mayo, 1993.

• «Teoría y narración en la historia», Coloquio de historiadores y filósofos, organizado en la Uni-

versidad de Valencia sobre Narración en la Historia, mayo, 1993.

• «Situación de la historia», Congreso La historia ante el siglo XXI, Santiago de Compostela, 1993.

• «La prensa como fuente para la historia reciente», Curso sobre Aspectos del nuevo currículum

en Ciencias Sociales: el mundo actual: enfoque y orientaciones prácticas, Ministerio de Edu-

cación y Ciencia-Universidad de Zaragoza, Huesca, 1994.

• «La II República y Europa», II Encuentro Historia y Compromiso, Zaragoza, Fundación Investi-

gaciones Marxistas-Universidad de Zaragoza, diciembre 2006.

CURSOS Y SEMINARIOS IMPARTIDOS

• Además de las enseñanzas de Tercer Ciclo impartidas en los centros donde ha estado destina-

do, ha sido Profesor invitado para cursos de doctorado en otras Universidades (Alicante, Va-

lencia, Madrid, Bilbao).

• Cursos de doctorado en el Departamento de Historia Moderna y Contemporánea de la Univer-

sidad de Zaragoza: programa de Doctorado: «Cuestión agraria y revolución burguesa»; 1992-

1993, «El historicismo»; 1993-1994, «La prensa como fuente histórica»; 1994-1995, «Historia

y Sociología: problemas de trabajo».

• Curso de doctorado en la Universidad Complutense de Madrid, 1993-1994, «La historiografía

alemana actual».

• Curso de doctorado en la Universidad del País Vasco, Bilbao, 1993-1994, «Teoría y narración

en la Historia».

• Curso de doctorado en la Universidad de Murcia, 1995-1996, «Las revisiones de la escritura de

la Historia».

• «Una recapitulación historiográfica», Totalitarismo y crisis de la democracia liberal (1933-

1945), seminario dirigido por M. Ramírez Jiménez, Santander, 1984.

• «La historiografía alemana en el siglo XIX», Curso Los historiadores y la ciencia histórica en la

época contemporánea, Colegio Universitario de Teruel, 1989.

• «Las revoluciones obreras», Seminario sobre la Europa del siglo XIX, UIMP, Santander, 1989.

• «Dos estados y una Nación», Jornadas sobre la Unidad alemana, Diputación General de Ara-

gón y Diputación Provincial de Zaragoza, mayo, 1990.

• «La idea de Europa en la época de entreguerras», Curs Nosaltres els europeus, VIII Universitat

d’estiu a Gandia, septiembre, 1991.

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JUAN JOSÉ CARRERAS ARES

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• «Una república insegura: Weimar», Seminaris d’actualitat juridica: la república de Weimar y

l’evolució de la ciència del dret, Generalitat de Catalunya, Gerona, 1994.

• «España en Europa», ciclo La España de fin de siglo vista por los historiadores, UNED, Zamo-

ra, 1993.

• «La idea de Europa entre dos guerras europeas (1918-1939)», ciclo De la toma de la Bastilla a

la caída del muro de Berlín (1789-1989), Colegio Libre de Eméritos y CAI, Zaragoza, 1995.

• «Historiografía alemana: la historia de España y los hispanistas», Simposium La historia en el

horizonte del año 2000: compromiso y realidades, Universidad de Zaragoza e Institución «Fer-

nando el Católico», 1995.

• «La historia en un mundo en transformación: del historicismo al impacto de las ciencias socia-

les», Curso España, 1808-1896: la lucha por la organización del Estado y la Sociedad, Minis-

terio de Educación y Ciencia y Universidad de Zaragoza, 1995.

• «La prensa en el cambio de siglo», Curso de Posgrado Cien años de periodismo en Aragón, Uni-

versidad de Zaragoza-Heraldo de Aragón, Zaragoza, 1995.

• «La política exterior de la Segunda República», Franquismo y transición, Curso de Verano de la

Universidad de Zaragoza en Jaca, 1995.

OTROS MÉRITOS DOCENTES Y DE INVESTIGACIÓN

• Organización de la docencia e investigación de la cátedra de Historia Económica de la Facul-

tad de Ciencias Empresariales de la Universidad de Zaragoza.

• Director de los Departamentos de Historia Contemporánea en Santiago de Compostela, y del

Departamento de Historia Moderna y Contemporánea de la Universidad de Zaragoza.

• Miembro de diversas comisiones, tribunales y delegaciones de las Universidades en las que ha

prestado servicio y en las que ha sido invitado.

• Miembro de varios Consejos de redacción de revistas de la especialidad, actualmente lo era de

Historia Contemporánea, Ideario, Studium, etcétera.

• Informador regular del Ministerio de Educación y Ciencia y del CSIC en relación con proyec-

tos de investigación.

• Participación como Presidente a propuesta de varias Universidades en tribunales de oposición

y tesis doctorales.

• Informante (tesis doctorales) de la Universidad de Leipzig Phil. Fakultät hasta el curso 1991.

• Coordinador en el Congreso La configuración jurídica-política del Estado liberal en España.

Huesca, 1986.

• Investigador del proyecto dirigido por el Dr. Forcadell, «Estado y sociedad civil: redes de poder

y control social en Aragón, 1890-1930», presentado a la DGES del Ministerio de Educación. En

la actualidad era director de varias tesis doctorales; de próxima lectura: Rafael Altamira, su

obra histórica, de Rafael ASÍN.

• Aparte de haber dirigido un gran número de trabajos de investigación (memorias de licencia-

tura y tesis docctorales) en otras Universidades, seleccionamos los títulos de las tesis doctora-

les dirigidas y defendidas en la Universidad de Zaragoza:

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Page 499: Razones Del Historiador

Currículum vitae

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• 3.2.1974. Estructuras familiares y sociedad tradicional en el País Vasco, Jesús ARPAL POBLADOR.

Apto cum laude.

• 27.6.1977. El movimiento obrero español ante la Primera Guerra Mundial, 1914-1918, Carlos

FORCADELL ÁLVAREZ. Apto cum laude.

• 19.12.1981. La cultura zaragozana en el primer tercio del siglo XX. La instrucción popular,

Enrique BERNAD ROYO. Apto cum laude.

• 10.11.1982. Elecciones y partidos políticos en Aragón durante la II República. Estructura eco-

nómica y comportamiento político, Luis G. GERMÁN ZUBERO. Apto cum laude.

• 21.10.1983. El carlismo vasco, 1876-1990, Javier REAL CUESTA. Apto cum laude.

• 7.12.1983. Anarquismo y revolución en la sociedad rural aragonesa durante la guerra civil

(julio, 1936-mayo, 1938), Julián CASANOVA RUIZ. Apto cum laude.

• 11.5.1984. A guerrilla antifranquista en Galicia, 1938-1964. A esquerda militante galega,

Bernardo MAIZ VÁZQUEZ. Apto cum laude.

• 3.10.1986. La historiografía en la España franquista, Gonzalo PASAMAR ALZURIA. Apto cum laude.

• 26.6.1987. La conflictividad social en Navarra durante la II República, Emilio MAJUELO GIL.

• 27.5.1988. La crisis del Antiguo Régimen en Aragón, Carlos FRANCO DE ESPÉS MANTECÓN. Apto

cum laude.

• 20.3.1990. El Ejército en la dictadura de Primo de Rivera, 1923-1930, Carlos NAVAJAS ZUBELDIA.

• 12.2.1990. Movimiento obrero en Zaragoza capital, 1914-1923, Laura VICENTE.

• 3.10.1990. El Sindicato Español Universitario: el SEU, Miguel Ángel RUIZ CARNICER. Apto cum

laude.

• 9.10.1990. La política exterior de Franco, 1938-1943, J.A. DURANGO. Apto cum laude.

• 15.9.1991. La Escuela de Comercio de Zaragoza: orígenes y desarrollo histórico, Jorge INFANTE

DÍEZ. Apto cum laude.

• 20.1.1991. La Rioja durante la Primera Guerra Carlista, José Luis OLLERO DE LA TORRE. Apto cum

laude.

• 20.3.1991. El franquismo: sociedad e instituciones en Teruel, Gaudioso SÁNCHEZ BRUN. Apto

cum laude.

• 20.9.1992. Profesores e historiadores de la Restauración: 1874-1900, Ignacio PEIRÓ MARTÍN.

Apto cum laude.

• 22.9.1993. Opinión pública y relaciones internacionales: la percepción de la política de ‘ap-

peasement’, Gema MARTÍNEZ DE ESPRONCEDA SAZATORNIL. Apto cum laude.

• La tesis de Ignacio PEIRÓ dirigida por mí, publicada con el título de Los guardianes de la His-

toria, Zaragoza, Institución «Fernando el Católico», 1995, forma parte de un programa de in-

vestigación sobre la historiografía española en el marco comparativo europeo, como indico en

el prólogo de esta obra, y cuya primera aportación la constituyó otra de las tesis efectuadas

bajo mi dirección, la de Gonzalo PASAMAR editada con el título de Historiografía e ideología en

la posguerra española. La ruptura de la tradición liberal, Zaragoza, Prensas Universitarias de

Zaragoza, 1991.

• Como prueba de coherencia de su labor universitaria, interesa significar que de los ocho pro-

fesores numerarios de su Departamento en Zaragoza, seis se han doctorado bajo mi dirección.

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Page 500: Razones Del Historiador

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Page 501: Razones Del Historiador

9 CARLOS FORCADELL ÁLVAREZ

Introducción:Razones para el recuerdode Juan José Carreras

31 EMILIO LLEDÓ

El río de la memoria

41 JOSÉ-CARLOS MAINER

Palabras leídasen el sepelio de Juan José Carreras

47 RAMÓN VILLARES

Juan José Carreras, el maestro discreto

59 PEDRO RUIZ TORRES

Juan José Carrerasy la historiografía contemporánea

71 IGNACIO PEIRÓ MARTÍN

y MIGUEL À. MARÍN GELABERT

De arañas y visigodos.La década alemana de Juan José Carreras

99 MIGUEL ÁNGEL RUIZ CARNICER

Asomado al exterior.Juan José Carrerasy la historia europea del siglo XX

107 GONZALO PASAMAR

Juan José Carreras,una vida para la historiografía(1928-2006)

129 CARMELO ROMERO

Humanidad y magisteriode Juan José Carreras

139 ALBERTO SABIO ALCUTÉN

De garajes pirenaicos,aprendizajes marxistasy antropología histórica alemana

159 MERCEDES YUSTA

¿Por qué decimos memoria históricacuando queremos decir memoria?

Índice

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Page 502: Razones Del Historiador

165 ENCARNA NICOLÁS

Un doble aprendizaje.Anotaciones sobre Juan José Carreras

177 JAVIER RODRIGO

Apostillas, magisterios, calcioy la dimensión europea del fascismo

189 GUSTAVO ALARES LÓPEZ

Juan José Carreras, coleccionista de piedras

197 ELENA HERNÁNDEZ SANDOICA

De Hans Rosenberg a Hans-Georg Gadamer.Mi memoria de Juan José Carreras

205 JAVIER UGARTE

A propósito de Seis lecciones sobre historiade Juan José Carreras

211 LUIS CASTELLS ARTECHE

La historia como actividad humana,como práctica

221 MANUEL PÉREZ LEDESMA

La historia hoy: ¿acosadora y seductora?

233 ISMAEL SAZ

Juan José.Una pequeña historia para un gran historiador

239 JUSTO SERNA

Una conversación con Juan José Carreras

245 CARMEN FRÍAS

De arquitectura y legados

251 EMILIO MAJUELO GIL

Juan José Carreras, una lección

259 BENNO HÜBNER

Recordando a Juan José Carreras

263 IGNACIO IZUZQUIZA

Sehnsucht: Juan José Carrerasy la nostalgia de Alemania.Una memoria personal

277 ISABEL BURDIEL

Con la monarquía a cuestas:la ardua travesía del progresismo isabelino

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Page 503: Razones Del Historiador

303 ELOY FERNÁNDEZ CLEMENTE

Lucidez y generosidad del historiadorque explicaba a Marx

321 JULIÁN CASANOVA

Los límites de la objetividady el desafío posmodernista

335 ANTONIO DUPLÁ ANSUATEGUI

Juan José Carreras,pionero de la historiografíade la Historia Antigua en España

345 GUILLERMO FATÁS

Al rescate de Voltaire

351 JAVIER MUÑOZ SORO

Juan José Carreras:de la tragedia e ironía de la vida(Breve reflexión sobre un maestro ágrafo,la guerra civil y el 56)

361 PALMIRA VÉLEZ

Historiografía americanista españoladel siglo XX.Unas reflexiones en homenajea Juan José Carreras

373 Luis GERMÁN ZUBERO

Coste de la vida y poder adquisitivode los trabajadores en Zaragozadurante el primer tercio del siglo XX

391 YOLANDA GAMARRA

El discreto despertardel derecho internacional:una mirada a la tradición vitoriana

405 ANTONIO NIÑO

Miradas españolas al modelo norteamericanoen el periodo de entreguerras

421 GLORIA SANZ LAFUENTE

Algunos condicionantesde la comunicación interculturalde los emigrantes españoles en Alemania.1960-1967

449 FRANCESC BONAMUSA

Juan José Carreras. Un recuerdo personal

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459 DAVID RUIZ

A Juan José Carreras,de un colega agradecido

465 LUISA GAVASA

Doctor Carreras

471 INMA BUJ

Veintidós años al lado de Juan José

477 ISABEL MARÍN GÓMEZ

H.J. Renner en la Escuela de Mandarines(Razones de historia.Presencia y memoria de Juan José Carreras)

481 MARÍA PILAR DE LA VEGA

Una historia compartida

487 CURRÍCULUM VITAE

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Este libro tituladoRazones de Historiador.Magisterio y presencia de Juan José Carrerasse acabó de imprimirel día 14 de abril de 2009en los talleres de Isac Artes Gráficassitos en la calle Carl Benzde la ciudad de Zaragoza

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UNIVERSIDAD DE ZARAGOZADpto. de Historia Moderna y Contemporánea

ASOCIACIÓNDE HISTORIA CONTEMPORÁNEA Carlos Forcadell Álvarez (ed.)

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Juan José Carreras Ares (A Coruña, 1928) fue catedrá-tico de Historia Contemporánea en la Universidad deZaragoza hasta su jubilación en 1998, obtuvo la con-dición de profesor emérito de la misma y falleció el 4de diciembre de 2006. Estudiante brillante y tempra-no opositor al franquismo, se doctoró en 1953 en laUniversidad Complutense de Madrid y comenzó en1954 una larga estancia de once años en la Universi-dad de Heidelberg, periodo en el que se encuentran lasclaves de su formación y de su posterior proyecciónacadémica, docente e investigadora en la Universidadespañola. A su regreso de Alemania obtuvo por oposi-ción la cátedra de Geografía e Historia del InstitutoGoya de Zaragoza en1965, fecha en la que dio comien-zo su vinculación a la ciudad de Zaragoza y a su Uni-versidad.

Juan José dejó profunda huella en sus alumnos y tuvo numerosos discípuloscuyo respeto intelectual y afecto personal no han hecho sino crecer con elpaso del tiempo. Tuvo un papel determinante en la renovación de la histo-riografía y del propio profesorado universitario durante el final de la dicta-dura y las primeras etapas de la democratización de la sociedad y la culturaespañolas, contribuyendo destacamente a disolver los controles e inerciascorporativas procedentes del régimen anterior. Para muchos el Dr. Carrerasha sido un maestro de historiadores y un auténtico maître à penser, desdesu dimension de intelectual crítico y de ejemplo profesional y cívico.

Al cumplirse un año de su desaparición, los días 13 y 14 de di-ciembre de 2007, tuvieron lugar unas jornadas concebidas bajoel título de Razones de Historia. Presencia y memoria de JuanJosé Carreras, organizadas por el Departamento de HistoriaModerna y Contemporánea de la Universidad de Zaragoza, laInstitución «Fernando el Católico» y la Asociación de HistoriaContemporánea. La convocatoria se propuso comenzar a regis-trar y organizar su herencia intelectual, profesional, humana,siguiendo el guión temático y metodológico que, con tanta dis-creción como eficacia, trazó para la docencia y la investigaciónhistóricas el profesor Carreras.

Este libro, Razones de historiador, recoge elresultado de aquel encuentro con el que sepretendía reconocer la influencia profesio-nal y personal de Juan José Carreras en laHistoria Contemporánea y en la Universi-dad. Sus cuarenta aportaciones, proceden-tes de once universidades, constituyen algomás que una miscelánea de textos y análi-sis dispersos; insisten en las múltiples carasy dimensiones de su magisterio, informal,humano, crítico, bondadoso, y configuranuna visión coral de su influencia y presen-cia en las aguas profundas de la profesióny la historiografía españolas.

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