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Prof. PIO EDUARDO SANMIGUEL A Psicólogo-Psicoanalista Universidad Nacional de Colombia e CAESALPINIA L. C. sepiaria Roxb. Leguminosae Zonas cálidas y unpicates dr. at-ibes hemisfunns 56 No. 4 AÑO MCMXCV U. NACIONAL DE COLOMBIA BOGOTA,D.C. L~ ! I on los desarrollos lacanianos que tan profundamente marcaron por exceso o por defecto el psicoanálisis durante la segunda mitad del siglo que se extingue, hay dos nuevas o renovadas preguntas que resulta obligado for- mular cada vez que intentamos abordar, con la mirada del clínico y del patólogo, la particularidad de un caso, la especialidad de una problemática o la especificidad de una estructura. Estas son: ¿cuál es el lugar del otro en la constitución y sostenimiento del sujeto?, valga decir, la jurisdicción del lenguaje y de su ley; y, ¿de qué manera se organiza en el cuerpo dicho concurso?, es decir, lo concerniente al síntoma. Las innumerables relacio- nes que es posible establecer entre estas dos preguntas a partir de la singularidad del caso, no deben cegar nuestro entendimiento a la evidencia que nos informa que el trasfondo de dichas articulaciones no es de tipo dialéctico sino positivo. El punto de irreductibilidad de estas dos preguntas en una sola señala lo que del cuerpo no se asimila en el lenguaje, dando lugar a lo que en psicoanálisis ha sido formalizado como goce. El análisis que sigue se halla atravesado por estas dos preguntas de manera que vectoricen productivamente la relectura comparativa de dos observaciones tantas veces interpretadas de la obra freudiana, con la pre- tensión final de enlazarlas con una psicopatología germinal de la adicción. Que mil y una veces se lo evoque tanto por escrito como en intermi- nables discusiones no exculpa aquí la labor de revisarlo una vez más para intentar una nueva construcción a la luz de nuestra reflexión. La redoblada importancia que este pasaje ha adquirido en los esfuerzos de múltiples pensadores cuando se quiere saber qué dijo o qué quería decir Freud no depende únicamente de la riqueza de contenido que este aparte por sí mismo ofrece, y obliga adicionalmente a recordar qué implicaciones tiene

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CAESALPINIA L.C. sepiaria Roxb.LeguminosaeZonas cálidas y unpicatesdr. at-ibes hemisfunns

56No. 4 AÑO MCMXCVU. NACIONAL DE COLOMBIABOGOTA,D.C.

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on los desarrollos lacanianos que tan profundamente marcaron por excesoo por defecto el psicoanálisis durante la segunda mitad del siglo que seextingue, hay dos nuevas o renovadas preguntas que resulta obligado for-mular cada vez que intentamos abordar, con la mirada del clínico y delpatólogo, la particularidad de un caso, la especialidad de una problemáticao la especificidad de una estructura. Estas son: ¿cuál es el lugar del otroen la constitución y sostenimiento del sujeto?, valga decir, la jurisdiccióndel lenguaje y de su ley; y, ¿de qué manera se organiza en el cuerpo dichoconcurso?, es decir, lo concerniente al síntoma. Las innumerables relacio-nes que es posible establecer entre estas dos preguntas a partir de lasingularidad del caso, no deben cegar nuestro entendimiento a la evidenciaque nos informa que el trasfondo de dichas articulaciones no es de tipodialéctico sino positivo. El punto de irreductibilidad de estas dos preguntasen una sola señala lo que del cuerpo no se asimila en el lenguaje, dandolugar a lo que en psicoanálisis ha sido formalizado como goce.

El análisis que sigue se halla atravesado por estas dos preguntas demanera que vectoricen productivamente la relectura comparativa de dosobservaciones tantas veces interpretadas de la obra freudiana, con la pre-tensión final de enlazarlas con una psicopatología germinal de la adicción.

Que mil y una veces se lo evoque tanto por escrito como en intermi-nables discusiones no exculpa aquí la labor de revisarlo una vez más paraintentar una nueva construcción a la luz de nuestra reflexión. La redobladaimportancia que este pasaje ha adquirido en los esfuerzos de múltiplespensadores cuando se quiere saber qué dijo o qué quería decir Freud nodepende únicamente de la riqueza de contenido que este aparte por símismo ofrece, y obliga adicionalmente a recordar qué implicaciones tiene

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para el pensamiento freudiano, parasu obra, el más allá del Principio delPlacer. No es un texto de doctrina sise tíene a bien entender por aquelloel lugar donde se plasma un conjuntode nociones que damos por verdade-ras y sobre las cuales avanzamos in-terpretaciones u orientamos la acción..Muy al contrario, constituye este lapiedra angular para desmontarla a laluz de la observación. El principio rec-tor de todo el edificio freudiano seráaquí cuestionado profundamente enla medida en que no parece concordarcon lo que ciertas observaciones coin-ciden en indicar como los derroteros delsujeto mismo, lo cual queda concisa-mente expresado en el título. Dicha re-visión no dejará de tener implicacionessobre la teoría en el sentido de una pro-funda reconceptualización más acordecon el sujeto que la determina.

Freud ' define lo observadocomo el primer juego, autocreádo, deun niño, sin detenerse a explicar quélo define como juego. Solamente re-mite la revisión bibliográfica sobre elasunto al esfuerzo de otro psicoana-lista que ya se ha tomado el trabajode analizar, a la luz de la teoría sobrela economía psicoanalitica en psicoa-nálisis, los intentos explicativos queotras teorías ofrecen sobre los moti-vos que llevan al niño a jugar. Puedecolegirse que ninguna de ellas prevéla ganancia de placer posible de estaactividad, y que en cambio, será jus-tamente sobre este punto que Freudcentrará su análisis apoyado en laoportunidad que se le presentó de re-alizar una observación más o menosprolongada sobre uno de sus nietos,de un año y medio de edad, con oca-sión seguramente de una visita a casade sus padres, que duraría varias se-manas. Traza el perfil de un niño queno da muestras en su desarrollo deninguna ventaja y subraya la buenarelación que mantenía con quienes se

1. FreudS.,Más Allá del Principio del Placer f1920J. EnSígmund Freud: Obras Completas. Vol. XVIII, BuenosAires: Amorrortu, 1976, pp. 7·62 (Cfr. particularmentepp. 14 a 16).

ocupaban de él, su juicio para obede-cer las prohibiciones de sus padres ysu calma para aceptar las prolonga-das ausencias de una madre conquien manifiestamente mantenía unarelación cercana y tierna.

Aunque el juego completo con-sistiese en arrojar un carrete asido deun cordel para luego recuperarlo,acompañándolo en orden de un "0-0-

o-o" y un "Da", el quid del análisis freu-diano consiste justamente en no per-mitir que dicha situación deslumbrehasta la ceguera la posibilidad de ex-traer en esta oportunidad la enseñan-za por vías de la paradoja. Nada másfácil que confirmar, si quisiésemos,que el principio del placer gobierna,también aquí, el suceder del juego(del juego del deseo), tal como reza ladoctrina. Bastaría con afirmar, talcomo lo hace el respondiente que elmismo Freud trae a escena, que juga-ba a la partida porque era la condiciónprevia de la gozosa reaparición, lacual contendría el genuino propósitodel juego. Es una explicación convin-cente si no fuese porque en verdad lafrecuencia con que el niño arrojabalos juguetes a lugares de difícil acce-so, valga decir, el playing gane queacompañaba de un "0-0-0-0", era in-comparablemente mayor, y que al es-cenificarse por sí solo implicaba unarepetición que no conllevaba el fin pla-centero que se supone intrínseco al"Da" de la amistosa reaparición delobjeto. Safouan anota que Freud mis-mo lo subraya, con lo cual no se com-prende por qué habría de considerar-se que el juego es el Fort-Da y noúnicamente el Fori, es decir, un juegode all gane. Fue el azar, dice, el quehizo que, entre aquellos juguetes queno usaba más que con ese fin, se ha-llara una bobina envuelta con un pio-lin, que le permitía halarlo después dehaberlo hecho desaparecer con grandestreza. Lo que se ha venido llaman-do "el juego del Fort-Da" no es más

2. Safoaun M., L 'échec du príncipe du plaisír. París:Seuíl, 1979. Cfr. Cap. V.

que una modificación accidental deljuego de "botarlo todo lejos", que sólola estructura del juguete hizo posíble''.

La acotación no resulta anodinay obliga a responder a la siguiente pre-gunta: si el reencuentro con el objeto noexplica el juego, qué lo explica?, o dichoen términos del principio del placer,¿cuál es entonces la ganancia queacompaña dicha actividad si la hay, y sino la hay, cuál es su resorte, principio omotor? Es la pregunta que Freud deci-de esta vez afrontar con su reflexión.

Conviene aquí subrayar, comotambién lo hace Safouan, que lo quemás debe sorprendernos de esta ob-servación es que un niño de esta edadno se angustie ni presente reaccióndiferente a la placidez con la que Hansacogía las partidas de su madre. So-bre este punto, remítase el lector alsucinto pero consistente análisis deldesarrollo del niño que hace este au-tor en la obra a la que vengo haciendoreferencia; y que le permite esbozarel momento en el que se encuentra elnieto de Freud: lo cual implica pregun-tarse por las particularidades de la re-lación madre-hijo y de la objetivacióndel sujeto en la imagen del cuerpo.

Intentaremos abordar aquí di-chas particularidades unicamente apartir de lo que nos informa el recuen-to freudiano, concentrando nuestraatención sobre el contenido de la notaa pie de página, adjunta a manera deampliación de su interpretación.Cuenta Freud que en alguna ocasión,habiendo estado ausente la madredurante muchas horas, el niño habíaencontrado un medio para hacersedesaparecer a sí mismo. Descubriósu imagen en el espejo del vestuario,que /legaba casi hasta el suelo, y lue-go le hurtó el cuerpo de manera talque la imagen del espejo "se fue". Yal regreso de su madre la recibió conun "Bebé-o-o-o-o". Como sabemospor los desarrollos lacanianos sobreel estadio del espejo, para que un niñollegue a tener la posibilidad de sus-traerse a la imagen del espejo, es ne-cesario que antes de ello haya queda-

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do fijado a esa imagen, en un procesode reconocimiento de la suya propiaque pasa por la del otro, muy particu-larmente la de su madre. Esto nospermite decir que Hans no es ya elniño absorto en el reconocimiento aperpetuidad de la imagen de su ma-dre, que hace que una vez que eseobjeto libidinal ha sido fijado como ob-jeto amoroso, se presente una reac-ción de angustia cada vez que se au-senta. Una vez que el sujeto seintroduce estructuralmente a la sepa-ración entre su imagen y la del otro, loque no soporta es su reaparición enla imagen especular pues es allí quecorre el riesgo de ser engullido en elOtro. Por eso a lo que juega Hans esa hurtarse él -como interpreta tanprecisamente Freud-, haciendo de-saparecer la imagen del espejo. Estaes una de las grandes paradojas apa-rentes que este caso ayuda a resolverpor las preguntas que plantea: si unniño de ocho meses se angustia antela prolongada ausencia de su madreo ante la aparición de una cara que noes la de ella, es porque su ser depen-de unicamente del amor del Otro, einversamente, él es objeto sólo en lamedida en que es objeto amado porel Otro; distinta es la situación de unniño sólo un poco mayor, que ha ad-quirido una imagen de si mismo queya no es la de ningún otro (sin olvidarpor ello que esa imagen la extrajo jus-tamente de ese Otro). Un niño en estasituación se angustiará, no ya ante laausencia de su madre simbólica, sinoante su inminente reaparición, queponga en peligro la disolución de sucuerpo en el cuerpo del Otro. Estaperspectiva permite, por fin, entenderese Bebé-o-o-o-o, no tanto como lasimbolización de la ausencia de la ma-dre, sino como el significante con el cualHans mismo hurta su cuerpo al goce deese Otro que acaba de llegar. A cambiode la angustia aparece el juego de Fort,verdadera puesta en marcha de la ma-quinaria simbólica que finalizará dandosu justo lugar a la madre, no ya comosimbólica sino como real, y trocando el

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objeto real que es el niño, en un objetosimbólico 3.

Cedo aquí la palabra a la clari-dad conceptual y de exposición de unSafouan.

"A menudo se describe ese juegodiciendo que el niño simboliza la au-sencia de la madre. Esta fórmula,sin ser inexacta, tiene el inconve-niente de sugerir que el niño capta-ba ya antes del juego la ausencia dela madre como tal; y que lo que per-mite el juego consiste unicamenteen hacer que esta ausencia halle susímbolo en el vocablo "Fon" (estcomo la madre misma se halla sim-bolizada por el objeto expulsado); yque luego, debido a la estructura bi-naria del significante, el 'Fort" aca-rrea el "Da'; de donde resulta la al-ternancia de la aparición y de ladesaparición. Si esta descripciónfuese correcta, la ausencia sería,conforme al mito bfblico de la nomi-nación, una cosa con la cual el niñoestaría en contacto inmediatamen-te, sin intervención del significante,y recibiría de esta intervención la es-tructura de oposición en la que seestablece el vínculo necesario de laausencia con la presencia. Pero sinduda la fórmula misma que utiliza-mos para describir aquello de quese trata, compuesta forzosamentede elementos discretos como todoaquello que se articula en el ordendel significante, nos induce a formu-lar hipostáticamente la ausenciabajo la forma de un sustantivo: de lamisma manera que la madre, diríayo; un sustantivo al cual se le apli-caría, secundum rem, la operacióndesignada como "simbolización".De esa manera, concebimos la es-cena como si se tratara de un niñoque ya tiene la capacidad de pensar"ausencia", de responder a la pre-gunta "dónde está tu madre" con un"ausencia" o con un "no está acá",cuando en realidad se trata de unniño que sólo ha llegado a la inter-jección: "0-0-0-0",

No dudamos, nosotros, que antesde inventar ese juego, el niño ya sehabía percatado perceptivamentede la ausencia de su madre; peroesta percepción no constituye aún

3. Cfr., Lacan J., El Seminario, libro 4: la re/ación deobjeto f1956·1957). Barcelona: Paidós, 1994. Cap.IV.

un aislamiento de la ausencia mis-ma entendida como ese cuerpo deotra parte en donde todo aparece opuede desaparecer, sino del quetodo surge o puede eventualmentesurgir, puesto que lo que allí desa-parece no puede quedar por elloabolido. En otras palabras, hastacuando se desencadenó el juego, laausencia de la madre constituíacomo un hueco en el campo percep-tivo, al que el niño no dejaba de re-accionar; lo que aún le faltaba alniño y que constituye el paso fran-queado en el juego, era el aisla-miento o la abstracción de ese hue-co mismo como el lugar en el quetodo puede engullirse: todo, sin ex-cepción de sí mismo; un lugar dondela cosa o la imagen especular de lacosa, conserva una permanenciaque lo separa de los accidentes dela aparición y de la desaparición.Por eso ese juego es ante todo unjuego de Fort (...) No se trata de unaestructuración significante de la au-sencia, sino de la apertura previa deese campo de la ausencia en la que"ser" se disocia de "ser percibido", ydeviene más bien sinónimo de "serpensado". Lo que logra el niño en eljuego no es sólo la adquisición deuna representación particular, eneste caso la de la ausencia (que, encuanto tal, no podría separarse dela presencia); lo que adquiere es loque podría llamarse la repre-sentación pura, o también, la reere-sentación de la representación '.

La objetivación que la imagendel cuerpo otorga no basta por si solapara ofrecerle al sujeto una perma-nencia más allá de su desaparición oreaparición, gobernada por el otro. Esnecesario que ese sujeto Hans tomea cuenta propia la tarea de la desapa-rición, no en el juego de mover un es-pejo para que su imagen no se veaallí, sino a través del significante quelo acompaña; este movimiento haciael significante, en el que Lacan reco-noció desde el comienzo el masoquis-mo primario, es el único que le puedepermitir al sujeto transformar esecampo en el cual él no era más queobjeto sometido a las vicisitudes delafuera. Pasa de pasivo a activo, com-

4. Op. cit., pp.75· 76. La traducción es mía.

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pletando así su subjetivación a partirdel momento en que su presencia,distanciándose de la mortal especula-ridad, conserva una traza más allá desu desaparición". Bebé-o-o-o-o" es elsujeto que se introduce como muertoen el juego que a partir de entoncesse abre para el ser.

Sí resulta importante subrayarque no es un juego apropiado por imi-tación y que desde luego, en dichoproceso el lugar que ocupa el Otro re-sulta siendo de extrema importancia.Si Freud afirma no interesarle que elniño mismo lo inventara o se lo apro-piara a raíz de una incitación (exter-na), esto puede ser entendido, en elmejor de los casos, como un recono-cimiento a la franquicia con la que elsujeto emprende su denodada activi-dad 5, pero ello no podría opacar laperspectiva que nos ha traído hastaeste punto: es inobjetable que el lugardel Otro está determinando radical-mente su ejecución, en su contenidoy en sus tiempos, verbi gratia, unamadre que, habiéndose ocupadotiernamente de los cuidados de suhijo, que no sólo lo había amaman-tado por si misma, sino que lo habíacuidado y criado sin ayuda ajenaempieza a ausentarse durante ho-ras, podría explicarnos este juego ysu tan temprana aparición en Hans.Es, como se ve, y a rebours de laspalabras mismas, una introducciónde la función padre.

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También otro niños arrojan ob-jetos ... Transcribe Freud el relato quehace Goethe de un episodio de su ni-ñez más temprana, en el que éste seempeño, ante la incitación de los ve-cinos, en arrojar toda su vajilla de ju-guete por la ventana, y luego tambiéntoda la vajilla de la cocina a la quepudo tener acceso, hasta que alguien

5. Unica interpretación que permite explicar a su vezel adjetivo autocreado.

apareció para impedir y aetenoet". Elsentido de este relato, por si mismo,le era inaccesible a Freud, a pesar desaber que bien podía ser consideradocomo un recuerdo encubridor de con-siderable valor para esclarecer as-pectos importantes de la vida anímicade un sujeto. Como no disponía de laposibilidad de anteponer un recuerdodel mismo Goethe a este relato, Freudprocede de manera diferente. Relatael caso de otro paciente que le cuentaalgo tan similar al episodio de las va-jillas, que una vez dilucidadas --conayuda de la asociación libre-, las mo-ciones que llevaron a éste a actuar deesta manera (el deseo de eliminar alintruso hermano), procede a interpre-tar el recuerdo infantil de Goethe enel mismo sentido, buscando los datosque en la biografía del pensador pu-diesen corroborar dicha hipótesis. Elprocedimiento freudiano busca sabersi puede hacerse una generalizaciónque le permita formular la ecuación:"arrojar objetos por la ventana es iguala reacción ante un molesto hermanoque nace". A continuación transcribetanto el relato de otro de sus pacientescomo otras dos observaciones que lapsicoanalista Hermina von Hug-Hel-muth puso a su disposición.

La interpretación de Freud esinobjetable si suponemos que uncaso, o varios, explican otros por ge-neralización. En el juego de su nieto,la explicación no requiere más que delas palabras asociadas a la observa-ción, que abren sobre una preguntaque cuestiona todo el aparataje teóri-co, obligándolo a transformarse. Eneste caso, la generalización es ejerci-cio que comprueba y fortalece el cuer-po teórico adjuntando pruebas quesolidifican y magnifican el cuerpo teó-rico. Es ejercicio institucional que ex-tiende las fronteras de la explicación.Pero es en esa perspectiva mismaque su explicación yerra el nódulo dela historia. Veamos:

6. FreudS., Un recuerdo de infancia en Poesía y Verdad(1911J. En: Sigmund Freud: Obras Completas. BuenosAires: Amorrortu, vol. XVII, 1976, pp. 141·150.

Para los fines de su interpreta-ción, Freud explica que la incitaciónexterna no encierra tampoco aquí,mayor importancia porque es segun-da en relación con el acto mismo dearrojar la vajilla rompiéndola. Lo queexplica cuál es el interés de Freud,pero deja sin explicación el relato deGoethe. Es cierto que decir que noobtenía nada más de sus juguetespuede ser entendido como un intentopor explicar el origen de un acto alcual en realidad Goethe no le hallaexplicación, pero esto no explica a suvez la función de la incitación de esoshermanos en el relato. No obstante,podemos decir que esta parte pareceno solamente importante para la salde la historia, sino imprescindible enel nódulo de la escena que él trata dedescribir. No hay, desde este punto devista, más relación entre este relato ylos otros que cuenta Freud que los dela expulsión de objetos afuera, a unafuera radical. Pero no hallamos enello ni la incitación, ni lo irrefrenablede un acto que se repite, ni la ausen-cia de un otro interdictor.

Este es el punto donde divergenradicalmente nuestras historias, ofre-ciéndonos por ende la particularidadde esta. Si quisiéramos hallar relatoscomparables al que aquí nos ocupa,tal vez convendría más evocar las tan-tas ocasiones en las que un niño, deedad que podemos considerar más omenos equivalente a la de nuestro jo-ven Goethe, es inducido por otro, mu-cho mayor que él, a llevar a cabo ac-tos que el provocador mismo reco-noce como prohibidos en algún senti-do. A menudo se trata sencillamentede repetir expresiones soeces, y enotras de realizar algún acto aisladoigualmente prohibido por otro (dibujaren un muro, romper objetos, golpearalgo, o también arrojar objetos, sonejemplos de una lista que aunque ex-tensa, no por ello es ilimitada). Dichoaliento desemboca en una repeticiónirrefrenable del acto a la que ya losincitadores no pueden poner coto, yque finaliza irremediablemente, una

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vez que aparece alguien que decideimprimir todas sus fuerzas en la tareade sujetar al niño, en una larga rabie-ta. En no pocas ocasiones también,anteceden a este final una serie deintervalos en los que el pequeño suje-to, habiéndose ya detenido en su in-saciable repetición, retoma repentina-mente su acto, obligando a los pre-sentes a intervenir nuevamente. Sientre estos últimos se hallan los esti-muladores mismos, no dejaremos deobservar una serie de miradas que enel niño predicen la reaparición de suconducta, correlacionadas invariable-mente con el hecho de que en el adul-to -y esto es lo más importante- noconcordarán su intención explícita defrenar el acto con la expresión de con-tento que sus gestos y aún su incon-tenible risa denuncian.

No resulta necesario aquí, en miopinión, buscar ejemplificacionesconcretas de esta situación. Cada lec-tor podrá seguramente hallar con graninmediatez en su recuerdo, ocasionesen las cuales él mismo estuvo en unode los tres lugares que quedan aquíseñalados: el niño, el incitador o el ter-cero prohibidor. Se entiende que el re-lato de Goethe se aproxime más a laestructura de estas observacionesque a las que el mismo Freud propo-ne, puesto que en su análisis, sola-mente el niño aparece, mientras queel incitador y el interdictor no son con-siderados. Inversamente al énfasisfreudiano, interesa más aquí la incita-ción externa misma que la preguntapor si el acto es espontáneo o no ensu inicio aunque, por lo demás, ello nodeje de conservar una cierta impor-tancia en sí. Asimismo, no es este unjuego de Fort implícito, como quierehacerlo aparecer Freud al referirlo ensú análisis del juego de su nieto comootro ejemplo de niños que expresansus mociones hostiles arrojando obje-tos, venganza contra aquel que hapartido"

7. Resulta necesario hacer la siguiente aclaración: si setoma aisladamente el primer acto de Goethe, de botar a

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Subrayemos que se trata de unsujeto que ya ha pasado por el estadiodel espejo y que se ve enfrentado aun adulto que en la solicitud que ledirige, lo desujeta del significante dela ausencia en el que ya hacía perdu-rar su representación, urgiéndole unaproducción de goce que, evidente-mente compromete su cuerpo (... mealborozaba y batía las palmas de ale-gría). Se trata, a todas luces, de unrasgo perverso del padre, que juegacon los límites de lo prohibido y con laprohibición de goce en el otro, del cualél mismo se alimentará hasta el fin desus días ("Otro!", "Otro más!", excla-maban los von Ochsenstein a medidaque el pequeño botaba todas las pie-zas de la vajilla por la ventana, y este,radiante de poder proporcionarles esecontento, continuaba lanzando aúnlos platos de terracota de la cocina,dado que aquellos hermanos nuncase daban por satisfechos).

Lo que Goethe ejemplifica es elpunto donde él es juguete del capri-cho del Otro, sin poder escapar a di-cha situación. ¿Y cómo escaparíaacaso con un simple "no lo hagas", sijustamente se halla frente a otra or-den, aún más feroz: "Hazlo!,,?8. Aquílo que queda de relieve es el goce,pero en tanto goce del Otro. Goce deun padre que se la quiere dar de vivo.No hay que subrayar tanto que el niñosepa o no que está haciendo algomalo que merecerá una reprimendade los adultos, como sí argumentaFreud, sino que el adulto sí sabe, ocree saber, que está haciendo algoprohibido. De igual forma podemospermitirnos no tomar al pie de la letrael relato mismo de Goethe y conside-rar que ese regocijo inicial suyo alarrojar la primera pieza a la calle, noes primero sino segundo en la suce-

un afuera radical un objeto, Freud tiene toda la razón.Pero debe subrayarse nuevamente que ésta no essino una parte del relato: la que concierne al actomismo y al objeto en cuestión.a. Orden cuya condición imperativa se halla fundadaen el filo de la voz; ésta determina el carácter irrefre·nable del acto.

sión real de los hechos, pero que sumemoria, afectada por el orden de lomítico -que acostumbra referir en elorigen algo que en realidad no es másque efecto-, lo ubica en el principio ycausa de lo que sucederá. Tampocoentonces el contento del niño al ha-cerse pedazos los objetos es necesa-riamente una acción placentera ya ensí misma, como lo admite Freud sindiscusión. Desde la perspectiva queaquí desarrollamos, ese gozo es gocedel Otro en el cuerpo del sujeto; pro-ducido por la ingerencia de la incita-ción superyoica de un padre que, in-duce un cortocircuito sobre laeventual aparición de un Fort, o sobrela Ausstossung que allí se gesta. Nocambia nada que el adulto sea el inci-tador primero, puesto que de todasmaneras, como ya hemos revisado, elresultado para el sujeto es el mismo:una desujeción respecto del signifi-cante y una mancipación del cuerpotodo al goce del Otro.

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Quiero plantear ahora, a mane-ra de conjetura, que este recorridonos permite adelantar algunas espe-culaciones sobre la génesis de lasadicciones. Partiré de las similitudesque presentan. Primero, es innegableen ellos el carácter irrefrenable delacto. Segundo, la insaciabilidad quepodemos siempre deducir de su repe-tición. En tercer lugar, podría suponertambién un estado de conmoción cor-poral directamente relacionado con elobjeto en cuestión, aunque este puntosupone un estudio con datos clínicosque aporte elementos para dilucidarla función del objeto en las diversasadicciones. Si el objeto representa,como en el Fort-Da y en Goethe "alque se va", en las adicciones resultasiendo "quien debe irse" pero que, de-bido al paradójico lugar que el Otroocupa, termina siendo, por ejemplo,ingerido o acumulado, creando así la

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tan citada dependencia. Pero lo quehabría que entender aquí es cómo ladependencia objetal resulta siendo,paradójicamente, tabla de salvamen-to para no sumergirse en las faucesdevoradoras de ese padre, al mismotiempo que vía obligada que conducea la emergencia del cuerpo gozantedel Otro en el cuerpo del sujeto. En larelación especular en la que quedaatrapado nuestro sujeto, podemos en-tender cómo "ingerir un objeto", porejemplo, es equivalente a ofrecer unobjeto al goce del Otro, pues no debeolvidarse que el cuerpo gozante escuerpo del Otro. Se trata entoncespara el sujeto, de crear una distanciasalvadora para "entregar un objeto"en vez de "entregar su ser" al goce deese otro devorador. En últimas, no esnada diferente en su mecanismo fun-damental a la inmolación de un objetode sacrificio a cambio del ser mismo,que se le preserva así de desapareceren la nada absoluta de ese campoque aquí es el campo del Otro.

Si esto es así, podríamos igual-mente suponer, como causa de lasadicciones, el mismo lugar del Otro queaquí hemos ya analizado, y la mismasolicitud. No sería extraño que un estu-dio de dichos rasgos en la cultura ofre-ciera mayores avances por esta vía,permitiéndonos plantear que en su fun-damento hemos de suponer un rasgoperverso del Otro de la cultura.

Debo agradecer a uno de miscolegas el haber llamado mi atenciónsobre un fragmento asociativo delsueño de la monografía botánica, queconstituye tal vez la única prueba clí-nica de que dispongo actualmente enfavor de estas ideas, proveniente jus-tamente del material biográfico infantilque Freud nos legó en Die Traumdeu-tung. Cuenta que en alguna ocasión,a los cinco años de edad, su padre sedivirtió ("tuvo la humorada", traduce L.L. Ballesteros) entregándoles, a él y ala mayor de sus hermanas (de tresaños de edad), un libro con láminasde colores para que lo destrozaran.En su recuerdo? se ve dichoso desho-

[ándoio junto con su hermana. Halla-mos en esta primera parte del relatouna ejemplificación donde puedendistinguirse los dos elementos arribaaislados: un padre que invita a realizaralgo prohibido y que se satisface enello, y un hijo que se alboroza en larealización repetida (arrancar hojatras hoja) del acto al que se lo impele.

Para mi sorpresa Freud conti-núa el relato con las asociaciones quehablan justamente en favor de la tesisque aquí he adelantado: la posicióndel padre habría estado en la génesisde su adicción'? a coleccionar y po-seer libros: "Después, siendo estu-diante, se desarrolló en mí una predi-lección franca por coleccionar yposeer libros (...). Desde que comen-cé a reflexionar sobre mí mismo, hereconducido siempre esa primera pa-sión de mi vida a aquella impresióninfantil; mejor dicho: he reconocidoque esa escena infantil es un "recuer-do encubridor" de mi posterior biblio-

9. Es el único recuerdo plástico de su temprana in-fancia: lo mismo que para Goethe.

10. Freud habla de pasiones y no de adicciones. Elcaracter acumulativo del objeto y su imposibilidadpara detener la compulsiva adquisición de libros másallá de sus posibilidades económicas me parece queautoriza a conservar el segundo.

11. Existe además una asociación anterior sobre laspropiedades anestésicas de la cocaína, sobre su tan-tasía de ser operado después de la introducción decoca/na, que lo remitió enseguida a la ocasión en quesu padre, que iba a ser operado, fue anestesiado condicho alcaloide. Cfr. Freud S., la Interpretación delos sueños (IBOOl. En, Sigmund Freud: Obras Com-pletas. Buenos Aires: Amorrortu, Vol IV, 1976, pp.186 Y ss.

12. Cfr. Safouan M., Hommes et Femmes: un pointde vuepsychanalytique. En:Analogies. Textos de lasintervenciones presentadas durante la jornada delllde diciembre de 1983 en Paris, cuyo tema era: Psi-coanálisis y Enfoque Familiar Sistémico.

13. "... en el momento actual, cuando lo que IvanIIlich llamaría el mercado del saber está en trance desustituir al mercado del trabajo, y las categorías deedad a la división entre los sexos, cuando la sstistsc-ción de las demandas se le confía cada vez más aempresas de manera tal que su éxito puede ser objetode una técnica, podemos preguntarnos lo que será elmundo cuando un nuevo mandamiento haya declara·do al niño y el adulto, una sola carne". Safouan M.,Op. cit. La traducción es mía.

GENETICA DE LA ADICCION: ESTUDIO TEORICO

filia. Desde luego, también muy pron-to supe que las pasiones (Leidenschaf-ten) fácilmente nos hacen padecer (lei-den). A los dieciséis años llegué a teneruna respetable deuda con un librero,pero no los medios para saldarla, y mipadre apenas admitió como disculpaque mis inclinaciones no me hubieranhecho caer en algo peor"!',

Tal vez sea tiempo ya de pre-guntarse seriamente por el lugar queocupa el niño en la familia occidental,empezando por unirn~s a las vocesque interrogan la tendencia de ciertosautores a considerar el advenimientode la familia nuclear moderna comoun progreso 12. El nacimiento de la fa-milia moderna tuvo lugar justamentecon su recentramiento en torno al niñocomo centro de la organización fami-liar, nos recuerda Safouan, lo que noha dejado de tener implicaciones pro-fundas sobre el peso que este carga,en la medida en que ha sido designa-do como objeto de don y por endecomo un ser enteramente sometido alejercicio del poder del padre. Dichasituación lo condena igualmente amantener la familia unida en el ideal,lo cual justamente lo ubica en una ex-traña situación, propicia para el adve-nimiento de la violencia infantil13.

Esta situación nos impele a noabandonar este texto sin antes expo-ner lo que nos sugiere este trabajo anivel de la intervención terapéutica: talvez la prohibición del tercero no debe-ría ir dirigida al sujeto desbocado ensu galopante cuerpo, sino al Otro!,única prevención posible '1-'

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