Pan Sobre Las Aguas - Alef Guimel

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Pan sobre las aguas Álef Guímel 1989

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8 Prosas y Poemas, 1ra Edición: 1989

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Pan sobre las aguas

Álef Guímel 1989

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Capítulo 1

¡BUENOS DIAS COLIBRÍ!

Al retomar el hilo de la vida cada mañana, me llena de regocijo el saber que estas allí, libando, el néctar escondido, y lista para sorprenderme en cualquier recodo. Jamás dejas de asomarte a mis mejores momentos durante el día, y siempre te encuentro en el hueco de mi almohada, lista para compartir mis últimos pensamientos en la noche.

Me miraste extrañada cuando te llame Colibrí, porque tu verdadero nombre es Inspiración. Quiero darte un apodo cálido, íntimo y exclusivo, ya que todo lo que nos une es también íntimo, cálido, exclusivo.

¿Por qué te doy un apodo? Bueno, tu nombre, Inspiración, es demasiado serio, y esta un poco ajado a causa del abuso que han hecho de el los que han querido añadir brillo a su personalidad jactándose de haberte dominado. Los mejores diccionarios te definen como entusiasmo creador; el estimulo que eleva la emoción y el intelecto a las mas altas posibilidades de logro. Para mi eres eso y mucho mas. Te hiciste querer porque nunca asumiste aires de victimaria ni de tirana como algunos poetas te atribuyen, hablando de la angustia de no ser ni sentir como el vulgo. En mi vida, supiste relegarte a un segundo término, y nunca intentaste quitarle el lugar a las cosas primordiales. Me hiciste diferente, pero no superior a mis semejantes. Nunca me vendaste los ojos para que no viera la gran variedad de buenas cualidades en que ellos me superan. Te estoy agradecida por ese equilibrio, porque eres un elemento estabilizador, lejos de producir agitación y desconcierto.

Es verdad, algunos me han criticado por haberte dado albergue y cuidado maternal. Tuve que aprender que el privilegio de poseerte no es reconocido por todos. Tu lugar hay que defenderlo con lucha, y tu jardín hay que fertilizarlo con lágrimas.

Leí un artículo sobre los colibríes que me hizo pensar. Sus características corresponden muy bien con las tuyas. Sus colores hermosos y brillantes atraen la mirada.¿Acaso tu , no llenas de colorido mi vida? El pico largo y fino de los colibríes

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extrae el néctar de las flores, como tu lo extraes de los hechos de los recuerdos del interior oculto de las personas que con un rostro indiferente defienden sus sentimientos para no exponerlos al juicio de los demás. Los colibríes se mantienen en el aire, batiendo velozmente sus alas mientras liban. Tu como ellos, querida inspiración, no necesitas apoyarte en algo material para efectuar tu obra. El colibrí pesa tan poco, que se le llama” pájaro mosca”. Algunos pesan apenas dos gramos. En cuanto a ti, tu peso jamás me ha molestado; cargarte sobre mis hombros ha sido la mejor forma de evadir otros pesos. Eres igual que el corazón. A veces ni recordamos que lo tenemos .Pasa inadvertido si nada lo agita, pero en el momento preciso, da señales de estar en su lugar.

Además de todo eso, algo me sorprendió grandemente. Aprendí que el colibrí es el único pájaro que puede volar hacia atrás. Esa es justamente una de tus cualidades que más valoro: tu facilidad para volver al pasado y extraer la esencia de lo que ya se ha transformado en nostalgia o en historia

¡Tengo tanto que agradecerte! Aún palpita en mí la fascinación de nuestros primeros encuentros, tu timidez de entonces, tus susurros, tus furtivas apariciones, y más tarde, tu clara y completa identificación.

Eres la única criatura existente que puede empujar las paredes de mi pieza hacia el infinito. Eres la única que puede cambiar todas las cosas de lugar y volver a colocarlas como estaban antes; y por supuesto, eres la única a quien se lo permito. Gracias, porque tus recursos para excitar la imaginación nunca fueron meras ilusiones ópticas. Tampoco tus lenitivos fueron placebos, medicina inerte que tranquiliza la mente sin atacar el mal.

Cuando veníamos subiendo juntas la ladera hacia la vida, mirábamos el futuro lleno de fulgurantes promesas. Cuando llegamos al punto mas alto, algunos desengaños nos obligaron a retocar imágenes humanas y a cambiarles la etiqueta a los amigos inestables. Pero en cualquier momento gris de desilusión, tu siempre me recuerdas que lo eterno y lo incambiable es lo que no se ve; que el Amigo a quien nunca habrá que descalificar es Jehová, creador de la vida, Creador de la inspiración.

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Tu me impulsaste a escribir tantas canciones, ¿no es justo que yo te escriba una canción a ti ?

LA INSPIRACIÓN

¡Es tan dulce sentirte, es tan fácil amarte,

y es por demás difícil definirte! No quisiera arriesgarte ni perderte;

no podría cobarde amordazarte, ni en una causa impura corromperte.

Llámame si compruebas que me alejo,

sacúdeme, si ves que me desvío, y golpea sin tregua en mi conciencia

si me hallas traicionando nuestro acuerdo, si te he dejado afuera y sientes frío.

Hemos subido juntas la cuesta de la vida,

veo los arreboles del ocaso. El mundo gime sin hallar salida,

una gran muchedumbre apura el paso. Los rediles de Dios se están colmando, pues nadie puede replegar su brazo.

Quédate así, humilde, acurrucada,

no levantes la voz ,no te amedrentes. Pasan gritando muchos que te ignoran, en nada les conmueve lo que sientes.

Seguiremos andando,

la verdadera fe trabaja y ora. No apartemos los ojos de la meta,

porque el tiempo es AHORA.

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En la vida del escritor hay lagunas de silencio que se atraviesan con esfuerzo para retomar el camino. Pueden ser causadas por periodos de depresión, por agotamiento, o por negarse a si mismo ante el entusiasmo de una nueva meta, para volcar toda la fuerza vital de uno en una causa sagrada. En ese caso, el lago de silencio se convierte en una gema en el paisaje de la vida, porque es una pausa que surge como una ofrenda a Dios. En mi camino surgió un lago de silencio que media treinta años de circunferencia y tenia bastante profundidad. Su superficie era un espejo tranquilo, pero en el fondo se agitaba la añoranza de un medio de expresión reprimido, amordazado. Un día logre armonizar todas mis metas .Las así fuertemente, como un manojo de espigas maduras, y el lago de silencio quedo atrás, adornando el paisaje de mis recuerdos. En esos treinta años, Colibrí, muchas veces te acurrucaste sobre mi hombro con tristeza. Me traías pequeñas porciones de néctar en tu pico, pero yo las guardaba en el corazón sin transferirlas al papel. Al alcanzar la otra orilla del lago, escribí algunos poemas que circularon en copias sueltas, en manos de amigos allegados. Para ellos, que amaban mis versos y los diseminaban por extensas regiones escribí:

PAN SOBRE LAS AGUAS

Tras un largo mutismo llego aquel dulce invierno. ¡Había en mi tantas cosas luchando por surgir! Recuerdos, impresiones, estados de la mente,

temas que ahogue en silencio y no quise escribir. Sentí que algo oprimido se movía libremente;

mi voz paralizada recobro su expresión . Muchas visiones vagas que había en mi pensamiento,

con contornos precisos entraron en acción. Hoy escribo estas líneas para decirle gracias a los que recogieron lo que he intentado dar, y me lo devolvieron en consuelo y estimulo.

El pan que eche en las aguas hoy lo vuelvo a encontrar. Mi corazón callado, introvertido,

viajaba en portafolios, se expresaba en reuniones,

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y surgieron amigos que no me conocían; me envolvieron los ecos de otros corazones.

No es un merito propio todo el camino andado, difundiendo en fragancias lo que tan hondo siento.

Muchos cortaron flores en mi huerto cercado para esparcirlas lejos de mi terco aislamiento.

¡Cuánto les debo a todos los que el pan recogieron para extenderme luego fundidas en su mano,

la acepción más profunda de la palabra amigo, y la expresión más cálida de la palabra hermano!

Por favor, no me olviden y jamás interrumpan este grato intercambio. Les doy mi dirección:

Vivo en una bahía clara, incontaminada, delineada en la isla de la Meditación.

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CAPÍTULO 2

EL ÚLTIMO DIAGNÓSTICO Ayúdame a aprontar el maletín con todo lo que puede necesitar un profesional cuando va a visitar a un enfermo grave. Necesito que me acompañes, colibrí, pues vamos a hacerle un reconocimiento médico al viejo mundo, que ya esta enfrentándose a sus últimos días. Debemos incluir el estetoscopio y el tensiómetro Aun en estos casos cuando ya no se puede solucionar nada, es necesario llevar y usar muchas cosas, de otro modo da la impresión de que uno ya dio la batalla por terminada y no está interesado en el paciente. Incluiremos un buen colirio, para que la espesa contaminación ambiental no nuble nuestros ojos ni nos impida ver la belleza de lo que el futuro nos reserva. Como suele suceder en tales ocasiones, los dolientes rodean al enfermo y mentalmente están sacando cuentas sobre la herencia. ¡Triste herencia de valores degradados que no tendrán aplicación en la nueva era!

MUNDO DESAHUCIADO

¡OH pobre viejo mundo malogrado! No existe un hospital donde internarlo:

no queda tratamiento que lo ayude, ningún ungüento nuevo va a curarlo. Su cráneo exhibe politraumatismo, las guerras lo dejaron malherido.

Por el esfuerzo de elevar su imagen tiene el riñón derecho desprendido.

Reboza su vesícula de cálculos, porque anda tan mal la economía

en el pecho le han puesto un marcapaso, su corazón ya casi no le latía.

Le han abierto la tráquea, no respira solo un pulmón funciona fatigado.

A través de una cánula le llega

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su mísera porción de aire viciado. Gritando al viento falsas alabanzas para animar a los que lo apoyaron, se esforzó hasta llegar a la afonía

y sus cuerdas vocales se gastaron. La pierna de madera le molesta

y los dientes postizos están flojos. Tiene un brazo de goma tieso y torpe. es parcial su visión, le falta un ojo. Su amargura de bilis derramada

le ha conferido un tinte amarillento. Sigue eructando su pesada historia mal digerida en un proceso lento.

Le aplican inyecciones de esperanza, le hacen transfusiones de optimismo,

pero nada detiene el deterioro. ¡ Ya no puede vivir consigo mismo!

Un nuevo mundo sano está avanzando, se preparan sus músculos de acero

para forjar un porvenir glorioso, que surgirá después de la hora cero.

Cuando alguien está al borde de la muerte, es común oír muchas oraciones junto a su lecho. Al viejo mundo también lo acompañan con sombrías preces y emotivos ruegos de recuperación. Un elevado dignatario de la cristiandad, aclamado por su numerosa grey, está recorriendo la tierra, besando el suelo de cada país, e impartiendo bendiciones a este pobre enfermo irrecuperable que pasa en tinieblas sus días finales. ¿Sabías que el momento más tenebroso de la noche es justamente antes de romper el alba? La oscuridad se hace total, y entonces entra gloriosamente el nuevo día. Eso mismo está sucediendo en la escena mundial. Estamos viviendo las horas sombrías de la historia, justamente antes de despuntar el primer milenio del Reino de Dios.

“Amén” es una palabra hebrea que significa “verdad”, “ciertamente”, ”así sea”. Fue adoptada por muchos idiomas y es

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una firma que le ponemos a la oración cuando expresa nuestros sentimientos. Sé que tu amen se unirá al mío para sellar esta...

PLEGARIA TARDÍA

El momento más denso de la noche,

la más sólida faz de las tinieblas, el tono más dramático y sombrío

que la extensión de los espacios puebla, es ese lapso de suspenso y calma, es esa quieta y expectante hora

en que las sombras deben replegarse porque está lista para entrar la aurora.

Hoy la noche del mundo está empujando

su negro cortinado en el vacío. La escena va a cambiar, una luz nueva

la llenará con impelente brío. Pero antes que amanezca el nuevo día, antes que resuelva la obstinada porfía,

y el antiguo adversario se desplome vencido, descendiendo al abismo por mil años dormido,

dirige, Dios, tus ojos paternales, y escudriña las almas que vagan extraviadas

por todos los caminos terrenales que llevan al abismo sin fondo de la nada.

Hundidos en el lodo del mundanal pantano, buscan en el vacío quien les tienda una mano.

Ciegos y desvalidos, sin poder avanzar, tal vez apenas gimen, sin ánimo de orar.

Hay muchos que deploran el haberte ofendido y otros que se lamentan por el tiempo perdido. Hay corazones buenos que están en un letargo, no permitas que tengan un despertar amargo

ante umbrales muy fríos, ante puertas cerradas, ante oportunidades siempre negadas.

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¡Extiéndeles tu mano en esta oscura hora para que se incorporen frente a la nueva aurora!

El mundo agonizante todavía tiene algunas falsa alegrías. Disfruta de las cosas que producen mucho ruido: las diversiones estrepitosas, los bailes agitados, las aclamaciones y los aplausos a los héroes del deporte y del entretenimiento. Aguantaremos mejor su insana bulla pensando que...

DESPUÉS VENDRÁ EL SILENCIO

Pronto esta apaleada tierra, este planeta triste y perturbado,

ha de abrigarse con un manto nuevo, distinto a todo lo que hubiera usado.

Un manto de silencio

urdido en los telares celestiales con hilos de sosiego,

con madejas de paz que se devanan y corren suavemente entre los dedos.

Un silencio bendito, sin quejidos, sin gritos de dolor ni maldiciones,

sin horror ni metralla, sin coches patrulleros; sin sirenas ni alarmas

ni veloces corridas de bomberos, sin protestas obreras por un paga escasa,

sin lamentos de madres reclamando algún hijo que nunca volvió a casa.

Un silencio cual música sublime sin nada que su esencia contamine.

Sin labios que se muerdan para apagar un grito; sin manos anudadas

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porque conviene más que no se suelten. Sin piernas refrenadas

porque de nada vale que corrieran. Sin vientres por el hambre contraídos,

sugiriendo apetencias no saciadas en la inclemencia de un invierno frío.

Silencio de los campos cultivados con semillas dormidas en su seno. Mutismo de las bestias reclinadas

después de un día de trabajo intenso. Silencio de los niños que descansan

aunque las puertas no se hayan cerrado, y de padres que oran dando gracias

porque el nombre de Dios se ha vindicado.

El mundo también se burla con risa hueca de los que tienen una esperanza diferente. Vamos a darle un motivo mas para reír. Dejaremos que nos vea viviendo sobre el plano de una casa antes de construirla. Podemos darla por hecha desde ya, pues en el nuevo mundo, todos los arquitectos serán amigos nuestros. La Biblia dice:”La fe es la expectativa segura de las cosas que no se contemplan.”(Hebreos 11: 1).

Por eso, desde ahora podemos albergarnos en nuestra casa del futuro, aunque solo tengamos un...

DIBUJO LINEAL

Señor arquitecto, le encargo mi casa.

dibuje en los planos ventanas muy amplias que muestren la vida que se mueve afuera,

el cielo y las nubes, la gente que pasa. Quiero una terraza

desde donde pueda mirar las estrellas, y un sótano extenso, para guardar cosas

queridas por viejas. Yo voy a ayudarle

a llenar las vigas de espeso cemento.

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Que queden bien firmes aunque el suelo tiemble, aunque brame el viento.

No ansío una casa en la que me encierre mirando hacia adentro,

ignorando el frío que sufren afuera porque no lo siento.

Haga un balcón grande donde auscultar pueda el latir del tiempo.

Que lleguen las ondas sonoras que viajan con mensajes puros del espacio eterno.

No he deseado nunca vivir en la casa que edifica el necio,

riendo sin tregua mientras otros lloran, contando monedas mientras otros oran.

En el patio abierto voy a plantar parras y un pino que atraiga las aves del cielo

a sus nobles ramas. No se necesitan cajas empotradas

ni cofres secretos. Lo mejor que tengo,

ya está a buen resguardo pues lo llevo dentro. En cuanto a ese hueco que queda en el medio,

podría ser un vasto salón de reuniones para largas charlas , para evocaciones.

Señale en el techo el lugar de una lámpara blanca que su luz inexhausta derrame, duplicando los días que huyen en espejos de nítida imagen.

Es en esa sala donde me propongo

tener un reencuentro con todos los rostros que se han asomado,

tanto de los vivos como de los muertos, en distintos marcos ,en distintas horas,

a mirar mi vida. No solo los gratos y los amigables,

no solo los dulces y los comprensivos

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También hubo otros, quizá por mi culpa, que se separaron con un gesto esquivo.

¡Qué placer exquisito seria recibirlos y verlos de nuevo,

sin ninguna raíz de amargura, limados y suaves, pulidos y tersos,

menguados en bríos, igual que esas piedras

que va redondeando el vaivén del río! Y que me dijeran:

-Tú también con el tiempo has cambiado; tu amistad es un ánfora fresca

donde el labio descansa confiado en busca del agua que anima y refresca.

Por eso le digo , señor arquitecto,

no dibuje una casa mezquina en que se calcule todo lo que cabe;

reservada, austera, que parezca un arca de antaño cerrada,

en que fuera inútil probar cualquier llave. Que sea mucho mas

que un hogar de tantos que al pasar se olvidan. Que a el vuelvan siempre los que aman la vida,

los que Dios bendice, porque siembran paz.

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CAPITULO 3

¡NO ENVEJEZCAN A LOS NIÑOS! Estuve hojeando un álbum en que guardo recortes de periódicos que tienen que ver con hechos insólitos. Volví a detenerme en uno que me sacudió al leerlo, hace casi veinte años. Pertenece al “Buenos Aires Herald” del 31 de enero de 1970, y se titula: “niño brasileño muere de vejez .”Informa que Jomar Enrique Da Silva de una localidad de Brasil llamada Victoria, empezó a envejecer y a arrugarse a la edad de cinco meses, luego perdió el cabello y los dientes, y a los doce años falleció de un ataque al corazón , como es común en la edad avanzada. De esta extraña enfermedad que la ciencia llama progeria, se conocían en 1970 solo doce casos en el mundo. Mas tarde la prensa hablo de otro acontecimiento idéntico en el norte argentino. Deben haber aparecido algunos casos aisladamente en el pasado, porque en su libro “Resurrección”, León Tolstoi comenta que algo que nunca pudo olvidar de sus viajes a través de Rusia, fue el ver a un niño completamente envejecido en los brazos de su madre. Últimamente, los niños están envejeciendo de golpe a causa de la insensatez de los gobernantes, que han llegado a extremos incalificables al interpretar el viejo refrán que dice “el fin justifica los medios”.Ahora hasta los niños son usados en la guerra, poniéndolos en las primeras filas, a fin de que los soldados mayores y bien entrenados no mueran en los ataques iniciales. Así sucedió en Viet-nam y ahora sucede en la absurda guerra civil religiosa del Líbano y en la lucha de países árabes. Estos adolescentes han saltado desde las fantasías de la tierna infancia, al dolor del desengaño, a la amargura de no saber que creer y que esperar. La iniquidad los esclaviza cada vez mas temprano. Últimamente los jefes guerreros del Medio Oriente han encontrado utilidad para los mas pequeños también. Brigadas infantiles entre las edades de cuatro y doce años, han prestado servicios como barreminas. Se les mandaba a los campos minados con una camiseta que llevaba impresa en la espalda la palabra “Mártir”. Al enviarlos en su misión suicida,

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les colgaban del cuello una llave de material plástico, asegurándoles que era la llave del paraíso, garantizándoles la entrada inmediata a tal lugar ideal, cuando una mina estallara a su paso. Así se les preparaba para sacrificar una vida que no habían tenido tiempo de gozar, con el fin de librar de peligros a los soldados que transitarían por allí. Antes, los mayores se jugaban la vida para proteger a los niños. El honor dictaba que las mujeres y los niños ocuparan los botes salvavidas primero y los hombres, si era inevitable, se hundieran con el barco. Estamos en un mundo de niños avejentados a la fuerzas una epidemia de progeria implantada. Tales procesos invertidos obligan a la vejez a presentarse antes que la niñez haya tenido tiempo para disfrutar las galas de la inocencia. La vida seria mas llevadera sin el conocimiento de estos hechos, como dice Eclesiastés 1:18 “...el que aumenta el conocimiento aumenta el dolor”.Pero, necesitamos saber que pasa a nuestro alrededor para entender los juicios de Dios hacia la humanidad. En el pueblo de Jehová, protegemos a los niños con la esperanza verdadera. Amortiguamos el impacto de la realidad triste que nos rodea, llenando la mente de ellos con cuadros hermosos y enseñanzas fortalecedoras. Nuestros niños entienden que la llave del Nuevo Paraíso no es un objeto barato de material plástico que se derrite ante el fuego. Es inalterable y resiste cualquier prueba como el oro; como la verdad misma que nos aconseja conseguir, retener y valorar como el oro.(Revelación 3:18)Jehová es quien tiene esa llave , y la usara de acuerdo a su justicia. Ayúdame Colibrí, y dejaremos flotando sobre las aguas este pan que hemos amasado para los niños. Algún día una breve boquita recitara estos versos, o alguna niña nos dirá que soñó con las andanzas de Calalily. El hombre es la única criatura carnal que ríe y se ruboriza. Estas son expresiones exclusivas de los humanos que representan sentimientos que los animales no experimentan. La hiena produce un sonido escalofriante, muy parecido a una carcajada, pero no es una expresión de gozo, sino un grito de guerra, una amenaza.

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Dios nos hizo a su imagen y semejanza. El es un Dios feliz, como lo expresa 1Timoteo1:11.Hay ocasiones en que Dios tan bien ríe, como señala Salmo 2:4. Amiguito: no pienses que tu, por ser pequeño no puedes hacer nada por nosotros, los mayores. Tu sola presencia en el pueblo de Dios es una inspiración. Estas despertando en nosotros sentimientos de ternura que no deben entorpecerse. Además, hay algo valioso que puedes darnos y que nos enriquecerá:

REGÁLANOS TU RISA El rubor y la risa son dones exclusivos con que Dios dotó al hombre, y no existe animal que exprese así su gozo, sus estados mentales, o que pueda imitarlos con un efecto igual. Los que en verdad te quieren anhelan tu sonrisa, los que te dieron vida quieren verte gozar, elevando a los cielos tu gratitud sincera, expresando emociones que no debes ahogar. Tu conciencia ahora es clara como la luz del día, no profiere gemidos ni encubre cicatriz. Permite que Dios guíe tus pasos y tus sueños. El sonreirá contigo porque es un Dios feliz. La gente que no ama al creador de todo, con falsas alegrías disfraza su temor. Deja que el mundo ensaye la risa de la hiena; Jehová ha de reír último, para reír mejor.

Nos gustaría que no solo disfrutaras jugando, sino también aprendiendo. Investigar nuevas cosas es deleitable, a la vez que provechoso. Nuestro idioma posee una gran riqueza de expresión. Las matemáticas tienen una fascinación particular.

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Así sucede con todas las demás materias que te presentan en la escuela, si las enfocas correctamente. Para ayudarte a ver lo divertido que resulta aprender, te invitamos a gozar de dos grandes acontecimientos, un banquete y un baile. EL BANQUETE DE MARIA GRAMÁTICA

Doña Maria Gramática, muy intrigada, abrió la carta que acababa de recibir. El membrete del Ministerio de Cultura de la Nación indicaba algo más serio que las consultas de estudiantes que periódicamente llegaban a sus manos. ¡Qué privilegio! Se le pedía que recibiera a una delegación de estudiantes extranjeros que pasaría algún tiempo en el país y deseaba familiarizarse con el idioma español.

Pensando en la mejor manera de enfrentar esa grata responsabilidad decidió preparar un banquete, invitar a los estudiantes viajeros, y presentarles a los nueve componentes de la oración que forman nuestro idioma.

Redacto con impecable lenguaje las invitaciones, como era digno de ella, con el día , la hora, y una suplica muy gentil para que no rehusaran el honor de su presencia a tan agradable ocasión.

El Nombre fue el primero en llegar y la señora Gramática lo invito a ocupar el lugar principal en la cabecera de la mesa. Minutos después llego el Verbo, y después de saludar, dijo un poco desilusionado:-Tuve que apresurar el paso, casi corriendo y atropellando para llegar a tiempo, porque el transito se suele aglomerar, retrasar y congestionar a esta hora. Presumí, deduje, o creí entender, que yo debía presidir , dirigir o superentender este banquete. Por favor, señora Gramática, no lo tome como una queja. Es tan solo una expresión de sorpresa. Tal vez le he dado demasiada importancia a mi privilegio de marcar la acción y determinar el tiempo en que esa acción sucede, sucedió o sucederá.

Maria Gramática razono con el amablemente:- ¿A que le darías acción y tiempo si no pudieras nombrarlo? Todos los

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seres existentes le dan mucha importancia a su nombre. Es lo que mas nos interesa de ellos al conocerlos. Los objetos inanimados también necesitan ser identificados por su nombre. Por eso, el sitial de honor en el idioma le corresponde al Nombre.

En ese momento entraron en la sala la Conjunción, el Adjetivo y el Adverbio. Casi enseguida entro una muchacha vivaz y desenvuelta en sus modales, atractivamente ataviada con un vestido estampado en colores muy llamativos. Era Interjección que venía junto con el Adjetivo, conversando animadamente. Eran buenos amigos entre si y siempre se habían entendido muy bien. Maria Gramática les señalo sus lugares en la mesa.

Por último entro el Pronombre, vestido con mucha dignidad, y con él, el más pequeño de los invitados, el Artículo y una señora muy discreta, la Preposición. La dueña de casa había tomado la precaución de colocar dos almohadones sobre la silla del Artículo para estar segura de que alcanzaría la altura de la mesa.

Los nueve dialogaron animadamente por un rato. De pronto, Maria Gramática se acerco a la ventana, al oír que se detenían vehículos frente a la casa. Efectivamente, los invitados habían llegado en tres autos y estaban por llamar a la puerta.

Después de un intercambio de saludos, María Gramática los invito a sentarse rodeando la larga mesa enmantelada y adornada con un llamativo arreglo floral en el medio, luego tomo la palabra:

-Antes de la comida deseo presentarles a mis inseparables colaboradores. El honor de ocupar la cabecera de la mesa se lo he concedido al Nombre, también llamado Sustantivo. Sin el ninguno de los demás componentes de nuestro idioma podrían actuar o desenvolverse, como tampoco podría hacerlo ninguna persona en el mundo de los vivientes que no tuviera un nombre que los identificara. El Dios Todopoderoso no se dejo a si mismo sin un nombre. Eligio una forma del verbo ser en hebreo, de modo que su nombre exclusivo, insustituible, es Jehová, que significa “el causa ser”; en otras palabras, la primera causa de todo lo que existe.

El Nombre, que se había puesto de pie para saludar a los extranjeros, volvió a tomar asiento, y Maria Gramática le hizo

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señas al Pronombre para que se levantara. Le pidió que se presentara el mismo y explicara sus funciones.

-Yo tengo el privilegio de ocupar el lugar de su excelencia el Nombre, para que él no se fatigue por demás al aparecer en público tantas veces.-

La dueña de casa dirigió ahora su atención al verbo, que estaba a la izquierda del Nombre en la mesa :

-Es un honor para mí presentarles al Verbo, que en todos sus tiempos y modos representa la vida, la acción ,el movimiento y el progreso de todo. De aquellos que usan con gracia y fluidez los medios de expresión, se dice que tienen un verbo ágil, mientras que de los poetas se ha dicho que poseen un verbo iluminado. El Hijo de Dios, en su existencia celestial primitiva, fue llamado el Verbo, porque era la palabra de Dios en acción, al poner por obra sus decretos.

Después del Verbo fue presentado el Adjetivo, que tiene la importante misión de acompañar al Nombre y calificarlo, señalando características y rasgos. Su pequeño discurso fue apreciado por todos.

-En esta grata y memorable tarde, en esta casa amplia y hospitalaria, viendo a través de las pulcras ventanas ese jardín lleno de coloridas y perfumadas flores, disfrutando del compañerismo de ustedes, cálido y reconfortante, les aseguro que el recuerdo de esta singular ocasión será imborrable.

Del Artículo, tan pequeño que casi no atrae atención, se dijo que tiene el privilegio de preceder al Nombre y anunciar su presencia, creando expectativa por su aparición.

Del señor Adverbio se dijo que es un excelente acompañante del Verbo y el Adjetivo para atemperarlos en sus acciones, calmar sus impulsos, o avivar sus sentimientos si reaccionan con indiferencia. Es la fuente de consulta siempre bien dispuesta a responder dónde , cuándo, cómo y cuánto; señalando el sí y el no, o esfumando las expectativas con un quizás. Se le invitó a identificarse ante los visitantes, y lució sus habilidades en una breve disertación :

-Aquí y allá, ayer, hoy o mañana, mejor o peor, rápidamente o lentamente, dondequiera que sea, me verán cumpliendo mi misión de señalar el tiempo, el lugar, el modo, la cantidad, la duda, la afirmación y la negación. Ciertamente y

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efectivamente, trato de hacer honor a mi misión, y nunca jamás quisiera traicionarla.

La Preposición, sobriamente ataviada, fue invitada a hablar a continuación. Con su habitual modestia dijo:

-Siempre me he sentido pequeña, insignificante frente a mis compañeros. Mi misión es solamente relacionar las ideas que los otros expresan. Mis apariciones junto a los demás son breves, simplemente para señalar posiciones con una palabrita como por, para, contra, o ante. No importa si paso inadvertida para la mayoría. Me satisface saber que a pesar de mi pequeñez hago falta y contribuyo a la claridad de las frases.

Después de ella habló otra respetable dama, la Conjunción, conocida por sus fervorosos esfuerzos a favor de la unidad entre los que componen la oración. Ella se expresó así en presentación:

-Mientras la señora Preposición hablaba, yo pensaba, aunque no dejaba de prestar atención, que mi misión es parecida a la de ella, puesto que ambas causamos enlaces y relaciones. Yo intervengo discretamente con para, contra, ante, sobre, hacia o hasta, con o sin, uniendo declaraciones que de otro modo parecerían ajenas entre sí. Soy feliz al conservarme en mi lugar, y poniéndome a la disposición de los demás.

Después de tales presentaciones, María Gramática anunció que iba a servir la cena.

La Interjección se puso de pie de un salto. Estaba preciosa con su vestido estampado en colores brillantes. Una mal disimulada indignación encendía sus mejillas, haciendo resaltar más su belleza.

-¡Caspita! Se ve que tenemos huéspedes muy importantes en este banquete.¡Ole! Tanto es así, que a mí me han ignorado por completo, ¿eh? Si estoy de más me voy, pero me van a echar de menos. (¡Ojalá!) Y si da lo mismo que exista o no, ¡pardiez!, recuerden que en ausencia mía no van a tener derecho a decir ni ¡ay!, si alguien les pisa un callo.

La señora Gramática se disculpó abochornada:-¡No, por favor, no te vayas! Fue un olvido imperdonable, chica. Siempre estás presente entre nosotros, porque no podemos alegrarnos., ni asombrarnos, ni desahogar una pena sin recurrir a ti. Me alegro de que seas tan impulsiva para defender tu lugar, de

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otro modo te hubieras ido con esa mala impresión y no hubiéramos podido reparar este error. Por favor señores, permítame presentarles a la expresiva señorita Interjección, insustituible colaboradora de todos, que honra nuestra pequeña fiesta con su presencia.

La cena fue un despliegue de deleitables platos y todos disfrutaron mucho. En la conversación de sobremesa, uno de los estudiantes extranjeros le preguntó a la señora Gramática que pensaba de las expresiones populares que se introducen en el diccionario pretendiendo que se les ponga a la altura del verdadero castellano.

Doña María comentó :-Tuve algunos altercados con la Real Academia Española, ante su resistencia a aceptar nuevas palabras y expresiones que la gente va adoptando, según sus necesidades y preferencias. Un distinguido profesor comentó que es una injusticia que gran parte del idioma castizo no se conozca ni se use, y en cambio se pretenda seguir introduciendo palabras nuevas. Arguyó que el diccionario ya está bastante gordo y bien nutrido y no es necesario seguir alimentándolo hasta producirle hipertensión. Pero la gente hace el diccionario , y al final consiguen que sus expresiones predilectas se adopten legalmente. Yo mantengo una actitud tolerante, reconozco que cada lado tiene su parte de razón, y trato de equilibrar los extremos. El grupo visitante se despidió cerca de medianoche agradeciendo la hermosa velada y los manjares compartidos. Todos estaban de acuerdo en que es provechoso y divertido ensanchar el saber.

EL BAILE DE LOS GUARISMOS

Los maestros prepararon Al fin de año escolar, un baile de despedida con un cariz singular. Cada número daría

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un discurso de memoria, destacando sin alardes

lo mejor que había en su historia.

Cuando comenzó el programa, preparado con esmero,

después de un rato de música fue invitado a hablar el Cero.

-Sé muy bien que no soy nada si a la izquierda me desplazo,

más si estoy a la derecha, mis ilustres compañeros

quieren tomarme del brazo. Los romanos me ignoraron

en sus cifras elegantes, pero gracias a los árabes fui introducido en Europa

codeándome con mercantes.

El Uno, muy bien plantado, Se expresó con sobriedad: -Represento la excelencia, lo entero y sin retaceos, lo primero en calidad.

No me desmiente ninguno, Porque no ando con rodeos.

“Y el Padre somos uno” dijo Jesús señalando esa sagrada unidad.

El Dos dijo sin ambages: -Represento a la pareja que cimienta la familia,

y a los que se unen fieles en un proyecto oportuno.

Por eso la Biblia dice:

“Mejores son dos que uno...”

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Desde tiempos muy remotos lo que ante la ley se afirma

se certifica conmigo. En pleitos, bodas, negocios, se requieren dos testigos.

El Tres destacó su fuerza: -Represento intensidad; subrayo enfáticamente

poder y pluralidad. Eclesiastés nos recuerda en su lenguaje docente,

que cuando es triple la cuerda, no se rompe fácilmente.

Dijo el Cuatro al presentarse, muy dueño de sus cabales:

-En mí ven armonizarse equilibrio y simetría,

conceptos universales Cuatro son los grandes vientos

y los puntos cardinales. Cuatro son los atributos sobresalientes de Dios,

poder y sabiduría la justicia y el amor.

Lo siguió su compañero:

-Me han denominado Cinco y ando siempre con sombrero.

Trabajo con gran ahínco por ser la mitad de diez.

Honran mi cifra los dedos de las manos y los pies.

“Ya no nos queda ni un cinco,” dicen los que están en crisis, Me asocian con los famosos

jinetes de Apocalipsis.

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El Seis dijo honestamente: -Represento lo incompleto

al estudiar profecías. No compito con el siete

que inspira tanto respeto, pero hago lo que puedo.

Las grandes extremidades de Goliat, tenían seis dedos,

y la Biblia me triplica para señalar la bestia feroz de Revelación.

En cierto modo me apena, Pero ,sin falsa modestia, soy popular en el mundo, por ser la media docena.

El Siete habló con acierto: De antaño viene mi fama;

aparezco enumerando los días de la semana.

Me aluden las profecías, los temas espirituales, la gama del arco iris

y las notas musicales. Soy la medida simbólica

cuando hay mucho que afirmar. Por setenta veces siete

hay que saber perdonar.

El ocho lucía elegante con su cintura ajustada.

El nueve habló parcamente, tenía la cabeza hinchada. El Diez, todo un caballero,

vestía su mejor ropa. -Represento lo completo

en el plano terrenal. Sabe todo el que me invoca

que soy el eje y el alma

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del sistema decimal. Diez plagas soportó Egipto,

Moisés dio diez mandamientos. Se simbolizan con diez

las pruebas y el sufrimiento.

(Revelación 2:10)

Por último subió el Doce y ocupó la plataforma. -Manifiesto lo completo

de acuerdo a divinas normas. Doce meses tiene el año. Para surtir la alacena,

hay muchas cosas deseables que se compran por docena.

Jacob, el patriarca fiel, tuvo doce hijos varones

de los cuales descendieron doce tribus de Israel,

Jesús tuvo doce apóstoles cual cimientos secundarios, en los que afirma sus muros

la Nueva Jerusalén, que, aparte de Dios y Cristo,

para brindarnos sostén, tiene un personal sagrado.

¡Doce veces doce mil, me siento privilegiado!

La fiesta fue un gran suceso que cerró con digno broche.

Se repite año por año y dura hasta medianoche.

Allí las cifras se enlazan

formando miles y cientos; bailan en sumas y restas,

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disminuciones y aumentos. Aunque tengan muchos planes

de deportes y turismo, mejor que nadie se pierda el baile de los guarismos.

EL VIEJO PROBLEMA

Hermano Gómez, disculpe, yo tengo un problema urgente

y necesito la ayuda de algún superintendente. ¿Qué le digo a la maestra? Me tiene un poco mareado

con un asunto difícil que a la clase le ha planteado.

Según ella, la gallina tuvo que salir de un huevo,

y el huevo a su vez no pudo sin la gallina existir... ¿Cuál apareció primero?

¡Difícil de discernir!

-La cosa es clara, Carlitos, si el principio te imaginas

y lo analizas de nuevo. Pues , Dios creó a la gallina, ésta después puso un huevo, que, empezando la cadena,

fue gallo o gallina luego, ya que el hombre no existía para incluirlo en su cena. Así el asunto planteado y por siglos arengado,

nunca ha valido la pena. Esta cuestión debatida para entretener ateos,

no debes tomarla en serio.

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Dios estaba allí primero, eso resuelve el misterio.

CALALILY Y POLICARPO

Ramiro y Blanca Durand vivían en una hermosa llanura

llamada Campoluz, en una pequeña casa de campo rodeada de árboles frutales. Ramiro tenía que caminar un largo trecho hasta la ruta donde estaba la fábrica de cerámicas en que trabajaba, pero era un placer hacerlo.

El dueño de la fábrica, un inglés llamado Teddy Gilbert, hacía muchos años que vivía en América del Sur y no tenía intenciones de volver a su país. Visitaba frecuentemente la casa de Ramiro con su esposa, una criolla corpulenta y bonachona. Su piel morena y su cabello negro y lacio, la hacían muy diferente de las mujeres inglesas ,que por lo general son rubias y de ojos claros.

Los Durand los invitaban a almorzar cada tanto y disfrutaban de su animadora compañía. Un hermoso domingo de primavera, al llegar los Gilbert se detuvieron delante del cantero largo de calas que Blanca había plantado al costado de la casa, el cual estaba en plena floración. Blanca comentó que esa era su flor predilecta. Mister Gilbert preguntó el nombre de la flor en español y Blanca preguntó el nombre en inglés.

-“Cala-lily” –dijo Mister Gilbert-.Se podría traducir “lirio-cala”,ya que se les llama “lily” en inglés a las flores de la familia de los lirios.

El nombre sonaba muy grato al oído de Blanca, digno de la flor que le agradaba tanto.

Ramiro y Blanca eran felices y vivían sin preocupaciones, pues el sueldo de él era suficiente para sus gastos. Amaban su casita de campo y su bien cuidado huerto. Un año después, llegó lo que les faltaba para completar el gozo. Blanca dio a luz una niña rubia, de piel rosada, que prometía ser el tesoro de la casa. Recordando el nombre inglés de su flor predilecta, quiso llamarla Calalily.

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Cuando la niña recién empezaba a caminar, Ramiro volvió un día a su casa con una sorpresa. Un vecino le había ofrecido un pollino casi recién nacido y él lo había comprado pensando en el gozo de Calalily cuando la pasearan sobre él. Ensancharon un poco el galponcito de las herramientas, y allí el asno tuvo su vivienda. Necesitaba un nombre, y Blanca, recordando una historia que había leído en su niñez, lo llamó Policarpo.

Calalily y Policarpo llegaron a ser grandes amigos que se querían entrañablemente. El asno, como el caballo, conoce a quién lo trata bien y paga con fidelidad la bondad que le muestran los humanos.

Innumerables veces, bajo la mirada vigilante de sus padres, Calalily dio vueltas alrededor del huerto, y por los caminos cercanos, disfrutando del trotecito lerdo de Policarpo.

Un día, sucedió algo muy hermoso que dio más sentido a la vida de aquella familia. Un joven respetuoso y de buena presencia, llegó en bicicleta a la puerta de la casita, un domingo por la mañana, y habló largamente con Ramiro y Blanca. Llevaba la Biblia y libros que ayudaban a entenderla. Empezó a volver, semana tras semana, para conducir un estudio bíblico con ellos. Siempre se detenía a explicarle algunos puntos del estudio a Calalily, y esto la hacía sentir muy bien, porque una persona mayor estaba demostrando interés en que ella entendiera bien las cosas.

Un poco más adelante , su propio padre comenzó a enseñarle con el libro “Historias Bíblicas”. Concurrían regularmente a las reuniones y no tardaron mucho en participar en la predicación con Ricardo, el precursor que les había llevado la verdad, y los otros hermanos de su congregación rural. Dos veces concurrieron a una asamblea de circuito en ciudades cercanas. Los vecinos se encargaban de alimentar a las gallinas, a Fidel, el perro, y a Policarpo, el asno, cuando ellos se ausentaban por unos días. Ahora se acercaba un acontecimiento mayor: la asamblea de distrito en la capital. Ramiro y Blanca le preguntaron a Ricardo si consideraba que estaban preparados para el bautismo. Las sesiones de estudio se intensificaron y el precursor les dedicó más tiempo que el de costumbre, porque antes de la asamblea quería pasar una

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semana de vacaciones con sus padres, y hacer con ellos el resto del camino.

Calalily escuchaba con profundo interés las explicaciones de Ricardo en cuanto a la importancia del paso que iban a dar sus padres. Buscaba en su propia Biblia al mismo tiempo que ellos, los textos que citaba el precursor. Le impresionó mucho Hechos 2: 38 y la enfática explicación de Ricardo, mostrando que , al fin de su discurso en el Pentecostés, Pedro había hablado del bautismo como indispensable para la salvación. De acuerdo con Amós 3: 3,estaba claro que había que hacer una cita con Jehová para encontrarse con Él en un punto, y seguir andando con Él toda la vida . El bautismo es ese momento feliz, el punto de encuentro, el comienzo de algo maravilloso y duradero.

Calalily tenía seis años y ya leía bastante. Preguntó si ella también se podía bautizar. No entendía por qué intercambiaron miradas y sonrisas. Le explicaron simplemente:-El bautismo es algo muy serio. No es para niños que recién empiezan a ir a la escuela.

Ricardo se fue de vacaciones. Ramiro y Blanca iban al pequeño Salón del Reino en casa de la hermana Domínguez una hora antes de la conferencia bíblica, para participar en un examen de doctrina que los capacitaría para el bautismo. Calalily mientras tanto jugaba en la vereda con los niños de otros futuros hermanos que también participaban en el estudio de preparación para el bautismo. A ellos les preguntaba:

-¿Vas a bautizarte junto con tus padres? -Me han dicho que tengo que esperar hasta que sea más

grande. Era la contestación de todos. -Pero, -insistía Calalily-, Ricardo el precursor, nos mostró

en la Biblia que si uno no está bautizado no se salvará, y yo quiero salvarme con papá y mamá.

Evidentemente, aquella idea se estaba convirtiendo en una obsesión para la niña rubia. Nadie le daba una respuesta satisfactoria, porque no percibían que el temor de no entrar al Nuevo Mundo con sus padres era un buril que horadaba su pequeño corazón.

Ahora, Policarpo ya tenía cuatro años y se había hecho tan confiable y bien dispuesto, que muchas veces sus padres le

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permitían dar la vuelta a la gran manzana rodeada de pequeñas fincas cultivadas, ella sola, montando a Policarpo, seguidos por Fidel, el perro, que los cuidaba celosamente.

Dos días antes de la asamblea, Calalily concibió un plan muy audaz para satisfacer la urgente necesidad de una respuesta a su pregunta. Sus padres planeaban salir muy temprano a una ciudad cercana para un chequeo médico y la iban a dejar durmiendo en casa. La hermana Domínguez, que vivía cerca, vendría un poco más tarde para despertarla y darle el desayuno.

Calalily había dejado las cortinas de la ventana descorridas para que la luz del sol la despertara. Poco después que sus padres habían salido, se vistió apresuradamente, comió un pedazo de pan casero y una banana, y se dirigió al galpón para despertar a Policarpo. Fidel inmediatamente estuvo al tanto de que algo anormal acontecía, y en cuanto Calalily montó a Policarpo, él se dispuso a seguirlos de cerca como otras veces.

La mañana era bella y plácida. Los vecinos dormían o estaban ocupados dentro de sus casas. Las pequeñas fincas y las casitas iban quedando atrás. Las sierras cubiertas de vegetación, cruzadas por arroyuelos cantarines, llenas de menta y otras hierbas aromáticas, con sus faldas cubiertas de flores silvestres, estaban cada vez más cerca.

Calalily recordaba muy bien el camino que llevaba a la casa de los hermanos Graciani, después de pasar una pequeña bodega. Había estado allí con sus padres en varias ocasiones. El esposo era un siervo ministerial en una congregación lindera. Sin duda el iba a contestarle su pregunta.¡Qué difícil de entender era la gente grande! ¿por qué les hacía gracia que ella estuviera tan preocupada por salvarse? ¿Qué sucedería si el fin viniera pronto y ella aún no se hubiera bautizado porque todos pensaban que era demasiado pequeña? ¿por qué nadie tomaba en serio sus preguntas?

Eran ya como las once de la mañana cuando divisó la casita de los Graciani. La hermana Graciani estaba tendiendo la ropa recién lavada cuando la reconoció. No podía creer en lo que veía. ¡Calalily venía sola, con su asno y su perro! La niña tenía hambre, Policarpo parecía muy cansado, y Fidel tenía la lengua afuera y estaba dando vueltas buscando agua para beber.

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Gladys Graciani atendió a las necesidades de los tres. Recordando “El Cantar de los Cantares” le dio a la niña una manzana y pasas de uva, tal como pedía la sulamita para recobrarse del agotamiento,, y le hizo un té de rosa mosqueta porque es fortalecedor. Mientras tanto, Policarpo y Fidel se hicieron una linda siestita después de comer su ración.

Con gran desilusión, Calalily escuchó que el hermano Graciani ya había salido para la asamblea porque tenía a su cargo la decoración de la plataforma. Gladys tuvo temor de dar una respuesta a la inquietante pregunta que confundiera más a la niña. Trató de convencerla para que volviera a su casa antes de la caída del sol, pero a Calalily no le gustaba la idea. ¡Evidentemente Gladys tampoco consideraba que su salvación era importante!

-¿No vive algún otro hermano cerca?-preguntó. -Sí, en aquella casita de techo rojo de tejas, en la ladera

de aquella sierra, del otro lado del río, vive un superintendente de la congregación Serranía, el hermano Perdomo. En este tiempo el río esta casi seco. No sería peligroso cruzarlo, pero me preocupa que tus padres se angustiaran al volver a casa y no encontrarte, Calalily.

-Yo tengo necesidad de hablar con un anciano, después volveré a casa-contestó la pequeña.

Mientras tanto, la hermana Domínguez no sabía qué pensar cuando fue a despertar a Calalily y no la encontró. Abrió el galpón, y al no hallar tampoco a Policarpo ni a Fidel, sacó en conclusión que los tres andarían juntos de paseo. Eso la tranquilizó, porque Ramiro y Blanca le habían dicho que, si Calalily quería dar una vuelta por el vecindario con su asno y su perro, podía dejarla ir sin temor. Pensó que la niña, ansiosa por el paseo, no había esperado a que ella viniera para darle el desayuno. Cerca de las once de la mañana volvió a la casa de los Durand, y al comprobar que la niñita no estaba en casa, empezó a preocuparse seriamente. Interrogó a los vecinos y nadie sabía nada. Varios se pusieron en campaña para encontrarla. Un jovencito que había ido al bosque muy temprano a juntar leña, dijo que los había visto dirigiéndose a las sierras. Mister Gilbert dio vueltas por los alrededores con su auto buscándolos, pero volvió sin ellos.

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A la media tarde, cuando Ramiro y Blanca regresaron, encontraron a todo el vecindario agitado y ansioso. Ramiro se dirigió a la seccional de policía de Campoluz pidiendo ayuda. La noche estaba cerca y no había noticias ni rastros de los tres fugitivos.

Calalily dirigió al paciente Policarpo a la casita del hermano Perdomo. Cruzaron el cauce bajo del río y Fidel aprovechó a bañarse y a nadar un poco. El asno se portó como un veterano afirmando sus afiladas pezuñas sobre las piedras al ascender por la falda de la sierra hasta la casita. Calalily no sabía que del otro lado de la casa había una senda amplia por dónde el camión de Perdomo iba y volvía desde la vivienda hasta la ruta. Sin querer habían tomado el camino más difícil.

Alfredo Perdomo tenía el camión casi pronto para salir para la asamblea pues estaba a cargo del acarreo. Su esposa Carmen lo llamó, porque había visto desde la ventana de la cocina que se acercaban los extraños visitantes. Calalily contestó a las asombradas preguntas de ellos, y luego explicó el motivo de su peregrinación.

-¿Vienes de Campoluz? ¡Entonces has estado en viaje casi todo el día!-comentó Alfredo Perdomo- ¿Cómo supiste que en esta casa viven Testigos de Jehová?

La niña explicó que habían comido y descansado en la casa de los Graciani y Gladys le había indicado dónde vivían ellos del otro lado del río, porque ella tenía una pregunta muy importante que hacer y nadie se la había contestado todavía.

-Muy bien,-dijo Alfredo Perdomo- Yo tengo que hacer un llamado urgente por teléfono. Iré con la moto hasta la sala de primeros auxilios, donde hay teléfono público, y volveré muy pronto. Quédate un ratito con mi esposa. A la vuelta escucharé tu pregunta.

Calalily hizo un gesto de disgusto. Esa era otra prueba de que la gente no tomaba en serio las preguntas de los niños. Carmen premió su paciente espera con un trozo de torta de chocolate, de modo que, al fin de cuentas, no le pareció tan malo esperar un poquito más.

Alfredo Perdomo se comunicó con uno de los siervos ministeriales de Campoluz para informarle que la hijita de los Durand estaba en su casa con su asno y su perro. Le pidió que

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tranquilizara a los padres, y les asegurara que la recibirían sana y salva en la asamblea, al día siguiente. Ahora sí, de vuelta en su hogar, se puso a disposición de Calalily para contestar sus preguntas. La pequeña interlocutora casi no podía creer que una persona mayor le prestara atención y la escuchara con seriedad. Cuando terminó de exponer lo que tanto le había inquietado, Alfredo Perdomo buscó un ejemplar de la Biblia y volvió a sentarse frente a ella.

-Aprecio mucho tu sinceridad, Calalily,. Tu deseo de asegurar tu salvación y entrar en el Nuevo Mundo junto con tus padres, te impulsó a hacer un largo camino entre las quintas, cruzar un río y ascender sierras, buscando a alguien que te tranquilizara con una repuesta bíblica. A causa de tu corta edad, el bautismo no es apropiado. Tienes que crecer, aprender mucho y demostrar que entiendes lo que significa seguir a Cristo; entonces te bautizarás, como lo harán tus padres mañana en la asamblea grande.

-Pero, precisamente por ser pequeña, tienes otro privilegio muy valioso. La Biblia enseña que Jehová conducirá con gran cuidado a los hijos de sus siervos dedicados, y aún los llevará en sus brazos en tiempos difíciles, como el pastor lleva en brazos a los corderitos de sus ovejas si cree que corren peligro. Eso quiere decir que la posición de tus padres como siervos de Dios, alcanza para salvar a los tres. Tal beneficio se llama en las Escrituras “mérito de familia”.

Pausadamente, Alfredo leyó Isaías 40: 11; “Como pastor pastoreará su propio hato. Con su brazo juntará los corderos; y en su seno los llevará”.

La seguridad de estar incluida en la clase de los corderitos que Dios cuida con interés espacial, le dio calma interior y regocijo a Calalily. Aceptó con gusto la cena y Carmen le preparó una mullida camita en el sillón del living. Debían acostarse temprano, pues al día siguiente, antes del amanecer, saldrían para la asamblea.

Cuando sonó el despertador a las cuatro de la mañana, Alfredo y Carmen llenaron dos termos de café caliente y aprontaron todo para salir. Con dos anchos tablones improvisaron una rampa para hacer ascender a Policarpo al camión. Fidel como siempre, fue tras él. Ambos miraban

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extrañados, esperando ver a la inseparable amiguita de todas las horas. Mientras se calentaba el motor, Carmen la despertó, la envolvió en una frazada y le aseguró que podía seguir durmiendo en sus brazos, pues aún era de noche.

A las cinco en punto estaban listos para salir tal como habían planeado. La claridad del alba no tardaría mucho en aparecer, como siempre en verano. Entonces, se presentó un inconveniente imprevisto. Un coche patrullero de la policía ascendió desde la ruta hasta la casa, y tres agentes armados le dieron la voz de alto. Uno de ellos dijo en tono autoritario:

-¡Esa niña no les pertenece! ¿Adónde planeaban llevarla a esta hora de la madrugada? La policía de Campoluz y de varias localidades vecinas están en estado de alerta, buscándola desde ayer.

Alfredo explicó lo sucedido y les aseguró que los padres de la niña habían sido notificados y se encontrarían con ellos en la asamblea de los Testigos de Jehová en la capital.

Los policías se apartaron después de examinar los documentos de los Perdomo, y se consultaron uno al otro. Cuando se acercaron de nuevo al camión, Carmen les rogó:

-Por favor, dejen que nosotros la llevemos. La niña estará muy asustada si tiene que viajar en un coche policial. Como ven, nosotros llevamos también al asno y al perro que la acompañaron hasta aquí.

Calalily se echó a llorar y se abrazó a Carmen. Los policías, después de un corto interrogatorio, entendieron que los Perdomo eran vecinos del lugar y gente bien intencionad.

-Muy bien, la niña puede ir con ustedes. Pero es la responsabilidad de la Policía comprobar que sea entregada a sus padres, pues no se nos ha dado ninguna contraorden respecto a la búsqueda de la niña ni tenemos constancia de que los padres hayan retirado la denuncia. Si se llegara a verificar que ustedes no han dicho la verdad, lo pasarán muy mal como raptores de una menor.

El viaje transcurrió plácidamente y sin más problemas. Policarpo, que nunca había viajado en camión, estaba asombrado al ver que las casas y los árboles corrían tan ligero. Fidel tenía la cabeza siempre muy cerca del vidrio que dividía la cabina de la caja del camión, y no dejaba de vigilar a Calalily.

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Cuando eran cerca de las diez de la mañana, atravesaron el portón del parque que rodeaba el estadio en que se celebraría la asamblea a partir de las dos de la tarde. Para sorpresa de muchos, el coche patrullero venía tras ellos.

Ramiro y Blanca estaban allí desde muy temprano, esperando el ansiado encuentro. Los que estaban armando los puestos de refrescos, y los trabajadores de distintos departamentos, se reunieron para disfrutar de la escena. Después de comprobar que los Durand reconocían a su hija, la policía dio su misión por terminada.

Los mismos tablones que habían servido para que Policarpo ascendiera, se usaron para hacerlo descender. Muchos hermanos reían con gusto. ¡Era lo menos que habían esperado ver salir del camión de Perdomo! Algunos comentaron:

-¿Ven que no es tan difícil entender el mensaje de la Biblia? ¡Ahora hasta los asnos vienen a las asambleas!

Policarpo pisó tierra con las orejas más caídas que nunca y la cabeza gacha. Esperaba un castigo por haber llevado tan lejos a Calalily. En vez de eso recibió caricias, palmaditas amistosas, y mucha comida por haber cuidado tan bien a su patroncita. Así pasa a menudo con los humildes: esperan palos cuando merecen regalos.

El asno jamás en su vida había sido objeto de tantas atenciones. Lo ataron a un árbol, bastante cerca de la entrada principal del estadio, y mucha gente se detenía a hablarle y a acariciarle la cabeza.

Pero todavía les esperaba un privilegio que su limitada mente nunca hubiera podido imaginar. El superintendente que dirigía el drama que se presentaría el domingo por la mañana, al pasar junto a él comentó:

-Ya que Policarpo se las ingenió para estar con nosotros en la asamblea, lo vamos a usar en el programa. Le dará más realismo a la escena culminante del drama, cuando los cristianos en caravana, huyen de Jerusalén antes de su destrucción.

El domingo por la mañana, la alfombra verde del césped en la cancha, lucía brillante bajo el sol. Calalily, vestida con ropa de época que su madre había improvisado, estaba muy emocionada esperando debutar en un drama. Cuando montó a

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Policarpo, aguardando la señal para entrar junto con todos los demás actores, Fidel se paró junto a ellos. Estaba decidido a no dejarse quitar su lugar, porque para él no podía existir una razón válida en el mundo que pudiera hacerlo desistir de seguir al asno y a la niña. Finalmente el director dijo:

-Bueno, algún perro debe haber salido de Jerusalén junto con sus dueños, dejaremos que éste también haga su parte.

Ese domingo fue un día glorioso en la vida de Policarpo y Fidel , pero ellos nunca lo supieron. El público aplaudió con mucho aprecio la emotiva escena, llena de colorido y enseñanza.

Aquella asamblea fue memorable para la familia Durand. Ramiro y Blanca escribieron en sus Biblias la fecha de su bautismo, y Calalily la guardó entre sus más queridos recuerdos, porque el bautismo de sus padres significaba un certificado de protección para ella mientras fuera demasiado pequeña para sellar su propia dedicación.

Los años pasaron, Fidel murió, y en su homenaje a su apego a la familia, fue enterrado en un rincón del huerto que con tanto celo había guardado. Policarpo estaba envejeciendo visiblemente. Su trote era más lerdo cada día y pasaba mucho tiempo echado en el galpón, o dormitando al sol. Calalily había crecido, y estaba tan alta como su madre. Cuando los niños que venían a su casa querían pasar sobre el asno, ella se lo permitía solamente a los más pequeños. Finalmente, los huesos cansados de Policarpo se acostaron definitivamente en aquel rincón del huerto donde yacían los de Fidel.

A los humanos les fascina escribir crónicas históricas, y exaltar con palabras escogidas a los que consideran héroes. Si la raza asnina hubiera podido escribir su historia, y hubiera tenido inteligencia para disfrutarla, se hubiera enorgullecido mencionando que el hombre tuvo que llegar a la conclusión de que el asno es más inteligente que el caballo, y se desempeña mejor que éste en terreno montañoso. Pero, especialmente, hubiera atesorado una página brillante que mencionaría a un lejano antepasado, que tuvo la especial distinción de haber sido montado por Jesús de Nazaret, para atravesar la antigua Jerusalén, dándole a su pueblo la señal de que el Mesías estaba entre ellos.

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Los Durand siguieron viviendo en Campoluz, que ahora estaba mucho más poblado y tenía un gran Salón del Reino. El presente, con su avasallante progreso, estaba invadiendo el paisaje tranquilo que había sido el sencillo marco del pasado. Pero en la memoria de Calalily, seguían viviendo aquellas pequeñas granjas, aquellos caminos agrestes por dónde Policarpo tantas veces la había llevado.

Cuando los grupos de predicadores trabajaban las faldas de las sierras, ella no podía menos que pensar:-¡Que bien me hubiera ayudado Policarpo a alcanzar las casas más lejanas!

Ése es el galardón de los buenos, dejar su nombre como un perfume suave y grato en la mente de los que se beneficiaron con sus obras; causar que alguien agradezca el que hayan existido, aunque ellos no se enteren de nada.

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Capítulo 4

LA FELICIDAD ES UN NIDO

propósito. La felicidad de cada uno, entretejida con hilachas y pajitas, es el más querido refugio ante la tempestad. Las cosas pequeñas le dan solidez y fortaleza. Los bienes que no se compran con dinero ni se miden con cifras, como la amistad, el cariño de los demás, el paisaje que nos rodea, el sol que nos transporta, son las preciosas briznas que se entrelazan en el nido de la felicidad.

A UN CONCERTISTA

Tu música es un bien invalorable, evasión y consuelo;

es una mano tibia que suaviza las marcas del flagelo.

El violín en tus manos no es madera,

es verbo y sentimiento. La música responde al que en las cuerdas

sabe enhebrar el viento

Los diques del silencio no amortiguan tu fugaz melodía;

vaga en los corredores de mi mente, calza en las huellas mías.

No importa cuánto pese el sedimento

de los años vividos, el corazón de carne se hace ingrávido

por esa voz mecido.

Fuera del instrumento que la causa se esfuma liberada,

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repercute envolviendo al que la escucha en una etérea sensación alada.

¡OH, si mi voz extrovertida fuera,

desde su caja humana, igual que tu violín reverberando,

prolongada y lejana!

Si pudiera arrancar en corazones evocativos ecos...

Si pudiera llenar de acordes suaves el frío de sus huecos...

Más allá de la forma y la materia

trepida el sentimiento. La música regresa y se entreteje

en la urdimbre sutil del pensamiento

La felicidad de los que hicieron del servicio sagrado la carrera

de su vida, ha sido siempre simple y sin pretensiones, libres de ambiciones consumidoras y proyectos complicados. Cada uno alimenta y conserva la suya al andar modestamente en los caminos de Dios.

UNA FELICIDAD PEQUEÑITA Y DESCALZA

Estoy en el declive de vida mirando al horizonte enrojecido

que anuncia con bonanza el nuevo día del Reino largamente prometido.

Después de tantas horas valoradas, después de tantos años bien vividos,

después de tantas sendas bien trilladas, te digo, amado Dios que es inefable

tenerte por amparo y por amigo. Adivino tu rostro bondadoso

y presiento tu voz plena en ternura

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diciendo, (amor de padre): - ¿Qué más quieres? ¿Queda un deseo íntimo, incumplido,

del cual pudieras extraer dulzura? -Nada que no me hubieras reservado; nada que Tú no hubieras prometido.

Tan sólo aspiro a conservar con vida

la humilde dicha que creció a mi lado. Yo la adopté; era una niña huérfana

sin nombre, sin destino, sin albergue. Nadie jamás la había reclamado.

Se prendió de mi mano; no tenía demandas ni ambiciones.

Despeinada y descalza imploraba cariño. Había en sus grandes ojos soledad y desamparo la senté en mis rodillas y le enseñé canciones.

La insté a escuchar callada la voz de tus ungidos y a medir las palabras cuando hay que reclamar;

a retener el paso en cruces peligrosos, a abrir la mano en pleno cuando es preciso dar.

Crecimos lado a lado; ya no reímos tanto,

pero tenemos muchos recuerdos que guardar. Valoramos las cosas pequeñas de la vida, son perlas de cultivo de suave fulgurar.

No la quiero abrumada por pesos materiales

ni por severos cálculos cuando hay que hacer el bien. Que con los ojos bajos admita Tu presencia y con certeza plena diga su propio amén.

A veces, los más deleitables matices de la felicidad, no tienen nada que ver con la risa y las manifestaciones bullangueras. En cambio, tienen mucho que ver con la abnegación y el renunciamiento. Uno puede tener todo el derecho de atravesar un umbral, pero se priva de hacerlo para no perturbar la privacidad de otro. Uno podría legítimamente

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reclamar algo que le pertenece, pero prefiere perderlo para no despojar a alguien que lo necesita. Uno podría sofocar a un transgresor bajo el peso de la justicia, pero decide arroparlo con el manto de la misericordia. Hace algunos días, un orador trató ante la congregación, la diferencia entre predestinación y preconocimiento. Explicó que Jehová, en su insondable sabiduría, puede predecir el camino que tomará una persona, porque conoce su composición genética, sus inclinaciones naturales y sus tendencias heredadas, como en el caso de Esaú y Jacob. Preconoce lo que hará tal persona dentro de su radio de libertad relativa, pero no la predestina. Le permite hacer sus propias decisiones. La gente pretende ponernos en aprietos con ciertas preguntas:-¿Acaso Dios no sabía que Adán iba a pecar? Si Él es el todopoderoso, entonces sabe todo de antemano. Si Adán ya estaba predestinado al fracaso, ¿por qué lo condenó? El orador explicó que este es un caso en que dios se detuvo ante una puerta que tenía el derecho de trasponer. Una mente perfecta no es un vehículo sin frenos. Puede avanzar en el escudriñamiento, pero puede también detenerse a voluntad. Es el mismo caso de una madre junto a la cuna de su bebé. Ella estaría anticipándose indebidamente, y restringiendo su amor, si sospechara que su hijo podría avergonzarla un día, en caso de ser portador de las cualidades indeseables de tal o cual antepasado. Pero prefiere no suponer nada y esperar, porque su desconfianza crearía una barrera entre ella y el niño. Dios también se detuvo y esperó. No estaba predestinando a su primer hijo humano, ni adivinando su derrotero futuro. Respetando el libre albedrío que le había dado al crearlo a su imagen y semejanza, esperaba lo mejor de parte de Adán.

SEMEJANZA

Cuando te haga más feliz renunciar a un cosa que retenerla.

Cuando el frenar tu avance ante una puerta te satisfaga más que transponerla;

cuando sea más dulce el bocado cedido que el paladeado;

cuando te haga más rico

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el dinero perdido que el redoblado; cuando te atraiga más

favorecer al harto de sinsabores que aplaudir el abuso del poderoso

para obtener favores; cuando te mueva a actuar

el ahogado rumor de algún sollozo más bien que la estridencia de la risa;

cuando cotices con valor exacto, tu dignidad, tu nombre, y tus recuerdos

aunque lleves zurcida la camisa; cuando encuentres más que decir

en la casa del duelo donde se ruega, que en el banquete espléndido

que exquisiteces ante ti despliega; cuando en tus tribunales interiores entre como acusada la discordia, y le pidas su estrado a la justicia para otorgarlo a la misericordia;

cuando en la realidad de cada día, el clamor de la carne no se anteponga amordazando el canto de la esperanza; cuando ante un horizonte de tormenta

mantengas la entereza de tu templanza; entenderás mejor esta sentencia:

Dios nos hizo a su imagen y semejanza. La felicidad es un nido donde cabe todo lo simple y lo pequeño. Una filosofía sencilla de la vida, se amolda a ella mejor que las fórmulas intrincadas y profundas.

COPLAS INGENUAS

Dicen que mirar el campo le da descanso a los ojos.

Adán tuvo que mirarlo lleno de espinos y abrojos.

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Si una tentación te muerde, suéltate tan pronto puedas,

porque te puede costar la vida eterna y monedas.

Canta si vas cuesta arriba,

canta si vas en bajada. Si te escuchan las serpientes, pueden quedar encantadas.

Cuando algo no salga bien,

sopórtalo con paciencia. No todo habrá de ser pérdida,

estás ganando experiencia.

Se comienza por lo simple, luego se amplía el saber.

Fue arrimando hojas de higuera que Eva aprendió a coser.

Si algo a menudo se tuerce

y te irrita el desnivel, averigua si el causante

no está envasado en tu piel.

El Diablo nunca se acuesta, sigue porfiando en su empeño.

Nadie nos va aguar la fiesta cuando él duerma en el Milenio.

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CAPÍTULO 5

EL NIÑO A LA ALJABA

Realmente, Colibrí fue un gran acierto de los griegos

descubrir al amor romántico como un niño con los ojos vendados, que usa sus flechas sin cálculo ni ensayo, produciendo a veces las más extrañas ataduras de sentimientos entre los humanos. Esa ha sido una de las ilustraciones más usadas través de los siglos, y nunca ha perdido su fuerza expresiva. Algunos le atribuyen al Eros de los griegos un poder exagerado, que no se puede desvirtuar ni contradecir, pero en eso hay más superstición que realismo. Se puede obligar al niño de la aljaba a envainar sus flechas, y a sacarse la venda cuando un propósito en la vida absorbe todo nuestro interés, aunque sea por un plazo determinado. Con referencia a esto, viene a mi mente una ocasión singular en que tuve...

UNA DISCUSIÓN CON EROS

Con un aire de triunfo me señaló el camino Dónde andan los humanos siempre a él sojuzgados,

Y dijo con orgullo: -Todo lo que respira el amor lo ha alentado.

Me mostró el cementerio donde la carne quieta yace ya sin deseo factible o malogrado,

y recalcó una idea frente a una tumba abierta: - Sólo quedó de ellos lo que al amor le han dado.

Respondí con enojo:

-No es verdad lo que dices. Algunos no dejaron carnales herederos,

pero dejaron música que no puede olvidarse, cuadros, libros, estatuas, grandes descubrimientos,

y vidas transformadas si fueron misioneros.

Enmudeció un momento y volvió a la ofensiva: - Yo también soy un siervo del Creador excelso,

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tengo como incentivo una misión sagrada. Si todos se acorazan para parar mis flechas

La tierra del futuro se verá despoblada.

Reasumí mi defensa: -Sabes que a ti se rinden enormes muchedumbres

y somos minorías los que estamos aparte. ¡No quemes en tu hoguera la estopa del relleno

del vigía que hicimos tratando de asustarte! Jesús también nos dijo que seríamos pocos,

Pero el que se hace eunuco para servir mejor, Tendrá su recompensa segura y redoblada,

La sonrisa del Padre su amoroso favor.

Me amenazó con voz entrecortada: -Cuando te alcance la vejez sombría añorarás un brazo en que apoyarte

que contenga la sangre de tus venas. Sabrás que no me desdeñaste en vano,

y vivirás a solas con tus penas.

-Tu argumento es muy fuerte y emotivo, pero al final los hijos abandonan

el nido primitivo. En el próspero mundo que se acerca, ya tendrás tu cosecha y tu revancha.

Déjanos rescatar hijos ajenos extraviados en todos los caminos,

mientras el pueblo de Jehová se ensancha.

-Confías demasiado en los amigos que hoy rodeándote están.

Son un grupo cambiante e inestable que de continuo vienen y se van .

-Confío en el Amigo que no cambia,

que fue y será el único sostén. Dios sabe qué deseamos sin pedirlo,

y nos colma de bien.

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Se apartó disgustado.

Acomodó su aljaba y se ajustó su venda. Al irse canturreaba una canción muy tierna,

jactándose del éxito con que empalmaba sendas.

Ahora, Colibrí, hablemos de los que le concedieron a Eros el señorío que se adjudica. Tú y yo hemos observado que muchas parejas jóvenes hicieron un triunfo indiscutible de su amor, pero la verdad es que Eros no tiene todo el mérito. Ellos le dieron voz y voto a los valores espirituales que dignifican la vida y que hacen sólida y perdurable esa bendita relación, especialmente cuando ponen a Dios como Testigo y supervisor del pacto que los une. No se dejaron flechar por un designio ciego, sino que supieron dirigir la atracción natural que sentían hacia el sexo opuesto y encauzarla en una relación matrimonial profunda y racional, después de asegurarse de que habían hecho una buena elección.

Si quisiéramos citar ejemplos, la lista de nombres seria interminable, pero al tratar ese tema siempre recuerdo a Osmán y Janice. Cuando él fue convocado para el servicio militar en la Argentina, defendió su neutralidad cristiana negándose a tomar armas. La sentencia que recibió le imponía una prueba larga y dura al amor que recién nacía entre él y Janice, una muchacha brasileña que vivía en Gramado. Pero ni la ausencia, ni la distancia, ni el tiempo vacío, que parecía un túnel demasiado oscuro para atravesarlo en soledad, lograron ahogar la expectativa de edificar su hogar con una buena conciencia, como el punto culminante de un amor casto, acrisolado por la abnegación y fortalecido por la adversidad.¿Recuerdas Colibrí? Tú me dictaste para ellos...

AMOR VICTORIOSO

Él tiene ojos de moro, oscuros y profundos Y una amplia sonrisa que nunca escatimó.

La augusta cordillera lo conoce de niño; El buen sol mendocino su vida iluminó.

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Ella es hermosa, rubia y sus ojos celestes Tienen la mansedumbre de las tardes de Abril.

¡Qué bueno fue el encuentro un día de asamblea en las tierras rojizas del frondoso Brasil! Él espera sus cartas como maná del cielo

tras los severos muros de un cuartel militar, mientras ella en Gramado, entre verdes colinas,

por él suspira y ora, decidida a esperar. En la fragua del tiempo se funden y acrisolan sus sueños compartidos de un futuro mejor. Pasarán cuatro largos años como decenios...

El amor es un niño que crece en el dolor. Cuando se cumpla el tiempo del juicio inapelable

ese cariño tierno , ¡ qué maduro será ¡; tendrá músculos fuertes para forjar la dicha,

del galardón deseado nadie lo privará. Jehová es Testigo excelso de la mutua promesa,

Su bendición no falta, su recompensa es fiel ¡Que la abnegada espera sea un poema indeleble

para alabarlo a El! Ese amor sin dobleces, cristalino y sereno,

nutrido de lo simple y de lo bueno, victorioso en la ausencia, templado en la distancia,

igual que una cadena firmemente forjada, ha de guardar sus almas a la esperanza ancladas.

1980

Cuatro años más tarde, cuando realizaron su boda, no pudimos pasar por alto la culminación de ese idilio que habíamos seguido paso a paso. Entonces escribimos...

LA META TRIUNFAL

Coronen de laureles a este amor victorioso que comenzó temblando, ¡ pobre pichón herido!

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Supo burlar el diario deterioro del tiempo y escapar de los dientes roedores del olvido.

Se apostó vigilando, como un águila madre que anida en las alturas.

No lo segaron soles, no lo arredraron vientos;

no bajó la cabeza ante la tempestad. Resistió horas muy duras que hincaban en la carne

garfios de soledad.

Oyó oscuros presagios y falsas profecías condenando al fracaso su tenaz decisión. Hoy lo vemos llegando a la trazada meta

y asir con mano firme su cabal bendición.

Que nada se interponga ni intente separarlos, malogrando la dicha que este amor alcanzó.

Que nada inutilice las lágrimas vertidas en la espinosa senda que andando recorrió.

LAS AGUAS SUBTERRANEAS TAMBIEN CANTAN

Yousef Aboud había emigrado a los Estados Unidos de Norte América con su padre siendo muy joven, en busca de una posición materialmente desahogada. A ambos les había atraído mucho la idea de vivir en un país moderno, donde todas las comodidades están al alcance de la mano, y reunir una rentable suma de dinero, con la esperanza de volver al Líbano, comprar una buena casa, establecerse con un negocio. Aunque a uno le guste el lugar donde vive y trabaja, la tierra natal difícilmente se olvida, especialmente buna tierra llena de fascinación y belleza, como es el Líbano y sus alrededores.

El hombre se parece mucho al salmón, ese pequeño pez plateado de carne rojiza, que forma colonias cada una con sus distintas características. Los salmones viajan en comunidades que ascienden a millones. Los que se han empeñado en estudiar sus costumbres los han marcado con discos de celuloide, sacándoles

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alguna aleta o ideando cualquier otro medio para distinguirlos. Así han comprobado que después de un largo viaje hacia el mar, en busca del alimento rico que le provee una reserva de aceite a su cuerpo, ese aceite es el combustible que le permite llegar de vuelta al exacto punto de partida donde desova y muere. No importa cuantos canales desviadores encuentren en su camino, su instinto lo lleva de vuelta al riachuelo que empezó su vida. Si por algún accidente una colonia de salmones no puede volver a su rincón natal, mueren en el camino, sin desovar. Pero, su instinto natural le dice que debe volver a su casa y morir allí.

Najib Aboud, el padre Yousef, había vuelto tres veces a su país en limitadas vacaciones, y cada vez se le había hecho muy difícil despedirse de su gente, de sus olivares, los naranjales, los majestuosos cedros y las cumbres nevadas que probablemente le había dado su nombre a la región, ya que Líbano significa “blanco”. Cuando tenía casi ochenta años, Najib le dejo a su hijo Yousef: -No espero más. Aunque tú quieras quedarte aquí, yo prefiero morir en mi tierra, oyendo hablar en árabe y mirando esas montañas que nunca pude olvidar.

De acuerdo a sus más queridos deseos, Najib Aboud murió en su tierra, pero Yousef se había casado con una muchacha de descendencia árabe, criada en los Estados Unidos, y se quedó, allá, viendo crecer a su familia. Tenía dos hijos, el mayor se llamaba como el abuelo, y el otro Salim, y una hermosa muchachita llamada Jalime. Un día, Yousef les dijo:- antes de que ustedes se casen o se alejen del hogar, quiero que vayamos todos juntos al Líbano para que conozcan la tierra en que nací y en que nacieron sus abuelos. Conocerán a mis amigos de la infancia, y les mostraré muchos lugares hermosos.

La primera vez que los hijos de Yousef Aboud viajaron con sus padres para conocer la república del Líbano en 1972, Najib tenía veintidós años, Salim veinte y Jalime diecisiete. Cuando llegaron, varios de los antiguos amigos de la familia estaban en el aeropuerto esperándolos. La familia Fayad no tenía alojamiento preparado para todos en la vieja casona que habían heredado de los abuelos, en las afueras de la capital, que

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lucía tan hospitalaria con su jardín florecido y su huerto lleno de naranjos.

Los Fayad habían sido devotos musulmanes, pero desde 1949 eran testigos de Jehová. En aquel año habían llegado al Líbano los primeros misioneros testigos cuando había en el país unas pocas congregaciones que agrupaban a unos quinientos publicadores del reino.

Los Fayad habían continuado escribiendo a los Aboud cada tanto, y por supuesto les había dado testimonio de la verdad en sus cartas. Al recibir algunas preguntas interesantes de ellos, habían enviado el nombre de Yousef y dirección a la oficina central en Nueva York, y por ese medio los habían conectado con otra familia árabe que estaba en la verdad, que los ayudo espiritualmente. Ahora, era un verdadero gozo recibir a Yousef, su esposa y sus tres hijos como hermanos en el verdadero cristianismo.

Entre las últimas novedades, la familia Aboud se había enterado de cosas inquietantes. La gente en general tenía temor de que algún día el odio creciente entre los musulmanes y las sectas mal llamadas cristianas, como los ortodoxos y los católicos marinitas, llevaran a una confrontación armada. Algunos estaban aprovechando la confusa situación para tratar de silenciar el mensaje del Reino. La Atalaya y Despertad estaban proscritas desde 1956.

Ibrahim Fayad tenía cinco hijos, tres varones, Abdulláh, Afif y Yamil, y dos niñas Aishi y Sona. Desde que habían llegado los Aboud, Yamil no podía dejar de mirar a Jalime aparte de ser bonita, era simpática, y muy desenvuelta para hablar de sus impresiones y sus gestos. Se parecía a las misioneras norte Americanas que habían ayudado a aflojar la rigidez de las costumbres asiáticas en las congregaciones en que trabajaban. Antes de venir ella en 1949, las esposas y las hijas de los hermanos árabes rara vez se veían en las reuniones, y cuando iban, se sentaban solas en las últimas filas de asientos, y nunca se mezclaban con los hombres. Las misioneras casadas causaron conmoción en las pequeñas congregaciones sentándose junto a su esposo, y las hermanas solteras, ubicándose en cualquier lugar del salón, entre los hermanos. Algún tiempo después, los Salones empezaron a presentar un

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aspecto diferente, cuando las familias ocupaban juntas la misma fila de asientos. Hasta ese tiempo, los hermanos árabes no se habían atrevido a participar en el ministerio del campo, pero comenzaron a acompañar a las misioneras en la predicación de casa en casa, y esto causó un notable progreso en la salud espiritual de las congregaciones.

Yamil veía en Jalime un equilibrio ideal de las mejores cualidades de su raza, matizadas con lo que más le atraía den la gente de occidente. La familia Aboud había venido para quedarse solamente un mes en el Líbano, lo cual, para la generosa hospitalidad árabe, era una breve visita. Era necesario planear cuidadosamente el tiempo para no pasar por alto ninguno de los lugares que valía la pena conocer. Baalbeck, el Monte Hermón, el hermoso valle llamado Bekaa que corre entre la cordillera del Líbano y el Antilíbano. Infaltablemente, tenían que ver los famosos cedros y visitar las maravillosas cavernas situadas en las montañas, cerca del mar Mediterráneo. Todo eso había que entremezclarlo con una cantidad de reuniones sociales en que servirían los deliciosos platos árabes que las dueñas de casa prepararían con cariño para los visitantes.

Varios grupos se unieron a ellos con sus automóviles para acompañarlos a la cordillera, que fue la primera excursión planeada. En el camino, vieron una caravana de beduinos nómades mudándose con toda su casa y pertenencias. Los jóvenes de la familia Aboud disfrutaron del singular espectáculo y aprendieron que, para las tribus beduinas, la sociedad patriarcal es aún la verdadera forma de vivir, como en los tiempos bíblicos. El más anciano es cabeza de la tribu, y a su autoridad están sometidos hijos, nueras y nietos. Igual que en los días de Abraham, cuando el cabeza de la tribu ordena una mudanza, todos le siguen. Las caravanas de camellos despliegan una página sugestiva de historia antigua ante los turistas que contemplan la escena.

Entre la cordillera del Líbano y el Antilíbano corre un valle lato y fértil que tienen entre diez y dieciséis kilómetros de ancho, llamado la Bekaa o Celisiria. En una de las pequeñas granjas de este valle había muerto el abuelo Najib, en casa de su sobrino Dib, mirando a las terrazas escalonadas de las montañas llenas de olivares, árboles frutales, nogales y viñas. El

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río Orontes y el río Litani lo fertilizan y lo embellecen. En las capas areniscas crecen montes de pinos y cedros, enebros y cipreses. El lobo, el oso, la gacela y el chacal están en sus dominios en estos espléndidos lugares. Los israelitas antiguos nunca conquistaron esta región. El rey Irma de Tiro dominaba parte de ella en los días de Salomón y le proporcionó a éste maderas de cedro y de enebro.

El valle Bekaa, que luego se interna en la Tierra Prometida, produce generosas cosechas de manzanas, uvas, higos, cerezas y melones, a la vez que produce vegetales y granos. Igual que en los tiempos bíblicos, la trilla de los campos se efectúa con la ayuda de caballos, mulos o bueyes, que arrastran una plataforma de madera en que se para el trillador y va girando en círculo. Todavía, como en la antigüedad, los campesinos arrojan el trigo al aire con la pala de aventar para que el viento les ayude a separar el grano del tamo y la paja.

Yamil se sentía feliz explicando a la familia Aboud todas estas cosas y comprobando cómo disfrutaban ellos de cuánto veían y oían. Cada pequeño dato histórico, cada suceso casual que provocaba un comentario apreciativo de ellos, y en especial de Jalime, lo hacían sentir plenamente recompensado; especialmente cuando ella lo apremiaba con su cálida sonrisa. Ya empezaba a sospechar que esa muchacha era una dulce sorpresa que la vida le reservaba; un punto de viraje inolvidable en su camino.

Dedicaron un día para ir hasta el majestuoso Monte Hermón, frecuentemente mencionado en la Biblia, que se levanta a más de cuatro mil metros sobre el nivel del mar. Su cumbre siempre cubierta de nieve, condensa los vapores de la noche, que luego caen en forma de rocío. Este riego natural del cielo es valioso en la época de sequía, desde mayo hasta septiembre, y mantiene la vegetación en sus faldas. El Salmo 133 compara la unidad de los adoradores de Dios con este rocío bienhechor. Los deshielos del Monte Hermón son la fuente principal para mantener el caudal del Río Jordán.

El almuerzo, bajo un grupo de enormes cedros, les dio la oportunidad de apreciar su tamaño. Un grupo de diez, tomados de la mano y con los brazos extendidos, apenas podían rodear

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los más voluminosos troncos. Allí Yamil, pulsando su guitarra, cantó algunas de las canciones que él mismo había compuesto. Jalime no podía dejar de comparar aquella escena llena de paz y belleza, con el recuerdo de las bulliciosas calles de Nueva Cork. Su hermano Najib hizo una pregunta interesante que la desvió de estos pensamientos.

- Yamil, ¿cuándo estás en el estado de ánimo más propicio para componer tus canciones?

-Bueno, son momentos de recogimiento y soledad que a veces se presentan espontáneamente y a veces hay que buscarlos. La vida agitada de hoy casi no nos deja tiempo para abrir el corazón al llamado de la creación, que nos sugiere tantas cosas hermosas para que las expresemos en palabras. Yo muchas veces me alejé de Beirut y vine a buscar la soledad de las montañas, como hoy, o me extasié frente a la inmensidad del Mar Mediterráneo, pero el paisaje me atraía tanto que no podía ignorarlo para ponerme a escribir. Frente a la belleza, la mente es una película en blanco que recibe impresiones. Luego, en la penumbra del laboratorio hay que revelar sus imágenes. Para mi, el lugar ideal para escribir o componer música es mi propio dormitorio, o cualquier lugar de la casa si la familia ha salido. Esos rincones íntimos, acogedores y sencillos, donde nada nos distrae con nuevas sugerencias, nos dan la sensación de confianza que produce todo lo rutinario, lo que no necesita presentación, como los rostros amados que nos rodean. Los temas armonizan con la inclinación mental del momento. Esto se expresa claramente en los primeros versículos del Salmo 137, que describe el estado de ánimo de los judíos cautivos en Babilonia, que lloraban recordando a Jerusalén. Sus arpas silenciosas, colgadas de los álamos, no hallaban motivo para hacer oí su canción. Los babilonios se burlaban de ellos y les pedían canciones de Sión, a lo cual ellos respondían: -¿Cómo podemos cantar la canción de Jehová sobre suelo extranjero?

Antes de hacer la planeada excursión a Baalbeck, Yamil repasó algunos datos de historia del Oriente, a fin de poder dar información sobre aquel lugar que en tiempos antiguos había estado asociado con la adoración de Baal, como indica su nombre. Había estado situado en un lugar muy estratégico del

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mundo antiguo, para atraer a los practicantes del paganismo, en un pasaje angosto que llevaba al desierto sirio y a los reinos del oriente. Era un cruce de caminos para el comercio internacional. Sus edificios más prominentes, hoy en ruinas, fueron tres templos dedicados a los dioses Júpiter, Venus y Mercurio. Los romanos habían edificado esos templos cuando conquistaron Siria.

Mientras el grupo recorría las ruinas de Baalbeck, surgieron comentarios muy interesantes sobre la manera como la religión babilónica fue adaptándose a los pueblos que la aceptaban, cambiándoles el nombre a sus deidades y legándoles sus doctrinas, retocadas al gusto del momento. Por eso el antiguo templo de Venus está actualmente dedicado a una deidad católica, “Santa Bárbara”, patrona de las fortalezas militares. La tradición asegura que fue edificado por unos cien mil esclavos, durante un período de doscientos cincuenta años. El templo de Júpiter sobrepasa en altura a los demás edificios religiosos, de modo que la enorme estatua dorada que alberga, se viera desde cualquier ángulo. Los fieles que concurrían a pedirles favores, besaban los pies de esta escultura en prueba de su devoción.

En el templo de Baco o Dionisio, más bajo y pequeño que los otros, admiraron los artísticos grabados en las columnas y en el cielo raso. En una parte que no está tan deteriorada, se puede ver a Cleopatra abrazando a una serpiente. Uno de los guías les explicó que los artistas que predijeron estas entalladuras magistrales fueron cegados, para que jamás pudieran reproducirlas en otros edificios.

Aquel hermoso mes de octubre de 1972 se estaba esfumando muy aprisa y con él se desvanecía el verano. Yamil y Jalime sabían que añorarían siempre ese lapso lleno de colorido en sus vidas.

El le decía: -Te irás y vendrá el otoño. Todo tendrá un nuevo aspecto, pero cuando vuelva a recorrer los lugares por donde anduvimos juntos, te veré en todas partes y tus palabras zumbarán como abejitas en mis oídos.

Ella contestaba: -¡Quien sabe si será de ese modo! Somos jóvenes. Los mayores dicen que a nuestra edad los sentimientos cambian fácilmente y uno olvida lo que ha querido.

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-Yo me conozco, Jalime, no soy variable, y quiero que confíes en mi cariño. Tú sabes cuán serio es para los árabes usar a la gente mayor de la familia como testigos de un trato. Hablaré con mi padre de lo que siento por ti y le rogaré que él mismo, como amigo de la familia de tu propio padre, le presente mi petición de matrimonio.

Ibrahim Fayad, el padre de Yamil, tuvo una larga conversación con Yousef Aboud sobre los dos jóvenes. Ambos estaban de acuerdo en que seria una felicidad para las dos familias, y un motivo más de acercamiento, al ver a sus hijos casados y felices. Pero Yousef tenía una objeción, y él mismo se la hizo saber a Yamil.

-Yo sería más feliz viendo a Jalime casada con el hijo de una persona a quien aprecio tanto como a tu padre, más bien que con uno de esos jóvenes norteamericanos tan distintos de nosotros en algunos aspectos. Mi única duda es que ella sólo tiene diecisiete años. A la edad de ustedes los sentimientos cambian inesperadamente. Todavía no hace un mes que se conocieron. -Entiendo Yousef. Yo no le pido que nos deje casar ahora. El año próximo puedo viajar a los Estados Unidos, pasar un tiempo breve con ustedes y casarme allá con Jalime. A ella le encanta nuestra tierra. Me dijo que con gusto viviría aquí. -Yamil, a los padres siempre nos parece que sus hijos son niños todavía. El año que vienen vamos a pensar como ahora, que es demasiado pronto para separarnos de ella y dejarla venir tan lejos, aunque confiamos en la harás feliz. Tienes que darnos tres años de tiempo. Cuando ella cumpla veinte años, será más natural verla partir. Porque, te aseguro que esos miles de kilómetros duelen. Aparte, ella estará mejor preparada para enfrentar su nueva vida en ese tiempo. El tono firme de Yousef no dejaba lugar para insistir. El respeto y la sumisión a los padres, que tanto se les había inculcado a ambos desde niños, noble tradición de los árabes, no podía hacerse a un lado fácilmente. Tres años, ése era el plazo incuestionable. Tres años y un continente de por medio. Cuando faltaban cinco días para la indeseable despedida, Yamil les recordó: -No pueden irse sin visitar las cavernas de Jeita. Es una impresión inolvidable, algo diferente a todo lo que

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han conocido. El próximo es el último domingo que pasarán aquí…(se detuvo porque sus propias palabras lo sacudieron. Un eco sombrío se internó en su corazón repitiendo: el último domingo…el último domingo…Desde un rincón de su mente resurgió con un tono consolador, un comentario que si padre había hecho la noche anterior: -¿Qué son tres años frente a la eternidad? Verás que pronto pasan, y luego, si ambos siguen fieles a Jehová, tendrás la vida eterna para disfrutarla junto a ella. La voz de Yousef lo trajo de vuelta a la realidad. Gracias por hacernos recordar esto, Yamil. No aceptaré ninguna invitación para comidas el domingo y saldremos al amanecer para Jeita. -¿Qué vamos a ver en esas cavernas? -preguntó Salim, el hermano de Jalime. -Se van a asombrar de muchas cosas,-respondió Yamil. Entre ellas el Río Perro forma un lago cristalino y de allí arranca hacia el Mar Mediterráneo. Hace solamente cien años que han sido exploradas en su totalidad. Tienen seis kilómetros y medio de largo. Como se convirtieron en una atracción turística, se edificaron pasarelas con barandas para que la gente las recorra. Ustedes mismos van a poder palpar las estalactitas, el agua cristalizada que cuelga de las bóvedas. A veces, en ese pasadizo se instalan grupos de músicos para tocar melodías, y es una maravilla disfrutar de los ecos que las cavernas producen. El último domingo llegó, porque nada pudo detener el tiempo, como Yamil y Jalime hubieran deseado. Aparte de los comestibles para el pic-nic, llevaban alguna literatura para testificar en las viviendas aisladas. Cuando el grupo empezó a recorrer las cavernas de Jeita, los que iban por primera vez quedaron sin aliento. Las estalactitas colgaban de las bóvedas de piedra como cortinados brillantes, dispuestos caprichosamente, desplegando una gama de colores óxido, rojo, blanco, verde y naranja. Algunos grupos de estalactitas parecían lámparas de un suntuoso palacio que esperaban que una mano autorizada diera vuelta una llave para iluminarlas. Las estalagmitas, que se forman en el suelo de las cavernas, van creciendo lentamente a medida que las gotas que

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se filtran de la tierra, van cayendo de la bóveda al piso. Trabajo de siglos, hecho en silencio: obra magnífica del gran escultor celestial, Jehová, que usando el agua y las sustancias de la tierra, logró tales bellezas subterráneas, sin reparar en que pasarían inadvertidas durante largos trechos de historia. A una pregunta de los jóvenes, un guía explicó que el ácido carbónico, recogiendo minerales del suelo, fue dotando de colores las cavernas. El hierro le dio tintes amarillos, anaranjados y rojos; el cobre los tintes verdes y azulados. En medio del silencio casa místico, de tanto en tanto se oía el caer de algunas gotas. Las estalactitas estaban alimentando a las estalagmitas, que se elevaban, centímetro a centímetro, formando columnas de colores, figuras de semejanza humana o animal, sugiriendo muchas cosas a la imaginación de en sus poses estáticas. Al ver a Yamil murmurando unas palabras al oído de Jalime, los jóvenes solicitaron algo: - ¿Por qué no cantas una canción de amor? Yamil titubeó. No estaba con ánimo para cantar porque aquel eco obstinado seguía repitiendo en su corazón: el último domingo…el último domingo… -¿Por qué no cantamos todos? Los hombres podemos ir del otro lado de la pasarela y desde allí cantar la mitad de cada estrofa de “El pan del cielo”, y las hermanas nos acompañarán desde aquí completando la estrofa. Verán que suena como un gran coro. Aquél cántico fue una significativa expresión de aprecio al Dador de la vida. Las voces de ellas afirmaban después de ellos la felicidad de existir y tener un Redentor. Cuando estaban regresando a los autos, Jalime le preguntó a Yamil: -¿Tendré el privilegio de escuchar la canción que estás componiendo, Yamil? -Aquí no. Pero la voy a incluir en la cinta que te estoy grabando con todas mis canciones y poemas. La escucharás cuando estemos lejos el uno del otro. Así sabrás lo que has de ser para mi, si nuestros sueños se quiebran como vasos de arcilla. El deplorado día de la separación llegó. Ahora la profundidad de aquel amor recién nacido debía probarse a

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través de un abismo de distancia. Yamil pasó sus vacaciones con la familia Aboud al año siguiente, en los Estados Unidos y habló mucho con Jalime sobre el futuro, haciendo nuevos planes. Se alegró al comprobar que la visión de los lugares hermosos que habían recorrido en el Líbano, no se habían borrado de la mente de ella. Deseaba iniciar una nueva vida en la tierra de sus antepasados, y mejor aún, no cabía la menor duda en su corazón de que quería vivir esa nueva vida junto a él. Después de ese segundo encuentro, las cartas se hicieron más intensas y más francas. Los sentimientos iban adquiriendo madurez. Ibrahim, el padre de Yamil, estaba comprando una finca cerca de las montañas, con muchos árboles frutales y una pequeña viña. Ya estaba pensando en su vejez, en retirarse del negocio de electrodomésticos que tenía en el centro de Beirut y dejarlo en manos de sus hijos. Soñaba con ver a sus nietos pasando temporadas con él en aquella casona llena de sol, que con varias entregas de dinero al fin sería suya. El año 1975 se acercaba. Yamil y Jalime estaban haciendo planes definitivos. Entonces, un suceso imprevisto cambió la escena. Estalló la guerra civil en el Líbano, que por tantos años habían temido. Bandas guerrilleras de musulmanes se trababan en lucha con bandas de católicos maronitas en los suburbios de Beirut. La guerra se fue extendiendo poco a poco, y empezaron a llegar noticias de actividades terroristas y refriegas en varias partes del país. Ahora, Yousef no estaba tan seguro de que quería dejar ir a su hija al Líbano, y escribió una larga carta a Yamil ofreciéndole la oportunidad de hacerse cargo de un negocio de telas y ropa confeccionada en Nueva York. El se encargaría de la vivienda, de modo que tendrían un buen principio al fundar su nuevo hogar. Yamil tenía sus dudas en cuanto a vivir en un país tan diferente. Se tomó un tiempo para pensarlo. Era siervo ministerial en su congregación. La obra en el Líbano estaba floreciendo y había mucho que hacer. ¿Qué sentido tenía mudarse a un país en que tardaría por lo menos un año en dominar el idioma para poder predicar y tener buenas asignaciones en las reuniones? Además, las cartas de Jalime habían mencionado la escasez de territorio. La congregación en que estaban los Aboud tenía asignadas solamente diez

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manzanas llenas de apartamentos de muchos pisos, en que tenían que buscar interesados entre los que veían llegar el sábado con las revistas y el domingo con la oferta regular de literatura. En el Líbano jamás habían tenido que trabajar el mismo territorio dos veces por semana; tenían la intuición de que por años no iba a ser así. Cuando Yamil escribió sobre todas estas dudas, Yousef le contestó que en Nueva York también había árabes para visitar, y que su predicación no sería inútil mientras se tomara el tiempo necesario para aprender el idioma. Yamil volvió a la ofensiva en lo que se podía catalogar como una batalla epistolar. Le escribió a su futuro suegro que la guerra civil se hacía parecer en las noticias más impresionante de lo que era en realidad. Extensas zonas permanecían tranquilas. Se tomaban toda clase de precauciones al escoger el territorio en el que el grupo iba a predicar. Las radiodifusoras continuamente advertían de los lugares en que había lucha para que la gente evitara acercarse a tales zonas; además, siempre se comunicaban por teléfono con algún hermano que viviera en el territorio elegido, a fin de que les confirmara si se oían disparos cerca o si todo estaba tranquilo. Estaban realizando sus reuniones regularmente. No cantaban para no atraer la atención de los extraños. Preferiblemente se realizaban en grandes edificios de apartamentos donde entraba y salía gente a todo hora. Nunca salían todos a un tiempo, sino en pequeños grupos. Llevaban linternas a pila porque los apagones eran frecuentes. A veces tenían que bajar o subir varios pisos por la escalera, porque el ascensor no funcionaba, o caminar a través de calles oscuras para volver a casa. Pero continuamente sentían la protección de Jehová y su guía, porque estaban obedeciendo sus mandatos de predicar y congregarse a pesar del peligro. Jalime, por su parte, presionaba a su padre para que la dejara ir. Le aseguraba que ella no tenía miedo, que su confianza en Jehová no titubeaba porque ella sabía que Él cuidaba de su pueblo en todas partes. Era mejor que ella y Yamil se casaran allá, para que él no gastara en un pasaje de ida y vuelta cuando ese dinero les haría falta para equipar su casa. Además, tenían la posibilidad de vivir en esa quinta que Ibrahim estaba comprando, cerca de las montañas. Era necesario que alguien la cuidara y trabajara la tierra, mientras los padres de Yamil no se

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retiraran totalmente del comercio. Yousef estaba casi convencido, cuando llegó una carta preocupante de Yamil. La guerra estaba extendiéndose sobre la capital. El negocio de electrodomésticos que era el sostén de la familia, situado en la zona céntrica, cerca de un edificio de gobierno, ya prácticamente no existía. Los terroristas habían colocado un auto lleno de explosivos cerca del negocio, el cual había estallado en la madrugada. Varios edificios se habían incendiado. Un hermano que vivía en las cercanías les había telefoneado la mala noticia a las cuatro de la madrugada. Cuando ellos llegaron, el fuego ya estaba apagado, pero algunos oportunistas habían saqueado lo que el fuego no había consumido. Ahora no era el momento oportuno para que él abandonara a su familia y fuera a vivir a otro país. Tampoco era el momento ideal para casarse y decidir qué iban a hacer para tener un medio de vida que les diera seguridad y un buen pasar. Una buena cantidad de hermanos los habían visitado ofreciéndoles nuevas ideas, ayuda económica y apoyo moral. Como estos acontecimientos se estaban haciendo parte de la vida diaria, Betel tomó la iniciativa de hacer un fondo común para socorrer a cualquiera que perdiera sus bienes por causa del terrorismo. Una guerra civil es mucho peor que la guerra abierta en un frente de batalla, para el que tienen que enfrentarla de sorpresa, a cualquier hora y a la vuelta de cualquier esquina. Uno no sabe quién es el enemigo, ni cuando va a atacar. Las bandas guerrilleras no usan uniformes distintivos. Alguien que camina junto a uno en la calle, con aire inofensivo, o aguarda en fila frente a la ventanilla de un banco, puede ser un terrorista que, a cierta señal, se unirá a otros que lo esperan, sacará sus armas y entrará en acción. Yamil y Jalime tenían que estirar el plazo de la espera, muy a pesar de ellos mismos. La incertidumbre es una prueba dura. El niño de la aljaba tuvo que detener la impaciencia con una frenada brusca, y dejarla estacionada frente al Parque de la Esperanza. ¿Por cuánto tiempo? Sólo Dios sabía. En los meses que siguieron las cartas se perdían con frecuencia. Demasiado a menudo había aviones pirateados y desviados de su curso. Pasajeros comunes eran tomados como rehenes y siempre era difícil y arriesgado rescatarlos. Muchas

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bolsas de correspondencia se perdían en esos aviones, o al incendiarse algunas oficinas de correo. Yamil se aseguraba a sí mismo que Jalime tenía que haber escrito. No podía ser que el amor entre ellos se estuviera enfriando. Jalime por su parte, se conformaba leyendo y releyendo las cartas de esos tres años, que tanto atesoraba. Sabía exactamente donde estaban aquellas pequeñas frases que significaban tanto, pues habían sido el alimento fortalecedor para ayudar a ese cariño casto a continuar viviendo. Una decía: -“La vida parece una historia en que siempre se ausenta algún personaje esencial en la trama. Los prescindibles, los que apenas son notados, siguen llenando el cuadro. Pero tu lugar está siempre vacío.” Y en otra: -“No olvides aquellas horas hermosas en las cavernas de Jeita. Las aguas cantan en su lecho subterráneo aunque nadie las escuche. Hay un río escondido en mi corazón que aprendió a repetir tu nombre”. Sabía de memoria un pequeño poema que decía:

Cuando el tiempo es un plazo que se estira y se escapa, el amor es un pan que se amasa con lágrimas

y se come en silencio. Por unas pocas horas hermosas y brillantes, hay que deshojar tantas monótonas, vacías, para pagar las otras, cual moneda constante.

Incontables veces volvió a escuchar la canción final de la cinta grabada que Yamil le había dado al despedirse de ella, cuando recién se conocieron, y que ahora tenía mayor significado que nunca, especialmente una estrofa que expresaba sentimientos idénticos a los suyo:

Si lo insalvable se interpone un día, si lo fatal nos vence y aparta,

tu imagen, encuadrada en una herida, será honda nostalgia en mis recuerdos,

un amado dolor que se resiste a dejarse borrar por el consuelo.

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La familia Fayad recobró su estabilidad económica poco a poco. Ibrahim, después de ver perdido lo que tanto esfuerzo le había costado, estaba deprimido y deseaba alejarse de los negocios y dedicar más tiempo a la predicación. Sus tres hijos trabajaron diligentemente en varias ocupaciones y la casa de campo se terminó de pagar dos años después del incendio del comercio. Todo estaba marchando bien y al fin llegó la carta que Jalime tanto había esperado. Recibió dos de las tres copias que Yamil había despachado en distintos días por si acaso alguna se perdía. Le proponía lo que ella más deseaba, vivir en la finca, donde ya estaban sus padres, Ibrahim y Zuhahila, en la cual sería muy fácil construir una casita independiente para ellos. Su hermana Aishi, que era ahora profesora de inglés, ayudaría a Jalime a estudiar el árabe, que conocía sólo de oído. Había ahorrado lo suficiente para ir a buscarla a los Estados Unidos y traerla de vuelta como su flamante esposa. Los familiares y los amigos del Líbano no disfrutarían de la fiesta de bodas, pero se proponían hacerles una fiesta de bienvenida en la casa de las montañas. Jalime le leyó a su familia muchas partes de la carta, poniendo énfasis en dos párrafos muy significativos: “No sabemos por cuánto tiempo se extenderá esta guerra sin sentido. Es una prueba del daño que pueden causar los odios y las rivalidades religiosas cuando se descontrolan. Pero de algo estamos bien convencidos: Jehová no aparta los ojos de su pueblo y no lo va a entregar a la furia ciega de sus enemigos. Nuestra neutralidad es un escudo protector. Ahora, tanto los guerrilleros musulmanes como los que profesan ser cristianos, saben que no tomamos armas para intervenir en ninguna clase de conflictos, y respetan nuestra posición. Exigen pruebas de que somos Testigos de Jehová si están en duda. A veces, después de darles un sermón con la Biblia, nos dejan ir sin más objeciones. Algunos jóvenes se libraron así del secuestro, que es el medio que usan para reponer sus bajas. Estos dos años que han pasado desde el comienzo de la guerra nos ayudaron mucho a madurar. Nos esforzamos por no perder ninguna reunión. Los que recién comienzan a estudiar tienen temor de andar de noche y rara vez vienen a las reuniones entre semana, pero los hermanos siempre están presentes, a menos que las guerrillas

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estén ocupando el mismo lugar en que estén situadas. Al Memorial vamos, sean cuales sean las circunstancias, y Jehová no nos abandona. Estamos celebrando nuestras asambleas de circuito con el programa condensado en ocho horas. Las asambleas de distrito duran tres días. Echamos de menos el gozo de cantar juntos, pero tenemos el alimento espiritual. Buscando material para una conferencia, encontré un texto de Isaías que parece escrito para nosotros, los Testigos libaneses, en éste momento. Lo anoté para compartirlo contigo. Está en el capítulo 17 versículo 13, y dice: “Los grupos nacionales mismos harán un estruendo como el ruido de muchas aguas. Y El ciertamente lo reprenderá, y este tendrá que huir lejos y ser perseguido como el tamo de las montañas delante de un viento y como un remolino de cardos delante de un viento de tempestad.” Así son los violentos a nuestro alrededor, como un remolino de cardos. Dejan el territorio libre acá y allá para que podamos predicarlo, y el sonido de lucha se desvanece. Así pasarán de la escena terrestre para siempre, en un tiempo no lejano. Hemos aprendido mucho en estos dos años de guerra. Hemos visto cómo Jehová usa a su Organización terrestre para dirigirnos y protegernos. Una noche, en uno de nuestros lugares de reunión, se pidió a todos que no abandonaran el lugar inmediatamente porque había peligro en la calle. Un hermano estaba ansioso por regresar a su hogar y desobedeció. Cuando estaba cerca de su casa lo balearon y perdió la vida. En cambio, cuando obedecemos siempre vemos la bendición de Jehová. No te asustes de un remolino de cardos, mi amor. Si estamos juntos todo parecerá más fácil y llevadero”. Jalime habló con sus padres decididamente: -Ya nada puede detenerme. Yamil me ha esperado cinco años. Su amor ha probado ser fiel como el amor de Jacob por Raquel. Ahora soy mayor de edad y siento que he madurado lo suficiente como para enfrentar la responsabilidad del matrimonio. No deben temer por mí. Confío en que Yamil y yo podremos visitarlos de tanto en tanto, así como ustedes a nosotros. Hubo lágrimas, besos y bendiciones. El niño de la aljaba tomó nota de todo. El también tenía un triunfo para festejar.

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CAPITULO 6

EL MIEDO TAMBIÉN SE ASUSTA

¡Qué torre de fortaleza es el nombre de Jehová! La adversidad retrocede

y hasta el temor se echa atrás.

Dios nunca aparta los ojos de todo el que clama y corre. ¡Que distinto será el cuadro

mirando desde esa torre!

Si el inicuo se atraviesa y te pregunta:-¿ Quién va? --Soy un siervo de Jehová.

Nunca omitas mencionarle: Vendrán horas muy oscuras justo al filo del derrumbe. Dios toma nota en su libro de todo lo que le incumbe.

El miedo se desconcierta cuando no te ve temblar.

Jehová nunca ha de olvidarte si tú no dejas de orar.

ERA UNA NOCHE SINGULAR Y TENSA…

Loida y Sofía habían sido amigas y vecinas por largo tiempo. Vivían en la misma casa de apartamentos; Loida en el sexto piso, y Sofía en el tercero: Siempre volvían juntas de las asambleas y de las reuniones de congregación, especialmente

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ahora, cuando el transitar las calles por la noche era cada vez más peligroso. Hacía apenas unos días que había terminado la asamblea de distrito. Esa noche, en la región de servicio, habían dedicado algún tiempo a repasar los puntos principales del drama sobre José y sus hermanos. Evidentemente el propósito del drama había sido asegurarle al pueblo de Dios en los últimos días, que nunca perecerían por falta de alimento espiritual y que verían de cerca el cuidado y la guía de Jehová como lo vio aquél primitivo pueblo de Israel, compuesto de setenta personas, que emigró a Egipto en busca de alimento, para no perecer de inanición en la tierra de Canaán, como lo indican los primeros versículos del libro de Éxodo. El anciano que había conducido el repaso del drama, enfatizó el hecho de que Dios no sólo tiene interés en su pueblo dedicado, sino en la salvación de gente de todas las razas y naciones y de todos los niveles sociales. Tal como José no rehusó venderle granos a otros pueblos y les dio la misma oportunidad de beneficiarse del alimento a todos, así nosotros no debemos negarle a otros el alimento espiritual que puede significar para ellos la diferencia entre la vida y la muerte. Cuando el ascensor se detuvo en el tercer piso, Sofía dijo simplemente, “hasta mañana”. Ella como Loida, era viuda y sus hijos estaban casados y vivían lejos. Las dos pasaban algún tiempo juntas todos los días, ya fuera predicando, estudiando, o compartiendo alguna conversación incidental. Cuando Loida abrió la puerta de su pequeño departamento, la sorprendió un desacostumbrado olor a tabaco. Sus visitas eran casi siempre Testigos de Jehová. Rara vez venía a su casa un familiar o un proveedor que fumara. Todo estaba en orden. Había encontrado la puerta bien cerrada al llegar, y sus dos cerraduras no tenían señales de haber sido forzadas. Nada parecía indicar que algún visitante indeseable hubiera entrado. Pero sus fosas nasales, acostumbradas al olor limpio de su casa, sentían la incomodidad de los efluvios del tabaco. Al entrar en el dormitorio y encender la luz, un grito escapó de su garganta. Un hombre armado, sentado sobre su cama, había estado esperando su regreso. Tenía un aspecto vigoroso, y era tan joven como su hijo, que ahora vivía con su

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esposa en otra provincia. Loida se sintió paralizada por el temor y la sorpresa. El desconocido empezó a dar órdenes insolentes: -¡No grite ni trate de escapar! Este no es un revolver de juguete, y está cargado! No grite porque le puede costar la vida. Loida se sintió atrapada. Aunque gritara, con todas las puertas cerradas difícilmente la oirían. Los vecinos contiguos siempre volvían tarde a casa. El encargado del edificio vivía en el décimo piso. Empezó a orar mentalmente y trató de serenarse. Sacó su billetera de la cartera y se la extendió al desconocido con manos temblorosas. Mientras este la examinaba, echó un vistazo a sus alrededor. La ventana estaba abierta como ella la. Nunca había sentido temor de que alguien entrara por allí, porque daba a la calle del costado, ¿y quién podría escalar seis pisos para entrar por una ventana? El intruso volvió a tomar la palabra: -Aquí no hay mucho. Saque todo el dinero que tenga por ahí, y también las joyas. Va a ser mejor que me las de antes que empiece a revolver los muebles. Loida señaló a un cajón de la cómoda, y de allí sacó el resto del dinero que tenía en la casa. De otro cajón extrajo una cajita de madera lustrada en que guardaba algunas joyas que habían sido de su madre y otras que eran regalos de su finado esposo. - Muy bien, deje todo allí; pero antes de llevármelo quiero divertirme un poco. Sáquese toda la ropa ya mismo. (El caño del revolver era una amenaza muy drástica que no cambiaba de posición). Loida temblaba y no dejaba de orar pidiendo fuerzas y sabiduría para encarar la situación. Sólo pudo decir: -¡Por favor…!¡Por favor…!¡Piense en su madre! (Hubiera dicho muchas cosas duras y ofensivas que se esforzaban por salir de su boca, pero acertó a recordar un artículo de Despertad que aconsejaba que, en presencia de un delincuente, lo peor que uno podía hacer era insultarlo, lo cual afrentaría su furia y sus morbosos deseos). El extraño adoptó un tono burlesco: -¿Se quiere hacer la puritana? A su edad, quien sabe cuántas carreras habrá corrido. No acabe con mi paciencia. Sáquese toda la ropa. Si se

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tranquiliza y me hace el gusto en todo, los dos la vamos a pasar muy bien. (Agregó algunas frases irreproducibles. Viendo la vacilación de Loida dijo en tono más enérgico -¿Se va a desvestir ó… Loida se despojó del traje y la blusa con manos torpes, que apenas coordinaban con su mente. Gruesas lágrimas rodaban por sus mejillas. Las mandíbulas temblaban. Era el momento de correr a la gran torre de refugio mencionada en Proverbios 18:10. - No siga con sus planes, se lo pido por lo que más quiera. Usted debe saber que soy Testigo de Jehová. No soy una mujer cualquiera; sirvo al Dios verdadero. Mi esposo falleció y tengo un hijo de su edad. El Dios del cielo cuyo nombre es Jehová y…bueno…ya le dije, Jehová es el Dios verdadero. El es el juez que le va a pedir cuentas…¿Nunca le explicaron quién es Jehová? (Súbitamente una gran calma descendió como un manto protector sobre su corazón. Algo estaba ocurriendo. El rostro de su agresor estaba cambiando. El revólver descendió unos centímetros). No…mi madre va a un lugar donde leen la Biblia y se bautizan con ropa larga toda blanca. Ella habla mucho de Cristo, debe ser lo mismo. No, no es lo mismo. Jehová es el Creador del Universo, el padre de Jesús. El ama a los humanos porque los hizo a su semejanza. A Él le interesa la vida suya tanto como la mía. Usted no es un hombre de corazón duro. Lo he hecho pensar al hablarle de Dios. El quiere que usted, tanto como yo, disfrutemos de un nuevo mundo justo donde nadie tendrá problemas que lo impulsen al delito. Su madre debe orar el Padrenuestro, la oración que nos enseñó Jesús, donde pedimos: “Venga a nosotros tu Reino”. Ese Reino es un gobierno dirigido desde el cielo. No habrá gente marginada. Todos tendremos las mismas oportunidades. Estoy segura de que usted ha sufrido injusticias que lo hacen actuar así. El mundo de ahora nos desengaña y nos golpea desde niños, y si no tenemos quien nos oriente en el verdadero camino, el rencor nos puede hacer violentos, nos puede empujar hacia el crimen. Llévese todo mi dinero; llévese mis joyas, aunque son un recuerdo de familia;

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pero por favor, respéteme como mujer. Se lo pido por el Dios todopoderoso, cuyo nombre es Jehová. El delincuente se sintió desarmado ante la serenidad de su víctima. Aquel nombre sagrado, que ella repitió tantas veces, le infundía un temor que trataba de disimular. -Está bien, no quiero sus joyas, pero deme la mayor parte del dinero. Usted me ablandó a mí con palabras, pero al que sostuvo la escalera de cuerda desde el piso de arriba, no lo voy a conmover si le repito todo eso. A él le tengo que dar la moneda contante y sonante. Loida volvió a fijarse en la ventana abierta y repitió extrañada: -¿La escalera de cuerda…? -Sí. ¿No sabe que el apartamento que está encima de este, en el séptimo piso, está vacío? Si no quiere sorpresas como la de hoy, no vuelva a dejar la ventana abierta cuando sale. Quédese tranquila, me voy. Tienen que abrirme la puerta para que salga. -Le agradezco mucho su comprensión. En la tabla de valores de un cristiano, la moral tiene uno de los primeros lugares. (Su voz todavía temblaba). -En la tabla de valores del hampa yo no soy más que un estúpido reblandecido, porque me compadecí de una mujer. Escuche bien esta advertencia. Después que yo tome las de Villadiego, cuídese muy bien de llamar a la policía por teléfono ni de darle a nadie ninguna seña sobre mi. Yo puedo apiadarme de la gente en ciertos momentos, pero si me traicionan no respondo de lo que puede pasar. No se olvide de que yo y mi compañero sabemos dónde encontrarla. A él no lo van a agarrar porque se fue en cuanto entré aquí, y la esperé casi dos horas. No tema que lo denuncie. No pienso hacer nada en su contra, y tengo la esperanza de comprobar un día que todo lo que le dije esta noche no cayó en el vacío. Por favor, acepte algunas de estas publicaciones y léalas. Será una felicidad para mi encontrarlo en alguna de nuestras asambleas algún día y oírlo decir: -Ahora somos hermanos, porque no olvidé sus palabras. El hombre salió con las publicaciones bíblicas y Loida volvió a pasar las dos llaves de la puerta. Se dirigió al dormitorio y cerró la ventana. Entonces se arrodilló junto a la cama para

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expresar su gratitud a Jehová. El drama de la asamblea volvió a sus pensamientos y sintió gozo de no haberle negado el alimento espiritual a un delincuente. Tomó un té de tilo y se acostó. Tardó cerca de dos horas en aflojar la tensión y dormir. Otra vez, el drama se apoderó de su mente. Veía a José rodeado de gente de varios países, con ropas exóticas. Estaban comprando alimento. Ella miraba desde cierta distancia. De pronto, un cananeo joven y fuerte pasó a su lado con una bolsa llena de cereales, ¡y justamente, tenía el rostro del desconocido que había entrado en su casa aquella noche! En una casilla de madera, sucia y desmantelada, el hombre entregó el dinero al que le había sostenido la escalera de cuerda. El otro lo observaba con extrañeza. -¿Qué te pasa? ¿Estás preocupado? ¿Por qué si todo salió bien? - Estaba pensando que la gente que le da más importancia a la conciencia que nosotros, es más feliz y vive mejor. Dentro de una bolsa llena de herramientas había escondido el libro “Usted puede vivir para siempre” y algunas revistas para leerlos cuando estuviera solo. ¿Por qué hemos llegado a vivir así, en desasosiego, esperando sucesos indeseables? Todo empezó hace sesenta siglos, en la primera infancia del mundo, en los días de Adán. La vida estaba en sus albores, disfrutando de sus logros primitivos, el reino vegetal y el reino animal. Nadie habría imaginado entonces que la iniquidad iba a convertirse en una enorme marea de resaca y corrupción que cubriría los pueblos.

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LA VIDA Y EL MUNDO

Se enfrentaron un día hace sesenta siglos, sobre la tierra virgen, limpia y enmarañada.

La vida era muy joven, el mundo era muy niño. La población del cielo aplaudió entusiasmada.

Ella adornó su infancia con flores y animales,

lo coronó de pájaros en la gloria del día, lo adormeció con cantos en las tranquilas noches.

La inocencia perdida les duele todavía.

El mundo niño apretó en sus puños las primeras semillas que dio la iniquidad;

volvió su espalda al Padre para jugar con ellas, despreció su gran Nombre, ignoró su bondad.

La vida odiaba verlo por lodosos caminos,

avanzando a los tumbos, engendrando violencia, aclamando el arribo del vicio y la ignominia; con tales distintivos selló sus adolescencia.

Ahora la vida gime por el candor de antaño,

pero Dios la consuela con la seguridad de que pondrá otro infante en sus cálidos brazos, ¡un mundo incorruptible, nutrido en la verdad!.

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Capítulo 7

LA CIUDAD DE LOS RECUERDOS

Conozco esas avenidas, ¡las he recorrido tanto!

Las alumbra tenuemente una antigua luz de encanto. Me detengo en los jardines de flores que no perecen

y admiro los viejos árboles que ni se secan ni crecen. Leo en las placas brillantes muchos sucesos de ayer. Lo mejor de aquel pasado

tendrá que reverdecer. ¡Hay tantos nombres amados

que en grandes letras de acero, se defienden del olvido unidos a lo que espero!

Adquiere un brillo indeleble lo que entra y nunca sale.

Ninguna inflación le cambia el cartel de cuánto vale.

¡Oh ciudad de los recuerdos, mi refugio atesorado,

que no se cierren tus puertas ni seas un bien vedado!

Carta de ciudadanía le diste a mi corazón,

y como salvoconducto, las notas de mi canción.

Todo se asienta en tu calma y queda tal cual está,

como los hechos grabados en la mente de Jehová.

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Colibrí, hoy quiero valerme de tu habilidad para volar hacia atrás. El ayer es un cofre de invalorables joyas. Cuando uno aprecia el don de la memoria, sabe cuánto bien recibe al hacer excursiones retrospectivas para solazarse en los hechos relevantes del pasado y descubrir en ellos nuevas facetas. Los que insensatamente desperdiciaron su vida buscando sensaciones nuevas y placeres ilícitos, se jugaron a sí mismos una mala pasada al ensuciar su conciencia con hechos reprensibles. Convirtieron esa íntima ciudad de los recuerdos en un basural al cual no sienten deseos de volver. Se privaron del refugio mental digno y reconfortante que tienen los que pueden mirar de frente al yo interior, porque sus errores no son irreversibles. Es un lujo exclusivo de cada uno al sentirse dueño de una ciudad en que nadie puede prohibirnos la entrada. Allí están los rostros amados de los que ya no existen. Volverán un día porque Jehová los guarda en su memoria. Allí están las fechas más significativas y los días rescatados del tiempo uniforme, envasado en la ruma diaria. Esos escasos días en la vida que resplandecieron con luz propia, porque traían un mensaje distinto. Empecemos por los rostros y las presencias que permanecen incambiables en la ciudad de los recuerdos.

ELEGÍA

Malaquías 3:16

Los ángeles escriben un libro de recuerdos en que guardan los nombres de los muertos amados

que cerraron los ojos en paz e integridad. Sus nombres en la tierra se desligan de todo, deberes y derechos, herencia y propiedad, pero entran en tal libro para ligarse a cosas estables, cristalinas, que exhalan santidad.

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Flotando entre los hielos del inconsciente sueño,

son árboles que el viento con saña descuajó. Como pájaros mudos, con las alas quebradas,

atraviesan a ciegas el umbral de la nada donde ningún reclamo de nuestra voz llegó.

La aborrecida muerte, con su guadaña al hombro,

ríe por los caminos con terrible desdén. Dios la está desafiando desde el cielo:

—Llévate tus colgajos funerarios, tus candelabros y tus tristes pompas.

¡Ya te van a enterrar a ti también!

Habrá un día brillante, que aún no tiene nombre ni lugar asignado

en ningún calendario; un día indescriptible,

que amaneció hace mucho en la mente de Dios. El mundo renovado, feliz y hospitalario, aclamará el regreso de los resucitados

con emotiva voz.

“Cantarán los que moran en el polvo”, ¿no lo dijo Isaías?

Ya nunca asociaremos su memoria a una tumba sombría.

Este sol dadivoso, ha de besar los ojos que durmieron inertes. Aquellos pies que Dios llamara hermosos

al llevar su palabra en los caminos, se afirmarán de nuevo sobre el suelo

por decreto divino.

Sus gargantas que fueron arpas rotas, recobrando sus cuerdas malogradas, harán vibrar sus más sentidas notas, La tierra que los tuvo en sus entrañas

se vaciará de ellos conmovida,

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y Jehová colmará sus manos ávidas con el regalo eterno de la vida.

MORIR NO ES PERECER

El árbol no se va cuando se seca, queda ligado a nuestra simple historia con su fruto, su sombra y su memoria.

El viento no se extingue al aquietarse,

completará su curso transformado en un soplo de brisa sosegado.

El día no se anula ante la noche;

el corazón lo filtra y purifica, la conciencia lo pule con reproches.

El ave no sucumbe cuando calla,

quizá la tempestad ahogue su voz, pero hizo un nido y sus pichones pían; con su canto nos dijo: “Existe Dios”.

Estás durmiendo el sueño duradero; bien te ganaste ese descanso, madre. Tu escolta es una estela de recuerdos

que ilumina tu imagen.

Hoy quisiera imitarte en tu equilibrio al razonar, al comprender al deducir,

y repetir tus lúcidas sentencias, al exhortar, al defender, al corregir.

¡Cuánta dulzura había en tus ojos mansos al amparar, al sostener, al dirigir!

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No has de sentirte extraña cuando vuelvas, contemplando los campos florecidos, los lagos fulgurantes como gemas,

la creación vibrante de belleza, porque ese Paraíso fue tu tema.

¡Qué bien te avenirás al Nuevo Mundo

con tu amplio dar y tu parco pedir! Será imposible no identíficarte

al abrazar, al responder, al bendecir. Ven Colibrí, leamos esas placas que conmemoran días especiales en la corriente del tiempo. Allí está esa fecha privilegiada en el derrotero de cada cristiano, cuando sellamos nuestro pacto de dedicación con el bautismo. ¡Qué bueno es analizar los cambios que ha tenido nuestra mente, la madurez, el equilibrio alcanzados paso a paso!

ANIVERSARIO

No hables de cosas tristes esta noche, cierra la puerta y deja el mundo afuera.

No menciones la cuenta del teléfono, los títulos dramáticos del diario,

ni el trigo que depende de las lluvias, ni el desnivel de precios y salarios.

Borra este mundo y traza un nuevo mapa,

con mucho campo verde, con bosques más frondosos, con montañas nevadas, cielos resplandecientes,

lagos adormecidos y arroyos caudalosos. Casi hace medio siglo, en esta misma fecha,

con un corazón pleno de ardiente expectativa, encaminé mis pasos al agua del bautismo.

Mi esperanza subsiste como ayer, fresca y viva. Luego enfrenté a la gente confundida,

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con el mensaje penetrante y claro de la verdad, por siempre redimida.

Me salieron al paso los ateos

insultando mi escasa inteligencia; me escucharon con soma los filósofos alabando el candor de mi demencia.

Oí decir que Dios ya ni nos mira, que si una vez vivió hoy está muerto, que nos lanzó como hijos no deseados

a un doliente ostracismo, sin un norte marcado, sin derrotero cierto,

y sin más esperanza que el abismo. Oí promesas que jamás cumplieron los que ansiaban dominio y poderío, rotulando al sagaz que no creyera

de “profeta sombrío”.

Los años y las décadas se fueron, hoy es la tierra un arsenal que estalla;

llenan el escenario fuego y nubes; es música de fondo de metralla. Ha de llegar el día inexorable,

como llega el invierno con sus lluvias, con sus vientos que azotan en tenaz ulular.

Como golpea el niño a las puertas del mundo con dolorosa urgencia, y hay que dejarlo entrar.

Los burladores gozan maltratando su nombre,

pero Dios no se altera, y los deja seguir. En sus manos de artífice ya existe

en forma y en sustancia el porvenir. Para todos nosotros, sus Testigos,

es innegable su supremacía. Nada invalidará nuestra confianza

en el tiempo acordado todavía.

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Entre los recuerdos que fueron mojones en el camino, señalando el avance del Nuevo Mundo, están las asambleas. Vamos a tratar de describir la felicidad de estar en ellas y la impresión al verlas terminar.

ASAMBLEA

Le hemos quitado al tiempo cuatro días preciosos y con clavos de hierro los hemos afirmado

a un muro evocativo que actualiza el pasado, resume lo vivido, rescata lo valioso.

Afuera, el mundo sigue su absurdo planteamiento. Al dejar cada tarde nuestro alegre avispero nos repele el tabaco y el lenguaje grosero,

y nos traspasa el frío de un gran distanciamiento. Se aferra a nuestro oído un largo eco que canta

mientras vibra el aplauso que respondiendo aprueba. Nuestra sed analítica hasta saciarse abreva, porque la fe nutrida se arraiga y se agiganta. La oración al unirnos escrutó la conciencia

y el amén puso el sello a la actitud expresada. Jehová la ha recogido cual firma autenticada

ante el fulgor sagrado de su anciana presencia. La causa, que es el norte de nuestra trayectoria

ahora resplandece pulida y exaltada. Es torre de refugio, es puesto de avanzada,

que se afinca en las fuentes de luz de la memoria. Y nos vamos, pensando en el día triunfal

en que en la tierra libre el Nuevo Mundo sea el gozo inacabable de una enorme asamblea que nunca ha de cerrarse con un amén final.

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Llegará un tiempo maravilloso en que a los amados huéspedes de la Ciudad de los Recuerdos se les cancelará el permiso legal de residencia en el plano inconsciente, y se abrirán las fronteras para conducirlos a la superficie de la vida consciente. Entonces, la actividad social de ese mundo sin barreras ni límites, florecerá con acontecimientos de resplandeciente gozo. En toda la tierra habitada habrá emocionantes reencuentros, parecidos a esta reunión familiar.

REUNION DE FAMILIA El parque Betania ostentaba su espléndida belleza en aquella tarde inolvidable. La primavera estaba en su apogeo. Los árboles lucían su nuevo follaje y el rosedal estallaba en colores y fragancias. En el tablero a la entrada del parque, donde se anuncian conciertos, espectáculos y otros acontecimientos especiales, se leía debajo de la fecha: “Reunión de descendientes de Charles y Geraldine Paterson”. Eso significaba que el público en general, discretamente se privaría de ocupar el parque esa tarde, porque estaba reservado para una reunión privada, con la aprobación del cuerpo de ancianos de la localidad.

Desde la mañana, un grupo de voluntarios de la familia habían estado limpiando y adornando las mesas fijas que están cerca del lago, y armando algunas grandes mesas adicionales entre el lago y el palco de la orquesta.

El que una vez fuera el respetable capitán Paterson, al servicio de la marina argentina desde su fundación, bajo la autoridad del legendario almirante Brown, había publicado una carta abierta en la prensa oficial, convocando a sus descendientes hasta la última generación que vio el fin del sistema, y la entrada del nuevo mundo que prospera y crece ante nuestros ojos.

En las primeras horas de la tarde, los grupos empezaron a llegar. Traían sus pequeñas canastas con la merienda. Charles

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Paterson les hizo saber de antemano que él se encargaría de toda la bebida que se necesitaba y con tal fin, se instalaron cinco pequeños bares muy decorativos en distintos puntos. Eran estructuras de madera, artísticamente modeladas y pintadas. Uno representaba un barco, otro un carruaje antiguo, otro un vagón de tren, otro un tractor, otro una góndola. La tercera generación de Charlie, sus nietos, atenderían los bares y servirían deliciosos refrescos y cerveza casera. Todo había llevado tiempo y esfuerzo desde meses atrás. No se sabía cuántos se presentarían para la fiesta, al identificarse con los apellidos publicados en la carta abierta que los invitaba. Era tan fascinante para algunos rastrear sus raíces, como para las raíces, llegar a conocer todos sus brotes.

A la hora convenida, se dio la bienvenida a 1.538 asistentes. Charles Paterson, instalado en una mesa frente al micrófono, dirigió su emotivo discurso a la singular asamblea, desde el palco de la orquesta.

—Desde que era muy joven, siempre esperé con ansiedad la llegada de la primavera; pero jamás otra primavera despertó en mí tanta expectativa como ésta.

—Desde que comprobé que el Dios de infinita bondad había mostrado estima por mi vida al resucitarme, he acariciado este pensamiento de reunir a un gran número de mis descendientes en una fiesta familiar, para darle a mis ojos y a mi corazón el gozo de contemplarlos y disfrutarlos. Nada sustituye a la familia. Aún nosotros, los que éramos lobos de mar, aparentemente duros e impermeables a las emociones que produce el cariño natural, los que pensábamos que podíamos tutear a la muerte y bromear con ella ante el océano embravecido, estábamos solamente amordazando el terror de morir solos, sin el calor de las manos amadas alisando las ropas del lecho y enjugando el sudor de nuestra frente. Mi vida en el mar, aunque no deseaba cambiarla por otra, tuvo como música de fondo, un ahogado clamor por la familia.

El viejo mundo que la mano de Dios borró para siempre, no me trató tan mal. En aquellos tiempos, la iniquidad no se había apoderado de todo como sucedió en los últimos días. He leído cuidadosamente la historia del tiempo del fin, que a algunos de ustedes les tocó vivir, y me he estremecido de

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asombro. Pero, a mayor o menor grado, en todas las generaciones hubo víctimas y victimarios. Aparte de eso, siempre existía una clase social que vivía una vida relativamente tranquila, flotando sobre la cresta de las olas sin hundirse, y en esta clase estuve yo. Éramos espectadores de los dramas ajenos, pero nos conmovíamos ante los hechos sin poder cambiarlos. Teníamos que limitarnos a tenderles la mano a otros, dándoles una ayuda pasajera, o alentándolos con una ráfaga de simpatía y amistad, mientras el viejo drama continuaba.

—Yo amaba el mar desde niño y me alisté en la marina inglesa. Pasaba las vacaciones en casa de mis padres, cerca de Londres. A los 25 años me casé con esa hermosa mujer que está sentada en el sillón blanco, junto al rosedal. Ponte en pie, Geraldine por favor, para que ninguno de los presentes tenga que preguntar cuál es aquella lejana abuelita de quien oyeron hablar en su niñez. (Un cálido aplauso resonó en el parque cuando Geraldine, con un largo vestido de tul celeste, y jazmines prendidos a su pelo rubio, se levantó para saludar a los presentes. Muchos se acercaron con sus cámaras y la fotografiaron). Carlos Paterson continuó su relato: —Geraldine y yo habíamos sido compañeros de colegio. Nuestros padres eran buenos amigos entre ellos y nos veíamos a menudo. Cuando anunciamos nuestro noviazgo, ambas familias lo celebraron con verdadera alegría. Nuestro matrimonio fue muy feliz. Siempre estuve agradecido a Geraldine por su comprensión y paciencia. Estuvo dispuesta a esperar mi retiro para tenerme más tiempo a su lado. Jamás me mortificó exigiéndome que abandonara el mar para dedicarme más a la familia, frustrando así mi verdadera vocación. Educó maravillosamente a nuestros cinco hijos, que, por la bondad de Dios están todos aquí. Les he pedido que se sentaran allí, en el rosedal, junto con los que fueron sus compañeros matrimoniales, y los hijos que nacieron de tales matrimonios. Los nombraré para que cada grupo de familia se ponga de pie, a fin de que los identifiquen sus descendientes. Allí está Eduardo, mi hijo mayor y su esposa Sara, con los tres hijos que tuvieron; luego Rosemarie, su esposo Andrés y sus cuatro hijos. Después nació Arturo, cuando ya vivíamos en Buenos Aires, y se casó con Isabel, una muchacha

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española. Ellos tuvieron seis hijos que siempre fueron muy mimosos de los abuelos, porque vivían cerca de nosotros. Ana María nació después que Arturo. Ella se casó con Diego, un joven que cantaba muy bien y nos deleitaba con sus serenatas. Ana falleció al dar a luz a su segundo hijo. Ese fue un gran dolor que ensombreció a nuestra familia en aquel momento, pero hoy tenemos el gozo de tenerla entre nosotros. Tres años después de Ana María nació Diana. Ella era la única que quedaba soltera cuando conseguí mi retiro de la Marina, y algunos años después se casó con Dionisio, el hijo de un querido amigo nuestro. Ahora quiero contarles cómo llegué a las costas del Río de la Plata, y cómo andaban las cosas por aquí en aquellos días. —El barco que yo tripulaba vino dos veces a la América del Sur y se detuvo algunos días en Buenos Aires y en Montevideo, la pequeña ciudad fundada en la otra orilla. —Ambas tenían un encanto especial, un sello personal que las hacía tan diferentes de las ciudades europeas. Su población limitada hacía que todo el mundo se tratara familiarmente, en un ambiente tranquilo y cordial. Era un pintoresco conjunto de nacionalidades que seguían con interés el despertar de un nuevo continente, que atravesaba drásticos períodos de cambio. —Juan de Garay, un enviado del Rey de España, fue el fundador de la ciudad de Buenos Aires en 1580, profetizando que algún día, llegaría a tener cientos de habitantes. En su discurso de inauguración Garay había dicho que, contrariamente al punto de vista negativo de muchos, con duro trabajo se conseguiría que la tierra diera buenas cosechas y alimentara ganado. Algunos pensaban entonces que esa pretensión era ridícula y que el lugar era tan impropio, que quedaría como un villorio perdido. —Sin embargo, cuando yo la conocí, más de dos siglos después, era una respetable ciudad con más de trescientos mil habitantes, entre ellos muchos esclavos recién liberados y mestizos. No podía compararse con Tucumán, la ciudad norteña, pero seguía creciendo junto a un puerto donde atracaban barcos de todo el mundo. Los ojos codiciosos de los portugueses, ingleses y franceses estaban sobre ella, buscando la oportunidad

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de arrancarla de las manos de los españoles. Después del fracaso de las invasiones inglesas y la disolución del virreinato, llegó a ser una tierra libre e independiente, que miraba con mucho entusiasmo hacia el futuro, y se borraron los malos recuerdos. Gente de todas las nacionalidades participó en poblarla y engrandecerla, sintiéndose bien integrada y a gusto con todos los demás. —En el segundo de mis viajes al río de la Plata, conocí a un irlandés notable, marino desde la niñez, William Brown, quien más tarde fue llamado “el padre de la marina argentina”. Este navegante de indoblegable vocación influyó en mi decisión de venir a estas costas con Geraldine y los dos niños que teníamos en aquel tiempo. El mismo Brown trajo a su flamante esposa Elisa, en viaje de luna de miel en su propio barco, el “Belmond”, a Montevideo, donde lo usaba para viajes costeros; más tarde los portugueses que dominaban en el Brasil, se lo confiscaron. —Felizmente, Geraldine se sintió atraída por esta aventura y nos embarcamos con los niños en un viaje que en ese entonces duraba dos meses y algunos días. ¿Qué fue lo que nos movió a tomar esa decisión allá en el año 1814 de la era pre-Armagedón? En ese año William Brown fue comisionado por el gobierno de las Provincias Unidas, para formar una fuerza naval, y lanzó un llamado para enrolar en ella marinos extranjeros. Ingleses, irlandeses, norteamericanos y franceses respondieron a la convocatoria. Brown era conocido y respetado en estas costas. Conocía el estuario palmo a palmo y dirigía un servicio de pasajeros de Buenos Aires a Colonia que operó hasta que los agresivos españoles se apoderaron de su nave. Brown sabía dirigir barcos y hombres. Era la persona indicada y demostró que el privilegio estaba bien concedido. Mi carrera naval continuó exitosamente bajo su dirección. Geraldine era feliz en Buenos Aires. La familia seguía aumentando y no tardamos mucho en disponer la edificación de una casa grande, a nuestro gusto. Cuando yo partía mar adentro, a veces por un buen número de meses, mi corazón estaba tranquilo en cuanto a mi familia porque dos personas que merecieron todo nuestro agradecimiento y aprecio, quedaban en casa: eran Gervasio y

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Martina, los únicos invitados a esta reunión que no llevan nuestra sangre. Por favor, vengan junto a mí. (Un hombre y una mujer de piel morena, de rostro bondadoso y sonriente, se colocaron junto a Carlos Paterson). —La esclavitud había sido abolida un año antes de mudarnos nosotros al Río de la Plata, de modo que no los compramos como esclavos, sino que los tomamos como empleados. Gervasio y Martina eran recién casados entonces. Más tarde, los hijos de ellos crecieron junto a los nuestros y eran sus compañeritos de juegos. Cuando yo contraté a una maestra española para que aprendieran bien el idioma, los hijos de ellos se beneficiaban de las clases junto con nuestros niños. Mi gratitud a estas dos personas amorosas y leales, no puede expresarse con palabras. —Cuando me retiré de la Marina, vendimos nuestra primitiva casa en Buenos Aires y compramos otra bastante afuera, en una ciudad llamada Belgrano. Era una tranquila mansión rodeada de un parquecito. Cuando había algún acontecimiento especial en Buenos Aires, salíamos temprano en la mañana en nuestro coche tirado por caballos y llegábamos después del mediodía. Naturalmente, nos deteníamos a merendar en algún lugar desierto, bajo los árboles. Gervasio se entendía muy bien con los caballos, y Martina con los nietos que nos acompañaban, de modo que era imposible ir sin ellos a cualquier parte. (Los morenos disfrutaban de cada recuerdo mencionado por el capitán, y sonreían complacidos, agradeciendo los aplausos de los concurrentes. —Gervasio fue el primero en abandonarnos, y como no podía ser de otra manera, le otorgamos un lugar de descanso en la tumba de la familia. Martina lo siguió varios años después, cuando yo mismo había terminado mi carrera, y mis hijos dispusieron que ella también descansara con nosotros. Es una felicidad tenerlos aquí y ver que Jehová no los olvidó en este tiempo de recompensas. Podría seguir interminablemente recordando cosas, pero no quiero ser el único en hablar. Acércate al micrófono, Gervasio. Sería bueno que tú también nos cuentes algo de aquellos lejanos tiempos.

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—En primer lugar, Don Carlos, quiero agradecer las palabras con que usted reconoce nuestros servicios de antaño. Era muy fácil ser leal a nuestro querido capitán. Martina y yo no podíamos siquiera pensar en separarnos de usted y la señora Geraldine, y dejar de ver a los hijos de ustedes, que habían estado tanto en nuestros brazos. Es una inmensa felicidad haber vuelto a vivir en este tiempo y comprobar que Jehová nos tenía en su memoria. Es también una gran dicha volver a encontrarnos con la familia Paterson y compartir el gozo de todos los que están aquí hoy. —Como les sucederá a muchos de ustedes, es inevitable para mí comparar el pasado con el presente. Mientras Don Carlos nos hablaba de aquellos primitivos tiempos de Buenos Aires, muchas comparaciones surgían en mi mente. Había bastante trabajo y se pagaban buenos jornales, pero de todos modos, los mendigos abundaban. Aparte de los lisiados y los ciegos que mendigaban en la puerta de la iglesia, estaban los niños y los ancianos, que iban de casa en casa siempre con la misma introducción: “¡Una limosnita, por el amor de Dios!” Algunos habían tenido tan buena respuesta de la caridad ajena, que podían hacer su recorrido a caballo. Era tradicional que los mendigos montaran un caballo blanco. Detrás de ellos, envuelto en algún poncho sucio, llevaban pan y carne que la gente les daba. La actitud de la mayoría era que no debían marcharse de su casa sin recibir algo, pues de otro modo, Dios le correspondería a uno con la misma indiferencia con que uno los trataba a ellos. Algunos hasta sospechaban que el mismo Jesús materializado, disfrazado de mendigo, podía estar llamando a sus puertas para ponerlos a prueba. Después de todo ¿no decía la Sagrada Escritura que Jesús también venía en un caballo blanco? En aquel tiempo, un caballo se compraba por el equivalente de tres o cuatro dólares. Para darles una idea más clara, ese dinero alcanzaba para dos días de hotel y comida en la ciudad. Por eso era común que un caballo fuera maltratado y abusado hasta que caía moribundo a un lado del camino, porque costaba tan poco sustituirlo. Esto nos hería a las personas de buena conciencia. Algunos de éstos decidieron formar la “Sociedad Protectora de Animales”, cuando yo ya era

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bastante anciano, hacia fines del siglo diecinueve. Esa sociedad ya existía en Inglaterra y en Estados Unidos y, el tenerla entre nosotros, era un adelanto de la civilización. —Hoy es maravilloso vivir en un mundo en que la mendicidad no existe. Nadie tiene que invocar el amor de Dios para recibir mendrugos. Mirando esos bares improvisados para la fiesta, no pude menos que recordar las tristes y sucias pulperías de la antigüedad, donde los hombres de campo se reunían a beber y a jugar, dejando allí el dinero de sus jornales como algo sin valor, ya que las cosas esenciales para la vida estaban provistas sin restricción en el campo donde trabajaban y vivían. Cada pulpería tenía una guitarra disponible para el que la pidiera, y el que cantaba para todos recibía gratis lo que quisiera consumir. Los payadores improvisaban sobre las cuerdas, volcando en ellas sus lamentos por algún amor no correspondido, por alguna traición que juraban vengar con sangre, o por las penurias al cruzar a caballo las grandes extensiones desiertas. Los gauchos sentían que la Pampa era de todos y de nadie. Hubo airadas críticas y protestas cuando algunos terratenientes ingleses empezaron a marcar el ganado y a cercar sus campos con alambre de púa importado de Inglaterra. Los ganaderos criollos decían que era una locura querer ponerle puertas a la Pampa y que ellos nunca habían necesitado límites marcados por alambre. Hasta ese momento, sólo se habían reconocido límites naturales; un bosque, un barranco, o una hilera de matas espinosas. El progreso los estaba regimentando, y lo recibían con resentimiento. —El gaucho era naturalmente triste y taciturno. Se sentaba junto al fogón en las horas de ocio a tomar mate y a rumiar penas. La alegría natural de los más jóvenes se miraba como un estado pasajero que el tiempo disiparía. Hoy vemos el Nuevo Mundo rebozan te de felicidad. Hemos aprendido que el gozo es un fruto del espíritu de Dios, una invalorable recompensa por nuestro trabajo y nuestra fidelidad de cada día, disponible para todos los que formamos parte de esta nueva sociedad terrestre bendecida por el Creador. Gervasio concluyó su relato y Carlos Paterson tomó de nuevo la Palabra:

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—Gracias, Gervasio, por tus comentarios. Ahora le ruego a Martina que nos cuente algo de sus remotos recuerdos. —Mientras Gervasio hablaba del gran contraste entre el ayer y el hoy, yo pensaba de cuántas cosas estuvimos protegidos al vivir en la casa de la querida familia Paterson. Nunca carecíamos de nada y nuestro trabajo era bien valorado. Aparte de los recuerdos más queridos, que tienen que ver con nuestros propios hijos, resaltan en mi mente las pequeñas fiestas familiares que se reservaban para los breves días en que el capitán estaba en tierra. Yo ayudaba a la señora Geraldine a preparar los exquisitos budines de fruta abrillantada que eran el deleite de don Carlos. Algunos eran guardados en moldes especiales para que él los llevara a bordo. Estos se conservaban mucho tiempo en el molde revestido de una gruesa capa de grasa de cerdo. —Quiero contarles algo del Mercado del Centro, donde la señora me enviaba dos o tres veces por semana. Aparte de los excelentes productos de nuestra tierra, había siempre una gran variedad de conservas, mermeladas y golosinas que traían los barcos. Pero, el mayor atractivo del Mercado del Centro era que nos brindaba la oportunidad a las muchachas del servicio doméstico, de encontrarnos con las que servían a otras familias. Allí uno se enteraba de todas las novedades; quién se había ennoviado y con quién; quién esperaba un bebé; qué familia había recibido muebles nuevos desde Europa; cuáles eran los matrimonios que más reñían y las suegras más gruñonas. —Casi siempre, esas idas al mercado llevaban mucho más tiempo del que era necesario. Pero, todo en ese entonces se movía lentamente, no había razón para andar de prisa, y era una tentación irresistible detenerse a conversar con cuatro o cinco personas diferentes cada vez. Eso es todo lo que quería decir. —Gracias Martina. Tu narración trae a mi mente la lentitud de las comunicaciones en aquellos días. Cuando recibíamos alguna publicación de Europa, las noticias ya tenían casi tres meses. En Buenos Aires se editaban pequeños periódicos que se enviaban por diligencia a Tucumán y Córdoba, donde tardaban más de un mes en llegar. Actualmente, vivimos en un mundo perfectamente unido por sus vías de

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comunicación. Cualquier novedad puede recorrer el planeta en un par de horas, y lo que es mejor aún, las noticias son siempre positivas y animadoras. Ahora sería muy oportuno que tú, Geraldine, les dirigieras la palabra a todos estos apreciativos descendientes tuyos. Acércate al micrófono, por favor.

—Querida familia: Carlos ya les dijo cuánto significa para nosotros esta hermosa ocasión. Sé que ustedes tienen mucho interés en descorrer los velos del pasado junto con nosotros. Les contaré que, aunque no fue fácil dejar atrás Inglaterra, la familia, los amigos, los lugares llenos de recuerdos, no había dudas en mi corazón, ni posibles alternativas. Me había casado para seguir a mi esposo y no hubiera podido ser feliz contrariándolo. La vida en Buenos Aires era agradable y sosegada después de la independencia. Como dijo Carlos, se borraron los malos recuerdos de los años turbulentos. Por una u otra razón, siempre teníamos los ojos puestos en Europa. Llegaban catálogos de las grandes tiendas anunciando sus productos y la gente enviaba sus pedidos. —Cuando llegaban los barcos con aquellas voluminosas cajas etiquetadas para cada familia, era una fiesta abrirlas. Nos probábamos los hermosos vestidos, desembalábamos las porcelanas o algún mueble adicional para la casa, y repartíamos los juguetes entre los niños. Siempre pedíamos algo para Gervasio, Martina y sus negritos, para que participaran de nuestra alegría. Luego esperábamos aquellas ocasiones en que lucir la ropa nueva. Podía ser una boda, o una fecha celebrada por alguna familia en su sala especialmente adornada e iluminada por muchos candelabros. De vez en cuando, recibíamos con especial entusiasmo el anuncio del arribo de una compañía de ópera, un concertista, o un conjunto de ballet. Desde principios del siglo diecinueve Buenos Aires tenía un hermoso teatro, el Colón, que durante más de cincuenta años fue el único existente. Era algo muy sugestivo vestirse con la mejor ropa y concurrir a estos acontecimientos artísticos. Los que vivían más cerca caminaban a través de las oscuras calles empedradas guiados por un negrito que se ganaba unos reales iluminando el camino con un farol pendiente de un palo o de una caña, y esperaba al final de la función para acompañar de

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vuelta a los señores a su casa. Los que vivían más lejos, llegaban en sus coches a caballo. —Durante todos esos años, solamente una vez volví a Inglaterra. Me preocupaba la idea de que mis padres y los de Carlos estaban envejeciendo sin conocer a sus nietos. Si esperábamos mucho quizá no los encontraríamos con vida. Carlos los veía cada tanto en sus viajes, pero yo siempre tenía que quedarme en casa y conformarme con las cartas y los encantadores regalitos que él nos traía de parte de los abuelos y de los tíos. Al fin, hicimos arreglos para viajar en un barco grande todos juntos, cuando mi esposo consiguió una licencia. Descontando los dos meses de ida y los dos de vuelta, pudimos quedarnos cuatro meses mis hijos y yo, aunque Carlos tuvo que volver antes al servicio naval. Despedirme de aquellos queridos ancianos fue una de las experiencias más duras de mi vida, ya que en esos años, sin conocimiento de las verdades bíblicas, pensábamos que tales despedidas eran definitivas. No imaginábamos entonces los emocionantes reencuentros que la resurrección nos iba a proporcionar. Después de aquel viaje, cuando yo tenía cuarenta y cinco años, tuve la sensación de que mi propia juventud se estaba esfumando sin retorno. Diez años después, vino la sorpresiva muerte de Ana al dar a luz una niña. Después de eso, ya nada más me interesó fuera de la familia misma. Carlos se retiró de la Marina y compró la casa en Belgrano. Nuestros nietos venían frecuentemente y nos sentábamos en el jardín a verlos jugar bajo los limoneros y los naranjos. A partir de allí tengo un registro mental cada vez más opaco e impreciso. Tal vez uno de los presentes quiera añadir algo más… —Muchas gracias, Geraldine. Veo a nuestra nieta Marisol, hija de Arturo, que levanta la mano pidiendo la palabra. Acércate Marisol, por favor. —Gracias abuelo Carlos. Yo quería añadir algo a los recuerdos de la abuela. Hacia fines del siglo diecinueve, cuando ustedes ya no estaban entre nosotros, fue una gran sensación para los habitantes de Buenos Aires ver llegar el alumbrado eléctrico. El teatro Colón era entonces un lugar resplandeciente, en que todo lucía y se disfrutaba más. La distancia entre Buenos Aires y Belgrano se fue cubriendo de pequeños caseríos.

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Empezaron a aparecer los coches a vapor y más tarde, el automóvil. Así entramos en una nueva era en que todo se movía con más agilidad. —Muy interesante tu comentario, Marisol. ¿Hay alguien que quiera narrar algo del siglo veinte? Un hombre alto, rubio, se acercó al micrófono y pidió la palabra: —Abuelo Carlos, soy Roberto Paterson, un bisnieto de Diego, el hijo de tu hijo mayor, Eduardo. Cuando te escuchaba, me llamó la atención la fecha en que viniste aquí para integrar la marina de lo que entonces se llamaban “Las provincias Unidas”. Tú mencionaste el año 1814. Cien años después, en 1914, yo era un joven marino, recién comenzando mi carrera. Debo haber heredado de ti la vocación. Ese año, la tierra entera fue sacudida por una terrible sorpresa. Estalló la gran guerra mundial que nadie esperaba. Desde allí nada fue igual en el mundo. Bueno, todos hemos estado estudiando la conexión de esa guerra con las profecías bíblicas. No intento ahora repasar el significado de aquellos graves sucesos, porque sería repeticioso. Sólo quería decirte, abuelo, que un lejano descendiente tuyo andaba recorriendo los mares del mundo en aquellos días tan significativos. —¡Muy bien, Roberto! Nos alegramos de conocerte y escuchar te. Tenemos tiempo para dos o tres testimonios más, si no son muy extensos, antes de la comida; ¿hay alguien que tenga una experiencia singular para contar, algo fuera de lo común? Veamos qué nos trae ese buen mozo que me hace señas desde una de las últimas mesas; por favor, cuéntanos quién eres y en qué generación te tocó vivir. —Son Abelardo Arenas, un lejano nieto tuyo. Tu hija Rosemarie fue una de mis tatarabuelas. Creo que mi experiencia personal es única en lo que toca a la familia. A causa de algo que los médicos señalaron como una severa deficiencia hormonal yo no alcancé la estatura normal. Por lo que sé fui el único enano entre tus descendientes, y nací seis años después de finalizada la guerra mundial que mencionó Roberto. Mi vida fue relativamente corta y no me destaqué en nada. Pero quiero compartir con ustedes el gozo de ser ahora un hombre normal liberado de una situación opresiva y sin remedio. Desde niño

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tuvo que estar consciente de ser la desilusión de la familia. Aunque mis padres eludían mencionar el problema en mi presencia, yo lo sentía. Mi intelecto no había quedado enano y a medida que pasaba el tiempo fui víctima del gran desequilibrio entre lo que era y le que podía haber sido. Cuando llegué a los 18 años empezó a torturarme la idea de encontrar una muchacha buena, cariñosa, que no midiera más de un metro veinte, como era mi estatura, para formar mi hogar. Nunca la encontré y seguí siempre solo, viendo envejecer a mis padres y preocupándome por un futuro muy incierto. Encontrar empleo era otro problema. A las fábricas y las empresas difícilmente les vendría bien mi altura. Aparte de eso, desconfiaban de mi capacidad, ya que el “envase” prometía tan poco. Para un sector del público parecía que un enano sólo servía para hacer reír en el circo. Al fin aprendí a hacer marcos bonitos y a armar cuadros que vendía en las ferias callejeras. En casa, el teléfono estaba en una mesita baja, siempre a mi alcance y en mi pieza, los enchufes y las llaves de luz estaban expresamente colocados a mi altura, pero si tenía que llamar desde un teléfono público, debía molestar a alguien que tuviera la bondad de discar el número y alcanzarme el tubo. Era humillante ir a las tiendas y comprar ropa de adolescentes y zapatos de niño, cuando mi rostro mostraba ya los surcos que se fijan a los cuarenta. Por eso hoy me regocijo en primer término por el don de la vida, luego porque no soy un objeto de curiosidad para el público y porque puedo vivir y actuar como cualquiera. En tiempos antiguos los enanos eran vistos como maldecidos por Dios. Los mayas, pueblo indígena muy supersticioso, creían que todas las enfermedades del mundo eran causadas por los enanos. Gracias a Jehová, estoy libre de todo eso. Me siento muy feliz porque soy como cualquiera de ustedes y no desentono con tan hermosa familia. Un cálido aplauso mostró la simpatía que Abelardo despertó con su relato. Después de él, Carlos Paterson volvió a tomar la palabra: —Ya no voy a pedir más voluntarios aunque estoy seguro de que podrían surgir aún muchas historias interesantes. Pero he reservado para el final el testimonio de Katy. Para los que aún no la conocen les diré que ella fue una fiel precursora,

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proclamando el Reino de Dios en los últimos días del inicuo mundo que Dios borró de la faz de la tierra. Cuéntale a todos, Katy, lo que me contabas a mí hace algunos días, cuando nos conocimos. Una mujer de cabello oscuro y rostro muy atractivo avanzó hacia el micrófono y se dirigió a los presentes: —Tuve el privilegio de conocer a los Testigos de .Jehová en 1942, antes de nuestra era. La verdad bíblica se arraigó profundamente en mi corazón y pronto emprendí el precursorado. Fui dejando de lado muchas metas personales y pequeñas ambiciones, con la seguridad de que el Armagedón estaba cerca. Esperaba sobrevivirlo, por la bondad de Jehová. Tuve una vida llena de satisfacciones espirituales y vi mucho fruto de mis esfuerzos. No me sentí defraudada por la falta de logros materiales, al compararme con otros entre mis amigos y familiares. No sufrí pruebas espectaculares ni tuve que enfrentarme a grandes sacrificios. Si tuviera que justipreciar mis méritos en el servicio de Dios podría hacerlo pidiéndole algunas palabras prestadas al apóstol Pablo: “Corrí con aguante la carrera hasta el fin sin desviaciones, con la vista fija en el premio”. Cuando me iba acercando a los sesenta años mi salud se resintió severamente. Pronto supe que una enfermedad implacable minaba mis huesos. La acariciada esperanza de ver estallar la batalla final de Dios y sobrevivirla se fue haciendo más lejana y turbia cada día. Algunos otros de mi círculo de familia entraron en la verdad y fueron muy amorosos conmigo. Cuando estaba en el clímax de mis dolencias, Jehová me reconfortaba poniendo cuadros brillantes del Nuevo Mundo en mi mente. Tenía la exacta sensación de que El me estaba arrullando para dormir y asegurándome un hermoso despertar en los albores del nuevo Paraíso. Y así fue. Estoy hablando con ustedes hoy, para que tengan la satisfacción de saber que hubo miembros de la familia Paterson anunciando el Reino de Dios en los últimos días. No me sentí defraudada cuando comprendí que no iba a ver el fin del sistema viejo. Después de una vida de fidelidad, hay una sola cosa que importa por encima de todo: sentir la certeza absoluta de la aprobación de Jehová. Llega un momento culminante en que uno se apropia de las palabras

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finales que pronuncia el hombre del tintero en la profecía del capítulo nueve de Ezequiel: “He hecho tal como me has mandado”. Entonces, una gran paz envuelve el corazón y lo abriga antes de su último sueño, porque Jehová les hace sentir a sus siervos aprobados que con El, todo ha quedado bien. Un emocionado y prolongado aplauso resonó en la extensión del parque cuando Katy se alejó del micrófono. Carlos Paterson pronunció una oración de gracias para iniciar la comida. Mientras cada grupo preparaba la mesa, los nietos de Carlos tomaban sus lugares asignados en los bares. Música suave y melodiosa acompañó la comida y la conversación, durante dos horas. Cuando el sol empezó a declinar, Carlos volvió al micrófono y pidió la atención de todos: —Pronto, cada uno emprenderá el camino a casa y esta memorable reunión entrará triunfalmente en el pasado. Quiero que la princesa de la fiesta vuelva a colocarse a mi lado en estos momentos finales. Ven Geraldine, mi inolvidable compañera en los caminos del viejo mundo. Casi todos los que estamos aquí hemos atravesado los umbrales de Seol. El nombre de este parque ha resultado ser muy oportuno en esta ocasión. Betania era la aldea en que vivía Lázaro, el amigo de Jesús, con sus hermanas, Marta y Maria. De las tres personas que Jesús volvió a la vida por medio de la resurrección, Lázaro era el único que había estado en el sepulcro. Los que estamos aquí, después de haber transpuesto los umbrales de la muerte por la condena heredada de Adán, hemos pagado por nuestros errores del ayer y hemos comenzado de nuevo nuestro registro de vida sobre una página en blanco. Pero no debemos dar nada por sentado, porque aún falta la prueba final de integridad. De los que hemos hablado aquí hoy, Katy fue la única que terminó su curso con esa prueba cumplida. Nosotros tenemos que enfrentarnos al enemigo de Dios cuando vuelva al ataque al terminar este milenio. Luchemos afanosamente, incansablemente por la vida, como tuvieron que hacerlo los Testigos fieles de los últimos días, cuando la furia satánica no les daba descanso. Espero que podamos volver a reunirnos incontables veces. Quedaron muchas cosas por decir. Hay recuerdos de incalculable valor que

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nos unirán siempre. Aunque en nuestra condición de resucitados ya no tenemos el privilegio de continuar la relación matrimonial, los que fueron nuestros compañeros maritales seguirán siendo nuestros amados amigos en los siglos futuros. Un día, la tierra entera estará poblada solamente por adultos, porque la obra de la procreación habrá quedado definitivamente cumplida. Todos los habitantes de la tierra constituirán una población estable; no nacerá ni morirá más nadie. Es mi más querido deseo que todos los brotes de nuestra familia que hoy nos acompañan, formen parte de esa privilegiada población del planeta. Una cosa resalta claramente ante mis ojos: Casi todos hemos sido personas normales que crecieron, amaron, trabajaron y murieron, sin haber hecho nada excepcionalmente bueno o malo. —Ustedes han observado cámaras filmadoras que han estado registrando los momentos más significativos de esta reunión. Están realizando un video que será posesión atesorada de la familia. Por eso, Geraldine y yo hemos ideado un punto final deslumbrante. Los poetas han mencionado frecuentemente la peculiaridad de los cisnes, que cantan una sola vez en su vida, cuando están muriendo. Al contrario de esos cisnes que nadan en el lago del parque, nosotros queremos cantar juntos un canto a la vida, con la esperanza de seguir viviendo para siempre. —Hemos calculado que, según la circunferencia del lago, los 1538 presentes podrían abarcarlo tomándose de las manos en una gran ronda, y cantando aquella hermosa canción que despierta nostalgias en los que vivieron en los últimos días: “Gracias Jehová”. La ronda empezó a formarse. El agua reflejaba el variado colorido de la ropa. Abelardo Arenas, el que había sido enano, se acercó a Carlos y Geraldine con un comentario chispeante: —¡Qué gozo inefable el de ustedes sabiendo que dieron comienzo a esta familia! —Yo estaba diciéndole a Geraldine hace un momento: ¡Qué gozo perdieron Adán y Eva, que podrían estar viendo a sus hijos llenar la tierra!

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El resplandor rojizo del crepúsculo iluminaba el lago. Muchos rostros felices se copiaban en sus aguas, entre ellos, dos rostros negros. Cuando los pájaros volvieron a sus nidos para dormir, escucharon una canción diferente. Carlos y Geraldine no podían cantar. Aquellas voces estaban expresando lo que sus corazones colmados apenas acertaban a balbucear.

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Capítulo 8

¡NO ME OLVIDES, COLIBRÍ! Querida Inspiración, ha sido muy grato tenerte a mi lado en todos los momentos más significativos de la vida. Hemos dejado caer mucho pan sobre las aguas. Hemos realizado las más audaces y coloridas excursiones, ya que, como dijo un pensador, los viajes más fascinantes son los que hacemos sin movernos del asiento. Ahora es mejor que descanses mientras yo atiendo algunos deberes ineludibles. La ausencia entre nosotras, es simplemente un silencio temporario. Espero que nunca me abandones ni te sienta evasiva y lejana. Si te esfumaras, sería imposible sustituirte. Pero hay pausas que es necesario aceptar, como el punto final de una carta, la tapa de un libro, y el mutismo después de las declaraciones irrefutables. Sé que estarás siempre allí, en el preludio y en la estrofa final de todas las empresas. Nunca me defraudarás, porque ninguna bendición de Jehová puede ser algo que uno preferiría haber perdido. Hoy, bajando la cuesta del ocaso, sigo mirando la vida a través de tus ojos vivaces. Al cargante sobre mis hombros, compruebo que tu peso inmaterial es el mejor remedio para cualquier fatiga, especialmente a esta altura de la vida, cuando la energía decrece, los colores se apagan, y las voces de los demás suenan lejanas. Mi deuda de gratitud hacia ti ha llegado a ser incancelable. Te sentí muy cerca cuando tuve que ver abierta la tumba de la familia una y otra vez, y al contemplar, inmóviles y frías, las manos de mi madre, que tan bien se habían ganado la inactividad. Ahora, no te importa verme más callada y pensativa que antes, mirando muy a menudo hacia un pasado sin serios remordimientos, rico en fulgurantes memorias. Tu habilidad de volar hacia atrás me ha ayudado a rescatar el néctar que conservan las cosas que ya no son. Me has enseñado a transformar en música el dolor, tanto como la felicidad; el

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presente, tanto como el ayer y el mañana. Te he visto condensar largos trechos de vida en unas pocas carillas de papel. Te he visto convertir los obstáculos en escalones para ascender, y los elementos en oposición en herramientas de colaboración. Quiero terminar con una súplica. Cuando vengan las horas difíciles del futuro, cuando el último ataque de las hordas satánicas ponga en peligro nuestra estabilidad, no te amedrentes ni enmudezcas. Quédate en tu lugar para que hablemos de la relación de cada cosa con las profecías que se cumplen; para que nos recordemos mutuamente que los ojos de Dios están sobre su pueblo, y la sombra de su mano para siempre nos cobija.

FIN