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PACÍFICO MAGAZINE CIUDAD DE LOS CÉSARES  PACÍFICO MAGAZINE: POLÍTICA Y CULTURA ALTERNATIVAS A COMIENZOS DEL SIGLO XX L  A GUERRA DE SUDAMÉRICA  CONTRA EL N ORTE. Un poco cono- cido cuento de anticipación de Alberto Edwards” fue el  título de un artículo publicado hace ya algunos años en CIUDAD DE LOS CÉSARES (N° 24, mayo/junio’92). Se trataba de “Julio Téllez”, obra de ficción del notable historiador, que imaginaba un conflicto armado entre una América del Sur confederada y Estados Unidos, y que se publicó en la revista Pacífico Magazine  (1913). De esta revista chilena que circuló entre 1913 y 1921, bajo la dirección (compartida) del propio Edwards, queremos hablar algo más en esta ocasión. Alberto Edwards Vives (1873- 1932) es considerado el mayor intér- prete histórico del siglo XIX chileno, en particular a través de su obra La Fronda Aristocrática (1928). El recor- dado Mario Góngora lo llamó “el gran dilettante que con más riqueza de visión ha esbozado la historia de nuestro pasado republicano”, toma n- do la voz dilettante en el sentido no necesariamente negativo en que la usó el historiador Friedrich Meinecke, aunque aun en este sentido se ha dis- cutido su propiedad (Adolfo Ibáñez). El autor de La Fronda fue también lo que hoy se llamaría un cientista polí- tico, un sociólogo y un experto en ma- terias de hacienda pública y de es- tadística, además de parlamentario y ministro de Estado y por otra ver- tiente- escritor, autor de cuentos poli- ciales (dio vida a “Román Calvo, el Sherlock Holmes chileno”), de antic i- pación, de costumbres, etc. Junto al escritor Joaquín Díaz Garcés editó ent re los años señalados la mentada Pacífico Magazine, seguramente en su época la más “moderna” de las revi s- tas chilenas. Díaz Garcés (1877-1921), por su parte, es conocido sobre todo por sus cuentos, algunos recogidos en Páginas chilenas (1907)  , y en los que cultivó, como Edwards, gran varie- dad de temas: el cuadro de costum- bres urbanas, los cuentos de bandi- dos, los relatos de ambiente histórico (la Colonia, la Guerra de la Indepen- dencia, etc.). Periodista, contribuyó a la fundación de El Mercurio de Santia- go (1900) y de Las Últimas Noticias ,

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    PACFICO MAGAZINE: POLTICA Y CULTURA ALTERNATIVAS

    A COMIENZOS DEL SIGLO XX

    LA GUERRA DE SUDAMRICA CONTRA EL NORTE. Un poco cono-cido cuento de anticipacin de Alberto Edwards fue el ttulo de un artculo publicado hace ya algunos aos en CIUDAD DE LOS CSARES (N 24, mayo/junio92). Se trataba de Julio Tllez, obra de ficcin del notable historiador, que imaginaba un conflicto armado entre una Amrica del Sur confederada y Estados Unidos, y que se public en la revista Pacfico Magazine (1913). De esta revista chilena que circul entre 1913 y 1921, bajo la direccin (compartida) del propio Edwards, queremos hablar algo ms en esta ocasin.

    Alberto Edwards Vives (1873-1932) es considerado el mayor intr-prete histrico del siglo XIX chileno, en particular a travs de su obra La Fronda Aristocrtica (1928). El recor-

    dado Mario Gngora lo llam el gran dilettante que con ms riqueza de visin ha esbozado la historia de nuestro pasado republicano, toman-do la voz dilettante en el sentido no

    necesariamente negativo en que la us el historiador Friedrich Meinecke, aunque aun en este sentido se ha dis-cutido su propiedad (Adolfo Ibez). El autor de La Fronda fue tambin lo

    que hoy se llamara un cientista pol-tico, un socilogo y un experto en ma-terias de hacienda pblica y de es-tadstica, adems de parlamentario y ministro de Estado y por otra ver-

    tiente- escritor, autor de cuentos poli-ciales (dio vida a Romn Calvo, el

    Sherlock Holmes chileno), de antici-pacin, de costumbres, etc. Junto al escritor Joaqun Daz Garcs edit entre los aos sealados la mentada Pacfico Magazine, seguramente en su

    poca la ms moderna de las revis-tas chilenas. Daz Garcs (1877-1921), por su parte, es conocido sobre todo por sus cuentos, algunos recogidos en Pginas chilenas (1907), y en los que

    cultiv, como Edwards, gran varie-dad de temas: el cuadro de costum-bres urbanas, los cuentos de bandi-dos, los relatos de ambiente histrico (la Colonia, la Guerra de la Indepen-dencia, etc.). Periodista, contribuy a la fundacin de El Mercurio de Santia-go (1900) y de Las ltimas Noticias,

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    tambin de la capital, diarios de los que fue director; tambin cre la re-vista de sociedad Zig-Zag. Fue asi-

    mismo diplomtico y director de la Escuela de Bellas Artes.

    Los dos editores de PM integran, pues, la llamada Generacin del Cente-nario, junto a hombres como el eco-

    nomista Guillermo Subercaseaux, el historiador Francisco Antonio Encina, el educador Luis Galdames, o Nicols Palacios, el autor de Raza Chilena. Caracterizaron a esta generacin las inquietudes nacionalistas y reformis-tas en variados rdenes, en una poca en que se perciba en el pas una cri-sis moral (Enrique MacIver) no me-nos que poltica, social y econmica. Entre las proposiciones de esos auto-res estn el proteccionismo econmi-co y el fomento de la industria y de la marina mercante nacionales, la parti-cipacin dominante de capital chileno en la explotacin de las riquezas bsi-cas (salitre, en la poca), polticas so-ciales enrgicas, especialmente sanita-rias y educacionales, y tambin el re-forzamiento del Poder Ejecutivo, para poner fin a la que el propio Edwards defini como suave anarqua de

    saln, el juego parlamentario oligr-quico en la que todos los partidos chi-lenos se vean entrampados. Frente al

    doctrinarismo li-beral, reducido por entonces al

    anticlericalismo, un realismo so-ciolgico anima-ba a la joven gene-racin. Parte de sta vio sus aspi-raciones plasma-

    das en el Partido Nacionalista (1913-20), que lejos de ser conservador, por lo dems- fue en ese momento sin duda el ms avanzado de los partidos chilenos (cf. Nacionalismo, tradicio-nalismo, conservantismo, CC 31, ju-

    lio/oct. 93; El primer nacionalismo

    chileno, I Encuentro de la Amrica

    Romnica de Poltica y Cultura Alter-nativas, CC 45, Otoo 97).

    Eran dos figuras seeras de la nueva generacin las que emprend-an, as, la publicacin de PM, en cali-

    dad de directores-propietarios, aunque parece claro que la orienta-cin poltica era de Edwards, quien escriba adems buena parte de las pginas, con o sin su propio nombre. Aparte de sus cuentos, Daz sola es-cribir artculos humorsticos, bajo el pseudnimo ngel Pino. Desde luego PM no era una revista marginal: bien

    impresa (slo despus de la Guerra europea tuvo que renunciar al papel couch), ilustrada y con fotografas,

    usualmente reproduciendo a todo color en sus portadas algunas obras de pintores de la poca, contaba con varias pginas de anuncios econmi-cos, entre ellos los de algunos bancos y casas comerciales. En una poca en que la poltica era asunto de caballeros, es claro que la iniciativa de Edwards y de Daz con-taba con algn respaldo en los crculos sociales domi-nantes. No se piense que PM

    era una publi-cacin nacio-nalista en el

    Daz Garcs

    Edwards Vives

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    sentido que esta idea ha tenido des-pus en Chile. Ni dominaban en ella los temas polticos que, con todo, ten-an su lugar. De manera significativa, el primer nmero de PM (enero de 1913) esbozaba en su comentario edi-torial presumiblemente debido a Edwards- la situacin general del pas

    (Chile en 1912): all apuntaba la ne-cesidad de la reforma electoral, de un gobierno parlamentario slido, de una legislacin sanitaria; denunciaba la desorganizacin del ejrcito, criti-caba la influencia de los idelogos en

    la vida poltica, y conclua pregun-tando para afirmar:

    Por qu agoniza nuestra marina mercante antes tan floreciente? Por qu mientras las pla-yas insalubres de la Amrica tropical se han convertido en pases sanos, penetra en el nues-tro la fiebre amarilla, y conservamos un ndice de mortalidad comparable tan slo al de los fatdicos pantanos del Ganges? Por qu no somos capaces de resolver (...) los problemas in-ternacionales pendientes? (...) Por qu, en fin, ningn problema se resuelve, ninguna insti-tucin se mejora, no se reforma ningn resorte poltico o administrativo? Porque falta el instrumento. Tales trabajos necesitan de uno, y se llama gobierno. Forjar ese instrumento indispensable del progreso social, es la nueva necesidad poltica. Bienaventurados los hom-

    bres y los partidos que sepan llenarla.

    Lo cual es ya todo un programa de accin poltica. Mas PM es sobre

    todo una publicacin cultural: en ella se encuentran cuentos de los dos edi-tores, desde luego, entre los cuales estaban el Julio Tllez y las andan-zas de Romn Calvo, ya citados; y tambin colaboraciones de jvenes escritores y poetas que adquiriran nombrada en Chile: Fernando San-tivn, Augusto dHalmar, Daniel de la Vega, Manuel Magallanes Moure, Eduardo Barrios, Hernn Daz Arrie-ta..., adems de reproducciones de autores extranjeros, de Poe a Villiers de lIsle-Adam, a Wilde y Conan Doy-le. Como en literatura, en arte las pre-ferencias de la revista estaban por los valores consagrados ya en la genera-cin anterior (Puvis de Chavannes, Sorolla o Rodin), mientras que publi-caba una crnica llena de dudas sobre la contempornea pintura futurista; mas al mismo tiempo celebraba a ar-

    tistas chilenos que triunfaban (el pin-tor A. Valenzuela Llanos o la esculto-ra Rebeca Matte). Del mismo modo, poda destacar la representacin del Parsifal en Bayreuth o a una pianista nacional de mrito, la joven Rosita Renard. Alcanzaron tambin notorie-dad jvenes artistas que solan ilus-trar sus pginas, el pintor Pedro Su-bercaseaux o el dibujante Coke. En verdad, PM se propona levantar en alto todos los ejemplares de la raza chilena que sobresalan en distintos

    campos, como deca a propsito de uno de los mrtires de la aviacin na-cional, el piloto Luis Acevedo (renda homenaje tambin a otro de ellos, el teniente Alejandro Bello). Asimismo en la revista se publicaban entrevistas o semblanzas de figuras mayores co-mo el mejor historiador (chileno)

    viviente, el arzobispo Crescente

    Errzuriz, Gonzalo Bulnes, el histo-riador de la Guerra del Pacfico, o el

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    bibligrafo Jos Toribio Medina. A ellos se aproximaban los jvenes con admiracin y algo de reverencia y piedad patritica, como a compatrio-

    tas tales que seguramente pensaba PM- ya no los haba en las nuevas

    generaciones. La presentacin del ar-zobispo Errzuriz era caracterstica:

    Merece un retrato de Velsquez, por el carcter acentuado de su fisonoma, por el vigor de su mirada, por la pura raza espaola de la mejor poca de Espaa que respira su figura de prelado del siglo XVII (...). En nuestras tierras se encuentran an esos tipos de espaoles

    que hacen venerar la madre patria, y que se encuentran tan raramente en ella.

    Mas igualmente se poda leer una entrevista al escritor peruano Ri-cardo Palma, de quien se deca que no reciba a chilenos (por la prdida de su biblioteca en la entrada de las tro-pas chilenas en Lima en 1881), hecha por el poeta Jorge Hbner Bezanilla. Los horizontes culturales de PM eran

    evidentemente hispanoamericanos.

    Hacer a modo del inventario de la realidad nacional era un objetivo principal de esta revista. La agricultu-ra, los bosques, la minera o la indus-tria, el trabajo en las explotaciones salitreras o el trabajo de la mujer, ocupan con frecuencia sus pginas. Calculando la capacidad agrcola de distintas porciones del territorio chi-leno, Edwards conclua que ste pod-a albergar casi cuatro veces la pobla-cin de entonces, es decir ms de 12 millones de personas, en condiciones anlogas a las de Francia. La conclu-sin implcita era el desaprovecha-miento de las condiciones naturales del pas. Un grfico poda mostrar cmo en 1885 haban entrado en los puertos chilenos barcos por un tonela-je total de 5.649.000 toneladas, de las cuales el 42% correspondan a barcos de pabelln chileno, en tanto que en 1910 el tonelaje entrado era de 25 mi-

    llones de toneladas, pero slo el 24% de ellas eran de pabelln nacional. La marina mercante chilena, en trminos comparativos, retroceda: Y segui-mos durmiendo!. En general, se ob-servaba en otra parte, la tierra de Chi-le perteneca a los chilenos, a diferen-cia de lo que ocurra en algunas re-pblicas americanas, como Panam, donde todos los elementos de la pro-duccin estaban en manos de extran-jeros. Sin la independencia econmica, la libertad poltica es un fantasma vano,

    adverta. Sin embargo, el Chile nue-vo, esto es, las regiones ocupadas y

    colonizadas en los ltimos 30 aos, no perteneca a los chilenos sino a me-dias. Agotado su vigor, stos no hab-an sido capaces de retenerlo, como haban retenido la herencia de sus padres. El capital extranjero era due-o de la mayor parte de la industria salitrera en el extremo Norte y de la tierra en el extremo Sur, salvo, en este ltimo caso, en lo que se refera a las posesiones de una empresa privada chilena (la Sociedad Explotadora de Tierra del Fuego). La presencia del capital extranjero, principalmente en el salitre, el cobre o el hierro era, as, mirada con inquietud, aunque no re-chazada en absoluto. A diferencia del

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    inmigrante, que daba origen a una familia que arraigaba en el suelo que la haba acogido, el capital permanec-a extranjero y formaba slo factoras. Por lo menos, en el caso del hierro, se deba exigir como condicin a los in-versionistas (norteamericanos, en el evento) que cierta proporcin de los puestos directivos de las explotacio-

    nes quedase en manos chilenas. As se salvara uno de los aspectos ms odiosos que estaba asociado en Am-rica latina a la introduccin del capital sajn: el desprecio por el nativo. Y en una poca en que la globalizacin (avant la lettre) era, como hoy, la moral

    internacional invocada, deca el re-dactor (Carlos G. valos):

    La prctica de nuestros ideales nacionales debe consistir no slo en apresurarnos a formar parte efectiva del concierto de las sociedades civilizadas del mundo, sino tambin el de (...) formar parte de ese concierto con fondo y fisonoma propias, originales, no como producto

    de un cosmopolitismo sin antecedentes propios.

    Con todo, no haba en PM un

    antinorteamericanismo de principio. William Braden, fundador de la gran compaa productora de cobre, tena admiradores. Y las razones del xito norteamericano en abrir el canal de Panam podan verse en la escuela, el hogar y la higiene. La admiracin por la pujanza y el espritu de trabajo yankees era tambin parte del espritu de la poca, contrapartida de la con-dena del materialismo norteamerica-no que Jos Enrique Rod haba can-tado en su Ariel (1908).

    Por lo tanto, savoir vivre. Una rbrica especial era La felicidad en la vida modesta, a cargo del propio Ed-

    wards. All se trataba de ensear el secreto de una vida sobria, sobre la base de pocos recursos, pero con de-coro y holgura; una ciencia casi ente-ramente ignorada en estos jvenes pases de la Amrica del Sur, opinaba el redactor. El mal ejemplo vena de arriba, en una sociedad en que la ni-ca distincin era el dinero. Mal gusto, falta de sentido prctico y despilfarro

    campeaban por todas las clases socia-les. Europa, en cambio, deba su bien-estar al talento, laboriosidad y sentido de economa de la mnagre, la duea

    de casa. No es all la mujer una mquina de gastos, ni una mueca perfumada y cubierta de afeites. El

    vestido, la habitacin, el mobiliario y la comida, baratos y dignos, eran pro-blemas que Edwards abordaba, y prometa recetas de cocina, sopas para una familia entera que no exce-deran de un costo de 10 centavos: Los Menus del PM sern baratos(...),

    pero nutritivos y harto ms sabrosos que muchos platos caros a que nos hemos habituado. En definitiva, y como F.A.Encina y tantos otros en lo que lleg a ser un tpico de la socio-loga criolla-, Edwards echaba de me-nos en la sociedad chilena una clase media (l deca burguesa) em-prendedora y sobria, con aptitudes industriales, capaz de colaborar con la antigua clase dirigente agraria en la transformacin del pas, o aun de re-emplazarla. Y si el nacional era des-

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    plazado por el extranjero en el comer-cio y la industria opinaba, entrevis-tado en PM, Tancredo Pinochet Le

    Brun, otro ensayista de nota en la ge-neracin, y director entonces de la Escuela de Artes y Oficios-, si era as, se deba precisamente a la cultura libresca que dominaba y a la falta de educacin tcnica. Convengamos, por fin, que un viaje a Europa (que, inclu-yendo teatro y diversas entretencio-nes, no deba costar ms de 4.270 francos, calculaban los redactores) no estaba seguramente entre las inquie-tudes de las familias modestas; pe-ro la revista se preocupaba tambin de la higiene popular (Baemos a nuestros nios, baemos a todo nues-tro pueblo), de la situacin del inquilino (trabajador agrcola) o de las

    habitaciones obreras.

    Los temas polticos tenan que

    ser, con todo, los favoritos de Ed-wards. Algunos de sus artculos en PM iban a ser recogidos posterior-mente en sus obras menores (Pginas histricas, La Organizacin Poltica de Chile). El 80 aniversario de la Consti-

    tucin de 1833 fue celebrado en un nmero cuya portada luca el retrato de Mariano Egaa alma del peluco-nismo- por Mandiola. La naturaleza

    de las cosas tiene horror a los cambios bruscos, se deca all. Los constituyen-tes de 1833 crearon, pues, un Jefe Su-premo de la Nacin conforme al mo-delo monrquico de la poca colonial. As dieron vida un rgimen singu-larmente apto para conciliar los inter-eses del orden con los de la libertad; tal se vio tambin en la historia polti-ca de Inglaterra. Mas, los idelogos los reformadores liberales- se empe-aron en arruinar ese rgimen. Se de-ca de stos en 1916:

    Son unos hombres que profesan doctrinas o porque las leen en los libros o las forjan en su imaginacin, pero que desdean observar a su pas y darse cuenta de si son o no aplicables a sus costumbres y a su adelanto social. La prctica no vale nada para ellos. Los hechos se estrellan contra el cerebro del idelogo. Fracasan sus sistemas y no piensan por un momen-to en que pueden haberse equivocado y atribuyen todo el mal a que los hombres se han echado a perder de repente, se han vuelto malos y egostas, porque las cosas no funcionan

    como ellos se haban imaginado.

    Realismo pues, de acuerdo a una constante que define toda una tradi-cin de pensamiento poltico, de Ma-quiavelo a Burke, a los socilogos del siglo XIX y ltimamente a Spengler; tradicin en la cual bebi Edwards. Y prosegua nuestro autor: en la actua-lidad, el pas sigue llamndose liberal, pero este liberalismo no responde a ninguna doctrina poltica; reducidos los ideales del liberalismo a meras

    palabras, cuando alguien se levanta en nombre de un verdadero principio poltico, como el de la restauracin de la autoridad, se dice de l que no

    tiene doctrinas. No ser hora de que

    el pas se agite por un objetivo nacio-nal?, pregunta. Formular este objetivo nacional es, implcitamente, la tarea de PM, como de modo explcito-,

    del Partido Nacionalista. Y cuando lo peor se produzca, ya se sabe, Ed-

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    wards va a adherir a un dictador de

    espada (Ibez) a quien agradecer la reconstruccin radical del hecho de la autoridad (cf. La Fronda aris-tocrtica).

    La poltica internacional chilena es tambin inquietud de PM. En mo-

    mentos en que Chile enfrenta dificul-tades en las relaciones con sus vecinos la cuestin de Tacna y Arica con Per, la herida abierta en Bolivia por la prdida del litoral en la Guerra del Pacfico-, Edwards se atreve a propo-ner la unin aduanera con el ltimo pas. No es que en la revista no se fa-vorezca posiciones duras de Chile

    en estas materias. Mas, en verdad admite nuestro autor-, no hay inter-eses comerciales encontrados entre los pases de Amrica del Sur, y s entre stos y Estados Unidos; es ms, cada latinoamericano ve en el otro una especie de hermano frente al eu-ropeo y al americano del norte. La unin aduanera entre Chile y Bolivia puede mostrar los resultados favora-bles que hay que esperar de la unin de todas las jvenes repblicas; disi-pada la quimera del libre cambio, el

    fortalecimiento comn de las naciones asociadas es el objetivo, y una unin tal puede ser el paso previo para una confederacin, as como el Zollverein

    fue el antecedente de la unificacin alemana. Supuesto ms o menos explcito de lo anterior es el avance del imperialismo norteamericano. La revolucin mexicana y la intervencin de EE.UU. en Mxico motivan al res-pecto una toma de posicin. Un co-mentarista (Luis Aldunate) se remon-ta a los orgenes del conflicto: el rgi-men de Porfirio Daz haba permitido a EE.UU. consolidar su preponderan-cia poltica y econmica en la nacin mexicana. Mas al fin mostr veleida-des de independencia que resultaron inaceptables para EE.UU. La cada de Daz se debi, entonces, en pequea parte a los vicios de todo gobierno desptico, pero muy principalmente a los factores externos; la intervencin norteamericana ser decisiva en los posteriores acontecimientos mexica-nos, hasta culminar con el desembar-co armado en Veracruz (1914). EE.UU. invoca, en definitiva, el dere-cho que en todas las pocas se han atribuido los pueblos fuertes; lo que est por verse es si, frente a Mxico, se contentar con una tutela amisto-sa, como la de Inglaterra sobre Por-tugal, o ir hasta una toma de pose-sin, como la misma Inglaterra en

    Egipto, o Francia en Tnez y Marrue-cos. Todo esto debe hacer meditar a Amrica del Sur:

    Sera menester cerrar los ojos a la luz para no ver en los acontecimientos que hoy se des-arrollan en Mjico el propsito decidido de conquista poltica o comercial que dirige los ac-tos de los gobernantes de Washington. Y ese propsito no es de hoy, viene de antiguo, y esos gobernantes, ya sean demcratas o republicanos, no son sino los dciles instrumentos de la voluntad nacional que tiende a la absorcin de Mjico y de las pequeas repblicas de la Amrica Central, que suea con la dominacin del Mar Caribe (...).

    El imperialismo yanqui, que se ha infiltrado ya en las Antillas y en la Amrica del Centro, extiende ahora sus tentculos en Mjico y, desde Panam, se alzar maana formidable

    frente a las Repblicas de la Amrica Meridional.

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    Sin embargo, con la Guerra Europea se advierte una relativa escasez de pronunciamientos polticos en PM. Se debe ello proba-

    blemente a que tanto Ed-wards como Daz tienen en esos momentos otras res-ponsabilidades, polticas, administrativas o diplom-ticas. Abundan en estos nmeros las fotografas de la guerra, los comentarios tienen un nfasis humanita-rio y procuran ser equili-brados. En la posguerra, se acenta el carcter literario y social de la revista; apa-recen fotografas de damas y debutantes de sociedad.

    La eleccin presidencial de 1920, que marca una poca

    en la historia de Chile, ape-nas merece comentario. Evidentemente, PM cum-

    pli su ciclo y eso explica su desaparicin en 1921.

    Con todo y haber es-tado tan condicionada por las circunstancias de su momento, la revista que

    hemos presentado tiene un inters no slo pasajero. Los primeros aos del siglo XX ve-an una sociedad con abisman-tes diferencias sociales, el roto

    que una generacin atrs haba ganado la Guerra del Pacfico hundido en la miseria sin espe-ranza de las grandes urbes y de los campamentos mineros; el liberalismo constitucional ver-sin francesa pareca esterilizar las imaginaciones y las volun-tades, especuladores y sindica-tos extranjeros se adueaban de la riqueza del pas y la fibra nacional se debilitaba ante las ideas de humanidad y de civili-zacin, equivalentes de lo que hoy es el mundo globalizado. PM

    fue expresin de una genera-cin que supo reaccionar a su

    modo ante tal estado de cosas y plantear en el terreno de la poltica como en el de la cultu-ra- las ideas que iban a estar en el debate de todo el siglo. Prximos a comenzar otra cen-turia, sorprende comprobar cun actuales siguen siendo algunos de los problemas y de sus respuestas.

    E.R.

    (*Erwin Robertson) Publicado en CIUDAD DE LOS CSARES N 52, Marzo/ Mayo de 1999.