Manifiesto Del 23 de Septiembre de 1911 Y ENRIQUE FLORES MAGON

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Manifiesto del 23 de septiembre de 1911 Mexicano: La junta Organizadora del Partido Liberal Mexicano ve con simpatía vuestros esfuerzos para poner en práctica los altos ideales de emancipación política, económica y social, cuyo imperio sobre la tierra pondrá fin a esa ya bastante larga contienda del hombre contra el hombre., que tiene su origen en la desigualdad de fortunas que nace del principio de la propiedad privada. Abolir ese principio significa el aniquilamiento de todas las insti tuciones políticas, económicas, sociales, religiosas y morales que componen el ambiente dentro del cual se asfixian la libre iniciativa y la libre asociación de los seres humanos que se ven obligados, para no perecer, a entablar entre sí una encarnizada competencia, de la que salen triunfantes, no los más buenos, ni los más abnegados, ni los mejor dotados en lo físico, en lo moral o en lo intelectual, sino los más astutos, los más egoístas, los menos escrupulosos, los más duros de corazón, los que colocan su bienestar personal sobre cualquier consideración de humana solidaridad y de humana justicia. Sin el principio de la propiedad privada no tiene razón de ser el gobierno, necesario tan sólo para tener a raya a los desheredados en sus querellas o en sus rebeldías contra los detentadores de la riqueza social; ni tendrá razón de ser la Iglesia, cuyo exclusivo objeto es estrangular en el ser humano la innata rebeldía contra la opresión y la exploración por la prédica de la paciencia, de la resignación y de la humildad, acallando los gritos de los instintos más poderosos y fecundos con la práctica de penitencias inmorales, crueles y noci vas a la salud de las personas, y, para que los pobres no aspiren a los goces de la tierra y constituyan un peligro para los privilegios de los ricos, prometen a los humildes, a los más resignados, a los más pacientes, un cielo que se mece

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Manifiesto del 23 de septiembre de 1911Mexicano: La junta Organizadora del Partido Liberal Mexicano ve con simpatía vuestros esfuerzos para poner en práctica los altos ideales de emancipación política, económica y social, cuyo imperio sobre la tierra pondrá fin a esa ya bastante larga contienda del hombre contra el hombre., que tiene su origen en la desigualdad de fortunas que nace del principio de la propiedad privada.

Abolir ese principio significa el aniquilamiento de todas las insti tuciones políticas, económicas, sociales, religiosas y morales que componen el ambiente dentro del cual se asfixian la libre iniciativa y la libre asociación de los seres humanos que se ven obligados, para no perecer, a entablar entre sí una encarnizada competencia, de la que salen triunfantes, no los más buenos, ni los más abnegados, ni los mejor dotados en lo físico, en lo moral o en lo intelectual, sino los más astutos, los más egoístas, los menos escrupulosos, los más duros de corazón, los que colocan su bienestar personal sobre cualquier consideración de humana solidaridad y de humana justicia.

Sin el principio de la propiedad privada no tiene razón de ser el gobierno, necesario tan sólo para tener a raya a los desheredados en sus querellas o en sus rebeldías contra los detentadores de la riqueza social; ni tendrá razón de ser la Iglesia, cuyo exclusivo objeto es estrangular en el ser humano la innata rebeldía contra la opresión y la exploración por la prédica de la paciencia, de la resignación y de la humildad, acallando los gritos de los instintos más poderosos y fecundos con la práctica de penitencias inmorales, crueles y noci vas a la salud de las personas, y, para que los pobres no aspiren a los goces de la tierra y constituyan un peligro para los privilegios de los ricos, prometen a los humildes, a los más resignados, a los más pacientes, un cielo que se mece en el infinito, más allá de las estrellas que se alcanzan a ver...

Capital, autoridad, clero: he ahí la trinidad sombría que hace de esta bella tierra un paraíso para los que han logrado acaparar en sus garras por la astucia, la violencia y el crimen, el producto del sudor, de la sangre, de las lágrimas y del sacrificio de miles de generaciones de trabajadores y un infierno para los que con sus brazos y su inteli gencia trabajan la tierra, mueven la maquinaria, edifican las casas, transportan los productos, quedando de esa manera dividida la humanidad en dos clases sociales de intereses diametralmente opues tos: la clase capitalista y la clase trabajadora; la clase que posee la tierra, la maquinaria de producción y los medios de transportación de las riquezas, y de la clase que no cuenta más que con sus brazos y su inteligencia para proporcionarse el sustento.

Entre estas dos clases sociales no puede existir vínculo alguno de amistad ni de fraternidad, porque la clase poseedora está siempre dispuesta a perpetuar el sistema económico, político y social que garantiza el tranquilo disfrute de sus rapiñas, mientras la clase traba jadora hace esfuerzos por destruir ese sistema inicuo para instaurar un medio en el cual la tierra, las casas, la maquinaria de producción y los medios de transportación sean de uso común.

 

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MEXICANOS: El Partido Liberal Mexicano reconoce que todo ser humano, por el solo hecho de venir a la vida, tiene derecho a gozar de todas y cada una de las ventajas que la civilización moderna ofrece, porque esas ventajas son el producto del esfuerzo y del sacrificio de la clase trabajadora de todos los tiempos.

El Partido Liberal Mexicano reconoce, como necesario, el trabajo para la subsistencia, y, por lo tanto, todos, con excepción de los ancianos, de los impedidos e inútiles y de los niños, tienen que dedi carse a producir algo útil para poder dar satisfacción a sus necesidades.

El Partido Liberal Mexicano reconoce que el llamado derecho de propiedad individual es un derecho inicuo, porque sujeta al mayor número de seres humanos a trabajar y a sufrir para la satisfacción y el ocio de un pequeño número de capitalistas.

El Partido Liberal Mexicano reconoce que la autoridad y el clero son el sostén de la iniquidad capital, y, por lo tanto, la junta Orga nizadora del Partido Liberal Mexicano ha declarado solemnemente guerra a la autoridad, guerra al capital, guerra al clero.

Contra el capital, la autoridad y el clero el Partido Liberal Mexi cano tiene enarbolada la bandera roja en los campos de la acción en México, donde nuestros hermanos se baten como leones, disputando la victoria a las huestes de la burguesía o sean: maderistas, reyistas, vazquistas, científicos, y tantas otras cuyo único propósito es encumbrar a un hombre a la primera magistratura del país, para hacer negocio a su sombra sin consideración alguna a la masa entera de la población de México, y reconociendo, todas ellas, como sagra do, el derecho de propiedad individual.

En estos momentos de confusión, tan propicios para el ataque contra la opresión y la explotación, en estos momentos en que la autoridad, quebrantada, desequilibrada, vacilante, acometida por todos sus flancos por las fuerzas de todas las pasiones desatadas, por la tempestad de todos los apetitos avivados por la esperanza de un próximo hartazgo; en estos momentos de zozobra, de angustia, de terror para todos los privilegios, masas compactas de desheredados invaden las tierras, queman los títulos de propiedad, ponen las manos creadoras sobre la fecunda tierra y amenazas con el puño a todo lo que ayer era respetable: autoridad y clero; abren el surco, espar cen la semilla y esperan, emocionados, los primeros frutos de un tra bajo libre.

Éstos son, mexicanos, los primeros resultados prácticos de la pro paganda y de la acción de los soldados del proletariado, de los gene rosos sostenedores de nuestros principios igualitarios, de nuestros hermanos que desafían toda imposición y toda explotación con este grito de muerte para todos los de arriba y de vida y de esperanza para todos los de abajo: ¡Viva Tierra y Libertad!

La tormenta se recrudece día a día: maderistas, vazquistas, reyis tas, científicos, delabarristas os llaman a gritos, mexicanos, a que voléis a defender sus desteñidas banderas, protectoras de los privilegios de la clase capitalista. No escuchéis las dulces

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canciones de esas sirenas, que quieren aprovecharse de vuestro sacrificio para establecer un gobierno, esto es, un nuevo perro que proteja los intereses de los ricos. ¡Arriba todos; pero para llevar a cabo la expropiación de los bienes que detentan los ricos!

La expropiación tiene que ser llevada a cabo a sangre y fuego durante este grandioso movimiento, como lo han hecho y lo están haciendo nuestros hermanos los habitantes de Morelos, sur de Puebla, Michoacán, Guerrero, Veracruz, norte de Tamaulipas, Durango, Sonora, Sinaloa, jalisco, Chihuahua, Oaxaca, Yucatán, Quintana Roo y regiones de otros estados, según ha tenido que confesar la misma prensa burguesa de México, en que los proletarios han tomado posesión de la tierra sin esperar a que un Gobierno paternal se dignase hacerlos felices, conscientes de que no hay que esperar nada bueno de los Gobiernos y de que "La emancipación de los trabaja dores debe ser obra de los trabajadores mismos".

Estos primeros actos de expropiación han sido coronados por el más risueño de los éxitos, pero no hay que limitarse a tomar tan sólo posesión de la tierra y de los implementos de agricultura: hay que tomar resueltamente posesión de todas las industrias por los trabaja dores de las mismas, consiguiéndose de esa manera que las tierras, las minas, las fábricas, los talleres, las fundiciones, los carros, los ferrocarriles, los barcos, los almacenes de todo género y las casas queden en poder de todos y cada uno de los habitantes de México, sin distinción de sexo.

Los habitantes de cada región en que tal acto de suprema justicia se lleve a cabo no tienen otra cosa que hacer que ponerse de acuerdo para que todos los efectos que se hallen en las tiendas, almacenes, graneros, etc., sean conducidos a un lugar de fácil acceso para todos, donde hombres y mujeres de buena voluntad practicarán un minucioso inventario de todo lo que se haya recogido, para calcular la duración de esas existencias, teniendo en cuenta las necesidades y el número de los habitantes que tienen que hacer uso de ellas, desde el momento de la expropiación hasta que en el campo se levanten las primeras cosechas y en las demás industrias se produzcan los prime ros efectos.

Hecho el inventario, los trabajadores de las diferentes industrias se entenderán entre sí fraternalmente para regular la producción; de manera que, durante este movimiento, nadie carezca de nada, y sólo se morirán de hambre aquellos que no quieran trabajar, con ex cepción de los ancianos, los impedidos y los niños, que tendrán de recho a gozar de todo.

Todo lo que se produzca será enviado al almacén general en la co munidad del que todos tendrán derecho a tomar todo lo que necesi ten según sus necesidades, sin otro requisito que mostrar una contra seña que demuestre que está trabajando en tal o cual industria.

Como la aspiración del ser humano es tener el mayor número de satisfacciones con el menor esfuerzo posible, el medio más adecuado para obtener ese resultado es el trabajo en común de la tierra y de las demás industrias. Si se divide la tierra y cada familia toma un pe dazo, además del grave peligro que se corre de caer nuevamente en el sistema capitalista, pues no faltarán hombres astutos o que tengan hábitos de ahorro que logren tener más que otros y puedan a la larga poder explotar a sus semejantes; además de este grave peligro está el hecho de que si una familia trabaja un pedazo de tierra, tendrá que trabajar tanto o más

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que como se hace hoy bajo el sistema de la pro piedad individual para obtener el mismo resultado mezquino que se obtiene actualmente, mientras que si se une la tierra y la trabajan en común los campesinos, trabajarán menos y producirán más. Por supuesto que no ha de faltar tierra para que cada persona pueda tener su casa y un buen solar para dedicarlos a los usos que sean de su agrado. Lo mismo que se dice del trabajo en común de la tierra, puede decirse del trabajo en común de la fábrica, del taller, etc.; pero cada quién, según su temperamento, según sus gustos, según sus inclinaciones podrá escoger el género de trabajo que mejor le acomode, con tal de que produzca lo suficiente para cubrir sus nece sidades y no sea una carga para la comunidad.

Obrándose de la manera apuntada, esto es, siguiendo inmediata mente a la expropiación la organización de la producción, libre ya de amos y basada en las necesidades de los habitantes de cada re gión, nadie carecerá de nada a pesar del movimiento armado, hasta que, terminado este movimiento con la desaparición del último burgués y de la última autoridad o agente de ella, hecha pedazos la ley sostenedora de privilegios y puesto todo en manos de los que trabajan, nos estrechemos todos en fraternal abrazo y celebremos con gri tos de júbilo la instauración de un sistema que garantizará a todo ser humano el pan y la libertad.

MEXICANOS: Por esto es por lo que lucha el Partido Liberal Mexi cano. Por esto es por lo que derrama su sangre generosa una pléyade de héroes, que se baten bajo la bandera roja al grito prestigioso de ¡Tierra y Libertad!

Los liberales no han dejado caer las armas a pesar de los tratados de paz del traidor Madero con el tirano Díaz, y a pesar también, de las incitaciones de la burguesía, que ha tratado de llenar de oro sus bolsillos, y esto ha sido así, porque los liberales somos hombres con vencidos de que la libertad política no aprovecha a los pobres, sino a los cazadores de empleos; y nuestro objeto no es alcanzar empleos ni distinciones, sino arrebatarlo todo de las manos de la burguesía, pa ra que todo quede en poder de los trabajadores.

La actividad de las diferentes banderías políticas que en estos momentos se disputan la supremacía, para hacerla que triunfe, exacta mente lo mismo que hizo el tirano Porfirio Díaz, porque ningún hombre, por bien intencionado que sea, puede hacer algo en favor de la clase pobre cuando se encuentra en el poder; esa actividad ha producido el caos que debemos aprovechar los desheredados, to mando ventajas de las circunstancias especiales en que se encuentra el país, para poner en práctica, sin pérdida de tiempo, sobre la marcha, los ideales sublimes del Partido Liberal Mexicano, sin espe rar a que se haga la paz para efectuar la expropiación, pues para en tonces ya se habrán agotado las existencias de efectos en las tiendas, graneros, almacenes y otros depósitos, y como al mismo tiempo, por el estado de guerra en que se habrá encontrado el país, la produc ción se habrá suspendido, el hambre sería la consecuencia de la lucha, mientras que efectuando la expropiación y la organización del trabajo libre durante el movimiento, ni se carecerá de lo necesa rio en medio del movimiento ni después.

MEXICANOS: si queréis ser de una vez libres no luchéis por otra causa que no sea la del Partido Liberal Mexicano. Todos os ofrecen libertad política para después del triunfo: los liberales os invitamos a tomar la tierra, la maquinaria, los medios de transportación y las

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casas desde luego, sin esperar a que nadie os dé todo ello, sin aguar dar a que una ley decrete tal cosa, porque las leyes no son hechas por los pobres sino por señores de levita, que se cuidan bien de hacer le yes en contra de su casta.

Es el deber de nosotros los pobres trabajar y luchar por romper las cadenas que nos hacen esclavos. Dejar la solución de nuestros problemas a las clases educadas y ricas es ponernos voluntariamente entre sus garras. Nosotros los plebeyos; nosotros los andrajosos; no sotros los hambrientos; los que no tenemos un terrón donde reclinar la cabeza; los que vivimos atormentados por la incertidumbre del pan de mañana para nuestras compañeras y nuestros hijos; los que, llegados a viejos, somos despedidos ignominiosamente porque ya no podemos trabajar, toca a nosotros hacer esfuerzos poderosos, sacrifi cios mil para destruir hasta sus cimientos el edificio de la vieja so ciedad, que ha sido hasta aquí una madre cariñosa para los ricos y los malvados, y una madrastra huraña para los que trabajan y son buenos.

Todos los males que aquejan al ser humano provienen del sistema actual, que obliga a la mayoría de la humanidad a trabajar y a sacrificarse para que una minoría privilegiada satisfaga todas sus necesidades y aun todos sus caprichos, viviendo en la ociosidad y en el vicio. Y menos malo si todos los pobres tuvieran asegurado el traba jo; como la producción no está arreglada para satisfacer las necesi dades de los trabajadores sino para dejar utilidades a los burgueses, éstos se dan maña para no producir más que lo que calculan que pueden expender, y de ahí los paros periódicos de las industrias o la restricción del número de trabajadores, que proviene, también del hecho del perfeccionamiento de la maquinaria, que suple con ventaja los brazos del proletariado.

Para acabar con todo eso es preciso que los trabajadores tengan en sus manos la tierra y la maquinaria de producción, y sean ellos los que regulen la producción de las riquezas atendiendo a las necesida des de ellos mismos.

El robo, la prostitución, el asesinato, el incendiarismo, la estafa, productos son del sistema que coloca al hombre y a la mujer en con diciones en que para no morir de hambre se ven obligados a tomar de donde hay o a prostituirse, pues en la mayoría de los casos, aun que se tengan deseos grandísimos de trabajar, no se consigue traba jo, o es éste tan mal pagado, que no alcanza el salario ni para cubrir las más imperiosas necesidades del individuo y de la familia, aparte de que la duración del trabajo bajo el presente sistema capitalista y las condiciones en que se efectúa, acaban en poco tiempo con la salud del trabajador, y aun con su vida, en las catástrofes industriales, que no tienen otro origen que el desprecio con que la clase capitalis ta ve a. los que se sacrifican por ella.

Irritado el pobre por la injusticia de que es objeto; colérico ante el lujo insultante que ostentan los que nada hacen; apaleado en las calles por el polizonte por el delito de ser pobre; obligado a alquilar sus brazos en trabajos que no son de su agrado; mal retribuido, despreciado por todos los que saben más que' él o por los que por di nero se creen superiores a los que nada tienen; ante la expectativa de una vejez tristísima y de una muerte de animal despedido de la cuadra por inservible; inquieta ante la posibilidad de quedar sin tra bajo de un día para otro; obligado a ver como enemigo aun a los mismos de su clase, porque no sabe quién de ellos será el que vaya a alquilarse por menos de lo que él gana, es

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natural que en estas cir cunstancias se desarrollen en el ser humano instintos antisociales y sean el crimen, la prostitución, la deslealtad, los naturales frutos del viejo y odioso sistema, que queremos destruir hasta en sus más pro fundas raíces para crear uno nuevo de amor, de igualdad, de justi cia, de fraternidad, de libertad.

¡Arriba todos como un solo hombre! En las manos de todos están la tranquilidad, el bienestar, la libertad, la satisfacción de todos los apetitos sanos; pero no nos dejemos guiar por directores; que cada quien sea el amo de sí mismo; que todo se arregle por el consenti miento mutuo de las individualidades libres. ¡Muera la esclavitud! ¡Muera el hambre! ¡Viva Tierra y Libertad!

MEXICANOS: con la mano puesta en el corazón y con nuestra con ciencia tranquila, os hacemos un formal y solemne llamamiento a que adoptéis, todos, hombres y mujeres los altos ideales del Partido Liberal Mexicano. Mientras haya pobres y ricos, gobernantes y go bernados, no habrá paz, ni es de desearse que la haya porque esa paz estaría fundada en la desigualdad política, económica y social, de millones de seres humanos que sufren hambre, ultrajes, prisión y muerte, mientras una pequeña minoría goza toda suerte de placeres y de libertades por no hacer nada.

¡A la lucha!; a expropiar con la idea del beneficio para todos y no para unos cuantos, que esta guerra no es una guerra de bandidos, sino de hombres y mujeres que desean que todos sean hermanos y go cen, como tales, de los bienes que nos brinda la naturaleza y el bra zo y la inteligencia del hombre han creado, con la única condición de dedicarse cada quien a un trabajo verdaderamente útil.

La libertad y el bienestar están al alcance de nuestras manos. El mismo esfuerzo y el mismo sacrificio que cuesta elevar a un gober nante, esto es, un tirano, cuesta la expropiación de los bienes que detentan los ricos. A escoger, pues: o un nuevo gobernante, esto es, un nuevo yugo, o la expropiación salvadora y la abolición de toda imposición religiosa, política o de cualquier otro orden.

 

¡Tierra y Libertad!

1) Estando en la ciudad de los Angeles, estado California, Estados Unidos de America, a los 23 días del mes de septiembre de 1911.

Ricardo Flores Magón. Librado Rivera. Anselmo L. Figueroa. Enrique Flores Magón

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FRENTE AL ENEMIGO

ENRIQUE FLORES MAGÓN

Recopilación de Chantal López y Omar Cortés

FRENTE AL ENEMIGO

(Reconstrucción del discurso improvisado por Enrique Flores Magón, al rendir su declaración durante su proceso y el de su

hermano Ricardo, el 3 de junio de 1916)

Sí; Ricardo y yo hemos estado siempre en dificultades judiciales. Lo hemos estado desde hace largos años, tanto en México como en Estados Unidos, y esperamos estarlo toda nuestra vida, porque siempre hemos luchado y continuaremos luchando por el bien de los pobres.

Actualmente luchamos con especialidad por el proletariado mexicano por ser ahí donde más se necesitan nuestros esfuerzos. Nos esforzamos por alcanzar su libertad política, social y económica, de manera que todos los habitantes de México sean un pueblo libre, un pueblo que tenga a su alcance todos los medios para ser felíz, todos los medios con los cuales tenga la manera de vivir y de disfrutar todos los goces honestos de la vida.

Bregamos por el mejoramiento de las condiciones del proletariado, y a eso se debe que estemos eternamente en dificultades judiciales.

Porque nuestra lucha es en contra de los intereses de la burguesía -de los que aquí llamáis big interests- somos perseguidos. Combatiendo como estamos por las libertades del pueblo, naturalmente vamos en contra de la burguesía. De ahí viene que la burguesía procure impedir que continuemos

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nuestra lucha, porque al triunfo de ella no encontrarán ya proletarios que trabajen para ellos y los enriquezcan.

Procurando, como he dicho, mejorar las condiciones del pueblo mexicano, es natural que siempre esperemos vernos perseguidos, puesto que luchamos contra los intereses de capitalistas como Rockefeller, Morgan, Guggenheim, Otis, Hearst y todos esos individuos que obtuvieron ganancias durante el régimen de Porfirio Díaz.

Por ejemplo, Otis obtuvo dos millones de acres de tierra riquísima que le fue dada, como vosotros decís en inglés just for a song (por nada), para que Otis hiciese el bombo a Díaz. Hearst adquirió tres millones de acres de tierra también muy rica en el Estado de Chihuahua, con el mismo propósito, para que hiciese el bombo a la administración de Díaz, para que presentasen a Porfirio Díaz como buen hombre, cuando en realidad era un tirano.

De la misma manera, dando concesiones aquí y concesiones allá y por todas partes, más de veinte millones de acres de tierra fueron regalados por Díaz sólo a los capitalistas de este país, sin contar lo dado a los de otros países.

Toda esa tierra fue quitada al pueblo mexicano por medio de la fuerza. Cuando los pueblos se opontan a que se les quitase la tierra, eran asesinados en masa o individualmente en los caminos, en las calles y aún en sus hogares por los soldados de Porfirio Díaz; y los que quisieron obtener justicia por medios pacíficos apelando a los tribunales desaparecieron misteriosamente de la noche a la mañana. No sabemos qué sería de éstos ... ¡sólo sus tumbas lo saben!

Después de que el pueblo mexicano fue despojado de todo lo que tenía, para dárselo a la plutocracia americana, quedamos convertidos en esclavos, en verdaderos parias, sin tener siquiera un terrón de lo que fue nuestra tierra, para reclinar en él nuestras cabezas al dar reposo a nuestros fatigados cuerpos después de dieciocho horas de rudo trabajo, por un salario de dieciocho o treinta y siete centavos al día.

Fuimos reducidos a la triste condición de peones ...

Por esa causa los mexicanos estamos luchando contra la opresión y la tiranía. Por esa causa combatimos con la palabra, con la prensa y con las armas en la mano, contra los tiranos, los opresores y los explotadores de nuestra raza, porque queremos ser hombres libres, teniendo asegurado el derecho a vivir y a disfrutar de la vida; derecho natural que a todos los seres humanos nos pertenece por el simple hecho de haber nacido en esta tierra.

Por esa causa luchamos por la libertad política, social y económica del proletariado mexicano, poniendo especial cuidado a la conquista de la libertad económica, sobre todo, porque sabemos que el que es libre

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económicamente, es, a la vez, como consecuencia natural, política y socialmente libre también.

Siendo como somos, Ricardo y yo, indios, proletarios, descendientes de peones, nacidos y creados entre ellos, hemos sido testigos y víctimas de la grande injusticia, de la opresión y de la terrible tiranía y explotación que nuestra raza ha sufrido. De ahí que seamos anarquistas.

El Times y toda la prensa capitalista, al tratar de nosotros los anarquistas, procuran presentarnos con negros colores, se esfuerzan por hacer creer a las masas populares que somos seres viles, sedientos de sangre, cortadores de pescuezos, amantes de la violencia por la violencia misma, cuando en realidad somos todo lo contrario. Tal política siguen esos periódicos, para sembrar odio y prejuicio en nuestra contra entre la gente ignorante o sencilla.

Nos titulamos anarquistas los que reconociendo el derecho que todos los seres humanos tenemos a vivir y ser libres, queremos el fin del reinado de la tiranta, del despotismo y de la explotación, autoritaria, capitalista y religiosa. Queremos que todos los seres humanos se reconozcan entre sí como hermanos y que todo sea de todos, para que así, terminado el antagonismo de razas e intereses, haya en la Tierra paz, fraternidad, igualdad y libertad.

Eso es lo que nosotros queremos, no solamente entre la raza mexicana, sino entre toda la raza humana; y por esa causa somos anarquistas.

Guggenheim, Rockefeller y demás parásitos sociales, tendrán que trabajar con sus propias manos y producir algo útil a la comunidad, si quieren vivir en la sociedad futura; y a eso se debe que seamos perseguidos y arrojados al fondo de un calabozo a cada instante.

Por esa causa somos víctimas de una constante persecución. En México hemos sido arrojados a la cárcel con tantos pretextos y tan frecuentemente, que ya hasta perdimos la cuenta. Y después, cuando Díaz nos prohibió escribir más en aquella República y nos vimos forzados a venir a este país en el que se decía haber más libertad que allá, nos hemos encontrado en las mismas condiciones que en México; y aún peores.

No había pasado un año, desde que nos hallábamos en este país, cuando fuimos molestados. Un asesino se introdujo a nuestro domicilio en San Antonio, Texas, pretendiendo asesinar a mi hermano Ricardo. Cuando ese individuo, puñal en mano, se disponía a asestar golpe mortal sobre mi hermano, le asesté un vigoroso puñetazo que levantándolo en vilo lo arrojó de cabeza hasta la calle. Por rechazar ese asalto a mano armada y defender la inviolabilidad de mi hogar, fuí arrestado y sentenciado a tres meses de cárcel y a pagar $30.00 de multa y los gastos del proceso. El asesino fue

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enviado por Díaz y por esa causa él fue protegido y yo sentenciado por las autoridades americanas.

De entonces acá, hemos rodado de cárcel en cárcel, de penitenciaría en penitenciaría; al grado de que, de doce años que llevamos de residir en este país, siete de ellos los hemos pasado en las sombras de los presidios, siempre perseguidos, siempre condenados con testigos falsos y documentos falsificados.

Por ejemplo, la última vez que fuimos enviados a McNeil's Island, el ayudante del fiscal, un tal Dudley W. Robinson, cuyo lugar ahora ocupa en este proceso Mr. M. G. Gallagher, compró testigos en contra de nosotros, como lo prueba el hecho de que después, cuando ya estábamos en la penitenciaría, esos mismos testigos rindieron declaración legal ante notario público, en la cual acusaron a Dudley W. Robinson de haberlos cohechado, pagándoles hasta $10.00 diarios durante un año completo que duramos libres bajo fianza, y $300.00 en dinero contante y sonante el día que fuimos condenados con su testimonio falso. Todas esas declaraciones mostrando la persecución de que éramos objeto, fueron enviadas a Woodrow Wilson por conducto de varios senadores, pidiendo nuestra libertad por falta de méritos, Wilson leyó esos documentos y dijo al senador Smith, de Arizona: Estoy perfectamente convencido de que los Magón y sus compañeros son inocentes, pero no veo juicioso para mi política dejarlos libres. Y no se nos dejó libres.

Tal es la persecución de que somos objeto, que ni la libertad preparatoria (parole) nos fue concedida, a pesar de que el alcalde de la cárcel dió buenas recomendaciones a nuestro favor. Mr. Ledeau, entonces director de la Junta de Libertad Preparatoria, nos llamó a su presencia, urgido por nuestras demandas de una razón por la cual se nos negase nuestra libertad preparatoria, y abiertamente nos dijo:

Caballeros, siento mucho la condición en que os halláis. Yo estoy convencido de que estáis aquí injustamente; pero he recibido instrucciones terminantes de Washington de que no os conceda la libertad preparatoria.

Y tuvimos que estar hasta el último dia de nuestra sentencia en aquella penitenciaría, de donde salimos enfermos; por cuya causa Anselmo L. Figueroa murió tras penosa y larga enfermedad el 14 de junio de 1915, y por cuya causa también nosotros estamos aún enfermos.

Salimos de aquel presidio, enfermos, pero con nuestros ánimos enteros, y tomamos desde luego nuestros puestos en la lucha por la emancipación política, social y económica del proletariado. Por esa causa ahora nos encontramos perseguidos nuevamente y a punto de ser enviados, quizás por la última vez en nuestras vidas, a la penitenciaría porque la plutocracia americana quiere que México sea un país de esclavos.

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Si Thomas Paine, Jefferson y Franklin, hubieran recibido en Francia el mismo tratamiento que los revolucionarios mexicanos estamos recibiendo en este país, cuando aquellos rebeldes trabajaban allá por llevar a buen fin la revolución norteamericana, no habría lo que ahora se conoce por Estados Unidos, no existiría lo que se ha dado por llamar el país de la libertad.

Este país continuaría bajo el yugo inglés; estaría bajo las mismas condiciones en que se encuentra la India bajo el dominio de Inglaterra.

Nota

Al hacerse esta reconstrucción de lo dicho por Enrique, se han suprimido las repeticiones y disgresiones forzadas por las interrupciones frecuentes del juez y del fiscal. Esta fue la única oportunidad que tuvieron los presos para expresar sus ideas y enseñar al jurado la eterna persecución que se ejerce contra ellos. No les fue permitido decir más, para que no creasen simpatía y conciencia en el ánimo de algún jurado, según se dice.

(De Regeneración, del 8 de julio de 1916, N° 240).

DISCURSO

(Suprimido por el juez el 22 de junio pasado)

Nota

Este discurso fue preparado por Enrique para pronunciarlo con Ricardo cuando fuesen interrogados por el juez si tenían alguna razón para que no se les impusiera sentencia alguna, según es costumbre en todo proceso. Pero, el juez Oscar A. Trippet, temeroso de oír la verdad, no permitió a Enrique hablar, por más que éste demandó ser oído, como tenía derecho a hacerlo, conforme a las mismas leyes que el juez pretende respetar y observar.

Debido a la enfermedad de mi hermano, que le impide dirigir la palabra a este tribunal, lo hago yo en su nombre a la vez que en el mío.

Al aprovechar la oportunidad presente de dirigir la palabra a este tribunal, quiero poner en claro las causas que han originado nuestro proceso, puesto que los procedimientos legales seguidos por este tribunal han sido llevados cuidando ocultar los hechos que originan procesos como el nuestro.

Los autos enseñan solamente que los hermanos Magón han sido juzgados y hallados culpables por un delito cualquiera; pero esos mismos autos no enseñan que el caso traído ante este tribunal es un episodio de la vieja y

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larga lucha del explotado, del oprimido y del desheredado contra la tiranía, la superstición, la opresión y la explotación que agobia a la especie humana.

La libertad y la justicia son quienes en realidad han sido juzgados aquí.

No son los Magón solamente quienes han sido hallados culpables aquí, sino también cada persona que ama la libertad y la justicia, puesto que nosotros, los hermanos Magón, hemos sido encontrados culpables por nuestra actividad a favor de la emancipación de los subyugados, explotados y oprimidos proletarios mexicanos, en particular, y de los desheredados del mundo entero, en general, como lo enseñan nuestros escritos que forman parte de los autos en nuestro proceso.

Nosotros no somos los únicos que sustentamos los ideales que proclamamos, ni los únicos que luchamos por el mejoramiento del ser humano, puesto que los anarquistas nos contamos ya por millones y estamos presentes en todos los ámbitos de la Tierra. Nuestra condena no es, de hecho, solamente nuestra; es también la condena de todos los revolucionarios mundiales y de cada rebelde mexicano que está sobre las armas en los campos de combate mexicanos, peleando valerosamente y con determinación en su marcha hacia el progreso; luchando por sostener los altos ideales de Tierra y Libertad, y combatiendo contra toda clase de tiranía, de opresión y explotación.

Todos los anarquistas luchamos por derrumbar las presentes instituciones arcaicas e injustas que están basadas en la explotación del hombre por el hombre. Todos luchamos por establecer un nuevo orden social, un verdadero orden, en armonía con las leyes naturales y basado en la libertad, fraternidad e igualdad de todos los seres humanos, sin distinción de razas, sexos o color.

Habéis, pues, condenado con los Magón a todos los hombres y mujeres de corazón bien puesto que existen en el mundo entero y que se esfuerzan por poner un hasta aquí a la piraterta y a la opresión de la rapaz plutocracia y a la de sus aliados naturales: la iglesia y la autoridad.

Con nosotros habéis condenado a todos los hombres y mujeres sensibles y pensadores que sienten las angustias y las tristezas de los desposeídos, las torturas de los oprimidos y los lamentos y lágrimas de los millones y millones de seres humanos que tienen la desgracia de nacer en una época cuando todos los medios de vida han sido acaparados por los detentadores de la tierra y por los acumuladores de dinero, de esos millones de proletarios que están condenados desde que nacen a una vida de incesante trabajo y de verdadera esclavitud, sin otra esperanza de premio a sus fatigas y sacrificios que una muerte ocasionada por el hambre, el frío y la miseria.

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Después de estudiar esas condiciones sociales, muchos hombres y mujeres han llegado a convencerse de que el único medio para salvarse de la actual esclavitud, es el indicado en nuestro Manifiesto del 23 de septiembre de 1911. Como hacemos notar en ese manifiesto, aspiramos a establecer la propiedad común de la tierra, de la maquinaria y de los medios de producción y transporte, para el uso y beneficio de todos los seres humanos, para, de esa manera, facilitarles el modo de trabajar y de ganarse la vida, y el de disfrutar de los placeres honestos que la naturaleza les brinda.

Estos ideales son destructores de las presentes instituciones, como correctamente lo ha hecho notar el fiscal ante este tribunal, y son, por consiguiente, antagónicos a las leyes humanas que sostienen al capital; pero esto no significa que no estén basados en sólidos principios de justicia y libertad.

El antagonismo de nuestros ideales con las leyes de los poderosos no implica antagonismo de los mismos con la justicia.

La ley y la justicia son completamente diferentes.

El espiritu de la ley está basado, en el fondo, en la seguridad y bienestar de un determinado número de hombres, los que están en el poder, tal como este mismo tribunal lo ha indicado cuando ha dicho en nuestro caso que el deber del gobierno es preservar su existencia por medio de sus leyes.

El espiritu de la justicia, por el contrario, está basado en el bienestar de todos los seres humanos, sin el contrapeso de las anacrónicas diferencias y distinciones sociales, politicas y económicas que ahora dividen a la raza humana dentro de las instituciones burguesas antinaturales que nosotros procuramos destruir para dar lugar a un nuevo orden social, basado en las leyes naturales, que garantice el derecho de vivir con gusto, cómoda y libremente, del cual deben gozar todos los seres humanos desde el mismo momento en que vienen a esta Tierra.

Nosotros no negamos que nuestros ideales sean destructores de las presentes instituciones arcaicas, puesto que son el ariete formidable que golpea contra los muros del castillo feudal de la propiedad privada donde los sostenedores de ésta, el capital, la iglesia y la autoridad, están atrincherados. Pero si sostenemos que estos ideales tienden a beneficiar a la humanidad y están basados en la justicia; y, por consiguiente, por cuestión de justicia y por el bien de la humanidad, no debemos ser perseguidos los que propagamos esos ideales; y por la misma razón, en nuestro caso, en el de mi hermano y el mio, este tribunal no debe imponernos sentencia alguna, porque, como he indicado al principio, tal sentencia no significaria otra cosa que una negación rotunda al derecho que tiene la humanidad de marchar hacia el progreso.

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Si, hacia el progreso; porque nuestros ideales son la culminación del progreso intelectual que ha alcanzado ya la humanidad.

Tampoco debe imponernos este tribunal sentencia alguna porque con tal acto desconoceria también el perfecto derecho que tiene el pueblo mexicano de rebelarse contra las condiciones insoportables que lo han retenido en la esclavitud por larguísimos años; condiciones espantosas que ni el mismo infierno de Dante puede sobrepasar, y bajo las cuales nos hemos encontrado los mexicanos despojados de todo lo que es nuestro: de nuestras tierras, nuestros bosques, nuestros ríos, nuestras minas y cuanto ha sido de nosotros, en común o individualmente, desde tiempo inmemorial.

Bajo tales condiciones, hemos visto como todo lo nuestro nos fue arrebatado por Díaz por medio de la violencia ejercida por sus soldados y su maquinaria legal, y como este robo que hizo Díaz, al pueblo mexicano, fue para hacer grandes concesiones a los Otis, a los Hearst, Rockefellers, Morgans, Guggenheims, Pearsons y a otros muchos aventureros extranjeros; concesiones que consistieron en regalarlo todo a esos aventureros, para ganar prestigio y apoyo en el extranjero, con el cual poder, Porfirio Díaz, perpetuar su reinado.

Después de haber sido desposeídos de toda nuestra herencia natural, nos encontramos maniatados, en completa esclavitud, forzados a trabajar las tierras que fueron nuestras y que ya no lo eran más, por espacio de dieciséis a dieciocho horas diarias y por un jornal de dieciocho a treinta y siete centavos, en moneda mexicana, que equivalen a nueve y dieciocho centavos en moneda americana.

Además, se nos forzaba también a comprar los artículos de consumo en las tiendas de raya, que equivalen a vuestras commisaries de los campos mineros y madereros, donde todo nos era vendido a precios exhorbitantes.

Bajo tales condiciones, nos encontramos gradualmente en deuda perpetua con nuestros amos y sin libertad siquiera para irnos fuera de sus dominios, porque en caso de que tuviéramos éxito para burlar la vigilancia de los patrones de las haciendas y escapásemos de nuestras cadenas, éramos arrestados por las autoridades y devueltos a nuestra esclavitud.

Nuestras mujeres, compañeras, hermanas o hijas, estaban a merced de los apetitos lascivos de los ricos, de las autoridades y de los frailes, pues siempre que éstos lo deseaban se llevaban a nuestras mujeres y fusilaban, encarcelaban, consignaban al ejército o de cualquier otra manera quitaban de en medio a los hombres que se opusieran a sus deseos.

Cuando nos declarábamos en huelga para conseguir mejorar nuestras condiciones y salarios, como en Río Blanco, Cananea y otros lugares,

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éramos fusilados en masa por los asesinos profesionales de Díaz, sus soldados, policias y rurales.

Si aún reteniamos algún lote de tierra que despertase la codicia de las autoridades, de los ricos o de los frailes, era éste arrancado de nuestro poder por la buena o por la mala, llegando hasta el grado de asesinarnos a sangre fria para lograr su intento.

Nuestras libertades eran pisoteadas. Nuestros oradores eran arrestados y asesinados en el peso de la noche. Nuestros periódicos fueron suprimidos y sus escritores encarcelados y desaparecidos de la faz del mundo. Muchos de nuestros hermanos que aún creian en la boleta electoral y el derecho de votar, encontraron la muerte enfrente de las casillas electorales en las manos de la soldadesca de Díaz.

Otros muchos de nuestros hermanos fueron vendidos a razón de $200.00 por cabeza, a los esclavistas de Yucatán y el Valle Nacional. Fueron vendidos como verdaderos esclavos y forzados a ir a trabajar en tan horribles condiciones que su salud era quebrantada pronto; y cuando ya no podían más sostenerse en pie, eran enterrados estando aún vivos, para ahorrar molestias y gastos de médicos y medicinas. Era también cosa común y corriente ver a nuestros hermanos ser apaleados hasta matarlos por cualquier bagatela.

Los mexicanos soportamos esas condiciones horribles por el largo espacio de treinta y seis años; lo cual demuestra que no gustamos de usar violencia por el simple amor a la misma, sino que encontrándonos acosados y entre la espada y la pared, finalmente tuvimos que rebelarnos en contra de esas condiciones horribles, tanto para salvarnos de ellas como para conquistar pan, tierra y libertad para todos.

Esas son las causas de la revolución social y económica que desde hace más de seis años conmueve a México; esas son las causas de esa revolución en que las masas, antes subyugadas, arremeten hoy contra sus opresores, sus explotadores y sus embaucadores; de esa revolución cuya aspiración general es la toma de posesión de la tierra, y que, por consiguiente, lleva por objeto la liberación del pueblo mexicano. Este objeto y tales aspiraciones están condensados en nuestro grito de combate de ¡Tierra y Libertad!

Los mexicanos luchamos por conquistar la tierra, porque sabemos que la tierra es la fuente de toda la riqueza social y que, por consiguiente, el que posee la tierra lo posee todo y es, por lo tanto, libre económicamente.

Quien disfruta de libertad económica es también libre polttica y socialmente. Eso quiere decir que la libertad económica es la madre de todas las libertades.

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En contra de las ultrajantes condiciones que a grandes rasgos he descrito, nos hemos rebelado los proletarios mexicanos; y ahora, dos de nosotros, Ricardo y yo, vamos a ser sentenciados en este tribunal por nuestra actividad en esa rebelión y por aspirar a alcanzar nuestra emancipación política, social y económica.

Por consiguiente, creemos que por principio de justicia, este tribunal no debe imponernos sentencia alguna, porque tal sentencia seria una negación rotunda del derecho que asiste al pueblo mexicano para dirimir sus propias contiendas y hacerlo a su modo y a satisfacción propia.

Nuestros métodos revolucionarios no encontrarón, de seguro, la aprobación de los sensatos; pero dichos métodos son sancionados por los grandes pensadores, entre ellos Tomás Jefferson, quien dijo: No debemos esperar pasar del despotismo a la libertad en una cama de plumas.

Quizás estas gentes sensatas sabrán y podrán explicar cómo es que a hombres que desde aquí han apoyado abiertamente ciertas revueltas que han llevado al abierto propósito de retener en la esclavitud al pueblo mexicano, estoy hablando ahora de sujetos como el tal Chandler y sus asociados, nunca han sido traídos ante este tribunal a contestar por sus actos; cosa que, por cierto, nadie cree seriamente que llegue a suceder, pues son gente rica.

Nosotros creemos, con Proudhon, que la propiedad privada, que es la base de las presentes instituciones, es un robo.

Cuando la humanidad nació, no habia propiedad privada. Pero cuando unos hombres codiciosos, fuertes y malvados blandieron sus mazos y con ellos sometieron a golpes a sus vecinos, confiscándoles su parte de la herencia común, la tierra, y forzándolos a trabajarla para ellos, fue cuando por primera vez existió la propiedad privada. Ya veís, pues, que la propiedad privada procede de la violencia y del robo.

Dichos bribones fueron los primeros esclavistas y los primeros que instituyeron la autoridad. Pronto comprendieron esos bandidos que el hombre es más supersticioso y, por consiguiente, más manejable, mientras más grande es su ignorancia; y a eso se debe que para someter mejor a sus esclavos por medio de su superstición, establecieran la iglesia y creasen la casta de los frailes.

De ahí datan las instituciones capitalistas que han sido el azote de la humanidad desde aquellos tiempos.

Esas instituciones que, como hemos visto, nacieron de la propiedad privada, son con ésta la causa de la esclavitud, de los vicios y de los crímenes que aquejan a la humanidad. Debido a la propiedad privada y a las instituciones

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que la sostienen, la gran mayoría de los seres humanos son esclavos que, aunque produciendo toda la riqueza social, mueren por falta de abrigo y de hambre y de necesidad. Debido a la propiedad privada que priva al hombre y a la mujer del producto de su trabajo, nuestras mujeres se prostituyen, nuestros niños se vuelven anémicos y tísicos en los antros de explotación del capitalismo, nuestros hombres se vuelven borrachos, viciosos, degenerados, bandidos, suicidas, locos y asesinos. De estos últimos, como un buen ejemplar del producto de la propiedad privada, citaré el caso del Dr. Waite de Nueva York, que para apoderarse de la suma de $500.00, envenenó a su suegra, poco después a su suegro; y quien fue descubierto cuando se preparaba a asesinar a su mujer, para quedar ya como único heredero de la suma codiciada.

A eso se debe que nosotros odiemos la propiedad privada y las instituciones que la sostienen, y que procuremos implantar el comunismo anarquista, dentro del cual la tierra, la maquinaria y todos los medios de comunicación y de transporte sean propiedad común, para que de esa manera tengan todos la oportunidad de vivir, de ser libres y de hallar su felicidad; para que estando todos con sus necesidades satisfechas y sobre una misma base de igualdad social, politica y económica, la ignorancia, el vicio y el crimen queden eliminados, como quedarán en cuanto muera para siempre la propiedad privada que los origina.

Vamos en contra de la iglesia por las mismas razones que antes he dado, tanto por ser la sostenedora de la propiedad privada, como por ser su misión la de conservar en la ignorancia y la superstición al pensamiento humano.

Luchamos sin tregua contra el gobierno por ser éste otro acérrimo sostenedor de la propiedad privada y porque todo gobierno significa imposición, tiranía, opresión y violencia. Estamos de acuerdo con Tomás Jefferson cuando dice: La historia en general nos informa cuán malo es el gobierno. Y ya que cito a Jefferson, me complazco en hacer notar que como fue dos veces presidente de los Estados Unidos, sabia bien de lo que estaba hablando.

Sin ir muy lejos este tribunal estuvo de acuerdo con nosotros el doce del actual cuando dijo: el deber del gobierno es preservar su propia existencia.

Eso significa, sencillamente, que es una mentira que el gobierno sea del pueblo, por el pueblo y para el pueblo, y que de hecho es una institución extraña al pueblo, en contra de cuyos intereses debe preservar su propia existencia. Créa este tribunal que le estamos altamente agradecidos por tan valiosa confesión.

Esforzándonos, como lo hacemos, por medio de nuestra actividad revolucionaria, por obtener justicia, libertad, abundancia y felicidad para todos los seres humanos, creemos que, de acuerdo con los más

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rudimentarios principios de justicia, este tribunal carece por completo de derecho para imponernos sentencia alguna. Tendréis poder, pero no derecho para hacerlo.

El fiscal aseguró en sus últimos argumentos ante los jurados, que nosotros debemos ser condenados porque nuestros ideales tienden a incitar al asesinato y al incendio y porque nosotros queremos hacer en este país una revolución igual a la que hemos hecho en México. Semejante acusación, a más de ser gratuita y falsa, no está siquiera basada en la lógica.

Si por interés personal aconsejásemos que se dé muerte a ciertos individuos, entonces podría decirse que incitamos al asesinato y aún al incendio. Pero los mismos autos enseñan que no hemos hecho tal cosa, sino que urgimos a nuestros hermanos a no dejar las armas hasta que no hayan conquistado su libertad y recobrado lo que es suyo. Si tal cosa, aconsejar la rebelión por una causa santa, y por el interés general, es incitar al asesinato y al incendio, entonces Washington, Franklin, Jefferson, Paine, Lincoln y, de hecho, todos los libertarios americanos, así como los rebeldes irlandeses (El fiscal M. G. Gallagher es irlandés y dizque simpatizante de dichos revolucionarios. De ahí, la indirecta), no fueron más que vulgares bandidos asesinos, cuya sangre hubiera sido pedida a gritos por nuestro fiscal, si aquellos hubieran tenido también la desgracia, como nosotros, de caer entre sus garras.

El cargo de que nosotros los anarquistas causáramos la revolución mexicana y de que origináramos otra en este país si no somos encarcelados y nuestros periódicos suprimidos, puede encontrar cabida solamente en un individuo microcéfalo. Hasta un simplón sabe que las revoluciones son causadas por las malas condiciones existentes y no por determinados hombres o mujeres.

Las revoluciones son el producto de las insoportables condiciones sociales, políticas y económicas en las que se forza a los seres humanos a vivir, y lo único que los revolucionarios podemos hacer, es orientar ese movimiento por medio de nuestra propaganda hacia el mejoramiento humano. Creer que los anarquistas o cualquier otro grupo de hombres puedan levantar una revolución en este país, es tanto como creer las numerosas y bellas promesas de los políticos y aspirantes a puestos públicos en tiempos de elecciones. Las personas que no han perdido el juicio, no creen ninguna de ambas cosas.

Aunque fuésemos tan torpes de intentar hacer una revolución, no tendríamos éxito, porque, repito, las revoluciones no son hechas por hombre alguno. Cuando el proceso natural de la evolución es entorpecido y aún contenido por los de arriba, entonces la revolución es el resultado inevitable. Se ha dicho con buen tino que la revolución es la evolución al galope.

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Si se nos ha de sentenciar por la errónea creencia de que podemos hacer una revolución en este país, esperamos que este tribunal podrá entender que tal empresa está fuera de nuestro alcance y que, por lo tanto, no debe imponérsenos sentencia alguna basada en tal error.

Si una revolución estalla en este país, -revolución que ya predicen hombres bien informados de los asuntos de este pais-, estad seguros de que tal revolución no será causada por las actividades de los anarquistas, socialistas, industrialistas o unionistas, sino que será el resultado de las condiciones insoportables en las cuales el gobierno obliga a vivir a la gran mayoría de los habitantes de esta nación.

Con suma frecuencia he comparado las presentes condiciones en este pais, con las condiciones en que vivía el pueblo mexicano bajo el régimen de Porfirio Díaz, y las he encontrado iguales en muchas circunstancias. Veamos.

El trabajador americano en general, se ve forzado a trabajar por jornales tan bajos que apenas le alcanza para medio mal vivir, de igual manera que los peones mexicanos se veían forzados a hacerlo.

Los campos madereros de Louisiana, las minas de Colorado y las de West Virginia y otros muchos lugares, son exactamente iguales a nuestros infiernos de Yucatán y de Valle Nacional, donde el trabajador era esclavo por completo.

Aquí tenéis también vuestras commisaries que son las hermanas gemelas de nuestras tiendas de raya y donde se roba al trabajador descaradamente.

Nuestros asesinatos en masa de Río Blanco y de Cananea, tienen aquí una reproducción terrible en Ludlow, Couer D'Elaine y West Virginia.

La supresión de nuestros periódicos por Díaz, es igual a la supresión que Wilson ha hecho aquí del The Woman Rebel, Revolt, The Alarm, Voluntad, The Blast, Volné Listy. Temple Talks y, finalmente, de nuestro Regeneración, cuyos redactores, además, hemos sido arrastrados a este tribunal, como en los tiempos de Diaz.

La libertad de palabra, de asociación y de imprenta, así como la libertad de pensamiento, son tratadas en este país a la Porfirio Díaz.

Por otra parte, tenéis aquí, según informe de la Comisión de Relaciones Industriales, que un cinco por ciento de la población posee el sesenta y cinco por ciento de la riqueza social, tal como sucedía en México. Y del mismo modo que en México, la multitud de vuestros productores se encuentra sumida en la miseria o muy cerca de morir de hambre.

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Aquí tenéis también vuestros grandes terratenientes, mientras que el número de vuestros medieros va siempre en aumento. El pueblo americano, a su vez, así como sucedió con el mexicano, está fijándose en que ya no tiene ni un terrón en el cual reclinar la cabeza, que toda la tierra ha sido acaparada por los detentadores de la riqueza social y que ésta se ha ido en las grandes concesiones dadas a compañías de explotadores.

Vuestras minas y vuestros bosques están siguiendo el mismo camino hacia las mismas manos en las que nuestras minas y nuestros bosques de México fueron a dar.

Las libertades del pueblo americano han sido y están siendo gradualmente asesinadas, lo mismo que lo fueron en México.

Causas iguales producen iguales resultados. No se necesita, pues, tener una gran inteligencia para predecir lo que pasará en este país. Pero si la revolución está en fermento, ésta es originada por los de arriba y no por los trabajadores; porque solamente cuando las condiciones en que vive el proletariado se hacen insoportables, es cuando éste se levanta en armas.

Salvo que cambien las condiciones presentes, vosotros los americanos de la presente generación, tendréis que veros envueltos en la revolución más sangrienta que se haya registrado en los anales de la historia.

Jefferson, que para su época era un anarquista, y a quién se reconoce como libertario y pensador, vió la necesidad de la revolución y justificó sus medidas extremas diciendo: Yo sostengo que una revolución de vez en cuando es una cosa buena, tan necesaria en el mundo político como las tempestades en el físico. En otra ocasión: El espíritu de resistencia es tan valioso en determinadas ocasiones, que deseo que éste sea siempre conservado con vida. Oíd, una vez más lo que Jefferson también dijo: Dejad al pueblo tomar las armas. ¿Qué importan unas cuantas vidas perdidas en un siglo o dos? El árbol de la libertad debe ser refrescado de tiempo en tiempo con la sangre de los libertarios y la de los tiranos. Ellas son su abono natural.

En respuesta a los sesudos argumentos que el doce del actual hizo nuestro honrado y viril defensor Mr. Ryckman, este tribunal dijo: Estos hombres no tienen derecho a buscar refugio en este país. Pues bien; nosotros sostenemos tener dicho derecho, no solamente como un principio de justicia y de civilización, sino porque hasta vuestra misma constitución, que decís respetar, nos garantiza especialmente el derecho de asilo en este país, como refugiados políticos.

Jefferson, Paine y Franklin durante la revolución americana, no solamente hallaron asilo en Francia y aún actuaron ahí como agentes de los rebeldes americanos, sino que hasta obtuvieron la ayuda de Francia en su revolución

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contra Inglaterra. Con tales hechos podemos ver que hace ya ciento cincuenta años que el pueblo francés reconoció un principio de humanidad que este tribunal nos niega ahora.

Este tribunal nos acusa de realizar actos que pudieran envolver en guerra a este país con México. El presidente Wilson hizo la misma acusación contra ciertos intereses de ese mismo país, y estamos seguros de que él sabe de lo que habla. También estamos seguros de que no aludía a nosotros sino a esos intereses que son culpables del bandidaje político y financiero que México ha sufrido de largos años atrás.

Si llega a haber guerra entre México y este país, esos mismos intereses serán responsables de ella y no alguno de nosotros. Creemos que este tribunal sabe eso tan perfectamente bien como nosotros y como lo sabe la inmensa mayoría de los habitantes de este país.

Este tribunal ha dicho que somos extranjeros en este país y entre sus habitantes. Este tribunal está en un gran error, porque nosotros no somos extranjeros en ningún país, ni lo somos tampoco entre cualquier pueblo del mundo entero. Toda la tierra es nuestra patria y todos los seres humanos son nuestros compatriotas.

Es cierto que somos mexicanos por nacimiento; pero nuestros cerebros no son tan estrechos ni nuestros pensamientos tan tristemente pequeños, para considerar extranjeros o enemigos a los que han nacido bajo de otros cielos.

Este tribunal sugirió la idea de que sería más apropiado para nosotros irnos a México a empuñar un mosquete y pelear por nuestros derechos. Si la revolución mexicana fuese una mera revuelta de unos aspirantes políticos en contra de otros amantes del presupuesto que ya están en el poder, entonces el consejo dado por ese tribunal podría ser adecuado. Pero sucede que la revolución de México no es política, sino una genuina económica y social, y, por lo tanto, se hace necesario educar al pueblo, enseñarle las causas verdaderas de su miseria y de su esclavitud y mostrarles el camino hacia la libertad, la fraternidad y la igualdad.

A eso se debe que nuestras manos en vez de estar armadas con un mosquete, estén armadas con nuestras plumas, que son un arma más formidable y mucho más temida por los tiranos y por los explotadores.

Creo que fue Emerson quien dijo que: Cuando un pensador es dejado libre, los tiranos tiemblan. Y es precisamente porque se reconoce que somos pensadores a la vez que luchadores, por lo que llevamos ya más de siete años y medio de vivir en las cárceles y penitenciarías de este mal llamado país de la libertad, de los doce que llevamos de residir en él.

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Para terminar, diré que no venimos a pedir misericordia a este tribunal, ¡sino a demandar justicia! Mas, si a pesar de todo, este tribunal se deja guiar por las leyes humanas en vez de atender el dictado de los principios fundamentales de la justicia que nos asiste y, por lo tanto, insiste en enviarnos a la penitenciaría, puede hacerlo sin vacilación alguna.

Una sentencia penitenciaria, para nosotros es igual a una de muerte, puesto que estamos enfermos. Nosotros solos sabemos lo minada que está nuestra salud. Sabemos que una nueva sentencia penitenciaria, no importa cuán ligera sea, será una sentencia de muerte. Estamos seguros de que no saldremos más con vida.

Sin embargo, en lo que respecta a nuestras personas, no nos preocupa tal sentencia, porque desde el principio de esta lucha, desde hace ya veinticuatro años, ofrendamos nuestras vidas a la causa de la libertad. Desde entonces hemos sufrido una larga cadena de persecuciones y conspiraciones en contra nuestra, de las cuales el caso presente no es más que otro eslabón de tal cadena; pero continuamos aún firmes en nuestros primeros propósitos de cumplir nuestro deber para con nuestros hermanos de clase, sin preocuparnos para nada de lo que pase a nuestras personas.

Así, pues; escoja este tribunal entre la ley y la justicia. Si este tribunal cree que somos culpables de algún crímen y que merecemos algún castigo, que diga entonces con Cristo: Aquel que nunca haya pecado que tire la primera piedra.

La historia nos observa desde su trono y está escribiendo en sus páginas el drama social que se desarrolla en los actuales momentos ante este tribunal. Nosotros apelamos a ella con nuestras conciencias tranquilas, con nuestros corazones latiendo normalmente y con nuestros cerebros soñando en una sociedad futura en la que haya felicidad, libertad y justicia para todos los seres humanos.

Si este tribunal nos envía a nuestras sepulturas, señalándonos una vez más con el estigma de felones, nosotros estamos seguros de que la historia revocará la sentencia y de que ella marcará para siempre la frente de Caín.

¡Dejad que hable el tribunal!

¡La historia observa!

(De Regeneración, números 242, 243, 245, 248, 250, 251 y 252, del año de 1916).

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¡TIERRA Y LIBERTAD!HIMNO REVOLUCIONARIO

(Cántese con la música del himno nacional mexicano)

Proletarios: al grito de guerra,Por ideales luchad con valor;

Y expropiad, atrevidos, la tierraQue detenta nuestro explotador.

I

Proletarios precisa que unidos,Derrumbemos la vil construcción

Del sistema burgués que oprimidosNos sujeta con la explotación;

Que ya es tiempo que libres seamosY dejemos también de sufrir,

Siendo todos iguales y hermanos,Con el mismo derecho a vivir.

Proletarios: al grito de guerra,Por ideales luchad con valor;

Y expropiad, atrevidos, la tierraQue detenta nuestro explotador.

II

Demostremos que somos conscientes,Y que amamos la idea de verdad,Combatiendo tenaces de frenteAl rico, al fraile y a la autoridad;

Pues si libres queremos, hermanos,Encontrarnos algún bello día,

Es preciso apretar nuestras manosEn los cuellos de tal trilogía.

Proletarios: al grito de guerra,Por ideales luchad con valor;

Y expropiad, atrevidos, la tierraQue detenta nuestro explotador.

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III

Al que sufra en los duros presidiosPor la causa de la humanidad,

Demos pruebas de ser sus amigosY luchemos por su libertad.

Que es deber arrancar de las garrasDe los buitres del dios capital

A los buenos que, tras de las barras,Amenaza una pena mortal.

Proletarios: al grito de guerra,Por ideales luchad con valor;

Y expropiad, atrevidos, la tierraQue detenta nuestro explotador.

IV

Si en la lucha emprendida queremosConquistar nuestra emancipación,Ningún jefe imponerse dejemos,

E impidamos así una traición.Pues los hombres que adquieren un puesto

En el cual ejercer un poder,Se transforman tiranos bien prestoPorque el medio los echa a perder.

Proletarios: al grito de guerra,Por ideales luchad con valor;

Y expropiad, atrevidos, la tierraQue detenta nuestro explotador.

V

Proletarios: alzad vuestras frentes,Las cadenas de esclavos romped,

Despojaos de prejuicios las mentesY las nuevas ideas aprended.

Y al llamar del clarín a la guerra,Con arrojo al combate marchadA tomar para siempre la tierra

Y también a ganar libertad.

Proletarios: al grito de guerra,Por ideales luchad con valor;

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Y expropiad, atrevidos, la tierraQue detenta nuestro explotador.

(De Regeneración, del 14 de febrero de 1914, N° 176).

LOS HUÉRFANOS

I

La pequeñuela preguntaba a su joven madre donde estaba papá y cuando vendría papá, sin saber, ¡ay!, que papá no estaba ahí ni volvería más, porque las ruines pasiones de los mismos que debieran haber velado por el bienestar de esa inocente criatura de cuatro años, la habían criminalmente arrancado de su padre, junto con su tierno hermanito y la joven madre.

Debido al brutal mandato de un padre autoritario, y a la obediencia pasiva de una hija débil, ésta abandonó injustamente al compañero que la amó tanto, y la pequeña niña, con su hermanito, quedaron huérfanos de padre, aunque éste vivía aún, los amaba entrañablemente, y ansiara tanto tenerlos a su lado.

II

La infancia de aquellas criaturas pasó como pasa la de todos los desventurados niños sin padre en medio de una sociedad timorata y egoísta: crecieron en el abandono, a la mitad del arroyo, casi despreciados y mal queridos por todo el mundo, hasta por los criminales causantes de su orfandad, en su odio al padre ausente porque no se prestó a enjuagues sucios.

Se desarrollaron como las plantas salvajes; sin cultivo, sin los cuidados solícitos y expertos de ese jardinero insustituible bajo aquel sistema social burgués: un padre consciente.

III

La niñez y la adolescencia pasaron. La pequeña niña convirtióse en una atractiva jovencita, perseguida por los jóvenes calaveras, producto insano de la época, y aún por ciertos libertinos de entrada edad que se mal llamaban a si mismos anarquistas, pretendiendo justificar con ese bello nombre su asquerosa práctica de lo que denominaban amor libre: amor

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bestial de Priapos que ni la tierna niñez respetaba, pero que en su cinismo inmenso describían aquellos faunos como amor puro, puro como la gota de rocío en la hoja de la flor.

Y la pequeña crisálida, aún no transformada bien en mariposa, cayó. Sus tiernas alitas se quemaron en el incendio voraz de la concupiscencia de los faunos anarquizantes. La agraciada joven, educada inconscientemente, casi a la mitad del arroyo, y, por lo tanto, desconocedora de las escabrocidades de la vida en una sociedad cruel y mal organizada, se dió a los impulsos de su naturaleza despertada prematuramente por la lascivia de un sátiro oficiante de ese mal llamado amor libre, y fue a aumentar el montón de los cadáveres de niñas sifilíticas que arrojan por millares las planchas de los anfiteatros, después que el macho cabrio, una vez saciados sus apetitos, la hubiera abandonado, indefensa por su inexperiencia, a los rigores de la maldita sociedad burguesa, mojigata y egoísta.

IV

El nino adolescente, ya en el umbral de la pubertad, tuvo la fortuna de tropezar con un verdadero anarquista, viejo amigo de su padre, del padre injustamente abandonado, y de él aprendió las bellas ideas igualitarias. De él aprendió a pensar como su padre pensara; aquel padre al que jamás había amado porque no lo conociera, y a quien entonces aprendió a amar intensamente, y por cuyas desgracias sintió infinitas amarguras en su corazoncito de joven rebelde.

Comprendió también, entonces, cómo había muerto su hermanita, víctima del amor puro, puro como la gota del rocío en la hoja de la flor, de los falsos anarquistas. Y sintió asco y desprecio por esos viles ordeñadores de la anarquía.

Comprendió también el bestial autoritarismo de su abuelo, otro anarquizante y sintió también asco, desprecio y horror del criminal que lo dejara huérfano.

Y, por último, también comprendió la injusticia de su madre al abandonar al que le diera el ser, y así mismo comprendió la inaudita debilidad de ella al acatar, sin rebelarse al mandato inicuo del viejo anarquizante de que abandonara a su compañero, al padre de sus entonces tiernos hijos, cuyo abandono ocasionó su desventurada infancia y el trágico fin de su infortunada hermanita. Comprendió todo; y sintiendo vergüenza de su madre que jamás supo reparar su falta, huyó.

Huyó, con el corazón preñado de asco y de desprecio, y con el rostro ardiendo de vergüenza. Huyó.

V

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Aún se oía a lo lejos el traqueteo de los fusiles libertarios mexicanos batiendo al capital, al clero y la autoridad en sus últimas trincheras en las vastas campiñas mexicanas.

Aún se oía el ronco retumbar de los cañones rodando lentamente de una colina a otra, de cerro en cerro y de montaña en montaña, en la rica región de los aztecas.

Los clarines tocaban a degüello.

Y en medio del estruendo del conflicto armado, se destacaba la estentórea voz de los rebeldes que en son de desafío y de triunfo gritaban: ¡Viva Tierra y Libertad!

VI

Ahí se peleaba por destruir la imbécil y cruel sociedad burguesa y establecer una justa y libre, donde no hubiera más niños huérfanos casi despreciados y mal queridos por todo el mundo, creciendo en el abandono aunque el padre viviese y deseara tenerlos a su lado; donde todos los grandes fuesen padres amorosos de los chicos, y todos un solícito y experto jardinero que celosamente cultivase las tiernas plantas; donde ya no hubiera famosos sacerdotes del amor puro, puro, que prostituyesen niñas prematuramente; donde las queridas hermanitas de los demás, educadas racionalmente, no por ordeñadores de la anarquía, sino por verdaderos anarquistas, alcanzaran su desarrollo completo y concientemente buscasen la satisfacción de sus necesidades cuando su naturaleza lo demandase; donde el padre autoritario y brutal ya no existiera y cediese su lugar al hombre conciente que comprende y practica el grande respeto que el padre debe a los hijos, puesto que los forza a nacer sin el consentimiento de ellos; donde la hija cargada de tierna progenie y alejada por circunstancias inevitables del apoyo de su compañero, no se viera forzada por cuestiones económicas a acatar servilmente con vergonzosa debilidad, las órdenes autocráticas de un padre inconciente y anarquero; y donde, en fin, todos fueran libres política, social y económicamente, siendo todo de todos, y siendo, por lo tanto, todos felices, con el sagrado derecho a vivir asegurado, y pudiendo todos disfrutar de los goces de la vida.

VII

Atardecta. El eco del fragor del combate había muerto ya en las lejanas cerranías que, majestuosas, erguíanse en lontananza.

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En el hospital rebelde, un joven, casi un adolescente, agonizaba. De su pecho generoso corrían hilos rojizos.

El pequeño huérfano abrió los ojos, sonrió a las caras amigas de proletarios que le rodeaban, estrechó por última vez las callosas manos fraternales que le recogieran del campo de batalla, y haciendo un último y supremo esfuerzo, con su voz clara de tenor elevó al espacio su poster deseo, expresado en el himno revolucionario ¡Tierra y Libertad!, cantando la última cuarteta.

Y al llamar del clarIn a la guerra,Con arrojo al combate marchadA tomar para siempre la tierra

Y también a ganar libertad.

(De Regeneración, del 28 de febrero de 1914, N° 178).

TU REINO CONCLUYÓ(CANCIÓN REVOLUCIONARIA)

(Cántese con la música de Las Golondrinas, de Becquer)

Volverá por los campos mexicanosNuevamente a reinar tranquilidad;Volveremos a ser todos hermanos,Bajo el lema de ¡Tierra y Libertad!

Pero el reino de los malvados ricos,Ese, no volverá.

Volverán los bribones de bonetePretendiendo a los peones embaucar;

Volverán los bandidos de sorbeteTras de incautos que puedan explotar;

Pero aquellos que fueron inconscientes,Esos, no volverán.

Volverán los obreros rebeladosLa herramienta con ánimo a empuñar;

Volverán muchos peones al aradoY a la tierra amorosa a cultivar;

Pero aquellos que fueron tus esclavos,Burgués, no volverán.

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Volverán las entrañas de la tierraMil riquezas de nuevo a producir;Volverán de talleres y de fábricasVariedades de objetos a surgir;

Pero ... toda esa riqueza inmensa,Burgués, no es para ti.

Porque nada será ya producidoPara el uso del pillo explotador;

Pues quien quiera vivir y ser queridoTendrá que hacerse honrado productor.Ya ves pues, parásito, que en México,

Tu reino concluyó.

(De Regeneración, del 23 de octubre de 1915, N° 209).

ALTAS FINANZAS

En uno de los suntuosos chalets del Paseo de la Reforma de la ciudad de México, hay fiesta. Don Torcuato Bolsasgordas, uno de los mejores financieros del pats, da un banquete a la flor y nata de la burguesta mexicana. La banca y el comercio, la industria y la agricultura, así como todos los demás ramos de la explotación burguesa tiene ahí dignos representantes en numerosos señores de vientres voluminosos y rostros mofletudos y colorados, de hombres privilegiados que comen buenas viandas y beben excelentes vinos.

La casa deslumbra con los torrentes de luz que salen por sus ventanas, por las cuales también se escapan aromas insitantes que enderezan a ellas las narices de los proletarios que pasan por la calle y a quienes, menos felices, espera un modesto plato de frijoles, algunas mermadas tortillas y un molcajete con chile.

El ir y venir presuroso de los sirvientes, el ruido de la vajilla, el chocar de copas, los coros de risas estrepitosas y los aplausos estruendosos nos demuestran que hemos llegado a la hora del brindis.

Siendo como somos modestos pelados, Don Torcuato no recordó nuestros nombres al escribir sus invitaciones; de ahí que, aunque deseosos de entrar a aquel recinto de la finanza, no tanto por tener el honor de codearnos con aquellos insignes bandidos de frac y de chistera ... sino por conocer el objeto de la reunión, no nos atrevimos a arriesgar la integridad de nuestras

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narices exponiéndolas a que nos las achaten de un portazo el altivo portero, si queremos introducimos de rondones.

Pero ahí está un frondoso fresno en cuyas ramas que liesan los cristales de esa ventana lateral, podemos hallar abrigo y un palco seguro desde el cual poder ver y oír lo que pasa y se dice adentro.

Hemos trepado aquí a la mejor hora. Una vez pasados los entusiasmos de los brindis, en los que los estómagos voluminosos de los comensales demostraron su gratitud al no menos grueso Don Torcuato, ha llegado el momento de hablar de negocios.

Don Torcuato que por su obesidad, su corta estatura, su cuello deformemente grueso y corto, y por sus ojos saltones, tiene la semejanza de un sapo enorme, se pone de pie; espera a que haya silencio.

- Caballeros, -comienza con voz gruesa, autoritaria y lenta, una vez que el ruido de las sillas que son acomodadas para oír y ver mejor al orador, y que el carraspear de tosecillas discretas y el rintintin de las copas de algunos bebedores rezagados, han cesado-, os he invitado a este banquete para hablaros de asuntos importantes que afectan a la patria; y, con ella, a nosotros.

Tose para tener tiempo de observar el efecto de sus primeras palabras y prosigue:

- Creo inútil, entre nosotros, un mar de diplomacia, de palabras vanas que se presten a interpretaciones dudosas. Siendo todos los que aquí tenemos el honor de estar reunidos, miembros de una misma clase, la directora, la que tiene en su poder la fuerza poderosa ante la cual hasta los reyes se doblegan: la del dinero, y a quienes, por lo mismo, nos ligan intereses idénticos, creo más beneficioso a nuestros intereses que os hable lisa y llanamente: con brutal franqueza, si así queréis llamarlo.

- Con cinismo, -comenta uno de los invitados que va borracho.

Vuelve a clavar la barba en el pecho dejando que los músculos relajados de su cuello permitan a su cabeza balancearse de uno a otro lado. Los demás burgueses, ya viejos y aguerridos en los combates con el licor, lo ven con ojos protectores.

Señores, -continúa impasible Don Torcuato Bolsasgordas-, estamos al borde de un precipicio.

El borracho, queriendo impedir caerse en el precipicio de que habla Don Torcuato, hace un movimiento brusco y rueda por el suelo, en el que procura

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plácidamente acomodarse a dormir. Hay risas y murmullos. Dos lacayos cargan al beodo hasta su automóvil.

Restablecido el orden, sigue hablando Bolsasgordas:

- Nos acecha la miseria; nos amenaza la necesidad de trabajar con nuestras manos si queremos vivir; de empuñar el pico y la pala para no perecer de hambre. ¡Imagináoslo!

La concurrencia se estremece de horror.

- El destierro, sin dinero, y por lo mismo sin honores ni facilidades, o el hombro con hombro, codo con codo con el peladaje, es lo que nos espera si ...

¡Me cago en Cristo! -interrumpe rugiente un impulsivo burgués ibero-. ¡Antes muerto que eso!

- Permitame Don Robustiano Izaguirarraz que le ruegue que guarde calma, -dice gravemente Bolsasgordas, dirigiendo sus miradas al burgués español-. Sin calma, con arrebatos biliosos, nada se hace.

Reflexiona y sigue:

- Vivimos en otros tiempos. Hace apenas cinco años que un arrebato de cólera nuestro aún era temido. Nuestra servidumbre y nuestros obreros bajaban la vista ante nuestro mirar adusto. Ahora vivimos en otros tiempos. Por desgracia, las teorías disolventes de los magonistas y el ejemplo de éstos y de los zapatistas en la acción, han hallado grandes simpatías y aún numerosos adeptos entre las clases populares; y si queremos triunfar; si nuestros deseos son los naturales de propia conservación, más que de violencias necesitamos usar de argucia. Nuestras caras adustas ya no encajan bien en el medio ambiente actual. El obrero, despertado por esos maldecidos anarquistas, aspira ahora a su independencia económica; quiere ser libre; y una resistencia violenta nuestra acabaria de exasperarlo y hacer que la mayoría, que aún confía llegar a la satisfacción de sus aspiraciones por vías legales, con la intervención de un gobierno paternal, que cándidamente se imaginan aún que pueda existir para ellos, acábase por tomar las medidas radicales, extremas y seguras que los anarquistas les aconsejan: el aniquilamiento del clero, del capital y del gobierno.

Un silencio sepulcral reina en la asamblea. Los rostros, risueños todavía no hace mucho, están graves. Algunas manos crispadas estrujan inconscientemente las carteras por sobre los finos paños de los trajes de etiqueta.

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Un ambiente de angustia se siente en el salón. Los antes altivos y orgullosos señores, ahora estén ahí, amilanados unos, terriblemente preocupados los otros.

Aquellos hombres sufren terriblemente, indeciblemente. Porque no hay mayor suplicio para un rico que verse pobre, sin dinero, sin honores ni distinciones, y, lo que es peor, según su modo de pensar, teniendo que rebajarse hasta empuñar una herramienta para ganarse la vida, y que codearse e igualarse con los detestables pelados.

La temperatura tibia del salón parece haberse helado. Gruesas gotas de sudor frío corren por algunas frentes. La mano despiadada de la angustia oprime, hasta lastimar las gargantas de muchos de los oyentes.

La voz de Bolsasgordas se eleva entre aquel silencio, trayendo una ráfaga de esperanza a aquellos corazones.

No todo está perdido, señores, -dice-, en nosotros, en nuestra astucia está el salvarnos. Obremos con cautela, con diplomacia y seremos salvados. El ceño adusto de ayer convirtámoslo ahora en sonrisa; nuestro desagrado por las exigencias de los trabajadores disfracémoslo, hagámoslo aparecer como un deseo inmenso de que la causa del peladaje triunfe; y en vez de ponernos oscos y oponernos a su avance, aparentemos que reconocemos la justicia que les asiste y que estamos dispuestos a sacrificarnos por esos inmundos desarrapados, holgazanes y viciosos que quieren robarnos las fortunas que con tantos sacrificios hemos ganado. Y ellos caerán en la trampa.

Y la caraza de Bolsasgordas refleja maldad, perfidia, odio, doblez y sutilezas de bestia feroz y artera.

Toca el timbre eléctrico para que los lacayos entren a servir licor que humedezca las gargantas que la angustia resecó entre sus oyentes que, lividos, ansiosos de saber cómo salvarse, tienen los cuellos tirantes hacia Don Torcuato, respirando apenas, casi sin atreverse a pestañear.

Voy a desarrollaros mi plan, -prosigue Bolsasgordas, después de secarse cuidadosamente con rico pañuelo de lino, las cerdas que adornan su jeta y que, golosas, se sumergieron primero que los labios en el licor que refrescó la garganta del notable bandido.

- Antes os diré que no he dormido en el asunto, -sigue diciendo Bolsasgordas-. La semana pasada hice viaje de incógnito a Veracruz y hablé sobre lo mismo con Don Venustiano Carranza, que por su posición social elevada y como hombre acaudalado, dueño de extensas haciendas e incontables cabezas de ganado, tiene idénticos intereses a los nuestros que defender. Después de algunas conferencias en las que demostré a Don Venustiano la necesidad de obrar conforme a mis planes, quedó dicho

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caballero de acuerdo y aún ya ha comenzado a desarrollarlos en la parte legal, que es la que le corresponde, quedando yo encargado de poneros de acuerdo en la parte que a nosotros toca.

Después de una pausa, en la que las cerdas del bigote de Bolsasgordas hacen otra visita al sabroso licor, el vientrudo Don Torcuato continúa:

- El pueblo exige la tierra y por su posesión está dispuesto a luchar hasta vencer o morir. ¡Démosle la tierra!

El español, Don Robustiano Izaguirarraz, echa tal respingo en su sorpresa, que poco faltó para que voltease la mesa sobre los demás comensales a la vez que ruje:

¡Re-monio y recontramonio! ¡Que no doy más! ...

Bolsasgordas, sin parar mientes en la explosión de Don Robustiano, siguió hablando así:

- Pero al dársela, démosela de tal manera que, a la vez que en apariencia beneficie al pueblo, en realidad los beneficios sean para nosotros; que a la vez que parezca que nos desprendemos de la tierra, en realidad ésta no sea pasada a manos del peladaje por completo sino de una manera que más tarde nos permita recogerla y que a la vez nos deje ganancias como nunca hemos soñado obtenerlas.

Pausa, en la que el orador moja otra vez las cerdas.

Por medio, -continúa Don Torcuato-, de un decreto del gobierno, se ordena que todos los terrenos sin cultivar sean dados al pueblo; pero, como es natural, como el gobierno es constitucionalista y, por lo tanto, no puede atropellar el derecho de propiedad privada, decreta también que los actuales dueños de la tierra sean reembolsados por el Tesoro Público del valor de dichas tierras: con lo que desde luego hacemos el primer negocio, vendiendo a buen precio las tierras incultivables a las que hasta hoy no hemos podido hallar comprador.

El hermano de los de Boston, Don Robustiano Izaguirarraz, aprueba ahora estrepitosamente las palabras de Don Torcuato, y en el fondo de sus ojillos brilla la codicia.

- La tierra pasa a manos de los trabajadores; nosotros recibimos por ella el precio que a nuestros intereses convenga señalar, y entonces se nos presenta un segundo negocio. Los nuevos terratenientes son unos pelados. ¿Con qué dinero pueden adquirir aperos, bestias, granos y cuanto es necesario para cultivar sus tierras? ¿Con qué dinero pueden hacer las obras

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de irrigación necesarias en los terrenos áridos que vendamos, cuando no tienen ni siquiera las tres cuartillas que cuesta levantar los inmundos tugurios que les sirven de albergue?

Tendrán que recurrir a los que tenemos dinero. Pero, no siendo juicioso que salgamos al frente, que enseñemos la cara, porque eso sería tanto como descubrir nuestro juego, obtenemos que el gobierno funde un Banco Agrícola, del cual, naturalmente seremos los directores y principales accionistas ocultando nuestros nbmbres bajo la razón social del banco. De esa manera, nosotros seremos quienes presten el dinero a los labriegos para que cultiven sus tierras, cuyas tierras, como es de toda ley quedarán hipotecadas al banco, es decir a nosotros, y las que el banco, nosotros, podrá tomar en el futuro como pago de la deuda no satisfecha. De esa manera, tendremos la tierra de vuelta y habremos hecho varios negocios en uno solo: habremos vendido a buen precio las tierras improductivas que ahora tenemos; habremos ganado los reditos del dinero que hayamos prestado por medio del Banco Agrícola, dinero que sacamos a los imbéciles proletarios puesto que es el que nos pagó el Tesoro Público; habremos obtenido nuestras tierras de vuelta, y, finalmente, al volver esas tierras a nuestro poder por falta de pago, volverán, fijaos en esto, volverán ya beneficiadas, con obras de irrigación ya construidas; y aún con las bestias y aperos compradas por los ilusos que creyeron poder conquistar la tierra por los medios legales. En una palabra, después de haber hecho tan buenos negocios, recogeremos nuestras tierras con su valor cinco o seis veces mayor. Así, habremos salvado nuestras vidas; nos habremos salvado del pico y la pala, y también habremos hecho negocio redondo.

- ¿Pero quién nos asegura que esos pelados falten al pago del dinero que les prestemos? -Inquirió alguien.

En nuestras manos está lograrlo, -replicó Bolsasgordas-. Nosotros tendremos a nuestra disposición los medios para hacerlo. Como la mayoria de los revolucionarios aún creen imbecilmente en la necesidad del gobierno y, por consiguiente dejan en pie todas nuestras instituciones, nosotros seguiremos siendo los dueños de los destinos del pueblo. El gobierno, por nuestra insinuación, y bajo varios pretextos, aumentará toda clase de contribuciones que, a la vez que aumentarán el Tesoro Público, servirán para hacer más dificil la condición del pueblo. Nosotros, por nuestra parte, teniendo poder sobre el mercado y la Bolsa, pagaremos a los nuevos terratenientes los precios bajos que se nos antoje por los artículos que produzcan; artículos que se verán forzados a vendernos porque tendremos acaparado el mercado y no hallarán otros compradores; y esta medida nuestra aumentará la miseria del pueblo. Entonces el pueblo, miserable, muerto de hambre, entregado en nuestras manos, no tendrá más remedio que doblar la cerviz y dejarse despojar nuevamente de las tierras que, como he dicho antes, las recibiremos entonces con su valor aumentado prodigiosamente, porque esos terrenos áridos que ahora cedamos nos

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volverán con beneficios. Y para impedir que el pueblo se rebele nuevamente, diré por via de conclusión, mientras que esté entusiasmado beneficiándonos la tierra que cree ya suya para siempre, nosotros nos aprovecharemos para fortalecer el ejército y demás defensas nacionales; de dar prestigio al nuevo gobierno por medio de nuestra prensa; de exterminar en la sombra a cuanto criminal anarquista nos continúe haciendo obra de obstruccionista; de aumentar el número de iglesias y de las escuelas oficiales; e ir poco a poco desvirtuando el medio ambiente revolucionario que ahora existe, hasta que, cuando el pueblo comprenda el engaño de que ha sido objeto, y que nuestro gobierno, representado dignamente por el señor Carranza, ha simulado radicalismos no sentidos, y quiera alguien rebelarse, ya entonces el gobierno estará sólidamente cimentado y tendrá fuerza suficiente para sofocar toda intentona. Obrando conforme a mi plan nuestro reino estará salvado.

La concurrencia, entusiasmada, se pone en pie. Todos se disputan el honor de estrechar la mano de aquel hombre de cerebro prodigioso que ha desarrollado un plan tan ingenioso que hará, de seguro se imaginan, un buen resultado, porque nadie más que los escogidos lo han oido, y, por consiguiente, nadie dará aviso a los proletarios para que no confien en Venustiano Carranza, ni en cualquier otro gobierno.

Pero nosotros, que afortunadamente hemos sorprendido el secreto, nos apresuramos a bajar del frondoso fresno en que hallamos abrigo, y corremos a ponerlo bajo el dominio público en estas columnas, aconsejando a nuestros hermanos de clase que si desean realmente ser libres y felices, no confien en gobierno alguno, aunque dé tierras, dizque a bajos precios y plazos cómodos, o pretenda ser radical, sino que siga luchando con el arma en la mano hasta que logre tomar posesión de todo para todos, conforme a los principios del Partido Liberal Mexicano condensados en el Manifiesto del 23 de septiembre de 1911; hasta que logre extirpar de la región mexicana el más leve rastro de la autoridad, del capital y del clero.

(De Regeneración, del 27 de noviembre de 1915, N° 214).

EL TIMO DE LA TIERRA

Al fin, Julián y su familia están ya instalados en la cabaña que acaban de construir sobre la tierra que les tocó en el reparto hecho por Carranza. Chona arregla la mesa, mientras Paquita, la niña mayor, arrima a ella el taburete de su padre y los cajones que sirven de sillas para el resto de la familia. Todos se sientan y Chona sirve la sopa de arroz.

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Ahora, ¡a trabajar! -exclama lleno de ánimo Julián. Va a ser dura la faena; pero, en cambio, podemos decir que lo que saquemos de esta tierra ya es nuestro.

- No todo, -replica Chona suspirando-, todavía hay que pagar por veinte años los abonos sobre el valor de la tierra; y lo del Banco Agrícola; y lo ...

- ¿Pues no dicen que el señor Carranza dió la tierra? -observa tímidamente Paquita a la vez que escarva con furia sus naricitas.

¡Qué Paquita! ¡Bien se ve que todavía no sabes tú de negocios! -exclama Julián riendo.

¿Cómo quieres tú que regale la tierra el señor Carranza? Lo único que puede hacer es que el Tesoro Público pague por nosotros al contado su dinero a los dueños de la tierra, para podérnosla fiar en abonos. Ya con eso hace bastante gracia; ¿Verdad, Chona?

- Pues ... yo también creía que las daban, que peleaban por eso y no por comprarla nada más, -contesta la mujer de Julián.

- ¡Otra que mejor cantó! -exclama Julián. Si cogiésemos la tierra sin pagarla, entonces cometerramos un robo, violaríamos la ley, iríamos contra los principios constitu ...

- ¡Una tarántula! -grita Pepin, el más pequeño de los hombrecitos corriendo a refugiarse al regazo de su madre, mientras que Julián hace papilla bajo su zapato al peludo intruso que vino a cortar sus vuelos oratorios.

¡Qué diferencia tan grande hay entre aquella tierra árida, seca y pedregosa, con algunos manchones de escuálidos mezquites, que recibió Julián de manos del gobierno siete meses atrás, y la que ahora vemos tan fértil, cubierta de altas espigas doradas y bellas!

¡Y qué diferencia, también, en el aspecto físico de Julián y su familia!

Desde Julián hasta el pequeño Pepín, todos han resentido la fatiga. Llenos de vida y carnes estaban al colonizar aquellos desiertos áridos entonces, y ahora están pálidos, estropeados y tan flacos que sus huesos semejan afilados puñales que quieren rasgar la piel.

Pero Julián está gozoso. Construye jardines en el aire, pensando en lo que va a hacer con el dinero que gane al vender su trigo. Desde luego, ¡claro!, comprará una vaquita, para tener leche abundante y fresca todos los días, para sus chamaquitos; comprará otro caballo para la labranza; algunas

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gallinas que le abastezcan de huevos; uno o dos puerquitos; alguna madera para dar mayor amplitud a la cabaña, y mucha provisión y mucha ropa.

Chona le oye divagar, mientras se ingenia en sacar de unos pantalones viejos y raídos de Julián, unos nuevos para Carlos que, en su inocencia, luce desvergonzadamente el trasero, haciendo piruetas, cabeza al suelo, para distraer a Nacha, la niña de pecho que chilla desesperadamente bajo una nube de moscones dorados que buscan diligentes entre los pañales el origen del fuerte olor que las ha atraido.

Ya es la época de la cosecha. El trigo bajo el soplo suave de la brisa se mece blandamente susurrante. Los golosos pajarillos revolotean por ahi cerca, sin atreverse a llegar al sembradio, temerosos de los espantajos que al impulso del aire mecen caprichosamente las mangas vacias de sus desgarradas camisas. La chicharra imita al chirrido de máquinas sin engrasar. Los moscardones murmuran gravemente. Las diligentes hormigas forman cordones del campo a sus graneros.

Y allá va Julián, guadaña en mano, segando el trigo. Su guadaña, afianzada con maestría por sus recias manos, describe acompasadamente anchos y majestuosos semicirculos, besando a la ida los pies de los tallos del trigo que, como temeroso, se echa para atrás, cortando a la vuelta amplias franjas de matas que caen al suelo ordenadamente unas sobre otras, heridas de muerte. El agradable olor de la hierba recién cortada satura el ambiente.

Chona y los niños vienen atrás haciendo gavillas.

Julián está radiante. ¡Qué hermosa es la vida! Todo aquello es suyo, es el producto de los desvelos y fatigas de él y los suyos; el fruto de sus afanes; la realización de sus sueños. Pronto venderán aquel grano y su producto será el primer paso a su fortuna. ¡Hasta que hubo un hombre, el señor Carranza, que cumpliera sus ofrecimientos de dar la tierra al pueblo! Ese hombre si era sincero y honrado; y con su recto proceder venia a dar un mentís en el hocico a esos habladores anarquistas, a quienes confunde el demonio, y quienes aseguran que no puede haber gobernante bueno, que vea por el pobrerío.

Estas reflexiones dan mayores ánimos a Julián que con más destreza y diligencia hace ir y venir su guadaña en inmenso semictrculo con tal rapidéz que pronto deja a Chona y los niños a larga distancia atrás; de lo que hace guasa Julián, que se siente en buen espíritu, gritando a su mujer:

- OOO ... ye Chooo ... naaa: ¿En qué se conocen los trenes de carga ...? -y se contesta a si mismo: Pues en que llevan el cabús (sic) hasta allá atráaas.

La ciega y la trilla, están hechas. Ahora, al mercado. Julián carga el carro; se pone el traje dominguero que Chona acabó de parchar y arreglar

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diligentemente la pasada noche, y después de besar a su mujer y a sus hijos, marcha a la ciudad con el corazón lleno de esperanzas y el cerebro poblado de números.

Ya en el mercado, comienza el regateo. Julián ofrece su mercancía, marca el precio de la misma, procurando hacerlo algo barato para no espantar al comprador. El mercader ríe brutalmente en las barbas de Julián.

- Pero, buen hombre, -dice el mercachifle- ¿Cómo quieres que te pague tanto por tu grano cuando nuestros graneros están llenos de grano que se nos está echando a perder por falta de compradores, a pesar de que nuestros precios son mucho más bajos, casi la tercera parte de los tuyos?

A Julián se le caen las quijadas con aquel primer desengaño. Todos sus grandes números, ante el pequeño del mercachifle, se baten en retirada, atreviéndose apenas a asomar las narices trás un repliegue del cerebro de Julián.

Ofreció más adelante su mercancía, recibiendo siempre el mismo desengaño.

Pero, ¿cómo puede ser eso? ¿si los periódicos decían, no hace ni ocho días todavía, que la escasez de grano era terrible, al grado de que había pueblos enteros muriendo de hambre, y que los precios estaban por las nubes?

Julián no puede comprender ese misterio, por más que se rasca la cabeza con furia y arruga el entrecejo profundamemte.

¿Qué hubo, Julián? -oye que alguien le dice, a la vez que siente en su hombro una palmada amistosa que le vuelve en sí, de sus profundas reflexiones. ¿Por qué tienes esa cara de entierro?

- ¡Qué he de tener, Pedro! -replica Julián al reconocer a su antiguo compañero de escuela primaria, a quien huía por sus Ideas radicales, y hacia quien siente ahora rara simpatía-. Imagínáte que después de haber trabajado mi familia y yo hasta deslomarnos, por más de médio año, primero limpiando y desmontando el mal terreno que nos dió el señor Carranza en abonos; después haciendo las obras de irrigación necesarias, y por último los demás trabajos de labrantío, etc., hasta traer aquí nuestro grano, recibo la decepción más terrible que ...

- No necesitas seguir, -interrumpe Pedro-, sé tu historia. Es la misma de todos los que hasta ahora han soñado ser libres y felices bajo un gobierno llamado paternal. Tú, como otros obreros, combatiste valerosamente en las filas de Carranza, porque él decretó la repartición de las tierras; porque él, creando el llamado Departamento del Trabajo, consintiendo que se formasen

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uniones obreras y que la prensa y los oradores públicos usasen de lenguaje más o menos radical, te hizo creer, lo mismo que a otros muchos obreros, que en efecto se preocupaba por el bienestar del pueblo trabajador, de los pobres, del proletariado, sin comprender que lo hacía por política, para tener partidarios que peleasen por él contra los verdaderos revolucionarios del sur, y tener tiempo de hacer su gobierno fuerte mientras que tú y los demás estábais entretenidos en arrancar de la amorosa Madre Tierra el fruto de tus afanes que, como ves ahora, es tan escaso, te lo pagan tan mal, a un precio tan reducido, que no te da ni para medio cubrir tus compromisos, y menos para seguir adelante.

Una luz comienza a descender hasta lo más profundo del cerebro de Julián.

¡Chincheros! exclama dándose una palmada en la frente. Por ese lado puede ser que tengas alguna razón. ¿Pero que tiene que ver el señor Carranza con que no me paguen el justo precio por mis granos? ¿Y cómo explicar que éstos, que no hace ni una semana estaban a tan elevado precio, estén ahora casi por nada?

- Carranza, y los suyos, y los de su misma clase, para poder sostenerse en el gobierno, tienen que sostener el sistema capitalista. En apariencia te liberan del amo dándote tierras; pero, aunque no tuvieras que pagar ésta en abonos, te verías en iguales compromisos que ahora; porque aunque es cierto que no tienes amo directo que te robe en el jornal semanariamente y te arree en el trabajo, sí tienes indirectamente amos en el mercado, puesto que éste está en poder de los burgueses que regulan los precios sobre tus granos a su gusto. La escacez que había de grano hasta hace poco, ha sido aparente. Los burgueses han tenido sus graneros cerrados a piedra y lodo, no dejando salir de ahí más que pequeñas cantidades de grano que, por la escacez ficticia, ha sido cotizado, valorizado, a precios altos. En cuanto a las cosechas, entre ellas la tuya, han sido recogidas y traídas al mercado, entonces los burgueses han sacado a luz todos sus granos, para que, habiendo una abundancia enorme de ellos, los precios bajen bruscamente y puedan los amos del mercado imponerte el precio más bajo que ellos quieran; precio al que tienes que vender, si no quieres que tu cosecha se te eche a perder por falta de compradores. Una vez que hayan recogido a precios bajos tus cosechas y las de los otros ilusos como tú, entonces, ya sin competidores, volverán a cerrar sus graneros, el precio volverá a ser elevado, y pueblos enteros seguirán muriendo de hambre, a pesar de que solamente tú traes en tu carro lo suficiente para sostener una población entera cómodamente, mientras se llega la otra cosecha.

- ¡Mal rayo me parta por imbécil! -ruge Julián dando tal puñetazo, en su nerviosidad, sobre las ancas de uno de los caballos, que éste se encabrita y quiere arrancar a correr.

Apaciguado el animalito, Julián habla:

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- Hermano, veo que tienes razón. Y si yo y los demás obreros que seguimos a Carranza, hubiéramos seguido los consejos que tú y los demás compañeros anarquistas nos dábais antes de partir a la revolución, de no luchar por amos, de no elevar a nadie al poder, sino combatir por la causa justa de Tierra y Libertad, otra sería nuestra suerte, ¡imbécil de mi!

- Nunca es tarde para reconocer el yerro y corregirlo, camarada Julián, -contesta Pedro lleno de gozo-. Aún hay muchas partidas de compañeros y de llamados zapatistas peleando con las armas en la mano contra Carranza y contra todo gobierno. Si te sientes aún con ánimos de combatir, marcha allá, y por dondequiera que vayas, por campos y poblados, cuenta tu historia, que es una prueba palpable de que el trabajador nunca podrá levantar cabeza y llegar a ser realmente libre mientras exista el llamado derecho de propiedad privada, mientras estén en pié el gobierno, el capital y el clero. Toma este ejemplar del Manifiesto del 23 de septiembre de 1911 expedido por la Junta Organizadora del Partido Liberal Mexicano; toma estos ejemplares de Regeneración en cuyos artículos hallarás siempre la verdad; leelos detenidamente. En el Manifiesto encontrarás una guía para obrar dentro de la revolución, para provecho del proletariado.

Julián toma, trémulo de emoción, aquellos documentos que antes odiara a muerte, y dice a Pedro por vía de despedida:

- ¡Cuánto bien me ha hecho el encontrarte, Pedro! Hoy soy otro hombre; me siento fuerte, vigoroso, capaz de las empresas más arriesgadas. Siento que la idea ácrata que hoy has hecho enraizar en mi cerebro y en mi corazón, me convierte en gigante, me inyecta nueva sangre y me ennoblece. Dentro de dos semanas estaré en el sur combatiendo contra todo gobierno.

Y en su entusiasmo, irguiendo sus seis pies de estatura y elevando por lo alto su puño cerrado, en hermosa actitud desafiante, gritó a media plaza con tronante voz: ¡Viva Tierra y Libertad!

(De Regeneración, del 4 de diciembre de 1915, N° 215).

CONVERSACIÓN CALLEJERA18 de diciembre de 1915

I

Hace un frío espantoso, terrible, que hiela la sangre en las venas y lo trae a uno moqueando y con los ojos llorosos.

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Es la hora próxima a la salida del sol; la hora más fria de las mañanas de invierno en México, en la que hasta los tanganitos de las manos duelen de tanto frío que hace, y en la que los mecapaleros, temblorosos y encogidos, van a tomarse su taza de hojas caliente con su trago de chinguere revuelto, para entonarse y entrar en calor.

¿Par' onde vas, Petra? -pregunta Concha, deteniendo a una mujer que en la semiobscuridad de la madrugada semeja un fantasma que se desliza por el embanquetado de la calle de Santa Catarina, embarrándose contra las paredes.

- Pos pa la misa de seis, tú; que ya dan l´ última llamada, -contesta la interpelada, queriendo eludir la conversación que ve avecinarse y que amenaza impedirle llegar a tiempo al llamado santo oficio de la misa. Pero Concha no da importancia al movimiento de retirada que hace Petra y atrapándola por la punta del rebozo la retiene y comenta:

- Tú siempre con tus santucherías ... pos ¿hasta cuando abrirás los ojos, alma de cántaro, pa ver que de al tiro te está haciendo tragar ruedas de molino el maldito faldilludo del frailecito?

- ¡Je ... sús, María y José! -exclama escandallzada la beata, persignándose apresuradamente-. ¿Vas a comenzar a predicarme tus mangonadas?

- No; no más te quero hacer una pregunta: ¿sabes por qué tú y las demás santuchas tienen la costumbre d´ ir a l' iglesia con el rebozo echado parriba, de modo que no se les vea más que la punta de la jeta?

- No ...

- ¡Güeno! Pos porque San Pablo dijo en uno de sus versículos de su evangelio que la mujer debía taparse la máscara pa entrar a la casa de dios, dizque pa no ensuciarla. Y San Antonio dijo también qu´el animal más asqueroso era la mujer. Y ...

- Pero, ¡qué blasfemias dices ...!

- ¡Nada de blasfemias! ¡Es la pura verdá en cueros vivos, y te la puedo aprebar con el evangelio que tengo en mi casa!

II

Petra duda; y ya perdida la esperanza de alcanzar la misa de seis, se decide a oír las herejías de Concha, y aún pregunta:

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- Pos si vamos a manchar la casa de dios, entonces ¿pa qué nos llama el padrecito a l´ iglesia?

- ¡Tonta! Porque las necesita. Si no juera porque la mujer es tan de al tiro taruga, l´ iglesia no existiría. Porque la mujer cree todavía en los curas es porque siguen ellos haciendo de las suyas. Si las mujeres dejaran de apoyar a los malditos zopilotes ó enaguas ... ¡Adios l´iglesia! Ya no habría más sinvergüenzas qu´embaucaran a la gente con su religión apesto ...

- Güeno, güeno; barájamela despacio y explícate, -interrumpe Petra, ya interesada.

- Ma´ fácil á explicar. Imagínate que nosotras las mujeres, por aquello de ... ser mujeres, tenemos cierto atractivo y juerza pa' hacer que los hombres hagan lo que quiéramos. L' iglesia, pa vivir y ser juerte, necesita que haiga muchas misas por este o l´ otro dijunto, que haiga bautismos, casamientos, bendiciones de casas, de santos y demás chinfonías en las que saquen los frailes güenos centavitos, a más de las limosnas y de lo que sacan de los cirios y ceras que llevan los feligreses pa los santos y qu' ellos venden luego a la cerería pa que sea vendida otra vez. Nosotras, como tenemos la juerza de nuestro sexo femenino, pos hacemos que los hombres se casen con nosotras por la iglesia; y gana el fraile sus centavitos. Nosotras hacemos que nuestros chamacos sean llevados a la pila del bautismo; y el fraile gana sus centavitos, y ansi, por el estilo, servimos pa qu' el fraile saque los centavos de las bolsas de nuestros viejos, que de otra manera no podría sacar.

- ¡Oye, oye! Pos parece que me vas convenciendo, -dice Petra.

III

- Pos to' vía tengo más que decirte, palomita -replica Concha, alentada con la aquiescencia de su amiga. No más para las de papalote y óyeme bien. Asucede que con la educación que nos da l' iglesia, ésta nos hace creer que semos inferiores a l´ hombre y que no debemos entrometernos en sus negocios; que nosotras nomás debemos dedicarnos a remendarle sus calzones y hacerles comida, sin meternos en nada más quen lo de nuestra casa.

- ¡Güeno! Yo creo qu' eso es cierto; pa qué semos mujeres si no pa cuidar nomás de la casa, -replica Petra.

- ¡Pos no es cierto! -sostiene Concha-. Es cierto que nosotras tenemos qu´ echar al muchacho; pero en lo demás semos iguales a los hombres. Como l´ hombre, tenemos cabeza pa pensar, corazón pa sentir y cuerpo pa obrar. Si hast´ ora la mujer ha sido tan bruta de dejarse dominar por los hombres es

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porque l´ educación ansina nos ha hecho. Pero, ¡qué carambas! ansina y todo, ha habido y hay mujeres que han podido ilustrarse y han resultado tan güenas como los hombres.

- Tú no dirás que semos mejores que nuestros viejos, -arguye Petra.

- ¡Canijos! No; pero sí digo que si tuviéramos el mesmo modo d´ educarnos que los hombres, seríamos tan güenos como ellos.

- Pero ¿qué tiene que ver l´ iglesia con eso? -inquiere Petra.

- Pos que ha de tener, qu´ el día que seamos como los hombres, en la manera de pensar, el diablo se lleva l´ iglesia. Si ora es tan juerte es gracias a qu´ el hombre por darnos gusto, por ganar aquello, hace lo que queremos; pero el día que nosotras no pidamos matrimonios por l´ iglesia, ni bautismos, ni misas, ni bendiciones de sepulcros, ni nada, entonces el fraile maldito tendrá que agarrar el pico y la pala y echarse a trabajar como nuestros viejos, pa ganarse la vida, si no quiere reventar de hambre.

- ¡Qué caray! Pos tenes razón. ¿y qué más? -pregunta Petra, ya por completo interesada en la conversación de Concha, y sin sentir más haber perdido su misa de seis.

- Por´ ora nada más. Ya las tripas gruñen de hambre. Además tengo que alistarme y alistar a los chamacos, cosa que nos vamos a Coyoacán, onde va a haber un mitin de compañeros en que van a hablar pos precisamente de lo que debe hacer la mujer pa ser digna compañera del hombre y no una carga pa l´ hombre, qu´ impida que la humanida sea libre.

- Güeno, anda vete; y después me cuentas.

(De Regeneración, del 18 de diciembre de 1915, N° 217).

CONVERSACIÓN CALLEJERA25 de diciembre de 1915

- ¡Dáaa ... tiles! ¡Dáaa ... tiles! ¡Apreben lo mero güeno, marchantitas! -vocea el vendedor de dátiles en el mercado de San Juan, de la ciudad de México. - Dáaa ... t... per' oiga, vieja jija de un zumbao, ¡no se los trague todos! -

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vocifera el vendedor, haciendo explosión indignado porque una mujer lleva ya comidos, por vía de prueba, tres dátiles.

¡Pos si los´ toy aprobando, indino roñoso! -contesta la mujer que también es de armas tomar.

- ¿Pos no dicen que le apreben?

- Sí; pero no pa´ que se harte. Si quere que le peche, nomás venga y dígame que la mantenga.

La presencia de un gendarme pone fin a la disputa.

Petra, que no es otra que nuestra amiga santurrona, que oímos conversar con Concha la semana pasada, se va echando chispas de coraje, tan entregada a su ira que tropieza con el puesto de una frutera que vocea sus aguacates:

- ¡Aquí están los que no tienen hueso, patroncit ... ! ¡Mal ajos de vieja boba! ¿Qué no tiene ojos? -grita desaforada al ver su mercancia rodar por el suelo. -,¡Venga pa' que le limpie las chinguiñas a chincharrazos, pa' que pueda ver por' onde va, vieja maldita!

Petra no hace caso; hecha un basilisco sigue su camino, ciega de ira, para ir a tropezar con las nalgas de una mujer que está agachada escogiendo unos jitomates, y que tiene que hacer prodigios de habilidad para no caer largo a largo sobre las verduras, y quien, volviéndose ágilmente, atrapó a Petra por la punta del rebozo, dispuesta a reconvenirle su torpeza.

- Tenga más cuidado por´ onde anda, amiga ¡Oh, Petra! -exclama gosoza, reconociendo a su amiga, y prosigue: - por poco me tumbas y me vendes con la puestera echándole a perder sus verduras.

- Es que vengo hecha un chile de puro coraje y no vide por´ onde venía, -explica Petra. - Si ya´ cabates de mercar vámonos; que quero que me cuentes lo del mite en Coyoacán.

- ¡Aquello estuvo chulísimo! -dice Concha, ya camino a sus casas. - Habló el compañero García, qu´ es tejedor y que tene un pico de oro. Pero sí, ¡qué bien habla l´ hombre!

- Cuéntame, cuéntame, -ruega Petra, interesada.

- Pos dijo que nosotras las mujeres tenemos los mesmos derechos y las mesmas obligaciones que los hombres; qu´ ellos y que nosotras semos igua ...

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- ¡Adios linda! -exclama melosamente un mecapalero al verlas pasar, pretendiendo agarrar a Concha por un brazo.

- ¡Adios ... baboso! -contesta Concha. - ¿No sabes ocupar la bola de los piojos en pensar otra cosa mejor que andar chongueando mujeres?

- ¿En qué quere que la ocupe? ¿En pensar que los chamacos tenen hambre? ¿y que tambén la vieja se´ sta secando por falta de pipirín en l´ olla?

- Pos precisamente, pa´ que también pienses cómo matarles l' hambre, cómo hacer pa´ que ya no haiga probes como tú y como yo, que nos andamos royendo los tanganitos de los dedos de pur´ hambre, cuando, mira, cuantas cosas güenas y sabrosas hay en las tiendas, pudriéndose nomás.

- Güeno; pero ¿cómo hacer?

- ¿Sabes ler? ¿Sí? Pos toma este periódico, -dice Concha dándole un ejemplar de Regeneración - y lelo; pero con mucho cuidado. Tu estás siempre en esta esquina, ¿verdad? Güeno; pos entonces, pa´ mañana a estas horas te veo aquí pa´ darte otro periódico y un librito qu' es el Manifiesto de la Junta del Partido Liberal, y en el que verás cómo se ha de hacer pa´ ya no ser probes. Otro día platicaremos más despacio. Se me hace tarde. ¡Salud!

- ¡Qué indigno vago! -comenta Petra al ir ya distantes del mecapalero. - Sigue contando. - No es indigno vago, corrige Concha, - sino un probe compañero inconsciente que hay que dispertar pa´ que sea de veras hombre.

Tras ligera pausa, prosiguió:

- Pos sí; dijo el compañero García que aunque la naturaleza nos ha hecho diferentes por el sexo, que de hecho semos iguales en lo que respecta a lo moral y lo intelectual.

- ¡Qué canijos! ¡qu' eso m' interesa! Explícame, -ruega Petra, aprovechándose de la pausa que hace Concha, distraida ahora de la disertación en su afán de dar alcance con sus diestros dedos a un piojo que logra atrapar por debajo del sobaco, y que maestrosamente remuele entre las uñas de sus pulgares, comentando:

- Ansina deberíamos de despanzurrar a los burgueses, pa´ que ya no nos chupen la sangre. Pos como decía, el compañero demostró con hartos argumentos, que si a las mujeres nos dieran las mesmas oportunidades que a ellos pa´ educarnos, nosotras podríamos ser tan inteligentes y tan leidas y escribidas como el que más. Dijo que si ora semos las mujeres ignorantes y cabezonas y dispriocupadas pa´ otra cosa que no sea la maldita iglesia, el

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chisme, y nuestros quihaceres de casa, era porque los burgueses, los que hicieron o jundaron esta clase de socieda en que vevimos orita y que llaman socieda capitalista o burguesa, habían establecido la costumbre de que la mujer siempre la tengan en l' inorancia, pa´ que de ese modo sea sempre un ostáculo pa´ los que luchan por la liberta.

- ¡Adiós, ca ... rrizos! ¿Pos qué nosotras les agarramos las manos?

- No materialmente, no de a de veras cogiéndoles las manoplas; pero sí los amarramos muchas veces de patas y manos con nuestras tarugadas. Yo he visto a mujeres que apenas se arrejuntan con algún luchador aluego procuran quitarlo de la lucha y muchas veces lo logran. Por eso, cuando un luchador se arrejunta con alguna, aluego l' entra a uno el miedo de que se raje; porque ¡quién sabe que clase de juerza tiene ... aquello! que a muchos de los que cree uno de los meros güenos los hace culimpinarse.

- ¡Ah, que caracho! ¿Pero qué culpa tenemos nosotras en eso?

- Cuando la mujer no es consciente, la verda, no tiene mucha culpa, porque su mesma ignorancia l' hace ser ansina, y cree que hace bien quitando l' hombre que ama del peligro de la lucha; pero la mujer que es consciente sí tene y mucha culpa porqu' ella lo había de arrempujar y ayudar hast' onde las juerzas le alcanzaran, pa que siguera adelante. Y to' vía más, cuando viera que se rajaba como arpa vieja, le había el' escupir l' hocico y echarlo a la mierda.

Concha se ve hermosa en su indignación. La humilde proletaria, con su sencillo lenguaje popular, explica con tal convicción y fuerza las ideas avanzadas que ha aprendido, que Petra se siente subyugada y ya no habla, sino que sus ojos están pendientes de los labios de la maestra.

- Aunque cancaneando, he leído mucho Regeneración y varios libros de grandes maestros, de hombres inteligentes que saben por' onde se traen la pensadora, y en ellos he vido que lo mesmo que dijo el compañero García en el mitin, es lo justo. Nosotras las mujeres tenemos tanto deber como los hombres pa´ luchar porque nuestros chamacos ya no sean probes y no lleven esta vida arrastrada que nosotras llevamos. Sino por nosotras mesmas, pero si precisamente por estos pipioles qu' hemos parido, nosotras las mujeres tenemos l' alto deber de luchar contra los ricos que nos los matan en las fábricas desde chiquititos, contra el gobierno que nos los agarra pa´ soldados, contra l' iglesia que nos los embrutece. Por ellos, por nuestros piojocitos lindos, nosotras las mujeres debemos ayudar y animar y arrempujar a los hombres a la lucha; y luchar nosotras mesmas como es debido, con furia, con hartas ganas, sin cuartiarnos a l' hora de l' hora, ¡aunque nos lleve la chicharra!

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- ¡Concha! ¡Concha! ¡Pero sí, qué chulo hablas! Exclama Petra emocionadísima; y soltando la canasta, cuyo contenido rueda por el suelo, se prende al cuello de su amiga y maestra, le besa las mejillas, y con voz nacida de lo más profundo de su corazón dice:

- ¡Estoy contigo! ¡Que muera la religión! ¡Que mueran los ricos! ¡Que muera l´ ... autorida!

(De Regeneración, del 25 de diciembre de 1915, N° 218).

CONVERSACIÓN CALLEJERA1° de enero de 1916

El barrio de San Juan está hecho una zahurda. Estos dtas últimos ha estado lloviendo a cántaros y en las calles mal empedradas del barrio hay un lodazal horrible, entre el cual es difícil transitar sin atascarse hasta los tobillos.

- ¿Par' onde vas a tocar, Cenobio? -pregunta un mecapalero, haciendo alusión a las flacas costillas de los jamelgos, que remedan cuerdas de arpa, y que el cochero ha traido al trote largo, salpicando a su paso a los transéuntes con el lodo levantado por las patas de las bestias y las ruedas del desvencijado armatoste que para de un golpe a la puerta de la tienda y cantina de las calles Zuleta y San Juan de Letrán, donde está parado Zenón, al que contesta:

- Aquí mero, sempre que te despercudas con el trago, -y baja del pescante.

- Anda pues, manito; ¿de qué la queres? -invita Zenón a la vez que llegan al extremo del mostrador donde está el departamento de bebidas.

- ¡Echame una de amarte con delirio -ordena Cenobio al gachupín cantinero, que se apresura a traer el veneno alcóholico demandado y otro de Isabel dormida que pidió Zenón, quien arroja seis centavos como precio de las copas y que el cantinero y tendero barre de sobre el mostrador con la palma de la mano, haciendo caer las seis monedas en el fondo negro de un cajón de corredera que cierra con brusquedad bajo el mostrador.

- Dieciocho los faroles que te volvieron a ver, mano; -comenta Zenón-, -¿pos qué te habías hecho?

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- Pos nada, mano; que me jui a la revolufia.

- ¿Con Zapata?

- No; con el siñor Carranza.

- Y ¿qué ganates?

- Que m' hicieran un abujero asina de grande en esta paticornia, en el muslo, por' onde cabla un pleito de perros; y después me dijeron que ya no estaba güeno pa' l servicio; m' echaron en un tren de carga pa' ca; estuve en l' hospital; y apenas mi pude parar, aluego me echaron pa´ la calle a morir de hambrosia, porque ni par' un jarro de atole me dieron. Aluego me recogieron unas probes gentes. Y ya qu' estuve fuertecito me metí a cochero pa´ ganarme la ferrolana y no serle ya carga a aquella probe gente que me arrecogió.

- De manera que no ganates nada.

- No más mi boquete en la patagonia y l' hambre que después tuve.

- ¡Quién te mandó haber sido tarugo! -hizo explosión una mujer que después de comprar medio de parraleños, habóa estado atenta a la conversación de los dos amigos-. - Si tú hubieras ido con los meros revolucionarios no te hubieran tratado asina.

- ¡Pos si es mi amiga! -exclama Zenón el mecapalero, reconociendo a Concha, que en citas anteriores le habla dado un ejemplar de Regeneración, cuando pretendió agarrarla del brazo y decirle lindezas. Y dirigiéndose a Concha la saluda:

- ¿Pos cómo está usted, siñora? ¿Qué ...

- ¡Para tu coche, compañero, si no queres que me engrife y te m' eche a la maraña, ni me digas de usted, ni mucho menos me llames señora! Fijate que tú y yo semos pelados probes, proletarios, que tú y yo semos trabajadores, tú de mecapalero y yo de lavandera y planchadora, y que por lo mesmo semos iguales. Tú y yo, y este amigo cochero y todos los que trabajan pa´ vivir semos toditos iguales, todos de la mesma clase, la clase trabajadora, y todos sufrimos la mesma suerte de trabajar pa´ los patrones; ansi pues, todos nosotros de verda, semos compañeros de miserias, de hambres y de esclavitu, de la esclavitu en que nos tenen los ricos; ¿entendites? Y por lo mesmo, el uste hay que dejarlo pa´ los ricos, pa´ los burgueses que sempre se andan con tantos rifiliofos y caravanas y cortestas por aquí y por allá, aunque sea de dientes p' ajuera; ¿entendites? Nosotros semos, tu compañero y yo compañera: ¿entendites?

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Zenón se rasca fuertemente la cabeza, apenado de haber quedado mal ante aquella mujer en quien presiente un ser digno de aprecio y estima.

- Tenes mucha razón, compañera, -comenta Cenobio-, todos semos esclavos y por lo mesmo hermanos y compañeros de cadena. También tenes razón al decir que por bruto de meterme con Carranza me jue mal. Después he refleicionado y vido que no jui más que p' ayudar a que ese viejo maldito cara de chivo se trepe a la presidencia pa que después nos apergolle lo mesmo que don Porfiri ...

- ¡jei, jei! -interrumpe altanero el gachupín cantinero-, si no váis a comprar más, marcharos, ¡coño!, que no queremos chinches aquí.

- ¡Calla tú, piojo resucitado! -replica Zenón enrojeciendo de ira. - Después que vienes aquí a enriquecerte con lo que nos robas, to' vía te las echas de lado, jijo de la ...

- Vente, compañero; -dice Concha-, pa´ que peleas con este inconsciente; vente. No creas que te haga frente. Si no queres peliar no más de pico, vente pa' ajuera.

Apaciguado Zenón y ya caminando en la calle, Concha toma la palabra:

- Pos sí; jerrates en irte con Carranza precisamente porque le juites a ayudar a que agarrara la matona de don Porfirio.

- Güeno; pos como dicían qu´ era hombre güeno ...

- Tú te encandilates y ahl vas de puro borrego, sin fijarte, más mejor sin saber que no puede haber hombre güeno que quera ser tirano de los demás; porque ser presidente es lo mesmo que tirano, quera o no, porque o está con el proberio y entonces tene que echar le leña a los ricos que son los enemigos de los probes, o está con los ricos y entonces tiene que echarse al plato a los probes. Como quera, cualquera de los dos, al rico o' al probe, tene que fregar; no puede estar bien con los dos.

- Y siempre le toca al probe, -comenta Petra que acaba de alcanzarlos y oye lo último que ha dicho Concha. - Sempre el probe carga el tullido. Que sube don Fulano y que baja don Zutano, y sempre es la mesma. Pa´ nosotros lo mesmo es que haiga un gobierno que otro, sempre estamos murendo de hambre, sempre en la miseria. ¿Pa´ qué nos sirve pues el gobierno? No más pa´ qu´ el tecolote nos eche a palos pa´ la cárcel por cualquier cosa; pa´ qu´ el de la contrebución nos arranque el medio que vendimos de tamales, o el rial, asegún el puesto que tengamos; pa´ qu´ el juez nos eche nuestros tiliches a la calle porque no pagamos la renta; y asina en todo, nada más de malhora.

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- Has hablado com´ un libre, -dice Concha.

- Asina nos pasa, y eso es porque el gobierno tene qu´ estar sempre con los ricos. El gobierno, dicen qu´ es pa que proteja la propieda. ¿Qué propieda tenemos los probes? Ninguna; asina es qu' el gobierno es pal' interés del rico, qu´ es el que tene propiedades que perder. Qu' el gobierno es pa proteger las vidas ... ¿Quién nos va a querer retorcer el cogote pa´ robarnos nuestros chincheros? ¡Naiden! El gobierno es, pues, pa´ que defienda la vida de los ricos. Qu´ el gobierno es pa conservar l' orden. ¿Pero qué orden es éste en el que todo anda patas arriba, en el que los que no trabajan, que son los ricos, s´ echan al plato unos bocadotes repechis, mientras que nosotros los probes nos ruñimos los tanganitos de pu´ hambre?

- De a de veras que tenes razón, compañera, -asiente Cenobio. - Veo que tú hablas como los Magones; y ahora comprendo que esos a quenes yo creiba locos tenen mucha razón. De hoy ma, ya no peleo por naiden sino no más por esas ideas tan güenas. Apenas halle ei modo, pronto, me voy a pelear por Tierra y Libertad, qu' es lo que queren los Magones.

- ¡Y yo voy contigo, manito! -dice resueltamente Zenón. - No más como que me chiflas y ahí te voy de canto.

Petra, ante la decisión de los dos amigos, se entusiasma y grita:

¡Asina son los hombres! ¡Muera l' hambre! ¡Muera el gobierno! ¡Vivan los Magones! ¡Vi ...

- Hermanita; -interrumpe Concha-, no grites que vivan los Magones, qu' ellos como nosotras, son gentes de carne y hueso. Son gente güena, son hombres honrados que merecen nuestro cariño y nuestro aprecio, hermana, porque los probecitos sufren muchas veces más hambres y más miserias que tú y que yo, por estar a nuestro lado, con los probes, a pesar de que si quisieran explotar y tener hartos pesos, desde hace muchos años, pasándose al lado de los ricos y del gobierno que desde nantes están con chicas ganotas de comprarlos, ya serían ricos; pero ellos nunca se han vendido ni se venden, porque dicen o todos coludos o todos rabones; qu´ ellos solos no gozarían ni vivirían tranquilos, sabiendo que to´ vía había hartos probes murendo d´ hambre, de necesida y de frío. Es güeno que los quiéramos, que los veamos con mucho cariño, como nuestros güenos hermanitos que son; pero no es güeno que por eso los hagamos ídolos y les echemos vivas.

Después de hacer papilla a un piojo de la brigada prieta de la cabeza, prosiguió Concha:

- Lo que si debemos admirar d´ ellos, son sus ideas tan güenas, tan grandotas, tan preciosas, tan justas que nos enseñan. Mientras qu´ ellos

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sean puros, que no se vendan, que no hagan una cochinada de traición, sí hay que amarlos y muchote; por güenos y por tener los calzones bien fajados. Mientras que sean asina, hay que quererlos y pensar en ellos como en unos hermanos; pero no hacerlos ídolos. De naiden, ¿oyes?, de naiden hay que hacer ídolos. ¡De naiden!

Llegaron a la esquina en que tenían que separarse, los amigos se despidieron prometiéndose buscarse pronto para platicar más.

(De Regeneración, del 1° de enero de 1916, N° 219).

1915 - 1916

En la garita de Peralvillo, salida al norte de la ciudad de México, se encontraron los dos años.

- ¡Salud, buen anciano!

- ¡Salud, pequeño!

- ¿Qué dejas?

El rostro del anciano se nubló de tristeza.

- Dejo, hijo, las mismas o quizás más miserias y estupidez humanas de las que hallé. Dejo los mismos odios, las mismas rencillas, los mismos rencores estúpidos que encontré al llegar, acrecentados hoy. Dejo mayor número de viudas, de huérfanos, de mutilados y de tumbas, producto del necio afán de los humanos de tener gobiernos. Dejo mil engaños y mil desengaños, causados por la credulidad candorosa de los pueblos en palabras vanas de políticos. Dejo en estos instantes millares de profesionales agitadores carrancistas, que, ¡malvados!, procuran distraer a los trabajadores de la grandiosa lucha por Tierra y Libertad, con panaceas mentidas de alzas ridículas de salarios y disminuciones irrisorias en la duración de las jornadas, y que inducen a los mismos trabajadores inconscientes a empuñar el fusil fratricida contra los trabajadores que en los campos luchan virilmente por la verdadera emancipación del proletariado. Dejo tambi ...

Un golpe de toz, desprendido de los cansados pulmones, sacudió el cuerpo endeble del anciano; incidente que aprovechó el precoz rapazuelo para observar:

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- Nuestro padre el tiempo, al enviarme a esta comarca, me dijo que tu antecesor, el año de 1914, contaba diferente historia a la que me narras.

- Puede ser cierto. Cuando llegué a estas regiones encontré en las ciudades hermosas rebeldías; el ambiente estaba saturado de ansias de lucha por la libertad completa inmediata. Al marcharme dejo trás de mi vergonzosas mansedumbres donde la rebeldía anidaba; dejo un ambiente nauseabundo de ansias proletarias por remachar sus propias cadenas distrayéndose, en horas de revuelta, en formar uniones obreras pacíficas ineficaces, y cuyo ambiente ha sido creado por otros esclavos de dignidad castrada, que se han puesto a salario al mando de Carranza, para embaucar a sus hermanos de clase y ayudarlo a dominarlos.

- Pero, ¿y los anarqulstas? ¿Por qué la acción de ellos, que debiera predominar ya, según profetizaba 1914, no predomina aún?

- Los anarquistas ... -replicó el viejo con un gesto de asco y una crispatura de desprecio en su rugoso rostro-, han demostrado en su mayoria ser más inconsclentes que los mismos inconscientes, más llenos de prejuicios y atavismos que las mismas masas que pretenden educar. Porque algunos vividores, despechados y algunos estúpidos envidiosos en su impotencia, cobijándose bajo el titulo de anarquistas dieron en la ingrata y criminal tarea de calumniar al prometedor movimiento por Tierra y Libertad y a sus propagadores, los llamados anarquistas del mundo negaron todo su apoyo a la revolución social económica mexicana, y alrededor de la misma han hecho silencio criminal. Debido a tal conducta de traidores, el movimiento por Tierra y Libertad se ha sostenido y sigue sosteniéndose penosamente, maniatado por la miseria monetaria que sufren sus propagadores, y por la miseria moral de sus detractores.

El viejo lanzó un largo y profundo sÚspiro de tristeza y se despidió del muchacho:

- Me voy. Dejo las mismas o quizás más miserias y estupidez humanas de las que hallé. Dejo los mismos odios, las mismas rencillas, los mismos rencores estúpidos que encontré al llegar; pero más acrecentados hoy. Que tú, más felíz que yo, veas el triunfo de los buenos que luchan por Tierra y Libertad.

(De Regeneración, del 8 de enero de 1916, N° 220).

CONVERSACIÓN CALLEJERA29 DE ENERO DE 1916

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- ¡Qué hubo, Concha! -exclama Petra, abrazando gozosa a su amiga. - ¿Pos en qué abujero te habías metido que no te veía?

- Pos ahí tienes que se me alborotó el rabo por ir a ver a los zapatistas que ahí no más están en el Ajusco, y me les pegue a los compañeros Cenobio y Zenón, cuando jueron a juntárseles. - ¡Anda, indina! -reprocha Petra-, ¿ Y por qué no me digites par' ir me de cola con ustedes? ¿y qué tal les jue?

- Vengo encantada. Imagínate que les hablé de las ideas. Y eché tanto perico con los zapatistas y nos hicimos tan amigos que por un poquito y yo me quedo con ellos dealtiro. Agarraron las ideas como una esponja agarra l' agua; y ahí tienes que ora pos todos son compañeros de la idea; y tan güenos que hasta me dieron ganas de moquear y chillar cuando me vine p' aca. Pero qué queres; tenía que' venir a recoger a mis piojocitos que los dejé alojados con Jacinta; además, mi viejo estaba también solo y como está malanco, pos necesita de mi.

- ¿Conque luego se hicieron de las ideas?

- ¡Claro! Pos si no más les falta quien les hable d' ellas y ahí los tienes más listos que un cerillo pa´ dar fuego. Si los más de esos anarquistotas de l' Europa y otros países, en vez de hacerse rosca jalaran parejo y cumplieran con su deber viniendo a hacer la propaganda de pico, ¡újule! ¡Pos si que jalonzote no le daríamos! Pero no; en vez de eso no más se conforman con echar papas y servir d' estorbo.

- ¡Güeno! Como ellos son señores blancos y nosotros puros indios, pues se les ha de hacer cuesta arriba confesar que nosotros puedamos hacer algo güeno.

- ¡Se hacen chinche pa´ que los maten con chancla! Bien saben que no tienen razón, pero ... si la envidia juera tiña, ¡cuántos tiñosos habría!

- Pos a mi me ha ido de la pedrada, Concha. Pos como todavía no estoy muy águila par' eso de la propaganda, me han tapado el gallo y me he hecho bolas pa´ contestarles a unos inconscientes que me alegan que si no hay gobierno, pos todos se dedicarían a robar y a forzar mujeres.

- Y tú, ¿qué les has contestado? -pregunta Concha.

- Pos ahí es onde he tragado camote. Pa´ todos los que llaman delitos he tenido modo de contestar y aprebarles que la autorida hay que suprimirla porque no sirve mas que a los ricos, como Regeneración lo explica, menos par' eso.

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- Pos si es muy sencillo. Mira: cuando todo sea de todos, como queremos los anarquistas, todos tendremos el mismo derecho a todo lo que necesitemos; al tomar esto o aquello, no haremos más que tomar lo nuestro; ¿onde pués, está lo que puedamos robar?

- ¡Ah, que la chicharra! Pos de veras ... ¡Ah, que yo tan panca!

- Si ora hay quien robe es porque hay que robar, mas mejor dicho que expropiar. Como los ricos tienen acaparado todo y los probes no tenemos más que la camisa que traimos sobre el pellejo, pos tenemos qu' entrarle al ríño o morirnos de hambre cuando los señores patrones no nos hacen la gracia de explotar nuestras juerzas.

- ¡Güeno, güeno! Eso ya m' entro en la pensadora. Ora, l' otro.

- L' otro es más peludo de tratarse si se ven las cosas con los ojos de ora que los hombres están acostumbrados a ver en las mujeres no más carne de placer y máquinas p' hacer muchachos; y ahí está el mal. Pero no será lo mesmo en una socieda de iguales. Cuando la socieda nueva esté ya en juerza, la mesma influencia del medio nos dispertará a nosotras y nos pondrá en nuestro lugar al lado del hombre como su compañera, y a la vez dispertará a los hombres y les harlá ver que nosotras servimos para otras muchas cosas y no no más pa´ dormir.

- Pero eso no quiere decir que no les den ganas de hacer diabluras con unas.

- Porque tú ves las cosas como pasan ahora, que l´ hombre inconsciente no está más que como los perros, pensando en eso. Pero eso pasa ahora precisamente por la privación que hay. En primer lugar, nos tienen desde chiquitos separados como gallos, cada quien en su estaca, a hombres y a mujeres; y eso, pos no sirve más que pa´ dispertar curiocida y deseos de probar aquello que le prohiben a uno.

- Como cuando ve uno tantas cosas güenas en los aparadores y quere empanzonarse con ellas y cuando las tiene cerca pos hasta el asco les hace.

- Precisamente; de ahí viene que los hombres anden tras de las mujeres con la lengua de juera y que a algunas de nosotras nos guste el mole, por más que, pos nos aguantemos, por aquello del qué dirán. Además, como ora es tan dificil pa´ los hombres poder tener mujer, por aquello de la miseria, pos resulta que más ganocitos andan. Pero cuando eso se vea con naturalida, cuando ya no haiga el ostáculo de la miseria, cuando ya todos puedan satisfacer sus deseos y encontrar sus compañeras con facilida, entonces ya no solamente no habrá quienes no más anden pensando en eso, sino que tampoco habrá quienes tampoco no más anden trasteando niñitas hasta de seis y ocho años, ni habrá tantos vicios contra la naturaleza como ahora, ni habrá tampoco quienes anden como los perros con la lengua arrastrando.

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- ¿Y eso pasará cuando todos seamos iguales?

- Esa es la cosa. Siendo ya todos libres, hombres y mujeres, el hombre aprenderá también a respetarnos; y en vez de agarrarnos por la juerza, se darán sus mañas para lograrlo por la buena, por cariño. Solamente en medio de una socieda estúpida como la presente, el hombre se cree todavía con derecho a hacer lo que se le antoje con la mujer, como hacían los salvajes, que a la juerza se las llevaban.

- ¡Echen pa' lante! ¡Viejas comadretas! -interrumpe un esbirro carrancista, inflado con su autoridad de sainete. - N' ostruigan el paso.

- ¡Habráse visto piojo resucitado más majadero! -contesta Petra.

- ¡Cállese o me la llevo, vieja habladora! -amenaza el guardían del desorden burgués.

- Llévese a ...

La vista de una guapa chica que, por lo enlodado de las calles, pasa con las faldas recogidas hasta mostrar una pierna regordeta y bien formada, hace que el esbirro olvide a nuestras amigas y siga calle arriba trás el objeto de su atracción; a lo que Petra comenta:

- Ahí te va el perro con la lengua colgando a la vista del zancarrón.

- Pues de esos son los que creen que porque ya no haya autorida todo se va a volver libertinaje. Cree el león que todos son de su condición.

(De Regeneración, del 29 de enero de 1916, N° 223).

EL SERVIL Y EL DIGNO

EL ESCLAVO

Esclavo soy que por el mundo vagoArrastrando cadenas y grilletes,

Prejuicios y atavismos en m! traigoY la espalda sangrando por el fuete.

Sin embargo, contento en ser esclavo,La mano beso del que trae bonete,

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Me doblego ante el oro del malvadoY respeto al mandón y a su machete.

Esclavo soy y sudoroso extraigoLos tesoros y frutos de la tierra,Que presuroso y diligente traigo

A las plantas del amo que me aterraY cuyo cariño para mí no atraigo

Por más que, servil, no le hago guerra.

EL REBELDE

Rebelde soy que por las sierras vagoRotas ya mis cadenas y grilletes,

Pues libre la mente, por fortuna, traigoY me subleva el fustigar del fuete.

Y dispuesto a dejar de ser esclavo,Me enfrento contra el pillo de bonete,

Arremeto contra el amo asaz malvado,Y contra ellos y el mandón uso el machete.

Trabajo, sí; y sudoroso extraigoLos tesoros y frutos de la tierra;

Más nunca presuroso se los traigoA sus plantas al amo que a otro aterra;

Pues aunque sus iras sobre mí me atraigo,He declarado al amo abierta guerra.

(De Regeneración, del 19 de febrero de 1916, N° 226).

INVOCACIÓN

Madre anarquía, que al irredento esclavoPrestas alientos y esperanzas nuevas,Que llevas por los campos y poblados

Sueños de redención para la gleba.

Dale a mi pluma los fulgentes rayosDel ideal prodigioso que en tí llevas,Para tornar, a los cobardes, bravos

Que se lancen con ánimo a la brega.

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Altas las frentes, descubierto el pecho,Empuñando en las manos atrevidas

El fusil redentor que su derechoInnegable que tienen a la vida,

Les ayude a implantarlo como un hechoQue haga a la humanidad manumitida.

(De Regeneración, del 30 de septiembre de 1916, N° 245).