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Madonna andinaEs la diva de la canción popular

del Perú, se hace llamar La Diosa

Hermosa del Amor y acaba de

terminar su novena gira por la

Argentina, donde la comunidad

peruana la recibe llenando los

locales donde se presenta. Famosa

desde Lima hasta Las Vegas, o

hasta el Abasto porteño,

personajes como el fotógrafo

fashion Mario Testino,

colaborador de Vogue y Vanity

Fair, mueren por ella.

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POR CRISTIAN ALARCÓN

FOTOS LEANDRO SÁNCHEZ

La Diosa Hermosa del Amor mira el cielo reven-

tado de relámpagos y nubes, cayéndose sobre

ella, y se deja mojar sin abandonar el trino de su

voz alzada ante la multitud de peruanos y boli-

vianos que la escuchan cantar huainos. El vesti-

do andino de mil quinientos dólares, bordado hasta el detalle

más ínfimo durante tres meses por artesanos de Huánuco, su

patria chica, se empapa. Dos bailarines de su troupe, de gira

por la Argentina, abandonan la danza y la cubren con sendos

paraguas. Es inútil, la tormenta no cesa. Dina Paucar, la can-

tante folclórica que se convirtió en la diva más popular del

Perú, tiene humor; guarda y ejerce la picardía andina: decidi-

da, le habla al Señor.

–Pero Diosito, si tú sabes que soy la Diosa del Amor, ya no

me mojes más.

¡Para qué!, piensa Dina apenas suelta la frase juguetona.

Suena un trueno que hace temblar el escenario al aire libre, en

la periferia de Mendoza capital. Es como si "alguien hubiera

abierto el cielo". Dina se arrepiente de haberle hecho la broma

al Supremo. Ya es tarde para preocuparse por el traje que lleva

puesto. El maquillaje se le corre. Falla el bajo eléctrico. Chirría

el micrófono. Se mece la batería. Son baldazos lanzados con

furia. El escenario parece colapsar, pero en la tribuna los faná-

ticos siguen el ritmo chapoteando sobre el piso mojado.

Reciben la lluvia como si despertaran de una sequía intensa.

Al fin y al cabo Dina y la mayoría de ellos son migrantes que

primero dejaron el campo para ir a la ciudad –Lima, Potosí, La

Paz– y sintieron en el cuerpo las lluvias serranas, o los diluvios

de la selva. Dina es, con su baile saltadito y sus canciones

románticas, la esencia de la migración andina. La Diosa no lo

recuerda, pero ella misma, en una entrevista lo dijo: "Extraño

andar descalza en la sierra, abrir los brazos bajo la lluvia con

relámpagos".

La choledad Al fin hubo que salir del escenario; corrían peligro de electro-

cutarse. Los nueve integrantes de su banda, Los superelegan-

tes del amor, saben de riesgos: recorren los caminos más

escarpados del Perú en giras interminables por el interior. Se

han accidentado media docena de veces: la propia diva tiene

una costilla fisurada en un vuelco espectacular. Con 17 discos

editados, cientos de miles vendidos –a pesar de la piratería

peruana, que es la más exitosa del continente– y unos diez

viajes y cincuenta conciertos por mes, Dina Magna Paucar no

se mueve sin marido y productor, Rubén Sánchez, un moro-

cho alto que la filma y la fotografía mientras ella habla sentada

en el living de un departamento amoblado del Abasto, en el

centro de la pequeña Lima de Buenos Aires en la que se ha

convertido el barrio de Carlos Gardel. Rubén es el amor que la

redimió hace ya diez años de un corazón roto en su primera

juventud y de un contrato abusivo que la mantuvo cautiva de

una productora sin escrúpulos.

Rubén la hizo cruzar las fronteras. Esta es la novena gira por

la Argentina: entre viernes y martes a la madrugada hicieron

Córdoba, Mendoza y Buenos Aires. Las redes de comunica-

ción de los peruanos y bolivianos que la adoran funcionan a la

perfección al margen de la industria cultural mainstream.

Google fracasa buscando dónde se presentan. Sólo conocer

peruanos permite rastrear que canta en el ex Penélope, de

Nazca y Rivadavia. Pero no, allí dicen que quizás en el Mágico

Bailable de Liniers. El cronista se desplaza hacia el oeste de la

ciudad, sin suerte. Dina estuvo en Mágico, pero la noche ante-

rior. "Hoy está en un boliche nuevo de San Justo, por

Provincias Unidas al fondo", orienta uno de los patovicas de la

puerta. Autopista, bajada del Bingo, avenida, y pronto se ve la

comunicación impecable de su equipo: "Dina Paucar, la Diosa

Hermosa del Amor, en Corazón Disco. Sábado. Camino de

Cintura 3235".

Es un local para unas setecientas personas. A las dos de la

mañana no hay más cola. Está repleto. La gente baila música

andina y una que otra cumbia nacional. En un galpón con

mesas de plástico, desde una barra atendida por chicas de

remeras atadas en la cintura se llenan los vasos de cerveza de

litro, a los que los meseros les ponen hielo para que enfríe

mejor. Cada tanto un locutor bailantero anuncia a la Diosa.

Son dos horas de pre calentamiento. Por fin, el milagro de su

aparición ocurre a las cuatro de la madrugada.

–Aquí estoy para hacerlos bailar hasta las siete de la maña-

na– les dice.

Los fans braman. Alzan los brazos. Aplauden. La primera

fila de jóvenes le arroja sus chales, sus pañuelos, sus camperas.

Ella los toca. Se coloca un chal en los hombros un rato. Los

músicos devuelven las prendas. El público las besa, como si

hubieran sido bendecidas.

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Yo no seré campesinaDina Magna Paucar es la segunda hija de una pareja de cam-

pesinos de Tingo María, la selva del Huallaga, donde la hoja

de coca crece como la hiedra. Nació el nueve de mayo de 1969

en un pequeño paraje en el que creció con poca ropa, a veces

descalza, acostumbrada a la exhuberancia del paisaje y a las

noches llenas del silencio habitado que producen los animales

nocturnos. Sólo las borracheras de su padre y esa maldita

costumbre machista de pegarle a las mujeres que todavía tie-

nen en el campo la torturaban. Pero la violencia en las casas

era tan común que aquello no era nada al lado de lo que

comenzó a pasar a fines de los setenta y comienzos de los

ochenta: en esos pueblos se hizo fuerte Sendero Luminoso, la

guerrilla maoísta comandada por el líder único y central,

Abimael Guzmán, aquel hombre que al ser detenido fue exhi-

bido al mundo con un traje a rayas. Dina tenía nueve años

cuando un grupo de guerrilleros vestidos de fajina y con

pasamontañas negros cubriendo sus rostros volteó la puerta

de su casa y se le tiró encima a su padre. Lo bajaron a cache-

tazos y le preguntaron que dónde estaba no sé quién. Que

dónde se había metido fulano. Ella se cruzó entre el jefe y su

padre como un soldado: “¿Por qué le dan tan duro? Si nos

matan, ¡que nos maten a todos!”, les dijo. La patearon hacia

un rincón donde quedó tirada. El que mandaba habló: “Si

mañana volvemos y los encontramos acá los matamos a todos,

incluidos tus cachorros”.

"Mi papá agarró lo que teníamos y nos fuimos a la sierra,

donde hay lluvia, relámpagos, truenos, donde la lluvia te

moja y te mueres de frío", cuenta Dina. Se instalaron allí

donde tenían parientes, en el paraje Irma Chico, del otro

lado de la Cordillera. Allí, ante un paisaje imponente viven

cuarenta familias. Hasta allí sueña Dina Paucar con regre-

sar: quiere construirse una casa y ayudar a los pobladores a

que mejoren las suyas. Quiere donar el dinero para que arre-

glen la antigua iglesia de Pachas y casarse de blanco con su

amado. El relato biográfico es una materia aprendida con la

fama. Pero Dina logra volver sobre su vida con una frescura

que la hace siempre original e interesante. Su historia es tan

conocida en Perú que con ella se hizo una telenovela. Se

llamó Dina Paucar: la lucha por un sueño. Tuvo un rating

que batió récord: superó los 30 puntos y le ganó a sus com-

petidores, los realities peruanos conducidos por estrellas de

TV con pasados y presentes turbulentos. Tanto fue el éxito

de la parábola de la serrana que se produjo una segunda

temporada: Dina Paucar, el sueño continúa.

En esa telenovela, interpretada por una famosa actriz cuyo

mayor problema fue que era muy flaca al lado de la sana figura

de la Diosa, se cuenta una alegoría del "cholo" que dejó la sierra

para buscar su futuro en la ciudad de Lima. Si Dina hasta

entonces era una estrella que representaba "lo cholo" –una

chola hiperbólica–, con la telenovela terminó de fundirse en el

inconsciente colectivo del Perú como símbolo del migrante

mestizo que tras un esfuerzo épico triunfa en la ciudad. Lo

cierto es que a sus desventuras no les falta nada. Tenía diez años

cuando intentó por primera vez escapar de su pueblo hacia la

capital. Su padre era violento con su mujer, pero a sus hijas no

las golpeaba. Cuando la encontró –las dos veces que intentó

huir sin éxito– le impuso un método milenario: "Me ataban dos

calabazas a la espalda y tenía que subir cuestas de tres horas

con ese peso cargado", cuenta.

EN EL ABASTO. Los seguidores la paran por la calle para sacarse fotos con ella.

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La idea de remontar el camino hacia la capital nació con los

relatos de su tío Alipio, que vivía en El Callao y hablaba mara-

villas de la vida en la gran ciudad: llegaba a Irma Chico cargado

de regalos y por las noches ofrecía sus relatos: pan dulce con

manteca por las mañanas y músicos con orquesta en las disco-

tecas los sábados y domingos, rascacielos y grandes iglesias,

procesiones religiosas con multitud de fieles y mujeres hermo-

sas por las calles, con la cara coloreada y los ojos pintados, en

trajes de moda. Ante el sueño metropolitano de Dina la idea de

crecer en la chacra de sus padres era insoportable.

–¿Cómo juntó el coraje para partir?

–Desde muy pequeña supe lo que era la vida de las mujeres

en la sierra. Ahora está cambiando un poco, pero antes una

mujer podía estudiar solo primero o segundo de primaria; que

supieras solo el abecedario y firmar con tu nombre, nada más.

Entonces tenías que irte a la chacra, y prontito hacías pareja. A

los trece años tenías un hijo. Yo no quería esa vida. Mi hermana,

Alejandrina, que luego fue quien me empujó a ser la cantante

que soy, me decía, ¿cómo te vas a ir? Luché con ella para que me

diera ánimo. Yo le decía: "Pues quédate tú a ser una campesina,

yo me voy de acá". Mi hermana terminó ayudándome. Me

aconsejó que le mintiera al chofer del bus que iba a Lima a

buscar medicinas para mi madre.

El conductor le creyó, pero la guerra interna hacía difícil que

una nena llegara así nomás a Lima. Antes de la capital había

tres controles militares. "Dime la verdad. A qué vas a Lima. Hay

mucha niña escapada, y cuando las agarran abusan de ellas", la

advirtió el chofer. Dina se confesó: "Voy a Lima porque quiero

cantar", le dijo. El hombre la hizo bajar quinientos metros antes

de cada puesto. Ella caminaba, como una niña más, hasta pasa-

do el retén y volvía a subirse al bus. En el último ya cerca de

Lima, en Ancón, era fácil reconocer en ella a una niña serrana.

Le rogó a una mujer que vendía caramelos a la vera del camino.

"Me prestó una canastita para pasar por vendedora, como ella.

Así hice, caminé hasta que ya no vi a los militares y le devolví

sus cosas. Al rato vi las luces del bus. Eran como las tres de la

mañana".

–¿Cuál es el primer recuerdo que guarda de la ciudad?

–El bus me dejó en Girón Ayacucho y salí por el único cami-

no que tenía luz. Llevaba cinco soles escondidos en las medias.

Me agarraron unos rateros casi de mi edad, que estaban oliendo

terocal (un inhalante como el poxirrán), y dijeron: "Oye, mira,

esta es serrana. ¡Huele feo! ¡Ajjj!" Yo tenía mi mantita con

papa, mi cui asado que me había hecho mi hermana. Uno de

ellos dijo: "Ay, esta cochinada, quién la va a comer". Se rieron de

mí hasta que vino uno que dijo: "Ya déjala, que tú también eres

de la sierra". Ese chico me protegió y me mostró un lugar bajo

un reloj enorme para dormir.

–¿Cuál era su ilusión?

–Usar tacos. Maquillaje. Un lindo vestido.

Era el marDina se despertó con los gritos de los voceadores limeños: niños

como ella que anuncian el destino de los minibuses que cruzan

la ciudad: "¡El Callaooooo!", escuchó. Su amigo le había dejado

un mensaje escrito en la pared: "Suerte Dina Paucar", decía.

Sabía que su tío Alipio vendía en el mercado gigante de El

Callao. Se bajó en el final del recorrido y caminó sin poder

creerlo hacia la costa. "Me impresionó tanta agua junta: yo

decía, ¡qué río tan grande! Pero era el mar", se ríe. Esa tarde

encontró el Mercado Modelo. Su hermana la había aconsejado

caminar sin miedo, como si toda la vida hubiera vivido en la

ciudad. Así anduvo hasta que dio con Alipio y su carro con

"emoliente". Ella no sabía que durante los próximos tres meses

DE CIVIL. Dina conversa sin la gran pollera bordada con la que sube al escenario.

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viviría de ese brebaje andino hecho en base a agua de cebada,

linaza, boldo, alfalfa, cola de caballo y limón. Pronto Dina supo

cómo prepararlo y cómo ofrecerlo. "Mis primas me empezaron

a echar un poquito de maquillaje. Todos los marineros que

salían de la plaza Grau me compraban. Yo les daba mi yapita".

Como en cualquiera de las telenovelas latinoamericanas en

las que una chica llega a la ciudad a trabajar, Dina también fue

durante un tiempo empleada doméstica. Su padre, que la visitó

a los tres meses, le prohibió que siguiera vendiendo en la calle.

La ubicó con una mujer que además la hizo volver a la escuela.

Cuando la dueña de casa salía, ella jugaba con sus tacos. Pronto

tuvo los suyos. Y trajo a su hermana del campo. Juntas volvie-

ron a vender por las calles. Alejandra no la dejó olvidar por qué

dejó sus pagos, a qué viajó a la capital. "Mírate Dina! ¿qué has

hecho? ¡Nada!", le decía. Así le consiguió una audición con un

grupo de cumbia "chicha" que necesitaba una voz femenina. En

Perú el término chicha se aplica no solo a la música, sino a una

cultura urbana sincrética de lo andino y lo costeño, popular

hasta la médula, colorinche, altisonante y barata: la cultura del

inmigrante sobreadaptado. Dina se luqueó para su primera

presentación con un atuendo que hoy le da risa: "Toda chica

material", dice.

–¿Cómo era entonces?

–Me hice ese corte de pelo como Verónica Castro en Los Ricos

también lloran. Tenía el cabello esponjoso con rulos y bien

lindo. El grupo se llamaba Los Roldis. La primera vez salí con

una falda y un chaleco de cuero, mis botas, un body negro. No

me hacía llamar Dina, sino La Chinita Yiyi, por una cantante

famosa entonces, la Princesita Mylli. De ella cantaba una can-

ción: "Quisiera ser ciega/ para no ver más/ Ser como una pie-

dra/ y no sentir jamás".

–¿Quién le enseñó a cantar?

–Mi mejor academia, mi mejor profesor y mi mejor público

fue el espejo. Yo me miraba cómo pararme, cómo sonreír;

hacía de cuenta que había un millón de personas detrás del

espejo. Al comienzo me silbaban. Yo no estudié canto, ni

actuación, nada.

Herida en el alma Dina dejó de ser La Chinita Yiyi al año y medio y se dedicó a

cantar gratis en las "polladas": cada vez que alguien necesita un

dinero extra en Lima la emprende con el pollo asado y la venta

de cerveza. El evento suele ser por una causa solidaria: una

enfermedad, el dinero para un viaje, los quince años de una

hija. Y en él tocan grupos populares. Mientras tanto, Dina estu-

diaba cosmetología y peluquería. Su tenacidad volvió a ponerse

a prueba cuando tenía dieciocho años: quedó embarazada de

un hombre al que amaba. "Me dijo: ´Acuéstate mejor con un

viejo y dile que es su hijo, porque yo no me haré cargo de él'. Me

sentí lastimada; herida en el alma". Regresó al pueblo. Su padre

le puso una tiendita. Pero ella a los siete meses regresó a la

capital. Tenía un plan que funcionaría: pasar de las polladas a

los locales en los que aun hoy suele tocar. Y grabar su primer

disco, al que le puso Mi tesoro, en honor a su hijo, que hoy ya

tiene veinte años.

Pero necesitaba promoción. Así que Dina invirtió en un

espacio radial para hacer conocer sus temas. Así creció: pasó

de cantar gratis a cobrar por fiestas de casamiento o cumplea-

ños. Tardó unos tres años hasta que el dueño de la productora

de folclore peruano más importante la buscó después de

rechazarla varias veces. Ella, emocionada, firmó un contrato

leonino por el cual le pagaban cuarenta soles por show, y nada

por sus discos. En ese período grabó el mayor hit de su carre-

ra: "Que lindos son tus ojos". "Que lindos son tus ojos/ que

dulces son tus labios/ hermoso chico eres tu/ de lindos ojitos

negros", dice el huaino sentimental. Entre el 94 y el 95 vendió

260 mil copias. Pero no fue hasta el 98, de la mano de Rubén,

que se desató del empresario aprovechador. Desde entonces,

su carrera es una empresa propia: se llama Amor Amor y tiene

un solo enemigo, el mercado ilegal, la copia trucha, esencia de

la cultura chicha. Por eso asume que el dinero entra no por la

venta de discos sino por los shows.

Además de los viajes continuos al interior del Perú, Dina

Paucar y los superelegantes del amor ya fueron dos veces a los

Estados Unidos y cinco a Europa. Estuvieron en California, en

Denver, en New Jersey y en la ciudad que más la impactó: Las

Vegas. En Madrid llenó la Casa de Campo con diez mil fanáti-

cos. Su itinerario muestra el de la migración peruana, un

fenómeno transnacional. Por eso vino a Buenos Aires nueve

veces. Por eso volverá. La fama de la Diosa Hermosa del Amor

ya no tiene fronteras. Su estilo de reina del folclore pop la ha

llevado a los niveles más altos de su país: no solo es la emba-

jadora de UNICEF sino que además la convocan para asuntos

como la mesa redonda “Lo cholo y la modernidad”, junto a

académicos limeños, en la Biblioteca Nacional del Perú. Este

año se prepara –por primera vez– con una maestra de canto y

actuación para lo que viene: un programa de TV en el que

piensa transmitir la realidad de los extremos pobres de su

país, "allí donde el Estado no llega".

La última de sus satisfacciones pinta la dimensión de su

vida de diva. El fotógrafo de Vogue y Vanity Fair, el preferido

de la princesa Diana, Mario Testino la buscó en Lima para

hacerle una fotografía en Machu Pichu. Dina Paucar estaba

entonces de gira en Buenos Aires. Al regresar a Lima fue

invitada al cocktail de despedida del artista. Llegó ataviada

con su mejor vestido. Testino la vio y cayó a sus pies. Le besó

la pollera y la declaró su princesa andina. Dina se retiró un

momento, cambió de vestuario y regresó al gran salón para

obsequiarle el vestido a su gran admirador. Testino lo recibió

emocionado y juró que lo expondría en su mansión londi-

nense junto al que le regaló Lady Di antes de morir. La Diosa

Hermosa del Amor se lo agradeció entonando a capella, solo

para él, un huaino sentimental. 2

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