Los paisajes infinitos de Elena G. Cortés

7
Los paisajes infinitos de Elena G. Cortés En la última exposición de Elena G. Cortés, Paisajes del alma, celebrada en Madrid, la artista hacía una reflexión sobre la importancia del color, de cómo éste es un vehículo para penetrar en lo más hondo de nuestra condición. La pintura, entendida de esta manera, parece que se disuelve en los soportes que utiliza Elena, dejando una traza que no es más que la propia entidad del hecho artístico, algo que trasciende al artista y al tema. El cuerpo de la pintura, perseguido con afán a lo largo del proceso creativo, se presenta en la superficie coloreada, con sus efectos de rayado, y en la horizontalidad de los cuadros. Un espacio donde se despliega un universo lleno de partículas, de fragmentos, de movimientos, de simultaneidad… que delimita y se yuxtapone a los campos cromáticos elegidos para crear un ambiente y una percepción visual determinada. Elena G. Cortés para plasmar esas sensaciones coloreadas, como le gustaba llamarlas a Cézanne, echa mano de cierta lógica intuitiva para ordenar una ecuación compuesta por la naturaleza, el color, el espacio y la pintura. Asociados estos cuatro términos, lo que obtenemos es una composición, un cuadro legible, con sus rupturas y su profundidad: las obras se (re)construyen a través de planos y líneas, de “redes” cerradas, de vibraciones y de un sinfín de variaciones. Eso sí, con una gran simplicidad y con composiciones equilibradas y asimétricas. Así planteados, los cuadros se construyen y se deconstruyen para que la pintura figure desnuda, sin ornatos ni añadidos. La composición se vuelve con estos argumentos en una cuestión interior. El soporte es el campo de acción: no son campos de color, ni ilusiones, ni recursos plásticos… son estados de ánimo. Las acotaciones que hace sobre el color, sobre sus variantes, la relación que entabla entre la pintura y la realidad, le sirven para representar una pintura que podemos calificar de organizada: los cuadros se nos muestran como ocultaciones de colores y de formas. El fondo se entrevé, se sugiere y se plantea como algo extremadamente profundo, indescriptible, inmenso. La pintura de Elena G. Cortés se transforma, a mi juicio, en una pintura de revelación, en la que el color habla y la materia, el espacio y la luz nos transportan a otras experiencias. Este enfrentamiento entre pintura y realidad, entre la pintura y lo visible, el color vivido como esa experiencia apuntada, da paso a la obra de Elena G. Cortés; a una pintura entendida como una lucha estrictamente plástica por el espacio. No hay referencias, ni temas, ni semejanzas apenas, sólo formas que articulan los cuadros. Formas que se antojan bandas de color que crecen e, incluso, viven libremente en la superficie, cuyos límites los imponen los bordes. La conjunción de una idea, la del paisaje, y de la luz hacen de sus cuadros algo pensado y estructurado. Y lo hacen, sobre todo, si nos paramos un momento a ver cómo armoniza el concepto de unidad y de diversidad, cómo entiende el sentido de la representación y divide las superficies (al subir o bajar las bandas divisorias como si fuesen el horizonte de un paisaje imaginario).

Transcript of Los paisajes infinitos de Elena G. Cortés

Page 1: Los paisajes infinitos de Elena G. Cortés

Los paisajes infinitos de Elena G. Cortés

En la última exposición de Elena G. Cortés, Paisajes del alma, celebrada en Madrid, la artista hacía una reflexión sobre la importancia del color, de cómo éste es un vehículo para penetrar en lo más hondo de nuestra condición. La pintura, entendida de esta manera, parece que se disuelve en los soportes que utiliza Elena, dejando una traza que no es más que la propia entidad del hecho artístico, algo que trasciende al artista y al tema. El cuerpo de la pintura, perseguido con afán a lo largo del proceso creativo, se presenta en la superficie coloreada, con sus efectos de rayado, y en la horizontalidad de los cuadros. Un espacio donde se despliega un universo lleno de partículas, de fragmentos, de movimientos, de simultaneidad… que delimita y se yuxtapone a los campos cromáticos elegidos para crear un ambiente y una percepción visual determinada.

Elena G. Cortés para plasmar esas sensaciones coloreadas, como le gustaba llamarlas a Cézanne, echa mano de cierta lógica intuitiva para ordenar una ecuación compuesta por la naturaleza, el color, el espacio y la pintura. Asociados estos cuatro términos, lo que obtenemos es una composición, un cuadro legible, con sus rupturas y su profundidad: las obras se (re)construyen a través de planos y líneas, de “redes” cerradas, de vibraciones y de un sinfín de variaciones. Eso sí, con una gran simplicidad y con composiciones equilibradas y asimétricas. Así planteados, los cuadros se construyen y se deconstruyen para que la pintura figure desnuda, sin ornatos ni añadidos.

La composición se vuelve con estos argumentos en una cuestión interior. El soporte es el campo de acción: no son campos de color, ni ilusiones, ni recursos plásticos… son estados de ánimo. Las acotaciones que hace sobre el color, sobre sus variantes, la relación que entabla entre la pintura y la realidad, le sirven para representar una pintura que podemos calificar de organizada: los cuadros se nos muestran como ocultaciones de colores y de formas. El fondo se entrevé, se sugiere y se plantea como algo extremadamente profundo, indescriptible, inmenso. La pintura de Elena G. Cortés se transforma, a mi juicio, en una pintura de revelación, en la que el color habla y la materia, el espacio y la luz nos transportan a otras experiencias.

Este enfrentamiento entre pintura y realidad, entre la pintura y lo visible, el color vivido como esa experiencia apuntada, da paso a la obra de Elena G. Cortés; a una pintura entendida como una lucha estrictamente plástica por el espacio. No hay referencias, ni temas, ni semejanzas apenas, sólo formas que articulan los cuadros. Formas que se antojan bandas de color que crecen e, incluso, viven libremente en la superficie, cuyos límites los imponen los bordes. La conjunción de una idea, la del paisaje, y de la luz hacen de sus cuadros algo pensado y estructurado. Y lo hacen, sobre todo, si nos paramos un momento a ver cómo armoniza el concepto de unidad y de diversidad, cómo entiende el sentido de la representación y divide las superficies (al subir o bajar las bandas divisorias como si fuesen el horizonte de un paisaje imaginario).

Page 2: Los paisajes infinitos de Elena G. Cortés

La reflexión sobre el color, la intuición que tiene del espacio y el tratamiento de las superficies nos habla de la capacidad creadora de Elena; una suma de cuestiones estrictamente pictóricas que se reflejan en los paisajes que hoy presenta. Unos paisajes donde la naturaleza alcanza todo su significado simbólico con sus efectos fascinantes y algo misteriosos, al menos cuando otorga a las formas ese color acuoso que hace transparente la densidad de las capas. Refleja un estado emocional que, a veces, trasluce su propia consciencia.

Puede hablarse, en ese sentido, de cierto carácter introspectivo y meditativo de esta pintura; un calificativo que se manifiesta en esa reducción del color, en la modulación que hace de él, en los contrastes, en el énfasis que da al claroscuro e, incluso, en ciertos efectos ópticos cuando el color cambia. Y todo a tenor de la repetición de una misma forma abstracta que se transforma en paisajes sin límites temporales, sin principio ni fin; en paisajes casi visionarios, en los que el verde con el azul se vuelve materia o el azul con el naranja se torna ascendente. Nada está cerrado en los cuadros de Elena, nada es finito ni unívoco: sus cuadros no representan un mundo concreto, más bien materializan el nexo existente entre el sentimiento y la fuerza. Y aquí radica el buen oficio de pintor.

Javier Cano

Page 3: Los paisajes infinitos de Elena G. Cortés

PAISAJES DEL ALMA

SOBRE EL GRAFISMO Y EL COLOR

1.- El Color : ese espejo del alma

Entiendo el color no como una mera combinación, más o menos acertada - en cuanto a los aspectos que tienen que ver con la estética (las leyes teóricas sobre su armonía etc) - sino como un vehículo maravillosamente sutil, con el que llegar a alcanzar las capas más profundas del ser.

El trabajo con el color, su elección, el estudio de sus diferentes gamas y tonalidades, el análisis de sus infinitas combinaciones es, ante todo, un contacto íntimo, una experiencia espiritual en la que persigo alcanzar el conocimiento de las diferentes esferas de conciencia , en función de los estadios en que cada ser se encuentre.

Con cada registro de cada color conectas con un aspecto interior y, paralelamente, configuras un vehículo para recrear el lenguaje del Universo.

En la Creación, en la Naturaleza, en todo lo creado el color se significa como uno de los aspectos más destacados de la representación física, pero además cada color proyecta, sobre aquello que configura una significación espiritual.

Elegir un color es querer trabajar con un aspecto de tu interior. Así el color azul habla de la voluntad, de la fuerza, el amarillo de la iluminación, de la sabiduría, el rosa del amor, o el verde la la sanación, de la verdad.

Cuando yo decido emplear unos u otros colores deseo contactar y trabajar con unos determinados aspectos de mi ,y/o de los otros que contemplan la imagen, pues una u otra parte de mi necesita ser tratada, necesito experimentar con ella a través de su ex-teriorización primero, para tomar contacto con el mundo de fuera –con los otros- y nutrirse de él, provocando ese intercambio mutuamente enriquecedor.

El color pues, lo empleo como instrumento, como puente que nace de mi interior hacia los otros; es la figura y paralelamente, el escenario donde se desarrolla todo el argumento de mi experimentación.

El color es registro y búsqueda, es una petición de ayuda a las profundidades de nuestras conciencias. Es alquimia entre el hombre y la naturaleza.

2.- La Palabra : herramienta y vehículo gestual y temático

El color construye a través del brochazo, del toque de la espátula, del trazo, de la textura del rodillo, y también del gesto del grafismo con el que se articula la palabra.

Page 4: Los paisajes infinitos de Elena G. Cortés

Escribir no sólo es colocar letras para expresar algo, también hay algo de estético en ese devenir de gestos sobre el soporte con el que se generan hacia el exterior nuestros pensamientos.

Los grafismos se hallan a menudo poblando mis imágenes, configurándolas. Hay algo de estético en esa sucesión de ritmos y formas, de equilibrios y desniveles entre las líneas y espacios que conforman un texto.

Pero , además de esa sugerente estética intrínseca en el hecho de escribir, de trazar letras, las palabras sobre un soporte – para mi el papel o la madera - se significan como una suerte de espejo, de reflejo en que me vierto, en el cual plasmo mi ser (el espe-jo de tinta que diría Virginia Woolf), tal cual el que escribe un diario sobre el cuaderno.

Un aspecto más de mi interés, con respecto a la palabra, son aquellas que nombran mis imágenes, que le dan título, que hablan de ella. Con los títulos que escojo para éstas trato, por otra vía , de inducir al espectador a penetrar en esa atmósfera a la que la obra le invita.

Letras y colores son pues trama y urdimbre de mi crear. Son los instrumentos que articulan mi lenguaje plástico y que vierten mi interior a la superficie, ofreciéndola a todo aquel que se aventure a mirar, a analizar y paladear –a través de la mente y los sentidos- las imágenes surgidas de mi sentir y de mi pensar. Son imágenes del alma; los paisajes que configuran mi ser.

Elena G. Cortés

Page 5: Los paisajes infinitos de Elena G. Cortés
Page 6: Los paisajes infinitos de Elena G. Cortés
Page 7: Los paisajes infinitos de Elena G. Cortés

Vertiendo desgarros sobre el espacioTécnica mixta sobre papel. 50x35 cms. 2003