Los cardos de mi abuelo

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Colección de algunos de los relatos participantes en las VI Jornadas del Cardo Rojo de Ágreda (Soria). Los cuentos están escritos por alumnos/as de 4º de Educación Primaria. Diciembre 2014.

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por NADIA

Esta historia comienza un día que yo estaba en casa de mi

abuela. La casa de mi abuelo es pequeña y tiene una huerta.

Después de comer fui a la huerta, normalmente mi abuelo está

en ella trabajando pero hoy no era uno de esos días. Mientras

mi abuelo sacaba las patatas para hacer un estofado, le dio un

tirón en la espalda.

Él me había encargado la tarea de cuidar su huerta mientras se

recuperaba ya que mi abuela estaba muy ocupada haciendo las

tareas de la casa.

Empecé regando todas las lechugas, tomates…

Mientras regaba, me fijé en los cardos tan grandes que tenia mi

abuelo en la huerta.

Al día siguiente fui temprano a la huerta a plantar las semillas

de girasol.

Cuando terminé mi trabajo, vi que el perro de mi abuelo, Bat,

estaba mordiendo los cardos pensando que eran un mordedor.

Así que yo, para espantarlo, me puse a correr como una loca un

buen rato hasta que Bat salió espantado.

Entonces fui a casa de mi abuela para buscar una solución para

que Bat no mordiese los cardos de la huerta. Allí encontré una

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muñeca gigante que daba un poco de miedo y le puse ropa

vieja.

Al día siguiente llevé a la gran muñeca a la huerta. Puse trocitos

de salchichas en el suelo, me escondí detrás del manzano,

donde cada verano intento coger las manzanas más bajas

saltando y llamé a Bat que vino corriendo. Pero al ver a la

muñeca tirada en el suelo, Bat se quedó paralizado en el sitio

con pose de empezar a correr. Cuando Bat salió corriendo, yo

coloqué la muñeca sentada al lado de los cardos.

Después de dos días, mi abuelo se curó y volvió a moverse

como siempre. Fue a la huerta y cogió unos puerros para que

mi abuela preparase una sopa.

Mi abuelo me dijo que, a partir de ese día, yo era la encargada

de cuidar los cardos. Así es como, gracias a mi, en Navidad

comimos cardos con nueces que preparó mi abuela y… ¡estaban

deliciosos!

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por PABLO

Mi abuelo Vicente tiene un huerto. En su huerto planta de

todo, también planta cardos.

Los cardos de Ágreda son famosos y se dice que tienen poderes

mágicos. Una noche un cardo muy viejo brilló y el cardo dijo:

- No podemos seguir así, cada vez hay menos cardos y más

ladrones que los roban.

Por la mañana mi abuelo vio que faltaba un cardo. Al día

siguiente, otro y así hasta que mi abuelo se dio cuenta de que

los estaban robando.

Mi abuelo puso trampas. Por la noche un cardo joven dijo:

- Hay que hacer algo, prepararemos trampas.

A media noche el ladrón volvió a entrar en el huerto.

Se dijo a sí mismo:

- ¿Por qué robo de uno en uno si puedo robarlos todos de una

vez?

Y así fue arrancando los cardos. Y cuando llegó al cardo joven,

el cardo se transformó. Le crecieron espinas, se hizo más

grande y golpeó al ladrón y le dijo:

- ¡Tú, ladrón, suelta a mis hermanos o te clavo las espinas!

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El ladrón se negó a soltar los cardos. Entonces, el cardo

espinoso se hizo más grande y se envolvió alrededor del ladrón

y los cardos fueron liberados.

Por la mañana, mi abuelo vio el cardo espinoso. Se dio cuenta

de que servía para atrapar a los ladrones. Plantó más y así se

creó la especie espinosa de los cardos.

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por ALBERTO

Érase una vez mi abuelo que se fue a la huerta como todos los

días a sus faenas. Era un día de otoño. Estando escavando, oyó

como si unos niños lloraran pero no vio a nadie alrededor, solo

una mosca que revoloteaba. Siguió con la faena, pero volvió a

escuchar algo.

Entonces se paró detenidamente y vio en el cantero de los

cardos, un cardo pequeñito que lloraba.

Mi abuelo se acercó a ver qué le pasaba y el cardo y le contó que

los demás se burlaban de él porque era el más pequeñito de la

comarca.

Entonces mi abuelo le dijo:

- “No te preocupes, yo te taparé muy bien, con mucha tierra

para que no tengas frío y crezcas mucho”.

Pasaron los días y mi abuelo se acercó a ver al cardo pequeñito.

Cuando llegó, no lo conocía. Se había convertido en un cardo

robusto y sonrosado.

Mi abuelo se alegró tanto que le dijo:

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- “Si quieres, te llevaré al Palacio de los Castejones para que

toda la gente te vea el día de las Jornadas del Cardo Rojo de

Ágreda”.

Él, todo ilusionado, le respondió que sí, que estaría encantado de

representar al producto típico de Ágreda.

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por NOELIA

Érase una vez un día de mayo, mi abuelo y yo fuimos a plantar

cardos, pero, claro, necesitábamos ayuda y llamamos a mis tíos

y a mi padre porque si no, íbamos a tardar mucho.

Al día siguiente fuimos a terminar de plantar unos pocos cardos

más, pero esta vez fuimos casi toda la familia, menos mi tía

Elena y mi primo Diego. De repente, un cardo nos preguntó que

por qué le comíamos, que él no había hecho nada.

Luego nos quedamos a almorzar allí, en el huerto de mi abuelo

y más tarde, mi familia y yo nos fuimos a dar un paseo por allí,

mientras mis tíos y mis padres tomaban un café. Por la tarde

descansamos y después nos fuimos a cenar a casa de mi abuela

Juanita y mi abuelo Pruden. Al día siguiente aún nos quedaban

unos cardos para plantar y mi padre y mi hermano fueron a

ayudar a los demás.

Empezamos a ir al huerto todos los domingos y veíamos que el

cardo que nos dijo que no le comiéramos, se estaba haciendo

muy grande. Mis primos, mi hermano y yo le dijimos a mi

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abuelo Pruden que no cogiera ese cardo, que nos daba mucha

pena. Al final, decidió que no lo quitaba. Y el cardo está en el

huerto haciéndose tan grande que ya parece un árbol.

Le hemos dicho que no hable con los pastores, ni con los

dueños de los otros huertos. Sólo habla con nosotros y nos

cuenta las cosas que pasan en el huerto, cómo crecen las

borrajas, los tomates,…

A veces, nos cuenta que pasa por allí un pastor y sus ovejas y

las cosas que el pastor les dice a las ovejas, pero que ya no se

meten al huerto a comerse las lechugas y nos morimos de la

risa.

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por JULIA

Un día de invierno, Julia y Luís, su abuelo, estaban sentados alrededor de

la mesa de la cocina, con el brasero encendido y un montón de alubias

blancas secas encima de la mesa para quitar las que estaban malas. Su

abuela Carmen preparaba la cena y rizaba un poco de cardo que Luís

había traído del huerto para hacerlo en ensalada.

Julia miraba atentamente el cardo que rizaba su abuela y pensaba en lo

bueno que iba a estar cocido y en ensalada.

El cardo era de su color preferido “rojo”, pero no sabía por qué tenía ese

color, por eso le pregunto a su abuelo:

-Abuelo, ¿por qué el cardo de Ágreda es rojo y el de los demás pueblos,

no?

Su abuela se reía y su abuelo empezó a contarle la historia del cardo

rojo:

- Mira, Julia, hace muchísimos años, el Moncayo era un volcán

encendido que, de vez en cuando, echaba lava y cenizas. Las

cenizas caían sobre los campos y las casas. Cuándo la gente del

pueblo iba a sus huertos, tenían que mezclar la tierra con la ceniza

porque no podían quitarla y, por eso, esa tierra es especial.

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La leyenda dice que el río Queiles apagó el volcán para que no

quemara los pueblos que estaban cerca y que el agua, al regar la

tierra mezclada con las cenizas, hace que los cardos escondidos

bajo la tierra cambien de color.

Julia y su abuelo reían:

- ¿De verdad, abuelo?

- Sí, eso es lo que cuenta la leyenda y… ahora, ¡a cenar!

Los tres se pusieron a cenar recordando la leyenda cada vez que cogían

con el tenedor un trocito de cardo en ensalada.

A Julia le gustaba que sus abuelos le contasen esas historias de su pueblo

de hace muchísimos años.

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por PEDRO

Había una vez un señor llamado Ángel que tenía un huerto en el que

había plantado toda clase de verduras: pepinos, zanahorias, cebollas...

Un día, cuando estaba cuidando de su huerta, se encontró una semilla

que no conocía y la guardó.

Allá por el mes de mayo, se acordó de aquella semilla y dijo: "Voy a

sembrarlo a ver qué es. La meteré un poco en agua para que salga la raíz,

prepararé un cantero y la plantaré". Y así lo hizo.

Durante un tiempo la cuidaba, la regaba, le quitaba las malas hierbas y

empezó a crecer una planta que cada día se hacía más alta. Tenía

algunos tallos largos, alguna hoja y decía: "Y esto, ¿qué será?" Con que le

hizo una fotografía y se la mandó a un amigo suyo que tenía en

Andalucía, preguntándole si conocía esa planta. A lo que su amigo le dijo

que nunca había visto una planta así, pero que tenía un amigo en Murcia

y allí había muy buena huerta y que le iba a preguntar.

Así fue pasando la fotografía de Andalucía a Murcia, de Murcia a Galicia,

de Galicia a Extremadura y nadie sabía lo que era.

Entonces, el señor Ángel, mirando la planta, no sabía qué hacer porque

nadie la conocía. Pero tuvo suerte porque apareció un anciano del lugar

y éste le dijo: "No es extraño que tus amigos no conozcan esta planta, ya

que hace falta el frío de esta zona para que se pueda criar. Cuando haya

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crecido mucho, allá por el mes de octubre, tápala con tierra y deja que la

humedad y el frío del otoño la curtan; y para Navidad será cuando mejor

esté".

Y así lo hizo, llegó la Navidad, desenterró el cardo y observó que ese

color verdoso que tenía aquella planta había cambiado a un color rojizo.

Y pensó: "Y ahora, ¿cómo me lo puedo comer?" Sin perder más tiempo,

buscó al señor que le había dicho cómo hacerlo y le preguntó. A lo que

éste le contestó: "Dile a tu mujer que venga, que la mía en un

momentito le enseñará a limpiarlo, quitarle los hilos y ¡ya verás! Con una

salsa de almendras está riquísimo."

Efectivamente, lo cocinaron, lo comieron y fue una experiencia única

puesto que nunca habían probado un bocado tan exquisito.

En agradecimiento a la ayuda que le habían prestado sus amigos, a pesar

de que no conocían esa planta, les invitó a que vinieran a Ágreda a

probar el exquisito Cardo Rojo de la zona.

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por MIGUEL

Era un día frío de noviembre , mi abuelo llamó a mi padre para

que fuera al huerto a ayudarle a envolver los cardos. Mi padre

me preguntó que si me gustaría ir con ellos y yo le dije que sí

aunque no sabía muy bien que era eso de envolver cardos,

nunca lo había visto.

Llegamos al huerto de mi abuelo muy temprano y allí mi padre

me explicó cómo eran los cardos.

"¿Qué hacemos ahora?", le dije a mi padre.

Y él me contestó: ”Primero hay que atarlos, cogemos la planta

en una brazada grande, le pasamos una cuerda y después

empezaremos a echarles tierra por encima. ¡Prepárate, va a ser

un trabajo duro!"

A mí me parecía que no era para tanto. ¡Vaya cosa, atar unas

plantas con cuerdas y luego echarles tierra!

Ya había pasado más de media mañana y aún no habíamos

empezado a echar tierra a los cardos. Yo ya tenía hambre, mi

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abuelo sacó de su mochila un bocadillo de jamón y me lo dio.

¡Estaba buenísimo! Mi abuelo y mi padre también pararon a

almorzar un buen rato.

Yo pensaba que después de esto, nos íbamos a casa, pero…

¡faltaba lo peor!

Mi abuelo me dio una azada pequeña u empecé a cavar.

Parecía que ya había terminado cuando vino mi abuelo y me

dijo que tenía que hacer el hueco más grande.

¡Vaya manera de sudar!¡Menudo trabajo! Yo veía a mi padre y

a mi abuelo con las azadas más grandes cavando sin parar. Así

estuvimos hasta la hora de comer. ¡Por fin nos íbamos a casa!

Esa tarde la pasé durmiendo en el sillón del cansancio que

tenía. Al día siguiente, mi abuelo nos volvió a llamar para bajar

al huerto, pero yo dije que mejor me quedaba en casa.

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por LAURA

Mi abuelo se llama Jesús, tiene 75 años está jubilado y ahora

siembra una huerta para que toda la familia comamos buenas

verduras, patatas…

Mi abuelo siembra los cardos para mayo, en la Fuentecilla que

según mi abuelo tiene la mejor agua para regar de todo el

pueblo. Los cardos los envuelve para Todos los Santos y así los

podemos disfrutar para Navidad. Cuando mi abuelo fue a

envolverlos con la ayuda de mi padre, resultó que un cardo

hablaba. Mi abuelo se quedó alucinado. El cardo le dijo a mi

abuelo:

-¡Hola, Jesús!, me llamo Cardoso, encantado de conocerte.

Mi abuelo pensó: “Me estoy volviendo loco”.

Al día siguiente, Cardoso otra vez volvió a hablar a mi abuelo y

entonces mi abuelo se dio cuenta que era de verdad, que

Cardoso hablaba, que no estaba soñando. Mi abuelo se lo contó

a todo el pueblo y, por supuesto, no nos lo comimos.

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Así fue como mi abuelo y Cardoso se hicieron famosos. Fueron

a Telecinco, a la Uno, a Antena 3,… Todos los de la tele vinieron

a visitar la huerta de mi abuelo y, claro está, vieron lo bonito

que es Ágreda, los monumentos que tenemos en la Villa de las

Tres Culturas. Ágreda se hizo famosa gracias a Cardoso y a mi

abuelo Jesús.

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por Alexandra

Un día de verano, mi abuelo estaba plantando cardos en su

huerto y su nieto iba a venir a ayudarle a plantarlos, porque a

su nieto le encantaban las tareas de la huerta y, en especial,

los cardos, porque le gustaban mucho.

Un día, cuando era de noche, al abuelo le vinieron a robar los

cardos. Cuando se hizo de día, el abuelo fue a regar y vio que

los cardos ya no estaban. Se disgustó mucho, igual que su

nieto. Pensaba el abuelo que su nieto estaba disgustado y era

verdad, porque ya se había enterado de lo que había pasado.

Pero al final, todo se arregló porque el abuelo había llamado a

la policía y pillaron al ladrón. También le devolvieron los

cardos. Los dos se pusieron muy contentos y se los comieron

todos.

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por PAULA

Un día fresco del mes de mayo, mi abuelo, como siempre, estaba

en su huerto, plantando lechugas, tomates, zanahorias… y ahora

también es la época de plantar el cardo rojo. A mí me gusta

mucho ir al huerto a plantar semillas con mi abuelo, que me

enseña cómo se hace y, sobre todo, como cuida a los cardos, que

me encantan. Faltaban pocos días para mi cumpleaños y estaba

muy nerviosa para ver que me regalaban. Cuando llegó el día tan

especial, vinieron mis abuelos a mi casa para felicitarme y

regalarme semillas de cardo rojo, porque sabían que me gustaba

plantarlas y comérmelos. Para mí era un gran regalo. Al día

siguiente, fui con él al huerto a plantarlas y regarlas. Después

tuvimos que esperar semana tras semana, durante algún tiempo.

Estábamos impacientes por ver salir los cardos, pero nada, no se

asomaba nada por la tierra. Mi abuelo y yo estábamos

sorprendidos de que no nacieran y nos preguntábamos: "¡Qué

raro, ya tenían que haber nacido!" Nos sentamos al lado de un

remolque a pensar. De repente, vimos cómo unos pájaros se

acercaban y se comían las semillas que faltaban y luego vinieron

más y al final no dejaron ninguna. No sabíamos qué hacer. Entre

el abuelo y yo decidimos fabricar un espantapájaros. Y así lo

hicimos, cogimos unos palos, una camiseta, un pantalón viejo,

Page 21: Los cardos de mi abuelo

una gorra y una bolsa llena de paja. No sé si funcionará el

invento, porque la verdad es que no daba miedo. Tenía una cara

cariñosa, pero había que intentarlo porque no dejaban las

semillas en paz. ¿Qué podríamos hacer más? Pues, la verdad, no

funcionó. Los pájaros se posaban en él como si nada. Entonces se

me ocurrió una idea, ¿por qué no les hacemos una caseta en un

árbol y lo llenamos de comida para ellos? Así ellos tendrán su

comida y no se comerán las semillas de los cardos. Lo hicimos así,

el abuelo y yo, y el problema se solucionó. Sembramos otra vez

semillas de cardo rojo. Pasaron muchos días y, tras mucho

trabajo, por fin pudimos comer cardo ese año. ¡Estaba

buenísimo!

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por AITANA

Érase una vez, en el mes de noviembre de dos mil catorce, unos cardos

que estaban en la huerta de mi abuelo. Esos cardos estaban rotos porque

en Ágreda había muchos topillos y ratones. A mucha gente le dan miedo

los ratones y, a veces, cuando la gente entra en su casa, se pilla el pie con

la trampa para ratones.

Yo pensaba que el Ratoncito Pérez había tenido hijos, pero no, no los

había tenido, venían de otros pueblos. También podía haber pasado que

las serpientes de otros años se hubieran comido a los ratones, pero este

año, no, no ha pasado nada de todo esto y… yo también tengo miedo a los

ratones.

Como no sabía nadie qué hacer, el alcalde puso unos carteles para

reunirse todo el pueblo en el ayuntamiento. Fueron hasta los niños y,

como se aburrían, salieron a la calle a jugar. Estábamos jugando a vacas

pero hubo un momento que todos entramos para escuchar al alcalde. En

ese momento dijo que nosotros, los niños, éramos los únicos que

podíamos salvar todos los cardos. Sólo seis de nosotros fuimos. Nos

preguntaron los nombres y dije:

- Yo me llamo Maca, ella Triana, la de la coleta, Anastasia, la del pelo

suelto Jara, ese chico se llama Fran y el del chándal azul, Álvaro.

- Yo soy el alcalde, dijo.

- Ya lo sabemos.

- Bueno, Maca, Triana y Jara pensaréis una idea para eu los topos no

se coman los cardos. Fran, Álvaro y Anastasia, tendréis que buscar

los materiales para las ideas que tengan.

Al día siguiente, como todos los días, fuimos a clase y le preguntamos a

nuestro tutor:

Page 23: Los cardos de mi abuelo

- José Mari, lo que nos mandaron ayer, ¿lo tenemos que hacer como

un trabajo?

Nos dijo que no. Luego nos contó que había que hacerlo pensando y

trabajando como si fuéramos a ganar dinero.

Triana, Jara y yo pensamos ideas hasta por whatasapp. Teníamos tres

ideas. Hicimos unas votaciones para ver cuál quería la gente, pero primero

tenían que saber las ideas. Yo les dije:

- La primera es tapar los cardos con tierra y poner un plástico

envenenado encima. En la segunda, también hay que tapar los

cardos con tierra y pintar cardos en gomaespuma y con eso tapar

los cardos de verdad. Y en la tercera, hay que meter los cardos bajo

tierra y encima poner cardos de plástico.

La gente eligió la segunda y la hicimos. Tuvimos que hacer esto

aproximadamente cien veces.

En las afueras del pueblo presentíamos que había serpientes, pero si había

o no, lo teníamos que hacer igualmente. Las últimas huertas fueron las de

mi amiga Marta y la de mi abuelo Juan. Esas dos eran las más difíciles.

Cuando terminamos fuimos a nuestra casa en coche y, por la tarde, nos

invitaron a una fiesta en la Dehesa con todos nuestros amigos.

Page 24: Los cardos de mi abuelo

por RODRIGO

En invierno mi abuelo se levantaba muy pronto para ir a la

huerta para recoger los cardos que había plantado en otoño.

Después de unas horas, llamó a sus nietos para que fueran a su

casa para comer los cardos que había traído del huerto.

Más tarde llegaron, se sentaron en la mesa para comer los

cardos. Su abuela Teresa les hizo una comida especial. Cuando

se las dio a sus nietos, le dijeron: ”Abuela y abuelo, a partir de

mañana os ayudaremos a sacar los demás cardos”.

Al día siguiente, al salir el sol, fueron juntos a coger más cardos.

¿Sabéis cuántos cogieron? ¡Setenta y cinco cardos!

Por la tarde, unos chavales saltaron a la huerta

y cogieron los demás cardos. Cuando se fueron

a casa, justamente estaba entrando mi abuelo

con sus nietos. Como el abuelo era muy bueno

y tenía mucha educación, les dijo:

“La próxima vez que os vea, hablaré muy

seriamente con vuestros padres”.

Y tuvieron que devolver los cardos que estaban

robando.

Page 25: Los cardos de mi abuelo

por CLAUDIA

Erase una tarde muy fría de otoño. El viento soplaba muy fuerte,

meneando las hojas de los árboles. Mi abuelo y yo disfrutábamos frente al

fuego de la chimenea encendida en su casa. Mi abuelo me contaba cosas

de antes: cómo vivían, cómo ayudaban a sus padres en las labores de casa,

del campo…

De repente el viento dejó de soplar y salió el sol. Entonces mi abuelo me

propuso ir a su huerta y a ver todo lo que su padre le había enseñado. Me

quede profundamente impresionada, yo sabía que mi abuelo era el mejor

agricultor del mundo, pero aún así me sorprendió. En la huerta había toda

clase de verduras y hortalizas: lechugas, tomates, zanahoria, borraja,

acelga…Pero ¡no había ningún cardo! Le dije a mi abuelo:

- ¿Por qué no plantas cardos?

- Anda, tienes razón , es buena idea.

A la semana siguientes, mi abuelo se puso manos a la obra . A las dos

semanas de haber plantado los cardos una plaga de topillos acabó con las

plantas

Durante los siguientes años , intentó conseguir cultivar cardos, pero los

topillos volvían a aparecer todos los años y acababan con la ilusión de mi

abuelo

Mi abuelo se quedó muy triste porque no pudo hacer realidad la ilusión de

su nieta.

Sus nietos no lo podían ver así, por lo que se pusieron manos a la obra.

- No te preocupes, abuelo, nosotros te ayudaremos.

Durante las semanas siguientes, los nietos estuvieron haciendo ensayos

para crear un producto que hipnotizara a los topillos y que impidiera que

Page 26: Los cardos de mi abuelo

se pudieran comer los cardos. El abuelo se ilusionó mucho y ese año volvió

a cultivar los cardos.

Echó el producto que sus nietos se habían inventado en la tierra y ese año,

produjo miles y miles de cardos. Mientras tanto, al resto de agricultores

de Ágreda los topillos les volvieron a comer los cardos. Entonces

acudieron a mi abuelo para que les explicara por qué se habían comido los

cardos. El abuelo, como era muy buena persona, les ayudó y a cada

agricultor le regaló un bote con el producto que sus nietos se habían

inventado.

El abuelo se hizo amigo de los topillos y les daba de comer las verduras y

las frutas que se le estropeaban en el huerto. Los topillos estaban

contentos y nunca volvieron a destrozar las cosechas de Ágreda. El

alcalde, muy contento, mandó hacer un monumento a los nietos y lo

colocó en medio de la Plaza Mayor del pueblo.

Page 27: Los cardos de mi abuelo

por CRISTINA

Cuando llegó el otoño, mi abuelo se fue al huerto, y sembró unos cardos y

yo fui con él en el coche.

¡De repente apareció un ladrón! ¡ Y robó todos los cardos de mi abuelo!

Yo le chillé y dije:

- ¡Dale los cardos a mi abuelo! Si no, vas a la policía.

Entonces caí en una trampa que había preparado el ladrón y no podía

salir.

- ¡Ayuda, ayuda!, grité con todas mis fuerzas.

Y mi abuelo llamó a la policía. El ladrón fue a la cárcel y le devolvió los

cardos. A mí me salvaron y me puse muy contenta.

Mi abuelo y yo nos fuimos a casa y comimos los cardos junto con toda la

familia. Después nos fuimos al parque a jugar, a comprar y a casa.