Los cardos de mi abuelo
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Transcript of Los cardos de mi abuelo
por NADIA
Esta historia comienza un día que yo estaba en casa de mi
abuela. La casa de mi abuelo es pequeña y tiene una huerta.
Después de comer fui a la huerta, normalmente mi abuelo está
en ella trabajando pero hoy no era uno de esos días. Mientras
mi abuelo sacaba las patatas para hacer un estofado, le dio un
tirón en la espalda.
Él me había encargado la tarea de cuidar su huerta mientras se
recuperaba ya que mi abuela estaba muy ocupada haciendo las
tareas de la casa.
Empecé regando todas las lechugas, tomates…
Mientras regaba, me fijé en los cardos tan grandes que tenia mi
abuelo en la huerta.
Al día siguiente fui temprano a la huerta a plantar las semillas
de girasol.
Cuando terminé mi trabajo, vi que el perro de mi abuelo, Bat,
estaba mordiendo los cardos pensando que eran un mordedor.
Así que yo, para espantarlo, me puse a correr como una loca un
buen rato hasta que Bat salió espantado.
Entonces fui a casa de mi abuela para buscar una solución para
que Bat no mordiese los cardos de la huerta. Allí encontré una
muñeca gigante que daba un poco de miedo y le puse ropa
vieja.
Al día siguiente llevé a la gran muñeca a la huerta. Puse trocitos
de salchichas en el suelo, me escondí detrás del manzano,
donde cada verano intento coger las manzanas más bajas
saltando y llamé a Bat que vino corriendo. Pero al ver a la
muñeca tirada en el suelo, Bat se quedó paralizado en el sitio
con pose de empezar a correr. Cuando Bat salió corriendo, yo
coloqué la muñeca sentada al lado de los cardos.
Después de dos días, mi abuelo se curó y volvió a moverse
como siempre. Fue a la huerta y cogió unos puerros para que
mi abuela preparase una sopa.
Mi abuelo me dijo que, a partir de ese día, yo era la encargada
de cuidar los cardos. Así es como, gracias a mi, en Navidad
comimos cardos con nueces que preparó mi abuela y… ¡estaban
deliciosos!
por PABLO
Mi abuelo Vicente tiene un huerto. En su huerto planta de
todo, también planta cardos.
Los cardos de Ágreda son famosos y se dice que tienen poderes
mágicos. Una noche un cardo muy viejo brilló y el cardo dijo:
- No podemos seguir así, cada vez hay menos cardos y más
ladrones que los roban.
Por la mañana mi abuelo vio que faltaba un cardo. Al día
siguiente, otro y así hasta que mi abuelo se dio cuenta de que
los estaban robando.
Mi abuelo puso trampas. Por la noche un cardo joven dijo:
- Hay que hacer algo, prepararemos trampas.
A media noche el ladrón volvió a entrar en el huerto.
Se dijo a sí mismo:
- ¿Por qué robo de uno en uno si puedo robarlos todos de una
vez?
Y así fue arrancando los cardos. Y cuando llegó al cardo joven,
el cardo se transformó. Le crecieron espinas, se hizo más
grande y golpeó al ladrón y le dijo:
- ¡Tú, ladrón, suelta a mis hermanos o te clavo las espinas!
El ladrón se negó a soltar los cardos. Entonces, el cardo
espinoso se hizo más grande y se envolvió alrededor del ladrón
y los cardos fueron liberados.
Por la mañana, mi abuelo vio el cardo espinoso. Se dio cuenta
de que servía para atrapar a los ladrones. Plantó más y así se
creó la especie espinosa de los cardos.
por ALBERTO
Érase una vez mi abuelo que se fue a la huerta como todos los
días a sus faenas. Era un día de otoño. Estando escavando, oyó
como si unos niños lloraran pero no vio a nadie alrededor, solo
una mosca que revoloteaba. Siguió con la faena, pero volvió a
escuchar algo.
Entonces se paró detenidamente y vio en el cantero de los
cardos, un cardo pequeñito que lloraba.
Mi abuelo se acercó a ver qué le pasaba y el cardo y le contó que
los demás se burlaban de él porque era el más pequeñito de la
comarca.
Entonces mi abuelo le dijo:
- “No te preocupes, yo te taparé muy bien, con mucha tierra
para que no tengas frío y crezcas mucho”.
Pasaron los días y mi abuelo se acercó a ver al cardo pequeñito.
Cuando llegó, no lo conocía. Se había convertido en un cardo
robusto y sonrosado.
Mi abuelo se alegró tanto que le dijo:
- “Si quieres, te llevaré al Palacio de los Castejones para que
toda la gente te vea el día de las Jornadas del Cardo Rojo de
Ágreda”.
Él, todo ilusionado, le respondió que sí, que estaría encantado de
representar al producto típico de Ágreda.
por NOELIA
Érase una vez un día de mayo, mi abuelo y yo fuimos a plantar
cardos, pero, claro, necesitábamos ayuda y llamamos a mis tíos
y a mi padre porque si no, íbamos a tardar mucho.
Al día siguiente fuimos a terminar de plantar unos pocos cardos
más, pero esta vez fuimos casi toda la familia, menos mi tía
Elena y mi primo Diego. De repente, un cardo nos preguntó que
por qué le comíamos, que él no había hecho nada.
Luego nos quedamos a almorzar allí, en el huerto de mi abuelo
y más tarde, mi familia y yo nos fuimos a dar un paseo por allí,
mientras mis tíos y mis padres tomaban un café. Por la tarde
descansamos y después nos fuimos a cenar a casa de mi abuela
Juanita y mi abuelo Pruden. Al día siguiente aún nos quedaban
unos cardos para plantar y mi padre y mi hermano fueron a
ayudar a los demás.
Empezamos a ir al huerto todos los domingos y veíamos que el
cardo que nos dijo que no le comiéramos, se estaba haciendo
muy grande. Mis primos, mi hermano y yo le dijimos a mi
abuelo Pruden que no cogiera ese cardo, que nos daba mucha
pena. Al final, decidió que no lo quitaba. Y el cardo está en el
huerto haciéndose tan grande que ya parece un árbol.
Le hemos dicho que no hable con los pastores, ni con los
dueños de los otros huertos. Sólo habla con nosotros y nos
cuenta las cosas que pasan en el huerto, cómo crecen las
borrajas, los tomates,…
A veces, nos cuenta que pasa por allí un pastor y sus ovejas y
las cosas que el pastor les dice a las ovejas, pero que ya no se
meten al huerto a comerse las lechugas y nos morimos de la
risa.
por JULIA
Un día de invierno, Julia y Luís, su abuelo, estaban sentados alrededor de
la mesa de la cocina, con el brasero encendido y un montón de alubias
blancas secas encima de la mesa para quitar las que estaban malas. Su
abuela Carmen preparaba la cena y rizaba un poco de cardo que Luís
había traído del huerto para hacerlo en ensalada.
Julia miraba atentamente el cardo que rizaba su abuela y pensaba en lo
bueno que iba a estar cocido y en ensalada.
El cardo era de su color preferido “rojo”, pero no sabía por qué tenía ese
color, por eso le pregunto a su abuelo:
-Abuelo, ¿por qué el cardo de Ágreda es rojo y el de los demás pueblos,
no?
Su abuela se reía y su abuelo empezó a contarle la historia del cardo
rojo:
- Mira, Julia, hace muchísimos años, el Moncayo era un volcán
encendido que, de vez en cuando, echaba lava y cenizas. Las
cenizas caían sobre los campos y las casas. Cuándo la gente del
pueblo iba a sus huertos, tenían que mezclar la tierra con la ceniza
porque no podían quitarla y, por eso, esa tierra es especial.
La leyenda dice que el río Queiles apagó el volcán para que no
quemara los pueblos que estaban cerca y que el agua, al regar la
tierra mezclada con las cenizas, hace que los cardos escondidos
bajo la tierra cambien de color.
Julia y su abuelo reían:
- ¿De verdad, abuelo?
- Sí, eso es lo que cuenta la leyenda y… ahora, ¡a cenar!
Los tres se pusieron a cenar recordando la leyenda cada vez que cogían
con el tenedor un trocito de cardo en ensalada.
A Julia le gustaba que sus abuelos le contasen esas historias de su pueblo
de hace muchísimos años.
por PEDRO
Había una vez un señor llamado Ángel que tenía un huerto en el que
había plantado toda clase de verduras: pepinos, zanahorias, cebollas...
Un día, cuando estaba cuidando de su huerta, se encontró una semilla
que no conocía y la guardó.
Allá por el mes de mayo, se acordó de aquella semilla y dijo: "Voy a
sembrarlo a ver qué es. La meteré un poco en agua para que salga la raíz,
prepararé un cantero y la plantaré". Y así lo hizo.
Durante un tiempo la cuidaba, la regaba, le quitaba las malas hierbas y
empezó a crecer una planta que cada día se hacía más alta. Tenía
algunos tallos largos, alguna hoja y decía: "Y esto, ¿qué será?" Con que le
hizo una fotografía y se la mandó a un amigo suyo que tenía en
Andalucía, preguntándole si conocía esa planta. A lo que su amigo le dijo
que nunca había visto una planta así, pero que tenía un amigo en Murcia
y allí había muy buena huerta y que le iba a preguntar.
Así fue pasando la fotografía de Andalucía a Murcia, de Murcia a Galicia,
de Galicia a Extremadura y nadie sabía lo que era.
Entonces, el señor Ángel, mirando la planta, no sabía qué hacer porque
nadie la conocía. Pero tuvo suerte porque apareció un anciano del lugar
y éste le dijo: "No es extraño que tus amigos no conozcan esta planta, ya
que hace falta el frío de esta zona para que se pueda criar. Cuando haya
crecido mucho, allá por el mes de octubre, tápala con tierra y deja que la
humedad y el frío del otoño la curtan; y para Navidad será cuando mejor
esté".
Y así lo hizo, llegó la Navidad, desenterró el cardo y observó que ese
color verdoso que tenía aquella planta había cambiado a un color rojizo.
Y pensó: "Y ahora, ¿cómo me lo puedo comer?" Sin perder más tiempo,
buscó al señor que le había dicho cómo hacerlo y le preguntó. A lo que
éste le contestó: "Dile a tu mujer que venga, que la mía en un
momentito le enseñará a limpiarlo, quitarle los hilos y ¡ya verás! Con una
salsa de almendras está riquísimo."
Efectivamente, lo cocinaron, lo comieron y fue una experiencia única
puesto que nunca habían probado un bocado tan exquisito.
En agradecimiento a la ayuda que le habían prestado sus amigos, a pesar
de que no conocían esa planta, les invitó a que vinieran a Ágreda a
probar el exquisito Cardo Rojo de la zona.
por MIGUEL
Era un día frío de noviembre , mi abuelo llamó a mi padre para
que fuera al huerto a ayudarle a envolver los cardos. Mi padre
me preguntó que si me gustaría ir con ellos y yo le dije que sí
aunque no sabía muy bien que era eso de envolver cardos,
nunca lo había visto.
Llegamos al huerto de mi abuelo muy temprano y allí mi padre
me explicó cómo eran los cardos.
"¿Qué hacemos ahora?", le dije a mi padre.
Y él me contestó: ”Primero hay que atarlos, cogemos la planta
en una brazada grande, le pasamos una cuerda y después
empezaremos a echarles tierra por encima. ¡Prepárate, va a ser
un trabajo duro!"
A mí me parecía que no era para tanto. ¡Vaya cosa, atar unas
plantas con cuerdas y luego echarles tierra!
Ya había pasado más de media mañana y aún no habíamos
empezado a echar tierra a los cardos. Yo ya tenía hambre, mi
abuelo sacó de su mochila un bocadillo de jamón y me lo dio.
¡Estaba buenísimo! Mi abuelo y mi padre también pararon a
almorzar un buen rato.
Yo pensaba que después de esto, nos íbamos a casa, pero…
¡faltaba lo peor!
Mi abuelo me dio una azada pequeña u empecé a cavar.
Parecía que ya había terminado cuando vino mi abuelo y me
dijo que tenía que hacer el hueco más grande.
¡Vaya manera de sudar!¡Menudo trabajo! Yo veía a mi padre y
a mi abuelo con las azadas más grandes cavando sin parar. Así
estuvimos hasta la hora de comer. ¡Por fin nos íbamos a casa!
Esa tarde la pasé durmiendo en el sillón del cansancio que
tenía. Al día siguiente, mi abuelo nos volvió a llamar para bajar
al huerto, pero yo dije que mejor me quedaba en casa.
por LAURA
Mi abuelo se llama Jesús, tiene 75 años está jubilado y ahora
siembra una huerta para que toda la familia comamos buenas
verduras, patatas…
Mi abuelo siembra los cardos para mayo, en la Fuentecilla que
según mi abuelo tiene la mejor agua para regar de todo el
pueblo. Los cardos los envuelve para Todos los Santos y así los
podemos disfrutar para Navidad. Cuando mi abuelo fue a
envolverlos con la ayuda de mi padre, resultó que un cardo
hablaba. Mi abuelo se quedó alucinado. El cardo le dijo a mi
abuelo:
-¡Hola, Jesús!, me llamo Cardoso, encantado de conocerte.
Mi abuelo pensó: “Me estoy volviendo loco”.
Al día siguiente, Cardoso otra vez volvió a hablar a mi abuelo y
entonces mi abuelo se dio cuenta que era de verdad, que
Cardoso hablaba, que no estaba soñando. Mi abuelo se lo contó
a todo el pueblo y, por supuesto, no nos lo comimos.
Así fue como mi abuelo y Cardoso se hicieron famosos. Fueron
a Telecinco, a la Uno, a Antena 3,… Todos los de la tele vinieron
a visitar la huerta de mi abuelo y, claro está, vieron lo bonito
que es Ágreda, los monumentos que tenemos en la Villa de las
Tres Culturas. Ágreda se hizo famosa gracias a Cardoso y a mi
abuelo Jesús.
por Alexandra
Un día de verano, mi abuelo estaba plantando cardos en su
huerto y su nieto iba a venir a ayudarle a plantarlos, porque a
su nieto le encantaban las tareas de la huerta y, en especial,
los cardos, porque le gustaban mucho.
Un día, cuando era de noche, al abuelo le vinieron a robar los
cardos. Cuando se hizo de día, el abuelo fue a regar y vio que
los cardos ya no estaban. Se disgustó mucho, igual que su
nieto. Pensaba el abuelo que su nieto estaba disgustado y era
verdad, porque ya se había enterado de lo que había pasado.
Pero al final, todo se arregló porque el abuelo había llamado a
la policía y pillaron al ladrón. También le devolvieron los
cardos. Los dos se pusieron muy contentos y se los comieron
todos.
por PAULA
Un día fresco del mes de mayo, mi abuelo, como siempre, estaba
en su huerto, plantando lechugas, tomates, zanahorias… y ahora
también es la época de plantar el cardo rojo. A mí me gusta
mucho ir al huerto a plantar semillas con mi abuelo, que me
enseña cómo se hace y, sobre todo, como cuida a los cardos, que
me encantan. Faltaban pocos días para mi cumpleaños y estaba
muy nerviosa para ver que me regalaban. Cuando llegó el día tan
especial, vinieron mis abuelos a mi casa para felicitarme y
regalarme semillas de cardo rojo, porque sabían que me gustaba
plantarlas y comérmelos. Para mí era un gran regalo. Al día
siguiente, fui con él al huerto a plantarlas y regarlas. Después
tuvimos que esperar semana tras semana, durante algún tiempo.
Estábamos impacientes por ver salir los cardos, pero nada, no se
asomaba nada por la tierra. Mi abuelo y yo estábamos
sorprendidos de que no nacieran y nos preguntábamos: "¡Qué
raro, ya tenían que haber nacido!" Nos sentamos al lado de un
remolque a pensar. De repente, vimos cómo unos pájaros se
acercaban y se comían las semillas que faltaban y luego vinieron
más y al final no dejaron ninguna. No sabíamos qué hacer. Entre
el abuelo y yo decidimos fabricar un espantapájaros. Y así lo
hicimos, cogimos unos palos, una camiseta, un pantalón viejo,
una gorra y una bolsa llena de paja. No sé si funcionará el
invento, porque la verdad es que no daba miedo. Tenía una cara
cariñosa, pero había que intentarlo porque no dejaban las
semillas en paz. ¿Qué podríamos hacer más? Pues, la verdad, no
funcionó. Los pájaros se posaban en él como si nada. Entonces se
me ocurrió una idea, ¿por qué no les hacemos una caseta en un
árbol y lo llenamos de comida para ellos? Así ellos tendrán su
comida y no se comerán las semillas de los cardos. Lo hicimos así,
el abuelo y yo, y el problema se solucionó. Sembramos otra vez
semillas de cardo rojo. Pasaron muchos días y, tras mucho
trabajo, por fin pudimos comer cardo ese año. ¡Estaba
buenísimo!
por AITANA
Érase una vez, en el mes de noviembre de dos mil catorce, unos cardos
que estaban en la huerta de mi abuelo. Esos cardos estaban rotos porque
en Ágreda había muchos topillos y ratones. A mucha gente le dan miedo
los ratones y, a veces, cuando la gente entra en su casa, se pilla el pie con
la trampa para ratones.
Yo pensaba que el Ratoncito Pérez había tenido hijos, pero no, no los
había tenido, venían de otros pueblos. También podía haber pasado que
las serpientes de otros años se hubieran comido a los ratones, pero este
año, no, no ha pasado nada de todo esto y… yo también tengo miedo a los
ratones.
Como no sabía nadie qué hacer, el alcalde puso unos carteles para
reunirse todo el pueblo en el ayuntamiento. Fueron hasta los niños y,
como se aburrían, salieron a la calle a jugar. Estábamos jugando a vacas
pero hubo un momento que todos entramos para escuchar al alcalde. En
ese momento dijo que nosotros, los niños, éramos los únicos que
podíamos salvar todos los cardos. Sólo seis de nosotros fuimos. Nos
preguntaron los nombres y dije:
- Yo me llamo Maca, ella Triana, la de la coleta, Anastasia, la del pelo
suelto Jara, ese chico se llama Fran y el del chándal azul, Álvaro.
- Yo soy el alcalde, dijo.
- Ya lo sabemos.
- Bueno, Maca, Triana y Jara pensaréis una idea para eu los topos no
se coman los cardos. Fran, Álvaro y Anastasia, tendréis que buscar
los materiales para las ideas que tengan.
Al día siguiente, como todos los días, fuimos a clase y le preguntamos a
nuestro tutor:
- José Mari, lo que nos mandaron ayer, ¿lo tenemos que hacer como
un trabajo?
Nos dijo que no. Luego nos contó que había que hacerlo pensando y
trabajando como si fuéramos a ganar dinero.
Triana, Jara y yo pensamos ideas hasta por whatasapp. Teníamos tres
ideas. Hicimos unas votaciones para ver cuál quería la gente, pero primero
tenían que saber las ideas. Yo les dije:
- La primera es tapar los cardos con tierra y poner un plástico
envenenado encima. En la segunda, también hay que tapar los
cardos con tierra y pintar cardos en gomaespuma y con eso tapar
los cardos de verdad. Y en la tercera, hay que meter los cardos bajo
tierra y encima poner cardos de plástico.
La gente eligió la segunda y la hicimos. Tuvimos que hacer esto
aproximadamente cien veces.
En las afueras del pueblo presentíamos que había serpientes, pero si había
o no, lo teníamos que hacer igualmente. Las últimas huertas fueron las de
mi amiga Marta y la de mi abuelo Juan. Esas dos eran las más difíciles.
Cuando terminamos fuimos a nuestra casa en coche y, por la tarde, nos
invitaron a una fiesta en la Dehesa con todos nuestros amigos.
por RODRIGO
En invierno mi abuelo se levantaba muy pronto para ir a la
huerta para recoger los cardos que había plantado en otoño.
Después de unas horas, llamó a sus nietos para que fueran a su
casa para comer los cardos que había traído del huerto.
Más tarde llegaron, se sentaron en la mesa para comer los
cardos. Su abuela Teresa les hizo una comida especial. Cuando
se las dio a sus nietos, le dijeron: ”Abuela y abuelo, a partir de
mañana os ayudaremos a sacar los demás cardos”.
Al día siguiente, al salir el sol, fueron juntos a coger más cardos.
¿Sabéis cuántos cogieron? ¡Setenta y cinco cardos!
Por la tarde, unos chavales saltaron a la huerta
y cogieron los demás cardos. Cuando se fueron
a casa, justamente estaba entrando mi abuelo
con sus nietos. Como el abuelo era muy bueno
y tenía mucha educación, les dijo:
“La próxima vez que os vea, hablaré muy
seriamente con vuestros padres”.
Y tuvieron que devolver los cardos que estaban
robando.
por CLAUDIA
Erase una tarde muy fría de otoño. El viento soplaba muy fuerte,
meneando las hojas de los árboles. Mi abuelo y yo disfrutábamos frente al
fuego de la chimenea encendida en su casa. Mi abuelo me contaba cosas
de antes: cómo vivían, cómo ayudaban a sus padres en las labores de casa,
del campo…
De repente el viento dejó de soplar y salió el sol. Entonces mi abuelo me
propuso ir a su huerta y a ver todo lo que su padre le había enseñado. Me
quede profundamente impresionada, yo sabía que mi abuelo era el mejor
agricultor del mundo, pero aún así me sorprendió. En la huerta había toda
clase de verduras y hortalizas: lechugas, tomates, zanahoria, borraja,
acelga…Pero ¡no había ningún cardo! Le dije a mi abuelo:
- ¿Por qué no plantas cardos?
- Anda, tienes razón , es buena idea.
A la semana siguientes, mi abuelo se puso manos a la obra . A las dos
semanas de haber plantado los cardos una plaga de topillos acabó con las
plantas
Durante los siguientes años , intentó conseguir cultivar cardos, pero los
topillos volvían a aparecer todos los años y acababan con la ilusión de mi
abuelo
Mi abuelo se quedó muy triste porque no pudo hacer realidad la ilusión de
su nieta.
Sus nietos no lo podían ver así, por lo que se pusieron manos a la obra.
- No te preocupes, abuelo, nosotros te ayudaremos.
Durante las semanas siguientes, los nietos estuvieron haciendo ensayos
para crear un producto que hipnotizara a los topillos y que impidiera que
se pudieran comer los cardos. El abuelo se ilusionó mucho y ese año volvió
a cultivar los cardos.
Echó el producto que sus nietos se habían inventado en la tierra y ese año,
produjo miles y miles de cardos. Mientras tanto, al resto de agricultores
de Ágreda los topillos les volvieron a comer los cardos. Entonces
acudieron a mi abuelo para que les explicara por qué se habían comido los
cardos. El abuelo, como era muy buena persona, les ayudó y a cada
agricultor le regaló un bote con el producto que sus nietos se habían
inventado.
El abuelo se hizo amigo de los topillos y les daba de comer las verduras y
las frutas que se le estropeaban en el huerto. Los topillos estaban
contentos y nunca volvieron a destrozar las cosechas de Ágreda. El
alcalde, muy contento, mandó hacer un monumento a los nietos y lo
colocó en medio de la Plaza Mayor del pueblo.
por CRISTINA
Cuando llegó el otoño, mi abuelo se fue al huerto, y sembró unos cardos y
yo fui con él en el coche.
¡De repente apareció un ladrón! ¡ Y robó todos los cardos de mi abuelo!
Yo le chillé y dije:
- ¡Dale los cardos a mi abuelo! Si no, vas a la policía.
Entonces caí en una trampa que había preparado el ladrón y no podía
salir.
- ¡Ayuda, ayuda!, grité con todas mis fuerzas.
Y mi abuelo llamó a la policía. El ladrón fue a la cárcel y le devolvió los
cardos. A mí me salvaron y me puse muy contenta.
Mi abuelo y yo nos fuimos a casa y comimos los cardos junto con toda la
familia. Después nos fuimos al parque a jugar, a comprar y a casa.