LA SACA DE LAS YEGUAS - MARISMAS DE DONANA

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LA SACA DE LAS YEGUAS EN LAS MARISMAS DE - DONANA J. CARLOS GONZÁLEZ FARACOy MICHAEL D. MURPHY Fotografías: M. a Ángeles Garrido y Eduardo Fernández INTRODUCCiÓN Por San Pedro se celebra en AI- monte, sureste de la provincia de Huelva, una Feria que antaño era, por encima de todo, un mercado ga- nadero, tal como acontecía en otras muchas ferias. Con el tiempo , la Feria fue perdiendo este carácter para irse transformando en una ce- lebración lúdica, en perjuicio de la compra-venta de animales que, en un principio, se realizaba en el cora- zón mismo del recinto ferial, bajo en- debles sombrajosconocidos por «ahí- gueritas». El mercado pecuario, la llamada «Feria de los Burros », fue drásticamente separado del espacio festivo hasta ser, al fin, expulsado de él por razones sanitarias, cuando ya había decaído en su importancia económica sensiblemente. La Feria se convirtió en un tiempo de diver- sión en el que la actividad ganadera iba quedando en un vago recuerdo que sólo evocaban los escasos gru- pos gitanos que aún segu ían acer- cándose al pueblo con sus recuas, los coloristas paseos a caballo por las mañanas en El Real o, por las tardes, las vibrantes carreras de cin- tas, en las que los jinetes probaban su destreza y tino al galope tendido, ante un público expectante. La Feria se había vuelto «Feria de las gam- bas», en ingeniosa alusión a la abun- dancia de estos deliciosos mariscos en las mesas de las casetas y, en ge- neral, al consumo conspicuo de bebi- das y comidas. Sin embargo, la Feria de Almonte siempre tuvo un componente excep- cional e insólito que ha perdurado, aunque no ha sido inmune a estos y otros cambios acaecidos en la vida de la comunidad: el anual rodeo de los caballos asilvestrados que pastan todo el año, en libertad, en las Ma- rismas que , desde hace tres déca- das, forman parte del vecino Parque Nacional de Doñana. Poco antes de las festividades, los jinetes «saca- ban» de sus querencias en esos pagos a yeguas y potros y los condu- cían , tras varias leguas de camino, hasta los corrales de la población para practicar ciertas tareas ganade- ras (la tusa , el herrado, etc.) y reali- La saca en la marisma de Hinojos en las primeras horas del día. 33

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LA SACA DE LAS YEGUASEN LAS MARISMAS DE-DONANA

J . CARLOS GONZÁLEZ FARACOy MICHAEL D. MURPHY

Fotografías: M.a Ángeles Garrido y Eduardo Fernández

INTRODUCCiÓN

Por San Pedro se celebra en AI­monte, sureste de la provincia deHuelva, una Feria que antaño era,por encima de todo, un mercado ga­nadero, tal como acontecía en otrasmuchas ferias. Con el tiempo , laFeria fue perdiendo este carácterpara irse transformando en una ce­lebrac ión lúdica , en perjuicio de lacompra-venta de animales que, enun principio, se realizaba en el cora­zón mismo del recinto ferial, bajo en­deblessombrajosconocidos por «ahí­gueritas». El mercado pecuario, lallamada «Feria de los Burros », fuedrásticamente separado del espaciofestivo hasta ser, al fin, expulsado deél por razones sanitarias, cuando yahabía decaído en su importanciaeconómica sensiblemente. La Feriase convirtió en un tiempo de diver­sión en el que la actividad ganaderaiba quedando en un vago recuerdoque sólo evocaban los escasos gru­pos gitanos que aún segu ían acer­cándose al pueblo con sus recuas,los coloristas paseos a caballo por

las mañanas en El Real o, por lastardes, las vibrantes carreras de cin­tas, en las que los jinetes probabansu destreza y tino al galope tendido,ante un público expectante. La Feriase había vuelto «Feria de las gam­bas», en ingeniosa alusión a la abun­dancia de estos deliciosos mariscosen las mesas de las casetas y, en ge­neral, al consumo conspicuo de bebi­das y comidas.

Sin embargo, la Feria de Almontesiempre tuvo un componente excep­cional e insólito que ha perdurado,aunque no ha sido inmune a estos yotros cambios acaecidos en la vidade la comunidad: el anual rodeo delos caballos asilvestradosque pastantodo el año, en libertad, en las Ma­rismas que, desde hace tres déca­das, forman parte del vecino ParqueNacional de Doñana. Poco antes delas festividades, los jinetes «saca­ban» de sus querencias en esospagos a yeguas y potros y los condu­cían , tras varias leguas de camino,hasta los corrales de la poblaciónpara practicar ciertas tareas ganade­ras (la tusa, el herrado, etc.) y reali-

La saca en la marisma de Hinojos en las primeras horas del día.

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Las tropas de yeguas van abandonando la marisma.

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zar act ividades de compra y venta.Aunque ha pasado por altibajos , este«otro mercado » de ganado marisme­ño se ha manten ido y ahora vive unaauténtica resurrección . Hasta talpunto que se está convirtiendo, para­dójicamente, en el nuevo signo deidentidad de la Feria , a la que bienpodríamos llamar ya la «Feria de lasYeguas».

Este aparente regreso a los oríge­nes ganaderos de la Feria es sólo re­lativo. El tiempo no corre en balde yla economía de la zona ha evolucio­nado considerablemente, gracias alas rentas del turismo y de otros sec­tores emergentes. Así que lo queantes era una actividad básicamenteeconómica, magro complemento delas rentas agrarias para los peque­ños y medianos propietarios (<< pelen­tr ines », en términos populares) , haido siendo redefinida como fenóme­no cultural enraizado en la tradición yseña de identidad local.

En esa interesante reconversión ,han jugado también un papel funda­mental las tensiones entre ganade­ros y autoridades protectoras, pocoproclives, en general, a facilitar el usode las tierras del Parque para otrosfines que no sean los que ellas esti­man estrictamente conservacion is­tasoLos ganaderos, cuyo número hacrecido ostensiblemente, al tiempoque ha mermado, hasta casi desapa­recer en casos, su dependencia delas rentas agropecuarias, han vistoestas actitudes proh ibitivas de losgestores del Parque como una usur­pac ión de sus derechos históricos.Los conflictos han menudeado hastallegar, hace algunos años, en mediode una pro longada sequ ía, a ungrave enfrentam iento del que diocuenta la prensa, a resultas del cualvar ias decenas de ganaderos han

sido juzgados y condenados. Toda­vía el pleito, recurrida la sentenciainicial, no ha concluido.

Los ganaderos, constituidos enAsociación , han encontrado frecuen­temente un muro institucional, pocopermeable, en la Administración deDoñana, que sigue observándoloscomo un potencial peligro para laconservación de los ecosistemas. Talpercepción no hace más que entur­biar las relaciones del Parque con lascomunidades locales y provocar dis­

.cord ia entre ganaderos y funciona-rios. Su apego a normas de gestióndel medio natural muy patrimonialesles impide tener una comprensiónglobal y diáfana del significado histó­rico, y por tanto dinámico, de la acti­vidad ganadera en la Marisma.Cuando estud iamos las reglamenta­ciones esgrimidas por los gestores,como el actual proyecto de Plan Ga­nadero, observamos la persistenciade premisas basadas en informaciónecológica insuficiente y de análisisen los que no suele contar el com­plejo sentido cultural de un fenóme­no, como la ganadería marismeña,inseparable de un contexto socialcambiante.

La Marisma, que ha sido tradic io­nalmente una finca ganadera, a laque se accedía, por su límite Nortedesde El Rocío -también una esta­ción ganadera en su origen-, está ín­timamente ligada a esta actividad pri­mar ia en la que han participadociertos sectores de las comunidadescercanas desde muy antiguo. Su re­forzamiento actual como elementocentra l de su identidad social , frentea intromisiones de poderes extraños,en la dirección marcada por la evolu­ción de los ritos rocieros, es, no cabeduda , un giro histórico relevante delque debieran tomar nota quienes di-

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rigen los destinos del Parque. Estambién una muestra muy notable decapacidad de producción cultural co­munitaria, ante agudos cambios eco­nómicos , terr itoriales, sociales y deestilo de vida. Por eso, la cría de ye­guas y caballos en las Marismasdebe seguir representando, bajo laslógicas condiciones de regulac ión,un aliado fundamental para la con­servac ión de Ooñana en tanto quesistema biológico y cultural diverso yvariable.

LA NATURALEZA Y EL HOMBREEN OOÑANA

Ooñanaes un Parque Nacional deunas 50.000 ha, incrustado entre eltramo final de la margen derecha delGuadalquivir y las playas atlánticasque van desde la urbanización turís­tica de Matalascañas (del municipioonubense de Almonte) hasta la de­sembocadura del río, con la gadita­na Sanlúcar de Barrameda en la otrabanda. Bajo el mítico nombre de 00­ñana se amparan hoy dos unidadesambientales distintas que , en otrotiempo, fueron asiento de dos modosdispares de entender y practicar laconvivencia del hombre con la natu­raleza. Nos referimos a las arenasboscosas y a las marismas. No cabe,por tanto, confund ir las tradiciones,usos , costumbres y estilos de vidavinculados a las zonas arenosas y alas zonas encharcables. Incluso, elproceso de organización e institucio­nalización terr itor ial ha seguido , encada una de ellas , trayector ias pre­vias diametralmente opuestas.

En efecto, la larga lengua areno­sa que va de Norte a Sur, hasta des­parramarse frente a la costa atlánti­ca , en las otrora conoc idas por

Playas de Castilla, sufrió desde tiem­pos muy tempranos un control seño­rial que pers istiría por siglos . Entorno a 1309, unas 25.000 ha. deestas arenas salpicadas de arbole­das, sotobosques y past izales que­daron acotadas como «dehesa", tér­mino que, como es sabido , es másjurídico y social que foresta l, almenos en su origen etimológico ehistórico. En ese año de 1309, Fer­nando IV dona a Juan Alonso deGuzmán, hijo del famoso Guzmán El

Las yeguas por las calles de la Aldea del Rocío.

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Bueno, las dehesas del Carr izal y laFiguera con lindes muy precisas ycon un régimen legal diferente a lasáreas adyacentes. Comienza así lahistoria de Doñana como Coto confines cinegéticos para uso exclusivode la aristocracia primero y, después,de la oligarquía agraria andaluza consignificativa presencia de familias deorigen británico-jerezano. Doñana seconvierte así en un vasto lat ifundiosin utilidad agrícola reconocida en elque se va configurando un sistemade custodia y represión que impida olimite la explotación de sus recursospor los vecinos de las comunidadespróximas. En consecuencia, la regla­mentación institucional que conlleva­rán la creación del Parque en 1969 ysu reclasificación ulterior de 1979 noserán novedad alguna , al menos encuanto a la pers istencia de prohibi­ciones y controles del uso público deesas tierras.

Parece que estas primeras nor­mas restrictivas se acentúan a partirdel siglo XVII. En sus inicios, el VIIDuque de Medina Sidonia, propieta­rio de esos arenales y Señor de unextenso Ducado , con sede en San­lúcar y en el que se alzaban nume­rosas poblac iones , dedica una de­pendencia del recién construido" Palacio» (hoy, sede de la ReservaBiológica de Doñana del C.S.J.C.) acárcel y dicta normas rigurosassobre la caza , la ganadería y el tra-

siego de gentes por su propiedad. Esen ese siglo, año de 1624, cuando vi­sita el Coto el rey Felipe IV para unamontería en la que también se dieronopíparos banquetes, agasajos y ce­lebraciones festivas. En los siglos ve­nideros, nobles de alta alcurnia ypersonajes de postín seguirían acer­cándose a Doñana para el recreo ola caza. A fines del pasado siglo y acomienzos de esta centuria, sucesi­vos monarcas, Alfonso XII y conmayor reiteración Alfonso XIII, pasa­rían también por el Coto para practi­car su afición cinegética. Esta largatradición , que vincula a altas perso­nalidades del Estado con este territo­rio, se ha manten ido, a pesar de laactual conversión de Doñana en bienpúblico de interés ecológico.

La estrecha relación de Doñana(como Coto o como Parque) con elpoder político y/o económico pareceser una de sus notas más reiteradasy fuente constante de controversias.Seguramente , su acotamiento y usocinegético privado provocó ya desdeel siglo XVII un ••ant idoñan isrno»,según la expres ión del profesorOjeda, que habría de perdurar, laten­te unas veces, manifiesto otras. Estasituación, que a veces alcanzaríauna intensa acritud, va contribuyen­do también a generar antagonismosde todo género: el guarda a sueldodel propietario frente al cazador fur­tivo o el recolector ilegal de produc­tos animales o vegetales; el Ducadofrente a los Concejos municipalesdisputándose el dominio de las fran­jas fronterizas de territorio; el controlsimbólico de la tierra a través de losrituales religiosos (caso del Rocío) y,en algunos casos, el hambre y la ne­cesidad de subsistir frente al lujo y alos privilegios de los propietarios.Para comprender esta serie casi in­terminable de 'escenarios conflicti­vos, es menester saber que las co­munidades aledañas a Doñana -congran variabilidad entre ellas, es cier­to- se basaron durante largo tiempo,hasta las últimas décadas delsiglo xx, en economías agrarias muyfrágiles, cargadas de incertidumbre yde regulares etapas de indigenc iaque alcanzaban de lleno a los am­plios sectores de braceros e inclusoa los pequeños propietarios. Los pro­ductos naturales del Coto eran, pues,un recurso potencial y en ocasionesla única despensa con la que com­pensar las malas cosechas o losmenguados e irregulares jornales.Podemos incluso hablar de un pe­queño grupo humano, sin vinculaciónsignificat iva con la agricultura, quetenía en esos pagos silvestres suúnico sustento posible , caso de losantiguos pobladores de la aldea delRocío.

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Doñana representaba, por tanto ,un cierto complemento económicopara un grupo relativamente signifi­cativo de agricultores , con peso va­riable según su estrato social y la co­yuntura económica que sobreviniera,y una base imprescindible para la su­perv ivencia de un pequeño sectorsocial carente de propiedades y abo­cado a una vida muy precaria. Enambos casos, no se aplicaba a la na­turaleza una percepción productivistani mercant il e, impl ícitamente, éstacumplía la func ión de atemperar elriesgo de conflicto social, tan fre­cuente en economías socialmenteinjustas y de productividad muy ines­table.

El análisis histórico de la caza esuna buena ilustración de algunas deestas bipolaridades enunciadas y, dealguna manera, de las mismas señasde identidad histórica de Doñana .Recordemos que este Parque fueoriginalmente un cazadero real quecomprend ía varias dehesas y, mástarde, Coto por varios siglos . De unlado, estaba la caza deportiva, enmanos de la aristocracia y la alta bur­guesía, y del otro, la caza como pro­ducto de la naturaleza que se obtie­ne clandestinamente en un lugarvedado para la mayoría. En este se­gundo polo, hay incluso que diferen­ciar al campes ino de pequeñas omedianas propiedades del simplebracero. El primero recurre a la cazafurtiva ocasionalmente, al amparo desus actividades agropecuarias en elCoto, cuando le era permitido reali­zarlas. El furtivo profesional es caza­dor nato, habitual, que abate un cier­vo o un jabalí para aportar proteínasa su familia o para hacer contraban­do en la localidad de la que procede:no pasa de ahí la comerc ializaciónde la presa cobrada. El furt ivismoaún persiste, pero, a estas alturas, ya

no obedece a razones de estrictasubsistencia , aunque el mercado dela carne de ciervo , jabal í o ánsar enalgunos municipios cercanos es rela­tivamente importante para algunasfamilias. Se trata más bien de un re­siduo cultural en algunos casos y deuna manifestación, más o menosconsciente, de rivalidad y enconofrente al Parque, en otros.

El otro gran ecosistema que con­forma el Parque Nacional es la Ma­risma, unas treinta mil hectáreas dearcillas encharcables que, de Norte aSur, corren paralelas al Coto. A dife­rencia de las áreas arenosas , másfrecuentadas, explotadas, sometidasa sucesivos y estrictos regímenes depropiedad privada y, por tanto, muydisputadas, las llanuras marismeñasgozaron largo tiempo de formas depropiedad más livianas: eran una ex­tensión insalubre, inhóspita e imprac­ticable para la tecno logía agrariatradicional, abierta y con límites inde­cisos, donde el horizonte sólo se adi­vina y donde cielo y tierra llegan enla lejanía a confundirse. Hasta finalesde los años cincuenta no se consi­gue, por ejemplo , erradicar de estasáreas (tildadas , en los documentos,de «pantano pestílente ») el temib lepaludismo -Ias fiebres tercianas, enel deci r popular-, gracias a la intro­ducción de un pez foráneo, la gam­busía.

Por todo ello, la Marisma no des­pertó hasta muy tarde el interés porsu apropiación privada para aprove­char su caza (aves acuát icas sobretodo), sus pastos para el ganado osus suelos para el cultivo. La comu­nalidad era el régimen de propiedadmás habitual, por lo que el accesopúblico era relat ivamente fácil. Aúnhoy resta una vasta porc ión de Ma­risma en manos municipales: las casinueve mil hectáreas que ocupa la

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Las yeguas se congregan junto al santuario de la Virgen del Rocío.

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Marisma de Hinojos, pertenecientesa los propios de ese Ayuntamiento,todas ellas incluidas en el ParqueNacional. Sin duda, el principal apro­vechamiento fue, desde un principio,el ganadero, junto a una variadísimagama de actividades - reguladasunas veces, toleradas otras, clandes­tinas en ocasiones- como la caza deaves, la pesca de sanguijuelas, galá­pagos y anguilas, la recolección decaracoles, huevos de anátidas y fo­chas, y la siega de aneas, castañue­las u otras plantas.

EL GANADO MARISMEÑO

La cría de ganado está asociada alos llanos marismeños desde muy re­mota época. Además de las legenda­rias referencias a los toros del nomenos legendario monarca tartéssi­ca Gerión, se tienen noticias del uso

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que de los pastos de la Isla Mayordel Guadalquivir hicieron los árabespara una importante camada de ye­guas de vientre -se habla de hastatres mil-. Pero, más que eso, convie­ne recordar la influencia directa delos usos ganaderos con las vacas ycaballos del Bajo Guadalquivir en nu­merosas áreas de América durantela colonización española. Se sabeasimismo que los pueblos vecinoshan venido usando también estas yotras áreas para la cría extensiva decerdos , ovejas , cabras , vacas y ca­ballos, y que la Marisma, duranteaños , fue destino del ganado delabor de Sevilla y de rebaños trashu­mantes del centro y norte de la Pe­nínsula acogidos a la legislación dela Mesta . Algunos expertos opinanque la variedad de ganado bovino dela Marisma, la conocida «vaca maris­meña " o «mostrenca" -enjuta, deamplia y destartalada cornamenta y

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esquiva de carácter-, puede proce­der de los ejemplares de estos reba­ños trashumantes que quedabanperdido s o abandonados por unospropietarios que quizás no siemprese servían de los pastos dentro de lalegalidad. Esta procedencia explica­ría el apelativo de «mostrenca», másque su conducta asilvestrada, «cerrile indómita». La Marisma , además ,ha venido siendo, al menos desde lamitad del siglo pasado, zona depasto para toros de lidia, quién sabesi herederos de aquellos que apa­centara el rey Gerión.

Pero los cambios de propiedad yuso de este vasto territorio -unas300.000 has a ambas márgenes delrío Guada lquivir- desde mediadosdel XIX hasta la actualidad , no hancesado: el 90 % de esa superficie hasido poco a poco transformada parauso agrario, han nacido nuevos pue­blos en las antes enfermizas lagunasy las zonas libres para el ganado hancasi desaparecido al compás de ladisminuc ión de las propiedades co­munales o municipales. Hoy las Ma­rismas del Bajo Guadalquivir repre­sentan, en una pequeña proporción,un área estrictamente protegida -laincluida en el Parque Nacional- queno llega a las 30.000 ha, mientras asu lado contemplamos un ilustrativoejemplo de lo que es un ambic iosoproyecto de desecación y cultivo deuna zona húmeda litoral.

En efecto, las intervenciones eco­nómicas , los procesos de privatiza­ción, son en la Marisma posterioresa los que se habían aplicado a lasáreas arenosas (el antiguo «Coto deDoña Ana»). La medición y subastaa que son somet idas estas tierras ,con ocasión del nacimiento delNuevo Régimen y su corolario dedesamort izaciones y otras medidaseconomicistas, la convierten, segúnOjeda, en tierra de «señores cercaday prohibida para los medianos y pe­queños». y así se explica, según elmismo autor, que en estas comuni­dades y particularmente en la de AI­monte, todo esto fuera cons iderado«como un latrocinio, como un acto deusurpación, como una muestra deldominio y la rapiña de los poderososfrente al pueblo». No cabe duda, almargen de la exactitud de estasapreciaciones, de que esta sensa­ción ha perdurado en la memoria deestas poblaciones -en particular,entre los sectores más allegados almundo agropecuario-, y se ha veni­do manifestando con tozudez y pe­riodicidad. La traslación de estos vie­jos pleitos al momento prese nte esasí más comprensible, pues, en elfondo, se trata de una periódica re­producc ión de conflicto entre pode­res. El poder municipal , concejil,

local y en casos comunal frente alRégimen señor ial - el Duque y susestados- o al Estado burgués queprotege y acota la naturaleza, siem­pre desde una posición y una culturaelitistas.

En la Marisma y en las prácticasganaderas que en ellas se desarro­llan, estos antagonismos no han de­jado de repet irse. Ciertamente, laMarisma representaba mejor que lasarenas la imagen de «igualitarismo yuso comunal» y de «pionerismo e in­dependencia», de nuevo en pala­bras de Ojeda. No es casual ---comoantes ya se apuntó- el estrecho pa­recido entre los hábitos ganaderosde estos lugares con los del MedioOeste norteamericano o los de lasinmensas extensiones de Los LIa­nas de Venezuela: es seguro que delas Marismas del Bajo Guadalqu ivirsalieron caballos , arreos y artes demanejo hac ia esos terr itor ios tam­bién fronterizos, despoblados yabiertos. También en estas mar is­mas se han dado episod ios depugna entre agricultores y ganade­ros (como entre farmers y cowboys):los primeros, ansiosos por domeñarlas tierras incultas y los segundos,por dejarlas en su estado natural li­bres del arado de posibles colonos .Incontables fueron, por ejemplo, lasdenuncias interpuestas contra veci­nos de Almonte y de otros pueblospor la frecuente invasión con su ga­nado de las parcelas arenosas quecon duro esfuerzo sembraba ungrupo de colonos, llamados a ser elembrión de la «Nueva Población delRocío», auspiciada por el Duque deMedina Sidonia desde 1788. Comohombre de ilustración -y tal vez conel firme propósito de ganar posicio­nes en el litigio territorial que Duca­do y Concejo de Almonte venían li­brando en torno a las llamadas«tierras de la cuesti ón »--, quiso elDuque, con este «plan de coloniza­ción agraria» (precedente de lo quedespués ser ía norma ) human izar ydar utilidad «a un tan cons iderableterreno» que, en su decir, daba penapor verse «despoblado de hombresy poblado de fieras».

El marismeño, el vaquero y el lla­nero son , en el fondo, personajescon estilos de vida que comparten unpatrón común, que sólo en estos es­pacios extensos y de límites difusospuede darse . Todos ellos, diestros yrecios jinetes, emplean una ricagama de vocab los para referirse alos caba llos o a las vacas, distin­guiendo innumerables variedades decapas y señas que al profano pasandesapercibidas. Pueden identificar asus reses en la lejanía, guiados porleves rasgos que sólo unos sentidosmuy avezados pueden captar. Reco-

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Yeguas por una calle de Almonte.

nacen en vastas extensiones, mu­chas veces planas y homogéneas,leves señales que les sirven de refe­rencia o de orientación, e incluso, sevalen de un lenguaje gestual que agran distancia, cuando la voz es in­suficiente , es el único medio de co­municación para indicar un hallazgo,un peligro u otra idea.

Pero volviendo al ganado y sucr ía en estas marismas del BajoGuadalquivir, hemos de decir que, apesar de los cambios acaecidos enla zona, ha persist ido como la acti­vidad tradicional más genu ina deestos parajes desolados y hostiles ,sumergidos durante meses bajo lasaguas o calcinados por el sol mien­tras pasa un largo y duro verano. Yadecíamos que otros usos menorescompartieron siempre con la cría deganado estos humedales, y que apartir de finales del siglo XIX, defini­tivamente y tras muchos proyectosfallidos , grandes obras de ingenie­ría los desecaron y los transforma­ron para su explotación agraria, conespecial énfasis en el cultivo dearroz. Algunos espacios compartenla doble utilizac ión agropecuaria oson dedicados al ganado despuésde un prolongado uso agrícola ; enotros, al arroz ha seguido la pisc i­cultura u otros usos económicos; encasos , se perciben señales eviden­tes de abandono por parte de lospropietarios.

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Pero es el área protegida (la in­cluida en el Parqueo en sus áreas li­mítrofes , también protegidas comoParque Natural desde 1989) dondemás intenso es el uso ganadero tra­dicional, o sea en régimen extensivo,de ganado bovino o caballar más omenos asilvestrado. Las antaño im­portantes piaras de cerdos o reba­ños de ovejas o cabras han cedidosu puesto a vacas y caballos en esemismo orden según la cuantía actual(1777 y 960, respectivamente, enabril de 1999). De cabras tan sóloresta en las zonas aledañasa La Ro­cina un rebaño de importancia. Deovejas, todavía pueden contarse al­gunos centenares de cabezas pas­tando en el centro de la marisma ha­bitualmente y algunos rebaños dediferenteentidad en su zona norte demanera esporádica.

Sólo en contados casos, la gana­dería marismeña ha sido la fuenteprincipal de ingresos de los gana­deros. Ganaderos eran -yen mu­chos casos siguen siendo- los pro­pietarios de las fincas, sus guardas,y muchos vecinos de las local ida­des cercanas. Éstos son los que,como es lógico, han sido más afec­tados por la reducción paulatina delas áreas libres de pasto, fruto de laprivatización de las tierras y de susintensas transformaciones paraotros usos , de lo que ya hemoshecho mención . Pero su presenc iaparece perpetuarse gracias, enbuena medida, a la supervivenciade amplias zonas de propiedad mu­nicipal -Ia Marisma de Hinojos-,aquéllas en las que tradicionalmen­te y por acuerdos interconcejiles sehabía desarrollado esta actividad. Aéstas se van incorporando en losúltimos años las fincas del Parqueadquiridas por el Estado a sus anti­guos propietarios.

En un princ ipio, y quizás hastahace pocas décadas, el significadoeconómico de la cría de ganado eraindiscutible. De ser una parte crucialde las rentas de estos municipios(encasos hasta una cuarta parte en elsiglo XVIII), pasó a ser simple comple­mento de las rentasagrarias, de rele­vancia variable en función del tama­ño de la cabaña. Hoy, sólo unospocos propietarios conservan reba­ños de vacas y de caballos de cuan­tía relevante y se sirven de vaqueroso jinetes asalariados para su vigilan­cia y manejo. El grueso del grupo ga­nadero está compuesto por unanumerosa cohorte de pequeños pro­pietarios, herederos de esa tradiciónpero sin dependenc ia alguna ya delas rentas ganaderas , salvo algunarara excepción. Este sector popularse ha volcado en la cría de vacas,algo más rentables por contar con

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subvenciones oficiales, y en la críade yeguas, por lo que se les conocecomo «yegüerizos». Entre ellos, losde Almonte son mayoría y protago­nistas de ciertas operaciones de ma­nejo de características muy pintores­cas. En particular, el rodeo anual delos animales que pastan en las Ma­rismas, a fines de la primavera, y querecibe el nombre de La Saca de lasYeguas. A ella nos referiremos des­pués.

Si encadenamos toda esta seriede sucesivos hechos y sus corres­pondientes interpretaciones, enten­deremos cómo los conflictos entreganaderos y admin istradores delParque Nacional encuentran expli­caciones plausibles. Se trata del úl­timo acto, quizás (sin contar con lascelebraciones rocieras ), en la yalarga histor ia de desaparición delpoder comuna l y de la indefin iciónde fronteras en tierras marginales yolvidadas que se van conv irt iendoen tierras revalorizadas y del imita­das, por un sinfín de razones históri­cas sucesivas; entre ellas, y por úl­timo, las ecológicas. En este marcoencuentran significado fenómenoscomo el fortalecimiento de la identi­dad local, manifiesto en procesosde apropiación simbólica del espa­cio (por ejemplo, con tácticas topo­nímicas) y de ritualización colectivade ciertas act ividades antes sóloeconómicas (como, por ejemplo, lamisma «saca de las yeguas » de lamarisma); o el recurso a «la tradi ­ción» como manera de hacer valerderechos ancestrales ante los lími­tes jurídicos de uso y tránsito queimpone la paulatina institucionaliza­ción del territorio.

LA SACA DE LAS YEGUAS

Aún no ha amanecido en la Ma­risma, cuando cada 26 de junio losyegüe rizos de Almonte , tras pasaruna noche al raso entre animadoscoloqu ios, alguna que otra copla ymás de un trago de vino, desmontanlos improvisados campamentos ins­talados en la vera y en otros puntosdel llano marismeño, y, desde allí,en pequeños grupos , se aprestanpara localizar las yeguas que andandispersas en sus querenc ias. El la­borioso rodeo de los animales ponea prueba la habilidad de los jinetes,sólo ayudados por una vara de me­dianas proporciones o chivata. Pocoa poco, conforme el sol va ganandoaltura, se van conformando gruposde caballos cada vez más nutridos.Desde el Sur, en las Marism illas oen las Nuevas, desde la Marisma deHinojos, j inetes y animales se vanencaminando hacia el nor te de la

Marisma , entre chapoteos cuandoel año ha sido lluvioso y aún restancharcos en las zonas más bajas , o- lo que es más común- levantandouna densa polvareda sobre el alma­ja y la castañue la agostados por elcalor de junio. En ciertos puntos dela Marisma (Vetalarena, El Corne­jo...) se van congregando las prime­ras tropas para ir, poco a poco, con­fluyendo en las playas del Rocío, ala vista de la ermita de la Virgen. Esallí donde se concentra el gruesodel ganado y es entonces cuandose decide (labor que ya en parte seha realizado marisma adentro ) quéanimales deben segu ir viaje hastaAlmonte y cuáles deben permane­cer en la Marisma. No es tarea sen­ci lla apartar del grupo a aque llosque han de quedarse . Las carrerasse suceden una y otra vez y la ma­nada , inquieta, se agita y llena elaire de relinchos. Inesperadamente,una yegua que se creía separadadel resto vuelve al grupo. Se repitela operación y la tranquilidad sequiebra por unos momentos , mien­tras podemos ver cómo la yegua sealeja arreada por un jinete desde sumontura.

Los yegüerizos, con la cabeza en­vuelta en un pañuelo ajustado bajola gorra, toman posiciones alrededorde cientos de yeguas que apenas seentrevén entre el polvo. No faltan loscomentarios sobre el estado físicode los animales y sobre la calidad delos potricos nacidos en el año. Mu­chos espectadores se acercan , aprudente distancia, a ver el hermo­so espectáculo del rodeo. Hastahace pocos años, presenciarlo eramucho más difícil puesto que lasoperaciones finales se realizaban enel interior de la Marisma de Hinojosy las yeguas, ya seleccionadas, se­guían una ruta distante de la aldeadel Rocío para tomar el camino delos Tarajales y, por fin , llegar hastaAlmonte. Desde hace dos años , laAldea Sagrada se ha convertidotambién en escenario principal de la«saca».

A última hora de la mañana, pre­cedidas por un buen número de ye­güerizos, las yeguas entran en lasarenosas calles del Rocío y son con­ducidas al trote hasta el lateral delSantuario. All í, desde una de laspuertas, abierta de par en par, un sa­cerdote reza una oración y bendicea jinetes y animales . Se leen poe­mas, se dicen salves y se dan vivasa la Virgen, a la que se invoca comoReina de las Marismas y Madre delos Yegüerizos. Terminado este acto,en el que se dan cita muchas perso­nas, las yeguas emprenden viaje, porel camino de los Llanos (el mismoque usan muchas hermandades ro-

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cieras y la misma Virgen en sus tras­lados septenales), hasta la villa deAlmonte, no sin una parada a mitadde trayecto que se aprovecha paraun breve descanso y un agradablerefrigerio bajo el pinar, que recuerdade nuevo las costumbres de los ca­minos rocieros.

La ent rada por las calles de AI­monte es esperada por una muche­dumbre que ocupa esquinas y ace­ras a lo largo de todo el recorrido porel pueblo. La Feria de San Pedroestá al caer y el Chaparral, un llanoarbolado que sirve de recinto ferial,ya está engalanado con farolillos yluces y su per ímetro ya lo ocupanlas casetas. Las yeguas , divididaspreviamente en tropas de un cente­nar de cabezas , más o menos,pasan a pocos metros de ellas y, sindetenerse, van circulando entre lagente, como si el mundo natural dela marisma se trasladara a las callesdel pueblo. La mayoría de los anima­les termina en unos corrales queestán a las afueras del casco urba­no, donde , al día siguiente, tendrálugar la «tusa» : el corte de las crinesy las colas para evitar que, de nuevoen la Marism a, su abundante peloprovoque problemas a los animalesen las alambradas o en los altos ma­torrales espinosos. Los potros nue­vos, tras una dura pugna por sepa­rarlos de sus madres en el corralatestado de yeguas, serán marca-

dos a fuego por sus propietarios ylos niños, en un ritual simbólico deposes ión, los montarán por unosinstantes. En la improvisada cantina,bajo ramas de eucal ipto, o en losmismos corrales, tienen lugar tam­bién los tratos de compra-venta, enun ambiente festivo. No lejos, algu­nas familias gitanas , como ha sidocostumbre en la Feria desde sus ini­cios, también ponen sus bestias a lavista de todos en un paralelo merca­do ganadero.

No faltan otros alicientes a estaslabores, que ocupan varios díasantes de que las yeguas sean de­vue ltas a la Marisma. Desde hacealgunos años, se vienen celebrandoconcursos para premiar la «autenti­cidad racial» del ganado, en los queviejos yegüerizos y técnicos cualifi­cados clasif ican, siguiendo un su­puesto patrón morfológico óptimo, aaquellas yeguas que optan a los pre­mios. Además de los cambios habi­dos en la saca, convertida, de algúnmodo, en un ritual asociado almundo rociero, y de ese modo ha­biendo visto reforzado su carácterde tradición y de fiesta por encimade su sent ido económico, hay quedestacar este empeño por recupe­rar las señas del ganado marisme­ño autóctono . Aunque nadie afirmaque se trate de una raza específica,todo indica que las yeguas marisme­ñas más genuinas tienen caracterís­ticas fisonómicas propias (como, porejemplo, el casco más ancho de locorriente) y un tempe ramento par­ticular, amén de una gran resistenciay una extraordinaria adaptabilidad aeste espacio tan hostil. Es bien sa­bido que sólo los caballos nacidos ycriados en la Marisma son capacesde sobrevivir en ellas, la mitad deaño hundidos en el fango y el agua,y la otra mitad, en medio de una lla­nura cuarteada sobre la que el solse desp loma inmisericorde y soncontadísimos los bebederos. Eneste empeño por preservar estas va­riedades, sean vacas o caballos,marismeñas se han interesado, in­cluso, los científicos de la ReservaBiológica. En estos momentos desa­rrollan un programa que pretende,entre otras cosas, proporcionar se­mentales a los ganaderos privadospara que renueven su cabaña y re­cuperen, poco a poco, el ganado au­tóctono, cuyo mestizaje en el recien­te pasado ha sido muy severo.

A MODO DE EPílOGO

Salvo las «rapas das bestas» quese celebran en algunos lugares dela Galicia rural, nada parec ido a la«saca de las yeguas» de las rnaris-

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mas de Ooñana resta ya en nuestrageografía. Es, pues, una reliquia delpasado cuya trascendencia históricaestá estrechamente relacionada conlas costumbres ganaderas de regio­nes similares del continente ameri­cano . Nadie duda -y ahí están lasinvestigaciones de geógrafos y an­tropólogos tejanos para probarlo­de que los modos peculiares de ma­nejar el ganado en las planicies in­teriores de Extremadura, Cast illa yPortugal y en las zonas bajas del li­toral atlántico, singularmente lasMarismas del Guadalquivir, tienensu correspondiente correlato en re­giones ecológicas comparables deAmérica Latina. Arneses para loscaballos, artes para su manejo , to­pónimos y un sinfín de elementosde la cultura ganadera del BajoGuadalquivir viajaron , junto a losanimales, hasta el Nuevo Continen­te desde el siglo XVI. Pero, por sifuera poco, a la importancia históri­ca de esta singular ganadería devacas y yaguas asilvestradas, hayque sumar su sorprendente persis­tencia en el tiempo hasta llegarhasta nuestros días.

Los agudos cambios económicossufr idos por esta región , que hoysuele identificarse como Comarca deOoñana, desde finales de los añossesenta han afectado a todos y cadauno de los aspectos de su vida. Lacreación de un Parque Nacional ,entre otras intervenciones de grancalibre (urbanizaciones tur ísticas ,masif icación de la Romer ía delRocío, agricultura bajo plástico, etc.),ha contribuido a una reorganizacióndel territorio y sus usos que está to­davía en pleno y, a veces , preocu­pante desarrollo. Sin duda , todosestos factores han influido en unasprácticas ganaderas que ya veníancambiando desde tiempo atrás. Pocoa poco, su sentido económico priori­tario ha ido dando paso a un sentidocultural preponderante que se obser­va también en las «rapas» gallegas.La cría de vacas y, sobre todo, de ca­ballos en las marismas de Ooñana,con su momento álgido en la anual«saca de las yeguas », pocos díasantes de la Feria de Almonte, consti­tuye hoy un espléndido ejemplo de ri­tualización de una tradición ganade­ra, que se reorienta siguiendo elpatrón cultural más importante de laidentidad social de esta comunidad:El Rocío. Tal reorientación prestauna inestimable ayuda a los ganade­ros en la defensa de sus derechosante las prohibiciones y las restric­ciones que la Administración delParque, bajo razones institucionalespropias , intenta imponer. Como yahemos reseñado antes, el conflicto yel disenso se han vuelto cotidianos

entre yegüerizos y gestores de 00­ñana.

Redefin ida y reforzada comoparte de la identidad cultural , la«saca de las yeguas » ha llegado aser el elemento distintivo y el sucesomás esperado de las fiestas patrona­les, pero además se ha vinculadocon los ritos rocieros , y no sólo demanera virtual, sino incluso física ­mente, al celebrar parte de sus ope­raciones al costado mismo del San­tuario de la Virgen. Tal circunstancianada tiene de extraña puesto que, ensu origen, esta aldea, hoy tan conoci­da y visitada, fue uno de los accesosfundamentales del ganado a las tie­rras de Ooñana. De hecho, como haargumentado el antropólogo J. M.Comelles, la devoción popular a laVirgen , Patrona de Almonte , tuvomucho que ver, en sus comienzos,con las disputas que entonces menu­deaban entre los concejos locales yel poder ducal por esas franjas detierra fronteriza donde se ubicaba laprimitiva ermita de diez varas. Gana­do, Marismas y Rocío eran entonces,y vuelven a ser de nuevo, tres esla­bones de una misma cadena culturalque los yegüerizos defienden contraviento y marea , como herencia co­munitar ia y también como compo­nente legítimo de la vida en las Ma­rismas de Ooñana.

La tusa se realiza en los corrales.

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