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LA RELIGION NATURAL

MI TESTAMENTO

ENSAYO SOBRE LA HISTORIA NATURAL

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MI TESTAMENTO •

POR

JEAN MESLIER Cura de Etrepig ny

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ENSAYO SOBRE LA HISTORIA NATURAL por JUAN de ANTiMOINE

, . NOVISIMA EDICION

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CASAS EDITORIALES MAUCCI HERM.0'é HIJOS'\? MAUCCI HERMANOS

BUENOS-AIRES ¿\_ M É X l C O (.•lle Rlv•d•vl•. /4J5 Primer• del Reloz. 1

JOSE LOPEZ RODRIGUEZ HA AA NA

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PREFACIO

La humanidad es desgraciada porque desconoce la N'atu­raleza. Nuestro espiritu está de tal modo infectado de pretJcu­paciones, que se le creería perpetuamente condenado al error; tiene tan fuertemente sujeta la venda de la opinión con la que se le cubre desde la infancia, que con mucha dificultad sP- la puede quitar. Una levadura peliqrosa se mezcla en todos sus conocimientos y necesar-iamente los hace vacilantes, osr:uro3 y fal sos. Por mayor desgracia, el hombre quiso trapasar los li­mites de su es fera, intentó lanzarse más allá 'del mundo visible, y continuas, crueles y repetidas caídas le han advertido inútil­mente la locura de su intento. Quiso ser metafisico antes de ser fisico ; despreció las realidades para soñar con las quimeras ; despreció la experiencia para llenarse de sistemas y conjeturas; no se atrevió á cultivar su razón, contra la cual creyeron nece­sario prevenirle oportunamente, pero pretendió investigar su destino en las regiones imaqinarias de otra vida antes de pen­sar en ser feliz en la sociedad en que vivfa. En una palabra, el hombre desdeftó estudiar la Naturaleza para correr en pos de fantasmas que, semejantes d los fuegos fatuos que el viajero en ocasiones observa durante la noche, le asustaron, le deslum­braron y le hicieron abandonar el sencillo camino Id e la verdad, que es el único por el cual se puede lleoar d la felicidacl.

Es útil, pues, ver el modo de destruir los prestiqios que no sirven sino para extraviarnos. Tiempo es ya de sacar 'de la N a­tu raleza remedios para combatir los males que el fanatismo nos ha causado. La razón, guiada por la experiencia, dt>be ata­car en su ori{)en las preocupaciones de que el género humano ha sido dctima durante larqo tiempo . lla tocado la hora de

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que la razón, injustamente degradada, deje ese tono pusiláni­me que, wntinuando , la harla cómplice de la mentira y del delirio.

La ver.dad es una , es necesaria al hombre y no se la puede contradecir nunca. Su poder invencible se hará sentir tarde ó temprano. Es preciso manifestársela á los mortales; hace falta demostrar sus bellezas, con objeto de emanciparlos del vergon­zoso culto que rinden al error, que con demasiada fr ecuencia usurpa homenajes bajo las apariencias de la verdad; su brillo no puede herir más que á los enemigos del género humano, cuyo poder no subsiste sino por mérito de la noche oscura que esparcen sobre los espíritus.

No es á estos hombres malvados á quienes la verdad debe ha­blar: su voz no puede ser oída más que por los corazones hon­rados, acostumbrados á pensar, bastante sensibles para abru­marse de las calamidades sin número que la tiranía religiosa y política hace sufrir á toda la Tierra, y suficientemente ilus­trados para advertir la inmensa y pesada cadena de males que el error hizo sufrir en todo tiempo á los consternados humanos.

Sólo al error se deben las opresoras cadenas que los tiranos y los sacerdotes forjan por do quiera á las naciones; al error, la esclavitud en que han caído los pueblos que la Naturaleza desti­naba á trabajar libremente en pro de su felicidad; sólo al error, tenemos que atribuir esos terrores religiosos que hacen que los hombres se aniquilen en el temor ó se destruyan rnutualmente por fantá sticas quimeras; al error, estos odios inveterados, es­tas persecuciones bárbaras, estas matanzas continuas, "Stas re­pugnantes tragBdias en las cuales, con pretexto de los intereses del Cielo se convierte la Tierra en teatro de enormes monstruo­sidades. A los errores consagrados por la religión se deben la ignorancia y la incertidumbre en que el hombre está respecto á sus deberes más evidentes, á sus más claros derechos y á las verdades más demostradas; el hombre, ya no es, por lo'das par­tes, sino un cautivo degradado, desprovisto de grandeza de al­ma, de razón y de virtud, á quien inhumanos carceleros no per­miten nunca ver el dia.

Intentemos pues, apartar las nubes que impiden al hombre de marchar con paso seguro por el sendero de la vida ; inspiré­moste valor ?/ respeto á su razón; hagamos que aprenda á co­nocer su esencia y sus derechos legítimos; que consulte á la experiencia y no á una imaginación extraviada por la autori­dad; que renuncie á los prejuicios de su infancia; que base su moral sobre su naturaleza, sus necesidades y sobre las ventajas positivas que la sociedad le proporciona. Procuremos que se atreva á estimarse á sí mismo; que t1·abaje en pro de su fel iCI­dad haciendo al mismo tiempo la de los demás; en una pala-

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bra, que sea justo sensato y virtuoso, p~ra ser fe~iz ,a~uí ab~jo, 11

no se preocupe más en fantasías p~l~grosas ó mutües. s~ no ~ 1uede prescindir de quimeras, perm~ta al menos á los demás de forjár selas diferentes de las suyas_; que se persur.tda, en fin, que es muy necesario para los habttantes de este rr~:ur;do ser justos, benéficos, pacíficos, y que no haly nada_ más 1~b~tü ¿ue

manera de pensar acerca de los prob emas macess~ es su su . razón. . l h b á l

Así es que el objeto de esta obra es conduc~r a . om re . . a Naturaleza hacer que estime la razón, adore la vtrtud, d~s~pe las sombra~ que le ocultan el camino que ~ondu~e seguramente á la fc:liódad que desea. Tales son las m~ras s~nceras del que escribe estas pá()?·nas. Con buena fe p~r_a sí ~~smo, no ofrece al lector sino las ideas que una re(lexzon sen~ _Y una larga ?1 muy dolorosa experiencia le han demostrado uttles al reposo 11 al bienestar de los hom bres, y favorabl es al prog~es~ ~e la ~u­mana inteligencia. Invita, pues , á discutir sus pnnczpws; leJOS de querer romper para si los nudos sagrados de la moral, se propone estrecharlos y colocar la virtud s~bre los all~res que hasta aqui ocuparon la impostura, el fanatzsmo y el m~edo con sus peligrosos fantasmas.

C'erca del sepulcro, que los años le están socavando, el autor protesta de la manera más solemne no haberse propuesto en su trabajo más que el bien de sus semejantes. Su exclusiva am_­bición es merecer la aprobación del reducido número de par.tz­darios de la verdad y de las almas honradas que la buscan sm­ceramente. No escribe para los ensordecidos á la voz de la ra­rón, que no juzgan sino con arreglo á sus viles i'!-tereses 6 fu-. nestas preocupaciones. Sus cenizas no temerán m clamores m resentimientos, tan terribles para todos los que se at1cven á amm­ciar la verdad.

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LA RELIGIÓN NATURAL

CAPITULO PRIMERO.

DE LA NATURALEZA.

Siempre se equivocaron Jos hombres cuando abandonaron la experiencia por sistemas engendrados por la imaginación. El hombre es obra de la Naturaleza, existe en ella y por ella, está sometido á sus leyes, de las cuales no puede, m aún con el pensa­miento, apartarse. Es vano que su espíritu quiera lanzarse más allá de los límites del mundo visible: siempre se ve reducido á volver á entrar en él. Para un sér formado y circunscripto por la Naturaleza, no existe nada más allá del gran todo de que forma parte y cuyas influencias experimenta. Los séres que se suponen sobre la Naturaleza ó distintos de ella, serán siempre quimeras de las cuales nunca nos será posible concebir ideas exactas, ni tampoco precisar el lugar que ocupan ni su manera de obrar. No hay, ni puede haber nada, fuera del límite que encierra á todos los seres.

Cese, pues, e l hombre de buscar fuera del mundo en que vive seres que le procuren una fe licidad que la Naturaleza le niega; estudie esta Naturaleza, aprenda sus leyes, contemple su ener­gí~ y la manera inmutable con que obra; aplique sus descubri­mientos á su propia felicidad, y sométase en silencio á las le­yes de que nada puede emanciparle, resígnese á ignorar las causas cubiertas para él de un velo impenetrable; acate sin mur­murar los decretos de una fuerza universal que no puede vol­ve~ sobre sus pasos, ni apartarse de las reglas que su esencia le tmpone.

Se ha abusado visiblemente de la distinción que con tanta frecuencia se ha establecido entre hombre físico y hombre mo­ral. El hombre es un sér puramente físico ; el hombre moral

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no es más que este ser físico considerado bajo cierto punto de vista, es decir, respecto á algunas de sus maneras de obrar, debidas á su organización particular. Pero esta organización ¿no es obra de la Naturaleza? Los movimientos ó maneras de obrar de que es susceptible, ¿no son físicas? Sus acciones visi­bles, así como los movimientos invisibles excitados en su in­terior, que provienen de su voluntad ó de su pensamiento, son igualmente efectos naturales, consecuencias necesarias de su mecanismo propio y de los impulsos que recibe de los seres que le rodean. El oonjunto de todo lo que el espíritu humano ha inventado sucesivamente para cambiar ó perfeccionar su manera de ser y para hacerle más dichoso, nunca fué má~ que una ronsecuencia necesaria de la esencia propia del hombre y de la de los seres que obran sobre él. Nuestras instituciones, nuestras reflexiones y nuestros conocimientos no tienen otro objeto que procurarnos una felicidad hacia la cual nuestra na­turaleza nos hace tender constantemente. Todo cuanto hace­mos ó pensamos, cuanto somos y seremos, no es sino una consecuencia de como la Naturaleza nos ha formado. Todas nuestras ideas. nuestras voluntades, nuestros actos, son efectos indispenc;ables de la esencia y de las cualidades que la Na­turaleza ha puesto en nosotros, y de las circunstancias por las cuales nos oblig-a á pasar y modificarnos. En una palabra, el Arte no es más que la Naturaleza obrando por medio de los instrumentos que ha hecho.

La Naturaleza envía al hombre desnudo y desvalido á estr mundo que debe ser su morada; pero en breve el hombre llega á vestirse de pieles; y poco á poco aprenderá á hilar el oro y la seda. Para un ser elevado sobre nuestro mundo que desde lo alto de la atmósfera contemplase la especie humana con todos ~us progresos y modificaciones, los hombres no aparecerían menos sumisos á las leyes de la Naturaleza, sea cuando vagan dE>snudos por las selvas, bu~cando penosamente ~u alimento, que cuando, viviendo en sociedades civi lizadas, esto es, enri­quecidas por un mayor número de experiencias y acabando por ~umirse en el lujo, inventan de día en día mil necesidades nuevas y descubren mil medios de satisfacerlas .

Cuantos pasos demos para modificar nuestro sér, no hay que considerarlo sino como una larga série de causas y efectos que no son otra cosa que el desarrollo de los primeros impulsos que la Naturaleza nos ha dado. El mismo animal en virtud de su . . , . ' orgamzacwn, pasa sucesiVamente de necesidades simples á otras !J1áS complicadas, que sin embargo no son menos conse­cuenCia d~ su naturale.za. Así sucede de la mariposa, cuya be­lleza admiramos; com1enza por ser un huevo inanimado del cual el calor hace salir un gusano que se convierte en crisálida Y después se transforma en el insecto alado que vemos ador­nado de los más vivos colores: llegado á esta forma se repro­duce ~ se propaga, y finalmente, despojado de sus adornos, se ve obligado á desaparecer después de haber cumplido la tarea que la Naturaleza le impuso, ó descrito el círculo de las evo-

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luciones que ha señalado á los séres de su especie. Iguales cám­bios y progreso~ análogo~ ve~os en to?.os los vegetales. P9r un.a continuación de la combmacwn de teJ 1dos y de la energ1a Pri­mitiva dadas al áloe por la Naturaleza, esta planta, anecen­tada y modificada, produce al cabo de un gran número de años las flores que anuncian su muerte.

El hombre mismo, en todos sus progresos .. en todas la.s, va: riaciones que experimenta, t:O o?ra nunca smo ~n relaCJon a sus propias leyes, á su orgamzactón y á las _n:taterlas de que la Naturaleza le ha compuesto. El hombre hs1co es. el hombre obrando á impulso de las causas que nuestros sentidos nos ha­cen conocer· el hombre moral es el hombre obrando por cau­sas físicas q~e nuestros prejuicios nos impide~ co~oc~r. El hom­bre salvaje es un nifi.o desp~ovisto de expenencta, mcapaz de trabajar por su propta fehctdad. ~1 hombre culto es a.q':lel á quien la experiencia y la vida soCJal han puesto ~n co!"l~lclone..::; de sacar partido de la Naturaleza para su prop1a fellc1dad: El hombre muy ilustrado es el hombre en su madure.z ó perfccr1ón. El hombre feliz es el que sabe gozar de los beneficws de la Natu­raleza. El hombre desgraciado es el que no conoce como apro­vechar tales beneficios.

A la Física, pues, y á la experien~ia e.s á las que el hombre tiene que recurrir en todas sus inveshgacwnes; á ell~s de~)e con­sultar con arreglo á su religión, su moral, su leg1slac1ón, su gobierno político, las ciencias, las arte::;, sus plac~res y su~ pt>­nas. La Naturaleza obra según leyes simples .. u!11formes, mva­riables que la experiencia nos pone en cond1c1ón de conocer. Por ef~cto de nuestros sentidos ec:;tamos li15ados á la Naturale~a universal y podemos hacer experimentos so):lre .ella y dcscubnr sus secretos. P ero s~ abandonamos la expenenc1a, caemos en el vacío v nuestra imaginación nos extravía. , .

Todos los errores de los hombres son err9res hs1cos: nunca se equivocan sino cuanño olvidan d~ ~cu,dir á la ~atu_ralezn; consultar sus reglas y llamar en aux11J O a la exp~nenc1.a. Ast es cómo por falta de experienciB:- se han form~do ~deas Imper­fectas de la materia, de sus proptedades, combmacwnes Y fuer­zas, de Sll manera de obrar y de la ererg-ía que rcsuJt~ de cm esencia. De aquí que todo el Universo se haya convertido pam ellos en un cáos de ilusiones. Han ignorado la Naturaleza, des­conocido sus leyes; no han visto las vías q~e traz~ á. tono cuanto encierra. ¿Qué digo? Se han desconocido ft s1 m1smos. Todos c:;us s1c:;femas, sus conjeturas, sus razona~mentos, de los cuales fué proscripta la ('Xperiencia, no fueron smo un largo te-jido de errores v abc:;u rdos. .

Todo error es' perjudirial. El género humano se ha hecho m­feliz por haberse equivocado. Ignor.ando 1~ Naturaleza. se for­mó Dioses qul) llegaron á ser los úmcos ob~etos de sus estC'ran­zas y temores. Los hombres no han adverl1do. ~ue esta Natnr~­leza, tan desprovista de bondad como .de m~llcia. no hace m:\s que seguir unas cuantas leyes nece.sar1as é ~~mutablec:;, produ­ciendo y destruyendo los seres, haetendo sufrir á los que form ó

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sensibles, como distribuyéndo bienes y males y alt-erándolos continuamente. No vieron que en la misma Naturaleza y en sus propias fuerzas es donde el hombre debe buscar satisfac­ción á sus necesidades, remedio contra sus penas y medios de ser feliz, en vez de esperar esto de seres im~ginarios, supuestos autores de sus goces y de sus infortunios. Al desconocimiento de la Naturaleza se deben estos poderes desconocidos bajo los cuales el género hcmano ha temblado tanto tiP.mpo y los cul­tos supersticiosos que fueron las fuentes de todos ~us males.

Así como por no conocer su propia Naturaleza , su tenrlencia proT?ia, sus necesidarle~ y derechos, ~1 hombre social cayó dec;de la libertad á la esclavitud, de la m1sma manera desconoció ó se c~yó obligado á ahogar los deseos de su corazón y sacrificar su b1enestar á los deseos de sus jefes. ignoró el objeto de la asociación y del ~obierno, se gometió sin reserva á. hombres co­mo él, que sus prejuicios le hiciero11 mirar como <:.<>rr:; de u11 orden superior, como Dioses sobre la Tierra. y éstos se apro­vecharon. ~e su e:ror para esclavizarlo, corromperlo y hacerlo vtc1oso y m1serable: así es como por haher iano­r~do su propia naturaleza. el género huma~o cayó en la e~cla­VItud y fué mal gobernado.

Así es que, por haberse desconocicto á sí mi<:.mo é hmorado las relacion~s indic;penc;ables ou~ <n.lh~isten entre él y los seres de su espeCie. el hombre prescmd1ó de sus deberes hacia los d~mÁs v no_ advirtió que eran neresarios nara su propia feli­ctdad. No VI~ m~s. oue lo que se debía á sí mismo. los excesos que era prec1so ev1t~r ?ara hacerse sólidamente feliz. las pasio­nes á que debía re::nstJr ó entreg-arse nara c;u felicidarl : en una palabra, no conoc1ó sus verdaderos intereses. De aauí proce­den c;us desó_r~enPs, sn intemperancia. sus J.toces vergonzosos, y t~~os los VICto~ á rme ~ ent regó á. rosta ele su pronia ronser­varl()n Y rle su hteryec;t~r _verdarlero . Así la ig-noranria de la na­turaleza humana unptrlló al hom hre ilustrarse sobre la mo­ral_: no_r ?tra pa_rl.e. los Gohi~rnos denravactns ~ eme se sometió le lf!'Pldteron s1empre prachcarla, aún cuando !:l.. hubiPra co­norldo.

De ese mod?. por no ec;tudiar la N:üuraleza v sus leves. hus­car Y descubr~r ~ns recursos v pr<'niechtrles. el hombre c;e ence­~ac:ra en la ocJostriad. ó da pac;os inc~ertos runndo procura me­J~rar su suPrt.e. Su !'ereza 1uzc:ra mewr {>l deiarc;e g-uiar por el etemn.lo "?Or la ruhna. por la autoridad. en vez que por la (>Jmer!encJa que r<'clama actividad . y oor la razón aue exiR"e refl~x1ón . De aouí la avorsión que los homhres demuestran har1a todo el que les parecP r¡uP se sPp;¡ra de lRs rec:rlaR r¡ue ec;t~n nrostumhradn~ ~. SP!!nir : ñP Rnnf sn resneto {>sbín.ido y {>SCrnnolooo á la anh~?ued~d y á la<; inc:;tituri0nec; mñs ;n~PTl~tJ·­tas de sus padres· nP. aoUJ loe; temorpc; nnP ]oc; asrtlt;m cunnrlo se lP~ nun:)(men camhtos ventaio~0s ó tentativas prohrthlpc; F.sfn es el mohvo nor qu~ vPmos á las n:~cione~ 1ang-nicler€'r en un ver$l'~nzoso letarg-o, g-emir haio los 'lhnc;oc; transmitirlos de sig-Jo en Siglo Y estremecerse ante la idea de que se pudieran reme-

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diar sus males. Por esta misma inercia y por falta de experien­cia la Medicina, la Física, la Agricultura y Ladas las ciencias útiies hacen progresos tan poco sensibles y viven sujetas por las trabas de la autoridad. Los que profesan estas ~iencias pre­fieren seguir las sendas que les han trazado, á abnr otras nue­vas· anteponen los delirios de la imaginación y sus gratmtas conjeturas á las experiencias laboriosas, que serían las únicas capaces de arrancar á la Naturaleza sus secretos.

En resumidas cuentas, los hombres, sea por pereza, sea por temor habiendo renunciado al testimonio de sus sentidos, se han d~jado guiar en todos sus actos y sus empresas únicamente por la imaginación, el fanat1smo, la costumbre, la preocupa­ción, y sobre todo por la autoridad que. sup~ aprovechar su igno­rancia para engañarlos. Sistemas tmagmarws ocuparon el lugar de la experiencia, de la reflexión y de la razón. Las almas, con­movidas por el terror, emb.riagadas por lo m<1;ravilloso, entor­pecidas por la pereza y gutadas po.r ~a cred~l~dad que produ­ce la mexperiencia, se creél:ron opmwnes ndic~l~ ó a~opta­ron sin examen todas las qutmeras que se les quiso tmbmr.

Así es cómo por haber desconocido la Naturaleza y sus ca­minos, desdeñado la t:xperiencia, despreciado la razón, deseado lo maravilloso y lo sobrenatural ; por haber temblado, en fin, el género humano se halla estancado en una larga infa~ci_a que tanto trabajo le cuesta abandonar. No tuvo más que hipo­tesis puenles, cuyos fundamentos y prue~as nunca se atre­vió á examinar· se había acostumbrado á mtrarlas como sagra­das y como ve;dades inconcusas de las cuales. n9 le era l~cito dudar. Su ignorancia le hizo crédulo, su cunostdad le dió á beber á grandes tragos lo maravilloso; el tiempo le CO!Jfirmó en sus opiniones y transmitió de razas á razas sus con1etu~as como realidades. La fuerza lirániea le mantuvo en estas nociO­nes, que llegaron á ser necesarias para esclavizar la sociedad, y fir.almente, la ciencia de l<?s hombres no .fu~ más que una amalgama de mentiras, oscundades, contradiCCiones en~r~mez­cladas con algunos débiles resplandores de verdad summJstra­dos por la Naturaleza, de la cual no. se pudo nunca. separar completamente, siendo que la necesidad le arrastro á ella siempre. .

Elevémonos pues sobre estas preocupaciOnes y salgamos de la atmósfe~a e~p~a que nos rodea, para considerar las opi­niones de los hombres y sus diversos sistemas; ~es~nfiemos ?e una imaginación desordenada· tomemos la expenenCJa por gma; consultemos la Naturaleza y' procuremos sacar de ella ideas j~stas de los objetos que encierra; recurramos á nu~stros sen­tidos, á los que bipócritamente se nos ha h.echo mirar como sospechosos· preguntemos ñ la razón, á qmen se ha calum­n~a.do vergo~zo~ame-nte; contemplemos con aten~ión el mundo vtsJble· veamos si esto no basta nara hacernos Juzgar las re­giones 'de~conocidas del mundo intelectual: quizas enco_ntremos que no ha habido motivos para diferenciarlas y que sm razón se han separado dos imperios que pertenecen igualmente al do­minio de la Naturaleza.

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El Universo, vasto conjunto de tod_o cuanto_ existe, no nos ofrece en todas partes mas que. materia y movimiento; no nos presenta mas que una cadena mmensa y no interrumpida de causas f efectos. Algunas de aquellas nos son conocidas porque hieren I~ediatamente nuestros sentidos; otras nos son desco­nocidas sien~o que no obran sobre nosotros, sino por efectos con frec?enCla m~y distmtos de sus primeras causas.

Mat-enas muy diver~ y combi_nadas de infinidad de modos, reCI.ben y comumcan sm cesar disti_ntos movimientos. Las di­ferentes propiedades de estas materias, sus variadas combina­Cion~~. sus maneras de obrar tan desiguales, que son sus ne­cesarias consecuencias, constituyen para nosotros las esencias de los seres, y de estas esencias diversificadas resultan los di­ferentes ordenes, rangos ó sistemas que estos seres ocupan cuya suma total forma lo que llamamos la Naturaleza. '

Asi, la Naturaleza en su s1gmficación mas lata y completa es el gran todo que resulta del conJunto de las diferentes ma~ tenas, de sus d1ferentes combmaciones y de los variados movi­mientos que vemos en el -qniverso. La Naturaleza en un sen­tido menos extens~. 6 cons1~erada en cada ser, es el todo que resulta d~ 1~ esencia, es decir, de las propiedades, combinaciO­nes, mov~mientos ó maneras de obrar que la distinguen de otros seres. Asi e_s que el ho~bre es un todo que resulta de combina­Ciones de c_tertas m a tenas dotadas de . propiedades particulares, cuya combmac1ón se llama organzzaclón, y cuya esencia es sen-1~r, pensar1 obrar, en una palabra, moverse de un modo que

diferencia d~ los otros seres con que se le compara. Segun esta c<?mparación, el _hombrE: se coloca en un orden, ó sis­tema, o clase aparte, diferente de los animales en los cuales no encu_entra las mismas propiedades que él tiene. Los dife­rentes Sistemas de ~re~. ó, si se quiere, sus naturalezas parti­culares, de~nden del Sistema general del gran todo, de la Na­tu_:aleza ~mversal d e que forman parte y á que Lodo lo que existe esta necesariamente ligado.

m~~~a~-c~~b~~t~rd~d~a~~~ fijt~o .ti sedtido que se debe _dar á la palabra 11fltu-c1 cur•o de esta obr e _Ir a ec or, e una vez para Siempre, que, cuanrlo en

e 'T 1 N a digo que la. Naturaleza produce un efecto no pretendo ~f:~~n\j~ar uea habJuralcza, que es un ~er abstracto; pero onÚendo que el d 1 q 0 es el resultado obhgado de las propiedades de algunos ~ 08

seres q~e componen el gran conjunto que vemos. Asi, cu~tndo di o: la ~:i~~r~c~~p~ti~~~~~~~ el !to7_br~ tradbaje para 3U felicidad, es pa~a e\· itar cifcunlo-. t . . • Y en len_ o ecl.I' con e~o, que es esencull en un sér que r~e~:¿ ~len~af y QUiere,¡ trabaJa~ para lllJ felicidad. Finalmente, llamo 11atural

. s con orme con a e~enc1a de las cosas, ó á la s leyes que Jo. N<~.turaleza ~~scnbe á todos _los sere~ que en~ierra en los órdenes diferentes r¡ue estos Asi;al: Ysa1~dla!s d~:et~::~l CI~CuhtanCJas por. las cuales vense obligados 8. pasar. estado nat ral o o~bre en c~erto estado; la enferm!'dad es un del u . para 61 en otras C1rcunstano1as; la muerte es un estado natural mal,cu:t1á~~~:.1vado de algunas cosas necesarias para la. existencia de la vide. am·

Por cuncia entiendo Jo que t't • propiedades ó cualidnde~ C d cons 1 d~ye un aer, lo que es la suma de sus rat:r, equivale á decir uan o. se ICe que es de la e8r~ria dt lu pirdrrz densidad, la ligación d~u~ su calda es un efecto nece~arlo de "" pe~o. su En una palabra 1 us partes Y los elementos de que esta. compuesta.

• a runna de un s6r es su naturaleza individual y particular.

LA RELIGI ÓN NATURAL 15

CAPITULO II.

DEL MOVIMIENTO Y SU ORIGEN.

Llámase movimiento todo esfuerzo por el cual un cuerpo cambia ó tiende á cambiar de sitio, es decir, A corresponder su­cesivamente á diferentes partes del espacio, ó bien á cambiar de distancia relativamente á otros cuerpos. El movimiento es lo único que establece rela~iones entre nuestros órganos y los seres que están dentro ó fuera d~ no~tros; solamente por l?s movimientos que estos ser43s nos Imprimen conocemos su exis­tencia juzgamos sus propiedades, distinguimos los unos de Jos ot~os y los distribuímos en diferente clases.

Los seres las sustancias ó los diversos cuerpos de que la Naturaleza ~s el conjunto, efectos ellos mismos de ciertas com­binaciones ó causas, se convierten en causas á su vez. Una causa es un ser que pone en movimiento á otro, ó que produce algún cambio en el: el efecto es el cambio que un cuerpo pro-duce en ctro graoias al movmiento. .

Cada ser, por razón de su esencia ó nat~raleza P?-rt_Icular, ~s susceptible de producir recibir y comunicar movimientos di­versos· por esto algunos seres son á propósito para herir nues­tros ó;gancs, y éstos son capaces de re~ibir impresiones ó su­frir cambios á su presencia. Los que no tienen facultad de obrar sobre ninguno de nuestros órganos,. sea inm~diatamente ó por sí mismos sea mediatamente ó por mtervenc1ón de otros cuer­pos, no e~isten para nosotros; puesto que no p~eden ni m?di­ficarnos ni, por consiguiente, darnos ideas, n~ ser COJ?-OCidos ni juzgados. Conocer un objeto, es haberle sentid?; sentirlo, es haber sido imprt-sionado por él. Ver

1 es ser modificado po; el

órgano de la vista; oir, es ser conmovido por el órgano del 01do, etc. En fin de cualquier modo que un cuerpo ?bre _sobre noso­tros, no lo conccemos sino por alguna modificación que en nosotros ha producido.

La Naturaleza según lo que ya hemos expresado, es el con­junto de todos l~s seres y todos los movimientos que conoce­mos como también de muchos ctros que no podemos conocer, P<>rque son inaccesibles á nuestros sentidos. La acción. y la relación continua de lodos los seres que la Naturaleza enCierra, produce una serie de causas y efectos, ó movimientos, guiados por las leyes comtantes ó invariables propí~ de cada ser, ne­cesarios ó inherentes a su naturaleza particular, que hacen si_empre que obre ó se modifique de un modo d:e~rminado. Los diferentes principios de cada uno de estos moy1mientos nos son desconocidos, porque ignoramos lo que constituye en su fondo las esencias de ·estos seres. Los elementos de los cuerpos, esca­pando á nuestros órganos, hacen que no los conozcamos sino en

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conjunto; ignoramos, pues, sus combinaciones íntimas y las pro­porciones de estas mismas combinaciones, d~ que deben nece­sariamente resultar maneras de obrar, mov1m1entos y efectos muy diferentes.

Nuestros sentidos nos demuestran en general dos clases de movimientos en los seres que nos rodean: el uno es un movi­miento de la masa, por el cual un cuerpo entero se traslada de un lugar á otro, y este género de movimiento es sensible para nosotros ; tanto es verdad que vemos caer una piedra, rodar una bola, moverse un brazo ó cambiar de posición. El otro es un movimiento interno y oculto que depende de la energía propia de un cuerpo; es decir, de la esencia, de la combinación de la acción y de la reacción de las moléculas insensibles de la materia de que este cuerpo se compone. Este movimiento no se nos presenta, no lo conocemos más que por las alteraciones ó cambios que notamos al cabo de algún tiempo en los cuerpos 6 en las mezclas. A esta clase apartienen los movimientos ocul­tos que la fermentación hace sufrir á las moléculas de harina, que, por esparcidas ó separadas que estén, se ligan y forman una masa total que llamamos pan. Tales son aun los movi­mientos imperceptibles por los cuales vemos una planta ó un animal crecer, fortificarse, alterarse, adquirir nuevas cualida­des sin que nuestros ojos hayan sido capaces de seguir los mo­vimientos progresivos de las causas que han producido estos efectos. Finalmente, á este género apartienen los movimientos mt.ernos que se verifican en el hombre, á los cuales hemos lla­mado facultades intelectuales, pensamientos, pasiones, volun­tades, de las que no alcanzamos á juzgar más que por sus ac­tos; es decir, por los efectos sensibles que los acompañan ó los siguen. Cuando vemos á un hombre huir, juzgamos que inte­riormente está conmovido por la pasión del miedo, etc.

Los movimientos, sean visibles ú ocultos, se llaman movi­mientos adquiridos cuando se imprimen á un cuerpo por una causa ext.raña ó por una fuerza que existe fuera de él que nues­tros sentidos nos hacen percibir; así es que llamamos adquirido el movimiento con que el viento impulsa las velas de un barco; llamamos espontáneos los movimientos producidos en un cuer­po que encierra en sí mismo la causa de las alteraciones que vemos operarse en él : decimos pues que este cuerpo obra y se mueve por su propia ene rgía. De esta especie son los movimien­tos del ~oll_lbre que anda, que habla, que piensa; y sin em­bargo, s1 m1ramos la cosa desde más cerca, nos convenceremos de que, estrictamente hablando, no hay movimientos espontá­neos en los diferentes cuerpos de la Naturaleza supuesto que obra!l continuamente unos sobre otros, y que u;das sus modi­ficacwnes se deben á causas visibles ú ocultas que los remue­ven. La voluntad del hombre se mueve ó determina secreta­ment-e por causas exteriores que producen un cambio en él, Y noso~ros creemos que se m~eve por sí mismo, porque no ve­mos m la causa que tal mov1miento determina ni su manera cie obrar, ni el órgano que pone en acción. '

LA RELTGIÓN NATURAL 17

Llamamos simples á los movimientos que en un cuerpo pro­duce una causa ó fuerza única; y compuestos, á los movimien­tos producidos por Yarias causas ó fuerzas distintas, ya sean iguales ó desig~ales,, ~onfundidas ú opuestas, si multáneas ó sucesivas, conocidas o Ignoradas.

De cualquier naturaleza sean los movimientos de los seres, siempre son consecuencias necesarias de sus esencias ó de las propiedades que los constituyen y de las causas cuya acción sufren. Cada sér no puede obrar ni moverse sino de un modo particular, es decir, en armonía con las leyes que dependen de su propia esencia, su combinación y naturaleza propia; en una palabra, de su propia energía y de la de los cuerpos cuyo impulso recibe. Esto es lo que constituye las leyes invariables del movimiento; y digo invariables, porque no podrían cambiar sin que se produjese un trask)rno en la esencia misma de los seres. Así como un cuerpo pesado debe necesariamente caer si no encuentra un obstáculo capaz de detenerle en su caída, un sér sensible debe necesariamente buscar el placer y huir del dolor; así la materia del fuego debe necesariamente quemar, esparcir claridad, etc. Cada sér tiene, pues, leyes de movimien­to que le son propias, y obra constantemente según estas leyes, á menos que ur.a causa más fu erte interrumpa su acción. Así es que el fuego cesa de quemar las materias combustibles cuan­do se emplea el agua para detener sus nrog-re~os ; así es que el c::ér sensible deja de buscar el placer desde el momento que teme que de ello resulte un mal para él.

La comunicación del movimiento ó el tránsito de la acción ~e un cuerpo á otro, se verifica también con arreglo á leyes Ciertas y necesarias. Cada sér no puede comunicar movimiento sino en razón á las relaciones de semejanza, con formidad ana­logía ó puntos de contact.o que tiene con los demás. El 'fuego no. se. ~ropaga sino ~uancto encu.entra materias que contienen prJlJClplos análogos a él, y se extingue cuando encuentra cuer­pos que no puede abrasar; es decir, que no tienen relación con él.

Todo se mueve en e l Unh·erso. La esencia de la Naturaleza es obrar; y si consirleramcs atentamente sus partes veremos que no existe en ella una sola que goce de un r eposo' absoluto. Las 'lUe nos parecen privadas de movimiento, en realidad no está~ q.ue en un. reposo relativo ó aparente; experimentan un movumento tan tmrerceptible y tan poco marcado, que no po­demos advertir sus cambios. Todo lo que nos parece en reposo no permanece un instante en el mismo estado. Todos los sere~ no hacen sino cor:tinuamcnte nacer , crecer , decrecer y disiparse con más ó menos lentitud ó rapi dez. El insecto etimero nace Y ":JUere en el mismo día; por consiguente, experimenta muy r~PJdamente cambios considerables en su sér. Las C<'mbina­CJones fo~madas por los cuerpos más sólidos y que parecen dis­rru~ar mas perfecto !eposo, se disuelven y descomponen á la are-a· las p1e~ras mas duras se destruyen poco á poco por el contacto del aire: una masa de hierro que vemos mohosa y roída

LA FELIGIÓN NATURAL- 2.

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por el tiempo, ha debido estar en movimiento desde su forma­cwn en el seno de la tierra hasta el momento en que la vemos en ese estado de dtsolución. La mayona de los fisicos no pa­rece haber meditado bastante sobre lo que han llamado el Nisus, es decir, sobre los esfuerzos continuos que hacen unos sobre otros los cuerpos que, por otra parte, parecen en estado de reposo. Nos parece que una piedra de quinientas libras re­posa sobre la tierra, y, sin embargo, no cesa un momento de pesar c.on fuerza sobre esa ti.erra que la ~esiste ó la rechaza á su vez. ¿Diremos que esa piedra y esa tierra no se mueven? Para convencerse de lo contrario bastaría interponer la mano entre la piedra y la tierra, y se reconocena que esta piedra tiene fuerza suficiente para romper nuestra mano á pesar del reposo que parece disfrutar. No puede hab~r en lo.s cuerpos acció!l. si~ reacción . Un cuerpo que sufre una Impulswn, una atraccwn o una presión cualquiera á las cuales resiste, demuestra que se rehace por esta resistencia misma ; se sigue que hay allí una fuerza oculta (vis inertire) que se desarrolla contra otra fuerza, y eso prueba claramente que tal fu erza de inercia es capaz de obrar y reaccionar -efectivamente. Por último, se observará que las fuer~as que llamamos muertas,. y las que. llamamos vwas ó mombles, son fuerzas de una m1sma especie, aunque se desplieguen de distinto modo.

¿No se podría ir más lejos todavía y decir que en los cuer­pos y en las masas .cuyo conjunto .~os par.ece en reposo, hay, no obstante, una acción y una reacCion contmua, esfuerzos cons­tantes, resistencias é impulsiones no interrumpidas: en una palabra, Niy¡.s, por los cuales las partes de estos cuerpos se oprimen unas á otras, se resisten recíprocamente •. obran ~ reac­cionan el movimiento sin cesar, lo cual las retiene umdas y es causa que estas partes formen una m~sa, un cuerp~, una combinación qu6 nos parece en reposo, mientras que mnguna de sus partes cesa de estar realmente en acción ? Los cuerpos parecen en reposo únicamente porque las fuerzas que obran en ellos tienen igualdad de acción.

Así, los mismos cuerpos que parecen gozar del más completo reposo, r~ciben realmente, bien sea en su superficie ó en su interior, impulsiones no interrumpidas de los cuerpos que los rodean ó los penetran, dilatan, rarifican ó condensan, y hasta de los mismos que los componen. Por eso las partes de esos cuerpos están realmente en una acción y reacción, ó en un movimiento continuo, cuyos efectos se demuestran al fin por alteraciones muy significantes. El calor dilata y rarifica los me!.:ales ; y est.o prueba que una barra de hierro, por las sol8:s variaciones de la atntósfera, debe estar en movimiento conti­nuo, y que no hay en ella partícula que disfrute de un instan­te de verdadero reposo. En efecto, ¿cómo concebir que en los cuerpos duros, cuyas partes están inmediatas y contiguas, el aire, el frío y el calor puedan obrar sobre una sola de sus par­tes, aún exteriores, sin que el movimiento se comunique ~e una en otra hasta las partes más íntimas? ¿Cómo imaginar, sm

LA RELIGIÓN NATUR_'\L 19

movimiento, la manera con que hier~n nuestro olfato las em~­naciones que salen de los cuerpos m?-s compactos c.uyas parti­culas nos parecen en reposo? ¿ Venan nuestros .OJOS con. un telescopio los astros más ·distantes de nosotros, si no hubiera un movimiento progresivo desde estos astros hasta nuestra re-

tina? . ó fi . d b En una palabra, la observaci n re exiva ~o~ e e co~ven-cer de que todo en la Naturaleza está en movimiento contmuo; que no hay ninguna de sus partes _que esté en un verda~erp re­poso; que la Naturaleza es un COnJunto q~e obra! Y. deJana de ser Naturaleza si no übrara, que, en ella, sm movimiento, na~a podría producirse, nada podna conservarse, nada P<?dna obrar. De este modo, la id€?- .de la Naturaleza encier;a necesariamente la idea del mo~Jn:-Iento . Pero se nos observara: ¿de dónde ha recibido su movimiento esa Naturaleza? Respon­deremos que de ella misma, puesto que es el gran todo fuera del cual no puede, por consiguente, existir nada. Diremos que el movimiento es una manera de ser que se desprende necesa­riamente de la eser_cia de la materia; que se mueve por su pro­pia energía; que sus movimie.ntos se deben á l~s .fuerzas que le son inherentes· que la variedad de sus movimientos y los fenómenos que de' ella resulta? vi~nen de la diversidad de pr~­piedades, cualidades Y. combmac10ne~ que .se . e.ncuentran on­ginariamente en las diferentes matenas prJmJtivas de que la Naturaleza es conjunto .

En general los físicos han considerado como inanimados, ó como privados de la facultad de moverse aquellos cu~rpos que no se movían á impulsos de algún agente ó causa exterwr; creye­ron poder dedu ci r que la materia de que estos cuerpos estan for­mados era completamente inerte por naturaleza propia ; no se desengañaron de su error aunque vi ero~ _gue un _cuerpo aban­donado á sí mismo ó desembarazado de- Tos obstáculos que se oponían á su acción, tendía á caer ó á aproximarse al centro de la tierra con un movimiento unifornreTnente acelerado; pre­firieron suponer una rausa oexterior imac.inaria, de que no tenían idea alguna en vez de admitir que $s cuerpos leníart movimiento por su propia naturaleza.

Por la misma razón , aunque estos fil ósofos vieron sobre sus cabezas un número infinito de globos inmensos que se movían rapidísimamente alrededor de un centro común, no dejaron de atribuir causas quiméricas á estos movimientos, hasta que el inmortal Newton demostró que eran efecto de la gravitación de esos cuerpos celest-es, los unos hacia los otros ( i ).

Sin embargo, una observación muy sencilla hubiera sido su-

(1) Los físicos, y Newton mismo, han considerado como ine:xpliro.ble la rau•a de la. gravitación; pero parece que podría deducirse del movimiento de la matena por la que los cuerpos se determinan de diversos modos.

La gravitación no es ~ino uno. especie de movimiento, o tendencia hacia un centro. Hablando estrictamente, todo movimiento es una gro.vitacion relativa: lo Q?e .Por nosotros cae. se e leva con relación á otros cuerpos: así es qu" tod? mov1m1ento en el Universo es efecto de una gravitación, puesto que en el Um-

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ficient~ par8: dar á conocer á los fisicos anteriores á Newton cuán msufiCiente~ debian ser las causas que admitían r.)a"a obrar tan grandes efectos. Teman ocasión de convencerse por el choque de los c'l:lerpos que podian observar y por las ieyes con~muas del movimiento, que éste se comumca siempre en razon de la der.sidad d~ los cuerpo.::,; d~ donde hubieran de­bid? mf~mr que la densidad de la mater1a sutil ó etérea , sien­d<? Infimlamente menor que la de los planetas, no podía comu­mcarles más que un debilísimo movimiento.

~i se hubiera observado la !laluraleza sin preocupación, es­tartamos de~de hace mucho t1empo convencidos de que obra por sus proptas fuerzas y no necesita ninguna impulsión extra­ña para ponerse en movimiento. Se hubiera notado que, cuan­tas veces los compuestos se ponen en disposición de obrar unos sobre otros, el movimient.o se engendra inmediatamente, y que estas mezclas obran con una fuerza capaz de producir los más sorprendentes efectos. Mezclando limaduras de hierro a­zufre Y agua, estas materias, puestas en dispos ición de ob'rar u.nas so.bre otras, se calientan poco á poco y acaban por produ­Cir un mcend10. Humedeciendo har ina con ao-ua y encerrando esta mezcla, al ca~o de algún tiempo, usando ~1 microscopio, ~e ve que ha producido seres orgamzados que gozan un11 vida de que se creía incapaces á la harina y el ao-ua (1)

Así es ~óm~ la materia inanimada p;ede pasar á. la vida, la cual en s1 misma no es más que un conjunto de movimientos. Puédese, sobre todo, notar la generación del movimiento ó su d~sar~llo, así corno la energía de la materia, en todas las com­bmacwnes en que el fuego, el aire y el agua se encuentran jun­to~. Estos ~lernentos .. 9 más bien estos compuestos, que son los m~s yolát1les y fugitivos de los seres, son, no obstante, los prmc1pales agentes de que la Naturaleza se si rve para operar sus más asombrosos fenómenos. A ellos se deben los efectos ~e la tempestad, las erupciones de volcanes, los temblores de tierra. El arte nos ofrece un agente de una fuerza asombrosa en la pólvo~a cuand~ se la prende fuego. Concluimos con deci r que se real1zan terribles efectos combinando materias que se creen muertas ó inertes.

Todos estos hechos prueban invenciblemente que el movimien­to se produce, se aumenta. y acelera en la materia sin el con-

ver>o no t>x i t e ni alto, ni bajo,. ni ce.ntro po5ihvo. Parece que la pesadE-z do los cuerpos .depende d.e .su conf1gurac1ón, tanto exterior como interior y les d.a la. esp~c!e de mov1m1ento que se llama gravitación. Una bala. de plomo, Siendo, e~fenca, ca.e prontamente y en linea. vertical : esto. bala., convertida en una lamma '?uy dt>lga.da, se sostendrá. en el aire más tiempo. Lo. acc1ón del f~ego obhgo.ra est~ plomo á t>levarse en la atmósfera. TTó aquí el mismo plomo diversamente modiÍ1cado, y obrando de diferente manera.

(1) Véanse las O~·~~t•arione1 miao~c!Jpica1 del M. Needho.m, que confirman plenamen.te esla op1n10n. Para. el que r eflexione, la formación de un homLre, ~ndept>nd1entemPnto de las vías ordinarias ¿ será má 'l maravillosa que la do un msecto por .~t>d10 del o.g u!l- y de lA. harina ? La fermentución y la putrefacción pro~uren •1 1blem~nte ammales vivientes. Lu. generación que se ha llamado tt¡un•oca, lo es un1campnte r·aro. los que no se han tomado la molestia de ob· servar atentamente la Naturaleza.

LA RELIGIÓN NATURAL 21

curso de ningún agente exterior; y nos v.emos obligados á de­ductr que e;sle movlmient? es una s_erie indtspensable. de inmu­tables leyes en armoma a la esencia y proptedades mherentes a Jos dtversos elem€'n tos ." á sus vanadas combmaciones. ¿No es 1usto deduci r de estos ejemplos, que puede haber una infi­mdad de combmaciones capaces de produci r distintos movi­m1ent.os en la materia, sin que sea preciso para explicar los re­curnr a agentes más difíci les de conocer que los efectos que se les atnbuye ?

S1 Jos hombres hubiesen reflexionado sobre lo que ante sus ojos pasa, no hubieran ido á buscar fuera de la Naturaleza una fuerza distinta de ella, que la pone en acción, y s in la cual cre­yeron que no podía moverse. Si por Naturaleza queremos en­tender una amalgama de matenas muertas, desprovistas de toda propiedad, puramente pasivas, nos veremos sm duda obli­gados a buscar tu~ra de esa Naturaleza el p rincipio de sus mo­VImientos. Pero st por Naturaleza entendemos lo que realmen­te es; un conJunto cuyas diversas partes tienen propiedades di­versas, que, no obstante, obran segun sus leyes, según estas mtsmas propiedades, que están en una accion y reacción conti­nuas unas sobre otras, que pesan, que gravll.a.n hacia un centro comun , m1entras otras se apartan y tienden á la circunferencia, que se atraen y se repelen , se unen y se separan, y que, por sus colisiones y aproximaciones continuas, producen y dE>scompon~n lodos los cuerpos que vemos, entonces nada nos obliga á recurrir á fuerzas sobrenaturales para darnos cuenta de la formación de las cosas y de los fenómenos que presenciamos.

Los que admiten una causa extraña á. la materia se ven obli­gados á suponer que esta causa ha producido todo .el movi­miento en ella dándole existencia. Esa suposición se funda en otra: que la materia pudo principiar á existir, h ipótesis que hasta aquí no ha sido nunca demostrada con pruebas válidas. ~a creación no es más que una palabra que no puede darnos 1dea de la formación del Umverso. No presenta ningún sentido ante el cual el espíritu pueda detene rse (1). Es~ noción se ~ace aún más oscura cuando se atribuye la

creactón ó formación de la materia á un ser espiritual; es de-

(1) Casi todos los filósofos antiguos estuvieron de acuerdo en considero.r el ~undo. c~mo et<'rno. Ocellus Lucano dice formalmente hablando el el Universo: .? t.(;IIIJdo Y txi1tido &icmpre. Todo~ los que renunciaron ul preJ·uicio cono·

01eron la f d 1 · · · ' t . uerza e prmc1p1o que de nada no IC hact nada· verdad indo . tru~~~~le. La Creaí'1Ón. en el sentido que los modernos le dan,' es una suti leza ~ OgiCfl. v.oto.ble y Crotius aseguran que paro. traducir la frn'le hebraica. del ~nmer vers1culo del Gtne1Í1 hace falto. decir: <<Cuando Dio1 hi:o el c-ielo 31 la ~~rr~, la. mat~ria ntaba informe». (Véu.~o El 111 undo, 1t1 orioen ll anti!lüec!ad,

e · ' pag:. 59). De esto so ve que lo. palo bra hebrea que se ha traducido por rear no T · f

1¡!f j¡ d 81fm I CO. smo ormar, arrcolar, ordrnar. Crear y hacer, siempre hao fund\rcaedifio mismo. SE>~un San J eronimo, trrart e.s lo mismo que co11dt re ,· mu d · h car. La litblla en nmguno pA.rte dice de una mo.nc.>ra. clara que el die~ 0 •e ayo hecho rle In nada. T er tuho.no <'omiene en t>llo, y el P. P etau dad {~e esa verdad se estableció más por el razonamiento que por lo. o.utori-

ea~e Beausobre, Hi1t. del Maniquci1mo, t. I ., pags. 178, 206, 218). San

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ci r, á un sér que no tiene ninguna analogía, ningún punto de con~cto ~..on ella, y que, ~mo pronto haremos ver, careciendo d~ extens10n. y parles, es mcapaz de movimiento no siendo · te smo el cambio ?-e un cuerpo con relación á los deinás, en cu:~to el. cuerpo movido presenta sucesivamente diferentes partes á difer.entes puntos del espacio. Por otra parte todo el mu <i conv1~n~ en que la ma teria no puede anularse tOtalmente ó d~· a~ de. existir. ¿Como, p~es, comprenderá que Jo que no pu~de deJa~ de ser, haya podido nunca tener principio? t J-\si, P~les, c~ando se nos p~egun~ de dónde ha venido lama-er1a, d1remo:s. que ha eJ_CIS~Ido siempre. Si se nos pregunta

de dónde pro":Iene el movimiento en la materia, responderemos que, por la misma. ra~ón, ha. debido moverse toda la eternidad pu.esto que el movimie!lto es una consecuencia necesaria de s~ existencia, de ~~ esencia y de s~s propiedades primitivas, tales c~mo su extens10n, s~ pesantez, Impene~rabilidad, figura, etc. En ri~~d de es~s prOJ?Iedades esenCiales Constitutivas inherentes

.a materia .• y sm las c~ales es imposible form~rse de ella una Ide<l; las diversas materias de que el Universo se compone han debido eternamente pesar unas sobre otras, gravitar haci~ un ce.ntro, rechazarse, reencontrarse, ser atraídas y repelidas C<?m.bmarse Y separarse, en una palabra obrar y moverse d~ distmtas maner<~;s, según la €sencia y la energía propias á cada gén~ro de m a ten as ~ á cada una de sus combinaciones. La exis­tencia supon~ propied~des en la cosa que existe; desde el mo­ment? que tiene propiedades, sus modos de obrar deben ne­cesariam.ente provemr de su manera de ser. Desde que un cuerpo tiene su peso, debe caer ; desde que cae, debe chocar co~ los cuerpos que, halle en su ~aída; desde que es denso y sólido, debe, en razon de su densidad, comunicar movimiento á los cuerpos con que, choca; desde que tiene analogía y afini­dad con ellos, debe umrseles; desde que no tiene analoO'ía debe ser rechazado, etc. o • ·

. De eso se ve que, suponiendo, tomo PS necesario, la .existen­Cia de la matena ~ se le de~en. s uponer algunas cualidades de q~e deben prove~Ir los mov1m1entos ó m::tneras de obrar deter­mmados ne~sariamente por esas mismas cualidades. Para formar el Um~erso, _Descartes pedía sólo materia y movimien­to. Una materia . vanada le bastaba; los movimientos diversos eran consecuencias de su existencia, de s u esencia y de sus

fu~1ino parece haya ~onsiderado . la materia como eterna, supuesto que elogia , a ton por. haber d,1cho que J?1os en la creación del mundo no h11 bía hecho

m~s qu; dar 11mpulso a la matena y ordeuarla. Finalmente Burnet dice en tér­

mmos or.ma es: CREATIO ET ANNIHILACIO HODIERNO BENSU ;ttnt vocet {ictitioc · neque tntm occurrit apud H ebroc1 Groccu8 aut LATINOS vox ULJ,A SING ULAR;S

Q~~ ~~ Ig~A.M ~IM liABUERIT. (~éase Arcl!e,o~og. ph~/o,oph., lib. I , cap. VII, P gd . • e Jt. ms~.. 1699). e Es muy difJcd, escnbe un anónimo no per­sua •rRe d de la etbrntdad de la materia, siendo imposible al espírit~ humano compr~n er qu~ ay~ sido en un tiempo y no en oho · en que haya habido ~dno aya 3abJdo D1 hab;á; ni. espacio, ni extensión, ni Jugar, ni abismo, y

o sea na a. (Voyez, Dttcrtattonet miUe& variru, t . n, p. 74).

LA RELIGIÓN NATURAL 23

ropiedades; sus diferentes modos de obrar ~on consecl:lencias ~ su.s diferentes modos de ser. Una materia desprovista de ~o 1edades, es la pura nada. Así, desde el. punto que la ma­

fen~ existe, debe obrar ; puesto ql:le es diversa, d~b~ obr~r diversamente; puesto que no ha podido empez~r ~.existir, exi~ 1.e desde la eternidad, y no c~sa~a nunca de ex1sll r y obrar por su propia er~e r&'ía, y el movimiento es una neces·idad d€ su propia existencia. . . .

La existencia de la m~terlU es un hecho ; la existencia del movimiento es otro. Nuestros ojos ~os presentan ma.te~ias de esencias diferentes dotadas de propiedades que las distmguen entre s1 formand~ combinaciones diversas. En efecto, es un error creer que la materia sea un cuerpo homogén.eo en el cual las partes no difieren ~nt~e. sí más que po~ sus difer~ntes mo­dificaciones. Entre los Individuos de una misma especie, no hay ninguno que se parezca exacta~ente á otro ; y es~ debe ser así: la diferencia de lugar por s1 sola debe .necesanamente en­trañar una diversidad más ó ~~nos sens ible,. no solamente en las modificaciones, sino tamb1en en la esencia, en las pro-piedades y en el sis~e~a. entero de los s~res .( i ). .

Si se pesa este prmciplO, que la expen enc1a parece ~Iempre demostrar. nos convenceremos de que los elementos. o mate­rias primitivas de los cuerpos son compuestos de la mis111:a na­turaleza, y por consiguiente no pueden tener ni las mismas propiedades ni las mismas man~ras de moverse Y. ob~ar. Sus actividades ó movimientos son diferentes hasta lo mfimto ; au­mentan ó disminuyen, se aceleran ~ se retardan, con ar!eglo á las combinaciones, á las proporciOnes del peso, densidad, volúmen y materias que entran en su composición. El elemento fuego es visiblemente más activo y más móvil que el eleme~to tierra ; éste es más sólido y más pesado que el fuego, el a1re y el agua. Según la cantidad de estos elemento~ que entra en la combinación de los cuerpos, éstos obran diversamente, y sus movimientos deben ser en alguna manera compuestos de los elementos de que están fc.rmados. El fuego elemental pa­rece ser en la Naturaleza el principio de actividad ; es, por decirlo así, una levadura fe~unda que pone en fermentación la !Tlasa y le da vida. La tierra parece ser el principio de la solidez de los cuerpos por su impenetrabilidad. 6 por la fuerte adhesión de que sus partes son susceptibles. El agua es un vehículo propio para favorecer la combinación de los cuerpos en que entra como parte constituyente. Finalmente, el aire ~s un fluido que proporciona á los demás elementos el espacio n~cesario para ejercer sus movimien tos, y que además se halla dispuesto á combinarse con ellos. Estos elem(lntos, que nues-

--(1) Los que han estudiado de cerca la Naturaleza, saben que dos granos de

a:ena M son estrictamente iguales. De~de que las circunstancia'! ó las mcdifica­<.'tones no son las mi•mas para los seres de la mi m., e~pecie, no puede habor Parerido exacto entre ellos. (V. el cap. \el). E sta verdad ha sido comprendida por Leibnitz.

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24 JEAN' MESLIER

tros sentidos no nos presentan nunca puros, eslan puestos con­tmuamenle en acción unos por otros, siempre obrando y reo­brando, combmándose y separandose, atr(lyendose y recha­zándose, bastando para explicarnos la formac10n de lodos los séres que vemos. Sus movmuentos, naciendo sm mterrupcion los unos de los otros, son alternaiivamnete causas y efectos ; de este modo forman un vasto circulo de generac10n y destruc­ción, de combinaciones y decomposiciones, que no ha podido nunca tener principio ni tendrá nunca fin . En una palabra, la Naturaleza no es más que una cadena inmensa de causas y efectos que brotan sin cesar unos de otros. Los movimientos de los séres particulares dependen del movimien t..o general, que a su vez es sostenido por los movimientos de los séres parti­culares. Estos se fortifican ó debi litan, ~e aceleran ó retardan, se simplifican 6 complican, se engendran ó destruyen por las diferentes combinaciones ó Circunstancias que cambian á cada momento las direcciones, tendencias, leyes, maneras de ser y ohrar de los diferentes cuerpos que se mueven (1) .

Querer remontarse más alla para encontrar el origen de la acción en la materia y el origen de las cosas, no es sino retro­ceder ante la dificultad y sustraerla absolutamente al examen de nuestros sentidos, que no pueden hacernos conocer y juzgar más que las causas en disposición de obrar sobre ellos ó im­primirles movimiento. Así , contentémonos con decir que la materia ha existido siempre ; que se mueve ,en virtud de su esencia ; que todos los fenómenos de la Naturaleza se deben á los diversos movimientos de las diferentes materias que con­tiene y que hacen que, semejante al Fénix, renazca continua­mente de sus cenizas.

CAPITULO Ill.

LA MATERIA, SUS DIFERENTES COMBJNACIONES, SUS MOVIMIENTOS DIVERSOS, MARCHA DE LA NATURALEZA.

No conocemos los elementos de los cuerpos; pero conoce­mos algunas de sus propiedades 6 cualidades y distinguimos las diferentes materi<l..S por los efectos 6 cambios que producen sobre nuestros sentidos, es decir, por los diferentes moyimien­tos que su presencia produce en nosotros. Los hallamos á con-

(1) Si fuese cif'rto que todo tiende ú. formar una masa sola y unica, Y Pi en esa masa llegara un m~tante en que todo estuTie~o in n13u, todo por­mar:ecería eternamente en tal estado y no habría en torla 1.1 eternidad ml•_s que una. materia. y un esfuerzo, un .YI8u-t, que sería una muerte eterna y um­versa.l. Los fís1cos llaman ~·uuJ el esfuerzo de un cuerpo contra otro sin tr,¡s­lación local: luego. en esta suposición. no podría haber allí causa de disolu­ción, puesto que siguiendo el ax10ma de los químicos, lod cuerpos oLrnn sólo cuando se disuelven.

LA RELIGIÓN NATURAL 25

. nsión de la movilidad, de la divisibilidad, secuencia de la ~~te raved'ad y de la fuerza d€: inerc1~. de la soll~ez, deied~des generales Y primitivas provienen ?tras,

De esta":S pro¿ dad la figura, el c,')lor, el peso, etc. Ast, res: tales como lal enslta m~t.eria en general es todo lo que af.ecta a pecto a noso ros, una manera cualqmera ; Y las cualidades nuestro~ 5enttdos. ~es diferentes materias se fundan sobre las que atribmmos a_ a s o cambios que producen en no~otros. dtferentes lmpres10~~finirión satisfactoria de la malena no. ha . Hasta aqm, ~na L hombres engañados por sus preJUICI OS,

sidO nunca . ~a ~~ efl~ mas qu~ nociones imperfectas, , vaga:> Y no han lem oH . derado la materia como un _ser unico, superficiales: ar: consl de moverse comi.Jinarse m producir grosero, P~SIV?, mc~?-:ntras hubier~n debido considerarla ce­nada por Sl m~~iére~ cuyos diversos individuos, aun cuando mo un genero . d munes tales como la cxten-tuyiesen a~gun~l' gr~p~~~g~raco~tc., n~ deb1an, sin embargo, sion, la dlVISll lmii_sam'a clase ni 'comprenderse bajo una misma colocarse en a denomi.naci6ln. . irá para explicar lo que acabamos de dec!r,

Un e3emp o S-el v . T t plicación Las prople-hacer sentir su exacdtllud Yt facl ~o~ ~: eaxtensión, ·la dlVJSibili­da.des comunes a te a ma eria · · d · ro iedad de ser dad, impenetrabili~ad .• figural, mo_vlllra L~ rRatrria d. el fuego,

victo por un movimiento de con] un o. ta ~~más de estas propiedades generales "t comunes, tH~7~ie~~ bién la ~ropie~~~ep~~~~~~~r 6~~~~~~~v~~~s~~ró~nd~_

0

cvalor, así

¿~~g~de ~rl:o 5lmuzov~ri~~t~roqu:l p;~~~C:e eran~~~~~?~ ~hosg~~::~~ sac10n e a · • ·1 nto · pero cuan­es extenso divisible, figurable, móvi_ en con)U ' na cierta do la mate'ria del fuego viene á ccmbmarse con é~ en u · dades proporción 6 canl~dad, el hiertro aldqmerea~i~~~~ d~foia\~r Y dé á saber: la de excllar en noso ros as sents Todas estas pro­la luz, propiedades estas, que. a!ltes no ema. los fenómenos piedades distintivas son aqu1 mseparables, Y al> que resultan, resulta!' en todo el rJ~or dJ lta I~~lu~~Íeza Y se

Por poco que constderen los cammos e ra-siga á los séres ~n los d1ferent.es ~slados por lo~ ~~a~~~~~~cerá zón de sus prop1edades están obligados á pasai • . 1 m

'· · t d b los cambios as co -que unicamente al mov1mien o se e en ' 1 t binaciones, las formas de t;dos los agrupan:ientos dde ~~~e; na. Por el movimiento se produce, s~ altei a,b~e 1 e~~~clo de se destruye todo lo que existe: _él es qu~en cam la e ue des­los séres, quien les añade 6 qmta propiedades Y hace ~·ea' obli­pués de haber ocupado un orden cada uno de ellos, se gado por una consecuencia de su naturaleza _á salir de de~¿:~~ ocupar otro y cooperar al nacimiento, so~te_mmiento { c·a posición de otros séres diametralmente d1stmtos por a esen 1

el orden y la especie. . · s de la En lo que los hsiccs han denommad~ l~s tres remoransmi­

Naturaleza, se opera, mediante el mov1m1ento, una t

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26 JEAN MESLIER

gración, un cambio, una circulación continua de las moléculas de la materia. La Naturaleza necesita en un lugar las mismas moléculas que hab1a colocado temporalmente en otro · éstas después de haber, por combinaciones particulares, con~tituid~ seres dotados de esencias, propiedades y modos de obrar deter­minados, se disuelven ó se separan con mayor ó minor facili­dad, y, reuniéndose ::;egún nuevas combinaciones, forman nue­vos séres. El atento observador ve, de un modo más ó menos sensible, ejecutarse e~ta ley en todos los séres que le rodean · ve la Naturaleza llena de gérmenes errantes, de los cuales uno~ se desarrollan, al tiempo que otros esperan que el movimiento los cGloquE' en las esferas, en las matrices en las circunstan­cias necesarias para extenderse, desarrollar~e, hacerse más sen­sibles por la adición de sustancias ó materias análogas á su sér primitivo. En todo esto no vemos sino efectos del movimien­to necesariamente dirigido, modificado, acelerado ó contenido fortificado ó debilltado en razón á las diferentes propiedade~ que los séres adquieren ó pierdt>.n, lo que produce á cada ins­tante alteraciones más ó menos marcadas en todos los cuerpoQ: estos efectos no pueden ser rigurosamente los mismos en dos instantes sucesivos de su duración ; á cada momento están obli­gados ~ a~quirir ó á. perder ; en una palabra, tienen que sopor­tar vanac10nes conhnuas en sus esencias, en sus propiedades, en su fuerzas, en sus masas, en sus modos de ser en sus cua-lidades. '

Los animales, después de haberse desarrollado en la matriz <'1>mo conviez:e á los elementos. de su máquina, crecen, se for­tifican, adqm.eren z:uevas prop1edades, nueva energía, nuevas facultades, b1en alimentándose de plantas convenientes á su sér, bien devorando á otros animales cuya sustancia es propia para conservarlos, es decir, para reparar las pérdidas continua­das de aquella parte de su propia sustancia que se desprenden á cada instante. Estos mismos animales se nutren se conser­van, crecen y se fortifican con el auxilio del aire' del agua, de la tierra y del _fuego. Privados del aire, de ese flu'ido que los rodea, los ~~pr1me, los pene~ra y les da elasticidad, dejarían pronto de v1v1r. El agua combmada con este aire entra en todo su mecanismo, cuyo juego facilita. La tierra les sirve de base, dando solidez á su tejido, acarreada por el aire y el agua que la lleva!l á las partes del cuerpo con que puede combinarse. Por últJmo, el fuego mismo, bajo una infinidad de formas y envolturas, es continuamente recibido por el animal al cual p_rocura calor y vida haciéndcle propio para ejercer 'sus fun­Ciones.

Lso alimenLos, cargados de todos estos variados principios, al entrar en el estómago, restablecen el movimiento en el sis­teT?a . n~rvioso y, por s.u propia actividad, así como por los prmcq:nos qu.e los constituyen, reponen la máquina que empe­zaba .a deb1lltarse por las pérdidas que había sufrido. Todo camb1a ~ntonces en el ?Jlimal; tiene más actividad y energía, cobra vigor y se mamfiesta más alegre ; obra, se mueve Y

LA RELIGIÓN NATUnAL

. de una manera distinta; todas sus facultades se ejer-plensa . d (i) on más comodida . . . ce~s~ vale á probar que lo que se llama e.lemento ó parte. J?f1ml-. de la materia, diversame!lte combma~o, con auxillo del

hva. ·ento uniéndose y ~simllándose contmuamente á la sus-movnm , - · · 'bl te é · fl tancia de los anima·les, ~od.Ifica VISl eme~ . su s r, m uy~ sobre sus acciones, es dec1r, sobre los movimientos, ya sensi-bles ya ocultos, que en ellos se operan. . .

!As mismos elemen~s que sirven par?- nutr1~, fortifica~ y

Var el animal v1enen á ser, en c1erf.as c1rcunstanc1as, conser ' d' 1 'ó d d b'l'ta los principios é instrumentos de su 1so .uc1 n, e su e .1 1 -ción y de su muerte. Obran su ~estrucCión cuando n~ vienen em leados con esa justa proporc1ón que los hace pr?p10s para el ~antenimiento del ser .. Así es que el agua. demas1ado ab~n­dante en el cuerpo del.ammal lo enerva, relaJa sus fi~ras é Im­pide la acción necesaria de los de~ás elemento~. ~s1 el fuego, admitido en excesiva cantidad, exc1~a en él, mov~m1entos desor­denados y destructores de su máquma ; as1 el a1re, cargado .de principios poco conformes á su n:e~amsmo, le. lleva contag~os y enfermedades peligrosas. Por ultJmo, los alimentos modifi­cados de cierto modo, en vez de alimentar~e lo destruyen Y con­ducen á su pérdida. Todas estas sustanc1as no cooper~n á la conservación del animal sino en cuan t.? son an~l?ga_s a él: lo arruinan cuando dejan de guardar el JUSto equ1llbno que las hacía propias para su existencia. . .

Las plantas, que sir~en para alimento y .reparación ~e los animales, buscan el alimento de que necesitan ellas ~rusmas en la tierra, se desarrollan en su seno, crecen. y se fortifican ~ sus expensas, reciben continuamente en su tepd?, por las ral­ees y por los poros, el agua, el aire y la !!latena 1gnea. El.agua las reanima visiblemente cuando langu1dece su vegetac1ón ó su género de vida, pues les lleva los. principios propios para perfeccionarlas: el aire les es necesar10 para exten~erse, Y les suministra el agua, la tierra y el fuego 9ue, se combman en él. Por último reciben más ó menos matenas 1gneas y las propor­ciones distintas de estos principios constiluy~n. las diferentes familias ó clases en que los botánicos han d1v1dido las pla~tas según sus formas y combinaciones, de donde resulta una mfi­nidad de propiedades muy variadas. Así crecen el cedro Y el hisopo, de los que el uno se eleva hasta las nubes y el otro se arrastra humildemente sobre la tierra. Así es que de una bello-

(1) Es útil advertir aquí, de antemano, que todas l~s st~stnncias esp~ri~uo~as, es decir, que contienen grande abundancia de m a tenas mflamubles e ¡gnoa.s, tales como el vino, el aguardiente, los licores, etc., son las que ac~leran mas l~s movimientos orgánicos de los animales, comunicándoles c.ll..,r, A:!l es .quo el Vl~o da calor y ha~ta ingenio, por más que el ;vino sea una cosa matenal .La prunave~a y el verano producen inst:cto<, ) ammales, favorecen \~ ve~~;~tac!ÓD Y dan v1da á la n11 turaleza, porque en dichas estac1o.nes la maten~ del fu<>go Be hall& má<~ abundante que en el invierno. La materm Íf!nea es evulen~emente la causa de la fermentación de la generación de la v1da : e» el JUplter de loa antiguos. ' '

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28 1E.\N MESLIER

ta sale poco á poco la encina que nos cobija con sus ramas· así un grano de tngo, después de haberse nutndo con las sa~Ias de la herra, Sirve de ahmento al hombre llevándole los ele­mentos ó prmcipios que ha adqmndo, modificados o combina­dos del modo que hace á este yegetal más propio para asimi­larse y combinar::;e con la maquma humana, es decir, con los fiutdo::, y los soltdos de que se compone .

Lo::; mtsmos elementos o principios hallamos en la formación de los romerales, as1 como en su descomposiCión, sea esta na­tural, o artificial. Vemos que tierras divcr::;amente labradas, modificadas y combmadas, sirven para darle~ crecimiento y mas o menos peso y densidad: vemos que el aire y el agua contribuyen á umr sus partes: la materia 1gnea ó el princtpto mftamable les da sus calores, y algunas veces se mamfiesta en las bnllantes chispas que el movimiento hace brotar de ellas. E::,os cue1 pos tan &oltdos, esas ptcdras, esos metales se de~truyen y disuelven con auxtlio del aire, del agua y del fuego, como lo prueban el análisis mas ordinario y una porción de expe­nenctas de que nuestros OJOS son testigos todos los días.

Los anim~les, las plan las y los mm erales, al cabo de cierto tiempo devuelven á la naturaleza, es deetr, á la masa general de las cosas, al almacén universal, los elementos ó prmctpws que les tomaron. La. tierra recobra entonces la parte del cuerpo cuya base y solidez constituía; el aire se carga de las partes que le son analogas y de las que son más sutiles y ligeras; el agua arrastra las que puede d1solver; el fuego, romptendo sus lazos, se desprGnde para ir á combinarse con otros cuerpos. Así, desumdas, disueltas, elaboradas, d1spersas, las partes elemen­tales del animal van á formar nuevas combmaciones ; s1rven para nutrir, conservar ó destruir nuevos seres, y, entre otros, las plantas que, llegadas á madurez, alimentan y conservan nuevos antmales : éstos sufren á su vez la misma suer te que los primeros.

Tal es la marcha constante de la Natura leza, el círculo eterno que todo cuanto existe esta obligado á describir. Así el movi miento hace nacer, conserva algún tiempo y destruye sucesi­vamente las partes del Universo, mientras que la suma de la existencia continúa siendo la misma. La Naturaleza, por sus combinaciones, engendra soles que sirven de centro á otros tan­tos sistemas ; produce planetas que por su propia esencia gra­vitan y describen revoluciones en torno de estos soles ; poco á poco, el movimiento altera á unos y otros: tal vez un dta dis­persará las partes eon que ha compuesto esas maravillosas masas que el hombre, en el corto espacio de su existencia, no hace sino entrever de paso.

~s. pues, el movimiento continuo, inherente á la materia, qmen a ltera y destruye todos los seres; quien les quita á cada momento algunas de sus propiedades para sustitui rlas por otra~; él es quien, así cambiando sus esencias actuales modi­fica también sus órdenes, sus direcciones, sus tendencias, las leyes que regulan su modo de ser y obrar. Desde la pied ra for-

LA RELIGI ÓN NAT U RAL 29

- de la tierra por la combinación íntima mada en las ent~añ;s s similares que se han atraído, h asta de moléculas an~~oÓ~it¿' de partículas inflamadas que alumbr~ el Sol, ese vast~ d pde la ostra casi inerte hasta el hom.bre ach­el firmamento '. ~s mos una progresión no interr~mptda, una vo Y pensad~[· '~e combinaciones y de movimtentos de la cadena perp ua ue no difieren entre si más que por la va­que resultan sue\ q . as elementales por las combinaciones Y riedad ~e sus ma en mismos eleme;,tos, de donde nacen mo­proporciO~et~ de ~~o~brar infinitamente diferentes. En la gene­dos. de exts Ir Y t . e· ón en la conservación no veremos nunc_a ración, en ~a nll: ri 1 a~ente combmadas cada una con movl­si~o rratena~e d~~~~ropios, determinados por leyes fijas Y que mienlos que f . mbios necesarios. No hallaremos en la fo r­les ~acen su .n~ e~ Y vida instantánea de los animales, vege-~fc16nm~~eec;~~~n sino materias que se agregan, que ~e tcum~-

es Y t" d n' y forman poco á poco seres que s1en en, vt-lan, se ext ¡en ó e están desprovistos de estas facultades ; Y qu~. ven, v.egd a~aber ~xistido algún tiempo bajo una f_orma parh­despues be t "buir con su ruina á la producctón de otra. cular, de en con n

CAPITULO IV.

LAS LEYES DEL MOVIMIENTO

COMUNES A TODOS LOS SERES DE LA NATUR.\LEZA:

ATRACCIÓN y REPULSIÓN ; FUERZA DE INERCIA.

Los efectos, cuyac; causas son conocidas, no so~r~nden ~!~ á los hombres ; estos creen ~nocer ¿a~n~~Jf:ta ~s c~a~~~ los ven obrar de una manera um orme L caída de una piedra movimientos que prod~cen son stmplek ~ de meditación sino que obedece á su propto peso no es 0 Je 1 causas más in­para un filósofo; p~e~ el modo de. obrar de as r él misterios mediatas y los monm1entos más stmples, son ra a ás

menos impenetrables que el modo de obra: de las Ecla~~ 0m no

remolas y de los movimientos más comphcados.f T g ni intenta nunca profu!ldizar los. ef~c~os qEue le 50!lda a:e1 1~~ei~'dra remontarse á sus pnmeros prmc1p10s. n a ca~ . . . no observa nada que ~orprenda ó merezca s~s mvestlgacwnes · necesita un Newtón para sentir que la ca~~a _de los. cuf:~~~ grave~ es un fenómeno di~no de toda atencwn. • neceslla r gacidad de un físico profundo para ~escu~nr las leyes ~s cuyo mérito caen los cuerpos y comumcan é_t ot:os sus prop movimientos· por último, el espíritu !f1ás eJerc~tad~ se apen:n á veces, al ve~ que los efectos más ~enctll~s Y ordmanos escap á todas investigaciones y quedan mexphcables.

No intentamos soñar y meditar sobre los efectos que vemos

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30 JEAN MESLIER

sino cuando son extraordinarios é inusitados, es decir, cuando nuestros ojos no están acostumbrados á ellos ó cuando ignora­mos la energía de la causa que vernos obrar. No hay europeo que no haya visto alguno de los efectos de la pólvora: el obre­ro que trabaja en hacerla nada le encuentra de maravilloso porque maneja todos los días las materias que entran en su composición : el americano miraba en otro tiempo su modo de obrar como el efecto de un poder divino, y su fuerza como sobrenatural. El rayo, cuya verdadera causa el vulgo ignora es mirado por él corno instrumento de venganza ce-leste ; el fí~ sico lo mira corno efecto natural de la materia eléctrica, por más que aun esté bien lejos de conocer perfectamente esta causa.

De cualquier modo que S€a, en cuanto vemos obrar una cau­sa, consideramos sus efectos corno naturales: porque nos he­mos acostumbrado á verla y nos familiarizarnos con ella. Pero si advertimos un efecto inusitado sin descubrir su causa, nues­tro espíritu se inquieta y trabaja en razón á la extensión de este efecto ; se conmueve sobre todo cuando cree interesada en aquello nu{stra conservación, y su perplejidad aumenta á medida que se persuade de que es esencial para nosotros cono­cer aquella causa que nos afecta vivamente. A falta de nuestros sentidos, que frecuentemente no pueden enseñarnos nada so­bre las causas y efectos que investigarnos con más ardor, re­currimos á nuP..stra imaginación, que, turbada por el temor, se convierte en sospechoso guía y crea quimeras ó causas fic.ticias á que concede el honor de los fenómenos que nos alarman. De­bemos á estas disposiciones del espíritu humano todos los erro­res religiosos de los hombres, que, en la desesperación de no poder remontarse á ·las causas naturales de los inquietantes fe­nómenos de que eran testigos, y á menudo víctimas, crearon en sus cerebros causas imaginarias, convertidas para ellos en fuen­tes de locuras.

En la Naturaleza no puede haber más que causas y efectcs naturales. Todos los movimientos que en ella se verifican, si­guen leyes constantes y necesarias . Las de los fenómenos natu­rales que estamos en el caso de juzgar, bastan para darnos á conocer las que S€ ocultan á nuestra vista: al menos podemos juzgar por analogía; y, si .estudiamos la Naturaleza con aten­ción. los modos de obrar que nos manifiesta nos enseñarán á no desconcertarnos ante aquellos que nos oculte. Las causas más remotas de sus efectos obran indudablemente por causas intermedias, con ayuda de las cuales podemos algunas veces descubrir las primeras. Si en la cadena de estas causas existen obstáculos que se opongan á nuestras investigaciones, debemos tratar de vencerlos, y si no lo podemos conseguir, no tendremos por eso el derecho de deducir que la cadena está rota ó que la cosa que obra es sobrenatural. Contentémonos entonces con confesar que la naturaleza tiene recursos que no conocemos; pero no coloquemos nunca fantasmas, ficciones ó palabras va­cías de sentido en el .Jugar de las causas desconocidas, con esto

LA RELIGIÓN NATURAL 31

, mos nuestra ianorancia nos detendríamos en nues-onfirmana o . ! 1 e · t·gaciones y nos obstmanamos en e err{)r. tras I~:r 1de la 1gnorancia en que estamos de l~ vías de la

A P 1 6 de la esencia de los ~eres, de sus propie~ades, ele-natura ezaro rciones y combinaciones, con{)cemos, sm embar­men1tos,l P eisencillas y generales por que se mueven los cuer­go, as v~~os que algunas de ·estas leyes, com~nes á todo.s los pos, Y no se desmienten nunca. Si parece en Ciertas o.ca;;10nes séres, desmienten, es porque hay causas que .. comphcan~ose que ~as no dan el efecto que esperábamos sm la compllca­<'ffn °d~sc~nocida.. Sabemos que el f?-ego, aplicado á la pólv{)ra, ~be necesariamente encenderla ; s1 este efecto n<? se produce, e ue los sentidos no 1{) revelen, debemos deducir que la I?ól­a~~i está mojada ó que se halla unida á otra sustancia que I~­vide su explosión. Sabe~os que el. hombre en toda~ sus acciO­~es tiende á hacerse fehz: ~ues. s1 le vemos trabaJa~ en des­truirse 6 en perjudicarse á s1 mismo, deb~mos deducir que le mueve alguna causa opuesta á s.u tendenc1a natural, que ~stá engaí'\ado por alguna preocupación, ó q?-e, falto de experien-cia no comprende dónde le llevan sus accwnes. . ,

Si todos los movimientos de los seras fuesen .sencillos, senan muy fáciles de conocer, y tendr.íam?s la seguridad de los efec­tos que las causas deben producir, s1 sus acciOnes no se c~:mfun­den. Yo sé que una piedra que .cae, deb.e c.1.er perJ?endic_ular­menle; sé que tendrá que segmr _una d1recc1ón obhcua ,si tr~­pieza con otro cuerpo que la desvie ; pero n{) sé cuál sera la .li­nea que describirá sí, en su caída, muchas fuerzas contrar1as obran alternativamente sobre ella. Puede suce~~r que. estas fuer­zas la obliguen á describir una línea parabohca, Circular, es-piral , elíptica, etc. . .

Los movimientos más compleJOS no son smo resultados de mcvimientos simples que se han combinado: así es que. si co­nocemos las leyes generales de los séres y sus movimiento~, no tendremos más que descomponer y analizar para descubnr la combinación, y la experiencia nos enseñará los efe~to~ que podemos esperar de ella. Entonces veremos. que mov~mientos muy simples son causa del encuentro necesano de las dlfere~tes materias que constituyen todos los cuerpos ; que estas mater1as, variadas por la esencia y por las propiedades, tienen c~da. una modos de obrar ó movimientos propios, y que su mov1m1ento total es la suma de los movimientos particulares que se han combinado.

Entre las materias que vemos, hay algunas que son. constan­temenLe dispuestas á unirse, mientras que otras son mc~pa~es de unión: las que son propias para unirse forman combmacw­nes más ó men{)s íntimas y durables ; es decir, más ó menos capaces de perseverar en su estado y de resistir á la diwlución . Los cuerpos que llamamos ~6lidos están compuestos de un ma­Yor número de partes homogéneas, similares. anñ.logas, d~s­puestas á unirse y cuyas fuerzas conspiran ó tienden á un m~s­mo fin. Las materias primitivas ó elementos de l{)S cuerpos he-

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32 JEAN' MESLIER

nen necesidad de diluirse, por decirlo así, unos en otros á fin de cc..nservarse y adquiri r consistencia y solidez ; verdad 'igual­mente constante en lo que se llama flsica y en lo que se llama moral.

En e::.la disposición de las materias y de los cuerpos, con re­lación recíproca, están fundadas las maneras de obrar que los físicos designat; con el n<?mbre de atra~ción y repulsión, de sim­patia y antzpatw, de afirudades y relacwnes (1) .

Los moralistas desig-nan esta disposición y los efectos con­siguientes con el nombre de amor ó de ódio, de amistad ó de aversión. Los hombres, como todos los séres de la Naturaleza, experimentan movimientos de atracción y de repulsión ; los que pasan en .ellos no difieren de los otros sino en que están más ocultos y en que, con frecuencia, no conocemos las causas que los excitan, ni su modo de obrar.

Nos baste !'aber que, por una ley constante, ciertos cuerpos están dispuestos á unirse con más ó menos faci lidad, mientras que otros no pueden combinarse. El agua se combina con las sales pero no con los aceites. Algunas combinaciones son muy resistentes, como en los metales ; otras son más débiles y muy fáciles de descomponer. Hay cuerpos que bien que sean inca­paces por sí mismos de uni rse, se h acen susceptibles de ello con ayuda de otros cuerpos que les sirven de intermediarios 6 vínculos comunes. Así se compr~mde como el aceite y el agua se combinan por medio. de una sal alcalina para constituir el ja­bón. De todos estos séres, diversamente combinados en propor­ciones muy variadas, resultan cuerpos, flsi cos ó morales, c.u­yas propiedades é igualdades son esencialmente distintas y cuyos modos de obrar son más ó menos complicados ó difíciles de conocer, en proporción de los elementos ó materias que han entrado en su composición ó de las modificaciones diversas de estas mismas materias.

Así es cómo, recíprocamente atraídas, las moléculas primi­tivas é insensibles de que todos los cuerpos están form ados, se hacen sensibles, forman mixtos, masas de agregación por la unión de materias análogas y similares que su esencia hace propias para formar un todo. Estos cuerpos se d isuelven ó su unión se rompe cuando experimentan la acción de alguna sus­tancia enemiga á la unión. Así se forman poco á poco una plan­ta, un metal, un animal , un hombre que, cada uno en el sistema 6 rango que ocupa, crecen, se sostienen en su existencia res-

(1) Empédocles decía, según Diógenes Laercio, fJTtC habla una especie de amia· tad por la cual se unf11n lo3 cl1 mlntos, y una especie de discordia por la cual 8C alejaban. Por e~o se ve claramente que el sistema de la atracc16n es muy antiguo ; sin embargo hacía falta un Newton para d~sarrollarlo. E l amor, á quien los antittuos atribuían el a rrej!lo del caos, parece ""r la a tracción per­sonificada. Todas las a legoría!! y fábulas de los antiguos sobre el ca08 ind1co.n vi~ibl emente el acuerdo y unión que hallan entre las ~u~tanci as análogas ú ho­mogéneas, de donde resulta la existencia del Universo, mientras que la re­pulsión 6 la discord ia era la causa de la Jio;olución, de la confu,.,ión, del des· orden. H e aquí sin duda el origen del dogma do los do8 principio&.

LA RELIGIÓN NATURAL 33

ectiva por la atracción continua de materias análogas ó Sif!li­farb propias á su ser , se co!lservan y fortalecen. _Eso exphca

mo ciertos alimentos convienen al hombre, mientras que erras le matan, algunos le agradan y fortalecen, otros le repug­~an y le debilitan. En fin , para no separar nunca las leye~ de la física de las de la moral , así es cómo los h~mbres, atra1dos unos por otros por sus necesida~es, forman. umones que .se .Ha­roan matrimonios, familias, soctedades , am_tstades, cononmwn_­los uniones que la virtud conserva y fort1fica, pero que el VI-cio' relaja ó disuelve. . .

Cualesquiera qu~ s.ean la ?atural:eza y las co~bma_c_10nes de los séres sus movimientos tienen s1 emp~ una direCCI<?n .ó ten­dencia : ~in dirección no podemos tener 1~ea del mov1mHmto ; esta dirección está arreglada por las propiedades de ~da ~ér; dadas las propiedades, obra necesariamen~ ; es decir, ~1gue la ley invariable de terminada por sus particulares propieda­des, que consti tuyen el sér , y su manera de ~br_ar , lo que es siempre una consecuencia d e su manera d_e existi r . P ero . ¿cuál es la dirección ó tendencia genera.l y c~rr:tun que se J?amfiesta en lodos los séres? ¿Cuál es el obJeto VISible y ~noc1~o de to­dos sus movimientos? Es conservar su actual existenCia, perse­verar en ella, fortalecerla, atraer á sí mismo to.do lo que puede serle favorable, resistir á Jos impulsos contrarios á su manera de ser y su tendencia natural. . . .

Existir es experimentar los mov1m1entos. P!OPIOS ? e .una es~~­cia determinada. Conservarse es dar y recibir mov1m1entos uti­les para el sostenimiento de la existencia ; es atraer las mate­rias más propias para corroborar su sér , es apartar aquel·las que puedan debititarle ó dañarle. Por eso, todos los séres q~e conocemos procuran conservarse cada uno á su manera. La pie­dra, por la fuerte adhesión de sus partes, se resiste .á su des­trucción. Los séres organizados se conservan por medio de más complicados expedientes, pero que son propio~ para mantener su existencia contra lo que la pudiera pefJUdicar. El hombre, sea moral como físico, sér vivo que siente, piensa y obra, no busca en cada instante de su duración sino de procurarse lo que le agrada ó lo que más está conforme con su sér , y se es­fuerza en alejar de s í lo que le puede dañar.

La conservación es, pu~s. el objeto común h acia el cual ~­das las energías, fuerzas y facultades de los séres están con~I­nuamente dirigidas. Los fís icos han llamado á esta tendencia 6 dirección grfiiVilación sobre sí: Newton la llama fuerza de inercia; los moralistas la h an dado el nombre de amor de si; y otra cosa no es sino la tendencia á conservarse, el deseo de la dicha, el amor al bienestar y al placer , la prontitud en apode­rarse de todo lo que se consi dera favorable á su sér, y la mar­cada aversión contra todo lo que perturba, 6 le amenaza ; sentimientos primitivos y comunes á todos los séres de la espe­cie humana, que todas sus facultades se esfuerzan en satisfacer, que todas sus pasiones, voluntades, acciones, tienen continLJa­mente por objeto y por fin. Esta gravitación sobre sí es, pues,

LA RELIGIÓN NATURAL- 3.

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una disposición necesaria en el hombre y en todos los séres que por diferentes medioo ti-enden á conservar la existencia qu~ han recibido, en tanto que nada desarregle el orden de su maquina ó su tendencia primitiva.

Toda causa produce un efecto ; y no puede haber efecto sin causa. Todo impulso es seguido de algún movimiento, más 6 menos sensible, de algún cambio, más ó menos notable, en el cuerpo que lo recibe. Pero todos los movimientos, todas las ma­neras de obrar, están, como ya hemos dicho, determinados por sus naturalezas, sus esencias, sus propiedades, sus combinacio· nes. Hay, pues, que deducir que siendo todos los movimientos ó modos de obrar de los séres debidos á algunas c9-usas, y no pudiendo estas cau~as obrar y moverse en manera diversa de su modo de ser ó de sus propiedaries esenciales, hay que dedu­cir, repito, que todos los fenómeno~ son necesarios, y que cada sér de la Naturaleza, dadas sus circunstancias y propiedades, no puede obrar sino como lo hace.

La necesidad es el vínculo infalible y constante que une las causas con sus efectos. Necesariamente el fuego quema las ma­terias combustibles que estñn colocadas en su esfera de acción. Necesariamente el hombre busca lo que es ó parece útil á su bienestar. La Naturaleza, en todos su fenómenos, obra necesa­riamente según la esencia que le es propia ; todos los séres del Universo obran necesariamente según sus esencias particula­res : el movimiento es la causa por la cual el todo tiene relaciones con sus partes y éstas con él; así es que todo es tá enlazado en el Universo: él mismo no es sino una cadena inmensa de causas Y efectos que, sin interrupción se desprenden unos de otros. Por poco que reflexionemos, .estamos ?bligados á re~onocer .que todo lo que vemos es necesarw, es decir que no podr1a ser smo como es ; que todos los séres que percibimos, así como los que s~ ocul­tan á nuestra vista, obran por leyes seguras. En armoma con estas leyes, los cuerpos graves caen y los ligeros .se elevan, la<; sustancias análogas se atraen, todos los séres tienden á con­servarse, el hombre se quiere á sí mismo, ama lo que le es .Pr~­vechoso en cuanto lo conoce, detesta lo que le puede penudi· car. Por último, estamos obligados á confesar que no puede ve­rificarse energía independiente, causa aislada, acción suelta.en una Naturaleza en que todos los séres obran sin inLcr_rupción unos sobre otros, y que, ella misma, no es otra cosa smo u:Ia eterna cadena de movimientos dados y recibidos según leyes necesarias. . . .

Dos ejemplos servirán para hacernos más claro el prinCIPIO planteado: escogeremos uno del orden físic.o y o~ ro del orden moral. En un t.orbellino de polvo que un v1ento Impetu~so le­vanta en la más espantosa tempestad excitada por los v1entos opuest<>s que levantan las olas, no hay una sola molécula de polvo ó de agua que ~té colocada al alza: .. que no tenga su causa necesaria y sufic1ente para ocupar el sitio en que se halla, y que no obre rigurosament-e como debe obrar. Un geómetra. que conociese exactamente las distintas fuerzas que obraran en

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ambos casos y las propiedades de las moléculas movidas .. demos­trana que dadas estas causas, cada molécula obró precisamen­te como d~b1a obrar, y no 1~ habría sido posible. hacer ot_ra cosa.

En las terribles convuls10nes que_, en OC?SJOnes agitan l~s sociedades políticas y suelen producir la ca1da d~ un ImperiO ó de un dado orden de cosas, no hay una sola acción, una sola palabra, un solo pensamientp, una ~ola voluntad ó una sola pa­sión en los agentes que á la revolución con~urren como destruc­tores 6 como víctimas, que no sea nece~ana, que no obre como debe obrar, que no produzca infaliblemente los efectos que debe operar, según el lugar qye e~tos agentes ocupan. en .aqu~­lla sublevación. Esto parecena evidente pa~a cualqm~r mteh­gencia que estuvies~ en condición d~ .Percibir y apreciar todas las acciones y reaccwnes de los esp1rllus y de los cuerpos que oontribuyen a aquel torbellino moral. .

Más aún, si todo está. enlazado en la Naturaleza, SI todos los movimientos nacen en ella unos de otros, aunque sus comu­nicaciones secretas suelan esconderse á nuestra vista, debe­mos estar seguros de que no hay causa, por pequeña ó remota que sea, que no pueda, en ocasiones, producir los efectos !f!áS grandes y más inmediatos sobre nosotros. Tal vez en las ándas llanuras de la Libia es donde se reunen los primeros elemen­tos de una tempestad, que en alas del vient<> llega hasta nos­otros, hace pesada nuestra atmosfera, influye sobre las pasio­nes 6 el temperamento de un hombre que, por esta circunstan­cia, llega. á influir sobre otros muchos y decide, según su volun­tad. de la suerte de varias naciones.

El hombre, en efecto, se encuentra en la Naturaleza y forma parle de ella ; obra según las leyes que le son propias y recibe, de un modo más ó menos enérgico, la acción ó impulso de los séres que obran sobre él con arreglo á la leyes propias de su e..o;encia. Por eso se modifica de tantos modos ; pero sus accio­nes resultan siempre de su propia energía y del impulso de los ser~s que obran sobre él modificándole. Hé aquí lo que dete~ma tan div~rsa, y aún tan contradictoriamente, sus pen­samientos, sus opmiones, sus voluntades, sus acciones· en una palabra, los movimientos visibles, como Ios ocultos que 'se veri­fkan en él. Tendremos má adelante ocasión de demostrar más claramente esta verdad, hoy tan discutida: aquí nos basta pro­bar, en general, que todo en la Naturaleza es necesario y que nada de lo que se encuentra en ella puede obrar más qu~ como obrn..

El .movimiento e<>municado y recibido es lo que establee~ relaciones entre loe; diversos sistemas de séres ; la atracción los acerca cuando están en la esfera de su acción recíproca · la re­lJUtStún los dis~~lve y separa: el uno los conserva y fo~tifica · el otro los deb1hta y destruye. Una vez combinados tienden á. ~g.severar en su modo de existir en virtud de la /'lter'za de inrr­i fl per<? no P~eden ronsP~uir tal objeto porque están bajo la sfv uenc¡a contmua de todos los demás séres que obran suce-

a Y perpetuamente sobre ellos. Sus cambios de forma. sus

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JEAN MESLIER

disoluciones , son neC€sarias á la conservación de la Natura.leza, único objeto que podemos asignarle, haoia el cual la vemos ten­der sin cesar, sigméndcle sin interrupción por la destrucción y reproducción de todos los séres subordinados, obligados á su­frir sus leyes y á concurrir según su método, al sostén de la existencia activa, esencial al gran todo.

Cada sér ti~me que ser considerado como un inrlividuo que en la gran famil ia desempeña su tarea necesaria en el trabajo general. Todos los cuerpos obran según leyes oportunas á su propia esencia, sin poder apartarsf' un solo instante de las que rigen á la misma Naturaleza: fuerza cerutra l, á la que todas las fuerzas, todas las esencias, todas las energías están some­tida~ ; ella regula el movimiento de todos los séres; por la n~­oesidad de su propia esencia los hace concurrir según sus parll­culares cualidades á su plan general , y este plan no puede ser sino la vida, la acción , el mantenimiento del todo por los cam­bios continuos de sus partes. Logra este objeto renovándolos unos por otros, lo que establece y destruye las relaci<?nes. sub­sistentes entre ellos ; les da y les quita formas, combmacwnes y cualidades con que obran por algún tiempo, y que pronto les arrebata para hacerles obrar de otra manera diferente. Así, pues, la Naturaleza los acrece y los altera, los aumenta Y l?s disminuye, los acerca y los aleja, los forma y destruye, segun necesita para el mantenimiento de su conjunto al que la Natu­raleza tiende necesariamente.

Esta irresistible fuerza, esta necesidad universal , esta ener­gía general no es, por lo tanto, sino una consecuencia de )a naturaleza. de las cosas en virtud de la cual todo obra sm descanso, con arreglo á 'leyes establecidas é in!Tiutables ; esta: leyes no varían ni para la Naturaleza total , m para los s~re., que constituyen su conjunto . La Naturaleza es un tod? vtvo, cuyas partes, aún las más reducida~. concur~en ne_cesana~rn­te v sin vcluntad á mantener la acción 1 la extst,enCla y la vtda. La·Naturaleza existe y obra necesariamente .. v todo lo que con­tiene necesariamente conspira á la perpetu1dad de un sér ac-tivo (1). . · ·6

Más adelante v-eremos cual fué el trabajo de la 1magmaCI n de los hombres para formarse una idaa de la energía de 1~ Na­turaleza que han personificado y diferenciado de ell~ ~~~ma. Examinaremos aún las invenciones ridículas y per]Udtctales que por nc• conocer la Naturaleza, se han ideado para contenfr su ~urso, para suspender sus eternas leyes, y obstacular á a necesid&d de las cosas.

(1) Plat6n dice que la materia y la ncce1idad 10n la mi1ma. co1a, Y qur u!a necuidnd c1 la rnatlre d el mundo. EfectiYamente, la materia obro. porque CJ:IS;

t~ y exist e para obrar· no podemos ir mas a.lla. Si se noR pr.:gunta cómo ~ "• '· · · · t to es porqu" por qué existe la matena. <l1remos que ex1ste nece~anamen el es . 1 da

contiene la razón suficiente de su e:s:istenC'ia Suponiéndola prod~ctda o crE'A de· por un sér di~tinto de ella y más desconocido 9ue ella., _habra stempre ~r~ nte cir que este sér, cualquiera que sea, es necesano 6 contiene la caus11. su 1c1e

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CAPITULO V.

DEL ORDEN Y DEL DESORDEN: DE LA INTELIGENCIA: DE LA CASUALIDAD .

La sucesión de los movimientos necesarios, periódicos y re­gulares que pasan en el Universo, es la que ha causado en el espíritu de los hombres la idea del orden. Esta pal~bra, en s~ significación primitiva, representa una manera fá~Il de consi­derar y percibir el conjunto y las diferentes relaciones de un todo en el que encontramos, por su manera de ser y de ~brar, cierta conveniencia ó conformidad con la nuestra. Ampliando esta idea, el hombre ha. tran8por tado al Universo los modos de considerar las cosas que le son particulares; ha imaginado que existían realmente en la Naturaleza relaciones y convenien­cias como las que había designado con el nombre de orden, y por consiguiente aplicó el nombre de desorden á todas las relaciones que no le parecían seguir la manera de ser y de explicarse de las primeras.

Fáci l es deducir de esta idea del orden y del desorden, que no existen realmente en una Naturaleza donde todo es necesa­rio, que sigue leyes constantes y que obliga á todos los séres á seguir en cada momento de su duración las reglas que emanan dE> su propia existencia. Es, pues, solameote en nuestro espí­ri tu que encontraremos el modelo de lo que llamamos or.dcn y dPsorden; esto, como todas las ideas abstractas y metafísicas, no supone nada fuera de nosotros. En una palabra, el orrlen no es ni podría ser nunca sino la facultad de coord inarnos con los séres que nos rodean, ó con el todo de que somos par te.

No obstante, si se quiere aplicar la idEa de orden á la Na· luraleza, este orden será una secuela de acciones ó de movimien­tos que suponemos tienden á un ftn común. De modo que, en un cuerpo que se mueve, t l orden lo representa la série, la ca­dena de acciones ó movimientos adecuados para constitui r lo que es, y mantenerlo en su existencia actual. El orden, respecto á la _Naturaleza enter a, ec; la cadena de las causas y efectos con­comttantes á su existencia activa y al mantenimiento de su e­terno conjunto. Pero, se~ún lo que acabamos de probar en el capítulo anterior , lodos los seres particulares. en el rango que ocupan, tienen qu<> concurrir á este obieto; de donde hay qn<' deducir que lo que llamamos orden de la Naturaleza, no pnedc ser nunca sino un modo de considerar la necesidad de las cosas á la que está sometido todo lo que conocemos. Lo que llamamos desorden no puede, pues, ser sino un término relativo con

de BU • • • prop1a ex1stencta. Sustituyendo la matt>ria 6 la Naturai€Za con e~te ~ér. no se hace más que sustituir un a"'ento conocido 6 de po<~ible conocimiento al-me b · 1 " ' . 0 08.b ajo o ~unos puntos de vista, por otro agente de~cm.ocido, totalmente lmpost le de conocer y cuya existencia no se puede demostrar.

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que desigr"amos las acciones ó movimientos necesarios por los que séres particulares se alteran ó perturban instantanea­mente en su manera de existir y cambtan su modo de obrar; pero ninguna de estas acciones , ninguno de estos movimientos pueden ocntradecir ó desarreglar un solo instante el orden general de la Naturaleza, de la cual t.odos los sére~ r.eciben su existencia, sus propiedades, sus parhculares movtmtenlos. El desorden para un sér no es otra cosa sino su paso á un orden nuevo á una nueva manera de existi r , que arrastra inevitable­mente' una nueva 1lación de acciones ó movimientos distintos de los que antes era susceptible este sér.

Lo que llamamos orden en la Na_turale:.a es un modo ~e ser ó una disposición de sus partes. ngur_osamente n_ecesana. E_n cualquier otro sistema de matertas, s1 fuese pos1ble, llegar~a á establecerse necesariamente un arreglo. Suponed los J!laS heterogéneos y discordantes elementos; por un encadenamten­to de fenómenos necesarios se formará entre ellos un <?rden total cualquiera; hé aquí la verdad~ra noción de un.a J?rop1ed~d cuya definición podría ser: la aplltud para constttmr un ser tal cual es en sí mismo, y tal cual es en el todo de que forma parte. . .

Repito, pues, el orden es la neces1 dad constderada con rela­ción á la série de acciones, ó la cadena enlazada de las causas y de los efectos que en el Universo produce. Efectivamente el orden en nuestro sistema planetario, único del que .ten;emos alguna idea, es la série de fenómenos que se operan s1guJenrlo leyes necesarias y constantes según las cuales vemos obrar á los cuerpos que lo componen. A consec~encia de estas leye~, el Sol ocupa el centro, los planetas gravJt~n sobre é~ Y descn­ben á su alrededor, por determinados periOdos .de tiempo, re­voluciones continuas. Los satélites de estos m1smos planetas gravitan á su vez sobre los que están en el centro de st~ e~fera de acción, y describen en torno á ellos s~s vueltas. pertódtc~. Uno de estos planetas, la Tierra que habitamos, gtra tamb~~n sobre sí mismo, y por los variados aspectos que su. reyoluct n anual le obliga á presentar al Sol. experimenta vartac10nes re­gulares, á que damos el nombre de estaciones. P<?r una con se· cuencia necesaria de la acción del Sol sobre las dtfe~e~t~c:; par; tes de nuestro globo, todas sus producciones sufren yJcJ.sttudes · las plantas, los animales, los hombres, están en mv1erno en una especie de letargo, y en la primavera t<:>dos los séres pa­recen reanimarse y salir de largo sueño. En unn. ~alabra, la manera con que la Tierra recibe los rayos del Sol mfluv~ so­bre todos sus productos ; los rayos del Sol recibidos .obllc~~· mente, no obran como si cayesen á plomo; su ausencta per~ -dica causada por la revolución de nuestro globo sobre st mts­mo, 'da por efecto el día y la noche. En todo esto no. veremos nunca sino efectos necesarios fundados en la esencia dd .~ cosa~ y que, mientras permanezcan co~o son, no po ! n nunca desmentirse. Estos efectos son deb1dos á la gravttactón, á la atracción, á la fuerza centrífuga, etc.

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Por otra parLe, este orden que admir~os com~ un efecto sobrenatm·dl, se perturba algunas veces o se. camb1a en desor- ) den· verdad e::, que (;5te mismo desorden es Siempre una conse­cue~c1a dl~ leyes naturales, siendo necesario . en. la Naturaleza que algunas de sus parles, _Par~ el mantenimiento del todo, se aparten de su marcha ordmana. . .

As1 se explica cómo los cometas se ofrecen ~nopi!ladamente á nuestros sorpren didos ojos; su ~urso excéntnco. v1ene á ~ur­bar la tranquilidad de nuestro sistema plaJ?-etarw, Y .exc1tan el terror del vulgo, para quien todo es maravtlla. El hsiCO mls­mo supone que antes. estos cometas han trastornado ~a super­fi cie de nuestro globo y causado las mayores revolucwnes so­bre la Tierra. Independientemente de estos desórdenes extraor­dmarios, los hay más comunes, á los cuales estamos expuestos. Ya las estaciones parecen desplazadas, Y.a los ~l~mentos en discordia; el mar sale de sus límites, la t1er~a soh.da se que­branta los montes despiden fuego, el contagio ~estruye hom­bres y 'ammales, la esteri lidad devas~ las campiñas ; entonces los mortales, espantados, piden á grllos el orden y levantan sus trémulas manos hacia el Sér que suponen autor de aq_uello mientras estos desórdenes aflictivos son efectos necesanos , é inevitables producidos por causas nat.urales q':le obran segun leyes fijas. del€rminadas por sus prop1as esenctas y por la po­tencia universal de una Naturaleza en la que todo debe alte­rarse moverse disolverse· y donde lo que llamamos orden debe 'perturbarse algunas v~ces y cambiarse en un nuevo modo de ser que para nosotros es un desorden.

El o~den y el descrden en la Naturaleza no existen. Somos nosotros los que calificamos orden todo lo que está conforme con nuestro sér, y desorden todo lo opuesto. No obstante tal cl:tSificación todo PS orden en una Naturaleza cuyas partes no

' o pueden nunca apartarse de reglas seguras y necesartas que e-manan de la esencia que han recibido: no hay des.orden en ~n todo para cuyo mantenimiento el desorden es necestdad de exiS­tencia, cuya marcha general no puede nunca alterarse, donde todos los efectos son consecuencia de causas naturales que o­bran según sus infalibles prescripciones.

De t>so viene que no puede haber ni monstruos, ni prodi­gios, ni maravillas, ni milagros en la Naturaleza. Lo que llama­mos monstruoc:; n<' son sino combinaciones con que nuestros ojos no están familia rizados , y que no por eso dejan de ser efectos necesarios. Lo que acostumbramos llamar prodigios, rnnravillas, efectos sobrenaturales, son fenómenos de la Natu­raleza cuyos principios y manera de obrar nos están desco­nocidos, y que, por ignorar sus verdaderas causas, atribuímos locamente á causas imaginarias que, lo mismo que la idea de orden, no existen sino en nosotros mismos, que las colocamos fuera de una Naturaleza, mientras no puede haber nada sin ella. R~specto á los llamados milagros, es decir, á los efectos con­

trarios á las leyes inmutables de la Naturaleza, siéntese que

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40 JEAN MESLIER --------------------tales obras son imposib~es y que nada podría suspender un ins­tante la rna~cha necesaria de los sé res, sin que la Naturaleza en. te_ra s~ detuviera y perturbara en su tendencia. No hay maravilla m milagros ~n la Nat~raleza más que para aquellos que no la han estudiado suficient-emente, 6 que no comprenden que sus ley~ no pueden nunca desmentirse en la menor de sus P~rtes sm q~e el todo se quede aniqui lado, 6 al menos no cam­ba~ de esencia y modo de existir. , E_l orden y ~1 desorden no son más que palabras con que aestgnamo~ los estados en que se encuentran séres particula­res. Un s~r está en el orden cuando todos sus movimientos tienen corno obJeto el ~antenirniento de su exisltencia actual y favo­recen su tendencia á conservarse en ella; está en el desorden cuan,do _las cau~a~ q_ue lo mueven perturban 6 destruyen la ar­moma o el eqmllbno que son necesarios á la conservación de su estad? actual. ~in embargo, como se ha visto, el desórden en ~n ser no es, smo su pasaje á un orden nuevo. Tant<> más rápido es este paso, tanto más grande es el desorden para el sér que lo experimenta. Lo que conduce al hombre á la muer­te es para él el mayor de los desórdenes; sin embargo, la muer­te sólo es para él un paso á una nueva manera de existir y está p_revisto en el orden de la Naturaleza. '

. Decimos que el cuerpo humano está en el orden cuando las diferentes partes 9?e lo componen obran de manera que re­sulte la consen~acwn del todo; eso es efectivamente el objeto de su actual existencia. Decimos que está en salud cuando los sólidos Y los flu~~cs de su cuerpo concurren á este fin y se pres­tan mutuos aux1llos para conseguirlo ; decimos al contrario que este cuerpo está en desorden cuando se perturba su tendencia y algunU;S de sus part~ dejan de trabajar á su conservación y de curnphr con las funciones que le son propias. Esto es lo que su_cede en el estado de enfermedad; y sin embargo, los movi­mien.tos qu~ entonces se excitan en la máquina humana son tan necesarios, están regulados por leyes tan tijas, naturales Y r<>nstantes, como aquellos cuyo concurso produce la salud: lo que hac~ la enfermedad es producir en el cuerpo una nueva consecuencia, ur. nuevo orden de movimientos y de cosas. Mue­re el hombre, lo que juzgarnos como el mayor de los desórdenes para él;_ su cue~po no es ya el mismo; sus partes no conspiran ya al rn1smo ObJeto; su sangre no circula ya; no siente, no pie_n­sa, ryo desea. La muerte es la época de la cesación de su exls­tencta humana ; su máquina se eonvierte en una masa inani­mada por falta de los priTJcipios que la hacían obrar de un n:o~o determinado; h_a mudado su tendencia, y todos los mo­VImientos que se exmtan en sus restos conspiran á un nuevo ~n ;. á aquellos cuyo orden y armonía producían la vida, el sen­timiento, el pensamiento, las pasiones la salud subentran otros de diferente género que se verifican ~gún ley~ tan necesarias como las primeras. Todas las partes del hombre muerto tien­den á producir los efectos que llamamos di.,olución, fermen­tación, podredumbre; y estos nuevos modos de ser y de obrar

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son tan naturales al hombre reducid? ~ tal esta~o •. como la sensibilidad, el pensamiento, el movimien~o pen6di~ de la la sangre, etc., lo eran al hombre vivo. Hab1_endo cambiado su tsencia, necesariamente no puede ser el m~smo su modo. de obrar; á los movimientos regulares y neceS<l;fi<?S que concur~Ian á producir el estado de vida, suceden movimientos determi!Ja­dos cuyos productos son la disolución del ca~áve~, la dispersión de sus partes la fcrmación de nue:vas combmac10nes de donde resultan nue~os séres; lo que, como antes hemos yisto, está en el orden inmutable de una Naturaleza siempre acllva (1).

No es inútil repetición: Respecto al gran conjunto, tod<?s los movimientos de los séres, todas las maneras de obrar tienen que estar en el orden y siempre conformes con la Naturaleza ; en todos los estados por que estos sé res tengan que pasar, obran constantemente de un modo necesariamente subordinado al conjunto universal. Más aun, cada sér par~icular obra ~iempr~ en el orden; todas las acciones, todo el stslema de sus rnovi­mient<>s son siempre una consecuencia necesaria de su modo de existir durable ó momentáneo. El orden en una sociedad po­lítica es el efecto de una sucesión necesaria de ideas, de volun­tades, de acciones en los que la componen, y cuyos movimien­tos están regulados de modo que concurran al mantenimiento de su conjunto 6 á su disolución. El hombre, constituido ó mo­dificado de modo que represente lo que llamarnos un hombre virtuoso, obra necesariamente de una manera que produce bie­nestar en sus asociados; el que llamamos malvado, obra ne­cesariamente de un modo que produce desgracias. Siendo di­ferentes sus naturalezas y sus consiguentes modificaciones, tie­nen que obrar de distinto modo. El sistema de sus acciones, 6 su orden relatwo, es, desde luego, esencialmente diverso.

El orden y el desorden en los séres particulares son, pues, modos de considerar los €fectos naturales y necesarios que producen con relación á nosotros. Tememos al malvado Y decimos que lleva el desorden á la sociedad, porque turba su tendencia y obstacula su dicha. Evitamos una piedra que cae, porque desarreglaría en nosotros el orden de los movi­mientos necesarios á nuestra conservación. Sin embargo, el o~de~ y el desorden son siempre, como hemos visto, consecuen­Cias Igualmente necesarias del estado durable 6 pasajero de los séres. Está en el orden natural que el fuego queme, porque f.S su esencia quemar; está en el orden que el malvado haga daño, porque dañar es de su esencia: pero, por otro lado, está en el orden que un sér inteligente se aparte de lo que pueda perjudi-

(I) • E stam.os acostumbrados, dicfl un autor anónimo, á p<>nsar que h vida es lo contrar1o de la muerte. Presentándonos ésta bajo la idea de destruC'Ción O.rsoluta, se han bu~cado algunas razones para eXCC'ptiH\r el alma ('Offir) ~i <'1 a m~. fuese pPrfecta y esencialmente otra co~a que la vida; pero la simplt> per­rpcJon nos enst>ña que los términos opue•tos ~on la animado y lo inanimr¡rln

a muerte es tanpoco opuesta á la vida, <'Omo que es el principio de ella: d<'l cuerpo de un solo animal que ha dejado de vivir . e forman otros mil seres vi­vos: tan evidente es que la vida está en la potencia de la Naturaleza 11.

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ca~le. Y se esfuerce en alejar cuanto pueda turbar su m d d ex1stJr. Un. sér, por su organizacion sensible, debe, se~u~ s~ esencia, hu~r de todo. lo que pueda atacar a sus oro-anos y pon su existencia en peligro. o er

Llamamos inteligentes á los séres que, organizados á nues­tra manera, ofr€cen facultades propias para. conservarse para matenerse en el orden que les conviene, y para escoger los m~dJOs cond~centes a este fin con la conciencia de sus movi­mientos propws. De e.~ to se deduce que la facultad que llama­me::. lntellgencza consiste en el poder de obrar conforme a un obJeto que conocemos en el sér á quien lo atribuímos. l\lira­mos .como privados .~e inteligencia á los séres que no tienen la . misma conformacwn nues tra, ni los mismos órganos ni las m1smas faculta~es; en una palabra, .á aquellos de quien~s igno­ramos la esencia, l.a energia, el obJeto y, por consiguiente, el orden que, le5 conviene. El todo no puede tener objeto, porque fuera d~ el n~ hay nada ~ que .Pueda tender; pero las partes qu~ encierra tienen un .obJeto. SI tomamos en nosotros mismo5 ~a 1d~ de~ orden, también en nosotros mismos temamos la de la mtellgencia. No la reconocemos en todos los séres que no obran á nuestra manera, y la concedemos á cuan tos suponemos que o_bran como n~sotros. Llamamos á estos úl~imos agentes inte­~t{)_entc~, Y decimos que los demás son causas ciegas, agentes mmtehgent~ que obran á la casualidad; palabra, esla, que ca­r~ce d.e senh~o, y que oponemos siempre á la de inteligencia, sm asi~narle Idea segura.

~s Cierto que atribuímos al azar todos los efectos cuyas re­laciOnes .con las causas no alcanzamos conocer. De modo que !l-OS serv~mos de la palabra casualidad para ocultar nuestra Ignorancia sobre la causa natural que produce los efectos que vemos Y de que no tenemos idea, ó que obra de un modo en el que no vemos orden ó sistema seguido de acciones semejantes a 1?-c; ~uestras. Pero cuando vemos ó creemos ver el orde!'l, Jo atribUimos .á una inteligencia, cualidad igualm ente tomada de nosotros mismos y de nuestro modo propio de obrar ó de ser afectados.

Es inieligPnte el sér que piensa que quiere que obra para lleg!lr á su fin. Ahora bien , para pe~sar , para q~errr, para'obrar ~egun nuestra manera, hay que tener órganos y objetivo seme­Jantes á los nu.estr~s. Decir, pues. que la Naturaleza está gober­nada por un_a mtelur_encia, es pretender que está gobernada por un sér prov1st? de or~a!los ; puesto que sin órganos no puede h~ber percepciones, m Ideas, ni mtuiciones, ni pensamientos, m yoluntades, ni plan, ni acciones. S1empr~ se hace el hombre centro del Universo y relaciona

con él .mismo todo lo que ve ; cuando .iuz15a que un modo de obrar tiene alguno~ puntos de conformidad con el suyo ó algu­nos fenómenos le mleresan, los atribuye á una causa que se le par.ece, q~e obra como él, que tiene las mismas facultades, los miSJ!lOS mtereses suyos, sus mismos proyectos, su misma tendencia; en una palabra, \Se hace el modelo de ella. Por

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esa razón el hombre, no viendo fuera de su especie sino séres obrando de distinto modo que él, y creyendo notar, e~o n? obs­tante en la Na1u raleza, un orden análogo á sus propias 1deas, mira~ conformes á las suyas, imaginó que ~sta Naturaleza e~~­ba gobernada por una inteligencia par,ecida á la suya, hac~en­dole el honor de este ordf'n que creyo reconocer, y d~ m1ras que él mismo tenía. Verdad es que el hom~re, reconoci~ndose mcapaz de producir los efectos vastos y var1~dos que ve1a ope­rarse en el Universo, se encontró en la necesidad de poner una diferencia entre él y la causa invisible que producía tan gran­des efectos; pero creyó vencida la dificultad exagerando en ella todas las dificultades que él poseía. Así es que, poco á poco, lleaó á formarse una idea de la causa inteligente que puso por en~ima de la Naturaleza, para presidi r a todos los movimien­tos de que la creyó incapaz por sí misma, obstinándose en considerarla siempre como un monton mforme de mater1as muertas é inertes que no podia producir ninguno de los grandes efectos, de los fenómenos regulares cuyo resultado es lo que l:-e llama el orden del Universo (1).

De aquí se deduce que, por no conocer las fuerzas de l.a Naturaleza ó las propiedades de la materi~, se han mulh. · la Naturaleza ó las propiedades de la matena, se han ~ulti­plicado sin necesidad las causas y se ha supuesto al Umverso bajo el imperio de una inteligencia cuyo modelo fué y ~erá siempre el hombre; pero éste llegará ár hacerla inconce~Ibl.e cuando quiera extender demasiado sus facultades ; la amqlll­lará ó la hará completamente imposible cuando en esta inteli­gencia quiera suponer cualidades incompatibles, lo que se verá invenciblemente obligado á hacer para darse razón de los efec­tos contradictorios y desordenados que se ven en e1 mundo. Efectivamente en este mundo, donde se nos dice que todo está perfectamente ordenado, esperimentamos, y con bastante fre­cuencia, desórdenes que nos obl igan á reconocer la obra de una inteligencia soberana. Sin embargo, estos desórdenes des­mienten el plan , e l poder, la sabiduría, la bondad que se le supone, y el ()rden maravilloso con que se hon ra á la sobrehu­mana inteligencia que reconocernos como causa.

Se nos dirá, sin duda, que la Naturaleza, conteniendo y pro­duciendo sbres inteligentes, ó debe ser inteligente ella misma, 6 debe estar gobernada por una causa inteligente. Contestare­mos diciendo que la inteligencia es una facultad propia de los séres organizados, es decir, constituidos y combinados de una manera determinada, de donde resultan ciertos modos de obrar que designamos con nombres particulares, según los varios efectos que estos séres producen. El vino no tiene las cualida-

(1) Anax!\!_!oras fuó, ~"I:"Ún dicl'n. l'l primero r¡uo supii!<O el TTniverq'l rreaclo Y gobernado por una. infrligen,.;n o un cnlrnrlimirnto. Ari~tótele~ le Pchaha NI

<'~ra el empleo de aquella inteli ~t'ncia. para la producción de In~ cosas, como St fuera un Dio1 Mríquiwz , cuando todiLS hs hnl'nns raZC\ne~ lo faltaban Fun­da~e en esto sin dudo o! mismo ro.nro quo so dirige á cuantos so sirven de la palabra inteligencia para. zanjar dificultades.

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des á que damos el nombre de ingenio 6 valor; no obstante vemos que las comunica algunas veces á hombres que supo: mamas totalmente desprovistos de ellas. No podemos deetr que ~ea la Naturaleza mleligenle á la manera de algunos de los seres que contiene ; mas es indudable que puede producir séres inteligentes reuniendo mate rias prop1as para formar cuerpos organi2Jados de tal modo que de su conjunto resul­te la facultad que llamanos in teligencia y los modos de obrar que son consecuencia necesaria de esta propiedad. Repito: para tener mteligencia, des•gnios y miras, hay que tener Ideas; para tener ideas se necesita tener organoo y sentidos, lo que no se dirá de la Naturaleza, ni de la causa que se supone presidir á sus movimientos. Por último, la experiencia nos prueba que las materias que consideramos como inertes ó muertas toman ac­ción, intehgencia y vida, combinándose en algunas maneras particulares. Lo que acabamos de decir conduce á la deducción que el orden

no es nunca más que la relación uniforme y necesaria de las causas y de los efectos, 6 la consecuencia de las acciones que emanan de las propiedades de los séres mientras permanecen en un determinado estado; que el desorden es el cambio de tal estado, que todo está necesariamente en orden en el Universo, donde todo obra y se mueve según las propiedades de los séres; que no puede haber desorden ni mal absoluto en una Natura­leza donde todo sigue las leyes de su propia existencia. Que no hay nada d3 casual ni fortuito en esta Naturaleza donde no puede haber efectos sin causas suficientes y donde todas las causas obra.n en armonía con leyes fijas , seguras, dependi ~ntes de sus propiedades esenciales, así como de las combinaciOnes y modificaciones que constituyen su estado permanente ó pas~­jero. Que la inteligencia es un modo de ser y de obrar propio de algunos seres particulares, y que, querien do atribuirla á la Naturaleza, no podríamos comprenderla sino como la facu~tad de conservarse por medios necesarios en su existencia actn~a. Al negar á la Naturaleza la inteligencia de que nosotros dis­frutamos ; al rechazar la causa inteligente que se la quiere dar por motor 6 principio del crden que vemos, no damos nada á la cas1:alidad m á una fuerza ciega, sino que atribuímos tod? lo que vemos á causas reales y conocidas, ó de fácil conoci­miento. Esto es sólo admitir que todo lo que existe es una consecuencia de las propiedades inherentes á la materia eterna, que por sus combinaciones y cambios de forma provor~ Pl or­den, el desorden y las variedades que vemos. Nosotros somos ciegos cuando imaginamos causas ciegas; ignoramos las fuer¿ zas y leyes de la Naturaleza cuando atribuímos sus efectos la casualidad; no estamos más instruídos cuando hacemos c~r­go de ellos á una. inteligencia que tomamos de nosotros .mi~­mos y nunca está de acuerdo con los efectos que le atnbut­mos. Inventamos palabras para suplir cosas y creemos enten­dernos á fuerza de envolver ideas que no nos atrevemos nunca á definir ni analizar .

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CAPITULO VI.

DEL JI0!\1BRE: SU DISTINCIÓN EN H OMBRE FÍSICO Y EN HOMBRE

MORAL.-SU ORIGEN.

Ahora. aplicando á los seres de la Naturaleza qu~ m~s nos interesan las leyes generales que acabamos de exammar, estt diamos en qué puede diferenciarse. el h~mbre de los dem s seres que le rodean. Examinemos s1 no tiene con ellos pun.tos enerales de conformidad por los qu~, no obstante las ~Ife­

~encias subsistentes entre ellos y él ba~io ciertos puntos de v1stf~ no deja de obrar según las re9las u~nversales á que todo es< sometido . Veamos, en fin , s1 la.s 1.d~as que se ha formado respecto de su propio ser son qmmer1cas <? fundadas.

El hombre tiene su puesto entre esa ~ultltud d.e seres de ~ue la Naturaleza es el conjunto : su esencia, e~ decir, su particu­lar manera de ser, lo hace susceptible de d1f~rentes mo~o.s de obrar ó de movimientos, de los cuales son. simples Y VJSibles algunos, complicados y ocultos otros. Su :r1da no es mas que una larga cadena de movimientos necesariOS .Y enlazados qu.e tienen por principio, á. veces las causas contemdas dentro de el mismo, como su sangre, sus nervi~s, sus fibr~s. sus carne~, sus huesos; en una palabra, la materias tanto sóhdas como flUI­das de qve su conjunto 6 su cuerpo está comp1;1eslo; Y. á veces causas exlHiores que, obrando sobre él, lo modlfl.ca~ diferente­mente; tales son el aire de que está rodeado .. los alimento~ de que se nutre y tvdos los objetos que impre~wn.an sus sentidos y que, como consecuencia, obran en él camb1os mcesantes. .

Como todos los seres, el hombre procura. conservar la exis­tencia que ha recibido. resiste ~ su destruc~tón, sufre la fue~za de inercia, gravita sobre si mismo, expenmenLa la atracción de los objetos que lE! son análogos, es rechazado I:Or los que le son contrarios, busca los unos y se propone de evitar .los otros. Estos son los diferentes modos de obrar y de ser modificado de que el hombre es susceptible, y que se han designado con nom­bres diversos. Los examinaremos pronto en detalle.

Por maravillosas por ocultas y complicadas que parezcan 6 sean las maneras de obrar, tanto visibles como interiores,. d.e la máquina humana, si las examinamos. de. cerca nos aperc~bi­mos que todas sus operaciones, sus movimientos, sus cambws, sus diferentes estados, sus revoluciones. se regulan cons~ante­mente por las mismas le~ es que la Naturaleza pr'eScribe á cuantos seres crea, desarrolla, enriquece de facultades .. acrece, conserva durant e cierto tiempo y concluye por destrmr ó des-componer med\ante cambios de forma. . .

El hombre en su origen no es sino un punto 1mpercepbble, cuyas parles s<>n informes, cuya movilidad y vida escapan á

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nuestras miradas, y en el que no advertimos ningún signo de las prendas que llamamos sentimiento, inteligencia, pensamien. to, tuerza, mzón, eLe. Colocado en la matriz que le conviene este punto se desarrolla, se extiende, crece por la adición con: tinua de materias apropiadas á sus sér, que atrae, combina y asi­mila con él. Salido de ese lugar conveniente para conservar desarrollar y fortalecer durante algún tiempo los débiles mo: vimientos de su máquina, llega á ser adulto; su cuerpo ha to­mado entonces una extensión considerable, es sensible en todas sus partes, sus movimientos son marcados; se ha convertido en una masa viva y activa, es decir, que siente, piensa y llena las funciones prcpias de los seres de la especie humana. Ha logrado estas facultades porque ha crecido poco á poco y se ha nutrido y reparado con ayuda de la atracción y de la combina­ción continua de materias análogas á sus propio ser Esas ma­terias que juzgamos inertes, insensibles, inanimadas, han lle­gado sin embargo á formar un todo vivo que obra, siente, juz· ga, raciocina, quiue, delibera, escoge, trabaja más 6 menos eficazmente en su propia conservación, es decir, en no des· arreglar la armonía de su propia existencia.

Todos los movimientos ó cambios que el hombre padece en el curso de su vida, bien procedan de los objetos exteriores, ó bien de las sustancias contenidas en él mismo, pueden dis· tinguirse en dos clases ; los que son favorables, y los dañosos á su ser, los que le mantienen en el orden ó le arrojan en .el desorden, ya conformes ya contrarios á la tendencia esencial de este modo de existir. En una palabra, son agradables 6 des· agradables: y por su naturaleza el hombre se ve obligado á aprobar los unos y desaprcbar los otros : aquéllos le hacen fe· liz, éstos desgraciado ; aqué1los son objeto de sus deseos, éstos de sus temores.

En todos los fenómenos que el hombre nos p~sent.a desde su r.ac1miento hasl.a su fin, no vemos más que una série de cau~as y ef.ect<>S necesarios y conformes con }as leyes comune~ á todos los seres de la Naturaleza. Todos sus modos de obrar, sus sensaciones, sus ideas, sus pasiones, sus voluntades, sus actos, son consecuencias necesariaqde sus propiedades Y de las que se hallan en los seres que lo excitan é impulsan. Todo lo que hace y todo lo que pa<;a en él son efectos de la fuerza de inercia, de la gravit&ción sobre sí, de la virtud atractiva Y re· pulsiva, de la cura que pone en conservarse ; en una palabra, de la energía que le es común con todos los seres que vemos; sólo que se manifiesta en el hombre de una manera muy ~sJ?e· cial, debida á su particular naturaleza, que es la que le distm­gue de los c;eres de un sistema ú orden distinto.

La fuente de los errores en que el hombre ha caído cuando se ha considerado á si mismo, procede, como pronto demostra­remos, de que siempre ha creído moverse y obrar por su pro· pia energía, ser independiente de las leyes comunes de la Na­turaleza y de las causas que, á su pesar, suele esta Naturaleza hacer obrar solne él. Si se hubies.e examinado atentamente, hu-

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b' reconocido que ninguno de sus va~iados movimie~to~ tie­n~er~

0 de espontáneo: hubiera advertido que su nacim.Iento

d efde de causas enteramente fuera de su poder; que sm su a e~iescencia entra en el sistema donde ocupa un lugar ; que,. ~sde el momento en que nace hasta el e!l que muere •. esla ~ontinuamenle modificado por causas qu~, a pesar suyo, I~fiu-·en en su maquina, modificap s~ ser y ~1sponen de su con uc­

la La menor reflexión habna s tdo suficiente p_ara proba:le q~e 1 ~ sólidos y los fluidos de que su c.uerpo esta compue.':>to, ~U ~ecanismo interior, que él cree independie~Le de ~as cau~as exteriores, se halla invenciblemente .bajo la mfiuencia d~ ~;;tas causas y sin ellas serían totalmente mcapaces de obrar. ¿ Con~t no ver que su temperamento no depende en manera alg~na e sí mismo, que sus pasiones son consecuencias. necesarias de este temperam ento, que su voluntad y sus acc10ne.s .eslan de­terminadas por aquellas mismas pasiones y por opl~Ion~s que no se ha dado? Su sangre. más_ó menos U;bundante o cn.l~ente ;. sus nervios y sus fibras, más o m~nos vibrant~s ó relaJados , sus disposiciones, durables ó pa~aJ~ras, ¿no d~sponen á ·Cada instante de sus ideas, de sus mov1m 1entos, ya VISibles, ya ocul­tos? y el e lado en que se encuentra ¿no depend~ neces.u.rJa­mente del aire diversamente modificado, de los ahment?s que le nutren, de las combinaciones misteriosas que se efectua~ e~ él y que conservan el orden ó l1evan el desorden á su máquu:a · Todo hubiera debid0 convencer al hombre de que en ca~a ms­tante de su duración, él •no es sino un instrumento pasivo en manos de la necesidad.

En un mundo en que todo se eslabona, en que todas las ca';l­sas están encadenadas unas tras otras, no puede h~ber cnerg1!1 ó fuerza independiente y aislada. La Naturaleza, Siempre acll­va es, pues, quien marca al hombre cada uno de los pu~tos de la línea que debe <:.egui r: ella es la que elabora y combma los elemenl.os de que debe estar compuesto. ; ella es quien le da su ser, fija su tendencia. su manera parbc~lar de obrar ; ella es quien le desarrolla, lo consen·a por un llempo durante el cual está obligado á cumplir su tarea ; e1la es la que po!1e en su camino los objetos y los acontecimientos que le modifican. de un modo, ya agradable, ya perJudicial para él. ~l.la es qmen, proporcionándole el sentimiento, le pone en rondtc1ones de ele­gir las cosas y de tom?.r los medios mas propios J:ara conser­varse; ella es quien, después de enseñarle el cammo, le con­duce á su pérdida y le hace <:.vfri r una ley general y ronstante de que nada está exceptuado. El movimi ento, por tanto, es cau­sa del nacer del hombre, le gostiene durante algún tiempo, Y por último le destruye y le obliga á volver al. seno de un.a N~­turaleza que no tarll.a en reproducirlo, esparcido en una mfim­clad de nuevas formas, que recorrerán igualmente l?S diver­sos períodos tan necesariamente como el todo recorr1ó los de su anterior existencia.

Los ~eres de la esp('cie humana son, como los demás, suscep­tibles de dos clases de movimientos: unos son movimientos de

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masa, por cuya virtud el cuerpo entero ó algunas de sus parte' se trasladan visiblemente de un lugar á otro los demás ':i''ñ movimientos internos .Y ocultos, de los que aigunos son sen:1• bles para nost:'tros, mtentras que otros se ver1fican sm volun­tad, no adivinándose sino por los efectos que producen al ex­ter ior. En una máquina bien arreglada, formada por la com­binación de gran número de materias, Yariada por las prop~c:­dades, las proporciones y el modo de obrar, los movimientos tienen que ser necesariamente muy complicados; su lentitud así como su rapidez, los suelen ocultar á las investigacione~ del mismo en quien se verifican.

No nos sor¡Jrendamos, pues, si el hombre encontró un sin­número de obstáculos cuando quiso darse cuenta de su ser y de su modo de obrar é inventó tan extrañas hipóte::,is para ex­plicar los ocultos juegos de su maquina, cuyo modo de obrar le pareció tan distinto del de los derlli'\s seres de la Naturaleza. Vió perfectamente que su cuerpo y sus diferentes partes obra­ban, pero con frecuencia no pudo explicarse lo que les tmpul­saba á la acción, y creyó, por lo tanto, que llevaba interior­mente un principio motor distmto de su maquina; el mal daba secretamente impulso á los resortes de ésta, moviéndose por su propia energía y obrando según leyes totalmente diversas de las que regulan los movimientos de todos los demás seres. Te­nía la conciencia de ciertos movimientos internos que se hacían sentir en él ; pero ¿cómo concebir que €S tos movimientos _ocul­tos pudiesen producir con frecuencia efectos tan exprestvos_? ¿Cómo admitir que una idea fugitiva, que un acto impcrceplt­bile del pensamiento pudiesen llevar el orden y el desorden á todo su ser? Por eso creyó adverti r en su interior mismo una sustancia distinta. dotada de una fuerza secreta, en la que supuso caracteres completamente diferentes de los de las cau~ visibles que obraban sobre sus órganos ó de los de estos ~ts· mos. No hizo atención en que la causa primitiva que determtna la caída de una piedra ó el movimiento de su brazo que la lan· za, es tal vez tan difícil de concebir ó de explicar como lo del movimiento interno cuyos efectos son el pensamiento y la _vo­luntad. Por no meditar sobre la Naturaleza, por no conside­rarla bajo sus verdaderos puntos rle vista ni advertir la con­formidad y simultaneidad de los movimientos de este supuest~ motor con los de su cuerpo ó de sus órganos materiales, juzgo que era, no sólo un ser excepcionaL sino también de una natu­raleza distinta de la de todos los demás seres del Universo ; te una esencia más simple y que no tenia nada de común con o-do lo que veía y le rodeaba. . .

De aquí han brotado sucesivamente las nociones de espmtua· lidad, de inmaterialidad, de inmortalidad, y todas las pal_a~ras vagas que se han inventado poco á poco, á fuerza de sullhzar. para consignar los atributos de la sustancia desconocida que 1~1 hombre creía contener y que juzgaba ser e l principio inexp t· cable, oculto de sus acciones visibles. Para coronar las arn~­gadas conjeturas que se habían hecho sobre esta fuerza motnz

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se ideó que, diferente de todos los demás seres y del cuerp? que le serv1a de envoltura,. no ~~bta, cor:no ell?s, padecer disolu­ción · que su perfecta s1mphc1dad le 1mped1a poder descompo­ne~ ó cambiar de formas ; e!l una palabra, q~le es_taba por su esencia exenta de las revoluc10nes á que se veta SUJeto el cuer­po, ast' como todos los demás seres compuestos de la Natura-leza. 'd ó De este modo el hombre se hizo doble; rons1 e r se con:o todo resultado de la unión inconcebible de dos naturalezas _dis­tintas y sin analog1a en~re sí. Di~tmguió _en él dos sustanc1as; una yisiblemente somehda á las mfiu€~c1as de los seres grose~ ros y formada de materias groseras é mertes, _á la que llamo cut>rpo, otra que: supuso sim~le Y. de una esenc1a m~s flUra, la consideró como acl1va por s1 m1sma y dando mov1m1ento al cuerpo con el que se hallaba mil<~;g~osamente UJ!ida: á ésta s.e le dió el nombre de alma ó de espzntu. Las func10nes de 18: pn­mera sustanc1a se den<'minaron físicas, corporales, matena_les; las de la otra, espirituales é intelectuales; el hombre, cons1de· rado con arreglo á las funciones corporales se llamó hombre físico; con relación á las intelectuales, hombre moral.

Estas distinciones adoptadas hoy por la mayor parte de los filósofos no Pslán ft~ndadas smo en suposiciones gratuitas. Los hombres han creído siempre esconder la ignorancia de las co­sas inventando palabras á las que nunca pudieron dar verda­dero sentido. Se creyó conocer la materia, todas sus propieda­des, todas sus facultades, sus recursos y sus diferentes combi­naciones, porque se: hab1an entrevisto algunas cualidades s~­perficiales. En realidad no se hizo más que oscurecer las débi­les ideas que se habían podido formar sobre ella asociándole una sustancia mucho menos inteligible. Sucedió que, creando así palabras y multiplicando los séres, se han multiplicado las dificultades en vez de evitarlas, y se han puesto obstáculos al progreso de los conocimientos. Cuando los hechos faltaron, los hombres recurrieron á conjeturas que pronto cambiaron en in­dudables realidades; y su imaginación, sin la experiencia por guía, se internó en el laberinto de un mundo ideal é intelectual que ella sola había engendrado: entonces fué casi imposible sacarla de él para reponerla en el buen camino donde no hay guía mejor que la experiencia. Ella nos enseñará que en nos­otros mismos, así como en todos los objetos que obran sobre n?sotros, no hay sino materia dotada de propiedades distintas, diversamente combinada y modificada, que obra en virtud de sus propiedades. El hombre es un todo organizado, un conjun­t~ de diferentes materias; lo mismo que las demás produc­ctones de la Naturaleza, y por lo tanto sigue leyes generales y C?nocidas, así como leyes, ó modos de obrar, que le son par­tlculares y desconocidos.

De modo que cuando se nos pregunte: ¿qué es el hombre?, cont~staremos que es un sér material organizado y dispuesto á sentir: pe~sar, ser mcdificado de cierta manera particular á su orgamzaClón por las combinaciones especiales de las materias

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que se hallan reunidas en él. Si se nos pregunta: ¿qué origen reconocemos á los seres de la especie humana? contestaremos que, lo mismo que todos los demas, el hombre es una produc­ción de la Natural_eza, pareci~a á todas bajo cierto asp_ecw y que se halla sometida á las mismas leyes, pero diferenciándose bajo otros puntos de vista y sigmendo leyes particulares deter­minadas por la diversidad de su conformación. ¿De dónde vie­ne el hombre? La experiencia no nos pone en la posibilidad de resolver esta cuestión que no puede interesarnos verdadera­mente ; bástanos saber que el hombre existe y que eslá. confor­mado de un modo apropiado para producir los efect-os de que le vemos susceptible.

Pero se dirá: ¿ha existido siempre el hombre? La especie humana¿ ha sido producida eternamente ó es sólo una produc­Ción instantánea de la Naturaleza?

¿Ha habido en todo tiempo hombres semejantes á nosotros y los habrá siempre? ¿Ha habido siempre machos y hembras ·1 ¿ Ha habido un primer hombre del cual provienen t.odos los demás? El animal ¿ha sido anterior al huevo ó el huevo pre­cedió al animal? Las especies sm principio ¿serán también sin fin? ¿Son estas especies indestructibles, ó pesan como los individuos? ¿Ha sid'l siempre el hombre lo que es, ó tal vez, antes de llegar al estado en que le vemos, ha tenido que pa­sar por una infinidad de desenvolvimientos sucesivos? ¿ Pue­de, en fin, el hombre lisonjearse de haber llegado a un esta­do fijo, ó bien cambiará todavía la especie humana? Puesto que el hombre es producto de la Naturaleza, se nos pregunta­rá si creemos que esta Naturaleza puede producir seres nue­YOS haciendo desaparecer las especies antiguas. Est.o supuesto: en fin , se querrá saber por qué la Naturaleza no produce a nuestra vista seres ó especies nueYas.

Parece que sobre t.odas estas preguntas, indiferent~s al fo~­do de la cosa, se puede tomar el partido que se quiera. F~­tando la experiencia, toca á la hipótesis satisfacer una. curiOA sida.d que va siempre más allá de los límites prescnptos nuestra ~nteligencia. Esto establecido, e l con templador de la Naturaleza dirá que no ve ninguna contradicción en suponer que la especie humana haya sido producida tal como es hoy, bien en el tiempo, bien en la eternidad ; ni la ve tampoco en supo:Rer que esta especie haya llegado por diferentes _6 graduales desarrollos al estado en que la vemos. La matena es eterna y necesaria ; pero sus combinaciones y sus formas son pasajeras y contingentes: ¿Acaso es el hombre. otra co~a que materia combinada cuya forma varia á cada ms tante ·

Sin embargo, algunas reflexiones parecen favorecer ó h~cer más probable la hipótesis de que el hombre es una J?ro uc­ción hecha en el tiempo, particular al globo que habü_amod, que, por consiguiente, no puede datar sino de la formél;Ci óf ~ este globo, y que es un resultado de las leyes parbcu ~re que lo dirigen. La existencia es esencial al Universo ó a la

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reunión. total de las materias diferentes que lo comP<?nen, pero las combinaciones y las . formas no le son esenCJa~es. Esto sentado, aunque l.as matenas que componen ~uest~a tier­ra hayan ex1stido siempre, esta tierra no ha te~1do Siempre su forma y sus propiedades actuales. Acaso la tlerra es una masa desprendida en el tiempo de algún otro cuerpo <?eles te: tal vez es el resullado de esas manchas ó protuberancias que 1,05 astronómos advierten en e l disco del Sol: tal vez nuestro globo no es sino un cometa apagado y desplazado que antes ocupaba otro lugar en las regiones del espacio, y q~e, por consiguiente, se hallaba entonces en estado de producir seres muy distintos de los que ahora encontramos, puesto que su posición y su naturaleza debían hacer c::ntonces sus produc­ciones diferentes de las que hoy nos ofrece.

Sea cualquiera la suposición que se adopte, las plantas, los animales, los hombres pueden ser considerados como produc­ciones inherentes, especiales y propias de nuestro g lobo en la posición ó en las circunstancias en que actualmente se encuen­tra. Estas producciones tendrían que cambiar si este globo, por alguna revolución, cambiase de lugar. Lo que parece fortalecer esta hipótesis es que, en nuestro mismo globo, las producciones cambian según los diversos climas. Los hom­bres, los animales, los vegetales y los minerales no son en todas partes los mismos, y á veces varían de una manern. muy sensible aún en cortas distancias. El elefante es indígena de la zona tórrida; el reno es propio de l(k) helados clímas del Norte; el Indostán es la patria del diamante, que no se en­cuentra en nuestras comarcas ; las anana crece en América al aire libre; por ultimo, los hombres son muy distintos se­gún los diferentes climas por el color, pot· h estatura, por 1a conformación, la fuerza, la industria, por el valor, por las facultades del espíritu ; pero ¿qué es lo que constituye el cli­ma? La diferente posición de las partes del mismo globo con a~reglo al Sol ; posición que es suficiente para poner una va­nedact sensible entre sus producciones.

De eso se puede, pues, conjecturar con bastante fundamen­to que, si por casualidad nuestro globo lle~ase á desplazarse, l?das sus producciones tendrían que cambiar , porque no exis­tiendo ya las mismas causas, ó no obrando ya de la misma manera, los efectos tendrían necesariamente que cambiar. To­das l~s pr~ducciones, para poderse conservar ó mantener en \a existenci~, necesitan coordinarse con e l todo de que han ~l!lanado ; sm esto no pueden subsisti r . Esta facultad de coor­dmarse_, esta coordinación relativa, es lo que llamamos orden del f.! m verso; s~ f~lta _es lo que llamamos desorden. Las pro-ucciones que distmgUimos con el calificativo de monstruosas

son _las que no pueden coordinarse con las leyes generales ó ~~~\1~Ulares de los séres que las rodean ; en su formación han adel 0 somete-rse á estas leyes ; pero estas mismas leyes, en

ante, se han opuesto á su perfección, lo que hace que no

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puedan subsistir. De eso viene q~e ci~rta analogía de co~for­mación entre animales de especies diferentes produce htbn· dos, pero estos no pueden propagarse. El hombre sólo puede vivir en el aire, el pez en el agua; poned al hombre en el agua y al pez en el aire, y los dos perecerán pronto por no poder coordmarse con los fluidos que los rodean. Transportad mentalmente un hombre de nuestro planeta á Saturno; su pecho no tardará en desgarrarse con aquel aire de~asiado ra· rificado sus miembros se helarán con el frío ; mortrá por no poder hallar los elementos convenient~ á su a~tual exi~ten· cía: transportad otro hombre á M ercuno y sufr1rá la mtsma suerte por exceso de calor.

Así es, pues, que todo parece autorizarnos ~í conjeturar que la especie humana es una producción pro;na de nu~s.tro globo en la posición en. que se halla, y que •. SI esta J?OS~CIOD llegase á cambiar, la especie humana también cambtana. 6 se vería obligada á desaparecer, puesto que únicamente pue· de subsistir lo que se coordina con el todo 6 con él ~e enea· dena. Esta aptitud del hombre á poderse arreglar C?n el todo es lo que, no sólo le da idea del orden, sino también 1? que le hace decir que todo es perfecto cuando todo no es stno lo que puede ser ; cuan do ese todo es necesariamente lo que es; cuando no es positivamente ni b't ... .::no ni malo. No hay más que desplazar á un hombre para hacerle acusar de desorden al Universo.

Estas reflexiones parecen combatir las ideas de los que ~an querido conjeturar que los demás planetas estaban habtta: dos, como el nuestro, por séres que se nos parecen. Pero SI el Lapón difiere de una manera tan marcada del Hotentote, ¿qué diferenoia no habremos de suponer entre un habitante de nuestro planeta y uno de Saturno ó de Venus?

De cualquier modo que sea, si se nos obliga á remontarnos con la imaginación al origen de las c--osas y á la cuna del fé; nero humano, diremos que probablemente el hombre ue una consecuencia necesaria de la modificación de nuestro glo· bo, ó uno de los resultados de las cualidades, propi0dades ~ energías de que ha sido susceptible en su posición pre~~te • que nació macho y hembra; que su existencia está coor 1.n~ da con la del globo que habitamos; que, mientras substs esta relación, la especie humana se conservará, se propagará según el impulso de las leyes primitivas que le hicieron a¡a: recer ; que si esta coordinación cesase, ó si la T~erra, ~ss plazada, dejase de recibir los mismos impulsos ó mftuencWa por parte de las causas que obran actualmente sobre e y que le dan su energía, la especie humana tendría que IT_l0: dificarse ó desaparecer para dar lugar á séres nuevos, proP10; para coordinarse con el estado que sucediese al que ahOr subsiste.

Suponiendo. pues, variaciones en la posidón de nuestro globo, el hombre primitivo diferiría del hombre actual tal

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ás que el cuadrúpedo difiere del insect-o. Así es que ~1 vez m lo mismo que todo lo que existe en nuestro pl.a~e a hombre, ás uede ser considerado como en una VIClsitud Y ef. los ~~~~ m'oao que el último término de la existencia d~l ~~r:of:r~a ~os es lan desconocido y tan i.nd!f~rente como el pri-

No hay pues, ninguna contradiCCión en ~reer gue las mero¿ies se mo'difican Y varían sin cesar, Y nos es Imposible. sa­:~elo que será de ellas, lo mismo como saber lo que han s1do.

A lo . que observaran por qué la Naturaleza no produce sé­res nu:vos, les preguntaremos, á nuestra ve'!', sobre qué fun­damento suponen este hecho. ¿Qué les autoriza á cre~r et: esa esterilidact de la Naturaleza? ¿Saben si en 1as combmacwnes que se producen á cada instante, la Naturaleza no está ocupa­da en crear nuevos seres, á despecho dE' sus ob~ervadorcs?

Quién le ha dicho que esa Naturaleza no reune actu.al­~ent.e en su inmenso laboratorio los elementos propios para hacer brotar generaciones completamente J!Uevas, que no tengan nada de común ~on las que. aho:a exislen1? ¿ Qu~ absurdo ó qué inconsecuencia hay en Imagmar. q.ue el hom bre, el caballo, el pez y el ave deja.rán ~e ~xistir? ¿Acaso, esos animales representan una .necesid.ad md1spensable de la Naturaleza, que no podría contmuar sm ellos su eterna ~ar­cha? ¿No cambia todo alrededor .nuestro? ¿No n~s modifica­mos nosotros mismos? ¿No es ev1dente que. el Umv~rso ente­ro no ha sido, en su eterna duración anter10r, e_l m1smo que es, y que es imposible que en. su et~rna dura:ción postenor sea perfecta y rigurosamente Igu~l J!l. por un .mstante? ¿ Có­mo pretender adivinar lo que la mfm.Ita suces1~n de. destruc­ciones y reproducciones, de combinac10nes y d1solucwn.es, de metamórfosis de cambios, de transposiciones podrá traer? Se apagan soles,' perecen planetas y se dispersan en las llanuras de los aires· otros soles se encienden, nuevos planetas se for­man para h~ccr sus revoluciones ó describir nuevos rumbos, y el hombre, parte infinitamente pequeí'\a de un planeta que á su vez no es más que un punto imperceptible en la in­mensidad, cree que el Universo se ha hecho sólo nara él, se imagina que debe ser la obra magistral de toda la Naturaleza, se lisonjea de ser eterno, se llama Rey del Universo 1

¡Oh hombre 1 ¿No concebirás nunca que eres efímero? Todo perece ó se modifica en el Universo ; la Naturaleza no encierra ninguna forma constante ¡y tú pretenderías que tu e'"pecie no pueda desaparecer y deba ser exceptuada de la ley que quiere que todo se altere 1 ¡ Ay 1 En tu ser actual ¿,no estás sometido á alteraciones continuas? Tú, que en tu locura arro­gantemente te apropias el titulo de Rry de la NaturaJ~>za ; tú. Q!Je mides la Tierra y los Cielos; tú, que imaginas haber Sido hecho todo para tu vanidad, porque ePes inteligente, ¿no v~s que nn ligero accidente, un átomo desplazado son sufi­Cien~es ~ra hacerte perecer, para degradarle, para arreba,tartc esa mtehgencia de que pareces tan orgulloso?

Cuando se negasen t-odas las conjeturas precedentes; si se

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-preten_diese que la Naturaleza obra por una cierta suma d~ leyes mmutables y gener~les ; si se creyese que el homb~­el cuadrupedo, el pez, el msecto, la planta, etc., son de toda eLermdad y permanecer~n eLernamente como son ; si se qui­stese que lo~ astro~ hubteran brtllado eternamente en el fir­mamento ; Sl se diJese que no hay qué preguntar, porque €1 hombre es cual lo v~mos porque la Naturaleza es cual es, 0 porque ~1 mundo exis te, no nos opondremos. Cualquiera que :s~a e~ Sistem~ que se adopte, responderá acaso igualmente bien a las ~tficultades que nos apuran, y, considerado de cerca, se vera que en nada perjudica á las verdades que he· mos expuesto con arreglo á la experiencia. No puede el hom· bre saberlo . todo ; no le es dado conocer su origen, ni penetrar e!l _la esenc1a de las cosas, ni remontarse á los primeros prin CIPIOS; pero le es dado tener razón y buena fe convenir inge· !"luamente en q~e _ignora _lo qu_e no puede saber, y no debe I~t~ntar de sust_lt~Ir sus mcerhdumbres con palabras ininte­ligibles y sup0SICiones absurdas, Así , diremos á los que pre­tenden, P<!:ra esqUivar las dificultades, que la especie hu­mana desciende de un pnmer hombre y una primera mujer creados por l~ Divinidad, que tenemos algunas ideas de la Natur~lE>za, mientra_s que no tenemos ninguna ni de la Divini­dad m de la Creación ; y que servirse de estas palabras sólo es demostrar, en otros términos, que se ignora la energía de la Naturaleza, y que no se sabe cómo ha podido producir los hombres que existen.

Concluyendo, diremos que el hombre no tien~ razón para creerse un sér privilegiado en la Naturaleza estando sometido á las mismas vicisitudes que todas las de~ás producciones; sus supuestas prerrogativas sólo están fundadas en un error. Que. se eleve con el pensami>ento por encima del globo qut> habita. Y considerara su especie como á los demás séres : vera que, ~o m1smo que cada árbol produce fru tos en razón de su espE>cie, cada hombre obra confol'me á su energía particular Y pro_d';Ice frutos, acciones, obras igualmente necesarias. Se apercibirá que la ilusión que le previene en favor de sí mi~­mo procede de que es á la vez espectador y parte del Um· vers?. Reconocerá que la idea de supremacía que da á su _sér. n?. tiene o~ro ~undamento que su interés propio y su predilec· CIOn por Sl miSmO.

CAPITULO VII.

EL ALMA Y EL SISTEMA DE LA ESPIRITUALIDAD.

Como hemos visto, después de haber gratuitamente su· P';lesto dos distintas sustancias en el hombre, se pretendJO aun , que la que obraba dentro de él ocultamente fuese esencial­mente distinta de la que ob-raba fuera, y se designó la pri·

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mera con el nombre de espíritu ó de alma. Pero si pregunta­mos lo que es un espíritu, los modernos nos contestan. q~e el fruto de todas sus mvestigaciones metafísiCas se ha limitado 11 enseñarles que lo que 1mpulsa á ?brar al hombre ~s una su::.tancia de una naturaleza de~~ono?Id~, . de tal J?Odo ~Imple, Indtvisll>le pnvada de extenswn, lDVISlble é tmpostble de percd . .>lr p~r los sentidos, que s us partes no P_ueden ser s~pa­radas ni aún por abslraccwn o P_or el pen~~miento. P ero, ¿ có­mo concebir semejante sustancia, _negacwn de todo 1? que conocemos? ¿Como formarnos una Idea de una sustancia que care~e de exteniSión y que obra, sin embargo, sobre nuestros sentidos es decir, sobre órganos materiales que tienen exten­::.ion 'l ¡.Cómo un ser sin extensión puede ser movible y poner a la materia en movimiento? ¿Cómo una sustancia despro­vbta de partes puede responder sucesivamente á diversas par­tes del espacio?

Cierto es como Lodo el mundo sabe, que el movimiento es el cambio sucesivo de las relacion.oes de un cuerpo con di­ferentes punt..os de un lugar o espacio, ó con otros cuerpos: si lo que se llama espíritu es susceptible de recibir ó de co­municar movimiento, si obra, si pone en acción los órganos del cuerpo, es necesario para producir efectos tales que este sér cambie sucesivamente sus relaciones, su ten dencüt, su correspondencia, la posición de sus partes respecto á los diver­::.o.s punto del espacio, ó respecto á los dif€rentes órganos del cuerpo que pone en acción. Mas, para modificar sus relacio­nes con el espac1o y los órganos que mueve, es preciso que este cspiritu tenga extensión, solidez y, por consiguiente, par­tes distintas. Una substancia que tiene estas cualidades, es lo que llamamos materia, y no puede ser considerada como un ser simple en el senL1do de los modernos .

Así se ve que los que han imagmado en el hombre una sus­tancia inmatuial distinta de su cuerpo, no han llegado á en­~nderse; ni han hecho más que sup·oner una cualidad nega­tiva de que no han tenido verdadera idea. Sólo la materia Jmede obrar sobre nuestros sentidos, excluyendo los cuales !:'S impcsible que adquiramos conocimiento de nada Se ha supuesto al hombre el alma sin pensar en que un ser 'privado de extensión no podría moverse, ni menos comunicar al cuer­po movimientos, porque, no teniendo partes ni materias se en­cuen_tra en la imposibilidad de cambiar sus relaciones 'de dis­tancia respecto á otros cuerpos, ó de exci tar el movimiento en el cuerpo humano, que es material. Lo que llamamos nues­tra a_lma se mueve con nosotros; pero el movimiento es una propiedad de la materia. Esta alma hace mover nuestro bra­zo, el cua~ . movido por ella, produce una impresión, un cho­que, que s1gue la ley gen~ral d~l movimiento; de modo qm•, SI la masa fuese doble, s 1_endo Igual la fuerza, el choque sería doble .. Esta a~ma se mamfiesta material también en los obstá­S~lo~ mvenctble~ que encuentra por parte de los cuerpos.

I llene la propiedad de mover mi brazo cuando nada se o-

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pone á ello, no puede ya ~overlo si se le carga con u!! peso demasiado grande. Hé aqm, pues, una masa de matena que an1qulla el tmpulso dado por un~ causa espi ritual , y como esta no tiene, segun lo supue~to, mnguna .analogta con la ma­terta no debena hallar más dificultad en remover el mundo ente;o que en remover un átomo , y un átomo que el mundo entero. Se deduce pues, que semejante sér es una quimera. Y, sin embargo, á semejante sér simple, á tal espíritu se le ha hecho motor de la Naturaleza en ter a (1) .

Stempre que advierta ó sufra movimiento, estoy obli­gado á reconocer extensión , solidez, densidad, impenetrabi­lidad en la sustancia que veo moverse ó de la cual recibo mo­vimiento ; de modo que, en cuan to se atribuye acción á una causa cualquiera, me veo obligado á considerarla como ma­teria. Puedo ignorar su naturaleza especial y su m<> do de o­brar : pero no puedo engañarme respecto á las propiedades generales y comunes á toda materia. Por <>tra parte, esta ig­norancia se duplicaría cuando la supusiera de una naturale­za de que n<> pudtera formarme la menor idea, y que, ade­más, la privara en modo absoluto de la facultad de moverse y obrar. Una sustancia espiritual que mueve y obra implica contradicción ; de donde concluyo que es totalmente imposi­ble.

Los espiritualistas creen resolver las dificultades con que se les abruma, diciendo que el alma está toda entera en coda punto de ~u extensión; pero fácil es conocer que no se resuel­ve un problema por medio de una respuesta absurda. Por­que, después de todo, es preciso que dicho punto, por insensi­ble y pequei'l.o que se le quiera imaginar , sea, sin embargo, algo (1).

Mas aun cuando hubiera en esta contestación tanta solidez como poca hay; de cualquier manera que mi espiritu 6 mi alma se encuentr~ en su extensión, cuando mi cuerpo se mueve hacia adelante, m~t alma no se queda detrás ; luego tiene una cual idad completamente común con mi cuerpo y propia de la materia,

{1) La imaginación ha formado el c&píritu univer~al con Drrenlo al alma h~mana, la i~taligencia infin!ta según la inteligl'ncia. finita; Juogo

0 so han ser·

V1do ?e. la pnmera para expl1car el vínculo del alma. humana con el cuerr,o. sin aperc.1b1rse qu~ és~e es. un círculo vicioso. Tampoco so ha a dvertido (¡u~ el e1p{~tu ó la tnteltgencta, ya. se los suponga. finitos ó infin itos, no t ienl'n las propiedades para mover la materia. . ~1) Coo :ela~ión ~ l'Sta re~puesta, una infinidad de ine:dl'nsiones ó una. i nN~ten·

s1on repehda mfimdad de veces , acabaría por const ituir una. E:xtensión: la cual e~ uo ab~urdo. Por o!ra I?arte, ser ía . fácil probar según este prin<·ipio que el alma h~~ana. ea tan m finlla como Dio~, puesto que Dios es un ser inc>sterno, q.ue esta m.fin1dad de veces todo entero en cada. parte del U niverso o de ~u extE,n· IIÓO. lo m1~mo que el f!'lma humana; tendríase pues que deduci r que Dioq Y el a~ma del h.ombre son Igualmente infinitos; á menos que se supon~an inexten· s10nes. de d1fe.rentes extensiones, ó. uo inl'xtl'n•o más exten!'o que el a lma humana. SemeJ.antes d1slates ~on, en resum1da.s cuenta~ lo que se quiere que adm itan seres que P•ensan. Con l.a .1dea ~e .hl!-cer .in_mortal al alma. humana los teólogos han he<'ho d?bt11d u¡" ~tr ~8.1~ 1ntual e mmtehgible. Por q11r n• ha<'l'rl a el último térm ino po· &i e. e a IVlSIOn de la. .ma.te~ia ? Al menos hubiera sido entonces intelil{ ible, Y &un mmortal, porque buh¡er~ Sido un dtomo, es decir un elemento indisoluble.

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puesto que se traslada en conjunto con él. De modo que, aun admitido que el alma fuese inmaterial, ¿ qné podría deducirse? Suje:lada enteramen~e á los movimientos del cuerpo, quedaría muerta ir.erte, sin él. Esta alma no sería smo una doble máqui­na nec~sar1amenLe arrastrada por el encadenamiento del todo ; se parecerla á un pájaro .que u~ niño condujera á su capricho por el hi lo c.on que le tuviera SUJeto .

Por no consuHar á la e'{periencia, ni escuchar á la razón, los hombres han oscurecido sus ideas sobre el principio ocul­to de sus movimientos. Si, libres de preocupaciones, quere­mos considerar nuestra alma ó la facultad que obra en no­sotros quedaremos convencidos de que forma parte de nues­tro c~erpo, de que no puede distinguirse de él s ino por la abstraCClOn ; que es el CU~rpo ~ismo considerado von rela­CIOD á algunas de las fu nciOnes o facultades de que su Natu­raleza y su organización particular lo hacen susceptible. Ve­remos que esta alma está obligada á padecer los m ismos cam­biOs y modificaciones á que es tá sujeto el cuerpo ; que nace y se desarrolla con él ; que pasa, como él, por un estado de infancia, de debilidad, de inexperiencia, que crece y se forti­fica en la misma p rogresión que él ; que entonces es cuando se hace capaz de desempeñar ciertas fun ciones, raciocina, re­vela más ó menos ingenio, discreción y actividad. Está como el cuerpo, sometida á las vicisitudes que le hacen sufrir las causas exteriores que influyen sobre él ; participa de sus pla­ceres y de sus penas ; está sana cuando su cuerpo está sano · está e~ferma cuando alguna en fermedad abruma al cuerpo ; como el, se ve contmuamente modificada por los diferentes grados de pesadez del aire, por la variedad de las estaciones por los al imentos que, entran en el estómago ; en fin, tene~ mos que reconocer aun que en algunos períodos muestra los signos visibles del entorpecimiento, de la decrepitud y de la muerte .

A pesar de esta analogía, ó más bien dicho de esta iden­tidad continua. entre. los e~t.ados del a lma y 1'os del cuerpo, se los ha querido diferenciar por la esenc.ia, y se ha hecho de esf:a alma un sér . inconcebib~e. Pero necesitó referirse, pa­ra founarse alguna Idea de él, a séres materiales y á sus mo­dos d~ obrar . En efecto, la palabra espíritu no nos presenta otra Idea que la del soplo, la respi ración el viento · así cuando se nos dice que el alma es un espíritu, signific~ qu~ su modo . d~ obrar se parece al del soplo, que, invisible, opera efectos VISibles ó que obra aun quedando oculta. Pero el so­plo ~s ul!a causa material ; es aire modificado ; no es una sus­tancia Simple tal como la que designan los modernos con el nombre de espiritú. lo~A.. t esar de que la palabra espíritu sea muy antigua entre de 0~.bres~ el sentido que se l.e da es nuevo,_ y la idea de ?SJ?lfl tu~hd~? que hoy se admite es un producto reciente tón a Imagi!!aciOn. No parece, en efecto, que Pitágoras ni Pla-

' cualqUI~ra que haya sido por otra parte el calor de su

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cerebro y su gusto por lo maravilloso, entendieran nunca por espintu una sustancia inmaterial o privada de extensión, tal como la que sirve á los modernos para componer e l alma ht:mana y el motor oculto del Universo. Los antiguos, con la palabra espíritu , no querían sino d esignar una materia muy sutil y más pura que la que obra groseramente sobre nues­tros sentidos. Por consigu1ente, los unos han tenido el alma en cuenta de una sustancia aérea ; los otros han hecho de ella una matena ígnea, y hay quien la ha comparado á la luz. Demócrllo la hacía consistir en el movimiento, y por tanto hacía de ella un modo . Para el músico Aristoxenes era una armonía. Aristóteles consideró el alma como una fuerza motriz, de la cual dependían los movimientos de los cuer­pos vivos.

Es evidente que los primeros doctores del cri stianismo han tenido igualmente del alma ideas matedales: Ter tuliano Ar­nobio, Clemente de Alejandría, Orígenes, Justino, Ireneo, ele., han hablado de ella como de una sustancia material. Es­taba reservado á sus sucesores el cualificar, mucho tiempo después, el alma humana y la Divinidad, alma del mundo, de espiritus puros, es decir, hacerlas substancias inmateriales de que es imposible tener una idea verdadera. Poco á poco, el dogma incomprensible de la espi ritualidad, más conforme sin duda con las intenciones de una teología cuyo objeto era aniquilar.!~ razón, se sobrepuso á los demás (1); se creyó este dogma d1vmo y sobrenatura l, porque era inconcebible para el h(lmbre; se miró como temerarios é insensatos á todos los que se at~evieron á creer que el alma y la Divinidad podían ser ma tenales. Cuando los hombres han renunciado una vez á la . experien~ia y a~jurado de l.a razón , no hacen más que sutlhzar de d1a <'TI d1a los extrav10s de su imao-ina ción com­placiéndose en hundirse en el error cada vez ~ás: felicítanse de sus descubrimientos y pretendidas luces á medida que su inteligenci,a va envolvi.én~o~e en nubes. A fu erza, pues, de ra­zonar segun falsos prmciplos, el alma ó fu er za motriz del ho~bre, así como el motor oculto de la Naturaleza es pura qm~nera, puro espíritu , puro sér de razón (.2). '

Cierto es que el dogma espiritualista no nos ofrece sino una idea vaga; mejor dicho, una ausencia de ideas. ¿ Qué pre-

(1) El sistema <'qpirituali~ta. como hoy se admite. debe á De,rnrteq tod:t, sus supue~t!Lq pru~ba~ =. nunqu.e antes dE~ aquél se hubiese considerado el alm:1 <"~mo. espmtual, el fu~ el pr1mero que estableció que lo que piensa del¡~ di1· l ~nqut~&l' a~ la matcrta; de donde dedujo quo nuestra alma ó la faC'nlta cl ll~1~ plen~a. ~n no~otros., es un e~p íri tu ; . es decir. una sustanl'ia.' simple ó indi· VIRI.ble. H!1b1era ~1do mnq natural deduCi r que, siendo el hombr11 materia v no ten1endo .1deas smo de la materia, pue~to que posee la facultad de pe"nsar, 111"- ~atena pued~ penMr 6 es susreptible de la modificaci6n particular que nmam?s pensamiento. (V. el D1cc. de Bavle). (2\ SI hay por:'- razon Y filo~ofío. en el ~i~tema espirituali.,ta. no s~ puede

ne~ardque1 este. 1"18tC'm~ e~ AfPcto de una política muy prof•mrla v nntv intere· ~rt.ua e os teo OllOq Iece ·t · · t · · · d 1 hombre á 1 d " 1 · ·.• • 51 .0 mven ar ttn med1o para sustraer una parte ~

a l iSO uc10n, a fm de hacerla susceptible de recompensas y cash·

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senta al espíritu una sustancia que no es nada de lo que pue­den conocer nues tros sentidos? ¿Es, pues, verdad que puede uno figurarse un sér que, á pesar de no ser materia, obra, no obstan te, sobre la materia, y sin tenter con ella puntos de contacto ni analogía, recibe los impulsos de la materia por lor órganos materiales que le advierten la presencia de los sénes? ¿ Es posible concebir la unión del alma y del cuerpo, y como se puede d~r razón de que ese cue~po ma~erial t·~n.ga la propiedad de ligar, contener y determmar á un fugitivo ser que escapa á todos los sentidos? ¿Es de buena fe resolver estas dificultades diciendo que son misterios, efectos del po­der supremo de un Sér aún más inconcebible que el alma hu­mana y su manera de obrar ? Resolver estos problemas con mi­lagros llamando la intervención de la Divin idad, ¿, no -ss confe­sar su ignorancia ó e l propósito de engañarnos?

No nos sorprenden las hipótesis sutiles, ta n ingeniosas co­mo poco satisfactorias, á que las preocupaciones teológicas han obligado á recurrir á los más profundos especuladores modernos, siempre que han intentado de concil1ar la ~><;pi ri­tu:.tlidad del alma. con la acción fís ica de los séres materiales sobre esta sustancia incorpórea, su reacción sobr·e estos sé­res y su unión con el cuerpo . El espíritu humano tiene que extraviarse cuando, renunciando al testimonio de sus senti­dos. st. deja guiar por el entusiasmo y la autoridad.

Si qu{:remos formarnos ideas claras de nuestra alma, so­metámosla. pues, á la experiencia, renunciemos á nuestras preocupaciones, apartemos l&.s conj eturas teológicas, desga­rremos los velos que no tienen otro obj eto que cegar nues tros ojos y confundir nues tra razón. Que el fís ico, e l anatómico, el médico, reúnan sus experiencias y observaciones para ma­nifestarnos lo que debemos pensar de una sustancia que no se nos permite conocer; que sus descubrimientos enseñen al moralista los verdaderos m óviles que pueden influir sobre las acciones de los hombres ; á los legisladores los medios que pueden emplear para excitarlos á ocuparse del bienestar de la S?ciedad ; á los soberanos la manera de hacer verdadera y só­lidamen te felices las nacion€5 sometidas á su poder. Almas f!s~cas y necesidades físicas exigen necesariamente una dicha ftstca y obj.etos reales preferibles á las quimeras con que, ha­re. tantos Siglos, se da alimiento á nuestra imaginación . Tra­baJemos en lo físico del hombre, hagámoselo agradable, y pront0 ve rE> m os cómo su moral se hace m ejor y más afortuna­da; cómo su alma encierra serenidad y paz ; cómo su volun­tad se encamina á la virtud por los motivos naturales y palpa-

~oq • Y claro se ve> que est e dogmn era mny útil á los ~1\C'<'rdotes para intimi-

dar, gobernar y despojar á los ignorantes, y hasta pRra de•conc~> rtar las ídeM e 1 ' • · • d as personas maq !lustrada~. que son igualmente inrapnc-es de comprender

no a de lo que le di<'en sobre el alma y sobre le. Divinirlad. Sin embargo, los ~ar:;dote~ a~eguran que eeta alma inmaterial será. achicharrarla ó padecE'rÓ. la

ba··~¡on del fu erco material en el Infierno 6 en el Purgatorio: · y se les cree a¡o su palabra 1 1

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bles que se le presenten. _Las atenciones que el legisla_dor pon­ga a lo f1sico formarán ciudadanos robustos, sanos, b1en con8-t1LUJdos, que, encontrándose felices, seguirán . los impulsos utlles que se quiera dar á. su alma. Por contrano estas almas seran siempre viciosas cuando los cuerpos sufran y sean las nacwne.;, desgraciadas. 1\-Jens sana in corpore sano. Hé aquí lo que puede constituir un buen ciudadano.

Cuanto más reflexionemos, más no-; convenceremos de que el alma, lejos de d1ferenciarse del cuerpo, es el cuerpo mismo cons1derado con relación á algunas de sus funciones ó á algu­nos modos de ser y obrar de que es susceptible mientras le dura la vida. El alma es el hombre, considerado respecto á la facultad que le es propia de sentir, de pensar y de o­brar de un modo coordinado á su especial naturaleza; es de­Cir, á sus propiedades, á su organización particular y á las modificaciones durables ó transitorias que su máquina sufre por parle de los séres que obran sobre ella (i).

Los que han distinguido el alma del cuerpo, sólo parecen diferenciar el cerebro del resto del sér. En efecto, el cerebro es el centro común donde ooniVergen y se funden todos los nervios extendidos por las partes del cuerpo humano; con ayuda de este organo interior, se verifican todas las operacio­nes que se atribuyen al alma, las impresiones, los cambios, los movimentos comunicados á los nervios son quienes modi­fie:an el cerebro. Por consiguiente, este reobra y da movi­miento á los órganos del cuerpo, ó bien obra sobre sí mismo Y se hace capaz de producir dentro de su propio recinto una gran variedad de movimientos que se han des ignado llamán­dolos: facultades intelectuales De esto, pues, se ve que es d~l cer~~ro que los pe?sadores han querido hacer una sustan­Cia _espmtual, Y. es ev1d~nte también que de la ignorancia ha nacido y en la 1gnoranc1a se ha desarrollado este sistema tan poco natural. Por no haber querido estudiar al hombre, se ha supuesto en él un agente de una naturaleza distinta de su cuerpo ; examinando este cuerpo, se verá que, para expli­car ~dos los fenómenos que presenta, es inútil recurrir á hi­póte~Is que no pueden sino apartarnos siempre de nuestro cammo recto. Lo que hace, os~ura esta cuestión, es que el hombre no puede verse á s1 m1smo : sería preciso, para esto,

(1) .Ctando se. P!t>gunta á los teólogo~. obstinados en admitir dos sustancias e~encla mente dlshnta~, por qué multipliran los seres ~in necesidad, responden {~edp~rque el pens~~;m1e!lto no puede ser una propiedad de la matE•ria. Pregun­ant o :s entonceR s1 D1os no puede dar á la materia la facult~.<d de pE>nsar. :~~ es an que no_, puE>sto q'!e Dios no puede hacer co~as imposibles. Pero en ate~s cai~ lot teologo~, segun ~us. 1;\firmaciones, SE' reconocen por verdaderos

· . e ecto, segun sus pr~clpJOs, es tan imposible que el e1[Aritu ó el pent'~~~eÓto prod~zca la motena, come e~ imposible que la materia produzca ~sp n u. pensamiento; de, d_onde. es fácil deducir contra ellos que el mundo

0 ha Sido hec~o J?Or un esp1ntu, DI un espíritu por el mundo· que lll mundo es ete~no Y qube, Slde:uste un espíritu eterno. hay dos seres ett>rnoR ~egún ellos lo que ~en a un a sur o · aho b · · h ' · ' ' ésta es 1 d · ra len, 81 no ay mas que una sola su~tancia eterna,

e mun o, pu~>sto que el mundo exi~to. y eeto es cierto é innegable.

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ue estuviese á la vez en él_ y fue~a de él. ~ue~e compararse i un arpa sensible que despide somd?s. por st m1sma y se pre­gunta quién la hace sonar ; n? aperCibwndose que, en su cua­lidad de sér ser:sible, ella m1sma se pulsa y es pulsada por todo lo que la toca, haciéndola son?ra.. .

Mientras hagamos más expenenc1as, más ocas1ón tend~e­mos para convenc~rnos . de , que la palabra espintu. no sig­mfica ningún sentido, m aun á aq_u~llos que la _h~n, mventa­do y no puede servir para nada, m a la. h~1ca m a .a moral. Lo' que los metafísicos modernos creen des.1gnar con esta pa­labra, es en el fondo una fue~za ó bien ul'l:a palabra o~ulta, imaginada para explicar cualldades y a..cc10!les mistenos?-s, que, después de todo, no explica. _Las_, sociedades salvaJeS admiten espíritus para dar una expllcacwn á los e~ectos que no saben á qué atribuir ó que les parecen maravillosos. Al atr1buir á espíntus los fenómenos de la Naturaleza y los del cuerpo humano, ¿hacemos acaso más que razonar como ?al­vajes? Los hombres han llenado la Naturaleza de espintus porque han ignorado, casi siempre, las verdaderas causas de los hechos. Por no conocer las fuerzas de la Naturaleza, se la ha creído animada de un gran espiritu; por no conocer la energía de la máquina humana, se la ha supuesto igualmen­te animada por un espiritu. Todo eso enseña muy claramente que la palabra espíritu sólo quiere indicar la causa ignorada de nn fenómeno que no se sabe explicar de un modo natural. Por estos principios, los americanos creyeron que sus espí­ritus ó d·¿vi.nidades eran quienes producmn los terribles e­fectos de la pólvora de cañón. Por estos mismos principios se cree hoy todavía en los Angeles y en los Demonios; y nuestros antepasados creyeron por esto en los Dioses, en los Manes, en los Genios, y, marchando sobre sus huellas, debe­mos atribuir á espirilus la gravitación, la electricidad, los efectos del magnetismo, etc. (i).

CAPITULO VIII

LAS FACULTADES INTELECTUALES. - SU PROVENIENCIA

DE LA FACULTAD DE SE~TIR.

. A fin de convencernos de que las facultades que se llaman tnl~lectuales no son sino modos ó maneras de ser y obrar, de;1vados de _la organización de nuestro cuerpo, no tenemos mas que analizarlas, y veremos que todas las operaciones que

(1) Es e' •idente t.tue la noción de los espíritus idenda por los salva]· es y tl(·eptad 1 · ' . a ¡;or os J!(norontes, es de nr.turalezo par!l retardar nuPstros conoci-mientos p · 'd · u . • . orque nos 1mp1 e mvest1gar las vNdaderas causas do los ofecto¡; á q e aslstlmos Y m11ntiene en su pereza al espíritu humano. Esta pereza y 13

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62 JEAN' MESLIER

se atriuu~en á nuestra alma no son sino modificaciones de que una bUstancia inextensa ó inmaterial no puede ser susceptible.

La. primera facultad que se nos presenta en el hombre vi­YO y de la que emanan todas las demás, es el sentimiento. Po'r inexplicable que parezca esta facultad al prime r golpe de Yista, examinándola veremos que es un resultado de la esencia y propiedades de los seres orgánicos, como la gra­vedad, la electricidad, el magnetismo, etc., resultan de la esencia ó naturaleza especial de algunos (\tros ; y advertire­mos que estos ulllmos fenomenos no son menos inexplicables que los del sentimiento . Sin embargo, para formar de éstos una idea precisa, diremos que sentir es la manera especial ele ser afectado, propia de ciertos órganos de los cuerpos a­nimados, producida y ocasionada por la presencia de un objeto mate rial que obra sobre estos órganos, cuyos movi­mientos ó impresiones se transmiten al cerebro. Nosotros no nos apercibimos de las impresiones exteriores sino por me­dio de los nervios que se extienden por nuestro cuerpo, el que súlo es, exprec;emonos así, un gran nervio ; á semejanza de un arbol, cuyas ramas sufren la acción de las raíces comu­nicada por el tronco. En el hombre, los nervios van á reuni r­se en el cerebro ; esta víscera es el verdadero asiento del sen­tim1ento; éste, corno la araña que vemos suspendida en el centro de su t.ela, advierte inmediatamente todos los cambios marcados que sobrevienen al cuerpo, hasta cuyas extremida­des envía sus hilos. La experiencia nos demuestra que el hombre deja de sentir en las partes de su cuerpo cuya comu­nicación con el cerebro se halla interceptada y siente imper­fectamente ó no siente del todo cuando este Órgano se pertur­ba ó está afectado con demasiada viveza (i ) .

De cualquier modo que sea, la sensibilidad del cerebro y ele todas sus partes es un hecho indiscutible. Si nos pregunta­ran de dónde procede esta propiedad, contestaríamos que es el .resultado dfl un arreglo, de una combinación propia del ammal ; de modo que una materia bruta é insensible deja

ignor~~:nC'ia pueden ser muy útiles á los teólogos, pero son muy fatales para la ~c1edad. Lo~ sacerdotes han perseguido siempre á los primeros que han dado oxphcac10~es. naturale~. de los fenómenos de la Naturaleza: testigos Anaxá­~oras .. An~totc-les, Galileo, Descartes, etc. La verdadera física puede producir la ruma de la teología.

(1) Las Mrmorias d~ la A cademia R eal de Ciwcias de P arfa nos suministran pruebas ?e lo •tue dA¡amos ~entad?. Un hom~re, cuyo cráneo quedó destruido, tuvo cub1erto el cerebro ~on la p1cl: á !'led1da quo se oprimía con la mano el c~re:bro, el hombre ca1a. Pn una ospec1e de letargo que le privaba de todo BentlmJc-nto .. Est~~: experiencia la debemos ó. 1\1. Peyronie. Borelli. en su tr at ado De motu nmmaltum, llama al cerebro Regia animac Todo induce á creer quo en el cerebro. es donde ~e encuentra principalmente la dife-rencia entre el hom­bre Y lo5 am!'lales, Y a~n entre un hombre de talento y un tonto. entre un hombre que piensA. Y un Ignorante, entre un cuerdo y un loco. Bartolin asegura. que el cereb~o del hombre es doble que el del buey : ob~c-n•ación 11uo A rist6-tele5 ya hab1a hecho antes que él. Will is, habiendo d isecado el cadáver de un

LA RELIGIÓN NATURAL 63

de ser bruta para hace~ sensible al a71:imalizar~e, es decir, combinándose é 1dentificandose ~on el ammal. A~1 es que la leche, el pan y el vino ~e cambian en la. sustancia· del hom­bre, que €S un sér sensible : es.tas !llater1as brutas se h~cen sensibles por medio de la combmac.ló!l. con un todo sens.I~l,e . Algunos filósofos creen que la sensibihda? e.s ;tl_la oondiclOn universal de la materia: en tal caso sen a mutil buscar de dónde le viene esta propiedad que conoce1~0~ por sus e fectos. Si se admite esta hipótesis , as.í ~mo se d1shngue~ en 18: Na­turaleza dos especies de movimientos, uno conocido baJO el nombre de fuerza viva, otro bajo el n?~~re de fuerza 11'!-uer­la , se dis tinguirán dos clases de sensibi~Ida~ : una actlva ó viva, otra inerte ó muerta. ~ntonces, <l;mmahzar una. s~tan­cia no será más que destrUlr los ob~t~c.ulos que la Impide!l ser activa y sensible. En fin, la serys i~ll1dad es, ó un.a cuali­dad que se comunica como. el rr:ovimiento y se adqUle~e por la combinación, ó una c:u_ahdad mherente á toda materia; en uno y otro caso, un sér mextenso, tal como se supone al alma humana, no puede ser su agente ( ~ ~ · .

La conformación el a rreglo, e l teJido, la delicadeza y coor­dinación de los órganos, tanto exteriores como in~e_riores, que componen al hombre y á los animales, dan mov1hdad extre­ma á sus partes y hacen que su máquina sea susceptible de impresionarse con gran rapidez. En un cuerpo que solo es un conjunto de fibras y nervios. reunidos ~n un centro común siempre dispuestos á func10nar, contiguos unos á otros ; 'en un todo formado de sólidos y flu idos, cuyas partes están , diremos, equilibradas, cuyas molécula~ más pequeñas se tocan, son activas y rápidas en sus movimientos, se oomu-

imbécil, enrontró que el cerebro era. más pequeño quC' (In lo común, y dice que la mayor diferencia ad\•ertida. entre las panes <.lel cuerpo de ,~te imbécil y las de un hombre inteligente, fué que el plexus del nervio intetco~tal (c¡ue, en su opinión, es el mediator entre el corazón y el cerebro del hombre) er a. muy pequeño y además estaba acompañado dd un número de nervios mucho .menor que de ordinario. Se¡.:un e l mismo Willi'l, el mono es, entre todos los ammalf's, con relación Íl su talle, el que tiene el cerebro mayor; lo que le haco, des­pués del hombre, el más intel igente. Se ha nott\do también (1Uf' en las perso­nas acostumbradas á hacer uso de sus facultades intelectuales el cerebro es más exten~o que en las demás, así como los remeros tienen los brazos más robus­to! que otros hombres.

(1) Nin~nna do las partes de la Naturaleza estó. e"tcluida de la propieda•l d~; poder llegar á. la animación; la oposición es sol~mf\ntf' de estado y no <.le naturaleza. Si se me pregunta quó es n0ces11 rio para animar un cuerpo, !'!'S­

pondo que no hace falta nada extraño. y que sólo es sufiC'iente e l po.:lf'r do In Naturaleza. uniilo ú la organ izaC'ión. La vida es la perFecC'ió·1 do la. Naturn­bll: no hay partos de ésta. que no t iPndan á aquélla y •]Uf' n .> lu alca.nl'en por el mismo cam ino .... El acto do la vida es equívoco. V ivir, en un in .. <>do, en un perro, 6 en un hombre, es igual ; pero e~to acto es más perfecto (re!IÜIYII.­mente á no~otros) en proporción ú la conformación do lo~ óra:anos, y e~ta es­t•:urtura eet!Í caracte-rizada en la'l sf'milh~ que contienen los principios de la Vtda más próximamente <¡Uf' cua lquif'ra otra parte do la matNia. Es. pues. yerdadero que el sentimiento, las pasiones, la. percepción d~ los objeto~. las Ideas, su formación, su comparación, l a aquiescencia ó la voluntad. son facnl. tades orgánicas dependientes de una dillposición m s 6 menos excelente de las partes del an imal ». (Di1ertacione1 sobre t•arib8 a,unto11 importantc1. Amstc-r­dam, 1740).

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nican rec1procamente y de unas en otras las impresiones las oscilacwnes, los sacudimientos que se le dan ; en tal ~om­puesto, dtgo, no puede dar maravilla que el menor mov1-

mumto se propague con celendad y que las exciLaciones de las parles mas leJanas se hagan sentir pronto en e l cerebro susceptible por su ~eJ tdo dellcado de sufnr las modificacio~ ne~ eventuales con facilidad. El aire, el fuego y el agua, esos elementos tan movibles, circulan continuamente en las fibras y nervios que penetran, y contribuyen sin duda á la pronti­tud incre1ble con que el cerebro advierte lo que pasa en las extremidades del cuerpo.

No obstante la gran movilidad de que el hombre es sus­cephble á causa de su misma organización, aunque causas, tanto int.er1ores como exteriores, obren continuamente sobre él, no advierte siempre de una manera distinta ó marcada las im­presiones que se efectúan sobre sus órganos ; no las percibe smo cuando han producido un cambio ó alguna sacudida en su cerebro. Así es que, á pesar de que el aire nos rodea por todas parles, no sentimos su acción hasta cuando se modifica de modo que, golpear.do con fuerza nuestros órganos y nues­tra piel, advierte el cerebro su presencia. En un sueño pro­fundo y tranquilo, no turbado con ningún ensueño el hom­bre deja de sentir ; por último, el hombre no parece advertir nada cuando todos los movimientos se verifican en un orden conveniente, á pesar de los movimientos continuos de la má­quina humana. No se apercibe del estado de salud, pero se apercibe del es lado de dolor ó de enfermedad, porque en el uno su cerebro no está conmovido con demasia.da viveza, mien­tras que en el segundo caso sus nervios sufren contracciones, ~cudidas, movimientos violentos y desordenados que le ad­VIerten de una causa que obra fuertemente sobre ellos y de un mod~ poco análogo á su naturaleza habitual ; h é aquí lo que constituye el esta~ o especial que llamamos dolor.

. Ocurre algun~ veces que causas exteriores producen cam­bws muy considerables en nuestro cuerpo sin que por de pronto los advirtamos. En el calor del combate suele suceder que un soldado no se aperciba de una herida pelig-rosa, pcr­q~e entonc~s los ~ovimientos impetuosos, multiplicados y rá­Pidos. que 1mpres10nan su cerebro le impiden distinguir los cambws espec1ales que se verifican en una parte de su cuerpo. En fin, cuando un gran número de causas dife rentes obran á la vez y con demasiada viveza sobre el hombre éste sucum­be, cae desfallecido, pie_rde el conocimiento y deia de sentir.

En general, el sentim1ento no se produce s ino cuando el ce­rebro puede d_istingui r las impresiones hechas sobre los órg-a­nos: el sacudu:niento distinto ó la modificación marcada que entonces experimenta es lo que constituye la conciencia (i).

(V 1 Según el doctor Clarcke, <<la. conciencia es el acto reflejo por medio del

euta lago lo que pienso, Y mis pensamientos 6 mis acciones son mías y no de o ro.»

LA RELIGIÓN NATURAL 65

El sentimiento es, pues, un modo de ser ó una variación marcada producida en nuestro cerebro por los impulsos q~e nuestros organos reciben, bien por parte de las causas exteno­res bien por las interiores, que lo modifican de un modo du­rable ó momentáneo. Efectivamente, s in que ningún objeto exterior venga á conmover los órganos del hombre, tiene éste la conciencia de los cambios que se operan en él, su ce~ebro se modifica entonces, ó bien se renueva con las modificaciOnes anteriores. En una máquina tan complicada como el cuerpo humano cuyas parLes están todas tan contiguas al cerebro, éste deb'e necesariamente advertir los choques, las dificulta­des los cambios que sobrevienen en un conjunto formado de par'tes que, sensibles por naturaleza, están en una acción y reacción continuas y van todas á concentrarse en él.

Un hcmbre que sufre el dolor de la gota, tiene la concien­cia, es decir, advierte interiormente que se producen en él cambios muy marcados, sin que ninguna causa exterior obre inmediatamente sobre él.

Pero si nos trasportamos á la verdadera fuente de estos cam­bios, vemos que los producen causas exteriores, como la orga­nización y temperamento heredados de los padres, ciertos ali­mentos y mil causas inapreciables y ligeras que, reuniendose poco á poco, producen el humor de la gota, cuyo efecto es ha­cerse sentir muy vivamente. El dolor de la gota produce en el cerebro una idea ó una modificación que tiene e l poder de re­presentarse ó repetirse aun cuando ya no se tenga gota ; el ce­rebro, por una serie de movimientos, vuelve á ponerse enton­ces en un estado análogo al en que se hallaba cuando sufría realmente aquel dolor: no tendría de él ninguna idea si nunca lo hubiera experimentado.

Damos el nombre de sentidos á los órganos visibles de nues­tro cuerpo por cuya mediación es modificado el cerebro. Se dan diferentes nombres ñ. las modificaciones que e l cerebro rect_be. Los nombres de spnsaciones, percepciones, ideas, sólo des1gnan cambios producidos en el órgano interior con moti­vo de l'l.s impresiones CTUe h acen sobre los órganos exteriores los cuerpos que sobre ellos obran. Estos cambios considerados en sf mismos, se llaman sensaciones; toman ~1 nombre de percepciones en cuanto el órg"ano interior los pereibe y advier­te ; Y. se llaman ideas cuando el órgano interior refiere estos camb1os a l objeto que los ha producido.

Toda srnsaci6n, es pues, un movimiento impuesto á nues­tros órganos; toda pt>rcepción, el mismo sacudimiento {lropa­gado hasta _el cerebro ; tona idea es la imagen del objeto á que ~on deb1das la sen~ción ó la percepción. De eso se ve que, fuando nue~tros sentidos no son impresionados, no podemos ~ner sensaCIO'les, ni percepciones. ni ideas; como lo probare-~ á. todos lo~ _que duden todavía de una verdad tan clara.

cut gran ~ovt_l~dad de que el hombre, por efecto de c:;u p~:li­/r orgamzar10n es capaz, es lo que lo diferencia de los de­

m s séres que llamamos insensibles 6 inanimados : los di fe­LA RELIGIÓN NATURAL- 5.

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66 JEAN MESLIER

rentes 15rados de movilidad de qu~ la organización particular cte los individuos de nuestra especie les hace susceptlbles, son los qur ponen entre ellos diferencias infinitas y variedades increíbles. bien rec:;pecto á las facultades corporales, como á las llamadas menta/e<:: ó intrlrrtunles De ec::ta movilidad, más ó menos ¡:rrande, resultan el ingenio, la sensibi l iclad, la ima!!i­nación, el gusto, etc .... Pero sigamos po_r ahora las operacio­nes de nuestros sent.idos y veamos en cun l manera los objet{)s exteriores {¡bran sobre ellos y los modifican ; luégo examina­remos la reacción del órgano interior.

Loe; oios son órganos muv movibles y muy d<'licC~dos, por medio de los cuales experimentamos la sensación de la luz ó del color, que da al ccrehro una rercepción distlnta; viene de conc:;ecuPncia que el cuerpo luminoso ó coloreado hace nacer en nosotros una idea. En cuanto abro el párpacio, mi reti'1a c;e afecta de un modo especial: en el líquido de las fibras y ñe los nervios de que están compuestos mis ojos se excitan im­pre<;iones que se comunican al cerehro y pintan en él la ima­gen del cuerpo cuya impresión nuestros ojos sufren ; así nos formamos la iciea ciPl color de este cuerpo, de sn tamaf'lo, de su fi~ura, de su distancia, y así es cómo ~e explica el meca­nic:;mo de la vista.

La movilidad y elasticidad de que las fibras y nervios que componen el teiido de la piel la hacen susceptible, dan lugar á que ec;ta envoltura del cuerpo humnno, anlicada á otro cuer­po. se sienta afectada por él rápidamente. Así es crne l o~ra arl­vPrtir al cerebro su presencia, su extensión, su aspereza ó su i!lnaldad, su pesantez, etcétera; cualidadec; que le. dan perceP­ciones distintas y oue hacen nacer en él diversas ideas. Todo ~>c;o es lo oue constituye Bl tarto.

La delicadeza de la membrana oue cubre el interior de la nariz la hHre suc:;reptihle cie ser irritacia hasta por los cornüsru­loc:: invic::ihles é impalpabl~>f> que emanan de loe:; cuerpos olo­rosos v que llevan sen~l'!ciones, perrPncionPs é ideas al cere­bro: Psto es lo que constituve t>l ~enlido del olfato.

La hnrR e<;tn provic:;tlt devesrículas nervi0sRs. muy sfnsih1es ~ irribthl~>s, crue conlienen los iua-os propios para disolver la e:; c;nc:;lnnria~ c:;alinac::; .c;iencio a ft>rtañn con mucha rarine:;r, mr loe:; alimPntoc:; n ~u p¡:¡c;o, trnnc::mite a l rerrhro las imnresiones qnP ha r~>ribino: de (ste merRnismo resulta el gusto.

Por l'1ltimo Pl an:mlto auditivo, propio por su conforma­ción para r~>ribir las diversas impresiones de l aire dive~a­mf'nte modifirRcio llPva al rf'rPhro c:;pnc:;.1rionP~ rrnf hnrPn na­C'(lr la nPrrPnrión de loe; sonidos y la idea de los cuernos so­noroc; Así está conc;tituido lo que señalamns con el nombre' de nido.

1'al~>c:; son lns 1ínirac:; vías por clonde recibimos sensaciones, nrrrpnrinnps f. ineRs. Est;¡s morlifirariones suresivas de m1PS· tro rPrPhrn son efect-os ñe loe; obietos que impresionan á nues· troc:; <;(ntinos. v se convit>rten á su vez en causas qne nroducen en el alma nuevas modificaciones llamadas pensamientos, re·

LA RELIGIÓN NATURAL 67

~exiones, memor_za, zmaginación, iU:i,cios, voluntmdes, accio-nes; cuya base Siempre e? la sen~c10n. .

Para adquirir una noc1ón prec1sa del pensamzento, tengo que examina~ detallada~ente lo que pasa en mí á la presen­cia de un obJeLo cualquie ra.

Hagamos por un momento la suposición que é~te ::;ea un melocotón: dicha fruta produce desde luégo en mis OJOS dos impresiones distintas, es deci r, dos m?dificaciones, que se transmiten hasta el cerebro: éste experimenta entonces dos nuevos modos de ser ó percepciones, que distinguo con los nombres de color y redondez ; por consiguif'nte, tongo la idea de un cuerpo redondo y encarnado. Cogiendo con la m ano esta fruta, le aplico el órgano del tacto y desde luego experimenta mi mano tres nuevas impresiones, que designo con los nom­bres de blandura, frescura y pesa·dez; donde resultan tres nue­ras ideas. Si ncerco la fruta al órgano del olfato, éste recibe una nueva modificación, que transmite a l cer ebro una nueva percepción y una nueva idea que tiene el nombre de olor. P or último, si la llevo á mi boca, e l órgano del gusto se afecta de una manera nueva, seguida de una percepción que hace na­cer en mí la idea del sabor. Reuniendo todas estas impresio­nes ó modificaciones diferentes de m is órganos, transmitidas á mi cerebro, es decir, combinando todas las sensaciones, per­cepciones é ideas que h e recibido, tengo la idea comnleta de un todo que deSiigno con e l nombre de melocotón, ·del que puede ocuparse mi pensamiento ó del que tengo una no­ción (i ).

Lo dicho ya es suficiente para manifestarnos la Reneración de las sensaci0nes, percepciones é ideas y su asocición ó liga­~ento en el cerebro. Se advierte que estas variadas modifica­Clones sólo son consecuencias de los impulsos sucesivos que n_uestros órganos exteri ores transmiten á nuestro órgano inte­rJO~, que g-oza de lo que llamamos la facultad de pensar; es deCI~, de advertir en sí mismo ó di? sufrir Jas rlifcrentes modi­ficacJ~nes ó Ideas que ha recibido, combinarlas, arreglarlas, coordmarlas, separarlas, extenderlas y r estringi rlas , compa­r~rlas, renovarl~s, etc. Se ve, pues, que el pensamiento no es smo 1 ~ J?ercepc1ón de las modificaciones que nuestro cerebro h~ r~c1b1do por parte de los objetos exteriores ó que se da á. SI ffilSmO.

__ En ef~cto, nuestro órgano interior no se limita á percibir

f (l) Cuant? ~<.t_á expuesto en las prPccd!'nte~ líneas pro1cba. que el pPnsamiento !11~A06 . 1!n pnnr1p1o, una durarión, un fin; ó con más preci.,ión una ""Cnern~ión una • 'CSIOO V U d. ) · 6 " ' ' ~n 1 · na . tso otc'J n. como todo<~ los demás modos de la. m a h>rin : rr.mo (\11 lo

0:~ ¡.~nqdmtento •~> ha I''{Cit!uio. dett>rmin'ldo, aumentado diviñido. "orrmlll''~­d1~.is·bt 1

• ca o, etc. Esto no ob~tante si el alma, 6 principio que pienqa, es in­der :u e:l como puede pen~n r ~ucesivamcnte, dividir, ah~tra~.>r, com bin>\r, P'tten­PPMars?

1 si\ :etenerlao; y pcrde.rla; .. t~ner momoria y ~lvi.iar ? ¿Cómo deja do la, por b

1 a .. !or~a~ part>C'Cn mdn•1•11bles en la matena. es ~oJo !'onsirleritndo­

forma, ~ s ra~clOn, a la manera de los ~eómotras; pero la diviqibil ida e{ de las ~e~rulares~ E;tst~e:n la Nat_urnleza, .donde no hay átomo ni form_n perfectamente 1ndivisibl P

1·' necesa~10 deduc1r que las formas de la. materta no son menoR

es quo e pen,a.mtento.

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68 JEAN MESLIER

las modificac10nes de fuera, si~o que tiene e l p~der de modifi­car::,c por sí mismo y de C0!1Slderar los camb10~ ó los movi­mientos que en el ocurren, o sus ~ropias oper~cw~~; esto le da nuevas percepc10ne::, y nueYas Ideas .. El_ eJerCICIO de este poder, que consiste €n replegarse sobre s1 mismo, es lo que se llama refiexión. . .

Con esto :se comprende que pensa~ y reflexwnar es sen~1r ó percibir en nosotros mismos las Impresiones, las sensaClo­nes, las 1deas que nos dan los O~Jetos que obran sobre ~ues­tros sentidos y los diVersos camb1os que nuestro cerebro u ór-gano interior produce en SJ. .

La memoria es la facultad que el cerebro_ t_Iene de renovar en sí mismo las modificaciones que ha r~c1b1do ; de ponez:se en un estado semejante al en que le pus~eron las p~rcepclO­nes, sensaciones é ideas que obJetos exteriOres l?roduJeron en él y por el orden que las re~Ibió , sin que necesll~ una n~eva acción por parte de estos obJ etos y a~n cuando d1chos ObJetos est(!n ausentes. Nuestro cerebro advierte que estas modlf1~­ciones son las mismas que experimentó antes por la I?resenCla de los obJetos á que las refiere ó atrib~ye. La m~mona es fiel cuando estas renovaciones son las m1sm~s. Es mfiel c_uando no reproducen exactamente las modificac10nes que el organo experimentó anteriormente . .

Le imaoinación no es sino la facult~d que i1\me el_ ce~ebro de modificarse ó de formarse percepcwnes nuevas siguJendo el modelo de las que ha recibido en virtud de la acción sobr~ sus sentidos de los objetos exteriores. Lo que hace entonces nuestro cerebro es combinar ideas que recibió y recuerda, pa­ra formar con e llas un conjunto de modificacione~ que en ,ver­dad no recibe por más que conozca las ideas part1culare~ o las partes de que' se compone el conjunto ideal que sólo ex1ste en su interior. Así es cómo ha nacido la idea de. los Centauros, ct¡ los Hipogrifos, de los Dioses, de los Demomo_s, etc. Merced_ la memoria nuestro cerebro renueva sensacwnes, percepciO­nes é ideas 'que ha recibido, y se representa obje~os q~e ~an conmovido verdaderamente sus órganos: por la Imagmll:c16n arregla esas modificaciones para hacer con ellas obJetos que no han conmovido sus órganos, aunque conozca los elementos ó las ideas con que los compone. De esa manera los hombres, combinando un gran número de ideas formadas por ellos mismos, tales como la de jus ticia, prudencia, . bon~ad, inteligencia, etc., han conseguido con ayuda de la ImagiD~· ción, formar un todo ideal al que pusieron el nombre de l­

vinidad. Se ha dado el nombre de juicio á la propiedad que tie?e el

cerebro de comparar las modificaciones ó ideas que reCJbe 6 que tiene el poder de despertar en sí mismo, á fin de descu­brir sus relaciones y efectos.

La voluntad es una facultad de nuestro cerebro por la cual se dispone á la acción, es decir , á mover los órganos del cue{ po con el objeto de procurarse lo que le modifica de un rno 0

LA RELIGIÓN NATUR.\L 69

álogo á su sér ó para alejar _ lo que le ?-afia. Querc_r, es ~star ~spuesto á la acción .· Los ob~etos . e_~tenores ó las 1deas m te­rieres que hacen nacer esta dtspcsJCion en nuestro c~reb~o,_ se llaman motwos ó causas, porque so~ los resor!es o_ movJles que lo ddermman á la acc10~, es decir, á :poner en JUep.o l<?s organos del cuerpo. Las accwnes volunlana_s son, pues, movi­mientos del cuerpo determina?os po~ los Impulsos del cere­uro La vista de un fruto mod1fica mt cerebro de manera que le dispone á hacer mover mi brazo para coger el fruto que he visto y llevarlo á_ mi ~oca. . . . .

Todas las modtficaciOnes que recibe el organo mtenor ó ce-rebro todas las sensaciones, percepciones é tdeas que los obJe¡,¿s que conmuHen los sentidos J,e dan, ó que Denueva en el mismo, son agradables ó desagra~ables, favorables ó . per­judiciales á nueslro modo de ser habitual 6 pasaJe~o, y dispo­nen el órgano interior á obrar ; _lo cual hace en v1rtud de su propia energía, que no es la misma <en todos los séres de la especie humana, y que depende de sus temperamentos. De aquí provienen las pasiones, más ó meno~ fuertes, que no_ son sino movimientos de la voluntad, determmada por los obJetos que la conmueven en razón compuesta de la analogí~ ó de la dtscordancia que se hallen entre ellos y nuestra propia mane­ra de ser, y de la fuerza de nuestro temperament~L Po_r lo tan­to, las pasiones se reducen á modos de ser ó m?dificacwnes del organo interior, aLraido ó rechazado por los obJetos, y que,. por consiguiente, está sometido, á su manera, á las leyes hs1cas de la atracción y de la repulsión.

La facultad que goza nuestro cerebro de percibir ó de s_er modificado, tanto por los objetos exteriores como por él mis­mo, se designa algunas veces con el nombre de entendimiento_. Se ha dado el nombre de inteligencia al conjunto de las di­ferentes facultades de que este órgano es susceptible. Se lla­ma razón una manera determinada de ejercer semejantes fa­cultades. Se llama ingenio, prudencia, bondad, virtud, etc., á las disposiciones ó modificaciones constantes ó momentaneas del órgano interior que h ace obrar á los séres de la especie humana.

En una palabra, como luego probaremos, todas las faculta­de~ intelectuales, es decir, todos los modos de obrar que atri­bmmos al alma, se reducen á modificaciones, á cualidades, á modos de ser, á cambios producidos por el movimiento en el ce~ebro, que es visiblemente en nosotros el centro del senti­Tl!Jento Y principio de todas nues tras acciones. Estas modifica­CJon~s tienen su causa en los objetos que impresionan nuestros ~nh~os, cuyos impulsos se transmiten al cerebro, ó más bien ' las 1deas que estos objetos han despertado en él y que este tie­~ebel P9de~ de reproducir. El cerebro á su vez. se mueve. reobra to re Si m1 c:.mo y pone en juego los organos que van á conctn-rarse ~n él ó que, más bien, son una extensión de su propia

t-nstanct_a. Así se explica como los movimientos ocultos del órgano Interior se hacen sensibles al exterior por seflales visi-

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70 IEAN MESLIER ------ ----

bles. El cerebro, impresionado, por un sentimiento que llama­mos temor, exc1ta el temblor en los miembros y esparce la pa­hdez en el rostro. Este cerebro, afectado por un sentimiento de . dolor, hace salir lagri~as de nuestros OJOS, aunque ningún obJeto le conmueva; una 1dea que se afirme con fuertes ra::.gos basta para qu~ el ~~ebro expenmente modificaciones muy vi­vas que mfiuyen v1s1blemente sobre toda la máquina.

En todo. esto solo reconoce_mos una misma sustancia que obra con dn ers~dad ea sus _diferentes parles. Si alguien dice qu~ este mecams!Il~ no expl1ca con bastante claridad el prin­CIPIO de los mov1m1entos o de las propiedades de nuestra al­ma, le contestaremos que está en el mismo caso que todos los cuerpos de la Naturaleza, en los cuales los movimientos más senc1llos, los fenómenos más ordinarios, los modos de obrar mas comunes son misterios inexpicables de que no conocere­mos _acaso nunca los primeros principios. En efecto, ¿cómo nos l!son]ear~mos de conocer el verdadero principio de la gra­vedad por v1rtud del cual cae un..a piedra? ¿Conocemos el mecamsmo . 9ue produce la atracción en algunas sustancias Y la rep_ul~wn en otras? ¿Podemos explicar la comunicación del mov1m1ento de un cuerpo á otro? Por otra parte, las di­ficultades que tropezamos á propósito de la manera de obrar del alma, ¿se v€ncen convirtiéndola en un sér espiritual de que no tenemos _la menor idea y que, por consiguiente, destru­ye todas las nocwnes que de ella pudiéramos formarnos? Bás­~cnos sab~r que el alma se mueve y se modifica según las cau­:)as _malenales que obran sobre ella ; lo que nos autoriza á de­duci r _que loda.s sus operaciones y facultades prueban CJUe es material.

CAPITULO IX.

DIFERENCIA ENTRE LAS FACULTADES INTELECTUALES: SU DEPEN­

DENCIA DE CAUSAS FiSICAS, Y DE SUS CUALJD.\.DES MORALES. -

PRJNCIP.OS LATURAL ES DE LA SOCIABILIDAD, DE LA MORAL Y DE LA P J LÍTICA.

La ~aturaleza está obligada á diversificar todas sus obras: mater1as eleme_ntales, independientes por la esencia, deben formar seres diferentes por sus combinaciones y sus propie­~~~~s,Npor su modo de ser y de obrar. No hay ni puede haber t . atura_leza, dos séres y dos combinaciones aue sean ma-emábca Y r1guros_amente iguales, puesto que, no· siendo nun­ca perfectamente Iguales, el lugar, las circunstancias, las re-

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lacione.s, las proporciones, las modificaciones, los séres que de ellas r~ultan no pueden tener entre st una semejanza perfecta, y sus modos de obrar deben dlv~r::.Jticar en algo, aun cuando creamo~ ver entre ellos la mayor 1gualdad.

Como consecuencia de este pnnciplo, que todo conspira á probarnos, no hay dos ind1v1duos de la especie humana que tengan las mismas facciones, que sientan precisamente de la mrsrna manera, que piensen según un modo conforme, que vean las cosas con los mismos ojos, que tengan las mismas ideas m, por Lanto, el mismo sistema de conducta. Los órga­nos vis1bles de los hombres, asi corno los ocultos, tienen ana­logías 6 punLos generales de semeJanza y conformidad que los hacen parecer afectados del mismo modo por c.ausas .:málogas ; pero sus diferencia::> son infimtas en los detalles. Las almas humanas pueden ser comparadas á instrumentos cuyas cuer­das, ya disii11tas en sí, ó diferentes por las materias de qu€ se componen, están además montadas sobre diferentes tonos: un nusmo impulso, Lrae de cada cuerda el sonido que le es pro­pro_: es decir, que depende de su tejido, de su tensión, de su grueso, del estado momentáneo en que la pone el aire que la rodea, etc. Esto es lo que produce e l espectáculo tan variado q_ue no~ of~ce el mundo moral, y de donde resulta la grandí­Sima diversidad que encontramos entre 1os espíritus las fa­cultades,_ las pasiones! l_as energías, los gustos, las im~ginacio­nes, las Ideas y las opmJones de los hombres. Tal diversidad es tan grande como la de los temperamentos, tan variada como l ~s fisono!Ilías: de esla diversidad resultan la acción y la reac­Ción continuas que hacen la vida del mundo moral · de esta discordancia resulta la armonía que mantiene y co~serva la raza humana.

La diferencia que se halla enlre los individuos de la espe­Cie humar, a pone. entre ellos desigualdad, y es esta desigual­dad la que constituye el sostén de la sociedad. Si todos los hombres se equivaliesen por las fuerzas del cuerpo v por los talentos del_ espí_ritú, no tendrían ninguna necesidad unos de ~tros:. la diversidad de sus facultades y la desigualdad que · ~ veflfica entre ellos son las causas que hacen necesarios re­~Jprocamente á los. mortales: sin esto vivirían aislados. Así ~mos 9ue esta desigualdad, de que á menudo nos quejamos ~1 n. razon, Y la imposibi lidad en que cada uno se halla de tra-a)lr eficazmente solo para consE-rvarse y procurarse el bie­

ne<:tar, nos ponen en la feliz necesidad de asociarnos de dr­¡.ender de nuestros semejantes, de merecer y solicitar su auxi­e1~i'tade hacerlos_ favorables á nuestras miras, de atraerlos para

1 r por med1o de esfuerzos comunes lo que pudiera turbar ~ rde~ en nuestra máquin~. A consNuenrin de la divcrsidarl. nfenos omb_res Y de su desigualdad, el débil se garantiza po­las

1dose ba¡o la protección del más fuerte ; y éste recurre á

juzg~c~~-'¡ al talento, á la industria del mác::. drbil cuando los nadioneu I ~s . para ~í. EstB: desigualdad natural hace que las

s distingan a los cmdadanos que les prestan servicios

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i2 JEAN MESLIER

y en razón de ::;us necesidad~ honran y reco:npen.san á las ver::;onas cuyas luces, beneficios, socorros y virtudes les pro­curan ventaJas reales ó ImaginarNlS, placeres, sensaciones agradable~ de todo genero ; por ella toma el genio ascendiente sobre 1os hombres, y pueblo~ enl~ros recon~cen su poder. Hay pue~, que reconocer que la diversidad y desigualdad de las fa­l.'ullade.;;, sean corp_orales como mentales ó intelectuales, hacen al hombre necesario al hombre ; le hacen sociable y le prue­ban con evidencia la necesidad de la moral.

Seg:ún la _di_versidad ~e sus facultades, los sére.s de nuestra especie se dtviden. en ~Iferentes clases, ya por los efectos que producen, ya por 1as diferentes cualidades que en e llos se no­tan Y que emanan de las prcpiedades individuales de sus al­mas 6 de las modificaciones especiales de su cerebro. Así es que el espíri!ú, la ~nsibilidad, la imaginación, los talentos, etc., crean diferencias entre los hombres. Así es cómo unos s~n l!a~ados buenos y otros malos; virtuosos y viciosos, sa­IJios e zr¡n~rantes. ra=onables é irra:.onablrs, etc.

81 exammamos todas las diferentes cualidades atribuída.<5 al nl~a, veremos que, como las del cuerpo, son debidas á causas fisicas. Las facultad~s del alma son las mismas que las del cuerpo 6 d~penden siempre de su organización, de sus propie­dades parllculare.s y de las modificaciones constantes ó eYen­tuales quc> experimenta; en una palabra, del temperamento.

El temprramento, en cada hombre es el estado nonnal en que se hallan los fluidos y los sólid¿s de que su cuerpo está compuesto. Los _temperamentos difieren en razón de los ele­~ent.os ó maLeri_as que dominan en cada individuo y de las d_Iferen~es combmac~one~ y modificaciones que estas mate­rias, diversas por SI mismas, padecen en su máquina. Por eso _en unos abunda la sangre en otros la bilis en algunos la hnfa, etc. ' ' dr~l temperamento n?s lo da la Naturaleza, nue.-;;tros pa-

s, las cau50:s qu~ sm cesar, y desde el primer momonfo de nuestra existencia, nos han modificado. En el seno de la mad~e es_ donde cada cual ha tomado las primeras materias ~se fmflUirán ~urante toda la vida sobre sus pasiones, sobre nes acultades mtelectualPs, sobre s_n enerQ.:ía, sohre ~us pasi~ dad crePr~ su con.duc~.a. Nuestra misma ahmenlarión, la cal1-

u a re que Jespiram?s . .el chma eme habitamo8. bs ideas qt e nos presenlan, las opmiones que nos dan modifican este emperamento · v Ptle t i~ • • • ' . · . s o que esv.ts CJrcunstancias no nueden ser ~unca rJgurosa~ente las mismas en todo para dos hombres, g~a~~ede, mara~Illar que haya entre ellos una diversidad tan d .. de, 0 que aya t_antos temperamentos distintos como in­

IVI uos de la especie humana. Por eso y á pe<:.ar d 1 , sem · · · _e que os rorohres tcng·an entre SI nn1

·ido eJa~~a g~n~ral , difieren esencia1lmente, tant-O por el te-~alezr 1~i~f/ción de las fibra~ Y nervios, como por la natu­imprirri'en mo~f~ _de t las mU aterias que hacen obrar estas y les

Ien os. n hombre, ya distinto de otro por

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la textura y disposición de sus fibras, llega á ser mucho más diferente si toma alimentos nutritivos, si bebe vino y hace ejer­cicio· mientras que .el otro, que no bebe mas que agua ni toma alim~ntación suculenta, l-anguidece en la inercia y la ocio­sidad.

Es indudable que todas estas causas influyen necesaria· mente sobre el e!::.píritu, sobre las paswnes, sobre las volun· tades· en fin, sobre lo que se distingue con el nombre de fa­cultades intelectuales. Así vemos que un hombre sanguíneo es comunmente espiritual, arrebatado, voluptuoso, empren­dedor· mientras que un hombre flemático es de concepción lenta 'difícil de conmover, de imagina!Ción poco viva, pusi­láni~e, incapaz de una voluntad decidida.

Si se consultara la experiencia y no la preocupación, la me­dicina suministraría á la moral la llave del corazón humano, y, al curar el cuerpo, tendría algunas veces la posibilidad de curar el espíritu. Haciendo de nuestra alma una sustan­Cia espiritual, se satisfacen con administrarle remedios espi­rituales que no influyen sobre el temperamento y que á ve­ces sólo le dañan. El dogma de la espiritualidad del alma ha hecho de la moral una ciencia hipotética que no nos da á co­nocer en modo alguno los verdaderos móviles que se deben emplear para c.brar sobre los hombres. Ayudados por la ex­periencia, _si conociésemos los e lementos que constituyen el fondo del temperamento de un hombre ó del mayor número posible de individuos de que un pueblo está compuesto, sa­bríamos lo que l,es concierne, las leyes que les son necesarias, las instituciones que les son útiles. Concluyendo, la moral y la pohtica podrían sacar del Materialismo ventajas que el dogma de la espiritualidad no les suministrará nunca y .en las cuales ni aun podrá siquiera pensar. El hombre será siem­pre un misterio para los que se obstinen en estudiarle con los predispuestos ojos de la teología, ó que atribuyan sus acciones á un principio ó causa del que nunca pueden tener idea. Si verdaderamente deseamos conocer al hombre, tratemos de d~scubrir las materias que entran en su combinación y constituyen su temperamento. Tales descubrimient-Os servi­rán_para hacernos adivinar la naturaleza y las cualidades de sus ~s1ones é inclinaciones, v para presentir su conducta en oca­SIOnes dadas: ellos nos indicarán los remedios que podremos emplear ~n ~xito para modificar ó corregir los defectos de una org~mzac1ón viciosa ó de un temperamento perjudicial á la sociedad como al que lo posee.

En efec to , es indudable que el temperament-O del hombre puede ser corregido, alterado, modificado por causas tan físi­cas ~omo las que lo consbituyen. Cada uno de nosotros puede. fn Cierto modo, formarse un temperamento : un hombre de emparamento sanguíneo, por medio de una alimentación me­

tos suculenta ó más escasa, a.bsteniéndose de licores fuer­c~~t"edtc., puede l~eg~r á corregí~ la natural~za, la calidad y

I ad del mov1m1ento del flmdo que domma en él. Un bi-