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RELATOS DE UN VIAJERO INTRODUCCIÓN Desde que apareció el libro "Andanzas de un naturalista" transcurrieron varios años, lapso suficiente para meditar sobre la necesidad de un nuevo libro sobre nuestra naturaleza, tan vapuleada y tan maltratada, precisamente por nosotros, los hombres, que somos quienes tendríamos que cuidarla y robustecerla, hoy más que nunca, porque de ella depende nuestra subsistencia. Para quien no se considera escritor resulta difícil relatar en forma amena y llevadera pensamientos o viven- cias con la real intensidad. Pero todo lo que hagamos para defender las plantas, los animales, el medio ambiente y el hacer conocer lugares de nuestro país, vale la pena intentarlo. Es un esfuerzo que se impone gustoso quien estima valedera, tal defensa. "Andanzas..." llegó a donde queríamos: que lo lean los niños y los jóvenes para que sepan ellos que es lo que tenemos, para qué sirve y por qué tenemos que cuidar todo este mundo natural que nos rodea. Y también a los grandes guías y maestros de aquellos- para que continúen en la prédica, algunos o para remordimientos, en otros. A través de las páginas venideras citaré a muchas personas que han dedicado parte de sus obras a cantarle a los pájaros o a las flores. Pensando en que estos elementos están siempre presentes en los labios de los poetas, tal vez porque ambos son símbolos de amor y de paz, descontando la sugestiva belleza que poseen. Es una manera de expresar mi reconocimiento y mi modesto homenaje a aquellos que con su granito van contribuyendo, desde hace años, a difundir, a hacer conocer, no solo las maravillas aladas o las hermosas flores, sino también contribuyen a rescatar parte de nuestro folklore. Algunos de estos autores ya no están, pero han dejado su marca imborrable, en su estilo, en su calidad y otros continúan creando cada día nuevos versos, nuevas canciones. El hombre nació en un planeta ya poblado por plantas y animales; está de distintas maneras ligado a ellos, le son indispensables para vivir en plenitud, armoniosamente. Esta armonía se manifiesta en el llamado equilibrio biológico, donde cada especie animal o vegetal, por insignificante que parezca, está interrelacionada con las demás. Pero toda esta paz es interrumpida por el ser humano en distintas y variadas formas. En estos últimos años han desaparecido de la tierra muchas especies de animales y de vegetales. Esta extinción se hace cada vez más manifiesta, ya sea por la destrucción de los hábitats donde se encuentran las especies o por la destrucción directa de las mismas. De esta manera el hombre ha eliminado muchas especies, su intervención ha sido nefasta. De otro modo esos animales y esas plantas aún existirían. Hay muchos seres que están en peligro de extinguirse y de alguna manera debemos evitar la repetición de errores que no podamos reparar, como el caso de la paloma migratoria (Ectopistes migratorius) que se cuenta llegó o oscurecer el cielo de América del Norte por su abundancia; sin embargo el último ejemplar murió en 1914 y su cuerpo se encuentra embalsamado en el Museo Nacional de Washington. Hay que tener en cuenta que cuando una especie se extingue no hay nada que pueda reponerla; es una situación irreversible. También podemos citar el caso de un albatros (Diomedea albatrus) que nidifica en el archipiélago de Bonín, cerca de Japón, a los cuales para extraer sus plumas, entre los años 1887 y 1903 se dio muerte a más de 500.000 ejemplares. Su número actualmente es de unos 150 ejemplares. Se sabe que desde el siglo XVIII a la actualidad se extinguieron 150 especies de animales. Más o menos una especie por año. En nuestro país desaparecieron algunas aras o guacamayos, pavas de monte y otras varias ya son muy escasas. Hay que saber mantener el equilibrio ecológico y aprovechar los recursos naturales sin comprometer la existencia de las especies. No olvidemos que muchas de las riquezas y abundancias de la tierra, que parecen inagotables e interminables, pueden llegar un día a desaparecer. Es por este motivo que -todos debemos tomar conciencia de lo que es el equilibrio ecológico, de lo que significa un correcto empleo de los recursos naturales y la conservación de las especies. Son muchos los factores que intervienen y que contribuyen a producir un desequilibrio biológico, tales como el comercio de animales vivos o de sus partes, la acción de cazadores, la desecación de esteros y

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RELATOS DE UN VIAJERO

INTRODUCCIÓN

Desde que apareció el libro "Andanzas de un naturalista" transcurrieron varios años, lapso suficiente para

meditar sobre la necesidad de un nuevo libro sobre nuestra naturaleza, tan vapuleada y tan maltratada,

precisamente por nosotros, los hombres, que somos quienes tendríamos que cuidarla y robustecerla, hoy

más que nunca, porque de ella depende nuestra subsistencia. Para quien no se considera escritor resulta difícil relatar en forma amena y llevadera pensamientos o viven-

cias con la real intensidad. Pero todo lo que hagamos para defender las plantas, los animales, el medio

ambiente y el hacer conocer lugares de nuestro país, vale la pena intentarlo. Es un esfuerzo que se impone

gustoso quien estima valedera, tal defensa. "Andanzas..." llegó a donde queríamos: que lo lean los niños y los jóvenes para que sepan ellos que es lo

que tenemos, para qué sirve y por qué tenemos que cuidar todo este mundo natural que nos rodea. Y

también a los grandes —guías y maestros de aquellos—- para que continúen en la prédica, algunos o para

remordimientos, en otros. A través de las páginas venideras citaré a muchas personas que han dedicado parte de sus obras a cantarle

a los pájaros o a las flores. Pensando en que estos elementos están siempre presentes en los labios de los

poetas, tal vez porque ambos son símbolos de amor y de paz, descontando la sugestiva belleza que poseen. Es una manera de expresar mi reconocimiento y mi modesto homenaje a aquellos que con su granito van

contribuyendo, desde hace años, a difundir, a hacer conocer, no solo las maravillas aladas o las hermosas

flores, sino también contribuyen a rescatar parte de nuestro folklore. Algunos de estos autores ya no están, pero han dejado su marca imborrable, en su estilo, en su calidad y

otros continúan creando cada día nuevos versos, nuevas canciones. El hombre nació en un planeta ya poblado por plantas y animales; está de distintas maneras ligado a ellos,

le son indispensables para vivir en plenitud, armoniosamente. Esta armonía se manifiesta en el llamado

equilibrio biológico, donde cada especie animal o vegetal, por insignificante que parezca, está

interrelacionada con las demás. Pero toda esta paz es interrumpida por el ser humano en distintas y variadas

formas. En estos últimos años han desaparecido de la tierra muchas especies de animales y de vegetales. Esta

extinción se hace cada vez más manifiesta, ya sea por la destrucción de los hábitats donde se encuentran

las especies o por la destrucción directa de las mismas. De esta manera el hombre ha eliminado muchas

especies, su intervención ha sido nefasta. De otro modo esos animales y esas plantas aún existirían. Hay muchos seres que están en peligro de extinguirse y de alguna manera debemos evitar la repetición

de errores que no podamos reparar, como el caso de la paloma migratoria (Ectopistes migratorius) que se cuenta llegó o oscurecer el cielo de América del Norte por su

abundancia; sin embargo el último ejemplar murió en 1914 y su cuerpo se encuentra embalsamado en el

Museo Nacional de Washington. Hay que tener en cuenta que cuando una especie se extingue no hay nada

que pueda reponerla; es una situación irreversible. También podemos citar el caso de un albatros

(Diomedea albatrus) que nidifica en el archipiélago de Bonín, cerca de Japón, a los cuales para extraer sus

plumas, entre los años 1887 y 1903 se dio muerte a más de 500.000 ejemplares. Su número actualmente es

de unos 150 ejemplares. Se sabe que desde el siglo XVIII a la actualidad se extinguieron 150 especies de animales. Más o menos

una especie por año. En nuestro país desaparecieron algunas aras o guacamayos, pavas de monte y otras

varias ya son muy escasas. Hay que saber mantener el equilibrio ecológico y aprovechar los recursos naturales sin comprometer la

existencia de las especies. No olvidemos que muchas de las riquezas y abundancias de la tierra, que parecen

inagotables e interminables, pueden llegar un día a desaparecer. Es por este motivo que -todos debemos

tomar conciencia de lo que es el equilibrio ecológico, de lo que significa un correcto empleo de los recursos

naturales y la conservación de las especies. Son muchos los factores que intervienen y que contribuyen a producir un desequilibrio biológico, tales

como el comercio de animales vivos o de sus partes, la acción de cazadores, la desecación de esteros y

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lagunas, la introducción de especies exóticas, el desmonte y otros. Algunos de estos factores los he

comprobado personalmente en mis distintos viajes, y los iré remarcando en los respectivos capítulos.

Cada vez son más las voces que se alzan en defensa de la naturaleza hoy en día nuestro país, de distintas

maneras, pero todos con el mismo fin: preservar la naturaleza.

En varias oportunidades he defendido a los animales, sobre todo a aquellos muy perseguidos, como el caso

de los Inambúes, cuyo número se va reduciendo cara vez más, ya sea por la costumbre de roturar la tierra

de noche –donde desaparecen los nidos y las aves- o por los cazadores o por las fumigaciones de los

cultivos, cuyos tóxicos llegan hasta ellos. Sabida es la utilidad que prestan a la agricultura, pero a muchos

qué les interesa esto. Lo importante es poder comer un buen Inambú. Pero, el hombre no solo consume a

estas aves, sino que su apetito lo ha llevado a destruir patos, vizcachas, liebres y a los peces.

Siempre está la misma excusa: total, hay muchos. Sí, había muchos animales, pero todos sabemos que por

diversos factores cada vez son menos y si no ¿por qué están muchas especies en el libro rojo y otras

extremadamente protegidas? ¿Y de aquí a unos años, qué quedará?

Más de una vez me he preguntado, para qué o por qué sigo protegiendo animales y plantas. ¿Tiene sentido?.

A veces frente a la impotencia, llegué a desear que de una vez potr todas se terminen los Dorados, los

Ñandúes, las Vizcachas y con ellos mis problemas por rl dolor de saber que ellos son recuerdos. Cuando

estas especies desaparezcan, estoy seguro que el hombre perseguirá y matará a otras, y así continuará la

cadena hasta llegar tal vez al Gorrión o a los sapos. Algunas personas se creen dueñas de los vegetales y

animales y los destruyen a su antojo. La naturaleza nos pertenece a todos o bien a nadie. ¿Y cuando en este

mundo no tengamos más plantas y animales? ¿Qué?

Sí, creo que vale la pena luchar, los niños, las nuevas generaciones tienen derecho a seguir viendo, gozando

y cuidando los vegetales y animales actuales.

La educación es fundamental –como lo es también en otras actividades- par saber el por qué se tienen que

cuidar los distintos elementos que conforman este mundo. Siempre he insistido en que no es posible que

los niños y jóvenes conozcan más de la fauna de otros países –africana principalmente- que la nuestra. Por

eso a veces se les pregunta por un Carpincho o por una Comadreja y no saben contestar, pero sí conocen a

la Jirafa y al Elefante.

Los niños tienen que crecer sabiendo por qué tienen que seguir conviviendo con plantas y animales, que

este mundo seguirá andando, que cada vez son más las personas que lo habitan y por tal motivo será cada

vez más difícil la supervivencia.

Esta acción educativa se va manifestando en distintos niveles. En algunos no se llega en una forma directa

a la naturaleza, sino en forma indirecta, a través del canto, del verso, de la poesía.

En un taller literario santafesino, su directora Martía Assenza, manifiesta :

“PARA UN NIÑO QUE CURABA PÁJAROS”

Un niño que cura las aves

Y, al cielo las vuelve otra vez,

es niño y es ángel y es nube:

es signo de Dios, a la vez. Por ello, bendigo a ese niño

que pisa al camino del bien

y su alma, se va por los aires,

en alas del pájaro aquel.

Yo canto a quien ama las aves

y, nunca sus nidos tocó.

¡Benditas las manos del hombre

que puede aprender su lección!...

También sus alumnos, niños de pocos años, trabajan y le cantan a la naturaleza. Así se expresa Flavia

Giugni, de 11 años:

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Si quieres, un consejo te daré Pues, si tienes un pajarito: no lo debes enjaular. Pues, si tienes un pajarito juegos y mimos viéndolo libre le ofrecerás. Tu ternura y su comida allí, libre dejarás.

O bien Mariana Alejandra Lammertyn, de 9 años.

"CARDENAL"

Tu copete tan alegre,

tu copete tan audaz,

tu copete colorado como

una rosa primaveral

Tu canto tan feliz

lleno de alegría conocí

y viviré feliz en tí.

Sos muy bueno cardenal te agradezco por la vida que me han dado tú... y tu dulce cantar.

Recuerdo también aquellas estrofas de la poetisa Gabriela Mistral:

PLEGARÍA POR EL NIDO

¡Dulce Señor por un hermano pido,

indefenso y hermoso: por el nido!

Florece en su plumilla el trino;

ensaya en su almohadita el....

¡Y el canto, dicen que es trino

y el ala, cosa de los cielos!

Dulce tu brisa sea al mecerlo,

mansa tu luna sea al platearlo.

Fuerte tu rama al sostenerlo

corto el rocío al alcanzarlo.

De su casita desmañada

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tejida con hilachas rubias

desvía el vidrio de la helada

y las guedejas de las lluvias.

Desvía el viento de ala brusca

que lo dispersa a su caricia

y la mirada que lo busca,

toda encendida de codicia...

Tú que me afeas los martirios

dados a tus criaturas finas:

la cabezuela de los lirios

y las pequeñas clavelinas.

Guarda su forma con cariño

y lo caliente tu pasión.

¡Tirita al viento como un niño

y se parece al corazón!

Insisto en esa educación, porque me parece que la misma es la que influyó en mi formación naturalista. Me

han preguntado qué es lo que me llevó a estudiar a los animales, a querer a las aves, a cuidar a la naturaleza.

No es fácil contestar, lo que sí recuerdo hasta estos días, es que cuando tenía apenas 7 años, escuchaba los

relatos de animales que contaba mi padre en aquella escuelita rural. En las horas libres reunía a sus alumnos y demostrando sus grandes condiciones de narrador y cuentista,

nos enseñaba y deleitaba con aquellos viajes imaginarios. De aquella época recuerdo este cuento del gallo aventurero: "Don Ramón tenía un hermoso gallo colorado

y una gallina bataraza, únicos animales de su destartalado rancho. Cansados de comer mal, aburridos de

esa vida monótona y triste, una mañana primaveral, antes de bajarse del árbol donde dormían, el gallo le

dice a la gallina: Che vieja, vamos a dar la vuelta al mundo. Bueno, vamos, contestó. Juntos salieron al amanecer, mientras Don Ramón dormía solitario en su catre de cuero. Tomaron la vía

del tren y caminaron hasta el mediodía, comieron unos pastos y unas semillas, descansaron y continuaron

hasta la noche. Encontraron un árbol, se ubicaron en una rama y esperaron el día siguiente. Al aclarar cantó

el gallo, despertó a su vieja y tomaron nuevamente las vías. A la media mañana llegaron a una estación. Vieron a una pobre mula atada a un malacate, con los ojos

vendados haciendo girar la noria, que llenaría un tanque de agua. El gallo le dice: Vamos a dar la vuelta al

mundo y deja ese oficio tan ingrato. Bueno, contestó la mula, y con feroces patadas se libró de los arreos y

caminaron todos juntos. Al pasar por los galpones del ferrocarril ven a una paloma triste y solitaria a la

cual el gallo le dice: vamos paloma a dar una vuelta al mundo y la paloma subió a la mula continuando la

ruta.

Cuando llegan a una nueva estación, en una casa desocupada ven a un viejo loro que lo habían

abandonado. El gallo repite: Perico, vamos a dar una vuelta al mundo. Bueno dijo y saltó al lomo de

la mula. Siguieron kilómetros y kilómetros hasta que los tomó la noche, las aves se instalaron en las

ramas y la mula en el suelo.

Al amanecer del día siguiente, el gallo despierta a todos con su canto y nuevamente marchan por la

ruta. A poco de andar, ven un gatito entre los pastos y el gallo pregunta: ¿Vamos a dar una vuelta al

mundo? Bueno dijo y se sumó a la caravana. Al mediodía, muertos todos de sed, se detienen en una

laguna cercana a las vías. El gallo ve un ganso grande, de blancura inmaculada y le dice: vamos a dar

una vuelta al mundo. Bueno y todos emprenden el viaje.

El cansancio atacó a todos y para descansar vieron una casa desocupada junto a la estación y el gallo

dijo: pasaremos aquí la noche y cada uno puede dormir como lo hace siempre.

El gallo y la gallina, a un árbol; el ganso en el patio; el loro en un palo en la galería; el gato en la

hornalla de la cocina; la paloma en el techo de la casa y la mula en el galpón.

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A la medianoche, se desata una fuerte tormenta, de agua, viento y truenos. De pronto se oyen ruidos y

pasos sigilosos en el patio y en la galería. Eran tres ladrones. Uno fue a la cocina y vio dos brasitas en

la hornalla y al querer soplar para avivar el fuego, saltó el gato y le arañó la cara, el ladrón salió a los

gritos; otro quiso tomar un palo en la galería y el loro le mordió la oreja, salió disparando al galpón a

buscar una horquilla tomándole la pata a la mula que le dio tal coz que un grito tremendo se oyó hasta

la comisaría.

Se aparecen dos agentes con linternas buscando a los ladrones. Solo encuentran la mula, que fue

donada a la comisaría y aún sigue tirando un carro de basuras; la paloma vive en el campanario de la

iglesia; el loro, en la casa de un agente y el ganso, la gallina y el pobre gallo aventurero, fueron a parar

a la olla del comisario del pueblo.

Así terminó el imprudente gallo que quería dar la vuelta al mundo..."

Estos cuentos o relatos empleados por los maestros van creando en los niños un sentimiento de cariño

y respeto hacia los animales y no lo que me pasó en cierta oportunidad en que tocaron el timbre de mi

casa y al abrir la puerta me quedé petrificado al ver que dos jóvenes me mostraban entre sus manos un

pájaro recién muerto, sangrante. La indignación fue tan grande que demoré unos segundos en

reaccionar, lo habían matado con un rifle de aire comprimido. Estas armas tan de moda son entregadas

a los niños para que se "diviertan" y en lugar de tirar a un blanco de cartón, lo hacen contra los pobres

e inofensivos pájaros.

Siempre he criticado a aquellas personas grandes que no tienen mejor idea que comprarle a los chicos

armas de fuego, habiendo tantas cosas lindas para regalar.

Estas armas no sólo son perniciosas por la destrucción que se puede realizar con ellas, sino también

por los efectos negativos que tienen al actuar estimulando la agresividad en los niños.

Al ver ese pájaro herido recordé lo que me había contado Isabel Heer de Beaugé de su paloma: "era

blanca, tan bella como la de su estampa religiosa. Pero era una paloma terrena, mortal. De género y

especie encarnados en ella. Era una paloma verdadera. Por el trato dado, había adquirido costumbres como la de entrar en. la casa, caminando levemente con sus

patitas rojas, hinchando su pecho inmaculado y meneando su cola de abanico. Miraba con sus redondos y

movedizos ojitos colorados, dejando ver el perceptible tic de sus párpados. Tenía la mansedumbre que

llevara a los individuos de su orden, en otro tiempo, al altar de la paz. Un día, no se la vio en el jardín, ni en los alrededores de la casa. Tampoco apareció en el umbral de la

puerta, su presencia blanca y arrulladora. Se la esperó hasta el atardecer. "Tal vez ha extraviado el vuelo", se dijo. Y cuando las primeras sombras

invadieron los espacios y rincones, salió mi esposo a la calle. Transcurrieron minutos. Volvió enseguida.

Sus pasos sonaron distintos en las baldosas frías del largo pasillo. Traía en sus manos su paloma. Con los ojos húmedos y la voz ahogada, pudo decirme: "Mira mi paloma". Le habían cortado torpemente las alas. ¡Las alas...! ¡las alas...! Salpicones rojos pintaban su envoltura

blanca. Lloramos abrazados sobre el temblor de la paloma, que nunca volvió a ser lo que había sido...".

EL MISTERIO DEL JUNCAL Transcurría el mes de noviembre de 1978, cuando hablé con Andrés. Este, joven entusiasta por el estudio

de las aves, era mi acompañante para entrar nuevamente en un estero, con la finalidad de observar y tomar

fotografías a una colonia de garzas moras. Muchas veces visité dicha colonia, magnífica por la gran cantidad de nidos existentes. Eran las primeras horas de la tarde de un día de sol radiante, intenso viento norte y agobiante calor. Luego

de, comer muy liviano, cargamos los equipos y comenzamos a caminar, primero por un terreno firme,

rebosante de verdor, luego por el barro hasta penetrar en el denso y alto juncal. Confiados en nuestras fuerzas, en nuestra voluntad y en nuestro afán por ver la colonia, no sentimos los

rigores del clima.

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Así caminamos lentamente más de una hora, hasta sentir los primeros murmullos de un grupo de garzas,

lo que nos fue orientando para localizarlas. Este murmullo de la colonia es el mejor método para hallarlas,

pues los juncos con más de dos metros de alto, sobrepasaban nuestras cabezas en varios centímetros, no

permitiendo una buena visión. Antes de entrar en estos lugares hay que tomar algunas precauciones, como por ejemplo tratar de conocer

más o menos que forma tiene el estero, posición del sol o bien con cañas altas o globos dejar alguna señal

para evitar perderse. Al aproximarnos veíamos el elegante vuelo de algunos ejemplares y a los pocos minutos vimos los primeros

nidos. A pesar del calor reinante y del fuerte viento apareció en mí una sonrisa de satisfacción al ver aquellos

nidos con huevos y pichones. Me aprestaba a sacar las primeras tomas, cuando Andrés me manifestó que

se sentía descompuesto. No dudé un segundo, guardé el equipo y comenzamos el regreso. Me ofrecí para marchar adelante abriendo

el camino. En estos lugares la peor parte, la más cansadora, la lleva el que marcha adelante, tumbando

plantas y dejando un sendero por donde puede transitar más cómodamente el que viene por detrás. A los pocos minutos ofrecí esa posición a Andrés, que a pesar de su malestar todavía tenía fuerzas. Mi

ofrecimiento fue de exprofeso, pues comenzaba a sentirme mal, aunque trataba de disimularlo frente a mi

compañero. Este me preguntó al verme pálido y un poco lento en mis movimientos, si me pasaba algo; por supuesto le

manifesté que nada, pero al verme cada vez más rezagado, tuve que confesar que yo también no me sentía

bien. A partir de aquí comienza una verdadera odisea para poder salir de este juncal. Sentíamos los efectos de la sed y Andrés a cada momento repetía: me estoy deshidratando, no tengo fuerzas.

Clamaba por agua. Hacíamos unos metros y nos echábamos en el lodo putrefacto; cansados y sedientos. En este momento sentí la responsabilidad de llevar sano y salvo de regreso, a aquel muchacho fortachón y

a cada instante me preguntaba: ¿si llega a pasar algo grave, qué explicaciones daría a sus padres? Cada 15 a 20 metros ambos nos sumergíamos en el agua y barro, nos mojábamos la cara, la cabeza y nos

chupábamos las ropas humedecidas tratando de aliviar la sequedad de los labios. No podíamos más y Andrés a cada momento preguntaba ¿cuánto falta para salir? Le contestaba: ya estamos

cerca, sentí los gritos de los teros (1) que están en la orilla. Yo mismo me decía: porque no será verdad. Pero tenía que alentarlo y para distraerlo de la desesperación

le contaba anécdotas de otros viajes y muchas cosas más. Pero a los pocos minutos volvía el silencio y la

desesperación. En este silencio pensaba ¿y si nos desmayáramos? Con 50 centímetros de agua nos- podíamos ahogar, no

había donde sentarse y si teníamos que pasar la noche ahí ¿cómo nos encontraban? A todo esto mi malestar avanzaba, al caminar unos pocos metros no tenía más fuerzas y comenzaron a caer

sobre mis mejillas las primeras lágrimas, me entró una sensación muy rara, difícil de explicar, mezcla de

angustia por haber ido ese día a ver esas aves, desesperación e impotencia de no poder salir, responsabilidad

por haber llevado a Andrés.

En este momento comenzaron a cruzar por mi mente muchos recuerdos y apareció mi familia y Dios. Maldecía una y mil veces el haber entrado, por momentos creí morir. Junto a las lágrimas, falta de fuerzas,

sed y desesperación, pensaba por la integridad física de mi compañero y me afanaba en distraerlo para

sacarlo de mis mismos padecerles. Lo conseguía en algunos momentos y en otros no. Nos llevó unas cuatro o cinco horas desandar el camino que habíamos recorrido en una hora al entrar. Del pesado silencio, surgía la voz de Andrés preguntando ¿cuánto falta? e invariablemente yo respondía:

ya salimos. Por suerte no perdí el conocimiento y la orientación de donde teníamos que rumbear. El sol comenzaba a ocultarse y ese era otro de mis temores: que no nos tomara la noche dentro del estero. Así transcurrieron los minutos y casi gateando, embarrados al máximo, sin fuerzas, cargando

dificultosamente las cámaras fotográficas, que parecían haber aumentado su peso real notablemente, poco

a poco fuimos saliendo de aquel infierno. Por momentos temía lo peor, estaba próximo a enloquecer y no tenía idea de cuánto faltaba para salir.

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Andrés permanentemente preguntaba a pesar de su estado si veníamos bien y por qué no sentía los gritos

de los teros, que yo a cada momento se los "hacía" oír. Aparecían las primeras sombras de la noche y el zumbar del viento cobró intensidad y frescura. También

notábamos que los juncos eran más ralos y gradualmente sentimos alivio, comprendiendo que estábamos

casi afuera de aquel calvario. Por fin salimos, con un gran estado de ansiedad, muy lejos del auto, al que habíamos dejado a la sombra

de un gran algarrobo. La tensión y el nerviosismo eran muy grandes, rápidamente tratamos de llegar al automóvil donde teníamos

un poco de agua. En el camino de regreso, casi mudos, solamente pensábamos qué nos habría sucedido y surgieron como

hipótesis: la falta de oxígeno, la baja presión, el desprendimiento de gases tóxicos del agua putrefacta, uno

o todos ellos juntos. Al llegar a mi casa, grande fue la sorpresa de mi esposa al ver el estado en que me encontraba. Mi cara algo

expresaba, pero más demostraba el barro y mugre en el cuerpo y en las ropas. La tensión continuó varios días, hasta que poco a poco me fui restableciendo, quedando en el recuerdo

aquella desgraciada experiencia y en el misterio las causas. Prometí no volver al lugar. Pero con el tiempo, mi curiosidad fue más fuerte que mi miedo y transcurrieron

dos años hasta que decidí entrar nuevamente, bajo una gran presión síquica. Por suerte todo fue normal y en esta oportunidad pude ver y fotografiar los huevos y pichones de estas

garzas, que en lugares tan inaccesibles construyen sus nidos.

(1) El Tero (Vanellus chilensis") es una de las aves más comunes en los campos. Su color es: el copete, la parte

media de la garganta y el pecho, negros. La parte dorsal es gris. La rabadilla y las partes ventrales, blancas. Las

alas son blancas y negras, con las plumas de cubierta, verdes bronceadas. Presenta además en cada ala un

espolón rojo. La cola es negra con la punta blanca.

Se alimenta de gusanos, insectos, lombrices, crustáceos, moluscos y larvas.

Cuando tiene el nido con huevos o pichones, al notar un peligro se aleja rápidamente del mismo, dando gritos y

haciéndose el herido o a veces vuela rasante sobre los intrusos. Esta forma de disimular el nido es conocida y

observada desde hace muchos años, a tal punto que dice José Hernández, en su Martín Fierro:

De los males que sufrimos

hablan mucho los puebleros

pero hacen como los teros

para esconder sus niditos:

en un lao pegan los gritos

y en otro tienen los güeros.

O también aquella copla que dice:

Teru teru

viste de overo,

grita en un lao

y en otro pone el huevo.

y esta otra:

A la orilla del arroyo

gritando está el tero-tero

no grita porque tiene hambre

sino por cuidar los huevos.

Leyendas Una leyenda recopilada por Carlos Villafuerte, en su libro "Aves Argentinas y sus leyendas", explica por qué

tienen los ojos rojizos.

Hace muchos años el tero era un señor que se asoció con las vizcachas para comprar y trabajar en un almacén

de ramos generales.

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El tero todas las noches cuando terminaba las tareas, se paseaba por el local dando consejos a la vizcacha. Le

hablaba de las ventas y de los trabajos a realizar el día siguiente. La vizcacha lo escuchaba y lo seguía al tero con

pasitos cortos.

Las cosas iban muy bien. El negocio prosperó y fueron acumukndo mucho dinero. Pero en cierta oportunidad el

tero tuvo que ausentarse va-

rios días. La vizcacha, que no había perdido la costumbre de adueñarse de lo ajeno, vendió el negocio y con todo el

dinero recaudado, se metió en una cueva bajo tierra.

Cuando el tero regresó, al no encontrar a su socia y comprobar que no tenía nada, se desesperó y comenzó a

buscar a la vizcacha por todas partes y al no tener resultados, comenzó a llorar y llorar.

Fue tanto lo que lloró que se transformó en un ave de pupilas enrojecidas, nervioso y gritón".

Otra leyenda recopilada por Jorge W. Abalos, en su libro Animales, Leyendas y Coplas, dice:

"Las vizcachas eran señoras adineradas que gastaban mucho en lujosos vestidos, que luego de poco uso tiraban.

Eran clientes de los teros y de ahí sacaban la ropa al fiado, hasta que un día no pudieron pagar. Los teros perdieron

todo y quedaron arruinados y en su pobreza solo quedaron con el chaleco negro y los calzoncillos blancos.

Las vizcachas andaban muy rotosas y estaban ocultas de día, solamente salían al atardecer, momento que

aprovechaban los teros para gritarles en la puerta de sus cuevas.

Este grito era ¡nuestra ropa! ¡nuestra ropa!

Las vizcachas se avergonzaban y se ocultaban en el fondo de las cuevas. Los teros hacían permanente guardia

para tratar de cobrar su cuenta y de ahí que no duermen ni de día ni de noche".

Este mismo autor ha recopilado estas coplas:

EN el fondo de la mar En la falda de aquel cerro

suspiraba un tero-tero suspiraba un tero-tero,

y en el suspiro decía: déjalo hermana que sufra,

¡qué lindo es vivir soltero! "por triste<y por embustero.

La lechuza bataraza, En la falda de aquel cerro

el tero picazo overo; triste llora un tero-tero;

el tero grita en el campo no llora porque tiene hambre

la lechuza en el agujero. sino por su compañero.

Defensa del nido

He visto al tero pararse en el nido defendiendo los huevos cuando se acercaba una vaca. Muy erguido el cuerpo,

el pecho saliente y las patas y alas entreabiertas en actitud amenazante.

Con relación a esta costumbre dice Guillermo Hudson en "Aves del Plata". "Cuando una majada de ovejas pasa encima

del nido, el ave se para sobre él para defender los huevos, y sus fuertes gritos y alas extendidas sirven, a menudo, para

atraer las ovejas por simple curiosidad. Aun con una docena de ovejas agrupadas a su alrededor, permanece sin

desanimarse golpeándoles la cabeza CO.TT las alas".

UN NORTEAMERICANO EN CORRIENTES

Corría el mes de setiembre de 1979, con hermosos días soleados, cuando marchamos con mi padre para

recorrer algunas lagunas y esteros de la provincia de Corrientes. En la ciudad capital nos presentaron a Marc, un norteamericano, estudiante de la Universidad de Kansas,

que estaba realizando trabajos sobre la biología de los yacarés. Parecía una contradicción que un extranjero nos llevara a conocer lugares y animales de nuestro país, pero

esa era la realidad. Él ya había estado en varios puntos de la provincia, por eso fuimos directamente a

Loreto, a la estancia "San Juan de Poriahú". Aquí nos dieron alojamiento. Uno de sus dueños, Marcos, agradable, simpático, servicial, porteño de naci-

miento, pero ya correntino por haber pasado gran parte de su vida en esta provincia, fue el encargado de

darnos la bienvenida. A los pocos minutos de llegar nos fuimos a caminar por los alrededores de una laguna. Nos llamó la

atención la cantidad de carpinchos o capibaras (1) que había. Grupos de 20 a 30, eran comunes en pleno

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día y además de una mansedumbre increíble. Permitían aproximarse a pocos metros lo que facilitaba la

filmación y la fotografía. No podíamos creer lo que veíamos: carpinchos a pocos metros y en plena libertad.

Luego nos explicaron que ahí nadie los molesta, nadie entra a cazar, por eso estos animales no se inmutan

ante la presencia del hombre. Seguíamos caminando por los costados de estas lagunas y nuestro interés por los yacarés iba en aumento.

Pocas veces lo habíamos observado en libertad. Marc nos había dicho que aquí eran abundantes y que él

los había estado estudiando. Su trabajo consistía en colocarles en la cola una placa de color, con una

numeración (para que con estudios posteriores se pueda determinar la edad) y también hacía extracción del

contenido estomacal con una pequeña tacita soldada a una varilla de hierro, que introducía a través de la

boca hasta el estómago. Todas estas operaciones las realizaba de noche, por que a estas horas resulta más fácil capturarlos. Era de

su interés saber que comían estos animales, frente a la diversidad de opiniones. Su conclusión fue que se

alimentaban exclusivamente de palometas. Todo esto que para nosotros era tan complicado y riesgoso, para

él era algo rutinario y simple. Detrás de un monte, se abría la vegetación para dar lugar a un bañado, cubierto en esos momentos por

cientos de patos sirirí correntino o sirirí de vientre negro. Gateando sigilosamente me aproximé para hacer

algunas tomas fotográficas. Los primeros en verme comenzaron a emitir un fuerte chiflido que alertó a los

demás y pronto se cubrió el cielo de patos. En mi vida había visto tal cantidad. Junto a ellos se mezclaban

otras especies y todos revoloteaban sobre nosotros. Al seguir caminando sobre un césped que sería la envidia de cualquier parquero, pero con un suelo algo

blando, me vi de pronto enterrado en el fango hasta más arriba de las rodillas. Nunca pensé que aquí podían existir tierras movedizas (similares a las arenas). Eran tierras barrosas cu-

biertas de vegetación, de esa difícil situación no podía salir, porque al levantar una pierna no podía sacar

la otra y así me iba hundiendo cada vez más. Además tenía colgado de mis hombros las bolsas con los

equipos de filmación. Por suerte para mí, muy cerca estaba mi padre y Marc, los que acudieron a verme al sentir mis gritos. Con

mucha precaución se aproximaron por tierra firme y luego de alcanzarles los equipos y parte de la ropa,

comenzaron a tirarme de un brazo con sumo cuidado. En realidad hacía falta una soga o cable para atarme y tirar, pero esos elementos no estaban. Con paciencia

y fuerza, luego de unos minutos consiguieron sacarme de la incómoda postura. Si esto me pasaba estando

solo no sé cómo habría salido y tal vez terminaba la historia de este naturalista. Luego, en la estancia nos explicaron que efectivamente, en algunos lugares del campo existían tierras

movedizas. Continuamos la marcha, por supuesto que yo con la ropa mojada y maloliente, hasta que vimos el primer

yacaré. Nos llamó la atención su quietud absoluta. De cualquier manera nos aproximamos con cautela, mi

padre y yo sobre todo, porque recordábamos los temores inculcados con respecto a estos animales. Pero aquél estaba moribundo y a los pocos metros había otro muerto. Marc nos explicó que posiblemente

habían muerto por el frío o bien la otra teoría era que hacía poco se habían fumigado plantaciones y estos

residuos de plaguicidas habrían pasado a la laguna produciendo la muerte de palometas y de yacarés. Es factible esta teoría por el potente efecto residual de estos tóxicos que a veces usados en forma irracional,

controlan las plagas pero también matan a muchas especies de animales que nada tienen que ver con

aquellas. El uso de estos venenos por parte del hombre lo está llevando a cometer muchos desastres ecológicos. Es

así como en muchos lugares se colocan cebos con estricnina para matar a un puma o a un zorro o a otros

carnívoros. Una vez que estos mueren pueden ser consumidos por un perro, un cuervo o un carancho los

que también corren igual suerte y de esta manera la cadena de muerte continúa. La medida puede ser

efectiva pero no es selectiva. Lo mismo sucede con las fumigaciones que se realizan sobre los sembrados, a veces para protegerlos de

algunas aves, pero tampoco son selectivos, por lo cual son muchos los animales inocentes que mueren. Muchos de estos insecticidas y pesticidas, llegan a matar y otras veces producen lesiones en el aparato

reproductor de los animales y es así que se ha comprobado que existen colonias de aves que ponen huevos

de cascara frágil o huevos deformados y en otros casos los embriones no llegan a nacer.

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Incluso el mismo hombre no está fuera de peligro al usar estos venenos, pues se han encontrado residuos

de los mismos en la leche materna. Continuando la marcha, a los pocos minutos y en la orilla de una laguna aparecen los primeros grupos de

estos reptiles tomando sol. Al vernos dispararon al agua, sumergidos en ella dejaban ver solamente parte de la cabeza. Aquí nos dimos

cuenta de otro de los conceptos equivocados que a veces se tienen sobre los animales. Estos seres

prehistóricos, de aspecto temeroso, no atacan como se cree y al ver al hombre, emprenden la retirada,

sumergiéndose en las tranquilas aguas. Al ver en su medio a estos seres, venían a mi memoria las matanzas que se realizan de ellos, para extraer

su piel, la que luego es utilizada en la fabricación de zapatos, carteras y demás. ¡Qué cruel es el hombre!

Por lucir una cartera es capaz de matar a estos seres, no solo produciendo la desaparición de los mismos,

sino también eliminando al enemigo natural de las palometas. Estas ahora proliferan libremente,

produciendo daño a otras especies de peces, dada su agresividad. En otro sector del campo nos llamó la atención los inmensos "tacurúes" u hormigueros, que se veían disper-

sos, de a cientos. Su dura construcción de tierra colorada, los hacía resistentes a los distintos factores

climáticos y por comparación con nuestra altura, pudimos ver que en su gran mayoría sobrepasaban el

metro. Al atardecer cuando regresábamos al casco de la estancia, comenzaron sus vuelos los dormilones. Estas

aves de colores apagados realizan sus vuelos nocturnos capturando insectos, pasando su fantasmal figura

en todos los sentidos hasta desaparecer tragados por la oscuridad. Esa primera noche, fue Marc el que cocinó. Hizo un guiso de arroz, pero a la "norteamericana". Pensamos

que le agregaría un poco de carne como acostumbramos los argentinos, pero grande fue nuestra sorpresa

cuando abrió un paquete de orejones y fueron a parar a la olla. Con mi padre nos miramos, pero no abrimos juicio. Mientras esperábamos que aquel "guiso" se hiciera, en

amena charla, nos contaba Marc —en su rudimentario castellano— que esos estudios le servirían para

doctorarse en zoología de vertebrados, que tenía una novia a la cual no veía desde hacía varios meses, lo

mismo que a sus padres. También nos relató varios aspectos de la vida de su país. Era envidiable con que entereza, resolución y decisión tomaba las cosas y también el orden y organización

que tenía. En su camioneta llevaba prácticamente una casa íntegra. Colchoneta, vajilla, implementos, libros,

etc. Todo perfectamente acomodado, no dejaba nada librado al azar, a pesar de sus escasos 20 años. En cierto momento Marc, se interesó por saber algo más sobre la vida de los dormilones, y fue lo que

necesitaba papá para dar rienda suelta a sus narraciones, y de esta manera le contó una leyenda, recopilada

por José María Obregón, la que dice: "hace mucho tiempo, una buena mujer cuyo bien era su hijito,

hermoso como todo lo que crea la naturaleza, en cuyo seno había nacido y se criaba, pleno de salud y de

vida. Lo amaba con locura como todo aquello que no ha de sobrevivir y todo su afán consistía en procurarle

su felicidad. Las lechiguanas más gordas, las más maduras pinas, todo lo mejor era para él. Para que las espinas no lo

lastimaran, ni el sol quemara su blanca piel o destiñera sus rubios cabellos o se fatigara en las caminatas,

solía dejarlo en el rancho mientras ella iba a buscar leña para el fuego o alimentos para los dos. Un día cuando el sol declinaba, al regresar de sus trabajos, le extrañó sobremanera un hecho que no era

común. El niño no salió a su encuentro; con, toda prisa se allegó a la casa, dejó la carga en el suelo y entró

en ella y al no hallarlo como suponía lo buscó por todo su interior y sus alrededores, pero sin resultado. Corrió entonces desesperada al monte vecino, lo recorrió de una punta a la otra, sin encontrarlo tampoco.

En ese trajín la sorprendió la noche y salió a los caminos que conducían a cien direcciones distintas. Anduvo

así horas y horas, leguas y leguas, gritó llamándolo hasta perder la voz. Al fin el cansancio y la angustia

pudieron más y cayó exánime. Su cuerpo adquirió la forma de un ave y sus vestiduras se convirtieron en

plumas, sus brazos en alas y continuó su búsqueda, ya convertida en ave, a través de todos los caminos y

todos los rumbos. Y todavía sigue con la esperanza de hallarlo y por eso va delante del viajero que pasa, hasta convencerse

que no lo lleva. Se dice que fue el padre el que se lo llevó para siempre".

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A todo esto la cena estaba lista. Aquellos grandes orejones se destacaban sobre el arroz, nosotros no somos

afectos a estas mezclas, pero el hambre y la falta de otra comida hicieron que por momentos olvidáramos

nuestros gustos culinarios y deglutiéramos aquel "guiso" como si fuera uno de los criollos. Luego de unas horas de descanso, el total silencio fue interrumpido por los primeros peones que

comenzaban su actividad diaria reuniéndose en rededor del fogón, mientras el mate comenzaba a girar, en

aquella rueda y donde los cuatro o cinco hombres, a medida que llegaban, amasaban su torta, que iban

tirando a la sartén, para su fritura.

Cada uno de ellos, excepto Juan que era más retraído y callado, contaba sus chistes, dichos, relatos y

peripecias. Entre risa y risa demostraban su habilidad cuentística. De Antonio, el mejor relator rescaté

este cuento:

"Había una vez dos amigos que se apreciaban mucho. Uno era rico y poseedor de muchas vacas y de

varias hectáreas de tierra. El otro era pobre.

Un día el amigo pobre le robó una vaca al rico y la comió. Al otro día el amigo rico le dijo al pobre: tú

sabes que me robaron una vaca.

Pasaron los días y vuelve a robar otra vaca y así lo hizo varias veces. El amigo rico, ya cansado, da

cuenta a la policía. Al saber esto el amigo pobre se asustó y le cuenta a su mujer, manifestándole

además que si el amigo rico se entera que eran ellos los que robaban las vacas, se enojaría mucho.

A todo esto, este matrimonio tenía un loro, que escuchó toda la conversación y además tenía la

costumbre de repetir lo que oía.

En cierto momento el loro comenzó a repetir: mi patrón se comió las vacas de su amigo... mi patrón

se comió las vacas de su amigo...

Al sentir esto el dueño del loro, lo hizo callar a palazos y le arrancó las plumas de la cabeza, quedando

pelado y le dijo que lo dejaba así por decir lo que no tenía que decir.

El loro maltrecho y dolorido subió a una enredadera del patio de la casa. Ahí pernoctó y a la mañana

siguiente llegó el panadero del pueblo, el cual era calvo. El loro al

verlo pasar por debajo de él, con esa cabeza sin pelos, exclamó: ¡Eh! ¿usted también contó que el

patrón se comió las vacas de su amigo?..."

Entre tortas fritas, mates y relatos, la oscuridad iba dando paso a la claridad y era el momento de dejar

esta amable reunión.

El itinerario continuó hasta Mbrucuyá, al campo de un botánico dinamarqués, poseedor de un gran

herbario y además severo conservacionista. Por este motivo en las 10.000 hectáreas de su campo se

podían ver las plantas que conformaban los montes como hace miles de años y también los animales

que eran abundantes y variados.

Marc había ideado y construyó en Resistencia una canoa metálica, muy liviana y resistente, que llevaba

en un soporte sobre la camioneta y con la cual recorríamos las lagunas de este campo.

Un baqueano nos acompañó hasta una de ellas, rodeada de montes. En el trayecto cruzó el camino en

veloz carrera un ciervo de los pantanos (2), animal muy escaso en nuestros días y no fácil de ver.

Al llegar a la zona indicada descendimos la canoa y la bautizamos —era su primer contacto con el

agua— pero no con el tradicional champagne, sino con una criolla ginebra.

Esta laguna estaba rodeada de grandes árboles, donde se desplazaban en lo alto con gran agilidad y

destreza, los monos carayá. Lentamente remábamos por turno, abriéndonos paso entre las plantas que

en esta época estaban cubiertas de flores amarillas, con forma de copita (Hydrocleis nymphoides)

El agua transparente permitía ver los peces y la abundante vegetación acuática del fondo, la que era

balanceada por el lento movimiento del agua, producido al remar. Luego de varios desembarcos para recorrer los montes y pajonales del lugar, emprendimos el regreso, no

sin antes detenernos unos instantes para contemplar cómo se deslizaba sigilosamente una enorme curiyú

(3), reptil relativamente común en los esteros correntinos, Las palmeras alternaban en estos montes con la frondosa vegetación y a veces las dos especies, una baja y

la otra alta, de largo tronco que la hacía sobresalir entre las demás plantas. Llegaban en parte a formar

comunidades muy densas en las orillas de los caminos.

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Aquí llegó el momento de despedirnos de nuestro anfitrión. El continuaría sus estudios en Misiones y

nosotros de vuelta a nuestro hogar, recordando aquellas estrofas que Raimundo Meabe había escrito en la

estancia "San Juan de Poriahú" "La vieja loma sombreada de paz y soledad tres centurias de silencio lleva sobre ella puso somera la gleba

y enclavó su cruz la cristiandad. Todos los caminos le llegaban de hoscos pastizales y fangosas lejanías las aves del bañado su sueño

despertaban y debajo de sus alas las horas se morían."

Carpincho o Capincho (Hydrochoeris hydrochaeris'), es un roedor de gran tamaña. El color del pelaje es bayo con, matices

pardos. La cabeza es grande. Presenta cuatro dedos en la mano y tres en la pata. Es presentemente de hábitos nocturnos.

Llega a pesar hasta 70-80 kilos. Vive en islas, esteros, pantanos, lagunas y ríos con vegetación. Habita e.n nuestro país

desde Formosa y Misiones por el este hasta Buenos Aires.

(2) Ciervo de los pantanos (Qdocoiles clichotomus). Su color es pardo amarillento, a veces rojizo y las patas negras.

El cervatillo tiene manchas blancas. Las astas pueden tener cinco o más puntas. Vive en esteros y pantanos, en Formosa,

Corrientes y el Delta del Paraná.

(3) Curiyú (Ennecies notaeus). Se llama también Boa acuática. Llega a medir más de 3 metros y su color es pardo

oliváceo, con manchas negruzcas. Se alimenta de peces principalmente, pero también puede comer pequeños

mamíferos y aves.

Carece de veneno, pero su mordedura puede causar heridas desgarrantes debido a la agudeza de sus dientes. Actualmente

es muy escasa por la persecución de que es objeto para extraer su piel.

EL JILGUERO DE LA PUNA

Transcurrían los últimos días del mes de febrero de 1979, cuando con mi hermano Raúl nos fuimos de una

"escapada" hasta Humahuaca. La quebrada del mismo nombre toma una dirección norte-sur, surcada por

el río Grande, subiendo hasta llegar en la zona de Tres Cruces a los 3.680 metros. Hicimos los 1.300

kilómetros de un solo tirón, pasando dentro del auto más de 17 horas, con fines de estudiar las aves de la

montaña y Raúl, además de acompañarme, conocer. Entrando ya en la multicolor quebrada, los grandes macizos montañosos nos iban formando una pasarela,

cada vez de menor tamaño, hasta desaparecer en la gran meseta de Abra-Pampa donde los ojos gozan de

una amplia visión, debido a la escasa o casi nula vegetación. A la distancia surgían pintadas e imponentes

las montañas. La monotonía del paisaje se interrumpía de tanto en tanto, cuando una majada de ovejas o

algún grupo de llamas lentamente cruzaban el camino. Representan el sustento y el medio de vida del

escaso grupo de pobladores que llevan en sus rostros, las marcas de la agresividad del clima. Las llamas

semidomésticas son encerradas en corrales construidos con barro y paja o algunos de piedras, para su

esquila. Por el contrario las vicuñas —muy escasas por otra parte— no se domestican y se las tiene que matar para la

extracción de? su piel o lana, por este motivo está casi extinguida y de ahí las medidas proteccionistas de

los gobiernos de las provincias del noroeste. Cerca del camino y en una laguna con abundante vegetación, había grupos de patos, de macáes y de

gallaretas americanas y en otras chorlos y flamencos, todos en busca de sus alimentos, indiferentes a todo

el entorno. El suelo de los alrededores de estas lagunas es arenoso y alberga tal cantidad de cuevas de tuco-tucos que

reiteradas veces al pisar enterrábamos un pie hasta el tobillo. Entre las matas de pastos divisé un pájaro

muy inquieto, se trataba de la caminera chica, relativamente común ahí. Como construye el nido en el

suelo, no tardamos con Raúl en abocarnos a la tarea de escarbar cuantas cuevas encontrábamos. Siempre

teníamos la misma decepción: eran viejas o de tuco-tuco y nunca llegábamos a su final, porque la forman

muchos laberintos. En varias oportunidades los moradores asomaban sus cabezas, quizás preguntándonos

quienes éramos y qué hacíamos. Cansados de dar vuelta tanto suelo arenoso, desistimos de aquel intento.

Creo que hasta el día de hoy los tuco-tuco se tienen que estar riendo de nosotros. Bajo un sol muy potente, caminamos lentamente en busca del auto, para volver parte del camino hasta Azul

Pampa. Esta es una zona de quebradas y profundos valles, tapizados de pequeños arbustos y bordeados de

cardones. Un viento frío comenzó a correr y nos obligó a buscar abrigo, el sol ya no calentaba como hacía

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unas pocas horas atrás. Tomamos un café que nos calentó por dentro y queriendo aprovechar al máximo

las horas de luz, descendimos por una quebrada. Volaban pájaros en distintas direcciones, pero mi atención se centró en uno perteneciente a la familia del

hornero, que salió de un nido de espinas. Tal observación demandó mucho tiempo, debido a la rapidez con

que el pájaro entraba y salía del nido y porque en esta familia se agrupan aves de aspecto similares. Raúl

comenzaba a impacientarse y el sol a ocultarse, creí quedar con la duda, cuando imprevistamente la pareja

se posó muy cerca del lugar donde estábamos ocultos y así pudimos determinar que se trataba del espinero

rojizo. Regresamos a pernoctar a Humahuaca y para nuestra sorpresa era la época del carnaval. Vimos los conjun-

tos musicales que en sus actuaciones demostraban una mezcla de folklore con ritos paganos, actuaciones

que continuaban hasta la madrugada del día siguiente. Las ferias de productos regionales con sus tan variados artículos se ofrecían a la venta en varias calles del

poblado. El colorido y la forma típica de las vestimentas de aquellos lugareños, agregaban a nuestro viaje

un motivo más de placer y de conocimiento de nuestras costumbres. Pasada la medianoche el cansancio

nos fue venciendo y con el sonido del bombo, la quena y el charango, con esa música lánguida y monótona,

que forma parte indivisible del hombre de la Puna, fuimos en busca del blando lecho. Al despertar nos dirigimos a unos 70 kilómetros al Norte, hasta Chorrillos. El lugar, pedregoso, con arbus-

tos y gran cantidad de cactus y cardones, era el Edén de los pájaros. El multicolor fringilo de cabeza negra,

pájaro muy parecido al siete colores, había construido su nido muy oculto en un arbusto. Era casi imposible

de ver, solamente la experiencia me indicó donde podía estar. Lo había construido con claveles del aire en

la base y la parte interna estaba íntegramente recubierta con la pelusa de un cardón, de esta manera daba

una mejor protección a los huevos. Nos sentamos sobre unas piedras, a la sombra de un arbusto y comenzaron a desfilar frente a nuestros ojos

varios pájaros. Esta es una buena manera de observar a los animales, sobre todo a los pájaros: sentarse un

poco oculto y esperar. Ellos a veces son más curiosos que nosotros, y así comienzan a salir, a andar y de

esa manera se los ve mejor. Este desfile comenzó con la calandria, luego vimos como en un cardón se posó

un carpintero, que trepaba y se deslizaba sin que las espinas lo lastimaran. Un coludito copetón llevaba

plumitas al nido que estaba construyendo en una cueva en la barranca de un río seco. En cierto momento un fuerte zumbido nos hizo girar las cabezas y vimos una joya alada: el zafo. Este

picaflor de larga cola se movía de un lado a otro libando las flores del Palán-Palán. Esta costumbre ha dado

origen a una leyenda que según José María Obregón, dice así: "Dos jóvenes, Ibotig y Mainombuig,

pertenecientes a dos tribus enemigas, estaban unidos por un intenso amor. Dada esa circunstancia, los

amantes solo podían verse a escondidas. Y es así que todas las tardes, cuando el sol se ocultaba, ambos se

encontraban en un monte cuyos árboles eran mudos testigos de sus confidencias y amoríos. Estos en-

cuentros eran muy breves para no despertar las sospechas de los padres de la indiecita, que ignoraban sus

amores. Pero sucedió que una joven de la misma tribu, envidiosa de la belleza y bondad de Ibotig, enterada del

secreto de los enamorados, se lo contó al padre de ésta y desde entonces, ya no les fue posible verse.

Desesperado Mainombuig, consulta a Yasig (la luna), abogada de los enamorados, y ella le cuenta a

su amigo Igbbuitug (el viento), aliado y confidente de aquellos desventurados, que la hermosa Ibotig,

lloraba sin consuelo noche y día, no sólo porque no podía ver a su amado, sino porque su padre la iba

a casar con otro joven de su raza al que ella no quería y que desesperada pedía a la reina Puigj-haré (la

noche) que le quitara la vida para librarla de tantas penas y que ésta condolida de su triste suerte y no

queriendo tronchar su hermosa y joven existencia en cambio la había transformado en una flor. Y como

aquél le preguntara en qué flor se habría encarnado su amada, Yasig le contestó que ello era un secreto

que solo Nadeyara (Dios), podía revelárselo. Entonces Mainombuig, en un trance de dolor sin límite,

invoca a Tupa, su Dios: ¡Tupa, Tupa mío! le dice, solo yo puedo conocer a mi adorada Ibotig, por su

perfume, solo yo podría encontrarla, ayúdame, Tupa.

Tupa se condolió del desdichado y ante el asombro de Yasig, el esbelto y bien proporcionado cuerpo

de Mainombuig ss fue achicando, achicando y cubriéndose de plumas brillantes hasta quedar reducido

a una pequeña avecilla.

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Y desde entonces, según la leyenda, el enamorado Mainombuig, inquieto y hermoso que todos lo

quieren y admiran, pasa los días y las noches, incansable, besando ávidamente las flores como lo hacía

con los labios de su amada, en el afán constante e inútil de encontrarla..."

"Pajarito Mainombuig que se llama picaflor quisiera que me dijeses en donde nace el amor".

En cierto momento Raúl me tocó el brazo, indicándome que mirara a lo alto de una barranca. Ahí sobre

las raíces de un arbusto que estaba a punto de caer se veía algo parecido a un limón maduro. Con los

prismáticos lo miré y comprobé que se trataba de un jilguero, pero la duda era ¿cuál? De estos hay

varios parecidos, por lo que mientras yo miraba, Raúl fue hasta el auto a traer una guía de aves para

determinar quién era. Así llegamos a la conclusión que se trataba del jilguero de la puna.

Muchas especies de aves suelen ser muy parecidas entre sí y a veces por mucho que uno sepa del tema,

es difícil identificarlas en el campo, y sobre todo aquellas a las cuales no se está acostumbrado a ver

en forma cotidiana. Por eso esas guías son muy útiles y se las lleva permanentemente.

No sé bien cuanto tiempo transcurrió observando aquel jilguero, al cual se le sumaron otros y otros

hasta formar un pequeño grupo, lo cierto es que decidimos caminar. A los pocos metros Raúl emitía

un fuerte grito de dolor: había pisado un cactus y una de las rígidas espinas atravesó la suela de su

zapatilla, clavándose en el pie. Aquí nos acordamos de otra de las precauciones que hay que tener en

estos terrenos, cuál es el caminar con calzado de base gruesa, porque muchas de estas plantas están a

ras del suelo o semiocultas en la tierra, dejando sus peligrosas espinas afuera. Además en nuestro

trabajo casi siempre miramos hacia arriba en busca de los pájaros y no prestamos mayor atención a lo que

está debajo. La soledad y aridez del paisaje eran amortiguados por dos motivos: los variados tonos de los colores de las

flores de los cactus y cardones —amarillos, rojos, blancos— y por la variedad de pájaros. En Humahuaca,

previa asepsia y cura de la herida de Raúl, emprendimos el regreso poniendo fin a nuestra excursión.

NUEVAMENTE LA PATAGONIA

Este viaje realizado exclusivamente con fines de observación de la flora y de la fauna de nuestro Sur, fue

concretado con Horacio, aquél amigo y compañero de tantas aventuras. La mayoría de las aves del Sur, construyen sus nidos en los meses de octubre y noviembre, pero las fechas

pueden ser variables y es difícil a tantos kilómetros de distancia calcular exactamente cuándo estarían con

pichones. Fue así que partimos una lluviosa mañana, desde Santa Fe, para llegar a la noche a Viedma. A la mañana

siguiente la primera sorpresa fue una cubierta pinchada. Luego de su reparación retomamos la ruta

observando las barrancas donde podían estar los nidos denlos loros barranqueros. Encontrar dichos nidos

fue tarea relativamente fácil, porque estos loros de tamaño grande y colores vistosos acostumbran

revolotear en rededor de sus cuevas bullangueramente. Estaban, para nuestra comodidad, a baja altura; cosa

que no ocurre cuando el lugar es frecuentado por el hombre, quien después de cavar los dos metros de la

cueva acostumbra saquearlas, llevándose huevos o pichones para comerlos o venderlos. Por esto estas aves

hacen cada vez en lugares más apartados e inaccesibles, sus nidos. En los alrededores de aquellas barrancas los arbustos no tenían más de dos metros de alto y en uno de ellos

a unos 50 cm. del suelo estaba el nido de la calandria, pajarito diminuto que traía comida a sus dos

emplumados pichoncitos. Oculto cerca del nido estaba sacando unas fotos, cuando una sombra me cubrió.

Grande fue mi sorpresa y susto al levantar la cabeza y ver un policía. Quedé mudo y a los pocos segundos

no me alcanzaban las palabras para explicar que era lo que estaba haciendo ahí. Este servidor del orden

público, al ver un auto detenido en el camino, bajó para averiguar quiénes éramos y qué hacíamos. Luego

que todo se aclaró, nos manifestó que estaban buscando a unos cuatreros, que desde hacía tiempo se

adueñaban de lo ajeno. Repuestos del momento pasado, penetramos en la Península de Valdés. Nos deteníamos a cada instante

para fotografiar flores, que en esta época del año eran abundantes, apareciéndonos a cada instante grupos

de guanacos (1), de maras (2) y de martinetas, que nos miraban pasar, dejándose fotografiar mansamente.

Pero estas últimas, demasiado inocentes comenzaban a ser protegidas y así rezaba un cartel que vi en algún

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lugar de la Patagonia: ¡Guarde su arma! No mate a las poquísimas martinetas que cruzan esta huella, para

que así nuestros hijos la conozcan. ¡Qué alegría ver este letrero! ¿Será que la conciencia conservacionista

está comenzando a surgir? Ojalá. En la famosa isla de los pájaros, las aves disfrutan de la tranquilidad del lugar, gracias a las medidas actuales

que han prohibido la entrada de turistas y curiosos. En bajamar se puede llegar caminando a esta isla, lo

que hay qué hacer con sumo cuidado, porque al quedar al descubierto las algas, tornase resbaladizo el piso.

Se ven también cientos de mejillones, algún pulpo en los escondrijos y micro elementos que son ocupados

en su alimentación por muchas aves. Nuestra presencia hacía volar a miles de gaviotas, que en elegante planeo se deslizaban hacia todos los

puntos cardinales, quedando algunas suspendidas en el aire, por momentos. El telón de fondo era un cielo

intensamente azul que hacía resaltar el blanco inmaculado del plumaje y formando en pleno día un

firmamento cubierto por miles de estrellas. Al llegar a Punta Norte donde están las elefanterías y loberías (3), previa recorrida de la zona, nos

sorprendió la voz de alarma de uno de estos enormes animales, que había salido presuroso del mar. A los

pocos minutos nos dimos cuenta del motivo, había aparecido un grupo de 8 a 10 oreas (4). Estos animales,

nos explicaba el guardafauna, hacen varias pasadas frente a las colonias, hasta que se ganan nuevamente la

confianza de los lobos, los que vuelven al agua y ahí, aprovechaban para atacar. Aquí nos encontramos con un matrimonio norteamericano que estudiaba la vida de las martinetas

copetonas. En estas aves es el macho el encargado de la incubación y cría de los pichones. Estos

investigadores colocaban —previa captura— un transmisor sobre el dorso del ave y de esta manera

descubrían los nidos y luego seguían mediante fotografías y filmaciones todo el proceso de incubación.

Pensar que este matrimonio vino exclusivamente desde tan lejos a estudiar solamente a las martinetas, y

nosotros estamos aquí, compartiendo el mismo territorio, pero totalmente ajenos a detalles importantes de

su existencia, y... ¡las cazamos! Es una lástima que teniendo la misma capacidad humana no tengamos el apoyo que se necesita para investi-

gar sobre nuestros animales. Siempre un extranjero estudia o sabe más de nuestras cosas, que nosotros

mismos. Tal vez algún día se despierte la conciencia de estimular y apoyar toda la investigación que el

tema requiere, es de desear que tal día no llegue demasiado tarde. Más hacia el Sur, cerca de Punta Tombo se encuentra Punta Clara. Aquí la singular belleza del lugar invita

a la meditación. La soledad es interrumpida solamente por algunas aves y el único ruido lo producen las

olas del mar, al pegar contra las piedras de la costa. A los pocos metros del agua en algunos tramos, grandes

médanos con pequeños arbustos, alternaban con verde césped que semejaban un cuidado jardín. Nuestro próximo objetivo era poder encontrar los lugares de reproducción del biguá gris, que vive, en

nuestro país, exclusivamente en Puerto Deseado. El nombre cíe este puerto proviene de la nave Desiré, que

comandaba el inglés Tomás Cavendish y que estuvo por allí en el año 1586. A esta altura del viaje mi compañero comenzó a sentir fuertes dolores renales, los que hacían peligrar la

continuación del mismo. Luego de buscar alojamiento comenzamos las gestiones para conseguir una lancha

y cruzar la ría en pos del biguá gris. No nos fue fácil esta tarea. Primeramente no teníamos relaciones con

personas del lugar y luego de entablar algunos contactos, y contar nuestro propósito, a todas las lanchas

"algo" les pasaba, o era el timón roto, o la estaban pintando, pero indefectiblemente algo tenían. Como en todos lados, siempre hay buenas personas predispuestas a ayudar y colaborar, pronto aparecieron

dos con una lancha. El fuerte viento reinante impidió durante varias horas realizar la travesía, la que solo

pudimos hacer al atardecer, cuando el viento comenzó a amainar y nos permitió emprender la navegación. En el medio del río apareció un simpático compañero: una tonina. Este mamífero, que pertenece a la familia

de los delfines, navegaba alrededor de la canoa, en veloz marcha y con ágiles saltos cruzaba de un lado a

otro, dejando ver su enorme panza blanca. Su forma de comportarse, subiendo una y otra vez a la superficie

contorneando el robusto cuerpo, la tornan una criatura sumamente simpática. Luego de 15 minutos llegamos a la base de los acantilados. Estos tenían unos 20 metros de alto y en sus

salientes hacen los nidos esas aves. Nunca fui escalador, era esta mi nrimera experiencia. Recorrí con la

mirada los abruptos acantilados y al divisar algunos nidos, mi ambición por lograr buenas fotos anuló

completamente el temor y, en compañía de Carlos, uno de los boteros, comencé a subir por la escarpada

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cornisa. Los nidos construidos con algas y barro tienen forma de cráter, pero colocados tan sabiamente que

era imposible llegar a ellos. El hermoso color gris con manchas blancas en el cuello, realzaban la figura de

estos biguaes. Fue relativamente fácil escalar mirando hacia arriba, pero era muy difícil ver el lugar donde

poníamos el pie, para poder descender. Al no conseguir esto, decidimos llegar a la cima de la isla y buscar

lugares más bajos para poder llegar hasta la canoa.

A todo esto, los últimos rayos solares reflejaban sobre el agua, recortándose a trasluz la figura de miles

de gaviotines, en busca de sus dormideros.

En los alrededores de Deseado crecían cientos de flores de muy diversas formas y colores; algunas se

parecían a margaritas, otras a viznagas, pero tal vez lo que nos llamó más la atención fueron los

macizos de arvejillas silvestres que se entrelazan formando grandes y apretados grupos con profusión

de ramilletes de flores. Esta nota de belleza y de vida transforma en un jardín natural el agreste paisaje,

interrumpido de tanto en tanto por alguna gruta o por algún cañadón. De estos últimos se destacan el

llamado "de las bandurrias" —porque allí nidifican estas aves— formado por profundos recovecos y

pasadizos abiertos entre grandes moles rocosas.

A la mañana siguiente, los dolores renales de Horacio, fueron calmando y eso posibilitó que

continuáramos en nuestra ruta, esta vez a través de Paso Gregores. Este camino muy poco transitado,

pero de singular belleza, faldea mesetas y cañadones, viendo a cada instante grupos de ñandúes con

sus pichones corriendo en cualquier sentido.

Al llegar a un arroyo paramos para realizar la filmación de unos cisnes de cuello negro, que como

pequeñas embarcaciones se desplazaban lentamente. Fue aquí que tuvimos otra desagradable sorpresa,

una cubierta pinchada. Es un caso común, pero el problema fue que de ninguna manera podíamos

sacar, una tuerca mal ajustada. Ocupamos todas las herramientas de que disponíamos pero era

imposible aflojarla. Ya comenzábamos a intranquilizarnos, por ser un lugar tan desolado —a pesar que

temamos carpa y comida para dos o tres días— cuando Horacio re-

solvió que con mucha paciencia y fuerza tal vez podía aflojarla, en cambio yo, tal vez pesimista, tomé

los prismáticos y salí a caminar. A poco de andar encontré el nido del negrito, pequeño pajarito de

color negro con dorso castaño rojizo en el macho, en cambio la hembra es muy distinta, tiene el pecho

y vientre negruzcos manchados de gris.

Fue también en esa zona que vi volar en forma persistente al chocolate, un pájaro de vistosos colores,

llevando un gusanito en el pico. Luego de unos minutos comprobé donde descendía y me aproximé a

él, hasta encontrar en la base de una mata, su nido en forma de taza, conteniendo dos pichones.

Al regresar al auto, vi con alegría que Horacio, con esfuerzo, que se manifestaba por la agitación y por

la transpiración, había logrado sacar la tuerca a costas de romper toda la rosca del bulón.

Seguimos en nuestra marcha y a poco de andar nuevas roturas de cubiertas nos hicieron ver la realidad:

las piedras hacían estragos en nuestros desgastados neumáticos. Creo que fueron ocho en el día y

cuando ya sin esperanzas de poder llegar a Calafate para pernoctar, un gentil viajante, con su bien

equipada camioneta, nos sirvió de apoyo para llegar a destino.

A los pocos kilómetros de aquí, el Parque Nacional Los Glaciares, con sus 600.000 Has. ofrece uno de

los espectáculos más maravillosos que tiene nuestro país: el Ventisquero Perito Moreno. Esta gran

masa de hielo, con sus 4 kilómetros de frente y 60 metros de alto, muestra la imponencia de su

grandiosidad. De cuando en cuando el estruendo de un desmoronamiento irrumpe en el silencio. En el

verano se van produciendo los desprendimientos del hielo, formándose los témpanos de tamaños y

formas caprichosas. Sus lentas evoluciones y las variadas incidencias de la luz solar producen la fantástica

formación de variados colores en su cuerpo. Así comienzan a moverse, a la deriva, hasta que lentamente

en su mismo elemento van desapareciendo. Muy cerca de este importante centro turístico, está una laguna llamada Los Escarchados, donde hace unos

pocos años descubrieron la existencia del macá tobiano. Esta es un ave que tiene el cuello y partes ventrales

blancas, lo mismo que las alas. El dorso es gris pardusco y la cabeza blanca y negra. Por sus colores se lo

ve desde lejos. Son aves que actualmente están muy protegidas y se cree que existen apenas unos 150

ejemplares. Se sabe que permanecen aquí en el verano, pero se desconoce qué rumbo toman en el invierno,

cuando estas lagunas se hielan.

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Por la ruta 293 transitando hacia Río Turbio. La misma es muy poco frecuentada, lo que permite ver en las

orillas del camino la abundancia de aves, desde chorlos a patos y cauquenes, poblando los ¡numerables

mallines. Se divisa la Cordillera de los Andes, con sus picos nevados, cuando el camino comienza a ondularse y

aparecen los primeros árboles, en la zona de Cancha Carreras, rompiendo un poco la monotonía del paisaje

y anunciándonos que nos aproximábamos a nuestra meta final de ese día. En las zonas menos protegidas,

los árboles son dominados por los vientos, inclinándolos hacia un solo lado. Este viento patagónico que

con sus ráfagas castiga durante horas y horas, ha llevado a decir a alguien: no es necesario recorrer la

Patagonia para conocerla, toda ella pasará volando delante de uno. El humo de algunas chimeneas nos anunció que estábamos cerca de Río Turbio. El pueblo no había

cambiado mucho desde mis visitas anteriores, salvo algunas cuadras más de asfalto o algún supermercado

nuevo o la televisión. En los días que estuvimos recorrimos los alrededores, concurrimos a visitar las minas

de carbón y saboreamos los corderos a la parrilla preparados por Valerio, nuestro anfitrión. Los bosques de las vecindades mostraban a las lengas y ñires con sus rebrotes tratando de comenzar a

revivir nuevamente, luego del invierno. Este es muy crudo aquí, a tal punto que a pesar de la altura del año

en que nos encontrábamos, se podían ver restos de nieve. En una de las estaciones del ferrocarril, colocada en el trayecto hacia Río Gallegos y a donde habíamos

recurrido a buscar información sobre la ruta para llegar a una estancia, grande fue la sorpresa que nos

llevamos al ver un canasto lleno de huevos de cauquenes (5). Con total desparpajo el autor de aquel

atropello, nos comentaba que es normal ahí juntar los huevos de estas aves para venderlos en las panaderías,

donde los ocupan para elaborar tortas y pasteles. Mi indignación fue tal que no me salían palabras, traté de

explicar que eso hoy en día es imposible de realizar, que la fauna no se puede destruir así. A pesar de

reconocer que efectivamente cada vez le era más difícil encontrar los huevos, que cada vez eran más

escasos, hacía pensar su ignorancia en el aspecto económico, demostrando lo distante que estaban nuestros

criterios. El día de regreso, ventoso y muy frío a pesar de ser el mes de noviembre, comenzamos un largo recorrido,

ya casi sin escalas hasta Santa Fe, para cubrir lo antes posible los 3.500 kilómetros que nos separaban desde

el lejano Río Turbio.

(1) El Guanaco (Lama guanicoe) es un camélido, que tiene el cuello y las extremidades largos. El labio superior es hendido y carece de

cuernos. La gestación dura unos 11 meses y en general tiene una cría por parto.

Mide desde el hocico hasta la base de la cola 1,70-1,85 mts. La cola tiene unos 25 cm. y el alto en la región de la cruz es

de 1-1,10 metros.

El pelo es largo y el color general es bayo con matices rojizos. La garganta, la parte anterior del cuello y demás partes

ventrales, son blancas.

Es de hábitos diurnos. Forman grupos de 10 o más ejemplares y son rápidos para la carrera. En el noreste argentino a los

jóvenes los llaman Teke y en la Patagonia Chulengo.

Frecuentan] estepas y zonas arbustivas áridas, llegando en las montañas hasta los 4.000 metros. Habita el noroeste del

país desde Jujuy por la Cordillera y desde La Pampa por la Patagonia hasta Tierra del Fuego.

(2) La Mará (T)olichotís patagomim) es un roedor de gran tamaño. Pertenece a la familia Caviidae. Mide desde la

cabeza a la cola unos 75-80 cm. Su color en la parte dorsal es grisácea-castaña. Los costados son bayos rojizos y la parte

ventral blanca. Las piernas de color bayo (amarillento) y las zonas de las nalgas, blancas. La cola es muy corta y las

orejas son grandes y anchas. Las extremidades están bien desarrolladas y los miembros anteriores tienen cuatro dedos y

los posteriores tres. Estas características le permiten correr muy velozmente. Se alimenta de hierbas, hojas y brotes.

Tienen de 2 a 3 crías. Suelen andar en parejas o formando pequeños grupos.

Habita nuestro país desde San Luis, Mendoza y La Pampa hacia el sur por la Patagonia hasta Santa Cruz.

(3) Elefantería y loberías son los lugares donde se reúnen los lobos y elefantes marinos. El Elefante marino (JAirounga

leonina) es un mamífero de gran tamaño, midiendo la hembra unos 2,80 mts. y el macho 6 mts. El macho adulto presenta

una trompa extensible. Tiene las extremidades transformadas en aletas cortas. En tierra se arrastra con

movimientos del cuerpo.

El Lobo marino de un pelo (Otaria flavescens) mide 2,50 mts. la hembra y 4 mts. el macho. El cuerpo es robusto,

alargado y las extremidades transformadas para nadar.

Los elefantes y lobos marinos se alimentan de cangrejos, moluscos y peces. Son gregarios y forman colonias grandes.

Viven en islas y costas marinas.

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(4) La Orea (jQrnicus orea) es un. cetáceo que presenta en su parte dorsal una aleta alta. La hembra mide unos 6 mts. y

el macho 9 mts. Es negra con la parte ventral blanca. Tiene una línea lateral blanca y una mancha del mismo color

alrededor de los ojos. Se alimenta de peces y de otros animales. Tiene dientes en ambas mandíbulas.

(5) Los cauquenes son aves que pertenecen, a la familia Anatidae, donde también se encuentran los patos, gansos y

cisnes. Son de hábitos acuáticos, tiene las patas palmadas. Se alimenta principalmente de vegetales. En la Patagonia se

pueden encontrar cuatro especies, siendo la más abundante el Cauquen común (CUoé'phaga pícta).

LOS MENHIRES

Partimos con Héctor, un compañero esperancino, que siempre está dispuesto a viajar hacia el noroeste del

país. No teníamos un itinerario definido, pero si queríamos llegar a Salta. Al pasar por la tierra tucumana y antes de tomar la ruta que pasando por Tafí del Valle nos llevaría a Cachi,

una pareja de horneros (1) cantaban a dúo, aparentemente saludando nuestro paso. En un principio el

serpenteante camino transcurre por la quebrada del río de los Sosa, bordeado de exuberante vegetación y

en donde de trecho en trecho parábamos para contemplar las flores y escuchar el concierto de cantos y

gritos de los pájaros y el rumor del río entre las piedras. Luego del monumento a los Indios Calchaquíes, continúa el ascenso hasta llegar al Parque de los Menhires,

unos 10 kilómetros antes de Tafí. Los Menhires —piedras largas— son piedras monolíticas; paradas, que

sobresalen de la superficie de la tierra, entre uno a dos metros, o más. No se sabe exactamente su origen y

se cree que tienen más de 10.000 años. Están talladas o trabajadas mostrando distintos motivos, líneas,

caras, serpientes, signos y fue Juan 58 Bautista Ambrosetti uno de los primeros en realizar estudios arqueológicos y excavaciones en la zona. Al pasar por Tafí y transitar por el valle se sube por el Abra del Infiernillo a casi 3.000 metros de altura,

para luego comenzar el descenso. La aridez del terreno poco a poco se fue transformando al aproximarnos

a Cafayate. Esta localidad muy conocida por sus buenos vinos, está rodeada de plantaciones de álamos y

por supuesto de viñedos. Aquel día hacía mucho calor y decidimos almorzar aquí. Mi compañero quería comer algo típico y pidió

un buen locro, acompañado de un vinito "patero", por mi parte, como teníamos que seguir el viaje y hacía

tanto calor pedí solamente un bife con ensalada. Héctor lentamente fue deglutiendo aquel locro, que además

de muy caliente estaba muy picante para nuestros gustos, cosa que suavizamos en parte con el postre y otro

medio litro de "patero". Reanudamos la marcha, pero al poco tiempo de hacerlo, Héctor no sabía cómo acomodarse en el auto,

estaba molesto, tenía calor, el picante le hacía arder la boca, tenía sed (no nos alcanzaba el agua que

llevábamos en los termos) y no recuerdo cuantas incomodidades más le acarreó aquella comida "típica".

Creo que desde esa oportunidad cada vez que quiere algo autóctono prefiere escuchar música. Bordeamos el río Calchaquí, que con su líquido elemento, lleva vida al valle, encajonado entre majestuosas

montañas. Por el estrecho camino, llaman la atención las construcciones de los lugareños con sus galerías

sostenidas por vetustas columnas, tal vez como herencia de las muchas tribus indígenas que vivían en la

región. Los antiguos dueños de la comarca eran los calchaquíes, los quilmes y los tolombones; existiendo

en la actualidad solamente las ruinas de sus pueblos, constituyendo muchas de ellas riquezas

arqueológicas de singular valor.

Al atardecer entablamos conversación con un ingeniero que había llegado de San Antonio de los

Cobres por el Abra de Acay. Este paso es el más alto del país con sus 4.732 metros sobre el nivel del

mar. Nos contaba que es conveniente hacerlo en ese sentido y no desde Cachi. Muy pocas personas lo

transitan, pero vale la pena hacerlo, porque el paisaje desde esas alturas es maravilloso.

Nos despedimos y fuimos a cenar. Aquí tuvimos otra plática, esta vez con un joven salteño, de buen

aspecto, muy gentil y locuaz. Rápidamente simpatizamos y entre copa y copa comenzó a contar

cuentos de todo tipo y calibre. Tenía una gracia especial para relatarlos, ocasionando nuestras risas

espontáneas y francas. Dentro de su amplia gama estaban también los de animales. Por supuesto que

primero fueron de loros y luego los del zorro. De éste nos contó uno que decía más o menos así:

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"A la sombra de un algarrobillo, unos arrieros comieron un asado y dejaron solamente un trozo de

carne. Un cuervo al ver este manjar descendió y lo tomó. Se posó sobre unas piedras a comer, cuando

apareció el zorro. Este muy astuto quería apoderarse de esa carne y no sabía cómo hacer. Por eso

hablaba permanentemente al cuervo, pero éste solamente contestaba con la cabeza, no abría la boca.

En cierto momento, el zorro ya un poco cansado e intentando por última vez le pregunta: ¿para dónde

viaja, don cuervo?

Este contestó: para Cachi.

En ese instante, al abrir la boca se le cayó la carne, la que rápidamente tomó el zorro y comenzó a

disparar.

Luego de la primera sorpresa, el cuervo volaba a la par del zorro, preguntándole: para donde viaja tan

apurado y el zorro con los dientes bien apretados contra el pedazo de carne, le responde: a Salta, sin

dejar caer la comida".

De esta manera, a través de un cuento se trata de demostrar la viveza del zorro y la poca inteligencia

de otros animales. Pero otras veces esta gran inteligencia del zorro no es tal. Así lo demuestra un cuento

también salteño, relatado por Eusebio Maita y recopilado por Berta E. Vidal de Battini, en su libro

Cuentos y Leyendas populares de la Argentina:

"Que han ido viajando por un camino el zorro y el quirquincho bola. Y que han ido con hambre. Han

visto que venían unos carros cargados con quesos. Y que el zorro li ha dicho al quirquincho bola:

—¿Cómo haremos compadre, pa alquirir unos quesos de esos que train esos carros?

—¡Ah!, pero eso es fácil. ¿Sabe lo que hago yo, compadre? Yo me pongo en medio 'e la huella por

donde va la rueda 'el carro, yo hincho el lomo. Y a eso, el carro da un barquinazo y cain los quesos.

Yo lo voy a hacer pa que vea.

—¡Ah!, compadre, yo lo voy a hacer mañana lo mesmo. Así tenimo mucha comida.

Y va el quirquincho bola y se pone en la huella, bien enterradito pa que no lo vea el carrero y cuando

ha pasado la rueda, ha hinchado el lomo. Ahí da un barquinazo el carro y cain los quesos. Y comieron

toda la noche los dos compadres. Y ha quedau muy agradecido el zorro. Al otro día el zorro va y hace lo mismo también. Ya cuando venían los carros cargados se pone en la huella,

bien apretado. Y la ha pasado la rueda, y lu ha aplastado, y áhi muere". No recuerdo hasta que hora nos entretuvo con sus ocurrencias. Antes de retirarnos a descansar nos preguntó

si íbamos para el lado de Salta, porque él quería viajar y no tenía como hacerlo. Le dijimos que si, que lo

podíamos llevar pero, como parábamos a cada rato no teníamos idea de la hora que llegaríamos. Nos

contestó que no importaba, él no tenía apuro. Con las primeras luces del alba, nos pusimos en marcha. Al comenzar a transitar por la larga recta Tintín

—de 12 kilómetros— bordeada de cardones, el auto empezó a calentar. Era muy poco lo que avanzábamos

por temor a tener problemas mayores, sino dejábamos enfriar el motor. Cada vez ascendíamos más, hasta llegar a los 3.260 metros, en la cresta de la Cuesta del Obispo. El aire

que corría entre los cerros era seco y estimulante a la vez, un tanto enrarecido obligaba a realizar un mayor

trabajo, un mayor esfuerzo al corazón. A todo esto nuestro acompañante sentado en la parte posterior del

auto seguía relatando a cada instante un cuento nuevo. Era ya mediodía y en el hermoso Valle Encantado, que era familiar por haberlo recorrido en viajes anterio-

res, hicimos un alto. Habíamos previsto unos sándwiches y unos "torrentes" para el almuerzo, a los cuales

dimos buen fin en la sombra de un peñasco. Este majestuoso valle, situado a elevada altitud, presenta un tapiz vegetal de verde césped, surcado por

rocas que muestran los mil caprichos de la naturaleza en sus formas, colores y erosiones. Por los corredores

y pasadizos el aire fresco obligaba a buscar abrigo y con su ruido quebraba la paz y la quietud. Al borde

del precipicio la visión hacia la cuesta del Obispo mostraba todo su esplendor y ahí como mudo testigo de

un drama, estaba una cruz, con la inscripción: aquí yace...... Pareciera que el hombre en esas alturas está más cerca de Dios y además hasta creo que la misma soledad

lo lleva a platicar con él.

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Mientras recorría el valle en busca de nidos, mis acompañantes seguían charlando. Luego de varias horas

reanudamos la marcha. Nuestro contador de cuentos se fue poniendo cada vez más serio, al ver que las

horas pasaban y eran pocos los kilómetros que avanzamos, hasta que en cierto momento manifestó: —Mira hermano, he visto gente rara, pero loco como los ornitólogos ¡No! Se baja la cuesta en un caracoleo indescriptible y como por un toque de magia, al entrar en la quebrada de

Escoipe, la aridez del paisaje se transfigura, desaparecen las rocas opacas y peladas y surgen las plantas

esbeltas, muy verdes, con sus flores de variados tamaños y colores, llenando el aire con sus perfumes

sutiles. Ya mudos, al anochecer llegamos a la ciudad de Salta. Creo que nuestro amigo, jamás pedirá que lo lleven

sin requerir detalles a quienes lo transportan. Habíamos empleado 12 horas para recorrer 200 kilómetros.

(1) El hornero (FuTnañus rufas") es el pájaro nacional argentino. Esta determinación se tomó en el año 1928, cuando un

periódico de Buenos Aires, realizó una encuesta entre los niños de las escuelas, para determinar cual sería el ave de la

patria. Entre todas las respuestas

ganó el hornero, con: 10.725 votos y segundo el cóndor, con 5.803. Luego estuvieron el tero, el ñandú, el chajá y el

chingólo.

El hornero construye el nido principalmente con barro, al cual agrega pastitos. Es sólido, firme, fuerte y lo coloca en

diversos lugares, tales como postes, tranqueras, molinos, árboles, cumbreras, cornisas y se han encontrado hasta dentro de

recipientes y en el suelo. Algunas creencias dicen que cuando construye el nido sobre la cumbrera de un rancho, éste está

protegido de rayos y centellas. Otra afirma que na trabajan los días domingos y además que los gritos de alarma delatan la

presencia de reptiles o de otras alimañas.

El nido tiene una parte anterior, donde suele estar uno de los miembros de la pareja, y otra posterior, llamada cámara

de postura, donde depositan los huevos y se van criando los pichones.

Esta disposición ha dado lugar a Leopoldo Lugones, en su "Libro de los paisajes" para expresar:

La casita del hornero

Tiene alcoba y tiene sala

En la alcoba la hembra instala

Justamente el nido entero.

La casita del hornero

Tiene sala y tiene alcoba,

Y aunque en ella no hay escoba

Limpia está con todo esmero.

También Julio Migno, en su libro "De palo a pique" explica como el hornero construyó su nido.

CASERITO

El casero, de puro "descansao", s'hizo un oficio;

Tranquiaba al lao del agua una mañana

cuando vio la carreta 'e la tortuga

que en la costa viajaba.

Como no tenía nido quiso armarse,

y pensaba... pensaba...

¿D'espinas...? ¡Nunca!

¿De pastor... ¡No me gusta!

¿De plumas...? Es lindón pero es muy caro..

Y picando, picando entre la greda,

dijo: "Va ser de barro".

Y no pudo dormir; al otro día

s'embarraran sus pilchas trabajando;

y siempre con la idea 'e la tortuga

en una horqueta levantó su rancho.

Cuando acarriaba greda,

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viéndolo al caracol, ideó la puerta...

Después, cuando los tiempos cambiaron,

y el alambrado iba enguyendo montes,

acomodó su casa tortuga-caracol

sobre la pata quieta de algún poste.

A los años, la comadre curiosa,

p'al amasijo crioyo le arrebató el invento;

agrandó la ranchada del casero,

colocó cuatro patas en cuatro hoyos,

a la tortuga le cortó el pescuezo

y con la boca abierta nació el horno...

Leyenda

Una de las leyendas de este pájaro dice qué: "el hornero era un bravo cazador, que vivía en un apartado lugar, sólo con su

padre. Amaba el joven a una muchacha cantora que conociera en una de sus excursiones; pero llegado a la edad juvenil

tuvo que someterse a la triple prueba de virilidad que era obligatoria en su tribu. El triunfador obtendría la hija del

cacique como premio.

Para ello debía vencer en dos carreras, una a pie y otra nadando y luego someterse a la prueba del ayuno. Esta consistía

en estar encerrado, inmóvil entre cueros y sin tomar más que líquido durante nueve días.

Cuenta la tradición que el bravo cazador triunfó en todas las pruebas, pero se demoraron en ir a sacarlo del saco de cuero.

Cuando lo hicieron

comprobaron que se achicaba hasta convertirse en un pequeño pájaro cíe plumas apagadas. Y desde su lugar de encierro

voló hasta la cima de un lapacho, donde lanzó su primer y melodioso canto. Renunciando de este modo a la hija del

cacique.

Pero con el tiempo, aquella muchacha también se convirtió en ave y voló a hacerle compañía.

EL PARANÁ Y SUS ISLAS

"Mis islas son eso las venas abiertas de veinte zanjones que en tientos de plata lonjeó el Paraná..."

Así expresa el poeta Julio Migno ¡Cuánta razón! "Mis islas son eso...". ¿Quién no habló, escribió o cantó al Paraná? O a sus islas, a sus habitantes, a su flora y a su fauna. Efectiva-

mente, creo que muchos. He recorrido en varias oportunidades cientos de kilómetros, por agua, tierra y aire, a lo largo y ancho de

una extensa región paranaense. Un día navegando por el Leyes, otro por el Colastiné, otro por el San Javier y por todos los que conforman

el laberinto de riachos y arroyos hasta el Paraná. Había andado muchas veces por las islas, siempre detrás de las aves, pero ahora quería ver también sus

flores, sus habitantes y todo su mundo animal. En casi todas las islas bajaba de la lancha y caminaba por

los distintos ambientes, algunos no siempre de fácil acceso, pero si todos con su inigualable belleza. En los

elevados albardones erecen los árboles que conforman la llamada "selva en galería", de cuyas ramas

cuelgan las lianas y enredaderas. Cerca de la barranca se destacaba un inga (i) con su frondosa copa, en cuya sombra había instalado mi

carpa y a pocos metros el árbol de nuestra flor nacional: el seibo. Entremezclándose también con ellos

estaban un timbó, un granadillo, el ubajay y el, aguaí. Hacia el interior de la isla, los bañados se cubrían de grandes pajonales y cardales, donde sólo se escuchaba

el fuerte grito del pacahá que repetía su nombre. Poco a poco fui conociendo los miles de arroyos y riachos que circundan al Paraná: el Verón, el Cayastá,

el Maní... lugares de extraordinaria belleza y tan poco conocidos, por muchos. En algunas de estas marañas

de riachos, solamente los baqueanos de la zona me podían llevar. Muchos de ellos con poco caudal, estaban

cubiertos por camalotes de flores azules o lilas, según la especie o bien por el irupé. Esta planta tiene forma

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de plato, a veces con más de un metro de diámetro y un reborde de 12 a 15 cm. de alto y espinas en su parte

inferior. Su flor es blanca, muy llamativa, la que posteriormente da un fruto llamado "maíz" que era

empleado por los indígenas y algunos isleros en la alimentación y también por las aves, principalmente los

patos. Sobre esta masa flotante se deslizaba un gallito del agua, caminando lentamente con sus largas patas y

delgados dedos, que llevó a decir a Linares Cardozo: "El gallito del agua ¡ay qué lindo se ve! el gallito del agua y la flor de irupé..." Bordeaban estos arroyos delgados alisos y grandes sauces, dejando caer estos sus lánguidas ramas sobre el

agua. Sabido es que estas plantas son las que crecen en las orillas de ríos y arroyos. Algunos animales

aparecían en la imagen de la cámara fotográfica rápidamente, como los coipos o falsas nutrias, las tortugas

y los carpinchos. Todos abundantes en las distintas zonas, pero a otros me costó poder localizar, como a

los yacarés y el lobito de río. Estos ya casi raros por aquí, a pesar de haber sido tan abundantes en otras

épocas. Animales que son perseguidos por los cazadores para extraer sus pieles, la que se emplea en la

confección de carteras, zapatos o tapados. Desgraciadamente las medidas proteccionistas llegaron de-

masiado tarde a estos lugares. A los yacarés, más hacia el Norte todavía se los encuentran, pero a los lobitos

no, están prácticamente extinguidos. La proa de la lancha partía el agua, cuando desde lejos se destacaban las blancas flores del palo víbora,

cuyas vistosas formas las semejaban a las del jazmín. Al detenernos se escuchaba el canto del zorzal, del

Juan Chivíro y el boyero. El andar de la lancha inquietaba por momentos a las garzas, las que recortaban su alba figura en el

firmamento, excepto una que estaba herida en un ala por acción de un balazo, recordando aquí la verdad

de aquellos versos. (2) En las lagunas interiores se veía la superficie de las mismas cubiertas de plantas acuáticas de flores blancas,

como la Nymphoides o amarillas como la Hydrocleis o bien de otras raras, como aquella que es insectívora.

Es una planta que tiene unas pequeñas esferas llenas de aire, con una válvula que se abre cuando se posa

algún insecto, el que luego le sirve de sustento. En rededor de estas lagunas se veían parejas de chajaes (3)

y solitarios caraos (4) buscando su comida, mientras el Juan Soldado o Federal(5) haciendo equilibrio sobre

un junco, gorjeaba a los cuatro vientos. A medida que se avanza hacia el norte por el Paraná, la vegetación se hace más alta y vanada, notándose

la presencia de las "picanillas". Estas grandes tacuaras son empleadas en las construcciones por los

lugareños y crecen formando verdaderas "galerías" en cuya sombra se desarrollan diferentes especies de

hongos y helechos, destacándose sus formas y colores en los troncos putrefactos que los sostenían.

Balanceándose en el extremo de las ramas estaban los monos carayá. Negro el macho y parda la hembra. Al cruzar el ancho río, en un banco de arena se veían cientos de chorlitos que en sus vuelos migratorios

desde Norteamérica, descendían a comer, o a los gritones gaviotines en sus nidos y a los majestuosos

rayadores. Con unas pocas ramas encendí el fuego, aquí en la isla tenemos todo a mano, leña, agua, paz, tranquilidad.

Una gran bola de fuego se iba ocultando por el oeste, denotando el final del día y el silencio le ganaba al

bullicio. Una suave brisa corría por las sombras, alejando a los molestos mosquitos y con el rumor del

oleaje como fondo, entré en un profundo sueño. Al alba, los pájaros comenzaron a salir de la espesura donde habían pasado la noche y el concierto alado

iba en aumento, tronado en aquel amanecer, el contrapunto entre el Juan chiviro y el zorzal, el que a medida

que pasaban las horas adquiría intensidad. La claridad del día, llevaba seguramente tranquilidad a algunas aves. ¿Cuantas habrán pasado la noche

cuidando a sus hijos, del peligro acechante de comadrejas, hurones, y buhos ? Pero también a otras la

intranquilidad, porque de día actúan algunos peligrosos enemigos, como las culebras y rapaces. De alguna

manera, hay que entenderlo, es la lucha por subsistir en la naturaleza. Pusimos proa corriente arriba, mientras que los ca-malotes llevados por la correntada aguas abajo, parecían

pequeñas embarcaciones a la deriva, sacudidas de tanto en tanto por la marejada. Esta marejada moría en

la costa, en algunas alisando la arena y en otras derrumbiándola. Desde la lancha se veían las copas redondeadas de los sangre de Drago, entremezcladas con un laurel, que

con sus raíces al aire, trataba de sobrevivir en aquella carcomida barranca. En la copa de un timbó terciaban

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un cardenal, de rojo copete, con su fuerte y melodioso canto, con su hermana, la cardenilla, (6) de tenue

grito. Entre las ramas de un canelón, se deslizaba un frutero, pájaro de vistosos colores, cosa que me recordó

aquellos que dicen que la policromía del plumaje de algunos pájaros, se debe a que en un principio todos

eran de colores apagados —marrones, ocres, pardos— y que en cierta oportunidad para librar al arco iris

de miles de insectos que lo cubrían, muchas aves fueron a destruirlos y de ahí quedaron teñidos, de varios

colores. Nuestra lancha viró a la derecha por un angosto arroyo, cuando desde la orilla, un hombre nos hacía

desesperadas señas. Arrimamos la lancha a la costa y nos pidió si podíamos llevar a un niño muy enfermo,

hasta el pueblo. Con la lancha a motor en pocas horas llegábamos, pero él con su vetusta canoa a remos,

demoraba casi un día.

Al regreso meditaba para mi interior, sobre la vida, llena de comodidades y confortable que llevamos en

los pueblos y ciudades, sin embargo muchas veces nos quejamos, a pesar de estar plenamente satisfechos

nuestros gustos. Esta pobre gente vive aislada, alejada de todo, sumida en necesidades, pero no lo notan ¡

qué poco les basta para vivir! Es poco lo que necesita el hombre para ser feliz, pero siempre el materialismo, se interpone. El mundo

moderno, con su actividad, con sus problemas va cambiando al ser humano. Cada vez es más interesado,

más egoísta, cada vez piensa más en su "yo", en sus intereses y se va olvidando y alejando de aquellas

cosas muy sencillas que están en su rededor. Poco a poco se va separando de la naturaleza. Ya no le interesan las flores, las plantas, los pájaros. ¿Y al

espíritu, el interior del ser, con qué lo alimentamos? Ya casi no existe o se desacostumbró la lectura de

relatos, de aventuras, ahora se lee y se ve violencia, sexo, incoherencias. Tendrá el hombre que volver a su

fuente, si es que ésta no se agota. Al retomar un angosto arroyo, los sauces tocando sus, copas en lo alto, de lado a lado, formaban un túnel,

donde la luz solar era filtrada hasta tocar el agua y a los costados, el timbó y el inga haciendo fuerza entre

la vegetación, hacían sobresalir sus copas, algunas casi cubiertas de bejucos, buscando el aire y el sol.

(1) El Inga (.Inga sp.) árbol típicamente isleto, de gran porte que crece cerca del agua.

Juan Carlos Roleta, en su libro "Al naciente" explica la leyenda de este árbol.

"Desde la pubertad, un islerito guaraní y una niña de tribu cercana amábanse con intenso cariño. El hecho de que vivieran

en islas distintas no constituía inconveniente para que se vieran, pues él había cavado una canoa en el tronco de un árbol

blando, y en esa embarcación la visitaba.

El noviazgo hubiera terminado en casamiento. Pero sucedió que por rivalidad de las tribus a las que pertenecían, o por

injustos caprichos de los jefes que las capitaneaban, la pareja fue conjurada a no unirse en matrimonio sino cuando

alcanzaran la ancianidad. Hasta entonces, no debían verse.

La prohibición, por supuesto, fue impuesta para que se separaran. Pero cuando la conocieron, viéndose por última vez,

ellos juraron conservarse fieles el uno al otro, y esperar en ese estado la vejez. Mientras tanto él, que vivía aguas arriba,

pondría una flor en la corriente cada salida del sol, de manera que flotando pasara a media mañana, como mensaje de

cariño, frente a la tribu de su amada.

Se sucedieron los días y luego los años. Hubo tormentas fuertes, crecientes poderosas, helados inviernos y veranos de

fuego. Pero el mensaje no faltaba .nunca y las mañanas encontraban a la niña en la barranca, esforzando la vista para verlo

pasar.

Los enamorados cumplieron su promesa, y ello agradó tanto al cielo, que cuando viejos se desposaron, un milagro los tornó

jóvenes, de modo que pudieran vivir juntos mucho tiempo.

Y ocurrió que después de ese tiempo y al morir abrazados, la amante pareja dio raíces a un árbol hermoso por forma y

corpulencia, cuyo' nombre (Inga, que flota) recuerda los mensajes de amor sobre el río. Como la pareja, ese árbol renace,

al llegar a su vejez, en retoño que brota de la raíz.

LA GARZA CAÍDA

Luis Perassi

Con las plumas embarradas

La garza blanca moría;

Ella, la amante del aire,

Dueña y señora de arriba

Agonizó en ese barro,

Ensangrentada, abatida,

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Por la cruel perdigonada

De escopeta descargada

Para ensayar puntería.

El muchacho bajó el arma

Manejada con maestría;

Expresó satisfacción

En una leve sonrisa

Miró sin dar.le importancia

A la garcita caída,

Y se alejó del lugar

Sin siquiera meditar

Que hahía segado una vida.

No la llevó, pues total.

No era abrigo, ni comida

¿Para qué la iba a llevar?

Si para nada servía,

Si era una masa de plumas

De barro, de sangre tibia,

Que nada proporcionaba

Al victimario su víctima.

¡Qué mal actuamos los hombres!

¡Qué crueldad que nos domina!

Frente a la naturaleza

Somos negra pesadilla,

¡Bestias de fauce sangrienta

¡Monstruos de garra asesina!

Y dormidos en las palmas

No comprendemos que el alma

Es, quizás la más dormida.

¿O acaso no están cerrados?

Los ojos de almas sombrías,

Que destruyen sin motivo

Y sin: él, quitan la vida:

¡Pensar que razonamos

Razonamos... ¡ ¡Quién diría!!

Y hasta esperamos clemencia

Cuando al final la conciencia

Se nos presenta intranquila.

Lejos de ser un reproche,

Para todo el que medita,

Estos versos son verdades

Que pasan inadvertidas;

Con ello solo pretendo

Hacer más linda la vida,

Darle calor y ternura

Igual que aquella garcita

De inmaculada blancura,

Que con gracia y con dulzura

Al paisaje embellecía.

(3) El Chajá (jChatma torquata^) es un ave grande, corpulenta, de alas grandes y anchas. Tiene la cabeza y el copete,

grises. El cuello es gris con un collar negro. El dorso es gris. La parte ventral es gris moteada de negro. Las alas son grises

con una mancha blanca. En cada ala presenta dos espolones. Se alimenta de vegetales. Frecuenta lagunas, esteros y bañados.

Camina con movimientos lentos y le cuesta un poco levantar vuelo. Cuando lo hace produce un fuerte ruido con las alas.

Una vez en el aire se desplaza con agilidad y aprovecha las corrientes de aire para elevarse, planeando muy bien.

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Esto ya fue observado por Guillermo Hudson, quien en su libro "Allá lejos y hace tiempo", decía: ''me gustaría planear a

gran altura y flotar en el aire sin esfuerzo, como las gaviotas pero a quien envidiaba preferentemente era al chajá, el que

cuando deseaba volar se alzaba del suelo con gran trabajo, y a medida que se elevaba a mayor altura aparecía de un tamaño

no superior al de una calandria. Continuaba a esa enorme elevación, planeando y dando vueltas en grandes círculos, durante

horas, lanzando a intervalos gritos llenos de júbilo, que, para los que estábamos abajo, revestía el sonido de una trompeta

celestial"-.

Julio Migno, en su libro Yerbagüena, donde habla del chajá, una estrofa de su verso dice con relación al planeo y la altura

del mismo:

Es tranquilo porqu'es grande

—lo grande es tranquilidá—

¡qué chiquitos dende arriba

nos ha de ver el chajá!

Es tan gaucho y tan varón,

tan, domador el chajá,

que con espuelas en las alas

en ancas del viento va.

El grito es fuerte y se parece a un chajá... chajaí... Con relación a este canto dice Guillermo Hudson en "Aves del plata":

los chajaes cantan todo el año, a toda hora, tanto en el suelo como cuando vuelan.

Domesticados son aves guardianas, centinelas y em este sentido han sido comparados con los perros o con los teros, por

eso José Hernández, en su Martín Fierro, dice:

Me encontraba, como digo

en aquella soledá

entre tanta oscuridá

echando al viento mis quejas

cuando el grito del chajá

me hizo parar las orejas

O Julio Migno, en Yerbagüena:

Engüelto entre la ceniza

marcha el clarín del chajá,

centinela tranquiador,

quejido del pajonal.

O bien Hilario Ascasubi, en su Santos Vega:

Pero, eso, si, los primeros

que anunciaban la novedá

con toda seguridá,

cuando los indios avanzan,

son/ los chajaces que lanzan

volando ¡chajá! ¡chajá!

Formación de la pareja: Se dice que el chajá anda solo hasta que encuentra una compañera, de la cual no se separa más. Es

tan fuerte el amor de la pareja que los ingleses los llaman "Aves del amor" y los franceses "Los inseparables" y Marcos

Sastre en "El Tempe Argentino" manifiesta: "tengamos a nuestro lado a estos preciosos seres, tan justamente denominados

aves del amor, aves inseparables, para tener constantemente a nuestra vista escenas tan hermosas como propias para educar

el corazón. Así podremos ver, aun entre los brutos, y contemplar realizado el objeto de las primeras aspiraciones de nuestra

alma, al amor constante, la amistad verdadera; los efectos generosas, virtudes que el hombre siempre envidia y admira y

cuyo espectáculo tiene siempre el poder de- conmoverlo, aunque no las posea o pervertido, afecte desconocerlas.

(Í4) El Carao o Viuda loca (.Aramus guarauna) tiene las patas y el cuello largos. El pico es urt poco curvo. Su coloración

general es parda con manchitas blancas que le caen por el cuello hasta el dorso. Se alimenta de caracoles y vermes.

Frecuenta orillas de esteros, lagunas y bañados.

La leyenda del Carao es parecida a la del Crespín, y Carlos Villafuerte, en su libro "Aves argentinas y sus leyendas" la

relata de la siguiente manera:

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"Se cuenta que en un pueblecito del noreste argentino, cerca del gran río, vivía un mozo trabajador en compañía de su

madre, a quien cuidaba. Tenía un solo defecto: no podía oir los acordes de un chámame o de una polca, sin ser atraído por

ellas. Y se entregaba al canto y al baile con pasión.

Cierta vez la madre enfermó y pidió a Carau que fuera por medicamentos al pueblo cercano. Carau emprendió camino,

pero en medio de la jornada se encontró con amigos que festejaban un cumpleaños y que bailaban polca tras polca. Se paró

un minuto para descansar. Los amigos lo invitaron. Pero él, sabiendo que el baile lo enajenaba, se negó una y otra vez.

Salió una amiga y le dijo:

—Carau ¿no me despreciarás este vasito de vino^1

—No, eso no. Y menos a vos.

—Entonces bebelo, y acompáñame en esta polca.

- Bebo todo el vino, pero no bailo.

—¿Entonces me desprecias?

—No, no te desprecio, sino que temo quedarme, y voy en busca de medicamentos para mi madre.

—Te pido una sola polca. <;

—Bueno. Para que veas que no te desprecio, bailaremos una sola polca. Pero una sola.

Bailó esa polca, Carau y luego bailó otra; después un chámame. Y ya no tuvo control. Se sucedieron los vasos de vino y

las polcas y los cha-mamés. A medianoche vinieron a avisarle que la madre se había agravado.

—Hay tiempo para llorar — dijo, y siguió bailando.

Más tarde vino otro mensajero y trajo la noticia de que la madre se estaba muriendo.

Hay tiempo para llorar — dijo Carau. Y siguió bebiendo y bailando.

Al amanecer, cuando el baile iba terminando, llegó el tercer mensajero con el aviso de que la madre había muerto.

—Hay tiempo para llorar — volvió a decir Carau.

Cuando el sol apareció en el monte y la fiesta había terminado, Carau emprendió el regreso al rancho.

Se vio solo. A la madre la habían enterrado unos vecinos piadosos.

Despacito, arrastrando los pies, con la cabeza gacha, se internó en el estero. De tiempo en tiempo se detenía, como si

meditara, y luego seguía caminando, solo con su pena.

Y poco a poco, ya en la lejanía, iba tomando la forma de un ave, con plumaje gris pizarra, patas largas y delgadas y con

pico alargado. Y así se perdió en la espesura, agobiado por el pesar.

(5) Jua.r¡ soldado, Federal, Blandengue o Bombacha roja (Amblyramphus holosericeus) es un pájaro de la familia

Ictericias. Tiene la cabeza, el cuello, el pecho y las piernas rojas. El resto del cuerpo es negro. Sus colores son muy

llamativos y es buen cantor. Frecuenta esteros y lagunas.

El compositor Orlando Veracruz, cita a este pájaro en una canción que dice:

Soy Juan soldao y soy cantor desde mi pueblo vengo yo con este canto que es de amor. y herido voy.

Soy Juan soldao o Federal pájaro triste del amor viene del pueblo mi cartar y herido voy.

Como ese pájaro cantor

herido el pecho llevo yo

mi canto es agua y soledad

es río grande Paraná

se va mi vida por cantarte litoral...

(6) El cardenal y la cardenilla, de Leonardo Ornella.

Hablaban en la copa de un timbó un cardenal y una cardenilla:

El cardenal: —Yo con mi copete rojo y mi pecho de igual color soy

el más bello de los pájaros.

La cardenilla: —Lo más lindo es la bondad del corazón y no la belle-lleza exterior.

El cardenal: -Con mi fuerte pico y mi valor le gano a todos los pájaros de mi talla.

La cardeniüa: -Con guerra destruirás al mundo y con amor lo edificarás.

El cardenal: —Yo prefiero la guerra a la paz.

La cardenilla: —Un pájaro sin amor, bondad y paz, no es un páj

EL VALLE DE LA LUNA

Hace pocos años se descubrió un pájaro que vive exclusivamente en Pampa de Achala, en la provincia de

Córdoba, llamado piloto chocolate, por su color y del cual se sabe poco sobre su vida. Luego de pasar por Carlos Paz, mientras ascendía por la cuesta de Copina iba mirando la nueva ruta en

construcción, mucho más ancha y moderna que el angosto y pesado camino que transitaba. En el hotel El Cóndor, a la sombra de un arbusto almorcé algunos sandwichs y unas manzanas y a los pocos

kilómetros junto a un arroyo dejé el auto y comencé a recorrer los alrededores. En esa zona era factible

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encontrar a ese pájaro. Mientras caminaba cerca de unos pajonales vi a la inquieta tacuarita o ratona, que

con su cola erecta se "zambullía" entre la vegetación y fue precisamente observando a este pequeño pajarito

cuando vi otro de color oscuro meterse en un hueco en una gran barranca. Luego de unos minutos de espera, volvió a salir y lo pude mirar bien, era efectivamente quien andaba

buscando y precisamente en ese hueco tenía su nido. Amplié un poco la cueva y a escasos 20 centímetros

estaba la cámara de postura construida con pajitas y pelos de vaca, conteniendo dos huevos blancos. Luego

de tomar unas fotos, con piedras reparé la entrada de la cueva, para que no lo abandone y pueda continuar

con la incubación. En otro sector del arroyo voló un pato barcino, haciéndose el herido. Yo sabía de esa treta que emplean

algunas aves, para distraer a los enemigos y alejarlos de su nido o de sus pichones. Por más que busqué en

los alrededores no pude dar con sus huevos o sus pichones. Parece que la artimaña dio resultados. Las sombras de la noche se volcaron rápidamente y mi cansancio me hizo sentir muy confortable la

colchoneta puesta sobre la dura piedra. Cuando el sol apenas asomaba sobre las montañas, sentí el canto

de los mirlos y entre trago y trago de café, levanté el campamento y fui rumbo al Valle de la Luna. Dejé atrás Tanti y a los pocos kilómetros en unos montecitos oculto entre matas de talas, cantaba un crespín.

Su monótona melodía era inconfundible y por sus colores miméticos se hace difícil verlo. Se cuenta que

esta ave "era un campesino trabajador, en cambio la mujer era haragana, despreocupada, y sobre todo amiga

de los bailes y bebidas. Un año en que la cosecha era abundante y Crespín trabajaba de sol a sol, su mujer no lo ayudaba en nada.

Un día enfermó y le solicitó a su mujer que fuera hasta el pueblo a buscar remedios. Esta fue y en el camino

encontró un rancho donde estaban de fiesta, se acercó y poco a poco se dejó ganar por la alegría y comenzó

a beber y a bailar. Cuando más entretenida estaba, la vinieron a buscar, porque su marido estaba grave, pero lejos de ir,

contestó que la vida era corta para divertirse y larga para sufrir.

Siguió la fiesta durante tres días, hasta que le avisaron que el marido murió; no le dio importancia y siguió

bailando. Los vecinos velaron y enterraron a Crespín y a los varios días volvió la mujer a su hogar y se

encontró con una gran soledad. Lloró, sufrió y durante varios días y noches anduvo por los campos, llamando a su marido. Enloquecida de

dolor, pidió a Dios que le diera alas para proseguir su búsqueda y Dios la convirtió en ave. Desde entonces es un pájaro arisco y solitario que llama a su compañero con su triste canto: crespín... cres-

pín..." Retomé la ruta 20, dejando atrás Los Gigantes, que como grandes mostruos veían pasar nuestro diminuto

coche y entrar como tragados por la montaña, en los túneles. El diáfano día permitía desde la altura una

visión amplia de los llanos de La Rioja. Es tan imponente el panorama que por momentos deseaba volar,

tal vez para imitar a los caranchos (!) y a los cuervos (2) que planeaban en lo alto. Varias horas más y estábamos en el Valle de Ischigualasto, llamado así por ser el nombre de un cacique de

los indios Huarpes, y significa "lugar donde se posa la luna"; pertenece a la provincia de San Juan, casi en

el límite con La Rioja. El Valle de la Luna era una zona de lagos y pantanos, con abundante vegetación y animales, hace 180

millones de años, en el final del período triásico. Aquel lago, por la acción de grandes cataclismos se

transformó en un valle seco, esta falta de agua lo convirtió en una región árida, desértica, donde subsisten

algunos arbustos, algunos roedores y reptiles y pocas aves. Estos movimientos telúricos sepultaron a los

animales y a las plantas de aquella época, los cuales a lo largo de miles de años, por acción del viento y de

las lluvias, han comenzado a salir a la luz. Así fue como se descubrieron los restos fósiles de esos animales

prehistóricos que allí vivían como así también los grandes troncos de árboles petrificados e incrustados en

las piedras las marcas indelebles de los helechos. Todo el recorrido interior se puede realizar en auto, acompañado con un guía. A los pocos minutos

comienzan a aparecer los distintos "actores" de este valle. La erosión hizo su aporte y la imaginación

humana le fue dando nombres, así frente a nuestra vista estaban el "gusano", el "loro", el "indio", el "mapa

de San Juan", el "obelisco", el "cóndor", el "submarino" y el "quiosco". Algunas zonas merecen especial atención como la "cancha de bochas" donde cientos de piedras redondas

de diversos tamaños están dispersas en un radio de varios metros.

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El "valle pintado", fantástica visión de un valle lunar multicolor, los "hongos" grandes formaciones, con

una base firme y enorme cabeza, aparentemente frágiles y propensas a caer en cualquier momento. En muchas partes del trayecto caminé y así encontré a cada instante, trozos de madera petrificada o helechos

incrustados en la piedra. En el llamado "cementerio de fósiles" se encuentran la mayor cantidad de los

huesos de animales prehistóricos, aquellos que alguna vez fueron los dueños absolutos del lugar. El color de la escasa y achaparrada vegetación contrasta en partes con el blanco del salitre, mostrando las

plantas con hojas carnosas. En el final del recorrido se pasa cerca del "elefante echado" teniendo como

telón de fondo los altos Cerros Colorados. Para muchos este valle no significa nada, así escuché decírselo a más de una persona ¿hacer tantos

kilómetros para ver esto? ¡si no hay nada! Creo que ningún naturalista tiene que dejar de hacer una recorrida por el valle y si es soñador e imaginativo,

con más razón, pues se remontará al pasado y lo verá con todo su esplendor, poblado de plantas y de

animales. (1) Carancho (Carneara plancus^) pertenece a la familia Falcónidas. Frecuenta zonas arboladas, estepas y campos. Se

alimenta principalmente de carroña, pero entran también en su menú animales jóvenes, heridos o enfermos y a falta de

esto, pichones de otras aves, peces e insectos.

Del cancionero popular:

En ¡a falda de aquel cerro un carancho está escarbando, llega un chimango y le dice: "Carancho, ¿qué estás robando?"

Veinticuatro caranchos, cincuenta jotes, tuvieron una pelea por un cogote.

Está muy bien lo que has dicho y puedes quedar ufano; cara de carancho viejo mantenido con gusanos

(2) Los cuervos pertenecen a la familia Cathartidae. Son aves que se alimentan de carroña. Construyen el nido en rocas,

cuevas, huecos en árboles o en el suelo. Ponen de 1 a 2 huevos. Frecuentan terrenos montañosos, arbustivos, montes y

selvas.

Del cancionero popular:

Arriba de una rama gajo estaba un cuervo graznando, y una urpillita le dice: "De vicio te estás rascando".

Yo soy como el cuervo negro que vuela de cerro en cerro, comiendo la mejor carne y dejando el cuero al dueño.

PARQUE NACIONAL EL REY

A 90 kilómetros en línea recta —solamente realizable por vía aérea— y a 180 por camino —los últimos

35 de tierra— desde Salta, está la "Finca del Rey". Este parque Nacional creado en 1948, tiene una

extensión de 44.162 hectáreas, en el Departamento de Anta. En la localidad de Lumbreras se desvía hacia

el noreste por un camino en buenas condiciones y luego al Norte, por uno de tierra, que nos lleva por plena

selva y en 35 kilómetros es necesario cruzar 20 arroyos. Según los historiadores esta finca, formaba parte de las tierras llamadas "La Frontera" que pertenecía a una

merced concedida al Gobernador del Tucumán, Brigadier Juan Francisco Victorio Martínez de Tineo, como

recompensa de sus campañas militares. Durante la guerra gaucha la estancia proveía vacas a las tropas del General Güemes. Luego pasó a los

descendientes del Brigadier y a fines del siglo pasado a manos particulares. El casco de la antigua finca

constituye hoy el lugar de la instalación de la administración del parque y donde se cuenta con una hostería.

Desde aquí se divisan los cordones montañosos de la Cresta del Gallo y del Piquete, con alturas de 1.000

a 1.500 metros cubiertos de vegetación y formando un gigantesco anfiteatro. La vegetación de la zona baja está compuesta por palos borrachos, viraró, chañar, talas y a medida que se

asciende vemos tipas, laureles, cedros, nogal, alisos y pinos. Todos los arroyos descienden de las montañas,

por lo cual son peligrosos en épocas de lluvias —600 a 700 milímetros anuales en el valle— y van a formar

el río Popayán, que luego se llama río del Valle, para ir a terminar en los bañados de El Quirquincho, en el

Chaco Salteño. El camino en malas condiciones hacía lenta la marcha, permitiendo ver como cruzaban el mismo, las chu-

ñas (1) y volaban a los costados las charatas y las pavas de monte. Precisamente me habían comentado que

una investigadora norteamericana estuvo ocho meses en el lugar tratando de localizar los nidos de estas

pavas, por ser casi desconocidos, pero la suerte le fue esquiva. La senda rodea una laguna de azules aguas y creí estar en un edén. Patos y gallaretas nadaban suavemente

en las tranquilas aguas, grandes árboles la rodeaban y como marco en el horizonte las montañas reflejadas

por el intenso sol.

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En un claro cerca de un arroyo armé la carpa, aquella noche. Los últimos minutos del día fueron

aprovechados para mirar la abundancia de la fauna y de la flora del lugar. Entre la espesa, densa vegetación,

se destacaban las lianas y enredaderas, los caraguatá y ortigas y colgando de los troncos, las orquídeas y

claveles del aire. Entre los miles de pájaros cantores, también había silenciosas palomas y vistosos

carpinteros. Las garrapatas y las nubes de mosquitos hicieron imposible la marcha, lo que me obligó a salir a un claro.

En esos momentos el sol comenzaba a esconderse y se veían en el cielo cientos de parejas de loros

habladores que iban en busca de sus dormideros. Dentro de esta selva subtropical es posible ver coatíes, monos, guazunchos, tapires y sobrevolándola

águilas y cóndores. Los árboles gigantescos, las lianas, los heléchos y los cientos de mariposas, de variados

colores y formas teñían de encanto el paisaje, dando un espectáculo sobrecogedor. Apenas oscureció permanecí dentro de la carpa, sabía de la existencia en el parque de pumas y del yaguareté

y, como el miedo no es sonso, así lo hice. A la mañana siguiente el paso nocturno de los animales, quedó

impreso en el barro húmedo que rodeaba una aguada, confirmando mis temores. El firme camino cubierto por densa jungla, mostraba de tanto en tanto charcos de agua, producto de lluvias

de días anteriores, el hacinamiento de miles de mariposas, que decoraban el suelo y el aire. Desde la espesura de los matorrales un rápido zumbido se desplazaba de un lado a otro, era esa policromía,

llamada picaflor. Esa hermosura impactó a los primeros conquistadores, quienes lo confundieron con un

insecto gigante y el Padre Vasconcellos, describe el origen del colibrí de esta manera, —que vio con sus

propios ojos— "unos, gusanitos blancos criados en la superficie del agua que se hicieron mosquitos; los

mosquitos pasaron a la forma de lagartos, éstos se convirtieron en mariposas, y las mariposas se

transformaron finalmente en picaflores". Referente a esta fantástica descripción, José Sánchez Labrador, uno de los primeros naturalistas que re-

corrieron y estudiaron la fauna y flora de la Cuenca del Plata, expresa: "sé sí muy bien, que el picaflor recién salido del cascarón, y por algunos días en que se va

fortaleciendo, parece una mariposa en la sutileza de sus plumas, configuración de su cuerpecillo, y viveza

de colores iniciados. Si el viento derriba el nido y saca de él los polluelos, bien se persuadirá cualquiera

que los vea que son mariposas, las cuales se van transformando en aves de las flores. Por lo demás es

innegable que provienen del huevo como las otras aves". Esta belleza en el colorido de las aves tropicales fue puesto de manifiesto desde antaño, y así lo expresa el

historiador santafesino Agustín Zapata Gollán, en su trabajo "Historia con alas": "los hombres que van

recorriendo las dilatadas regiones del nuevo mundo, descubren y miran la naturaleza que les rodea con la

ingenua exaltación de los niños. Hermosa cosa es el mundo, la más excelente pintura, que se pueda ver ni arbitrar ni pensar, exclamó

Oviedo, el primer cronista de Indias, que con más de 70 años, entre guerras, hambrunas y naufragios, no

se cansa de admirar y ponderar las cosas de América. Don Pedro de Alvarado, Adelantado de Guatemala puso ante los ojos de Oviedo un pájaro extraño que

había traído desde sus lejanos dominios guatemaltecos. No conocía su nombre, y aunque estaba muerto y

disecado a usanza de los indios, era tal la extremada hermosura y lindeza de aquella pintada plumería que,

dice el cronista, de todo lo que había visto en sus andanzas, era lo que más sin esperanzas le había dejado

de saberla dar a entender con sus palabras, a este pájaro, los indios en su lengua, lo llamaban quetzal". Al regreso, había que cruzar nuevamente los 20 y tantos arroyos, algunos de los cuales estaban casi secos,

pero otros no. El agua transparente permitía ver el fondo cubierto de multicolores piedritas, todo era alegría

hasta que en uno de ellos, de suelo arenoso, una de las ruedas del auto quedó atascada. A los pocos segundos

el diferencial tocaba el suelo y era imposible salir sin ayuda. Pero, ¿quién pasa en esta época por aquí? Con gran resignación dejé el auto y me puse a caminar. Habían transcurrido unas cinco o seis horas cuando

aparecieron dos gauchos de una estancia vecina, con sus grandes guardamontes cubriéndoles las piernas,

para protección contra las espinas y ramas de los árboles. Con la ayuda de ellos, de palos, de lazos y caballos

me sacaron de aquella desgraciada situación. Dejé atrás estos lugares y al atravesar Tucumán, fui a conocer un pequeño pueblito de esta provincia:

Simoca.

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Este lugar fue posta de las carretas que hacían el viaje Córdoba-Tucumán en la época colonial. Actualmente

realizan allí todos los sábados una gran feria, donde se canjea, se compra y se vende de todo. Desde diversos

animales —gallinas, cerdos— hasta verduras, frutas, embutidos, queso, arroz, pastas y golosinas. Artículos

de manufactura casera, trabajados en cuero, mimbre o palma. Cada uno de los puesteros trae sus mercancías

desde varios kilómetros a la redonda en carros, sulky o a caballo. Por supuesto que no faltan los puestos de

comida, donde se puede adquirir desde milanesas, asado y empanadas hasta guisos. Esta pintoresca localidad es recordada en los versos del chango Rodríguez cuando dice: La noche en sus ojos, la miel en su boca yo traigo la copla del cañaveral; de la luna que alumbra en Simoca

cuando se le antoja de noche alumbrar. Yo le hablo a mi rancho, a los cañaverales ojalita que ella pudiera escuchar. Cuando salga la luna en

Simoca, con poquita cosa se ha de conformar. Retomé la ruta 34 y luego de pasar Santiago del Estero, al filo de la medianoche me sorprendió una tormenta

y lluvia torrencial. Era imposible viajar, pero también lo era parar. Como la gran mayoría de las rutas

argentinas las banquinas estaban en pésimas condiciones. Sumado a esto el agua las había deteriorado y

por muchos kilómetros no encontré sitio firme para detenerme. Tuve que continuar la marcha a escasa

velocidad debido a la intensidad del agua y al fuerte viento. Los rayos alumbraban más que los faros del auto y por momentos se confundían el camino y la banquina.

Mis ojos no daban más, estaban enrojecidos y por ratos llorosos, debido al cansancio, así fueron pasando

los kilómetros y cuando la lluvia calmaba, la oscuridad comenzaba a ceder para dar paso a la claridad, ya

muy cerca de mi ciudad.

(1) Las chuñas son aves grandes, que tienen el cuello, la cola y las patas largos. Se conoceni dos especies en nuestro país.

Son terrícolas, vuelan poco, pero corren bien. Se alimentan de reptiles, batracios, aves, pequeños mamíferos e insectos.

Frecuentan montes y selvas. Carlos Villafuerte, en su libro "Aves argentinas y sus leyendas" rescata la siguiente

leyenda de estas aves:

"dice que la chuña fue, en su vivir primitivo, una hermosa muchacha, pero muy coqueta. En la casa que ocupaba robaba

todo lo que hallaba de color, para ponérselo cuando salía a divertirse. Así desaparecían de las casas aros, anillos, breches

y todos los objetos pequeños que ella podía ponerse y que realzaban su belleza.

Un día robó un rosario con un medallón que llevaba la imagen de la Virgen. Se lo colgó; pero al mirarse en el espejo —en

esa época ya había espejos— vio que el medallón brillaba intensamente, apagando su hermosura,

Entonces lo arfancó de un tirón.

La Virgen, para castigarla por su vanidad, le dijo que sería un ave sin gracia, ladrona y sin ninguna hermosura.

Y la mujer se convirtió en chuña. Un ave sin gracia, desaliñada, canilluda y gritona.

LAS CUESTAS DE CATAMARCA

Invitados por unos amigos a quienes conocí en el Congreso de Ornitología de Paraná, fui con mi esposa a

recorrer parte de la provincia de Catamarca. La cordialidad de Edmundo y de sus ayudantes hicieron que

los días de nuestra estada en esa transcurrieran felizmente. Muy cerca de la ciudad está una de las cuestas más famosas, la del Portezuelo, aquella que inmortalizara

una canción. Por un camino angosto, bordeado de vegetación y luego de varias curvas llegamos a la cima,

desde donde se divisa la ciudad de Catamarca. Aquel atardecer los rayos luminosos reflejabanse sobre el

río del Valle. Hacía calor pero a medida que subíamos el aire fresco hizo que a los pocos minutos

tuviéramos que recurir a los pulóveres. En la parte superior de la cuesta la vegetación es baja y por su fisonomía me recordó otros lugares, distantes

pero similares a éste, como la cuesta del Obispo en Salta o la de Minas Capillitas en la provincia que

visitábamos. Alguna que otra casita y unos rebaños de ovejas era la única imagen de vida en el desolado

lugar.

(1) De los dos caminos que conducen a Tucumán, uno pasa por la cuesta del Totoral (ruta 38, con

tramos asfaltados, enmarcados por exuberante vegetación). En estos montes vimos miles de cuevas de vizcachas, las que aparentemente consiguieron aquí, un poco de la paz

perdida en otros lugares. En uno de los caminos intransitados entre el monte vimos de lejos una mancha

multicolor en el suelo, rodeando un pequeño charco de agua. Nuestro "Land Rover" se detuvo a unos 20

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metros y muy despacio me aproximé. ¡Qué espectáculo maravilloso ofrecían aquellas varias especies de

mariposas, de todos colores!. Formaban un grupo de cientos, aprovechando la humedad que les proveía el

charco. A nuestra izquierda veíamos las Sierras de Manchao, continuación al Norte de las Sierras de Abato. Al

transitar esta ruta, la vegetación es cada vez más baja y solamente se ven sauces en las orillas de los arroyos.

Fue aquí que nos llamó la atención como los lugareños cultivaban en estrechas parcelas la lechuga y otras

legumbres, que transportaban posteriormente a Tucumán, para su consumo. Este es un trayecto donde abundan flores de variadas formas y grandes conglomerados de campanillas de

diferentes matices y en las casas familiares a pesar de su humildad, reinaba la alegría y el buen gusto que

otorga un jardín, plenos de dalias de múltiples colores. Todo esto contribuía a hacer más placentero y

pintoresco el andar, uniéndose el sol que iluminaba de lleno las montañas. De tanto en tanto parábamos y mientras miraba pájaros Graciela se dedicaba a la fotografía de las miles de

flores silvestres que crecían en las laderas de las montañas y también los multicolores musgos y líquenes

adosados a las piedras, en las orillas de pequeños cursos de agua. A pocos metros del camino una cascada

de unos 10 metros de alto, regalaba su humedad para que en las partes sombrías los diferentes helechos lograran el mayor desarrollo. Al llegar a Cóndor Huasi, desde La Loma se ven los nevados del Aconquija y también cómo en unas pocas

hectáreas de tierra, que quedan libres entre las montañas, surgen los cultivos de papas. De esta manera

recorriendo tramo a tramo un lugar, se van descubriendo muchos detalles que ignoramos los argentinos. Era mediodía y por la ruta 65, con fuerte sol y polvorientos caminos, llegamos a un comedor. En este

"oasis" descansamos y repusimos energías. Desde aquí comenzamos a trepar y luego a descender por la

cuesta de la Chuca, quizás una de las más atractivas que he visto. Desde lo alto se divisa el extenso salar

de Pipanaco, que también se ve perfectamente desde la cuesta de Minas Capillitas. Se tiene desde este lugar

una visión general del serpenteante camino, con sus cientos de curvas. Comienzan a verse los grandes

cardones, que a veces parecen pequeños, al estar tan perdidos en las profundas quebradas, donde, por

momentos, retumba el chillido o el canto de algunas aves. Estas quebradas no ofrecen dificultad para bajar,

pero son difíciles de subir. Muy lentamente descendimos por la cuesta, que es menos famosa que la del

Portezuelo, pero no le va en saga en cuanto a belleza. Así llegamos a Andalgalá, pueblo con calles asfaltadas y muy aislado de la capital. La atmósfera estaba

cargada de un olor indefinido; similar al de los insecticidas, pero también el característico de materia

putrefacta. Mientras descansábamos en el banco de una plaza, descubrimos que tan desagradable aroma

provenía de cientos de catangas —Juanitas, para los lugareños— exterminadas por algún pesticida. Este

insecto es conocido por su intenso olor, casi insoportable. Nos contaban, luego, que desde hacía unos años eran intensamente combatidas, pero que ahora no lo hacían

tanto, porque se dieron cuenta que ellas comían a otro que vivía en las flores de los nogales y al no tener

su enemigo natural estos insectos estaban haciendo estragos en esas plantaciones. Aquí tenemos otra

demostración de lo que sucede cuando el hombre rompe alguno de los eslabones de la cadena biológica. Entre terrenos arbustivos y cientos de arroyos que habían destruido el ondulante camino, se pasa por la

pequeña cuesta de Belén, para llegar a la población del mismo nombre situada a su vez en las orillas del

río homónimo. Este pueblo conocido por su fe religiosa y sus telares, presenta en los alrededores

plantaciones de vid, higueras y comino. Desde aquí se puede continuar por la peligrosa cuesta de Zapata —cosa que no hicimos, por el mal

tiempo— o bien por un camino nuevo de llanura a Tinogasta. Nuestro interés era llegar a Salado, porque

aquí queríamos ver a los loros barranqueros, que en las barrancas del río Salado o Colorado, tenían sus

nidos. Al llegar uno de estos loros nos descubrió, dio la voz de alarma y pronto miles y miles comenzaron

a volar, formando verdaderas "nubes" emitiendo sus chillones gritos. Al hablar con un "chango", que vivía en un ranchito de barro, nos contó que este loro era muy dañino,

comía el trigo, las uvas y luego las chauchas de los algarrobos, que ellos juntaban para alimentar a los

animales durante el invierno y que ponían a secar sobre los techos construidos con palos. Los pobladores

de la zona eran enemigos acérrimos de estas aves. La aridez de la zona se extendía a todo lo largo del límite con La Rioja mostrando un suelo desnudo en

partes y nuestro regreso se hacía largo, cansador, monótono. En un primer momento se veían los grandes

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cardones semejando figuras humanas y el clima áspero se fue transformando en uno más llevadero, a

medida que llegábamos a la cuesta de la Sébila, con su abundante vegetación. El atardecer nos obligó a apurar la marcha y sin otros matices interesantes llegamos a la capital, teniendo

a nuestra derecha las sierras de Ancasti. Aquí nos despedimos de estos catamarqueños que tan bien nos

atendieron y que tanto nos mostraron de su provincia.

MISIONES

Desde hacía unos años nos conocíamos, a través de cartas, con don Alberto Roth. Un hombre que desde

muy joven se estableció en la provincia de la tierra colorada, donde comenzó a cultivar la yerba mate y el

té. Muchas técnicas sobre manejo y conservación del suelo y cultivos naturales fueron volcados en una

serie de artículos titulados "Cartas misioneras" que se publicaron en diarios de Posadas y en forma periódica

me los enviaba. Esa pasión común por la conservación de la naturaleza hizo que sin conocernos,

simpatizáramos uno con el otro. Fue así que no podía dejar de ir a su establecimiento en Santa Pipó, para

conocerlo personalmente. Llegué a su casa, rodeada de selva virgen, al atardecer. Cuando nos vimos parecía que nos conocíamos

desde hacía años. A los pocos minutos ya estábamos caminando por sus jardines, y a cada paso me

explicaba el porqué de cada cosa. Todo aquello constituía un lugar de ensueño. Las represas sobre un arroyo formaban piletas de aguas

transparentes, los grandes lapachos estaban cubiertos de flores amarillas y en la copa de los árboles se

movían cientos de pajaritos de plumas coloridas. Cuando la noche caía escuché un sollozo que salía de lo profundo de la selva —es el urutaú— me comentó

don Alberto. Es un ave que se parece a un dormilón, presenta una coloración apagada y tiene la costumbre

de posarse sobre los troncos, por lo cual pasa desapercibido. Una leyenda trata de explicar las costumbres y el grito de esta ave, y dice que "había un muchacho bueno

que recibía permanentemente mal trato de su hermana, que era muy mala. Determinado día salió a cazar y

se clavó una espina. Cuando acudió a ella para que lo curara, solo encontró negativas. La muchacha no

quiso sacarle la espina y además derramó la miel que podía aliviar al muchacho por el suelo. Para vengarse el hermano la invita a dar un paseo por el monte. Encuentran un camoatí y le dice a la

hermana que suba para extraer la miel. Esta lo hace envuelta en una bolsa y suspendida por una soga.

Cuando está arriba el hermano la ata y comienza a golpear a las abejas, para luego disparar. Las abejas

enojadas comienzan a picar a la muchacha, la cual pide desesperadamente auxilio a su hermano y comienza

a llorar y a gritar. Sus ojos se hincharon de tanto llorar y también su boca por las picaduras, transformándose en un ave de

plumaje oscuro y cuyo grito se parece a un sollozo, que repite: donde estás... donde estás..." Aquella noche, antes de la cena don Alberto me presentó a su hija y el esposo. Ambos tienen un orquideario,

que constituye un espectáculo visual inolvidable al ofrecer cientos de especies de orquídeas florecidas. Con

su amabilidad y entusiasmo explicó las características de varias de ellas, al ver esto cualquier botánico

quedaría maravillado.

Mientras cenábamos en la galería, volvieron a mi mente los recuerdos de aquellos libros de aventuras que

leía con entusiasmo sobre las riesgosas expediciones al Amazonas o al África. Todo era muy similar, el

calor, los mosquitos, el ruido de los insectos y por momentos el silencio de la selva que envuelve todo en

su misterio. La familia Roth me brindó una habitación para pasar la noche. Cansado y con sueño me dormí rápidamente.

Parecía que habían pasado pocos minutos, cuando un fuerte grito me despertó. Era el del urú, ave selvática

que deja oír su fuerte grito en las madrugadas. Nuestra charla con el dueño de casa continuó a la mañana siguiente. Concluyó sus explicaciones sobre

técnicas de cultivo para la yerba mate y de varias plantas más, de sus luchas cuando llegó a la provincia,

de sus preocupaciones por la destrucción del suelo, de la flora, de la fauna y del ambiente misionero. Compartiendo sus inquietudes, agradecí sus atenciones, nos saludamos y partí para las ruinas de San

Ignacio. Estas junto con otras, perdidas en la selva, constituyen el mudo testimonio de lo que fueron las

Misiones de la Compañía de Jesús, allá por los siglos XVII y XVIII. Luego de la expulsión de los jesuítas

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esas construcciones durmieron varios años en la penumbra de la selva, hasta que se comprendió su

verdadero valor y fueron limpiadas y reconstruidas en parte. Una recorrida permite comprobar las

dimensiones colosales que habían tenido estas misiones y el orgullo para los misioneros, de saber que en

su tierra se desarrolló una de las experiencias sociales más importantes en América, al pensar en la

estructura socioeconómica y cultural que ahí se había instalado. Quedan de estas ruinas una gran parte de

la amplia iglesia, con sus esculturas y bajo relieves ornamentando su estructura, también un gran patio con un reloj solar y

circundado a su vez por aulas y depósitos. Al cruzar la Sierra de Misiones, en el centro de la provincia, el camino ondulado y serpenteante, dibuja

arabescos entre los cerros boscosos y al llegar a su punto de máxima altura se divisa la inmensidad de aquél

manto verde. La selva aquí es densa formando una pared verde a los costados de la senda, arraigada a un

suelo rojizo y teniendo como techo el azul del cielo. Aparecieron algunos aborígenes de mediana estatura, luciendo sus mujeres el torso desnudo y ofreciendo

todo el grupo familiar, sus artesanías. Retomé la ruta 14, hacia Bernardo de Yrigoyen, a la cual estaban asfaltando. Las inmensas máquinas daban

por tierra con los gigantescos árboles, dando paso al "progreso". Un progreso necesario y cruel, que algún

día convertirá en pálido recuerdo un mundo de verdor y belleza. Era tal vez un último viaje por aquella

ruta, tan primitiva, tan pintoresca, que ya mostraba tramos de liso asfalto, desvíos, árboles caídos y puentes

en construcciones. Muy poco habitada era la región y solo se veían una que otra casa en los claros, donde

el hombre le ganó a fuerza de machete y hachas a la selva. De tanto en tanto se apreciaban grandes extensiones de selva quemada, "rozados", algunos todavía humean-

tes. Los grandes troncos semiquemados, otros negros de hollín eran los mudos testigos de una devastación

dolo-rosa. Todo esto para dar paso a una plantación de pinos, kiris, araucarias o a la nada. Una vez más me pregunto ¿ y esto hasta cuándo continuará ? Siento mucho por las plantas, el suelo, todo,

pero ¿y los animales que allí vivieron ¿hacia dónde fueron? ¿Cuántos nidos con huevos y pichones se

habrán perdido, cuántas crías y diferentes mamíferos habrán muerto? y otros... y otros... y además una

muerte horrible. Y el que, escapa a esta muerte ¿hacia dónde irá? ¿habrá el hombre dejado en algún lugar

su hábitat?.... Los rayos solares pasaban a través de la vegetación y en los claros del camino se veía la impresionante bola

de fuego anaranjada que formaba el sol al entrar en el horizonte. Con este imponente atardecer fui llegando

al Parque Nacional Iguazú. Y precisamente aquí me encontré con un viejo amigo, Mauricio. Un andariego

y destacado naturalista que vivía en esos momentos en Iguazú, hoy no sé. Aquella noche mientras cocinaba un guiso de arroz, nuestra conversación convergía hacia el tema que nos

apasionaba, los animales. En la charla de sobremesa me preguntó si había recorrido alguna vez las cataratas

de noche, la verdad, no. A los pocos minutos caminábamos por las pasarelas iluminadas por la luz de la

luna, tan límpidamente reflejada en la quieta superficie del agua. La selva era silencio y los espacios

abiertos atronaban con el ruido del agua que caía. Realmente, un espectáculo encantador. Creo que pocas

personas han tenido la oportunidad de apreciar y de vivir estos momentos. Un ruido producido por el movimiento de hojas secas desvió nuestra atención hacia el suelo y con la tenue

luz de la linterna vimos una comadreja que andaba en busca de su comida entre otras cosas —huevos y

pichones de aves—. Al verla me pregunté si no sería aquella del cuento que decía: "el zorro, muy ocupado

en cazar perdices, iba deslizándose en un surco tan despacio y con tanto disimulo que ni un terrón se movía a su paso. Pero por mucho que el color de su pelaje se confundiese

con el color del suelo, el benteveo lo vio desde su nido y no pudo contener las ganas de hacerlo saber a

todos. ¡Bien te veo, bien te veo! Gritó a toda voz. El zorro se paró y renegando a media voz, dijo: Es un imbécil

que se quiere hacer el vivo. Y se escondió esperando que pasase la burla. Mientras tanto, una comadreja overa había oído los gritos del benteveo, fijándose en el sitio de donde

salían. El benteveo dejó su nido y se fue a reír del zorro. ¡Bien te veo, y bien te veo, y bien te veo! Y la comadreja, haciéndose la zonza, le preguntó a quién le gritaba así. El benteveo le enseñó al zorro

escondido; pero la comadreja se hacía la ciega y buscaba al zorro sin quererlo ver, persiguiendo y

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entreteniendo a preguntas al benteveo, pidiendo que se lo enseñase mejor, y el benteveo se lo enseñaba,

recreándose en burlarse de la comadreja, de la que pensaba que era o muy corta de vista o muy zonza. Hasta que se acordó de los pichones que había dejado abandonados en el nido, y volvió allá con su vuelo

de relámpago amarillo. No encontró ya a los pichones; se los había llevado la compañera de la comadreja overa, mientras su

consorte lo entretenía con mil preguntas". ¡Pobre del zonzo que se quiere hacer el vivo, en vez de cuidarse del vivo que se está haciendo el zonzo! En los días subsiguientes recorrimos la selva acompañados por Justo, un gran conocedor de la misma, de

la vida y costumbres de los animales y además servicial, comedido y voluntarioso. Aprendí mucho de este

correntino.

En plena selva me llamó la atención una cruz de madera. Me explicó Justo que ahí quedó para siempre un

guardaparque, cuando fue sorprendido por el fuego de unos cazadores furtivos. Concluí en que la ambición del hombre suele llegar a extremos desmedidos; en este caso creyó válido matar

a un ser humano para poder capturar y vender algunos animales o sus cueros. Rindo mi humilde homenaje

a aquél bravo guardaparque. El grito fuerte de un pájaro, irrumpió en el silencio selvático, cantaba desde lo alto de una rama, haciendo

alarde de sus habilidades para tal fin. Poco me costó darme cuenta que se trataba del pájaro campana, cuyo

estridente canto es inconfundible, y así cantando de rama en rama se fue esfumando en la inmensidad de

la selva. Llama también la atención ver en las palmeras que están en rededor de las habitaciones humanas, los nidos

de los boyeros, que semejando bolsas alargadas, cuelgan de las hojas de esas plantas. ¿Pero por qué

construidos en palmeras que están próximas a donde vive el hombre? La respuesta es la siguiente: la dieta

del tucán incluye entre otros ingredientes, los huevos y pichones de los boyeros, por eso estas aves han

buscado la protección del ser humano. Los tucanes no llegan tan fácilmente hasta donde está el hombre, y

es así como aquellos negros pájaros encontraron una manera interesante de sobrevivir. Otra acción riesgosa —que me recordó la vivida en los acantilados de Puerto Deseado— fue la de meterme

debajo de las cataratas, porque allí, detrás de la caída del agua, sobre la piedra, nidifican los vencejos. Estas

aves son comunes en la zona y se parecen a las golondrinas, con quienes son confundidos frecuentemente

por los profanos. Estos vencejos se "zambullen" entre las aguas o por detrás de la caída para posarse en la pared rocosa. El

nido es un pequeño platito de liqúenes y musgos. El ruido que produce el agua y la sensación de miedo de

estar detrás de una catarata, es realmente emocionante. Llegaba a su fin una nueva excursión, cuando en un remoto lugar del río Iguazú encontré una canoa que

me era familiar. Era la misma que habíamos bautizado, años atrás, con Marc —el norteamericano que

estudiaba los yacarés— el cual había proseguido sus estudios aquí y antes de regresar a su patria, la dejó

anclada en ese río.

MENDOZA Y SAN JUAN Llegó el mes de enero y con él las ansiadas vacaciones y por primera vez en un viaje familiar nos acompaña

tía Meche. A nuestro paso por Concarán, en la provincia punta-na, la maestra Dora Ochoa de Masramón, nos alcanzó

un escrito donde ella explica la fauna que viera don Luis Jo-fré, cuando fundó San Luis de Loyola de Nueva

Medina de Río Seco, y en uno de sus párrafos dice: "En la horqueta del algarrobo la pareja de horneros

entona sus dúos de amor conyugal, frente al nido levantado más que con paja y barro, con el cariño infinito

que es plegaria de vida, prolongación de la especie. Humilde y montaraz, el horneri-to (i), copetón y de

reducida talla, el más gauchito de los pájaros criollos, en la acepción de gracia y donaire, construyera

también su pequeño hornito y dialogara con su pareja con tintineos de cascabeles ante los reclamos del

vivir: el nido, los hijuelos: el amor. Es que, si el hornero, es insignia de patria, el hornerito, casi ignorado,

es emblema de nuestra condición de púntanos". Con estos pensamientos tan cariñosos sobre estos albañiles

y promediando la calurosa media tarde llegábamos a Mendoza. Sorprendente fue ver sus modernas autopistas, que

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permitían rápidos desplazamientos, con la tranquilidad de sus habitantes tomando en plena tarde sus

refrescos y cerveza en las mesitas de los bares y confiterías, que a esa hora ya estaban instaladas en las

amplias veredas, cubiertas por la inmensa y fresca sombra de los plátanos. Si, efectivamente, era una

tentación y como somos muy "tentados" nos detuvimos en uno de los esos lugares a beber la cerveza

mendocina. Luego de la refrescada continuamos hacia nuestro destino de aquel día: Uspallata. La nueva ruta, luego de

pasar por unos túneles, nos permitió estar ahí en poco tiempo. Aquella continúa con su estado impecable

hasta el límite con Chile, lugar a donde fuimos al día siguiente. Almorzamos en las orillas de una pequeña laguna, en el camino al Aconcagua. Precisamente éste con su

inmensidad, todo cubierto de nieve, constituía una nota poco común para nosotros, litoraleños

acostumbrados a la llanura. Nunca habíamos almorzado teniendo como frente o como fondo, al coloso de

América. Los nieves eternas enmarcaban desde sus cimas el apacible vuelo del cóndor, imponente y

soberbio, hasta ir esfumándose en el firmamento. En una de mis caminatas, vi salir de entre las piedras a una persona, que por su aspecto, era escalador y por

su manera de caminar me di cuenta que algo le pasaba. Me aproximé y al querer entablar conversación,

vanos fueron mis esfuerzos, no hablaba castellano y creo que no hablaba nada. Luego de una señal, donde

me indicaba su pecho y su nariz, me di cuenta de su estado. A los pocos minutos apareció otro, pero éste

si hablaba. De esta manera me explicó que ellos eran Suizos y junto con otros compañeros quisieron escalar

el Aconcagua. El no tuvo suerte y le tocó bajar con su amigo, el que había sufrido los efectos de la falta de

oxígeno y el frío. El rostro de ambos reflejaba todo el esfuerzo y penurias que habían sufrido. Muy cerca de Uspallata se encuentra un lugar llamado Las Bóvedas. Estas son construcciones de paredes

de barro y piedras, con techos en forma de cúpula. Se supone que el General San Martín las ocupaba para

almacenar mercaderías y para la fundición de municiones y fabricación de armas. Es interesante también desde aquí conocer la cuesta de los Caracoles, que con sus cientos de curvas y desde

3.000 metros de altura muestra un espectáculo sorprendente. En el sentido de nuestra marcha, el camino

baja y baja, teniendo a los costados hondonadas gigantescas y precipios que dan vértigo, igualando en

belleza a la cuesta de la Chuca, en Catamarca y la del Obispo en Salta. Por la ruta 39 y en pleno valle de Uspallata, con rumbo norte, por un camino enripiado, que en ciertos

momentos me recordaba a alguno de la Patagonia, con su rala y baja vegetación, y luego de 57 kilómetros,

entramos ya por asfalto, a la provincia de San Juan. Desde aquí se comenzaba a ver a nuestra izquierda,

otro de los colosos de los Andes: el cerro Mercedario, de 6.770 metros de altura. Unos kilómetros más y nos desviamos para conocer el observatorio "El leoncito", lugar donde la provincia

tiene además una Reserva Natural que lleva el mismo nombre. Sobre el medio día, almorzamos en las

orillas del río de los Patos, en la localidad de Calingasta, donde los sembrados, los árboles y el paisaje

cordillerano, alegran el espíritu. A la sombra de un sauce instalamos nuestra mesa con sus asientos. Las

cristalinas aguas del río corrían velozmente llevando la humedad necesaria para que los pobladores de la

zona puedan cultivar diversos frutos, principalmente manzanas y uvas. Al continuar viaje hacia la capital de la provincia tuvimos que esperar unos minutos porque no estaba

habilitada al tránsito. Esta ruta lleva el número 20 y es una de las pocas que tiene nuestro país con tránsito

dirigido. En ciertos horarios se va en un sentido y en otro horario en sentido contrario. Luego de andar unos

kilómetros nos dimos cuenta del porqué de esta medida. El camino en muchas partes era muy angosto y

con numerosas curvas, bordeaba al río San Juan hasta llegar a la ciudad del mismo nombre. El clima en las montañas era benigno, a pesar del intenso sol, el viento fresco y durante la noche la tempera-

tura era agradable. Pero al llegar al llano nos dimos cuenta de la diferencia. Calor de día y calor de noche.

Además de mosquitos. San Juan nos sorprendió por sus cuidadas calles y aceras. Las veredas brillaban como no habíamos visto

en otra parte del país. Luego de hacer las visitas clásicas: la casa natal de Sarmiento, algún viñedo, una

bodega, el Museo de Ciencias naturales y otras, decidimos ir a Jáchal. Pero aquél día muy cerca de la plaza

principal y cuando regresábamos de cenar, vi algo que realmente me decepcionó. No pensé que todavía

existieran personas que se dedicaran al comercio de pájaros. Ese negocio tenía para la venta cientos de

pajaritos, desde corbatitas, cabecitas negras y cardenales, hasta brasitas de fuego y otras. Estaban hacinados

en míseras jaulas, muchos enfermos y otros moribundos. Fue muy grande la indignación que sentí y me

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hice mil preguntas ¿cómo pueden existir seres que tengan tan poca compasión con los animales? ¿Cómo

se permite esa venta ? ¿ De qué sirven todas las campañas educativas que hacemos desde hace años? Con el sabor amargo de esta triste experiencia y sin poder sacar de mi mente esos pobres pájaros, nos

fuimos hacia el norte de la provincia, hasta las termas de Agua Hedionda, las que deben su nombre al

feo olor (a huevo putrefacto) de sus aguas, debido a su composición sulfurada. Desde la estrecha

quebrada de Huaco, se veían brotar de la piedra a los vencejos (aves parecidas a golondrinas). Esto se debía

a que precisamente en los pequeños huecos de las laderas de las montañas, estas aves tenían sus nidos. Pero

todos éstos están colocados en lugares prácticamente imposibles de llegar. Había cientos y nuestra

presencia los había alborotado. Sus alas relativamente largas y estrechas les permitían volar y planear a

gran velocidad. Cerca de aquí tratamos también de localizar un nido de cacholote. Este pájaro pertenece a la familia del

hornero y hace un nido muy grande de palitos. En los raquíticos arbustos, estos nidos sobresalen, por eso

no nos costó mucho trabajo localizar uno. Fui con Martín a ver su contenido, primero una foto y luego lo

abrimos un poco y grande fue la sorpresa al ver que en su interior había una culebra. Esta se asustó tanto

como nosotros. A los pocos metros hallamos otro, pero este contenía una rata, la que también rápidamente

huyó. Aparentemente había terminado la época de postura y estos animales buscan refugio en estos nidos

abandonados, tratando de protegerse del sol y de sus enemigos. Una majada de ovejas cruzaba cansinamente la ruta, yendo por detrás un niño morochito, con sus ropas

semiroídas e inmerso en su soledad. Al verlo cruzó por mi mente aquel cuento del águila y el niño: "era un águila muy corpulenta y atrevida,

que tenía atemorizada a toda la comarca, por el daño que hacía en los rebaños y majadas. Pero un día, cayó

en una celada preparada para terminar con su vida. Herida de muerte, cayó al pie de un barranco, de un correntoso riacho y allí Pedro, un niño de 8 años la

encontró mientras cuidaba sus ovejas. Sin titubear la metió en una bolsa, la llevó al rancho y esquivando

las miradas de sus padres, la puso entre la leña que guardaban para hacer pan, debajo del horno. Agonizante

el animal se entregó humildemente a los cuidados del niño. Llegó la noche y Pedro no pudo dormir

pensando que haría para que no se muera. Al amanecer, largó la majada y se dedicó a escondidas a cuidar

su herido. Con unos palitos y una enredadera, entablilló el ala quebrada, con resinas de árboles, curó las heridas de

las patas; puso agua en un tarrito y salió a buscar gusanos y lauchas para darle de comer. Así pasaron los días y las semanas hasta que llegó el día de darle de alta. Fuerte, vigorosa, batió sus alas,

lanzó un chiflido fuerte a manera de agradecimiento y el niño la vio perderse en las nubes. Pasaron varios meses, llegó el verano anunciado por lluvias torrenciales, los campos se inundaron y el

arroyo manso y tranquilo se convirtió en un río turbulento y arrasador. Ignorando el peligro, Pedro, cruzó

un paso de troncos, como lo hacía habitualmente, pero erró pie, cayó al agua y fue arrastrado por la

correntada. Sus gritos de auxilio retumbaron en la quebrada, una y otra vez. De repente, como un relámpago

apareció desde el cielo un ave grande, fuerte, que con sus potentes garras, lo tomó por la espalda y lo llevó

hasta el patio de su rancho, ante la atenta mirada de sus padres. ¡Era el águila curada por Pedro! ¡Fue la recompensa por haberle salvado la vida!"

El camino bordea el río Jachal, el cambiante paisaje hacía llevadero aquellos kilómetros, aliviando en

parte la acción del viento que levantaba arenillas y los fuertes destellos del astro Rey. Así llegamos a Rodeo, población que tiene una avenida de sauces, los que dan una sombra inmensa, que

alivió en parte nuestro calor. Descansamos unos minutos y llegamos a Pismanta, la que es conocida por

sus termas. Tal nombre perteneció a un cacique Huarpe. El clima seco, a 1.700 metros de altura sobre el

nivel del mar, sus aguas —sulfatadas, carbonadas, sódicas— son curativas y emergen a temperaturas entre

los 20 a 45 grados. Al regresar hacia Talacasto en unos paredones llenos de huecos vimos unas parejas de jilgueros oliváceos.

Prestamente con Martín bajamos del auto y él —a quién le gusta escarbar— fue el primero en subir, por el

empinado y resbaladizo paredón. Luego de ver dos o tres, gritó desde lo alto que lo había picado una víbora. Me extrañó que en ese lugar hubiera alguno de esos reptiles y fui a ver qué pasaba cuando nuevamente

gritó que lo habían picado y además que su color era marrón.

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A todo esto Graciela desde abajo gritaba a más no poder. Cuando llegué a él, me mostró la mano y no había

signos de picadura, pero igualmente decidí escarbar la cueva para determinar quién estaba. Llegué al fondo

de la misma sin que apareciera algún morador. Grande fue la sorpresa de Martín al ver que su "víbora" no

era tal. Graciela seguía vociferando muy asustada, hasta que logramos convencerla que todo no fue más

que un susto. Tal vez Martín quedó sugestionado de la culebra del día anterior y aquí solamente se había pinchado con

la punta de una piedra y de ahí toda esta historia. Ya comenzaba a caer el sol y nuestro viaje tocaba a su fin. Nuevamente aquella noche en un restaurante de

la capital sanjuanina, degustamos los últimos vinos de este viaje. Tía Meche pasó la prueba de fuego. Fue una acompañante ideal, nunca se quejó a pesar de todas nuestras

paradas para la observación de plantas y bichos. Solamente lo hacía, si no conseguíamos un buen lugar

para comer. A todos siempre nos gustó probar las comidas y vinos típicos del lugar que visitábamos, a

pesar que a veces es preferible un buen bife.