Insomnio / Nowevolution

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    Ttulo: Insomnio.

    2016 Sergio Moreno Montes. Ilustracin de portada:Alberto Gngora. Diseo Grfico: Nouty.Coleccin:Volution.Director de coleccin:JJ Weber.Editora:Mnica Berciano.

    Primera Edicin Junio 2016Derechos exclusivos de la edicin.nowevolution2016

    ISBN: 978-84-945295-1-1Depsito Legal: GU 89-2016

    Esta obra no podr ser reproducida, ni total ni parcialmente enningn medio o soporte, ya sea impreso o digital, sin la expresa noti-ficacin por escrito del editor. Todos los derechos reservados.

    Ms informacin:www.nowevolution.net / Web

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    Para mi padre. Algn da yo mismo te contar estahistoria, no lo dudes. Y todas las que sea capaz de vivirhasta que volvamos a vernos.

    Para Ana, porque de uno de sus sueos surgi la idea

    para esta novela.Y para Alberto y Laura, que me prestaron su casa

    para ambientar su mayor parte.

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    Porque la duda y el misterio son el ms irresistible de losseuelos, y ningn nuevo horror puede ser ms terrible que latortura diaria de la vulgaridad.

    H.P. Lovecraft

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    PRIMERA PARTE

    EXTRAOS ACONTECIMIENTOS

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    Como todas las maanas desde hace ya dos largos aos, Cares Gmezve filtrarse los primeros rayos de luz del inminente amanecer desde

    su refugio entre las sbanas. Echa un rpido vistazo al despertadorque reposa sobre la pequea mesilla de noche: las seis y cuarto. Halogrado dormir una hora escasa, pero no le importa. Est demasiadoacostumbrado a vivir insomne. Deja pasar quince minutos sin mover-se, esperando un sueo que, como ya sabe, le ser negado. Despus,cuando su cuerpo comienza a obedecerle, retira las sbanas que locubren y se sienta sobre el borde de la cama. Toda su piel est cubier-ta por pequeos moratones, por heridas que no sangran salvo en su

    mente. Mira a su alrededor con los ojos cansados y llorosos, contem-plando la pequea habitacin en la que lleva intentado dormir desdeque abandon la casa de sus padres.

    La luz del alba ilumina los pocos muebles que le rodean confirin-doles un aspecto sucio y usado, como si acabaran de ser vendidos enalgn mercadillo de barrio y el sol les estuviese dando la ltima capade barniz.

    Se levanta y comienza a vestirse despacio, con el cansancio del in-somnio que padece latindole en cada msculo y articulacin. Tienela sensacin de que olvida algo importante, que debe hacer algo conun objeto que no es capaz de recordar, pero el sueo nubla su memo-ria, dispersa sus pensamientos. Quiz lo recuerde ms tarde.

    Una vez vestido, se dirige hacia el bao a travs del oscuro pasilloque lo separa de la habitacin con pasos lentos, arrastrando los piespor el suelo. Cuando llega, abre la puerta y entra para completar el

    ritual matutino de mirarse la cara frente al espejo.No hay grandes cambios: sus ojos son dos canicas azules que flo-

    tan sobre unas enormes ojeras; la boca sigue teniendo esa fea mueca

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    de indiferencia que adopt al poco tiempo de que el plcido y repa-rador sueo lo abandonara; los pmulos estn tan hundidos que lapiel parece cubrir tan solo el hueso que hay debajo. Es, en definitiva,la misma cara que lleva viendo cada maana desde aquella noche enque su vida cambi para siempre.

    De repente, la imagen de un vaso estallando bajo su mano emergedesde lo ms profundo de su memoria, un recuerdo no deseado quele provoca un sbito escalofro. De fondo se oye la voz de un anti-guo amigo suyo preguntando: Qu ha pasado, to?, y l, borrachocomo una cuba y muerto de miedo, no responde. Despus solo hay unvaco oscuro y mucho tiempo desperdiciado.

    Aleja el recuerdo sacudiendo la cabeza, lo que le provoca un levemareo y un desagradable zumbido en los odos. Se lleva las manos a lafrente y apoya los codos sobre el sucio lavabo hasta que la sensacinva desapareciendo.

    Cinco minutos ms tarde sale del bao, algo mejor peinado quecuando entr y con los ojos un poco ms abiertos, aunque su carasigue siendo una mscara de agotamiento y apenas hay color en ella.

    Se dirige a la cocina de la misma manera, arrastrando los pies y

    muy despacio. Los cuadros, que cuelgan sombros sobre las paredesde la casa, parecen rerse de l. Uno, que muestra a una hermosa mu-jer de cabello rubio recostada sobre un divn, lo mira con irona desdela pared ms cercana a la puerta de la cocina. Cuando llega hasta l loarranca del clavo que lo sostiene y lo arroja al suelo de la habitacin deinvitados, siendo la mujer que ahora yace sobre el deformado lienzolo ms parecido a una persona que ha entrado all desde que se muda-

    ra. No hay furia ni desesperacin en el acto. Lo hace como si fuera loms normal del mundo. Ni siquiera su cara cambia de expresin; lasemociones prcticamente lo han abandonado desde hace ya muchosmeses.

    Pasa junto a los restos del lienzo con indiferencia y entra en la co-cina bajo la atenta mirada de la mujer, cuyo rostro ha quedado irreco-nocible tras el violento impacto contra el suelo. Una vez all, abre elfrigorfico y coge uno de los seis bricksde leche que contiene. No hay

    nada ms, salvo una tableta de chocolate caducada y a medio comer.Cierra la puerta del aparato y abre uno de los armarios que hay sobrela pila, que se encuentra anegada de platos sin fregar y vasos que an

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    contienen los restos de lo en que su da fuera caf. Ahora, grumos deleche cortada flotan en su interior como diminutos y pestilentes ice-bergs. El olor es nauseabundo, aunque Cares no parece darse cuenta.

    Coge un vaso limpio de los pocos que quedan en el armario y cie-rra la puerta. Saca un sobre de caf instantneo de un cajn y una cu-charilla de otro, lo pone todo sobre la mesa que se encuentra pegada ala pared y se sienta en una maltrecha silla de madera. Abre el brickdeleche y llena el vaso hasta la mitad. Despus rasga el sobre de caf y loaade muy despacio. Lo remueve durante casi cinco minutos mien-tras sus ojos miran hacia un lugar que parece encontrarse a millonesde kilmetros de all. Cuando por fin regresan, miran lo que hay sobre

    la mesa a pocos centmetros del vaso: una vieja fotografa, un papel enblanco y un bolgrafo de color azul.Cares deja el mareado caf y coge la fotografa. La mira. Sus ojos se

    llenan de lgrimas. Llora durante veinte largos minutos.Despus, se levanta de la silla y coge un cigarrillo del paquete que

    descansa sobre la encimera, lo enciende con una cerilla que encuentrasobre un bote de comida y le da una profunda calada. Lo deja sobreel borde de la mesa mientras exhala el humo en un gran anillo y coge

    el bolgrafo.Pone el papel frente a l y comienza a escribir. Tarda casi dos horas

    y seis cigarrillos en acabar, pero cuando lo hace se siente mejor. Dealguna manera acaba de liberarse de una pesada carga.

    Coge de nuevo la fotografa y se ve junto a sus padres y su hermanocuando solo tena ocho aos. Sus ojos an no son dos canicas que hanperdido cualquier tipo de esperanza o ilusin por vivir. Su cara no

    es la horrible calavera que ve cada maana frente al espejo, sino unamuestra de lo feliz que un da, no haca demasiado tiempo, haba sidosu vida. Aprieta los dientes y deja con suavidad la fotografa sobre lamesa. Despus le da una ltima calada al cigarrillo, lo arroja sobre losplatos sucios y se dirige hacia el saln de la casa.

    En su centro, solitaria, hay una silla. Se acerca a ella, la mira duran-te unos segundos y despus se sube, dejando uno de sus pies apoyadoen el respaldo. Alza la vista y agarra la soga que cuelga del techo. Tira

    de ella deseando que sus conocimientos de bricolaje sean suficientespara que el techo pueda soportar sus sesenta y cinco kilos al caer.

    Se pone la soga al cuello con solemnidad.

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    Contempla la puerta de su mal llamado dormitorio, las sombrasque an moran en su interior a pesar de la creciente luminosidad ysonre. Por primera vez en ao y medio.

    A ver si aqu podis quitarme el sueo proclama con un gestode sorprendente paz en el rostro.

    Despus inclina la silla sobre el respaldo, pone todo su peso sobrel y se deja caer con las manos entrelazadas a la espalda. Un fugaz pen-samiento acerca de una caja que descansa bajo el armario es lo ltimoque cruza su mente, pero demasiado tarde.

    La soga cruje y un par de pequeas grietas que aparecen en el te-cho dejan caer unas nubecillas de polvo sobre su cabeza, mientras su

    cuello hace un ruido sordo y seco cuando se parte al intentar soportarel peso del resto del cuerpo.Y casi en el mismo instante, la vida le abandona y Cares Gmez

    Ulloa se convierte en un cuerpo inerte que se bambolea con los ojosen blanco mientras arroja una sombra siniestra sobre el suelo del sa-ln.

    Le habra alegrado saber que sus conocimientos de bricolaje fue-ron suficientes.

    Veintin meses antes, sus padres haban denunciado su desapari-cin.

    Y tres das despus, la polica encuentra su cuerpo.Cuando el forense llega a la casa y ve el cadver an colgando de

    la improvisada soga, lo que ms llama su atencin es la expresin desu cara.

    Nunca ha visto sonrer a un muerto.

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    Dios mo, no s cmo empezar esta carta. No s lo que quierocontar, ni tampoco s si contarlo sera justo o correcto. Solo ne-

    cesito desahogarme, despedirme antes de que la locura que ya seapodera de m no me deje decir adis. No me odiis, por favor,ni os preguntis por qu. De nada servira que os lo contara yaunque lo hiciera, tengo la vaga sospecha de que no podrais en-tenderlo.

    Siento este ltimo ao y medio. Siento no haber llamado.Siento no haber dado seales de vida. Siento Bueno, sientotantas cosas que ya de nada sirve pedir perdn. Supongo que

    despus de esto todos me consideraris un cobarde. O creerisque me he vuelto loco. De alguna manera creo que lo estoy. Oquiz es solo el cansancio, no lo s. Tengo tanto sueo Tenisque hacerme un ltimo favor, aunque solo sea por los que no oshe pedido en todo este tiempo: no intentis averiguar nada, por

    favor. No quiero que esto que me ha llevado a elegir el ltimo ca-mino tampoco os deje dormir a vosotros. Solo eso. Dios, estoy tan

    cansado No s cunto tiempo me habr llevado escribir estaspocas lneas, pero siento que ya es hora de acabar. Se me duermela mano qu irona! y la cabeza me da vueltas al intentar

    pensar en lo que siento. Tengo miedo. Lo he tenido desde aquellamaldita noche. Algo sucedi, pero es todo lo que puedo contaros.

    Lo dems ya no importa. Os quiero. Siempre os he querido. Perono poda dejar que vierais cmo me iba deshaciendo poco a pocohasta consumirme. Ha sido mejor as. Escribir nunca ha sido lo

    mo, eso lo sabes bien, Gus, pero creo que en este momento mesiento capaz de escribir mi propio epitafio:

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    Que nadie perturbe mi sueo,que nadie me haga despertar.

    Que la oscuridad que tanto anhelo ya ha llegado,y quiero que me abrace para poder olvidar

    No es perfecto, pero es todo lo que mi cabeza puede dar de s.Debajo podis poner lo que queris. No s cmo acabar esta car-ta, en realidad. Supongo que cuando deje de escribir ser como sios diese un abrazo por ltima vez, as que es mejor que sea ahoraque mis ltimas fuerzas no me han abandonado del todo.

    Os quiero. Espero veros, dentro de mucho.

    Cares Gmez Ulloa

    Esto es lo que dice el amarillento folio con manchas de caf queGustavo, el hermano de Cares, se encuentra leyendo en la soledad desu habitacin. Las lgrimas estn ausentes, pero su lugar lo ocupa undolor mucho peor; un vaco que ya nunca nada podr llenar.

    Esa es la puta y triste realidad. Y como Gus pues as le gusta quele llamen puede comprobar en ese momento, duele como un pualclavado en el corazn.

    Por qu, to? murmura a las paredes. Joder, por qu?No hay nadie en la casa que pueda responder o unirse a sus des-

    esperadas preguntas. Sus padres se encuentran an en el tanatoriode la M-40 junto al maquillado cadver de su hermano, rodeados de

    flores de fragancia mortecina, velas que estn a punto de apagarsey familiares y amigos que intentan hacer algo que en esos momen-tos es imposible: consolar su pena. Su mujer trabaja hoy hasta tardebajo el suelo de Madrid, en alguna estacin del Metro, as que sunica compaa son los reprimidos sollozos que escapan de su boca.

    La luz que se filtra a travs de las cortinas de la ventana lo envuelveen lo que podra considerarse un abrazo, pero el suave calor que debe-ra sentir sobre su cuerpo se asemeja ms a pequeas estacas de hielo

    que recorren su espalda como lpidas en un cementerio.Gus quera mucho a su hermano. Y ahora su hermano est muer-

    to; se ha quitado la vida de una de las maneras ms horribles que

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    puede imaginar. Piensa que ha sido una suerte que su cuello se par-tiera al instante, evitndole unos interminables minutos de agona.De nuevo las lgrimas afloran en sus ojos, pero no llegan a derra-marse. Es el fuerte de los dos hermanos a pesar de ser el menor.

    Cares haba sido dos aos mayor que l, hasta aquel momento.Exactamente piensa sin darse cuenta, hasta el crackde su cuello.Ahora los aos pasarn sobre l sin mirarle siquiera mientras se llevanel precioso tiempo que corresponde a los que an son dueos de suscuerpos.

    Mientras se enjuga las lgrimas con la manga de su jersey, Guspiensa que quiz eso es lo peor de todo. Que el paso del tiempo cuan-

    do se deja atrs a un ser querido parece transcurrir tan despacio quedetiene el mundo a nuestro alrededor de forma indefinida. Piensa queolvidar muchas cosas de su hermano de las que ahora tiene casi unafotografa instalada en su cerebro. Y le duele. Joder, si le duele.

    Qu haba pasado durante esos casi dos aos desde que Caresdesapareci sin dejar rastro? Pensar que esa pregunta pueda no obte-ner respuesta le carcome por dentro como la picazn de un milln dehormigas. Y a pesar de ello Gus no deja que la tristeza y el desnimo

    le atenacen.La rabia, sin embargo, logra apoderarse de l por un momento y le

    obliga a arrugar el amarillento folio entre sus manos y a tirarlo al otrolado de la habitacin mientras una maldicin escapa de sus labios.Despus se queda contemplando la insignificante bola de papel en laque su hermano, apenas cuatro das antes, haba plasmado sus ltimospensamientos antes de ahorcarse en una pequea habitacin de una

    casa situada en el barrio de Lavapis.Ahora no pareca significar nada, pero las palabras que contenahaban forjado una imagen nada agradable en su mente. Y quiz algopeor: estaban comenzando a fabricar una idea. Una idea que una veznacida, comenzar a echar brotes y no parar hasta florecer.

    Es curioso cmo a veces el camino que toma nuestra vida dependede hacer caso a algo que surge en nuestra cabeza de manera fortuita ycmo solemos preguntarnos despus qu habra pasado si lo hubi-

    semos ignorado.Gus lo har, pero esa idea an va a tardar un poco en hacer acto de

    presencia.

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    A veces tambin olvidamos la tranquilidad que nos brinda la ig-norancia.

    Mientras la bola de papel amarillento le mira desde el rincn conirona, junto a unas pequeas pelusas, el sonido del telfono de la casale sobresalta. Durante un instante su pulso se acelera y nota un cos-quilleo en el estmago. Sin dejar de mirar el papel arrugado deja quesuene una, dos, tres veces. El contestador automtico salta y expandepor las habitaciones su habitual mensaje, con la voz alegre y divertidade Gus.

    Y l, sentado sobre la cama con la mirada fija sobre cierto puntodel suelo mientras la idea sigue forjndose muy despacio en alguna

    parte de su inescrutable cerebro, piensa que tardar mucho tiempoen recuperar ese tono de voz.

    Hola, soy Gus. Ahora no estamos en casa, probablementeestemos trabajando para poder pagar las facturas del aparato alque ests llamando, as que deja tu mensaje y, si eres tan amablede esperar uno o dos meses, acabaremos por llamarte en algnmomento. Gracias!.

    A pesar de sus pensamientos, Gus no puede evitar sonrer ante elmensaje del contestador. Ni siquiera recuerda cundo lo grab.

    Gustavo, soy mam dice la voz al otro lado.Gustavo, piensa. Solo me llama as cuando est muy preocupada

    o cabreada. O muy triste.Sus ojos no se han apartado en ningn momento de las ltimas

    palabras de su hermano, que yacen en el suelo formando frases inco-nexas.Por favor, ven cuando puedas al tanatorio, hijo Un sollo-

    zo y un murmullo de consuelo inundan la casa como un viento fromientras las palabras quedan silenciadas. Nos haces falta aqu. Ven,por favor. Ms sollozos. Un beso, cario.

    Despus de un ltimo lamento resignado la madre de Gus cuelgael telfono y un pitido pone final a la grabacin.

    No quiero verle dice Gus. Las lgrimas le empapan los ojosuna vez ms.

    Y sin embargo se levanta de la cama, coge el abrigo de cuero quecuelga detrs de la puerta y sale de la habitacin tras echar una ltima

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    mirada a la bola de papel amarillento que reposa sobre el parqu. Cie-rra en un puo la mano derecha, se la lleva a los labios para besar elpulgar por el lado de la ua y dice:

    Voy a descubrir qu te pas, Cares. Te lo prometo. Me da iguallo que digas en tu maldita carta. Lo siento.

    El sonido de la puerta de la calle al cerrarse con brusquedad resue-na en el interior de la oscura vivienda hasta apagarse por completo,sumindola en el ms absoluto silencio. Y aunque todas las ventanasde la casa estn cerradas a cal y canto para mantener alejado el froinvierno de Madrid, la pequea bola de papel que yace en el suelo dela habitacin se mueve unos pocos centmetros, como empujada por

    la desconfiada mano de un nio invisible. Despus, se queda inmvil.Sobre su curva e irregular superficie lo nico que se puede leer es elnombre de Cares.

    Y mientras eso sucede, en otro rincn de la habitacin, en el huecoque deja el armario ropero entre l y la pared y al cobijo de las tuberasdel gas que serpentean sobre el rodapi, una sombra sin forma pareceacurrucarse y desaparece por una minscula fisura entre dos listonesdel parqu.

    La idea ya ha comenzado a forjarse. Y desde este momento no ha-br vuelta atrs.

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    Es un da soleado, pero en las sombras que proyectan los edificiossobre la acera se acumulan pequeos montoncitos de hielo a medio

    derretir y la temperatura no sube de los cinco o seis grados.Los nios corren por las calles con gruesos abrigos de colores chi-llones y gorros de lana con bolas colgando, aunque hay algunos quellevan esos otros que imitan cabezas de animales. Sus padres no andanlejos y charlan entre s mientras giran la cabeza de vez en cuando paravigilarlos.

    Algunos ancianos sonren y caminan sin prisa alguna por el Paseode Federico Garca Lorca, mientras los gorriones saltan y gorjean en-

    tre las desnudas ramas de los rboles que lo circundan y las fuentesque les sirven de bao y bebedero. Uno de ellos vuela hasta la finacapa de hielo que se ha formado sobre su superficie y avanza a saltitoshacia una pequea grieta, donde se inclina y bebe un par de sorbitosrpidos. Despus emprende el vuelo de regreso hacia un lugar del quesolo l tiene conocimiento. Ms nios adelantan a los ancianos, mon-tados en raudas bicicletas. No se libran de escuchar algn insulto a

    sus espaldas.Pero hoy, el seis de enero del 2015, les pertenece. Nada puedealterar sus radiantes estados de nimo. Y en el madrileo barrio deVallecas no hay una sola calle, un solo parque o una pista de de-portes que no se encuentre invadida por risas estridentes y por unasaludable y reconfortante algaraba.

    Han pasado dos meses desde la muerte de Cares, y su hermano,algo ms animado que la ltima vez que lo vimos, pasea de la mano de

    una hermosa mujer por lo que los vallecanos siempre han llamado, yseguro que siempre llamarn, el Bulevar.

    Pero a pesar de que el buen humor es casi su forma de vida, en unrincn de sus ojos an se puede ver el desangelado rastro de tristeza e

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    impotencia que ha dejado la muerte de su hermano mayor. La mujerque le sostiene la mano con dulzura tambin es capaz de ver ese vaco.Ella juega con ventaja: lleva diez aos contemplando esos ojos verdes.Bien sea haciendo la comida, hablando de cine un arte del que losdos son grandes enamorados, o escrutando la oscuridad en su bus-ca mientras las sbanas se deslizan por sus cuerpos desnudos, los ojosde Gus no entraan ningn secreto para ella.

    O al menos eso es lo que piensa Myriam en ese mismo instante.Dejando atrs el laberinto de piedras esculpidas que se encuentra

    al comienzo del Bulevar sobre el que descansan algunos grabadosabstractos rindiendo homenaje al poeta que da nombre al paseo, la

    joven pareja llega a la primera fuente, que arroja sobre la capa de hie-lo cuatro regueros de agua desde los caos que surgen de su crculoexterior.

    Ninguno habla, pero no es un silencio incmodo. Es ese tipo de si-lencio que conocen bien las parejas que llevan mucho tiempo juntas,ese en el que las palabras no se hacen necesarias porque su ausenciale brinda un romntico significado. Los dos guardan el silencio de losenamorados.

    Sin soltarse de la mano caminan hacia un banco de madera que seencuentra bajo un rbol desnudo y se sientan en l. A su espalda sealza el edificio del colegio Honduras, sus puertas cerradas, sus patiosvacos. Los ladrillos de los gruesos muros exteriores son los nicosque pueden escuchar la muda conversacin que nuestra pareja man-tiene.

    Gus, ests bien, cario? dice Myriam al cabo de un rato.

    El silencio que los envolva se ve sustituido por gritos entusiastasy risas descontroladas. Ms nios pasan corriendo frente al banco enel que se encuentran sentados, con juguetes nuevos entre sus brazos.

    S. Es solo contesta Gus, pero su frase queda inacabada.Mira la cara de su mujer, sus hermosos ojos marrones, la inquietud

    que mora en ellos. Sonre.Tranquila. Pasa un brazo sobre su hombro y lo aprieta con la

    mano en un hermoso gesto. Ya sabes que este ltimo mes ha sido

    un poco malo, si debo ser optimista. Supongo que todo se arreglarcon el tiempo.

    Gus tiene razn. El ltimo mes ha sido una mierda para l. Ape-nas tuvo la mala noticia del suicidio de su hermano, coincidi que

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    la empresa en la que trabajaba sucumbi a la crisis que atravesaba elpas y su puesto de trabajo en la imprenta fue suprimido para recor-tar gastos. Al menos le haban dejado la puerta abierta, le habanprometido recuperar su puesto si las cosas comenzaban a mejorary le haban arreglado sin ninguna pega los papeles para que pudieracobrar la prestacin por desempleo, adems de concederle la mayorindemnizacin a la que poda aspirar tras el despido. Nada le habadicho a Myriam acerca de las horas que trabajaba all de forma oca-sional y que cobraba en negro, porque era una firme defensora de queun trabajo por el que no se cotiza no merece la pena; por no hablar desus pensamientos acerca de trabajar mientras se est cobrando el paro.

    No se senta orgulloso de ello. Le dola mentir a su mujer, pero tenanque pagar una casa cuya letra no paraba de crecer cada seis meses.En los siete aos que llevaban casados era la primera vez que lo hacay detestaba la sensacin que le produca, pero hasta que consiguieraencontrar otro trabajo no tena otra opcin. Adems, tena intencinde contrselo cuando todo se arreglara. Saba que le iba a caer unabuena bronca, pero cuando uno lleva casado tantos aos tiene quesaber cundo agachar la cabeza y aguantar el chaparrn.

    Gus acerca sus labios a los de Myriam y le regala un beso con losojos cerrados. Como siempre, el efecto narcotizante que provoca seextiende por el cuerpo de Myriam como una exhalacin. Dura soloun instante, pero gran parte de su preocupacin ha desaparecido. Sumarido siempre ha posedo ese precioso don.

    Te apetece que comamos fuera de casa? No me apetece cocinarnada, la verdad. Yo invito le dice despus. De sus ojos parece haber

    desaparecido todo rastro de preocupacin.Myriam le mira y sonre. Su ojo derecho bajo el cual un bonitolunar semeja una lgrima tatuada que Gus adora, se cierra en unguio de complicidad mientras, en tono burln, dice:

    No. Hoy invito yo, querido. Sera una enorme grosera por miparte dejarte pagar cuando ests en el paro, no crees?

    Gus sonre y pellizca el brazo de su mujer con algo de fuerza ha-ciendo que esta pegue un gritito y le mire con fingida indignacin.

    Muy bien, querida, quiero el men ms caro y ms grasientoque sirvan en cualquier hamburguesera del barrio. Y lo quiero ya.

    Pero si son las doce y media de la maana!

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    Ya lo s, pero es que buscar trabajo me da mucha hambre, que-rida.

    Vale, vale. Pero deja ya lo dequerida, que me haces sentir comouna abuela.

    Con una sonrisa dibujada en los labios, ambos se levantan del frobanco de madera y echan a andar por el Bulevar en direccin a la igle-sia que se encuentra al final del mismo, con su torre llena de nidos decigeas. Desde donde ellos se encuentran, los hermosos pjaros pa-recen pequeas figuras blancas sobre el tejado, silenciosos centinelasde lo que bajo ellos acontece.

    Mientras se dirigen hacia uno de los bares que ocupan la pequea

    plaza a los pies de la iglesia y que suelen frecuentar debido a la granaficin por las magnficas tapas que se sirven junto a la cerveza,el silencio vuelve a instaurarse entre ellos, y aunque sigue siendo elsilencio de los enamorados, esta vez la cabeza de Gus no se halla ocu-pada por su preciosa mujer ni por ningn pensamiento afn a ella.Durante ese silencio Gus piensa en su hermano. Piensa en el papelarrugado sobre el que escribi y que ahora reposa en un cajn de lamesilla de noche junto a su cama, despus de haber sido recogido del

    suelo hace casi dos meses y alisado entre amargas lgrimas que conte-nan ms rabia que pena.

    La idea casi ha florecido por completo. Pronto su nctar se verderramado sobre una masa gris repleta de atareadas neuronas que lolibarn como si de microscpicos colibres se tratasen. Y sus aleteosdesenfrenados harn que Gus sea capaz de procesarla y de convertirlaen un acto que cambiar su vida para siempre.

    Mientras l y su mujer disfrutan del sano placer del tapeo en esafra pero soleada maana del da de reyes y la idea adopta su formafinal antes de ser liberada, las cigeas comienzan a saludar a sus pa-rejas sobre la torre de la iglesia.

    Las campanas comienzan a taer marcando la una de la tarde enun barrio que, de no ser por el alboroto de cientos de nios que co-rren por sus bonitas calles, disfrutara de una agradable tranquilidad.

    La cuenta atrs empieza con ese sonido.

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    Dos das despus, Myriam se prepara para ir a trabajar mientras Gusan ronca envuelto en una funda polar con la almohada entre sus ma-

    nos y un pie fuera de la cama. Lo envidia durante unos instantes yse dirige al bao del segundo piso del tico en el que viven, para nodespertarle con el ruido.

    Myriam trabaja como taquillera en el Metro y ese da le toca reali-zar una sustitucin en la lejana estacin de Ciudad Universitaria, asque se ha levantado antes que de costumbre para prepararse el habi-tual desayuno de cereales, leche y zumo de naranja que toma antes deafrontar cada nuevo da. Eso y una ducha con agua caliente es todo

    cuanto necesita para sentirse una persona a las seis de la maana.En poco ms de cuarenta y cinco minutos el cabello castao, que

    lleva recogido en una larga coleta, se seca y Myriam est lista para salira la fra calle de aquel enero, pero antes de eso se acerca con sigilo aldormitorio y le da a Gus un beso en la frente a la vez que le susurra:

    Buen da, cario.Mientras los tacones de sus botas arrancan un elegante sonido al

    parqu al alejarse hacia la puerta y el suave olor de su perfume quedaflotando en el aire, Gus intenta abrir un ojo que se resiste a abandonarel reino de Morfeo y se da cuenta de que va a ser imposible.

    Buen da, mi amor farfulla en una jerga casi ininteligible des-de la cama.

    Myriam lo escucha, pero no se da la vuelta. Va algo apurada a pesardel madrugn.

    Gus no tarda ni dos segundos en volver a dormirse. La puerta de

    la calle se cierra con suavidad y se escucha el sonido de la llave dandodos vueltas. Durante tres horas ms solo el silencio llenar las habita-ciones, acompandolo en la an sombra casa.

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    Cuando por fin despierta dirige sus pasos hacia el bao y se dauna larga ducha para despejarse. El reloj que cuelga sobre las paredespintadas de gris del saln marca las nueve en punto. Es madrugadorpor naturaleza y ni siquiera los fines de semana aguanta hasta ms delas diez en la cama aunque haya trasnochado.

    Esa maana de jueves, que ha amanecido con el cielo cubierto denubes y amenaza con descargar una fra lluvia sobre la capital, no con-seguir deprimir ms a Gus, cuyos pensamientos desde que la efectivaducha consiguiera aclararlos, giran en torno a su hermano Cares.

    Qu me pasa hoy? se dice mientras toma un sorbo de caf yenciende un cigarrillo sentado en la pequea cocina del tico.

    Fuera, las nubes grisceas flotan sobre el cielo como una procesininfinita de malos presagios. La idea est casi a punto. La flor se abre einunda de color el cerebro de Gus. Un sorbo de caf ms y otra caladaal cigarrillo y se transforma en un impulso que llega hasta ese puntoen el que las ideas se renen para ser liberadas por las palabras queellas mismas crean.

    Y piensa: Alguno de los amigos de Cares tendra que saber a qu serefera con eso de que algo pas aquella noche, no?.

    Ah est. Ese pensamiento le inunda la mente y eclipsa todo lodems. Pero una frase garabateada sobre el papel amarillento con latorpe caligrafa de su hermano aparece al instante para acompaarlo;la ltima plegaria de un ser desesperado: No intentis averiguar nada,

    por favor. No quiero que esto que me ha llevado a elegir el ltimo caminotampoco os deje dormir a vosotros. Solo eso.

    Gus da la ltima calada al cigarrillo y se acaba el caf que descansa

    frente a l en la encimera con un gesto de impaciencia. Deja la taza enel fregadero y se dirige al dormitorio, donde una vez dentro abre elcajn en el que guarda la nota de su hermano. La ve en el fondo, es-condida bajo una camiseta que lleva impresa una imagen del Drculainterpretado por Christopher Lee, y sin ningn motivo aparente unescalofro recorre su espalda, pero no experimenta temor o incomo-didad alguna.

    Gus no es una persona que suela hacer mucho caso a lo que otros

    consideraran una premonicin o un mal augurio, as que la saca y sequeda mirndola por cuarta vez desde que la polica se la entregara asus padres y ellos la arrojasen a la basura das despus. Se sienta en la

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    cama que an no ha hecho y la lee de nuevo. Las sensaciones quele provoca no han variado ni un pice a pesar del tiempo transcurrido.

    Le cuesta no echarse a llorar, pero lo consigue. E igual que laprimera vez que la leyera en ese mismo sitio, la rabia hace acto depresencia.

    Esta vez el impulso no es arrugar la carta y arrojarla al suelo, sinolevantarse de un salto y dirigirse hacia el saln. All, sobre la ampliamesa de color negro que se encuentra frente al televisor est lo quenecesita. Coge su telfono mvil y comienza a buscar un nmero enparticular. S, an lo tiene. Y en la imagen que ve, sobre l, hay unnombre:Pelos. En realidad es un mote, pero Gus recuerda el verdade-

    ro nombre que hay detrs.Qu habr sido de ti, Pablo? dice en voz alta mientras unainfinidad de sensaciones le recorren por dentro.

    Aunque lo ignora, ya ha decidido que va a llamarle para preguntaracerca de la noche que menciona Cares en su carta, pero no ahora. Nose puede llamar a gente de la que no sabes nada desde hace ms de dosaos a las diez de la maana. Y mucho menos para preguntarle acercade un amigo muerto.

    Adems, tiene algo que hacer. Debe ir a casa de sus padres para ha-cerles compaa. La nica manera que tienen de superar la prdida deun hijo es aferrarse a otro con todas sus fuerzas, y Gus lo sabe. A partirde ahora deber cargar tambin con el tiempo que Cares ocupaba ensus vidas, y aunque es algo que no le pesa, se permite odiar por unossegundos a su hermano por ser tan cobarde.

    Veinte minutos despus est vestido y sale a la calle para encami-

    narse hacia el ambulatorio de la calle Fuentiduea. Detrs de l, enun bloque de edificios pintados de blanco que poseen un jardn a suentrada, viven sus padres.

    En el cielo, unas nubes que cada vez se van tornando ms grises yamenazan con descargar una lluvia glida, avanzan sin descanso haciael sur, alejndose de la figura que camina solitaria sobre el pavimentoagrietado de las calles para intentar animar a las dos personas que ledieron la vida.

    Y en su propia casa, al amparo de las sombras que provocan laspersianas que ha bajado por completo, algo comienza a suceder. Algoha escuchado la pregunta que Gus se hizo en voz alta. Y entiende loque va a hacer a continuacin.

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    Unas pequeas piedras comienzan a moverse en la jardinera quese halla en la terraza. Puede no parecerlo, pero ese acto requiere unesfuerzo considerable.

    Y como todo acto que llega a suceder, tendr consecuencias.

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    El da ha pasado deprisa. Las nubes finalmente no han descargado yGus lleva un par de minutos andando cabizbajo de vuelta a su casa.

    Sus padres no han querido salir, a pesar de que les ha insistido bastan-te. Supone que es demasiado pronto ni siquiera l se hace an a laidea de que no volver a ver a su hermano, a pesar de todo el tiempoque pas desaparecido hasta que la polica descubri su cadverpara que sus padres consigan animarse un poco, pero la impotencia esun sentimiento fro y persistente que no consigue alejar de su cabeza.Se estremece solo de pensar en cunto tiempo necesitarn para darsecuenta de que, pese a todo, la vida sigue. De que uno de sus hijos ya

    no est pero hay otro que lucha por salir adelante. De que por muchaslgrimas que derramen ya solo les quedan los recuerdos.

    Mientras pasa por delante de la ltima casita baja que sobrevive enla calle de Eulogio Pedrero, entre los edificios de nueva construccin,intenta alejar la desagradable sensacin que se apodera de l y saca sutelfono mvil del bolsillo de su abrigo. Son las ocho y media de latarde, la noche comienza a caer sobre el tranquilo barrio cuando llega

    hasta el portal treinta y cinco de la misma calle y se decide a realizar lallamada que lleva postergando desde la maana.Creo que no me voy a quedar tranquilo hasta que llame a Pablo

    y hable con l, se dice.La decisin ya est tomada. La idea ha cumplido su propsito y se

    va desvaneciendo de la cabeza de Gus, dejando espacio para otras quean no se han concebido.

    Saca las llaves y abre el portal para despus subir los pocos pelda-

    os que lo separan del ascensor que se encuentra frente a l. La puertametlica pintada en rojo parece una gran advertencia que le pasa des-apercibida por completo.

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    Una vez arriba, en el tercer piso, sale del ascensor y gira hacia laderecha para llegar hasta la puerta de su casa y el felpudo que descansaa sus pies. Se siente bastante agotado a pesar de que no ha sido un daen el que se haya movido mucho, pero supone que es el cansanciomental lo que le hace sentirse as. En gran parte, no est equivocado.

    La puerta se abre con suavidad bajo el seductor tintineo del metaly Gus entra en la casa. Deja las llaves en el sexto peldao de la escalerade caracol de madera que conduce a la amplia buhardilla del dplexuna costumbre que Myriam no consigue quitarle a pesar de sus es-fuerzos, y cuelga su abrigo en el perchero que pende de la paredque ha dejado a su espalda. El habitual silencio le da la bienvenida

    con el mismo entusiasmo de siempre. La oscuridad reina en la casa.Apenas unos pocos rayos de luz mortecina presentan batalla sobre elsuelo del saln mientras se filtran por el gran ventanal que lo comu-nica con la terraza. Y a pesar de que la calefaccin est encendida, latemperatura no alcanza los diez grados.

    Joder Me he dejado la ventana abierta? dice mientras en-tra en el saln frotndose los brazos y deja su telfono y un paquetede tabaco sobre la mesa.

    Las cortinas bailan tras el sof que se encuentra pegado a la cris-talera de la terraza, abrazadas a la fra brisa que se cuela por la aber-tura de unos veinte centmetros que separa la hoja de la ventana dela pared. El atrapasueos que pende del techo del saln se balanceamientras sus plumas acarician el aire que las rodea.

    Menuda cabeza tengo. Menos mal que he llegado antes queMyriam.

    Su mujer es bastante reacia a pasar fro sin necesidad, una de laspocas cosas que la ponen de mal humor. Mientras se acerca a la venta-na para cerrarla se da cuenta de que la persiana est subida hasta casialcanzarle los hombros.

    Jurara que la dej bajadaDe repente, el miedo aparece en su cuerpo. Ser posible que haya

    alguien en la casa?, parece preguntarse. Echa un rpido vistazo a laterraza a travs del cristal y se asegura de que la puerta que comunica

    con la cocina en el exterior est cerrada. As es. Sin mucha conviccin,se dirige hacia el interruptor de la luz y lo oprime casi esperando quealguien salte sobre l, pero aparte de la sbita aparicin del resplandorde las bombillas nada sucede.

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    Gus mira a su alrededor. Todo parece estar en orden. Sale del sa-ln y se dirige a la cocina. Ah tampoco hay nadie, tan solo el verderesplandor del reloj del microondas. Aun as, enciende la luz mientrasse da la vuelta para avanzar hacia los dormitorios que se encuentranfrente a l. Desde el hueco de la escalera que conduce a la buhardillase cuela un fugaz halo de luz que proyecta sombras siniestras sobreel parqu. Sin encender la lmpara del recibidor, se dirige hacia lahabitacin donde duerme cada noche con Myriam. La puerta estcerrada. Gus siente cmo el vello se le eriza detrs del cuello.

    Est seguro de que l la dej abierta.Temblando, vuelve despacio hasta la cocina, sin dejar de mirar ha-

    cia la puerta del dormitorio, y coge un cuchillo del soporte que haysobre la encimera. Tiene alguna razn para hacerlo? No lo sabe, peroas se siente un poco ms seguro. Gus no es una persona temerosahace mucho tiempo que busca una pelcula de terror que consigadarle miedo de verdad, pero la valenta no est reida con la teme-ridad.

    Con el cuchillo por delante y a paso silencioso, se dirige de nuevohacia la puerta del dormitorio y se para frente a ella. Despus, trata de

    escuchar algo al otro lado.El silencio es lo nico que se oye.Sin mucha decisin, agarra el picaporte con la mano izquierda

    mientras la derecha sostiene el arma a poca distancia de la puerta. Apesar del fro, una perla de sudor le baa la sien cuando su mano co-mienza a girarlo. Por la rendija que empieza a abrirse hacia el interiorde la habitacin se cuela un hilo de luz roja que baa el cuerpo y el

    rostro de Gus. Una de las lmparas de noche est encendida sobre lamesilla y su luz da un aspecto siniestro a la estancia, pero no hay nadafuera de su lugar y la cama sigue igual de deshecha que por la maana.Eso s que recuerda haberlo olvidado.

    De repente, algo suena en la buhardilla. Ha sido un golpe seco,como si algo se hubiese cado.

    Hay alguien ah? pregunta mientras sale del dormitorio y seasoma con visible nerviosismo al oscuro hueco de la escalera.

    La luz que penetra por los tragaluces del tejado dibuja la ttricasilueta de los peldaos sobre el suelo y las paredes. Gus, cuya vista seha acostumbrado a la oscuridad en los pocos minutos que lleva en lacasa, no es capaz de distinguir nada en ellos.

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    Eres t, Myriam? No seas cabrona, ta! Me ests acojonando!grita con nerviosismo. Pero algo le dice que su mujer no tiene nadaque ver con lo que est pasando.

    Aferrndose al cuchillo con las dos manos, comienza a subir lospeldaos que conducen a la buhardilla. Su corazn late desbocadoy no es capaz de calmarlo con buenos pensamientos. Estos parecenhaberse evaporado.

    Mientras sus deportivas arrancan pequeos gemidos quejumbro-sos a la madera que pisan en su ascenso, comienza a pensar en qudebera hacer en caso de que descubra a alguien en la buhardilla. Noes que tenga muchas opciones, a decir verdad. Sus gritos habrn sido

    escuchados por el hipottico ladrn y a ella solo se puede acceder des-de la escalera por la que ya asoma su cabeza, as que le vera muchoantes de que tuviese tiempo de reaccionar. Resignado, sigue subiendomientras en el cuchillo aparecen dbiles brillos metlicos provocadospor la luz que se cuela desde los tragaluces.

    Un par de pasos ms y Gus ya es capaz de vislumbrar la ampliaestancia que conforma la buhardilla. Se detiene mientras sus ojoscomienzan a escrutar la oscuridad. Al fondo puede ver las grandes

    libreras que reposan apoyadas en la pared. A su derecha, la ducha,que se encuentra junto a las escaleras, deja caer una gota cada pocossegundos, marcando un tiempo que a l se le hace eterno.

    Hay alguien ah? vuelve a preguntar. Hola?No obtiene ninguna respuesta.Alejando por un instante los miedos infundados que recorren su

    mente, Gus termina de subir las escaleras y enciende la luz de la bu-

    hardilla. Echa un vistazo alrededor y se cerciora de que no hay nadieen ella. Una mejor observacin de la estancia le muestra lo que haprovocado el ruido que ha escuchado desde el piso de abajo. Hay unlibro con las pginas abiertas reposando sobre el suelo.

    Cmo se habr cado? se dice. Y comienza a acercarse hacial.

    Se agacha, lo recoge y se da cuenta de que hay una pgina arranca-da, que se cae cuando lo levanta entre sus manos. Es una edicin en

    tapa dura de las obras completas de Lovecraft, y su portada muestrauna representacin bastante siniestra de un ser que parece surgir deuna pared con doloroso esfuerzo. Est abierto por la primera pgina

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    del relato preferido de Gus,Ex Oblivione, y la pgina que est arran-cada muestra su primer pasaje:

    Cuando me llegaron los ltimos das, y las feas trivialidadesde la vida me hundieron en la locura como esas gotas de aguaque el torturador deja caer sin cesar sobre un punto del cuerpo desu vctima, dormir se convirti para m en un refugio luminoso.

    En mis sueos encontr un poco de la belleza que haba buscadoen vano durante la vida, y pude vagar por viejos jardines y bos-ques encantados.

    Gus conoce ese relato a la perfeccin, pero no le encuentra sen-tido al hecho de que esa pgina en concreto haya sido arrancada. Dehecho, la primera reaccin que tiene es de pura rabia. Sus libros aligual que su amplia coleccin de pelculas, son quiz sus bienesms queridos y por nada del mundo dejara que nadie los maltratase.

    Con el libro en la mano vuelve a mirar alrededor, muy extraadopor el suceso, cuando un nuevo ruido en el piso de abajo hace quesu vello vuelva a erizarse. Dobla la pgina que ha sido arrancada y la

    guarda en un bolsillo de su pantaln mientras alza el cuchillo frente al. Deja el grueso tomo en el lugar que le corresponde en la librera ymira hacia el hueco de la escalera. Ahora no le cabe ninguna duda deque algo extrao est pasando en su casa.

    Muy despacio, comienza a bajar por la escalera mientras intentamantener la calma. Intenta convencerse de que solo habr sido algoque se ha cado debido a la corriente de aire que se cuela desde la

    terraza, pero en su interior sabe que no es as. Ha sonado comobueno, pareca que alguien estuviese removiendo el contenido dealgn cajn, o algo as.

    Joder, Gus. Qu coo ha sido eso? se dice en voz alta. Creerecordar que hablarse a uno mismo ayuda a alejar el miedo en ese tipode situaciones.

    Una vez abajo, intenta localizar el origen del nuevo ruido, peroeste ha cesado en cuanto ha puesto un pie sobre la planta principal.

    Comienza a caminar hacia la cocina mirando en todas direccionescon visible nerviosismo. Las sombras que se mueven sobre las pare-des cuando algn coche pasa por la calle y sus faros les dan vida soloconsiguen ponerle an ms nervioso. Y algo peor: Gus ha visto dema-

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    siadas pelculas de terror y ha ledo innumerables libros de idnticatemtica. Eso, unido a una imaginacin desbordante, hace que sea ca-paz de imaginarse miles de escenas perturbadoras sucediendo dentrode su casa.

    El miedo que tanto anhela cuando est sentado en el sof de labuhardilla viendo alguna pelcula en su viejo proyector est ahora tanpresente dentro de su cuerpo que apenas es capaz de respirar sin so-bresaltarse por su propio sonido.

    Mientras se encuentra junto a la puerta de la entrada y mira haciael saln, se da cuenta de que en su dormitorio ya no luce la roja lam-parita que descansa sobre la mesilla. Con mucha cautela, comienza a

    caminar hacia la puerta mientras el cuchillo que agarra con tantafuerza que sus dedos casi han perdido el color se sita a una alturay en una posicin que permita su rpida utilizacin en caso de necesi-dad. Sin el resplandor que antes la envolva, la habitacin se encuentrasumida en la ms absoluta oscuridad.

    Qu est pasando aqu, joder? murmura.Sabe que no debera, que lo ms sensato sera salir de la casa en ese

    mismo instante y esperar quiz a que Myriam llegue del trabajo para

    entrar de nuevo en ella y encarar los extraos sucesos con la seguri-dad que otorga la compaa de otro ser humano, pero en lugar de esoextiende el brazo hacia el interior de la habitacin y comienza a palparla pared en busca del interruptor de la luz. Sus latidos se disparan y eltiempo parece avanzar muy despacio hasta que la punta de su ndiceencuentra el plstico que lo recubre y lo pulsa con ansiedad.

    La luz inunda la estancia y Gus puede ver que uno de los cajones

    de su mesilla est abierto, y su contenido calcetines, calzoncillos yun par de camisetas con imgenes de antiguas pelculas de terror dela Hammer, est esparcido por el suelo. An ms nervioso y asusta-do, echa a andar hacia el fondo de la habitacin tratando de no hacerruido. Cuando llega al punto donde la habitacin se ampla, se asomarpidamente hacia su derecha blandiendo el cuchillo.

    No hay nadie en la habitacin.Un poco ms tranquilo, se acerca hasta la mesilla y mira en su inte-

    rior. Se da cuenta enseguida de que hay algo que ha desaparecido delcajn que est abierto: la nota de suicidio de su hermano.

    Pero qu coo? se dice. Y se da la vuelta para mirar haciala entrada de la habitacin.

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    Por una fraccin de segundo, sobre el gran espejo que sirve depuerta al armario del dormitorio, cree ver una extraa sombra, algoque se mueve y desaparece tan rpido que apenas tiene tiempo paraasimilarlo.

    Vale, Gus. Esto no est pasando, to. Ests acojonado y has cre-do ver algo porque tienes los nervios desquiciados. Tranquilzate, deacuerdo? se dice, intentando calmarse un poco.

    Pero no sirve de nada. Las manos le tiemblan y su cabeza se llenade visiones horrendas y turbadoras. Ahora s que es capaz de sentirque algo no anda bien en su casa; de saber que sea lo que sea que estpasando, supera con creces cualquier horrible pesadilla que haya po-

    dido tener. Consigue juntar algo de valor para hacer avanzar uno desus pies en direccin al saln. El otro le sigue a los pocos segundos.Sin saber muy bien cmo, pues sus ojos estn entrecerrados por

    el esfuerzo de intentar ver cosas que no deberan existir, llega al salny all se detiene, escrutando la oscuridad reinante en busca de algoanormal. Las cortinas siguen bailando tras el sof. El atrapasueos semece de manera escalofriante suspendido del fino sedal que lo sostie-ne. Los sonidos de la calle le llegan amortiguados, lejanos, un ruido

    de fondo sin intencin de destacar.Gus no es capaz ni de hablarse a s mismo para intentar calmarse.

    Solo puede seguir avanzando con el cuchillo an en alto y una horri-ble sensacin en el pecho. Sus pasos le acercan hasta la ventana quehay tras el sof y sus ojos se centran en ella, pero no hay nada fuera delugar. Con mucho cuidado, alarga la mano hasta la cinta de la persianay la sube despacio hasta que puede ver con claridad el exterior de la

    amplia terraza. Tampoco all hay nada extrao.El aire fro que se filtra desde la abertura parece rebajar un leveporcentaje de miedo en su mente, y animado por esa engaosa sen-sacin, abre la ventana de la terraza por completo y sale al exterior,dejando que la helada que comienza a caer implacable sobre las callesinunde el saln de la casa.

    La terraza est desierta. La mesa plegable y las sillas de madera quel y Myriam suelen usar en las frecuentes cenas con amigos permane-

    cen cubiertas por un plstico y atadas entre s, inevitables presas delmal tiempo. La puerta de la cocina est cerrada, pero por su cristalse cuela, amortiguada por un vinilo semitransparente, una luz que daalgo de color a las baldosas del suelo.

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    Gus se acerca hasta la barandilla que da a la calle, aparta el brezoque la cubre y se asoma con la mirada suplicante hacia los pisos quehay enfrente. Casi todas las cortinas estn corridas y no hay nadie ala vista, tan solo el resplandor azulado de las televisiones que estnencendidas tras ellas.

    Vale, to. Ya passe dice. No s qu ha sido eso, pero yapas. Ests muy cansado y hace dos meses que tu hermano mayor hamuerto. Ha sido el estrs y tu puetera imaginacin exaltada, nadams. Hazte unas palomitas y chate una partidita a la consola hastaque llegue Myriam, vers como dentro de un rato te ests descojonan-do junto a ella de todo esto.

    Con esas palabras an en sus labios, se da la vuelta para volver alinterior de la vivienda y sus ojos van a caer sobre la jardinera que seencuentra en la esquina de la terraza, lindando con el saln.

    En ese lugar s que hay algo extrao.Movido por el aire en espasmdicos movimientos, un papel se agi-

    ta sobre la tierra que sustenta la nica planta que crece en su interior.Gus se acerca hasta all, y en cierto modo no le sorprende lo que ve: elpapel que all se encuentra es la nota de su hermano.

    Lo que s consigue asustarle son las piedras que se encuentran a sulado formando una nica y amenazante palabra:

    DJALO

    Gus coge el papel mientras mira la inquietante amalgama de pie-dras que conforman la palabra y lo guarda junto al pasaje de Lovecraft

    que descansa en su bolsillo.No sabe qu pensar.Djalo, se dice. Ni siquiera es capaz de imaginar a qu se refie-

    re el extrao mensaje, pero en su cabeza comienzan a tomar formaciertas ideas que solo puede catalogar de descabelladas. Y mientrasla temperatura corporal de su cuerpo baja cada vez ms debido al frodel exterior y al propio miedo que siente, el sonido de su telfono m-vil le sobresalta al sonar sobre la mesa del saln y hace que su corazn

    casi le salte del pecho.Myriam acaba de mandarle un mensaje.

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    Un par de horas ms tarde, cuando la medianoche agoniza en las agu-jas del reloj y la casa ya est algo ms caliente gracias a los radiadores

    que Gus ha subido al mximo, el telfono mvil vuelve a sonar.En el mensaje que haba ledo con el pulso acelerado, tras abando-nar la fra terraza y borrar las huellas del extrao suceso esparciendolas piedras por toda la jardinera, su mujer le haba informado de quetena que quedarse a doblar el turno para ayudar al jefe de estacin deCiudad Universitaria, pues haban surgido unos problemas con lossistemas informticos y deban solucionarlos lo antes posible. Des-pus de leer el mensaje y maldecir a los ordenadores por hacer que su

    mujer se tuviese que quedar ms horas tan lejos de su casa y tan lejosde l, haba decidido darse una buena ducha para intentar calmarse ypensar un poco en lo que haba pasado. La ventana de la terraza en-treabierta y la persiana subida; la puerta de su dormitorio cerrada y laluz de su mesilla encendida; un libro cado en la buhardilla con unapgina arrancada; la nota de su hermano desapareciendo de su cajny apareciendo en la terraza junto a una palabra formada con piedreci-

    tas sobre la tierra de su jardinera Pareca que en su casa hubiesenaparecido fantasmas de la noche a la maana.Sentado en el sof de la buhardilla mientras encenda un cigarro

    detrs de otro, Gus haba intentado asimilar los extraos aconteci-mientos durante un espacio de casi tres horas sin conseguir sacar nadaen claro. Haba abierto una lata de cerveza y haba seguido dndolevueltas al asunto hasta que sac la nota de suicidio de Cares y la leyuna vez ms. Por favor, no intentis averiguar nada era una de las

    frases que ms desconcertado lo tenan. No quiero que esto que meha llevado a elegir el ltimo camino tampoco os deje dormir a vosotrosera otra de ellas. Por unos momentos se haba sorprendido pensandoen si su hermano tambin habra vivido alguna experiencia similar a

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    la suya, pero lo haba descartado con la misma rapidez. Cares nuncahaba credo en espritus ni nada relacionado con el ms all. Soladecirle que bastante malo era ya este mundo como para pensar en quehubiese otro an peor. Y tambin estaba esa otra frase: Tengo miedo.

    Lo he tenido desde aquella maldita noche. Algo sucedi, pero es todo lo quepuedo contaros. Lo dems ya no importa.

    Gus la haba entendido a la perfeccin en aquel momento. Nohaba parado de mirar en todas direcciones mientras su casa volvaa la normalidad tras el extrao incidente. Qu era aquello de lo queCares tena miedo? Qu haba sucedido esa noche? Record la lla-mada que haba pospuesto aquella lejana maana. No haba vuelto

    a pensar en ella.Pablo T tienes que saber algo. Fuiste como otro hermanopara l , se haba dicho.

    Y entonces haba comenzado a sonar el telfono. Era Myriam denuevo, pero esta vez no era un mensaje.

    Ahora, mientras habla con ella, su voz transmite un estado de ner-viosismo que raras veces le ha escuchado. Tiene que haber pasadoalgo grave.

    Tranquila, cario. Qu sucede?Dios mo, Gus. Es horrible dice ella, su voz al borde del

    llanto. Han matado a una chica en un vagnQu?! Dnde ests, Myriam?En la salida de Ciudad Universitaria Estoy con unas com-

    paeras, la polica ha desalojado toda la estacin y ha suspendido elservicio. Por favor, Gus, ven a buscarme, estoy un poco asustada

    Claro, cario. Qudate con tus compaeras. Id a tomaros algocaliente a un bar y tranquilzate, Okey? Salgo para all enseguida.Joder, Gus Hemos escuchado hablar a unos policas hace un

    rato. Parece ser que la han matado a golpes con un libroCon un libro? En serio? Dios lo han pillado?No, parece ser que despus se ha tirado a las vas o algo as, la

    verdad es que sabemos poco ms Estn interrogando al jefe deestacin y al conductor que iba en el tren, supongo que algo nos

    contarn maana.Bufff No s yo si te gustara enterarte de los detalles, cario.

    Sera mejor que intentaras olvidarlo le aconseja. Voy a coger elcoche y salgo para all, vale?

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    Vale, Gus. Date prisa, por favorDame media hora. Y procura no pensar demasiado en ello, de

    acuerdo?Lo intentar.Ahora mismo te veo.Gus cuelga el telfono y se deja caer en el sof meneando la ca-

    beza. Qu est pasando esa noche? Parece que la locura se hubieseextendido por Madrid como una tenebrosa neblina. Al mirar hacia eltecho de la buhardilla se da cuenta de que la lluvia empapa los sucioscristales de los tragaluces.

    No le parece una buena seal.

    l sufre una serie de extraos acontecimientos en la casa y su mu-jer es desalojada del Metro porque alguien ha matado a una chica enuno de los vagones. Enciende un cigarrillo, ms por mantener ocupa-da su cabeza que por necesidad, y baja de la buhardilla. Durante lashoras que haba estado dndole vueltas a lo ocurrido haba sacado lahoja arrancada de su libro y la haba colocado de nuevo en su lugar.

    No puede evitar leer el breve fragmento de nuevo.

    Otra vez en que caa mansa la lluvia navegu tierra adentropor un ro sin sol, hasta que llegu a un mundo de crepsculoprpura, emparrados iridiscentes y rosas imperecederas

    Muchas veces recorr ese valle; y cada vez me demoraba msen l, en una media luz espectral donde los rboles se retorcan

    grotescamente, y el suelo gris se extenda hmedo de tronco atronco, dejando al descubierto sillares de templos enterrados.

    Por qu le han arrancado una pgina? Y qu tiene sa pgina deespecial? Esas preguntas han ido fermentando en su cabeza duranteun buen rato y al final, como siempre pasa, se ha formado una idea.Otra maldita idea.

    Esa vez piensa en la extraa relacin que parece existir entre lanota de suicidio y aquel relato de Lovecraft. Su hermano hablaba deno poder dormir. El escritor de Providence, de sueos. Y sin embargo

    a l no le salen las palabras.Pero ahora eso carece de importancia. Su mujer le espera aterro-

    rizada en la lejana estacin de Argelles. Coge el abrigo, su mvil, el

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    tabaco y las llaves de su viejo coche y sale de la casa echando un l-timo vistazo a su interior. Todo parece un extrao sueo. Un sueoperturbador y tangible, irreal y aterrador, pero sueo al fin y al cabo.

    El fro que invade la escalera mientras espera al ascensor es lo ni-co que le recuerda que aquello ha sucedido en realidad.

    Creo que voy a estar una buena temporada sin ver cine de te-rror, se dice. Su buen humor es incapaz de contenerse durante mstiempo.

    El ascensor se abre y l introduce la llave en la cerradura que haybajo el botn del garaje. Las puertas se cierran.

    Y en ese instante, en la oscura buhardilla de la casa, iluminado por

    el lejano resplandor de las farolas mientras la lluvia repiquetea sobrelos sucios cristales, el tomo de Lovecraft comienza a arrastrarse por lalibrera y cae de nuevo al suelo. El sonido del papel al rasgarse no llegaa odos de nadie. Nadie ve la sombra que se posa sobre sus blancaspginas.

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    AGRADECIMIENTOS

    Bueno, ya hemos llegado hasta aqu. Siempre me da un pocode pena esta parte, quiz porque escribir una novela es en cier-

    to modo comparable a tener un hijo y este sera el momento enel que te da la noticia de que se va de casa. Qu rpido crecenEn fin, procuraremos no llorar y estar orgullosos de l.

    El primer lugar siempre ser para Ana, por aguantar los mo-mentos que paso en otros mundos y por quererme a pesar deello como el primer da.

    El segundo es para Gabriel y Nicols, simplemente por exis-tir y por alegrarme la vida cada vez que abren esos preciosos

    ojos marrones y azules por las maanas.Alberto Gonzlez siempre ocupar un lugar en el podio.

    Siempre es el primero en leer todas mis historias, y creo queotro en su lugar seguramente habra cambiado de telfono,domicilio y nombre hace ya mucho tiempo. Por no hacerlo,gracias. Laura tambin tiene su pequeo hueco aqu, junto al como debe ser, por sus sinceros comentarios acerca de

    las mismas historias y por las sonrisas que siempre nos regala.Y muy pronto habr otra pequea que les har sonrer an ms.Vais a ser unos padres magnficos para Emma!

    A los mos les debo todo. Su apoyo constante en cada cosaque hago significa tanto para m que las nicas palabras quenunca encontrar sern las que logren agradecerles la vida queme regalaron. Pap: t me hiciste amar la literatura, me repetasconstantemente que el saber nunca ocupa lugar, me decas que

    un buen libro era casi como tener un buen amigo. Todas estasletras son para ti. Espero que aprendan a volar y seas capaz deverlas en ese lugar desde el que s que me miras. Siempre vas aestar conmigo. Mam: t me enseaste a sonrer, a valorar las

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    cosas por el esfuerzo que lleva conseguirlas, a ser yo mismo sinque me importaran las opiniones de los dems. Nadie lo habrahecho mejor que t. Y trato cada da de hacerte sentir orgullosapor ello.

    Mi hermano Jaime tambin ha aportado su granito de arena,leyendo alguno de mis desvaros y acompandome a algunaque otra entrega de premios. Si gano alguno con esta historia(lo veo poco probable) te lo dedicar. T pagas las cervezas.

    Angelina fue la primera persona que me dijo que tena ta-lento. No s si os lo habrn dicho alguna vez espero que s,aunque no sea necesariamente en el mbito literario, pero

    si lo han hecho entenderis muy bien por qu tena que darlelas gracias aqu. El resto de la seccin femenina de los Palomotambin aport su granito de arena en forma de opiniones, yen su conjunto siempre me han hecho sentirme parte de esamaravillosa familia que forman. No cambiis nunca!

    Natalia, la correctora oficial del reino, se dej la vista sobreestas hojas para tratar de que mi falta de experiencia no se no-tase demasiado, al igual que en mi primera novela. Desde aqu

    aprovecho para reivindicar la labor del corrector, ese gran olvi-dado, porque como dice mi querido Stephen King: escribir eshumano, pero corregir es divino. Demos gracias a los diosespor ello.

    Gracias tambin a todos los integrantes de Vuelo de Cuer-vos, esa gran familia con la que tantos buenos momentos hecompartido. Sois muchos para nombraros a todos, pero sabis

    quienes sois.Pablo Loperena es algo ms que un amigo que siempre estdispuesto a leerse mis relatos; es una persona de las que ya noquedan y un escritor que nunca deja de sorprenderme con cadauna de sus historias. Llegars lejos, no me cabe la menor duda.Y muy pronto.

    Tambin quiero dar las gracias a todos aquellos que a lo lar-go de este tiempo se tomaron la molestia de darme su opinin

    cuando perpetr algn relato y despus los amenac para quese lo leyeran: Quique Cordobs, Carlos J. Lluch, Pablo Cajas,Salva Jimnez, Ana Arranz, Juan Manuel Snchez Villoldo,

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    ngeles Mora Gracias a vosotros esta novela ha podido sermejor de que lo que lo fue en su da. Espero que sea suficiente.

    Y aunque lo dejo para el ltimo lugar, l fue el primero quecrey en una de mis historias y aguant un montn de pregun-tas con infinita paciencia hasta llegar a publicar este libro queahora tienes entre las manos: gracias, Rubn. Por todo.

    Pero esperad, an queda alguien a quien dar las gracias! Ys, es a ti, que no te conozco o s, quin sabe y has llega-do hasta aqu. Espero que hayas disfrutado de la novela tantocomo yo lo hice al escribirla y que no te haya costado mu-cho dinero! Y si en algn momento te he hecho pasar un mal

    rato, espero que no me hayas insultado mucho, porque esa erala intencin.Espero que nos veamos en la siguiente.

    Sergio Moreno Montes

    Facebook: Sergio Moreno MontesBlog: elclubdelosinsomnes.blogspot.com.es

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