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www.OBS-edu.com La piratería digital. Evolución y tendencias de un fenómeno social. Titulación: Autor: Marcel Escudé i Pascual. Politólogo.

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La piratería digital. Evolución y tendencias de un fenómeno social.

Titulación:

Autor: Marcel Escudé i Pascual. Politólogo.

Como sea, los movimientos a favor del acceso libre a contenidos y la piratería como tal, se confunden a menudo. La lucha contra el sistema de derechos de autor y a favor de un nuevo contrato entre creadores y usuarios en Internet no es nueva, y adquiere incluso formas políticas que representan una actitud sociopolítica distinta a lo que hemos conocido hasta ahora y que merece la pena tener en cuenta.

Por ejemplo, la Internacional de Partidos Pirata11 (Pirate Parties International) se define como organización sin ánimo de lucro, internacional y no gubernamental, constituida por Partidos Pirata de 60 países, con sede en Suiza desde 2006 y dice encarnar la libertad de movimientos y expresión, mientras trata de alcanzar sus objetivos mediante el activismo político dentro del sistema. Sus miembros afirman proteger los derechos y libertades fundamentales en la era digital, tanto de consumidores y usuarios como de creadores. Asimismo, declaran que el término pirata les ha sido aplicado por la industria de contenidos y que, en cualquier caso, no se refiere a ninguna actividad ilegal.

El ideario común de los Partidos Pirata se basa en la defensa de los derechos sociales y civiles, las prácticas de democracia directa en un entorno de democracia líquida12 (esto es: en un entorno democrático virtual en el que cada ciudadano puede votar cualquier decisión y realizar propuestas, a la vez que puede delegar su voto en un representante sobre cuestiones sobre las que no puede o no quiere decidir, todo ello en un entorno digital) y la voluntad de reformar el sistema de la propiedad intelectual, la apertura de contenidos en base al libre acceso al conocimiento, la neutralidad tecnológica y el acceso universal a Internet.

Aunque su implantación es aún muy residual, en países como Islandia (14,5%) o Ucrania (9%) sus cifras electorales son significativas y, en el caso de Islandia pasó de 3 a 10 escaños en 2016, situándose como tercera fuerza política a costa del Partido Progresista (11,5%) que perdió 11 diputados en relación a los anteriores comicios.

El Partido Pirata, adscrito a la Alianza Verde Europea posee actualmente una eurodiputada alemana, Julia Roda, que sustituye a la eurodiputada sueca, Amelia Andersdotter, que lo fue entre 2009 y 2014.

Es evidente que ninguno de los partidos llamados Pirata que conocemos defiende la piratería y ya hemos visto cuan delgada es la línea que separa la libertad de la ilegalidad en un escenario legal rígido y poco adaptado a, la realidad en relación a la protección de los derechos de los creadores y a la gestión de contenidos.

Pero la articulación de asociaciones como los partidos Pirata surge, sin duda, de la necesidad de reformular las políticas de los estados en relación a los contenidos en Internet y la protección de los derechos de autor.

Probablemente, más allá de los inexistentes problemas morales de los internautas en relación a la piratería, se deberá articular un espacio intermedio entre las libertades de los usuarios y la necesidad de garantizarlas, y la protección de los autores y de la industria, con todo lo que implican elementos como la generación de ocupación, el valor añadido de los productos digitales y su aportación, cada vez mayor, al PIB de los estados.

En todo caso, el hecho es que, en la medida que las generaciones de nativos digitales sustituyen las generaciones de transición, desciende la percepción de delito en la piratería digital y, en muchos casos, no solo no constituye un problema moral, sino que no se comprende otra forma de acceso a los contenidos que no sea gratuita.

Los jóvenes que no han conocido el mundo sin Internet, llamados millennials (nacidos entre 1980 y 2005) tienen, en cierto modo, características comunes con el mundo digital en el que han crecido. Son colectivos, impacientes, inmediatos, necesitan compartir la información y viven en la Red, especialmente en Snapchat, pero también en Twitter13.

Son una generación con tendencia al hedonismo que reconoce a sus héroes en reality shows o entre ciberactivistas diversos. Siguen a gurús de la Red y a todo tipo de youtubers. Viven constantemente conectados y por ese motivo son el objetivo de las grandes corporaciones tecnológicas. Los teléfonos móviles, las estrategias comerciales de los vendedores de maquinaria y de contenido, los videojuegos y las consolas se diseñan a partir de sus gustos y sus aficiones y sus tendencias. A estos millennials hay que sumar los centennials, aquellos que hoy tienen entre 0 y 18 años y cuya vivencia en la Red es, sin duda, mucho más radical.

Entre ambas generaciones, cuentan con más de 4.000 millones de personas en todo el mundo y serán el 59% de los habitantes del planeta en 2020. El 88% vive en países emergentes y el 90% tiene teléfono móvil.

Estos datos por si solos no nos dicen más que estas generaciones constituyen un objetivo de mercado importante. Pero, para el tema que nos ocupa, tenemos que revisar el contexto.

Estos jóvenes viven en una sociedad compleja, que ha sufrido bruscos cambios a nivel demográfico y económico. El desprestigio del sistema político, incapaz de solucionar las injusticias producidas por las crisis, la falta de oportunidades para la juventud y la conciencia de que en el mundo hay situaciones intolerables, que pueden vivir en directo y casi en primera persona.

Todo ello conforma un grupo enorme de jóvenes que no viven la autoridad ni confían en las reglas. En la medida que su potencial económico, especialmente en lo que se refiere al mundo digital es extraordinario, las estrategias comerciales se dirigen hacia ellos pero, si bien compran cantidades enormes de tecnología, pues sin duda aportan buena parte de los 316.000 millones de euros anuales que el mundo se gasta en telefonía móvil o los 13.700 millones de euros en videojuegos por el mismo periodo a nivel mundial14.

Pero, si bien estos grupos son grandes compradores de tecnología, en general viven muy negativamente tener que pagar por los contenidos y encontrarse con publicidad en las webs.

Encuestas y análisis de comportamiento de los consumidores en la Red coinciden en señalar que tanto millennials como centennials prefieren el consumo de productos gratuitos – por tanto, pirateados- y la inmensa mayoría utiliza sistemas de bloqueo (ad blockers) de ventanas emergentes (pop up) con publicidad. Los mismos estudios señalan una relación directa entre el uso de sistemas de bloqueo de publicidad y el consumo de productos ilegales.

Para confirmar lo dicho hasta ahora, el acceso a contenidos protegidos preferido por estos jóvenes es la visualización en streaming desde fuentes no autorizadas, y en mucha menor medida, la descarga15.

Todo ello indica, a nuestro entender que los distribuidores de contenidos lo tendrán difícil con estas generaciones que no perciben la piratería como un delito, sino más bien como un derecho al libre acceso o bien como una forma de permanecer al margen de un sistema de cuotas que consideran una imposición injusta.

La generación digital es, también, una generación de gran movilidad que quiere disfrutar de las cosas de forma inmediata y en comunidad. El mundo digital es esencialmente dinámico, y la regulación, tal como hemos señalado, siempre persigue a los cambios tecnológicos y además, es un mundo que no conoce fronteras ni limitaciones de formato o de idioma. Cualquiera puede saltar una frontera a través de un enlace.

En este contexto, establecer un sistema de gobernanza mundial en la distribución de contenidos que contente por igual a corporaciones y usuarios sea una tarea casi imposible.

Los gobiernos deberán decidir entre preservar las libertades de los usuarios en el entorno digital y su protección como consumidores o asegurar el funcionamiento de la industria de contenidos y el entorno cultural y de la creación, que genera miles de puestos de trabajo y grandes aportaciones al PIB.

Definir la piratería digitalUn fenómeno en continua evoluciónLa piratería como actitud sociopolíticaCombatir la pirateríaConclusionesEnlaces de interésBibliografía

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Índice

Como sea, los movimientos a favor del acceso libre a contenidos y la piratería como tal, se confunden a menudo. La lucha contra el sistema de derechos de autor y a favor de un nuevo contrato entre creadores y usuarios en Internet no es nueva, y adquiere incluso formas políticas que representan una actitud sociopolítica distinta a lo que hemos conocido hasta ahora y que merece la pena tener en cuenta.

Por ejemplo, la Internacional de Partidos Pirata11 (Pirate Parties International) se define como organización sin ánimo de lucro, internacional y no gubernamental, constituida por Partidos Pirata de 60 países, con sede en Suiza desde 2006 y dice encarnar la libertad de movimientos y expresión, mientras trata de alcanzar sus objetivos mediante el activismo político dentro del sistema. Sus miembros afirman proteger los derechos y libertades fundamentales en la era digital, tanto de consumidores y usuarios como de creadores. Asimismo, declaran que el término pirata les ha sido aplicado por la industria de contenidos y que, en cualquier caso, no se refiere a ninguna actividad ilegal.

El ideario común de los Partidos Pirata se basa en la defensa de los derechos sociales y civiles, las prácticas de democracia directa en un entorno de democracia líquida12 (esto es: en un entorno democrático virtual en el que cada ciudadano puede votar cualquier decisión y realizar propuestas, a la vez que puede delegar su voto en un representante sobre cuestiones sobre las que no puede o no quiere decidir, todo ello en un entorno digital) y la voluntad de reformar el sistema de la propiedad intelectual, la apertura de contenidos en base al libre acceso al conocimiento, la neutralidad tecnológica y el acceso universal a Internet.

Aunque su implantación es aún muy residual, en países como Islandia (14,5%) o Ucrania (9%) sus cifras electorales son significativas y, en el caso de Islandia pasó de 3 a 10 escaños en 2016, situándose como tercera fuerza política a costa del Partido Progresista (11,5%) que perdió 11 diputados en relación a los anteriores comicios.

El Partido Pirata, adscrito a la Alianza Verde Europea posee actualmente una eurodiputada alemana, Julia Roda, que sustituye a la eurodiputada sueca, Amelia Andersdotter, que lo fue entre 2009 y 2014.

Es evidente que ninguno de los partidos llamados Pirata que conocemos defiende la piratería y ya hemos visto cuan delgada es la línea que separa la libertad de la ilegalidad en un escenario legal rígido y poco adaptado a, la realidad en relación a la protección de los derechos de los creadores y a la gestión de contenidos.

Pero la articulación de asociaciones como los partidos Pirata surge, sin duda, de la necesidad de reformular las políticas de los estados en relación a los contenidos en Internet y la protección de los derechos de autor.

Probablemente, más allá de los inexistentes problemas morales de los internautas en relación a la piratería, se deberá articular un espacio intermedio entre las libertades de los usuarios y la necesidad de garantizarlas, y la protección de los autores y de la industria, con todo lo que implican elementos como la generación de ocupación, el valor añadido de los productos digitales y su aportación, cada vez mayor, al PIB de los estados.

En todo caso, el hecho es que, en la medida que las generaciones de nativos digitales sustituyen las generaciones de transición, desciende la percepción de delito en la piratería digital y, en muchos casos, no solo no constituye un problema moral, sino que no se comprende otra forma de acceso a los contenidos que no sea gratuita.

Los jóvenes que no han conocido el mundo sin Internet, llamados millennials (nacidos entre 1980 y 2005) tienen, en cierto modo, características comunes con el mundo digital en el que han crecido. Son colectivos, impacientes, inmediatos, necesitan compartir la información y viven en la Red, especialmente en Snapchat, pero también en Twitter13.

Son una generación con tendencia al hedonismo que reconoce a sus héroes en reality shows o entre ciberactivistas diversos. Siguen a gurús de la Red y a todo tipo de youtubers. Viven constantemente conectados y por ese motivo son el objetivo de las grandes corporaciones tecnológicas. Los teléfonos móviles, las estrategias comerciales de los vendedores de maquinaria y de contenido, los videojuegos y las consolas se diseñan a partir de sus gustos y sus aficiones y sus tendencias. A estos millennials hay que sumar los centennials, aquellos que hoy tienen entre 0 y 18 años y cuya vivencia en la Red es, sin duda, mucho más radical.

Entre ambas generaciones, cuentan con más de 4.000 millones de personas en todo el mundo y serán el 59% de los habitantes del planeta en 2020. El 88% vive en países emergentes y el 90% tiene teléfono móvil.

Estos datos por si solos no nos dicen más que estas generaciones constituyen un objetivo de mercado importante. Pero, para el tema que nos ocupa, tenemos que revisar el contexto.

Estos jóvenes viven en una sociedad compleja, que ha sufrido bruscos cambios a nivel demográfico y económico. El desprestigio del sistema político, incapaz de solucionar las injusticias producidas por las crisis, la falta de oportunidades para la juventud y la conciencia de que en el mundo hay situaciones intolerables, que pueden vivir en directo y casi en primera persona.

Todo ello conforma un grupo enorme de jóvenes que no viven la autoridad ni confían en las reglas. En la medida que su potencial económico, especialmente en lo que se refiere al mundo digital es extraordinario, las estrategias comerciales se dirigen hacia ellos pero, si bien compran cantidades enormes de tecnología, pues sin duda aportan buena parte de los 316.000 millones de euros anuales que el mundo se gasta en telefonía móvil o los 13.700 millones de euros en videojuegos por el mismo periodo a nivel mundial14.

Pero, si bien estos grupos son grandes compradores de tecnología, en general viven muy negativamente tener que pagar por los contenidos y encontrarse con publicidad en las webs.

Encuestas y análisis de comportamiento de los consumidores en la Red coinciden en señalar que tanto millennials como centennials prefieren el consumo de productos gratuitos – por tanto, pirateados- y la inmensa mayoría utiliza sistemas de bloqueo (ad blockers) de ventanas emergentes (pop up) con publicidad. Los mismos estudios señalan una relación directa entre el uso de sistemas de bloqueo de publicidad y el consumo de productos ilegales.

Para confirmar lo dicho hasta ahora, el acceso a contenidos protegidos preferido por estos jóvenes es la visualización en streaming desde fuentes no autorizadas, y en mucha menor medida, la descarga15.

Todo ello indica, a nuestro entender que los distribuidores de contenidos lo tendrán difícil con estas generaciones que no perciben la piratería como un delito, sino más bien como un derecho al libre acceso o bien como una forma de permanecer al margen de un sistema de cuotas que consideran una imposición injusta.

La generación digital es, también, una generación de gran movilidad que quiere disfrutar de las cosas de forma inmediata y en comunidad. El mundo digital es esencialmente dinámico, y la regulación, tal como hemos señalado, siempre persigue a los cambios tecnológicos y además, es un mundo que no conoce fronteras ni limitaciones de formato o de idioma. Cualquiera puede saltar una frontera a través de un enlace.

En este contexto, establecer un sistema de gobernanza mundial en la distribución de contenidos que contente por igual a corporaciones y usuarios sea una tarea casi imposible.

Los gobiernos deberán decidir entre preservar las libertades de los usuarios en el entorno digital y su protección como consumidores o asegurar el funcionamiento de la industria de contenidos y el entorno cultural y de la creación, que genera miles de puestos de trabajo y grandes aportaciones al PIB.

Como sea, los movimientos a favor del acceso libre a contenidos y la piratería como tal, se confunden a menudo. La lucha contra el sistema de derechos de autor y a favor de un nuevo contrato entre creadores y usuarios en Internet no es nueva, y adquiere incluso formas políticas que representan una actitud sociopolítica distinta a lo que hemos conocido hasta ahora y que merece la pena tener en cuenta.

Por ejemplo, la Internacional de Partidos Pirata11 (Pirate Parties International) se define como organización sin ánimo de lucro, internacional y no gubernamental, constituida por Partidos Pirata de 60 países, con sede en Suiza desde 2006 y dice encarnar la libertad de movimientos y expresión, mientras trata de alcanzar sus objetivos mediante el activismo político dentro del sistema. Sus miembros afirman proteger los derechos y libertades fundamentales en la era digital, tanto de consumidores y usuarios como de creadores. Asimismo, declaran que el término pirata les ha sido aplicado por la industria de contenidos y que, en cualquier caso, no se refiere a ninguna actividad ilegal.

El ideario común de los Partidos Pirata se basa en la defensa de los derechos sociales y civiles, las prácticas de democracia directa en un entorno de democracia líquida12 (esto es: en un entorno democrático virtual en el que cada ciudadano puede votar cualquier decisión y realizar propuestas, a la vez que puede delegar su voto en un representante sobre cuestiones sobre las que no puede o no quiere decidir, todo ello en un entorno digital) y la voluntad de reformar el sistema de la propiedad intelectual, la apertura de contenidos en base al libre acceso al conocimiento, la neutralidad tecnológica y el acceso universal a Internet.

Aunque su implantación es aún muy residual, en países como Islandia (14,5%) o Ucrania (9%) sus cifras electorales son significativas y, en el caso de Islandia pasó de 3 a 10 escaños en 2016, situándose como tercera fuerza política a costa del Partido Progresista (11,5%) que perdió 11 diputados en relación a los anteriores comicios.

El Partido Pirata, adscrito a la Alianza Verde Europea posee actualmente una eurodiputada alemana, Julia Roda, que sustituye a la eurodiputada sueca, Amelia Andersdotter, que lo fue entre 2009 y 2014.

Es evidente que ninguno de los partidos llamados Pirata que conocemos defiende la piratería y ya hemos visto cuan delgada es la línea que separa la libertad de la ilegalidad en un escenario legal rígido y poco adaptado a, la realidad en relación a la protección de los derechos de los creadores y a la gestión de contenidos.

Pero la articulación de asociaciones como los partidos Pirata surge, sin duda, de la necesidad de reformular las políticas de los estados en relación a los contenidos en Internet y la protección de los derechos de autor.

Probablemente, más allá de los inexistentes problemas morales de los internautas en relación a la piratería, se deberá articular un espacio intermedio entre las libertades de los usuarios y la necesidad de garantizarlas, y la protección de los autores y de la industria, con todo lo que implican elementos como la generación de ocupación, el valor añadido de los productos digitales y su aportación, cada vez mayor, al PIB de los estados.

En todo caso, el hecho es que, en la medida que las generaciones de nativos digitales sustituyen las generaciones de transición, desciende la percepción de delito en la piratería digital y, en muchos casos, no solo no constituye un problema moral, sino que no se comprende otra forma de acceso a los contenidos que no sea gratuita.

Los jóvenes que no han conocido el mundo sin Internet, llamados millennials (nacidos entre 1980 y 2005) tienen, en cierto modo, características comunes con el mundo digital en el que han crecido. Son colectivos, impacientes, inmediatos, necesitan compartir la información y viven en la Red, especialmente en Snapchat, pero también en Twitter13.

Son una generación con tendencia al hedonismo que reconoce a sus héroes en reality shows o entre ciberactivistas diversos. Siguen a gurús de la Red y a todo tipo de youtubers. Viven constantemente conectados y por ese motivo son el objetivo de las grandes corporaciones tecnológicas. Los teléfonos móviles, las estrategias comerciales de los vendedores de maquinaria y de contenido, los videojuegos y las consolas se diseñan a partir de sus gustos y sus aficiones y sus tendencias. A estos millennials hay que sumar los centennials, aquellos que hoy tienen entre 0 y 18 años y cuya vivencia en la Red es, sin duda, mucho más radical.

Entre ambas generaciones, cuentan con más de 4.000 millones de personas en todo el mundo y serán el 59% de los habitantes del planeta en 2020. El 88% vive en países emergentes y el 90% tiene teléfono móvil.

Estos datos por si solos no nos dicen más que estas generaciones constituyen un objetivo de mercado importante. Pero, para el tema que nos ocupa, tenemos que revisar el contexto.

Estos jóvenes viven en una sociedad compleja, que ha sufrido bruscos cambios a nivel demográfico y económico. El desprestigio del sistema político, incapaz de solucionar las injusticias producidas por las crisis, la falta de oportunidades para la juventud y la conciencia de que en el mundo hay situaciones intolerables, que pueden vivir en directo y casi en primera persona.

Todo ello conforma un grupo enorme de jóvenes que no viven la autoridad ni confían en las reglas. En la medida que su potencial económico, especialmente en lo que se refiere al mundo digital es extraordinario, las estrategias comerciales se dirigen hacia ellos pero, si bien compran cantidades enormes de tecnología, pues sin duda aportan buena parte de los 316.000 millones de euros anuales que el mundo se gasta en telefonía móvil o los 13.700 millones de euros en videojuegos por el mismo periodo a nivel mundial14.

Pero, si bien estos grupos son grandes compradores de tecnología, en general viven muy negativamente tener que pagar por los contenidos y encontrarse con publicidad en las webs.

Encuestas y análisis de comportamiento de los consumidores en la Red coinciden en señalar que tanto millennials como centennials prefieren el consumo de productos gratuitos – por tanto, pirateados- y la inmensa mayoría utiliza sistemas de bloqueo (ad blockers) de ventanas emergentes (pop up) con publicidad. Los mismos estudios señalan una relación directa entre el uso de sistemas de bloqueo de publicidad y el consumo de productos ilegales.

Para confirmar lo dicho hasta ahora, el acceso a contenidos protegidos preferido por estos jóvenes es la visualización en streaming desde fuentes no autorizadas, y en mucha menor medida, la descarga15.

Todo ello indica, a nuestro entender que los distribuidores de contenidos lo tendrán difícil con estas generaciones que no perciben la piratería como un delito, sino más bien como un derecho al libre acceso o bien como una forma de permanecer al margen de un sistema de cuotas que consideran una imposición injusta.

La generación digital es, también, una generación de gran movilidad que quiere disfrutar de las cosas de forma inmediata y en comunidad. El mundo digital es esencialmente dinámico, y la regulación, tal como hemos señalado, siempre persigue a los cambios tecnológicos y además, es un mundo que no conoce fronteras ni limitaciones de formato o de idioma. Cualquiera puede saltar una frontera a través de un enlace.

En este contexto, establecer un sistema de gobernanza mundial en la distribución de contenidos que contente por igual a corporaciones y usuarios sea una tarea casi imposible.

Los gobiernos deberán decidir entre preservar las libertades de los usuarios en el entorno digital y su protección como consumidores o asegurar el funcionamiento de la industria de contenidos y el entorno cultural y de la creación, que genera miles de puestos de trabajo y grandes aportaciones al PIB.

La evolución tecnológica es lo suficientemente rápida e intensa como para crear nuevas formas de economía, de sociedad y de cultura surgidas e impulsadas, de forma igualmente veloz, en un universo de redes que conforma, a su vez, una trama de interactuaciones y dependencias casi infinita.

En este universo en Red, nuestras formas socioeconómicas, nuestra forma de vida, nuestra cultura, han sufrido grandes modificaciones para las que no sirven las estructuras de soporte legal en las que confiamos. El viejo lema según el cual la sociedad va siempre por delante de la ley se cumple aquí con precisión inapelable.

Nuevas fórmulas vitales o de negocio originan, también, nuevas formas de ilegalidad o de delito, y lo que antes estaba protegido, ahora deja de estarlo. La tecnología, en tanto que cambia maneras de vivir y de ver el mundo, crea, igualmente, nuevos monstruos, nuevos fenómenos que aparecen en un espacio desconocido. Poco sabemos sobre los nuevos monstruos, sobre las consecuencias de su existencia. Nuevos artefactos pueden convertir a seres humanos honrados y cabales en personas que colaboran por acción, conocimiento u omisión en la comisión de actos ilegales o incluso criminales.

En la era digital, caracterizada por un extraordinario y veloz desarrollo tecnológico, en la que aparecen y se extienden nuevos medios y soportes, surgen una serie de conflictos de intereses entre el autor y los usuarios que originan problemas legales. La piratería digital es uno de estos fenómenos. Tal vez ya no sea nuevo, pero está en evolución permanente. Un tema extraordinariamente complejo, sobre el que, desde la definición misma, no existe ningún acuerdo globalmente aceptado.

En efecto, la piratería digital existe para la industria y para algunos autores, pero no es tal para cientos de millones de usuarios que consideran normal acceder a contenidos digitales de forma abierta y gratuita. Para estos, el pirata es la industria. Para la industria, los piratas son ellos, y deben ser perseguidos. En cualquier caso, ser lo más veraces posible exigirá abordar el tema desde distintas perspectivas. Y aún así, será difícil establecer límites y verdades a la hora de hablar de esta cuestión. Entre otras cosas porque afecta a todos los nativos digitales, y pone en cuestión, presupuestos que pertenecen a la ética personal y colectiva.

Cualquiera de nosotros, en cierto modo, puede ser un pirata digital sin saberlo, o sin considerarlo. Pero esta evidencia nos obliga a situar los límites del delito, más que partiendo del lucro activo del usuario, a partir del lucro cesante de la industria y las consecuencias sobre el sistema económico (Tabla 1)

Introducción

4Como sea, los movimientos a favor del acceso libre a contenidos y la piratería como tal, se confunden a menudo. La lucha contra el sistema de derechos de autor y a favor de un nuevo contrato entre creadores y usuarios en Internet no es nueva, y adquiere incluso formas políticas que representan una actitud sociopolítica distinta a lo que hemos conocido hasta ahora y que merece la pena tener en cuenta.

Por ejemplo, la Internacional de Partidos Pirata11 (Pirate Parties International) se define como organización sin ánimo de lucro, internacional y no gubernamental, constituida por Partidos Pirata de 60 países, con sede en Suiza desde 2006 y dice encarnar la libertad de movimientos y expresión, mientras trata de alcanzar sus objetivos mediante el activismo político dentro del sistema. Sus miembros afirman proteger los derechos y libertades fundamentales en la era digital, tanto de consumidores y usuarios como de creadores. Asimismo, declaran que el término pirata les ha sido aplicado por la industria de contenidos y que, en cualquier caso, no se refiere a ninguna actividad ilegal.

El ideario común de los Partidos Pirata se basa en la defensa de los derechos sociales y civiles, las prácticas de democracia directa en un entorno de democracia líquida12 (esto es: en un entorno democrático virtual en el que cada ciudadano puede votar cualquier decisión y realizar propuestas, a la vez que puede delegar su voto en un representante sobre cuestiones sobre las que no puede o no quiere decidir, todo ello en un entorno digital) y la voluntad de reformar el sistema de la propiedad intelectual, la apertura de contenidos en base al libre acceso al conocimiento, la neutralidad tecnológica y el acceso universal a Internet.

Aunque su implantación es aún muy residual, en países como Islandia (14,5%) o Ucrania (9%) sus cifras electorales son significativas y, en el caso de Islandia pasó de 3 a 10 escaños en 2016, situándose como tercera fuerza política a costa del Partido Progresista (11,5%) que perdió 11 diputados en relación a los anteriores comicios.

El Partido Pirata, adscrito a la Alianza Verde Europea posee actualmente una eurodiputada alemana, Julia Roda, que sustituye a la eurodiputada sueca, Amelia Andersdotter, que lo fue entre 2009 y 2014.

Es evidente que ninguno de los partidos llamados Pirata que conocemos defiende la piratería y ya hemos visto cuan delgada es la línea que separa la libertad de la ilegalidad en un escenario legal rígido y poco adaptado a, la realidad en relación a la protección de los derechos de los creadores y a la gestión de contenidos.

Pero la articulación de asociaciones como los partidos Pirata surge, sin duda, de la necesidad de reformular las políticas de los estados en relación a los contenidos en Internet y la protección de los derechos de autor.

Probablemente, más allá de los inexistentes problemas morales de los internautas en relación a la piratería, se deberá articular un espacio intermedio entre las libertades de los usuarios y la necesidad de garantizarlas, y la protección de los autores y de la industria, con todo lo que implican elementos como la generación de ocupación, el valor añadido de los productos digitales y su aportación, cada vez mayor, al PIB de los estados.

En todo caso, el hecho es que, en la medida que las generaciones de nativos digitales sustituyen las generaciones de transición, desciende la percepción de delito en la piratería digital y, en muchos casos, no solo no constituye un problema moral, sino que no se comprende otra forma de acceso a los contenidos que no sea gratuita.

Los jóvenes que no han conocido el mundo sin Internet, llamados millennials (nacidos entre 1980 y 2005) tienen, en cierto modo, características comunes con el mundo digital en el que han crecido. Son colectivos, impacientes, inmediatos, necesitan compartir la información y viven en la Red, especialmente en Snapchat, pero también en Twitter13.

Son una generación con tendencia al hedonismo que reconoce a sus héroes en reality shows o entre ciberactivistas diversos. Siguen a gurús de la Red y a todo tipo de youtubers. Viven constantemente conectados y por ese motivo son el objetivo de las grandes corporaciones tecnológicas. Los teléfonos móviles, las estrategias comerciales de los vendedores de maquinaria y de contenido, los videojuegos y las consolas se diseñan a partir de sus gustos y sus aficiones y sus tendencias. A estos millennials hay que sumar los centennials, aquellos que hoy tienen entre 0 y 18 años y cuya vivencia en la Red es, sin duda, mucho más radical.

Entre ambas generaciones, cuentan con más de 4.000 millones de personas en todo el mundo y serán el 59% de los habitantes del planeta en 2020. El 88% vive en países emergentes y el 90% tiene teléfono móvil.

Estos datos por si solos no nos dicen más que estas generaciones constituyen un objetivo de mercado importante. Pero, para el tema que nos ocupa, tenemos que revisar el contexto.

Estos jóvenes viven en una sociedad compleja, que ha sufrido bruscos cambios a nivel demográfico y económico. El desprestigio del sistema político, incapaz de solucionar las injusticias producidas por las crisis, la falta de oportunidades para la juventud y la conciencia de que en el mundo hay situaciones intolerables, que pueden vivir en directo y casi en primera persona.

Todo ello conforma un grupo enorme de jóvenes que no viven la autoridad ni confían en las reglas. En la medida que su potencial económico, especialmente en lo que se refiere al mundo digital es extraordinario, las estrategias comerciales se dirigen hacia ellos pero, si bien compran cantidades enormes de tecnología, pues sin duda aportan buena parte de los 316.000 millones de euros anuales que el mundo se gasta en telefonía móvil o los 13.700 millones de euros en videojuegos por el mismo periodo a nivel mundial14.

Pero, si bien estos grupos son grandes compradores de tecnología, en general viven muy negativamente tener que pagar por los contenidos y encontrarse con publicidad en las webs.

Encuestas y análisis de comportamiento de los consumidores en la Red coinciden en señalar que tanto millennials como centennials prefieren el consumo de productos gratuitos – por tanto, pirateados- y la inmensa mayoría utiliza sistemas de bloqueo (ad blockers) de ventanas emergentes (pop up) con publicidad. Los mismos estudios señalan una relación directa entre el uso de sistemas de bloqueo de publicidad y el consumo de productos ilegales.

Para confirmar lo dicho hasta ahora, el acceso a contenidos protegidos preferido por estos jóvenes es la visualización en streaming desde fuentes no autorizadas, y en mucha menor medida, la descarga15.

Todo ello indica, a nuestro entender que los distribuidores de contenidos lo tendrán difícil con estas generaciones que no perciben la piratería como un delito, sino más bien como un derecho al libre acceso o bien como una forma de permanecer al margen de un sistema de cuotas que consideran una imposición injusta.

La generación digital es, también, una generación de gran movilidad que quiere disfrutar de las cosas de forma inmediata y en comunidad. El mundo digital es esencialmente dinámico, y la regulación, tal como hemos señalado, siempre persigue a los cambios tecnológicos y además, es un mundo que no conoce fronteras ni limitaciones de formato o de idioma. Cualquiera puede saltar una frontera a través de un enlace.

En este contexto, establecer un sistema de gobernanza mundial en la distribución de contenidos que contente por igual a corporaciones y usuarios sea una tarea casi imposible.

Los gobiernos deberán decidir entre preservar las libertades de los usuarios en el entorno digital y su protección como consumidores o asegurar el funcionamiento de la industria de contenidos y el entorno cultural y de la creación, que genera miles de puestos de trabajo y grandes aportaciones al PIB.

La piratería digital. Evolución y

tendencias de un fenómeno social.

Definamos pues, en primer lugar, en qué términos hablaremos de piratería digital.

Como sea, los movimientos a favor del acceso libre a contenidos y la piratería como tal, se confunden a menudo. La lucha contra el sistema de derechos de autor y a favor de un nuevo contrato entre creadores y usuarios en Internet no es nueva, y adquiere incluso formas políticas que representan una actitud sociopolítica distinta a lo que hemos conocido hasta ahora y que merece la pena tener en cuenta.

Introducción

5

Por ejemplo, la Internacional de Partidos Pirata11 (Pirate Parties International) se define como organización sin ánimo de lucro, internacional y no gubernamental, constituida por Partidos Pirata de 60 países, con sede en Suiza desde 2006 y dice encarnar la libertad de movimientos y expresión, mientras trata de alcanzar sus objetivos mediante el activismo político dentro del sistema. Sus miembros afirman proteger los derechos y libertades fundamentales en la era digital, tanto de consumidores y usuarios como de creadores. Asimismo, declaran que el término pirata les ha sido aplicado por la industria de contenidos y que, en cualquier caso, no se refiere a ninguna actividad ilegal.

El ideario común de los Partidos Pirata se basa en la defensa de los derechos sociales y civiles, las prácticas de democracia directa en un entorno de democracia líquida12 (esto es: en un entorno democrático virtual en el que cada ciudadano puede votar cualquier decisión y realizar propuestas, a la vez que puede delegar su voto en un representante sobre cuestiones sobre las que no puede o no quiere decidir, todo ello en un entorno digital) y la voluntad de reformar el sistema de la propiedad intelectual, la apertura de contenidos en base al libre acceso al conocimiento, la neutralidad tecnológica y el acceso universal a Internet.

Aunque su implantación es aún muy residual, en países como Islandia (14,5%) o Ucrania (9%) sus cifras electorales son significativas y, en el caso de Islandia pasó de 3 a 10 escaños en 2016, situándose como tercera fuerza política a costa del Partido Progresista (11,5%) que perdió 11 diputados en relación a los anteriores comicios.

El Partido Pirata, adscrito a la Alianza Verde Europea posee actualmente una eurodiputada alemana, Julia Roda, que sustituye a la eurodiputada sueca, Amelia Andersdotter, que lo fue entre 2009 y 2014.

Es evidente que ninguno de los partidos llamados Pirata que conocemos defiende la piratería y ya hemos visto cuan delgada es la línea que separa la libertad de la ilegalidad en un escenario legal rígido y poco adaptado a, la realidad en relación a la protección de los derechos de los creadores y a la gestión de contenidos.

Pero la articulación de asociaciones como los partidos Pirata surge, sin duda, de la necesidad de reformular las políticas de los estados en relación a los contenidos en Internet y la protección de los derechos de autor.

Probablemente, más allá de los inexistentes problemas morales de los internautas en relación a la piratería, se deberá articular un espacio intermedio entre las libertades de los usuarios y la necesidad de garantizarlas, y la protección de los autores y de la industria, con todo lo que implican elementos como la generación de ocupación, el valor añadido de los productos digitales y su aportación, cada vez mayor, al PIB de los estados.

En todo caso, el hecho es que, en la medida que las generaciones de nativos digitales sustituyen las generaciones de transición, desciende la percepción de delito en la piratería digital y, en muchos casos, no solo no constituye un problema moral, sino que no se comprende otra forma de acceso a los contenidos que no sea gratuita.

Los jóvenes que no han conocido el mundo sin Internet, llamados millennials (nacidos entre 1980 y 2005) tienen, en cierto modo, características comunes con el mundo digital en el que han crecido. Son colectivos, impacientes, inmediatos, necesitan compartir la información y viven en la Red, especialmente en Snapchat, pero también en Twitter13.

Son una generación con tendencia al hedonismo que reconoce a sus héroes en reality shows o entre ciberactivistas diversos. Siguen a gurús de la Red y a todo tipo de youtubers. Viven constantemente conectados y por ese motivo son el objetivo de las grandes corporaciones tecnológicas. Los teléfonos móviles, las estrategias comerciales de los vendedores de maquinaria y de contenido, los videojuegos y las consolas se diseñan a partir de sus gustos y sus aficiones y sus tendencias. A estos millennials hay que sumar los centennials, aquellos que hoy tienen entre 0 y 18 años y cuya vivencia en la Red es, sin duda, mucho más radical.

Entre ambas generaciones, cuentan con más de 4.000 millones de personas en todo el mundo y serán el 59% de los habitantes del planeta en 2020. El 88% vive en países emergentes y el 90% tiene teléfono móvil.

Estos datos por si solos no nos dicen más que estas generaciones constituyen un objetivo de mercado importante. Pero, para el tema que nos ocupa, tenemos que revisar el contexto.

Estos jóvenes viven en una sociedad compleja, que ha sufrido bruscos cambios a nivel demográfico y económico. El desprestigio del sistema político, incapaz de solucionar las injusticias producidas por las crisis, la falta de oportunidades para la juventud y la conciencia de que en el mundo hay situaciones intolerables, que pueden vivir en directo y casi en primera persona.

Todo ello conforma un grupo enorme de jóvenes que no viven la autoridad ni confían en las reglas. En la medida que su potencial económico, especialmente en lo que se refiere al mundo digital es extraordinario, las estrategias comerciales se dirigen hacia ellos pero, si bien compran cantidades enormes de tecnología, pues sin duda aportan buena parte de los 316.000 millones de euros anuales que el mundo se gasta en telefonía móvil o los 13.700 millones de euros en videojuegos por el mismo periodo a nivel mundial14.

Pero, si bien estos grupos son grandes compradores de tecnología, en general viven muy negativamente tener que pagar por los contenidos y encontrarse con publicidad en las webs.

Encuestas y análisis de comportamiento de los consumidores en la Red coinciden en señalar que tanto millennials como centennials prefieren el consumo de productos gratuitos – por tanto, pirateados- y la inmensa mayoría utiliza sistemas de bloqueo (ad blockers) de ventanas emergentes (pop up) con publicidad. Los mismos estudios señalan una relación directa entre el uso de sistemas de bloqueo de publicidad y el consumo de productos ilegales.

Para confirmar lo dicho hasta ahora, el acceso a contenidos protegidos preferido por estos jóvenes es la visualización en streaming desde fuentes no autorizadas, y en mucha menor medida, la descarga15.

Todo ello indica, a nuestro entender que los distribuidores de contenidos lo tendrán difícil con estas generaciones que no perciben la piratería como un delito, sino más bien como un derecho al libre acceso o bien como una forma de permanecer al margen de un sistema de cuotas que consideran una imposición injusta.

La generación digital es, también, una generación de gran movilidad que quiere disfrutar de las cosas de forma inmediata y en comunidad. El mundo digital es esencialmente dinámico, y la regulación, tal como hemos señalado, siempre persigue a los cambios tecnológicos y además, es un mundo que no conoce fronteras ni limitaciones de formato o de idioma. Cualquiera puede saltar una frontera a través de un enlace.

En este contexto, establecer un sistema de gobernanza mundial en la distribución de contenidos que contente por igual a corporaciones y usuarios sea una tarea casi imposible.

Los gobiernos deberán decidir entre preservar las libertades de los usuarios en el entorno digital y su protección como consumidores o asegurar el funcionamiento de la industria de contenidos y el entorno cultural y de la creación, que genera miles de puestos de trabajo y grandes aportaciones al PIB.

Fuente: Observatorio de Pirateria y Hábitos de Consumo de Contenidos Digitales 2015. GFK. Consultora .http://www.gfk.com/es/v

166921.672

48547

Valor total del lucro cesante por la piratería año 2015 (en M €)Nuevos puestos de trabajo directosIncremento sobre la facturación actual de las industrias (en %)Ingresos totales perdidos en las arcas públicas (en M€)

Tabla 1.Lucro cesante

de la industria.

Como sea, los movimientos a favor del acceso libre a contenidos y la piratería como tal, se confunden a menudo. La lucha contra el sistema de derechos de autor y a favor de un nuevo contrato entre creadores y usuarios en Internet no es nueva, y adquiere incluso formas políticas que representan una actitud sociopolítica distinta a lo que hemos conocido hasta ahora y que merece la pena tener en cuenta.

Limitaremos aquí el concepto de piratería a toda acción de conseguir, sin coste económico alguno, cualquier tipo de obras protegidas por el derecho de autor en un entorno digital.

Dicho de otro modo, hablaremos de no respetar los cánones impuestos por la legislación de la propiedad intelectual, en referencia a los contenidos de Internet. Según la Organización Mundial del Comercio los derechos de propiedad intelectual son aquellos derechos exclusivos que se confieren a las personas sobre las creaciones de su mente. La propiedad intelectual se refiere, pues, a la creación del intelecto humano. Los derechos a la propiedad intelectual protegen los intereses de los creadores al ofrecerles prerrogativas en relación con sus creaciones1. Los derechos de reproducción garantizan al autor el derecho de impedir que terceros reproduzcan sus obras sin autorización.

La piratería es el término utilizado para referirse a la copia ilegal de obras literarias, musicales, audiovisuales o de software, infringiendo los derechos de autor. También se considera piratería a la compra y venta ilegal de las copias de un producto2.

Con los ordenadores surgió la figura del pirata informático, aquél que tiene por negocio la apropiación, reproducción, acaparamiento o distribución con fines lucrativos de medios y contenidos de los que no posee la licencia de uso o el permiso del autor, usando la informática como soporte.

La piratería, pues, será digital en tanto que se ejecute la reproducción y distribución de copias de obras protegidas por el derecho de autor, su transmisión al público o su disponibilidad en redes de comunicaciones electrónicas, sin autorización de los propietarios de esas obras, en caso que esa autorización esté legalmente establecida. Estas obras son producciones artísticas relacionadas con la música, la literatura, el cine, los programas informáticos, los videojuegos, los programas y las señales audiovisuales.

Buscar las causas de la piratería de contenidos digitales es una tarea compleja.

En primer lugar, muchos usuarios, aún hoy, desconocen la carga de mala praxis o de ilegalidad que reside en la compartición de productos pirateados. Este desconocimiento extiende, de forma viral, el consumo de estos productos.

La piratería tiene indudables beneficios económicos en sectores como la literatura, la música o el cine. El usuario acepta la piratería como un modo normal de acceder al disfrute de una obra de forma más barata o gratuita con, en muchas ocasiones, pérdidas mínimas de calidad.

La evolución tecnológica no tiene una réplica legal inmediata en cuanto a regulación y especialmente en relación a los ya comentados derechos de la propiedad intelectual. Se producen, vacíos legales que tardan en ser cubiertos, lo cual se convierte en una ventana de oportunidad para la práctica de la piratería que, y este es el elemento principal, constituye un negocio con amplios márgenes de beneficio por su bajo coste de producción.

Definir la piratería digital

6

Por ejemplo, la Internacional de Partidos Pirata11 (Pirate Parties International) se define como organización sin ánimo de lucro, internacional y no gubernamental, constituida por Partidos Pirata de 60 países, con sede en Suiza desde 2006 y dice encarnar la libertad de movimientos y expresión, mientras trata de alcanzar sus objetivos mediante el activismo político dentro del sistema. Sus miembros afirman proteger los derechos y libertades fundamentales en la era digital, tanto de consumidores y usuarios como de creadores. Asimismo, declaran que el término pirata les ha sido aplicado por la industria de contenidos y que, en cualquier caso, no se refiere a ninguna actividad ilegal.

El ideario común de los Partidos Pirata se basa en la defensa de los derechos sociales y civiles, las prácticas de democracia directa en un entorno de democracia líquida12 (esto es: en un entorno democrático virtual en el que cada ciudadano puede votar cualquier decisión y realizar propuestas, a la vez que puede delegar su voto en un representante sobre cuestiones sobre las que no puede o no quiere decidir, todo ello en un entorno digital) y la voluntad de reformar el sistema de la propiedad intelectual, la apertura de contenidos en base al libre acceso al conocimiento, la neutralidad tecnológica y el acceso universal a Internet.

Aunque su implantación es aún muy residual, en países como Islandia (14,5%) o Ucrania (9%) sus cifras electorales son significativas y, en el caso de Islandia pasó de 3 a 10 escaños en 2016, situándose como tercera fuerza política a costa del Partido Progresista (11,5%) que perdió 11 diputados en relación a los anteriores comicios.

El Partido Pirata, adscrito a la Alianza Verde Europea posee actualmente una eurodiputada alemana, Julia Roda, que sustituye a la eurodiputada sueca, Amelia Andersdotter, que lo fue entre 2009 y 2014.

Es evidente que ninguno de los partidos llamados Pirata que conocemos defiende la piratería y ya hemos visto cuan delgada es la línea que separa la libertad de la ilegalidad en un escenario legal rígido y poco adaptado a, la realidad en relación a la protección de los derechos de los creadores y a la gestión de contenidos.

Pero la articulación de asociaciones como los partidos Pirata surge, sin duda, de la necesidad de reformular las políticas de los estados en relación a los contenidos en Internet y la protección de los derechos de autor.

Probablemente, más allá de los inexistentes problemas morales de los internautas en relación a la piratería, se deberá articular un espacio intermedio entre las libertades de los usuarios y la necesidad de garantizarlas, y la protección de los autores y de la industria, con todo lo que implican elementos como la generación de ocupación, el valor añadido de los productos digitales y su aportación, cada vez mayor, al PIB de los estados.

En todo caso, el hecho es que, en la medida que las generaciones de nativos digitales sustituyen las generaciones de transición, desciende la percepción de delito en la piratería digital y, en muchos casos, no solo no constituye un problema moral, sino que no se comprende otra forma de acceso a los contenidos que no sea gratuita.

Los jóvenes que no han conocido el mundo sin Internet, llamados millennials (nacidos entre 1980 y 2005) tienen, en cierto modo, características comunes con el mundo digital en el que han crecido. Son colectivos, impacientes, inmediatos, necesitan compartir la información y viven en la Red, especialmente en Snapchat, pero también en Twitter13.

Son una generación con tendencia al hedonismo que reconoce a sus héroes en reality shows o entre ciberactivistas diversos. Siguen a gurús de la Red y a todo tipo de youtubers. Viven constantemente conectados y por ese motivo son el objetivo de las grandes corporaciones tecnológicas. Los teléfonos móviles, las estrategias comerciales de los vendedores de maquinaria y de contenido, los videojuegos y las consolas se diseñan a partir de sus gustos y sus aficiones y sus tendencias. A estos millennials hay que sumar los centennials, aquellos que hoy tienen entre 0 y 18 años y cuya vivencia en la Red es, sin duda, mucho más radical.

Entre ambas generaciones, cuentan con más de 4.000 millones de personas en todo el mundo y serán el 59% de los habitantes del planeta en 2020. El 88% vive en países emergentes y el 90% tiene teléfono móvil.

Estos datos por si solos no nos dicen más que estas generaciones constituyen un objetivo de mercado importante. Pero, para el tema que nos ocupa, tenemos que revisar el contexto.

Estos jóvenes viven en una sociedad compleja, que ha sufrido bruscos cambios a nivel demográfico y económico. El desprestigio del sistema político, incapaz de solucionar las injusticias producidas por las crisis, la falta de oportunidades para la juventud y la conciencia de que en el mundo hay situaciones intolerables, que pueden vivir en directo y casi en primera persona.

Todo ello conforma un grupo enorme de jóvenes que no viven la autoridad ni confían en las reglas. En la medida que su potencial económico, especialmente en lo que se refiere al mundo digital es extraordinario, las estrategias comerciales se dirigen hacia ellos pero, si bien compran cantidades enormes de tecnología, pues sin duda aportan buena parte de los 316.000 millones de euros anuales que el mundo se gasta en telefonía móvil o los 13.700 millones de euros en videojuegos por el mismo periodo a nivel mundial14.

Pero, si bien estos grupos son grandes compradores de tecnología, en general viven muy negativamente tener que pagar por los contenidos y encontrarse con publicidad en las webs.

Encuestas y análisis de comportamiento de los consumidores en la Red coinciden en señalar que tanto millennials como centennials prefieren el consumo de productos gratuitos – por tanto, pirateados- y la inmensa mayoría utiliza sistemas de bloqueo (ad blockers) de ventanas emergentes (pop up) con publicidad. Los mismos estudios señalan una relación directa entre el uso de sistemas de bloqueo de publicidad y el consumo de productos ilegales.

Para confirmar lo dicho hasta ahora, el acceso a contenidos protegidos preferido por estos jóvenes es la visualización en streaming desde fuentes no autorizadas, y en mucha menor medida, la descarga15.

Todo ello indica, a nuestro entender que los distribuidores de contenidos lo tendrán difícil con estas generaciones que no perciben la piratería como un delito, sino más bien como un derecho al libre acceso o bien como una forma de permanecer al margen de un sistema de cuotas que consideran una imposición injusta.

La generación digital es, también, una generación de gran movilidad que quiere disfrutar de las cosas de forma inmediata y en comunidad. El mundo digital es esencialmente dinámico, y la regulación, tal como hemos señalado, siempre persigue a los cambios tecnológicos y además, es un mundo que no conoce fronteras ni limitaciones de formato o de idioma. Cualquiera puede saltar una frontera a través de un enlace.

En este contexto, establecer un sistema de gobernanza mundial en la distribución de contenidos que contente por igual a corporaciones y usuarios sea una tarea casi imposible.

Los gobiernos deberán decidir entre preservar las libertades de los usuarios en el entorno digital y su protección como consumidores o asegurar el funcionamiento de la industria de contenidos y el entorno cultural y de la creación, que genera miles de puestos de trabajo y grandes aportaciones al PIB.

1. http://www.wipo.int/wipo_magazine/es/2013/ ; http://www.unesco.org/new/es/culture/themes/creativity/creative-industries/world-anti-piracy-observatory/

2. http://www.unesco.org/new/es/culture/themes/creativity/creative-industries/copyright

Efectivamente, el file sharing o compartición de archivos ha evolucionado hasta el punto que hoy se comparten enlaces (link sharing) y contraseñas en lugar de archivos, especialmente en grupos de redes sociales quedando la compartición de archivos muy limitada al sector del libro y la revista digital, en parte gracias a la existencia de dispositivos de lectura electrónicos, y por la causa del tránsito de documentos y libros en el mundo académico, entre los jóvenes. En este sentido, cabe recordar que el Gremio de Editores de Catalunya cifraba en 390 millones el número de descargas ilegales en España durante el año 20158.

En la anteriormente mencionada estadística sobre consumo de retransmisiones deportivas9, el 70% de los usuarios encuestados afirmaba compartir sus enlaces a través de Facebook, Youtube (24%) o Twitter (24%). Evidentemente, el problema aquí se encuentra en la legalidad de la referencia y, en la medida que la referencia es ilegal, los usuarios se convierten en piratas más o menos conscientes, reflexión que nos lleva al siguiente punto.

Como sea, los movimientos a favor del acceso libre a contenidos y la piratería como tal, se confunden a menudo. La lucha contra el sistema de derechos de autor y a favor de un nuevo contrato entre creadores y usuarios en Internet no es nueva, y adquiere incluso formas políticas que representan una actitud sociopolítica distinta a lo que hemos conocido hasta ahora y que merece la pena tener en cuenta.

En los últimos años, en la medida que la tecnología ha mutado a formas inconcretas y ha abandonado los soportes físicos, es decir, con la creación del universo digital virtual, la piratería como fenómeno ha experimentado igualmente, mutaciones considerables.

En un primer momento, la piratería tenía como objetivo el control del acceso a los programas informáticos. En la medida que la Red se articula en espacios –almacén en los que se acumulan contenidos– la piratería escoge también estos contenidos como objetivo de negocio.

De manera que, por un lado, encontramos la descarga ilícita de programas informáticos en soporte físico y, viajando en paralelo, la descarga, copia y distribución ilegal de contenidos de cine, televisión y música, principalmente.

Evidentemente, la utilización ilegal de contenidos surge con la posibilidad de conversión de formatos. Desde el momento en que es posible grabar en un soporte un contenido depositado en el disco local de un ordenador o en la misma Red, millones de personas acceden a ese contenido que alguien ha reformateado sin pasar por los filtros legales y de autorización de los propietarios de los derechos asociados a ese contenido.

Este material, se almacena en soportes físicos (CD, DVD) y se disfruta en dispositivos reproductores de audio y video específicos.

En la medida que la tecnología abandona los soportes de los discos ópticos, y por tanto el soporte físico, los contenidos adquieren características diferentes.

De este modo, hoy encontramos contenidos en Internet que podemos consumir en el mismo interior de la Red sólo con disponer de la conectividad adecuada.

Una simple mirada al mercado puede dar las claves de esta evolución. Por ejemplo, según el informe de la consultora Juniper Research3 sobre el mercado digital de música, el crecimiento de esta industria no para de crecer, aunque con cierta lentitud, con el impulso de los dispositivos móviles, especialmente los teléfonos inteligentes, y a costa de los servicios tradicionales ofrecidos por la industria en este sector, como, por ejemplo, los tonos de llamada o espera y la descarga de piezas musicales.

En el mismo informe se confirma una gran migración de los usuarios de los servicios hasta ahora clásicos basados en la descarga a los nuevos servicios ubicados en la Nube, como Pureplay o Spotify que, debido a su gran aceptación, compiten directamente con los OTT( over- the top) de Internet como Google o Apple.

En este sentido, la Recording Industry Association of America (RIAA), anunció que en el año 2015 los servicios de música en streaming sobrepasaron en facturación al consumo de discos digitales. Mientras Spotify, Pandora Rhapsody y Youtube incrementaron un 29% sus usos, la venta de CD descendió un 12’7%, lo que colocó en primer lugar de la facturación a los servicios en línea4.

La plataforma de los dispositivos en movilidad ha facilitado muy especialmente la extensión de la piratería a partir de los elementos del Cloud Computing, porque las nuevas formas de piratería se basan en la compartición de archivos (file sharing), antes que en la descarga de contenidos. Por ejemplo, según Digital Trends5, a pesar de que la serie de televisión Juego de Tronos bate año tras año el record de descargas –legales o no–, es una evidencia que los piratas se alejan de las descargas y prefieren la emisión en streaming a través de páginas exclusivas. En Estados Unidos, el mismo año se calcularon 57’8 millones de visitas a páginas de material pirateado, lo que constituye un 12% del volumen total de streaming. Curiosamente, el 78’5 % de estas visitas se produjeron desde ordenadores, contradiciendo así la tendencia de las plataformas móviles.

En el mismo sentido, según Sporting News Media6 en el año 2011, el consumo de retransmisiones deportivas en línea, ya sea en directo o mediante emisión diferida o depositada en una página para libre acceso, desde plataformas móviles era de un 21%, mientras que en 2015, esta cifra se había doblado. Aun así, el consumo fue mayor, en el global consumido, desde dispositivos PC (65%), frente a los smartphones (34%) o las tabletas (22%).

A pesar de estas cifras, es evidente que, en la medida que los dispositivos móviles mejoran sus prestaciones, su condición de plataforma se consolida. De acuerdo con la investigación de la consultora Juniper7 mencionada antes, la balanza se decantará con la extensión de los dispositivos móviles de última generación y con el aumento de la conectividad facilitado por la construcción de nuevas infraestructuras a partir de las grandes pipelines de fibra óptica transoceánica y redes troncales o de transporte.

Esta extensión se verá asimismo facilitada por la proliferación de dispositivos móviles asequibles en mercados emergentes como China que, ostenta el record de ser el país donde los distribuidores de música en Internet pierden más ingresos, ya que solo un pequeño porcentaje de las descargas o accesos en streaming, se producen de forma legal .

Es importante señalar que, más allá de todas estas razones (traslado a la Nube, streaming en lugar de descarga, proliferación de dispositivos móviles, mejora de la conectividad…), un factor muy importante de la extensión de la piratería es el uso de las redes sociales.

Un fenómeno en continua evolución

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Por ejemplo, la Internacional de Partidos Pirata11 (Pirate Parties International) se define como organización sin ánimo de lucro, internacional y no gubernamental, constituida por Partidos Pirata de 60 países, con sede en Suiza desde 2006 y dice encarnar la libertad de movimientos y expresión, mientras trata de alcanzar sus objetivos mediante el activismo político dentro del sistema. Sus miembros afirman proteger los derechos y libertades fundamentales en la era digital, tanto de consumidores y usuarios como de creadores. Asimismo, declaran que el término pirata les ha sido aplicado por la industria de contenidos y que, en cualquier caso, no se refiere a ninguna actividad ilegal.

El ideario común de los Partidos Pirata se basa en la defensa de los derechos sociales y civiles, las prácticas de democracia directa en un entorno de democracia líquida12 (esto es: en un entorno democrático virtual en el que cada ciudadano puede votar cualquier decisión y realizar propuestas, a la vez que puede delegar su voto en un representante sobre cuestiones sobre las que no puede o no quiere decidir, todo ello en un entorno digital) y la voluntad de reformar el sistema de la propiedad intelectual, la apertura de contenidos en base al libre acceso al conocimiento, la neutralidad tecnológica y el acceso universal a Internet.

Aunque su implantación es aún muy residual, en países como Islandia (14,5%) o Ucrania (9%) sus cifras electorales son significativas y, en el caso de Islandia pasó de 3 a 10 escaños en 2016, situándose como tercera fuerza política a costa del Partido Progresista (11,5%) que perdió 11 diputados en relación a los anteriores comicios.

El Partido Pirata, adscrito a la Alianza Verde Europea posee actualmente una eurodiputada alemana, Julia Roda, que sustituye a la eurodiputada sueca, Amelia Andersdotter, que lo fue entre 2009 y 2014.

Es evidente que ninguno de los partidos llamados Pirata que conocemos defiende la piratería y ya hemos visto cuan delgada es la línea que separa la libertad de la ilegalidad en un escenario legal rígido y poco adaptado a, la realidad en relación a la protección de los derechos de los creadores y a la gestión de contenidos.

Pero la articulación de asociaciones como los partidos Pirata surge, sin duda, de la necesidad de reformular las políticas de los estados en relación a los contenidos en Internet y la protección de los derechos de autor.

Probablemente, más allá de los inexistentes problemas morales de los internautas en relación a la piratería, se deberá articular un espacio intermedio entre las libertades de los usuarios y la necesidad de garantizarlas, y la protección de los autores y de la industria, con todo lo que implican elementos como la generación de ocupación, el valor añadido de los productos digitales y su aportación, cada vez mayor, al PIB de los estados.

En todo caso, el hecho es que, en la medida que las generaciones de nativos digitales sustituyen las generaciones de transición, desciende la percepción de delito en la piratería digital y, en muchos casos, no solo no constituye un problema moral, sino que no se comprende otra forma de acceso a los contenidos que no sea gratuita.

Los jóvenes que no han conocido el mundo sin Internet, llamados millennials (nacidos entre 1980 y 2005) tienen, en cierto modo, características comunes con el mundo digital en el que han crecido. Son colectivos, impacientes, inmediatos, necesitan compartir la información y viven en la Red, especialmente en Snapchat, pero también en Twitter13.

Son una generación con tendencia al hedonismo que reconoce a sus héroes en reality shows o entre ciberactivistas diversos. Siguen a gurús de la Red y a todo tipo de youtubers. Viven constantemente conectados y por ese motivo son el objetivo de las grandes corporaciones tecnológicas. Los teléfonos móviles, las estrategias comerciales de los vendedores de maquinaria y de contenido, los videojuegos y las consolas se diseñan a partir de sus gustos y sus aficiones y sus tendencias. A estos millennials hay que sumar los centennials, aquellos que hoy tienen entre 0 y 18 años y cuya vivencia en la Red es, sin duda, mucho más radical.

Entre ambas generaciones, cuentan con más de 4.000 millones de personas en todo el mundo y serán el 59% de los habitantes del planeta en 2020. El 88% vive en países emergentes y el 90% tiene teléfono móvil.

Estos datos por si solos no nos dicen más que estas generaciones constituyen un objetivo de mercado importante. Pero, para el tema que nos ocupa, tenemos que revisar el contexto.

Estos jóvenes viven en una sociedad compleja, que ha sufrido bruscos cambios a nivel demográfico y económico. El desprestigio del sistema político, incapaz de solucionar las injusticias producidas por las crisis, la falta de oportunidades para la juventud y la conciencia de que en el mundo hay situaciones intolerables, que pueden vivir en directo y casi en primera persona.

Todo ello conforma un grupo enorme de jóvenes que no viven la autoridad ni confían en las reglas. En la medida que su potencial económico, especialmente en lo que se refiere al mundo digital es extraordinario, las estrategias comerciales se dirigen hacia ellos pero, si bien compran cantidades enormes de tecnología, pues sin duda aportan buena parte de los 316.000 millones de euros anuales que el mundo se gasta en telefonía móvil o los 13.700 millones de euros en videojuegos por el mismo periodo a nivel mundial14.

Pero, si bien estos grupos son grandes compradores de tecnología, en general viven muy negativamente tener que pagar por los contenidos y encontrarse con publicidad en las webs.

Encuestas y análisis de comportamiento de los consumidores en la Red coinciden en señalar que tanto millennials como centennials prefieren el consumo de productos gratuitos – por tanto, pirateados- y la inmensa mayoría utiliza sistemas de bloqueo (ad blockers) de ventanas emergentes (pop up) con publicidad. Los mismos estudios señalan una relación directa entre el uso de sistemas de bloqueo de publicidad y el consumo de productos ilegales.

Para confirmar lo dicho hasta ahora, el acceso a contenidos protegidos preferido por estos jóvenes es la visualización en streaming desde fuentes no autorizadas, y en mucha menor medida, la descarga15.

Todo ello indica, a nuestro entender que los distribuidores de contenidos lo tendrán difícil con estas generaciones que no perciben la piratería como un delito, sino más bien como un derecho al libre acceso o bien como una forma de permanecer al margen de un sistema de cuotas que consideran una imposición injusta.

La generación digital es, también, una generación de gran movilidad que quiere disfrutar de las cosas de forma inmediata y en comunidad. El mundo digital es esencialmente dinámico, y la regulación, tal como hemos señalado, siempre persigue a los cambios tecnológicos y además, es un mundo que no conoce fronteras ni limitaciones de formato o de idioma. Cualquiera puede saltar una frontera a través de un enlace.

En este contexto, establecer un sistema de gobernanza mundial en la distribución de contenidos que contente por igual a corporaciones y usuarios sea una tarea casi imposible.

Los gobiernos deberán decidir entre preservar las libertades de los usuarios en el entorno digital y su protección como consumidores o asegurar el funcionamiento de la industria de contenidos y el entorno cultural y de la creación, que genera miles de puestos de trabajo y grandes aportaciones al PIB.

3. https://www.juniperresearch.com/researchstore/content-applications/digital-music/subscriptions-ad- revenues-download-services

4. http://www.digitalstrategyconsulting.com/intelligence/

La piratería digital. Evolución y

tendencias de un fenómeno social.

Efectivamente, el file sharing o compartición de archivos ha evolucionado hasta el punto que hoy se comparten enlaces (link sharing) y contraseñas en lugar de archivos, especialmente en grupos de redes sociales quedando la compartición de archivos muy limitada al sector del libro y la revista digital, en parte gracias a la existencia de dispositivos de lectura electrónicos, y por la causa del tránsito de documentos y libros en el mundo académico, entre los jóvenes. En este sentido, cabe recordar que el Gremio de Editores de Catalunya cifraba en 390 millones el número de descargas ilegales en España durante el año 20158.

En la anteriormente mencionada estadística sobre consumo de retransmisiones deportivas9, el 70% de los usuarios encuestados afirmaba compartir sus enlaces a través de Facebook, Youtube (24%) o Twitter (24%). Evidentemente, el problema aquí se encuentra en la legalidad de la referencia y, en la medida que la referencia es ilegal, los usuarios se convierten en piratas más o menos conscientes, reflexión que nos lleva al siguiente punto.

Como sea, los movimientos a favor del acceso libre a contenidos y la piratería como tal, se confunden a menudo. La lucha contra el sistema de derechos de autor y a favor de un nuevo contrato entre creadores y usuarios en Internet no es nueva, y adquiere incluso formas políticas que representan una actitud sociopolítica distinta a lo que hemos conocido hasta ahora y que merece la pena tener en cuenta.

En los últimos años, en la medida que la tecnología ha mutado a formas inconcretas y ha abandonado los soportes físicos, es decir, con la creación del universo digital virtual, la piratería como fenómeno ha experimentado igualmente, mutaciones considerables.

En un primer momento, la piratería tenía como objetivo el control del acceso a los programas informáticos. En la medida que la Red se articula en espacios –almacén en los que se acumulan contenidos– la piratería escoge también estos contenidos como objetivo de negocio.

De manera que, por un lado, encontramos la descarga ilícita de programas informáticos en soporte físico y, viajando en paralelo, la descarga, copia y distribución ilegal de contenidos de cine, televisión y música, principalmente.

Evidentemente, la utilización ilegal de contenidos surge con la posibilidad de conversión de formatos. Desde el momento en que es posible grabar en un soporte un contenido depositado en el disco local de un ordenador o en la misma Red, millones de personas acceden a ese contenido que alguien ha reformateado sin pasar por los filtros legales y de autorización de los propietarios de los derechos asociados a ese contenido.

Este material, se almacena en soportes físicos (CD, DVD) y se disfruta en dispositivos reproductores de audio y video específicos.

En la medida que la tecnología abandona los soportes de los discos ópticos, y por tanto el soporte físico, los contenidos adquieren características diferentes.

De este modo, hoy encontramos contenidos en Internet que podemos consumir en el mismo interior de la Red sólo con disponer de la conectividad adecuada.

Una simple mirada al mercado puede dar las claves de esta evolución. Por ejemplo, según el informe de la consultora Juniper Research3 sobre el mercado digital de música, el crecimiento de esta industria no para de crecer, aunque con cierta lentitud, con el impulso de los dispositivos móviles, especialmente los teléfonos inteligentes, y a costa de los servicios tradicionales ofrecidos por la industria en este sector, como, por ejemplo, los tonos de llamada o espera y la descarga de piezas musicales.

En el mismo informe se confirma una gran migración de los usuarios de los servicios hasta ahora clásicos basados en la descarga a los nuevos servicios ubicados en la Nube, como Pureplay o Spotify que, debido a su gran aceptación, compiten directamente con los OTT( over- the top) de Internet como Google o Apple.

En este sentido, la Recording Industry Association of America (RIAA), anunció que en el año 2015 los servicios de música en streaming sobrepasaron en facturación al consumo de discos digitales. Mientras Spotify, Pandora Rhapsody y Youtube incrementaron un 29% sus usos, la venta de CD descendió un 12’7%, lo que colocó en primer lugar de la facturación a los servicios en línea4.

La plataforma de los dispositivos en movilidad ha facilitado muy especialmente la extensión de la piratería a partir de los elementos del Cloud Computing, porque las nuevas formas de piratería se basan en la compartición de archivos (file sharing), antes que en la descarga de contenidos. Por ejemplo, según Digital Trends5, a pesar de que la serie de televisión Juego de Tronos bate año tras año el record de descargas –legales o no–, es una evidencia que los piratas se alejan de las descargas y prefieren la emisión en streaming a través de páginas exclusivas. En Estados Unidos, el mismo año se calcularon 57’8 millones de visitas a páginas de material pirateado, lo que constituye un 12% del volumen total de streaming. Curiosamente, el 78’5 % de estas visitas se produjeron desde ordenadores, contradiciendo así la tendencia de las plataformas móviles.

En el mismo sentido, según Sporting News Media6 en el año 2011, el consumo de retransmisiones deportivas en línea, ya sea en directo o mediante emisión diferida o depositada en una página para libre acceso, desde plataformas móviles era de un 21%, mientras que en 2015, esta cifra se había doblado. Aun así, el consumo fue mayor, en el global consumido, desde dispositivos PC (65%), frente a los smartphones (34%) o las tabletas (22%).

A pesar de estas cifras, es evidente que, en la medida que los dispositivos móviles mejoran sus prestaciones, su condición de plataforma se consolida. De acuerdo con la investigación de la consultora Juniper7 mencionada antes, la balanza se decantará con la extensión de los dispositivos móviles de última generación y con el aumento de la conectividad facilitado por la construcción de nuevas infraestructuras a partir de las grandes pipelines de fibra óptica transoceánica y redes troncales o de transporte.

Esta extensión se verá asimismo facilitada por la proliferación de dispositivos móviles asequibles en mercados emergentes como China que, ostenta el record de ser el país donde los distribuidores de música en Internet pierden más ingresos, ya que solo un pequeño porcentaje de las descargas o accesos en streaming, se producen de forma legal .

Es importante señalar que, más allá de todas estas razones (traslado a la Nube, streaming en lugar de descarga, proliferación de dispositivos móviles, mejora de la conectividad…), un factor muy importante de la extensión de la piratería es el uso de las redes sociales.

Un fenómeno en continua evolución

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Por ejemplo, la Internacional de Partidos Pirata11 (Pirate Parties International) se define como organización sin ánimo de lucro, internacional y no gubernamental, constituida por Partidos Pirata de 60 países, con sede en Suiza desde 2006 y dice encarnar la libertad de movimientos y expresión, mientras trata de alcanzar sus objetivos mediante el activismo político dentro del sistema. Sus miembros afirman proteger los derechos y libertades fundamentales en la era digital, tanto de consumidores y usuarios como de creadores. Asimismo, declaran que el término pirata les ha sido aplicado por la industria de contenidos y que, en cualquier caso, no se refiere a ninguna actividad ilegal.

El ideario común de los Partidos Pirata se basa en la defensa de los derechos sociales y civiles, las prácticas de democracia directa en un entorno de democracia líquida12 (esto es: en un entorno democrático virtual en el que cada ciudadano puede votar cualquier decisión y realizar propuestas, a la vez que puede delegar su voto en un representante sobre cuestiones sobre las que no puede o no quiere decidir, todo ello en un entorno digital) y la voluntad de reformar el sistema de la propiedad intelectual, la apertura de contenidos en base al libre acceso al conocimiento, la neutralidad tecnológica y el acceso universal a Internet.

Aunque su implantación es aún muy residual, en países como Islandia (14,5%) o Ucrania (9%) sus cifras electorales son significativas y, en el caso de Islandia pasó de 3 a 10 escaños en 2016, situándose como tercera fuerza política a costa del Partido Progresista (11,5%) que perdió 11 diputados en relación a los anteriores comicios.

El Partido Pirata, adscrito a la Alianza Verde Europea posee actualmente una eurodiputada alemana, Julia Roda, que sustituye a la eurodiputada sueca, Amelia Andersdotter, que lo fue entre 2009 y 2014.

Es evidente que ninguno de los partidos llamados Pirata que conocemos defiende la piratería y ya hemos visto cuan delgada es la línea que separa la libertad de la ilegalidad en un escenario legal rígido y poco adaptado a, la realidad en relación a la protección de los derechos de los creadores y a la gestión de contenidos.

Pero la articulación de asociaciones como los partidos Pirata surge, sin duda, de la necesidad de reformular las políticas de los estados en relación a los contenidos en Internet y la protección de los derechos de autor.

Probablemente, más allá de los inexistentes problemas morales de los internautas en relación a la piratería, se deberá articular un espacio intermedio entre las libertades de los usuarios y la necesidad de garantizarlas, y la protección de los autores y de la industria, con todo lo que implican elementos como la generación de ocupación, el valor añadido de los productos digitales y su aportación, cada vez mayor, al PIB de los estados.

En todo caso, el hecho es que, en la medida que las generaciones de nativos digitales sustituyen las generaciones de transición, desciende la percepción de delito en la piratería digital y, en muchos casos, no solo no constituye un problema moral, sino que no se comprende otra forma de acceso a los contenidos que no sea gratuita.

Los jóvenes que no han conocido el mundo sin Internet, llamados millennials (nacidos entre 1980 y 2005) tienen, en cierto modo, características comunes con el mundo digital en el que han crecido. Son colectivos, impacientes, inmediatos, necesitan compartir la información y viven en la Red, especialmente en Snapchat, pero también en Twitter13.

Son una generación con tendencia al hedonismo que reconoce a sus héroes en reality shows o entre ciberactivistas diversos. Siguen a gurús de la Red y a todo tipo de youtubers. Viven constantemente conectados y por ese motivo son el objetivo de las grandes corporaciones tecnológicas. Los teléfonos móviles, las estrategias comerciales de los vendedores de maquinaria y de contenido, los videojuegos y las consolas se diseñan a partir de sus gustos y sus aficiones y sus tendencias. A estos millennials hay que sumar los centennials, aquellos que hoy tienen entre 0 y 18 años y cuya vivencia en la Red es, sin duda, mucho más radical.

Entre ambas generaciones, cuentan con más de 4.000 millones de personas en todo el mundo y serán el 59% de los habitantes del planeta en 2020. El 88% vive en países emergentes y el 90% tiene teléfono móvil.

Estos datos por si solos no nos dicen más que estas generaciones constituyen un objetivo de mercado importante. Pero, para el tema que nos ocupa, tenemos que revisar el contexto.

Estos jóvenes viven en una sociedad compleja, que ha sufrido bruscos cambios a nivel demográfico y económico. El desprestigio del sistema político, incapaz de solucionar las injusticias producidas por las crisis, la falta de oportunidades para la juventud y la conciencia de que en el mundo hay situaciones intolerables, que pueden vivir en directo y casi en primera persona.

Todo ello conforma un grupo enorme de jóvenes que no viven la autoridad ni confían en las reglas. En la medida que su potencial económico, especialmente en lo que se refiere al mundo digital es extraordinario, las estrategias comerciales se dirigen hacia ellos pero, si bien compran cantidades enormes de tecnología, pues sin duda aportan buena parte de los 316.000 millones de euros anuales que el mundo se gasta en telefonía móvil o los 13.700 millones de euros en videojuegos por el mismo periodo a nivel mundial14.

Pero, si bien estos grupos son grandes compradores de tecnología, en general viven muy negativamente tener que pagar por los contenidos y encontrarse con publicidad en las webs.

Encuestas y análisis de comportamiento de los consumidores en la Red coinciden en señalar que tanto millennials como centennials prefieren el consumo de productos gratuitos – por tanto, pirateados- y la inmensa mayoría utiliza sistemas de bloqueo (ad blockers) de ventanas emergentes (pop up) con publicidad. Los mismos estudios señalan una relación directa entre el uso de sistemas de bloqueo de publicidad y el consumo de productos ilegales.

Para confirmar lo dicho hasta ahora, el acceso a contenidos protegidos preferido por estos jóvenes es la visualización en streaming desde fuentes no autorizadas, y en mucha menor medida, la descarga15.

Todo ello indica, a nuestro entender que los distribuidores de contenidos lo tendrán difícil con estas generaciones que no perciben la piratería como un delito, sino más bien como un derecho al libre acceso o bien como una forma de permanecer al margen de un sistema de cuotas que consideran una imposición injusta.

La generación digital es, también, una generación de gran movilidad que quiere disfrutar de las cosas de forma inmediata y en comunidad. El mundo digital es esencialmente dinámico, y la regulación, tal como hemos señalado, siempre persigue a los cambios tecnológicos y además, es un mundo que no conoce fronteras ni limitaciones de formato o de idioma. Cualquiera puede saltar una frontera a través de un enlace.

En este contexto, establecer un sistema de gobernanza mundial en la distribución de contenidos que contente por igual a corporaciones y usuarios sea una tarea casi imposible.

Los gobiernos deberán decidir entre preservar las libertades de los usuarios en el entorno digital y su protección como consumidores o asegurar el funcionamiento de la industria de contenidos y el entorno cultural y de la creación, que genera miles de puestos de trabajo y grandes aportaciones al PIB.

5. http://www.digitaltrends.com/movies/game-of-thrones-season-six-premiere-hbo-now-piracy/ 6. http://www.prnewswire.com/news-releases/sporting-news-media-releases-2014-know-the-fan-report-261642731.html 7. https://www.juniperresearch.com/researchstore/content-applications/digital-music/subscriptions-ad-revenues

-download-services

Efectivamente, el file sharing o compartición de archivos ha evolucionado hasta el punto que hoy se comparten enlaces (link sharing) y contraseñas en lugar de archivos, especialmente en grupos de redes sociales quedando la compartición de archivos muy limitada al sector del libro y la revista digital, en parte gracias a la existencia de dispositivos de lectura electrónicos, y por la causa del tránsito de documentos y libros en el mundo académico, entre los jóvenes. En este sentido, cabe recordar que el Gremio de Editores de Catalunya cifraba en 390 millones el número de descargas ilegales en España durante el año 20158.

En la anteriormente mencionada estadística sobre consumo de retransmisiones deportivas9, el 70% de los usuarios encuestados afirmaba compartir sus enlaces a través de Facebook, Youtube (24%) o Twitter (24%). Evidentemente, el problema aquí se encuentra en la legalidad de la referencia y, en la medida que la referencia es ilegal, los usuarios se convierten en piratas más o menos conscientes, reflexión que nos lleva al siguiente punto.

Como sea, los movimientos a favor del acceso libre a contenidos y la piratería como tal, se confunden a menudo. La lucha contra el sistema de derechos de autor y a favor de un nuevo contrato entre creadores y usuarios en Internet no es nueva, y adquiere incluso formas políticas que representan una actitud sociopolítica distinta a lo que hemos conocido hasta ahora y que merece la pena tener en cuenta.

En los últimos años, en la medida que la tecnología ha mutado a formas inconcretas y ha abandonado los soportes físicos, es decir, con la creación del universo digital virtual, la piratería como fenómeno ha experimentado igualmente, mutaciones considerables.

En un primer momento, la piratería tenía como objetivo el control del acceso a los programas informáticos. En la medida que la Red se articula en espacios –almacén en los que se acumulan contenidos– la piratería escoge también estos contenidos como objetivo de negocio.

De manera que, por un lado, encontramos la descarga ilícita de programas informáticos en soporte físico y, viajando en paralelo, la descarga, copia y distribución ilegal de contenidos de cine, televisión y música, principalmente.

Evidentemente, la utilización ilegal de contenidos surge con la posibilidad de conversión de formatos. Desde el momento en que es posible grabar en un soporte un contenido depositado en el disco local de un ordenador o en la misma Red, millones de personas acceden a ese contenido que alguien ha reformateado sin pasar por los filtros legales y de autorización de los propietarios de los derechos asociados a ese contenido.

Este material, se almacena en soportes físicos (CD, DVD) y se disfruta en dispositivos reproductores de audio y video específicos.

En la medida que la tecnología abandona los soportes de los discos ópticos, y por tanto el soporte físico, los contenidos adquieren características diferentes.

De este modo, hoy encontramos contenidos en Internet que podemos consumir en el mismo interior de la Red sólo con disponer de la conectividad adecuada.

Una simple mirada al mercado puede dar las claves de esta evolución. Por ejemplo, según el informe de la consultora Juniper Research3 sobre el mercado digital de música, el crecimiento de esta industria no para de crecer, aunque con cierta lentitud, con el impulso de los dispositivos móviles, especialmente los teléfonos inteligentes, y a costa de los servicios tradicionales ofrecidos por la industria en este sector, como, por ejemplo, los tonos de llamada o espera y la descarga de piezas musicales.

En el mismo informe se confirma una gran migración de los usuarios de los servicios hasta ahora clásicos basados en la descarga a los nuevos servicios ubicados en la Nube, como Pureplay o Spotify que, debido a su gran aceptación, compiten directamente con los OTT( over- the top) de Internet como Google o Apple.

En este sentido, la Recording Industry Association of America (RIAA), anunció que en el año 2015 los servicios de música en streaming sobrepasaron en facturación al consumo de discos digitales. Mientras Spotify, Pandora Rhapsody y Youtube incrementaron un 29% sus usos, la venta de CD descendió un 12’7%, lo que colocó en primer lugar de la facturación a los servicios en línea4.

La plataforma de los dispositivos en movilidad ha facilitado muy especialmente la extensión de la piratería a partir de los elementos del Cloud Computing, porque las nuevas formas de piratería se basan en la compartición de archivos (file sharing), antes que en la descarga de contenidos. Por ejemplo, según Digital Trends5, a pesar de que la serie de televisión Juego de Tronos bate año tras año el record de descargas –legales o no–, es una evidencia que los piratas se alejan de las descargas y prefieren la emisión en streaming a través de páginas exclusivas. En Estados Unidos, el mismo año se calcularon 57’8 millones de visitas a páginas de material pirateado, lo que constituye un 12% del volumen total de streaming. Curiosamente, el 78’5 % de estas visitas se produjeron desde ordenadores, contradiciendo así la tendencia de las plataformas móviles.

En el mismo sentido, según Sporting News Media6 en el año 2011, el consumo de retransmisiones deportivas en línea, ya sea en directo o mediante emisión diferida o depositada en una página para libre acceso, desde plataformas móviles era de un 21%, mientras que en 2015, esta cifra se había doblado. Aun así, el consumo fue mayor, en el global consumido, desde dispositivos PC (65%), frente a los smartphones (34%) o las tabletas (22%).

A pesar de estas cifras, es evidente que, en la medida que los dispositivos móviles mejoran sus prestaciones, su condición de plataforma se consolida. De acuerdo con la investigación de la consultora Juniper7 mencionada antes, la balanza se decantará con la extensión de los dispositivos móviles de última generación y con el aumento de la conectividad facilitado por la construcción de nuevas infraestructuras a partir de las grandes pipelines de fibra óptica transoceánica y redes troncales o de transporte.

Esta extensión se verá asimismo facilitada por la proliferación de dispositivos móviles asequibles en mercados emergentes como China que, ostenta el record de ser el país donde los distribuidores de música en Internet pierden más ingresos, ya que solo un pequeño porcentaje de las descargas o accesos en streaming, se producen de forma legal .

Es importante señalar que, más allá de todas estas razones (traslado a la Nube, streaming en lugar de descarga, proliferación de dispositivos móviles, mejora de la conectividad…), un factor muy importante de la extensión de la piratería es el uso de las redes sociales.

Un fenómeno en continua evolución

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Por ejemplo, la Internacional de Partidos Pirata11 (Pirate Parties International) se define como organización sin ánimo de lucro, internacional y no gubernamental, constituida por Partidos Pirata de 60 países, con sede en Suiza desde 2006 y dice encarnar la libertad de movimientos y expresión, mientras trata de alcanzar sus objetivos mediante el activismo político dentro del sistema. Sus miembros afirman proteger los derechos y libertades fundamentales en la era digital, tanto de consumidores y usuarios como de creadores. Asimismo, declaran que el término pirata les ha sido aplicado por la industria de contenidos y que, en cualquier caso, no se refiere a ninguna actividad ilegal.

El ideario común de los Partidos Pirata se basa en la defensa de los derechos sociales y civiles, las prácticas de democracia directa en un entorno de democracia líquida12 (esto es: en un entorno democrático virtual en el que cada ciudadano puede votar cualquier decisión y realizar propuestas, a la vez que puede delegar su voto en un representante sobre cuestiones sobre las que no puede o no quiere decidir, todo ello en un entorno digital) y la voluntad de reformar el sistema de la propiedad intelectual, la apertura de contenidos en base al libre acceso al conocimiento, la neutralidad tecnológica y el acceso universal a Internet.

Aunque su implantación es aún muy residual, en países como Islandia (14,5%) o Ucrania (9%) sus cifras electorales son significativas y, en el caso de Islandia pasó de 3 a 10 escaños en 2016, situándose como tercera fuerza política a costa del Partido Progresista (11,5%) que perdió 11 diputados en relación a los anteriores comicios.

El Partido Pirata, adscrito a la Alianza Verde Europea posee actualmente una eurodiputada alemana, Julia Roda, que sustituye a la eurodiputada sueca, Amelia Andersdotter, que lo fue entre 2009 y 2014.

Es evidente que ninguno de los partidos llamados Pirata que conocemos defiende la piratería y ya hemos visto cuan delgada es la línea que separa la libertad de la ilegalidad en un escenario legal rígido y poco adaptado a, la realidad en relación a la protección de los derechos de los creadores y a la gestión de contenidos.

Pero la articulación de asociaciones como los partidos Pirata surge, sin duda, de la necesidad de reformular las políticas de los estados en relación a los contenidos en Internet y la protección de los derechos de autor.

Probablemente, más allá de los inexistentes problemas morales de los internautas en relación a la piratería, se deberá articular un espacio intermedio entre las libertades de los usuarios y la necesidad de garantizarlas, y la protección de los autores y de la industria, con todo lo que implican elementos como la generación de ocupación, el valor añadido de los productos digitales y su aportación, cada vez mayor, al PIB de los estados.

En todo caso, el hecho es que, en la medida que las generaciones de nativos digitales sustituyen las generaciones de transición, desciende la percepción de delito en la piratería digital y, en muchos casos, no solo no constituye un problema moral, sino que no se comprende otra forma de acceso a los contenidos que no sea gratuita.

Los jóvenes que no han conocido el mundo sin Internet, llamados millennials (nacidos entre 1980 y 2005) tienen, en cierto modo, características comunes con el mundo digital en el que han crecido. Son colectivos, impacientes, inmediatos, necesitan compartir la información y viven en la Red, especialmente en Snapchat, pero también en Twitter13.

Son una generación con tendencia al hedonismo que reconoce a sus héroes en reality shows o entre ciberactivistas diversos. Siguen a gurús de la Red y a todo tipo de youtubers. Viven constantemente conectados y por ese motivo son el objetivo de las grandes corporaciones tecnológicas. Los teléfonos móviles, las estrategias comerciales de los vendedores de maquinaria y de contenido, los videojuegos y las consolas se diseñan a partir de sus gustos y sus aficiones y sus tendencias. A estos millennials hay que sumar los centennials, aquellos que hoy tienen entre 0 y 18 años y cuya vivencia en la Red es, sin duda, mucho más radical.

Entre ambas generaciones, cuentan con más de 4.000 millones de personas en todo el mundo y serán el 59% de los habitantes del planeta en 2020. El 88% vive en países emergentes y el 90% tiene teléfono móvil.

Estos datos por si solos no nos dicen más que estas generaciones constituyen un objetivo de mercado importante. Pero, para el tema que nos ocupa, tenemos que revisar el contexto.

Estos jóvenes viven en una sociedad compleja, que ha sufrido bruscos cambios a nivel demográfico y económico. El desprestigio del sistema político, incapaz de solucionar las injusticias producidas por las crisis, la falta de oportunidades para la juventud y la conciencia de que en el mundo hay situaciones intolerables, que pueden vivir en directo y casi en primera persona.

Todo ello conforma un grupo enorme de jóvenes que no viven la autoridad ni confían en las reglas. En la medida que su potencial económico, especialmente en lo que se refiere al mundo digital es extraordinario, las estrategias comerciales se dirigen hacia ellos pero, si bien compran cantidades enormes de tecnología, pues sin duda aportan buena parte de los 316.000 millones de euros anuales que el mundo se gasta en telefonía móvil o los 13.700 millones de euros en videojuegos por el mismo periodo a nivel mundial14.

Pero, si bien estos grupos son grandes compradores de tecnología, en general viven muy negativamente tener que pagar por los contenidos y encontrarse con publicidad en las webs.

Encuestas y análisis de comportamiento de los consumidores en la Red coinciden en señalar que tanto millennials como centennials prefieren el consumo de productos gratuitos – por tanto, pirateados- y la inmensa mayoría utiliza sistemas de bloqueo (ad blockers) de ventanas emergentes (pop up) con publicidad. Los mismos estudios señalan una relación directa entre el uso de sistemas de bloqueo de publicidad y el consumo de productos ilegales.

Para confirmar lo dicho hasta ahora, el acceso a contenidos protegidos preferido por estos jóvenes es la visualización en streaming desde fuentes no autorizadas, y en mucha menor medida, la descarga15.

Todo ello indica, a nuestro entender que los distribuidores de contenidos lo tendrán difícil con estas generaciones que no perciben la piratería como un delito, sino más bien como un derecho al libre acceso o bien como una forma de permanecer al margen de un sistema de cuotas que consideran una imposición injusta.

La generación digital es, también, una generación de gran movilidad que quiere disfrutar de las cosas de forma inmediata y en comunidad. El mundo digital es esencialmente dinámico, y la regulación, tal como hemos señalado, siempre persigue a los cambios tecnológicos y además, es un mundo que no conoce fronteras ni limitaciones de formato o de idioma. Cualquiera puede saltar una frontera a través de un enlace.

En este contexto, establecer un sistema de gobernanza mundial en la distribución de contenidos que contente por igual a corporaciones y usuarios sea una tarea casi imposible.

Los gobiernos deberán decidir entre preservar las libertades de los usuarios en el entorno digital y su protección como consumidores o asegurar el funcionamiento de la industria de contenidos y el entorno cultural y de la creación, que genera miles de puestos de trabajo y grandes aportaciones al PIB.

8. http://cat.elpais.com/cat/2016/12/19/cultura/1482153645_802285.html 9. http://www.prnewswire.com/news-releases/sporting-news-media-releases-2014-know

-the-fan-report-261642731.html

La piratería digital. Evolución y

tendencias de un fenómeno social.

Tal como se ha dicho, millones de personas accedieron en todo el mundo, a través de descargas o streaming ilegales, a las dos últimas temporadas de Juego de Tronos, la serie de HBO.

Asistimos, pues, a un acto colectivo y masivo de piratería en tanto que se ignoran conscientemente los derechos de propiedad intelectual.

Visto así, estamos suponiendo que millones de personas en el mundo andan delinquiendo. La clave está en la conciencia del delito o, dicho de otro modo, la percepción que de la moralidad tienen los usuarios.

Pero, tal como se encargan de recordar los partidarios acérrimos de los contenidos abiertos, referirse a la moralidad es muy relativo.

Una serie de Netflix de mucho éxito en la Red, The Crown ( la Corona), relativa al reinado de la reina Isabel II de Inglaterra, nos narra un problema de moralidad al enamorarse, la hermana de la reina, la princesa Margarita, de un hombre divorciado, cosa que, como cabeza visible de la Iglesia Anglicana, la Reina no puede aceptar. El argumento de los arzobispos contrarios es que la boda en cuestión sería una inmoralidad. En cambio, no es del todo cuestionable la legalidad ni la constitucionalidad del acto.

Este ejemplo nos cuenta que no todo lo inmoral es ilegal y, al contrario: muchas de las cosas que han sido o son ilegales no siempre se han considerado inmorales: el divorcio, las relaciones homosexuales o el nudismo, por ejemplo. Llegados a este punto, el choque entre legalidad y moralidad se convierte en un asunto de conciencia, muy condicionado por factores de tipo socioeconómico, cultural y político.

Si analizamos algunos de estos factores podremos definir un poco más la cuestión ética que se plantea.

Por un lado, una fracción de usuarios y gurús de Internet, piensa que los contenidos artísticos o de cualquier índole deben ser abiertos, presentados en formatos tecnológicamente neutros y accesibles para todo el mundo. Esa es, dicen a esencia de Internet: un espacio libre donde ideas, creaciones, documentos e información fluyen libremente. Cualquier límite legal o técnico impuesto (los derechos de autor, por ejemplo) será una restricción intolerable del derecho a la información y de la libre expresión.

Sobre la propiedad intelectual, se considera que hay fórmulas de regulación que no necesariamente tienen que recaer sobre el usuario final, de forma que, éste no deba delinquir y, mucho menos ser castigado por ello.

En la otra orilla, están las asociaciones de creadores y defensores de los derechos de autor y de la propiedad intelectual, que consideran, al contrario que los anteriores, que, en función de su grado de radicalización, llegan a tratar del mismo modo el delito de robo que la descarga ilegal. No hay más que ver los spots publicitarios en nuestros cines o leer las declaraciones de algunas asociaciones de autores para comprobar este tratamiento. La misma intensidad en la advertencia se encuentra en otros países europeos o en los Estados Unidos, donde la piratería digital se considera un delito federal.

En el territorio intermedio entre estas dos posiciones se encuentra la realidad. Y la realidad es que, desde un punto de vista moral, no es lo mismo robar un automóvil que descargar una canción, especialmente por lo que a moralidad se refiere.

Y es que en la piratería digital falta un elemento fundamental en la reprobación de toda conducta social: la aceptación o si se quiere, un pensamiento general y acordado sobre la inmoralidad del hecho.

La causa de esta falta de acuerdo o consenso social reside en las características propias de la industria digital.

Hay factores de precio y control de la difusión de los contenidos por parte de la industria. Las fórmulas de distribución, hasta hace bien poco, no estaban orientadas a fidelizar al cliente sino, al contrario, imponían precios y plazos sin vincular al usuario.

Los beneficios astronómicos de algunas distribuidoras y la poca enérgica responsabilidad social de algunas de estas empresas han sido también elementos que han contribuido a la mala percepción por parte de los usuarios.

Dicho en términos macroeconómicos, los usuarios no pagan lo que están dispuestos a pagar, sino lo que les ha sido impuesto, a menudo en términos abusivos, desde la industria. Es decir, el producto no solo es caro, sino que quienes lo distribuyen no entran en competencia por precio, lo que perjudica al usuario y lo empuja al contenido ilegal, al tiempo que se reducen sus prejuicios morales sobre la propiedad de la creación, suponiendo que conozca que existen los derechos de propiedad intelectual y que estos le sean explicados y difundidos de manera suficiente y adecuada.

En el mismo sentido, debemos tener en cuenta que, por ejemplo, la producción artística, en muchos casos, se ha difundido y vendido en soportes muy costosos, en los que las distribuidoras, más que los artistas mismos, han tenido mucho que ver.

Un estudio de la Oficina Europea de Propiedad Intelectual10 concluye, este año, que el 38% de los jóvenes europeos de entre 15 y 24 años, no encontraba nada de malo en las descargas ilegales. Es decir, que estos encuestados no encontraban ni inmoral, ni condenable el consumo personal de contenidos ilegales, así como su compartición.

En el mencionado informe, la inexistencia de precio se reveló como la principal excusa para acceder a contenidos pirateados (67%). Si tenemos en cuenta que los ingresos de las páginas de descarga o streaming piratas no provienen de los pagos de los usuarios sino de la publicidad, parece lógico que la gratuidad sea la causa principal, pero el estudio también refería como causas elementos esenciales del mundo digital, como la facilidad de acceso, la rapidez en la disponibilidad y la usabilidad de estos contenidos. A estos factores, debemos sumar la posición frente a los derechos de autor, que, sea por desconocimiento o por escepticismo, no parece interesar a nadie más que a los autores afectados. En el mismo sentido se expresa el Informe del Observatorio de la Piratería español de acuerdo con su encuesta anual sobre la piratería. (Cuadros 2 y 3)

Como sea, los movimientos a favor del acceso libre a contenidos y la piratería como tal, se confunden a menudo. La lucha contra el sistema de derechos de autor y a favor de un nuevo contrato entre creadores y usuarios en Internet no es nueva, y adquiere incluso formas políticas que representan una actitud sociopolítica distinta a lo que hemos conocido hasta ahora y que merece la pena tener en cuenta.

La piratería como actitud sociopolítica

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Por ejemplo, la Internacional de Partidos Pirata11 (Pirate Parties International) se define como organización sin ánimo de lucro, internacional y no gubernamental, constituida por Partidos Pirata de 60 países, con sede en Suiza desde 2006 y dice encarnar la libertad de movimientos y expresión, mientras trata de alcanzar sus objetivos mediante el activismo político dentro del sistema. Sus miembros afirman proteger los derechos y libertades fundamentales en la era digital, tanto de consumidores y usuarios como de creadores. Asimismo, declaran que el término pirata les ha sido aplicado por la industria de contenidos y que, en cualquier caso, no se refiere a ninguna actividad ilegal.

El ideario común de los Partidos Pirata se basa en la defensa de los derechos sociales y civiles, las prácticas de democracia directa en un entorno de democracia líquida12 (esto es: en un entorno democrático virtual en el que cada ciudadano puede votar cualquier decisión y realizar propuestas, a la vez que puede delegar su voto en un representante sobre cuestiones sobre las que no puede o no quiere decidir, todo ello en un entorno digital) y la voluntad de reformar el sistema de la propiedad intelectual, la apertura de contenidos en base al libre acceso al conocimiento, la neutralidad tecnológica y el acceso universal a Internet.

Aunque su implantación es aún muy residual, en países como Islandia (14,5%) o Ucrania (9%) sus cifras electorales son significativas y, en el caso de Islandia pasó de 3 a 10 escaños en 2016, situándose como tercera fuerza política a costa del Partido Progresista (11,5%) que perdió 11 diputados en relación a los anteriores comicios.

El Partido Pirata, adscrito a la Alianza Verde Europea posee actualmente una eurodiputada alemana, Julia Roda, que sustituye a la eurodiputada sueca, Amelia Andersdotter, que lo fue entre 2009 y 2014.

Es evidente que ninguno de los partidos llamados Pirata que conocemos defiende la piratería y ya hemos visto cuan delgada es la línea que separa la libertad de la ilegalidad en un escenario legal rígido y poco adaptado a, la realidad en relación a la protección de los derechos de los creadores y a la gestión de contenidos.

Pero la articulación de asociaciones como los partidos Pirata surge, sin duda, de la necesidad de reformular las políticas de los estados en relación a los contenidos en Internet y la protección de los derechos de autor.

Probablemente, más allá de los inexistentes problemas morales de los internautas en relación a la piratería, se deberá articular un espacio intermedio entre las libertades de los usuarios y la necesidad de garantizarlas, y la protección de los autores y de la industria, con todo lo que implican elementos como la generación de ocupación, el valor añadido de los productos digitales y su aportación, cada vez mayor, al PIB de los estados.

En todo caso, el hecho es que, en la medida que las generaciones de nativos digitales sustituyen las generaciones de transición, desciende la percepción de delito en la piratería digital y, en muchos casos, no solo no constituye un problema moral, sino que no se comprende otra forma de acceso a los contenidos que no sea gratuita.

Los jóvenes que no han conocido el mundo sin Internet, llamados millennials (nacidos entre 1980 y 2005) tienen, en cierto modo, características comunes con el mundo digital en el que han crecido. Son colectivos, impacientes, inmediatos, necesitan compartir la información y viven en la Red, especialmente en Snapchat, pero también en Twitter13.

Son una generación con tendencia al hedonismo que reconoce a sus héroes en reality shows o entre ciberactivistas diversos. Siguen a gurús de la Red y a todo tipo de youtubers. Viven constantemente conectados y por ese motivo son el objetivo de las grandes corporaciones tecnológicas. Los teléfonos móviles, las estrategias comerciales de los vendedores de maquinaria y de contenido, los videojuegos y las consolas se diseñan a partir de sus gustos y sus aficiones y sus tendencias. A estos millennials hay que sumar los centennials, aquellos que hoy tienen entre 0 y 18 años y cuya vivencia en la Red es, sin duda, mucho más radical.

Entre ambas generaciones, cuentan con más de 4.000 millones de personas en todo el mundo y serán el 59% de los habitantes del planeta en 2020. El 88% vive en países emergentes y el 90% tiene teléfono móvil.

Estos datos por si solos no nos dicen más que estas generaciones constituyen un objetivo de mercado importante. Pero, para el tema que nos ocupa, tenemos que revisar el contexto.

Estos jóvenes viven en una sociedad compleja, que ha sufrido bruscos cambios a nivel demográfico y económico. El desprestigio del sistema político, incapaz de solucionar las injusticias producidas por las crisis, la falta de oportunidades para la juventud y la conciencia de que en el mundo hay situaciones intolerables, que pueden vivir en directo y casi en primera persona.

Todo ello conforma un grupo enorme de jóvenes que no viven la autoridad ni confían en las reglas. En la medida que su potencial económico, especialmente en lo que se refiere al mundo digital es extraordinario, las estrategias comerciales se dirigen hacia ellos pero, si bien compran cantidades enormes de tecnología, pues sin duda aportan buena parte de los 316.000 millones de euros anuales que el mundo se gasta en telefonía móvil o los 13.700 millones de euros en videojuegos por el mismo periodo a nivel mundial14.

Pero, si bien estos grupos son grandes compradores de tecnología, en general viven muy negativamente tener que pagar por los contenidos y encontrarse con publicidad en las webs.

Encuestas y análisis de comportamiento de los consumidores en la Red coinciden en señalar que tanto millennials como centennials prefieren el consumo de productos gratuitos – por tanto, pirateados- y la inmensa mayoría utiliza sistemas de bloqueo (ad blockers) de ventanas emergentes (pop up) con publicidad. Los mismos estudios señalan una relación directa entre el uso de sistemas de bloqueo de publicidad y el consumo de productos ilegales.

Para confirmar lo dicho hasta ahora, el acceso a contenidos protegidos preferido por estos jóvenes es la visualización en streaming desde fuentes no autorizadas, y en mucha menor medida, la descarga15.

Todo ello indica, a nuestro entender que los distribuidores de contenidos lo tendrán difícil con estas generaciones que no perciben la piratería como un delito, sino más bien como un derecho al libre acceso o bien como una forma de permanecer al margen de un sistema de cuotas que consideran una imposición injusta.

La generación digital es, también, una generación de gran movilidad que quiere disfrutar de las cosas de forma inmediata y en comunidad. El mundo digital es esencialmente dinámico, y la regulación, tal como hemos señalado, siempre persigue a los cambios tecnológicos y además, es un mundo que no conoce fronteras ni limitaciones de formato o de idioma. Cualquiera puede saltar una frontera a través de un enlace.

En este contexto, establecer un sistema de gobernanza mundial en la distribución de contenidos que contente por igual a corporaciones y usuarios sea una tarea casi imposible.

Los gobiernos deberán decidir entre preservar las libertades de los usuarios en el entorno digital y su protección como consumidores o asegurar el funcionamiento de la industria de contenidos y el entorno cultural y de la creación, que genera miles de puestos de trabajo y grandes aportaciones al PIB.

Tal como se ha dicho, millones de personas accedieron en todo el mundo, a través de descargas o streaming ilegales, a las dos últimas temporadas de Juego de Tronos, la serie de HBO.

Asistimos, pues, a un acto colectivo y masivo de piratería en tanto que se ignoran conscientemente los derechos de propiedad intelectual.

Visto así, estamos suponiendo que millones de personas en el mundo andan delinquiendo. La clave está en la conciencia del delito o, dicho de otro modo, la percepción que de la moralidad tienen los usuarios.

Pero, tal como se encargan de recordar los partidarios acérrimos de los contenidos abiertos, referirse a la moralidad es muy relativo.

Una serie de Netflix de mucho éxito en la Red, The Crown ( la Corona), relativa al reinado de la reina Isabel II de Inglaterra, nos narra un problema de moralidad al enamorarse, la hermana de la reina, la princesa Margarita, de un hombre divorciado, cosa que, como cabeza visible de la Iglesia Anglicana, la Reina no puede aceptar. El argumento de los arzobispos contrarios es que la boda en cuestión sería una inmoralidad. En cambio, no es del todo cuestionable la legalidad ni la constitucionalidad del acto.

Este ejemplo nos cuenta que no todo lo inmoral es ilegal y, al contrario: muchas de las cosas que han sido o son ilegales no siempre se han considerado inmorales: el divorcio, las relaciones homosexuales o el nudismo, por ejemplo. Llegados a este punto, el choque entre legalidad y moralidad se convierte en un asunto de conciencia, muy condicionado por factores de tipo socioeconómico, cultural y político.

Si analizamos algunos de estos factores podremos definir un poco más la cuestión ética que se plantea.

Por un lado, una fracción de usuarios y gurús de Internet, piensa que los contenidos artísticos o de cualquier índole deben ser abiertos, presentados en formatos tecnológicamente neutros y accesibles para todo el mundo. Esa es, dicen a esencia de Internet: un espacio libre donde ideas, creaciones, documentos e información fluyen libremente. Cualquier límite legal o técnico impuesto (los derechos de autor, por ejemplo) será una restricción intolerable del derecho a la información y de la libre expresión.

Sobre la propiedad intelectual, se considera que hay fórmulas de regulación que no necesariamente tienen que recaer sobre el usuario final, de forma que, éste no deba delinquir y, mucho menos ser castigado por ello.

En la otra orilla, están las asociaciones de creadores y defensores de los derechos de autor y de la propiedad intelectual, que consideran, al contrario que los anteriores, que, en función de su grado de radicalización, llegan a tratar del mismo modo el delito de robo que la descarga ilegal. No hay más que ver los spots publicitarios en nuestros cines o leer las declaraciones de algunas asociaciones de autores para comprobar este tratamiento. La misma intensidad en la advertencia se encuentra en otros países europeos o en los Estados Unidos, donde la piratería digital se considera un delito federal.

En el territorio intermedio entre estas dos posiciones se encuentra la realidad. Y la realidad es que, desde un punto de vista moral, no es lo mismo robar un automóvil que descargar una canción, especialmente por lo que a moralidad se refiere.

Y es que en la piratería digital falta un elemento fundamental en la reprobación de toda conducta social: la aceptación o si se quiere, un pensamiento general y acordado sobre la inmoralidad del hecho.

La causa de esta falta de acuerdo o consenso social reside en las características propias de la industria digital.

Hay factores de precio y control de la difusión de los contenidos por parte de la industria. Las fórmulas de distribución, hasta hace bien poco, no estaban orientadas a fidelizar al cliente sino, al contrario, imponían precios y plazos sin vincular al usuario.

Los beneficios astronómicos de algunas distribuidoras y la poca enérgica responsabilidad social de algunas de estas empresas han sido también elementos que han contribuido a la mala percepción por parte de los usuarios.

Dicho en términos macroeconómicos, los usuarios no pagan lo que están dispuestos a pagar, sino lo que les ha sido impuesto, a menudo en términos abusivos, desde la industria. Es decir, el producto no solo es caro, sino que quienes lo distribuyen no entran en competencia por precio, lo que perjudica al usuario y lo empuja al contenido ilegal, al tiempo que se reducen sus prejuicios morales sobre la propiedad de la creación, suponiendo que conozca que existen los derechos de propiedad intelectual y que estos le sean explicados y difundidos de manera suficiente y adecuada.

En el mismo sentido, debemos tener en cuenta que, por ejemplo, la producción artística, en muchos casos, se ha difundido y vendido en soportes muy costosos, en los que las distribuidoras, más que los artistas mismos, han tenido mucho que ver.

Un estudio de la Oficina Europea de Propiedad Intelectual10 concluye, este año, que el 38% de los jóvenes europeos de entre 15 y 24 años, no encontraba nada de malo en las descargas ilegales. Es decir, que estos encuestados no encontraban ni inmoral, ni condenable el consumo personal de contenidos ilegales, así como su compartición.

En el mencionado informe, la inexistencia de precio se reveló como la principal excusa para acceder a contenidos pirateados (67%). Si tenemos en cuenta que los ingresos de las páginas de descarga o streaming piratas no provienen de los pagos de los usuarios sino de la publicidad, parece lógico que la gratuidad sea la causa principal, pero el estudio también refería como causas elementos esenciales del mundo digital, como la facilidad de acceso, la rapidez en la disponibilidad y la usabilidad de estos contenidos. A estos factores, debemos sumar la posición frente a los derechos de autor, que, sea por desconocimiento o por escepticismo, no parece interesar a nadie más que a los autores afectados. En el mismo sentido se expresa el Informe del Observatorio de la Piratería español de acuerdo con su encuesta anual sobre la piratería. (Cuadros 2 y 3)

Como sea, los movimientos a favor del acceso libre a contenidos y la piratería como tal, se confunden a menudo. La lucha contra el sistema de derechos de autor y a favor de un nuevo contrato entre creadores y usuarios en Internet no es nueva, y adquiere incluso formas políticas que representan una actitud sociopolítica distinta a lo que hemos conocido hasta ahora y que merece la pena tener en cuenta.

La piratería como actitud sociopolítica

11

Por ejemplo, la Internacional de Partidos Pirata11 (Pirate Parties International) se define como organización sin ánimo de lucro, internacional y no gubernamental, constituida por Partidos Pirata de 60 países, con sede en Suiza desde 2006 y dice encarnar la libertad de movimientos y expresión, mientras trata de alcanzar sus objetivos mediante el activismo político dentro del sistema. Sus miembros afirman proteger los derechos y libertades fundamentales en la era digital, tanto de consumidores y usuarios como de creadores. Asimismo, declaran que el término pirata les ha sido aplicado por la industria de contenidos y que, en cualquier caso, no se refiere a ninguna actividad ilegal.

El ideario común de los Partidos Pirata se basa en la defensa de los derechos sociales y civiles, las prácticas de democracia directa en un entorno de democracia líquida12 (esto es: en un entorno democrático virtual en el que cada ciudadano puede votar cualquier decisión y realizar propuestas, a la vez que puede delegar su voto en un representante sobre cuestiones sobre las que no puede o no quiere decidir, todo ello en un entorno digital) y la voluntad de reformar el sistema de la propiedad intelectual, la apertura de contenidos en base al libre acceso al conocimiento, la neutralidad tecnológica y el acceso universal a Internet.

Aunque su implantación es aún muy residual, en países como Islandia (14,5%) o Ucrania (9%) sus cifras electorales son significativas y, en el caso de Islandia pasó de 3 a 10 escaños en 2016, situándose como tercera fuerza política a costa del Partido Progresista (11,5%) que perdió 11 diputados en relación a los anteriores comicios.

El Partido Pirata, adscrito a la Alianza Verde Europea posee actualmente una eurodiputada alemana, Julia Roda, que sustituye a la eurodiputada sueca, Amelia Andersdotter, que lo fue entre 2009 y 2014.

Es evidente que ninguno de los partidos llamados Pirata que conocemos defiende la piratería y ya hemos visto cuan delgada es la línea que separa la libertad de la ilegalidad en un escenario legal rígido y poco adaptado a, la realidad en relación a la protección de los derechos de los creadores y a la gestión de contenidos.

Pero la articulación de asociaciones como los partidos Pirata surge, sin duda, de la necesidad de reformular las políticas de los estados en relación a los contenidos en Internet y la protección de los derechos de autor.

Probablemente, más allá de los inexistentes problemas morales de los internautas en relación a la piratería, se deberá articular un espacio intermedio entre las libertades de los usuarios y la necesidad de garantizarlas, y la protección de los autores y de la industria, con todo lo que implican elementos como la generación de ocupación, el valor añadido de los productos digitales y su aportación, cada vez mayor, al PIB de los estados.

En todo caso, el hecho es que, en la medida que las generaciones de nativos digitales sustituyen las generaciones de transición, desciende la percepción de delito en la piratería digital y, en muchos casos, no solo no constituye un problema moral, sino que no se comprende otra forma de acceso a los contenidos que no sea gratuita.

Los jóvenes que no han conocido el mundo sin Internet, llamados millennials (nacidos entre 1980 y 2005) tienen, en cierto modo, características comunes con el mundo digital en el que han crecido. Son colectivos, impacientes, inmediatos, necesitan compartir la información y viven en la Red, especialmente en Snapchat, pero también en Twitter13.

Son una generación con tendencia al hedonismo que reconoce a sus héroes en reality shows o entre ciberactivistas diversos. Siguen a gurús de la Red y a todo tipo de youtubers. Viven constantemente conectados y por ese motivo son el objetivo de las grandes corporaciones tecnológicas. Los teléfonos móviles, las estrategias comerciales de los vendedores de maquinaria y de contenido, los videojuegos y las consolas se diseñan a partir de sus gustos y sus aficiones y sus tendencias. A estos millennials hay que sumar los centennials, aquellos que hoy tienen entre 0 y 18 años y cuya vivencia en la Red es, sin duda, mucho más radical.

Entre ambas generaciones, cuentan con más de 4.000 millones de personas en todo el mundo y serán el 59% de los habitantes del planeta en 2020. El 88% vive en países emergentes y el 90% tiene teléfono móvil.

Estos datos por si solos no nos dicen más que estas generaciones constituyen un objetivo de mercado importante. Pero, para el tema que nos ocupa, tenemos que revisar el contexto.

Estos jóvenes viven en una sociedad compleja, que ha sufrido bruscos cambios a nivel demográfico y económico. El desprestigio del sistema político, incapaz de solucionar las injusticias producidas por las crisis, la falta de oportunidades para la juventud y la conciencia de que en el mundo hay situaciones intolerables, que pueden vivir en directo y casi en primera persona.

Todo ello conforma un grupo enorme de jóvenes que no viven la autoridad ni confían en las reglas. En la medida que su potencial económico, especialmente en lo que se refiere al mundo digital es extraordinario, las estrategias comerciales se dirigen hacia ellos pero, si bien compran cantidades enormes de tecnología, pues sin duda aportan buena parte de los 316.000 millones de euros anuales que el mundo se gasta en telefonía móvil o los 13.700 millones de euros en videojuegos por el mismo periodo a nivel mundial14.

Pero, si bien estos grupos son grandes compradores de tecnología, en general viven muy negativamente tener que pagar por los contenidos y encontrarse con publicidad en las webs.

Encuestas y análisis de comportamiento de los consumidores en la Red coinciden en señalar que tanto millennials como centennials prefieren el consumo de productos gratuitos – por tanto, pirateados- y la inmensa mayoría utiliza sistemas de bloqueo (ad blockers) de ventanas emergentes (pop up) con publicidad. Los mismos estudios señalan una relación directa entre el uso de sistemas de bloqueo de publicidad y el consumo de productos ilegales.

Para confirmar lo dicho hasta ahora, el acceso a contenidos protegidos preferido por estos jóvenes es la visualización en streaming desde fuentes no autorizadas, y en mucha menor medida, la descarga15.

Todo ello indica, a nuestro entender que los distribuidores de contenidos lo tendrán difícil con estas generaciones que no perciben la piratería como un delito, sino más bien como un derecho al libre acceso o bien como una forma de permanecer al margen de un sistema de cuotas que consideran una imposición injusta.

La generación digital es, también, una generación de gran movilidad que quiere disfrutar de las cosas de forma inmediata y en comunidad. El mundo digital es esencialmente dinámico, y la regulación, tal como hemos señalado, siempre persigue a los cambios tecnológicos y además, es un mundo que no conoce fronteras ni limitaciones de formato o de idioma. Cualquiera puede saltar una frontera a través de un enlace.

En este contexto, establecer un sistema de gobernanza mundial en la distribución de contenidos que contente por igual a corporaciones y usuarios sea una tarea casi imposible.

Los gobiernos deberán decidir entre preservar las libertades de los usuarios en el entorno digital y su protección como consumidores o asegurar el funcionamiento de la industria de contenidos y el entorno cultural y de la creación, que genera miles de puestos de trabajo y grandes aportaciones al PIB.

10. https://euipo.europa.eu/tunnel-web/secure/webdav/guest/document_library/observatory/documents/ IP_youth_scoreboard_study/IP_youth_scoreboard_study_en.pdf

La piratería digital. Evolución y

tendencias de un fenómeno social.

Tal como se ha dicho, millones de personas accedieron en todo el mundo, a través de descargas o streaming ilegales, a las dos últimas temporadas de Juego de Tronos, la serie de HBO.

Asistimos, pues, a un acto colectivo y masivo de piratería en tanto que se ignoran conscientemente los derechos de propiedad intelectual.

Visto así, estamos suponiendo que millones de personas en el mundo andan delinquiendo. La clave está en la conciencia del delito o, dicho de otro modo, la percepción que de la moralidad tienen los usuarios.

Pero, tal como se encargan de recordar los partidarios acérrimos de los contenidos abiertos, referirse a la moralidad es muy relativo.

Una serie de Netflix de mucho éxito en la Red, The Crown ( la Corona), relativa al reinado de la reina Isabel II de Inglaterra, nos narra un problema de moralidad al enamorarse, la hermana de la reina, la princesa Margarita, de un hombre divorciado, cosa que, como cabeza visible de la Iglesia Anglicana, la Reina no puede aceptar. El argumento de los arzobispos contrarios es que la boda en cuestión sería una inmoralidad. En cambio, no es del todo cuestionable la legalidad ni la constitucionalidad del acto.

Este ejemplo nos cuenta que no todo lo inmoral es ilegal y, al contrario: muchas de las cosas que han sido o son ilegales no siempre se han considerado inmorales: el divorcio, las relaciones homosexuales o el nudismo, por ejemplo. Llegados a este punto, el choque entre legalidad y moralidad se convierte en un asunto de conciencia, muy condicionado por factores de tipo socioeconómico, cultural y político.

Si analizamos algunos de estos factores podremos definir un poco más la cuestión ética que se plantea.

Por un lado, una fracción de usuarios y gurús de Internet, piensa que los contenidos artísticos o de cualquier índole deben ser abiertos, presentados en formatos tecnológicamente neutros y accesibles para todo el mundo. Esa es, dicen a esencia de Internet: un espacio libre donde ideas, creaciones, documentos e información fluyen libremente. Cualquier límite legal o técnico impuesto (los derechos de autor, por ejemplo) será una restricción intolerable del derecho a la información y de la libre expresión.

Sobre la propiedad intelectual, se considera que hay fórmulas de regulación que no necesariamente tienen que recaer sobre el usuario final, de forma que, éste no deba delinquir y, mucho menos ser castigado por ello.

En la otra orilla, están las asociaciones de creadores y defensores de los derechos de autor y de la propiedad intelectual, que consideran, al contrario que los anteriores, que, en función de su grado de radicalización, llegan a tratar del mismo modo el delito de robo que la descarga ilegal. No hay más que ver los spots publicitarios en nuestros cines o leer las declaraciones de algunas asociaciones de autores para comprobar este tratamiento. La misma intensidad en la advertencia se encuentra en otros países europeos o en los Estados Unidos, donde la piratería digital se considera un delito federal.

En el territorio intermedio entre estas dos posiciones se encuentra la realidad. Y la realidad es que, desde un punto de vista moral, no es lo mismo robar un automóvil que descargar una canción, especialmente por lo que a moralidad se refiere.

Y es que en la piratería digital falta un elemento fundamental en la reprobación de toda conducta social: la aceptación o si se quiere, un pensamiento general y acordado sobre la inmoralidad del hecho.

La causa de esta falta de acuerdo o consenso social reside en las características propias de la industria digital.

Hay factores de precio y control de la difusión de los contenidos por parte de la industria. Las fórmulas de distribución, hasta hace bien poco, no estaban orientadas a fidelizar al cliente sino, al contrario, imponían precios y plazos sin vincular al usuario.

Los beneficios astronómicos de algunas distribuidoras y la poca enérgica responsabilidad social de algunas de estas empresas han sido también elementos que han contribuido a la mala percepción por parte de los usuarios.

Dicho en términos macroeconómicos, los usuarios no pagan lo que están dispuestos a pagar, sino lo que les ha sido impuesto, a menudo en términos abusivos, desde la industria. Es decir, el producto no solo es caro, sino que quienes lo distribuyen no entran en competencia por precio, lo que perjudica al usuario y lo empuja al contenido ilegal, al tiempo que se reducen sus prejuicios morales sobre la propiedad de la creación, suponiendo que conozca que existen los derechos de propiedad intelectual y que estos le sean explicados y difundidos de manera suficiente y adecuada.

En el mismo sentido, debemos tener en cuenta que, por ejemplo, la producción artística, en muchos casos, se ha difundido y vendido en soportes muy costosos, en los que las distribuidoras, más que los artistas mismos, han tenido mucho que ver.

Un estudio de la Oficina Europea de Propiedad Intelectual10 concluye, este año, que el 38% de los jóvenes europeos de entre 15 y 24 años, no encontraba nada de malo en las descargas ilegales. Es decir, que estos encuestados no encontraban ni inmoral, ni condenable el consumo personal de contenidos ilegales, así como su compartición.

En el mencionado informe, la inexistencia de precio se reveló como la principal excusa para acceder a contenidos pirateados (67%). Si tenemos en cuenta que los ingresos de las páginas de descarga o streaming piratas no provienen de los pagos de los usuarios sino de la publicidad, parece lógico que la gratuidad sea la causa principal, pero el estudio también refería como causas elementos esenciales del mundo digital, como la facilidad de acceso, la rapidez en la disponibilidad y la usabilidad de estos contenidos. A estos factores, debemos sumar la posición frente a los derechos de autor, que, sea por desconocimiento o por escepticismo, no parece interesar a nadie más que a los autores afectados. En el mismo sentido se expresa el Informe del Observatorio de la Piratería español de acuerdo con su encuesta anual sobre la piratería. (Cuadros 2 y 3)

Como sea, los movimientos a favor del acceso libre a contenidos y la piratería como tal, se confunden a menudo. La lucha contra el sistema de derechos de autor y a favor de un nuevo contrato entre creadores y usuarios en Internet no es nueva, y adquiere incluso formas políticas que representan una actitud sociopolítica distinta a lo que hemos conocido hasta ahora y que merece la pena tener en cuenta.

La piratería como actitud sociopolítica

12

Por ejemplo, la Internacional de Partidos Pirata11 (Pirate Parties International) se define como organización sin ánimo de lucro, internacional y no gubernamental, constituida por Partidos Pirata de 60 países, con sede en Suiza desde 2006 y dice encarnar la libertad de movimientos y expresión, mientras trata de alcanzar sus objetivos mediante el activismo político dentro del sistema. Sus miembros afirman proteger los derechos y libertades fundamentales en la era digital, tanto de consumidores y usuarios como de creadores. Asimismo, declaran que el término pirata les ha sido aplicado por la industria de contenidos y que, en cualquier caso, no se refiere a ninguna actividad ilegal.

El ideario común de los Partidos Pirata se basa en la defensa de los derechos sociales y civiles, las prácticas de democracia directa en un entorno de democracia líquida12 (esto es: en un entorno democrático virtual en el que cada ciudadano puede votar cualquier decisión y realizar propuestas, a la vez que puede delegar su voto en un representante sobre cuestiones sobre las que no puede o no quiere decidir, todo ello en un entorno digital) y la voluntad de reformar el sistema de la propiedad intelectual, la apertura de contenidos en base al libre acceso al conocimiento, la neutralidad tecnológica y el acceso universal a Internet.

Aunque su implantación es aún muy residual, en países como Islandia (14,5%) o Ucrania (9%) sus cifras electorales son significativas y, en el caso de Islandia pasó de 3 a 10 escaños en 2016, situándose como tercera fuerza política a costa del Partido Progresista (11,5%) que perdió 11 diputados en relación a los anteriores comicios.

El Partido Pirata, adscrito a la Alianza Verde Europea posee actualmente una eurodiputada alemana, Julia Roda, que sustituye a la eurodiputada sueca, Amelia Andersdotter, que lo fue entre 2009 y 2014.

Es evidente que ninguno de los partidos llamados Pirata que conocemos defiende la piratería y ya hemos visto cuan delgada es la línea que separa la libertad de la ilegalidad en un escenario legal rígido y poco adaptado a, la realidad en relación a la protección de los derechos de los creadores y a la gestión de contenidos.

Pero la articulación de asociaciones como los partidos Pirata surge, sin duda, de la necesidad de reformular las políticas de los estados en relación a los contenidos en Internet y la protección de los derechos de autor.

Probablemente, más allá de los inexistentes problemas morales de los internautas en relación a la piratería, se deberá articular un espacio intermedio entre las libertades de los usuarios y la necesidad de garantizarlas, y la protección de los autores y de la industria, con todo lo que implican elementos como la generación de ocupación, el valor añadido de los productos digitales y su aportación, cada vez mayor, al PIB de los estados.

En todo caso, el hecho es que, en la medida que las generaciones de nativos digitales sustituyen las generaciones de transición, desciende la percepción de delito en la piratería digital y, en muchos casos, no solo no constituye un problema moral, sino que no se comprende otra forma de acceso a los contenidos que no sea gratuita.

Los jóvenes que no han conocido el mundo sin Internet, llamados millennials (nacidos entre 1980 y 2005) tienen, en cierto modo, características comunes con el mundo digital en el que han crecido. Son colectivos, impacientes, inmediatos, necesitan compartir la información y viven en la Red, especialmente en Snapchat, pero también en Twitter13.

Son una generación con tendencia al hedonismo que reconoce a sus héroes en reality shows o entre ciberactivistas diversos. Siguen a gurús de la Red y a todo tipo de youtubers. Viven constantemente conectados y por ese motivo son el objetivo de las grandes corporaciones tecnológicas. Los teléfonos móviles, las estrategias comerciales de los vendedores de maquinaria y de contenido, los videojuegos y las consolas se diseñan a partir de sus gustos y sus aficiones y sus tendencias. A estos millennials hay que sumar los centennials, aquellos que hoy tienen entre 0 y 18 años y cuya vivencia en la Red es, sin duda, mucho más radical.

Entre ambas generaciones, cuentan con más de 4.000 millones de personas en todo el mundo y serán el 59% de los habitantes del planeta en 2020. El 88% vive en países emergentes y el 90% tiene teléfono móvil.

Estos datos por si solos no nos dicen más que estas generaciones constituyen un objetivo de mercado importante. Pero, para el tema que nos ocupa, tenemos que revisar el contexto.

Estos jóvenes viven en una sociedad compleja, que ha sufrido bruscos cambios a nivel demográfico y económico. El desprestigio del sistema político, incapaz de solucionar las injusticias producidas por las crisis, la falta de oportunidades para la juventud y la conciencia de que en el mundo hay situaciones intolerables, que pueden vivir en directo y casi en primera persona.

Todo ello conforma un grupo enorme de jóvenes que no viven la autoridad ni confían en las reglas. En la medida que su potencial económico, especialmente en lo que se refiere al mundo digital es extraordinario, las estrategias comerciales se dirigen hacia ellos pero, si bien compran cantidades enormes de tecnología, pues sin duda aportan buena parte de los 316.000 millones de euros anuales que el mundo se gasta en telefonía móvil o los 13.700 millones de euros en videojuegos por el mismo periodo a nivel mundial14.

Pero, si bien estos grupos son grandes compradores de tecnología, en general viven muy negativamente tener que pagar por los contenidos y encontrarse con publicidad en las webs.

Encuestas y análisis de comportamiento de los consumidores en la Red coinciden en señalar que tanto millennials como centennials prefieren el consumo de productos gratuitos – por tanto, pirateados- y la inmensa mayoría utiliza sistemas de bloqueo (ad blockers) de ventanas emergentes (pop up) con publicidad. Los mismos estudios señalan una relación directa entre el uso de sistemas de bloqueo de publicidad y el consumo de productos ilegales.

Para confirmar lo dicho hasta ahora, el acceso a contenidos protegidos preferido por estos jóvenes es la visualización en streaming desde fuentes no autorizadas, y en mucha menor medida, la descarga15.

Todo ello indica, a nuestro entender que los distribuidores de contenidos lo tendrán difícil con estas generaciones que no perciben la piratería como un delito, sino más bien como un derecho al libre acceso o bien como una forma de permanecer al margen de un sistema de cuotas que consideran una imposición injusta.

La generación digital es, también, una generación de gran movilidad que quiere disfrutar de las cosas de forma inmediata y en comunidad. El mundo digital es esencialmente dinámico, y la regulación, tal como hemos señalado, siempre persigue a los cambios tecnológicos y además, es un mundo que no conoce fronteras ni limitaciones de formato o de idioma. Cualquiera puede saltar una frontera a través de un enlace.

En este contexto, establecer un sistema de gobernanza mundial en la distribución de contenidos que contente por igual a corporaciones y usuarios sea una tarea casi imposible.

Los gobiernos deberán decidir entre preservar las libertades de los usuarios en el entorno digital y su protección como consumidores o asegurar el funcionamiento de la industria de contenidos y el entorno cultural y de la creación, que genera miles de puestos de trabajo y grandes aportaciones al PIB.

Fuente: Observatorio de Piratería y Hábitos de Consumo de Contenidos Digitales 2015. GFK. Consultora .http://www.gfk.com/es/v

30%29%26%50%40%

Lo hace todo el mundoNo estoy haciendo daño a nadie / industriaNo hay consecuencias legales para el que piratea. Viendo el fútbol de esta forma no perjudico a nadieAccedo a estas emisiones de fútbol porque todos lo hacen

Tabla 2.Actitud y Percepción del usuario ante la piratería en España (2015).

Fuente: Observatorio de Piratería y Hábitos de Consumo de Contenidos Digitales 2015. GFK. Consultora .http://www.gfk.com/es/v

67%55%53%47%46%38%38%37%31%30%29%26%

Los contenidos originales son muy caros, de lo contrario los pagaríaAcceso a los contenidos es rápidoYa estoy pagando mi conexión a InternetNo pago por un contenido que posiblemente luego no me gusteCon la subida del IVA consumiré menos contenidos legalmenteNo puedo acceder al contenido de otra formaNo pago porque los contenidos son efímeros y caducan prontoÚnica manera de estar al díaNo puedo esperar a que salgan al mercadoLo hace todo el mundoNo estoy haciendo daño a nadie/ industriaNo hay consecuencias legales para el que piratea, no pasa nada

Tabla 3.¿Por qué piratean los usuarios españoles? (2015).

Como sea, los movimientos a favor del acceso libre a contenidos y la piratería como tal, se confunden a menudo. La lucha contra el sistema de derechos de autor y a favor de un nuevo contrato entre creadores y usuarios en Internet no es nueva, y adquiere incluso formas políticas que representan una actitud sociopolítica distinta a lo que hemos conocido hasta ahora y que merece la pena tener en cuenta.

Por ejemplo, la Internacional de Partidos Pirata11 (Pirate Parties International) se define como organización sin ánimo de lucro, internacional y no gubernamental, constituida por Partidos Pirata de 60 países, con sede en Suiza desde 2006 y dice encarnar la libertad de movimientos y expresión, mientras trata de alcanzar sus objetivos mediante el activismo político dentro del sistema. Sus miembros afirman proteger los derechos y libertades fundamentales en la era digital, tanto de consumidores y usuarios como de creadores. Asimismo, declaran que el término pirata les ha sido aplicado por la industria de contenidos y que, en cualquier caso, no se refiere a ninguna actividad ilegal.

El ideario común de los Partidos Pirata se basa en la defensa de los derechos sociales y civiles, las prácticas de democracia directa en un entorno de democracia líquida12 (esto es: en un entorno democrático virtual en el que cada ciudadano puede votar cualquier decisión y realizar propuestas, a la vez que puede delegar su voto en un representante sobre cuestiones sobre las que no puede o no quiere decidir, todo ello en un entorno digital) y la voluntad de reformar el sistema de la propiedad intelectual, la apertura de contenidos en base al libre acceso al conocimiento, la neutralidad tecnológica y el acceso universal a Internet.

Aunque su implantación es aún muy residual, en países como Islandia (14,5%) o Ucrania (9%) sus cifras electorales son significativas y, en el caso de Islandia pasó de 3 a 10 escaños en 2016, situándose como tercera fuerza política a costa del Partido Progresista (11,5%) que perdió 11 diputados en relación a los anteriores comicios.

El Partido Pirata, adscrito a la Alianza Verde Europea posee actualmente una eurodiputada alemana, Julia Roda, que sustituye a la eurodiputada sueca, Amelia Andersdotter, que lo fue entre 2009 y 2014.

Es evidente que ninguno de los partidos llamados Pirata que conocemos defiende la piratería y ya hemos visto cuan delgada es la línea que separa la libertad de la ilegalidad en un escenario legal rígido y poco adaptado a, la realidad en relación a la protección de los derechos de los creadores y a la gestión de contenidos.

Pero la articulación de asociaciones como los partidos Pirata surge, sin duda, de la necesidad de reformular las políticas de los estados en relación a los contenidos en Internet y la protección de los derechos de autor.

Probablemente, más allá de los inexistentes problemas morales de los internautas en relación a la piratería, se deberá articular un espacio intermedio entre las libertades de los usuarios y la necesidad de garantizarlas, y la protección de los autores y de la industria, con todo lo que implican elementos como la generación de ocupación, el valor añadido de los productos digitales y su aportación, cada vez mayor, al PIB de los estados.

La piratería como actitud sociopolítica

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En todo caso, el hecho es que, en la medida que las generaciones de nativos digitales sustituyen las generaciones de transición, desciende la percepción de delito en la piratería digital y, en muchos casos, no solo no constituye un problema moral, sino que no se comprende otra forma de acceso a los contenidos que no sea gratuita.

Los jóvenes que no han conocido el mundo sin Internet, llamados millennials (nacidos entre 1980 y 2005) tienen, en cierto modo, características comunes con el mundo digital en el que han crecido. Son colectivos, impacientes, inmediatos, necesitan compartir la información y viven en la Red, especialmente en Snapchat, pero también en Twitter13.

Son una generación con tendencia al hedonismo que reconoce a sus héroes en reality shows o entre ciberactivistas diversos. Siguen a gurús de la Red y a todo tipo de youtubers. Viven constantemente conectados y por ese motivo son el objetivo de las grandes corporaciones tecnológicas. Los teléfonos móviles, las estrategias comerciales de los vendedores de maquinaria y de contenido, los videojuegos y las consolas se diseñan a partir de sus gustos y sus aficiones y sus tendencias. A estos millennials hay que sumar los centennials, aquellos que hoy tienen entre 0 y 18 años y cuya vivencia en la Red es, sin duda, mucho más radical.

Entre ambas generaciones, cuentan con más de 4.000 millones de personas en todo el mundo y serán el 59% de los habitantes del planeta en 2020. El 88% vive en países emergentes y el 90% tiene teléfono móvil.

Estos datos por si solos no nos dicen más que estas generaciones constituyen un objetivo de mercado importante. Pero, para el tema que nos ocupa, tenemos que revisar el contexto.

Estos jóvenes viven en una sociedad compleja, que ha sufrido bruscos cambios a nivel demográfico y económico. El desprestigio del sistema político, incapaz de solucionar las injusticias producidas por las crisis, la falta de oportunidades para la juventud y la conciencia de que en el mundo hay situaciones intolerables, que pueden vivir en directo y casi en primera persona.

Todo ello conforma un grupo enorme de jóvenes que no viven la autoridad ni confían en las reglas. En la medida que su potencial económico, especialmente en lo que se refiere al mundo digital es extraordinario, las estrategias comerciales se dirigen hacia ellos pero, si bien compran cantidades enormes de tecnología, pues sin duda aportan buena parte de los 316.000 millones de euros anuales que el mundo se gasta en telefonía móvil o los 13.700 millones de euros en videojuegos por el mismo periodo a nivel mundial14.

Pero, si bien estos grupos son grandes compradores de tecnología, en general viven muy negativamente tener que pagar por los contenidos y encontrarse con publicidad en las webs.

Encuestas y análisis de comportamiento de los consumidores en la Red coinciden en señalar que tanto millennials como centennials prefieren el consumo de productos gratuitos – por tanto, pirateados- y la inmensa mayoría utiliza sistemas de bloqueo (ad blockers) de ventanas emergentes (pop up) con publicidad. Los mismos estudios señalan una relación directa entre el uso de sistemas de bloqueo de publicidad y el consumo de productos ilegales.

Para confirmar lo dicho hasta ahora, el acceso a contenidos protegidos preferido por estos jóvenes es la visualización en streaming desde fuentes no autorizadas, y en mucha menor medida, la descarga15.

Todo ello indica, a nuestro entender que los distribuidores de contenidos lo tendrán difícil con estas generaciones que no perciben la piratería como un delito, sino más bien como un derecho al libre acceso o bien como una forma de permanecer al margen de un sistema de cuotas que consideran una imposición injusta.

La generación digital es, también, una generación de gran movilidad que quiere disfrutar de las cosas de forma inmediata y en comunidad. El mundo digital es esencialmente dinámico, y la regulación, tal como hemos señalado, siempre persigue a los cambios tecnológicos y además, es un mundo que no conoce fronteras ni limitaciones de formato o de idioma. Cualquiera puede saltar una frontera a través de un enlace.

En este contexto, establecer un sistema de gobernanza mundial en la distribución de contenidos que contente por igual a corporaciones y usuarios sea una tarea casi imposible.

Los gobiernos deberán decidir entre preservar las libertades de los usuarios en el entorno digital y su protección como consumidores o asegurar el funcionamiento de la industria de contenidos y el entorno cultural y de la creación, que genera miles de puestos de trabajo y grandes aportaciones al PIB.

11. https://pp-international.net/ 12. La democracia líquida Los nuevos modelos políticos en la era digital. Jorge Francisco Aguirre Sala. Editorial UOC

Barcelona 2016

La piratería digital. Evolución y

tendencias de un fenómeno social.

Como sea, los movimientos a favor del acceso libre a contenidos y la piratería como tal, se confunden a menudo. La lucha contra el sistema de derechos de autor y a favor de un nuevo contrato entre creadores y usuarios en Internet no es nueva, y adquiere incluso formas políticas que representan una actitud sociopolítica distinta a lo que hemos conocido hasta ahora y que merece la pena tener en cuenta.

Por ejemplo, la Internacional de Partidos Pirata11 (Pirate Parties International) se define como organización sin ánimo de lucro, internacional y no gubernamental, constituida por Partidos Pirata de 60 países, con sede en Suiza desde 2006 y dice encarnar la libertad de movimientos y expresión, mientras trata de alcanzar sus objetivos mediante el activismo político dentro del sistema. Sus miembros afirman proteger los derechos y libertades fundamentales en la era digital, tanto de consumidores y usuarios como de creadores. Asimismo, declaran que el término pirata les ha sido aplicado por la industria de contenidos y que, en cualquier caso, no se refiere a ninguna actividad ilegal.

El ideario común de los Partidos Pirata se basa en la defensa de los derechos sociales y civiles, las prácticas de democracia directa en un entorno de democracia líquida12 (esto es: en un entorno democrático virtual en el que cada ciudadano puede votar cualquier decisión y realizar propuestas, a la vez que puede delegar su voto en un representante sobre cuestiones sobre las que no puede o no quiere decidir, todo ello en un entorno digital) y la voluntad de reformar el sistema de la propiedad intelectual, la apertura de contenidos en base al libre acceso al conocimiento, la neutralidad tecnológica y el acceso universal a Internet.

Aunque su implantación es aún muy residual, en países como Islandia (14,5%) o Ucrania (9%) sus cifras electorales son significativas y, en el caso de Islandia pasó de 3 a 10 escaños en 2016, situándose como tercera fuerza política a costa del Partido Progresista (11,5%) que perdió 11 diputados en relación a los anteriores comicios.

El Partido Pirata, adscrito a la Alianza Verde Europea posee actualmente una eurodiputada alemana, Julia Roda, que sustituye a la eurodiputada sueca, Amelia Andersdotter, que lo fue entre 2009 y 2014.

Es evidente que ninguno de los partidos llamados Pirata que conocemos defiende la piratería y ya hemos visto cuan delgada es la línea que separa la libertad de la ilegalidad en un escenario legal rígido y poco adaptado a, la realidad en relación a la protección de los derechos de los creadores y a la gestión de contenidos.

Pero la articulación de asociaciones como los partidos Pirata surge, sin duda, de la necesidad de reformular las políticas de los estados en relación a los contenidos en Internet y la protección de los derechos de autor.

Probablemente, más allá de los inexistentes problemas morales de los internautas en relación a la piratería, se deberá articular un espacio intermedio entre las libertades de los usuarios y la necesidad de garantizarlas, y la protección de los autores y de la industria, con todo lo que implican elementos como la generación de ocupación, el valor añadido de los productos digitales y su aportación, cada vez mayor, al PIB de los estados.

En todo caso, el hecho es que, en la medida que las generaciones de nativos digitales sustituyen las generaciones de transición, desciende la percepción de delito en la piratería digital y, en muchos casos, no solo no constituye un problema moral, sino que no se comprende otra forma de acceso a los contenidos que no sea gratuita.

Los jóvenes que no han conocido el mundo sin Internet, llamados millennials (nacidos entre 1980 y 2005) tienen, en cierto modo, características comunes con el mundo digital en el que han crecido. Son colectivos, impacientes, inmediatos, necesitan compartir la información y viven en la Red, especialmente en Snapchat, pero también en Twitter13.

Son una generación con tendencia al hedonismo que reconoce a sus héroes en reality shows o entre ciberactivistas diversos. Siguen a gurús de la Red y a todo tipo de youtubers. Viven constantemente conectados y por ese motivo son el objetivo de las grandes corporaciones tecnológicas. Los teléfonos móviles, las estrategias comerciales de los vendedores de maquinaria y de contenido, los videojuegos y las consolas se diseñan a partir de sus gustos y sus aficiones y sus tendencias. A estos millennials hay que sumar los centennials, aquellos que hoy tienen entre 0 y 18 años y cuya vivencia en la Red es, sin duda, mucho más radical.

Entre ambas generaciones, cuentan con más de 4.000 millones de personas en todo el mundo y serán el 59% de los habitantes del planeta en 2020. El 88% vive en países emergentes y el 90% tiene teléfono móvil.

Estos datos por si solos no nos dicen más que estas generaciones constituyen un objetivo de mercado importante. Pero, para el tema que nos ocupa, tenemos que revisar el contexto.

Estos jóvenes viven en una sociedad compleja, que ha sufrido bruscos cambios a nivel demográfico y económico. El desprestigio del sistema político, incapaz de solucionar las injusticias producidas por las crisis, la falta de oportunidades para la juventud y la conciencia de que en el mundo hay situaciones intolerables, que pueden vivir en directo y casi en primera persona.

Todo ello conforma un grupo enorme de jóvenes que no viven la autoridad ni confían en las reglas. En la medida que su potencial económico, especialmente en lo que se refiere al mundo digital es extraordinario, las estrategias comerciales se dirigen hacia ellos pero, si bien compran cantidades enormes de tecnología, pues sin duda aportan buena parte de los 316.000 millones de euros anuales que el mundo se gasta en telefonía móvil o los 13.700 millones de euros en videojuegos por el mismo periodo a nivel mundial14.

Pero, si bien estos grupos son grandes compradores de tecnología, en general viven muy negativamente tener que pagar por los contenidos y encontrarse con publicidad en las webs.

La piratería como actitud sociopolítica

14

Encuestas y análisis de comportamiento de los consumidores en la Red coinciden en señalar que tanto millennials como centennials prefieren el consumo de productos gratuitos – por tanto, pirateados- y la inmensa mayoría utiliza sistemas de bloqueo (ad blockers) de ventanas emergentes (pop up) con publicidad. Los mismos estudios señalan una relación directa entre el uso de sistemas de bloqueo de publicidad y el consumo de productos ilegales.

Para confirmar lo dicho hasta ahora, el acceso a contenidos protegidos preferido por estos jóvenes es la visualización en streaming desde fuentes no autorizadas, y en mucha menor medida, la descarga15.

Todo ello indica, a nuestro entender que los distribuidores de contenidos lo tendrán difícil con estas generaciones que no perciben la piratería como un delito, sino más bien como un derecho al libre acceso o bien como una forma de permanecer al margen de un sistema de cuotas que consideran una imposición injusta.

La generación digital es, también, una generación de gran movilidad que quiere disfrutar de las cosas de forma inmediata y en comunidad. El mundo digital es esencialmente dinámico, y la regulación, tal como hemos señalado, siempre persigue a los cambios tecnológicos y además, es un mundo que no conoce fronteras ni limitaciones de formato o de idioma. Cualquiera puede saltar una frontera a través de un enlace.

En este contexto, establecer un sistema de gobernanza mundial en la distribución de contenidos que contente por igual a corporaciones y usuarios sea una tarea casi imposible.

Los gobiernos deberán decidir entre preservar las libertades de los usuarios en el entorno digital y su protección como consumidores o asegurar el funcionamiento de la industria de contenidos y el entorno cultural y de la creación, que genera miles de puestos de trabajo y grandes aportaciones al PIB.

13. https://www.pressreader.com/kuwait/kuwait-times/20160918/282471413327341 14. http://economia.elpais.com/economia/2016/10/20/actualidad/1476985002_101940.html http://economia.elpais.com/economia/2016/10/20/actualidad/1476985002_101940.html

Como sea, los movimientos a favor del acceso libre a contenidos y la piratería como tal, se confunden a menudo. La lucha contra el sistema de derechos de autor y a favor de un nuevo contrato entre creadores y usuarios en Internet no es nueva, y adquiere incluso formas políticas que representan una actitud sociopolítica distinta a lo que hemos conocido hasta ahora y que merece la pena tener en cuenta.

Por ejemplo, la Internacional de Partidos Pirata11 (Pirate Parties International) se define como organización sin ánimo de lucro, internacional y no gubernamental, constituida por Partidos Pirata de 60 países, con sede en Suiza desde 2006 y dice encarnar la libertad de movimientos y expresión, mientras trata de alcanzar sus objetivos mediante el activismo político dentro del sistema. Sus miembros afirman proteger los derechos y libertades fundamentales en la era digital, tanto de consumidores y usuarios como de creadores. Asimismo, declaran que el término pirata les ha sido aplicado por la industria de contenidos y que, en cualquier caso, no se refiere a ninguna actividad ilegal.

El ideario común de los Partidos Pirata se basa en la defensa de los derechos sociales y civiles, las prácticas de democracia directa en un entorno de democracia líquida12 (esto es: en un entorno democrático virtual en el que cada ciudadano puede votar cualquier decisión y realizar propuestas, a la vez que puede delegar su voto en un representante sobre cuestiones sobre las que no puede o no quiere decidir, todo ello en un entorno digital) y la voluntad de reformar el sistema de la propiedad intelectual, la apertura de contenidos en base al libre acceso al conocimiento, la neutralidad tecnológica y el acceso universal a Internet.

Aunque su implantación es aún muy residual, en países como Islandia (14,5%) o Ucrania (9%) sus cifras electorales son significativas y, en el caso de Islandia pasó de 3 a 10 escaños en 2016, situándose como tercera fuerza política a costa del Partido Progresista (11,5%) que perdió 11 diputados en relación a los anteriores comicios.

El Partido Pirata, adscrito a la Alianza Verde Europea posee actualmente una eurodiputada alemana, Julia Roda, que sustituye a la eurodiputada sueca, Amelia Andersdotter, que lo fue entre 2009 y 2014.

Es evidente que ninguno de los partidos llamados Pirata que conocemos defiende la piratería y ya hemos visto cuan delgada es la línea que separa la libertad de la ilegalidad en un escenario legal rígido y poco adaptado a, la realidad en relación a la protección de los derechos de los creadores y a la gestión de contenidos.

Pero la articulación de asociaciones como los partidos Pirata surge, sin duda, de la necesidad de reformular las políticas de los estados en relación a los contenidos en Internet y la protección de los derechos de autor.

Probablemente, más allá de los inexistentes problemas morales de los internautas en relación a la piratería, se deberá articular un espacio intermedio entre las libertades de los usuarios y la necesidad de garantizarlas, y la protección de los autores y de la industria, con todo lo que implican elementos como la generación de ocupación, el valor añadido de los productos digitales y su aportación, cada vez mayor, al PIB de los estados.

En todo caso, el hecho es que, en la medida que las generaciones de nativos digitales sustituyen las generaciones de transición, desciende la percepción de delito en la piratería digital y, en muchos casos, no solo no constituye un problema moral, sino que no se comprende otra forma de acceso a los contenidos que no sea gratuita.

Los jóvenes que no han conocido el mundo sin Internet, llamados millennials (nacidos entre 1980 y 2005) tienen, en cierto modo, características comunes con el mundo digital en el que han crecido. Son colectivos, impacientes, inmediatos, necesitan compartir la información y viven en la Red, especialmente en Snapchat, pero también en Twitter13.

Son una generación con tendencia al hedonismo que reconoce a sus héroes en reality shows o entre ciberactivistas diversos. Siguen a gurús de la Red y a todo tipo de youtubers. Viven constantemente conectados y por ese motivo son el objetivo de las grandes corporaciones tecnológicas. Los teléfonos móviles, las estrategias comerciales de los vendedores de maquinaria y de contenido, los videojuegos y las consolas se diseñan a partir de sus gustos y sus aficiones y sus tendencias. A estos millennials hay que sumar los centennials, aquellos que hoy tienen entre 0 y 18 años y cuya vivencia en la Red es, sin duda, mucho más radical.

Entre ambas generaciones, cuentan con más de 4.000 millones de personas en todo el mundo y serán el 59% de los habitantes del planeta en 2020. El 88% vive en países emergentes y el 90% tiene teléfono móvil.

Estos datos por si solos no nos dicen más que estas generaciones constituyen un objetivo de mercado importante. Pero, para el tema que nos ocupa, tenemos que revisar el contexto.

Estos jóvenes viven en una sociedad compleja, que ha sufrido bruscos cambios a nivel demográfico y económico. El desprestigio del sistema político, incapaz de solucionar las injusticias producidas por las crisis, la falta de oportunidades para la juventud y la conciencia de que en el mundo hay situaciones intolerables, que pueden vivir en directo y casi en primera persona.

Todo ello conforma un grupo enorme de jóvenes que no viven la autoridad ni confían en las reglas. En la medida que su potencial económico, especialmente en lo que se refiere al mundo digital es extraordinario, las estrategias comerciales se dirigen hacia ellos pero, si bien compran cantidades enormes de tecnología, pues sin duda aportan buena parte de los 316.000 millones de euros anuales que el mundo se gasta en telefonía móvil o los 13.700 millones de euros en videojuegos por el mismo periodo a nivel mundial14.

Pero, si bien estos grupos son grandes compradores de tecnología, en general viven muy negativamente tener que pagar por los contenidos y encontrarse con publicidad en las webs.

Encuestas y análisis de comportamiento de los consumidores en la Red coinciden en señalar que tanto millennials como centennials prefieren el consumo de productos gratuitos – por tanto, pirateados- y la inmensa mayoría utiliza sistemas de bloqueo (ad blockers) de ventanas emergentes (pop up) con publicidad. Los mismos estudios señalan una relación directa entre el uso de sistemas de bloqueo de publicidad y el consumo de productos ilegales.

Para confirmar lo dicho hasta ahora, el acceso a contenidos protegidos preferido por estos jóvenes es la visualización en streaming desde fuentes no autorizadas, y en mucha menor medida, la descarga15.

Todo ello indica, a nuestro entender que los distribuidores de contenidos lo tendrán difícil con estas generaciones que no perciben la piratería como un delito, sino más bien como un derecho al libre acceso o bien como una forma de permanecer al margen de un sistema de cuotas que consideran una imposición injusta.

La generación digital es, también, una generación de gran movilidad que quiere disfrutar de las cosas de forma inmediata y en comunidad. El mundo digital es esencialmente dinámico, y la regulación, tal como hemos señalado, siempre persigue a los cambios tecnológicos y además, es un mundo que no conoce fronteras ni limitaciones de formato o de idioma. Cualquiera puede saltar una frontera a través de un enlace.

En este contexto, establecer un sistema de gobernanza mundial en la distribución de contenidos que contente por igual a corporaciones y usuarios sea una tarea casi imposible.

Los gobiernos deberán decidir entre preservar las libertades de los usuarios en el entorno digital y su protección como consumidores o asegurar el funcionamiento de la industria de contenidos y el entorno cultural y de la creación, que genera miles de puestos de trabajo y grandes aportaciones al PIB.

La piratería como actitud sociopolítica

15 15. http://revistafibra.info/8632-2/

La piratería digital. Evolución y

tendencias de un fenómeno social.

Como sea, los movimientos a favor del acceso libre a contenidos y la piratería como tal, se confunden a menudo. La lucha contra el sistema de derechos de autor y a favor de un nuevo contrato entre creadores y usuarios en Internet no es nueva, y adquiere incluso formas políticas que representan una actitud sociopolítica distinta a lo que hemos conocido hasta ahora y que merece la pena tener en cuenta.

A grandes rasgos, el sistema consiste en que todo el material legal sea señalado por los ISP con un código que, al ser violado, genere un aviso al usuario, hasta un total de tres. Sobrepasado el número de avisos, el infractor podrá ser sancionado y la compañía podrá emprender acciones legales contra él.

El sistema estará regido por una comisión, con representación del gobierno, los ISP, representantes de las organizaciones de autores y de las entidades de protección del consumidor.

En el mismo sentido, el gigante tecnológico CISCO Systems17, especializado en redes y centros de protección de datos y en gestión de productos en la Nube, ha desarrollado un sistema para la lucha contra la piratería.

El sistema consiste en una marca forense que identifica las suscripciones o sesiones de streaming pirateadas, especialmente las transmisiones por televisión, apagando automáticamente la fuente una vez detectada la intrusión.

Totalmente automático, podría ser instalado por las compañías de broadcasting a modo de pantalla protectora de sus sistemas18, vigilando el tráfico y fundiendo la fuente origen de la intrusión.

En otro orden de cosas, algunas voces hablan de instaurar tasas al usuario, a un precio lo suficientemente razonable, para que este evite el contenido pirata y acceda a contenidos digitales organizados por el sector público, a modo de biblioteca y copiando el sistema compensatorio que en países como Australia o Canadá, funciona para resarcir a los autores y editores de libros de las pérdidas de ventas ocasionadas por la presencia de sus obras en las bibliotecas públicas.

En cualquier caso, más allá de las prohibiciones, las clausuras de páginas web o las campañas más que discutibles, de protección de un sistema de derechos de propiedad intelectual que sin duda, debe revisarse, el hecho es que la piratería digital parece inherente a la existencia de Internet como paradigma del espacio de comunicación abierto, accesible y de libre circulación. Para esta revisión, se deberían tener en cuenta algunos factores.

En primer lugar, el coste económico de los servicios de contenidos.

Los descensos más importantes de la piratería se han producido en aquellos servicios en los que el precio del producto ha bajado. Las compañías de broadcasting empiezan a entender que lo único que puede garantizar la seguridad de sus plataformas es una propuesta atractiva al usuario final que incluya, además de un precio asumible, productos exclusivos o ventajas específicas para el cliente19.

Por ejemplo, la Internacional de Partidos Pirata11 (Pirate Parties International) se define como organización sin ánimo de lucro, internacional y no gubernamental, constituida por Partidos Pirata de 60 países, con sede en Suiza desde 2006 y dice encarnar la libertad de movimientos y expresión, mientras trata de alcanzar sus objetivos mediante el activismo político dentro del sistema. Sus miembros afirman proteger los derechos y libertades fundamentales en la era digital, tanto de consumidores y usuarios como de creadores. Asimismo, declaran que el término pirata les ha sido aplicado por la industria de contenidos y que, en cualquier caso, no se refiere a ninguna actividad ilegal.

El ideario común de los Partidos Pirata se basa en la defensa de los derechos sociales y civiles, las prácticas de democracia directa en un entorno de democracia líquida12 (esto es: en un entorno democrático virtual en el que cada ciudadano puede votar cualquier decisión y realizar propuestas, a la vez que puede delegar su voto en un representante sobre cuestiones sobre las que no puede o no quiere decidir, todo ello en un entorno digital) y la voluntad de reformar el sistema de la propiedad intelectual, la apertura de contenidos en base al libre acceso al conocimiento, la neutralidad tecnológica y el acceso universal a Internet.

Aunque su implantación es aún muy residual, en países como Islandia (14,5%) o Ucrania (9%) sus cifras electorales son significativas y, en el caso de Islandia pasó de 3 a 10 escaños en 2016, situándose como tercera fuerza política a costa del Partido Progresista (11,5%) que perdió 11 diputados en relación a los anteriores comicios.

El Partido Pirata, adscrito a la Alianza Verde Europea posee actualmente una eurodiputada alemana, Julia Roda, que sustituye a la eurodiputada sueca, Amelia Andersdotter, que lo fue entre 2009 y 2014.

Es evidente que ninguno de los partidos llamados Pirata que conocemos defiende la piratería y ya hemos visto cuan delgada es la línea que separa la libertad de la ilegalidad en un escenario legal rígido y poco adaptado a, la realidad en relación a la protección de los derechos de los creadores y a la gestión de contenidos.

Pero la articulación de asociaciones como los partidos Pirata surge, sin duda, de la necesidad de reformular las políticas de los estados en relación a los contenidos en Internet y la protección de los derechos de autor.

Probablemente, más allá de los inexistentes problemas morales de los internautas en relación a la piratería, se deberá articular un espacio intermedio entre las libertades de los usuarios y la necesidad de garantizarlas, y la protección de los autores y de la industria, con todo lo que implican elementos como la generación de ocupación, el valor añadido de los productos digitales y su aportación, cada vez mayor, al PIB de los estados.

En todo caso, el hecho es que, en la medida que las generaciones de nativos digitales sustituyen las generaciones de transición, desciende la percepción de delito en la piratería digital y, en muchos casos, no solo no constituye un problema moral, sino que no se comprende otra forma de acceso a los contenidos que no sea gratuita.

Los jóvenes que no han conocido el mundo sin Internet, llamados millennials (nacidos entre 1980 y 2005) tienen, en cierto modo, características comunes con el mundo digital en el que han crecido. Son colectivos, impacientes, inmediatos, necesitan compartir la información y viven en la Red, especialmente en Snapchat, pero también en Twitter13.

Son una generación con tendencia al hedonismo que reconoce a sus héroes en reality shows o entre ciberactivistas diversos. Siguen a gurús de la Red y a todo tipo de youtubers. Viven constantemente conectados y por ese motivo son el objetivo de las grandes corporaciones tecnológicas. Los teléfonos móviles, las estrategias comerciales de los vendedores de maquinaria y de contenido, los videojuegos y las consolas se diseñan a partir de sus gustos y sus aficiones y sus tendencias. A estos millennials hay que sumar los centennials, aquellos que hoy tienen entre 0 y 18 años y cuya vivencia en la Red es, sin duda, mucho más radical.

Entre ambas generaciones, cuentan con más de 4.000 millones de personas en todo el mundo y serán el 59% de los habitantes del planeta en 2020. El 88% vive en países emergentes y el 90% tiene teléfono móvil.

Estos datos por si solos no nos dicen más que estas generaciones constituyen un objetivo de mercado importante. Pero, para el tema que nos ocupa, tenemos que revisar el contexto.

Estos jóvenes viven en una sociedad compleja, que ha sufrido bruscos cambios a nivel demográfico y económico. El desprestigio del sistema político, incapaz de solucionar las injusticias producidas por las crisis, la falta de oportunidades para la juventud y la conciencia de que en el mundo hay situaciones intolerables, que pueden vivir en directo y casi en primera persona.

Todo ello conforma un grupo enorme de jóvenes que no viven la autoridad ni confían en las reglas. En la medida que su potencial económico, especialmente en lo que se refiere al mundo digital es extraordinario, las estrategias comerciales se dirigen hacia ellos pero, si bien compran cantidades enormes de tecnología, pues sin duda aportan buena parte de los 316.000 millones de euros anuales que el mundo se gasta en telefonía móvil o los 13.700 millones de euros en videojuegos por el mismo periodo a nivel mundial14.

Pero, si bien estos grupos son grandes compradores de tecnología, en general viven muy negativamente tener que pagar por los contenidos y encontrarse con publicidad en las webs.

Encuestas y análisis de comportamiento de los consumidores en la Red coinciden en señalar que tanto millennials como centennials prefieren el consumo de productos gratuitos – por tanto, pirateados- y la inmensa mayoría utiliza sistemas de bloqueo (ad blockers) de ventanas emergentes (pop up) con publicidad. Los mismos estudios señalan una relación directa entre el uso de sistemas de bloqueo de publicidad y el consumo de productos ilegales.

Para confirmar lo dicho hasta ahora, el acceso a contenidos protegidos preferido por estos jóvenes es la visualización en streaming desde fuentes no autorizadas, y en mucha menor medida, la descarga15.

Todo ello indica, a nuestro entender que los distribuidores de contenidos lo tendrán difícil con estas generaciones que no perciben la piratería como un delito, sino más bien como un derecho al libre acceso o bien como una forma de permanecer al margen de un sistema de cuotas que consideran una imposición injusta.

La generación digital es, también, una generación de gran movilidad que quiere disfrutar de las cosas de forma inmediata y en comunidad. El mundo digital es esencialmente dinámico, y la regulación, tal como hemos señalado, siempre persigue a los cambios tecnológicos y además, es un mundo que no conoce fronteras ni limitaciones de formato o de idioma. Cualquiera puede saltar una frontera a través de un enlace.

En este contexto, establecer un sistema de gobernanza mundial en la distribución de contenidos que contente por igual a corporaciones y usuarios sea una tarea casi imposible.

Los gobiernos deberán decidir entre preservar las libertades de los usuarios en el entorno digital y su protección como consumidores o asegurar el funcionamiento de la industria de contenidos y el entorno cultural y de la creación, que genera miles de puestos de trabajo y grandes aportaciones al PIB.

La lucha contra la piratería digital es una tarea difícil. Hasta ahora, las distintas legislaciones se han demostrado poco eficaces por varias razones.

En primer lugar, las leyes por si mismas no solucionan nada. Para que tengan efecto, hay que aplicarlas y aplicar las leyes antipiratería es costoso y, en cierto modo, imposible porque se trataría de perseguir y sancionar a mucha gente lo cual seria, además, tremendamente impopular.

De otro lado, ya hemos hablado de la ventaja de la tecnología sobre la regulación y, por supuesto, las técnicas de piratería y las alternativas a las prohibiciones reaccionan tienen mecanismos de reacción infinitamente más rápidos que los que posee la autoridad.

En cualquier conversación con adolescentes sobre el cierre de plataformas piratas de películas o series de televisión aprenderemos los nombres de un par o tres de nuevas plataformas. Nos mandaran el enlace por mensajería y fin del problema. Lo mismo ocurre con la música, las retransmisiones deportivas, los videojuegos el software y los libros digitales. Nombres como HDfull, lectulandia o seriespepito forman parte de la memoria de estos jóvenes y se traspasan con naturalidad a sus padres y abuelos. Así las cosas, las soluciones legales son ineficaces en tanto que son tantos los objetivos a perseguir que difícilmente el Estado dispone de la infraestructura necesaria para hacerlo.

La más efectiva de las soluciones proviene de la tecnología: cerrar los accesos a las páginas de contenidos. En España, este cierre debe ser ordenado a los proveedores de Internet en cumplimiento de una sentencia judicial, y eso puede tardar el suficiente tiempo como para dar la oportunidad al infractor de trasladar sus servicios a otra página. Cuando se cierren los accesos a la página, sólo tenemos que poner su nombre en un buscador de Internet y, probablemente, encontraremos páginas sospechosamente parecidas a la clausurada.

Hasta ahora se han hecho campañas de concienciación social, algunas de ellas extraordinariamente agresivas con el usuario, pero su efectividad es mínima.

En la medida que la tendencia se orienta a vivir i piratear en la Nube, lo cierto es que los proveedores de servicios de Internet o ISP (Internet Services Provider) tienen mucho que decir al respecto.

En consecuencia, es necesario un pacto entre gobierno y los ISP para que sean estos quienes actúen sobre los accesos a las páginas de contenidos pirata, bloqueando la direcciones IP de los infractores. En algunos países, creadores, gobierno e ISP han pactado medidas para combatir la piratería, en orden a proteger el material almacenado en la Nube y los servicios de streaming de las compañías.

Es el caso de los Estados Unidos y el Reino Unido. El método, llamado Three Strikes, (en referencia a la acción del béisbol que elimina un jugador cuando falla el bateo tres veces) está siendo implantado también en Australia16.

Combatir la piratería

16

En segundo lugar, los factores socioeconómicos y culturales.

En este sentido, es evidente que en países emergentes, con grandes capas de población al margen del sistema y con pocos medios económicos, la piratería es al mismo tiempo, una solución al ocio y un punto de fuga de la realidad. Mientras existan desigualdades, existirá piratería porque, en un espacio libre y abierto como Internet, la rápida velocidad de difusión, la condición viral es difícilmente controlable, y el tráfico de enlaces y contraseñas a través de grupos en las redes sociales no ayuda a mejorar la situación.

Estos países, además, no producen contenidos o, si lo hacen, pocos de ellos resultan exportables y en ellos la política de protección de los derechos de autor es ineficaz o inexistente, sobre todo por la falta de medios de los gobiernos y por la falta de corporación de los creadores.

En lo referente a los factores culturales, no existe todavía ningún estudio que certifique la tendencia a la piratería de unos países por encima de otros. Si bien podemos suponer que, en función del entorno cultural, la conciencia de lo colectivo es más alta y los niveles de obediencia a la autoridad pueden variar20, el hecho es que la naturaleza colectiva e Internet disipa, especialmente entre las nuevas generaciones, la influencia de los condicionamientos culturales en lo eferente a la obediencia, la ética o la moralidad del consumo de productos pirateados.

16. http://www.lifehacker.com.au/2015/02/how-australian-internet-providers-will-start-busting -users-for-piracy/

Como sea, los movimientos a favor del acceso libre a contenidos y la piratería como tal, se confunden a menudo. La lucha contra el sistema de derechos de autor y a favor de un nuevo contrato entre creadores y usuarios en Internet no es nueva, y adquiere incluso formas políticas que representan una actitud sociopolítica distinta a lo que hemos conocido hasta ahora y que merece la pena tener en cuenta.

Combatir la piratería

17

A grandes rasgos, el sistema consiste en que todo el material legal sea señalado por los ISP con un código que, al ser violado, genere un aviso al usuario, hasta un total de tres. Sobrepasado el número de avisos, el infractor podrá ser sancionado y la compañía podrá emprender acciones legales contra él.

El sistema estará regido por una comisión, con representación del gobierno, los ISP, representantes de las organizaciones de autores y de las entidades de protección del consumidor.

En el mismo sentido, el gigante tecnológico CISCO Systems17, especializado en redes y centros de protección de datos y en gestión de productos en la Nube, ha desarrollado un sistema para la lucha contra la piratería.

El sistema consiste en una marca forense que identifica las suscripciones o sesiones de streaming pirateadas, especialmente las transmisiones por televisión, apagando automáticamente la fuente una vez detectada la intrusión.

Totalmente automático, podría ser instalado por las compañías de broadcasting a modo de pantalla protectora de sus sistemas18, vigilando el tráfico y fundiendo la fuente origen de la intrusión.

En otro orden de cosas, algunas voces hablan de instaurar tasas al usuario, a un precio lo suficientemente razonable, para que este evite el contenido pirata y acceda a contenidos digitales organizados por el sector público, a modo de biblioteca y copiando el sistema compensatorio que en países como Australia o Canadá, funciona para resarcir a los autores y editores de libros de las pérdidas de ventas ocasionadas por la presencia de sus obras en las bibliotecas públicas.

En cualquier caso, más allá de las prohibiciones, las clausuras de páginas web o las campañas más que discutibles, de protección de un sistema de derechos de propiedad intelectual que sin duda, debe revisarse, el hecho es que la piratería digital parece inherente a la existencia de Internet como paradigma del espacio de comunicación abierto, accesible y de libre circulación. Para esta revisión, se deberían tener en cuenta algunos factores.

En primer lugar, el coste económico de los servicios de contenidos.

Los descensos más importantes de la piratería se han producido en aquellos servicios en los que el precio del producto ha bajado. Las compañías de broadcasting empiezan a entender que lo único que puede garantizar la seguridad de sus plataformas es una propuesta atractiva al usuario final que incluya, además de un precio asumible, productos exclusivos o ventajas específicas para el cliente19.

Por ejemplo, la Internacional de Partidos Pirata11 (Pirate Parties International) se define como organización sin ánimo de lucro, internacional y no gubernamental, constituida por Partidos Pirata de 60 países, con sede en Suiza desde 2006 y dice encarnar la libertad de movimientos y expresión, mientras trata de alcanzar sus objetivos mediante el activismo político dentro del sistema. Sus miembros afirman proteger los derechos y libertades fundamentales en la era digital, tanto de consumidores y usuarios como de creadores. Asimismo, declaran que el término pirata les ha sido aplicado por la industria de contenidos y que, en cualquier caso, no se refiere a ninguna actividad ilegal.

El ideario común de los Partidos Pirata se basa en la defensa de los derechos sociales y civiles, las prácticas de democracia directa en un entorno de democracia líquida12 (esto es: en un entorno democrático virtual en el que cada ciudadano puede votar cualquier decisión y realizar propuestas, a la vez que puede delegar su voto en un representante sobre cuestiones sobre las que no puede o no quiere decidir, todo ello en un entorno digital) y la voluntad de reformar el sistema de la propiedad intelectual, la apertura de contenidos en base al libre acceso al conocimiento, la neutralidad tecnológica y el acceso universal a Internet.

Aunque su implantación es aún muy residual, en países como Islandia (14,5%) o Ucrania (9%) sus cifras electorales son significativas y, en el caso de Islandia pasó de 3 a 10 escaños en 2016, situándose como tercera fuerza política a costa del Partido Progresista (11,5%) que perdió 11 diputados en relación a los anteriores comicios.

El Partido Pirata, adscrito a la Alianza Verde Europea posee actualmente una eurodiputada alemana, Julia Roda, que sustituye a la eurodiputada sueca, Amelia Andersdotter, que lo fue entre 2009 y 2014.

Es evidente que ninguno de los partidos llamados Pirata que conocemos defiende la piratería y ya hemos visto cuan delgada es la línea que separa la libertad de la ilegalidad en un escenario legal rígido y poco adaptado a, la realidad en relación a la protección de los derechos de los creadores y a la gestión de contenidos.

Pero la articulación de asociaciones como los partidos Pirata surge, sin duda, de la necesidad de reformular las políticas de los estados en relación a los contenidos en Internet y la protección de los derechos de autor.

Probablemente, más allá de los inexistentes problemas morales de los internautas en relación a la piratería, se deberá articular un espacio intermedio entre las libertades de los usuarios y la necesidad de garantizarlas, y la protección de los autores y de la industria, con todo lo que implican elementos como la generación de ocupación, el valor añadido de los productos digitales y su aportación, cada vez mayor, al PIB de los estados.

En todo caso, el hecho es que, en la medida que las generaciones de nativos digitales sustituyen las generaciones de transición, desciende la percepción de delito en la piratería digital y, en muchos casos, no solo no constituye un problema moral, sino que no se comprende otra forma de acceso a los contenidos que no sea gratuita.

Los jóvenes que no han conocido el mundo sin Internet, llamados millennials (nacidos entre 1980 y 2005) tienen, en cierto modo, características comunes con el mundo digital en el que han crecido. Son colectivos, impacientes, inmediatos, necesitan compartir la información y viven en la Red, especialmente en Snapchat, pero también en Twitter13.

Son una generación con tendencia al hedonismo que reconoce a sus héroes en reality shows o entre ciberactivistas diversos. Siguen a gurús de la Red y a todo tipo de youtubers. Viven constantemente conectados y por ese motivo son el objetivo de las grandes corporaciones tecnológicas. Los teléfonos móviles, las estrategias comerciales de los vendedores de maquinaria y de contenido, los videojuegos y las consolas se diseñan a partir de sus gustos y sus aficiones y sus tendencias. A estos millennials hay que sumar los centennials, aquellos que hoy tienen entre 0 y 18 años y cuya vivencia en la Red es, sin duda, mucho más radical.

Entre ambas generaciones, cuentan con más de 4.000 millones de personas en todo el mundo y serán el 59% de los habitantes del planeta en 2020. El 88% vive en países emergentes y el 90% tiene teléfono móvil.

Estos datos por si solos no nos dicen más que estas generaciones constituyen un objetivo de mercado importante. Pero, para el tema que nos ocupa, tenemos que revisar el contexto.

Estos jóvenes viven en una sociedad compleja, que ha sufrido bruscos cambios a nivel demográfico y económico. El desprestigio del sistema político, incapaz de solucionar las injusticias producidas por las crisis, la falta de oportunidades para la juventud y la conciencia de que en el mundo hay situaciones intolerables, que pueden vivir en directo y casi en primera persona.

Todo ello conforma un grupo enorme de jóvenes que no viven la autoridad ni confían en las reglas. En la medida que su potencial económico, especialmente en lo que se refiere al mundo digital es extraordinario, las estrategias comerciales se dirigen hacia ellos pero, si bien compran cantidades enormes de tecnología, pues sin duda aportan buena parte de los 316.000 millones de euros anuales que el mundo se gasta en telefonía móvil o los 13.700 millones de euros en videojuegos por el mismo periodo a nivel mundial14.

Pero, si bien estos grupos son grandes compradores de tecnología, en general viven muy negativamente tener que pagar por los contenidos y encontrarse con publicidad en las webs.

Encuestas y análisis de comportamiento de los consumidores en la Red coinciden en señalar que tanto millennials como centennials prefieren el consumo de productos gratuitos – por tanto, pirateados- y la inmensa mayoría utiliza sistemas de bloqueo (ad blockers) de ventanas emergentes (pop up) con publicidad. Los mismos estudios señalan una relación directa entre el uso de sistemas de bloqueo de publicidad y el consumo de productos ilegales.

Para confirmar lo dicho hasta ahora, el acceso a contenidos protegidos preferido por estos jóvenes es la visualización en streaming desde fuentes no autorizadas, y en mucha menor medida, la descarga15.

Todo ello indica, a nuestro entender que los distribuidores de contenidos lo tendrán difícil con estas generaciones que no perciben la piratería como un delito, sino más bien como un derecho al libre acceso o bien como una forma de permanecer al margen de un sistema de cuotas que consideran una imposición injusta.

La generación digital es, también, una generación de gran movilidad que quiere disfrutar de las cosas de forma inmediata y en comunidad. El mundo digital es esencialmente dinámico, y la regulación, tal como hemos señalado, siempre persigue a los cambios tecnológicos y además, es un mundo que no conoce fronteras ni limitaciones de formato o de idioma. Cualquiera puede saltar una frontera a través de un enlace.

En este contexto, establecer un sistema de gobernanza mundial en la distribución de contenidos que contente por igual a corporaciones y usuarios sea una tarea casi imposible.

Los gobiernos deberán decidir entre preservar las libertades de los usuarios en el entorno digital y su protección como consumidores o asegurar el funcionamiento de la industria de contenidos y el entorno cultural y de la creación, que genera miles de puestos de trabajo y grandes aportaciones al PIB.

La lucha contra la piratería digital es una tarea difícil. Hasta ahora, las distintas legislaciones se han demostrado poco eficaces por varias razones.

En primer lugar, las leyes por si mismas no solucionan nada. Para que tengan efecto, hay que aplicarlas y aplicar las leyes antipiratería es costoso y, en cierto modo, imposible porque se trataría de perseguir y sancionar a mucha gente lo cual seria, además, tremendamente impopular.

De otro lado, ya hemos hablado de la ventaja de la tecnología sobre la regulación y, por supuesto, las técnicas de piratería y las alternativas a las prohibiciones reaccionan tienen mecanismos de reacción infinitamente más rápidos que los que posee la autoridad.

En cualquier conversación con adolescentes sobre el cierre de plataformas piratas de películas o series de televisión aprenderemos los nombres de un par o tres de nuevas plataformas. Nos mandaran el enlace por mensajería y fin del problema. Lo mismo ocurre con la música, las retransmisiones deportivas, los videojuegos el software y los libros digitales. Nombres como HDfull, lectulandia o seriespepito forman parte de la memoria de estos jóvenes y se traspasan con naturalidad a sus padres y abuelos. Así las cosas, las soluciones legales son ineficaces en tanto que son tantos los objetivos a perseguir que difícilmente el Estado dispone de la infraestructura necesaria para hacerlo.

La más efectiva de las soluciones proviene de la tecnología: cerrar los accesos a las páginas de contenidos. En España, este cierre debe ser ordenado a los proveedores de Internet en cumplimiento de una sentencia judicial, y eso puede tardar el suficiente tiempo como para dar la oportunidad al infractor de trasladar sus servicios a otra página. Cuando se cierren los accesos a la página, sólo tenemos que poner su nombre en un buscador de Internet y, probablemente, encontraremos páginas sospechosamente parecidas a la clausurada.

Hasta ahora se han hecho campañas de concienciación social, algunas de ellas extraordinariamente agresivas con el usuario, pero su efectividad es mínima.

En la medida que la tendencia se orienta a vivir i piratear en la Nube, lo cierto es que los proveedores de servicios de Internet o ISP (Internet Services Provider) tienen mucho que decir al respecto.

En consecuencia, es necesario un pacto entre gobierno y los ISP para que sean estos quienes actúen sobre los accesos a las páginas de contenidos pirata, bloqueando la direcciones IP de los infractores. En algunos países, creadores, gobierno e ISP han pactado medidas para combatir la piratería, en orden a proteger el material almacenado en la Nube y los servicios de streaming de las compañías.

Es el caso de los Estados Unidos y el Reino Unido. El método, llamado Three Strikes, (en referencia a la acción del béisbol que elimina un jugador cuando falla el bateo tres veces) está siendo implantado también en Australia16.

En segundo lugar, los factores socioeconómicos y culturales.

En este sentido, es evidente que en países emergentes, con grandes capas de población al margen del sistema y con pocos medios económicos, la piratería es al mismo tiempo, una solución al ocio y un punto de fuga de la realidad. Mientras existan desigualdades, existirá piratería porque, en un espacio libre y abierto como Internet, la rápida velocidad de difusión, la condición viral es difícilmente controlable, y el tráfico de enlaces y contraseñas a través de grupos en las redes sociales no ayuda a mejorar la situación.

Estos países, además, no producen contenidos o, si lo hacen, pocos de ellos resultan exportables y en ellos la política de protección de los derechos de autor es ineficaz o inexistente, sobre todo por la falta de medios de los gobiernos y por la falta de corporación de los creadores.

En lo referente a los factores culturales, no existe todavía ningún estudio que certifique la tendencia a la piratería de unos países por encima de otros. Si bien podemos suponer que, en función del entorno cultural, la conciencia de lo colectivo es más alta y los niveles de obediencia a la autoridad pueden variar20, el hecho es que la naturaleza colectiva e Internet disipa, especialmente entre las nuevas generaciones, la influencia de los condicionamientos culturales en lo eferente a la obediencia, la ética o la moralidad del consumo de productos pirateados.

17. http://www.cisco.com/c/es_es/products/index.html 18. http://www.digitaltrends.com/home-theater/cisco-streaming-piracy-prevention/ http://blogs.cisco.com/sp/a-new-paradigm-for-dealing-with-illegal-redistribution-of-content 19. http://www.tuexperto.com/2015/11/08/5-plataformas-para-ver-peliculas-y-series-online-por-menos-de-

diez-euros-al-mes/

La piratería digital. Evolución y

tendencias de un fenómeno social.

Como sea, los movimientos a favor del acceso libre a contenidos y la piratería como tal, se confunden a menudo. La lucha contra el sistema de derechos de autor y a favor de un nuevo contrato entre creadores y usuarios en Internet no es nueva, y adquiere incluso formas políticas que representan una actitud sociopolítica distinta a lo que hemos conocido hasta ahora y que merece la pena tener en cuenta.

A grandes rasgos, el sistema consiste en que todo el material legal sea señalado por los ISP con un código que, al ser violado, genere un aviso al usuario, hasta un total de tres. Sobrepasado el número de avisos, el infractor podrá ser sancionado y la compañía podrá emprender acciones legales contra él.

El sistema estará regido por una comisión, con representación del gobierno, los ISP, representantes de las organizaciones de autores y de las entidades de protección del consumidor.

En el mismo sentido, el gigante tecnológico CISCO Systems17, especializado en redes y centros de protección de datos y en gestión de productos en la Nube, ha desarrollado un sistema para la lucha contra la piratería.

El sistema consiste en una marca forense que identifica las suscripciones o sesiones de streaming pirateadas, especialmente las transmisiones por televisión, apagando automáticamente la fuente una vez detectada la intrusión.

Totalmente automático, podría ser instalado por las compañías de broadcasting a modo de pantalla protectora de sus sistemas18, vigilando el tráfico y fundiendo la fuente origen de la intrusión.

En otro orden de cosas, algunas voces hablan de instaurar tasas al usuario, a un precio lo suficientemente razonable, para que este evite el contenido pirata y acceda a contenidos digitales organizados por el sector público, a modo de biblioteca y copiando el sistema compensatorio que en países como Australia o Canadá, funciona para resarcir a los autores y editores de libros de las pérdidas de ventas ocasionadas por la presencia de sus obras en las bibliotecas públicas.

En cualquier caso, más allá de las prohibiciones, las clausuras de páginas web o las campañas más que discutibles, de protección de un sistema de derechos de propiedad intelectual que sin duda, debe revisarse, el hecho es que la piratería digital parece inherente a la existencia de Internet como paradigma del espacio de comunicación abierto, accesible y de libre circulación. Para esta revisión, se deberían tener en cuenta algunos factores.

En primer lugar, el coste económico de los servicios de contenidos.

Los descensos más importantes de la piratería se han producido en aquellos servicios en los que el precio del producto ha bajado. Las compañías de broadcasting empiezan a entender que lo único que puede garantizar la seguridad de sus plataformas es una propuesta atractiva al usuario final que incluya, además de un precio asumible, productos exclusivos o ventajas específicas para el cliente19.

Por ejemplo, la Internacional de Partidos Pirata11 (Pirate Parties International) se define como organización sin ánimo de lucro, internacional y no gubernamental, constituida por Partidos Pirata de 60 países, con sede en Suiza desde 2006 y dice encarnar la libertad de movimientos y expresión, mientras trata de alcanzar sus objetivos mediante el activismo político dentro del sistema. Sus miembros afirman proteger los derechos y libertades fundamentales en la era digital, tanto de consumidores y usuarios como de creadores. Asimismo, declaran que el término pirata les ha sido aplicado por la industria de contenidos y que, en cualquier caso, no se refiere a ninguna actividad ilegal.

El ideario común de los Partidos Pirata se basa en la defensa de los derechos sociales y civiles, las prácticas de democracia directa en un entorno de democracia líquida12 (esto es: en un entorno democrático virtual en el que cada ciudadano puede votar cualquier decisión y realizar propuestas, a la vez que puede delegar su voto en un representante sobre cuestiones sobre las que no puede o no quiere decidir, todo ello en un entorno digital) y la voluntad de reformar el sistema de la propiedad intelectual, la apertura de contenidos en base al libre acceso al conocimiento, la neutralidad tecnológica y el acceso universal a Internet.

Aunque su implantación es aún muy residual, en países como Islandia (14,5%) o Ucrania (9%) sus cifras electorales son significativas y, en el caso de Islandia pasó de 3 a 10 escaños en 2016, situándose como tercera fuerza política a costa del Partido Progresista (11,5%) que perdió 11 diputados en relación a los anteriores comicios.

El Partido Pirata, adscrito a la Alianza Verde Europea posee actualmente una eurodiputada alemana, Julia Roda, que sustituye a la eurodiputada sueca, Amelia Andersdotter, que lo fue entre 2009 y 2014.

Es evidente que ninguno de los partidos llamados Pirata que conocemos defiende la piratería y ya hemos visto cuan delgada es la línea que separa la libertad de la ilegalidad en un escenario legal rígido y poco adaptado a, la realidad en relación a la protección de los derechos de los creadores y a la gestión de contenidos.

Pero la articulación de asociaciones como los partidos Pirata surge, sin duda, de la necesidad de reformular las políticas de los estados en relación a los contenidos en Internet y la protección de los derechos de autor.

Probablemente, más allá de los inexistentes problemas morales de los internautas en relación a la piratería, se deberá articular un espacio intermedio entre las libertades de los usuarios y la necesidad de garantizarlas, y la protección de los autores y de la industria, con todo lo que implican elementos como la generación de ocupación, el valor añadido de los productos digitales y su aportación, cada vez mayor, al PIB de los estados.

En todo caso, el hecho es que, en la medida que las generaciones de nativos digitales sustituyen las generaciones de transición, desciende la percepción de delito en la piratería digital y, en muchos casos, no solo no constituye un problema moral, sino que no se comprende otra forma de acceso a los contenidos que no sea gratuita.

Los jóvenes que no han conocido el mundo sin Internet, llamados millennials (nacidos entre 1980 y 2005) tienen, en cierto modo, características comunes con el mundo digital en el que han crecido. Son colectivos, impacientes, inmediatos, necesitan compartir la información y viven en la Red, especialmente en Snapchat, pero también en Twitter13.

Son una generación con tendencia al hedonismo que reconoce a sus héroes en reality shows o entre ciberactivistas diversos. Siguen a gurús de la Red y a todo tipo de youtubers. Viven constantemente conectados y por ese motivo son el objetivo de las grandes corporaciones tecnológicas. Los teléfonos móviles, las estrategias comerciales de los vendedores de maquinaria y de contenido, los videojuegos y las consolas se diseñan a partir de sus gustos y sus aficiones y sus tendencias. A estos millennials hay que sumar los centennials, aquellos que hoy tienen entre 0 y 18 años y cuya vivencia en la Red es, sin duda, mucho más radical.

Entre ambas generaciones, cuentan con más de 4.000 millones de personas en todo el mundo y serán el 59% de los habitantes del planeta en 2020. El 88% vive en países emergentes y el 90% tiene teléfono móvil.

Estos datos por si solos no nos dicen más que estas generaciones constituyen un objetivo de mercado importante. Pero, para el tema que nos ocupa, tenemos que revisar el contexto.

Estos jóvenes viven en una sociedad compleja, que ha sufrido bruscos cambios a nivel demográfico y económico. El desprestigio del sistema político, incapaz de solucionar las injusticias producidas por las crisis, la falta de oportunidades para la juventud y la conciencia de que en el mundo hay situaciones intolerables, que pueden vivir en directo y casi en primera persona.

Todo ello conforma un grupo enorme de jóvenes que no viven la autoridad ni confían en las reglas. En la medida que su potencial económico, especialmente en lo que se refiere al mundo digital es extraordinario, las estrategias comerciales se dirigen hacia ellos pero, si bien compran cantidades enormes de tecnología, pues sin duda aportan buena parte de los 316.000 millones de euros anuales que el mundo se gasta en telefonía móvil o los 13.700 millones de euros en videojuegos por el mismo periodo a nivel mundial14.

Pero, si bien estos grupos son grandes compradores de tecnología, en general viven muy negativamente tener que pagar por los contenidos y encontrarse con publicidad en las webs.

Encuestas y análisis de comportamiento de los consumidores en la Red coinciden en señalar que tanto millennials como centennials prefieren el consumo de productos gratuitos – por tanto, pirateados- y la inmensa mayoría utiliza sistemas de bloqueo (ad blockers) de ventanas emergentes (pop up) con publicidad. Los mismos estudios señalan una relación directa entre el uso de sistemas de bloqueo de publicidad y el consumo de productos ilegales.

Para confirmar lo dicho hasta ahora, el acceso a contenidos protegidos preferido por estos jóvenes es la visualización en streaming desde fuentes no autorizadas, y en mucha menor medida, la descarga15.

Todo ello indica, a nuestro entender que los distribuidores de contenidos lo tendrán difícil con estas generaciones que no perciben la piratería como un delito, sino más bien como un derecho al libre acceso o bien como una forma de permanecer al margen de un sistema de cuotas que consideran una imposición injusta.

La generación digital es, también, una generación de gran movilidad que quiere disfrutar de las cosas de forma inmediata y en comunidad. El mundo digital es esencialmente dinámico, y la regulación, tal como hemos señalado, siempre persigue a los cambios tecnológicos y además, es un mundo que no conoce fronteras ni limitaciones de formato o de idioma. Cualquiera puede saltar una frontera a través de un enlace.

En este contexto, establecer un sistema de gobernanza mundial en la distribución de contenidos que contente por igual a corporaciones y usuarios sea una tarea casi imposible.

Los gobiernos deberán decidir entre preservar las libertades de los usuarios en el entorno digital y su protección como consumidores o asegurar el funcionamiento de la industria de contenidos y el entorno cultural y de la creación, que genera miles de puestos de trabajo y grandes aportaciones al PIB.

La lucha contra la piratería digital es una tarea difícil. Hasta ahora, las distintas legislaciones se han demostrado poco eficaces por varias razones.

En primer lugar, las leyes por si mismas no solucionan nada. Para que tengan efecto, hay que aplicarlas y aplicar las leyes antipiratería es costoso y, en cierto modo, imposible porque se trataría de perseguir y sancionar a mucha gente lo cual seria, además, tremendamente impopular.

De otro lado, ya hemos hablado de la ventaja de la tecnología sobre la regulación y, por supuesto, las técnicas de piratería y las alternativas a las prohibiciones reaccionan tienen mecanismos de reacción infinitamente más rápidos que los que posee la autoridad.

En cualquier conversación con adolescentes sobre el cierre de plataformas piratas de películas o series de televisión aprenderemos los nombres de un par o tres de nuevas plataformas. Nos mandaran el enlace por mensajería y fin del problema. Lo mismo ocurre con la música, las retransmisiones deportivas, los videojuegos el software y los libros digitales. Nombres como HDfull, lectulandia o seriespepito forman parte de la memoria de estos jóvenes y se traspasan con naturalidad a sus padres y abuelos. Así las cosas, las soluciones legales son ineficaces en tanto que son tantos los objetivos a perseguir que difícilmente el Estado dispone de la infraestructura necesaria para hacerlo.

La más efectiva de las soluciones proviene de la tecnología: cerrar los accesos a las páginas de contenidos. En España, este cierre debe ser ordenado a los proveedores de Internet en cumplimiento de una sentencia judicial, y eso puede tardar el suficiente tiempo como para dar la oportunidad al infractor de trasladar sus servicios a otra página. Cuando se cierren los accesos a la página, sólo tenemos que poner su nombre en un buscador de Internet y, probablemente, encontraremos páginas sospechosamente parecidas a la clausurada.

Hasta ahora se han hecho campañas de concienciación social, algunas de ellas extraordinariamente agresivas con el usuario, pero su efectividad es mínima.

En la medida que la tendencia se orienta a vivir i piratear en la Nube, lo cierto es que los proveedores de servicios de Internet o ISP (Internet Services Provider) tienen mucho que decir al respecto.

En consecuencia, es necesario un pacto entre gobierno y los ISP para que sean estos quienes actúen sobre los accesos a las páginas de contenidos pirata, bloqueando la direcciones IP de los infractores. En algunos países, creadores, gobierno e ISP han pactado medidas para combatir la piratería, en orden a proteger el material almacenado en la Nube y los servicios de streaming de las compañías.

Es el caso de los Estados Unidos y el Reino Unido. El método, llamado Three Strikes, (en referencia a la acción del béisbol que elimina un jugador cuando falla el bateo tres veces) está siendo implantado también en Australia16.

En segundo lugar, los factores socioeconómicos y culturales.

En este sentido, es evidente que en países emergentes, con grandes capas de población al margen del sistema y con pocos medios económicos, la piratería es al mismo tiempo, una solución al ocio y un punto de fuga de la realidad. Mientras existan desigualdades, existirá piratería porque, en un espacio libre y abierto como Internet, la rápida velocidad de difusión, la condición viral es difícilmente controlable, y el tráfico de enlaces y contraseñas a través de grupos en las redes sociales no ayuda a mejorar la situación.

Estos países, además, no producen contenidos o, si lo hacen, pocos de ellos resultan exportables y en ellos la política de protección de los derechos de autor es ineficaz o inexistente, sobre todo por la falta de medios de los gobiernos y por la falta de corporación de los creadores.

En lo referente a los factores culturales, no existe todavía ningún estudio que certifique la tendencia a la piratería de unos países por encima de otros. Si bien podemos suponer que, en función del entorno cultural, la conciencia de lo colectivo es más alta y los niveles de obediencia a la autoridad pueden variar20, el hecho es que la naturaleza colectiva e Internet disipa, especialmente entre las nuevas generaciones, la influencia de los condicionamientos culturales en lo eferente a la obediencia, la ética o la moralidad del consumo de productos pirateados.

Combatir la piratería

1820. Roinkainen, Ilkia and Guerrero-Cusumano, José-Luis. 2001. Correlates of Intellectual Property Violation. Multinational Business Review. 59-65

Como sea, los movimientos a favor del acceso libre a contenidos y la piratería como tal, se confunden a menudo. La lucha contra el sistema de derechos de autor y a favor de un nuevo contrato entre creadores y usuarios en Internet no es nueva, y adquiere incluso formas políticas que representan una actitud sociopolítica distinta a lo que hemos conocido hasta ahora y que merece la pena tener en cuenta.

Por ejemplo, la Internacional de Partidos Pirata11 (Pirate Parties International) se define como organización sin ánimo de lucro, internacional y no gubernamental, constituida por Partidos Pirata de 60 países, con sede en Suiza desde 2006 y dice encarnar la libertad de movimientos y expresión, mientras trata de alcanzar sus objetivos mediante el activismo político dentro del sistema. Sus miembros afirman proteger los derechos y libertades fundamentales en la era digital, tanto de consumidores y usuarios como de creadores. Asimismo, declaran que el término pirata les ha sido aplicado por la industria de contenidos y que, en cualquier caso, no se refiere a ninguna actividad ilegal.

El ideario común de los Partidos Pirata se basa en la defensa de los derechos sociales y civiles, las prácticas de democracia directa en un entorno de democracia líquida12 (esto es: en un entorno democrático virtual en el que cada ciudadano puede votar cualquier decisión y realizar propuestas, a la vez que puede delegar su voto en un representante sobre cuestiones sobre las que no puede o no quiere decidir, todo ello en un entorno digital) y la voluntad de reformar el sistema de la propiedad intelectual, la apertura de contenidos en base al libre acceso al conocimiento, la neutralidad tecnológica y el acceso universal a Internet.

Aunque su implantación es aún muy residual, en países como Islandia (14,5%) o Ucrania (9%) sus cifras electorales son significativas y, en el caso de Islandia pasó de 3 a 10 escaños en 2016, situándose como tercera fuerza política a costa del Partido Progresista (11,5%) que perdió 11 diputados en relación a los anteriores comicios.

El Partido Pirata, adscrito a la Alianza Verde Europea posee actualmente una eurodiputada alemana, Julia Roda, que sustituye a la eurodiputada sueca, Amelia Andersdotter, que lo fue entre 2009 y 2014.

Es evidente que ninguno de los partidos llamados Pirata que conocemos defiende la piratería y ya hemos visto cuan delgada es la línea que separa la libertad de la ilegalidad en un escenario legal rígido y poco adaptado a, la realidad en relación a la protección de los derechos de los creadores y a la gestión de contenidos.

Pero la articulación de asociaciones como los partidos Pirata surge, sin duda, de la necesidad de reformular las políticas de los estados en relación a los contenidos en Internet y la protección de los derechos de autor.

Probablemente, más allá de los inexistentes problemas morales de los internautas en relación a la piratería, se deberá articular un espacio intermedio entre las libertades de los usuarios y la necesidad de garantizarlas, y la protección de los autores y de la industria, con todo lo que implican elementos como la generación de ocupación, el valor añadido de los productos digitales y su aportación, cada vez mayor, al PIB de los estados.

En todo caso, el hecho es que, en la medida que las generaciones de nativos digitales sustituyen las generaciones de transición, desciende la percepción de delito en la piratería digital y, en muchos casos, no solo no constituye un problema moral, sino que no se comprende otra forma de acceso a los contenidos que no sea gratuita.

Los jóvenes que no han conocido el mundo sin Internet, llamados millennials (nacidos entre 1980 y 2005) tienen, en cierto modo, características comunes con el mundo digital en el que han crecido. Son colectivos, impacientes, inmediatos, necesitan compartir la información y viven en la Red, especialmente en Snapchat, pero también en Twitter13.

Son una generación con tendencia al hedonismo que reconoce a sus héroes en reality shows o entre ciberactivistas diversos. Siguen a gurús de la Red y a todo tipo de youtubers. Viven constantemente conectados y por ese motivo son el objetivo de las grandes corporaciones tecnológicas. Los teléfonos móviles, las estrategias comerciales de los vendedores de maquinaria y de contenido, los videojuegos y las consolas se diseñan a partir de sus gustos y sus aficiones y sus tendencias. A estos millennials hay que sumar los centennials, aquellos que hoy tienen entre 0 y 18 años y cuya vivencia en la Red es, sin duda, mucho más radical.

Entre ambas generaciones, cuentan con más de 4.000 millones de personas en todo el mundo y serán el 59% de los habitantes del planeta en 2020. El 88% vive en países emergentes y el 90% tiene teléfono móvil.

Estos datos por si solos no nos dicen más que estas generaciones constituyen un objetivo de mercado importante. Pero, para el tema que nos ocupa, tenemos que revisar el contexto.

Estos jóvenes viven en una sociedad compleja, que ha sufrido bruscos cambios a nivel demográfico y económico. El desprestigio del sistema político, incapaz de solucionar las injusticias producidas por las crisis, la falta de oportunidades para la juventud y la conciencia de que en el mundo hay situaciones intolerables, que pueden vivir en directo y casi en primera persona.

Todo ello conforma un grupo enorme de jóvenes que no viven la autoridad ni confían en las reglas. En la medida que su potencial económico, especialmente en lo que se refiere al mundo digital es extraordinario, las estrategias comerciales se dirigen hacia ellos pero, si bien compran cantidades enormes de tecnología, pues sin duda aportan buena parte de los 316.000 millones de euros anuales que el mundo se gasta en telefonía móvil o los 13.700 millones de euros en videojuegos por el mismo periodo a nivel mundial14.

Pero, si bien estos grupos son grandes compradores de tecnología, en general viven muy negativamente tener que pagar por los contenidos y encontrarse con publicidad en las webs.

Encuestas y análisis de comportamiento de los consumidores en la Red coinciden en señalar que tanto millennials como centennials prefieren el consumo de productos gratuitos – por tanto, pirateados- y la inmensa mayoría utiliza sistemas de bloqueo (ad blockers) de ventanas emergentes (pop up) con publicidad. Los mismos estudios señalan una relación directa entre el uso de sistemas de bloqueo de publicidad y el consumo de productos ilegales.

Para confirmar lo dicho hasta ahora, el acceso a contenidos protegidos preferido por estos jóvenes es la visualización en streaming desde fuentes no autorizadas, y en mucha menor medida, la descarga15.

Todo ello indica, a nuestro entender que los distribuidores de contenidos lo tendrán difícil con estas generaciones que no perciben la piratería como un delito, sino más bien como un derecho al libre acceso o bien como una forma de permanecer al margen de un sistema de cuotas que consideran una imposición injusta.

La generación digital es, también, una generación de gran movilidad que quiere disfrutar de las cosas de forma inmediata y en comunidad. El mundo digital es esencialmente dinámico, y la regulación, tal como hemos señalado, siempre persigue a los cambios tecnológicos y además, es un mundo que no conoce fronteras ni limitaciones de formato o de idioma. Cualquiera puede saltar una frontera a través de un enlace.

En este contexto, establecer un sistema de gobernanza mundial en la distribución de contenidos que contente por igual a corporaciones y usuarios sea una tarea casi imposible.

Los gobiernos deberán decidir entre preservar las libertades de los usuarios en el entorno digital y su protección como consumidores o asegurar el funcionamiento de la industria de contenidos y el entorno cultural y de la creación, que genera miles de puestos de trabajo y grandes aportaciones al PIB.

Conclusiones

19

Con lo visto hasta ahora, podemos alcanzar algunas conclusiones que nos ayuden a entender la magnitud de la cuestión más allá de las cifras.

En primer lugar, debemos preguntarnos si cabe medir el impacto de la piratería digital en términos de lucro cesante sin atender a las cifras de negocio generadas legalmente. Es evidente que la piratería desciende en cuanto la industria ofrece una oferta suficientemente atractiva. Sin embargo, esta misma industria debería acomodarse a la existencia de una actitud sociopolítica favorable, en el mejor de los casos, a la libertad de acceso y circulación en Internet.

La evolución del consumidor de material pirata también debe ser tenida en cuenta. Su perfil ya no es el de un individuo que acumula copias en formatos físicos, sino que ha virado hacia el de un individuo que encuentra en la colectividad los accesos gratuitos a los materiales que desea para consumirlos de forma inmediata.

Cabe igualmente tener en cuenta el papel de las redes sociales en la difusión y extensión de contenidos pirateados. Una vez más, la pertenencia a una colectividad, esta sin demasiadas normas ni convenciones, facilita este acceso.

Los factores socioeconómicos tienen una gran influencia sobre el fenómeno de la piratería. Dicho de otro modo, la falta de poder adquisitivo de las personas que necesitan acceder a lo nuevo en la Red, sea por equipararse a sus iguales en zona más favorecidas, sea por necesidad de mejorar sus prestaciones sociales o por necesidades formativas o por cualquier otra causa, hace que se ignoren o se modifiquen los condicionamientos morales ante la infracción. Constatamos pues, que los argumentos que apelan a la moralidad o a la ética, generan un rechazo apriorístico a la regulación, entre otras cosas porqué estamos frente a un fenómeno ciertamente comunitario, en el que los comportamientos colectivos justifican la infracción y sobre el que no existe un consenso social capaz de sancionar moral o éticamente a los infractores. Por tanto, no tiene sentido hacer de la piratería un problema de moral social o de falta de respeto la creación artística con la misma intensidad con que se apela al cumplimiento de la norma.

En referencia a la persecución de la piratería, se hace evidente que las legislaciones agresivas tienen poco o ningún éxito y que, en todo caso, se trata de crear un nuevo contrato social entre instituciones, creadores, industria y consumidores que se adapte a las nuevas condiciones impuestas por los avances tecnológicos.

Igualmente, las campañas de difusión deberían orientarse a la didáctica de los derechos de creación, explicar cuáles son los factores que fomentan la piratería y orientar el mensaje hacia los efectos sociales más que hacia los beneficios perdidos por las corporaciones o elucubrar sobre cifras y castigos, porque, de este modo, nadie se va a sentir culpable.

Otro frente de la lucha contra la piratería es el compromiso de los proveedores de servicios en Internet, que dominan los accesos a las web que almacenan contenido pirata. La implicación de los OTT es imprescindible para el control del desarrollo y la difusión de estas páginas. Hay que recordar que un alto porcentaje de los infractores utilizan motores de búsqueda de estos proveedores para encontrar el material que requieren En este sentido, en algunos países se ha pactado con los proveedores de Internet a gran nivel, con la implicación de todos los sectores afectados para regular los mecanismos sancionadores y repartir las responsabilidades de la infracción de forma más justa, a la vez que didáctica para los usuarios.

Otro aspecto importante de la lucha contra la piratería reside en el desarrollo tecnológico de la industria de la gestión y protección de datos. En la medida que el impacto de la piratería se ha hecho mayor y sostenido en el tiempo y en función de la evolución hacia el consumo en línea, e control de la conectividad y los accesos se ha hecho más importante. Ya no se trata sólo de controlar el almacenamiento, sino de regular el tráfico.

Es una evidencia que, desde la aparición de Internet, el entorno cultural ha mutado hacia formas de disfrute colectivo de los bienes culturales. Una vez más, insistimos en la necesidad que la industria ofrezca productos a precios razonables y con suficientes capacidad de seducción de los consumidores para que estos no se planteen el esfuerzo de acceder productos pirata por el simple hecho de que el producto de pago es mejor u ofrece más y exclusivas prestaciones.

En cualquier caso, el dilema descansa entre de los límites de la protección de los derechos de la propiedad intelectual, por un lado, y la esencia del universo Internet entendido como espacio abierto y libre de comunicación. Si, ciertamente, poco se puede hacer desde el campo de la tecnología o desde la regulación de la propiedad intelectual para resolver las desigualdades en el acceso y disfrute de los contenidos en ciertas zonas del planeta donde el desarrollo económico es limitado para gran parte de la población, no es menos cierto que la reducción dela piratería organizada para por múltiples factores que habrá que poner en concordancia si se quiere solucionar el problema.

Las dificultades no son pocas. A la falta de consenso social en considerar como delito la piratería, se suman las limitaciones tecnológicas en un entorno dinámico y muy veloz, un diseño de los mecanismos de protección legal que deviene insuficiente con rapidez, la necesidad de garantizar la libertad y la privacidad de los individuos y la poca o nula capacidad de los estados para establecer un frente común para afrontar el problema desde una perspectiva mundial.

La piratería digital. Evolución y

tendencias de un fenómeno social.

Como sea, los movimientos a favor del acceso libre a contenidos y la piratería como tal, se confunden a menudo. La lucha contra el sistema de derechos de autor y a favor de un nuevo contrato entre creadores y usuarios en Internet no es nueva, y adquiere incluso formas políticas que representan una actitud sociopolítica distinta a lo que hemos conocido hasta ahora y que merece la pena tener en cuenta.

Por ejemplo, la Internacional de Partidos Pirata11 (Pirate Parties International) se define como organización sin ánimo de lucro, internacional y no gubernamental, constituida por Partidos Pirata de 60 países, con sede en Suiza desde 2006 y dice encarnar la libertad de movimientos y expresión, mientras trata de alcanzar sus objetivos mediante el activismo político dentro del sistema. Sus miembros afirman proteger los derechos y libertades fundamentales en la era digital, tanto de consumidores y usuarios como de creadores. Asimismo, declaran que el término pirata les ha sido aplicado por la industria de contenidos y que, en cualquier caso, no se refiere a ninguna actividad ilegal.

El ideario común de los Partidos Pirata se basa en la defensa de los derechos sociales y civiles, las prácticas de democracia directa en un entorno de democracia líquida12 (esto es: en un entorno democrático virtual en el que cada ciudadano puede votar cualquier decisión y realizar propuestas, a la vez que puede delegar su voto en un representante sobre cuestiones sobre las que no puede o no quiere decidir, todo ello en un entorno digital) y la voluntad de reformar el sistema de la propiedad intelectual, la apertura de contenidos en base al libre acceso al conocimiento, la neutralidad tecnológica y el acceso universal a Internet.

Aunque su implantación es aún muy residual, en países como Islandia (14,5%) o Ucrania (9%) sus cifras electorales son significativas y, en el caso de Islandia pasó de 3 a 10 escaños en 2016, situándose como tercera fuerza política a costa del Partido Progresista (11,5%) que perdió 11 diputados en relación a los anteriores comicios.

El Partido Pirata, adscrito a la Alianza Verde Europea posee actualmente una eurodiputada alemana, Julia Roda, que sustituye a la eurodiputada sueca, Amelia Andersdotter, que lo fue entre 2009 y 2014.

Es evidente que ninguno de los partidos llamados Pirata que conocemos defiende la piratería y ya hemos visto cuan delgada es la línea que separa la libertad de la ilegalidad en un escenario legal rígido y poco adaptado a, la realidad en relación a la protección de los derechos de los creadores y a la gestión de contenidos.

Pero la articulación de asociaciones como los partidos Pirata surge, sin duda, de la necesidad de reformular las políticas de los estados en relación a los contenidos en Internet y la protección de los derechos de autor.

Probablemente, más allá de los inexistentes problemas morales de los internautas en relación a la piratería, se deberá articular un espacio intermedio entre las libertades de los usuarios y la necesidad de garantizarlas, y la protección de los autores y de la industria, con todo lo que implican elementos como la generación de ocupación, el valor añadido de los productos digitales y su aportación, cada vez mayor, al PIB de los estados.

En todo caso, el hecho es que, en la medida que las generaciones de nativos digitales sustituyen las generaciones de transición, desciende la percepción de delito en la piratería digital y, en muchos casos, no solo no constituye un problema moral, sino que no se comprende otra forma de acceso a los contenidos que no sea gratuita.

Los jóvenes que no han conocido el mundo sin Internet, llamados millennials (nacidos entre 1980 y 2005) tienen, en cierto modo, características comunes con el mundo digital en el que han crecido. Son colectivos, impacientes, inmediatos, necesitan compartir la información y viven en la Red, especialmente en Snapchat, pero también en Twitter13.

Son una generación con tendencia al hedonismo que reconoce a sus héroes en reality shows o entre ciberactivistas diversos. Siguen a gurús de la Red y a todo tipo de youtubers. Viven constantemente conectados y por ese motivo son el objetivo de las grandes corporaciones tecnológicas. Los teléfonos móviles, las estrategias comerciales de los vendedores de maquinaria y de contenido, los videojuegos y las consolas se diseñan a partir de sus gustos y sus aficiones y sus tendencias. A estos millennials hay que sumar los centennials, aquellos que hoy tienen entre 0 y 18 años y cuya vivencia en la Red es, sin duda, mucho más radical.

Entre ambas generaciones, cuentan con más de 4.000 millones de personas en todo el mundo y serán el 59% de los habitantes del planeta en 2020. El 88% vive en países emergentes y el 90% tiene teléfono móvil.

Estos datos por si solos no nos dicen más que estas generaciones constituyen un objetivo de mercado importante. Pero, para el tema que nos ocupa, tenemos que revisar el contexto.

Estos jóvenes viven en una sociedad compleja, que ha sufrido bruscos cambios a nivel demográfico y económico. El desprestigio del sistema político, incapaz de solucionar las injusticias producidas por las crisis, la falta de oportunidades para la juventud y la conciencia de que en el mundo hay situaciones intolerables, que pueden vivir en directo y casi en primera persona.

Todo ello conforma un grupo enorme de jóvenes que no viven la autoridad ni confían en las reglas. En la medida que su potencial económico, especialmente en lo que se refiere al mundo digital es extraordinario, las estrategias comerciales se dirigen hacia ellos pero, si bien compran cantidades enormes de tecnología, pues sin duda aportan buena parte de los 316.000 millones de euros anuales que el mundo se gasta en telefonía móvil o los 13.700 millones de euros en videojuegos por el mismo periodo a nivel mundial14.

Pero, si bien estos grupos son grandes compradores de tecnología, en general viven muy negativamente tener que pagar por los contenidos y encontrarse con publicidad en las webs.

Encuestas y análisis de comportamiento de los consumidores en la Red coinciden en señalar que tanto millennials como centennials prefieren el consumo de productos gratuitos – por tanto, pirateados- y la inmensa mayoría utiliza sistemas de bloqueo (ad blockers) de ventanas emergentes (pop up) con publicidad. Los mismos estudios señalan una relación directa entre el uso de sistemas de bloqueo de publicidad y el consumo de productos ilegales.

Para confirmar lo dicho hasta ahora, el acceso a contenidos protegidos preferido por estos jóvenes es la visualización en streaming desde fuentes no autorizadas, y en mucha menor medida, la descarga15.

Todo ello indica, a nuestro entender que los distribuidores de contenidos lo tendrán difícil con estas generaciones que no perciben la piratería como un delito, sino más bien como un derecho al libre acceso o bien como una forma de permanecer al margen de un sistema de cuotas que consideran una imposición injusta.

La generación digital es, también, una generación de gran movilidad que quiere disfrutar de las cosas de forma inmediata y en comunidad. El mundo digital es esencialmente dinámico, y la regulación, tal como hemos señalado, siempre persigue a los cambios tecnológicos y además, es un mundo que no conoce fronteras ni limitaciones de formato o de idioma. Cualquiera puede saltar una frontera a través de un enlace.

En este contexto, establecer un sistema de gobernanza mundial en la distribución de contenidos que contente por igual a corporaciones y usuarios sea una tarea casi imposible.

Los gobiernos deberán decidir entre preservar las libertades de los usuarios en el entorno digital y su protección como consumidores o asegurar el funcionamiento de la industria de contenidos y el entorno cultural y de la creación, que genera miles de puestos de trabajo y grandes aportaciones al PIB.

Con lo visto hasta ahora, podemos alcanzar algunas conclusiones que nos ayuden a entender la magnitud de la cuestión más allá de las cifras.

En primer lugar, debemos preguntarnos si cabe medir el impacto de la piratería digital en términos de lucro cesante sin atender a las cifras de negocio generadas legalmente. Es evidente que la piratería desciende en cuanto la industria ofrece una oferta suficientemente atractiva. Sin embargo, esta misma industria debería acomodarse a la existencia de una actitud sociopolítica favorable, en el mejor de los casos, a la libertad de acceso y circulación en Internet.

La evolución del consumidor de material pirata también debe ser tenida en cuenta. Su perfil ya no es el de un individuo que acumula copias en formatos físicos, sino que ha virado hacia el de un individuo que encuentra en la colectividad los accesos gratuitos a los materiales que desea para consumirlos de forma inmediata.

Cabe igualmente tener en cuenta el papel de las redes sociales en la difusión y extensión de contenidos pirateados. Una vez más, la pertenencia a una colectividad, esta sin demasiadas normas ni convenciones, facilita este acceso.

Los factores socioeconómicos tienen una gran influencia sobre el fenómeno de la piratería. Dicho de otro modo, la falta de poder adquisitivo de las personas que necesitan acceder a lo nuevo en la Red, sea por equipararse a sus iguales en zona más favorecidas, sea por necesidad de mejorar sus prestaciones sociales o por necesidades formativas o por cualquier otra causa, hace que se ignoren o se modifiquen los condicionamientos morales ante la infracción. Constatamos pues, que los argumentos que apelan a la moralidad o a la ética, generan un rechazo apriorístico a la regulación, entre otras cosas porqué estamos frente a un fenómeno ciertamente comunitario, en el que los comportamientos colectivos justifican la infracción y sobre el que no existe un consenso social capaz de sancionar moral o éticamente a los infractores. Por tanto, no tiene sentido hacer de la piratería un problema de moral social o de falta de respeto la creación artística con la misma intensidad con que se apela al cumplimiento de la norma.

En referencia a la persecución de la piratería, se hace evidente que las legislaciones agresivas tienen poco o ningún éxito y que, en todo caso, se trata de crear un nuevo contrato social entre instituciones, creadores, industria y consumidores que se adapte a las nuevas condiciones impuestas por los avances tecnológicos.

Igualmente, las campañas de difusión deberían orientarse a la didáctica de los derechos de creación, explicar cuáles son los factores que fomentan la piratería y orientar el mensaje hacia los efectos sociales más que hacia los beneficios perdidos por las corporaciones o elucubrar sobre cifras y castigos, porque, de este modo, nadie se va a sentir culpable.

Otro frente de la lucha contra la piratería es el compromiso de los proveedores de servicios en Internet, que dominan los accesos a las web que almacenan contenido pirata. La implicación de los OTT es imprescindible para el control del desarrollo y la difusión de estas páginas. Hay que recordar que un alto porcentaje de los infractores utilizan motores de búsqueda de estos proveedores para encontrar el material que requieren En este sentido, en algunos países se ha pactado con los proveedores de Internet a gran nivel, con la implicación de todos los sectores afectados para regular los mecanismos sancionadores y repartir las responsabilidades de la infracción de forma más justa, a la vez que didáctica para los usuarios.

Otro aspecto importante de la lucha contra la piratería reside en el desarrollo tecnológico de la industria de la gestión y protección de datos. En la medida que el impacto de la piratería se ha hecho mayor y sostenido en el tiempo y en función de la evolución hacia el consumo en línea, e control de la conectividad y los accesos se ha hecho más importante. Ya no se trata sólo de controlar el almacenamiento, sino de regular el tráfico.

Es una evidencia que, desde la aparición de Internet, el entorno cultural ha mutado hacia formas de disfrute colectivo de los bienes culturales. Una vez más, insistimos en la necesidad que la industria ofrezca productos a precios razonables y con suficientes capacidad de seducción de los consumidores para que estos no se planteen el esfuerzo de acceder productos pirata por el simple hecho de que el producto de pago es mejor u ofrece más y exclusivas prestaciones.

En cualquier caso, el dilema descansa entre de los límites de la protección de los derechos de la propiedad intelectual, por un lado, y la esencia del universo Internet entendido como espacio abierto y libre de comunicación. Si, ciertamente, poco se puede hacer desde el campo de la tecnología o desde la regulación de la propiedad intelectual para resolver las desigualdades en el acceso y disfrute de los contenidos en ciertas zonas del planeta donde el desarrollo económico es limitado para gran parte de la población, no es menos cierto que la reducción dela piratería organizada para por múltiples factores que habrá que poner en concordancia si se quiere solucionar el problema.

Las dificultades no son pocas. A la falta de consenso social en considerar como delito la piratería, se suman las limitaciones tecnológicas en un entorno dinámico y muy veloz, un diseño de los mecanismos de protección legal que deviene insuficiente con rapidez, la necesidad de garantizar la libertad y la privacidad de los individuos y la poca o nula capacidad de los estados para establecer un frente común para afrontar el problema desde una perspectiva mundial.

Conclusiones

20

Como sea, los movimientos a favor del acceso libre a contenidos y la piratería como tal, se confunden a menudo. La lucha contra el sistema de derechos de autor y a favor de un nuevo contrato entre creadores y usuarios en Internet no es nueva, y adquiere incluso formas políticas que representan una actitud sociopolítica distinta a lo que hemos conocido hasta ahora y que merece la pena tener en cuenta.

Por ejemplo, la Internacional de Partidos Pirata11 (Pirate Parties International) se define como organización sin ánimo de lucro, internacional y no gubernamental, constituida por Partidos Pirata de 60 países, con sede en Suiza desde 2006 y dice encarnar la libertad de movimientos y expresión, mientras trata de alcanzar sus objetivos mediante el activismo político dentro del sistema. Sus miembros afirman proteger los derechos y libertades fundamentales en la era digital, tanto de consumidores y usuarios como de creadores. Asimismo, declaran que el término pirata les ha sido aplicado por la industria de contenidos y que, en cualquier caso, no se refiere a ninguna actividad ilegal.

El ideario común de los Partidos Pirata se basa en la defensa de los derechos sociales y civiles, las prácticas de democracia directa en un entorno de democracia líquida12 (esto es: en un entorno democrático virtual en el que cada ciudadano puede votar cualquier decisión y realizar propuestas, a la vez que puede delegar su voto en un representante sobre cuestiones sobre las que no puede o no quiere decidir, todo ello en un entorno digital) y la voluntad de reformar el sistema de la propiedad intelectual, la apertura de contenidos en base al libre acceso al conocimiento, la neutralidad tecnológica y el acceso universal a Internet.

Aunque su implantación es aún muy residual, en países como Islandia (14,5%) o Ucrania (9%) sus cifras electorales son significativas y, en el caso de Islandia pasó de 3 a 10 escaños en 2016, situándose como tercera fuerza política a costa del Partido Progresista (11,5%) que perdió 11 diputados en relación a los anteriores comicios.

El Partido Pirata, adscrito a la Alianza Verde Europea posee actualmente una eurodiputada alemana, Julia Roda, que sustituye a la eurodiputada sueca, Amelia Andersdotter, que lo fue entre 2009 y 2014.

Es evidente que ninguno de los partidos llamados Pirata que conocemos defiende la piratería y ya hemos visto cuan delgada es la línea que separa la libertad de la ilegalidad en un escenario legal rígido y poco adaptado a, la realidad en relación a la protección de los derechos de los creadores y a la gestión de contenidos.

Pero la articulación de asociaciones como los partidos Pirata surge, sin duda, de la necesidad de reformular las políticas de los estados en relación a los contenidos en Internet y la protección de los derechos de autor.

Probablemente, más allá de los inexistentes problemas morales de los internautas en relación a la piratería, se deberá articular un espacio intermedio entre las libertades de los usuarios y la necesidad de garantizarlas, y la protección de los autores y de la industria, con todo lo que implican elementos como la generación de ocupación, el valor añadido de los productos digitales y su aportación, cada vez mayor, al PIB de los estados.

En todo caso, el hecho es que, en la medida que las generaciones de nativos digitales sustituyen las generaciones de transición, desciende la percepción de delito en la piratería digital y, en muchos casos, no solo no constituye un problema moral, sino que no se comprende otra forma de acceso a los contenidos que no sea gratuita.

Los jóvenes que no han conocido el mundo sin Internet, llamados millennials (nacidos entre 1980 y 2005) tienen, en cierto modo, características comunes con el mundo digital en el que han crecido. Son colectivos, impacientes, inmediatos, necesitan compartir la información y viven en la Red, especialmente en Snapchat, pero también en Twitter13.

Son una generación con tendencia al hedonismo que reconoce a sus héroes en reality shows o entre ciberactivistas diversos. Siguen a gurús de la Red y a todo tipo de youtubers. Viven constantemente conectados y por ese motivo son el objetivo de las grandes corporaciones tecnológicas. Los teléfonos móviles, las estrategias comerciales de los vendedores de maquinaria y de contenido, los videojuegos y las consolas se diseñan a partir de sus gustos y sus aficiones y sus tendencias. A estos millennials hay que sumar los centennials, aquellos que hoy tienen entre 0 y 18 años y cuya vivencia en la Red es, sin duda, mucho más radical.

Entre ambas generaciones, cuentan con más de 4.000 millones de personas en todo el mundo y serán el 59% de los habitantes del planeta en 2020. El 88% vive en países emergentes y el 90% tiene teléfono móvil.

Estos datos por si solos no nos dicen más que estas generaciones constituyen un objetivo de mercado importante. Pero, para el tema que nos ocupa, tenemos que revisar el contexto.

Estos jóvenes viven en una sociedad compleja, que ha sufrido bruscos cambios a nivel demográfico y económico. El desprestigio del sistema político, incapaz de solucionar las injusticias producidas por las crisis, la falta de oportunidades para la juventud y la conciencia de que en el mundo hay situaciones intolerables, que pueden vivir en directo y casi en primera persona.

Todo ello conforma un grupo enorme de jóvenes que no viven la autoridad ni confían en las reglas. En la medida que su potencial económico, especialmente en lo que se refiere al mundo digital es extraordinario, las estrategias comerciales se dirigen hacia ellos pero, si bien compran cantidades enormes de tecnología, pues sin duda aportan buena parte de los 316.000 millones de euros anuales que el mundo se gasta en telefonía móvil o los 13.700 millones de euros en videojuegos por el mismo periodo a nivel mundial14.

Pero, si bien estos grupos son grandes compradores de tecnología, en general viven muy negativamente tener que pagar por los contenidos y encontrarse con publicidad en las webs.

Encuestas y análisis de comportamiento de los consumidores en la Red coinciden en señalar que tanto millennials como centennials prefieren el consumo de productos gratuitos – por tanto, pirateados- y la inmensa mayoría utiliza sistemas de bloqueo (ad blockers) de ventanas emergentes (pop up) con publicidad. Los mismos estudios señalan una relación directa entre el uso de sistemas de bloqueo de publicidad y el consumo de productos ilegales.

Para confirmar lo dicho hasta ahora, el acceso a contenidos protegidos preferido por estos jóvenes es la visualización en streaming desde fuentes no autorizadas, y en mucha menor medida, la descarga15.

Todo ello indica, a nuestro entender que los distribuidores de contenidos lo tendrán difícil con estas generaciones que no perciben la piratería como un delito, sino más bien como un derecho al libre acceso o bien como una forma de permanecer al margen de un sistema de cuotas que consideran una imposición injusta.

La generación digital es, también, una generación de gran movilidad que quiere disfrutar de las cosas de forma inmediata y en comunidad. El mundo digital es esencialmente dinámico, y la regulación, tal como hemos señalado, siempre persigue a los cambios tecnológicos y además, es un mundo que no conoce fronteras ni limitaciones de formato o de idioma. Cualquiera puede saltar una frontera a través de un enlace.

En este contexto, establecer un sistema de gobernanza mundial en la distribución de contenidos que contente por igual a corporaciones y usuarios sea una tarea casi imposible.

Los gobiernos deberán decidir entre preservar las libertades de los usuarios en el entorno digital y su protección como consumidores o asegurar el funcionamiento de la industria de contenidos y el entorno cultural y de la creación, que genera miles de puestos de trabajo y grandes aportaciones al PIB.

Enlaces de interés

21

Sector Digital

http://www.digitalstrategyconsulting.com/intelligence/2014/08/digital_music_trends_2014_piracy_remains_a_key_problem.php

http://www.ifpi.org/downloads/Digital-Music-Report-2015.pdf

Observatorios de la piratería

http://suite101.net/article/herramientas-web-de-la-unesco-contra-la-piratería-a15264#axzz2N2MYegrt

http://www.unesco.org/new/es/culture/themes/creativity/creative-industries/copyright

http://lacoalicion.es/wp-content/uploads/observatorio-piratería-esp.pdf

http://lacoalicion.es/wp-content/uploads/ejecutivo-observatorio-2015-vd-es.pdf

http://lacoalicion.es/wp-content/uploads/np-observatorio-2015.pdf

Tendencias de la piratería (Apps i Streaming)

http://www.circleid.com/posts/20150506_live_streaming_apps_piracy_trends_are_a_changing/

http://www.digitaltrends.com/web/75-percent-of-2015-piracy-illegal-streaming/

http://www.broadcastingcable.com/news/news-articles/study-millennial-piracy-trends-shifting/159771

Pirateria de penúltima generación

http://www.completemusicupdate.com/article/dutch-industry-turns-its-anti-piracy-efforts-to-facebook-groups/

Noticias de la lucha contra la piratería

http://www.notey.com/blogs/piracy

Regulación

https://www.pressreader.com/spain/la-vanguardia-1%C2%AA-edici%C3%B3n/20161130/281526520665596

El papel de los ISP

http://www.lifehacker.com.au/2015/02/how-australian-internet-providers-will-start-busting-users-for-piracy/

http://timesofindia.indiatimes.com/city/mumbai/Block-URLs-check-e-piracy-with-a-warning-HC-tells-ISPs/articleshow/53818631.cms

http://www.bbc.com/news/technology-2733015

Persecución de la piratería

http://www.digitaltrends.com/home-theater/city-of-london-piracy-raid-tv-streaming-30-servers/

http://www.vozpopuli.com/medios/Nuevo-Rojadirecta-operadores-internet-bloqueen_0_974602976.html

Innovación tecnológica contra la piratería

http://techguylabs.com/episodes/1231/should-i-buy-red-rhino-streaming-box

https://kodi.tv/the-piracy-box-sellers-and-youtube-promoters-are-killing-kodi/

http://www.makeuseof.com/tag/piracy-android-how-bad-is-it-really/

http://cord-cutters.wonderhowto.com/news/hollywoods-nightmare-watching-pirated-movies-your-hdtv-is-as-easy-as-buying-35-chromecast-0151719/

http://www.digitaltrends.com/home-theater/cisco-streaming-piracy-prevention/

http://blogs.cisco.com/sp/a-new-paradigm-for-dealing-with-illegal-redistribution-of-content

La piratería digital. Evolución y

tendencias de un fenómeno social.

Como sea, los movimientos a favor del acceso libre a contenidos y la piratería como tal, se confunden a menudo. La lucha contra el sistema de derechos de autor y a favor de un nuevo contrato entre creadores y usuarios en Internet no es nueva, y adquiere incluso formas políticas que representan una actitud sociopolítica distinta a lo que hemos conocido hasta ahora y que merece la pena tener en cuenta.

Por ejemplo, la Internacional de Partidos Pirata11 (Pirate Parties International) se define como organización sin ánimo de lucro, internacional y no gubernamental, constituida por Partidos Pirata de 60 países, con sede en Suiza desde 2006 y dice encarnar la libertad de movimientos y expresión, mientras trata de alcanzar sus objetivos mediante el activismo político dentro del sistema. Sus miembros afirman proteger los derechos y libertades fundamentales en la era digital, tanto de consumidores y usuarios como de creadores. Asimismo, declaran que el término pirata les ha sido aplicado por la industria de contenidos y que, en cualquier caso, no se refiere a ninguna actividad ilegal.

El ideario común de los Partidos Pirata se basa en la defensa de los derechos sociales y civiles, las prácticas de democracia directa en un entorno de democracia líquida12 (esto es: en un entorno democrático virtual en el que cada ciudadano puede votar cualquier decisión y realizar propuestas, a la vez que puede delegar su voto en un representante sobre cuestiones sobre las que no puede o no quiere decidir, todo ello en un entorno digital) y la voluntad de reformar el sistema de la propiedad intelectual, la apertura de contenidos en base al libre acceso al conocimiento, la neutralidad tecnológica y el acceso universal a Internet.

Aunque su implantación es aún muy residual, en países como Islandia (14,5%) o Ucrania (9%) sus cifras electorales son significativas y, en el caso de Islandia pasó de 3 a 10 escaños en 2016, situándose como tercera fuerza política a costa del Partido Progresista (11,5%) que perdió 11 diputados en relación a los anteriores comicios.

El Partido Pirata, adscrito a la Alianza Verde Europea posee actualmente una eurodiputada alemana, Julia Roda, que sustituye a la eurodiputada sueca, Amelia Andersdotter, que lo fue entre 2009 y 2014.

Es evidente que ninguno de los partidos llamados Pirata que conocemos defiende la piratería y ya hemos visto cuan delgada es la línea que separa la libertad de la ilegalidad en un escenario legal rígido y poco adaptado a, la realidad en relación a la protección de los derechos de los creadores y a la gestión de contenidos.

Pero la articulación de asociaciones como los partidos Pirata surge, sin duda, de la necesidad de reformular las políticas de los estados en relación a los contenidos en Internet y la protección de los derechos de autor.

Probablemente, más allá de los inexistentes problemas morales de los internautas en relación a la piratería, se deberá articular un espacio intermedio entre las libertades de los usuarios y la necesidad de garantizarlas, y la protección de los autores y de la industria, con todo lo que implican elementos como la generación de ocupación, el valor añadido de los productos digitales y su aportación, cada vez mayor, al PIB de los estados.

En todo caso, el hecho es que, en la medida que las generaciones de nativos digitales sustituyen las generaciones de transición, desciende la percepción de delito en la piratería digital y, en muchos casos, no solo no constituye un problema moral, sino que no se comprende otra forma de acceso a los contenidos que no sea gratuita.

Los jóvenes que no han conocido el mundo sin Internet, llamados millennials (nacidos entre 1980 y 2005) tienen, en cierto modo, características comunes con el mundo digital en el que han crecido. Son colectivos, impacientes, inmediatos, necesitan compartir la información y viven en la Red, especialmente en Snapchat, pero también en Twitter13.

Son una generación con tendencia al hedonismo que reconoce a sus héroes en reality shows o entre ciberactivistas diversos. Siguen a gurús de la Red y a todo tipo de youtubers. Viven constantemente conectados y por ese motivo son el objetivo de las grandes corporaciones tecnológicas. Los teléfonos móviles, las estrategias comerciales de los vendedores de maquinaria y de contenido, los videojuegos y las consolas se diseñan a partir de sus gustos y sus aficiones y sus tendencias. A estos millennials hay que sumar los centennials, aquellos que hoy tienen entre 0 y 18 años y cuya vivencia en la Red es, sin duda, mucho más radical.

Entre ambas generaciones, cuentan con más de 4.000 millones de personas en todo el mundo y serán el 59% de los habitantes del planeta en 2020. El 88% vive en países emergentes y el 90% tiene teléfono móvil.

Estos datos por si solos no nos dicen más que estas generaciones constituyen un objetivo de mercado importante. Pero, para el tema que nos ocupa, tenemos que revisar el contexto.

Estos jóvenes viven en una sociedad compleja, que ha sufrido bruscos cambios a nivel demográfico y económico. El desprestigio del sistema político, incapaz de solucionar las injusticias producidas por las crisis, la falta de oportunidades para la juventud y la conciencia de que en el mundo hay situaciones intolerables, que pueden vivir en directo y casi en primera persona.

Todo ello conforma un grupo enorme de jóvenes que no viven la autoridad ni confían en las reglas. En la medida que su potencial económico, especialmente en lo que se refiere al mundo digital es extraordinario, las estrategias comerciales se dirigen hacia ellos pero, si bien compran cantidades enormes de tecnología, pues sin duda aportan buena parte de los 316.000 millones de euros anuales que el mundo se gasta en telefonía móvil o los 13.700 millones de euros en videojuegos por el mismo periodo a nivel mundial14.

Pero, si bien estos grupos son grandes compradores de tecnología, en general viven muy negativamente tener que pagar por los contenidos y encontrarse con publicidad en las webs.

Encuestas y análisis de comportamiento de los consumidores en la Red coinciden en señalar que tanto millennials como centennials prefieren el consumo de productos gratuitos – por tanto, pirateados- y la inmensa mayoría utiliza sistemas de bloqueo (ad blockers) de ventanas emergentes (pop up) con publicidad. Los mismos estudios señalan una relación directa entre el uso de sistemas de bloqueo de publicidad y el consumo de productos ilegales.

Para confirmar lo dicho hasta ahora, el acceso a contenidos protegidos preferido por estos jóvenes es la visualización en streaming desde fuentes no autorizadas, y en mucha menor medida, la descarga15.

Todo ello indica, a nuestro entender que los distribuidores de contenidos lo tendrán difícil con estas generaciones que no perciben la piratería como un delito, sino más bien como un derecho al libre acceso o bien como una forma de permanecer al margen de un sistema de cuotas que consideran una imposición injusta.

La generación digital es, también, una generación de gran movilidad que quiere disfrutar de las cosas de forma inmediata y en comunidad. El mundo digital es esencialmente dinámico, y la regulación, tal como hemos señalado, siempre persigue a los cambios tecnológicos y además, es un mundo que no conoce fronteras ni limitaciones de formato o de idioma. Cualquiera puede saltar una frontera a través de un enlace.

En este contexto, establecer un sistema de gobernanza mundial en la distribución de contenidos que contente por igual a corporaciones y usuarios sea una tarea casi imposible.

Los gobiernos deberán decidir entre preservar las libertades de los usuarios en el entorno digital y su protección como consumidores o asegurar el funcionamiento de la industria de contenidos y el entorno cultural y de la creación, que genera miles de puestos de trabajo y grandes aportaciones al PIB.

Bibliografia

22

• Roinkainen, Ilkia and Guerrero�Cusumano, José-Luis. 2001. Correlates of Intellectual Property Violation. Multinational Business Review. 59-65

• Aguirre Sala, Jorge Francisco: La democracia líquida Los nuevos modelos políticos en la era digital. Editorial UOC Barcelona 2016

www.obs-edu.com