Ibañez, T., Contra La Dominacion

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    Sociologia/Filosofia

    Tomas Ibanez

    Contra la• r 

    Variaciones sobre la salvaje exigencia de libertad  quebrota del relativismo y de las consonancias 

    entre Castoriadis, Foucault, Rorty y Serves

    \ '.-A i

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    C l a *De «Ma

    Tom as Ibanez Municiones para disidentes  Realidad- Verdad-Politica

    S e y l a  B e nh ab j q b  L o s  derechos d e los otros

     Extranjeros, residentesy ciudadanos

    L o l c Wa c q u a n t  (coord.) E l m isterio del ministerio

     Pierre Bourdieu y la politica democratica

    M a r io B u n g e Crisis y reconstruccion de la filosofia

    H a n n ah A r e n d t Tiempos presentes

    R i c h a r d  R o r t y   Filoso fia y futuro

    A l a in B a d io u Breve tratado de ontologfa transitoria

    F in a B i r u l e s (comp.) Hannah Arendt: El orgullo de pensar

    M ic h e l F o u c a u l t La verdad de las formas juridicas

    M a r t i n  HEiDEGGEr Introd uccion a la m etafisica

    E d g a r M o r in Introduccion al pensamiento complejo

    E r n s t  T u g e n d h a t   Ego centricidad y mi'stica

    E r n s t  T u g e n d h a t   Problemas

    E r n s t T u ge n d h a t Ser-verdad-accion  Ensayos filosoficos

    E r n s t T u ge n d h a t Lecciones de edca

    E r n s t T u g en d h a t Dialogo en Leticia

    P a u l R ic o e u r Ideologfa y utopia

    G i ll e s D e l eu z e Empirismo y subjetividad

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    CONTRA LA DOMINACION

    Variaciones sobre la salvaje exigencia  de libertad que brota del relativismo 

     de las consonancias entre Castoriadis, Foucault, Rorty y Serres

    Tomas Ibanez

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    1 4 2 0 8 8

    Ilustracion de cubierta: Juan Santana

    Primera edicion: septiembre de 2005, Barcelona

    Derechos reservados para todas las ediciones en Castellano

    © Editorial Gedisa, S.A.

    Paseo Bonanova, 9 l ° - la

    08022 Barcelona (Espana)

    Tel. 93 253 09 04

    Fax 93 253 09 05correo electronico: [email protected] 

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    ISBN: 84-9784-108-5

    Deposito legal: B. 39836-2005

    Impreso por: Romanya Vails

    Verdaguer, 1, 08786 Capellades (Barcelona)

    Impreso en Espana

    Printed in Spain\

    Queda prohibida la reproduccion parcial o total por cualquier medio de impre-

    sion, en forma identica, extractada o modificada de esta version castellana de la

    obra.

    mailto:[email protected]://www.gedisa.com/http://www.gedisa.com/mailto:[email protected]

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    fndice

    Prologo ..............................................................................  9

    Pa r t e  IDEFENSA DEL RELATIVISMO

    1. Contextualizacion filosofica............................................  15A modo de prolegomenos.......................................... .  15Mirando hacia Grecia ..................... .................................. 21La infinita espiral esceptica...................................... .  23La inacabable guerra entre dogmaticos y escepticos ........  27El argumento racionalista.................................................. 28

    El argumento empirista................. .................................... 30La sintesis de Kant ...........................................

      34Usando a Kant contra Kant ......................... .................. 37

    2 . Argumentos relativistas ................................................   41El polimorfismo del relativismo.......................................   41Relativismo y etica: la cuestion polftica.........................   46Relativismo de la verdad................................... ..............   54

    El problema de la realidad: el relativismo ontologico ..... 69

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    Pa r t e  IICORNELIUS CASTORIADIS, MICHEL FOUCAULT,

    RICHARD RORTY, MICHEL SERRES: COMPARANDO LO

    INCOMPARABLE

    Prolegomeno: un proposito de imposible cumplimiento . . . . 87

    1. Cornelius Castoriadis ...................................................... 97Apuntes biograficos: la polftica como exigencia y comopasion ................... \  .......................................................... 98Heteronomfa o autonomfa: una encrucijada para las

    sociedades........................................................................... 10 2Desde el marxismo militante al antimarxismo radical . . . . 105

    — La exigencia de autonomfa................................................ 109Psique y sociedad............................................................... 112Lo social-historico como auto-creacion ................. .........   119

    2. Michel Foucault ............................................................... 125

    Apuntes biograficos: la voluntad de cambiar ...................   127El contexto intelectual de los anos cincuenta ...................   130El proyecto intelectual de Foucault................................... 136El impulso politico ....................... .......................... .........   144

    3. Richard Rorty ..................................... .................  149Apuntes biograficos: fidelidades y rupturas ............. .  150La filosofia analftica ......................... .. 155

    La argumentacion rortyana.......................................

      160El ultimo Rorty ................................. ..................  169La preeminencia de la polftica.....................  172La confrontacion con Habermas , . . , , . . . . , . . . . . . . . . . . 175

    4. Michel Serres........................................ .....................  189Apuntes biograficos: desplazamientos ...............................   190,:Ciencias o letras? ................... ; ....................................  193Pensar la relacion............................................ ........   .  198

    5. Nexos ........................................ ...................... ................  203

    Apendice: Nota sobre John Dewey ......................................   211

    Bibliograffa ............................................................................  223 /

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    Prologo

    El primer tftulo en el que pense para encabezar este libro fue Muni- donespara disidentes. Tomo II, pretendiendo significar de esta forma lo que percibfa como una evidente continuidad con el libro Mu- niciones para disidentes que publique, hace tres anos, en Gedisa. Sinembargo, pronto me convencf de que la eleccion de ese tftulo indu-

    cfa a confusion porque evocaba claramente un preciso tipo de continuidad, y establecfa una presuncion de unidad estructural, quedistaban mucho de manifestarse en este caso.

    Obviamente, la relacion entre estos dos libros es bien distinta deaquella que tejen entre sf los diversos tomos de una misma obra. Sinembargo, como esta constatacion no conseguia debilitar mi senti-miento de que existfa una perceptible continuidad, caf.en la cuentade que se trataba de una continuidad de otro tipo, sin duda muchomas generica. De hecho, me di cuenta de que, desde que publique miprimer libro (Podery libertad) en 1982, no habfa hecho otra cosa entodos mis escritos que satisfacer afanosamente el deseo de pensar,una y otra vez, las relaciones de poder y de interrogar incesantemen-te los efectos de dominacion. Un deseo que se fraguo en las peculia-ridades de mi biografia polftica, de signo inequfvocamente libertario,y que recibio de Michel Foucault el aliento necesario para perseve-

    rar. Es, por lo tanto, en terminos de un mismo «aire de familia», sus-tentado en una preocupacion irremediablemente recurrente, comoconviene tipificar la continuidad que atraviesa estos distintos libros.

    Es claro que el caracter polimorfo de las relaciones de poder, larizomatica proliferacion de los efectos de dominacion y la multipli-

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    cidad de los territorios en los que ambos fenomenos se desarrollan,abren unos registros de investigacion extraordinariamente diversosy, no es menos claro, que lo que se aborda en este libro es tan solo

    un diminuto fragmento de esa diversidad. Un fragmento que es, ade-mas, bien particular, altamente especffico, y cuya eleccion respondea dos tipos de razones. Por una parte, razones de orden sustantivo,relacionadas con la conviccion de que la institucion cientffica cons-tituye en nuestra epoca uno de los mas potentes dispositivos de poder y que se ha depositado en la razon cientffica la legitimidad de laretorica de la verdad, con todos los efectos de poder que se des-prenden de la gestion de los juegos de la verdad. Por otra parte, razones de tipo coyuntural ligadas al ambito especffico en el quetranscurren mis cotidianas practicas profesionales; es decir, el ambito universitario. Son estos dos tipos de razones los que dan cuentadel terreno que aquf se ha elegido para reflexionar sobre unas relaciones de poder y para visibilizar unos efectos de dominacion queson tanto mas insidiosos y efectivos cuanto que se excluyen a sf mis-mos del campo en el que suelen operar estas relaciones y estos efectos.

    Cuestionar los presupuestos de la retorica de la verdad que hegemo-niza nuestra epoca, e intentar evidenciar los efectos de dominacionque acompanan la asuncion acrftica de cierta ideologfa de la razoncientffica, forman parte, en el momento presente, de una tarea inexcusable para quienes pugnan por posibilitar el desarrollo de nuevaspracticas de libertad.

    Dicho con otras palabras, el debate sobre el relativismo y sobreel antiesencialismo que centra las reflexiones presentadas en este libro constituye, en ultima instancia pero muy directamente, un debate sobre la problematica de las relaciones de poder. El hecho deque los defensores de cierta ideologfa de la razon cientffica coinci-dan con los maximos representantes de la Iglesia en una cruzadacomun contra los devastadores peligros que nos amenazan si pres-tamos ofdos a los cantos de sirena relativistas deberfa, cuanto menos, suscitar cierta sospecha e invitarnos a mirar mas de cerca el

    contenido de los argumentos relativistas. Debo reconocer que la vi-rulencia y la constancia con las que Juan Pablo II y el cardenal Rat-zinger (hoy su sucesor como Benedicto XVI) han satanizado el relativismo, no ha hecho sino desarmar las prevenciones que, comocasi para todo el mundo, despertaba en mf el repertorio argumentative del relativismo.

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    Resulta sin duda trivial recordar aquf que, encerrada en sus pro-pios lfmites, ninguna persona hubiera conseguido nunca escribir unsolo texto y que, mas alia del autor que firma un libro, las voces que

    lo han hecho posible suelen ser multitudinarias. No obstante, masalia de la deuda generica contrafda con una amplia gama de pensa-dores y de la deuda especffica con los cuatro autores cuyas aporta-ciones se interpretan aquf con mayor o menor acierto, este libro hanecesitado, como pocos, la participacion directa de un conjunto decolaboraciones que me alegro de haber tenido la fortuna de concitary que me ilusiona poder agradecer.

    No se si me hubiese animado a publicar este libro sin el estfmulo

    que represento para mf la atencion que me prestaron los nutridosgrupos de estudiantes del Doctorado de Psicologfa Social Crfticadurante los cursos 2003-2004 y 2004-2005. Desde luego, sin la ayu-da que me ofrecieron las profesoras Ana Garay y Luz Maria Martinez para transcribir mis manuscritos, esta publicacion se hubiera de-morado probablemente unos cuantos anos. Por fin, resulta diffcilencontrar las palabras adecuadas para agradecer las sabias sugeren-cias y el enorme y meticuloso trabajo de revision llevado a cabo pormi entranable amigo, el profesor Felix Vazquez Sixto, asf que ni si-quiera lo voy a intentar. Pero me quedarfa corto si no mencionaratambien las incisivas y abundantes observaciones crfticas que me haprodigado, desde su amistad de tantos anos, Georges Brossard, aunsabiendo que no las podia integrar aqui porque hubiera significadoescribir otro libro que quizas surgira un dfa del debate que mantene-mos. Y, por ultimo, pero solo en el orden de la enunciacion, no me

    quedarfa tranquilo conmigo mismo si no expresara mi gratitud porla carinosa paciencia con la que mi companera, Conxita Nadal, hasoportado mis prolongadas evasiones de la convivencia cotidiana.

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    Pa r t e   I

    DEFENSA DEL RELATIVISMO

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    Contextualizacion filosofica

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    A modo de prolegomenos

    Explorar la cuestion del relativismo tiene el morbo que acompanalos escarceos con la fruta prohibida. Tiene su parte de seduccion,

    pero tambien tiene su parte de peligro; sobre todo si no se toma laprecaucion de expresar previamente una profesion de fe antirrelati-vista. En efecto, manifestar cierta simpatia hacia el relativismo no esinocuo y nos amenaza de hecho con una doble exclusion.

    Exclusion, en primer lugar, de toda perspectiva de desarrollaruna confortable carrera academica, porque el relativista es visto,desde la Academia, como alguien que se empena en cortar la rama

    sobre la cual esta sentado, como aquel que hace tambalear la estabi-lidad de todo el edificio.En la medida en que la Academia se sustenta en la produccion, en

    la acumulacion y en la transmision de conocimientos cuyo caracterverdadero  este suficientemente garantizado, es obvio que cuestio-nar el concepto mismo de «la Verdad» no puede estar bien visto yque argumentar en clave relativista es ir sumando puntos para serapartado del envidiable estatus de un buen y respetable academico.

    Exclusion, en segundo lugar, de toda perspectiva de ser plena-mente aceptado en la comunidad social en la cual nos ha tocadovivir.

    Argumentar en clave relativista conduce a hacer afirmacionescomo, por ejemplo, que el acto de poner una bomba y matar a 2 0 0personas no es intrinsecamente malo desde el punto de vista moral.

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    Ese acto solo resulta despreciable, y totalmente despreciable, desdelos valores con los cuales nos comprometemos. Pero esos valoresque estamos eventualmente dispuestos a defender con unas y dien-

    tes, no tienen ni mayor ni menor grado de fundamentacion ultima que los valores que esgrimen los terroristas. No son, intrinsecamen- te, ni mejores ni peores que los valores opuestos.

    Decir cosas como las que acabamos de decir, nos asegura, en elmejor de los casos, serios problemas para ser comprendidos, y nosamenaza, en el peor de los casos, con caer bajo la acusacion de «apo-logfa del terrorismo».

    Costes academicos, costes sociales... ^Por que diablos arriesgar-nos a destapar la Caja de Pandora del relativismo?

    Quizas por la atraccion de la fruta prohibida  -al fin y al caboJuan Pablo II se empenaba obstinadamente en decirnos que «en el relativismo esta el mal»-, es diffcil resistir la tentacion de acercarnosal relativismo para contemplar que aspecto tiene. Pero quizas, tam-bien, porque sospechamos que «las practicas de libertad» puedenencontrar alicientes en los argumentos relativistas.

    En cualquier caso, de lo que no cabe duda es de que la proble-matica del relativismo se presenta envuelta en una tormentosa nubede intensas polemicas.

    De hecho, las polemicas en torno al relativismo son casi tan an-tiguas como la propia filosofia occidental. Nos encontramos puesante un debate que tiene detras de si unos 2.500 anos de historia dela filosofia. Pero, aunque el relativismo haya sido discutido a lo

    largo de toda la historia de la filosofia occidental, tambien es cier-to que esa discusion ha conocido altibajos, y que se ha prodigadocon intensidades muy variables. Uno de los periodos, o quizas delas epocas, donde ese debate ha adquirido una especial intensidad es,precisamente, el periodo contemporaneo, particularmente a lo largode las tres o cuatro ultimas decadas. Ludwig Wittgenstein (1889-1951), Willard van Orman Quine (1908-2000), Nelson Goodman(1906-1998), Michel Foucault (1926-1984), Donald Davidson

    (1917-2003), Hilary Putnam (1926-), Thomas Nagel (1937-), JohnSearle (1932-), Richard Rorty (1931-), Jurgen Habermas (1929-),Charles Taylor (1931-), son algunos de los pensadores que hanaportado argumentos para ese debate, sin contar buena parte delos pensadores que son calificados, o que se autocalifican, de post-modernos.

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    Pese a sus remotos orfgenes, la controversia sobre el relativismoes, por lo tanto, tremendamente actual, y se encuentra, a mi enten-der, en el epicentro de la tension entre la Modernidad y la Postmoder-

    nidad, tanto si consideramos estos dos fenomenos historicos desdesu vertiente sociologica como desde su vertiente ideologica. Por lotanto, reflexionar, hoy, sobre el relativismo es tambien una forma deintentar entender mejor los cambios que se estan produciendo en laepoca en la cual vivimos.

    Aunque el debate sobre el relativismo se presenta a menudo desde una perspectiva epistemologica, relacionada con la pregunta sobreel estatus del conocimiento, tambien versa sobre aspectos ontologi-

    cos (ique es lo real?) y, sobre todo, tambien tiene fuertes implicacio-nes en el campo de la etica y de la polftica. No hay que olvidar quefueron preocupaciones eticas, y preocupaciones relacionadas con elbien vivir, las que alentaron en sus inicios la formulacion de los argumentos relativistas. En efecto, ;que significa ser libre? y £Comoconseguir ser libre? son algunas de las preguntas que laten, origina-riamente, en la formulacion del relativismo.

    Si las interrogaciones relativistas acompasan toda la historia de lafilosofia occidental, las descalificaciones del relativismo y los contun-dentes anatemas  lanzados contra las posturas relativistas, tambienconstituyen una constante historica. Encontramos estas descalificaciones en Platon (427-347 a. de C.) cuando ridiculiza a Protagoras(485-410 a. de C.), y tambien en la famosa encfclica de Juan Pablo IItitulada Veritatis Splendor   (1993), donde se proclama que el cues-tionamiento relativista de «la Verdad» es una de las peores amena-

    zas que se ciernen sobre la humanidad. Opinion, esta ultima, que,dos dfas antes de convertirse en Benedicto XVI, el cardenal Ratzin-ger reafirmarfa con fuerza en la homilfa de la misa Pro Eligendo Pontifice. De hecho, es bastante frecuente escuchar voces conserva-doras ponernos vehementemente en guardia contra los efectos de-vastadores que tiene el relativismo sobre los valores morales denuestra civilizacion. Pero tampoco es menos frecuente escuchar voces progresistas proclamar que el relativismo es peligroso, inclusopara la simple convivencia pacifica y civilizada, puesto que nos abo-carfa a situar la fuerza bruta como ultimo recurso para dirimir nues-tras desavenencias.

    En algun momento tendremos que preguntarnos sobre las razones de esa animadversion, tan intensa y tan llamativa, que suscita el

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    relativismo, pero adelanto ya mi conviccion de que si el relativismoes atacado tan duramente es porque socava en su misma rafz, es decir, radicalmente, todo principio de autoridad.

    En cualquier caso, el resultado de tan sostenida persecucion filo-sofica del relativismo es que muy pocos pensadores aceptan deno-minarse a si mismos como relativistas. Se trata mas bien de un cali-ficativo que se arroja contra alguien, y de una acusacion contra lacual solo cabe defenderse, negando haber cometido el pecado relativista.

    En esa misma linea de descalificaciones se nos dice tambien queel relativismo es, del todo, insensato y aberrante, y que nadie, en susano juicio, puede defender un planteamiento relativista.

    Ya lo dejo bien claro el viejo Platon (427-347 a. de C.): ni siquie-ra es necesario argumentar en contra de un relativista. Basta con de-

     jarle hablar, porque su propio discurso se destruye y se refuta, a simismo, en un soberbio ejercicio de autocontradiccion.

    En efecto, si la Verdad no existe, tampoco puede ser verdad quela verdad no exista. Por lo tanto, la afirmacion la verdad no existe 

    no es verdadera, y si no es verdadero que la verdad no exista,  en-tonces la afirmacion de que la verdad existe es verdadera y el relativismo es, por lo tanto, falso.

    Simple cuestion de logica elemental. El argumento relativista nose puede enunciar sin que esa enunciacion sea letal para el propio argumento relativista. Con lo cual, el relativista se ve abocado al si-lencio porque, si habla, sus propias palabras anulan lo que dice;

    pero, claro, el silencio tampoco le salva; porque, si no habla, resultaque no hay argumento.El argumento de la autocontradiccion parece definitivo, y parece

    revestir una contundencia demoledora.No obstante, en lugar de tranquilizarnos, es la propia contun

    dencia del argumento de la autorrefutacion la que deberfa incitar-nos a la sospecha. Porque, si las cosas estan asf de claras; si el relativismo es una postura tan insensata, tan ridfcula, tan inconsistente y

    tan obviamente insostenible como lo afirmaba Platon, lo logico hubiera sido que la cuestion del relativismo hubiera quedado clausu-rada en el instante mismo de su formulacion. Sin embargo,

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    xnantenido en el pasado, o que mantienen en la actualidad, plantea-xnientos relativistas, adolecen de una oligofrenia profunda?

    Ni los planteamientos relativistas se extinguieron definitivamen-te en el instante mismo de su formulacion, ni esta justificado consi-derar a todos sus defensores como deficientes mentales, asf que parece bastante razonable formular la hipotesis de que no estamosante una postura que se pueda descalificar tan facilmente como sesuele decir y considerar que los relativistas no son tan insensatoscomo lo dejaba entender Platon.

    De hecho, ya veremos que no resulta muy complicado formularel relativismo de manera que eluda por completo la figura logica de

    la autocontradiccion pero, de momento, lo unico que sugerimos esque consideremos provisionalmente que la causa instruida en contra del relativismo no dispone, quizas, de unos argumentos tan cla-ros y tan definitivos como pudiera parecer.

    Ademas, la unicidad, y la sencillez del argumento de la autocontradiccion, topa con una dificultad ligada a la enorme variedad delos relativismos.

    En efecto, en su formulacion mas condensada, el relativismoafirma simplemente que X no es «incondicionado». O sea, que X essiempre relativo a Y; es decir, a otra cosa que el propio X. Este es elcaso, por ejemplo, cuando se afirma que «nuestros valores» (el X)estan condicionados por «nuestra cultura» (la Y).

    X puede ser los valores, pero tambien puede ser nuestras opi-niones, nuestras creencias, el conocimiento, los objetos ffsicos, etcetera. Y, claro, uno puede ser relativista respecto de los valores,

    pero no serlo respecto del conocimiento. O pUede serlo respectodel conocimiento, pero no respecto de los objetos ffsicos, etcetera.La enorme diversidad de todo aquello que podemos situar en el lugar de X permite distinguir entre una variedad de relativismos: elrelativismo epistemologico, el relativismo etico, el relativismo on-tologico, etcetera.

    Las argumentaciones relativistas son distintas en cada caso, y noresulta muy verosfmil que un unico contraargumento, como el de la

    autocontradiccion, pueda hacer justicia a todas ellas.Por lo tanto, se despliega una gran variedad de relativismos se-

    gun a lo que se refiera X, pero se despliega tambien gran variedadde relativismos segun lo que pongamos en el lugar de Y. Puede asu-mirse que X es relativo, pero

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    ]

    ser con relacion a nuestra mente, con relacion a nuestra cultura,con relacion al lenguaje, con relacion a la historia, con relacion a losocial, etcetera. Y, en cada caso, estaremos ante un relativismo dis-

    tinto. No hay pues un relativismo sino muy diversos tipos de relativismos, y puede que lo que resulte insensato sea el pretender de-rrotarlos a todos en base al unico y contundente argumento dePlaton.

    Adentrarnos, como lo vamos a hacer, en el espacio discursivo delrelativismo, es adentrarse, inevitablemente, en el espacio de la retorica de la Verdad. Recurriendo a un vocabulario que tiene claras re-sonancias foucaultianas, podrfamos decir que nos vamos a ocuparde «los regfmenes de la Verdad», de «la economfa de la Verdad» y,mas precisamente, de la Veridiccion. Por veridiccion hay que enten-der la pretension que reivindica un discurso a decir Verdad. O la le-gitimidad que se le otorga, desde una determinada audiencia, paraenunciar «la Verdad».

    iComo debemos entender esa pretension?

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    Mirando hacia Grecia

    Es bien conocido que hace unos 2.600 anos se fragua en Grecia

    una nueva manera de pensar y de debatir sobre el mundo en el cualvivimos.Se formulan nuevas preguntas y se elaboran nuevas maneras de

    responderlas, constituyendo de esta forma, muy lentamente, untipo de racionalidad que se va diferenciando poco a poco del tipo deracionalidad que sustentaba, por ejemplo, al relato mitologico.

    Las nuevas preguntas que se empiezan a plantear son de tipo cos-mogonico, interrogan la naturaleza del mundo y el proceso de su

    constitucion, recurriendo a la observacion, a la reflexion y a la ar-gumentacion para formular unas respuestas que se orientan, por lo general, a prop oner un principio unico que explicarfa tanto la genesis del mundo, como la naturaleza ultima de lo que existe.

    La preocupacion cosmogonica ocupa un lugar central a lo largo dealgo mas de un siglo, hasta que Socrates (470-399 a. de C.) contribuyede forma importante a expandir el campo de aplicacion de la nueva ra

    cionalidad y a complementar la interrogacion cosmogonica con nuevas preguntas que se dirigen basicamente hacia dos grandes ambitos.

    Uno de ellos es el del propio conocimiento: ;que es el conocimiento?, ^que podemos conocer?,

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    Pese a ello, los grandes pensadores griegos no separaron la interrogacion sobre el mundo de la interrogacion sobre el conocimiento y de la interrogacion sobre el bien vivir. Son, por ejemplo, cier-tas reflexiones sobre las limitaciones del conocimiento las queconducen a formular determinadas concepciones sobre el bien vivir. En esa epoca la epistemologia y la etica no estan aun escindidas.

    En tiempos de Socrates vivieron dos pensadores a quienes seatribuyen las primeras formulaciones relativistas. Se trata de Protagoras y de Gorgias (485-380 a. de C.).

    Todos y todas conocemos bien la famosa expresion de Protagoras:

    El hombre es la medida de todas las cosas, de las que son, en cuanto que son, y de las que no son, en cuanto que no son.

    Nada «es» en «sf mismo», todo es relativo al ser humano, tantola Verdad como las cosas.

    No se puede apelar a ningun criterio suprahumano para estable-cer como son las cosas, ni tampoco para dirimir los puntos de vista

    confrontados.Encontramos en la formula de Protagoras una doble afirmacion.Hay, por una parte, una afirmacion metaffsica. Es decir, una afir

    macion que versa sobre la ontologfa y que se pronuncia sobre el es-tatus existencial de las cosas que constituyen el mundo. El pronun-ciamiento es claramente antirrealista. Los objetos no existen en simismos, sino que su existencia esta condicionada por las propias ca-

    racterfsticas del ser humano. Es el propio ser humano quien institu-ye la existencia, o no, de los objetos del mundo.Junto con este posicionamiento antirrealista en el piano on-

    tologico tambien encontramos, en segundo lugar, la afirmacionde un tipo de relativismo que podrfamos calificar como subjeti- vista.

    Si no hay nada, fuera del ser humano, que nos permita dirimirentre los puntos de vista discrepantes mantenidos por distintos se

    res humanos, entonces ningun punto de vista es mas verdadero quecualquier otro. Todos son equivalentes entre si, con respecto a sugrado de verdad.

    La Verdad pasa a ser una apreciacion subjetiva que establece cadapersona en relacion con sus propias creencias. No es posible hallar 

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    un criterio de la Verdad que trascienda lo que cada ser humano con-sidere como tal, y queda claro, por lo tanto, que «la Verdad» noexiste, mas alia del ambito estrictamente personal.

    Esta es, en cualquier caso, la version del pensamiento de Protagoras que nos presenta su gran contrincante Platon, y que tilda de«autocontradictoria», porque, obviamente, si «la Verdad» no existe,tampoco puede ser verdad que esta no exista.

    La misma acusacion se podrfa dirigir a Socrates cuando afirmaque «solo se que no se nada», porque, obviamente, «si no se nada»tampoco puedo saber que «no se nada», pero esta afirmacion se pre

    senta como una reflexion profunda, y nadie enfatiza su caracterautocontradictorio.El otro personaje, Gorgias, contemporaneo de Protagoras y de

    Socrates, redunda en el antirrealismo de Protagoras cuando nos diceque:

    Si algun ser existiera, este seria incognoscible.

    Lo que conocemos no son, por lo tanto, seres, sino lo que nues-tro propio conocimiento instituye como seres. De lo unico que podemos estar seguros es de que estos seres conocidos  no son seres,porque si lo fuesen no podrfamos conocerlos. Con lo cual, solo conocemos el «No-ser».

    Gorgias lo resume en una formula lapidaria: «No-ser, es».De hecho, el relativismo, propiamente dicho, tiene escasa pre-

    sencia en el debate de la filosofia griega. Sin embargo, lo que siabunda en ese debate son los planteamientos escepticos.

    La infinita espiral esceptica

    La diferencia entre el escepticismo y el relativismo es considerable.El relativista cuestiona la existencia de un criterio no condicionadode la Verdad, mientras que el esceptico cuestiona simplemente quese pueda aseverar la Verdad.

    El escepticismo no niega que algunas de nuestras creencias, algu-nos de nuestros conocimientos, o de nuestras afirmaciones, puedanser verdaderas. Lo unico que cuestiona es que podamos demostrarque lo son; o, incluso, que podamos saber que lo son.

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    El esceptico es como esos ninos insaciables que, despues de cadarespuesta o de cada explicacion que damos a una de sus preguntas,repiten incansablemente: «£y eso por que?», o que, despues de cadarespuesta, nos preguntan indefinidamente «;y eso tu como lo sa-bes ?», con lo cual siempre tenemos que explicar la propia explicacion que hemos dado.

    El esceptico actua como un insistente y desagradable aguijon quenos obliga a ir siempre un poco mas lejos en el desarrollo de nuestra argumentacion, sin dejarnos alcanzar ese punto en el que podrfaconsiderarse que la argumentacion proporcionada ya es satisfacto-ria, o ya es concluyente.

    La estrategia esceptica difiere considerablemente de la estrategiarelativista. El esceptico no plantea un debate teorico en torno alconcepto de «la Verdad», no esta interesado en cuestionar directa-mente ese concepto, e, incluso, se muestra dispuesto a concedernosque la Verdad puede existir. No obstante, da un rodeo. Su estrategiaes de caracter practico. No afirma que lo que decimos no pueda serverdadero; no entra a discutir esa posibilidad. Se limita a pedirnosque justifiquemos la verdad de lo que decimos.

    Cuando afirmamos que tales o cuales de nuestras creencias sonverdaderas, tenemos que esgrimir razones para justificar su veraci-dad. Sin embargo, dar razones significa necesariamente mencionarotras creencias, y el esceptico nos va a pedir que justifiquemos, a suvez, esas otras creencias, para lo cual tendremos que mencionarnuevas creencias, y asi ad infinitum. Es lo mismo que ocurre con lasdefiniciones. Si se nos pide que definamos una palabra, vamos a te-ner que usar otras palabras cuya definicion se nos puede, a su vez,

    exigir, y para definirlas tendremos que introducir nuevas palabras,que a su vez...

    Al pedir que justifiquemos la veracidad de nuestras creencias, ode nuestros conocimientos, el esceptico nos coloca en la espiral deuna regresion infinita que nunca toca fondo. Y con ello, el esceptico consigue obligarnos a admitir lo que pretende que reconozca-mos: que las supuestas creencias verdaderas que mantenemos nunca

    pueden ser plenamente justificadas; y que, por lo tanto, lo razona-ble consiste en permanecer escepticos en cuanto a su supuesta veracidad, sin negar que, eventualmente, puedan serlo.

    Aunque el relativismo y el escepticismo sean bien distintos, susefectos practicos resultan muy semejantes porque, si frente al es-

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    ceptico nunca conseguimos demostrar que nuestras afirmacionesson verdaderas,

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    Ocurre, sin embargo, que los escepticos dieron con el procedi-miento para evacuar y para anular la autocontradiccion. Idearon in-cluso dos maneras para inmunizar su planteamiento contra el mor-

    tffero virus de la autocontradiccion.La primera consiste en anular el aspecto autorreferencial de su

    afirmacion, reformulando su proposicion en los siguientes terminos:

    Nada puede ser conocido con certeza, salvo esto mismo.

    Se concede de esta forma un estatus de excepcion al conocimien

    to alegado por el esceptico: se dice que la afirmacion no se aplica asf misma y se evita la autocontradiccion. Es como si Socrates hubie-se dicho: «solo se que no se nada mas que esto que estoy afirmandosaber». Se puede cuestionar la legitimidad de sustraer lo que unoafirma al ambito de lo que se afirma, pero formalmente la afirmacion deja de ser autocontradictoria.

    Por supuesto, si se pide al esceptico que justifique su afirmacion,se vera en la imposibilidad de proporcionar una justificacion defini-tiva; se encontrara atrapado en la espiral de una regresion infinita.Con todo, esto, lejos de debilitar su posicion, no hace mas que re-forzarla, puesto que dicha imposibilidad resulta plenamente con-gruente con lo que el esceptico afirma.

    La segunda manera, mucho mas satisfactoria, de escapar a la autocontradiccion, consiste en afirmar que:

    Nada puede ser conocido con certeza, incluso el hecho de que nadapueda ser conocido con certeza (es como si Socrates nos dijera: «Ni si-quiera se que no se nada»).

    Podemos estar de acuerdo, o en desacuerdo, con esta afirmacionesceptica, pero no tenemos mas remedio que admitir que no revisteun caracter autocontradictorio.

    Desde esta perspectiva queda claro que el esceptico no pretendedemostrar que «nada puede ser conocido con absoluta certeza», nopretende que se acepte «la Verdad» de su afirmacion. Tan solo acep-ta jugar durante unos momentos al juego de «la Verdad» para ponerde manifiesto que jugando estrictamente el juego de «la Verdad» yaplicando estrictamente las propias reglas de este juego, nadie puede conseguir refutar la validez de la postura esceptica.

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    Desde mi punto de vista el relativismo y el escepticismo consti-tuyen la cara guerrera y la cara diplomatica de una misma moneda.

    Unos pocos presocraticos, como por ejemplo Jenpfanes de Co-

    lofon (570-485 a. de C.), dudaban ya de que la certeza fuese posible.Sin embargo, pocas decadas mas tarde, muchos de los coetaneos deSocrates suscribfan plenamente esa duda, y algunos de ellos utiliza-ban, precisamente, esa duda para privilegiar la busqueda de la felicidad y de la eticidad por encima de la busqueda de la certeza.

    Es contra todos estos pensadores griegos que Platon va a construirsu imponente sistema filosofico. No obstante, quien asentara mas de-cisivamente las bases del escepticismo es aun un adolescente cuando

    muere el viejo Platon. Su nombre es Pirron de Elis (360-270 a. de C.)y, como es sabido, su pensamiento nos llega a traves de los escritos deSextus Empiricus (185-224 a. de C.), ya en la epoca romana.

    En palabras de Alan Musgrave, un importante filosofo contem-poraneo, la historia de la filosofia occidental es, en buena medida, lahistoria de una larga guerra (aun inconclusa hoy en dfa) entre los escepticos y los dogmaticos. Dogmatico no se usa aquf en sentido pe-

    yorativo, sirve simplemente para designar, en boca de los escepticos, a todos aquellos que creen que el conocimiento valido consisteen «creencias verdaderas, justificadas como tales». Es decir, todosaquellos que afirman que existen conocimientos cuya Verdad puedeser establecida de forma incuestionable.

    La inacabable guerra entre dogmaticos y escepticos

    Los dogmaticos afirman que podemos alcanzar unos conocimientos«cuya veracidad resulte incuestionable». Desde su optica, «la Ver-dad» es una propiedad que caracteriza a determinados conocimientos y podemos, por lo tanto, poner. de manifiesto esa propiedad.

    Los dogmaticos estaban, asimismo, convencidos de haber conse-guido restar toda credibilidad a los planteamientos relativistas, enbase a su supuesto caracter autocontradictorio. Sin embargo, trope-

    zaban con serias dificultades para refutar esa cara amable del relativismo que se presentaba bajo la forma del escepticismo.

    Dicho con otras palabras, los dogmaticos pensaban que era bas-tante facil plantar cara a las tesis negacionistas de «la Verdad», soste-nidas por los relativistas, pero no consegufan derrotar las tesis eli-

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    de las cosas, nunca sobre lo que se esconde detras de las apariencias,nunca sobre lo que las produce. Es decir, nunca sobre el verdadero ser  de las cosas. En tanto que somos seres sensoriales vivimos nece-

    sariamente en un mundo de apariencias y, por lo tanto, solo pode-xnos acceder a las sombras, no a aquello de lo cual las sombras son

    Para escapar del mundo de las apariencias y para acceder a la verdad de las cosas, tenemos que desentendernos de la informacionque nos proporcionan nuestros sentidos; tenemos que cerrar nues-tros ojos y mirar exclusivamente con los ojos de la razon.

    Solo una razon que sea capaz de mantenerse a distancia de las

    apariencias puede vislumbrar lo que hay por detras de ellas, y puede permitirnos acceder a la verdadera realidad.

    Sin embargo, la razon solo maneja ideas. Por lo tanto, aquello alo cual accede la razon (es decir, a la verdadera realidad por detrasde las apariencias sensoriales) esta constituido por ideas, de las cua-les, las cosas que impactan nuestros sentidos, son simples e imper-fectas copias. Es en esta concepcion donde se manifiesta, plenamen-

    te, el idealismo de Platon. El autentico ser de las cosas pertenece almundo de las ideas, mientras que las cosas que anidan en el mundo,y que experimentamos concretamente mediante nuestros sentidos,son simples reflejos de ese mundo de las ideas.

    Cuando, gracias al ejercicio de la razon, traspasamos la niebla delas apariencias y vislumbramos el mundo de las ideas, no podemosdudar de ellas: su resplandeciente verdad se imp one a nosotros.Y en ese mundo de las ideas, que es el mundo de lo realmente exis-

    tente, no solo esta el autentico «ser» de las cosas, sino que tambienencontramos la verdadera forma ideal de «lo bello» (estetica), y laforma autentica «del bien», es decir, de los valores eticos. Por lo tanto, mediante el ejercicio de la razon accedemos no solo al conocimiento verdadero del mundo, sino que alcanzamos, tambien, el conocimiento, igualmente indubitable, del «bien».

    Platon representa, como nadie, el paradigma del dogmatismo.Para el, es incuestionable que «la Verdad» existe, que es absoluta yuniversal y que podemos alcanzarla plenamente, accediendo a lacerteza total. Y, claro, si es cierto que la via del conocimiento verdadero conduce tambien a discernir el bien,

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    Con Platon, la agenda de la filosofia quedara marcada, hastanuestros dias, por la voluntad de verdad, por la obsesion por la certeza absoluta y por el privilegio concedido a la interrogacion episte- 

    mologica. Es decir, por la prioridad concedida a la pregunta acercadel conocimiento.

    Siglos mas tarde, Descartes (1596-1650) buscara tambien en larazon las fuentes del conocimiento indubitable o de la certeza absoluta. No me voy a detener aquf a glosar la obra Descartes ya que ellector o lectora puede encontrar una magnffica reconstruccion  delcartesianismo en el libro estrella de Richard Rorty titulado La filo

    sofia y el espejo de la naturaleza  (1979). Solo quiero enfatizar quepara Descartes, el ejercicio de la duda sistematica toca fondo cuando se alcanzan formulaciones puramente racionales. Es decir, queno apelan para nada a la experiencia y que, siendo autoevidentes,son necesariamente verdaderas. Para encontrar las verdades indis-cutibles, la razon, producto de nuestras mentes, debe explorar, ex-clusivamente, las ideas que conforman nuestra mente.

    El argumento empirista

    La segunda modalidad del dogmatismo, el empirismo, comparteexactamente la misma preocupacion que el racionalismo. Se trata,en el tambien, de establecer la fuente de nuestro conocimiento in-mediato, directamente verdadero, indubitable y que no requiera,

    por lo tanto, el respaldo de justificaciones adicionales.Pero los empiristas no creen que haya que buscar esa fuente en la

    razon, sino que la situan en la experiencia, porque, segun ellos, todos nuestros conocimientos, todas nuestras ideas, provienen de loque nos aportan nuestros sentidos. Basta con recordar la famosa ex-presion segun la cual «nada hay en nuestra mente que no haya esta-do previamente en nuestros sentidos». Una mente que es una tabu

    la rasa  antes de que los sentidos impriman en ella los contenidosque la caracterizaran.Los sentidos nos proporcionan «datos sensoriales», y para los

    empiristas -para Locke (1632-1704), para Berkeley (1685-1753),para Hume (1711-1776), por citar solo a los mas relevantes- lo unico que podemos conocer de forma inmediata, directa e incuestiona-ble, son precisamente esos datos sensoriales.

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    Cuando experimentamos una determinada sensacion resulta le-gftimo discutir sobre su origen, sobre lo que la ha producido, puesbien podrfa ser, por ejemplo, una simple ilusion sensorial. Ahora bien,

    si experimentamos una sensacion, de lo que no podemos dudar esde que la experimentamos efectivamente, y no tiene ningun sentidoque alguien pretenda negar que la experimentamos. No hay mayorcerteza, no hay mayor seguridad, que la que remite a la incuestio-nable realidad de los datos sensoriales.

    Los racionalistas -Platon, Descartes, Spinoza (1632-1677), Leibniz (1646-1716), entre otros- difieren entre si en cuanto a cualespueden ser los ultimos principios verdaderos que nos ofrece la ra

    zon. Los racionalistas pueden discrepar entre sf acerca de como esposible, y mediante que procesos, que la razon nos permita conocerverdaderamente lo que conforma el mundo sensible; o mejor dicho,la verdadera realidad que sustenta al mundo sensible. Pero todosellos coinciden plenamente en que la razon nos permite acceder aconocimientos absolutamente verdaderos.

    Los empiristas difieren entre sf en cuanto a si todo el conoci-

    miento verdadero, o solamente parte de el, proviene de los sentidos.Los empiristas pueden discrepar entre sf en cuanto a si los datossensoriales tienen una contrapartida en la realidad exterior, y si esesa contrapartida la que causa  nuestros datos sensoriales. Por fin,los empiristas pueden mantener posturas divergentes en cuanto a sinuestro conocimiento de los datos sensoriales nos puede permitirconocer tambien aquello que da lugar a los datos sensoriales. Es decir, traspasar el mundo sensible y transitar desde el mundo de las

    apariencias hacia el conocimiento del mundo que causa esas apariencias.

    Pero los empiristas coinciden plenamente en que nuestros sentidos nos permiten, como mfnimo, alcanzar un conocimiento absolutamente seguro sobre el mundo de las apariencias. Es decir, sobre elmundo de nuestra experiencia sensible.

    En definitiva, ya sea por la via de la razon, ya sea por la via de laexperiencia, el dogmatismo sostiene que podemos alcanzar verda-des indubitables, y si esto es efectivamente asf, entonces resulta queel escepticismo esta derrotado porque los unos o los otros han blo-queado, han hecho tocar fon do., a la espiral de la regresion infinita,encontrando unas verdades de las que no se puede dudar, y que norequieren, por lo tanto, ulteriores justificaciones.

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    Pero el esceptico se frota las manos. Es como si, a partir de suspreguntas insidiosas, hubiera conseguido poner a trabajar, parasu propio provecho, dos grandes maquinarias de pensamiento que

    han producido dos bloques de sofisticados y cuantiosos argumentos que se encuentran ahora a su plena disposicion. La espiral del re-greso infinito toca fondo si se acepta el planteamiento racionalista.Sin embargo, resulta que los empiristas han puesto todo su ingenioen demostrar que los planteamientos racionalistas no son de recibo,que su argumentacion no se sostiene. Frente a las pretensiones racionalistas, el esceptico solo tiene que echar mano de los argumen

    tos empiristas.Por el otro lado, la espiral del regreso infinito toca fondo si seacepta el planteamiento empirista. Sin embargo, resulta que los racionalistas ofrecen un amplio registro argumentativo en contra delas pretensiones empiristas. El esceptico tiene a su total disposicionese registro argumentativo para hacer frente al empirismo. En estatesitura, el esceptico podria decir, mas o menos, lo siguiente: «Gracias, amigos racionalistas y amigos empiristas, pero no prosigais,

    detened vuestra pelea, porque ya me habeis proporcionado argumentos mas que suficientes para que no me vea obligado a aceptarninguna de las dos lmeas argumentativas que pretendfan acabarconmigo».

    Mas alia del hecho de que se puedan establecer verdades raciona-les indubitables, o verdades experienciales indubitables, aun quedala cuestion de como podemos pasar desde la pura razon al mundo

    de las cosas, o desde el mundo de las puras sensaciones al mundo quelas induce.Los racionalistas lo tienen mas facil que los empiristas porque

    postulan que la razon y el mundo tienen la misma arquitectura. Losviejos racionalistas explicaban ese isomorfismo basandose en consi-deraciones sobre el «alma», como Platon, por ejemplo, cuando nosdice que nuestra «alma» ya ha estado en contacto con el mundo delas ideas y ha guardado un recuerdo borroso y difuminado de esemundo, o bien a partir de consideraciones religiosas que remiten,conjuntamente, nuestra razon y el mundo a los designios de un mismo creador.

    Los nuevos racionalistas adoptan, por su parte, una explicacionde tipo evolucionista. Segun ellos, la razon se ha forjado en base alas practicas milenarias de nuestro comercio con las cosas del mun-

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    do Son, por lo tanto, las propias cosas del mundo las que han pau-tado nuestra razon, y solo ha sedimentado en ella, o solo ha sobre-vivido en la razon, aquello que era conforme a la naturaleza de las

    cosas. • • i • i - iPor el lado de los empiristas la cuestion es mas compleja, y bue-na parte de los empiristas se ven abocados a la conclusion de quesolo podemos alcanzar conocimientos verdaderos sobre los feno- menos. La cuestion de como es, realmente, el mundo mas alia de losefectos que el mundo tiene sobre nosotros es, para ellos, una pre-gunta de imposible respuesta.

    En este punto resulta conveniente abrir un parentesis a proposi-

    to de la diferencia en cuanto a la dosis de vehemencia con la que, porlo general, los racionalistas y los empiristas se enfrentan al relativis-mo, En efecto, buena parte de los empiristas son, como mmimo,no-realistas (no digo antirrealistas). Es decir, muchos empiristas re-conocen que no podemos conocer verdaderamente aquello que elsentido comun y algunos filosofos llaman «la realidad».

    Esto significa que muchos empiristas no plantean objeciones de

    principio contra los argumentos del relativismo ontologico y losconsideran, simplemente, como unos argumentos que versan sobreuna cuestion indecidible.

    Del mismo modo, tambien explica porque los adversarios masacerrimos de los relativistas no son los empiristas, sino aquellospensadores que combinan, o que compaginan, fuertes presupuestosracionalistas, por una parte, y fuertes compromisos realistas porotra, subscribiendo rotundamente afirmaciones como la siguiente:

    «Las cosas son como son, con total independencia de nosotros, ypodemos conocer la verdad sobre las cosas ejercitando el uso rigu-roso de la razon».

    Resulta que tres de los pensadores que considero mas admira-bles, por su espiritu rebelde y por la agudeza de su pensamiento-Bertrand Russell (1872-1970), Albert Einstein (1879-1955) yNoam Chomsky (1928)-, se inscriben de lleno en el marco de estascreencias, y debo reconocer que la admiracion que les profeso haceque me resulte bastante incomodo situarme en el campo contrarioal suyo.

    Por cierto, hoy en dfauno de los filosofos mas representatives deesta combinacion de realismo y de racionalismo es Thomas Nagel(1937-), y esto lo convierte en uno de los crfticos mas acerrimos del

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    relativismo. Asf que si alguien desea hacer acopio de argumentosantirrelativistas es aconsejable que acuda a algunos de sus libros,tales como: The view from nowhere  (1986) y La ultima palabra 

    (2000).El escepticismo que profesan mUchos empiristas en cuanto a la

    posibilidad de conocer verdaderamente lo que se situa fuera denuestra experiencia (es decir, el supuesto mundo real), explica porque los pensadores realistas ven en el empirismo, y en sus diversasramificaciones (tales como el fenomenismo, el positivismo, el posi-tivismo logico y otros ismos de esta fndole), una claudicacion, un re-

    duccionismo, que ha abierto las puertas de par en par a la deriva esceptica y relativista, que ha invadido, segun ellos, el pensamientocontemporaneo.

    La smtesis de Kant

    Para algunos realistas, otro de los grandes culpables de que la epide- 

    mia relativista  se haya extendido peligrosamente en estas ultimasdecadas es Kant. Immanuel Kant (1724-1804) pretendio, de algunamanera, realizar una gran smtesis entre el racionalismo y el empirismo. Pero esto le llevo a formular unas conclusiones que han pro-porcionado argumentos, muy a su pesar, para la defensa de ciertasformas de relativismo.

    Lo que me propongo responder es ,;por que siendo Kant radical-

    mente antirrelativista, sus argumentos aportan, sin embargo, agua almolino relativista?Quizas sea porque todo lo que debilita a las posturas realistas fa-

    vorece las argumentaciones relativistas; de la misma manera quetodo lo que enfatiza el papel desempenado por las practicas y porlas caracterfsticas humanas resta fuerza al dogmatismo.

    Y son precisamente estos dos elementos los que encontramos enKant: debilitamiento del realismo por una parte, y enfasis sobre laactividad constructiva del ser humano por otra.

    En el piano ontologico, Kant profesa un realismo minimalista, li-mitandose a postular que, sin duda, «algo» existe «ahf fuera», conindependencia de nosotros; pero pasando inmediatamente a negarlas implicaciones epistemologicas del realismo. En efecto, para Kant,«el objeto tal y como es en sf mismo» existe pero es incognoscible.

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    Sobre el nada podemos conocer, salvo que existe, y nada podemosdecir mas alia de eso. Por lo tanto, incontestable debilitamiento del

    realismo.A d e m a s ,

    Kant hace depender las caracterfsticas del mundo qued e m o s conoCer de las caracterfsticas del propio «sujeto cognos

    cente^ Con acentos que evocan de manera alarmante la afirmacionde Protagoras, segun la cual «el ser humano es la medida de todas lascosas», Kant viene a sostener que el ser humano resulta ser «la medida de todas las cosas conocidas, o que puedan ser conocidas».

    Esto significa que son, por lo tanto, nuestras propias caracterfsticas, en tanto que seres humanos, las que constituyen el mundo al

    cual accede nuestro conocimiento. Enfasis, por lo tanto, sobrenuestra agencia en la produccion «del mundo conocido».

    A pesar de su intento de reconciliar el racionalismo y el empiris-mo, para Kant los racionalistas tienen indudablemente razon encuanto a que existe, efectivamente, un «conocimiento a priori»; esdecir, un conocimiento totalmente independiente de la experienciay de los «datos sensoriales».

    Este conocimiento esta constituido por proposiciones de tipo«analftico» que son «necesariamente verdaderas» y que establece-mos como tales mediante el puro ejercicio de la razon; sin recurrir,para nada, a la informacion empirica. Por ejemplo, si A es igual a B,entonces se deduce necesariamente que B es igual a A. El hecho deque la identidad sea transitiva es una verdad analftica cuyo caracterde «necesidad» queda establecido por la sola razon.

    Pero, claro, las verdades analfticas, o el conocimiento a priori, no

    nos dicen nada acerca del mundo. Su verdad es independiente decomo pueda ser el mundo.

    Por otra parte, Kant considera que los empiristas tambien tienenindudablemente razon. Existe, efectivamente, un conocimiento a posteriori', es decir, un conocimiento que no resulta del mero ejercicio de la razon, sino que proviene de los sentidos y que resulta de laexperiencia.

    Este conocimiento esta constituido por proposiciones de tipo«sintetico», cuya verdad es meramente «contingente». Es decir, laverdad o la falsedad de estas proposiciones depende de «como es»efectivamente el mundo, y, si el mundo, tal y como lo experimentamos, fuese distinto, entonces, las verdades sinteticas, o a posteriori, tambien serfan distintas.

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    Por lo tanto, los empiristas tienen razon cuando afirman que elconocimiento sobre el mundo transita por nuestros sentidos. PeroKant anade, inmediatamente, que la informacion que nos propor-

    cionan nuestros sentidos no es «puramente sensorial», sino que estaya «estructurada» por la razon, y mas precisamente, por las famosas«categorfas a priori del entendimiento».

    Lo que llamamos «la experiencia» no es algo que sea «incondi-cionado», solo podemos tener experiencia de aquello que encaja enlas coordenadas definitorias de nuestra peculiar sensibilidad. Porejemplo, no podemos percibir directamente los infrarrojos porque

    nuestros organos visuales no son sensibles a sus longitudes de onda.Kant va a dedicar buena parte de su esfuerzo intelectual a diluci-dar cuales son las coordenadas, cuales son los parametros que esta-blecen «Ias condiciones de posibilidad de la experiencia misma». Esdecir, esclarecer la naturaleza de aquello que determina el tipo deexperiencia al cual, en tanto que seres humanos, podemos acceder.Aunque, mas que acceder, convendrfa decir, en este caso, construir.

    Los datos sensoriales, que los empiristas tomaban como una ma

    teria prima, estan ya conformados, activamente, por las caracterfsticas de nuestra estructura cognitiva.

    Contrariamente a lo que afirmaban algunos empiristas, nuestramente no es una tabula rasa, sino que nuestra mente estructura activamente la experiencia, imponiendole su propio orden.

    Si esto es efectivamente asf, de poco sirve interrogar directamente la experiencia para conocer cuales son sus principios constituti-

    vos, puesto que estos principios formatean ya la propia experiencia.Para detectar esos principios hay que proceder a un «analisis

    trascendental», entendiendo por trascendental simplemente que sesitua. por fuera opor encima de la experiencia.

    Esto es lo que hace Kant cuando, por decirlo de alguna forma,dirige la razon hacia ella misma: mira la razon a la luz de la pura razon y establece asf cuales son sus principios estrueturantes. Unos

    principios que el llamara «las categories a priori del entendimiento».Si nuestra experiencia esta condicionada por nuestra mente, silleva «ya inscrita en su propio ser» la marca de lo que la hace posi-ble, resulta obvio que el analisis de la experiencia, es decir, el anali-sis de «las apariencias», o el analisis de las cosas «tales como sonpara nosotros», nunca puede conseguir arrojar luz sobre nada quevaya mas alia de esas apariencias y que se situe por detras de ellas.

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    Es por eso por lo que Kant afirma que la «realidad en si misma»es incognoscible. No podemos aprehender nada con independenciade nuestro modo de aprehension. Solo podemos conocer, con pro

    piedad, los fenomenos; es decir, el producto de nuestra interaccioncon el mundo.

    Con todo, para Kant, esto no significa que el conocimiento seguro y objetivo no sea posible. Al contrario, este tipo de conoci-miento es perfectamente posible, porque la estructura de la razones, ella misma, «incondicionada».

    Las categorfas a, priori  del entendimiento son «universales» y«absolutas», trascienden todo lo que es «contingente», llamese la

    historia, la cultura o la sociedad. Las categorfas valen para todos losseres racionales, siempre y en todos los lugares.

    Por lo tanto, el conocimiento valido apela a lo que hay de invariable y de comun entre todos los seres racionales y que, lejos de ser«subjetivo», es «intersubjetivo» en el sentido de que, al universali-zar la «intersubjetividad», esta se iguala con «la objetividad».

    Pero hay una limitacion sustancial: el conocimiento objetivo y

    verdadero sobre el mundo es posible, pero tan solo en la esfera de losfenomenos. Es decir, de la «experiencia» que tenemos del mundo.

    Usando a Kant contra Kant

    La smtesis llevada a cabo por Kant entre el racionalismo y el empi-rismo es impresionante y hace dar a la filosofia un paso importante

    que fortalece la postura dogmatics, en la medida en que «la Verdad»se muestra al alcance del ser humano. Con todo, la aportacion deKant constituye, al mismo tiempo, una bomba de relojeria que resulta letal para el propio dogmatismo.

    Para que la bomba de relojeria kantiana estalle basta con aceptar,por una parte, la tesis de Kant segun la cual la experiencia no es «in-condicionada». Es decir, la afirmacion de que es el ser humanoquien, en funcion de sus propias caracterfsticas, establece las condi-ciones de posibilidad de la experiencia; pero rechazando, por otraparte, la tesis segun la cual esas condiciones de posibilidad de la experiencia (por ejemplo las categorfas del entendimiento) son abso-lutas y universales. En efecto, si en lugar de hacer de esas categorfasun elemento incondicionado (absoluto y universal), las definimos

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    como estando, ellas mismas, condicionadas (relativas a la cultura, ala historia, etcetera), entonces ya no queda nada que pueda hacerbarrera al relativismo.

    Basta, por lo tanto, con historizar  a Kant, basta con desuniversa-lizar sus categorfas, para que la aportacion de Kant venga a reforzarel registro argumentativo del relativismo.

    Dicho sea de paso, es precisamente porque Michel Foucaultprocede de esta forma por lo cual, aunque el mismo no acepte laetiqueta de relativista, muchos de sus comentadores lo calificancomo tal.

    En efecto, Foucault participa de la misma preocupacion queKant. Buena parte de la obra de Foucault intenta esclarecer las con-diciones de posibilidad de nuestra experiencia, en la epoca presente.Pero, para Foucault, lo que determina la forma de nuestra experiencia hoy en dfa no son unas supuestas categorfas absolutas y univer-sales, sino unas categorfas que son plenamente contingentes, y quese han ido elaborando mediante determinadas practicas historica-mente y socialmente situadas.

    Las cosas son como son porque nuestro pensamiento actual asf lasconstituye. Sin embargo, como resulta que ese pensamiento ha sido,el mismo, construido de forma contingente por nuestras practicashistoricas, no nos queda mas remedio que emprender la genealogfade esas practicas para entender porque la experiencia hoy posible esla que es, y no es de otra forma.

    Claro que, si lo que determina nuestra experiencia es contingen

    te, esta tambien podrfa ser otra, y es, por lo tanto, modificable.Ayudarnos a entender que nuestra experiencia presente no obedecea ninguna necesidad y que, por lo tanto, podemos transformarla;ese y no otro, es el anhelo de Foucault, como lo veremos en la se-gunda parte de este libro.

    Kant hablaba de nuestras «ideas» y de la estructura logica o ra-cional que las condiciona. Bastantes anos mas tarde, con el aconte-cer del giro lingmstico, la referencia a las «ideas» y a las categorfasdel entendimiento se torno obsoleta y fue sustituida por una referencia al lenguaje. Dicho con otras palabras, la estructura categoriala priori mediante la cual aprehendemos el mundo paso a ser de tipolingmstico. Fue el lenguaje quien paso a conformar la experienciaposible, y es hacia el lenguaje donde se nos dice hoy que convienemirar para dilucidar la estructura de nuestra experiencia.

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    Tras el giro lingmstico, se hace referencia a entidades lingiiisticasen lugar de entidades mentales, pero el esquema basico sigue siendode corte kantiano. La experiencia se fragua, de rafz, en un medium 

    lingufstico que la constituye de par en par, y del cual, por lo tanto,no se puede escindir.

    A pesar de que el esquema basico sigue siendo el mismo, hay quehacer constar una diferencia importante. En efecto, las entidadesmentales de Kant podfan ser vistas como universales y absolutas,pero el lenguaje es, obviamente, contingente y la diversidad lingufs-tica constituye una evidencia diffcilmente soslayable.

    Como lo querfa Kant, resulta que solo podemos conocer la experiencia; pero en tanto que esta es dependiente del lenguaje, y encuanto que el lenguaje es contingente y variable, distintas descrip-ciones del mundo son legftimas, y ninguna de ellas puede reivindi-car para sf misma un estatus privilegiado.

    La version lingufstica del esquema kantiano aporta aun mayorescaudales de agua a los molinos del relativismo.

    Para concluir esta breve contextualizacion filosofica, quizas con-

    venga recoger en unas pocas lfneas la.s principales etapas de nuestroapresurado recorrido desde un pequeno fragmento del pensamiento que se elabora en la Grecia antigua hasta llegar a las puertas delmomento presente.

    Hemos visto que, tan pronto como se secularizo la cuestion de«la Verdad», es decir, tan pronto como se arrebato a los dioses la fa-cultad de dictaminar sobre «la Verdad» para remitirla al terreno dela simple argumentacion racional entre seres humanos, se constitu-

    yeron dos bandos antagonicos.Por una parte, quienes negaban que se pudieran establecer pro

    posiciones cuyo «valor de verdad» no fuese «condicionado»: los relativistas; y tambien quienes dudaban de que fuese posible establecer el «valor de verdad» de una proposicion: los escepticos.

    Y, por otra parte, quienes desde unas convicciones opuestas, esdecir, desde la afirmacion del «caracter no condicionado de la ver-

    dad», intentaban acallar la negacion relativista, mostrando su incon-sistencia logica, o bien intentaban contrarrestar las dudas escepticasesforzandose por hallar unas proposiciones cuyo «valor de verdad»fuese incuestionable.

    Una vez descartada, de manera expeditiva, la postura relativistabasandose en el argumento de su manifiesta inconsistencia logica,

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    todos los esfuerzos desplegados por los partidarios del segundobando se orientaron a bloquear la espiral de la regresion infinitapromovida por los escepticos, haciendole tocar fondo. Es decir, for-

    mulando proposiciones cuya absoluta certeza permitiese configurarun lecho de roca dura sobre el cual poder fundamentar el edificio del«conocimiento verdadero».

    Las distintas estrategias desplegadas para fundamentar nuestracapacidad veridictiva, nuestra capacidad de decir verdad, el raciona-lismo por una parte, el empirismo por otra, y tambien el intento desmtesis kantiano, nos proporcionan, paradojicamente, argumentos

    para nutrir una defensa del relativismo. Esta defensa puede apoyar-se sobre los argumentos racionalistas en contra del empirismo, sobre los argumentos empiristas en contra del racionalismo, sobre losargumentos escepticos en contra de ambos, y sobre esa bomba de relojeria filorrelativista que, en su esforzado intento por afianzar eldogmatismo, Kant construyo sin quererlo.

    La larga guerra entre el dogmatismo y el escepticismo se sigue li-brando hoy en dfa. Pero quizas se entienda ahora mejor porque lasofensivas lanzadas en las ultimas decadas contra el fundacionalismo filosofico, y.los esfuerzos desplegados para introducir la historici-dad (es decir, para introducir la contingencia en todo lo que con-cierne al conocimiento), sean vistos como alentadores del escepticismo, y peligrosamente proclives al relativismo. Richard Rorty(1931-), por una parte, y Michel Foucault (1926-1984), por otra,aparecen, desde .esta perspectiva, como dos de los principales res-

    ponsables del desmantelamiento del dogmatismo en el perfodo con-temporaneo.

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    Argumentos relativistas2

    El polimorfismo del relativismo

    Como mostraremos a continuacion, el adversario contra el cualdebe enfrentarse un Platon del siglo XXI presenta los rasgos un tanto desconcertantes de un Protagoras polimorfo.

    En efecto, el relativismo no constituye una  orientacion unica,sino que esta conformado por una gama de muy diversas formulaciones. No son ni la unicidad, ni la homogeneidad, sino la plurali-dad y la heterogeneidad las que caracterizan al relativismo. De estemodo, en la medida en que nos confrontamos a distintos planteamientos, parecerfa que la argumentacion en contra del relativismodeberfa modularse en funcion de sus distintos tipos.

    De hecho, podemos intuir que el relativismo es eminentementeplural considerando simplemente las notables diferencias que sepa-ran a algunos de los pensadores a los que se suele adjudicar, con razon o sin ella, la etiqueta relativista. Algo tienen en comun, perotambien es mucho lo que diferencia a pensadores como: FriedrichNietzsche (1844-1900), Ludwig Wittgenstein (1889-1951), ThomasS. Kuhn (1922-1996), Paul Feyerabend (1924-1994), Nelson Goodman (1906-1998), Willard van Orman Quine (1908-2000), Richard

    Rorty, Michel Foucault o Jacques Derrida (1930-2004).Pero mas alia de esta intuicion, tambien podemos encontrar en la

    propia formulacion del relativismo la razon de esa extensa pluralidad.Recordemos, en efecto, que en su expresion mas condensada, el

    relativismo sostiene que:

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    - X no es incondicionado  (siendo X cualquier cosa que quera-mos considerar),

    - que todo X es condicionado,

    -   tambien que X es relativo a Y (siendo X lo relativizado e Y lainstancia relativizadora)

    Ya hemos visto que la lista de las especificaciones de X es muyamplia y que los «valores» de X son multiples. X puede ser lascreencias, la verdad, el conocimiento, los principios eticos, etcetera.Pero tambien es diversa la lista de las especificaciones de Y. En efecto, la instancia relativizadora puede ser el lenguaje, la cultura, las

    formas de vida, etcetera.Fruto de esta diversidad, resulta que una misma persona puede

    ser, al mismo tiempo, relativista en cuanto a los principios eticos-afirmando, por ejemplo, que los principios eticos son relativos a lacultura- y defender una postura antirrelativista en cuanto al conocimiento cientffico afirmando, por ejemplo, que «el valor de verdadde las proposiciones cientfficas es incondicionado».

    Los «valores de X qUe se mencionan con mayor frecuencia en losdebates sobre el relativismo son los siguientes: los conceptos o los «es-quemas conceptuales», las creencias, las practicas, la percepcion olos «esqUemas perceptivos», las normas epistemicas, la etica, la se-mantica, la Verdad y la realidad.

    Por su parte, los «valores de Y» que aparecen mas frecuentemen-te en la argumentacion relativista son los siguientes: el lenguaje, laestructura cognitiva, la cultura, los paradigmas cientfficos, el indivi-

    duo, la religion, la historia y las categorfas sociales.La lista de las combinaciones posibles es muy amplia, pero se en-sancha auri mas si consideramos que algunos de los valores de la instancia relativizada X pueden ser utilizados tambien como valores dela instancia relativizadora Y (por ejemplo, podemos sostener que«la percepcion» es relativa a «los esquemas conceptuales»).

    Resulta, por otra parte, que ciertas versiones del relativismo serevelan incompatibles con otras versiones del relativismo. Por

    ejemplo, si afirmamos que nuestros «esquemas conceptuales» es-tan condicionados por nuestra «arquitectura cognitiva», biologi-camente determinada, estamos creando serias dificultades a aquellos relativistas que sostienen el punto de vista segun el cual«nuestros esquemas conceptuales» son dependientes de «las cul-

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    turas» J-> sin embargo, ambos planteamientos son igualmente re-

    ^ E n definitiva, la gama de combinaciones posibles de los distin-

    valores de X y de Y nos indica que el espectro de las diversasmodalidades del relativismo es de una considerable amplitud. Y la

    opia amplitud de este espectro debilita seriamente la pretensionde descalificar el relativismo a partir de un criterio simple y unico,como puede ser el criterio de la inconsistencia logica o de la autocontradiccion.

    Para argumentar en contra de un relativista, habra que pregun-

    tarle como mmimo tres cosas: ,;cual es el valor de X que pretenderelativizar?,

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    cuales valores de X estan condicionados por tales o cuales valoresdeY.

    Aunque el relativismo descriptivo resulta, por lo general, mas

    adecuado para cautivar la atencion, nos centraremos exclusivamen-te en el relativismo normativo.Una segunda diferenciacion que tambien es transversal respec

    to de las diversas modalidades del relativismo concierne a la in- tensidad de la relativizacion. Esta intensidad varfa desde la simpleafectacion hasta la determinacion completa. Se puede afirmar, porejemplo, que tal o cual valor de X esta parcialmente condiciona-do por tal o cual valor de Y (como cuando se dice que nuestrosvalores se ven «afectados», en parte, por factores culturales); obien afirmar que X esta plenamente condicionado por Y (comocuando se dice que nuestros valores son simples productos culturales).

    El relativismo de baja intensidad suele ser aceptado con bastantefacilidad, pero no plantea cuestiones muy interesantes. El problemasurge con los planteamientos radicales  y es, precisamente, sobre

    planteamientos de este tipo sobre los que nos vamos a centrar.Por supuesto, no vamos a presentar todas las modalidades del re

    lativismo, nos limitaremos a discutir tres de las que suscitan las polemicas mas enconadas. Sin embargo, antes es preciso descartar dosformas de presentar el relativismo a las que suelen recurrir con bastante frecuencia los antirrelativistas.

    La primera forma de presentar el relativismo le atribuye la afir

    macion segun la cual:

    Todos los puntos de vista son igualmente validos, o igualmente verdaderos.

    Esta formulacion excluye la posibilidad de que un relativistapueda aceptar que «ciertos puntos de vista sean mejores que otros,o que sean preferibles a otros».

    Este enunciado situa al relativista en la tesitura, absurda, de tenerque exponer su punto de vista (por ejemplo, supunto de vista sobreel relativismo), aceptando de entrada que no hay ninguna buena razon para considerar que su punto de vista sea mejor que otros, yque no hay motivos para que nadie, ni siquiera el mismo, prefieraese punto de vista frente a otros puntos de vista.

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    Definir de esa forma al relativismo es tan absurdo como invitar aalguien a un debate poniendo, al mismo tiempo, como condicionprevia que no abra la boca.

    En efecto, o bien se deniega, a priori, toda posibilidad de argumentar el relativismo, con lo cual ni siquiera se puede atribuir al relativismo tal o cual afirmacion; o bien se tiene que suspender el jui-cio sobre el relativismo hasta que se haya procedido al examen de laargumentacion, y entonces se esta reconociendo, implfcita pero ne-cesariamente, que esa argumentacion pueda ser «mejor», o «preferi-ble» a otra, y se esta reconociendo que el relativista debe participarde esa misma creencia, aunque solo sea para que pueda construir su

    argumentacion y elegir  sus argumentos. Ergo, forma parte del relativismo el considerar que «ciertos puntos de vista» son «mejores» opreferibles a otros.

    La segunda manera de presentar el relativismo consiste en atri-buirle la utilizacion de la subjetividad, puramente individual, comoinstancia relativizadora, haciendole endosar afirmaciones como lasiguiente:

    Una proposicion es verdadera, o es falsa, si asf lo considera la persona que la enuncia o que la enjuicia.

    Desde esta optica, es la persona, individualmente considerada,quien decide sobre el valor de verdad de las proposiciones. Estaclaro que esta formulacion clausura de entrada todo espacio de debate. Este enunciado que ningun relativista ha mantenido, salvo

    quizas Protagoras, situa al relativista en la obligacion, absurda, detener que asumir y defender una contradiccion en terminos. Lacontradiccion de afirmar por una parte, y de negar:por otra, almismo tiempo, la dimension dialogica que es constitutiva del pro-ceso mismo de la argumentacion. En efecto, por el hecho mismode formular una proposicion, el relativista instituye necesaria-mente un espacio dialogico, pero, simultaneamente, tiene que ne-gar esta dialogicidad, puesto que la decision sobre la proposicion

    que ha formulado remite exclusivamente a la unidad individual,cerrada sobre sf misma.

    La mejor manera de mostrar que alguien es inconsistente y con-tradictorio consiste en poner en su boca una afirmacion y la contra-ria. Sin embargo, obviamente, el relativista no tiene por que admitir 

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    que no haya puntos de vista preferibles a otros, ni tiene por que en-cerrar en el espacio de la subjetividad individual la aceptabilidad delos argumentos.

    Bien, dicho esto, la primera de las versiones del relativismo quevamos a exponer se inscribe en unas coordenadas que son de naturaleza polftica.

    Relativismo y etica: la cuestion polftica

    Precisemos de entrada que, en este libro, el interes manifestado ha

    cia el relativismo no arranca a partir de una reflexion puramenteepistemica, no proviene de una interrogacion acerca de la naturaleza del conocimiento, ni tiene motivaciones que sean de orden aca-demico. La proclividad que aquf se manifiesta hacia el relativismonace de una preocupacion de caracter politico, marcada por el deseode explorar las condiciones de posibilidad de lo que Foucault 11a-maba «las practicas de libertad», y que, en el presente caso, se inser-ta en las coordenadas polfticas dibujadas por unas opciones perso-nales radicalmente antiautoritarias o libertarias.

    No es casual, por lo tanto, que esta exposicion del relativismocomience por el examen de sus implicaciones polfticas, aunque estonos obligue a abordar, de entrada, una de las cuestiones que masprevenciones han suscitado en contra del relativismo: la relativiza-cion de los valores eticos.

    Esta manera de iniciar la discusion del relativismo puede sor-

    prender a quienes consideran que es en el piano epistemologicodonde conviene dilucidar, primeramente, la cuestion del relativismo, ya que su eventual invalidacion en dicho piano conlleva la inu-tilidad de discutirlo en cualquier otro, sea este el de la etica o el de laontologfa. Sin embargo, la voluntad de situar la discusion del relativismo fuera del espacio discursivo que ha sido sistematicamenteprivilegiado por la filosofia occidental (el espacio discursivo del puroconocimiento) forma parte, fntegramente, de la propia opcion rela

    tivista que aquf se defiende.Es bien conocido que, desde los tiempos de Platon, la agenda de

    la filosofia occidental ha estado marcada por el privilegio que se haconcedido a la interrogacion sobre la naturaleza del conocimiento verdadero y sobre sus condiciones de posibilidad.

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    Con ello, la agenda de la filosofia ha hipertrofiado considerable-mente una de las multiples relaciones que mantenemos con el mundo. Una relacion, la relacion de conocimiento, que es, sin duda al-

    guna, tremendamente importante, pero que no puede eclipsar porcompleto el hecho de que nuestro «ser-en-el-mundo» esta hechotambien de relaciones de accion, de sentimientos, de sensaciones, devivencias, de experiencias placenteras o desagradables, y de «formasde vida». Nuestro «ser-en-el-mundo» transita de manera importante por la relacion de conocimiento, pero desborda considerable-mente esa relacion.

    Ahora bien, si se estipula, como lo ha hecho la filosofia occidental, que no solo es posible alcanzar el «Conocimiento verdadero»sino que, ademas, este conocimiento constituye la via privilegiadapara acceder tanto a «la verdad de las cosas» como a «la verdad delbien», resulta entonces perfectamente comprensible y razonableque se instituya la epistemologia como el ambito en cuyo seno sedeben dirimir todas las cuestiones que afectan de manera relevantea la existencia humana.

    Podrfamos, por supuesto, seguir jugando el juego de Platon y si-tuar la discusion sobre el relativismo en el terreno epistemico, supe-ditando nuestra valoracion del relativismo al grado en que este con-siga superar, o no, las pruebas de consistencia que han quedadodefinidas en este ambito.

    Pero no estamos obligados a ello. Tambien podemos cuestionarel estatus privilegiado concedido al ambito epistemico y trasladar a

    otro terreno nuestra decision sobre la aceptabilidad, o no, del relativismo.

    Nada nos impide elegir, por ejemplo, el terreno etico/polftico, opraxeo-axiologico, para dirimir la cuestion del relativismo y llegar,eventualmente, a la conclusion de que, en ese terreno, el relativismoconstituye uria opcion mejor  que .la opcion absolutista.

    Podemos argumentar, perfectamente, qUe la cuestion del relati

    vismo no es Una cuestion que debamos examinar necesariamente, yprimariamente, a la luz de «los valores de verdad», sino que podemos discutir perfectamente esta cuestion a la luz del «valor de losvalores», es decir, de las opciones eticas.

    Podemos, incluso, invertir el argumento de quienes sostienenque el debate epistemico es prioritario porque su desenlace condi-ciona la pertinencia de discutir el relativismo en otros ambitos, y

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    sostener que no tenemos por que debatir el relativismo en otro piano que no sea el piano etico-polftico. En primer lugar, porque el debate en cualquier otro piano siempre acaba poniendo en juego im-

    plicaciones etico/polfticas y nos reenvia, por lo tanto, al ambito dela etica. En segundo lugar, porque nada nos impide considerar queel ambito etico-polftico es mas relevante para discutir las grandescuestiones que afectan a nuestra existencia que el piano epistemico.

    Ademas, una de las maneras de combatir el privilegio desorbita-do concedido al conocimiento, es decir, una de las maneras de romper radicalmente con el juego de Platon, consiste precisamente enno sentirse obligado a entrar en el debate epistemico sobre el relati

    vismo, a rechazar esa tentacion, y a negarse simple y llanamente ahacerlo, porque al hacerlo se esta contribuyendo de facto a consoli-dar, o a legitimar, ese mismo privilegio que se esta cuestionando porotra parte.

    Sin embargo, este movimiento hacia otro terreno de juego, estedesplazamiento desde lo epistemico hacia lo normativo, puede pa-recer, a primera vista, un movimiento totalmente suicida que situa al

    relativismo frente a un inevitable jaque mate.En efecto, es precisamente en el terreno de la etica donde se sue-le decir que el relativismo constituye la peor de las opciones posibles. Una opcion que abrirfa las puertas, de par en par, a la barbarie,a la ley de la selva y a la pura razon de la fuerza.

    Se nos dice que si no podemos fundamentar los valores de manera indiscutible, si no existen valores que sean objetivamente su-periores a otros, y si no podemos apelar a determinados impera

    tives morales, entonces estamos abocados a tres consecuenciasinevitables:

    - La primera es que quedarfamos despojados de cualquier legi-timidad para oponernos o para condenar determinadas practicas por muy despreciables o indignantes que estas puedan re-sultar en el piano moral. El Holocausto y la accion de Medicossin fronteras se equipararfan en un mismo grado de aceptabilidad etica.

    - La segunda es que se desmotivarfa, y se desmovilizarfa, cualquier tipo de implicacion polftica y de compromiso politicopor la sencilla razon de que se desvanecerfan las exigencias quelos impulsan.

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    - La tercera es que solo se dejarfa el recurso a la fuerza comoprocedimiento para zanjar el conflicto entre opciones discre-pantes.

    Esta claro que si el relativismo implicase estas tres consecuencias,su defensa solo se podrfa llevar a cabo desde el cinismo mas descarado.Sin embargo, la tesis que aquf se sostiene es que el relativismo no solono implica las dos primeras consecuencias mencionadas sino que, ade-mas,se encuentra mejor armado que su oponente, el antirrelativismooabsolutismo, para afrontarlas. En cuanto a la tercera, ya veremos masadelante que no distingue especfficamente al relativismo.

    En efecto, en el ambito de la etica, el argumento antirrelativistase basa en una extrapolacion totalmente gratuita.

    Es cierto que para el relativista ningun valor etico es «incondi-cionado», es cierto que el relativista sostiene la estricta equivalenciade todos los valores eticos en cuanto a la calidad de sufundamentacion ultima. Esta es simplemente nula en todos los casos y es, desdeel punto de vista de la ausencia de cualquierfundamentacion ultima 

    que se traza, precisamente, una relacion de estricta equivalencia entre todos los valores eticos. Los valores que sustentan la actuacionde Medicos sin fronteras no estan fundamentados en mayor gradoque los valores que sustentan practicks genocidas.

    Si el relativista tuviese que acudir al criterio de la fundamentacion de los valores para establecer que valores son mejores queotros, desembocarfa, efectivamente, en la conclusion de que ningu-no es mejor y que todos son equivalentes entre sf. Pero lo que ca-racteriza al relativismo es, precisamente, el mas rotundo rechazo delcriterio de la fundamentacion para discriminar entre los valores.Con lo cual, nada obliga a un relativista a afirmar que no hay valores que sean mejores que otros.

    De la equivalencia en cuanto al grado de fundamentacion no sepuede derivar una extrapolacion a la equivalencia tout court,  a laequivalencia sin mas especificacion.

    De la afirmacion segun la cual no hay valores que sean objetivamente mejores que otros porque todos ellos carecen de fundamentacion ultima, no se puede extrapolar la afirmacion segun la cual noes posible diferenciar entre valores.

    Es mas, si la fundamentacion, o la objetividad, fuese el criteriodecisivo, como lo afirman los absolutistas, y si se llegase a demos-

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    trar que los valores que autorizan el genocidio tuviesen una fundamentacion mas firme que los valores opuestos, el absolutista, porcoherencia con su criterio, se verfa en la obligacion de aceptarlos,

    mientras que el relativista podrfa seguir rechazandolos puesto queniega la idea misma de una fundamentacion ultima de los valores.Al igual que el absolutista, el relativista proclama que ciertos va

    lores son mejores que otros, que prefiere ciertas formas de vida  aotras, y que esta dispuesto a luchar por ellas si es necesario. Sin embargo, al contrario del absolutista, el relativista proclama, al mismotiempo, que esos valores que asume como mejores carecen de todafundamentacion ultima, y que son equivalentes a cualesquiera otros

    valores, pero exclusivamente desde la perspectiva de esa ausencia defundamentacion ultima.

    Si es antifascista, un absolutista argumentara contra un nazi sobre la base de que los valores que este defiende son objetivamenterechazables, o que las practicas que este valora transgreden normaseticas incuestionables. El relativista solo podra argumentar contraun nazi contraponiendo sus propios valores a los suyos y enuncian-

    do las razones que tiene para eomprometerse con ellos; pero nopodra reivindicar un estatus privilegiado para sus propios valoresfrente a los valores que cuestiona.

    Pero es mas, si nos paramos a pensarlo un momento, nos dare-mos cuenta de que la incapacidad para optar entre valores, en la quese quiere encerrar al relativista, conduce directamente a una incapacidad para vivir, liana y simplemente.

    Y la. razon es bien sencilla. Resulta que actuar en terminos de v

    lores, sean los que sean, es consustancial con la propia vida humana.De la misma forma que, como bien lo explican las corrientes her-meneuticas, no podemos vivir sin interpretar constantemente, sinproducir o atribuir significados, tampoco tenemos otra alternativaque la de vivir desde dentro de un entramado de valores y de opcio-nes normativas. Ello, aunque solo sea porque estamos hechos deuna red de deseos, de necesidades, de preferencias y de objetivos a

    corto y largo plazo, que incorporan precisamente valores como ele-mentos constitutivos de su propio tejido. Incluso, para examinarnuestras propias preferencias, no tenemos mas remedio que acudira la esfera de los valores.

     jNegar que exista un nivel trascendental donde se ubiquen esosvalores no tiene por que obligarnos a renunciar a seguir viviendo!

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    Como la expresion «reminciar a seguir viviendo» tiene tintes dra-maticos, me voy a permitir parodiar, sin demasiado rigor logico, elargumento de Platon segun el cual,