Hrabal Bohumil - Quien Soy Yo

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BOHUMIL HRABAL

Quin soy yoTraduccin de Monika Zgustov Ediciones Destino, Barcelona, 1989.

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Estamos en 1985, en Praga. No se vislumbra ninguna posibilidad de liberalizacin del rgimen comunista. A lo lejos, el futuro tambin parece irrespirable, sin ningn resquicio para la esperanza. Slo existe el presente, y para los escritores, un presente ms bien gris. Durante casi quince aos la censura apenas ha permitido la publicacin de algn texto de Hrabal, de modo que, si sigue escribiendo, es para guardarlo en el cajn. Eso s, escribe con la independencia y la franqueza de alguien consciente de no tener que rendir cuentas a nadie, slo a s mismo. As pues, se refugia y se concentra en s mismo, el nico bien que posee, y a travs de s mismo examina tanto la poca en que le ha tocado vivir (la prctica totalidad del siglo xx), como la fauna humana que le rodea, o sea los destinos individuales. Sin embargo, ese principio funciona tambin a la inversa: a travs de la poca y la gente, Hrabal se examina a s mismo como un ejemplo de todo aquello que es humano. Y es a esta introspeccin a la que dedica el libro Quin soy yo, un collage de ensayos, textos de escritura automtica, narraciones, poemas en prosa, pensamientos y monlogos interiores, todos ellos acompaados, a pie de pgina, por largas citas de confesiones ntimas, extradas de sus principales novelas. Esta coleccin de prosas, cima y resumen de la introspeccin hrahaliana, se public por primera vez en 1989 en Praga, en una edicin clandestina. Hrabal se ha fusionado con el siglo xx, y el siglo xx se ha fusionado con Hrabal; le impuso vivir todos sus cataclismos: dos guerras mundiales, unos pocos aos de democracia y largas dcadas de totalitarismo bajo diversas banderas, Hitler y Stalin, mltiples invasiones, golpes de estado y revoluciones. Hrabal es un nufrago en el mar de la historia, en el que han ido desembocando riadas de acontecimientos perturbadores; paulatinamente el propio escritor se ha ido identificando con este mar voraginoso, se ha convertido en l, en el siglo xx con su cultura, con su literatura, con sus grandezas y sus miserias. Y para expresarlo, Hrabal tiene al alcance dos grandes tradiciones: la de la literatura centroeuropea y la de la irona praguense, esa que nace en el bullicio de sus cerveceras, en un pequeo pas vctima de todas las apuestas de la historia. La literatura de nuestro siglo arraig, se amalgam en Hrabal, y l se convirti en uno de sus mximos representantes. Hrabal y con l sus protagonistas es Josef K., que, aleccionado por el siglo xx, ya no se extraa si no puede acceder al Castillo, de hecho ya no lo intenta, conoce de sobra la inutilidad y el absurdo de una tentativa parecida. Es, adems, el individualista liberal Settembrini y simultneamente su adversario dialctico, Naphta; su montaa mgica es una taberna de la periferia, llena de humo y de borrachos, con los que l o sea, sus polos opuestos discute con la franqueza de alguien que habita los bajos fondos y ya no tiene nada que perder; es Settembrini y es Naphta porque es todo el mundo, se identifica con todos y comprende a todos, y por lo tanto se identifica con toda la gama de opiniones, y es que, al fin y al cabo, todo el mundo tiene su razn: sta es su grandeza y su perdicin. Pero sobre todo es un Ulises ms all del flaneur de Joyce, un Ulises escupido al margen de la sociedad, habitante del vertedero de la poca.

Asimismo, su errar a la buena de Dios por las calles de la capital no slo es la cumbre del vaco y del absurdo en cuanto destino del hombre moderno, sino que vagar sin objetivo, ir tirando sin ms, ahogarse en el vaco se convierten, en este universo hrabaliano que va ms all de Joyce, en el objetivo ltimo, en el sentido ltimo. Slo en la cumbre del vaco uno puede llegar a s mismo y por tanto tambin a los dems, al ser en general. sta es la amalgama y la culminacin del siglo xx en Hrabal. Quin soy yo se convierte as en un libro esencial para entender la literatura y el universo de Hrabal, as como una de las confesiones ms sinceras y turbadoras que haya producido el siglo xx. MONIKA ZGUSTOV

El contacto con Bokumil Hrabal, sea cual sea, siempre es problemtico: te antepone un interrogante, crea malentendidos y dilemas tanto ms molestos justamente porque los suscita sin proponrselo y sin darse cuenta de ello. En realidad, l no quiere causar dificultades ni crear problemas, todo lo contrario: pocos autores se presentan ante el lector con tanta franqueza, tanta naturalidad y tanta simplicidad como Hrabal. VCLAV CERNY, Un pierrot embrutecido.

1Nunca, ni en sueos se me hubiera ocurrido desear o intentar cambiar los acontecimientos polticos que me ha tocado vivir. Nunca he deseado cambiar ni el lenguaje ni el mundo, y si he citado a Marx, o a Rimbaud, o a Mallarm, fue siempre porque deseaba cambiar lo que tena a mi alcance, esto es, a m mismo. Por eso jams me he considerado otra cosa que un testimonio de mi poca, nunca su mala conciencia, y es que desde siempre me ha seducido la realidad anterior a m, anterior al nio, que slo deseaba reflejarse en ella, tanta belleza me aportaban incluso los ms terribles acontecimientos. Siempre fui la sota de la baraja que, bajo el sol, pasea con un cascabel en la mano; an hoy llevo el gorro de los payasos. Creo que fui honrado cuando di testimonio de la Segunda Guerra Mundial desde mi puesto de ferroviario, aquellos acontecimientos que horrorizaron mis ojos incrdulos ante tanta barbarie, y una vez acabada la guerra, vi cerca y dentro de m tanto bello horror y particip en tantos sufrimientos amorosos que todo aquello an hoy no me deja dormir tranquilo, y es que mi vida, en apariencia aburrida y corriente, contiene en el fondo bastante dramatismo. S, creo que he sido honrado en cuanto a mi convivencia con esta nacin, aunque tengo mis dudas sobre sus cualidades, como dudo de mi propia moralidad; de hecho soy algo blasfemo, hereje respecto a los ideales en que confa mi pueblo, esos que lleva incluso bordados en su bandera, s, desconfo enormemente del lema segn el cual la verdad triunfa, dudo mucho que seamos una nacin que desea la verdad, que confa en ella, pero no por eso dejo de reconocerla en aquellos que la preconizaron y pagaron por ella, como Jan Hus, el rey Jorge de Podbrady, y ms recientemente el profesor y presidente Masaryk. Vivo en un pas de soberana limitada, verdad que Brezhnev puso de manifiesto, y esas palabras no me afectan, ni ms ni menos que las que afirman que la verdad triunfa. No vivo ni mejor ni peor que cuando, o si, en el Castillo de Praga resida, o residiera, el gobernador imperial de la dinasta de los Habsburgo. Me preocupa tanto forjarme a m mismo, mis ntimos me crean tantos problemas que no me queda tiempo de pensar en ningn cambio poltico; hasta el punto de que ignoro de qu hablan los que desean un cambio poltico, tan ocupado estoy cambindome a m mismo. Quisiera alcanzar el cielo para, una vez all, poder decir algo de m mismo, soy aquel que... De momento no soy nada ms que mi mala conciencia. Crea que las cosas que me sucedan me sucedan slo a m; me senta tan avergonzado, tan tmido; por eso, cuando enseaba a alguien mis textos, le deca que eran de otro, tanto me desconcertaban mis textos, tanto me avergonzaban. Y slo despus de haber conocido el mundo, de haber aprendido a darme a los dems, de haberme dado cuenta en las tabernas, y no sin jbilo, que lo que yo crea que slo me ocurra a m pasaba en realidad tambin a los dems, slo entonces empec a tener coraje y a no sentirme tan solo. Y de tanto escuchar a los dems me di cuenta de que mis mayores secretos, las cosas ms terribles, los momentos de ms intensa soledad y de ms tierna intimidad no eran mi enfermedad secreta, sino que tambin los dems sufran del mismo mal, an ms desgarrador; que las mismas descargas que a m me mortifican oscilan en cada miembro de la comunidad, por ms numerosa que sea, y es que habiendo escuchado tantas confesiones en labios de otros empec a creer que lo que a ellos les suceda en realidad me haba ocurrido a m, y convert sus experiencias en mas. As ellos me fortalecieron, me animaron a aventurarme a pisar el hielo ms fino, a subir al techo que amenazaba con hundirse y

con romperme el alma; empec a infundirme coraje para convertir las historias de taberna en mis propias experiencias. La taberna nunca ha sido para m un despacho o un confesionario, nunca fui all a preguntar nada, me limitaba a escuchar plcidamente, evitaba cualquier parecido con el periodista que prepara un reportaje o un sondeo de opinin pblica, simplemente me sentaba y beba y escuchaba y esperaba, y de repente, como cuando, empujado por el mpetu, por la necesidad, sin que lo quiera me pongo a escribir, de igual modo en la taberna, la gente de mi mesa se pona a contar lo que poda parecer provocador y perverso, incluso repugnante, bordeando el asesinato o el incesto... En momentos como se, pues, all, en la taberna, era como si hablara conmigo mismo, como si tuviera ante m a mi fiscal y a mi confesor a un tiempo, incluso me pareca como si aquel narrador y autoacusador hubiese venido, o hubiese nacido, slo para ayudarme a soportar mi mltiples rarezas y desviaciones, mis deseos ms ntimos, mis perversiones... Me esfuerzo por alcanzar un profundo inconsciente trasladando todas esas cosas al subconsciente y slo despus intento iluminar mi vida pasada desde una clara conciencia, lo hago para salvarme, para curarme con su explicacin, curarme y cicatrizarme poco a poco. Mi literatura, mis textos no son nada ms que la bsqueda de mi tiempo perdido, una bsqueda que me deja boquiabierto y me divierte; es por eso que doy tanta importancia al hecho de que mis textos sean entretenidos: porque me divierten a m mismo en la dificultad de la bsqueda. Si soy un subnormal, lo soy involuntariamente, no me esfuerzo en escribir lo que ya s sino en buscar lo que ignoro. Pues bien, no hago lo que quiero sino lo que no quiero, s perfectamente que hay que orinar contra el viento, que hay que quemarse con lo que no se puede apagar. Me encuentro compareciendo ante mi propio juicio, un juicio interior que consiste en un largo interrogatorio, en el que yo soy la acusacin y la defensa al mismo tiempo, el fiscal y el abogado defensor. Esa manera ma de escribir conlleva que las paralelas se crucen, que sea yo quien me interrumpa a m mismo, y es que no se puede adelantar sino a travs de un monlogo interior interrumpido por la intromisin de las cosas externas. De modo que mis textos son un reflejo de mi camino, da tras da, mes tras mes, ao tras ao, aunque no ser as ad infinitum sino slo hasta que llegue la hora postrera, hasta entonces he de mantenerme lleno de tensin creativa, hasta esa hora en la que me ser presentada la factura, la cuenta de mis gastos en esa gigantesca taberna que es para m el mundo. Hasta entonces voy tirando a la buena de Dios, todos mis gastos estn apuntados en el marco de una puerta abierta a travs de la cual contemplo el mundo que se me ofrece fantsticamente maravilloso, del que describo slo aquellos fragmentos que un da deben convertirse en mis circunstancias atenuantes, aunque s que en realidad no pueden redimir mi culpabilidad por haber vivido, sino que ms bien agravarn mi situacin, que me declararn definitivamente culpable... De momento mis textos son para m el castigo por rondar entre el crimen y la inocencia, por aplazar el ajuste de cuentas y el veredicto, por haberme convertido, en cierta manera, en lo que siempre dese ser, un poeta maldito. Slo ahora, cuando mi persona me horroriza, cuando envo a mi juicio lo que hay en las entraas de mi inconsciente, ahora, consciente de mi pasado, hago la seal de la cruz sobre m mismo, un gesto desesperado, sabiendo que la absolucin es imposible, e intento sacar fuerzas de flaqueza y, en los textos y por medio de ellos, soportar el sentimiento de culpa. Y esbozo la mueca de una sonrisa. He aqu mi humor negro, el humor del ahorcado, como decimos los checos... mi irona pra-guense. Siempre he considerado una ventaja el hecho de no haber recibido una verdadera educacin ni haber alcanzado un alto grado de erudicin, de modo que tuve que jugar la carta de la experiencia. Mi educacin nunca pudo ser excelente por la sencilla razn de que siempre fui un poco tonto. Y ya que leo mucho, cito muchas cosas, y ya que cito

muchas cosas, olvido su fuente. De hecho soy un ladrn de cadveres, un profanador de nobles sarcfagos. se es mi carcter, y en este campo soy un innovador y un experimentador, no hago ms que permanecer al acecho para atisbar mi presa, entre escritores y pintores, muertos o vivos, para luego, como una zorra, barrer con la cola las huellas que conducen al lugar del crimen. He saqueado los sarcfagos de los seores Louis Ferdinand Cline, Ungaretti, Camus, del seor Erasmo de Rotterdam, los seores Ferlinghetti y Kerouac. Mi libro La perla en fondo lo arranqu de los ojos de Jakob Boehme, al igual que una frase tan bella como sta: El hombre no se puede descoser de su poca. La melancola de la eterna construccin se la rob a Leibniz... o a Nietzsche? Y de debajo de la losa del seor Roland Barthes usurp las palabras El arte transforma la erudicin en una fiesta, y eso es slo una muestra; de hecho todas las buenas ideas que se hallan en mis textos son robadas, entre ellas la idea platnica de la creacin en lo bello. Y como si eso no fuera suficiente, cualquier cosa buena que yo haya escrito desde mi trampoln, todo, todo, todo me lo han dicho los dems, y es que, en realidad, soy un ratero de cervecera y de restaurante, lo que hago no difiere demasiado de pulirles una gabardina o un paraguas. Y es que hay algo en que soy el nmero uno: en inventarme situaciones que nunca he vivido, en fingir haber ledo libros que nunca he ledo, en pretender haber presenciado acontecimientos que nunca presenci, en hacer juramentos que son perjurios, en vanagloriarme de cosas que hizo otro, en ejercer de testigo ocular de cosas que no he visto, soy una prostituta que finge hacer el amor por enamoramiento, soy un ratero y un estafador, mentir es tan natural para m como el agua para el pez, para redimir todos mis pecados hara falta un purgatorio enorme del que tendran que desalojar a todos los criminales notorios, soltarlos para hacerme sitio, y aun as, el paso por el purgatorio no me abrira las puertas del cielo sino las del infierno. Ojal purgatorio, cielo e infierno sean reales, entonces su justicia me salvar, no habr vivido en vano. Soy de esas personas que cuando vuelven la vista atrs y se dan cuenta de que la vida se les escurri entre los dedos, se llenan de fe en la vida eterna. S, entonces tengo no la impresin sino la seguridad de ser ya un nombre registrado en el catastro de la vida, ms all de las cosas, dirigindome hacia una vida eterna de la cual no hay escapatoria posible. Es como mirar de frente al sol de primavera, un cegamiento tan amoroso como el que provoca el alcohol ms entraable. La vida eterna no es ms que una bella y terrible salmodia acompaada de valses interpretados al clarinete, repetidos para siempre. Entonces la muerte no tiene nada que ver conmigo porque es justo una frontera agradable, donde es suficiente inclinar apenas la cabeza para regresar all de donde venimos al nacer. Cada da, cuando me enfrento a la posibilidad de morir, me acerco a aquel dulce secreto detrs del cual empieza el reino de la luz. As pues, ya no evito nada que sea mortalmente peligroso, ignoro todo peligro, he perdido el miedo. Slo deseo habitar en la no libertad de la luz. El mundo de lo que fue ya no se aparta de m, ms bien me viene al encuentro. Un cementerio devastado es el triunfo de la luz. Para m, el presente est definitivamente perdido a favor del regressus ad originem. Est perdido, ese mundo, y yo regreso all donde nunca estuve. Sin quererlo, he pasado toda la vida mintiendo porque he vivido en un mundo que no es sino una mentira en cuyo final, sin embargo, uno puede percibir la verdad de la luz. Me encanta entonces la esclerosis y el olvido y el error, con placer observo cmo me acerco a la imbecilidad, cmo se estn agotando todos los almacenes de mi memoria, soy feliz de acercarme a la idiotez en tanto que cumbre de la existencia humana. Para m ya no existe ningn peligro, no tengo motivo alguno para advertir a nadie de la violencia de las dudas y de los errores cometidos, todos los consejos que recib y ofrec demostraron ser slo vanidad de vanidades, cada persona, y por eso el mundo entero, no hace nada ms que

lanzarse de cabeza a la desgracia, y voluntariamente; pero slo tras caer en lo ms bajo se encuentra la verdadera luz. La luz in tenebris, eso s, cuando ya es demasiado tarde. Y cuando ya es demasiado tarde, se alcanza la verdad que es siempre ms que cualquier ficcin. La ficcin es slo un bellsimo aplazamiento del conocimiento. Aunque la ficcin es siempre ms que una ideologa, ms que cualquier idea poltica. Un eplogo es siempre ms bello que un prlogo lleno de esperanza. Si en la antigedad los ancianos solan situarse en el primer plano era porque la vejez tiene al alcance de la mano la propia juventud inundada de luz... Estoy sentado en la taberna El Tigre de Oro, juego con un posavasos de papel, contemplando el emblema, esos graciosos pequeos tigres negros que giran entre mis dedos maquinalmente doblo los ngulos de la cuenta, primero uno, luego el otro, con la tercera jarra de cerveza el tercero y al final el cuarto, a veces el camarero Bohous me trae la primera cerveza, del bolsillo de la americana blanca saca una tira de papel blanco y sonriente dobla un ngulo, me siento acompaado, ste es mi ritual, y no slo el mo sino el de todos los que vienen a beber cerveza para no estar solos, para charlar un rato. La gente se desahoga conversando alrededor de una mesa, escupe su desasosiego cotidiano, charla sin parar, a modo de desahogo, tal vez no exista mejor cura que una conversacin banal sobre asuntos banales; cuando me siento, callo obstinadamente, mientras bebo mi primera cerveza doy a entender claramente que me es muy desagradable contestar cualquier pregunta, tanta es la ilusin que me hace la primera cerveza, adems tardo un poco en acostumbrarme al tirnico ruido de la taberna, a tantos comensales, tantas tertulias, parece como si todo el mundo quisiera que la taberna entera oyese lo que dice, todo el mundo cree que justo lo que l cuenta es lo ms interesante, de modo que lanza su mensaje a gritos, yo tambin soy uno de esos escandalosos, acabada la segunda cerveza todo lo que digo me parece importantsimo y por eso grito, con mirada penetrante bramo a pleno pulmn presumiendo estpidamente de que no slo mi mesa sino todo el mundo tiene que escuchar mi historia. Y no ceso de jugar con el posavasos de papel, tomo diez o doce ms como si fueran las cartas de una baraja, los mezclo y los suelto sobre la mesa, bebo un trago de cerveza y vuelvo a jugar con los posavasos y con la cuenta. En principio no tomo parte en la conversacin, me limito a escuchar. Cuntas tertulias habr presenciado, decenas de miles, habr escuchado decenas de miles de historias, en mis tabernas habr embadurnado decenas de miles de personas, no con mis monlogos sino con dilogos, dilogos que desembocan en una conferencia que habitualmente no me corresponde, una conferencia con la que otro concluye el parloteo de la taberna, esa chchara de cervecera, como calific el profesor Vclav Cerny a mis escritos, o esa verborrea de taberna, como llam a mis textos con lucidez el crtico Emanuel Frynta. Aquel da, un violinista del Cuarteto Dvork acababa de contar una historia: hablaba del ltimo concierto que tocaron en Blina, un pueblo triste y caduco, rodo por la lluvia y la negligencia; gitanos empobrecidos cruzaban la plaza, pero la gente que se present en el ayuntamiento por la noche era elegante, la ciudad se haba transformado en un pblico atento y conmovido. Los comensales que estaban sentados a mi lado hablaron de setas, de nscalos, yo esper que dijeran lo ms esencial, y como nadie dijo lo ms importante de los nscalos, ped la palabra y dije... Seores, el nscalo, rojizo, precioso, es una seta mstica, sus crculos concntricos contienen un mensaje mstico, ya que esos crculos, cada vez ms cerrados, forjan el ombligo del nscalo, un punto, el centro de todos los centros del pensamiento as como los sacerdotes budistas se concentran en su ombligo y a travs de l se encaraman por el cordn umbilical hasta el origen, hasta el primer pecado de nuestra madre, la primera mujer, la nica que tena el vientre liso, as los sacerdotes budistas contemplan el origen de la raza humana, todo eso, seores, es el mensaje que se puede

leer en los crculos concntricos de los nscalos rojizos que contienen el ncleo del origen de la humanidad y su presente, el nscalo es su conducto bsico... Y ahora, seores mos, como s que les gusta la buena mesa, les voy a dar una receta segn la cual los leadores catalanes preparan los nscalos en el bosque. Primero se hace un sofrito de ceBlla troceada, tomate y pimiento, despus se pone una capa de butifarra, una capa de nscalos, una capa de tocino, varias capas de cada cosa y, coronndolo todo, una ltima capa de butifarra, se sofre todo al fuego y cuando est listo se puede salpicar con un poco de queso rallado... Grit esos dos mensajes para que no slo toda Praga, sino toda la comarca, todo el pas, todo Europa se enterara de esos dos mensajes, por eso me gusta hablar a gritos, porque creo que lo que me pertenece a m pertenece a todo el mundo... Y el seor Ruis hablaba de un concierto del Cuarteto Dvork en Suecia: interpretaron slo msica checa, aquel cuarteto que Dvork escribi con motivo de la muerte de sus hijos, y acabaron con el cuarteto de Smetana De mi vida... y de repente se alz un gemido, alguien rompi a llorar, todo el mundo se volvi... Acabado el concierto, la esposa de un mdico checo que haba emigrado cont al seor Ruis en su camerino la necesidad que senta de volver a casa, que haca tiempo que no vea a su madre, que necesitaba volver, que de lo contrario morira, aunque no le faltaba nada, tena incluso un Mercedes, pero tena que volver, ver Praga y ver a su madre y a sus amigos... El seor Ruis lo cont en voz baja y todos callaban y slo se oa la bella voz ronca del seor Ruis, y luego la conversacin se desvi hacia Stravinski, quien tena colgados en la pared sus tres msicos sagrados, Webern, Schnberg y Berg... Y yo esperaba mi momento, que se abriera un poco la puerta de la conversacin para meter all el pie y contar una de las cosas que, como siempre, estoy convencido de que debera saber no slo esta mesa sino toda la taberna, y no slo toda la taberna sino toda la ciudad, todo el pas, el mundo entero... Y cuando lleg el momento de meter el pie en la puerta entreabierta por la cual haba salido volando un angelito, dije en voz muy alta... Esta maana, seores mos, escuch en una emisora vienesa al yerno de Webern que hablaba de su suegro... Pues bien, al terminar la guerra, cuando los ejrcitos americanos ocuparon la ciudad de Linz, prohibieron salir a la calle... pero lleg la noche y Webern fue a casa de su yerno, ste ignoraba quin era Webern, de hecho ni Webern mismo saba que l era el clebre Webern padre, dice el yerno, s lo mucho que le gusta fumar, he guardado ocho cigarrillos para usted, aqu los tiene, tenga y Webern, conmovido hasta las lgrimas, dijo, estoy muy contento de haberte dado mi hija, de tener un yerno tan bueno, ahora me voy a fumar un pitillo, ya no puedo aguantar ms, pero su yerno y su hija le dijeron, padre, mejor que salga a fumar fuera, es por los nios, de modo que Webern sali, pero se dijo, aqu en el pasillo el humo se metera en el dormitorio de los nios, y si mi yerno es ms bueno que el pan, yo tambin debo comportarme, saldr a fumar al balcn, al aire libre. As que sali a la oscuridad, con placer se meti el cigarro entre los labios, con mano temblorosa encendi una cerilla y, apenas haba inhalado la nicotina y el delicioso humo que tanto tiempo haba deseado, son un disparo y Webern se desplom, muerto, aquella primera inhalacin fue la ltima, le haba costado cara, el que dispar fue un soldado que estaba de guardia, pues estaba prohibido encender fuego o cualquier tipo de luz, y as mataron a Webern... pero cuidado, seores, la conexin mstica de los acontecimientos no acaba aqu! Aquel soldado se senta muy desgraciado por haber matado a Webern, y cuando volvi a Amrica tuvo que someterse a tratamiento, estuvo tres aos en una institucin psiquitrica, despus cuatro, y cuando lleg el quinto, se suicid de un tiro... Y al seor Marysko le haba conmovido la historia y de camino a casa me dijo... No tena que haberme contado la historia de Webern... eso me deca Marysko, l que siempre maldeca a Webern... Webern, no hay

quien lo toque!, en cambio al seor Ruis siempre le ha gustado, y el seor Hampl, un pintor, apoy a Ruis diciendo que adoraba a Webern precisamente porque no haba forma de entenderlo... Y yo estaba sentado en El Tigre de Oro, paseando la vista por los rostros de los clientes y me dije, Qu barbaridad, llamar a esto parloteo de borrachos!, nada de eso, y es que, escuche bien, profesor Vclav Cerny, a veces esta cervecera escandalosa se convierte en una pequea universidad en la que, bajo el efecto de la cerveza, la gente se cuenta historias y acontecimientos que hieren el alma, y sobre las cabezas, en las formas del humo de los cigarrillos, planea el gran interrogante del absurdo y del misterio de la existencia humana... Yo estuve sentado calladito, pensando en aquel nscalo con sus crculos concntricos, en aquel puntito verde en medio del rojizo sombrero de la seta, en aquel ombligo del mundo a travs del que se puede retroceder hasta el vientre llano de la madre Eva... y as, meditabundo, en medio de la tertulia de la que no era consciente, retroced en mi vida hasta mis aos de infancia cuando por primera vez entr en una taberna, y aquel ambiente me encant hasta el punto de que se convirti en mi destino. Mi padre, gerente de una fbrica de cerveza, me llevaba consigo cuando iba a visitar las tabernas que le compraban cerveza, en una moto Laurin & Klement recorramos pueblos y ciudades, recuerdo que por la maana y por la tarde las tabernas me parecan desoladas, abandonadas, casi no haba clientes, slo el grifo brillaba mortecinamente en la penumbra que invada las cerveceras de los pueblos, mi padre y el tabernero se ocupaban de los impuestos en la cocina y yo estaba sentado delante de la barra y tomaba refrescos, uno tras otro, limonadas amarillentas y grosellas de color rojo fuego, el gas susurraba en el vaso, apenas se distinguan en la penumbra unas pocas figuras, slo cuando levantaban la jarra de cerveza o encendan un cigarrillo me daba cuenta de que haba alguien, y yo estaba como unas pascuas, a veces me invitaban a la cocina, para llegar se tena que atravesar toda la cervecera, una vez all me reciba la tabernera, todas las taberneras me parecan cansadsimas, andaban mal, tenan que apoyarse en los muebles, cuando se levantaban de la silla las piernas les flaqueaban, como si tuvieran reuma, me servan callos y gulash, y yo venga tomar jarras de limonada y de grosella, una tras otra, los papeles que mi padre tena ante s sobre la mesa brillaban de modo deslumbrante, de entre sus dedos se ergua perezoso el humo de un cigarrillo, el humo azul de las Egipcacas, la voz de mi padre sonaba persuasiva, baja, insistente, el tabernero se sentaba y escuchaba los consejos de mi padre, pero yo no me enteraba de cul era el trato, era como si hablaran una lengua extranjera, y siempre haba algo que el tabernero no llevaba al da, podas apostarte cualquier cosa, era como en el colegio, mi padre era el maestro y el tabernero el alumno que no haba hecho los deberes y, como yo, el tabernero tambin bajaba la cabeza, tema mirar a mi padre a los ojos, pero la voz de mi padre le daba esperanza, coraje, as que ambos acababan riendo y dndose la mano, mirndose a los ojos mi padre dejaba los papeles sobre la mesa y el tabernero siempre le regalaba una botella o dos de licor, nos acompaaba a la puerta de la taberna, ayudaba a empujar la moto para ponerla en marcha, y yo saba que cuando nos marchbamos todo el mundo en la taberna se repona de la presencia de mi padre, y es que ser gerente seguramente significa tener que llevar malas noticias a los taberneros... Y en la prxima cervecera otra vez, yo venga beber jarras de limonada y de grosella... pero al cabo de un ao ya no me apeteca entrar en la cocina, as que me quedaba sentado en la barra y a travs de la puerta de cristal oa cmo mi padre reprochaba algo al tabernero, cmo el tabernero se defenda, a veces sala, de un trago se tomaba una copa y regresaba a la cocina completamente plido, mi padre le rodeaba los hombros y le rea con voz plcida, como cuando me rea a m dicindome con ternura que deba estudiar ms, que a ver cundo dejaba de hacer diabluras, qu sera de m si sacaba malas notas? As acompaaba a mi padre, y

me encantaba hacerlo, en sus rondas por las tabernas, siempre marchbamos cuando yo sala del colegio, y sobre todo durante los meses de vacaciones visitbamos todas las tabernas de la comarca de Nymburk, a las que yo ya conoca de memoria, pero la que ms me impresion era la que se llamaba Ciudad de Koln en Lys del Elba: haba all una tabernera que saba jurar e insultar tan bien que mi padre se pona rojo hasta las orejas, y la tabernera venga rer, agitaba los brazos y pretenda que no entenda nada de todas aquellas preocupaciones por la cerveza y los impuestos. Y yo me sentaba en la barra, el sol ocupaba toda la sala en la que colgaba una esparraguera y tambin tenan all una mquina de coser, y yo calmaba mi sed con una limonada tras otra y una grosella tras otra y escuchaba y me diverta cuando la tabernera deca todas aquellas palabrotas prohibidas, pero cuando vena a servirme otra jarra de limonada, no olvidaba nunca pasarme la mano por la cabeza, y cuando me miraba, tena unos hermosos ojos en los que yo caba entero. En otros establecimientos yo daba vueltas por el bar, por la sala de fiestas, por la sala del teatro, por el jardn donde en verano sacaban el billar y las mesas, pero lo que me dej de piedra fue la taberna de Hugo Smolka, un judo cuyos hijos tenan una melena tan espesa y tan rizada que casi no se les vea la cara, pero el seor Smolka rapado al cero, slo sobre la frente le colgaba una larga mecha negra, y su seora siempre brillaba de sudor, pareca como si estuviera untada con aceite o manteca, incluso su vestido tena un aspecto graso. Y yo me enamor tanto de las tabernas que cuando mi padre me llevaba a un restaurante con manteles y camarero en traje negro, me sentaba todo encogido y a la primera sala corriendo afuera y esperaba a mi padre en la entrada, con la ilusin puesta en marcharnos de all y visitar una taberna de pueblo... En las cerveceras de pueblo me conocan como si fuera de la familia y yo me senta all como pez en el agua, paseaba por el local, a veces sala al patio o iba a ver el ganado en los establos, algunos taberneros eran tambin carniceros y entonces me servan salchichn, qu maravilla, devorar montones de salchichn y acompaarlo con jarras de limonada y de grosella, todava se me hace la boca agua... Cuando estudiaba en el instituto ya poda beber cerveza, y all donde bamos yo era el primero en hacer publicidad de la cerveza. No paraba de empinar el codo y deca en voz alta, Caramba!, qu cerveza!, y vaciaba una jarra tras otra con tanto gusto que no slo el tabernero sino incluso todos los clientes quedaban maravillados... As pues, rondbamos por las tabernas, yo beba cerveza por todo un regimiento y siempre tras la tercera jarra empezaba a hablar por los codos; donde ms nos gustaba dejarnos caer era en la cervecera de Vodvrka; y es que el seor Vodvrka era un personaje extraordinario, siempre desenfadado, no haba nadie como el seor Vodvrka, era el nmero uno. Cada vez que vena a vernos, a mi padre se le ponan los pelos de punta: su llegada significaba tener que ir a Praga y una vez all, directamente a Smelhaus, s, el alma se le iba detrs de esa cervecera. En cuanto entrbamos, el seor Vodvrka pegaba un billete de cien coronas en la frente del violoncelista, de manera que, la prxima vez, apenas aparecamos en la puerta, los msicos ya tocaban una polca animadsima... Una vez acomodados, mi padre no cesaba de recordar que ya era hora de irnos, pero el seor Vodvrka no paraba de girar como una peonza, sonriendo y lanzando sus chistes en todas direcciones; mi padre estaba triste porque no poda beber demasiado, tena que conducir, primero la moto y luego el coche, y cada vez que bamos a Praga el seor Vodvrka deca, pararemos un momentito en Smelhaus... y siempre salamos a la hora de cerrar, acompaados por los msicos, que tocaban para nosotros incluso en la calle, y al rayar el alba el seor Vodvrka nos haca parar en un pueblo a medio camino de casa, despertaba al tabernero y peda cerveza y caf, tambin despertaba a los msicos para que tocaran para nosotros, y llamaba a las ventanas de todas las casas del pueblo por si los habitantes nos queran acompaar y divertirse con

nosotros, y mi padre se sentaba como una estatua sin dejar de mirar el reloj y murmuraba que al cabo de un par de horas tena que estar en la oficina de la fbrica de cerveza... Cadenas enteras de tabernas y cerveceras y bares y restaurantes frecuent de pequeo, de adolescente y de adulto, en mis numerossimos y variadsimos empleos... Ahora, pues, estoy sentado en El Tigre de Oro, sonriendo, durante todo ese rato no he odo nada ni a nadie, como si me encontrara solo en medio de un bosque en calma; slo oigo al seor Ruis que cuenta... Al llegar a Copenhaguen, en el aeropuerto nos esperaban dos coches, era la primera vez que aceptbamos una invitacin sin saber quin nos invitaba, quin tena que pagarnos aquellos honorarios verdaderamente dignos de un rey. Los coches atravesaron la oscuridad, salimos de Copenhaguen, dos seores, cada uno en un coche, vestidos con smoking, tranquilos, nos acompaaron hasta un gran edificio, se abri una puerta enrejada y los coches entraron en el patio por los barrotes en las ventanas supimos que estbamos en una crcel. Luego nos llevaron a un banquete presidido por el director de la crcel, para, ms tarde, tocar delante de los prisioneros que abarrotaban la capilla... Interpretamos un concierto de Dvork y el cuarteto De mi vida de Smetana, y mientras son la msica rein un silencio tan absolutamente sepulcral que nos dimos cuenta de que nunca habamos tenido un pblico como aqul; al final nadie aplaudi, todo el mundo permaneci sentado inmvil, profundamente emocionado por la msica, nos levantamos e hicimos reverencias, pero los presos nada, continuaron con la cara entre las manos... aqul fue el mejor pblico que nunca hemos tenido, comparable slo con el de Oxford, donde tocamos el ao pasado y todo el mundo vesta de frac, elegantsimo, y cuando acabamos de tocar Dvork, Smetana y Jancek, los oyentes se limitaron a levantarse en silencio, las camisas blancas lucan dentro de sus fracs, nosotros delante de ellos, tambin de frac, hacamos reverencias, ya nos bamos, nos volvimos y el pblico nada, tan afectado estaba, aquella vez tambin tocamos el cuarteto que Dvork escribi a la muerte de sus hijos, y De mi vida de Smetana, y un cuarteto de Jancek, tan profunda es la msica, nuestra msica, que tanto en Oxford como en la crcel de Copenhaguen los oyentes no se atrevieron a romper la unin mstica ni con un solo batir de palmas. Seores, qu es la msica en el fondo, qu es lo que tanto nos conmueve en ella? De hecho nada... o sea todo... Eso dijo el seor Ruis y todos nos sentimos tan emocionados que preferimos esconder la cara en las jarras acabadas de llenar.

2He aqu un hombre que no es l mismo; inmvil, contemplo Praga desde lo alto, delante del monasterio de Strahov, a mis pies se extienden los jardines del Seminario, en el fondo est la catedral de San Vito, el Castillo. Aqu estoy yo, casi calvo, la frente arrugada donde lo llevo todo, como un soldado romano. Profundas arrugas en las comisuras de los labios y la boca que se me hunde por los dientes arrancados y la prtesis. Los ojos tambin se hunden, de dormir poco y de beber en exceso. Mi cerebro es la nuez de Cenicienta, en vez de vestidos tengo ah toda clase de trastos viejos, de situaciones lmite, de carambolas, de fisionomas, de fragmentos de frases, de acontecimientos, viejo trastero que agota mi cabeza, a punto de reventar. Camino como un palo de telgrafo porque me han sacado seis vrtebras cervicales. Me gusta la soledad ruidosa, el grito silencioso, las pistas de tenis. Llevo un polo a rayas horizontales, que me compr una vez en Nuremberg, al salir de la bodega del ayuntamiento donde haba tomado cerveza de trigo que chisporroteaba como si fuera champn. Encima del polo llevo una cazadora Burberry, cuando la vi en Chipre no lo pude resistir y la compr. Llevo el cuello levantado, en la mano tengo el volumen octavo de la Historia del Arte de Jos Pijoan, y la cremallera de la cazadora est abierta hasta abajo. Chulo. Detrs de m se alza el Castillo real, y me repito los nombres de los que desde l reinaron: los prncipes de Bohemia, los reyes de Bohemia, los Habsburgo, los presidentes de la repblica, Hitler, ms presidentes, luego Jruschov y Breznev, toda una amalgama acumulada en m; aadamos a eso la sangre francesa que circula por mis venas, y es que un soldado de Napolen, herido en la batalla de Austerlitz, dej embarazada a una chica de Moravia, una de las mujeres que le arrastraron a su casa para curarle. Y a juzgar por los pmulos salidos, pertenezco a los habitantes de Moravia, porque los avaros, los trtaros y los magiares dejaron embarazadas a las mujeres y las hijas de Moravia... Y ahora estoy aqu, con los ojos como platos. Clarsimo, este pas es demasiado bonito para que pase desapercibido a los ojos de sus vecinos; durante el tiempo que llevo aqu, he recorrido no slo mi propio destino sino tambin el de este pueblo, invadido por el ejrcito sovitico como hace miles de aos por el renacimiento otoniano. No hay nada que hacer, es mejor pensar que todo est bien. Mi bisabuelo, descendiente del ejrcito francs, sola emborracharse a tal extremo que pocas veces llegaba a casa, prefera la cuneta. Slo abandon esa costumbre despus de que mi abuelo Toms y su hermano intentaron ahogarle. A una ta lejana le gustaba hablar en alemn, un primo lejano cay delante de Stalingrado con uniforme del Reich. A mi abuela Kati, cuando se casaba, le naci su hermana. Su hermano mayor, Methud, insult a su madre porque le pareca de mal gusto tener hijos cuando casas a una hija. Los dos hijos de Methud nacieron mudos. l empez a rezar creyendo que los hijos mudos eran un castigo por haber insultado a su madre. Cuando fueron mayores, sus hijos mudos entraron en un seminario para dedicarse a la venta de hbitos clericales. Una prima, Milada, se enamor del hijo de un carnicero que, como segundo hijo, fue obligado a estudiar teologa para convertirse en sacerdote, pero, al morir su hermano mayor, al casi sacerdote le llamaron a casa para convertirlo en carnicero. Pero nadie habra dicho que fuera carnicero. Milada se cas con l y le ayudaba en la carnicera hasta que lleg el Ejrcito Rojo; entonces se hizo comunista, a partir del cuarenta y ocho fue gerente de una empresa nacionalizada y no quiso saber nada ms de la carnicera. se, pues, es un pequeo fragmento de mi ramificadsima familia. Durante la guerra, mi primo Vclav

cantaba en la pera alemana. Despus se hizo miembro del partido. ste es un trozo de mi familia y de hecho un trozo de m mismo, como lo es el destino del Castillo de Praga, y el destino de un pas que, por ser tan bonito, siempre ha sufrido invasiones o amistades teidas de sangre de parte de sus vecinos ms fuertes que quisieron hacerlo suyo. En el ao treinta y nueve, cuando el pas se llen de alemanes, invit a casa, totalmente borracho, a varios soldados jvenes que no encontraban alojamiento. En el cuarenta y cinco, al llegar el Ejrcito Rojo, traje a casa a dos o tres soldados soviticos que se instalaron all hasta recibir la orden de retirada. se tambin soy yo. A cualquier persona que me viene a ver, a cualquier persona que encuentro, la escucho y le hago caso hasta olvidarme de m mismo. As, escuchndola, muy pronto estoy de su parte. Y no me doy cuenta de lo que acabo de hacer hasta que ya es demasiado tarde. Slo entonces despierto de mi atontamiento. Es una ventaja? O ms bien un error? Yo soy quien soy, o ms bien soy los dems, todo lo que se halla fuera de m. No soy sino una mquina fotogrfica, una cinta magnetofnica. Y despus, guiado por ese manual autodidctico mo, recorto slo mis imgenes, mis palabras. El mejor personaje que hay en m, mi manual, mi maestro, me aconseja hacer caso a los que quera de pequeo y ms tarde en mi juventud. Las personas a quienes les falta un tornillo, las personas corrientes sin ningn trabajo especial, los perdedores, los que estn en el margen del abismo de donde no hay retorno, los nios y las chicas guapas, la gente que vive en chabolas y en viejos vagones reformados, las personas sin demasiada formacin y que tal vez por eso prefieren las cosas corrientes y las conversaciones de cada da, las personas que no tienen nada ms que el honor y el saber avergonzarse, balbucear, cometer una plancha tras otra y dar pasos en falso y, cuando alguien les mira directamente, enrojecer como una gamba, la gente que sabe cultivar nabos y patatas en el huerto de su casa y que sabe engordar un cerdo... Es en esa clase de gente en la que ahora pienso, plantado delante del monasterio de Strahov, enfundado en un polo a rayas comprado en Nuremberg y en una cazadora de color azul marino desabrochada y con el cuello levantado como se lleva hoy en da, con un libro sobre arte moderno traducido del castellano en la mano, mientras por mi sangre circulan partculas de franceses, magiares, trtaros y avaros... Y contemplo mis zapatos, son marrones, perforados, comprados en Larnac, en Chipre, all mismo donde naci Zenn de Citio, fundador del estoicismo, y en vida del cual los griegos traspasaron su imperio a los romanos, traslado imperii, y Zenn, si no quera amargarse la vida, no tuvo ms remedio que convertir la derrota en triunfo, vivir a costa de quien reinaba entonces y, con la vista puesta ms all, compartir los sufrimientos de su nacin, que eran los suyos propios. Estoy plantado aqu, diez arrugas coronan mi frente, estoy de pie como un viejo San Bernardo y miro a lo lejos, muy lejos, hacia mi infancia, hacia el alba de la historia de este pueblo, y es de eso de lo que ahora vivo...

3Slo ahora s que la setentena, cuyo aliento ya percibo en la nuca, conlleva la esclerosis natural y la esclerosis artificial, slo ahora, cuando ya hace cuatro meses que mi mujer se ha jubilado y por lo tanto se queda siempre conmigo, slo ahora conozco el infierno que uno ha de soportar. No debo marcharme, eso sera demasiado fcil, demasiado barato, como cien gramos de salchichn a tres coronas cincuenta, es necesario hacerse cargo de ello, asumirlo, escuchar a mi mujer, or todo lo que dice y al mismo tiempo no abandonar los propios pensamientos, nunca, en ningn momento, antes tena tiempo libre y no lo valoraba, tiempo slo para m que malversaba intilmente como un heredero que echa la casa por la ventana. La esclerosis natural no me preocupa porque si tuviera que recordar todo lo que he ledo, vivido, experimentado, todos mis textos de escritura automtica y mis estpidos collages, estara para que me ingresaran en un manicomio, y es que si el cuerpo, por medio del sudor y de la defecacin se libra de los restos de comidas y bebidas, la memoria al final hace lo mismo: existe un mecanismo que borra todo lo que no es esencial, todo lo que le hace dao al cuerpo. Y slo con pensar en la dulzura de los rayos solares sobre la piel, y en ese estado magnfico que aportan los cambios de la presin baromtrica, en aquellas afasias en las que uno se queda como fulminado y aunque le maten no recuerda palabras tan banales como mesa, silla, su nmero de telfono o el nombre de pila de su amigo... A veces esa naturaleza esclertica ma me toma por sorpresa, me parezco entonces a los viejos que, atontados, se sientan en un banco de pueblo, a menudo en verano me quedo contemplando mis pies desnudos, me maravillan mis dedos, sobre todo los dedos pequeos medio rotos y dislocados, otras veces abro las manos y las miro como si las viera por primera vez. Lo hago as cuando me abandona la esperanza, la esperanza de cualquier cosa, de cualquier cambio, aunque fuese slo ambiental, entonces miro las agujas del reloj cmo se desplazan poco a poco, cmo llegan a marcar la una y cinco minutos, entonces presto atencin para ver si me abandona ese dolor en la nuca, si me abandonan el miedo y la angustia. Antes saboreaba esa especie de imbecilidad provocada por el cambio de tiempo o por la resaca, saboreaba ese estado, espantoso y bello al mismo tiempo, pero hace ya ms de cuatro meses que mi mujer est en casa, ella que en el fondo de su alma femenina odia todo lo que a m me gusta. A m me encanta no comer nada a la hora del desayuno porque si tomo algo slido, mi cerebro se llena de comida y no se presentan aquellos pensamientos chisporroteantes tan propios de mis antiguas maanas, posiblemente provocados por la sensacin de hambre o por el caf matinal acompaado por tres cigarros muy fuertes; slo el caf y los cigarros me despiertan a la vida tras una noche de insomnio, y todas lo son, tras esas maanas en las que he perdido las ganas de vivir, de estar en el mundo, y todas son as; el primer cigarrillo me despeja, el segundo me da nuseas y con el tercero palidezco hasta perder el color, pero se es mi ceremonial, mi ceremonia matinal, mi misa, sorber el caf y fumar ansioso como quien fuma en la crcel, rpidamente... As sola fumar, y acompaaba los cigarrillos con traguitos de caf, miraba por la ventana sin ver nada, sin procurar nada y as llegar a la situacin cero, no pensar en nada, escucharme a m mismo por si apareca algn tema, por si algo surga en la superficie como una mancha en un estanque, algo del almacn de mi pensar, sentir, errar, algo que emergiese, una primera frase con que empezar a deshilachar el

gran jersey del texto, pues escribir es para m tomar el primer hilo del que s que, apenas enhebrado en la mquina, me pondr a escribir de prisa y no podr parar hasta haber deshecho todo el jersey del inconsciente... Aqullos eran los buenos tiempos, una poca de lujo. En cambio, ahora por la maana mi mujer me sirve una pasta o una rebanada de pan untada con mantequilla, me mira con expresin severa y de vez en cuando dictamina: Tomar caf y fumar en ayunas es lo peor para la salud... Acurdate que no me quiero quedar sola!... Y le brotan las lgrimas ante la idea de que yo est a punto de morir y ella tuviera que quedarse sola. Adems, ahora mientras fumo ya no miro a lo desconocido porque cuando lo hago ella me grita: No te quedes as como un bobo! Y a m se me pasan las ganas incluso de tomar caf y de fumar, hace cuatro meses que mi mujer me ha cortado todos los hilos. Y como si eso no fuera suficiente, me llena, me embute el tiempo de infinidad de tareas que debera cumplir: ir de compras, esperar por la tarde al lim-piacristales, no vagar como un desgraciado y mirar de pintar el comedor, ir al dentista y al sastre, lavarme las manos al salir del lavabo, lavarme los dientes cada da, cambiarme los calzoncillos, no mirar como un pnfilo, cambiarme la camisa ms a menudo porque si las llevo hasta que huelen como una pocilga, entonces no hay quien las lave... De modo que adems de las manchas en el sol, del tiempo cambiante, de la cercana de los setenta, de la esclerosis natural, adems de todo eso tambin est mi mujer, muchas veces la interrogo para saber si no ha tenido algn hijo que hubiera dado a educar en alguna parte, porque, digo, qu maravilla sera si pudiramos tener aqu sus hijos, a lo mejor ya casados y con nios, y as ocuparnos de los nietos, mi mujer sera la mar de feliz, yo les ira pasando dinero y lo mandara todo al cuerno. Pero ni mi mujer ni yo tuvimos un pecado de juventud palpable, ella est sola y yo tambin... As que mi mujer no tiene a nadie de quien ocuparse, slo de m, me quiere educar y adems me pide que la distraiga, que la lleve al cine, al teatro, que le presente gente... mientras que yo no tengo ningn deseo aparte de quedarme solo. Y yo tengo que estar solo, as lo quiero, tendr que encontrar la soledad dentro de m mismo! Y si Jir Mucha pudo escribir toda una novela, Sol fro, en la crcel, pues por qu yo no podra seguir escribiendo como cuando mi mujer trabajaba, qu me impide alcanzar una soledad exclusiva, taparme los odos, saber encerrarme en m mismo, aprender a hacerme el sordo, el mudo y el ciego, como escrib en uno de mis textos, insistiendo en la soledad ruidosa en medio de los bebedores de cerveza... Ahora tendr que comenzar a vivir como los protagonistas de mis libros, en medio de la familia, de la multitud. Aqu estoy, delante de la mquina de escribir! Tengo el hilo inicial, slo hay que tomar la cuchara para intentar trasladar el mar entero como el nio de San Agustn, estoy sumergido en la oscuridad, mirando por el ojo de la cerradura una habitacin iluminada ms all, al otro lado de mis ojos. La belleza de escribir est en que nadie te obliga a hacerlo. Y yo, a estas alturas, siento que escribir es mi cura, mi sanatorio psiquitrico... y mi consultorio sentimental.

4Quisiera escribir sobre los nmeros, sobre las cifras. Vivo en una poca que adora los nmeros, se refleja en ellos, hasta el punto de que tanto yo como todo el mundo somos nmeros. Y de hecho en los grandes hospitales ha ocurrido ms de una vez que, as como hay padres desconocidos, tambin hay madres desconocidas. Sonia aseguraba que su hija, Dina, no era la nia que le haban dado obedeciendo al nmero atado al dedito de la recin nacida. La disputa de Sonia dur bastante tiempo, y slo gracias a que por sus venas circulaba sangre semtica pudo demostrar, al final, que su hija era otra nia. De modo que la afirmacin de que tambin los nmeros se equivocan no es sino la excepcin que confirma la regla, la regla segn la cual la vida humana sin nmeros es imposible, intil. Este invierno, un nio fue al pueblo de Skramnky para asistir al entierro de su ta. De tan sobrecargados de trabajo, los crematorios de Praga no acogan ms muertos, as que la familia opt por comprar un pequeo terreno en el cementerio de Skramnky donde encargaron cavar una tumba en el suelo helado; cuando el coche de las pompas fnebres llev el atad con la difunta, los familiares quisieron verla, pero al abrir la tapa no encontraron a su ta sino a la ta de otro. Los empleados explicaron que durante el trayecto el camin haba patinado varias veces sobre el hielo de la carretera y chico!, no tendrais ojos ms que para mirar cmo los muertos iban cayendo sobre los campos nevados, uno tras otro, y es que el camin transporta de seis a nueve difuntos al mismo tiempo. Y as puede ocurrir que el difunto con el nmero X vaya a parar al atad con el nmero Y. Pero que nadie se preocupe, todo eso no es nada, los empleados de las pompas fnebres volvern al lugar donde el camin patin e intentarn encontrar el cadver que toca, o sea el del nmero X. Eso es, si mientras tanto no se lo han llevado al crematorio... Vivo en una poca que se recrea en los nmeros, que se refleja en los nmeros y en las cifras; yo tambin, desde pequeo, he vivido en una casa marcada con un nmero, los certificados escolares tenan un nmero, a medida que iba creciendo cambiaban los nmeros de la talla de los zapatos y de los cuellos de la camisa, los calzoncillos llevaban el nmero correspondiente a mi cintura, en el marco de la puerta siempre sealaba con un nmero los centmetros de mi altura, tena el nmero del equipo de ftbol, el nmero del certificado de bachillerato, el nmero del ndice en la facultad, la cifra correspondiente a la talla de los guantes y del sombrero y de las gabardinas... Pero todos los nmeros me los dieron y me los adjudicaron los dems, dentro de m yo no tena ningn nmero, aunque algunas cifras me gustaban, sobre todo el dos y el ocho, tambin el cuatro, stas son las cifras que (Vita nuova) me han hecho compaa toda mi vida, en cualquier lugar donde me haya alojado no falt nunca el dos o el ocho, o el bonito cuatro. El ao pasado fui a comprarme un traje de bao, me puse a hacer cola delante de una tienda de mi barrio, Liben, la que hay ms all de las barreras del ferrocarril, y cuando lleg mi turno, la vendedora me pregunt, qu talla?, dije, es para m, y ella otra vez, qu talla?, y yo me puse el dedo en el pecho y dije, para m, y ella alz la vista al techo y grit, qu talla! Y yo tambin grit, es para m! Y ella me seal dirigindose a la cola de compradores y dijo, este seor no sabe cul es su talla, es para echar a correr! Me volv y vi que la gente de la cola me miraba con recelo e indignacin, y slo al cabo de un rato me di cuenta de que efectivamente todo el mundo conoca la cifra correspondiente a su talla de camisa, de traje de bao y de calzoncillos, que yo era el nico que lo ignoraba, que el hecho de no saber lo que todo el mundo sabe me marginaba y exclua de la sociedad. Y de golpe y porrazo un enano rechoncho vino

corriendo para atacarme con sus manos llenas de papeles y de monedas, todo se le caa por el suelo, hasta que al final encontr su cartera, sac de ella un carnet con su nmero y me lo puso delante de las narices gritando y haciendo saltar las gafas que tena sobre su nariz: Mire, fjese bien! Soy un organizador de colas del ayuntamiento! Soy responsable de que las colas sean fluidas y usted me obstaculiza una! Y mientras buscaba las monedas cadas al suelo, la vendedora apagaba el odio que senta por m dirigindose con una sonrisa al comprador siguiente: Qu desea, por favor? Y yo me avergonc de m mismo al or que el cliente detrs de m peda... un traje de bao de los que hay en el escaparate, azul, talla dieciocho... Y no me repuse hasta llegar a la plaza Venceslao donde un vendedor de Praga-Tarde exclamaba: Cambio de carnets en el Partido Comunista! A Lenin le ha sido otorgado el carnet nmero uno, firmado por el mismo Brezhnev! Y en el escaparate cubierto de polvo de una librera sonrea la fotografa del jugador Antonn Panenka, Toni Pani, como le llamamos nosotros, que se despeda de su camiseta del FF.CC. Bohemia, con el nmero ocho, y me vinieron a la mente los corredores de coches con sus Masserattis y Talbots y otras marcas, todos provistos de un nmero distinto, pens en los ciclistas fortalecidos por el nmero que llevaban en la espalda, pens en los participantes de la copa de Checoslovaquia y de Europa y de los Juegos Olmpicos, en todos aquellos nmeros cosidos a la personalidad del competidor, record todos los jugadores de ftbol y de hockey, fieles a los nmeros en los que se reflejan. Y en aquel momento, de pie ante el escaparate donde colgaba la foto de Toni Pani ondeando su camiseta nmero ocho, record las encarnizadas competiciones infantiles de patinetes, sin nmeros en la espalda los juegos perderan toda la gracia, y es que los nmeros son las especias de los juegos y de las competiciones, pens en las competiciones de esqu en las categoras entre sesenta y sesenta y ocho aos y entre setenta y setenta y cinco, todos aquellos vie-jecitos que antes de la competicin bromean y se llaman por sus nombres de pila, pero una vez reciben su nmero se convierten en viejos cascarrabias, llenos de un odio despiadado y, apenas se atan el nmero a la espalda con dedos temblorosos que con dificultad sostienen los cordones, ya no quieren conocer a nadie y si quieren conocer a alguien, es slo para desearle que caiga y se rompa una pierna. Qu les pasa, qu quieren, por qu a la hora de adelantar se insultan y se golpean con los codos?, por qu? Para ser los primeros o los segundos? En la competicin? Qu barbaridad!... Mirando a Toni Pani a travs del cristal lleno de polvo comprend que l no se despeda de su camiseta, que seguira jugando al ftbol, y si no en el ftbol, por lo menos en sus conversaciones no dejara nunca de triunfar sobre los dems... que, de hecho, cada persona lleva su nmero, cada persona es un nmero que compite con el resto, y cada cual siempre encuentra a alguien sobre quien poder triunfar. Cada cual utiliza siempre su fuerte, y aunque una enfermedad le condene a quedarse en cama para siempre, no deja de triunfar sobre aquellos cuya suerte es an peor... incluso hay triunfadores cuyo triunfo consiste en una cadena de derrotas, hasta hay triunfadores que no slo nunca han competido sino que nunca se lo han propuesto, los que han renunciado a su triunfo, y aqullos llevan el nmero cero o bien el infinito... De hecho, las sinfonas tambin tienen su nmero, y las pinturas ms famosas, y las esculturas, las autopistas y las vas de ferrocarril, los tranvas y las locomotoras, las motos y los coches tienen su nmero de matrcula, y todas las entradas, todos los soldados, salvo los desconocidos, los barrios de las capitales, los aviones, hasta las piezas de recambio en los almacenes, a dondequiera que mires no hay sino nmeros, toda nuestra poca funciona a base de nmeros y de cifras, los ministros de todos los pases se jactan con nmeros y porcentajes que enriquecen el presente en comparacin con el pasado...

Vivo en un pueblo en medio del bosque, que tiene las calles numeradas, nmeros pares a la derecha, impares a la izquierda, nmeros grabados en unas placas de madera, clavados en los rboles o en las cercas de los jardines. El ao pasado el ayuntamiento decidi cambiar las placas. Se fabricaron placas nuevas con los nmeros, dos funcionarios las clavaron; al acabar se dieron cuenta de que haban olvidado la primera calle, de modo que todas las calles ahora tienen nmeros distintos a los de antes. El trabajo que tienen los carboneros para saber dnde vive el que les encarg el carbn... Pero el libro que quiero escribir es sobre otra clase de nmeros, sobre las personas que son un numero, como por ejemplo el msico Sroubek, el maestro Sroubek, que saba tocar exquisitamente incluso las pginas ms difciles, y ese maestro Sroubek era un nmero en lo referente a comer y beber; sus antiguos alumnos recuerdan que los haba mandado a la Gran Charcutera, un edificio de tres plantas, a hacer la compra para una fiesta; en la lista figuraban seis botellas de vino de importacin, del mejor beaujolais, anchoas espaolas, no yugoslavas, treinta croissants de mantequilla, caviar... y de golpe y porrazo los alumnos del maestro Sroubek, felices de ser los invitados de un gran maestro, oyeron por los altavoces del almacn: Atencin! Se comunica a los alumnos del maestro Sroubek que no olviden comprar cinco sobres de salmn. Atencin! Cinco sobres de salmn ahumado! De modo que compraron el salmn y luego devolvieron al maestro Sroubek el pequeo puado de monedas que les sobr del cambio del billete de mil: el maestro Sroubek se las dio al encargado de la sala de conciertos que le haba dejado las mil coronas... S, el maestro Sroubek era un nmero. Ay, el maestro Sroubek que curaba a las enfermas de hipo crnico poniendo las manos de ellas sobre su sexo enorme, para que quedaran curadas de espanto y de hipo para siempre... Pues de todo esto quiero hacer un libro, sobre los Nmeros... He cenado un par de panecillos, mientras mis gatos devoraban un cuarto de pollo. As ha de ser, pronto cumplir setenta aos. He ido al bosque, cortaban rboles. Con los rboles caan tambin los nidos de los pjaros. Ayayay! Ayer me dijo el doctor Osten que una de sus pacientes se haba arrancado accidentalmente un ojo con un destornillador cuando pretenda abrir una botella de Coca-cola y, tres meses despus del accidente una enfermera le dijo, Chica, no te han dicho que este ojo ya lo puedes dar por perdido?, y el paciente de la cama vecina lo acab de rematar: Ojal slo fuera uno, pero en estos casos en general se pierden los dos... Un tal Husnk de mi antigua pandilla, que era sastre, durante la guerra cosa uniformes para el ejrcito alemn, y para ponerse an ms medallas, en el cuarenta y ocho se hizo comunista y particip en la liquidacin de los terratenientes: les gritaba y, si salan de la fila, les arreaba patadas en el culo. Pues bien, un da encontramos a Husnk por la calle, su mujer le conduca de la mano y nosotros le dijimos, anda, Husnk, qu te pasa, a ti que tratabas a patadas a los terratenientes antes que les deportaran a las chabolas de alta montaa cerca de la frontera? Y Husnk, que nos conoci por la voz, dijo... Chicos, ahora que me he vuelto ciego lo veo claro, slo ahora veo las porqueras que hice, a qu me prest, ahora lo s, chicos, cuando ya es demasiado tarde... He cenado dos panecillos, en cambio los gatos devoraron un gran pedazo de pollo... esta clase de comilonas ya no son para m, me amenazan los setenta y los gatos an no han cumplido su primer aito... El profesor Stork dijo que en una revista americana de medicina haba ledo que un hombre de setenta y siete aos, ciego de nacimiento, recuper la vista despus de que lo fulminara un rayo... San Pablo, que antes haba sido Sal el ciego. Mi mujer empezar ahora a criticar el rgimen. Y no va a dormir si no le doy un masaje en el dedo gordo. En este pas el viento sopla todo el ao, y trae consigo un chubasco de estrs y de angustia, dejando un barro de banalidad. Slo al haberme vuelto ciego lo veo claro.

Todo eso es por culpa del viento, que tambin sabe ser trrido, papeles de cigarrillos, confetti, sombras oscuras, franjas de sol, calor y bochorno, aire de montaa, fhn, viento de octubre. Carretera, asfalto, espejo. Deslumbramiento, imposibilidad de alzar la vista al sol. Todo cae de arriba, a travs de la protuberancia, y explosiones solares, renovaciones geomtricas. Ay, renovacin, renovacin! Y yo, cuando tope con mi hora, cuando encuentre un lugar para renacer, para poder escoger un camino entre dos, mi camino, mi atad! Los dos caminos, la carta general de amor que designar mi carta sinttica. Eso es Il ciclo! Renovatio! Va, renovado! II ciclo! Los dos caminos, a partir de ahora mi camino slo conducir hacia atrs. Basta ya con las cien y una informaciones! Quiero saber quin soy, adonde voy, de dnde he venido. Qu est a mi favor y qu en mi contra, qu hay encima mo y qu debajo de m. Los dos caminos! Hoy sopla el viento, chaparrones de pequeas hojas amarillas caen de los abedules, espejos molidos, jbilo, fruitio dei, el susurro del bosque, por la radio me entero de que en el Oktoberfest los bvaros devoran cubos de cerveza, durante toda la semana que dura la fiesta de la cerveza no cesan de cantar... In Mnchen steht ein Bruhaus, ein, zwei! Ge zu fa! Yo tambin tom cerveza en Hofbruhaus, tambin en Augustinerbru, y en Mateus y Spatenbru! Y el viento que sopla durante aquella semana da sus resultados, en el peridico leo que hay un montn de suicidas, tanto de los que se colgaron como de los que saltaron por la ventana o se ahogaron... y aquel que quiere escapar del viento y del suicidio y ya no tiene fuerzas para beber una cerveza tras otra durante toda la semana, tiene que poner pies en polvorosa y huir, slo as puede salvarse una persona sensible. Pero yo vivo en un pas donde el viento sopla sin cesar, donde no hay esperanza de que la angustia y el estrs se calmen, el viento que en Baviera sopla slo una semana en octubre y una semana en febrero, aqu sopla siempre, por lo menos para m, es mi fhn eterno, mi espln eterno, mi eterna melancola, me trae el complejo de haber hecho una buena, de haber matado a alguien, de haber cometido un gran crimen, aunque soy completamente inocente... y todo eso por culpa del viento de mi pas... suerte que a las cartas me ha salido la renovacin, la separacin de mis dos caminos, ambos en el signo del amor. Pero Dios mo, el amor para qu?, para quin? Si de hecho ya no soy nadie, me quedan slo los dos gatos sobre los que tengo que escribir una serie de textos motivada por el amor, el amor agrio y bello como nuestro viento de otoo... Otra vez mirando al vaco como un papanatas? Es horroroso verte as! Fjate, hay que trasplantar esos cinco arbustos cerca de la valla, pero antes hay que excavar cinco hoyos de un metro de profundidad... Digo que s, pero hay que trasplantarlo todo slo despus de la muerte, cuando habrn cado todas las hojas, en noviembre... Anda, quin te ha dicho eso? Lo dices para aplazar el trabajo. Se te ve el plumero, no tienes ganas de coger la pala... qu me dices? Ahora mismo no voy hacer nada, digo, que lo haga Pepek Sokol, a m el viento me ha dejado muy dbil... Djate de cuentos, eso te viene de tus borracheras, si no bebieras no te sentiras dbil, anda ya, corre al pueblo a buscar a Pepek para que cave los hoyos, y t, no quiero que te muevas de su lado porque si no, lo har mal, le tendr que ofrecer algn refresco, venga, a trabajar, no se puede ser un gandul sooliento, pareces atontado... Cerr los ojos, s, tendr que escribir una serie de textos sobre el amor que es claro y amargo y conduce al suicidio como el fhn, el viento del otoo alemn, ese viento que durante las cuatro estaciones sopla en mi cabeza y en mi alma, desde la infancia hasta el momento en que siento que desde algn rincn me observa mi mujer con ojos maliciosos, llenos de furor.

El poeta Macha: ...el amaranto marchito en primavera... El filsofo Comenio: ...el jabal cortado a la antigua... Dos versos, dos fragmentos de texto. Cuando me siento triste, me los repito, el primero y el segundo, el segundo y el primero, hasta que sonro en silencio... Con frecuencia fracaso al querer evocar una imagen. Ya la tengo, digamos, en la punta de la lengua, pero tal como vino, vuelve a perderse en el inconsciente. Hoy, mientras estaba echado de espaldas con el cuello vendado con un trapo mojado en aguardiente porque as conviene a las amgdalas inflamadas, me apareci... Me acabo de acordar de lo que siempre exclamaba Vancek, el muy pillo: Deja la cocina, nena, y vente conmigo a la cama! De modo que he apuntado lo que deca Vancek y he vuelto a olvidar la imagen que me acompaaba mientras me curaba las amgdalas con aguardiente. Ahora! En la cervecera de Kofr, donde suelo dejarme caer los domingos a mirar la vida de la gente en los barrios perifricos, los clientes entran endomingados con traje y corbata, juegan a billar y beben cerveza y yo devoro con los ojos las bolas que van rodando sobre el terciopelo verde, bajo la luz de las bombillas, las bolas se acarician levemente, se repelen de un golpe o se besan con el pico, o salen volando disparadas, otras veces se mueven con pereza, soolientas. Cuando alguna cae al suelo, todo el mundo se vuelve como si se hubiera cado la lmpara, todos menos un viejecito que no quita los ojos del grifo de cerveza. En la cervecera de Kofr sirven cerveza de Pilsen y de Praga. Curioso, le digo al viejo: Abuelo, qu mira con esos ojos vidriosos? Y el astuto contesta sin pensar: Vigilo que no me mezclen la cerveza de Pilsen con la de Praga... Seules les vidences peuvent stupfier... record una frase de Roland Barthes cuando a la taberna El Tigre de Oro lleg la noticia de que en la cervecera de los Dos Gatos, de madrugada, encontraron al cocinero con la cabeza partida en dos y los brazos cortados. Los buenos conocedores del submundo de Praga dijeron, Hace aos se castigaba de esa manera a los que hacan trampas en las cartas. Nadie vio nunca ms los brazos de aquel cocinero. Ayer fui a la cervecera de Kladivo; Lucie, la peluquera del Teatro Nacional, cont que el violinista Rzicka de treinta y dos aos acababa de morir asesinado, que alguien le haba cortado todos los dedos y apualado diecisiete veces, pero de tal modo que no muri en seguida. Segn Lucie, su mujer era gitana, perteneciente a una familia de gitanos de la periferia, y durante un par de aos Rzicka trabaj con contratos en la Alemania Occidental. Regres solo porque su mujer decidi quedarse en Alemania, y como recuerdo por haber dejado sola a su mujer, alguien le cort todos los dedos y le apual no para que muriera en seguida sino para que pudiera ser plenamente consciente de su castigo. Y un cantante de pera que suele ir a El Tigre de Oro lo confirm, s, en el Teatro Nacional colgaba una esquela con el nombre de Rzicka; la historia de Lucie era real. Nos quedamos con los ojos como platos. S, tena razn el seor Roland Barthes, atropellado por un coche el 26 de marzo de 1980... Seules les vidences peuvent stupfier...

5Ahora cuando me miro no slo a m mismo sino a los acontecimientos polticos del mundo, me doy cuenta de que el arte es su reflejo. Goethe mismo quiso ver a Napolen y, sentado en su antesala en Pars, pudo comprobar que ante Napolen no slo temblaban sus generales sino que, antes de encontrarse cara a cara con el hombre que haba sacudido Europa, tambin l temblaba. Beethoven estaba tan entusiasmado con Napolen y las ideas que ste pona en prctica, que en su honor escribi la sinfona Heroica. Poco importa si la hizo jirones cuando Napolen se hubo proclamado emperador. El Manifiesto comunista de Marx se encontr reflejado en Mallarm, que complet la frase de Marx cambiar el mundo con la divisa potica moderna cambiar las palabras. Y hay que aadir que Rimbaud, el ao 1871, llev a trmino una revolucin de cuyo alcance era perfectamente consciente, y me parece que no slo en la forma sino tambin en el contenido de su arte; los impresionistas arrancaron la mitologa del mundo burgus. Hicieron la pintura ms humana, la acercaron al hombre corriente, alabando las capitales y las muchedumbres que llenan sus calles. Creo que con su naturalismo Zola purific el mundo clsico hablando a favor del huomo qualunque. Y Vincent van Gogh y Toulouse-Lautrec y Gauguin simpatizaron con la transformacin de la ideologa burguesa en democracia. Me parece que Hojas de hierba, de Walt Whitman, apareci ms o menos en el mismo ao que El manifiesto de Marx, y dira que Las flores del mal de Baudelaire van estrechamente unidas con el final del arte clsico que dio paso a la poesa de la vida cotidiana hasta tal punto que le acusaron y condenaron por haberse tomado demasiada libertad en su expresin potica. Creo que con su cubismo analtico Picasso hundi la potica burguesa clsica, aunque ms tarde con frecuencia volvi a ella. Y he aqu Edvard Munch y Egon Schiele y los dadastas que pusieron en prctica la consigna de Mallarm cambiar las palabras, y la de Rimbaud: cambiar la vida, y la de Marx: cambiar el mundo. Y he aqu que el grupo potico de los surrealistas particip, durante poco tiempo pero profundamente, en la transformacin revolucionaria del mundo: posiblemente en aquella poca nadie como los surrealistas iban ms estrechamente unidos a Marx y Lenin y Trotski y su revolucin permanente. Me parece que incluso yo mismo he participado en la ley del reflejo de las ideas polticas y los acontecimientos polticos, y mucho ms de lo que supona. El mundo perfumado, ese libro que Teige escribi como manifiesto del poetismo, ese libro que en 1936, cuando me empez a interesar la poesa, era la Biblia para m, pues ese libro tambin estaba influido por el concepto de modernidad de Mallarm y de Rimbaud. Creo que ni durante la ocupacin nazi de Checoslovaquia, aquella poca cuyas ideas eran inaceptables para m, no dej de vivir bajo la ley del reflejo, conoc como ferroviario lo que era el nazismo, de modo que cuando dej de escribir los pequeos poemas sencillos y me dediqu a mis variaciones sobre Cline, incluso la ocupacin nazi tuvo su valor para m, si bien negativo, porque gracias a mis vivencias ms tarde pude escribir Trenes rigurosamente vigilados. Creo que los primeros aos de la posguerra fueron significativos para m por su reverberacin de la tendencia de mi pas de mirar hacia el este. Slo durante aquellos tres aos acab de comprender quines eran y por qu escriban como lo hacan Maiakovski, Serguei Esenin, y Isaak Babel. Tambin acab de ver claro por qu Esenin y Maiakovski se haban suicidado, comprend porqu Andr Bretn haba ido a visitar a Trotski a Mxico, entend por qu

en 1940 los comunistas haban liquidado a Isaak Babel, vete a saber dnde. Pues bien, yo habit en/y bajo la ley del reflejo, bajo la influencia directa de la poltica sovitica y por lo tanto de su literatura. Creo que hasta 1948 escrib mis cuentos y poemas bajo la influencia de Sartre y Camus, escrib mis narraciones inspiradas por las fbricas siderrgicas bajo la impresin de los acontecimientos de 1948, y es precisamente a la ley del reflejo de la poltica liberal del presidente Novotny a quien tengo que agradecer que mi primer libro se pudiera publicar en 1962. Ms tarde, aquella poca de poltica liberal de Novotny culmin en la Primavera de Praga, y entonces el presidente Svoboda me invit, junto con varios otros escritores, al Castillo de Praga para otorgamos el Premio del Estado. Y si tras la intervencin de los ejrcitos amigos volv a enmudecer, fue tambin a causa de la ley del reflejo, aunque en aquella poca yo escriba mucho, quera decirlo todo, a mi manera, sobre todo lo que reflejan los acontecimientos polticos en mi pas. Creo que si algn crtico sigue mis huellas, encontrar el hilo rojo porque, como dice Jakob Boehme, el hombre no se puede descoser de su poca. Ni yo me descos de ella, ni Beethoven, aunque hizo jirones la Heroica, porque al fin y al cabo en la Novena expres todo lo que Napolen haba iniciado con sus tropas, y lo que haban comenzado Rousseau y Herder y Hegel. En el fondo soy un homo politicus, pues, pero con una diferencia la que constituye la sal y la pimienta de este pas: la que radica en la irona que trata dialcticamente la poltica de la soberana de nuestro pas, manteniendo a su vez la melancola propia del sujeto que, con su voz fina, se esfuerza en pedir la palabra en el discurso. Y s que siempre que empieza una nueva poca, personas como yo no tienen ms remedio que agarrarse a un pedazo de madera de nufrago, roto por la historia, no para seguir sino para producir un modelo de vida pblica y privada muy distinta para, despus de casi dos milenios de modelo cristiano, iniciar una nueva poca basada en signos contrarios, en una revertida pirmide de valores econmicos y por eso tambin culturales. Y tanto yo como los que se parecen a m, tenemos que encontrar un modus vivendi precisamente en los pedazos de madera de esa ruptura... Una amiga ma que es profesora me invit amablemente a una tertulia con otros maestros y profesores. Salt como enloquecido con un grito: Te voy a dar una patada en la cabeza, salvaje! Y mi amiga esboz una mueca de sonrisa: Por qu precisamente en la cabeza? Con un gesto violento tir al suelo una jarra de cerveza y vocifer: Porque si te la diera en el culo, tendras conmocin cerebral! Tertulias! Mal rayo te parta!... Hace muchos aos, en el patio de mi casa me esperaba un hombre bien vestido que disfrutaba con el susto que me daba. Cuando se hubo regocijado a su gusto, sac su carnet de polica y se present como el jefe de polica Rarach. Le abrac y con los ojos llenos de lgrimas de reconocimiento le agradec el hecho de ser un polica y no un maestro que me invitaba a una tertulia. El jefe de polica se ofendi... Ya no me peleo con nadie, no hay nadie que me pueda sacar de quicio. Mi locura es incurable; estar loco el resto de la eternidad, la muerte ya no tiene nada que ver conmigo porque, aunque parezca que soy de este mundo, de hecho, estoy muerto desde hace tiempo, slo que los del horno crematorio me han dado vacaciones, involuntariamente me escapo una y otra vez de la tumba. Me he fusionado conmigo mismo mucho antes de irme al otro barrio, he forrado el infinito con Lao Tse, antes de que llegase la hora me he igualado con mi partcula de polvo, y es que desde la infancia me he bautizado con agua bendita, toda el agua es bendita porque est en los lugares que la gente evita. Desde pequeo me ha gustado oler la tierra, desde pequeo he entendido la germinacin mstica, desde pequeo he amado el aire, cerrando los ojos me siento como si alguien de un mundo superior me acariciase con una perfumada cabellera femenina...

6De madrugada, baado en sudor por el horror de algo desconocido, se me ofrecen imgenes que me llenan de miedo, pero tambin surgen otras que me curan. Esta noche no he podido dormir ni con somnferos, el nico efecto que me han producido es el miedo al dolor de cabeza, que es su efecto secundario; toda la maana me he sentido como si tuviera resaca. Pues bien, de madrugada se me ofreci una imagen... yo pasaba las vacaciones en los Tatras, con unos amigos, y un da nos apeteci subir en el telefrico a la cumbre de la montaa de Gr. Era verano, la maana era ms bien fresca y una cuerda muy larga, de la que colgaban las sillas, remolcaba hacia la cima un sinnmero de figuras humanas, de jerseis y cazadoras de todos los colores, de rodillas desnudas, y como an nadie haca el viaje de regreso, todos los rostros vueltos hacia arriba y las siluetas inmviles suban hacia la cima, de all bajaban las sillas con el asiento plegado, de modo que se poda leer el nmero de cada una, los nmeros iban disminuyendo, cada uno ms bajo que el anterior, mientras las pequeas ruedas chirriaban meldicamente, en cada poste haba cuatro y en el que haca tres haba seis... De modo que subimos para quedarnos a comer y pasear hasta el pie de las ms altas montaas, admirar las vistas de los valles de Vrtn Dolina desde los numerosos miradores y luego, a media tarde, bajar en el telefrico. A medida que bamos bajando, las montaas crecan alrededor de nosotros, y a nuestro encuentro, a intervalos de tres en tres o en grupos ms grandes, venan subiendo sillas con personas ceremoniosamente sentadas, casi todo el mundo miraba a los ojos del que vena a su encuentro, y los nmeros de las sillas vacas que bajaban disminuan mientras los de las que suban creca. Pero en esta primera ronda slo me fij en los rostros de las bellas muchachas, de los jvenes, los nios y los ancianos... y al cruzarnos, todos bajaban la vista para volver a alzarla en el ltimo momento y mirarnos un rato, una mirada fugaz pero tan profunda que aquel descanso se convirti en un viaje extenuante, hasta el punto de que casi todos los participantes en ese viaje pendular de sillas suspendidas se sentan fatigados por el juego de miradas y trataban de evitar la mirada del otro, pero la fuerza del fluido que irradiaban los ojos poda ms que nada, y el viaje era un vuelo surgido de los sueos, impregnado de esperanza, un flirteo de un orden ms elevado, un paseo dominical por la plaza, un juego de miradas que debilitaba el cuerpo y excitaba el alma. Al llegar abajo, cuando el viajero liberaba la barra de seguridad de su asiento como si descendiera de unos caballitos de feria, un operario tuvo que ayudarnos a bajar de las sillas, poner el pie en tierra firme, viajeros extenuados hasta el punto de que las piernas no nos respondan, tan desfallecidos nos haba dejado aquel juego de miradas... Y mientras tanto mi silla, an tibia, dio la vuelta, ruidosamente, arrastrada por el mecanismo y su nmero, que al bajar disminua aritmticamente, una vez en la base empezaba a adquirir valor numrico y ya se diriga para acoger a un nuevo viajero, y yo, ebrio de tantas miradas humanas y tambalendome, fij la mirada cansada en un enorme contrapeso cbico de hormign, reforzado con barras de hierro, que con su fuerza de diez toneladas tensaba el cable que se diriga desde el valle hacia arriba, hasta la cima del Gr... las vigas estaban pintadas de rojo, el cubo de negro, la pintura se pelaba y se entrevea el color del hormign vertido. Despus de aquella primera experiencia mis amigos no desearon sino volver a subir y a bajar en telefrico, cada da hacer de nuevo aquel viaje que tena un no s qu de ertico, aquel viaje melanclicamente bello, bello como un ensueo. El pintor Jan Smetana estaba tan maravillado por aquella ronda que pareca embellecido, y cada

noche hablaba de aquella experiencia voluptuosa, de aquel lujo que nos permitamos, de aquel sueo ertico que duraba veinte minutos arriba y veinte minutos abajo, a seis coronas el viaje. Y Jan Smetana me dijo, subiendo y bajando para saborear las miradas de las muchachas que ascendan al cielo, el verlas acercarse y alejarse sin podernos evitar, sin poder esquivar nuestros ojos ansiosos, como si pasesemos por la plaza mayor de una ciudad, donde las miradas vienen al encuentro y en seguida se buscan atrs... pues Jan Smetana me dijo en una de las ltimas rondas que aquella experiencia le hizo pensar en una pintura de Rene Magritte, aquella en la cual llueven seores del cielo, todos iguales, vestidos con un traje de confeccin y un sombrero hongo... Jan Smetana me confes un sueo... estaba plantado al pie del telefrico y no haba nadie, las sillas suban y bajaban, y de repente llegaron sesenta Rene Magrittes y uno tras otro se sentaron en las sillas del telefrico y subieron, y Jan Smetana hubiera querido pintar el momento en el que el primero de los sesenta Rene Magrittes empez a bajar al encuentro de toda la procesin, s, le hubiera encantado pintar ese momento en homenaje a Rene Magritte... Y a m, que tengo que tomar somnferos para poder dormir un ratito, por la madrugada me visitan imgenes, imgenes que me asustan pero a las que acabo dando la bienvenida porque no tengo ms remedio, a m un da se me apareci el telefrico de Gr, so una variacin del sueo de Jan Smetana... nadie suba ni bajaba, las sillas chirriaban vacas, los nmeros disminuan y luego crecan... y sbitamente vi a Goethe plantado en la cima de Gr, y a otro Goethe, con el mismo traje y de la misma edad, abajo, ambos se hicieron una seal y subieron a la silla, uno arriba y el otro abajo, ambos se acomodaron, vi cmo se acercaba el momento en que estaran tan cerca que se podran dar la mano... y vi cmo pasaban de largo, al igual que le pas a Goethe en realidad camino de Italia y su carroza top con la que volva de Italia, Goethe se haba encontrado consigo mismo y anot aquel encuentro inslito... Y en aquel momento en la madrugada yo fui consciente de que sera retribuido por el insomnio, por haber sudado, por el horror de tener, bajo los prpados cerrados, los ojos abiertos como margaritas, acechantes... Y volv a ver el telefrico abandonado de Gr, las mquinas estaban en marcha, las ruedas giraban, las sillas venga subir y bajar, los nmeros ahora disminuan, ahora crecan, yo estaba al pie del telefrico y en cada silla me meta a m mismo, empezando por el nio de americana roja y sombrero negro con plumas de gallo, luego vino un muchacho vestido de marinero, despus un estudiante muy apuesto, todas las fases de mi vida durante sesenta aos las fui metiendo una por una en las sillas que suban al cielo, en unas sillas marcadas con nmeros crecientes, y una vez en la cima de la montaa, cuando el nio de la americana roja de botones dorados salt al suelo, los nmeros empezaron a disminuir en las sillas que bajaban... y entonces fui yo quien subi en la silla, yo, un viejo medio calvo con una sonrisa cndida, alc la vista y vi cmo sesenta figuras masculinas suban al cielo delante de m por aquella escalera de Jacob, vi las cabezas y las espaldas de sesenta momentos, uno por cada uno de mis aos... y a medida que suba contemplaba cmo un nio de americana roja bajaba a mi encuentro, de repente vi cmo ambas procesiones de mi vida se cruzaban, y lo ms importante era que a m, un viejo, se me acercaba un nio de americana roja. Nos podamos dar la mano pero no lo hicimos, slo nos contemplamos y s, s, ahora era yo quien suba la escalera de Jacob y bajaba al mismo tiempo, mis sesenta aos iban pasando y yo observaba aquella triste y exultante confrontacin, la cremallera rota, los dos trenes que se cruzaban en una estacin irreal, no vea nada que no fuera mi propio rostro, mi propia figura, me vea por delante y por detrs, creca para volver a disminuir, y cuando, una vez en la cumbre, la silla del ltimo de los yo dio la vuelta, vi que el camino por el que los yo se haban alzado al cielo estaba vaco, pero al pie un muchacho vestido de marinero acababa de bajar de la silla y saludaba agitando la

gorra marinera... y as, cada una de las figuras, todas ms jvenes que yo, una por una bajaron de un salto, la cadena entera haba bajado ya para perderse bajo los pesos gigantescos... y yo continu plantado all arriba, el telefrico se mova, todo chirriaba y brillaba... En aquella visin matinal vi a Jan Smetana que sonrea, contento, con los ojos cerrados, y yo le dije... Salir es nacer y entrar es morir... ha escrito Lao Tse... Y Jan Smetana asinti con la cabeza y dijo, te lo agradezco... El telefrico de Gr, sillas de plstico color rojo coral, azul cielo, amarillo pltano, con los nmeros negros pintados en los asientos y los respaldos... Todo lo que se aleja vuelve. El eterno retorno de lo mismo... Todo surge de su contrario. El telefrico de Gr.

7Hoy desde el amanecer brilla el sol; como hago siempre que se acaba el agua mineral, pongo las botellas en la bolsa roja y en bicicleta me dirijo hacia la fuente. El sol pega fuerte, estamos en verano, voy descalzo, llevo pantaln negro de pana y una camiseta de importacin que compr en Brno, azul, de color pez, en la cabeza un gorro de ferroviario que guardo desde los tiempos en que trabajaba en la estacin de ferrocarril, un gorro como ste haba llevado Stefnik, pero tambin Ptain, en Francia esos gorros de ferroviario estuvieron de moda, gorros negros con una cinta dorada y con un emblema. En el mo hubo una pequea bandera tricolor, y es que cuando se acercaba el final de la guerra, las muchachas que trabajaban de telegrafistas nos cosan dentro del emblema pequeas banderas checoslovacas. Ahora hace sol, estoy arrodillado delante de la fuente y abro las botellas de whisky, Ballantine y Bell, Thacher y Black and White, 69 Watt, despus de haber llenado la primera botella tengo ganas de hacer pis, ya me lo s, no hace falta que me cuente nada de sus perritos, seor Pavlov, no es necesario ir tan lejos, yo mismo le puedo servir como ejemplo del reflejo condicional, es suficiente con que el agua caiga dentro de una botella vaca y ya me tengo que vigilar para no hacrmelo encima, igual que un nio pequeo. Me voy al bosque y describiendo un amplio arco orino al lado de un precioso abedul, perdname, magnfico abedul! Y ya vuelvo a arrodillarme, plaf!, el pie descalzo sobre la arena mojada y el barro alrededor de la fuente, voy llenando las botellas, otra vez oigo la llamada del reflejo condicional, mil veces perdn, maravilloso abedul! Estoy arrodillado cerca de la fuente de agua mineral que brolla eternamente de la tierra desde una profundidad de ochenta metros, desde un lago subterrneo; mientras los recipientes tienen las formas ms diversas, el agua siempre es la misma, siempre deja una capa rojiza sobre el cristal; encima de m se alzan los pinos de Kersko, el cielo es azul, por el camino principal, que parte los bosques como si fueran una espesa cabellera, pasan de largo coches, gente en bicicleta, el seor Major que es ciego y camina con su bastn blanco, acompaado por su perrito, yo me amalgamo con el chorro ruidoso, me convierto en l, desde el fondo de m mismo una primera columna de agua se levanta hacia arriba, las partculas se abren camino y se precipitan hacia el cielo, partculas de oscuridad y de luz, una explosin vertical, el susurro de las burbujas y el regusto de los xidos, veo mi pie descalzo, encima del cual, a la altura de la rodilla, el agua brolla de la pared, de un tubo que surge del muro de una casita, chorreo yo mismo dentro de las botellas que sostengo con los dedos. Hace aos, el agua brollaba en un estanque donde se baaban los terratenientes y las personas que padecan de reuma, quien quera agua para beber pagaba veinte cntimos, ahora es gratis pero el estanco est enterrado, ya nadie se puede curar el reuma en l, echado como en un balneario; all caban seis personas acostadas, no era nada pequeo. Cuatro kilmetros ms all, por el camino de Sadsk, all donde est aquella orgullosa y bella iglesia que construy el mismo Dientzenhofer, haba un autntico balneario donde los pacientes se curaban con la misma fuente y con esta misma agua con la que lleno las botellas, y en el precioso balneario barroco de dos pisos haba baeras de madera de lrice, el propio Mozart se ba en una de ellas; ms tarde convirtieron el balneario en un restaurante que se llamaba Pequeo Palacio, pero despus de 1948 lo derrumbaron para construir all unas pocilgas, aunque delante mismo sigue habiendo aquella majestuosa iglesia barroca. Primero un balneario, luego el Pequeo Palacio, al final pocilgas, pero la iglesia es siempre la misma. Y yo saco el

pie desnudo, mi pie desnudo, de la arena mojada... A qu se debe esa ansiedad por caminar descalzo desde la primavera hasta el otoo? En la escuela, ya a finales de marzo, me quitaba los zapatos, tanto envidiaba a Sedlcek y a