Highsmith Patricia- Mar de Fondo

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MAR DE FONDO

PATRICIA HIGHSMITH

Anagrama

Ttulo original: Deep wter

1957 Traduccin: Marta Snchez Martin Escaneado, ocerreado y correccin: Juan Andre

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Para E. B. H. y Tina

No hay forma mejor de evasin que la de escudarse en el propio carcter, porque nadie cree en el...

Pyotr Stepanovitch en Los demonios de Dostoievski

I

Vic no bailaba nunca, pero no por las razones que suelen alegar la mayora de los hombres que no bailan. No bailaba nunca y exclusivamente porque a su mujer le gustaba bailar. El argumento que se daba a s mismo para justificar su actitud era muy endeble y no lograba convencerle ni por un minuto, y sin embargo le pasaba por la cabeza todas las veces que vea bailar a Melinda: se volva insufriblemente tonta. Converta el baile en algo cargante. Aunque era consciente de que Melinda daba vueltas entrando y saliendo de su campo visual, se daba cuenta de ello de un modo casi automtico y le pareca que era exclusivamente su familiaridad con todas y cada una de sus caractersticas fsicas lo que le haca estar seguro de que se trataba de ella y de nadie ms. Levanto con calma el vaso de whisky con agua y bebi un trago. Estaba repantigado, con una expresin neutra, en el banco tapizado que rodeaba la barandilla de la escalera de casa de los Meller y contemplaba los cambios constantes del dibujo que los bailarines trazaban sobre la pista, pensando en que aquella noche cuando volviese a casa ira a echar un vistazo a las plantas que tena en el garaje para ver si las dedaleras estaban derechas. ltimamente estaba cultivando diversas clases de hierbas, frenando su ritmo normal de crecimiento, mediante la reduccin a la mitad de la racin habitual de agua y de sol, con vistas a intensificar su fragancia. Todas las tardes sacaba las cajas al sol a la una en punto, cuando llegaba a casa a la hora de comer, y las volva a poner en el garaje a las tres, cuando se marchaba otra vez a la 5

imprenta. Vctor Van Allen tena treinta y seis aos, era ligeramente ms bajo que la media y tena cierta tendencia a la redondez de formas, ms que gordura propiamente dicha. Las cejas de color castao, espesas y encrespadas, coronaban unos ojos azules de mirada inocente. El pelo, tambin castao, era lacio y lo llevaba muy corto, y al igual que las cejas era espeso y fuerte. La boca, de tamao mediano, era firme y sola tener la comisura derecha inclinada hacia abajo en un gesto de desproporcionada determinacin, o de humor, segn quisiera uno interpretarlo .Era la boca lo que le daba a su cara un aspecto ambiguo -porque en ella poda tambin leerse la amargura-, ya que los ojos azules, grandes, inteligentes e imperturbables, no daban ninguna clave acerca de lo que poda estar pensando o sintiendo. Durante los ltimos minutos el ruido haba aumentado aproximadamente un decibelio y el baile se haba vuelto ms desenfrenado respondiendo a la palpitante msica latina que haba empezado a sonar. El ruido le hera los odos, y permaneca sentado inmvil, aunque saba que poda levantarse si quera para ir a hojear los libros al estudio de su anfitrin. Haba bebido lo bastante como para sentir un dbil y rtmico zumbido en los odos, no del todo desagradable. Tal vez lo mejor que se puede hacer en una fiesta, o en cualquier otro lugar en donde haya bebida, es ir adaptando el ritmo de beber al ruido creciente. Apagar el ruido exterior con el propio ruido. Crear un pequeo estruendo de voces alegres que le ocupen a uno la cabeza. Y ms todo resultara ms llevadero. No estar nunca ni del todo sobrio ni del todo borracho, sum non sobrius amen non ebrius. Era este un bonito epitafio para l, pero por desdicha no crea que fuese cierto. La simple y aburrida realidad era que la mayora de las veces prefera estar alerta. Involuntariamente enfoco la mirada hacia el grupo de los que bailaban, y que estaban organizndose de repente en una fila de conga. Y tambin involuntariamente descubri a Melinda desplegando una alegre sonrisa de atrpame-si-puedes, por encima del hombro; y el hombre que se apoyaba en ese hombro, prcticamente hundido en sus

cabellos, era Joel Nash. Vic suspiro y bebi un trago. Para haber estado bailando la noche pasada hasta las tres de la madrugada, y hasta las cinco la noche anterior, el seor Nash se estaba comportando de un modo admirable. Vic se sobresalto al sentir una mano en el hombro, pero era solo la vieja seora Podnansky que se inclinaba hacia l. Se haba olvidado casi completamente de su presencia. -No sabes cunto te lo agradezco, Vic. De verdad no te importa encargarte tu solo de eso? Le acababa de hacer la misma pregunta unos cinco o diez minutos antes. -En absoluto -dijo Vic, sonriendo y levantndose al mismo tiempo que ella se pona de pie-. Me pasare por tu casa maana sobre la una menos cuarto. En aquel mismo momento Melinda se inclino hacia l a travs del brazo del seor Nash, y dijo casi en la cara de la seora Podnansky, aunque mirando hacia Vic: -Venga, animo! Por qu no bailas? Y Vic pudo ver como la seora Podnansky se sobresaltaba y, despus de sobreponerse con una sonrisa, se alejaba del lugar. El seor Nash le dirigi a Vic una sonrisa feliz y ligeramente ebria a medida que se alejaba bailando con Melinda. Y cmo podr ser catalogada aquella sonrisa? Vic reflexin. De camaradera. Esa era la palabra. Eso era lo que Joel Nash haba pretendido mostrar. Vic apart los ojos deliberadamente de Joel, aunque siguiese hilando con la mente un pensamiento que tena que ver con su rostro. No eran sus maneras -hipcritas, entre la afectacin y la estupidez- lo que ms le irritaba, sino su cara. Aquella redondez infantil de las mejillas y la frente, aquel cabello castao claro que ondeaba encantador, aquellas facciones regulares que las mujeres a quienes les gustaba solan describir como no demasiado regulares. Vic supona que la mayora de las mujeres diran que era guapo. Y le vino a la memoria la imagen del seor Nash mirndole desde el sof de su casa la noche pasada, alargndole el vaso vacio por sexta u octava vez, como si se avergonzase de aceptar 7

una copa mas, de permanecer all quince minutos ms; y, sin embargo, una descarada insolencia apareca como el rasgo predominante de su rostro. Hasta entonces, pens Vic, los amigos de Melinda haban tenido por lo menos o mas seso o menos insolencia. De todas formas, Joel Nash no iba a quedarse en el vecindario para siempre. Era vendedor de la Compaa Furness-Klein de productos qumicos de Wesley, en Massachusetts, y estaba all, segn haba dicho, por unas cuantas semanas, para promocionar los nuevos productos de la compaa. Si hubiese tenido la intencin de establecerse en Wesley o en Little Wesley, a Vic no le caba la menor duda de que habra acabado desplazando a Ralph Gosden, al margen de lo que Melinda pudiese llegar a aburrirse con l o de lo estpido que pudiese llegar a resultarle en otros aspectos, ya que Melinda era incapaz de resistirse a lo que ella consideraba una cara guapa. Y Joel, para la opinin de Melinda, deba de ser ms guapo que Ralph. Vic levanto la mirada y vio a Horace Meller de pie junto a l. -Hola, Horace, qu haces? Te quieres sentar? -No, gracias. Horace era un hombre delgado, algo canoso, de estatura media, con un rostro alargado y de expresin sensible y un bigote negro bastante poblado. Bajo el bigote, su sonrisa era la sonrisa educada de un anfitrin nervioso, aun cuando la fiesta estuviera transcurriendo tan perfectamente como para complacer al mas exigente de los anfitriones. -Qu hay de nuevo por la imprenta, Vic? -Estamos a punto de sacar lo de Jenofonte -contest Vic. No era fcil hablar en medio de aquel estruendo. -Por qu no te pasas por all alguna tarde? Vic se refera a la imprenta. Estaba siempre all hasta las siete, y se quedaba solo a partir de las cinco, porque Stephen y Carlyle se iban a casa a esa hora. -Muy bien. Ir sin falta -dijo Horace-. Te gusta lo que ests bebiendo? Vic hizo un gesto de asentimiento con la cabeza.

-Hasta luego -dijo Horace. Y se march. Vic noto una sensacin de vaco en cuanto se hubo marchado. Una cierta incomodidad. Algo implcito y que Vic conoca perfectamente. Horace haba evitado con gran discrecin mencionar a Joel Nash. No haba dicho que Joel fuese simptico, o que le resultase grata su presencia, ni haba preguntado nada acerca de el o se haba molestado en decir alguna banalidad. Era Melinda quien se las haba ingeniado para que invitasen a Joel a la fiesta. Vic la haba estado escuchando hacia dos das hablar por telfono con Mary Meller: ...Bueno, no es que sea precisamente nuestro husped, pero nos sentimos un poco responsables de l porque aqu no conoce a casi nadie. No sabes cunto te lo agradezco, Mary! Ya me figuraba que no te importara que hubiera un hombre ms, y sobre todo siendo tan guapo... Como si fuese posible que alguien lo separase de Melinda ni con una palanca. Una semana ms, pens Vic. Exactamente siete noches ms. El seor Nash se marchaba el da uno, que era domingo. Joel Nash se materializ. Apareci tambalendose con su chaqueta blanca de hombreras anchas y el vaso en la mano. -Buenas noches, seor Van Allen -dijo Joel con una familiaridad fingida-.Cmo est usted esta noche? Y se dej caer en el mismo sitio donde haba estado sentada la seora Podnansky. -Como siempre -contest Vic, sonriendo. -Hay dos cosas que quera decirle -dijo Joel con un entusiasmo repentino, como si se le acabasen de ocurrir en aquel mismo momento-. La primera es que mi compaa me ha pedido que me quede aqu dos semanas ms, las que espero poder recompensarles a los dos por la gran hospitalidad que me han brindado estas ltimas semanas y... Joel se echo a rer de una manera infantil, sacudiendo la cabeza. -Y qu es lo segundo? 9

-Lo segundo..., bueno, lo segundo, es lo admirable que me parece su actitud ante el hecho de que yo me vea con su mujer. Tampoco es que hayamos salido juntos muchas veces. Hemos comido juntos en un par de ocasiones y hemos salido a pasear por el campo, pero... -Pero qu? -dijo Vic a bocajarro, sintindose de repente sobrio como una piedra y asqueado por el grado de pegajosa intoxicacin del seor Nash. -Bueno, muchos hombres me habran roto la cabeza por menos, pensando que era ms, claro. Entendera perfectamente que se sintiese usted algo molesto, pero no es as. Ya me doy cuenta muy bien. Me gustara decirle que le agradezco mucho que no me haya roto las narices. No es que haya habido nada como para provocar eso, por supuesto. Se lo puede preguntar a Melinda, si duda de m. Era precisamente la persona ms idnea para hacerle esa pregunta, claro. Vic le miro a los ojos con una serena indiferencia. Le daba la impresin de que la respuesta ms adecuada era el silencio. -En cualquier caso, lo que le quiero decir es que creo que se toma usted la vida con una deportividad admirable -aadi Nash. El tercer anglicismo1tan sumamente afectado, de Joel Nash le chirri a Vic de una manera muy desagradable. -Le agradezco mucho esos sentimientos -dijo Vic con una breve sonrisa-, pero no suelo perder el tiempo rompindole a la gente las narices. Si alguien me desagradase de verdad, lo que hara sera matarlo. -Matarlo? -pregunt el seor Nash con la mejor de sus sonrisas. -S. Se acuerda usted de Malcolm McRae, verdad? Vic saba que Joel Nash conoca bien aquel asunto, porque Melinda coment que le haba contado todos los detalles del misterio McRae, y que Joel se haba sentido muy interesado porque conoca a McRae de haberlo visto una o dos veces en Nueva York1 Se refiere aqu al trmino deportividad, que en el texto ingls es sporling. La novela transcurre en Estados Unidos, como se ver. (N de la T)

por asuntos de negocios. -Si -dijo Joel Nash, muy atento a la conversacin. Su sonrisa haba empequeecido. Y ahora ya no era ms que un mero recurso defensivo. Melinda le haba dicho a Joel, sin lugar a dudas, que Malcolm estaba prcticamente loco por ella. Eso siempre le aada picante a la historia. -Me est tomando el pelo -dijo Joel. En aquel preciso momento Vic comprendi dos cosas: que Joel Nash ya se haba acostado con su mujer, y que la actitud de calma impasible que l haba mostrado en presencia de Joel y Melinda haba hecho bastante impresin. Vic haba logrado asustarlo, no solo en aquel preciso momento, sino tambin algunas noches cuando haba estado en su casa. No haba acusado jams ningn signo externo de celos convencionales. Vic pensaba que la gente que no se comporta de una manera ortodoxa tenia, por definicin, que inspirar temor. -No, no le estoy tomando el pelo -dijo Vic, suspirando y cogiendo un cigarrillo del paquete, para ofrecrselo a continuacin a Joel. Joel Nash sacudi la cabeza. -Lleg un poco demasiado lejos con Melinda, por decirlo as. Seguramente se lo habr contado ella. Pero no era tanto eso como todo el conjunto de su personalidad lo que me sublevaba. Su seguridad de gallito y aquella eterna costumbre de caerse redondo en los sitios para que la gente lo tuviese que alojar en su casa. Y su irritante parsimonia. Vic coloc el cigarrillo en la boquilla y se la puso entre los dientes. -No le creo. -A mi me parece que s. Y no es que me importe. -Mato de verdad a Malcolm McRae? -Y qu otra persona cree usted que pudo haberlo hecho? -Vic esper, pero no hubo respuesta-. Melinda me ha contado que usted le conoca o saba algo sobre l. Tiene usted alguna teora? Me gustara conocerla. Las teoras me interesan mucho. Mucho 11

ms que los hechos mismos. -No tengo ninguna teora -dijo Joel, como a la defensiva. Vic percibi entonces la retirada y el miedo reflejados en el modo que tena el seor Nash de estar sentado en aquel momento; se ech hacia atrs, levant por un instante las pobladas cejas castaas y le arroj el humo del cigarrillo en pleno rostro. Se hizo un silencio. Vic saba que el seor Nash estaba dndole vueltas en la cabeza a varios posibles comentarios. Y saba incluso cul era el tipo de comentario que iba a elegir. -Teniendo en cuenta que era amigo suyo -empez a decir Joel, como Vic esperaba-, no me parece de muy buen gusto por su parte bromear con su muerte. -No era amigo mo. -De su esposa, entonces. -Se har cargo de que es una cosa muy distinta. El seor Nash esboz un leve asentimiento de cabeza y luego una sonrisa de medio lado. -Me sigue pareciendo un chiste bastante tonto -dijo. Y se puso de pie. -Lo siento. Quiz la prxima vez est ms inspirado. Ah! Espere un segundo. Joel Nash se dio la vuelta. -Melinda no sabe nada de todo esto -dijo Vic, apoyado todava con aire impasible contra la barandilla de la escalera-. Le agradecera que no le comentase nada. Joel sonri y salud con un gesto de la mano a medida que se alejaba. Era la suya una mano flccida. Vic le vio cruzar hacia el extremo opuesto del saln, donde estaban charlando Horace y Phil Cowan, pero Joel no intent unirse a ellos. Se qued solo de pie y sac un cigarrillo. Vic pens que el seor Nash se despertara a la maana siguiente convencido todava de que haba sido una broma; aunque, por otra parte, se haba quedado lo suficientemente confuso como para empezar a hacerles preguntas a ciertas personas acerca de cul haba sido la actitud de Vic Van Allen con respecto a

Malcolm McRae. Y varias de esas personas -por ejemplo, Horace Meller e incluso Melinda- le diran que Vic y Mal nunca se haban llevado demasiado bien. Y los Cowan o Mary Meller, caso de que el insistiese, acabaran tambin por admitir que haban percibido algo entre Mal y Melinda, nada ms que un cierto coqueteo, por supuesto, pero... Malcolm McRae era ejecutivo en el sector de la publicidad, y aunque su puesto no fuese especialmente destacado, haba logrado adoptar un aire repugnante de superioridad y paternalismo. Haba sido de ese tipo de hombres que las mujeres encuentran fascinante y los hombres, en general, suelen detestar. Alto, delgado e impecable, tena un rostro alargado y estrecho en el que nada sobresala especialmente -segn el recuerdo de Vic- a no ser una gruesa verruga en la mejilla derecha, como la de Abraham Lincoln; aunque sus ojos tambin eran tenidos por fascinantes, crea recordar Vic. Y haba sido asesinado en su apartamento de Manhattan, sin mvil aparente, por un agresor de cuya identidad la polica segua ignorndolo todo. Esa era la razn por la cual la historia de Vic haba impresionado tanto a Joel Nash. Vic se acomod dejndose caer an ms contra la barandilla y estiro las piernas. Se puso a rememorar con extrao regodeo la forma en que Mal se haba quedado en el campo de golf rodeando a Melinda por detrs con los brazos, tratando de ensearle una jugada que, segn deca, sera capaz de llegar a hacer incluso mejor que l, si le daba la gana. Y se acord tambin de aquella otra vez, a las tres de la madrugada, en que Melinda se haba ido provocativamente a la cama con un vaso de leche y le haba pedido a Mal que entrase a darle un poco de conversacin. Vic se haba quedado sentado imperturbable en el silln de la sala, haciendo como que lea, y con la firme determinacin de quedarse all hasta la hora que fuese, mientras Mal permaneciera en la habitacin de Melinda. No caba comparacin posible entre la inteligencia de Melinda y la de Mal, y Mal se habra aburrido mortalmente si hubiera estado alguna vez solo con ella ms de medio da. Pero estaba el pequeo aliciente del sexo. Melinda 13

siempre haca comentarios del tipo de: Pero Vic, qu cosas tienes! Me gusta, si, es verdad que me gusta, pero no por ese lado. Hace ya aos que es as. A l tampoco le intereso en ese aspecto, de manera que... Y le miraba expectante con los ojos marrn verdoso vueltos hacia arriba. Mal haba salido de la habitacin de Melinda al cabo de unos veinte minutos. Vic estaba seguro de que nunca haba habido nada entre los dos. Pero recordaba con cierto placer el momento en que se entero de que Mal haba sido asesinado el pasado mes de diciembre. O haba sido en enero? Y su primer pensamiento fue que el asesino de Mal poda ser perfectamente un marido celoso. Durante unos instantes, Vic se imagino que Mal haba vuelto aquella noche a la habitacin de Melinda, despus de retirarse el a la suya, situada al otro lado del garaje, que l se haba enterado de ello y planeado meticulosamente el asesinato: viajaba a Nueva York con un pretexto cualquiera, le iba a visitar llevando una plomada escondida en el abrigo (segn dijeron los peridicos, el asesino deba de ser amigo o conocido de Mal, porque era evidente que le haba dejado entrar sin sospechar nada) y le golpeaba en silencio y con total eficacia hasta darle muerte, sin dejar una sola huella dactilar, tal como haba ocurrido realmente en el asesinato verdadero. Volva despus a Little Wesley aquella misma noche, pensando como coartada, por si a alguien se le ocurra pedirle alguna, que haba estado viendo una pelcula en Gran Central a la misma hora en que Mal haba sido asesinado, una pelcula que, por supuesto, tendra que haber visto antes en otra ocasin. -Vctor? -dijo Mary Meller, inclinndose hacia el-. Qu ests rumiando? Vic se puso de pie lentamente con una sonrisa. -Nada. Esta noche pareces un melocotn. Vic aluda sobre todo al color del vestido de Mary. -Muchas gracias -le dijo ella-. Por qu no nos vamos a sentar en un rincn ms apartado y me cuentas algo? Me encantara verte cambiar de sitio. Te has pasado aqu toda la noche.

-Vamos al banquito del piano? -sugiri Vic, ya que se trataba del nico lugar visible en el que se pudiesen sentar juntas dos personas. El baile, por el momento, haba cesado. Se dej conducir por Mary, que le agarr de la mueca, hasta el banquito del piano. Tena la impresin de que a Mary no le interesaba especialmente hablar con l, y que ms bien estaba intentando ser una buena anfitriona y charlar un poco con todo el mundo; y que le haba dejado a l para el final por su conocida dificultad para adaptarse a las fiestas. A Vic le daba igual. No tengo orgullo, pensaba con orgullo. Y se lo deca con frecuencia a Melinda, porque saba que le irritaba particularmente. -De qu has estado hablando tanto rato con la seora Podnansky? -le pregunt Mary cuando se sentaron. -De cortadoras de csped. La suya necesitaba un afilado, y no est contenta con el trabajo que le hicieron en Clarke la ltima vez. -As que supongo que te habrs ofrecido a hacrselo t. No s qu haran sin ti las viudas del vecindario, Vctor Van Allen! No me explico de dnde sacas el tiempo para tantas buenas acciones. -Tengo muchsimo tiempo -contest Vic, sonriendo con simpata a pesar suyo-. Encuentro tiempo para todo. Es un sentimiento maravilloso. -Tienes tiempo para leer todos esos libros que los dems estamos siempre dejando para luego! Eres odioso, Vic! -dijo Mary, rindose. Ech una ojeada a sus alegres invitados y luego volvi la mirada de nuevo hacia Vic. -Espero que tu amigo Joel Nash -dijo- se est divirtiendo esta noche. Se piensa quedar a vivir en Little Wesley o est aqu slo de paso? Segn poda observar Vic, el seor Nash ya no se estaba divirtiendo tanto. Segua all solo de pie, embebido en la triste contemplacin de un dibujo de la alfombra enrollada que haba a sus pies. -No, se va a quedar aqu una o dos semanas segn creo -dijo Vic con cierta brusquedad-. Es una especie de viaje de negocios. 15

-As que no lo conoces mucho. -No, lo acabamos de conocer. Vic detestaba compartir con Melinda aquella responsabilidad. Ella se lo haba encontrado una tarde en la barra del Chesterfield Inn adnde iba casi todas las tardes sobre las cinco y media ms o menos, con el propsito deliberado de conocer a gente como Joel Nash. -Me permites que te diga, querido Vic, que creo que tienes una paciencia de santo? Vic la miro de frente y noto en sus ojos fatigados y levemente hmedos que la bebida le estaba haciendo efecto. -Pues no lo s. -La tienes. Es como si estuvieras esperando muy pacientemente, y un buen da fueras a hacer algo. No explotar precisamente, pero, no s, dejar hablar a tu alma. Fue un final tan tranquilo que Vic se sonri. Se rasc despacio con el pulgar el picor que senta en la mano. -Tambin quiero decirte, aprovechando que me he tomado unas copas y que tal vez no vuelva a tener una ocasin como sta, que me pareces una persona maravillosa. Eres bueno Vic2. Lo dijo en un tono que aluda al sentido bblico de la palabra bueno, el un tono en el que se poda percibir tambin cierto azoramiento por haber usado esa palabra con ese sentido, y Vic saba que lo iba a echar a perder definitivamente tomndoselo a broma a los pocos segundos. -Si yo no estuviera casada y tu tampoco, creo que te hara proposiciones, ahora mismo! Despus de esta frase sobrevino la carcajada que se supona que deba darlo todo por2 Good, bueno, en ingls puede significar tambin, aplicado a una persona, que es valiosa, que est bien en el sentido que sea; lo del sentido bblico se refiere a la acepcin -la ms comn en castellano- de bondad del alma, no de valores o capacidades. Esta acepcin bblica es menos usual en ingls. (N. de la T)

borrado. Vic se pregunt por qu las mujeres, incluso las que se haban casado por amor y tenan un hijo y una vida matrimonial ms o menos feliz, pensaban que hubiera sido preferible dar con un hombre que no exigiese nada de ellas en el terreno sexual. Era una permanente regresin sentimental a la virginidad, una vana y estpida fantasa que no tena en absoluto valor objetivo. Ellas serian las primeras en sentirse afrentadas si sus maridos las ignorasen en ese terreno. -Por desgracia, estoy casado -dijo Vic. -Por desgracia! -dijo Mary con sorna-. Pero si la adoras, lo s perfectamente! Vas besando el suelo por donde pisa. Y ella tambin te quiere, Vic, no debes olvidarlo! -No me gusta -dijo Vic casi interrumpindola- que me tengas por tan bueno como pareces creer. Tambin tengo un lado perverso. Lo que pasa es que lo oculto celosamente. -Desde luego! -dijo Mary, echndose a rer. Se inclino hacia l y Vic pudo aspirar su perfume, una mezcla de lila y canela, que le lleg intenso. -Quieres otra copa, Vic? -No, gracias. Con sta tengo bastante por ahora. -Ves? Eres bueno hasta bebiendo. Qu te ha pasado en la mano? -Ha sido una chinche. -Una chinche? Qu horror! Dnde la pillaste? -En el hotel Green Mountain. La boca de Mary se abri con expresin incrdula. Luego empez a rerse a sacudidas. -Y se puede saber qu hacas all? -Les hice el encargo con varias semanas de antelacin. Les dije que si apareca alguna chinche, que me la reservaran, y al final logr hacerme con seis. Me costaron cinco dlares en propinas. Ahora las tengo viviendo en el garaje en una caja de cristal con un trocito de manta dentro para que duerman encima. De vez en cuando las dejo que 17

me piquen, porque quiero que prosigan su ciclo biolgico normal. Tengo ya dos hornadas de huevecillos. -Pero para qu? -pregunt Mary con una risita. -Porque tengo la creencia de que cierto entomlogo que escribi un artculo en una revista de entomologa est equivocado respecto a un aspecto determinado de su ciclo reproductor -respondi Vic sonriente. -Qu aspecto? -pregunt Mary fascinada. -Una insignificancia respecto al tiempo de incubacin. Dudo que le pueda servir de algo a nadie, aunque en realidad los fabricantes de insecticidas debieran saber... -Viiic? -mascull la ronca voz de Melinda-. Me permites? Vic miro hacia ella con un asombro que era sutilmente insultante, y luego se levant del banquito y sealo el piano con un gesto ceremonioso. -Es todo tuyo. -Vas a tocar? Qu bien! -dijo Mary con un tono complacido. Un quinteto de hombres se estaba alineando en derredor del piano. Melinda se precipit hacia el banquito, dejando caer un haz de brillantes cabellos como una cortina sobre su rostro, de tal modo que quedaba oculto para cualquiera que quedase a su derecha, como era el caso de Vic. Qu ms da, pens Vic, al fin y al cabo, quin conoca su rostro mejor que l? De todas formas tampoco lo quera ver, porque no mejoraba precisamente cuando estaba bebida. Luego se alej de all a grandes zancadas. En aquel momento todo el sof se haba quedado libre. Escucho con desagrado la introduccin, salvajemente vibrante, que hacia Melinda al comenzar Malana en la decima avenida, cancin que tocaba abominablemente. Su forma de tocar era barroca, imprecisa y hasta se podra decir que cargante: sin embargo, la gente escuchaba, y despus de escuchar ella no les gustaba ms o menos por lo que haban odo. Pareca ser para Melinda algo que socialmente no supona ni una ventaja ni un inconveniente. Cuando se equivocaba e interrumpa una cancin con una risa y una agitacin de manos frustrada e infantil, sus admiradores habituales la seguan

admirando igual que antes. Pero de todas maneras no iba a tropezar en Malana, porque si lo haca, siempre podra cambiar al tema Tres razones ciegos y subsanar as el error. Vic se sent en una esquina del sof. Todo el mundo estaba alrededor del piano excepto la seora Podnansky, Evelyn Cowan y Horace. El ataque abrumador de Melinda al tema principal estaba arrancando gruidos de gozo de las gargantas de sus admiradores masculinos. Vic vio la espalda de Joel Nash, encorvado sobre el piano, y cerr los ojos. En cierto modo tambin cerr los odos, y se puso a pensar en sus chinches. Al fin, hubo un aplauso que muri rpidamente cuando Melinda empez a tocar Bailando en la oscuridad, uno de sus mejores nmeros. Vic abri los ojos y vio a Joel Nash mirndole fijamente de un modo ausente, y sin embargo intenso y atemorizado. Vic volvi a cerrar los ojos. Tena la cabeza echada hacia atrs como si estuviese absorto escuchando la msica. En realidad estaba pensando en lo que podra estar pasando ahora por la mente embotada de alcohol de Joel Nash. Vic visualiz su propia figura regordeta hundida en el sof, con las manos apaciblemente apoyadas sobre el vientre, y una sonrisa relajada sobre su rostro redondo, que en aquel momento deba de resultarle bastante enigmtica al seor Nash. Este deba de estar pensando: A lo mejor es verdad que lo hizo. A lo mejor es esa la razn por la que se muestra tan despreocupado con Melinda y conmigo. A lo mejor es por eso por lo que es tan raro. Porque es un asesino. Melinda estuvo tocando una media hora, hasta que tuvo que repetir Bailando en la oscuridad una vez ms. Cuando se levant del piano, la gente la segua presionando para que tocase otra cosa, y Mary Meller y Joel Nash lo reclamaban en voz ms alta que nadie. -Nos tendramos que ir a casa. Es tarde -dijo Melinda. Generalmente se sola marchar de los sitios inmediatamente despus de una sesin de piano. Con un gesto de triunfo. -Vic? -dijo, chasqueando los dedos en direccin a l. 19

Vic se levant obedientemente del sof. Vio a Horace que le llamaba por seas. Deba de haberse enterado, supuso Vic; y se fue hacia l. -Qu es lo que le has estado contando a tu amigo Joel Nash? -pregunt Horace con los ojos oscuros brillndole de diversin. -Mi amigo? Los estrechos hombros de Horace se sacudieron con su tpica risa compulsiva. -No te estoy culpando en absoluto. Pero espero que no se le ocurra irlo difundiendo por ah. -Era una broma. Es que no se lo ha tomado como tal? -pregunt Vic, pretendiendo aparentar seriedad. Horace y el se conocan bien uno a otro. Horace le haba dicho en muchas ocasiones que se mostrase firme con Melinda, y era l la nica persona que se haba atrevido jams a decirle a Vic algo semejante. -A mi me parece que se lo ha tomado bastante en serio -dijo Horace. -Bueno, djale, deja que lo difunda por ah. Horace se ech a rer y le dio a Vic una palmada en el hombro. -Slo espero que no acabes en la crcel, amigo!

Melinda se tambaleaba un poco cuando se dirigan hacia el coche, y Vic la tom suavemente por el hombro para ayudarla a mantenerse firme. Era casi tan alta como l y llevaba siempre sandalias sin tacn o zapatillas de baile, pero no tanto por gentileza hacia el -crea Vic-, como por comodidad y porque su estatura con zapatos bajos sola acoplarse mejor a la del hombre medio. A pesar de que andaba algo insegura, Vic poda sentir su fuerza amaznica en el cuerpo alto y firme, la vitalidad animal que le arrastraba hacia ella. Se diriga hacia el coche con el impulso inconmovible con que un caballo se dirige de vuelta al establo. -Qu le has dicho a Joel esta noche? -pregunt Melinda cuando estuvieron dentro del coche.

-Nada. -Le has tenido que decir algo. -Cuando? -Te he visto hablando con el -insisti adormilada-. De qu hablabais? -Creo que de chinches. O era con Mary con quien he estado tambin hablando de chinches? -Venga! -dijo Melinda con impaciencia, mientras acomodaba la cabeza en el hombro de Vic de la misma manera impersonal con que lo habra hecho sobre el almohadn de un sof-. Algo le tienes que haber dicho, porque se ha empezado a comportar de otra forma despus de hablar contigo. -Y qu ha dicho? -No es lo que haya dicho, es cmo se ha com-por-ta-do -dijo con voz pastosa. Y acto seguido se qued dormida. Levant la cabeza cuando Vic quit el contacto al llegar al garaje y, como si caminase entre sueos, dijo: Buenas noches, querido, y entr en la casa por la puerta que haba junto al garaje, que daba al saln directamente. El garaje era lo bastante grande como para alojar cinco coches, aunque slo tenan dos. Vic lo haba construido pensando en poder utilizar parte de el como lugar de trabajo, para guardar sus herramientas y sus herbarios, el acuario de caracoles, o cualquier otra cosa por la que sintiese inters o con la que estuviese haciendo algn experimento, y que ocupase mucho sitio. Todo estaba en un orden impecable, y an quedaba espacio para poderse mover cmodamente. Dorma en una habitacin que haba junto al garaje, en el extremo opuesto a la casa, una habitacin cuya nica puerta daba al garaje. Antes de dirigirse a ella se inclino sobre sus plantas. Las dedaleras estaban derechas. Eran unas seis u ocho espigas de color verde plido que todava estaban echando esas hojitas en racimos de tres que les son caractersticas. Dos chinches se arrastraban por su trocito de manta, en busca de carne y sangre, pero aquella noche no estaba de humor para ofrecerles la 21

mano, y los dos bichos fueron aplastando el cuerpo lentamente para ponerse a cubierto del haz de luz que proyectaba la linterna de Vic.

II

Joel Nash fue a casa de Vic a tomar una copa tres das despus de la fiesta de los Meller, pero no se qued a cenar, aunque Vic se lo propuso y Melinda le insisti. Dijo que tena un compromiso, pero cualquiera se podra haber dado cuenta de que era un pretexto. Les anunci con una sonrisa que por fin no iba a quedarse dos semanas, sino

que se marchaba el viernes siguiente. Aquella noche sonri ms que nunca y adopt la postura defensiva de hacer gracias acerca de cualquier nimiedad. Lo cual le sirvi a Vic para saber lo en serio que se haba tomado aquel asunto. Cuando se march, Melinda volvi a acusar a Vic de haberle dicho algo ofensivo. -Pero qu voy a haberle dicho? -pregunt Vic con aire inocente-. Y no se te ha ocurrido pensar que seas t la que haya podido decirle algo que le haya ofendido? O algo que hayas hecho o dejado de hacer? -Se perfectamente que yo no le he hecho nada -dijo Melinda con un mohn de mal humor. Luego se sirvi otra copa, en vez de pedirle a Vic que se la sirviese l, como sola hacer. Vic pens que Melinda no lamentara demasiado la prdida de Joel Nash, ya que aparte de ser un conocido tan reciente, nunca habra podido, en todo caso, quedarse all por mucho tiempo, al ser su profesin la de viajante. Ralph Gosden era otra cuestin. Vic se haba estado preguntando si Ralph se asustara tan fcilmente como Joel, y haba decidido hacer una intentona. Ralph Gosden era un pintor retratista de veintinueve aos, de dudoso talento, que reciba una pequea pensin de una ta caritativa. Haba alquilado una casa por un ao a unos treinta kilmetros de distancia cerca de Millettville, y slo haban transcurrido seis meses. Durante cuatro, Ralph haba estado yendo a comer una o dos veces por semana. Deca que tenan una casa preciosa y una comida excelente y que su fongrafo era magnfico. Y que nadie era tan hospitalario en Little Wesley ni en ningn otro sitio como los Van Allen. Melinda haba estado yendo a visitar a Ralph varias tardes por semana, aunque nunca lleg a admitir haber estado all una sola tarde. Por fin, al cabo de dos meses, haba aparecido Melinda con un retrato suyo pintado por Ralph, como para justificar los muchos das que no haba estado en casa a la una, o incluso a las siete cuando Vic volva del trabajo. El retrato era un horror amanerado y borroso que estaba colgado en el dormitorio de Melinda. Vic lo haba prohibido en el saln. 23

La hipocresa de Ralph le resultaba a Vic nauseabunda. Se pasaba la vida sacando conversaciones sobre cosas que supona que podan interesarle a Vic, aun cuando el propio Ralph no estuviese interesado en nada que se saliera de los intereses de la mujer media. Y tras aquella fachada de amistad, Ralph trataba de ocultar el hecho de que tena un lio con Melinda. Vic se deca a si mismo cada vez que vea a Ralph Gosden que lo que le molestaba no era el hecho en s de que Melinda tuviese los con otros hombres, sino el que eligiese a aquellos tipos tan idiotas e inconscientes, y el que dejase correr el rumor por toda la ciudad, invitando a sus amantes a las fiestas v dejndose ver con ellos en la barra del Lord Chesterfield, que era en realidad el nico bar que haba. Uno de los principios ms slidos de Vic era que todo el mundo -incluida una esposatena derecho a hacer lo que quisiera, siempre v cuando no se hiriese a una tercera persona y siempre que cumpliese con sus obligaciones primordiales, que eran, en este caso, las de llevar la casa y cuidar de su hija, cosas que Melinda hacia muy de tarde en tarde. Miles de hombres casados tenan amantes impunemente, aunque Vic tena que admitir que la mayora de ellos se lo tomaban con mas disimulo que su mujer. Cuando Horace haba intentado darle a Vic consejos acerca de Melinda, cuando le haba preguntado por qu soportaba aquel comportamiento, Vic le haba contestado preguntndole si es que acaso esperaba que actuase como un marido anticuado, rechazando a su esposa por deshonesta, pidiendo el divorcio, y destruyendo as la existencia de su hija por algo tan insignificante como la gratificacin de su ego. Vic tambin quera dejar siempre implcito, al hablar con Horace o con cualquiera que le hiciese alguna insinuacin sobre Melinda, que consideraba su comportamiento como una aberracin temporal y que lo mejor era dejarlo correr. El hecho evidente de que Melinda llevase comportndose as desde haca ms de tres aos le hizo a Vic ganarse en Little Wesley la reputacin de que tena una paciencia de santo y una enorme tolerancia, lo que a su vez halagaba el ego de Vic. Saba que Horace y Phil Cowan y todos los que conocan la situacin que era prcticamente todo

el mundo-, le consideraban raro por soportarlo, pero a Vic no le importaba nada en absoluto ser tenido por raro. Es ms, estaba orgulloso de serlo en un pas en el que la mayora de las personas trataban de ser exactamente iguales a los dems. Melinda tambin haba sido una persona distinta de los dems, porque de lo contrario jams se habra casado con ella. El hacerle la corte y persuadirla para que se casara con el haba sido como domar un caballo salvaje, con la diferencia de que el proceso haba tenido que ser infinitamente ms sutil. Ella era testaruda y malcriada, el tipo de chica a la que expulsan del colegio una y otra vez por pura y simple insubordinacin. La haban expulsado de cinco escuelas distintas, y cuando Vic la conoci con veintids aos, haba llegado al convencimiento de que la vida no era ms que la bsqueda del placer. Algo que segua creyendo todava, aunque a los veintids aos hubiese en ella cierta actitud iconoclasta e imaginativa en su rebelda que fue lo que le atrajo a Vic porque se pareca a la suya. Ahora, sin embargo, tena la impresin de que haba perdido hasta la ltima gota de imaginacin y de que su iconoclastia consista ya meramente en arrojar costosos jarrones contra las paredes para hacerlos aicos. El nico jarrn que quedaba en la casa era uno de metal, y tena varias muescas en el reborde. Primero no haba querido tener hijos, luego haba dicho que si, luego otra vez que no, y por fin al cabo de cuatro aos lo haba deseado de nuevo y haba dado a luz una nia. El parto no haba sido tan difcil como en la media habitual de las primerizas, segn le haba dicho a Vic el mdico, pero Melinda se haba quejado ruidosamente antes y despus de la terrible experiencia, a pesar de que Vic le haba dedicado todos los cuidados y entregado todo su tiempo durante semanas, a excepcin de sus horas de trabajo. Vic se sinti inmensamente feliz al tener una hija de Melinda, pero ella rehus dedicarle a su hija ms tiempo del imprescindible, y no mostr por ella mas inters del que senta por un perrito desamparado al que daba de comer en el jardn. Vic imaginaba que el convencionalismo que supona el tener una hija, aadido a su condicin de esposa, era ms de lo que ella, en su rebelda visceral, poda soportar. Un hijo 25

supone responsabilidad y Melinda se resista a crecer. Mostraba su resentimiento, pretendiendo aparentar que Vic ya no le importaba como antes, que ya no le interesaba de una forma romntica, como sola decir. El haba tenido mucha paciencia, pero lo cierto es que ella tambin haba empezado a aburrirle un poco. No le interesaba nada de lo que a l le interesaba, y a l, de forma accidental, le interesaban muchas cosas. Como por ejemplo, la impresin y la encuadernacin, la cultura de las abejas, hacer queso, la carpintera, la msica y la pintura (siempre que fuesen buenas), mirar las estrellas con un estupendo telescopio que se haba comprado y la jardinera. Cuando Beatriz tena ms o menos dos aos, Melinda se lio con Larry Osbourne, un instructor no muy brillante de una academia de hpica que no quedaba lejos de Little Wesley. Durante los meses anteriores haba estado sumida en un estado de confusin mental y mal humor; y aunque Vic trat de hablar con ella sobre lo que pasaba, nunca haba tenido nada que contestarle. Despus de empezar sus amoros con Larry, se volvi ms alegre y feliz, y ms complaciente con Vic, sobre todo cuando comprob la calma con que l se lo tomaba. Vic aparentaba ms calma de la que realmente tenia, si bien le pregunt a Melinda si se quera divorciar. Ella le dijo que no. Vic se gasto cincuenta dlares y dos horas de tiempo hablndole de su situacin a un psiquiatra de Nueva York. La opinin del psiquiatra era que, puesto que Melinda rechazaba aceptar el consejo de un especialista, iba a hacerle desgraciado e incluso llegara a provocar el divorcio, a menos que se mostrase inflexible con ella. Iba en contra de los principios de Vic, como persona madura que era, el mostrarse inflexible con otra persona madura. Aunque pareca obvio que Melinda no era una persona madura, el insista en tratarla como tal. La nica idea nueva que le dio el psiquiatra a Vic fue la de que Melinda, al igual que muchas mujeres cuando tenan un hijo, poda haber acabado con l como hombre y como marido, ahora que ya le haba dado un hijo. Resultaba bastante cmico pensar que Melinda pudiese ser tan primitivamente maternal y Vic se sonrea siempre que recordaba aquella afirmacin. La explicacin de

Vic era que lo que haba motivado el rechazo era la pura y simple contrariedad: ella saba que todava la quera, mas que haba decidido no darle la satisfaccin de demostrarle que le corresponda en su amor. Puede que amor no fuese la palabra ms idnea. Sentan una devocin el uno por el otro, dependan mutuamente, y si alguno de los dos faltaba de la casa, el otro le echaba de menos. Eso pensaba Vic. No haba una palabra adecuada para describir lo que senta por Melinda, aquella mezcla de odio y devocin. Lo que le haba dicho el psiquiatra sobre la situacin insostenible y sobre la posibilidad de un divorcio no lograba sino que Vic deseara demostrarle su error. Le demostrara al psiquiatra y al mundo entero que la situacin no era intolerable y que no habra divorcio. Y tampoco iba a sentirse desdichado. El mundo estaba demasiado lleno de cosas interesantes. Durante el quinto mes de amoros entre Melinda y Larry Osbourne, Vic se traslad del dormitorio comn a una habitacin que se haba mandado construir expresamente para el solo al otro lado del garaje, unos dos meses despus de empezar el lio. Se traslad como una forma de protesta contra la estupidez de los amoros. Ya que era precisamente la estupidez lo nico que jams le haba criticado a Larry. Sin embargo, unas semanas despus, cuando ya tena su microscopio y sus libros con l en la habitacin, y empez a darse cuenta de lo fcil que era levantarse en plena noche sin tenerse que preocupar de molestar a Melinda, y poder contemplar las estrellas o mirar sus caracoles, que se mostraban ms activos de noche que de da, Vic comprendi que prefera la habitacin al dormitorio. Cuando Melinda abandon a Larry o, como Vic supona, Larry la abandon a ella, no se volvi a trasladar al dormitorio, no solo porque Melinda no mostr ningn signo de desear que volviera, sino porque adems a aquellas alturas el tampoco quera volver ya. Estaba satisfecho con aquel acuerdo y Melinda pareca estarlo tambin. No se mostraba tan cariosa como cuando estaba con Larry, pero tard pocos meses en encontrar otro amante. Se llamaba Jo-Jo Harris, y era un hombre joven, notablemente hipotiroideo, que acababa de abrir una tienda de discos, de vida muy 27

breve, en el mismo Wesley. Jo-Jo dur de octubre a enero. Melinda le compr varios cientos de dlares en discos, pero no los suficientes para mantener a flote el negocio. Vic saba que mucha gente pensaba que Melinda segua con el por dinero, y es posible que eso le influyese de algn modo, pero Vic no le conceda importancia. Siempre haba tenido hacia el dinero una actitud muy indiferente. No era l quien se haba ganado lo que tenia, sino su abuelo. El hecho de que Vic y su padre hubiesen tenido dinero era debido tan solo a un azar de su nacimiento, ms que por qu no iba Melinda, que era su mujer, a tener idntico derecho sobre aquel dinero? Vic tena unos ingresos de cuarenta mil dlares al ao, y esa cantidad la llevaba recibiendo desde que cumpli los veintiuno. Haba odo decir, implcitamente, en Little Wesley que la gente soportaba a Melinda solo por lo mucho que le queran a l, pero se negaba a creerlo. Objetivamente, poda darse cuenta de que Melinda era bastante atractiva, siempre y cuando lo que uno anduviese buscando no fuese conversacin. Era generosa, buena deportista y muy divertida en las fiestas. Todo el mundo desaprobaba sus amoros, por supuesto, pero Little Wesley, la vieja zona residencial de la ms moderna y comercial ciudad de Wesley, que distaba siete kilmetros, estaba singularmente desprovista de remilgos, como si todo el mundo intentase curarse en salud del estigma ancestral del puritanismo de Nueva Inglaterra. Y ni un alma, hasta el momento, habia hecho sobre Melinda un juicio de tipo moral.

III

Ralph Gosden fue a cenar a casa de Vic un sbado por la noche, una semana despus de la fiesta de los Meller. Estaba mas pletrico que nunca de confianza en s mismo, ms alegre an de lo habitual, tal vez porque tena la impresin, al haber estado unos diez das en Nueva York en casa de su ta, de que la acogida que le dispensaban en casa de los Van Allen no era tan rutinaria como lo haba sido justo antes de marcharse. Al acabar la cena, Ralph abandon la discusin que tenia con Vic sobre refugios para bombas H, de los que haba visto una exposicin en Nueva York y acerca de los cuales era evidente que segua sin saber nada. Y Melinda puso un buen rimero de discos. Ralph tena buen aspecto, muy bueno, por lo menos para ser las cuatro de la madrugada, pens Vic, aunque era muy posible que fuese aqulla su ltima madrugada en casa de los Van Allen. Ralph era un trasnochador empedernido, porque a la maana siguiente poda dormir si le daba la gana, pero Vic sola competir con el quedndose despierto hasta las cuatro, las cinco o incluso las siete de la maana nica y exclusivamente porque Ralph hubiera preferido que se retirase para quedarse solo con Melinda. Vic tambin poda dormir por las maanas si le apeteca, y le ganaba a Ralph en aguante para permanecer despierto no solo porque su hora habitual de retirarse eran siempre las dos o las tres de la madrugada, sino tambin porque nunca beba tanto como para quedarse realmente adormecido. Vic estaba sentado en su butaca preferida del saln, hojeando el New Wesleyan, y miraba de vez en cuando por encima del peridico a Ralph y Melinda, que estaban bailando. Ralph llevaba un traje blanco que se haba comprado en Nueva York, y estaba ms contento que un nio con zapatos nuevos por la figura elegante y esbelta que le haca. Haba una nueva expresin en la forma en que agarraba a Melinda por la cintura cada vez que empezaba un baile, una temeraria seguridad en s mismo que a Vic le haca pensar en un insecto macho bailando en sus ltimos instantes de placer antes de que le sobreviniese una muerte sbita y horrible. Y la msica enloquecida que haba 29

puesto Melinda era francamente apropiada. El disco se llamaba Los ositos, una de sus adquisiciones ms recientes. Por alguna razn, la letra le vena a Vic a la cabeza siempre que estaba en la ducha:

Tras los rboles, donde nadie los ve, jugaron al escondite sin lmite de tiempo. Hoy es el da de excursin de los ositos! -Ja, ja, ja! -lleg la voz de Ralph Gosden que estaba cogiendo su copa de la mesa. Siempre lo mismo, pens Vic, nunca se oa una palabra inteligente. -Qu ha sido de mi Cugat? -pregunt Melinda, que estaba arrodillada junto a la estantera de los discos, buscando de un modo absolutamente asistemtico-. No lo encuentro por ninguna parte. -Ah no creo que este -dijo Vic, porque Melinda acababa de sacar un disco de su seccin particular. Lo miro confundida durante unos segundos, hizo una mueca y lo volvi a poner en su sitio. Vic tena un pequeo apartado en la hilera de arriba donde guardaba sus discos, unos cuantos de Bach, algunos de Segovia, algn canto o motete gregoriano, y los discursos de Churchill. Y disuada a Melinda de ponerlos, dado el elevado ndice de mortalidad entre los discos que pasaban por sus manos. Se acord de una vez que haba puesto los cantos gregorianos mientras ella se estaba vistiendo para salir con Ralph, aunque saba que no le gustaban. Lo nico que me inspiran son ganas de morirme!, le haba espetado aquella noche. Ralph se fue a la cocina a servirse otra copa, y Melinda dijo: -Te vas a tirar toda la noche leyendo el peridico, cario? Lo que quera era que se fuese a la cama. Vic le sonri. -Me estoy aprendiendo de memoria el poema del editorial de hoy. Los empleados que sirven al pblico tienen que permanecer en su sitio. Pero ser humilde en este mundo nunca es una deshonra. Y yo me pregunto muchas veces... -Basta! -dijo Melinda.

-Pero si es de tu amigo Reginald Dunlap. Me dijiste que no era mal poeta, te acuerdas? -No estoy yo para poesas. -Reggie tampoco lo estaba cuando escribi esta. Como venganza por la alusin a su amigo, o tal vez simplemente por puro capricho, Melinda subi el volumen tan repentinamente que Vic se sobresalt. Luego se relajo deliberadamente y volvi con languidez la pgina del peridico, fingiendo ignorar por completo el incidente. Ralph empez a bajar el volumen y Melinda lo detuvo agarrndole bruscamente por la mueca. Luego se la llev a los labios y la beso. Empezaron a bailar. Ralph haba sucumbido al humor de Melinda y segua sus pasos y el ondulante movimiento de sus caderas. Se rea con aquella risa suya tan estridente, que se perda en el caos atronador. Vic no miraba a Ralph, pero poda sentir sus miradas de reojo y aquella osada suya que tanto pareca divertirle, una osada que creca lenta pero segura con cada copa, acabando por reemplazar cualquier amago de decoro que hubiese podido demostrar al comenzar la noche. Melinda fomentaba aquella actitud deliberada y sistemticamente: Podas pegarle, castigarle, pisotearle, porque al fin y al cabo no se va a vengar, no se va a levantar de su butaca ni va a tomar ninguna represalia, as que por qu no intentarlo? Eso era lo que Melinda lograba dar a entender a todo el mundo con su propio comportamiento. Vic atraves la habitacin, cogi de la estantera Los siete pilares de la sabidura de Lawrence y se volvi con l a la butaca. En aquel mismo momento, la figura de Trixie en pijama apareci en el umbral de la puerta. -Mami! -exclam Trixie. Pero mami ni la oy ni la vio. Vic se levant y fue hacia ella. -Qu te pasa, Trixie? -le pregunt, inclinndose hacia ella. -No puedo dormir con tanto ruido! -grito indignada. Melinda grit algo, se dirigi al tocadiscos y baj el volumen. 31

-Se puede saber qu te pasa? -le pregunt a Trixie. -No me puedo dormir -contest Trixie. -Anda, por qu no le dices que no tiene motivo alguno para quejarse? -le dijo Vic a Melinda. -Bueno, pues lo bajaremos -dijo Melinda. Trixie miro a su madre con severidad desde sus ojos soolientos, y luego a Ralph. Vic acarici las firmes caderitas de su hija. -Por qu no te vuelves a la cama inmediatamente y as maana estars mas espabilada para la excursin? -dijo Vic. El recuerdo de la excursin arranc una sonrisa de los labios de Trixie, que luego miro a Ralph. -Ralph, me has trado de Nueva York la mquina de coser? -pregunt. -No, Trixie, no sabes cunto lo siento -dijo Ralph con voz de almbar-. Pero seguro que te puedo comprar una aqu mismo, en Little Wesley. -No se te ocurra -dijo Melinda-. No s de qu iba a servirle. No sabra qu hacer con ella. -Algo ms que t, en todo caso -remat Vic. -Est usted francamente ofensivo esta noche, seor Van Allen -dijo Melinda con voz glida. -Lo siento. Vic estaba siendo deliberadamente grosero como preparacin para la historia que iba a contarle a Ralph. Quera que Ralph pensase que estaba llegando al lmite de su paciencia. -Te vas a quedar a desayunar, Ralph? -pregunt Trixie, balancendose de un lado a otro entre los brazos de Vic. Ralph solt una risa forzada. -Eso espero -dijo Vic-. No nos gusta que nuestros huspedes se marchen con el estmago vaco, verdad, Trixie?

-Nooo. Y Ralph es tan gracioso desayunando. -Qu es lo que hace? -pregunt Vic. -Hace contorsiones con los huevos. -Quiere decir malabarismos -aclar Ralph. -Me parece que me voy a tener que quedar despierto para verlo -dijo Vic-. Venga, Trixie, vulvete a la cama. Ahora ya no hay ruido, as que aprovecha. Ya sabes carpe diem, y tambin carpe noctem. Trixie se fue con el inmediatamente. Le encantaba que la acostase, que le metiese en la cama el canguro con el que dorma, y que luego le diese las buenas noches con un beso en cada mejilla y otro en la nariz. Vic saba que la estaba mimando demasiado, pero haba que tener en cuenta que Trixie reciba de su madre un trato muy fro y el procuraba compensarlo. Enterr la nariz en su cuellecito suave y luego levant la cabeza sonriendo. -Podemos ir de excursin por la cantera, pap? -No s, no s. La cantera es muy peligrosa. -Por qu? -Imagnate que empieza a soplar un viento muy fuerte. Nos arrastrara a todos para abajo. -No me importara nada! Mami va a venir tambin de excursin? -No lo s -dijo Vic-. Eso espero. -Y Ralph? -No creo. -Te gusta Ralph? A la luz de la lmpara en forma de tiovivo que tena en la mesilla de noche, poda distinguir perfectamente las pinceladas marrones de sus ojos verdes, como los de su madre. -Bueno, y a ti? -No se -dijo dudosa-. Prefera a Jo-Jo. 33

Le sorprendi un poco que se acordase todava del nombre de Jo-Jo. -Ya s por qu te gustaba. Te traa miles de regalos por Navidad. Pero no es razn suficiente para que le guste a uno una persona. Es que no te hago yo tambin muchos regalos? -Pero es que t me gustas ms que nadie, papa! Muchsimo ms, claro que s. Era demasiado fcil, pens Vic. Le estaba poniendo las cosas francamente fciles. Se sonri pensando en lo que se divertira Trixie si le contase que haba matado a Malcolm McRae. A Trixie nunca le haba gustado Mal porque a l tampoco le gustaba ella, y como era un cicatero de baja estofa, no le haba hecho jams un regalo. Trixie se pondra a dar saltos de alegra si le dijese que haba matado a Mal. Sus acciones subiran ante ella en un doscientos por ciento. -Lo mejor ser que te duermas -dijo, levantndose de la cama. Le dio un beso en cada mejilla, otro en la nariz y otro en la coronilla. El color del pelo de Trixie era ahora como el de su madre, pero probablemente acabara oscurecindosele y parecindose ms al de l. Lo tena liso y le surga de la coronilla cayndole sin raya alguna, tal y como debe ser el pelo de una criatura de seis aos, aunque su madre se quejaba de que era muy difcil de rizar. -Te has dormido? -le susurr. Las pestaas de Trixie reposaban plcidas sobre sus mejillas. Apag la luz y se dirigi hacia la puerta de puntillas. -No! -grit Trixie, rindose. -Pues mejor ser que te duermas! Inmediatamente! Se hizo el silencio. El silencio le gratificaba siempre. Sali de la habitacin y cerr la puerta. Melinda haba apagado otra lmpara y el saln estaba mucho ms oscuro. Ralph y ella estaban bailando lenta y lnguidamente en un rincn. Eran casi las cuatro. -Quieres otra copa, Ralph? -pregunt Vic. -Qu? Ah, no, muchas gracias, ya he bebido bastante.

Aquello, a las cuatro de la madrugada, no poda en modo alguno significar que el seor Gosden tuviera intencin de marcharse. Melinda, al bailar, le estaba rodeando el cuello con los brazos. Ya que tena la idea fija de que Vic le haba dicho algo muy grosero a Joel Nash, era de suponer que tuviese la intencin de mostrarse aquella noche especialmente complaciente con Ralph. Seguro que iba a convencerle de que se quedase el mayor tiempo posible, de que desayunase all, incluso -de eso no caba duda- aunque Ralph se pusiese, como a veces le suceda, blanco de cansancio. -Qudate, por favor, cario. Hoy no me apetece irme a la cama. Y l se quedara, por supuesto. Todos se quedaban. Incluso los que tenan que ir a la oficina al da siguiente. Que no era el caso del seor Gosden. Y era evidente que cuanto ms tiempo se quedasen all, ms posibilidades haba de que Vic se fuese a su habitacin y los dejara solos. Con frecuencia Vic los haba dejado solos a las seis de la madrugada, basndose en el razonamiento de que si haban pasado juntos toda la noche, por qu no iban a seguir juntos dos horas y media ms hasta que el volviera a aparecer a las ocho y media para desayunar? Es posible que fuese una mezquindad de su parte el quedarse despierto en el saln molestando as a los admiradores de Melinda, pero por alguna razn no haba sido capaz de ser tan galante como para irse de su propia casa con el fin de complacerlos. Y adems siempre se lea un par de libros, as que tampoco perda el tiempo. Aquella noche Vic perciba claramente una hostilidad violenta y primitiva hacia el seor Gosden que hasta entonces nunca haba sentido. Se puso a pensar en la cantidad ingente de botellas de bourbon que haba comprado para el seor Gosden. Pens tambin en la de noches que le haba estropeado. Entonces se puso de pie, volvi a colocar el libro en el estante, y luego se dirigi lentamente hacia la puerta que daba al garaje. A sus espaldas, Ralph y Melinda estaban ya prcticamente acaricindose. El que se marchase sin decir una palabra podra ser interpretado de tres formas: que no quera molestarlos mientras se besaban; que iba a volver en seguida; o que se senta 35

demasiado molesto por su comportamiento como para darles las buenas noches. La segunda de las explicaciones era la correcta, pero solo se le poda ocurrir a Melinda, porque el seor Gosden no le haba visto jams marcharse y volver de nuevo. Sin embargo, lo haba hecho varias veces con Jo-Jo. Vic dio la luz fluorescente del garaje y lo atraves despacio, ech una mirada a los herbarios y a las cajas llenas de caracoles que se arrastraban por aquella hmeda jungla de retoos de avena y hierba de las Bermudas que les serva de hbitat, y luego miro tambin hacia la caja abierta del taladro elctrico que reposaba sobre su banco de trabajo y comprob de un modo automtico que todas las herramientas estaban en su sitio. Su habitacin era casi tan austera y funcional como el garaje. Tena una cama turca de tamao mediano con una colcha verde oscuro, una silla, un silln de cuero de despacho y un escritorio plano sobre el que reposaban diccionarios y manuales de carpintera, tinteros, plumas y lpices, libros de cuentas y facturas pagadas y sin pagar, todo ello ordenado meticulosamente. No haba ningn cuadro en las paredes; slo un simple calendario, que le haban regalado en un aserradero local, estaba colgado encima del escritorio. Tena la capacidad de poderse dormir durante el lapso de tiempo que deseara, sin necesidad de que nada ni nadie le despertase. As que miro el reloj de pulsera y decidi despertarse al cabo de media hora, a las cinco menos diecisiete minutos. Se tumb sobre la cama y se relajo metdicamente desde la cabeza a los pies. Al cabo de un minuto aproximadamente, estaba ya dormido. So que estaba en la iglesia y que se encontraba all con los Meller. Horace le daba la enhorabuena por haber asesinado a Malcolm McRae para defender su matrimonio. Todo Little Wesley estaba en misa y la gente le sonrea. Vic se despert sonriendo ante lo absurdo de la situacin. Nunca iba a la iglesia. Se pein silbando, se estiro la camisa que llevaba debajo del jersey azul plido de cachemir, y luego regres, cruzando el garaje a grandes zancadas.

Ralph y Melinda estaban en un rincn del sof, y pareca que deban estar tumbados o semitumbados, porque los dos se irguieron nada ms verle. Ralph, con los ojos completamente enrojecidos, le miro de arriba abajo con ebria y resentida incredulidad. Vic se dirigi hacia la librera y se agach para mirar los lomos de los libros. -Vas a seguir leyendo? -pregunt Melinda. -As es -dijo Vic-. Ya no hay msica? -Estaba a punto de marcharme -dijo Ralph con voz ronca, al tiempo que se pona de pie. Tena un aspecto agotado, pero encendi un cigarrillo y arroj la cerilla a la chimenea con virulencia. -No quiero que te vayas -dijo Melinda, buscndole la mano. Pero Ralph se escurri y dio un paso hacia atrs tambalendose un poco. -Es tardsimo -dijo Ralph. -Casi la hora de desayunar -dijo Vic muy animoso-. Alguien quiere un par de huevos revueltos? No recibi respuesta. Cogi el libro de bolsillo El almanaque del mundo, un libro en el que siempre poda sumergirse con placer, y se sent en su butaca. -Me parece que te ests cayendo de sueo -dijo Melinda, mirndole con el mismo resentimiento que Ralph. -No -dijo Vic, lanzando un destello desde sus ojos alerta-. Me acabo de echar una siestecita en mi habitacin. Ralph se desanim visiblemente ante esta afirmacin y miro a Vic de soslayo con expresin de asombro, como si estuviese a punto de arrojar la toalla, aunque sus ojos, enrojecidos y marchitos sobre la cara plida, ardan de dureza. Miro a Vic como si quisiera matarlo. Vic ya haba visto esa misma mirada en la cara de Jo-Jo, e incluso en el anodino y delgado rostro de Larry Osbourne, una mirada provocada por el diablico buen humor de Vic, por su saber permanecer sobrio y con los ojos alerta a las cinco de 37

la madrugada mientras ellos languidecan en el sof, y se hundan mas y mas a pesar de sus esfuerzos por erguirse aproximadamente cada quince minutos. Ralph levant el vaso lleno y vaci la mitad de un solo trago. Ahora ya se va a quedar hasta el final, por duro que sea -pens Vic-, por una cuestin de principios. Eran casi las seis de la madrugada y no tena sentido alguno irse a dormir a esas alturas cuando el da siguiente estaba ya de todos modos definitivamente echado a perder. A lo mejor se caa redondo, pero iba a quedarse. A Vic le pareca que Ralph estaba demasiado borracho para darse cuenta de que a la tarde siguiente podra disponer perfectamente de Melinda, si se le antojaba. De repente, mientras Vic le estaba mirando, Ralph dio un traspi hacia atrs, como empujado por alguna fuerza invisible, y cay pesadamente sobre el sof. Tena la cara brillante de sudor. Melinda lo atrajo hacia s, ponindole los brazos alrededor del cuello, y empez a refrescarle las sienes con los dedos que humedeca contra el vaso. Ralph, laxo y despatarrado, se hunda en el sof. Si bien en su boca haba aparecido una mueca inexorable y segua taladrando con los ojos a Vic, como si pretendiese con ello agarrarse a la conciencia por el mero acto de mirar una cosa fijamente. Vic sonri a Melinda. -Me parece que voy a preparar esos huevos. Creo que le pueden sentar muy bien. -Est perfectamente! -dijo Melinda con desafo. Silbando un canto gregoriano, Vic se fue a la cocina y puso al fuego un cazo de agua para hacer caf. Levant la botella de bourbon y comprob que Ralph haba acabado con cuatro quintas partes, ms o menos. Volvi al saln. -Cmo quieres los huevos, Ralph? Aparte de con malabarismos -pregunt Vic. -Cmo quieres los huevos, cario? -le transmiti Melinda. -Pues, pues..., bien llenos de malabarismos -mascull Ralph. -Una de huevos con malabarismos! -dijo Vic-. Y t, gatita? -No me llames gatita!

Era un viejo apelativo carioso que Vic llevaba aos sin aplicarle. Lo estaba mirando de soslayo bajo las firmes cejas rubias, y Vic tuvo que admitir que ya no era en absoluto la gatita que haba sido cuando se casaron, o que incluso haba podido ser al comienzo de la noche. Se le haba corrido el carmn de los labios y la punta de aquella nariz suya, larga y respingona, le brillaba enrojecida como si se hubiese manchado con un poco de carmn. -Cmo quieres los huevos? -repiti. -No quiero huevos. Vic hizo cuatro huevos revueltos con nata para l y Melinda, porque tena la certeza de que Ralph no estaba en condiciones de tomar nada, pero prepar slo una tostada porque saba que a Melinda no le iba a apetecer. No esper a que estuviese el caf, que todava no haba empezado a hacer ruido, porque Melinda a esas horas tampoco tomara caf. El y el seor Gosden se lo podan tomar ms tarde. Llev los huevos revueltos, con un poco de sal y pimienta, en dos platos calientes. Melinda volvi a rechazarlos, pero Vic se sent detrs de ella en el sof y se los fue dando a pedacitos con el tenedor. Cada vez que le acercaba el tenedor, abria obediente la boca. No dejaba de mirarle fijamente ni un solo instante, con la mirada de una fiera que confa en el hombre que le da de comer slo si no sobrepasa la distancia de un brazo, y aun en ese caso slo si no ve a su alrededor algo que pueda parecerle una trampa y si los movimientos del hombre no dejan nunca de ser dulces y tranquilos. La cabeza rubia rojiza del seor Gosden se apoyaba ahora en su regazo. Roncaba de una forma francamente antiesttica, con la boca abierta. Melinda rechaz el ltimo pedazo, como Vic haba supuesto. -Venga, ya es el ltimo -dijo Vic. Y ella se lo comi. -Me parece que lo mejor es que el seor Gosden se quede aqu -dijo Vic, porque era lo nico que se poda decir sobre el seor Gosden. -Eso es precisamente lo que quiero, que se quede aqu -dijo Melinda. 39

-Entonces vamos a acostarlo bien en el sof. Melinda se levant para hacerlo ella, pero no estaba en condiciones porque le pesaban demasiado los hombros. Vic lo agarr por los sobacos y lo levant hasta colocarle la cabeza justo rozando el brazo del sof. -Le quito los zapatos? -pregunt Vic. -No le toques los zapatos! Y Melinda, tambalendose un poco, se inclino sobre los pies de Ralph y empez a desatarle los cordones. Los hombros de Ralph se estremecieron, Vic oy cmo le castaeteaban levemente los dientes. -Tiene fro. Mejor ser que le traiga una manta -dijo Vic. -Ya se la traigo yo -dijo Melinda. Y se dirigi al dormitorio tambalendose. Pero evidentemente se debi de olvidar de su propsito, porque se desvo hacia el cuarto de bao. Vic le quit a Ralph el zapato que quedaba y luego se fue al dormitorio de Melinda a buscar la mantita ligera que andaba siempre rodando por la habitacin. Ahora se encontraba tirada en el suelo al pie de la cama deshecha. Aquella mantita haba sido uno de los regalos de cumpleaos que Vic le haba hecho a Melinda unos siete aos atrs. Al verla se acord de algunas excursiones, de un verano feliz que haban pasado en Maine, de una noche de invierno que se estrope la calefaccin y que se haban tumbado juntos sobre esa mantita frente a la chimenea. Se detuvo unos instantes con la duda de si coger la manta verde de lana de su cama en vez de la mantita, pero decid que no tena sentido y que daba igual una que otra. La habitacin de Melinda estaba, como siempre, en un estado de desorden, que a la vez le repela y le interesaba, y le habra gustado quedarse un rato all contemplndola, ya que no entraba casi nunca en aquel dormitorio; pero no se permiti a si mismo ni siquiera echar una ojeada completa en derredor.

Sali y cerr la puerta. Al pasar por delante del cuarto de bao, oy correr el grifo. Esperaba que Melinda no se sintiese mal. Ralph estaba ahora sentado. Tena los ojos extraviados y le temblaba el cuerpo como si estuviera resfriado. -Te apetece un poco de caf caliente? -le pregunt Vic. Ralph no contest. Vic lo envolvi con la mantita, cubrindole los hombros temblorosos, y Ralph se dej caer dbil sobre el sof e intent levantar los pies. Vic se los levanto y se los envolvi con la manta. -Eres un buen chico -mascull Ralph. Vic sonri levemente y se sent en un extremo del sof. Le pareci or que Melinda estaba devolviendo en el cuarto de bao. -Me podas haber echado hace ya mucho rato- murmur Ralph-. Como a cualquiera que no tiene nocin de sus propios lmites. Movi las piernas como si fuera a echarse fuera del sof y Vic se apoy casualmente en sus tobillos. -No te preocupes por nada -dijo Vic con voz suave. -Debera ponerme enfermo, me debera morir. Haba lgrimas en los ojos azules de Ralph, lo cual los haca parecer an mas de cristal. Le temblaban las delgadas cejas. Pareca estar entrando en un trance de autoflagelamiento, bajo cuyos efectos podra haber disfrutado con ser arrojado a patadas de la casa. Vic se aclar la garganta y sonri. -No me molesto nunca en echar a la gente de mi casa cuando me estn incordiando. -Se acerc un poco ms a l-. Si me incordian de esa forma, es decir, con Melinda -e hizo un gesto significativo en direccin al cuarto de bao-, lo que hago es matarlos. -Si -dijo Ralph con seriedad, como si lo entendiera perfectamente-. Es lo que deberas hacer. Porque quiero conservaros a ti y a Melinda como amigos. Me gustis los dos, de verdad. 41

-Yo mato a la gente que no me gusta -dijo Vic an con ms calma, inclinndose hacia Ralph y sonriendo. Ralph sonri tambin, con fatuidad. -Como a Malcolm McRae, por ejemplo. Lo mate yo. -Malcolm? -pregunt intrigado Ralph. Vic saba perfectamente que conoca al dedillo la historia de McRae. -S. Melinda te habr hablado de McRae. Lo mate con un martillo en su apartamento. Seguro que leste algo en los peridicos el invierno pasado. Se estaba tomando demasiadas confianzas con Melinda. Hasta qu punto le estaban calando sus palabras era algo que Vic no podia decir. Ralph junt las cejas lentamente. -Ya me acuerdo... Y lo mataste t? -S. Empez a coquetear con Melinda. En pblico. Vic arroj al aire el mechero de Melinda y lo volvi a coger. Lo hizo cuatro veces. Ya estaba haciendo efecto. Ralph se haba incorporado sobre un brazo. -Sabe Melinda que lo mataste tu? -No. No lo sabe nadie -susurr-. Y no se lo digas a Melinda, de acuerdo? Ralph frunci las cejas ms an. Era un poco excesivo para que su cerebro lo pudiese encajar, pens Vic, pero sin embargo haba captado la amenaza y la hostilidad. Luego apret los dientes y retir bruscamente los pies de debajo del brazo de Vic. Iba a marcharse. Vic le alarg los zapatos sin decir una palabra. -Quieres que te lleve a casa? -Puedo conducir yo -dijo Ralph. E intent ponerse los zapatos. Pero se tambaleaba de tal modo que tuvo que sentarse. Luego se levant y se dirigi a la puerta. Vic le sigui y le dio el sombrero de paja con cinta color magenta. -Buenas noches, me lo he pasado muy bien -dijo Ralph de un tirn.

-Me alegro. Y no lo olvides, no le digas a Melinda nada de lo que te he contado. Buenas noches, Ralph. Vic contempl cmo se arrastraba hacia su descapotable y sala de estampida, derrapando con el coche y salindose de la calzada, hasta que logr volver a enderezarlo al enfilar el callejn. A Vic no le importaba que se cayese con el coche al Bear Lake. El sol se estaba levantando por entre los bosques y reluca anaranjado ante sus ojos. Vic ya no oa ruidos en el cuarto de bao, lo que quera decir que Melinda deba estar sentada en el suelo, esperando a que le volviese la nusea. Es lo que haca siempre que estaba mareada, y era imposible persuadirla de que se moviese del suelo hasta que se le pasaba el mareo. Por fin Vic se levant de la silla, fue al cuarto de bao y la llam. -Te encuentras bien, cario? Y recibi como respuesta un murmullo relativamente claro de que si lo estaba. Fue a la cocina y se sirvi una taza de caf. Le encantaba el caf y casi nunca le impeda dormir. Melinda sali del bao con el albornoz puesto y mejor aspecto que media hora antes. -Dnde est Ralph? -Decidi marcharse a su casa. Me dijo que te diera las buenas noches y que se haba divertido mucho. -Ah! -dijo desilusionada. -Lo envolv con la manta y despus de un rato empez a sentirse mejor aadi Vic. Melinda se le acerc y le puso las manos en los hombros. -Esta noche has estado encantador con l. -Me alegro de que lo pienses. Antes has dicho que era un grosero. -T nunca eres grosero. -Le dio un beso en la mejilla-. Buenas noches, Vic. La vio alejarse hacia su habitacin. Se pregunt qu le dira Ralph a Melinda a la maana siguiente. Porque evidentemente se lo contara. Entraba dentro de su estilo. Era muy posible que Melinda le telefonease a los pocos minutos, como hacia siempre 43

que se marchaba, si es que no se quedaba dormida antes. Pero no crea que Ralph se lo fuese a contar por telfono.

IV

A Vic le dej asombrado lo deprisa que se corri la historia, lo interesante que se mostr todo el mundo -sobre todo la gente que no le conoca apenas-, y el hecho de que nadie moviese un dedo para marcar el telfono de la polica. Estaban, por supuesto, las personas que los conocan bien -o bastante bien-, a l y a Melinda, que saban por que haba contado aquello y que lo encontraban simplemente divertido. Incluso a gente como el seor Hansen, el de la tienda de ultramarinos, le pareci divertido. Pero tambin haba gente que no los conoca bien, ni a l ni a Melinda, que no saba nada de ellos ms que de odas, que habr puesto probablemente una cara muy larga al escuchar la historia, y que pareca adoptar la actitud de quien piensa que Vic se mereca que la polica lo agarrase, fuese o no cierto aquel rumor. Vic lo dedujo as de algunas de las miradas que le dirigan cuando se paseaba por la calle principal de la ciudad. Al cabo de cuatro das de haberle contado a Ralph la historia, personas a las que Vic no haba visto en su vida, o en las que hasta entonces no se haba fijado, le miraban descaradamente cuando pasaba junto a ellas con el coche, un Oldsmobile viejo y bien cuidado que llamaba la atencin en una comunidad en la que la mayora tenia coches mucho ms modernos, y le sealaban cuchicheando. Durante aquellos cuatro das no volvi a ver a Ralph Gosden. El domingo, despus de su partida al amanecer, Ralph haba llamado a Melinda y haba insistido en verla, segn cont ella. Melinda haba salido de casa para encontrarse con l en algn sitio. Vic y Trixie se haban ido solos de excursin a pasar el da a la orilla del Bear Lake, y Vic haba estado charlando con el barquero de all para alquilarle a Trixie una canoa durante todo el verano. Cuando volvieron a casa, Melinda haba regresado ya y la tormenta se haba desencadenado. Ralph le haba estado contando lo que le dijo Vic. Y Melinda se haba puesto a gritarle: -Es la cosa ms estpida, idiota y vulgar que he odo en toda mi vida! 45

Vic se tom con calma sus vituperios. Saba que estaba furiosa probablemente porque Ralph se haba portado como un cobarde. A Vic le pareca que habra sido capaz de reproducir por escrito la conversacin que haban tenido. Ralph: Ya s que no es verdad, cario, pero lo que resulta evidente es que no me quiere ver ms por all, as que creo que... Melinda: Me importa un bledo lo que l quiera! Pero si eres tan cobarde que no te atreves a hacerle frente... Y, a lo largo de la conversacin, Melinda se deba haber dado cuenta de que Vic le haba contado a Joel Nash la misma historia. -De verdad cree Ralph que yo mate a McRae? -pregunt Vic. -Claro que no. Lo nico que piensa es que eres un imbcil. O que no ests en tus cabales. -Pero no le divierte -dijo Vic, sacudiendo la cabeza tristemente-. Eso es lo malo. -Pero qu es lo que tiene de divertido? Melinda estaba de pie en el saln, con los brazos en jarras y los pies muy separados. Calzaba mocasines. -Bueno, me imagino que para que te pareciese divertido tendras que haber odo la forma en que se lo cont. -Ah, ya. Y a Joel le divirti? -No parece que mucho. Le asust tanto como para echarlo de la ciudad. -Y es eso lo que pretendas, no? -Los dos me parecan insoportablemente aburridos, y que no te llegaban ni a la suela del zapato, creo yo. As que tambin Ralph est asustado? -No est asustado, no seas tonto. No creers que alguien va a tragarse una historia semejante. O s? Vic se puso las manos en la nuca y se reclin en el silln. -Joel Nash se lo debi de creer en parte. El caso es que desapareci, no? No me parece muy brillante por su parte, pero nunca le tuve por brillante.

-No, t eres el nico brillante. Vic le sonri con afabilidad. -Qu te cont Joel? -pregunt. Y pudo ver por la forma en que Melinda cambi de postura, por la forma en que se dej caer hacia el borde del sof que Joel Nash no le haba contado nada. -Y qu dijo Ralph? -Que le parecas descaradamente hostil y que pensaba... -Descaradamente hostil. Qu curioso. Estaba descaradamente aburrido, Melinda, descaradamente harto de aguantar y tragar pelmazos varias veces por semana y quedarme ah sentado con ellos toda la noche, descaradamente cansado de escuchar tonteras y de soportar que creyesen que me era indiferente o que ignoraba la relacin que pudiesen tener contigo. Era descaradamente tedioso. Melinda le miro a los ojos con asombro durante un largo rato, con el ceo fruncido y las comisuras de la boca hacia abajo en una expresin terca. De repente se tapo la cara con las manos y se ech a llorar. Vic se acerc y le puso la mano sobre el hombro. -Pero mi vida, crees que merece la pena llorar por eso? Merece la pena llorar por Joel Nash y por Ralph? Ella levant la cabeza. -No lloro por ellos. Lloro por la injusticia. -Sic -murmur Vic involuntariamente. -Qu dices? Quin est enfermo?3 Vic suspir, tratando por todos los medios de pensar en algo que pudiera consolarla. De nada servira decirle: Estoy aqu todava y te quiero. Ella no iba a desearle ya ahora, quiz nunca le volviese a desear. Y no quera ser plato de segunda mesa. No tendra inconveniente en que ella estuviera con un hombre de cierta talla y dignidad,3 Intraducible juego de palabras con el sonido de la palabra inglesa sick, que quiere decir enfermo. (N de la T.)

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que tomase por amante a un hombre con ideas en la cabeza. Pero era de temer que Melinda no eligiese nunca a ese tipo de hombre, o que ese tipo de hombre nunca la eligiese a ella. Vic era capaz de imaginar una especie de arreglo caritativo, imparcial y civilizado en que los tres podran ser felices y beneficiarse de su mutuo contacto. Dostoievski saba lo que quera decir. Y Goethe tambin podra haberlo entendido. -Sabes -empez a decir Vic con voz intrascendente-, el otro da le en el peridico una historia de un menage a trois en Miln. No s qu clase de gente sera, claro, pero el marido y el amante, que eran muy buenos amigos, se mataron juntos en una moto y la esposa los enterr a los dos en el mismo nicho dejando un sitio libre para cuando ella se muriese. Sobre la tumba puso la inscripcin siguiente: Vivieron felices en compaa. As que ya ves que puede ser. Pero me gustara que eligieses un hombre -o incluso varios si quisieras- que tuviesen un poco de cerebro. No lo ves posible? -Si -dijo ella con lgrimas en los ojos. Y Vic se dio cuenta de que ni siquiera estaba pensando en lo que acababa de decirle. Eso fue el domingo. Cuatro das despus, Melinda segua de mal humor, pero l pens que podra reponerse en breve si la saba tratar con delicadeza. Tena demasiada energa y le gustaba demasiado divertirse para que le durase mucho tiempo el mal humor. Sac entradas para dos comedias musicales que ponan en Nueva York, aunque el habra preferido ver otras dos obras que estaban en cartel, pero pens que ya tendra tiempo de verlas. Tena todo el tiempo del mundo ahora que Melinda no estaba ocupada o exhausta por las noches. El da que fue a Nueva York a comprar las entradas haba ido tambin a hacer una consulta a la seccin de peridicos de la Biblioteca Pblica4 y haba reledo todo el caso McRae, porque se le haban olvidado muchos detalles. Se entero de que el ascensorista del edificio de apartamentos era la nica persona que haba visto al asesino de McRae, y lo haba descrito vagamente diciendo que era un hombre ms bien corpulento y no demasiado alto. Tambin ese dato le cuadraba a l y as se lo hizo notar a Horace.4 Public Library. (N. de la T.)

Horace se sonri levemente. Era qumico en un laboratorio de anlisis mdicos, y un hombre cauto acostumbrado a hablar por medio de sobreentendidos. La historia de Vic le pareci fantasiosa y hasta un poco peligrosa, pero estaba a favor de cualquier cosa que pudiese meter a Melinda en vereda. -Siempre te he estado diciendo, Vic, que lo nico que necesitaba Melinda para entrar en vereda era un poco de firmeza por tu parte -dijo Horace-. Te lo ha estado pidiendo durante aos, un simple gesto tuyo que le demostrase que te preocupabas por su comportamiento. Y ahora no debes perder el terreno ganado. Me encantara volver a veros felices juntos. Horace los haba visto felices durante tres o cuatro aos, pero pareca hacer tanto tiempo que a Vic le sorprendi que su amigo lo recordase siquiera. El terreno ganado. Bueno, Melinda haba empezado a quedarse en casa y mal que bien tena ms tiempo para dedicarles a l y a Trixie. Pero todava no se senta dichosa. Vic la llev varias veces a tomar una copa al Chesterfield Inn, porque pensaba que no le agradara ir sola all, ya que hasta Sam, el camarero, conoca la historia de McRae. Eran muchas las veces que Melinda haba ido all a sentarse en la barra con Ralph, Larry o Jo-Jo. Tambin intent Vic interesarla en dos diseos de Blair Peabody que haba comprado con ella una tarde para la cubierta del libro de Jenofonte Vida rural y economa. Blair Peabody, un talabartero que tenia instalada la tienda en un establo de Connecticut, se haba encargado de hacer los diseos de todos los libros con tapas de piel que haba publicado Vic. Aquellos dos diseos en particular se inspiraban en motivos arquitectnicos griegos, uno un poco ms decorativo y menos masculino que el otro, pero ambos muy bonitos en opinin de Vic, y crey que a Melinda le divertira elegir uno de los dos, pero apenas haba sido capaz de lograr que los mirase ms de cinco segundos. Por pura educacin, lo que realmente era un insulto para el por su indiferencia, haba elegido uno. Vic se haba quedado apabullado y silencioso durante unos minutos. A veces le sorprenda descubrir hasta qu punto poda llegar a herirle Melinda si se lo propona. Aquella tarde se haba mostrado ms interesada por el 49

pianista que el Lord Chesterfield acababa de contratar para el verano. Haba un cartel suyo con una fotografa en un rincn de la barra. Llegara dentro de una semana. Melinda dijo que si tocaba con el estilo a lo Duchin que tena el que contrataron el ao anterior, se poda morir. Las dos noches que pasaron en Nueva York cuando fueron a ver las comedias musicales fueron un xito rotundo. Los dos espectculos tuvieron lugar en sbado por la noche. El primero Trixie se qued a dormir en casa de los Peterson, padres de Janey, su mejor amiga, y el segundo la seora Peterson se qued all hasta la medianoche. Las dos noches, despus del teatro, Vic y Melinda se fueron a cenar a un club-restaurante con orquesta y baile, aunque Vic no sac a bailar a Melinda porque tena miedo de que le rechazase. Detrs del buen humor que Melinda demostr en aquellas dos veladas, Vic adivinaba todava un vago resentimiento por haberla separado bruscamente de Joel y de Ralph. La segunda noche, cuando volvan a casa a las cuatro de la madrugada, Melinda tenia aquel alegre estado de nimo tan suyo que a veces la impulsaba a baarse en el arroyo que cruzaba el bosque que quedaba a unos pocos metros de su casa, o a acercarse a la de los Cowan y zambullirse en su piscina, pero ese tipo de cosas slo las haca con gente como Ralph o Jo-Jo. No le propuso darse un bao en el arroyo al volver y Vic saba que era porque estaba all l, el pesado de su marido, y no uno de aquellos jvenes exuberantes. Pens en sugerir el lio del arroyo, pero se abstuvo de hacerlo. Realmente no se senta tan estpido y no quera cortarse los pies con las piedras que serian invisibles en la oscuridad, y adems saba que de todas formas Melinda no iba a apreciar una proposicin semejante partiendo de l. Se sentaron en la cama de Melinda, completamente vestidos, hojeando unos peridicos del domingo que haba comprado Vic en Manhattan, todos los peridicos excepto el Times, que reciban regularmente el domingo por la maana. Melinda empez a rerse de algo que estaba leyendo en el News. Haba venido durmindose en su hombro durante casi todo el camino de regreso. Vic se senta despierto como un

bho y se podra haber quedado despierto durante toda la noche. Pens que tal vez su estado desvelado se debiese al hecho infrecuente de estar sentado en la cama de Melinda, cosa que no pasaba desde haca aos, y aunque se senta interesado por lo que estaba leyendo sobre los desertores americanos en China, otra parte de su mente estaba examinando con atencin las sensaciones que le produca el hecho de estar sentado en la cama de su mujer. No exista entre ellos intimidad ni complicidad, pens Vic, ni la posibilidad de que pudiesen producirse. Se sinti un poco incmodo. Sin embargo, era consciente de que algo le estaba impulsando a preguntarle si le importaba que pasase la noche con ella en su dormitorio, simplemente para dormir abrazados incluso, aunque no la tocase para nada. Melinda saba que jams podra hacer nada que pudiese molestarla. Entonces se acord de lo que le haba dicho ella de los Cowan esa noche durante la ida a Nueva York: que los Cowan haban cambiado de actitud hacia ellos por culpa de su mal gusto al contar la historia de McRae, y que tambin los Meller estaban ahora ms fros con ellos. Melinda estaba empeada en que la gente los rehua, aun cuando Vic, empeado en lo contrario, le diese datos indiscutibles que probaban que la gente no les rehua en absoluto. Le record tambin -para convencerla- que los Cowan ltimamente llevaban una vida muy tranquila, porque Phil estaba muy absorbido terminando de escribir un libro de economa para poder tenerlo listo antes de volver a dar sus clases en septiembre. Vic se pregunt entonces si merecera la pena arriesgarse a preguntarle si se poda quedar a dormir con ella, o si se lo tomara como una oportunidad ms para demostrarle su resentimiento rechazndole indignada. O no era posible tambin que, incluso aunque no le rechazase indignada, le sorprendiera de tal modo que la proposicin pudiese estropear aquel bienestar de la velada? Y adems, tena realmente unas ganas invencibles de quedarse? No particularmente. Melinda bostez. -Qu ests leyendo tan absorto? -Una cosa sobre los desertores. Si los americanos se van a refugiar junto a los rojos, 51

los llaman chaqueteros. Si los rojos se vienen a refugiar aqu, son amantes de la libertad. Depende de por dnde se mire -le dijo, sonriendo. Melinda no hizo ningn comentario. Tampoco se le haba ocurrido pensar que hubiese de hacerlo. Vic se levant despacio de la cama -Buenas noches, cario. Que duermas bien. -Y se inclino para darle un beso en la mejilla-. Te has divertido esta noche? -S, s. Mucho -dijo Melinda con un tono no ms expresivo que el que poda haber utilizado una nia para contestarle a su padre despus de una funcin de circo-. Buenas noches, Vic. Ten cuidado no despiertes a Trixie al pasar por su cuarto. Vic le sonri al salir. Tres semanas antes no se le habra ocurrido pensar en Trixie. Habra estado pensando en llamar a Ralph en cuanto el abandonase la habitacin.

V

Junio era un mes delicioso, ni demasiado caluroso ni demasiado seco, con chaparrones que empezaban a caer sobre las seis de la tarde dos o tres veces a la semana, y que dotaban a las frambuesas y a las fresas del bosque que haba detrs de la casa de una jugosa perfeccin. Vic se iba a buscarlas con Trixie y Janey Peterson muchos sbados por la tarde, y recogan las suficientes como para abastecer a ambas familias de fruta suficiente para estar haciendo pasteles y helados durante una semana entera. Trixie haba decidido no irse de campamento ese verano porque no iba Janey. Las dos se haban apuntado en la Highland School a siete kilmetros de Little Wesley, que era un centro semiprivado donde enseaban deportes diversos y daban clases de arte y trabajos manuales cinco das a la semana, de nueve a cuatro durante todo el verano. Era el primer verano que Trixie se haba lanzado a aprender a nadar, y aprendi tan bien que gan el primer premio en un concurso que hubo para los nios de su edad. Vic se alegraba mucho de que no hubiese ido al campamento, porque le encantaba tenerla con l. Y pensaba que deba agradecrselo a la precaria situacin econmica de los Peterson. Charles Peterson trabajaba de ingeniero elctrico en una fbrica de cueros de Wesley, y ganaba menos dinero que la mayora de los habitantes de Little Wesley. O, mejor dicho, mantena a su familia exclusivamente con su sueldo, mientras que mucha otra gente de Little Wesley, como el mismo y Phil Cowan, por ejemplo, tenan otros ingresos fijos adems del sueldo. Melinda, con gran pesar por parte de Vic, miraba a los Peterson por encima del hombro por considerarlos poco cultos, y no se daba cuenta de que los MacPherson, por ejemplo, no eran ms cultos que ellos, y que quizs en el fondo lo que de verdad le molestaba era su casita blanca de poca calidad y con el techo de madera. A Vic le agradaba mucho que a Trixie tal cosa no le importase en absoluto. En un distinguido anuario britnico que sala en junio, la Greenspur Press de Little Wesley, Massachusetts, apareca citada por su tipgrafa, su exquisita impresin y su esmerada calidad en general, y era este un tributo que Vic valoraba ms que cualquier 53

xito econmico que hubiese podido lograr. Tena muy a gala el que en los veintisis libros que haba publicado no hubiese ms que dos erratas. La Vida rural y economa de Jenofonte hacia su libro nmero veintisiete, y ni l ni su meticuloso impresor Stephen Hines podan encontrar ninguna errata, y eso que en aquel caso el peligro se incrementaba por venir las pginas pares escritas en caracteres griegos. La probabilidad de que se produjesen erratas, aun a pesar de una rigurosa correccin de pruebas, iba a ser el tema de un ensayo que Vic pensaba escribir alguna vez. Haba algo diablico e insuperable en las erratas de imprenta, como si formasen parte del mal natural que impregnaba la existencia del hombre, como si tuviesen vida propia y estuviesen decididas a manifestarse como fuese, con la misma inexorabilidad con que las malas yerbas crecen en los ms cuidados jardines. Lejos de notar frialdad alguna en sus amigos -como se segua empeando en sostener Melinda-, Vic encontraba mucho ms fciles sus relaciones sociales. Los Meller y los Cowan no volvieron a hacerles ninguna invitacin de momento, tanteando el terreno por temor a que Melinda se comprometiese en el ltimo momento con Ralph o con algn otro, como haba estado haciendo tan a menudo. Ahora todo el mundo los trataba como a una pareja que, adems, se supona que era feliz y se llevaba bien. Vic, en los ltimos aos, haba llegado a sentir verdadero aborrecimiento por los mimos que le profesaban los anfitriones comprensivos. Detestaba que le estuviesen permanentemente ofreciendo otra copa y enormes trozos de pastel como si fuese un nio abandonado o una especie de invlido. Era muy posible que su matrimonio con Melinda adole