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Las primeras informaciones sobre una tierra ricaen oro, ubicada al sur de Panamá, llegaron a noticiadel capitán extremeño Vasco Núñez de Balboacuando estaba realizando su expedición descubri-dora del mar del Sur. En esta jornada sirvió comolugarteniente del capitán el trujillano Francisco Pi-zarro, un hombre poco adiestrado en las letras perobaquiano en la colonización del territorio america-no; había llegado a Santo Domingo en 1502 comopaje del gobernador de la isla Española, después in-tervino en diferentes empresas de conquista en laregión del Caribe y hacia los años 20 del siglo XVIera uno de los más prominentes vecinos de Panamá.Pero le correspondió al regidor panameño Pascualde Andagoya, nombrado visitador general de los in-dios de Castilla del Oro (1523), la fortuna de ser elprimero en dominar a los nativos del señorío del Bi-rú y de llegar con sus barcos hasta la desembocadu-ra del río de San Juan, en la actual costa de Colom-bia, donde recogió noticias confirmatorias de aquelpaís abundante en metales preciosos.

Animado por la inquietud de hacerse rico y po-deroso, Pizarro se dedicó a preparar la denominada“empresa del Levante”, que debería culminar en laincorporación del Perúal dominio español. Condicho propósito, formóuna compañía junto a suviejo socio Diego de Al-magro, manchego pro-pietario de tierras y ga-nado en Panamá, y alclérigo Hernando de Lu-que, que era maestres-cuela de la catedral pa-nameña. Según lo acor-dado entonces, Pizarrodebería encargarse de di-rigir las tropas, Almagrosería el proveedor de sol-dados, víveres y pertre-chos, y el clérigo tendría

a su cargo la representación de la empresa ante lasautoridades de Tierra Firme. De tales planes se en-teró pronto el gobernador Pedrarias Dávila, quiense asoció al negocio entregando una cuota de dine-ro y suscribió la licencia necesaria para la partida.

Fue el 13 de setiembre de 1524 la fecha en quePizarro salió para su primer viaje perulero, hacién-dose a la vela en una pequeña embarcación nombra-da “Santiago”. Marchaba al frente de 112 soldados yalgunos indios nicaraguas de servicio, con variosperros de guerra y unos cuantos caballos. Tras rea-lizar escala en el archipiélago de las Perlas, los ex-pedicionarios avanzaron bordeando las orillas delmar del Sur, hasta que –ya escasos de medios desubsistencia– saltaron a tierra en Puerto del Hambrepara esperar aquí la llegada de más alimentos; lahueste andaba descontenta por la insalubridad deese territorio y la falta de perspectivas halagüeñas.Como el propio término de Puerto del Hambre lodeja sospechar, en este sitio fallecieron más de trein-ta individuos a causa de desnutrición, pues sólocontaban con palmitos y mariscos para llenar susestómagos.

Prosiguiendo la ruta costera, Francisco Pizarro ysus compañeros arriba-ron en febrero de 1525 aun lugar amurallado co-nocido como el fortíndel cacique de las pie-dras. Ingrato recuerdoles iría a producir estaetapa del camino: en unamadrugada fueron recia-mente atacados por lospobladores lugareños,armados de lanzas y fle-chas, haciendo retroce-der a los extranjeros.Muchos integrantes dela tropa ibérica acabaronheridos de consideraciónen el combate (entre

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PIZARRO Y ALMAGRO

Mapamundi elaborado en 1544 por Gemma Frisius, médico y astrónomo neerlandés, tomado de la Cosmografía (1581)

de Pedro Apiano.

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ellos, el mismo capitán), y en vista del desalientogeneral y de la débil protección que tenían para en-frentar los obstáculos de aquella región, resolvieronabordar nuevamente el “Santiago” y hacer la trave-sía de vuelta con rumbo a Panamá.

Por su parte, Almagro salió posteriormente de lacapital de Castilla del Oro, secundado por 64 hom-bres de guerra, y navegó con dirección meridionalsiguiendo las trazas de sus compatriotas. Llegó asíal mismo asiento del cacique de las piedras (rebau-tizado después como Pueblo Quemado), donde letocó igualmente librar un encuentro con los bravosnativos; en esta batalla el capitán manchego tuvo ladesgracia de perder un ojo, a consecuencia de uncertero flechazo de los enemigos, y hubo de ser au-xiliado por su gente para poder huir embarcándoseen un barquichuelo, el “San Cristóbal”. Con todo, lahueste determinó avanzar más hacia el sur, de talmanera que llegó por mayo de 1525 al río de SanJuan, el cual anteriormente había explorado Anda-goya. En vista de que no hallaron ulteriores eviden-cias del paso de gente peninsular por aquella zona,Almagro ordenó emprender el retorno a su punto departida, a fin de reunirse con los otros participantesen la empresa del Levante.

En la playa de Chochama, no lejos de las islas delas Perlas, se encontraron nuevamente los viejos so-cios. Aunque habían fracasado en su primer intentode aproximación a las ricas tierras del Perú, no sedejaron vencer por esta adversidad y comenzaron aalistar con mucho empeño una segunda expedicióndescubridora. Parece que el gobernador Pedrarias,contrariado por la pobreza del botín obtenido, man-dó brindar el reconocimiento de capitán adjunto aDiego de Almagro, quien gozaría en adelante de lamisma dignidad que Pizarro. Además, se afirma queel 10 de marzo de 1526 ambos jefes, juntamentecon el maestrescuela Hernando de Luque, firmaronen Panamá un contrato para desarrollar la ansiadaconquista del “reyno del Pirú”, obligándose a efec-tuar una distribución tripartita de las ganancias; pe-ro la autenticidad de este documento, que refiereuna aportación de 20 000 pesos donada por Luque,no ha sido plenamente certificada (Maticorena1966).

Hechos los arreglos pertinentes, el segundo via-je empezó con una avanzada veloz hasta el conoci-do río de San Juan. Al observar que la tierra queexistía más adelante era pantanosa y mal dotada demantenimientos, se resolvió que la hueste permane-ciera en dicho punto mientras Almagro iba a conse-guir refuerzos en Panamá. Entretanto, el piloto mo-

guereño Bartolomé Ruiz recibió la comisión de na-vegar e inspeccionar hacia adelante en el mar delSur; así fue que descubrió la isla del Gallo, la bahíade San Mateo, la ensenada de Coaque y la isla de Sa-lango, habiendo traspasado la línea ecuatorial. Peroel hecho más importante de su exploración es quetopó con una balsa de mercaderes indígenas, de lacual tomó lana de auquénidos, tejidos de algodón,piedras preciosas, piezas de cerámica y unos cuan-tos muchachos, a quienes se entrenó para servir co-mo intérpretes (Szászdi 1978). ¡Eran las primerasmanifestaciones directas que adquirían del imperiogobernado por Huayna Capac!

Luego de regresar Almagro con provisiones,continuó la marcha de la tropa a través de la regióncosteña llena de manglares, cuyas incomodidadesmortificaban naturalmente a los soldados. Dejándo-se guiar por la inspección que había desarrollado elpiloto Ruiz, los expedicionarios marcharon hasta elrío de Tempula o Santiago, adonde llegaron en juliode 1527, y ante los inconvenientes que ofrecía eseterritorio acordaron hacer un establecimiento pro-visorio en la isla del Gallo, mientras se aguardaba lavenida de nueva ayuda material. A estas alturas pre-dominaban en la hueste –compuesta de unosochenta soldados– el desaliento y las ganas de evi-tar más penurias yendo de regreso al istmo; pero elcapitán extremeño se mantenía resuelto en su con-vicción de no detenerse hasta llegar a la famosa tie-

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Carta universal de la Tierra Firme y de las IndiasOccidentales, autor anónimo (Venecia, ca. 1534).

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rra rica en oro. Como es bien sabido, los soldadostramaron su liberación remitiendo un mensaje dequeja al gobernador de Tierra Firme, Pedro de losRíos, y en un papel metido dentro de un mazo de al-godón le escribieron:

Pues, señor gobernador,mírelo bien por entero,que allá va el recogedor [Almagro]y acá queda el carnicero [Pizarro].

Atendiendo las reclamaciones de los desconten-tos, el gobernador nombró a un emisario con la ta-rea de que obligase a Pizarro a retornar con todossus compañeros a Panamá. Fue entonces, en se-tiembre de 1527, que tuvo lugar el célebre episodiode la isla del Gallo, un acontecimiento decisivo enla historia de la conquista del Perú y que cubrió degloria a sus protagonistas. El capitán de la huestellamó a los hombres más valientes a secundarlo ensu empresa, negándose a obedecer lo mandado porla autoridad del istmo. Los trece que cruzaron la ra-ya de la fama fueron: Nicolás de Ribera el Viejo,Cristóbal de Peralta, Antón de Carrión, Domingo deSoraluce, Francisco de Cuéllar, Juan de la Torre, Pe-dro de Halcón, García de Jarén, Alonso de Briceño,Alonso de Molina, Gonzalo Martín de Trujillo, Mar-tín de Paz y Pedro de Candia, este último de origencretense.

Los arrojados guerreros se instalaron en la Gor-gona (isla vecina a la del Gallo) para esperar el arri-bo de Bartolomé Ruiz, en cuya nave deberían hacer-se a la vela con rumbo al sur. Y cuando por fin lle-

gó dicha embarcación, salieron para unafeliz jornada de descubrimiento. Luego depasar frente a la isla de Puná, un sitio degran importancia estratégica y comercial,siguieron navegando hasta detenerse enTumbes. Para visitar esta ciudad fortifica-da –tan llena de edificaciones militares ycercana al mar que sugirió el apelativo deNueva Valencia– se mandó, entre otros, aMolina y a Candia, quien era un sujetocon larga experiencia del mundo; todosellos quedaron impresionados de la orde-nada arquitectura y de las muestras amis-tosas de la población, pero causaron a lavez extrañeza entre los nativos debido a

sus armas de fuego, sus armaduras de metal, sus pa-labras raras...

Imbuidos de lógico entusiasmo, Pizarro y susfieles seguidores continuaron la travesía con rumbomeridional. Viajando a orillas de pueblos antigua-mente sujetos al reino de Chimú, se detuvieron enel puerto de Malabrigo (donde saltó a tierra un ma-rinero) y llegaron hasta la desembocadura del ríoSanta, cerca del actual Chimbote; seguramente oye-ron comentarios sobre el rico valle de Chincha, cu-ya hegemonía político-económica se dejaba percibiren la costa central del Tahuantinsuyo. Pero a co-mienzos de mayo de 1528, sin animarse a proseguirmás allá del Santa, resolvieron que lo más prudenteera iniciar el retorno a Tierra Firme; descubierto yapor los castellanos el imperio de los incas, hacía fal-ta un sustento bélico más poderoso para tratar desojuzgar a este país.

Ahora tocaba preparar convenientemente la jor-nada definitiva de conquista del territorio peruano.Como Pedro de los Ríos, el gobernador panameñoque se había opuesto a Pizarro, no cesaba de ofre-cerles tropiezos, los socios de la empresa del Levan-te acordaron que un representante viajara a la me-trópoli con el objeto de gestionar a nombre de ellosla autorización oficial para emprender su ambiciosoproyecto. El personaje elegido fue el mismo Fran-cisco Pizarro, a quien se instruyó que debía solicitarante el monarca las siguientes mercedes: el título degobernador para sí mismo, el de adelantado para Al-magro, el de obispo para Luque, el de alguacil ma-yor para Bartolomé Ruiz y otras prestantes dignida-des para los Trece del Gallo.

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Los indios americanos son vistos como caníbalesen un grabado de Theodor de Bry, siglo XVI.

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En setiembre de 1528 abandonó dicho jefe el ist-mo centroamericano, dirigiéndose a España encompañía de Domingo de Soraluce y Pedro de Can-dia, junto con algunos muchachos indígenas de lacosta peruana y media docena de auquénidos; tam-bién llevaba productos de metalurgia, cerámica ytextilería incaicas. Después de registrarse en Sevillahubo de enfrentar complicaciones a causa de ciertolitigio que tenía pendiente, pero finalmente logrórecuperar la libertad y presentarse en Toledo –sedetemporaria de la corte– ante los magistrados delConsejo de Indias. No le resultó difícil exponer lautilidad de la empresa que llevaba entre manos, he-cho que allanó el camino para redactar la famosa ca-pitulación, que signó en la mencionada ciudad el 26de julio de 1529, al lado de la emperatriz Isabel,mujer de Carlos V. En virtud de este documento, Pi-zarro salió favorecido con los cargos de gobernador,capitán general, adelantado y alguacil mayor deNueva Castilla, mientras que su socio Almagro sólorecibió la designación de alcaide de la fortaleza deTumbes, Luque fue nombrado obispo de la mismaciudad y Ruiz mereció el título de piloto mayor delmar del Sur. El territorio de Nueva Castilla, dondese llevaría a cabo la conquista y población encarga-da a Pizarro, comprendía 200 leguas de longitud,desde el río Santiago hasta el valle de Chincha.

Culminadas con tal éxito las negociaciones cor-tesanas, el flamante gobernador se encaminó a supoblación natal de Trujillo, en Extremadura, dondetuvo un emotivo reencuentro con viejas amistades ymereció el reconocimiento de sus familiares y paisa-nos. Atrajo para la empresa conquistadoraa sus hermanos Hernando, Juan y GonzaloPizarro, además de muchos otros hombresde guerra, con los cuales marchó hacia lacosta andaluza a fin de aprestar su embar-que a las Indias. Parece que tuvo enfrenta-mientos con los funcionarios de la Casa deContratación y con los oficiales designa-dos para administrar la real hacienda en lanueva provincia, motivo por el cual debióhacerse a la mar precipitadamente, en ene-ro de 1530.

Según es dable suponer, Almagro que-dó bastante dolido al enterarse de la repar-tición de oficios públicos acordada en lametrópoli. Además, su jerarquía dentro dela hueste perulera quedó bastante dismi-nuida por la presencia del numeroso clande los Pizarro: eran cuatro hermanos po-derosos, rodeados de un buen cortejo de

soldados extremeños, llenos de arrogancia y nadadispuestos a admitir contemplaciones u opinionesdiscordantes. Pero los ánimos encendidos fueroncautamente disueltos por obra del clérigo Luque–obispo electo que nunca llegó a pisar la tierra pe-rulera–, un individuo cuya figura aparece medioborrosa pero absolutamente decisiva en la trama delos sucesos que nos ocupan.

Aquellos soldados que se enrolaron en la “em-presa perulera” provenían de distintas regiones dela península Ibérica, eran por lo general jóvenes yde espíritu guerrero, aunque escasos de ilustración.Algunos contaban con experiencia en la lucha con-tra los indios, pues habían hecho sus primeras ar-mas en Nicaragua o Panamá; pero casi todos teníanpor común denominador a la pobreza. En la huestese mezclaban hidalgos segundones con villanos ygente marinera, lo mismo que moriscos y judíosconversos, y había unos cuantos extranjeros, comoel artillero Pedro de Candia, natural de la isla deCreta. No faltaban incluso personajes de la talla dePedro Cataño, quien era un sevillano pobre peroemparentado directamente con un linaje genovés dericos comerciantes, entre cuyos miembros se conta-ban cardenales, arzobispos y el propio dux de Gé-nova (Busto Duthurburu 1981).

Guiados por su impulso hacia lo desconocido ylo nuevo, partían los conquistadores con la ambi-ción de adquirir oro y, sobre todo honra, a fin deperpetuar la buena fama de su persona y su descen-dencia. Antes de conseguir esto, sin embargo, ha-brían de padecer mucho miedo, penurias de hambre

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Hernando de Luque, Francisco Pizarro y Diego de Almagro forman lacompañía para la conquista del Perú; ilustración de Theodor de Bry, 1597.

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y enfermedades, y aun lamuerte. El hecho es que losconquistadores que perma-necieron luego en las Indiasserían recompensados conjugosas mercedes. Unos re-cibieron repartimientos deindios, cargos en los cabil-dos y solares en las ciudadesrecién fundadas a la usanzaespañola; otros obtuvieronademás título de hidalguía yfueron incorporados a lasórdenes caballerescas. Losconquistadores formaron enAmérica –como es sabido–una nueva aristocracia,adoptando el modo de vidaseñorial que ellos habían co-nocido como el ideal en elViejo Mundo.

Al efectuarse un alardegeneral previo a la salida dePanamá, se comprobó que latropa destinada a la con-quista de Nueva Castilla es-taba formada de 180 hom-bres y 37 cabalgaduras. La partida ocurrió en enerode 1531. Navegaron los expedicionarios directa-mente hasta la bahía de San Mateo (ya dentro de losconfines del imperio incaico), con el propósito decontinuar luego la ruta por tierra. Caminaron a lolargo del litoral hasta Coaque, un sitio que resultóabundante en esmeraldas; la fundición de las pie-dras y metales preciosos hallados en este paraje ori-gina –dicho sea de paso– los más antiguos registrosde cuentas fiscales que existen respecto al Perú.Además, es importante señalar que allí fueron ata-cados los soldados por una molesta epidemia de ve-rrugas, que desfiguraba los rostros y minaba lasfuerzas de la gente. En el curso de la estadía de cin-co meses en Coaque, sucedió la llegada de Sebastiánde Benalcázar, jefe militar procedente de Nicaragua,quien se incorporó con su compañía a las filas piza-rristas, y lo mismo hicieron por entonces los agen-tes de la real hacienda, que habían permanecido re-zagados en la península.

Portoviejo, Manta y la punta de Santa Elena sonalgunos de los lugares que tocaron los conquistado-res al proseguir su recorrido por el litoral ecuatoria-no. Invitados –con no muy benignos propósitos–por el reyezuelo Tumbalá, arribaron alrededor de la

Navidad de 1531 a nuestraconocida isla de Puná. Aquímantuvieron una lucha conlos nativos, de la cual salie-ron eventualmente victorio-sos, gracias a la llegada delcapitán Hernando de Sotocon refuerzos traídos desdeNicaragua.

La hostilidad frente a losguerreros castellanos, estavez ordenada por el caciqueChilimasa, se repitió al hacerellos su traslado a las playasde Tumbes. Cuando desem-barcaron en esta población,se dieron con la decepcio-nante sorpresa de que laamurallada ciudad (cuyosedificios pétreos fueron ala-bados inclusive en la corte)estaba semiderruida, incen-diada, saqueada; apenas sepudo rescatar unos cuantosobjetos de oro entre los es-combros de las casas destrui-das. A fin de ejecutar un cas-

tigo ejemplarizador y averiguar la verdad en torno alos sucesos que habían ocurrido, el capitán generalencargó a Soto internarse en la comarca tumbesina,donde debía procurar la captura del cacique hostil.

Esa desoladora visión de la ciudad, que tantasexpectativas había creado, motivó una ola de des-contento entre los seguidores de Pizarro, pues idea-ban que los había engañado con falsas noticias so-bre la grandeza del imperio de Huayna Capac. ¿Pe-ro qué había acontecido realmente en el lapso inter-medio entre el segundo y tercer viaje de la conquis-ta? La belicosidad y el ruinoso estado de las pobla-ciones norteñas se debían, evidentemente, a la gue-rra civil que libraban los descendientes de HuaynaCapac por imponer su predominio en el territorioincaico. Más aún, Hernando de Soto sacó en claroque Atahualpa, el pretendiente que representaba ala facción asentada en la zona de Quito-Tumipam-pa, se hallaba relativamente cerca del lugar dondeestaban los peninsulares (tal vez en Huamachuco) yse mantenía al corriente de los movimientos de es-tos invasores, a quienes algunos ministros religiososquerían ver como viracochas o hijos del Sol.

Dejando instalada en Tumbes una pequeña guar-nición, el ejército de Pizarro atravesó extensas zo-

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Imagen idealizada de un señor indígena en laportada del texto de Jerónimo Benzoni, Der

Historien Hiero. Benzo. von Menlandt(Frankfurt am Main, 1597).

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nas desérticas antes de levantar un nuevo campa-mento junto al pueblo de Poechos, en mayo de1532. El jefe de la comunidad, nombrado Maizavil-ca, atendió regaladamente a los viajeros e inclusiveles ofreció un mozo de su familia para que sirviesede intérprete. Al dirigente autóctono de esta comar-ca le parecía atinado impulsar a los españoles a en-caminarse hacia la cordillera andina, pensando queen algún escenario serrano habrían de enfrentarsecon las huestes de Atahualpa, el inca victorioso que,aparentemente, no disfrutaba del afecto de los talla-nes. Pero este mismo soberano, por cierto, tambiénsentía curiosidad por conocer las virtudes y defectosde los extraños visitantes, debido a lo cual mandóun espía al campamento de Poechos; anótase que di-cho orejón –miembro de la nobleza incaica– quedóespecialmente deslumbrado por las habilidades delherrero, del domador de caballos y del barbero, “quehacía mozos a los viejos”... Al llegar a este punto desu acción colonizadora, el gobernador de NuevaCastilla entendió que era conveniente asentar unpueblo hispánico, donde deberían establecerse losfuncionarios regios y los expedicionarios impedidosde participar en sucesos riesgosos, pues ciertamentese aproximaban circunstancias duras y resolutorias.

Tras caminar algunas leguas avistó el valle de Tanga-rará, un agradable emplazamiento bañado por el ríoChira, y aquí fundó el dignatario la ciudad de SanMiguel, tal vez el 15 de julio de 1532. Además deltesorero, contador y veedor de la real hacienda, per-manecieron en la nueva población unos cincuentavecinos, hombres enfermos o pusilánimes, mientrasque el resto de la tropa efectuaba los aprestos nece-sarios para comenzar el ascenso a la serranía, mar-chando con todo vigor en pos del inca.

Durante el tercer viaje de los socios perulerosquedó prácticamente borrada la personalidad deDiego de Almagro. Todo el poder se hallaba con-centrado en el capitán general, Pizarro, apoyado ensus hermanos y los integrantes de la facción extre-meña de la hueste. Este predominio era viabilizadono sólo por su mayor número, sino también por lainclinación de Francisco y Hernando Pizarro alejercicio de autoridad, lo cual determinó que goza-ran de una capacidad casi ilimitada para asignarcastigos o recompensas; el único obstáculo lo cons-tituían el tesorero Riquelme y los demás agentes fi-nancieros, pero el caudillo se empeñó en mante-nerlos alejados de la toma de decisiones importan-tes (Lockhart 1972).

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IISOMETIMIENTO DE LOS INCAS Y FUNDACIÓN

DE CIUDADES

En el valle de Piura, por los primeros días deoctubre de 1532, se detuvo el ejército pizarrista pa-ra realizar los últimos ajustes en su composición ymedios de defensa; estaba integrado por 62 jinetesy 106 peones, que eran los destinados a interveniren los célebres episodios que determinarían la suje-ción del imperio incaico. La marcha empezó conun recorrido a lo largo de la costa, atravesandopueblos como Tambo Grande, Chulucanas, Serrán,Motupe, Jayanca y Cinto. Una vez más, se encargóa Hernando de Soto la misión de explorar los terri-torios adyacentes, donde este capitán verificó losestragos ocasionados por la guerra entre los bandos

aborígenes y luego retornó ante su jefe acompaña-do de un embajador de Atahualpa, quien traía co-mo obsequio unas fortalecillas de piedra y ciertospatos desollados; su mensaje, presumiblemente,era que los foráneos tenían la muerte segura... Noobstante ello, Pizarro ordenó que siguiera el avancepor los arenales costeños hasta que el 6 de noviem-bre se determinó escalar desde Saña hacia la cordi-llera andina.

Había conocimiento de que el inca, rodeado deun numeroso conjunto de soldados, estaba a la sa-zón reposando en Cajamarca. A este lugar se enca-minaron los valientes españoles, enfrentando al frío

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temple de las montañas andinas. Tras una semanade caminata, aparecieron ante sus ojos los edificiosde piedra de Cajamarca, ciudad que encontrarondeshabitada. No muy lejos de ésta descubrieron elcampamento incaico, y de inmediato se despachóuna comitiva encabezada por Soto y Hernando Pi-zarro, quienes portaban la consigna de invitar alsoberano autóctono para entrevistarse con el caudi-llo de la hueste. Fue entonces que ellos pudieronadmirar la rigidez y compostura de su ilustre inter-locutor, el cual no se dejó sorprender –o fingió noestar sorprendido– por la fisonomía, trajes y otroselementos peculiares de los extranjeros.

Quedó acordado que Atahualpa se presentaríaen la plaza de Cajamarca el día siguiente, 16 de no-viembre de 1532 (un sá-bado, para más señas).Cargado sobre los hom-bros de sus vasallos enuna litera de oro, el mo-narca llegó ahí pasado elmediodía y sostuvo enseguida un diálogo –me-diante el intérprete Feli-pillo– con el dominicofray Vicente de Valverde,quien debía cumplir conla formalidad de expo-nerle el requerimiento.Tal como sabemos, estetexto intentaba persua-dir a los nativos paraque se sometieran pací-ficamente a la obedien-

cia de la corona, por cuanto el vicario de Cristo ha-bía donado las tierras americanas al rey de Castilla.Pero el gobernante vernáculo no comprendió, des-de luego, el mensaje que procuraba transmitirle elfraile y, más aún, arrojó al suelo un libro sagradoque puso en sus manos Valverde.

Lo que sucedió a continuación es un hecho tanfamoso como incapaz de explicarse con certeza. Losencabalgados ibéricos, que habían permanecido es-condidos en los alrededores de la plaza, salieron im-petuosamente de sus guaridas, lanzándose sobre losmiles de súbditos atahualpistas que llenaban el re-cinto, mientras que la artillería dirigida por Pedrode Candia hacía tronar sus cañones. Aturdidos,anonadados, faltos de recursos defensivos, los abo-rígenes retrocedieron con la intención de escaparfuera de la plaza, y en su desesperación varios mi-llares de ellos terminaron muertos por asfixia oaplastamiento. En otro lugar del escenario, el incaera sacado de su opulenta litera y conducido comoprisionero ante la presencia de Pizarro.

La prisión de Atahualpa, recluido desde aquellafecha en el Amaru Huasi o “casa de la serpiente”,significaba para el estado incaico la incapacidad demovimiento de su dignatario supremo y, conse-cuentemente, dejaba en relativa libertad a muchosgrupos étnicos sometidos por la fuerza al linaje im-perial quechua. Mas el príncipe regnícola, que eraun hombre de despejada inteligencia, comenzó aurdir la trama que debería permitirle recobrar su so-beranía. Sabiendo de la codicia de los peninsularespor los metales preciosos, ofreció al gobernador deNueva Castilla llenar un cuarto de oro y dos de pla-

ta, a cambio de que fue-ra eximido del cautive-rio. La propuesta fueaceptada por el militarextremeño y entoncesse remitieron dos expe-diciones a sendos focosde peregrinación reli-giosa, con el fin de apu-rar la recaudación deltesoro; así, HernandoPizarro, partió con ungrupo de jinetes al san-tuario costeño de Pa-chacamac, en tanto queotros soldados se diri-gieron a recoger las pie-zas metálicas guardadasen el Cuzco.

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La marcha del inca Atahualpa a Cajamarca para su encuentrocon la hueste perulera. Atahualpa sería capturado en esta plaza

el 16 de noviembre de 1532.

Fray Vicente deValverde leyó elrequerimientoal incaAtahualpa enla plaza deCajamarca, fueel primerobispo del Perúy murió en laisla de la Punáa manos de losindígenas en1541.

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A todo esto, hay que indicar que aún se hallabalatente la guerra civil entre las facciones incaicas.Huáscar, mantenido en reclusión por los partidariosatahualpistas, perdió la vida al ser victimado y arro-jado al río Andamarca, en virtud de una orden dic-tada por su oponente. Y es que el inca, pese a en-contrarse cautivo en Cajamarca, todavía gozaba deextraordinario prestigio y conservaba sus facultadesde mando sobre los vasallos nativos. Además, lascondiciones de su carcelería eran relativamenteconfortables, pues le dejaban amplio margen decontacto con españoles e indios; una carta del licen-ciado Gaspar de Espinosa escrita por este tiempo re-vela lo siguiente: “la persona del cacique es la másentendida e de más capacidad que se a visto, e muyamigo de saber e entender nuestras cosas; es tanta,que xuega al ajedrez harto bien...” (Porras Barrene-chea 1959: 66).

Al cabo de pocas semanas venció el plazo que elrecluso había señalado para llenar dos cuartos del“rescate” con oro y plata, sin que hubiera logrado–al parecer– el cumplimiento de su oferta. El 10 demayo de 1533 Pizarro y los principales dirigentes dela expedición dictaminaron la necesidad de em-prender inmediatamente la fusión de metales pre-ciosos, pues convenía apartar la cuota del botín per-teneciente a la corona y remitirla a la metrópoli, conel objeto de exhibir los frutos de la empresa con-quistadora ante el soberano. Al hacerse la distribu-ción del tesoro, el capitán general recibió 57 220 pe-sos de oro y 2 350 marcos de plata, cada jinete ob-tuvo en promedio 8 880 pesos y 326 marcos, cadapeón 4 440 pesos y 181 marcos; el quinto real mon-tó nada menos que 100 000 pesos y 5 000 marcos.El único de los 168 sujetos participantes de la cap-tura del inca que no obtuvo recompensa pecuniariafue el dominico Valverde, puesto que sus votos depobreza se lo impedían.

Más de cien plebeyos y alrededor de cuarentaanalfabetos había en el grupo de soldados que in-tervinieron en la celebérrima acción de Cajamarca.Acerca de estos personajes, de su enorme valentía ysu afán de honra, de su superioridad bélica y de sucrueldad en el trato con los aborígenes, se han ex-puesto virtualmente todas las opiniones posibles.Uno de los investigadores que ha analizado conmayor profundidad ese conjunto humano, el nor-teamericano James Lockhart (1972), señala cómoes que Francisco Pizarro reunía los atributos nece-sarios para dirigir la empresa de conquista: influyósin duda la experiencia que había adquirido en lacolonización del Caribe y la zona del Darién, así

como los rasgos plebeyos de su educación, que lohacían proclive a juntarse con gente sencilla, amigade los juegos y ajena a los libros. También pesó de-cisivamente el prestigio de su familia y de su patriaextremeña.

Los hermanos Pizarro –Francisco, Hernando,Juan y Gonzalo–, rodeados estrechamente de deu-dos y paisanos suyos, fueron así capaces de ejercerun neto dominio entre la hueste. Esta preeminenciase apoyaba jurídicamente en el título de gobernadorde Nueva Castilla otorgado a Francisco, mientrasque su socio Almagro debió satisfacerse con el rolsecundario de proveer dinero, pertrechos y solda-dos y de comunicar a los expedicionarios peruleroscon el istmo de Panamá. En cuanto al destino de los168 “hombres de Cajamarca”, hay que considerarque una mitad de ellos regresó a vivir en España,disfrutando la riqueza que habían ganado merced asu actuación en el continente americano. Y la otramitad permaneció en el Perú, donde los otroraaventureros tomaron posesión de lucrativas enco-miendas, pasaron a desarrollar un régimen de vidaseñorial y se convirtieron en el grupo dirigente de lacolonia.

La suerte que debía correr Atahualpa fue materiade serias discusiones entre los españoles. Después

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El inca Atahualpa en un detalle de una galería de retratos delsiglo XVIII. Al llegar los españoles al Perú se encontraron conuna guerra ritual entre éste y Huáscar; fueron además testigosdel descontento entre los grupos étnicos respecto a los incas.

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de la toma de Cajamarca, habían llegado a esta ciu-dad los oficiales de la real hacienda y unos doscien-tos hombres bajo el mando de Almagro; ellos mali-ciaban que si el príncipe permanecía vivo, se man-tendría en los sucesivos repartos de botines el privi-legio de antigüedad ganado por los compañeros dePizarro, y debido a esto reclamaban su ejecución. Yaque había faltado a la promesa de brindar un deter-minado caudal de metales preciosos y puesto queera culpable de numerosos delitos y, además, con-servaba la jefatura de unas tropas enemigas –ar-güían los opositores a la supervivencia del inca –,era forzoso liquidar su existencia, con miras a per-petuar el dominio adquirido por Castilla sobre esteterritorio.

Ciertas noticias en torno a la proximidad de gue-rreros atahualpistas generaron finalmente la realiza-ción de un sumario proceso, en el que el desdicha-do monarca fue acusado de rebelde, traidor, homi-cida, adúltero, hereje... (su comportamiento, pues,no correspondía a las normas aprobadas en la socie-dad europea). En dicho juicio sirvió de intérprete eljoven Felipillo, un ladino indio tallán, a quien le to-có expresar en quechua la sentencia determinandoque Atahualpa había de morir en la hoguera, portratarse de un infiel a Dios. Sacado para la ejecuciónde tal condena a la plaza de Cajamarca, el 26 de ju-lio de 1533, el inca optó por recibir a último mo-mento el bautizo, lo cual dio lugar a que su pena demuerte en la hoguera fuera cambiada por la del ga-rrote, según tocaba a los cristianos delincuentes(Lohmann Villena 1983). De esta suerte expiró el

último gobernante del Tahuantinsuyo, siendo su ca-dáver enterrado en la primitiva iglesia que erigieronlos ibéricos en aquella ciudad.

El siguiente objetivo de los colonizadores fueapoderarse del Cuzco, el “ombligo del mundo” ocapital de los incas, cuya toma afirmaría la domina-ción de este imperio. Al salir de Cajamarca forma-ban parte del séquito pizarrista el general Calcuchí-mac, importante militar del ejército quiteño –en ca-lidad de prisionero–, y un hijo de Huayna Capac, elpríncipe Tupac Hualpa, a quien se proclamó comonuevo soberano incaico. La hueste tomó el caminolongitudinal de los Andes, que le permitió visitarHuamachuco, atravesar el callejón de Huaylas, bor-dear el lago Junín y contemplar en octubre de 1533el fértil valle del Mantaro, cuya verde floresta causóadmiración; los huancas, moradores de esta zona, seplegaron de inmediato a la causa de Pizarro, puestoque veían en la gente extranjera un medio propiciopara liberarse del sojuzgamiento de los quechuas.Al llegar a Jauja, se difundió la alarma de que unnutrido contingente de soldados atahualpistas esta-ba en las inmediaciones, amenazando detener lamarcha hacia el sur.

En Huaripampa tuvo lugar una batalla con esosviejos partidarios del inca ejecutado, donde Alma-gro, Soto, Juan Pizarro y otros jinetes consiguierondesbaratar la hostilidad de los aborígenes. Durantela permanencia del ejército en Jauja ocurrió lamuerte del joven Tupac Hualpa, causada por enve-nenamiento, y no resultó difícil sospechar que elpromotor de su desaparición había sido Calcuchí-

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Este apunte del siglo XIX muestra al inca Atahualpaofreciendo la entrega de metales preciosos para conseguir sulibertad. El inca sería juzgado por los españoles y condenado

a muerte por haber ejecutado a Huáscar.

Grabado de Theodor de Bry que muestra la ejecución del incaAtahualpa en 1533.

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mac. Pero como no existían pruebas suficientes deello, se resolvió soltar al jefe quiteño las cadenasque lo mantenían atado, con el propósito de que sa-liera a gestionar una rendición de los belicososcompañeros de su bando.

Captando la importancia económica y geopolíti-ca que tenía la comarca jaujina, Pizarro decidió ins-talar aquí una población cristiana; en efecto, dejóasentada una plaza militar con cabildo y ochentavecinos, bajo la responsabilidad de Alonso de Ri-quelme como teniente de gobernador. Estos habi-tantes fundacionales de Jauja española confiaban enutilizar, por cierto, la valiosa colaboración de losaliados huancas. Arreglados los elementos necesa-rios, la tropa prosiguió su ruta por Huancayo, lacuesta de Parcos y el pueblo de Vilcas. Importa ano-tar que el jefe de la vanguardia, Hernando de Soto,tuvo en Vilcaconga (8 de noviembre de 1533) undesafortunado encuentro con los guerreros atahual-pistas, en el cual cayeron cinco de sus subordina-dos, y al comprobarse que el taimado Calcuchímachabía sido el instigador de toda la mencionada seriede refriegas, se procedió a liquidarlo, echándolo enJaquijahuana a la hoguera.

Hallándose el campamento levantado en la pam-pa de Jaquijahuana, virtualmente a las puertas de lacapital incaica, se presentó otro hijo de Huayna Ca-pac, llamado Manco Inca; éste ofrecía su ayuda mi-litar para expulsar del Cuzco a los soldados norte-ños comandados por Quisquis y a las demás fuerzasque ocupaban dicha ciudad. Pizarro aceptó de bue-na gana su cooperación y dispuso las medidas nece-sarias para enfrentar la resistencia de esos oponen-tes. Mas luego de una violenta arremetida de la ca-ballería española y tras la deserción de soldadoschachapoyas y cañaris, los batallones oriundos deQuito prefirieron abandonar sus puestos en la oscu-ridad de la noche. De esta suerte el viernes 14 denoviembre de 1533, bajando por el cerro de Car-menca, Francisco Pizarro pudo hacer una victorio-sa y pacífica entrada a la ciudad imperial, escoltadopor sus subalternos e indios auxiliares.

Aunque la urbe estaba casi deshabitada, pues nohabía más que unos cuantos sacerdotes y viejos ore-jones de los linajes incaicos, quedaban en pie los

Calcuchímac,guerreroincaico, quienfueraejecutadobajo el cargode haberasesinado aTupacHualpa.

Francisco Pizarro, el principal inversionista en la empresa dela conquista del Perú y el hombre más poderoso en losprimeros años del Perú colonial. Fue asesinado por losdescontentos almagristas el 26 de junio de 1541, en Lima.

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impresionantes edificios de piedra, muchos de ellosrepletos de objetos metálicos y piedras preciosas,que tanta atracción ejercían en la mente de los sol-dados quinientistas. En la distribución de lugares deresidencia, el gobernador de Nueva Castilla tomópara sí el palacio de Casana, que había pertenecidootrora a Huayna Capac; Almagro se adueñó de unamansión vecina, ubicada frente a la plaza mayor;Gonzalo Pizarro escogió como vivienda el palacetede Cora-Cora. Y los conquistadores de rango infe-rior se dedicaron a saquear los edificios públicos,recogiendo joyas y objetos diversos que estaban enlos depósitos destinados a albergar los productosmás finos del imperio, sin retraerse de penetrar enel Coricancha o templo del Sol, ni en la casa de lasvírgenes escogidas...

Dos integrantes de la hueste designados por Pi-zarro, el capitán Diego de Agüero y el marinero Pe-dro de Moguer, salieron del Cuzco con la tarea deexplorar el famoso lago de Chucuito o Titicaca, quese reputaba legendariamente como el sitio de naci-miento de los incas. Tales comisionados arribaron allago de la meseta del Collao en diciembre de 1533 ytomaron posesión de sus aguas en nombre del reyde Castilla. Posteriormente, el 14 de marzo siguien-te, comenzó la fundición de los metales preciososrecogidos en el área cuzqueña; a diferencia del mon-to recaudado en Cajamarca, esta vez fue más impor-tante el caudal argénteo, ya que se registraron en to-tal 588 000 pesos de oro y 228 000 marcos de plata(equivalentes, poco más o menos, a 1 050 000 pe-sos). Con la repartición de este pingüe botín –másvalioso, en términos monetarios, que el pertene-ciente al “rescate” del inca– acabó de consolidarsela sujeción del Tahuantinsuyo, y de aquí en adelan-te observamos que el mayor interés del gobernadorde Nueva Castilla se hallará en el establecimiento deciudades hispánicas, destinadas a albergar a los ca-da vez más numerosos colonos (cf. Loredo 1958).

La ceremonia fundacional de la ciudad del Cuz-co, según usanza castellana, se llevó a cabo el 23 demarzo de 1534. En este acto Pizarro, rodeado porochenta de sus soldados, proclamó a la ciudad co-mo “cabecera de toda la tierra y señora de la genteque en ella abita” y le señaló sus primeros términos

jurisdiccionales (Busto Duthurburu 1978: 136);después fue constituido el cabildo, que tuvo comoalcaldes primigenios a Beltrán de Castro y Pedro deCandia. No fue posible que los líderes de la empre-sa colonizadora se quedaran a morar tranquilamen-te en esta sede, pues por el mismo tiempo llegaronnoticias acerca de la peligrosa expedición del gober-nador de Guatemala, adelantado Pedro de Alvarado,quien se aproximaba al Perú con la intención de to-mar para sí alguna parte de este rico país.

Mientras Almagro viajaba presurosamente a lacosta con el fin de detener al gobernador intruso, elcaudillo de la hueste se puso en marcha hacia el va-lle del Mantaro, donde había permanecido la guar-nición comandada por el tesorero Riquelme. Con-forme lo precisan documentos antiguos, 53 españo-les fueron los primeros vecinos de Jauja, ciudad quese fundó oficialmente el 25 de abril de 1534. Luegoempezaron a levantarse nuevos edificios en la po-blación ideada como la capital de Nueva Castilla,gracias a la mano de obra suministrada por los caci-ques huancas. El hecho de ser creada como urbe ca-pitalina y la abundancia de metales preciosos quedio fama al territorio recién conquistado, son losmotivos que originaron la difundida frase que hablade Jauja como sinónimo de opulencia o lugar afro-disíaco.

Sin embargo, no tardaron en evidenciarse una se-rie de factores negativos respecto de la vida en esaregión serrana. Se comprobó que los caballos, cerdosy aves de corral tenían dificultades para multiplicar-

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El lago Titicaca luce como un canal veneciano en este apuntede la Parte primera de la chrónica del Perú (Sevilla, 1533)de Pedro de Cieza de León. En la temprana produccióngráfica europea sobre América las ciudades y lugares delNuevo Mundo fueron recreados como urbes y espacios delviejo continente.

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se; los indios del litoral que venían a ofrecer su tri-buto enfermaban o morían debido a la alteración delclima; era un sitio mal comunicado con el extranje-ro por hallarse lejos del mar y rodeado de montañasnevadas; la colaboración de los indios lugareños, porañadidura, no era razón de peso suficiente paramantener allí el núcleo administrativo de la colonia.Por todo ello, mediante una democrática consultaentre los vecinos, se resolvió mudar la población a lacosta, cerca de un puerto y en un valle fructífero.Luego se comisionó a diversos emisarios con la mi-sión de examinar el terreno que sería más a propósi-to para establecer la nueva capital.

Antes de relatar las búsquedas que precedieron ala fundación de la Ciudad de los Reyes, conviene in-dicar el destino que corrió la expedición del ambi-cioso Pedro de Alvarado. Desembarcó con sus hom-bres a las orillas de Portoviejo y se internó en la se-rranía quiteña, mas pronto se dio con la ingrata sor-presa de que Almagro lo esperaba ya en las inmedia-ciones, secundado por el capitán Benalcázar y unnutrido ejército perulero. Hubo entonces negocia-ciones entre ambos jefes, las cuales condujeron a unacuerdo suscrito en Riobamba (agosto de 1534), porel que el caudillo Manchego se comprometía a de-sembolsar 100 000 pesos por la renuncia de Alvara-do a sus derechos de conquista en el mar del Sur ypor la adquisición de sus buques, armas y caballos,neutralizando de esta manera las beligerantes aspira-ciones del adelantado. Después de ello ambos perso-najes hicieron juntos un extenso recorrido costeño,llegando hasta el santuario de Pachacámac; aquí fue-ron recibidos, el primer día del año 1535, por el go-bernador de Nueva Castilla, quien hizo efectivo elpago que se había concertado meses atrás para impe-dir una guerra entre conquistadores españoles.

En cuanto a los prolegómenos del estableci-miento de una nueva capital debe señalarse el pro-yecto de asentarla en el lugar de Sangallán, vecinoal puerto de Pisco, cuyas bondades fueron elogiadaspor Nicolás de Ribera el Viejo; sin embargo, Pizarroopinaba que sería mejor instalar la nueva poblaciónen un punto ubicado algo más al norte. Después definiquitar la cuestión de Alvarado, eligió una comi-sión de tres jinetes (Ruy Días, Juan Tello y Alonso

Martín de Don Benito) para que recorriesen la cos-ta central en busca del emplazamiento apropiado.Los jinetes quedaron muy bien impresionados delvalle de Lima, surcado por el Rímac o “río habla-dor” y sujeto políticamente al curaca Taulichusco,notaron que era un sitio de óptimo clima –al menosen ese veraniego mes de enero–, de abundantes tie-rras de sembrío, bien provisto de agua y leña, situa-do a dos leguas de una bahía favorable al acodera-miento de barcos. Sea porque los tres comisionadospartieron en la festividad de los Reyes Magos o por-que el gobernador era gran devoto de estos persona-jes bíblicos, lo cierto es que se acordó denominarCiudad de los Reyes a la que debía erigirse en el va-lle, tan bien descrito por aquellos emisarios.

La fundación española de Lima y la consecuentedistribución de solares se realizaron el lunes 18 deenero de 1535; de acuerdo con las pautas urbanísti-cas dictadas para las colonias de América, se aplicóa esta ciudad una planta en forma de tablero de aje-drez, con calles rectas y solares cuadrados. En la ce-remonia de la juramentación de los primeros regi-dores de su cabildo, obtuvieron las varas de alcaldíaRibera el Viejo y Juan Tello, dos veteranos de la co-lonización indiana. Con extraordinaria rapidez fuecreciendo en magnitud dicha población, que desdeentonces ha servido ininterrumpidamente comocentro gubernativo del Perú.

Tal dedicación pobladora se mantuvo en losaños siguientes del régimen pizarrista (cf. DuránMontero 1978). Luego de haber instalado la urbe aorillas del Rímac, el capitán general se desplazó alvalle de Chimo, asiento de la ciudadela de ChanChan, con el propósito de levantar un núcleo urba-no que estuviera a mitad del camino entre Lima ySan Miguel. Fue así que el 5 de marzo de 1535, ofre-ciendo un homenaje a su patria extremeña, presidióla fundación de Trujillo; en el lapso de pocos díasarregló la distribución de encomiendas de indios,supervisó la traza de la ciudad, ordenó el reparto desolares entre sus primeros treinta vecinos, y al mar-charse dejó instalado como teniente de gobernadora Martín de Estete. De esta forma se cimentaba la vi-da hispánica en el floreciente territorio de NuevaCastilla.