Gracias Por El Cafe

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GRACIAS POR EL CAFÉ Mille trecento ventisette, a punto Su l’ora prime, il dì sesto d’aprile, Nel laberinto intrai, né veggio ond’esca (En mil trescientos veintisiete, justo a primera hora del día seis de abril, en el laberinto entré, y aún no veo la salida) PETRARCA Algunas noches de insomnio me levanto y me acerco al río. Me asomo al pretil del puente viejo para escuchar el ruido negro del agua, pronuncio tu nombre hasta que se vuelve sonido inane, regreso. Regreso dando una vuelta innecesaria a espaldas de la catedral porque quiero inspeccionar la esquina donde los almacenes Iturrioz propusieron durante décadas la moda domesticada para las mujeres de funcionarios municipales y sus escaparates reflejaban los guiños de luz del cine Palace, enfrente, con sus cartelones de colores enalteciendo un chaflán que ya no parecía gris ni provinciano como todos los chaflanes sin misterio de esta ciudad insulsa. Sabes ya, te lo he contado muchas veces, que el cine se convirtió en bingo, es ahora Caja de Ahorros y que los almacenes Iturrioz sucumbieron, como las tabernas, a la europeización del país para dejar paso a un videoclub y, tras interesadas especulaciones, a la ruina de toda la manzana sobre la que se extiende hoy un aparcamiento dicen que disparatado según los trazados urbanísticos más racionales. No sé. La esquina no existe pero yo la busco las noches de insomnio.

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Cuento de José María Conget, perteneciente a su libro Bar de anarquistas.

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  • GRACIAS POR EL CAF

    Mille trecento ventisette, a punto

    Su lora prime, il d sesto daprile,

    Nel laberinto intrai, n veggio ondesca

    (En mil trescientos veintisiete,

    justo a primera hora del da seis de abril,

    en el laberinto entr, y an no veo la salida)

    PETRARCA

    Algunas noches de insomnio me levanto y me acerco al ro. Me asomo al pretil del puente viejo para escuchar el ruido negro del agua, pronuncio tu nombre hasta que se vuelve sonido inane, regreso. Regreso dando una vuelta innecesaria a espaldas de la catedral porque quiero inspeccionar la esquina donde los almacenes Iturrioz propusieron durante dcadas la moda domesticada para las mujeres de funcionarios municipales y sus escaparates reflejaban los guios de luz del cine Palace, enfrente, con sus cartelones de colores enalteciendo un chafln que ya no pareca gris ni provinciano como todos los chaflanes sin misterio de esta ciudad insulsa. Sabes ya, te lo he contado muchas veces, que el cine se convirti en bingo, es ahora Caja de Ahorros y que los almacenes Iturrioz sucumbieron, como las tabernas, a la europeizacin del pas para dejar paso a un videoclub y, tras interesadas especulaciones, a la ruina de toda la manzana sobre la que se extiende hoy un aparcamiento dicen que disparatado segn los trazados urbansticos ms racionales. No s. La esquina no existe pero yo la busco las noches de insomnio.

  • Te pongo estas lneas desde mi alcoba de monje laico, que otras veces te he descrito, a esa hora en que el hasto de la jomada va dando paso al goteo de una insufrible melancola que se encharca entre el pecho y el bajo vientre conforme la noche de octubre desciende lenta como un tren correo que viene de lejos. Y yo te escribo con la misma morosidad que el declinar de la tarde y ya ves que con tpicos cansinos de una literatura desgastada por el roce, igual que yo. La tarde declina pero ni siquiera es octubre salvo en el recuerdo que, despus de lo que pas ayer, ha fijado minuto a minuto cada

    uno de los gestos tuyos que desembocaron en la despedida. A ese instante me conducen tambin mis propias palabras mediante rodeos y desvos pero fieles animales a su querencia. Me gusta llevarlas ms all para que arriben a su meta con mucha fatiga, la de costumbre, y t las recibas, si las recibieras, ansiosas de recorrer el tiempo hacia su conocido fin: tu rostro, tus labios de ayer en el momento del adis.

    Alguna vez te he dibujado, a lo largo de mi mana epis-tolar, el arco de tus cejas en aquella fiesta que celebraba un final de curso conspiratorio e inhspito? Si fuera un poeta barroco aprovechara la fcil metfora del arco para que el prfido diosecillo disparase miradas que me incendiaran la viscera correspondiente -habr tal vez quien se enamore con los riones, con el hgado-. No existe metfora que me sirva. Aparte de que no hubo entonces sino un aviso. Me dijeron que colaborabas en alguno de los engendros lingsticos -juntaplataformas?, o eso vino luego?- que se debatan contra la irredimible canallera y viscosa cutrez del tardofranquismo. Alguien me comunic tu nombre no usado, nos present. Yo era un adjunto de Derecho Administrativo con mucha labia y un gran futuro, todo el que se me vino encima con los aos. T

  • eras una filloga recin tierna y con ganas de conocer mundo. Me hablaste de un puesto de assistant en qu urbe industrial de las islas democrticas que tanto se haban balanceado a ritmo de los Beatles o a orillas de qu ro femenino bordeado de bouquinistes. Me hablaste de las inmundicias de la dictadura sobre las que tan difcil sera construir un mundo ms limpio -y no lo sabamos bien-. Me hablaste de un poema que se titu-laba Lluvia y gracia y de una cancin de Brassens -podra ser II ny a pas damour heureux?- y de otra que mataba suavemente desde la orilla de all del Atlntico que alguna

    vez, muy pronto, ibas a visitar, decas. Yo me haba quedado enredado en tus pestaas y, mientras me dirigas la palabra, consegu deslizarme hacia las sienes levemente hundidas y descender a la baha oscura de tus ojeras donde ya esa tarde me habra dejado ahogar. No hubo entonces ms que un aviso? Yo no quera interpretar las advertencias que a m mismo me remita la mano izquierda que toc la tuya o los meandros por los que discurra un pensamiento inarticulado que viajaba ms deprisa que la conciencia y seguro que no me entiendes, o a lo mejor s. Te contar un ejemplo. Terminaba el jolgorio en el pabelln deportivo de la facultad de ciencias donde nos habamos reunido y te pregunt qu ibas a hacer -indagacin por lo dems intil, o no tanto, segn, pues yo haba ido acompaado de una medio novia que ms tarde abri farmacia en el paseo de las Naciones, un gran negocio-. Me respondiste que con un grupo de amigas, o de amigos, quise or que slo amigas, ibas a bailar toda la noche, lo que quedaba de noche. Dnde se bailaba toda la noche en una villa tan modorra como la que nos albergaba e indiferentemente me alberga todava? Yo no s bailar. Sent una extraa ansiedad por tu corazn bailn al que tan fcil sera hacerle dao y una envidia atroz de los hombres felices que bailaran contigo y,

  • cmo no percib los signos, la certeza ms que dolorosa de que cometera un error aquella muchacha danzarina si aceptara, algo impensable, el amor que yo empezaba a tenderte, sin darme cuenta, como un puente peligroso que no debas cruzar, que no cruzaste. Nunca te he visto bailar salvo en las fantasas de aquella noche que fue la primera de muchas en las que usurpaste las horas del sueo. Cmo no nos habamos encontrado antes en aquel mundo tan reducido de dos salas de arte y ensayo, una sola librera buena y cuatro o cinco grupsculos polticos en los que algunos se estaban probando

    ya los zapatos de suela ms blanda para pisar las moquetas floreadas de los pasillos oficiales del poder? Dnde te habas escondido, dime, quise preguntarte, te pregunt otro da, te reiste.

    Hice trampas para volver a verte a solas. Enga a una amiga, eso no te lo cont, o s, ya te lo he contado todo, cambi unas fechas para poder invitarte al concierto del parque la noche en que les autres -ya sabes, los que te, nos, rodeaban sin percatarse de mi urgencia de intimidad- no podan acudir porque era la sesin ms cara en beneficio de algn pueblo aplastado por catstrofe natural y tiranos artificiales. Te regal un libro de poemas, un modesto Austral que yo lea antes de dormir, ya nadie regala esas cosas. Me comunicaste que vivas, o viviras, o habrs vivido en el futuro (im)perfecto, que es nuestro pasado no compartido, con un chico que estaba en la mili o en Pamplona, pero en ese momento de finales de junio qu ms daba tu futuro si all triunfaba la metonimia de la felicidad, tu pelo entre mis labios porque la brisa lo haba impulsado hacia m que lo saboreaba como un caramelo de champ de frutas, y los burgueses que los dos desprecibamos se removan en busca del echarpe dior y la chaqueta balenciaga

  • pues la noche se haba enfriado de repente y los msicos atacaban el tercer movimiento del concierto de flautino de Vivaldi y por encima de la alameda y de los pinares y de los espaciosos campos de tu cabeza la luna burlona se proyectaba hasta la luna de hoy que una vez ms me repite que siempre te vi de noche.

    Del verano que sigui me ha quedado la sensacin de un largo parntesis de espera. Viaj al pueblo de mis padres con la mala conciencia de quien abandona el nico lugar en el que era posible volver a verte, aunque t, me lo habas anunciado,

    perfeccionabas tu escocs y tu ajenidad en Glasgow o en cualquier sitio apartado de mi spero castellano. Padec sntomas regresivos de adolescencia. Los libros se me caan de las manos, no dorma y una vez, nadie se lo creer, me acord de ti de pronto en medio de una pelcula y tuve que salir del cine. En septiembre los amigos te despidieron en Giuseppe, la primera pizzera de nuestra paramera. Mis argucias me proporcionaron un lugar a tu lado en la mesa. Estabas entusiasmada con la experiencia que te aguardaba en Golconda o en China o en cualquier sitio a miles de leguas de mis ojos, y quiz con el muchacho increble, utpico, nefando del que prefer ignorarlo todo. Nos besamos en la cara, volveras enseguida, en octubre, para el cumpleaos de tu madre, subiste al coche de Martn o de Luca y yo me iba desangrando en la terraza del Nebraska con el gin-tonic que el camarero me inst a ingerir de un trago que vamos a cerrar. Y sin embargo yo an no me haba dado cuenta. Es decir, s, otras chicas me haban gustado, con muchas quise acostarme y con unas cuantas lo haba conseguido. Cre que era lo de tantas veces a pesar de que muchas seales haba, noticias confusas que viajaban por la sangre, una esperanza sin nombre, de fondo un miedo

  • devastador.

    Lleg octubre y lleg el da de ayer. No me acuerdo -s me acuerdo pero qu ms da- de cmo supe que nuestra achacosa ciudad se rejuveneca de nuevo con tu presencia. Te llam. Me citaste en el casco viejo, a las puertas del Pala- ce que prestaba sus destellos intermitentes a los mustios trajes de chaqueta de misa de doce los domingos, en los escaparates de los almacenes Iturrioz. Eran las nueve de la noche -ignoro el color de tus mejillas al medioda y cmo me perdonar haber perdido tu nuca secreta de los amaneceres- y las tendencias

    urbanorutinarias de la gusanera haban desplazado a los vitelloni vespertinos hacia barrios ms chundarateros y, mentan, alegres. Apareciste un poco tarde pero me sosegaste el pecho. Paseamos en direccin al ro, dimos la vuelta a la catedral, atravesamos la Puerta del Moro huyendo de los enclaves del barullo, entramos en un bar somnoliento y tomamos un vino y tapas -tapas caseras presuma un cartelito, pimientos rellenos y champin al ajillo, no lo habrs olvidado- mientras hablbamos de tu chambre de bonne o de un bed and breakfast o de un tico en Holyrood Crescent y, claro, del porvenir que t habrs vivido y yo, sin ti, no. En algn momento nos asomamos al puente viejo y me desafiaste a perder los significados de las palabras repitiendo los nombres hasta convertirlos en ruido de aguas mansas, invisibles, las aguas fugitivas que arrebataban el apellido raro que t eras. Y yo entonces dije tengo una buhardilla por aqu cerca, en el centro, quieres una copa? Aquella buhardilla tampoco sobrevive ya, sabes, soy un seor catedrtico con apartamento propio, y garaje incluido, en el ensanche, ciento cincuenta metros cuadrados, pero ayer subiste a ella, cinco pisos sin escalera y un corredor tenebroso (se haba fundido la luz)

  • partiendo en dos el edificio para despistar, ojal te acuerdes, yo s me acuerdo de cmo senta tu presencia en lo oscuro guindome como si t, que no habas estado antes en mi casa, conocieras las trampas del camino que te obligaban a cogerme de la manga del jersey. Lament llegar. Me pareca que en aquellos minutos habamos establecido una intimidad tcita que sera difcil retener al vernos las caras de nuevo. No te apeteca alcohol, slo un caf y menos mal que me quedaba. A partir de aqu conservo la pelcula de tus gestos. He reconstruido tantas veces el orden o el desorden de aquella

    habitacin de vigas altas y ventanas que daban a la soledad y a los tejados. He reconstruido la conversacin que, si hubieras ledo estas cartas que escribo al viento, t tambin te sabras de memoria. Y me quedo a veces mirando la palma de mi mano derecha porque entre su piel y humores y nervios se conserva el tacto imborrable de tu omoplato durante el minuto infinito en que estuviste recostada contra el respaldo del sof, contra mi brazo que all te aguardaba desde el principio de los tiempos hasta que exclamaste ay te debo estar haciendo dao y te incorporaste y yo sent el dao, que dura, de no tocarte. Y an no me daba cuenta? O s, la palabra terrible que yo despreciaba me estaba absorbiendo como un remolino y yo que no creo en Dios me senta derribado por el ms inmisericorde de los dioses y pas una hora y no pas nada excepto el trastorno definitivo de mi pulso y de pronto dijiste se me ha hecho tarde. Te acompa a la calle, te quise acompaar a casa. No, vivo lejos y estoy con sueo, rechazaste, coger un taxi. Y ahora te veo junto a la farola ridicula en el cruce de la calle Vrgenes con la avenida Santo Tom, escucho a un par de borrachos que canturreaban des-templados desde el bar Verbena, palpo tu cintura de aire. Se detuvo un taxi. Te volviste a m, me dijiste gracias por el caf,

  • me besaste muy suavemente, muy deprisa, muy cal-culadamente en los labios y te alejaste de mi vida en un seat de matrcula de esta provincia turbia donde la gente muere sin haber vivido. Fue ayer. Y desde ayer han pasado veintisiete aos, cinco meses, diecinueve das sin ti. Entr, y lo reconoc al instante, en un laberinto del que no he podido salir jams.

    No volviste? Me enter tarde del fallecimiento de tu madre. Un conocido comn me cont que habas tenido una hija en Chile o en Per. Otros te vieron en el concierto que volvi a reunir a Simon y Garfunkel en el Madison Square

    Garden. O sea que cruzaste el Atlntico, como te habas propuesto. Yo sigo aqu. He viajado un poco pero slo de vacaciones. Ascend profesionalmente. Coquete con la poltica, ya ests enterada de todas esas banalidades. Me besaron otras mujeres pero tu beso no se repiti. Como si mi laberinto fuera de cristal, yo perciba lo que ocurra a mi alrededor pero no poda participar en ello. Dese cuerpos, los vi desnudarse junto a m y los goc como si fuera ajeno a ese placer. Porque nunca vi tu cuerpo desnudo, los dems me parecieron insuficientes; porque nunca me dijiste que me queras, yo no quise a nadie. A menudo pienso que slo he vivido una vida postuma y que, sin pretenderlo, me condenaste a este infierno tibio en el que cuento los aos que me separan de la noche circular a la que retorno incesantemente para sentir que me late el corazn con ms fuerza, como si volviera a ser joven otra vez. Y por lo dems, bien. Doy mis clases sin entusiasmo, recurro cada vez menos al sexo mercenario, de la prensa leo apenas los titulares y si me cruzo por la calle con los viejos amigos procuro no detenerme. Un neurtico tolerable. Duermo mal. Algunas noches de insomnio, ya te lo he contado, me asomo al ro. Pronuncio tu nombre. Pero en

  • realidad no me hace falta ni salir del lecho. Cierro los ojos, camino por las calles y plazas del pasado y me dirijo sin esperanza a esa esquina de mi memoria donde yo te espero siempre.